DIAZ HERNANDEZ, Carlos, Manifiesto Para Los Humildes, Valencia, 1993, OCR

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1 CÁRITAS, PROMOCIÓN EN FAVOR DE LOS POBRES Va esta obra esta destinada (y dedicada) jóvenes con fracaso escolar, suburbiales, en riesgo, a veces semiclandestinos, que están aprendiendo a trabajar a través de una formación muy humilde desde la Comisión Diocesana de Lucha Contra el paro (Cáritas de Valencia), el Instituto Social Obrero y la Fundación Trabajo y Cultura, teniendo en cuenta que estas instituciones no practican el asociacionismo pagado, ni viven de las miserias y necesidades de los hermanos, ni son una agencia de servicios sociales, ni siquiera una agencia para la inserción sociolaborales, aunque el no ser mercenarias ni funcionariales no signifique en modo alguno que sean frívolas o irresponsables, sino fundamentalmente una acción y una instancia de expresión de la gratuidad del amor de Dios al ser humano, es decir, de acción caritativa y social de la Iglesia, -acción gratuita aunque tal vez torpe- de lo que Dios le quiere, acción servicial a los hermanos que padecen por causa del paro. El amor hecho servicio, realizado que forma humanizada y con la profesionalidad que se merece la persona del pobre, es el modo natural de la acción evangelizadora de Caritas Valencia porque la noticia de que Jesús libera y salva a todos, y en particular a los pobres, pequeños, y débiles, no se la podemos hurtar al ser humano de hoy. EL INSTITUTO E. MOUNIER, CON CÁRITAS El Instituto Emmanuel Mounier acepta a su vez muy congratulado estos postulados, y pretende colaborar aportando su modesta reflexión de fondo, pedagógico expuesto a que esas personas vayan estructurando su personalidad por medio de sus monitores y no se desmoronen ni siquiera cuando, una vez terminado su ciclo de formación, infortunadamente pudieran no existir contratos laborales para todas ellas. Y porque el Instituto Emmanuel Mounier cree en el valor de la siembra, en la cual ve ya la primera cosecha, redacta estos folios sudados a favor de la cultura popular sin mitificarla, trovando-aunque chuscamente: la poesía no es por hoy nuestro fuerte según se ve- esa convicción como sigue: 1. Cultura popular es cuando cabe ti a toda esa gente que mientras tanto sestea en el televisor de enfrente. 2. Cuando abrazas, bendiciéndolo, al lejano que esa tarde se grabó bien sus palabras, abras su realidad no la abras, eso es cultura popular hermano. 3. Serás culto, hijo mío, el día aquel en ciernes en que por amar hasta tu propia ruina labres, pues nada hay como se sabe que tanto descalabre, ni tan impopular como la denuncia popular ¿entiendes? 4. Viendo el mal sin a él acostumbrarte haces cultura popular conmigo, como el niño inocente que siempre te pregunta: ¿querrás seguir siendo otra vez mi amigo? 5. Setenta veces siete empiezas y no acabas pues nunca se es lo bastante populista si amas al pueblo y no le alabas ni hablas la lengua hueca y arribista. 6. Cultura popular quiere decir, y dice, incluso en el hondón de lo patético, victoria del amor siempre bendice (Belleza sin justicia es más que decadencia: es el no-ser es el no sur, es la indecencia). 7. Para quien vive la causa popular todo es cultura, mas la barbarie se dice no amando al otro hasta la muerte pura y dura porque, al contrario, la barbarie pide todo para el pueblo, sin el pueblo, ¡y con hartura! 8. Como fiera enjaulada amanece un pueblo inculto, explotación de imbecilidad patrocinada-fuerte insulto-por Cajas de Ahorro, Cabildos, papá Estado: inmensa promoción hacia el vacío malhadado. 9. De puro cotidiano e inasible lo popular en la cultura es invisible el resto ya se sabe: Ministerio inevitable de Turismo y allá, a su fondo, reino inextinguible de Lo Mismo. 10. Es en resumen, caro amigo, popular en la cultura-culto, en fin, en ti, en mí, y en todo el pueblo- cuando se templa en el acero de la aurora, cuanto se vive compartido y transfundido, cuanto se vive compartido y transfundido, cuanto nos hace a todos día a día un poco más libres, iguales y fraternos. 1 2

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Carlos Díaz ha sido Profesor Titular de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y el principal difusor en español del Personalismo, con una amplia actividad intelectual en España y Latinoamérica.En este texto de 1993 presenta, en un lenguaje claro dedicado a jóvenes, algunas de las tesis centrales de su pensamiento.

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CÁRITAS, PROMOCIÓN

EN FAVOR DE LOS POBRES

Va esta obra esta destinada (y dedicada) jóvenes con fracaso escolar, suburbiales, en riesgo, a veces

semiclandestinos, que están aprendiendo a trabajar a través de una formación muy humilde desde la

Comisión Diocesana de Lucha Contra el paro (Cáritas de Valencia), el Instituto Social Obrero y la

Fundación Trabajo y Cultura, teniendo en cuenta que estas instituciones no practican el asociacionismo

pagado, ni viven de las miserias y necesidades de los hermanos, ni son una agencia de servicios sociales, ni

siquiera una agencia para la inserción sociolaborales, aunque el no ser mercenarias ni funcionariales no

signifique en modo alguno que sean frívolas o irresponsables, sino fundamentalmente una acción y una

instancia de expresión de la gratuidad del amor de Dios al ser humano, es decir, de acción caritativa y

social de la Iglesia, -acción gratuita aunque tal vez torpe- de lo que Dios le quiere, acción servicial a los

hermanos que padecen por causa del paro. El amor hecho servicio, realizado que forma humanizada y con la

profesionalidad que se merece la persona del pobre, es el modo natural de la acción evangelizadora de Caritas

Valencia porque la noticia de que Jesús libera y salva a todos, y en particular a los pobres, pequeños, y

débiles, no se la podemos hurtar al ser humano de hoy.

EL INSTITUTO E. MOUNIER, CON CÁRITAS

El Instituto Emmanuel Mounier acepta a su vez muy congratulado estos postulados, y pretende colaborar –

aportando su modesta reflexión de fondo, pedagógico expuesto – a que esas personas vayan estructurando su

personalidad por medio de sus monitores y no se desmoronen ni siquiera cuando, una vez terminado su ciclo

de formación, infortunadamente pudieran no existir contratos laborales para todas ellas. Y porque el Instituto

Emmanuel Mounier cree en el valor de la siembra, en la cual ve ya la primera cosecha, redacta estos folios

sudados a favor de la cultura popular sin mitificarla, trovando-aunque chuscamente: la poesía no es por hoy

nuestro fuerte según se ve- esa convicción como sigue:

1. Cultura popular es cuando cabe ti a toda esa gente que mientras tanto sestea en el televisor de

enfrente.

2. Cuando abrazas, bendiciéndolo, al lejano que esa tarde se grabó bien sus palabras, abras su realidad

no la abras, eso es cultura popular hermano.

3. Serás culto, hijo mío, el día aquel en ciernes en que por amar hasta tu propia ruina labres, pues nada

hay como se sabe que tanto descalabre, ni tan impopular como la denuncia popular ¿entiendes?

4. Viendo el mal sin a él acostumbrarte haces cultura popular conmigo, como el niño inocente que

siempre te pregunta: ¿querrás seguir siendo otra vez mi amigo?

5. Setenta veces siete empiezas y no acabas pues nunca se es lo bastante populista si amas al pueblo y

no le alabas ni hablas la lengua hueca y arribista.

6. Cultura popular quiere decir, y dice, incluso en el hondón de lo patético, victoria del amor siempre

bendice (Belleza sin justicia es más que decadencia: es el no-ser es el no sur, es la indecencia).

7. Para quien vive la causa popular todo es cultura, mas la barbarie se dice no amando al otro hasta la

muerte pura y dura porque, al contrario, la barbarie pide todo para el pueblo, sin el pueblo, ¡y con

hartura!

8. Como fiera enjaulada amanece un pueblo inculto, explotación de imbecilidad patrocinada-fuerte

insulto-por Cajas de Ahorro, Cabildos, papá Estado: inmensa promoción hacia el vacío malhadado.

9. De puro cotidiano e inasible lo popular en la cultura es invisible el resto ya se sabe: Ministerio

inevitable de Turismo y allá, a su fondo, reino inextinguible de Lo Mismo.

10. Es en resumen, caro amigo, popular en la cultura-culto, en fin, en ti, en mí, y en todo el pueblo-

cuando se templa en el acero de la aurora, cuanto se vive compartido y transfundido, cuanto se vive

compartido y transfundido, cuanto nos hace a todos día a día un poco más libres, iguales y fraternos.

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Y CON EL FRANCISCANO ROGELIO BACON.

3.1. Cultura popular

La cultura popular sin embargo se le ha escapado siempre de las manos a los pobres, incluso cuando al fin

creyeron poder usarla en su propio beneficio liberador en efecto, cuando por último se inició una gran cultura

popular (en el siglo XIX y durante la primera mitad del XX gracias al prometedor movimiento obrero), el

experimento duró demasiado poco, pues pronto terminó degenerando en un instrumento “ideologizado”, es

decir, en una seudocultura y en una seudoteoría al servicio de los intereses de partidos y sindicatos

hegemónicos (marxistas y socialdemócratas, especialmente), los cuales, poco a poco, diciendo querer servir a

las necesidades de los pobres – por aquel entonces la clase obrera misma-, terminaron por crear unas

estructuras burocráticas, unas cúpulas, y hasta unas mafias que dieron finalmente en tierra de forma brutal en

el 1989 (caída del muro de Berlín y fin de la modernidad que había comenzado en el 1789) precisamente con

esa cultura popular y de clase obrera supuestamente liberadora. Por lo demás, la propia carencia de cultura de

la clase obrera hizo posible la identificación de esta última con la cultura burguesa que gira en torno al poder,

el prestigio, y la peseta, la triple pe, todo ello servido suculentamente por la televisión.

3.1.1 Cultura popular: a Dios rogando y con el mazo dando, o la experiencia del “lab-oratorium”

(laborar y orar)

Pero lejos de llorar sobre aquella leche derramada extraigamos la lección, ya que una cultura popular al

servicio de los últimos resulta muy difícil de crear, y sobre todo el mantener, pues son muchos los

obstáculos que la impiden (unos proceden de dentro, otros de la estructuras). Es verdad de algunos

intelectuales de buena voluntad al pobre le descubren pronto, pero también es verdad que le olvidan aún más

pronto, pero entonces, ay, le dejan peor de lo que se le habían encontrado, pues le dejan ahora pobre y además

decepcionado por los presuntos salvadores.

¡¡ Si será difícil la cosa, que siempre ha terminado mal desde hace siglos!! Si tomamos como ejemplo de este

maleficio el origen de nuestras Universidades europeas en la Edad Media, los maestros (los Magistri) del

Studium de la Universidad de París se negaron a aceptar a los mendicantes (dominicos, franciscanos),

considerados como vulgus o pies negros, y hasta el papa Alejandro IV se vió obligado a intervenir en favor

del franciscano Buenaventura y del dominico Tomás de Aquino para que la Universidad les admitiese como

tales maestros, ya en el año de 1257. Por aquel entonces, además, existía una radical separación entre

studium y labor, entre estudio y trabajo. Se decía que no hay profesión más noble que la del maestro de

filosofía, y por eso la virtud oficial de sabio era la magnanimitas, pero se discutía si la humilitas (humildad)

podría ser tenida por virtud del sabio, a lo que solía responderse en sentido negativo.

Frente a esto se sitúa felizmente la reacción franciscana, y así el franciscano Rogelio Bacon se ve obligado a

recordar a la docta clase el texto del Evangelio de san Mateo (11,25): Bendito seas, Padre, Señor del cielo y

tierra, porque si has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, se las has revelado a los humildes. En la

búsqueda de la verdad, añade Bacon, los verdaderos sabios no desprecian la simplicidad del docente, sino que

se humillan ante los rústicos, las viejas y los niños (Opus Maius I. p.23). Precisamente Humberto eco, en su

célebre El nombre de la rosa (pp.249-250), pone en boca de uno de sus personajes este juicio sobre los

franciscanos: El gran Buenaventura decía que la tarea de los sabios es expresar con claridad conceptual la

verdad implícita en los actos de los simples. Más aún, continúa Bacon, el venus sapientiae amator, el

verdadero amador de la sabiduría, es a la par el venus experimentator, el verdadero experimentador, que se

distingue por buscar la raíz común de todos los saberes, y a su través la perfección sobrenatural, es decir, la

felicidad eterna a través de la forma de las costumbres. Solo ese humilde amador de la sabiduría será capaz de

ofrecer una respuesta adecuada a las angustias y esperanzas de la sociedad, el único arma para convencer dice

- Bacon, desde la época que le tocó vivir, a los paganos y convencer a los musulmanes, pues no es la fuerza

sino la sabiduría sencilla y humilde la que podrá concluir en el ecumenismo universal.

Desde esta perspectiva franciscana el acto supremo de la razón es un acto estético, y asì san Buenaventura, el

Doctor Seráfico, afirma que la verdad humilde y el bien deben estar unidos y expresados en lo bello

(pulchrum), de modo y manera que el sabio siempre tendrá en lo profundo de su ser un alma de poeta. De

ahí que por su parte Rogelio Bacon llegue a relacionar música (armónica poética) y matemática, e incluso

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lógica, retórica, poética, y matemática, todas las cuales se apoyan según él en la música que es su fundamento

común: el fin de la lógica depende de la música (Opus Maius, I, p.101).

3.1.2. Las Academias, al margen del venero popular

Nada de “Vivat Academia”, pues pocos son sin embargo los doctos doctores que en la Academia siguen y

persiguen con esta sencilla actitud intelectual cuando alcanzan las cimas y las reputación de grandes

intelectuales sociales, pocos permanecen, pues , en la humilde actitud franciscana de Rogelio Bacon, apodado

Doctor Admirable (autor de un Opus Maius, un Opus Minor, y un Opus Tertium) y al que precisamente

por su independencia y su libertad todo se le volvían trabas académicas para investigar con sencillez y

cercanía desde los últimos: “Durante veinte años -nos dice-, en los que me he aplicado especialmente al

estudio de la sabiduría, he despreciado el modo común de pensar y he gastado más de dos mil libras en

adquirir obras secretas para hacer experiencia directa de las cosas más diversas, para aprender las lenguas,

para procurarme instrumentos científicos, tablas astrónomas, y tras cosas, como también para lograr la

amistad de los sabios, para instruir a los colaboradores en el conocimiento de las lenguas, en figuras

geométricas, en los cálculos aritméticos, en el uso de las tablas, de los instrumento, y de muchas cosas más”,

pero si no fue encarcelado por ello, al menos sufrió particulares restricciones que le impiden seguir

escribiendo, aunque nadie pudo impedirle continuar siendo humilde (es decir, sencillamente hombre, pues

homo, humilis, y humus conservan la misma raíz etimológica: el hombre homo es una tierra- humus-

humilde-humilis-). Desde entonces hasta hoy no es infrecuente ver cómo aquella actitud de Rogelio Bacon

continúa costando cara al osado. Pero nuestro humilde y valiente franciscano nunca cesó de desmitificar a los

intelectuales, y así ataca a los traductores de Aristóteles por poner de relieve que de sus traducciones

interesadas cada cual podría sacar la interpretación que quisiera, con lo que se anticipa a las fuentes críticas de

los humanistas renacentistas contra la “nariz de cera” (nahum cereum) del Aristóteles traducido en la Edad

Media, época en la que cualquier traductor ponía o quitaba a su antojo la nariz que quería del autor traducido-

interpretado, práctica también en nuestros días vigentes, habitualmente para beneficio del propio traductor-

hermeneuta.

Igualmente actual resultaba la crítica de Bacon contra el academicismo, en la medida en que los saberes

académicos se habían convertido “en gloria de los propios teólogos”, pero siendo tan pesados que sólo se

puede soportar un caballo (Opus Minus, pp. 325-326), y otro tanto clamaba contra los alevines de teólogos,

que a fuer de repipis imaginaban saber porque no sabían vivir: “Así son estos muchachos que entran en los

conventos a los veinte años e incluso antes, cuando aún no saben leer los Salmos o la gramática; pero, apenas

han hecho la profesión religiosa, inmediatamente se ponen a estudiar teología. A decir verdad, se han

convertido en maestros de filosofía antes de haber sido discípulos” (Compendium studii philosophiae,

p.426). Se comienza, así las cosas, en la línea de la cultura academicista y poco a poco se concluye “fornicado

con la razón aristotélica” (como escribiera duramente san Buenaventura antes de Lutero), olvidando –según

recordaba Bacon– que “son infinitas las verdades e innumerables los grados en cualquier verdad y virtud”

(Opus Maius, I p.17), debiéndose por ende derrumbar –en parte al menos– los muros que separan a doctos e

indoctos. Y es que también los sabios pecan, no pudiéndose decir siempre que el pecado sea por su esencia

contrario a la sabiduría, pues todo depende del corazón del sabio: con sabio bueno, toda sabiduría es buena.

“La sabiduría sin elocuencia es como una espada aguda en manos paralíticas, del mismo modo que la

elocuencia experta en sabiduría es como una espada en mano aguerrida” (Bacon: Opus Tertium, p. 4). Claro

está que, a la altura de nuestra sensibilidad histórica, y en lo relativo a esta última afirmación, osaremos quizá

corregir a Bacon en una cosa, a saber, en que preferiríamos, que el sabio fuera desarmado, y esta es

igualmente la razón por la que también tendríamos que osar corregir nada menos que a Leonardo da Vinci en

aquel su viejo aserto de regusto bélico y aristocratizante propio de su época: “La teoria è il capitano e la

prattica sono i soldati”. No, no: una ciencia desarmada ha de nacer de una conciencia igualmente

desarmada, esto es, cercana a los pobres.

LO QUE SE HACE SIN FORMACIÓN CARECE DE SENTIDO.

4.1. In veritatem per caritatem

Hagamos, pues, cultura popular sin salirnos del pueblo, pero sin rebajar el esfuerzo ni el grado de la

reflexión, la cual nunca debería ser suplicada por la buena voluntad sino acompañada por está exigida: a veces

es más fácil morir con honra que pensar con orden. Aunadas voluntad y rigor todo resultado más beneficioso.

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Todo escrito valdrá para descubrir la verdad, si es bueno, y todo folio será bueno si descubre la verdad: la

Summa o mazacote, el Breviloquio de carácter íntino, el Itinerario que narra experiencias vitales, o el

Soliloquio de carácter más dubitativo. Igualmente, todo valdrá desde ahí para la enseñanza de conocimientos:

la lectio o lección, la meditatio o meditación, la disputatio o discusión, los comentarii, o las quaestiones

de quolibet (sesiones “sobre todo lo que se desee disputar”, “de quo libet”). Y es que intentar el fácil y

manido atajo de la no-reflexión no sale, a la larga, nunca bien. El desarrollo de los individuos y de los pueblos

necesita de mucha paciencia reflexiva (pues la acción resulta de todo punto inservible sin ella), por lo que en

el Instituto Emmanuel Mounier deseamos elaborar en estas páginas una teoría personalista y comunitaria a

fin de que pueda ser aplicada a las exigencias de las acciones de este modo llevaremos-siquiera

indirectamente-a la práctica social nuestras convicciones reflexionando en Caritas e in caritate.

4.1.1. Todo lo racional debe ser real, todo lo real debe ser racional

Debemos saber que la acción sin reflexión es ciega, y la reflexión sin acción es vacía . Que si no pensamos lo

que somos no seremos lo que pensamos; que no vivimos como pensamos pensaremos según vivimos, es

decir, según el modo de vida que llevemos, pues si no estamos dispuestos a cambiar ese modo de vida todo

serán luego torpes intentos de justificación teórica de nuestro comportamiento. Y que se nos verá demasiado

el plumero.

4.1.2. Vivir filosofando, filosofar viviendo

Así pues, y pidiendo disculpas por la insistencia, nos gustaría muchísimo ratificar que no basta con saber,

sino que hay que enterarse, es decir, vivir con la persona entera, pues sólo se ama lo que se conoce con la

persona de carne y hueso, sólo se conoce personalmente lo que se ama, ya que nadie entra a la verdad sino

por el amor desde la unidad de todo su ser, es decir, desde la unitariedad de su inteligencia sentiente.

Atendamos consecuentemente al aserto de Juan Rousseau en esta misma linea : las relidades espirituales sólo

se piensan bien cuando se han sabido pensar perfectamente los cuerpos, con ellos y desde ellos. Quizá por

eso, como aseguró irónicamente Paul Morand, el pensamiento les parece a los ingleses un ejercicio tan

costoso que para entregase a él se ponen siempre ropa de sport.

4.1.3. Conocer es co–nacer con los demás

Ahora bien, si hablamos de enterarse habrá que “enterarse” no sólo hacia el interior de cada uno, sino además

hacia su exterior, hacia elámbito comunitario, porque para “enterarse” hay que hacerse igualmente entero con

los otros. Cada cual piensa, pues, y conoce con con todo su ser propio, pero además con los otros seres

humanos. Como dicen los vecinos franceses, conocer es co-nacer, nacer juntos y seguir naciendo juntos

mientras vivamos, por eso el verdadero conocimiento es un permanente co-nacimiento de quienes les guste o

no les guste han de vivir en común. Dos que en verdad trabajan juntos, esos dos renacen juntos cada día de su

vida.

4.1.4. Demostrar mostrando, mostrar demostrando

La exigencia de conocer no tiene nada que ver con aquella su académica exageración que es el virus

profesional del racionalismo, ni en consecuencia con el idealismo que resulta ser a su vez la exageración del

racionalismo (racionalismo al cuadrado o hiperracionalismo) en la medida en que se obstina en “dar razones”

de todo con un fundamentacionismo neurótico, pero sin desear salir de las brumas de su abstracción solitaria:

“Espíritu sin nombre,

Indefinible esencia,

Yo vivo con la vida

Sin formas de la idea”.

(G. A. Bécquer)

Tener avaricia de razones pero escasez, de acciones testimoniales no nos parecerá nunca razonar bien. A los

puristas del pensamiento les ofrecemos la humilde impureza de la acción: no se puede estar en el mundo con

un vestidito blanco, porque el mundo es una montaña de mierda y hay que coger la caca con la mano,

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procurando ensuciarse lo menos posible. Como escribe Mounier en el “Tratado del Carácter”, cuando el

racionalista –idealista habla del ser consciente parece que lo limita a la lucidez analítica, pero para la

conciencia combativa ser consciente es infinitamente más, no es reflejar sino plantar cara. En efecto, llega

un momento en que las convicciones no se demuestran, sino que simple y humildemente se muestran

pasando ya de una vez a la acción de lo contrario nunca se hace nada, pudiendo incluso llegar a aducirse mil

buenas razones para una mala causa (la mala causa de la inacción).

4.1.5. Optar ad-optando

No se trata, como es lógico, repitámoslo por si acaso, de optar por un activismo irreflexivo. La skepsis o duda

universal puede ser quizá para algunas personas un momento necesario en a vida de la razón, y la dubitación

sobre la particular siempre puede ser buena, pero en último instancia la voluntad es el músculo de la luz.

Como asegura Xavier Zubiri pensar es ya optar lo cual no consiste meramente en elegir algo determinado

por medio de una mera acción irreflexiva, sino justamente en ad-optar una figura de realidad dicho de otro

modo, todo pensar es adoptar, el pensamiento riguroso será aquel que termine en adopción. Moraleja, entre

otras posibles, aplicable al terreno en que nos encontramos: lo que nos traemos aquí entre manos (es decir.

Entre con-ceptos) no es solamente “pensar” a los pobres, ni definirles, ni contabilizarles según este o ese

criterio sociológico, sino, contando con todo ello, sobre todo “ad-optarles”. Esto es, optar por ellos yendo

hacia ellos, movilizando todas nuestras pobrezas y nuestras riquezas en la dirección solidaria de la adopción

de ellos. Y entonces podríamos en verdad concluir categóricamente que la pobreza, una vez

pensada/adoptada, hecha callo en nuestras manos, actúa ya como forma a priori de nuestra voluntad ética,

la cual se expresa sencillamente así “yo sé qué es la pobreza, la ad-opto”.

Desde esa perspectiva la realidad que uno decide ad-optar pasa a forma parte del torrente del propio estatuto

raciovital, de nuevo con terminología zubiriana, ad-opción exigirá la forma de apoderamiento o modulación

de a forzosidad (necesidad) física que en el ser humano se plenifica mediante la aprehensión de realidad de lo

otro como tal, actitud que obviamente se encuentra en las antípodas de cualquier fagocitación, de cualquier

avasallamiento, de cualquier dominación, pues ahora apunta a una ad-opción plenificante y exigida por la

naturaleza misma de esa ad-opción. En lenguaje amoroso significaría no poder dejar de relacionarse con lo

adoptado porque lo necesitamos para ser nosotros mismos.

En definitiva, no seamos, diría Emmanuel Mounier, como “esas mozas viejas, tan eternamente casaderas

como solteronas endurecidas, o esos padres que delegan en sus hijos sus ambiciones insatisfechas, o como

Cirano viviendo el amor de otro. Todos ellos son seres que, por miedo a vivir, han elegido vivir por

poderes”. Y esto constituye la antítesis del “apoderamiento” de que hablábamos

4.1.6. El buscar sigue al ser

La ad-opción es una forma de impelencia perfectiva, una cualidad del ser humano finito y fragmentario

precisado de eterna relación y de eterno aprendizaje, una novedad o noviciado que se renueva cada día y cada

noche, conforme a la imagen de hombre bellamente definida por Leonardo Polo como el perfeccionador

perfeccionable; será, pues, en el futuro donde conoceremos las dimensiones de nuestra ad-opción, y ello a

través de la ad-opción de nuestro presente. Más como siempre nos falta (pues todo –y todos juntos- poseemos

más futuro que pasado, el futuro siempre presenta déficit, números rojos) hemos de afrontar el ejercicio de la

razón según lo escribió la pluma de san Agustín: “Busquemos como quienes van a encontrar, y encontremos

como quienes aún han de buscar, pues cuando el hombre ha terminado algo, entonces es cuando empieza” (De

Trinitate IX, c, 1).

4.1.7.Esperar activamente desde la esperanza

Conocer entraña, según lo antedicho abrirse a la esperanza, lo cual es cosa muy distinta de abrirse al mero

curioso. Aquello que es nunca es sólo lo que es, sino lo que a la vez se espera activamente que vaya a ser,

espera activa que conlleva a su vez una apuesta por el futuro, es decir, una esperanza. Y por eso mismo

“pensar” no quiere decir para nosotros buscar una mera destreza profesional, ni una simple habilidad social,

sino todo un itinerario vital, un modo de estar en la vida que incluye el descubrimiento y pedagogía de una

escala de valores, ya que, según leemos en un texto de Platón (Alcibíades I, 118 d), “la mejor prueba del

saber de los que saben cualquier cosa es que sean capaces de hacer que también otro lo sepa”.

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4.1.8. Saber quedarse solo ante la fama de que alguna manera siempre difama

Tenemos que ser duros denunciando ciertos abusos, mostrando el efecto el tipo de pensadores e

intelectuales que no queremos bajo ningún concepto: “EL PSOE los llamó a filas para que apoyaran le entrada

en la OTAN realizando una leva de cerebros y de plumas, haciéndoles quintos pelados de la Sexta Flota

americana, o sea, lo que se llamó el Manifiesto del Whisky, que unos redactaron mientras se bebían la mitad

de la botella y otros firmaron, suscribiéndole, mientras se bebían otra mitad….También hay directores de

periódicos de provincias que se han vencido al Gobierno, a fuer de progresistas, frente al otro periódico local

que solía ser del arzobispado. De éstos nadie se ha acordado nunca, estaban justamente olvidados, pero les

traes a Madrid, les montas un encuentro, un ciclo, un curso, nunca cosa, algo, les sacas una foto momificada,

les finges la conquista de Madrid a los sesenta y cinco años y ya está, intelectual que te tiene, adicto, firmante,

propinante, lo que sea ( F. Umbral, 7/5/93). La fama: a “lo que se dice” llamaron los griegos “fama”. Estos

intelectuales llegados ayer al poder ya forman parte de España, y no sólo del gobierno de España, gobierno

que-cual nuevo rico-necesita sus intelectuales que le laven la cara; esos intelectuales se convierten así en la

izquierda de la derecha, mientras se creen en el Museo de la eternidad. Lo que ocurre mientras tanto es que se

abandona la izquierda, se recorre un trecho en la oscuridad, y de pronto se encuentra uno en la derecha, como

estigmatizó Sastre. Entrando en el universo de los ardores declinantes del burgués otoñal, cualquier definición

es buena con tal que alimente el pesebre, lo mismo la definición de libro como volumen encuadernado de más

de cien páginas, que la de catástrofe como suceso luctuoso con más de veinticinco víctimas.

4.1.9. Tú sé modesto, hijo mío

Pero tú sé modesto y teme a Dios pase lo que pase, hijo mío, recomiendo el Eclesiastés. Así que seamos, en

todo caso, también nosotros, muy modestos, ya que nadie gana en dignidad por el mero hecho del ajeno

demérito: llevamos -dice G. Torrente Ballester- miles de años ensayando respuestas y nos hallamos muy lejos

de la primera interrogación. Y cuando las cosas están así hay que ser extremadamente sobrios, ha llegado la

hora de ponerse a reflexionar primero, y a escribir después humildemente un manual, al menos unas carpetas

para intentar saber qué es lo que nos está pasando. Digámoslo ahora con la ironía de Machado: “Juan de

Mairena lamentaba la falta de un buen manual de literatura española. Según él, no lo había en su tiempo.

Alguien le dijo: ¿También usted necesita un librito? Yo contestó Mairena - deploro que no se haya escrito ese

manual, porque nadie haya sido capaz de escribirlo. La verdad es que nos faltan ideas generales sobre nuestra

literatura. Si las tuviéramos, tendríamos también buenos manuales y podríamos, además, prescindir de ellos.

No sé si habrá usted comprendido…Probablemente, no”.

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LO QUE SIGNIFICA

SER PERSONA Y CRECER

COMUNITARIAMENTE

PERSONALISMO AGAPEÍSTICO Y FUNDAMENTACIÓN

DE LA DIGNIDAD DEL SER HUMANO.

1.1 La persona, sujeto de piedad

“¿Qué es el hombre? Muchas son las opiniones que el hombre se ha dado y se da sobre sí mismo. Diversas e

incluso contradictorias. Exaltándose a sí mismo como regla absoluta o undiéndose hasta la desesperación

(Gaudim et Spes, 12). El sustancioso tratado de Juan Luis Ruiz de la Peña: Las nuevas antropologías. Un reto

a la teología (Ed. Sal Terrae, Santander, 1983) comienza ya en su primera página poniendo de manifiesto esa

afirmación del Concilio Vaticano II que acabamos de transcribir, y la adoba con dos textos contradictorios

sobre el hombre, uno optimista y otro pesimista, el primero de Mark Twain y el segundo de Michel Foucault:

Texto A: «Espere treinta años y entonces mire usted a la Tierra. Verá maravillas sobre maravillas añadidas a

aquéllas cuyo nacimiento puede usted testificar, y presenciará el formidable resultado: ¡el hombre

alcanzando al fin casi su completa estatura! Y todavía creciendo, creciendo visiblemente mientras usted

observa...» (Mark Twain).

Texto Anti-A: «A todos aquellos que quieren hablar aún del hombre, de su reino o de su liberación..., no se

puede oponer otra cosa que una sonrisa filosófica... El hombre es una invención cuya fecha reciente muestra

con toda facilidad la arqueología de nuestro pensamiento. Y quizá también su próximo fin» (Michel

Foucault).

¿Qué es el ser humano, por tanto? Podemos definir a la persona de mil modos, precisamente porque, como se

ha dicho, la persona es un animal clasificador: animal racional, animal que ríe, bípedo implume, mamífero

inteligente, simio locuaz, etc, y también, en efecto, incluso como «mono desnudo” al estilo de Desmond

Morris, que comienza con las siguientes palabras su conocido libro: “Hay ciento noventa y tres especies

vivientes de simios y monos. Ciento noventa y dos de ellas están cubiertas de pelo. La excepción la constituye

un mono desnudo que se ha puesto a sí mismo el nombre de Homo sapiens… Es un mono muy parlanchín,

sumamente curioso y multitudinario” (El mono desnudo. Un estudio de animal humano. Ed. Plaza Janés,

Barcelona 1977). Para muchos hoy no somos más que monos, incluso monos menos protegidos como especie

que los demás monos. Evidentemente, se equivocan quienes así dicen, pues nosotros los humanos somos

mucho más que monos, somos personas, lo que significa que tenemos dignidad sin límite, y por ello la

persona es la única norma normans, la única norma que puede dictar normas, el ser más valioso que existe

sobre la faz de la tierra; por eso nunca será tratado como medio, sino como fin, nunca reductible a objeto,

nunca devaluable, nunca indigno. De ahí que se la deba misericordia, piedad (pietas): la persona, sujeto de

piedad.

A pesar de todo, siempre habrá quien lo niegue, porque hay gente para todo, pero tal negación no sería buena

ni siquiera para aquél que negase, pues el presunto negador sería por su parte objeto de exterminio si sobre él

se aplicara la dialéctica de la negación que él mismo postula; y amén de no ser buena, tal negación de la

dignidad personal tampoco es verdadera pues contradice los hechos mismo, si bien no puede ser

matemáticamente “demostrada” como no – verdadera, tan sólo “mostrada”.

1.1.1. La persona, sujeto de piedad. Tres perspectivas

1.1.1.1. La perspectiva ecologista

El reconocimiento de la dignidad del ser humano por encima del resto de las criaturas podría serle concedida

a la persona desde tres opciones. La primera de ellas asegura que la dignidad humana y el reconocimiento que

se merece (prietas) le adviene al ser humano por ser la realidad por ser la realidad natural más evolucionada

(prietas erga Naturam), tal y como hoy asegura el ecologismo. Sn embargo son numerosos los fallos de esta

opción, pues:

I

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- en la naturaleza lo más «natural» es que el pez gordo devore al chico y el lobo al cordero sin que a nadie,

salvo a los niños chiquitines, se le ocurra por ello acusar al lobo de «malo»”.

- si no existiese diferencia cualitativa entre hombre y animal, y de ambos pudiese decirse “a burro muerto la

cebada al robo”, en el fondo ¿por qué no habría de tratarse a ciertos perros como a las personas, y a las

personas como a ciertos perros?

-si la superioridad del hombre sobre el resto del mundo animal radicase en su mayor grado de evolución ¿por

qué no aplicar el mismo razonamiento hasta abajo de la escala, haciendo a su vez más respetables a los

monos por más inteligentes que los pájaros, y a éstos más que a los gusanos?

-¿y cómo extrañarse entonces cuando por las leyes de oferta y demanda se valorase más a ciertos animales en

vías de extinción (oso panda, por ejemplo) que a los inmigrantes africanos? ¿no lo hacen ya en Francia el

grupo fascista de Le Pen, o incluso la ex-actriz Brigitte Bardot?

-¿y si, cual corresponde a los meros animales, no existiese supervivencia tras la muerte, cómo se resarciría al

inocente que purgó en la cárcel o que pagó con la vida el delito o crimen cometido por otro que rie desde

fuera sardónicamente? ¿cabría afirmar que la historia misma tiene algún sentido y que se la puede tomar en

serio, cuando en su interior el criminal la puede burlar impunemente, sin que el burlado pueda ser resarcido

nunca?

-¿y cómo distinguir entonces entre derechos de personas y derechos de animales? Si entre las unas y los otros

se borra la diferencia cualitativa ¿por qué no calcar los derechos del animal de la Declaración Universal de los

Derechos del Hombre y del Ciudadano, como ya se postula? Y entonces ¿por qué no designar heredero

universal a un caballo, por ejemplo, mientras alrededor de su establo de oro mueren de hambre personas

famélicas?

No, decididamente el naturalismo ecologista no fundamenta la dignidad humana, antes al contrario conduce al

zoologismo (sistema donde los animales en general ocuparían el lugar central), y éste al terracentrismo,

porque a su vez los animales dependen de Ge, la Tierra, la Naturaleza, hasta concluir -según ciertas

tendencias ecologistas ya emergentes- que en la medida en que el hombre ataca y devasta la Naturaleza Madre

«no es la Madre Naturaleza para el hombre, sino el hombre para la Madre Naturaleza». Y por eso el

ecologismo no nos lleva al personalismo, antes al contrario es el personalismo, en cuanto que sistema donde

la persona es reconocida cual realidad cualitativamente superior, el que, debe fundamentar el respeto de los

animales y de la Naturaleza en general.

En definitiva, existiendo dos versiones ecologistas, una de ellas conduce al impersonalismo (versión

ecologista-naturista donde al fin todo es por igual 'natura naturata' o Naturaleza emanada), y la otra al

panteísmo (versión ecologista-panteísta, donde todo procede por igual de la 'natura naturans' o Naturaleza

emanante). En ninguno de los dos casos, empero, se garantiza la especial dignidad relieve, y diferencia de la

persona humana respecto del entorno.

1.1.1.2. La perspectiva antropocéntrica

Demos un paso más y vayamos ahora a examinar el segundo intento de fundamentar la dignidad del ser

humano, a saber, la perspectiva antropocéntrica (pietas erga homines) que afirma que la dignidad de la

persona sólo puede proceder de la persona misma, afirmación cuya defensa es asumida desde dos frentes o

sistemas filosóficos distintos, el kantiano y el hegeliano, especialmente aquél primero.

Primer frente filosófico: la moralidad kantiana: Para Kant, en efecto, si (y sólo si) la persona se comporta

moralmente dando ejemplo universal, es decir, actuando sin egoísmo alguno, simplemente por la voluntad

pura de cumplir el deber por el deber, ella será considerada digna de respeto. Ahora bien,

- ¿eso significaría que los pecadores y los moralmente impuros no merecerían respeto como personas?

- ¿qué pasaría con los minusracionales, con los tontos, con aquellos cuyo coeficiente intelectual no

fuese perfecto, el “adecuado” a la exigencia moral pura y perfecta?

- ¿a dónde llevaría la loca ingeniería genética en su apelación insaciable a una racionalidad moral cada

vez más elevada?

- ¿acaso podríamos considerar humanas a las civilizaciones pasadas, en el caso hipotético de que

hubieran sido ampliamente rebasadas en su actuación moral por las actuales?

- ¿quién sería digno de situar el listón moral a la altura obligatoria para toda la humanidad?

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No, el Héroe Ético no garantiza el respeto hacia las gentes vulgares, antes al contrario abandonado el ser

humano a las rigoristas exigencias de perfección moral kantianas ello conduciría a la extrema inhumanidad

con los supuestamente no pefectos.

Segundo frente filosófico: la eticidad hegeliana: Para Hegel, en efecto, una persona merece la condición de

respetable si (y sólo si) a su vez pertenece a un pueblo respetable moralmente, respetabilidad que se muestra

en la capacidad de dicho pueblo para conducir la Razón en la Historia. Ahora bien:

- ¿quién dice qué pueblo es el más respetable moralmente? ¿habremos de creer que son hoy los

Estados Unidos, como ellos mismos afirman, el país que tiene mayor «estatura moral» (G. Bush en la

Guerra del Golfo) para marcar el sentido de la historia?

- ¿acaso un pueblo «moralmente superior» podría justificar la humillación de los individuos y los

pueblos «inferiores»?

- ¿y cómo frenar la tendencia de la revolución de los supuestamente superiores a devorar a sus propias

criaturas, a sacrificar incluso a los mismos hijos de la revolución?

No, decididamente los hombres no son los mejores defensores de la dignidad del hombre, y basta con lanza

una ojeada sobre un mapa del mundo para darse cuenta de cómo está el patio.

La única alternativa posible, pues, es la tercera: la de perspectiva teocéntrica.

1.1. 1. 3. La perspectiva geocéntrica

Aquí la perspectiva, que nos parece la correcta, sería la siguiente: si, y sólo si, existe un Dios Bueno (Agape)

que es Padre no hay entonces persona alguna perdida. Si Dios existe y es Padre, todos los hijos son queridos

por el Padre, incluso (y precisamente más, por cuanto menos favorecidos, por cuanto más necesitados) los

más débiles y los más tontos; si Dios existe y es bueno premiará a los buenos y a los que han padecido

injusticia, pues ante un padre bueno nada hay perdido, todo es ganancia, y todo incondicionalidad. En

resumen, ante Dios todos somos igualmente hijos, lo que ante nosotros nos convierte además en hermanos.

He aquí algunos textos preciosos y precisos de Saint-Exupéry al respecto:

a) Dios es el fundamento de la igualdad: «La contemplación de Dios fundaba a los hombres como

iguales, por cuanto que iguales en Dios. Y esta igualdad tenía una significación clara. Pues no se

puede ser igual si no se es igual en algo. El soldado y el capitan son iguales en la nación. La igualdad

no es más que una palabra vacía de .sentido si no existe nada en lo que establecer esta igualdad» (A.

de SaintExupéry: Pilote de guerre. Ed. Gallimard, 1942, p. 200).

b) Dios es el fundamento de la fraternidad: «Comprendo el origen de la fraternidad de los hombres.

Los hombres eran hermanos en Dios. No se puede ser hermano más que si se es hermano en algo. Si

no hubiera vínculo que les uniese, los hombres estarían yuxtapuestos, pero no vinculados. No se

puede ser hermano sin más ni más» (Ibi, p. 202).

c) Dios es el fundamento de la responsabilidad por el otro: “Comprendo, en fin, por qué el amor de

Dios ha hecho responsables a los hombres entre sí y les ha concedido le Esperanza como una virtud.

Porque, para cada uno de ellos, la Esperanza hacía le Embajadora del mismo Dios, dejando en las

manos de cada uno la salvación de todos. Ninguno tenía el derecho de desesperar, en la medida en

que cada uno era el mensajero de algo más grande que él. La desesperación era renegar de Dios en

uno mismo. El deber de Esperanza hubiese podido destruirse por un: ‘¿Tú te crees tan importante?

¡¡Qué fatuidad en tu desesperación!!” (Ibi, p. 204)

PERSONA Y ENTORNO

ECOLÓGICO

2.1. Descubriendo la madre naturaleza

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Aunque -como queda suficientemente dicho- no quepa derivar la dignidad de la persona humana a partir de la

naturaleza, pues es la persona humana la que dignifica a la naturaleza y no a la inversa, y ello porque la

naturaleza humana es imagen de la divina, a nadie se le oculta que sin la naturaleza no puede en modo alguno

vivir el ser humano, o, lo que es lo mismo, que, como escribiera Décimo J. Juvenal, «nunca la naturaleza dice

una cosa y la sabiduría otra», por lo que atentar contra la naturaleza equivale a atentar contra la persona, de

ahí que nos hagamos solidarios de esta Declaración de los deberes que el ser humano tiene respecto de la

naturaleza. Considerando:

que el hombre no puede vivir sin el entorno ecológico;

que la conservación de la naturaleza es un deber de todo humano;

que persona y naturaleza deben coexistir para el perfecto equilibrio orgánico del planeta;

que cualquier forma de vida resulta importante para el equilibrio orgánico del planeta;

que el desequilibrio de la naturaleza acarrea desequilibrios para la persona humana;

que los recursos naturales están siendo explotados expoliadora y catastróficamente;

que los recursos naturales no renovables se están haciendo desaparecer;

que los desperdicios radiactivos están matando la naturaleza;

que la vida en el plantea comienza a estar amenazada;

que ningún ser debe ser destruido;

que muchas especies han sido exterminadas de la faz del planeta;

Es necesario:

que la naturaleza sea respetada y preservada;

que los recursos sean utilizados racionalmente;

que la persona aprenda a hermanarse con la naturaleza, mimándola tierna y solícitamente como lo

hacía Francisco de Asís;

que la escuela, la familia y la sociedad se comprometan en la limpieza, embellecimiento y cuidado de

la entera creación, desarrollando comportamientos ciudadanos delicados con el entorno urbano con el

paisajístico;

que la vida humana, por ser la forma más elevada de vida, sea respetada y protegida desde el primer

instante de su fecundación hasta la muerte;

que el ser humano no se erija en divinidad sobre un cosmos que no ha creado, sino que lo respete

como obra de un Sumo Hacedor;

y que todo este conjunto de peticiones y de exigencias comience ya mismo, aquí mismo, entre

nosotros mismos, no arrojado un solo papel al suelo, no dando indebidamente una patada a una

piedra.

2.2. El falso ecodesarrollo

Si devastamos la Naturaleza todo se acabará. Nos ocurrirá lo mismo que a Tántalo en medio de un río cuyas

aguas retrocedían cuando querían beber, y debajo de unos árboles frutales cuyas ramas se levantaban al

intentar coger sus frutos.

Por otra parte, el modelo que hoy se está siguiendo en relación con la naturaleza, según nos dice el

ecodesarrollo, es un modelo no universalizable. En efecto:

-Actualmente el 6% de la población mundial consume un tercio de los recursos naturales del planeta. Es

ilusorio, por tanto, proponer al Tercer Mundo el modelo de desarrollo de los países avanzados, pues si se

mantuviese semejante porción dicho desarrollo sólo podría alcanzar, como máximo, al 18% de la población

mundial, y ello a base de reducir definitivamente a la miseria al 82% restante.

-Según datos de la FAO, el 18% de la población mundial ubicado en el Norte dispone del 78% de la

producción total y del 70% de los fertilizantes, controlando además el 84% de los gastos en armamento, y el

81 % de los gastos energéticos. Por increíble que parezca, el 82% restante de la población mundial, radicado

en África, Asia y América Latina, sólo tiene acceso a un 20% de la producción y de la riqueza total de la

tierra.

-Estados Unidos de Norteamérica, cuyos habitantes significan el 5% de la población mundial, son el reino del

consumismo: consumen nada menos que el 55% de todos los recursos naturales del mundo. Un niño

norteamericano consume por su parte 500 veces más recursos materiales que un niño del Tercer Mundo. Los

aparatos de aire acondicionado USA gastan más energía eléctrica que el total de lo que consume China. Del

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mismo modo, EEUU, con ese 5% de población mundial, requiere el 28% de la energía total del planeta (vez y

media la que usan todos los países del Sur juntos). Un estadounidense emplea la misma energía que 9

brasileños, 35 hindúes, o 208 tanzanos.

-El Instituto de Recursos Mundiales (WRI) calcula que 3400 millones de habitantes (es decir, el 64% de la

población mundial) consumen apenas 50 litros de agua por día, o sea, una séptima parte de lo que consume un

estadounidense medio.

-Mientras un campesino guatemalteco logra hacer producir manualmente una hectárea de maíz utilizando 1'5

litros de combustible, en los EEUU, para trabajar igual parcela con sus procedimientos altamente

mecanizados, se requieren 900 litros. Esto significa que si se cultivase toda la tierra según el modelo agrícola

USA se utilizaría anualmente el 2% de las reservas petroleras conocidas, con lo cual en 50 años se agotarían

todas las reservas petrolíferas del planeta.

2.3. El falso «Nuevo Ecodesarrollo»

No queremos llevar el odio contra los Estados Unidos al aducir estos sencillos datos que por otra parte se

encuentran en cualquier agenda de viaje, tan sólo deseamos recordar a dónde nos está llevando ese modelo,

especialmente a dónde lleva ese modelo a las gentes del Sur, a las que mata literalmente de hambre en sus tres

cuartas partes mientras desertiza, degrada, y acaba con la naturaleza. Y mientras exporta al exterior las

industrias contaminantes para preservar sus zonas ajardinadas. Por inverosímil que parezca, así está el mundo

a la altura de este bimilenio que concluye, y a este desorden establecido, lo mismo que al que trata de

establecerse, se le denomina hoy, después de la Guerra del Golfo desencadenada para poner supuestamente

orden y concierto justo en el mundo, «Nuevo Orden Económico Mundial». Quien lo entienda que nos lo

explique, por favor. Hay, pues, que trabajar mucho desde ahora mismo porque los problemas son muchos y

las soluciones no caen llovidas de las nubes: «Algunos optimistas opinan que, dado el alto nivel de

inteligencia que hemos alcanzado y nuestras grandes dotes de invención, seremos capaces de resolver

favorablemente cualquier situación; que somos tan dúctiles que podemos amoldar nuestra vida de las nuevas

exigencias de nuestro veloz desarrollo como especie; que cuando llegue el momento, sabremos solventar los

problemas; que reharemos nuestras normas de comportamiento; que reharemos nuestros sentimientos

agresivos y territoriales… Debemos mejorar en calidad, más que en simple cantidad. Si lo hacemos así

podremos así podremos seguir progresando tecnológicamente, de manera impresionante y dramática, sin

negar nuestra herencia evolutiva. Si lo hacemos, nuestros impulsos biológicos reprimidos se irán hinchando

más y hasta reventar los diques, y toda nuestra complicada existencia será barrida por la riada» (Desmond

Morris: Op. cit. pp. 283–284).

2.4. Algo podrá usted hacer, ¿no?

Lo que sí deseamos es levantar una voz tímida, junto a otras, en nombre de las gentes del Sur, y preguntar:¿no

se podrá hacer nada para evitar esta situación tan evidentemente mala sobre todo para los que pasan hambre

ya? ¿es que ni siquiera podremos nosotros negarnos testimonialmente a vestir camisetas USA? ¿ni siquiera

estaremos capaces de boicotear testimonialmente algunos productos USA? ¿ni siquiera estaremos dispuestos a

comer pipas de los girasoles sevillanos en lugar de mascar chicle? ¿ni siquiera cantar canciones con letras

autóctonas? ¿ni siquiera prescindir de algún superfluo para entregar algo a las gentes del Sur?

Pero entonces, si es que podemos nada ¿con qué cara vamos a quejarnos, sobre todo para qué? Si tal

perspectiva fuera verdadera ¿cómo combatir el devastacionismo norteamricano, toda vez que estamos

convencidos no de usar – y – tirar, de Coca – Cola, de hamburguesa, de marines - Rambo, de dólares es la

mejor cultura pensable?

Pero si eso lo acepta usted de una vez real y verdaderamente ¿cuándo se va a dar cuenta de que adopta con

ello misma actitud de renunciante hindú? ¡¡Comencemos a trabajar, puñeta!!

2.5. ¡¡A trabajar!!

Somos inteligentes, no seres renunciantes y pasivos traídos y llevados por el azar. Nuestros instintos animales

son instintos recogidos y sobrepasados (no rechazados sin más ni más, sino dominados y puestos al servicio

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de metas más elevadas) por la humana libertad inteligente, podemos cambiar las cosas si queremos: «El

comportamiento inteligente acusa características por las cuales se contrapone al instintivo. Uno, en su

actuación, no está ligado a un proceder fijo, el otro tiende a la repetición estereotipada; uno requiere

aprendizaje, el otro se afirma de forma completa sin preparación; uno está estrechamente ligado a las

capacidades intelectuales, el otro se presenta por igual en todos los individuos de la misma especie; el primero

es ciego con respecto a las acciones que hay que llevar a cabo, el segundo requiere, en cambio, una cierta

comprensión de las relaciones en una situación y su reajuste en la situación sucesiva» (A. Gemelli-G. Zunini:

Introducción a la psicología. Ed. Luis Miracle, Barcelona, 1968, pp. 412-413).

Y, siendo esto así,nos gustaría recordar que, de momento al menos, lo instintivo pero también lo

verdaderamente importante, lo urgente racionalmente, es sentir compasión con los otros que siendo como yo

pasan calamidades, el testimonio solitario, el comenzar a pensar y a vivir de otro modo, teniéndoles en cuenta

a los otros, actitud más importante incluso que el resultado cuando nadie está dispuesto a empezar, por lo que,

como aseguraba Emmanuel Mounier, aunque estuviéramos seguros de nuestro fracaso volveríamos a

comenzar con el mismo testimonio. No se puede esperar si se tienen mínimas entrañas de misericordia. No

hay que esperar al éxito, el éxito está en no esperar, y la espera y la dilación respecto del otro pobre es ya el

fracaso. No es de recibo alegar calma para hacerlo mejor: el calmoso suele hacerlo peor alegando mejor

metodología, aunque tampoco sea cuestión de hacerlo peor por exceso de impaciencia. ¡¡Quién sabe si lo que

comienza siendo modesta utopía no terminará algún día convirtiéndose en una gran sinergia de microutopías,

es decir, en una gran red de gestos compartidos y coordinados eficazmente en un país en donde al levantar la

vista leamos fraternidad!! Así pues, menos hablar y más trabajar. Como afirmó José Luis Martín Descalzo,

uno debería vivir como las llamas, que nunca se preguntan si es importante o no lo que están quemando.

En todo caso, «la perfecta velocidad, hijo mío, es estar allí» (Juan Salvador Gaviota), pues comenzar a

sembrar ya es comenzar a cosechar para quien está convencido de que sembrar vientos del Sur es bueno

porque significa sembrar esencias del Ser, mientras que sembrar vientos del Norte significa, a la corta y a la

larga para la gran mayoría de la humanidad (incluida a la larga la parte de humanidad que lo niega), recoger

tifones devastadores. Que así no sea; no colaboremos en esa masacre.

2.6. Carta del cacique Seatle

Así las cosas, he aquí la Carta del cacique Seatle de la tribu Suwamish (hoy Estado de Washington, al noreste

de los estados unidos de Norteamérica), que es respuesta de un indio pananimista a la que en 1854 le

escribiera el «Gran Jefe Blanco» de los EEUU, el Presidente Franklin Pierce, quien le hacía una oferta de

compra de una gran extensión de territorio indio a cambio de una «reserva» para dicho pueblo indio: «¿Cómo

puede usted comprar o vender el cielo, o el calor de la tierra? La idea resulta extraña para nosotros. Si no nos

pertenecen la frescura ni el destello del agua ¿cómo nos lo podrían comprar ustedes? Cada partícula de esta

tierra es sagrada para mi pueblo. El majestuoso pino, la arenosa ribera, la bruma de los bosques, cada insecto

que nace con su zumbido, es sagrado en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que recorre los

árboles lleva los recuerdos de piel roja. Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se

van a pasear entre las estrellas. Nuestros muertos jamás se olvidan de esta hermosa tierra, porque es ella

madre del piel roja. Somos parte de la tierra, y ella es parte nuestra. Las perfumadas flores son nuestras

hermanas. El ciervo, el caballo, el águila majestuosa, las rocosas cumbres, el olor de las praderas, el calor

corporal del potrillo son nuestros hermanos. Pr ello cuando el gran Jefe de Washington nos manda decir que

desea comprar nuestra tierra es mucho lo que está pidiendo de nosotros. El agua centelleante que corre por los

arroyos y los ríos no es agua solamente: es sangre de nuestros antepasados. Si nosotros les vendemos la tierra,

ustedes deberán recordar que es sagrada, y deberán enseñar a sus hijos que es sagrada, y que cada imagen que

se refleja en el agua cristalina de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de nuestro pueblo.

El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre. Sabemos que el blanco no entiende nuestra manera de

ser. Para él un pedazo de tierra es igual que el siguiente. Él es como un extraño que llega durante la noche y

arranca de la tierra lo que necesita y se va. No mira a la tierra como su hermana, sino como su enemiga. Y

cuando la ha conquistado la abandona y se marcha a otra parte. Deja atrás las tumbas de sus padres, y no le

importa. Olvida la tumba de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre la tierra y a su hermano el

cielo como cosas que pueden comprarse, saquearse, ser vendidas, como carneros o relucientes abalorios. Su

apetito devorará la tierra, pero detrás sólo quedará un desierto. No sé. Nuestras costumbres son diferentes a

las de ustedes. La imagen de sus ciudades hiere la mirada del piel roja. Pero posiblemente es porque el piel

roja es salvaje y no entiende. No hay tranquilidad en las ciudades del blanco. No hay en ellas lugar donde se

pueda escuchar el rumor de las hojas en primavera, o el susurro de las alas de un insecto. Pero quizás digo

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esto porque soy salvaje y no entiendo. En sus ciudades el ruido sólo insulta a los oídos. ¿Cómo sería la vida si

el hombre no pudiera escuchar el grito solitario de la chotocabra o la animada conversación nocturna de los

sapos en las ciénagas? El indio ama el sonido suave de la brisa al deslizarse delicadamente sobre la superficie

de la laguna, o ese olor característico del viento purificado por la llovizna mañanera y perfumado por la

esencia de los pinos. El aire es precioso para el piel roja, porque todas las cosas comparten el mismo aliento.

La bestia, el árbol, el hombre, todos compartimos el mismo hálito. El hombre blanco parece no darse cuenta

de que respira el aire. Como un ser que agoniza largamente, es insensible al mal olor. Pero si nosotros les

vendemos nuestra tierra, ustedes deberán recordar que el aire es precioso para nosotros. Que el aire comparte

su espíritu con toda la vida que él sustenta. El aire que permitió su primer aliento a nuestro abuelo, también

recibe su último suspiro. Y si nosotros les vendemos nuestra tierra, ustedes deberán mantenerla intacta y

sagrada, como un lugar a donde incluso el hombre blanco pueda ir a saborear el viento purificado por el

perfume de las flores.Yo soy un salvaje y no entiendo otra forma de pensar. He visto miles de búfalos

pudriéndose en la pradera, abandonados por los blancos después de balearlos desde un tren en marcha. Yo soy

un salvaje y no entiendo cómo el humeante caballo de hierro puede ser más importante que el búfalo, al que

nosotros sacrificamos sólo cuando lo necesitamos para subsistir. ¿Qué es el hombre sin las bestias? Si todas

ellas desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque cualquier cosa que les ocurre

a las bestias enseguida repercute en el hombre. Todos los seres estamos mutuamente vinculados. Nosotros

sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes piensan

ahora que él es propiedad de ustedes, de la misma forma que desean ser propietarios de nuestras tierras. Pero

no se puede ser. Él es el Dios de todos los seres humanos, y su compasión es la misma tanto para el piel roja

como para el blanco. La tierra es preciosa para Él, y hacer daño a la tierra es hacer un enorme desprecio para

el creador. Los blancos también desaparecerán. Tal vez antes que los demás tribus. Ensucia tu propia cama y

cualquier noche te verás sofocado por tus propios excrementos».

Ahí queda eso. La Naturaleza resulta ser nuestro segundo cuerpo, nuestro «cuerpo inorgánico», como la

denominará Karl Marx en sus famosos Manuscritos. Agradezcamos, pues, y respetemos profundamente a la

Naturaleza esa corporalidad exterior a nosotros que nos permita la propia corporalidad, y vayamos a ésta

última.

PERSONA Y

CUERPO

3.1. Digno hermano cuerpo

Así las cosas el ser humano, ontológica o cualitativamente por encima de la naturaleza y a la vez dentro de

ella, porque fuera no podría sobrevivir, es un ser dotado de eminente dignidad. Todo en él se encuentra

preparado para ser digno, nada hay en él en modo alguno desaprovechable. La dignidad en la persona

comienza llamándose, evidentemente, cuerpo, pues sin el modesto hermano cuerpo no seríamos nada.

Acostumbrados como estamos a la antropología filosófica griega, que despreciaba el cuerpo desde Platón y

que no supo qué hacer con él ni siquiera en el comienzo de la modernidad con Descartes, los filósofos

posthelénicos han olvidado absolutamente la antropología bíblica hebrea, donde la corporalidad tenía una

importancia máxima. En efecto, como nos recuerda Juan Luis Ruiz de la Peña, la idea que la cultura hebrea se

hace del hombre se refleja en tres términos antropológicos clave: basar, nefes, ruah.

-El vocablo basar significa originariamente la carne de cualquier ser vivo;

-El vocablo nefes es la noción central de la antropología israelita y significa garganta, órgano de la

respiración, designando al ser viviente en general y en especial al hombre;

-El vocablo ruah, originariamente brisa o viento, es la constitutiva apertura hacia arriba del ser humano y por

ende, a diferencia de 'nefes', no es ya el aliento inmanente al ser vivo sino una fuerza creadora o un don divino

específico.

Así las cosas, lo mejor «sería hablar de una antropología sintética, integracionista u holista, que ve siempre

en el hombre una realidad compleja, pluridimensional, pero a la vez, y por encima de todo, unitaria en su

concreta plasmación psicoorgánica... En fin, una muestra más de esta mutua imbricación de lo psíquico y lo

3

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somático la ofrece el campo semántico cubierto por el vocablo leb (corazón), el verdadero centro interior del

hombre, en el que se imprimen, y desde donde irradian las operaciones sensitivas, afectivas, electivas,

cognoscitivas... Otra consecuencia importante de esta concepción integracionista es que ni el pecado se

adscribe a la carne o al cuerpo ni la santidad concierne a un estrato espiritual o anímico. Pecado y justicia,

vicio y virtud, proceden de decisiones personales que embargan al hombre entero, el cual está ante Dios en su

totalidad indivisible» (Juan Luis Ruiz de la Peña: Imagen de Dios. Antropología teológicafundamental. Ed.

Sal Terrae, Santander, 1988, pp. 23-24).

3. l. l. No somos espíritus puros

Sí, por suerte, las personas tenemos cuerpo, sin él no seríamos nosotros durante nuestra existencia mortal.

Quizá hubiese sido mejor que hubiésemos alcanzado la condición de espíritus puros, y de ese modo

careceríamos de preocupaciones materiales, de frustraciones corporales, de dolores, de deterioro progresivo,

de muerte. Pero nosotros no somos tales espíritus puros, y pretenderlo, como aseguraba Emmanuel Mounier,

sería «hacer el tonto por angelismo». Y parece que, a pesar de ello, no nos va tan mal de momento...

3. l. 2. ¡Hola, cuerpo mío!

Nuestro cuerpo. Estas manos, estos pies, estos hombros. Hola, humilde y servicial hermana rodilla, gracias

por tu flexibilidad, por tu resistencia, por tu terca y antigua servicialidad incansable. Contempla tus labios,

salúdales, agrádeseles lo que ellos sirven silenciosamente a eso que tú llamas tu «yo». A veces no sabemos

responder con gratitud a nuestro cuerpo, tan acostumbrados como estamos a su compañía, y con frecuencia lo

maltratamos, precisamente a él, al pobre hermano cuerpo... Buenos días, hermano cuerpo. Muy pocas veces -

si acaso alguna- recorremos nuestra corporalidad siquiera mentalmente para ser conscientes de su inmensa

riqueza, complejidad, y fragilidad; tan tontos somos, que ni siquiera comprendemos que es el mejor y más

delicado regalo que nunca se hizo en la creación. Y ahí lo tenemos ante nosotros; o mejor, aquí está, con

nosotros, en nosotros, nosotros estamos identificados con nuestro cuerpo, nada más cercano que nuestro

cuerpo. Nuestras humildes hermanas uñas, nuestras modestas hermanas cejas, nuestros recios hermanos

huesos, nuestros impagables hermanos ojos de cuya presencia solamente nos enteramos cuando nos duelen

cuando se quiebran, cuando se desgastan, porque no duran siempre. Somos como esos mineros que sólo se

acuerdan de santa Bárbara cuando truena.

3. l. 3. Himno al cuerpo

Pero nuestro frágil y hermoso cuerpo no es en modo alguno un montón de materia caprichosamente añadida

como un montón informe, antes al contrario, su arquitectura es todo un modelo de orden y de sentido. ¡¡Si

tuviésemos que paramos a pensar cada vez que realizamos una operación aparentemente tan simple (pero

realmente tan complicada fisiológicamente hablando) como por ejemplo coordinar los movimientos del

cuerpo, poner en movimiento los reflejos, u ordenar el tráfico de las tripas, estaríamos listos, nunca

acabaríamos!! Y, sin embargo, toda esa complicación la lleva a efecto nuestro hermano cuerpo para nosotros

silenciosamente, sin molestamos lo más mínimo, automáticamente, inmutadamente, como de puntillas:

trabajando día y noche desde el primer día de nuestra vida hasta su última noche.

¡¡Y el cuerpo como energía cósmica!!: El cuerpo es el fruto maduro de todo el universo sensible. En él

convergen todas las energías físicas y vitales del reino de la materia. San Buenaventura, franciscano, describe

con hermosa sensibilidad esta convicción como sigue: «Para que en el ser humano se manifestase la sabiduría

de Dios, hizo al cuerpo tal, que a su modo tuviese proporción con el alma. Para adecuarse al alma como motor

por variedad de potencias tuvo variedad de órganos con suma belleza, artificio, y ductilidad, según se

manifiesta en la cara y en las manos, que son el órgano por excelencia. Para que el cuerpo se adecuara al alma

con tendencia hacia arriba, hacia el cielo, tuvo derechura de posición y la cabeza levantada hacia arriba, para

que así la derechura corporal atestiguara la rectitud mental» (Breviloquium, p. 2, c. 10, n. 4).

Y en otras obras añade el propio Buenaventura: «Grande es la dignidad del cuerpo por la admirable armonía y

conjunción proporcionada de sus partes. Por ella, aun siendo una creatura terrena, el cuerpo humano se

asemeja a las naturalezas celestes» (11 Sent. d. 17, a. 2, q. 2 ad 6)... «el ser humano, que se dice microcosmos,

tiene cinco sentidos como cinco puertas por las que entra en nuestra alma el conocimiento de todas las cosas

que existen en el mundo sensible» (Itinerarium c. 2. n. 3).

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Tan digno es el cuerpo, que lejos de ser rechazado por el alma, ésta anhela la unidad con aquél para

perfeccionarle, para comunicarle su riqueza, para poder desarrollar su capacidad, sus facultades.

3. 1. 4. No somos máquinas

Ciertamente, nuestro cuerpo-microcosmo s tiene una sabiduría infinitamente mayor y más compleja e

imprevisible que la de cualquier ordenador; ninguna máquina artificial le llega en sabiduría ni a la suela del

zapato. Hoy ya nadie escribiría libros como aquél publicado en el siglo XVIII por La Mettrie y titulado El

hombre máquina (Ed. Alhambra, Madrid, 1987), aunque no son pocos los que por mor de la ingeniería

genética han emprendido el camino inverso tratando de fabricar una máquina humana en las retortas y las

probetas de los laboratorios, pareciendo no aceptar que entre cuerpo humano y máquina no existe una mera

continuidad, y otros se esfuerzan en situar a los animales a la altura misma de lo humano, y aún de lo divino

(cfr. El animal divino. Ed. Pentalfa, Oviedo).

Lo que pasa es que a veces no nos damos cuenta de ello porque nos hemos acostumbrado a la asombrosa

complejidad y diferencialidad de nuestro hermano cuerpo desde el momento mismo en que hemos nacido.

Estamos acostumbrados a comportamos siguiendo la lógica de nuestro propio cuerpo, conocemos más o

menos sus reacciones habituales a pesar de que a veces nos sorprendamos bastante al respecto, pero, al fin y al

cabo, nuestro cuerpo es nuestro «amigo del alma», al que haremos bien en querer y respetar muchísimo.

3. 2. No somos incorpóreos

Así las cosas ¿alguien podría imaginarse cómo seríamos nosotros si careciésemos de existencia corporal?

Intente cada cual describirse sin cuerpo... ¡y que tenga suerte! Extracorpóreos, ectoplasmáticos, no nos

imaginamos del todo, pero ¿y si de repente nos encontrásemos con que tenemos otro cuerpo, un soma distinto,

no esta nariz sino otra, no esta estatura sino otra, etc, etc, acaso cambiaría entonces también nuestra

psicología? Es la vieja cuestión de los universales, tan antigua como la filosofía misma: ¿hasta qué punto

podríamos afirmar que Sócrates habría sido Sócrates para nosotros de haber nacido en otro país, lejos de su

mujer Xantipa, sin su discípulo Platón, con un cuerpo distinto, etc, etc? Y a propósito de su propio cuerpo

¿hasta qué punto hubiera sido Sócrates el mismo que fue de suyo si hubiese tenido otra nariz, otras neuronas,

otro hígado? ¿cuándo hubiera dejado de ser el que fue, qué órgano resulta el decisivo al respecto para asegurar

la continuidad del mismo Sócrates?

Henos aquí también, por lo demás, ante la típica cuestión suscitada hace algunos años por la ética de los

trasplantes: ¿resultaríamos nosotros una persona distinta si estuviésemos en posesión de un cuerpo

confeccionado a base de trasplantes de personas ajenas? Desde luego los demás no nos reconocerían si

cambiásemos del todo, pero ¿acaso nosotros mismos sí que nos reconoceríamos a nosotros mismos, por

aquello de que conocemos nuestro propio sudor?

3. 3. El cuerpo se merece buen trato

Sea como fuere, el cuerpo resulta una delicia, pues nadie en su sano juicio se atrevería a sostener

razonablemente que no le gusta una tarde de playa de cálida brisa marina acariciando su piel, una comida

apetitosa gracias a las papilas gustativas de su boca, el sonido musical deseado alegrando su ritmo vital, o la

mirada cálida sobre su rostro de la persona amada. ¡Para muchos, el colmo de la felicidad sería cuando la

playa, la comida, la música, y el amor de la otra persona amada se diesen juntos! Si tendrá importancia

nuestro cuerpo que nos pasamos la vida pensando en llevar hacia él todo lo que haya nuestro alrededor, y

haciendo de nuestro cuerpo el centro u ombligo del cosmos. El cuerpo como centro y eje de nuestro

comportamiento, incluso de la experiencia mística, y todo lo demás como entorno. Pensemos un momento:

¿qué sería de las industrias de hoy si desapareciese la importancia que le concedemos al cuerpo? ¿se

mantendrían en pie los grandes almacenes de ropa, de cosméticos, de adornos, etc, etc? ¿trabajaríamos y

produciríamos bienes si no tuviésemos que mantener nuestros cuerpos? Desaparecería con toda seguridad el

fundamento de nuestra cultura.

3. 4. La tristeza del embrutecimiento

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Ciertamente nuestro hermano cuerpo es algo por lo que tenemos que felicitamos. Sin embargo le queremos

tanto, que a veces le malcriamos: le regalamos en exceso como si de un niño mimado se tratara, le

atiborramos de golosinas, placeres, sensaciones dulces, pero no le educamos en el esfuerzo, en la disciplina,

en la visión de futuro, el saber renunciar hoy para levantarse temprano mañana. Y así, en ocasiones, el cuerpo

se vuelve contra nosotros mismos: decimos, por ejemplo, que somos dueños de nuestro cuerpo, pero nuestro

cuerpo se adueña de nosotros, y distamos de dominarle. Es así como instrumentalizamos a nuestro propio yo

corporal, es así como le minusvaloramos y reducimos a la mera condición de cosa, a objeto, ya sea en nuestra

propia persona o en la persona ajena. Entonces creemos, por poner un ejemplo, que el amor es el sexo, y

compramos y vendemos el sexo, tratando al sexo de las personas como si se tratase de mercancías. Y entonces

miramos al cuerpo ajeno solamente para satisfacer nuestro instinto animal, incapaces de contemplar la belleza

con anterioridad a su división en sexos, incapaces de ir a lo que nos une primero, y que luego nos diferencia

(Platón describe al cuerpo .como una unidad indivisa, redonda, a partir de la cual se diferencian luego varón y

mujer. Cfr. El Banquete 188 el 190 b). O mentimos con el fin de aprovecharnos de la bondad, de la

ingenuidad, o del cariño de la otra persona, y con tal comportamiento la reducimos a la condición de objeto de

expolio, sacamos lo que podemos de esa persona, y una vez usada la arrojamos a la papelera como si se

tratase de un lata vacía. Y así sucesivamente, hasta que degeneramos nuestra vida echándola a perder en

forma de atraco permanente, aunque no vayamos a la cárcel y andemos por ahí como personas muy

honorables.

Al final, sin embargo, terminamos viviendo el robo al otro en todos los sentidos, aunque a nuestro robo luego

le llamemos «amor», o incluso «ayuda para el desarrollo», vivimos del robo del otro, como el célebre

personaje de Zorrilla, Don Juan Tenorio, que además alarde a de sus fechorías (como aún continúan

alardeando los Tenorios de vía estrecha cuya baba se arrastra como la del caracol):

«Por donde quiera que fui

la razón atropellé,

la virtud escarnecí,

a la justicia burlé,

y a las mujeres vendí.

Yo a las cabañas bajé,

yo a los palacios subí,

yo a los claustros escalé,

y en todas partes dejé

memoria amarga de mí».

3. 4. l. El embrutecedor

Pero no. Tenemos cuerpos mas no somos bestias, somos polvo mas polvo enamorado, como afirmó el poeta,

aunque algunos nos empeñemos en hacer la bestia, y por si fuera poco otros refuerzan ese empeño, como por

ejemplo aquel personaje literario que pretende arreglar los desajustes del ser humano reconduciéndole a su

condición bestial, y que Papini relata magistralmente como sigue: «Usted conoce seguramente el famoso

aforismo de Federico el Grande el hombre es un animal depravado. Profunda sentencia comprobable diaria

mente. Todas las amarguras, las maldades y las melancolías del hombre provienen de su depravación, es

decir, de haber renegado su verdadero destino, de haber violentado su naturaleza originaria. El hombre es un

animal, nada más que un animal, y ha querido convertirse, por una perversión única entre los brutos, en algo

más que en un animal. Ha cometido una traición, la traición contra la animalidad, y ha sido castigado por esta

prevaricación. No ha conseguido convertirse en ángel y ha perdido la beatitud inocente de la bestia. Por esto

ha quedado suspendido en medio del aire, torturado, angustiado, enfermo, turbado y no satisfecho. Su única

salvación está en volver al origen, reintegrarse plenamente a su naturaleza auténtica, volver a ser animal.

Todos los grandes pensadores, desde Luciano a Leopardi, han reconocido que las bestias son

incomparablemente más felices y perfectas que el hombre, pero hasta ahora nadie había pensado en elegir un

método racional y seguro para operar la reunión con nuestros hermanos animales. Debemos volver a entrar

en el paraíso perdido, el paraíso que hay que reconquistar es la fauna.

A Homero se le había presentado ya esta visión. Circe, que transformaba en cerdos a los compañeros de

Ulises, es la magna bienhechora de la que a una distancia de tantos siglos me vanaglorio en ser el primer

discípulo. Pero Ulises, que representa la astucia, es decir, la inteligencia corruptora y es el protegido de

Minerva, celosa de la felicidad de los hombres, hizo tantas cosas que al final los restituyó a su condición de

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humanos, es decir, al castigo, como se puede leer en la Odisea. Yo no soy profeta rechazado como Zaratustra,

pero mi ideal es lo contrario del suyo: él era precursor de la superación, yo del embrutecimiento. Pero los dos

estamos de acuerdo en sostener que el estado actual del hombre -situación vil y triste entre el mono y el

superhombre- es demasiado absurdo e insoportable; no nos queda más que retroceder y volvemos monos.

Rousseau predicaba el retorno a la vida salvaje, y eso sería ya un progreso, pero los salvajes se parecen

todavía demasiado a los hombres y no suficientemente a las bestias. Mi sistema es más radical. Pero es

preciso ante todo experimentarlo y por eso he pensado en usted.

- ¿En mí? ¿Qué debo hacer?

- Sólo concederme por algunos años la gran extensión que posee en los montes Alleghany y darme un poco de

dinero para los primeros gastos. Yo llevaré allí tres parejas humanas escogidas entre los miserables que no

tienen oficio ni hogar, y les aplicaré mi método, que consiste en acostumbrar gradualmente a nuestra especie a

las condiciones de vida de los animales no domésticos. Ante todo, nada de vestidos. Prohibición de cortarse el

pelo, la barba, las uñas. Prohibida la posición erecta: deben acostumbrarse a andar a cuatro patas. Vedado el

uso de la palabra y de todo lenguaje humano; deberán comunicarse conmigo y entre ellos solamente por

medio de gestos, mugidos y aullidos. Ningún utensilio, ni máquina, ni objeto fabricado. Tendencia progresiva

a alimentarse de frutos, de raíces y de carne cruda. Nada de habitaciones o refugios de ninguna especie. Estará

permitida la caza, pero sin armas, y la lucha cuerpo a cuerpo y diente contra diente entre ellos. Ninguna ley

moral, ninguna religión. Bestias libres bajo el cielo libre.

Y creo que pocos años bastarán, si la vigilancia es continua, para obtener el embrutecimiento integral de estas

criaturas y, por consiguiente, su plena felicidad. Todo lo que atormenta e inquieta al hombre, bestia degradada

y corrompida, desaparecería por encanto y mis pupilos reconquistarían lenta pero seguramente la plácida

inconsciencia de sus antiguos hermanos. Si, como creo, este primer experimento sale bien, se podría acometer

con probabilidades de triunfo el apostolado para el embrutecimiento total de la Humanidad. Surgirían,

seguramente, objeciones, reacciones y hasta oposiciones violentas, especialmente por parte de los llamados

'intelectuales', verdaderos bacilos nefastos para nuestra especie. Yo seré el maestro de la animalidad

recuperable. Los hombres descienden de los animales, pero han traicionado a sus padres. Yo conduzco de

nuevo a su verdadera familia a estos hijos infieles y doy a todos la felicidad que habían perdido. Si en el

nuevo reino la religión fuera admitida, me adorarían como a un dios.

- Perdone, le dije, usted me parece demasiado inteligente y demasiado altruista para volverse bestia. ¿Por qué

no comienza el experimento por usted mismo, si verdaderamente cree que la animalidad es el sumo bien?

- Como todos los salvadores, yo debo sacrificarme por la felicidad de los demás».

Desgraciadamente cuando se habla o escribe en estos términos en los que se prefiere la condición animal a la

humana hay más de uno en el ejercicio de la afirmación. Basta con leer El árbol de la ciencia de Pío Baroja, o

La caída en el tiempo del rumano Eugen Cioran. La lista tendería a kilométrica.

3. 5. Cuerpo espiritualizado

Y es que embrutecedores y pesimistas respecto de la naturaleza humana los tenemos tanto fuera como dentro

de nosotros mismos. En realidad no hemos sabido tratar a nuestro hermano cuerpo como se merece. La clave

del error está en pensar que el cuerpo es mero cuerpo, cuando en realidad el cuerpo no es mero cuerpo. No,

nuestro cuerpo no es mero cuerpo, es cuerpo inteligente, espiritual, es cuerpo que está llamado a vivir

después de la muerte, al que se le ha concedido la posibilidad de vivir en profundidad la vida, con tanta

profundidad que pueda descubrir que más allá de esta vida existe la victoria de la Vida sobre la muerte. Y es

que, perdidos en la superficie de los cuerpos, habiendo reducido el amor al sexo, o el ser al tener, hemos

olvidado que nosotros tenemos cuerpo, pero no solamente somos cuerpo, que un cuerpo orientado hacia el

amor es inmortal porque se abre hacia dimensiones donde el Amor ya no muere. Hasta un autor tan poco

personalista como B. F. Skinner afirma en su libro Más allá de la libertad y la dignidad estas palabras al

respecto: «La imagen que surge del análisis científico no es la de un cuerpo con una persona dentro, sino la de

un cuerpo que es persona, en el sentido de que es capaz de desplegar un complejo re¡Jertorio de conducta». y

por haber olvidado esto no sabemos cómo relacionar nuestro cuerpo con nuestra mente y nuestro espíritu. San

Buenaventura decía al respecto que el ser humano, compuesto de cuerpo y alma, tiene tres facultades o

potencias del alma: el sentido u ojo de la carne; la razón, vuelta hacia la propia intimidad, y la inteligencia,

orientada hacia arriba, hacia lo que trasciende y sobrepasa al ser humano mismo, hacia lo eterno, hacia Dios.

Pero las tres potencias viven -cuando se trata de llevar una vida a la altura de la dignidad que la persona se

merece- en una unidad, en una indisoluble armonía: para que la «inteligencia» funcione humanamente,

hemos de aprender a utilizar bien la «razón» (haciendo meditación, procurando el conocimiento de uno

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mismo, etc), y a su vez para que funcione bien la razón hemos de aprender a orientar nuestro «sentido» no

hacia un uso abusivo del cuerpo, sino hacia el reconocimiento de lo profundo y espiritual que hay en el cuerpo

mismo.

3. 6. Cuerpo luminoso

Así las cosas, el cuerpo humano, decía san Buenaventura, más aún que las demás realidades corpóreas, es el

resultado de dos elementos base: la materia física, en cuyo interior se anidan los gérmenes o semillas de su

propia evolución (las «rationes seminales»), y la luz, reserva inagotable de todas las energías del universo,

principio activo y actualizador de todas las penumbras de la materia física. La luz, sustancia tan fina que se

encuentra en un estadio medio entre la idealidad y la realidad, no es una de tantas formas, sino una forma

fundamental de los cuerpos, la que sirve de principio de unión entre la materia y el espíritu. Ella se hace

sensible a través del esplendor que comunica a los cuerpos. Dime qué luz irradias, y te diré quécuerpo tienes.

