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C.N.S.C. Depto. de Historia y Cs. Sociales. UNIDAD DE ENLACE: IDEOLOGÍA, HISTORIOGRAFÍA Y MEMORIA HISTÓRICA “¡Es importante no olvidar!, por que una vez a un niño de una escuela en Alemania le preguntaron si sabia quien había sido Adolf Hitler, y el niño respondió que si, que Adolf Hitler había sido un señor que construía carreteras.” Elena Poniatowska Esta cita de la escritora mexicana Elena Poniatowska, nos adentra a dos de los problemas fundamentales de la Historia a lo largo de su desarrollo, primero, la importancia y la necesidad de recordar, y en segundo lugar conocer desde que posición y tendencia se esta escribiendo la historia, debido a que en la interpretación de la historia existen distintas visiones que intentan a la par dar respuesta al problema de la memoria, estableciendo ¿que es lo importante recordar? y ¿por qué?, intenciones que nos permiten vislumbrar desde que perspectiva que se encuentra narrando la persona y lo más fundamental aún; nuestra capacidad de recordar lo que fuimos y somos para articularlo en un futuro. LA RECONSTRUCCIÓN DE EUROPA La reconstrucción económica y política. A partir de 1946, el nuevo desafío era recuperarse de los estragos producidos por la Guerra. Una consecuencia de los regímenes fascistas fue el fortalecimiento del valor de las instituciones democráticas en la opinión de la población de los países occidentales. Primero, frente a la amenaza de la Guerra, y luego, frente al horror provocado por el conocimiento del sistema nazi, se generalizó una adhesión a las instituciones democráticas mayor que la de la épocas anteriores a la Guerra Alemania Occidental, bajo la tutela de la ocupación aliada, se dotó de nuevas formas jurídicas y de partidos políticos democráticos. Italia salió del fascismo con flameantes instituciones republicanas y, con la ayuda de los aliados, puso en pie por primera vez un régimen democrático regido por el sufragio universal. Francia, con su sistema político muy deteriorado por los años de colaboración con el ocupante nazi, fundó una nueva república. Austria siguió un desenvolvimiento parecido al alemán y rehízo un sistema político adecuado a la democracia. El resto de los países europeos continentales, que, con intensidades y características distintas, habían sido golpeados por la guerra, vieron igualmente fortalecidas sus instituciones democráticas con el retorno de la paz. En Gran Bretaña, donde se había mantenido el funcionamiento pleno de las instituciones democráticas, éstas quedaron fortalecidas. Los Estados Unidos salieron del conflicto bélico ocupando el rol de principal potencia occidental, tanto en el plano económico como en el político e ideológico. Desde este rol, impulsaron a los gobiernos europeos a enfrentar el avance del comunismo. Como parte de la misma estrategia, se implementó el Plan Marshall, que permitió la recuperación económica de los países del viejo continente e implicó, no sólo la penetración de capitales americanos a través de las empresas multinacionales, sino también la difusión de nuevas formas de ver la sociedad. Entre 1947 y 1955, las naciones destruidas por la Segunda Guerra Mundial, iniciaron su reconstrucción. Durante este período los países europeos tomaron conciencia de la necesidad de unirse: algunos de ellos no podían, por sí solos, competir con los Estados Unidos o con la Unión Soviética; por otra parte, el acercamiento debía hacer imposible un 1

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C.N.S.C.Depto. de Historia y Cs. Sociales.

UNIDAD DE ENLACE: IDEOLOGÍA, HISTORIOGRAFÍA Y MEMORIA HISTÓRICA

“¡Es importante no olvidar!, por que una vez a un niño de una escuela en Alemania le preguntaron si sabia quien había sido Adolf Hitler, y el niño respondió que si, que Adolf Hitler había sido un señor que construía carreteras.”

Elena Poniatowska

Esta cita de la escritora mexicana Elena Poniatowska, nos adentra a dos de los problemas fundamentales de la Historia a lo largo de su desarrollo, primero, la importancia y la necesidad de recordar, y en segundo lugar conocer desde que posición y tendencia se esta escribiendo la historia, debido a que en la interpretación de la historia existen distintas visiones que intentan a la par dar respuesta al problema de la memoria, estableciendo ¿que es lo importante recordar? y ¿por qué?, intenciones que nos permiten vislumbrar desde que perspectiva que se encuentra narrando la persona y lo más fundamental aún; nuestra capacidad de recordar lo que fuimos y somos para articularlo en un futuro.

LA RECONSTRUCCIÓN DE EUROPA

La reconstrucción económica y política.

A partir de 1946, el nuevo desafío era recuperarse de los estragos producidos por la Guerra. Una consecuencia de los regímenes fascistas fue el fortalecimiento del valor de las instituciones democráticas en la opinión de la población de los países occidentales. Primero, frente a la amenaza de la Guerra, y luego, frente al horror provocado por el conocimiento del sistema nazi, se generalizó una adhesión a las instituciones democráticas mayor que la de la épocas anteriores a la Guerra Alemania Occidental, bajo la tutela de la ocupación aliada, se dotó de nuevas formas jurídicas y de partidos políticos democráticos. Italia salió del fascismo con flameantes instituciones republicanas y, con la ayuda de los aliados, puso en pie por primera vez un régimen democrático regido por el sufragio universal. Francia, con su sistema político muy deteriorado por los años de colaboración con el ocupante nazi, fundó una nueva república. Austria siguió un desenvolvimiento parecido al alemán y rehízo un sistema político adecuado a la democracia.

El resto de los países europeos continentales, que, con intensidades y características distintas, habían sido golpeados por la guerra, vieron igualmente fortalecidas sus instituciones democráticas con el retorno de la paz. En Gran Bretaña, donde se había mantenido el funcionamiento pleno de las instituciones democráticas, éstas quedaron fortalecidas. Los Estados Unidos salieron del conflicto bélico ocupando el rol de principal potencia occidental, tanto en el plano económico como en el político e ideológico. Desde este rol, impulsaron a los gobiernos europeos a enfrentar el avance del comunismo. Como parte de la misma estrategia, se implementó el Plan Marshall, que permitió la recuperación económica de los países del viejo continente e implicó, no sólo la penetración de capitales americanos a través de las empresas multinacionales, sino también la difusión de nuevas formas de ver la sociedad.

Entre 1947 y 1955, las naciones destruidas por la Segunda Guerra Mundial, iniciaron su reconstrucción. Durante este período los países europeos tomaron conciencia de la necesidad de unirse: algunos de ellos no podían, por sí solos, competir con los Estados Unidos o con la Unión Soviética; por otra parte, el acercamiento debía hacer imposible un nuevo conflicto entre Alemania y Francia.

Al terminar esta última gran guerra, Estados Unidos no optó por la política de aislacionismo, que le caracterizó luego de finalizar la primera conflagración, sino que asumió una responsabilidad a nivel mundial y ayudó a la recuperación de los aliados y de los vencidos, excepto a los soviéticos. Además, este país salió muy fortalecido, puesto que gracias a su esfuerzo de guerra había superado los últimos efectos de la crisis de 1929 y, del mismo modo que sucedió tras la Primera Guerra Mundial, sus aliados europeos le debían grandes cantidades de dinero.

Los norteamericanos estaban convencidos de que las tendencias autárquicas de los años treinta habían contribuido a la tensión de las relaciones internacionales y, por eso mismo, ahora impusieron a todos los países que necesitaban su ayuda la aceptación del libre comercio. Al igual que se había llegado a acuerdos políticos, se imponía la necesidad de lograr acuerdos económicos entre los países capitalistas. Estos se produjeron antes de que finalizara la Segunda Guerra Mundial, en la Conferencia de Bretón Woods (1944), en Estados Unidos. Allí se diseñó un nuevo sistema monetario internacional basado en el dólar como moneda de validez universal, logrando que el resto de las divisas dependan de su cambio con respecto a la estadounidense. Estas medidas de de orden monetario y fiscal tenia como objetivo regular el sistema monetario y financiero internacional. Además, se fijaron los instrumentos del nuevo orden económico, que se regiría por distintos organismos supranacionales con fines diversos, entre los que se destacaron: El FMI (Fondo Monetario Internacional): Organismo dirigente de la economía capitalista mundial, formado por representantes de todos los Estados capitalistas vencedores en la guerra. Fue considerado como necesario para asegurar la estabilidad de las monedas por medio de la concesión de créditos a los Estados que atravesasen dificultades económicas. El Banco Mundial: Banco Internacional de Reconstrucción y Desarrollo. GATT (Acuerdo General sobre Tarifas Aduaneras y Comercio): Desde 1946 se convirtió en un instrumento eficaz para evitar las guerras comerciales y facilitar el comercio entre los países.

LA EDAD DE ORO DE LAS ECONOMÍAS CAPITALISTAS

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El crecimiento económico que experimentaron las economías capitalistas en este período no tenía precedentes históricos, ni por su magnitud ni por su velocidad. Sus consecuencias sociales y culturales cambiarían para siempre la faz del planeta. Fueron los treinta años gloriosos de los franceses y la edad de oro de un cuarto de siglo de los angloamericanos. En la década de 1960 el desempleo en Europa occidental era de 1,5 %, lo que equivale a tener un empleo total; en tanto que, los países capitalistas desarrollados representaban aproximadamente las tres cuartas partes de la producción mundial y el 80% de las exportaciones de manufacturas.

Estados Unidos: el gigante de la economía capitalista.

El Plan Marshall cumplió sobradamente con los propósitos trazados por el gobierno norteamericano. En el plano estratégico logró detener un potencial avance comunista en Europa y, en el económico, resultó un importante aliciente para las empresas y la economía norteamericana, las que aumentaron considerablemente sus ventas de alimento, maquinarias y materias primas.

En la década de los cincuenta, Estados Unidos era responsable del 60% de lo producido por el conjunto de los países capitalistas avanzados y poseía el 60% de las existencias de capital de ese mismo grupo, destinado a préstamos e inversiones en el exterior. El dólar se convirtió en la moneda de referencia en el ámbito mundial, y las industrias norteamericanas eran la principal fuente de innovaciones tecnológicas.

El Estado de Bienestar

Después de la Segunda Guerra Mundial, Inglaterra, Alemania, Francia, Suecia y muchos otros países capitalistas, pusieron en vigencia los postulados de John M. Keynes (1883-1946), desarrollados con vigor desde la gran crisis de 1929, que recomendaban la intervención del Estado, a través de políticas monetarias y fiscales, como medios para estabilizar la economía. En todos estos países, el Estado amplió su actuación en la regulación global de la economía y puso en práctica políticas de inversión en áreas como las obras públicas, la vivienda, los ferrocarriles, la energía y la siderurgia. En todas las economías más poderosas los Estados subvencionaron la investigación científica y tecnológica, y tuvieron un papel predominante en la evolución de la industria armamentista y espacial.

El Estado intervino también en los sistemas de seguridad social y el sostenimiento de sistemas educacionales y salud. El objetivo era crear condiciones de vida dignas para toda la población, desde el nacimiento hasta la muerte. Esto significaba la creación de mecanismos de protección de la población frente a las enfermedades, la vejez, los accidentes y el desempleo. Los Estados que sostenían estos sistemas de protección social se denominaron Estados benefactores o de bienestar.

Los gobiernos de los diferentes Estados se preocuparon de dirigir las inversiones con el objetivo de conseguir el crecimiento económico necesario para reconstruir sus economías, reinvertir los beneficios, regulas las difíciles coyunturas económicas de postguerra y conseguir una situación de pleno empleo para poder mantener las políticas sociales.

Los servicios que el Estado ofrecía implicaban unos elevados costos de financiamiento, que eran satisfechos mediante el pago de impuestos por parte de todos los ciudadanos, impuestos proporcionales a la riqueza e ingreso de cada familia. De esta manera las democracias liberales combinaron los principios básicos del libre mercado con los de la planificación, para evitar crisis económicas e integrar a los trabajadores a una sociedad de alto consumo.

ASPECTOS POLÍTICOS DE LA POSGUERRA EN ESTADOS UNIDOS.

Como se señaló antes, los Estados Unidos salieron de la Guerra fortalecidos, tanto en el orden económico como en las dimensiones internas e internacional de la política. La consolidación de la intervención estatal recorrió un camino diferente del europeo, y el crecimiento económico se apoyó, fundamentalmente, en la política armamentista contra el avance del comunismo.

Desde la muerte de Roosevelt, en 1945, se hizo cargo del gobierno el vicepresidente Harry Truman. Un signo de su política fue la Doctrina Truman, la cual comprometía la ayuda militar y económica a todos los países para “liberarlos” del avance comunista. Esto resultó evidente durante la Guerra de Corea (1948-1953), en la que Estados Unidos lideró la intervención de la ONU para frenar el avance comunista. En 1953, el republicano Dwight Einsenhower sucedió a Truman. Su política internacional siguió el mismo rumbo: la Doctrina Einsenhower garantizó la ayuda a los estados de Oriente Medio contra los ataques comunistas.

Ni el crecimiento económico ni la creación de organismos encargados de mejorar las condiciones de vida de los sectores sociales más desprotegidos solucionaron el extendido fenómeno de la pobreza, alarmante en medio de la abundancia de otros sectores. John Kennedy (1961-1963) buscó solucionar las desigualdades raciales y sociales, y condujo iniciativas -como la Ley de Derechos Civiles, sancionada en 1964- favorables a las minorías raciales. Por otro lado, inició el programa “Guerra contra la Pobreza” que implicó la construcción de viviendas, así como el saneamiento urbano y la ampliación del gasto federal en educación y salud. En el plano internacional, Kennedy mantuvo la tensión contra el comunismo; sin embargo, en respuesta a los cambios que se evidenciaban en la URSS, después de pasar el momento de mayor tensión durante la llamada “crisis de los misiles”, dio algunos signos de aflojamiento.

Con la idea de que los países latinoamericanos desarrollaran una “revolución pacífica”, el presidente demócrata dio una ayuda económica para planes de desarrollo estatal, que fue recibida por los gobiernos desarrollistas. Tras la muerte de Kennedy, el vicepresidente Johnson continuó con la política de distensión hacia la URSS, a pesar de los conflictos desatados en oriente medio y de la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968, que se analizará más adelante.

LA ECONOMÍA SOCIALISTA DE LA URSS.

En forma paralela al desarrollo económico experimentado por los países capitalistas, las repúblicas que integraban la Unión Soviética y los países europeos que estaban bajo su influencia iniciaron un proceso semejante, pero aplicando un modelo diferente.

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La economía stalinista.

El gobierno de Stalin optó en 1928 por una vía de desarrollo económica más acelerada, priorizando el desarrollo de la industria pesada. Para cumplir ese objetivo fue necesario trasladar la mano de obra campesina a la ciudad para que se convirtiera en obrera industrial y hacer más eficiente la producción agrícola, lo que se intentó hacer creando granjas de propiedad colectiva y mecanizando el trabajo agrícola. El campo debía producir más con menor cantidad de trabajadores. Entre 1929 y 1933, se pasó de 4 millones de hectáreas colectivizadas a 75 millones, mientras que el traslado de mano de obra a las ciudades con frecuencia se hizo con el uso de la fuerza, incluyendo la deportación.

La vía acelerada se llevó a cabo a través de planes quinquenales (cinco años de duración cada uno) dirigido y controlado por el Estado, que decidía dónde y cómo intervenir y que recursos humanos y económicos movilizar, según sus prioridades. Esta era la primera vez que se ponía en práctica en el mundo un sistema económico de planificación centralizada donde se sacrificaba el pleno ejercicio de las libertades individuales a cambio de otorgar al Estado la responsabilidad de regular la producción, los precios y la distribución de los bienes entre la población.

Potencia industrial, bajo rendimiento agrícola.

Los resultados de la colectivización no fueron los esperados y, si bien, la producción agrícola mejoró durante los primeros años, los rendimientos agrarios fueron muy reducidos, problema que subsistió hasta el derrumbe del régimen soviético en 1990. En el plano industrial, a cambio, la URSS se transformó en una potencia de primer orden, en especial en la siderurgia, la electricidad y el petróleo. En treinta años, el comunismo soviético convirtió una atrasada economía rural en otra moderna, erigiéndose en modelo para los países que aspiraban a conseguir lo mismo y que carecían de capital privado y de un sector industrial que impulsara el proceso. La fórmula soviética de desarrollo económico –una planificación estatal centralizada, encaminada a la construcción vertiginosa de las industrias básicas y las infraestructuras esenciales para una sociedad industrial moderna- parecía pensada para otros países.

La opción por la vía acelerada significó que el bloque soviético debió vivir con mínimos niveles de consumo (por ejemplo, en 1940 se produjeron en la URSS un poco más de un par de zapatos por habitante), garantizando a cambio un mínimo social mediante trabajo, alimentos, vivienda y vestuario subsidiados, pensiones, atención sanitaria y una preocupación especial por la educación. La transformación de un país, en buena parte analfabeto, en la moderna URSS fue un logro gigantesco para las personas que la experimentaron y para quienes buscaban modelos de desarrollo más allá de sus fronteras.

El mundo comunista entre 1945 y 1970.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, las posesiones ganadas por la URSS en la política internacional habían cambiado el eje de los conflictos

mundiales y la habían convertido en una gran potencia con capacidad de intervenir en el área formada por los países que quedaron bajo su esfera política y militar. Su desempeño en la guerra, y lo que se percibía como sus éxitos sociales y culturales, le daban cierto atractivo ideológico para sectores intelectuales de los países occidentales más desarrollados, que identificaron el socialismo con el régimen de Stalin.

En ese momento, la Unión Soviética era, al mismo tiempo, más fuerte y más débil que al comienzo de la guerra. Era más fuerte porque se había dotado de un área de protección constituida por una serie de países que, bajo su influencia, adoptaron regímenes comunistas y que oficiaban de “colchón” entre la URSS y los países capitalistas. Por intervención soviética directa o como consecuencia de procesos autónomos, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania, Bulgaria, Alemania del este, Yugoslavia y Albania, se sumaron a la conformación de un bloque comunista. Además, los soviéticos habían ampliado sus fronteras anexando Lituania, Letonia y Estonia.

Pero la URSS era también más débil, en virtud de los inmensos daños sufridos por su población y su economía durante la guerra. El país tenía por delante largos años de penurias habitacionales y de racionamiento de artículos de primera necesidad. Los millones de muertos en la guerra implicaban una alteración muy seria de la estructura demográfica. Además, en ciertas regiones, había existido una propensión a colaborar con la invasión nazi y, al finalizar el conflicto, el gobierno de Stalin resolvió realizar traslados masivos de poblaciones como castigo. La infraestructura de medios de transporte, los mecanismos de producción de energía y los depósitos de alimentos o de otros bienes estratégicos (que en cualquier guerra, son un blanco privilegiado de los atacantes) tenían funciones muy importantes en la URSS dado el carácter centralmente planificado de su economía, y su deterioro y destrucción afectaron la organización del sistema político.

En los países que formaban parte del bloque, la oposición al comunismo se articuló con las ideas políticas favorables a la defensa de la identidad nacional, éste fue uno de los focos de resistencia que, en momentos distintos, afloró en los diferentes países del Este.

Al morir Stalin, en 1953, hubo largas pugnas por el poder, disminuyó la represión interna y un cierto “deshielo” pareció, contradictoriamente, ponerse en marcha.

En esas luchas, terminó por imponerse Nikita Kruschev, que gobernó hasta 1965, cuando lo reemplazó Leonid Brezhnev, quien ocupó el cargo hasta 1982. Durante esos años, se había endurecido la política interna, y el malestar de los intelectuales y de los científicos (que consiguieron hacer llegar sus protestas a Occidente) sirvió para deteriorar internacionalmente la imagen del régimen comunista. La invasión a Checoslovaquia en 1968 operó en el mismo sentido.

RELACIÓN ENTRE ESTADOS UNIDOS Y LA UNIÓN SOVIÉTICA.

Una de las principales consecuencias de la Segunda Guerra Mundial fue que el centro del poder internacional se desplazó fuera de Europa. Estados Unidos y la Unión Soviética se alzaron como los nuevos polos de poderío mundial, extendiendo su dominio sobre amplias zonas del planeta. Apenas terminada la guerra, comenzaron a surgir las profundas

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diferencias entre esas dos potencias que habían integrado el bloque de los aliados. La derrota del enemigo común, el fascismo, permitió que emergieran en toda su dimensión las brechas que separaban al sistema capitalista, sustentado por Estados Unidos, del modelo socialista puesto en práctica por la Unión Soviética.

Bajo el rótulo de Guerra Fría quedaron agrupados los conflictos que dominaron la escena internacional entre 1946 y 1991. Bajo esta expresión, utilizada en 1947 por el periodista Walter Lippmann en su libro The Cold War, se pretendía definir como Guerra Fría, el estado de tensión permanente y desconfianza recíproca que se había generado entre los bloque liderados por las dos superpotencias, Los EE.UU. y La URSS.

Si bien no se produjo ningún conflicto militar directo entre ambos bloques, las sospechas mutuas y las hostilidades condujeron a roces permanentes en medio de una peligrosa carrera armamentista. Los grupos dirigentes de ambas potencias consideraban, y expresaban a través de sus sistemas de propaganda, que el conflicto entre capitalismo y socialismo era una lucha ideológica entre dos sistemas económicos y entre dos enormes ejércitos, dotados de un potencial de destrucción de alcance inédito en la historia mundial. La tensión permanente que caracterizó al período se contuvo sólo ante el riesgo evidente de que un choque directo entre las potencias podría convertirse en el suicidio de la humanidad.

En este periodo, se disputaron las áreas de influencia mundial a través de terceros países, a los cuales dieron apoyo militar y logístico. Recurriendo al ejercicio de una presión permanente sobre el otro bloque por medio de los embargos económicos, acciones diplomáticas y campañas de propaganda.

Existió, asimismo, una continua actividad de espionaje, organizada por instituciones especializadas: la CIA (Agencia Central de Inteligencia), que comenzó sus funciones en los EE.UU. en 1947, y la KGB (Comité de Seguridad del Estado), policía secreta de la URSS desde 1954.

Formación del bloque socialista y capitalista.

Estados Unidos y la URSS crearon dos grandes bloques mundiales, cuya separación iba más allá de lo militar. Se enfrentaban dos principios ideológicos, dos proyectos de sociedad, de economía y dos modos de vida muy diferente: por un lado, Estados Unidos que postulaba los principios del capitalismo y; por el otro, la URSS con los principios del comunismo.

Los países capitalistas se sentían herederos del liberalismo del siglo XIX resaltaban el principio de libertad de los individuos y la iniciativa privada en el logro del desarrollo económico, aunque muchas veces esa libertad sólo se cumpliera para los más poderosos, pues el dominio económico y político de Estados Unidos se hizo sentir en gran parte del mundo, en especial en América Latina. Con la primacía de estos dos principios, grandes áreas y problemas sociales quedaron sin atención, aumentando la concentración de la riqueza, por un lado, y la pobreza, por otro.

Por su parte, en el bloque socialista se proclamaba con mayor fuerza el principio de Igualdad, otorgándole al Estado la responsabilidad de asegurar que todos los ciudadanos tuvieran acceso a vivienda, salud y educación gratuitas, para lo cual debió restringir muchas de las libertades individuales, como el derecho a la propiedad el de libre circulación. El

Estado planificaba la producción, el desarrollo industrial, y fijaba los precios, restringiendo la iniciativa privada. La URSS también impuso su dominio a otros países, creando una gran dependencia económica y apoyando gobiernos autoritarios en muchas naciones socialistas.

Esta división del mundo en dos grandes bloques se expresó a través de zonas de influencia. La delimitación y defensa de las zonas de influencia de Estados Unidos y la URSS, extendieron la Guerra Fría prácticamente por todo el mundo. En todos los continentes, en algún momento, las potencias enfrentaron sus intereses con mayor o menor intensidad y con distintos grados de peligro para la paz mundial. Sin embargo, el modo de enfrentarse varió de acuerdo a la importancia estratégica, económica o política que las superpotencias daban a cada una de las regiones. En consecuencia, la Guerra Fría tuvo un impacto distinto en las regiones del mundo: para algunas significó un beneficio especial, que les permitió superar la crisis económica de la posguerra; para otras, en cambio, fue sinónimo de invasiones, muerte y destrucción de sus territorios.

LA GUERRA FRÍA EN EUROPA.

Durante los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, Europa debilitada y relegada a un segundo plano en la política mundial, fue el principal escenario de la Guerra Fría. Allí las potencias intentaron limitar la influencia de su enemigo mediante programas de ayuda económica, como el Plan Marshall, implementado por Estados Unidos desde 1947 y que consistía en el otorgamiento de préstamos de bajo interés destinados en su mayor parte a Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia; y el Consejo de Asistencia Económica Mutua (CAME o CAMERCON) creado por la URSS para impedir que los países de Europa Oriental aceptaran la ayuda económica norteamericana y cuyo propósito era promover la industrialización de los países miembros y el intercambio comercial entre las naciones del bloque.

En el terreno militar, el enfrentamiento entre las potencias se manifestó a través de la constitución de alianzas. En 1949, los norteamericanos impulsaron la creación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), que agrupaba a la mayoría de los países capitalistas noratlánticos en una alianza defensiva que comprometía a sus miembros a prestarse ayuda en caso de agresión a terceros. En 1955, los soviéticos respondieron con la creación del Pacto de Varsovia, una organización militar que reunía a los países comunistas. La mayor tensión de la Guerra Fría en Europa se relacionó con la crisis de Berlín en 1947, cuando ambos bloques se disputaron el control y la ocupación de esa ciudad.

División de Alemania y la construcción del muro de Berlín.

Un primer síntoma de lo que sería la Guerra Fría se pudo apreciar con motivo de la repartición que los aliados hicieron de Alemania, después de la derrota de los nazis. Las diferencias entre la URSS, por un lado, y las potencias occidentales, por el otro, impidieron unificar las cuatro zonas de influencia que se habían establecido en 1945 y así, en 1949, nacieron dos Estados nuevos: la República Democrática Alemana (RDA) y la República Federal de Alemania (RFA).

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La capital, Berlín, También permaneció dividida, lo cual implicó que al interior de la RDA hubiera un enclave occidental que se regía por otras leyes. La tensa situación en la frontera que separaba los dos sectores de Berlín, los atentados y sabotajes de que fue victima Berlín Oriental originaron, en 1961, la construcción del emblemático “muro de Berlín”, símbolo de la Guerra Fría.

Primavera de Praga.El movimiento renovador checoslovaco del

socialismo, conocido como la “Primavera de Praga”, intentó alcanzar un socialismo menos rígido. Apoyado por gran parte de la ciudadanía, el presidente comunista Alexander Dubcêk procuró liberalizar el régimen, proceso que se inicia en 1968. Un año después, las tropas de la URSS invadieron el territorio checo, se depuso a Dubcêk y se anularon las reformas.

LA GUERRA FRÍA EN ASIA ORIENTAL.

Asia fue la región del planeta en que las superpotencias compitieron durante todo el desarrollo de la Guerra Fría, y por lo tanto, donde mayores fricciones se produjeron entre ambas. Allí el enfrentamiento se hizo presente en:

La Revolución China: en 1949 el líder comunista Mao Tse-Tung se impuso y extendió el régimen comunista a toda China. Inicialmente, la relación entre este país y la URSS fue cooperativa. Durante la Guerra de Corea, China reforzó su alianza con los soviéticos mientras rompía con los Estados Unidos y sus aliados. Hacia fines de los años cincuenta las relaciones chino-soviéticas se tensaron y culminaron con una ruptura total con la URSS a comienzos de la década del sesenta, donde plantearon una vía de construcción de una nueva sociedad y una nueva cultura. Entre las medidas adoptadas más importantes, desarrolladas por el Partido Comunista Chino, destaca una gran reforma agraria, pues la mayoría de la población china era campesina y, por otra parte, una gran reforma cultural.

En la actualidad, el gobierno chino sigue siendo dirigido por el Partido Comunista, pero ha desarrollado un proceso donde abrió la economía a la inversión extranjera y a la empresa privada.

La Guerra de Corea (1950-1953):Lo mismo que Alemania, la Península de

Corea fue dividida luego de la Segunda Guerra Mundial. En 1948 se formaron dos Estados: Corea del Norte: comunista y aliada de la URSS; y Corea del Sur, aliada de Estados Unidos. A raíz de una disputa fronteriza, el ejército de Corea del Norte invadió el país del Sur. Estados Unidos se involucró de inmediato en esta guerra, enviando tropas para pelear contra el ejército coreano comunista. Luego de que el país más poblado del mundo, China, se hiciera comunista en 1949, Estado Unidos temía que todo el sudeste asiático se hiciera comunista. Era el llamado “efecto dominó”: si cae un país (en el comunismo) caen todos. De esta forma, Estados Unidos intervino agresivamente en ese conflicto, incluso algunos de sus generales propusieron lanzar una serie de bombas atómicas en la zona de la frontera chino-coreana. Pese a todo, al cabo de tres años de guerra, la frontera de las dos Coreas se mantuvo como en un comienzo.

La Guerra de Vietnam (1962-1974). La Guerra de Vietnam fue la más larga y

cruenta de todo el período. Liberada del Colonialismo

Francés en 1954, Vietnam fue dividida en dos por la comunidad internacional: el Norte Comunista y el Sur capitalista.

Las fuerzas comunistas eran muy poderosas y habían tenido un gran protagonismo en la liberación del país del dominio francés, por lo que rechazaron la división del país postulando que Vietnam era uno solo. Pero Estados Unidos se opuso a la unificación y envió tropas desde 1962 para rechazar la guerrilla comunista, pues el Ejército de Vietnam del Norte comenzó a invadir el Sur para unificar el país. Desde esa fecha y hasta 1974, los Estados Unidos intervinieron en el conflicto, bombardeando y destruyendo gran parte del país. Si embargo, la resistencia del ejército comunista hizo que las tropas de Estados Unidos se retiraran sin lograr su objetivo. De hecho, al año siguiente de su retiro, en 1975, los comunistas se tomaron la capital de Vietnam del Sur, Saigón, y unificaron el país bajo un gobierno comunista.

Invasión Soviética a Afganistán (1979-1989).Un golpe militar en 1978 llevó al poder a un

régimen comunista dirigido por Mohamed Taraki, marcará el inicio del conflicto.

Las reformas socializadoras y laicas del nuevo gobierno encontraron una enorme resistencia en una población aferrada a un pensamiento islámico anclado en la tradición coránica. La resistencia pronto se concretó en las guerrillas islámicas de los “mujahidines”. Los problemas internos de las dos principales tendencias comunistas precipitaron la intervención de la URSS en 1979.

Esta intervención llevó a la inmediata reacción norteamericana. Washington consideraba que este país asiático se hallaba fuera de la zona de influencia soviética y artículo una dura respuesta: el embargo de grano para ser exportado a la URSS y ayuda militar a la guerrilla islámica.

La guerra rápidamente se estancó y mientras los más de 100.000 soldados soviéticos controlaban las ciudades la guerrilla dominaba las zonas rurales. La guerrilla, armada eficazmente apertrechada por EE.UU. y reforzado con voluntarios árabes y musulmanes (entre ellos el saudí Osama bin Laden), mantuvo en jaque a un ejército soviético.

Finalmente en el marco de la perestroika, Gorbachov decidió sacar a sus tropas hacia 1989 de los que muchos denominaron el "Vietnam soviético".

AMÉRICA LATINA DURANTE LA GUERRA FRÍA.

En los años sesenta, la mayor parte de los gobiernos latinoamericanos eran democráticos. Sólo Paraguay, República Dominicana, El Salvador, Haití y Nicaragua permanecían bajo regímenes dictatoriales.

El caso cubano:En 1959 una revolución dio fin a la

dictadura de Fulgencio Batista, que se había instalado en Cuba en 1952 con el apoyo de los Estados Unidos, dado que protegía sus intereses. El nuevo gobierno, encabezado por Fidel Castro, realizó profundas reformas: distribuyó las tierras de cultivo, alfabetizó a la población e implementó un amplio programa de salud. En 1961 los Estados Unidos, preocupados por la política cubana, impusieron un bloqueo económico a la isla, y en el contexto de la Guerra Fría, la URSS acudió en apoyo de Castro. La orientación de la Revolución cubana se definió como pro-soviética en ese momento y tras el intento de Kennedy de invadir la isla.

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En 1962 se vivió uno de los momentos más tensos de la Guerra Fría, cuando instalaron misiles soviéticos en Cuba, en respuesta a los misiles norteamericanos emplazados en Turquía y que apuntaban a Rusia. El gobierno estadounidense respondió a la amenaza declarando el bloqueo económico a Cuba: cualquier buque que se acercara a la isla con material estratégico sería detenido o hundido. La URSS no desafió el bloqueo y después de algunas negociaciones, en las que Estados Unidos se comprometió a no atacar a Cuba y a renunciar a sus misiles en Turquía, la URSS aceptó retirar sus misiles de la isla caribeña.

La Revolución cubana y la crisis de los misiles provocaron un importante cambio en la política de Estados Unidos hacia América Latina, teniendo como objetivo el evitar que la experiencia socialista de Cuba se repitiera en otro lugar del continente. Con esa finalidad se implementó bajo el gobierno de Kennedy un programa de ayuda económica, denominada “Alianza para el Progreso”, y se formó a las fuerzas armadas del continente bajo la doctrina de seguridad interior del Estado, que perseguía combatir a los enemigos internos que se desarrollaban en cada país y que, desde el punto de vista de Estados Unidos, correspondían a todas las fuerzas y organizaciones que se identificaran con el ideario socialista.

LA GUERRA FRÍA EN ÁFRICA.

En este continente las luchas de liberación nacional que jalonaron el proceso de descolonización, se entrelazaron en muchos casos con el conflicto entre los Estados Unidos y la URSS.

Aunque el presidente de Estados Unidos, T. Roosevelt, había sido uno de los principales defensores del derecho de las colonias a independizarse, el temor a que los nuevos Estados optaran por un modelo socialista llevó a Washington a respaldar a sus aliados europeos en la conservación de los imperios.

