Diario Intimo Soledad Acosta Samper

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El Diario íntimo de Soledad Acosta de Samper: configuración de una voz autorial femenina en el siglo XIX Author(s): Carolina Alzate Source: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 31, No. 62 (2005), pp. 109-123 Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP Stable URL: http://www.jstor.org/stable/25070297 . Accessed: 05/05/2013 22:26 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACP is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Revista de Crítica Literaria Latinoamericana. http://www.jstor.org This content downloaded from 168.176.162.35 on Sun, 5 May 2013 22:26:59 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions

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El Diario íntimo de Soledad Acosta de Samper: configuración de una voz autorial femenina enel siglo XIXAuthor(s): Carolina AlzateSource: Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, Año 31, No. 62 (2005), pp. 109-123Published by: Centro de Estudios Literarios "Antonio Cornejo Polar"- CELACPStable URL: http://www.jstor.org/stable/25070297 .

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REVISTA DE CR?TICA LITERARIA LATINOAMERICANA A?o XXXI, N? 62. Lima-Hanover, 2do. Semestre de 2005, pp. 109-123

EL DIARIO ?NTIMO DE SOLEDAD ACOSTA DE SAMPER: CONFIGURACI?N DE UNA VOZ AUTORIAL FEMENINA

EN EL SIGLO XIX*

Carolina ?lzate Universidad de los Andes, Bogot?

0.

Soledad Acosta de Samper, nacida en 1833 y fallecida en 1913, es la escritora colombiana m?s importante del siglo XIX y se en cuentra dentro de los m?s relevantes escritores hispanoamerica nos de su generaci?n, hombres y mujeres. Aunque es referencia

obligada en las historias de la literatura colombiana, fue muy poco estudiada antes de la d?cada de 19801.

Emprender la b?squeda, edici?n y estudio de un Diario ?ntimo2

suyo significa estudiar lo marginal dentro de lo marginal. La escri tura autobiogr?fica masculina es abundante, respetada y apeteci da a lo largo de todo el siglo XIX, y en Colombia e Hispanoam?rica existe en la forma de Memorias. Sin embargo para las mujeres de la ?poca hablar de s? mismas era a?n m?s dif?cil que emprender

una carrera literaria y hacer p?blica su producci?n3. Como sabe

mos, la descripci?n gen?rica que se hac?a entonces de las mujeres hac?a muy dif?cil que ellas pudieran constituirse en sujetos auto

biogr?ficos, dado que la escritura de este tipo de textos niega, en tre otros rasgos, la condici?n de abnegaci?n (auto-negaci?n) fun damental del sujeto femenino decimon?nico. Nuestras escritoras del siglo XIX parecen no escribir Memorias, el g?nero autobiogr?fi co m?s prestigioso. Cuando emprenden la configuraci?n de un yo que les permita redescribirse con respecto al orden patriarcal lo hacen en la forma de cartas o de diarios, siendo el diario un sub

g?nero marginal dentro del de la autobiograf?a. O lo hacen de ma nera indirecta, y tal vez en la mayor?a de los casos que se conser

van, a trav?s de los personajes de sus novelas, heterog?neos, va

* El presente texto es una revisi?n del presentado en el Coloquio Internacional

Las escrituras del yo en la cultura de mujeres latinoamericanas y caribe?as, Casa de las Americas, La Habana, 14 a 18 de febrero de 2005.

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riados y contradictorios. Las Memorias suelen presentarse como cr?nica del mundo hecha por un personaje excepcional que prota goniz? acontecimientos fundamentales de las historias nacionales. En contraste con estos rasgos, el diario se percibe como narraci?n de segundo orden y por tanto prescindible: relato de asuntos pri vados e individuales sin trascendencia sobre lo p?blico y lo colecti

vo, que se presenta de manera evidente m?s como texto que como

obra cerrada y acabada, y que en esta medida carecer?a del valor literario que se les asigna a las autobiograf?as 'propiamente di chas'. El yo exaltado, egocentrado y protagonista que requiere la escritura autobiogr?fica con mucha dificultad pod?a ser ocupado por una identidad femenina de mediados del siglo XIX4. Los textos

autobiogr?ficos femeninos de esta ?poca son, pues, escas?simos en

Am?rica Latina, y en Colombia los cre?amos inexistentes hasta el

hallazgo de este Diario. Lo que se impone, entonces, en la lectura y presentaci?n del

diario de una mujer del siglo XIX, es una redefinici?n de la histo ria y de la literatura con respecto al paradigma rom?ntico en el

que fue escrito, el cual curiosamente parece todav?a ejercer cierto dominio sobre los estudios hist?ricos y literarios actuales. Una re definici?n de la historia que admita lo que tradicionalmente se

percib?a como peque?o y prescindible. Una redefinici?n de la lite ratura como producto no ya de un yo plenamente autoconsciente y autosuficiente que se vuelca en su obra, sino de un yo en proceso y

plural que se gesta en el texto mismo. Se trata de dar entrada den tro de la memoria social consciente, dentro de nuestros relatos his t?ricos y literarios, a un texto que permite mirar nuestro colectivo en un momento importante de su definici?n.

