DERECHO_PENAL_I_-_UNIVERSIDAD_DE_NAVARRA_ESPA_A

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http://www.unav.es/penal/iuspoenale 11 1.ª CONTENIDO Y FUNCIÓN DEL DERECHO PENAL I. Concepto de Derecho penal.– 1. Cuestión terminológica de la denominación del Derecho penal.– 2. Derecho penal objetivo y subjetivo.– II. Contenido y sistemática: la pena, las medidas de seguridad y la responsabilidad civil derivada del delito.– III. La función del Derecho penal: retribución, prevención general y especial.– IV. Conclusión: función y fines del Derecho penal.– I. Concepto de Derecho penal.– Una aproximación intuitiva al fenómeno criminal nos lleva a afirmar que una sociedad sin Derecho penal no subsistiría. Es cierto que existen planteamientos abolicionistas, que abogan por la supresión de todo fenómeno punitivo, y confían en cambio en otros medios sociales de estabilización para la tutela de la sociedad. Sin embargo, hoy por hoy, a la opción abolicionista corresponde la carga de la prueba de que prescindir del Derecho penal garantizaría la subsistencia de la sociedad mejor que su ausencia. Queda, de todas formas, de ese debate abolicionista –que dominó en buena parte de la discusión de política criminal de los años 70 del pasado siglo–, el convencimiento de que, a falta de algo mejor que el Derecho penal, procede buscar un Derecho penal garantista 1 . Esto es, un Derecho penal en el que toda restricción de la libertad individual se reduzca a lo estrictamente necesario, sea proporcionada y se lleve a cabo conforme a los medios propios del Derecho (es decir, un Derecho penal regido por principios): cfr. infra, lecciones 2.ª y 3.ª. 1. Cuestión terminológica de la denominación del Derecho penal.– El Derecho penal, todavía desde una visión meramente intuitiva, es un conjunto de normas dirigidas a la protección de la sociedad frente a los comportamientos más gravemente antisociales. Los elementos fundamentales, lo específicamente penal es así: i) que opera mediante normas; ii) que éstas se refieren a conductas humanas que afectan a lo más básico y esencial de lo social; iii) que se imponen penas. Esta descripción requiere mayor precisión (¿qué es una norma? ¿qué son penas?), pero baste de momento para situar el tema que nos ocupa. Estos tres elementos se corresponden con las tres partes del programa de esta asignatura introductoria. Las denominaciones habituales de la rama del Derecho que estudiamos se agrupan, o bien en torno al calificativo penal; o bien en torno al calificativo criminal. Así, en el ámbito continental se ha hecho común la de Derecho penal,o sus equivalentes en otras lenguas, de forma que se centra la denominación en la consecuencia jurídica (pena, sanción…). La denominación Criminal Law, que se ha hecho común en el ámbito jurídico angloamericano, centra la atención en el 1 Cfr. este planteamiento en SILVA SÁNCHEZ, Aproximación al Derecho penal contemporáneo, Barcelona, 1992, pp 1741. Sobre el abolicionismo, cfr. ibidem, pp 2026.

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1.ªCONTENIDO Y FUNCIÓN DEL DERECHO PENAL I. Concepto de Derecho penal.– 

1. Cuestión terminológica de la denominación del Derecho penal.– 2. Derecho penal objetivo y subjetivo.– 

II.  Contenido  y  sistemática:  la  pena,  las  medidas  de  seguridad  y  la  responsabilidad  civil derivada del delito.– III. La función del Derecho penal: retribución, prevención general y especial.– IV. Conclusión: función y fines del Derecho penal.–  

I. Concepto de Derecho penal.– 

Una aproximación  intuitiva al  fenómeno criminal nos  lleva a afirmar que una sociedad sin Derecho penal no subsistiría. Es cierto que existen planteamientos abolicionistas,  que  abogan  por  la  supresión  de  todo  fenómeno  punitivo,  y confían en cambio en otros medios sociales de estabilización para la tutela de la sociedad. Sin  embargo, hoy por hoy, a  la opción abolicionista  corresponde  la carga  de  la  prueba  de  que  prescindir  del  Derecho  penal  garantizaría  la subsistencia de la sociedad mejor que su ausencia. Queda, de todas formas, de ese debate abolicionista –que dominó en buena parte de la discusión de política criminal de los años 70 del pasado siglo–, el convencimiento de que, a falta de algo mejor que  el Derecho penal, procede buscar un Derecho penal garantista1. Esto es, un Derecho penal en el que toda restricción de la libertad individual se reduzca  a  lo  estrictamente  necesario,  sea  proporcionada  y  se  lleve  a  cabo conforme a los medios propios del Derecho (es decir, un Derecho penal regido por principios): cfr. infra, lecciones 2.ª y 3.ª. 

1. Cuestión terminológica de la denominación del Derecho penal.– 

El Derecho penal, todavía desde una visión meramente intuitiva, es un conjunto de normas dirigidas a la protección de la sociedad frente a los comportamientos más gravemente antisociales. Los elementos fundamentales, lo específicamente penal es así: i) que opera mediante normas; ii) que éstas se refieren a conductas humanas que afectan a lo más básico y esencial de lo social; iii) que se imponen penas. Esta descripción requiere mayor precisión (¿qué es una norma? ¿qué son penas?), pero baste de momento para situar el  tema que nos ocupa. Estos  tres elementos se corresponden con las tres partes del programa de esta asignatura introductoria. 

Las  denominaciones  habituales  de  la  rama  del  Derecho  que  estudiamos  se agrupan,  o  bien  en  torno  al  calificativo  penal;  o  bien  en  torno  al  calificativo criminal. Así, en el ámbito continental se ha hecho común la de Derecho penal, o sus equivalentes en otras lenguas, de forma que se centra la denominación en la consecuencia  jurídica (pena, sanción…). La denominación Criminal Law, que se ha hecho común en el ámbito  jurídico angloamericano, centra la atención en el  1  Cfr.  este  planteamiento  en  SILVA  SÁNCHEZ,  Aproximación  al  Derecho  penal  contemporáneo, Barcelona, 1992, pp 17‐41. Sobre el abolicionismo, cfr. ibidem, pp 20‐26. 

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1.ª presupuesto  jurídico  (delito  o  crimen).  La  cuestión  terminológica  no  tendría más interés si no fuera porque ha de tenerse en cuenta que cualquiera de ambas denominaciones  queda  incompleta  sin  considerar  su  correlato:  la  pena  tiene sentido si se considera la existencia de un delito; y éste es tal si se atiende a su posible  consecuencia  sancionatoria; además,  lo «criminal»  son principalmente los  delitos,  los  crímenes,  pero  hablar  de  estos  supone  referirse  a  su consecuencia,  las  penas.  Por  otra  parte,  en  el  «Derecho  de  las  penas»  ha  de tenerse en cuenta  también otras consecuencias  jurídicas que no eran comunes en épocas en que se fraguó la denominación. Se trata de las llamadas medidas de seguridad (cfr. infra, II). 

Mayor interés encierra la caracterización de este sector del saber como Derecho, Law. Se sitúa así en el ámbito de los saberes práxicos o humanos, que emplean como punto de vista de la realidad estudiada la libertad humana; y se distingue entonces  de  los  saberes  teóricos  o  empíricos,  que  se  dirigen  a  estudiar  la realidad desde un punto de vista  radicalmente distinto, que ya no es el de  la libertad,  sino  el  de  la  percepción  comprobable  empíricamente.  Saberes empíricos  son  la  Química,  la  Física,  por  ejemplo.  Un  saber  práxico  es,  en cambio, la Ética, la Filosofía moral, el Derecho. El Derecho afronta su objeto de conocimiento  bajo  el  punto  de  vista  de  que  se  trata  de  conductas  humanas; presupone  la  libertad. Emplear en Derecho, y en particular en Derecho penal, un punto de vista empírico resulta absolutamente inidóneo y conduce a errores de planteamiento de gran relevancia. Los saberes empíricos nos proporcionan abundantes  –más  aún,  imprescindibles–  conocimientos  para  llevar  a  cabo nuestras capacidades. Pero sirven sólo como  lo que son, empíricos. Posibilitan explicar  la  realidad,  predecir  incluso  acontecimientos,  pero  no  permiten comprender una realidad humana como es el obrar, la acción, la libertad. Así, por ejemplo, de un fenómeno como puede ser la muerte de una persona en el curso de  una  pelea,  pueden  emitirse  diversos  juicios,  según  sea  el  punto  de  vista desde  el  que  se  parte. Un  químico,  un  físico,  un  psicólogo  clínico…  podrán emitir de dicho  fenómeno  juicios diversos,  según  sea  el punto de vista de  la ciencia de cada uno de ellos; pero siempre describen la situación como un dato. Pero dicha muerte, constituye para el Derecho penal, no un dato, sino un hecho antijurídico realizado por una persona culpable, a la que se aplicará una pena; para el Derecho civil, un hecho, que es  fuente de daños  indemnizables; para  la Ética,  un  hecho  malo.  Puesto  que  las  ciencias  empíricas  ofrecen  los conocimientos que posibilitan nuestro actuar, no podemos prescindir de ellas. Pero no podemos por esa razón confundirlas con los saberes práxicos. También el Derecho penal  se basa en  saberes empíricos: a  fin de  cuentas, el homicidio presupone la muerte de una persona humana, que alguien habrá de certificar, el médico  forense;  o  puede  implicar  a  un  agente  que  padece  una  enfermedad psíquica,  que  alguien  habrá  de  describir,  el  psiquiatra.  Pero  ni  éste  ni  aquél pueden relevar y sustituir al  juez en su labor específica. Dicha tarea específica, propiamente  jurídica, práxica, es la de atribuir responsabilidad, imputar, por la infracción  de  una  norma.  Se  trata  de  un  juicio  que  comprende  y  valora  la situación. 

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1.ªPuesto  que  el  Derecho  penal  ofrece  una  tutela  normativa  de  la  sociedad, conviene  prestar  atención  a  cómo  se  constituyen  esas  normas.  Toda  norma jurídica se compone de un presupuesto y una consecuencia. El presupuesto es la descripción de una conducta, que es lo que la norma pretende alcanzar (así, en  la prohibición del homicidio,  el presupuesto  es  la  conducta, prohibida, de matar a otra persona). La consecuencia es el correlato que sigue a la realización del presupuesto  (así, en  el  caso de  la prohibición de matar a otra persona,  la sanción que acompaña, la pena). 

Conviene también identificar tres clases, al menos, de normas. En primer lugar, las  normas  de  carácter  prohibitivo,  o  normas  prohibitivas,  que  dan  lugar  a comportamientos comisivos, como presupuesto  (así,  la prohibición de matar a una persona, que da  lugar al delito de homicidio, comportamiento comisivo). En segundo  lugar,  las de carácter prescriptivo, o normas prescriptivas, que dan lugar a  comportamientos omisivos,  como  su presupuesto  (así,  la prescripción de  socorrer  a  quien  se  halle  en  peligro manifiesto  y  grave,  que  recae  sobre cualquier  persona  que  se  percate  del  peligro  y mientras  este  perdure;  y  que constituye un comportamiento omisivo en  la medida en que consiste en dejar de realizar la conducta indicada en la norma). Junto a las dos anteriores, no hay que olvidar en Derecho penal las normas de carácter permisivo, que vendrían a ser  excepciones  a  las  prohibiciones  y  prescripciones,  las  que  denominamos normas permisivas. Téngase en cuenta, para evitar equívocos, que no se trata sólo de  conductas  indiferentes  o  irrelevantes,  sino  de  normas  jurídicas  que  en situaciones  excepcionales  permiten  la  lesión  o  afectación  de  bienes  jurídicos (así, por ejemplo, en situaciones límite, el ordenamiento permite a quien se halle en  peligro  grave  obrar  en  defensa,  que  será  legítima,  esto  es,  ajustada  a Derecho,  si  mantiene  una  relación  de  «necesidad  racional»  con  el  mal  que amenazaba: art. 20.4.º CP). Estas normas permisivas no pueden confundirse con las normas  facultativas,  referidas únicamente  a  conductas  indiferentes  (así,  el pasear  por  la  calle,  en  situaciones  normales).  La  distinción  entre  normas permisivas y normas facultativas se abordará más adelante, en la lección 4.III. 

2. Derecho penal objetivo y subjetivo.– 

Ius  poenale,  o  Derecho  penal  en  sentido  objetivo,  designa  un  sector  del ordenamiento  jurídico  en  el  que  se  prohíbe  bajo  amenaza  de  sanción  las conductas más  gravemente  antisociales.  Se  trata  de  un  conjunto  de  normas dirigidas  a  la  persona  en  sociedad  prohibiéndole  o  prescribiéndole determinadas conductas; y al  juez prescribiéndole  la  imposición de sanciones. Cabría  añadir,  puesto  que  el  Derecho  penal  no  sólo  prohíbe  y  prescribe conductas, sino que además faculta en algunos casos la realización de otras, que el Derecho penal pretende  también prohibir al  juez aplicar  sanciones a quien obró amparado por el Derecho: viene así a tutelar también la libertad. 

Ius  puniendi,  o  derecho  penal  en  sentido  subjetivo,  «derecho  de  sancionar», designa en cambio la pretensión y acto de sancionar. La expresión ius puniendi se refiere a la acción de castigar, de aplicar sanciones. El ideal liberal del Estado de Derecho (cfr. art. 1.1 CE) indica que toda restricción de la libertad ha de estar 

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1.ª amparada  por  el  Derecho,  por  una  decisión  jurídica  adoptada  según  el procedimiento  formal adecuado. Con otras palabras: que  todo ejercicio de  ius puniendi, que  toda sanción, se halle amparada por el Derecho. Como ya se ha afirmado  al  comienzo de  estas páginas,  se  trata de  alcanzar un Derecho  penal garantista,  esto  es, un Derecho penal  en  el que  toda  restricción de  la  libertad individual se reduzca a lo estrictamente necesario, sea proporcionada y se lleve a cabo conforme a los medios propios del Derecho (seguridad jurídica). 

El Derecho  penal  no  es,  sin  embargo,  el  único  sector  del  ordenamiento  que prevé medios normativos de  tutela de  la vida  social. También  en  el Derecho civil se prevén medios de este género (responsabilidad civil derivada del delito, como  la  indemnización, que despliega también efectos normativos de tutela al disuadir  de  cometer  ciertos  comportamientos).  De  forma  semejante,  en  el Derecho  laboral  y  de  la  Seguridad  Social  se  definen  consecuencias sancionatorias  con  el  fin  de  garantizar  el  cumplimiento  de  determinadas normas (despido disciplinario, imposición de recargos a la empresa…); y en el Derecho mercantil, al ser posible  la responsabilidad de  los administradores de sociedades en determinados casos (art. 133 LSA). Y otros. Pero es sobre todo en el  Derecho  administrativo,  más  en  concreto,  en  el  Derecho  administrativo sancionador2, donde esta cuestión adquiere particular relevancia. 

Lo específico penal deriva de la gravedad de las conductas prohibidas por su relevancia para la vida social, para la subsistencia de la sociedad. Aunque el Derecho administrativo sancionador (legislación de carácter administrativo que prevé infracciones y sanciones, como  sucede  en materia de  tráfico, Hacienda Pública,  laboral…)  cuenta  también  con sanciones –y en ocasiones muy relevantes, por ejemplo, de multas de elevada cuantía–, su sentido es otro: viene a proteger la consecución de objetivos de políticas sectoriales. Otras  tesis más  comunes  y  extendidas  distinguen  ambos  sectores  del  ordenamiento según  criterios  cuantitativos  (la mayor  o menor  entidad  de  las  conductas  y  de  las consecuencias o sanciones; el carácter –penal o de otro género– del órgano que impone la  sanción;  así, por  todos, García de Enterría3). En  la  actualidad  se propone  que  son diferencias cualitativas, derivadas de la diversa esencia de las infracciones en uno y otro caso; así, por todos, Silva Sánchez4. De este modo, según esta última posición, aunque la 

2  Que  no  debe  identificarse  con  el  Derecho  disciplinario,  que  es  un  sector  del  Derecho administrativo  referido  al  régimen  de  los  funcionarios,  y  que  prevé  también  infracciones  y sanciones. Así, por ejemplo, a un juez o magistrado se le prohíbe determinadas conductas, cuya realización  puede  dar  lugar  al  delito  de  prevaricación  (Derecho  penal:  art.  446  CP);  se  le prescribe además respetar determinadas reglas propias de la profesión de juez, cuya infracción puede dar  lugar a  sanciones disciplinarias  (Derecho disciplinario, que  sanciona, por ejemplo, con  el  traslado  forzoso,  suspensión  de  empleo  y/o  sueldo…).  Ese mismo  juez  debe  respetar además las normas de tráfico al conducir su vehículo, como cualquier otro ciudadano (Derecho administrativo  sancionador). Sobre  el  tema,  cfr. STS  (Sala V) de 29 de abril de  2004  (A Prov 149741), en especial, el voto particular (Sr. Juanes Peces). 

3 Cfr. GARCÍA DE ENTERRÍA, en GARCÍA DE ENTERRÍA/FERNÁNDEZ, Curso de Derecho administrativo, II, 2.ª ed., Madrid, 1981, pp 147, 161‐172. 

4  Este  planteamiento  de  la  diferenciación  cualitativa  entre  delito  e  infracción  administrativa difiere  de  lo  que  es  común  en  buena  parte  de  la  doctrina  al  uso,  que  no  percibe  sino  una diferenciación meramente cuantitativa, negando así la existencia de una diversidad de esencia 

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1.ªredacción  de  muchas  infracciones  no  difiere  de  forma  relevante  de  lo  previsto  en algunos preceptos del código penal, la cualidad de las conductas, por afectar de manera relevante a la subsistencia de la vida social, es lo que las constituye en específicamente penales. Por el contrario, la previsión de infracciones y sanciones dirigidas a asegurar la consecución de objetivos de política económica,  tributaria, social… es algo propio del Derecho administrativo. Éste, para asegurar la puesta en marcha y consolidación de las políticas sectoriales que la Administración emprende, cuenta también con instrumentos sancionatorios, en virtud de  los cuales se  imponen multas, por ejemplo, en materia de tráfico, cumplimiento de los tributos... 

 

II.  Contenido  y  sistemática:  la  pena,  las  medidas  de  seguridad  y  la responsabilidad civil derivada del delito.– 

Como designan  las dos denominaciones al uso  (Derecho penal y Criminal Law) hay dos objetos de conocimiento principales: delito o crimen y sanción o pena. Ambas  designan  las  dos  partes  fundamentales  de  esta  asignatura:  las denominadas teoría del delito (II parte) y teoría de la pena (III parte). Son dos, por tanto, los objetos básicos de este ámbito del saber. Por una parte, el estudio de la imputación,  como  operación  intelectual  de  atribución  de  sentido  a  los fenómenos  humanos  que  llamamos  hechos,  y  en  particular  de  los  hechos antijurídicos de  sujetos  culpables, objeto  específico de  la  teoría  jurídico‐penal del delito. Por  otra parte,  el  estudio de  la  sanción,  o  en  general, de  la pena, como respuesta a la infracción de una norma rectora de los hechos más graves y lesivos para la sociedad. 

La terminología que se ha hecho común, Derecho penal, no puede ignorar que en  el  término «delito»  se  incluyen,  en general,  las  conductas que dan  lugar a responsabilidad. Por tanto, se refiere al delito en sentido técnico (cfr. arts. 138 ss CP) pero también a las faltas (cfr. arts. 617 ss CP) o las infracciones, en general. Infracción designa en el lenguaje del código, tanto a los delitos como a las faltas (cfr. así, art. 13 CP). Delito es la infracción de mayor entidad. El código distingue a su vez, entre delitos graves (sancionados con penas graves, que, por ejemplo, para  la prisión  es  la  superior  a  cinco  años,  cfr.  art.  33.2 CP)  y menos  graves (tratándose de  la pena de prisión,  entre  tres meses y  cinco años,  cfr. art. 33.3 CP). Por debajo de éstos, las faltas, infracciones de menor entidad, cuya pena es leve  (no es posible, de entrada,  fijar una pena de prisión  inferior a  tres meses, pero sí la de localización permanente: art. 33.4.g], pero téngase en cuenta el art. 70).  En  el  ámbito  de  las  sanciones,  junto  a  la  pena  i)  en  sentido  técnico,  se incluyen  otras  consecuencias  jurídicas,  como  son  ii)  las medidas  de  seguridad. Existen además consecuencias  jurídicas de naturaleza no penal, pero asociadas al  delito:  así,  en  concreto,  iii)  las  llamadas  consecuencias  accesorias  y  iv)  la responsabilidad  civil  derivada  del  delito.  Cabe  añadir,  finalmente,  v)  la  llamada reparación. 

entre unas y otras. Cfr. el planteamiento en SILVA SÁNCHEZ, La expansión del Derecho penal, 2.ª ed., Madrid, 2001, pp 121‐130. 

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1.ª i) Entendemos por pena  la consecuencia  jurídica de una  infracción, consistente en  la  aplicación de un mal  a una persona  física  como  respuesta normativa y fáctica a la infracción de una norma rectora de los hechos más graves y lesivos para  la  sociedad,  en  función de  la  gravedad del hecho  y  en  la medida de  la culpabilidad del agente5. La respuesta penal en cuanto respuesta fáctica indica que  la sanción reporta a quien  la sufre un mal, consecuencia del delito. Como respuesta normativa, la sanción es consecuencia del delito en cuanto que viene a  reafirmar  la  norma  infringida  y  contribuir  a  re‐establecer  el  orden  social perturbado por el delito6. Sobre lo que se entiende por culpabilidad volveremos más adelante (cfr. Lección 5.I.4). Baste ahora con saber que la culpabilidad hace referencia a  la atribución al agente de un hecho considerado como contrario a Derecho (antijurídico) con base en un reproche. Hay agentes a los cuales no es posible reprochar su hecho, a pesar de ser éste antijurídico, porque se trata de personas  que  padecen,  en  el momento  del  hecho,  una  enfermedad  o  estado psíquico  que  los  sitúa  por  debajo  de  los mínimos  necesarios  para  ello,  por debajo del grado de libertad imprescindible. Se trata de las llamadas situaciones de  inimputabilidad  (enfermedades  psíquicas,  estados  de  intoxicación, trastornos mentales  transitorios). En estos casos, no procede aplicar una pena, puesto que  los  sistemas modernos del Derecho penal parten del presupuesto garantista  de  que  la  pena  sólo  es  lícita  si  se  aplica  a  un  sujeto  que  en  el momento  de  obrar  era  capaz  de  actuar  conforme  a  las  normas  que  en  esa situación  regían. Los  sistemas modernos  conocen  otras vías de  solución para esos supuestos: no se aplica la pena, pues el agente carece de imputabilidad, y por tanto de culpabilidad, pero es posible aplicar medidas de seguridad. 

Cuáles son  los  límites de esa capacidad de actuar es una decisión que depende de  la valoración social e histórica de las enfermedades y situaciones del actuar, así como de los recursos sociales alternativos a la pena (establecimientos curativos, psiquiátricos…). Así, es posible –y algo propio de los saberes de carácter práxico, como el Derecho– que la  decisión  sobre  estos  límites  se  rija  por  criterios  prudenciales  variables  según  los países y las épocas. Esto se percibe con claridad en materia de la minoría de edad penal. En efecto, la edad a partir de la cual se responde de forma plena en Derecho penal ha variado a lo largo de las épocas y sistemas. En la actualidad, nuestro Derecho penal en 

5 En la situación actual, el código penal prevé la posibilidad de imponer multas a las personas jurídicas en cuanto tales. Se trata de una novedad en el Derecho penal español: discutible es, en cambio,  la naturaleza  jurídica de  tal  consecuencia. Como  se expondrá después en el  texto,  la responsabilidad penal directa de la persona jurídica en cuanto tal no es posible en un Derecho penal como el actual. Sí se prevén desde 1995 las llamadas consecuencias accesorias (cfr.  infra, iv]  en  el  texto de  este  epígrafe), que vinculan  la  imposición de  esa  consecuencia  a  la previa determinación de responsabilidad penal individual.  

6 Que la pena constituye una re‐estabilización significa que viene a equilibrar la situación que el delito produjo:  como hecho  injusto  supone una  infracción del Derecho, una desestabilización del  ordenamiento,  de  lo  que  se  hallaba  regulado.  Si  los  hechos  injustos  más  gravemente antisociales  (delitos) quedan  sin  respuesta  –distinta  es  la  concreta  respuesta penal que  se  les aplique–  no  se  produce  esa  re‐estabilización,  y  el  orden  jurídico  va  perdiendo  de  fuerza normativa. Este efecto puede producirse en aquellos ámbitos en los que por diversas razones no se  aplica  la  ley  penal  de  forma  sistemática:  que  acaban  creando  la  conciencia  de  que  esas conductas no se encuentran prohibidas o prescritas. 

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1.ªsentido estricto (esto es, el código penal) se aplica a partir de los 18 años. Por debajo de esta edad, corresponde aplicar la legislación específica de menores7. En concreto, la Ley Orgánica  5/2000,  de  12  de  enero,  reguladora  de  la  Responsabilidad  Penal  de  los Menores. Dicho  régimen  no  prevé  la  aplicación  de  penas  (que  se  aplican  sólo  a  los sujetos considerados  imputables) pero sí  la de medidas de seguridad a  los agentes de edades  comprendidas  entre  14 y  18  años. Ejemplos de  estas medidas previstas  en  la citada Ley son, entre otras, el internamiento, en régimen cerrado, semiabierto, o abierto; internamiento terapéutico; tratamiento ambulatorio; libertad vigilada (art. 7 LORPM). 

ii)  La  medida  de  seguridad  es,  así,  una  consecuencia  jurídica  aplicada  a  una persona  física  en  función  de  la  peligrosidad  de  su  hecho8. Obsérvese  que  la conducta se considera hecho, y éste como hecho antijurídico, pues el agente en efecto  actúa.  Pero  su  obrar  no  le  es  del  todo  imputable  por  las  razones señaladas. Motivo por el cual no podemos hablar de un «delito». La medida se refiere,  no  a  un  delito,  sino  a  un  «estado  peligroso»;  y  no  se  basa  en  la culpabilidad,  sino  en  la  peligrosidad  que  el  agente  demuestra  como consecuencia de la enfermedad o situación de inimputabilidad. Se entiende por peligrosidad  en  este  contexto  el  elevado  grado  de  posibilidad  de  llegar  a cometer un delito como consecuencia de una enfermedad o tendencia. Pero esta peligrosidad puede enjuiciarse, o bien antes de que se haya cometido un delito (medidas de  seguridad predelictuales), o bien con posterioridad a  la comisión de un delito y en función por tanto de nuevos delitos posibles (postdelictuales). Estas últimas son las únicas que en la actualidad permite nuestro ordenamiento, al  haber  entendido  el  Tribunal  Constitucional  que  las  medidas  de  carácter predelictual  atentan  contra  el  principio  de  legalidad9.  (Sobre  las medidas  de seguridad, cfr. infra, lecciones 10.ª y 13.ª) 

iii)  Además  de  las  penas  y  medidas,  prevé  el  código  penal  también  la posibilidad de aplicar consecuencias accesorias (arts. 127‐129 CP). En concreto, el comiso y  las restricciones aplicables a personas  jurídicas. El comiso consiste en la privación por incautación de los bienes, instrumentos y efectos del delito (lo  sustraído,  las  armas  empleadas,  las  ganancias  de  delito  de  tráfico  de drogas…). Las restricciones aplicables a personas jurídicas fueron previstas por primera  vez  en  nuestro  sistema  penal  con  el  código  de  1995.  Se  trata  de restricciones  a  la  libertad  o derechos  que  no  vienen  aplicadas  a  las personas físicas (por lo que no son penas), sino a las jurídicas, pero como accesorias a una pena  imponible  a  personas  físicas  (así,  por  ejemplo,  la  clausura  de 

7  Con  la  salvedad  prevista  en  el  art.  4  de  la  LO  5/2000,  de  12  de  enero,  reguladora  de  la Responsabilidad Penal de los Menores, que posibilita aplicar este régimen a agentes de edades comprendidas entre 18 y 21 años, con los requisitos exigidos en el párrafo 2 de dicho artículo. 

8 Hitos fundamentales de nuestro ordenamiento en materia de medidas de seguridad son la Ley de Vagos y Maleantes, de 4 de agosto de 1933; la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social de 4 de agosto de 1970; y el código penal de 1995. Mínimas referencias contenía el código anterior, 1973. 

9 Cfr. STC 23/1986, de 14 de febrero de 1986, en la que se entendió que al no estar expresamente recogidas en la legislación, no sería posible aplicarlas. Ahora bien, el problema parece estar, más bien, en si aplicar dichas medidas predelictuales encierra una presunción de culpabilidad. 

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1.ª establecimiento,  la  suspensión de  actividades  o  la disolución de una persona jurídica).  Dependen  de  la  sanción  aplicada  por  un  delito  a  su  agente,  y  se añaden  en  su  caso  a  la pena que  corresponde  al delincuente.  Su  finalidad  es prevenir la continuidad de la actividad delictiva y reducir sus efectos. Nuestra tradición  jurídica,  insertada  en  la  tradición  jurídica  continental, no  conoce  las penas  aplicadas  a  las  personas  jurídicas;  sí,  en  cambio,  el  Derecho angloamericano. La previsión del código penal de 1995 constituye una novedad legislativa; pero no sorprendió por tratarse ya desde hace años de una cuestión debatida  en  la  doctrina  penal  (la  cuestión  de  si  es  posible  y,  además, conveniente  aplicar  también  sanciones  a  las  personas  jurídicas)  y  en  la legislación  (cada vez  con más  frecuencia  se prevén «sanciones»  contra dichos sujetos colectivos o personas jurídicas10). 

En este punto, es preciso distinguir  razones de conveniencia y  la posibilidad o no de cometer  delito11.  La  comisión  de  un  delito  se  ha  venido  asociando  a  la  libertad individual,  a  la  culpabilidad,  por  lo  que  una  persona  jurídica  no  sería  capaz  de delinquir. Se aducen además razones de conveniencia: sancionar a una persona jurídica supondría  repercutir el mal que  supone  la pena  sobre  terceras personas no culpables (las personas  físicas que  trabajan  al  amparo de  ella o  los  consumidores,  en  su  caso); sería ineficaz, por cuanto el mal más intenso de la pena (privación de libertad) no afecta a las personas jurídicas, que principalmente podrían ser castigadas a penas pecuniarias. Hay razones en la realidad criminológica actual que parecen aconsejar la sanción de las personas  jurídicas,  puesto  que  en  algunos  casos  son  un  factor  criminógeno,  esto  es, algunas  constituyen un  instrumento de delincuencia. En  este  sentido  el  legislador de 

10 Cfr. Decisión Marco [CE] 2003/80/JAI, de 27 de enero, Consejo de la UE (AP 28/2003), art. 7, que establece: «cada Estado miembro adoptará las medidas necesarias para garantizar que a la persona  jurídica  considerada  responsable  en  virtud  de  [...]  le  sean  impuestas  sanciones efectivas...». Téngase en cuenta que la previsión legal no condiciona la naturaleza y posibilidad misma de que una persona jurídica sea responsable, sino que se le considera así; obviamente no podrán  ser  las mismas  categorías que permiten establecer  la  responsabilidad de  las personas físicas  las que  sirvan  en  este ámbito. En parecidos  términos  se  expresa  la Convención de  las Naciones Unidas  contra  la delincuencia organizada  transnacional  (15 de noviembre de  2000, ratificada por España mediante instrumento de 15 de septiembre de 2003), art. 10. 

Sobre el  tema, cfr. FEIJOO SÁNCHEZ, Sanciones para  empresas por delitos  contra  el medio ambiente, Madrid, 2002, passim. 

Ténganse en cuenta además: Protocolo de 19 de junio de 1997 (97/C221/02); Corpus Iuris, art. 14; Convención del Consejo de Europa  contra  la  corrupción de  1998  (cfr. PIETH,  «Internationale Anstösse zur Einführung einer strafrechtlichen Unternehmenshaftung  in der Schweiz», ZStrR 119 [2001], pp 8‐10). 

11 La  frase de v. LISZT, según  la cual «quien puede celebrar contratos, puede  también celebrar contratos fraudulentos», encierra un sofisma, pues emplea como si fuera lo mismo contratar y estafar. Entre celebrar un contrato y cometer una estafa no media una diferencia por lo que a los hechos se refiere, sino por el orden de normas que rige en cada caso: en Derecho civil existe la responsabilidad de las personas jurídicas, a las que se atribuye una capacidad de obrar derivada de la de las personas físicas. En cambio, en el Derecho penal no se ha dado esa extensión de la responsabilidad personal. 

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1.ª1995  introdujo  tímidamente  las  llamadas  «consecuencias  accesorias»,  restricciones de derechos  que  ciertamente  afectan  a  personas  jurídicas,  pero  que  son  de  dudosa naturaleza. No  pueden  considerarse penas,  por  las  razones  señaladas,  pero  tampoco medidas de seguridad, puesto que la persona jurídica no puede llegar a delinquir. 

iv) Todo delito encierra una conducta gravemente antisocial. Su contenido de lesividad se centra en  la afectación al orden social general. Pero no es éste su único contenido, pues existen otras afectaciones derivadas del delito (arts. 109 ss CP  y  1092  CC).  Concretamente,  muchos  delitos  –no  todos–,  como  hechos humanos  (comisivo  u  omisivo)  llevan  consigo  la  producción  de  un  daño  en intereses de personas  (la víctima, pero no  sólo ésta, por  lo que hablamos  con más  precisión  de  los  «perjudicados»),  daños  que  son  evaluables  en  dinero. Dicha  evaluación  pecuniaria  es  objeto  de  una  deuda  de  naturaleza  civil  que sigue  a  la  realización de un delito. A pesar de  regularse  en  el  código penal, fijarse en el proceso penal como derivada de la responsabilidad penal y además por un juez penal, su naturaleza y principios son de carácter civil (cfr. arts. 1902 ss CC)12. Esto  implica  que  las  reglas  en virtud de  las  cuales  se determina no siempre  coinciden  con  las  que  en  Derecho  penal  vienen  a  establecer responsabilidad  penal.  Con  otras  palabras:  puede  suceder  que  quien  resulta absuelto  penalmente  de  un  delito,  deba  responder  civilmente;  de  forma semejante, puede  suceder que una  conducta valorada penalmente  como muy grave,  dé  lugar  a  una  indemnización  civil  de  cuantía  inferior  a  la  que corresponde  a  conductas  menos  graves  (una  indemnización  en  caso  de homicidio puede ser inferior a la derivada de un delito o falta de lesiones). La responsabilidad  civil  abarca  la  restitución,  la  reparación  del  daño  y  la indemnización  de  daños  y  perjuicios.  Puesto  que  es  de  naturaleza  civil,  es transmisible  y  asegurable,  algo  que  resulta  impensable  en  la  responsabilidad penal.  No  constituyen  parte  de  la  responsabilidad  civil  las  llamadas  costas procesales (cfr. arts. 123‐124 CP). 

v) Mención aparte merece la reparación, como consecuencia del delito13. Aunque ha  sido  objeto  de  discusión  en  el  panorama  doctrinal,  se  contempla  hoy  su posibilidad en algunos sectores del Derecho penal, como podría ser en el de los menores:  se  trata  de  ofrecer  una  alternativa menos  costosa  y más  eficaz  en rendimiento  educativo  que  las  penas  hasta  ahora  conocidas  (prisión,  sobre todo). Se plantea así que ciertas prestaciones por parte del condenado a favor y en  beneficio  de  la  víctima,  en  el  marco  de  programas  de  mediación  y  no arbitrariamente,  en  la medida  en  que  encierran  una  re‐socialización,  puedan 

12 Pudiendo  el perjudicado  incluso  optar por  la  exigencia de  la  responsabilidad  civil  ante  la Jurisdicción civil. Cfr. art. 109.2 CP. 

13 Téngase en cuenta que no nos referimos ahora a la reparación como uno de los contenidos de la responsabilidad civil derivada del delito (cfr. art. 112 CP), sino a otras prestaciones que ha de llevar a cabo el autor a favor de la víctima. 

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1.ª considerarse como una alternativa a la pena. Se habla incluso de una tercera vía, añadida a las dos que representan ya las penas y las medidas14. 

 

III. La función del Derecho penal: retribución, prevención general y especial.– 

Se ha generalizado en los manuales de Derecho penal, al referirse a la cuestión de  la  función de  la pena,  enfrentar  las  tesis  absolutas  (o  retribucionistas, que centran  la  función  de  la  pena  en  el  castigo  del  delincuente  por  el  delito cometido)  a  las  relativas  (o  preventivistas,  que  la  centran  en  la  evitación  de delitos futuros). Conviene señalar que esa clasificación no atiende plenamente a la realidad tan compleja que es la pena. 

El retribucionismo sitúa en el castigo del delincuente por el delito cometido  la función de la sanción. La pena constituye así un fin en sí mismo, una realidad absoluta  identificada  con  la  Justicia,  por  lo  que  también  se  denominan  tesis absolutas. Castigar  al  delincuente  es  un modo  de  hacer  justicia  por  el  delito cometido. Dicha tesis permite ajustar la pena a la culpabilidad del agente, por lo que  evita  sanciones  desmedidas  en  busca  de  efectos  sociales más  allá  de  la estricta conducta criminal del agente. Consecuencia directa de esta posición es la proporción que ha de guardar el castigo con respecto al delito cometido. Sin embargo, adolece de un defecto: la sanción carece de sentido social, no cumple sino la función absoluta de realizar la Justicia. Por lo que sería posible el castigo aun en casos en los que la pena carecería de todo sentido (penas a delincuentes que, por  la situación histórica o social, no podrán cometer nuevos delitos). Se aduce, además, que la pena no ha de perseguir la realización de la Justicia, sino la protección de la sociedad. 

Las tesis preventivistas sitúan en la evitación de nuevos delitos la función de la sanción. Puesto que la pena adquiere sentido por estos efectos de prevención, se habla de tesis relativas; podría también hablarse en muchos casos de posiciones «utilitaristas»,  por  cuanto  son  estos  efectos  perceptibles  y  evaluables socialmente  los que darían  razón de  la pena15.  Si va dirigida  a  evitar nuevos delitos  por  parte  del  propio  delincuente  se  habla  de  prevención  especial, mientras que si va dirigida a la generalidad de los potenciales delincuentes, de prevención general. A  su vez, ambas  se distinguen  según  se dirijan a  la mera evitación de delitos (prevención, general o especial, de carácter negativo) o a la conformación del orden de valores de  la sociedad, o del potencial delincuente (prevención,  general  o  especial,  respectivamente,  de  carácter  positivo). Dichas posiciones  permiten  sancionar  sólo  en  la medida  en  que  la  pena  despliega  14 En algunas Comunidades Autónomas  se han  iniciado programas de mediación dirigidos a buscar  la  reparación  como  alternativa  a  la  pena.  Interesante  cfr.  las  diversas  contribuciones publicadas  en  Documenta  (revista  Forum),  núm.  3,  2003,  La  mediació  penal  cap  a  una  justícia restaudora. Puede consultarse también: http://www.gencat.net/justicia/justicia/juvenil/menor/contingut/index.htm 

15 De forma clara en BENTHAM, Teoría de las penas y de las recompensas, 1818 (Madrid, 1838). 

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1.ªefectos sociales, sea en el delincuente, sea en la generalidad de los ciudadanos16, por  lo  que  se  evitan  penas  carentes  de  sentido  social,  sanciones  que  sólo perseguirían castigar al autor. 

Adolece, sin embargo, de diversos defectos. El más relevante de todos es que, al sancionar  al  delincuente  para  lograr  efectos  sociales,  se  instrumentaliza  al penado,  se  le  trata  como  un  medio  para  lograr  ulteriores  fines,  lo  cual  se considera que atenta contra  la dignidad de  la persona. Además,  la prevención no proporciona un  límite máximo de  la sanción, sino que permitiría sancionar sin restricciones, mientras sean alcanzables finalidades de prevención social, lo cual  acabaría  en  condenas  indeterminadas; por  otra parte,  según  esta misma tesis,  sería  aconsejable  sancionar  a  sujetos  distintos  del  propio  autor (responsabilidad de  la  estirpe o  familiares),  si  con  ello  se  alcanzan  esos  fines sociales, lo cual se entiende que contraviene el postulado de la personalidad de la  responsabilidad  penal,  asociada  a  la  dignidad  de  la  persona;  además,  la prevención  como  fin debería  llevar  a  castigar  con penas  elevadísimas hechos poco relevantes pero muy frecuentes, mientras que hechos muy graves y poco frecuentes podrían sancionarse mínimamente. A estos defectos cabe añadir, en concreto para  las tesis preventivo‐especiales, que  la sanción del penado puede conducir a la intromisión del Estado, a través de las instituciones penitenciarias, en  la  conciencia  del  sujeto,  y  ello  además,  sin  otro  límite material  que  el  de prevenir delitos: no faltan en la historia ejemplos de sanciones que conducen a 

16 La  llamada  teoría de  la  «coacción psicológica» planteada por P.J.A.v. Feuerbach postulaba (1799‐1801) que  las normas penales ofrecen a  sus destinatarios un contramotivo para evitar  la comisión de delitos. Su presupuesto era que el ser humano se rige por diversos  intereses, que valora  y  sopesa  al  decidirse  por  una  acción  u  otra.  Lo  que  interesa  en  el  Derecho  –que Feuerbach separa de la Moral– es  la coerción psicológica que el Estado ejerce mediante  la  ley. Reduce  el  obrar  humano  a  reacción  frente  a  intereses. En  esta  visión  naturalística del  obrar humano no tiene cabida la libertad. La ley penal, mediante la coacción psicológica, se dirige a evitar  «tendencias  incívicas  (antijurídicas)»,  «unbürgerliche  (rechtswidrige)  Neigungen» (Revision der Grundsätze und Grundbegriffe des positiven peinlichen Rechts, I parte, Erfurt, 1799, 43 ss; cfr. Lehrbuch des gemeinen in Deutschland geltenden peinlichen Rechts, 1.ª ed., Giessen, 1801, pp 15 ss). Sólo es culpable, imputable, aquél que sea susceptible de intimidación; la imputabilidad es  entonces  intimidabilidad  («Abschreckbarkeit»):  cfr. Revision,  II, p 67. La pena ha de poder ejercer  un  factor  causal  determinante  en  la  formación  de  la  voluntad  (coerción).  Con  ello Feuerbach  se  entrega  a  planteamientos mecanicistas  (cfr.  LESCH, Das  Problem  der  sukzessiven Beihilfe, Fránkfort d.M., 1992, pp 53‐54, 60‐61 y 74, donde expresa: «El sujeto en el planteamiento de  Feuerbach  ha  perdido  su  libertad  y  queda  atrapado  por  las  tendencias deterministas del naturalismo.»). Este sujeto al que influyen las leyes penales ya no es un agente libre, causa sui, sino un ser humano determinado causalmente por estímulos psicológicos. Culpabilidad no es ya reproche por el hecho cometido, sino «afectación», influjo, de la ley penal en el sujeto. Queda abierta la brecha que conducirá a las concepciones positivistas de un siglo después (cfr. ibidem). Feuerbach, que se había propuesto desde el  inicio de  la Revision despojar al Derecho penal de las usurpaciones  a que  lo venía  sometiendo  la Filosofía, acaba  en una psicologización de  las categorías de  la  imputación y con ello prepara  la situación para un Derecho penal entendido como mero remedio de tendencias inciviles: cfr. LESCH, ibidem, p VII. 

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1.ª tratamientos médicos  coactivos o a  intromisiones  intolerables  en  la  intimidad del penado17. 

En  la  actualidad  se  abre paso una modalidad de  las posiciones preventivo‐generales que  viene  denominándose  prevención  general  de  integración  o  de  estabilización.  Se entiende  así  que  la  pena  viene  a  afirmar  la  vigencia  del  orden  jurídico  frente  a  su negación  expresada  en  el delito  cometido. Cabe  apreciar una versión  convencional y más generalizada (de integración), que entiende que la pena se dirige a prevenir delitos al  garantizar  la  vigencia  de  determinados  valores  en  la  sociedad:  la  sanción  de conductas lesivas de la vida garantiza la protección de la vida humana, no sólo por la sanción del delincuente concreto, sino sobre todo por mantener como un valor social la vida  humana.  En  una  versión  más  estricta  y  menos  extendida,  la  prevención  de integración (de estabilización) vendría a garantizar la vigencia del Derecho que el delito vino a poner en duda. Se trata de una concepción de origen funcionalista (entiéndase, del  funcionalismo sociológico, sobre  todo el propio de  la  teoría de sistemas) que hace abstracción  de  la  concreta  lesión  que  el  delito  encierra  y  la  generaliza  para  toda infracción. Toda infracción, por ser tal, encierra una negación del orden jurídico, que la pena pretende en cambio reafirmar: la pena tiene como misión el «mantenimiento de la norma como modelo de orientación de contactos sociales»18. Lo propio de la pena es ser una respuesta al delito19. 

Frente a estas  tesis retribucionistas o preventivistas, no  faltan en  la actualidad posiciones eclécticas que abogan por combinar los dos fines preventivos ahora reseñados.  Surge  así,  por  ejemplo,  la  denominada  teoría  unitaria  preventiva20. Según ésta, la sanción se dirigiría a la prevención general en el momento de la conminación,  esto  es,  al  prohibirse  bajo  amenaza  de  pena  ciertas  conductas. Después,  en  el  momento  de  la  fijación  procesal  de  la  pena,  el  juez  busca finalidades de prevención general y especial, por lo que ha de tender a alcanzar efectos  sociales  pero  sin  desatender  la  necesaria  resocialización  del  penado. Finalmente,  en  el  momento  de  la  ejecución,  la  pena  se  dirige,  sobre  todo, 

17 En el contexto cultural del positivismo científico que dominó a finales del s. XIX y comienzos del XX, se postuló  la pena como un medio de curación o tratamiento del delincuente, que era visto, a su vez, como un caso clínico. Por esta vía,  la pena se  transmuta en un procedimiento curativo en el que  la dignidad del penado no  interesa; mientras que sí  interesa  la  inocuización por ser peligroso; o  la resocialización del delincuente de estado que sea corregible; o el  impedir que el delincuente ocasional cometa nuevos delitos. Cfr. así, el planteamiento de  la dirección moderna  alemana,  de  v.  Liszt.  Otras  direcciones,  la  «scuola  positiva»  italiana,  la  «defensa social» italiana y francesa, el «correccionalismo penal» español. 

18 Cfr. JAKOBS, Derecho penal. Parte General. Fundamentos y teoría de la imputación (trad. de la 2.ª ed. alemana, 1991, Cuello/Serrano), Madrid, 1997, § 1. II. 

19 Dichos  planteamientos,  aunque  se  califican  como  preventivistas,  acaban  coincidiendo  con algunas conclusiones de los defendidos por posiciones retribucionistas. Un argumento más para dudar de la conveniencia de las clasificaciones tripartitas tan usuales en esta materia. 

20 Defendida  en  la doctrina alemana  sobre  todo por ROXIN:  cfr. Derecho penal. Parte general,  I. Fundamentos. La estructura de la teoría del delito (trad. Luzón/Díaz/de Vicente), Madrid, 1997, 3/36‐53. 

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1.ªaunque sin descartar efectos de prevención general, a la prevención especial, en concreto de resocialización. 

Ante esta pluralidad de fines asignados a la sanción, conviene no ignorar que la pena despliega  sin duda efectos de  retribución, como  también de prevención, pues el castigo sirve, se busque o no, a la evitación de nuevas infracciones en la sociedad. 

El ordenamiento penal español se muestra explícitamente a favor de la resocialización como fin de la pena. La propia Constitución recoge expresamente en el título I, que las penas  privativas  de  libertad  se  orientarán  a  la  reeducación  y  reinserción  social  del penado  (art. 25.2). A este mismo  fin se orientan  las  instituciones penitenciarias, como recoge  de  forma  expresa  la  Ley  Orgánica  1/1979,  de  26  de  septiembre,  General Penitenciaria (art. 1). Pero esta declaración no prejuzga el sentido de la pena. En efecto, no se pronuncia por esos fines como justificación de la pena, pues se refiere únicamente a las penas privativas de libertad, y es preciso dar entrada también a las variadas penas que no revisten este carácter. Pero, sobre todo, porque no cierra la posibilidad de que la pena se base en otros, pues señala tal finalidad como una orientación. 

En concreto, la declaración constitucional a favor de la resocialización puede entenderse como una necesaria orientación que ha de regir la aplicación de las penas, pero no como su  justificación. Como  tal  orientación,  se  trataría  de  que  la  pena  no  se  convierta  en desocializadora, pero autoriza a centrar la ejecución de las penas privativas de libertad en  una  resocialización  entendida  como  intromisión  desmedida  en  la  esfera  del individuo, que entraría en contradicción con los postulados que la misma Constitución enuncia.  Abundan  por  otra  parte  preceptos  del  código  penal  que,  además  de  esa finalidad de resocialización, pretenden una proporción entre sanción y delito (arts. 62, 66,  88,  por  ejemplo). Además,  también  influye  en  la  fijación  de  la  pena  la  necesaria pacificación social que sigue al delito y que garantiza la vigencia del Derecho frente al delito.  Puede  así  concluirse  que  la  legislación  penal  española  pretende  finalidades preventivas pero también la proporcionalidad de las sanciones. 

 

IV. Conclusión: función y fines del Derecho penal.– 

El enfrentamiento habitual en la doctrina entre las posiciones retribucionistas y preventivistas  incurre en una simplificación que acaba por oscurecer el objeto del que se trata. Además, las críticas entre las diversas posiciones parten de una polarización en  torno a una u otra, que oscurece  la comprensión del conjunto. Así,  no  es  extraño  que  se  incurra  en  extrapolaciones  que  distorsionan  las posiciones21. Para una exposición completa sobre el sentido de la sanción penal,  21 La extrapolación y  lectura parcial más corriente es  la de etiquetar  la defensa kantiana de  la pena como retribucionista (cfr. así, MIR PUIG, Derecho penal. Parte general, 6ª ed., Barcelona, 2002, 3/5‐6; JESCHECK, Tratado, 1988, § 8.III.1), cuando el propio Kant presupone que la ley penal debe ejercer efectos en sus destinatarios. Cada vez se pone más en duda la etiquetación de la doctrina kantiana sobre  la pena como retribucionista: cfr. referencias en KÜPER,  Immanuel Kant und das Brett des Karneades, p 29, nota 64. Además, BYRD, «Kant’s Theorie of Punishment: Deterrence in its Threat, Retribution  in  its Execution», Law  and Philosophy  8  (1989), pp  151‐200. Téngase  en 

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1.ª conviene  conocer  las  siguientes premisas. En primer  lugar,  la distinción entre fin y función: entendemos por fin aquello que da sentido en cuanto  justifica la existencia de una institución, mientras que la función, aunque viene asociada a ella,  proporciona  sólo  una  razón  utilitarista  en  su  favor,  pero  no  justifica  su existencia. En  segundo  lugar,  la necesaria  inclusión,  junto a  la pena, de otras realidades  jurídicas,  como  el  proceso,  las  normas  penales  en  cuanto  tales,  la Administración de  Justicia,  la Administración penitenciaria…, que enriquecen la comprensión al no centrar la cuestión en la ejecución de las penas, sobre todo las privativas de libertad. En tercer lugar, la imprescindible comprensión de la persona  humana  como  social:  no  como  un  ser  individual  que  adquiere  el calificativo  de  social  por  su  pertenencia  al  grupo  social,  sino  esencial  y originariamente social (cfr. 2.II.1). Este entendimiento de la persona presupone reconocer  que  la  justicia  admite  diversas  formas:  se  habla  de  la  justicia conmutativa, que rige entre  iguales; pero  también de  la  justicia distributiva, que rige  las  relaciones  entre desiguales, más  en  concreto,  entre  la  sociedad  y  sus miembros. El fenómeno punitivo no es manifestación de la justicia conmutativa (que,  en  cambio,  rige  en  la  indemnización  de  daños  y  perjuicios,  propia  del Derecho civil), por lo que no es el particular afectado el llamado a hacer justicia, sino  la  sociedad;  además,  precisamente  por  ser  la  sociedad  la  llamada  a intervenir,  la  medida  de  la  justicia  no  es  la  identidad  (como  si  la  pena equivaliera  al  mal  del  delito),  sino  la  proporción  y  la  necesidad,  que  son condiciones para que la sanción por el delito obtenga la tutela de la sociedad y no genere nuevos delitos. 

Conviene detenerse  en  esta última premisa. La persona humana  es  social. No  es que llegue  a  serlo,  cuando, donde  y  como  quiera,  sino  que  es  originariamente,  como  ser humano,  un  ser  que  co‐existe  con  otros; mejor  aún,  un  ser  que  es  co‐existente.  Esta visión de la persona humana puede permitir evitar los reduccionismos que derivan de comprenderla  como  ser  aislado  (visión  propia  del  liberalismo  individualista);  como también  de  los  que  provienen  de  entenderla  como  un  constructo  social  (visiones radicales del contrato social, y concepciones sistémicas de la personalidad). 

La  justicia  distributiva  es  la  que  rige  en  el  Derecho  penal:  se  trata  de  tutelar  la subsistencia  de  la  sociedad  frente  a  una  persona  que  es  quien  ha  desestabilizado  el orden social al cometer un delito. Por ser social, compete a la persona, dicho ahora en general, cargar con los costes de la re‐estabilización, sin descargar en una sola persona todos sus costes. No compete a todos por igual: al agente culpable del delito compete en mayor grado la re‐estabilización, precisamente por haber sido él quien produjo la des‐estabilización, mediante su conducta injusta. A la víctima le compete en mucho menor grado,  pero  también  a  ella  algo  compete:  ha  de  limitarse  a  la  re‐estabilización 

cuenta además, que la traducción «para que todos comprendieran el valor de sus actos» no se encuentra  en  el  texto  kantiano  que  es  habitual  citar.  También  es  corriente  citar  como fundamentación  retribucionista de  la pena  el paralelismo que  los  juicios y  castigos humanos guardan con el  juicio final y la retribución eterna del mal (cfr. MIR PUIG, ibidem, 3/4; JESCHECK, Tratado de Derecho penal. Parte general [trad. Manzanares, 4.ª ed.], Granada, 1993, § 8.III.3; ROXIN, DP.  PG,  I,  3/5),  sin  percatarse  del  contenido  del  párrafo  2266  del  Catecismo  de  la  Iglesia Católica. 