El apoyo de la URSS al proceso descolonizador, condujo a Estados Unidos a practicar una política fluctuante, muy atenta a impedir que los nuevos países derivaran hacia el bloque comunista. La descolonización: con el fin de la Segunda Guerra Mundial, los imperios coloniales se desintegraron y dieron lugar va un conjunto de nuevas naciones. Si antes de la guerra alcanzaban los dedos de una mano para enumerar los estados independientes de Asia y África, a fines de 1960 se mantenían muy pocos dominios coloniales y decenas de nuevos Estados habían surgido a la vida independiente. Se trató de un cambio producido, en gran parte, por el debilitamiento de las potencias coloniales y por el auge del nacionalismo independentista en las antiguas colonias, estimulado por la disputa entre la URSS y Estados Unidos en el marco de la Guerra Fría.

La primera etapa del proceso se desarrolló en Asia; luego surgieron las nuevas naciones del mundo árabe en Oriente Medio y el norte de África y, por último, las del África subsahariana, que se formaron en rápida sucesión desde fines de la década de 1950.

a) Dos modelos: para analizar el proceso de descolonización es útil contraponer el modelo de las potencias coloniales más importantes del siglo XIX, Gran Bretaña y Francia. Cuando Gran Bretaña fue consciente de su declinación, inició un largo proceso de negociación con sus colonias, en el marco del cual, algunas de ellas accedieron al estatuto de “dominios” y

adquirieron una semiautonomía. Cuando llegó la hora de la descolonización, Gran Bretaña no se opuso a un curso de los acontecimientos que consideraba irreversible y buscó, en muchos casos con éxito, limitarse a mantener los vínculos económicos y cierta comunidad política con las colonias que accedían a soberanía.

El modelo francés se opuso al británico, particularmente, en el caso de las colonias del sudeste asiático y de Argelia. Francia resistió los procesos de independencia y buscó integrar sus colonias con la metrópoli, otorgando, por ejemplo, la ciudadanía francesa a los nativos dominados. Al desconocer la profundidad, la amplitud y el carácter del nacionalismo rebelde, facilitó el desarrollo de cruentas y prolongadas guerras de liberación.

Entre 1954 y 1961, las tropas francesas enfrentaron la acción del frente de Liberación Nacional Argelino, que propició la rebelión contra la administración colonial. Después de un violento conflicto, Francia se vio obligada a conceder la independencia. En Indochina, durante la Segunda guerra Mundial, los japoneses habían controlado el territorio con el consentimiento del régimen colaborador de Vichy, lo que provocó la expansión del movimiento de liberación de orientación comunista. A la derrota japonesa en la contienda le siguió la inmediata declaración de la Independencia, que fue rechazada por los franceses. Derrotada militarmente en la famosa batalla de Dien Bien Phu, Francia fue obligada a aceptar el curso de los acontecimientos y, en 1954, liberó el territorio.

La situación de Indochina no se resolvió, sin embargo, en ese momento. Durante los años de la Guerra Fría, la retirada francesa dio lugar a la conformación de cuatro Estados diferentes: en 1953, y de una forma relativamente calma, se formaron Laos y Camboya.

b) Descolonización sin modelo: la descolonización en oriente medio no siguió ninguno de los dos patrones anteriores. Palestina, por ejemplo, no era una colonia, sino una administración de Gran Bretaña por “mandato” de la Sociedad de las Naciones, desde el fin de la Primera Guerra Mundial. En su territorio, se desarrollaba el proyecto sionista para la creación del Estado de Israel, lo que produjo una expansión importante de la comunidad judía. El también pujante nacionalismo árabe, que ya había logrado la independencia de varios Estados en torno de las fronteras palestinas, se oponía a este objetivo, en el que se veía un cercenamiento de su propio territorio. Cuando terminó la Segunda guerra mundial, los británicos transfirieron la responsabilidad del problema a las Naciones Unidas, donde se resolvió la creación de dos nuevos estados en Palestina: uno judío y otro árabe.

El conflicto árabe-israelí

Desde principios de siglo XX se había extendido entre la comunidad judía la idea de crear un estado propio. Entre las décadas de 1920 y 1930, el antisemitismo había provocado una migración masiva de judíos a Palestina. Un a vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, en medio de la conmoción causada por el genocidio que había padecido este pueblo a manos de los nazis, muchos de los judíos sobrevivientes al holocausto acudieron a Palestina como un lugar de refugio, reclamando que se hiciera

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efectiva la promesa de reivindicación territorial hecha por los británicos durante la primera guerra mundial (Declaración de Balfour, 1917) No obstante los árabes se negaron a hacer concesiones territoriales, por lo que Inglaterra, que mantenía su mandato sobre Palestina. Por ello en 1945 se creó la Liga Árabe, movimiento internacional de su nacionalismo y en 1964 nació la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), bajo el liderazgo de Yasser Arafat, cuyo objetivo era la creación de un Estado Nacional Palestino intento aplacar a los árabes limitando la inmigración judía.

Sin resultado alguno, en 1947 la Organización de las Naciones Unidas elaboró un plan que pretendía solucionar el problema sin olvidar las reclamaciones territoriales de los árabes. El proyecto incluía el fin del mandato británico, la división de palestina en dos Estados independientes –uno Judío y otro árabe, la libertad de comunicación y de paso por ambos territorios, y por el último el establecimiento de un gobierno internacional de Jerusalén. Así el 14 de mayo de 1948, el consejo nacional Judío proclamó la independencia del Estado de Israel en la zona asignada por las Naciones Unidas. La disconformidad de los palestinos, originada de la repartición territorial, dio inicio al conflicto árabe-israelí que perdura hasta la actualidad.

Se han sucedido, desde la formación del Estado de Israel, varias guerras árabes – judías:

1)Consolidación del Estado Judío que anexa nuevos territorios y ocupación de los territorios palestinos restantes, por Egipto y Jordania.

2)La Guerra del Canal de Suez: Conocida como la guerra de Suez, se inició por las acciones emprendidas por el presidente egipcio Nasser quien nacionalizó en canal de Suez y prohibió a Israel el paso, Inglaterra y Francia invadieron a Egipto, aunque finalmente por la mediación de la ONU se retiraron en diciembre de ese mismo año y la zona del canal quedo bajo vigilancia de esta organización. Israel se replegó a la posición que mantenía antes del conflicto. Tras esta guerra se incrementa el éxodo de la población palestina hacia los países árabes vecinos y se crean organizaciones de lucha, consolidándose la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), liderada por Yasser Arafat

3)La Guerra de los Seis Días (1967): Se desarrolló entre el 5 y el 10 de junio de 1967. Consistió en una batalla relámpago que se inició por la ocupación por parte de las tropas egipcias y culmino con una contundente victoria israelí que al termino de esta guerra había conquistado toda Cisjordania, la zona árabe de Jerusalén, Gaza, la península de Sinaí y los Altos del Golán en Siria. Pese a las demandas de la ONU, Israel retuvo estos territorios. Los judíos se afirman en los territorios ocupados y los enfrentamientos se circundan a acciones de los palestinos contra Israel desde los países vecinos.

4)La Guerra del Yom Kippur (1973) y los acuerdos de Camp David: La negativa constante de Israel por cumplir las resoluciones de la ONU con respecto a la liberación de los territorios ocupados, fue un factor que gatillo la cuarta guerra árabe-israelí o la guerra del Yom kippur en la que Siria y Egipto atacaron sorpresivamente a Israel . Israel contraatacó los Altos del golán y, con el apoyo de los Estados Unidos, obtuvo una nueva victoria.

Como resultado, los Estados árabes embargaron el petróleo a todos los países que habían a Israel, generando una crisis económica mundial. En 1979, con la medición de la ONU, se firmaron los acuerdos de Camp David, con los cuales Egipto recuperó Sinaí en 1982 a cambio de reconocer a Israel. Los palestinos, sin embargo, quedaron fuera del acuerdo y Siria se negó a reconocer a reconocer a Israel, por lo que los Altos del Golán continúan bajo ocupación israelí

OTRAS FORMAS DE DIVISIÓN.

La división del mundo en dos bloques de poder antagónicos y su enfrentamiento en la Guerra Fría, no se expresó solamente en la lucha por sus zonas de influencia territorial. Con mucha frecuencia, el conflicto alcanzó gran relevancia en el plano de las ideas, en un debate en que ambas potencias atacaban a su rival destacando las bondades del sistema que ellos defendían y el lado oscuro del propiciado por su enemigo.

La “demonización” del adversario fue utilizada a menudo por los aparatos de propaganda de ambos bandos, dando lugar a toda una producción cultural muy propia de estos años, que se expresó en la literatura, el cine y la gráfica, en ocasiones de manera irónica y, en otras, con mucha seriedad. Así daban cuenta del ambiente que caracterizó el período y de la visión que cada bando tenía de si mismo y de su enemigo. El miedo a la guerra nuclear: con el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y Nagasaki el mundo entró en una nueva época, la era atómica.

En 1945, sólo Estados Unidos poseía la bomba atómica. Con la Guerra Fría, la URSS se lanzó a su fabricación, enseguida Gran Bretaña, más tarde Francia, China, Israel, India y África del sur. El arsenal atómico amenazó la sobrevivencia del planeta, el apocalipsis dejaba de ser un tema bíblico para convertirse en el horizonte de varias generaciones. Con el arma atómica, la “paz nuclear” reposaría en el equilibrio del terror.

A su vez, el hombre adquirió la capacidad real de autodestrucción de la especie, mediante la Destrucción Mutua Asegurada -MAD-, estrategia militar alimentada por las dos grandes superpotencias durante la guerra fría, clave de bóveda sobre la que descanso la disuasión nuclear, mediante una desbocada carrera de armamentos que garantizara en caso de confrontación nuclear la destrucción absoluta del adversario.

Los arsenales nucleares almacenados durante la guerra fría alcanzaron la capacidad de destruir varias veces la vida del planeta, al menos en sus formas actuales conocidas, con la consecuente desaparición de la especie humana, a través de los efectos inducidos por el invierno nuclear. La competencia tecnológica: en el contexto de la guerra fría, los Estados Unidos y la Unión Soviética vivían enfrentados en una competencia permanente por el prestigio y el poder, y uno de los terrenos donde se manifestaba esa competencia era el orden de los avances científicos y tecnológicos. En 1957, los soviéticos aventajaron a los norteamericanos al convertirse en los primeros en enviar al espacio un satélite artificial (el Sputnik) y ese mismo año, pusieron en órbita al primer ser vivo, la perra Laika. En 1961, el soviético Yuri Gagarin fue la primera persona en comandar un vuelo espacial. Los norteamericanos respondieron con la creación de la Agencia espacial y

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Aeronáutica (NASA), en 1958, y con el inicio de una agresiva política espacial que tuvo un gran hito en 1969 con la llegada a la luna de los astronautas de la nave Apolo XI. En 1968, más del 80% de los fondos destinados a la investigación y el desarrollo en los Estados Unidos, y más del 60% en Gran Bretaña y en Francia, se concentraban en las áreas de defensa, investigaciones atómicas y espaciales.

EL TERCER MUNDO

Nuevas independencias, nuevas naciones; El fin de los imperios coloniales

La segunda mitad del siglo XX también trajo consigo el derrumbe del orden imperial que las principales potencias de Europa habían sostenido trabajosamente desde la centuria presente. Si bien los primeros síntomas de crisis de este modelo comenzaron a manifestarse en las décadas que siguieron el Tratado de Versalles, todo vino a dinamizarse tras 1945, cuando se inició el ocaso definitivo de una realidad que no parecía encajar en las nuevas coordenadas de la política mundial.

África y Asia, sin duda los continentes más afectados en los tiempos del reparto territorial, irrumpieron así en la escena global con demandas autonomistas paradójicamente sustentadas en las mismas ideas que los países occidentales validaban a propósito de sus conflictos internos: nacionalismo, soberanía, igualdad racial, independencia y libertad.

Este proceso, conocido como descolonización, se desarrolló de manera rápida y fulminante. De hecho, no pasaron más de treinta años entre el primer quiebre en el extenso dominio británico (1947) y la desaparición de las colonias portuguesas en África (1975). Y así como existieron notorias diferencias en las estructuras de dominación que cada potencia había impuesto en sus territorios, también fueron disímiles los caminos que cada colonia siguió en su lucha por la independencia. Existieron casos en que el derrumbe del sistema se resolvió pacíficamente, como en las independencias de India y Paquistán, donde la debilidad del Imperio Británico debió transformarse en resignación ante la incontenible vitalidad del movimiento descolonizador. Pero también hubo situaciones en que la autonomía tuvo un alto precio y solo se logró tras violentas guerras que dejaron en mal pie a las antiguas colonias, como en Argelia o Mozambique.

Sin desconocer las particularidades regionales, no cabe duda de que los movimientos independentistas asiático y africano formaron parte de un proceso en la historia contemporánea. Si se quisiera calibrar su impacto, solo bastaría mencionar que la descolonización significo la transformación completa del mapa político mundial, ahora reordenado para reconocer geográficamente a los nacientes Estados.

El proceso de descolonización

Una revisión de las diversas causas que explican la oleada independentista en África y Asia revela en qué medida este complejo proceso estuvo ligado a las alternativas del devenir político del sigo XX. Las transformaciones a escala global que la primera parte del siglo trajo consigo –dos grandes guerras y una profunda crisis económica- sin duda alteraron los equilibrios y fundamentos que habían sostenido el sistema imperial desde sus inicios. En este sentido, la descolonización no puede entenderse

únicamente como un fenómeno acotado o restringido a los espacios de lucha por la autonomía. Es también acotado o restringido a los espacios de lucha por la autonomía. Es también reflejo de los acelerados cambios que el mundo presenció desde 1914. Las consecuencias sociales y materiales de ambas guerras significaron un fuerte desgaste para las naciones colonizadoras europeas, principalmente Inglaterra. Francia y Alemania. Sobre todo después de la Segunda Guerra, Europa perdió la hegemonía que había ejercido durante siglos, lo que minó claramente su prestigio frente al mundo y modificó la imagen que de ella tenían las colonias. De hecho, vulnerabilidad había quedado al descubierto en los momentos en que el triunfo de las potencias del Eje parecía inminente y se confirmó durante el desarrollo del conflicto: las guerrillas de resistencia que muchas colonias libraron a favor de sus metrópolis – especialmente en Asia- desnudaron la fragilidad del dominio europeo. No fue extraño que en estas mismas zonas se articulan posteriormente los movimientos autonomistas más vigorosos, fraguados en la experiencia acumulada durante las luchas armadas. Similar consecuencia tuvo el enrolamiento de población africana en los ejércitos ingleses. Finalizada la guerra, las debilitadas potencias manifestaron el deseo de introducir una serie de reformas con el fin de modificar el estatus de sus colonias y hacer menos gravosa la dominación. Los tiempos habían cambiado y ello hacía necesario ajustar algunas prácticas. De cierta forma, la adopción de estas medidas constituyó un reconocimiento velado del desgaste interno referido anteriormente. Pero también era consecuencia de las exigencias impuestas por los nuevos referentes políticos y ciertos organismos internacionales, comprometidos -al menos en el discurso- con el fin del colonialismo. El agotamiento de las otrora potencias dominantes y las nuevas coordenadas de la política internacional fueron factores claves en el inicio del proceso de descolonización. Sin embargo, la causa más gravitante tuvo que ver con las consecuencias directas del dominio imperial. La explotación sistemática de los recursos naturales y la subyugación de sus habitantes sumió a estos territorios en niveles de miseria cuya gravedad sólo se hizo patente tras la desarticulación colonial. Las presiones ejercidas por los intereses capitalistas justificaron la imposición de un sistema de trabajo y tributos que afectaba directamente a la población nativa. Los castigos corporales y la muerte eran frecuentes en el marco de este usufructo laboral, que también supuso -especialmente en el caso africano- el quiebre de vínculos tribales y de parentesco debido a traslados masivos de trabajadores de un punto a otro. Por lo mismo, el contraste entre las condiciones de vida de los "súbditos" y los privilegios y comodidades que disfrutaban los agentes de colonización enorme. Todo esto alimentaba un resentimiento profundo y compartido en la población local, que se tradujo en diversos mecanismos de resistencia: pereza, desobediencia cívica o revueltas armadas. Similares consecuencias tuvo el proyecto de occidentalización que las potencias europeas montaron tras sistemas educacionales orientados a la formación de los nuevos modelos administrativos. Al imponer la asimilación de nuevos patrones, el proyecto atentaba directamente contra las tradiciones culturales autóctonas. En este caso, sin embargo, el método término volviéndose contra el propio agente.

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Precisamente al alero este tipo de educación se formaron los principales intelectuales y líderes de los movimientos independentistas, los mismos que encabezaron la resistencia al imperialismo ofreciendo un sustento ideológico que conciliaba las demandas y la cultura de los pueblos dominados con el nacionalismo y otras fuentes del discurso político occidental. Asimismo, importantes representantes de estas tendencias separatistas habían seguido estudios de derecho, antropología o filosofía en la más prestigiosas universidades europeas. Mahatma Gandhi e India, Kwame Nkrumah en Ghana, Leopold Sedar Senghor en Senegal y Ahmed Ségou Touré en Guinea, son ejemplos claros de esta doble tendencia.

La pesada carga colonial

Lejos de inaugurar una época de esplendor o certidumbre, la descolonización significó un desafío de proporciones para los distintos países que iniciaban su vida autónoma. Durante muchos años, la instauración de regímenes representativos o el respeto la libertad fueron anhelos más que realidades. A los costos humanos y materiales derivados de las luchas de independencia se sumaba la falta de experiencia política, la desconfianza frente a los modelos institucionales establecidos y los agudos conflictos internos que emergieron tras la independencia. Y es que la desarticulación de los imperios no sólo dejó al descubierto el estado de postración y miseria en el que sobrevivían los habitantes de las antiguas colonias, con altas tasas de analfabetismo y lejos de los mínimos estándares sanitarios. También dejó la puerta abierta para la explosión de las complejas tensiones y rivalidades -religiosas, étnicas, culturales e históricas- que cruzaban a cada pueblo y habían permanecido medianamente contenidas tras la fachada del dominio extranjero o que habían sido creadas precisamente por ese orden. Todas esas diferencias cobrarían singular importancia tras la independencia y generalmente dieron origen a guerras civiles o enfrentamientos regionales -instigados ocasionalmente por ex metrópolis que mantenían intereses económicos o desean seguir usufructuando de los recursos locales- le vinieron a fracturar más todavía a las nuevas naciones. No fue extraño que estas rivalidades se resolvieran mediante la instalación de violentas dictaduras, encabezadas usualmente por líderes militares que se mostraban renuentes a perder el protagonismo alcanzado durante las luchas de independencia. Tristemente célebre fue la dictadura del General Idi Amin Dadá en Uganda (1971-1979), sostenida por un duro aparato represivo que le significó el rechazo mundial. Sobre todo en territorio africano, las continuas revoluciones internas y la seguidilla de golpes de estado marcaron durante varias décadas el ritmo de la política interna. Además, estas convulsiones eran también incitadas por los intereses de las superpotencias y otros países internacionalmente influyentes. Así como se preocuparon de condicionar los modelos políticos y económicos que se imponían en los nuevos estados -capitalistas, por un lado, socialistas, por otro- también promovieron la perpetuación de aquellos conflictos que servían de estímulo al rentable mercado armamentista de el que participaban. En otros casos, la obtención de la independencia estuvo lejos de significar un adelanto las condiciones de vida o en el respeto a los derechos fundamentales de la población local. Sudáfrica es un

claro ejemplo de ello. Luego de la concesión de independencia a India y Paquistán en 1947, la población blanca surafricana, minoritaria en el panorama racial del país, se alarmó no sólo por las consecuencias que dicho episodio podía tener en el funcionamiento de la British Commonwealth, sino también en la mantención de su supremacía interna. A contrapelo de la tendencia General, están minoría decidido defenderse de la "amenaza negra" radicalizando su discurso e insistiendo en la superioridad del hombre blanco. Ante la inminencia de las elecciones de 1948, el partido nacional presentó un programa de fuerte contenido racial lo llevo al gobierno.

El Apartheid y el subdesarrollo

El Apartheid (separación, en lengua Afrikáans), pretendía la preservación de la pureza racial del hombre blanco y el fortalecimiento de su supremacía. Si bien la segregación racial tenía una larga historia en la región, el Apartheid la llevo a niveles inimaginables. En primer lugar, sancionó la separación espacial entre blancos y negros creando zonas exclusivas para ambos grupos, tanto en el mundo rural como en el urbano. Las zonas residenciales blancas estaban a conveniente distancia de las del resto de la población y la población negra fue "reagrupada" a la fuerza en lugares que imposibilitaban su contacto con la minoría blanca. Ligado a lo anterior, el desplazamiento de los no blancos estaba estrictamente controlado: sólo podían movilizarse en dirección a sus trabajos y presentando una especie de salvoconducto (passes). Sin esta identificación no podían abandonar sus reservas o municipios. La segregación se extendió también al uso de autobuses, ferrocarriles, bancas públicas, instalaciones sanitarias, hospitales y establecimientos educacionales. De hecho, los niños negros asistían a escuelas especiales donde recibía una educación inferior a la blanca. El matrimonio y las relaciones sexuales interraciales estaban prohibidas. Cualquier oposición o protesta contra el Apartheid era generalmente castigada conforme a la ley de supresión del comunismo, pues todo opositor al sistema era considerado afín a dicha orden, no importando si se trataba de un blanco.

Estas medidas fueron constantemente criticadas por los miembros en la Commonwealth.

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El objetivo del apartheid era separar las razas en el terreno jurídico (Blancos, Asiáticos, Mestizos o Coloured, Bantúes o Negros), estableciendo una jerarquía en la que la raza blanca dominaba al resto (Population Registration Act) y en el plano geográfico mediante la creación forzada de territorios reservados: los Bantustanes (Group Areas Act).

Como Sudáfrica se había declarado república independiente en 1960, solicitó su reincorporación a la comunidad atendiendo a su nuevo estatus, pero muchos representantes abogaron o rechazarla. Frente a este escenario y ante la firme decisión de no modificar su política, Sudáfrica resolvió retirar su solicitud. También recibió críticas formales de la organización de las Naciones Unidas, pero no atendió a ninguna de ellas. A pesar de las condenas públicas y las declaraciones de boicot, ninguna nación adoptó sanciones efectivas contra el Apartheid. Habría que esperar hasta la última década del siglo XX para que este régimen de segregación terminara. En efecto, entre 1990 y 1991 el sistema legal sobre cuál se basaba el Apartheid fue desmontado, iniciándose, a partir de 1992, las negociaciones para una nueva constitución en Sudáfrica. La pobreza fue otra de las herencias que el pasado colonial lego a las jóvenes naciones. Y precisamente desde esta constatación fueron instalando nuevas coordenadas para la comprensión de las desigualdades existentes en el concierto internacional. La expresión " países subdesarrollados" se convirtió en una fórmula eficaz para referirse aquellas naciones agobiadas por la fragilidad de sus economías, el retraso tecnológico y productivo, la carencia de servicios mínimos para satisfacer las internas. Dicha categoría fue definida a partir del agudo contraste con las condiciones de los " países subdesarrollados", naciones altamente industrializadas, con altos niveles de vida y capaces de intervenir en la marcha de la economía mundial. Lejos de servir únicamente como instrumento descriptivo, esta clasificación se convirtió en sustento de nuevas jerarquías y nuevas prácticas de dominación de reprodujeron las relaciones asimétricas del pasado. La necesidad de inyectar fuertes sumas de dinero para activar sus economías y elevar las condiciones de vida de la población, expuso a las naciones asiáticas y africanas a un renovado tipo de dependencia. Los países del mundo desarrollado comprendieron rápidamente que el control financiero -mediante préstamos por inversiones- podía retribuir importantes beneficios sin tener que reproducir los métodos de ocupación territorial aplicados según el antiguo sistema. La promesa de la descolonización parecía entonces burlada por el neocolonialismo.

Encarar el subdesarrollo.

El cambio de colonias a estados independientes trajo a los nuevos países el desafió de transformar sus economía, crear una institucionalidad y superar los enormes problemas sociales no solucionados y muchas veces provocados por el dominio colonial. El subdesarrollo era el panorama común y muchos de los nuevos países quedaron anclados en un estado precario. Los nacientes Estados tuvieron que reorganizar sus economías coloniales, abasteciéndolas de los productos manufacturados a los que se habían hecho dependientes, readecuando la infraestructura productiva orientada a la extracción de materias primas y contando con personal calificado para organizar este proceso. En la mayoría de los países de África y de Asia, se mantuvo la estructura económica colonial y las elites locales que tomaron el poder, cedieron el control de la explotación de las materias primas a consorcios internacionales.

Por otra parte, para desarrollar otras áreas

económicas, las ex-colonias requerían del apoyo financiero que ofrecían las superpotencias. Para obtenerlo, se hacía necesario definir una posición en la Guerra Fría. La Unión Soviética y Estados Unidos se opusieron en su momento a la mantención de los imperios coloniales, pero no dejaron de proyectar su influencia a través del condicionamiento de su ayuda financiera a la ubicación geoestratégica y a la actitud más o menos favorable del país que la solicitaba. Una vez que se recuperó la economía europea, los países de la región también otorgaron créditos, imponiendo una gran cantidad de condiciones a los solicitantes, las que aumentaban la distancia con las empobrecidas economías de los nuevos países.

Este panorama que afectó y aún afecta a la mayoría de los países africanos, asiáticos y latinoamericanos fortaleció la toma de conciencia de identidad del Tercer Mundo y se tradujo en la búsqueda de una posición común para abordar los dilemas que planteaba la vida económica independiente. Desde la década de los “60”, comenzó a debatirse la necesidad de un nuevo orden económico internacional que evitara el aumento de la brecha entre los países pobres y los países ricos, y a generar agrupaciones de países y conferencias internacionales en torno al tema.

La ideología de los excluidos

Mientras el proceso de descolonización seguía su marcha, los países que ya habían alcanzado su independencia comenzaron a dar señales de que no estaban dispuestos a involucrarse ni a formar parte del orden bipolar sancionado por la Guerra Fría. Un orden en el que, decían, no había espacio para sus demandantes y necesidades. En primer lugar y reafirmando su condición de naciones independientes, reivindicaron el derecho a participar en la política internacional con total autonomía y según sus propios términos. Con ese fin crearon instancias de carácter multinacional encargadas de representar exclusivamente sus intereses en el concierto mundial, tomando así distancia de quienes buscaban asimilar a las jóvenes naciones en coordenadas que sólo reproducirían la antigua dependencia. De este modo, definieron una agenda común, orientada a promover la estrecha cooperación entre sus miembros para hacer frente a los desafíos internos -que todos compartían- y también para resistir a las presiones que las antiguas metrópolis ejercían sobre sus incipientes proyectos de organización. De paso, se comprometieron de manera firme con el proceso de descolonización asistiendo a aquellas regiones que todavía alcanzaban sus respectivas independencias. Hacia esa misma época -inicios de la década de 1950- comenzó a circular en el discurso internacional un nuevo concepto que parecía concordar con las pretensiones de los nuevos estados: el concepto de tercer mundo. Esbozada por el demógrafo francés Alfred Sauvy, esta noción fue asimilada rápidamente en el mundo poscolonial por distintas razones. En primer lugar, ponían en entredicho la imagen de un escenario estrictamente bipolar, donde sólo parecían relevantes las tensiones derivadas del enfrentamiento entre los dos grandes modelos ideológicos (el capitalista y el socialista, identificados como los primeros mundos). Al reconocer la existencia de un tercer grupo de países, con una identidad distinta y con intereses no necesariamente inscritos en dicha lógica, el concepto se ofrecía como un referente que reafirmaba la autonomía y traducía los deseos de estas repúblicas de no alinearse o formar

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parte de aquel conflicto. Asimismo, la idea del tercer mundo era un oportuno sustituto a la definición de "países subdesarrollados" que las naciones industrializadas habían instalado en su momento. Con esto no sólo rechazaban la carga simbólica que tal definición comportaba, sino también las prácticas que con ella se justificaban, por lo general, orientadas a generar nuevos modos de dependencia y a replicar las relaciones asimétricas el pasado. Los organismos creados en el tercer mundo no respondieron a un patrón común, pues cada uno se definió a partir de las características de sus miembros, de los elementos que los vinculaban y, por supuesto, de la evolución histórica de cada región. En el caso del mundo árabe, por ejemplo, los esfuerzos de integración datan desde las primeras décadas del siglo XX, cuando resurge el nacionalismo árabe tras la desintegración del imperio otomano durante la primera guerra mundial. La tendencia cobró fuerza en 1945 al constituirse en la Liga Árabe, asociación que agrupaba a las naciones del medio oriente y algunos países del norte de África que habían alcanzado su independencia con la descolonización. Hermanadas por la lengua y el "panarabismo" -corriente que afirmaba la existencia de lazos culturales entre los pueblos árabes-, estas naciones promovieron la cooperación mutua fundamentalmente en materia política y económica. No obstante, el "panarabismo" fue posteriormente reemplazado en importancia por otro movimiento que, sin desconocer la afinidad cultural dentro del mundo árabe, relevará a la religión como principal elemento vinculante: el "panislamismo". De dicha corriente surgió en 1971 la que participaron inicialmente 51 estados. Aun cuando estas organizaciones se involucraron en los debates internacionales intentando tomar distancia de la guerra fría, su principal foco de lucha fueron las problemáticas relaciones con el mundo occidental, dando cuenta de un conflicto con raíces más profundas y que se remontan a la época de las cruzadas, cuando el occidente cristiano medieval invadió reiteradamente sus territorios. Algo distinta fue la dinámica de integración en el mundo afroasiático, bastante más diverso en términos lingüísticos y culturales. En este escenario, los principales puntos de coincidencia nacían de un pasado común -el colonial- y de la necesidad de fijar una postura conjunta frente a la guerra fría. La conferencia de Bandung, celebrada en 1955 en Indonesia, fue la primera manifestación de este esfuerzo de unión. Junto con discutir sobre los problemas que cada país enfrentaba internamente, la conferencia sirvió también para definir la visión de la política internacional de las repúblicas asistentes: igualdad de todas las razas y de todas las naciones, fuesen estas grandes o pequeñas, respecto a la soberanía e integridad territorial de cada una de ellas; rechazo a toda presión que alguna potencia intentase ejercer, entre otras medidas. De hecho, en Bandung se fijaron las bases de lo que posteriormente sería la organización de países no alineados (1961), movimiento articulado tras la idea de neutralidad activa, o no-alineación, y de resistencia a la división del mundo en dos bloques. También emergieron organismos multicontinentales que representaban los intereses del tercer mundo en el ámbito económico. La importancia lograda por el petróleo como fuente energética llevó a los países que contaban con este recurso a unirse para contrarrestar la flagrante intervención que las

compañías distribuidoras internacionales ejercían mediante el control de precios. Así nació la organización de países exportadores de petróleo (OPEP), en 1960, congregando a miembros de diversos continentes. Como vemos, el proceso de descolonización constituyó un hito clave para el fortalecimiento del tercer mundo como un actor relevante en materia internacional. El abierto rechazo la política de bloques y la tenaz defensa de los intereses de los países más pobres fueron sin duda los mercados más importantes de este movimiento, que si bien sufrió fracturas y con el tiempo fue perdiendo su protagonismo inicial, al menos logró romper con la hegemonía cultural que las grandes potencias pretendían proyectar al resto del mundo.

La voz del Tercer Mundo.

La descolonización y la creación de organizaciones internacionales después de la Segunda Guerra significo que cientos de pueblos pudieran expresarse en el concierto mundial, en foros y reuniones internacionales. El intercambio de opiniones y experiencias entre los representantes de los Estados contribuyó a la unificación de criterios y posiciones de los países del Tercer Mundo respecto de los problemas que los aquejaban y frente a las potencias industrializadas. Dos aspectos fueron centrales en este proceso: la posición frente a la Guerra Fría y el problema del subdesarrollo.

Un primer paso para aunar criterios entre los nuevos Estados descolonizados se dio por iniciativa de cinco jefes de gobierno asiáticos -los de Birmania, Ceilán, India, Indonesia y Pakistán-, quienes en 1955 convocaron a otros 25 países de Asia y África a una conferencia que se celebró en la antigua capital de Indonesia, Bandung (conferencia de Bandung). Los gobiernos afroasiáticos reunidos, que incluyeron también a Japón y China, hablaron por más de mil millones de seres humanos, que constituían más de la mitad de la población mundial.

Uno de los propósitos de esta reunión era también la definición de una postura en relación a la Guerra Fría. Por ello, se citó solo a países que no estaban aliados de uno u otro bloque. La conferencia de Bandung sirvió para demostrar que un nuevo actor había irrumpido en el escenario mundial, como también confirmar la voluntad del tercer mundo de no inmiscuirse en las contiendas entre los dos bloques y avanzaron en la formulación de los principios de no alineamiento y coexistencia pacífica.

