DEMOCRACIA MULTI

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DEMOCRACIA MULTI-REPRESENTATIVA Pedro Guevara Resumen La tesis central del presente artículo es que la representación política universal e inorgánica, inherente al modelo de democracia representativa, puede y debe ser mejorada con la incorporación de representación orgánica, por un lado, y de selección aleatoria de los representantes, por el otro, dando como resultado un nuevo modelo de democracia al que se denomina democracia multi- representativa. El propósito es ofrecer una respuesta institucional, y al mismo tiempo inspirada en la filosofía de la democracia participativa, al problema del "desencanto" de los ciudadanos con los resultados de la democracia representativa. Al asumir que ese desencanto y que las causas de estos deficientes resultados están en gran medida ubicados en los partidos políticos y en los procesos electorales, que son los principales componentes vinculados a la representación inorgánica, la defensa del nuevo tipo de representación, orgánica y aleatoria, se efectúa indicando cómo logra superar las fallas que se derivan de aquéllos. No se trata de adoptar una posición "anti-partido", sino de reconocer sus limitaciones estructurales y de intentar superarlas pluralizando la representación, que hasta ahora han monopolizado los partidos políticos, mediante la incorporación directa de la sociedad civil a las instituciones estatales representativas. Palabras Claves: Democracia Representativa, Democracia orgánica, Selección Aleatoria. MULTI-REPRESENTATIVE DEMOCRACY Abstract: The central thesis of the present article is that the inorganic representation, inherent to the representative democracy model, there can and it must be improved with the incorporation of organic representation, on the one hand, and of random selection of the representatives, by the other, giving as a result a new democracy model to which is designated multi-representative democracy. The purpose is to offer an institutional response, and inspirated in the philosophy of the participative democracy, to the problem of the "desencanto" of the citizens with the results of the representative democracy. Upon assuming that the causes of these lacking results are in the political parties and in the electoral processes, principal components linked to the inorganic representation, the

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Pedro Guevara Key Words: Represantive Democracy, Organic Democracy, Aleatory Selection. Palabras Claves: Democracia Representativa, Democracia orgánica, Selección Aleatoria. Abstract: Introducción

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DEMOCRACIA MULTI-REPRESENTATIVA

 

Pedro Guevara 

Resumen

La tesis central del presente artículo es que la representación política universal e inorgánica, inherente al modelo de democracia representativa, puede y debe ser mejorada con la incorporación de representación orgánica, por un lado, y de selección aleatoria de los representantes, por el otro, dando como resultado un nuevo modelo de democracia al que se denomina democracia multi-representativa. El propósito es ofrecer una respuesta institucional, y al mismo tiempo inspirada en la filosofía de la democracia participativa, al problema del "desencanto" de los ciudadanos con los resultados de la democracia representativa. Al asumir que ese desencanto y que las causas de estos deficientes resultados están en gran medida ubicados en los partidos políticos y en los procesos electorales, que son los principales componentes vinculados a la representación inorgánica, la defensa del nuevo tipo de representación, orgánica y aleatoria, se efectúa indicando cómo logra superar las fallas que se derivan de aquéllos. No se trata de adoptar una posición "anti-partido", sino de reconocer sus limitaciones estructurales y de intentar superarlas pluralizando la representación, que hasta ahora han monopolizado los partidos políticos, mediante la incorporación directa de la sociedad civil a las instituciones estatales representativas.

Palabras Claves: Democracia Representativa, Democracia orgánica, Selección Aleatoria.

MULTI-REPRESENTATIVE DEMOCRACY 

Abstract: 

The central thesis of the present article is that the inorganic representation, inherent to the representative democracy model, there can and it must be improved with the incorporation of organic representation, on the one hand, and of random selection of the representatives, by the other, giving as a result a new democracy model to which is designated multi-representative democracy. The purpose is to offer an institutional response, and inspirated in the philosophy of the participative democracy, to the problem of the "desencanto" of the citizens with the results of the representative democracy. Upon assuming that the causes of these lacking results are in the political parties and in the electoral processes, principal components linked to the inorganic representation, the defense of the new type of representation, organic and aleatory, is effected indicating how achieves to surpass the defects that are derived from them. We don't try to adopt a position "anti-parties", but to recognize its structural limitations and to attempt to solve them pluralizing the representation, that up until now has been monopolized by the political parties, through the incorporation of the civil society to the representative state institutions.

Key Words: Represantive Democracy, Organic Democracy, Aleatory Selection.

Introducción

Constituye un tema reiterado de estos tiempos postmodernos referirse a la crisis de la democracia representativa, sus insuficiencias, sus limitaciones, su "ingobernabilidad" (Crozier, Huntington y Watasuki, 1975), sus "promesas incumplidas" (Bobbio, 1989), sus "dilemas" (Offe y Schmitter, 1995), su "decadencia" (Rey, 1992), su "muerte lenta" (O'Donnell, 1992), etc. En todas partes, la democracia triunfante en el mundo, en su forma de democracia representativa, si bien ha llegado a ser el modelo político legítimo por excelencia, está acompañada al mismo tiempo de una pérdida de credibilidad en sus principales instituciones (los partidos políticos, las elecciones y los poderes públicos), y de un "desencanto" que se manifiesta en una devaluación generalizada de la política expresada en el "malestar" de la política, la desaparición de los grandes liderazgos capaces de generar entusiasmo en la

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ciudadanía, en el desprestigio y percepción negativa de los políticos, en el rechazo de los ciudadanos a interesarse por lo público y a dedicarse sólo a los aspectos privados de su existencia, en una creciente apatía e indiferencia acompañadas por el fenómeno de la "antipolítica", y, en fin, hasta en la connotación peyorativa de la propia palabra "política". Definitivamente, la "brecha de confianza" entre los ciudadanos y sus representantes de las que nos hablaron S.M. Lipset y W.Schneider (1983), lejos de haberse reducido parece que continúa ensanchándose. Todos estos señalamientos son ya lugares comunes en los análisis políticos de las democracia de nuestros días.

Las reacciones de las élites académicas e intelectuales ante esta insatisfacción por los resultados de la democracia representativa son diversas y contrastantes entre sí. Cuando la democracia ha ido acompañada de altos niveles de progreso y bienestar para las poblaciones, como sucede en los países más desarrollados, la tendencia predominante ha sido la de justificar dichos resultados considerándolos un mal necesario de la democracia (el menos malo de los gobiernos libres posibles) y a conformarse conservadoramente con una versión "mínima" de ésta, que a veces pasa a ser "ultra-mínima". En contraposición, cuando la democracia no ha resuelto los problemas básicos de bienestar, las reacciones coinciden en manifestar la inconformidad con el estado actual de la democracia representativa y en proponer algún tipo de cambio, pero varían desde quienes se plantean el retorno a regímenes autoritarios, teniendo de ejemplo el caso chileno, hasta quienes, desde posiciones postmodernas, proponen "reinventar" la democracia diseñando nuevas instituciones políticas que sustituyan a las heredadas de la modernidad, pasando por aquellos otros que aspiran a reformar la democracia representativa teniendo como norte la democracia participativa. En lo que a mi respecta, me colocaría en la última posición de las reseñadas, con las salvedades que expondré más adelante. Siendo así, la propuesta de una democracia multi-representativa, que presento en este artículo, puede ser vista como una etapa de transición que va de la democracia representativa hacia una democracia cada vez más participativa.

Asumiré que, como la democracia representativa que se ha impuesto y generalizado en el mundo durante la última década responde a un mismo tipo de representación, la representación inorgánica o universal que a su vez es oligopolizada por los partidos políticos, y a un mismo procedimiento de elección de los representantes, el sufragio universal ejercido en elecciones competitivas, es en ambas características donde residen, en parte, las causas del desencanto del ciudadano con la democracia y la política democrática.