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1.ªformalizada que deriva de un proceso penal, por lo que no cabe «tomarse la justicia por su mano»; no existe un derecho subjetivo a que se sancione a alguien, como en cambio existe un derecho subjetivo por parte del acreedor al pago de la deuda22. A las restantes personas de la sociedad les compete también en escasa medida, pero más de lo que en ocasiones se piensa: a la sociedad en su conjunto compete asumir el riesgo de la menor pena  (y  la  consiguiente mayor  libertad  del  condenado)  o  incluso  de  la  libertad  por impunidad del  condenado;  así,  la  seguridad  absoluta  que deriva de  la  plena  y  total protección  fáctica de  la sociedad no es posible si se desea mantener  la sociedad como entidad de personas  libres. Por esta  razón,  la sociedad ha de correr con el  riesgo que supone la menor pena –en su caso– del delincuente. 

A  partir  de  dichas  premisas,  se  entiende  que  el  fin  –que  no  la  función–  del Derecho  penal  es  la  protección  de  la  sociedad  frente  a  las  conductas  más gravemente antisociales. Fin del Derecho penal es, pues, la re‐estabilización del orden  social  a  costa del  culpable,  en  razón de  la  infracción  cometida y de  la culpabilidad del agente. De este modo, es la protección de la sociedad frente al delito  lo que  justifica  la pena, su  fin. Entendido el ser humano como persona, por tanto, como social, se percibe que la justicia demanda la sanción del delito. Pero dicha sanción no es la de la ley del Talión («ojo por ojo»), sino la propia de la  justicia distributiva: aplicar  la pena que resulte necesaria para  la protección de  la subsistencia de  la sociedad, en proporción a  la gravedad del mal que el delito  supone  y  la  culpabilidad  del  agente.  Es  la  pena  justa  –entendida  la justicia de ese modo, como distributiva– la que evita caer en los excesos que se criticaban en  las tesis preventivistas. La  justicia distributiva exige  la aplicación de  una  pena  en  la medida  en  que  eso  sirve  a  los  fines  de  protección  de  la subsistencia  de  la  sociedad. No  sirve  a  los  fines  de  tutela  aplicar  penas  que excedan de la gravedad correspondiente al delito cometido: desproporción por exceso23. Pero  la  justicia distributiva  lleva  también a no minusvalorar el delito como riesgo para la subsistencia de la sociedad, por lo que exige un mínimo de sanción:  necesidad  de  sanción  para  tutelar  la  sociedad24.  Las  llamadas necesidades  preventivas  (es  decir,  la  apremiante  necesidad  sentida  por  la sociedad  de  reaccionar  contra  el  delito  de  forma  manifiesta)  sólo  permiten aplicar un mínimo de pena, y no excederse en la medida de la sanción en busca de  efectos  comunicativos  en  la  sociedad  (ejecuciones  públicas,  linchamiento moral en los medios de comunicación…). 

Más en  concreto, no es  fin del Derecho penal  la  resocialización, o prevención especial de carácter positivo; la cual, sin embargo, es una función deseable, pero 

22 Aunque  la  idea de un derecho de  la víctima a  la sanción no ha dejado de plantearse, sobre todo ante lo execrable de ciertos crímenes, como los cometidos por el estado nacionalsocialista: cfr. REEMTSMA, Das Rechts des Opfers auf die Bestrafung des Täters, Múnich, 1999, passim. 

23 Así, algunas penas pueden resultar ya inadecuadas por ser desproporcionadas: su aplicación reporta un mal mayor que el que se pretende prevenir. Lo mismo podría decirse de una pena que no dejara posibilidad alguna a la resocialización. 

24 A  la pena de muerte se hará referencia más adelante en  la  lección 2: podemos ya adelantar que resulta innecesaria y desproporcionada para tutelar la sociedad.          © [email protected] 

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1.ª no  justificante  de  la  pena:  en  la medida  en  que  el  penado  acepte  su  propia resocialización,  sería  aceptable  como  tal  función.  Si  la pena  obtiene positivos efectos de resocialización, sin causar un mal superior al que pretende prevenir (es  decir,  sin  incurrir  en  una  violación  de  la  intimidad  del  penado),  sería defendible  como  efecto  derivado.  El  consentimiento  del  penado,  y  su participación voluntaria en  los programas de reinserción, es así el medio para alcanzar ese efecto o cumplir esa función. 

La aplicación de  sanciones a una persona para proteger a  la  sociedad merece desde antiguo la crítica de que encierra una instrumentalización del individuo al servicio de  finalidades que  le  trascienden  (el que otros no cometan delitos). Pero esta crítica puede solventarse si atendemos a que es la justicia distributiva la llamada a intervenir y que es la persona un ser social. No cabe entender a la persona humana al margen de la sociedad: por ser social le compete cargar con los costes de la re‐estabilización que la pena busca. Compete en diversa medida a  los sujetos  implicados: en mayor medida al agente de  la  infracción, quien se ha hecho acreedor de una pena, es decir, a él compete cargar con el mayor coste de  la  re‐estabilización  de  algo  que  le  es  propio,  la  sociedad.  No  se  le instrumentaliza  mientras  la  sanción  sea  justa,  esto  es,  proporcionada  y necesaria, pues éstas marcan la medida de la carga que compete al delincuente asumir  como  ser  social máximamente  implicado  en  el delito. A  la  víctima  le compete  en menor medida participar  en  los  costes de  la  re‐estabilización,  en cuanto que ha de  restringir  su actuación post‐delictiva a  lo que deriva de un proceso  formalmente  establecido  (prima  la  seguridad  jurídica:  2.II.3).  Es  la sociedad  la  que  reacciona,  por  lo  que  no  existe  un  derecho  subjetivo  a  la sanción. A los terceros mínimamente implicados en el delito compete en mucha menor medida participar en esa re‐estabilización: así como no existe un derecho subjetivo por parte de la víctima a que se castigue, tampoco el resto de personas cuenta con un derecho a que se castigue a alguien. Pero también a los terceros mínimamente  implicados  algo  les  compete,  no  es  admisible  entender  el fenómeno  punitivo  como  un mero  conflicto  que  se  resuelve  sancionando  al delincuente;  también  a  la  sociedad  en  su  conjunto  atañe, por  lo que no  sería admisible que, para buscar una seguridad absoluta y terminante frente al riesgo de reincidencia por parte de delincuentes, se  imponga  la condena de duración indeterminada, cadena perpetua o pena de muerte. 

En definitiva, fin del Derecho penal es la protección de la sociedad frente a las conductas más gravemente antisociales. Pero dicha protección de la sociedad no puede  llevarse  a  cabo  si no  se  respetan principios de necesidad de  tutela  (el mínimo de pena viene determinado por  la necesidad de  tutelar  la  sociedad), proporcionalidad  de  la  sanción  (el  máximo  de  pena  viene  fijado  por  la gravedad  del  hecho  y  la  culpabilidad  del  agente)  y  seguridad  jurídica (sometimiento  al proceso  establecido). Puede  así decirse  que  fin del Derecho penal es la re‐estabilización del orden social a costa del culpable, en razón de la infracción cometida (gravedad del hecho y culpabilidad del agente). 

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2.ªLÍMITES DEL DERECHO PENAL (I) I. La necesidad de límites y la lógica de los principios.– II. Principios limitadores del ius puniendi estatal.– 

1. El principio de necesidad.– 2. El principio de proporcionalidad.– 3. El principio de seguridad jurídica.– 

III. Contenidos derivados del principio de necesidad.– 1. Prohibición de exceso.– 2. Reducción de la intervención a lo que resulte imprescindible.– 3. Interdicción de la arbitrariedad.– 

IV. Contenidos derivados del principio de proporcionalidad.– 1. Restricción de la reacción a la subjetividad.– 2. Ponderación o reducción de la violencia estatal.– 3. Interdicción de la desproporción.–

 

Como se expresó al concluir la Lección 1.ª, el Derecho penal tiene como fin la re‐estabilización del orden  social  a  costa del  culpable,  en  razón de  la  infracción cometida  (gravedad del hecho y  culpabilidad del  agente). Esta protección no puede  llevarse  a  cabo  con  criterios de  justicia  si no  se  respetan principios de necesidad de  tutela  (el mínimo de pena viene determinado por  la necesidad de proteger  la sociedad), proporcionalidad de  la sanción  (el máximo de pena viene fijado  por  la  gravedad  del  hecho  y  la  culpabilidad  del  agente)  y  seguridad jurídica (mediante la aplicación de una ley previa al hecho y con sometimiento al proceso establecido). 

En  las  Lecciones  2.ª  y  3.ª  se  trata  de  exponer  qué  entendemos  por  estos  tres principios  y  su  contenido.  Ahora  nos  referiremos  a  los  de  necesidad  y proporcionalidad,  para  exponer  en  la  3.ª  el  de  seguridad  jurídica.  Conviene efectuar antes, a modo de  introducción, una  referencia al modo de operar  los principios en los saberes práxicos, y en concreto en el Derecho penal. 

 

I. La necesidad de límites y la lógica de los principios.– 

Si  la  pena  (el  derecho  penal:  ius  puniendi)  se  somete  a  los  tres  principios mencionados  (Derecho  penal:  ius  poenale)  puede  quedar  justificada,  es  decir, resulta legítima. De lo contrario (ius puniendi no sometido al ius poenale), la pena y cualquier otra restricción de  la  libertad se convierten en un abuso de poder. Más  aún,  en  cuanto  el  ejercicio  de  ius  puniendi  da  lugar  –por  definición–  a restricciones de derechos y  libertades, ha de estar  justificado en todo caso. Sin restricciones, sin  límites, o sin razón de ser, constituye un abuso de poder. De ahí  la  necesidad  de  establecer  límites  al  derecho  penal.  Estos  límites  han  de provenir de normas, que sirven como restricción a quien ejerce el  ius puniendi. ¿De qué normas se  trata? No nos referimos a  las normas en cuanto  leyes, que también existen (a fin de cuentas, los excesos de derecho penal constituyen un delito, delito de  torturas, por  ejemplo),  sino  a  la  fuente de donde  surgen  las 

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Límites del Derecho penal (I) 

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2.ª leyes mismas.  Se  trata  de  identificar  cuáles  son  los medios  normativos  que deben  regir  la  conducta  del  legislador,  del  poder  ejecutivo,  de  la Administración  de  Justicia…,  cuando  ejercen  ius  puniendi  en  la  sociedad: cuando el  legislador define como delito unas conductas y no otras, y con una pena y no otra; cuando la policía detiene a una persona, supuesto responsable de un delito; cuando el  juez decide sancionar con una pena de  tantos años de privación de libertad. 

Se  trata de  los  llamados  principios  jurídicos  básicos  que  inspiran  las  concretas disposiciones legales (el código penal, por ejemplo), o los actos administrativos (la  clasificación  de  los  reclusos  en  un  grado  concreto  de  cumplimiento penitenciario,  por  ejemplo),  o  las  resoluciones  judiciales  (las  sentencias,  por ejemplo). Todas ellas son decisiones para conductas humanas; en nuestro caso, para  delitos  susceptibles  de  comisión  o  ya  cometidos,  y  a  sancionar:  ¿con arreglo  a  qué  pautas  o  criterios  se  toman  esas  decisiones?  –los  principios jurídicos, y en concreto, en nuestra materia, los principios de política criminal. Por política criminal se entiende aquel saber que tiene por objeto la acción humana, con el  fin de evitar  las que son gravemente  lesivas para  la subsistencia de  la sociedad (delitos)1. Incluye por  tanto  las decisiones del  legislador, pero  también de otras instancias (Ministerio Fiscal, Policía, Judicatura, Administración penitenciaria), y de  la población misma  (en qué medida  se ve afectado el ciudadano por  las leyes y demás medidas adoptadas). 

Aunque se refiere a las conductas que ponen en peligro la subsistencia de la sociedad, no ha de  referirse  siempre  a  conductas  tipificadas  como delito,  sino  que  bien puede darse entrada a otros sectores del ordenamiento2. La política criminal abarca un ámbito más amplio que el del Derecho penal: cualquier decisión  tomada en sociedad por  las instancias  competentes dirigida  a  la  evitación de delitos. El Derecho penal  se  refiere 

1 Que  sea  política  no  encierra  afirmación  peyorativa  alguna,  sino  que  se  expresa  en  sentido meliorativo.  Política  aquí  significa  propio  de  la  «polis»,  de  la  vida  pública.  Cuando  nos referimos a «político» en sentido peyorativo, se emplean calificativos como «de conveniencia», «instrumental»... Ya desde este punto la política criminal de la que aquí se trata difiere de lo que v. Liszt  entendía por  tal: Cfr. LISZT, F.v., «Der Zweckgedanke  im Strafrecht»  (orig., 1882),  en Strafrechtliche Vorträge und Aufsätze,  I, Berlín, 1905  (reimpr., Berlín, 1970), pp 126‐179, del que hay traducción española (La idea de fin en el Derecho penal); ID., «Die Aufgaben und die Methode der  Strafrechtswissenschaft»  (lección  inaugural  en  la  Universidad  de  Berlín,  1899),  en Strafrechtliche Vorträge und Aufsätze, II, Berlín, 1905 (reimpr., Berlín, 1970), pp 284‐298). Negada la  libertad del destinatario de  la norma,  la política  carece entonces del  referente de  la acción humana, y pasa a centrarse en la mera evitación técnica de resultados, en concreto, de delitos, sea  a  través de  la  inocuización,  sea  a  través  de  la  prevención  entendida  en  sentido  amplio. Entendida como praxis  la política criminal, presupone un ser humano, el agente de  la acción, que participa de una serie de principios ya cuando toma  la decisión personal de actuar en un sentido u otro. La política criminal es así de carácter valorativo, y no técnico. 2 Recuérdese lo expuesto en Lección 1.I.2, sobre el Derecho administrativo sancionador. De este modo, por ejemplo,  la decisión de  tipificar una conducta como  infracción administrativa y no como delito es una decisión de Política criminal. 

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2.ªtambién a decisiones sociales,  las que deciden  la cuestión de  la responsabilidad penal del agente por su hecho (delito y pena)3. 

Se habrá percibido ya que el modo de proceder que se plantea aquí dista de ser una mera exégesis o interpretación de textos legales (en nuestro caso, desde la constitución  hasta  la  legislación  penitenciaria,  pasando  por  el  código  penal, leyes  procesales...).  Se  intenta  aquí  proceder  de  otra manera:  estudiar  cómo tomamos decisiones en nuestra vida social; extraer pautas y reglas de nuestra conducta; y generalizarlas. Se  trata de dar con  los principios que ya existen y operan, más que de formular otros nuevos4. Esos principios existen, por regir el obrar humano, y se trata de descubrirlos, no de inventarlos. 

A partir de  la obra programática de Roxin5 parece un  ideal generalmente asumido el que  las  categorías  del Derecho  penal,  y  en  particular  de  la  teoría  del  delito,  deban recibir contenido de los principios de la política criminal. Las diferencias, sin embargo, surgen  desde  el  momento  en  que  se  desea  dar  contenido  a  dichos  principios.  De principios se habla en  la doctrina con enorme profusión. Hay principios de  legalidad, proporcionalidad  (en  sentido  amplio y  en  sentido  estricto), ne  bis  in  idem  (material y formal),  intervención mínima,  tipicidad,  culpabilidad,  exclusiva  protección  de  bienes jurídicos, necesidad, subsidiariedad, resocialización. Y si se acude a la jurisprudencia no 

3 El criterio de verdad de una ciencia práxica reside en la adecuación entre entendimiento y la realidad,  como  en  todo  conocimiento.  Pero  en  este  caso,  nuestro  objeto  de  estudio  es  un operable, la acción humana, como hemos ya aceptado. En concreto, ésta en cuanto tal, es decir, no  en  cuanto mero proceso originado  en un  ser humano,  sino  en  cuanto pueda  someterse  a reglas  de  conducta,  pueda  ser  valorada  como  hecho,  y  además,  en  concreto,  como  hecho ajustado a reglas. La conducta humana encierra entonces una valoración, que se expresa en un juicio. La verdad (interesante cfr. Art. KAUFMANN, Rechtsphilosophie, Múnich, 1997, pp 265‐266) propia de una  ciencia práxica  reside  en  la  adecuación  entre  este  juicio o valoración  sobre  la conducta  que  se  realiza  y  los  principios  que  deben  regir  dicha  conducta.  Como  el  propio lenguaje ordinario da a entender:  si el portero de un equipo de  fútbol no evita un gol en  su portería, bien puede hablarse –y así se hace– de un error del portero; del mismo modo, que no nos es ajena la expresión «errores arbitrales». En estos casos, el error reside en la divergencia de un  juicio  emitido  por  el  agente  y  los  criterios,  reglas,  principios...  que  rigen  un  sector  de actividad concreto. Desde otros planteamientos, podría sostenerse que en  lugar de  intentar  la adecuación del entendimiento y la realidad (de los principios), es más asequible contentarse con una verdad procedimental. No se descarta el valor de un concepto procedimental de verdad. Es más, por ser política, la política criminal ha de buscar también el consenso. Dicho consenso no es,  sin  embargo,  la  fuente de  la verdad,  sino  consecuencia de ésta. Precisamente porque una decisión se halla en consonancia formal y material con los principios afectados, puede facilitar el consenso. 4 Este modo de proceder encierra sin duda una actitud diversa al constructivismo jurídico, que por ejemplo se percibe en la obra de Rawls. Se parte aquí, en cambio, de la praxis cotidiana, y de sus antecedentes, buscando pautas de conducta y criterios que son comunes y generalizados, más allá de particularismos nacionales y de época. Se parte, en definitiva, de un cognoscivismo jurídico, dirigido a  identificar  el Derecho y no  a  construirlo. No descarto que otras opciones metodológicas sean merecedoras de atención: así, por ejemplo, la orientación a los resultados, o la  irrupción del pensamiento problemático  (cfr. VOGEL,  «Política  criminal y dogmática penal europeas» [trad. Nieto Martín], Revista Penal, 2003, 11, pp 141‐143). 5  ROXIN,  Kriminalpolitik  und  Strafrechtssystem,  Berlín,  1970  (trad.  castellana,  Muñoz  Conde, Barcelona, 1972), 2.ª ed., 1973. 

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2.ª faltan muchos otros. Parece que todo enunciado del que existe consenso generalizado se da en llamar «principio». Con tal profusión, puede suceder que los principios no sirvan para mucho. 

Pongamos un ejemplo: la doctrina acude a la idea de protección de bienes  jurídicos ya en  las  primeras  páginas  de  los manuales.  Se  habla  así  de  la  necesidad  de  proteger determinados  sectores  de  la  sociedad  (fragmentariedad)  y  sólo  ésos  frente  a injustificadas  intromisiones  del  poder  (principio  de  exclusiva  protección  de  bienes jurídicos).  La  falta  de  capacidad  crítica  de  la  idea  de  bien  jurídico  ha  permitido  en nuestra  doctrina  identificar  un  bien  jurídico  allá  donde  el  legislador  afrontaba  la tipificación de un nuevo delito6. No parece posible restringir el ius puniendi mediante tal idea, pues  se ha  convertido  en un mero  etiquetamiento  con  fines  clasificatorios y de sistematización7. Por otra parte, pronto se percata la doctrina de que no todos los bienes jurídicos clásicos encarnan directamente un derecho fundamental (así, con la protección del clásico patrimonio), como también de que no todos los derechos fundamentales se hallaban encarnados en bienes jurídicos (así, con el derecho a la integridad moral, antes de su previsión explícita en el código de 1995). 

Se entiende por principio un enunciado dotado de pretensión de aplicación. Más aún, son enunciados con pretensiones de aplicación máxima y absoluta; y que precisamente por tal pretensión devienen difícilmente aplicables por sí mismos a  un  caso  concreto.  Por  ejemplo,  la  idea  de  «proporcionalidad»,  en  cuanto pretensión  de  que  toda  sanción  tenga  medida.  Dicha  pretensión  es excesivamente genérica y  resulta  ineficaz para un caso concreto, por  lo que si deseamos  que  sea  operativo,  ha  de  concretarse  más.  Entendemos  que  «los principios son enunciados normativos de tan alto nivel de generalidad que […]  no pueden ser aplicados sin añadir premisas normativas adicionales y, las más de  las  veces,  experimentan  limitaciones  a  través de  otros principios»8.  Según esto,  el  principio  de  «proporcionalidad»  entraría  en  colisión  con  otros principios, como el de «necesidad» de tutelar la vida social. En concreto, si no se sanciona el delito, la vida social corre peligro; y si se sanciona, se menoscaba la  6 Cfr. CANCIO MELIÁ,  «Dogmática  y  política  criminal  en  una  teoría  funcional del delito»,  en JAKOBS/CANCIO,  El  sistema  funcionalista  del Derecho  penal,  Lima,  2000,  p  20:  una  visión  crítica respecto a  la  inefectividad de  la  labor universitaria desempeñada  frente a  las pretensiones del legislador. 7 Piénsese en  lo sucedido con el bien  jurídico en  los delitos contra el medio ambiente: cfr.  las críticas  observaciones  de  SILVA  SÁNCHEZ,  Aproximación  al  Derecho  penal  contemporáneo, Barcelona,  1992,  p  291;  del mismo  autor,  «¿Protección  penal  del medio  ambiente?  Texto  y contexto del artículo 325», LL, 1997‐III, pp 1715‐1716. Críticamente, y con carácter general, sobre la enorme capacidad de  la  idea de bien  jurídico para acoger cualquier objeto, y con ello para hacerlo  inservible  con  la  finalidad  limitadora  para  la  que  se  elabora  el  concepto,  cfr. BACIGALUPO ZAPATER, Principios de Derecho penal. Parte general, 5.ª ed., Madrid, 1998, p 19; SILVA SÁNCHEZ,  La  expansión  del  Derecho  penal.  Aspectos  de  la  política  criminal  en  las  sociedades postindustriales, Madrid, 1999, pp 91 y 98. 8 ALEXY, Teoría  de  la  argumentación  jurídica,  1991  (trad. Atienza/Espejo), Madrid,  1989,  p  249. Véase  también  ibidem,  p  234,  nota  81,  donde  se  expresa:  «Debido  a  su  generalidad  no  son utilizables  directamente  para  fundamentar  una  decisión.  Se  necesitan  premisas  normativas adicionales»  (con más  referencias).  De  donde  la  cuestión  clave  es:  ¿de  dónde  extraer  estos principios y cómo operan? (cfr. ibidem, p 26). 

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2.ªdignidad del penado. Se da así una situación de conflicto entre dos principios. Pero  de  dicha  tensión  surgen  enunciados  más  precisos  y  concretos,  que  sí pueden  ser  aplicados  a  situaciones  concretas.  Por  ejemplo,  que  la  sanción  se reduzca al mínimo imprescindible para salvaguardar la vida social. 

Ya  desde  este  concepto,  algunos  enunciados  a  los  que  la  jurisprudencia  y doctrina califican de «principios» no merecen dicha denominación. Pasarían en cambio a denominarse reglas. Por regla se entiende un enunciado derivado de dos o más principios,  con pretensiones de aplicación a un grupo de casos. Es más, se trataría de criterios de solución para grupos de casos. Bajo una regla sí puede  subsumirse  un  caso,  mientras  que  bajo  un  principio,  debido  a  su generalidad, no es posible9. Según ese concepto, serían reglas la prohibición de «bis in idem», el «nulla poena sine lege»..., y muchos otros enunciados. Sucede, por tanto, que en la práctica principios y reglas se han confundido –sobre todo por englobar  bajo  la  denominación  de  principios  enunciados  que  no  lo  son10.  La lógica de los principios, al tratarse de enunciados con pretensiones de máxima aplicación,  es  que  entren  en  colisión  con  otros.  De  esta  colisión  entre  los principios  surgen  reglas  por  ponderación,  que  permiten  regir  los  actos concretos. Veremos después cómo se produce en concreto esa ponderación. 

 

II. Principios limitadores del ius puniendi estatal.– 

Hay tres percepciones básicas que todos tenemos: que vivimos en sociedad, que somos  libres  y  que  cualquier  persona  goza  de  dignidad  por  el  hecho  de  ser persona.  No  se  trata  de  ideas  inventadas,  sino  de  lo  que  cualquiera  puede percibir  al  reflexionar  sobre  el  fenómeno  de  la  vida  en  sociedad.  Con  otra terminología,  más  precisa,  esas  tres  realidades  pueden  denominarse: 

9 Cfr. KRAMER,  Juristische Methodenlehre, Berna/Múnich, 1998, p 189. No en vano, si  la regla se enuncia a partir de un grupo de casos, su formulación admite identificar qué casos contrarían la pretensión contenida en la regla. Mientras que en los principios, los enunciados normativos no admiten subsunción porque carecen de un supuesto de hecho idóneo. 10 Antes de adentrarse en los concretos principios, conviene tener en cuenta que no nos hallamos –de nuevo– en el ámbito de una ciencia teórica, sino en el de una práxica, cuyos parámetros no son la exactitud de las proposiciones. Sus parámetros son la viabilidad o no de un juicio práctico como  bueno. Por  tanto,  son  enunciados  que permiten  llegar  a una decisión  sobre  conductas humanas. Por eso puede afirmarse que el objeto del principio en cuestión no es el enunciado en que éste se exprese, en cuanto tal (por ejemplo, «principio de legalidad»), sino las acciones a las que rige. Acciones que son operables, agibles –si se me permite el término. Con ello pretendo expresar  que  todavía  no  son,  que  se  toma  una  decisión  para  realizar  una  conducta. Así,  el principio de  legalidad permite  tomar una decisión política sobre  la definición de conductas a prohibir (ámbito legislativo). Pero permite igualmente enjuiciar algo ya sucedido (la tipificación concreta del artículo del código penal), y no por eso deja de referirse a conductas «agibles». En efecto,  el principio de  legalidad operaría  entonces, por  ejemplo, para declarar defectuoso un acto del legislador (crítica doctrinal de un precepto), para declararlo inconstitucional (actividad del Tribunal Constitucional), para considerarlo inaplicable (actividad ordinaria de los tribunales en su faceta de interpretación de las leyes de acuerdo con la Constitución). 

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2.ª coexistencia,  dignidad,  libertad  –las  tres,  igualmente  relevantes11.  De  ellas derivan,  respectivamente,  los  llamados  principios  de  «necesidad  de  la  vida social», «adecuación» o «proporcionalidad» y «seguridad»12. Puesto que  si no conocemos su contenido, de poco sirven, se expone ahora lo que se entiende por tales  principios  básicos;  así  como  una  propuesta  de  fundamentación  de  su contenido,  que permita  explicar  la  colisión  y  fricción  con  otros  principios. A partir de esa base, se describen luego algunas reglas surgidas por ponderación entre principios. 

1. El principio de necesidad.– 

El  postulado  de  la  coexistencia  o  socialidad  significa  que  la  persona  sin sociedad no es  tal persona, que el  sujeto  individual es una abstracción, y por tanto  algo  irreal.  Si  el  ser  humano  es  social,  por  ser  humano,  lo  social  es constitutivum de la persona y no algo meramente accidental. 

Es decir, que no hay persona sin el otro, sin otro a quien se entiende como persona y que posibilita que me entienda a mí mismo como persona. Obviamente, la sociedad no es necesariamente sólo la sociedad de alto grado de complejidad que se incluye en dicha expresión;  la  sociedad  se  da  también  en  cualquier manifestación  de  la  persona  que descubre que no está sola en el mundo, sino que hay sujetos semejantes. Precisamente en  virtud de  esos  sujetos  que  se percibe  como  semejantes  es  como  se  re‐conoce  a  sí mismo como persona. Y como vive como persona13. 

La gran diferencia del planteamiento ahora expuesto respecto a la doctrina del contrato social en la versión de Hobbes, proviene de que en ésta el paso del estado de naturaleza al estado social «hace» a la persona. Nada más contrario de lo aquí expuesto, donde lo 

11 La distinción clásica (aristotélica) entre esencia y acto de ser puede ser ilustrativa. Que el ser humano  es  social,  significa –al menos en estas páginas– que es  social  su esencia,  lo que hace tales a los seres humanos, la humanidad. Distinto es lo que se entiende por acto de ser de cada persona, la existencia actual de cada persona, como partícipe de esa humanidad. La socialidad así  entendida no  es por  tanto una  concesión de  lo  social  a  los  individuos  (tesis del  contrato social), sino la esencia misma de la persona. Es decir, los seres humanos no reciben su ser de lo social,  no  llegan  a  ser  gracias  a  la  sociedad.  Para  la  correcta  comprensión  de  los  epígrafes siguientes, me parece relevante contar con esta dualidad: esencia y acto de ser. 12  Entre  la  triada  aquí  presentada  y  la  que  expone  Radbruch  (Justicia,  utilidad [«Zweckmäßigkeit»]  y  seguridad)  se  da  ciertamente  alguna  proximidad:  cfr.  RADBRUCH, Rechtsphilosophie,  8.ª  ed.  (ed.  de  E. Wolf  y H.‐P.  Schneider),  Stuttgart,  1973,  pp  164‐169,  en especial,  p  169;  cfr.  también  BYDLINSKI,  Juristische  Methodenlehre  und  Rechtsbegriff,  2.ª  ed., Viena/Nueva York, 1991, pp 304‐318. Pero no me parece que dicha proximidad sea exagerable: la Justicia, que para Radbruch se separa de la seguridad jurídica y de la utilidad, pienso que se logra si se respetan precisamente los contenidos de los tres principios básicos, y los secundarios o subprincipios; es más,  las numerosas reglas son a  fin de cuentas soluciones de  justicia para grupos de casos. 13  «Aristóteles  representa  una  tradición  de  pensamiento  –en  la  que  le  preceden Homero  y Sófocles– según la cual el ser humano que se separa de su grupo social también se priva de la capacidad para la  justicia...»: MACINTYRE, Justicia y racionalidad (orig. 1988, trad. Sison), 2.ª ed., Madrid, 2001, p 107, con referencias a Homero, cit. por Aristóteles, Política, 1253a 6 [1252b 28‐1253a 39]; Sófocles, Filoctetes, 1018. 

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2.ªsocial  forma parte de  la persona, pero no  es  su acto de  ser. Lo  social  expresa, por  el contrario, el  constitutivum del  sujeto, de  la persona: por  ser  social  su desarrollo como persona, el despliegue de su libertad en el tiempo es social14. No basta con la mediación de  lo  social,  al  estilo de Hegel;  la  socialidad  como  rasgo de  la  esencia de  la persona presupone que el ser humano es social o no es. Pero que la esencia personal sea social no significa un mero matiz que se imprime el sujeto en su acción –como sostendría M. Scheller15. La esencia personal significa que lo que la persona es, es social: su acción, su crecimiento, su desarrollo en el mundo... es social. El postulado de la socialidad se halla presente también en el pensamiento liberal de la ilustración, en concreto en las diversas versiones del  contrato  social  como origen de  la  sociedad y  en el  ideal de  fraternidad humana  (cfr.  arts.  1  DDHC  1793  y  1  DUDH).  Pero  mucho  antes  se  encuentra  la socialidad  en  el  pensamiento  aristotélico.  Así,  la  socialidad  como  constitutivo  del individuo se expresa en la conocida cita de la Política de Aristóteles, donde se parte del ser  humano  como  ser  social  («zoon  politikon»):  más  aún,  en  la  contundente manifestación de que el ser que no necesita vivir en sociedad o es una bestia o es un dios (la frase, aunque con diferencias de contenido es retomada por Hegel). 

La  sociedad  perfecta  es  una  utopía.  Por  el  contrario,  el  pensamiento  de  lo  social  va unido inmediatamente a la radical limitación de la vida social. Es decir, necesidad pero, a  la vez,  radical  imperfección de  lo social. Esto hace que no pueda concebirse  la vida social sin una restricción de los ámbitos de libertad de la persona que permita paliar esa imperfección. Más aún, que por tratarse de la esencia de su ser personal, la persona es ya desde su origen restricción: es decir, limitación. Vida social es limitación para hacer posible la superación de la radical imperfección de la persona. En concreto, lo anterior significa  que  la  vida  social  lleva  consigo  restricción  de  libertades  y  derechos  de  la persona, no como fruto de un acuerdo primigenio que podría llamarse contrato social, sino  como manifestación de  la  personalidad misma. La  persona  es  social,  porque  es limitada.  Su  perfección  puede  lograrla,  en  la  medida  en  que  es  alcanzable,  por referencia  a  los otros,  en  sociedad. Esto  implica que  la vida  social  requiere, necesita, protección. 

De la socialidad podría así extraerse como principio el enunciado de la necesidad de protección de  la vida social16. Según  lo que se ha expuesto más arriba sobre el concepto de principio, se trata propiamente de un principio. En concreto, es un principio,  porque  el  enunciado  «necesidad  de  protección  de  la  vida  social» encierra  una  pretensión  máxima  de  vigencia  (sin  sociedad,  el  ser  humano desaparece). Si se identifica algo como vida social, como sociedad, ésta requiere subsistencia  y protección. Pero  como principio  que  es,  entra  en  conflicto  con 

14 La  idea misma del contrato social encierra un reduccionismo de  la  justicia, entendida como justicia  entre  individuos  iguales,  conmutativa,  pero  ignora  la  dimensión  transpersonal  de  la justicia y la llamada dede antiguo justicia distributiva. 15 El ser humano como un individuo social («sociales Individuum»), SCHELLER, Der Formalismus in der Ethik und..., 4.ª ed., 1954, pp 563 ss, apud Art. KAUFMANN, Rechtsphilosophie, cit. 16 Se expresaba en la DDHC 1793 como «seguridad» (cfr. art. 8), que no debe confundirse con la seguridad  jurídica de la que luego se tratará. La socialidad misma es de carácter normativo, y no fáctico, en el sentido de que el ser social mismo es ya una pretensión: no surge el deber‐ser del ser, sino que la socialidad y la necesidad de tutela de la vida social son normativos desde su inicio. 

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2.ª otros. Si la persona, como ser social, busca en la sociedad la superación de sus limitaciones, no lo conseguirá sin limitar a su vez la libertad ajena y la propia. Por  tanto,  dicha  pretensión  entra  en  conflicto  con  la  libertad  ajena,  con pretensiones de otras personas. Veámoslo. 

2. El principio de proporcionalidad.– 

Lo que se postula con la idea de dignidad de la persona humana es que nadie es intercambiable ni  sustituible por nada. La  cuestión  clave  es definir  cuál  es  el origen y  sentido de  esa dignidad. Baste  ahora  con  aceptar que  si  se goza de dignidad radical ésta es expresión de algo que es constitutivo de la persona y no algo secundario.  

La  idea  se  halla  presente  en  el  reconocimiento  de  los  derechos  humanos  y fundamentales.  Se  encuentra  presente  sobre  todo  en  el  pensamiento  liberal  de  la ilustración y fue teorizada por Kant17. Esta dignidad lleva a entender que el ser humano no es medible en valor con cualquiera de sus semejantes, pues está por encima de todo precio. La dignidad enlaza a su vez con el ideal ilustrado de igualdad (arts. 2 y 3 DDHC 1793; 2 DUDH) y con la justicia entendida como igualdad. Aunque el ideal ilustrado de igualdad adolece de cierto formalismo, es expresión del convencimiento de que no hay diferencias (antropológicas, sociales, económicas, culturales...) entre seres humanos que permitan fundar un trato desigual entre iguales. Pero también antes puede encontrarse la  idea. La  idea  es  anterior, muy  anterior,  y de  ella  participa  también Kant. La  idea pienso que procede del pensamiento judeo‐cristiano, que reconoce en el ser humano un ser hecho a imagen y semejanza de Dios, del creador. Lo anterior nos remonta al origen y  contenido de  esa dignidad. El  arco que va desde  el origen bíblico  (judeo‐cristiano) hasta  la  expresión  kantiana  (liberal  ilustrada)  se  apoya  en  ambos  extremos  en  el convencimiento de que  el  ser humano  está dotado de  facultades  inmateriales.  Si  soy capaz de conocer un objeto, y de conocer además que estoy conociéndolo, pienso que pienso. Esta capacidad de remontarse por encima de la propia facultad de conocer sólo es  posible  allá  donde  una  facultad  no  se  encuentre  encadenada  a  lo material  de  los órganos de la percepción, sino que pueda remontarse más allá de ellos. Esta facultad es entonces inmaterial. Y el sujeto no es mera materia: la persona. 

La dignidad de la persona exige respeto. Lo cual significa que la dignidad opera como  medida  en  la  toma  de  decisiones:  ninguna  decisión  humana  puede menoscabar esa dignidad  (por ejemplo, hacer que diferencias accidentales –de raza,  ideología, religión, sexo…– se conviertan en esenciales, es decir, como si marcaran  la  distinción  de  personas  en  dos  categorías  distintas:  la  dignidad impide que haya distintas categorías entre las personas). La dignidad da lugar  17 En efecto, Kant se plantea en  la Grundlegung  la distinción entre precio  («Preis») y dignidad («Würde»): «En el reino de los fines todo tiene o bien un precio o bien una dignidad. Lo que tiene un  precio  puede  ser  sustituido  en  su  lugar  también  por  algo  distinto  como  equivalente;  en cambio,  lo  que  está  por  encima  de  todo  precio,  eso  en  cuyo  lugar  nada  equivalente  puede ponerse, tiene una dignidad» (Grundlegung, AA, IV, p 43431‐34, resaltado en el texto). Kant está hablando del ser humano, como se expresa más adelante al señalar cuál es el fundamento de esa dignidad: la «autonomía es así el fundamento de la dignidad de la naturaleza humana y de toda naturaleza racional» (Grundlegung, AA, IV, p 4366‐7, resaltado en el texto). Es esa dignidad la que impide tratarle sólo como un medio, y no siempre como un fin en sí. 

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2.ªasí a la proporcionalidad, como relación de adecuación que ha de guardar toda decisión de  la  vida  política.  Según  lo  expuesto,  también puede decirse de  la proporcionalidad  que  constituye  un  principio,  con  pretensión  de  respeto  de forma generalizada y validez máxima. En concreto, de la dignidad personal se extrae  como  principio  el  enunciado  de  la  proporcionalidad  o  adecuación  de  las decisiones sociales con la dignidad de la persona. Y como principio que es, entra en conflicto  con  otros; más  en  detalle,  colisiona  con  el  principio  ya  descrito  de necesidad  (la vida  en  sociedad  lleva  consigo por  sí misma  restricciones de  la propia libertad). Se trata de que la necesaria protección de la vida social se lleve a cabo con medida y adecuación a la dignidad de la persona humana. 

3. El principio de seguridad jurídica.– 

Ya  hemos  visto  cómo  la  necesidad  de  protección  de  la  vida  social  entra  en conflicto con el respeto a la dignidad de la persona. Esta tensión entre socialidad y  dignidad  se  completa  ahora,  en  tercer  lugar,  con  la  idea  de  libertad  de  la persona. Dicha  idea  significa  que  la  persona  –ser  social  y  digno–  es  además libre,  es decir,  abierto y no predeterminado. La persona  al  actuar  se  rige por normas. Y la norma exige contar con la libertad del destinatario: un ser no libre no  requiere  normas.  De  este  modo,  la  socialidad  se  debe  proteger principalmente  a  través  de  prohibiciones  («poder»  en  sentido  normativo:  no puedes hacer esto, porque está prohibido), y no por vías  fácticas: es decir, no sólo mediante  la mera  evitación de  conductas  imposibilitando  físicamente  su realización  («poder»  en  sentido  fáctico:  no  puedes  hacer  esto  porque  es imposible).  De  la  libertad  surge  la  idea  de  seguridad,  como  un  postulado imprescindible,  pues  si  un  ser  libre  obra  mediante  normas,  éstas  han  de preceder a la acción. 

Que  el  ser  humano  es  libre  forma  parte  de  los  postulados  básicos  que  permiten entendernos como personas. La vida social parte del presupuesto de que somos libres, de que nuestro existir no se halla regido por un destino ciego. Esto es lo que permite la imputación  al  otro  de  algo  como  hecho,  lo  que  posibilita  la  vida  social misma.  La libertad posibilita la existencia de las normas, como pauta del actuar. Según entiendo, la libertad así planteada cuenta con que el destinatario de  las normas es un  ser abierto, inacabado, pero a la vez sujeto de su propio desarrollo personal. Su esencia personal es libertad. Pero no  la  libertad kantiana, que es en definitiva  la autonomía, y que podría fundar si acaso la dignidad; sino la libertad en cuanto apertura del ser humano al futuro y  a  su medio18. Dicha  idea  de  la  libertad  se  presta  también  a malentendidos,  como podría ser el concebir que la libertad (de elegir) es lo que nos hace seres humanos, como se percibe en el existencialismo. Eso supondría igualmente un desenfoque sobre lo que es la esencia personal y el acto de ser de la persona. La persona no es tal por ser libre, sino que su esencia es la apertura en su conducta, es libre. 

18 Podría quizá hallarse una referencia a este postulado en  la  idea aristotélica del ser humano como  ser  que  habla  («zoon  logon»),  y  desde  aquí  en  la  relevancia  del  lenguaje  para  el  ser humano:  según  la muy  citada  frase de W.v. Humboldt,  «Der mensch  ist  nur Mensch durch Sprache,  aber  zu  erfinden,  mußte  er  schon  Menschen  sein»,  apud  Art.  KAUFMANN, Rechtsphilosophie, p 116, nota 23. Que es la tradición que llega a Wittgenstein. 

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2.ª La idea de seguridad adquiere después el contenido del ideal ilustrado de libertad y de la pretensión de  limitación del poder por  el Derecho,  el Estado de Derecho  (formal), vinculada a la idea de legalidad (el llamado «principio» de legalidad)19. Pero ya antes la seguridad apela a la persona como ser abierto, no determinado. El ámbito propio de la política criminal del presente no puede prescindir de la idea de seguridad jurídica que se halla contenida en el principio de legalidad. 

El panorama de los principios que permiten limitar el ejercicio del ius puniendi se completa así con la idea de seguridad. La vida social (principio de necesidad) se  tutela mediante normas  (principio de seguridad) que guardan una relación de adecuación  (principio de proporcionalidad) con  la dignidad de  la persona. La  seguridad  operaría  como  un  principio,  es  decir,  como  un  enunciado  con pretensiones  de  máxima  vigencia  y  plena  aplicación:  se  trata  de  que  las decisiones sociales den  lugar a medios normativos, a prohibiciones,  lo  idóneo para obtener de un sujeto libre lo que le es propio, conductas. 

A modo de  conclusión:  lo  que más  arriba  se describió  como  la  lógica de  los principios significa que cada uno de estos enunciados  (tan genérico que no es susceptible  de  aplicarse  a  un  caso  concreto)  se  emite  con  pretensiones  de validez máxima, por lo que entra en colisión con los otros dos. De dicha colisión surgen diversas reglas operativas (que sí son de directa aplicación al caso) que restringen el ejercicio del ius puniendi estatal. 

Para verlo, volvamos a un caso, por ejemplo, a la justificación de la pena de prisión dando entrada a la conjugación de estos tres postulados (y los principios a los que dan lugar: necesidad, proporcionalidad y seguridad), que ya ha sido tratado en la Lección 1.IV. La pena de prisión, en cuanto restricción de la libertad ambulatoria de la persona encierra una  agresión  a  su dignidad difícil de  justificar.  Si dicha  agresión  lo  es  a  la  libertad, derecho y bien fundamental, toda pena privativa de libertad es de entrada contraria a la dignidad de la persona. Si a pesar de todo se acepta su imposición, no es por simplistas consideraciones de respeto a la persona del recluso, a pesar de ser recluso, como a veces se  afirma.  La  justificación  de  la  pena  privativa  de  libertad  puede  derivarse  de  los principios de la política criminal, como ahora se expone. 

El menoscabo que  toda privación de  libertad encierra para  la persona del condenado contraviene el postulado de la dignidad de la persona. No es cuestión de minimizar ese mal mediante  la concesión de beneficios penitenciarios, o de  la mejora de condiciones vitales  en  los  establecimientos  penitenciarios.  Éstos  podrían  ser  medidas  muy oportunas desde otros puntos de vista. Pero en sí, esa pena supone inevitablemente un menoscabo de  la dignidad. No me  refiero  tanto  a  la  efectiva  influencia de una  larga privación de  libertad en  la salud psíquica del condenado, cuanto a  la privación en sí, por breve que sea, que afecta directamente a  la dignidad personal. Pues bien, si dicha privación se acepta es por venir derivada de un conflicto con el principio de necesidad. 

19  Es  interesante  conocer  la  opinión  de  RADBRUCH,  El  espíritu  del Derecho  inglés,  1946,  trad. castellana,  Peg  Ros, Madrid/Barcelona,  2001,  pp  59‐71,  cuando  se  plantea  como  uno  de  los rasgos fundamentales del sistema jurídico inglés precisamente la seguridad jurídica (p 59): ¡y el modo de realización del Derecho no cuenta con  las  leyes formales como  lo hacen  los sistemas continentales! 

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2.ªEn  efecto,  la  necesidad  entendida  como  principio  enuncia  la  pretensión  de  validez máxima  de  protección  de  la  subsistencia  de  la  sociedad  (socialidad).  Como  tal pretensión  de máxima  validez  llevaría  consigo  que  la mejor  protección  consistiría  a menudo  en  la  total  inocuización  del  condenado.  Y,  en  concreto,  para  la  pena  de privación de libertad, llevaría consigo la prisión de larga duración, o incluso perpetua. La  pena  se  hace  necesaria  para  proteger  la  vida  social.  Entran  en  conflicto  así  dos principios, con pretensiones ambos de máxima validez: el de dignidad de la persona y el de necesidad de protección de  la vida  social.  Se dispone  entonces que  la pena no exceda de ciertos  límites, con  lo que se trata de minimizar  la afectación a  la dignidad. Para paliar en  lo posible este menoscabo o afectación a  la dignidad, entra en  juego el principio de  seguridad  jurídica, que  exige un procedimiento  formal para  imponer  la pena. El  conflicto que  se da  entre  los  tres  enunciados  acaba por  justificar  la pena de prisión a través de una decisión ponderada entre tutelar la vida social, pero no a toda costa; respetar la dignidad del penado, pero sin olvidar a la sociedad; y siempre a través de las normas y medios jurídicos. 

Concretamente, la pena de privación de libertad vendría justificada en la medida en que supone  un medio  necesario  para  la  tutela  de  la  vida  social. Al  delincuente  como  ser social, compete cargar con buena parte de los costes de la re‐estabilización por el delito por él cometido. Pero le compete sólo en la medida en que así la dignidad de la persona se menoscabe lo mínimo imprescindible (de ahí, la exigencia de restringir las penas en su duración y cualidad). De  la seguridad  jurídica derivan también medios para reducir los efectos y consecuencias de la pena. Cfr. ahora lo que se expuso en la Lección 1.IV. 

 

III. Contenidos derivados del principio de necesidad.– 

Puesto que un principio  entra  en  fricción  con  otros principios, veamos  cómo ello se da en el de necesidad de tutela de la vida social en relación al de respeto de  la dignidad  (o proporcionalidad) y el de  libertad  (o seguridad  jurídica). Se puede hablar, en concreto, de tres enunciados o sub‐principios: prohibición de exceso (III.1); reducción de la intervención a lo que resulte imprescindible (III.2); e  interdicción  de  la  arbitrariedad  (III.3).  Dichos  subprincipios  constituyen enunciados  demasiado  generales,  que  empleamos  aquí  sólo  con  fines expositivos, para ordenar la exposición de las distintas reglas. 

III.1. Prohibición de exceso.– 

En  ocasiones  entran  en  conflicto  necesidad  y  proporcionalidad,  con preponderancia  de  la  segunda  sobre  la  primera.  Dicha  pretensión  está,  sin embargo,  dotada  todavía  de  excesiva  generalidad  y  no  es  aplicable  a  casos concretos  (si  se  nos  permite  la  expresión,  se  trataría  de  un  sub‐principio,  o principio de orden secundario). Se plasma, entre otras, en las siguientes reglas, que sí son suficientemente concretas como para posibilitar su directa aplicación: 

i)  Idoneidad o  rendimiento, que  significa que el  recurso al  ius puniendi no ha de reportar  un mal  superior  que  el  que  pretende  prevenir,  pues  en  ese  caso  el ejercicio  del  ius  puniendi  vendría  a  desestabilizar  el  Derecho más  que  a  re‐

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2.ª estabilizarlo  (podría  entenderse  plasmado  en  el  art.  9.2  CE)20.  Puesto  que  la tutela de la vida social lleva consigo restricciones, el ejercicio del ius puniendi ha de ser reducido a  lo que resulte  idóneo para proteger  la sociedad: ha de  tener capacidad  de  rendimiento  para  la  vida  social21.  Este  enunciado  surge  del conflicto entre necesidad y proporcionalidad:  las  restricciones de  los derechos personales (es decir, los menoscabos de la dignidad) quedarían justificadas si con ellas se favorece de forma relevante la vida social (es decir, si salvaguarda la vida social). Así, el Derecho penal no parece un medio adecuado para hacer frente a conductas cuya prevención depende más del contexto social que de la amenaza de pena (la violencia en estadios deportivos, por ejemplo): recurrir entonces al Derecho penal puede alcanzar elevadas cotas de efectividad social (la población percibe que algo se está haciendo contra la violencia), pero más eficaz puede ser contrarrestar esas  tendencias violentas con más educación y un mayor control en la entrada de los estadios. 

ii) Prohibición de la pena de muerte (art. 15 CE)22 y la de cadena perpetua (arts. 36 y 76 CP).  Pero  también  quedarían  impedidas,  por  el mismo motivo,  las  penas corporales. 

iii)  En  la  ejecución  penitenciaria  de  la  condena,  además,  exigiría  la  «no‐desocialización» del condenado durante el cumplimiento (arts. 25.2 CE; 5 DUDH; 1 LOGP)23. 

III.2. Reducción de la intervención a lo que resulte imprescindible.– 

También del conflicto entre necesidad y proporcionalidad  surge  la pretensión de que el ejercicio del ius puniendi se reduzca al mínimo imprescindible, que no prevea  restricciones  innecesarias.  De  lo  contrario  se  vería  menoscabada  la 

20 Estos enunciados operan como reglas que permiten el posible juego de una excepción (regla‐excepción): de este modo, el enunciado en cuestión es aplicable a casos concretos, pero admite también algunas excepciones,  las que derivan a  su vez de  la ponderación  con otro principio. Aquí,  frente a  la  regla de  la prohibición de exceso, puede suceder que  la necesidad de  tutela penal  (más  ficticia  que  real)  en  ocasiones  se  imponga  y  lleve  a  exigir  como  excepción  el cumplimiento íntegro de condenas sin posibilidad de acogerse a beneficios penitenciarios 8art. 78). 21 Cfr. art. 15 DDHC 1793. 22 También aquí puede darse una excepción:  la prevista en el art. 15  in  fine CE, para casos de leyes penales militares en tiempo de guerra (en virtud de la LO 11/1995, de 27 de noviembre, de Abolición  de  la  Pena  de  Muerte  en  Tiempo  de  Guerra,  desaparecen  esas  previsiones excepcionales). Por lo demás, téngase en cuenta que la admisión de la legítima defensa permite dar muerte  al  agresor  injusto  precisamente  como  re‐afirmación  del Derecho,  lo  cual  puede entenderse  –no  sin  discusión–  como  ejercicio  del  ius  puniendi  por  un  particular  en  el  caso concreto (repeler la violencia con la violencia), y sólo concurriendo las condiciones legalmente requeridas (art. 20.4 CP). 23  Salvo  que  durante  el  cumplimiento  de  la  condena  entre  en  juego  preceptos  específicos referidos  al  régimen  interno de  los  establecimientos penitenciarios,  que pueden producir un menoscabo en la resocialización (sanciones de régimen interno, por ejemplo). De nuevo, la regla admite excepciones. 

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2.ªdignidad sin que ello fuera preciso para la vida social. Este conflicto se resuelve en  unos  grupos  de  casos  a  favor  de  la  ponderación  entre  ambos  principios implicados.  Puesto  que  resulta  excesivamente  abstracto,  como  sub‐principio que es, se concreta, entre otras, en las siguientes reglas: 

i) Prohibición en la legislación sólo de las conductas más graves para la vida social (arts.  25.3 CE;  13;  15 CP),  también  denominada  fragmentariedad24  (podemos definirla  también  con  el  término  lesividad). Mediante dicha  regla  se  expresa, por ejemplo, que no  toda conducta antisocial  (por ejemplo,  la  inveracidad), se prohíbe bajo amenaza de pena, sino sólo las más graves (así, las inveracidades que constituyen delito de estafa o falsedad). 

ii) Recurso al Derecho penal  sólo en defecto de  los medios que proporcionan otros  sectores,  penales  o  no,  jurídicos  o  no.  Se  habla  en  estos  casos  de subsidiariedad  (que podría entenderse  implícito en el art. 17.1 y 2 CE25), o de  la pena  como  la  ultima  ratio,  esto  es,  como  instrumento  que procede  sólo  como último  remedio,  frente  a  comportamientos  antisociales26. Así,  por  ejemplo,  el recurso al Derecho penal no es el instrumento idóneo para prevenir conductas antisociales,  incluso  graves,  cuya  prevención  es  suficiente  ya  mediante  el Derecho administrativo sancionador (tráfico automovilístico). 

iii)  Carácter  externo  de  la  infracción  o  tutela  de  la  vida  social  a  través  de realidades que,  además de hallarse positivamente valoradas,  son perceptibles externamente  por  no  pertenecer  al  ámbito  exclusivo  de  la  conciencia.  En ocasiones  la  doctrina  se  refiere  a  la  idea  de  exclusiva  protección  de  bienes jurídicos (art. 1.1 CE)27. 

24 Desde antiguo el aforismo minima non curat praetor (o el de minimis non curat lex) expresa esta idea. Sobre éste y otros aforismos y  reglas clásicas, cfr. DOMINGO  (et al.), Principios de Derecho global.  Aforismos  jurídicos  comentados,  Pamplona,  2003,  passim.  Sin  embargo,  por  coherencia interna,  el  enunciado de  la prohibición de  exceso  lleva  a que  en  algunos  casos  se  sancionen también  algunas  conductas  leves  (si  se  prohíben  conductas muy  graves,  el  postulado  de  la proporcionalidad  lleva  a  no  sancionar  siempre  esa  conducta  de  igual  forma,  sino  que  se admiten  sanciones de menor entidad: así, el homicidio por  imprudencia  leve,  cuya previsión entre  las  faltas  no  deja  de  ser  discutible),  que  sería  la  excepción  a  esta  regla  de  la fragmentariedad. 25 Pero ya antes, en los arts. VIII DDHC 1789 y 15 DDHC 1793. 26 También caben excepciones: la prohibición del homicidio no es la única previsión penal para proteger  la  vida  humana:  caben  infracciones  que  podríamos  llamar  de  flanqueo. Así,  la  del delito de tenencia ilícita de armas (arts. 563 ss), o la sanción de homicidios intentados (art. 16.1). 27 Recuérdese el aforismo clásico cogitationis poenam nemo patitur, que sería expresión del carácter externo del Derecho. Pero el Derecho penal exige constatar la presencia del agente en su hecho a través de sus potencialidades psíquicas, por lo que lo interno no es irrelevante para el Derecho penal:  es  preciso  atender  a  lo  interno  para  poder  imputar  responsabilidad,  por  lo  que  el postulado de  la  exclusiva  relevancia de  lo  externo  ha de  hacer una  excepción para  aquellos elementos internos imprescindibles. De nuevo, una excepción en virtud de otros sub‐principios o  reglas: si se postula  la culpabilidad como exigencia del ejercicio del  ius puniendi, habrá que reconocer que ciertos elementos internos son imprescindibles. 