¡El cuerpo humano está llamado a la luz, a iluminarse, a salir de la oscuridad, a superar las inclinaciones de

los meros instintos y de las bajas pasiones, el cuerpo humano está llamado a ascender, a mirar al cielo, a

transformarse en espíritu, alto y esbelto como una catedral gótica, bien cimentado y fiel a la tierra, pero a la

vez aspirante al más allá! Por eso no se le puede tratar como a una cosa, ni intercambiar, ni usar como si se

tratara de una cosa: hay quien te deja su cuerpo con más facilidad que las llaves de su coche... Y si el cuerpo

es luz, es porque no está hecho para emborracharse, para destruirse, para curvarse sobre el propio egoísmo,

para encerrarse en la soledad, sino que muy por el contrario está llamado a introducir en la creación lo mejor

que seamos capaces de imaginar: vida solidaria, cariño compartido, inteligencia creativa y participativa,

persona comunitaria en definitiva. Mas todo eso no se hará sin voluntad: la voluntad es el músculo de la luz.

Y la luz también ilumina la relación entre las personas cuya existencia es corporal.

YO

Y TÚ

4.1. Yo soy yo, pero ¿quién es ese yo que yo soy?

Habíamos quedado en que, felizmente, sin mi cuerpo, evidentemente no existo; mi cuerpo, además, no sólo no

es para mí una carga, sino un extraordinario regalo que me agracia. Y además mi cuerpo no es sólo cuerpo,

sino que en él está mi yo, mi persona.

Ese cuerpo, por lo demás, es la realidad que encarna y vehicula a un «yo», a un «sujeto», a una «persona», a

un «sí mismo» extraordinariamente rico y complejo, respecto de cuya complejidad nadie puede hacerse una

idea total y acabada; la persona es sorpresa, y nadie puede tomarla como objeto abarcable o manejable, ya que

no es reductible a objeto. Creemos saber más o menos quiénes somos y quién es el otro, pero esto sólo

«dentro de un orden», pues si consideramos más de cerca las cosas los pensadores no se ponen totalmente de

acuerdo, ya que para unos somos legión, para otros nadie, para los terceros somos voluntad de ser, lo cual nos

pone muy difícil nuestro propio dictamen, que queremos intentar sin embargo. Nada tiene de extraño, pues,

que el cielo estrellado dentro de mi cabeza, y la compleja realidad de la humana criatura bajo el cielo sigan,

por tanto, llenando de admiración a quien piensa sobre ello, como lo afirmó en su día Manuel Kant.

4. l. l. El yo legionario

En efecto, la filosofía actual, sobre todo la posterior a Federico Nietzsche, defiende la existencia de infinitos

personajes dentro de cada persona. Tal vez los seguidores de Nietzsche podrían asumir como referente

cercano -universalizándolo para todo hombre, y no sólo para el endemoniado- un texto del Nuevo

Testamento, el del endemoniado de Gerasa, donde la persona sería una especie de personaje siempre

sorprendido al ver salir del propio interior posturas y actitudes en principio ignoradas por uno mismo: «Y

llegaron al otro lado del mar, a la región de los gerasenos. Apenas saltó de la barca, vino a su encuentro, de

entre los sepulcros, un hombre con espíritu inmundo que moraba en los sepulcros y a quien nadie podía ya

tenerle atado ni siquiera con cadenas, pues muchas veces le habían atado con grillos y cadenas, pero él había

roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarle. Y siempre, noche y día, andaba entre los

4

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sepulcros y por los montes, dando gritos e hiriéndose con piedras. Al ver de lejos a Jesús, corrió y se postró

ante él, y gritó con gran voz: '¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que

no me atormentes'. Es que él le había dicho: 'Espíritu inmundo, sal de este hombre'. Y le preguntó: '¿Cuál es

tu nombre?' Le contesta: 'Mi nombre es Legión, porque somos muchos'. y le suplicaba con insistencia que no

los echara fuera de la región» (Me 5, 1-10).

Siendo un tropel que a veces comete tropelías, todos sentimos además a nuestra propia legión caminando por

esas galerías interiores que el tiempo ha excavado en nosotros mismos a lo largo de nuestro desarrollo

evolutivo hasta el extremo de volvemos irreconocible nuestro propio ayer: «Y sin embargo -pensé-, yo mismo

he sido en otra época este hombre del que me burlo, este joven ridículo e ignorante. Él es todavía, de alguna

manera, yo mismo. Durante estos largos años yo he vivido, he visto, he adivinado, he pensado y él ha

permanecido aquí, en soledad, intacto, perfectamente igual a ese que era yo el día en que dejé estos lugares..

Ahora mi yo presente desprecia a mi yo pasado; y sin embargo en ese tiempo yo creía, más que hoy todavía,

ser el hombre superior, el ser alto y noble, el sabio universal, el genio expectante. Y recuerdo que entonces

despreciaba a mi yo pasado, mi pequeño yo de niño ignorante y sin refinamiento todavía. Ahora desprecio a

aquel que me despreciaba. Y todos estos menospreciadores y menospreciados han tenido el mismo nombre,

han habitado el mismo cuerpo, se presentaron ante los hombres como un mismo ser vivo. Después de mi yo

presente, se formará otro que juzgará a mi alma de hoy tal como yo juzgo hoya la de ayer. ¿Quién tendrá

piedad de mí, si yo no la tengo para mí mismo?» (Giovanni Papini: Dos imágenes en un estanque. En "El

espejo que huye". Ed. Siruela, Madrid, 1988, pp. 21-22).

Por lo demás, otras veces son los demás quienes nos desconciertan porque no nos conocen o no nos

reconocen, con lo cual terminamos dudando sobre la propia "identidad" y viviendo como en otra galaxia, con

la duda sobre si realmente somos quienes nosotros mismos creemos ser: “Al anochecer, en el café, mis

amigos me acogieron como de costumbre y no hicieron la más pequeña alusión al encuentro de pocas noches

antes... Afuera encontré otra gente que me saludaba como antes y me hablaba con su habitual cordialidad.

Había reingresado en el mundo. Los hombres me aceptaban una vez más y, sin embargo, yo sentía una

curiosidad fatiga de compañía, tenía como la sensación de haber regresado de algún país lejano y de haber

perdido el gusto de todo lo que veía. Jamás, después de esa época, he podido explicarme la razón de aquella

pausa de mi vida, en la cual aparecí ante los demás como un mentecato forastero. Alguna vez pienso que en el

tiempo debe haber desagarrones y que solamente yo he vivido en esos días, como un intervalo, sin que los

otros advirtieran. ¿Pero por qué parecían vivir como siempre y como viven todavía hoy? Esa zona de misterio,

esa interrupción negra que hay en mi vida tan común, me ha perturbado siempre y me perturba todavía más

escribiendo este relato. Incluso en este momento, media hora después de la medianoche, mientras escribo en

mi cuarto en un silencio lleno de hálitos y de latidos levísimos, me parece estar solo, irremediablemente solo

entre los hombres, en medio del mundo: un alma única en el centro del universo” (Giovanni Papini: ¿Quién

eres? En “El espejo que huye”. Ed. Siruela, Madrid, p.p. 92 – 93).

4. 1.2. El yo anonadado

En el extremo opuesto están los que aseguran que no somos nada, que somos una nada, un Don Nadie, un

vacío, un tubo hueco cuyo comportamiento se reduce a reaccionar ante el ambiente: a distinto ambiente,

distinta persona. Ésta es la tesis del conductismo, para el cual el ambiente hace a la persona y no a la inversa,

«la persona no es más que su conducta observable, a diferente conducta diferente persona». En el tubo hueco

o en la caja negra humana, pues, metes nazismo y sale nazismo, metes marxismo y sale marxismo, porque

dentro no hay maquinista o «formas a priori». Por eso el conductismo no cree en la persona como mediación

transformadora y autónoma capaz de modificar el ambiente.

Y esta tesis del conductismo podría ser ejemplificada hasta cierto punto también con un texto antiquísimo,

aquel Canto Octavo de la Odisea (360370) en que el astuto Ulises quiere huir (aunque no lo logra por tal

método) del ciego Cíclope confundiéndole con un complicado juego de palabras: «Así habló, y yo le ofrecí de

nuevo rojo vino. Tres veces se lo llevé y tres veces bebió sin medida. Después, cuando el rojo vino hubo

invadido la mente del Cíclope, me dirigí a él con dulces palabras: -Cíclope ¿me preguntas mi célebre nombre?

Te lo voy a decir, mas dame tú el don de hospitalidad como me has prometido. Nadie es mi nombre, y Nadie

me llaman mi madre y mi padre y todos mis compañeros. Así hablé, y él me contestó con corazón cruel:

-A Nadie me lo comeré el último entre sus compañeros, y a los otros antes. Éste será tu don de hospitalidad».

4. l. 3. El yo empeñado

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Por otra parte están aquéllos que afirman que la persona no es lo que es sino sobre todo lo que quiere llegar a

ser, lo que la voluntad quiere hacer, de tal modo que hasta el final de la vida -cuando hayamos sido- no

sabremos lo que somos. En este sentido nada mejor que este breve texto de la bellísima novela de Halo Cal

vino El Caballero Inexistente, con ecos de la «voluntad de poder» (Federico Nietzsche) o del «conato de

perseverar» (Benito Spinoza): «-¡¡Yo soy -la voz llegaba metálica desde dentro del yelmo cerrado, como si

fuera no una garganta sino la misma chapa de la armadura la que vibrara, y con un leve retumbe de eco-

Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia

Citerior y de Fez!!

-Aaah... -dijo Carlomagno, como pensando: '¡¡Si tuviera que acordarme del nombre de todos estaría fresco!!'.

Pero en seguida frunció el ceño- ¿Y por qué no alzáis la celada y mostráis vuestro rostro?

El caballero no hizo ningún ademán; su diestra enguantada con una férrea y bien articulada manopla se agarró

más fuerte al arzón, mientras que el otro brazo, que sostenía el escudo, pareció sacudido como por un

escalofrío.

-¡¡Os hablo a vos, eh, paladín!! -insistió Carlomagno- ¿Cómo es que no mostráis la cara a vuestro rey?

La voz salió clara de la babera: -Porque yo no existo, sire

-¿Qué es eso? -exclamó el emperador- ¡Ahora resulta que tenemos entre nosotros incluso un caballero que no

existe". Dejadme ver.

Agilulfo pareció vacilar todavía un momento, luego, con mano firme, pero lenta, levantó la celada. El yelmo

estaba vacío. Dentro de la armadura blanca de iridiscente cimera no había nadie.

-¡Pero...! ¡Lo que hay que ver! -dijo Carlomagno- ¿Y cómo lo hacéis para prestar servicio, si no existís?

-¡¡Con fuerza de voluntad -dijo Agilulfo-, y fe en nuestra santa causa!!» (Ed. Bruguera, Barcelona, 1981, pp.

17-18).

«(Ya en otro contexto):- ¡ Oh, bendito seas, blanco caballero!! Pero dinos quién eres, y por qué mantienes

cerrada la celada del yelmo

- Mi nombre está al término de mi viaje, dice Agilulfo» (Ibi, p. 124). «También a ser se aprende» (Ibi, p.

186).

Agilulfo sabe mucho más de lo que pareciera a simple vista: sabe que nadie podrá decir su propio nombre

hasta el final del trayecto porque siempre hay más futuro que pasado ante uno; Agilulfo sabe que el ser

humano es un ser para la muerte (Heidegger) en el sentido en que sólo cuando uno haya muerto se podrá

decir qué la vida ha llevado (el creyente afirmará que sólo Dios podrá conocer el nombre del hombre al final

de la jornada vital de éste). Agilulfo, o la fuerza del querer. La persona se plenifica en querer, y en el saber y

en el poder, y en el esperar: si le falta alguno de estos considerandos, has de esforzarte por contemplar su

afirmación. Sabe de otro modo, pensar con la otra cabeza, querer con otro corazón, esperar con otra tensión…

La persona, o la tensión permanente.

4.1.4. El yo enmascarado

La literatura, como vemos, resulta siempre hermosa para acondicionar y suavizar la reflexión filosófica más

árida. Pero ya sea por hablar demasiadas voces, o por no decir el verdadero nombre, o por querer decirlo y no

saber formularlo, nuestro yo profundo (que no es siempre el del espejo) se nos escapa con mucha frecuencia

cual misterio insondable y es eso lo que queremos decir cuando afirmamos que la persona es un misterio no

reductible a objeto, no objetivable en la medida en que nadie la puede abarcar del todo, ni siquiera uno mismo

puede saberlo todo respecto de sí mismo.

Sí, nos desconciertan muchas de las voces que llevamos dentro de un yo tan complejo como inacabable,

inabarcable, irreductible a la condición de objeto dominable, inobjetable. Tenemos que estar, pues, muy

atentos para no ser sorprendidos por ciertos «personajes» que habitan en el interior de nuestra «persona», y

aunque –como decía Louis Jouvet- «el actor habita el personaje, el comediante es habitado por él», lo cierto

es también que en el ser humano las diferencias entre el actor y el comediante no siempre resultan tan claras,

como nos recuerda Antonio Espina: «Buster Keaton dice en sus Memorias, entre otras cosas interesantes y

con una sinceridad que le honra, que su cara, o digamos la dureza de sus facciones, fue la verdadera causa del

éxito que obtuvo. Antes había ensayado muchos gestos, había querido aprender a reírse, imitar alas

expresiones de otros actores y atraer por los mismos medios la atención del público. Pero no lo conseguía, no

lo lograban que nadie se fijase en él. Hasta que un día que estaba de pésimo humor e indiferente al cuanto le

rodeaba, representó un papel cómico de poca importancia sin molestarse en forzar la natural rigidez de su cara

y, con sólo eso, triunfó plenamente. El público reía a carcajadas, y luego continuó riendo siempre que el actor

aparecía en la pantalla. Buster Keaton había encontrado su máscara. Había encontrado su sello distintivo.

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Siempre ha habido actores que han hecho su suerte aprovechando la comicidad que les deparaba una

condición suya ajena a toda ficción, y aún a espensas de un defecto físico, como la obesidad, un tic nervioso,

una pronunciación rara o incorrecta, etc» (Reflexiones sobre el cine. In «El Genio Cómico». Renuevos de

Cruz y Raya, 1965, pp. 201-202).

Sea como fuere ¿cuál es la relación que establecemos cada uno de nosotros entre nuestro «yo profundo» y los

comportamientos exteriores, sociales que adoptamos según las circunstancias ambientales? A esta pregunta

cada cual debe responder con un examen sincero de su propia conducta, ya sea .para mantener su

comportamiento si lo considera adecuado, ya sea para corregido en su caso, pero de cualquier modo no

podemos dejar de traer a colación estas palabras de Giovanni Papini en su obra Gog, por si más allá de su

exageración evidente nos dicen algo a cada uno de nosotros: «El uso prolongado de una misma máscara -

como demuestra Max Beerbohm en su Happy Hypocrite- acaba por modelar el rostro de carne y transforma

incluso el carácter de quien la lleva. El colérico que lleve durante muchos años una máscara de mansedumbre

y de paz acabará por perder los distintivos fisonómicos de la ira y poco a poco también la predisposición a

enfurecerse. Este punto debería ser profundizado con aplicaciones a la pedagogía, al cultivo artificial del

genio, etc. Un hombre que llevase durante diez años sobre la cara la máscara de Rafael y viviese entre sus

obras maestras, por ejemplo en Roma, se convertiría con facilidad en un gran pintor. ¿Por qué no fundar,

basándose en estos principios, un Instituto para la fabricación de talentos?» (Ed. Plaza Janés, Barcelona,

1974, p. 65).

Persona y persona-je, cara y más-cara: como asegura el refranero, donde menos se piensa salta la liebre, lo

mismo la del Dr. Jekill que la de Mr. Hyde. Y si donde menos se piensa salta la liebre, sobre todo donde

menos se piensa, habrá que estar mucho más atentos, pensar bastante más. Y aún así muchas veces nos ocurre

lo mismo que al Segismundo de «La vida es sueño», el cual no da crédito a la cantidad de cosas que le están

pasando: «¿pero cómo me está pasando esto precisamente a mí, será posible?» Necesitamos pellizcamos para

creer lo que nos está ocurriendo. Nos pasan bastantes cosas que nos sobre-pasan, y hasta lo real nos resulta

inverosímil:

«¡Válgame el cielo, qué veo!

¡Válgame el cielo, qué miro!

Con poco espanto lo admiro,

con mucha duda lo creo.

¿Yo en palacios suntuosos?

¿Yo entre telas y brocados?

¿Yo cercado de criados

tan lucidos y briosos?

¿Yo despertar de dormir

en lecho tan excelente?

¿Yo en medio de tanta gente

que me sirva de vestir?

Decir que es sueño es engaño;

bien sé que despierto estoy

¿Yo segismundo no soy?»

El personaje se autointerroga. ¿Y qué encuentra? A veces encuentra la respuesta a sus preguntas en metáforas,

en imágenes poéticas... o incluso en los mismísimos cuentos de hadas de su infancia, si es que hemos de creer

al poeta alemán Friedrich Schiller cuando escribía: «El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas

que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado» (Die Piccolomini, III, 4).

¿Y qué decir de quienes -sabios y acreditados psicólogos- pretenden hoy persuadimos de que sólo regresando

a la infancia mítica podremos recuperar la imago hominis o imagen de hombre que los sesudos adultos no

descifran? Según Bruno Bettelheim, que da la razón a Schiller, las alegorías contenidas en los cuentos de

hadas expresarían los sustratos profundos de nuestra personalidad, y por eso manifestarían simbólicamente

nuestras pulsiones básicas mejor que las racionalizaciones ulteriores del adulto: «Cuando el sastrecillo del

cuento El sastrecillo valiente de los Hermanos Grimm consigue vencer a dos gigantes enormes haciéndolos

luchar mutuamente ¿no está actuando como el yo débil que enfrenta al ello y al super-yo y que, al neutralizar

sus energías contrarias, consigue un control racional sobre estas fuerzas irracionales?» (Bruno Bettelheim:

Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1990, p. 107).

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El mundo será, pues, en el futuro de los grandes cuentacuentos (que no de los pequeños cuentistas), pues,

como dijera Anthony de Mello, «la distancia más corta entre el hombre y la verdad es un cuento». La clave de

esto podría radicar en lo siguiente:

«¡Válgame el cielo, qué veo!

¡Válgame el cielo, qué miro!

Con poco espanto lo admiro,

con mucha duda lo creo.

¿ y o en palacios suntuosos?

¿ Y o entre telas y brocados?

¿ Yo cercado de criados tan lucidos y briosos?

¿ Yo despertar de dormir en lecho tan excelente?

¿ y o en medio de tanta gente que me sirva de vestir?

Decir que es sueño es engaño;

bien sé que despierto estoy.

¿ yo Segismundo no soy?»

El personaje se autointerroga. ¿Y qué encuentra? A veces encuentra la respuesta a sus preguntas en metáforas,

en imágenes poéticas... o incluso en los mismísimos cuentos de hadas de su infancia, si es que hemos de creer

al poeta alemán Friedrich Schiller cuando escribía: «El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas

que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado» (Die Piccolomini, III, 4).

¿Y qué decir de quienes -sabios y acreditados psicólogos- pretenden hoy persuadimos de que sólo regresando

a la infancia mítica podremos recuperar la imago hominis o imagen de hombre que los sesudos adultos no

descifran? Según Bruno Bettelheim, que da la razón a Schiller, las alegorías contenidas en los cuentos de

hadas expresarían los sustratos profundos de nuestra personalidad, y por eso manifestarían simbólicamente

nuestras pulsiones básicas mejor que las racionalizaciones ulteriores del adulto: «Cuando el sastrecillo del

cuento El sastrecillo valiente de los Hermanos Grimm consigue vencer a dos gigantes enormes haciéndolos

luchar mutuamente ¿no está actuando como el yo débil que enfrenta al ello y al super-yo y que, al neutralizar

sus energías contrarias, consigue un control racional sobre estas fuerzas irracionales?» (Bruno Bettelheim:

Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1990, p. 107).

El mundo será, pues, en el futuro de los grandes cuentacuentos (que no de los pequeños cuentistas), pues,

como dijera Anthony de Mello, «la distancia más corta entre el hombre y la verdad es un cuento». La clave de

esto podría radicar en lo siguiente: «En cierta ocasión se quejaba un discípulo a su maestro: -Siempre nos

cuentas historias, pero nunca nos revelas su significado. El maestro le replicó: -¿Te gustaría que alguien te

ofreciera fruta y la masticara antes de dártela?» (A. de Mello: El canto del pájaro).

Y desde esa perspectiva cada minuto del día supone una prolongación o una reedición del gran libro de

cuentos que uno va rumiando con seriedad mientras escribe su propia historia e intenta aprender de las ajenas

bien narradas, según sugiere A. de Mello: «Le decía un viajero a uno de los discípulos: -He recorrido una

enorme distancia para escuchar al maestro pero sus palabras me han parecido de lo más vulgar. -No debes

escuchar sus palabras. Escucha su mensaje. -¿Y cómo se hace eso? -Toma una de las frases que él diga y

agítala con fuerza hasta que se desprendan todas las palabras. Lo que quede hará que arda tu corazón».

4. 1. 5. El yo mareado

Y no sólo andamos a vueltas con el yo a la manera de Hamlet, o fascinados por nuestra identidad buscada

metafóricamente como en un cuento de hadas, es que además nos cansamos del yo como una quinceañera

cambiándose de ropa a cada rato y siempre descontenta, tal y como se ilustra en esa joya de librito de Raúl

Berzosa Parábolas para una nueva evangelización (Burgos, 1991, pp. 81-82): «Había una vez un cantero que

todos los días se dirigía a la montaña para cortar piedras de la roca. En cierta ocasión hubo de trabajar para un

rico, y quedó prendado de la casa de éste: -Si fuera rico no tendría que cortar piedras toda la jornada, exclamó.

Para su asombro, oyó repentinamente la voz del buen genio: -Tu deseo se cumplirá, serás rico. A la vista de la

sequía de aquel año el picapedrero rico exclamó: -El sol es más poderoso que yo: quisiera ser sol. Convertido

en sol enviaba sus ígneo s rayos hasta que una gruesa nube le eclipsó. -La nube es más potente que el sol:

quiero ser nube. -El picapedrero-nube todo lo dominaba, menos una altiva roca que permanecía indiferente:

- Quiero ser roca, exclamó entonces. Un día un hombrecito llegó hasta la roca y comenzó a demoler su base

- ¿Cómo un picapedrero es más fuerte que una roca? ¡Quiero volver a ser picapedrero!».

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Y así somos nosotros muchas veces, con alma de picadero saltando de deseo, pero sin saber valorar la

voluntad idéntica que subyace a los deseos diferentes en cada caso, y de ahí las tribulaciones de este personaje

de Panini: «Me he dado cuenta de que no podré nunca- nunca, ¿comprenden?-, de que no podré nunca cesar

de ser yo mismo. Quizás no me haya explicado bastante. Veamos: yo quisiera cambiar. Pero cambiar

seriamente -¿comprenden?-, cambiar completamente, enteramente, radicalmente. Ser otro, en síntesis. Ser

otro que no tuviese ninguna relación conmigo, que no tuviera el mínimo punto de contacto, que ni siquiera me

conociese, que nunca me hubiera conocido...No tengo, pues, ninguna gana de no ser, pero sí una desesperada

y prepotente voluntad de ser de otro modo, de ser otro. Y tengo también un desesperado deseo de no ser lo

que soy, porque soy de tal manera que quiero lo que no podré tener nunca. Yo quiero no ser yo, porque sé que

no podré nunca no ser yo....Acuérdate, amigo, de aquél médico que buscaba a la mula mientras la cabalgaba.

Esta noche te pareces a él. Anhelas ser otro. Pero quien tiene un deseo que nadie ha tenido se encuentra ya,

frente a los demás hombres, en el mejor camino para no ser lo que es...» (Giovanni Papini: No quiero más ser

el que soy. En "El espejo que huye". Ed. Siruela, Madrid, 1988, pp. 72 y 77).

4. 1. 6. El yo dividido

Aunque no hace falta ser tan extremadamente tornadizo para tener un yo de tipo «culo inquieto». También

nos parecemos a ese Vizconde Demediado de Halo Calvino que, tras ser partido por un adversario en dos

mitades exactas en un duelo de sable, cada una de las dos partes emprende una existencia separada buscando

al final el reencuentro, que en este caso felizmente se logra (cuando no se logra estamos en la esquizofrenia).

Similar bicondición servía a Freud para caracterizar a la persona, escindida entre dos pulsiones contrapuestas,

la del Ello (gozo, sexualidad, tierra) y la del Súper Yo (ideal, perfección, altura), caballo negro y caballo

blanco que el Yo experimentado y sano debería conducir, reconciliar y dominar con una pierna sobre cada

caballo, si no quería romperse por la mitad y enfermar de esquizofrenia. Ejercicio, en todo caso, harto

complejo, que sólo los más niños saldan con limpia sencillez:

«En cierta ocasión un predicador

preguntó a un grupo de niños: ‘Si

todas las buenas personas fueran

blancas y todas las malas personas

fueran negras, ¿de qué color

seríais vosotros?

La pequeña María respondió: ‘Yo,

reverendo, tendría la piel a rayas’»

(Tony de Mello: El canto del pájaro).

Este yo dividido (este yo pecador), este yo que no se reconcilia consigo y con los demás es, a pesar de todo y

precisamente por ello, un yo dignificable por el amor, única sustancia capaz de recomponer sus grietas y

fracturas, sus quebrantamientos y dolores; el yo que ama está unificado y unifica: para él la totalidad está

presente incluso en sus piezas rotas.

4. 1. 7. El yo reconstruido

¿Quiénes somos? Respuesta difícil, como bien se ve. Quizá por ese motivo muchos jamás se preguntan por

semejante cuestión:

«La mayoría de la gente, como lo muestra la experiencia, oscila entre varios sistemas de valores y, en

consecuencia, nunca se desarrollan como individuos plenamente en una dirección u otra. No tienen ni grandes

virtudes ni grandes vicios. Son, como Ibsen lo ha expresado tan bellamente en su Peer Gynt, semejantes a

monedas cuyo sello se ha borrado: el individuo no tiene yo ni identidad, pero sí miedo de descubrirlo» (Erich

Fromm: La revolución de la esperanza. Ed. Fondo de Cultura Económica, Madrid, 1984, p. 97).

Lo curioso es que, a pesar de sus mil y una contradicciones y de sus desavenencias interiores, el yo busca la

unidad por encima de todo, la superación de la ruptura, de la quiebra, de la dispersión. Y es que la llamada

hacia la unidad (el amor) es más fuerte que el desgarro que introducen las fuerzas de la separación (odio). Por

eso cuando el yo se ha reconstruido, cuando se ha reintegrado, cuando se ha recuperado, todo es ya más fácil,

todo es mejor: «Un padre estaba siendo continuamente molestado por su hijo. Para distraerle coge de un viejo

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atlas un folio donde se encuentra todo el mundo con los Estados y las ciudades a escala muy reducida. Lo

parte en pequeños trocitos y se lo entrega al hijo para que componga aquél puzzle improvisado. -Le llevará

mucho tiempo, piensa el padre. Después de algunos minutos, el niño vuelve con el mundo colocado en su

puesto.-¿Cómo has sido capaz de realizarlo tan deprisa?, pregunta asombrado el padre. -Muy fácil, papá: en el

reverso estaba dibujado un hombre. He reconstruido primero aquel hombre y el mundo se ha ido articulando

por sí mismo» (Raúl Berzosa: Op. Cit. p. 83).

Helo ahí al ser humano, aquél que en su fuero último es el que no es y no es el que es, ese milagro de todos

los milagros a pesar de que a veces se empeñe en opacarse y en eclipsarlo todo. Sea como fuere, hay en el

hombre más cosas dignas de admiración que de desprecio, «el hombre admira todas las cosas, y sin embargo

él, el admirador, es la gran realidad digna de admiración» (San Agustín: Sermón 126,3,4). Sí. Todo y nada,

persona y personaje, cara y máscara, este ser humano resulta ser la imagen viva de la complejidad. Verdadero

misterio (lo cual es mucho más que ser verdadero problema), siempre guarda para sí zonas ocultas, arcón

sorprendente, imagen inmarcesible. Se entienda como se entienda, no hay quien entienda del todo a la

persona, auténtico microcosmos o cosmos en pequeño, antítesis de las bromas de los hermanos Marx cuando

le definieron como un macarrón lleno de bicarbonato, o como un ser vacío al que, tras quitarle la escalera, se

le dice: ¡agárrate a la brocha!

Dos cosmos existen, el macrocosmos de las estrellas y el microcosmos humano, y ambos nos llenan de

admiración cuando los contemplamos. A la persona nadie puede abarcarla, nadie puede ponerle límites, nadie

puede objetivarla, nadie puede juzgarla, es fin en sí (fin en sí, pero no el final de sí misma, final que está en

Dios), y merece respeto. Doxa Theou anthropos, dijo el santo en un rapto de admiración: El hombre es

aquella realidad creada en que Dios expresa su gloria. Imago Dei o imagen de Dios, su dignidad resulta por

ello absoluta.

4. 2. Yo soy tú-y-yo, tú eres yo-y-tú. Tú-y-yo somos nosotros

4.2. l. El «entre» de nuestra relación

Sea yo quien sea, amigo Segismundo, amigo Italo Calvino, amigos todos, en sueño o despierto, o en un estado

intermedio, lo cierto es que es bello saberse persona, y además saberse siéndolo de forma compartida. Nada

de homunculismo, nada de tomar a la persona como una especie animal más.

Somos lo mejor que se puede ser, somos personas; no nacemos cerrados al mundo y a los demás para después

abrimos. Ya en la filosofía griega primero vinieron los filósofos que estudiaron el,-mundo, y sólo más tarde

los que (a partir de Sócrates) practicaron el autoconocimiento, el «conócete a tí mismo». Otro tanto le ocurre a

cada individuo: primero se ve en la madre y en los cuidadores, y sólo más tarde va tomando conciencia de sí.

Nos guste o no, como ha señalado Edmund Husserl, la persona es una realidad intencional, va y viene del tú

al yo y en ese ir y venir permanente ensancha y madura, a pesar de los fracasos que autores como Sartre han

señalado en semejante relacionarse.

Yo no me descubro a mí mismo en nominativo (ego cogito ergo ego sum: yo ser indio que piensa) como

Descartes quiso, y menos aún se llega a ese nominativo por medio de la duda (duda de los sentidos, duda del

sueño, etc). No, la legitimidad y legibilidad del yo no acaece nunca así. La experiencia autorrecognoscitiva

tiene lugar más bien del siguiente modo:

-en primer lugar el niño necesita, pide «<quien no llora no mama»), vive su yo difuso en vocativo como

menesteroso que es. La primera manifestación del yo resulta ser, pues, el llanto. Todos los seres humanos nos

comportamos durante toda nuestra vida como niños, nos pasamos la existencia pidiendo, aunque no nos

atrevamos a hacerlo de forma directa, ya que no sabemos pedir con la ingenuidad del niño-.

-La respuesta al vocativo es el genitivo, el descubrimiento del de dónde me viene el alimento y la caricia, el

conocimiento de la génesis o del origen, el rostro de la madre o de los cuidadores que me nutren, lugar desde

donde se va ganando en conciencia propia. Voy creciendo en el descubrimiento de mí mismo en la medida en

que me van descubriendo a mí mismo, en lo que soy, los cariños ajenos: Amor ergo sum, soy amado luego

existo. Sólo desde la pasividad consigue ir emergiendo mi yo.

-Tras haber tomado conciencia de la bondad del don ajeno para mí, paso yo mismo a la acción donativa, al

amo ergo sum, ejerzo ya mi existencia desde el dativo comprobando que hay tanto gozo en dar amor como en

recibirlo. A pesar de ello, determinadas personas muerden la mano que les alimenta cuando la relación

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originaria no fue buena, o por haberlo decidido así desde su libertad: el mal es el fruto de la libertad

desagradecida y no da la cara; el bien es el fruto de la libertad agradecida y resulta difusivo.

-El dativo maduro tiende a hacerse ablativo, ejercicio del amor con todas las preposiciones, en todo tiempo y

lugar, incluso respecto del que no me corresponde.

-Entonces me descubro precisamente a mi mismo en la plenitud del nominativo. Y, como tal, entonces la

persona da gracias por todo ello prolongando el vocativo en invocativo de alabanza.

En resumen: el vocativo (desde la pobreza o pauperonomía) abre al nominativo de la autonomía, y ésta

agradece al Creador todo (teonomía). Mientras la modernidad que comienza con Renato Descartes se decide

por una imposible autonomía cerrada y hecha a base de un yo clauso, el personalismo se descubre

relacionalmente como pauperonomía autónoma y teónoma.

Sí, somos lo mejor que se puede ser, somos personas; y además somos personas desde el origen siempre en

relación con otras personas. En el principio fue la relación. Los griegos denominaban símbolo a la moneda

partida que sólo recobra unidad cuando las dos mitades se reunen, y nosotros también podemos nombrar

símbolo a la persona, siempre a la búsqueda de la media naranja. La persona, realidad intencional, realidad

cuya esencia consiste en ek-sistir, en tender-a, como enseña la fenomenología. Yo estoy hecho de mis

relaciones (de las felices y aún de las infelices), y por eso cuando de repente cambia totalmente y por sorpresa

el marco relacional en que me había venido moviendo -como te acaba de pasar a ti ahora mismo,

Segismundo- no sabes quién eres: si no sabes dónde estás no sabes cómo eres, ni apenas quién eres, hasta el

punto de que acabas por dudar de ti mismo mientras no sepas bien ante quién y dónde te encuentras (en esto

se basan, por lo demás, ciertas tácticas de lavado de cerebro, muy presentes por ejemplo en las novelas de

Orwell). En ese sentido lleva razón Giovanni Papini cuando en su célebre Gog (p. 146) escribe: «Si desmonto

el Yo pedazo por pedazo encuentro siempre trozos y fragmentos que proceden de fuera; a cada uno podría

ponerle una etiqueta de origen. Esto es de mi madre, esto de mi primer amigo, esto de Emerson, esto de

Rou.sseau o de Stirner. Si realizo a fondo un inventario de las apropiaciones, el Yo se me convierte en una

forma vacía, en una palabra sin contenido propio».

«Tú y yo» es el título de un sugerente libro escrito por el filósofo judío Martin Buber, según el cual tú y yo

somos lo que somos en la profundidad de nuestro ser individual cuando nos encontramos entre tu y yo, en lo

profundo de nuestra relación, lo cual acontece en momentos excepcionales, aunque en el caso de ciertas

relaciones inter-personales semejante plenitud se haga más presente que en la mayoría de las relaciones

vulgares, y en esa órbita podríamos colocar también el canto del nicaragüense Ernesto Cardenal en el suyo –

auténtico prodigio iluminando el universo- titulado Canto Cósmico (ed. Trotta, Madrd, 1993, p. 23)

«La materia son ondas.

¿ y las ondas? Preguntas.

Un yo hacia un tú.

Que busca un tú.

Yesto es por ser palabra todo ser.

Por haber hecho al mundo la palabra podemos comunicamos en el mundo.

-Su palabra y un tambor...

Somos palabra

en un mundo nacido de la palabra

y que existe sólo como hablado.

Un secreto de dos amantes en la noche.

El firmamento lo anuncia como con letras de neón.

Cada noche secreteándose con otra noche.

Las personas son palabras.

Y así uno no es si no es diálogo.

Y así pues todo uno es dos o no es.

Toda persona es para otra persona.

¡Yo no soy yo sino tú eres yo!

Uno es el yo de un tú

o no es nada.

¡Yo no soy yo sino tú eres yo!

Soy Sí. Soy Sí a un tú, a un tú para mí.

Las personas son diálogo, digo,

si no sus palabras no tocarían nada,

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como ondas en el cosmos no captadas por ningún radio,

como comunicaciones a planetas deshabitados,

o gritar en el vacío lunar

o llamar por teléfono a una casa sin nadie.

(La persona sola no existe).

Te repito, mi amor:

Yo soy tú y tú eres yo.

Yo soy: amor»

«Qué carajo.

El Primer Ministro preguntó a Faraday

para qué serviría la electricidad.

La evolución de la materia ha sido hacia la vida

y de la vida al pensamiento

¿y del pensamiento?

Hacia el amor»

(lbi, p. 154)

Desde perspectiva ética también puede decirse que paradójicamente yo soy más yo cuanto más me entrego al

tú, pues sólo se posee quien se da, fecundidad que conocen bien los místicos:

«El maestro dijo al discípulo:

¡Existen cuatro tipos de personas:

El justo que dice: lo que es mío es mío; lo tuyo, tuyo.

El enamorado que exclama: lo que es mío es tuyo; lo tuyo es mío.

El egoísta que piensa: Lo tuyo es mío: lo mío es mío.

El santo que actúa: lo que es mío es tuyo; lo tuyo es tuyo»

(R. Berzosa, Op. cit. p. 84)

En el fondo de todos nuestros movimientos relacionales sólo existen dos opciones, la del amor (es decir, la del

«yo y tú»), y la del desamor (o sea, la del «yo sin ti»). En el libro ¿Qué hace usted después de decir ‘Hola’?

(Ed. Gigalbo, Barcelona, 1993, pp. 106 -107) recuerda Eric Berne que las cuatro posiciones básicas al

respecto son:

a) Yo soy más, tú eres más (actitud positiva ante la vida).

b) Yo soy más, tú eres menos (postura arrogante).

c) Yo soy menos, tú eres más (punto de vista depresivo)

d) Yo soy menos, tú eres menos (disposición derrotista).

Si tenemos en cuenta estas cuatro posiciones con tres elementos, entonces las probabilidades serían

ocho:

a) Yo soy más, tú eres más, tú eres más, ellos son más (amamos a todo el mundo).

b) Yo soy más, tú eres más, ellos son menos (producimos xenofobia).

c) Yo soy más, tú eres menos, ellos son más (menosprecio del próximo).

d) Yo soy más, tú eres menos, ellos son menos (somos totalitarios).

e) Yo soy menos, tú eres más, ellos son más (interiorización del yo).

f) Yo soy menos, tú eres más, ellos son menos (idolatría del líder).

g) Yo soy menos, tú eres menos, ellos son más (exaltación de los extraños).

h) Yo soy menos, tú eres menos, ellos son menos (negativismo cósmico).

El terreno del yo-y-tú se presta más a las relaciones de cercanía, ternura, afectividad, solicitud por el

otro, y se encuentra siempre más próximo hacia la con-versión: «El discípulo: Vengo a ofrecerte mis

servicios. El maestro: Si renuncias a tu yo, el servicio brotará automáticamente».

Renunciar al ego-ismo tiene su parte de aridez y resultaría imposible sin esa progresiva conversión hacia el

otro, como se hace patente entre las personas enamoradas, conforme al relato de Attar de Neishapur:

«El amante llamó a la puerta de su amada.

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'¿Quién es?', preguntó la amada desde

dentro. 'Soy yo', dijo el amante.

'Entonces márchate. En esta casa

no cabemos tú y yo'.

El rechazado amante fuese al desierto,

donde meditó durante meses

considerando las palabras de su amada.

Por fin regresó y volvió a llamar

a la puerta.

'¿Quién es?' ¡¡Soy tú!!

Y la puerta se abrió al instante».

Nunca es igual saber la verdad sobre uno mismo que tener que escucharla por otro. Yo soy el tú de tu yo, tú

eres el yo de mi tú: parece que estamos asistiendo a la declaración de dos enamorados, y cuando dos

enamorados se enrollan ya se sabe, se vuelven locos: lo mismo les da decir que hay la mar de gente que la

gente de mar. Pero se trata de una «locura» con fundamento, porque nuestro yo está lleno de muchos «tú».

Porque no estamos solos. Ni lo estuvimos, ni lo estamos, ni lo estaremos. Hemos surgido al yo de nosotros

mismos desde la voz profunda con que nos llamaron nuestros primeros prójimos. Han abierto nuestros oídos

las voces de otras personas alrededor de nuestra infancia, y nuestras percepciones los primeros tactos de los

brazos que nos mecieron:

«somos todos de consuno,

y en la piña que formamos

yo soy nos-otro y nos-uno»

¡Y esto lo firma Unam-uno!

4. 2. 2. La sonora soledad relacionada

Así escribía don Miguel de Unam-uno o, permítasenos la licencia basada en su propia tesis, don Miguel de

Unam-nuestro, hombre de profundas y quijotescas soledades como la del ciprés de Silos:

«Enhiesto surtidor de sombra y sueño

que acongojas al cielo con tu lanza,

chorro que a las estrellas casi alcanza

devanada a sí mismo en loco empeño.

Mástil de soledad, prodigio isleño...»

Y aunque la más dura soledad nos acompañe a veces en algunos tramos de nuestra vida, llevamos pese a ello

sobre nuestras frágiles espaldas la memoria de toda la humanidad, la lectura de todos los libros, los recuerdos

de todas las experiencias, cargadas siempre de luces y de sonidos de prójimo. Por eso incluso aquél que se

afirma en su soledad se afirma en su soledad dialogada ante el laberinto del mundo:

«Sólo mi humilde barquilla

ante el piélago profundo

descansa sobre su quilla,

mirando desde la orilla

el laberinto del mundo.

Nada era, nada soy:

a mi nulidad me atengo;

y lo mismo ayer que hoy,

a mis soledades voy,

de mis soledades vengo»

Y esto vale excepcionalmente para las personas de mayor altura vital, como recuerda don José Ortega y

Gasset: «La oposición entre egoísmo y altruísmo pierde sentido referida al gran hombre, porque su «yo» está

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lleno hasta los bordes con «lo otro»: su ego es un alter -la obra. Preocuparse de sí mismo es preocuparse del

Universo» (Mirabeau o el político. In Obras, III. Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1966, p. 610).

4. 2. 3. La soledad dañina

Existe desgraciadamente, y en abundancia creciente, otra soledad que es la que nos deshace, pues si la

relación nos hace, la carencia de relación por el contrario nos des-hace, nos infernaliza en la medida en

que nos encierra en nuestro propio caparazón sin ventanas.

Pero, como se ha dicho muchas veces, estar relacionado no siempre es lo mismo que estar rodeado. En efecto,

en una gran ciudad anónima, pongamos por ejemplo México D. F., con sus veinte millones de habitantes,

puede uno encontrarse más solo que nadie si no conoce a ningún alma.

Otras veces la mala soledad nos devasta cuando lo que fue compañía relacional se momifica y acartona en

forma de cercanía mostrenca, de modo que teniendo al otro al lado no sabes cómo entrar en relación

verdadera con él, pudiéndose decir de esa circunstancia lo que Calderón de Madrid en una de sus comedias: .

«Está una pared de aquí

de la otra más distante

que Valladolid de Gante ».

Obviamente los interesados en una vida personalista y comunitaria habrán de intentar superar esa

incomunicación. Desde perspectiva humanista, lo que no se comunica muere. Piense cada cual, pues, si no

está contribuyendo a que el otro muera cuando me cierro a él. Piense cada cual en las omisiones, en las no –

relaciones que hubiera podido ser y que no fueron por su parte, y recuerde –si le place- que, según el rito

egipcíaco de los muertos, cuando el doble abandona el cadáver y tiene que hacer la gran definición de sí

mismo ante los jueces de ultratumba, se confiesa al revés, es decir, enumera los pecados de omisión, los que

delata el desinterés por el otro:

«En el meeting de la Humanidad

millones de hombres gritan lo mismo:

¡¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo!!

¡¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo!!

¡¡Cu, cu, cantaba la rana;

cu, cu, debajo del agua!!

¡¡Qué monótona es la rana humana!!

¡¡Qué monótono es el hombre mono!!

¡¡Yo, yo, yo, yo, yo, yo!!

y luego: A mí, para mí;

en mi opinión, a mi entender.

¡¡Mi, mi, mi, mi!!

y en francés hay un ¡¡'Moi'!!

¡¡Oh, el 'Moi' francés, ése sí que es grande!!

¡¡Monsieur le Moi!!

La rana es mejor.

¡¡CU, cu, cu, cu!!

Sólo los que aman saben decir ¡¡Tú!!»

(Jacinto Benavente)

4. 3. Porque yo soy un yo-tú o un tú-yo, heme aquí tan irrepetible, tan único

Cuanto más relacionado, tanto más yo mismo, y cuanto más yo mismo tanto más irrepetible e irreemplazable:

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«Cuando el Demonio preguntó a San Andrés -según la narración de Vorágine- qué era lo más admirable que

Dios había hecho en un espacio más pequeño, respondió el bienaventurado: 'La variedad y la excelencia de

los rostros; porque entre tantos hombres como han existido desde la creación del mundo, y los que existirán

hasta la consumación de los siglos, no encontraréis dos rostros que presenten una semejanza perfecta'. Si esto

puede decirse con una ingenua e irrefutable verdad de los rostros, con mayor razón podría afirmarse de los

espíritus. El hombre es irrepetible: cada uno de nosotros resulta ser un ejemplar único. No existen dos que

'superpuestos' puedan coincidir, como ocurre, según dicen, con las hojas del árbol. 'Único' es la palabra

adecuada. Todos somos únicos. En mayor o menor grado, cada cual se siente distinto de los demás. La

conciencia de ser únicos nos parece consustancial al hombre, casi una condición de humanidad, la pura y

estricta condición humana» (Joan Fuster: Las originalidades. Renuevos de Cruz y Raya, Madrid, 1964, p. 40-

41).

Esto es precisamente lo que los griegos y romanos querían subrayar de la persona: su condición de sustancia

individual (no dividida en sí misma, y distinta de todo otro: «indivisum in se et divisum a quolibet alio») de

carácter racional (Boecio). Por decirlo de otro modo: a pesar de todas las diversidades y pluralidades que

encontremos a lo largo de nuestra vida en nuestro complejo yo, a pesar de todo ello, cada uno de nosotros es

un yo que se maneja a sí mismo, que se autogobierna, que decide sobre sí, que se dirige a sí mismo, y que

todo eso lo hace sabiéndose quién para hacerlo, sabiéndose alguien distinto de todos los demás, e

irreemplazable por ellos. No somos algo ni nada (oudenología), sino alguien. Cuando usted sospecha ante una

realidad ignota no pregunta «¿hay algo ahí?», sino «¿hay alguien ahí?».

4. 4. Por idéntico motivo, heme aquí tan comunitario

Pero a mayor reconocimiento de la individualidad e independencia, tanto más de su «yo-y-tuicidad», de su

carácter relacional y comunitario. Por eso el personalismo es y sólo puede ser a la par individual y

comunitario: de esto justamente se trata en el personalismo comunitario, en donde valiendo todos

máximamente, nadie vale más que nadie y por consiguiente no rige la ley del embudo. Atendamos a este

respecto a la Fábula de La leona y la Osa que nos relata La Fontaine en el siglo XVII para cerciorarnos un

poco más: «Había perdido una leona a su cachorro; se lo había robado un cazador. La infeliz madre lanzaba

tales rugidos, que retumbaban todas las selvas del contorno. La noche, con su oscuridad y su silencio, no

detenía los alaridos de la reina de los bosques. Ninguno de los animales que vivían cerca podía conciliar el

sueño. Por fin la osa le dijo a la leona:

- Comadre, una palabrita tan sólo: todos los hijos que han caído en vuestras fauces ¿no tenían también padre y

madre?

- Sí, los tenían.

- Pues si es así, y nadie nos ha quebrado la cabeza por su muerte, si tantas madres han callado ¿por qué no

calláis también?

- ¡Callar yo, desdichada de mí! ¡Yo que he perdido a mi hijo!».

En el extremo opuesto, tampoco hemos de dar crédito a quienes entienden lo comunitario como lo masivo-

anónimo, lo cual pone de relieve la des-personalización atentatoria contra lo que nosotros proponemos, y que

suele constituir el núcleo de todos los movimientos totalitarios. Hitler mismo, dándose cuenta de que las

condiciones masificadoras dan origen al anhelo de sumisión, nos proporciona una descripción clara del estado

de ánimo de un individuo que concurre a un mitin de masas:

«El mitin de masas es necesario, al menos para que el individuo, que al adherirse a un nuevo movimiento se

siente solo y puede ser presa fácil del miedo de sentirse aislado, adquiera por primera vez la visión de una

comunidad más grande, es decir, de algo que en muchos produce un efecto fortificante y alentador... Si sale

por primera vez de su pequeño taller o de la gran empresa en la que se siente tan pequeño para ir al mitin de

masas y allí sentirse circundado por miles y miles de personas que poseen las mismas convicciones, él mismo

deberá sucumbir a la influencia mágica de lo que llamamos sugestión de la masa» (Mi lucha).

Y será entonces cuando el individuo sin libertad hará imposible la libertad de los demás, inflando el pecho

irracionalmente tras el toque de la cometa y el flamear de la bandera, por el mero hecho de que otros tantos

como él hacen lo mismo, según señalara Eric Fromm en su conocido escrito El miedo a la libertad.

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PERSONA Y

ACCIÓN LIBRE

Pues bien, ya hemos escrito lo suficiente para hacemos una idea somera de la complejidad del ser personal y

de su eminente dignidad. ¿Y ahora qué?, se preguntará con toda razón alguno de los lectores, porque los

filósofos mucho hablar peor poco hacer, pero como no apliquen sus conocimientos a la realidad de nada nos

sirven...

Verdaderamente. Aunque el esfuerzo de conocer tampoco se lo deba ahorrar nadie que aspire a actuar

seriamente. El filósofo a su acción, y el activo a su reflexión: lo fácil sería que cada mochuelo fuese a su olivo

exclusivamente, y cada bobo a su rincón. Y como aquí estamos tratando de la reflexión teórica, reconocemos

con gusto que el hacer sigue al ser (operari sequitur esse), y que la filosofía o la teoría que no se encarna tiene

muy escaso valor. El pensador debe, pues, disponerse a demostrar que es capaz de acción. ¿Cómo?

¡Haciendo! ¿De qué otro modo podríamos saber que la comida está buena?

Sí, hay que hacer, hacer todo lo humanamente posible por la defensa de la libertad compleja del ser humano,

y por su dignidad concreta; somos (todos lo experimentamos en nuestras vidas) un «poder-llegar-a-ser-

continuamente-de-otro-modo», y no un «tener-que-ser-así-de-una-vez-y-no-de-otro-modo», por lo cual no nos

vale nada en absoluto este Homicida Inocente de que nos habla Papini en su obra «Gog», el cual, por miedo a

la acción que no le resulta favorable durante su vida, termina por reducirse a la condición de un personaje

inactivo hipocondríaco, pusilánime, y escrupuloso. Al relatar su historia queremos a la vez decir que si la

acción es mala debe corregirse en la acción, pero no en el abandono de toda acción. Y, sin más, demos paso al

relato, un poco largo esta vez (relato, por cierto, que hallará su complemento en la obra de Stephan Zweig

«Los ojos del hermano eterno»): «Mi padre poseía un negocio de armería y, de muchacho, me tenía con él.

Pronto pude comprender que muchos de los que venían a comprar se mataban o mataban a la mujer o al

enemigo. Se despertó en mi alma tal horror hacia el comercio de mi padre, que decidí estudiar medicina. De

este modo podría ser un contrapeso al mal. Mi padre vende la muerte, pensaba para mí mismo; yo venderé la

vida y combatiré la muerte. Apenas licenciado, comencé a ejercer mi arte. Al principio mis clientes eran

pocos, pero estaban satisfechos de mí. Ninguno de mis enfermos moría; es verdad que se trataba siempre de

enfermedades ligeras. Poco a poco mi sensatez médica me proporcionó una vasta y escogida clientela. Y

entonces comenzaron los desastres. Un muerto, dos, tres, cuatro muertos en un año. Examinando

escrupulosamente después del fallecimiento mis diagnósticos y las curas ordenadas, me convencí de que, al

menos en la mitad de los casos, la culpa del fallecimiento era mía. Mis colegas, al escuchar mis confidencias,

se reían de mí. Pero yo no me podía reír. Y como los fallecimientos continuaban a pesar de todo e incluso

aumentaban, decidí abandonar la profesión y cambiar de ciudad. Me fué fácil, habiendo estudiado medicina,

obtener una patente de farmacéutico y abrí una buena farmacia en Oklahoma. De este modo, pensaba,

cooperaré también yo a la batalla contra el mal de la muerte, pero sin una responsabilidad directa. No había

pasado un año cuando ya me había dado cuenta de haber caído en una nueva trampa. Un muchacho tragó por

descuido una pastilla vendida por mí, una señora se suicidó con el producto que había comprado en mi botica,

una mujer envenenó a su marido. Tuve que persuadirme de que también los farmacéuticos se hallan expuestos

al peligro de ser cómplices con la muerte a domicilio. Medité largamente sobre la decisión de una nueva

profesión y me persuadí de que la más inocente era la de soldado. Parecerá una paradoja, pero fue el fruto de

una larga meditación. En aquel tiempo ningún país se hallaba en guerra ni había ninguna probabilidad de que

nuestra paz fuese perturbada. Pero apenas acababa de alistarme cuando estalló la guerra europea. La guerra de

trincheras me entristeció mucho, pero me consolaba con el pensamiento de que el homicidio era colectivo, y

de que los muertos eran enemigos de la humanidad. Un día sin embargo en 1918 fui llamado para formar

parte de un pelotón de ejecución. Se debía fusilar a un desertor. Pero no podía zafarme de aquel deber ni

tampoco disparar al aire, pues un oficial vigilaba nuestros fusiles. Y una vez más fui cómplice de homicidio.

Apenas terminada la guerra me licencié. Vendí inmediatamente el negocio de la armería, pero lo que obtuve

no me bastaba para vivir sin trabajar. Con la esperanza de aumentar mi peculio y de hacerme independiente

especulé en Bolsa y en seis meses, por no ser práctico en negocios, perdí hasta el último dólar. Me puse en

busca de una nueva ocupación y tuve que aceptar, obligado por el hambre, un puesto de chofer. Cuando era

médico había poseído un automóvil y sabía conducir bastante bien. Por algún tiempo viví tranquilo, pero

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finalmente no puede escapar a mi terrible destino. Una noche en una carretera mal alumbrada atropellé y maté

a una pobre anciana. Fui encarcelado y apenas puesto en libertad -aunque el amo quería volver a ocuparme-

me despedí. Me hallaba otra vez sin pan ni trabajo. Acosado por la desesperación me ofrecí como aviador a

una fábrica de aeroplanos. En el cielo, pensaba, los atropellos son casi imposibles y el peligro es mayor para

mí que para los demás. En poco tiempo llegué a ser un hábil y atrevido piloto. Pero hace veinte meses,

durante un vuelo de prueba con dos pasajeros a bordo, una falsa maniobra debida a una distracción mía hizo

precipitar el aparato desde seiscientos metros de altura, pero los dos infelices que se hallaban conmigo

murieron, y por culpa mía. He cumplido mi pena y me hallo otra vez hambriento. Pero he decidido

firmemente no elegir ningún otro oficio, ningún arte, ninguna profesión. No quiero ser homicida ni cómplice

de homicidios. La única esperanza es huir de toda responsabilidad, es decir, el ocio».

Pero no. Nada de abatimiento, nada de declinación, porque -lo sabía el poeta de Orihuela- el hombre

no reposa: quien reposa es su traje bajo cuyas ropas se mueve un aliento. Por lo demás, sabido es que la

libertad y la acción se besan, pues ¿qué podría valer una acción sin libertad, un activismo esclavo? Así que

valga esta parábola del hombre de las manos atadas para recordado: “Érase un hombre como todos los demás,

un hombre normal. Una noche, mientras dormía, le ataron las manos, sólo las manos. Luego le dijeron que así

era mejor, pues unas manos atadas no podrían hacer nada malo (aunque, claro, tampoco nada bueno). Se

fueron luego y dejaron un guardián a la puerta para que nadie, ni él mismo, pudiera desatarle las manos. Al

principio aquel hombre se desesperaba, y por todos los medios buscaba zafarse de sus ligaduras; ante la

inutilidad de sus esfuerzos intentó poco a poco acomodarse a la situación. Un día hasta consiguió atar sus

propios zapatos; otro encender un cigarrillo, y así sucesivamente, hasta comenzar a olvidarse de sus ataduras,

a la par que el guardián le comunicaba día a día las cosas negativas que hacían quienes tenían las manos libres

(se olvidaba de contarle las cosas buenas). Pasaron años, muchos años, y aquel hombre llegó finalmente a

acostumbrarse a vivir con sus manos atadas, e incluso llegó a autoconvencerse de que era mejor así. Un día

sus amigos lograron desarmar al guardián y le desataron las manos. Pero, oh infortunio, llegaron demasiado

tarde porque las manos de aquel hombre habían quedado ya atrofiadas para el resto de sus días» (Berzosa: Op.

cit. pp. 86-97). Y es que sin la acción en libertad el pájaro enjaulado ya no sabe salir de la prisión.

ESTATUTOS DEL SER HUMANO INTEGRAL:

UNA APUESTA DE FUTURO MEJOR

En suma, el ser humano: libertad compleja, indefinible, indelimitable, inabarcable. El ser humano: dignidad

afirmada. El ser humano, la luz: «Cuando, de pequeños o de mayores, se nos dice que la gente es egoísta, que

la gente es cruel, que la vida es una lucha sin cuartel, cuando se nos pintan escenas desagradables, estamos

sufriendo un condicionamiento de nuestro subconsciente para desconfiar durante toda la vida de los demás y

también de nosotros mismos; estamos incapacitándonos para comprender, para sintonizar, para abrimos, para

comunicar con nadie. Podemos decir que nuestra vida actual, en todo lo que tiene de limitación subjetiva, de

conflicto interior, es el esultado de todas las sugestiones negativas que están actuando en nosotros de un modo

negativo, frustrante, durante toda la vida.

Nosotros estamos constituidos básicamente de una energía positiva, estamos hechos de energía vital, de

inteligencia, de afecto. Esta energía, inteligencia y afecto crecen, se desarrollan, se combinan con los datos

que nos vienen del exterior, con las ideas, con las experiencias. Es aquí cuando pueden ir adoptando unas

formas más o menos negativas» (Antonio Blay: Tensión, miedo y liberación interior. Ed. Cymys, Barcelona,

1972, p. 107).

Así las cosas, aunque en la realidad, y a veces en nosotros mismos, no aparezcan tan claros esos signos de

optimismo, hemos de trabajar por presencializarlos. He aquí, pues, algunos de los artículos y reales decretos

que han sido postulados para siempre -después de haber trabajado desde siempre en pro de ellos- en favor del

hombre según Thiago de Melo, poeta brasileño de la Amazonia exiliado en Chile. Nada mejor que

comentarlos viendo las dificultades para que dichos estatutos del ser humano se cumplan, y las posibilidades

que tenemos de acercarnos a ellos lo más posible, tanto a nivel individual como institucional. Ponte a trabajar,

y escucha:

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a. Ha sido decretado que desde ahora la vida es válida, que desde ahora ya la verdad es válida y que,

dándonos la mano, vamos a trabajar todos por una vida verdadera.

b. Queda decretado que todos los días de la semana, incluidos los martes más grises, tienen derecho a

convertirse en mañana de domingo.

c. Queda establecido a partir de esta fecha que haya soles en todas las ventanas, que el sol tenga

derecho a entrar en todas las sombras y que las ventanas permanezcan todo el día abiertas al verde

donde crece la esperanza.

d. Queda decretado que el ser humano no tenga ya nunca más necesidad de desconfiar del ser humano.

Que el ser humano tenga confianza en el ser humano como la palmera confía en el viento, como el

viento confía en el aire y como el aire confía en el azulado campo del cielo. El ser humano confiará

en el Ser Humano como el niño confía en otro niño.

e. Queda ordenado que no sea necesario nunca utilizar la coraza del silencio ni la armadura de las

palabras. El ser humano se sentará a la mesa con una mirada clara porque la verdad será servida

antes de los postres.

f. Por diez siglos queda establecida la práctica soñada por el profeta Isaías: el lobo y el cordero podrán

pastar juntos y el alimento de ambos tendrá el mismo gusto de antes.

g. Por decreto irrevocable se establece el reino permanente de la justicia y de la caridad, y la alegría

será el emblema generoso desplegado para siempre en el alma del pueblo.

h. Queda decretado que el mayor dolor fue siempre, y siempre lo será, el que el amor no pueda ser

entregado a quien se ama, y el saber que es el agua la que da a la planta el milagro de la flor.

i. Queda permitido que el pan de cada día sea para el ser humano el signo de su sudor, pero sobre todo

que tenga siempre el cálido sabor de la ternura.

j. Le es permitido a toda persona vestirse de blanco a cualquier hora del día. Queda decretado por

definición que el ser humano sea un animal que ama y que precisamente por esto, es hermoso,

mucho más hermoso que la estrella de la mañana.

k. Sólo una cosa queda prohibida: amar sin amor.

l. Se decreta que el dinero no pueda ya jamás comprar el sol de las mañanas futuras. Expulsado del

gran cofre del miedo, el dinero se transformará en una espada fraterna para proteger el derecho a

cantar y la fiesta del día de mañana.

m. Queda prohibido el emplear la palabra libertad: será suprimida de los diccionarios y de los huecos

engañosos de las bocas. A partir de este momento la libertad será algo vivo y transparente, como un

fuego o un río, o como la semilla de trigo y tendrá siempre por morada el corazón humano.

Y para que estos decretos no se queden en golpes de real decreto, hay que movedos, caminados, haciendo

caso al poeta Ernesto Cardenal:

«Los cuerpos celestes

y los nuestros.

'Estrellas caminantes' - Los caldeos (Alas no fijas).

En griego caminante es planetes, así que

habitamos una estrella caminante.

Los hombres que formamos el Hombre

o mejor dicho formaremos».

En resumen: llamada a lo mejor, la persona es un presente futurizo, puede crecer si sabe asumir, y para eso ha

de reconocerse en la historia, tanto en la suya individual, como en su devenir comunitario e histórico, en la

historia social que construye con los demás.

BIBLIOGRAFÍA

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II

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LA MEMORIA

HISTÓRICA

AETAS

DECREPITA

1. 1. ¿Por qué la historia, cuando se trata de la persona?

La persona es un ser comunitario, pero esa dimensión comunitaria que le es propia se encuentra dotada a su

vez de carácter histórico, porque los seres humanos no solamente viven a lo largo del tiempo, sino que

además nosotros mismos, los humanos, somos tiempo, y el tiempo que somos se llama historia. Por su virtud,

no hace falta renunciar al pasado para entrar en el porvenir.

Somos una especie relativamente joven, aunque tengamos una larga historia; en todo caso, y en lo que se

refiere a nuestra más inmediata actualidad, hace poco que somos como somos:

«Se ha calculado que, si se toman cincuenta mil años de la historia de la humanidad y los setenta y dos como

índice medio de la vida del hombre, ahora nos encontramos en la vida humana número 800, de las cuales 650

la humanidad las ha pasado en las cavernas; sólo hace 70 que existe comunicación entre generaciones a través

de la palabra escrita; sólo séis, palabra impresa al alcance de las masas; sólo cuatro, exactos cómputos de

tiempo, y sólo dos motor eléctrico. Ahora bien, la mayor parte de los bienes actuales de consumo han sido

descubiertos y desarrollados en la presente vida humana, la número 800, de suerte que la revolución de la

presente edad bien puede considerarse como la segunda gran cesura de la historia de la humanidad tras

aquella primera de los inicios de la edad de piedra, esto es, tras la invención de la agricultura y el paso del

barbarismo a la civilización» (Hans Küng: Ser cristiano. Ed. Cristiandad, Madrid, 1977, p. 37).

Ahora bien, muchas de las actuales personas parecen no querer saber nada de sus antepasados, y actúan como

si la historia hubiera comenzado esta misma mañana con ellos, en su desayuno. Desarrollan su existencia en

un mundo inmediatista, en el que cada cual va habitualmente a lo suyo, sólo a lo suyo, hasta el punto de llegar

a pensar que la única historia que existe es la suya propia, lo cual pone de relieve una nueva manifestación del

individualismo, en este caso una nueva manifestación del individualismo histórico. Semejante desapego

respecto de la historia común de la humanidad parece más grande sobre todo entre las gentes menos

cultivadas y por eso mismo más fácilmente manipulables y volubles, pues entre ellas suelen escucharse

afirmaciones como: «¡ ¡Oye, colega, no te enrolles con historias del pasado!!

¡¡Venga, tío, no me cuentes cuentos pasados de moda!! ¡¡Vale, no me aburras con las batallitas de los

abuelos!!».

Y es que la táctica de las fuerzas del mal es habitualmente la desunión: «Divide y vencerás» dice el mal,

frente al cual el lema del bien es: «Todos para uno, uno para todos». Las fuerzas del mal, al producir la

separación entre las personas, pretenden debilitar su potencia de acción comunitaria, cuando justamente si la

historia puede ser algo es esa capacidad de acción y de creación depositada en el común.

Como se comprenderá, y frente a las fuerzas del mal, cuando nosotros decimos que hay que mirar hacia el

pasado no estamos por la labor de curiosear superficialmente el ayer, a riesgo de quedar convertidos en una

estatua de sal, sino por aprovechar la profundidad de la mirada, el fondo de ojo que hace más viva la

brillantez y la claridad de nuestra propia percepción óptica respecto de nosotros mismos y también abre

camino para allanar el futuro de nuestros descendientes. Pues la historia -podríamos decir también- son

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nuestros propios ojos mirando hacia atrás primero, y hacia adelante después de haber visto los ojos de

nuestros antepasados. La historia: nuestra pupila en la pupila de nuestros mayores, diríamos románticamente

con Gustavo Adolfo Becquer.

1. 2. El miedo al catastrofismo histórico

Sea como fuere, lo que salta a la vista de cualquier mirada histórica es que cuanto más se reivindica la

dignidad de la persona, tanto más se percibe en la calle la indignidad con que se la trata, se la manipula, se la

degrada, se la cosifica, se la destruye, sobre todo si pertenece a los estratos poblacionales más bajos.

A semejante situación no se ha llegado en un día, ni es la primera vez en la historia de la humanidad en que

tal situación se produce. Basta con echar una mirada hacia atrás para ver que en dicha historia han abundado

las épocas en donde el ser humano pareció no poder caer más bajo, épocas que comenzaron ya en el origen de

los tiempos remotos con nuestros primeros padres cuando en el jardín del Edén Adán y Eva alzaron su mano

prensil originando el primer pecado. Desde entonces, edad tras edad, la imagen del pecado de Sodoma y

Gomorra ha vuelto al proscenio cual inextirpable germen recidivante, por lo que serían muchos los que a

finales de este nuestro primer bimilenio cristiano afirmarían lo mismo que Rogelio Bacon en el siglo XIII, a

saber, aquello de «hay más pecados ahora que en tiempos anteriores, y la corrupción es infinita por doquier».

En resumen, un cierto catastrofismo, una conciencia de aetas decrepita o edad decadente le es de algún modo

consustancial a muchas generaciones, y entre ellas a la nuestra.

A esa actitud trémola le corresponde siempre un regresismo, una añoranza por el regreso, una vuelta a la edad

de oro de ayer, al pasado, al mundo del viejo régimen, como se decía en Francia con nostalgia de las pelucas

empolvadas, de las brillantes cortes europeas, del amor galante, de la música de Haydn y de Mozart, del

neoclasicismo, en definitiva de aquel tiempo que Talleyrand evocaba así: «Quien no ha conocido el viejo

régimen no sabe lo que es el goce de vivir». En ese contexto restauracionista el propio Goethe teme en su

época por la corte de su duque de Weimar, de quien es medio consejero, medio chambelán, y -como nos

recuerda A. Espina- mira hacia atrás, hacia los saloncitos dorados con chimenea, candelabros, grandes espejos

y tapices, donde damas y caballeros filosofaban apaciblemente mientras cultivaban la galantería, hasta el

punto de que espantado por la Revolución Francesa acuña esta célebre frase: «Prefiero la injusticia al

desorden», y Heine esta otra: «Soy un ruiseñor germánico anidado en la peluca de Voltaire».

Todo estriba en saber hasta qué punto y con qué razón se queja cada época de sus alifafes o dolencias.

Probablemente no resulte nada fácil discernir dónde queda lo mejor y dónde lo peor en la historia, pues lo que

a uno le parece bueno a otros regular y a los terceros peor; a lo que cada juez está obligado, así las cosas, es a

dar razón de su parecer, yeso es justamente lo que también debemos hacer nosotros mismos. Vayamos a ello.

LOS TRES CAMINOS

DE LA HISTORIA

2.1. Abraham, Héroe Rojo, Narciso

Nuestro punto de vista, así las cosas, que no quiere ser pesimista ni catastrofista porque cree en que “a

grandes males, grandes remedios”, dice lisa y llanamente que la humanidad parece haber ido perdiendo

dimensiones a lo largo de sus tres estadios o etapas, y ello del modo siguiente:

- el primer estadio en la historia de la humanidad tuvo un carácter teocéntrico, y puede ser ejemplificado

en la figura del hombre santo (Abraham)

- el segundo estadio fue antro – teocéntrico, y encuentra su culminación en el 1789 primero y en el 1917

después con la figura del héroe (Prometeo, Agamenón, Héroe Rojo)

- el tercer estadio de antropocéntrico, y logra su punto cenital en el 1989, situándose bajo la figura de

gozador (Narciso, don Juan)

2

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Si el paso de Abraham (ejemplo de persona santa) al Héroe Rojo (ejemplo de modelo social) conlleva el

olvido de Dios, o sea, la pérdida de la dimensión teológica y la puesta en su lugar del interés por la dimensión

sociológica y por la revolución popular, el paso del Héroe Rojo a Narciso (ególatra) significa por último la

pérdida de la dimensión sociológica misma, de modo y manera que en el estadio de Narciso sólo queda ya su

dedicación y su reducción a lo meramente ecológico, con el subsiguiente desinterés total respecto de las

dimensiones comunitarias e históricas. Vamos a ampliar, siquiera brevemente, este esquema que acabamos de

adelantar.

2.1 .Bajo el signo de Abraham, el religioso

2.2.1.La cercanía de la fe

Abraham recibe la llamada de Dios que le invita a dejarlo todo para seguirle y para dar a conocer su nombre:

“Yahvéh dijo a Abraham: ‘Vete de tu tierra, y de tu patria, y de la casa de tu padre, a la tierra que yo te

mostraré. De ti hará una nación grande y te bendeciré. Engrandeceré tu nombre, que servirá de bendición’”

(Gn. 12,1).Y Abram es fiel y hace prontamente lo que Yahvéh le dice, porque los creyentes cuando Dios les

habla siempre responden sí, fiat, hágase en mí según tu palabra. Por eso Abram volvió a decir que sí cuando

Yahvéh le habló de nuevo y le pidió nada menos que el sacrificio de su propio hijo Isaac: “Toma a tu hijo, a

tu único, al que amas, Isaac, vete al país de Moria y ofrécele allí en holocausto en uno de los montes, el que

yo te diga” (Gn 22,1). Y de nuevo Abram obedeció a la orden de Yahvéh, que le solicitaba que se fiase

totalmente de Él haciendo lo que le pedía. Y como Abram se fió de Yahvéh todo el salió bien, pues no tuvo al

fin que sacrificar a su propio hijo. De manera que, a partir de ese acto de obediencia básica y fundamental,

Abram comenzó a llamarse Abraham, que quiere decir “padre de los creyentes”. Por eso no sólo los católicos

y los protestantes, sino también los musulmanes y los judíos le tienen como patriarca o padre de la fe en Dios.

2.2.2. Tres dimensiones del hombre abrahámico

Así pues, en Abraham hay tres planos o dimensiones, los tres ensamblados entre sí muy fuertemente.

- Arriba, el plano de Dios: Es Dios quien se manifiesta desde lo alto, desde la majestad y la gloria.

- Abajo, en lo profundo, la propia conciencia, que es la que responde con un sí.

- Y entre ambas el plano del pueblo, de la comunidad, que a través del plano de la conciencia recibe la

llamada que viene de lo alto.

Abraham tiene, por tanto, tres dimensiones: Dios – conciencia – pueblo, y por eso es padre de los creyentes.

Este hombre theo – eco – político pone su centro en su theos (Dios), que lo es todo, a la vez su oikós, su eco

(su casa, su habitat) y su polis (su espacio comunitario, popular, sociopolítico). Estamos de este modo ante el

modelo de la persona que ha perdurado a lo largo de los siglos, aunque poco a poco este modelo se haya ido

convirtiendo, en occidente, en más minoritario.

2.2.3.El silencio del hombre profundo

El movimiento radical de la fe de Abraham es respuesta a la petición de Dios: actuar con prontitud, y guardar

silencio. Desde entonces, cuando el creyente responde sí a la petición de Dios y se entrega

incondicionalmente da un paso de gigante en su vida, tan grande que a su lado se empequeñece el contrario,

se hace pequeñito el relato de ese paso que ha dado. Puesto lo propio de la persona de fe es hacer mucho, pero

decir poco, al revés de lo que habitualmente suele ocurrir en sociedad, donde se dice mucho y se hace poco o

nada, o se hace precisamente lo contrario de lo que se dice. El instrumento más eficaz del creyente no es la

palabra, sino los hechos.

Naturalmente la palabra también es necesaria en ocasiones, pero hoy por hoy se encuentra tan gastada y goza

de tan poco crédito, que la gente no le concede apenas verdadera audiencia. Por lo demás ¿no resulta siempre

-y especialmente hoy- un poco escandaloso el comportamiento del creyente auténtico? No le creeríamos si no

viésemos su comportamiento.

2.2.4. Cuando la fe quiere ser convertida en ciencia

Page 37: DIAZ HERNANDEZ, Carlos, Manifiesto Para Los Humildes, Valencia, 1993, OCR

37

Pero una cosa es Abraham y otra cosa son a veces los administradores de la fe de Abraham, que se empeñaron

en reducir la conciencia de Abraham a ciencia rigurosa, hasta el extremo de obstinarse en afirmar que el sol

giraba en torno a la tierra, y que esto pertenecía al ámbito de las verdades de fe, como se muestra en el

tristemente célebre juicio de Galileo, que tanto daño ha hecho en todos los sentidos. ¡Como si Abraham

hubiese respondió afirmativamente a Yahvén por la posición de los astros! Y es que numerosísimas veces

detrás de mucha pretensión de ciencia y de mucha apología de la “demostrabilidad” de Dios se esconde poca

conciencia y menos fe (porque entonces se deposita la fe en la ciencia y se toma a la ciencia por ciencia),

aunque con esta afirmación no estemos sugiriendo tampoco que la ciencia deba estar de suyo contra la

conciencia.

2.2.5.¿Es malo ser niño?

Lo que pasa es que también hay que comprender (comprender, no es justificar en algún modo) la actitud de

los jueces de Galileo, pues muchas veces los enemigos de la fe dicen que ésta se nutre de ignorancia, y que

surge única y exclusivamente por ausencia de ciencia y que cuando la ciencia por fin se produce, desaparece o

retrocede la fe misma, afirmaciones todas ellas que han venido siendo enfatizadas hasta hoy por la Ilustración,

cuyo portavoz más conocido se llama Augusto Comte, para quien Abraham y sus sucesores pertenecen al

estadio infantil de la humanidad, frente al cual habrá de desarrollar, de una vez para siempre, el estadio adulto

de la misma a través de la ciencia.

Pero, aunque así fuera (y hoy sabemos que no es así), ¿es que no vamos a dejar lugar en esta sociedad para la

ingenuidad del niño? ¿es que no se puede ser a la vez – aunque bajo distinto aspecto – adulto y niño, como

pide hoy el análisis transaccional? “Los niños no lloran…”, apostrofa quien nunca sabrá reír de adulto.

2.3. Bajo el signo del Héroe ético

2.3.1.La transición hacia el Héroe

Con el curso de los siglos los seres humanos comenzaron a pensar en encontrar también en sí mismos la

fuerza que antes sólo encontraban en Dios: Es la época en que el niño se hace adolescente y toma conciencia

de su propia estatura midiéndose con su padre, al que echa un pulso; es, en definitiva, el estadio de

autoafirmación a través del padre, al que no rechaza. Históricamente esta actitud de transición es la que se dio

durante el Renacimiento (Galileo, que discrepó de la Iglesia católica pero permaneció en ella, la Reforma

protestante (Lucero, que descrepó de la Iglesia católica y fundó ya otra) y la Ilustración (Voltaire, que

discrepó del Dios de las religiones y se abrió por último al deísmo, donde lo divino es la ciencia, preparando

el camino al ateísmo). En éste el estadio antropo – teocéntrico donde el Dios Padre y la humanidad científica

e inventora conviven y se relaciona, pudiéndose tomar como imagen óptica de semejante época Kepler, donde

las órbitas de los planetas ya no son cerradas y redondas, monocéntricas, sino abiertas y elípticas, bifocales:

un foco es Dios, otro foco es el hombre, y la suerte de uno y de otro resulta indisoluble, Kant puso la cabeza y

la Revolución Francesa de 1789 puso el corazón.

Este estadio fue breve en duración, pero intensísimo. Poco a poco el adolescente que le habitaba fue

creciendo, hasta que llegó un día en que quiso convertirse en adulto también él, pero no en un adulto

cualquiera, sino en un adulto definitivo, en un adulto heroico empeñado en hacer las cosas mejor que su

padre, para lo cual hizo la mili en las filas de la revolución, una mili que duró por cierto más que la de

Cascorro, del 1789 (Revolución Francesa) al 1989 (Caída del muro de Berlín y final catastrófico de la

Revolución Rusa), aunque terminó cuando menos se pensaba, y en la cual todos aclamaban como capitán a

Prometeo, que quiso robarle el fuego a Zeus en la mitología griega.

2.3.2. Prometeo, luego Héroe Rojo

Así pues, finalmente creyeron los hombres encontrar sólo en sí mismos (sin Dios, e incluso contra Dios en

algunos casos) la fuerza que antes encontraban precisamente en Dios.

En adelante la gran palabra será la del homomensura, que quiere decir que el hombre es la medida de todas las

cosas, y en consecuencia que la única forma de funcionamiento de la razón pasa por el reconocimiento de la

hegemonía de la racionalidad antropocéntrica, la cual afirmará, en lugar de la razón metafísica que busca

responder desde lo perceptible a lo que queda más allá de nuestras percepciones, la razón científico – positiva

que sólo considera inteligible aquello que podemos pesar, medir y contar; en lugar de la razón fisiográfica que

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entendía los procesos económicos como directamente vinculados a los productos de la tierra, la razón

burguesa y mercantil surgida de la revolución francesa que deja de lado al campo y potencia los horizontes

del mercadeo. Pero como sería interminable la narración de esta nueva situación citemos al menos algunos de

los hitos que la jalonan.

2.3.2.1. El moralismo kantiano

El filósofo E. Kant puede ser considerado como el modelo de racionalidad autocéntrica, como expresión del

tiranismo que la razón individual con el ¡¡Atrévete a saber!! Lanzado en su obra ¿Qué es la Ilustración? En

efecto, en esta obra y en la ya antemencionada “La religión dentro de los límites de la mera razón” nos

presenta a una hombre autónomo y capaz de lograr por sus solas fuerzas la perfección moral,

independientemente del reino de la Naturaleza (instintos), independientemente del universo del discurso

social (convenciones sociales), e independientemente del Reino de Dios (religión), de tal modo que la religión

se reduce a sancionar y bendecir la perfección en el comportamiento moral, pues según el filósofo alemán:

“No podemos pensar al hombre de otro modo que bajo la idea de un hombre estaría siempre dispuesto no sólo

a cumplir él mismo todos los deberes de hombre a extender a la vez alrededor de sí, por la doctrina y el

ejemplo, el bien en el ámbito mayor posible, sino también – aún tentado por las mayores atracciones – a tomar

sobre sí todos los sufrimientos hasta la muerte más ignominiosa por el bien del mundo e incluso por sus

enemigos”. Pero aquí ya no ocupa el centro la relación amorosa entre la persona humana y Dios, sino el

hombre interesado en las leyes de virtud, al que se supone capaz de serlo por sus solas fuerzas. Este

moralismo ha pasado por religioso en ciertos ambientes.

2.3.2.2. El mero humanismo de Feuerbach

Feuerbach, o el tiranismo colectivo futuro. El filósofo Feuerbach, en efecto, quiere reducir aquella afirmación

de san Juan de que “Dios es amor” a esta otra suya donde el propio Feuerbach afirma que “el amor es Dios”,

el mero amor entre los humanos. De este modo intenta reducir lo divino a lo humano haciendo de lo humano

lo divino. Y de ahí también su interés por poner en el hombre el Poder (Milagros), la Inteligencia

(Revelación) y la Voluntad (Gracia), que habían venido siendo considerados atributos divinos. Así pues,

Feuerbech propone a la Humanidad deificada apoderarse de la capacidad para realizar Milagros, para desvelar

la Revolución del saber, y para conceder la Gracia.

Mas como Feuerbech vive, al fin y al cabo, consciente de que en anhelo de Dios no puede cesar mientras los

humanos mueran, su poder sea escaso, su inteligencia modesta, y su voluntad mermada, supone que, si no en

el presente sí al menos en el futuro, habrán de poseer los seres humanos por sí mismo lo que hoy no pueden

alcanzar: Milagros, Revelación, Gracia.