1. Soledad Acosta de Samper

Superando la inmensa dificultad que significaba para las muje res del momento emprender una escritura p?blica, Soledad Acosta se convirti? en una de las m?s importantes escritoras hispanoame ricanas de su momento y en uno de los m?s prol?ficos escritores

colombianos, en un grado s?lo superado por su marido, Jos? Mar?a

Samper. Este hecho s?lo puede explicarse conociendo su historia

personal. La autora fue hija ?nica de Joaqu?n Acosta, militar de la lucha

de Independencia, historiador, ge?grafo y diplom?tico, y de Caroli na Kemble, natural de Nueva Escocia. Su padre, personaje desta cado de la escena cultural del momento, se empe?? en darle a su

hija una educaci?n que no era del com?n de las ni?as de la ?poca, apoyado en ello por su esposa y su herencia cultural sajona. Su es

poso, Jos? Mar?a Samper (1828-1888), poeta, novelista y destacado

pol?tico, fue tambi?n propicio al desarrollo de la carrera intelectual de la autora, de manera que Acosta pudo disfrutar, aunque no sin

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dificultades, de un entorno familiar excepcional para el desarrollo de sus aspiraciones intelectuales. En todo esto la ayud? sin duda el haber pasado en Par?s varios a?os fundamentales en su desarrollo: all? vivi? con sus padres entre los trece y los diecisiete a?os (1846 1850) y recibi? su educaci?n formal, despu?s de vivir un a?o en

Halifax (1845), Nueva Escocia, en casa de su abuela materna. Esta

experiencia la expuso a contextos diferentes al colombiano, tanto en t?rminos literarios como gen?ricos: le permiti? crear im?genes alternativas para su propia subjetividad femenina y literaria en un pa?s en el cual el analfabetismo en las mujeres, a?n dentro de la clase alta, no era del todo extra?o (educadas b?sicamente para desempe?ar labores de madres y esposas, y esto de manera muy elemental). Por otra parte, sus a?os en Par?s sumaron el conoci

miento del idioma franc?s al del espa?ol y el ingl?s, las lenguas de sus padres.

Soledad Acosta comenz? su carrera p?blica en 1858 como co

rrespondiente en Par?s, y luego en Lima, de dos de los peri?dicos literarios colombianos m?s importantes de la ?poca: El Mosaico y la Biblioteca de Se?oritas. Desde Europa fue tambi?n correspon diente de El Comercio de Lima. En su "Revista parisina" hac?a re se?as de modas y costumbres, pero tambi?n publicaba traduccio nes suyas y comentaba lo que acontec?a en el escenario literario y

musical. Hab?a llegado a Par?s en 1858 con su esposo (se casaron en 1855), su madre y las dos hijas que ten?an entonces. Permane cieron all? hasta 1863, a?o en el cual pasaron a residir el Lima por algunos meses para luego regresar a Colombia, ahora con sus cua

tro hijas.5 De regreso en Bogot? comenz? a publicar relatos breves en pe

ri?dicos literarios y novelas por entregas (la primera de ellas en El

Mensajero: Dolores. Cuadros de la vida de una mujer, 1867, el mismo a?o de Mar?a). Su primer libro, Novelas y cuadros de la vi da suramericana, aparece en 1869. Los intereses de la autora co

mienzan luego a moverse hacia la novela hist?rica con la publica ci?n de Jos? Antonio Gal?n. Episodios de la vida de los comuneros en 1870. Incursion? tambi?n en el teatro con dramas como Las v?c timas de la guerra (1884) y, en la ?ltima fase de su carrera, em

prendi? su trabajo de historiadora, el cual se inaugura con la Bio

graf?a del General Joaqu?n Par?s (1883). Fund? y dirigi? varios pe ri?dicos a lo largo de su vida. A ella debemos el primer peri?dico latinoamericano redactado exclusivamente por mujeres {La mujer, 1878-1881)6. Su trabajo ensay?stico es tambi?n prol?fico y de enor

me relevancia. Buena parte de sus ensayos se encuentra recogida en su libro La mujer en la sociedad moderna (Par?s, 1895)7.

A lo largo de toda su obra los temas de la patria y de la mujer se entretejen y son protagonistas: como la generalidad de los escri tores de su generaci?n, est? comprometida y ocupada con el tema de la fundaci?n de la naci?n a trav?s de la escritura, entendida ?s

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ta como una labor pol?tica de primer orden. Pero a diferencia de la

mayor?a de ellos, le interesa tambi?n explorar la manera en que las mujeres pueden y deben involucrarse en esa fundaci?n, no s?lo como madres y esposas sino tambi?n en t?rminos intelectuales

m?s ambiciosos y en ?ltimo t?rmino pol?ticos. Vayamos entonces a su diario ?ntimo, escrito entre 1853 y 1855.

2. El Diario ?ntimo, 1853-18558

Por la forma en que se conserva la colecci?n de manuscritos po demos suponer que ?ste no fue el primer diario que la autora es

cribi?, pero s? el ?nico que decidi? conservar. Dentro del texto hay referencias a un diario anterior escrito mientras era estudiante en

Par?s, diario cuyo paradero desconocemos. Los manuscritos del Diario est?n compuestos por setecientas

cincuenta p?ginas. Son papeles de varios tama?os atados por ma nos cuidadosas con cintas de colores. Papeles manuscritos, con di

bujos, escritos de arriba abajo sin dejar casi un espacio. Papeles escasos tal vez en Bogot?, ciudad en la que pod?a dejar de circular

por varios d?as un peri?dico por "falta de papel en la plaza" seg?n los propios redactores.