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2.ª III.3. Interdicción de la arbitrariedad.– 

Se da aquí una ponderación entre necesidad y  seguridad  jurídica: es decir,  la existencia de Derecho  legislado obligaría a aplicar éste, pero en algún caso,  la necesidad  de  protección  relativiza  la  «firmeza»  de  la  legislación. Dicho  sub‐principio, excesivamente amplio, se puede concretar en las siguientes reglas: 

i) Estado de Derecho  en  sentido  formal, o  igualdad, que da  lugar a que  casos iguales, sean tratados de forma igual (arts. 1.1 y 14 CE)28, en virtud del cual no tendría  justificación  atenuar  la  pena  a  algunos  sujetos  por  razones  no vinculadas  al hecho ni  a  la personalidad  (el  ser  funcionario, por  ejemplo, no debe  convertirse  en  un  privilegio  penal)29.  O,  dicho  de  otro  modo,  que  se introduzcan diferencias relevantes por razones insuficientes. 

ii) La  institución de  la prescripción de delitos y penas30, en virtud de  la cual, el paso del tiempo hace que no se requiera condenar por una infracción o aplicar una pena: su castigo sería entonces desproporcionado (arts. 9.3 CE y 131 ss CP). 

iii)  Prohibición  de  las  dilaciones  procesales  indebidas  (arts.  24.2 CE  y  4.4 CP),  es decir, que  los retrasos en  la Administración de  Justicia no repercutan sobre el 

28 Recuérdese el aforismo similes sunt in poena, qui similes sunt in delicto. 29 Sin embargo, hay también excepciones, por motivos de necesidad de tutela de la vida social: la inmunidad de que gozan los miembros de las Cortes generales y otras asambleas legislativas (art.  71.2  CE):  la  tutela  de  la  institución  parlamentaria  hace  que  para  procesar  a  los parlamentarios  sea  preciso  contar  con  la  autorización  de  la  Cámara.  No  se  trata  de  una protección personal, sino de una garantía institucional del Parlamento frente a intromisiones del poder ejecutivo o judicial en su marco de libertad. 30 Por la que la seguridad (la ley infringida ha de cumplirse) puede ceder en algunos casos en que  no  se  requiere  sancionar.  Es  lo  que  sucede  con  la  institución  de  la  prescripción:  no  es preciso castigar los delitos cometidos debido a que el paso del tiempo hace innecesario recurrir a la pena. Pero también hay una excepción, que surge de la proporcionalidad: algunos crímenes se declaran imprescriptibles, por lo execrables que son (así, en el arts. 131.2 y 133.2 CP para los delitos de  lesa humanidad, genocidio…; o para  los delitos de  los que puede conocer  la Corte Penal Internacional, art. 29 ER). 

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2.ªprocesado31  (ni sobre  la víctima), de  forma que podrían  tener  relevancia en  la determinación de la pena, según viene admitiendo cierta jurisprudencia32. 

 

IV. Contenidos derivados del principio de proporcionalidad.– 

La proporcionalidad (dignidad) de la tutela entra en conflicto con la pretensión de máxima  tutela  de  la  vida  social  (necesidad)  y  la  libertad  de  la  persona (seguridad  jurídica),  de  donde  surgen  los  siguientes  enunciados  o  sub‐principios: la restricción de la reacción a la subjetividad (IV.1); la ponderación o reducción  de  la  violencia  estatal  (IV.2)  y  la  interdicción  de  la  desproporción (IV.3). 

IV.1. Restricción de la reacción a la subjetividad.– 

La  dignidad  de  los  afectados  exigiría  no  aplicar  restricción  alguna  de  sus derechos y libertades. Pero la necesidad de tutela de la coexistencia o vida social exige  castigar.  Se  impone  la necesidad  sobre  la proporcionalidad. Pero dicho predominio  de  la  primera  sobre  la  segunda  se  da  con  limitaciones,  con  la aminoración de sus consecuencias. Se limita entonces la reacción a los procesos humanos  en  los  que  los  agentes  se  hallan  presentes  como  tales  agentes humanos, y en  función de  las condiciones de  la subjetividad. La necesidad de tutelar la sociedad no debe pasar por alto que la persona, puesto que es un ser racional,  con  facultades  inmateriales,  debe  «estar  presente  en»  su  hecho mediante  las  facultades  intelectuales  y  volitivas  que  lo  caracterizan. A  dicha pretensión  se denomina comúnmente  (sub‐)principio de culpabilidad. De esta 

31 No sin cierto debate, como se deduce de los tres plenos de la Sala II del Tribunal Supremo que han sido precisos para abordar esta materia. Cfr., sobre la relevancia de las dilaciones indebidas, por  ejemplo,  STS  14  de  diciembre  de  1991  (A  9313/1991,  ponente  Bacigalupo  Zapater).  Sin embargo, las opiniones sobre la relevancia que dichas dilaciones hayan de tener en la fijación de la pena han sido diversas  (compárese  la STS 22 de mayo de 2003  [A 4411, ponente Granados Pérez]  con  la  STS  10  de  junio  de  2003  [A  4399,  ponente  Soriano  Soriano]).  El  recurso  a  la atenuante  por  analogía  (cfr.  entre  otras  SsTS  23  de  septiembre  de  2002,  AP  56  [ponente Bacigalupo Zapater]; 19 de septiembre de 2002, AP 26/2003 [ponente Martínez Arrieta]), debería hacer pensar en  la naturaleza de este procedimiento atenuatorio «atípico». Cfr.  JAÉN VALLEJO, «Consecuencias jurídicas de las dilaciones indebidas en el proceso penal», en Actualidad Jurídica Aranzadi, n.º 412, 1999, p 1 ss. 

Más discutible  es  otra práctica del TS  que procede  a  aplicar un beneficio  (una  circunstancia atenuante, por ejemplo) no alegado por la instancia con el fin de no retrasar el fallo: cfr. STS 7 de febrero de 2003 (AP 420), ponente Móner Muñoz. 32 Excepción:  las dilaciones provocadas por quien pretende beneficiarse de éstas:  la relevancia en  la  fijación  de  la  pena  que  correspondería  en  otro  caso  no  tendría  sentido  para  quien  ha provocado maliciosamente  el  retraso  del  proceso  (más  aún,  la  STS  11  de  junio  de  2003  [A 4301/2003, ponente Conde‐Pumpido Tourón] entiende irrelevantes los retrasos, cuando no han sido  denunciados  en  ningún  momento;  pero  esto  no  significa  que  se  exija  al  procesado «agilizar»  el  proceso,  «renunciando»  así  a  la  posible  prescripción  del  delito:  cfr.  STS  19  de septiembre de 2002, AP 26/2003 [ponente Martínez Arrieta]). 

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Límites del Derecho penal (I) 

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2.ª tensión  entre  necesidad  y  proporcionalidad,  con  predominio  de  la  primera, surgen diversas reglas, entre las que destacan: 

i) Personalidad de las penas, o también conocida como interdicción o prohibición de las penas per iniuria tertii, que impide las penas a sujetos colectivos, familia, descendientes (arts. 4.1 CP; 25 ER)33. 

ii) Exigencia de dolo –y de conocimiento de que la conducta se halla prohibida– para castigar, como muestra de  las  facultades psíquicas del agente, aunque en algunos  casos  excepcionales  se  sancione  también  aun  faltando  el  dolo,  por imprudencia (arts. 5; 10; 12; 14 CP; 30 ER)34. 

iii)  Fijación  de  la  sanción  en  función  de  las  condiciones  de  la  personalidad  del delincuente (art. 66.1 CP). 

IV.2. Ponderación o reducción de la violencia estatal.– 

También del conflicto entre necesidad y proporcionalidad  surge  la pretensión de  que  la  respuesta  penal  sea  ponderada,  esto  es,  que  guarde  medida.  La coexistencia se protege pero también se respeta en igual medida la dignidad de los afectados. Puesto que el delincuente es ser social, compete más que a ningún otro  cargar  con  los  costes  de  la  re‐estabilización  (la  pena);  pero  dicha  re‐estabilización debe respetar su dignidad. Para ello, la pena ha de ser adecuada a diversos criterios: la gravedad del hecho y la personalidad del delincuente. No se  trata  de  una medida  de  exactitud  (vida  por  vida,  por  ejemplo),  sino  de proporción. Para  concretar este  todavía demasiado abstracto  sub‐principio,  se formulan diversas reglas, entre otras: 

i) En  la  legislación, proporcionalidad entre  los hechos y  las penas  (arts. 13 CP; 131 LRJ‐PAC),  de  forma  que  a  hechos  graves  correspondan  penas  graves  e, inversamente, a hechos leves, sanciones leves35. Como proporcionalidad que es, no significa que todas las infracciones del mismo género hayan de sancionarse con la misma pena en toda época y país, sino que ha de guardarse una relación  33 Cfr. ya desde antiguo el aforismo poenalis actio non competit  in heredes o el extinguitur crimen mortalitate.  Sin  embargo,  también  se  dan  excepciones  en  el  Derecho  vigente,  como  es  la posibilidad  de  aplicar  restricciones  a  personas  jurídicas,  las  llamadas  «consecuencias accesorias» (arts. 31.2 y 129 CP). 34   Recuérdese el aforismo actus non  facit  reum, nisi mens  sit  rea. La previsión de  la sanción en casos de imprudencia opera como excepción a la regla, que es la exigencia del dolo en el agente. 35 Como  se  expresa  en  el  poena  debet  omne  delicto  convenies;  y  en  la DDHC  1793,  art.  15.  Sin embargo,  se  dan  también  excepciones:  hay  casos  en  que  hechos  menos  graves  acaban mereciendo una pena algo superior a la proporcionada: en casos de reincidencia, en virtud de la circunstancia agravante del art. 22.8.ª (cfr. entre otras, la STC 152/1992, de 19 de octubre [recurso de amparo], ponente Rodríguez Bereijo). A su vez, a  la excepción que  la reincidencia encierra respecto a  la proporcionalidad, se opone una nueva excepción  (no computar  los antecedentes penales  cancelados  o  que  deban  cancelarse:  art.  22.8.ª  in  fine  CP). Que  se  halle  prevista  la excepción  no  quiere  decir  que  dicha  circunstancia  sea  indiscutible.  Por  el  contrario,  en  esta materia, como en otras excepciones y  reglas, es discutible  la existencia de esas previsiones, si existen motivos para admitir una solución mejor. 

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2.ªentre la gravedad sentida como tal en cada sistema y tiempo, y la gravedad que se asocia  también socialmente a  la pena en cuestión  (así,  la pena del delito de homicidio  puede  variar  según  épocas  y  sistemas,  pero  ha  de  ser  una  de  las penas más graves comparativamente de cada sistema: art. 138 CP): se trataría de la proporcionalidad  como  límite al  exceso o para  evitar  la  super‐protección36. No sería proporcionado que los delitos y sus penas no guardaran una relación entre sí en términos comparativos (por ejemplo, que la pena del delito de aborto sea inferior a la del delito de protección de la fauna y flora: cfr. arts. 145.1 y 332 CP):  aquí  la  proporcionalidad  operaría  como  límite mínimo  para  evitar  una infra‐protección. 

ii) En  la  sentencia  judicial,  la pena  se determina en  función de  la gravedad del hecho (arts. 62; 66 CP)37. Ello requiere que el juzgador ha de cerciorarse sobre la concreta antijuricidad material y lesividad de la conducta que enjuicia, de forma que  la pena no quedaría  justificada para una conducta no dotada de relevante antijuricidad material38. Surge la duda, entre otras, de si ha de tenerse en cuenta el mal de una posible poena naturalis al fijar la pena del delito39. 

iii)  Como  manifestación  de  la  igualdad,  también  el  trato  desigual  a  sujetos desiguales  (o  igualdad real o material). Que da  lugar a que sea preciso contar con alternativas a la pena para sujetos inimputables, menores de edad; o a que no se  trate  igual a agentes que desisten de  la ejecución ya  iniciada. Es posible dar  entrada  entonces a  las medidas de  seguridad  (arts. 19; 20  in  fine para  los supuestos 1.º; 2.º; 3.º; CP), en su caso, o a atenuaciones de la pena40. 

36  Interesante  cfr.  las  consideraciones  realizadas  en  la STC 136/1999, de 20‐7‐1999  (recurso de amparo), Ponente Viver Pi‐Sunyer, Fundamentos Jurídicos 22‐24 y 28‐30. 37 La personalidad del delincuente operaría como  factor que hace excepción a ese paralelismo entre pena y gravedad del hecho cometido. De este modo, a pesar de que el hecho sea grave, la pena podría ser, con base en la personalidad de su agente, menor que la que correspondería. En esta misma línea, la práctica judicial de refundir las condenas y obtener así una reducción de la pena final (cfr. art. 76.2 CP, interpretado además con cierta amplitud), encubre un predominio de  la  resocialización del delincuente  sobre  la estricta proporcionalidad entre hecho y  sanción (cfr. STS 20 de noviembre de 2002, AP 177/2003 [ponente Aparicio Calvo‐Rubio]). 38  Cfr.  la  línea  jurisprudencial  que  declara  impune  el  suministro  de  droga  a  un  pariente  o persona próxima para paliar los efectos del síndrome de abstinencia: cfr. resumen en la STS 21 de octubre de 2002, AP 119/2003 (ponente Marañón Chávarri), FD 1.3, aunque no aplica dicha doctrina en este caso. 39 Cfr.  la STS 9 de octubre de 2002  (AP 104/2003, ponente Giménez García), que sí contempla dicha  «poena  naturalis»  en  un  caso  de  quien  transporta  droga  en  el  interior  del  cuerpo (intestino) por el riesgo que ello reporta a su propia salud. 40  Por  ejemplo,  mediante  la  atenuación  de  la  pena  para  sujetos  no  cualificados  en  delitos especiales (como se proponía en cierta jurisprudencia y doctrina y ha pasado a plasmarse en el art. 65.3 CP), o la «impunidad» en casos de desistimiento voluntario en casos de tentativa (art. 16.2 CP, pero téngase en cuenta que el desistimiento no exime de la pena que corresponda por la ejecución ya iniciada, si constituye otro delito). 

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Límites del Derecho penal (I) 

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2.ª iv) La ponderación entre necesidad y proporcionalidad conduce en ocasiones a la adopción de medidas que restringen la libertad para garantizar así el proceso. Se trata de medidas como la de captación de telecomunicaciones41. 

IV.3. Interdicción de la desproporción.– 

El  postulado  de  la  dignidad  da  lugar  a  su  vez  a  que  quede  prohibida  la desproporción al aplicar la ley penal. Se producirá una desproporción si la ley penal se convierte en un fin en sí misma, por lo que se aplicaría aun cuando ello afecta de forma injustificada a la persona. Es preciso adelantar ahora que en el sub‐principio  de  «interdicción  de  la  desproporción»  entran  en  conflicto seguridad  y  proporcionalidad,  con  preponderancia  de  esta  última.  Así,  en concreto, aunque exista una norma penal, es preciso en algunos casos atender a otros elementos –en concreto,  la proporcionalidad– para evitar una aplicación de aquélla que resultaría desmedida. Dicho sub‐principio puede concretarse en las siguientes reglas: 

i) Prohibición de  la doble sanción por  los mismos hechos o  también conocida por el enunciado ne bis in idem (arts. 133 LRJ‐PAC; 8 CP; 10.2 LOPJ)42. Tal regla expresa que aunque existan dos normas «aplicables», no será preciso aplicar las dos en casos en que exista identidad de sujeto, objeto y fundamento, puesto que entonces la sanción sería desproporcionada43. 

ii) Analogía pro  reo,  regla que permitiría aplicar una  ley penal más allá de  su tenor literal, guardando identidad de razón entre las situaciones previstas en la ley y el caso que se presenta, siempre que ello  favorezca al reo (la viabilidad de esta regla es discutida en Derecho penal, a la luz de lo dispuesto en el art. 4 CP, pero  se admite en otros  sistemas y  la  reconocen  sectores de  la doctrina penal española,  de  acuerdo  con  la  tradición  del  aforismo  favoralia  sunt  amplianda, odiosa sunt restringenda)44. 

iii) Posibilidad de aplicación retroactiva de las disposiciones favorables (art. 2.2 CP), como vía para dar entrada a consideraciones de proporcionalidad cuando 

41 Que también admiten excepción, como es sabido: los límites a esas restricciones (por ejemplo, en la prisión provisional). 42 Sobre el alcance de dicha regla, es esencial conocer la no unánime doctrina del TC, que puede compararse en sus Ss 2/2003, de 16 de enero (ponente Casas Bahamonde) y, por otro  lado, las 177/1999, de 11 de octubre y 152/2001, de 2 de julio. 43 De nuevo, a esta regla se efectúan excepciones en casos en que la doble sanción es aceptable: cuando se aplica el llamado Derecho administrativo disciplinario. Cfr., entre otras, la STS 2 de junio de 2003 (ponente Aparicio Calvo‐Rubio). 44 Excepción a esta  regla es que  la analogía a  favor del  reo ha de valorarse de  forma distinta cuando se trata de ampliar causas de  justificación (la legítima defensa, por ejemplo), pues una ampliación analógica de la legítima defensa produce inversamente una restricción de la libertad de aquel contra el que se obra en esa defensa pretendida legítima. Así, pues, sería preciso hacer excepción a dicha regla si la analogía pro reo produjera una desprotección o restricción en otros sujetos (se habría convertido en analogía contra otra persona, el que sufre la defensa). 

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2.ªno es necesaria para  la  tutela de  la vida social45. La retroactividad de  las  leyes favorables no rige en algunos casos: las llamadas leyes temporales, es decir, las promulgadas  para  situaciones  limitadas  en  el  tiempo  (casos  de  guerra, calamidad  pública,  carestía…),  que  son  aplicables  aun  después  de  pasada  la situación que motivó la ley. 

iv) Preceptiva motivación de  las  resoluciones  judiciales como medio que asegura un  proceso  con  todas  las  garantías  y  posibilita  la  tutela  judicial  efectiva,  al permitir fundar en Derecho la decisión judicial y abrir la vía el recurso (arts. 24 y 120.3 CE)46. 

45 Se trataría de una excepción a la regla de la retroactividad de disposiciones favorables. 46  Pero  como  la  motivación  se  exige  por  esas  razones,  está  en  función  de  la  entidad  del menoscabo  que  la medida  impuesta  reporte  al  afectado  (cfr.  STC  144/2002,  de  15  de  julio, recurso de amparo  [ponente García‐Calvo y Montiel]), por  lo que, por un  lado, no se exige el mismo nivel de motivación, sino que dependerá de la afectación a un derecho fundamental o no y  a  la  efectividad  de  la  tutela  (cfr.  STC  209/2002,  de  11  de  noviembre,  recurso  de  amparo [ponente  Vives  Antón]);  y,  por  otro,  no  es  preciso  una  motivación  exhaustiva  en  algunas materias que no la requieren (de nuevo, la excepción: cfr. por ejemplo, la STC 171/2001, de 30 de septiembre,  recurso  de  amparo  [ponente  Jiménez  Sánchez],  según  la  cual  no  es  preciso  una contestación  pormenorizada  de  todas  las  cuestiones);  como  sucede  en  la  motivación  para hechos y para decisiones (Cfr. STS 30 de enero de 2003 [ponente Martínez Arrieta], AP 428, FD 1.º). © [email protected] 

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Límites del Derecho penal (I) 

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2.ª Principios de necesidad de tutela y proporcionalidad:  

Principios: Subprincipios, entre otros: Reglas, entre otras: Excepciones posibles: Radical: Socialidad

11. Prohibición de exceso. N<P

111. Idoneidad o rendimiento. N<P 1’. Cumplimiento íntegro en algunos delitos.N

11. Prohibición de exceso. N<P

112. Prohibición de la pena de muerte, cadena perpetua y penas contra la integridad física. N<P

2’. Pena de muerte en leyes militares (han sido derogadas). N

11. Prohibición de exceso. N<P

113. No-desocialización. N<P 3’. Sanciones penitenciarias del régimen interno. N

Principio de: NECESIDAD de tutela de la vida

12. Reducción a la intervención imprescindible N/P

121. Lesividad. Conductas más graves. N/P 1’. En ocasiones se prevén infracciones levísimas por coherencia del sistema. S

social: es posible aplicar penas para proteger la

12. Reducción a la intervención imprescindible N/P

122. Subsidiariedad. N/P 2’. “Infracciones de flanqueo”. N

coexistencia. 12. Reducción a la intervención imprescindible N/P

123. Carácter externo de las infracciones. P/N 3’. Exigencia de elementos subjetivos para imputar (dolo, elementos subjetivos del injusto). N

13. Interdicción de la

arbitrariedad. N/S 131. Igualdad formal: a iguales trato igual. N/S

1’. Inviolabilidades. Inmunidad parlamentaria.N

13. Interdicción de la arbitrariedad. N/S

132. Prescripción de delitos y penas. N/S 2’. Imprescriptibilidad de ciertos crímenes.N

13. Interdicción de la arbitrariedad. N/S

133. Prohibición de las dilaciones procesales indebidas. N/S

3’. Dilaciones provocadas por quien pretende beneficiarse de ellas. S

Radical: Dignidad

21. Restricción de la reacción a la subjetividad (culpabilidad). N>P

211. Personalidad de las penas. N>P 1’. Consecuencias accesorias aplicables a sujetos colectivos. N

21. Restricción de la reacción a la subjetividad (culpabilidad). N>P

212. Exigencia de dolo. N>P 2’. Sanción de conductas por imprudencia. N

21. Restricción de la reacción a la subjetividad (culpabilidad). N>P

213. Fijación de la pena en función de las condiciones de la personalidad. N>P

3’. Proporción con la gravedad del hecho.

Principio de PROPORCIONALIDAD

22. Ponderación o reducción de la violencia estatal. P/N

221. Proporcionalidad en la ley entre los hechos y las penas. P/N

1’. Agravación de la pena en casos de reincidencia. N

de la reacción penal: las restricciones a la

22. Ponderación o reducción de la violencia estatal. P/N

222. Pena en la sentencia de acuerdo con la gravedad del hecho. P/N

2’. Atenuación de la pena en función de la personalidad del agente. P

libertad individual, han de ser mínimas.

22. Ponderación o reducción de la violencia estatal. P/N

223. Igualdad material: trato desigual a sujetos desiguales. P/N

3’. Impunidad “parcial” por desistimiento en la tentativa. N

22. Ponderación o reducción de la violencia estatal. P/N

224. Limitación de derechos aun en fase procesal (escuchas telefónicas, por ejemplo). P/N

4’. Posibles ampliaciones en casos muy graves. N

23. Interdicción de la

desproporción P>S 231. Ne bis in idem. P>S 1’. Algunos casos de sanciones

disciplinarias. N 23. Interdicción de la

desproporción P>S 232. In dubio pro reo. Analogia pro reo. P>S 2’. Salvo que deje desprotegida a la

“víctima”. N 23. Interdicción de la

desproporción P>S 233. Aplicación retroactiva de las disposiciones favorables. P>S

3’. Ultraactividad de las llamadas leyes temporales; Tempus regit actum N

23. Interdicción de la desproporción P>S

234. Motivación de las resoluciones. P>S 4’. No siempre es exhaustiva.

  

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3.ªLÍMITES DEL DERECHO PENAL (II) I. Legalidad y seguridad jurídica.– 

I.1. Introducción. El llamado principio de legalidad como exigencia del Estado de Derecho.– I.2. Las cuatro garantías y los caracteres de la ley penal.– I.3. El principio de seguridad jurídica.– 

II. Contenidos derivados del principio de seguridad jurídica.– II.1. Legalidad de delitos y penas.– II.2. Previsión del proceso como medio para aplicar las leyes.– II.3. Sometimiento de la ejecución mediante la Ley.– 

 

En la lección anterior han quedado trazados los principios y reglas que derivan de  los  radicales  socialidad  y  dignidad  del  ser  humano. Queda  por  referirse ahora al tercero de esos radicales, la libertad. De ésta, como ya se ha señalado, surge el principio de seguridad  jurídica y diversos sub‐principios, por colisión con  los  dos  anteriores.  En  efecto,  como  también  se  dejó  dicho,  los  principios, excesivamente amplios, y por eso  inoperantes para el caso concreto, entran en colisión o fricción con otros, y dan lugar a diversas reglas, que sí son operativas para los concretos casos de la práctica. 

En esta lección se expone con cierto detenimiento qué se entiende comúnmente por  «principio  de  legalidad  jurídica»  (I).  En  realidad,  no  se  trata  de  un principio, según lo que se dijo sobre éstos en la Lección 2.ª. En cambio, sí lo es la llamada  «seguridad  jurídica»,  según  lo  que  allí mismo  se  expuso  y  aquí  se recordará.  Se  pasará  después  (II)  a  estudiar  los  concretos  contenidos (subprincipios y reglas) a que da lugar la seguridad jurídica. 

 

I. Legalidad y seguridad jurídica.– 

I.1.  Introducción. El  llamado principio de  legalidad como exigencia del Estado de Derecho.– 

El  principio  de  legalidad  penal  se  enuncia  como  un  postulado  básico  del Derecho  penal,  como  exigencia  liberal  del  Estado  de  Derecho.  Bajo  dicha denominación  se entiende que  toda  restricción de  la  libertad ha de  llevarse a cabo mediante  instrumentos  jurídicos, más en concreto, mediante  leyes, como medio  con  el  que  cuenta  para  regirse  la  comunidad  que  elige  sus representantes.  Aunque  se  conocen  algunas  formulaciones  del  principio  de legalidad  con  anterioridad  a  la  Ilustración1,  es  durante  ésta  y  bajo  el pensamiento ilustrado cuando adquiere un peculiar sentido político: el ejercicio  1 Cfr.  en  la Charta Magna Libertatum,  1215, de  Juan  Sin Tierra; Constitutio Criminalis Carolina, 1533/1555, de Carlos V; y otras fuentes jurídicas: cfr. DOMINGO OSLÉ (et al.), Principios de Derecho global. Aforismos jurídicos comentados, Pamplona, 2003, núm. 512; MASFERRER DOMINGO, Tradición y reformismo en la codificación penal española, Jaén, 2003, pp 111‐112. 

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3.ª del  ius  puniendi,  en  la medida  en  que  afecta  a  derechos  y  libertades  de  los ciudadanos, ha de venir  establecido por  el poder  legislativo,  es decir, por  los representantes de aquéllos. 

Ya en 1764 plantea C. Beccaria la legalidad como signo del Derecho penal de la Ilustración2: expresión de la soberanía del pueblo frente a la arbitrariedad de la actividad judicial. Pero es pocos años después (1799‐1800), en la obra de P.J.A.v. Feuerbach, cuando la legalidad adquiere una formulación más acabada3. Frente a  los excesos de  la aplicación del Derecho de su época  (del Derecho común4), expone su convencimiento de que la  ley ha de recoger con precisión  infracciones y sanciones.  En  concreto,  formula5  en  1801:  cualquier  imposición  de  pena presupone una  ley penal  (nulla  poena  sine  lege);  condición de  la  aplicación de una  pena  es  la  existencia  de  una  acción  prohibida  o  delito  (nulla  poena  sine crimine)6; y condición del delito es una pena establecida en la ley (nullum crimen 

2 Cfr. en BECCARIA, De  los delitos y de  las penas, 1764  (varias eds. castellanas), caps.  IV y V, de donde se extracta el siguiente pasaje, que ha de entenderse en el contexto (cfr. infra, nota 4) de lo que era común en la práctica judicial penal: «un códice fijo de leyes, que se deben observar a la letra, no deja más facultad al juez que la de examinar y juzgar en las acciones de los ciudadanos si son o no conformes a la ley escrita.» (trad. De las Casas, varias eds.). 

3  La  idea  es  patrimonio  del  pensamiento  ilustrado,  como  se  percibe  en  las  obras  de  otros autores. Cfr., por  lo demás,  la obra del  español LARDIZÁBAL Y URIBE, Discurso  sobre  las penas, contraído a  las Leyes  criminales de España para  facilitar  su  reforma, 1.ª ed., Madrid, 1782,  (2.ª ed., 1828), ed. (transcrita) de Serrano Butragueño, Granada, 1997, cap. II. 

4  En  la Revision  (FEUERBACH, Revision  der Grundsätze  und Grundbegriffe  des  positiven  peinlichen Rechts, I parte, Erfurt, 1799; II parte, Chemnitz, 1800 [reimpr., Aalen, 1966]) Feuerbach se refiere sobre  todo al Derecho  recogido en  la Constitutio Criminalis Carolina  (1533/1555). La aplicación del  Derecho  común  por  los  jueces  de  la  época  precedente  se  halla  marcada  por  las arbitrariedades  a  que  se  podía  llegar mediante  los márgenes  de  decisión  que  la  legislación dejaba al  juez. Concretamente, es  la  institución de  la pena extraordinaria  la que abría para el juez  la posibilidad de establecer penas sin someterse a  las previstas directamente en  la  ley (es decir, la fijación de una pena –la llamada «extraordinaria»– según el arbitrio judicial a diferencia de la señalada en la ley –la «ordinaria»–; sobre éstas, cfr. TOMÁS Y VALIENTE, El derecho penal de la Monarquía  absoluta  (siglos  XVI‐XVII‐XVIII),  Madrid,  1969,  pp  333  y  377;  SCHAFFSTEIN,  Die allgemeinen  Lehren  von  Verbrechen  in  ihrer  Entwicklung  durch  die  Wissenschaft  des  gemeinen Strafrechts, Berlín, 1930 (reimpr., Aalen, 1973), pp 39‐43; también, muy ilustrativo, pero en otro contexto, NIETO, El arbitrio  judicial, Barcelona, 2000, pp 214‐216), cuando se estaba no ante un caso de delito consumado doloso de autor único, sino ante casos de  imprudencia,  tentativa o complicidad.  

5  Cfr.  FEUERBACH,  Lehrbuch  des  gemeinen  in  Deutschland  geltenden  peinlichen  Rechts,  1.ª  ed., Giessen, 1801, § 24, en p 20 (4.ª ed., § 20, en pp 21‐22; y sucesivas ediciones). Ya en Revision, I, 1799, p 148 expone que al delito corresponde una pena  legalmente establecida  (nullum crimen sine poena legali); que la pena legalmente establecida corresponde sólo por un delito (nulla poena legali sine crimine). 

6 Más  allá  del  fundamento  liberal  del  principio,  su  exposición  tiene  por  base  la  personal concepción de Feuerbach sobre el Derecho y  la  llamada coerción psicológica  (cfr. Anti‐Hobbes, Erfurt, 1798, p 192; Revision, I, p 38): el destinatario de la ley, un individuo racional que podría 

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3.ªsine  poena  legali)7. Desde  entonces  la  idea  se plasma,  con diversas variantes y añadidos,  en  la  formulación de una  serie de  garantías  («Nullum  crimen, nulla poena sine praevia lege penale certa, scripta et stricta»), que viene a resumir la idea de  legalidad penal y que  se ha hecho  común en  la doctrina y  jurisprudencia. Pero sobre todo, se va plasmando en los diversos textos de Derechos Humanos8 y del Derecho penal codificado9. 

I.2. Las cuatro garantías y los caracteres de la ley penal.– 

Con  dicha  denominación  de  garantías  se  refiere  la  doctrina  a  los  contenidos concretos de  la seguridad  jurídica en materia penal. Se  trata de consecuencias del sub‐principio de legalidad, que operan como garantías frente al ejercicio del ius puniendi. Dicho  con otras palabras:  frente al ejercicio del derecho penal, el ciudadano cuenta con la protección (garantías) que deriva de la legalidad. Así, por ejemplo, sólo será lícito el recurso al derecho penal si es la ley la que define los delitos, y no el  juez o el poder ejecutivo. En concreto, se habla de garantía criminal  (el  crimen  o  delito  ha  de  estar  definido  en  la  ley),  penal  (la  pena  o sanción que corresponda al delito ha de definirse en la ley), jurisdiccional (el juez que conoce de  la causa por el delito para aplicar sanciones, en su caso, ha de estar determinado por la ley) y de ejecución o penitenciaria (el cumplimiento de las sanciones ha de llevarse a cabo mediante el régimen legalmente establecido). De este modo, se evita la arbitrariedad que derivaría de sanciones no previstas en  la  ley,  o  por  comportamientos  que  no  son  delito,  o  mediante  jueces  y procedimientos no definidos en la ley, o ejecutadas al margen de la ley. 

calcular  las  consecuencias  que  le  reporta  cometer  el  delito,  se  ve  conminado  a  evitarlo.  Su propia concepción sobre la coerción psicológica exige una legislación precisa en la definición de lo prohibido y de las sanciones. Lo que Feuerbach sostiene sobre el principio de legalidad es así, no  sólo una propuesta político‐criminal acorde  con el espíritu de  la  ilustración,  sino  también una exigencia de  la  idea de coerción psicológica, parte  insustituible de su teoría sobre  la pena (cfr.  el  planteamiento  de  los  tres  primeros  capítulos  de  la Revision,  dedicados  a  exponer  su doctrina  sobre  la  pena,  ley  penal  e  imputación:  la  aplicación  judicial  de  la  pena  exige  una doctrina de la imputación, que él deriva de la doctrina de la pena y ley penal: cfr. Revision, I, p XX). 

7 El enunciado que después se ha hecho común «nullum crimen sino lege» no aparece en esos textos de Feuerbach, que se centra en defender que  los  jueces obren con sujeción a  la  ley (cfr. Revision, I, pp 109 ss). Pero en ello va implícito que la ley debe ser precisa en la definición de lo prohibido: cfr. ibidem, pp 136‐139, 163. 

8 Así, en las francesas DDHC, 1789, VII‐VIII; DDHC, 1793, arts. 10 y 14; hasta llegar a la actual DUDH, art. 11.2, y otros textos. 

9 Cfr. el código penal para Baviera (1813, obra de Feuerbach). Aunque el enunciado latino no se recoja, obviamente, en  la  ley, ésta pretende ser expresión acabada de  tal  regla:  la descripción legal de los delitos y penas ha de ser precisa y apurada, para no dar pie a ninguna duda en su aplicación. Sobre la intención de Feuerbach y sus contemporáneos de limitar el ejercicio del ius puniendi, hay que tener en cuenta cuál y cómo era la práctica  judicial en la época anterior (cfr. nota 4).  

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3.ª Con este enunciado se insiste en que la ley penal ha de reunir unas condiciones que hacen posibles las cuatro garantías en cuestión. En concreto, se trata de que la ley que define delitos, penas, el juez y el régimen de cumplimiento (las cuatro garantías, en definitiva) sea previa a la comisión del hecho. Se exige además que la ley sea cierta o precisa en la definición de los delitos, penas y demás garantías, puesto que una indeterminación de esos contenidos harían vanas las garantías. Por ley escrita se entiende que el ius puniendi no tiene como fuente la costumbre, por lo que queda excluida ésta como fuente de delitos y penas. Finalmente, que la  ley  penal  sea  estricta  significa  que  no  cualquier  ley  escrita  es  fuente  de Derecho  penal,  sino  que  se  suele  exigir  ley  emanada  del  poder  legislativo, puesto  que  también  otras  instancias  (poder  ejecutivo, por  ejemplo)  aprueban normas  (que  pueden  englobarse  bajo  la  denominación  de  «legislación»10),  y además con un cierto rango. Más adelante se expondrán dichos contenidos en el marco de los sub‐principios y reglas aquí implicados. 

El  ideal  ilustrado  de  estricta  plasmación  legal  de  las  conductas  conminadas  bajo amenaza de pena  tiene una motivación política clara:  la  restricción del poder  judicial por  la ley, el poder  legislativo. Esta  idea  lleva a temer que  los  jueces pudieran  incluso interpretar la ley, de donde se origina el postulado de que los jueces han de limitarse a aplicar  la  ley  como  si  se  tratase  de  un  silogismo  lineal  y  límpido;  así,  en  Beccaria, cuando  en  el  capítulo  IV de  su obra De  los  delitos  y  las  penas, postulaba  el  recurso  al «silogismo perfecto» en  la aplicación de  la  ley, sin  interpretación11. Aunque no es sólo Beccaria  quien  propugna  esta  prohibición  de  interpretar  las  leyes12.  Ya  en  la recopilación  del  Derecho  territorial  para  Prusia  (el  Allgemeines  Landrecht  für  die Preußischen Staaten,  1794)  se  «prohibía»  en  cierto modo  la  interpretación  judicial13. El 

10 Sobre el uso de tal expresión en el art. 25.1 CE, cfr. infra II. 

11 «Tampoco la autoridad de interpretar las leyes penales puede residir en los jueces criminales por  la misma  razón  que  no  son  legisladores  [...]  En  todo  delito  debe  hacer  por  el  juez  un silogismo perfecto. Pondráse como mayor la ley general, por menor la acción conforme o no con la  ley, de que  se  inferirá por consecuencia  la  libertad o  la pena. Cuando el  juez por  fuerza o voluntad quiere hacer más de un silogismo, se abre la puerta a la incertidumbre. No hay cosa tan peligrosa como aquel axioma común que propone por necesario consultar el espíritu de la ley. Es un dique roto al torrente de las opiniones [...] El espíritu de la ley sería, pues, la resulta de la buena o mala lógica de un juez, de su buena o mala digestión; dependería de la violencia de sus pasiones, de la flaqueza del que sufre, de las relaciones que tuviese con el ofendido, y de todas  aquellas  pequeñas  fuerzas  que  cambian  las  apariencias  de  los  objetos  en  el  ánimo fluctuante del hombre [...] Un desorden que nace de la rigurosa y literal observancia de una ley penal, no puede  compararse  con  los desórdenes  que nacen de  la  interpretación  [...] Pero un códice  fijo de  leyes, que  se deben observar a  la  letra, no deja más  facultad al  juez que  la de examinar y  juzgar  en  las acciones de  los  ciudadanos  si  son o no  conformes a  la  ley  escrita.» (trad. cit.). 

12 Sobre este tema, cfr. LOOSCHELDERS/ROTH, Juristische Methodik im Prozeß der Rechtsanwendung. Zugleich  ein  Beitrag  zu  den  verfassungsrechtlichen  Grundlagen  von  Gesetzauslegung  und Rechtsfortbildung, Berlín, 1996, pp 26‐27. 

13 Cfr. HATTENHAUER  (ed.)/BERNERT, 3.ª ed., Berlín, 1996. Cfr.  ibidem, Publikationspatent, núm. XVIII; y Einleitung, §§ 46‐50, donde se expresa que el juez, al decidir sobre un asunto, no puede sino emplear el sentido que deriva de las palabras de la ley (§ 46), y si ésta resulta dudosa, ha de 

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3.ªcódigo penal para Baviera  (1813) no  llegó  a  tanto, pero  sí  a prohibir  los  comentarios privados  de  la  ley,  aunque  autorizó  sólo  unas  anotaciones  oficiales14.  Nuestra Constitución  de  1812  distinguía  entre  interpretación  de  las  leyes  (propia  del  poder legislativo) y su aplicación (correspondiente al  judicial). Heredero de este movimiento que niega capacidad de interpretación  judicial de la ley es nuestro actual art. 4, que se introduce ya en 1850 en el entonces CP 1848. Por esta vía el Derecho se ve reducido a cierto automatismo, que pasaría a ser una de las divisas del positivismo jurídico de años posteriores. Pero ello  resulta ajeno al carácter práxico del Derecho, que no se  limita a «aplicar» una ley, sino a resolver conflictos sociales con justicia. 

I.3. El principio de seguridad jurídica.– 

En  la Lección 2.ª  se  expuso  el  fundamento de  los  tres principios básicos de  la política criminal. Recuérdese cómo la seguridad es el principio expresión de la libertad  humana. Dicha  idea  significa  que  la persona  –ser  social  y digno–  es además libre, es decir, abierto y no predeterminado. La persona al actuar se rige por normas. Y la norma exige contar con la libertad del destinatario: un ser no libre  no  requiere  normas  susceptibles  de  cumplimiento  o  no,  sus  normas  se cumplen  inexorablemente.  De  este  modo,  la  socialidad  se  debe  proteger principalmente a  través de prohibiciones  («poder»  en  sentido normativo: «no puedes hacer esto, porque está prohibido»), y no por vías fácticas: es decir, no sólo mediante  la mera  evitación de  conductas  imposibilitando  físicamente  su realización, sino gracias a prohibiciones («poder» en sentido fáctico: «no puedes hacer  esto  porque  es  imposible»). De  la  libertad  surge  la  idea  de  seguridad, como un postulado imprescindible, pues si un ser libre obra mediante normas, éstas  han  de  preceder  a  la  acción.  En  efecto,  reconocer  que  existen  normas susceptibles de ser cumplidas, y no meramente normas  físicas, presupone que el destinatario puede obrar en un sentido u otro («debes luego puedes»), lo cual implica  que  ese  destinatario  no  está  predeterminado,  sino  que  se  guía  por normas. 

Que  el  ser  humano  es  libre  forma  parte  de  los  postulados  básicos  que  permiten entendernos como personas. La vida social parte del presupuesto de que somos libres, de que nuestro existir no se halla regido por un destino ciego. Esto es lo que permite la imputación  al  otro  de  algo  como  hecho,  lo  que  posibilita  la  vida  social misma.  La libertad posibilita  la  existencia de  las normas,  como pauta del  actuar. La  libertad  así planteada  cuenta  con que  el destinatario de  las normas  es un  ser  abierto,  inacabado, 

mostrar sus dudas a la comisión legislativa (§ 47), sin perjuicio de que si no encuentra precepto alguno, recurra a  los principios generales del Derecho y a casos similares (§ 49) y denuncie  la omisión para que se legisle al respecto (§ 50). 

14 Mediante el decreto  real de publicación, de 19 de octubre de 1813; en esos  comentarios de carácter  oficial  (aparecidos  el  mismo  1813,  en  tres  volúmenes)  al  parecer  Feuerbach  no interviene.  El  propósito  de  Feuerbach  –de  acuerdo  con  su  concepción  sobre  el  principio  de legalidad y el ideal liberal sobre el ciudadano– era más bien que la clara redacción del Código (cfr. Revision, I, pp 136‐139, 163) permitiera su aplicación sin dudas: sobre ello, cfr. Eb. SCHMIDT, Einführung in die Geschichte der deutschen Strafrechtspflege, 3.ª ed., Gotinga, 1965, § 250, en pp 266‐267. 

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3.ª pero a  la vez sujeto de su propio desarrollo personal. Su esencia personal es  libertad. Dicha  idea  de  la  libertad  se  presta  también  a  malentendidos,  como  podría  ser  el concebir que la libertad (de elegir) es lo que nos hace seres humanos, como se percibe en  el  existencialismo.  Eso  supondría  igualmente  un  desenfoque  sobre  lo  que  es  la esencia personal y el acto de ser de la persona. La persona no es tal por ser libre, sino que su esencia es la apertura en su conducta, es libre. 

La idea de seguridad adquiere después el contenido del ideal ilustrado de libertad y de la pretensión de  limitación del poder por  el Derecho,  el Estado de Derecho  (formal), vinculada a la idea de legalidad (el llamado «principio» de legalidad)15. Pero ya antes la seguridad apela a la persona como ser abierto, no determinado. El ámbito propio de la política criminal del presente no puede prescindir de la idea de seguridad jurídica que se halla contenida en el principio de legalidad. 

 II. Contenidos derivados del principio de seguridad jurídica.– 

Como principio que es, y al  igual que  los dos anteriores,  la seguridad  jurídica entra  en  fricción  y  colisión  con  los  dos  principios  restantes  (necesidad  y proporcionalidad), de donde  surgen diversos  sub‐principios y después  reglas más concretas. Así, como sub‐principios se conocen el de legalidad de delitos y penas (II.1), el de previsión del proceso como medio para aplicar las leyes (II.2) y el de sometimiento de la ejecución mediante la Ley (II.3). 

Recuérdese cómo la necesaria protección de la vida social ha de respetar el carácter libre del ser humano. Por eso, dicha protección ha de efectuarse mediante normas (así, por ejemplo, prohibiciones y prescripciones que  restringen  el movimiento:  el  afectado no puede actuar en un sentido u otro –en el sentido normativo del verbo poder), más que mediante  instrumentos  fácticos  (así, por  ejemplo,  barreras  y  cadenas  que  impiden  el movimiento: el afectado no puede moverse –en el sentido fáctico del verbo poder), que no tendrían en cuenta el carácter libre del sujeto. La seguridad jurídica conduce a que la protección  de  la  vida  social  (necesidad)  no  pueda  llevarse  a  cabo  si  no  es mediante normas. Así,  aunque  la  necesaria  protección  de  la  vida  social  exigiría  en  ocasiones mayor o más eficaz  tutela,  se ve  sometida a  lo que es propio de una  tutela mediante normas, condición que ha de respetarse. 

II.1. Legalidad de delitos y penas.– 

La necesidad de tutelar la coexistencia no puede llevarse a cabo al margen del Derecho formal, de la ley. La seguridad se impone así sobre la necesidad. Esta prevalencia de la seguridad da lugar a la idea de legalidad, como sub‐principio, y ésta a diversas  reglas  (taxatividad,  irretroactividad, exigencia de  ley escrita, 

15  Es  interesante  conocer  la  opinión  de  RADBRUCH,  El  espíritu  del Derecho  inglés,  1946,  trad. castellana,  Peg  Ros, Madrid/Barcelona,  2001,  pp  59‐71,  cuando  se  plantea  como  uno  de  los rasgos fundamentales del sistema jurídico inglés precisamente la seguridad jurídica (p 59): ¡y el modo de realización del Derecho no cuenta con  las  leyes formales como  lo hacen  los sistemas continentales! 

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3.ªreserva  de  ley  orgánica,  legalidad  procesal).  Por  su  relevancia  práctica,  nos vamos a extender en la exposición de algunas de ellas. 

i)  La  regla  de  taxatividad  (mandato  de  determinación)  de  las  previsiones  de delitos  y  penas. Con  tal  idea  se  quiere  expresar  que  la  descripción  legal  de infracciones y sanciones (garantías criminal y penal16) ha de ser precisa, sin dar lugar a ambigüedades sobre  los márgenes de  lo prohibido17 y de  las concretas sanciones18  (arts.  9.3 y  25.1 CE,  1,  2.1,  4.1 CP)19. Detengámonos  a describir  el contenido de esta regla de la taxatividad. 

16 Problemática resulta la posibilidad de imponer penas de carácter vergonzante, como sucede en  algunos  estados  americanos  del  norte:  la  sanción  consiste  en  arrostrar  la  vergüenza  de señalarse como delincuente ante la comunidad próxima. Entiendo que el problema fundamental es  la  falta de  límite  a  las  sanciones que deviene de  la  incontrolabilidad de  la  ejecución. Cfr. PÉREZ TRIVIÑO, en ADPCP, 2000, aunque él es de otra opinión (dichas penas menoscabarían la dignidad). 

17 Sin embargo, en la medida en que la ley recurre al lenguaje y recoge descripciones generales («los homicidios», en general), ha de admitir cierto grado de imprecisión. Se trata de buscar una ponderación entre  la  taxatividad y  la generalidad  (entre seguridad y necesidad de  tutela). En este sentido, hay que señalar cómo la doctrina del TC ha admitido que la taxatividad exigible a la legislación penal puede convivir con el empleo de términos amplios o generales o elementos normativos imprecisos (STC 62/1982, de 15 de octubre [ponente: Gómez‐Ferrer Morant], recurso de amparo, FJ 7: «En relación con esta pretendida vulneración debemos recordar que el art. 25.1 de la Constitución establece que nadie puede ser condenado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta [o infracción administrativa] de acuerdo con la  legislación vigente. Es cierto que el principio de  tipicidad a que  responde el precepto está íntimamente conectado con el de seguridad jurídica, y es cierto también que el legislador, para conseguir la finalidad protectora que persigue el Derecho Penal, debe hacer el máximo esfuerzo posible para que la seguridad  jurídica quede salvaguardada en la definición de los tipos. Pero dicho lo anterior, ello no supone que el principio de legalidad quede infringido en los supuestos en  que  la  definición  del  tipo  interpone  conceptos  cuya  delimitación  permita  un margen  de apreciación, máxime  en  aquellos  supuestos  en que  los mismos  responden  a  la protección de bienes  jurídicos  reconocidos  en  el  contexto  internacional  en  el  que  se  inserta  nuestra Constitución, de acuerdo con su art. 10.2 y en supuestos en que la concreción de tales bienes es dinámica y  evolutiva y puede  ser distinta  según  el  tiempo y  el país de que  se  trate;  ello  sin perjuicio de que la incidencia sobre la seguridad jurídica, en los casos en que se produzca, deba tenerse en cuenta al valorar la culpabilidad y en la determinación de la pena por el Tribunal.»). Se trataría, de nuevo, de excepciones a la regla expuesta de la taxatividad. 

18 Pero se dan casos, como excepción, en los que la necesidad prevalece sobre la seguridad. En el primer  estadio del proceso, y  en virtud de  la  legislación procesal,  se permite  imponer  como medidas cautelares algunas restricciones de  libertad (que se tendrán en cuenta para  la pena que finalmente se llegue a imponer, en su caso), como la prisión provisional o privación preventiva de  derechos  (art.  17.4  CE,  34.1  y  58  CP).  Razones  de  necesidad  se  imponen  así  sobre  la seguridad  (todavía no  se ha probado  la  culpabilidad), pero dichas  restricciones  se  someten a estrictos  límites  (garantías), mayores conforme más  intensa  sea  la afectación a  los derechos y libertades del afectado. Y en algunos casos extremos, ampliación (cfr. art. 504 Lecr). 

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3.ª Se pretende exigir con tal enunciado que la ley penal ha de ser taxativa, precisa, en  la definición de cualquier restricción de  los derechos y  libertades (de ahí  la otra denominación habitual: mandato de determinación). Razón de ello, como ya sabemos, es la pretensión de limitar el ejercicio del ius puniendi estatal, pues de lo contrario, la vaguedad e imprecisión dejaría en manos de una instancia no legislativa  lo  que  ha  de  entenderse  por  delito  y  pena.  El  mandato  de determinación prohíbe  así  el  recurso  a  la  analogía para definir  el delito  y  la pena.  Por  analogía  se  entiende  la  extensión  del  ámbito  conceptual  de  un enunciado  legal más  allá  de  la  dicción  literal,  pero  guardando  identidad  de razón20. Puesto que  la  analogía daría  lugar  a  sobrepasar  la  letra de  la  ley,  se entiende  que  no  puede  ser  empleada  en  Derecho  penal,  al  menos  para establecer  el  ámbito de  lo prohibido y  sanciones  (delitos y penas), o  también conocido como prohibición de la analogía contra reo. Discutido es, en cambio, lo que puede  suceder mediante  la  analogía  a  favor del  reo,  es decir,  cuando  la analogía favorece (por ejemplo, para restringir el contenido de un delito). 

El  código penal  español,  en  su  art.  4.1, dispone  que  las  «leyes penales no  se aplicarán  a  casos distintos de  los  comprendidos  expresamente  en  ellas». Con términos  casi  idénticos  se  expresa, desde  años  antes,  el  art.  4.2 del CC  («Las leyes penales  ... no  se aplicarán a  supuestos  ... distintos de  los  comprendidos expresamente en ellas.»). El código penal prevé además el modo de proceder el juez ante casos no comprendidos expresamente en la ley. Se trata de supuestos que,  sin  hallarse previstos  en un precepto,  le parecen  al  juez merecedores,  o bien de  la  impunidad o una menor pena  (art. 4.3), o bien  inversamente de  la sanción (art. 4.2). En ambos casos,  la  ley vincula al  juez hasta el punto que no puede obviarla ni suplir su ausencia. 

De esta manera, queda planteado el siguiente panorama para el juzgador: i) no le  es  lícito  aplicar  una  pena  (o  medida  de  seguridad)  allá  donde  no  exista previsión legal expresa de presupuestos y consecuencias jurídicas; así lo exige el principio de legalidad penal (arts. 1 y 2 CP), de donde deriva la prohibición de  19 El código penal español, en su art. 4.1, dispone que las «leyes penales no se aplicarán a casos distintos de los comprendidos expresamente en ellas». Con términos casi idénticos se expresa, desde años antes, el art. 4.2 del CC («Las leyes penales ... no se aplicarán a supuestos ... distintos de  los  comprendidos  expresamente  en  ellas.»).  El  código  penal  prevé  además  el modo  de proceder el juez ante casos no comprendidos expresamente en la ley. Se trata de supuestos que, sin hallarse previstos en un precepto, le parecen al juez merecedores, o bien de la impunidad o una menor pena  (art. 4.3), o bien  inversamente de  la sanción (art. 4.2). En ambos casos,  la  ley vincula al juez hasta el punto que no puede obviarla ni suplir su ausencia. 

20 Conviene diferenciar interpretación y analogía. Por interpretación se entiende el procedimiento intelectual  de  fijación  del  contenido  de  un  precepto, mediante  los  instrumentos  o  cánones (gramatical,  sistemático, histórico y  teleológico). La analogía va más allá de  la  interpretación, por cuanto la solución o contenido del precepto de que se trata va más allá de lo que permite el sentido  literal posible, aunque se mantenga  la  teleología o  finalidad del precepto. La analogía no es por tanto interpretación; ni siquiera es interpretación extensiva o ampliadora (la que se da cuando  se  toman  los  términos del precepto  en  su  significado más amplio posible), pues  ésta sigue dentro del sentido literal posible. 

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3.ªanalogía contra reo  (referida a  las consecuencias penales).  ii) No  le es  lícito, en consecuencia, extender el ámbito de un  tipo o  sanción más allá de  la expresa mención  legal;  igualmente del principio de  legalidad de  los delitos deriva una prohibición de analogía contra reo (referida a los comportamientos punibles). iii) Pero  tampoco  le  es  lícito  dejar  de  aplicar  una  pena  (o medida  de  seguridad), aunque  el  juzgador  tenga  la  convicción  de  que  la  conducta  o  el  agente  no merecen una sanción, o una tan grave como la prevista en la Ley, casos en los que sólo se prevé la petición de indulto. Se habla en estos últimos supuestos de una «prohibición» de analogía favor rei, aunque su fundamento no parece ser el principio garantista de  legalidad penal  (puesto que no  tendría aquí el sentido de  evitar  excesos del  ius  puniendi),  sino una  suerte de principio de  legalidad procesal  llevada, más allá de  la persecución de  los delitos, hasta  la aplicación concreta de  la  ley. Así como en  los dos primeros supuestos es claro el sentido garantista derivado del principio de legalidad, no parece que la prohibición de analogía se base en semejantes razones materiales. 