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES DE LOS SESENTAS Y LA REBELDIA JUVENIL

Nuevos actores para la época

Cuando toda la atención estaba centrada en las grandes disputas ideológicas y los cambios geopolíticos derivados de la descolonización, el mundo fue sorprendido por una ola de nuevos movimientos sociales. El tenor de las demandas y del tipo de actores involucrados en el proceso no calzaban con el perfil que hasta la fecha tenía las movilizaciones de esta índole, generalmente encabezadas por obreros o campesinos que -tras un discurso de clase- exigían reformas circunscritas únicamente al orden político tradicional o a las bases del sistema económico. Basto poco tiempo para advertir que este nuevo movimiento tenía signos radicalmente distintos. La primera especificidad radicada en su particular

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composición social: jóvenes, mujeres y representantes de la población negra, actores por lo general marginados de los estrechos canales de participación o cuyo protagonismo había sido casi nulo -o relativamente menor- en los movimientos sociales de viejo cuño. Asimismo, se caracterizaban por la defensa de nuevos valores. Sin abandonar del todo la denuncia de las inequidades instaladas por un sistema económico que consideraban y gusto y opresivo, ampliarán el horizonte de dos demandas rebelándose contra todas aquellas estructuras e instituciones que reproducían algún tipo de dominación o desigualdad: el sistema educacional, el orden patriarcal, o los controles sobre la vida sexual de los individuos. Partiendo de hechos puntuales y desde una visión donde lo político se proyectaba al casi todas las dimensiones de la existencia, terminaban criticando las bases completa del orden establecido, dando vida a revuelta generacional contra una cultura que no estaban dispuestos a recibir como herencia. Sus propias formas de organización y protesta traficaban la voluntad de crear un nuevo orden, de espaldas a la los principios de autoridad y jerarquía. Agrupados en movimientos estudiantiles, pacifistas, feministas o sexuales, se organizaron de manera descentralizada y generaron instancias de decisión conjunta que cautelaban los anhelos de identidad y autonomía. Aún algunos momentos respondieron con violencia a los intentos de represión por parte de las autoridades, se mostraron proclives a legitimar días de protesta pacífica y de profunda tradición ciudadana, convocando a multitudinarias marchas, protestas y meeting mediante los cuales hacían sentir su descontento. Por lo anterior, tomaron notoria distancia de los organismos tradicionales de participación política -los partidos- e hicieron explícita su desconfianza frente a la institucionalidad gobernante. Tampoco respondía a las divisiones de clase habían caracterizado a los movimientos sociales precedentes. Estas corrientes anti-sistema, que prácticamente terminaran apropiándose de la década de los años 1960 y las siguientes, dieron vida a una verdadera "revolución cultural". Celosos defensores de la libertad, promovieron una reforma completa de los estilos de vida y de las coordenadas en las que hasta ese momento se desarrollaba la existencia de los individuos, poniendo en tela de juicio el sentido del trabajo, la familia y validando el derecho a buscar nuevas experiencias. Sin duda, las figuras más comprometidas con este nuevo modelo fueron los jóvenes, quienes reivindicaron una identidad propia en oposición a las pautas culturales transmitidas por sus Padres. La configuración de esta "cultura juvenil" trajo consigo la consolidación de nuevos referentes individuales que encarnaron el signo de esos tiempos. Gran parte de esas figuras provendrían del mundo del espectáculo, especialmente de la música y cine. Sus vidas extremas de irreverentes los convirtieron en ídolos a escala mundial, pues mediante sus conductas validaban aquellos valores que definían la identidad del nuevo segmento. Con el tiempo, sin embargo, la tendencia se fue desdibujando en manos de la industria, que se apropió estos símbolos para convertirlos en objeto de consumo masivo. A pesar de coincidir en las bases de su crítica social, las variadas expresiones de este movimiento no pueden ser reducidas a una caracterización homogénea. Esa verdadera "contracultura" nacida en los años 60

adoptó distintos rostros y se organizó en función de los diversos escenarios que pretendía formar.

Entre la revolución de las flores y el pacifismo militante

Los hippies fueron uno de los actores más representativos de esta contracultura. Nacido a mediados de los años 60 en California, Estados Unidos, el movimiento atrajo a los jóvenes de todo el mundo y se convirtió rápidamente en símbolo de inconformismo generacional. Renunciando a los condicionamientos de las estructuras sociales dominantes, postulaban un estilo de vida alternativo, lejos de la autoridad y bajo los ideales del amor libre, la experimentación sexual y el consumo de drogas, entendidas como pasadizo para acceder a estados superiores de conciencia. Fue común que los hippies abandonaran a sus familias y sus escasas posesiones para vivir en comunidades establecidas fuera de la ciudad, en contacto directo con la naturaleza. En el marco de estas asociaciones, organizaron sus propias cooperativa de producción y consumo, de la propiedad privada no tenía validez todo tipo de trabajo se realizaba para beneficio del conjunto. Externamente cultivaron una estética colorida y despreocupada. Su estilo, que simbolizaba el rechazo a la sociedad industrial y represiva de la que escapaban, comenzó ser imitado por otros jóvenes para convertirse en una tendencia que terminaría consumida en los circuitos de comercialización oficiales. Algunos se aproximaron a tradiciones religiosas orientales en busca de nuevos sentidos, mientras otros reafirmaron su identidad recurriendo a nuevos lenguajes, ritos y costumbres alimenticias. Principales protagonistas de la “revolución de las flores”, los hippies también estuvieron vinculados a los movimientos pacifistas y antimilitarista que comenzaron a reorganizarse hacia esta década. El lema “haz el amor y no la guerra”, traspaso prontamente las fronteras de la corriente para instalarse entre quienes rechazaban la violencia como mecanismo de resolución de conflictos. Las primeras expresiones del pacifismo datan de fines del siglo XIX, cobrando cierta notoriedad con vocación de las grandes guerras de la primera mitad del XX. Pero fue recién en la década 1960 cuando el movimiento adquirió un perfil masivo y se proyecto a nivel internacional. Sostenida principalmente por jóvenes, esta corriente crítico con fuerza la lógica belicista propia de la Guerra Fría, la experimentación con armamento nuclear y todo tipo de defensa violenta de los intereses nacional uno de sus logros más notables fue la intensa campaña de protesta y movilizaciones en contra guerra de Vietnam y llevaron a cabo entre 1966 y 1967, causa con la que simpatizaron millones de personas y que reforzó el prestigio mundial del movimiento. Dos años después, cuando el gobierno anunció el fin de la presencia militar en la zona, sus lideres encabezaron una de las manifestaciones más numerosas en la historia de Estados Unidos, congregando a casi medio millón de personas a Washington, sin contar a quienes se reunieron simultáneamente en otras ciudades. Muy cercano al mismo se artículo un movimiento antimilitarista promovido por los objetores de conciencia que se resistían al reclutamiento obligatorio.

La igualdad sexual y la igualdad racial

Esta época fue también el escenario para la

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emergencia de dos movimientos que lucharon por la democratización real de las sociedades mediante el fin de las históricas desigualdades definidas desde el género o la raza. Las mujeres y la población negra irrumpieron así en escena exigiendo la anulación de todas las barreras políticas e ideológicas que obstaculizaban el reconocimiento pleno de sus derechos, barreras en las que había reposado por siglos el orden masculino y blanco. El movimiento feminista, activo desde fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, habían logrado no sin contratiempos, el reconocimiento de sus derechos políticos con la obtención del sufragio en distintos momentos de la primera mitad del siglo XX. Pero este triunfo en ningún caso había significado el fin de la hegemonía masculina, pues pervivían otras formas de discriminación que acentuaban la desigualdad. Se hizo entonces necesario enfrentar aquellas estructuras que seguían reproduciendo la subordinación femenina tanto en el ámbito público como en el político. La década de 1960 fue el momento de esa lucha. La paulatina de la incorporación de la mujer al mercado del trabajo y el creciente acceso a la educación superior dotarían al movimiento de una vitalidad sorprendente. Con mayor autonomía y mejor preparadas que antaño, sus demandas comenzaron a resonar con fuerza en esta época de cambios. Su nuevo protagonismo se vio reforzado gracias a un adelanto al que contribuyo enormemente el desarrollo de la ciencia: la píldora anticonceptiva. Este invento -símbolo de la "revolución sexual"- les permitió tomar en sus manos el control de la natalidad evitando los embarazos, no así los riesgos que implica la libertad sexual, como las enfermedades venéreas (ETS). Articulando redes a nivel mundial, el movimiento feminista comenzó a dotarse de instituciones que representaban sus intereses. Así nació la Organización Nacional de Mujeres de Estados Unidos, bajo la dirección de Betty Friedman, en 1969. Las agrupaciones se replicaron en todo el mundo y gran parte de estas fuerzas confluyeron en 1971 en Londres, donde se celebró una gran manifestación feminista. Fue precisamente en ese lugar en el que actualizaron su compromiso con las reivindicaciones que la unían: igualdad de salarios por una misma tarea, igualdad en el acceso al trabajo y la educación, libre utilización de anticonceptivos y derecho al aborto. Fue precisamente en Estados Unidos donde cobró fuerza la otra gran corriente comprometida con la lucha por la igualdad: el movimiento negro. A pesar de las leyes locales, la segregación racial seguía siendo un hecho cotidiano en varios estados del país. Las restricciones de ingreso a centros educativos, al transporte público e incluso a lugares de consumo graficaban la pervivencia del racismo en una nación que se ufanaba de sus logros materiales y su alto grado de civilización a mediados del siglo XX. Tomando conciencia de su poder y de la urgencia de poner fin a la sistemática violación de sus derechos, la minoritaria población negra comenzó a movilizarse tras algunos líderes dispuestos a desafiar al sistema. El movimiento utilizó distintas vías para hacer sentir sus demandas. Existieron grupos vinculados a una tradición más radical que incluso recurrieron a la violencia como mecanismo de protesta. Musulmanes negros dirigidos por Malcom X y Panteras Negras, fundado por Huey Newton y Bobby Seale, fueron algunos de ellos. Otros recurrieron a métodos pacíficos, como el Movimiento Negro por los Derechos Civiles,

que encabezara el pastor baptista Martin Luther King, quien comenzó a ser conocido luego de convocar a la población negra a no utilizar los medios de transporte públicos en señal de protesta por la discriminación que sufriera una joven modista al sentarse en una de las butacas reservadas para la población blanca.

El éxito de la medida granjeo su fama y desde ese momento se convirtió en icono de la lucha inspirada en la desobediencia civil y la no violencia

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Las imágenes muestran personajes que participaron en los movimientos por la lucha por los movimientos por los derechos civiles en los Estados Unidos. En la primera imagen se encuentra Rosa Parks quien gracias a ella se permitió desarrollar el movimiento por los derecho civiles, debido a que ella se negó a cederle su asiento a un blanco, lo cual permitió iniciar un boict al transporte público por parte de los afroamericanos. El otro personaje clave es el Metodista Martin Luther King , quien siguiendo el mensaje de no violencia de mahatma gandhi organizo el movimiento por las demandas de los derechos civiles. Otro personaje clave fue Malcolm X, un orador, ministro y activista de los derechos humanos. Fue un valiente defensor de los derechos de los afroamericanos, un hombre que acusó a la América blanca en las más duras condiciones de sus crímenes contra los estadounidenses negros. Las reivindicaciones de la población negra por alcanzar un estatus igual al de la blanca fueron constantes, en especial en Estados Unidos. Figuras como Martín Luther King o Malcolm X, desde posiciones distintas y con mecanismos diferentes, enarbolaron la bandera en contra de la discriminación racial, espoleada por las estadísticas que denunciaban que porcentualmente en Vietnam morían más soldados negros que blancos. Uno de los momentos culminantes de esta reivindicación y de mayor impacto mediático se produjo durante las Olimpiadas de 1968, cuando varios atletas afro-americanos subieron al podio levantando un puño enguantado, símbolo de la lucha racial. La transmisión por televisión del acto y su difusión en la prensa de los días siguientes dio al movimiento por la defensa de los derechos de los negros una publicidad y fuerza excepcional.

promovida por el líder indio Mahatma Gandhi. Uno de los mayores triunfos del movimiento fue la obtención del pleno derecho a voto para la población negra, medida aprobada por el presidente Lyndon B.johnson en 1955. La lucha contra la discriminación racial también se libro en otros territorios, como en Sudáfrica, donde la implantación de esta época fue Albert Luthuli, quien sin temor a la represión y desafiando abiertamente a la autoridad inicio desde 1952 una serie de movilizaciones de carácter pacifico para clímax en 1960, cuando una manifestación en la localidad de Shaperville contra los passes terminó con mas de 60 muertos tras una violenta represión. Luthuli y sus seguidores fueron apresados y todos los partidos políticos negros proscritos. Aun cuando la resistencia fue continuada por otros lideres, como Nelson Mándela, recién en 1991 el parlamento sudafricano derogó la legislación segregacionista.

Los medios de comunicación.

La sociedad en que se desarrollaron estos nuevos movimientos presentaba diferencias significativas con la que vio nacer y desarrollarse a los primeros movimientos de la sociedad industrial. Al establecimiento de gobiernos democráticos, con un sistema pluralista de partidos políticos que mostraban mayor flexibilidad para acoger algunas de las reivindicaciones de estos nuevos grupos de presión, se sumaba el del auge económico, que posibilitaba el surgimiento de nuevas demandas. Pero uno de los cambios más significativos tuvo que ver con el avance de los medios de comunicación de masas, específicamente con la masificación de la televisión. Los cambios impulsados por esa generación joven y rebelde, se difundieron con gran rapidez gracias a este medio y, si bien ocupó un lugar primordial, no desplazó del todo a la radio, principal medio de difusión del rock, signo indiscutible de la nueva cultura juvenil.

En un principio, los jóvenes de los “60” comenzaron a expresar un malestar difuso, que no lograba identificar con claridad los motivos del descontento, pero que se expresaba en la fascinación que sentían por los nuevos ritmos musicales del pop y el rock and roll. La radio era el medio que difundía estos nuevos ritmos, cuyo desenfreno e irreverencia ya significaba un quiebre con la generación anterior. Más tarde, fueron las letras que pasaron del malestar difuso a la protesta explícita y luego las imágenes con todo el dramatismo de la guerra.

De la sociedad de bienestar a la sociedad de consumo.

El largo ciclo alcista registrado por la economía internacional tras la Segunda Guerra Mundial, que permitió la rápida reconstrucción de las economías y sociedades europeo-occidentales, generó un contexto económico favorable para el rápido desarrollo de las sociedades de bienestar.

Entre 1944 y 1952, las medidas económicas adoptadas por los gobiernos de Gran Bretaña, Francia e Italia, sentaron las bases de lo que posteriormente serían los Estados de bienestar en Europa occidental, mediante la combinación de amplias políticas nacionalizadoras, particularmente de los servicios básicos; la extensión de las prestaciones sociales hasta su universalización, especialmente en los ámbitos de la sanidad, la enseñanza y las pensiones, haciendo surgir

un potente sector público. Por otra parte, la creciente tensión entre los dos bloques de la Guerra Fría que estalló explícitamente con la crisis de Berlín (1948), llevó a los grupos sociales y los partidos políticos a unirse en un gran consenso político y social, en función de la unidad del bloque occidental, aceptando sin reservas el marco institucional democrático.

Diversos aspectos del modelo como el crecimiento económico, los sistemas democráticos y la paz social terminaron por cristalizar un amplísimo consenso social en torno a los Estados de bienestar, que permitieron la extensión y consolidación de la sociedad de consumo que había iniciado su despegue en los Estados Unidos en el período de entreguerras.En las sociedades industrialmente avanzadas, el pleno empleo y la elevación de los niveles materiales de vida transformaron radicalmente los modos de vivir y las costumbres, debido al surgimiento y consolidación de las clases medias. Además de la profunda transformación social y cultural que significó la sociedad de consumo, esta tuvo un doble efecto político: por un lado, significó una distensión en el tradicional conflicto por las reivindicaciones económicas entre trabajadores y capitalistas, característico de las etapas anteriores del desarrollo industrial, y, por otro, creó las condiciones para que surgieran nuevas demandas relativas a la participación e igualdad de derechos.

Los emblemas de la rebeldía juvenil.

El progreso económico, el consenso social y la estabilidad política hacían suponer que lo único que podía esperarse era un constante e ilimitado progreso. Sin embargo, la sociedad de los “60” poseía una serie de contradicciones, propias del desigual avance entre el progreso material y el desarrollo cultural, entre la difusión de la educación en las generaciones jóvenes y el conservadurismo y el atraso de las generaciones precedentes, entre el discurso público oficial y las prácticas cotidianas.

Con la agudización de las contradicciones comenzaron a surgir los signos que actuarían como catalizadores del malestar juvenil y que canalizarían su rebeldía. En lo privado, la proclamación de la libertad sexual en contraposición a la rígida moral que negaba la sexualidad o la restringía a la vida matrimonial; en lo público, la paz en contra de una sociedad permanentemente amenazada por la guerra nuclear y cuyas confrontaciones indirectas libradas en los alejados países del Tercer Mundo demandaban la recluta permanente de jóvenes, que no querían ni entendían su participación en ella; en la vida social, la igualdad de derechos frente a una sociedad que constantemente discriminaba a la gente de color, a las mujeres y a los jóvenes.

La autonomía juvenil y la libertad sexual.

Al iniciarse la década de 1960, antes que la rebeldía juvenil se volcara a las calles enarbolando las banderas del pacifismo, el ecologismo o el hippismo, en los campos universitarios de Francia y Estados Unidos, la libertad sexual fue una de las expresiones más claras en las movilizaciones contra la segregación de sexos. En efecto, la lucha por la libertad sexual fue uno de los elementos que surgió con mayor fuerza y con mayor capacidad movilizadora entre una serie de reivindicaciones relativas a la autonomía personal y de la universidad respecto del orden impuesto por las

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autoridades administrativas superiores.Estas movilizaciones expresaban más que

nada un cambio de los valores tradicionales de una sociedad patriarcal y de la liberalización de las convenciones, asociado al nuevo papel que las mujeres reivindicaban en la sociedad, al calor de su incorporación masiva al mundo del trabajo y poniendo en cuestión los tradicionales roles asignados a la mujer como esposa y madre de familia. Autonomía e independencia de la mujer y, por tanto, reivindicación de su propio cuerpo y de su sexualidad.

El Mayo francés y la Primavera de Praga

El Mayo del 68: Arde París.En mayo de 1968, en París, se inició una

cadena de acontecimientos que transformó una de las habituales movilizaciones estudiantiles de la época, en una movilización social generalizada. Se involucraron las organizaciones sindicales y lograron poner en jaque al gobierno del general De Gaulle. Los acontecimientos se desataron el l3 de mayo cuando los estudiantes se concentraron en el patio de La Sorbonne para protestar contra el cierre de la universidad de Nanterre, ocurrida dos días antes a causa de las movilizaciones, y por la comparecencia de ocho estudiantes ante el consejo de disciplina. El rector llamó a la policía y el edificio fue desalojado. Los estudiantes invadieron el Barrio Latino y en la noche del 3 al 4 de mayo las calles se llenaron de barricadas y enfrentamientos con la policía. Entre el 3 y el 11 de mayo la revuelta se extendió a lo largo y ancho de las calles del Barrio Latino. La movilización continuó en los días siguientes, cuando se sumaron los estudiantes secundarios. A partir del 13 de mayo, y ante la continuidad del movimiento, se sumaron las organizaciones sindicales que llamaron a la huelga general, logrando la paralización del país. Pronto las centrales sindicales integraron sus demandas y asumieron el control de las negociaciones con el gobierno que se veía sobrepasado por una situación que no comprendía. Las negociaciones entre el gobierno y los trabajadores culminaron en un acuerdo que recogía las reivindicaciones por mejoras salariales, la aprobación de un salario mínimo garantizado y el reconocimiento de ciertos derechos sindicales, pero que no logró desactivar el movimiento.

El estallido del “68” no consiguió grandes transformaciones, pero tuvo un efecto de demostración respecto de las dimensiones que podía alcanzar el movimiento juvenil, con su singularidad y la novedad de sus demandas; En este sentido, fue una síntesis de los movimientos que se gestaron en Francia y en el resto de las sociedades industrializadas desde mediados de la década de los “50” y el comienzo de una nueva fase, en la que los objetivos e intereses de los movimientos sociales se perfilarían con mayor nitidez. Cuestiones tales como el reconocimiento de los derechos de la mujer, la liberalización de las costumbres y las convenciones sociales, cambio de los valores tradicionales, la democratización de las relaciones sociales y generacionales, la destrucción del autoritarismo en la enseñanza cristalizaron en las calles de París la búsqueda de un cambio de cultura.

Los graffitis de protesta del mayo francés manifiestan ante todo que fueron un movimiento reivindicativo de carácter cultural más que político.1) Basta de tomar el ascensor, toma el poder. (Paris)2) Exagerar: esa es el arma, (Facultad de letras, Paris)

3) El alcohol mata. Tomen LSD. (NANTERRE)4) Desabotónese el cerebro tantas veces como la bragueta (Teatro Odeon, Paris.)5) La imaginación toma el poder (Facultad de ciencias políticas, Paris.)

Florece Praga.Los movimientos democratizadores no fueron

un fenómeno exclusivo del bloque occidental. En los países de Europa del Este se inició un proceso similar después de la muerte de Stalin en 1953, el que se expresó en la lucha por una mayor autonomía o la independencia absoluta de la tutela ejercida por la Unión Soviética y en el intento de llevar a cabo algunas reformas destinadas al reconocimiento de los derechos individuales y al respeto por las libertades públicas. Las tímidas expresiones de la segunda mitad de la década del “50” llevadas a cabo por Hungría y Polonia, fueron violentamente reprimidas por la URSS. Sin embargo, durante la década del “60”, tras el reconocimiento del gobierno soviético de los crímenes cometidos por el gobierno de Stalin y la controversia iniciada con el gobierno chino, que se convirtió en una confrontación ideológica, se fortalecieron las tendencias autonomistas y reformistas en algunos países del Este, como Albania, Rumania y Polonia, alcanzando en este último su mayor expresión. El proceso se inició en 1963 con algunas reformas llevadas a cabo por el gobierno de Antonin Novotny, las que se intensificarían después del triunfo de los sectores reformistas que lograron la elección de Alexander Dubček en enero de 1968. El nuevo gobierno inició un proceso de democratización conocido como la Primavera de Praga, que se caracterizó por la eliminación de la censura de prensa y radio, el reconocimiento del derecho a huelga, de libertad de movimiento y la aceptación del pluralismo político. La profundidad de las reformas despertó los temores de los gobiernos de Alemania Democrática y Polonia, en ese entonces regidos por gobiernos conservadores, lo que motivó la intervención militar de la URSS en agosto de ese año que puso fin al movimiento reformista.

El aporte histórico del movimiento estudiantil

Uno de los rasgos más sorprendentes que presentan las rebeliones juveniles de finales de la década de los sesentas es el universalismo. El movimiento del “68” se identifica con los acontecimientos que tuvieron lugar en Paris. No cabe, sin embargo, duda alguna que si bien el mayo parisino

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Tanto con la gráfica como con el graffiti, el movimiento del mayo francés recurrió a nuevos lenguajes para expresar su sensación de descontento y protesta de la sociedad en la que vivían.

simboliza la rebelión estudiantil, ésta de ninguna manera se deja reducir a lo que allí ocurrió. La tragedia de la plaza de Tlatelolco y la Primavera de Praga son acontecimientos que en absoluto obedecen al patrón parisino y que no por eso tiene menor importancia. Y es precisamente lo sorprendente en la universalidad de las rebeliones juveniles es que ella no puede ser explicada a partir de un principio único común a todas. Sólo el sujeto de la rebelión -los estudiantes- permanece, mientras sus motivos varían enormemente. Si tuviésemos que identificar algo común a todas ellas nos inclinaríamos a destacar su carácter antiautoritario. Pero incluso así habría que resaltar las diferencias: En Praga el anti autoritarismo tiene un sello nacionalista; en Paris un tinte anarquista; en Latinoamérica en general una aspiración democratizante; en Estados Unidos un sabor anticivilizatorio marcado por los escritos de Marcuse contra la unidimensionalidad a la que la sociedad capitalista avanzada somete al hombre.

La aparición de los jóvenes universitarios como protagonista de la transformación era algo que no estaba en ningún libro. De hecho, lo que estos movimientos sucintan ante todo es el desconcierto generalizado. Ante la arremetida juvenil no hay líneas prefijadas de acción. Tanto las autoridades públicas como los partidos revolucionarios contemplan atónitos el desarrollo de los acontecimientos. A veces el desconcierto conduce a la tragedia. En Ciudad de México las tropas apostadas en torno a la plaza de Tlatelolco, donde se lleva a cabo una protesta estudiantil, reciben la orden de abrir fuego, lo que cuesta la vida de alrededor de trescientos de jóvenes. La conducta de los partidos Comunistas no es menos errática. En el caso checoslovaco opta por una feroz represión. En Europa occidental se retuerce entre el apoyo y la condena, entre la movilización y la abstención.

En el año 1968 la izquierda celebraba el 150º aniversario del nacimiento de Marx. Entre los hechos que opacaban la celebración se encontró el notorio traspié corrido por algunas de las más conocidas de las predicciones marxistas acerca del destino de las sociedades capitalistas. No sólo las tesis de una creciente polarización de las clases sociales y de una acelerada pauperización del proletariado se habían demostrado equivocadas. Tampoco la revolución había tenido lugar donde Marx lo había previsto: ni Rusia, ni China, ni Cuba constituían ejemplos de sociedades altamente industrializadas. Pero, lo que era peor, el sujeto histórico (el proletariado) sobre el que Marx había hecho descansar la transición al socialismo se negaba asumir su responsabilidad. El proletariado de las sociedades capitalistas avanzadas no sólo no presentaban un espíritu revolucionario, sino que más bien mostraba una actitud acomodada, por no decir burguesa y conservadora frente a los niveles de bienestar alcanzado por las sociedades capitalistas hasta ese momento. La aparición de los jóvenes como protagonistas de la transformación social despertaba por ello enormes aprensiones. Aceptar que los universitarios fueran el sujeto de la revolución significaba renunciar al núcleo de la interpretación marxista de la historia: a la teoría de las clases sociales.

Hay un factor poco entendido del movimiento estudiantil: es él quien pone en jaque al marxismo sin darse mucha cuenta de ello. El intento de alguno de sus líderes por dar cuenta del movimiento en términos marxistas no hace sino poner en evidencia la falta de autocomprensión que tuvieron los estudiantes. El lenguaje marxista difícilmente podía servir para

expresar una crítica cultural que irremediablemente comprometía al mismo marxismo. La radicalidad de la crítica estudiantil y la no disponibilidad de un marco teórico que la pudiese canalizar adecuadamente dieron lugar, por una parte, a una serie de sincretismos teóricos: por otra -y esto es quizás lo más relevante-, llevó a que el lenguaje en que se expresó la rebelión juvenil fuese estrictamente no teórico: fue el lenguaje imaginativo del graffiti, con expresiones comunes escritas en las calles de Paris, como sean realistas, pidan lo imposible.

Pero aún más importante que eso fue el lenguaje del cuerpo. El 68 va por ello acompañado de una revalorización del erotismo y de una revolución sexual, que es hoy día quizás el rasgo más perdurable. Hay en ello algo de sorprendente: los estudiantes, el grupo más culto de la sociedad, recurrió al lenguaje de los iletrados.

La crisis en torno al sujeto de la revolución que se vive en los círculos de la izquierda europea contrasta con el optimismo revolucionario que se vive en el “tercer mundo”. El curso de la historia parecía demostrar que la esperada revolución se desplegaría contrariamente a lo pronosticado, desde el campo a la ciudad y desde la periferia hacia las metrópolis industrializadas. El ambiente parecía propicio para los pueblos maginados. En América Latina, La Habana se constituye como la capital del programa oficial revolucionaria. Extraoficialmente la exportación del modelo cubano es asumida por el “Che” Guevara en su intento por hacer de los andes su Sierra Maestra continental.

Hay en el optimismo revolucionario de la izquierda latinoamericana de la época un importante factor que conduce a su alienación: su incapacidad de reflexionar críticamente sobre el marxismo. El asumir una lectura marxista de la sociedad latinoamericana y de su historia lleva a ocultar precisamente lo que se quiere comprender. El intento de construir un nuevo sujeto revolucionario que sustituyese al pasivo proletariado de las opulentas sociedades capitalistas estuvo por ello fatalmente destinado a construirlo sin subjetividad.

EL ASCENSO DEL NEOLIBERALISMO

¿Qué es el neoliberalismo?

El neoliberalismo es comprendido como una doctrina a través de la cual se expresa el antiguo liberalismo económico decimonónico, virtualmente extinguido intelectual y políticamente hasta los “80” en el mundo, como doctrina se expresa a través de una forma de organizar la vida, que consiste en una concepción del capitalismo radical que absolutiza el mercado y lo convierte en el medio, el método y el fin de todo comportamiento humano. El “mercado absoluto” exige una libertad total, es decir que no haya restricciones financieras, laborales, tecnológicas o administrativas de ninguna institución, ni mucho menos de un Estado. El neoliberalismo se expresa en políticas de ajustes y apertura económica que con diversas connotaciones pueden aplicarse en países tanto desarrollados como subdesarrollados.

Actualmente, el neoliberalismo al oponerse a la intervención redistributiva del Estado, perpetúa la desigualdad socioeconómica tradicional y la acrecienta. Este sistema introduce el criterio de que solamente el mercado posee la virtud de asignar eficientemente los recursos y fijar a los diversos actores sociales los niveles de ingresos. Se abandonan así los esfuerzos por

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alcanzar la justicia social mediante una estructura progresiva de impuestos y una asignación del gasto público que privilegie a los más desfavorecidos.

El neoliberalismo se encuentra asociada al desarrollo de una cultura que radicaliza la ambición por poseer, acumular y consumir, y que sustituye la realización de todas las personas en comunidades participativas y solidarias por el éxito individual en los mercados. Exacerba esta crisis al llevar a la desaparición el bien común como objeto central de la política y la economía. El bien común es sustituido por la búsqueda de equilibrio de las fuerzas del mercado.

Algunas características sobresalientes del neoliberalismo económico son conocidas por:

Expresar políticas de ajuste y apertura económica. Restringir la intervención del Estado hasta despojarlo de la posibilidad de garantizar los bienes mínimos a todo ciudadano. Privatizar empresas bajo la premisa de que la administración privada es mejor que la pública. Eliminar programas sociales que generan mayores oportunidades y calidad de vida, sustituyéndolo por apoyos ocasionales a grupos focalizados. Abrir los mercados para mercancías, capitales y flujos financieros y deja sin suficiente protección a los pequeños productores. Eliminar obstáculos que podrían imponer las legislaciones sobre protección a los obreros. (Leyes antisindicales) Liberar de impuestos y de obligaciones a grupos sociales que concentran la riqueza. Una concepción del ser humano valioso únicamente por su capacidad de generar ingresos y tener éxito en los mercados. Incentivar la carrera por poseer y consumir. Exacerbar el individualismo y la competencia llevando al olvido el sentido de comunidad, logrando cierta deshumanización de la sociedad, basada ahora eminentemente en el consumo y el éxito.

La vuelta del liberalismo acérrimo

A principios de los “80” se vivió en el mundo entero la vuelta del liberalismo como doctrina económica. Será sin dudas en Sudamérica y en particular Chile, el lugar donde se comenzarán la aplicación de las primeras reformas neoliberales a nivel mundial hacia 1975.

Sin embargo el epicentro de todo este proceso serán Inglaterra y los EE.UU., que mediante una serie de reformas instalarán este modelo o paradigma.

El concepto de Neoliberalismo suele ser explicado por varios autores como “un rescate o vuelta de los principios del liberalismo económico decimonónico, por ello recibe el nombre de Neoliberalismo”

La resurrección de esta doctrina reconoce como líder intelectual al filósofo y economista austriaco Friedrich Von Hayek y como líder político a Margaret Thatcher. Ambos se encuentran por primera vez en 1974. "Es mi única alumna -diría Hayek- en materia política. Con ella veremos si la doctrina liberal es o no traducible y vendible en un régimen democrático".

La política económica de Ronald Reagan en los Estados Unidos y el modelo económico aplicado en Chile por los llamados “Chicago Boys” durante el régimen del General Pinochet, son los casos donde líderes aplican las doctrinas y políticas del

neoliberalismo. Más tarde, las principales recomendaciones de tales políticas adquirieron difusión casi universal, donde desregular, privatizar, desestatizar, ajustar, equilibrar fueron verbos conjugados en todas las latitudes.

Los Estados Unidos y el Neoconservadurismo

Desde la segunda mitad de la década de 1970, Estados Unidos venía experimentando un notorio giro hacia posturas ideológicas conservadoras. Esta transición -clave para entender la evolución política del país en las ultimas dos décadas del siglo XX y sobre todo su protagonismo mundial tras el fin de la Guerra Fría- estuvo directamente vinculada con el descontento que provocó en los Estadounidenses la deslucida administración del demócrata Jimmy Carter (1977-1980). Su primer gran escollo fueron las consecuencias de la crisis económica de los años setenta, originada por el alza en los precios del petróleo que decretara la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). La recesión, que trajo consigo altos índices de inflación y desempleo, no sólo mino la popularidad del gobierno demócrata, si no que además instaló la desconfianza respecto al modelo de desarrollo seguido hasta ese momento, modelo inspirado en los postulados del economista J.M.Keynes y que respondía a un fuerte protagonismo del Estado como agente económico. Esto puso en tela de juicio la viabilidad del hasta ese momento exitoso estado de bienestar, gracias al cual la nación había logrado recuperarse de la crisis mundial se 1929 y conducirse con cierta seguridad en los años de post guerra. Similar efecto vieron los desaciertos de parte de la conducción de la política exterior en medio oriente. La invasión soviética sobre Afganistán en 1979 y la caída -en enero del mismo año- del gobierno que Estados Unidos patrocinaba en Irán desde 1953 para controlar de cerca la estratégica región petrolera, se convertía en señales claras de la debilidad internacional del régimen y su incapacidad para contentar a la Unión Soviética. El creciente malestar de la población vino a coincidir con la revitalización ideológica y numérica de los cuadros conservadores afines al opositor Partido Republicano. En efecto, las propuestas de la oposición (Demócratas) iban cobrando mayor atractivo de una población crecientemente desorientada. En materia económica, los conservadores comenzaron a plegarse tras las figuras de Friedrich Von Hayek y Milton Friedman, dos economistas por las teorías se propagaban casi sin contrapeso en la siguiente “Escuela de Chicago”, una de las cunas del neoliberalismo económico.

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El Presidente Reagan condecorando al economista Milton Fridman, uno de los ideólogos del neoliberalismo a escala mundial.