Se trata b?sicamente de un diario de amor. Soledad Acosta co mienza a escribirlo en septiembre de 1853 en Bogot?, cuando aca

ba de conocer en Guaduas al hombre del que se enamorar? perdi damente, y termina en mayo de 1855, en la v?spera de su matri

monio (y de su cumplea?os). A lo largo de esos veinte meses la au tora conoce todas las incertidumbres del amor, va de momentos de dicha a los de mayor tristeza. Tambi?n a los de mayor angustia: durante ocho de esos meses Colombia vive una de sus guerras ci

viles del siglo XIX, la desencadenada a partir del golpe de estado del general Jos? Mar?a Mel? y que se desarrolla entre abril y di ciembre de 1854. Su amado (poeta y miembro del Congreso) huye de Bogot?, se une al gobierno constitucionalista provisional que funciona desde la ciudad de Ibagu? y luego lucha dentro del ej?rci to que toma de nuevo el control de la Capital y restablece el orden constitucional.

De tal manera, si bien el hilo que conserva el Diario de comien zo a fin es el del desarrollo de la relaci?n amorosa, ?ste se entreteje con el relato de los hechos que precedieron el golpe de estado y con la narraci?n de los sucesos y del ambiente pol?tico y militar de Bo

got? y de la Colombia en guerra. Hay que se?alar que ya en este texto temprano se encuentran los temas que van a ocupar a la au

tora a lo largo de su carrera intelectual: el de la patria y el de las

mujeres. La joven Acosta de veinte a?os se compromete pol?tica mente con el momento en que vive y, desde una perspectiva muy consciente de sus circunstancias de g?nero sexual, eval?a el espa cio dentro del cual las mujeres pueden moverse tanto en t?rminos

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amorosos como pol?ticos y comienza ya a criticar lo restringido de ambos.

Su Diario podr?a estudiarse siguiendo al menos tres hilos con ductores: el de la autobiograf?a, el de la historia nacional y bogota na de esos a?os y el de la vida cotidiana9. Por supuesto los tres son

inseparables, pero el ?nfasis no puede hacerse en todos ellos si mult?neamente. Desde el punto de vista de la historia y de la vida

cotidiana, el Diario es un documento de gran valor como testimo nio de una mujer bogotana que vivi? desde esa ciudad momentos cruciales de nuestra historia decimon?nica y su misma cotidiani dad. Sin embargo, con todo lo interesante que puede resultar asu

mir el an?lisis desde alguna de estas dos perspectivas, me interesa

aqu? mirar en su Diario esencialmente el asunto auto-bio-gr?fico: la manera en que una mujer colombiana que se convertir?a en una

de nuestras m?s importantes escritoras va delineando para s? un

tipo de subjetividad y de historia que le permitir? constituirse en el personaje que conocemos.

La autora narra la desaz?n de los d?as anteriores al golpe, los d?as subsiguientes en los que los hombres m?s involucrados con el

gobierno constitucional se ocultan o huyen de la ciudad y en los

que las se?oritas, Soledad Acosta incluida, se refugian en un con vento temiendo atropellos que nunca ocurren. De esos meses te

nemos retratos de falta de abastecimiento en la ciudad, de mujeres ind?genas y campesinas llorando el reclutamiento forzoso por el cual van a perder a sus hijos o maridos, la pintura de las monjas de clausura, todo por supuesto narrado desde una subjetividad particular que le da unos contornos muy caracter?sticos. Al final de la guerra nos enteramos de calles bogotanas por las que corre san

gre, de balcones desde los que con catalejos se ven los sucesos de

Bosa, de Las Cruces, de Santa B?rbara, de la Plaza de Bol?var. Esos ojos de veinte a?os nos dejan asomarnos tambi?n a la ma

nera en que se conceb?an las relaciones de pareja, las interfamilia res y las sociales. Y vamos con ella a los bailes y a las visitas. Tambi?n a algunas huertas y jardines, y de paseo por Fucha o por San Diego.

Pero la verdad es que como m?s la vemos es sola: cree que su

nombre, Soledad, S?lita, es lo que mejor la caracteriza. De sus dos

amigas recordamos apenas los nombres, porque ella se imagina sola, singular, incomprendida y quiz? sin ning?n esp?ritu con el

que pueda compartir alguna simpat?a, como dir?a el romanticismo de la ?poca.

3. La escritura del Diario

El Diario que se conserva, y que decide conservar seg?n cre

emos, comienza hablando de s? mismo:

Me he decidido a escribir todos los d?as alguna cosa en mi diario, as? se

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aprende a clasificar los pensamientos y a recoger las ideas que una pue de haber tenido en el d?a. Estuvimos hoy adonde el Dr. Cardoso que vino

de Tocaima ya bueno, se habl? de la casa de Guaduas y se repitieron las

mismas cosas que se dicen mil veces en visitas, los mismos cumplimien tos, las mismas contestaciones. ?Cu?ntas veces escondidos debajo de

sonrisas y alegres conversaciones el coraz?n est? desgarrado de tristeza

y aprehensiones!, ?cu?ntas veces, si se pudiera levantar el velo que cu

bre nuestros verdaderos sentimientos, se asustar?an al conocer las ideas

que se encuentran al fondo de nuestra mente! Cu?ntas sonrisas forza

das, cu?ntas veces he sentido m?s deseos de llorar que de contestar a un

alegre repartie. Sin embargo, sin esta seriedad artificial no se puede vi

vir cuando una se ha acostumbrado a ella. [...] ?Por qu? es que mi car?c

ter es tan desigual, por qu? estoy un momento triste, otro alegre, siem

pre incierta? Nunca tengo una idea fija. ?C?mo conquistarme, c?mo har?

para ser igual en todo?... / Algo me falta pero no se qu? ...Dicen que es

rid?culo pensar que a uno no lo comprenden [...] [14 de septiembre de

1853. ?nfasis m?o.]