La  tesis mayoritaria  defiende  que  no  es  posible  (en  Derecho  español)  recurrir  a  la analogía en  favor del reo. Los argumentos que amparan  la prohibición de  la analogía favor rei parten, en nuestro Derecho, de la dicción literal del art. 4, como también de su predecesor,  el  art.  2.II  CP  1973.  Los  términos  literales  del  precepto  dejan  fuera terminantemente  los  casos  distintos  (párrafo  1);  además,  se  arbitra  la  solución  de petición de indulto como única vía para hacer excepciones a la severidad de la ley penal (párrafo 3). En definitiva, más allá de la letra de la ley, no cabe aplicar el Derecho penal. En  la misma línea, parece poder  invocarse el art. 9.3 CE, que garantiza el principio de legalidad  y  la  seguridad  jurídica,  de  donde  se  deduce  que  «legalidad»  abarca  la prohibición,  no  sólo  de  sancionar  cuando  no  está  previsto  legalmente  (sentido negativo),  sino  también  de  dejar  de  aplicar  una  norma  penal  (sentido  positivo).  En definitiva, el «principio de legalidad», la «rigurosa aplicación» de la Ley, no permitirían reducir su alcance o extensión a través de la analogía. 

Un segundo argumento, de carácter sistemático, vendría a corroborar lo anterior: cuando el legislador ha decidido recurrir a la analogía, así lo ha previsto expresamente, tanto en favor  como  en  contra,  o  con  ambos  efectos21.  Por  lo  que,  más  allá  de  estos  casos 

21  En  efecto,  el  CP  prevé  la  posibilidad  de  atender  a  supuestos  «análogos»  en  abundantes lugares. En primer  lugar, para  completar  el  tipo de un delito  cuando por  razones de  técnica legislativa se ha recurrido a enumeraciones o ejemplificaciones (arts. 20.I.2.ª, para las sustancias de  efectos  análogos  a  las  drogas;  323‐324,  «institución  análoga»;  336,  «de  similar  eficacia destructiva»;  266.1  y  4,  346,  «otro[‐s] medio[‐s] de  similar  potencia destructiva»;  350,  «obras análogas»;  474,  «otros  actos  semejantes»). En  segundo  lugar,  también por  razones de  técnica legislativa, cuando se emplea para impedir la inaplicación de un precepto ante la limitación de las descripciones empleadas  (arts. 21.6.ª, circunstancias atenuantes «de análoga significación»; 42, para  extender  la pena de  inhabilitación para  empleo a «otros  análogos»; 72, para  el «uso analógico de las reglas anteriores» en materia de determinación de la pena; 239.I.1.º, en cuanto al concepto de ganzúa en sede de  robo con  fuerza en  las cosas; 255‐256, para defraudaciones análogas a  las de  fluido eléctrico, en  la rúbrica; 297, al definir «sociedad» en el ámbito de  los delitos societarios; DT 7.ª, para la agravante de reincidencia; DT 11.ª,1.l], para la comparación de penas  y  medidas);  para  referirse  a  la  circunstancia  de  parentesco  «análoga  relación  de afectividad» (arts. 23; 153.I; 424; 443; 444.2; 454); o para abrir la posibilidad a cierto margen de 

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3.ª expresos, no cabría el  recurso a  la analogía. Un  tercer argumento, de  índole histórica, abunda en la negación de la analogía. Al aprobarse el precepto del art. 4, se prescindió del contenido del respectivo precepto de los proyectos de 1980 y 1983, donde se incluía la mención de  la analogía en  favor del reo22; y se volvió a un precepto en  la  línea del antiguo  art.  2. Un  cuarto  argumento,  de  carácter  teleológico,  afirma  que  recurrir  a  la analogía, aun en favor del reo, atentaría contra el postulado de la separación de poderes (art.  66.2 CE),  por  cuanto  el  judicial  estaría  creando Derecho.  Se  entiende  así  que  la reducción de los tipos o sus consecuencias, mediante la analogía constituye creación de Derecho,  de  normas  que  coartan  las  determinaciones  legislativas  del  primer  poder. Dicha  creación  de  Derecho  por  una  instancia  no  legislativa  atentaría,  además,  a  la seguridad jurídica (art. 9.3 CE), por cuanto dejaría en manos de cada juzgador, a la hora de decidir el Derecho aplicable, la determinación del ámbito de lo punible y lo impune. 

El  fundamento,  por  tanto,  de  la  prohibición  de  la  analogía  favor  rei  no  es  tanto garantista,  cuanto  coyuntural  (el  legislador  histórico  español),  por  un  lado,  e institucional  (separación de poderes), por otro. En  efecto,  así  como  los  tres primeros argumentos vienen determinados por la concreta letra, contexto y antecedentes de la ley española, el cuarto es de mayor alcance, y sería proyectable  también a otros sistemas. Pero lo cierto es que en el Derecho comparado las cosas no parecen tan evidentes como a esa  doctrina  mayoritaria  española,  pues  se  reconoce  con  buenos  argumentos  la posibilidad de la analogía cuando favorece al reo (así, en la doctrina alemana cuando la analogía  favorece  al  reo23).  También  parte  de  la  doctrina  española  entiende  que  el precepto del art. 4.3 no impediría el recurso a la analogía favor rei24. 

decisión (arts. 83.1.4.º; 105.I.1.f]). El recurso a referencias de analogía o similitud cumple distinta finalidad en otros preceptos (arts. 214.II; 221; 274.1; 609). 

22 Dan noticia de ello CEREZO MIR, Curso, I, 1996, p 174 (partidario de dicha mención); MIR PUIG, DP. PG,  4/43  (no por  ello deja de defender  el  recurso  a  la  analogía  en  favor del  reo),  quien expresa cómo dichos  textos  incluían  tanto  la mención de  la posible analogía  favor rei, como el precepto de «rigurosa aplicación».  

23 Cfr. LACKNER, StGB, § 1, 21.ª ed., 1995, Nm 5; JESCHECK, Tratado, § 15.III.2.d). 

24  La  doctrina  que  defiende  la  analogía  favor  rei  no  pretende  ni  pasar  por  alto  el  art.  4,  ni convertir la analogía en una vía alternativa de creación libre de Derecho. Tres restricciones de la doctrina en este sentido merecen destacarse. Así, en primer  lugar, se sostenía para el antiguo art. 2.II  –y  ahora para  el  4.3– que  la  analogía  es una  forma de  «aplicación» de  la Ley,  como también  lo es  la  interpretación: en este recurso a  la analogía se propone restringir su uso a  la «“aplicación analógica rigurosa” (es decir, cuidadosa y no a la ligera)» (así, MIR PUIG, DP. PG, 4/43;  cfr.  también  BACIGALUPO  ZAPATER,  Principios  de Derecho  penal,  4.ª  ed.,  1997,  p  79).  En segundo  lugar,  para  superar  la  expresa mención  del  art.  4.3  de  nuestro  código,  se  sugiere entender que cuando éste se refiere a las «leyes penales», debe entenderse la ley que crea delitos o penas, es decir, cuando restringe y no cuando beneficia; de forma semejante, para el art. 4.2 del código civil  (así, MIR PUIG,  ibidem). Por otra parte, en  tercer  lugar, se propone  impedir  la analogía para crear o ampliar eximentes, que quedarían impedidas a partir de la expresa letra del art. 4.3 (así, CEREZO MIR, Curso,  I, 1996, pp 173‐174, algo que considera «un grave error  la exclusión [sc. en el art. 4.3] de la posibilidad de aplicar eximentes por analogía»; en la 4.ª ed., pp 184‐185 la admitía, sin embargo). 

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3.ªii)  También  nos  es  conocido  que  las  leyes  penales  no  se  aplican retroactivamente, o regla de la irretroactividad de las disposiciones restrictivas de derechos25  (arts.  9.3 y  25.1 CE,  2.1 CP). De nuevo  se percibe  aquí un  sentido garantista  y  limitador:  se pretende  que  la  ley penal  no  se  aplique  a  aquellos hechos en los que, por ser anteriores a su ejecución, no tenía su agente motivos para  evitarlos.  La  razón  de  tal  enunciado  es,  una  vez más,  la  pretensión  de limitar  el  ejercicio  del  ius  puniendi  estatal,  puesto  que  de  lo  contrario,  la aplicación  retroactiva  de  leyes  penales  dejaría  al  destinatario  de  la  ley  en situación  de  permanente  incertidumbre  sobre  su  posible  responsabilidad26. Distinto  es,  en  cambio,  lo  que puede  suceder  con  aquellas disposiciones  que favorecen  al  reo,  en  cuyo  caso,  se  admite  la  posibilidad  de  aplicación retroactiva. El  código penal español prevé  en  su art. 2.1 que no podrá  castigarse delito o falta, o imponerse medida de seguridad alguna, si no es por «Ley anterior a su perpetración», que es plasmación de lo dispuesto en los arts. 9.3 y 25.1 CE y 2.3 CC.  La  razón  y  fundamento  de  ello  es,  como  ya  ha  sido  señalado,  la  de garantizar  la  libertad y derechos  individuales frente a  intromisiones del poder ejerciendo  ius  puniendi.  En  efecto,  si  se  aplicaran  restricciones  con  vigencia retroactiva, la inseguridad sería intolerable. 

Pero existen excepciones a dicha regla: así, cuando se trata de una  ley que favorece al reo:  en  estos  casos,  rige  la  aplicación  retroactiva  (art.  2.2 CP). No  hay  que  buscar  el fundamento en la misma razón en la que se basaba la irretroactividad. Para ésta es una razón de garantía de la persona frente a la arbitrariedad que derivaría de recurrir al ius puniendi para castigar conductas anteriores a la aprobación de la ley. En cambio, cuando de aplicación retroactiva se trata, estamos ante una ley favorecedora, cuya aplicación se basa en razones de proporcionalidad (puesto que la sociedad no requiere mantener una ley  penal  como  la  anterior,  resultaría  desproporcionado  mantener  una  sanción  de acuerdo  con  aquélla  ley).  El  alcance  de  esta  aplicación  retroactiva  de  disposiciones favorables  se  extiende,  en  nuestro  Derecho,  a  los  casos  en  que  hubiere  ya  recaído sentencia  firme,  o  el  reo  se  hallare  cumpliendo  condena  (cfr.  art.  2.2 CP)27.  Y  dicha 

25 Que se halla contenida en  la regla antigua: «lex retro non agit». Dicha regla cuenta con una excepción:  las  leyes  favorables  se  aplican  retroactivamente. A  esta  excepción  se  oponen  en algunos  casos nuevas excepciones:  las  leyes  temporales no pierden vigencia aun después del tiempo  para  el  que  fueron  dictadas,  salvo  que  se  disponga  otra  cosa;  además,  en materia procesal  se  aplican  las  leyes  vigentes  en  el momento  de  juzgar  (rige  la  regla  «tempus  regit actum»). 

26 El código penal español prevé en su art. 2.1 que no podrá castigarse delito o falta, o imponerse medida de seguridad alguna, si no es por «Ley anterior a su perpetración», que es plasmación de lo dispuesto en los arts. 9.3 y 25.1 CE y 2.3 CC. La razón y fundamento de ello es, como ya ha sido  señalado,  la de garantizar  la  libertad y derechos  individuales  frente  a  intromisiones del poder ejerciendo ius puniendi. En efecto, si se aplicaran restricciones con vigencia retroactiva, la inseguridad sería intolerable. 

27 Como son razones de proporcionalidad, es posible que tengan diverso alcance los efectos de la retroactividad: la solución española le otorga gran relevancia, mientras que en otros sistemas es mucho menor (en otros sistemas, la pena ya impuesta y en cumplimiento, se mantiene, por ejemplo). 

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3.ª excepción opera como regla, frente a la cual existen a su vez nuevas excepciones: la más conocida  la  ultraactividad  de  las  leyes  temporales  (esto  es,  las  dictadas  para  una situación concreta delimitada, expresa o implícitamente, en el tiempo). En estos casos, la ley temporal extiende su vigencia más allá del tiempo para el que fue dictada, salvo que en algún caso se disponga lo contrario (art. 2.2 in fine CP). Por ejemplo, una ley dictada para  tiempo  de  guerra  continúa  vigente  y  aplicándose  aun  terminada  la  guerra (obviamente  para  los  hechos  cometidos  durante  aquel  tiempo).  La  razón  de  esta excepción  proviene  de  que,  de  lo  contrario,  la  ley  iría  perdiendo  sentido  y  vigencia conforme se acercara el momento final del tiempo para el que se dictó. 

La situación en esta materia puede resumirse así: i) rige la irretroactividad: no es lícita  la  aplicación  retroactiva  de  una  ley  restrictiva  (penas  y/o medidas  de seguridad) a hechos cometidos con anterioridad a  la entrada en vigor de una ley. Excepciones a esta regla son:  ii)  la ultraactividad de una  ley  temporal, más allá  del  tiempo  para  el  que  fue  dictada;  y  iii)  la  retroactividad  de  aquellas disposiciones que sean favorables al reo. 

iii)  Se  exige  además  que  la  Ley  sea  escrita  (normas  escritas,  y  no consuetudinarias), por  lo que quedan  excluidas normas que no  tengan  rango formal  de  ley.  Dicha  exigencia  se  ha  concretado  en  la  práctica  de  nuestro Derecho  en  que  la  costumbre  no puede  crear delitos  ni  penas28. Con  ello,  se pretende  evitar  la  incertidumbre  derivada  de  la  imprecisión  y  falta  de conocimiento general que puede tener la costumbre29. Sin embargo, téngase en 

28 En efecto,  la costumbre queda apartada del catálogo de posibles  fuentes del Derecho penal. Con ello, se pretende evitar la incertidumbre derivada de la imprecisión y falta de conocimiento general  que  puede  tener  la  costumbre  (lo  cual  no  impide  que  la  costumbre  tenga  alguna relevancia  –ciertamente  escasa–  en Derecho  penal: por  ejemplo,  quien  obra  en  virtud de  un derecho reconocido por costumbre, actúa de forma legítima, por lo que no podrá oponerse, en principio,  frente  a  él, violencia  como defensa  legítima para  impedirle  ese derecho  –deber de tolerancia  del  ejercicio  de  un  derecho  legítimo  surgido  por  costumbre–;  claramente,  esta relevancia  no  llega  a  fundar  la  existencia  de  delitos  o  penas  «creados»  por  costumbre;  cfr. también BACIGALUPO ZAPATER, Principios, 4.ª ed., 1997, p 81). 

Conviene,  además,  mencionar  el  posible  valor  de  la  costumbre,  a  través  del  Derecho internacional, en materias de  las que conocerá  la Corte Penal  Internacional, que vendría a ser una  excepción  a  la  estricta  reserva de  ley  en materia penal. En  efecto, España ha  suscrito  el Estatuto  de Roma,  17  de  julio  de  1998,  por  el  que  se  instituye  la Corte  Penal  Internacional (publicado  en  el  BOE  de  27  de mayo  de  2002).  En  dicho  Estatuto  (art.  38)  se  reconoce  a  la costumbre internacional el carácter de fuente, lo cual tiene relación con el papel de la costumbre en  el Derecho  internacional  (y  la  interpretación  que  hace  la  doctrina  del  art.  15.2  del  Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 1966). 

29 Lo cual no impide que la costumbre tenga alguna relevancia –ciertamente escasa– en Derecho penal: por ejemplo, quien obra  en virtud de un derecho  reconocido por  costumbre, actúa de forma legítima, por lo que no podrá oponerse, en principio, frente a él, violencia como defensa legítima para  impedirle ese derecho  (deber de  tolerancia del ejercicio de un derecho  legítimo surgido por costumbre). Claramente, esta relevancia no llega a fundar la existencia de delitos o penas «creados» por costumbre. 

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3.ªcuenta el matiz: la costumbre no puede ser fuente creadora de delitos y penas30, lo cual no impide que tenga cierta relevancia de otro orden31. 

iv) La regla de reserva de ley orgánica en materia penal. De lo dicho hasta ahora cabe deducir que  la  fuente del Derecho penal es  la  ley. Se  trata de una  ley  en sentido  formal, esto es, emanada de una  instancia  legislativa en sentido estricto (Parlamento), pero  no  sólo  esto. Bajo  el  término  ley  se  engloban  sin duda  la Constitución y  los tratados  internacionales,  las diversas  leyes que promulga el poder  legislativo.  Pero  en  sentido  estricto,  no  cabe  englobar  las  normas emanadas por el poder ejecutivo en ejercicio de  funciones normativas de que también se halla en su caso  investido. Aparte, es preciso conocer que  leyes en sentido  formal  son  emanadas por diversas  instancias  legislativas  (en España, por  ejemplo,  las  Cortes  generales  y  los  parlamentos  de  las  Comunidades Autónomas), y que entre las leyes en sentido formal las hay de diverso género (por  lo menos en España, son posibles  las  llamadas «leyes orgánicas», además de las ordinarias). No todas ellas, como se expone a continuación, son fuente de Derecho penal. En efecto, doctrina y jurisprudencia se refieren a la «reserva de ley orgánica en materia penal», para expresar que la ley formal en materia penal ha de reunir el carácter de orgánica (arts. 81.1 y 149.1.6.ª CE). 

¿Cómo se formula y dónde surge la exigencia plasmada en esta regla? El punto de partida es  la mención que efectúa el art. 25.1 CE a  la  legalidad: Nadie puede ser condenado o sancionado por acciones u omisiones que en el momento de producirse no constituyan delito, falta o infracción administrativa, según la legislación vigente en aquel momento. Dicho precepto, situado en la sección 1.ª del cap. II del Título I de la Constitución («De los derechos y deberes fundamentales»), prevé la legalidad en el marco del máximo reconocimiento por el Ordenamiento. Sin embargo, el alcance de dicho precepto plantea algunas cuestiones. 

En  efecto,  desde  el  punto  de  vista  gramatical,  el  sentido  de  las  expresiones parece claro: queda prohibida la aplicación de penas por conductas no previstas en  la  ley. Pero ¿qué se debe entender por  ley («legislación»)? Para concretarlo, conviene acudir a los tres restantes cánones o instrumentos de la interpretación de  las normas. Además del canon gramatical, es preciso confrontar su alcance con arreglo a lo que deriva del conjunto o contexto (canon sistemático) en el que se enmarca el precepto en cuestión. Así, y puesto que se  refiere a condenas o sanciones, a delito,  falta o  infracción administrativa,  el  contenido del  término «legislación»  ha  de  incluir  tanto  las  leyes  que  definen  el  Derecho  penal  en sentido  estricto  (código  penal:  delitos,  faltas  y  penas),  como  el  Derecho 

30 Dicha afirmación debe entenderse con salvedades: España ha suscrito el Estatuto de Roma, 17 de julio de 1998, por el que se instituye la Corte Penal Internacional (publicado en el BOE de 27 de mayo  de  2002).  En  dicho  Estatuto  (art.  38)  se  reconoce  a  la  costumbre  internacional  el carácter  de  fuente,  lo  cual  tiene  relación  con  el  papel  de  la  costumbre  en  el  Derecho internacional  (y  la  interpretación que hace  la doctrina del art. 15.2 del Pacto  Internacional de Derechos Civiles y Políticos, 1966). 

31 Cfr. también BACIGALUPO ZAPATER, Principios, 4.ª ed., 1997, p 81. 

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3.ª administrativo  sancionador  (infracciones y  sanciones);  ello  se  confirma  con  el significado amplio que adquiere el término «legislación» en otros lugares. A esa conclusión se llega también al tener en cuenta cómo se fraguó durante el trámite de  elaboración del  texto  constitucional  la  actual mención  (canon  histórico):  se excluyó expresamente la referencia a la «Ley», término que por ser más preciso hubiera  limitado  el  significado  a  la  ley  emanada  del  Parlamento.  El  término «legislación» es más amplio, pues abarca tanto leyes formales (del Parlamento) como  normas  emanadas  del  poder  ejecutivo  en  ejercicio  de  funciones normativas  de  que  se  halla  investido.  Esta  conclusión  sería  coherente  con  el sentido  que  venía  a  adquirir  la  declaración  constitucional  del  «principio»  de legalidad en 1978  (canon  teleológico): entonces, y ahora, se  trataba de  limitar al ius puniendi del poder  legislativo, pero  también del ejecutivo, para  lo cual era preciso  referirse,  tanto  a  Leyes  formales  (esto  es,  emanadas  del  Parlamento), como  a normas de menor  rango  (esto  es, del Ejecutivo). Entender, pues, que «legislación» significa cualquier norma, amplía las garantías propias de la idea de legalidad frente al ejercicio del ius puniendi. 

Pero  a  la  vez  abre  un  nuevo  problema:  y  es  que  los  preceptos  ahora mencionados  no  establecen  una  garantía  fuerte  y  rígida  para  los  casos  de creación parlamentaria de delitos y penas. Considerar de  igual  relevancia  las normas  del  legislativo  y  las  del  ejecutivo,  rebajaría  el  nivel  y  sentido  de  la protección  constitucional  de  los  ciudadanos  frente  al  poder.  La  idea  de legalidad  ha  de  ofrecer más  bien  una  protección  o  garantía  amplia  frente  al recurso  a  cualquier manifestación  de  legislación  que  prevea  ius  puniendi.  En efecto,  la  amplitud  del  significado  de  «legislación»  no  puede  hacer  vano  el sentido máximamente garantista que adquiere la legalidad en materia penal. En cambio,  cuando  lo  que  está  en  juego  son  los  derechos  y  libertades  más fundamentales, las garantías han de ser máximas. A esta consecuencia se puede llegar al  tener  en  cuenta otros preceptos de  la misma Constitución. Gracias a estos  preceptos  la  idea  de  legalidad  como  garantía  máxima  puede  quedar asegurada. En concreto, el art. 86.1 CE impide legislar mediante Decreto‐Ley en materias  que  afectan  a  los  derechos  y  libertades  fundamentales. Además,  el precepto contenido en el art. 81.1 CE: cuando se trata de materias que afectan a los derechos fundamentales y libertades públicas, se precisa una ley formal que ha de tener el carácter de orgánica32. Y como las leyes que prevén penas afectan, por  este mismo motivo,  ya  a derechos  fundamentales  y  libertades públicas33, deberán tener el carácter de orgánicas. La «legislación» a la que se refiere el art. 

32  Las  leyes  orgánicas  no  son  leyes  de  rango  superior,  sino  leyes  que,  debido  a  su  objeto (derechos  fundamentales  y  libertades  públicas,  estatutos  de  autonomía,  régimen  electoral central,  y  otras)  exigen  una  tramitación  algo  especial,  como  garantía:  se  requiere  mayoría absoluta para su aprobación, modificación o derogación, en una votación final sobre el conjunto del proyecto (art. 81.2 CE). 

33  Podría  cuestionarse  si  la  pena  de multa  afecta  o  no  a  tales  derechos  y  libertades.  Pero  la existencia de la responsabilidad personal subsidiaria en caso de impago de multas (art. 53 CP) sitúa ya estas penas en el ámbito de las sanciones que afectan a derechos fundamentales. 

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3.ª25.1  CE  es,  en materia  penal,  «ley  orgánica».  O,  con  otras  palabras,  puede decirse que rige una reserva de ley orgánica en materia penal34. 

A pesar de  esa  conclusión, y de que,  como ya  sabemos,  en Derecho penal  se exigen  leyes  en  sentido  formal,  también  es  preciso  saber  que  los  diversos preceptos no contienen en sí todos los contenidos necesarios para ser aplicadas. Por  el  contrario,  cualquier  precepto,  por  simple  que  parezca  se  pone  en conexión  con  otros  de  la  misma  ley,  o  de  otras.  Se  entiende  así  que  las proposiciones  jurídicas  resultan  las  más  de  las  veces  incompletas,  y  sólo mediante la integración con otras proposiciones adquieren su sentido completo y  aplicable. Por  ejemplo,  cuando  la  ley define  en  el  art.  138  el homicidio, no expresa una proposición  completa,  sino que  requiere, para  su aplicación, que entren en escena los preceptos que definen el dolo (art. 5); en su caso, los de la comisión por omisión  (art. 11),  la  tentativa  (art. 16), y muchos otros, como  los del aborto, magnicidio, etc. Sólo mediante la integración de diversos preceptos es  posible  dar  con  una  proposición  completa,  una  norma,  que  permita  su aplicación al caso en cuestión. 

Entre estas operaciones de integración de la norma jurídica, conviene atender a la  figura  de  las  llamadas  «leyes  penales  en  blanco». Con  dicha  expresión  se refiere  la  doctrina  a  un  precepto  penal  que,  definiendo  con  precisión  la consecuencia jurídica (la pena), no establece con precisión en cambio el alcance del presupuesto de la norma, sino que se remite a otras disposiciones, de igual o distinto rango, para integrarlo35. No es nada difícil encontrar en el CP diversas remisiones como éstas: cfr. arts. 310, 325, 333, 334, 360, 361, entre muchos otros. En  ellos,  como  se  podrá  comprobar,  el  comportamiento  delictivo  no  sólo  se define  describiendo  una  conducta,  sino  además  con  la  remisión  a  lo  que  la legislación  disponga  en  cada  momento  (por  ejemplo,  en  el  delito  contra  el medio ambiente, el art. 325, no sólo exige que se realicen vertidos, emanaciones, etc., a la atmósfera, sino además que éstos sean contrarios a lo dispuesto en las «Leyes u otras disposiciones generales»). Así, se comete delito medioambiental no  por  el  solo  hecho  de  realizar  vertidos,  sino  que  éstos  han  de  superar  los máximos  que  tolera  la  legislación  en materia  de  industria.  La  necesidad  de  34 Como se acaba de exponer, la letra de los preceptos de la Constitución no es muy clara en este sentido. Ha sido  la práctica de  la  legislación  la que ha establecido como una regla de validez estable el que las leyes penales han de tener el carácter de orgánicas. Se trata, pues, de una regla cuya vigencia se ha  ido  imponiendo más allá de  la concreta  letra de  los preceptos. Es más:  la vigencia  del  «principio  de  legalidad»  también  en materia  de medidas  de  seguridad  no  se derivaría  tanto  de  la  concreta  redacción  del  art.  25.1,  cuanto  de  las  necesarias  garantías materiales  que  exige  cualquier  restricción  intensa  de  derechos  y  libertades  como  la  del  ius puniendi estatal. 

35 Se suele hablar de «ley penal en blanco al revés» cuando lo remitido para ser integrado es la consecuencia: así si la ley penal fijara –no es el caso español– una multa en función de lo que se haya fijado como cantidad de salario mínimo interprofesional (multa entre 15 y 25 unidades de salario  mínimo,  por  ejemplo).  La  ley  penal  se  remitiría  de  este  modo  a  la  legislación presupuestaria  en donde  se  establece  cada  año  esa  cantidad. El problema de  estas  leyes  «al revés» sería algo distinto y más problemático que las que se estudian ahora en el texto. 

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3.ª tutelar  con  flexibilidad  algunos  sectores de  la  vida  social  aconseja  a menudo recurrir a esta clase de  leyes, pues su  rápida evolución convertiría a  la  ley en obsoleta y dejaría dicho ámbito sin protección efectiva. 

Estas remisiones plantean problemas desde el punto de vista de las garantías derivadas del  principio  de  legalidad  en  las  remisiones  a  normas  de  órganos  distintos  al Parlamento,  por  cuanto  serían  normas  emanadas  de  otras  instancias  (incluso gubernativas) las que vendrían a integrar las proposiciones penales. En nuestro país ello permite las remisiones a normas de Comunidades Autónomas y a las aprobadas por el poder ejecutivo. ¿Son compatibles estas remisiones con las debidas garantías derivadas del  «principio  de  legalidad»?  El  Tribunal  Constitucional  ha  tenido  ocasión  de pronunciarse a este respecto a  favor de  la compatibilidad de dichas remisiones con  la Constitución,  siempre que  se den ciertos  requisitos:  i) que  se proceda a una  remisión expresa; justificada además ii) por la importancia de la protección; y, sobre todo, iii) que la  ley  penal  exprese,  además  de  la  pena,  el  «núcleo  esencial  de  la  prohibición»  con suficiente  certeza.  Es  lo  que  podría  denominarse  doctrina  del  «complemento indispensable»36. 

Una cuestión adicional es la que plantean las remisiones a legislación de Comunidades Autónomas. En efecto, puesto que con claridad se establece en la CE (art. 149.1.6.ª) que la  competencia para  legislar  en materia penal  corresponde  exclusivamente  al Estado, puede  suceder  –de  hecho  ya  está  sucediendo–  que  se  abran  diferencias  entre  las diversas Comunidades Autónomas. En concreto, que la integración de un precepto que remite a legislación autonómica acabe en diferencias entre las Comunidades, de forma que lo que es delito en una, no lo sea en otra. Lo cual entraría en contradicción con la competencia exclusiva estatal en materia penal –lo cual significa que son normas para todo  el  Estado–.  El  Tribunal Constitucional  ha  tenido  ya  ocasión  de  referirse  a  esta cuestión,  en  la  que  ha  reconocido  la  posibilidad  de  que  la  diversidad  entre Comunidades dé lugar a diferencias en materia de legislación penal37. 

36  Cfr.  STC  127/1990,  de  5  de  julio  (ponente:  García‐Mon  González‐Regueral),  recurso  de amparo, FJ 3.º.B): «es conciliable con los postulados constitucionales la utilización legislativa y aplicación  judicial de  las  llamadas  leyes penales en blanco  (STC 122/1987); esto es, de normas penales  incompletas  en  las que  la  conducta o  la  consecuencia  jurídico penal no  se  encuentre agotadoramente prevista en ellas, debiendo acudirse para su integración a otra norma distinta, siempre  que  se  den  los  siguientes  requisitos:  que  el  reenvío  normativo  sea  expreso  y  esté justificado  en  razón  del  bien  jurídico  protegido  por  la  norma  penal;  que  la  ley,  además  de señalar  la pena, contenga el núcleo esencial de  la prohibición y sea satisfecha  la exigencia de certeza o, como señala  la citada Sentencia 122/1987, se dé  la suficiente concreción, para que  la conducta  calificada  de  delictiva  quede  suficientemente  precisada  con  el  complemento indispensable de la forma a la que la ley penal se remite, y resulte de esta forma salvaguardada la  función de garantía de  tipo con  la posibilidad de conocimiento de  la actuación penalmente conminada». 

37 Cfr. STC 120/1998, de 15 de junio (ponente: Viver Pi‐Sunyer), recurso de amparo, FJ 4.º.b): «De estas consideraciones se desprende que el órgano judicial puede seleccionar como complemento válido de la ley penal las normas de las Comunidades Autónomas dictadas en el marco de sus respectivas competencias. En tal caso será preciso que dichas normas autonómicas se acomoden a  las  garantías  constitucionales  dispuestas  en  el  art.  25.1  de  la  CE  y  que  no  “introduzcan divergencias  irrazonables y desproporcionadas al  fin perseguido  respecto al  régimen  jurídico 

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3.ªv) Sobre el juez recae además el deber de aplicar la ley (el llamado «”principio” de  legalidad  en  sentido  procesal»38),  sin que pueda dejar de hacerlo,  aunque  el caso concreto no le merezca, según su apreciación la impunidad, por ejemplo39 (art. 4.3 CP). 

II.2. Previsión del proceso como medio para aplicar las leyes.– 

Para  garantizar  los  derechos  y  libertades  de  las  personas  es  preciso  que  la protección de la sociedad se lleve a cabo sólo en el marco de un proceso, puesto que  ello permite  excluir  o  reducir  las  arbitrariedades.  Se  trata de  asegurar  el cumplimiento  de  las  normas  (seguridad),  pero  respetando  la  dignidad  de  la persona (proporcionalidad). Da lugar a diversas reglas, entre otras: 

i) La regla del juez predeterminado por la ley (garantía judicial), en virtud de la cual,  sólo es posible hacer  efectivo  el  cumplimiento de  las  leyes mediante un proceso  iniciado ante  el  juez ordinario,  sin que  sea  lícito  recurrir a  tribunales excepcionales (arts. 24.2, 117.6 CE, 3.1 CP). 

ii) Puesto que se trata de aplicar las leyes respetando la dignidad de los posibles afectados,  es preciso  que  se  lleve  a  cabo  el procedimiento  judicial  como  está previsto  legalmente, o  regla del proceso debido  (art. 3.1 CP)40. De este modo,  la 

aplicable  en  otras  partes  del  territorio”,  doctrina  que  hemos  reiterado  en  relación  con  la capacidad sancionadora de  las Comunidades Autónomas (SSTC 87/1985, FJ 8.º; 48/1998, FJ 25; 152/1988, FJ 14; 227/1988, FJ 29; 75/1990, FJ 5.º; 86/1990, FJ 5.º; 100/1991, FJ 4.º; 136/1991, FJ 1.º y 2.º; 108/1993, FJ 3.º; 168/1993, FJ 8.º; 87/1995, FJ 8.º; 156/1995, FJ 7.º y 9.º; 96/1996, FJ 5.º; 196/1996, FJ 3.º, y 15/1998, FJ 13). Puesto que de acuerdo con nuestra doctrina acerca de las leyes penales en blanco […] el núcleo del delito ha de estar contenido en la ley penal remitente, la función de la norma autonómica remitida se reduce simplemente a la de constituir un elemento inesencial de  la  figura delictiva.» Sobre este  tema, cfr. SILVA SÁNCHEZ, «¿Competencia «indirecta» de  las Comunidades Autónomas  en materia  de Derecho  penal?»,  en  La  Ley  1993‐1,  pp  964‐982;  el mismo,  «Las  normas  de  complemento  de  las  leyes  penales  en  blanco  pueden  emanar  de  las Comunidades Autónomas», en PJ 52, 1998, pp 483‐496. 

38 Como ya fue expuesto, cabe dudar del carácter de principio de dicho enunciado: se trataría más  bien  de  una  regla  derivada  del  principio  de  seguridad  jurídica,  o  al  menos  un  sub‐principio. 

39 Pero en algunos casos se deja de perseguir el delito, por criterios de «oportunidad». Además, cabe suspender (excepción) la aplicación en casos concretos: el indulto (cfr. Ley de 18 de  junio de 1870 por la que se establecen reglas para el ejercicio de la gracia del indulto). 

40 No cabe desconocer que se tiende a otorgar relevancia a  la conformidad del acusado con  la acusación dirigida contra él (655, 694, 695.II Lecr.), que sería una excepción al proceso entendido como  la vía para  aplicar  la  ley. Téngase  en  cuenta  además  el  alcance de  la  conformidad: de acuerdo con doctrina de la Sala II del TS, la conformidad del acusado con la acusación, cierra la posibilidad de recurrir en casación la sentencia en cuestión (salvo en algunos casos): cfr. STS 19 de noviembre de 2002, AP 185/2003 (ponente: Abad Fernández), con referencias. 

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3.ª afectación de la dignidad exige garantías y límites en proporción a la entidad de esa afectación41. Téngase en cuenta además las numerosas reglas procesales. 

iii) Regla de  la  llamada  «presunción  de  inocencia»42, que vienen  a garantizar  el respeto debido  a  la dignidad de  la persona  (proporcionalidad),  la  cual  exige probar  la culpabilidad del supuesto delincuente y además de acuerdo con  las normas que regulan el proceso (art. 24.2 CE)43. 

iv) El  enunciado  nemo  tenetur  seipsum  accusare  es más  que un  aforismo, pues plasma  la prevalencia de  la dignidad de  la persona sobre  las necesidades, por acuciantes que se presenten, de aplicar la ley y garantizar así la necesidad (art. 24.2 CE)44. 

41  Por  lo  que  las  garantías  procesales  del  art.  24  CE  admiten  matizaciones  en  el  proceso administrativo sancionador: cfr. STC 236/2002, de 9 de diciembre (ponente: Jiménez de Parga y Cabrera) AP 133/2003, FJ 5.º. 

42  Aunque  la  proposición  «quilibet  praesumitur  bonus,  donec  probetur  contrarium»  se encuentra ya en los Glosadores, su contenido actual es relativamente moderno (siglo XVIII): cfr. HRUSCHKA,  «Die Unschuldsvermutung  in der Rechtsphilosophie der Aufklärung», ZStW  112 (2000),  pp  285‐286.  La  jurisprudencia  constitucional  admite  sólo  como  pruebas  que  pueden desvirtuar  la presunción de  inocencia aquellas que  se hayan practicado en el  juicio oral. Cfr. STC 195/2002, de 28 de octubre, recurso de amparo [ponente: Cachón Villar]), o que hayan sido sometidas a contradicción (STC 167/2002, de 18 de septiembre), pero admite también esa misma doctrina (cfr. ibidem, STC 195/2002, FJ 2.º) que puedan integrarse en la valoración probatoria el resultado de  las diligencias  sumariales de  investigación  (para  lo cual exige  ciertas garantías); que deban valorarse  con  sumo  cuidado  las declaraciones de  la víctima  cuando  son  éstas  los únicos datos para enervar  la presunción; o que  la declaración del propio  imputado sirva para desvirtuar  la  presunción  de  inocencia  (doctrina  que,  sin  embargo,  se  va  abandonando:  STC 207/2002, de 11 de noviembre, recurso de amparo [ponente: Delgado Barrio]; STC 65/2003, de 7 de abril,  recurso de amparo  [ponente: García Manzano]); cfr.  la doctrina  inicial del TC a este respecto  en  SsTC  153/1997  y  68/2001.  De  nuevo:  regla,  presunción  de  inocencia;  excepción posible,  rebajar  las  exigencias  de  prueba  en  algunos  casos  extremos;  pero  ello,  sólo  si  la excepción viene acompañada de requisitos garantistas. 

43 Otras  excepciones  se dan  al haber previsto  el  sistema  la posibilidad de  indulto, o que por razones de oportunidad se deje de acusar o perseguir algún hecho. 

44 El art. 380 CP define el delito de negativa al requerimiento a someterse a pruebas de detección de alcohol, que podría entenderse como una excepción al derecho a declarar contra sí mismo. Téngase  en  cuenta,  por  lo demás,  que  la  STC  161/1997, de  2 de  octubre  (ponente: Viver Pi‐Suñer)  desestima  la  cuestión  de  inconstitucionalidad  planteada  contra  dicho  precepto  del código  penal:  el  fin  pretendido mediante  tal  delito  (negativa  a  someterse  a  las  prácticas  de detección de alcohol) es la protección de la seguridad del tráfico rodado, y al prevenir tal riesgo se  trata  de  evitar  el  riesgo  también  para  la  vida  o  integridad  de  las  personas  (además,  se pretende  proteger  el  orden  público),  bienes  que  forman  parte  del  ámbito  de  protección  de aquella norma  (FJ 10.º). Con  ello,  está dando predominio a  la necesidad de  tutela de  la vida social –de forma excepcional– frente al derecho de una persona (dignidad). 

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3.ªII.3. Sometimiento de la ejecución mediante la Ley.– 

Dictada una sentencia condenatoria, se da una afectación de  la dignidad de  la persona,  justificada por  razones de necesidad, pero siempre que ello se ajuste también  durante  la  ejecución  o  cumplimiento,  al  Derecho  (seguridad).  La seguridad opera entonces como contrapeso a  la afectación a  la dignidad y  las necesidades de  tutela de  la vida social. Lo cual se plasma, por ejemplo, en  las siguientes reglas: 

i) Cumplimiento  de  acuerdo  con  la  ley  (garantía  de  ejecución). Como  la  pena impuesta  afecta  a  la  dignidad  de  la  persona,  la  seguridad  viene  a  restringir dicho  menoscabo:  se  trata  de  impedir  que  el  cumplimiento  rebase  lo estrictamente previsto y  fijado en  la  sentencia  condenatoria45  (arts. 3.2 CP y 2 LOGP). 

ii) El cumplimiento se somete al control por el Juez de Vigilancia Penitenciaria (arts. 76 ss LOGP). Se pretende así que durante la fase de efectivo cumplimiento la pena no  lleve  consigo males  adicionales que agravarían  la  condena  (art. 76.2 LOGP)46. 

iii)  Dictada  una  sentencia,  ésta  tiene  vigencia,  sin  que  el  asunto  pueda  ser reabierto (adquiere «fuerza de cosa juzgada», art. 666.2.ª Lecr.)47. 

45 Pero la posibilidad de imponer sanciones de régimen interior vendría a hacer excepción a lo anterior. 

46 Aunque es posible que, a modo de excepción,  razones de necesidad de mantenimiento del orden  interno del  establecimiento penitenciario  (evitar nuevos delitos) den  lugar a  controles, cacheos,  etc.,  que  sólo  en  algunos  casos  pueden  admitirse  (se  impone  la  necesidad  sobre  la seguridad jurídica durante el cumplimiento). 

47 Recuérdese  el  aforismo  «ex  sententia  fit  ius». Pero  si  surgen  hechos  nuevos,  es  posible  la revisión del procedimiento, de forma excepcional (cfr. art. 954 Lecr.). 

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3.ª Principio de seguridad:  

Principios: Subprincipios, entre otros: Reglas, entre otras: Excepciones posibles: Radical: Libertad

31. Legalidad de delitos y penas S>N

311. Taxatividad (garantías criminal y penal; prohibición de la analogía contra reo).

1’. Analogia pro reo. Posibilidad de elementos normativos. Limitación de derechos aun en fase procesal.N/S

31. Legalidad de delitos y penas S>N

312. Irretroactividad. 2’. Retroactividad de leyes favorables.P

31. Legalidad de delitos y penas S>N

313. Ley escrita y estricta. 3’. Costumbre en Derecho penal internacional.N/S

31. Legalidad de delitos y penas S>N

314. Reserva de Ley Orgánica. 4’. Leyes penales en blanco.N/S

Seguridad jurídica en

31. Legalidad de delitos y penas S>N

315. ”Principio” de legalidad en sentido procesal.

5’. Criterios de oportunidad. Indulto.N/S

la tutela: la tutela ha de ser mediante normas. 32. Aplicación de la Ley

mediante el proceso S/P 321. Juez predeterminado (garantía judicial). 1’. .

32. Aplicación de la Ley mediante el proceso S/P

322. Reglas del proceso debido. 2’. Conformidad del procesado.

32. Aplicación de la Ley mediante el proceso S/P

323. Presunción de inocencia. 3’. Admisión de medios de prueba menos estrictos.

32. Aplicación de la Ley mediante el proceso S/P

324. Nemo tenetur se ipsum accusare. 4’. Delito del art. 380 CP.

33. Sometimiento de la

ejecución mediante la Ley S>P

331. Cumplimiento de acuerdo con la ley (garantía de ejecución).

1’. Posibilidad de sanciones de régimen interior.

33. Sometimiento de la ejecución mediante la Ley S>P

332. Cumplimiento bajo el control del juez de Vigilancia Penitenciaria (garantía de ejecución).

2’. Posibilidad de sanciones de régimen interior.

33. Sometimiento de la ejecución mediante la Ley S>P

333. Efecto de «cosa juzgada». 3’. Reapertura si surgen hechos nuevos.

 

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4.ªLA TEORÍA JURÍDICA DEL DELITO I. Significado de la teoría del delito. II. Fases del desarrollo de la moderna teoría del delito. III. Elementos de la teoría del delito.  

I. Significado de la teoría del delito.– 

Comencemos  por  un  caso,  que  ya  nos  es  en  parte  conocido,  el  caso «Mignonette»1:  Se  procedió  contra  Dudley,  capitán  del  barco  Mignonette,  y  su timonel, Stephens, por  la muerte de un grumete, Parker. Los hechos pueden resumirse así:  El  5  de  julio  de  1884  los  acusados,  junto  con  el  llamado  Brooks,  todos  ellos marineros en servicio, como también el fallecido Parker, miembros de la tripulación del buque de bandera inglesa Mignonette naufragaron en un temporal y se vieron forzados a pasar a un bote en el que quedaron a la deriva, a unas 1600 millas del Cabo de Buena Esperanza,  sin  más  reservas  de  agua  y  alimentos  que  dos  latas  de  una  libra  con remolacha.  Durante  tres  días  no  tuvieron  nada  más  para  sobrevivir;  al  cuarto  día lograron pescar una tortuga, único alimento para varios días, hasta el vigésimo; durante esas jornadas no tuvieron más alimento, ni bebida, salvo el agua de lluvia que lograban recoger. El bote avanzaba a la deriva a más de 1000 millas de tierra; el decimoctavo día los dos acusados plantearon a Brooks cuál era su plan para sobrevivir, si no encontraban pronto ayuda: en concreto, que alguno de ellos –según  insinuaciones, Parker– debería ser sacrificado para salvar a los demás; Brooks se opuso a tal plan. Al día siguiente, ante la propuesta de Dudley de que se sorteara quién había de morir, volvió a negarse Brooks; el sorteo no se produjo;  tampoco se comunicó nada a Parker. Un día después, Dudley volvió a comentar a Stephens y Brooks que lo mejor sería que el joven Parker muriera, a lo  que  se  adhirió  Stephens  y  se  negó  Brooks  nuevamente.  Cuando  el  joven  dormía, totalmente  indefenso  y  extremadamente  debilitado,  Dudley,  con  la  aprobación  de Stephens, se dirigió a él, y, diciéndole que le había llegado su hora, le clavó un puñal en la garganta que le produjo la muerte. Los tres restantes se alimentaron durante cuatro días. Es entonces, al cuarto día de este hecho, cuando el bote fue avistado por un buque que los recogió, en estado profundo de inanición, y los condujo al puerto de Falmouth, de donde fueron trasladados a la prisión de Exeter para ser juzgados. El tribunal dictó contra Stephens y Dudley sentencia de muerte. Dicha sentencia  fue conmutada por  la Corona a un arresto de seis meses, sin trabajos forzados2. 

En el presente  caso,  como en  cualquiera que  se presenta en  la práctica de  los Tribunales, se observan diversas circunstancias de interés: el naufragio, la grave situación de inanición, la extrema debilidad de Parker, la debilidad de los otros tres; las insinuaciones y decisiones de unos, frente a la negativa del otro… Todo ello conduce a una agresión que acarrea la muerte de Parker, y a la vez, a que  1 Regina vs. Dudley and Stephens, 1884, en Law Report 14 Queen’s Bench Division 273, extraído de KENNY, cases of Criminal Law, 7.ª ed. 1931, pp 62 ss, por RADBRUCH, El espíritu del Derecho inglés, 1946, trad. castellana, Peg Ros, Madrid/Barcelona, 2001, pp 91‐95. 

2 Más datos y texto de la argumentación de Lord Coleridge, en RADBRUCH, El espíritu del Derecho inglés, pp 93‐95. 

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4.ª los  otros  tres  puedan  alimentarse  de  su  cadáver.  Son  estas  últimas circunstancias  las  que  primariamente  nos  interesan,  las  que  interesan  al Derecho penal. No tienen interés ni de qué país era la bandera del buque, ni si uno de ellos era capitán y el otro timonel, o la víctima grumete…, que son datos relevantes a otros efectos, pero no para determinar la responsabilidad penal. Lo que  interesa  al  Derecho  penal  son  aquellos  comportamientos  que  afectan  a realidades de gran  trascendencia  en  la vida  social:  la vida,  la salud, el patrimonio, etc. A partir de aquí,  interesa de forma especial determinar  la responsabilidad penal de las personas que se ven inmersas en este caso. Pero  entre  estos  comportamientos  el  interés  se  centra  en  conocer  quién  ha llevado  a  cabo  los hechos descritos:  ¿quién mató  a Parker?  ¿fue Dudley, que asestó  la puñalada  letal?  ¿o  fue  también  Stephens,  que  aprobó  el plan?  ¿Los dos? Parece plausible  que  fueron  ambos, pero  ¿cómo  es posible decir  que  lo mató uno que no llegó a empuñar el cuchillo? ¡Stephens no llegó a empuñar en cuchillo! ¿¡Cómo va a poder matar!? ¿Y Brooks? ¿Basta con que se oponga a la muerte para que no se  le  tenga en cuenta por estos hechos? ¿Tiene relevancia que después se hubiera alimentado? Y ¿qué mató a Parker? ¿la puñalada o  la conjunción de  ésta y  su grave  estado de debilidad por  inanición? De  ser  así, ¡Parker  murió  también  a  causa  del  infortunio,  no  provocado  por  nadie! ¿Querían Dudley y Stephens realmente matarle o sólo sobrevivir a costa de  la víctima? Y ¿de qué han de responder Dudley y Stephens? ¿De haberlo matado, o de haberlo matado aprovechándose además de que estaba  inconsciente, más grave? En cuanto a sus circunstancias en el momento de actuar, ¿se trataba de sujetos  «normales»,  o  estaban  en  situación de  grave debilidad,  en peligro de perecer,  que  obligue  a  tratarles  de  forma  distinta  que  a  los  sujetos  en circunstancias normales? A estas y otras cuestiones se refiere el Derecho penal mediante la llamada teoría jurídica del delito. No es necesario tener muchos conocimientos de Derecho penal para saber que Dudley  y  Stephens  deben  responder:  son  responsables  de  algo.  Las  dudas surgen  cuando  se  intenta  decidir  con mayor  precisión  de  qué  responden  en concreto y cómo, y qué suerte ha de correr Brooks. Es entonces cuando resultan imprescindibles  los  conocimientos  que  aporta  el Derecho  penal,  que  permite distinguir  la  responsabilidad de  cada uno de  los que  intervienen en el caso y determinar después la pena que se considere adecuada a las circunstancias. La teoría jurídica del delito es una ordenación gradual de los requisitos necesarios para proceder a imputar responsabilidad. El Derecho penal prohíbe y  sanciona  con penas aquellas  conductas que hacen peligrar  gravemente  la  subsistencia  de  la  sociedad.  Si  no  se  prohibiera  y sancionara el homicidio, si el robo o la violación fueran conductas indiferentes para  una  sociedad,  esta  sociedad  tendría  los  días  contados;  y  seguramente también sus miembros, los ciudadanos (Lección 1.ª). Tras la realización de tales conductas,  llamadas  delitos,  se  hace  preciso  declarar  la  responsabilidad  de quien los llevó a cabo, mediante la imputación de responsabilidad. Mediante la imputación de responsabilidad se llega a afirmar de alguien i) que ha cometido un hecho; además, ii) que ese hecho es contrario al Ordenamiento  jurídico que rige en esa sociedad, y iii) que ese alguien es culpable de ese hecho. Constatado 

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4.ªlo  anterior,  el  sujeto  debe  responder  de  sus  actos,  y  en  consecuencia,  puede proceder la imposición de una pena. Esto explica que, a la hora de definir quién responde, cómo y de qué, se hayan esforzado mucho los juristas a lo largo de la historia para que nadie sea sancionado por hechos que no ha cometido, ni más de lo debido (a esto hace referencia la cuestión de los límites del Derecho penal: Lecciones  2.ª  y  3.ª,  pero  también,  y  sobre  todo,  la  II  parte,  que  ahora  hemos comenzado: la teoría jurídica del delito). 

 

II. Fases del desarrollo de la moderna teoría del delito.– 

A lo largo de la historia, con unos nombres u otros, se ha hecho uso de diversas reglas  o  criterios  para  atribuir  responsabilidad,  para  decidir  quién  es responsable, a quién  se  le aplicará una pena,  cuándo puede ésta  rebajarse, es decir, atenuarse. Hoy día llamamos teoría jurídica del delito a la ordenación de esas reglas y criterios de imputación en un sistema; y es que dicha teoría agrupa ordenadamente  las categorías y conceptos sobre  los que se basa  la  imputación de responsabilidad. 

Pero  lo que hoy día se conoce como  teoría  jurídica del delito es relativamente moderna: surge a finales del s. XIX, cuando  los docentes del Derecho penal se ven en la tesitura de explicar a sus alumnos de forma sistemática y ordenada el contenido  de  la  parte  general  (los  preceptos  del  Libro  I  o  equivalente)  del código penal. En concreto, surge en Alemania tras la promulgación del código penal de 1871, y por autores como F.v. Liszt (1851‐1919), E.L. Beling (1866‐1932), y otros. 

Hasta  entonces  la  doctrina  también  había  recurrido  a  la  imputación  de responsabilidad, y en concreto con categorías que no difieren de las empleadas por  los  autores  del  último  tercio  del  siglo  XIX  y  la  actualidad.  Desde  la antigüedad,  y  hasta  nuestros  días,  las  categorías  sobre  las  que  se  basa  la imputación  son  comunes  a  la  filosofía  moral,  a  la  ética…  Son  las  mismas categorías  y  reglas  de  imputación  que  empleamos  comúnmente  en  la  vida social3.  Lo  propio  de  la  teoría  del  delito  es  que  esas  reglas  y  categorías  son  3 El caso con el que se abrían estas páginas no es muy distinto de un caso con el que el filósofo sofista Carnéades (219‐129 aprox.) pretendía poner en un compromiso a sus adversarios: tras un naufragio dos marineros se ponen a salvo sobre una balsa que, aunque  inicialmente soporta a ambos, poco a poco se va hundiendo: uno de ellos arroja de la balsa al otro, y logra así salvarse de  morir  ahogado  (conocido  como  el  caso  de  la  «tabla  de  Carnéades»).  Por  otra  parte, Aristóteles  (384‐322  a.C.)  se  ocupó  de  identificar  los  motivos  por  los  que  desaparece  la responsabilidad del agente. Por ejemplo, ya en su Ética a Nicómaco se detallan algunos casos de error que nuestros tribunales y doctrina consideran hoy todavía objeto de estudio: «...puede uno ignorar  lo que hace, por ejemplo, cuando alguien dice que se  le escapó una palabra o que no sabía  que  era  un  secreto,  como  Esquilo  con  los misterios,  o  que,  queriendo  sólo mostrar  su funcionamiento, se le disparó, como el de la catapulta. También podría uno creer que su propio hijo es un enemigo, como Mérope; o que  la punta de hierro de  la  lanza tenía un botón; o que 

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4.ª dotadas  de  contenido  específicamente  penal  y  se  procuran  ordenar  en  un sistema4. 

Desde su origen a  finales del s. XIX en Alemania,  la  teoría del delito pasa por diversas  fases,  que  tienen  también  relevancia  en  la doctrina penal  en  lengua española5. Cuando a  lo  largo de  la asignatura en  la que se profundiza en este tema  (Derecho  penal  II)  se  efectúan  referencias  a  autores  y  planteamientos pasados, conviene situarlos en la fase de evolución de la doctrina del delito. Y ello  porque  cada  fase  es  producto  de  un modo  de  entender  la  persona,  la libertad, la responsabilidad, e incluso la función del Derecho, que han de influir sin duda en los contenidos de las categorías. 