2.3.2.3. El humanismo histórico

Aquellas teorías de Feuerbach gozaron de arraigo popular, e intentaron ser llevadas a la práctica de la historia

concreta haciendo de este mundo un paraíso en la tierra, lo que cristalizó en la revolución rusa del 1917. Con

Marx la Revolución Rusa (por medio de su prototipo militante, el Héroe Rojo) defenderá la firme voluntad

humanista – antidivinista. Aquella humanidad abstracta feurbachiana ha sido substituida ahora por un hombre

concreto, el Obrero, la clase obrera, gen ingenuo o germen sano de la historia llamada a su autodeificación

cueste lo que cueste: “Prometeo dijo a Hermes, servidor de los dioses: tengo por más preciado el estar

encadenado a esta roca, que ser el lacayo fiel y mensajero de Zeus el Padre” (Kar Marx: Diferencias entre

Epicuro y Demócrito en lo relativo a filosofía de la Naturaleza). He aquí que Marx sitúa a Prometeo (la clase

obrera) “en el calendario filosófico ocupando el primer lugar entre los santos y los mártires” (Ibidem). Por lo

mismo afirma con Epicuro que “el impío no es el que desprecia a los dioses de la muchedumbre, sino aquél

que se adhiere a la idea que la muchedumbre se forma en los dioses” (Ibidem).

En esto el marxismo no está solo, sino acompañado por el movimiento obrero de la época, especialmente por

el anarquismo, que en algunos de sus líderes no sólo aparecen como ateo sino además como furiosamente

antiteísta, por ejemplo en Bakunin: “Enamorado y celoso de la libertad humana, a la que considero como la

condición absoluta de todo lo que adoramos y respetamos en la humanidad, doy vuelta a la frase de Voltaire y

digo que si Dios en verdad existiera habría que hacerlo desaparecer”.

2.3.2.4. En el triste final del humanismo antropocéntrico (historia con Adán al fondo)

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Es sabido en qué ha ido a parar este planteamiento tras la caída del muro de Berlín (1989). La nueva Torre de

Babel que pretendían alzar Marx y Bakunin se ha venido a bajo, y el derribo de su tapia exterior, el muro de

Berlín, ha puesto el punto final a toda esta gigantomaquia. Pero detrás de todo lo dicho se encuentra el

mismísimo género humano, que tras las huellas de Adán (primer “ilustrador” que ejerció equivocadamente el

lema ilustrado “atrévete a saber” subiéndose al árbol malo) modió la manzana del mal (pecado original),

inaugurando desde entonces la historia del saber contra el obedecer, lo que se fue traduciendo en voluntad de

omnisciencia, en desconfianza, en individualismo, y en irreligiosidad. En la adamítica y desafortunada

búsqueda de autoafirmación contra Dios (autonomía antiteónoma), desde que Adán mordió la manzana

todavía nos duelen las muelas (cfr. Carlos Díaz: En el jardín del Edén. Ed. San Esteban, Salamanca).

Desde entonces hasta hoy, golpe a golpe, Ilustración tras Ilustración, las cosas no han ido nada bien para la

humanidad, y eso porque el ser humano no midió bien su distancia adecuada respecto de Dios, y unas veces

puso a Dios demasiado distante pero otras tan próximo que optó por sepultarle, llegando siempre al mismo

resultado, a saber, no al icono (donde Dios es venerado como imagen), sino al ídolo (donde Dios es

destrozado como Dios).

Ésta es, en fin, y en resumen taquigráfico, la historia de las manipulaciones del icono, y de su perversión en

ídolo:

a) Epicuro (situado a los dioses demasiado altos, sordos a las quejas humanas).

b) Kant (como en la Capilla Sixtina, donde el dedo humano toca ya el dedo divino, sólo que Kant lo

estropea haciendo del dedo humano el del Héroe Ético)

c) Marx y Heine (Dios sin lugar en la tierra, tierra ocupada por el hombre).

d) Nietzsche (Dios erradicado hasta de la memoria, sustituido por la voluntad del Superhombre, lo que

por paradoja se traduce hoy en la voluntad de esconderse en el subterráneo refugio antiatómico)

2.3.3. Los nuevos “maestros de la sospecha”

El resultado de tanta predicación incumplida y de tanta fe en el Héroe humanista ateo es lo después

denominado “magisterio de la sospecha”, resultado o efecto pero también causa, porque a partir de la

Ilustración la humanidad creyó poder llegar a descubrirse a sí misma mejor mediante la “sospecha”, esto es,

mediante la duda (Descartes) y mediante la crítica cada vez más radical respecto de Dios, de uno mismo y de

su prójimo, y del mundo (Kant). Mas, como según todos los indicios no parece la humanidad demasiado

dispuesta a rectificar radicalmente su comportamiento sustituyendo la desconfianza por el amor, es más que

probable que tengamos “magisterio de la sospecha” para rato. Sólo que los actuales maestros de la sospecha

no son ya Marx/Freud/Nietzsche como lo fueran ayer, sino:

2.3.3.1. Nihilismo

Sigue siendo Nietzsche, en efecto, el primer maestro de la sospecha, ya que el nihilista autor de Así habló

Zaratustra desarrolla su minucioso plan conforme a la siguiente secuencia:

- primero, tratando a toda consta eliminar cualquier referencia a Dios.

- Después, intentando borrar sus huellas impresas en las leyes divinas (mandamientos).

- más tarde, procurando acabar con toda norma ética (nihilismo: no existe ninguna pauta ética válida

sobre la superficie de la Tierra).

- por último, exaltando la “voluntad de poder” del Superhombre, ahora convertido en norma y fuente

de toda moralidad: lo bueno es bueno porque así lo decide en cada momento, a capricho, el

Superhombre por mejor hecho de ser Super.

En su versión vulgar, y sin altas filosofías, ¿qué otra cosa resulta ser en última instancia el Super Corte Inglés,

sino un Superlugar donde el Supermán que más puede comprar, más vente, más impone su ley, y más

inmisericordemente a costa de los pobres? Moraleja: si quieres la paz no prepares la guerra, y si quieres

menor nihilismo construye un Corte Inglés de la Solidaridad, por tanto al pie de la cruz.

2.3.3.2. Epicureísmo

El segundo maestro de la sospecha es Epicuro en su Jardín feliz o Mansión Boyer/Preisler, lugar en que los

poderosos se dan la gran vidorra entre:

- el “vomitorium” de la cocina cada vez más valorada,

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- el “venereum” del sexo,

- y el “relajatorium” de la piscina privada y la charla culta.

Para proteger esa paz y para que nadie salte la valla de tan maravilloso Jardín (“gen ingeuo social”) se

despliega todo el aparato de la ley (la ley: “gen social tramposo” especializado en dar a cada uno “lo suyo”, es

decir, al sirviente un salario de miseria), mientras los epicúreos se dejan servir a precio de esclavo por

Lucrecias centroamericana acogiéndose a las trampas que esta sociedad legitima (“gen social tramposo”).

En esta nuestra sociedad hedonista en que los exmarxistas devienen neoepicúreos. Pitufos de lujosas barriadas

residenciales con olvido de lo que antaño vocearon en la Universidad, en esta nuestra sociedad en donde

lamentablemente el alma bella que intenta acabar con esa mafia termina por cansarse, y es entonces cuando

abandona su condición de militante decidiendo encerrarse en su castillo interior, con sus libros y sus pequeños

placeres. Pero en así como una y otra vez las antiguas almas bellas se echan a perder pasando sin saberlo a

engrosar las filas de los corazones duros, duros por la insensibilidad que poco a poco aprenderán a asimilar

ante una causa que no supieron transformar. Y al final, helos ahí derrotados y tristes: han preferido la corazo

que les protege de la sensación de fracaso antes que la vulnerabilidad generosa de su propio pecho, porque no

sólo no han sabido tomar al asalto los cuarteles de invierno del Zar, sino ni siquiera la mansión de los Boyer.

Y quizá –digámoslo mirando hacia nosotros mismos– hayan llegado a esa situación por carecer de una

comunidad habitable donde se pueda vivir al calor de la experiencia militante común el consuelo del fracaso

al mismo tiempo que la gracia del gozo de continuar sirviendo. ¿No habrán fallado ellos porque nosotros no

hemos sabido o no hemos querido –sobre todo, no hemos querido- ir articulando tales comunidades?

Moraleja: contra epicureismo, comunidad de fe, esperanza y caridad.

2.3.3.3. Pragmatopositivismo

Por último, los maestros de la sospecha de nuestros días son el Comte pragmatopositivista ya aludido

anteriormente, según cuya doctrina lo verdadero es únicamente lo útil, lo práctico, lo positivo, lo

cuantificable, y el Freud psicoanalista al que el personal acude como recomponedor de los platos rotos cuando

hay que curar el ardor de estómago cobrado en los excesos de las noches de Epicuro con sus modernas “rutas

de bacalao”, tras las cuales siempre hay lo mismo de lo mismo:

“Poderoso caballero

es don Dinero.

Madre, yo al oro me humillo;

él es mi amante y mi amado,

pues de puro enamorado,

de continuo anda amarillo;

que, pues doblón o sencillo,

hace todo cuanto quiero,

poderoso caballero

es don Dinero”

(Francisco de Quevedo)

Moraleja: si quieres hacer una lectura más sana de la vida, lee más; si quieres ver también lo esencial, que es

invisible a los ojos, estudia teología, ábrete a lo espiritual. Y no olvides, hombre de Dios, que la diferencia

entre un sacerdote y un psiquiatra es que el sacerdote te perdona y no te cobra, mientras que el psiquiatra te

cobra una pasta y no te perdona.

2.3.4. Cuando no se sabe perdonar el mal

Resultado final: Se decía que la “muerte de Dios” conllevaría el renacimiento esplendoroso del hombre, pero

no ha sido así, sino todo lo contrario, pues sin Dios no cabe sostener coherentemente la dignidad práctica del

hombre, porque la dignificad práctica del hombre exige amarle incondicionalmente, esto es, perdonar sin

condiciones y devolver bien por mal. Mas esto es humanamente imposible si no se acepta la existencia de

Dios Amor que da fuerzas para que nosotros podamos amar sin condiciones precisamente porque Él nos amó

ayer desde siempre a nosotros antes de que nosotros comenzásemos a amar, y porque así lo sigue haciendo

aún hoy a través de quienes comenzásemos a amar, y porque así lo sigue haciendo aún hoy a través de quienes

todavía lo hacen a su vez. Veamos cómo el propio Freud resulta de todo punto incapaz de asumir el perdón y

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de entender la devolución del bien por el mal: “Adoptemos antes el precepto Amarás al prójimo como a ti

mismo una actitud ingenua, como si le oyésemos por vez primera: entonces no podremos contener un

sentimiento de asombro y de extrañeza. ¿Por qué tendríamos que hacerlo? Mi amor es para mí algo muy

precioso, que no tengo derecho a derrochar insensatamente. Me impone obligaciones que debo estar dispuesto

a cumplir con sacrificios. Si amo a alguien es preciso que éste lo merezca por cualquier título. Merecería, en

efecto, mi amor si él fuera más perfecto de lo que yo soy, en tal medida que yo pudiera amar en él al ideal de

mi propia persona: debería también amarlo si fuera el hijo de mi amigo, pues el dolor de éste, en su caso de

que algún mal le sucediera, también sería mi dolor y yo habría de compartirlo. En cambio si me fuera extraño

y no me atrajese ninguno de sus valores me sería muy difícil amarlo. Hasta sería injusto si lo amara, pues los

míos aprecian mi amor con una demostración de preferencia, y les haría injusticia si los equiparase con un

extraño.Pero si he de amarlo con ese amor general por todo el universo, simplemente, porque también él es

una criatura de este mundo, entonces me temo que sólo le corresponda una ínfima parte de mi amor, de

ningún modo tanto como la razón me autoriza a guardar para mí mismo. ¿A qué viene entonces tan solemne

presentación de un precepto que razonablemente nadie puede aconsejarse cumplir? Examinándolo más

detenidamente me encuentro con nuevas dificultades. Este ser extraño no sólo es, en general, indigno de mi

amor, sino que, para confesarlo sinceramente, merece mucho más mi hostilidad y aún mi odio. No parece

alimentar el mínimo amor por mi persona; no me demuestra la menor consideración. Siempre que le sea de

alguna utilidad, no vacilará en perjudicarme, y ni siquiera se preguntará si la cuantía de su provecho

corresponde a la magnitud del perjuicio que me ocasiona. Más aún, ni siquiera es necesario que de ello derive

para él un provecho; le bastará el menor placer para que no tenga el menor escrúpulo en denigrarme, en

ofenderme, en difamarme, en exhibir su poderío sobre mi persona, y cuando más seguro se sienta, cuanto más

inerme yo me encuentre, tanto más seguramente puedo esperar de él esta actitud para conmigo. Si se

condujera de otro modo, si me demostrase consideración y respeto a pesar de serle yo un extraño, estaría yo

por mi parte dispuesto a retribuírselo de análoga manera, aunque no me obligara a ello precepto alguno. Aún

más, si este grandilocuente mandamiento rezara amarás al prójimo como el prójimo te ame a ti nada tendría

yo que objetar. Y existe un segundo mandamiento que me parece más inconcebible aún, y que despierta en mí

una resistencia aún más violenta, el que dice amarás a tus enemigos. Sin embargo, pensándolo bien, veo que

estoy errado al rechazarlo como pretensión aún menos admisible, pues, en el fondo, nos dice lo mismo que el

primero”

2.3.5. El talión (de Aquiles) de Narciso

He ahí a la mera “lógica” humana abandonada a sus propias fuerzas, que únicamente llega hasta devolver ojo

por ojo y diente por diente, ley del talión, lógica que ha alimentado a esta moderna antropología según la cual

el ser humano es un lobo para el otro hombre y la vida es un espectáculo perpetuo entre gladiadores. Por eso

mismo se comprenderá que el célebre lema ilustrado “libertad/igualdad/fraternidad” no tiene su origen, en

realidad, en los presupuestos filosóficos de la Ilustración, antes al contrario sólo brota fluidamente cuando se

reconoce que existe el respaldo del Amor Incondicional de Dios, respaldo que se traduce en aceptación del

don y del perdón incondicional.

Y como el actual Narciso autocéntrico y encerrado en su propio ombligo no quiere reconocerlo, pues ya no ve

con viejos ojos el viejo lema, sino que encerrado en su propio ombligo se autodeifica, postulando la religión

de la egolatría: “La nueva y definitiva religión que yo propongo a los hombres es la Egolatría. Cada uno se

adora a si mismo, cada uno tendrá su dios personal: él mismo. La Reforma protestante se gloría de hacer de

cada hombre un sacerdote; nada de intermediarios entre la criatura y el Creador. Un paso más: nada de

intermediarios entre el adorante y el adorado. Cada uno es para sí mismo su Dios. De esta manera se

combinan las ventajas del politeísmo y del monoteísmo. Cada hombre tendrá un solo Dios, pero los dioses

serán tantos como son los hombres. Y no habrá peligro de escisiones, porque los ególatras, estando de

acuerdo en el principio fundamental de la nueva religión, no caerán nunca, por razones evidentes, en la locura

de adorar a un dios extranjero, esto es, a otra criatura semejante a ellos” (Giovanni Papini: Gog. Ed. Plaza

Janés, Barcelona, 1974, p. 109). Narciso: su yo es suyo. He aquí a Martínez de la Rosa en uno de sus tercetos

epigramáticos con un verso libre y un pareado:

“Aquí yace un contador,

que jamás erró en una cuenta…

A no ser en su favor”

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- Porque sólo tú santo, dice el hombre antiguo; porque sólo nosotros héroes, dice el hombre moderno;

porque sólo yo guapo, dice el hombre posmoderno.

- El hombre antiguo es un hombre de ánima: el hombre moderno es un hombre de ánimus; el hombre

posmoderno es un hombre des – animado.

- El silencio es el vehículo del hombre antiguo; la palabra es el vehículo del hombre moderno; el

ruido es el vehículo del hombre posmoderno.

2.4. Bajo el signo del Narciso gozador

2.4.1. Crisis del antropocentrismo

Aquellos ya lejanos polvos del Héroe han traído estos lodos cercanos de la muerte del sujeto que se creyó

realidad única y absoluta, como ha puesto de relive Jürgen Haberlas en un renombrado libro titulado “La

crisis del Estado de bienestar y el agotamiento de las energías utópicas” (1986). Es lo que se ha denominado

en el tardocapitalismo europeo Kulturkrisis, la crisis de la cultura antropocéntrica ilustrada. Y, por si parece

algo exagerado, sólo hay que darse una vuelta por las librerías españolas, donde una obra de Vázquez

Montalbán se titula “Cuando sólo nos queda la comida”, y otra del exmarxista Gabriel Albiac lleva por su

parte este expresivo título para ratificarlo: “Todos los Héroes han muerto”. Y si para más abundamiento

queremos cascarrillos, entonces recordemos aquel cascarrillo de un histriónico filósofo joven francés, que lo

expresaba así: “Dios ha muerto, el hombre ha muerto, y yo no me encuentro nada bien” ¡¡Pues estamos

buenos después de tanta historia donde dicen que no queda en pie ni el apuntador!!

2.4.2. Un sujeto social sumergido

Incluso la sociedad y la economía del sujeto mueren para dar paso a una economía sommersa (economía

sumergida) y a una sociedad sumergida, en cuyas aguas sobrenada un nuevo sujeto invisible que es la Mafia,

por aberrante paradoja llamada cosa nostra. Entonces, cuando todo está así, cuando se ha terminado la

esperanza y la convicción revolucionaria, a casita que lleve, a vivir con Purita el gran amor romántico que no

pudimos vivir en los días de la movida revolucionaria y de la “mani” o “manifa”. No perdáis cuidado, a partir

de ahora Narciso no abrirá al lobo pillín que buscando colarse para tragarnos asoma por debajo la patita

rebozada en harina para dar el pego. Vamos, que Narciso se meterá en su Arca como si quisiera ser Noé, y ni

con la Ley Concuerda se habrá de considerar en peligro: a casita, que llueve.

2.4.3. Cuando Narciso se viste de verde seda, mono es y mono se queda

Así las cosas, el viejo y altivo Prometeo ha llegado a ser el egoísta Narciso, que ha perdido el contacto con lo

divino y con lo social humano y ha desembocado en un hombre unidimensional sólo preocupado por su

propio yo, un se metamorfosea y oculta cuando hay que dar la cara, lo mismo que aquel mítico Proteo que

mudaba en forma para librarse de las dificultades. Hoy, obligado a la autopoiesis o autocreación para dejar

constancia de su propio yo, pero sin poder afirmarse como yo porque sitúa su yo más allá del yo, el ego del

Narciso Verde es por un lado mutante y adaptado al entorno tropológico (el hambre ha sustituido al hombre)

y por otro lado al entorno ecológico.

Juan al viejo Narciso de siempre (“Todo narcisismo/es un vicio feo/ y ya viejo vicio”, dijo el sin par

Machado) el Narciso Verde de nuestros días vive bajo el signo del individualismo posesivo dando patadas de

ahogado para sobrevivir en su microuniverso, en las provincias finitas de su (in) significado, en la implosión

de su pequeñez autocéntrica, sin oikós (Eco) relacional y en ethos (ética, valores morales) devenido Narciso

ecoactivista de vía estrecha con una especie de seudopriscilianismo verde. A juego el césped con su camisa,

ellos y su rei – vindicaciones, su polideportivo, sus espacios verdes que los partidos políticos conceden como

carnaza electoral mientras las decisiones de Río son marginadas (por ejemplo, en lo relativo a la urgente

necesidad de modificar las instalaciones altamente destructoras de la capa de ozono por las cadenas del frío en

China, India, etc, para lo que se requiere el apoyo del Norte), ellos y su pasillo verde, que es suyo pero en

realidad no es suyo, de su “yo” sino de su ello devenido pararreligión de un Tierra entendida como panteón y

museo verde.

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Del Narciso reblandecido y ñoñito no cabe, pues, decir lo que de Vavá dijera Alfredo di Stefano, a saber que

además de calidad y olfato del gol tenía tanta bravura, que si le pintaban un balón en la pared del vestuario lo

remataría con la cabeza. Eso sí, Narciso Verde se convierte en el competidor yupi número uno porque todo su

ego lo exterioriza en el afán neurótico de obtener poderío, fama y fortuna, con la agresiva tendencia al “nadie

es más que yo” y al desmesurando afán de ser admirado y amado por todos, dilema insoluble, por lo demás,

como señala Karen Horney, puesto que: “no es posible pisotear a los demás y, no obstante, ser querido pro

ellos. Sin embargo, es tal la intensidad del conflicto en el neurótico, que busca resolverlo acudiendo por lo

común a dos soluciones factibles: ya justifica su impulso de dominación y la amargura que resulta de su

fracaso, ya trata de refrenar sus anhelos” (La personalidad neurótica de nuestro tiempo. Ed. Paidos, Buenos

Aires, 1979, p- 170)

2.4.4. Telenarciso en Corruptópolis

Narciso, uno de los nuevos jóvenes de la vieja Europa, aunque dice vivir en una ciudad verde, se habitúa a la

polución sociopolítica, contra la que no lucha, sólo en la mediad en que le caiga encima, y únicamente para

retirarse lo justo. Los días del Narciso Verde los vive, pues, con más o menos calma en Corruptópolis,

procurando echar pestes del prójimo especialmente si se trata de un gestor público, es decir, un político. A

Narciso le da asco la política ¡¡pauff!!, y por eso tararea le letra de moda:

“del secretario all’attivista

Ogni ladro é socialista”

(“desde el secretario general hasta el militante

Todo ladrón es un magnate”).

Pero cuando de él mismo se trata, ah no, entonces toda corruptela parécele buena y permisible, de ahí su lema

más querido “vende al pobre y te harás rico: vender o morir”. Narciso es de derechas. “refinados, bien

comidos, egoístas y patriotas, los franceses de derechas tienen la victoria al alcance de la mano”. Pero han

perdido, y mire usted por dónde el Narciso de derechas se recicla y convierte en Narciso de izquierdas. “creía

que íbamos a ganar las derechas y hemos ganado las izquierdas”. Narciso vestido, desvestido, investido y

trasvestido es de lo que haga falta, qué más da si izquierda y derecha no están hoy donde estaban ayer, y tratar

de conducir es un peligro. Harto de brevas, el demonio se baja de la higuera, por eso ya no se encuentra nada

que no esté maltratado por el ego –ismo. Todo lo cual adquiere colorido especial en España, una España

profunda en casi todo, como la España extremeña de Puerto Urraca. Una España, eso sí, que para consolarse

de su atraso cultural también encabeza la corrupción en Vigo creyéndose por eso la vanguardia de Occidente.

Esa España histriónica, furia española, esa España siempre en cabeza, esa España –y-cierra Europa, aunque

sea a la cabeza del deterioro, esa pobre Narciespaña no es ni más ni menos que un capuz mortuum: mayor

índice de sida, de paro, de drogas, de tabaquismo, y último lugar en lectura de periódicos de Europa. Y a eso,

por lo demás, en España le llaman “progreso”, pues “nunca se vivió tan bien”, “felicidad”. Cuando se habla,

en fin, de España hay que recordar todavía El ruedo ibérico o Los esperpentos del Valle Inclán: “España es

una deformación sistemática de la civilización europea”.

Narciso tiene tela, es decir, mucha tele. La Tele. Infopolución o polución informativa en la Galaxia

Guttemberg. A falta de persona con que relacionarse, el ater ego de Narciso es la TVE, que le sirve de mimesis

o imitación adquisitiva: “Lo que me temo es que la televisión (que luego arrastra a la prensa) no puede

resultar rentable sino a partir de los cinco millones de audiencia, y para eso hay que repartir mucha mierda

entre el gentío. La cisterna ya no está en el baño, sino en el rincón de la tele. Le das al zapping y te cae una

catarata de muertos, violencia, imbéciles, marginales con pretensiones, y alegre mierda de colores. Luego

todo eso lo barre un chorro de agua sucia que trae más de lo mismo, o sea otra cadena. A ver qué actriz

alcohólica encuentran esta semana. Estoy en un grito”. (Francisco Umbral. In “El Mundo”, 16/3/93). El

Rubicón del narcisismo, imposible de vadear a partir de cinco millones de televidentes. ¡Hay que ver para oír

lo bajo que ha caído el Héroe antañón que quiso competir con el Olimpo! Con todo, sarna con gusto no pica,

pero mortifica: “Eloi Herbaut era inválido y vivía solo. Sus vecinos de la localidad de Croix, en el norte de

Francia, apenas se preguntaron por qué no lo veían desde 1984, y tampoco lo echaron en falta durante estos

nueve años ni sus hijos ni sus trece nietos. Los vecinos creyeron que se habría ausentado o que se había

marchado definitivamente a vivir a otro lugar, posiblemente con alguno de sus hijos, y cuando mostraron

alguna preocupación por él fue debido al nauseabundo olor que salía de su vivienda” (Luis del Val:

Tiempo,12 de abril del 1993, p. 129).

2.4.5. Corrompidos y divertidos

Page 44: DIAZ HERNANDEZ, Carlos, Manifiesto Para Los Humildes, Valencia, 1993, OCR

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A pesar de lo cual, como decíamos, en las encuestas de Eurofelicidad también estamos entre los países de

cabeza, es decir, que los Narcisos hispánicos se sienten tirando a eufóricos, aunque se quejen luego con la

boquita chica del paro y de otras muchas deficiencias. Menos mal que también los italianos, sobre todo ellos,

se sienten felices. Narciso habla italiano. Tendremos que preguntar a Narciso cómo combinamos tanta

excitante felicidad en medio de tanta deprimente corrupción, no vaya a ser que en el universo de Narciso

felicidad y corrupción se besen.

Mas como todo el mundo es tan feliz en este cinturón verde de la finca de Narciso, Europa, pues no le

agüemos la fiesta, hagamos incluso un poquito de chanza y recordemos que al final todos vamos a acabar

como ayer. En efecto, como las primas a terceros eran frecuentes en los años sesenta entre los equipos de

fútbol, con ocasión de un triunfo ante el Granada, Otto Bumbel, entrenador del Elche C. F. dio cuenta a sus

jugadores de la cantidad a repartir. Tan sólo Canós, tímido y principiante, mostró reparos a recibir dinero, y

Bumbel se mostró elogioso: “’Éste es un verdadero deportista, digno de imitar’. Y volviéndose cínicamente al

grupo agregó: ‘Señores, tocamos a más’”. Y ja ja ja, ji ji ji, todo muy “diver”, vamos: ¿es esto la celebérrima

“madurez” de la humanidad que prometía la Ilustración?

2.4.6. Posmodernidad posmaterialista

El Héroe encogido se ha quedado en Narciso (a su vez apocopado en Narcis para jugar juntitos al parchís).

Posmodernidad: atención a los gérmenes de rudísima premodernizad que se albergan en su interior, pues:

- cuando usted se busca sólo a sí mismo, se encuentra al fascismo, porque el fascismo, aunque a usted

le dé igual, e incluso aunque usted no lo crea, amigo Narciso, es el fruto de su propio narcisismo: en

el momento en que todos pasan de todos, alguno pasa por encima de todos,

- cuando las instituciones prestigiadas son únicamente Monarquía y Policía, al final la Policía actúa

como Monarquía, y la Monarquía como Policía, como Monopolicía o policía única,

- cuando se minusvalora el carácter sagrado de la vida humana que ha de nacer, se acaba por impedir

la vida humana en general, empezando por adelantar la que va a morir,

- cuando se presume de vivir en un mundo “light” se vive sin embargo “lightmente” en un mundo

durísimo, que oferta un tipo de hombre relativamente bien formado pero con esa escasa formación

humanística, muy entregado al pragmatismo y a los tópicos, un hombre que se interesa por la

superficie de las cosas, que no es capaz de hacer síntesis de tanta información como le llega en

catarata por la polución de los medios, que es manipulable, y que se ha ido convirtiendo en un sujeto

trivial, frívolo, inconsistente, banal, hipergenitalizado, de usar y tirar, permisivo, relativista para

quien bueno es lo que agrada, donde la estadística sustituye a la conciencia ética, que va tras la moda

de bestseller en bestseller, aspirante a triunfador que espía las siglas en alza, haciendo zapping por la

vida con el mando a distancia pegado al cuerpo, que desenfunda al menor movimiento de su tedio,

disparando sobre la pantalla su propio vacío … y caiga quien caiga, o el que más pueda capador,

- Cuando más cree consumir es cuando más consumido está por lo que consume. Hombre objeto,

esteta de superficie, consumidor obsesivo (prosumer) enderezado hacia la admiración o la envidia

del que más posee, ha perdido las referencias profundas, y todo lo trivializa: se casa para mientras le

dure el apetito de consumo de compañero/a, pasa de un vértigo a otro, y de una admiración

pueriloide a un hastió infantil, lo que le hace ir a la deriva cuando las cosas van mal dadas. Y al final,

cuando más metida en tul era su relación con Dama Consumo, ésta le devora en pleno vuelo nupcial,

- Cuando todo vale nada vale y la inmadurez pasa por madurez. Desertor de todas las posibles causas

antes de asumir ninguna, ha visto tantos y tan rápidos cambios, que para Narciso (o Narcis, si es

catalán, claro) la frase “las cosas han cambiado” significa que “todo vale” y por ende que nada vale

más que nada, a no ser el frenesí de pasarlo bien a toda costa, el consumismo a todo precio, el

despilfarro aquí y ahora, el dinero, el becerro de oro, las nuevas y excitantes sensaciones para llenar

el vacío de ideas y la futilidad de sentimiento.

2.4.7. Europa monumental: la ruta del cerdo

En esta parte de Iberia, España, Narciso es de pata negra, Narciso de Jabugo, bien criado entre bellotaris y

belloteros: el país que decía ser religioso y ordenado mire usted por dónde es el país europeo a la cabeza en

las tasas de sida, y de paro, pero a la cola de lectura de periódicos de Europa, según se recordaba atrás. Sí,

España es diferente, y eso se nota en nuestra ruta monumental, donde proliferan los monumentos al cerdo

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desconocido, pues el animalito en cuestión se ha convertido en el animal emblemático de los boinas de

Europa–Sur. Cerdo light, en todo caso, para no engordar. Un cerdo travestido que busca afanosamente su

trivium y su quadrivium en los atributos ormonales de El Corte Inglés: capacidad adquisitiva (dinero,

primacía del tener sobre el ser, reducción en definitiva del ser al valor de cambio, lo cual constituye como

afirma Gianni Vattimo el nihilismo), fuerza, rebelión, aspecto físico, riesgo, sexo, personalidad destacada,

liderazgo, brillantez, agilidad, libertad, todo ello muy superyoico y muy elloico, pero muy vacío de un yo

madurado. (Por orden del señor Alcalde se hace saber: que en La Granja del Mercado Común, a partir de

ahora, pueden hibridarse estos hermosos ejemplares de cerdo ibérico con otras ramas porcianas de allende los

Pipi-pirineos, donde los cerdos tienen los ojos azules y sus fotos son puestas en marcos, Jahwol míen Herr, no

faltaba más).

2.4.8. Después de tratar a los argelinos como a perros y a los perros como argelinos, tratase ahora a los

muñecos como a niños, y a los niños como a muñecos.

Y para que no se diga que el futuro no queda atado y bien atado, para los niños toys, toys, toys, juguetes,

muchos juguetes: “La felicidad de los niños no siempre coincide con la economía de los mayores: y, lo que es

peor, la felicidad de los niños sale perdiendo cuando los mayores amamos la economía sobre todas las cosas.

Por eso disminuyen los niños y aumentan los juguetes: es más fácil y económico hacer juguetes que niños.

Siguiendo esa lógica, los fabricantes de juguetes piensan que, ya no hay niños para mantener la demanda de

juguetes, habrá que intentar que sen los propios juguetes los que mantengan y, si es posible, incrementen la

demanda de otros juguetes y, tal vez de paso, la demanda de niños. Pronto habrá que hacer la Declaración

Universal de los Derechos del Juguete y, en ella, uno de los primeros principios dirá: todo juguete tiene

derecho a tener familia, una casa, y todas las demás cosas que permitan el actual grado de bienestar. De se

simple objeto, el juguete podrá pasar a ser sujeto de derechos, a la procreación, a la familia, al voto, a la

sindicalización, a tener cuentas bancarias, a recibir herencias, y, cómo no, a tener algún niño a su servicio. En

adelante ya no estarán los juguetes al servicio de los niños, sino los niños al servicio de los juguetes… Los

sociólogos ya no podrán seguir hablando de patriarcado o matriarcado, sino de jugueatarcado; los pedagogos

tendrán que olvidarse de su majestad el niño, para comenzar a preocuparse por su majestad el juguete. Con la

tecnología actual, las muñecas todavía no pueden pensar, pero pueden tener antojos” (Fuentes–Benito:

Sonrisas y Salmos. Ed. Pulinas, Madrid, 1993, pp- 55-56).

2.4.9. Las profecías de Fukuyama sobre el “fin de la historia”

A estas aetas decrepita con muchos cerdos y pocos niños y cargada de juguetes le denominan hoy para mayor

burla fin de la historia (Fukuyama), fin celebrado como culminación del devenir y como su punto de llegada,

Edad de Oro de la humanidad desarrollada en la cima del progreso ilustrado insuperable. Ante esta

perspectiva Eduardo Galeano, haciéndose eco desde el Sur de esa perspectiva, escribe en su artículo El

desprecio como destino: “¿Fin de la historia? Para nosotros no es ninguna novedad. Hace ya cinco siglos,

Europa decretó que eran delitos la memoria y la dignidad en América. Los nuevos dueños de estas tierras

prohibieron recordar la historia y prohibieron hacerla. Desde entonces sólo podemos aceptarla. El capitalismo

que se autodenomina democracia liberal es el punto de llegada de todos los viajes, la ‘forma final del gobierno

humano’. Tiempos de gloria. Ya no existe la lucha de clases: en el Este ya no hay enemigos, sino aliados. El

mercado libre y la sociedad de consumo conquistan el consenso universal, el capitalismo tiene la mejor

opinión sobre sí mismo y no duda de su propia eternidad.Pero el otro muro, el que separa al mundo pobre del

mundo opulento, está más alto que nunca. Un ‘apartheid’ universal: los brotes de la intolerancia y

discriminación, cada vez más frecuentes en Europa, castigan a los intrusos que saltan ese muro para meterse

en la ciudadela de la prosperidad. El intercambio desigual, la extorsión financiera, la sangría de capitales, el

monopolio de la tecnología y de la información y la alienación cultural son los ladrillos que día a día se

agregan, a medida que crece el drenaje de riqueza y soberanía desde el Sur hacía el Norte del mundo. Con el

dinero ocurre al revés que con las personas, cuando más libre peor. El neoliberalismo económico, que el

Norte impone al Sur como fin de la historia, como sistema único y último, consagra la opresión bajo la

bandera de la libertad. En el mercado libre es natural la victoria del fuerte y legítima la aniquilación del débil.

Así se eleva el racismo a categoría económica. En un día de trabajo, un obrero de Norte gana más que un

obrero del Sur en medio mes. Salarios de hambre, costos bajos, precios de ruina en el mercado mundial. El

orden vigente es el único orden posible: el comercio ladrón es el fin de la historia. La ayuda del Norte al Sur

es muy inferior a las limosnas solemnemente comprometidas ante las Nacional Unidas, pero sirve para que el

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Norte coloque chatarra de guerra, mercancías sobrantes y proyectos de desarrollo que subdesarrollan al Sur y

multiplican la hemorragia para curar su anemia. Mientras tanto, en los últimos cinco años, el Sur ha donado al

Norte una suma infinitamente mayor. Y mientras tanto los bancos acreedores del Norte destripan a los

Estados deudores del Sur y se quedan con nuestras empresas públicas, a cambio de nada. Menos mal que el

imperialismo no existe. Ya nadie lo menciona: por lo tanto no existe. También esa historia se acabó. El

presupuesto de la Fuerza Aérea de EEUU es mayor que la suma de todos los presupuestos de educación

infantil en el llamado Tercer Mundo. Este sistema enfermo de consumismo y arrogancia, vorazmente lanzado

al arrasamiento de tierras, mares, aires y cielos, monta guardia al pie del alto muro del poder. Duerme con un

solo ojo, y no le faltan motivos. El fin de la historia es un mensaje de muerte, el sistema que sacraliza el

canibalismo. Desde la pantalla de una computadora se decide la buena o mala suerte de millones de seres

humanos. En la era de las superempresas y la supertecnología, unos son mercaderes y otros somos

mercancías. La magia del mercado fija el valor de las cosas y de la gente. Jerzy Popielusko, sacerdote

asesinado por el terror de Estado en Polonia en 1984, ha ocupado más espacio que la suma de cien sacerdotes

asesinados por el terror de Estado en América Latina en estos últimos años. No han impuesto el desprecio

como costumbre. Y ahora nos vende el desprecio como destino”.

¿Qué añadir tras estas palabras? Quizás solamente estas otras: se mata a un hombre y eso es una asesinato; se

quiere dar muerte a la humanidad (se predica el final de su historia, el momento en que el

electroencefalograma da plano) y eso se premia como si de una conquista civilizatoria se tratase. O sea, la

antítesis respecto del cuento de La Lechera que nos quiere mover a contar -por ver si cuela- el tal Fukuyama,

oráculo de las Multinacionales con EEUU al frente. Es decir, oráculo del Mefistófeles de J. W. Goethe

apoderándose finalmente del alma de Fausto, que quiso insensatamente detener el tiempo:

“¡Finalizando! Estúpida palabra.

¿Por qué finalizado?

¡Finalizado y la nada absoluta

son una y la misma cosa!”.

2.4.10. Discatástrofe histórica

¿Dos mil años ya de la nueva era? ¡¡Y nosotros aquí con estos pelos!! El famoso “fin de la historia” se ha

llevado por delante muchas historias, y la historia se repite en ese final trágico que algunos presentan como si

fuera un happy end o final feliz de película. Cada vez que un fuente arrastra a un débil, cada vez que un

hombre violenta a una mujer, cada vez que un adulto impide el paso de un niño, cada vez que un listo vitupera

a un tonto, final de la historia. Quien esté libre de pecado, que arroje la primera piedra. Es más fácil ver la

mota en el ojo ajeno que la llaga en el propio. Otro ejemplo, esta vez procedente de las palabras de un anciano

indio, transmitidas por Clark Wissler: “Mi sol se ha puesto. Mi día ha terminado. La oscuridad va

cubriéndome lentamente. Antes de tenderme para no levantarme, quiero hablar a mi pueblo. Escuchadme,

pues este no es momento para decir mentiras. El Gran Espíritu nos creó, y nos dio esta tierra en la que

vivimos. Nos dio el bisonte, el antílope y el ciervo para que pudiéramos comer y vestirnos. Nuestros

territorios de caza se extendían desde el Missisippi hasta las grandes montañas. Éramos libres como los

vientos, y ningún hombre nos daba órdenes. Nuestros hijos eran muchos, y nuestros rebaños grandes.

Nuestros jóvenes cazaban y hacían la corte a las muchachas. Allí donde estaba el tipi, allí nos quedábamos, y

ninguna casa nos aprisionaba. Nadie decía: ‘Hasta aquí es mi tierra, hasta allí la tuya’. Entonces el hombre

blanco, un extraño, llegó a nuestros territorios de caza. Le dimos carne y regalos, y le dijimos que fuera en

paz. Observó a nuestras mujeres y se quedó a vivir en nuestros tipis. Llegaron otros como él y construyeron

sus carreteras a través de nuestro territorio de caza. Trajo el hierro misterioso que dispara. Trajo en él el agua

mágica que vuelve necios a los hombres. Con sus baratijas y abalorios incluso compró a la muchacha a la que

yo amaba. Hicieron desaparecer el bisonte y mataron a nuestros mejores guerreros. Se quedaron con nuestras

tierras y nos rodearon de vallas. Sus soldados compraron fuera con cañones con los que disparar contra

nosotros. Borraron el rastro de nuestro pueblo de la faz de las praderas. Obligaron a nuestros hijos a

abandonar las costumbres de sus padres. Cuando me vuelvo hacia el este, no veo el alba. Cuando me giro

hacia el oeste, la noche que se acerca lo oculta todo”. Aunque las cosas nunca ocurran en blanco y negro, ni

podamos dividir a las personas en buenas (los indios) y en malas (los blancos), ¿no habrá que pensar en el

paralelismo de esta antigua situación con la nueva en que andamos metidos, triunfo apoteósico del

neocapitalismo americando sobre todos los pueblos de la tierra, que hacemos otra vez el indio ante los nuevos

pregoneros del fin de la historia?

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2.4.11. La Venustilandia de Occidente

Y esto precisamente está imponiéndose cuando todo es viejo en una Europa, la cual se queja de que los

jóvenes de otros continentes la invadan olvidando que son los jóvenes quienes producen para los viejos. He

ahí el panorama de una media de edad europea – americana propia de la Edad Media: Rostros rugosos, bocas

consumidas, andares claudicantes, troncos espondilíticos, espaldas vencidas por diversos procesos

degenerativos, poliartritis, daiabetes, parkinson, precariedades circulatorias, alifafes múltiples, todo ese peso

de los años donde vemos que Europa es un gran asilo de la tercera edad, eso que Jorge Manrique llamó

“arrabal de la senectud”, último plazo pagadero en la letra de la vida. Y lo peor es que el espíritu está aún más

viejo, que la vejez es sobre todo vejez del alma, la que detecta el Miguel Hernández:

“Bocas de ira.

Ojos de acecho.

Perros aullando.

Perros y perros.

Todo baldío.

Todo reseco”.

Y sin embargo a esto se le llaman “lo moderno”. Habrá que buscar nuevas palabras para redituarse.

2.4.12. Posmarxismo posmoderno

Henos, por lo anterior, en Posmodernidad: caída de la modernidad cuyo máximo exponente fue el marxismo.

Si en el marxismo existe algo totalmente inválido es aquella su piedra angular que identificaba clases

opresoras con aparatos ideológicos del Estado, y clase oprimida con organización obrera: Poder y

contrapoder, burguesía frente al proletariado, conservadores versus dialécticos, malos contra buenos, infierno

contra paraíso en la tierra, y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Semejante esquema, visión de la realidad donde el sujeto histórico (el pueblo) encarnaba el papel de la

justicia, y donde el objeto histórico (el capitalismo) representaba el papel de la inmoralidad, fue prolongado

por Federico Engels en el terreno metafísico (“bueno” es el “materialismo dialéctico”), por W. I. Lenin en el

ámbito político (“bueno” es lo que favorece al Partido, “malo” cuando le perjudica), y concluyó cuando

Estalin dio a este conjunto el último brochazo globalizador (“bueno” es lo que fortalece el “socialismo en un

solo país”, y, “malo” aquello que se opone a su realización).

Aunque hoy parezca mentira, esos postulados no sólo tuvieron vigencia en el interior del marxismo, sino que

también sirvieron de ideología hegemónica para gran parte de la burguesía occidental acomplejada y con

mala conciencia, más tarde desembocada en la sopa boba del “eurocomunismo” antes de iniciar éste su viaje

definitivo hacia el capitalismo: el marxismo, así las cosas, ha resultado desgraciadamente (¡quién lo dijera!)

el viaje más largo, cruel y decepcionante del capitalismo hacia el capitalismo tras haber asesinado la ilusión

de muchos: pobres de la tierra.

2.4.13. Resumiendo: algunos rasgos básicos de la era narcisista

2.4.13.1. Prepotencia y a la vez crisis del Estado

Aunque el Estado ha engordado demasiado y se parece mucho a un asno al que no le abarca ya la cincha, de

modo que no puede transportar ninguna carga, ni siquiera sus propias grasas; aunque el Estado no sólo no

genera empleo sino que lo consume y deteriora porque harto trabajo tiene con mantenerse en pie absorbiendo

para sus funcionarios las energías de la sociedad civil a la que debiera subsidiar (lo cual incita a muchos

empresarios particulares a pedir en el otro extremo y con la misma nocividad la total eliminación de dicho

Estado, con el riesgo de que una vez privatizados los servicios asistenciales públicos hoy sostenidos por el

Estado desaparezcan los no rentables para las empresas privadas, lo que se traduciría en daño irreversible para

los más pobres); aunque todo eso sea así el pueblo no sabe vivir sin papá Estado, pues la fuerza de arrebatarle

ésta a la sociedad civil (al pueblo) sus funciones, dicho pueblo no sabría sostenerse sin las muletas estatales,

lo cual muestra una vez más que la prepotencia del Estado causa siempre, a la larga, el declive letal del

individuo y de la sociedad civil. Moraleja: Y, así las cosas. Narciso se cabrea olvidando que el destino del

genio es ser incomprendido, pero no todo incomprendido es una genio: odia al Estado, pero no para trabajar a

favor de una sociedad civil moderna, sino porque el Estado le hace a él mismo la competencia, ya que él,

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Narciso sólo aspira a ser el único, el todo, el astro rodeado de estrellas a su servicio, y sufre mal a los

competidores.

2.4.13.2. Burocratización de partidos y sindicatos

El poder de seducción del Estado resulta tan grande, que incluso modela a su propia imagen y semejanza a

quienes comenzaron como disidentes suyos Partidos (“clase política” que forma un grupo de élite ajeno a los

pobres, “nomenclatura”) y sindicatos de la posición juegan el papel de “antítesis” domestidacada, amordazada

por las subvenciones, por el aburguesamiento de sus dirigentes (nuevos mandarines) y aún de muchos de sus

ya escasos cotizantes (nueva aristocracia obrera), antítesis “constructiva” o de oposición “dentro del orden”

que rivaliza con la “tesis” del capitalismo en la obtención de idénticos premios, de tal modo que “revolución”

o de “autogestión”, o de “poder de base”, o de “democracia obrera”, y mucho menos de “pobres”, nadie –

pero absolutamente nadie quiere saber nada allí. Así las cosas, los sindicatos, satisfechos con el poder que les

concede el Estado, se asemejan más y más a una mera gestoría administrativa donde educación para el

consumo, apertura de economatos más baratos, y promoción de viviendas con mejor relación calidad – precio

ocupan los antiguos espacios reivindicativos militantes (pues no hay que confundir, en posmodernidad,

reivindicación con militancia). Moraleja: Y con estos sindicatos se lleva Narciso bastante bien, porque al fin

y al cabo construyen casa con césped para él (en La Moraleja, por ejemplo, mire usted qué moraleja), para él,

y nada más que para él. Su Majestad Anarcisada – Ajardinada.

2.4.13.3. Multinacionalización frente a individualización

Mientras los individuos privados, lejos de hacer honor emitimológico a su condición de “individuos” (es

decir, “indivisos”), viven interiormente agrietados, las multinacionales por el contrario se han ido unido todas

a una, Fuenteovejuna, llegando a tener más poder que muchos Estados. Mientras esto pierde soberanía (con

excepción de los Estados más grandes), aquéllas la ganan hasta llegar a coaccionar permanentemente a los

gobiernos para que acepten sus draconianas monopolístas. Consecuencia directa para el pobre: si el obrero

que en siglo XIX padecía la injusticia del patrón podía alzarse directamente ante su rostro, hoy el parado ni

siquiera sabe donde le viene el parao que le paraliza y desampara, con lo que su impotencia y su autodeterioro

psíquico se han incrementado, pues ante el anonimato la persona entera de carne y hueso se residente, doblega

y autoinculpa, con una resignación triste unas veces, estoicas otras. Moraleja: Y Narciso llora entonces como

mujer lo que no supo defender como hombre, según dicen le ocurrió al buen rey moro Boabdil, por machista

que parezca el recurso a esta anécdota histórica.

2.4.13.4. Eclipse de los referentes religiosos

Los poderes multinacionales tratan de autoidentificarse en la unidad panteista del Dinero, y de aparecer como

deidades omnipotentes impregnándolo todo con sus demoníacos poderes, mientras procuran, por su parte, la

“muerte” de Dios, al que intentan sentar en el banquillo de los acusados para exhibirle cual chivo expiatorio.

Surge así el laicismo de la “religión civil”, cratofanía del poder que busca sustituir la religión por la ética

cívica pública eliminando la paternidad primero, la fraternidad después, y la igualdad más tarde, para que, en

adelante, el lema “fraternidad/igualdad/libertad” (cristiano en principio) sea mutado por el de

“libertad/justicia/solidaridad”, lema hoy eurovigente pero infinitamente menos exigente y revolucionario.

Moraleja: Y entonces Narciso, a quien encantan los capisayos del poder y los cirios, incensarios y

botafumeiros del poder, se reviste de pope aunque haya demostrado el Papa.

2.4.13.5. Fin de las tradiciones

A falta de una perspectiva religiosa, o al menos revolucionaria, que pueda dar sentido global a la vida

macrorrelato, ésta ya carece de pasado y de futuro, resolviéndose todo en “el-aquí-y-el-ahora-para-mí”del

presente (“microrrelato”). Así las cosas cada generación ignora a su predecesora y cada individuo a su

prójimo, vendo por ende cada mochuelo a su olivo. De este modo se malbarata y se derrocha pródigamente la

sabiduría del tiempo, se desmocha el vivir en común, y se expolian los recursos naturales sin pensar para nada

en las generaciones venideras: el que venga detrás que arree. En resumen, la historicidad que es vinculación

intergeneracional e intrageneracional se debilita, y el resultado sorprendente es que el joven se vuelve viejo

por no aceptar al viejo (“del viejo, ni el consejo”). Pero la paradoja estalla: al pulverizar el pasado se pulveriza

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también todo un presente puesto con ahínco bajo el signo de Guiness de los records, donde – las tres cuartas

partes de la humanidad – apenas suna el pistoletazo de salida (pues la salida siempre tiene lugar ahí a tiros).

Moraleja: Y entonces Narciso se mira el ombligo, y se ahoga en el agua de su propia estimación, porque el

ego ahoga, oiga, y la locura no es sino un ego incomunicado, ahogado en su ego.

2.4.13.6. Fragmentación del sujeto social y del sujeto ético

El proletariado, como ya sabemos, constituía antaño para el movimiento obrero revolucionario la esperanza

de liberación de los pobres. Hoy, empero, el viejo sujeto revolucionario se ha fragmentado en mi estratos de

clase desunidos entre sí. Desde el peón hasta el ingeniero jefe, pasando por el oficinista de corbata blanca,

todo es insolidaridad. Y así como el soldado lleva en su mochila el bastón de mariscal, así también muchos

obreros albergan bajo su mono el ansia del primer ministro. La desunión del Trabajo hace la unión y la fuera

del Dinero. Desunión que aprovechan las Multinacionales para multiunirse. Mientras tú aspiras como único

proyecto social y político al mando a distancia sobre los electrodomésticos, eres mandado a distancia por las

multinacionales. Ni siquiera se te ha pasado por la imaginación mandar en presencia, o por lo menos co-

mandar en la sociedad en la que co-laboras.... Así las cosas, lo mismo que a tu sujeto sociopolítico le ocurre a

tu sujeto ético individual, al que parece haberle entrado también en su persona el gusano de la contradicción,

dejándose vencer por el “legión” de deseos (deseos sin ética ahora) que lleva en su interior, fragmentándose y

dispersando de ese modo su autenticidad. Has olvidado que cuando ni siquiera se tiene presencia y autoridad

sociopolítica al menos debe tenerse autoridad moral, porque con ella será posible reconstrucción del sujeto

comunitario. Moraleja: Y Narciso, que reduce la moral a moralejas y cuya moralidad de consumo consiste en

saberse bien el libro de instrucciones, no se entera de que existe la palabra cooperación, ajena a su

vocabulario. Pero al no querer cooperar disopera, es decir, se desune contra sí mismo cuanto más se une a sí-

mismo-sólo-a-sí-mismo. Cuanto más a favor de sí mismo, tanto más contra todos los demás, y viceversa: y así

no hay manera de producir ningún movimiento emancipatorio, ni siquiera egoísta.

2.4.13.7. Monopolio de la noticia y agonía de las raíces populares

Al multinacionalizarse el poder se unifica igualmente sus propios apratos ideológicos y propagandísticos,

teniéndose en la actual Galaxia Gutemberg (cosmos donde la noticia se expande a megavelocidades) a la

formación de una ideología única en una aldea global, la ideología del capitalismo para todos los terrícolas

gracias a los mass media. La antigua riqueza y el pluralismo de los pueblos es desterrada de este modelo

lamentable a favor de una “cultura” única y hegemónica que es la de los poderosos de la Tierra, cultural

enlatada y canalizada para todo el mundo vía satélite buscando producir masivamente sentimientos de

carencia y de heteronomía en el pueblo, a la par que exigencias de dependencia consumística. Y es

precisamente esa famosa cultura única dominante la que introyecta contra sí mismo el pueblo, asumiendo una

servidumbre voluntaria (por decirlo con Etienne de la Boétie) transformándose en ciudadanos siervos (al

decir actual de Juan Ramón Capella). Moraleja: Y el pobre Narciso, porque adopta la técnica del avestruz

escondiendo la cabeza bajo el ala, no se da cuenta de la movida cósmica y sigue creyendo que él es más fuerte

que los multimedia del mundo y que la escopeta del cazador no le ve a él. Nueva moraleja: no escondas,

Narciso, la mano aunque venga le vieja.

2.4.13.8. Devaluación del trabajo

El arma del pueblo, el trabajo bien hecho, honrado, sufre paulatinamente la erosión hasta entenderse ya como

mera mercancía con valor de cambio donde la productividad mercantil es considerada fin en sí. No contando

sino el producto tecnificado en que el autor – productor se aleja progresivamente de su obra – producto,

pierde sentido la vocación antropológica de verse reflejado al menos indirectamente en la obra misma y el

orgullo de buen trabajador desaparece a favor del laboreo anónimo, despersonalizado, en cadena.

El especialista, el tecnita, el Fachidiot o idiota especializado resultará entonces la antítesis del artesano

enamorado de su producción, en la que comprometía su honor y su nombre propio. Por ello, sin reflejo de su

individualidad ni visión de la totalidad, reducido a la condición de ajustatornillos y retuercetuercas, deja para

el refugio de su vida privada la búsqueda de la felicidad, que antes no podía entenderse al margen de la

profesión de ni de los demás compañeros que marchaban juntos hacia una nueva humanidad. En estar

circunstancias, cuando ya el sello de lo personal no queda impreso sobre el trabajo ni se entiende el valor

comunitario del mismo, cada cual busca su salida abstracta e insolidariamente. Por eso donde antes bastaba la

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palabra cálida y el apretón de manos cara acara para cerrar un contrato ahora es menester la firma,

frecuentemente franqueada por innúmeras clausulas de letra pequeña cuya lectura detallada exige un buen

abogado; donde antes se daga la representación directa del trabajo por medio de los compañeros abnegados

solidariamente, prevalece ahora la mera votación numérica que zanja abstractamente las discrepancias, etc.

Moraleja: Y Narciso, por aquello de que no te fíes ni de tu padre, se pierde la compañía de Eco que le

reclama con la voz común de la humanidad.

2.4.13.9. Crisis de valores y pragmatopositivismo

Todo lo anterior da fe de una crisis profunda de valores, situación que se ha ido produciendo lenta e

implacablemente. En efecto, como se recordaba atrás, primero se ha puesto en tela de juicio el valor de lo

divino; al ponerse en tela de juicio el valor de lo divino, ponese luego igualmente en tela de juicio el valor de

los mandatos divinos; y como consecuencia de ellos de produce una crisis donde todo parece estar permitido,

donde la existencia de algo objetivo se torna incierta, donde ni el bien ni el mal parecen tener consistencia y

estabilidad perenne. Y al final, sin embargo, mire usted por dónde en nihilismo del “pasemos del bien y del

mal” no aparece por parte alguna porque valor que expulsas por la puerta valor que se te cuela por la ventana,

ya que sin valores comunes, por ridículos o negativos que fueren, no existiría sociedad, y los de nuestra

sociedad gira en torno al pragmatismo (“bueno es lo útil”), al positivismo (“lo que puede ser pesado, contado

y medido por la ciencia”) y al relativismo (“nada es verdad ni es mentira, todo es según la color del cristal con

se mira”). Y allá a su frente, Mammona, el dinero de iniquidad:

“El oro a todo se atreve

no hay posesión que no goce,

cuanto vive reconoce

su poder todo lo mueve”

(Tirso de Molina)

Cíclopes de un solo ojo en medio de la frente, sólo percibimos el brillo del oro que nos deslumbra. Y hasta

hay quien naufraga por culpa de oro: aquel día se salvaron todos los náufragos menos el ricachón que se ciñó

al cinto cincuenta lingotes de oro. Por eso no es exagerado resumir nuestro momento con estas palabras de

Heidegger: “Lo más grave de esta época cargada de gravedad es que aún no pensamos”. A veces, en fin,

pensar significa anunciar denunciando, asumir el lado amargo de la crítica contra las instituciones (no contra

las personas), atarse los machitos, saber resistir a los cantos de sirena que quieren arrastrarnos al fondo del

fango para convertirnos en cerdos, y no olvidar que nunca una obra se acredita por ser aplaudida por los

peores, como se ve en esta Fábula del Oso, la Mona y el cerdo del canario Tomás de Iriarte, sucesor del

francés la Fontaine en el género fabulístico un siglo después:

“Un oso, con que la vida

Ganaba un piamontés,

La no muy bien aprendida

Danza ensayaba en dos pies.

Queriendo hacer de persona.

Dijo a una mona: - ¿Qué tal?

Era perita la mona,

Y respondióle: - Muy mal.

-Yo creo, replicó el oso,

Que me haces poco favor

Pues ¿qué? ¿mi aire no es garboso?

¿No hago el paso con primor?

Estaba el cerdo presente,

Y dijo. -¡Bravo! ¡Bien va!

Bailarín más excelente,

No se ha visto, ni verá

Echó el oso, al oír esto,

Sus cuentas allá entre sí

Y, con ademán modesto,

Hubo de exclamar así:

-Cuando me desaprobaba

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La mona, llegué a dudar;

Mas ya que el cerdo me alaba,

Muy mal debo de bailar.

Guarde para su regalo

Esta sentencia

¿Por qué se presume de libertad y de critisismo y sin embargo todo el mundo va de patas al mismo pesebre

del consume, el pesebre del consumismo? ¿Tan difícil nos resulta separarnos de los seudovalores

hegemónicos? ¿es que un millón de moscas no se equivocan porque todas ellas sin excepción coman mierda?

¿no se pueden echar a perder todas ellas? ¿la mayoría está automáticamente vacunada contra el error por el

mero hecho de ser mayoría? ¿es más fácil que se equivoquen todos, cuando “todos” equivalen a uno más una

legión de imitadores? Moraleja: Y ahora Narciso, cuando podías quedarte solo –aunque cabreando como una

mona, claro- para denunciar las falsas componendas, en cuando más buscas al cerdo y más haces el oso, y te

condenas cada día a un año y un sida, es que no das una, por lo que tu historia es ésta: “Un hombre se

encontró un huevo de águila. Se lo llevó y lo colocó en el nido de una gallina de corral. El aguilucho fue

incubado y creció con la nidada de pollos. Durante toda su vida el águila hizo lo mismo que hacían los pollos,

pensando que era un pollo. Escarbaba la tierra en busca de gusanos e insectos, piando y cacareando. Incluso

sacudía las alas y volaba unos cuantos metros por el aire al igual que los pollos. Después de todo ¿no es así

como vuelan los pollos? Pasaron los años y al águila se hizo vieja. Un día divisó muy por encima de ella, en

el límpido cielo, una magnifica ave que flotaba elegantemente y majestuosamente por entre las corrientes de

aire, moviendo a penas sus poderosas alas doradas. La vieja águila miraba asombrada hacia arriba. ‘¿Qué es

eso?’, preguntó a una gallina que estaba junto con ella. ‘Es el águila, el rey de las aves’, respondió la gallina.

‘Pero no pienses en ello. Tú y yo somos diferentes de él: De manera que el águila no volvió a pensar en ello.

Y murió creyendo que era una gallina de corral” (Tony de Mello: El canto del pájaro. Ed. Sal. Térrea,

Santander, 1992, pp. 129–130).

2.4.13.10. La crisis de ethos: voluntad de fragmento

En resumen, el microNarciso aparece por paradoja como un Narciso agrietado, más enfermo de

fundamentación cuanto más clausurado. He ahí a Narciso víctima de la ruptura entre ética (ámbito de los

juicios de valor), jurídica (ámbito de los juicios de hechos), y política (ámbito de los juicios profesionales y

técnicos). Como el pulpo de tres corazones, weberianamente hablando todo agente racional tendría que

compartimentar su vida en tres estancos claramente impermeables: ética, jurídica y política. Bendiciendo esa

voluntad de fragmento, Nietzsche al fondo. Una mirada hacia los orígenes de esta ruptura nos ayudará a

comprender mejor la actualidad, aunque parezca un rodeo excesivo a los más pragmáticos.

La cosa encontró, en efecto, su forma final en el austriaco Hans Kelsen (1881 – 1973), creador de la teoría

pura del derecho y fundador de la Escuela de Viena”, que enfatiza la inmanencia del propio sistema jurídico

no necesitado para su justificación de recurrir ni a la moralidad hegeliana en su versión colectiva (eticidad

social, moralidad comunitaria o popular, Sinttlichkeit en el lenguaje de Hegel), ni mucho menos a la

moralidad kantiana rigorista e individual. Según Kelsen, pues, “la validez de un orden jurídico positivo en

independiente de su correspondencia o de su no correspondencia con un orden moral; la validez de las normas

jurídicas positivas no depende de su correspondencia con el orden moral” (Teoría pura del derecho. México,

s. f. Viena, 1960).

Separado de tal guisa lo iustum o justo de lo honestum, para Kelsen na norma jurídica sólo será válida si

resulta conforme al procedimiento previsto por otra u otras normas jurídicas válidas, las cuales a su vez

resultarían válidas por la misma razón, a saber, porque una norma superior les habría conferido su validez

procedimental. De esta forma el procedimiento. En esta apología de procedimentalismo que comienza la casa

por el tejado coinciden hoy con Kelsen tanto J. Haberlas como K. O. Apel, y con éste a su vez los defensores

del “uisnatualismo procedimental”. Sea como fuere, el derecho aparece ya en la Escuela Uppasala de Alex

Hägerstöm (1868 – 1939) y en el “realismo jurídico” como la suma de las decisiones que tomaban los jueces

y los tribunales. La ciencia del derecho por así llamarla, sería aquel conjunto de conocimientos que permitiese

predecir cómo iban a comportarse jueces y tribunales. Dicho de otro modo, por “jurídico” habría que entender

lo que se contuviera en el fallo judicial fáctico: más grande hegelianismo en sentido tosco no cabría, por

aquello del “todo lo jurídico es real, todo lo real es racional, y todo lo racional es moral”.

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Si continuando por estos fueros nos elevamos hasta la ultima ratio o primera norma (la Constitución), es

decir, hasta la norma hipotética fundamental, ésta, que tendría carácter de injustificable por no depender de

ninguna otra, a la vez se vería obligada a justificar todas las leyes restantes, no pudiéndose – por una vez

insignificante paradoja – dar razón jurídica e la última razón jurídica, la cual dependería tan sólo de un

procedimiento formal con refrendo social, y por ende todo el sistema jurídico pendería de una arbitrariedad,

es decir, de un acto de voluntad, o sea, de todo menos de un sistema de razón. El peligro de semejante sistema

de arbitrio a nadie se le oculta, y puede llegar a tratar de justificar lo injustificable en épocas históricas

específicas.

El sustituto de la religión civil

Aterra que a todo esto se le quiera de nuevo volver a considerar religión civil tras las huellas del famoso.

Contrato Social de Juan Jacobo Rosseau, como hoy se está ya proponiendo en Europa, y en España con el alto

patronazgo del sociólogo Salvador Giner, que define del siguiente modo a la religión civil: “La religión civil

consiste en el proceso de sacralización de ciertos rasgos de la vida comunitaria a través de rituales públicos,

liturgias civiles o políticas y piedades populares encaminadas a conferir poder y a reforzar la identidad y el

orden de una colectividad socialmente heterogénea, atribuyéndole trascendencia mediante la dotación de

carga numerosa a sus símbolos mundanos o sobrenaturales así como de carga épica a sus historia” (La

religión civil. Diálogo Filosófico, Madrid, Diciembre, 1991, p. 385)

Irracionalidad emotivista

Así las cosas, y ante la imposibilidad de dotar al derecho de una carga de profundidad que no sea la

meramente fáctica (Kelsen) o la meramente procedimental (Apel), o la meramente sociológica (Giner), desde

las islas británicas soplan hacia el continente vientos emotivistas. La actitud que, derivada de Herert L. Har (n.

1907), el más celebrado de los iusfilósofos ingleses hodiernos, sostuviera Alf Ross (1889 – 1979), padre del

emotivísimo jurídico, reza así: hablar de justicia quiere decir lisa y llanamente hablar de emociones; cuando

alguien afirma que una situación no le gusta “porque es injusto” lo que lisa llanamente expresa es que esa

situación “no le gusta” de manera que tendrá que aguantarse ante otro cuyo juicio de gusto sea distinto, o

intentar imponer la propia coacción y el propio imperio de su gusto.

Sociologismo

De ahí otras actitudes pragmáticas hoy más o menos en auge en el mundo narcista, como por ejemplo la de

Ronald Dworkin, fiel seguidor de John Rawls, para quien los derechos son bazas fuertes, “triunfos” que se

imponen socialmente sobre otras demandas jurídicas, políticas, o éticas con las que puede entrar en conflicto.

Teoría de los juegos

No muy lejos de ese sociologismo jurídico andan las teorías de los juegos, que pretenden resolver los

problemas de interacción desde los intereses de los “egoístas racionales” y que encuentran su expresión en el

liberalismo neocontractual. La única racionalidad posible sería para esta corriente la basada en la defensa

estratética de los derechos subjetivos mediante un pacto de egoísmo. La solución no deja de ser chusca

cuando estamos hablando nada menos que de roblemas y soluciones jurídicas, ya que dicha solución es la que

propuso el hiperindividualista Max Stirner, la célebre Egoistenverein o sociedad de egoístas. Desde luego

cuando un ciego guía a otro ciego pueden acabar ambos en la zanja, imagínese cada cual lo que esperaría

como egoísta metido a pactar con otros egoístas en una sociedad de egoístas…

Ética discursiva

Por fin, en nuestros días, los defensores de la ética discursiva, que a pesar de toda la presión cultural adversa

actual demuestra al menos el mérito de no aprestarse a disociar ética y derecho, sólo se atreven sin embargo a

argumentar a favor de la buena relación entre ética y derecho afirmado que ese discursivo punto de vista

“sitúa a le ética discursiva entre el utopismo al que llevaría la práctica del terror de la virtud y el pragmatismo

que supondría resignarse a la eticidad sustancial o lo dado” (Cortina, A: La ética discursiva. In Camps, V:

Historia de la Ética. III Ed. Crítica, Barcelona, 1989).

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Entre dos terrores, una idefinición: Tal es lo que hoy parece brindarnos el panorama reflexivo, bastante triste

por cuanto no evita el desconsuelo del “ni…ni”.

REDESCUBRIR

OTRA HISTORIA

3. 1. Contra la historia «leight»

Hasta aquí la historia de nuestros días, que nosotros ni podemos ni queremos canonizar. Sería mal negocio,

en efecto, creer que la historia queda abarcada por la mano prensil de Narciso, y que no ha habido pasado

mejor, formar a la gente siguiendo esa mentalidad por el mero hecho de su vigencia, hablar en necio al vulgo

puesto que pide necedad. Desgraciadamente muchos son los que adoptan un comportamiento pedagógico

nefasto, y se dicen a sí mismos: ¿que a la gente le cuesta aceptar ciertos valores? ¡Pues se les maquilla, se les

reduce a fórmulas más o menos simbólicas y remotamente significan te s de lo que debe ser, y ya está! ¡El

caso es no perder clientela! Pero entonces al final únicamente queda una papilla mezcla de buena voluntad,

inconsistencia teórica, y aguachirle. La cuestión estriba ahí en rebajar, trivializar, y acomodar: a eso se limita

tal pedagogía, que no es sino apabullante frivolidad. Todo con tal de que no duela, nada de reconocer que la

verdad también puede ser dolorosa y que hay que dejarse la piel en su búsqueda; y por no hacerlo así al final

resulta que duele más.

Pues presentar la realidad de la vida como un paisaje paradisiaco perceptible desde la cumbre será un engaño

si no se enseña el rigor, el método, el esfuerzo, la disciplina y el entrenamiento diarios para ir aproximándose

a la cumbre desde la cual los valles son más bellos.

3. 2. Retomar la memoria histórica

Muchas de las personas que deambulan como zombis entre los cadáveres del nihilismo fáctico de este fin de

siglo y que por ende aseguran que «nada es verdad ni es mentira, todo según la color del cristal con que se

mira», apenas conocen sus raíces personales ni comunitarias, desde luego no han arraigado con hondura, pues

viven en el completo desarraigo histórico. En nuestros colegios y en nuestras familias ni siquiera nos han

hecho ver que para que nosotros podamos echar algún día raíces medianamente hondas, para que podamos

enraizarnos debidamente como seres humanos, otros han trabajado antes; y por eso tampoco solemos

sentimos solidarios de las gestas en que la humanidad se comprometió con todo su ser tras la búsqueda de

libertad, igualdad, fraternidad.

Pero dar fruto, convertirse en árbol acogedor y abrazado por amorosas enredaderas (¡botánica y política en el

taller de jardinería comunitario de la humanidad!) exige descubrir en la intrahistoria de mi particular

microhistoria que la macrohistoria (historia universal) es también mi propia historia y que el cosmos tiene

mucho que ver con lo que le pasa a mi microcosmos en que yo retorno y asumo la memoria de la humanidad

que une a padres y a abuelos y a bisabuelos, y que así sucesivamente se alarga hasta alcanzar el fondo común

de solidaridad con todo lo hermoso, con la entera familia de personas de buena voluntad que han hecho lo

mejor de la historia, a saber, una historia mejor.

No ignoremos los iconos de la historia para no adorar los ídolos que causaron la desgracia a nuestros abuelos.

Y todo esto sin nostalgia: la nostalgia, como escribió Umbral, es un fervor decaído. Para nosotros, pues,

retomar la memoria histórica significa nada menos que lo siguiente:

-leer en profundidad el pasado, y por lo tanto sin prescindir jamás de la perspectiva que introducen los pobres

que quedan abajo, los mensajes que la vida nos ha lanzado desde ellos a través de los tiempos;

3

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-retomar la otra historia, la otra memoria de la humanidad, la del apoyo mutuo, la de la solidaridad, la de la

militancia personalista y comunitaria (aunque los nihilistas relativizadores de uno y otro signo digan que no

hay historia, y que la historia sólo la escriben los vencedores, y que en definitiva también la historia es nada);

-enseñar, según sepamos, podamos y queramos, a las nuevas gentes que a su vez generan nuevas generaciones

el valor histórico del esfuerzo de quienes les han precedido en la magna y humilde búsqueda de una

humanidad mejor para todos, esfuerzo que, hoy como ayer, ellas reinician cual agentes activos gracias al

recuerdo vivo e indeleble de personajes históricos (biografías de militantes), de movimientos populares, de

comunidades campesinas, de colectivos ciudadanos, fechas paradigmáticas donde se produjo un despertar

progresivo de la humanidad, etc, etc. Si, como afirmó Juan Gris, la calidad de un artista se define por la

cantidad de pasado que contenga su obra, la calidad de un presente se define también por la calidad militante

de su pasado;

-aprovechar la dimensión histórica de la familia humana como nuestro propio cordón umbilical (cfr.

Marcelino Legido: Fraternidad en el mundo. Ed. Sígueme, Salamanca, 1986), en la convicción de que quien

no la conozca estará condenado a repetir sus errores y no podrá enriquecer ni dilatar su horizonte de sentido:

la historia es maestra, y al enseñarnos el hoy desde el ayer nos ayuda a resolver con más conocimiento de

causa y capacidad crítica los conflictos del presente y las soluciones para el mañana.

3. 3. Si hay pasado hay futuro

Por todo ello queremos manifestar con la máxima convicción que:

-no es verdad ni que el pasado no acabe nunca, ni que ya no exista, ni que todo haya comenzado con nosotros,

ni que tengamos que olvidar el ayer como agua pasada o como sueño intemporal;

-tampoco es verdad que ya no exista futuro mejor «<el futuro ya no es lo que era», Reinhart Koselleck: futuro

pasado, vergangene Zukunft), ni que el futuro no pueda comenzar para que adoptemos entonces

resignadamente una pasividad cómplice y entreguista;

-no es verdad que tenga que organizarse el tiempo al margen de la organización del espacio, pues espacio sin

tiempo no es espacio, y tiempo sin espacio no es tiempo;

-no es verdad que no existan más que las tres edades de Chateaubriand, la de la aristocracia o de las

superioridades, la de los privilegios y la de las vanidades; o, si se prefiere, las tres edades de Sancho: Sancho

el Bravo, Sancho el Fuerte, y Sancho Panza burgués que puede vivir de la renta de sus rentas; o la edad de

boicotear las oposiciones, la edad de obtener la plaza por concurso restringido y la edad de defender a capa y

espada el trienio estatal;

-no es verdad que no existan más que fragmentos puntuales y desconexos de cada ahora, cada mochuelo a su

olivo sin historia recíproca, como si se hubiera acabado el sentido común interhumano «<fin de la historia»,

donde ya no es posible ganar tiempo nuevo y fértil ni eliminar tiempo basura destruído)

-no es verdad que no podamos entender más que los fragmentos que cada uno escribe, sin una comunidad de

intérpretes;

-no es verdad, en suma, que se nos hayan secado los ojos para leer con luz nueva el Sermón del Monte, que

siendo de ayer es de hoy y es de mañana.

-Pero si es verdad que nos tomamos en serio el pasado, como al menos nosotros lo queremos y esperamos,

entonces también lo será que existe un mejor futuro y un presente dignificado. Ellos se empeñarán en borrar

de la historia las huellas de solidaridad y de amor, vivirán en guerra contra los libros y les echarán a la

hoguera, como en la novela Farenheit 451, «la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde».

Allí Montag, el protagonista, pertenece a una extraña brigada de bomberos cuya misión no es la de sofocar

incendios, sino la de provocarlos para quemar libros, porque en e! país en que vive Montag está

terminantemente prohibido leer, pues leer obliga a pensar y en el país de Montag está prohibido pensar, toda

vez que leer impide ser feliz y en el país de Montag hay que ser feliz a la fuerza...

Pero si ellos queman libros, nosotros los escribiremos con la tinta de nuestra vida, y si nos obligan a copiar

libros los borraremos siguiendo el consejo de Juan Ramón Jiménez:

«si os dan papel pautado,

escribid por el otro lado».

Y ya estamos escribiendo por el otro lado la historia de los otros, la historia de los pobres. Inundados de papel

timbrado y burocrático a nuestro alrededor, con menor cantidad de libros unciales que leer, nosotros somos ya

sus páginas vivas. Yo soy La república de Platón, tú eres un fragmento de Kierkegaard, aquél un libro de

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Péguy... «Transmitiremos los libros a nuestros hijos, oralmente, y dejaremos que nuestros hijos esperen, a su

vez. -¿Cuántos son ustedes? -Miles, que van por los caminos, las vías férreas abandonadas, vagabundos por el

exterior, bibliotecas por e! interior. Al principio no se trató de un plan. Cada hombre tenía un libro que quería

recordar, y así lo hizo. Luego, durante un periodo de unos veinte años, fuimos entrando en contacto, viajando,

estableciendo esta organización y forjando un plan... Coja ese poblado y casi divida las páginas, tantas por

persona. Y cuando la guerra haya terminado, algún día, los libros podrán ser escritos de nuevo. La gente será

convocada, una por una, para que recite lo que sabe, y lo imprimiremos hasta que llegue otra Era de

Oscuridad, en la que quizá debamos repetir la operación. Pero esto es lo maravilloso del ser humano: nunca se

desalienta o disgusta lo suficiente para abandonar algo que debe hacer, porque sabe que es importante y que

merece la pena serio» (Ray Bradbury: Fahrenheit 451. Ed. Plaza Janés, Barcelona, 1992, pp. 171-172).

3. 4. Tradición y renovación

La historia es continuidad, entrega «<traditio», tradición) de relevos, y lo malo y lo bueno de hoy proceden de

ayer, como a su vez volverá a ocurrir el día de mañana respecto del día hodierno: «Podemos imaginar lo que

será la posteridad respecto a nosotros -su función de elección y rechazo sobre nuestras obras-, si pensamos

que nosotros mismos somos, en este momento, la posteridad de los que nos han precedido. Nos vemos y

sentimos al final de la historia de la cultura dominando sus fabulosos panoramas, aceptándola como una

herencia a beneficio de inventario. La fidelidad al momento no nos priva de acercarnos al patrimonio legado,

aun cuando nos separe el sentido irreversible de nuestra situación actual. El pasado cultural nos llega, por el

contrario, a través de nuestro tiempo, y es el poder de ultrapasar los límites de la temporalidad lo que

constituye precisamente la grandeza de aquel pasado. Si se me permitiera el juego de palabras, diría que

cuando el pasado se ultrapasa es original» (Joan Fuster: Las originalidades. Renuevos de Cruz y Raya,

Madrid, 1964, pp. 64-65).

Pensando en las generaciones venideras no podemos consentir en esquilmar la Naturaleza ni en arruinar la

convivencia humana en justicia y amor. Y a este respecto cada vagón de la tradición liberadora de ayer que

dejamos pasar por ignorancia es un tren más que perdemos en el sentido del futuro deseado. Así pues, aviso

para los no inmovilistas: Quien desee renovación habrá de sacar billete con dirección tradición; y, a la

inversa, quien piense en tradición habrá de apuntarse a interpretación renovadora, es decir, a hermeneútica,

porque la tradición no es un «depósito» sellado con siete llaves en posesión de los sumos sacerdotes de la

santa ortodoxia.

Permitir que olviden, saqueen, vacíen, o trivialicen el patrimonio histórico de las memorias liberadoras

orientadas hacia el Sur es lo mismo que dejarse robar el presente y negar el futuro mejor para los pobres.

Asumamos, pues, activamente el legado histórico favorable a la causa de los últimos heredando en nuestro

propio Rh vital el ayer y construyendo con él el mañana: está en nuestras manos elevar hacia lo alto el clamor

por un mundo mejor, aunque sólo fuere por pura decencia, porque no existe el progreso automático, ni basta

con poner el piloto automático para que la humanidad camine hacia donde debe, y mucho menos para que los

parias de la tierra dejen de serlo.

3. 5. El tiempo de un nuevo tiempo, tejido con mimbres de esperanza

Y si, a pesar de todo, los restantes agentes históricos careciesen en la actualidad de fuerzas o de ilusiones para

asumir la bandera de la libertad igual y fraterna, si llegara el caos o la entropía del mundo egoísta arrastrando

en su caída a todos, cosa impredecible pero no imposible, que no sea por culpa nuestra; que esa discatástrofe

nos pille trabajando como es debido, en pie, comenzando a resucitar. Porque nuestra historia no concluye ni

claudica en esta historia, se abre al Tiempo Nuevo o Nuevo Eón, ese Tiempo Nuevo que pide apóstoles, no

infieles, y menos aún apóstatas, que apunta hacia el Reino de Dios y su justicia. No todo cesa con nosotros.

Cada criatura, dice R. Tagore, nos trae al nacer el mensaje de que Dios todavía no pierde la esperanza en los

humanos.

Por lo demás, seremos tan viejos como jóvenes, eso depende mucho de la voluntad que tengamos y de cómo

la traduzcamos en acciones y en movimientos del corazón, porque la edad verdadera no tiene demasiado que

ver con ese mero guarismo estampado sobre el carnet de identidad que es la fecha de nacimiento, sino sobre

todo con una constante esperanzada del espíritu. Pues hay juventudes que pasan y juventudes que quedan,

vejeces que pasan y vejeces que quedan: el vivir pasa, el haber vivido no pasa jamás (J. M. Cabodevilla).

Dicho de otro modo: el hecho de dar por concluida una obra no responde a una ley de perfección, sino

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simplemente a un límite de la fatiga. Y, vistas desde este ángulo las edades, nadie podría negarnos que existen

jóvenes fatigados, esclerosados, ancianizados antes de comenzar a cansarse, y ancianos espléndidamente

juvenilimorfos, realmente en forma, que mueren de puro jóvenes. Otro tanto pasa con la psicología de los

grupos, de los pueblos, y hasta de la humanidad. Oigamos al respecto un testimonio de un gran sabio, Konrad

Lorenz: «A mi edad madura anida en mi interior un alma juvenil y traviesa que denigra la dignidad profesoral

y con vehemencia infantil me susurra críticas contra lo convencional, especialmente durante las solemnes

ceremonias académicas. Creo poder inferirlo del siguiente hecho que no me ocurre sólo a mí: una vez,

equipado con toga caminaba en solemne procesión entre los miembros de la Academia Bávara de Ciencias,

recibí en el trasero un puntapié inesperado pero muy atinado de un Premio Nóbel... Junto al espíritu todavía

bullidor en la vejez convive dentro de mí desde la lejana juventud otro sumamente respetuoso para todo lo

tradicional que acata las palabras de maestros venerables y honra con unción todas las tradiciones sin excluir

sus fastuosas manifestaciones como el paseo en toga por la Academia. Sin duda poseo las dos almas desde mi

primera juventud, pero no es menos cierto que el poder de la segunda se ha engrandecido en el curso de mi

vida. Sin embargo no quisiera creer que el alma juvenil e irrespetuosa esté agonizando en mí» (La otra cara

del espejo. Ed. Plaza Janés, Barcelona, 1973, pp. 323-324).