La escritora quiere destinar un momento al final del d?a para poner en el papel sus percepciones y reflexiones, o m?s bien para ayudarse a reflexionar sobre lo que han sido sus d?as y darles un

sentido. Quiere tratar de entender su car?cter, el cual describe como melanc?lico y caracteriza en contraste con el de las mujeres que la rodean, de quienes dice carecen de vida interior y viven no

m?s que en el presente (25 de junio de 1854). La autora comienza su Diario con una escritura insegura y en

trecortada que, de pronto, y sin saber bien cu?ndo, empieza a fluir sin demasiados obst?culos. Me atrevo a decir que en su Diario

aprende el oficio de la escritura a la vez que se mira escribiendo y se concibe desarrollando ese oficio.

[Q]u? agradable [ser?a] tener el esp?ritu con orden: mejor es tener poca

imaginaci?n pero las ideas arregladas y en su lugar, que una multitud

de ideas que nunca vienen cuando se necesitan y est?n all? cuando no se

quieren. Tal es el retrato de mi mente. Sin embargo encuentro que he

mejorado mucho desde que empec? a escribir lo que pienso. As? no sola

mente se aprende a escribir con claridad y precisi?n sino que pensando mucho se encuentran en el fondo de nuestra mente ideas que aunque es

taban all? no se sab?a que exist?an porque no hab?a necesidad de que se

mostraran antes. Yo no recuerdo adonde he le?do que mientras m?s se

escribe m?s ideas se encuentran y que el esp?ritu humano es un fondo

inagotable. Sacando mucho de la mente se aumentan las ideas y mejora el modo de expresarlas. Esto he encontrado yo. Ahora puedo hablar o es

cribir sobre cualquier materia con mucha m?s precisi?n, m?s claridad, y mis pensamientos los puedo vestir de palabras m?s escogidas. [27 de marzo de 1854]

La autora titubea y tacha, en ocasiones recorta incluso partes de las p?ginas. En alg?n momento hace borradores de sus d?as. Por momentos se ensaya tambi?n como narradora de ficci?n y se

duce al lector, juega con anticipaciones y con expectativas, crea

suspenso (como ocurre con la narraci?n de agosto de 1854 de las fiestas de Guaduas ocurridas un a?o antes, o con la historia de

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amor de una mujer, narrada el 14 de marzo de 1854). El texto nos

deja al final con alguien que sabe escribir y que teje en su escritu ra misma la autoridad para hacerlo. A partir de alg?n momento comienza a pensar su Diario como "composici?n" literaria (como lo describe en la entrada del 19 de diciembre de 1854).

As?, en varios fragmentos la autora se ocupa de las caracter?sti cas de su diario:

?Para qu? estas ideas locas algunas veces, tristes casi siempre y dudosas

generalmente? [...] [T]odo lo cubren las palabras sin sentido y simples frases. ?Al mismo tiempo cu?nta vanidad! Cu?ntos caprichos infantiles se encuentran p?le-m?le con pensamientos sublimes. [15 de octubre de

1854]

Se pregunta tambi?n por el estatuto de su texto con respecto a las expectativas del diario como g?nero literario:

?Y esto se puede llamar diario? Diario s?, pero de mis pensamientos in

teriores, de mis esperanzas, de mis penas secretas, diario de las ideas

que pasan por mi mente, del llanto que me ba?a las mejillas, de la agi taci?n en que se halla continuamente mi coraz?n.?Es diario no de lo

que hago ni de lo que sucede, sino de lo que pienso!...[11 de mayo de

1854]

Sin embargo reflexiones como ?stas las hace con frecuencia pa ra introducir inmediatamente la relaci?n de los desarrollos pol?ti cos y de la guerra, por ejemplo, asunto tambi?n de su Diario. O pa ra relatar la simple cotidianidad:

Nada de particular, ?qu? puede haber digno de escribirse en la monoto

n?a de la vida? Esta tarde hubo una especie de guerrilla por all? abajo en el llano y aprest?ronse los soldados para en caso de necesidad. Noso tros fuimos adonde las V?lez: ?pobres se?oras, siempre una misma ruti

na, siempre enfermedades, siempre tener que aguantar muchachos mo

lestos, exigentes, bravos, sin esperanza de cambiar esta vida sino con la muerte! / Y est?n resignadas y felices tal vez, a su modo; ?lo que es la

costumbre!, si yo tuviera que vivir as?, antes de poco morir?a de desespe raci?n. Acaba de pasar la retreta. Hoy hizo un mes que tambi?n estaba

oyendo m?sica, pero bailaba al comp?s de sus acordes. [15 de septiem bre de 1853]

El diario es un interlocutor que se busca y cuyo texto se percibe como "valoraci?n circunstanciada" de eventos o de sentimientos:

Por fin, mi fiel diario, te vuelvo a hallar. ?Oh!, ?cu?ntas desgracias, cu?ntas penas he sufrido en estos pocos d?as! [...] Mis ojos pesados por las veladas pasadas me agobian la pupila. Ma?ana escribir?, ... ma?ana

har? una valoraci?n circunstanciada de los graves acontecimientos que han pasado en estos d?as ... [20 de abril de 1854. ?nfasis m?o]

En ocasiones la escritora hace manifiesta la dificultad de la es

critura, a veces por razones de falta de elocuencia, a veces por lo

angustioso de unas situaciones que parecer?an excluir la escritura:

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Ahora que me encuentro sola, aunque sea por un momento, voy a escri

bir todo lo que ha acontecido en estos d?as pasados. ?Ay de m?!, c?mo puedo hablar de esto, mi cabeza est? agobiada por mil terribles

angustias y en mi esp?ritu hay un caos que no comprendo casi, no en

tiendo lo que ha sucedido, lo que ha pasado... [21 de abril de 1854]

El Diario es pues testimonio y pr?ctica de un esfuerzo escritu rario dirigido a la exploraci?n de su interioridad y del mundo que la rodea, al trabajo sobre la complejidad del oficio y al ensayo y b?squeda de sus temas. Es una escritura dirigida, en t?rminos de lo que aqu? nos interesa, hacia la autofiguraci?n rom?ntica de un

yo femenino que escribe.