A título meramente informativo, y aun a riesgo de cierta simplicidad en esta exposición, conviene  conocer  aunque  sea  de  forma  somera  cuáles  han  sido  los  estadios  de  la evolución de la teoría del delito desde que surge en Alemania, hace ya más de un siglo, hasta  la  actualidad.  En  primer  lugar,  el  causalismo  positivista,  bajo  cuya  influencia  se pretende  plantear  el  delito  y  la  responsabilidad  como  datos  positivos,  y  realidades físicas  explicadas mediante  la mera  causalidad y no  la  libertad  (F.v. Liszt, 1851‐1919, por  ejemplo).  En  segundo  lugar,  ante  la  insuficiencia  de  tal  enfoque  causalista,  se recurre a enfoques denominados neoclásicos o neokantianos, atentos a los valores que se hallan  presentes  en  las  diversos  elementos  de  la  acción  humana,  la  libertad,  la culpabilidad como reproche… (así, G. Radbruch, 1878‐1949, y E. Mezger, 1883‐1962, por ejemplo). En tercer lugar, tras la segunda guerra mundial, el re‐descubrimiento de que la  acción  humana  se  encuentra  gobernada  por  la  idea  de  finalidad  buscada  por  el agente, idea que sirve para replantear el orden de las categorías de la teoría del delito, e ir  dotándolas  de  nuevo  contenido  (así,  el  finalismo  de  H.  Welzel,  1904‐1977,  y  R. Maurach, por ejemplo). Desde los años setenta del pasado siglo, y hasta ahora, dominan el panorama doctrinal  los  enfoques  finalistas  (plasmado  sobre  todo  en  el  esquema  y orden  de  las  categorías  del  delito),  combinados  con  el  funcionalismo,  es  decir,  la 

una piedra cualquiera era piedra pómez; o dando una bebida a alguien para salvarlo, matarlo por el contrario; o queriendo a uno darle una palmadita, noquearlo como en el pugilato. Puesto que uno puede ignorar todas estas cosas en las que está implicada la acción, el que desconoce cualquiera  de  ellas  especialmente  las  más  importantes,  se  piensa  que  ha  obrado involuntariamente.» (1111a 8‐18). 

4 Además de otras diferencias, a las que no es posible entrar ahora: que el planteamiento de la imputación,  que  dominaba  en  las  doctrinas  clásicas,  se  va  perdiendo,  para  sustituirlo  por operaciones de interpretación de la Ley, de constatación de leyes causales en el obrar humano... 

5 Conviene saber que de los autores que a continuación se citarán, todos ellos –a excepción de G. Radbruch– son autores de manuales de Derecho penal traducidos al castellano desde hace años, por  lo que  influyeron en  la doctrina penal española. En concreto, v. LISZT, Tratado de Derecho penal  (trad.  Jiménez de Asúa; notas  Saldaña),  3 vols., Madrid,  1914‐1929; MEZGER, Tratado  de Derecho  penal  (trad.  y  notas Rodríguez Muñoz), Madrid,  1935; MAURACH,  Tratado  de Derecho penal  (trad.  y  notas  Córdoba  Roda),  Barcelona,  1962;  WELZEL,  Derecho  penal  alemán  (trad. Bustos/Yáñez), Santiago de Chile, 1970; ROXIN, Derecho penal. Parte general,  I. Fundamentos. La estructura de la teoría del delito (trad. 2.ª ed., 1994, Luzón/Díaz/de Vicente), Madrid, 1997; JAKOBS, Derecho  penal.  Parte  General.  Fundamentos  y  teoría  de  la  imputación  (trad.  2.ª  ed.,  1991, Cuello/Serrano), Madrid, 1997. 

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4.ªexplicación  y  justificación  de  los  contenidos  de  las  categorías  por  las  funciones  que cumplen  en  la  sociedad  o  por  sus  consecuencias:  es  la  finalidad  de  la  pena  y  su contribución al mantenimiento de  la vida social  lo que sirve para dar contenido a  las categorías del delito (así, G. Jakobs); o bien, son los principios y categorías de la política criminal –principio de legalidad, prevención...– los que han de dar contenido a cada una de las categorías de la teoría del delito (así, C. Roxin). 

 

III. Elementos de la teoría del delito.– 

Realizada una conducta, es  tarea del Derecho penal establecer  la consecuencia jurídica  (penas y/o medidas de  seguridad,  sobre  todo) prevista en  las normas respectivas.  Para  llegar  a  tal  fin  es  preciso  antes  establecer  quién,  y  en  qué condiciones, ha  infringido  la norma en cuestión. El Ordenamiento cuenta con diversos  preceptos  dirigidos  a  lograr  determinar  quién  ha  cometido  la infracción:  el Derecho  penal,  como  ius  poenale. A  su  vez,  el  estudio  de  esos preceptos,  su  sistematización  y  ordenación  coherente  es  objeto  del  Derecho penal entendido como ciencia, o saber de carácter práxico. 

Desde  el  comienzo  de  esta  asignatura  se  ha  asumido  una  distinción  –por  lo  demás, clásica– de los saberes en teóricos y práxicos. Cada saber pretende acceder a los objetos que le son propios desde un punto de vista específico: lo que interesa al Derecho son las conductas humanas, pero no en cuanto meros movimientos, fenómenos o datos de una estadística, sino en cuanto originados en la libertad. Más en concreto, al Derecho penal le  interesan  las conductas humanas desde  el punto de vista de  la  libertad, y en cuanto que afectan  a  la  subsistencia  de  la  sociedad.  Se  trata  de  las  conductas  que  más  directa  y gravemente atentan contra la vida social. Esto ya nos es conocido por lo expuesto en las Lecciones 2.ª y 3.ª. 

La determinación de quién ha cometido una infracción no consiste en una operación de mera  interpretación  de  preceptos. Desde  la  formulación  de  la  idea  de  legalidad  por Beccaria y otros ilustrados6 desde finales del s. XVIII se extiende la visión de que la ley es clara y taxativa y que el juez no tiene más que emplearla como la premisa mayor de un  silogismo  («si  matas  serás  castigado»,  «está  prohibido  matar,  bajo  amenaza  de pena»), al que añade la premisa menor de los hechos (la conducta que se ha realizado: «A ha matado  a V»), para dar  con una  conclusión  indubitada y  segura  («A debe  ser castigado»). Este paradigma  se  corresponde  con  el modo de  concebir  y de  aplicar  el Derecho por el positivismo  jurídico, al que se unen los planteamientos del positivismo científico,  que  reducen  la  ciencia  a  las  ciencias  empíricas,  experimentales.  En  dicho planteamiento  domina  cierto  complejo  de  inferioridad  de  las  ciencias  humanas,  los saberes  práxicos,  ante  el  gran  desarrollo  alcanzado  por  las  ciencias  naturales  desde finales del s. XIX. Pero con ello se reduce el Derecho a mera técnica. 

Ciertamente la libertad humana escapa a todo análisis técnico. Sus parámetros son más bien los de la comprensión, y no los de la mera explicación: no se trata 

6 Cfr. Lección 3.I.1, en nota. 

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4.ª de medir o pesar la conducta humana, sino de comprenderla como producto de  la libertad. Por  eso,  la  información  que  nos pueda  aportar  el médico  forense,  el perito en balística, el químico que analiza la sustancia venenosa empleada para matar..., son datos físicos de gran relevancia, pero que no sirven más que como constatación de que la persona murió por un factor x, de que la bala rebotó en la pared y  se desvió, de que  el veneno  era  letal de necesidad. Ninguno de  esos juicios es suficiente para responder a  la pregunta  fundamental del Derecho, y del Derecho penal:  la de  la responsabilidad. La  libertad escapa a  todo análisis físico  o  químico,  a  toda  explicación naturalística7. Es preciso  abandonar  todo reduccionismo de  la  imputación a meras operaciones de  comparación de una acción  con  la  ley,  o  de  la  sustitución  de  la  libertad  y  responsabilidad  por informaciones  médicas  o  físicas.  Cuando  en  Derecho  penal  estudiamos  la posible  responsabilidad,  los  saberes  teóricos  y  la  técnica  ayudan  pero  no resuelven  los  casos.  Cuando  llega  el  momento  de  determinar  la responsabilidad, de imputar algo a alguien, esos saberes dejan solo al jurista. 

El  «imputar  responsabilidad»  significa  afirmar de  alguien:  i)  si ha  actuado, o con  otras  palabras  si  existe  un  hecho;  ii)  si  ese  hecho  es  contrario  al Ordenamiento, es decir, antijurídico; y iii) finalmente, si ese hecho antijurídico es además atribuido a ese sujeto a título de reproche (el agente es culpable). 

En  la  teoría  del  delito  del  Derecho  penal  encuentran  acogida  esas  tres operaciones. En primer lugar se trata de identificar una acción como hecho, esto es, de poder afirmar de un  fenómeno en el que un ser humano se ve  inmerso que no es mera naturaleza, sino originada en la libertad. Hablamos entonces, ya no de acción, sino de un hecho. Este hecho se confronta o mide con arreglo a una norma, para dar como resultado que el hecho se ajusta al Ordenamiento o bien lo infringe8. Si el hecho se ajusta a lo dispuesto por el Ordenamiento, no es preciso plantearse más en Derecho penal: alguien estaba obligado por la norma a no matar, y no ha matado, luego no hay cuestión alguna. Pero, si en cambio, el hecho  infringe  lo  previsto  en  el  Ordenamiento,  hay  que  atribuírselo  o reprochárselo al agente: esto es lo que se llama imputárselo a título de reproche, declarar a  su agente  culpable del hecho. Se plantean así  tres operaciones que definen ya los tres elementos básicos de la teoría del delito. En primer lugar, el poder  identificar un hecho. En  segundo  lugar, que ese hecho  sea antijurídico. 

7 Interesante a este respecto lo señalado en la STS 23 de abril de 1992 (caso de la colza), ponente Bacigalupo Zapater: «la demostración propia del Derecho» es «distinta de  la científico‐natural en tanto no supone una certeza matemática y una verificabilidad excluyente de  la posibilidad de lo contrario, sino simplemente la obtención de la certidumbre subjetiva»; cfr. también la STS 4 de diciembre de 2001  (AP 243/2002), ponente Móner Muñoz, FD 4.º. Lo anterior no supone que la certeza científico‐natural se vea sustituida por la inseguridad, sino que ha de buscarse la seguridad  y  certeza  de  las  afirmaciones  con  las  que  se  opera  en  diversas  fuentes:  la razonabilidad de la argumentación, la expresión de todos los motivos de la decisión... 

8 No se contemplan ahora los hechos que van más allá de lo previsto en el Ordenamiento, que dan lugar a «hechos supererogatorios», o heroicos. También éstos han de poder imputarse a su agente. 

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4.ªEn  tercer  lugar, que el hecho antijurídico  se  impute al agente  como  culpable. Por  eso  se  entiende  la  definición  común  de  delito  como  hecho  antijurídico culpable. 

A propósito de la antijuricidad conviene efectuar algunas matizaciones. La antijuricidad se  predica  de  un  hecho  en  la medida  en  que  es  contraria  a  Derecho,  en  concreto, contraria  a  una  norma.  Es  preciso  diferenciar  norma  y  ley.  Por  ley  entendemos  la redacción externa de una norma. Pero no  toda norma  se plasma  siempre en una  ley. Piénsese en que los diversos preceptos del CP que describen delitos y prevén penas van dirigidas –mediante un verbo en futuro– a quien esté autorizado a sancionar, el juez, la Administración de  Justicia, pero no a  los  innumerables sujetos que saben que no está permitido realizar determinada conducta. De forma implícita, la prescripción dirigida al juez presupone  la prohibición al ciudadano de no cometer esos delitos por  los que se puede castigar. 

Por norma  entendemos un  enunciado que  rige  conductas. Y, de manera más  estricta, norma  jurídico‐penal  es  un  enunciado  prescriptivo  que  conmina  a  la  realización  u omisión de una conducta bajo la amenaza de una sanción. Sin embargo, este concepto resulta demasiado estricto. Y ello, porque en él no quedan recogidas  todas  las normas con  las  que  contamos  habitualmente.  La  norma  no  se  agota  en  ser  un  mandato prescriptivo bajo la amenaza de sanción, ni se refiere sólo a la prescripción de realizar u omitir conductas. En efecto, es preciso ampliar  la consideración a normas que no sólo establecen sanciones. Así, algunas normas no  jurídicas (normas éticas, por ejemplo). Y aun entre  las normas  jurídicas hay otras, de vigencia más  cotidiana y  común que  las prohibiciones y prescripciones, como son las normas facultativas y las permisiones. Así, hay aspectos de la vida social en los que algo no se halla prohibido ni prescrito, y no por eso  dejan  de  existir  normas.  Hablamos  así  de  ámbitos  en  los  que  rigen  normas facultativas, o espacios de libertad, en los que realizar o no una conducta es indiferente. Distinto de estas últimas, son aquéllas en las que de forma excepcional se da libertad a quien se halla en cierta situación para obrar en un sentido o en otro. Se trata de normas permisivas  y  eximentes,  que  vienen  a  ser  excepciones  a  las  normas  prohibitivas  y prescriptivas, respectivamente. A continuación se abunda en esta clasificación. 

En un sistema de normas, no es posible prohibir y, a la vez, y dentro del mismo sistema, prescribir  la  realización  de  esa  conducta:  así,  si  el  árbitro  de  fútbol  da  una  señal  al portero de que inicie el  juego después de haber salido el balón, le ordena algo, lo cual excluye  la  prohibición  de  iniciar  el  juego  (si  el  árbitro  de  fútbol  pretende  hacerse entender, y no contradecirse, no puede a la vez ordenar una conducta y prohibirla). Se plantean así los dos géneros básicos de normas: prohibiciones y prescripciones, que son incompatibles  en  un mismo  sistema  de  normas.  Por  eso,  el  enunciado  «se  prescribe iniciar  el  juego»  implica  el  de  «no  se  prohíbe  dar  inicio  al  juego»,  y  el  enunciado  «se prohíbe iniciar el juego» implica el de «no se prescribe dar inicio al juego». 

Pero  estas  dos  situaciones  (prohibiciones  y  prescripciones)  no  agotan  todas  las situaciones posibles: así, son posibles acciones que ni se prescriben ni se prohíben. Por ejemplo, el árbitro al ordenar al portero no prescribe además si se debe dirigir el balón en una dirección u otra; en ocasiones, para sacar el portero puede emplear las manos o los pies: cualquiera de ellas es posible, mientras se dé inicio al juego, en ese sistema de normas.  Trasladada  esta  situación  al  Derecho  penal,  podemos  decir  que  existen prohibiciones  (la  contenida  en  el  art.  138  CP,  para  la  conducta  de  homicidio,  por 

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4.ª ejemplo) y prescripciones (la que subyace al art. 195 CP, para la conducta de socorrer a quien se halle en peligro manifiesto y grave). Pero ambas clases de normas no agotan todas las situaciones posibles: ¿qué sucede con las conductas que ni están prohibidas ni prescritas?  Hay  facultad  de  obrar.  Pero  que  exista  facultad,  es  decir,  una  norma facultativa,  no  agota  todas  las  situaciones.  En  concreto,  particularmente  en Derecho penal, hay que tener en cuenta que en algunos casos extremos se permite realizar una conducta o que se deja de prescribir otra. 

Se  trata  de  excepciones  a  normas  prohibitivas  (hablamos  entonces  de  permisiones  o normas permisivas) o a normas prescriptivas  (hablamos de normas  eximentes). Es  lo que sucede en casos de legítima defensa, por ejemplo: para quien se encuentre en una situación de agresión inminente y actual que no pueda superar si no es respondiendo al agresor, existe una norma permisiva que, en su caso concreto, le permite causar lesiones –o incluso muerte– al agresor. De forma paralela, para quien se halla en una situación en la que dos prescripciones entran en colisión rige una norma que le exime de actuar según una de  las dos9. Hablamos  en  estos  casos de normas permisivas y de normas eximentes: en ambos casos, el agente tiene libertad para obrar en esas situaciones. Pero estas  normas  no  se  refieren  a  los  casos  en  que  la  conducta,  cualquiera  que  sea,  se encuentra  facultada.  Son  los  supuestos  de  las  normas  facultativas,  que  dan  lugar  a acciones indiferentes. También éstas interesan al Derecho penal. 

¿Qué se extrae de todo esto? En primer lugar, que en Derecho penal hay que contar con normas  prohibitivas  y  preceptivas,  en  cuanto  que  amenazan  con  una  sanción.  Pero ambas  clases  de  normas  no  agotan  todas  las  que  en Derecho  penal  intervienen.  En segundo  lugar,  tiene  interés  no  confundir  entre  acciones  facultadas  (indiferentes)  y acciones  permitidas  (o  eximidas),  pues  ello  marca  la  diferencia  entre  las  llamadas «causas de  justificación» y  las conductas  indiferentes. Cuando decimos de una acción que se halla «permitida», estamos pensando a menudo que se encuentra «relativamente permitida», y no en una conducta indiferente o «absolutamente permitida». Por poner un ejemplo, la entrada en una morada ajena por principio está prohibida (art. 202.1 CP). Pero si la entrada es necesaria para salvar la vida de una persona (es decir, que la única posibilidad que existe de salvarle es hacerme con un salvavidas que se guarda en esa casa),  entonces  puede  hallarse  de  forma  excepcional  permitida  (art.  20.5.º CP).  Pero ahora este «permitido» significa «relativamente permitido», y no permitido con carácter general o indiferente. 

Volvamos al caso con el que se abrían estas páginas. En esa situación es posible identificar  acciones  humanas.  Más  en  concreto,  hechos  humanos,  pues  los procesos  en  que  se  ven  inmersos  Brooks,  Parker,  Stephens  y Dudley  no  son procesos  de  la mera  naturaleza.  El  temporal  que  les  hace  naufragar  es mera naturaleza, y por eso no se atribuye a nadie. Pero a partir de ahí, son ellos, como personas  los  que  se  suben  al  bote  salvavidas,  los  que  sobreviven  frente  al hambre  y  las  inclemencias del  tiempo. De  todas  las  acciones  nos  interesa  en Derecho penal lo que se refiere a la muerte de Parker. En concreto, el hecho de darle muerte y los hechos que son preparación de esta muerte (distinción clave: «hecho» y evento natural).  9 De cuál de las dos normas afectadas sea, es tema que corresponde a otro lugar, la doctrina del estado de necesidad (Derecho penal II). 

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4.ªLos hechos así seleccionados son  los que se confrontan después con  la  ley: en concreto  con  la  ley penal  que prohíbe matar. Que Dudley ha matado parece indudable. Decimos entonces que se ha cometido un homicidio10 (se pasa así de la mera constatación de una muerte a afirmar de ésta que constituye homicidio, hecho  tipificado  en  la  ley  como  producción  dolosa  de  la  muerte  de  otro). Respecto a Stephens, aunque no ejecutara actos de producción de la muerte de Parker, puede decirse que contribuye a ésta, pues está de acuerdo con Dudley en matarle, y en que sea sólo uno de  los dos quien aseste  la puñalada mortal, pues una sola puñalada bastaría para matar. Podría hablarse entonces de una situación de coautoría de Dudley y Stephens respecto al homicidio de Parker. Sin embargo, también es posible considerar que Stephens simplemente coopera en  el  hecho  de  Dudley.  En  este  caso,  uno  sería  autor  y  el  otro  partícipe (cómplice, por ejemplo). No cabe hablar de una situación de  legítima defensa, puesto que en ningún momento agredió Parker a sus compañeros de naufragio; de haber  repelido Parker  las agresión de Dudley, hubiera obrado  en  legítima defensa,  pero  no  es  el  caso  (distinción  clave:  hecho  justificado  y  hecho antijurídico). 

Respecto  de  Brooks  podría  hablarse  de  una  posible  responsabilidad  por omisión,  pues  aunque  no  matara,  quizá  dejó  que  otros  mataran.  No  es descartable –aunque difícil de fundamentar– que Brooks deba responder por un homicidio en comisión por omisión. Esta cuestión no se planteó en el juicio que tuvo lugar en 1884. 

Una vez que puede decirse de Dudley y Stephens que han cometido un hecho típico  de  homicidio,  esto  es  que  su  hecho  es  antijurídico,  se  procede  a atribuírselo a título de reproche. Es decir, se trata de determinar si son culpables y en qué medida. En este punto podríamos tener en cuenta algunos factores de la situación límite en la que todos se encuentran: se hallaban a punto de perecer de  inanición.  Pero  esta  situación  no  cambia  nada  la  especie  del  acto:  sigue siendo  homicidio,  es  decir,  un  hecho  antijurídico.  Lo  que  puede  faltar  es un estado psicológico normal debido a la situación en la que se hallan. Es entonces cuando  la situación  límite en  la que una persona singular se encuentra puede tenerse en  cuenta para dejar de  imputárselo  como  reprochable. Es posible así que  su  situación haga  inexigible obrar de otra manera, por  lo que el Derecho podría dejar de imputarles el homicidio, de forma excepcional. Pero obsérvese cómo el hecho sigue siendo antijurídico, y es sólo a ese sujeto que se ha visto en la lamentable situación a quien el Derecho puede dejar de imputarle su hecho, de forma excepcional (distinción clave: antijuricidad y culpabilidad). 

Sin embargo, el Common Law no conocía una vía para dejar de  imputar o, en su  caso,  atenuar  la  culpabilidad  en  casos  semejantes  a  éste.  La  condena  de muerte era la que correspondía a su hecho antijurídico. Pero la conmutación de  10 No se entra ahora a la distinción entre homicidio y asesinato en nuestro Derecho. Pero en el caso,  la producción dolosa de  la muerte va acompañada de alevosía por prevalimiento de  la situación  de  extrema  debilidad  y  sueño  de  la  víctima:  constituiría  asesinato.                    © [email protected] 

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4.ª esa  pena  por  parte  de  la  Corona  parece  deberse  a  consideraciones  de culpabilidad  disminuida:  puesto  que  el Derecho  que  aplicaban  los  jueces  no admitía atenuaciones de la culpabilidad para casos límite, hubo de ser la vía del indulto la que posibilitara la atenuación. 

 

 

  

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5.ªLA TEORÍA DEL DELITO (II) I. Contenidos de la teoría del delito. 

1. Conducta. 2. Tipicidad objetiva y subjetiva. 3. Antijuridicidad y causas de justificación. 4. Culpabilidad. 5. Lesividad. 6. Autoría y participación. 7. Punibilidad. 

Anexo I. Conceptos básicos sobre la teoría del delito Anexo II. Dos casos para considerar.  Vuelta al caso… Anexo III. Cuadro sinóptico de las categorías de la teoría del delito 

 

La  exposición  que  sigue  enlaza  con  el  contenido  de  la  lección  precedente  y constituye  una  mínima  explicación  de  lo  que  será  objeto  de  estudio pormenorizado en la asignatura de Derecho penal II. No pueden tomarse estas páginas como una teoría del delito completa, sino como una mera aproximación a la asignatura de Derecho penal II. 

 

I. Contenidos de la teoría del delito.– 

Para  poder  imponer  una  pena  hay  que  comprobar  que  ha  tenido  lugar  un comportamiento  típicamente definido y sancionado en el Ordenamiento penal como delito, y que su sujeto es culpable. El  juez –como  también el  fiscal  (que acusa), el abogado (que defiende), etc.– debe hacerlo progresivamente; y de que lo  hagan  con  orden  y distinción depende  en  buena medida  que  se  responda penalmente o no, y con qué pena se sancione. Su constatación, su comprobación progresiva, decidirá  la  responsabilidad penal;  e,  inversamente,  la ausencia de alguna  de  las  condiciones  necesarias  para  responder,  dará  lugar  a  la impunidad, o bien a consecuencias diversas (de atenuación; esto es, de rebaja de la pena; o aplicación de medidas de seguridad: Lección 10.ª). 

Como ya se ha señalado,  la  teoría  jurídica del delito permite  responder a  tres cuestiones:  i) si se ha actuado, o con otras palabras si existe un hecho;  ii) si ese hecho es contrario al Ordenamiento, o lo que es lo mismo: si es antijurídico; y iii) finalmente, si ese hecho antijurídico es además atribuido a ese sujeto a título de reproche  (el  agente  es  culpable).  Estas  tres  operaciones  se  ordenan  en  los diversos  estadios  y  categorías  de  la  teoría  del  delito  como  se  expone  a continuación. Al  final  de  esta  lección  se  incluye  como  anexo  un  glosario  de términos fundamentales (I) y un cuadro sinóptico de los contenidos (II). 

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5.ª 1. Conducta.– 

En el primer estadio se trata de identificar un hecho en el proceso en el que una persona se ve  inmersa. Como  también se dijo, se  trata de diferenciar el hecho humano de la mera naturaleza o el acaso. Así, que se desencadene una tormenta en alta mar que conduce al buque al naufragio es algo proveniente de la mera naturaleza, no imputable a nadie. Por tanto, no se trata de un hecho. Pero si el proceso en el que alguien se ve  inmerso puede considerarse una conducta, un hecho,  concurre  la  base  mínima  para  poder  hablar  de  imputación  de responsabilidad. 

Se  trata  de  ver  que  existió  un  proceso  humano  (conducta  de  una  «persona  en cuanto  persona»,  y  no  el mero movimiento  incontrolado),  externo  (y  no  los pensamientos)  y  susceptible  de  autocontrol  (quien  se  ve  inmerso  en  el  proceso puede obrar en un sentido u otro). No se sancionan entonces los procesos de la naturaleza,  o  los meros  pensamientos,  o  los movimientos  no  guiados  por  la voluntad del sujeto. Debe entonces comprobarse que, por ejemplo,  la persona fallecida  lo ha  sido por obra de un  comportamiento de otra persona, y no  es consecuencia del proceso de una enfermedad que la víctima ya padecía, o de un accidente, en cuyo caso hablaremos de una muerte accidental –o natural, como se dice vulgarmente. En este estadio se excluyen  también procesos en  los que las personas se ven inmersas pero no como personas, sino como seres naturales: procesos  meramente  naturales  pero  sin  el  distintivo  de  lo  humano,  no susceptibles de autocontrol (la digestión, los meros reflejos…). 

Debe tenerse en cuenta que las personas jurídicas (sociedades anónimas, municipios...) no pueden ser autores de delito porque no llevan a cabo comportamientos de los que el Derecho penal exige (conducta humana): por mucho que puedan celebrar contratos, no sucede lo mismo para los delitos: cfr. Lección 1.II. iii). 

Pero  afirmar  que  se  dio  un  proceso  humano,  externo  y  susceptible  de autocontrol, no  es  suficiente. Mediante  este  juicio de  imputación  se  concluye únicamente que  el proceso  en  el que  alguien  se vio  inmerso  es un hecho. La teoría  del  delito  cuenta  ya  con  un mínimo,  un  hecho,  pero  ha  de  proseguir. Deberán seguirse comprobando los demás elementos. 

2. Tipicidad objetiva y subjetiva.– 

Debe examinarse a continuación si el «hecho» se adecúa, «encaja», coincide, con lo que describe una norma penal  concreta del  sistema de normas que  regían para el agente en el momento del actuar. 

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5.ªi) Partimos de una norma prohibitiva, que da  lugar a delitos comisivos, como sería el de homicidio. Debe comprobarse que la conducta es típica de homicidio o no. Para  eso, habrá de  atenderse  en primer  lugar  a  si  el  aspecto  externo u objetivo es el descrito en una norma: En concreto, ¿puede decirse que golpear en el cuello a una persona viva con un objeto cortante y afilado llamado cuchillo es precisamente  lo que el  código penal en el art. 138 describe  como «matar a otro»? La pregunta parece gratuita y sin sentido, pues a todas luces eso se llama matar.  En  el  caso  que  venimos  analizando  parece  obvio.  Pero  considere  la siguiente  variante,  que  sin  duda  podrá  ser  esgrimida  por  la  defensa  de  los procesados en su descargo: la víctima se hallaba moribunda, su estado de salud era tan precario que hubiera muerto en pocas horas. ¿Cambia esto algo el juicio del hecho como homicidio? –Parece que no. Pero ya se ve que en el proceso que conduce a  la muerte de  la víctima pueden entrometerse diversos  factores que hagan que «el resultado de muerte no sea imputable objetivamente a la conducta» de apuñalar. Así,  por  ejemplo,  si  tras  una  puñalada  un  tercer  agente  asesta  un golpe al herido al que sigue la inmediata muerte: ¿a quién atribuir la muerte de la víctima  que  tuvo  lugar pocas horas después?  ¿A quien  apuñala  o  a quien golpea?  El  sentido  de  la  expresión  «el  resultado  de  muerte  sea  imputable objetivamente a la conducta» es técnico y significa que la muerte es producto de la acción de apuñalar, esto es, para el Derecho penal  la conducta colma o realiza en  el  aspecto  objetivo  la  descripción  legal  típica  del  homicidio;  breve:  la conducta  constituye  objetivamente  homicidio.  En  nuestro  caso  de  la «Mignonette»  cabe  decir:  a  la  conducta  de  apuñalar  de Dudley  se  le  puede imputar  objetivamente  el  resultado  de  la  muerte  de  Parker;  o,  con  otras palabras, que su conducta realiza objetivamente el tipo de homicidio. 

De no  ser  imputable objetivamente  la  consumación del delito de homicidio,  cabe  sin embargo la imputación de lo que sí se ha realizado: un homicidio incompleto o parcial. Es lo que se denomina «tentativa» del delito en cuestión (cfr. infra, 5. Lesividad). Entran en juego entonces los arts. del delito en cuestión y el que define la tentativa (art. 16 CP). No es el caso, pero téngase en cuenta para otros supuestos. Cfr. infra, en anexo II, caso 2. 

Pero esto no basta, es preciso, en segundo  lugar, constatar que ese hecho que objetivamente  constituye  homicidio  es  además  en  el  aspecto  subjetivo  un homicidio. Esto supone afirmar que se ha obrado con aquellos elementos de la subjetividad del agente que  se  exigen: así, no  se  trata de analizar  las últimas intenciones del agente,  sino de  saber  si  el hecho  era  lo que el  sujeto  se había representado mentalmente o bien exceden, están más allá, de lo previsto por él; si eran conocidos por él como puñaladas de matar o no. No  interesa ahora si obraba con fines de lograr heredar, o para alimentarse, o para satisfacer su odio: estos datos podrán influir en la mayor o menor gravedad de su hecho, pero no afectan a lo subjetivo que ahora nos interesa. Se trata en cambio de afirmar si el 

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5.ª agente  del  hecho  se  mueve  con  conocimiento  de  lo  que  hace,  con  dolo  o dolosamente,  como  se  dice,  con  expresión  técnica.  Para  afirmar  el  dolo  es preciso partir de  lo que  cualquier persona  en  la  situación del  agente,  con  los datos  de  éste  al  actuar,  se  representa,  conoce.  Así,  podemos  afirmar  que cualquier persona que vive en una civilización en  la que se emplean cuchillos para  usos  domésticos  conoce  necesariamente  que  ese  objeto  en  el  cuello produce cortes, y cortes profundos  incluso; por  lo que aplicado a un ser vivo puede  acabar  produciendo  la  muerte.  Entonces,  si  Dudley  aplica  ese instrumento contra Parker, y además sobre el cuello, conoce que está clavando un  cuchillo  a  una  persona  de  la  que  sabe  que  está  viva.  ¡No  puede  saberlo! Conclusión: el agente conoce que está matando, pues nadie con sus datos en el momento  de  obrar  puede  clavar  un  cuchillo  sin  excluir  que  esa  puñalada produzca  la muerte. El hecho de matar, que ya quedó  imputado en el aspecto objetivo, se imputa ahora también en el aspecto subjetivo; es decir, la conducta del agente realiza en lo subjetivo el tipo de homicidio. Esto es, para el Derecho penal  la  conducta  colma o  realiza  en  el aspecto  subjetivo  la descripción  legal típica  del  homicidio;  breve:  la  conducta  constituye  también  subjetivamente homicidio. En nuestro caso de la «Mignonette» cabe decir: la muerte de Parker se  puede  imputar  subjetivamente  a  Dudley;  o,  con  otras  palabras,  que  su conducta realiza en lo subjetivo el tipo de homicidio. 

Si  el  hecho  no  fuera  imputable  en  el  aspecto  subjetivo  por  falta  de  dolo,  cabe  sin embargo  proceder  a  una  imputación  extraordinaria  a  título  de  imprudencia:  un homicidio imprudente (arts. 142 o 621.2 CP)1. No es el caso, pero téngase en cuenta para otros supuestos. Cfr. infra, en anexo II, caso 1. 

ii) Todavía nos movemos en el plano de  la  tipicidad de  la  conducta. En  éste, como ya quedó dicho, se trata de medir o confrontar la conducta con la norma que regía para el agente en el momento del actuar. En dicho momento pueden existir también normas prescriptivas, que dan lugar a delitos omisivos. Se daría un  delito  omisivo  si  sobre  el  agente  recae  un  deber  específico  de  obrar.  Por ejemplo,  de  obrar  en  socorro  de  quien  se  halla  en  situación  de  peligro  1 A estos últimos la teoría del delito los llama comportamientos imprudentes, a diferencia de los más arriba expuestos, que serían dolosos. No es posible  imputar sin conocimiento: por eso, a falta  de  conocimiento,  a  falta  de  dolo,  no  cabe  imputación,  salvo  si  el  desconocimiento mismo constituye ya un delito: es  lo que sucede en  los casos denominados de  imprudencia, en  los que imputamos precisamente el haber actuado  en  error,  sin  conocer  lo que  iba a acaecer. Lo que entonces  sucede  es que, no  siendo posible  la  imputación ordinaria,  se abre  la posibilidad de imputar  por  vía  extraordinaria,  el  error:  es  lo  que  se denomina  error  vencible. Por  tanto,  la imputación con dolo es la regla; a la que se efectúa una excepción, la del error invencible, que excluye  la  imputación;  y  a  esta  excepción  sigue  una  segunda  excepción,  la  de  que  el  error vencible no excluye la imputación efectuada de forma extraordinaria (es decir, a pesar de faltar el dolo se imputa, pero se imputa entonces precisamente la falta de conocimiento, de dolo). 

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5.ªmanifiesto  y  grave.  También  entonces  es  preciso  constatar  que  el  «hecho»  –ahora, entendido como pasividad– realiza el tipo objetivo y subjetivo del delito en cuestión. Puede tratarse, por ejemplo, del delito definido en el art. 195 CP: la omisión de socorro, que en nuestro caso, podría discutirse para Brooks, que es testigo de las maquinaciones de Stephens y Dudley, y no sale en defensa de la víctima,  sino  que  se  limita  a  negarse  y  a  un  leve  intento  de  disuadirles2.  La imputación  objetiva  y  subjetiva  en  los  delitos  omisivos  tienen  algunas peculiaridades que serán tratadas en el lugar oportuno (Derecho penal II). 

Así, el guardabarreras que ante la inminencia de la llegada del tren, no baja las barreras sobre  la  calzada  como  era  su  deber,  responde  de  la  muerte  de  las  personas  que encontraron la muerte al no detenerse ante el paso del tren. En estos casos se habla de comisión por omisión (art. 11 CP, puesto en relación con el art. 138, por ejemplo), que permite  imputar  ese  resultado de muerte  a quien omitió  la  acción debida,  como  si  lo hubiera producido activamente. Distintos son los casos en que existe sólo un deber de actuar positivamente (de socorrer, por ejemplo, a quien está en peligro), sin que pueda imputarse  o  atribuirse  la  producción  de  un  resultado  a  la  omisión.  En  estos  casos hablamos, en cambio, de delitos de omisión pura (art. 195 CP), donde lo esencial es el cumplimento de una prestación que la Ley exige a todos, en ciertas circunstancias, con independencia del resultado que se haya derivado3. 

3. Antijuridicidad y causas de justificación.– 

Si  se  ha  considerado  la  imputación  en  casos  de  normas  prescriptivas  y prohibitivas, nos queda por analizar  lo  referente a  las normas permisivas4, es decir,  aquellas  normas  que  otorgan  al  agente  la  facultad de  obrar  en  el  caso concreto, aun afectando al obrar a intereses de terceros. Se trata de los casos de legítima defensa, estado de necesidad, sobre todo. Cuando nos referimos a estas situaciones desde el punto de vista del agente, hablamos de normas permisivas; y cuando nos referimos a ellas desde el punto de vista del juez que aplica la ley  2 En la época en que suceden los hechos no preveían las legislaciones penales delitos omisivos, salvo  alguna  excepción:  eran  comunes  en  cambio  los delitos  comisivos. Los delitos omisivos comienzan a preverse en las legislaciones continentales a partir de los años 30 del pasado siglo. Quizá por esto no se planteó la posible responsabilidad de Brooks. 

3 En los delitos omisivos se dan peculiaridades por lo que hace a la posible responsabilidad por tentativa  (dudosa,  aunque  estructuralmente  posible)  e  imprudencia  (también  dudosa,  pero posible),  que  entrarían  en  juego  de  forma  subsidiaria  para  evitar  la  impunidad  en  casos de realización parcial del tipo, y de ausencia de dolo del agente. Lo mismo que se da en los tipos comisivos, cabe en los omisivos. 

4 Recuérdese que se trata de excepciones a las normas prohibitivas y prescriptivas. En concreto, las normas permisivas son excepciones a  las prohibiciones («está prohibido matar, excepto en caso de  legítima defensa»); y  las normas eximentes son excepciones a  las permisiones  («estás obligado a socorrer, salvo que con ello te pongas en peligro grave»). Por razones de brevedad y sencillez, nos referimos a normas permisivas, incluyendo en ellas las normas eximentes. 

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5.ª en cuestión y valora el hecho, hablamos de causas de justificación (art. 20.4.º‐5.º y 7.º CP). 

El  hecho  que,  como  ya  se  ha  visto,  colma  el  tipo  (esto  es,  la descripción del delito) de una norma prohibitiva o de una norma prescriptiva, debe ser además antijurídico. En principio,  si  está prohibido o prescrito,  es ya antijurídico por este  mismo  motivo.  Pero  no  será  antijurídico  si  se  encuentra  permitido:  es preciso por tanto constatar que no hay una norma permisiva para ese caso. Si, debido  a  las  circunstancias,  se  concede  al  agente  una  exención  del  deber  de obrar o una permisión, entonces hay que comprobar que el hecho es imputable como tal hecho permitido en el aspecto objetivo y en el subjetivo. 

De  forma  paralela  a  como  hemos  procedido  en  los  tipos  prohibitivos,  será preciso  constatar  que  el  agente  «obra  en  legítima  defensa»,  es  decir,  que objetivamente  se  dan  los  elementos  que  permiten  defenderse  (art.  20.4.º). Además, en el aspecto  subjetivo, hay que constatar que el agente  sabe que  se defiende5. De este modo podemos concluir que el agente lleva a cabo un hecho típicamente antijurídico. 

En el caso que nos ocupa, no hay razón para defender que Stephens o Dudley obran  justificadamente.  Es  cierto  que  su  lamentable  situación  es muy  crítica. Pero  aun  entonces  el  Derecho  no  concede  una  norma  permisiva,  que  hace excepción  a  la  norma  que  prohíbe  matar.  Y  ello  por  una  razón  básica:  ni Stephens, ni Dudley, ni Parker han provocado esa situación crítica atacando a los demás, sino que se encuentran en ella por un infortunio, un accidente, una tormenta.  Esto  hace  que  ninguno  de  los  implicados  en  la  situación  tenga derecho para desviar  el peligro que  se  cierne  sobre  cualquiera de  los demás, pues todos son inocentes respecto a ese peligro. 

4. Culpabilidad.– 

Para  proceder  a  imputar  responsabilidad  penal,  no  basta  con  afirmar  que  el hecho es  típicamente antijurídico. Procede a continuación  imputar a su agente tal hecho  a  título de  reproche. Ya no  se  trata de  enjuiciar  la valoración de  la conducta, sino  las circunstancias concretas que  rodearon al sujeto concreto de tal  conducta, pues pueden darse  algunas  en  las que  el  sujeto no  es  capaz de percibir el mensaje normativo o de conducirse conforme a él. 

5  También  en  materia  de  causas  de  justificación  se  dan  peculiaridades  para  la  posible responsabilidad por  tentativa  e  imprudencia. Nos  remitimos  a  explicaciones de detalle de  la asignatura de Derecho penal II. 

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5.ªAfirmar de un sujeto que es culpable significa decir que en el caso concreto es motivable mediante normas; en definitiva, que sea plenamente libre. Esto exige determinadas  condiciones  en  él  que  permiten  afirmar  que  puede  regir  sus propios  hechos  de  acuerdo  con  las  normas  en  cuestión.  Se  exige,  en  primer lugar,  que  el  agente  sea  imputable,  es  decir,  que  sea  capaz  de  percibir  las normas de conducta y obrar conforme a ellas. No se da tal situación cuando el agente padece una anomalía o alteración psíquica; se halla al obrar dominado por un  trastorno mental; se halla dominado por una  intoxicación de drogas o alcohol (art. 20.1,º‐3.º CP). Los menores de edad (menores de 18 años), aunque son  sujetos  psicológicamente  capaces,  en  cuanto  que  conocen  la  norma  y pueden  regirse  conforme a ella,  son  considerados por el Derecho penal  como sujetos  inimputables. Pero no para que su conducta quede sin relevancia, sino para aplicarles un régimen diverso al del código penal: el que deriva de la Ley Orgánica 5/2000, de 12 de enero, reguladora de la Responsabilidad Penal de los Menores. Dicho  régimen  prevé  la  aplicación  de medidas  de  seguridad  a  los agentes de edades comprendidas entre 14 y 18 años6. 

Además de la imputabilidad, es preciso para ser culpable conocer que el hecho llevado a  cabo  es objeto de  la norma  en  cuestión. De  lo  contrario, aunque  se conozca que  se  actúa, no  se  sabe que  lo  realizado  está prohibido, prescrito o permitido.  No  hay  que  confundir  este  conocimiento,  referido  al  objeto  y cualidad  de  la  norma  (saber  que matar  está  prohibido  penalmente),  con  el conocimiento  que  se  exige  en  materia  de  dolo  (conocer  que  mata).  Ahora hablamos del «conocimiento sobre la prohibición» (o sobre la prescripción, si es el caso): art. 14.3. 

Por  último,  para  ser  culpable  se  requiere,  adicionalmente,  que  en  el  caso concreto se pueda exigir al agente obrar conforme a la norma. Lo cual no se da cuando el agente se halla en una situación extrema en la que el Derecho puede dejar de reprocharle, a él y en su caso concreto, obrar como la norma exige: se trata  de  situaciones  en  las  que,  manteniendo  la  antijuricidad  general  de  la conducta,  el  Ordenamiento  disculpa  al  sujeto,  debido  a  las  circunstancias peculiares que  rodearon su conducta. Se habla entonces de «inexigibilidad de otra conducta». Se  trata de casos extremos, de escasa aplicación  (cfr. art. 20.6.º CP, bajo la denominación de «miedo insuperable»). 

6 En la actualidad, nuestro Derecho penal en sentido estricto (esto es, el código penal) se aplica a partir de  los 18 años,  con  la  salvedad prevista  en  el art. 4 de  la LO 5/2000,  reguladora de  la Responsabilidad Penal de los Menores, que posibilita aplicar este régimen a agentes de edades comprendidas entre 18 y 21 años, con los requisitos exigidos en el párrafo 2 de dicho artículo. 

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5.ª Por  cualquiera  de  estas  tres  situaciones  puede  resultar  que  el  agente  no  sea culpable: o bien por ser  inimputable; o bien por desconocer el contenido de  la norma; o bien por no serle exigible obrar conforme a la norma, a pesar de que la conoce.  Se  interrumpe  entonces  la  imputación. Es decir,  aunque  el hecho  sea antijurídico, su agente no es culpable. 

Cabe sin embargo que, aun cuando la imputación se interrumpe por cualquiera de estas tres  situaciones,  se  proceda  a  imputar  de  forma  extraordinaria  al  agente  por  haber provocado  la  situación  de  defecto  de  imputación. Así,  por  ejemplo,  si  el  agente  se emborracha  para  delinquir,  aunque  desaparece  la  imputabilidad  en  el momento  del hecho, se procede a atribuir responsabilidad porque en su origen sí había imputabilidad (estructura denominada actio  libera  in  causa). Algo semejante sucede cuando el agente desconoce por culpa suya el contenido de la norma, en cuyo caso se le puede imputar precisamente haber obrado aun sin saber lo que el Derecho ordenaba (cfr. art. 14.3 CP). 

De  este  análisis  se  concluye:  ese  sujeto  es  culpable  de  aquella  conducta antijurídica;  o  bien,  por  el  contrario,  aunque  la  conducta  es  antijurídica,  ese sujeto no es culpable. 

En el caso que nos ocupa es preciso prestar atención a la peculiar situación en la que  se  encuentran  los  náufragos:  la  norma  que  prohíbe  matar  no  hace excepciones, ni siquiera estando a punto de perecer de hambre, pero también es cierto que no ofrece un motivo mayor que morir en ese mismo momento. La situación permite afirmar que en su caso concreto, y sólo para ellos, aunque el hecho sea en general antijurídico, se  les podría dejar de exigir obrar contra  la norma. Podría decirse que, siendo el hecho contrario a Derecho («es típicamente antijurídico»),  se  disculpa  a  los  agentes  de  obrar  como  obraron. Obsérvese  el importante matiz: el hecho sigue siendo antijurídico, pero es el sujeto, el agente, quien puede resultar disculpado.   

5. Lesividad.– 

Cuando  los hechos no  llegan  a producir  el  resultado,  a pesar de que  en  esas circunstancias era perfectamente posible lograrlo, no hay delito consumado: se habla, en cambio, de tentativa de delito. En los delitos que exigen un resultado separado de la conducta (tipos de resultado: por ejemplo, el homicidio), se da la consumación cuando se realizan todos los actos del tipo y además se produce el resultado.  En  los  delitos  de mera  actividad  (por  ejemplo,  el  allanamiento  de morada),  esto  es  en  los  que  no  se  exige  un  resultado  separado  espacio‐temporalmente de la conducta (cfr. infra, Lección 7.ª), basta con la conducta para que se dé la consumación. 

Parece  que  la  conducta  es  más  grave  cuando  se  produce  el  resultado  (la muerte), que cuando se queda sólo en una  tentativa  (no se  llega a producir  la 

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5.ªmuerte, pero se hiere, o ni siquiera se llega a dar en el blanco). Sin embargo, se discute  si  es  menor  la  gravedad,  o  es  menor  el  efecto  social  del  hecho,  la conmoción que produce en la sociedad el delito, que es algo distinto. Sea como fuere,  lo  cierto  es  que  parece menos  necesaria  la  sanción  cuando  no  se  ha producido  el  resultado  prevenido  por  la  norma,  por  lo  que  las  legislaciones suelen prever atenuaciones de la pena para casos de tentativa. Esto lo tiene en cuenta el ordenamiento para rebajar la pena en casos de tentativa (arts. 16 y 62 CP). 

6. Autoría y participación.– 

Además,  la  conducta  de  aquel  a  quien  imputar  objetiva  (supra,  2.i])  y subjetivamente (supra, 2.ii]) el hecho consumado (supra, 5), debe ser examinada para  decidir  si  es  autor  del  delito  o  debe  responder  por  otro  título. Cuando interviene  una  sola  persona,  resulta  sencillo  decir  que  es  ella  el  autor;  los problemas surgen cuando actúan más de uno. La teoría del delito distingue tres formas diversas de ser autor: el autor individual, el coautor y el autor mediato. Todos ellos son autores. No se trata de comprobar que los tres han «ejecutado» el  tipo con sus propias manos: ello sólo sucede cuando estamos ante un autor individual: en él coincide el ser autor y el ser ejecutor. Pero no pasa lo mismo en los otros dos casos. Ello sería muy difícil cuando intervienen dos personas: los dos deberían atravesar, en el mismo instante, a la misma víctima, con el mismo cuchillo, con el mismo movimiento. Se habla más bien de dominar  el hecho, de buscar a aquel al que le pertenece, y no sólo a quien ejecuta; y entonces sí puede apreciarse que  cabe  ser autor  sin haber ejecutado de propia mano  los golpes. También  cabe ponerse de acuerdo entre dos para que uno  sujete a  la víctima mientras el otro golpea (coautoría). Y cabe también instrumentalizar a otro para que  actúe  sin  saber  que  está matando  (quien  engaña  es  autor mediato,  pues «mata» a través de otro que obra sin «dominio de la acción»: autoría mediata). 

En nuestro caso, Stephens y Dudley se ponen de acuerdo, pero entre ellos no hay una distribución de funciones, sino que es sólo uno de ellos quien domina y controla  el  hecho.  El  otro  permanece  a  la  espera. No  se  trata  de  un  caso  de coautoría. Tampoco es un caso de autoría mediata. Existiría ésta, por ejemplo, si Stephens  le  engaña  a  Dudley  aconsejándole  que  pruebe  y  demuestre  su habilidad en el manejo del cuchillo atravesando una lona que se halla en el bote (lo que no sabe Dudley, pero sí Stephens, es que bajo  la  lona duerme Parker). Stephens sería entonces autor mediato de ese homicidio, ejecutado por un autor inmediato, Dudley, que en principio no responderá como el mediato. 

Pero  la escasa aportación de Stephens al hecho puede constituir participación en  el  hecho  típico  de  Dudley:  en  concreto,  complicidad.  En  efecto,  puede suceder que en un hecho intervengan varias personas pero con aportaciones de 

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5.ª relevancia diferente  (uno  ejecuta, y  otro  simplemente da  ideas,  sugiere  cómo hacerlo,  anima  al  autor).  Es  el  problema  de  la  participación. No  parece  que todas  las  personas  que  intervienen  en  un  delito  deban  responder  de  igual manera; puede pensarse  que  aquellos  cuyas  aportaciones  son más directas  o relevantes  deben  responder  igual  que  quienes  simplemente  aportan información, dan ánimos al ejecutor, o entregan un medio para cometerlo. Debe indagarse quién  responde como autor y quién como partícipe. Esta es  la gran distinción que se establece en la doctrina entre autoría y participación; y dentro de  la participación, entre  inducción, cooperación necesaria y complicidad. Los inductores  y  los  cooperadores  necesarios  no  son  autores,  aunque  el  Código penal sancione a los dos primeros con la misma pena que al autor (arts. 28 y 61 CP).  Los  cómplices  (art.  29 CP),  por  el  contrario,  son  sancionados  con  pena menor.  Y  no  son  autores,  sino  partícipes,  porque  ninguno  de  ellos  llega  a «dominar»  el  curso  del  hecho  típico,  de  ninguno  puede  decirse  que  «le pertenezca», sino que se suman, se adhieren, a lo que otro, el autor, lleva a cabo (convencen al autor, o bien le ayudan). Sí puede decirse de ellos que colaboran, que contribuyen de algún modo a  la acción del autor: el  inductor, porque hace surgir en otro  la decisión de cometer un delito; el  cooperador necesario, porque lleva a cabo una aportación esencial, sin llegar a dominar la acción; y el cómplice, porque contribuye con aportaciones no imprescindibles. Cfr.  infra, en anexo II, caso 2. 

7. Punibilidad.– 

Ya podemos afirmar de un caso concreto que el hecho es antijurídico, el agente culpable («A lleva a cabo, a título de autor, un hecho constitutivo de homicidio doloso  en  grado  de  tentativa,  del  que  es  culpable»). Antes  de  proceder  a  la fijación de la concreta responsabilidad penal, es preciso constatar que no se dan otros motivos para dejar de aplicar la pena. Puede suceder en ocasiones que el Ordenamiento,  por  razones  de  falta  de  necesidad  de  castigar,  considera  no necesario  castigar,  y  exime  de  pena.  Se  condiciona  la  sanción  concreta  a  la concurrencia  de  determinados  elementos,  distintos  a  la  antijuricidad  y culpabilidad.  El  comportamiento  antijurídico  de  un  sujeto  culpable  no  será finalmente  punible.  Ello  sucede  en muy  contados  casos:  por  ejemplo,  en  los delitos patrimoniales no violentos cometidos entre ciertas personas de la misma familia (art. 268 CP). 

 

Anexo I.– Conceptos básicos sobre la teoría del delito 

A  modo  de  glosario  de  términos  mínimos,  se  recogen  a  continuación  diversas definiciones técnicas que conviene conocer bien. 

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5.ªActio  libera  in  causa:  estructura  de  imputación  que  permite  atribuir responsabilidad a un sujeto por un defecto propio de imputación. 

Autoría  (autor):  existe  cuando  se  lleva  a  cabo  una  conducta  antijurídica  con dominio de la acción; puede ser dolosa o imprudente (art. 28.I CP). 

Autoría mediata  (autor mediato):  existe  cuando  se  lleva a  cabo una  conducta antijurídica, con dominio de  la acción en virtud de que se utiliza a otro como instrumento (art. 28.I CP). 

Coautoría (coautor): existe cuando se lleva a cabo, junto con otros, una conducta antijurídica, con dominio de  la acción en virtud del reparto funcional de actos (art. 28.I CP). 

Conducta: proceso humano, externo y susceptible de autocontrol. 

Comisión por omisión: aquella estructura de  imputación por  la que se  imputa un  resultado  a  la  omisión  de  una  conducta  debida,  en  determinadas circunstancias (art. 11 CP). 

Complicidad  (cómplice  o  cooperador  no  necesario):  existe  cuando  se  presta ayuda  previa  o  simultanea,  sea  psíquica  o  sea  fáctica,  pero  de  carácter  no necesario  a  la  comisión  del  delito  del  autor;  se  distingue  en  cooperación necesaria y complicidad (si la aportación no se considera imprescindible, art. 29 CP). 

Consumación  (delito  consumado):  se  da  cuando  se  realizan  todos  los  actos exigidos en la conducta descrita en un tipo delictivo; en los delitos que incluyen la producción de un  resultado,  ésta  se  identifica  con  la  consumación  (art.  15 CP). 

Cooperación: existe cuando se presta ayuda, previa o simultanea (sea psíquica o sea  fáctica),  a  la  comisión  del  delito  del  autor;  se  distingue  en  cooperación necesaria y complicidad. 

Cooperación  necesaria  (cooperador  necesario):  existe  cuando  se presta  ayuda previa o simultánea, sea psíquica o sea  fáctica, al autor de un delito mediante medios imprescindibles o necesarios (art. 28.II.b] CP). 

Culpabilidad (sujeto culpable): cualidad del agente en cuanto le es imputado un hecho típicamente antijurídico a título de reproche. 

Dolo: Conciencia de estar realizando los actos que exige el respectivo tipo de un delito. 

Imprudencia (delito imprudente, hecho imprudente): falta de conciencia de que con  la conducta se están realizando  los actos exigidos por un  tipo delictivo, y 

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5.ª que  da  lugar  a  la  imputación  de  la  conducta  a  pesar  de  faltar  el  aspecto subjetivo que de ordinario se exige (arts. 5, 10, 14.1 CP). 

Imputabilidad: condición mínima necesaria para declarar a un agente culpable del hecho, consistente en la capacidad de conocer las normas y regirse mediante éstas. 

Inducción (inductor): existe cuando se hace surgir en otro, mediante medios de influjo psíquico, la resolución de cometer un delito (art. 28.II.a] CP). 