Bajo el convencimiento de que el estado de bienestar -con sus costosos programas de asistencia y prestaciones sociales - no hacía más que trabar el despegue de la economía al desincentivar el espíritu emprendedor de los ciudadanos, los republicanos no ponían la reducción radical de todo tipo de intervencionismo estatal en aras del funcionamiento líderes del mercado. En materia social, reivindicarán la defensa a ultranza de los "valores tradicionales", oponiéndose así a la nutrida agenda de reformas liberales puesta en marcha a propósito de las movilizaciones sociales de la décadas de 1960 y 1970, tales como la legalización del aborto, los matrimonios homosexuales y la discriminación positiva en favor de las minorías. Denunciando los desaciertos del gobierno de Carter y promoviendo esta contradictoria mezcla de liberalismo económico y conservadurismo moral, los republicanos obtuvieron un éxito rotundo en las elecciones de 1980. Desde ese momento, no enfrentaran grandes dificultades para imprimir un sello abiertamente conservador al gobierno estadounidense. Los doce años cubiertos por la presidencias de Ronald Reagan (1980-1988) y George Bush padre (1988-1992), serán al escenario de ese giro que Estados Unidos experimentara en forma paralela al ciclo de reformas que terminara desintegrando a la Unión Soviética. En materia económica, los gobiernos republicanos aplicaron al milímetro los postulados del neoliberalismo. Empeñados en controlar la inflación manteniendo en equilibrio del presupuesto fiscal, impulsaron un sostenido plan de reformas orientado a la reducción del gasto público, por ejemplo, se contrajo el apoyo estatal a la educación, la investigación científica y la seguridad social. Con la segunda medida, se pretendía que los contribuyentes reorientaran sus recursos directamente al mercado estimulando el desarrollo de la industria y generando así, de manera indirecta, mayor empleo. En otra línea, que confirmaba el interés de reducir drásticamente la intervención del estado, las principales empresas públicas fueron privatizadas, mientras se eliminó gran parte de la legislación que regulaba el mercado del trabajo. Asimismo, las organizaciones sindicales fueron constantemente hostigadas y en su reemplazo se promovieron los valores del individualismo la competencia. Así, libre de trabas, el mercado podría comenzar a funcionar sin contratiempos. Las medidas tuvieron un efecto Paradojal. En términos macroeconómicos los resultados fueron positivos, pues se reactivó el ritmo de crecimiento, bajo el desempleo y la inflación disminuyó considerablemente. Sin embargo, este éxito sólo benefició a unos pocos y las alentadoras cifras hacían más que esconder el elevado costo social del programa neoliberal. La brecha entre ricos y pobres se hizo cada vez más grave y los índices de pobreza crecieron de manera exorbitante ante la inexistencia de programas sociales. El empobrecimiento masivo dio paso al aumento de la delincuencia, el tráfico ilegal y la pauperización de las condiciones de vida, por supuesto la población afroamericana y latina -carente de redes de integración e históricamente vulnerable dentro de la sociedad estadounidense- padeció con más fuerza las amargas consecuencias del plan económico republicano. En política exterior, los gobiernos republicanos de la década de 1980 enfrentaron

escenarios dispares. En el caso de Ronald Reagan, su presidencia estuvo marcada por un discurso fuertemente anticomunista que hizo recordar los años más tensos de la Guerra Fría. Así, Reagan reactivo el intervencionismo estadounidense en diversas regiones del mundo sin perder de vista la necesidad de hacer patente el poderío de su país frente a la contraparte. En esa línea y como un evidente contrapunto a la austeridad fiscal promovida en materia social, introdujo fuertes sumas de dinero para seguir financiando la carrera armamentista, aspecto clave en la lógica bipolar. Echando mano a fuerzas rebeldes que trataban la invasión rusa en Afganistán, y paralelamente presento si iniciativa de Defensa estratégica (IDE), un proyecto de rearme cuyo programa estrella fue conocido como la "Guerra de las Galaxias", consistente en el despliegue de instalación en antimisiles en el espacio para evitar que proyectiles enemigos alcanzaran sus objetivos. Con la llegada de Mijaíl Gorbachov al gobierno de la Unión Soviética, la tensión comenzó a disminuir. De hecho, durante los últimos años de la administración Reagan, los líderes de ambas potencias celebraron un ciclo de conferencias encaminadas a la reducción de armamento y a la rearticulación de confianza en medio de la distensión. Es este el escenario que recibirá a George H. Bush, el segundo presidente republicano del periodo y a quien le corresponderá presenciar el estrepitoso derrumbe de la Unión Soviética, Convertida en la única superpotencia mundial, Estados Unidos se aprestaba desde ese momento a construir un nuevo orden internacional. En medio del optimismo generalizado y presentando un discurso conciliador, se iniciaba así la era de la paz americana, legitimando la existencia de organizaciones multilaterales y cautelando la paz mundial.

Las reformas de Thatcher y Reagan

La hegemonía del programa neoliberal no se impuso de un día para otro; demandó algo más de un decenio.

Sin embargo, desde fines de los años 70, exactamente 1979, una nueva situación política se configuró. En este año comenzó el Gobierno de Margaret Thatcher en Inglaterra. Siendo el primer gobierno de un país capitalista avanzado que se comprometió públicamente a poner en práctica un programa neoliberal en Europa. Un año más tarde, en 1980, Ronald Reagan fue elegido para la presidencia de los Estados Unidos. Ambos pertenecieron a movimientos políticos de una derecha conservadora, en el caso de Thatcher pertenecía al Partido Conservador Inglés y Reagan al Partido Republicano de los EE.UU. Por lo cual este periodo histórico es también conocido como la “Revolución Conservadora”.

En términos prácticos, ¿Cuáles son las realizaciones de los gobiernos neoliberales de la época? El modelo inglés es el más puro y constituye a la vez una experiencia pionera. Los diferentes gobiernos dirigidos por Thatcher refrenaron la emisión de la masa

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Ilustración del Presidente de los EE.UU. Ronald Reagan y la Primer Ministro de Inglaterra Margaret Thatcher conocida también como la dama de hierro.

monetaria (dinero), elevaron las tasas de interés, redujeron drásticamente los impuestos hacia los grupos sociales de ingresos más altos, abolieron los controles sobre los flujos financieros (entrada y salida de capitales), elevaron fuertemente la tasa de desempleo, aplastaron las huelgas, pusieron en vigor una legislación antisindical e impusieron recortes en los gastos sociales. Finalmente se lanzaron a un amplio programa de privatizaciones, comenzando por las empresas públicas y afectando después a sectores de la industria básica, tales como el acero, la electricidad, el petróleo y la distribución de agua. Este conjunto de medidas constituyó el proyecto más sistemático y ambicioso de todos los experimentos neoliberales en los países capitalistas avanzados. La variante norteamericana es diferente. En Estados Unidos, donde no existió un Estado Social similar al de Europa, el presidente Reagan y su administración dieron prioridad a la competencia militar con la Unión Soviética incrementando el gasto de la carrera armamentista. Esta fue considerada como una estrategia orientada a minar la economía soviética y, por esta vía, hacer caer el régimen comunista de la URSS.

En el plano de la política interior es preciso revelar que también Reagan redujo los impuestos en favor de los grupos más pudientes, elevó las tasas de interés y aplastó la única huelga importante desarrollada durante su mandato, la de los controladores aéreos. Sin embargo, Reagan no respetó la disciplina presupuestal; al contrario, se lanzó en una carrera armamentista sin precedentes que implicó enormes gastos militares, provocando un déficit en las finanzas públicas superior a todos los conocidos bajo los otros presidentes. Además, ello significó una subvención directa e indirecta a un vasto sector industrial. Se recurrió a una especie de keynesianismo militar y este desenfreno no fue imitado por los otros países.

En el continente europeo, los gobiernos de derecha de esa época –frecuentemente de origen demócrata cristiano– pusieron en marcha el programa neoliberal con un poco más de moderación. Insistieron más en priorizar la disciplina monetaria y las reformas fiscales y menos en los recortes drásticos de los gastos sociales. No buscaron deliberadamente el enfrentamiento con los sindicatos. No obstante, la distancia entre esas políticas y aquellas dirigidas por la socialdemocracia en el curso de los períodos anteriores es grande.

La herencia política del “68”: La Nueva Izquierda

El movimiento de Praga y el de París, repercutieron profundamente en la sociedad de su tiempo y provocaron efectos de mediano y largo plazo. Como la mayoría de estos movimientos fueron protagonizados por grupos de izquierda, fue en estos donde se apreciaron los mayores efectos.

En primer lugar, provocaron una división entre los partidos tradicionales y los movimientos de la nueva izquierda en la Europa Occidental. Los partidos comunistas tradicionales se alejaron de las posturas revolucionarias de la Revolución Rusa, derivando a nuevas posiciones que dieron origen al eurocomunismo, esta vía europea al comunismo estuvo vinculada principalmente al Partido Comunista Italiano (PCI), al Partido Comunista Francés (PCF) y al Partido Comunista de España (PCE). El eurocomunismo abandonaba en buena medida el marxismo ortodoxo y el leninismo, rechazaba el liderazgo del comunismo

internacional ejercido desde la URSS y considera que es extremadamente difícil realizar una revolución socialista en los países capitalistas. Por este motivo, el partido debía de ejercer el papel de liderazgo y vanguardia social. Dicha táctica conduciría en un futuro, ampliar su base social, con lo que sería posible llegar al gobierno en elecciones pluripartidistas. Apostaba por adaptarse a los regímenes occidentales caracterizados por el sistema político de democracia parlamentaria. Aceptaba las reglas de ésta, renunciaba a la revolución como medio y a la dictadura del proletariado como fin, y abogaba por programas políticos de corte reformista.

Por otra parte, el movimiento de la nueva izquierda, principal protagonista de los acontecimientos del “68”, rompió definitivamente con Moscú y los partidos tradicionales, reafirmando los postulados izquierdistas del marxismo (leninismo, trostkismo y maoísmo); se disgrego dando origen a una serie de grupos marginales que asumieran demandas específicas y, en algunos casos, se radicalizó asumiendo la lucha armada guerrillera y formando grupos terroristas. Este terrorismo político europeo aparece en las brigadas rojas italianas o en la Rote Armee Fraktion alemana nacida de la Bader-Meinhoff. Estos movimientos contenían una crítica dirigida contra el Partido Comunista, en el sentido de que no se podía ser un partido revolucionario y aceptar simultáneamente las reglas del juego de una sociedad burguesa. La desesperanza tras el desenlace del “68” termina por transformar el negativismo revolucionario en nihilismo terrorista.

En el mismo periodo histórico en que comienzan a llegar al poder gobiernos de derecha en la mayor parte de países del norte de Europa, que aplicaban diversas versiones del programa neoliberal, al sur del continente –es decir, en los países donde reinaba Franco, Salazar, De Gaulle y los coroneles griegos– llegando por vez primera al poder gobiernos de izquierda ligados al Partido Comunista. Se habló entonces de eurocomunismo. Siendo la época de François Mitterrand en Francia, Felipe González en España, Mario Soares en Portugal, Bettino Craxi en Italia y Andreas Papandreu en Grecia, todos se presentaron como una alternativa progresista, frecuentemente apoyados por el movimiento obrero y popular, y en oposición a las orientaciones reaccionarias de los gobiernos de Reagan y Thatcher. En efecto, en un primer período, por lo menos François Mitterrand y Andreas Papandreu se esforzaron en realizar una política de redistribución, de “pleno empleo” y de protección social. Esta tentativa se inscribía en la perspectiva de crear en el sur de Europa un modelo análogo al establecido en la postguerra por la socialdemocracia del norte de Europa.

No obstante, el proyecto del gobierno socialista francés se desvaneció desde finales de 1982 y fue abiertamente suspendido a partir de marzo de 1983. Esta administración, bajo la presión de los mercados financieros internacionales, cambió radicalmente de curso económico.

Se empeñó en una orientación muy próxima a la ortodoxia neoliberal, con prioridades tales como la estabilidad monetaria, el control del déficit de las finanzas públicas y las concesiones fiscales a los detentadores de capitales (privados). El objetivo del “pleno empleo” finalmente fue abandonado.

EL DERRUMBE DEL MUNDO SOCIALISTA.

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En la década de 1980 este clima de creciente tensión comenzó a cambiar significativamente, pues un número importante de situaciones demostraban que algo andaba mal en los sistemas socialistas. La principal manifestación fue el estancamiento y deterioro que desde 1970 comenzaron a ser palpables en la economía de la URSS, incapaz de satisfacer las necesidades alimenticias de su población, la URSS se veía obligada a importar trigo a Estados Unidos y Canadá como consecuencia de la crisis de su sistema productivo agrícola.

En 1960 su desarrollo industrial le había permitido basar sus exportaciones en la venta de maquinaria, medios de transporte y manufacturas metálicas. En 1985 el 53% de sus exportaciones correspondía a materias primas, petróleo y gas, y el 60% de sus importaciones a maquinarias y artículos de consumo industrial.

El deterioro económico repercutió en la calidad de vida de los habitantes del mundo socialista. Entre 1960 y 1985 la mortalidad en la URSS subió desde el 0.7 % al 1.08 %; la esperanza de vida descendió de los 70 a los 67.7 años; la mortalidad infantil alcanzaba el 2.5% frente al 0.6-0.7% de los países desarrollados. Estas condiciones fueron sin lugar a dudas un telón de fondo muy importante en el derrumbe de la URSS y de sus aliados. Las mismas condiciones generaron a su vez situaciones nuevas que contribuyeron aún más a acelerar la crisis.

Una de las más importantes potencias del mundo contemporáneo, con su proyecto económico, político y social, se desmoronaba como un castillo de naipes, al igual que las ilusiones y los sueños de varias generaciones, ¿cuáles eran las causas que habían conducido a este abrupto final? El estancamiento económico: los sectores que iniciaron reformas en la URSS a mediados de la década de los ochenta denominaron “años de estancamiento” al período que había gobernado Leonid Brezhnev (1964-1982). De acuerdo a los especialistas, se conjugaron al menos tres elementos en el proceso de estancamiento económico experimentado por la URSS.

1. La Crisis Agrícola, ya que crecía la incapacidad de la agricultura para alimentar a su pueblo. Ella se intentó solucionar incrementando la compra de alimentos en el mercado externo, pero ahora más allá de los límites del mundo socialista, lo que aumentaba progresivamente la dependencia de la economía soviética de la economía capitalista, quedando expuesta a sus fluctuaciones.

2. Por otra parte, una situación de potencialidades aparentemente positivas terminó por convertirse en una causa importante del deterioro económico soviético. La presión de los países productores de petróleo, OPEP, hizo que el precio del crudo, que desde la Segunda Guerra Mundial se mantenía bajo y en descenso, subiera abruptamente a partir de 1973. En 1970, el barril de petróleo se vendía a US $2.53 y a fines de los ochenta su precio había aumentado a US$ 41.

Los gigantescos yacimientos de petróleo y gas natural descubiertos en la URSS a mediados de los años sesenta y el alza en el precio del crudo a partir de 1973, permitieron la entrada de importantes recursos a la economía soviética sin mayor esfuerzo, posponiendo la necesidad de reformas económicas y permitiendo a la URSS parar sus crecientes importaciones del mundo capitalista occidental con la energía que exportaba. Esta inesperada bonanza permitió que, a mediados de los años sesenta, el régimen de Brezhnev intentara una

carrera por igualar la superioridad de Estados Unidos en armamentos, que terminó agobiando su ya debilitada economía. Según datos de 1989, la URSS se situaba en el puesto 51 de renta per cápita mundial, siendo al mismo tiempo la segunda potencia militar del mundo.

3. El gasto militar fue la tercera causa del estancamiento económico soviético. Al comenzar la década del ochenta, el aumento de los costos de producción y el agotamiento de los pozos de petróleo sumía a Europa Oriental en una aguda crisis energética, indicando lo que sería su década final.

Crisis política: la crisis económica que se había incubado en la URSS vio la oportunidad de tener una expresión política luego de la muerte de Brezhnev en 1982. Existía la necesidad de elegir a un nuevo gobernante. Era evidente la presencia de un número importante de disidentes provenientes de las clases medias cultas y capacitadas técnicamente, incluyendo a importantes sectores del partido y del estado, es especial en los servicios de seguridad y exterior. Entre ellas primaba una visión muy crítica de cómo habían sido conducidas la economía y la política, especialmente durante los últimos veinte años y la necesidad de que el sistema hiciera reformas profundas al sistema que garantizasen la sobrevivencia.

Las reformas de Gorbachov; La Perestroika y El Glasnot

Al final de la época de Breznev el sistema de economía planificada de la Unión Soviética mostraba claros síntomas de agotamiento; la ineficiencia, el despilfarro, la deficiente asignación de los recursos y una corrupción generalizada se retroalimentaron en un proceso que desembocó en el estrangulamiento del sistema, incapaz de enfrentarse con éxito a la sustitución de los viejos sectores productivos, basados en la industria pesada, por los nuevos que en Estados Unidos estaban protagonizando una profunda transformación de la economía productiva, con fuertes implicaciones en el campo de la tecnología militar.

En marzo de 1985 se nombró a Mijail Gorbachov como secretario del Parido Comunista de la URSS, con la finalidad de implementar reformas al agónico modelo socialista. Su candidatura se impuso a los ortodoxos partidarios de la continuidad del modelo comunista sin cambios y su audaz proyecto recibió el nombre de Perestroika y Glasnot.

La Perestroika, palabra rusa que significa reestructuración o reforma, apuntaba a reemplazar el rígido sistema de economía planificada, por la cual el estado controlaba toda la producción y distribución de los productos, por un modelo donde se priorizaban las necesidades reales de la población, se estimula el trabajo bien realizado; los obreros se transformaban en accionistas de sus empresas, y los campesinos podían vender en forma particular los excedentes de producción.

El objetivo final de ella era permitir a la URSS aumentar la productividad y la competitividad de su economía y conducirla así al nivel de las economías capitalistas más dinámicas. Para lograrlo debía liberalizarse el funcionamiento de la economía, disminuyendo el hasta entonces protagónico papel del Estado e introducir la acción del mercado como regulador de la economía.

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A pesar de las buenas intenciones del plan, los resultados fueron bastante desalentadores para Gorbachov.

El Glasnot o transparencia aludía a una cierta apertura política y social, incorporando mecanismos democráticos. La perestroika política implicaba la democratización de la sociedad, fomentar la iniciativa de las masas y replantear las relaciones internacionales de la URSS, transformándose en un país que aceptaba la pluralidad de sistemas políticos y que trataba de evitar el desastre nuclear mediante una modalidad de acercamiento a los países de Occidente.

También suponía una mayor libertad de prensa y la aceptación de opiniones críticas sobre el funcionamiento de la economía y de la política soviética. Se manifestó en una mayor tolerancia hacia los cambios culturales inspirados en los modelos occidentales, en la liberación de presos políticos y el retorno del exilio de muchos disidentes.

En cuanto a la política internacional, Gorbachov adoptó una línea coherente con sus intensiones reformistas en la URSS e inició conversaciones con el presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, que culminaron en 1987 con un tratado que comprendía una importante reducción de arsenales nucleares. De este modo, Gorbachov procuraba disminuir el peso del importante gasto militar de su país, imprescindible si se aspiraba a una recuperación económica.

El preludio de la caída y sus efectos.

Fue hacia esta época y bajo esta política que Cuba comenzó a perder rápidamente el respaldo incondicional de la URSS a su precaria economía. Ya no le comprarían los excedentes de azúcar a precios artificiales. Poco a poco se acabaría el suministro ilimitado de petróleo y los numerosos subsidios que la mantenían a flote. En tal encrucijada Cuba no tuvo más reme dio que abrir su economía al dólar.

En Europa Oriental la fe en la utopía marxista, estaba mucho mas debilitada. Después de las revueltas de Praga y Hungría, quedó claro que muchos de los regímenes comunistas habían perdido legitimidad. En Polonia, la opinión pública estaba fuertemente unida por sus al régimen comunista, y se había organizado una intrincada red de imprentas clandestinas para difundir sus ideas en un país esencialmente católico. La clase obrera había mostrado su fuerza política con huelgas desde los años “50” y ya para 1980 había triunfado el sindicato “Solidarnösc” (Solidaridad), como movimiento organizado de oposición al sistema. A la cabeza de solidaridad estaba Lech Walesa, quien llegaría a ser presidente de Polonia.

Por su parte en China, en abril de 1989, medio millón de estudiantes y trabajadores salieron a las calles de Pekín en protesta por la continua política de línea dura de Denziao Ping. Las manifestaciones fueron pacíficas, exigían una mayor democratización de la sociedad, libertad de expresión y el término de la corrupción al interior del Partido Comunista chino. El cual para detener las movilizaciones envió a tanques del ejército popular chino a la Plaza de Tian´anmen y los estudiantes desarmados se enfrentaron al ejercito, teniendo como resultado miles de heridos y 1300 muertos por la represión.

Tres meses después de la masacre, Hungría decidió eliminar parte de una reja de 240 kilómetros que los separaba del mundo occidental, permitiendo de este modo el paso a cualquiera. Mientras estuvo abierta esta reja alrededor de 15.000 alemanes, en su mayoría doctores, abogados y demás profesionales de la RDA, cruzaron hacia occidente por medio de Hungría. El gobierno comunista germano presionó y logró detener el flujo de refugiados alemanes en Checoslovaquia, paso obligado para su salida por Hungría, pero los emigrados se asilaron en la embajada de Alemania Federal en Checoslovaquia, quien los acogió como cualquier residente de la República Federal Alemana (RFA)

Ante la incontenible presión social, el gobierno comunista de Berlín Oriental tuvo que ceder y dejar salir en tren a estos refugiados en Checoslovaquia hacia la RFA. Esta regulación de emigración entre la RDA y Checoslovaquia ayudó también a descongestionar el Palacio Lobkowitz, sede de la Embajada de la República Federal Alemana (RFA) en Praga, que mantuvo en sus dependencias a unos 4.500 alemanes del Este. En poco tiempo, el 70% de los profesionales jóvenes y el 50% de los médicos de Alemania del Este habían logrado escapar.

La caída del muro

El 7 octubre de 1989, la República Democrática Alemana celebró su 40 aniversario. El país, sin embargo, iba camino al desmoronamiento. Las manifestaciones y protestas iban en aumento, con el apoyo de intelectuales, líderes religiosos e incluso algunos líderes del Partido Comunista, exigiendo reformas económicas, políticas y sociales.

En una reacción en cadena, las protestas masivas recorrieron todas las grandes ciudades de la RDA, donde cientos de miles de alemanes se manifestaron principalmente en Leipzig y Dresde.

El líder comunista Germano, Erick Honecker fue marginado del cargo el 18 de Octubre de 1989, el politburó designó en su lugar a Egon Krenz. El primer objetivo de su gobierno fue la de regularizar el sistema de viajes para los residentes de la RDA. Para el 10 de noviembre se tenia previsto anunciar que cualquier habitante de la República Democrática Alemana podría cruzar libremente el Muro de Berlín, pero la medida no iba a entrar en vigor sino hasta el día siguiente, para dar tiempo a que la guardia fronteriza estuviera debidamente preparada.

Günter Schabowski, miembro del politburó este alemán, fue el encargado de conducir la conferencia de prensa el 9 de noviembre en la que se

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Rebelde Desconocido, es el apodo que se atribuyó a un hombre anónimo que se volvió internacionalmente famoso al ser grabado y fotografiado en pie frente a una línea de varios tanques durante la revuelta de la Plaza de Tian'anmen.

anunció el trascendental paso. Él, sin embargo, no había participado en la junta de la cual surgió la decisión, de tal modo que al preguntar los periodistas sobre cuándo entraría en vigor el anuncio, él respondió: “De inmediato”.

Las palabras de Schabowski fueron escuchadas por miles de personas, que desde la parte oriental de Berlín, se lanzaron a los puntos de cruce fronterizo para cruzar hacia la República Federal de Alemania. En un principio los guardias no supieron qué hacer y en algunos casos estuvo a punto de gatillarse una masacre, pero las guardias fronterizas abrumados por la multitud, dejaran finalmente que las personas cruzaran hacia la RFA.

Este hecho fue el preludio del derrumbamiento de bloque socialista, manifestándose en el siguiente proceso de caída de estos regímenes:

En Diciembre terminó el gobierno Comunista en Checoslovaquia. El país fue dividido entre la República Checa y Eslovaquia sin disparar un solo tiro. En Rumania el más sangriento de los dictadores comunistas, Nicolás Ceaucescu, seguía en pie y sin dar la menor señal de introducir cambios en su régimen. Solo el asesinato de un connotado opositor encendió la chispa de la revolución contra Ceaucescu. Mientras las turbas saquearon los cuarteles generales del partido comunista rumano, Ceaucescu y su esposa trataron de huir en helicóptero, pero fueron atrapados. Tras el juicio sumario por genocidio, fueron fusilados en la Navidad de 1989.

En abril de 1990, los comunistas fueron desplazados del gobierno en Hungría; dos meses después Bulgaria celebró sus primeras elecciones libres. En Octubre de 1991 se extinguió definitivamente la RDA y Alemania volvió a ser una sola mediante la reunificación Alemana. En Diciembre de 1991, se disuelve la URSS, creándose la CEI (Confederación de Estados Independientes).

El problema mayor que trajo la caída del mundo socialista fue la de integrar a generaciones completas acostumbradas a tener seguro lo más básico (techo, comida y trabajo) y hacerlos parte de un sistema que ahora no garantizaba nada.

De esta manera, con la caída del mundo socialista comienza a gestarse la nueva realidad u orden mundial caracterizado por la Multipolaridad o hegemonía de varios centros de poder, con los EE.UU. a la cabeza, estableciéndose el concepto de globalización en términos de paradigma, comenzando el dominio del nuevo orden mundial.

UNIDAD II: AMERICA LATINA CONTEMPORÁNEA

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Panorama general del continente.

Latinoamérica o América Latina: En sentido amplio, corresponde a todo el

territorio al sur de los Estados Unidos. En sentido más estricto, Latinoamérica comprende todos los países que fueron colonias de España, Portugal y Francia. Dado que los idiomas de estos países provienen del latín, el término Latinoamérica ha servido para designar a las naciones que fueron sus colonias en el Nuevo Mundo.

Su extensión es de 17.819.100 Km2 y que abarca el 12% de la superficie terrestre. En 1990 Sudamérica tenía aproximadamente 304 millones de habitantes, lo que representa menos del 6% de la población mundial. Comprende diez países.

Población: Sudamérica tiene más de 300 millones de

habitantes. Aunque el subcontinente representa poco más del 12% de la superficie terrestre, tiene menos del 6% de la población mundial. Sin embargo, sobre todo en los países tropicales, y se ha registrado un alto índice de crecimiento principalmente en la población urbana. Desde 1930 la inmigración a Sudamérica se ha reducido al mínimo. No obstante, la inmigración interna ha sido muy grande, lo que ha traído como consecuencia la concentración de importantes grupos humanos en la periferia de las ciudades, mientras que las regiones del interior quedaban escasamente pobladas. Aunque, conjunto, la densidad de la población es de 17 hab/km2, la mayoría de la población se concentra en torno a los centros urbanos. Más de la mitad de su territorio tiene una densidad de menos de 2 hab/km2.

Aunque la población de Sudamérica posee distintas herencias étnicas, sus principales elementos lo constituyen los indígenas y los descendientes de españoles, portugueses y negros africanos, así como la población con mezcla de dos o más de estos elementos. La población descendiente de españoles y otros europeos es más numerosa en Argentina y Uruguay. En Brasil, el portugués es el elemento predominante, y los grupos negros y mulatos son más numerosos en esta región que el resto de Sudamérica. La población negra es también importante en las Guayanas y en la costa de Colombia y Ecuador.

El continuo flujo de españoles y portugueses a Sudamérica durante la época colonial aumentó en el siglo y medio que siguió a la independencia, sobre todo en el período comprendido entre finales del siglo XIX y la década de 1930, con la entrada de millones de italianos que se establecieron principalmente en Argentina, Brasil y Uruguay. También llegaron pequeños grupos de otras nacionalidades europeas, como alemanes y polacos. Muchos de estos inmigrantes europeos fueron contratados principalmente para realizar trabajos rurales, o como arrendatarios agrícolas en regiones poco pobladas de Argentina y Brasil. Algunos de estos inmigrantes, como alemanes, italianos y otros, fundaron colonias agrícolas. Los colonos alemanes establecieron importantes colonias en el sur y centro de Chile. Otros inmigrantes se dirigieron hacia las ciudades del país que los acogió, y engrosaron la mano de obra o se dedicaron a actividades en sectores empresariales. También se establecieron en gran número muchos grupos de origen no europeo, como sirios y libaneses. Los grupos más numerosos de inmigrantes asiáticos que llegaron a fines del siglo XIX provenían de la India, Indonesia y China; la mayoría se estableció en la

Guayana Británica (actual Guyana) y en la Guayana Holandesa (actual Surinam), ligados a contratos de trabajo después de la abolición de la esclavitud. Desde 1900, importantes grupos de colonos japoneses se establecieron en el sur, norte y noreste de Brasil. En Perú, desde finales del siglo XIX, se asentaron también grandes grupos de chinos y japoneses.

Demografía: La población de Sudamérica ha aumentado

más del doble entre 1960 y 1990. Casi la mitad de la población del subcontinente vive en Brasil. El promedio del índice de crecimiento de la población se acercó al 2,4% anual entre 1965 y 1990, aunque en Argentina y Uruguay el crecimiento fue más lento. El aumento de la población se debe principalmente al crecimiento natural; en índice de natalidad es mayor del 25%, y el índice de mortalidad alrededor del 8%. En muchas regiones la tasa de defunciones ha ido descendiendo significativamente durante décadas, mientras que los altos índices de natalidad muestran sólo desde fechas muy recientes una tendencia a la baja. El descenso de la tasa de natalidad no reducirá apreciablemente el incremento de la población, que va a aumentar en lo que resta del siglo XX, porque una gran parte de sus habitantes estará en edad reproductiva. En muchos países, alrededor de la mitad de la población es menor de 15 años. Sólo en Argentina, Uruguay y Chile el 60% de la población tiene más de 15 años.

El incremento natural y la migración de las regiones del interior han aumentado la población urbana por encima del 4% anual. En Argentina, Uruguay y Chile el crecimiento ha sido más reducido, pero en los países tropicales las ciudades han crecido con gran rapidez. En los países más urbanizados -Argentina, Chile, Uruguay y Venezuela- el 80% de la población vive en centros urbanos, y en los menos urbanizados- Bolivia, Ecuador y Paraguay- menos del 60% de la población puede ser clasificada como urbana.

Lenguas oficiales y habladas:El español es el idioma oficial de nueve de los

trece países del subcontinente. En Brasil el portugués es el idioma oficial; en Guyana, el inglés; en Surinam, el holandés, y en la Guayana Francesa, el francés. Los tres idiomas indígenas principales son el quechua, el aymará y el guaraní, que son habladas por un gran número de personas. La población quechua hablante está distribuida a lo largo de los Andes, entre Ecuador, Perú, Bolivia y el norte de Argentina y Chile; los aymará hablantes se encuentran en el altiplano del Perú y Bolivia. El guaraní es el idioma oficial del Paraguay, al igual que el español. Además, existen numerosas lenguas y dialectos nativos en la Amazonia y en el extremo sur de Chile.

Religión:Casi el 90% de la población sudamericana

profesa la religión católica. De los 11 millones de protestantes, la mayor parte se concentra en Brasil y Chile, y el resto está muy repartido en los demás países, principalmente en centro urbanos. Los 750.000 judíos de Sudamérica también tienden a establecerse en centros urbanos y se encuentran muy repartidos: cerca de las tres cuartas partes en Argentina y Brasil, y más del 10% en Uruguay y Chile. Entre la Guyana y Surinam están distribuidos 550.000 hindúes, 400.000 musulmanes y 375.000 budistas. La religión católica

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fue establecida y difundida por los españoles y portugueses al comienzo de la conquista. El protestantismo en un reflejo de la inmigración europea posterior y de la actividad misionera iniciada en el siglo XIX. Las sectas evangélicas estadounidenses han sido especialmente activas en el siglo XX.

Modelos de desarrollo económico:De ser históricamente una zona colonial,

dependiente económicamente de las exportaciones de productos agrícolas y minerales, Sudamérica ha experimentado desde 1930 en adelante un notable crecimiento y diversificación en la mayoría de sus sectores económicos. Después de la II Guerra Mundial, las políticas nacionales de sustitución de importaciones (manufactura nacional por artículos importados) reorganizaron la industria. Los beneficios de su rápido desarrollo económico no se redistribuyeron de forma equitativa entre el conjunto de la población, sino que tendió a acumularse más en las principales ciudades y en sus áreas metropolitanas, donde la calidad de vida es por lo general mucho mejor que en las zonas rurales, las pequeñas ciudades y en los pueblos. El comercio intercontinental de Sudamérica se realiza con Estados Unidos, La Unión Europea y Japón. El petróleo y sus derivados constituyen los principales componentes de este comercio de exportación, y el primero es líder en importaciones. El comercio continental ha sido promovido desde 1960 por parte de instituciones regionales de comercio, la más importante de ellas es la Asociación Latinoamericana de Integración (ALADI). Dentro del intercambio comercial continental los principales productos son el trigo, la carne de vacuno, el vino y las bananas, y ha aumentado el volumen comercial de artículos manufacturados. Sin embargo, el comercio de exportación de productos agrícolas y de minería hacia países fuera del continente sigue siendo más importante que el que se distribuye en el mercado continental. Sudamérica contribuye significativamente al comercio mundial de petróleo, cobre, bauxita, café, harina de pescado y semillas oleaginosas. El comercio de éstos y otros productos básicos es esencial para el desarrollo económico de toda la región.

GEOGRAFÍA DE AMÉRICA LATINA

1) América.

Situación y forma.