Como alternativa de cambio propondré diversificar la representación, sustituyendo la representación homogénea de las democracias actuales por una representación heterogénea. En este sentido, mi tesis central es que la representación inorgánica, inherente al modelo de democracia representativa, puede y debe ser mejorada con la incorporación de componentes de democracia orgánica, por un lado, y de selección aleatoria de los representantes, por el otro, dando como resultado un nuevo modelo de democracia al que denomino democracia multi-representativa. Y a esta nueva modalidad de representación que combina lo orgánico con lo aleatorio la llamaré representación orgánica-aleatoria.

Se trata de una proposición de carácter normativo-prescriptivo con la que se pretende introducir cambios sustantivos en el modelo de democracia representativa, sin que sean radicales ni mucho menos revolucionarios. Son sustantivos porque introducen elementos cualitativamente diferentes en su ser, y porque producen efectos diferentes a los que genera la sola democracia representativa como la hemos conocido hasta ahora. No es, pues, una mera reforma incrementalista. Pero no son radicales porque no llegan a desplazar completamente a la democracia representativa, sino que la incorporan a un contenido de extensión mayor que es la democracia multi-representativa, dentro del marco de la institucionalidad estatal vigente.

Desde la perspectiva del eje modernidad-postmodernidad, alrededor del cual gira gran parte del debate filosófico-político de los últimos años, diría que es un cambio que utiliza materiales ya conocidos por la modernidad -la representación orgánica y la selección aleatoria-, pero que no han sido debidamente aprovechados por la ingeniería constitucional democrática. Y si bien los materiales utilizados por el concepto de selección orgánica-aleatoria no son nuevos, sí lo son la combinación que se hace de ellos y la aplicación que se pretende darles que es la de conseguir una salida a la crisis de la democracia representativa. De donde puede decirse que asumo la posmodernidad, no como una posición contra-

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moderna que ha de reinventar completamente nuevas instituciones políticas, sino como una superación de la modernidad a partir de sus propios implementos y posibilidades

Ingeniería institucional, pero cargada de contenidos democráticos sustantivos y no limitada al sólo formalismo jurídico-constitucional, es una de las más urgentes necesidades de realidades políticas como las nuestras, caracterizadas por grandes vacíos e insuficiencias institucionales cuando no por atascamientos de las instituciones existentes que impiden el cumplimiento de los fines para los cuales fueron creadas. No obstante, debo aclarar que en este ensayo no voy a profundizar en lo que llamaría la "carpintería" institucional, esto es, los problemas y aspectos específicos de operacionalización y cuantificación del modelo de democracia multi-representativa, sino que voy a limitarme a exponer los principios y conceptos fundamentales del modelo, así como las ventajas que ofrece frente a la actual democracia representativa. También quiero dejar establecido que, si bien no ha de limitarse a ella, la principal institución estatal que tengo en mente para la aplicación de la representación orgánica-aleatoria es el poder legislativo nacional. Y, finalmente, que el caso concreto de democracia representativa que ha servido de referente empírico más próximo a estas reflexiones es el venezolano, por lo que hay que tomarlas con suma precaución a la hora de pretender generalizarlas ya que sin duda estarán sesgadas por las especificidades de esa realidad política.

1. Democracia multi-representativa y nuevas tendencias de la teoría de la democracia

La insatisfacción con la democracia representativa de inspiración liberal ha dado lugar a lo largo de las últimas décadas a una creciente ola de autores, pertenecientes a las más variadas nacionalidades y corrientes del pensamiento político y social en general, que vienen coincidiendo en la necesidad de "repensar" la teoría de la democracia alrededor de algunos planteamientos comunes entre los cuales se encuentran : a) una democracia mucho más participativa y abierta, que reduzca las desigualdades extremas y favorezca en cambio la igualdad de oportunidades, que incorpore nuevos temas al debate, nuevos actores y nuevas formas de discurso político; b) una democracia mucho más comunicativa y deliberativa dentro de nuevas esferas públicas que trasciendan los estrechos límites de las instituciones políticas del Estado democrático-representativo; que forme una red de múltiples lugares públicos dentro de la sociedad civil en los que participen las más variadas asociaciones y movimientos sociales conectados comunicativamente entre sí y con las instituciones estatales; c) una democracia orientada a promover y proteger el bien común y el bienestar de la colectividad; d) una democracia que ofrezca numerosos centros de resistencia para contrarrestar las tendencias coactivas de las instituciones estatales; y e) una democracia que no discrimine las diferencias cada vez más variadas de estas sociedades postmodernas, sino que las asuma positivamente.

Sobre todo, la idea de las diferencias va más allá de las reconocidas por la teoría pluralista de la democracia que se sustentaba en un orden integrado de intereses. Las diferencias se presentan ahora de manera fragmentada y sin una clara base de consenso sobre la cual desplegarse . "En su ausencia, la diversidad se manifiesta como fragmentación. Tanto las sociedades latinoamericanas como las europeas se caracterizan hoy en día por la disolución de un horizonte cultural común en subculturas segmentadas." (Lechner, 1995: 113). Por lo que las instituciones del modelo pluralista encargadas de cumplir las funciones de "articulación" y "agregación" - los partidos políticos y los grupos de intereses- ya no resultan suficientes. Muy acertadamente, con el fin de enfatizar las diferencias del nuevo tipo de pluralismo, Connolly (1995) ha propuesto el término "pluralización" en lugar del de "pluralismo". Para otros autores, no hay una ruptura con el viejo pluralismo, sino que estaríamos en presencia de una nueva forma de manifestarse mucho más radical:

"Lo que parece ser una confrontación entre concepciones del pluralismo irreconciliablemente opuestas es, sin embargo, algo así como una exageración o exacerbación de posiciones que comparten ciertas creencias ideológicas. Las nociones de la diferencia que acentúan la singularidad étnica, racial, religiosa o de género son extensiones radicales, y no rechazos, del pluralismo..." (Wolin, 1996: 152).

Por mi lado, me hallo en sintonía con esta corriente renovadora. Sin embargo, estos esfuerzos por revisar la teoría de la democracia en los términos bosquejados anteriormente, a pesar de los avances ya logrados y de las coincidencias alcanzadas, tienen ante sí retos a los que es preciso dar respuesta si no

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se quiere que al final queden en una moda intelectual más, y, por el contrario, se aspira a que constituyan la fuente de verdaderos cambios políticos y sociales.

Entre esos retos se halla el de darle viabilidad institucional al proyecto de la nueva democracia, y dentro de él, el más concreto relacionado con el vínculo que ha de establecerse entre la multiplicidad de las esferas públicas e intereses diferenciados de la sociedad civil y las instituciones políticas de la vieja democracia representativa, cuya existencia no es negada por la gran mayoría de los pensadores, al menos en forma absoluta. Y es aquí donde, justamente, la democracia multi-representativa puede desempeñar un papel importante: el de servir de bisagra articuladora entre la pluralidad diferenciada de la sociedad civil y el principal órgano de la soberanía popular del modelo democrático liberal-representativo que es el Parlamento. Los múltiples intereses y diferencias de todo tipo, movilizados en el seno de la sociedad civil por los tradicionales grupos de presión, las organizaciones no gubernamentales, los nuevos movimientos sociales, instituciones sociales como las universidades y las iglesias, etc., tendrían en el Parlamento nacional, junto a la representación inorgánica de los partidos políticos, una representación directa y diferenciada que participaría en esa máxima instancia en la que se deciden los destinos de una sociedad y se crean las leyes que han de regir la convivencia política y social. Se trataría de llevar la sociedad civil al Congreso, proceso contrario al señalado críticamente por Castro Leiva (1998), quien ha manifestado acertadamente su preocupación por la posible "anarquización" de la función pública cuando se pretende sacarla del Congreso para llevarla a la sociedad civil.