Lesividad:  comprobación  por  el  juzgador  de  la  necesidad  en  abstracto  de sancionar por el hecho en función de su gravedad y de otros factores. 

Omisión (delitos de): delitos cuya esencia consiste en la infracción de un deber de  actuar  positivamente  que  el  Ordenamiento  exige  a  los  destinatarios  en determinadas circunstancias. Admite dos formas: delitos de omisión pura y de comisión por omisión. 

Participación (partícipe): existe cuando se interviene en el hecho antijurídico de un  autor.  Admite  dos  formas  en  nuestro  Derecho  positivo:  inducción  y cooperación (necesaria o no). 

Punibilidad:  último  estadio  de  la  teoría  del  delito  en  el  que  se  constata  la necesidad en concreto de aplicar una pena al agente. 

Tentativa (delito en grado de): existe cuando se da principio a la ejecución de un delito directamente por hechos exteriores, practicando todos o parte de los actos que  objetivamente  deberían  producir  el  resultado,  y  sin  embargo  éste  no  se produce por causas  independientes de  la voluntad del sujeto (arts. 15, 16.1, 62 CP). 

Tipicidad  (tipo):  carácter de una  conducta  en  la medida  en que  se  encuentre definida en la Ley como infracción. 

Teoría  jurídica del delito: conjunto de estructuras de imputación por medio de las cuales el Derecho atribuye responsabilidad penal a un sujeto. 

 

 

 

Anexo  II.– Dos  casos  para  considerar,  a modo  de  ejemplo,  y  vuelta  al  caso  la «Mignonette»: 

1) «Caso del jabalí»: 

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5.ªHechos probados: «Durante una  cacería, Francisco,  tirador novel, percibe que de un arbusto que ante el se encuentra a quince metros aproximadamente, parte un  ruido,  que  él  interpreta  como  el  propio  de  un  jabalí.  Sin  más contemplaciones dispara hacia el arbusto de donde provienen  los ruidos; pero resultó que tras él se encontraba durmiendo Miguel, otro cazador, que resultó muerto.» Responsabilidad penal de F. (Preceptos  del  CP  a  tener  en  cuenta:  artículos  10;  12;  14.1.º;  15.1;  138;  142; 621.2.º). En  el  presente  caso,  resulta  claro  que  Francisco  lleva  a  cabo  una  conducta humana,  externa  y  susceptible  de  autocontrol  (disparar  en  el  curso  de  una cacería).  Pero  veamos  a  continuación  si  la  muerte  de Miguel  es  imputable objetiva y subjetivamente. En cuanto a lo primero, parece evidente que disparar una  escopeta  cargada  sobre  una  persona  viva  es  «matar»  en  el  sentido  del Código.  Efectivamente,  parece  que  el  resultado  de  la  muerte  es  imputable objetivamente a la conducta de disparar. Sin embargo no está tan claro que sea subjetivamente  imputable, pues parece que a Francisco no  se  le había pasado por  la  cabeza  (dicho  con  expresión  técnica:  que  no  se  había  representado  el peligro  de  su  disparo  para  una  persona)  matar  a  Miguel,  sino  que  estaba disparando a  lo que, debido a  los  ruidos, él  creía  ser un  jabalí. Actuó en una situación que podemos calificar de error, pues disparó a  lo que él creía ser un jabalí,  cuando  en  la  realidad  no  había  jabalí  alguno  tras  aquel  arbusto.  La situación de error excluye la imputación, salvo que el error mismo sea objeto de deber. Y aquí F. disparó  como disparan  los  cazadores  inexpertos:  sin ojear  la pieza,  sin  haberla  visto.  Si  no parece  que  sea una  conducta dolosa,  sí puede entenderse  en  cambio  como  imprudente:  debió  haber  actuado  con  mayor diligencia y cuidado para evitar actuar así. No hay duda, puesto que obra en solitario,  de  que  es  autor  de  tal  conducta;  y  no  se  plantean  problemas  de comisión por omisión. Tampoco hay datos para poner en duda la culpabilidad del autor. Nada parece afectar a la lesividad y punibilidad. En  conclusión,  podemos  decir  que  Francisco  es  responsable  en  concepto  de autor, de un delito de homicidio imprudente, del que es culpable. 

2) «Caso Estepona»: 

Hechos probados:  «El procesado, Herminio,  se  encontraba  con  otros  amigos, José y Raúl, a los que planteó hacerse con diversos objetos que se encontraban en el interior de la vivienda de Manuel. A tal fin, puestos los tres de acuerdo, y tras  recabar  información de Carlos, que,  consciente de  estas pretensiones,  les aportó  datos  sobre  posibles  accesos  a  la  casa,  decidieron  trasladarse  en  el vehículo de  José a  la  localidad de Estepona, donde se encontraba  la vivienda. Mientras éste aguardaba en el exterior de la finca, al volante del automóvil para 

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5.ª evitar  ser  sorprendidos  y  facilitar  después  la  huida,  Herminio  y  Raúl  se introdujeron en el  interior subiendo por el muro que cercaba  la propiedad; y, una vez dentro, se dirigieron al edificio, al que accedieron tras quebrar el vidrio de una  ventana de  la planta  baja,  en  el preciso  instante  en  que  alertados  los vecinos dieron  la voz de alarma,  lo cual motivó que Herminio y Raúl salieran rápidamente de  la vivienda sin  tomar objeto alguno y corrieran hacia  la  tapia para desaparecer  con  el vehículo que  les  esperaba. Los daños  causados  en  la vivienda ascienden a 105 €.» Responsabilidad penal de Herminio, José, Raúl y Carlos. (Preceptos del CP a tener en cuenta: artículos 10; 15.1; 16; 28; 29; 234‐242; 263). Los tres procesados, Herminio, José y Raúl,  llevan a cabo comportamientos en sentido  jurídico penal; lo mismo cabe decir de Carlos. Los tres primeros obran conscientes  de  que  están  entrando  en  una  propiedad  ajena,  de  fracturar  el vidrio de una ventana, de penetrar en su interior, etc., por lo que su conducta es dolosa. Sin embargo, no consiguen su propósito de apoderarse de objetos, pues deciden huir al ser alertados los vecinos. Estamos ante un supuesto de tentativa, pues  habiendo  dado  comienzo,  no  prosiguieron  en  la  ejecución;  y  no prosiguieron porque deciden no arriesgarse a ser detenidos. Por otra parte, los tres responden como coautores: no sólo Herminio y Raúl, que penetraron en la vivienda, sino también José, que esperaba con el vehículo, pues en el conjunto del  plan  los  tres  se  han  distribuido  los  papeles  de  la  acción;  a  cada  uno  le corresponde una  función:  todos son autores por  igual  (coautores). No sucede, sin  embargo,  lo mismo  con Carlos,  que,  consciente  de  los  propósitos  de  sus amigos, sólo aportó información para que los otros tres trazaran su plan. Carlos no  puede  ser  autor,  pero  sí  cooperador,  y  más  en  concreto  cómplice  o cooperador  no  necesario,  debido  a  que  su  aportación,  su  ayuda,  es  menos relevante, prescindible, sustituible. En definitiva, Hermino, Raúl y José responden, como coautores, de un delito de robo con fuerza en las cosas en grado de tentativa. Carlos responde del mismo delito a título de cómplice. 

Y vuelta al caso la «Mignonette»: 

El problema central del caso no reside en la imputación objetiva y subjetiva del hecho. A  todas  luces,  la  conducta  constituye un hecho doloso  consumado de homicidio7,  realizado  por  Dudley  y  Stephens  en  coautoría.  No  concurren situaciones de legítima defensa o estado de necesidad que permitan la conducta. 

7  Recuérdese  lo  señalado  en  la  nota  10  de  la  Lección  4.ª:  no  se  entra  a  la  distinción  entre homicidio y asesinato. Pero en el caso,  la producción dolosa de  la muerte va acompañada de alevosía  por  prevalimiento  de  la  situación  de  extrema  debilidad  y  sueño  de  la  víctima: constituiría asesinato. 

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La teoría del delito (II) 

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5.ªPero es cuestionable si los agentes son culpables. En concreto, puede plantearse que  se  trata de  sujetos  a  los que  en  el  caso  concreto  el Ordenamiento puede dejar de exigir obrar conforme al Derecho. En el momento en el que se cometen estos hechos, el Derecho del common Law desconocía una vía para situaciones límites, como la descrita en el caso del naufragio. El tribunal se vio obligado a castigar por un hecho doloso consumado de homicidio. Pero el que  la Corona procediera  a  conmutar  la  sentencia  de  muerte  por  otra  de  arresto  casi insignificante, comparado con aquélla, hace pensar que procedió a aplicar algo que  el Ordenamiento  entonces  vigente  desconocía:  una  vía  de  atenuación  o disculpa para casos en que no es proporcionado exigir al agente obrar conforme a la norma8. Para establecer distinciones como estas sirve la teoría del delito9. 

 

 

8 En este sentido, cfr. RADBRUCH, El espíritu del Derecho inglés, pp 78‐80. 

9 Es interesante conocer el razonamiento de Lord Coleridge, juez en el Tribunal que enjuició el caso, de donde se extractan las siguientes frases (cfr. RADBRUCH, El espíritu del Derecho inglés, pp 93‐95, en trad. cit.): «se ha reconocido que  la muerte de ese  joven [Parker],  incapaz de prestar resistencia  alguna,  fue  claramente  un  asesinato,  desde  el momento  en  que  no  se  ha  podido justificar mediante las eximentes bien fundamentados y reconocidos por el Derecho. Es también conocido que en este caso no se daban tales eximentes, a no ser que el asesinato se justificase en base al denominado “estado de necesidad”  (necessity). Pero  la  tentación que se ha planteado aquí no  era  lo  que  el Derecho  suele denominar  estado de necesidad. Y  esto no  es digno de lástima.  Aunque  el  Derecho  y  la  Moral  no  son  lo  mismo,  y  ciertas  cosas  pueden  ser consideradas  inmorales,  si  bien  no  se  encuentran  necesariamente  reguladas,  una  separación entre el Derecho y  la Moral  sería desastrosa; esta  separación  tendría  lugar,  si  la  tentación de asesinato  fuese  considerada por  el Derecho,  en  este  caso,  como una defensa  sin  restricciones frente a la acusación de asesinato. No es así. La supervivencia es, en general, un deber, pero el autosacrificio puede ser el deber más claro y supremo. […]  la necesidad moral  impone a esos hombres el deber, no de preservación, sino de sacrificio de su vida por los demás. […] no cabe decir  que  hay  una  necesidad  absoluta  e  ilimitada  de  conservar  la  propia  vida».                              © [email protected] 

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6.ªCIRCUNSTANCIAS  MODIFICATIVAS  DE  LA  RESPONSABILI‐DAD CRIMINAL I. Concepto, naturaleza y sistema de reglamentación. II. Circunstancias atenuantes, agravantes y mixtas. III. Inherencia y compatibilidad. IV. Comunicabilidad de las circunstancias.  

El contenido de esta  lección enlaza con  lo ya tratado en  las dos anteriores. Sin embargo,  a  diferencia  de  esas  dos,  el  de  ésta  no  volverá  a  ser  tratado  en  la asignatura de Derecho penal II. Por  lo que la profundidad de  la exposición de esta materia ahora es superior a la de las dos anteriores. Se trata de contar con los  conocimientos  mínimos  necesarios  para  poder  afrontar  en  las  lecciones sucesivas las reglas de determinación de la pena según el código penal español vigente. En estas páginas se opta por su estudio junto a la teoría del delito (en la introducción somera a  la teoría del delito, que se expone en esta parte II de  la asignatura) y antes de pasar a conocer las reglas de determinación de la pena en el código penal español (III parte). Puesto que  las circunstancias modificativas afectan  a  la  pena  por  el  delito,  suelen  exponerse  al  referirse  a  las  reglas  de determinación  de  la  pena,  o  bien  se  remiten  a  la  parte  especial,  como complemento de los delitos que en cada caso las suelen llevar aparejadas. Otros prefieren estudiarlas al referirse a la teoría del delito. 

 

I. Concepto, naturaleza y sistema de reglamentación.– 

Se  entiende  por  circunstancias  modificativas  del  delito  aquellos  datos accidentales  de  los  que  no  depende  la  existencia  misma  del  delito  sino  su gravedad  y  necesidad  de  sancionar.  Por  ejemplo,  entre  las  agravantes:  la alevosía,  el  ensañamiento,  el  cometer  el delito por motivos  racistas…; o bien, entre  las  atenuantes:  la  reparación  del  daño  del  delito,  la  confesión  a  las autoridades  de  la  infracción...  Unas  afectan  a  la  antijuricidad,  otras  a  la culpabilidad, otras a  la punibilidad. Tienen  la virtualidad en nuestro Derecho positivo de influir directamente en la determinación de la pena1. Se encuentran recogidas en sendos catálogos de circunstancias (atenuantes y agravantes, en  los arts.  21‐22  CP  respectivamente;  a  los  que  hay  que  añadir  una  circunstancia 

1 Concretamente, y a  reservas de estudiar esta  cuestión más en detalle  en  la Lección 11.ª,  con arreglo  a  la  reforma  del  CP  en  2003,  adelantemos  ya  que  el  juego  de  las  circunstancias modificativas extiende el marco de la pena aplicable desde la inferior en dos grados respecto a la pena  tipo o marco  (concurrencia de eximente  incompleta o atenuante [‐s] muy cualificada), hasta la superior en un grado, en su mitad inferior (concurrencia de agravantes) o incluso a la superior  en  grado  en  toda  su  extensión,  en  casos  excepcionales  (multirreincidencia).  En  el homicidio (con pena de prisión entre 10 y 15 años) se pasaría a un umbral de pena aplicable que va de dos años y seis meses a 22 años y seis meses. La importancia práctica de las circunstancias modificativas es enorme. 

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6.ª calificada como mixta, debido a que en unos casos atenúa y en otros agrava: el parentesco, en el art. 23). 

Pero también hay que contar con otros elementos accidentales que en algunos delitos, o grupos de delitos, se recogen en la parte especial del código (por ejemplo, arts. 139, para el asesinato respecto al homicidio; 242.2, para el uso de armas en el robo violento). La relevancia  de  estos  otros  elementos  accidentales  puede  ser  diversa  a  la  de  las circunstancias  modificativas  genéricas  (arts.  21‐23):  así,  pueden  dar  lugar  a  una cualificación  del  tipo  en  uno  diverso  (es  lo  que  sucede  con  el  asesinato  respecto  al homicidio),  y  a  agravaciones  de  la  pena  superiores  a  las  que  derivan  de  las circunstancias genéricas. 

En otros sistemas jurídicos, la valoración de la gravedad del delito para fijar la pena,  es  distinta  a  la  de  catálogos  como  los  que  recogen  los  arts.  21‐23  de nuestro código: o bien no existen catálogos de circunstancias tasadas, o bien se prevén para grupos de delitos, con el fin de encauzar la valoración por el  juez de la gravedad de la situación, y conducen a la fijación de la pena. 

Los códigos penales españoles prevén desde el de 1848 un catálogo de circunstancias modificativas. La  razón de  esta previsión  se hallaba  en  la pretensión de  restringir  la actividad  judicial  mediante  una  serie  de  criterios  tasados.  Los  catálogos  de circunstancias modificativas venían a encauzar la aplicación de la ley por el juez, y a la vez a restringir la arbitrariedad. Dicha previsión responde al temor del legislador ante la arbitrariedad  judicial en la fijación de las penas, que ya quedó descrito en la Lección 3.ª.  El  legislador  español  –aunque  cada  vez  simplificando  más  las  circunstancias previstas– ha ido perpetuando a lo largo de la historia estos catálogos de circunstancias, dirigidos a encauzar y restringir el arbitrio judicial, con temor a la arbitrariedad. Dicho proceder  encierra  un  prejuicio:  el  que  las  cuestiones  de  gravedad  del  delito  sean cuestión de mera subsunción del hecho bajo la Ley, alejadas del caso concreto2. 

Las  circunstancias,  como  elementos  accidentales,  afectan  a  las  respectivas categorías fundamentales del delito: así, por un lado a la antijuricidad, por otro, a  la  culpabilidad, pero  también,  finalmente, a  la punibilidad. Sin embargo,  la culpabilidad  no  se  ve  aumentada  por  la  presencia  de  circunstancias (agravantes), pues consiste en un juicio de atribución como reproche del hecho previamente  valorado  como  antijurídico, por  lo  que no hay  agravantes de  la culpabilidad.  La  antijuricidad  sí  puede  verse  afectada  por  las  circunstancias, tanto para agravar, como para atenuar. Caso de que una circunstancia haga el hecho  «más  reprochable»  (así,  por  ejemplo,  el  ensañamiento)  ese  mayor reproche no incrementa la culpabilidad, sino la antijuricidad de la conducta: es el hecho  lo que  se ve valorado  como de gravedad  superior. Y así, el  tipo del homicidio  pasa  a  ser más  grave,  como  también  el de  lesiones  se  agrava3. La 

2 Cfr. BACIGALUPO ZAPATER, DP. PG, 1997, p 162. 

3  De  forma más  precisa,  el  homicidio  cometido mediando  ensañamiento  no  da  lugar  a  un homicidio agravado, sino a un delito distinto, que se llama «asesinato». Éste, el asesinato, no se entiende  en  la  doctrina  como  un  mero  homicidio  agravado,  sino  como  un  tipo  distinto, específico (y de ahí, que la pena sea superior a  la que correspondería a un homicidio con una 

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6.ªpunibilidad de  la  conducta –es decir,  la necesidad de castigarla– puede verse aumentada  por  la  concurrencia  de  circunstancias;  sin  embargo,  no  parece proporcionado que una mayor necesidad de castigar lleve a incrementar la pena más allá de lo que corresponde a la culpabilidad por el hecho (cfr. Lección 1.IV). 

Como elementos accidentales que son, afectan al hecho antijurídico, a su atribución al agente como culpable, o a la necesidad de castigarlo. Por eso, las circunstancias que se refieren  a  la  antijuricidad  y  a  la  culpabilidad  exigen  la  imputación  como  el  hecho mismo. En concreto, la aplicación de una circunstancia exige su conocimiento por parte del  agente.  En  caso  contrario,  caso  de  desconocimiento  de  la  concurrencia  de  una circunstancia, no es posible aplicarla, al menos por lo que se refiere a las agravantes (art. 14.2 CP)4. Las  circunstancias que afectan  a  la punibilidad no deberían  incrementar  la pena más allá de la concreta culpabilidad (recuérdese  lo dicho para la  justificación del Derecho penal en la Lección 1.ª). 

 II. Circunstancias atenuantes, agravantes y mixtas.– El  código  distingue,  como  ya  es  habitual  en  nuestra  legislación  penal,  entre circunstancias atenuantes y agravantes. Se habla además de circunstancias mixtas en  los  casos  en que pueden atenuar o agravar,  según  los  casos;  sólo hay una circunstancia  de  esta  clase:  el  parentesco  entre  autor  y  agraviado  (art.  23). Agraviado puede ser la víctima pero no sólo. De forma esquemática, y sin clasificarlas ahora según las categorías doctrinales a las que afectan, las circunstancias genéricas previstas en nuestro CP son: 

Circunstancias atenuantes:  Circunstancias agravantes: Eximentes incompletas (21.1.ª)  Alevosía (22.1.ª) Adicción a drogas/alcohol (21.2.ª)  Disfraz/abuso de superioridad/aprovechamiento de 

ciertos factores (22.2.ª) Estado pasional (21.3.ª)  Precio/recompensa/promesa (22.3.ª) Confesión de la infracción (21.4.ª)  Motivación discriminatoria (22.4.ª) Reparación del daño (21.5.ª)  Ensañamiento (22.5.ª) De análoga significación (21.6.ª)  Abuso de confianza (22.6.ª) Mixta: Parentesco (art. 23)  Prevalimiento del carácter público (22.7.ª)   Reincidencia (22.8.ª)   Mixta: Parentesco (art. 23) 

 

agravante). No se trataría entonces de una mera circunstancia genérica, sino de un tipo distinto. Pero el efecto es el mismo: cualifica la infracción por su gravedad. 

4 Discutido es, en cambio, la suerte de las circunstancias atenuantes desconocidas por el agente: ¿deben  beneficiar  (esto  es,  atenuar  la  pena)  a  quien  las  desconoce?  El  art.  14  CP  no  hace mención expresa a ellas. La solución que parece más correcta es la de atender al fundamento de la  respectiva  atenuación,  de  forma  que  podrían  atenuar  aquéllas  que  –aun  desconocidas– pertenezcan al hecho, pero no tendría sentido que una circunstancia de fundamento psicológico y por tanto en el conocimiento por el agente, atenúen (así, por ejemplo, en las circunstancias de confesión y reparación, del art. 22.4.ª y 5.ª). Cfr. esta solución en MIR PUIG, DP. PG, 10/119‐127. 

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6.ª Además,  los  códigos  penales  españoles  suelen  incluir  un  catálogo  de  circunstancias denominadas eximentes, que recoge las causas de justificación genéricas y las causas de inimputabildad y alguna de exculpación, sin distinción legal expresa. No conviene por tanto  estudiar  las  circunstancias  eximentes  como  si  se  tratase  de  una  clase más  de elementos  accidentales,  pues  no  lo  son;  tampoco  conviene  entender  que  todas  las circunstancias del catálogo de eximentes son de igual naturaleza, pues unas afectan a la antijuricidad (las que plasman normas permisivas y eximentes: legítima defensa, estado de necesidad, cumplimiento de un deber y ejercicio legítimo de un derecho) y otras a la culpabilidad  (alteraciones  psíquicas,  intoxicación  y  síndrome  de  abstinencia, alteraciones originarias de  la percepción y miedo  insuperable). Es más, convendría no aplicarles el denominador de circunstancias, sino  referirse a ellas como  lo que son en cada caso: una causa de justificación o una de inimputabilidad, o una de inexigibilidad, según se trate. 

II.1. Circunstancias atenuantes: 

II.1.1.‐ Circunstancias atenuantes privilegiadas (por referencia a las eximentes): 

i) Las eximentes incompletas (21.1.ª). Debido a la peculiar forma de prever nuestro Derecho, en el art. 20, las causas de justificación (que afectan a la antijuricidad) y de inimputabilidad y exculpación (que afectan a la culpabilidad), el catálogo de circunstancias atenuantes se encuentra en relación con aquéllas. La primera de  las  atenuantes  se  refiere  a  las  causas  previstas  en  el  art.  20,  cuando  falta alguno de  los  requisitos  inesenciales para eximir de  responsabilidad. Se habla así de «eximentes incompletas»5. 

La  aplicación  de  esta  circunstancia  atenuante  requiere  que  no  concurra  algún elemento de  la  respectiva eximente. Lo cual exige, más en concreto, que debe concurrir  la  base  de  la  causa  de  exención  y  que  sólo  falte  alguno  de  los elementos  no  esenciales.  Así,  por  ejemplo,  en  la  causa  de  exención  (de justificación)  de  la  legítima  defensa,  es  preciso  que  concurra  al menos  una agresión ilegítima y actual, que dé lugar a la necesidad abstracta de defenderse; pueden faltar los elementos no esenciales de defensa en concreto necesaria o de falta de provocación, pero no  los dos primeros, pues éstos son  la base mínima para  poder  hablar  de  «defensa».  En  ocasiones  resulta  difícil  distinguir  los elementos  esenciales  e  inesenciales  en  las  circunstancias  que  no  se  describen mediante requisitos, sino sólo en virtud de ciertos efectos: así, por ejemplo,  la causa  de  (inimputabilidad  por)  alteración  psíquica;  en  estos  casos  se  ha  de  5 En realidad, el texto del art. 22.1.ª se refiere a las circunstancias del «capítulo anterior», por lo que  no  sólo  abarcaría  las  del  art.  20,  sino  también  las  del  19  (minoría  de  edad  penal).  Sin embargo,  hay  datos  sistemáticos,  teleológicos  e  históricos  que  contradicen  esa  conclusión emitida con arreglo al tenor  literal. En primer  lugar, no significa que se refiera a todas  las del capítulo precedente, sino sólo a aquellas que puedan darse de manera incompleta; en segundo lugar,  carece  de  sentido  apreciar  de  forma  incompleta  la minoría  de  edad,  pues  no  admite fragmentarla  (se da o no se da, pero no se da de manera parcial); además, en  tercer  lugar,  la historia del precepto evidencia cómo ha desaparecido la antigua circunstancia de edad entre 16 y 18 años, pues la aprobación de un régimen específico penal para los menores (la Ley Orgánica de la Responsabilidad Penal de los Menores) da entrada a ésta y no al régimen del código penal. 

Eliminado: r

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6.ªexigir que al menos concurra una alteración de la psique, sin la cual no se da la base necesaria para poder hablar siquiera de exención6. 

Esta  circunstancia  atenuante  se  califica  de  privilegiada  porque  su  efecto  es  más beneficioso respecto a las demás: la Ley permite una atenuación mayor de la pena que en  las  restantes. En concreto, desciende en uno o dos grados  respecto a  la pena  tipo, como señala el art. 68  (que establece como preceptiva  la atenuación: cfr.  infra, Lección 11.ª)7. Se tienen en cuenta entonces el número y entidad de los requisitos que faltan para eximir.  Pero  ello  no  excluye  que  además  otros  elementos  entren  en  juego  para  la determinación concreta de la pena: las circunstancias personales del agente y las reglas de determinación del art. 66. 

II.1.2.‐ Circunstancias atenuantes ordinarias vinculadas a la culpabilidad: 

Se  trata  de  circunstancias  que  afectan  a  la  culpabilidad  (en  concreto,  a  la imputabilidad,  que  se  ve  disminuida:  ii]‐iii]),  o  bien  a  la  punibilidad  (en concreto, a la necesidad de castigar, que puede ser menor en esos casos: iv]‐vi]). 

A  diferencia  de  las  eximentes  incompletas  que  acabamos  de  ver  en  i),  las circunstancias  atenuantes  ordinarias  no  permiten,  por  lo  general,  un  efecto atenuatorio  de  tanto  alcance  de  la  pena.  Por  eso  se  las  denomina  como ordinarias. La previsión normal de las circunstancias atenuantes es que operen para limitar la fijación de la pena dentro de márgenes más reducidos. 

No nos referiremos ahora a  las concretas reglas previstas en el art. 66, materia que se tratará en  la Lección 11.III.4. Pero  téngase en cuenta que  las circunstancias atenuantes ordinarias pueden en ciertos casos dar lugar a una atenuación más extensa de la pena. En efecto, si se valoran como «muy cualificadas», permiten el descenso en uno o dos grados, como en los casos de eximente incompleta8. Las circunstancias atenuantes muy cualificadas son aquellas en las que concurre de forma muy intensa el fundamento de la respectiva atenuación. 

ii) Adicción a alcohol y drogas (21.2.ª). Se trata de una circunstancia que afecta a la culpabilidad,  pues  se  refiere  a  la  imputabilidad,  es  decir,  a  la  capacidad  de guiarse por normas, que es lo que se ve mermado por la ingesta o consumo de 

6 Debe  tenerse  en  cuenta  además que  en  los  casos de  eximentes  incompletas vinculadas  a  la inimputabildad (por relación al art. 20.1.ª, 2.ª y 3.ª), pueden imponerse medidas de seguridad, aplicadas de acuerdo con el régimen vicarial (cfr. Lección 10.ª.VI). 

7 No es el único caso, sin embargo, de descenso de la pena en grado en materia de atenuantes: cfr.  art.  66.1.2.ª. Por otra parte,  este  régimen privilegiante ya  existía  en  el CP  1973, y pasó  a preverse  como  potestativo  en  el CP  1995.  La  potestad  de  atenuar  fue  «interpretada»  por  la jurisprudencia  como  preceptiva  –consecuencia  que  no  deja  de  ser  curiosa.  La  redacción  del respectivo  precepto  en  2003  vuelve  al  régimen  de  atenuación  preceptiva.  Cfr.  sobre  esta cuestión PIÑA ROCHEFORT, «Del poder al deber. Disminución preceptiva de la pena en casos de eximentes incompletas», AP, 2003, pp 763‐775. 

8 Cfr. art. 66.1.2.ª:  es preciso que  concurra «una o varias  [atenuantes] muy  cualificadas, y no concurra agravante alguna». 

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6.ª alcohol y drogas9. Las  sustancias  cuya adicción permite atenuar  son «bebidas alcohólicas, drogas tóxicas, estupefacientes sustancias psicotrópicas u otras que produzcan efectos análogos», las enunciadas en el art. 20.2.ª. 

Es  preciso  tener  en  cuenta  que  la  redacción  del  precepto  no  se  refiere  a  cualquier dependencia o relación del delito con dichas sustancias, sino sólo a las situaciones que puedan calificarse como adicción, que sea, además, de carácter grave, y que genere –«a causa  de»–  el  delito  cuya  atenuación  se  plantea10.  Se  excluye  la  intoxicación  no provocada por una adicción; pero, a la vez, puede incluir las situaciones de síndrome de abstinencia (previstas en el art. 20.2.ª) provocado por esas sustancias. 

Puesto que  también es posible  la atenuación privilegiada por eximente  incompleta, el ámbito  de  esta  circunstancia  ordinaria  se mueve  entre  la  ligera  afectación  por  esas sustancias  –que no daría  lugar  a  atenuación– y  la  afectación  intensa  –que podría dar lugar a apreciar  la  eximente  incompleta–, pasando por  la afectación no  intensa  –mera atenuante ordinaria. 

iii)  Estados  pasionales  (21.3.ª).  Se  trata  de  una  circunstancia  que  afecta  a  la culpabilidad,  pues  se  refiere  a  la  imputabilidad,  a  la  capacidad  de  guiarse mediante  normas,  que  se  vería  mermada  si  el  agente  «obra  por  causas  o estímulos tan poderosos que hayan producido arrebato u obcecación u otro estado pasional de  entidad  semejante». Puesto que  lo  relevante  es  la  afectación de  la capacidad  de  guiarse  por  normas,  no  es  preciso  que  los motivos  pasionales procedan  de  causas  lícitas,  sino  que  ejerzan  un  efecto  relevante  sobre  la motivación. Así  como  el  arrebato  parece  ser  un  efecto  repentino  o  súbito,  la obcecación  señala  un  proceder  continuado  o más  duradero  en  el  tiempo.  Lo esencial es la entidad del estado pasional que ha de afectar a la imputabilidad, disminuirla. 

Puede incluir también los casos que daban lugar a la antigua «provocación próxima por parte del agresor», circunstancia antes prevista entre la atenuante de estados pasionales, y que desapareció con tal denominación en la reforma de 1983. 

La mera  alteración  que  no  produzca  efectos  de  tanta  intensidad  como  el  arrebato  u obcecación  carece de  consecuencias atenuatorias. A partir de ese mínimo,  los  estados pasionales pueden  ser atenuantes  (si han afectado a  la  imputabilidad o  capacidad de regirse por  normas); pero  también  algo más:  si por  su  gran  intensidad provocan un trastorno mental de carácter transitorio, podrían dar  lugar a eximente  incompleta (art. 21.1.ª), o incluso eximente completa (art. 20.1.º). 

iv) Parentesco (art. 23). Como ya se ha señalado,  las relaciones parentales entre autor  y  víctima  se  califican  como  circunstancia mixta,  lo  cual  significa  que puede  ser  atenuante  pero  también  agravante.  Como  atenuante,  afecta  sobre todo a la necesidad de castigar el hecho, que puede ser menor al tener en cuenta 

9 Así, resaltando la conexión de la circunstancia con la imputabilidad, la STS 8 de noviembre de 2002, AP 160/2003 (ponente Aparicio Calvo‐Rubio), FD 3.º. 

10 Cfr. la sentencia citada en nota 9, que se remite a las SSTS 29 de mayo de 2000 y 5 de mayo de 1998; cfr. también STS 4 de diciembre de 2002, AP 217/2003 (ponente Maza Martín), FD 2.º. 

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6.ªlas  relaciones  parentales  entre  autor  y  agraviado.  La  antijuricidad  no  se  ve disminuida  por  el  dato  de  que  exista  parentesco  entre  ambos,  tampoco  la culpabilidad; pero sí puede ser menor en ciertos delitos la oportunidad de aplicar el  derecho  penal  a  autores  vinculados  por  parentesco  con  la  víctima  o agraviados. 

El código no establece con precisión en este lugar cuándo ha de operar como atenuante o como agravante. En la redacción del art. 23 se limita a señalar que ello dependerá de «la naturaleza,  los motivos y  los efectos del delito». En  la parte especial, al prever  los diversos delitos singulares, se recurre en ciertos casos expresamente al parentesco para eximir de pena: en delitos patrimoniales no violentos ni intimidatorios, o contra bienes jurídicos  supraindividuales  (arts.  268,  454,  470.3).  A  su  vez,  el  parentesco  agrava, también expresamente, en ciertos delitos violentos o intimidatorios (arts. 153, 180.1.4.ª, 182.2)11. Esto ha hecho  entender  que  el parentesco podría  operar  como  atenuante  en aquellos delitos no violentos o  intimidatorios que afecten a realidades no personales o bienes  jurídicos  fundamentales. Lo cual concuerda con  la exención de pena en delitos patrimoniales no violentos (art. 268, donde la doctrina y jurisprudencia, desde antiguo consideran  que  puede  dejar  de  aplicarse  la  pena,  pues  ello  provoca  un  efecto más beneficioso  para  las  relaciones  familiares  que  el  imponerla)12.  En  otros  casos,  son razones próximas a la inexigibilidad de otra conducta, unidas a consideraciones de falta de necesidad de pena las que llevan a dejar de castigar (así, en algunos delitos contra la Administración  de  Justicia,  en  los  que  quien  encubre  o  ayuda  a  huir  al  familiar delincuente, queda impune; arts. 454 y 470.3). De estos preceptos se extrae como ratio o finalidad de la atenuación del parentesco que las relaciones familiares se privilegian en esos casos sobre la concreta necesidad de castigar el delito13. 

11 Además, existen delitos basados en  la  infracción de deberes  familiares, que no afectan a  la argumentación ahora presentada. 

12 Tratándose de delitos que llevan consigo violencia y/o intimidación, aun siendo patrimoniales (como algunos supuestos de robo o la extorsión), no cabe recurrir al parentesco para eximir (art. 268) ni para atenuar (art. 23): cfr., para el delito de extorsión, STS 15 de marzo de 2003, AP 381 [Saavedra Ruiz]. 

13 En otros casos, el parentesco, unido a otros motivos (insignificancia, carácter terapéutico de la conducta…)  se  ha  tenido  en  cuenta  para  eximir  de  responsabilidad,  o  al menos  para  una atenuación. Así, por ejemplo, en el caso de quien suministra droga en cantidades insignificantes al  familiar drogodependiente, para que pueda  superar un  síndrome de  abstinencia. En  estos casos,  la relación parental y el carácter del suministro de estupefacientes con carácter  (cuasi‐) medicinal lleva a la jurisprudencia (tras una primera negación: cfr. STS 6 de julio de 1992 y ATS de  29  de  noviembre de  1995, por  entender  que  el  «agraviado»  es  colectivo, no pariente por tanto) a atenuar (cfr. SsTS 20 de abril de 1993, 11 de junio de 1997; 14 de julio de 1997; 15 de abril de 2002; 21 de octubre de 2002) o,  incluso, a declarar  la  impunidad por el delito de  tráfico de drogas: cfr. STS 22 de enero de 1997, A 1271, ponente Conde‐Pumpido, FD 3.º, con referencias. Cfr. también la STS 20 de enero 2003, A 2425, ponente Conde‐Pumpido, que no da lugar a casar la  sentencia  recurrida  porque  entiende  que  no  se  dan  los  requisitos  de  la  doctrina jurisprudencial en ese sentido: se trata de un caso de condena por el delito de tráfico de drogas con atenuante muy cualificada de parentesco (aunque no es objeto de recurso este extremo); en la STS 9 de diciembre de 2002, AP 224, ponente Andrés  Ibáñez, en cambio, sí se aprecia, aun 

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6.ª El  precepto  del  art.  23  describe  cuáles  son  las  relaciones  parentales  que dan lugar a  la atenuación: «ser cónyuge  […] ascendiente, descendiente o hermano por naturaleza o adopción del ofensor o de su cónyuge…». A estas relaciones parentales en sentido estricto, se añaden otras: «ser o haber sido el agraviado cónyuge  o  persona  que  esté  o  haya  estado  ligada  por  análoga  relación  de afectividad», para el caso de convivientes de hecho14. La finalidad del precepto que lleva a darle relevancia atenuatoria no puede convertir el parentesco en una atenuación  automática:  sólo  debería  atenuar  si  concurre  la  finalidad  que  da sentido en cada caso a la atenuación. En otro caso, no. 

II.1.3.‐ Circunstancias atenuantes ordinarias vinculadas la punibilidad: 

v) Confesión de la infracción (21.4.ª). No se trata de una circunstancia que afecte a la  culpabilidad,  ni  a  la  antijuricidad,  sino  a  otros  elementos  de  la  teoría  del delito: en concreto, punibilidad, categoría que viene a recoger elementos ajenos al delito en sí mismo, pero que condicionan la necesidad concreta de sanción. Es esto lo que permite decir que los comportamientos post‐ejecutivos de confesión de  la  infracción  a  las  autoridades  (proceder  «antes  de  conocer  que  el procedimiento  judicial  se  dirige  contra  él  [el  culpable],  a  confesar  a  las autoridades  la  infracción»)  pueden  hacer  menos  necesaria  la  necesidad  de castigar  al  agente.  Son  razones  de  política  criminal  no  vinculadas  al  hecho (antijuricidad)  o  al  agente  (culpabilidad),  las  que  aconsejan  posibilitar  la disminución  de  la  pena.  En  concreto,  se  trata  de  favorecer  a  quien  ha contribuido a esclarecer el hecho, obrando más allá de lo que el Ordenamiento le exige. 

En  concreto, quien  así  obra, hace más de  lo que  la Ley  le obliga. La  ley no obliga  a declarar contra sí mismo, pues rige el privilegio de la regla nemo tenetur seipsum accusare. Es precisamente este obrar más allá de lo que el Derecho exige, lo que posibilita tratar de  forma  premial  al  agente  –se  le  concede  el  premio  de  la  atenuación–15.  Por  este motivo, se exige que sea el propio culpable quien acude a confesar la infracción (no cabe la confesión por terceros, que trasformaría la conducta en denuncia; conducta en ciertos casos debida, aunque no exigida bajo amenaza de pena); debe  conocer  el  culpable  la base de la circunstancia (que el procedimiento no se dirige todavía contra él). 

Esta  circunstancia,  como  la  siguiente,  viene  a  sustituir  a  la  antigua  de  «obrar  por impulsos de arrepentimiento espontáneo». La aplicación jurisprudencial de ésta pasó de una  interpretación  psicologicista  que  exigía  obrar  por  motivos  de  efectivo arrepentimiento, a una más objetivada que se conformaba con la mera actuación post‐

cuando  cabe  dudar  de  que  concurran  los  requisitos  que  la  doctrina  jurisprudencial  viene exigiendo. 

14 El texto del precepto ha sido modificado en 2003, para añadir además la referencia a quien es pariente o conviviente fáctico o lo ha sido. Cfr. el texto del art. 23. 

15 Se  trata de un  comportamiento  supererogatorio,  es decir, que  excede de  lo debido, y que  se imputa, no a título de demérito o reproche, como el delito, sino a título de mérito; a él sigue, no la pena, sino el premio. 

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6.ªdelictiva negativa. La actual  circunstancia del art. 21.4.ª es  ciertamente próxima, pero difiere por la conducta, objetivada, de autodenunciarse. 

vi) Reparación del daño  (21.5.ª). Como en el  caso anterior,  también  la  categoría sistemática aquí afectada es la punibilidad, pues ni el injusto ni la culpabilidad se  ven  alterados  por  una  conducta  posterior  al  delito,  y  sí  sólo  la  necesidad concreta de  sancionar  al  agente que  repara  el daño derivado de  su hecho:  el culpable procede «a  reparar el daño ocasionado a  la víctima, o disminuir  sus efectos,  en  cualquier  momento  del  procedimiento  y  con  anterioridad  a  la celebración del acto del juicio oral».  

Esta atenuante no encuentra parangón en  la regulación del código anterior16. Con ello esta  previsión  aproxima  nuestro Derecho  a  lo  que  es  ahora  común  en  legislaciones modernas: dar relevancia cada vez mayor a los actos del autor a favor de la víctima (cfr. supra, Lección 1.II.v])17. 

La atenuante requiere, por un lado, un elemento temporal (que se efectúe antes del comienzo del juicio oral)18. Por otro, un elemento sustancial (reparación del daño  causado  o  disminución  de  sus  efectos)19.  La  finalidad  de  obtener  la reparación hace que se proponga con cierta amplitud la posibilidad de apreciar la circunstancia20. 

 

16 En cuanto al fundamento de esta nueva atenuante, se debate la doctrina entre una razón de interés general en la reparación del daño, o bien de satisfacción a la víctima: cfr., en este último sentido, ÁLVAREZ GARCÍA, «Sobre algunos aspectos de  la atenuante de reparación a  la víctima (art. 21.5.ª Código penal)», CPC 61, 1997, pp 253 y 261 (con referencias). 

17  No  parece  muy  claro  si  se  trata  siempre  y  en  todo  caso  de  un  comportamiento supererogatorio, es decir, que va más allá de lo debido (cfr. supra, nota 15). En concreto, quien ha causado un daño está obligado a repararlo, por lo que no se trata de algo que queda más allá del deber. De todos modos, es posible que algunas conductas de reparación vayan más allá de lo debido, en cuyo caso sí son supererogatorias o meritorias. 

18 En  cuanto  al momento posible de  apreciación de  esta  circunstancia,  cfr. ÁLVAREZ GARCÍA, CPC 61, 1997, pp 256‐257: proponen algunos autores (cit. ibidem) la extensión de la circunstancia incluso  una  vez  iniciado  el  juicio  oral.  El  propio  Álvarez,  de  lege  lata,  considera  preferible entonces  la  apreciación  de  la  circunstancia  atenuante  analógica  (cfr.  ibidem,  p  257,  con referencias al respecto); en este sentido, también la STS 28 de febrero de 2003 (AP 284, ponente Conde‐Pumpido Tourón) FD 9.º (con cita de la STS 4 de febrero de 2000). 

19 Cfr. un análisis en la STS 28 de febrero de 2003 (AP 284, ponente Conde‐Pumpido Tourón) FD 9.º,  que  admitió  la  circunstancia  en un  caso  en  que  se  consignó  la  cantidad  solicitada  como responsabilidad civil, con el fin de reparar a la víctima los efectos (morales) del delito cometido. 

20 Habría que estar entonces al fundamento de la circunstancia, que no parece que sea la actitud interna de arrepentimiento, sino la satisfacción del agraviado por el delito o la reparación (cfr. supra¸ nota 15). 

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6.ª II.1.4.‐ Circunstancias atenuantes analógicas: 

vii) Cualquier otra circunstancia de análoga significación que las anteriores (21.6.ª). El catálogo  de  circunstancias  atenuantes  se  cierra  con  una  cláusula  abierta,  la posibilidad de apreciar atenuantes por analogía  («cualquier otra circunstancia de análoga significación que las anteriores»21). La llamada atenuante de análoga significación no constituye en propiedad una circunstancia específica, sino una vía  de  apertura  a  nuevas  circunstancias  que  puedan  presentarse,  dentro  de ciertos  límites. Con  base  en  este  precepto,  por  referencia  a  las  circunstancias anteriores del art. 21, es posible, en efecto, ampliar los supuestos que dan lugar a  atenuación.  Esta  previsión  relativiza  la  pretensión  clásica  de  restringir  el arbitrio de la actividad judicial mediante catálogos de circunstancias22. 

Atenuante  por  analogía  se da,  por  ejemplo,  en  la  valoración de  la  ludopatía como  atenuante:  a  pesar  de  que  no  es  subsumible  en  ninguna  de  las circunstancias tasadas del art. 21, podría vincularse con  la del 21.2.ª23, o con  la eximente  incompleta del 21.1.ª, en relación con un trastorno mental transitorio del art. 20.1.º. 

Es  preciso  efectuar  algunas  observaciones:  la  analogía  se  refiere  a  las  circunstancias anteriores,  por  lo  que  se  puede  defender  que  no  cabe  una  analogía  con  otras atenuaciones  no  previstas  en  los  números  precedentes  del  art.  21  (el  art.  23,  por ejemplo)24. 

Además, es preciso al fundamentar la sentencia, explicitar dónde reside la analogía con las  circunstancias  ya  previstas25.  Y,  puesto  que  la  analogía  es  una  forma  de argumentación basada en la común finalidad o teleología, exige que la semejanza se dé con la razón o finalidad de la atenuante, y no con los meros elementos fácticos de ella. Así, por ejemplo, no se trata de comparar –buscar lo análogo– entre las sustancias a las que el sujeto es adicto (art. 21.2.ª), sino de señalar qué efectos de las diversas sustancias son semejantes a los señalados en ese precepto. 

21 Sobre el recurso a la analogía en este precepto, cfr.  lo señalado sobre la analogía a favor del reo supra, Lección 3.ª.II.1.i). 

22 Más  aún  cuando  la  jurisprudencia  admite  que  la  circunstancia de  análoga  significación  se aprecie como muy cualificada  (lo cual permite una rebaja de  la pena en uno o dos grados), o cuando se ha admitido la atenuante analógica a la eximente incompleta (con igual efecto). 

23 Cfr.  así  la  STS  9 de mayo de  2003  (AP  426), ponente Conde‐Pumpido Tourón.  Se plantea incluso que pudiera llegar en algún caso excepcionalmente a ser eximente completa (FD 1.º). 

24  Salvo  que  se  admita  la  analogía  pro  reo  (cfr.  supra,  Lección  3.ª.I.4). Además,  el  art.  23  ya incluiría una referencia a la analogía que haría innecesaria este recurso. 

25  Cfr.  STS  25  de  abril  de  2003  (AP  442),  ponente  Conde‐Pumpido  Tourón,  FD  6.º,  que precisamente al exigir  tal punto de  semejanza,  rechaza que el  sometimiento a  tratamiento de desintoxicación (que beneficiaría al agente) pueda ser análogo a la atenuante de reparación (que beneficiaría a la víctima). Quien admita la posibilidad de analogía a favor del reo como medio de aplicación de la ley no se ve libre de estas exigencias, que derivan de lo que es la analogía: un modo de fijar el contenido de la ley en virtud de su sentido y finalidad. 

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6.ªPor  lo  demás,  no  se  trata  de  una  circunstancia  prevista  para  las  atenuantes  cuando carecen de alguno de los elementos requeridos (como si fuera el precepto paralelo al del art. 22.1.ª referido a las eximentes incompletas), sino de una auténtica analogía, es decir, que exige  rebasar el  sentido  literal del precepto de que  se  trate, más que de evitar  la inaplicación por carencia de algún requisito legal26. 

 

II.2. Circunstancias agravantes: 

Así  como  la  antijuricidad  puede  verse  afectada  por  las  circunstancias,  tanto para agravar, como para atenuar (no en el art. 21, pero sí en la parte especial), la culpabilidad no se ve aumentada por la presencia de circunstancias agravantes, pues consiste en un  juicio de atribución como reproche del hecho previamente valorado como antijurídico. Por esto, no hay agravantes de la culpabilidad. 

II.2.1.‐ Circunstancias agravantes vinculadas a factores objetivos del hecho: 

i) Alevosía  (22.1.ª). «Hay alevosía cuando el culpable comete cualquiera de  los delitos contra las personas empleando en la ejecución medios, modos o formas que  tiendan  directa  o  especialmente  a  asegurarla,  sin  el  riesgo  que  para  su persona pudiera proceder de la defensa por parte del ofendido» –se trata de la definición  legal de alevosía  contenida  en  el precepto  citado. De  ella  conviene resaltar, entre otros extremos: por un lado, que sólo es posible en delitos contra las personas27; por   otro, que no se  limita a una sola modalidad comisiva, sino que se prevé con carácter amplio (medio, modos o formas); y, por otro, que su ratio  parece  ser  el  aprovechamiento  de  una  situación  de  indefensión  para  la víctima, porque la modalidad comisiva adoptada por el agente alevoso reduce las  posibilidades  de  reacción  por  parte  de  la  víctima.  Como  en  toda circunstancia, se requiere que haya sido aprovechada (conocida y empleada) en concreto la situación de aseguramiento de la ejecución. 

26 Cfr. STS 16 de diciembre de 2002, AP 233/2002 [ponente Sánchez Melgar]; STS 17 de marzo de 2003, AP 382 [ponente Marañón Chávarri]. 

27 El proceder de  la STS 22 de enero de 2002, ponente Conde‐Pumpido Tourón  (AP 272), que entiende no aplicable la alevosía al delito de malos tratos habituales en el ámbito familiar, por no tratarse de un delito contra las personas (FD 8.º), es más que discutible, pues las lesiones lo son, y al identificar dicho delito como un delito contra la paz familiar, no se está convirtiendo en un delito contra  las relaciones  familiares, sino contra  la persona en su dimensión  familiar. La consideración  tras  la  reforma de  2003  como delito  contra  la  integridad moral  confirmaría  su carácter de delito contra las personas. Otra cuestión es que si se aprecia la alevosía en el delito de  lesiones que pueda concurrir  (concurso  ideal) no deba  tomarse en cuenta además en el de violencia  habitual.  Discutible  es  en  dicha  resolución  que  se  haya  aplicado  abuso  de superioridad (FD 12.º), y no alevosía, por la razón señalada. 

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6.ª Se suele hablar en  la doctrina y  jurisprudencia de  tres clases de alevosía  (proditoria o aleve, súbita o sorpresiva, y por aprovechamiento de la superioridad). Pero dichas tres formas no cierran la posibilidad de otras modalidades28. 

ii) Aprovechamiento de ciertos  factores ambientales (22.2.ª) o personales (22.6.ª y 7.ª). Semejante  a  la  anterior  es  la  circunstancia  de  aprovechamiento  de  ciertos factores, unos  fácticos  (disfraz…),  otros personales  («abuso de  superioridad», «obrar con abuso de confianza», «prevalerse del carácter público que  tenga el culpable»), pero todos ellos vinculados al delito cometido, que sería más grave. Responden  a un mismo denominador: mayores  facilidades de  realización del delito, por evitar  la reacción de  la víctima o del Ordenamiento. Puesto que se trata  de  circunstancias  que  dan  lugar  a  agravaciones,  se  exige,  no  la  mera situación  de  superioridad  objetiva  o  de  confianza,  sino  el  prevalerse, aprovecharse, de una situación buscada que deja a la víctima desprotegida. 

En  cuanto  a  la  circunstancia mencionada  por  facilitar  la  impunidad,  prevista  en  el párrafo 2.º («Ejecutar el hecho mediante disfraz, [...] aprovechando las circunstancias de lugar,  tiempo  [...] que  [...]  faciliten  la  impunidad del delincuente»)  se han presentado dudas a la corrección de prever una circunstancia que castiga lo que se halla protegido por un derecho29. En concreto, si nadie tiene deber de declarar contra sí mismo (rige la regla  nemo  tenetur  seipsum  accusare),  no  hay  motivo  para  sancionar  más  por  obrar impidiendo identificarse (con medios que facilitan la impunidad). 

Por  otra  parte,  algunas  de  estas  circunstancias,  en  la medida  en  que  se  refieren  al aprovecharse de cierta superioridad sobre la víctima, pueden ser redundantes, es decir, repetitivas, con respecto a la alevosía30. No es posible sin embargo, afirmar que siempre lo  serán,  sino  que  en  algunos  casos  apreciar  alevosía  y  una  circunstancia  de aprovechamiento, daría lugar a una doble agravación con el mismo fundamento, lo cual atenta contra lo que se expresa por razones de proporcionalidad mediante la regla ne bis in idem. Cfr. infra, III. 

iii)  Ensañamiento  (22.5.ª).  Es  agravante  además  «aumentar  deliberadamente  e inhumanamente  el  sufrimiento  de  la  víctima,  causando  a  ésta  padecimientos innecesarios para  la ejecución del delito»,  circunstancia que afecta a  la mayor gravedad del  injusto del delito por  intensificar  el  atentado  a  la dignidad del sujeto pasivo que ya el delito lleva consigo. 

Problemático  resulta  que  el  código  se  refiera  a  esta  circunstancia  en  este  lugar, pero también en otros  lugares  (en  concreto,  en  los arts. 148.3.º, para  las  lesiones, y 139.3.ª, 

28 Cfr. así, la STS 20 de diciembre de 2001 (AP 262/2002), ponente Delgado García, FD 4.º. 

29 Cfr. BACIGALUPO ZAPATER, DP. PG, 1997, p 162. 

30  La  STS  19  de  diciembre  de  2002  (AP  247/2003,  ponente  Soriano  Soriano)  califica  a  la circunstancia  de  abuso  de  superioridad  como  una  «cuasi  alevosía»  o  «alevosía  de  segundo grado» (FD 2.º). Por lo demás, contiene doctrina general sobre dicha circunstancia. 

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6.ªpara el asesinato) con un texto algo diverso. No por ello se trata de conceptos distintos de ensañamiento31. 

iv) Parentesco (art. 23). Las relaciones parentales entre autor y víctima –como ya sabemos– pueden dar  lugar a atenuaciones, pero  también a agravaciones: por eso  se  califica  como  circunstancia  mixta.  Como  agravante,  afecta  a  la antijuricidad  de  la  conducta,  que  puede  ser más  grave  debido  a  la  relación familiar o analogada (pareja de hecho) que es aprovechada para cometer el delito. No es la relación familiar en sí misma, sino el aprovecharse de cierta relación de confianza que conduce a que la víctima se desproteja. La ratio de la agravación no  es  así  el parentesco,  sino  la  relación de  confianza, que  es  aprovechada,  lo cual  puede  darse  en  algunas  situaciones  de  parentesco,  pero  no  en  todas,  y también en casos en los que no existe parentesco real. Si fuera el parentesco en sí  mismo,  o  las  relaciones  familiares,  no  tendría  sentido  que  se  hubieran incluido  las relaciones analogadas a  las  familiares  (parejas de hecho) o que se haya incluido en la reforma de 2003 a quien no es cónyuge pero lo ha sido. Por tanto, no parece correcto que el mero dato del parentesco deba dar  lugar a  la agravación, sino sólo cuando se dan los elementos materiales del parentesco en el caso concreto: aprovechamiento para la comisión del delito de la situación de confianza derivada de las relaciones parentales o asimiladas. 