Para los mejores, en efecto, siempre existe juventud verdadera, juventud del alma, tiempo nuevo, esperanza

renovada aún en la adversidad; para los peores sólo merma de los hábitos egocéntricos: «Dícese que

difícilmente morimos de viejos, puesto que antes de los ciento veinte años toda defunción obedece a una

causa accidental. Pero la vejez no es sólo un estado de agotamiento físico o un fenómeno determinado por la

genética; es también -puesto que se ha renunciado ya a todo sueño sobre el porvenir- la imposibilidad de

renunciar a una bedida, a un horario, a una compañía» (1. M. Cabodevilla: 32 de Diciembre. La muerte y

después de la muerte. BAC, Madrid, 1982, pp. 64-65).

Y cuando la vejez queda sustituída por la esperanza, entonces podemos decir que el mero pasado se ve

totalmente sobre-pasado por el futuro: «¡Vivir y actuar la esperanza de que es posible y saludable la estructura

de los NO rotundos y grandilocuentes por la estructura de los SI modestos e inmediatos: es tan sano y realista

y bueno atender lo menudo, pequeño, a veces invisible, hay tanto pequeño y cercano bien por descubrir!..

Quien mata la esperanza reo es de muerte y, en efecto, muere; y muere sin descansar en paz porque ha de

seguir comiendo y respirando para alimentar la mortal desesperanza en que consiste» (Luis Cobiella. Juan

Canario. Los Derechos Humanos y el Diputado del Común. Cabildo Insular de La Palma, 1993, p. 113).

3. 6. Historia y presente

Así que a comprar menos en la planta de pijos y niñatos reunidos de El Corte Inglés, a trabajar más y a

quejarse menos. Ellos, los Narcisos -pues que así lo quieren-, a su fin de la historia, nosotros a recomenzarla y

a resoldarla en sus vínculos y en sus eslabones iguales, libres, y fraternos. Esta acción y este esfuerzo son

nuestra mejor paga y constituyen nuestra impagable esperanza de futuro, porque de la memoria nace la

esperanza, y no hay comunidad sin memoria ni memoria sin comunidad, como nos recuerda 1. M.

Cabodevilla en su libro La memoria es un árbol (Ed. Paulinas, Madrid, 1993, p. lll), dando cabida en una de

sus páginas a este hermoso poema de Luis Rosales:

«La palabra del hombre es la memoria;

la memoria del alma es la esperanza

y ambas se funden como el haz y el envés

de una moneda,

se funden en el paso igual que el pie

que avanza se apoya en el de atrás,

la esperanza, que quizá es tan sólo la memoria

filial que aún tenemos de Dios, y la memoria

que es como un bosque que se mueve,

como un bosque donde vuelve a ser árbol

cada huella».

La historia, cuando tiene espesor de pasado y proyección de futuro, es sobre todo espectáculo y fiesta del

presente futurador, donde el espectador-actor se sumerge en la acción y se enfrenta al torrente de la realidad

al retornar la pureza de su infancia gracias a las gestas del gran pasado asumido, para abrir brecha en el futuro

cual proyección idealizada del hombre nuevo que empieza a ser. Toda la potencia de la historia inunda

entonces a este alma histórica, sumiéndola en un movimiento de enervación y musicalidad abierto

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activamente a los mejores designios, pues no basta con saberse de memorieta el pasado, hay que darse una

pasada por la acción desde el pasado para no merecer el reproche de Tomás de Iriarte:

«¡Cuántos pasar por sabios han querido

Con citar a los muertos que lo han sido!

¡Y qué pomposamente que los citan!

Mas pregunto yo ahora: ¿los imitan?».

3. 7. La historia como utopía, que no como quimera

Así que nada de derramar ante el mundo un sentimiento de peroración universal, nada de ver a los hijos (lugar

del futuro) como moratoria indefinida de la soledad, sino todo lo contrario: tratar de acondicionar para los

humildes y para sus hijos un lugar en el mundo, el lugar de donde ellos no se irían, de donde ya no tendrían

que emigrar nunca más.

Aún es posible utopía. Nunca la humanidad estuvo más cerca de dominar los secretos del cosmos; nunca

como hoy supo producir tanto; nunca se preocupó tanto por los derechos humanos (preocupación por

desgracia no traducida en obras); nunca la humanidad, en una palabra, se encontró en mejores condiciones

objetivas para hacer estallar la paz. Parece mentira que aún haya que repetir a los «realistas» miopes que la

utopía nada tiene que ver con aquello de «Puig Hermanos. Badalona. Fabricantes de nubes», antes al contrario

consiste en comenzar a ver más diáfanamente, liberándose del hartazgo del mero mirar sin capacidad para

contemplar lo real que duerme en lo posible. Por lo demás, no olvidemos que «cuando el dedo señala la luna,

el imbécil mira al dedo», según rezaba el célebre y acertado apotegma de Mayo del 68. Así que: «dime qué

consideras utópico y te diré en qué crees, es decir, quién eres. Si no crees en la búsqueda del bien y en el

ejercicio de la inteligencia tu discurso está agotado y hay poco de que hablar. Si, en cambio, sigues teniendo

la gozosa ingenuidad de creer en la dignidad de la persona humana, entonces tenemos que hablar de muchas

cosas» (A. Llanos).

Dignidad comprometida y sin retórica, la utopía realista e histórica del Sur es militante, y en esa medida

apuesta activamente y no con vagos ensueños inactivos y quiméricos por la victoria final del Sur comenzando

la tarea ya mismo, pues mañana puede ser tarde. Así como cayó el imperio romano ayer y hoy el ruso, así

caerá el imperialismo capitalista algún día. Los héroes pasan a villanos en la fracción de un segundo; ellos se

suben y se bajan de la grupa del General Pavía para quitar o para poner democracias, pero la acción histórica

no consiste precisamente en contemplar el espectáculo con los ojos velados por las lágrimas, ni con la piel

recubierta de escamas como los lagartos, sino en asumir en la calle la denuncia ingente de todos los caballos

de Atila, de Troya, o de Pavía que arrasan con sus herraduras la humilde hermana naturaleza y devastan la

esperanza de los pequeños.

Tratar de evitar el mal significa a la par trabajar bien. Tratar de evitar el mal significa a la par trabajar mucho

y no echar cuentas. Pero trabajar mucho y bien no vale nada si no es desde un fondo de ojo más profundo: es

cuestión de fe, esperanza, y de caridad, virtudes teologales procedentes de Dios, desde las que adquieren todo

su valor y plenitud la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, que son virtudes cardinales humanas

enraizadas en las virtudes teologales. Desde esta utopía nada quimérica quisiéramos colaborar con esa buena

memoria militante y pauperónoma donde la eternidad toca el tiempo, a pesar ,de todos los pesares, y aunque

no le falte razón a Machado al escribir:

«¡Qué difícil es

cuando todo baja

no bajar también!»

3. 8. Trabajando por una humanidad más profética

En definitiva, en el corazón mismo de esta civilización cansada, la tarea continúa siendo como siempre

descubrir el valor divino de lo humano, el valor eterno de lo contingente humilde, como viera ese hombre de

sensibilidad excepcional y mirada de altura, Antoine de Saint-Exupéry: «Se muere por una catedral, no por

piedras. Se muere por un pueblo, no por una multitud. Se muere por amor al Hombre, si es clave de bóveda de

una Comunidad. Sólo se muere por aquello por lo que se puede vivir». Va por vosotros, humildes almas

matinales, este bello escrito de Guillermo Mújika: «Parece como si viviéramos en el claroscuro del alba.

Trasnochadores y madrugadores se cruzan por las calles. Los primeros todavía con la víspera a cuestas,

empeñados en prolongarla con una copa de más. Los segundos, estrenando una nueva fecha del calendario

marchan al trabajo. Hay almas del ocaso, en-si-mismadas, melancólicas, negadoras, conservadoras y

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guardianas de un pasado que declina. Pero hay también almas matinales, solidarias, alegres, que afirman y

que arriesgan. Son primaveras de una vida que empieza y hay que reforzar para que pueda llegar el tiempo de

la cosecha. Las almas del ocaso miran en torno y dicen: ‘¿Véis?, siguen las sombras. Puesto que es esto lo que

tenemos, plantemos nuestra tienda bajo las estrellas y gocemos a tope de la noche’. Las almas matinales, en

cambio, lanzan la mirada a lo lejos y dicen: ‘Apunta el nuevo día. Que su luz nos llene las entrañas. Tomemos

las herramientas y construyamos una central solar para que nadie pase frío en adelante’. No os tengo ninguna

simpatía, almas del ocaso. Sois pequeñoburgueses trepadores. Esperábamos algo de vosotros. El pueblo

esperaba de vosotros, tenía derecho. Conocéis. Sabéis. Habéis estudiado. No os falta experiencia. Habéis

aislado el virus que corrompe la sociedad enferma. No ignoráis su nombre y su estructura. Pero apostáis por

los beneficios y despojos de un enfermo crónico. Os lamentáis del capitalismo y no queréis transformarlo. El

socialismo os parece inmaduro, pero no intentáis perfeccionarlo. Preferís filosofar sobre las piezas sueltas del

rompecabezas a componerlo. Estáis deslumbrados por haber descubierto que la razón sola no libera,

olvidando que ya otros, hace tiempo, lo habían descubierto antes que vosotros; pero os cuidáis muy bien de

apelar al corazón, la imaginación y la voluntad. Negáis los ‘dogmas’ -¡no faltaría más!- pero os habéis

constituido en pontífices y predicadores del dogma único del fatalismo estéril. No creéis en el reino de los

cielos ni en el de la tierra, pero sacáis el pasaporte para la bienaventuranza del sistema. Lo dicho, sois

vulgares trasnochadores que, a las cinco de la mañana, andáis todavía cavilando dónde echar vuestra

penúltima copa. Entretanto van abriéndose las puertas de las casas y los obreros del nuevo día, madrugadores,

marchan al trabajo. Yo os bendigo, pregoneros del alba. Sois pocos todavía, pero vuestros pasos tempraneros

penetran en los sentidos adormilados e inquietan el sopor del mundo entero. Vuestro caminar es hermoso,

elegante y ágil. Dicen que no seguís las reglas ni marcáis los pasos como es debido. Pero yo os digo: mañana

todos aceptarán que el espíritu estaba orquestando una música nueva; que vuestro ritmo es distinto y mejor.

No os importa cuántas sean las flores, sino la estación que anuncian. Por eso os sacudís el invierno y os

aprestáis a aprovechar la primavera con ropa liviana y energía renovada. Vuestra imaginación es geométrica y

vuestra razón, entrañable. No os cuadra que os llamen soñadores. Ni tampoco fríos calculadores. Armonizáis

la poesía y el número, el gozo y el esfuerzo, el acero y el beso. No os escapáis hacia un mañana incierto. No

huís del presente. Al contrario, vivís tan densa y creadoramente el presente, os entregáis a él con tanto amor y

pasión, que lo preñáis de futuro, de un mañana mucho más ancho y luminoso.Benditos vosotros, que

rebuscáis por los desechos y las basuras y recogéis y volvéis a poner en pie lo que otros tiran. Hacéis recuento

de las derrotas pasadas del pueblo. No os lamentáis por ellas, sino que rescatáis, ponéis en un jarrón y mimáis

las flores ajadas que los Atilas aplastaron.Vuestros nombres no suelen figurar en los ecos de sociedad. Pero

sin vosotros la sociedad sólo serían ellos. Nos permitís al menos sentir que somos y existimos. Que su verdad

no es toda la verdad. Que su mundo no es todo el mundo» (Panfleto contra el alma desencantada y elogio del

alma matinal. In Noticias Obreras 1002, 16-30 junio 1989, pp. 490-491). Almas matinales, proféticas, venid a

nosotros con vuestra gran metafísica de las cosas humildes, perseverad porque per-se-verar es verdadero de

por sí cuando se quiere el bien:

«Una vez llegó un profeta a una ciudad

con el fin de convertir a sus habitantes.

Al principio la gente le escuchaba

cuando hablaba, pero poco a poco

se fueron apartando, hasta que no

hubo nadie que escuchara las palabras del profeta.

Cierto día un viajante le dijo al

profeta: ‘¿Por qué sigues

predicando? ¿no ves que tu misión

es imposible?

Y el profeta le respondió:

‘Al principio tenía la esperanza

de poder cambiados. Pero si ahora

sigo gritando es únicamente para

que no me cambien ellos a mí»

(Tony de Mello: El canto del pájaro, 82).

3. 9. Del anonimato al anonimato

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Así pues, para el militante de a pie todo se ve con la perspectiva de la macrohistoria y de la utopía no

quimérica, porque su modesta microhistoria particular se sabe asintótica o globalmente comunicada con la

común microhistoria humilde de todos los militantes de la humanidad. Me levanto, trabajo, amo, me acuesto

ya cansado: en mí, en esa humildad, se está fraguando aquí y ahora misteriosamente la eternidad porque dejo

que en mi pequeño laboreo ofrecido por todo el mundo se anticipe la resurrección. Estoy amasando un nuevo

tejido humano, una civilización verdadera y una patria de identidad que nunca morirá. Cada acto, cada gesto,

se convierte entonces en un valor, en una gesta sencilla y anónima pero con rudimento de civilización, tal y

como nos lo recuerda Cherna Berro respecto de los militantes humildes de CNT: «Murieron tras una vida

dedicada a la CNT. Es el caso de cantidad de compañeros mayores, gran parte de los cuales van viviendo y

muriendo en el exilio. Sus nombres aparecen en nuestros humildes periódicos, en una breve nota que casi con

seguridad anuncia que su fallecimiento se ha producido arropado por sus familiares y por sus compañeros, sus

hermanos de la CNT. Son nombres que no nos dicen casi nada, pero todos ellos esconden una biografía

impresionante. Dedicaron su vida a la CNT. Hicieron lo que se les pidió con una capacidad asombrosa. Se

codearon, tuvieron que codearse, con los grandes personajes de la historia sobresaliendo por su capacidad y

por su dignidad, ganándose la consideración y el aprecio de todos ellos, de sus propios contrincantes en el

campo de las ideas. Pero ese reconocimiento quedó en el círculo de sus contactos directos, sin traspasar el

umbral de la historia, sin entrar en los libros o haciéndolo de refilón y de paso, sin quedar individualmente,

como legado para las futuras generaciones. Salieron del anonimato y volvieron al anonimato para seguir

haciendo lo que tenían que hacer, de nuevo en tareas más humildes. Dedicaron la vida a la CNT y ésta se

convirtió en un buen medio para dedicarla a su clase, a su causa y, de una forma más general, a su país y a

toda la humanidad. Seguramente esa capacidad de anonimato, esa capacidad de enterrarse para dar fruto, esa

renuncia a su prodigiosa individualidad para convertirse en una parte, sólo una parte, de algo colectivo, sólo

puede darse en gente que tiene una misión, una causa, algo por lo que vivir y luchar y morir y enterrarse.

Buena lección, no aprendida, para la situación actual ¡tan distinta! Hoy cualquiera está dispuesto a hacer de su

pequeña diferencia un abismo insalvable; y si nos tocaran nuestro ego, nuestra individualidad, ello se

convertiría en el centro de todos los problemas. Actuamos en función de nuestros deseos, reducidos a

apetencias cada vez más inmediatas, más absorbentes y absorbidas por un mundo que no ha aprendido, que ha

olvidado que la realización, si se reduce a satisfacción de las apetencias, se convierte en locura y en huida

hacia ninguna parte, y que sólo se realiza en la medida en que se convierte en entrega, en renuncia hasta el

enterramiento, en la medida en que se somete a esa misión que traspasa y ordena las apetencias y les da

sentido, y nos lo da a nosotros... Pero el futuro no se ve desde el presente sin la perspectiva que da el pasado.

La memoria es parte del ser, parte de la posibilidad de ser y del futuro. Renunciando a nuestro pasado no

tendríamos sentido, ni tan siquiera existiríamos. Ellos son nuestro pasado, y recuperar su memoria y

proyectarla, darle continuidad, es nuestra tarea y nuestro mejor homenaje. El único que seguramente quieren y

esperan. Conseguir, en definitiva, que el anónimo ‘Fulano de tal, militante de la CNT’, siga siendo el mejor de

los epitafios» (Del anonimato al anonimato. In "Libre Pensamiento", 13, 1993, pp. 73-74).

Comienza a llegar, pues, la hora de construir la ciudad ideal de Péguy cuando construimos construcciones con

ladrillos humildes, de modesto barro, y de desarrollar algo más que planes de desarrollo faraónicos cuando

desarrollamos nuestra intensa cotidianidad; ha llegado la hora -decía el añorado Emmanuel Mounier- de

rehacer el renacimiento, esto es, de civilizar la civilización: «No me basta con reconocer qué grano de trigo

deseo para que él germine. Si yo quiero salvar a un tipo de ser humano debo salvar también los principios que

le fundan» (A. Saint-Exupéry: Pilote de guerre). Esto quiere decir que, lejos de encontramos al final de la

historia, ésta no ha hecho sino comenzar, y además comenzar proféticamente en el interior de quienes han

realizado el descubrimiento del valor eterno de lo contingente: “Sólo una actitud profética hacia el pasado

pone en movimiento a la historia y sólo una actitud profética hacia el futuro podrá ligar a éste con el presente

y el pasado, a través de un cierto movimiento interior, espiritual. Sólo una actitud profética hacia la historia

podrá vivificar la historia, insuflando en su estatismo el fuego interior del movimiento espiritual. El destino

humano no es sólo terrestre, sino también- celeste, no sólo es histórico, sino, además, metafísico, no es sólo

humano sino a la vez divino. Sólo una conversión profética a la historia, al pasado, puede vivificar el

movimiento y la evolución inertes y convertirlos en una realidad plena, espiritual” (Nicolai Berdiaev: El

sentido de la historia. Ed. Encuentro, 1979, p. 46). Pero para todo eso, queridos amigos, es preciso conocer la

historia de los pobres y de los humildes: ignorarla es exponerse a repetirla en forma de caricatura, además de

constituir una grandísima descortesía, de esas descortesías que luego se lamentan: «Wu Ma Tzu dijo a Mo Ti:

Dejar a los hombres actuales y estar siempre elogiando a los antiguos emperadores es igual que elogiar unos

huesos secos. Es como si un carpintero supiera sólo de troncos e ignorase los árboles vivos. Mo Ti le contesta:

El mundo vive hoy gracias a las enseñanzas de los viejos emperadores. Alabar a los antiguos emperadores es

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alabar aquello por lo que hoy vive el mundo. Además, ser una cosa laudable y no alabarla es falta de virtud

jen (amor al hombre» (Mo Ti: Política del amor universal. Ed. Tecnos, Madrid, 1987, p. 154).

Si conocer la historia no basta, es porque hay que hacerla. Y la verdadera historia es la historia que menos

sale en la fotografía, la historia de los colectivos sencillos, de las agrupaciones cotidianas, especialmente la

historia que soportan sobre sus débiles espaldas las grandes masas de la humanidad empobrecidas por las

minorías que escriben la historia. Hoy en día, por lo tanto, la historia de la liberación de los oprimidos y

explotados sigue siendo cosa de los oprimidos y explotados mismos. Empero, dadas las circunstancias que

hemos descrito en este capítulo, actualmente parece tenderse en Occidente, a la vista de la carencia de

vocaciones militantes (tanto éticas como religiosas), a un tipo de organización supuestamente comprometida y

«alternativa» que se ha dado en llamar «de tipo americano», y su variante-europea podría ser Greenpace, que

se basa en la actividad de unas pocas personas profesionalizadas sostenida por una amplia masa de cotizantes

que financian su actividad. En este modelo de acción no son los cotizantes quienes toman las decisiones de

actuar y las metas a seguir, sino el grupo profesional. Evidentemente mejor Greenpeace en mano que

cazabombardero yankee volando, pero mejor aún militantes haciendo paz verde, que movimientos

profesionales que al final terminan amarilleando. La liberación de las esclavitudes no van a asumirla nunca

los mercenarios, ni siquiera los mejores mercenarios de buena voluntad. Si queremos ir hacia otra historia,

asumamos nosotros mismos la quiebra de las cadenas. En resumen: la historia de la humanidad dista de ser un

contínuo coherente; hoy parecemos perdidos en alguno de sus oscuros meandros, pues nadie hubiera predicho

el actual mapa mundi tras la caída del comunismo, viaje más largo que ningún otro del capitalismo al

capitalismo, con el agravante de que dicho capitalismo se encuentra a su vez al borde del colapso pese a sus

innúmeros panegiristas, mientras nadie alcanza a predecir un futuro mejor. En esa coyuntura estará más cerca

del futuro quien mejor conozca los grandes clásicos del pasado, sobre todo si éstos optaron por la sociedad

civil. Estas palabras premonitorias de Michail Bakunin no han perdido al respecto su actualidad, ya que las

dificultades relativas a los movimientos iguales, justos y fraternos siempre han sido las mismas: «Habiendo

reconocido que ha triunfado el mal que no he podido evitar, estoy dispuesto a estudiar su evolución lo más

objetivamente posible. ¡¡Pobre humanidad!! Es evidente que sólo podrá salir de este inmenso remolino con

una revolución social gigantesca. Pero ¿cómo puede llevarse a cabo semejante revolución? Jamás la reacción

internacional europea ha sido tan formidable contra cualquier posible movimiento popular... Y para romper

esta fortaleza inexpugnable e impenetrable sólo contamos con las masas desorganizadas. Pero ¿cómo

organizadas cuando les importa tan poco su propio destino, que resulta difícil saber o poner en efecto las

únicas medidas que pueden salvarlas? Aún queda la formación y su propagación, aunque en las presentes

circunstancias puede tener muy poco efecto». Tenga el efecto que tenga, la formación histórica resulta tan

imprescindible como el cambio del corazón cuando se trata de hacer sociedad civil.

BIBLIOGRAFÍA

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61

EL VALOR DE LA

SOCIEDAD CIVIL

RAÍCES ZYX

1. 1. Tener raíces

Pero si la historia es el tiempo, la sociedad en que acaece el tiempo es el espacio. Tiempo sin espacio es

vacío, espacio sin tiempo es ciego. Después de Einstein sabemos que el tiempo es una dimensión más de lo

real, así que no podríamos tampoco nosotros, ni nadie, por más que lo quisiera, emprender el relato vivido de

la histori sin mostrar su encarnación espaciotemporal.

La manifestación en el tiempo de lo que son los colectivos constituye su cultura. La «personalidad básica» de

los individuos y de los pueblos no podría entenderse sin su pasado, que no desaparece, sino que se presenta

como pasado operante en el presente. La historia es nuestro presente y es nuestra cultura (cfr. M. Dufrenne:

La personalidad básica. Un concepto sociológico. Ed. Paidós, Buenos Aires, 1972). Así las cosas, nosotros

venimos de lejos, muy de lejos en el tiempo, y por lo mismo estimamos que nuestras raíces sociales y nuestra

historia de presencia sociopolítica no solamente no comienza hoy porque toma el relevo de la humilde gente

militante, sino que además deseamos que no termine mañana, ni pasado, ni nunca, pues nunca podremos dejar

de ser:

a) personas que son fin en sí mismas;

b) abiertas al prójimo trabajando por una ciudad ideal;

c) abiertas a la trascendencia.

Los marcos históricos pasan, cambian, o mutan; pero nosotros nunca podremos dejar de ser personas en

sociedad y abiertas a lo trascendente... al menos, mientras seamos como hoy creemos ser. Ciertamente,

venimos de lejos en el tiempo: primero del libro del Génesis y de su desarrollo en el Antiguo Testamento;

después, nada menos que del Evangelio de hace dos milenios. Obviamente, también nosotros-fieles a la

infidelidad de nuestros antepasados, y por tanto desgraciadamente infieles a Dios- quebrantamos

continuamente nuestro pacto con el Dios que hizo los cielos y la historia, y cada día sabemos mejor que no

sólo venimos de más allá de un bimilenio, sino que además distamos años luz de ser dignos seguidores de ese

Eu-angellion, de ese Evangelio o esa Buena Noticia que es más grande que todas nuestras mejores

actuaciones temporales juntas. Pero contamos con el don del perdón, y con que la gracia de Dios sobreabunda

donde nosotros introducimos des-gracia. Y así seguimos trabajando, entregando nuestro torpe relevo epocal

generación tras generación, a pesar de la poquedad del testimonio. Experiencia exódica, exílica, y en la cual

tenemos la sensación continua de que no llegaremos a ver la nueva tierra. A veces cuando nos sabíamos las

respuestas nos cambian las preguntas, otras veces un siroco borra todas las huellas y todas las pistas de esta

travesía a pie enjuto, y nos quedamos solos, sin nuestros compañeros de viaje, a los que de repente nos

encontramos viendo regir las polis más diversas e incluso más aparentemente contrarias a sus discursos. Y así

y aquí seguimos al día de hoy, cada vez más un poco más viejos en nuestro peregrinar, pero apenas sin damos

cuenta cada día también un poco más experimentados; muy esperanzados pese a todo, aunque a veces muy

infieles y también bastante maleados (maleados no sólo por los otros, también por nuestro propio malum).

Sí: también nosotros andamos bastante escasos de frutos propios, porque la cosecha de nuestra propia

generación está siendo más bien escasa en medio de la sequía ambiental y de las circunstancias en que nos

encontramos inmersos al final de este bimilenio; tenemos raíces, sí, pero pocos frutos, y por eso no podemos

jactamos de nada. Aquellos que por su parte presumen de un siglo de honradez no sólo se vanaglorian de muy

poco tiempo, sino que además deberían engolarse menos cuando su árbol parece haberse secado sin soñar en

alcanzar la venerable antigüedad del drago de raíces milenarias. Presumir de tener raíces sin frutos resulta, en

III

1

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62

fin, más que triste, pues es tanto como exhibir árbol genealógico echándose a la bartola bajo él, y ahí me las

den todas. Pero nosotros por nuestra parte sabemos que no hay frutos sin hondas raíces, y que éstas claman

por aquéllos: por los frutos se conoce la fertilidad del árbol. Y no perdemos en modo alguno la esperanza de

ser «conocidos» por nuestros frutos, que para corresponder a sus raíces sólo podrían «reconocerse» en el

rostro de la viuda y del huérfano, nunca en una poli s que mucho tiene de necrópolis y demasiado de

corruptópolis.

1. 2. El entusiasmo-Zyx

Digamos, pues, dos palabras sobre nuestra historia experiencial a fin de que, en su modesta calidad de eslabón

intermedio, sea conocida por nuestros sucesores y para que de este modo les enriquezca a sus propios

sucesores. La historia más inmediata, la nuestra, es la que en la España de los años sesenta todavía inmersa en

un franquismo muy entero y muy dictatorial surgió alrededor de una Editorial que -por sugerencia de Teófilo

Pérez Rey (uno de sus promotores, anucleados en tomo a la figura carismática de Guillermo Rovirosa)- fue

denominada Editorial Zyx para poner primeras las tres últimas letras del abecedario, y de este modo para

manifestar su opción preferencial por los últimos: bella declaración de intenciones que surgía de la HOAC,

Hermandad Obrera de Acción Católica, en una época en la cual los obreros humildes tenían mucho de pobres

de la tierra. Obrero, tierra humilde: homo-humus-humilis.

Se trataba con aquella obra de dignificar la condición humilde del obrero, entendiendo que esa dignificación

sólo podía sustanciarse y sanarse en la raíz si se situaba a la luz del Cristo pobre y obrero. Y aunque con el

curso del tiempo las instituciones se empeñan casi indefectiblemente en ir validando el lema corruptio optimi

pesima («cuando lo mejor se corrompe entonces deviene pésimo»), sin embargo, en principio, a esta

generación no se le pasó por la cabeza trabajar para una exaltación unilateral del mundo obrero con su

inevitable escoramiento obrerista, economicista, y finalmente sectario, sino dar el callo en favor del mundo

obrero-y-pobre, incluyendo en él todas las pobrezas físicas y psíquicas, todo lo caído, todo lo que sólo podría

ser redimido desde el madero por el Jesús de los últimos en su opción preferencial por ellos.

Empero, y para decido todo, buena parte de la jerarquía católica desconfió sistemáticamente de este proyecto

en la medida en que su propia idea de Iglesia se solapaba en exceso con la cosmovisión impuesta por el

Caudillo de una cristiandad católica que había vencido a los infieles en una supuesta cruzada y que se

autolegitimaba presentándose cual modélica reserva espiritual de Occidente y espada de la cristiandad. Aquel

Franco bajo palio resultaba ser, así las cosas, la vera effigies o verdadero rostro de un cesaropapismo más

propio del Carlomagno del año ochocientos que del siglo XX, por mor del cual cesaropapismo el episcopado

español quedaba atado y bien atado en las manos de su pretendido protector.

Las cosas casi nunca son como deseamos que sean, son sencillamente como son, y aquélla era la realidad

existente entonces, con la cual había que contar y trabajar. El mismo Guillermo Rovirosa -ese hombre al que

no sólo hay que explicar, sino con el cual uno ha de explicar ciertas realidades, y ante el cual uno debe

explicarse cuando habla desde su tradición- padeció el ostracismo en su propia HOAC por desconfianzas

episcopales respecto del proyecto por ella representado, proyecto que a aquella generación de jerarcas siempre

le olía a marxismo puro y duro, por lo que el marxismo resultaba a la sazón la mofeta más pestilente del

mundo, ya que todo despedía aromas de marxismo, lo cual demuestra que las cosas huelen según el miedo o

el deseo de la nariz que olisquea: quidquid odoratur ad modum odorantis odoratur, podríamos decir. Y si

dabas el tufo de marxista estabas perdido, porque además el marxismo parecía acercarse en su odoración al

misrnísimo fétido y diabólico azufre con toda la variedad de su gama redescubierta ad hoc (y en este caso ad

hoac) por las más refinadas narices inquisidoras adiestradas con fidelidad olfativa de perro de presa:

¡¡inquisitorial escolástica olfativa!!. Mucho se ha hablado de la oposición entre azules y rojos, pero quizá

pudiera establecerse otra, siguiendo la pauta propuesta por Süskind, la que separaría perfumes azufrados y

perfumes incensados en un país en el cual -todo hay que decirlo- el botafumeiro fue siempre la cosa mejor

repartida del mundo, en lugar del sentido común.

A pesar de lo cual Guillermo Rovirosa y aquella generación de entusiastas (entusiasta: que está con alma,

corazón y vida en lo divino que vivifica) que luego fundara la Editorial Zyx (Tomás Malagón, Julián Gómez

del Castillo, Luis Capilla, Teófilo Pérez Rey, Jacinto Martín...) no solamente no se desanimó ante la

adversidad, sino que en ocasiones logró incluso animarla hasta el punto de desanimar a los adversarios.

Cuando el ministro de Información y Turismo al que había que presentar los libros a censura obligatoria y

ante cuyas denegaciones no había posibilidad de apelar, cuando el aperturista señor Fraga Iribame decidió que

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estaba cansado de aquellos molestos enemigos de la Patria y que cerraba patrióticamente la Editorial, fue

cuando ésta más vigorosa se encontró, pues no se cierra nunca una idea que se ha hecho corazón. ¿Cómo se

iba a cerrar aquel hermoso emporio de corazones de cristal, si los que colaboraban en Zyx cobraban el salario

mínimo, y muchos incluso daban gratis todo su trabajo excedente, poniendo encima dinero? ¿cómo se iba a

cerrar, si -por referir un solo ejemplo que compendia otros muchos- Juan Gómez Casas, que iba a ser más

tarde Secretario General de la CNT, escribió para Zyx recién salido de la cárcel su famosa «Historia del

Anarcosindicalismo» con el salario de un peón de albañil hasta que la terminó? ¿cómo se iba a cerrar si los

militantes de Zyx no entraban en bares porque no tenían tiempo ni dinero ni ganas, puesta su cabeza y su

corazón en otras causas? ¿cómo se iba a cerrar, si los obreros-militantes mismos habían formado una caja de

resistencia y el dinero -el poco, el heroico dinero, en ocasiones- de la gente se entregaba a fondo perdido

cuando era menester? ¿cómo se iba a cerrar, si clandestinamente continuaban vendiéndose los libros, una vez

clausurada la Editorial, en campos, fábricas y talleres, del productor al consumidor, a pesar de que el

vendedor podía acabar y acababa a veces en la Dirección General de Seguridad? ¿cómo se iba a cerrar, si los

puestos callejeros en que los ateridos militantes ofrecían folletos de trece y de veinte pesetas (baratísimos

también ayer) decían a la gente las cosas que la gente quería leer, acaso se le pueden poner puertas al campo?

¿cómo se iba a cerrar si los militantes de Zyx vivían como apóstoles durante todas las horas de su vigilia, y

quizá también en buena parte de sus sueños? ¿cómo se iba a cerrar si de alguna de la gente de Zyx podía

afirmarse que estaban en lo mismo y tenían todas las cosas en común? ¿cómo se iba a cerrar, si Zyx enseñaba

a vivir la realidad haciendo de los libros texto vital, y de los textos vitales libro, al modo como en la novela

Farenheit 451 de Ray Bradbury, al final convertido cada hombre en un testigo de la bibliografía de lo eterno?

1. 3. Franciscanismo político

¡Qué pena que esbozar estas pinceladas hoy resulte para las actuales generaciones amigas de Narciso de

alguna manera proporcionar -por decirlo con el utopista William Morris- news from nowhere, noticias de

ninguna parte! Pero entonces -por decirlo ahora con otro reformador, Robert Owen, al que precisamente en

ese ambiente habíamos leído y admirado con unción- lo que Zyx quería poner en pie era a new view of

society, una nueva visión de la sociedad. En efecto, los militantes de Zyx venían del Evangelio, y desde el

Evangelio se encontraban con las personas de toda condición, especialmente con las humildes, en los libros,

en los cursos de formación, en las iniciativas experienciales de autogestión, en el rodaje social, en los

compromisos vecinales y de barrios, en aquella mística política que era toda una cosmovisión, una visión con

la que hablar al cosmos oportuna e importunamente, como Francisco de Asís a la entera creación.

Franciscanos de la política (aunque a riesgo de degenerar en ocasiones en cátaros, todo hay que decirlo) ¿era

aquello una lucha política propiamente dicha? Desde luego, pues se entendía la política al modo como Platón

la define en el diálogo Protágoras, a saber, como justicia y pudor, y además, por si eso fuera poco, en el

sentido en que Charles Péguy lo había explicitado: «Mística republicana la había entonces, cuando se daba la

vida por la república; política republicana la hay hoy, en que se vive de la política».¡Y cómo se vive hoy! A

fuer de sincero, ninguna de las gentes de Zyx hubiera imaginado jamás al actual señor de los espacios

políticos, casta «profesional» hiperbórea sustraída de su quehacer laboral, y maiestáticamente elevada a

cratofanía teiomórfica o manifestación deslumbrante de lo divino, con un poder cuasifaraónico y unas

prerrogativas económicas y sociales absolutamente olímpicas si se comparan con las del resto de los mortales

que laboran en el démos de la demo-cracia.

La gente de Zyx pensaba y hacía la política desde la calle, desde los pobres, y la hacía con la misma pobreza

con que la padecían los pobres. De verdad, jóvenes que hoy nos leéis. Aunque no lo podáis creer porque

nunca habéis visto cosa similar, el sujeto de aquella acción política era lisa y llanamente el pobre. Y cuando

decimos el sujeto decimos el sujeto, y no el objeto. En primer lugar, porque los agentes de esa acción estaban

más cerca de ser pobres que de ser ricos, y en segundo término porque al pobre nunca se le trata como a un

objeto, no se le da una política para que la acepte pasivamente, sino para que se implique en ella. Pues la

liberación de los pobres ha sido, es, y será cosa de los pobres mismos. ¿Cuándo se ha visto otra cosa en la

historia? En el momento en que los ex-pobres se convierten en neo-ricos, adiós muy buenas, se acabó lo que

se daba, y por eso ya no se da nada y todo se acaba para convertirse en nada. Aquello, pues, era hacer política

desde abajo, o, como entonces se decía, desde la base, afirmación para cuya enfatización se llegó incluso al

frecuente e inelegante pleonasmo: la buena política tenía que ser de-base-base, y los peor hablados se veían

obligados a clamar enfervorizadamente que, si sería bueno talo cual militante, que era de la puta base.

Denominación de origen, pues. Y en esto, por fortuna, a su vez Zyx no hacía sino heredar .las mejores

tradiciones militantes de la historia del movimiento obrero español, por ejemplo la abnegada entrega de los

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obreros anarcosindicalistas: «Los dirigentes anarquistas jamás cobraron sueldo; en 1936, cuando su sindical,

la CNT, contaba con más de un millón de miembros, no tenía más que un secretario con sueldo. Viajando de

pueblo en pueblo, a pie o a lomos de mula, o en los duros asientos de los coches de tercera del ferrocarril, o

incluso, como los vagabundos o los torerillos maletas, sobre el techo de los vagones de mercancías, mientras

organizaban nuevos grupos o dirigían campañas de propaganda, aquellos apóstoles de la idea, como eran

llamados, vivían como frailes mendicantes de la hospitalidad que les podían ofrecer sus hermanos obreros

menos ahogados por la miseria... La verdadera riqueza militancial era la cantera de anónimos que apenas

escribían y se expresaban torpemente. Colocados entre las masas de aluvión y las élites sobresalientes,

llevaban el peso de la organización en su base, en contacto directo con las fábricas...

Por otra parte los anarcosindicalistas mantenían por toda la geografía española cientos de escuelas

racionalistas y de Ateneos que eran costeados con las cotizaciones de los adherentes. Ningún otro movimiento

dispuso jamás, ni de lejos, de tantos elementos educativos, de tantos órganos de propaganda y de expresión,

de tantas editoriales. Los libros, folletos, revistas, periódicos editados por los anarcosindicalistas hasta el

último día de su vida pública forman legión, y su solo recuento exigiría nutrido catálogo. El

anarcosindicalismo conservaría hasta su fin su constitutivo carácter ascético. En los medios propios se hacía

propaganda contra el alcohol, el café, el tabaco, el juego, los prostíbulos... Se inculcaba el respeto a la mujer y

a todo ser viviente. El maestro iba, al mismo tiempo, formándose y adquiría una cultura que más tarde serviría

al militante» (Victor García: Antología del anarcosindicalismo. Ediciones Ruta-Base, Caracas/Francia, 1988,

pp. 337-39,230)

Ahí está el reto también hoy, lo mismo que anteayer en el movimiento libertario, y lo mismo que ayer en Zyx:

una militancia con una mística, una formación cultural, y mucho amor. Tal me parece que sigue siendo

también, lo mismo que ayer, tarea de los pobres de la tierra. Ayer era Pedro Kropotkin, aquel militante

libertario nacido en la cuna de la alta nobleza rusa, el mismo que de pequeño se durmió en brazos del Zar de

todas las Rusias, el cual militante ya encarcelado en la Fortaleza zarista nos relata en las Memorias de un

Revolucionario: «En cuanto al estado de mi salud, se empeoró más aún debido a la pesada atmósfera de la

pequeña celda, que sólo medía cuatro pasos de un ángulo a otro, y en la cual, desde que empezaban a

funcionar los tubos de la calefacción, cambiaba la temperatura desde un frío glacial a un calor insoportable.

Como había que girar con tanta frecuencia, a los pocos momentos de pasear me mareaba, y los diez minutos

de ejercicio al aire libre, en el rincón de un patio cerrado entre altos muros de ladrillo, no me servían de

mucho.

Respecto al médico de la cárcel, que no quería oir la palabra ‘escorbuto’ pronunciada en su prisión, mientras

menos se hable de él, tanto mejor... En esas condiciones, por el procedimiento de los golpes, yo llegué a

contar a un joven que estaba en la celda inmediata la Historia de la Comuna de París, invirtiendo en ello una

semana». ¡Golpe a golpe, verso a verso un militante total relata a un presidiario anónimo la Historia de un

arquetipo revolucionario, la Comuna de París! Ni una muestra de abatimiento en las circunstancias más

adversas. Aquellos geniales convictos a los que nadie podría acusar de sectarismo, aquellos robles inabatibles

se entregaban a la causa común hasta la muerte, sin que ningún muro pudiera impedir a la fuerza de su

espíritu trascender. Se comprende que a la vista de aquello un amigo con voluntad presencial y militante nos

escriba hace poco las siguientes palabras: «Entre otras cosas me gustaría que en el Instituto E. Mounier se

empezara a pensar en términos de Andalucía más que de Sevilla. No quiero decir que sea fácil, pero como

algún día habrá que empezar ¿por qué no cuanto antes? Yo creo que ese debe ser nuestro reto.

Por otra parte, cada vez que pienso lo cerca que está la pobreza que nos rodea (el Magreb) y luego recuerdo el

internacionalismo obrero del siglo pasado, las gestas impresionantes de los anarquistas andaluces que narra G.

Brenan, los ideales de aquellos hombres, pobres en medios materiales y en conocimientos, no me resigno a

creer que, hoy, hombres con más medios y más inteligencia y conocimientos, sean capaces de tan poca cosa, a

no ser que tengan menos espíritu. En comparación con aquellos tiempos heroicos, j ¡qué fácil sería mantener

una relación frecuente con gentes del Norte de Marruecos, con los saharauis, etc!! Bueno, esto es soñar por

escrito, pero es tan grande el abismo económico, cultural y religioso que no puedo evitado».

1. 4. Historia interminable

Intentar aquí una historia pormenorizada de los avatares de Zyx hasta su cierre excede del todo las

posibilidades de unas pocas páginas así como -y sobre todo- nuestra propia escasa capacidad al respecto;

además el asunto espera todavía su historiador, tarea que me atrevo a recomendar encarecidamente a la nueva

generación de profesionales (en lo que estoy de acuerdo con Rafael Díaz Salazar, quien -él sí- lo haría

profesionalmente mejor que nadie, de modo que en lugar de prodigar eSe consejo debería aplicárselo él

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mismo, dicho sea de la forma más cariñosa) porque de alguna manera ofrecería una plataforma heurística o

interpretativa privilegiada para entender no sólo la historia del movimiento obrero, sino además la historia de

España, y desde luego la historia del «catolicismo social». Que el poder académico, siempre en otra parte, aún

no se haya interesado por la narración de esta historia, eso también es otra historia, una unendliche

Geschichte, una historia interminable, pero que de todos modos se entiende bien: a la Academia no le

preocupa demasiado la historia pauperum o historia de los pobres, del mismo modo que a la burguesía le

molan más las historietas de la prensa del corazón volcada en las bodas del Emperador del Japón, e incluso en

los ligues estivales de cualquier príncipe de provincias, con los que se ocupan deleitosamente.

1. 5. Cuando se pierde el Sur se pierde el Norte

El caso es que poco a poco, ay, el panorama de Zyx se fue haciendo sombrío, hasta que la noche luctuosa del

entierro llegó. Fue un golpe helado, un manotazo duro, un hachazo invisible y homicida. ¿Por qué, de qué

murió el rozagante joven cristiano-social de Zyx? Zyx cerró por su propia decadencia, pero no fue cerrada: lo

que no pudo el poder faraónico lo pudo su propia impotencia. Motivo: cuando las raíces cristocéntricas

comenzaron a debilitarse en los corazones de aquellos militantes obreros empezaron a crecer a su alrededor a

modo de Ersätze o subrogados las malas hierbas, la cizaña, la mera ideología, la cual es una visión imaginaria

de la realidad que ha perdido su suelo nutricio, que ha dejado de lado su relación con las cosas mismas, y que

finalmente acaba tomando la propia perspectiva subjetiva por realidad objetiva, desenfocándolo todo. En

efecto, España estaba cambiando a ojos vista, el régimen se iba debilitando (y a ello contribuyó Zyx

enormemente, muchos de cuyos militantes hoy se encuentran dispersos y esparcidos por las latitudes políticas

más diversas, en plena diáspora), y las teorías políticas no cristianas o anticristianas iban surgiendo día a día

cada vez con mayor fuerza. Además hay que tener en cuenta que Zyx no fue nunca una organización de

partido, y por ese motivo no podía ofrecer perspectivas políticas profesionales a aquellos de sus militantes

que, cada vez más entusiasmados con el cambio social y cada vez más tibios en su fe, se iban escorando

paulatinamente hacia la acción en detrimento de la reflexión. Quizá también en Zyx el listón de la perfección

política había sido puesto muy alto por una minoría y la mayoría no llegaba, o quizá es que no se tuvo

suficientemente en cuenta que, como alguien ha escrito muy gráficamente, el mundo es una montaña de

mierda y hay que cogerla con las manos.

El caso es que, poco a poco, decíamos, conforme aumentó el nivel de vida de las clases trabajadoras, sus

militantes comenzaron a imaginarse cómo había que liberar al pobre. Fue entonces cuando unos se

imaginaron una liberación de una manera y otros de otra, pero no desde los pobres mismos, y cada vez menos

desde el Cristo pobre. Marxismo, anarquismo, neomarxismo, neoanarquismo, posibilismo, maximalismo,

pragmatismo, y todos los «ismos» comenzaron entonces a agitarse académicamente en la olla de grillos hasta

que al final, como el rosario de la aurora, se produjo la déblace y la secesión, el insurgir de todos contra todos.

Craso error, pues una gran política sólo cabe con una gran mística: “Al cabo de cinco años de quejarnos y de

autogestionarnos estamos así. Causas: creo que los propagandistas hemos equivocado el camino. Hemos

buscado ansiosamentes operarios para la viña del Señor, cuando lo que se nos había mandado en primer lugar

era rogarle al Señor que Él los enviase. Yo debo confesar mi culpa: por cada semana pasada ‘buscando’

operarios no he pasado ni un minuto ‘pidiéndolos’. Puede que algún moralista me hiciera ‘distingas’ (para

tranquilizarme) entre lo explícito y lo implícito y quizás tuviera razón. Pero lo cierto es que (por lo que se ve)

todos los propagandistas de la HOAC -en más o en menos-, todos padecemos del mismo mal” (Guillermo

Rovirosa: A Mosen Ricart. Madrid 3-4-41).

Finalmente, cuando el barco se hundió las ratas, fieles a su proverbial habilidad, entonaron el correspondiente

«¡sálvese quien pueda!», abandonando el barco en suspensión de pagos. Y hoy, lo que es la vida, no pocos de

aquellos supuestos militantes-insignia se encuentran tan felices y contentos con la actual democracia formal,

ese metafísico proceso que con todo realismo garantiza simplemente que no

1. 6. Los nuevos jóvenes de la vieja Europa

Hay que reflexionar sobre el pasado:

-¿Qué lectura cabría extraer de todo aquello? ¿Es que el cristianismo social (es decir, el cristianismo sin

adjetivos, pues un cristianismo no social o ajeno a lo social vendría a ser lisa y llanamente una contradicción

en los términos) no vige cuando un país alcanza un cierto nivel de vida?

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-¿acaso es que su propia decadencia le ha llegado por un declive en la formación de sus militantes, incapaces

de afrontar el reto de una cultura laica y plural?

-¿o tal vez por una declinación de su fe, ahora pretendiendo oler a la vez a azufre y a botafumeiro, y por lo

mismo al final a nada, con la inodoración aséptica del mundo pos moderno y light?

-¿o es que los nuevos jóvenes de la vieja Europa, es decir, la generación de hoy, ha roto amarras con la

generación de sus padres al haber cambiado el contexto histórico y productivo que nosotros, sus padres, no

supimos encaminar debidamente tras la bandera libre, igual y fraterna que enarbolábamos?

-¿o quizá hemos de pensar que se está preparando de forma aún invisible para nuestros ojos un mundo cuyo

alcance y significado no podemos entender, y por tanto ni siquiera someter a juicio histórico?

1. 7. Y sin embargo el espíritu-Zyx pervive

Ahora bien, la historia continúa rodando, y si algo se demuestra siempre es que en ella nada es definitivo

porque las sociedades cambian y pueden (podemos) rectificar. Por lo demás los movimientos históricos no

son holistas, es decir, que la historia no es un rodillo porque existen en su interior las divergencias y las

disidencias aunque sean minoritarias, y ellas también hacen historia si consiguen abrirse camino. Y teniendo

en cuenta esto el Instituto Emmanuel Mounier, como otras organizaciones actualmente operantes y bastante

más testimoniales, ha querido continuar humildemente parte del carisma de aquella Zyx. y aunque el modesto

Instituto Emmanuel Mounier no es en nuestros días un organismo confesional, como tampoco lo fue Zyx, sin

embargo su aspiración continúa siendo básicamente la misma en unas circunstancias históricas muy

diferentes. Pasemos, pues, sin más preámbulos a detallar las tareas que en nuestra opinión podría asumir

humildemente en nuestros días, y cómo creemos que debe hacerlo, para que al final tenga el coraje de hacerlo

y la humildad de no alardear de ello, si lo logra.

POBREZA Y SOLIDARIDAD HOY

2.1. ¡Pobres de los pobres!

Ni la pobreza es la madre de todos los problemas, ni la riqueza de todas las soluciones, por eso Unamuno

afirmó que era menester liberar al pobre de su pobreza y al rico de su riqueza, a cada uno según la fuente de

sus pecados. En todo caso los pobres no son lo que uno explica, sino ante quienes uno se explica, y con

quienes uno se explica (o de lo contrario nada al respecto se explica). Empero, comenzar el análisis de la

sociedad poniendo en primer plano a los pobres es algo que no les agrada a muchos, para los cuales sólo los

ricos hacen historia y sólo los ricos liberarán a los pobres, en la medida en que sean ricos buenos. No somos

por nuestra parte maniqueos, pero para nosotros la sociedad (que no es sino la vida cotidiana) debe ser

transformada de abajo arriba, y no a la inversa, transformación que por otra parte sólo podrán llevarla a cabo

quienes sientan por el motivo que sea (hambre, solidaridad, amor, etc.) la llamada de los de abajo. Lo primero

y principal, pues, consiste en hacerse cargo de una vez por todas de la pobreza (la pobreza no es una

abstracción: siempre tiene ojos y manos) con voluntad decidida de erradicarla, porque sin esa voluntad no se

logra nada. De hecho, por faltar dicha voluntad, los países ricos que derrochan cantidades fabulosas y

astronómicas nunca tienen tiempo de ocuparse con los pobres definitivamente en serio. Mientras tanto la

pobreza gana el juego de la historia por abrumadora mayoría todavía hoy, a pesar de que la ciencia ha logrado

realizar unos inventos realmente pasmosos. Recordemos tan sólo:

-que el 18% de la población mundial más rica produce y se beneficia del 66% del valor mundial, mientras que

el 82% de la población mayoritariamente pobre sólo produce y se beneficia del 34%;

-que existen países ricos y tranquilos, ricos y violentos, pobres y tranquilos, y pobres y violentos. España es

un país «rico y tranquilo», aunque no justo, donde muchos viven aún muy mal: ¡qué será de los países pobres

y violentos! ;

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-que, en todo caso, estos últimos países constituyen una amenaza para los primeros: la amenaza de la

emigración. Son los espaldas mojadas haitianos que tratan de desembarcar en Miami, o los mexicanos que

buscan cruzar el río Bravo, o los magrebíes que intentan entrar con frágiles pateras en el estrecho de Gibraltar,

etc.;

-que al Sur se le mira siempre con aprensión, como «trouble-maker» o generador de problemas, y, por si nos

creemos que esto viene de hoy, recuérdese la anécdota histórica: un mendigo pidió limosna a Talleyrand

apremiándole con una súplica desgarrada «¡¡Monseñor, tengo que vivir!!», a lo que el interpelado replicó tan

frío como un témpano: «No veo la necesidad». Y así continuamos

«Si todos los hambrientos y desventurados

pudieran desfilar alrededor del mundo

su cortejo daría veinte veces la vuelta a la tierra.

Cuando me entero de esto

y no me espanto

ni hago algo, entonces... Caín soy yo»

(Raoul Follereau)

Por otra parte, mucho presumir en el Norte derrochón y consumista de dar el 0'7 % para los pobres (presumir

sin dar), y en todo caso ni siquiera estamos nosotros al respecto al más que humilde nivel del antiguo Israel,

donde los pobres podían exigir, y así lo hacían, la esquina de los sembrados, el espigueo, las cosas olvidadas

(una gavilla, por ejemplo), los granos que caen durante la vendimia y la rebusca de los viñedos, muy poca

cosa, en efecto.

Empero, la deuda de los pobres era condonada en el año sabático, ejemplo que podrían tomar hoy los países

ricos, y por el «diezmo de los pobres» el tercero y sexto años, después de separar los demás impuestos

prescritos, era obligatorio dar a los pobres una décima parte de los productos agrícolas.

El Talmud añade además otros beneficios para los pobres: apacentar ganado en campos ajenos, cortar leña en

bosques de otros, recoger hierba por doquier, pescar libremente en el lago Genesaret.

En este orden de cosas, una mujer cuyo marido hubiera partido para el extranjero podía solicitar ayuda de la

comunidad, y se la acogía en la «cesta de los pobres», conjunto de alimentos y vestidos que se distribuían

semanalmente. La Misná habla también de la «escudilla de los pobres», ayuda alimenticia que se repartía

diariamente a los transeuntes depauperados, incluyendo las cuatro copas de vino prescritas para la celebración

de la pascua.

En cuanto al culto, el pobre en lugar de ofrecer una oveja podía bastarse con dos palomas, y en caso de

extrema pobreza con una ofrenda alimentaria.

En resumen, que la legislación social del Antiguo Testamento resultaba comparativamente tan generosa, que

de hecho algunos paganos se convertían al judaísmo para así beneficiarse de esa generosidad y «ser cuidados

como un pobre (israelita» (Cfr. J. Jeremias: Jerusalén en tiempo de Cristo. Ed. Sígueme, Salamanca).

En definitiva, la humanidad parece validar eso que los sociólogos denominan hoy efecto Mateo, y que se

refiere a la afirmación del Evangelio de san Mateo según la cual los pobres son cada vez más pobres y los

ricos cada vez más ricos.

2. 2. Un cambio urgente

Por otra parte, el crecimiento económico sin más no mejora automáticamente las vidas de las personas ni en

sus propias naciones ni a nivel internacional. Una economía puede crecer, pero tan desigualmente que de la

mesa del rico Epulón al mendigo Lázaro apenas le caigan las migajas.

En efecto, existen considerables disparidades de ingresos en el interior de los países. La peor disparidad

nacional es la de Brasil, 26 veces entre el 20% más rico de la población y el 20% más pobre según sus

ingresos per cápita. La disparidad internacional es aún mucho más marcada, y en la actualidad es de por lo

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menos 50 veces, con una proporción que se ha doblado en el curso de los últimos 30 años. Mucho mayores

aún son las disparidades en tecnología y sistemas de información.

Por otra parte, las riquezas de los ricos no parecen muy boyantes, porque los países ricos y atrapados por un

consumismo desaforado y galopante son precisamente los más endeudados, de modo que los Estados Unidos

han pasado a ser el país con mayor deuda externa del mundo, a pesar de que hoy la economía se ha

mundializado y los gobiernos dependen bastante de las estrategias de instituciones internacionales como el

Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, las multinacionales, etc.

Por lo demás, a pesar de tanta coordinación a la hora de dominar, la Ayuda Oficial al Desarrollo de los países

más pobres constituye un mecanismo de «redistribución», ya que es totalmente voluntaria, y cuando no se

produce nadie queda obligado a nada, como sucede hoy.

El resultado -unos por otros la casa sin barrer- es que nadie quiere saber nada de un posible pacto mundial

para la equidad y el desarrollo cuyas bases mínimas habrían de ser:

-Reducir al menos el gasto familiar de los que más tienen y trasvasarlo en un 3% anual con el fin de crear un

dividendo de paz y de solidaridad.

-Abrir los mercados mundiales para que los países pobres y con gran densidad de mano de obra puedan

exportar los productos textiles, la ropa, el calzado, los productos agrícolas y tropicales, y similares.

-Reformar sustancialmente la ayuda oficial al desarrollo tanto para aumentar su volumen como para mejorar

su distribución.

-Negociar un nuevo acuerdo mundial respecto de la deuda para detener la transferencia actual de los países en

desarrollo a los industrializados.

-Introducir cambios importantes en el funcionamiento del Banco Mundial, el GATT, el Fondo para el Medio

Ambiente y los programas de las Naciones Unidas.

Estas medidas serían bastante importantes para los desposeídos, a pesar de que sabemos que mientras la zorra

y la gallina continúen en el mismo gallinero habrá líos, y por ello lo verdaderamente recomendable sería que

los individuos-zorros dejasen de entrar de una vez por todas en el corral de las gallinas.

2.3. Sobre la dificultad de arrojar la primera piedra contra el Norte

El Norte vive a costa del Sur, y lo que aun es peor es que en los países del Norte, como España, ni siquiera los

menos ricos quieren (o queremos) saber nada de los desgraciados y empobrecidos del exterior (a quienes de

mil modo robamos) cuando afecta a nuestro propio monedero. Atendamos a esta anécdota ilustrativa: «En una

Conferencia en el Centro Pignatelli de Zaragoza explicaba yo el daño que las exportaciones comunitarias

(europeas) de azúcar de remolacha habían hecho al mercado internacional del azúcar, y en concreto a países

como la República Dominicana (un caso muy bien documentado), que viven de la exportación de azúcar. Este

me parece un caso muy claro de falta objetiva de solidaridad internacional, porque las exportaciones

comunitarias se hacen con fuertes subvenciones para deshacerse de los excedentes que se generan por la

política de mantener precios de producción altos. Comentaba yo que en este caso la solidaridad internacional

objetiva pediría que los países europeos exportaran aquellos productos industriales y servicios en los que

tienen una clara ventaja comparativa y dejaran a los países en vías de desarrollo aprovechar las suyas. Esto

implicaría para la Comunidad el fin de la política de apoyo a la producción remolachera. Estaba yo en estas

disquisiciones cuando saltó una voz del público: ‘¿Y qué vamos a hacer con los agricultores aragoneses que

siembran la remolacha?’» (Luis de Sebastián: Mundo rico, mundo pobre. Ed. Sal Terrae, Santander, 1992, pp.

58-59).

Otro ejemplo: la política bananera de España con Centroamérica. La importación de plátanos y bananas de

Centroamérica hace que España tenga bloqueada la importación de esos productos en la Comunidad para

proteger a los productores canarios de esta fruta, a pesar de que España se ha distinguido entre los países de la

Comunidad por su presencia en el Conflicto de centroamérica, y por las ayudas a los gobiernos de la región:

Costa Rica, Nicaragua, Guatemala. Efectivamente, la Política Agrícola Común de la CEE, pensada para la

protección de los .prósperos agricultores franceses, alemanes y belgas, está compitiendo frontalmente -y,

según los afectados, deslealmente- con los exportadores tradicionales al vender a terceros países los cereales,

productos lácteos y carne a precio de «dumping», es decir, por debajo del costo de producción.

Mientras tanto aquí no pasa nada. O sí pasa, ya se verá. Lo único cierto, como dijera Martin Luther King, es

que nuestra generación no se habrá lamentado tanto de los crímenes de los perversos como del estremecedor

silencio de los bondadosos. La historia se repite en todas las latitudes: «Cuando Kruschev pronunció su

famosa denuncia de la era staliniana, cuentan que uno de los presentes en el Comité Central dijo. ‘¿Dónde

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estabas tú, camarada Kruschev, cuando fueron asesinadas todas esas personas inocentes?’. Kruschev se

detuvo, miró en tomo por toda la sala y dijo: ‘Agradecería que quien lo ha dicho tuviera la bondad de ponerse

en pie’. La tensión se podía mascar en la sala, pero nadie se levantó. Entonces dijo Krutschev: ‘Muy bien, ya

tienes la respuesta, seas quien seas. Yo me encontraba exactamente en el mismo lugar en que tú estás ahora’»

(Tony de Mello: El canto del pájaro, p. 115-116).

Por ello resulta extraordinariamente difícil acusar de insolidaridad a los países «nórdicos» prósperos cuando

en nuestras propias barbas tenemos lo que tenemos. De la tina o tinaja de los latinos no se ve salir un vino

muy puro, y ya que hablamos de vinos, nunca mejor traída a colación esta afirmación relativa a los riojanos,

pero enteramente universalizable para nosotros, los latinos restantes tan amigos del Rioja: «Diríase que los

riojanos son personas de sociabilidad acusada, pero de solidaridad débil» (Fernando Reinares: La Rioja.

Identidad y diversidad de una región española. Logroño, 1989, p. 49).

2. 4. Zorra libre en gallinero libre, o cuando la libertad no quiere nada con la igualdad

Cuanto más se habla de organismos internacionales y de macroestructuras, tanto más se nos ve el plumero,

sobre todo ahora en que de la memoria histórica de occidente parece haber desaparecido todo planteamiento

utópico, y los vientos del pragmatismo arrasan como si se tratase de un siroco. Sí, vivimos bajo el abismo de

la desigualdad, como todo el mundo sabe y al parecer nadie quiere resolver según se debe, sino como no se

debe: echando a la mar a pececillos tiernos a «competir» con los tiburones.

Muy poca voluntad de cambio debemos tener los ricos de la humanidad cuando lo único que se nos parece

ocurrir para intentar resolver el grave problema es predicar las virtudes del mercado libre, la flexibilización de

plantillas (es decir, el despido «libre», libre para los que despiden pero obligado para los que son despedidos)

y la moderación salarial «<moderación» se convierte en la palabra favorita de los inmoderados). Ahora bien,

todo el mundo sabe que allí donde el comercio mundial se da de modo completamente libre y abierto, como

sucede en el caso de los mercados financieros, la libertad es máxima y la solidaridad mínima, todo lo cual

funciona en beneficio de los más fuertes. Zorra libre en gallinero libre, tal podría ser el lema de los

panegiristas liberales del mercado a ultranza. Uno de ellos, el Presidente de Banesto, investido Doctor

Honoris Causa por la Universidad Complutense el día 9 de junio de 1993, se limita a decir que existen

«necesidades sociales que la ortodoxia liberal no soluciona: son los llamados ‘fallos del mercado’».

O sea que el mercado libre lo soluciona todo, pero tiene fallos, y los pobres serían, por tanto, fallos del

mercado. Ahora bien ¿cuántos fallos tiene este mercado? Si falla tres de cada cuatro veces, en las tres cuartas

partes de la humanidad, es que el sistema no funciona, y entonces -desde el punto de vista científico, por no

hablar desde el punto de vista moral, en el cual habría que preguntarse no sólo por la moralidad del honorado

con el honor magnífico, sino también por la moralidad de la institución que pone la toga- no se puede investir

Doctor Honoris Causa a uno de los exponentes más definidos de dicho sistema.

Y la situación no puede variar en semejantes circunstancias: los países en desarrollo ingresan al mercado en

calidad de socios desiguales y salen con recompensas desiguales. Hasta los ciegos lo ven, pero al parecer la

economía es el país donde los ciegos más fuertes dan más garrotazos a tientas y contra el candil de la luz.

2. 5. Crisis de la cultura de clase obrera y de la clase obrera misma

Día a día los pobres mueren, y el Estado cabalga mientras predica libertad y no parece saciarse con su voraz

economía liberal. No podrá decirse que los muertos no mueran con libertad en ese sistema. Parece que

estamos ante la victoria de Hegel, aunque los Estados de hoy poco tienen que ver ya con el sueño hegeliano

de un Estado ético. Hoy el Estado queda demasiado lejos de los ciudadanos, especialmente de los ciudadanos

de la última fila, y sus gobiernos tampoco demuestran gran sensibilidad para los últimos, aunque afirmen

(quizá retóricamente) que el pueblo es soberano.

Pero resulta además, para mayor desgracia, que ese soberano, Su Majestad el Pueblo, ha entrado en crisis

también él: carente de conciencia de identidad y autopertenencia, empatiza con los rostros famosos a los que

sonrie y hace guiñas de complicidad pero dista mucho de estar en condiciones de cambiar el destino de los

desamparados, de modo que al fin resulta él mismo telecarne de seducción/sexducción, así como de su propia

noche. Digámoslo mejor con palabras claras y sencillas, profundas, de Federico Velázquez de Castro: «Uno

de los rasgos más característicos de la época actual es la indiferencia ante el hecho político. El ser humano,

social por naturaleza, delega en nuestra sociedad no sólo su propio poder sino su sentido histórico, uno de los

rasgos más sustantivos de nuestra especie. Con tal abandono se da la espalda al pasado, el presente se

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convierte en vértigo, y el futuro se ignora, como se ignora también que somos el resultado del esfuerzo de

muchas generaciones a las que debemos los logros de hoy.

Algunos factores explicarían esta deserción. En otros momentos, con una estratificación social más clara, las

clases explotadas no sólo oponían una lucha económica y reivindicativa para conseguir mayores niveles de

supervivencia y dignidad social, sino que aportaban unos valores emancipadores que constituían lo que se

denominaba cultura obrera. En ella la solidaridad, el sacrificio, la militancia, constituían valores motores

frente al individualismo, el hedonismo, y otras actitudes de la burguesía. Por eso afirmaba Durruti que

llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones, y con él dijeron lo mismo tantos otros que creyeron que los

valores del proletariado liberarían a toda la humanidad. Pero tras la Segunda Guerra Mundial el capitalismo

adquiere una nueva forma, y producirá en los años sesenta la sociedad de consumo. Con ella los bienes que en

otro tiempo le estaban reservados a una minoría privilegiada hoy podían ser adquiridos por amplias capas de

la población. El cebo era fácil, pues el capital no sólo vendía masivamente lo que producían sus modernas

cadenas de montaje, sino que con el coche, el apartamento o el televisor iban codificados los «valores»

tradicionales de la burguesía: individualismo, defensa de la propiedad, competencia y sujeción al trabajo para

pagar los caprichos, con lo que las dosis de obediencia y adaptación dentro de la empresa estaban

garantizadas.

No sólo se generalizó el consumo y sus cadenas. Con lo que se dió en llamar posmodernidad, los más puros

valores burgueses pasaron a ser patrimonio de todos: se legitima el hedonismo, se rechaza la disciplina, el

esfuerzo (no digamos el sacrificio), y el compromiso con todo lo que no sea el vertiginoso presente; crece la

indiferencia hacia los grandes proyectos y los ideales, incluidos los proyectos revolucionarios y de

transformación social. Los explotadores y los explotados siguen existiendo, y la inmensa mayoría de la

población debe vender su fuerza de trabajo para poder vivir. Pero la diferencia está ahora en que ese

proletariado, aun suponiendo que existiera, sí tiene ya algo que perder, y sus aspiraciones, impregnadas por la

cultura dominante, están en el enriquecimiento, el individualismo, y la banalidad.

Así las cosas ¿qué sentido tiene aún la acción sociopolítica, cuando la sociedad para organizarse tiene bastante

con los técnicos adecuados que permitan ganar dinero, bajar los impuestos, y garantizar amplios niveles de

libertad y autonomía personal? Este es el triunfo aparente de un capitalismo viejo y travestido que se

considera ya omega de la historia.

Pero no todo es tan maravilloso como la falsa ventana televisiva nos muestra. Hasta que el ser humano no

encuentre su realización verdadera buscará una y otra vez fórmulas y vías de emancipación. La rebeldía

permanece en potencia, aunque mientras tanto millones de personas de todos los continentes sufran el sistema

en función del papel que el comercio internacional dirigido desde el Norte les ha asignado. Así el sistema

cierra su ghetto rodeado por dentro y por fuera de esa inmensa humanidad pobre, marginada y postergada, que

aún no ha dicho basta, pero que tampoco puede esperar. Así las cosas, para nosotros ha llegado el momento

de la acción sociopolítica como una forma de presencia decidida y constante para que las cosas vayan de otra

manera, y en particular al servicio de los pobres, de los que más lo necesitan, de la mayoría del planeta.

La acción sociopolítica, pues, sigue siendo necesaria. Pero ¿de qué manera? Aquí podríamos aportar algunos

rasgos nuevos en línea con los procesos de personalización y autonomía individual, pero no escindida, no

privatizada ni disociada de la sociedad, pues transformación personal y transformación social son las dos

caras de una misma moneda, desde el día a día: La acción militante no sólo debe mirar el mundo del mañana,

siempre incierto, sino el de hoy, en donde sí es posible la actuación concreta en calidad y cantidad, en uno

mismo y en su círculo, y así concéntricamente en toda la sociedad.

Uniendo los dos objetivos (el personal y el social), el sustrato de nuestra acción está en la ética. La historia ha

escrito hermosas páginas de hombres y mujeres comprometidos que dieron a la sociedad de su tiempo un

impecable testimonio ético. Sirva dentro de la tradición libertaria como botón de muestra el de Peiró dejando

su cargo de ministro en el gabinete republicano para incorporarse de nuevo a su fábrica, o negándose a

colaborar con los incipientes sindicatos verticales a cambio de su vida. La ética no sólo es acción episódica,

sino testimonio presencial permanente, donde los fines están en los medios como el árbol en la semilla, según

la hermosa expresión de Gandhi.

Ciertamente hoy no es el momento de aplicar métodos del siglo XIX. Las movilizaciones de masas

combativas que conquistan el poder nada pueden frente al poder, que dispone de los ejércitos y de la

información. No es el momento de las masas, sino de las personas en las organizaciones de personas, y -

ojalá- en las organizaciones masivas de personas. Hoy podemos comprender más que nunca que la marcha

de la sociedad es tarea de todos, es decir, que todos somos responsables y que si los amos mandan es porque

los esclavos obedecen. La sociedad de consumo juega a la seducción, pero una persona formada, militante,

sabe decir no. No a su consumo, no a su cultura, no a su información, no a su ocio, no a su violencia, no a su

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escala de valores. Por eso resultan hoy tan importantes las formas de no-colaboración y de objeción

permanente a nivel personal y colectivo, al mismo tiempo que se proponen y se viven otras propuestas

alternativas.

Porque otro de los planteamientos es el de modificar los contenidos. Pasó también el tiempo en que sólo se

reivindicaba un puesto en la escuela o una cama en el hospital Siguiendo a Ivan Illich tendremos que decir

que cuando la sanidad se ha institucionalizado se ha convertido en un peligro para la salud, y cuando la

enseñanza se ha hecho general ha habido también menos cultura, y cuando en el quiosco tuvimos decenas de

medios informativos para elegir (y en la radio y en la TV), la información y la comunicación se

empobrecieron. Por lo tanto, el desarrollo humano habrá que buscarlo también fuera de las instituciones, a

escala pequeña y con nuevos contenidos. Las masas han estado dispuestas a movilizarse por un hospital;

ahora, a niveles más personalizados, podremos descubrir también qué formas de vida harían que fuésemos a

él lo menos posible.

Y en todo caso la acción sociopolítica con la gente. Lo cómodo es pagar legiones de especialistas para que

solucionen todo. Sin embargo la política no se puede delegar, pues la cosa pública afecta a todos. Por lo tanto

no habrá movilización ni gestión posible sin los propios afectados. La organización cataliza, coordina y acoge

las propuestas. Pero no es posible resolver los problemas si la gente no se responsabiliza de lo que hace; cada

ciudadano privado tiene una responsabilidad pública, la liberación de los últimos por suerte o por desgracia es

cosa de los últimos mismos, no de los de arriba.

No habrá salida para la humanidad doliente sino dentro del marco solidario y de desarrollo sostenible. Sea,

pues, posible, la práctica de las pequeñas unidades de producción y de vida, buscando la escala humana sin

perder a la vez los medios que la tecnología moderna pone en nuestras manos. Un comercio justo entre

pueblos que ejerciten su derecho a la diferencia pondrá las bases de un futuro que, de otra manera, hará añicos

el progreso ilimitado, modelo ya hoy caduco por el grave daño que causa sobre personas y planeta. La tarea es

enorme, pero muchos, desde muy diversos ángulos, están ya planteando tareas renovadoras. Tal vez nosotros,

desde una nueva perspectiva personal y comunitaria, tengamos también algo que aportar.

Obviamente, la autogestión continúa siendo medio y fin, y las formas o medios de trabajo deben ser tan

autogestionarias como los fines». ¡¡Autogestión!! ¿Cuántos jóvenes (y no tan jóvenes) conocen en nuestros

días el significado exacto de esta palabra? Habrá que comenzar por explicar someramente el significado de la

palabra misma. Sí, hay que empezar de cero; aunque parezca mentira esta historia de analfabetismo puede

repetirse poco más o menos de forma tan esperpéntica como ayer:

«Alcalde a Gobernador Civil (Urgente):

El sol es perseguido de cerca por el horizonte.

Envíe V. E. Guardia Civil.

Ya casi no queda tarde» (El alma Garibay).

2. 6. El lugar de la autogestión es la sociedad civil, pero no la sociedad civil de los banqueros

2.6. l. La cosa no está fácil

Decíamos que la cultura de clase obrera ha muerto, y que esa clase obrera (antes denominada «pueblo») ahora

se encuentra agrietada, pulverizada, atomizada y dividida, porque:

-una parte de la misma se ha instalado en el mundo del consumo y del bienestar insolidario,

-otra gana el pan con dificultades pero carece de identidad propia y en lugar de organizarse para transformar

la sociedad se integra pasivamente al consumo desde su modesto televisor

-y finalmente la tercera parte de esa clase se arrastra entre el paro, el miedo, y el futuro depresivo.

Continúa habiendo excepciones luchadoras, militantes, con cultura diferenciada y opción transformadora,

pero el mundo obrero arrastra en la actualidad una existencia minoritaria, y ni siquiera goza de implantación

política y sindical significativa.

Muy negro, pues, está el panorama, puede decirse, pero de todos modos quienes estemos convencidos de los

ideales de que hablamos seguiremos trabajando con un panorama o con otro, porque entre otras cosas vivimos

persuadidos de que la humanidad nunca va a poder resolver totalmente sus problemas; nosotros, mientras

seamos capaces, seguiremos trabajando haga frío o calor para mejorar lo que se pueda, porque creemos en

Dios y porque encontramos en nuestro pobre esfuerzo un motivo más para continuar dando sentido a nuestra

vida y a la de la humanidad necesitada. Esto es lo importante y lo único que queda en nuestras manos de

momento, sea cual fuere el panorama, y fueren cuales fueren las expectativas futuras.

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Y para que por nuestra parte podamos nosotros llevar a cabo esos nuestros deseos, necesitamos denunciar

pacífica pero firmemente por todos los medios la voz de los falsos profetas del día.

2. 6. 2. Los banqueros que hablan palabras dulces tienen la llave del cementerio de los pobres

Hoy por hoy no son las piedras las que toman la palabra para denunciar la flagrante situación de injusticia que

la propia clase obrera no denuncia, sino que es nada más y nada menos que la voz de los sumos sacerdotes de

la Gran Banca la que osa musitar palabras huecas -en actos solemnes de investidura Honoris Causa- en favor

de la sociedad civil.

Y lo peor es que sus palabras suenan en buena medida razonablemente, lo peor es que el susurro de su voz

puede parecer, en ciertos tramos, convincente, ya que se atreve a plantear cuestiones que no parecen tener a

bien plantear los representantes de partidos y sindicatos ayer representativos de la clase obrera y hoy tan

burocratizado s como fosilizados. Estamos refiriéndonos al discurso del Presidente de Banesto en la

Universidad Complutense (9/6/93), discurso que en general tiene el doble mérito de mostrarse crítico con la

democracia parlamentaria al uso por cuanto ésta usurpa todas las funciones que lejos de fagocitar debería

potenciar en la sociedad, y el de abogar en favor de la sociedad civil. Ahora bien, el problema está en que por

sociedad civil no entiende él, claro, el conjunto de las clases bajas y muchos menos el mundo de los pobres, a

los que sólo de pasada menciona con el nombre de «fallos de mercado», sino las potestades, dominaciones y

tronos presentes en el acto de su investidura, a saber, los banqueros, los poderes fácticos, los medios, la

patronal, los intelectuales aúlicos, y demás familia. He aquí un breve extracto de algunas partes de su discurso

(El Mundo, 10/6/93), con nuestro comentario simultáneo.

A) Crítica al Estado Máximo:

«Existen, ante todo, necesidades sociales que la ortodoxia liberal no soluciona: son los llamados ‘fallos del

mercado’. Es claro que el mercado no puede resolver íntegramente la provisión de determinados bienes

públicos que son imprescindibles para que tengan sentido la idea del Estado y el concepto de civilización: la

defensa, la justicia, el ordenamiento tributario, la seguridad, las grandes infraestructuras. Tampoco parece

realista en otros casos esperar que las actuaciones individuales solventen determinadas necesidades

colectivas; las que tienden, por ejemplo, a superar los problemas de la degradación del medio ambiente o la

congestión en las grandes urbes. Por consiguiente, el mercado, por sí solo, no resuelve todos los conflictos, de

modo que, tanto en los enunciados a título de ejemplo como en otros muchos de parecida entidad, sigue

siendo necesario arbitrar mecanismos que garanticen que el mercado conduce al sistema hacia una solución

eficiente.... Habrá que distinguir, pues, utilizando la terminología de Bentham, entre la ‘agenda’ y la ‘no-

agenda’ del Gobierno. Bien entendido que, en palabras de Keynes, ‘la agenda más importante del Estado no

se refiere a aquellas actividades que los individuos privados ya están desarrollando, sino a aquellas funciones

que caen fuera de la esfera del individuo, las decisiones que nadie toma si el Estado no lo hace’. A lo que

añade: ‘Lo importante para el Gobierno no es hacer cosas que ya están haciendo los individuos, y hacerlas un

poco mejor o un poco peor, sino hacer aquellas cosas que en la actualidad no se hacen en absoluto’».

Comentario proeiniente del lado de los pobres: bien venida sea cualquier crítica al panestatismo y a la

burocracia estatal.

En todo caso no confundamos al Banquero con el anarquista que pide la abolición del Estado, sí, pero también

de los trust y de los monopolios financieros, bancarios, y dinerarios en general (en realidad la otra cara del

Estado) con el fin de transferirlos a los sectores sociales, especialmente a los más humildes, para hacer de

ellos sujetos de producción económica en libertad, igualdad y fraternidad.

Y no olvidemos que el Banquero quiere los beneficios de las empresas para él, pero los gastos sociales para el

Otro, es decir, para el Estado. El Banquero anhela el dinero que el Estado deja fluir, pero no desea hacerse

cargo de las cargas que la sociedad produce. El Banquero no ve en el Estado un papá Estado, sino algo peor:

un Estado primo. No resulta un bello ejemplo de solidaridad, precisamente, la del Banquero.

B) Crítica a la Sociedad Cerrada:

«Recuérdese que hace un siglo decía John Stuart MilI: ‘Una constitución democrática no sustentada por

instituciones democráticas en su base, sino confinada tan sólo al gobierno central, no sólo no lleva a cabo la

libertad política, sino que a menudo crea un espíritu precisamente opuesto’. Y es que la democracia no es

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solamente un régimen político con unas determinadas instituciones sino también una forma de vida. En este

sentido ha resultado decisivo el papel de los medios de comunicación social, que no son tanto un nuevo poder

como un medio para trasladar las inquietudes de la sociedad civil, y constituyen, en cierta medida, una cámara

de discusión paralela y distinta a la emanada de las urnas. A partir de aquí creo que habrá que organizar la

participación de políticos y ciudadanos en la definición de los problemas y en la adopción de las adecuadas

soluciones. Al cabo, esta tesis engarza con la Sociedad Abierta trazada por Popper: ‘En una sociedad

pluralista, liberal, moderna y desarrollada como la nuestra, quienes poseen el poder político son conscientes

de que no tienen todo el porvenir en las manos’. En este mismo sentido, los partidos son ‘instrumento

fundamental’ de participación política: pero no, por tanto, el único instrumento admisible... En los últimos

tiempos se han formulado ya algunas ideas que parecen rozar la utopía: hay quien propone la constitución de

una segunda Cámara parlamentaria formada por los ciudadanos elegidos aleatoriamente, al azar, entre todos

los que forman el censo electoral. Otros teóricos aseguran que en unos pocos años la tecnología y la

cibernética saldrán en ayuda de la democracia: la segunda Cámara -en este caso simbólica- estaría formada

por todos los electores del censo, quienes desde su propio domicilio podrían votar lo que se les plantease cada

vez mediante un simple aparato electrónico. Sería la culminación de la democracia directa que habría que

combinarse por diversas razones con la indirecta o representativa. En una idea paralela de pensamiento...