2. Entre la democracia representativa y la democracia participativa

En todas partes, la filosofía política de la democracia participativa va sumando progresivamente nuevos adeptos. En Venezuela, específicamente, existe una amplia coincidencia acerca de la necesidad de reformar la actual democracia representativa que tenemos, a la que se la reconoce críticamente como excesivamente representativa, haciéndola cada vez más participativa (Molina, 1985; Combellas, 1988; Fernández, 1995; entre otros). Ello implica el convencimiento axiológico de que la democracia consiste fundamentalmente en la participación ciudadana en los asuntos públicos. Es una concepción sustantiva que rechaza la pretensión de reducir la democracia al decisionismo procedimental de la competencia y la regla de la mayoría. La misma COPRE, organismo oficial de la reforma del Estado y del sistema político en general, ha hecho de este planteamiento la tesis central de la filosofía política que inspira sus esfuerzos. En los trabajos y propuestas de reforma de los diversos autores se observa un mismo enfoque en el que: a) se contemplan los procesos de participación directa como complementarios o añadidos a la democracia representativa vigente; b) se proponen mecanismos de participación política directa de los ciudadanos, de los cuales sobresale, en el área político-constitucional, la figura del referendo en sus múltiples modalidades.

Por mi parte, también comparto esta filosofía política y he insistido, en forma bastante radical, que la verdadera interpretación de la democracia es la democracia de participación directa de todos los ciudadanos en los asuntos públicos que los afectan y definen su destino, y que, por consiguiente, no podemos conformarnos con la sola democracia representativa de la que he sido muy crítico:

"...hay que descartar definitivamente la idea de que la democracia representativa sea la forma normal y final de la democracia. No hacerlo significa falsificar el contenido de la palabra democracia haciendo pasar por tal lo que es su negación.

En lugar de ello, la institución representativa debe ser aceptada a modo de un mal necesario que se ha de aplicar mientras no pueda ser sustituida por fórmulas de democracia participativa. Y, en todo caso, se procurará morigerar sus efectos elitistas recurriendo simultáneamente a instituciones de democracia directa tales como el plebiscito, el referendum, la iniciativa popular y otras más que pudieran imaginarse con la utilización de los sorprendentes avances tecnológicos que continuamente se nos ofrecen en los campos de la informática y de los medios de comunicación que, a diferencia de las tradicionales mencionadas, promueven y desarrollan la comunicación horizontal inherente a la esencia de la democracia. La democracia representativa, combinada con procedimientos cada vez más participativos, ha de ser considerada en términos dinámicos como un proceso de despliegue de sus

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componentes participativos y repliegue de los representativos hacia un estado final de democracia directa, al que tal vez nunca se llegue, pero que servirá de norte orientador de una práctica permanente de transformación política. Sólo así entendida puede quedar justificada la representación formando parte de la democracia..." (Guevara, 1997: 67-68).

Y he propuesto, incluso, que el criterio para determinar y evaluar el contenido democrático real de un sistema político sea el de la adopción continua de medidas que amplíen la participación:

"...Postulamos que el criterio para decidir si un determinado sistema político es o no democrático ha de ser que se halle progresiva y permanentemente avanzando por la ruta que conduce a la democracia directa ideal; que no abandone la actitud de vigilancia constante y de aprovechamiento de las oportunidades que se le presenten, y de búsqueda y creación de otras nuevas, para proseguir por la senda de una sociedad cada vez más participativa..." (Guevara, 1997: 69).

Sin embargo, la democracia multi-representativa que abordo en este ensayo, aún cuando se mantiene dentro de la misma filosofía política de la participación, guarda diferencias importantes que la separan de las propuestas presentadas hasta ahora. El nuevo enfoque que quiero darle al tema es, aunque suene paradójico, ampliar la participación trabajando en el frente de la representación. Pienso que la insistencia en reformar la democracia representativa incorporándole instituciones de participación, pero dejando intactas las instituciones representativas existentes no es el camino más eficaz. La razón es que los resultados de la participación ciudadana en los asuntos públicos no son muy alentadores. Como Lijphart (1987) ha mostrado con suficiente respaldo empírico, el uso de los mecanismos de participación directa establecidos en las constituciones democráticas ha tendido a ser cada vez menor, consolidándose más bien el carácter representativo de las mismas. También en el campo de la participación en general, trabajos de investigación rigurosos no hacen sino confirmar el hecho de que el comportamiento de los ciudadanos en las democracias actuales no favorece la tesis de su progresiva participación, y de que existen crecientes desigualdades entre ellos a la hora de participar que van en desmedro de quienes disponen de menores recursos, entendidos éstos en forma amplia (dinero, tiempo, educación y habilidades organizacionales).

En verdad, la participación en los asuntos colectivos es un proceso muy complejo que requiere tanto de factores objetivos como de condiciones subjetivas. Es decir, que además de disponer de recursos diversos para poder dedicarlos a la participación, los ciudadanos han de estar dispuestos a invertir parte de esos recursos a la actividad participativa, lo cual supone una actitud ética o espíritu cívico que proporcione al ciudadano la experiencia de sentir el tipo de satisfacción que se deriva de la acción colectiva solidaria y lo haga superar la racionalidad económica que lo lleva a inhibirse de participar en la consecución de los bienes colectivos. Tal como ha mostrado la teoría económica de la política, la participación es un proceso, además de complejo, muy costoso. (Downs, 1957; Olson, 1971).

Y es aquí donde llegamos a una suerte de círculo vicioso, pues para participar se necesita condiciones que el desarrollo de la actual civilización no promueve sino que más bien las niega. La creciente desigualdad en la distribución de los recursos que acompaña al proceso de globalización del capitalismo, niega a priori la posibilidad de participar a grandes mayorías de la población por carecer de la cantidad mínima de ellos necesaria para hacerlo. En cuanto a las minorías que sí disponen de recursos, la ausencia de un nivel de desarrollo ético y moral superior, que tampoco promueven las sociedades postmodernas, las lleva a utilizar esos recursos en actividades privadas de consumo y disfrute que, por su variedad y cantidad, han hecho del tiempo de vida disponible algo sumamente valioso y escaso. Por consiguiente, hemos de ser prudentes y realistas al plantearnos metas concretas de democracia participativa y, sobre todo, no crearnos falsas expectativas a la hora de diseñar nuevas instituciones.

Por eso pienso que, sin abandonar - por supuesto- las reformas dirigidas a establecer procesos de democracia participativa, es mucho, y tal vez más productivo, lo que puede hacerse aún del lado de la representación. Entre la democracia representativa, oligopolizada por los partidos políticos, y las propuestas de perfeccionar la democracia con procedimientos de participación directa, hay un vacío y un terreno fértil en el que se puede trabajar creativamente. La democracia multi-representativa quiere

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llenar en parte ese vacío. Se aspira con ella a contribuir a la causa común de la "democratización de la democracia" (Combellas, 1988: 51 y ss.) ampliando y mejorando la participación dentro de la representación.

3. Representación inorgánica o universal, partidos y elecciones.

La democracia representativa que se ha generalizado en el mundo a partir del modelo occidental se basa, entre otros, en el supuesto de que la soberanía del pueblo puede manifestarse y ejercerse a través de representantes elegidos mediante el procedimiento del sufragio. Para ello se ha creado la figura del cuerpo electoral, una estructura artificial que saca a los ciudadanos de sus roles sociales cotidianos y permanentes para constituirlos en pueblo políticamente activado con el sólo propósito de elegir a sus representantes. (Irónica paradoja de la democracia representativa, en la que ya reparara Rousseau (1969: 145), que el único momento de participación directa de todos los ciudadanos sea para renunciar voluntariamente a seguir participando de esa forma). El carácter inorgánico de la representación en el modelo de democracia representativa se refiere, justamente, a este origen de los representantes en un pueblo artificialmente constituido para cumplir una efímera función. El pueblo, de ese modo encarnado, no es una estructura espontánea, orgánicamente formada por la dinámica real de la sociedad a la que pertenece, sino una estructura concebida de manera racional-normativa.

El carácter universal de la representación radica, por su parte, en la condición de absoluta igualdad en la que se coloca a todos los ciudadanos para conformar el cuerpo electoral y participar en la elección de los representantes. El sufragio universal, al conceder a cada ciudadano el mismo derecho y en la misma cantidad (una persona, un voto), viene a materializar la universalidad de la representación inorgánica. (Existe otra dimensión de la universalidad, relativa al modo de ejercer la representación, a la que me referiré más adelante ).