Lo  anterior  es  acorde  con  lo previsto  en  el  art.  23,  cuando  señala  que  la  agravación dependerá  de  «la  naturaleza,  los  motivos  y  los  efectos  del  delito»,  y  con  las agravaciones específicas previstas en la parte especial del código: el parentesco agrava en los delitos violentos o intimidatorios (arts. 153, 180.1.4.ª, 182.2). En concreto, sería la antijuricidad del delito,  la que  se ve afectada por el parentesco: es más grave atentar contra un pariente, si es el parentesco y  lo que éste  lleva consigo  lo que se aprovecha para  delinquir.  Con  otras  palabras,  se  trata  de  una  circunstancia  próxima  al prevalimiento o aprovechamiento de la situación o a la alevosía, por lo que afecta a lo objetivo del hecho, y no al agente, a pesar de recaer sobre la persona (pariente)32. 

En el precepto del art. 23  se describe cuáles  son  las  relaciones parentales que dan  lugar  a  la  agravación:  «ser  cónyuge  […]  ascendiente,  descendiente  o hermano por naturaleza o adopción del ofensor o de  su  cónyuge…». A  estas relaciones parentales en  sentido estricto,  se añaden otras: «ser o haber  sido el agraviado  cónyuge  o  persona  que  esté  o  haya  estado  ligada  por  análoga relación de afectividad», para el caso de convivientes de hecho. 

En principio, no tendría sentido apreciar el parentesco como agravante si la convivencia entre  parientes  se  ha  visto  rota,  o  el  afecto  se  transmuta  en  recelo  u  odio:  carecería entonces del fundamento que da sentido a la agravación. Sin embargo, es curioso que la reforma de 2003 haya añadido la mención de quien «haya sido cónyuge». El parentesco como  circunstancia  agravante podría basarse  en  el  aprovechamiento de  la  confianza, algo que no parece darse en esos casos. Se plantea entonces la duda de cuál es el efecto que ha de tener el parentesco en esos casos: ¿agravar? ¿atenuar? 

31 Cfr. así la STS 22 de diciembre de 2001, ponente Saavedra Ruiz (AP 268/2002), FD 1.º. 

32 Cfr. STS 22 de enero de 2002, ponente Conde‐Pumpido Tourón (AP 272), con referencias. 

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6.ª II.2.2.‐ Circunstancias agravantes referidas al agente33: 

v)  Precio/recompensa/promesa  (22.3.ª).  «Ejecutar  el  hecho  mediante  precio, recompensa  o  promesa»  son  factores  que  hacen más  grave  la  conducta  por añadir móviles especialmente bajos al delito mismo; aquí parece encontrarse el fundamento de  la agravación. Por  este motivo, no  se  reduce a  contrapartidas económicas, sino que se  incluye cualquier prestación, por  la cual se comete el delito. 

Se discute  si  la  agravación ha de  aplicarse  sólo  a quien  ejecuta  el hecho  (el  autor) o también a quien ofrece el precio para cometer el delito (el inductor): la redacción legal se refiere a quien ejecuta el hecho, y además mediante precio, y no sólo por precio; ambos datos parecen abonar  la conclusión de que se refiere sólo al autor que comete el delito por esos móviles. Sin embargo, la jurisprudencia entiende que la agravación se extiende tanto a quien obra por precio, como a quien ofrece ese precio o recompensa (inductor), por entender que la mayor reprochabilidad concurre en ambos34.  

vi) Motivación discriminatoria  (22.4.ª), o más en concreto: «cometer el delito por motivos  racistas,  antisemitas  u  otra  clase  de  discriminación  referente  a  la ideología,  religión  o  creencias de  la  víctima,  la  etnia,  raza  o  nación  a  la  que pertenezca,  su  sexo  u  orientación  sexual,  o  la  enfermedad  o minusvalía  que padezca». La  circunstancia  fue  introducida ya  en  1995,  antes de  aprobarse  el código ahora vigente, con el fin de  intensificar  la reacción penal contra delitos basados en la discriminación, sobre todo racial (se definió entonces el delito de apología  del  genocidio). De  nuevo,  es  el móvil  bajo  o  vil,  en  este  caso,  por atentar a la igualdad de las personas, lo que agrava el injusto o antijuricidad de la conducta. 

vii)  Reincidencia  (22.8.ª). De  especial  importancia  práctica  es  la  última  de  las circunstancias  agravantes,  la  de  reincidencia,  que  se  describe  del  siguiente modo: «hay reincidencia cuando, al delinquir, el culpable haya sido condenado ejecutoriamente por un delito comprendido en el mismo título de este Código, siempre que sea de la misma naturaleza». El fundamento de esta circunstancia agravante es cuestionable, pues no parece haber motivos para agravar el injusto del hecho por que el agente haya cometido otros semejantes en el pasado35; se plantea  incluso que debería  ser, más bien, atenuante, para  tener  en  cuenta  la 

33 Téngase en cuenta que esa expresión no es contradictoria: circunstancias del agente, como los motivos que  le  llevan a delinquir, pueden agravar el delito,  el hecho, pues  contiene  también elementos  subjetivos.  Recuérdese  cómo  en  sede  de  tipicidad  hay  que  considerar  elementos objetivos  y  también  subjetivos,  el  conocimiento  (dolo).  Y  ello  porque  sin  dolo  no  se  puede hablar de un hecho que pueda llegar a ser típico. 

34 Cfr. por todas, STS 11 de marzo de 2003 (ponente Marañón Chávarri) AP 370. 

35 En otros sistemas (Alemania) se derogó en 1986 la circunstancia de reincidencia, al entender que  contraviene  el  principio  de  culpabilidad  (mejor  dicho,  el  de  proporcionalidad  –según entiendo). 

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6.ªdebilidad del agente para seguir lo prescrito en las normas, y no agravante36. Se ha cuestionado, por esta razón, su compatibilidad con la Constitución, aunque el TC ha resuelto la duda al reconocer su adecuación37. 

Para apreciar  la  reincidencia es preciso: que, al delinquir  (es decir, al cometer delitos y no  faltas)38, el delincuente haya sido condenado ejecutoriamente por otro  delito  (es  decir,  que  contra  la  sentencia  no  cabe  recurso  alguno)39  que además de definirse en el mismo título sea de igual naturaleza o carácter que el después enjuiciado. 

El estudio de  la  reincidencia quedaría  incompleto  si no  tenemos en  cuenta  la posibilidad de agravar  la pena por «multirreincidencia»40. En efecto, en virtud del art. 66.1.5.ª, se hace posible (no es preceptivo) incrementar la pena en grado («teniendo en cuenta las condenas precedentes así como la gravedad del nuevo delito cometido»), si  se da  la circunstancia de  reincidencia  (con  los elementos exigidos para ésta41) por tres delitos. 

En materia de reincidencia se percibe una evolución: en el código de 1995 se conoce la reincidencia  como  circunstancia  agravante,  en  los  términos  ahora  señalados  (que  el culpable  en  el momento de delinquir,  «haya  sido  condenado  ejecutoriamente por un delito  comprendido  en  el mismo  título …  [y]  de  la misma  naturaleza»).  El  código anterior, al ser reformado en 1983, prescindió de otras dos circunstancias semejantes: la 

36 Cfr. según parece derivarse de la exposición de MIR PUIG, DP.PG, 2002, 26/35, con referencias. 

37 En  efecto,  cfr. SsTC 150/1991, de 4 de  julio,  cuestión de  constitucionalidad  (ponente López Guerra)  y  152/1992,  de  19  de  octubre,  recurso  de  amparo  (ponente Rodríguez  Bereijo).  Esta posición obliga a modificar una línea jurisprudencial del TS (desde la STS 6 de abril de 1990, A 3195,  ponente  Bacigalupo  Zapater),  según  la  cual,  la  reincidencia  no  sería  aplicable automáticamente, sino sólo cuando aumente la reprochabilidad. 

38 No cabe apreciar reincidencia cuando los antecedentes han sido cancelados o debieron serlo (cfr. arts. 22.8.ª.II y 136). Por otra parte, al jurisprudencia del TS no duda en dejar de apreciar la agravante  de  reincidencia  cuando  no  consta  si  los  antecedentes  han  sido  efectivamente cancelados (pudieron haberlo sido): cfr., por ejemplo, esta doctrina en la STS 27 de noviembre de 2002, AP 194/2003 (ponente Maza Martín). 

39 Cfr.  también arts. 190, 388 y 580, que a efectos de reincidencia permite  tomar en cuenta  las sentencias de tribunales extranjeros, en ciertos delitos (relativos a  la prostitución y corrupción de menores, falsificación de moneda y terrorismo, respectivamente). 

40 Desde  la entrada en vigor de  la LO 11/2003, de 29 de septiembre, de medidas concretas en materia de seguridad ciudadana, violencia doméstica e integración social de los extranjeros, que entre otros extremos da nueva redacción al art. 66, y añade un párrafo 5.º a su núm. 1, donde se prevé la regla de determinación de la pena en materia de multirreincidencia. 

41 En concreto: «cuando concurra la circunstancia agravante de reincidencia con la cualificación de  que  el  culpable  al  delinquir  hubiera  sido  condenado  ejecutoriamente,  al menos,  por  tres delitos  comprendidos  en  el  mismo  título  de  este  Código,  siempre  que  sean  de  la  misma naturaleza, podrán aplicar la pena superior en grado a la prevista por la Ley para el delito de que se trate, teniendo en cuenta las condenas precedentes así como la gravedad del nuevo delito cometido». 

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6.ª reiteración,  basada  en  volver  a  delinquir  (dentro  de  ciertos  límites),  y  la multirreincidencia,  consistente  en  la  segunda  reincidencia.  La  reforma  del  código efectuada en 2003 (art. 66.1.5.ª) vuelve a la antigua multirreincidencia, al prever que la pena se agrave (se posibilita aplicar la pena superior en grado si el delincuente ha sido condenado  por  tres  delitos  del mismo  título  y  de  igual  naturaleza,  dentro  de  ciertos límites). Claramente  la política criminal  se ha  intensificado por  lo que  respecta a esta materia42. 

 

III. Inherencia y compatibilidad.– 

Bajo dichos términos nos referimos a la relación que guardan las circunstancias con el hecho o entre sí. Se trata de dos manifestaciones de la regla del ne bis in idem. En efecto, ya sabemos que no  resulta proporcionado  tener en cuenta un mismo hecho con un doble efecto, pues ello supondría una agravación doble, la del hecho y la de la circunstancia, con base en el mismo fundamento43. Cuando se trata de atenuaciones, aplicar más de una supondría la doble atenuación con el mismo  fundamento,  lo cual parece ser una excepción  injustificada del rigor de aplicación de la ley44. 

En cuanto a  la  llamada  inherencia, conviene  señalar  cómo aquellos datos que pertenezcan  a  la  descripción  del  hecho  típico,  no  pueden  tomarse  en  cuenta además como circunstancias modificativas: la embriaguez, que puede dar lugar a una circunstancia atenuante (art. 21.2.ª), no puede tenerse en cuenta como tal en el delito de conducción bajo la influencia de bebidas alcohólicas (art. 379); la alevosía  o  el  obrar  por  precio,  que  dan  lugar  al  asesinato  (arts.  139‐140),  no pueden además tomarse, en principio, como agravantes genéricas. Hablamos en este  caso  de  inherencia  de  la  circunstancia  fáctica  (embriaguez  o  alevosía) respecto al tipo en cuestión. El art. 67 impide en dichos casos  la consideración adicional de circunstancias45. 

Se distinguen en dicho precepto  la  inherencia  expresa  (conceptualmente no es posible cometer el hecho típico sin la concurrencia de esa circunstancia, como sucede en el caso 

42 Lo cual exige plantearse de nuevo la compatibilidad de dicha agravación con el principio de proporcionalidad. La previsión de  la  agravación de  la pena  como  potestativa  sería un dato  a tener  en  cuenta para  respetar  la proporcionalidad. Distinto  sería  si  se hubiese previsto  como preceptiva. 

43 Se trataría de otra manifestación de la regla del ne bis in idem, que impide aplicar a un mismo hecho dos preceptos, por razones de primacía de la proporcionalidad sobre la seguridad. 

44 Supondría una dejación de aplicar la Ley, que sólo puede aceptarse si se trata de una analogía a  favor  del  reo,  que  no  es  ahora  el  caso.  Cfr.  art.  4  CP.  Por  lo  demás,  se  trataría  de  una manifestación de la primacía de la seguridad sobre la proporcionalidad. 

45 El art. 67 sería así una regla de ne bis in idem, al impedir que se tenga en cuenta doblemente –es decir, desproporcionadamente– una circunstancia  (agravante). Téngase en cuenta sin embargo lo que se refiere a las circunstancias atenuantes. 

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6.ªde  la embriaguez respecto del delito de conducción  influenciada del art. 379, o en  los delitos de violencia habitual en el ámbito familiar, art. 173.2, según la reforma de 2003, respecto  al  parentesco)  de  la  tácita  (normalmente  no  se  dan  el  hecho  típico  y  la circunstancia  en  cuestión, pero no  se  excluyen necesariamente,  como  sucedería  en  el caso de  la  circunstancia de  reincidencia  respecto  a un  delito de  quebrantamiento de condena del art. 468, o entre la apropiación indebida y el abuso de confianza46). 

Tampoco  resulta  posible  aplicar  una  circunstancia  que  excluye conceptualmente  a  otra  o  al  tipo  mismo  del  delito.  Se  habla  entonces  de incompatibilidad,  que  puede  darse  entre  delitos  y  circunstancias,  o  entre circunstancias. En efecto, en ocasiones, no son conceptualmente compatibles la circunstancia y el tipo: se entiende así, por ejemplo, que los delitos imprudentes no  son  compatibles  con  circunstancias  agravantes,  en  la medida  en  que  se precisa  conocer  la  base  de  la  circunstancia  y  dicho  conocimiento  haría desaparecer  ya  la  imprudencia.  Por  otra  parte,  se  entiende  que  algunas circunstancias  se  excluyen  entre  sí:  la  circunstancia  atenuante  de  estado pasional,  por  ejemplo,  es  difícilmente  compatible  con  la  agravante  de ensañamiento  –al  menos  es  dudoso47.  En  el  primer  caso,  apreciar  la circunstancia  en  cuestión daría  lugar  a una  agravación  sin  fundamento  legal, pues  contradice  la  lógica  aplicar una  circunstancia  que  se  ve  excluida por  la aplicación de un tipo. En el segundo caso, es preciso aplicar la circunstancia que realmente concurra. 

 

IV. Comunicabilidad de las circunstancias. 

Como  elementos del delito,  aunque  accidentales,  se plantea  la  cuestión de  si una  circunstancia  se  extiende  a  todos,  o  sólo  a  alguno  de  los  agentes intervinientes; es decir, por ejemplo, si el autor lleva disfraz, ¿ha de extenderse la agravación a quien no va disfrazado? Estamos ante una cuestión propia del sub‐principio de  culpabilidad, que exige  la personalidad de  las  sanciones. En virtud de  dicho  enunciado,  cada  agente  ha de  responder  por  aquello  que  es propio suyo, sin que pueda extenderse a uno lo que hace otro. Sin embargo, esta materia  no  excluye  que  algunos  elementos  se  extiendan  a  todos  los intervinientes, siempre que se den ciertas garantías derivadas también del sub‐principio  de  culpabilidad,  en  concreto,  que  sea  conocida48.  Es  lo  que  sucede cuando  la  circunstancia –sea atenuante,  sea agravante– pertenece al hecho,  se 

46 Cfr. STS 10 de abril de 2003 (AP 494, ponente Soriano Soriano). 

47  Admite  la  compatibilidad  de  las  circunstancias  agravante  de  ensañamiento  y  atenuante analógica de intoxicación etílica, la STS 25 de marzo de 2003 (AP 403, ponente Martín Pallín). 

48 Curiosa resulta  la  jurisprudencia en materia de comunicabilidad o no de  la circunstancia de disfraz:  aunque  algunas  sentencias  la  consideran  comunicable  cuando  ha  sido  previamente pactado, la STS 5 de marzo de 2003, AP 357, ponente Martín Pallín, entiende (FD 5.º) que no lo es. 

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6.ª refiere a los medios de comisión, en cuyo caso se exige para que se comunique a todos el que sea por todos conocida (art. 65.2)49. 

En  cambio, no admiten excepción a  la personalidad de  la  responsabilidad  las circunstancias  que  radican  en  disposiciones  subjetivas  (móviles  bajos,  por ejemplo),  en  relaciones  subjetivas  (parentesco,  por  ejemplo),  o  en  general cualquier  causa  personal  (reincidencia,  por  ejemplo).  La  responsabilidad  se restringe  entonces  a  la  personalidad,  es  decir,  sólo  se  aplica  a  aquellos  en quienes concurre (art. 65.1).  

49   De  nuevo  el  esquema  regla‐excepción:  responsabilidad  personal,  salvo  en  algunos  casos.                              © [email protected] 

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7.ªESTRUCTURA DEL TIPO Y CLASES DE TIPOS I. Elementos del tipo. 

II. Clases de tipos. 

III. La formulación del tipo. 

IV. Tiempo y lugar de la acción. 

 

El contenido de esta lección viene a ser una exposición general de los elementos comunes  a  todos  los  tipos;  por  lo  que  constituye  también  parte  de  una introducción a  la  teoría del delito que se estudiará con más detalle en Derecho penal II. 

 

I. Elementos del tipo.– 

En todo delito puede distinguirse un hecho típico, el o  los sujetos y un objeto. En  el  hecho  típico  se  constata  una  parte  objetiva  y  otra  subjetiva.  La  objetiva viene  constituida por  el  aspecto  externo de  la  conducta. En  ella  se  incluye  la exteriorización  del  proceso  humano  por  el  agente  contra  realidades jurídicamente valoradas  (por  ejemplo: un  curso de  riesgo  –disparo–  se dirige contra una persona viva y  le  llega a afectar –le provoca heridas, art. 148). La parte subjetiva viene constituida por  la exteriorización de un proceso movido por las potencias psíquicas y la libertad del agente. En las facultades psíquicas se incluyen el dolo y, en algunos casos, otros elementos subjetivos (el ánimo de lucro, por ejemplo, en el delito de hurto, art. 237). 

Sujetos del delito  son  el  sujeto  activo y  el pasivo. Entre  los  activos  o  agentes incluiremos  después,  una  vez  que  se  haya  comprobado  su  concreta contribución,  quiénes  son  autores,  y  quiénes  partícipes  (inductores, cooperadores  necesarios  o  cómplices):  la  denominación  de  sujeto  activo, «agente»  o  «interviniente»  no  prejuzga  cuál  es  la  concreta  contribución  ni  la forma de responder. El sujeto pasivo es aquel contra quien se dirige  la acción del  tipo. No  siempre  coincide  el  sujeto pasivo  con  la  víctima  que padece  las consecuencias del delito. Si el sujeto pasivo es el  titular del bien que el delito ataca,  coinciden  sujeto  pasivo  y  víctima;  en  otro  caso,  no;  sí  coinciden  en  el homicidio, pero no en el  tráfico de estupefacientes, por ejemplo, pues aquí el sujeto pasivo es la comunidad. Tampoco coinciden sujeto pasivo y perjudicado, que  indica  quiénes  son  los  afectados  por  el  delito  y  sus  consecuencias  (los familiares de la víctima del homicidio, por ejemplo). 

Objeto del delito es la realidad sobre la que recae la acción típica. Considerada en su realidad  física, hablamos de objeto material del delito; pero considerada en su valoración  jurídica, de objeto  jurídico o bien  jurídico. Así, en el delito de hurto,  el objeto material viene  constituido por  la  concreta  cantidad de dinero sustraída,  mientras  que  el  objeto  jurídico  es  el  patrimonio  afectado  con  la sustracción. 

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7.ª II. La formulación del tipo.– 

En  la  descripción  de  una  conducta  en  la  Ley,  esto  es  en  el  tipo,  se  emplean elementos  de  lenguaje. No  hay  otra  opción  que  recurrir  al  lenguaje.  Pero  el lenguaje es menos  conciso de  lo que puede parecer. De hecho,  se habla de  la porosidad del lenguaje, para referirse a la falta de univocidad en los términos y expresiones. De  entrada,  la  descripción  legal  es  lo  suficientemente  amplia  y general como para incluir toda conducta del mismo género. A esa generalidad que la descripción típica ha de tener, se suma que muchos términos del lenguaje tienen significados mudables; incluso equívocos y, a veces, polivalentes. Así, la breve  definición  del  tipo  del  homicidio  (art.  138:  «el  que matare  a  otro»)  es menos  concisa de  lo que puede parecer:  ¿qué  significa matar?  ¿incluye matar por imprudencia? ¿es matar el dirigir un curso lesivo con consentimiento de la víctima?  Y  ¿quién  es  ese  «otro»  al  que  se  refiere  el  art.  138?  ¿incluye  al  no nacido? Determinar esos contenidos forma parte de la interpretación de la ley. 

En la labor de interpretación se pretende fijar el contenido de los términos de la Ley.  Ésta  presenta  elementos  descriptivos  y  normativos.  Entendemos  por elemento descriptivo aquel término legal cuyo contenido viene determinado por el  sentido  que  el  uso  del  lenguaje  da  a  la  expresión.  Se  trata  de  realidades naturalísticas, perceptibles por los sentidos, a los que el lenguaje se refiere con expresiones comunes. Por elemento normativo entendemos aquel término  legal que exige una valoración, una decisión sobre su contenido1. 

En  el  delito  de  asesinato  (art.  139)  pueden  considerarse  elementos  descriptivos  la producción de la muerte (matar) y el sujeto pasivo (a otro); pero la alevosía que el tipo exige  es  un  concepto  que  depende  de  lo  que  el  ordenamiento  entienda  por  tal  (art. 21.1ª), y de  la valoración que el  juez haga de los hechos presentados. Estos elementos, los  normativos,  derivan  de  valoraciones  jurídicas  (la  alevosía,  por  ejemplo),  pero también sociales (lo que se entienda por «grave», por ejemplo, cuando algunos tipos lo exigen). 

 

III. Clases de tipos.– 

III.1. En función de la modalidad de la acción: 

i) Delitos comisivos y delitos omisivos. Son comisivos aquellos delitos a los que subyace  una  norma  prohibitiva;  mientras  que  a  los  omisivos  subyace  una preceptiva.  Así,  el  robo  (art.  242)  es  expresión  de  la  norma  que  prohíbe apoderarse con violencia o  intimidación de bienes muebles ajenos;  la omisión 

1 En realidad, aunque esta dicotomía entre elementos descriptivos y normativos sea habitual, es menos nítida de lo que se ha dicho en el texto. Y ello porque debido a la porosidad del lenguaje y al sentido adscriptivo empleado en el del Derecho penal, los términos vendrían cargados de valoraciones. Luego serían normativos, y no meramente descriptivos. 

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7.ªde  socorro  (art.  195)  es  expresión de  la norma que prescribe prestar  ayuda  a quien se halle en peligro manifiesto y grave2. 

A estos hay que sumar además los llamados delitos de comisión por omisión o de omisión impropia3  (dejar que un curso de peligro siga y produzca el resultado: dejar morir de hambre,  por  ejemplo:  art.  11),  que  exigen  una  explicación más  detallada,  propia  de Derecho penal II. 

ii) Delitos  de mera  actividad  y  delitos  de  resultado.  Son  delitos  de  resultado aquellos tipos cuyo contenido consiste en la producción de un efecto separado espacio‐temporalmente  de  la  conducta.  La  producción  de  ese  resultado constituye la consumación formal del tipo. Delitos de mera actividad son aquellos cuyo contenido se agota en la realización de una conducta, sin que se exija más, sin  que  se  exija  la  producción  de  un  resultado  distinto  del  comportamiento mismo4.  Las  lesiones  (arts.  147  ss)  son  delitos  de  resultado,  pues  exigen  la producción de un menoscabo en la salud de una persona; mientras que el delito de allanamiento de morada (art. 202) es de mera actividad, en cuanto que exige sólo penetrar en morada ajena o permanecer en ella. 

Como veremos, el sentido de los delitos de resultado no se agota con la realización de la conducta (de golpear, en las lesiones), sino que interesa además constatar la producción del  resultado,  que no  siempre  será  atribuible  a  la  conducta del  agente,  y que puede condicionar la necesidad de castigar. 

iii)  Delitos  de  medios  determinados  y  delitos  resultativos.  Son  de  medios determinados  aquellos  tipos  que  describen  las  modalidades  de  la  acción,  de forma que cierran  la posibilidad de  realizarlos por otras vías. En cambio,  son resultativos,  los  tipos  que  describen  la  producción  de  un  resultado,  sin especificar  cómo  y  por  qué  medios.  A  veces,  el  legislador  combina  ambas modalidades, como sucede en materia de  lesiones  (arts. 147 ss): el  tipo básico viene definido por la mera producción de un resultado de lesiones, cualquiera que sea el medio (art. 147); pero también se prevé el tipo de lesiones causadas con  un  medio  especialmente  peligroso  (art.  148.1.º),  que  sería  de  medios determinados5. 

2  Téngase  en  cuenta  además  que  existen  las  causas  de  justificación,  que  también  son  tipos (derivados de normas permisivas). 

3 A diferenciar de los delitos de omisión propia (o delitos de omisión pura, según la terminología común en la doctrina española). 

4 Consecuencias prácticas: para los delitos de mera actividad, cierta jurisprudencia entiende que no admiten formas imperfectas de realización (tentativa); cfr., sin embargo, STS 5 de marzo de 2003  (AP  521,  ponente: Maza Martín),  que  admite  la  posibilidad  de  apreciar  en  tentativa  el delito de (mera actividad) de infidelidad en la custodia de documentos. 

5 Además de delito de resultado: en efecto, no coinciden los conceptos de delitos de resultado y delitos resultativos, pero tampoco se excluyen necesariamente. 

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7.ª Puesto que los resultativos se basan en la producción del resultado, pueden dar lugar, si se dan sus elementos, a la comisión por omisión. Lo cual es más difícil en los de medios determinados,  pues  exigen  emplear  esos medios,  y  ello  puede  impedir  ya  apreciar  la comisión por omisión. 

iv)  Tipo  básico  y  tipo  cualificado  (agravado  o  privilegiado).  Con  el  fin  de matizar y distinguir  la gravedad de  las conductas típicas,  la técnica  legislativa suele  emplear  tipos básicos, y  tipos  cualificados. Son  cualificados aquellos que añaden elementos sobre  la base de otro tipo, que se da por supuesto, el básico. Así, en el delito de robo violento o intimidatorio, es básico el tipo descrito en el art. 242.1, pues describe la conducta que se identifica como robo simple; a esta conducta se añaden dos tipo cualificados: uno, agravado, por el uso de armas o instrumentos igualmente peligrosos (art. 242.2), y otro, privilegiado, por cuanto permite atenuar la pena si la gravedad del hecho se valora como menor entidad (art. 242.3). Ya se ve que el tipo cualificado puede emplearse para definir tanto agravaciones como atenuaciones. 

Los tipos cualificados exigen la concurrencia de los elementos del básico, y añaden otros elementos. Como más específicos, entran en juego primero aquellos tipos que definen la conducta con más precisión, y sólo en defecto de estos –es decir, de manera subsidiaria– entra en escena el tipo básico. Sobre este modo de proceder, cfr. infra, Lección 9.ª. 

v) Tipos de un acto, de pluralidad de actos y alternativos. Son delitos de un acto aquellos que  se basan en  la descripción de un  solo hecho;  los de pluralidad de actos exigen la producción de varios. La concreta redacción legislativa prevé en ocasiones que el tipo se realice por cualquiera de las opciones que describe: son los tipos alternativos. Así, ejemplo de un tipo alternativo es el previsto en el art. 202.1  (el delito de allanamiento se comete entrando en morada ajena contra  la voluntad del morador, o bien manteniéndose en ella una vez que el morador muestre  su  voluntad  en  contra:  se  realiza  el  tipo  por  cualquiera  de  las  dos modalidades). Delito de un  acto  es  el  tipo de  injurias  (art.  208  ss)6. Delito de varios  actos,  en  cambio,  es  el  de  robo  con  violencia,  pues  requiere  no  sólo apoderamiento  de  bienes muebles,  sino  además  ejercicio  de  violencia  sobre quien posee ese bien mueble (art. 242). 

III.2. En función de la relación entre parte objetiva y subjetiva: 

vi) Tipos  congruentes y  tipos  incongruentes. Puesto que  el hecho, y  el hecho típico, descrito en  la  ley,  contienen una parte objetiva y otra  subjetiva, deben coincidir ambas; esto es,  lo subjetivo se refiere a (criterio de referencia) y debe coincidir  (criterio  de  simultaneidad)  con  lo  objetivo.  Hablamos  de  un  tipo congruente  cuando  ambas  partes  coinciden. De  lo  contrario,  estamos  ante  un tipo incongruente. 

6 Obsérvese que, a pesar de referirse la ley al plural injurias, y de que bien podemos imaginar ataques a  la  fama mediante una serie continuada de  insultos, el  tipo sigue siendo de un acto: atentar contra la fama ajena. 

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7.ªPuesto que la acción típica es objetiva y subjetiva a la vez, la incongruencia que se dé ha de  influir sobre  la responsabilidad penal. En efecto,  la producción de un resultado no abarcado  por  el  dolo  del  agente  permite  afirmar  que  hay  incongruencia  entre  lo representado  y  lo  sucedido,  que  impide  apreciar  el  tipo  completo  e  imputar responsabilidad. Puesto  que  esto  llevaría  a  impunidades  intolerables  en  sociedad,  se prevén a veces –no en todo caso– tipos que vienen a  impedirlas. Entra en su lugar un tipo subsidiario, como es el de los delitos imprudentes7. 

Pero  también se da un  tipo  incongruente en el caso en el que el agente se  representa más  de  lo  que  realmente  su  conducta  despliega:  así,  quien  lanza  con  conciencia  del peligro  y  pretendida  buena  puntería una  piedra  contra  otra  persona,  pero  yerra  (no coinciden  tampoco  aquí  el  aspecto  objetivo  y  subjetivo).  Se  trata  de  una  estructura inversa respecto a la anterior: aquí la representación queda por encima de lo realizado; allí, por debajo. Los tipos intentados son incongruentes por exceso de la parte subjetiva respecto de la objetiva. Los delitos imprudentes son también tipos incongruentes, pero –a la inversa– por exceso de la parte objetiva respecto de la subjetiva. 

vii)  Tipos  portadores  de  elementos  subjetivos  y  tipos  objetivados.  Algunos delitos  exigen  únicamente  la  realización  de  la  conducta  (parte  objetiva  y subjetiva), en cuyo caso hablamos de delitos objetivados. Otros exigen, además de lo subjetivo común a todo delito –es decir, además del dolo–, la concurrencia de otros datos o circunstancias subjetivas  (ánimo de  lucro, ánimo de perjudicar a otros…), en cuyo caso hablamos de delitos portadores de elementos subjetivos. Estos últimos pueden exigir los elementos subjetivos, bien como elementos que trascienden a la acción del delito (tipos trascendentes), o bien como parte de la acción misma  (tipos de  tendencia  interna  intensificada). Los  tipos  trascendentes incluyen un elemento subjetivo adicional al dolo, que debe ser pretendido  (es decir,  que queda más  allá del hecho) por  el  agente, pero no  es necesario que efectivamente  se  logre  dicho  objetivo  (el  hurto,  del  art.  237,  exige  tomar  las cosas ajenas con ánimo de  lucro, aunque el agente no se  llegue efectivamente a lucrarse). En  los  tipos de  tendencia  interna  intensificada  se  incluye un elemento subjetivo adicional al dolo que se da en  la acción misma, al añadirle el agente un específico ánimo o elemento subjetivo que lleva ya el sentido típico, sin que sea precisa una acción de  futuro  (la  insolvencia del art. 257.1, que  se basa en alzarse con los bienes del deudor en perjuicio de los acreedores, sin que se precise además efectivo perjuicio). 

III.3. En función de los sujetos: 

viii) Delitos comunes y delitos especiales. Son delitos comunes aquellos que no exigen  una  cualificación  por  parte  del  sujeto  activo  para  ser  autor,  sino  que cualquier sujeto puede cometerlo (por ejemplo, el delito de hurto, art. 237). En cambio,  son  especiales  aquellos  delitos  que  exigen  en  el  sujeto  activo  una específica cualificación para ser autor; de  lo contrario, no es posible realizar el tipo. La consecuencia más  relevante en esta clasificación es que  los sujetos no cualificados  no pueden  llegar  a  ser  autores, pero  sí podrían  responder  como 

7 Sobre esta cuestión, con un ejemplo desarrollado, cfr. supra, Lección 5.ª, anexo II, caso 1). 

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7.ª partícipes en ese mismo delito. Así, en el delito de defraudación tributaria (art. 305),  sólo podrá  responder  como  autor quien  sea obligado  tributario; pero  el asesor  fiscal  del  obligado  podría  responder,  no  como  autor,  pero  sí  como partícipe (por ejemplo, como cooperador necesario en ese mismo delito). 

Dentro  de  los  delitos  especiales  es  conveniente  distinguir  los  que  son  especiales  en sentido  absoluto  (delitos  especiales  propios)  de  los  que  lo  son  en  sentido  relativo (delitos especiales  impropios). Estos últimos son aquellos delitos especiales  junto a los cuales existe una modalidad –otro tipo– prevista para sujetos no cualificados. Así, por ejemplo, el delito previsto en el art. 438, que define la estafa cometida por funcionario público abusando de su cargo, que es especial respecto al delito de estafa común, de los arts. 248 ss. En estos casos, el particular –es decir, sujeto no cualificado, no funcionario– que ayude o  induzca al  funcionario  (es decir, que sea partícipe en el delito del sujeto cualificado), debe responder por el mismo delito del cualificado, pues el hecho es uno para  todos  los  intervinientes.  Pero  responde  cada  uno  según  el  título  propio  de  su intervención:  unos  como  autor,  el  cualificado;  otros,  en  su  caso,  como  partícipes (inductor o cooperador, sea necesario sea cómplice). En  los delitos especiales propios, en cambio, no existe un tipo para sujetos no cualificados (por ejemplo, el delito previsto en el art. 305). 

ix)  Delitos  de  propia  mano  y  delitos  genéricos.  Son  delitos  de  propia  mano aquellos que exigen realización personal y corporal de la acción típica (en éstos, coincide ejecución y autoría); así, por ejemplo, el delito de violación, art. 179. Son genéricos, en cambio, aquellos en  los que  la acción  típica no  se  identifica con la ejecución8. 

Los delitos de propia mano  impiden  la  comisión de  la acción por persona distinta al ejecutor,  por  lo  que  queda  impedida  la  autoría  mediata  –es  decir,  cometerlos empleando a alguien como instrumento–, pero no la participación –es decir, responder como inductor o cooperador (necesario, o no necesario –también llamado cómplice) en el delito del ejecutor. 

x) Delitos de  encuentro. Bajo  tal denominación  se denominan aquellos  en  los que  la  acción  típica  exige  la  presencia  y  contribución  del  sujeto  pasivo.  Éste realiza una conducta de participación necesaria en el delito del agente. Así, por ejemplo,  el  delito  de  tráfico  de  estupefacientes  (arts.  368)  exige,  en  alguna modalidad  típica,  la contribución de un sujeto, quien adquiere  la droga objeto de  tráfico. El delito de violación  (art. 179) exige contar con el sujeto pasivo, si bien violentado o coaccionado. 

La conducta de participación de  la víctima tendría relevancia en algunos casos, en  los que puede dar  lugar  a una  atenuación de  la  responsabilidad del  agente. Esto podría 

8 La doctrina más moderna critica la existencia de estos delitos: la determinación de la autoría mediante criterios normativizados aleja el concepto de autor del mero ejecutor, por  lo que  la categoría de  los delitos de propia mano deviene obsoleta, o al menos es puesta en duda. Cfr. SÁNCHEZ‐VERA, El  denominado «delito  de  propia mano». Respuesta  a una  situación  jurisprudencial, Madrid, 2004. 

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7.ªdarse, por ejemplo, en los casos en que la víctima, consciente y voluntariamente asume correr el riesgo del delito que contra él dirige el autor. 

III.4. En función de la relación entre acción y bien jurídico: 

xi) Delitos instantáneos, permanentes y de estado. Un delito instantáneo produce una  situación  antijurídica  que  se  inicia  y  culmina  con  la  producción  del resultado  prevenido;  así,  en  el  delito  de  aborto  (art.  144)  en  el  que  la consumación se da con la muerte del nasciturus. Es delito permanente aquel que, por voluntad del agente, mantiene una  situación antijurídica que perpetúa  la realización  del  tipo;  así,  las  detenciones  ilegales  (art.  163),  por  cuanto  la detención  se  inicia  y  se  perpetúa  por  la  voluntad  del  agente,  que  sigue realizando el tipo conforme mantenga esa voluntad; o el delito contra el medio ambiente (art. 325, por lo que se refiere a sucesivos vertidos contaminantes, por ejemplo); o el de obstrucción de los derechos sociales de los socios (art. 293)9. El delito de estado, en cambio, aunque produce una situación antijurídica, ésta no es  perpetuada  mediante  la  voluntad  del  agente,  sino  que  se  consuma  al producirse;  así,  en  el  delito  de  matrimonios  ilegales  (arts.  217  ss);  o  el  de falsedad documental (arts. 390 ss). 

xii) Delitos de peligro  y delitos de  lesión.  Son de  lesión  aquellos delitos  que exigen un menoscabo efectivo en la integridad de un bien jurídico; mientras que los  de  peligro  exigen  sólo  la  puesta  en  peligro  de  dicho  bien.  No  debe confundirse esta categoría con la de delitos de resultado y de mera actividad. La clasificación  de  delitos  de  peligro  o  de  lesión  atiende  a  la modalidad  de  la acción  típica  sobre  el bien  jurídico, y no a  la modalidad del  efecto  en  el bien jurídico. Es delito de peligro el previsto en el art. 351, por ejemplo, que define el delito  de  incendios:  en  éste,  la  acción  típica  consiste  en  incendiar  bienes provocando un peligro para  la vida o  integridad  física de  las personas. Como puede  comprobarse,  la  acción  exige  incendiar,  acción  que  afecta  sin  duda  a bienes materiales  causando en éstos un  resultado; pero el  tipo,  la descripción abstracta  legal,  no  consiste  en  el  mero  prender  fuego,  sino  en  incendiar provocando  así un peligro. Obsérvese  además que  el delito no  exige que  los bienes  sean  ajenos,  sino  que  se  puede  cometer  delito  de  incendios  aun prendiendo fuego a bienes propios, pues lo esencial es la puesta en peligro de la vida o salud de las personas. 

Dentro de los delitos de peligro se distinguen, según la proximidad y grado del peligro, los  de  peligro  concreto  y  los  de  peligro  abstracto.  Estos  últimos  son  delitos  de mera actividad (basados en la mera acción peligrosa, que ya da sentido pleno al tipo). Los de peligro concreto son delitos de  resultado, pues en ellos  la producción de  riesgo para el bien  jurídico opera como un efecto separado de la conducta. Ejemplo de delito de este último género,  el previsto  en  el  art.  381,  en  el que  se describe  la  acción de  conducir 

9 La permanencia de una situación iniciada desde el primer momento (en que se consuma) lleva a que el momento de comisión del delito (y por tanto de determinación de la ley aplicable) será el de  aquella  (cfr.  STS  3 de diciembre de  2002, ponente:  Saavedra Ruiz, AP  208/2003),  obiter dictum. 

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7.ª vehículos  creando  peligro  específico  para  la  vida… En  cambio,  el  art.  379 define  un delito de peligro abstracto, pues se basa en la conducción bajo la influencia de bebidas alcohólicas creando cierto peligro genérico, aunque no  se haya constatado un peligro directo contra la vida de nadie.  

 

IV. Tiempo y lugar de la acción.– 

Para el Derecho es clave determinar cuándo y dónde se ha producido el delito. El lugar determina la competencia procesal, es decir, qué tribunal ha de conocer de  ese  delito.  El  tiempo  de  comisión  determina  a menudo  los  límites  de  la responsabilidad (el comienzo de  la prescripción, por ejemplo, o  la  ley posterior más beneficiosa, a efectos de retroactividad). Una carta  injuriosa escrita en un país,  llega  al  destinatario,  residente  en  otro  país;  ¿y  el  mensaje  de  correo electrónico escrito en España, remitido a través del servidor de correo ubicado en Gran Bretaña, desde donde  llega a su destinatario en Nueva Zelanda?;  los vertidos tóxicos atraviesan la frontera y se produce el resultado en territorio de otro  país;  los  productos  para  el  consumo  que  una  empresa  holandesa  hace fabricar  en  territorio de Taiwan y  los vende  en  Italia,  en donde produce una intoxicación… 

Para  determinar  el  lugar  de  comisión,  se  acude  al  criterio  amplio  de  la ubicuidad,  según  el  cual,  el delito  se  entiende  cometido  tanto  en  el  lugar de realización de  la  conducta,  como  en  el de  la producción del  resultado. Dicho criterio evita impunidades, derivadas de entender que se comete o bien en el de la  conducta  (criterio  de  la  actividad),  o  bien  en  el  del  resultado  (criterio  del resultado)10. Este  criterio de ubicuidad  es  el  comúnmente adoptado de  forma expresa en otras legislaciones de nuestro ámbito. 

Para determinar el tiempo de comisión del delito se acude también al criterio de la  actividad:  se  entienden  cometidos  los  delitos  en  el momento  en  el  que  se realiza la acción o se omite el acto debido. Este es el criterio seguido por el art. 7, para determinar la ley penal aplicable en el tiempo. 

Conviene  distinguir  esta  cuestión  (tiempo  y  lugar  de  la  acción)  de  la delimitación de las conductas a las que se aplica la ley penal española, objeto de estudio en Derecho procesal, y consistente en la determinación de los delitos por los  que  puede  conocer  la  ley  española,  en  función  de  los  criterios  de territorialidad, personalidad, de defensa y derecho mundial. Cfr. art. 23 LOPJ. 

 

  

10 El art. 14 Lecr. sólo determina que el delito se enjuiciará en el lugar en el que fue cometido, sin optar decididamente por los criterios de la actividad o el resultado.           © [email protected] 

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8.ªUNIDAD Y PLURALIDAD DE LOS DELITOS I. Unidad. 

1. Introducción. El hecho como unidad de sentido. 2. Delito permanente. 3. Delito de hábito. 4. Delito continuado. 5. Delito masa. 

II. Concurso de delitos. 1. Concepto. 2. Concurso real. 3. Concurso ideal. 

 Una vez expuesto en las lecciones anteriores lo que se entiende por la teoría del delito, sus elementos esenciales y accidentales, y sus modalidades, afrontamos en  las  dos  siguientes  una materia  de  interés más  general.  Lo  que  ahora  se expone es tema que afecta, no sólo a las reglas de determinación de la pena (y por  eso  se  trata  antes de  iniciarse  en  éstas),  sino  también,  y  sobre  todo,  a  la teoría del delito en  sí misma  (Derecho penal  II) y al estudio de  los delitos en particular o parte especial  (Derecho penal  III). El objeto de estas dos  lecciones siguientes  será  una  herramienta  imprescindible  para  el  resto  del  estudio  del Derecho penal. Las dos lecciones siguientes se refieren al problema que plantea la pluralidad de delitos  cometidos por  el mismo  sujeto  en una  sola  o  en varias ocasiones:  ¿se trata de un solo delito? ¿o son  tantos como hechos? ¿o  tantos como víctimas? ¿Cómo enjuiciar  la  conducta de quien a  lo  largo de  todos  los días del año  se apodera  innumerables  veces  de  cantidades  insignificantes  que  hacen  una cuantiosa  suma? Quien  da muerte  a  otro  con  alevosía,  ¿comete  homicidio  o asesinato? ¿por qué no se le enjuicia por ambos delitos, pues ha realizado el tipo de los dos? Estos, y otros, son los problemas de los llamados concurso de delitos (Lección  8.ª)  y  concurso  de  leyes  (Lección  9.ª).  Por  concurso  ha  de  entenderse concurrencia. Aquí  se  expone  cuándo  se da  la mentada  concurrencia y  cómo tratarla a efectos de pena.  

I. Unidad.– 1. Introducción. El hecho como unidad de sentido. Cuestión previa  es determinar  cuándo  estamos ante un  solo hecho, y  cuándo ante  una  pluralidad.  La  primera  respuesta  posible  es  afirmar:  «hay  tantos delitos como hechos». Pero esta respuesta incurre en una petición de principio, pues se afirma  la pluralidad de delitos en  función de  la pluralidad de hechos, concepto  que  seguimos  sin  saber  en  qué  consiste.  Es  decir,  si  respondemos apelando a  la pluralidad o unidad de hechos, no resolvemos  la cuestión, pues de  lo que se  trata es de  identificar una pluralidad de hechos. Podría entonces responderse acudiendo al concepto de acción: habrá un solo hecho (típico) y por tanto un solo delito, si se trata de una sola acción. Pero enseguida se ve que esta 

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8.ª respuesta, más que resolver, viene a plantear nuevos problemas. En efecto, ¿en cuántas  acciones  cabe  dividir  un  hecho,  por  ejemplo,  de matar?  ¿Hay  tantos delitos  de  injurias  como  palabras  ofensivas  se  hayan  emitido?  Ya  se  ve  que acción,  hecho  típico  y  delito  son  en  definitiva  conceptos  que  se  enlazan sucesivamente  y  que  definir  uno  por  el  otro  conduce  a  una  petición  de principio. En  cualquier  caso,  la  petición  de  principio  perdura  si  se  acude  a  criterios meramente naturalísticos, es decir, a separar acciones y hechos en función de su mera apariencia externa perceptible por los sentidos: la división del proceso en el que un  sujeto  se ve  inmerso  en múltiples  fotogramas –si  se nos permite  el símil– no conduce más que a contar con una pluralidad de secuencias cada una de ellas carente de sentido por sí misma. Ninguna de ellas constituye un hecho. Lo  que  nos  interesa  es  identificar una  unidad  de  sentido  en  esa pluralidad de fenómenos,  de  secuencias,  de  escenas:  esa  unidad  de  sentido  es  el  hecho. Abandonamos  así  criterios meramente  naturalísticos,  y  adoptamos  la  visión propia de un saber práxico, la valoración y comprensión de los acontecimientos. Pero ¿con arreglo a qué criterios se ha de valorar lo sucedido, el fenómeno? Es decir,  una  vez  que  se  renuncie  al  imposible  de  aislar  con  criterios  sólo naturalísticos un hecho humano, procede  emplear una visión normativa  (con otras palabras: valorativa, axiológica) de lo acontecido1. Un primer criterio al que se ha acudido en  la doctrina es el de  la «concepción natural de la vida», es decir, lo que comúnmente adquiere sentido en nuestras relaciones vitales. Así, si vemos que alguien se dirige contra otro empuñando un  revólver  y  se  producen  tres  detonaciones  seguidas,  tras  las  cuales,  de inmediato, alguien cae al suelo… decimos: «A ha matado a V». Es decir, según nuestras  concepciones  naturales  de  la  vida,  según  aquello  a  lo  que  estamos acostumbrados a valorar cada día, que alguien encare un arma  frente a otro y dispare se llama matar. De este modo, el conjunto de movimientos musculares, secuencias, acontecimientos, se considera o valora como un solo hecho de matar a otro, que podrá ser considerado como «homicidio». No es que haya matado tres veces a  la misma persona, no es que  le haya  lesionado y además matado, sino que todo ello se  llama «matar a otro». Lo sucedido, mero fenómeno en el mundo  exterior  (tres  detonaciones,  varias  heridas,  alguien  tendido  en  el suelo…) se valora como un hecho de matar u homicidio. Dicha decisión valorativa no  es  nada  extraño,  sino  que  forma  parte  de  nuestro  modo  corriente  de comportarnos en la vida social. Por ejemplo, desde mi ventana contemplo cómo una persona se aproxima a un objeto de mobiliario urbano, de color amarillo, y  forma cilíndrica, e  introduce un  objeto  plano  de  color  blanco  por  la  ranura  alojada  en  la  parte  superior. Concluyo:  «está  echando una  carta  al  buzón». Esta  conclusión  no  es  el mero 

1 Cfr. por ejemplo, la exposición de WELZEL, Das Deutsche Strafrecht, 11.ª ed., Berlin, 1969, § 29 I (p  225),  in  fine, para delimitar  la  realidad  en uno o más  «hechos»:  «De  forma que  la unidad jurídico‐penal  de  acción  se  determina  en  función  (…)  de  dos  factores:  la  adopción  de  un propósito en la voluntad final [del agente] y a través del juicio socio‐jurídico derivado del tipo legal.» 

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8.ªresumen de todo lo acontecido, sino que es la forma en que lo valoro. Y así en mis juicios cotidianos respecto a mis conductas y las ajenas. En efecto, de  todo  lo que nos acontece, de  todo aquello en  lo que nos vemos inmersos, extraemos un  juicio o valoración que declara o eleva lo sucedido, en algunos casos, a la categoría de hecho2: el que alguien sea visto sentado en una silla  es valorado  según  el  contexto,  lo que  sabemos de  él,  la hora,  el  lugar… como un «estar en clase», o un «estar estudiando». Valorar lo sucedido, la mera acción, como un hecho encierra por tanto un salto de lo meramente naturalístico o  lo que acontece, sin más, al plano de  las valoraciones sociales. Decir de algo que es un hecho presupone una valoración. 

Lo idóneo en Derecho penal es acudir al sentido que la acción pueda tener para el tipo en cuestión. Es decir,  los  tres disparos que como espectadores percibimos constituyen un hecho de matar precisamente porque al valorar lo sucedido tenemos ya a la vista la posible  aplicación de  una  ley  penal, de  una descripción  típica, de  un  tipo. Como  se comprenderá, hay en este criterio circularidad3 (lo definido, el hecho, entra en juego en la  definición  de  lo  que  se  considera  hecho):  es  hecho  porque  puede  llegar  a  ser considerado homicidio (el tipo posiblemente aplicable) y es homicidio porque ya antes (condición necesaria pero no suficiente) es un hecho4. Pero es algo que forma parte de nuestro modo de  conocer y valorar  los  acontecimientos; y  superarlo no  es posible;  e ignorarlo sería ingenuo. 

En  definitiva,  cuando  en  Derecho  penal  identificamos  lo  sucedido  como  un  hecho, procedemos a valorar el fenómeno con arreglo a ciertas pautas. Dichas pautas, los tipos penales,  que  luego  serán  aplicados  son  tenidos  en  cuenta  anticipadamente  ya  al 

2 No en todo caso es así: en ocasiones, lo sucedido es valorado como producto de la naturaleza, del  infortunio. De este modo, de  todo aquello que acontece, distinguimos  lo que sucede, de  lo que nos sucede por obra de personas humanas. 

3  Esta  circularidad,  detectada  ya  hace mucho  tiempo  por  la  teoría  del  conocimiento  y  de  la interpretación  (o Hermenéutica),  constituye  la  llamada  «circularidad  hermenéutica»:  cuando enjuiciamos  algo,  está  ya  presente  el  criterio  o  pauta  de  enjuiciamiento  con  arreglo  al  cual valoramos. Pero,  lejos de  ser un defecto,  es una propiedad de nuestro modo de  conocer  los fenómenos humanos: tenemos ya presente al valorar el criterio con el que va a ser enjuiciado lo sucedido.  Esta  circularidad  es  especialmente  relevante  en Derecho,  pues  en  éste  se  trata  de valorar fenómenos sociales con arreglo a leyes o tipos. De este modo, el tipo o la ley que se vaya a aplicar es empleado ya antes al valorar la situación. Volviendo a nuestro ejemplo de los tres disparos: lo sucedido es valorado como matar a otro, porque en el contexto en el que operamos, el Derecho penal, contamos con una  ley penal que ha de ser aplicada, que  incluye el delito o tipo  de  homicidio.  Si  el  mismo  fenómeno  tuviera  lugar  en  el  contexto  de  unos  estudios cinematográficos, a  la vista de  las  cámaras y ante multitud de personas que allí  trabajan, no sería considerado como homicidio, sino como una mediocre escena para un western. 

4 Por lo que no es de extrañar que el suceso se enriquezca con la valoración de la norma; y ésta con  la consideración del suceso: es el «ir y venir de  la mirada» (el «Hin‐ und Herwanden des Blicks») de las normas a los hechos, y de los hechos a las normas, en la versión de la expresión de ENGISCH que  emplea LARENZ, Metodología de  la  ciencia del Derecho, 4.ª  ed.,  trad. Rodríguez Molinero, Barcelona, 1994, p 275, por ejemplo (cfr. ibidem, prólogo del trad., p 7). A «vaivén» se refiere NIETO, El arbitrio judicial, pp 86‐88. 

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8.ª enjuiciar  la  situación. De  este modo,  se procede  a  aunar  bajo una misma unidad de sentido5 y denominación  típica  (homicidio, robo, por ejemplo) una variada pluralidad de procesos. 

2. Delito permanente.– En algunos supuestos, el hecho típico  incluye dos o más acciones que podrían estar  dotadas  cada  una  de  ellas  de  sentido  a  su  vez  típico.  Como  ya  fue expuesto en la Lección 7.ª, al referirnos a los delitos de varios actos, sabemos que algunos  delitos  (como  el  de  robo  violento)  incluyen  un  hecho  de  ejercer violencia sobre un sujeto, seguido de un hecho de apoderamiento. Cada uno de ellos,  por  separado  posee  ya  sentido  típico:  el  ejercicio  de  violencia  puede constituir hechos  típicos de  coacciones  o  lesiones; y  el  apoderamiento, por  sí sólo puede constituir un hecho  típico de hurto. Pero ambos hechos adquieren un sentido propio nuevo si son considerados formando un solo delito, que pasa a llamarse «robo violento». Algo  semejante  sucede en  los delitos permanentes. Recuérdese que en éstos, el delito se consuma desde el  inicio de  la creación de una situación antijurídica. Pero se prolonga en el tiempo, por obra del agente (por ejemplo, en el delito de detenciones  ilegales,  en  el  que  la privación de  libertad  inicial  consuma  ya  el delito,  pero  éste  se  prolonga  tanto  como  dure  la  detención).  A  pesar  de  la sucesión de hechos relevantes, éstos siguen constituyendo un solo hecho típico, formado  por  la  prolongación  en  el  tiempo  de  esa  privación  de  libertad. Obviamente, la gravedad de la detención aumenta conforme pasan los días de privación de libertad. Por esto, la gravedad del hecho, que va en aumento, tiene relevancia en la fijación de la pena6. Si volvemos a  lo  expuesto  en  la  introducción a  este  epígrafe, veremos que  la consideración  de  varios  actos  o  acciones  como  un  solo  hecho  no  es  nada extraño.  Esto  nos  permite  decir  que  en  los  delitos  se  aúnan  varios  hechos dotados ya de sentido pero que adquieren un específico y más acabado sentido en  el  conjunto.  Es  lo  que  realizamos  también  al  considerar  un  delito  como consumado:  dicho  delito  ha  pasado  ya  antes,  necesariamente  (nadie  puede matar  si  antes  no  empieza  a  matar),  por  una  fase  de  ejecución  parcial  o tentativa,  que  conducirá  a  la  consumación.  Esta  sucesión  de  actos  adquiere sentido  en  el  conjunto.  Es  lo  que  se  encierra  en  los  casos  de  tentativa (realización progresiva del tipo), respecto a la consumación; pero también en los delitos que reúnen una pluralidad de hechos (repetición del tipo), como sucede en el caso de quien emite contra otro una gran cantidad de expresiones por sí solas cada una  injuriosa, que pueden ser consideradas como un solo delito de injurias. 