4. Autofiguraci?n rom?ntica de un yo femenino que escribe

El rostro que se da Soledad Acosta en su Diario es plenamente rom?ntico y su amor es el de quien busca un alma gemela a trav?s de la cual pueda en ?ltimo t?rmino amarse a s? misma y tal vez a

partir de all? comenzar a escribir. Es rom?ntico porque se caracteriza en la soledad de las noches

durante las cuales escribe: es incomprendida, finge constantemen te una alegr?a que no siente porque prefiere ocultar su naturaleza

melanc?lica por temor a la incomprensi?n. Siente demasiado, su

fre, y ese sufrimiento de nuevo alimenta su sensibilidad exquisita. Dedica sus horas al estudio y a la traducci?n y se siente tonta cuando por alguna frivolidad resta horas a estas ocupaciones. Es

p?lida, de imaginaci?n ardiente y le gustan las novelas. Puede ser ir?nica y en ocasiones divertida. Sin ser lo que consideraban en la

?poca una mujer hermosa, no falta quien la pretenda y satisface su vanidad en las fiestas. Es entusiasta, aunque el tedio la visita con

alguna frecuencia. En todos estos rasgos es enf?tico el relato: son

rasgos que se subrayan y se repiten. Tiene adem?s un gabinete donde puede leer y escribir, y una biblioteca con una cantidad im

portante de vol?menes. Esta subjetividad rom?ntica de la autora se va delineando en la

interlocuci?n con varios actores que elabora en el texto y entre los cuales se destacan el diario mismo, su padre y su amado. El diario es el primero de sus interlocutores:

Mi Diario es como un amigo a quien no se conoce bien al principio y al

que una no se atreve a abrirle enteramente su coraz?n pero [que] a me

dida que se conoce m?s se tiene m?s confianza y al fin le dice cuanto

piensa. [29 de noviembre de 1854]

En esta interlocuci?n el texto mismo quiere ser un espejo que articule en el lenguaje la propia subjetividad: una figura que le

permite a Soledad Acosta auto-delinearse y darse un rostro reco

nocible, inicialmente para s? y luego para otros. En la soledad de la

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noche, Soledad en la noche, encuentra con qui?n hablar: consigo misma.

Pero el Diario tiene otros dos interlocutores. Obtiene la interlo cuci?n del amado cuando gana alguna certidumbre acerca de su amor. Para referirse al amado, la escritora inicialmente utiliza un s?mbolo parecido a la Z, que en la edici?n hemos reemplazado con tres asteriscos. Este s?mbolo luego empieza a alternar con un ?l

subrayado y luego, mucho despu?s, se lo reemplaza con las pala bras mi bien, mi trovador, mi amado. Ya comprometidos en ma

trimonio, en el libro de 1855, aparece como Pepe (al comienzo s?lo

P.), sin dejar de ser, por supuesto, amado, bien, ni trovador. La in terlocuci?n del amado tambi?n sufre una evoluci?n: cuando co

mienza a hablarle lo hace de manera figurada y sin la intenci?n de darle realmente acceso al texto. Posteriormente, en el diario de

1855, habr? un intercambio real de diarios entre los amantes y as? una conversaci?n escrita, la cual parece no tener espacio durante las visitas o los paseos: la autora por cierto se queja del silencio

que se apodera de ella en los momentos en que m?s quisiera ser

capaz de hablar, en sus paseos bajo la luna. Otro interlocutor hay, y ?ste ?ltimo siempre en ausencia: la fi

gura de su padre, fallecido en 1852. Resulta interesante que sus interlocutores sean figuras masculinas. Interesante, pero parece que no extra?o: seg?n muestra Mercedes Arriaga en su libro Mi

amor, mi juez10, las mujeres autobi?grafas suelen configurar sus

subjetividades en relaci?n con personajes masculinos. Esta elec ci?n puede deberse al tipo de figura del cual quieren dotarse: los hombres son los intelectuales y quienes escriben, y hacerlo no va bien con los rasgos femeninos definidos por la ?poca. Su correlato es pues dif?cil de encontrar entre las mujeres, y sobre todo dif?cil de legitimar.

La autora tiene dos amigas, una de ellas prima suya. Afirma

que las llama amigas s?lo en el sentido com?n de la palabra, ya que nunca ha sentido una simpat?a real entre su esp?ritu y el de ellas. La relaci?n con su madre es m?nima: no hay con ella conver

saci?n, siente que no la comprende, que no simpatizan, y con fre cuencia esta figura materna aparece en el texto como antagonista con respecto a su amor y a sus sentimientos m?s delicados, si bien al final se reconcilia con ella.

A la palabra simpat?a debemos darle aqu? toda su significaci?n dentro del romanticismo: la simpat?a implica una comunidad de

sentimientos, significa padecer con, afectarse exactamente con lo

mismo, ser uno solo en el mismo sentimiento. Si el diario es su es

pejo, los personajes del padre y del amado se construyen de mane ra que ellos mismos tambi?n lo sean. Ha habido figuras femeninas en su vida por las que ha sentido una inclinaci?n muy particular y su devoci?n por ellas es caracterizada literalmente como amor. Con una de ellas, compa?era de estudios en Par?s, la relaci?n no es

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posible porque la autora crey? encontrar simpat?a en quien no la hab?a:

?Th?r?se Leroux! ?Por qu? aquel nombre todav?a es amado de mi cora

z?n, cu?l era la secreta causa del amor tan grande que por ella sent?a!