A su vez, el desarrollo histórico de la conquista del sufragio universal, producto del acceso de las masas a la participación política, hizo de los partidos políticos y de la competencia electoral entre ellos las instituciones fundamentales de la democracia representativa. Hablar hoy de democracia es hablar de partidos políticos y de elecciones, y es a través de estas instituciones socio-políticas que se concreta la representación inorgánica o universal. De allí que, cerrando el silogismo que comencé con la premisa inicial del desencanto de los ciudadanos con la democracia representativa, asumo hipotéticamente la conclusión de que es en las características que han alcanzado en su desarrollo, tanto los unos como las otras, donde hallaremos las principales causas del actual deterioro de la política democrática.

En cuanto a los partidos políticos se refiere, han sido suficientemente estudiados por una abundante y extraordinaria literatura - teórica y empírica- a todo lo largo del presente siglo desde los pioneros trabajos de Ostrogorski y Michels, que ha dado lugar a un área especializada de conocimiento dentro del ámbito de la ciencia política. De ella se puede obtener, simplificando en extremo sus aportes más relevantes, dos visiones contrapuestas de estas organizaciones y sus actividades.

Una imagen positiva y favorable a los partidos nos los presenta como organizaciones voluntarias de aquellos ciudadanos que, compartiendo una ideología común o un consenso básico acerca de la mejor forma de convivencia social y política, compiten pacíficamente en elecciones libres, plurales y competitivas para obtener la mayor cantidad posible de cargos públicos con el fin de utilizarlos en función del bien común y de la satisfacción de los intereses generales de la sociedad, interpretados éstos a la luz de aquéllas ideología o visión compartida. En todo caso, independientemente del número y de las diferencias que pueda haber entre ellos, el conjunto de partidos dentro de una sociedad, el "sistema de partidos", cumple una serie de funciones (reclutamiento, representación, socialización, participación, agregación de intereses, articulación de demandas, integración, comunicación, cambio político, etc.) que son indispensables para desarrollar y perfeccionar progresivamente la gobernabilidad de la democracia. A esta imagen ha contribuido fundamentalmente la ciencia política de la postguerra y su, para entonces dominante, paradigma sistémico-estructural-funcionalista.

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Una segunda imagen, contrapuesta a la anterior, a la que me atrevo a llamar "realista", nos muestra a los partidos como organizaciones voluntarias, cuya finalidad es la obtención de la mayor cantidad posible de poder para ser ejercido en beneficio de sus partidarios, los cuales responden al perfil de individuos motivados por una insaciable ambición de poder. En lugar de ser mediadores entre los ciudadanos, sus necesidades y aspiraciones, de un lado, y el Estado y sus centros de decisiones políticas, del otro, los partidos mediatizan la representación de aquéllos en su propio beneficio. La organización partidista se convierte, a lo largo de su evolución y crecimiento, en un fin en sí mismo que en lugar de servir a la sociedad se sirve de ella. La vida interna de los partidos transcurre en una incesante interacción de alianzas y confrontaciones entre diversos grupos por el control de la organización y la obtención de cuotas de poder. Las tendencias a la oligarquización, a la burocratización, al faccionalismo y a la mediatización de la representación de los ciudadanos, han sido destacados como rasgos estructurales de la evolución de los partidos políticos por una pléyade de autores tales como Ostrogorski, Michels, Weber, Duverger, Offe y Sartori, entre otros.

¿Cuál de estas dos imágenes es la más adecuada a la realidad? Como suele suceder en estos casos, consideradas globalmente y por separado las dos son parcialmente ciertas y parcialmente falsas, pues cada una destaca unos rasgos en desmedro de otros. No obstante, la evolución real e histórica de los partidos parece obedecer a una dinámica de cambio en la que el nacimiento y primeras actuaciones responde más a la primera de las imágenes anteriormente pergeñadas, mientras que el posterior desarrollo y consolidación responde mejor a la segunda. Esa transformación ha sido descrita por varios de los autores mencionados. El desencanto con la democracia representativa y sus principales protagonistas, los partidos políticos, tiene que ver precisamente con esta transformación que los afecta.

En lo que a las elecciones respecta, la realidad de la democracia representativa presenta un agudo contraste con lo que fueron las expectativas creadas por el modelo liberal. En lugar del elector racional y éticamente motivado por los asuntos de la cosa pública que, después de informarse acerca de las diferentes opciones que se le presentan, de comparar y evaluar los diversos programas electorales y de sopesar la actuación del gobierno, procede a elegir a aquellos que más convengan al interés general, las investigaciones empíricas sobre el comportamiento electoral y los estudios de opinión muestran persistentemente que un alto porcentaje de ciudadanos son absolutamente apáticos e indiferentes y que, entre los que participan en las elecciones, el perfil predominante corresponde a un elector ignorante de las cuestiones básicas y mínimas que se debaten en las campañas electorales, que desconoce incluso las propuestas de su propio partido o las del candidato de su preferencia, que no hace comparaciones ni evaluaciones entre las distintas opciones y que, por supuesto, carece de toda idea relativa a lo que podría ser el interés general, ni tiene una actitud favorable que lo predisponga a decidir en función de éste. Las variables que influyen en su decisión de votar son completamente ajenas al modelo liberal clásico: la clase social, la identificación partidista, los grupos de referencia, la tradición familiar, etc. Por su parte, los candidatos a representantes, como consecuencia de las características de las campañas electorales competitivas en una sociedad massmediática, en la que la conquista del votante promedio y el acceso a los medios de comunicación se han convertido en condiciones necesarias para el éxito electoral, se ven sometidos a una férrea lógica electoral, con estrategias y criterios ya preestablecidos y probados, que reduce las diferencias posibles entre ellos y los homogeneiza tanto en lo sustantivo de sus planteamientos como en la forma de actuar y de presentarse al electorado. La personalidad de los aspirantes, sus ideas, su aspecto externo, su oratoria, sus movimientos, etc. etc., son sometidos al implacable escrutinio del asesor de imagen, del analista de encuestas, del experto en marketing político... en fin, de un equipo variopinto de profesionales del mercadeo, la publicidad, la psicología, la comunicación social y la politología que les imponen un modo de hacer política adaptado a las necesidades de lo que ha dado en llamarse la "videodemocracia".

Mención aparte, para darle todo el énfasis que merece, es el financiamiento de las campañas electorales. Existe total acuerdo entre los analistas políticos en que hoy día las campañas electorales exigen fabulosas sumas de dinero, no ya para tener posibilidades de lograr una victoria, sino tan sólo para disponer de la oportunidad de entrar a competir en un proceso electoral. Nada más para que el electorado sepa de la existencia de un determinado candidato, el acceso a los medios de comunicación, y su permanencia en ellos, son requisitos mínimos indispensables. Y, como se sabe, los medios son

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muy costosos. A los gastos en medios de comunicación hay que añadir, claro está, los gastos de los demás componentes de toda campaña electoral que se precie de tal.

"Para tener una idea aproximada acerca de los costos de la política basta con pensar que para competir en el mercado electoral actualmente se requiere, entre otras cosas, del acceso a los medios radioeléctricos (especialmente de la TV), del empleo de modernos instrumentos de diseño y análisis de las campañas, de la asesoría de profesionales en materia de comunicación política, del uso de artefactos costosos de informática y de comunicación, del transporte aéreo, de alojamiento en buenos hoteles de los candidatos y otros líderes, y del mantenimiento de locales y de oficinas equipadas y bien ubicadas en los grandes centros urbanos. Todo esto cuesta bastante dinero. Para el pago de todos los bienes y servicios que consume la política contemporánea no basta con las contribuciones de los afiliados y simpatizantes de bajos o medios recursos. Se hace necesario, especialmente durante las elecciones, contar con los aportes de individuos adinerados y de empresas económicamente poderosas, así como tener acceso (legal o ilegalmente) a los recursos públicos." (Alvarez, 1997: XII-XIII).