Pierre Méndes-France propone la combinación de la representación parlamentaria directa, basada en el

sufragio universal y el régimen de partidos, con la presencia, en determinadas instituciones, de la sociedad

civil... El Estado debe dar cobijo en los procesos de estudio, preparación y concertación de decisiones

públicas, a las representaciones sociales, económicas y culturales que constituyen el entramado más vivo de la

comunidad». Comentario proveniente del lado de los pobres: Bien venido sea el reconocimiento de la

capacidad de la sociedad para el ejercicio de la condición política, y la subsiguiente denuncia de la usurpación

de la política por los partidos.

Pero de entrada hay que predicar con el ejemplo: si deseara alcanzar algún tipo de credibilidad, el Banquero

debería comenzar sus consejos por la propia casa, y de ese modo dejar que gestione el dinero de su Banca la

propia sociedad civil. Señalemos además que la sociedad civil de que habla el Banquero no es ni más ni

menos que la élite social, la crema de la crema, la Banca con sus satélites e intelectuales al costado, pero la

sociedad civil de que hablamos nosotros, con Proudhon, es siempre su sector más humilde, el pueblo sencillo,

especialmente el más des favorecido, desasistido y expoliado (por la misma Banca), en cuyo favor hay que

trabajar desde abajo y compartiendo desde ya para que adquiera el nivel cultural y económico que le permita

ser sujeto activo de su propia sociedad civil. Una vez más se demuestra aquí el escaso valor de los grandes

discursos teóricos sobre la democracia y las virtudes del diálogo benevolente como los postulados por Jürgen

Habermas o Karl atto Apel: el primer diálogo de buena voluntad consiste en que el lobo se arranque las garras

y los dientes si desea pacer bucólicamente junto al cordero. El lobo tiene que "dejar de ser lobo, y las ovejas

han de aprender a no tan ser tontas como para creerse las metamorfosis dialécticas del lobo; las ovejas deben

estudiar mucho para no terminar siendo el animal tonto de la granja, como señala G. Orwell en su Rebelión en

la granja.

C) El desafío humanista:

«Para conseguir los objetivos propuestos creo que, con carácter básico, debemos recuperar al individuo como

eje central de todas las acciones sociales. No sólo el hombre es 'la medida de todas las cosas', como decían los

pensadores gnósticos, con Protágoras a la cabeza, sino el principio y el fin de toda acción... Hace años, el

deseo de enriquecimiento individual era enjuiciado de manera peyorativa; en los últimos tiempos de

crecimiento económico la sociedad ha aceptado positivamente el deseo de prosperar. Y es que, en contra de lo

que han ignorado las grandes utopías del colectivismo, el deseo de enriquecimiento individual es uno de los

móviles esenciales de la actividad económica. Pero ese deseo no puede ser el único valor presente ni en el

seno de la empresa ni mucho menos en el tejido social. La lógica de lo cuantitativo, de lo eficiente, de lo

pragmático sin otros ingredientes superiores, nunca ha servido para explicar el progreso de la humanidad; por

ello es imprescindible hacer referencia a otros valores, a otros principios, sin degradar lo conquistado, pero

situando cada creencia en su posición correcta. Una sociedad reclama empresarios, desde luego. Pero también

artistas, pensadores, maestros, profesores universitarios y políticos. Y en todas estas profesiones,

imprescindibles para otorgar sentido a la idea de civilización, la búsqueda del lucro no es, o no debería ser, el

móvil principal. Ello significa que en modo alguno podemos confundir eficiencia económica con eficiencia

social... Uno de los motores seculares de la Historia ha sido la pugna entre dos tendencias básicas: la

materialista y la humanista. Esta última no ha de equivaler necesariamente a la concepción religiosa de la

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existencia humana: consiste en entender al hombre como protagonista de la Historia. El materialismo, en

cambio, sobrepasa al individuo y establece valores que se inscriben en instancias superiores a él: lo colectivo,

lo social, lo global. El abandono del individuo como actor de la política y como sujeto del progreso produce la

debilidad -y hasta el menosprecio- de los valores que preocupan al hombre y, consiguientemente, genera en él

una desesperanza individual que, agregada, se convierte en desesperanza colectiva. Este fenómeno es

probablemente el que está provocando la profunda crisis que vive Europa. El gran desafío consiste en dotar

nuevamente de contenido humanista nuestros proyectos colectivos. En recuperar al hombre. En recuperar el

pensamiento humanista como definidor de la arquitectura de todo modelo social». Comentario proviniente del

lado de los pobres:Bien venida sea la opción por el hombre, aunque la verdad es que no sabemos cómo podría

ponerla en práctica el mundo del dinero. Pero el Banquero debe dejar que le recordemos aquello que

constituye el ABC de la teoría política, a saber, que la opción retórica por el hombre no constituye de suyo y

sin más una opción fácticamente humanista, sino que ésta se manifiesta en el empeño por elevar en concreto

(obras son amores, y no buenas razones) a todos los seres humanos, y especialmente a las masas

empobrecidas de la humanidad, a la condición de personas, condición que hoy como ayer les niega el

humanismo abstracto de los banqueros.

Por otra parte el Banquero debe explicar muy seriamente, si no quiere que tomemos sus palabras como una

ofensa a los desgraciados de la tierra, cómo es posible compatibilizar su fastuoso enriquecimiento propio (en

algunos y no infrecuentes casos producido de un modo asombrosamente vertiginoso y escandaloso) con el

robo al Sur., pues aquel enriquecimiento que deja chiquitos a Solón y a Creso se produce a costa de

empobrecer a los demás.

Además el Banquero tendrá que decimos cuáles son esos otros valores no puramente económicos a los que él

alude, anque no especifica ni una sola vez, no sabemos por qué, pues la verdad es que todos los valores del

Banquero del dinero provienen, al dinero se dirigen, y con dinero se compran (es decir, tienen valor porque

tienen precio): también con dinero se apesebran artistas, intelectuales, políticos, y todo lo que haga falta.

Irresistible es el prestigio de los Salones para aquellos que sólo saben ser si se visten con el ropaje de la

cortesanía, siempre necesitada de dinero. ¡Jrémata. jrémata aner! ¡El dinero, el dinero es el hombre!,

gritaban ya los primeros tímidos Banqueros de Grecia, sin que en modo alguno hayan desaparecido de

nuestros oídos los ecos de tales y tan desaforados gritos.

Y por último el Banquero tendrá que decimos cómo es posible un humanismo antropocéntrico y autocéntrico,

prometeico, vagamente deísta y gnóstico (¿masónico?); tendrá que decimos también cómo puede florecer en

munificencia un humanismo cerrado a cal y canto a la Trascendencia del Dios con rostro; y también tendrá

que decimos cómo se vive una existencia humanista sin algún tipo de vivencia religiosa. Aunque a fuer de

sinceros entendemos que al Banquero le moleste lo divino de las religiones, porque lo divino de las religiones

(según dijera el mismísimo Kant) sólo puede atraer a los interesados en leyes de virtud, hallándose entre

dichas leyes las relativas a la justicia. Y Dios tiene la última palabra sobre el uso de los poderes de este

mundo.

Lo antementado, literalmente, con estas palabras de ahora, se lo hicimos llegar al mismísimo Mario Conde

por medio de una carta dirigida al azar a una sucursal cualquiera de Banesto, carta que para nuestra sorpresa

parece haber llegado al destinatario, el cual nos contesta a los pocos días lo siguiente por medio de una

persona interpuesta, la Jefe del Gabinete de Presidencia de Banesto, Salud Hernández-Mora Zapata en carta

de fecha 29 de junio de 1993, que reproducimos aquí por cortesía y por su interés objetivo, sin aducir

comentario alguno por nuestra parte por considerarlo de todo punto innecesario: «Muy Sr. mío: Me pide mi

Presidente que le agradezca muy sinceramente su carta en la que hace una serie de comentarios sobre una

reciente conferencia que él pronunció bajo el título Sociedad Civil y Poder Político. El Sr. Conde respeta sus

opiniones, pero no cree que deba hacerse una separación constante entre dos sectores sociales a la hora de

analizar las propuestas que él realiza. Aunque usted discrepe de algunos de sus puntos de vista, el Sr. Conde

defiende que una sociedad civil fuerte beneficia en última instancia al individuo cualquiera que sea su

condición. Tampoco coincide con su opinión sobre los banqueros, que no se corresponde con la realidad

actual de ese colectivo, sino a una imagen que ya está muy superada. Reiterándole el agradecimiento de D.

Mario Conde, reciba un cordial saludo».

2. 7. La liberación de los pobres es cosa de los pobres mismos

En resumen, parece necesario tener al menos clara un cosa: la autogestión no es cosa de los banqueros, sino

de los pobres mismos; nunca jamás los ricos van a redimir voluntariamente a los pobres, de los que viven

como ricos, llenándose las manos de la plusvalía que produce el sudor de éstos. No es que los banqueros

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regalen nada, ni que les importen un bledo los pobres, es que su función social es la de jugar con el dinero

ajeno para especular con él, para depauperar y robar a los débiles y a los pobres.

Ni siquiera cuando un país capitalista goza de la fortuna de meterse por unos años en una buena coyuntura y

las corrientes de oro le arrastran hacia la bonanza y el derroche las cosas van mejor para los pobres. ¡¡Pobre

pueblo embaucado por los eurobanqueros y los parlamentos regidos por la mano «liberal», por los

macroproyectos y por los Clubes de Roma, por las Trilaterales, y por los Mercados Comunes!! A mayor

índice de renta per capita mayores bolsas de pobreza. No, la Internacional de los Intelectuales o Internacional

de la Cultura no va a pensar/hacer una cultura para salir de la pobreza. Los pobres están solos siempre. En

definitiva, que la fórmula de la salvación de Europa o de España o de la Comunidad Valenciana tampoco nos

la van a dar las Ordenanzas de Carlos nI, sino que hay que ir a buscarla en sustratos más profundos: en los

propios afectados. El pobre sólo saldrá adelante por sí mismo a fuerza de poesía, de estudio, de solidaridad, de

asunción de su pobreza para evitar su mala cara. Porque la liberación de los pobres es cosa de los pobres

mismos. ¡¡Algo tan difícil de comprender y sin embargo tan banal!!

He aquí, pues, que nuestro sujeto (y no nuestro «objeto») sociopolítico y axiológico son los pobres, mayoría

abrumádora en la humanidad que sin embargo no cuenta nada, mayoría que por lo demás siempre encuentra

alguien más pobre a su lado, como sabemos por la trístemente célebre fábula de Samamego:

«Cuentan de un sabio que un día

tan pobre y mísero estaba

que sólo se alimentaba

de las hierbas que cogía.

¿Habrá otro entre sí, decía,

más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió

halló la respuesta viendo

que otro sabio iba cogiendo

las hierbas que él arrojó»

Pobres de los pobres, empero, cuyas vestiduras harapientas y sorteadas entre la burla pública todavía son

objeto de análisis sin haber podido llegar nunca a sujeto de reconocimiento. Y así:

-a los ricos la pobreza les resulta altamente degradatoria de la convivencia, por lo cual se han suscitado

diversas hipótesis sobre su tratamiento,

-para unos, la pobreza es la resultante de la falta de desarrollo y de crecimiento, por lo que antes de (o para

luego poder) actuar contra la pobreza sería menester crecer. Ahora bien, es precisamente ese crecimiento así

propiciado el que causa la pobreza, con lo cual no parece posible la liberación «desde arriba», ya que es

precisamente «arriba» donde se produce el «abajo»,

-para otros, el mantenimiento de la pobreza resulta muy caro y sin solución, por lo que no existe más terapia

que la de la expulsión, a pesar de que tan imposible como poner puertas al campo sea echar fuera al pobre (y

en general al xenos, al diferente), pues según se va viendo en nuestros días el mundo es ya de colores hasta en

los países donde se presume de «bestia rubia»,

-para nosotros, en fin, que también «hablamos sobre» los pobres como los demás, aunque sabemos que la

pobreza genera pasividad -pues precisa una subsidiación permanente, que interfiere el desarollo y aún el

crecimiento, produciendo inseguridad- la solución exige buscar la actividad de los pobres mismos, pues las

inversiones en los factores y procesos pauperónomos generan más ahorro que gasto, por lo que resulta

obligado pasar de la pobreza como gasto a la lucha contra la pobreza como inversión, vinculándola a los

procesos de desarrollo social, al menos a nivel local, para que rompan la inercia del fatalismo, planteen la

necesidad de alternativas, de espacios, y de experiencias de promoción, prevención, y reinserción. En esta

promoción de los sujetos, gradual y orientada hacia un fin, reconocemos tres tipos de modelos de acción que

responden -dice Víctor Renes- a distintas etapas de desarrollo de la acción:

«a) Un primer tipo que responde ya a un modelo de acción se produce cuando se da el paso de la acción

puntual a la acción continuada y ordenada. Es el paso que observamos en el cambio de la beneficencia a la

asistencia social.

b) Un segundo tipo se da con el paso de la acción continuada a la acción sistemática institucionalizada. Con

ello se pasa de la asistencia social a los servicios sociales, que se fundamentan en el reconocimiento

democrático de los derechos sociales por parte del Estado y aparece la figura del usuario.

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c) Un tercer tipo se da con el paso de la acción sistemática institucionalizada a la acción transformadora y

participativa, integral e integrada con el resto de las acciones. Se trata del paso del servicio social al trabajo

social. De la acción compensatoria del Estado democrático a una intervención social participativa en la que la

figura del usuario ha dejado paso a la figura del ciudadano» (Luchar contra la pobreza hoy. Ed. Hoac,

Madrid, 1993, p. 274).

SÓLO LOS POBRES

LIBERARÁN A LOS POBRES

3. 1. Dificultades para una cultura de la pobreza generadora de riqueza compartida

En resumen, en medio del cúmulo de dificultades para cuya solución son necesarias más que palabras, nuestra

pequeña reflexión pretende, por su parte, ayudar a articular la solidaridad con los últimos, con los pobres,

yeso desde abajo, desde la sociedad civil de los pobres mismos. Sí: arriba los pobres del mundo: «Un hombre

que paseaba por el bosque vió un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba cómo

podría sobrevivir. Entonces vió llegar un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y

dejó el resto de la carne para el zorro. Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo

tigre. Él comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: ‘Voy también a

quedarme en un rincón confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito’. Así lo hizo

durante muchos días, pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando

oyó una voz que le decía: ‘¡Oh tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la verdad. Sigue el

ejemplo del tigre y deja ya de imitar al zorro mutilado!’» (Fábula del místico árabe Sádi).

No recomendamos en modo alguno resolver la vida a dentelladas como el tigre, pero sí asumir activamente el

propio papel histórico desde la actual pobreza. Esperar la liberación desde arriba, desde donde se produce la

injusticia, sería pedir peras al olmo: «Escuchad- le escribe Guillermo Rovirosa a Mosen Josep Ricart-; La

Comisión Nacional es una m.; las comisiones diocesanas son una m.; los militantes son un m.; y bien, con

todo este montón de estiércol, que no hay por dónde cogerlo, Nuestro Señor está abonando su viña para una

cosa nunca vista: ¡¡Qué grande es, padre mío, ser estiércol de Dios!!» (18-10-1951).

Hoy no resulta nada fácil la deseada liberación después de que, caído el comunismo, parece haberse reducido

todo horizonte de liberación al monismo del dinero. Señalaremos a continuación algunas dificultades al

respecto, dificultades que suelen por otra parte resultar muy comunes, acompañadas de sus correspondientes

propuestas correctoras:

3. 1. 1. Finitud

La finitud: el miedo del viejo en el asilo guardando mendrugos de pan por temor a que mañana le falte, por

ejemplo. -El atesoramiento del burgués maduro, por si acaso. El «mío, mío, mío» del niño pequeño.

Cuanto más frágiles somos o nos intuímos, tanto más pavor nos da el no poseer.

Y cuanto más pavor nos da el no poseer, tanto más intenso se hace nuestro deseo de apropiamos de lo que

tiene el vecino. Propuesta: Sólo la madurez en el ser podrá frenar nuestro miedo a la finitud. Aprendamos a

ser, aunque para ello necesitemos tener. Equilibremos al efecto los platillos de la balanza: que el tener no pese

más que el ser. Y que el resto de nuestro tener se lo entreguemos a los que se empeñan en ser pero nada les

dejamos tener.

3. 1. 2. Rencor

El rencor: A la hormiga le da rabia que ella que trabajó durante el verano para el invierno tenga que alimentar

a la cigarra que se lo pasó cantando.

3

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Esta rabia aumenta cuando la sociedad se orienta cada vez más hacia el estilo de vida propio de la cigarra:

«¿por qué tengo yo que pagar impuestos para curar a quienes contraen enfermedades por haberse entregado

libremente al vicio?». Y así sucesivamente, cada día va ampliando la hormiga laboriosa ese «¿por qué tengo

yo que... cuando a mí nadie me...»? Propuesta: Sólo el amor generoso será capaz de contrarrestar el rencor y

de romper la espiral de egoísmo que a la larga o a la corta me lesiona.

Quien se burla de esta afirmación o es un ignorante o es un cínico.

Pero quien, tras decirla, no se compromete en hacerla, o incluso se entrega al desamor, ese es una víctima o

un victimador, o un victimador victimado.

3. 1. 3. Horror mesocrático

Horror a la masa: «No todos somos iguales, coño, los hay mejores y peores, así que cada palo aguante su vela,

yo no tengo por qué aguantar las velas de los demás». «Estoy harto de que mi trabajo valga lo mismo que el

de cualquier otro de mi propio nivel profesional, cuando todo el mundo sabe que yo soy veinte veces mejor

que los demás de mi escalafón». Así razonamos con cierta frecuencia. Propuesta: Sólo se supera la injusticia

por la justicia, y la justicia por la sana caridad, pasando por ende del «a cada cual según su trabajo», al «de

cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades».Quien se obstina en la injusticia no debe

quejarse cuando la padece. Quien no se abre a la caridad no se abre a lo profundo de la vida. Bienaventurado,

pues, quien se abre al amor.

3. 1.4. El tú como no-yo

«El tú es el no-yo: Yo soy yo, no tú; lo mío es mío, no tuyo; lo mío es de los míos, sólo de los míos, no de los

tuyos.

Póngame para delimitar mi espacio diez kilómetros de alambre espinado.

Trincheras a mí, entre lo tuyo (lo no-mío) y lo mío.

Puesto que los míos no son los tuyos: ¿es que tengo yo que velar por la humanidad entera? ¿no basta con velar

por mí y por mi familia?

¿Por qué no habré de ser tildado incluso de injusto si lo de los míos lo comparto con lo de los no-míos?».

De tan diversas maneras habla cada día Insolidaridad. Propuesta: Sólo descubriendo con mi propia

experiencia que yo no solamente soy yo sino relación interpersonal, esto es, sólo conociendo en la propia

carne y en el propio espíritu el valor del apoyo mutuo y de la solidaridad humana descubriré el valor del «lo

mío es tuyo, lo tuyo es mío; todos para uno, uno para todos». Y cuando esto es así, entonces yo soy más que

yo, y el nosotros se infinitiza.

3. l. 5. Egoísmo de grupo

Egoísmo de grupo: Muchos no descubren la solidaridad más allá del radio de acción de su pertenencia grupal,

mecánica, o de onda corta.

Todos los animales levantan su pata y marcan su territorialidad con la simple meada; el animal que se extra-

limita arriesga su vida.

El clan, los míos, y más allá el vacío; en todo caso a lo más que llega este individuo es a preguntarse: ¿por qué

no sumar, como mucho, egoísmos de grupo a fin de garantizar la solidaridad común cual sumatorio de grupos

afines?

Propuesta: Un sumatorio de egoísmos no produce comunidad. La «sociedad de egoístas», aunque sea de

«egoístas racionales vinculados por el velo de la común necesidad», solamente puede funcionar de una forma

muy frágil e inestable. Y desde luego no nos ha de sacar nunca de pobrezas espirituales. Por lo demás ¿cómo

podríamos aspirar a convivir con egoístas redomados? ¿puede tomarse racionalmente en serio al egoísmo? La

antítesis del egoísmo es el federalismo que sigue la ley de los vasos comunicantes, y que, por tanto, llegando a

un grado de riqueza trasvasa los excedentes a los otros grupos, etnias, provincias, asociaciones, etc. El

federalismo que se establece como un conjunto de microegoísmos acantonados no es un federalismo como el

que los pobres quieren.

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3.1 6. Superego

Superego: La sociedad procura hacemos insolidarios, incitándonos a sobresalir a toda costa aunque sólo sea

exhibiendo unas paperas más gordas que las del vecino. Burra grande, ande o no ande. Hay quien sólo sabe

ser normal siendo anormal. Quien perdería un ojo con tal de que a su enemigo le dejaran ciego. Abundan en

exceso, en esta sociedad, los que necesitan de autoafirmación para diferenciarse del vecino: el coche más

grande, la casa más confortable, y por ende mi valla, mi huerto, mi vaca y mis boñigas. Al final ¿qué? Una

cagada para mi, la depre porque no tengo lo que me dicen que debo tener: «Durante años fui un neurótico. Era

un ser angustiado, deprimido y egoísta. Y todo el mundo insistía en decirme que cambiara. Y no dejaban de

recordarme lo neurótico que yo era. Y yo me ofendía, aunque estaba de acuerdo con ellos y deseaba cambiar,

pero no acababa de conseguido por mucho que lo intentara. Lo peor era que mi mejor amigo tampoco dejaba

de recordarme lo neurótico que yo estaba. Y también insistía en la necesidad de que yo cambiara. Y también

con él estaba de acuerdo, y no podía sentirme ofendido con él. De manera que me sentía impotente y como

atrapado. Pero un día me dijo: ‘No cambies. Sigue siendo tal como eres. En realidad no importa que cambies

o dejes de cambiar. Yate quiero tal como eres y no puedo dejar de quererte’.Aquellas palabras sonaron a mis

oidos como música: No cambies, no cambies, no cambies... Te quiero...’Entonces me tranquilicé. Y me sentí

vivo, y ¡oh maravilla!, cambié» (Tony de Mello: El canto del pájaro, pp. 92-93). Propuesta: No seamos el

gigante de nuestros deseos ni el enano de nuestros temores, caramba, ni tanto ni tan calvo. Ni mujeres

barbudas, ni enanos de circo. Se puede ser el que uno es en plan normalito, sin necesidad de medir dos metros

y treinta centímetros.¿Por qué no apreciar la hermosura de lo pequeño, lo mismo que la hermosura de lo

grande? Lo hermoso es hermoso, ya sea pequeño o grande.

3.1. 7. Legalismo

Legalismo: «Yo no estoy obligado a hacer más que lo que me marca la ley». Y no le sacas de ahí. La ley: es

decir, la Ley del Talión. Abundan incluso aquellos que no parecen capaces de distinguir entre la legalidad y la

moralidad, y en consecuencia creen erróneamente que todo lo que prescriben las leyes es bueno. Claro que

luego, contradictoriamente, se quejan de las leyes del fascismo, o de las leyes dictatoriales, o simplemente de

las leyes democráticas que no les benefician. Propuesta: No siempre lo legal es moral, no siempre lo legal es

mejor que lo ilegal, pues hay legalidades que matan, o que no dejan nacer, y que por ende resultan nefastas y

criminales.¿Por qué no intentamos aprender a caminar hacia lo legítimo solidario, que es lo fundado en el

orden del amor? ¡¡Y que estos versos del poeta Schiller luego musicados por Beethoven nos asistan: «Dejad

que mi beso abarque a toda la humanidad» !!

3.1.8. Materialismo

Materialismo: El materialismo, por empeñarse en reducir la cabeza humana como los jíbaros, reduce también

los niveles de solidaridad hasta límites insospechables. El materialismo se traduce desgraciadamente en la

ignorancia de las posibilidades que abre al espíritu humano encarnado y enraizado en la materia la cultura

creadora, gracias a la cual el materialmente feo Sócrates superó su fisonomía grasienta por una actitud

humanista de alcance verdaderamente universal. Propuesta: De pan vive el hombre, ciertamente, pero no sólo

de pan vive el hombre cuando sabe apreciar el valor de los gestos solidarios. Aprendamos a mirar la materia

con ojos de espíritu, para elevada. Tomemos los ruidos, convirtámosles en música. Y pongámosles la letra de

nuestra propia experiencia existencial.

3. 2. Articular la fraternidad

Dificultades para la solidaridad, pues, las examinadas y mil más, todas las que se quieran. Ahora bien, una vez

reconocidas las dificultades, y a pesar de ellas, es justo, y además necesario (pues no queda otro remedio para

los pobres) articular la fraternidad de la que brota la solidaridad. Aportemos algunas razones para ello, en la

convición de que si muchas son las dificultades objetivas y subjetivas en el movimiento hacia la solidaridad,

muchas más todavía son las posibilidades de superación y los motivos para su ejercicio alegre y plausible.

Veamos.

3.2. 1. Egoísmo racional

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Es mejor el altruísmo puro que el egoísmo racional, pero si falta aquél, al menos hay que preferir el egoísmo

racional al egoísmo irracional. El egoísmo irracional nos alienta hacia el consumo a cualquier precio. Pero

todos y cada uno de nosotros sabemos que no podemos seguir con este nivel de ecodesarrollo insostenible,

porque la tierra no dispone de tanta energía como para que cada uno de sus habitantes consuma lo que un

norteamericano. Propuesta: Dando un paso más en este terreno hay que apuntar hacia el egoísmo racional de

la austeridad responsable, pues no basta con decir que caminamos hacia el ecoexpolio mientras

ecoexpoliamos nosotros. La austeridad responsable conlleva la autolimitación del desarrollo consumista. Se

trata de asumir la filosofía estoica y no la epicúrea al respecto. Quien espera ver a su vecino autolimitarse el

primero no actúa racionalmente: lo racional es dar ejemplo y ser el primero en la autolimitación consumista,

trasvasando hacia los que no tienen la posesión excedentaria propia.

3. 2. 2. Decrepitud del capitalismo

No podemos seguir con este capitalismo que carece de capacidad para compatibilizar su paro con su

estructura militar, su derroche con su endeudamiento, su burocracia con su voluntad motórica, etc. El

capitalismo -nos recuerda Tony de Mello- hace más, nos degrada cuando consentimos:

«Entra el primer candidato:

-Esto es un simple test antes de darle el trabajo que ha solicitado. ¿Cuántas son dos y dos?

- Cuatro.

Entra el segundo candidato:

-¿Está usted listo para el test? ¿Cuántas son dos y dos?

-Lo que diga el jefe.

El segundo candidato consiguió el trabajo».

Eterna historia: Ya los súbditos del Luis XIV respondían así a la pregunta por la hora formulada por el Rey

Sol: «La que Su Majestad desee».

Propuesta: ¡¡El capitalismo no puede ser!! Hay que cambiar de vida y de forma de pensar. No podemos

permitimos bromas diciendo que ya que no cambiamos de vida y de pensamiento cambiemos de aires. Los

aires del capitalismo están enrarecidos, y son humo irrespirable. Los aires del humanismo han de ser

solidariamente etho-ecológicos, es decir, a la vez buenos humanamente y geográficamente.

3. 2. 3. La fortaleza de los ricos amenazada

Las cosas no han cambiado desde que en el siglo XVIII escribía el filósofo y propietario ingles David Hume

estas duras palabras: «Cada vez que salgo de casa cierro la puerta. Si me desplazo más lejos entierro la bolsa.

Y si me echo a los caminos por más tiempo me pongo una daga en el cinto. En estas tres acciones queda bien

condensado lo que pienso del género humano».

A pesar de tanta cultura como decimos haber acumulado, no podrá negarse que al r€specto hemos mejorado

poco unos siglos después. No resulta nada seguro convivir en una «civilización» de personas hambrientas y

desesperadas, ni cabe poner puertas al campo de la inmigración. De ahí que en un mundo inseguro proliferen

y hagan su agosto las industrias de la seguridad: blindajes, guardias jurados, escoltas, vigilantes,

guardaespaldas, etc, etc, todo sea para mantener a distancia al pobre.

Vigila que te vigila, el vigilador que nos vigile buen vigilador será. Hasta que llegue el día en que todos

tengamos que vigilar a unos pocos, porque antes esos pocos nos hayan vigilado a todos, y, en definitiva, en

que todos nos vigilemos «democráticamente» a todos (o, lo que es lo mismo, la realización fáctica del

«magisterio de la sospecha» que pedían teóricamente los filósofos). Propuesta: ¡¡Eso no puede ser!! No es

racional. Tenemos que aprender a vivir de otro modo; con menos propiedades que vigilar seremos menos

vigiladores y a la par menos vigilados. Si no queremos que nos pase lo que al avaro que no podía dormir por

vigilar su vastísima hacienda, compartamos más. El problema es que el avaro prefiere luchar contra el

insomnio de mala manera, aunque sea con pastillas, antes que compartir. Su comportamiento se hace de este

modo altamente irracional a pesar de que presuma de ser la medida de la racionalidad (pues él cree ser más

racional porque ha atesorado más, lo cual constituye su error de cálculo más grave, error que por supuesto

nunca estará dispuesto a reconocer, ya que entonces cuestionaría su propia identidad porque él se identifica

con lo que posee, sin saber que eso que él dice poseer le posee a él, el poseído).

3. 2. 4. El dolor del rostro del otro

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No resulta nada bello ver sufrir a los demás. Pero sí es bello abrir los brazos y partir el pan. Me decía un

pastor del campo charro, cerca de El Cubo de Don Sancho, que todo pastor sabe perfectamente qué le quiere

decir cada oveja con la mirada, pero para eso el pastor tiene que pasar la vida cuidando a dichas ovejas, pues

un mero turista no sabe leer en la mirada de una oveja. Las ovejas hablan al pastor, y el pastor las cuida y

procura su bienestar. Y otra pastora paupérrima también presente allí añadía que a ella las ovejas la quieren

mucho, pero las personas no. Así las cosas, o descubrimos el rostro del otro con entrañas de misericordia, o

esta civilización se acaba. Así que atención a la propuesta que sigue, en la antítesis de la obra de Bertrand

Mandeville La fábula de las abejas.

Propuesta: la Parábola del compartir:«Para llevar al Pueblo de Dios hacia el radicalismo del Evangelio, tú

que lees esta carta, joven o adulto, no tardes en hacer de tu propia vida la parábola del compartir realizando

actos concretos cueste lo que cueste.Realizar con otros la parábola del compartir concierne, en principio, a los

bienes materiales. Empieza por una transformación de tu manera de vivir.Resiste al consumo: multiplicar las

compras es un engranaje sin salida. La acumulación de reservas, para ti mismo o para tus hijos, es el

comienzo de la injusticia.Compartir supone una relación de igual a igual que nunca crea dependencia. Esto es

verdad tanto entre los individuos como entre los Estados.No es posible cambiar el nivel de vida en un día. Por

eso pedimos insistentemente a las familias, a las comunidades cristianas, a los responsables de las iglesias,

establecer un plan de siete años que les permita abandonar, por etapas sucesivas, todo lo que no es

absolutamente indispensable, empezando por los gastos que nos dan prestigio. Y, sobre ello, ¡cómo quedamos

en silencio ante el escándalo de los gastos que para tener prestigio hacen los Estados! Compartir lleva también

a modificar tu propia vivienda. Haz de tu morada un lugar de permanente acogida, una casa de paz y de

perdón. Simplifica tu habitación, pero no exijas lo mismo a personas mayores cuya casa está llena de

recuerdos...Tienes vecinos de piso y de barrio. Tómate tiempo para crear lazos con ellos. Encontrarás grandes

soledades. Constatarás también que la frontera de la injusticia no pasa solamente entre continentes sino

también a una centena de metros de tu casa. Invita a tu mesa. El espíritu de fiesta resaltará más en la sencillez

que en la abundancia de alimentos.La parábola del compartir se aplica también al trabajo. Compromete todas

tus fuerzas con el fin de obtener, para todos, una igualdad de salarios y, asimismo, unas condiciones de

trabajo dignas de la persona humana. Cuando el hacer carrera, competir, buscar un salario elevado, las

exigencias del consumo, son la razón de ser de tu trabajo, entonces estás muy cerca de explotar a los otros o

de ser tú mismo explotador. Trabaja para ganar lo necesario, nunca para acumular» (H. Roger).

En esa dirección, la encíclica de Juan Pablo II titulada Solicitudo rei socialis reza: «Pertenece a la enseñanza y

a la praxis más antigua de la Iglesia la convicción de que ella misma, sus ministros y cada uno de sus

miembros, están llamados a aliviar la miseria de los que sufren cerca o lejos no sólo con lo superfluo, sino con

lo necesario».

3. 2. 5. Exigencia de necesidad vital

Llega un momento en que hay que organizarse o morir. Y dado que la autoorganización de los pobres es cosa

de los pobres mismos, no queda sino compartir la miseria, elaborar en común el luto, o/y organizar

cooperativamente la producción, aun contando con el riesgo de que las cooperativas triunfantes reproduzcan a

la larga el capitalismo de origen. Propuesta: A visados estamos. El cartero no llama dos veces. Quizá para

mañana sea tarde. Así que oigamos lo que en este sentido quiere decimos un hombre serio, Miguel Delibes:

«En mi novela de 1949 El camino, Daniel, mi pequeño héroe, se resistía a integrarse a una sociedad

despersonalizada, pretendidamente progresista, pero, en el fondo, de una mezquindad irrisoria. Y esta

intuición, cuyos principios, auténticamente revolucionarios, fueron luego formulados por un plantel respetable

de sabios humanistas, es lo que indujo a algunos comentaristas a tachar de reaccionaria mi postura. Han sido

suficientes cinco lustros para demostrar lo contrario, esto es, que el verdadero progresismo no estriba en un

desarrollo ilimitado y competitivo, ni en fabricar cada día más cosas, ni en inventar necesidades al hombre, ni

en destruir la Naturaleza, ni en sostener a un tercio de la Humanidad en el delirio del despilfarro mientras los

otros dos tercios se mueren de hambre, sino en racionalizar la utilización de la técnica, facilitar el acceso de

toda la comunidad a lo necesario, revitalizar los valores humanos, hoy en crisis, y establecer las relaciones

Hombre-Naturaleza en un plano de concordia. He aquí mi credo y, por hacerla comprender, vengo luchando

desde hace muchos años» (Un mundo que agoniza. Ed. Plaza Janés, Barcelona, 1979, pp. 24-25).

3. 2. 6. Exigencia de convicción profunda

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3. 2. 6. 1. Mi casa, mi pluma, mi hembra

No vamos a descubrir ahora el huevo de Colón si decimos que el derecho de propiedad privada al uso, que es

un «derecho de gozar, usar y abusar» (ius utendi, fruendi et abutendi) no es ni más ni menos que una

salvajada, a pesar de ser salvajada muy arraigada en el corazón de humanos con mentalidad de simios: «Con

lo mío hago yo lo que me da la gana ¿Pasa algo?». Un poco más, y ya se sabe: «Mi casa, mi pluma

estilográfica y mi hembra». Como nos recuerda Rousseau, mucha parte del mal que hay en el mundo entró

cuando alguien cercó una propiedad y escribió con grandes caracteres sobre ella: Propiedad privada.Y claro,

como la propiedad privada así entendida hizo tanto daño en el mundo, el comunismo se fué al extremo

opuesto, y no se le ocurrió más que prohibirla, y decretar el colectivismo. Pero, ay, los administradores del

colectivo no administraron nada bien e hicieron mucho daño, siendo su error doble: prohibir la libertad

individual, y pretender liberar al colectivo por medio de la dictadura.Mas como el colectivismo fracasó, vuelta

a empezar por parte de los propietaristas, solo que ahora más crecidos y en plan todavía más gallito: «No me

vengas con bobadas, si quieres negar la propiedad privada vete a Rusia». Y esto no puede seguir siendo a

estas alturas del bimilenio.Propuesta: Las estructuras de pecado sólo se vencen creando estructuras de justicia

y de paz codo a codo con el otro en lugar de explotarlo y oprimirlo, tratándole como a un semejante y no

como a un mero instrumento. Los bienes de la creación no son tuyos ni míos, sino de toda la humanidad.

3. 2. 6. 2. Propuesta sobre la propiedad

Así las cosas, nuestra propuesta consiste en ir hacia la propiedad personal (es decir, no individualista, sino

relacional), hacia la copropiedad del trabajo por encima del capital, hacia la persona como centro de todos

los procesos económicos, y no sólo hacia la rentabilidad (Emmanuel Mounier). Para nuestros intereses, la

propiedad resulta nefasta cuando no es personal, es decir, cuando no se pone a circular y a compartir para

hacer personas. Ahora hay que aunar saber, querer y poder. Doctrina social de la Iglesia, pues, bueno; práctica

social de la Iglesia, sÍ, desde luego, y ya mismo. Como señala la séptima encíclica de Juan Pablo II Sollicitudo

rei socialis, el desarrollo sin solidaridad provoca la injusticia social y la opresión del hombre. Ese

desarrollismo neoliberal a cualquier precio es el más culpable de la distribución desigual, no los indigentes ni

la fatalidad. En definitiva, el derecho a la propiedad privada es válido, pero pesa sobre él una grave hipoteca

social, es decir, no nos pertenece si no lo usamos en orden al bien común (véase la obra de Mounier, De la

propiedad capitalista a la propiedad humana. Obras Completas. Tomo 1. Ed. Sígueme, Salamanca, 1993).

Desde esta perspectiva asumimos como ideal referencial último el comunismo libertario en materia de

economía, tan irrealizable como se quiera quizá hoy, pero no en modo alguno irracional (irracional es el

capitalismo que presume de lo contrario: tres de cada cuatro pasando hambre a su costa), y mucho menos

imposible, dependiendo su posibilidad o viabilidad sobre todo de la voluntad activa del hombre nuevo al que

estamos llamados. Así que reproduzcamos el célebre pasaje de la obra clásica de Errico Malatesta: «Los

colectivistas dicen que cada trabajador, o mejor dicho, cada asociación de trabajadores, debe poseer las

primeras materias y los instrumentos para trabajar, y que cada uno debe ser dueño del producto de su trabajo.

Mientras uno vive lo gasta o lo conserva, hace de él lo que quiere menos ponerlo a servir para hacer trabajar a

los demás por su cuenta, y, cuando muere, si ha ahorrado algo, vuelve a la comunidad. Sus hijos tienen,

naturalmente, los medios para poder trabajar y gozar del fruto de su trabajo, y dejarlo heredar sería un primer

paso para volver a la desigualdad y al privilegio. En la instrucción, en el mantenimiento de los niños, de los

viejos o inutilizados por el trabajo, así como de las calles, agua, iluminación e higiene pública y de todas

aquellas cosas que deben realizarse en beneficio de todos, cada asociación de trabajadores aportaría un tanto

para compensar a los que desempeñan estos oficios. Los comunistas libertarios van más lejos aún, diciendo:

ya que para progresar es necesario que los hombres se amen y se consideren como miembros de una sola

familia, ya que la propiedad debe ser común y que el trabajo para ser más productivo ha de servirse de las

máquinas, debe hacerse por grandes colectividades obreras. Para aprovechar todas las variedades del terreno y

condiciones atmosféricas, etc., y hacer que cada lugar produzca lo que mejor a él se adapte, evitando, por otra

parte, la competitividad y los odios entre diferentes países y que la gente acuda a los pueblos más ricos, es

necesario establecer una solidaridad perfecta entre todas las personas del mundo. Además sería una cosa muy

difícil distinguir en un producto la parte que a cada factor diverso pertenece, así que en lugar de confundimos

con lo que cada uno puede haber trabajado, trabajemos todos y pongámoslo todo en común. Así, cada uno

dará a la sociedad todo aquello que sus fuerzas le permitan dar mientras no existan productos suficientes para

todos; cada uno tomará aquello que necesite limitándose, se entiende, en todo aquello en lo que no se haya

podido llegar a la abundancia. Soy comunista libertario, en fin, porque cuando se ha decidido ser amigos vale

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más serlo por completo que amigos a medias. El colectivismo deja aún los gérmenes de la rivalidad y del

odio. Pero aún hay más. Si cada uno pudiera vivir con lo que él mismo produce, el colectivismo sería siempre

inferior al comunismo libertario, porque tendería a mantener a los hombres aislados y, por consiguiente,

disminuiría sus fuerzas y sus afectos, a pesar de lo cual se podría marchar con él. Pero como, por ejemplo, el

zapatero no puede comer zapatos, ni el fundidor hierro y el agricultor no puede fabricar por sí mismo todo

aquello que necesita, y no puede siquiera cultivar la tierra sin los operarios que extraen el hierro y los que

fabrican los instrumentos, y así todo lo demás, habría necesidad de organizar el cambio entre los distintos

productores teniendo en cuenta para cada uno aquello que produce. Entonces sucedería necesariamente que el

zapatero, por ejemplo, procuraría dar el mayor valor posible a sus zapatos y pretendería por un par de ellos

adquirir la mayor cantidad posible que quisiera de otros productos, y el agricultor por su parte procuraría darle

la menor cantidad posible. ¿Quién sería capaz de arreglarlo? El colectivismo me parece que daría lugar a una

cantidad de cuestiones y se prestaría siempre a muchos enredos que, a durar mucho, tal vez nos volverían al

punto de partida. El comunismo libertario, por el contrario, no da lugar a ninguna dificultad; todos trabajan y

disfrutan de todo. Basta sólo saber cuáles son las cosas que se necesitan para satisfacer a todos y hacer de

modo que todas estas cosas sean abundantemente producidas» (Entre campesinos).

3. 2. 7. Organizar la participación

Llevemos lo anterior a la práctica apuntando poco a poco (sin prisa, sin pausa) hacia la autogestión, ya que

ella aspira hacia la participación solidaria, más aún, las exige. Así las cosas, articular esa solidaridad exige

articular la participación, cuanta más participación mejor, el sentimiento y la práctica dinamizadora de los

individuos y los grupos, así como asumir los fallos del prójimo y tener paciencia con él, sin ignorar que la

participación no se logra de la noche a la mañana, y de ahí su elevada exigencia pedagógica, pues esa

articulación:

-es costosa en términos de tiempo y energías, exige mayor desgaste por parte de todos (pues más sencillo

resultaría que uno mandase y todos bajaran la cabeza al unísono: la antítesis del participar es el mimetizar, el

borreguismo, el «¿dónde va Vicente? Donde va la gente»). Cuando diversos galgos persiguen la liebre, sólo el

primero de ellos ve la liebre; el resto sigue al galgo que dice ver la liebre;

-conlleva la dificultad de toda rotación laboral, es decir, de que todos y cada uno asuman los trabajos

comunes peores además de los específicos. Pero rotar resulta del todo necesario por motivos solidarios y

educativos (quien limpia los servicios una vez no suele despreciar al que limpia habitualmente los servicios,

porque ya sabe lo que vale un peine);

-puede suponer una pérdida de eficiencia (más productivo sería que cada cual hiciese siempre la misma cosa,

pues así se va más rápido), y también puede retrasar la planificación elaborada en común, lo que la convierte

en más latosa (y su riesgo lo constituye la burocracia del nunca acabar por exceso de «basismo»);

-requiere un cambio de actitudes y una preparación cooperativa especial, pues en este mundo no se nos

enseña para la corresponsabilidad, la cual no se escuda tras el colectivo cuando se produce un fallo individual,

ni se apunta el éxito única y exclusivamente el individuo cuando dicho éxito corresponde al colectivo;

-puede ingerir en las vidas privadas hasta degenerar en un hipercolectivismo sin margen alguno para la

diferencia y para el relieve de cada individualidad;

-degenera frecuentemente en dos errores: o en un canto de cisne que es revancha final del capitalismo cuando

se desarrolla a gran escala (pues entonces la producción termina claudicando ante el imperativo de la eficacia

y ya no se diferencia del modo de producción capitalista), o se enclaustra en un socialismo utópico de baja

calidad, tipo islita de perfectos que renuncia a transformar el resto del mundo, al estilo de esas comunidades

con mucho serrucho, algún que otro conejito, el abuelito y Heidy, que de la marginalidad ñoña terminan

haciendo centralidad;

-no bastan las buenas intenciones en un mundo que no está para esos lujos, y con un ser humano que todavía

no ha sido formado ni dispuesto para tan alto menester.

Propuesta: Conocemos las dificultades del pasado: ahora sólo nos queda asumir las del presente, sin

nostalgias ni añoranzas, mirando hacia adelante, aunque ello entrañe mayores dificultades.

3. 2. 8. Unir buena intención y buen resultado

Tomar conciencia de esas dificultades resulta tan necesario como asumir conscientemente su riesgo.

Asustarse sería tan nocivo como ignorar, por atrevimiento las aristas de la empresa. Ante una tarea tan

cualitativamente distinta e inusitada, tan diferenciada e inédita, hay que ir con pies de plomo, paso a paso,

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midiendo bien las cosas, pensándolas mucho. Pues está en juego la dignidad de los pobres, el orgullo de su

sabiduría, la diferencialidad de su opción.

Y desde luego hay que ir a ella con un corazón nuevo. Ahora bien ¿cómo sería el ideal de ese neocorazón?:

-un tercio niño soñador y arriesgado, ingenuo;

-un tercio padre bondadoso y perdonador, prudente;

-un tercio adulto razonable y empresarial, astuto.

Y el uno por ciento restante, tal vez el más necesario, tejido con los mimbres de Charles Péguy: alegría,

esperanza y gracia.

La auto gestión no está hecha para lloriquear ni para limosnear, sino para trabajar cooperativa y

solidariamente. Dejemos de quejamos de los baches de la carretera, y caminemos hacia la meta. Se trata de

aprender a ser generosos. Generoso hay que serlo siempre, pero el mundo demanda de nosotros pericia. Está

muy bien lo de la economía del intercambio directo, y quizá como horizonte final deba mantenerse, pero en

nuestro mundo ya no es posible, si es que acaso lo ha sido alguna vez, como pícaramente recuerda Ramón J.

Sender: «El zapatero era partidario de un régimen muy avanzado y el otro le preguntaba cómo se iba a regir la

economía en ese régimen. El zapatero decía: Muy fácil. Yo le hago un par de zapatos al vecino que es sastre y

él me hace a mí una chaqueta. El panadero me trae a mí el pan durante un mes y yo le remiendo los zapatos de

la familia. ¿Comprendes? - Sí, pero en mi caso -decía el otro- tú sabes cuál es mi oficio ¿verdad? ¿Tú me

haces un par de zapatos y yo te pongo un par de banderillas? - El zapatero se acaloraba, diciendo que aquello

era hablar de mala fe» (La Tesis de Nancy. Ed. Magisterio Español, Madrid, 1987, p. 110).

En el campo de esa autogestión desde los pobres mismos que venimos postulando, la ética de la intención del

zapatero no debe estar al margen de la ética del resultado. Muchas utopías bellísimas se han quemado por una

mala contaduría de libros, yeso sí que es un delito de lesa humanidad. La conciencia no puede en modo

alguno darse el lujo de suplir a la ciencia, como tampoco la ciencia carecer de conciencia. La pereza piadosa

debe ser tachada de impía. Nadie juega mejor al tenis por ser más autogestionario; si quiere tenis deberá

entrenarse como el resto de los mortales. Quien añade ciencia añade también cansancio. La ética de la buena

intención debe acompañarse a' ser posible con un balance aceptable en la cuenta de resultados.

Y luego, claro está, trasvasar esos resultados al Sur, que también existe, pues autogestión sin trasvase de

bienes es como jardín sin flores. El «comunitarismo humanista» o «socialismo humanista comunitario» que

postula Eric Fromm (Psicoanálisis de la sociedad contemporánea. Fondo de Cultura Económica, 1986, pp.

298-300) pasa inevitablemente por ahí. Propuesta: Quien hace lo que sabe y lo que puede no está obligado a

más. Pero cada cual está obligado a hacer lo que sabe y lo que puede, si es que lo quiere.

SOLIDARIDAD LABORAL

Y ACCIÓN SOCIOPOLÍTICA

4. 1. La política como organización sistemática de la caridad

Retornemos un instante lo que hemos ganado hasta el presente:

a) La pobreza ha de ser gestionada por los pobres mismos.

b) La organización económica de la pobreza se llama autogestión.

Añadamos ahora: Todo lo anterior debe canalizarse organizativamente a través de una nueva forma de hacer

política. Vayamos a ello.

4. l. l. No a la maledicencia

Mi vecino se queja habitualmente de los políticos (a los que por otra parte elige, y a los que luego culpabiliza

cuando las cosas van mal: de este modo se ha convertido en un experto en tirar la piedra y esconder la mano).

No falla casi nunca: de los políticos se quejan especialmente y con mayor amargura precisamente los peores

ciudadanos. Parece que en ellos la conciencia hipercrítica sobre el prójimo aventaja en mucho a la propia y

escasa capacidad para la autocrítica. Mi vecino, pues, vive políticamente en estado de impudor, ya que

practica la ley del embudo, a saber, lo ancho para mí y lo estrecho para los demás. Mi vecino, o mi vecina,

4

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qué caramba: muchas no reconocen que lo mismo que detrás de un hombre hay una gran mujer, detrás de una

gran mujer haya veces una buenísima asistenta (machismos aparte). Pero al estado de impudor se llega por

mil y una trochas:

-por el expolio que ejerce el fuerte (ya sea en sus nuevas versiones del guerrero vikingo o Rambo individual,

ya sea bajo el formato de los partidos políticos al uso);

-por la autodejación del débil (perezoso abotargado que al fin busca ajena conmiseración para con su gesto

dimisionario y su fofa cobardía;

-por la práctica de los sedicentes o autoproclamados tribunos de la plebe que desde los mass media

desencadenan campañas de sospecha generalizada contra la ajena corrupción mientras se embolsan sueldos

millonarios excitando la sospecha de todos contra todos, especialmente contra las personas más relevantes,

movilizando la envidia, fomentando el mísero resentimiento, y destruyendo el bien común.

Al enchufar el ventilador sobre la mierda y salpicado todo, estos manipuladores de la opinión pública, que por

lo general logran su éxito público haciendo prensa amarilla para la incultura popular desde los minaretes

privilegiados de los medios de masa, especialmente la caja tonta y la radio, lo único que logran es que la gente

razone así: «Si el pez gordo roba desde su nivel, yo, pez chico, puedo robar a mi nivel, y encima tener

conciencia de que no robo o de que robo poco porque comparativamente robo menos». Y de esta guisa se

acalla la conciencia e incluso se aureola: ¡ ¡De qué autoengaño no será capaz el ser humano!!

4. l. 2. Frente a male-dicencia, bene-dicción

Puesto que no hay en toda la Tierra nada más difícil de sostener que la boca, así las cosas, y frente a

ellas, el principio de acción política personalista reza así: «No des crédito al maledicente, antes al contrario

apresúrate tú a hacer el bien posible, hoy mejor que mañana». Esto es, ni más ni menos, lo que se desprende

de la afirmación platónica de que la política ha de ser vivida «como justicia y pudor». Porque lo contrario del

pudor es la impudicia, cuya primera manifestación es la falta de respeto al otro, la no-decencia cuya

exteriorización es la ostentación del propio descaro, el refocilarse atropellando la dignidad ajena, el

vanagloriarse de la prepotencia, el no sentir ya ni siquiera que se ofende ni que se humilla, con una

insensibilidad que abochorna.

Y es también lo que quiere decir Péguy cuando asegura que la política es «la organización sistemática de la

caridad», pues organizar sistemáticamente la caridad en la polis exige desplegar toda nuestra teología política

y todo nuestro teologado político, siendo la caridad el ABC de dicho teologado, catequesis mixtagógica o

iniciática capaz de introducir en la práctica del bien común las mediaciones del orden del amor social y

ciudadano.

4. 1.3. Política: oficio de limpiar más de lo que se ensucia

Pues si, como todo maledicente asegura, el mundo es una montaña de mierda, sólo parecen posibles dos

posibilidades: o intentar quitada de en medio en la medida de lo posible, o dejada donde está, pero entonces

no quejarse de ello. Si se opta por lo primero, a su vez sólo caben otras dos posibilidades: dejar que sean los

demás quienes asuman la tarea, o asumir nosotros mismos dicha tarea; y si ésta resulta ser nuestra opción

ejerzámosla, entonces, de veras: manos a la masa, cojámosla aunque nos ensuciemos (porque a la política

verdadera se va a servir y servir puede llegar a ser molesto), tratando de limpiarla en la común convivialidad

haciendo ejercicio sistemático de la caridad, porque en el mundo tal y como va no se puede estar todo el día

con el vestidito blanco de la primera comunión. Tal y como va el mundo no cabe adoptar el punto de vista de

Sirio: «¿El punto de vista de Sirio? Sólo le conviene a esos anormales que sueñan espacios como refugio en el

que, muy lejos de la tierra, puedan olvidarse las luchas y los deberes del ser humano. Por el contrario nada

asienta un juicio como levantado sobre unas fuertes raíces desde la tierra hasta el cenit, nada asegura el buen

sentido, ni rebaja la pretensión, ni airea la inteligencia, ni ensancha el gesto, ni desazona la mediocridad como

acampar la propia vida en pleno universo y mantener siempre ‘bajo el cielo estrellado por encima de nuestras

cabezas’ las perspectivas familiares de la vida cristiana» (E. Mounier: Tratado del Carácter. Tomo n. Obras.

Ed. Sígueme, Salamanca, 1993, pp. 129-130).

Lo que hace falta, pues, no es desplegar la retórica hueca de la maledicencia, sino ponerse el mono de faena e

invitar al prójimo a la tarea de limpiar más de lo que se ensucia. Esa mística no puede faltar en una buena

política, como muy bien sabía Charles Péguy cuando afirmaba: «política republicana la hay hoy, en que se

vive de la República; mística republicana la había ayer, en que se daba la vida por la república».

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La mística política es humilde, y por eso limpiadora; el primado y el compromiso de su acción lo entiende del

modo siguiente: en la polis, que es una comunidad ampliada, hay que perder ganando, no ganar perdiendo.

Limpiar es perder ganando, ensuciar es ganar perdiendo. Y quien así no lo quiera no tendrá lo que quiere,

antes al contrario se encontrará con lo que no quiera. Propuesta: Extra polis nulla salus, fuera de la polis no

hay posibilidad de transformación salutífera de la polis misma. Así pues, apolíticos, extrapolíticos y

antipolíticos: absténganse de nuestro discurso.

LA POLÍTICA COMO EJERCICIO DEL QUERER/SABER/PODER/ESPERAR COMÚN

5. 1. En Castilla nadie es más que nadie

Pero -se preguntará más de uno- ¿quién da testimonio en nuestros días (o quién ha hecho alguna vez a lo largo

de la historia) de esa acción políticomística entendida y vivida como justicia y pudor, y además como

organización sistemática de la caridad? ¡Precisamente todo el mundo se empeña en caminar en dirección

contraria respecto de ella! En este sentido más de uno llega a decir: «¡¡Es curioso lo malo que se vuelve el

mundo de un tiempo a esta parte!!» Palabras de mi portera la mañana del lunes pasado» (Alphonse Allais: Un

drama muy parisino. /n A. Bretón: «Antología del humor negro». Ed. Anagrama, Madrid, 1991, p. 195).

El mundo se vuelve malo, luego yo me vuelvo muy bueno; más aún, cuanto más malo se vuelve el mundo,

tanto mejor me vuelvo yo. En consecuencia me conviene que el mundo se vuelva muy malo. Por inverosímil

que parezca, son legión los que razonan de forma similar. Ahora bien ¿por qué te crees tú mejor que los

demás? ¿Haces más y mejor que ellos? ¿Seguro? ¿Piensas que eres mejor que los políticos a los que la gente

encomienda la gestión de sus opiniones a través de sus votos? Pero en principio los políticos que recogen los

votos populares no tienen por qué ser peores que tú. ¿O es que para superarles haces tú otra política cotidiana

y fiel a los intereses de los demás, aunque tu cauce de acción no sea el de los niveles institucionales de los

partidos mayoritarios?

Según Machado en Castilla nadie es más que nadie; en todo caso si estás persuadido de que tú eres mejor que

los rectores políticos tendrás que demostrarlo, ya que de lo contrario te equivocarías lamentablemente. Ahora

bien, si como tú afirmas ellos resultan ser peores, entonces lo que corresponde a los mejores como tú es

intentar mejorar la situación. ¿De qué manera? Puedes intentar: quitarles y ponerte tú, -o poner a otros,

- o a todos, pues no puedes no poner a nadie. Lo más razonable parece, en todo caso, actuar acogiéndose a la

regla de oro personalista y comunitaria que reza así: «Haz al otro lo que quieras para ti, no hagas al otro lo

que no quieras que hagan contigo».

5. 2. La buena política se hace descendiendo

Claro es que no vamos a defender aquí tampoco el carácter angélico de los políticos al uso, ni afirmar que son

los rectores seráficos de la ciudad ideal. Desde luego los políticos de hoy parecen subidos al carro del

capitalismo multinacional, y, lejos de constituir los empobrecidos de la tierra su ocupación y su preocupación

básica, son casi siempre sus víctimas vampirizadas (con la particularidad de que los vampiros, de todos

modos, procuran echarle la culpa a las víctimas mismas). Pero quien desee demostrar que él nada tiene que

ver con los Dráculas políticos de su país tendrá que demostrarlo orientando su propia praxis intensa y

cotidiana hacia el Sur, hacia los últimos, con ellos y desde ellos. O, en caso contrario, al menos callarse por un

mínimo de pudor.

La tarea no va a ser fácil, no será flor de un día, pues no se tomó Zamora en una hora. Durará toda la vida,

pero para quien camine ya en esa dirección la vida durará toda: no morirá. Así pues, quien desee hacer

política y convivencia y participación de otro modo, desde abajo, desde la autogestión, ese tendrá que

auxiliar, controlar, interpelar, hacer venir a los políticos a nuestro koinón, a nuestras asambleas, bajarles al

loro del demos, del barrio. No ha habido, hay, ni habrá política de altura si a la vez no está enraizada en un

barrio, si no se ejerce como cultura demótica.

Y esto significa que la política (la cual no es sino administración de alcance largo) sólo puede resultar

benéfica si se ejerce en el radio de alcance corto desde la base, en el racio de alcance demótico o de barriada,

5

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de vecindario, es decir, donde yo vea, oiga, toque al político electo por mí y pueda hablarle, controlarle,

ayudarle, aprojimarle. Lo contrario sería comenzar la casa por el tejado, habilidad arquitectónica ya factible

en el terreno de la construcción de volúmenes físicos, pero no en el de la realización de sociedades humanas,

donde nada se sostiene sobre unos pies de barro.

De todos modos eso de descender siempre parece harto difícil; es verdad que a veces los individuos y los

colectivos, por amor, descienden hacia los de abajo, pero pronto se cansan ellos mismos una vez obtenida una

profesión lucrativa. Similar cansancio se observa en las instituciones, incluso en las mejores. Fijémonos, por

ejemplo, en lo que le ocurrió a la Orden de los Templarios. Esta Orden, que nació con la vocación de

desposesión, acabó en una sola generación teniendo mucho poder. En efecto, en 1097 tiene lugar la Primera

Cruzada para liberar Tierra Santa. Godofredo de Bouillon libera Jerusalén en 1099, rechazando ceñirse la

corona de aro en los mismos lugares en que Cristo la había llevado de espinas, y rehusa aceptar otro título que

no sea el de Procurador del Santo Sepulcro. Así las cosas, y mientras muchos cruzados soñaban ya con volver

a sus hogares dejando. Jerusalén y Tierra Santa a merced de los infieles, y otros muchos cruzadas por su parte

buscaban establecerse en algún señorío o se hacían fuertes en sus castillos, he aquí que un grupo de

voluntarios de gran pureza decide seguir a Hugo de Payens, futuro primer señor del Temple, para servir a la

cristiandad por amor, con humildad y altruísmo radical. Eran ellos poderosos caballeros que únicamente

pedían autorización para escoltar a los peregrinos, vigilar los caminos en sus tramos más peligrosos, y en su

caso echar una mano al rey de Jerusalén, pero sin querer nada para sí, recabando únicamente servir. Cuando ni

luchaban ni montaban guardia pasaban el tiempo celebrando los oficios, mitad monje y mitad soldado

(anticipo de la Compañía de Jesús) conciliando la fe y el honor.

Élite inimitable, como después dirá san Bernardo., no. querían para sí ni bienes ni gloria, por lo que la bula

papal Omne datum optimum (1139) exime ya al Temple de jurisdicciones episcopales, sometiéndole

directamente a la autoridad pontificia, es decir, concediéndole autonomía (algo. sí como. la «prelatura»

concedida hoy al Opus Dei), bula que además concedía a los Templarios el gran privilegio económico de no

pagar diezmos por sus dominios, así como los restantes privilegios religiosos de construir oratorios y

cementerios propios a fin de evitar que se mezclaran con la turba de pecadores y mujeriegos, lo cual provocó

la cólera de las autoridades episcopales. Empero, según aumentó el prestigio de los templarios, la gente quiso

ser enterrada en esos cementerios del Temple, con lo cual pocos años después las capillas templarías recibían

ya a esa «turba» antes denostada, lo cual privaba a las clérigos de sustanciosos recursos económicos que ahora

iban a parar a la Orden de los Templarios. Y ya tenemos a la ayer élite de servidores convertida hoy en élite

de privilegiados. La misma historia de siempre: corruptio optimi pessima, cuando los mejores se corrompen

se convierten en los peores. Parece, en fin, que descender resulta difícil, pero mantenerse abajo también: el

que no. es pobre por necesidad tiende poco a poco a subir hacia arriba como el aceite, frente a lo cual

solamente cabe ser sobrios, vigilantes, y aran te s en el caso. de los creyentes.

5. 3. Para una gran macropolítica una intensa micropolítica

Así pues ¿cómo descender y no quedarse encima como el aceite, cómo descender sin flotar como el corcho,

cómo predicar y vivir según lo predicado? La respuesta sólo puede ser modesta, muy modesta, y dice así: si

aceptas que semejante proceso exige la conversión simultánea de tu corazón, comienza entonces hoy mismo a

educarte aquí y ahora en semejante dirección con los pequeños gestos de cada día: esa peligrosa cáscara de

plátano sobre la acera, llévala a la papelera más próxima (a veces muy distante), comunica al 092 la existencia

de ese cable de la luz peligroso, cuida la calle aunque veas que todos la des-cuidan.

Unos cuantos años en ese ejercicio (para lo que sería muy interesante que buscases un grupo que compartiera

tus ideas), y habrás tenido una primera y más que estimable práctica de silenciosa solidaridad militante. Ya

sabes, desde Abraham, que el silencio es lo primero en el orden del compromiso, un silencio que habrás de

hacer luminoso con tus obras.

No será necesario recalcar, por evidente, que todo lo que se haga en esa dirección desde la estructura familiar

posee una importancia absolutamente excepcional e insustituible. Las actitudes solidarias de amplio espectro

tardan más en arraigar cuando no se han mamado de pequeños. Casi podría presentarse, así las cosas, a la

familia como la ciudad primera y comienzo inmediato de toda política que aspire a ser organización

sistemática de la caridad. Desde esa experiencia primera familiar resulta más factible la futura ciudad ideal de

caridad en la cotidiana ciudad plural. Propuesta: Saber es bueno; saber y querer, mejor; saber, querer y poder,

estupendo; saber, querer, poder y esperar, óptimo. Te toca apuntarte: no se desperdiciará ningún talento, pues

dadas las circunstancias no estamos para derroches. Por eso no somos maximalistas, ni siquiera minimalistas:

somos infimalistas.

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5. 4. Alimentar cada día el voto

¿Y votar? El ejercicio de lo político no puede reducirse a votar. «Votar o no votar», esa no es la cuestión

importante en última instancia, aunque sí pueda serlo en primera instancia en un momento determinado,

naturalmente. Dicho de otro modo, la única posibilidad de existir políticamente no es la de echar el papelito o

la papeleta cuatrienialmente en la ranura de la urna.

En todo caso, y puesto que no es posible votar y a la vez abstenerse, si decides votar no dejes de la mano al

voto tuyo de cada día, alimenta tu voto, controla su higiene, no vaya a ensuciarse, no vayan a engorrinártelo,

ojo a su crecimiento, pues voto que no crece muere.

Amasa, pues, tu voto día a día. A menudo la evasión del presente conduce a una idealización del futuro. Pero

el futuro pluscuamperfecto no surge de un pretérito imperfecto ni de un presente vacío. La historia está urgida

por un movimiento de continuidad, se labra día a día.

¿A quién votaré? A quien defienda la vida desde el instante mismo de su fecundación, a quien trabaje por la

dignidad de todo ser humano, a quien camine hacia el «lo tenían todo, en común», a quien ame la libertad

igual y fraterna, el ser por encima del tener, a quien respete a la persona como fin en sí misma y no la use

como un medio.

¿Y si no existe tal partido? Pues, desde esa micropolítica personalista y comunitaria a que antes aludíamos y

que es continuación de la autogestión, trabajemos ya para alumbrar las condiciones que lo harán posible,

rectificando la actual política; y recuerda no dejar para el otro lo que puedas hacer tú, ni para mañana lo que

puedas hacer hoy.

¿Pero alguien nos votaría? Lo nuestro es trabajar, lo de ellos decidir. Lo nuestro es no anteponer el éxito al

testimonio. Lo nuestro es asumir que se necesita una gran mística para una gran política vivida como

organización sistemática de la caridad, y como justicia y pudor. Lo nuestro es sencillamente no olvidar esto:

que a la política se va a perder amando, no a ganar odiando. Pues la política se hace desde la ética, no sin la

teodicea. Lo que lejos de mandar la política al limbo de las nubes la acerca de manera insuperable a la tierra,

en la que hay que permanecer fieles.

5. 4. 1. Controlar el voto

Acercar el cielo a la tierra quiere decir entre otras cosas al menos seguir muy de cerca a los electos mediante:

-El control de sus gastos públicos y privados mes a mes, pues instruye mucho sobre las convicciones del

prójimo y sobre las propias la naturaleza de los gastos-y su sentido u orientación: un autogestionario no

votaría a un político que gastara en joyas. Si la votación es importante, el control cotidiano es decisivo. A este

respecto no estaría de más recordar aquella iniciativa griega que consistió en acuñar monedas enormes para

que nadie pudiese ocultarlas almacenándolas.

-El establecimiento de un salario máximo, es decir, de unos límites severos en la percepción de ingresos,

antítesis de la práctica habitual que nos dice que lo primero que hacen los parlamentarios -para comenzar a

parlar o para abrir bocaen cada nueva legislatura es multiplicar astronómicamente la cuantía de sus ingresos

aprovechando que tienen bien asida la teta de la vaca lechera estatal.

-La vuelta inexcusable a la base: concluido el plazo estipulado de representación y de acción directa «<acción

directa» que no ha de ser nunca violenta, como si lo único directo fuese lo violento), exigir de los electos la

vuelta a la base para rotar y dejar el puesto a otros. Rey o reina por un día, no debe haber monarquías

insustituíbles ni eternizaciones del trono: todos necesarios, ninguno insustituible. Chollo s iluminados, no

Hiperelegidos, abstenerse. Reelectos, no. Aquel político, alcalde, etc., que lleve más de una legislatura comete

fraude de autogestión; por muy honesto e irreprochable que fuere en su acción, lo suyo sería una pia fraus, un

fraude de buena voluntad. Pues si no ha sabido dejar un sustituto, mal; y si no ha querido, mal. Evidentemente

la experiencia asamblearia, a pesar de sus límites, ha de servir de freno a los excesos «monárquicos»' de los

aferrados al sillón, donde al parecer se desarrollan unos virus anales tanto más difíciles de erradicar cuanto

más tiempo se ha adherido el trasero a él.

-El desarrollo comunitario: es mejor que todos crezcan un poco, antes que uno solo mucho. Resulta más

abundante la mies de muchos pequeños granos, que la de una sola espiga con gruesa cabeza. A tal efecto no

hay que olvidar la asunción popular de las tareas de gestión de la cosa pública participando activamente en

asambleas, actividades formativas, etc.

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-La claridad de las exigencias postuladas no sólo en el mensaje, sino también en el medio, porque la verdad,

como la mujer del César, no sólo debe ser honesta, sino que además ha de parecerlo: «Cuentan que el último

día de la Edad de Oro la Verdad se quedó dormida. Aquel momento fue aprovechado por la Mentira, que,

acercándose hasta la Verdad, le robó las vestiduras y la Memoria se presentó al mundo. Al despertar, la

Verdad -totalmente desnuda- acudió presurosa entre los hombres. Pero estas la rechazaron. Desolada, la

Verdad se retiró al desierto. Allí encontró las ropas que le había robado la Mentira. Se las puso Y nuevamente

se presentó ante los humanos. Desde entonces fue identificada ya con la Mentira y aceptada. A partir de aquel

día, la Verdad adoptó la forma de parábola» (J. J. Benítez). Propuesta: Votar o no votar, esa no es la cuestión;

lo importante es participar día a día con mente sana en corazón sano y palabra clara.

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(Las obras señaladas con asterisco tienen valor preferente)

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90

VALORES

BÁSICOS

LA DIFICULTAD DE EDUCAR

EN LA ERA DE NARCISO

1. 1. Narciso no quiere ir al colegio

Decíamos que las ideas anteexpuestas resultan tan inéditas y novedosas (obviamente a otros, a los ricos, les

parecerán por el contrario antiguallas iluminadas ya pulverizadas por la historia) que exigen mucho

aprendizaje y mucha escuela de vida, mucho aprendizaje sin burocracia, mucha educación para la calle,

mucha escuela de futuro:

-Porque nuestras ideas no están vigentes por ahí de modo que puedan ser aprendidas en cualquier parte.

- Y porque la propia autogestión desde los pobres y con ellos postulada por nosotros resulta ser ella misma

una acción social, política, y pedagógica: de todas las enseñanzas, la más directa (no siempre la más fácil) es

la que precisamente incumbe a la vida cotidiana, a las actitudes existenciales.

Ahora bien, si el mero educar en las vigencias consuetudinarias y en lo consabido y suministrado en las

escuelas «regularizadas» ya se hace difícil durante la era de Narciso, estas dificultades se centuplican cuando

se quiere que Narciso despierte a un aprendizaje animado por valores humanistas y solidarios y se convierta

nada menos que en un militante autogestionario, ahí es nada. Hoy por hoy Narciso, en efecto, no aceptará

aquellos cuatro postulados básicos e indiscutido s que antaño, por normalmente aceptados, facilitaba la tarea

de cualquier docente, a saber:

-Que Dios (Divino Maestro) es la Ley Eterna y el modelo a seguir, cuya presencia se reflejaría en la

naturaleza misma (Ley Natural), y ésta a su vez en las Leyes Positivas políticas, de tal modo que cualquier ley

política que se apartase de las leyes de Dios habría de entenderse como automáticamente ilegítima.

-Que por la misma razón el maestro de escuela (o universitario, lo mismo da al efecto) pasa a ser un reflejo

del divino Maestro, y que enseña para lo eterno.

-Que la presencia en el maestro de ese reflejo le constituye en la autoridad moral docente que debe ser

imitada a su vez.

-Que en consecuencia el alumno no puede erigirse en un Narciso que se tome a sí mismo como modelo que

sólo acepte la pedagogía centrada en el cliente, es decir, en él mismo, antes al contrario «nuestra inteligencia

en sus orígenes es como una tabla rasa en la que nada hay escrito y se encuentra en estado de pura

posibilidad» (San Buenaventura, II Sent. d. 3, p. 2, a. 2, q. 1, f. 5).

1. 2. El fracaso del colegio

Todo este rechazo de Narciso hacia la autoridad del maestro produce en este último eso que tanto se menciona

hoy, a saber, el estress del profesor, con el subsiguiente fracaso escolar (que ante todo consiste en que el

profesor se desmoraliza, y, sólo derivadamente, en la ulterior lluvia de suspensos sobre el alumno). El

resultado, de todo punto impensable antaño, es que según el diario «El País» (5-4-93) los profesores de EGB

y los policías del País Vasco resultan a la limón las profesiones con mayor índice de estress y depresiones de

IV

1

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España, siendo por lo demás falsa la idea de que a los ejecutivos les corresponda la condición de profesionales

más estresados.

Han cambiado, pues, absolutamente los tiempos. No me digan ustedes que no tiene miga la cosa: cuando las

escuelas del Norte rico están siendo más abundantes que nunca en la historia, es cuando esas escuelas se

vuelven más irrelevantes que nunca. Mientras tanto, en el Sur la escolarización continúa siendo un lujo propio

del rey Salomón.

LA HERMOSA TAREA

DE EDUCAR EN VALORES

2.1. Ante todo, predicar con el ejemplo

Pero los maestros se crecen en la adversidad, y muestran en ella su vocación, por muy duro que sea el

momento histórico con el que tengan que apechugar. Ahora bien, en sociedades en crisis axiológicas o de

valores como las de hoy, sociedades en las que no existen convicciones claras, donde los que presumen de

pluralismo suelen incurrir en una sistemática abdicación de sus convicciones fundantes, y donde la

democracia se entiende como un sistema de declinaciones mutuas, en esas sociedades no parece posible

educar comenzando por largarle al alumno una lista o retahila más o menos hueca de abstractas afirmaciones

retóricas, que en semejantes circunstancias será recibida por el educando como algo vacío, sino que es

menester dar testimonio de las convicciones que se tienen, de lo que realmente se es, pues el escritor es

idioma, el poeta poesía y el maestro sabiduría magistrada, y solamente por dar testimonio de que uno es lo

que es puede venimos el respeto que queremos. De tal modo que el alumno lo vea: «Un discípulo de Tzu Hsia

(discípulo a su vez de Confucio) pregunta a Mo Ti: ¿Un chüntzu (caballero perfecto) tiene riñas o peleas? Mo

Ti le responde: No, un chüntzu (caballero perfecto) no se pelea. El discípulo de Tzu Hsia objeta: Aun los

perros y los cerdos luchan ¿cómo puede haber un caballero que no luche? Mo Ti le contesta: ¡Cosa de

lástima! ¡Hablar el lenguaje de emperadores como T'ang y, en las obras, conducirse como los perros y los

cerdos! ¡Cosa de lástima!» (Mo Ti: Política del amor universal. Ed. Tecuos, Madrid, 1987, p. 154). Será

conveniente, pues, educar comenzando por mostrar con hechos junto al alumno, desde abajo también en este

terreno, que es el de la autogestión, aquello en que el educador afirma creer, una pedagogía de la evidencia:

obras son amores, y no buenas razones. En resumen, primero mostrar; demostrar viene después. Y el orden de

las urgencias ha de ser respetado, aunque no canonizado. Se lee, pues, en el Tao-te-king: «Tseu-kin interrogó

a Tseu-kung diciéndole: ‘Cuando el filósofo tu maestro vino a este reino obligado a estudiar su gobierno

¿pidió él mismo informes, o acaso fueron a dárselos? Tseu-kung respondió: Nuestro maestro es bondadoso,

recto, respetuoso, modesto y condescendiente; estas cualidades le han bastado para obtener todos los informes

que haya podido desear».

El maestro, pues, tiene que mostrarse por lo que hace. Más aún, ha de dejarse ver, oir, tocar. Nada más

distante de la enseñanza que la enseñanza a distancia. ¿Quién no sabe que el roce hace el cariño? ¿Quién

ignora que ojos que no ven corazón que no siente? ¿a quién se le oculta que no se entra a la verdad si no es

por el cariño? Los animales (y existen experiencias científicas al respecto), así como las personas en general,

especialmente los niños que no reciben las caricias ni el «cuchicuchi» de sus cuidadores, maduran

psicológicamente peor y hasta crecen biológicamente menos. Del mismo modo, las familias que no «pierden»

tiempo juntas difícilmente encuentran su verdadero sentido familiar. La presencia personal es -según escribió

santo Tomás de Aquino- nutritio, nutrición. Y siendo la presencia nutrición y la ausencia des-nutrición, a

nadie extrañará que la sociedad compuesta por familias afectivamente desnutridas termine segregando ella

misma una sociedad a su vez desnutrida, una sociedad fría. En esa sociedad los técnicos y burócratas que no

hayan madurado en su vida afectiva se comportarán tras la ventanilla como máquinas indiferentes al

sufrimiento ajeno. Y el círculo vicioso se adueñará de las gentes, que de cuando en cuando darán explosiva

rienda suelta a su afectividad de forma anormal y agresiva (sexualidad desaforada por un lado,

hiperagresividad y violencia por otro, es decir, los telefilmes USA al uso con que nuestros hijos son

sistemática e inmisericordemente reducidos a la abyección, frecuentemente con la complicidad de los padres).

2. 2. Maestro cercano sí, héroe no

2

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En todo caso el maestro «nutritivo» y capaz de dar testimonio no debe aparecer tampoco como un héroe,

porque los héroes no son buenos maestros de civilización, y desde luego resultan contraproducentes en el roce

del día a día (amén de que las personas no han de intentar ser héroes, eso es cosa de Supermán). El maestro,

pues, no debe ocultar sus dificultades personales ni tampoco alardear de ellas, claro está, por lo que nos

parecen muy bien estas palabras del maestro Rainer Maria Rilke a un joven poeta: «Y si tengo todavía algo

que decide, ha de ser esto: no crea que quien intenta consolarle a usted vive sin fatigas entre las sencillas y

tranquilas palabras que algunas veces le hacen a usted un bien. Su propia vida tiene mucha fatiga y tristeza, y

se queda muy por detrás de la de usted. Pero si fuera de otra manera nunca habría podido encontrar esas

palabras» (Cartas a un joven poeta. Alianza Editorial. Madrid, 1982, p. 87).

2. 3. Partir del lugar del otro, ponerse en su lugar, en el horizonte de su experiencia

A tal efecto únicamente resultará adecuada la pedagogía inductiva, aquella que parta de la experiencia vital

del educando para que éste vaya iluminando con el curso del tiempo y la adecuada compañía sus propios

rincones oscuros. No es, pues, función del maestro intentar que el alumno le imite, lo cual sería un delito

moral. Sí es función del maestro descubrir qué es lo mejor que existe potencialmente en su alumno, a fin de

ayudar a que crezca y se fortalezca, para que al final no tenga que decir el alumno mirándose a sí mismo: «El

que soy saluda tristemente al que podría ser». Desde esta perspectiva el maestro procurará ser un descubridor

del futuro del alumno. A partir de ahí se ha de intentar que el propio alumno vaya situando sus valores

emergentes en la escala de valores objetivos que le trasciende. Así vivirá los valores desde el interior de sí

mismo como una prolongación y elevación de la vida cotidiana entendida cual metafísica de las cosas

humildes, de tal modo que la educación vuelva a ser el intercambio de la sabiduría y valores culturales en

armonía constante con la naturaleza y la humanidad.

2. 4. Ensanchar el horizonte de su experiencia raciovital

Sin embargo no siempre sucede así en una sociedad que vive bajo el signo del derroche y que presume (y

posee) abundancia de medios y recursos tecnológicos y pedagógicos asombrosos. Desgraciadamente muchos

pasan hoy su vida social lo mismo que los reclusos en los campos de concentración nazi:«En los campos de

concentración se vive bajo una profunda apatía, especie de mecanismo con que uno se rodea y protege a sí

mismo. Se produce lo que ciertos observadores consideran como una regresión al primitivismo. Los intereses

de la persona se concentran en las necesidades más elementales y más apremiantes. Todo lo que rebasa de los

problemas actualísimos del puro instinto vital de la propia conservación llega a carecer de todo valor. Y esta

tendencia creciente y cada vez más extensa de desvalorización se traduce en la frase más corriente, sin duda

alguna, entre cuantas se oían en los campos de concentración: ‘Todo es una mierda’. Los intereses superiores

quedan postergados durante la reclusión en el campo, y el recluso va hundiéndose cultural mente en una

especie de sueño invernal» (Viktor E. Frankl: Psicoanálisis y existencialismo. De la psicoterapia a la

logoterapia. Fondo de Cultura Económica, México, 1978, pp. 148-149). ¡Qué triste resulta vivir en el Norte

opulento y sentirse como en un campo de concentración para cadáveres vivientes que tienen la sensación de

caminar detrás de su propio cadáver! Esto no puede ser. No podemos consentir que se estreche y cerque

nuestro horizonte como en un campo de concentración, hay que hacer todo lo contrario, desalambrar, echar

abajo los muros, liberar, superar la vegetalización, la apatía total, la despersonalización en una palabra.

Y como el otro a quien queremos educar no es un mueble ni un baúl, sino que puede y debe crecer, hemos de

enseñarle a mirar, educar su mirada para que no se extravíe como se extravía la mirada errática y beocia del

turistamanada que desatiende la fachada plateresca de la Universidad de Salamanca y únicamente busca la

rana sobre la calavera. Mirar con la mirada fresca de la mañana joven, frente al cansancio de la mirada del

filósofo anochecido y vencido.