[...] Una palabra de cari?o pronunciada por ella me precipitaba en un lo co gozo, hubiera yo dado mi vida por hacerle un bien. ?Sin embargo ella nunca me pudo comprender! Despu?s de tantos a?os, despu?s de tantos

acontecimientos morales y f?sicos, no la puedo olvidar. ?Pobre Teresa! Yo

cre?a haber encontrado en ella un alma entusiasta como la m?a, bien su

talento, una simpat?a con mis ideas. [28 de mayo de 1854]

La segunda es una mujer mayor que ella y por esto s?lo mirada desde lejos. Hay que a?adir que se trata de una figura de rasgos identificados en la ?poca como masculinos y que la autora conside ra admirables y dignos de imitar:

Otro recuerdo de mi primera infancia: Carolina Elbers. [...] Recuerdo

que yo admiraba secretamente sus proverbiales locuras, sus paseos a

caballo vestida de hombre y su completa independencia. [...] Repenti namente Carolina desaparece de mi memoria [...] A mi vuelta de Europa la encontr? ya se?orita y reina de las fiestas a que asist?a, en tanto que

yo era todav?a una ni?a reservada y poco comunicativa. Como sucede

siempre Carolina me encant? y durante un paseo que hice con ella a la

quinta de Fucha de su t?a, me cautiv? tanto que a mi regreso pensaba en

ella con tanta ternura y admiraci?n como lo hubiera hecho un enamora

do. [Memorias ?ntimas, 1875]

Dentro del romanticismo el sentimiento real de amistad entre

personas de un mismo g?nero se considera como el primer presen timiento del amor, y una reproducci?n de esa forma de amistad es

la que se busca en la relaci?n con el amado. Acosta parece no ha ber conocido una relaci?n de este tipo, aunque s? la quiso y la busc?. De esta manera la concepci?n del amor en el texto parece

moverse desde el amor de la subjetividad hacia s? misma hacia el amor entre iguales: entrego y mi otro yo, primero del mismo sexo y

luego del contrario. El amado, y de cierta forma tambi?n el padre, se caracterizan

en el Diario como interlocutores ideales, como formas alternas del

yo. Recordando a su padre afirma:

S?, s?lo ?l me conoc?a profundamente [...] ?Qu? dir?a la sombra de mi

padre al saber mis pensamientos, de lo que se ocupa mi coraz?n?.Es

ta pregunta me la hago sin cesar. ?Nadie me contesta, nadie sabe

cu?les eran sus miras sobre m?! ?Ay!, c?mo me amaba, s?lo yo estaba en

su pensamiento siempre. [4 de mayo de 1854. ?nfasis m?o]

[?l era] la ?nica persona que sab?a lo que era yo porque me parec?a en

sus sentimientos, en el genio. I [Cuando muri? sent?] que el apoyo se me

hab?a ido y que estaba sola. Mi madre estaba ah?, pero ella no me com

prende, no toma inter?s en mi instrucci?n, en mi esp?ritu. Su amor hacia

m? es grande, pero no me conoce.... [18 de noviembre de 1854. ?nfasis

m?o]

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CONFIGURACI?N DE UNA VOZ AUTORIAL FEMENINA 119

Respecto del amado, hay un momento similar y de gran tras cendencia en el cual la autora se da cuenta de que ?l reconoce su

melancol?a y de que sabe comprenderla. En una formulaci?n si milar a la que usa al hablar de su relaci?n con el padre, la escrito ra afirma: "Me dijeron una vez que mi fisonom?a siempre expresa ba una melancol?a permanente. S?lo ?l ha sabido comprender mi fisonom?a. ?l me dijo que era melanc?lica" (14 de diciembre de

1854). Este concepto de melancol?a, como el de simpat?a, tampoco puede tomarse a la ligera: es tambi?n fundamental dentro del ro

manticismo. La subjetividad rom?ntica es por esencia melanc?lica. Esto le implica tener una mirada distanciada con respecto al en torno: el rom?ntico -y la rom?ntica- siempre est? y no est?, mira desde lejos, parece ir detr?s de los hechos que presencia y de las

conversaciones, demorarse en lo que no es evidente. Por eso su mi

rada es cr?tica y con frecuencia ausente, y puede parecer triste.

Seg?n la escritora, el amado sabe reconocer este rasgo suyo, y esto es muestra clara de la simpat?a que los une. ?l, como su padre, la conoce y, m?s importante a?n, la reconoce. La admiraci?n de la autora por su amado incluye el saberlo patriota, buen poeta, pen sador pol?tico y de sensibilidad exquisita. Genio, como su padre.

Ella desea que ?l la comprenda y la ame, y el momento en que se convence de que es as? significa un momento de autoafirmaci?n. Si ella se parec?a en sus sentimientos y genio a su padre, y el genio del amado simpatiza tambi?n con ella, de alguna manera los tres son uno solo.

En esas figuras masculinas, y sobre todo en la relaci?n que es tablecen con ella, la autora se mira y se configura. Ellos son sensi bles y brillantes. El amado ama la poes?a y la patria, y la ama a

ella. A trav?s del amado la autora construye y legitima sus propias capacidades intelectuales. A trav?s de ?l incluso vive los senti

mientos de honor y de ambici?n, los cuales se?ala como propios a

pesar de que no est?n previstos como femeninos por el orden esta blecido (7 de febrero de 1855).