Las consecuencias para la democracia derivadas del problema en que se ha transformado el financiamiento de las campañas electorales - y de las carreras políticas en general- son tan evidentes como conocidas, y siempre nada favorables. Entre otras: reduce la igualdad de oportunidades para participar en política; privilegia los intereses más poderosos de la sociedad, con lo que se acentúan las tendencias hacia la plutocracia que son inherentes a la democracia vinculada a las economías capitalistas; hace perder autonomía a los representantes elegidos y condiciona su posterior actuación a los intereses de sus principales financieros; favorece el éxito en política de individuos con tesitura moral dudosa que están dispuestos a venderse al mejor postor y, por el contrario, inhibe a los ciudadanos de principios morales y éticos más rigurosos; y, en fin, facilita que se establezcan conexiones entre la política y las organizaciones delictivas que, como el narcotráfico, manejan cuantiosos recursos, con toda su secuela de corrupción de las instituciones públicas.

Lo preocupante del alto costo de la política es que se trata de otro de los rasgos que han llegado a la democracia representativa para quedarse. En mi opinión, poco y de efectos limitados, podrá hacerse para reducir el problema a niveles aceptables o satisfactorios. Cuestiones prácticas de eficacia para combatir el fenómeno, a las que se suman complejas razones de orden filosófico-político relativas al ejercicio de las libertades en sociedades abiertas, pluralistas y competitivas, se oponen a ello.

Preponderante aún en la ciencia política desde la década de los ochenta, el paradigma de la acción racional, a través de la teoría económica de la política, o también denominada teoría de la elección pública -una de sus tantas expresiones teóricas como la teoría de los juegos, la teoría de las coaliciones, la teoría de la negociación, etc.- ha ofrecido rigurosas y elegantes explicaciones, mediante el uso de modelos y formalizaciones matemáticas, acerca del comportamiento electoral de los ciudadanos y del funcionamiento de los partidos políticos en las democracias competitivas. La conclusión más general a la que se arriba es que, cuando los partidos priorizan su interés particular por sobre el bien común, o cuando el elector manifiesta su ignorancia a la hora de ejercer el voto, sólo están actuando racionalmente conforme a una lógica económica de costo-beneficio que caracteriza al comportamiento humano en la política democrática. Así, en el modelo de Downs, "Cada partido político es un equipo de hombres que sólo desean sus cargos para gozar de la renta, el prestigio y el poder que supone la dirección del aparato gubernamental" (Downs, 1992: 95); y en cuanto al comportamiento electoral del ciudadano, se establece que 

"...es irracional que la mayoría de los ciudadanos adquieran información política con propósitos de voto (...) Por consiguiente, la ignorancia en política no es consecuencia de una actitud apática y poco patriótica; es más bien, una respuesta completamente racional a los hechos de la vida política en una democracia amplia." (Downs, 1992: 107).

En consecuencia, lo que desde la teoría normativa o clásica de la democracia eran consideradas críticamente fallas del funcionamiento de esta forma de gobierno, pasan a ser comportamientos normales dentro la democracia real y posible de la teoría económica. No es la realidad del

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comportamiento de los electores y partidos la que niega la democracia, es la teoría democrática la que estaba equivocada, por lo que no es aquélla sino ésta la que ha de ser revisada.

"Claramente, el comportamiento racional en una democracia no es lo que supone la mayoría de los teóricos normativos. Los politólogos, en particular, han creado con frecuencia modelos de cómo deberían comportarse los ciudadanos en una democracia sin tener en cuenta la economía de la acción política (...) La apatía de los ciudadanos respecto a las elecciones, su ignorancia de los principales problemas, la tendencia de los partidos en un sistema bipartidista a parecerse uno a otro y el carácter anticonsumidor de la acción gubernamental pueden explicarse lógicamente como reacciones eficientes a la información imperfecta en una democracia amplia. Cualquier teoría normativa que las considere signos de comportamiento no inteligente en política, muestra su incapacidad para afrontar que la información es costosa en el mundo real. Así, la teoría política se ha perjudicado porque no ha tenido en cuenta ciertas realidades económicas." (Downs, 1992: 110).

Los hallazgos de la teoría económica no hacen sino confirmar los análisis clásicos de la estasiología. La "racionalidad económica" de los políticos y de los partidos, por ejemplo, ya fue expuesta desde comienzos de siglo, aunque sin el rigor metodológico actual, por autores tan perspicaces como Weber:

"...Lo que los jefes de partido dan hoy como pago de servicios leales son cargos de todo género en partidos, periódicos, hermandades, cajas del Seguro Social, y organismos municipales o estatales. Toda lucha entre partidos persigue no sólo un fin objetivo, sino también y ante todo el control sobre la distribución de los cargos (...) Con el incremento en el número de cargos a consecuencia de la burocratización general y la creciente apetencia de ellos como un modo específico de asegurarse el porvenir, esta tendencia aumenta en todos los partidos que, cada vez más, son vistos por sus seguidores como un medio para lograr el fin de procurarse un cargo." (Weber, 1972: 100-101).

Con estos aportes, quiero entonces concluir que el desencanto de los ciudadanos con los resultados de la democracia representativa, tiene relación directa con rasgos de la representación inorgánica, surgida de las elecciones y ejercida por los partidos, que no pueden ser modificados sólo con apelaciones a la formación cívica de los ciudadanos y a la reforma de los partidos políticos con el fin de que éstos recuperen las bondades que tuvieron en sus orígenes. Es preciso reconocer en forma realista, sobre la base que proporciona la ciencia política y la evidencia empírica de más de siglo y medio de actuación histórica, que los partidos tienen limitaciones estructurales, por encima de las posiciones éticas e ideológicas y de la buena voluntad individual de sus integrantes, para avanzar indefinidamente hacia el propósito de toda actividad política que es la realización del bien común y la satisfacción de los intereses generales de una sociedad. De allí que, en lugar de continuar insistiendo en reformas poco probables, y sin que ello signifique adoptar una posición "anti-partido", nos parece mucho más viable diseñar nuevas fórmulas que permitan hacerle un by-pass a los condicionamientos estructurales de los partidos y de las elecciones, así como a sus consecuencias negativas para la política de la democracia. Una de esas fórmulas es la democracia multi-representativa, que añade un nuevo tipo de representación, la representación orgánica-aleatoria, a la representación inorgánica ya conocida.

4. Representación orgánica-aleatoria

Veamos primero lo que ha de entenderse por representación orgánica, y seguidamente lo que quiero decir con aleatoria. Antes que nada debo aclarar que, aunque utilizo el término "orgánica", lo hago más por carecer hasta el momento de otro mejor y porque resulta ya conocido en el pensamiento político vinculado al vocablo democracia ( la "democracia orgánica"), que por ser el más adecuado a la tesis que estoy proponiendo. Sobre todo, tiene el inconveniente de que se halla asociado a una idea, no compartida por mí, de sociedad excesivamente integrada en la que el conflicto, y aun la mera confrontación, son considerados siempre factores perniciosos que hay que combatir (el equivalente a la enfermedad en el mundo biológico). Como se pudo apreciar con anterioridad, la concepción de la sociedad que tengo en mente es mucho más compleja.

Entiendo por representación orgánica la que surge a partir de la estructura de intereses diferentes que hay en una sociedad y en la que los representantes son elegidos en función de su pertenencia a esos

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intereses. Mientras que la representación inorgánica proviene de una realidad artificial, homogénea, efímera y no comunicativa, como es el cuerpo electoral, la representación orgánica lo hace de la estructura orgánica de la sociedad que es espontánea, heterogénea, permanente y comunicativa. En la primera el pueblo se manifiesta en una estructura concebida ad hoc para el cumplimiento de una función, en la segunda se expresa como realmente es en su existencia cotidiana.