En el ámbito práxico la tarea será enseñar a manejar la caña para pescar los peces, no dar al alumno todo

hecho, todo sabido y solamente a punto de memorización. Y ello, tratando de que ese ensanchamiento de la

experiencia no se lleve a efecto sin el ensanchamiento de la sabiduría, pues la sabiduría busca evitar el error

(por muy bien intencionado que fuere, un error no deja de ser un error: no seamos demasiado indulgentes con

el facilón error por amor, ya conocido desde antiguo como errare in amando a costa del estudio). De modo

que si la nutritio afectiva resulta necesaria para el crecimiento en madurez, la instructio reflexiva que da

sabiduría resulta igualmente necesaria para el pensamiento, y esto sin olvidar que existimos indisolublemente

como inteligencia sentiente (instructio nutritiva, nutritio instructiva), raciovital. He aquí, pues, a modo de

indicación, diez dimensiones que el maestro debe potenciar en lo relativo a la instructio del alumno:

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-dimensión del pensar, es decir, del sopesar cuidadosamente nuestros juicios aportándoles musculadas masas

arguméntales y no un conjunto de meras opiniones puramente sociológicas,

-del orientar las decisiones personales en el terreno volitivo (autonomía moral) a fin de promover seres

plenos, y no solamente «felices», mediante el conocimiento de las grandes opciones históricas orientadas en

tal dirección,

-de la función crítica y autocrítica, pues todo saber es un permanente ejercicio de autoconstitución, es decir,

de una reflexión que comienza desde cero con objetividad y rigor,

-de la función práxica, que consiste en enseñar no para la escuela sino para la vida, y finalmente para

aprender a ser,

-de la función epistémica que acentúa la capacidad de abstracción, el rigor formalizador y metodológico, la

práctica del dominio de la memoria, la dilatación del vocabulario, las técnicas de estudio, etc.,

-de la función socrática o autocognoscitiva, potenciando la autognosis o autoconocimiento,

-de la función cultural en sentido histórico, pues como ya sabemos no cabe persona cultivada en ningún

sentido sin la posibilidad de hacer propia la historia del saber labrado con sudor en tiempos pasados,

-de la función salvifica o soteriológica, pues todo pensar, todo saber, y todo querer no decapitados

desembocan en la Trascendencia,

-de la función estética, porque la belleza es el resplandor de todos los órdes o dimensiones del ser, de ahí que

no quepa orden estético sin orden ético ni político, pero tampoco jerarquía de valores sin rigor conceptual,

esto es, sin orden mental,

-de la ineludible conversión del individuo cerrado en persona abierta, relacional y solidaria.

2. 5. Ensanchar el horizonte entraña hacer más grande la casa común

El maestro ha de cuidar de que todo esto se realice intercambiando experiencias para evitar que la

singularidad de cada cual se convierta entonces en lex silvae o ley de la selva para todos, atiqueseteocurritis o

especie de «veoveo» para creciditos más en lo físico que en lo mental, descubriendo el fondo común de gran

humanidad que excede a cada una de las particularidades como cruce de sabidurías e inhabitación del cruce.

Que no se diga, por lo tanto, que lo único que sabemos intercambiar son ladridos mutuos, como ya se

escribiera antaño:

«Dos jóvenes estaban ardientemente enamorados de la misma,

y cada uno procuraba apartar a su rival.

Se parecían al perro del establo que no come heno

y no lo deja comer a ningún otro»

(Ibn Hazm de Córdoba: El collar de la paloma)

2. 6. Lo que rompe la unidad de la casa es lo malo, lo que la facilita es lo bueno

Todo maestro sabe por experiencia propia, para poder transmitido, que lo que nos hace ser lo que somos es el

amor, Filía, y lo que nos deshace es e] odio, Nekrós. El amor -hemos venido repitiendo oportuna e

importunamente en estas páginas por constituir convicción básica de ellas- es relacional, presencial, no

abstracto, sino con-creto, con-gregante (no dis-gregador). No siendo en absoluto gregario, resulta por ende

integrador (no des-integra) e integrificador, ya que nos hace más Íntegros. En el rostro del otro cada uno

descubre e] parecido con los rostros de aquellos seres con los que el amor nos ha unido, a los que la realidad

del amor nos ha integrado. Así pues, enseñar en el amor es enseñar en lo que une, en lo que genera alianza, en

lo que alía, según las originarias palabras del libro del Génesis: «serán dos en una carne» (Gn 2, 24). Todo

hombre sólo tiene una vida, dos vidas configuran una sola vida, pues la realidad de lo profundo se ofrece bajo

formato esponsal, pues siempre es respuesta.

Obvia decir que lo que camine en sentido contrario, o incluso lo que no camine hacia adelante ni hacia atrás

en esa dirección, es pecado, culpa, mancha, o como se le desee denominar, pues todos los pueblos le han

asignado algún nombre. Pecado: cuando se toma la decisión de no dar respuesta, de romper o vender e] frágil

metal precioso de la alianza, de permanecer sordo o absurdo (ab-surdus).

2.7. Integrar las experiencias de la casa familiar conlleva respetar los distintos ritmos de sus miembros

Page 94: DIAZ HERNANDEZ, Carlos, Manifiesto Para Los Humildes, Valencia, 1993, OCR

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Enseñar en el amor es enseñar acompasando los ritmos de las personas que viven en voluntad de unión. Si el

tiempo es el dinamismo de lo real, para ensanchar el espacio hay que ir «de espacio» (como dijo Quevedo) en

el tiempo de los más rezagados, no relegándoles a la condición de familiares de segundo grado. Cuando se

trata de enseñar no se puede quemar etapas, como si de golpe y porrazo todos hubieran de participar en una

misma fusión de los horizontes rítmicos. Desde luego ritmo no es presura sin por qué, sino sabiduría así de

magisterialmente ejercida:

«Lo que está tranquilo

se maneja fácilmente.

Examina las cosas

cuando todavía no son,

y ordénalas

cuando aún no se han desordenado.

El hombre vulgar

cuando emprende una cosa

la echa a perder

por tener prisa en terminarla.

Si tienes cuidado del fin

tanto como del inicio

alcanzarás la plenitud de tu obra.

Por eso el sabio

aprende el no-aprender

y ayuda a los demás seres

a desarrollarse».

Así las cosas, una excelente educación integradora de las distintas experiencias en la casa común será aquella

en la cual no falte ni el tiempo del padre ni el tiempo del abuelo, ni el tiempo del adulto, ni el tiempo del niño.

Desde esa perspectiva acoger en sí el resplandor de la paternidad (real, o figurada en el caso del maestro o del

educador) no significa sólo saber «ser padre», sino también saber hacerse niño, saber acompasarse al ritmo de

crecimiento del niño.

Del mismo modo el valor de los abuelos (reales o figurados: digamos, en este último sentido, el valor de los

próceres) está también en dar horizonte de profundidad y espesor histórico a las experiencias viatorias del

camino y a los ritmos de paso de la nueva generación.

El valor de los hermanos (reales o figurados) resulta también aquí verdaderamente fundamental, y una

sociedad que para beneficiar al individuo niega la presencia dialógica del caminar temporal con los hermanos

es una sociedad que por paradoja cava la fosa del propio individuo al que supuestamente se quería preservar o

educar más cómodamente.

Lo importante es poner en sincronía todos los relojes, pero el tiempo de marcha humana sólo funcionará bien

si los relojes procuran acompasarse al tiempo de Dios: «Hay un tiempo para todos los seres. Pero ese tiempo

no es el mismo para todos. El tiempo de las cosas no es el de los animales. Y el de los animales no es el de los

hombres. Y, sobre todo y diferente a todo, está el tiempo de Dios que encierra todos los otros y los sobrepasa.

El corazón de Dios no late al mismo ritmo que el nuestro. Tiene su movimiento propio. El de su eterna

misericordia, que se extiende de edad en edad y no envejece nunca. Nos es muy difícil entrar en ese tiempo

divino. Y, sin embargo, sólo en él podemos encontrar la paz» (Eloi Lec1erc: Sabiduría de un pobre. Ed.

Marova, Madrid, 1974, p. 82).

2. 8. Lo importante no es ganar, sino participar acogiendo la diversidad de ritmos: el sentido de la

autoridad moral

Es caminando con los demás como nos descubrimos a nosotros mismos. Es en el diálogo «de-espacio» con

los demás como encontramos nuestro propio diálogo. Una sociedad como la que queremos no busca echar la

zancadilla a los demás para llegar nosotros primero, con un ritmo más veloz y un crono más admirable.

Tampoco es una sociedad que marque un tren de paso sólo sostenible por los de cabeza, y que reviente a los

más lentos. Ni es una sociedad que deje en la cuneta a los más débiles. No es una sociedad, en definitiva, que

desee romper insolidariamente la cinta de llegada a la meta sacando pecho de héroe, ni que busque con

Miguel Bosé a ritmo de aerobic eso del

«Toda una existencia para verme convertido

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En un buen corredor

Toda mi paciencia día a día para hacerme

Cada vez mejor

Ser tercero es perder

Ser segundo no es igual

Que llegar en primer lugar

Voy a ganar

Voy a ganar

Voy a matarme por llegar

Voy a ganar

Voy a ganar

Voy a poderlo demostrar

Voy a ganar...»

Al mundobosé en que vivimos nosotros le decimos de nuevo que lo importante no es ganar, sino participar.

Pero hemos de añadir que lo nuestro tampoco es participar para consolarnos del fracaso, como habitualmente

se da a entender entre irónica y cínicamente cuando se dice que «lo importante no es - ganar, sino participar».

Nosotros estamos persuadidos de que el mero participar no equivale a fracasar, ni mucho menos a entregarse

de antemano a la estética decadente de la impotencia.

Nosotros tenemos la misma voluntad de ganadores que el que más, pero sabemos que la humanidad sólo

puede ganar si intenta caminar solidariamente, y además sabemos que toda la experiencia histórica avala esta

convicción nuestra, pues lamentablemente el triunfo insolidario de los unos conlleva el fracaso de todos los

demás, como bien pueden mostrar hoy en sus propias carnes las tres cuartas partes de la humanidad

perdedora.

Enseñar a ganar solidariamente constituye, pues, la tarea del magisterioministerio, aquella tarea donde el

maestro que es más y que tiene más ritmo (magister: el que es magis, el que es más) sabe hacerse menos

(minister: que etimológicamente hablando viene del latín minus, menos), de modo que ser maestro quiere

decir saber aminorarse, frenar el propio paso para dar la mano al más lento.

En la antítesis, pues, del avasallar, el maestro toma sobre sus hombros al alumno durante todo el trecho que

fuere menester. Mas no por eso pierde en modo alguno el maestro su estatura, antes al contrario la aumenta

con el servicio que presta al alumno aupado. Su estatura será ahora la suya más la del alumno transportado

sobre sí.

Es justamente esto lo que convierte al maestro servidor en una auténtica autoridad, ya que etimológicamente

la palabra castellana autoridad viene del supino auctum (verbo augere: aupar, aumentar), del cual supino se

deriva a su vez el sustantivo latino auctoritas, del cual por último procede (¡¡ya definitivamente, cálmense los

enemigos del latín y de las etimologías!!) la palabra castellana autoridad. Así pues, autoridad significa

aupamiento, auge. Y este aupamiento o auge es lo que corresponde de suyo y constitutivamente al verdadero

maestro respecto de sus alumnos. Auctoritas: descenso aupador hacia el otro-alumno para despertar en él

estructuras de estabilidad móvil, horizontes de consistencia, de orden y de sentido.

Bien claro se ve que la autoridad de que aquí se está hablando en nada se parece a lo que en el sentido

habitual suele entenderse por «autoridad», palabra que procuran usurpar para sí todos aquellos caciques

interminables que se sienten tanto más autoridad cuanto más tiránicamente ejercen su imperio y más opresor

su ejercicio. Bien claro se ve igualmente, según lo dicho, que el maestro-autoridad se encuentra en las

antípodas de «las autoridades» que pierden las posaderas por inaugurar cualquier cosa plausible y que sólo

parecen estar ahí para apuntarse los tantos y para llevarse los honores y los votos procedentes del esfuerzo

ajeno.

Una vez más se demuestra aquí que lo bueno es el singular y no el plural: en efecto, no son «las

autoridades», sino la autoridad moral lo que vale; no son «las mujeres», sino la mujer, esta mujer, a quien el

hombre ha de amar y respetar y tratar como persona; no son «las libertades» lo que la sociedad ha de estimar

(¿de qué le valen al pueblo 99 libertades, si no posee la número 100 que se encuentra en manos ajenas,

precisamente la que es la llave para la concesión de las 99 restantes?) sino la libertad, que es única e

indivisible y entera y verdadera, o no es nada.

No ha de faltar, pues, en toda forma de acción magisterial una dimensión ministerial o servicial: cuanto más

magis, tanto más minus.

En definitiva, para alcanzar la condición de autoridad moral hay que jugar el juego de la responsabilidad

solidaria sincronizando la diversidad de ritmos, lo cual constituye la antítesis de la pedagogía de las dos

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barcas, en donde cada una de las barcas (la del maestro y la del discípulo) rema con un ritmo distinto, y

cuando la del alumno vuelca lo único que se le ocurre al maestro es lanzar a los alumnos desde su propia

barca consejos sobre cómo ahogarse sin dolor. No. El buen maestro, aunque no le toque entrar en la cámara

de gas y ya no pueda hacer nada más, se pondrá a la cabeza de sus pupilos y entonando salmos encabezará la

marcha del dolor hasta la victoria final.

2. 9. Cuanto más solidarios, tanto más ambiciosos: por un magisterio de la ambición solidaria

Portar al otro sobre los propios hombros, (auctoritas) so-portarle, no significa trans-portarle para de-portarle,

es decir, para hacer por él o para que él no haga. Todo lo contrario. Es para que él vaya haciendo lo que

pueda, hasta el día en que le toque asumir el relevo, y así sucesivamente: sabiduría de la especie. Por ella, el

hijo mismo que había sido desagradecido con sus propios padres se convierte en padre providente con sus

propios hijos. Experiencia común: cuando uno se hace padre en sus hijos descubre a los padres que ha tenido.

Quizá sea un tanto injusto, pero al menos aquí es necesario.

Así las cosas, el último golpe de ritmo de la autoridad solidaria y autogestionada enseña a moverse hacia el

compromiso de la acción militante, y tiende a generar sujetos capaces de decir sí, sí; no, no, por ende

renuentes y recalcitrantes al «ni frío ni caliente». Como dijera Max Scheler, la persona ha de aprender a

comportarse algún día como asceta de la vida diciendo sí, pero también diciendo no. En este último sentido

hay que añadir que, comparado con el animal que siempre asiente a lo que le vayan echando, siempre

aplaudiendo el espectáculo que ve desde fuera, lo mismo si se trata de espectáculo que de anti-espectáculo, la

persona humana dirá sí cuando sea menester, pero será si hace falta «la eterna protestante», la disidente e

inconformista por antonomasia.

En esto consiste, en última instancia, la condición de monitor, que, conforme a la etimología de la palabra,

significa magisterio capaz de advertir, de hacer saber, de avisar, de recordar, de exhortar, de recomendar, y,

si fuere preciso, evidentemente también de ad-monestar. Quien bien te quiera te hará llorar.

2. 10. Formular una ética de máximos y de mínimos

Hacer llorar, ciertamente; unas veces llorar de pena y otras llorar de gozo; unas veces reir de contento y otras

sonreir de nostalgia; unas veces apretar al máximo y otras tolerar al máximo. Indiferencia, aburrimiento, y

semejantes parentelas son inevitables, pero no pertenecen a lo mejor de la condición magistral.

Pedagógicamente, quizá, al principio valga el lema trátate a tí mismo según la ética de máximos, y a tu

discípulo según la ética de mínimos, y nunca a ser posible (pero con excepciones) el «trata al prójimo según la

ética de máximos y a tí según la ética de mínimos».

Hay que reconocer que aquí la pedagogía adquiere su valor de obra de arte irrepetible e intransmisible, y que

no se dan dos casos pedagógicos iguales: por fortuna, así es la condición de nuestra huella de identidad, de

nuestro ADN, y, sobre todo, de nuestra libertad. Realidad singularizada y sin doble, tallada con un molde

irrepetible, cada individuo -según se decía antes de los ángeles- «agota su especie».

2. 11. El valor de ser maestro

Va siendo hora de resumir este epígrafe. Esperamos que al menos haya quedado claro que la condición de

maestro resulta algo extraordinariamente valioso, de ahí el sentido de este epígrafe al que titulamos «el valor

de ser maestro» (genitivo subjetivo). Pero también es hora de recordar que ser maestro significa educar en los

valores, de ahí igualmente lo de «el valor de ser maestro» (genitivo objetivo). El magisterio deviene valioso

cuando se alza como genio del corazón ayudando al otro a dejar poco a poco de ser un filisteo, a liberarse de

la obsesión de pensar que los códigos son cosas, y a identificar símbolo y rito. El genio del corazón habla al

inframundo de cada alma. El genio del corazón le hace a uno más rico de sí mismo, descubre la pepita de oro

que estaba recubierta de arena. Produce experiencias fundantes, le rompe a uno los códigos, es lo disruptor, lo

explosivo.

Es el tutor-asegurador, sí, pero también el tutor-desequilibrador que puede invitar al otro a recorrer nuevos

ámbitos, el seductor que da la oportunidad de vivir en otra dimensión, como en el libro del Génesis, donde la

mujer (al principio derivada del varón) carece al principio de forma exacta, el seductor-Dionisos que no

engaña, y nunca el desgraciado seductor-corruptor estigmatizado por Kierkegaard (el don Juan).

2. 12. No desdeñar los peligros siempre presentes en todo quehacer

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Dicho todo lo cual sólo nos queda por añadir al respecto que allí donde está la bondad allí está también el

riesgo, y que hay que prestar atención a los peligros básicos del magisterio, especialmente a sus dos escollos

más dañinos, a saber, el dictatorialismo en el primer caso, y la república del cinismo en el segundo. Los dos

juntos es peor, claro. Cuando ambos peligros se dan juntos -apunta Alfonso López Quintás- no se produce el

necesario clima de reconocimiento del maestro por el alumno (extasis), donde el mucho saber y la fascinación

y el posible prestigio que ejerce quien más sabe (maestro) no son usados para presionar sobre el que menos

sabe (alumno), sino que sirven para producir en éste último un clima de autonomía y de libertad que le

permite estimar al maestro sin imitación mimética y criticarle sin violencia, sino que lo que se produce es la

fagocitación del discente por el docente (vértigo). En este último caso el docente asume el papel manipulador

de boa constrictora que hiptoniza poco más o menos al discente y le engulle porque no deja campo ni

distancia para que el discente mismo pueda pensar, sentir, querer: he ahí una nueva forma de convertir el

icono en ídolo por falta de distancia adecuada, según habíamos advertido páginas atrás.

Por incurrir en ambos defectos (dictatorialismo a un lado, cinismo al otro, y allá a su frente la nada del

nihilismo) en España no ha funcionado en demasía la educación axiológica tranquila, comprensiva,

dialogante, abierta lo que hubiera resultado todavía más atractivo e interesante por tratarse precisamente

España de un rico mosaico histórico de lenguas, de tradiciones, de culturas. Por desgracia, en nuestro país lo

que se dan habitualmente son sucesivos sistemas de vigencias hegemónicas que se excluyen recíprocamente,

o donde los grupos comienzan vigentes a la sombra de Fátima y terminan vigente a la sombra de Bruselas.

VALORES

DEL EDUCANDO

Enseñamos para que nuestros alumnos adquieran una formación en valores. Para que lleguen a estructurar o

reestructurar una escala y una jerarquía de valores morales éticos y espirituales de los que han carecido, o que

han poseído de una forma distorsionada. Nuestro proyecto formativo busca descubrir una escala de valores

personalista y comunitaria abierta a la Trascendencia donde cada persona recibe su dignidad de su condición

de hijo de Dios, y ejercer la responsabilidad de vivir la fraternidad contribuyendo con todas nuestras

posibilidades a la creación de una sociedad cada vez más justa y solidaria. Configurar esta cosmovisión nos

parece tarea prioritaria, pues no es que sobren métodos (a pesar de que proliferan tanto más cuanto más

escasean las convicciones), pero las metodologías sin metas claras no van demasiado lejos. Acaso sin metas,

objetivos, y principios de orden y rango más generales pudiera llegarse a configurar un buen vehículo de

grandes y numerosas prestaciones, pero ignorar el fin al que dichas actividades se dirigen puede terminar en la

dirección opuesta a lo previsto. Queremos, pues, destacar y subrayar los siguientes valores específicos en

nuestra formación:

3. 1. La persona, sujeto ético que fundamenta al sujeto social

No existe sujeto historicopolítico (o historicosocial) sin sujeto ético: ¿hay algo política y socialmente más

peligroso que la ética? No se trata, empero, de escribir en estas páginas un tratado axiológico deductivo, ni

una ética donde se pongan de manifiesto sistemáticamente todos y cada uno de los valores humanos (lo cual,

por otra parte, resultaría extraordinariamente difícil), sino de resaltar sencillamente algunos de los valores que

tanto tienen que ver con la reconstrucción de una personalidad deshecha o maltrecha, de una identidad no

autorreconocida. A ver si es verdad que no disociamos totalmente la ética de la pragmática, ni a ambas de la

estética: los mejores artistas son los que de su propia vida hacen al fin una obra de arte.

Es verdad que, como exclama Bertold Brecht en su «Opera de perra gorda», «lo primero es llenar la panza,

luego viene la moral», y que tienen razón los autores que como Abraham Maslow han establecido una

distinción entre necesidades inferiores y necesidades superiores subrayando la necesidad de aquéllas para el

pleno cumplimiento de éstas. Sin embargo, también cuando las necesidades inferiores no son satisfechas

puede hacerse más urgente una necesidad superior, tal como por ejemplo la voluntad de encontrar sentido a la

vida. En el ghetto nazi de Theresienstadt, a la mañana siguiente tenía que partir un transporte con mil jóvenes

destinados a Auschwitz. Cuando llegó la mañana se advirtió que la biblioteca del ghetto había sido saqueada:

3

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cada uno de los muchachos -que estaban destinados a morir en el campo de concentración- se había

apoderado de un par de libros de su poeta o novelista o científico favoritos y había ocultado los libros en el

macuto (cfr. Viktor E. Frankl: Psicoterapia y humanismo. Fondo de Cultura Económica, México, 1984, p.

34). Ser monitor, pues, consiste en asumir la función magisterial educando para dar sentido a la vida,

especialmente a aquellas que no encuentran fácilmente «medios de vida» para el desarrollo humano amplio e

integral. Al monitor le interesan, por lo dicho, tanto la generación de crecimiento económico como su

distribución, tanto las necesidades básicas materiales como el espectro total de las aspiraciones espirituales,

tanto las aflicciones y privaciones humanas como su abundancia, tejiendo el desarrollo en tomo a las personas

y no al revés.

3. 2. Dignidad

Lo primero en el orden del descubrimiento es ayudar a darse cuenta de que somos personas, es decir, seres

dignos que en cualquier circunstancia tenemos valor y no precio, incluso cuando nos des-precian o menos-

precian. Las personas valemos con independencia del color, de la profesión, de la lengua, de la cultura, o de

cualesquiera otras circunstancias. Como maestros y monitores nuestra primera tarea consiste en ayudar a

descubrir esta realidad, trabajar para que nuestros alumnos valoren y potencien su condición humana

corrigiendo los defectos que les hacen comportarse inhumanamente.

En tal sentido ayudamos a descubrir la autoestima, el ser más que el tener, la realidad de cada persona como

fin en sí y no de medio aun en medio de la pobreza, de la honra con barcos más que de los barcos sin honra,

etc.: recuerda, hermano, en todo caso y siempre, digámoslo de nuevo, que el honor es patrimonio del alma, y

que eres digno a pesar de que los demás no te lo reconozcan.

Sin olvidar lo más elemental, como por ejemplo que hay que ducharse para ser olfativamente digno:

mantenerse limpio en una sociedad-Auschwitz, en cuyo interior concentracionario y perdido por el aliento de

la miseria y la maldad parece que ya todo está perdido; resistir, conservarse entero y con entereza, alzar el

gesto, templar el espíritu. Rigor en el ir limpios, cuidando pequeños detalles como manchas, desbotonaduras,

desaliño, pelambreras, suciedad en las uñas, etc., sobre todo por respeto a uno mismo, y también por

convicción social (distinguir entre naturaleza y convención, pero implicarlas porque vivimos en un mundo

que no es el del «buen salvaje»). Dirigirse al otro respetando su estar-ahí, con los buenos modales que todo el

mundo dice que tienen quienes estudiaron con las hermanas ursulinas (pocos sin embargo cursaron con ellas

los estudios, a lo que se ve), con el «por favor» que es mejor que el «oye tío» (a no ser que nosotros seamos

de verdad los sobrinos del interpelado). Ser grandes en lo pequeño para ser grandes en lo grande: ceder el

paso, no empujar, antes de entrar dejen salir, silencio por favor, no fumar, usted primero, no colarse, no jugar

al deporte nacional de ser más listillo que el otro porque se es más infractor que el otro (gen tramposo), ceder

el asiento al necesitado, cuidar lo que es de todos, lo público, tirar papeles en la papelera aunque no esté

cerca, procurar no torturar con nuestra televisión o radio al vecino, especialmente a horas intempestivas, ser

agradable.

No olvidar nunca que todo este terreno de los gestos estético-urbanísticos es también un verdadero terreno

ético-político, de convivencia ciudadana, a la vez que un gesto de virtud: de misericordia entrañable con el

débil que cruza la calle, de paciencia junto con quienes aguardan una cola, de solidaridad con los vecinos, etc.

Casi todas las «virtudes cardinales» (o en su ausencia casi todos los «vicios capitales») se experimentan en la

calle, que no es el terreno neutral o la selva donde cada quien pueda alzar el rabo y ciscarse en cualquier

esquina según el tenor compulsivo de su vientre. Dicho en plata: no cagarse ni uno, m su perro.

Para que respeten nuestra propia dignidad hemos de respetar la ajena. Trabajamos para que el joven aprenda a

convivir y a relacionarse con otras personas forma positiva, sintiéndose parte importante de una sociedad, de

un común de personas humanas. Que el proceso posibilite y potencie en el entorno inmediato un desarrollo

comunitario en el que haya sitio para uno y para todos: todos para uno, uno para todos, repitámoslo.

3.3. La obligación de preguntar «¿Quién soy yo?»

Trabajamos también para que el sujeto se reconozca digno de dignificarse aprendiendo, estudiando con

motivación y alegría, a fin de adquirir una instrucción que le permita entender mejor el mundo en que vive y

pueda desenvolverse en él. Trabajo y cultura forman un binomio indisoluble en el proceso de formación de

personas que pueden entender el mundo en el que viven y transformarlo y transformarse positivamente.

Ahora bien, conocer el mundo exige también conocerse a sí mismo. Si quieres saber quién eres, si te interesa

un correcto comportamiento ciudadano, entonces no podrás permitirte faltar al aprendizaje de la autognosis,

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del conocerse a sí mismo para poder remodelar en su caso la propia identidad, pues el cojo que ignora su

cojera tiende a echarle la culpa al empedrado:

«Tú, que me miras a mí

tan triste, mortal y feo

mira, talegón, por ti,

que como te ves me vi,

y veráste cual me veo»

(Quevedo)

Quien se autoconoce no podrá corregirse, ni ayudar a los demás, a los que tenderá a inculpar de los propios

fallos, generando inestabilidad interior y desequilibrio exterior:: “Sólo tú puedes controlar lo que entra en tu

cabeza como un pensamiento. Si tú no crees en esto, contesta simplemente esta pregunta: ‘Si no eres tú el que

controla tus pensamientos ¿quién los controla? ¿Es acaso tu cónyuge, o tu jefe o tu madre?» Y si son ellos los

que controlan lo que tú piensas, entonces mándalos a ellos a que se hagan un tratamiento psicoterapeútico, y

tú mejorarás inmediatamente. Pero tú sabes que no es así. Tú y sólo tú puedes controlar tu pensamiento (fuera

de casos extremos de lavado de cerebro o de experimentos de condicionamiento que no forman parte de tu

vida” (Wayne W. Dyer: Tus zonas erróneas. Ed. Grijalbo, Barcelona, 1980, p. 23). Así que, no siendo

correcto hacer a los demás responsables de nuestras emociones, sentimientos y pensamientos, tengamos en

cuenta esta observación de un sabio: «En el tiempo pasado del Imperio austriaco, en que todavía había

criadas, vi en casa de una tía mía que había enviudado el siguiente comportamiento, regular y predecible:

nunca le duraba una criada más de ocho o diez meses. Cuando llegaba una nueva, por lo general mi tía estaba

encantada, contaba a quien quería oirla las excelencias de la ‘perla’ que había encontrado al fin. Al mes, su

entusiasmo había decrecido y descubría en la pobre muchacha imperfecciones mínimas; posteriormente, se

transformaban éstas en grandes defectos, que hacia el final del período mencionado eran ya odiosos; y

finalmente, con toda regularidad, acababa por despedirla con gran escándalo y sin previo aviso. Después de lo

cual estaba la anciana lista para encontrar un ángel de bondad en la nueva criada que se presentase» (Konrad

Lorenz: Sobre la agresión, el pretendido mal. Ed. Siglo XXI, 1971, p. 66).

Quien se conoce y analiza a sí mismo y se sitúa críticamente frente al propio espejo resultará siempre

beneficioso para los demás y para el medio social próximo en el que vive (familia, barrio, pueblo, etc.) como

elemento activo y sujeto de deberes y derechos, encontrando su papel y empezando a ejercerlo sin

mediaciones que le creen dependencias de personas o cosas. Como decimos, el conocimiento de sí mismo no

solamente produce efectos benéficos para uno mismo, sino también para nuestra relación con los otros y para

nuestra implantación social. En ocasiones puede incluso resultar cuestión de vida o muerte: «La horrible

recrudescencia de los antiguos mecanismos del comportamiento gregario se produce en el pánico en masa.

Una vez fui testigo involuntario de la rápida aparición y del efecto de bola de nieve que tiene este proceso

deshumanizador, y si no me arrastró su torbellino fue gracias al conocimiento del comportamiento gregario.

Yo había visto venir el peligro antes que los demás y había tenido tiempo para precaverme de mis propias

reacciones. No me inspira mucho orgullo recordarlo, sino al contrario, ya que nadie puede tener mucha

confianza en su dominio de sí mismo cuando ha visto a hombres más valientes que él, hombres

fundamentalmente disciplinados y aplomados, correr ciegamente, en confuso montón, todos en la misma

dirección, con los ojos exorbitados, la respiración jadeante y pisoteando todo cuanto hallaban al paso,

exactamente como solípedo s que salen de estampía, y no más que ellos accesibles a los razonamientos»

(Konrad Lorenz: Sobre la agresión, el pretendido mal, p. 168).

La autognosis resulta ser, por todo ello, la antítesis del mirarse al propio ombligo y quedarse prendado de él,

pues quien conoce su propio ombligo debe intentar mirarse en el de los otros: entonces se dará cuenta, con el

título de una obra del humorista español Álvaro de Laiglesia, de que todos los ombligos son redondos.

Moraleja: La esclavitud más denigrante, como dijera Séneca, es la de ser esclavo de uno mismo. Reflexiona,

pues, cada día un poco de tiempo, antes de acostarte, sobre lo que has hecho en el día. Mañana tendrás más

luz tras la reflexión de esta noche: no existe otro modo, nadie puede ahorrarse la claridad del juicio sin la

noche de la meditación. Por lo demás, conociéndote a ti mismo conocerás mejor a los demás, porque en ti

viven los demás. Valorar la importancia del juicio sobre sí mismo, compartido y dialogado, con el de los

demás sobre uno mismo.

3. 4. Reír, por lo menos; sonreír, siempre

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Sonreír, sí; «érase un hombre a la seriedad pegado» (A. Espina), no: La sonrisa es la inteligencia sentiente del

reír: «Que tengo grandes disposiciones literarias lo sé seguro, y lo prueba el estar en este momento

quemándome las cejas, en vez de dormir tranquilamente, que es lo que hace la gente vulgar cuando tiene

sueño. Pero yo, a pesar de no ser vulgar, ¿soy capaz, verbigracia, de hacer una revolución en literatura? Ecco

il problema, como dice Rossi. Por un lado me parece que sí, pero por otro veo que no la hago; yeso es de una

realidad abrumadora; porque si no hago eso, ¿qué haré? ¡Ah! ya lo sé: de momento haré una cosa, irme a la

cama, eso es un gran servicio que presto a las letras, servicio completamente desinteresado y en el que brilla

la más pura abnegación, porque no ha de traerme ninguna gloria; y la gloria para los inocentes como yo es

cosa de más precio que la salud corporal, la que me está diciendo ya hace rato que es la hora acostumbrada de

dormir. ¡¡Dormir!! Gran cosa, sobre todo cuando se tiene sueño. ¡¡A dormir, pues, ya que estamos en la

primavera!!» (Joan Maragall: La gloria y la fama. Renuevos de Cruz y Raya, Madrid, 1975, pp. 76-77).

Sonría, por favor. Cuenta el célebre etólogo Irenäus Eibl-Eibesfeldt lo siguiente: «Nuestra señal de amistad

más importante es la sonrisa. Con esta pauta innata de comportamiento estamos en condiciones de hacemos

amigos de gente perfectamente desconocida para nosotros. La sonrisa desarma. Hace poco leí de un sargento

americano que de pronto se halló frente a dos soldados del Vietcong. Le falló el fusil y sonrió, y esto inhibió a

los enemigos. Pero la desconfianza y el temor pronto ahogaron el contacto apenas iniciado. El norteamericano

cargó otra vez su arma y los mató. El tirano de Corinto Cipselo se salvó de niño, según la leyenda, porque

sonrió a quienes iban a ser sus verdugos» (Amor y odio. Historia natural de las pautas elementales de

comportamiento. Ed. Siglo XXI, 1974, p. 90). Mas que extraer de aquí la coletilla (que pese a todas las

apariencias en contra sería evidentemente falsa) de que no hay que fiarse de la sonrisa de los americanos, lo

que debemos deducir es que la misma sonrisa abre a la confianza, como dijera Henri Bergson.

Sólo las personas ríen, nunca los animales (ni siquiera la hiena). Hay que estar como una cabra para negar la

evidencia de la cualidad del hombre como animal risible: «¡Oh, execrable envilecimiento! ¡Cómo se asemeja

uno a la cabra cuando ríe! La serenidad de la frente desaparece para dar lugar a dos enormes ojos de pescado

(¿no es deplorable?), que... se ponen a brillar como faros. Aunque a menudo me ocurrirá enunciar

solemnemente las proposiciones más bufonescas, no encuentro que esto se convierta en motivo

suficientemente perentorio para ensanchar la boca. No puedo contener la risa, me contestaréis. Acepto esta

explicación absurda, pero entonces que sea una risa melancólica. Reíd, pero llorando al mismo tiempo. Si no

podéis llorar con los ojos, llorad con la boca. Y si tampoco es posible, orinad; pues he advertido que un

líquido cualquiera es necesario para atenuar la sequedad que produce en sus partes laterales la risa» (Conde de

Lautréamont: Los cantos de Maldoror. In A. Bretón: Antología del humor negro. Ed. Anagrama, Barcelona,

1991, p. 157). Reir, reir, reir, reir hasta mearse.

3. 5. Expresar

Si no dices lo que te pasa ¿quién estará obligado a entenderte? Los demás no tienen por qué leer en nuestra

mente. No seas, pues, un palo seco, un inexpresivo emocional. Expresa tus sentimientos, tus pasiones, tus

compasiones, tus alegrías, tus miedos; elabora un amplio vocabulario de verbos, adjetivos, y expresiones de

afecto y de sentimiento, de rabia, miedo, frustración, rebeldía, alegría, esperanza, etc., pues si no tienes la

palabra adecuada para decir en cada momento lo que está sintiendo tu corazón (y está sintiendo sentimientos

muy variados y complejos) no podrás compartidos con los demás, ni siquiera contigo mismo, ya que nadie

conoce del todo lo que siente si no sabe expresarlo. Tratemos de encontrar el equilibrio entre la razón y el

sentimiento. Así pues:

-Haz, si te es posible, talleres de expresión verbal: verbaliza, pues, si es que quieres poner nombre exacto a lo

que sientes y así transmitido con rigor, pues quien no sabe decir lo que le pasa no sabe bien lo que le pasa en

su interior.

-Practica también la expresión corporal, que no te va a suceder nada.

-Aprende a llorar, a gritar como enseña la gritoterapia (léanse a los clásicos de estas técnicas: Arthur Janov,

El grito primario. Ed. Grijalbo, México; Daniel Casriel A un grito de la felicidad. Ed. Monteávila, Caracas).

-Procura ejercer la calistenia, gimnasia corporal de rompimiento de la coraza muscular con que

inconscientemente nos defendemos de los demás y que para lo único que nos sirve es para creamos dolores

musculares e impedimos comunicar empáticamente con el mundo (Wilhelm Reich). No te bloquees, que tu

cuerpo sea el transmisor de lo mucho que eres y que vales. Pues el cuerpo es templo vivo de lo mejor que hay

en nosotros, y no un objeto de consumo para intercambiar, usar, o tirar.

3. 6. Confiar, ser directos, frente a jugarretas y manipulaciones

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Cuesta trabajo aprender a confiar en un universo mundo que parece empeñado en revivir minuto a minuto

aquel Salmo 12: «Falsedad sólo dicen, cada cual a su prójimo, labios de engaño, lenguaje de corazones

dobles».

Confianza, empero, es la certeza de que las promesas serán cumplidas. Sin ella no hay honestidad. Tener una

actitud de confianza implica adoptar una actitud positiva ante la vida, ante los demás, verles no como un

obstáculo en mi camino sino como una ocasión para celebrar la fiesta de la vida. Confiar es sumar, desconfiar

es restar. Confiar es ir abriéndose, saber descansar en otro, no agobiarse descansando sólo en uno mismo.

Con-fiar es fiarse uno junto a otro. Quien confía descansa, pero quien desconfía se agobia y termina por

encerrarse a sí mismo en una rumia cada vez más encrespada y sin motivo alguno, como se ve en esta

parábola del martillo: «Un hombre quiere colgar un cuadro, y como le falta el martillo decide pedírselo a su

vecino. Pero le asalta una duda: -¿Y si no quiere prestármelo? Ayer me saludó algo distraído, tal vez tenía

prisa... Pero quizá la prisa sólo fue un pretexto y tiene algo contra mí. ¿Qué podrá ser? Yo no le he hecho

nada. Si alguien me pidiera a mí una herramienta se la dejaría en seguida, ¿por qué no habría de hacerlo él

también? ¿cómo puede uno negarse a hacer un favor tan sencillo a otro? Tipos como éste le amargan la vida a

uno. Y encima pensará luego que debo devolverle el favor sólo porque tiene un martillo, ¡es el colmo!

Después de esta rumia-monólogo sale furioso llama violento al timbre del vecino, y antes de que éste pueda

abrir la boca le espeta: ‘¡ Métete el martillo donde te quepa!’».

Ser directo significa decir las cosas como son y hacer lo que nos corresponde aunque nadie se encuentre

presente para comprobarlo. Jugarreta es un comportamiento malsano que daña a los que participan. Es tratar

de conseguir algo por un camino tortuoso. Manipulación es una conducta deshonesta para hacer que otros

hagan solamente aquello que nos favorecería. Pero eso siempre termina mal, como nos recuerda La Fontaine

en su Fábula del gato y la zorra, encaminada a demostrar que siempre hay otro más tramposo que uno y que

la trampa constituye el peor de los caminos: «El gato y la zorra, como si fueran dos santos, iban a peregrinar.

Eran dos solemnes hipocritones, que se resarcían bien de los gastos de viaje matando gallinas y robando

quesos. El camino era largo y aburrido, y disputaron sobre el modo de acortarlo. Por fin dijo la zorra al gato: -

Pretendes ser muy sagaz, pero no sabes tanto como yo. Tengo un saco lleno de estratagemas y ardides. - Pues

yo no llevo en mis alforjas más que una; pero vale por mil. Y vuelta a la disputa. Que sí, que no, estaban dale

que dale cuando una jauría de perros dio fin a su contienda. Dijo entonces el gato a la zorra: - Busca en tu

saco, busca en tu astuta mente una salida segura, que yo ya la tengo. Y, así diciendo, se encaramó

bonitamente al árbol más cercano. La zorra dió mil vueltas y revueltas, todas inútiles; metiose en cien

rincones, escapó cien veces a los perros, probó todos los refugios imaginable s, pero en ninguna madriguera

encontró acomodo, pues el humo la hizo salir de todas ellas, y dos ágiles canes la estrangularon por fin».

Los genes tramposos, es decir, aquellos en quienes (individuos o colectivos) se da la creencia estúpida de que

el camino para vivir es sobrevivir y a su vez el camino para sobrevivir es vivir-sobre los demás, esos no se

dan cuenta de algo evidente, a saber, de que algún día se encontrarán con la horma de su zapato, pues nunca

falta alguien más tramposo que uno mismo. Por lo demás ¿cómo sería la vida en una sociedad infectada de

tramposos? Día a día iría cayendo gente, empezando por los menos tramposos, hasta que quedasen los dos

supertramposos, pero en el momento en que el primero que se durmiera padecería la dentellada del otro (así

explicaba Marx, «marx o menox», las crisis cíclicas del capitalismo. Y nadie ha dicho aún la última:

«Cavó una fosa, recavó bien hondo,

mas cae en el hoyo que él ha abierto;

revierte su obra en su cabeza,

su violencia en su cerviz recae»

(Salmo 7)

Seamos, pues, en todo caso, antítesis de la trampa que a nada bueno conduce, y animémonos a comportamos

como genes ingenuos.

3. 7. Co-responder

Saber corresponder porque si e] saludo decae tres días seguidos a] cuarto ya no hay salutación, y si me

escribes tres cartas seguidas que yo no contesto se acabó tu saludo; aprender a mantener las relaciones y no

dejadas caer aunque no parezca necesario, pues de lo contrario puedes quedarte solo cuando más falta te haga.

Lo que no se cultiva muere, y ojos que no ven corazón que no siente. A tal efecto el saludo es un rito

confortante, creador de vínculos, que está presente en todos los animales. Tan extremadamente imperioso se

hace en determinados animales, que si, por ejemplo, un nicticorax olvida al posarse en su nido saludar a los

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suyos, tanto los hijos como ]a compañera le reciben a picotazos. Puede afirmarse, pues, que la ausencia de

saludos desencadenaría mecanismos de agresión, mientras que su presencia contribuiría a desvanecer recelos,

y que la devolución del saludo une tanto como separa la no devolución del mismo.

Ahora bien, el co-responder no será verdadero hasta tanto no tome yo. -el primero- la iniciativa: no se trata,

pues, de esperar a que e] otro salude para que tú le respondas, ni de que el otro responda para que tú le co-

respondas de nuevo. La primacía de la iniciativa te corresponde a tí. Si no tomas la iniciativa el otro no

responde y la co-respondencia no se produce. Después de Dostoyeski, pero antes que Lévinas, A. de Saint-

Exupéry había resaltado ya en 1942, en plena Guerra Mundial, el carácter prioritario de mi acción respecto del

otro, es decir, de mi responsabilidad por el otro: «La comunidad espiritual de los hombres en el mundo no ha

jugado en nuestro favor. Pero, al fundar esta comunidad de los hombres en el mundo, hubiésemos salvado el

mundo y a nosotros mismos. Hemos fallado a esa tarea. Pero cada uno es responsable de todos. Cada uno es el

único responsable. Estoy comprendiendo por vez primera uno de los misterios de la religión de la que ha

salido la civilización que reivindico como mía: ‘Asumir los pecados de los hombres...’ Cada uno lleva los

pecados de todos los hombres» (Pilote de guerre. Ed. Gallimard, Paris, 1942, p. 191).

3.8. Regalar

Regalo: alegría de] alma, abundancia del corazón, cristalización del afecto. Nada de obligación, nada de

calendario, nada de negocio del consumo. Regalo es sobre todo regalar-se, ser un regalo para el otro.

Regalarse es la antítesis de sortearse o entregarse indiscriminadamente, como se ve en este delicado texto

franciscano: «Cada hermano es un don de Dios a la fraternidad; por lo tanto, acéptense los hermanos unos a

otros en su propia realidad, tal como son y en plan de igualdad, por encima de la diversidad de caracteres,

cultura, costumbres, talentos, facultades y cualidades, de modo que toda la fraternidad resulte lugar

privilegiado de encuentro con Dios» (Constituciones Generales de la Orden de Frailes Menores. Cap. III,

arto 40).

Saber regalar (sin olvidar saber regalarse en el buen sentido, orientar la vida como un regalo); regalar no es

enjaezar la mejor burra, no es vaciar el Corte Inglés para tí porque te lo mereces todo, no es apabullar con

ostentación, no es dejar puesto el precio en las etiquetas, no es presumir de haber adquirido «lo más».

Tener detalles; regalar una flor, regalar un silencio, regalar una mirada: los regalos grandes están hechos de la

sustancia de los regalos pequeños. Sí, repitámoslo: lo grande está hecho de la esencia de lo pequeño, y quien

no sea grande en lo pequeño estará obligado a ser siempre pequeño en lo grande; lo pequeño es hermoso.

Disfruta de lo pequeño, como los Franciscanos Menores: «Todos los miembros de la Orden son, de nombre y

de hecho, hermanos y menores, aunque en ella desempeñen distintos oficios, cargos y ministerios»

(Constituciones Generales de la Orden de Frailes Menores. Cap. III, arto 41).

3. 9. Agradecer

Cuidado con el eficacismo a ultranza: descubre sobre todo el valor de lo que ni se compra ni se vende,

descubrimiento que constituye la condición previa del buen regalar: aquel pensador gastaba sus días y sus

noches especulando sobre el sentido de la vida, sin hallado. Una tarde, por azar, reparó en el alegre juego de

su hija, a la qué preguntó -¿Para qué estás en la tierra? -«Para quererte a tí, papá», respondió la pequeña sin

titubear.

Ser agradecido, dar las gracias, en ese ámbito más vale que sobre que no que faite, y en caso de duda

genuflexión. Si te regalan flores eso es impulso, agradécelo aunque lo consideres una cursilada y pienses para

tus adentros que mejor y más duradero hubiera sido un libro de Carlos Díaz. Agradece todo lo que te ayuda:

mira a tus pies, a tus manos..., dales las más sinceras gracias por lo que representan para tí; despacio «<de

espacio»); agradece cada día. Es de bien nacidos ser agradecidos, asegura el refrán. Agradecer es de

corazones nobles, pero también y no en menor grado lo es saber recibir el agradecimiento ajeno. Deja, pues,

también -sin endiosarte- que te agradezca tu prójimo lo que hiciste por él, agradéceselo porque así también tú

compartes su agradecimiento y nada te debe; hazle saber y experimentar que tú te honoras con la honra que él

te profesa. Recibe el regalo y pásalo, pásalo y recíbelo. Por desgracia tendemos a ser los primeros en quitamos

de encima el mal que trasladamos rápidamente a otros como si se tratase de una patata caliente, pero los

últimos en soltar el honor, en dejar vacante el sillón. Invierte esa escena habitual, que tanto nos habla de la

pequeñez del sujeto posesivo e individualista.

Felicita, pues, de todo corazón (es decir, sin ninguna coraza) a quien te honora con su gratitud, recíbele como

a regalo inmérito que inopinadamente y sin obligación ajena te" acaba de llegar desde el fondo de humanidad

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de todos los corazones nobles que -como nos dijera Max Scheler- se alegran por la excelencia del mérito

ajeno, en la antítesis del corazón duro y mezquino al que resulta odioso el aplauso al otro.

De vez en cuando festeja: sin motivo ni razón, celebra. Haz de cada día del calendario un día de celebración y

de agradecimiento, y yo casi te aseguraría que tendrás menos ardores de estómago. Aunque no sea ese el

motivo por el que se agradece, resulta enormemente rentable (oye, si además de hermoso es rentable pues

«miel sobre orejuelas»).

Y sobre todo aprende a agradecer en vida, en vivo y en directo, no cuando el otro está ya R.I.P. y muertecito,

porque agradecer sólo en el entierro es prueba inequívoca de tacañería, y muy probablemente también de

resentimiento, ya que quienes con cutre alegría de plañidera loan el mérito y las virtudes del sepultado-

competidor se conmueven porque en adelante esas honras fúnebres no volverán a repetirse para el cadáver y

todos los elogios nos los llevaremos nosotros solos.

Y si no solamente en vida supiste agradecer sino también en el último adios emocionado, sabrás comportarte

con el respeto de los tebanos, que sepultaron a cuenta y costo del herario público a Epaminondas cuando

vieron la pobreza en que murió, pues el día de su fallecimiento no encontraron en su casa otra cosa que un

asador de hierro; o con la emoción veneranda de aquellos otros romanos que contribuyeron con monedas

pequeñas particulares a las exequias de su prócer por reconocerle como padre de todos (cfr. Plutarco: Vidas

paralelas).

3. 10. Recompensar

Lo anterior exige también una nueva forma de saber recompensar. No hay oro en el mundo que pague ciertas

emanaciones del alma noble: «Pensar en ‘recompensa’ sólo en términos de dinero es algo evidentemente fuera

de lugar dentro de este contexto. Es cierto que las satisfacciones de las necesidades inferiores pueden

comprarse con dinero; pero cuando éstas ya se hallan colmadas, las personas están motivadas solamente por

tipos de ‘recompensa’ superiores -pertenencia, afecto, dignidad, respeto, aprecio, honor- así como por la

oportunidad de autorrealizarse y por la promoción de los valores más altos: verdad, belleza, eficiencia,

excelencia, justicia, perfección, orden, legitimidad, etc.» (Abraham H, Maslow: El hombre autorrealizado.

Ed. Kairós, Barcelona, 1986, pp. 291-292).

Será fundamental, pues, que nos esforcemos por aprender a cambiar los mecanismos de recompensa, como en

el caso de aquel Simón que, dada su propia mejoría, fue capaz de hacer él mismo de buho durante varias

noches cuidando por su parte a otros enfermos en una clínica de rehabilitación de Caracas, lo que le valió la

recompensa de pasar de la condición de enfermo-cuidado a la de sano-cuidador, recompensa que él celebró

por todo lo alto, ya que la colectividad pasaba ahora nada menos que a poder confiar en él.

Pero el mal existe, y ante él hay que estar vigilantes, como ya habíamos apuntado páginas atrás. Así pues,

saber recompensar exige también saber castigar con inteligencia y con cariño, pues de lo contrario podemos

llegar a caer en la trampa de que el castigable nos maneje, y en ese terreno las astucias del mal resultan

prácticamente inagotables: van desde la astucia del perverso que necesita castigo excesivo, hasta la del que

castiga al que le castiga cuando éste se pone fuera de quicio y entra por su parte en la espiral del chillar más y

del poner así en primer plano al agente perverso mismo.

Hay que reconocer que tan difícil como premiar, o más aún, es castigar, y que en consecuencia a veces los

maestros lo hacemos fatal, según queda reflejado en la Fábula del Colegial, el Pedante y el Dueño de un

jardín que nos relata La Fontaine: «Fue un día a un jardín un colegial pícaro y encaramándose sin

miramientos a un árbol frutal desgajó algunas ramas, maltrató y destruyó hasta los tiernos capullos haciendo

tal destrozo que el dueño del jardín se quejó al profesor. Vino éste con largo séquito de chicuelos y se llenó el

jardín de multitud de arrapiezos, peores que el primero. El profesor pedante aumentó sin necesidad el mal

llevando aquella chiquillería mal educada con el propósito, según dijo, de hacer un escarmiento que fuese

ejemplar sirviendo de inolvidable lección a todos sus alumnos. Extendiose sobre este tema citando a Virgilio

y Cicerón, y alegando razones muy científicas. La perorata fue larga, tan larga que la ralea chiquillil tuvo

tiempo para devastar el jardín por todas partes».

3. 11. Per-donar

Somos complejos, ya se decía en el primer capítulo de esta obra; y esa complejidad hace que psíquicamente

cada uno lleve dentro la triada padre/adulto/niño (léase a este respecto a Eric Beme, uno de los fundadores del

análisis transaccional). Y como esto es así, a veces falla el padre que uno es, otras veces el adulto que uno es,

y otras el niño que uno es, bien sea porque no salen a escena cuando deben (a muchos nos cuesta sacar al

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padre, a otros el adulto, a otros el niño), bien sea porque inopinadamente se les cruzan los cables a alguno de

ellos (el padre que de repente juega a niño con su hijo y por algo inesperado se enfada y da una bofetada al

hijo incurriendo en una mala transacción), bien sea porque el niño-gafitas o niño-sabio le trata indebidamente

al niño-juguetón (pues a su vez ni el padre ni el adulto ni el niño son simples), etc. Pero cuando la realidad es

compleja hay que comprender que se cometen faltas, yeso exige saber perdonar(se). y perdonar al otro (al

padre/adulto/niño del otro). En definitiva, amar al otro como a uno mismo. La autoaceptación, el aceptarse a

sí mismo, es algo que también ha de aprenderse. Se aprende, sí, a considerar, ponderar, resaltar, reconocer en

cada uno las cualidades, aptitudes y destrezas más destacadas, pero también los rasgos menos favorecidos

confiando en su mejora. Para ello hay que intentar ponerse «en positivo».

Nadie da lo que no tiene y, como bien dijera Confucio, «no son las malas hierbas las que ahogan la buena

semilla, sino la negligencia del campesino», y bien dicho está. Los demás también, pero el que canta es el

primero en recibir los beneficios de su melodía. Canta para salir de la aflicción, contra desolación trino. Tú

puedes. Cada cual es capaz de verse a sí mismo y de esforzarse por ser como le gustaría, sin por eso dejar de

verse tal cual es. No descalificar, ni burlarse, ni ejercer el sarcasmo sobre los demás ni sobre uno mismo. No

minar nunca los frágiles cimientos de la autoestima magnificando los sentimientos de incompetencia,

infravaloración, u obsesiva dependencia del beneplácito y la aprobación ajenas.

Desarrollar la paciencia y la disposición de ánimo perdonadora conlleva la humildad, la disminución de la ira

y de los sentimientos destructivos y de hostilidad, para lo cual hay que renunciar a ser il capo de la banda

justiciera frente al «enemigo»: «Por encima de todas mis debilidades, incapacidades y errores (que no me dan

derecho a nada) hay otro hecho, y es que os estimo. Y esto sí que me da derecho a deciros que me riñáis... que

yo os pediré perdón... Yo no sé si mañana estaré en la HOAC, ni nada de lo que pasará. Todo estoy dispuesto

a perderlo y a dejado. Todo, menos la caridad de Cristo. El amor que os tengo, y el amor que de vos recibí, es

una presencia de Cristo en mi vida y nada tiene bastante valor para poder desbaratado» (carta de Guillermo

Rovirosa a Mosen Josep Ricart, 8-1-1953).

3. 12. Ser asertivo

La dignidad conlleva la asertividad. Ser asertivo significa expresarse y actuar sin rabia ni miedo, con firmeza

pero sin atropellar a nadie (el tacto no ha de estar forzosamente reñido con la sinceridad), haciendo valer

razonadamente las propias opiniones, sin abandonadas a autocensuras ni dejamos aplanar por nuestras

debilidades, utilizando una argumentación adecuada para hacemos sentir y reafirmamos, reclamando nuestros

derechos. Al efecto el ideal será amonestar, instruir y corregir con humildad y caridad: «promoviendo la

mutua aceptación y benevolencia entre los hombres, sean los hermanos instrumentos en la reconciliación que

Jesucristo consumó en la cruz» (Constituciones Generales de la Orden de Frailes Menores, cap. IV, arto 70).

Saber hablar en el momento oportuno (sin gritos, mejorando la calidad de los argumentos: no pretender suplir

la carencia de razones con la fuerza de los pulmones), pero también saber escuchar (la naturaleza, decía

Heráclito de Éfeso, nos ha dado dos orejas y una sola boca a cada uno, por algo será), no quitando

constantemente la palabra al otro.

No ser asertivo es abandonarse a miedos ulteriores, represiones, apocamientos, o agresividades contra uno

mismo. Así pues, nada de callar introyectando angustia, de venirse abajo viviendo los retos como amenazas o

como posibles pérdidas, nada de volver contra sí los conflictos que no sabemos afrontar, nada de regresión o

represión, nada de aislamiento, nada de mecanismos de negación de la realidad.

Ser combativo, y no laxo. Ser combativo es laborar rápida y perspicazmente, de forma positiva y constructiva,

ante los obstáculos que interfieren el crecimiento. Ser laxo es ser flojo, cavilador. Cavilar es ensimismarse,

cerrarse sobre sí mismo, sufrir por sufrir, rumiar el fracaso, refugiarse en la derrota, abandonarse, no

compartir, no relacionarse. Esta actitud inmoviliza y estanca el crecimiento, como se refleja en las siguientes

palabras: «Para mí la abdicación, la cobardía, la frustración, la cultura del NO y otros males inductores de

injusticias aparecen con frecuencia como formas de pereza. Percibo el mal social en la abdicación: abdicar

deberes, encargos (no tanto cargos), menesteres que nos son propios y esenciales, con lo cual nos enajenamos

y desesencializamos. Veo una raíz del mal en la permisividad producida por la abdicación de determinada

generación, tal vez de determinadas generaciones. La permisividad, en clima de bienestar económico, produce

otro mal radical: el desentendimiento. Y, tras la permisividad y el desentendimiento, advierto otra raíz de mal

social, asimismo conectada con la abdicación, consistente en el simplismo, cuya explicitación más frecuente

es la superficialidad; con ese uniforme el mal arrasa y arranca incluso su propia raíz; quedan así las criaturas

tendidas sin sentido, incluso el propio mal: deja de tener sentido hablar de la raíz del mal. El superficial se

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auto permite la abdicación y el desentendimiento de cualquier dimensión que incomode lo llano irradicado e

inmediato: no solamente dimensión de profundidad sino cualquier otra que diga relación con algo o con

alguien» (Luis Cobiella: Juan Canario. Los derechos humanos y el Diputado del Común. Cabildo Insular de

La Palma, 1993, p. 107-108).

Frente a eso fórmese la fortaleza, la tenacidad, la perseverancia en el dominio de sí mismo, la diligencia para

actuar, la disciplina antítesis de la pereza que pronto abandona la propia tarea para correr a atacar al otro, y de

la pusilanimidad del egoísta que con su inacción dice «no hacer mal a nadie» vanagloriándose de ella. Nunca

se subrayará bastante en este orden' de cosas el necesario esfuerzo hacia el autocontrol que se manifiesta en

no tomar una copa de más, hacia la templanza o logro de un buen temple de carácter opuesto a la imprudencia

temeraria, y que como tal opuesto viene a ser el talento de usar bien los talentos.

3. 13. Ser real y auténtico, no poseer máscara o «imagen»

En un mundo que Heidegger caracterizó como el mundo de lo inauténtico, hay que recordar la vieja

descripción de inautenticidad de uno de los libros de psicología personalista más hondos escritos en el pasado

reciente: «Son inauténticas en su pensamiento todas las personas que expresan juicios sin que éstos provengan

como decisiones de la inquietud de la búsqueda, del planteamiento de los problemas, y sin que influyan como

convicciones en su conducta vital presente y futura. Sus juicios se convierten entonces en meras habladurías»

(Philipp Lerchs: La estructura de la personalidad. Editorial Scientia, Barcelona, 1964, p. 521).

Hoy asistimos, en efecto, a votaciones políticas donde los votantes van por un lado en su vida y por otra en su

papeleta, y a relaciones cotidianas donde se habla lo que no se piensa, o no se dice lo que se piensa, o ni se

dice ni se piensa lo que se habla. La cháchara ha sustituido a aquella vieja palabra que era palabra de honor

en los personajes de Calderón de la Barca. Y aunque cueste trabajo enseñar a tener palabra, hay que

acostumbrarse. ¿Cómo? Acercando las palabras a las acciones, entretejiendo nuestras opiniones con nuestros

testimonios. Siendo reales, lo cual no tiene absolutamente nada que ver con eso que hoy nos piden por

doquier, a saber, que seamos egoístas y miopes yendo sólo a lo nuestro, aunque para ellos tengamos que ser

hipócritas, fingidores, o falsos.

Así que ser real quiere decir tener relaciones adecuadas a las circunstancias y actuar de acuerdo con nuestras

necesidades. La persona real se muestra tal como es, y no gasta energía en ponerse una máscara para

satisfacer a las demás. La máscara es un disfraz que oculta nuestra verdadera identidad. Quien se ve obligado

o se empeña en llevar máscara es porque no cree ser querido por los demás, y necesita ocultarse. Por medio de

esa ocultación busca ser aceptado; el motivo de ese esfuerzo de ocultación es la inseguridad y el miedo a que

no nos quieran tal como somos. Sólo en una comunidad donde rige el amor y donde el otro es básicamente

querido puede irse evitando la duplicidad. Hay que hacer ese tipo de sociedad donde el amor eche fuera la

máscara. Enmascararse no, please. Ni siquiera maquillarse por necesidad de esconderse, caramba. Nos

pasamos la vida maquillando, depilando, embelleciendo lo que es de suyo más bello y lo que menos afeites

necesita: la persona. Nada como el rostro limpio con el agua fresca de la mañana. Si el otro prefiere la capa de

grasa en la cara hemos de enseñarle a leer a flor de piel. Debajo del asfalto de la cosmética está la playa,

cosmos del rostro humano.

Estar limpio, sí; pero si además alguno desea vestirse de payaso, pues si ese es su gusto que por nosotros no

quede. Sabemos que no está la sociedad demasiado por estas cosas de la simplicidad en el porte, y por ello

hay que tratar de ir haciendo un común, una comunidad donde sí lo esté, donde la máscara ya no tenga más

sentido, un lugar en el que finalmente uno ya no tenga que ocultarse, libres del gigante de los sueños

irrealizables y del enano de los temores. Para no ocultarse nunca más tras ningún antifaz.

3. 14. Ser abierto, transparente y vulnerable frente a ser rígido, cerrado y defendido

Cuando nos mostramos como somos y compartimos, entonces estamos abiertos y transparentes, con las

puertas abiertas para los demás, receptivos. Estar abierto es también saber dejar salir las cosas que podrían

perjudicamos. Actuar de forma totalmente transparente en este mundo que no lo es puede a su vez resultar

peligroso, por eso hay que buscar un término medio y saber manejar el rechazo. Ese rechazo no debe, sin

embargo, ser indiscriminado. Generalmente andamos precavidos, y nos cerramos cuando es innecesario. El

que se cierra a lo malo se cierra también a lo bueno, y se empobrece:

«-Maestro ¿qué es el amor?

-Es la ausencia total del miedo

-¿De qué tenemos miedo?

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-Precisamente de amar».

Así pues, vencer el miedo, cambiar y crecer, frente a pseudoseguridad, sobreprotección, y similares. Vencer el

miedo es no tener miedo al miedo, es desarrollar nuestro potencial oculto proponiéndonos metas e iniciativas

mejores bajo la perspectiva de la sana superación. La persona que no adopta esta actitud solamente alcanza

pseudoseguridades, esto es, estancamiento.

Vivimos en un mundo imperfecto, y buen número de las emociones desagradables que sentimos a lo largo de

nuestra existencia se deben a la dura realidad de ese mundo en que vivimos. No se trata de ignorar ese

aspecto, de hacerse insensible ante él para que no nos afecte, pues entonces seríamos como máquinas, y la

vida resultaría más pobre si no pudiéramos llorar de alegría, amar con intensidad, sufrir con pasión, etc. Pero

sí podemos evitar experimentar una ansiedad destructiva, una depresión cristalizada, un sentimiento

patológico de inferioridad, una desesperación neurótica, etc., sirviéndose de la razón de una forma lúcida,

apropiada, tranquila, amorosa, cayendo en la cuenta de esas patologías para dominarlas y librarse de ellas,

entregándonos abiertamente al trabajo arduo y constante de lucha contra los fantasmas, trabajo parecido al del

herrero por la perseverancia que ello exige. Por lo demás, nunca se libera uno del todo, pero saber esto y

seguir trabajando pude contribuir a haceros bastante más sanos. He aquí algunas técnicas al respecto, que a

modo de ejemplo de autoayuda (autoterapia racional) propone el psiquiatra Lucien Auger:

-rastrear las ideas que subyacen a la ansiedad, y preguntarse si de verdad es para tanto espanto;

-examinar, en su caso, las posibilidades de cambiar o de evitar la situación adoptando conductas alternativas;

-en su caso, pasar a la acción aunque el miedo no haya desaparecido por completo, demostrando así que se es

capaz de tomar esa iniciativa;

-abandonar el miedo no realista de desagradar a alguien, es decir, la exigencia compulsiva de querer agradar a

todo el mundo;

-estudiar rigurosamente los miedos injustificados y tomar conciencia de que los reproches ajenos sólo hunden

a quien les concede valor;

-valorar las realidades positivas que uno tiene ante sí;

-procurar distraerse, cambiar de actividad «cultivo alternado», decía Kierkegaard).

3. 15. Ser cercano, sin aislamiento

Comunicar nuestras ideas y esperanzas, nuestros sentimientos y nuestras cosas, nos lleva a ser cercanos a los

demás, a vinculamos afectivamente a ellos. Por el contrario, encerrarse en el caparazón, no querer salir de la

propia esfera, aísla. Pero aislarse o recluirse resulta contrario a la espontaneidad de los seres vivos. Todos

tenemos derecho a la intimidad y al silencio interior, pero también a la comunicación que acompaña y que

alivia y que recibe compañía y alivio. A quien le falta una de las dos dimensiones no le puede resultar cómoda

la convivencia. Desconfiemos, pues, con Emilio Carrere, de esos autores que nos vuelven desconfiados,

taciturnos, hipocondríacos, y pesimistas:

«Viejo Schopenhauer, doloroso asceta,

siniestro filósofo y amargo poeta:

¿Por qué me dijiste

que el amor es triste, que el bien es incierto?

¿Por qué no callaste que el mundo es tan triste?

... ¡¡Aunque sea cierto!!...

Agreste filósofo de las negaciones,

yo era soñador, y crédulo, y fuerte;

tú has roto el encanto de mis ilusiones

y me das la fría verdad de la muerte».

Claro que ser incapaces de mantener un mínimo de autonomía, de soledad, o de recogimiento interior

constituiría el exceso opuesto. A veces no hay más remedio que convertirse en la propia sombra, y resistir:

«Una golondrina llegó tarde a la cita otoñal. Sus hermanas ya habían partido. ¿Qué hacer? Se lanzó al mar

sola. El sol brillaba con fuerza y no se divisaba ninguna nave. Después de varias horas le faltó el ánimo, y

decidió dejarse caer en el agua y así morir. En ese momento vio otra golondrina que planeaba casi a ras de

mar en su misma dirección. Se alegró, y haciendo un esfuerzo remontó el vuelo. Cada vez que se sentía

cansada miraba a su fiel compañera que la seguía en toda su evolución, y de esta manera volaba con más

fuerza. Llegó la noche y la golondrina amiga desapareció, si bien la meta estaba muy cercana. Se dijo

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entonces: -¿Dónde estás vieja amiga de viaje? ¿Tal vez sólo has sido mi propia sombra proyectada sobre el

agua del mar?» (Berzosa, R: Op. cit. p. 116).

3.16. Valorar el trabajo bien hecho

Trabajamos para que nuestros educandos se formen profesionalmente al mejor nivel posible, para hacerse un

sitio en el mundo laboral, de modo que pasen de la subcultura marginal a la cultura del trabajo, tomando

conciencia y orgullo de su nueva condición de trabajadores.

¿Qué pasaría si se perdiera esa dignidad en lo concreto que se llama trabajo? La sociedad se convertiría en

una máquina de pleitear entre consumidores engañados y fabricantes estafadores, de entrada. Pero lo peor

sería que de las manos del productor no saldría un producto cargado de confianza que el consumidor pudiera

recibir, sino un artefacto en el que iría impresa la huella del engaño. Hacer mal el trabajo sería tanto como no

poder convivir. El trabajo hay que hacerlo bien aunque nadie lo agradezca, y aunque no se vea.

Por otra parte nuestra sociedad tiende a pagar bien ciertos trabajos, y a pagar muy mal otros trabajos. ¿Qué

pasaría si el ingeniero tuviera que desatascar servicios públicos? Probablemente no tendría más remedio que

reconocer el valor del trabajo que le da asco, la valiosidad de lo mal pagado. Y además quien trabaja es la

persona, haga el trabajo que haga. Lo que constituye al trabajo en algo insustituible e irreemplazable, algo

único, es que lo hace la persona, dotada de toda la dignidad que le confiere el ser irrepetible y única.

Quien añade ciencia añade también cansancio, dice el Eclesiastés. No hay verdadero trabajo, no existe trabajo

bien hecho sin puntualidad, esfuerzo, método, seriedad, autodisciplina. La constancia es el fondo del acierto.

La inspiración sólo viene tras mucha inspiración. El derecho a la pereza nada es sin el deber de la

laboriosidad, y además la pereza nada es sin el deber de la laboriosidad, y además la pereza resulta mala

consejera, pues puede llevar a donde le llevó al asno ultracalculador. «Aquel día el dueño había castigado

verdaderamente al pobre asno. ¡Cuántos sacos de sal cargados sobre el lomo! Al atravesar un pequeño río

tropezó y cayó, de modo que gran parte de la sal se disolvió en el agua. Cuando el patrón logró levantarte el

asno se encontró mucho más ligero de peso, y entonces pensó que el secreto para aliviar la carga era

permanecer en el agua al máximo. Algún tiempo después el asno acarreaba una carga más liviana, sacos de

esponjas, y al atravesar un pequeño río pensó: ¿por qué no aminorar peso? Dejose, pues, caer en el agua pero

el amo no lograba levantarlo ni aún arreándole con fusta, pues las esponjas se habían empapado y pesaban lo

indecible, con lo que el asno murió ahogado» (Berzosa, R: Op. cit. p. 113)

Nada de descargar el trabajo el trabajo echando a las quinielas, nada de confirmar en un golpe de éxito, nada

de «tente mientras cobro », ni de «me engañarán en el sueldo, pero en el trabajo les engaño yo a ellos ». Lo

verdaderamente fidedigno en este ámbito es el dominio de una sólida condición profesional. Y junto a esto,

claro está, no gastar por encima de las posibilidades de esa condición profesional, es decir, tener una alma

menos consumista: no identificarse sólo como consumidor, sino también solo todo como creador, descubrir

que se disfruta enormemente más creando, ensayando, investigando, desarrollando las propias ideas sobre un

papel o un pedazo de madera, que consumiendo la baba de los encantadores de serpientes de El Corte Ingles.

La vida es un trabajo que hay que hacer de pie. Orgullo profesional de la obra bien hecha, a la medida del ser

humano; cada obrero respaldado con su firma o su sello personal o su parte alícuota de responsabilidad lo que

ha hecho, sin necesidad de «cláusulas de productividad », simplemente porque sí, porque las cosas hay que

hacerlas bien sin recompensa alguna. «’¿Para qué te sirve, Sócrates, aprender a tocar la lira si vas a morir?’

‘Me sirve para tocar la lira antes de morir’ ». Atención a este anónimo judío: «Un viejo plantaba palmeras y

cedros. - ¿Por qué trabajas siendo tan viejo? Plantas árboles cuyas sombras no gozarán y cuyos frutos no

degustarás. - Si el Señor me considera digno, comeré y descansaré a su sombra. Y, si no, trabajaré parra mis

hijos como lo hicieron mis padres para mí »

En Occidente existen dos tipos de actitudes casi sin término medio, la de quienes no saben parar y la de

quienes viven parados, dividiéndose a su vez estos últimos en parados por el paro, es decir, por carencia de

plazas laborales, y en parados-paralizados, o sea en abúlicos hastiados que se limitan a vegetar, a comer del

subsidio fácil, y al final terminan con una especie de anorexia existencial, como la que Herman Melville

describe en su célebre Bartleby el escribiente, que muere de autoconsunción:

«-¿Quiere decirme, Bartleby, dónde ha nacido?

-Preferiría no hacerlo.

-¿Quiere contarme algo de usted?

-Preferiría no hacerlo.

-¿Cuál es su respuesta, Bartleby?

-Por ahora prefiero no contestar».

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La existencia humana tiene horror al vacío, a esa situación de negación, de ausencia de toda realidad, de

cualquier convicción, germen de toda descomposición. Hay que atacar la raíz de ese mal a través de la acción

laboral con sentido. De todos modos trabajar bien no ha sido nunca, a lo largo de la historia, el atributo más

destacado de los españoles por término medio (excepciones, haberlas, haylas): «Los graciosos -escribe Ramón

J. Sender- viendo tanta gente tumbada en sillones de paja y sin hacer nada llamaban a aquella terraza la Unión

General de Trabajadores».

Pero no llegar al grado de «laborólico» o alcohólico del trabajo como los japoneses, que andan medio

robotizados y para los cuales no hay más acción humana que la obsesión laboral, ni más filiación que la

paternidad del jefe, abandonando a la familia por la empresa, todo a cambio de una máquina con que

fotografiar las vacaciones silenciosas. Por eso a los japoneses laborólicos habría que frenarles también un

poquito como al mismísimo Pirro: «Pirro era un hombre emprendedor y un día reveló sus propósitos a Cineas.

‘Primero voy a conquistar Grecia’. ‘¿Y después?’ ‘Pasaré al Asia, someteré a los árabes’ ‘¿Y después?’

‘Llegaré a las Indias y las haré mías’ ‘¿Y después?’ ‘Después descansaré’. Cineas hizo entonces a Pirro su

última pregunta: '¿Y por qué no descansar ahora mismo?'» (1. M. Cabodevilla: Feria de utopías. Estudio

sobre la felicidad humana. BAC, Madrid, 1974, p. 36).

Insistamos en esta cuestión, habitualmente mal entendida, y que tiene gran relación con los hábitos horarios

laborales y con el disfrute de un ocio creativo: «Siempre ha reinado gran confusión sobre la materia. Y es que

se identifican tres cosas, disciplina, orden y horario (o la servidumbre a éste: la puntualidad), que son distintas

y que se complementan o no, van juntas o tira cada una por su lado. El equívoco es natural. ¿Cómo admitir

así, a primera vista, que tan ordenada como pueda ser una persona que regula sus obligaciones con estricta

sujeción al reloj, por ejemplo, un jefe de estación, lo sea otra persona que jamás trabaja con arreglo a un

horario, sino con desarreglo a él, por ejemplo, un poeta lírico? Y, sin embargo, lo es, aunque a segunda vista.

El quid consiste en que su orden obedece a otra disciplina mental y, por consecuencia, laboral, que para mejor

conseguir sus fines se ha divorciado de las regulaciones cronométricas. Si el jefe de estación no estuviera

pendiente del reloj para dar entrada y salida a los trenes, el resultado sería catastrófico. Tan catastrófico como

si el poeta viviese atento a las manecillas del reloj para dar salida y entrada a las musas. Todas las actividades

del hombre se hallan determinadas por el objeto que persiguen, y obedecen al régimen o disciplina que más

les conviene en cada caso. Todos conocemos individuos muy ordenados que son el colmo de la indisciplina;

que son un caos por dentro, aunque la rutina les disfrace y les salve; e individuos que son el desorden en

persona y que funcionan por dentro como un reloj. En general, para la buena marcha de la sociedad basta con

que la mayoría de sus miembros vivan sometidos en su trabajo y en sus costumbres al orden vulgar y a la hora

puntual. Pero existe una minoría, tipos raros, poetas y similares, gente utilísima y sin la cual la sociedad

tampoco podría marchar bien (lo que se dice bien), que funcionan de otra manera. A su manera, y, en

consecuencia con ella, se adjudican fuero especial. A éstos hay que dejarlos. Que hagan lo que quieran. En

realidad, lo que sucede es que unos, los mayoritarios, trabajan a sus horas, y otros, los minoritarios, a sus

deshoras. Y también sucede que los hay que no hacen nada en ningún tiempo ni con ninguna medida. La

cuestión es más complicada de lo que parece, porque, además, se encuentra estrechamente ligada a la del ocio

que no es forzosamente la holgazanería. Si lo fuese no existiría el ocio fecundo. Tema que, a su vez, lleva al

arrastre otro: el ocio y la intimidad... Existe, claro está, un ocio malo; ese ocio que arteramente se convierte en

costumbre para humillar al trabajo. Es el que practicaba aquel personaje de Muñoz Seca, que teniendo unas

ganas tremendas de trabajar se las aguantaba. Esa clase de ocio es la holganza sin más, como antes dijimos.

Pero hay también el ocio bueno; el fecundo, el que aunque a veces se disfrace no ya de holganza, sino de

holgazanería, no tiene nada que ver con estas especies. El ocio fecundo es como una atmósfera sosegada,

silenciosa, hacia adentro, En ella luce el espíritu con su resplandor más puro y, ambiente natural del numen,

en ella salta, cuando el numen, a lo fino, existe, la chispa del genio. Pueden citarse multitud de casos y no

citarse muchos más, pero todos fueron así. Ya sabemos que Arquímedes, Newton, Watt y Fleming, por

ejemplo, no estaban precisamente trabajando cuando brotó en sus cerebros la gran ocurrencia, la feliz idea, el

‘flash’ del descubrimiento. Sin ocio, y aún mejor, sin ocios sistematizados y en cadena, no hay torre de marfil

(y la torre de marfil es indispensable), hay solamente rascacielos para oficinas y cemento armado para

viviendas de esas que parecen enormes ficheros cuyos pisos son los cajetines donde se archivan los inquilinos,

como papeletas de carne y hueso» (A. Espina: La disciplina, el orden, y el reloj. In «El genio cómico y otros

ensayos». Renuevos de Cruz y Raya, Madrid, 1965, pp. 23-28).

3. 17. Aprender

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La primera obligación del animal racional consiste en aprender. Aprender supone la voluntad de ir despacio,

de probar las cosas y recoger la información sobre el efecto de las acciones, incluida la no siempre bien

recibida del propio error. No cabe aprender sin cometer errores, reconocerlos, y modificarlos para alcanzar la

meta.

Aprender significa explorar un nuevo sendero con vigor y coraje, estar abierto al tanteo de nuevos caminos.

Aprender significa crecer con claridad y firmeza de propósito, frente a incertidumbre e inseguridad; crecer es

marcarse metas alcanzables sin dejarse llevar por las oscilaciones o los vaivenes de los humores

momentáneos; crecer es ajustar el comportamiento con precisión y sencillez, funcionar de modo coherente

tanto interior como exteriormente, en relación armoniosa con los demás. Aprender es saber reconocer a

quienes enseñan con Juan Salvador Gaviota: «Soy nuevo aquí. Acabo de empezar. Soy yo quien debe

aprender de vosotros». En materia de aprendizaje, toda prisa resulta peligrosa, más aún si la prisa es para dar

lecciones antes de tiempo. Aprender quiere decir tomarse en serio la vida, y no ser como el Burro Flautista de

Tomás de Iriarte (que podría ser bailada con ritmo de rap, «rape ando» como diría mi hija Esther de ocho

años, ¡hay que ver a dónde vamos a parar!):

«Esta fabulilla,

Salga bien o mal,

Me ha ocurrido ahora

Por casualidad.

Cerca de unos prados

Que hay en mi lugar,

Pasaba un borrico

Por casualidad.

Una flauta en ellos

Halló, que un zagal

Se dejó olvidada

Por casualidad.

Acercóse a olerla

El dicho animal,

Y dió un resoplido

Por casualidad.

En la flauta el aire

Se hubo de colar,

Y sonó la flauta

Por casualidad.

-¡Oh!, dijo el borrico:

¡Qué bien sé tocar!

¡Y dirán que es mala

La música asnal!

Sin reglas del arte,

Borriquitos hay

Que una vez aciertan

Por casualidad».

Pero démosle más sustancia gris a todo esto con uno de los habituales textos espléndidos del grande de

España en la República de las Letras, don José Ortega: «Varias veces he dicho que yo no he pretendido venir

a enseñar nada a vuestros estudiosos, no porque estos lo sepan todo, lo cual no es verdad, sino porque yo

apenas si sé algo, y aun para enseñar ese algo me falta una autoridad que no he tratado nunca de conquistar.

Conozco muy bien no ser sabio y dudo mucho que deba ser llamado profesor. Cuando miro a redrotiempo y

veo mis años mozos, hallo que fue mi alma, a defecto de mejores cualidades, un incendio perdurable de

entusiasmo que no sabía acercarse a cosa alguna sin intentar cendrarla y abrillantarla con su fuego interior.

Me ha poseído siempre una como fe profunda en que todas las cosas son susceptibles de ilimitada mejora y

que nos basta con fijar los ojos en el más humilde objeto para que aparezcan sobre sus flancos prodigiosas

reverberaciones. Nada hay mísero ni sórdido si sabemos contemplarlo y, como dice el viejísimo ‘purana’

indio, dondequiera que el hombre pone en el suelo la planta, pisa siempre cien senderos. Después de todo, es

esta fe en que el universo es susceptible de infinita mejora el sentido radical que da Platón a la Filosofía

cuando hacía nervio de ella el ‘Eros’, la aspiración de amor» (Meditación del pueblo joven. In Obras, VIII.