Con todo, hay a?n otros interlocutores: lectores que no conoce, sin rostro todav?a pero que prev?. Simult?neamente a la escritura de su diario ella lee las memorias de otros autores, Chateaubriand entre ellos. Tal vez se mira ley?ndolas y eventualmente piensa que lo suyo podr?a ser tambi?n, hipot?ticamente, le?do. Esos lectores son se?alados en un momento particular en el cual, comentando un texto que est? traduciendo, afirma:

Deseando adelantar en mis estudios sobre filosof?a [...] quise traducir una obrita adonde se encuentra todo lo necesario para aprender a vivir con m?s felicidad sobre la tierra. [...] Creyendo que tal vez alg?n d?a

pueda servirle a otro este cuaderno que a m? me ha hecho tanto bien,

puedo asegurar que debe siempre ser el compa?ero de cualquier alma

pensadora. [27 de marzo de 1854. Mi ?nfasis.]

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120 CAROLINA ?LZATE

En esta invitaci?n a la lectura de otra obra creo ver a ese in terlocutor m?s amplio; a un lector an?nimo pero que puebla una comunidad intelectual m?s amplia, a la que la autora siente per tenecer.

La caracterizaci?n de cierta forma masculina de su subjetivi dad que hemos presentado va de la mano con la manera cr?tica en

que percibe la descripci?n gen?rica femenina de su momento. Co mo sabemos, una cosa es el sexo y otra diferente el g?nero. El sexo es una marca f?sica. El g?nero lo constituyen los rasgos y compor tamientos que determinada cultura en un momento dado percibe y prescribe como femeninos o como masculinos. La descripci?n fe

menina patriarcal del momento segu?a la descripci?n hecha por Rousseau,

quien afirmaba que dado que la naturaleza hab?a hecho a la mujer inhe

rentemente diferente del hombre, dot?ndola f?sica, moral e intelectual mente para la tarea primaria de la reproducci?n, su educaci?n, su acti

vidad, su lugar en la sociedad deb?an reflejar esta diferencia canalizan

do los instintos naturales femeninos dentro de una domesticidad civili

zada.11

La supuesta sensibilidad femenina, que dotar?a a las mujeres de manera ejemplar para desempe?arse como escritoras dentro del

romanticismo, no les garantiz? tal cosa sino despu?s de un trabajo muy arduo de redescripci?n de su feminidad: una cosa era tener la dulzura necesaria para garantizar el ambiente apropiado para el

hogar y otra muy diferente pasar de ese espacio privado al p?blico a trav?s del ejercicio de la escritura. Soledad Acosta a lo largo de toda su carrera sufri? las diversas barreras que el orden estableci do trat? de imponer a su producci?n intelectual y buena parte de su escritura reflexion? acerca de este hecho y argument? por su

modificaci?n. En el Diario se encuentran ocasionalmente comentarios anti

patriarcales que tomar?n forma luego en su narrativa y en sus en

sayos:

[Fluimos a donde Mar?a G. pero no la vimos. Anoche a las dos de la ma

?ana le naci? una ni?ita, lo que sienten mucho. Deseaban que fuera

hombre, pero as? sucede: siempre nos reciben a las pobres mujeres en el

mundo mal?simamente. Y tienen raz?n, que es la suerte de las esclavas.

[31 de mayo de 1854.]

?[C]u?n pocas veces podemos decir lo que sentimos!.... Dicen que las

mujeres no son sinceras, que no hablan casi nunca lo que verdadera

mente sienten. ?Sin embargo qu? otra cosa podemos hacer? Todo lo que

hacemos, lo que decimos y aun lo que pensamos es causa de cr?tica para los dem?s. ?Y decimos que hay en el mundo libertad! Adonde est? la li

bertad si siempre nos hallamos esclavas de la sociedad, sin esperanza de

poder huir de ella jam?s. [11 de septiembre de 1854].

Y comentando los sucesos b?licos se?ala:

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CONFIGURACI?N DE UNA VOZ AUTORIAL FEMENINA 121

Ma?ana o pasado ma?ana ser? la batalla...[...]?Y tener que quedar in

m?vil, y tener que pasar en calma aparente estos d?as terribles! ?Y espe rar aqu? quieta que se decida la suerte de mi Patria ... y tal vez la m?a!

?Sin poder dar un paso para detenerla! Y a esto estamos destinadas las

mujeres, tenemos que estar sin movimiento, tenemos que esperar a que nos traigan las noticias. ?Por qu? esta esclavitud?... ?El bello sexo! Las

cadenas en que nos tienen las doran con dulces palabras nuestros amos.

Dicen adorarnos y nos admiran mientras humildes les obedecemos... [25 de octubre de 1854.]

Seguramente en estas formulaciones le ayudan las lecturas de Mme. de Sta?l que menciona en su Diario, as? como en su auto

figuraci?n como escritora rom?ntica entreteje los poemas del ama do y sus lecturas de los rom?nticos europeos, cuyas citas aparecen de manera constante a lo largo del Diario: Byron, Moore, Goethe, Schiller, Heine, Lamartine, Chateaubriand, en un texto pleno de intertextualidad. A sus poemas acude para elaborar sentimientos ante la vida y la muerte, la noche, la separaci?n de los amantes. En los sentimientos expresados por estos poetas reconoce ella los

suyos propios y los autoriza, se hace tambi?n poeta. Adem?s de de Sta?l y otras escritoras europeas menos conocidas hoy, cita textos de dos mujeres colombianas: Josefa Acevedo, de la generaci?n an

terior, y Agripina Samper (P?a Rigan) poeta contempor?nea suya.