En la democracia representativa, históricamente el principio democrático fundamental de la soberanía popular se ha concretado en el sufragio universal mediante el cual se elige a los representantes. Pero no necesariamente esa es la única forma concebible de expresión de la soberanía del pueblo ¿Por qué la voluntad de los ciudadanos ha de manifestarse sólo por medio de su incorporación pasajera y periódica a ese ente artificial de individuos atomizados y homogeneizados que es el cuerpo electoral? ¿Por qué no ha de ser legítimo que la voluntad soberana del pueblo se exprese también a partir de su estructura real como pueblo, integrado heterogénea y comunicativamente en sus múltiples y variadas experiencias de asociación, de organización y de movilización; aquella que se corresponde con su forma de ser y existir cotidiana? Pienso que las dos son formas válidas y razonables de operacionalizar el principio de la soberanía popular y que cada una tiene sus respectivas ventajas e inconvenientes, por lo que no se trata de defender la superioridad de una sobre la otra. Y si es así, ¿por qué no combinarlas? ¿por qué no aprovechar las ventajas de ambas? ¿por qué no experimentar con sendos tipos de representación dentro de las mismas instituciones del Estado democrático? Por aquí va mi propuesta de una democracia multi-representativa.

En cuanto al carácter aleatorio de la representación que estoy presentando se refiere simple y llanamente a la forma como han de ser seleccionados los representantes orgánicos. Propongo que el mecanismo por el cual se determine quiénes serán los representantes de los diferentes sectores de la sociedad civil en las instituciones estatales sea el procedimiento del sorteo. La selección por azar se halla en los orígenes mismos de la democracia ateniense, pero ha sido muy poco utilizado en la posterior evolución de la democracia representativa. Sin embargo, como se verá más adelante, los servicios que este sencillo instrumento técnico puede prestarle a la causa de la renovación y relegitimación de la democracia son inestimables.

5. Más allá del neocorporativismo

La conveniencia, y yo diría más, la necesidad de introducir componentes de representación orgánica en los procesos democráticos ha quedado demostrada por el surgimiento, a lo largo de las últimas décadas, de lo que ha dado en llamarse el "neocorporativismo". Independientemente de las diversas interpretaciones que se han dado de este fenómeno, hay coincidencia en que obedece a una forma de enfrentar algunas de las fallas e insuficiencias de la institucionalidad de la democracia representativa, una respuesta a su crisis de gobernabilidad. A los fines del presente ensayo, me interesa destacar igualmente, que el neocorporativismo implica un tipo de representación orgánica en la que el Estado privilegia a determinados sectores de la sociedad civil para actuar concertadamente con ellos en la elaboración y adopción de políticas públicas fundamentales.

De esta manera, presento a los servicios prestados por el neocorporativismo en muchos países democráticos, así como su aceptación favorable por parte de la teoría de la democracia, en calidad de pruebas a favor de la tesis de que la representación orgánica no sólo no es incompatible con la democracia - hay que decirlo por la tradicional asociación que todavía suele hacerse de ella con el fascismo- , sino que, combinada con las instituciones de la democracia representativa, puede ofrecer salidas (que no soluciones definitivas) a los problemas de déficit de eficacia, y especialmente de déficit de legitimidad, que ésta padece. Sin embargo, algunos elementos del neocorporativismo no pueden ser aprobados por quienes defendemos y estamos conscientemente comprometidos, ética y políticamente, con una concepción participativa de la democracia. Perspectiva desde la cual, como ya se dijo (vid. supra: 9), sólo son legítimos y justificables aquellos cambios que, de algún modo, acerquen la democracia representativa hacia otra más participativa.

El más relevante de ellos es, sin duda, que el neocorporativismo reduce, en lugar de ampliar, la participación política de los diversos sectores de la sociedad. Hay en él una clara elitización del

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proceso de adopción de políticas públicas al incorporar únicamente a los sectores que la élite gubernamental considera necesarios (normalmente son el sector empresarial y el laboral), quedando excluidos todos los demás. En este sentido, supone incluso un retroceso con relación al modelo pluralista de democracia, pues sustituye el juego competitivo de múltiples élites representativas de los diferentes intereses sociales característico de éste, por otro juego oligopólico entre tres actores.

Un segundo elemento cuestionable es que la representación orgánica del neocorporativismo se sustrae en gran medida de los controles institucionales del Estado democrático-representativo al desarrollar su actuación con una precaria y disminuida base legal que, en todo caso, le otorga una gran libertad. La mayor parte de los procesos de negociaciones y acuerdos entre los actores privilegiados se materializan en ambientes informales al margen de la institucionalidad estatal y, por supuesto, protegidos de la injerencia de la opinión pública. En otras palabras, la representación orgánica inherente a los pactos tripartitos del neocorporativismo goza de una libertad de acción de la que carece la representación inorgánica de los partidos en el Congreso.

Vistas estas deficiencias democráticas de la representación orgánica del neocorporativismo, nuestro modelo de democracia multi-representativa, que también asume la representación orgánica, significa una propuesta muy superior, pues carece de tales fallas y va mucho más allá en sus alcances participativos mediante un doble proceso de pluralización y formalización institucional. En efecto, la multi-representación que propongo amplía y pluraliza la participación política, y al mismo tiempo la institucionaliza, al incorporar plenamente, y en igualdad de condiciones con los representantes inorgánicos, la sociedad civil al conjunto de las instituciones estatales de la democracia representativa. Siendo así, la representación orgánica de la democracia multi-representativa no sólo supera a la democracia neocorporativa, sino también a la democracia pluralista tradicional, al asumir las tesis del nuevo pluralismo de las diferencias.

6. La representación orgánica-aleatoria como correctivo de las fallas de los partidos y de las elecciones

Entre las razones que se pueden alegar a favor de la representación orgánica-aleatoria está el que permite seleccionar representantes del pueblo eludiendo los principales efectos negativos que derivan de la representación inorgánica proveniente de los partidos y las elecciones. Veamos.

a) Al no estar presente la intermediación de los partidos, la representación de la sociedad civil es más genuina y directa. Cada sector tiene sus representantes directos, sin la mediatización que tiende a producirse cuando son los partidos los encargados de escoger a los candidatos que competirán en las elecciones.

b) Frente a la homogeneidad de la representación inorgánica, la orgánica-aleatoria genera heterogeneidad. Heterogeneidad en el nivel objetivo de los intereses y causas de la sociedad civil representadas en las instituciones estatales. Y heterogeneidad en el nivel subjetivo de las personalidades y estilos de hacer política de los representantes, al no tener que verse obligados a pasar por esas máquinas homogeneizadoras en que se han convertido hoy día los partidos y las campañas electorales de la videodemocracia. En este sentido, la representación orgánica-aleatoria abre una puerta a la renovación y pluralización de las élites políticas representativas, al permitir que entren a la política verdaderos amateurs y no sólo profesionales de la misma.

c) El procedimiento aleatorio impide que los partidos, mediante la influencia que ejercen sobre las demás instituciones, puedan llegar a controlar también la representación orgánica. El sorteo evita que sean dirigentes partidistas entronizados en esas instituciones los que designen a los representantes orgánicos. De este modo, al quitarle a los partidos una cuota de representación se reduce el fenómeno de la "colonización" que en muchos casos hacen de las instituciones políticas y sociales. Venezuela constituye, sin duda alguna, uno de los ejemplos más evidentes para constatar hasta qué punto puede llegar a ser perniciosa esa colonización de la partidocracia invasora de las instituciones, tanto públicas como privadas, que por su naturaleza deben funcionar autónomamente.

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d) Se abre la posibilidad de realizar el ideal del mandato representativo de la democracia liberal, que el desarrollo histórico de los partidos tergiversó, según el cual los representantes del pueblo han de poder actuar libremente, conforme a su propia conciencia y a lo que ellos interpreten que es la mejor forma de alcanzar el interés general. La selección aleatoria rescata la autonomía de los representantes al liberarlos de las líneas de partido, pues ya no le deben a nadie, gracias al mecanismo de sorteo, la posesión de su cargo.