Ed. Revista de Occidente, Madrid, pp. 363-364).

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3. 18. Racionalizar la utopía

Mantener la utopía juvenil y megalómana sin aprendizaje adulto no existe en parte alguna, a no ser en la

forma de esa quimera de Leszek Kolakowski, que responde así a la pregunta sobre dónde le gustaría vivir:

«En lo más hondo de una selva virgen de alta montaña a orillas de un lago situado en la esquina de la

Madison A venue de Manhattan con los Campos Eliseos de París en una pequeña y tranquila ciudad de

provincias». Las utopías perezosas y delirantes de grandeza cierran la cabeza, por el contrario los ideales fruto

del trabajo responsable la abren en confrontación modesta, perseverante «per se verante»: per-se-verar es

demostrar la verdad) y parsimoniosa, pues, como ya viera nuestro perogrullesco Campoamor,

«Cultivando lechugas Diocleciano,

ya decía en Salerno

que no halla mariposas en verano

quien no cuida gusanos en invierno».

Adoptar una actitud positiva le es consustancial al buen utópico, el cual descubrirá «que el aburrimiento y el

miedo y la ira son las razones por las que la vida de una gaviota es tan corta, y al desaparecer aquéllas de su

pensamiento tuvo por cierto una vida larga y buena» (1. S. Gaviota). Por lo demás, la vigilia se resuelve en un

sueño, solo que un poco más obstinado, y así -digámoslo mitad broma y mitad vera- la verdadera utopía tiene

mucho que ver con la verdadera locura, que a su vez no sea quizá sino la sabiduría misma, la cual, cansada de

las mezquindades de este mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca, esto es, de refundar la

realidad. ¡Y si dicen que dizan! Contra la miopía del utilitarismo siempre estará la hipermetropía del

inutilitarismo. Nada más inútil que el utilitarismo, porque también a él se le podría preguntar: «¿es útil lo que

sólo produce utilidad?».

¿Cuál podría ser el relieve de una persona sin utopía? La caricatura de sí misma. Cuando alguien hizo notar a

Picasso que su retrato no se parecía al original, esto es, a la bella Gertrude Stein, el pintor contestó: «Eso

carece de importancia, ya se parecerá». El utilitarista pragmatista factista materialista (y de las Jons) se pudre

en el propio cocedero, y al final todos los dedos se le vuelven huéspedes, como lo expresa el romance

burlesco:

«Con la grande polvareda

Perdimos a Don Beltrane».

Podríamos decir muchas más cosas, pero sólo queremos apuntar ésta: el carente de utopía quizá pueda hacer

bien las cosas, pues el aburrimiento también resulta productivo, y la monotonía está en el origen de la división

social del trabajo postulada por el primer capitalismo (produce más el que sólo hace la misma cosa, por

ejemplo ajustar las mismas tuercas, o hasta la misma tuerca, el hombre-tuerca), pero el utópico no hace las

cosas ni por aburrimiento, ni siquiera por deber, al fin y al cabo una cosa secundaria, un sustituto de mayores

voluntades, sino lisa y llanamente por ilusión. Así que, hermano utópico, diles por favor de mi parte que

pesimista es aquél que afirma solemnemente: «pasado mañana es lunes».

3. 19. Responsabilizarse solidariamente

Ser responsable es responder de lo hecho y de lo que no se hizo habiendo debido hacerse, de ahí que conlleve

el «confrontamiento». Confrontar es interpelar razonable y cordialmente al otro respecto de alguna conducta

dificilmente explicable o incorrecta, tratando de buscar siempre una mejor y más honesta relación, en lugar de

abandonarse a la indiferencia o al estancamiento en las relaciones. Por eso la responsabilidad afecta tanto a sí

mismo como a los demás, sobre todo porque hay que aprender a ser responsable y a enseñarlo luego;

progresar no es escalar, ni escalar es trepar. Nunca se valorará suficientemente la importancia de la

solidaridad bien entendida, del compañerismo, del sindicalismo militante, del orgullo de servir, no del mero

gremialismo.

Llevar más lejos la mirada: ser responsables también de los débiles no gremiales. Cada cual ha de estar alerta

en favor de los demás; si alguien sufre, la obligación es ayudar, cuidar, aliviar el dolor del otro. Ello causa

también placer propio. Compañerismo quiere decir estar a las maduras pero también a las duras, no pretender

cobrar los favores que hiciste, frenar en lo posible los sentimientos de envidia mezquina. Para quien ha

madurado en esta dirección, el mayor pesar «no es la soledad, sino que las otras gaviotas se nieguen a creer en

la gloria que les esperaba al volar; que se negasen a abrir sus ojos y ver» (J. S. Gaviota). Tampoco se trata de

hacer grandes discursos o grandes prédicas, ni de llevar al otro libros piadosos ni regalos apabullantes. Basta

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con nuestra presencia afectuosa, con una sonrisa, con un vaso que se acerca o una mano que se acaricia, o

unas flores que se cambian, todo es realmente sencillo abajo.

Como venimos diciendo, pues, toda solidaridad comienza sencillamente por abajo: «Muchas personas de

buena voluntad y que quisieran hacer algo por los demás se sienten cohibidas porque no se creen capaces de

hacerla. Ellas comprenden que no hay donación sin entrega, que no hay humanismo sin servicio, y que no hay

auténtico cristianismo sin una verdadera solidaridad, sin compartir la suerte de los demás, sobre todo de los

más necesitados. Por desgracia, durante muchos años nos han presentado como héroes o santos a aquellas

personas que hicieron de su vida un servicio en la entrega a los que sufrían. En realidad son personas como

nosotros que supieron descubrir a tiempo que se enriquece más el que da que el que recibe y que, cuando uno

se atreve a servir, las cosas se desarrollan con toda naturalidad. Uno no sabe de lo que es capaz hasta que se

pone a hacerla. De repente, descubre que ha estado perdiendo un tiempo lastimosamente, que se agobiaba por

aparentes problemas que pierden su virulencia ante las auténticas desgracias que uno descubre cuando se

asoma a los umbrales de la marginación y de la desesperanza. Y uno se pasma de haber estado pasando tantos

años junto al dolor y junto a la soledad de los que estaban ahí, a la vuelta de la esquina. No hay que calentarse

la cabeza buscando ocasiones extraordinarias para hacer cosas grandes. Quizá nunca lleguen esas ocasiones y

habremos desperdiciado un tiempo precioso en el que podríamos haber llevado una sonrisa, un consuelo, o

una palabra de ánimo a quien la esperaba gritándonos en silencio su necesidad y nosotros sin enteramos. No

existen límites de edad, de sexo o de condición social para practicar la solidaridad. No es preciso ni tan

siquiera ‘ser bueno’ para empezar a hacer cosas buenas. Aviados estaríamos. Nunca comenzaríamos. Lo que

importa es echarse a andar. Mirar a nuestro alrededor: unos ancianos que están solos, algún enfermo terminal,

alguna familia con algún problema angustioso, alguien que necesita un pequeño servicio. Quizás haya una

residencia de ancianos cerca de su casa. Pregunte qué día y qué hora son las mejores para visitarlos. Vaya un

par de horas a la semana con una persona amiga. Hable con ellos, escúchelos, siéntese un rato a su lado.

Puede que haya algún hospital cerca de su casa o de donde trabaja. Diríjase al capellán o la asistenta social o a

alguna hermana enfermera, pregúntele por los enfermos que no reciben visitas, por los que se sienten más

solos o más desdichados. Comprométase a visitarlos cada semana, aunque sean unos minutos. No se trata de

llevarles nada más que su compañía, su interés, su afecto. Acompañarles, escucharles, que se sientan queridos

por alguien que rompe la rutina de su aislamiento y de su soledad. A veces nos reciben con un cierto

desconcierto que parece hostilidad. No hay tal. Es sorpresa y timidez. No están acostumbrados. Vuelva a la

otra semana y a la otra. Verá cómo le esperan. Es una emoción y una experiencia inexpresables. Es preciso ser

prudentes, pacientes, no hacer preguntas innecesarias. Sobre todo, saber escuchar. No intentar cambiar nada ni

arreglar nada. Basta con que se sientan acompañados y queridos, sin más. Asilos, hospitales, orfanatos,

hogares de subnormales, clínicas psiquiátricas, comedores de vagabundos y de mendigos, es inmensa la lista

de posibilidades. No es nada de magia ni de milagro. Es la experiencia de compartir la soledad de los demás,

su marginación y su abandono. Nunca es tarde para comenzar. Ahora es el momento. Siempre se pueden sacar

dos horas a la semana de cualquier actividad. No haga más. Así no se cansará y será fiel a esa cita con lo

mejor de nosotros mismos» (José Carlos García Fajardo: «Solidarios para el desarrollo»).

Aquí caben todos, los más listos y los menos listos, como relata esta parábola rabínica: «Cuando el gran

rabino Israel Baal Shempov veía el peligro que amenazaba a sus fieles, tenía la costumbre de refugiarse en un

cierto lugar del bosque para meditar. Entonces encendía un fuego, rezaba una oración especial y el milagro se

producía: el peligro quedaba descartado. Más tarde, cuando uno de sus discípulos, el célebre Magid de

Meseritz, tenía que interceder ante Dios en una situación similar, se iba al mismo lugar del bosque y decía: -

¡Señor del Universo, escúchame! Yo no sé cómo encender el fuego, pero conozco la oración. Y aún se

producía el milagro. Mucho más tarde, el rabino Moshe Leib de Sasov, para salvar a su pueblo una vez más,

iba al bosque y decía: - Yo no sé cómo encender el fuego, no conozco la oración, pero conozco el lugar y esto

debe ser suficiente. Después al rabino Israel de Reshin le ocurrió tener que vencer un gran peligro. Sentado en

una silla, con la cabeza entre las manos, se dirigió a e Dios. - Yo soy incapaz de encender el fuego, no

conozco la oración y tampoco conozco dónde se encuentra el lugar del bosque. Lo único que puedo hacer es

contar la historia. ¿Es suficiente? ¡ Y esto fue suficiente!».

Así las cosas, esta solidaridad primaria y de asistencia directa (nivel uno) puede y debe organizarse

reflexivamente, alargarse estudiando a fondo por qué existe tanta injusticia y cuáles son las raíces de esa

injusticia cósmica, las grietas dramáticas de un sistema tan injusto como el capitalismo (nivel dos), para lo

cual hace falta intentar transformar la realidad de forma sociopolítica (nivel tres), en el sentido en que lo

tratamos en el capítulo tercero del presente estudio.

3. 20. Aprender a ser amigo

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Solidaridad entraña amistad. La amistad favorece la solidaridad: «Todo automovilista sabe cuán fácilmente se

indigna uno con los extraños que le estorban el paso. Hace poco se me atravesó uno, cuenta Eibesfeldt. Yo me

disponía a injuriarlo ya, cuando reconocí en el conductor a un buen conocido mío, y al momento cambié de

humor; nos sonreímos, nos saludamos con talante amistoso, e inmediatamente había desaparecido mi

indignación. Con los desconocidos somos menos tolerantes» (l. Eibl-Eibesfeld: Amor y Odio. Ed. Siglo XXI,

1974, p, 91). No existe nada más generador de relaciones afectivas y efectivas vinculaciones, nada que frene

más la agresión, que la creación de vínculos, como se dice en El Principito de Saint-Exupéry:

«Entonces apareció el zorro.

-Buenos días, dijo el zorro.

-Buenos días, respondió cortésmente el principito, que se dió la vuelta pero no vió nada.

-Estoy aquí -dijo la voz- bajo el manzano.

-¿Quién eres?, dijo el principito. Eres muy lindo.

-Soy un zorro, dijo el zorro.

-Ven a jugar conmigo, le propuso el principito. ¡Estoy tan triste!

-No puedo jugar contigo, dijo el zorro. No estoy domesticado.

-¡Ah! Perdón, dijo el principito.

Pero, después de reflexionar, agregó:

-¿Qué significa «domesticar»?

-No eres de aquí, dijo el zorro. ¿Qué buscas?

-Busco a los hombres, dijo el principito. ¿Qué significa «domesticar»?

-Los hombres -dijo el zorro- tienen fusiles y cazan. Es muy molesto

También crían gallinas, Es su único interés. ¿Buscan gallinas?

-No, dijo el principito. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»?

Es una cosa demasiado olvidada, dijo el zorro. Significa «crear vínculos»

-¿Crear vínculos?

-Sí, dijo el zorro. Para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te

necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para tí más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me

domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo... Conoceré un ruido de

pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me harán esconder bajo la tierra. El tuyo me

llamará fuera de la madriguera, como una música... Cuando me hayas domesticado ¡será maravilloso! El trigo

dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo...

-Sólo se conocen las cosas que se domestican, dijo el zorro. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer

nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya

no tienen amigos. Si quieres un amigo, ¡domestícame!

-¿Qué hay que hacer?, dijo el Principito

-Hay que ser muy paciente -respondió el zorro- Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba.

Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca.

Al día siguiente volvió el principito.

-Hubiese sido mejor a la misma hora, dijo el zorro. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré

a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e

inquieto, ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar

mi corazón. Los ritos son necesarios.

-¿Qué es un rito?, dijo el principito.

-Es también algo demasiado olvidado, dijo el zorro. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días:

una hora, de las otras horas...

El principito se fue a ver nuevamente a las rosas:

-No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún, les dijo. Nadie os ha domesticado y no habéis

domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le

hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Y las rosas se sintieron bien molestas.

-Sois bellas, pero estáis vacías, les dijo todavía. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte

común dirá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la

rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa a

quien abrigué con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron

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mariposas). Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aun, algunas veces, callarse.

Puesto que ella es mí rosa.

Y volvió hacia el zorro:

Adios, dijo el zorro. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es

invisible a los ojos.

-Lo esencial es invisible a los ojos, repitió el principito, a fin de acordarse.

-El tiempo que perdiste por tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.

-El tiempo que perdí por mi rosa... -dijo el principito-, a fin de acordarse.

-Los hombres han olvidado esta verdad, dijo el zorro. Pero tú no debes olvidada. Eres responsable para

siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa.

-Soy responsable de mi rosa, repitió el principito, a fin de acordarse.» (Alianza Ed. Madrid, 1975, pp. 80-88).

Pero domesticar en el buen sentido de crear vínculos, como todo en este mundo, no significa empeñarse en lo

imposible, siendo menester saber darse cuenta de que también la ternura tiene un límite: «Un elefante

paseaba un día por la selva cuando vió entre la hierba un nido con cuatro pequeños huevos. No viendo a la

madre se puso a llamada, pero como no venía pensó: -No puedo dejar sin calor estos huevecillos, tengo que

cubrirlos. Y se agachó despacio sobre el nido, pero el peso de su cuerpo rompió los huevecillos. Cuando se

dio cuenta exclamó dolido: - También la ternura tiene un límite».

3. 21. Estar ajustado frente a desorganizarse y desajustarse

Estar ajustado significa introducir el orden en los demás y en uno mismo; estar ajustado exige estar

manejando las cosas cabalmente y relacionándose con precisión y sencillez con los demás; estar ajustado

significa estar funcionando de un modo coherente tanto interna como externamente. Y, como el estar ajustado

es un estarse ajustando procesualmente, por ende un camino largo en la medida en que tendemos a

desajustamos según vamos ajustándonos, el sentido de toda acción pasa por el intento (inexcusable como tal)

de lograr a la vez el ajuste colectivo en el que se inscribe el individual, y a la inversa. Lo contrario sería

desajustar(se) ajustándose por una parte al inmovilismo, o desajustar(se) ajustándose por la otra parte al

individualismo o al totalitarismo. Animo, pues, que el proceso de ajuste dura tanto como la vida. Pon atención

a este relato anónimo:

«Era una vez un chino que tenía un caballo. El caballo se le escapó. Los vecinos fueron a darle el pésame.

-‘¿Quién dice que sea una desgracia?’, les contestó el chino.

En efecto, a la mañana siguiente el caballo vino trayendo una yegua salvaje. Los vecinos le felicitaron.

-‘¿Quién dice que sea una fortuna?’ , respondió el chino.

A los dos días su hijo primogénito, montando la yegua, se cayó y quedó cojo. Los vecinos expresaron su

sentimiento de dolor.

-‘¿Quién dice que sea una desgracia?’, volvió a preguntar el chino.

Al año siguiente hubo una guerra en el país. El primogénito, por estar cojo, no tuvo que alistarse en el

ejército...

Y la parábola podría continuar».

3. 22. Ser honesto

Ser responsable exige ser honesto, reconocer y decir la verdad; las mentiras, las tergiversaciones, las trampas,

las simplificaciones manipuladoras, distorsionan el flujo de la información, y nada funciona sobre un flujo de

información confuso y distorsionado. Al final la mentira tiene las patas muy cortas y se vuelve contra el

embustero: si has gritado muchas veces que viene el lobo cuando no venía, te encontrarás solo en el momento

en que venga de verdad. Así pues, resulta que no estamos solos, y que nuestra búsqueda de veracidad ha de

compatibilizarse con la presencia de los otros. Procura tener en cuenta esto, por si acaso:

-el eterno preguntón querrá entorpecer, sería feliz conociendo tu opinión para que apoyes su punto de vista:

reenvía sus preguntas al grupo, no resuelvas sus problemas por principio, no tomes partido;

-el señor sabelotodo querrá oponer su opinión a todos; puede que sepa, o que sea un charlatán, pero tú di: «he

aquí un punto de vista interesante, veamos qué piensa el grupo»;

-el querellador pretenderá herir a los demás, o tener razones legítimas para quejarse: permanece tranquilo,

procura aislarle del grupo, dile que tratarías con mucho gusto sus problemas en privado, atrinchérate tras la

falta de tiempo;

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-el buey mudo se desinteresará de todo, creyéndose por debajo o por encima de los asuntos tratados: trata de

despertarle pidiendo su opinión, indícale sin exagerar el respeto que sentimos por su experiencia;

-el embrollón discutirá por discutir: separa lo que hay de bueno en sus intervenciones y pasa a otra cosa,

déjale empeñarse en las tonterías y oponle la opinión del grupo, háblale en particular;

-el tipo chachi estará siempre dispuesto a ayudar, seguro de sí: ayuda preciosa, hazle aportar frecuentemente

su contribución, dale las gracias;

-el obstinado ignorará sistemáticamente el punto de vista de los demás: une al grupo contra él, dile que

estarías encantado con discutir eso en privado con él;

-el charlatán hablará de todo fuera de tema y de modo incontrolable; dile: «¿no nos estamos alejando del

tema?» Observa el reloj ostensiblemente;

-el tímido tendrá ideas claras, pero le cuesta formularlas: ayúdale, atrae la atención sobre sus buenas

intenciones;

-el obseso de ideas fijas será además susceptible: devuélvele al discurso, tratale con cuidado, aprovecha las

ideas interesantes que pueda exponer;

-el hombre de los apartes será distraído, distraerá a los demás, y hablará con o sin motivo: llévale al asunto,

pide su opinión sobre la última idea expuesta por el grupo;

-el tipo de cuello duro tratará al grupo de manera altiva: no hieras su susceptibilidad, utiliza con él el «sí,

pero». y si te tocan todos estos animalitos juntos en el Arca, llama en tu auxilio a Noé, y capea como puedas

el diluvio.

3. 23. Confrontamiento frente a deterioro, estancamiento y superficialidad

Confrontar es reclamar razonablemente ante una falta o un comportamiento negativo de otra persona. El

sentimiento que lleva a confrontar es el de ayudar a los otros a recuperar su responsabilidad perdida. Decirle a

otro lo que crees que no ha hecho bien, decírselo con cariño, puede ser una herramienta capital para la vida

comunitaria, y a través de ella deben ponerse en evidencia todos los valores y principios comunes.

Cuando no existe confrontación, hay paralización y estancamiento. Si se dejan pasar por alto los

comportamientos negativos, se está implícitamente de acuerdo con el deterioro, y entonces se evidencia una

falta de profundización en el comportamiento, y una superficialidad: se está estancado. Estancarse conduce a

no crecer, regresar más que progresar; el estancamiento conduce a la regresión, al sitio del que se quería salir.

Al estancamiento del otro conducen quienes se comportan con excesivo paternalismo, según nos recuerda el

viejo chiste: «-Pero hombre ¿por qué le has dicho a ese señor que la estación está a cinco minutos, si por lo

menos hay una hora?-Es que le vi tan cansado, que me dió pena».

3. 24. Claridad y firmeza de propósito frente a incertidumbre e inseguridad

Como señala Carl R. Rogers, cualquier experiencia que se supone confusamente incompatible con la

organización o estructura de la persona puede ser percibida como una amenaza para quien no tiene las ideas

claras, y cuanto más numerosas sean estas percepciones oscuras o confusas, tanto más rígidamente se

organizará la estructura para defenderse, siguiendo aproximadamente este ciclo:

a) La amenaza se produce cuando las experiencias confusas son percibidas o anticipadas como incompatibles

con la estructura de uno mismo.

b) La ansiedad es la respuesta afectiva a la supuesta amenaza.

c) La defensa es una secuencia de conducta en respuesta a la amenaza, cuyo objetivo es el mantenimiento de

la estructura de sí mismo.

d) La defensa implica un rechazo o distorsión de la experiencia percibida para reducir la incongruencia entre

la experiencia y la estructura del yo.

e) La conducta defensiva reduce la conciencia de amenaza, pero no la amenaza misma.

f) La conducta defensiva aumenta la susceptibilidad subjetiva respecto a la amenaza, tanto más cuanto más

recurrentes y distorsionadas sean las percepciones subjetivas.

g) La amenaza y la defensa tienden a volver una y otra vez en una secuencia: a medida que progresa dicha

secuencia la atención se aparta cada vez más de la amenaza original, pero una mayor parte de experiencias

son distorsionadas y se vuelven susceptibles a la amenaza.

h) Esta secuencia defensiva se limita por la necesidad de aceptar la realidad (cfr. Carl R. Rogers: Psicoterapia

centrada en el cliente. Ed. Paidos, Buenos Aires, 1986, pp. 436-437).

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Así que lo importante es analizar la realidad para no hacerse confusos planteamientos sobre ella. Sin una

mente clara, aclarada a lo largo de este aprendizaje, y sin perseverancia, no se puede pensar en crecimiento ni

en superación de los defectos.

No siempre la claridad llegará después de la noche. En ocasiones habrá que anticipar dicha claridad, que

llegará por una apuesta en medio de la noche, y que será la fuente de donde mane y corra el día: «Para que el

estado poético se insinúe en nosotros ¿verdad que no es necesario que lleguemos de antemano al

conocimiento entero del poema ni aún en el caso de que éste sea corto? Tres o cuatro versos al azar, y a veces

cualquier retazo o jirón de estrofa suelta, basta y sobra... No ha terminado la frase; no sabemos cómo haya de

seguir, y el encanto, sin embargo, ya se ha operado» (Manuel Abril: Las sílabas de Dios, o la poesía pura.

Renuevos de Cruz y Raya, Madrid, 1962, p. 57). Y sobre todo en tiempos de noche hay que cultivar la vigilia

en sumo grado, pues el ángel pasa fugaz y sólo de tarde en tarde: Felices aquellos que conservan, entre las

diez mil vírgenes, la lámpara encendida.

3. 25. Ascetismo

La solidaridad pide ascetismo. Podríamos realmente planteamos la reducción de nuestro consumo (o de

nuestras ansias de consumo, en su caso) como una cultura de la pobreza, o mejor, como una cultura de la

austeridad, cambiando nuestras actitudes sobre el uso de la naturaleza, del agua, de las cosas que sacamos de

la naturaleza, con lo cual solucionamos los problemas del ahorro a nivel individual y colectivo, del desarrollo

solidario, del crecimiento y de la ecología. Es menester una nueva concepción de las necesidades humanas.

Aprender a vivir con lo menos posible, disfrutar lo pequeño. Sócrates: grandiosa carencia de necesidades,

¡«cuánto es lo que no necesito»!

A menor hedonismo mayor libertad. Ya es hora de aprender a discernir entre las diversas formas de consumo,

y primar el valor de la creatividad, no del mero consumir. Ya es hora de empezar a pensar en ir del tener al

ser. Pero atención, recordemos una vez más también aquí la importancia del humor, en este caso del

ascetismo con humor, pues ascetismo malhumorado no resulta presentable de ninguna manera. Un ejemplo:

«Eso me recuerda el caso de un amigo que pretendía subir a un pueblo de montaña, que por entonces no tenía

comunicaciones regulares; al enterarse de lo que le cobraba un taxi todoterreno, decidió emprender el viaje

por sus propios medios, a pie; cuando ya había recorrido medio camino y tenía el corazón en un puño y la

lengua fuera, se detuvo, echó la vista atrás, palpó su cartera, y en un arrebato de consuelo se dijo: mira, de qué

manera más fácil acabo de ganar dos mil pesetas y, además, tengo al alcance otras dos mil; y reemprendió el

camino, lleno de ánimo» (Fuertes-Benito: Sonrisas y Salmos. Ed. Paulinas, Madrid, 1993, p. 144).

3. 26. Felicidad y Afectividad

Unamuno, al rechazar con razón el eudemonismo fácil que reduce felicidad a sensualidad y a gozo carnal,

exageraba sin embargo cuando aseguraba: «o la felicidad o el amor; si quieres una tendrás que renunciar al

otro». No. No se trata de llorar ni de sufrir, pues; aunque tampoco se trata de hacer en la vida única y

exclusivamente aquello que nos proporcione «felicidad», y menos aún felicidad de saldo, a precio barato,

supuesta felicidad momentánea para aquí y ahora y para mí solo que no sería sino embrutecimiento narcisista

o dejación de las posibilidades del allí y del mañana. Lo que importa en nuestro proyecto no es sólo la

felicidad, sino la libertad creadora en el compromiso solidario, aunque esto a veces conlleve cansancio,

dolor, e incluso cruz.

Así que nada de dividir los valores en placenteros o displacenteros, pues eso sería tanto como reducir la vida

espiritual y moral, en última instancia, al ámbito del epicureísmo narcisista. Más cierto es que en el fondo la

última instancia de nuestras acciones o es auto-relativa o es hetero-relativa, pero lo auto-relativo sin lo hetero-

relativo resulta impensable para quien quiere crecer en el sentido del personalismo comunitario, es decir, para

quien desearía crecer como ser humano: «En otras palabras, la felicidad se encuentra en una Isla -en un lugar

alejado y de reducidas dimensiones-, adonde sólo tienen acceso los hombres de letras y de espíritu sosegado.

En la Isla hay un castillo roquero. En el castillo hay una gran estancia con una biblioteca muy nutrida. En la

biblioteca hay, entre mil millares de libros, an libro. En este libro, que consta de mil páginas, hay una página.

En dicha página se explica, muy documentadamente, en qué consiste la felicidad. Desde luego, tenemos la

vehemente sospecha de que en tal página, encontrada por fin en las postrimerías de la vida, se nos dirá que la

vida feliz es justamente esa que nosotros hemos vivido, devorando páginas y más páginas, consultando libros

y más libros, empeñados en la dulce y ardua conquista de la verdad. La felicidad consiste en la búsqueda y

hallazgo de la verdad» (J. M. Cabodevilla: Feria de utopías, citada, pp. 221-22).

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En similar sentido se expresa un clásico eudaimonólogo, Erich Fromm: «La felicidad es una adquisición

debida a la productividad interior del ser humano. Felicidad y gozo no son la satisfacción de una necesidad

originada por una carencia fisiológica o psicológica; no son el alivio de una tensión, sino el fenómeno que

acompaña a toda actividad productiva en el pensar, en el sentir y en el hacer. El gozo y la felicidad no son

diferentes en calidad; difieren solamente en cuanto que el gozo se refiere a un acto singular, mientras que la

felicidad es una experiencia continua o integrada de gozo; podemos hablar de gozos en plural, pero solamente

de felicidad en singular. La felicidad es la indicadora de que la persona ha encontrado la respuesta al

problema de la existencia humana: la realización productiva de sus potencialidades siendo simultáneamente

uno con el mundo y conservando su propia integridad. Al gastar su energía productivamente acrecienta sus

poderes, ‘se quema sin ser consumido’. La felicidad es el criterio de excelencia en el arte de vivir; de virtud,

en el sentido que posee para la ética humanista. La felicidad es considerada frecuentemente como lo opuesto

lógicamente al pesar y al dolor. El sufrimiento físico o mental es parte de la existencia humana y el

experimentarlos es algo inevitable. El rehuir la pena a toda costa sólo puede lograrse al precio de un

aislamiento total, el cual excluye la capacidad para experimentar la felicidad. Lo opuesto a la felicidad no es,

por consiguiente, el pesar o el dolor, sino la depresión que resulta de la esterilidad interior y de la

improductividad» (Ética y psicoanálisis. Fondo de Cultura Económica, México, 1980, p. 205). Y por eso

mismo, por el carácter abierto y transitivo de la productividad interior efusivamente derramada hacia las

demás personas, felicidad y afectividad son como el mar y los peces, y al supuesto derecho a la felicidad le

correspondería en todo caso la contrapartida del deber de corresponder.

Para no alargamos demasiado, en fin, entre las siguientes dos frases antitéticas de mayo del 68 relativas a este

asunto «Yo decreto el estado de felicidad permanente»/«Mierda a la felicidad», la felicidad es una utopía

necesaria que hemos de alzar hasta lo alto con una escala de valores adecuada al hombre tal y como éste

podría-debería llegar a ser. Alzar hasta lo alto, sí, pues eudaimonía (felicidad) no es placer físico tan sólo:

«Él y ella sentados

juntos, muy juntos,

en un banco, en la noche,

en el jardín ducal.

En la quietud se la oye decir:

¿Te gustaría besarme?

Él: sí

Ella: ¿Mi mano?

Él: No

Ella: ¿Mi boca?

Él: No

Ella: ¡Qué odioso eres!

Él: Yo querría besar el borde de tu vestido».

Hoy las cosas son menos elevadas al respecto, sin embargo. Se dice que el cine está enfermo, porque los

protagonistas siempre andan en la cama; el cuerpo mismo aparece cada dos por tres encarnado, en todo

momento permanentemente dispuesto al revolcadero. Empero, no parece quererse resaltar que -según

afirmábamos en el capítulo primero del presente estudio- no podemos separar el cuerpo que tenemos y la

realidad humana que somos, de tal modo que, si también en este punto reducimos lo que somos a lo que

tenemos, entonces nos reducimos a un objeto de consumo. Pero el cuerpo es soporte del humor espiritual,

templo vivo del espíritu y no cosa, el lugar en que la dignidad se hace ternura, paciencia del crecer juntos,

perdón, alegría del cuidar del otro:

«Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire,

El que agradece que en la tierra haya música.

El que descubre con placer una etimología.

Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.

El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.

Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.

El que acaricia a un animal dormido.

El que justifica o quiere justificar el mal que le han hecho.

El que agradece que en la tierra haya Stevenson.

El que prefiere que los otros tengan razón.

Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo»

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(J. L. Borges, Los justos)

3. 27. Encajar el dolor

Pero en la vida no todos son momentos dulces, pues cuando menos se espera vienen los tragos amargos. «Un

manotazo duro, un golpe helado, un hachazo invisible y homicida», como dice el poeta, pueden sacamos de

nuestras casillas si no asumimos el dolor como un componente ineliminable de la realidad humana, y si

tenemos una imagen falsa y superficial de lo que es la existencia de las personas.

Además, el sufrimiento puede hacer al ser humano más diáfano, más lúcido, más sencillo, con una mayor

sabiduría de lo esencial, pues quien lo conoce y lo asume madurando se ha asomado a lo profundo de la

realidad humana. Por lo demás, una de las fuentes más grandes de humanismo la constituye el sufrimiento

compartido, y, como asegura la primera de las Canciones de los niños muertos de Rückert (musicadas por

Mahler):

«No debes aferrarte a tu dolor

Puedes sumergido en el dolor general»

El sufrimiento dotado de sentido apunta siempre más allá de sí mismo, remite a una «causa» por la que

ofrecemos sin masoquismo nuestros padecimientos (cfr. Viktor E. Frankl: Homo patiens. Ensayo de una

patodicea. In El hombre doliente. Fundamentos antropológicos de la psicoterapia. Ed. Herder, Barcelona,

1987, pp. 199-297). Así las cosas, según el logoterapeuta Viktor E. Frankl, «la vida del hombre no se colma

solamente creando y gozando, sino también sufriendo. Preguntémonos honradamente si estaríamos dispuestos

a suprimir de nuestra vida las experiencias desventuradas en materia amorosa, a borrar de ella las vivencias

dolorosas o desdichadas, y nos contestaremos, sin ningún género de duda, que no. La plenitud de dolor no

significa, ni mucho menos, el vacío de la vida. Por el contrario la persona madura en el dolor y crece en él; y

estas experiencias desgraciadas le dan mucho más de lo que habrían podido darle grandes éxitos amorosos.

Entre las obras de música inmortales no se cuentan solamente las sinfonías incompletas, sino también las

‘patéticas’. El sufrimiento crea en la persona una tensión fecunda y nos atreveríamos a decir que hasta

revolucionaria haciéndole sentir como tallo que no debe ser. A medida que se identifica por así decirlo con la

realidad dada, elimina la distancia que le separa de ella y, con la distancia, la fecunda tensión entre el ser y el

deber ser. Para el sentido común el llorar lo irreparablemente perdido es algo tan inútil y tan absurdo como el

lamentar acciones pasadas que ya no es posible cancelar. Sin embargo en la historia interior de la persona

ambas emociones, las del duelo y la del arrepentimiento, tienen su sentido. Esta posibilidad de convertir lo ya

acaecido en algo fecundo para la historia interior de la persona no se halla, ni mucho menos, en contradicción

con su responsabilidad, sino que por el contrario forma una unidad dialéctica. Aquel que ante el golpe de

infortunio se aturde o trata de distraerse no aprende nada. Trata de huir de la realidad. No hay en la vida

ninguna situación que el ser humano no pueda ennoblecer haciendo algo o aguantando, como dijera Goethe.

La vida es siempre una ocasión para algo mejor» (Psicoanálisis y existencialismo cit. pp. 159 ss). «En cierta

ocasión viene a mi consulta un anciano médico que hacía un año había perdido a su mujer, a quien él amaba

sobremanera, sin que pudiera encontrar algo capaz de consolarle por esta pérdida. Yo pregunto a este

paciente, tan profundamente deprimido, si se le había ocurrido pensar alguna vez lo que hubiese sucedido en

caso de haber muerto él antes que su mujer: ‘No se puede imaginar, mi mujer se habría desesperado’.

Entonces me permití hacerle esta observación: ‘Vea usted de qué trance se ha librado su mujer, y usted ha

sido precisamente quien se lo ha evitado, aunque esto le cueste a usted tener que llorarla ahora muerta’. En

ese mismo instante comenzó a cobrar un sentido su dolor: el sentido del sacrificio. Su sino estaba decidido y

nada podía cambiado, pero se había cambiado su actitud frente a él. El destino le había exigido la renuncia a

la posibilidad de plenificar su vida en el amor, pero le había quedado la posibilidad de tomar postura ante este

destino, la de aceptarlo y enfrentarse a él dignamente» (Viktor E. Frankl: La idea psicológica del hombre. Ed.

Rialp, Madrid, 1986, p. 117). Sí: armonía en la contrariedad, como en el caso del arco y de la lira.

3. 28. Armarse de paciencia

Y, junto a todos estos hermosos valores activos, ser paciente («los males que no tienen fuerza para acabar con

la vida no la han de tener para acabar la paciencia», escribió Cervantes), mantener la esperanza más allá del

tiempo, pues las dimensiones profundas de nuestra existencia que comienzan en el espacio y en el tiempo van

más allá de espacio y de tiempo, superan espacio y tiempo sin destruir la hermandad. Por lo demás, «todo el

horror de los siglos pasados y presentes en la larga y difícil historia del hombre es inexistente además para

cada niño que nace y para cada joven que comienza a creer. Cada esperanza de cada joven es nueva -

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felizmente- porque el dolor no se sufre sino en carne propia. Esa cándida esperanza se va manchando, es

cierto, deteriorando míseramente, convirtiéndose las más de las veces en un trapo sucio, que finalmente se

arroja con asco. Pero lo admirable es que el hombre siga luchando a pesar de todo y que, desilusionado o

triste, cansado o enfermo, siga trazando caminos, arando la tierra, luchando contra los elementos y hasta

creando obras de belleza en medio de un mundo bárbaro y hostil. Esto debería bastar para probarnos que el

mundo tiene algún misterioso sentido y para convencemos de que, aunque mortales y perversos, los hombres

podemos alcanzar de algún modo la grandeza y la eternidad. Y que, si es cierto que Satanás es el amo de la

tierra, en alguna parte del cielo o en algún rincón de nuestro ser reside un Espíritu Divino que incesantemente

lucha contra él, para levantamos una y otra vez sobre el barro de nuestra desesperación» (Ernesto Sábato:

Hombres y engranajes. Alianza Editorial, Madrid, 1983, p. 94).

Pero aunque el mundo no esté dominado por la presencia del mal, al menos es cierto que hay que esforzarse

por descubrir el valor pasivo del saber soportar la adversidad, entender el sufrimiento y poder incluso

solidarizarlo, pues, como dijera san Agustín, es de mayor mérito ante Dios saber padecer cosas adversas que

afanarse en buenas obras. En este sentido cabria esforzarse una vez más por descubrir el valor del sufrimiento

sin masoquismo ni victimismo, ni miserabilísimo: «Un atardecer de 1947- escribe Ernesto Sábato-, mientras

iba camino de una aldea de Italia a otra, vi a un hombrecillo inclinado sobre su tierra, trabajando todavía

afanosamente, casi sin luz. Su tierra labrada renacía a la vida. Al borde del camino se veía todavía un tanque

retorcido y arrumbado. Pensé qué admirable es a pesar de todo el hombre, esa cosa tan pequeña y transitoria,

tan reiteradamente aplastada por terremotos y guerras, tan cruelmente puesta a prueba por incendios y

naufragios y pestes y muertes de hijos y padres» (Hombres y engranajes. Alianza Ed. Madrid, 1983, pp. 87-

88).

Ser paciente: volver a empezar sin prisa y sin pausa. Pero a fin de evitar tropezones innecesarios ser paciente

exige saber detenerse, pues ya se sabe que el refranero popular avisa al respecto cuando dice aquello de

«vísteme despacio que tengo prisa». Sabiduría oriental: «El Filósofo, hablando de Yen-yuan (Hoei), decía:

‘¡Ay! yo le vi siempre avanzar y nunca detenerse’». Está claro, en resumen, todo: armémonos de paz y de

sabiduría de vivir, armémonos de paz-ciencia, que puede ser contagiosa si sabe vivirse: «She Kun Tzu Kao

preguntó a Confucio sobre el modo de gobernar. ¿Cuál es el mejor gobierno? Confucio le contestó: El mejor

gobierno es el que atrae a los lejanos y a los viejos los hace nuevos» (Mo Ti: Política del amor universal. Ed.

Tecnos, Madrid, 1987, p. 155). Y, desde luego, practiquemos con el ejemplo: «Al cumplir la tarea de la

predicación, recuerden los hermanos que los oyentes escuchan de mejor gana a los testigos que a los maestros,

y aun a los maestros sólo les escuchan si son también testigos; por tanto, que la predicación se la dirijan en

primer lugar a sí mismos» (Constituciones Generales de la Orden de Frailes Menores, cap. V, art. 103,2).

3.29. Valores de la persona realizada

Podemos resumir todo lo que hemos venido diciendo en este capítulo asumiendo y ampliando los valores a los

que apunta la persona cuando conoce el ser en las experiencias cumbre siguiendo al psicólogo humanista

Abraham S. Maslow:

a) Totalidad (unidad, integración, interconexión, organización, superación de la dicotomía).

b) Perfección (justicia, determinación, equidad, plenitud).

c) Consumación (terminación, finalidad, realización).

d) Rectitud (orden, legitimidad, autenticidad).

e) Vida (procesualidad, no estar muerto, espontaneidad).

f) Riqueza (diferenciación, complejidad, intrincación).

g) Sencillez (honestidad, esencialidad, esquematicidad).

h) Belleza (rectitud, forma, esplendor del conjunto).

i) Bondad (benevolencia, donatividad, entrega).

j) Individualidad (personalidad, diferencia, irrepetibilidad).

k) Alegría (diversión, gozo, viveza, humor, exuberancia).

1) Veracidad (pureza, limpieza, claridad, patencia).

m) Autonomía solidaria (ser con los otros sin dejar de ser uno mismo) (El hombre autorrealizado. Ed. Kairós,

Barcelona, 1986, pp. 123-124)

3. 30. El Evangelio: Los valores

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Todo lo dicho por nosotros, absolutamente todo, viene a ser una pequeña nota a pie de página del Sermón del

Monte. Todo lo dicho por nosotros, absolutamente todo lo dicho, es expresión del Decálogo. ¿Por qué?

Porque nada ha sido nunca dicho mejor por ningún humanismo personalista de lo que ha sido dicho en la

Biblia. Con la Biblia, pues, como transfondo y en diálogo con la cultura contemporánea se comprende mejor a

la propia cultura contemporánea, y a la vez se entiende más profundamente la verdad, la belleza y la bondad

del mensaje contenido en las Sagradas Escrituras. En efecto:

-Amarás a Dios sobre todas las cosas.

-Alabarás el nombre de Dios.

-Santificarás los tiempos dedicados a Dios.

-Amarás a tu prójimo como a tí mismo.

- Te amarás a tí mismo como a tu prójimo.

-Te respetarás a tí mismo.

-Respetarás a tu prójimo, a su persona, a su libertad.

-Perdonarás a tu prójimo.

-Honrarás a tus padres.

-No matarás.

-No tomarás los bienes de tu prójimo, ganarás el pan con el sudor de tu frente, solidarizarás tus bienes dando

de comer al hambriento, de beber al sediento, vistiendo al desnudo...

-No cometerás actos impuros, no tendrás corazón impuro. Lucharás contra tus vicios, contra los vicios que

degradan al ser humano, contra las pasiones que lo esclavizan.

-No desearás la mujer de tu prójimo.

-No mentirás, cumplirás tus promesas.

El mundo cambiaría hacia mejor si pusiésemos en nuestro corazón la voluntad de cumplir estos

mandamientos, estas invitaciones, y las que de ahí se derivan. La Ilustración que rechazó este sistema de amor

gratuito esperando y confiando solo en el hombre al que intentó enemistar con Dios, cometió el mayor error

de la historia, error que no deberíamos repetir. Y si alguna vez alguna religión creyó acercarse a Dios por

alejarse del hombre, también se equivocó, pues ¿cómo sería posible aceptar al Creador sin sus criaturas, y

cómo aceptar a las criaturas sin el Creador? (cfr. alegario González de Cardedal. La gloria del hombre. BAC,

Madrid, 1985). He aquí, en fin, estas once peticiones desoídas que nos muestra José A. García Monge para

manifestar que la sabiduría de Dios es más grande que la sabiduría humana, y que la mayor sabiduría consiste

en estar abierto a Dios:

«1. Yo había pedido a Dios poder para ser amado...

y me he encontrado con el amor para no necesitar ser poderoso.

2. Yo le había pedido a Dios la salud para hacer grandes cosas...

y me he encontrado con la enfermedad para hacerme grande.

3. Yo le había pedido la riqueza para ser feliz...

y me he encontrado con la felicidad para poder vivir la pobreza.

4. Yo le había pedido a Dios leyes para dominar a los otros...

y me he encontrado libertad para liberados.

5. Yo le había pedido a Dios admiradores para estar rodeado de gente...

y me he encontrado amigos para no estar solo.

6. Yo le había pedido a Dios ideas para convencer...

y me he encontrado espacio para convivir.

7. Yo le había pedido dinero para comprar cosas...

y me he encontrado personas para compartir mi dinero.

8. Yo le había pedido milagros para creer...

Y Él me ha dado fe para hacer milagros.

9. Yo le había pedido una religión para ganarme el cielo...

Él me ha dado su Hijo para acompañarme por la tierra.

10. Yo le había pedido de todo para gozar en la vida...

Él me ha dado la vida, para que goce de todo.

11. Yo le había pedido ser un dios...

Él quiso hacerme hombre».

BIBLIOGRAFÍA

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TRASCENDER

CIENCIA

Y CREENCIA

1.1. Imposible silenciar la pregunta por lo divino

Comenzábamos preguntándonos ya en el capítulo primero de este trabajo por la persona humana misma, y

después de mucho ir y venir indagando en derredor de ella volvemos a la misma pregunta, porque a pesar de

todo el asombro permanecer respecto de ella:

«¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes,

y el hijo de humano para que de él cuides?

Lo has hecho poco menos de un dios;

le has coronado de gloria y honor.

Le diste el señorío sobre las obras de tus manos,

Todo lo has puesto debajo de sus pies»

(Sal 8, 5-7)

Dichoso el ser humano, aquél que toma conciencia de humanidad, aunque sólo sea por la vía de la pregunta:

«Este mundo cerrado en que vivimos,

y de pronto

¡¡la sorpresa de lo abierto!!

Abierto ¿a qué? Propuesto ¿a qué? No se sabe.

Se adivina lo posible. Se atraviesa lo imposible. Se transmigra,

y sólo se constata, y es una tontería,

que uno no es el que creía».

Estos bellos versos de Gabriel Celaya ¿qué podrían decirnos?. Grande por designio de Dios y a la vez

pequeña por opción pecadora es, como se ha pretendido mostrar en estas páginas, la persona humana; tanto su

grandeza como su pequeñez nos hablan de la exigencia de que alguien infinitamente más grande que ella se

encuentre detrás de su grandeza, sostenga su pequeñez, y la fundamente y dote de sentido para después del día

en que inevitablemente muera, porque ella no se basta a sí misma ni puede ser explicada en todas sus

dimensiones si se empeña en negar la Trascendencia, que siempre es más grande:

«Yahvéh mira de lo alto de los cielos,

ve a todos los hijos de Adán;

desde el lugar de su morada observa

a todos los habitantes de la tierra,

él, que forma el corazón de cada uno,

y repara en todas sus acciones»

(Salmo 3).

Es así. A pesar de cuanto haya venido afirmando la tardomodemidad ilustrada a través de sus clásicos

«maestros de la sospecha» (Marx, Freud, Nietzsche entre otros), hoy comienzan ya a oírse voces con

profundidad abrahámica como ésta del psicoterapeuta Viktor Frankl: «Mientras la antropología no rectifique

ese mal paso persistiendo en su antropocentrismo y en su antropologismo, no podrá ofrecer una doctrina

personal del ser humano. La renuncia a la óptica inmanentista y la inclusión de la trascendencia es algo que

responde a la esencia del ser humano... El valor absoluto, el Summum Bonum, sólo se puede concebir en

V

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conexión con una persona, con la Summa Persona Bona de Dios... en suma, sólo desde un valor absoluto,

desde una persona absolutamente valiosa, desde Dios, adquieren las cosas un valor. Sólo cuando las hacemos

comparecer -aunque fuere de modo tácito e inconsciente- ante el tribunal divino, somos capaces de calibrar el

valor de las realidades, el valor que les corresponde» (Viktor E. Frankl: El hombre doliente. Fundamentos

antropológicos de la psicoterapia. Ed. Herder, Barcelona, 1987, pp. 274-276). Pues bien, a ese Summum

Bonum o Sumo Bien, a ese ser donante absoluto de sentido, a este Fundamento último le han venido

denominando las personas con el nombre de Dios en las más variadas lenguas y dialectos a lo largo y a lo

ancho de todos los tiempos y de todas las generaciones, aunque no siempre debidamente, según nos recuerda

el filósofo judío Martin Buber: «La palabra Dios es la palabra más vilipendiada de todas las palabras

humanas. Ninguna otra está tan manchada y tan dilacerada... Las generaciones humanas han cargado el peso

de su vida angustiada sobre esta palabra y la han dejado por los suelos; yace en el polvo y sostiene el peso de

todas ellas. Las generaciones humanas con sus disensiones religiosas han machacado esta palabra; han matado

y se han dejado matar por ella; esa palabra lleva sus huellas dactilares y su sangre... Los hombres dibujan un

monigote y escriben debajo la palabra ‘Dios’; se asesinan unos a otros y dicen hacerlo en nombre de Dios...

Debemos respetar a aquellos que evitan este nombre, porque es un modo de rebelarse contra la injusticia y la

corrupción, que suele escudarse en la autoridad de Dios».

Para desgracia nuestra las personas hemos escrito y aún continuamos escribiendo derecho el nombre de Dios

con renglones torcidos, a pesar de lo cual sentimos necesidad de apelar al nombre de Dios (aunque tristemente

muchas veces lo pronunciemos en vano) porque todo lo que sale de la boca y del corazón de la persona va

más allá de la persona misma. Nos guste más o menos, todo pensamiento que no se decapita desemboca en la

trascendencia: inútil, por tanto, desviar la conversación cuando se trate de reflexiones de ultimidad, inútil

prohibir hablar de Dios porque en último extremo, cuando la conversación supere los niveles de

intrascendencia o trivialidad habituales, alguna vez tenemos que topamos, al menos, con la sombra de esa

realidad primera y última principio y fin de todas las cosas a la que hemos denominado «Dios».

El filósofo Blas Pascal se había dado cuenta de esto cuando afirmó que el hombre es un problema cuya

solución está en Dios, por lo que cabría decir que el nombre de la persona es «teófilo» por cuanto que su amor

ha nacido del amor que Dios le tiene, y «filoteo» porque en consecuencia él mismo refiere el amor que tiene a

Dios que es la fuente de dicho amor. La persona, en definitiva, podría ser definida también como animal

theologicus o animal que quiere sabe de Dios, aunque sea con un saber en potencia y en estado salvaje, en la

medida en que no puede de dejar de preguntarse por ese ser principio y fin de todas las cosas al que

denominamos con palabra inadecuada (porque toda palabra resulta al respecto siempre inadecuada) Dios.

Así que ya va siendo hora de que la gente sin complejos y sin telarañas cerebrales pueda hablar tranquila y

normalmente de lo eterno en el hombre, a pesar de que infortunadamente todavía existan aquellos que no

quieren oír siquiera mencionar dicho término, actitud evidentemente poco razonable que llevó en su día al

mismísimo Antonio Machado a lamentarse de ello en los siguientes términos: «En nuestro tiempo se puede

hablar de la esencia del queso manchego, pero nunca de Dios, sin que se nos tache de pedantes»:

De pedantes o de cualquier cosa menos amable, añadiríamos nosotros por nuestra parte ya verdaderamente

cansados de tanta aberración que se publicita como una megamoda digna de consideración. En fin, allá ellos

en todo caso, pero conste una vez más que mientras uno quiera comprometerse por el efectivo y definitivo

triunfo del bien sobre el mal, de la justicia eterna sobre las injusticias de esta vida, de la felicidad que no cesa

nunca, y de la existencia que resucita después de la muerte, tendrá que pensar lo divino o rozar su nombre a

pesar de que en principio crea que no le guste, porque, como ya dijera Martin Lutero «aquello a lo que se

adhiere y se abandona tu corazón es propiamente tu Dios», no cualquier adhesión ante cualquier cosa, claro

está, sino el fundamento último de esa adhesión, la realidad fontanal de donde brota esa adhesión de tu

corazón, la ultimidad vivificante que te hace palpitar más allá de ese pálpito de aquí y de ahora, la

esencialidad fundante que te pone en la existencia para que tú no mueras nunca, no sólo cuando ahora estás

vivo; en definitiva, lo verdaderamente radical porque es la raíz de todo: el Señor de la creación, Dios nuestro

señor, y por lo tanto y antes que nada Dios mi Señor y Salvador, en quien en última instancia, más allá de

todo, nos movemos, existimos, y somos. Así pues, a pesar de nosotros mismos que a veces no estamos a la

altura de todo esto, la persona religiosa grita como aquel padre necesitado de curación para su hijo: «¡¡Creo,

ayuda mi poca fe!!» (Mc 9,24).

No resulta fácil de todos modos la apertura a lo Totalmente Otro en un mundo como éste, montado como un

gran espejo cóncavo para que el hombre se contemple exclusivamente a sí mismo y no refracte ninguna

mirada hacia otro lugar que no sea el propio ombligo de cada Narciso, no resulta fácil el reconocimiento de lo

que le transciende, le funda, le da sentido, y le salva. Parece, pues, que después de tantos años este Salmo

sigue pensado para hoy. Pero también sabemos que en dicho contexto, y a pesar de la arrogancia que exhibe,

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el ser humano de hoy tiene miedo de encontrarse solo porque ese silencio de la fecunda soledad reflexiva

podría romper la bulliciosa hipnosis de su ego pegado al «espejo, espejito mágico, ¿hay alguien más Narciso

que yo?», por cuya ruptura se produciría la irrupción en él de lo Totalmente Otro, y este miedo es lo que le

lleva a preferir los compases desaforados de los diosecillos ruidosos saliendo de sus cascos auriculares con tal

de no oír la llamada de lo profundo. Sea como fuere con estos bueyes es con los que hay que arar, y Ortega lo

sabía muy bien: «Nunca olvidaré que cierto día, en un pasillo del Ateneo, me confesó un ingenuo ateneísta

que él había nacido sin el prejuicio religioso, Y esto me lo decía, poco más o menos, con el tono y gesto que

hubiera podido declararme: yo, ¿sabe usted?, he nacido sin el rudimento del tercer párpado, Semejante

manera de considerar la religión es profundamente chabacana, Yo no concibo que ningún hombre, el cual

aspire a henchir su espíritu indefinidamente, pueda renunciar sin dolor al mundo de lo religioso; a mí al

menos me produce enorme pesar sentirme excluido de la participación en ese mundo, Porque hay un sentido

religioso, como hay un sentido estético y un sentido del olfato, del tacto, de la visión, Porque es lo cierto que

sublimando toda cosa hasta su última determinación llega un instante en que la ciencia acaba sin acabar la

cosa; este núcleo transcientífico de la cosa es su religiosidad» (Sobre el Santo).

1. 2. Ciencia y creencia

Ahora bien en el supuesto de que decidiésemos hablar de Dios ¿no sería esa una ocupación noble y digna

pero arbitraria, necesaria aunque poco científica, y en definitiva una manera como otra cualquiera de perder el

tiempo sin llegar nunca a ninguna conclusión? A esta pregunta se ha venido respondiendo con opciones muy

diferenciadas a lo largo del tiempo, respecto de las cuales nos parece necesario señalar al menos las

siguientes.

1.2.1. Inabarcable y misterioso es Dios

De entrada, parece que hay un acuerdo en que si Dios existe, no puede ser abarcado por ninguna mirada

humana. A diferencia, pues, del agnóstico, la persona religiosa se abre mediante la fe al misterio y a lo

sagrado; con su fe va más allá de la mera razón matemática (razón dura) aunque no contra ella. Pero venerar

el misterio en nada se parece a coquetear con el misterismo, esa actitud en que el manipulador se considera

dueño y señor de todo lo oculto y recóndito, de todos los arcanos, se adueña de lo sagrado y lo somete a

experiencias de tipo mágico para su propio poder.

1.2. 2. Misterio y problema

Mientras el creyente se arrodilla ante el misterio, la persona científica busca única y exclusivamente con la

razón matemática (razón dura) la solución de los problemas; desde esa perspectiva, en efecto, no cabrá nunca

decirse a la vez y bajo el mismo aspecto científico y religioso, pues como creyente católico, por ejemplo, el

científico creerá en el misterio de la Santísima Trinidad, pero como científico se le tomaría sin duda por loco

si pretendiese la demostración científica de dicho misterio de la fe cristiana. Dicho lo cual tenemos que

añadir, de todos modos, que para cualquier caso no faltan las excepciones no excesivamente bien

encaminadas, y en este sentido un filósofo español del siglo XVII, Caramuel, escribió unas Matemáticas

audaces que en un exceso de celo profesional y de fe pretendieron nada menos que «la demostración

geométrica de los dogmas católicos». Pobre Caramuel, nadie le contestó debidamente:

«Preguntaba el monje: ‘Todas estas montañas,

y estos ríos y la tierra y las estrellas...

¿de dónde vienen?

Y preguntó el maestro:

¿Y de dónde viene tu pregunta?»

(Tony de Mello: El canto del pájaro, 43).

1. 2. 3. El terreno común de las creencias

Empero, entre la religión y la ciencia, solapándose con ambas, se encuentran las creencias, que no son ni

experiencias de la razón ni de la fe, sino convicciones metafísicas o últimas que se nutren de esperanzas, de

corazonadas, de deseos, de vigencias sociales, de ideologías hegemónicas, de visiones del mundo, etc., etc.,

todo ello siempre incontrolable en última instancia por la razón pura y dura, si es que ésta existe más allá de

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sus cuatro fieles devotos (hoy quizá menos de cuatro incluso). Así las cosas, hay que reconocer

vigorosamente que los creyentes se equivocan por su parte cuando toman por fe lo que no son más que

creencias (por ejemplo, cuando ayer tomaron por católica la creencia de Ptolomeo de que el sol giraba

alrededor de la Tierra, o la creencia anterior a Darwin de que las especies están fijas y no existe la evolución);

del mismo modo los científicos se equivocan cuando transgreden los datos del mero cálculo y toman también

ellos por ciencia lo que son meras creencias (por ejemplo, la creencia de la ciencia del Barroco definiendo con

Newton a la cabeza al espacio y al tiempo absolutos como «sensorios de Dios» o extremidades de la

divinidad).

Y es que tampoco la ciencia resulta nunca del todo aséptica; el lenguaje científico, aunque a primera vista no

lo parezca, se encuentra sin embargo lleno de creencias, así por ejemplo, y sin ir más lejos, habla de entrada

de cosmo-logía cuando no sabe aún si el cosmos en su ignorada totalidad posee una lógica (un lógos o una

lógica) comprensible por el hombre o no la posee; o habla de uni-verso cuando ignora aún si existe uni-verso,

o multi-verso, o pluri-verso, o di-verso, es decir, si el mundo es uno, múltiple, plural, o dual. Esto se debe a

que, como ya viera Federico Nietzsche, mientras exista lenguaje habrá teología, es decir, afirmación que va

más allá de la contingencia y finitud del lenguaje mismo para buscar lo eterno del saber sabido. Y es preciso

estar alerta para errar lo menos posible al respecto.

1. 2. 4. ¿Dónde están las diferencias entre fe y razón?

Ciencia y religión incluyen, pues, en sus sistemas de afirmación y en sus convicciones, inevitables visiones

del mundo, porque el ser humano ha sido siempre -y siempre seguirá siendo, aunque los positivistas no lo

crean- un animal de creencias, de creencias religiosas tanto como de creencias científicas y viceversa, lo

mismo respecto de lo divino como de lo humano y a la inversa. En resumen: si, como hemos afirmado aquí,

las creencias constituyen el terreno común de unos y otros, de los creyentes y de los no creyentes, vayamos

ahora, dando un paso más, al terreno no común que les diferencia, tratando de saber si en ese terreno en el

cual no existe comunidad de convicciones se da una relación de enemistad todavía hoy, o una relación de

mera indiferencia sin diálogo, o una relación de mutua complementariedad y de amistad creciente. Para

despejar tal incógnita la pregunta obligada habrá de ser ésta: ¿existe irreductibilidad entre ciencia (razón

matemática) y religión (fe) como postulan algunos, o por el contrario se da una mutua complementariedad

entre ellas, resultando entonces en este último caso imposible a la larga un criterio de demarcación o de

separación entre la ciencia y la religión?

1. 3. Seis opiniones contrapuestas

Por buscar la claridad y la sencillez reduciremos a media docena de actitudes históricamente habidas la

relación entre religión y ciencia.

1.3. 1. Fideísmo

Según esta postura sólo la religión es la ciencia verdadera, y en consecuencia la Escritura ha de erigirse como

la única llave hermeneútica o interpretativa de todo saber humano. Históricamente hablando esta convicción

es propia de algunas religiones del libro, especialmente a través de aquellos de sus partidarios que consideran

que sus libros sagrados han sido no sólo inspirados sino incluso directamente escritos por Dios, religiones por

tanto no bien avenidas con la Ilustración, que echará más adelante al fuego todos los libros de texto que

aspiren a sabios e incontrovertibles. Todavía hoy de una manera especialísima defiende esta posición el Islam,

algunas de cuyas afirmaciones al respecto pretenden ser:

-totales,

-omnicomprensivas,

-fijistas, eternistas: con lenguaje eterno, dogmas eternos, ciudades eternas, leyes eternas, filosofías

perennes. Al grito de ¡¡no nos moverán!! ganas no les faltan de afirmar aún hoy que la tierra no se

mueve, que la evolución de las especies no se produce, etc.

-axiomáticas o deductivas, -paradigmáticamente racionales, es decir, racionales por antonomasia.

Los partidarios de esta opción, siempre a la defensiva y anhelante de «salvar la fe» por todos los medios

pensables respecto de la «amenaza» de la ciencia, ya no abundan aunque haberlos, haylos, de ahí que resulten

cada vez más raros por fortuna los que como el Bossuet de antaño se convierten en apologetas de la santa

oscuridad, del oscurantismo frente a la luz de la razón, del integrismo (donde la verdad es íntegra, o no es)

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frente al progresismo, y del antigüismo frente al modernismo, aunque tampoco nos parezcan intelectualmente

muy fértiles sus enemigos los actuales iluministas-progresistas-modernistas, antítesis pero a la vez cuña de la

misma madera.

l. 3. 2. La religión es verdadera en la medida en que sea científica

Los partidarios de esta opción se dicen a sí mismos: puesto que la verdad es una y única, no cabe pensar ya en

doble verdad alguna, lo que ocurre es que la religión (como Kant mismo aseguraba en una obra suya) debe

mantenerse dentro de los límites de la mera razón para gozar de credibilidad; así pues, según esta opinión una

religión será verdadera en la medida en que encaje dentro de una ética pura dictada por la mera razón, o sea,

en la medida en que coincida con el comportamiento modélico del Héroe Ético y Científico humanista, y de

este modo la ética científica surgida del músculo del Héroe adquiere un valor de absoluto que le confiere

primacía sobre la convicción religiosa del creyente centrado en Dios. En esta opción se ha suplantado la

palabra de Dios por el cumplimiento ético de los filósofos y de los matemáticos, y este moralismo ha hecho

mucho más daño de lo que parece en las religiones en la medida en que reduce la relación de Amor a relación

de justicia social a su vez explicitada con pretensiones de rigor científico; por eso podemos asegurar que el

escollo del moralismo diseñado con caracteres geométricos resulta ser para la religión el nuevo Escila de los

antiguos navegantes, a saber, el célebre impedimento del estrecho de Messina que dificulta la navegación en

aquel paraje y que constituyó el espanto de los marinos junto con el no menos célebre remolino Caribdis que

se hallaba frente a Escila y en el que los navegantes caían como moscas por evitar el otro obstáculo.

l. 3. 3. Sólo la ciencia es verdadera

Aquí, entre los partidarios de esta posición, se da un paso más en la escalada crítica frente a la religión hasta

afirmar la autonomía total del saber científico: sólo éste sería verdadero, tan verdadero que se convierte en

religión del ateo, por ejemplo en 10 que los militantes anarquistas del pasado siglo denominaban el credo de

los no creyentes. Aquí la Biblia es descalificada en su pretensión científica, a la par que la ciencia es venerada

como Biblia, posición que encuentra su formulación definitiva por vez primera en la obra de Laplace

«Exposición de los sistemas del mundo». Preguntado, en efecto, Laplace por Napoleón sobre el lugar de Dios

en su obra, Laplace responde: «No necesito tal hipótesis».

Tamaña actitud se ha ido extendiendo cada vez más en el curso del tiempo y ha culminado en dos

cosmovisiones muy fuertemente influyentes en la primera mitad del siglo XX:

-por un lado en el marxismo-leninismo, donde la ciencia se convierte en un macrorrelato, en un deus ex

machina o fetiche para todo uso que sirve como sociología del poder y como cielo protector que es a la vez

experiencia de sentido y horizonte escatológico o salvífico intramundano,

-por otro lado en el positivismo, cuyo último exponente es el Círculo de Viena, donde la física se convierte ya

en religión de la humanidad, a pesar de la advertencia de André Breton: «Guardémonos de contribuir a la

formación de una nueva religión que sea, paradójicamente, la religión de la ciencia» (Position politique du

surrealisme. Ed. Bélivaste, Paris, 1970, p. 67).

Guardémonos, sí, de tal cosa, tan paradójica por otra parte. En efecto, la paradoja es grande si tenemos en

cuenta que la misma ciencia que surgió contra el inmovilismo termina presa del inmovilismo, según se

denuncia ya en la conocida producción de Aldous Huxley Un mundo feliz: «Además, debemos pensar en

nuestra estabilidad. No deseamos cambios. Todo cambio constituye una amenaza para la estabilidad. Ésta es

otra razón por la cual somos tan remisos en aplicar nuevos inventos. Todo descubrimiento de las ciencias

puras es potencialmente subversivo; incluso hasta a la ciencia debemos tratarla a veces como un enemigo. Sí,

hasta a la ciencia» (Ed. Plaza Janés, Barcelona, 1969, p. 178).

1. 3. 4. La verdad es doble: esquizodiscurso

Los partidarios de esta postura optan por liarse la manta a la cabeza y: o bien no se plantean la cuestión de la

relación fe-razón para ahorrarse problemas, o en el laboratorio deciden creer una cosa y en la Iglesia otra.

Obvia decir que para vivir con este planteamiento hacen falta unas buenas tragaderas epistemológicas, pero al

parecer esta actitud se extiende en la actualidad no solamente en este terreno concreto, sino en muchos otros,

porque hoy por hoy gana terreno la idea de que no existe identidad en la persona tomada como macrorrelato,

sino microrrelatos, es decir, fragmentos, grietas, escisión o dualidad (esquizofrenia o esquizodiscurso).

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1.3.5. El modelo científico no es lo único, pero es lo único valioso

Aunque la ciencia se ofrezca aquí como el único modelo en el que se puede depositar alguna convicción por

pequeña que fuere, dado que ella no abarca la realidad en su totalidad no es vivida con pathos o convicción

religiosa alguna, tomándose al modelo científico en cuestión como la expresión de un sinsentido fáctico que

nos deja llenos de insatisfacción y de desolación cósmica, porque a pesar de todo la ciencia no puede suplir a

la religión.

Constituye también hoy convicción común entre autores agnósticos como S. Hawkins, que convierten las

leyes físicas en una ontoteodicea inmanente o religión cósmica, esto es, en un intento de explicación del

cosmos por sí mismo, sin necesidad de recurrir a nada ni a nadie exterior: las leyes físicas vendrían a ser para

estos autores algo así como el «dios» interior al mundo, al modo como las pensaron en su día los deístas de la

Ilustración (cfr. Paul Davies: Dios y la nueva física. Ed. Salvat, Barcelona, 1988).

1.3. 6. La ciencia se abre a la fe

Dado que la «ciencia-cantidad», con su correspondiente y poderosa aplicación tecnocientífica, pese a su

reconocida fidelidad y potencia no alcanza a explicar la totalidad de lo cósmico, ha de abrirse a la ciencia-

cualidad que no resulta positivable o reductible a leyes cuantificadoras y que no se deja reducir a los meros

datos. La fe para esta perspectiva tendría una existencia autónoma respecto de la ciencia, pero no ignorante de

ésta ni hostil a ella, pues las verdades científicas sirven al menos de orientación indirecta y a veces negativa

para saber lo que no es posible pensar, ya que, como afirmara E. Bloch, una esperanza basada en el

desconocimiento de los retos que la amenazan no sería auténtica esperanza (Hoffnung), sino ciega confianza

(Zuversicht). Se trata en esta perspectiva de dar a la ciencia lo que es de la ciencia y a la religión lo que es de

la religión, ya que por naturaleza el ser humano siempre tendrá déficit argumental respecto de lo real y

necesitará inferir hipótesis y conjeturas más allá de lo que ve, toca, o matematiza. Por lo demás, en la ciencia

hoy sabemos que no existen verdades del todo inmutables que pudieran servir de dogma, y que las disidencias

de hoy serán las posibles verdades de mañana. La verdadera ciencia es más humilde que arrogante, demuestra

menos de lo que dicen que demuestra, porque la realidad se muestra ocultándose, y presenta un carácter

velado y enigmático (cfr. Roger Penrose: La nueva mente del emperador. Ed. Mondadori, Madrid, 1991). La

humildad, ciertamente, es el atributo de los mejores científicos de nuestros días, que se encuentran bastante

escaldados porque han pasado en pocos siglos del geocentrismo que situaba al ser humano en el centro del

cosmos al heliocentrismo que pone a la tierra a dar vueltas alrededor del sol, y del heliocentrismo al

galactopolicentrismo, en que las galaxias funcionan como centros autónomos. Según sabemos después de

Thomas Kuhn, los paradigmas o macrorrelatos científicos caen sucesivamente, aunque en parte también para

perfeccionarse de continuo (cfr. Thomas S. Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas. Fondo de

Cultura Económica, México, 1978). La humildad, en efecto, le es necesaria a la ciencia, en cuyo interior no se

dan teorías unitarias sin posibilidad de réplica o de complementación, teorías imperiales, pues de momento

coexisten al menos tres modelos en ella:

- el newtoniano-euclídeo para los espacios y tiempos a los que la vida humana está acostumbrada;

- el cuántico-microfísico para el mundo de lo infinitamente pequeño no perceptible para los humanos;

- y el einsteiniano-macrofísico para el mundo de las megavelocidades y de los hiperespacios tampoco

captables para el ojo humano, todo lo cual resulta ser para los científicos fuente de imaginación, de

creatividad y de diálogo, aunque también de perplejidad problematizada.

Por lo cual ha llegado el momento dulce y tranquilo no de abandonar la racionalidad, sino de vivirla

dialógicamente y de forma abierta a otras convicciones, siguiendo la pauta de las dos grandes mentes que a

modo de dos grandes piedras (digámoslo así con humor porque en alemán piedra se dice Stein) angulares y

fundadoras de la moderna epistemología, a saber, Einstein, y Wittgenstein, en la medida en que ambas

rechazaron que el único y verdadero lenguaje del saber y la única cientificidad fuera el lenguaje

fisicomatemático.

Así las cosas, hoy parece claro que la cuestión no es suprimir la huella de Dios, sino descubrirla y multiplicar

sus ecos. Dicho de otro modo: no se trata sólo de estudiar el cielo (ciencia), sino de preguntar por cómo ir al

cielo (fe) dando gracias al cielo:

«Te compadeces de todos porque todo lo puedes

y disimulas los pecados de los hombres

para que se arrepientan.

Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces,

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pues, si algo odiases, no lo hubieras creado»

Así pues, a la religión no se va por abandono de todo, ni cuando todas las cuentas salen mal, ni en calidad de

último refugio, ni cuando me deja el novio o la novia, ni contra toda razón, ni al margen de nada bueno,

porque entonces caminaríamos en la vida a la desesperada, como en el chiste de aquel individuo que le dice a

otro qué haría si se viera acorralado por un toro en un callejón sin salida donde no hubiera árboles ni ventanas

a donde encaramarse ni vecinos a quienes pedir auxilio, a lo que el otro hombre contesta angustiado: «¡So

canalla, usté lo que quiere es que me coja el toro!».

1. 4. En favor de una racionalidad cálida

1. 4.1. La persona, en el centro del Centro

Por nuestra parte optamos por la última de las posturas examinadas, que nos parece situar las cosas bien, pues

no será la ciencia que pretende tener la última palabra cual oráculo de la verdad definitiva la que deberá

decimos lo que sea la persona humana, sino la persona humana la que habrá de decirnos qué sea la ciencia,

en la medida en que no autocéntricamente entendida, ni con una autonomía clausurada en sí misma: «Como

dice Langdom Gilkey, si aspiramos a comprender lo que el saber científico significa en nuestra sociedad para

bien y para mal, necesitamos poseer un cierto sentido del misterio y de la inviolablidad de la persona, tanto en

su dimensión personal como en su dimensión política. La cultura científica se vuelve diabólica cuando es

manejada por hombres cuya conciencia y cuya acción pública no está orientada por unos símbolos que

trasciendan los límites de la investigación científica y que, al mismo tiempo, iluminen las dimensiones

espiritual, personal, y libre del ser humano» (Andrew M. Greeley: El hombre no secular. Ed. Cristiandad,

Madrid, 1974, p. 281).

Es, pues, la persona humana abierta a lo que la funda (por ende, abierta a la Trascendencia desde la que la

persona misma se autodescubre en toda su profundidad) la única que deberá decir qué uso de la razón

corresponde en cada caso (ya se trate de fe o de razón) a la humana racionalidad que habrá de ser

globalizadora, integradora de la cabeza y el corazón, raciocordial; en virtud de semejante «inteligencia

sentiente» y de ese «sentimiento inteligente» la razón humana completa ha de ser capaz de alertar a la razón

científica recordándola en su caso: «Ojo, compañera, que si usted sigue por esos derroteros va a terminar sin

darse cuenta con el ser humano. Tendrá que abrir el diafragma de su mirada más, y ensanchar el fondo de ojo

hasta lo que le funda y constituye su fondo último».

Por lo tanto la persona humana se nos muestra como el centro de la realidad al abrirse al Dios que es el

Centro de todo, fin en sí misma y agente de la ciencia pero -según se dijo atrás- no final de sí misma, final que

sólo puede hallarse en manos del Amor de Dios derramado en los corazones de las personas humanas. En

consecuencia las personas solamente pueden morir sin angustia si saben que aquello que aman queda

eternamente a salvo de la nostalgia y del olvido: «el hombre, oponiéndose al nihilismo, pronuncia y mantiene

un sí fundamental ante la realidad, un sí ante la identidad, el sentido y el valor de esa misma realidad, un sí

que abarca la racionalidad fundamental de la razón humana. Esta confianza de fondo en la identidad, en el

sentido y valor de la realidad, en la racionalidad fundamental de la razón humana, sólo puede estar fundada si

todo eso, por su parte, no carece de fundamento, soporte y meta, sino que está basado en un origen, un sentido

y un valor radicales: en esa realidad realísima que llamamos Dios. La confianza carece de fundamento sin

confianza en Dios, sin fe en Dios» (Han s Küng: Ser cristiano. Ed. Cristiandad, Madrid, 1978, p. 778).

Consecuentemente «si Dios existiera yo podría afirmar fundadamente la unidad e identidad de mi existencia

humana frente a la amenaza del destino y de la muerte. Dios sería el fundamento primero de mi vida. Si Dios

existiera, yo podría afirmar fundadamente la verdad y el sentido de mi existencia frente a la amenaza del vacío

y del absurdo: Dios sería el sentido último de mi vida. Si Dios existiera yo podría afirmar fundadamente la

bondad y validez de mi existencia frente a la amenaza de la culpa y de la condenación: Dios sería la esperanza

integral de mi vida. Si Dios existiera, yo podría afirmar fundada y confiadamente el ser de mi existencia

humana frente a toda amenaza de la nada: Dios sería el ser mismo de mi vida de hombre. También esa

hipótesis es susceptible de una precisión en sentido negativo: Si Dios existiera se entendería por qué la unidad

e identidad, la verdad y el significado, la bondad y el valor de la existencia humana están continuamente

amenazados por el destino y la muerte, el vacío y el absurdo, la culpa y la condenación: por qué el sentido de

mi vida, en fin, nunca deja de estar amenazado por la nada. Y, como siempre, la respuesta fundamental sería

la misma: porque el hombre no es Dios, porque mi yo humano no puede identificarse con su fundamento»

(Ibi, p. 84).

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En definitiva, si alguien admite a Dios rechaza el camino del absurdo, por lo cual el «no» a Dios significaría

una confianza radical últimamente infundada en la realidad. Obviamente el ateísmo no alcanza a conferir

último sentido, pues: «no habría razón para escoger el amor al prójimo (la solidaridad, el rebasamiento de los

sistemas individualistas que sacrifican la colectividad en favor de una minería privilegiada) en un mundo sin

providencia, sin un Ser absoluto que sea fondo y plasmación máxima de los valores y gobierne, con un

propósito sabio y bueno, la marcha del universo. En un mundo sin providencia todo sería indiferente y, al

menos en última instancia, simplemente ‘porque sí’, porque se inscribe en el transfondo de una realidad

absurda y en la que reinan y seguirán reinando el fracaso y el dolor» (L. Peña: La coincidencia de los

opuestos en Dios. Ed. de la Universidad Católica. Quito, 1982, pp. 12-13).

Y ese fracaso adquiriría forma de tragedia final con la muerte, por triunfante que pareciese la trayectoria de

nuestra vida vivida, si en el último momento fuésemos a dar con nuestros huesos en el pudridero vacío de

presencia de Dios, de ahí que adquieran valor estas afirmaciones contenidas en varios de los magníficos libros

del teólogo Juan Luis Ruiz de la Peña: «O el hombre es un valor absoluto, y, como tal, irreductible a la nada,

o la muerte significa la victoria de la nada misma, y entonces se impone inexorablemente la lógica de la

arbitrariedad, el voluntarismo subjetivista» (El último sentido. Ed. Marova, Madrid, 1980, p. 151); «si el

hombre es un ente anónimo, puro numeral de su especie, cuando un hombre muere nadie podrá decir que ha

muerto alguien; la muerte de ese ser sería algo tan anónimo e innombrable como él mismo; ahí no ha pasado

nada. La muerte de lo desprovisto de nombre y significación es, a la par, insignificante. La cosa cambia si

muere una singularidad determinada (y en cuanto tal preciosa en sí misma»> (Juan Luis Ruiz de la Peña:

Muerte y marxismo humanista. Ed. Sígueme, Salamanca, 1978, p. 10). «y una muerte incomprensible que

planea amenazadora sobre el entero itinerario de la vida convierte a éste en un itinerario sin sentido» (Juan

Luis Ruiz de la Peña: El hombre y su muerte. Ed. Aldecoa, Burgos, 1971, p. 390).

Consecuentemente, el reino de la muerte no puede ser la última palabra para una persona con valor infinito

hecha a imagen de Dios: «El hombre se encuentra abocado a un futuro que visto en su integridad podría ser

designado como futuro absoluto. Su temporalidad constitutiva lo inserta en un acontecer que no fluye hacia el

vacío, ni tan sólo hacia las posibilidades latentes en la estructura intramundana de la realidad, sino hacia una

consumación que le ofrezca un plus de ser. Es este futuro el que da razón de la permanente inquietud del ser

humano, el único que justifica su carácter de homo viator. La condición itinerante del hombre sería absurda si

lo condujese hacia su propia finitud, es decir, hacia lo mismo que pretende rebasar en su peregrinación. La

existencia humana, perennemente tendida a su autotrascendencia, tiene sentido únicamente en el encuentro

con un futuro absolutamente último, más allá del cual no hay nada digno de prolongar el camino» (Juan Luis

Ruiz de la Peña: La otra dimensión. Escatología cristiana. Ed. Sal Terrae, Santander, 1986, p. 23).

l. 4. 2. No dejar nada bueno fuera

Pues bien, aquí la racionalidad global de la religión verá siempre con buenos ojos cualquier actitud favorable

a la persona humana, pero abriéndola a lo divino, en la medida en que para que lo humano alcance su

dimensión profundamente humana habrá de encontrarse situado en el horizonte de lo divino. La voluntad

humana ejercida libremente desea lo mejor, desea el Sumo Bien, y esto se debe a que la persona es un ser

finito que está llamado a infinitizarse en un mundo que a pesar de todo constituye una decepción sistemática a

la corta o a la larga: «El universo visible, el que es hijo del instinto de conservación, me viene estrecho, es una

jaula que me resulta chica y contra cuyos barrotes da en sus revuelos mi alma; fáltame en él aire que respirar.

Según te adentras en ti mismo y en ti mismo ahondas, vas descubriendo tu propia inanidad, que no eres, en

fin, más que nonada. Y al tocar tu propia nadería, al no sentir tu fondo permanente, al no llegar a tu propia

finitud, ni menos a tu propia eternidad, te compadeces de todo corazón a ti propio, y te encierras en doloroso

amor a ti mismo» (Miguel de Unamuno: Del sentimiento trágico de la vida).

La vida, sombras de éxodo. Tomás de Kempis, con su estilo inconfundible, sentencia: «¿Piensas te hartar?

Pues cree que no lo alcanzarás». Somos inevitablemente esperanza de absoluto y por eso, como señala Julián

Marías, «la más atroz injusticia que se puede cometer con un hombre es despojarlo de su esperanza, decirle

Abandonad toda esperanza como el cartel a la puerta del infierno de Dante» (Problemas del cristianismo.

BAC, Madrid, 1982, p.22). Una y otra vez se ha dicho que si la experiencia del caminante es la sed hemos de

abrir la sed de infinito a la fuente de lo infinito mismo, los deseos al Deseo, las razones a la Razón, y así «el

humanismo integral se abre a la Trascendencia. La Trascendencia pide un humanismo integral» (José Gómez

Caffarena: Humanismo integral y Trascendencia. In «Acontecimiento», Madrid, 1987, pp. 21-31). Esto

mismo lo han escrito los creyentes de todas las religiones, por ejemplo Roger Garaudy hoy situado en el

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mundo islámico: «Creer en Dios es afirmar que la vida, el mundo y su historia tienen un sentido. Creer en

Dios es escoger la libertad como basamento supremo de la realidad. Creer en Dios es creer en el hombre en el

cual Dios habita» (Appel aux vivants. Ed. du Seuil, Paris, 1979, p. 296).