Segundo continente en tamaño, luego de Asia, su superficie total alcanza a los 42 millones de Km/2. Su longitud. El cual puede desglosarse en las siguientes unidades geográficas:

a) Norteamérica, con 22.935.000 Km/2, comprende a Canadá, Estados Unidos y el territorio mexicano ubicado al norte del istmo de Tehuantepec.

b) Centroamérica, con 1.338.000 Km/2, se extiende desde el istmo de Tehuantepec hasta el valle del río Atrato, ubicado en territorio colombiano.

c) Sudamérica, con 17.764.000 Km/2, se inicia en el río Atrato y se extiende hasta el Cabo de Hornos.

2) México, América Central y el Caribe

Aspectos de su relieve.

Desde el punto de vista del relieve y su estructura se distinguen 3 zonas:

a) México: Que pertenece ala América del Norte en gran parte de su territorio, desde el límite septentrional hasta el istmo de Tehuantepec.

Geológicamente esta parte de México está unida a los EE.UU. lo que se manifiesta nítidamente en el norte donde las dos cierras –Sierra Madre Occidental y Sierra Madre Oriental- encierran una gran meseta central, continuando las estructuras del relieve del Oeste de los EE.UU.

b) América Central: Presenta una morfología montañosa en donde tienen gran importancia los movimientos tectónicos y la actividad volcánica.

Este sector norte se extiende desde el istmo de Tehuantepec hasta la depresión de los lagos Nicaragüenses y se caracteriza por la amplitud de las regiones montañosas en el centro oeste y de las llanuras selváticas de la vertiente Atlántica.

c) Caribe: Conformado por las islas de las Antillas, se considera una prolongación del relieve continental. Destacan las Antillas Mayores, las cuales se generan producto del levantamiento de grandes bloques. Dentro de las Antillas mayores, destacan: Haití, Santo Domingo, Jamaica, Cuba y Puerto Rico. En el caso de las Antillas menores, estas son producto de los afloramientos de una línea de volcanes, y las continentales, producto del levantamiento de antiguos depósitos de coral. Entre las Antillas menores destacan: Aruba, Barbados, Bahamas, Guadalupe, Martinica, Trinidad y Tobago, entre otras.

Clima y vegetación

América Central y el Caribe se localizan dentro de las latitudes tropicales y ecuatoriales y cuentan con la presencia de dos factores climáticos permanentes como son: las aguas cálidas del Caribe (Corrientes del golfo) y la presencia de los vientos Alisios.

Con la excepción de México septentrional que es árido y seco, con menos de 500 mm. De precipitaciones y vegetación de matorrales espinosos y plantas xerófitas; en el Centro y Sur precipita más de 600 mm. Las temperaturas son altas y parejas a lo largo del año con medias superiores a los 20 º C.

En la vertiente Atlántica existe un clima de selva ecuatorial con lluvias todo el año producto de la presencia de la corriente cálida del Golfo y los vientos Alisios. En la vertiente del Pacífico se presenta un clima tropical con una estación seca, característica del clima de sabana.

En algunas zonas la altura hace variar las temperaturas encontrando tres tipos de paisajes: las Tierras cálidas (hasta los 1000 m.); las Tierras templadas (hasta los 2000 m.) y las Tierras frías (sobre los 2000 m.)

3) América del Sur

Aspectos del Relieve

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Sudamérica es la parte más extensa de América Latina y la Cordillera de los Andes determina el conjunto de su relieve sudamericano. De este relieve pueden distinguirse seis grandes unidades naturales:

a) La Cordillera de los Andes: Cordillera reciente de fines de la era secundaria y comienzos del terciario originada por procesos de plegamientos y tectonismo. Maciza, alta, la primera del mundo en longitud, aproximadamente 9.000 Kms., con ancho medio de 250 KMS., con máximos cercanos a los 1.000 Kms. en la región de los altiplanos. Los Andes dominan el paisaje de todo el sector occidental, acumulan las nieves, contienen gran cantidad y variedad de recursos mineros; distribuyen las aguas del subcontinente, originan por su altura climas azonales, además de servir de biombo climático. A lo largo de su extensión es posible distinguir distintos sectores, entre ellos encontramos:

Los Andes Septentrionales (Venezuela y Colombia) “Andes Húmedos”

Los Andes Ecuatoriales (Ecuador)–Sierra, Volcán Chimborazo (6.080 m.)

Los Andes Centrales (Andes del Perú, Bolivia y el Norte de Chile) – Altiplano.

Los Andes Meridionales (Andes chileno-argentino) – Monte Aconcagua.

Los Andes patagónicos (extremo sur del continente) – erosión glacial.

Algunos geógrafos sostienen que la cordillera se prolonga en forma de arco submarino, reapareciendo en la Antártida donde se denomina Antartandes o Andes de la Antártica.

b) Las Mesetas o escudos de Guayana y Brasil: Las mesetas de Guayana y Brasil son mucho más antiguas que los Andes. Forman escudos Inmóviles y están compuestas esencialmente de rocas muy antiguas (pre-cámbricas). Las alturas máximas no llegan a los 3.000 m. (Pico Bandeiras con 2.890 m; Roraima con 2.810 m.)

c) El altiplano andino: Es una franja de territorio de unos 200 kms. De ancho y una latitud media de 3.000 a 4.000 m. Asentada entre dos brazos de la Cordillera de los Andes, ocupa todo el occidente boliviano y la zona del sureste del Perú. Aislada por elevados macizos, se presenta como una inmensa cuenca cerrada, extremadamente horizontal, en la que destacando extensos lagos; el Titicaca, compartido con el Perú en la zona norte, y el Poopó en la parte central del altiplano boliviano.

d) La pampa; Se ubica en el centro de Argentina, entre el Chaco al norte y la Patagonia al sur. Es una gran planicie que asciende con suavidad desde las orillas del Atlántico y del río Paraná hacia los Andes. Los ríos que la atraviesan son de escasa longitud y forman quebradas profundas.

e) La Patagonia; Abarca la zona sur de Argentina y Chile, aproximadamente desde los 39º de latitud Sur, correspondiente al río Colorado en el lado occidental, hasta la Tierra del Fuego. Es

una meseta antigua que desciende en forma escalonada desde los Andes al Atlántico. Cruzan esta zona un gran número de ríos, asentados en causes de origen glacial, y de lagos. Entre los ríos destacan, el Colorado, el Negro y el Chubut, y entre los lagos: Nahuelhuapi, Carrera y O´Higgins.

f) Las Cuencas Fluviales de la vertiente Atlántica; En América del Sur existen tres grandes hoyas hidrográficas que han formado enormes llanuras aluviales con importantes recursos, lo que ha permitido su incorporación a la vida económica Latinoamericana.

El sistema del Orinoco: Abarca una superficie de 662.000 Km/2 (parte de Venezuela y la región oriental de Colombia). Su extensión es de 2.140 Km., es un río típico de llanura, de mínima pendiente y en su curso inferior es navegable.

El sistema del Amazonas : Es el más extenso del mundo por su volumen y longitud. Tiene su origen en las nacientes del Ucayali-Apurimac y hasta su desembocadura en el Atlántico supera los 6.300 Kms. Su cuenca supera los 6.000.000 Kms/2, y ocupa territorio brasileño, peruano, colombiano, ecuatoriano, venezolano y boliviano. Es propiamente un río de llanura y tiene un mínimo de declive a lo largo de su curso.

El sistema del Río de La Plata : Constituido por tres grandes arterias fluviales: El río Paraguay, el Paraná y el Uruguay. Este gigantesco abanico fluvial se junta para formar el río de la Plata, que es en realidad un estuario que cubre una superficie de 35.000 Km/2 y mide unos 299 Km. de ancho en su desembocadura entre Cabo Santa María (Uruguay) y Cabo San Antonio (Argentina)

Climas y Vegetación

El desarrollo en latitud de Sudamérica, la ubicación de los relieves con respecto a los vientos y la influencia de las corrientes marinas en los distintos sectores del subcontinente son los factores que condicionan los climas de Sudamérica. Es por ello que podemos ubicar los siguientes tipos de climas.

1) Selva Ecuatorial: Permanentemente húmedo y cálido. Temperatura superior a los 25 º C., oscilación térmica insignificante y precipitaciones repartidas a lo largo de todo el año (Manaos 1775 m.m., Iquitos 2.618 m.m.). La vegetación es exuberante, con arbustos y árboles de hasta 20 mts. de altura. Este tipo de clima se concentra en la cuenca del río Amazonas.

2) Tropical con estación Seca o Sabana: Temperaturas altas sobre los 20 º C. como promedio, con gran cantidad de precipitaciones, pero con una estación seca bien definida. Precipita en el verano, además es la época de la crecida de los ríos. Vegetación de sabanas herbáceas altas, gramíneas, bosques galerías. Se encuentra en los llanos del Orinoco, en el gran Chaco y en la meseta brasileña.

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3) Áridos y semiáridos : Se caracterizan por las escasas precipitaciones y grandes oscilaciones térmicas. Destacan un sector correspondiente al litoral del Caribe colombo-venezolano, el litoral chileno-peruano y la Patagonia (estepa fría semiárida)

4) Clima Templado Cálido Mediterráneo: Este tipo de clima se localiza en la vertiente occidental del continente desde la cuenca del río Aconcagua (V región) hasta Traiguén (IX región). Las precipitaciones se concentran en invierno y aumentan con la latitud. La temperatura promedio es baja, de 11 a 13 grados y la humedad permite a los bosques avanzar sobre las cubiertas herbáceas.

5) Clima Marítimo lluvioso: Se extiende desde Chiloé hasta la Península de Taitao, las temperaturas media anual bordean los 10 º C; y la pluviosidad puede llegar hasta unos 4.000 m.m.; esta asociada con el bosque austral.

6) Clima Templado Subtropical de Vertiente Oriental: Localizado en el sur del Brasil, en Uruguay y la Pampa argentina. Las condiciones de humedad fluctúan entre los 600 y los 1.000 m.m. anuales, ellas son favorables para el desarrollo de diferentes tipos de cultivos. Por su gran extensión se observan ciertas diferencias pluviométricas entre el sector oriental y el occidental que es más árido.

HISTORIA DEL SIGLO XX LATINOAMERICANO

La crisis del orden oligárquico liberal

Tras el proceso de independencia, los países americanos se dieron la tarea de construir su ordenamiento político, para ello utilizaron todos los elementos que tenían a mano: teoría filosóficas y científicas, el modelo de otros estados y las instituciones. Pese a las diferencias de los procesos independentistas, el orden social predominante en América Latina hasta las primeras décadas del siglo XX es el oligárquico. Por oligarquía se entiende tradicionalmente como el gobierno de unos pocos, pero cuando se habla de un régimen oligárquico, se alude a un orden social y político en que pocas personas, familias o grupos, detentan el poder y los beneficios sociales y económicos que éste trae consigo, excluyendo abiertamente al resto de la sociedad.

En los regímenes oligárquicos, el poder político pasa a concentrarse en las manos de las elites nacionales, conformando gobiernos fuertes y excluyentes o, en algunos casos, dictaduras, que no siempre están en las manos de la elite, pero que responden a sus intereses.

Las oligarquías locales resultaron enormemente beneficiadas del modelo económico imperante en la época, basado en la exportación de recursos y la importación de bienes. Dueñas de las grandes propiedades agrícolas (Latifundio) o ganaderas (Estancias), sus intereses se vinculaban estrechamente con los de los comerciantes extranjeros –sobre todo ingleses-, quienes se encargaban del transporte y la comercialización de los productos latinoamericanos en ultramar. Ambos grupos, las elites de América Latina y los capitalistas ingleses, se complementaban por lo que no se registraron mayores roces entre ellos.

América Latina fue tierra de una prosperidad sin precedentes en su historia, entre 1880 y 1914

aproximadamente. En países como Argentina, Uruguay, México, el sureste de Brasil, Cuba, Chile y Colombia se experimentó un crecimiento económico excepcional, sustentando en la exportación de materias primas y alimentos hacia diversos mercados, principalmente europeos.

La elite Latinoamericana estaba cada vez más europeizada y admiraba el refinamiento francés, el espíritu emprendedor y la tecnología de los ingleses y estadounidenses. Con sus ojos puestos fuera de sus fronteras, no solo ignoraba la realidad cotidiana del resto de la población latinoamericana, sino que además culpaba a indígenas y mestizos del atraso de América Latina.

Las teorías filosóficas de moda, como el positivismo y el evolucionismo, constantemente vinculaban el desarrollo de los pueblos con las características raciales de la población. Estas ideas terminan por constituirse en verdaderos legitimadores del orden político, económico y social existente, especialmente en países con gran presencia de población indígena como México y Perú.

Para influyentes pensadores latinoamericanos, el problema del continente es su constitución racial. Asocian a indígenas y mestizos con la pereza, la falta de espíritu emprendedor y la incapacidad sicológica de modernizarse, por lo que están condenados a la pobreza y el atraso. Dadas estas características morales, los positivistas plantean la incompetencia de indígenas y mestizos para participar de la toma de decisiones políticas, con lo que legitima la exclusión de la mayoría de la población.

El ideal del positivismo es el orden y progreso y este ideal debe alcanzarse a cualquier precio. La legitimación de regímenes excluyentes o de hombres fuertes encuentra su correlato en materia económica: los postulados del liberalismo económico estimulan la conexión de Latinoamérica a la economía externa, acrecentando el poder de las elites nacionales y de los capitalistas extranjeros. América Latina consolida así el modelo exportador de materias primas e importador de bienes manufacturados, vigente hasta la gran depresión económica de 1929.

Este modelo económico rinde sus frutos, directamente conectados con los ciclos de prosperidad del mercado exportador. La bonanza económica se refleja en la construcción de obras que facilitan el transporte de bienes y personas, así como el asentamiento de la autoridad central, cuyo ejemplo más emblemático esta dado por los ferrocarriles.

Al mismo tiempo, los ciclos de expansión económica repercuten directamente en una serie de transformaciones sociales, que alteran la fisonomía de los países latinoamericanos. Por una parte se produce una alteración, en la composición del alto sector social: junto a los terratenientes tradicionales, conviven con banqueros, comerciantes, dueños de minas y diversos personajes que han hecho su fortuna al amparo de las florecientes explotaciones comerciales demandadas por el mercado internacional. Esta burguesía, en muchos casos extranjera, entabla relaciones con la elite tradicional y se incorpora, en distintos grados, a la oligarquía política local.

La hegemonía oligárquica descansaba también en el dominio cultural, a través de un limitado acceso a la educación, y la restringida movilidad social que impedía que otros sectores pudieran competir por el poder. El latifundio constituía la principal unidad productiva desde la cual la elite hacia sentir su poderío económico, socio-político y cultural a los demás

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grupos sociales. Este orden de cosas se vio mortalmente amenazado durante el período comprendido entre 1914 y 1930.

Los cambios en la situación internacional

La dominación oligárquica descansaba en el funcionamiento del modelo primario-exportador, que hacia depender la economía de la demanda externa de las mercancías que América Latina podía ofrecer. Argentina y Uruguay eran importantes proveedores de productos agrícolas y ganaderos (carne, lana y trigo); Chile se había especializado en la extracción de cobre y en la venta de salitre proveniente del desierto de Atacama; Colombia y Brasil habían crecido gracias a la producción de café, México exportaba el henequén (fibra vegetal utilizada para hacer cuerdas), azúcar, zinc y petróleo; Perú hacia lo propio con el azúcar y la plata; Bolivia con el estaño, Cuba con el azúcar y el tabaco y Centroamérica vivía de la venta de café y plátanos.

El talón de Aquiles de este modelo era la dependencia excesiva de la capacidad compradora de los socios comerciales europeos y de los estadounidenses, desde las primeras décadas del siglo XX. En algunos países, como Argentina, México, Brasil y Chile, se había invertido en industrias que producían bienes básicos de consumo, pero las economías latinoamericanas se encontraban, en general, completamente subordinadas a los vaivenes que se producían en otros lugares del mundo. Las ganancias que por décadas se obtuvieron gracias a una balanza comercial favorable, no fueron aprovechadas para diversificar la producción porque las oligarquías tendieron a conformarse con el crecimiento fácil que brindaban las exportaciones. Cada vez que se registraban crisis económicas internacionales, bajaban los precios de las materias primas. Por lo tanto, las crisis afectaban con especial virulencia a nuestro continente, pues no había a quien venderle la producción, escaseando el dinero para pagar las importancias y los sueldos de la gente.

Las dos guerras mundiales y la gran crisis de 1929 revelaron en toda su magnitud de la dependencia de las economías latinoamericanas, muchas de las cuales, como la chilena, se derrumbaron estrepitosamente a raíz de esas coyunturas. Las inversiones extranjeras, se redujeron, se cerraron las puertas para obtener préstamos y el comercio exterior

disminuyó notoriamente. Asimismo, hubo masivas movilizaciones por parte de los sectores que debían cargar sobre sus hombros los efectos de la crisis, lo cual puso en riesgo la estabilidad política. Tal desastre económico y social alertó, incluso a sus más fervientes defensores, sobre el riesgo que implicaba la mantención del modelo primario-exportador.

Por otra parte, desde los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, se había intensificado otro fenómeno que afectó las rentas de las oligarquías.

Antes de 1914, la influencia inglesa en América Latina era incontrarrestable, pero paulatinamente fueron haciéndose fuertes los capitales estadounidenses. A diferencia de los ingleses, la penetración de los Estados Unidos se fue haciendo a costa de las clases dominantes latinoamericanas, porque sus inversiones se concentraron en el sector productivo, donde hasta entonces predominaba la propiedad de las oligarquías. Numerosos yacimientos mineros, extensas tierras o el petróleo fueron pasando a manos norteamericanas, afectando los intereses. Además, importantes riquezas se desnacionalizaron, en tanto que el comercio con el vecino del norte también se incrementó. De un 10% de las exportaciones que iban a EE UU antes de la Primera Guerra Mundial, se pasó a un 38% en 1929.

La situación mundial después de 1929 y la Segunda Guerra Mundial más tarde exacerbaron estas tendencias. Las potencias europeas se volcaron hacia dentro para poder superar la crisis, de la manera que quedó despejado el camino a los capitales estadounidenses, que ya no encontraron obstáculos para su penetración en América Latina.

La irrupción de nuevos actores.

A la nueva situación económica latinoamericana, que ponía en jaque el poderío y control que por décadas había ejercido la oligarquía, se sumó un fuerte remezón interno, materializado en la toma de conciencia del rol social y del derecho a participación que tenían los otros sectores sociales, hasta entonces ignorados por las oligarquías. En este nuevo contexto, los grupos emergentes ya no estaban dispuestos a permanecer al margen del gobierno de sus países.

Las capas medias

Hasta finales del siglo XIX, las oligarquías latinoamericanas gobernaron sus países, prácticamente sin contrapeso. Pero a medida que iba creciendo el aparato del Estado, se incrementaron los ministerios y los servicios públicos se robusteció el ejército, haciéndose necesario desempeñarse en las nuevas tareas. En este contexto, se fueron haciendo cada vez más numerosas algunas concesiones dentro de la burocracia estatal, aunque no lograron constituirse aún en actores capaces de amenazar el poderío de la oligarquía.

Ya en las primeras décadas del siglo XX, las capas medias experimentaron un crecimiento notorio. Adquirieron su propia fisonomía en las ciudades, aunque eran inexistentes en las zonas rurales y muy escasas en las pequeñas ciudades de provincia. Si bien se habían organizado en algunos partidos políticos –el primero genuinamente de la clase media fue la Unión Cívica Radical, fundada en Argentina en 1891-, estos, en su mayoría, no desarrollaron un programa de transformaciones socioeconómicas que gozara del apoyo de otros grupos, por lo que no lograron

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Las oligarquías latinoamericanas mantuvieron durante mucho tiempo el poder político, económico y cultural del sistema social, hasta que se fue desintegrando poco a poco y otros actores fueron ingresando.

representar a los sectores que aún estaban poco cohesionados socialmente. Solo como resultado de la crisis de 1929 y el consiguiente deterioro de la oligarquía, las capas medias emergieron como un actor central en la política latinoamericana y tomaron conciencia de sí en cuanto a una clase social con intereses propios.

Las experiencias más sobresalientes del protagonismo alcanzado por las capas medias antes de la crisis de 1929 se vivieron en Uruguay y Argentina. En el primero de estos casos, fue un político entroncado con la oligarquía uruguaya quien encabezó la modernización de su país apelando a las capas medias y a los trabajos. El periodista José Batlle y Ordóñez (1856-1929) del partido Colorado, fue electo presidente de la República en dos ocasiones (en los períodos de 1903-1907 y 1911-1915) y dominó la política uruguaya hasta su muerte. Su programa básico llevaba el lema de “Libertad electoral y elecciones honestas” e inauguró una larga tradición democrática en su país, que recibió el calificativo de la “Suiza de América del Sur”. Entre sus mayores realizaciones se cuentan el establecimiento de la jornada laboral de ocho horas, la primera ley de divorcio de Latinoamérica, en la que se salvaguardaban especialmente los derechos de la mujer, y la creación de importantes empresas públicas.

Argentina constituyó el otro ejemplo paradigmático de ascenso de las capas medias. Aquí por primera vez un partido representativo de estos sectores – la Unión Cívica Radical (UCR)- tuvo acceso al poder con Hipólito Yrigoyen, en 1916.

La UCR gobernó hasta 1930, pero nunca logró desplazar verdaderamente a la vieja oligarquía. Sus logros incluyen una legislación social, reformas en el sistema universitario y el crecimiento del sector público, aunque estos no fueron tan duraderos como en Uruguay. Sin embargo, quedó demostrado que era posible la ampliación de la participación ciudadana para avanzar hacia cambios desde una perspectiva más democrática. Un golpe militar de orientación derechista puso fin a esta primera experiencia mesocrática en Argentina.

La hegemonía política social de la oligarquía fue amenazada también en México, donde los sectores medios participaron activamente del proceso revolucionario iniciado en 1910; en Chile, con el gobierno de Arturo Alessandri desde 1920 y los movimientos de oficiales jóvenes; y en Perú, con la gran popularidad que adquirió la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada en 1924. Sin embargo, solo después de la crisis de los años’30, las capas medias surgieron con un proyecto propio en la mayor parte de los países de América Latina. No obstante, para que esos proyectos pudieran imponerse con éxito fue necesario buscar alianzas con otro factor fundamental: los partidos de la clase obrera.

El proletariado

Los estratos populares registraron también un crecimiento significativo a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. La expansión de las ciudades y la paulatina formación de mercados internos llevó a la aparición de un sector obrero urbano, proceso que se acentuó con las migraciones desde el campo hacia la ciudad y con la inmigración europea que aportó con las ideas anarquistas y socialistas.

Las organizaciones de los obreros en los centros mineros, por su parte, presionaron a los poderes

públicos mediante frecuentes y masivas huelgas. A pesar de conseguir las primeras reglamentaciones laborales sobre jornada, seguridad e higiene en el trabajo, su reciente formación como clase no estuvo libre de obstáculos. Quizás el principal fue su aislamiento y dispersión física, por la distancia que separaba a las regiones mineras del proletariado urbano. Además, en el campo, el control social de la mano de obra que ejercían los grandes propietarios se mantuvo e incluso abarcó a las propiedades y aldeas cercanas. En esos años, la condición de servidumbre y la pobreza del campesinado no sufrió modificaciones sustantivas. Los potenciales focos de conflicto residían en la población rural no integrada al latifundio, cuya existencia se caracterizó por la marginalidad y el vagabundeo en busca de algún empleo estacional.

Con el tiempo, en las nacientes industrias y en las zonas mineras se fue perfilando un proletariado cada vez más organizado y consciente de sus derechos. A partir de los años “20”, proliferaron los sindicatos que se nutrían del discurso socialista – muy prestigiado por el impacto de la Revolución Rusa-, y que era divulgado por ideólogos como el chileno Luis Emilio Recabarren o el peruano José Carlos Mariátegui. El marxismo le imprimió coherencia al accionar de los trabajadores y permitió darle sentido a sus luchas cotidianas por la jornada de ocho horas, el derecho de organización sindical y de huelga y la limitación de la explotación de mujeres y niños. En el umbral de la gran crisis de los años “30”, el movimiento obrero se encontraba bastante articulado en la mayoría de los países latinoamericanos, especialmente en Perú, Bolivia y Chile. La creciente importancia de los partidos políticos que representaban a estos sectores, como el partido Comunista, permitió trasladar sus reivindicaciones desde el ámbito netamente laboral al político y generar así un vasto movimiento que presionó aún más a la alicaída oligarquía.

La experiencia del populismo

La crisis de los años “30” y el agotamiento de la hegemonía oligárquica provocaron grandes convulsiones en América Latina. Las cosas ya no volverían a ser como antes. La pérdida de mercados fundamentales en Europa –acentuada aún más con la Segunda Guerra Mundial- y la incapacidad de los gobiernos para hacer frente a las presiones que provenían de los sectores medios y obreros sumieron a nuestro continente en una ola de golpes de Estado y cambios de gobierno. En los años inmediatamente posteriores a la crisis económica, los militares habían tomado el poder en Argentina, Brasil, Chile, Perú, Guatemala, El Salvador, Honduras y Cuba. De esa forma, se fue allanando el terreno para un nuevo tipo de régimen que se nutrió de la conflictiva situación social.

Crecimiento urbano y social

Uno de los rasgos más característicos de Latinoamérica después de la Segunda Guerra Mundial fue el explosivo aumento de su población. Los 159 millones de habitantes que había en 1950, llegaban a los 209 millones diez años más tarde y a 275 millones en 1970. El crecimiento se debió principalmente a la caída de la mortalidad y al incremento de los nacimientos. El resultado de este proceso fue la presencia de un gran contingente de población joven (hasta 19 años) que difícilmente podía proveerse un

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sustento. Muchos de estos jóvenes migraron desde las áreas rurales hacia las ciudades en busca de empleo, debido a que el sector agrario había sido el más afectado por las crisis económicas.A partir de los años “50”, la población urbana comenzó a predominar en los países económicamente más importantes de América Latina. El problema fue que las ciudades no estaban preparadas para recibir a tanta gente. La cesantía se transformo en un problema sin solución y masas de personas subempleadas vivían en la miseria, sin tener siquiera un techo donde poder cobijarse.

Desde México hasta Chile, la estructura social se fue polarizando y el abismo entre los más ricos y los pobres se hizo más y más profundo. Tomando como base el ingreso per cápita de América Latina, algunos estudiosos han establecido que alrededor de un 60% de la población percibía ingresos que se situaba por debajo del promedio nacional.

Rasgos del populismo

Los partidos de clase media y proletaria lograron captar solo parcialmente la adhesión de los sectores marginados y subempleados, porque estaban disputando el poder a la oligarquía reclutando a sus militantes en los lugares de trabajo, a través de la formación de sindicatos. Como la gran masa de pobres no tenía trabajos estables, se hizo muy difícil lograr su apoyo para un programa de cambios liderado por los partidos tradicionales. Una nueva modalidad de participación y movilización en demanda de mejores condiciones de vida comenzó entonces a imponerse en nuestro continente: el populismo.

Las décadas de 1930 a 1960 fueron dominadas por un tipo de liderazgo que se planteó originalmente en contra de la oligarquía y de los políticos en general. Se trató de un fenómeno que hay que comprender en el marco de la complicada situación socio-económica de las mayorías latinoamericanas, que guardaba ciertas similitudes con lo ocurrido en Europa durante el periodo de entreguerras, cuando se hizo fuerte el fascismo.

EL POPULISMO: APROXIMACIONES TEÓRICAS

A menudo el populismo se ha entendido como un calificativo político que se expresa más que nada como un insulto o estigma, indicado por prejuicios negativos, en general, visto como un camino intermedio entre la demagogia y la intolerancia.

Lo que más llama la atención del populismo es la dificultad para clasificarlo dentro del tradicional eje bipolar derecha-izquierda, es más existen populismos que parecen “de derecha”, “de centro” y otros “de izquierda”, debido a que por lo general en los regímenes populistas existen matices que los caracterizan que hace generalmente imposible categorizarlos dentro de estos conceptos.

Por lo general se aplica más a un estilo que a un contenido, pudiéndose hablar entonces de nacional-populismo, populismo de izquierda, populismo neoliberal, populismo obrero, populismo étnico y populismo mediático. Sin embargo este concepto es uno de los más imprecisos del vocabulario de las Ciencias Políticas.

Empero, el populismo latinoamericano puede describirse más que una ideología o un régimen de gobierno, como un movimiento político con fuerte apoyo popular, pero que no busca formular transformaciones profundas al orden político existente.

Este movimiento expresa una convergencia inestable entre intereses de sectores y elementos subordinados de las clases dominantes y grupos sociales emergentes conocidas como clases populares. Este movimiento se enmarca también dentro del proceso de incorporación de las clases populares a la vida política, esta inserción es producto del resultado de un intenso y masivo proceso de movilización social como subproducto de una acelerada urbanización de las sociedades latinoamericanas.

Las características del populismo:

El pueblo

El grado y la medida en que un fenómeno político cabe en la definición depende de la posesión clara e incuestionable de un número limitado de elementos que conforman lo que podríamos llamar el “núcleo denso” del populismo. Éste esta compuesto principalmente por la apelación al pueblo por parte de un “líder carismático”, por medio de un discurso y una movilización política directa y anti política que apunta a la regeneración de una comunidad popular idealizada.

Todos lo populismos apelan directamente al “pueblo” fuera y por encina de cualquier representación institucionalizada. El pueblo en el discurso populista es una abstracción, una idealización, que pretende referirse a la totalidad de la población, o aquella parte de la población que posee las características más nobles, auténticas y puras. El pueblo, en efecto, contiene una carga semántica ambigua y polivalente. En algunos casos el pueblo es identificado con las clases populares contrapuestas a las oligarquías dominantes. Otras ocasiones es el “pueblo” auténticamente nacional, contra los extranjeros o extranjerizantes.

El populismo asume el pueblo como un mito, proclama su inocencia eterna y suprema, en definitiva se le observa al pueblo como una comunidad orgánica cohesiva, superior a los individuos, que descansa sobre elementos tradicionales que componen la cultura local, como de la etnia, la religión, la nación o la familia.

Este ideal comunitaria es visto como un elemento central de lo que podríamos definir como la “ideología populista” ya que busca cortar la distancia entre los de “arriba” y los de “abajo”.

La unión del pueblo es prioritaria e incuestionable. No es admisible ningún fraccionamiento interno bajo el pretexto de las diferencias regionales, étnicas o de clase, es ante todo transclasista, es decir, niega la relevancia o la legitimidad de las fracturas provocadas en el pueblo por las diferencias socioeconómicas. La fractura es reposicionada hacia afuera, entre el pueblo y el “no pueblo”.

El pueblo homogéneo y orgánicamente unido retiene supuestamente el derecho de la soberanía política. Aquí se encuentra una de las paradojas del populismo, su relación ambigua con la democracia. El populismo reivindica la “verdadera democracia”, el poder político del pueblo. Sin mediaciones, sin delegados, y sin trampas de la representación. En definitiva la democracia populista es hostil a la democracia representativa y busca retener la mayor cantidad de poder posible en las manos del pueblo. El populismo tiene una concepción de la democracia alternativa a la liberal, una democracia imaginada como expresión directa de la voluntad de la comunidad del pueblo, por medio de los líderes que surgen directamente de ella. El organicismo democrático del

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populismo se presenta como una radical alternativa a la idea liberal de que la sociedad esta compuesta por individuos anónimos que delegan sus intereses a representantes electos mediante el voto.

Este modo de concebir la democracia recuerda no dolo y no tanto a los populismos latinoamericanos “clásicos” de Perón, Vargas, Cárdenas e Ibáñez del Campo, sino también del fascismo de Mussolini y al nacionalsocialismo de Hitler. A primera vista, éstas pueden parecer experiencias absolutamente distintas por su radicalidad totalitaria, aspectos políticos y, sobretodo, ideológicos.

Sin embargo, es necesario diferenciar al populismo del fascismo por la ausencia de ideología del primero. Al fascismo también se le ha atribuido la falta de una verdadera ideología y, con respecto al populismo, no podemos afirmar, a secas, que no tiene elementos ideológicos, aún si ellos aparecen formulados de una manera vaga e informal. Por otro lado se ha señalado reiteradamente una afinidad entre el régimen fascista italiano y los gobiernos populistas de Vargas en Brasil y de Perón en Argentina.

La relación de parentesco entre las dos familias de estos fenómenos políticos es estrecha. Todo fascismo siempre es populista o contiene fuertes elementos populistas, pero existen muchas formas y manifestaciones populistas que no son fascistas. La combinación con otras especies ideológicas es más problemática, aunque existen formas bien reconocibles de populismo dentro de algunas experiencias socialistas como el estalinismo y el castrismo.

El populismo, en suma, es compatible con formulas de derecha y de izquierda, con el tradicionalismo y con la vanguardia revolucionaria, con el fascismo y con el estalinismo.

El líder carismático

Todo líder del populismo asciende directamente del pueblo para expresar en forma directa e inmediata, sus reclamos, aspiraciones e ideales. Este tipo de liderazgo permite una identificación clara y unívoca con el pueblo, mediante las características peculiares del líder. Este es el hombre surgido del pueblo, que expresa casi un estereotipo de sus vicios y virtudes en su estilo “descamisado” de vestir, termino acuñado en argentina para hacer referencia a las clases populares y obreras. En su forma franca y o vulgar de expresarse, en sus contactos directos con los humildes en las calles, en las arengas conmovedoras y casi familiares de las muchedumbres que se reúnen para escucharlo y vitorearlo. Esta identificación visual y biográfica entre líder y pueblo es tan necesaria, que un multimillonario italiano como Silvio Berlusconi puede cultivar una imagen de “líder obrero” subrayando sus orígenes humildes.

El liderazgo carismático es la expresión más consecuente de la idea de comunidad orgánica en tanto el pueblo necesita proyectarse en una sola persona y hablar por medio de ella con una sola voz. El líder no “representa”, expresa directamente la voluntad popular.