Autonomía que hay que verla no sólo respecto a los partidos políticos, sino, en general, respecto a cualquier grupo, inclusive de aquellos que se forman en el sector al que orgánicamente pertenecen los representantes. En efecto, aunque las instituciones y asociaciones de la sociedad civil no estén controladas por los partidos políticos, no quiere decir que se hallen exentas de la dinámica grupal informal que se presenta con tanta frecuencia en todo tipo de agrupación humana y que afecta el logro de los intereses colectivos e institucionales. Si se deja que la selección de los representantes se haga mediante cualquier procedimiento que dependa de las decisiones de sus integrantes, bien sea de una junta directiva, una asamblea o unas elecciones internas, los representantes finalmente seleccionados adquirirán compromisos con los grupos informales que dentro de esas instancias decisorias promovieron sus candidaturas y ayudaron a su elección. Posteriormente, la actuación de los representantes quedará condicionada por la lógica grupal, que pondrá la representación al servicio del interés del grupo. Del mismo modo en que los partidos mediatizan los intereses generales de la sociedad en beneficio propio, el grupo mediatiza a su favor los intereses generales del sector al que pertenece. La única forma de garantizar que el representante orgánico no le deba a ningún grupo su designación y que, por tanto, podrá (lo que quiere decir que no necesariamente lo hará) actuar con total libertad e independencia, conforme a su propia conciencia y en función de lo que él considere la mejor forma de defender y promover los intereses de la categoría social a la que representa, es mediante el procedimiento aleatorio. Definitivamente, el sorteo constituye un eficaz antídoto contra la actuación interesada de los grupos que suelen surgir y enquistarse en el interior de las instituciones de la sociedad civil.

e) La asignación aleatoria de los cargos de representación orgánica tiene también la ventaja nada desdeñable, y complementaria de las anteriores, de que permite la concreción de uno de los principios democráticos que menos se ha cumplido en el desarrollo histórico de la democracia representativa: la igualdad de oportunidades de participar en la actividad política de la representación. Bastaría con que cada ciudadano, perteneciente a una de las actividades de la sociedad civil que haya sido seleccionada para integrar la representación orgánica, reúna los requisitos que se establezcan en cada caso particular, de acuerdo a la naturaleza de la actividad de que se trate, y manifieste su voluntad de optar a la representación orgánica correspondiente, para que el mecanismo del sorteo le otorgue una perfecta igualdad de oportunidades frente a los demás aspirantes.

Se da así la paradoja de que la representación orgánica-aleatoria, que parte de una combinación de desigualdad-igualdad (desigualdad basada en las diferencias de la sociedad civil e igualdad entre aquellos que cumplen los mismos requisitos), termina siendo más igualitaria que la representación inorgánica que, partiendo de la igualdad universal de todos los ciudadanos, culmina en la desigualdad real a la que conduce la intermediación partidista y la competencia electoral. La selección aleatoria garantiza una verdadera igualdad de oportunidades entre quienes son realmente iguales, mientras que las elecciones y los partidos políticos niegan de hecho la igualdad de oportunidades entre quienes son sólo formalmente iguales.

f) Finalmente, uno de los efectos más beneficiosos de la representación orgánica-aleatoria es que corta de raíz el cada vez más grave, y difícil de solucionar, problema del financiamiento de las carreras de los políticos profesionales y, sobre todo de las campañas electorales, con toda su secuela de corrupción, plutocracia, videopolítica, narcotráfico, etc. Evidentemente, el procedimiento del sorteo evita que el candidato a ocupar un cargo de representación orgánica tenga necesidad de acudir a ningún tipo de financiamiento para promocionarse ni para una campaña electoral que ya no hace falta.

7. La colectivización de los intereses particulares en la democracia multi-representativa

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Conforme al modelo pluralista de la democracia, en la democracia representativa los diversos intereses que se mueven en el seno de la sociedad civil aparecen en una doble relación de interacción competitiva entre sí, de una parte, y de influencia o presión ("articulación" de intereses o de demandas en el lenguaje sistémico-funcionalista) sobre los centros de decisiones políticas para obtener de éstos decisiones que les sean favorables, de la otra. Los intereses de cada sector se ubican en trincheras que son defendidas frente a las eventuales arremetidas de otros sectores. Siguiendo una lógica de protección-supervivencia, cada sector intenta consolidarse o crecer sin tomar en cuenta los intereses de los demás; sin embargo, a pesar de ello, se supone también que ningún interés se ve permanentemente perjudicado porque al existir libre competencia, oportunidades para todos de organizarse y un árbitro imparcial que es el Estado, se genera un equilibrio entre todos que a todos beneficia.

Por supuesto que, como ya tantas veces y por tantos autores ha sido señalado en la literatura académica, el modelo pluralista de democracia anteriormente bosquejado se halla muy lejos de la realidad. Buena parte de la crítica ha estado dirigida a mostrar que, más que un mercado político de perfecta -o cuando menos satisfactoria- competencia, entre los múltiples intereses sociales que resulte en la mejor distribución posible de los beneficios por un decisor imparcial, lo que se termina imponiendo es un mercado oligopólico en el que algunos actores ejercen influencias privilegiadas sobre las instituciones estatales, y que éstas suelen mostrarse más que receptivas ante tales influencias. Además, la teoría de la lógica de la acción colectiva nos ha dado luces suficientes para entender cómo amplios sectores de la sociedad se encuentran en una situación de desventaja estructural para participar en la libre competencia que el modelo pluralista supone, por lo que sus intereses no son atendidos de la manera que sugiere la idea de equilibrio de intereses.

Pero, aún cuando la democracia representativa funcionase tal como está previsto en el modelo pluralista, nos hallaríamos ante una relación Estado-sociedad que tendría el déficit ético-social de no poder superar la frontera existente en él que separa lo privado de lo público, y de que los intereses de la sociedad civil puedan pasar por un prisma que los reacomode a la visión global de la sociedad, proceso al que denomino colectivización de los intereses particulares.

La democracia multi-representativa ofrece la opción, al menos para los ámbitos políticos representativos, en especial el Congreso nacional, de que los intereses particulares de la sociedad civil sean colocados en un espacio público que les permita observar la perspectiva de la sociedad completa. La colectivización de los intereses sectoriales se irá dando progresivamente conforme los representantes orgánicos interactúen autónomamente entre sí y con los demás representantes inorgánicos en ese espacio público privilegiado.

Otra dimensión de la colectivización de los intereses de la representación orgánica es que, si bien no lo garantiza, el procedimiento aleatorio de selección sí abre la posibilidad de que los representantes del pueblo practiquen otro de los objertivos normativos de la representación universal postulada por el modelo liberal clásico, conforme al cual, los representantes no quedaban sujetos al mandato imperativo de sus representados, sino que se debían a los intereses generales de la nación y a la búsqueda del bien común. Aquí se produce la misma paradoja que señalamos cuando hablamos anteriormente de la igualdad de oportunidades: la representación orgánica, que tiene una procedencia particularista, permite a posteriori la representación universal gracias a la autonomía que otorga a los representantes el mecanismo del sorteo, mientras que la representación inorgánica, cuyo origen es universalista, se torna luego particularista debido al condicionamiento de los partidos políticos, proceso éste que ha sido reiteradamente señalado por diversos autores desde que fuera ya planteado por el mismo Ostrogorski. En palabras de uno de los politólogos más sobresalientes que tenemos en Venezuela:

"La instauración del sufragio universal, que lleva a la democracia de masas, junto a la creación y desarrollo de los partidos de masas, que inevitablemente la acompañan, significa un cambio radical de los supuestos sobre los cuales había venido funcionando la democracia representativa. Durante la época del sufragio restringido, los partidos existentes eran partidos de opinión, de modo que las diferencias entre ellos no consistían en que se proclamaran defensores o representantes de distintos intereses sociales, sino en sostener puntos de vista diferentes acerca del interés público. Además, los miembros de tales partidos que resultaban elegidos para ocupar posiciones parlamentarias, no estaban

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sujetos a mandatos de sus electores, y tampoco estaban sometidos a una disciplina partidista que les obligara a votar en el Parlamento de una manera determinada; de manera que, ante cada asunto objeto de debate parlamentario, podían libremente votar por las opiniones que consideraran apropiadas. Los partidos de masas, en cambio, proclaman abiertamente que representan intereses de clase o corporativos diversos. Por otra parte, cuando un miembro de tales partidos es elegido para ocupar una función parlamentaria, no tiene libertad de voto, sino que actúa como un verdadero agente, a nombre de los intereses particulares que representa y sujeto a la disciplina y a las instrucciones precisas de su partido." (Rey, 1992: 29-30).