5 Cfr. infra, nota 7. 

6 En concreto,  la privación de  libertad  tiene distintas penas, según dure entre uno y  tres días (art.  163.2);  entre  4  y  15  (art.  163.1);  o más de  15 días  (art.  163.3). Esta  sucesión de  tipos  en función  de  la  progresiva  gravedad  no  obsta  a  lo  dicho  en  el  texto:  cada  una  de  esas  tres modalidades típicas constituye un hecho determinado por la creciente duración en el tiempo de la privación de libertad. 

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8.ªEn  estos  tres  grupos  de  casos,  es  la  unidad  de  sentido  típico  lo  que  lleva  a  la consideración como un solo hecho  típico o  tipo. En  la doctrina  suele hablarse entonces de  «unidad  natural de  acción»,  expresión  que, por  inadecuada,  nos parece  mejor  sustituir  por  la  de  «unidad  de  sentido  típico»7.  Se  trata,  en definitiva,  de  la  opción  por  una  perspectiva  valorativa8  en  la  determinación misma de  lo que haya de  concebirse  como «hecho» y de  rechazar una óptica meramente naturalística. 3. Delito de hábito.– Unidad de sentido típico se da también, por obra del propio legislador, cuando una  pluralidad  de  delitos  son  considerados  como  uno  sólo,  pero  de  carácter habitual. Es el llamado «delito de hábito». En éste, cada hecho tiene sentido por sí mismo, pero el conjunto adquiere un peculiar sentido agravado precisamente por la habitualidad. El código penal recurre en algunos supuestos expresamente a la «habitualidad» para  dar  sentido  o  definir  delitos. Así,  en  los  tipos  de  violencia  doméstica9; abuso de información privilegiada en el mercado bursátil10; receptación habitual de faltas11. Lo que deba entenderse por habitualidad puede fijarlo la propia ley, pero también puede quedar abierto a la apreciación de la jurisprudencia12. 

7 Se recurre con cierta frecuencia en la doctrina y jurisprudencia a la expresión «unidad natural de  acción».  Puesto  que  puede  inducir  a  confusión  con  el  criterio  acabado  de  exponer,  se prescinde en estas páginas de  tal denominación, y se emplea más bien el de unidad de sentido típico, u otras semejantes. En efecto,  la acción es algo que carece todavía de valoración, por  lo que no dice nada todavía sobre la unidad (de sentido) o no. La acción es valorada en el plano del Derecho  como  unidad  de  sentido  (hecho),  aun  cuando  lleve  consigo  una  pluralidad  de hechos (pluralidad de acciones incluye siempre: cientos o miles). 

8 Así,  claramente,  en MIR PUIG, DP. PG,  2002,  27/3‐4. Que  se  exija  recurrir  «a  la  concepción general de lo que en la vida ordinaria puede ser catalogado como una acción, según el sentido usual  del  lenguaje...»  (así,  SANZ MORÁN,  El  concurso  de  delitos. Aspectos  de  política  legislativa, Valladolid, 1986, p 147, al que sigue ÁLVAREZ GARCÍA, en LL, 1997‐1, p 1827), no excluye una consideración  valorativa,  sino  que  la  presupone:  es  precisamente  esa  concepción  de  la  vida ordinaria  un  punto  de  vista  valorativo  –entre  otros  posibles–  que  permite  afirmar  una pluralidad de hechos. Cfr. también GARCÍA ALBERO, en QUINTERO OLIVARES, et al., Comentarios al nuevo código penal, Pamplona, 1996, p 421. 

9 El art. 173.2 (reformado en septiembre de 2003; antes, cfr. art. 153) define el delito, entre otros elementos, por la habitualidad en el ejercicio de la violencia. Si no es habitual, podrá constituir otro tipo: el del art. 153, por ejemplo. 

10 El art. 286.1.ª agrava, en efecto, el delito de abuso de información privilegiada a los «insider» «que se dediquen de forma habitual a tales prácticas abusivas». Aquí, si no es habitual, no por ello deja de existir el delito, sino que se aplica el tipo básico (art. 285). 

11 Constituye  receptación  (art. 298) el delito de adquisición,  recepción, ocultación… de bienes procedentes de delitos contra el patrimonio. Cuando la infracción de la que proceden los bienes no constituye delito, sino falta (por ejemplo, de hurto de bienes por debajo de 400 €), sólo existe delito de receptación si se da con carácter habitual  la adquisición, recepción u ocultación (art. 

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8.ª Otra manifestación, más  recientemente prevista  en  el  código,  es  la de delitos cuyo  contenido  –sin  denominarlo  como  habitualidad–  es  la  reiteración  de infracciones de menor entidad (faltas). Así, en los arts. 234.II y 244.1.II. 

En efecto, en virtud de la LO 11/2003, de 29 de septiembre, se ha previsto en el CP dos infracciones cuyo contenido de injusto proviene de la repetición de hechos: en concreto en los casos de comisión reiterada (4 infracciones en un año) de hechos constitutivos por separado  de  cuatro  faltas  de  hurto  (art.  623.1:  por  debajo  de  400  €  en  el  valor  del importe de lo sustraído) pasan a considerarse como un solo delito de hurto (art. 234.II, si el valor  total de  lo sustraído acaba superando  los 400 €);  igualmente,  la sustracción reiterada (4 infracciones en un año) de vehículos de motor, cada uno de valor inferior a los 400 € (art. 623.3: por debajo de 400 € en el valor del importe de lo sustraído) pasan a considerarse como un  solo delito de hurto de uso de vehículos  (art. 244.1,  si el valor total  de  lo  sustraído  supera  al  fin  los  400  €).  Los  problemas  aplicativos  que  ambas infracciones de reiteración pueden plantear son muchos13. 

En otras ocasiones,  la habitualidad se prevé para condicionar  la sustitución de las penas privativas de libertad: así, según lo previsto en el art. 94.I, se considera reo habitual a quien haya cometido tres o más delitos de los comprendidos en el mismo  capítulo  del  código,  dentro  del  plazo  de  cinco  años,  y  hayan  sido condenados  por  ello.  Dicho  concepto  es  distinto  de  la  circunstancia  de reincidencia y  también, como ya hemos visto, de  la habitualidad que permite aunar en un solo delito varios hechos. No puede confundirse esta exigencia de habitualidad con la empleada para definir delitos en los arts. 173.2, 286.1.ª y 299. 4. Delito continuado.– Otra situación en la que una pluralidad de acciones que en sí mismas ya tienen sentido típico son aunadas bajo una sola denominación dotada de sentido típico propio,  es  el  llamado  «delito  continuado»14.  La  doctrina  y  la  jurisprudencia fueron construyendo, aun sin base legal sólida, esta figura para casos en que se reiteraba  en múltiples  ocasiones  la  acción  de  un  tipo.  Se  procedía  así  a  dar sentido unitario más grave a una pluralidad de hechos dotados de sentido por sí, pero menos graves por separado. Por ejemplo: se venden numerosos boletos para una supuesta rifa, que no iba a realizarse (cada boleto vendido constituye una  falta de estafa); el empleado de banca  se apropia de un  céntimo en  cada operación que  tramita  (cada apoderamiento  constituirá un hurto, de  cantidad insignificante).  Para  estos  casos  se  venía  entendiendo  que  todo  lo  realizado constituye un solo delito o hecho típico de estafa, en el primer caso, o de hurto, en el segundo. 

299).  Caso  de  que  no  se  dé  la  habitualidad,  no  existe  el  delito  de  receptación  de  bienes procedentes de faltas. 

12 Por ejemplo, para la receptación (arts. 298‐299) se exige que consten como probados tres o más actos de receptar bienes procedentes de faltas. 

13 Por ejemplo, ¿constituye esa infracción el realizar tres faltas y un delito? ¿Cómo contabilizar esas cuatro infracciones?… 

14 Cfr. CHOCLÁN MONTALVO, El delito continuado, Madrid, 1997. 

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8.ªLos argumentos para proceder a tal unificación son diversos. Se entiende, por un lado, que es en virtud de una ficción jurídica como se unifican todos los actos aislados (teoría de la ficción); o bien, por otro, que debido a la unidad de propósito o dolo y al ataque contra el mismo bien jurídico se trataría de una realidad con entidad propia en sí misma (teoría  realista); o bien,  finalmente, que por  razones de  conveniencia  se aúnan  en un solo delito diversas infracciones aisladas (teoría jurídica). Sea como fuere, se han venido aunando  las  diversas  infracciones mediante  la  construcción  del  «delito  continuado». Obviamente,  sin  apoyatura  legal  es  difícil  superar  el  reproche  de  atentar  contra  el principio de seguridad jurídica15. Ello no sucede cuando la propia ley haya previsto tal unificación. 

La  propia  ley,  define  en  algunos  sistemas  estos  delitos  unificados,  o «continuados». Así se prevé en nuestro código16, cuando se establece en el art. 74  que  una  pluralidad  de  acciones  sean  castigadas  como  un  solo  delito, «continuado». Entran entonces en juego unas reglas propias para determinar la pena,  que  impiden  la  sanción  de  los  hechos  por  separado  («No  obstante  lo dispuesto  en  el  artículo  anterior…»,  art.  74.1).  Sobre  las  concretas  reglas  de determinación de la pena en esos casos, cfr. infra, Lección 11.IV.1. En  concreto,  para  la  apreciación  de  varios  hechos  como  un  solo  delito continuado no es preciso que se trate de un solo sujeto pasivo o perjudicado17; la unidad se deriva de otros factores, vinculados al hecho. En concreto, se exigen cuatro requisitos: i) pluralidad de acciones su omisiones (sean delitos o faltas18); ii)  pero  con  unidad  de  designio  («en  ejecución  de  un  plan  preconcebido  o aprovechando  idéntica ocasión…»19);  iii) unidad de contenido de  la  infracción 

15 En concreto, contra el subprincipio de taxatividad, del que emanan las reglas de las garantías criminal y penal. Que en ocasiones se admitiera en el pasado (antes de preverse expresamente en  el  CP,  en  1983)  puesto  que  acababa  beneficiando  al  reo,  no  quita  que  creara  cierta inseguridad aun en esos casos. 

16 Así, desde la reforma que experimenta el código anterior en 1983 (en el entonces art. 69 bis). Mucho antes había sido previsto algo semejante en el CP de 1928, pocos años en vigor. 

17 Puesto  que  el  precepto  (art.  74)  se  refiere  expresamente  a  que  las  «acciones  u  omisiones» «ofendan  a  uno  o  varios  sujetos»,  nada  impide  apreciar  delito  continuado  cuando  se  actúe contra  una  sola  víctima.  Con  otras  palabras,  la  unidad  del  sujeto  pasivo  no  es  requisito necesario para apreciar delito continuado. 

18 Discutido es  lo que haya de valorarse cuando se cometen una pluralidad de  faltas pero no delito por separado; o cuando se acumulan  infracciones constitutivas de  falta y de delito  (cfr. STS 23 de mayo de 2003, AP 533, ponente Colmenero Menéndez de Luarca, que sigue el parecer ya consolidado de dar entrada al art. 74.2, y no al 74.1, al valorar  la gravedad de  la conducta patrimonial:  es  posible  acumular  delitos  y  faltas  en  un  solo  delito  continuado).  La jurisprudencia  ha  venido  entendiendo  que  la  pluralidad  de  faltas  contra  el  patrimonio  no impedía apreciar un solo delito continuado, en función del importe total. 

No  constituyen propiamente delito  continuado  las  infracciones previstas  en  los  arts.  234.II y 244.1.II, pues se trata de infracciones reiteradas (cfr. supra, 3, sobre el delito de hábito). 

19  Cualquiera  de  ambas  circunstancias  (o  unidad  de  plan,  o  unidad  de  ocasión)  permite  la unificación, si además se dan los restantes requisitos. 

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8.ª («infrinjan  el  mismo  precepto  penal  o  preceptos  de  igual  o  semejante naturaleza»); iv) que no se trate de bienes jurídicos personalísimos. En cuanto al último de los requisitos, conviene señalar que la propia regulación legal  admite  una  doble  excepción  («salvo  las  [ofensas]  constitutivas  de infracciones  contra  el  honor  y  la  libertad  e  indemnidad  sexuales  que  afecten  al mismo sujeto pasivo»)20. Es decir, en infracciones plurales pero contra esos dos bienes jurídicos de un único y mismo sujeto pasivo. Sí se exige entonces que la ofensa vaya dirigida contra el mismo sujeto pasivo, pues parece entenderse que unificar  la  infracción como «delito continuado»  tratándose de una pluralidad, supondría un menosprecio por la dignidad de lo tutelado por el Derecho penal y  un  «premio»  para  el  delincuente.  Por  otra  parte,  la  excepción  señalada  no permite  apreciar  continuidad  delictiva  sólo  porque  se  den  formalmente  los requisitos; es preciso, más bien que se tenga en cuenta la «naturaleza del hecho y del precepto infringido para aplicar o no la continuidad delictiva». De nuevo, parece ser la dignidad de los bienes jurídicos tutelados en estos casos (honor y libertad  e  indemnidad  sexuales)  lo  que  impide  una  apreciación  automática; pero no queda expresado con claridad cuándo deberá apreciarse o no. 

Un supuesto de interés es el planteado por la posibilidad o no de acumular infracciones constitutivas de  falta para  sancionarlas  como delito  continuado. Es preciso distinguir primero el caso en el que  las diversas  infracciones por separado constituyen  falta y el montante  final  no  supera  el  límite  cuantitativo  que  distingue  la  falta  del  respectivo delito.  En  estos  casos  sería  posible  castigar  como  infracción  (falta)  continuada. Más problemático,  en  segundo  lugar,  es  el  caso  de  varias  infracciones  cuya  suma  final supera aquel límite señalado entre falta y delito (o varias infracciones, unas por encima, otras por debajo, del  límite);  la  jurisprudencia  admite que  es posible  la  acumulación propia del delito continuado, entre varias infracciones constitutivas de falta: se sanciona por la infracción más grave, pero ello no obliga a fijar la pena en su mitad superior (art. 74.1), para evitar la sanción excesiva21. 

5. Delito masa.– En  materia  de  delito  continuado,  se  prevén  especialidades  a  efectos  de  la fijación  de  la  pena  en  infracciones  patrimoniales.  No  se  trata  de  requisitos adicionales,  sino que  se  establece un  criterio de  fijación de  la pena para  esas infracciones: en función del «perjuicio total causado», cfr. art. 74.2. En virtud de la regla de ne bis in idem, si algún otro precepto prevé ya al definir el delito en 

20  Establece al art. 74.3: «Quedan exceptuadas de lo establecido en los apartados anteriores las ofensas  a  bienes  eminentemente  personales,  salvo  las  constitutivas  de  infracciones  contra  el honor y la libertad e indemnidad sexuales que afecten al mismo sujeto pasivo. En estos casos se atenderá a  la naturaleza del hecho y del precepto  infringido para aplicar o no  la continuidad delictiva.» 

21 Cfr. STS 1 de febrero de 2003 (AP 417), ponente Saavedra Ruiz, con cita de otras (1640/1998 y 1092/2000). Como se señala en la citada STS de 2003, la regla del art. 74.2 es autónoma y no se ve impedida por lo anterior. Cfr. supra, nota 18. 

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8.ªcuestión una agravación de  la pena por continuidad o pluralidad de víctimas, no sería lícito –por desproporcionado– tenerla a su vez en cuenta22. Pero también se establece que la pena aumente si se afectó a una pluralidad de perjudicados:  se  habla  entonces  de  «delito  con  sujeto  pasivo  masa»,  o simplemente  de  «delito  masa»23.  Volveremos  más  adelante  (infra,  Lección 11.IV.1) a las concretas reglas de determinación de la pena en estos casos.  II. Concurso de delitos.– 1. Concepto.– Los  grupos  de  casos  hasta  ahora  expuestos  (delitos  permanentes,  de  varios actos, de hábito,  continuado y masa)  se  refieren,  como podrá  comprobarse, a situaciones  de  pluralidad  de  hechos,  pero  aunados  o  considerados unificadamente bajo una sola denominación o  tipicidad. Nos queda por  tratar de  otras  situaciones.  En  concreto,  de  aquellas  situaciones  en  las  que,  aun habiendo  pluralidad  de  actuaciones,  no  se  procede  a  unificar  todas  bajo  un mismo  tipo, sino que se aplica más de uno. Hablamos entonces de  concurso o concurrencia de delitos, porque  la pluralidad de hechos  es portadora de una gravedad  tal  que  no  quedaría  suficientemente  abarcada  aplicando  un  solo delito  o  tipo.  Ello  puede  suceder  cuando  los  hechos  se  han  sucedido  en  el tiempo:  se aprecian entonces  todos  los delitos por  separado  (concurso  real de delitos).  También  puede  suceder  que,  aun  coincidiendo  en  el  tiempo,  sea preciso dar entrada a más de un precepto para que el contenido de injusto del hecho quede satisfactoriamente cubierto (concurso ideal de delitos). Entendemos, pues, por  concurso de delitos  la valoración de una  situación de pluralidad de hechos como  tal pluralidad, sin que proceda unificarlos bajo un solo  tipo.  Si  en  el  epígrafe  I  nos  referíamos  a  casos  de  «unidad  de  sentido típico» entre varias acciones o incluso hechos24, ahora se aprecia que los hechos, aunque  coincidan  en  mayor  o  menor  medida  en  el  tiempo,  carecen  de  tal unidad de sentido típico, por  lo que es preciso que concurran varios tipos (por eso  se  habla de  «concurso de delitos»  o  hechos  típicos) para  abarcar  todo  el sentido o antijuricidad. Por esta razón  la doctrina del concurso de delitos  (también  la del concurso de leyes,  que  se  estudiará  en  la  próxima  lección)  es  expresión  de  la proporcionalidad en tensión con la seguridad jurídica: aquí se resolvería a favor 

22  Es  lo  que  sucede  con  el  delito  de  estafa  prevé  la  agravación  (art.  250.1.6.º),  que  sería incompatible  con  la  continuidad delictiva del art. 74.2  (delito masa):  cfr. STS 7 de  febrero de 2003 (AP 419), ponente Delgado García (si bien el ámbito conceptual de ambos preceptos no es el mismo). 

23 Establece  el  art.  74.2,  segundo  inciso:  «En  estas  infracciones  el  Juez  o Tribunal  impondrá, motivadamente, la pena superior en uno o dos grados, en la extensión que estime conveniente, si el hecho revistiere notoria gravedad y hubiere perjudicado a una generalidad de personas.» 

24 Cfr. supra nota 7. 

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8.ª de la seguridad (aplicación de más de un precepto infringido) pero con ciertos límites (derivados de la proporcionalidad). 2. Concurso real.– Como  se  ha  señalado,  existe  concurso  real  de  delitos  cuando  los  hechos  se suceden en el  tiempo y no es posible abarcar  toda  su gravedad aplicando un solo  tipo.  Procede  en  cambio  apreciar  tantos  delitos  como  hechos  aislados dotados de sentido típico se identifiquen; es decir, se aprecian todos los delitos por separado. Por ejemplo, tras amenazar al cajero del banco, el agente se hace con  el dinero y  en  la huida, al disparar a  la policía que  le persigue,  causa  la muerte de un policía y de un transeúnte (concurso real entre un delito de robo intimidatorio y dos homicidios). 

Particular  interés  tiene  esta materia  en  el momento  de  determinar  la  pena,  pues  el legislador  arbitra una  serie de  reglas  (arts.  73,  75‐76,  78)  referidas  a  la  fijación de  la sanción: aunque se trata de diversos delitos, pueden enjuiciarse en un solo proceso, y en dependencia unos de otros a efectos de la sanción que finalmente resulte. Sobre ello, cfr. infra, Lección 11.IV.2. 

Obviamente partimos de la conducta de un mismo agente. Cuando intervienen varios, entran en juego las categorías propias de la autoría (o coautoría, que agrupa a todos los que sean autores del mismo delito) y participación. Este no es problema de concurso de delitos,  sino que  lo presupone. En  efecto,  los  autores y partícipes  toman parte  en un delito  o  hecho  típico,  que  es  lo  que  hay  que  determinar mediante  la  teoría  de  los concursos. 

La  cuestión  clave  en materia de  concurso  real –o,  en general, de  concurso de delitos– es  la de saber cuándo queda abarcado el contenido de  injusto con un solo tipo y cuándo no. Por ejemplo, alguien golpea a la víctima hasta lesionarla, y luego se apodera del dinero que ésta llevaba: ¿abarca el delito de robo violento toda  la  gravedad de  la  conducta?  ¿No  sería preciso  separar  la  acción  en dos hechos delictivos distintos? Un primer criterio u orientación para responder es el de  la  sucesión  temporal:  cuando  los hechos, dotados  ya por  sí mismos de suficiente  unidad  de  sentido  típico,  se  suceden  en  el  tiempo,  se  valoran  por separado. Pero este criterio no sirve cuando se da una coincidencia parcial en el tiempo: así, cuando en el curso de un delito de detenciones ilegales se produce a la víctima, además, lesiones al golpearle. En este caso, a pesar de la coincidencia parcial  (un delito se comete mientras se está cometiendo el otro),  la gravedad del primer delito no abarca  todo el contenido de desvalor del segundo, por  lo que  «se  rompe»  la  actuación  en  dos  hechos,  y  por  tanto  se  da  entrada  al concurso  real de delitos. La clave está por  tanto en contar con argumentos de carácter valorativo sobre la gravedad de la respectiva actuación. 

Un problema  especialmente  interesante  se presenta en  esta materia  cuando de  forma instantánea se producen resultados  lesivos en varias víctimas. Por ejemplo: el disparo alcanza  a  tres  víctimas,  la  bomba  afecta  al  estallar  a  una  pluralidad  de  personas… ¿Concurso real de delitos? De entrada, no se dan las circunstancias para aunar todos los efectos de la actuación bajo un solo delito (es decir, no cabe apreciar delito continuado, o de hábito, etc.), pues supondría  tratar  la vida humana e  integridad  física como algo meramente  cuantificable,  sumable,  lo  cual  sería  incoherente  con  la  dignidad  que  el ordenamiento  jurídico dice que tienen. Para decidir si se aplica un solo hecho o varios 

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8.ªno conviene atender sólo a si  la acción (disparar o apretar el dispositivo de  la bomba) era una sola o varias acciones. Y ello, porque aun la acción más simple y breve como la de  apretar  el  disparador  de  un  arma,  o  apretar  un  botón,  puede  descomponerse  en varias  secuencias,  tantas  como  segundos  o  décimas  de  segundos  dure. De  nuevo  el problema  está  en  cuál  es  la  óptica  adoptada:  si  es  meramente  naturalística  o fenoménica,  la  acción  puede  descomponerse  en  varias  cada  vez más  pequeñas,  sin aportar  criterios de  solución. Pero  si  se adopta una óptica valorativa o normativa,  es decir,  la propia del Derecho, que viene a valorar  lo que sucede, entonces hay que dar entrada a criterios de carácter valorativo: en concreto, ¿queda suficientemente abarcado el contenido de  injusto o desvalor de  la conducta si se aplica un solo precepto o tipo? Tratándose  de  la  vida  humana  o  de  la  integridad  física,  no  parece  que  sea  posible sumarlas y considerar un solo delito, de homicidio, por ejemplo, con varios resultados. Podría  tratarse  como  concurso  ideal  (cfr.  infra,  3),  pero  eso  supondría  tratar  la  vida humana  o  la  integridad  física  de  las  personas  como  objetos  de menor  entidad.  Es defendible por tanto que estemos ante un caso de concurso real de delitos25. 

Una modalidad  de  concurso  real  se  da  cuando  la  comisión  de  un  delito  es medio para cometer otro. Se trata del llamado «concurso medial de delitos». El concurso medial de delitos es una modalidad de concurso  real  (pluralidad de delitos enjuiciados por separado), pero que en el ordenamiento penal español se trata a efectos de pena aplicable, como un concurso  ideal26. Se  trata, en efecto, de un  supuesto  en  que  hay  dos  delitos  separados;  pero,  puesto  que  se  hallan unidos  por  el  común  designio  delictivo  del  agente,  se  enjuician  de  forma peculiar,  como  concurso  ideal. El  carácter medial  no  ha  de  entenderse  como necesidad  absoluta  (es  decir,  que  un  delito  lleve  consigo  otro  de  manera imprescindible27),  sino  como necesidad en  concreto o dispuesta por el agente,  25 Cfr.  en  este  sentido,  para  un  delito  de  detenciones  ilegales  cometido  a  la  vez  contra  dos víctimas, la argumentación de la STS 29 de mayo de 2003 (LL 2736, ponente Colmenero Menéndez de Luarca), FD 10.º: «En  realidad,  cuando  se  trata de delitos dolosos de  resultado el  tipo no  solo describe conductas,  sino  también  resultados  (TS  S  1837/2001,  de  19 Oct.),  de manera  que  lo  relevante  para  el derecho a los efectos del art. 77, que se refiere a hechos, no es solo la acción que conduce al resultado, sino también éste, cuando el  resultado es directamente querido por el autor, de manera que existirán  tantos hechos  como  resultados,  pretendidos  u  obtenidos.  En  este  sentido,  la  STS  672/1999,  de  24 Nov.,  antes citada,  señala que  “cuando  los  resultados múltiples que  se producen  a  través de una única  acción  son queridos por el autor no puede entenderse que exista una única acción. Quien persigue una pluralidad de resultados dispone su acción de forma distinta, con mayor energía o mayor  intensidad en  la acción, que cuando se persigue un único resultado y ello porque el autor, que persigue una pluralidad de resultados, incorpora a su acción esa intención plural con relación a los resultados. De ahí que el término ʺhechoʺ que refiere el art. 77, como presupuesto del concurso  ideal no deba ser equiparado a  la acción o movimiento corporal, pues el  término  ʺhechoʺ  incorpora  tanto el disvalor de  la acción como el del  resultado. De  tal forma que cuando el autor persigue una pluralidad de resultados concretos, para lo que realiza un único movimiento corporal, no se puede entender como un mismo hecho (cfr., art. 77), sino de varios hechos en función de los distintos resultados perseguidos. Consecuentemente, el término hecho recogido en la norma no es equiparable a movimiento corporal o acción.”». 26 Dicho con otras palabras: aunque sería preciso aplicar más de un delito (concurso real), y así se hará, el  legislador ha dispuesto que se  tomen en cuenta de  forma peculiar  las penas de  los delitos en juego, según las reglas que rigen en materia de concurso ideal de delitos (art. 77). 

27 Como se expondrá más adelante (cfr. Lección 9.ª), a propósito del concurso de leyes, hay casos que aun tratándose de pluralidad de hechos (es decir, que constituyen un concurso de delitos), 

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8.ª quien en la comisión del hecho adopta la opción de cometer otros delitos. Este segundo delito sería medial respecto al delito fin. Las reglas de determinación de la pena (art. 77) permiten combinar las sanciones de ambos delitos (cfr. infra Lección 11.IV.3). 3. Concurso ideal.– Recordemos que el concurso  ideal es una situación de concurso (es decir, que, aun habiendo pluralidad de actuaciones relacionadas, no se procede a unificar todas bajo un mismo  tipo, sino que se aplica más de un precepto para que el contenido de injusto del hecho quede satisfactoriamente cubierto). A diferencia del  concurso  real,  aquí  se da  coincidencia  temporal  que permite  afirmar que hay cierta unidad de la actuación. Sin embargo, esa coincidencia temporal no es suficiente  para  afirmar  que  el  contenido  de  injusto  queda  suficientemente cubierto aplicando un solo tipo o delito, sino que ha de darse entrada a más de uno. Por ejemplo:  se golpea con un  instrumento contundente a un policía:  las lesiones  que  puedan  causarse  constituyen  delito  de  lesiones,  y  el  ataque causado a  la víctima en cuanto agente de  la autoridad, delito de atentado (art. 550). Es preciso aplicar ambos delitos (por lo que existen dos hechos típicos), a pesar de solaparse y coincidir en el tiempo. 

El  propio  código  lo  define  implícitamente  en  el  art.  77.1:  cuando  «un  solo  hecho constituya dos  o más  infracciones». Obsérvese,  sin  embargo, que  la  terminología del código («hecho») difiere en cierto modo de la aquí utilizada: cuando el código expresa «hecho», está  refiriéndose a acciones  carentes  todavía de  sentido  típico, mientras que nosotros  hablamos  de  «hecho»  cuando  nos  referimos  al  hecho  típico,  ya  valorado. Podría decirse  igualmente en esa definición que hay  concurso  ideal  cuando  la acción constituye dos o más hechos típicos (o infracciones o delitos). 

También este tema tiene relevancia clave en las reglas de determinación de la pena (art. 74): cfr. infra, Lección 11.IV.3. 

Se distingue  en  el  concurso  ideal  el de  carácter  homogéneo del  heterogéneo, según  sea  el delito o delitos que  entran  en  juego. Será homogéneo  el  concurso ideal cuando se aprecian varios delitos de  la misma especie realizados de una sola  vez  (una  sustracción  de  bienes  en  morada  ajena  causando  daños  de relevante  cuantía:  robo  con  fuerza  en  las  cosas  y  daños); mientras  que  será heterogéneo cuando se aprecien delitos de diversa especie, cometidos de una sola 

son considerados por  la doctrina,  la práctica, y el  legislador como un concurso de normas. La consecuencia inmediata de este proceder es que una de las normas en juego cesa y cede lugar a la otra  (concurso de  leyes o normas), que es  la que se aplicará. Ejemplo: el disparo mortal da lugar a apreciar un homicidio  (art. 138); pero si el disparo afecta a  la  ropa de  la víctima, que resulta  dañada,  se  comete  además  una  falta  de  daños  (art.  625),  aunque  éstos  sean insignificantes  en  comparación  con  el  resultado  de  muerte.  Pero  por  insignificantes  en comparación  con  el  homicidio,  la  ley  –y  hay  buenos  motivos  para  ello,  en  concreto  de proporcionalidad–  puede  hacer  retroceder  al  tipo  de  daños,  que  no  se  aplicará  además  del homicidio. En  realidad  la  sanción del homicidio  se  entiende que  abarca  la de hechos mucho menores. A estas situaciones responde el criterio conocido como «consunción»: cfr. Lección 9.II. 

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Unidad y pluralidad de delitos  

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8.ªvez (por ejemplo, el disparo único afecta a una persona, a la que causa lesiones, y además produce daños patrimoniales)28. 

Como  ya  se  ha  señalado más  arriba,  la  pluralidad  de  víctimas  debería  dar  lugar  a concurso real de delitos29, tratándose de delitos contra bienes jurídicos personalísimos; en otro caso, podría dar lugar a concurso ideal, o a apreciar un solo delito30. 

 

 

 

  

28 Otro ejemplo: el TS (decisión del Pleno no jurisdiccional que da lugar a la STS 832/2002, de 13 de mayo)  decide  sancionar  los  casos  en  que  se  emplea  un  cheque  alterado  para  engañar  a alguien y así obtener un desplazamiento patrimonial a su favor, como dos delitos en concurso ideal: delito de falsedad documental y delito de estafa, en concurso ideal. Cfr. STS 19 de  junio de 2003 (AP 619, ponente Giménez García), entre otras. 

29 Es excepción a lo anterior lo previsto en materia de delito continuado (cuando afecta al honor o a la libertad e indemnidad sexuales, y a una misma víctima). Dicho precepto es también ahora un  argumento  contra  la  apreciación  de  concurso  real  en  estas  situaciones  de  pluralidad  de víctimas. En  efecto,  si  el  legislador decide que,  tratándose de dichos bienes,  sólo  cabe delito continuado  cuando  afectan  a  la misma  víctima,  es  porque  decide  que  no  se menosprecie  la entidad de  los bienes afectados (y por eso  impide entonces  la continuidad delictiva). Luego si cabe  en  este  caso,  también  en  el  de  una  sola  acción  valorada  como  dos  delitos  o  hechos (argumento a fortiori). 

30 Como sucede en materia de hurto cuando se sustraen bienes de varios titulares; o cuando se da entrada al delito continuado.                © [email protected] 

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9.ªCONCURSO DE NORMAS I. Planteamiento. II. Criterios de solución. 

1. El criterio rector de la especialidad. 2. El criterio rector de la subsidiariedad. 3. El criterio rector de la consunción. 

 

Como ya se dijo, el contenido de esta Lección se halla en  relación con el de  la anterior. Ambas forman parte de la problemática de los concursos, es decir, de la  concurrencia  de  diversos  preceptos  y  normas  en  un  caso. Al  igual  que  la precedente,  también  el  objeto  de  esta  Lección  será  una  herramienta imprescindible  para  el  resto  del  estudio  del Derecho  penal,  pues  afecta  a  la teoría del delito en  sí misma  (Derecho penal  II) y al estudio de  los delitos en particular o parte especial (Derecho penal III). Además, el concurso de normas o de leyes forma parte de la teoría o doctrina de la interpretación. Lo que ahora se va a exponer afecta de forma clara al Derecho penal, pero también a cualquier rama del Derecho. Así, se recurre a enunciados como el de «lex superior derogar inferiori», para expresar que una norma de rango superior prevalece sobre una inferior;  o  de  «lex  prior  derogat  posteriori»  para  indicar  que  una  norma  que deroga  a  otra,  prevalece  sobre  ésta.  Ambos  enunciados  rigen  también  en Derecho penal. Pero en éste tienen más relevancia otros enunciados que son los más frecuentemente empleados (cfr. infra, II). El  concurso de normas  o  leyes  viene  a dar  respuesta  a  la  cuestión de  cuál  o cuáles de las normas aplicables a un caso son al final aplicadas: es decir, para un caso concreto resulta posible aplicar varias normas y es preciso decidir cuál o cuáles en concreto  han  de  tomarse  finalmente  en  cuenta. Así,  repitiendo  una  pregunta  ya formulada en la Lección anterior, quien da muerte a otro con alevosía, ¿comete homicidio pero además asesinato? ¿por qué no se le enjuicia por ambos delitos, pues  ha  realizado  el  tipo  de  los  dos?  Para  responder  a  esta  pregunta,  para decidir cuál es la norma o regla a aplicar, se recurre a diversos criterios1.  

I. Planteamiento.– El concurso de normas tiene en común con el concurso de delitos su sentido o finalidad: se trata en ambos casos de decidir si la norma abarca suficientemente el desvalor de  la conducta, su antijuricidad. En el caso del concurso de delitos, sea  real o  ideal,  se  trata de aplicar  las normas que  sean precisas para abarcar todo el desvalor de la conducta. También en el caso de la concurrencia de normas se decide qué norma  abarca de  forma más  completa y  acabada  el desvalor o antijuricidad de la conducta. Hasta aquí las semejanzas. 

1  Dichos  criterios  se  enuncian  como  «meta‐reglas»,  es  decir,  como  reglas  sobre  el funcionamiento de otras reglas. Se trata de enunciados prescriptivos que no son ni principios ni reglas, sino prescripciones de cómo han de operar las reglas en cada caso. 

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 Concurso de normas 

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9.ª Estamos ante una cuestión de valoración de  los hechos: con el  fin de evitar  la desproporción  por  exceso  hay  que  optar  por  una  sola  norma  (concurso  de leyes), y con el fin de evitar desproporción por defecto, hay que optar por más de una (concurso de delitos). El concurso de normas se diferencia del concurso de delitos por  el dato de  que  ahora  existe un  solo  hecho  o delito  a  tener  en cuenta2. En el caso del concurso de delitos, es preciso apreciar  la existencia de más  de  un  hecho3,  para  que  el  desvalor  de  lo  realizado  quede  cubierto (recuérdese cómo el concurso de delitos, sea real o ideal, acaba por dar entrada a dos o más normas) y por  tanto se aplica más de una norma. En el concurso real era preciso apreciar más de un hecho, como más de una eran las acciones. En el concurso ideal era preciso dar entrada a más de un delito, a pesar de que coinciden en el tiempo, para que quedara plenamente abarcado el desvalor de la conducta. En el concurso de normas o leyes se apreciará al fin una sola norma que abarca en plenitud el desvalor pleno de la conducta. Puesto que  al  final  se  aplica una  sola norma de  las que  entran  en discusión, algunos  autores  denominan  a  esta  materia  «concurso  aparente  de  normas penales»4. En  efecto,  el  concurso  es  sólo aparente, pues al  final  será  sólo una norma la que se aplique. Y ello porque lo que subyace al problema del concurso de normas  es un problema de ne  bis  in  idem: diversas normas  son  aplicables, pero dar entrada a más de una  supondría una  sanción desproporcionada por excesiva; por este motivo, se restringe la aplicación a una sola norma. En efecto, siguiendo  con  el  ejemplo  arriba mencionado, de  quien da muerte  a  otro  con alevosía,  se puede afirmar que  comete  tanto homicidio  (por que mata a otro), como  asesinato  (porque  mata  con  alevosía);  pero  castigar  por  ambos  delitos supondría un exceso, una sanción desproporcionada. Entra entonces en juego la doctrina del concurso de normas, que mediante una serie de reglas operativas guía la interpretación y da entrada sólo a una de las normas en juego. 

Debe  tenerse  en  cuenta  que,  a  pesar  de  esta  «apariencia»  del  concurso,  la  norma desplazada,  la que no se aplica al ceder ante  la que sí se aplicará, puede sin embargo seguir  desplegando  algunos  efectos.  En  concreto,  que  se  tenga  en  cuenta  la  norma desplazada para  comparar  las penas que  resulten de  la norma que  tiene preferencia. Ello sucede cuando de la aplicación de un precepto como más grave va a resultar una pena más leve que lo que corresponde (ello es posible en algún caso, debido a que las penas se señalan con un máximo y un mínimo): para evitar que la norma del delito más grave acabe en una pena más leve, se propone en la doctrina que el límite máximo de la pena del delito  leve opere  como  límite mínimo de  la  correspondiente  al delito grave (idea de la «combinación de las leyes» en concurso)5. 

2  Sin  embargo,  como  después  se  señalará,  hay  un  grupo  de  casos  que  son  tratados  como concurso de normas, cuando en realidad se trata de un concurso de delitos. Nos referimos a los supuestos incluidos bajo la denominación consunción. 3 Recuérdese (Lección 8.ª) que consideramos hecho (típico) a la valoración  jurídico‐penal de las acciones  humanas,  lo  cual  no  se  da  al margen  de  una  ley  penal:  hecho,  hecho  típico  y  delito dependen de una norma con arreglo a la cual se valora o enjuicia la acción. 4 Así, por ejemplo, BACIGALUPO ZAPATER, DP. PG, 1997, p 418. 5 Cfr. MIR PUIG, DP. PG, 2002, 27/67. 

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Concurso de normas  

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9.ªAdemás, la norma desplazada puede seguir desplegando efectos si el precepto aplicado es  derogado:  así,  por  ejemplo,  una  eventual  derogación  del  delito  de  asesinato,  no significa que, al apreciarse retroactivamente esa derogación, se declare impune al autor porque el hecho ya no es delito;  la derogación del asesinato no quita que el hecho sea constitutivo de homicidio6. 

Como ya se ha dicho, esta materia pertenece a  la  teoría de  la  interpretación, e interesa por  eso  a  todas  las  ramas del Derecho. Pero  en Derecho penal  tiene especial  importancia por  afectar  a  la  imposición de penas  que  resulten de  la norma aplicada. 

 

II. Criterios de solución.– La  problemática  del  concurso  de  normas  es,  en  definitiva,  materia  de interpretación de preceptos, sea en Derecho penal sea en otros sectores. Resulta difícil  encontrar  una  solución  fija  para  todos  los  casos.  Nos  limitaremos  a describir una serie de reglas operativas o criterios rectores para guiar  la  labor del  intérprete. El  intérprete ha de valorar  los hechos como  típicos o no, como subsumibles  plenamente  o  no  en  una  norma  concreta  que  es  interpretada. Surgen así en la doctrina los criterios de especialidad, subsidiariedad y consunción7. Los tres han quedado plasmadas expresamente en el código penal (art. 8). 

De todas formas, que la propia Ley recoja estas reglas no significa que operen en virtud de  la Ley, es decir, precisamente porque el  legislador prevé esos criterios, sino que ya eran  operativas  aun  antes  del  código  penal.  De  hecho,  aunque  no  se  recogían expresamente en el código penal anterior, se recurría entonces a tales criterios. Se trata de criterios rectores de la interpretación que se aplican en esta materia, como en muchas otras. Además, conviene señalar cómo los cuatro criterios rectores del art. 8 no abarcan todas  las  situaciones  que  pueden  darse;  y,  a  la  vez,  no  todos  los  criterios  rectores pertenecen  a  la  teoría  del  concurso  de  normas.  En  efecto,  el  criterio  denominado «consunción» presupone que se realizan varios hechos, uno mucho más grave que otro, pero coincidentes, o al menos inmediatamente sucesivos, en el tiempo. La gravedad de uno de los dos delitos en comparación con el otro, hace que la sanción por el primero se considere suficiente para abarcar todo el desvalor de ambos delitos. Este grupo de casos no constituye en propiedad un concurso de normas, sino de delitos, pero se  resuelve aplicando una sola de las normas en juego, la que señala pena más grave. 

Además, no se mencionan en el art. 8 algunas situaciones. En concreto, los casos en que un  precepto  excluye  de  antemano,  conceptualmente,  la  entrada  de  otro  precepto.  Se trata de casos en  los que se evita ya que entre en  juego otro precepto8. No hay  tanto concurso,  sino  que  éste  se  impide  y  excluye,  porque  la  descripción  de  un  delito  es 

6 Cfr. ibidem, 27/68. 7 Se habla también de otros. En concreto: «lex posterior derogat legi priori», «lex superior derogat legi inferiori»  (cfr. ZIPPELIUS,  Juristische Methodenlehre, 6.ª  ed., Múnich, 1994, § 7.e] y  f]), pero  se trata de casos distintos de los que aquí estudiamos, centrados en los criterios lógicos rectores. 8 No significa que esa ausencia deba dar lugar a incluir expresamente un nuevo criterio en el art. 8. El legislador ya se encarga de prever, o el intérprete de descubrir, cuándo se da esa situación de exclusión. 

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 Concurso de normas 

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9.ª incompatible con  la de otro. A estos casos podríamos denominar casos de  exclusión o heterogeneidad9. Ejemplo,  la definición del delito de  receptación  (art.  298.1)  excluye  la concurrencia del delito del que proceden los bienes objeto del delito previo («en el que no  haya  intervenido  ni  como  autor  ni  como  cómplice»)  con  la  receptación  de  esos mismos bienes (esto es, quien ha cometido el delito previo del que proceden los bienes receptados, no puede cometer el delito de receptación, pues ha de tratarse de persona diversa)10. 

Los criterios rectores de la interpretación tienen por base leyes lógicas. En concreto, las relaciones  lógicas que pueden darse entre dos grupos de conceptos dan  lugar a otros tantos criterios11. Y hay un número limitado de relaciones en las que dos tipos delictivos pueden  hallarse  entre  sí.  Si  se parte de  que un  tipo delictivo  abarca un  conjunto de hechos, aquellos que cabe subsumir en el precepto en cuestión, y se parte de dos tipos, sólo  hay  cuatro  variantes  posibles  de  relación  entre  ellos.  En  concreto:  «identidad», «subordinación», «interferencia» y «heterogeneidad»12. Dicho en  términos de  la  teoría de conjuntos: i) los dos conjuntos pueden ser idénticos (identidad); ii) uno puede ser un subconjunto del  otro  (inclusión  o  subordinación);  iii)  los  dos  pueden  cruzarse,  en  el sentido  de  que  hay  hechos  que  se  corresponden  sólo  con  un  tipo,  hechos  que  se corresponden sólo con el otro, y hechos que se corresponden a  la vez con uno y otro (interferencia);  iv)  los dos  conjuntos pueden  excluirse  entre  sí, de  forma  que  ningún hecho  que  pertenece  a  un  conjunto  es  a  la  vez  elemento  del  otro  conjunto (heterogeneidad). No hay más posibilidades. Y como la heterogeneidad (o exclusión) no permite concurso, y la identidad no es por definición concurso13, sólo son posibles dos formas de concurso de normas: la que se basa en la subordinación y la que lo hace en la interferencia. De este modo, si sólo son posibles dos relaciones entre los tipos en juego, sólo hay dos formas de concurrencia de normas14. Que la doctrina y el art. 8 insistan en incluir además la consunción como una forma de concurso no significa que realmente lo sea. 

9 La relación lógica de exclusión indica que se da la situación a, o la b, u otra, pero no es posible que se den a  la vez a y b. Por ejemplo: quien pregunta «¿de qué marca es  tu coche? ¿Ford o Seat?», admite que o bien es Ford, o bien Seat, o bien ninguno de ambos, pues puede ser un Renault. 10 El CP conoce supuestos de este mismo género –no constituyen ni concurso de normas ni de delitos, pues a un solo hecho corresponde una sola norma que resulta  incompatible con otros preceptos–, como en el delito de daños, cuando el legislador establece que tal precepto rige si no es  posible  dar  entrada  a  otros  (art.  263);  o  en  el  encubrimiento  (art.  451);  o  el  fraude  de subvenciones (art. 308) respecto a la estafa (arts. 248 ss); la falta de lesiones (art. 617), respecto al delito de lesiones. Y otros. Cfr. en nuestra doctrina PEÑARANDA RAMOS, Concurso de leyes, error y participación en el delito, Madrid, 1991, p 102 ss. 11 Esto ya lo mostró hace años KLUG, «Zum Begriff der Gesetzeskonkurrenz», ZStW 68 (1956), p 399 ss (hay traducción castellana de J. M. Seña, publicada en KLUG, Problemas de la Filosofía y de la pragmática del Derecho, Barcelona, Caracas, 1989, p 55 ss). 12 Cfr. ibidem. 13 Aunque cabe que dos normas sean  idénticas en un solo ordenamiento, ello en principio no debería suceder. 14 Sobre ello, cfr. HRUSCHKA, ¿Puede y debería ser sistemática la dogmática jurídico‐penal? [trad. de «Kann und sollte die Strafrechtswissenschaft systematisch sein?», Juristenzeitung 1985, pp 1‐10], IV.2. 

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9.ªLo  que  el  legislador  incluye  en  el  art.  8.4.ª  («en  defecto  de  los  criterios anteriores, el precepto penal más grave excluirá los que castiguen el hecho con pena  menor»,  también  conocido  como  «alternatividad»)  no  es  un  caso  de concurso de  leyes.  Se  trata más bien de una  cláusula de  cierre para  evitar  la eventual impunidad de un hecho por resultar inaplicable la norma de acuerdo con los tres criterios anteriores del mismo artículo15. Pero ello sólo sería posible si se tratase de preceptos que coinciden plenamente en su contenido aunque no en la pena16. 

1. El criterio rector de la especialidad. 

Se entiende que existe especialidad cuando una norma (precepto o ley) describe el  caso  de  forma  más  precisa  que  otra.  Se  aplica  entonces  la  norma  más específica o especial frente a la más general, que se ve desplazada. Recuérdese el  aforismo:  «lex  specialis  derogat  legi  generali»,  que  viene  a  significar  que  la norma  más  especial  pasa  por  delante  de,  predomina  sobre,  la  otra,  más genérica.  Ejemplo:  el  tipo  que  describe  el  asesinato  (arts.  139‐140)  es  más especial que el que describe el homicidio  (art. 138), pues éste exige el matar a otro, y aquél matar a otro con  la concurrencia de alguna de  las circunstancias agravantes  específicas  previstas  en  el  art.  139;  la  aplicación  del  precepto  del asesinato desplaza así al del homicidio. 

La  relación  lógica  entre  los  dos  enunciados  o  preceptos  es  la  de  subordinación  (o inclusión): todo el grupo de casos de una descripción se encuentra incluido en el grupo de  la  otra  pero  no  al  revés.  Se  podría  representar  en  teoría  de  conjuntos  como  un subconjunto incluido totalmente en un conjunto. 

El  art.  8.1.ª  señala  que  «el  precepto  especial  se  aplicará  con  preferencia  al general».  Determinar  cuándo  se  está  ante  un  supuesto más  especial  o  más general es tarea de la interpretación. 

2. El criterio rector de la subsidiariedad. Se afirma que hay subsidiariedad cuando el campo conceptual de una norma o precepto entra en intersección con el de otra. Se aplica entonces una norma que es  prioritaria  frente  a  otra,  que  resulta  desplazada.  Se  recurre  entonces  al aforismo «lex primaria derogat  legi subsidiariae», que significa que una norma de las  dos  que  se  hallan  en  coincidencia  o  intersección  parcial,  se  aplica  con carácter  preferente;  la  otra,  se  ve  desplazada.  Es  decir,  la  norma  desplazada entra en juego sólo en defecto de la prioritaria. 

La relación lógica entre los dos enunciados o preceptos es la de interferencia: el grupo de casos  de  una  descripción  normativa  coincide  parcialmente  con  el  de  otra.  Se  podría representar  en  teoría de  conjuntos  como dos  conjuntos  con  coincidencia parcial.  Son posibles así tres clases de hechos: unos, que se incluyen en el primer conjunto pero no en el segundo; además, hechos que se incluyen en el segundo, pero no en el primero; y 

15 Una regla semejante se contempla en el art. 136 de la LO 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. 16 Cfr. supra nota 13. 

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9.ª finalmente, hechos que  se  incluyen  en el primero y en  el  segundo. Con  ejemplos del código  penal:  son  posibles  casos  en  que  se  realiza  un  hecho  consumado  (lesiones consumadas), pero también que se realice un hecho que queda incompleto, en tentativa (lesiones intentadas); pero cabe además –y es necesario– que para consumar las lesiones sea  preciso  antes  dar  comienzo  a  lesionar  (lesiones  que  pasan  de  tentativa  a consumación). Esta relación lógica de interferencia permite que, en defecto del tipo de lesiones consumadas, se dé entrada al de tentativa de lesiones. 

El art. 8.2.ª señala que «el precepto subsidiario se aplicará sólo en defecto del principal». A continuación hay que identificar el precepto o norma principal (o prioritario) y el subsidiario. En ocasiones es la propia ley la que señala cuál es la norma  prioritaria  (casos  de  «subsidiariedad  expresa»)  pues  establece manifiestamente  que un precepto  entra  en  juego  en  defecto de  otro:  así,  por ejemplo,  en  el  art.  383.I,  cuando  en  los  delitos  de  conducción  temeraria  o influenciada por bebidas alcohólicas se establece que, si se ha causado, además de  la  conducción  en  sí, un  resultado  lesivo  (lesiones  o muerte, por  ejemplo), entrará  en  juego  el  precepto  que  castigue  la  infracción  más  gravemente penada17. En otras ocasiones, ha de ser el intérprete, de acuerdo con el conjunto de valoraciones y preceptos de  la Ley, quien  identifique el principal  (casos de «subsidiariedad tácita»): así, por ejemplo, la regulación de la participación entra en juego si antes no se puede considerar al mismo sujeto como autor (arts. 28‐29 y 63); la tentativa en defecto de la consumación del delito (arts. 15‐16 y 62); los tipos imprudentes, en defecto de los dolosos (arts. 10 y 12). 

3. El criterio rector de la consunción. Éste entra en juego cuando se entiende que una infracción se considera penada ya al sancionarse otra. Ello se produce cuando estamos ante delitos que llevan consigo  habitualmente  otros:  entonces  el  más  leve  queda  sancionado  al sancionar  el  más  grave.  Se  suele  hablar  entonces  de  actos  copenados (posteriores o anteriores), o de delitos que quedan impunes18. 

A diferencia de  los dos criterios anteriores, no hay aquí una específica relación  lógica entre las normas19. Se trata, en cambio, de una valoración del caso, en virtud de la cual una  pluralidad  de  acciones  y  hechos  se  acaba  por  sancionar  como  un  solo  delito  o hecho, porque el desvalor o antijuricidad queda suficientemente abarcado. 

También  el  art.  8  se  refiere  a  este  criterio  rector  de  la  interpretación  cuando señala  que  «el  precepto  penal  más  amplio  o  complejo  absorberá  a  los  que 

17 Que entre en juego la infracción más gravemente penada no significa que las de pena mayor sean siempre, y por ese motivo, la infracción prioritaria. La prioridad es una cuestión lógica (de interferencia entre conjuntos) que suele ir aparejada a la gravedad de las infracciones y penas, pero lo uno no implica necesariamente lo otro. 18 Este último calificativo resulta especialmente inidóneo, pues no se trata de dejar impune, esto es, de no castigar algún delito, sino de considerar castigado un hecho al castigar el otro. Por eso resulta más preciso referirse a delitos co‐penados (cfr. MIR PUIG, 2002, DP. PG, 27/78). 19 Lo menciona BACIGALUPO ZAPATER, DP. PG, 1997, p 421, aunque insiste en presentarlo como una cuestión de concurso de normas. En realidad, las dos normas se hallan relacionadas, como también en los casos de concurso de delitos.               © [email protected] 

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9.ªcastiguen  las  infracciones  consumidas  en  aquél».  Se  entiende  consumido  un delito en otro, por ejemplo, en casos de delito de robo con  fuerza en  las cosas (arts. 237 ss), en los que la sanción del robo absorbe o consume la de los posibles daños (art. 268) cometidos para acceder al lugar donde las cosas se encuentran (fractura de pared…); también en el delito de robo intimidatorio (art. 242), en el que  las  coacciones  o  amenazas  cometidas  (arts.  169  ss) para  amedrentar  a  la víctima  se  consideran ya  sancionadas  con  la pena del  robo; o  en  el delito de defraudación  tributaria  (art.  305),  en  el  que  se  consideran  consumidas  las acciones que constituyen delito contable tributario (art. 310). Puesto que  la doctrina del  concurso es manifestación de  la  regla del ne  bis  in idem, es decir, una plasmación del principio de proporcionalidad que se impone al de seguridad  jurídica, no podrá entenderse consumida una  infracción cuya gravedad sea similar a otra: así, si para cometer el robo con fuerza en las cosas se causan daños de gran entidad en los bienes que protegen o guardan el objeto sustraído.  La  sanción  de  esos  daños  no  quedaría  abarcada  en  la  del apoderamiento de bienes, y deberían  castigarse por  separado,  como  concurso de delitos.  

Benedicto Corrales
Nota adhesiva
El resto de las lecciones (lecciones 10-11) se recogen en el libro de RUIZ DE ERENCHUN ARTECHE, El sistema de penas y las reglas de determinación de la pena tras las reformas del Código penal de 2003, Aranzadi 2005 (2ª ed.).
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