El discurso populista

Al ser una encarnación del pueblo, el líder debe hablar con un lenguaje accesible, directo, tajante, franco y cautivante. El discurso populista no admite complejidades, barroquismos y los hermetismos del lenguaje político tradicional. Va directo al grano, sin rodeos, sin eufemismos, sin sutilezas. No reconoce los

tonos grises, solo el blanco y el negro. En este discurso sólo hay pueblo y no pueblo, amigos y enemigos. Los enemigos no compiten, conspiran. La idea del complot se traduce en un lenguaje accesible al imaginario popular, los peligros reales o supuestos que amenazan al líder y al movimiento.

Pero ante todo el discurso populista se presenta como un discurso moral, buscando definir y dividir los “buenos” de los “malos”. Aquí se encuentra uno de los motivos que llevan a cierta desconfianza hacia el populismo, su tendencia hacia la guerra moral, a la satanización de los adversarios con vista a la reconstitución de una comunidad popular totalizadora, donde no tiene cabida el pluralismo.

Algunas consideraciones

En realidad el populismo, lejos de representar un estado morboso, es perfectamente compatible con la democracia, no existiría sin los principios de soberanía, legitimidad y participación popular, que son las bases del sistema político democrático. De acuerdo a estos principios el populismo expresa un reclamo popular auténtico de renovación política, donde se percibe un anquilosamiento de los sistemas representativos, una deriva oligárquica de la clase política y un déficit democrático de las instituciones y de los centros de decisión. Aunque existe siempre el riesgo de una deriva demagógica y autoritaria.

El populismo irrumpe en escena cuando fallan las instituciones representativas de la democracia liberal. En cierto sentido, su aparición muestra claramente los límites del modelo liberal, su tendencia hacia el anquilosamiento institucional y el elitismo oligárquico. Además, el populismo parece adaptarse mejor a los cambios introducidos por la tecnología de las comunicaciones de masas, en tonto el mensaje visual directo, emocional, proyectado por líderes populares carismáticos, es más eficaz que el viejo discurso técnico, utilitarista y racional de los políticos liberales.

Experiencias populistas en Latinoamérica

Los ejemplos más conocidos de populismo en América Latina fueron los regímenes instaurados por Getulio Vargas en Brasil y Juan Domingo Perón en Argentina. En estos, como en la mayoría de los países de nuestro continente, donde hubo gobiernos que podrían ser tildados de populistas, se emprendieron reformas importantes de marcado carácter nacionalista.

El caso brasileñoEn Brasil, Getulio Vargas ejerció la

presidencia de la República a partir de 1930, tras llegar al poder mediante un golpe de Estado. En 1934 fue electo presidente constitucional y llevó a cabo profundas transformaciones que tenían por objetivo convertir a Brasil en un país industrializado y disminuir la dependencia económica de las exportaciones de café fuertemente golpeadas por la crisis de 1929. En 1937, Vargas fundó el denominado Estado Novo (Estado Nuevo), que poseía muchas semejanzas con los totalitarismos europeos. Ante supuestas amenazas al orden, tanto desde la izquierda como desde la derecha, proclamó el Estado de excepción: prohibió todas las organizaciones políticas, disolvió el Congreso invocó los principios de unidad y defensa nacionales. A pesar de contar con el apoyo de los sindicatos, capas medias y la burguesía industrial, el autoritarismo de Vargas fue

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generando demasiados anticuerpos y, después de quince años en el poder, fue derrocado por los militares en 1945.

El caso argentinoEntre 1943 y 1955, Argentina estuvo

dominada por la figura de Juan Domingo Perón, un coronel que había participado de un golpe militar de inspiración fascista en 1943 y que ante el desprestigio de la política en su país, resultó electo presidente en 1946. Su triunfo fue posible con los votos de los pequeños y medianos propietarios, de los trabajadores y de una emergente burguesía industrial. Así, el régimen de Perón estuvo apoyado institucionalmente en el Ejército y en los sindicatos agrupados en la poderosa Confederación General del Trabajo (CGT)

El populismo peronista persiguió la creación de un capitalismo nacional independiente de los intereses extranjeros. En función de aquello impulsó la industrialización del país, nacionalizó algunas riquezas básicas (petróleo, minas, gas natural, carbón) y emprendió la construcción de gran cantidad de obras públicas. El incondicional apoyo popular a Perón fue retribuido en la labor social, donde destacó el protagonismo de su segunda esposa Eva Duarte (1919-1925), llamada cariñosamente por todos los argentinos Evita. “Perón cumple, Evita dignifica”, rezaba de hecho el principal eslogan peronista, aludiendo a las medidas tomadas para mejorar las condiciones de vida del pueblo. No obstante, igual que en Brasil, un golpe militar terminó con el régimen peronista ante nuevas crisis económicas y la política represiva adoptada contra los disidentes.

Junto a los regímenes populistas que gobernaron esta época en América Latina, coexistieron otras formas de gobierno, como las administraciones del Frente popular en Chile entre 1938 y 1952 (sustentadas originalmente en una alianza entre partidos de clase media y proletarios), los gobiernos militares de signo conservador que se instauraron en casi toda Centroamérica, la ejemplar democracia que se estableció en Costa Rica , que incluso llevó a la disolución de las Fuerzas Armadas en 1948, y la situación de colonia en que aún estaba la mayoría de las islas del Caribe, las cuales empezarán procesos de emancipación en la década del’60.

CARACTERISTICAS DE LOS MODELOS Y EL PENSAMIENTO ECONÓMICO LATINOAMERICANO

Auge y caída de un nuevo modelo económico

El desmoronamiento de las economías latinoamericanas en la década del “30”, implico también la toma de conciencia, por parte de las elites, acerca de su vulnerabilidad y significó el puntapié inicial para buscar la forma de reducir la dependencia externa.

La gran panacea fue el modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), que se basaba en la diversificación de las actividades económicas a través del desarrollo de la industria, tal como lo había demostrado la experiencia de los países mas avanzados del mundo. Por una parte, la idea era fabricar en cada país de América Latina la mayor cantidad de bienes posibles, para no tener que importarlos desde Europa o Estados Unidos; por otra, se consideró indispensable contar con una gama más amplia de productos exportables, los que debían ser elaborados por empresas nacionales.

El estado empresario

El modelo ISI se aplicó en América Latina desde los años “30” hasta fines de los “60”, aunque ya desde comienzos del siglo XX algunos países, como Argentina, Brasil o México, habían iniciado un lento proceso de industrialización. La gran diferencia en este periodo estuvo en el papel que desempeño el Estado en la promoción activa del nuevo modelo.

Tanto los Estados populistas como los otros regímenes –por ejemplo el Frente Popular en Chile-, comenzaron a involucrarse vigorosamente en la planificación y la gestión económica. En función de aquellos, se tomaron medidas como la elevación de los impuestos a las mercaderías importadas, para estimular la producción interna de bienes; se buscó aumentar los ingresos de la población, para que tuviera un mayor poder adquisitivo, y se establecieron empresas estatales y mixtas que producían para el mercado interno de cada país. Asimismo, los Estados procedieron a la creación de bancos que pudieran auxiliar con créditos a los empresarios nacionales y fundaron nuevos ministerios que se encargarían de supervisar y dirigir el desarrollo industrial.

Por otro lado, el Estado también abocó a robustecer el sector público, mediante el establecimiento de grandes empresas que los capitales privados no estaban en condiciones de financiar, ya fuese por el monto de dinero que era necesario invertir o por el riesgo que implicaba su participación. La industria siderúrgica surgió, principalmente durante el decenio de los “40”, y posteriormente lo hicieron otras, abriendo nuevos campos a la producción industrial latinoamericana y a la creación de otras empresas públicas, las que se vieron favorecidas con el aporte de recursos externos que se logró movilizar por la vía estatal.

Surgieron además muchas empresas estatales, que debían procurar el aprovisionamiento de los diversos organismos del sector público, como por ejemplo, la confección de muebles para las oficinas fiscales, fábricas de vestuario para las fuerzas armadas, talleres de mecánicos o maestranzas de ferrocarriles. Se sumó a esto la nacionalización de riquezas básicas y la construcción de infraestructura: carreteras, centrales hidroeléctricas servicios sanitarios, etc.

En todo este esfuerzo fue decisiva la influencia de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), fundada en 1948 a instancias de las

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Ilustración de Perón junto a su esposa Eva Duarte de Perón en una manifestación pública donde apela directamente a las masas.

Naciones Unidas. La CEPAL, con sede en Santiago de Chile, se conformó como un organismo asesor de los gobiernos latinoamericanos en su impulso por lograr la tan anhelada industrialización y superar el subdesarrollo económico. Sus orientaciones en torno a cómo encarar este proceso fueron muy divulgadas en la década del “50” y tienen el merito de haber sistematizado el pensamiento económico latinoamericano sobre temas clave, como las relaciones con los países más ricos, la importancia del Estado en la economía o la justicia social. El conjunto de estas ideas también ha recibido el nombre de desarrollismo.

La crisis del modelo ISI

Las expectativas que se habían forjado para salir del subdesarrollo no pudieron ser satisfechas, a pesar de las nuevas políticas económicas. Aunque el modelo ISI significó un gran avance para las economías de América Latina, no sirvió para resolver muchos de los desajustes estructurales que presentaba nuestro continente. Las ilusiones de hombres como el argentino Raúl Prebisch, uno de los ideólogos detrás de la CEPAL, quién predicó que “cuanto más se desarrollen estas industrias y cuanto mas alta sea la proporción de esas materias nacionales, tanto menos vulnerables seremos a las influencias exteriores”, definitivamente no se hicieron realidad. ¿Qué ocurrió?

Una conjunción de factores internos y externos conspiró en contra del éxito del proyecto industrializador.

Factores internos que obstaculizaron el éxito del modelo ISI

El esfuerzo modernizador virtualmente no alcanzó al agro, donde se mantenía la concentración de la tierra en pocas manos y no se invirtió lo suficiente en tecnología para mejorar los rendimientos de la agricultura.

La demanda interna por los productos manufacturados permaneció limitada, pues el poder adquisitivo de los sectores populares no les permitía comprar productos nacionales que, por lo general, resultaban más caros que los importados, por ejemplo, los automóviles.

Durante todo el período, las monedas latinoamericanas fueron devaluándose, generando altas tasas inflacionarias mientras los sueldos permanecían estancados. Esto llevó a estallidos sociales y provocó inestabilidad política que impidió seguir aplicando coherentemente el modelo ISI.

América Latina no fue capaz de desarrollar su propia tecnología ni de crear un número suficiente de puestos de trabajo en la industria.

Faltó avanzar hacia la creación de un mercado común latinoamericano, lo que podría haber ayudado a resolver varios de los problemas anteriores; sin embargo, las industrias de los países más grandes de la región tendieron a ser más competitivas entre sí que complementarias.

Los factores externos que atentaron contra la ISI.

Un número de influyentes estudiosos culpó a la dependencia externa del fracaso del modelo ISI. La denominada Teoría de la Dependencia, sostuvo, con razón, que durante todo este periodo se siguió dependiendo de las exportaciones para poder financiar el nuevo modelo. Además, se planteó que, a pesar de la sustitución de algunas importaciones,

el proceso de industrialización requirió de maquinarias que no se producían en América Latina. Por lo tanto, las máquinas y las últimas tecnologías debían ser adquiridas de Europa o Estados Unidos, de manera que nuestro continente siguió dependiendo de los países más desarrollados y de sus productos más elaborados. Más aún, para poder pagarlos hubo que volver a impulsar el sector exportador y recurrir a préstamos, especialmente de EE.UU.

En definitiva, la combinación de los elementos internos y externos es la que motivó que, desde la década en 1960, en diversos países se comenzara a poner en duda la conveniencia del modelo ISI. No es de extrañar, entonces, que muchas de las empresas nacionales –privadas y estatales- fueran pasando a manos extranjeras. A modo de ejemplo, entre 1963 y 1968, cincuenta importantes empresas argentinas fueron desnacionalizadas, 29 de las cuales cayeron en poder de capitales estadounidenses. En México, en 1962, de las cien empresas más importantes del país, 56 estaban total o parcialmente controladas por el capital extranjero, 24 pertenecían al Estado y 20 al capital privado.

Se iniciaba así la llamada de transnacionalización de las economías latinoamericanas. Las actividades productivas de nuestro continente fueron quedando subordinadas paulatinamente a los intereses de inversionistas en su mayoría extranjeros.

LA CEPAL Y LA TEORÍA DE LA DEPENDENCIA

A principios de los años “50”, la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) creada por las Naciones Unidas y bajo la dirección del economista argentino Raúl Prebisch, desarrolló un pensamiento original que seria la base de lo que después se denominará teoría de la dependencia.

La CEPAL quería promover la modernización e industrialización de América Latina, pero veía un obstáculo insuperable en el comercio internacional: mientras los exportadores de materias primas vendían sus productos a precios internacionales declinantes, los países industriales vendían sus productos a precios crecientes. Existía, por lo tanto, un intercambio desigual entre centro y periferia, que solo podría ser superado si los países latinoamericanos disminuían su dependencia de la demanda externa de sus materias primas y la sustitución por demanda interna de bienes industriales producidos por sus propias economías. Para lograr este último objetivo, la CEPAL proponía la integración regional, como una meta de largo plazo que permitiría una expansión de los mercados nacionales e incrementaría las oportunidades para una industrialización sustitutiva de importaciones. El modelo funcionaria mejor si los mercados eran más grandes y los países latinoamericanos se especializaban en ciertas áreas, expandiendo así el comercio regional y evitando tener que sustituir todas las importaciones separadamente. Así se esperaba mejorar la situación socioeconómica regional y devolverle su estabilidad, al impulsarla hacia el desarrollo.

El pensamiento de la CEPAL aceptaba el capitalismo como una vía de desarrollo, pero su visión acerca de la división del mundo entre centro y periferia coincidía con algunos de los presupuestos de la teoría marxista del imperialismo, cuestión que le valió la

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sospecha de varios sectores políticos y de círculos académicos occidentales, en pleno auge de la Guerra Fría.

El impacto del pensamiento e la CEPAL en América Latina resultó más radical de lo que la teoría misma permitía anticipar. De dicho organismo salieron los profesionales que a fines de la década de 1960 formularon las teorías de la dependencia, que planteaban que el capitalismo no funcionaba de la misma manera en todas las áreas del mundo, y que existían mecanismos comerciales por medio de los cuales los países periféricos eran explotados por los países centrales. Esta situación constituía una desventaja estructural para que la sociedad latinoamericana lograra el desarrollo. Latinoamérica era subdesarrollada porque era dependiente dentro del sistema capitalista mundial, por lo tanto el desarrollo solo podía tener lugar cuando un país rompía con el sistema por medio de una revolución socialista.

El surgimiento de las teorías de la dependencia coincidió con el resurgimiento del marxismo y de las esperanzas socialistas en los años “60” y “70”. La influencia de la Revolución Cubana de 1959 fue ciertamente instrumental en la promoción de estas ideas, del mismo modo que los proyectos socialistas se relacionaron más directamente con la necesidad de luchar contra la dependencia y de lograr un desarrollo nacional, que ser un medio de emancipación de la clase obrera.

LAS REVOLUCIONES SOCIALES DEL CONTINENTE

La vía de la revolución

La vía electoral o el populismo no fueron los únicos caminos seguidos por los países latinoamericanos en su transito desde los regímenes oligárquicos. Para América Latina existió una tercera vía, representado por los procesos revolucionarios de México y Cuba. Ambos son ejemplos de países que han logrado no sólo cambios profundos en todas las estructuras, sino también consolidar la revolución como gobierno estable a través del tiempo.

No obstante, las revoluciones de México y Cuba presentan significativas diferencias, tanto en la forma de llevar adelante el proceso, como en el tipo de Estado que nace después de su triunfo.

La Revolución Cubana

Cuba, la última colonia en emanciparse de la dominación colonial española, ofrece un caso excepcional, porque el quiebre del orden oligárquico tuvo una expresión única en el continente y el nuevo ordenamiento repercutió fuertemente en el resto de América Latina.

La independencia de Cuba se logró recién en 1898, en un proceso en el que colaboró decisivamente Estados Unidos, cuya intervención se concretó con la ocupación militar de la isla hasta 1902. Desde entonces, la presencia de EE.UU. marcó el desenvolvimiento económico y político cubano: consiguieron el arriendo por 99 años de la base naval de Guantánamo, sus empresarios hicieron fuertes inversiones en la pujante industria azucarera y en varias ocasiones tropas estadounidenses desembarcaron en Cuba para asegurar la mantención de un estado de cosas conveniente a sus intereses.

Pero el descontento popular ante esta situación no tardó en expresarse, agravado aún más por los

frecuentes casos de fraude y corrupción que se producían entre los políticos cubanos. En vez de la independencia y democracia que el pueblo aspiraba con la independencia, solo desfilaban gobiernos banales y autoritarios, en tanto que se profundizaba la desnacionalización del azúcar, su principal producto de exportación. En el umbral de la gran crisis de 1929, la propiedad estadounidense de las centrales azucareras cubanas bordeaba el 15% y para 1950, todavía era de un 47%. Hacia fines de la década de 1950, la economía de la isla se encontraba casi por completo en manos del capital estadounidense, quien controlaba, además de la industria azucarera, el 90% de las minas y de las haciendas, el 80% de los servicios públicos y el 50% de los ferrocarriles y de la industria petrolera.

En ese contexto, y tal como sucedió en el resto de América Latina, el nacionalismo comenzó a polarizar a la opinión pública en la década de 1930. Para evitar brotes de insurgencia –como de hecho surgieron-, EE.UU. contó desde 1934 con un leal colaborador: el militar Fulgencio Batista. Ya sea al frente del gobierno o en la sombra, Batista dominó la política cubana durante los 25 años siguientes, transformando a Cuba en un dócil socio de los Estados Unidos y en el paraíso de sus inversionistas. A partir de 1952 ejerció el poder en forma dictatorial, generando una oposición cada vez mayor debido a sus métodos represivos y a la excesiva complacencia con los representantes de Estados Unidos.

La hora de la revolución

La democracia y una real independencia nacional eran las banderas de lucha de amplios sectores sociales cubanos, particularmente de las capas medias del proletariado que se desempeñaba en la industria azucarera. Como el gobierno de Batista no respondía a esas demandas se empezó a levantar un fuerte movimiento de oposición liderado por un joven abogado de condición social acomodada: Fidel Castro, quien desde 1953, llevó a cabo maniobras para derrocar a Batista, como el fallido ataque al cuartel militar de Moncada, el 26 de julio de ese año. Encarcelado y luego amnistiado, Castro se exilió en México donde organizó el Movimiento 26 de julio, que pretendía liberar a su país mediante la lucha guerrillera. Se sumaron a este grupo otros exiliados cubanos y políticos revolucionarios latinoamericanos, como el médico argentino Ernesto Che Guevara.

En Cuba, la burguesía azucarera también se fue distanciando de Batista, por su política de defensa de los intereses estadounidenses que impedían elevar la producción de azúcar o comercializarla con los países del bloque socialista. Se produjo entonces un acercamiento entre los guerrilleros de Castro y la burguesía, que culminó en la conformación de un Frente Cívico Revolucionario Democrático que adoptó la estrategia de la lucha armada, con el objetivo de poner fin a la dictadura de Batista e implantar un régimen constitucional y democrático. El partido Comunista cubano –uno de los más poderosos en el continente- también se sumó al Frente, aunque no colaboró en los preparativos militares.

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Ilustración de dos de las principales figuras de la Revolución cubana: Fidel Castro y Ernesto “Che” Guevara.

En noviembre de 1956 se daba el paso siguiente con el desembarco de los guerrilleros del Movimiento 26 de julio en la isla. Castro y sus hombres se internaron en la Sierra Maestra, desde donde se enfrentaron a las fuerzas de Batista. Paralelamente se produjeron huelgas en las centrales azucareras y muchos campesinos se fueron adhiriendo a las filas revolucionarias. Durante 1958 la lucha se intensificó, mientras aumentaba la impopularidad de Batista por sus medidas represivas. Los propios estadounidenses le restaron su colaboración, temiendo que los estallidos sociales afectaran sus intereses económicos. Así las cosas, a fines del año Batista abandonó el poder y huyó del país. El 1 de enero de 1959, Fidel Castro entró triunfalmente en La Habana, con el respaldo mayoritario de sus compatriotas.

Un estado socialista a 145 kilómetros de los Estados Unidos.

Las fuerzas sociales que participaron en la Revolución Cubana eran muy heterogéneas. Al momento del triunfo, había distintos proyectos de país que diferían en cuestiones esenciales: el sector más liberal y burgués abogaba por una reforma del Estado sin salirse del modelo capitalista, en tanto que los guerrilleros se inclinaban por un régimen que permitiera avanzar hacia mayores niveles de igualdad y justicia social. Como Fidel Castro era el líder indiscutido del proceso y estaba acompañado de otras figuras emblemáticas, como Guevara y su propio hermano Raúl, no tuvo inconvenientes para imponer sus directrices.

Los problemas comenzaron en mayo de 1959, cuando se puso en práctica una Reforma Agraria que permitía expropiar las posesiones con más de 400 hectáreas cultivables y se nombró a un comunista para dirigir el Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA). Estas medidas preocuparon a los sectores que habían apoyado el derrocamiento de Batista solo para instaurar un régimen capitalista democrático y que veían ahora el establecimiento de un régimen pro-comunista. Se inició entonces el éxodo de parte de esos sectores de la población hacia los Estados Unidos, desde donde desplegaron una activa propaganda anticastrista.

El giro de la revolución hacia la izquierda con la consiguiente expropiación de compañías petroleras, eléctricas, telefónicas y las minas de níquel que hasta la fecha estaban en manos estadounidenses, alarmaron al vecino del norte. Muy pronto, EE.UU. fue tomando medidas para obstaculizar el desarrollo económico de la isla: no adquirió azúcar, amenazó con suspender los créditos a aquellos países que cooperaran con Cuba y emprendió acciones encubiertas a través de la CIA, como el sabotaje o la colaboración militar con sectores anticastristas. El rompimiento definitivo de las relaciones entre Cuba y EE.UU. se produjo en 1961, tras el fracaso del movimiento contrarrevolucionario que pretendía desembarcar unos 1300 exiliados armados e invadir la isla, con apoyo logístico de la CIA.

La actitud de Estados Unidos radicalizó aún más el proceso revolucionario. En adelante, Cuba buscó el acercamiento a la Unión Soviética y pasó a convertirse en una república socialista. La guerra Fría se traslado a las propias inmediaciones de EE.UU. y tuvo un episodio especialmente complicado en 1962, cuando los soviéticos empezaron a instalar bases de misiles de alcance medio en Cuba. El presidente de EE.UU. John F. Kennedy, anunció el bloqueo naval de la isla para presionar a su rival, mientras el mundo entero se estremecía ante la inminencia de una guerra nuclear. Finalmente, se impuso la cordura y los soviéticos desmantelaron los misiles a cambio del compromiso estadounidense de permitir que continuara el experimento socialista de Cuba.

Los cubanos sacaron sus propias conclusiones de lo acontecido durante los primero años de la revolución: había que exportar el modelo revolucionario, para poder liberar a los pueblos del Tercer Mundo del imperialismo norteamericano y de la explotación de que eran víctimas por parte de las élites dominantes.

La vía chilena al socialismo: una experiencia trunca.

Tras una reñida elección a tres bandas en 1970, Salvador Allende (Socialista), obtuvo la primera mayoría relativa de un 36,3%, siendo electo por el Congreso Nacional como Presidente de la República de Chile. De ese modo, se convirtió en el primer presidente -que adscribía al marxismo como ideología- en acceder democráticamente al poder en el mundo.

El gobierno de Allende, apoyado por la Unidad Popular (un conglomerado de partidos políticos de izquierda), destacó tanto por el intento de establecer un camino alternativo hacia una sociedad socialista –proceso conocido como la “vía chilena al socialismo”– esta postulaba la posibilidad que un país capitalista subdesarrollado efectuara un tránsito no violento al socialismo, o sea por vías electorales. Dicho paso facilitaría y crearía las condiciones durante el proceso político para transitar al socialismo. Todo lo anterior se desarrollaría por la vía democrática y por medio del uso de la legalidad del Estado. Sin la necesidad de contar con un partido único que lo efectuara, solo la coalición de todas las fuerzas democráticas que estuvieran a favor de los cambios sociales y democráticos, idea que influyó posteriormente en el eurocomunismo. La vía chilena al socialismo, iba en sentido contrario de la vía armada que se propugna en Latinoamérica en la década de 1960 y 1970.

Partiendo de una crítica de la gestión del gobierno del democratacristiano Eduardo Frei Montalva, el proyecto de gobierno de la UP se plasmó en el Programa básico de la Unidad Popular y Las 40 primeras medidas del Gobierno Popular. Dentro de los distintos puntos que componían su programa, desarrolló la nacionalización del cobre, la Reforma Agraria, la creación del área de propiedad social y la redistribución del ingreso, todos estos cambios apuntaban a transformar radicalmente la estructura de propiedad del país, favorecer a las clases más postergadas y el fortalecimiento del estado como agente económico.

Sin embargo la naturaleza radical del programa de Allende despertó una frontal oposición tanto en el interior del país como a nivel internacional.

En el plano interno, todas estas medidas revolucionarias tuvieron un fuerte impacto sobre los intereses de los grupos tradicionalmente dominantes,

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tanto la pequeña burguesía chilena como la clase latifundista, lo cual redundó en una férrea oposición al proyecto de la Unidad Popular. Esta oposición de los grupos tradicionales fue apoyada y financiada por los organismos de inteligencia de los EE.UU.

En el contexto internacional de la Guerra Fría, el gobierno norteamericano decidió utilizar todos los medios necesarios con la finalidad de derrocar al gobierno de Salvador Allende. Quien bajo la presidencia de Richard Nixon no deseaba que se desarrollara otra Cuba en el continente Latinoamericano, por ello se inició un proceso de intervención para desestabilizar el gobierno de la Unidad Popular asfixiando a la economía chilena, que en conjunto con las clases que detentaban el poder económico iniciará una desestabilización de la económica que repercutirá en el desabastecimiento de productos básicos, reflejándose en la escases de estos en el mercado y como subproducto el acaparamiento.

Todo esto, unido a un ambiente de constantes movilizaciones sociales callejeras, una alta polarización de la sociedad reflejada en opositores y los partidarios del gobierno, lo cual allanó el terreno para las conspiraciones, atentados terroristas ultraderechistas, grupos paramilitares de Izquierda y las huelgas, alimentaron un ambiente de crisis y desgobierno cada vez más evidente.

En Octubre de 1972 se produjo un paro de los dueños de camiones, cuya función era clave para el transporte de productos a lo largo del país. A él se unieron los colegios profesionales (médicos, ingenieros y abogados) y buena parte del comercio, que sumió a Chile y al gobierno en una profunda crisis de funcionamiento. Allende logró terminar el conflicto llamando a integrar como parte del gobierno a comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas.

Sin embargo la polarización política en medio de la Guerra Fría, una grave crisis económica y financiera y los persistentes rumores y acciones para un golpe militar, contribuyeron a crear en la población una sensación colectiva de desgobierno. El gobierno de Allende, que alcanzaría a durar mil días, terminó abruptamente mediante un Golpe de Estado el 11 de septiembre de 1973. En él participaron las tres ramas de las Fuerzas Armadas y el Cuerpo de Carabineros. Siendo el Palacio de la Moneda bombardeado por aviones de la Fuerza Aérea de Chile. Ante este acontecimiento Salvador Allende prefirió terminar con su vida en el palacio de gobierno antes que entregar su cargo. De esta forma se pone fin al experimento chileno e instalándose en el poder una junta militar encabezada por el Comandante en Jefe del Ejército chileno Augusto Pinochet Ugarte, iniciándose de este modo una dictadura militar que duraría 17 años.

¿Revolución o reforma?

Las décadas del “60” y del “70” fueron muy tormentosas en América Latina, a causa de los efectos de la Revolución Cubana y la cada vez mayor intervención de Estados Unidos, preocupado de reforzar su hegemonía en la región en el marco de la Guerra Fría. Ambos fenómenos colocaron a los países de nuestro continente y a sus pueblos entre dos alternativas: la revolución socialista o la reforma en el marco del sistema capitalista.

Estados Unidos y América Latina

La marcada influencia de Estados Unidos en América Latina constituye un hecho indesmentible. A la luz de lo ocurrido en Cuba, la Casa Blanca puso prioridad a su política exterior respecto a América Latina. Ya en la primera parte del siglo XX, el ejército estadounidense había intervenido en Cuba, Panamá, Nicaragua, Haití y República Dominicana, sin contar la guerra con México del siglo XIX. Centroamérica y el Caribe eran regiones estratégicas para la seguridad y la economía de EE.UU., por lo que procuró mantener regímenes favorables a sus intereses. Es lo que ocurrió en un primer momento con Batista en Cuba, con Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana o con los Somoza en Nicaragua. En América del Sur, en cambio, la presencia estadounidense no era tan determinante porque se cultivaban relaciones bastantes fluidas con otras potencias, como Inglaterra, Francia y Alemania. Sin embargo, cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, la situación cambió con Europa debilitada y la Guerra Fría en plena génesis. A la ya significativa penetración económica, EE.UU. desarrolló una abierta intervención en los asuntos internos de los países sudamericanos, con el objetivo de contrarrestar la posible influencia de los soviéticos.

Desde el mismo fin de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos montó un sistema de seguridad hemisférico basado en una compleja red de pactos multilaterales y bilaterales. El Tratado Interamericano de Asistencia Reciproca (TIAR), firmado en Río de Janeiro en 1947, sentó los principios de solidaridad colectiva frente a una eventual agresión extracontinental. Todos los Estados americanos excepto Canadá, Ecuador y Nicaragua, firmaron el acuerdo, con lo que EE.UU .se aseguró la lealtad de sus vecinos en caso de alguna amenaza proveniente del mundo socialista.

Por otra parte, los norteamericanos promovieron la creación de la Organización de Estados Americanos (OEA), como alianza regional que reuniera a todas las naciones del continente americano. La OEA fue fundada por 21 países el 30 de abril de 1948 y, a pesar de promover objetivos como la erradicación de la extrema pobreza, la cooperación económica y la paz, fue utilizada por los Estados Unidos para atraer a los demás países hacia sus posiciones. Más aún, como la sede de la OEA se encuentra en Washington, se vio favorecida la supervisión de este organismo por parte de EE.UU.

El avance de la izquierda en América Latina, especialmente después de la Revolución Cubana, constituyó un reto especial para la política exterior estadounidense, pues se ponía en duda el sistema económico liberal y se cuestionaba la democracia como forma de gobierno. Bajo la presidencia de John F. Kennedy (1961-1963), Estados Unidos redefinió las directrices de su política hacia América Latina abocándose a dos aspectos centrales: la ayuda económica y la lucha antisubversiva.

Así, en el marco de la Guerra Fría, América Latina pasó a jugar un papel clave por su proximidad geográfica con el poderoso vecino del norte. La política estadounidense buscaba evitar la propagación de las ideas socialistas en los países latinoamericanos, ideas que amenazaban sus propios intereses económicos en la región. En consecuencia, las cuatro décadas finales del siglo XX en América Latina estuvieron decisivamente afectadas por sus relaciones con los Estados Unidos. Es cosa de ver las influencias de orden cultural, político y económico que percibimos hasta el día de hoy.

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El avance de la izquierda latinoamericana

La desmedrada situación económica y social de amplios sectores de la población latinoamericana es una de las principales causas que explican el fortalecimiento de las organizaciones de izquierda desde la década de 1930. Por lo tanto, el mejoramiento de la situación de los más pobres en la URSS y los primeros éxitos conseguidos por los cubanos (por ejemplo, la alfabetización de la población y la reforma agraria), constituyeron una señal de que la solución socialista era viable, más todavía al comprobarse que los gobiernos populistas no eran capaces de cumplir con gran parte de sus promesas.

La Revolución Cubana tuvo una enorme repercusión entre los partidos y movimientos de izquierda de América Latina. Hasta esas fechas, habían sido los partidos obreros, principalmente el comunista, los que habían abrazado la causa del socialismo, saliéndose de la movilización de sus bases proletarias (como los sindicatos) y participando del sistema electoral. El caso cubano presentó una serie de enseñanzas: por un lado, quedó demostrado que era posible llegar al poder a través de la lucha armada, apoyándose en sectores rurales, y por otro, se rompió la pretensión del Partido Comunista de ser la única organización capaz de encabezar un proceso de tal envergadura, ya que la revolución se había llevado a cabo sin que su concurso fuera decisivo.

A lo largo de la década de 1960, en varios países surgieron organizaciones que se propusieron imitar el modelo cubano. La denominada táctica del foco guerrillero sería adoptada en Colombia, donde se conformaron diferentes grupos armados que actúan hasta el día de hoy, como el Ejercito de Liberación Nacional (ELN), el Ejército Popular de Liberación (EPL) y el M-19, además de las Fuerzas Armada de la Revolución Colombiana (FARC), surgidas al alero del partido Comunista de ese país. También hubo guerrillas, o intentonas de guerrillas, en México, Guatemala, Venezuela, Perú y Bolivia, esta última patrocinada por el propio Ernesto Che Guevara a fines de los años “60”. Sin embargo, en ninguno de los países mencionados lograron las guerrillas concitar un respaldo importante de los campesinos, y menos, irradiar su influencia a las capas medias o a los trabajadores urbanos por entonces más propensos a seguir a líderes populistas o reformistas.