Al no deber su cargo de representante a ningún ente directivo, asamblea o grupo informal, el representante orgánico adquiere la posibilidad de ejercer su cargo con absoluta libertad de criterio e independencia, y, a su vez, colocado en el lugar objetivo de un espacio público colectivo que le permite percibir mejor el interés público, de tamizar en procura de éste los intereses orgánicos del sector que representa.

8. Consideraciones finales

Para culminar nuestro periplo, unas cuantas consideraciones finales que estimo necesarias. La primera de ellas es que, tal cual se ha podido comprobar a lo largo del presente artículo, y como fuera advertido en su parte introductoria, me he limitado a los aspectos más generales del tema sin entrar en sus detalles, especialmente he expuesto los argumentos que respaldan globalmente la propuesta de una democracia multi-representativa, aquellos que le dan justificación política. Así, aunque se inscribe en una concepción institucional del cambio político, no me he ocupado sin embargo de las cuestiones de "carpintería" institucional, es decir, de aquellas que son operacionales y/o cuantitativas tales como: a) ¿ qué proporción de la representación en las asambleas representativas en las que se manifiesta la voluntad del pueblo se otorgaría a la representación orgánica-aleatoria? Parecería razonable que un límite máximo fuese el 50%, quedando la otra mitad para la representación inorgánica, y que un límite mínimo no debería ser menor a un porcentaje por debajo del cual la representación orgánica carecería de verdadera influencia, con lo que pasaría a ser sólo un elemento decorativo o pintoresco de la nueva estructura constitucional. Como se ve, hay mucho que decir sobre este punto; b) ¿qué sectores sociales concretos serían los representados? He sido intencionalmente ambiguo y polisémico sobre el particular, al hablar de "sociedad civil", "sectores sociales", "intereses sociales", "grupos de intereses", "movimientos sociales", "organizaciones no gubernamentales", "instituciones sociales", etc., porque deseo dejar completamente abierta la discusión para dar acceso a la riqueza y complejidad del debate actual sobre esta materia. Además, expreso de esa forma mi compromiso con un paradigma de lo social que abarque más que la simple variedad, las diferencias, la fragmentación, la disensión y hasta la resistencia. Una vez resuelto el problema cualitativo previo de determinar quiénes representarían a la sociedad civil, cualquiera sea el paradigma utilizado y en virtud de la complejidad de las sociedades actuales, quedaría siempre el problema cuantitativo del número excesivo de componentes sociales a ser representados. Este problema podría ser eventualmente solucionado con el sorteo o con el relevo de los distintos componentes seleccionados a lo largo de varios períodos consecutivos. También en este aspecto operativo hay mucho que precisar; c) una última cuestión operativa que se me ocurre es la de los requisitos que habrían de cumplir los candidatos a ser seleccionados por sorteo para la representación orgánica. Obviamente, va a depender de las características particulares de cada componente de la sociedad que forme parte de esa representación. Por ejemplo, si los profesores universitarios fuesen parte del conjunto de los integrantes de la sociedad civil que la van a representar, habría que precisar cuestiones como: ¿bastaría la sola condición de profesor para optar a participar en el sorteo, o se requeriría además una serie de requisitos relativos a la naturaleza de la dedicación, nivel en el escalafón universitario, años de servicio, etc.? En todo caso, independientemente de las condiciones particulares para cada ente representado, seguramente se establecerían requisitos elementales y comunes a todos como el que los candidatos potenciales manifiesten su voluntad de querer ser representantes.

No he abundado en todos estos aspectos operacionales porque, amén de evidentes razones de extensión para un artículo de esta naturaleza, deseo evitar que tal orden de asuntos operativos, en los que se abren múltiples opciones y seguras divergencias, desvíen la atención de lo que considero debe ser prioritario. Si no se está de acuerdo con lo esencial de la democracia multi-representativa, con su

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fundamentación y su justificación, no tendría caso pasar a debatir sobre sus aspectos operativos e instrumentales. Exponer conjuntamente lo sustantivo con lo operativo, en una materia tan polémica, contribuiría a obstaculizar un posible acuerdo en los aspectos esenciales si interfieren en el debate las inevitables divergencias que habrá en los asuntos instrumentales. Por ello pienso conveniente comenzar, primero que nada, por discutir la pertinencia o no de las razones generales expuestas a favor de la representación orgánica-aleatoria.

La segunda consideración que quiero hacer es insistir en que mi proposición no supone una actitud anti-partido, en el sentido de negar la importancia de los partidos políticos para la política democrática. No voy a detenerme en las razones que hay para defender el papel de estas organizaciones, baste con recordar que, desde un punto de vista normativo, es un derecho democrático de los ciudadanos el asociarse libre y voluntariamente para llevar a cabo las actividades lícitas que deseen, y ésta sola sería ya de por sí suficiente para justificar su existencia. Pero es que, además, aún en el peor de los casos, cuando los partidos dejan de cumplir con la mayoría de las funciones que justifican en positivo su presencia en una sociedad democrática, todavía realizan algunas funciones mínimas -o, si se prefiere, ultra-mínimas para casos como el venezolano- que los hace necesarios y hasta convenientes. Por ejemplo, los partidos resuelven eficientemente el problema que se le presenta a toda sociedad de la competencia por el poder y el de decidir quiénes y cómo ocuparán los roles de gobierno y de adopción de decisiones públicas en general. Y digo "eficientemente" porque, al canalizar tales procesos básicos por vías pacíficas y reglas de juego que excluyen la violencia, los costos sociales son siempre menores, y por supuesto preferibles, a los de otros mecanismos como son el terrorismo, el magnicidio, el golpe de Estado, la revolución y la guerra civil. Esto es, todavía en la situación más extrema de actuación ultra-mínima de los partidos, les sería válida la máxima de que son "un mal necesario".

Ahora bien, una cosa es aceptar la necesidad de los partidos políticos, e incluso su importancia cuando sobrepasan el "mínimo" de actuación y de resultados beneficiosos para la sociedad, y otra muy distinta es conformarse conservadoramente con ese mínimo, y con que mantengan de hecho el monopolio de la representación del pueblo. Si deseamos algo más que una democracia en negativo, si aspiramos a que ésta sea algo más que "el menos malo de los gobiernos", estamos obligados a introducir modificaciones que abran nuevas opciones para superar la tendencias estructurales de los partidos hacia el mínimo de actuación, causa ésta de la pérdida de aceptación que los caracteriza. Y ese es, precisamente, el sentido y propósito de la democracia multi-representativa.

Por último, no estoy afirmando que la propuesta de una democracia multi-representativa, en los términos que la he presentado, sea la solución al problema poliédrico y complejo del desencanto y la frustración del ciudadano con los resultados de la democracia representativa. No cabe la menor duda de que en su génesis intervienen muchos más factores de los que se han podido abordar aquí. Por mi parte, apenas me he limitado a uno de los frentes posibles que hay para dar la batalla de la renovación de la democracia, aquél que pretende mejorar la calidad de la representación haciéndola más plural y participativa. Pienso que es un frente relevante por la viabilidad del cambio que se propone y porque tendrá un efecto multiplicador de nuevos cambios al permitir renovar cualitativamente la clase política y modificar los estilos de hacer política. Pretendo que sea una suerte de ariete que abra una brecha en ese círculo vicioso en el que han caído algunas democracias representativas, como la venezolana, que les facilite salir de una permanente situación de "crisis" en la que los actores principales se muestran incapaces de generar cambios significativos. La democracia multi-representativa ofrece la oportunidad de producir esos cambios dentro de marcos institucionales que nos resultan familiares, ¿por qué entonces no probarla? ¿por qué no experimentar con ella? En Venezuela el momento es propicio para hacer este tipo de planteamientos cuando forman parte de la agenda política nacional los temas de la reforma constitucional y del proceso constituyente.

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