5.

A partir del recorrido que hemos hecho por el Diario podr?amos afirmar, pues, que la autora se teje de textos que escribe sobre otros (el padre, el amado) y de textos escritos por otros. Todo ello dentro de una actitud escrituraria com?n en las autoras del ro

manticismo, para quienes las marcas culturales de la vida que vi vimos resultan evidentes y vivir es entonces re-escribir lo que se lee.

Soledad Acosta cierra su Diario en la v?spera de su matrimonio.

Lejana, del cuento de Julio Cort?zar, hace lo mismo y afirma, sin

explicarlo, que una mujer o se casa o escribe un diario. Acosta ex

plica su determinaci?n:

[D]e hoy en veinte d?as ser? tu esposa... [...] ?Veinte d?as no m?s faltan, mi diario, para decirte adi?s! [...] Yo no tendr? nada que contarte enton ces a ti, fiel compa?ero de mi amor, depositario de mis secretas penas y

alegr?as, pues todo lo que te digo a ti se lo dir? a mi Trovador. [15 de

abril de 1855.]

Y m?s adelante:

?Adi?s, mi diario, adi?s!... Lleg? por fin el d?a en que me despido de ti

despu?s de haberme acompa?ado diariamente por un a?o y ocho meses.

[...] S?lo en ?l tendr? la confianza que tuve contigo. [4 de mayo de 1855.]

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122 CAROLINA ?LZATE

La ?ltima frase del diario es un saludo lleno de promesas: "?Hasta ma?ana, mi novio amado!"12. Si el amado es el destinatario ?ltimo y a trav?s suyo se dibuja un lector ideal, esa promesa no va

s?lo sobre ese 5 de mayo de 1855: se abre hacia nuestro propio momento invitando a la re-lectura de su obra y de nuestra histo ria.

El peso de la constricci?n gen?rica no deja sin embargo de per cibirse en su obra posterior. Jos? Mar?a Samper (1828-1888) escri bir? sus Memorias en 1880: dos tomos que alcanzan apenas a cu brir los a?os que van de 1828 a 1863. Como ha se?alado Catharina

Vallejo13, los hechos narrados en el diario de Acosta, fundamenta les en su vida, no encontrar?n nunca la v?a p?blica a trav?s de

unas Memorias: aparecer?n en 1876 ficcionalizados en su novela Una holandesa en Am?rica. Como ocurre con la generalidad de las

rom?nticas, su ficci?n dar? espacio a voces m?ltiples y contradic torias dentro de las cuales es dif?cil localizar con precisi?n una voz autorial. ?Ansiedad de la autor?a?, ?incertidumbre ante la concien cia de la contingencia del lenguaje? Tal vez un poco de ambas.

NOTAS:

1. Entre las pioneras en los estudios contempor?neos de la obra de la autora se

encuentran Montserrat Ord??ez y Flor Mar?a Rodr?guez-Arenas. Est? en

prensa el libro Soledad Acosta de Samper. Escritura, g?nero y naci?n en el

siglo XIX (compilaci?n de textos cr?ticos sobre la autora), edici?n de Carolina

?lzate y Montserrat Ord??ez, Madrid-Frankfurt: Iberoamericana Editorial

/Vervuert.

2. Diario ?ntimo y otros escritos de Soledad Acosta de Samper, Edici?n y notas

de Carolina ?lzate. Bogot?: Instituto Distrital de Cultura y Turismo, 2004.

3. Ver Susan Kirkpatrick, Las rom?nticas. Berkeley: U. of California Press, 1989.

4. Ver Sidonie Smith, "Hacia una po?tica de la autobiograf?a de mujeres", en

La autobiograf?a y sus problemas te?ricos. Edici?n de ?ngel Loureiro. Su

plementos Anthropos, Barcelona: 1991.

5. Para una biograf?a de la autora ver Soledad Acosta de Samper. Una historia

entre buques y monta?as, biograf?a novelada escrita por Carolina ?lzate.

Bogot?: Colciencias, 2003.

6. Debo a Flor Mar?a Rodr?guez esta informaci?n cronol?gica. 7. Para una bibliograf?a completa de la autora, ver Soledad Acosta de Samper.

Una nueva lectura. Edici?n de Montserrat Ord??ez. Bogot?, Fondo Cultural

Cafetero, 1988.

8. Los manuscritos que componen el Diario pertenecen a la colecci?n de la Bi

blioteca Rivas Sacconi del Instituto Caro y Cuervo, localizada en Yerbabue

na (vereda del municipio de Ch?a, Cundinamarca).

9. Carmen Elisa Acosta, en su libro Lectores, lecturas y le?das: historia de una

seducci?n en el siglo XIX, hace una muy completa caracterizaci?n de la Bo

got? del momento. Bogot?: ICFES, 1899.

10. Mi amor, mi juez. Alteridad autobiogr?fica femenina. Barcelona: Anthropos, 2001.

11. Susan Kirkpatrick, op. cit, p?gina 7. La traducci?n es m?a.

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CONFIGURACI?N DE UNA VOZ AUTORIAL FEMENINA 123

12. Puede resultar de inter?s se?alar que la autora no habla en su Diario de los

preparativos de la boda ni de su vestido, cosa que, como ahora y entonces,

seg?n sus novelas, era importante para las novias.

13. Ponencia presentada en el Coloquio Internacional Las escrituras del yo en la

cultura de mujeres latinoamericanas y caribe?as, Casa de las Americas, La

Habana, 14 a 18 de febrero de 2005.

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