En Centroamérica la historia fue algo distinta, pues en Nicaragua la guerrilla logró avances significativos en los años “70”. Desde 1962 el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) -una amplia coalición integrada por elementos marxistas, católicos y nacionalistas- desplegó exitosamente la táctica guerrillera y consiguió el derrocamiento del dictador Anastasio Somoza en 1979, a pesar de los esfuerzos estadounidenses para evitar que hubiera una nueva Cuba. También en El Salvador actuó una guerrilla, el Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí, que en los años “80” jugó un papel decisivo en la transición política de un régimen autoritario a otro democrático.

En el Cono Sur, la influencia cubana se percibió en la radicalización de la izquierda no comunista que optó por una estrategia de guerrilla urbana en vista del alto porcentaje de la población que vivía en las ciudades y los escasos resultados de la guerrilla rural en otras partes.

En Argentina actuaron desde fines de los años “60” los Montoneros, que trabajaron dentro del Partido Peronista, con el objeto de conseguir el retorno del caudillo al poder. El otro caso importante fue el de los Tupamaros de Uruguay, que emprendieron numerosas operaciones urbanas en contra de un régimen tildado de haberse vendido al imperialismo estadounidense. La cruenta represión que afectó a sus militantes, acabó por convencer a los Tupamaros de participar en un gran movimiento de izquierda –el Frente Amplio- que buscaba alcanzar el poder por vía electoral, en vez de perseverar en la vía armada.

En suma, la Revolución Cubana ejerció un poderoso influjo entre los partidos y organizaciones de izquierda de América Latina, los que, sobre todo en los años “60”, se empeñaron en la lucha por una sociedad más justa y con mayores oportunidades para todos, con la importante colaboración de la URSS. El ejemplo cubano reveló que el camino electoral no era el único para hacerse con el poder, pero al mismo tiempo provocó un endurecimiento de los sectores que no estaban dispuestos a perder sus privilegios. De ese modo, las sociedades latinoamericanas se polarizaron entre quienes deseaban avanzar hacia la revolución socialista y quienes seguían apostando por el modelo capitalista patrocinado por los Estados Unidos.

POLÍTICA EXTERIOR DE LOS EE.UU. HACIA AMÉRICA LATINA DESDE MEDIADOS DEL SIGLO XX:

LA AYUDA ECONÓMICA Y LA LUCHA ANTISUBVERSIVA.

La vía reformista y la Alianza para el Progreso.

Muchos países latinoamericanos, como Brasil, Argentina, Chile, Venezuela, Colombia y Perú, adoptaron una senda reformista, persuadidos de que para contrarrestar el entusiasmo que despertaban las ideas socialistas, era necesario hacer reformas profundas o estructurales en el plano económico y social, donde las diferencias entre los más ricos y los pobres eran abismales. EE.UU. compartía ese diagnóstico y ofreció su cooperación para apaciguar la explosiva situación social por medio de reformas graduales que permitieran avanzar hacia mayores niveles de desarrollo.

La vía reformista recibió un importante apoyo por parte del presidente estadounidense John F. Kennedy, quien patrocinó un vasto programa de desarrollo para América Latina: la Alianza para el progreso. El acuerdo se formalizó en una reunión llevada a cabo por todos los países miembros de la OEA, en agosto de 1961 en Punta del Este (Uruguay). En esta reunión EE.UU. se comprometió a apoyar el crecimiento económico y las reformas sociales en el marco de gobiernos democráticos. Kennedy ofreció la colaboración de su país en aspectos técnicos y financieros, que incluían el envió de especialistas, créditos e inversiones.

Las experiencias reformistas en América Latina permitieron enfrentar algunos problemas, pero en general, se toparon con demasiadas limitaciones como para producir cambios de fondo en nuestras sociedades. En el plano interno, a menudo las élites económicas y sociales se opusieron a las reformas estructurales. Los proyectos de reforma agraria, por citar un ejemplo, fueron firmemente resistidos por los grandes terratenientes y solo en algunas excepciones se pudo implementar.

La izquierda, por su parte, ejercía una constante presión a los gobiernos reformista para que

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avanzaran más rápido hacia el socialismo, lo cual tradujo en un persistente estado de agitación. Los movimientos guerrilleros recurrieron a prácticas como el secuestro y el asesinato, lo cual restó apoyo a importantes iniciativas reformistas que por temor no se llevaron a cabo. Resultado de esto fue la extrema polarización política y social que dividiría a los latinoamericanos hasta bien entrados los años “80”.

En el escaso éxito de la vía reformista también fue determinante la actitud de los Estados Unidos. La ayuda norteamericana nunca llegó en la magnitud que Kennedy había prometido al lanzar su iniciativa de la Alianza para el Progreso, entre otras cosas, porque tras el asesinato del mandatario, sus sucesores tuvieron otras prioridades. Por otro lado, los principios democráticos, que constituían una especie de justificación moral de la Alianza para el Progreso por parte de EE.UU., se toparon con el deseo aún más enérgico de evitar el surgimiento de una segunda Cuba en sus proximidades. Esto implicó incrementar la ayuda militar, lo que constituía el otro pilar de la política exterior estadounidense respecto a América Latina. En los inicios de la década de 1970, ya era evidente que la Alianza para el Progreso había fracasado.

En busca del enemigo interno

Los EE.UU. durante la Guerra Fría se concentró, en un primer momento, en el adiestramiento de militares latinoamericanos, donaciones de material excedente o usado y créditos para la compra de equipos. Sin embargo, la aparición del Estado socialista de Cuba modificó el tipo de asistencia. La defensa común contra una agresión extranjera, estipulada en el TIAR de 1947, cedió su lugar a una nueva orientación: la lucha antisubversiva que asignaba otro papel a las Fuerzas Armadas latinoamericanas.

A partir del gobierno de Kennedy, se incrementaron los vínculos entre el Pentágono y los ejércitos de América Latina. Para combatir el creciente influjo de las ideas socialistas, Estados Unidos comenzó a inculcar una firme ideología anticomunista a los oficiales latinoamericanos que participaban en cursos de formación en centros como la US Army School of the Americas (Conocida popularmente como la Escuela de las Américas), que funcionaba desde 1963 en Fort Gulick, ubicado en el canal de Panamá. Su misión principal era fomentar o servir como instrumento para preparar a las naciones latinoamericanas a cooperar con los Estados Unidos y mantener así un equilibrio político contrarrestando la influencia creciente de organizaciones populares de ideología marxista o movimientos sociales de corte izquierdista.

Para ello a la Casa Blanca le interesaba contar con cuerpos armados bien entrenados que pudieran enfrentar a las guerrillas y también con fuerzas de policía adecuadamente equipadas para controlar los disturbios urbanos y asegurar la mantención del orden. Así, a quienes predicaban la revolución socialista se les pasó a identificar como “enemigos internos” y se los concibió como el mayor obstáculo para el desarrollo en el marco del sistema capitalista. Empleando esta doctrina los Estados Unidos consiguen unificar el accionar de las distintas dictaduras latinoamericanas, como la de Augusto Pinochet (en Chile), Alfredo Stroessner (en Paraguay), Jorge Rafael Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri (en Argentina, 1976-1983), Juan María Bordaberry en Uruguay, Hugo Banzer (en

Bolivia, 1971-1978), la dinastía de los Somozas (en Nicaragua), El Salvador durante sus más sangrientos años de guerra civil y Julio César Turbay Ayala con su famoso Estatuto de Seguridad (en Colombia, 1978-1982). Para implementar la doctrina, los Estados Unidos instalaron la Escuela de las Américas en Panamá. La idea fue de impulsar el equilibrio político en América Latina. Allí, durante casi cuarenta años, las técnicas más salvajes de interrogatorios mediante torturas fueron enseñadas a militares sudamericanos, quienes eran los encargados de efectuar el trabajo sucio de contrainsurrección.

La doctrina llega a formar una parte importante de la ideología de las fuerzas armadas en América Latina, quienes por primera vez extienden su papel de defensores de las fronteras nacionales con la defensa contra el propio pueblo. Además la doctrina propaga una visión amplia del enemigo: no sólo se consideran terroristas insurgentes a las personas con armas como bombas o revólveres, sino también a las personas que propagan ideas en contra del concepto de la sociedad nacional que tiene el gobierno. Cuando se interpreta al enemigo insurgente de tal manera, se puede fácilmente categorizar a todo el mundo bajo esta definición, según la conveniencia. Además, los insurgentes son considerados subversivos, traidores a la patria y por consiguiente no se los ve como sujetos de derecho sino como seres viles, animales o fuentes de maldad. Por esto la doctrina justifica utilizar los métodos más atroces para tratar y eliminar al enemigo.

Todas estas ideas se resumieron en la Doctrina de Seguridad Nacional, que pasó a ser la piedra angular en la formación de los militares y policías de América Latina. Pero la intervención norteamericana no se quedó ahí. El objetivo de evitar el surgimiento de otras Cubas llevó a la implementación de métodos para abortar cualquier tentativa revolucionara que pudiera surgir en América Latina. Contaron para esto con la complicidad de los sectores más poderosos de nuestro continente que tampoco deseaban ver a sus países en la órbita soviética. Ya sea por medio del financiamiento de las actividades de grupos anticomunistas o por acciones encubiertas (el espionaje, el asesinato o el sabotaje), se pretendió ahogar cualquier atisbo de revolución. Muchos gobiernos reformistas, que incluso habían recibido el respaldo norteamericano, como el brasileño Joao Goulart, terminaron siendo acusados de dirigir a sus países peligrosamente hacia la izquierda y fueron depuestos por los militares, con el beneplácito estadounidense. Igual cosa sucedió en Chile con el gobierno de la Unidad Popular. Aunque las causas más profundas de estos y otros golpes militares hay que rastrearlas al interior de cada país, no cabe duda que la política exterior de EE.UU. fue un factor que ayudó a la proliferación de regímenes militares en América Latina, desde mediados de los años “60”.

LAS DICTADURAS MILITARES

Las instituciones armadas adquirieron gran protagonismo en América Latina durante la segunda mitad del siglo XX. La década de 1930 marcó el inicio de lo que seria la intervención militar en la política, ya que muchos regímenes populistas se habían apoyado en las fuerzas armadas e incluso, importantes caudillos populistas, como Perón en Argentina, provenían de sus filas. Sin embargo, su participación en la política regional llegó a niveles inéditos tras la Revolución Cubana.

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Desde mediados de los años “60”, la radicalización de las posturas políticas en América Latina y la intensidad de la Guerra Fría, empujaron a muchos ejércitos a tomar un rol más activo frente al debate nacional entre revolución y reforma. Se inauguró desde entonces un período en el cual los militares dejaron de lado la sumisión a los líderes políticos y protagonizaron un gran número de golpes de Estado que les permitieron acceder al poder en casi todos los países latinoamericanos.

Los militares al poder

Durante las décadas de los “60” y los “70”, los golpes militares se convirtieron en un fenómeno corriente en América Latina. Pero a diferencia de otros períodos de nuestra historia –como el caudillismo tras la independencia de España- no se trató tan solo de algún militar de rango con ambiciones de poder, sino de la institución militar en pleno, que comenzó a intervenir en la vida política.

América Latina vivió un período de inestabilidad en los años “60” debido a la crisis del modelo de industrialización para la sustitución de importaciones y a los vaivenes propios de la política. Esa situación fue generando un sentimiento de frustración entre las fuerzas armadas. Muchos militares consideraban que los partidos políticos y el propio sistema no funcionaban a la hora de encarar los problemas más urgentes del desarrollo nacional y ese malestar fue incubando en las filas de la instituciones armas cierta hostilidad hacia los políticos.

Por otra parte, el adoctrinamiento de los oficiales latinoamericanos en Estados Unidos y el temor de los sectores económico y socialmente más privilegiado, a que avanzara la participación de la izquierda, fueron creando una suerte de espíritu de cruzada contra el denominado “enemigo interno”. La doble presión, ejercida por los grupos más poderosos de la sociedad civil y por los Estados Unidos, no tardaría en empujar a muchos ejércitos a involucrarse en el acontecer político, con la firme convicción de ser la única institución capaz de afrontar los conflictos que se estaban viviendo.

La casi totalidad de los países latinoamericanos se vio enfrentada a Golpes de Estado, protagonizados por los militares en convivencia con algunos sectores políticos (generalmente representativos de las elites). Los Golpes de Estado se refieren a la toma del poder político de un modo repentino y violento, por parte de un grupo de poder, vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es decir, las normas legales de sucesión en el poder vigentes con anterioridad. Particularmente sangrientos fueron los golpes perpetrados en Chile y Uruguay, dos países donde las fuerzas armadas habían mantenido por largos años la obediencia al poder civil. También se hizo bastante común pasar desde un régimen militar a otro mediante un nuevo golpe. En Brasil, Argentina o Bolivia, la casi totalidad de las décadas del “60” y “70” estuvieron dominadas por las intervenciones militares.

La mayoría de los ejércitos latinoamericanos tendió a alinearse junto a los Estados Unidos, aunque hubo otros que retomaron algunos ideales populistas (como el nacionalismo y el antiimperialismo) y fueron derivando hacia posiciones reformistas e incluso izquierdistas.

Los casos más emblemáticos fueron los de Perú (con el general Juan Velasco Alvarado), Bolivia

(con los generales Alfredo Ovando y Juan José Torres), Ecuador (con el general Guillermo Rodríguez Lara) y Panamá (con el general Omar Torrijos), donde entre 1968 y 1972 militares progresistas alcanzaron el poder por medio del Golpe de Estado. Sus experimentos, sin embargo, fueron ambiguos, no contemplaron mayormente la participación popular y fueron liquidados por nuevos golpes militares que contaban con las simpatías de los sectores más acomodados y las capas medias.

Costa Rica, México, Venezuela y Colombia fueron los únicos Estados latinoamericanos que entre los años “60” y los “90” estuvieron regidos por gobiernos civiles. Aunque no faltaron los intentos de golpe y grandes conflictos internos como la guerrilla en Colombia, las instituciones siguieron funcionando normalmente en estos países.

Los regímenes militares en los años “70” y “80”

Mucho se ha especulado acerca del carácter de los regímenes militares surgidos a partir de la segunda mitad de la década del “60”, pero la que los sindica como regímenes burocráticos–autoritarios, parece ser una denominación que permite comprender a gran parte de ellos. Esta denominación, surgido en la década del “80”, destaca los siguientes aspectos como los más característicos de los regímenes militares latinoamericanos:

La institución militar asume el poder para reestructurar la sociedad y el estado de acuerdo con la doctrina de seguridad nacional.

Un elemento común esta dado por la burocratización de las funciones, a través de la concentración de cargos de importancia en miembros del ejército o civiles partidarios del gobierno. Con este mecanismo se excluye de cualquier forma de participación a las organizaciones políticas y sociales tradicionales. Lo cual se traduce en la eliminación o reducción drástica de la actividad política, prohibiendo los partidos políticos, clausurando el congreso y evitando la competencia electoral pluralista.

Reforzamiento del ejecutivo y centralización del poder que deriva en el establecimiento de un poder ejecutivo que dependerá de los tecnócratas y de las Fuerzas Armadas.

La burocratización de las funciones en estos partidarios trajo consigo una gran desmovilización de la población y la difusión de ideas anti políticas, buscando eliminar la participación de los sectores populares en la política, instaurando un sistema excluyente, con marcadas actitudes antidemocráticas y promoviendo la apatía de las masas. Se culpa a la política tradicional de llevar al país a la crisis, se definen los problemas como técnicos y se niega el espacio para cualquier debate de ideas, por ello se entiende que la supresión de la libertad de prensa y la censura serán las premisas de un férreo control de la información. Por ello no cabrá posibilidad de manifestar alguna oposición al régimen.

La desmovilización de la población incluye una alta cuota de represión. El estado organiza departamentos o grupos especiales para “controlar” a la oposición política y acabarla. Son grupos que funcionan con el conocimiento y el consentimiento de las máximas autoridades del país, con una política represiva sistemática, que puede incluso

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traspasar las fronteras e involucrara una cooperación de otros grupos militares, como lo fue el caso de la “Operación Cóndor”. Ya no se recurre solamente a la cárcel o al exilio, sino también a la tortura y el exterminio físico.

La represión política motivó la organización de la sociedad civil, en el caso chileno encontraron un importante apoyó en la Iglesia Católica, no así en el caso argentino. Los familiares de las víctimas de secuestro, tortura, de ejecutados y desaparecidos se organizaron y levantaron la voz en defensa de los derechos fundamentales de las personas.

Se impone un sistema económico cada vez mas abierto a las corporaciones transnacionales. concentrándose en una política económica que implicó la vuelta al liberalismo. La política neoliberal intenta lograr crecimiento económico mediante la consolidación de los vínculos con el mercado y la inversión extranjera; implicando una drástica reducción del tamaño del estado y su papel en la economía, así como el impulso de las exportaciones y a medidas antiinflacionistas que golpearon severamente a los sectores sociales bajos. Con estas medidas, algunos gobiernos militares lograron un nivel de recuperación que llevó a hablar de “milagro económico”. No obstante lo que señalan las cifras macroeconómicas, el costo social del “milagro” fue enorme: aumentaron los bolsones de pobreza, se acentuó la diferencia en la ya mala distribución del ingreso y se establece una brecha considerable entre la calidad de vida de quienes tienen más y de quienes poseen menos recursos.

Un primer objetivo de los regímenes burocráticos-autoritarios fue la campaña contra los partidos y organizaciones de izquierda, especialmente las que promovían la lucha armada. La represión terminó por liquidar a parte importante de la izquierda, con la justificación de detener la expansión marxistas-leninista en el mundo.

También se lidió con dureza contra la clase obrera, poseedora de una significativa tradición sindicalista en varios países, como Argentina, Chile, Uruguay y Brasil. Esta política generó un problema de violación a los derechos humanos. La violación de estos derechos se refiere básicamente a los casos de violencia política ejercidos desde organismos y funcionarios del Estado que atentan contra la vida y la dignidad de las personas. Al mismo tiempo, cabe recordar que los derechos humanos incluyen también toda serie de derechos económicos, sociales y culturales que son frecuentemente vulnerados por situaciones como la pobreza, la falta de oportunidades y la discriminación, las que se expresaron un importante número de victimas, entre detenidos desaparecidos, ejecutado políticos, torturados y exiliados. Hasta el día de hoy, la lucha a favor del pleno esclarecimiento de estas violaciones ocupa un lugar central en el debate de muchos países latinoamericanos.

La alianza entre los militares y quienes detentaban el poder económico fue otro de los fenómenos propios de este periodo. Muchos uniformados se integraron a los directorios de importantes empresas nacionales, estrechando los lasos con los tecnócratas de las clases dominantes. Aunque hubo militares que reivindicaron una política económica nacionalista, la tendencia general fue la de reformular el desarrollo, vinculando a las economías de América Latina más estrechamente con el capital transnacional. Nuestras economías se abrieron al mercado y a la inversión extranjera y se redujo el papel del sector público. En algunos casos, como el chileno, la alianza militar-tecnócrata, significó la implantación de un modelo económico neoliberal.

La penetración de empresas transnacionales fue creciendo hasta terminar por sepultar los procesos de industrialización que se habían iniciado hacia varias décadas. El sector industrial nacional se estancó e incluso fue parcialmente desmantelado, de modo que América Latina nuevamente volvió a centrar su atención en el fomento del sector exportador. Para encarar los problemas sociales, que había sido uno de los motivos esgrimidos por los militares para hacerse del poder, los regímenes burocráticos-autoritarios recurrieron masivamente a los préstamos. Esto tuvo como consecuencia el incremento de la deuda externa Latinoamericana, que entre 1970 y 1980 paso de 27.000 millones a 231.000 millones de dólares y en 1990 llegaba a los 417.000 millones.

La violación a los derechos humanos

Las dictaduras militares, y los grupos de poder económico y político que las impulsaron y las sostuvieron llevando adelante la transformación de las economías latinoamericanas apelando a la represión y a la violencia sobre la población. Esta represión consistió, fundamentalmente, en la detención, la desaparición y el asesinato de los opositores al

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Ilustración de la Junta militar argentina integrada por el Almirante Emilio Massera, el General Jorge Rafael Videla y el Brigadier Orlando Agosti en un acto oficial.

Ilustración de los Golpes de Estado que permitieron la instalación de Dictaduras Militares en América del Sur, y que a su vez evidencia el paralelismo de este proceso.

gobierno, incluso de muchos que no lo eran. Por otra parte, se eliminó todo derecho a la defensa y juicio, haciéndose el poder judicial muchas veces cómplice de estos delitos al no ejercer su rol. La tortura se transformó en el método corriente para la obtención de información sobre la actividad de los opositores.

El mecanismo de control social fue básicamente por medio del terrorismo de estado, esta denominación se refiere a las acciones represivas llevadas a cabo por grupos de militares y civiles que conformaban las dictaduras militares de América Latina, consistentes en el secuestro, la desaparición, la tortura, exilio y el asesinato de hombres, mujeres y niños, con el propósito de atemorizar y evitar cualquier tipo de disconformidad o descontento frente a las políticas económicas o de gobierno llevadas adelante.

Fue por medio del terrorismo de estado que se buscó generalizar el miedo  entre la población. La amenaza y el uso permanente de la fuerza amenazó a toda la sociedad: obreros, estudiantes, empresarios jóvenes, adolescentes, ancianos, bebés y niños; deportistas, intelectuales. Todos se transformaron en posibles víctimas.

A pesar de las diferencias que presentaban, las dictaduras militares poseían una forma política común, caracterizada por la supresión de la mayor parte de los derechos civiles, políticos y sociales. Las Fuerzas Armadas se consideraron como la institución  que representaba los valores de la nacionalidad y que tenía la misión de “curar” a la sociedad de los males que la afectaban. Se disolvieron los partidos políticos, o se suspendió su actividad, y las Fuerzas Armadas controlaron todos los recursos de poder y la institucionalidad democrática.

La desaparición de personas

Los desaparecidos constituyen una de las más pesadas herencias dejadas por las dictaduras militares, toda América Latina. A diferencia de lo ocurrido con los detenidos y encarcelados, la mayoría de los secuestrados eran encerrados en centros clandestinos de detención, de los cuales se los trasladaba para ser asesinados. A partir de su secuestro, los familiares que comenzaban a solicitar informes a las autoridades, creyéndolos prisioneros en alguna cárcel del país, encontraban que los miembros de las Fuerzas Armadas siempre negaban tener conocimiento de estas personas y de lo que les había ocurrido y mucho menos el motivo de su detención.

El drama de los desaparecidos es aún hoy una herida abierta en las sociedades que lo padecieron y que sólo puede cerrar la justicia.

Uno de los aspectos más sorprendentes de las dictaduras militares que se desarrollaron en América Latina, lo constituye el hecho de que todas ellas se ejercieron elaborando un discurso en el cual se decía preparar las condiciones para el ejercicio de la “verdadera democracia”, aun cuando para ello se debieran anular algunas o todas las premisas de la misma. Los dictadores accedían al poder argumentando proteger la democracia, amenazada por la crisis económica y las protestas sociales. En nombre de la democracia, los gobiernos dictatoriales violaban todos sus principios, despreciaban la voluntad de las mayorías y anulaban o reemplazaban las constituciones para adecuar y legitimar su régimen.

La caída de los regímenes burocrático-autoritarios.

A comienzos de los años “80”, una fuerte crisis económica mundial complicó el panorama a los regímenes burocrático-autoritario, quienes debían pagar cuantiosos intereses por la deuda externa.

El malestar social comenzó a crecer y se fue canalizando hacia una reinstitucionalización de la sociedad civil: los viejos partidos se reorganizaron y otros nuevos se conformaron. Fuerzas opositoras de líneas muy heterogéneas se unieron, dando lugar a grandes movilizaciones contra gobiernos militares. La represión que se ejerció contra estos movimientos fue restando el apoyo a los militares, a lo que se sumo una creciente presión de organismos internacionales que exigían el retorno a la democracia. A la vez, Estados Unidos adopto una actitud más cautelosa y se fue distanciando de los regímenes que habían respaldado inicialmente. El clamor popular por elecciones libres y justas fue extendiéndose, mientras las coaliciones que se hallaban tras los regímenes burocráticos-autoritarios revelaban su fragilidad. En este contexto, muchos países iniciaron la transición hacia la democracia durante la década del “80”.

La difícil reconstrucción de la democracia

Entre 1979 y 1990 la totalidad de los países Latinoamericanos restauraron el gobierno civil y procuraron avanzar hacia un régimen democrático. Sin embargo, la escasa experiencia democrática de nuestro continente conspiró frecuentemente, y sigue conspirando, en contra de ese ideal. Tras un largo periodo de divisiones internas, todavía quedan muchas heridas y la reconciliación entre la clase política no ha sido fácil.

Un rasgo central del período que siguió a la retirada de los militares del poder ha sido su tutela sobre las instituciones democráticas. En muchos casos, se habían auto asignado un papel de garantes de la institucionalidad, por lo que presionaron a las nuevas autoridades en decisiones que las afectaban. En países como Brasil, Uruguay y Chile, los militares se encontraban en una posición tan fuerte, que les permitió entre otras cosas, hacer valer leyes de amnistía para evitar una sanción por las violaciones a los derecho humanos.

El derrumbe de la unión soviética coincidió con un viraje de la política estadounidense hacia América Latina. Al terminarse la Guerra Fría desapareció también la amenaza comunista tan temida en los años’60. Ya no había motivo para mantener los dispositivos de inteligencia que EE.UU. había montado a lo largo y ancho de nuestro continente. La propia casa blanca desde entonces ha apoyado a los gobiernos civiles, sin recurrir a los procedimientos de los años “60” y “70”. Además, sus capitales reingresaron masivamente en América Latina, luego de la consolidación de un modelo económico neoliberal.

La izquierda, por otra parte, en términos de fuerza política se ve disminuida tras la represión sufrida, en el plano ideológico sufrirá un fuerte traspié con la caída de muro de Berlín, que derrumbó el paradigma del socialismo real y mucho partidos que antes se declaraban marxistas-leninistas abandonaron esas posiciones para abrazar ideas socialdemócratas. La misma experiencia autoritaria permitió a la población revalorizar el mecanismo electoral para el acceso al gobierno, desechando la vía armada. Algunos grupos guerrilleros depusieron sus armas y se integraron a la vida política de sus países. En otros, persistió el

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fenómeno de la guerrilla, como en el caso de Perú con Sendero Luminoso o en Colombia, donde las FARC todavía controlan parte del territorio nacional. En el plano socioeconómico, América Latina sigue registrando los mismos desequilibrios de antaño. Las enormes diferencias sociales y la ausencia de una verdadera igualdad de oportunidades estaban en la base de la polarización registrada a lo largo de las décadas pasadas.

A comienzos de los “90”, un 46% de la población Latinoamericana era considerada pobre y mientras el 10% más rico percibía un 40% de la renta nacional, el 20% más pobre recibía apenas el 4%.

LATINOAMERICA, UN LABORATORIO NEOLIBERAL.

El impacto del triunfo neoliberal en Europa se hizo sentir en otras partes del globo. Sin embargo será en particular Chile, el lugar donde se comenzarán a aplicar las primeras reformas neoliberales en el mundo hacia 1975 en plena dictadura militar.

La oleada del neoliberalismo en América Latina durante los ochentas, transformará a nuestro continente en la tercera gran región de experimentación de las reformas neoliberales.

El caso chileno

En el continente latinoamericano se desarrolló la primera experiencia neoliberal aplicada de forma sistemática en el mundo. Nos referimos al caso de Chile, que bajo la dictadura del General Augusto Pinochet, hacia 1975 aplicó un programa económico a cargo de un grupo de economistas conocidos como los “Chicago Boys”, quienes llevaron adelante una profunda reforma de la economía basada en un plan económico conocido popularmente como el “plan ladrillo”, el cual buscó establecer reformas que desarrollaran; una apertura de la economía, la privatización de empresas estatales y un menor control gubernamental sobre la actividad económica privada.

Estas reformas se llevaron a cabo en circunstancias económicas y políticas muy crudas: desregulación, desempleo masivo, represión antisindical y política, redistribución de la riqueza a favor de los sectores empresariales, privatizaciones de empresas públicas y del área social.

Dicho proceso de transformación económica y social de la política neoliberal buscó imponer cambios integrales en las distintas esferas de la economía, la cual se tradujo en una apertura al comercio exterior, con el auge exportador, en los años 80, de productos tales como harina de pescado, celulosa, astillas (chips) y frutas.

La reforma en el área social quizás fue uno de los impactos que mayormente padecieron los chilenos, ya sea en el área provisional y educacional. Creó a las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP), para invertir el dinero de las futuras jubilaciones de los trabajadores, y las Instituciones de Salud Previsional (ISAPRE), que ofrecen planes de salud de acuerdo con los ingresos del cotizante, terminando de esta manera con los compromisos del estado de bienestar chileno que le garantizaba condiciones mínimas de salud y pensiones a todos los chilenos.

En el plano de la educación, el estado se desentiende de la administración de ésta, ahora sólo la subvenciona, desahuciando el concepto de educación pública al momento de pasar la administración de las escuelas del fisco a los municipios.

El Plan Laboral terminó con antiguas conquistas sindicales como la negociación colectiva por rama de actividades e impuso el despido sin expresión de causa como derecho de los empleadores. En democracia ese artículo fue reemplazado por el despido conocido "por necesidades de la empresa".

En Chile, la inspiración teórica de la experiencia del General Pinochet fue directamente norteamericana; la del economista estadounidense Milton Friedman, quien a finales de los años “70” plantea como respuesta al fracaso del modelo keynesiano (Estado de Bienestar) y su pleno empleo, la reducción de los gastos del Estado, la defensa de la libertad individual, propugnando medidas de corte liberal como la flexibilización de precios, la desregulaciones y privatizaciones de las economías dirigidas por el estado, sistemas de pensiones individualizadas, transformándose entonces en una referencia directa de este nuevo modelo económico.

El neoliberalismo chileno, en términos de acción política bien entendido, presuponía la abolición de la democracia y la puesta en marcha de una dictadura.

La aplicación del modelo en Latinoamérica

En 1985, bajo el gobierno del presidente Bolivia Víctor Paz Estensoro, se aplicó por primera vez el proyecto neoliberal en forma de una política de “Shock”, consistente en la puesta en práctica de forma simultánea de todas las medidas o reformas y con la mayor rapidez posible.

Tres años mas tarde (1988), durante el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, se comenzó a extender el modelo neoliberal en México, consiguiéndose incluso la firma del Tratado de Libre Comercio Norteamericano (TLC) entre los EE.UU., Canadá y México. La fidelidad de Salinas de Gortari en la aplicación del proyecto neoliberal le valió ser condecorado públicamente por Margaret Thatcher.

El presidente de Argentina, Carlos Saúl Menem fue el encargado de implementar el neoliberalismo en su país hacia el año 1989.

En tanto que en Venezuela, fue el gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993), quien aplicó inicialmente el modelo, lo que dio origen a violentas manifestaciones por parte de la población. La inestabilidad y corrupción permitió la llegada al poder del militar Hugo Chávez, que retomo políticas de corte más nacionalistas, recordando los antiguos populismos.

Alberto Fujimori, ganó las elecciones presidenciales del Perú en 1990 con un programa no neoliberal y compitiendo contra el neoliberal declarado -Mario Vargas Llosa-. Una vez en el Gobierno,

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Fotografía de una reunión de los Chicago Boys en el periodo de dictadura.

Fujimori abandonó su programa, recurriendo a un paquete de medidas basadas en el neoliberalismo para enfrentar una crítica situación económica.

También en el “90”, en Brasil se empezó a materializar este modelo durante el corto gobierno de Fernando Collor de Melo (1990-1992). Luego el economista Fernando Enrique Cardoso, vinculado en los años ‘60’ a la CEPAL, fue el mayor impulsor de medidas de corte neoliberal, primero como ministro de Hacienda y después como presidente, desde 1995 al 2003.

El Consenso de Washington

El nombre "Consenso de Washington" fue un una metáfora utilizada por el economista inglés John Williamson en la década de los ochenta, y se refiere básicamente a los temas económicos de ajuste estructural que formaron parte de los programas del Banco Mundial y del Banco Interamericano de Desarrollo, entre otras instituciones, en la época del re-enfoque económico durante la crisis de la deuda desatada en el mundo hacia 1982.

Años más tarde y tras la caída del muro de Berlín, el socialismo real como sistema económico colapsó siendo finalmente abandonado. Williamson convocó a una cincuentena de economistas de varios países, entre ellos latinoamericanos, a una conferencia que tuvo lugar el 6 y 7 de noviembre de 1989, en la capital federal, destinada a analizar los avances alcanzados y las experiencias obtenidas de la aplicación de las políticas de ajuste y de reforma estructural impulsadas por el Consenso de Washington, que tanto Chile, Inglaterra y los EE.UU. ya habían implementado en sus reformas neoliberales.

Pero es en aquel momento en que estos círculos económicos formulan un listado de medidas de política económica que constituya un “paradigma” único para la triunfadora economía capitalista. Este listado serviría especialmente para orientar a los gobiernos de países en desarrollo y a los organismos internacionales (Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial)

Mediante un conjunto de reglas, el consenso de Washington establece, también, un ambiente de transparencia económica.

El escrito estipula diez temas de política económica, en los cuales, según el autor, “Washington” está de acuerdo. Al hablar de “Washington” significa el complejo político-económico-intelectual integrado por los organismos internacionales (FMI - BM), el Congreso de los EE.UU., la Reserva Federal, los altos cargos de la Administración y los grupos de expertos. Entre algunos de los temas sobre los cuales existiría acuerdo son:

1) Disciplina presupuestaria (no gastar más de lo que se tiene)

2) Cambios en las prioridades del gasto público (de áreas menos productivas como la salud, educación e infraestructuras);

3) Reforma fiscal encaminada a buscar bases imponibles amplias y tipos marginales moderados;

4) Liberalización financiera y comercial en pos de la apertura de los mercados que permitan la entrada de inversiones extranjeras

5) Un programa de privatizaciones de empresas públicas, la desregulación del mercado por parte del estado y garantizar los derechos ante la propiedad privada.

Para los países desarrollados, y en especial para los EE.UU., la formulación de este consenso representaba también un reto: la creación de medidas que ayudaran a los países desarrollados a aprovechar las oportunidades de la nueva realidad mundial y evitar los inconvenientes de la emergencia de nuevos mercados.

Para muchas personas, el consenso de Washington pareció marcar un momento decisivo de los asuntos económicos mundiales. En la medida que empezó a retirarse de las economías del Tercer Mundo el Estado como agente económico primordial, ahora que los inversionistas empezaban a ser conscientes de las enormes posibilidades de beneficios de estas economías, el mundo estaba preparado para un dilatado período de crecimiento rápido en países pobres y para los movimientos masivos de capital. La cuestión no era si se cumplirían las expectativas optimistas sobre el crecimiento en los grandes mercados emergentes, sino si los países industrializados serían capaces de afrontar la nueva competencia y aprovechar las oportunidades que les ofrecía ahora este crecimiento.

En todo caso, los conflictos que habían sacudido la teoría y la práctica económica, especialmente en la América Latina cuestionada por el FMI y por el BM, se daban por terminados. El estatismo excesivo era descartado; pero el FMI y el BM, también habían evolucionado e incorporado (en virtud de su carácter práctico) propuestas sociales en sus programas de ajuste. Ahora no se trataba ya de discusiones globales que contrapusieran planificación y mercado, políticas de demanda y políticas de oferta, sustitución de importaciones y apertura de las economías. Se habían terminado el conflicto entre las ideologías.

LA PRODUCCIÓN CULTURAL LATINOAMERICANA; ¿UNA IDENTIDAD POR

ARMAR?

La creación cultural del siglo XX se encuentra asociada desde muy temprano a la incesante búsqueda de definir ¿Quienes somos?, o sea establecer las características y representaciones intelectuales, simbólicas y discursivas que son parte de nuestra identidad. De esta forma los campos que intentaran dar respuesta a dicha problemática serán; la intelectualidad o pensadores latinoamericanos, la plástica y la narrativa.

La modernidad en América Latina supuso una revolución estética impulsada por un espíritu renovador que muchos casos fue acompañado por revueltas históricas, sociales y políticas, la modernidad no nació al mismo tiempo en todos los países pero se puede fijar una fecha hacia la década de 1920, cuando la idea de una revolución de las artes llego a América Latina desde de Europa. Con ella, se inicio la búsqueda de caminos renovadores y de una identidad propia que hizo eco entre los intelectuales y artistas latinoamericanos. Las jóvenes naciones comenzaron a preguntarse por su cultura y pronto apareció la necesidad de elaborar formas culturales propias, capaces de abrirse al futuro.

Los Viajes

El viaje a Europa, en la segunda y tercera década del siglo XX, fue clave en el desarrollo de los artistas latinoamericanos. En París, la meca del arte hasta la II Guerra Mundial, los jóvenes artistas

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conocieron las últimas innovaciones estéticas de las vanguardias europeas. Pero una vez que llegaban a Europa los recuerdos de sus países de origen se volvían una fuerte presencia en sus obras. En este sentido, los artistas latinoamericanos buscaron una manera de combinar los nuevos lenguajes europeos con las imágenes y temas de su país natal. Como el crítico brasileño Oswald de Andrade propuso en su Manifiesto Antropofágico (1928) la idea de digerir lo europeo para luego transformarlo en un lenguaje propio y original.

La Antropofagia

Casi todos los principales movimientos artísticos europeos, desde el impresionismo y el simbolismo en adelante, ejercieron una influencia en la producción de los artistas de nuestro continente. El proceso de canibalización de estas ideas europeas, tal como lo planteaba el “Manifiesto de Antropofagia” de Oswald de Andrade, tuvo rasgos similares en los diferentes países del continente de América del Sur. Pero a su vez, cada uno de estos países presentó un contexto histórico y social particular que repercutió en su producción cultural. Quizás fue en Brasil donde el modernismo irrumpió con más fuerza. Di Calvanti, Tarsila do Amaral y Rego Monteiro trabajaron a partir de una síntesis de lenguajes europeos y raíces y problemas brasileños. El modernismo en Latinoamérica fue en esencia una transformación de formas extranjeras en algo viable para las sociedades latinoamericanas, donde los artistas desarrollaron estrategias con las que resolver los dilemas que surgían al intentar crear una realidad visual autóctona.

I.- Primeros planteamientos sobre la identidad Latinoamericana en el siglo XX

El rescate de la raza mestiza: el mesticismo o mestizofilia.

En las décadas del 20 al 40 aparecen trabajos importantes sobre el carácter latinoamericano, que fueron consistentemente críticos tanto del mismo carácter latinoamericano como de la adopción racionalidad europea y el materialismo norteamericano. Tales trabajos insistían en que América Latina era diferente. En un primer momento, esta tendencia se manifestó en dos corrientes. Por un lado, en el contexto de la ofensiva expansionista de los EE.UU. en América Latina a fines del siglo XIX, una serie de intelectuales levantaron sus voces contra los EE.UU. y sus pretensiones económicas. José Martí, de Cuba; Rubén Darío, de Nicaragua; José Vasconcelos, de México; Rufino Blanco, de Venezuela; Manuel Ugarte, de argentina, unieron sus voces críticas a la del uruguayo José Enrique Rodó. Este último alcanzó una gran influencia con su Ariel, publicado en 1900. Rodó inicia una crítica en lo que llama “nordomania”, el afán latinoamericano de copia de modelos extranjeros, especialmente norteamericanos, y propicia una vuelta a la realidad propia. Rodó reivindica el sentimiento y las virtudes de la raza latina, y sostiene que América Latina posee una mayor sensibilidad cultural y un mayor sentido idealista de la vida que unos EE.UU. excesivamente materialista y utilitarista.

Contra la idea positivista de la degeneración de la raza por el mestizaje, Vasconcelos exalta los valores del mestizaje y de la raza latina y los opone a las características de la raza sajona. La actitud frente a los indios es crucial. Mientras los colonos sajones

“cometieron el pecado de destruir esas razas…nosotros las asimilamos, y esto nos da derechos nuevos y esperanza de una misión sin precedentes en la Historia”. Esta misión es la formación de una nueva y quinta “raza integral”, “raza cósmica” o “raza síntesis”, formada por la fusión de blancos, negros, indios y mongoles. En esta quinta raza eventualmente se fundirán todos los pueblos del mundo, y pertenece a los latinos el honor de cumplir tal misión integradora. En general, Vasconcelos y los demás autores aparecen definiendo la identidad latinoamericana en términos de la mayor cultura, idealismo, y misión universal de nuestra raza mestiza y en contraposición al “otro” imperialista y materialista que es EE.UU.

El Indigenismo

El “movimiento indigenista” tuvo un gran desarrollo en la década del 20. Fue una corriente amplia del pensamiento que incluía a políticos, novelistas, antropólogos y pintores que abogaban por el retorno a los valores y costumbres indígenas en oposición al legado cultural europeo. Estos deseaban cambiar la prevalente visión negativa de los indios como atrasados y faltos de civilización, y llamaban a implementar reformas sociales que favorecieran a las empobrecidas comunidades indígenas. Este movimiento floreció en países como Perú y México, donde habían existido civilizaciones indígenas más numerosas.

El indigenismo, no tuvo su origen en las mismas comunidades indígenas, sino que fue parte de un programa para incorporar al indígena a la convivencia nacional dirigida por criollos y mestizos. Esto es especialmente cierto en México, donde se formó el Instituto Nacional Indigenista, cuyo director por muchos años fue Gonzalo Aguirre Bertrán, quien sostenía que el término indio expresaba la condición social de vencido y sometido a la servidumbre más que a una condición étnica. De allí que los indígenas deban ser incorporados a la cultura nacional y tratados como ciudadanos, cuidando que no se desarraiguen y que las expresiones propias de su cultura se incorporen a la cultura nacional.

Se puede observar que el indigenismo oscila entre la afirmación absoluta y esencialista de la raza indígena y su asimilación a la cultura nacional. En muchos autores el indigenismo tiende a ser más ingenuo y romántico en cuanto pinta a las civilizaciones indígenas precolombinas como sociedades idílicas capaces de constituirse en modelos para el futuro. Otras interpretaciones observan al indigenismo como una visión llena de “exotismo”, tendencia a describir al indio con rasgos estereotipados y exóticos, no como realidad concreta; También existe aquella visión “pasadista”, tendencia a preferir al indio histórico y no al actual; la visión “paternalista”, que compadece al indio y la visión “populista”, que busca utilizar al indígena en movimientos políticos.

La expresión del indigenismo se desarrollo en distintos campos culturales una será la literatura y la otra las artes plásticas.

En la narrativa como término literario, el indigenismo es una modalidad dentro de la literatura hispanoamericana, el movimiento adquirió una presencia más notoria en aquellos países donde los indios, a pesar de formar núcleos de población significativos, siguen segregados del resto de la población, sufriendo injusticias de diversa índole. La región andina y mesoamericana, donde el porcentaje de

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las comunidades indígenas alcanza una mayoría demográfica, sin embargo será el Perú el país que llegó a contar con el mayor número de escritores indigenistas y en menor medida en México.

La literatura indigenista se refleja una raza despojada y oprimida, con una dolorosa descripción de la realidad social, que sirve de denuncia o protesta. En este movimiento se destacan escritores como Ciro Alegría, El Mundo es Ancho y Ajeno, Jorge Icaza, Juan Rulfo Pedro Paramo y el llano en llamas, César Vallejo, José María Arguedas con Los Ríos Profundos, Todas las Sangres y Yawar Fiesta, Alcides Arguedas, con su Raza de bronce, entre otros.   

El Hispanismo

El Hispanismo fue una corriente de pensamiento que valora el carácter distintivo del estilo de vida, las tradiciones y la cultura hispánica, existente en América desde la independencia. En cierta forma el hispanismo gana fuerza en principios de siglo XX con los trabajos de Rodó y Vasconcelos que tratan de oponer la raza latina de la raza sajona. El intento de oponerse al indigenismo alimentó la corriente hispanista, que a fines de la década de los “40” aparece en Chile de manera más elaborada. Adopta fundamentalmente dos formas, una histórica y otra filosófica. Jaime Eyzaguirre y Osvaldo Lira son sus representantes más distinguidos.

Para Eyzaguirre, Iberoamérica no habría existido sin la presencia de España, y en la raíz cultural hispánica debe encontrarse el sentido primero de la identidad iberoamericana. Todo lo valioso que tenían las culturas nativas fue conservado por los mismos españoles, los que, a su vez, aportaron culturalmente mucho más que lo que destruyeron.

Eyzaguirre establece que la independencia fue un proceso de desgarramiento y desintegración de la unidad. Pero lo más grave para Eyzaguirre es la desarticulación de la antigua alma colectiva y la búsqueda afanosa de la razón de vivir en fuentes exóticas. Latinoamérica le habría dado la espalda a su verdadero ser y corrió tras otras culturas, a veces antagónicas con la suya, emanadas principalmente de la moral católica, para imitar modelos políticos y sociales ajenos.

Desde un punto de vista más filosófico y escolástico, Osvaldo Lira intenta probar que las naciones hispanoamericanas constituyeron desde el principio y siguen constituyendo todavía un todo perfectamente homogéneo de cultura entre sí y con España y que todas las perfecciones que encerrase la cultura hispanoamericana nace de la cultura española. El punto de partida es considerar a toda la nación como una sustancia con esencia propia, con un alma que explica su unidad y su mantención en el tiempo. Tal esencia no viene de la pureza biológica-étnica, porque no existe nación en el mundo que no tenga una población mezclada, sino que proviene de una forma de cultura que se muestra como superior a las demás. Las naciones hispanoamericanas serian mestizas, pero su esencia cultural es provista por la cultura hispánica que es claramente superior a las culturas indígenas.

La inmensa superioridad de la cultura española hizo que las culturas indígenas quedaran en una situación relativamente pasiva, las cuales fueron incapaces de contribuir con ningún valor central o principio orientador, y frente a las cuales la cultura española nunca cedió ni un solo principio propio.

El no entendimiento de esta situación, argumenta Lira, seria la causa del error indigenista, porque no basta con haber participado en los orígenes de las naciones hispanoamericanas, sino que es necesario evaluar con que fuerza.

Con el indigenismo y el hispanismo nacen, casi en la misma época, las versiones esencialistas de la identidad latinoamericana. El momento histórico es especialmente adecuado, porque es un momento de desconcierto y confusión, de readecuación de América Latina en el contexto internacional y de problemas sociales de gran envergadura. Es en estos tiempos cuando las respuestas esencialistas son tentadoras: los problemas que existen se deben al abandono del verdadero ser nacional y a la búsqueda alienada de modelos extranjeros para solucionarlos.

II.- Panorama del arte latinoamericano en el siglo XX

La plástica ofrece un panorama riquísimo e increíblemente verso en nuestro continente en estas décadas. En paralelo con el movimiento literario propagado por el crítico y poeta francés André Bretón, en el arte pictórico el onirismo surrealista y sus asociaciones fortuitas identifican al chileno Roberto Matta (Nacimiento de América) y a Wilfredo Lam (La jungla), quien le ha aportado su savia afrocubana.

La profundización del ser americano en el campo visual se desarrolló de la mano del movimiento indigenista en México con la propuesta plástica conocida como “el Muralismo Mexicano” que fue un movimiento artístico de carácter indigenista, que surge tras la Revolución Mexicana de 1910 con un programa destinado a socializar el arte, y que rechaza la pintura tradicional de caballete, así como cualquier otra obra procedente de los círculos intelectuales.

Propone la producción de obras monumentales para el pueblo en las que se retrata la realidad mexicana, las luchas sociales y otros aspectos de su historia. Sus principales protagonistas fueron Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. A partir de 1930 el movimiento se internacionalizó y se extendió a otros países de América. El impulsor de este movimiento fue José Vasconcelos, filósofo y primer secretario de Educación Pública de México quien, tras la Revolución, pidió a un grupo de artistas jóvenes revolucionarios que plasmaran en los muros públicos de la ciudad de México diversos hechos de la historia de México. Influidos por el rico pasado precolombino y colonial, los muralistas desarrollaron un arte monumental y público, de inspiración tradicional y popular, que ponía fin al academicismo reinante, exaltando su cultura y origen precortesiano.

En la práctica, el indigenismo tomó varios cauces. Por un lado está la concepción histórica de Diego Rivera: descripción minuciosa de una idílica vida cotidiana antes de la llegada de los españoles. Por otro, la de José Clemente Orozco, que integra las culturas indígenas en el contexto de una religiosidad violenta; su obra épica la realizó con suficiente ironía, amargura y agresividad como para encarnar una imagen verdadera y convincente del mundo moderno, con su despiadada lucha de clases, teniendo como tema obsesionante el del hombre explotado, engañado y envilecido por el hombre. Sólo David Alfaro Siqueiros se interesó por acercar a la pintura moderna los valores plásticos de los objetos prehispánicos.

El muralismo se desarrolló e integró fundamentalmente en los edificios públicos y en la

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arquitectura virreinal. Los muralistas se convirtieron en cronistas de la historia mexicana y del sentimiento nacionalista, desde la antigüedad hasta el momento actual. La figura humana y el color se convierten en los verdaderos protagonistas de la pintura. En cuanto a la técnica, redescubrieron el empleo del fresco y de la encáustica, y utilizaron nuevos materiales y procedimientos que aseguraban larga vida a las obras realizadas en el exterior.

Estos artistas influirán definitivamente sobre los exponentes del expresionismo indigenista, entre quienes sobresaliendo el ecuatoriano Oswa1do Guayasamín (La época de la cólera), quien plasma al hombre vencido con una desgarradora expresividad plástica.

Lo mismo que en las letras, el abanico es abigarrado y sorprende con múltiples artistas de excepción, entre los cuales es imposible dejar de mencionar pintor colombiano Fernando Botero (La Mona Lisa con doce años), al venezolano Jesús Rafael Soto, al nicaragüense Armando Moriles, al uruguayo Joaquín Torres, al chileno Claudio Bravo y a los mexicanos Rufino Tamayo y Frida Kahlo, esta última constituida en todo un mito universal.

III.- Las letras latinoamericanas como una respuesta a los problemas de la identidad

1967 fue un año decisivo para las letras de América Latina, hasta entonces ignorada en el panorama mundial. Ese año el guatemalteco Miguel Ángel Asturias se convirtió en el primer novelista latinoamericano en recibir el Premio Nobel de Literatura (la chilena Gabriela Mistral lo había recibido por su poesía en 1945). También en junio de ese año apareció la novela Cien años de soledad, del colombiano Gabriel García Márquez, que en pocos meses se convirtió en un best seller mundial. Era la cúspide del “boom” en la novela latinoamericana, que había comenzado cuatro años antes con la popularidad de Rayuela (1963) del argentino Julio Cortázar, y que también incluía la obra del peruano Mario Vargas Llosa y la del mexicano Carlos Fuentes, entre otros. Por primera vez en la historia, la producción literaria hispanoamericana tenia un papel protagónico en la escena internacional y para el año dos mil, otros cuatro escritores habían recibido el Premio Nobel de Literatura Pablo Neruda (Chile), en 1971, García Márquez (Colombia), en 1982, Octavio Paz (México) en 1990 y Derek Walcott (Sta. Lucia) en 1992, ¿Cuáles fueron las circunstancias y los antecedentes de tan rotundo éxito? La década de 1960, con su entusiasmo revolucionario y su voluntad de autoafirmación, marcó para América Latina una época de inmensa creatividad, unificación emotiva y difusión internacional en la música, la poesía, la pintura y, sobre todo, en la literatura. Una gran numero de jóvenes en todo el continente cantaba al ritmo de movimientos musicales como Tropicalia en Brasil, La Canción de Protesta Latinoamericana como la Nueva Canción Chilena y la Nueva Trova Cubana, las cuales simpatizaban con grupos de izquierda en sus países, y hasta participaban en movimientos poéticos de vanguardia similares al Beatnik norteamericano. Había un espíritu de unificación en torno al ideal de construir modelos sociopolíticos que beneficiaran a la mayoría de la población y no solamente a la elite, y una voluntad de reconocer la identidad común que presuntamente compartían los pueblos latinoamericanos. Pero ante todo, se leían como

admiración las novelas que desarrollaban estos ideales en una narrativa novedosa, vibrante y crítica que hacia que los Latinoamericanos se sintieran modernos y al mismo profundamente diferentes en la modernidad europea.

La narrativa

Una pujante novelística América, continente donde no abunda en pensadores sistemáticos, filósofos, ni científicos, a encontrado en sus novelistas –en los cuales, sí, es pródiga- a los grandes reveladores de las principales visiones de la realidad vigentes en estas latitudes durante el medio siglo posterior a la Segunda Guerra Mundial

Heterogéneo como es el espectro espiritual de este período, la novelística se despliega en muy variadas direcciones, tanto desde el punto de vista de las ideas que la nutren como desde la perspectiva temática asumida por sus autores. En cuanto a lo primero, recoge todas las corrientes filosóficas prevalentes en algún momento del período. Respecto de lo segundo, se da, en algunas líneas, el ahondamiento en lo interior del ser humano; en otras, una fuerte atención a los acontecimientos externos, que unas veces son de indudable corte universal mientras que, en frecuentes ocasiones, apuntan decididamente a situaciones peculiares de la región.

Los escritores que conformaron el “boom” de la novela, casi todos adherían a una ideología de izquierda, acapararon la atención mundial con una literatura que combinaba genialmente la experimentación moderna con elementos distintivos de la vida y la cultura latinoamericana. La selva, el mito, la tradición oral, la presencia indígena y africana, la política turbulenta, la historia paradójica y la búsqueda insaciable de identidad, se integraron en novelas monumentales cuyo lenguaje poético lograba captar muchas de las experiencias contradictorias de América Latina y exóticas o innovadoras para el “Primer Mundo”. Lo “normal” para los europeos y, los norteamericanos aparecía descrito como algo “mágico” para la mirada narrativa, y, lo inaudito o lo mágico para la mirada primer mundista se describía como una cotidianidad ordinaria. Pero esta generación también había asimilado la influencia de la literatura internacional así como de la cultura masiva moderna. Las novelas del argentino Manuel Puig se tejían con tramas de Hollywood e historias de tangos, y Mario Vargas Llosa creó un personaje que hacia telenovelas. La nueva novela buscaba representar la experiencia heterogénea y diversa de varios países al sur del Río Grande y proponer modelos de realidad que permitieran transcender la visión limitante del cientificismo occidental. En ese esfuerzo, se percibió un ideal común, lo cual reforzó la idea de unidad “latinoamericana”.

La literatura como una tradición cultural compartida

Los escritores del “Boom” se alimentaban de una rica tradición, bastante ignorada en Europa, pero cultivada en América Latina durante varios siglos. Conocían los relatos mayas del Popol Vuh, los poemas nahuas de Xochicuicati y los cantos de los amautas incas. Tenían como punto de partida- igual que la mexicana Sor Inés de la Cruz o el Inca Garcilaso de la Vega del Perú en los tiempos de la colonia– la paradoja

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de afirmar sus diferencias con el mundo occidental para el que escribían y al que inevitablemente, las novelas heroicas o románticas del siglo XIX, que habían fundado naciones, describiendo paisajes, costumbre y dicciones locales. Y a su paso por las escuelas también se había garantizado que estos escritores aprendieran de memoria, la poesía de Modernismo, que fue el primer movimiento literario originalmente creado en Latinoamérica –con el nicaragüense Rubén Darío como figura principal– en diálogo con las tendencias poéticas francesas de fines del siglo XIX. Y fue precisamente en esta época cuando se cristalizó el concepto de “América Latina” como una región con identidad cultural y autonomía política frente a la “América Anglosajona” representada por los EE.UU. que, a partir de 1898, amenazaba con invadir la soberanía nacional del resto del continente. Hubo dos obras modernistas que se hicieron clásicas representantes de este proceso de auto identificación. El ensayo “Nuestra América” (1891) del cubano José Martí que afirmaba la necesidad de encontrar modelos políticos y estéticos propios, basados en un conocimiento de nuestros pueblos, evitando la copia irreflexiva de modelos extranjeros. Con una nota más conservadora, el libro Ariel (1900), del uruguayo José Enrique Rodó, glorificaba la “superioridad espiritual” de la cultura grecolatina en contraste con el materialismo anglosajón. E inspiraba a defender con orgullo esta herencia de América. Para 1910, cuando se celebró el centenario de la independencia en muchos países latinoamericanos, ya circulaba con propiedad el termino “América Latina” en todo el continente y también en Europa.

El concepto de lo latinoamericano se celebró con gran amplitud y creatividad a través de la democratización cultural que impulso la revolución mexicana a comienzos del siglo XX. José Vasconcelos, que era el ministro de educación del gobierno revolucionario en el México de los años 1920, era un humanista entusiasmado con la idea de educar a la nueva “raza cósmica”- los mestizos de América con un sentido de orgullo en el pasado indígena y el futuro igualitario. Desde su ministerio reunió a los intelectuales más respetados de la época incluyendo a Gabriela Mistral de Chile, y fomentó la publicación de estudios y obras literarias innovadoras. Pero la gran mayoría de la población era prácticamente analfabeta, así que se utilizó la pintura para inculcar en el pueblo los nuevos valores. Es por ello que los murales se convirtieron en una pieza fundamental del programa educativo un arte para las masas, que fuera distintivamente mexicano. En este fin, Vasconcelos atrajo a dos pintores vanguardistas que se encontraban estudiando en Europa – Diego de Rivera y David Alfaro Sequeiros quienes, juntos con José Clemente Orozco, lideraron el movimiento muralista con un espíritu de compromiso político y critica social. Coordinados a través del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, los muralistas repudiaron el arte domestico “burgués” y utilizaron los espacios públicos para interpretar el pasado y el presente, declarando en su manifiesto “El arte ya no debe ser la expresión de la satisfacción individual, sino que debe hacerse una herramienta de educación y de lucha para todos” (Siqueiros). Así los artistas de la época encontraron una fórmula para hacer un arte moderno- dentro del cubismo, surrealismo y futurismo del Avant-Garde europeo, que era además profundamente nacionalista e integraba las bases no europeas de la cultura regional. De una manera más

íntima, pero igualmente impregnada de la cultura popular, la pintura de los mexicanos Frida Kahlo y Rufino Tamayo también dejo una marca fundamental en la conciencia estética latinoamericana. El arte de la revolución mexicana constituyo una inspiración para la mayoría de los artistas y escritores latinoamericanos durante casi todo el siglo XX. La pintura de Wilfredo Lam (Cuba), Oswaldo Guayasamín (Ecuador) y Fernando Botero (Colombia), entre muchos otros, testimonia esta inspiración. La influencia del muralista llega hasta las paredes nicaragüenses durante la revolución sandinista de 1979 y hasta las murallas de Chicago y de Los Ángeles que todavía hoy decoran los chicanos.

La poesía fue otra faceta artística que logro en América Latina ponerse al corriente de las tendencias vanguardistas y al mismo tiempo dirigirse al pueblo, integrando en su forma las características no europeas de las diversas culturas regionales así como los ideales de mayor equidad social. El peruano Cesar Vallejo producía, desde los años 1920, poemas cuyo lenguaje y actitud estaban íntimamente conectados con la cosmovisión y la experiencia indígena de los Andes. A partir de la década de 1930, la poesía negrista realizó un trabajo similar utilizando la tradición afrocaribeña. Nicolás Guillen incorporo los ritmos y temas del son cubano y promovió una “poesía para el pueblo” que tuvo un papel instrumental en los procesos de consolidación de la revolución cubana de los años 30. Sin duda, el poeta mas leído y recordado por esta época es el chileno Pablo Neruda, que atrajo multitudes con su poesía al mismo tiempo experimental y sencilla, política e íntima, histórica e inmediata, para “regar los campos y dar pan al hambriento”, escuchar al “hombre sencillo” y sostener la transformación social. Con este mismo espíritu, pero en un estilo mas coloquial y cotidiano, el nicaragüense que dejó los hábitos para hacerse guerrillero, Ernesto Cardenal animo una comunidad cristiana de campesinos en la isla de Solentiname durante varias décadas y luego extendió su democratización de la poesía para alfabetizar al pueblo nicaragüense desde el ministerio de cultura del nuevo gobierno revolucionario sandinista durante los años 1980. Incluso el poeta mexicano Octavio Paz, cuyas ideas políticas no eran izquierdistas y que además concebía la poesía como un ritual de trascendencia y no de acción política, integró en su obra elementos formales relacionados con la cosmovisión náhuatl y desarrolló una cuidadosa reflexión del carácter mexicano en El Laberinto de la soledad (1950).

En la narrativa había producido significativas obras de exploración social y geográfica el continente desde fines del siglo XIX. En las décadas de los años veinte y treinta, se escribieron novelas sobre tensiones y características propias de las distintas regiones en un estilo que podría describirse como “realismo social”, en profunda conexión con la tierra circundante. El venezolano Rómulo Gallegos es un ejemplo claro de este período, al escribir una novela sobre cada una de las zonas neoculturales de su país. Sin embargo, no fue hasta los años cuarenta que un grupo importante de autores capto la atención europea con estilos innovadores, al mismo tiempo modernos y característicamente latinoamericanos. Este nuevo estilo de ficción ofrecía un punto de vista impregnado de la policromía muralista, el lenguaje poético preciso, sugerente y la construcción de realidades con múltiples niveles y fuentes culturales, como las sociedades de América Latina. Novelistas como el peruano José

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María Arguedas, el brasileño Joao Guimarães (1908-1969) introdujeron técnicas narrativas novedosas que traducían la tradición oral indígena en la escritura literaria.

En el prólogo de El reino de este mundo (1949), que narraba la revolución haitiana, el musicólogo y novelista cubano Alejo Carpentier propuso el término “lo real maravilloso” para designar esta nueva ficción que recreaba la realidad histórica americana en su fértil combinación de mitología y modelos culturales, desde los indígenas y africanos hasta los europeos y los mestizos. El guatemalteco Miguel Ángel Asturias había publicado en ese mismo año su novela Hombres de maíz (1949), la cual compartía ese esfuerzo por encontrar un lenguaje adecuado a la experiencia “mágica” o surreal de América Latina, por articular la experiencia colectiva al estilo de Neruda o Cardenal, y por expresarla necesidad de transformación social. Esta novela combinaba técnicas surrealistas con mitos mayas para elaborar una realidad mágica, capaz de representar la historia de resistencia maya frente al avance de la cultura occidental, interpretándola en sus propios términos. El filón surrealista, centrado en la conciencia de los personajes, se hace nítidamente presente en autores como la chilena María Luisa Bombal (La amortajada, La última niebla) y el mexicano Juan Rulfo (Pedro Páramo).Por su parte Rulfo exploró el legado agridulce de la revolución mexicana que no había sacado de la miseria a la mayoría de la población frente a los escritores de izquierda, y buscaba temas de tipo universal en sus ficciones y poemas. Su obra sin embargo, tuvo una influencia innegable en la generación del “boom”, tanto en su cuestionamiento de una realidad unánime como en la experimentación de historias laberínticas que combinaban herencias culturales tan diversas como la población latinoamericana misma.

Al comenzar la década de 1960, ya existía un público lector amplio en América Latina. La expansión de las ciudades y de las oportunidades educativas garantizo que una creciente clase media de profesionales y estudiantes universitarios leyeran con avidez las novelas de sus autores favoritos, con quienes compartían ideales de transformación radical de las estructuras sociales como había ocurrido en Cuba. Se esparció por el continente un espíritu “latinoamericanista” que transcendía las fronteras nacionales y buscaba crear una conciencia de cambio político en las masas. Varias casas editoriales españolas y francesas también adelantaron una gran campaña de difusión que daba preferencia a los escritores de izquierda y fomentaba foros plurinacionales.

Fue esta combinación de factores la que permitió que novelistas como Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Ernesto Sábado (Argentina), Juan Carlos Onetti (Uruguay) o José Donoso (Chile), pudieran difundir sus obras a cientos de miles de lectores en América Latina, Europa, Asia y los Estados Unidos. Como Borges, criticaban las novelas “provincianas” del realismo social, y abrazaron la experimentación literaria en diálogo con las tendencias mas atrevidas del Primer Mundo. Cortázar, por ejemplo, diseño su Rayuela como una serie de capítulos que podían leerse consecutivamente, o a saltos como jugando rayuela. A diferencia de Borges, un tema central del “boom” fue la historia latinoamericana, la crítica de las condiciones sociopolíticas del continente y el fomento de una

identidad regional. Cien años de soledad, puede leerse como una alegoría de la historia colombiana en la trama de la familia Buendía y Macondo se ha interpretado como una metáfora de América Latina.

Para mediados de 1970, la represión militar se hizo más cruda en toda la región, el gobierno de Fidel Castro perdió credibilidad y el entusiasmo revolucionario se mitigó. Los escritores del “boom” profundizaron entonces en temas históricos y en la figura del dictador. Carlos Fuentes, en Terra Nostra (1975), criticaba la utilización de la historia para legitimar la injusticia del presente. El paraguayo Augusto Roa Bastos ridiculizó la documentación histórica y exploró la figura del caudillo José Gaspar de Francia, quién había gobernado a su país durante cuarenta años en el siglo XIX, como una metáfora de la dictadura de Stroessner en una copiosa novela titulada Yo, El Supremo (1974). García Márquez también parodió a la interminable palabrería del caudillismo en El otoño del patriarca (1975). A partir de los años ochenta, la era del experimentalismo literario y de las grandes metáforas colectivas llego a su fin, y todos estos escritores adoptaron un estilo más realista y fácil de leer, en concordancia con las demandas de la era global y del mercado.

El legado del “boom” continúa presente en diversas manifestaciones hoy asociadas con el ambiguo “realismo mágico”, un término que ha servido para describir la combinación entre oralidad y escritura en otras partes del mundo, como en las novelas de Toni Morrison en los Estados Unidos. Durante los últimos treinta años, además un importante número de escritores ha entrado a disputar la popularidad de los grandes del “boom”, siendo el caso de las mujeres que han buscado encontrar su sitial dentro de las letras latinoamericanas a manera de mostrar otra sensibilidad a la problemática de nuestra identidad. En el plano de la narrativa no podemos dejar de mencionar a la mexicana Elena Poniatowska, coterránea a la generación del boom,  que con un estilo directo y sencillo, de narraciones cortas y con un vocabulario muy coloquial, hace una reflexión crítica y severa de la cultura mexicana. Logrando encontrar espacios

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Ilustraciones de las algunas de las principales figuras del “Boom Literario Latinoamericano”: Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa.

comunes para hablar del carácter de la mujer, el sujeto popular, la marginalidad y la exclusión social. Donde los sujetos culturales terminan abandonando las masas y el anonimato para ser el personaje central de cada historia. Nos ha enseñado con muy duros tonos, la crítica de la vida, ya sea desde la crónica periodística con La noche de Tlatelolco, Fuerte es el silencio y Nada, Nadie -sus crónicas del temblor-. También desarrolla una apología a la mujer popular como parte de una expresión cultural dignificada de su narrativa, en su libro Hasta no verte Jesús mío.

Mexicanas al igual que ella, Laura Esquivel y Ángeles Mastreta se han destacado en las letras americanas. Luisa Valenzuela en Argentina, Isabel Allende y Marcela Serrano en Chile, Laura Restrepo en

Colombia, Rosario Ferre en Puerto Rico, Gioconda Belli en Nicaragua y Nélida Piñón en Brasil, son algunas de las narradoras que mantienen en la actualidad la atención internacional sobre las letras latinoamericanas y se han tomado una escena literaria que estuvo dominada tradicionalmente por las figuras masculinas. Según la mayoría de los escritores latinoamericanos de hoy, ya no tiene sentido asociar al continente con un estilo específico, pues se trata de culturas diversas, complejas y plurales, en las que el supuesto “realismo mágico” es solo una posibilidad entre muchas para elaborar literariamente la experiencia heterogénea de cada región y cada individuo.

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