No podría, en consecuencia, tomarse por racionalidad religiosa la que no apoyase lo humano, como tampoco

la que no viera en Dios un momento esencial en el desarrollo de eso humano mismo, aunque -como es lógico-

de ahí tampoco debiera deducirse en modo alguno que bastaría para considerar abierta a lo divino aquella

postura que defendiera única y exclusivamente una actitud de signo humanista. Incomprensiblemente, pues,

autores como Eric Fromm han pasado en España por divinistas (y como tales han sido explicados en el

Bachillerato) cuando su posición es simplemente la de un humanismo respetuoso pero no abierto realmente a

la Trascendencia. Sea como fuere, la persona descubrirá su necesidad de ser fundada como tal persona

abriéndose al Amor divino (racionalidad teológica de signo «agapeístico» o amoroso), la cual racionalidad

teológica a su vez dictaminará sobre el uso correcto de la razón humana, incluida la cientificotécnica. La

cuestión estriba, pues, en permear o impregnar de racionalidad teológica a la razón cientificotécnica, hoy

perdida o disuelta en su mero uso pragmato-positivista, pues, como ya dijera Lachelier, «la filosofía debe

intentar comprenderlo todo, hasta la religión», pero también, como afirmara don Miguel de Unamuno, «la

historia de la filosofía es, en rigor, una historia de la religión» (El sentimiento trágico de la vida. Editorial

Espasa Calpe, Madrid, 1967, p. 91). Resumiendo: la razón se autodescubre; una vez autodescubierta queda

fundada en la razón teocéntrica que revela la ultimidad trascendente del ser humano; desde aquí se aplica a la

inmanencia cientificotécnica para dirigir su actuación conforme al Amor de Dios resucitador, porque si no

existiera resurrección hasta la ciencia misma moriría, así como tampoco existiría historia humana con

verdadera plenitud de sentido último.

1.4.3. No dar por terminado nunca el camino

Y todo este proceso racional no transcurre sólo por la vía ilustrada y fría de la ciencia (que nunca se da en

estado químicamente puro), sino también por la vía cálida de la con-ciencia, de la vida, de la experiencia, del

camino, y por ende es un descubrir interminable, un incesante salmo de caminante hasta la consumación de

los tiempos en el rostro de Dios:

«Y así toda la aventura de vivir

es un éxodo, una salida,

el comienzo de un camino,

que asume el conjunto de la vida,

hacia el horizonte de Dios

que nos trae la salvación.

El que cree está siempre de paso.

Vive sin patria definitiva,

es un nómada al que todo le pertenece.

Más que una tierra feliz

busca un futuro en el cual

tendrán cumplimiento las promesas de Dios»

(Fuertes-Benito: Sonrisas y Salmos. Ed. Paulinas, Madrid, 1993,p.28)

Una esperanza sin respaldo sería un buen desayuno pero una mala cena; la esperanza que no fuese más que un

caminar, un mantenerse en pie por mantenerse en pie, un seguir adelante por inercia o por mera fuerza de

voluntad, esa está condenada a desfallecer y hasta terminaría por convertirse en un suplicio. No dar por

terminado nunca el camino significa, pues, conservar viva y operante la esperanza de entrar algún día en la

Meta, esto es, creer realmente en la Meta, y la Meta sólo puede ser Dios: «Lo que la época necesita

profundamente puede expresarse total y absolutamente 'con una sola palabra: necesita eternidad real. La

desdicha de nuestro tiempo consiste precisamente en haberse convertido nada más que en tiempo, en no

querer hablar de eternidad» (Kierkegaard: Mi punto de vista. Sarpe, Madrid, 1985, p. 147).

A pesar de que algunos se molesten, y diciéndolo sin el menor ánimo de ofender y verdaderamente sin ningún

tipo de arrogancia, lo cierto es que, desde muchos puntos de vista, si faltara la eternidad no existiría verdadero

presente profundo, porque un presente sin definitiva eternidad que le sustente resulta incapaz de

fundamentarse: «Hay algo que el ateo no puede hacer, aun cuando acepte normas morales absolutas:

fundamentar la incondicionalidad del deber. Existen, sin duda, numerosas urgencias y exigencias humanas

que pueden servir de base a derechos, obligaciones y preceptos, a normas en suma. Pero ¿por qué tengo yo

que observar incondicionalmente esas normas? Verdad es que todo hombre tiene que realizar su propia

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naturaleza, pero esto puede servir también de justificación al propio egoísmo y al de los otros y, por tanto, no

puede justificar una norma objetiva universal. Además, una naturaleza humana normativa universal, situada

por encima de mí y de los otros, es una abstracción semejante a la idea de humanidad incluso declarada como

fin en sí misma. ¿Cómo puede obligarme incondicionalmente a algo una naturaleza tan absolutizada y

abstracta? ¿Por qué un tirano, un criminal, un grupo, una nación o un bloque de potencias no han de poder

actuar contra la humanidad si eso favoreciera sus intereses? La incondicionalidad de la exigencia ética, la

incondicionalidad del deber, sólo puede ser fundamentada por un incondicionado, por un absoluto capaz de

comunicar un sentido trascendente e incapaz de identificarse con el hombre como individuo, como naturaleza

o como sociedad humana, sólo puede ser fundamentada por Dios mismo» (Hans Küng: ¿Existe Dios? Ed.

Cristiandad, Madrid, 1979, pp. 786-788). Si se prefiere decir con Max Horkheimer, célebre pensador de la

Escuela de Frankfurt, «los conceptos de bueno y malo, por ejemplo el concepto de honradez y toda una serie

de ideas que de momento aún tienen valor, no se pueden separar por completo de la teología» (A La búsqueda

de sentido. Ed. Sígueme, Salamanca, 1976, p. 129).

LA TRASCENDENCIA,

REALIDAD PROBLEMATIZADA

2.1. La in-trascendencia en la ciudad secular

Y sin embargo, aunque pueda parecer mentira, lo cierto es que dada la evolución de la historia de la

humanidad la Trascendencia resulta ser en nuestros días uno de estos símbolos fundamentales sin contenido

icónico e incluso sin horizonte al que remitir, vacío. Otra vez al icono le ha sustituido el ídolo de siempre: el

dinero, el becerro de oro al que remite la identidad del cosmos y del ser humano tras el desecado/defecado de

las tradiciones y la dudosa afirmación en la «Risikogesellschaft» o sociedad del riesgo que aparece a la vez

capitalismo como la excelente sociedad autoafirmativa («Selbstbehaupesellschaft», según dicen los filósofos

alemanes con uno de sus kilómetros palabros), y que se expresaría en estos caracteres, muy esquemáticamente

expuestos:

- Creciente marginalidad de lo religioso, que se acentúa de padres a hijos, y I,S a nietos tanto en la vida

pública como en la privada.

- Densísima nube de señales autocéntricas (Narciso) que cubre permanente nuestra vida cotidiana evitando

vivir al cielo raso y mirar al cielo.

- Implosión semántica, es decir, anulación sistemática de toda Trascendencia por considerarse auto suficiente

el universo de los signos de la inmanencia (Baudrillard).

- Ciudad secular (Harvey Cox) sin «rumor de ángeles» (Peter Berger), con secularización que se ha tomado

secularismo, es decir, cultura de tierra quemada para el cultivo de lo divino, cultura que desmitifica pero

remitificando («los hechos son los hechos», es decir, los hechos son el marxismo, y marxismo es la verdad,

según el paleomarxismo, y hoy «los hechos son el de sentido y el dinero»; en ambos casos, el hijo ateo

preguntando al ateo: «¿Y Dios sabe que no creemos en Él?»), que ignora qué significa Dios, que no entiende

para qué se usa la «oración de petición» al Padre, que racionaliza todo porque no confía en los milagros,

aunque, por supuesto, se trague el milagro de la razón y el milagro de no creer en los milagros, etc.

-In-trascendencia: Al final la ciudad secular queda reducida a la condición de campo de concentración

«leight», que sin embargo presiente su propia inanidad en los momentos bajos que vive bajo el signo del

ocaso, puesto que ya no puede confiar en esa especie de «socialismo post mortem» que fuera el prometido

paraíso en la tierra del marxismo caducado, puesto que allí donde alcanza la mera inmanencia intramundana

encerrada a cal y canto sobre sí misma alcanza también el reino de la muerte y la in-trascendencia (tal nos

parece el famoso truco del «trascender sin trascendencia» de Ernst Bloch, especie de cuadratura del círculo

que él encuentra en los niños, en la limosna a un mendigo, en la solemne entrada de un buque a puerto, en las

revoluciones, etc. ¡¡Apañados estaríamos si semejantes cosas constituyeran la Trascendencia! !).

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2. 2. Huellas apenas sin rastro

De este modo la Trascendencia queda relegada a la condición de imperceptible resto, residuo, o huella, pues

es sabido que algo surge como huella cuando comienza a ser descodificado o retirado de la circulación de los

signos, al modo como la cultura de las huellas nos habla de las huellas de los dinosaurio s en la Rioja. Pero en

fin, ya que los modernos no han descubierto aún la Trascendencia, que descubran al menos con unos cuantos

años de retraso (cuando ya apenas quedan, ay dolor) a las monjas: «Mis relaciones con las monjas casi

siempre han sido positivas, y se remontan a 1943, año en que las hermanas de San Vicente de Paúl

prosiguieron mi alfabetización, ya iniciada en casa, e intentaron mi catolización, combatida desde casa. Con

los años he aprendido a valorar el valor ético convencional, como todos los valores éticos, del sacrificio, fuera

agnóstico o religioso. El sacrificio por los otros de los agnósticos tiene el mérito de que no dispone de Papa

de Roma ni Dios Padre que lo ordene, pero el sacrificio por los otros de los religiosos llega a los rincones más

tristes de la miseria y la enfermedad. No me atrevo a fijar el límite que separa la caridad de la solidaridad,

como también es impreciso el que delimita la compasión como subsuelo o sobreático del amor. Pero ahí

estaban esas dos monjas cuidando leprosos filipinos, la una catalana, la otra vasca, secuestradas por bandidos

de Salgari cuando se estaban bañando en los mares del Sur en un leve descanso entre dos jornadas de

sacrificio y sufrimiento. Durante unos cuantos días he seguido su suerte como la de dos ángeles

definitivamente buenos, tan buenos que serían necesarios a pesar de la historia: dos ángeles históricos a los

que siempre tendremos que recurrir mientras exista la enfermedad, la vejez y el insomnio por toda clase de

pobrezas. Y cuando las han liberado me ha conmovido su conmoción y me ha alegrado la alegría que he

podido detectar en tomo a esa liberación. Me hubiera gustado acariciarles la cara, brevemente, para

comprobar su delgada realidad, transparencia fantasmal entre tanto desorden. Durante el cautiverio, sus

raptores se mofaban de sus creencias, como suele hacer todo verdugo que se precie de serio. Ellas rezaban,

lloraban y dormían adosadas. Una pequeña patria bajo un cielo excesivo» (M. Vázquez Montalbán: Monjas.

«El País», febrero de 1993).

Sea como fuere, quizá en un siglo tan secularizado como éste que cierra el segundo milenio el camino hacia la

Trascendencia haya de pasar, al menos, entre las personas de buena voluntad, por el descubrimiento de unas

huellas apenas sin rastro de unas sencillas hermanas llenas de amor que se entregan en los desiertos más

recónditos porque allí, entre los humildes, late la presencia de lo Totalmente Otro... En todo caso, «reconocer

la Trascendencia lleva consigo reconocer la limitación de lo humano. Pero no es el reconocimiento de la

Trascendencia lo que impone los límites. La limitación es un hecho con el que no podemos dejar de contar.

Reconocer la Trascendencia comporta más bien la posibilidad de abrir nuestra finitud a ese más allá de sí

misma que nunca se deja percibir como un objeto de experiencia, pero que ha dejado huellas suficientes en el

hombre para que éste se atreva a reconocerla, la primera de las cuales es la propia experiencia de la finitud»

(Juan Martín Velasco: La religión en nuestro mundo. Ed. Sígueme, Salamanca, 1978, p. 87).

No es, pues, la Trascendencia la que impone unos límites, son nuestros límites los que nos abren a la

Trascendencia. Y son nuestros 'límites los que nos llevan más allá de sí mismos, pues «el hombre no puede no

creer y, por ende, no esperar. Aparentemente puede haber dejado de creer (aún entonces cree en la nada) o de

esperar (en cuyo caso des-espera), mas no por eso se suspenden en él las funciones credentidad/fiducialidad;

lo que sucede es que, lejos de suspenderse, se ejercen a la inversa. Dum spiro, spero, rezaba- el adagio latino.

‘Mientras hay vida, hay esperanza’, traduce la sabiduría popular castellana. Supuesto todo lo cual, ya resulta

obligado concluir que la forma recta de la credentidad es creer en algo -y no en nada-, como la forma recta de

la fiducialidad es esperar en algo, y no desesperar de todo» (Juan Luis Ruiz de la Peña: El último sentido. Ed.

Marova, Madrid, 1980, p. 28).

DE LA HUELLA

A LA CIFRA

3. 1. Hacer teología

3

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Así pues, se trata de reconocer la propia finitud, y abrirse a lo que la funda; se trata, en suma, de ensanchar los

signos liminares de Trascendencia, pasar de la huella a la cifra (Karl Jaspers), que tiene carácter venerable y

no carece de sentido. Si Él, el Trascendente, es quien es, entonces mi dignidad exige intentar al menos

pensarle como cifra que hemos de des-cifrar, entender aunque sea veladamente como en un espejo y de forma

enigmática. Eso es hacer teología.

Hacer teología es pasar de la mera huella a la cifra donde la cifra comienza a desciframos lenguajes de

realidad, desde un primer umbral semiológico lingüístico liminar o preliminar hacia progresivos niveles de

elevación metafórica, hasta las imágenes de plenitud donde yo caigo en la cuenta de que hay algo que me

confiere razón y fundamento a mí mismo como lugar de interpretación; de que lo trascendente no es lo que

queda meramente más allá sino lo misterioso, lo sagrado, lo santo, lo inviolable, lo Otro del otro, lo que me

infunde respeto, adoración, y veneración, la experiencia sagrada o hierofánica que hace presente un orden

Superior al de esta realidad, lo infinito verdadero (no lo infinito malo o falso que no sería sino mera adición

de finitos: Hegel), lo intimius intimo mea o intimidad mayor que lo más íntimo mío (san Agustín), lo que me

saca desde el círculo de mis miserias hasta el infinito de mis ilusiones sin dejar que me pierda como objeto de

melancolía inalcanzable, lo que en la modesta sencillez de cada día se convierte en sacramento de la vida: «El

que escribe nunca ha vinculado su cumpleaños con las velas; pero, si alguna vez lo hiciera, lo haría no para

apagarlas, sino para encenderlas o, mejor dicho, para avivar la llama de la única vela que es la vida. Y, ya

puesto, me parece que lo voy a hacer y no. sólo al cumplir años, sino también al cumplir meses, semanas,

días, horas, y ahora mismo; aunque, bien pensado, ello no es una novedad, ya que tengo por devoción el

santiguar lo que bebo, lo que como, lo que escribo, y todo lo que hago» (Fuertes-Benito: Sonrisas y Salmos.

Ed. Paulinas, Madrid, 1983, p. 32).

Hacer teología, pues, es descubrir progresivamente la profundidad de lo divino que habita en lo profundo de

la realidad, es descubrir lo que significa el arte del icono (Paul Evdokimov) y la belleza de todos los seres en

cada uno de ellos, esa belleza que «salvará al mundo», como dijera ya Dostoyeski. Aunque cuanto mayor sea

la belleza que alumbra, cuanto más deslumbradora y resplandeciente, tanto más modestos habremos de

reconocemos a nosotros mismos «<cuanto más alto subía, deslumbróseme la vista»):

«entreme donde no supe,

y quede me no sabiendo,

toda sciencia trascendiendo...

y es de tan alta excelencia

aqueste summo saber,

que no hay facultad ni sciencia

que le puedan comprender;

quien se supiere vencer

con un no saber sabiendo,

irá siempre trascendiendo».

3. 2. Cantad las alabanzas del Señor

Dios trasciende, pero no pasa sin ser notado. Nosotros notamos que Él existe insistiendo en nosotros, que se

nos hace presente por amor (única y exclusivamente porque quiere y porque nos quiere, porque su querer es

un queremos) en el acto creatural y en el acto providencial: «El creador de la naturaleza humana no ha sido

inducido por necesidad alguna a crear al hombre, sino que más bien le ha hecho surgir como resultado de la

sobreabundancia de su amor. Porque su luz no podía quedar invisible, ni su gloria sin testigo ocular, ni su

bondad sin provecho, ni inactivas todas las demás cosas que acompañan a la naturaleza divina... El hombre es

llamado a la vida para tomar parte en los bienes de Dios. Si Dios nos ha creado es para que recibamos

comunicación de su naturaleza divina, para que participemos en su eternidad y podamos llegar a ser

semejantes a Él por la deificación, que nos confiere su gracia. Para eso ha sido creado todo lo que existe y

para eso permanece todo lo que permanece» (Máximo el Confesor: Cap. Theol 1, 42 [PG 1193 D]). En este

sentido, que siempre ha constituido parte importante de la tradición patóstica, el propio Máximo el Confesor

escribe: «Él, ¡el rebosante! no ha conducido a las creaturas hasta el ser como quien necesitase algo, sino más

bien para que éstas fuesen gustosas de su bondad participando en ella cada cual en su manera y Él a su vez se

alegrase en sus obras viendo la alegría de ellas, mientras se saciaban insaciablemente del que es inagotable»

(Cap. de Charitate Cent 3, 46 [PG 90, 1030]). Nos hiciste, Señor, para Tí, y está inquieto nuestro corazón

hasta que descanse en Ti. Lo sabía bien san Agustín: para Dios con la totalidad de nuestro ser, el ser humano.

Y entonces, aquel día antes impensado, aquel día de gracia, aquel día brotará incontenible de nuestros labios

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el famoso Cántico de las creaturas de Francisco de Asís, donde uno habrá llegado a convencerse con

asombro que si Dios existe todo es hermosura, todo gratuidad, todo regalo, todo posibilidad de alabanza, todo

huella de lo eterno. Abriendo ahora sus ojos a la creación habrá descubierto uno que en su interior late y vibra

y siente y piensa y quiere un creyente, más aún, una persona religiosa, puesto que donde antaño hubo huellas

hay ya rostro hogaño:

«Omnipotente, altísimo, bondadoso Señor,

tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor;

tan sólo tú eres digno de toda bendición

y nunca es digno el hombre de hacer de ti mención.

Loado seas por toda criatura, mi Señor,

y en especial loado por el hermano sol

que alumbra y abre el día y es bello en su esplendor,

y lleva por los cielos noticia de su autor.

Y por la hermana luna, de blanca luz menor,

y las estrellas claras que tu poder creó,

tan limpias, tan hermosas, tan vivas como son

y brillan en los cielos: ¡¡loado, mi Señor!!

Y por la hermana agua, preciosa en su candor,

que es útil, casta, humilde: ¡loado, mi Señor!

Por el hermano fuego, que alumbra al irse el sol

y es fuerte, hermoso, alegre: ¡¡loado, mi Señor!!

Y por los que perdonan y aguantan por tu amor

los males corporales y la tribulación:

¡¡felices los que sufren en paz con el dolor,

porque les llega el tiempo de la coronación!!

Y por la hermana muerte: ¡¡loado, mi Señor!!

Ningún viviente escapa de su persecución;

¡¡ay si en pecado grave sorprende al pecador!!

Dichosos los que cumplen la voluntad de Dios.

No probarán la muerte de la condenación.

Servidle con ternura y humilde corazón.

Agradeced sus dones, cantad su creación.

Las creaturas todas, ¡¡load a mi Señor!!»

Aquel día ya no será día de Héroe, de intentar ser muy bueno a base de codos, de merecer mucho cielo por

haber sacado sobresaliente en buenas y abundantes obras, sino lisa y llana y humildemente día del Señor, de

dar gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia, día de alabar, de adorar: «De repente,

Francisco cogió el brazo de Rufino y lo paró. -Escucha, hermano, es preciso que te diga una cosa. Se calló un

momento con la mirada baja hacia el suelo. Parecía dudar. Después, mirando a Rufino bien a la cara, le dijo

gravemente: -Con la ayuda del Señor, has vencido tu voluntad de dominio y de prestigio. Pero no sólo una

vez, sino diez, veinte, cien veces tendrás que vencerla. -Me das miedo, Padre -dijo Rufino-. No me siento

hecho para sostener una lucha así. - No llegarás a ello luchando, sino adorando -replicó dulcemente

Francisco-. El hombre que adora a Dios reconoce que no hay otro Todopoderoso más que Él solo. Lo

reconoce y lo acepta. Profundamente, cordialmente. Se goza en que Dios sea Dios. Dios es, eso le basta. Yeso

le hace libre. ¿Comprendes? -Sí, padre, comprendo -respondió Rufino-. Habían vuelto a caminar mientras

hablaban. Estaban ya a unos pasos del oratorio. -Si supiéramos adorar -dijo entonces Francisco-, nada podría

verdaderamente desquiciamos: atravesaríamos el mundo con la tranquilidad de los grandes ríos» CE. Leclerc:

Sabiduría de un pobre).

Si Francisco de Asís es uno de esos santos que el cielo pide a la tierra, lo es precisamente por su capacidad de

adorar, lo que resulta absolutamente decisivo. Insistamos: «-¿Sabes tú, hermano, lo que es la pureza de

corazón? -Es no tener ninguna falta que reprocharse -contestó León sin dudarlo-. -Entonces comprendo tu

tristeza -dijo Francisco-, porque siempre hay algo que reprocharse. -Sí -dijo León-, yeso es precisamente lo

que me hace desesperar de llegar algún día a la pureza de corazón. -¡Ah!, hermano León: créeme -contestó

Francisco-, no te preocupes tanto de la pureza de tu alma. Vuelve tu mirada hacia Dios. Admírale. Alégrate de

lo que Él es. Él, todo santidad. Dale gracias por Él mismo. Es eso mismo, hermanito, tener puro el corazón. Y

cuando te hayas vuelto así hacia Dios, no vuelvas ¡más sobre ti mismo. No te preguntes en dónde estás con

respecto a Dios. La tristeza de no ser perfecto y de encontrarse pecador es un sentimiento todavía humano,

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demasiado humano. Es preciso elevar tu mirada más alto, mucho más alto. Dios, la inmensidad de Dios y su

inalterable esplendor. El corazón puro es 1 que no cesa de adorar al Señor vivo y verdadero. Toma un interés

profundo o la vida misma de Dios y es capaz, en medio de todas sus miserias, de vibrar ,00 la eterna inocencia

y la eterna alegría de Dios. Un corazón así está a la vez despojado y colmado. Le basta que Dios sea Dios. En

eso mismo encuentra da su paz, toda su alegría, y Dios mismo es entonces su santidad» (lbidem). «-¿Y cómo

hay que hacer? -preguntó León-. -Es preciso simplemente no guardar nada de sí mismo. Barrerlo todo, aun a

percepción aguda de nuestra miseria; dejar sitio libre; aceptar el ser pobre; renunciar a todo lo que pesa, aun el

peso de nuestras faltas; no ver más que la gloria del Señor y dejarse irradiar por ella. Dios es, eso basta. El

corazón se Ice entonces ligero, no se siente ya el mismo, como la alondra embriagada espacio y de azul. Ha

abandonado todo cuidado, toda inquietud. Su deseo perfección se ha cambiado en un simple y puro querer a

Dios» (lbidem). «-El hombre no es salvado por sus obras, por muy buenas que sean. Es preciso que se haga él

mismo obra de Dios. Debe hacerse más maleable y .s humilde en las manos de su Creador que la arcilla en

manos del alfarero. Más flexible y más paciente que el mimbre entre los dedos del que hace cestos. Más pobre

y más abandonado que la madera muerta en el bosque en el corazón del invierno. Solamente a partir de este

estado de abandono y en esta Cesión de pobreza, el hombre puede abrir a Dios un crédito ilimitado, fiándole

la iniciativa absoluta de su existencia y de su salvación. Y entra entonces en una santa obediencia. Se hace

niño y juega el juego divino de la creación. Más allá del dolor y del gozo, llega al conocimiento de la alegría y

poder. Puede mirar con un corazón igual al sol y a la muerte. Con la misma gravedad y con la misma alegría.

León se callaba. Ya no tenía ganas de hacer preguntas. No comprendía, e luego, todo lo que le decía

Francisco, pero le parecía que no había visto tan claro y profundo nunca en el alma de su padre. Lo que le

impresionaba, sobre todo, era la tranquilidad con que hablaba de cosas graves, que seguramente había sabido

por experiencia. Se acordó de lo que Francisco le dicho otra vez: ‘El hombre no sabe verdaderamente más que

lo que experimenta’» (Ibidem).

LA PERSONA

RELIGIOSA

Dicho lo cual podemos pasar al análisis de los rasgos constituyentes de la persona religiosa, el homo

religiosus. Así las cosas, los fenomenólogos de la religión suelen asegurar que la persona religiosa reconoce

en su relación con Dios los siguientes caracteres (en estas páginas casi todos ellos concretados con ejemplos

de la religión cristiana), y las exigencias a las que ha de procurar responder consecuentemente:

4. 1. Misterio omniabarcante

El ámbito donde la persona religiosa tiene su lugar es lo sagrado o numinoso, lo misterioso. Pero el misterio

no es una forma de religiosidad primitiva de la que por evolución se derivarían las históricamente conocidas,

sino lo común a todas ellas, ya que todos los sujetos religiosos se conocen como adoradores del misterio. He

aquí un texto célebre, el de Novaciano, que vale más que mil palabras:

«Respecto de Dios, de lo que es y habita en Él, el espíritu del hombre no puede pensar convenientemente lo

que es, qué grandezas tienen sus perfecciones y cuál es su naturaleza, ni la elocuencia del discurso humano es

capaz de desarrollar un poder de palabra correspondiendo a su majestad. Pues es mayor que el espíritu

humano capaz de comprenderle. Es asimismo superior a toda .palabra e indecible. En efecto, si pudiera ser

expresado sería más pequeño que la palabra humana, que así podría circunscribirle y encerrarle en ella. Todo

lo que puede ser pensado de Él es más pequeño que Él. Pues es verdad que nosotros podemos sentirle un poco

en silencio, pero no podemos expresar en palabras lo que es Él mismo. Si le llamas luz te refieres a una

criatura más que a Él mismo. Si le llamas majestad, celebras su gloria más que a Él mismo. ¿Para qué seguir

detallando? Digámoslo de una vez: afirmes lo que afirmes de Él, cualquier manifestación de su poder, no es

Él mismo. A menos que, de forma única, pudiésemos captar por el espíritu lo que es Dios, pero incluso eso

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mismo ¿cómo lo podríamos nosotros, cómo lo captaríamos, cómo nos sería permitido aprehenderlo? Nos

representamos qué es lo que no puede ser aprehendido, lo que no puede ser pensado en su grandeza y en su

naturaleza. Dios es aquél al que pertenece no poder ser comparado con nada».

Y ahora oigamos el siempre célebre al respecto Himno de Gregorio Nacianceno:

«¡¡Más allá de todo!! ¿Cómo podría yo alabarte de otro modo?

¿Cómo podrá enaltecerte una palabra, si tú eres indecible en toda palabra?

¿Cómo podrá abarcarte una inteligencia, si tú eres inaprensible a toda inteligencia?

Innombrable tú solo: Pues tú creaste toda denominación.

Desconocido tú sólo, pues tú creaste toda inteligencia.

Todo lo que habla y lo que no puede hablar te alaba.

Todo, lo que entiende y lo que no puede entender, te honra.

Pues las peticiones comunes, los ayes comunes todos, se dirigen a ti. A ti te implora todo.

¡¡Viendo tus signos todo te canta un himno silencioso!!

En ti solo permanece todo, hacia ti confluye todo.

Tú eres la meta de todo, y uno, y todo, y nadie.

¿Cómo te llamaré único innombrado?

¿Qué inteligencia celestial llega hasta ti, velado tras las nubes?

¡¡Séme propicio!!

¡¡Más allá de todo!! ¿Cómo podría alabarte de otra manera?»

En medio de dicho misterio, la historia de las religiones, desde las más primitivas hasta las más elaboradas,

reconoce la existencia de realidades que son como testimonios de la presencia del misterio, manifestaciones

presénciales de lo sagrado, a las que Mircea Eliade denomina hierofanías; dicho de otro modo, la persona

religiosa cree siempre que existe una realidad absoluta, lo sagrado que trasciende este mundo mientras se

manifiesta en él, lo santifica y lo hace real, y que se manifiesta a través de realidades en que dicho misterio se

condensa y presentifica: son las hierofanías (véase al respecto la obra de Julien Ries: Lo sagrado en la

historia de la humanidad. Ediciones Encuentro, Madrid, 1989, pp. 70 Y ss). Para el cristiano, Jesús, teofanía

presente como Dios Hijo, descifra la Trascendencia llamándole a Dios Padre y Amor. Jesús es, pues, la

máxima Trascendencia desde la máxima inmanencia: oferta de salvación para todos, especialmente para los

últimos y los desgraciados. La tarea para los creyentes es cómo decir Padre en torno a Jesús, viviéndolo entre

hermanos, en el nombre del Padre común.

4. 2. Misterio bonificante

El misterio se percibe por ende como una realidad suprema, perfección de todas las perfecciones,

absolutamente superior, Bien Sumo del que todo participa, misterio omniabarcante y fundante que nos

sostiene, augusta realidad que nos vivifica, en cuyo poder están el comienzo y el fin, la vida y la muerte, el

más allá y el más acá, y al que en consecuencia hemos de tener siempre presente, pues nos encontramos en

sus manos: « ¿Y qué Señor hay fuera del Señor, o qué Dios fuera de nuestro Dios? Sumo, óptimo,

poderosísimo, omnipotentísimo, misericordiosísimo y justísimo; secretísimo y presentísimo, hermosísimo y

fortísimo, estable e incomprensible, inmutable, mudando todas las cosas; nunca nuevo y nunca viejo; renueva

todas las cosas y conduce a la vejez a los soberbios sin ellos saberlo; siempre obrando y siempre en reposo;

siempre recogiendo y nunca necesitado; siempre sosteniendo, llenando, y protegiendo; siempre creando,

nutriendo y perfeccionando; siempre buscando y nunca falto de nada. Amas y no sientes pasión; tienes celos y

estás seguro; te arrepientes y no sientes dolor; te aíras y estás tranquilo; mudas de obra, pero no de consejo;

recibes lo que encuentras y nunca has perdido nada. Te ofrecemos de más para hacerte nuestro deudor, pero

¿quién es el que tiene algo que no sea tuyo, pagando tú deudas que no debes a nadie, y perdonando deudas sin

perder nada con ello? ¿Y qué es cuanto hemos dicho, Dios mío, vida mía, dulzura mía santa, o qué es lo que

puede decir alguien cuando habla de ti? Al contrario ¡ay de los que se callan de ti!, porque no son más que

unos charlatanes» (San Agustín: Confesiones. BAC, Madrid, 1962, pp. 71-72).

San Agustín: experiencia de que grande es Dios, y siempre más grande que lo que nosotros podamos saber o

decir de él, como asegura por su parte el Salmo 138

«¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu,

a dónde de tu rostro podré huir?

Si hasta los cielos subo, allí estás tú,

si en el scheol me acuesto, allí te encuentras.

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Si tomo las alas de la aurora,

si voy a parar a lo último del mar,

también allí tu mano me conduce,

tu diestra me aprehende».

En consecuencia, y como ya hemos insinuado anteriormente, el misterio religioso no tiene nada que ver con el

misterismo del curioseo mundano o inmanente en que hoy se desarrollan las múltiples y mercantilmente

florecientes pararreligiosidades o religiones de reemplazo, seudoreligiosidades del «más acá del más allá»

(teosofía, magia, etc.), que venden un falso más allá siempre antropomórfico el cual no es sino el retorno a

este mundo de lo «prohibido» en sus formas más elementales (terror, artes mánticas o adivinatorias,

esoterismo, ocultismo, etc.) que vienen a confirmar aquella célebre afirmación de G. Bernanos «un sacerdote

menos, mil pitonisas más». En ese misterismo, el mago busca manipular a Dios, ponerlo a su servicio,

manejar las fórmulas de invocación para obtener así los resultados apetecidos, dominar el «ábrete Sésamo»

para que resume oro o poder, o prestigio o dominio sobre la asamblea que preside, pero el hombre religioso se

encuentra en la antítesis de la magia: adora y se postra, toda vez que lejos de poseer sabe que sólo Dios es

Dios, se deja plenificar por lo divino, y vive plenamente consciente de que después de la jornada a pesar de

las posibles cosechas él no será sino un «siervo inútil». Dicho de otro modo, no son sus propios deseos los

que busca el creyente, sino que anhela el Deseo, busca pasar de lo penúltimo a lo último, y de este modo

entroncar en lo misterioso fundante. Para el creyente, pues, a mayor Deseo (futuro escatológico o salvífico),

mayor Memoria (más intenso recuerdo de los orígenes, es decir, del Origen).

4. 3. Gracia sobreabundante

Ante tamaña Realidad, la persona que se aparta o desvía voluntariamente se siente impregnada por una doble

sensación, que ha subrayado Paul Ricoeur (cfr. Finitud y culpabilidad. Ed. Taurus, Madrid): por un lado se

siente desfondada, debilitada, desbiotizada, huérfana, y por otra culpable, siendo la idea de culpa o mancha

común a todas las religiones:

«Que mis culpas sobrepasan mi cabeza,

como un peso harto grave para mí;

mis llagas son hedor y pritridez,

debido a mi locura;

encorvado, abatido totalmente,

me hace rugir la convulsión del corazón»

(Salmo 39)

Cuando el patriarca hidumeo Job se queja ante Dios, se sabe inmerso en el polvo, y sólo cuando recupera la

amistad con Él sale del polvo para no volver al polvo.

De todos modos, una cosa es el sentimiento de culpa, y otra absolutamente distinta el masoquismo o la

neurotización culpabilizadora a ultranza, sentimiento que ya no es religioso sino ateo, porque el remordido o

culpabilizado hasta la parálisis no confía en la fuerza sanad ora de su Dios, antes al contrario se abandona al

pesimismo tomándose incapaz de ayudarse no sólo a sí mismo sino tampoco al otro, así como también

incapaz de dar gracias a Dios porque, siendo Dios más fuerte que el pecado, donde abundó éste sobreabundó

la gracia de Aquél. Para la persona religiosa, pues, el pecado clama al perdón y a la restauración de la amistad

truncada con su Dios.

Quien no da ese paso, no puede entender el perdón radical, incondicional, y universal, como es el caso de

Sigmund Freud muy claramente en carta a James Putnam: «Cuando me pregunto por qué me he esforzado

siempre honradamente por ser indulgente y, en lo posible, bondadoso con los demás y por qué no cesé de

hacerlo cuando advertí que tal actitud causa perjuicios a uno y le convierte en blanco de los golpes, dado que

los otros son brutales y poco de fiar, no encuentro una respuesta».

Evidentemente no se trata de negar que existan ateos excelentes personas, ni de afirmar en modo alguno que

los creyentes valgan moralmente más que ellos (yo al menos jamás lo afirmaría); de lo que aquí se trata es de

afirmar la mayor coherencia del perdón presidido por un Dios perdonador. Fuera de esa opción lo único que

queda es la Ley del Talión, ojo por ojo, diente por diente, cardenal por cardenal. Oigamos de nuevo a

Sigmund Freud: «Adoptemos ante el precepto amarás al prójimo como a ti mismo una actitud ingenua, como

si le oyésemos por vez primera. Entonces no podremos contener un sentimiento de asombro y de extrañeza:

¿por qué tendríamos que hacerlo? Mi amor es para mí algo muy precioso que no tengo derecho a derrochar

insensatamente. Me impone obligaciones que debo estar dispuesto a cumplir con sacrificios. Si amo a alguien,

es preciso que éste lo merezca por cualquier título. Merecería él mi amor si fuese más perfecto de lo que yo

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soy, de tal manera que pudiera amar en él al ideal de mi propia persona; debería amarlo si fuera el hijo de mi

amigo, pues el dolor de éste, si algún mal le sucediera también, sería mi dolor y yo tendría que compartido.

En cambio, si me fuera extraño y no me atrajese ninguno de sus propios valores, entonces me resultaría muy

difícil amarle. Hasta sería injusto que le amara, pues los míos aprecian mi amor como una demostración de

preferencia, y les haría injusticia si les equiparase con un extraño. Pero si he de amarle con ese amor general

por todo el universo simplemente porque también él es una criatura de este mundo, entonces me temo que

sólo le corresponda una ínfima parte de mi amor, de ningún modo tanto como la razón me autoriza a guardar

para mí mismo. ¿A qué viene entonces tan solemne presentación de un precepto que razonablemente nadie

puede aconsejarme cumplir? Examinándolo más de cerca encuentro nuevas dificultades. Ese ser extraño no

sólo es en general indigno de mi amor, sino que -para confesado sinceramente- merece sobre todo mi

hostilidad y hasta mi odio. No parece alimentar el mínimo amor por mi persona, no me demuestra la menor

consideración. Siempre que le sea de alguna utilidad no vacilará en perjudicarme, y ni siquiera me preguntará

si la cuantía de su provecho corresponde a la magnitud del perjuicio que me ocasiona. Más aún, ni siquiera es

necesario que de ello derive un provecho, pues le bastará el menor placer para que no tenga el menor

escrúpulo en denigrarme, en ofenderme, en difamarme, en exhibir su poderío sobre mi persona, y cuanto más

seguro se sienta, cuanto más inerme yo me encuentre, tanto más podré esperar de él esa actitud suya para

conmigo. Si se condujera de otro modo, si me demostrase consideración y respeto a pesar de sede yo un

extraño, estaría por mi parte dispuesto a retribuírselo de manera análoga, aunque no me obligara a ello

precepto alguno. Aún más, si ese grandilocuente mandamiento rezara ¡¡amarás al prójimo como el prójimo te

ama a ti!!, nada tendría yo que objetar. Existe un segundo mandamiento que me parece aún más inconcebible,

y que despierta en mi una resistencia aún más violenta: amarás a tus enemigos. Sin embargo, pensándolo

bien, veo que estoy errado al rechazado como pretensión aún menos admisible, pues, en el fondo, nos dice lo

mismo que el primero» (Sigmund Freud: El malestar en la cultura. Alianza Editorial, Madrid, 1970, pp. 50-

52).

Empero, si el perdón de Dios no lo entiende quien no se abre a la incondicionalidad del don de Dios, cuánto

menos lo entenderá quien sólo sabe odiar, pues quien rumia alguna venganza, como afirmó Francis Bacon,

mantiene abiertas las heridas. El mundo retrocede en cada persona que odia, y estalla primaveral en cada

persona que perdona, pues ella abre el futuro y la esperanza.

El rechazo del perdón significa renunciar a restaurado todo, significa ir añadiendo arena a los cojinetes de

modo que ya al final nada ruede porque la suciedad se ha ido acumulando hasta que ha rebosado.

La cultura del perdón resulta ser por eso infinitamente superior a ninguna otra, pues quien perdona no

humilla, ni quien solicita el perdón se rebaja, sino todo lo contrario: el perdón brota del amor, siempre mucho

más fuerte que ninguna otra realidad, hasta el punto de que quien perdona puede incluso llegar a asumir

voluntariamente la penitencia del otro para sacarle de su situación anterior:

«-¿Y bien, hermano Francisco? ¿Qué penitencia me darás?

-Tu pecado es grave, hijo mío. Durante tres noches y tres días no he de comer pan ni beberé agua.

-¡¡Pero no eres tú quien ha pecado!! ¡¡He sido yo!! ¡¡Soy yo quien debe ser castigado!!

-Es lo mismo, hermano León. ¿No somos todos el mismo ser? ¿No has llegado a comprenderlo, con el tiempo

que hace que vivimos juntos? Ve, y que Dios te bendiga» (Niko Kazantzakis: El pobre de Asís. Ed. Carlos

Lohlé, Buenos Aires, 1973, p. 289).

Desde luego, para los cristianos, ninguna otra parábola resume mejor que la del hijo pródigo lo que es el

perdón procedente del amor. San Agustín se dió cuenta de ello, y por eso (evidentemente sin intención de

vanagloriarse del pecado cometido) subrayó ante todo la magna dimensión del divino perdón: «¡¡Feliz culpa

la que mereció tal Redentor!!»

En sentido contrario, es decir, en el ámbito de la increencia, sólo el ateo evitará mencionar el término

«pecado», y en su lugar echará la culpa al error, a la falta de responsabilidad, al azar o al infortunio, etc., pues

pecador como tal sólo se reconoce uno ante Dios (y por ende ante los hermanos que a su vez invocan a un

mismo Dios Padre), aunque, evidentemente, cuando un no creyente daña a su prójimo realiza el mismo mal

que cuando es el creyente quien daña.

4. 4. Fidelidad paciente

Frente al hombre pecador, Dios aparece siempre como Fidelidad inagotable. A pesar de que el ser humano

rompe el pacto con Dios, Dios no desespera del ser humano. Dios cumple su pacto con el creyente. Lleva a

término sus promesas. Nunca abandona.

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Perdona siempre al pecador que a pesar de su arrepentimiento vuelve a pecar. Dios concede siempre nuevas

oportunidades, setenta veces siete, es decir, una y otra vez, sin cansarse. Pues mientras el pecado des-acredita,

Dios concede crédito ilimitado; porque aunque el humano no crea en Dios, Dios cree en el hombre. Y cuando

por fin el creyente se da verdadera cuenta de ello rehace la alianza, y exclama entonces: «Sé de quien me he

fiado, Yahvéh es mi roca». Roca fuerte, nunca nos deja en el desamparo, aunque a veces lo pudiera parecer.

Oigamos este relato anónimo brasileño: «Una noche un hombre tuvo un sueño. Soñó que iba paseando por

una gran playa. A medida que caminaba se iba proyectando en su mente la película de su vida. Se dio cuenta

de que en cada escena de la película de su vida existían dos pares de huellas en la arena: las suyas y las de su

Dios. Cuando la última escena de su vida apareció ante él, volvió a mirar retrospectivamente las huellas sobre

la arena de la playa. Entonces notó que muchas veces a lo largo de su vida había tan sólo un par de huellas.

Comprobó que esto ocurría en los momentos más difíciles de su existencia.

Llegó a preocuparse en gran manera por este hecho, y preguntó a su Dios:

-‘Señor, tú me dijiste una vez que si decidía seguirte caminarías siempre conmigo. Sin embargo he notado que

en los momentos más difíciles de mi vida tan sólo existía un par de huellas. No comprendo por qué cuando

más te necesitaba más me abandonabas’.

Su Dios respondió:

- ‘Hijo, te quiero y nunca te he abandonado. En los momentos de angustia y sufrimiento, cuando tú has

contemplado tan sólo un par de huellas, eran los momentos en que yo te transportaba en mis brazos’».

4.5. Iniciativa salvífica

Ese Dios que nos creó don-ándonos la vida nos re-crea per-don-ándonos. Nos quiso Dios querer porque

quiso y antes de que nosotros pudiéramos querer, porque Dios precede en su cariñosa iniciativa, como

reconoce muy certeramente un proverbio chino: «Durante treinta años anduve en busca de Dios; cuando al

final abrí los ojos descubrí que era Él el que me buscaba a mí».

Se comprende bien, miradas así las cosas, que uno de los atributos de Dios, respecto del cual no se insiste

suficientemente, sea la alegría. Dios tiene que ser alegre porque el amor es de suyo e intrínsecamente alegre, y

además expresa su alegría al modo como las realidades personales se manifiestan, a saber, relacionalmente,

siempre en compañía, trans-itivamente, yendo una y otra vez más allá, ensanchando su radio de acción

comunicativa: «Se trata, dice Saint-Exupéry- del amor verdadero: una red de vínculos que hace llegar a ser»

(Pilote de guerre. Ed. Gallimard, Paris, 1942, p. 179).

Si hoy amo, si estoy amando aquí y ahora y si mañana he de poder amar, eso se debe a que he sido amado

antes; luego la prueba de la existencia de mí mismo no puede dármela en última instancia de la

autoconciencia (el famoso «pienso, luego existo» que defendía Renato Descartes), sino la conciencia de que

no existe porque ha sido amado. Por ende seria más ajustado a verdad decir: amor, ergo, sum, « soy amado,

luego existo» según habíamos afirmado atrás, Atención pues: «Un monje dijo a otro monje: -‘Quiero ir al

desierto para alcanzar la perfección’. Como quería ser más y más perfecto, cada día se introducía más y más

en el desierto hasta que un día se salió del mismísimo desierto» (Raúl Berzosa: Parábolas para una nueva

evangelización. Burgos, 1991, p. 43). Así pues, el amor que yo pueda ejercer activamente hacia las demás

personas procede del amor previo con que los demás me han amado, primera y principalísimamente Dios,

amor que yo agradezco desde mi pasividad respecto de Él. El que acepta ese protoamor y los demás amores

con que le han amado por gracia puede ejercer luego activamente su libre capacidad de amar.

En todo caso, la respuesta a ese amor gratuito que me hace ser habrá de comportar el agradecimiento

incondicional, tal y como lo expresa la conocida estrofa de nuestra santa:

“No me tienes que dar porque te quiera,

pues aunque lo que espero no esperara,

lo mismo que te quiero te quisiera”.

Así que del «soy amado, luego existo» procede como ya sabemos todo ulterior amo ergo sum (amo luego

existo), afirmación que sirve de título a uno de los poemas de Pedro Lezcano:

«De altas aves rozado y firmamento,

yo era un cerebro en solitaria almena,

fuste sin corazón de luna llena,

era dueño de mí, dueño del viento.

Mas de pronto un letal descendimiento,

una presencia mía en forma ajena,

una muerte pisando sobre arena

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desposeyó mi carne sin tormento.

Mi corazón, mis venas cada día

más ajenas me habitan y más muero.

He dado mi razón, mi fe, mi hombría.

Todo te he dado, amor, nada soy, pero

te siento aquí, te siento ya tan mía

que sólo sé que soy porque te quiero»

También, pues, de tejas abajo somos movidos por el amor, nos mueve el amor que movemos, a pesar del

desprestigio que cubre a la palabra amor en la cultura ilustrada, donde a poco que uno se descuida dicha

palabra es vista como una zozobra de la razón, como un sentimentalismo propio de incompetentes. No. Todo

lo contrario. Amar es mirar con buenos ojos, de modo tal que cuanto quiere el amante lo encuentra en el

amado:

« ¿Qué es poesía? -dices mientras clavas

En mi pupila tu pupila azul-

¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?

Poesía... eres tú»

Federico Nietzsche, que amaba como cualquier otro, sabía bien que todo amor pide eternidad, profunda

eternidad, y por eso los que aman quieren eternizar ese su enorme instante:

«No soy por lo que soy, soy por lo que eres.

Por lo que soy de ti por los ayeres,

Por el tiempo que fue, por lo vivido.

Por lo que eres en mí, por lo que he sido

aunque todo después vuelva al olvido»

(Indio Juan: Cuadernos de Medianoche. Ed. Endymión. Madrid, 1989, p.60)

Para un amor humano activo y apasionado como éste, empero, el problema no está en la primera estrofa,

ciertamente, el problema estaría en la última estrofa si Dios no existiera, pues si no existiera Dios que

eternizase el amor, entonces todo volvería al polvo, y en cualquier caso el olvido podría presentarse a la

vuelta de cada esquina, como es bastante usual por lo demás.

4. 6. Exigencia solidarizante

Felizmente, empero, quien toma la iniciativa de mi salvación no soy yo, sino ese Bien Sumo y Amor

incondicional. Su acción es gratuita, pero no debe ser entendida por nosotros como superflua, por eso tiene

que ser respondida activamente, cooperadoramente, solidariamente, por el creyente:

«El espíritu del Señor Yahvéh está sobre mí,

por cuanto que me ha ungido Yahvéh.

A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado

a vendar los corazones rotos;

a pregonar a los cautivos la liberación

y a los reclusos la libertad;

a pregonar año de gracia de Yahvéh,

día de venganza de nuestro Dios;

para consolar a todos los que lloran,

para darles diadema en vez de ceniza,

aceite de gozo en vez de vestido de luto,

alabanza en vez de espíritu abatido.

Se les llamará robles de justicia,

plantación de Yahvéh para manifestar su gloria»

(Isaías 61, 1-3)

Jamás la oración podrá compensar una indolencia, «a Dios orando y con el mazo dando» como dice el refrán

popular. Jamás un pensamiento valdrá lo que un gesto del corazón:

«¡¡Oh fe del meditabundo!!

¡¡Oh fe después del pensar!!

Sólo si viene un corazón al mundo

rebosa el vaso humano y se hincha el mar»

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Primacía, pues, de la acción del corazón sobre las ideas y las creencias. Cerrarse a la presencia del otro

equivale a cerrarse a la Trascendencia; el primer lugar de la trascendencia es el otro pobre y abierto. Dar ahí la

cara sin actuar como Cirano de Bergerac susurrando frases bonitas tras un árbol para que las repita el

guaperas de turno con su telegenia y su dominio de masas, ámbito donde el yankeelema es «a la

Trascendencia por la telepredicación». Atendamos, pues, a esta leyenda eslava: «Cuenta la historia de un

monje, Demetrio, que un día recibió una orden tajante: debería encontrarse con Dios al otro lado de la

montaña en la que vivía, antes de que se pusiera el sol. El monje se puso en marcha, montaña arriba,

precipitadamente. Pero a mitad de camino se encontró a un herido que pedía socorro. Y el monje, casi sin

detenerse, le explicó que no podía pararse, que Dios le esperaba al otro lado de la cima, antes de que

atardeciese. Le prometió que volvería en cuanto atendiese a Dios. Y continuó su precipitada marcha. Horas

más tarde, cuando aún el sol brillaba en todo lo alto, Demetrio llegó a la cima de la montaña y desde allí sus

ojos se pusieron a buscar a Dios. Pero Dios no estaba. Dios se había ido a buscar al herido que horas antes se

cruzó por el camino. Hay, incluso, quien dice que Dios era el mismo herido que le pidió ayuda».

La primera política teológica (y la única teología política válida) es, por lo tanto, el débil, el rostro de la viuda

y del huérfano, que es en el mundo el rostro del Misterio: «Mira, evangelizar a un hombre es decirle: ‘Tú

también eres amado de Dios en el Señor Jesús’. Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. Y no sólo

pensarlo, sino portarse con este hombre de tal manera que sienta y descubra que hay en él algo de salvado,

algo más grande y más noble de lo que él pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí, eso es

anunciarle la Buena Nueva yeso no podemos hacerla más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real,

desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estima profundas. Es preciso ir hacia los

hombres. La tarea es delicada. El mundo de los hombres es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el

poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades les ocultan el rostro de Dios. Es preciso, sobre todo, que al ir

hacia ellos no les aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser en medio de ellos

testigos pacíficos del Todopoderoso, hombres sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente sus

amigos. Es nuestra amistad lo que ellos esperan, una amistad que les haga sentir que son amados de Dios y

salvados en Jesucristo» (lbidem). Esto es también lo que tan bien traduce de su experiencia personal

Marcelino Legido en el libro Misericordia entrañable. Historia de la salvación anunciada a los pobres: «Los

hermanos acogen el amor del padre. El padre extiende sus manos y se da a sí mismo en la mesa. Pero los

hijos, a su vez, han de abrir las manos para acoger este amor, que se les entrega. Sin esta acogida renovada día

a día, no pueden ser ni mantenerse como hijos, pues cada cual empieza a vivir para sí mismo y a caminar por

sí mismo. La fraternidad se rompe. Los hermanos comparten el amor del padre. Después de haber acogido

este amor, los hijos no pueden retenerlo para sí. Es un amor para ser compartido. Es un amor que alienta al

compartir. En la fuerza de este amor, los hermanos han de compartir lo que son, lo que pueden y lo que

tienen. Mirando a los pequeños. Este latido de comunión de amor es el que mantiene a la familia reunida, en

tomo al padre, incorporada a sus entrañas, alentada a realizar su proyecto de amor» (Ed. Sígueme, Salamanca,

1987, p. 393).

4. 7. Misterio dialogante

Y, en llegando aquí, la fenomenología de la religión se topa con este aparente dilema: cómo conciliar el

diálogo personal del hombre religioso con un Misterio densísimo. A lo cual respondemos reconociendo:

-Que a Dios, ciertamente, nadie le ha visto, lo que testifica su carácter misterioso, ¡¡cualquiera sabe lo que

podría transmitir después de haber visto a Dios!!

-Que decir «Tú», aunque sea refiriéndose al misterio, no enuncia nada sobre él, sino que expone su propio ser

personal, lo revela, invita al otro al reconocimiento, lo invoca, hace posible y efectiva la relación, la presencia,

el encuentro.

-Consecuentemente el sujeto humano puede vivir desde sí mismo una relación personal con lo Totalmente

Otro. Declarar que el Absoluto no puede entrar en relación efectiva con la persona porque no puede

convertirse en objeto de conocimiento ¿no es dar por supuesto que el conocimiento agota las posibilidades del

sujeto humano, y que además se agota a su vez en la función objetivadora propia de los saberes científicos y

empíricos?

-De ahí que nuestro encuentro con el Dios personal, que es para nosotros misterio, es al mismo tiempo un

encuentro personal con el Dios fundamento de todo ser personal.

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-En conclusión, que el Dios misterio y oculto es el mismo que se autorrevela y que toma la iniciativa

hablándole al ser humano. Y cuando hablamos de revelación de Dios «hay que subrayar tanto la revelación en

la que Dios se comunica, cuanto la revelación de Dios» (W. Kasper: El Dios de Jesucristo. Ed. Sígueme,

Salamanca, 1986, p. 156).

4. 8. Presencias mediadoras

Por otro lado, relación personal tampoco significa relación directa, cara a cara, sino que a lo sagrado se llega

con el auxilio de mediaciones objetivas a las que denominamos hierofanías (a las que nos habíamos referido

atrás), esto es, manifestaciones de la realidad trascendente y misteriosa en realidades mundanas, revelación o

patencia de lo sagrado en lo profano, que de este modo se acerca a los humanos recordándoles su presencia.

Aquí importa, más que el diverso hecho de manifestarse, más que la gama o masa de presencias distintas, la

manifestación misma, su presencialización, cosa que no ha tenido siempre en cuenta la crítica del hecho

religioso. No es el hombre religioso quien crea las hierofanías, pues si las creara serían seudoteofanías. Es

Dios quien elige manifestarse donde quiere y como quiere, con frecuencia entre los humildes para confundir a

los soberbios, entre los pobres para confundir a los ricos, etc. Etc. (cfr. Mircea Eliade: Tratado de historia de

las religiones. Morfología y dinámica de lo sagrado. Ed. Cristiandad, Madrid, 1981). Existe en la historia de

las religiones una amplia y variada gama de hierofanías, que van desde las cratofanías más elementales

(presencias fulgurantes de lo divino en fenómenos cósmicos) hasta las que se encarnan en toda una nación o

pueblo como agente histórico portador de los designios del Altísimo, siempre y eternamente insondables por

misteriosos, a los que no llegará ninguna criatura meramente humana.

4. 9. Ruptura con lo homogéneo

La persona religiosa responde a lo divino con una ruptura de nivel, con una ruptura de lo homogéneo. La

persona religiosa necesita retirarse para comprometerse, salir del tráfago cotidiano, de la selva de asfalto de la

gran ciudad, y escuchar los sonoros sonidos del silencio:

«-¿Qué puedo hacer para llegar a Dios?

-Tanto como puedas hacer para que el sol salga mañana

-Entonces ¿para qué sirven la oración y los ejercicios de piedad?

-Para asegurarte de que estarás despierto cuando el sol salga cada mañana» (Raúl Berzosa: Parábolas para

una nueva evangelización. Burgos, 1991, p. 46)

Los espacios y los tiempos de la invocación, el retiro para la plegaria, el recogimiento del espíritu le son

necesarios al creyente; le son más que necesarios, le son absolutamente imprescindibles. Por lo demás, «la

oración podemos ida cultivando no sólo en momentos dedicados especialmente para ello, sino durante todo el

día, hasta el grado en que la presencia activa de Dios en mi y la actitud receptiva frente a Dios, esta apertura y

receptividad de la expresión divina a través de mí, sea quehacer constante, la afirmación máxima, lo que estoy

viviendo como lo mejor posible de toda mi existencia. Y esto es lo que va iluminando cada instante de mi

vida, lo que va permitiéndome que cada situación la viva de un modo auténtico, de un modo maravilloso, de

un modo que me emancipa de las cosas y me libera de situaciones, pero al mismo tiempo me capacita para

manejar esas situaciones, para actuar de un modo más objetivo, de un modo más eficaz. Poco a poco voy

descubriendo que Dios no sólo es una presencia, sino que Dios es el centro de toda acción, de toda actividad.

Y que mi trabajo consiste en estar abierto y receptivo a Él para que, de un modo o de otro, se exprese a través

de mí. Es como si Él hiciera el trabajo; entendámonos, no es que uno tenga que estar todo el día en una actitud

contemplativa, sino que la iniciativa, la dirección y el impulso del trabajo surgen de Él; yo siento que he de

hacer esto, que lo natural es que yo realice ahora tal cosa o tal otra, que ante tal situación diga sí y ante tal otra

diga no. Soy yo, mi personalidad, quien hace materialmente las cosas, el centro, la cabeza, el alma de toda mi

acción la siento en mí, mas sólo puede venir a mí a través de esa práctica, hecha día a día, de la presencia de

Dios viviente, de esa interrelación entre yo, que me dirijo hacia Dios, y Dios que se expresa a través de mí»

(Antonio Blay: Tensión, miedo y liberación interior. Ed. Cymis, 1972, pp. 204-205).

Nada gasta y seca más que el activismo. En el día a día del no-retiro ¿sabes lo que pasa al fin si no te detienes

un poco? Lo que le pasa a todo el mundo: que se retira de uno lo profundo que le inhabita, que por no retirarse

uno se le retira a uno lo mejor de uno mismo. La cuestión es, pues, lisa y llanamente retirarse con regularidad,

o morir. Romper con lo compacto, con lo hiperlaborioso, dejar que cumpla su función el lento crecimiento del

alma que se ensancha en la meditación y la reflexión, o terminar perdiendo las raíces: esa es la cuestión. Lo

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antedicho se oye con frecuencia, pero son pocos los que se lo creen de-verdad-de-verdad, precisamente los

mejores, los incombustibles; y ello porque se saben los peores, los necesitados de recargar pilas.

Hablamos de espacios de retiro, de celebración de la fe, de fiesta, de asamblea, de culto: son los templos.

Como dijera Martín Heidegger, «mediante el templo Dios se hace presente en el templo», sin olvidar,

naturalmente, que templo vivo del Espíritu es el cuerpo, y templo el prójimo, templo nosotros, y el cosmos

entero templo: «La Iglesia, familia de los hijos del Padre, hermanados en tomo a Jesús, su Hijo, en la unidad

del Espíritu Santo, necesita tener una casa. Siempre una familia necesita una casa, donde los hijos se acojan y

desde donde hagan su marcha. Pero como la Iglesia no tiene una casa fija, sino que va buscando la que está

por venir, vamos a llamar a su techo, en vez de casa, 'tienda de campaña'. Esta palabra nos evoca el ‘pueblo

peregrino’ que viene de atrás y va hacia adelante. La Iglesia peregrina va preparando la mesa del Reino en la

tierra, hasta que el Señor venga a poner su última mesa del último día. Este pueblo mesiánico, que es

peregrino, se cobija y avanza en una sencilla tienda de campaña. Su templo es la tienda de campaña del

Espíritu, hecha al tiempo con lonas y palos de nuestra tierra» (Marcelino Legido: Luz de los pueblos. Ed.

Sígueme, Salamanca, 1993, p. 165).

Y hablamos también de tiempos, es decir, de la celebración comunitaria y periódica de la fe. Si uno no visita a

los amigos termina perdiéndoles. Y a Dios hay que visitarle mucho, como mínimo una vez por semana, dice

en concreto la Iglesia católica para recordar esta necesidad de relación temporal. Esto no es todo, claro, pero

sin esto tampoco se hace a la larga nada cuando se quiere tener una fe viva de militante y de creyente. Quien

desea encontrar a Dios acondiciona espacios y tiempos, y hace de su vida un espaciotiempo: Pero quienes

alegan aburrimiento y desidia no disponiendo ni de un mísero lugar ni de un mínimo momento de su vida para

lo divino, esos ya tienen marcados sus dados: se aburre quien no dirige su corazón ni su mente hacia la

celebración, y luego culpa a la celebración de su aburrimiento. En todo caso, y si encuentra aburrida la

celebración, jamás se le ocurre animarla...

4. 10. Llamada a la conversión

Dios toma la iniciativa, decíamos, instándonos a abandonar la di-versión en que perdemos, desparramamos y

futilizamos nuestra pobre vida, invitándonos de veras a la con-versión, a que agrupemos lo más profundo de

nuestro yo y lo orientemos generativamente hacia lo alto, lo profundo, lo ancho, lo eterno que nos descubre lo

mejor de nosotros mismos. La conversión conlleva consecuentemente el paso de un modo de ser superficial a

otro más profundo, de modo que cabe hablar de un antes y un después de la conversión, a pesar de que la

mayoría de las veces se trate de un proceso apenas perceptible y lógicamente lento, pues no se cambia de la

noche a la mañana por lo general. Después de la conversión, en todo caso, se produce un re-nacimiento, un

incipit vita nava, un comienzo de nueva vida, un hombre nuevo que dejando atrás al hombre viejo camina ya

hacia la resurrección, incoada aunque inconclusa, en esa eterna dialéctica del ser humano del «ya, pero

todavía no»:

«Dichoso el hombre a quien corriges tú, Yahvéh,

a quien instruyes por tu ley,

para darle descanso en los días de desgracia»

(Salmo 94)

No hará falta decir que la conversión no exige una nueva y mera ritualización; los ritos son experiencias

vinculatorias muy necesarias, ciertamente, como le recuerda el Zorro al Principito, y para el hombre de

espíritu son como la cristalización de esa espiritualidad; sin embargo no pueden suplir a la espiritualidad

misma, pues eso sería mero fariseísmo de las apariencias sin contenido. El convertido experimenta ante todo

un cambio de actitud, por lo cual nos parece muy válida esta afirmación de María Zambrano: «En la vida de

la conciencia antes que la palabra estará la acción; mas su primera forma de manifestarse es una actitud.

Actitud que es una nueva exigencia» (El hombre y lo divino. Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 54).

Tampoco hará falta decir que convertirse no es hacerse “santo”. Desgraciadamente somos pecadores antes y

después de la conversión. Pero ahora se trata de un pecador convertido, que orientará la vida de manera

distinta, hacia el Amor de Dios y la caridad con los hermanos. Desde luego, también se notará que su vida es

diferente, pues «por sus actos los conocereis».

Obviamente -insistimos- no debe entenderse la conversión como un número de circo, ni como una magia, ni

como un hecho automático, mecánico. Sin pretender negar casos sorprendentes de inexplicables conversiones,

lo cierto es que caídas del caballo como la de san Pablo van precedidas de mucho cabalgar anteriormente,

aunque fuese en dirección contraria. Y, desde luego, toda conversión conoce altibajos, periodos más dulces

y otros de noche oscura del alma (pregúntese a los mejores místicos, por ejemplo a Teresa de Jesús, con

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frecuencia quejándose de periodos de aridez espiritual, y no por ello dejando de oler a santidad), puesto que el

ser humano no es de arcilla ni un bloque sin fisuras. En todo caso, Pascal sabía lo que se decía al respecto

cuando escribía aquello de que no se buscaría si no se hubiese ya antes de alguna forma encontrado, aunque

sólo fuese en forma de cifra de Trascendencia.

CREDO. CREER QUE DIOS EXISTE.

CREER EN DIOS. CREER A DIOS

La persona religiosa que así ha sido caracterizada por nosotros no vive su convicción de fe en un mundo

abstracto, sino que experimenta sus convicciones como experiencias cotidianas enraizadas, encarnadas, hasta

el punto de que ellas se alzan como el motor de la vida, tanto más cuanto más viva sea la religiosidad que

profesa. En consecuencia las personas con fe no sólo creen que (uno puede «creer que» pero no implicarse

demasiado en lo que cree), sino que «creen que» precisamente porque creen en («creer en» resulta una

experiencia más personal y cercana que «creer que»), y esto a su vez porque creen a (donde se aúna la

experiencia del «creer que» y del «creer en»). He aquí algunas de las afirmaciones de fe contenidas en el

credo católico, como expresión concreta de la actitud religiosa.

5. 1. Creo en Dios Padre Todopoderoso

Todos estamos en posesión de alguna clase de poder, incluso los que no lo parecen tener, pues ellos tienen al

menos el poder de dar lástima. Por otra parte el poder no es malo de suyo, antes al contrario es muy bueno si

compartido; corrompe si no compartido. Donde hay ser hay poder, porque todo ser tiende a per-se-verar, a

manifestarse como verdadero permaneciendo en su afirmación de verdad. Pero el hombre sólo puede aspirar a

un poder limitado, lo comparta o no,

«Pues ¿quién es Dios fuera de Yahvéh?

¿Quién Roca, sino sólo nuestro Dios?»

(Salmo 18)

Creer en Dios Padre es por ende creer en Él como omnipotente, creador del cielo y de la tierra, Kyrios

Pantocrator, traducción del nombre hebreo de Dios Yahvéh Zebaoth. Oigamos al profeta Isaías:

«¿Quién midió los mares con el cuenco de la mano?

y abarcó con su palmo la dimensión de los cielos,

metió en un tercio de medida el polvo de la tierra,

pesó con la romana los montes,

y los cerros con la balanza?..

Él está sentado sobre el orbe terrestre,

cuyos habitantes son como saltamontes;

Él expande los cielos como un tul,

y los ha desplegado como una tienda que se habita.

Él aniquila a los tiranos,

y a los árbitros de la tierra los reduce a la nada...

Alzad a lo alto los ojos y ved:

¿quién ha hecho esto?

El que hace salir por orden al ejército celeste,

y a cada estrella por su nombre llama.

Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía,

no falta ni una»

(Is. 40, 12-26).

Omnipotente es Dios. Y sin embargo existe el mal, experiencia universal:

«Estoy extenuado de gemir,

baño mi lecho cada noche,

inundo de lágrimas mi cama;

mi ojo está corroído por el tedio,

he envejecido entre opresores»

(Salmo 6)

«Y yo, gusano que no hombre,

vergüenza de lo humano, asco del pueblo,

5

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todos los que me ven de mí se mofan,

tuercen los labios, menean la cabeza...

Mi paladar está seco lo mismo que una teja

y mi lengua pegada a mi garganta»

(Salmo 22).

Así las cosas ¿por qué no nos libra del mal el Dios Omnipotente? Georg Büchner formula esta cuestión del

siguiente modo en su drama La muerte de Dantón: « ¿Por qué sufro? Tal es la roca del ateísmo. El más leve

espasmo de dolor, aunque dure un instante, supone un desgarro en la creación de arriba abajo» (III; 1). Pues

bien, ante el dolor la manera como Dios Padre tiene de liberamos del mal es acompañamos en el mal desde la

cruz del Hijo. El creyente no deja de sufrir cuando llega el dolor, pero lo sufre asumiendo con un corazón

totalmente distinto ese dolor; se sufre desde la dimensión resucitada y resucitadora que ha abierto el Hijo en la

cruz, asumida por amor al Padre y a nosotros. Y es justamente esa experiencia la que nos invita a nosotros,

por nuestra parte, a acompañar al otro que ahora sufre desde su cruz. En consecuencia, confesar la

omnipotencia de Dios es aceptar también el compromiso con los que apenas pueden.

Por lo demás, Jesús luchó contra la malignidad en sus diversas formas a lo largo de su intensa vida. Y luchó

contra esa malignidad desde el bien, desde la paz, la serenidad y la capacidad para el gozo y la ternura, hasta

el punto de encarnar la Buena Nueva. Todo esto no se hizo, empero, al margen del dolor físico, de la

incomprensión social, ni de la no presión psíquica o de cualquier otro orden. En efecto, «el rabino de Nazareth

no sólo ha soportado una tortura corporal de indecible crueldad, sino que ha padecido el aparente fracaso de

su misión, el entenebrecimiento de su propia identidad, la negación y el abandono de los que le fueran sus

seguidores, el descrédito público de su causa, la befa escarnecedora respecto de sus pretensiones. En él se

cumple con creces el destino de aquel enigmático siervo doliente columbrado por el Deutero Isaías. La

historia de Job se iguala y sobrepuja en el último tramo de la historia de Jesús. La escena de Getsemaní, más

quizá que la del Gólgota, representa la quintaesencia del dolor químicamente puro; este hombre, que bascula

patéticamente entre la oración a Dios y la cercanía física de los amigos, a la búsqueda angustiosa de un

consuelo que no encuentra, porque Dios calla (como callara ante Job) y a los amigos les ha entrado el sueño,

este hombre es verdaderamente el arquetipo de la desventura, el vivo retrato de la desdicha» (Juan Luis Ruiz

de la Peña: Teología de la creación. Ed. Sal Terrae, Santander, 1986, pp. 1677-168). Y su respuesta ante el

mal fue el irrestricto amor a todo hombre y a la entera humanidad, acogiendo a los malos para superar sus

males perdonándolos. Así que Jesús amó desde la experiencia del mal padecido injustamente, escándalo que

repugnó a judíos y gentiles, horrorizó a Arrio y a Nestorio, y sigue resultando incomprensible para quienes no

toleran la idea de un Dios cosufriente: «El hombre situado detrás del narrador, que pide a Dios que

intervenga, no sabe que está interviniendo. Pero como sujeto paciente, no como deus ex machina (falso dios a

modo de máquina). Como víctima, no como espectador o verdugo. La teología que exige la intervención de

Dios en este momento para evitar este mal no es teología cristiana, pues ignora que el Dios verdadero es un

Dios sim-pático, con-sufriente, no apático sino sufriendo el mal en mí y conmigo; tampoco suprimiéndolo,

sino mostrándolo asumible, desvelándome que incluso en ese mal hay sentido, o, mejor, mostrándome que a

través de esa noche oscura amanece ya la aurora de salvación. La teología cristiana se nos propone así como

la inversión de la teodicea deísta; ésta declara a Dios inocente del mal del hombre; aquélla declara a Dios

sufriente del mal del hombre. La teodicea cree a Dios capaz de evitar el mal al hombre. El Evangelio cree al

hombre capaz de inferir el mal a Dios y proclama Dios a alguien que ha sufrido ese mal» (Ibi, p. 171).

Resumiendo: ese niño que sufre injustamente está asumido en la cruz de Dios, resucitado también en ella. El

creyente le encomienda al Resucitado pidiéndole que nos resucite también con él. Reflexión de urgencia:

Creer en Dios es compartir el poder que Dios compartió con nosotros.

5. 2. Creo en Jesucristo, su único Hijo

Creer en Dios Padre exige creer en el Hijo, pues no hay padre sin hijo.

Muchas herejías se han desarrollado entre quienes aún creyendo en Jesucristo no supieron comprender su

doble naturaleza, divina y humana: adopcionismo, modalismo, subordinacionismo, monofisismo,

nestorianismo, etc., están ahí. Pero creer de verdad en Dios significa creer en la persona de Jesús, donde se

revela a la vez de una forma absolutamente definitiva:

-que no se puede comprender al Padre si no se comprende al Hijo,

-que no se puede comprender al Hijo si no es comprendiendo al Padre,

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-y que quien cree así es capaz de comprender con todo su corazón lo mejor que existe en el ser humano: la

presencia operante del Espíritu derramado como Amor en los corazones de los fieles. Reflexión de urgencia:

No hay ninguna prueba más grande que ésta de que Dios nos ama a los humanos, a saber, que en la naturaleza

humana de la segunda Persona del misterio trinitario Dios mismo se nos muestra como una persona de carne y

hueso.

5. 3. Creo que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo y nació de santa María la

Virgen.

El Hijo tuvo una existencia histórica, un hogar, una cronología concreta.

Toda su existencia se desarrolló en el marco del mundo judío: allí lo quiso el Padre con sus eternos e

insondables designios. Tampoco nosotros nacemos donde queremos, nadie elige el color de su piel ni las

circunstancias epocales ni de ninguna otra naturaleza. El nacer es una gracia. Y así fué también en el caso de

Jesús. Solo que Jesucristo nació por obra y gracia del Espíritu Santo: Por intervención directa del amor de

Dios en el seno de una sencilla y humilde mujer de pueblo, cuyo nombre era María.

Dios Espíritu Santo ¿por qué no habría podido hacerse presente directamente en el nacimiento del Hijo? Hoy

pocos occidentales ilustrados dicen creer en los milagros (al menos eso dicen, luego cada cual suele

desarrollar su sistema de creencias y de metacreencias), porque prefieren tomarse ellos mismos a sí mismos

como fuente mirífica y factoría miraculosa. Sin embargo para el creyente el milagro lo abarca todo en medio

del misterio: desde Dios hacia nosotros todo es milagro. Ya es un milagro que creara el mundo, y ya es un

milagro que la vida sea la vida. Y es también milagro que aquella mujer, María de Nazareth, diese de forma

humilde, sencilla, incomprensible para nosotros, un sí, un fiat, un hágase según el designio de Dios. María,

una mujer de pueblo sin especiales condecoraciones, no rehusó ser nada menos que madre de Jesús, el Hijo

del Eterno. No inventó excusas, no insinuó que buscasen a otra mujer más universitaria o de mejor condición

social o de mayor alcurnia genealógica para ser madre de Dios, no. Humilde, con la fe de lo esencial, con la

mirada enamorada y luminosa propia de los sencillos de corazón, entendió y respondió con la misma fe de

Abraham, el padre de los creyentes: María de Nazareth tenía una fe inconmovible en Dios Padre, y por eso

pudo tenerla igualmente en el Hijo, ya que así se lo hizo presente la luz del Espíritu Santo.

Reflexión de urgencia: Nosotros, que sólo sabemos poner pegas y decir no, cerrados y a la defensiva

¿entenderemos alguna vez que la fe está en abrir el corazón y detenerse con el prójimo necesitado en ese

caminar diario de Jerusalén a Jericó? ¿Daríamos un sí rotundo para mostrar que nuestra disponibilidad es

radical y que ya no somos nosotros, sino Dios quien vive en nosotros desde el momento en que a Él le hemos

dado nuestro sí?

5. 4. Padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado

Dios Padre pudo evitar el sufrimiento de su Hijo, como puede evitar el nuestro. La voluntad del Padre era

darse a conocer a la humanidad en su Amor de Padre, a través de la encarnación del Hijo, para de este modo

destruir todo sufrimiento y mostrar todo el Amor por la criatura, y ello de forma definitiva.

Dios Padre había confiado así al Hijo la transmisión de su voluntad salvífiea. Y fue el Hijo el que asumió

durante toda su vida la voluntad del Padre, voluntad que como ya hemos dicho era la de salvar a la humanidad

ofreciéndole vida eterna y verdadera.

Empero, la humanidad fue creada por Dios libre y autónoma para elegir; Dios nos pudo haber creado como

seguidores autómatas sin libertad, lo cual evidentemente no quiso hacer porque nos prefirió libres a fin de que

desde esa libertad terminásemos en nosotros su creación primera llevándola a su cumplimiento con el sí

amoroso a Dios, aunque el riesgo de la persona libre fuese el de rechazar el amor y desviarse de la creación

des-creándose. Y así fue como, lejos de querer ser salvada, la humanidad pasó sus días de incumplimiento en

incumplimiento de la alianza que había sellado con Dios, hasta que finalmente crucificó al Hijo bajo el poder

de Poncio Pilato por mandato de los propios judíos. El Hijo hubiera podido ocultarse, intentar escapar,

disimular en el proceso. y nada de eso hizo el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Y el

resultado es que los hombres juzgaron, crucificaron, mataron y sepultaron al Hijo. Por amor al Padre y por

amor a los hombres Jesús asumió hasta la última gota el cáliz de la amargura. Y mientras todo se consumaba

renovó el amor al Padre y ofreció el perdón a la humanidad verduga. Demostró al máximo que el Amor es

más fuerte que la muerte. Y todo esto lo hizo renovando su confianza en el Padre. En un Dios así se puede

creer, porque es aquél que no abandona nunca, ni siquiera crucificado, muerto y sepultado. Es un Dios que

bendice a quienes le maldicen, y que engrandece a quienes se empequeñecen. No hay quien dé más. Nunca

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pudo la humanidad soñar nada ni siquiera remotamente parecido, a no ser porque Dios asumió la iniciativa y

creyó en el hombre (y le creyó porque le amó) pese al hombre mismo. Realmente el Amor de Dios sobrepasa

lo que cualquier humano por sí mismo pueda intentar comprender alguna vez sin el auxilio de la fe: «Desde el

punto de vista cristiano, sólo a la luz de una soteriología (afirmación de la salvación) tiene sentido una

hamartiología (tratado del pecado). Sólo cuando se nos revela en Cristo la voluntad salvífica universal de

Dios, puede percibirse con nitidez la necesidad universal de la gracia redentora... sin que tales constataciones

<desemboquen en una interpretación trágica de la existencia, es decir, sin que el peso de la culpa aplaste al

culpable o lo suma en la desesperación» (Juan Luis Ruiz de la Peña: El don de Dios. Antropología teológica

especial. Ed. Sal Terrae, Santander, 1991, p. 78).

Mas si todo esto es así ¿por qué seguimos crucificando a Jesús? ¿Por qué seguimos prefiriendo a Barrabás?

¿Por qué nos entregamos al mal aunque veamos el bien (video meliora proboque, deteriora sequor: veo lo

que es mejor y lo apruebo pero luego hago lo peor)? ¿Por qué tanta inconsecuencia? Reflexión de urgencia:

La vida de El Señor Jesús asumiendo sobre sí todo el mal rompe la lógica del mal. Si de verdad queremos un

mundo nuevo habremos de seguir la lógica del bien. Y ese camino, paradójicamente, tendremos que vivido en

un mundo que practica la lógica del mal, negándola desde la lógica del bien.

5. 5. Descendió a los infiernos

Este artículo de la fe se cita generalmente en Occidente bajo la forma descendit ad inferna (al reino de la

muerte) o descendit ad inferos (a los lugares inferiores). Detrás de esta afirmación estaba la imagen judía del

sheol, el mundo inferior, el reino oscuro de los muertos que es más un no-ser que un ser, lejos de la vida, lejos

de la acción, sin ser simplemente la nada. En definitiva, bajó a la carencia: el Hijo del Padre Omnipotente

asumió amorosamente y sin pecado la impotencia para, desde abajo, desde ese lugar inferior, cargar sobre sí

con todos los lugares de impotencia humana, y elevar a los anonadados liberándoles de su impotencia.

¿En cuántos infiernos, esto es, en cuántos lugares más bajos podemos degradamos todavía más los humanos?

¿hasta dónde podemos continuar descendiendo, no por amor sino por culpa propia en nuestro caso, y en

cuántas variedades de impotencia? Enfermedad psíquica y física, pecado, etc., la carrera hacia lo peor parece

no tener límite ni individual ni colectivo en la historia.

Y en medio de todo esto Jesús, que se pasó toda su vida descendiendo y defendiendo todas las causas

perdidas para los humanos, y que por ende no hizo una travesía por los lugares inferiores como un tour

operator, sino que los recorrió a pie enjuto hasta el final, carga con todos los pecados del mundo: desciende

para ascender con los deshechos y con los desechados. Jesús se erige en el mejor abogado, en el especialista

absoluto y único en recoger inmundicias para salvadas. Lo que a pesar de sus megalomanías no puede el

ascenso de Prometeo, eso lo puede el descenso de Jesús.

Nuestra poca fe nace de nuestra escasa capacidad para el descenso, y de nuestro olvido de la muerte

descendida de Jesús. Apenas hemos fracasado en algo qué emprendimos por amor queremos volvemos atrás,

quitamos la mano del arado. Hoy más que nunca somos presa de un movimiento dimisionario que hace que lo

usual no sea la herejía, sino la apostasía. Todos nos estamos convirtiendo de una u otra forma en apostatas, e

incluso hacemos apología de la apostasía «razonable» tratando de justificarla.

Sin embargo basta con tener dentro de uno la cruz de Jesús descendiendo para que la capacidad de

seguimiento, de sacrificio si hace falta, se acreciente, aunque hoy eso del sufrimiento se haya convertido en un

tabú y todo el mundo corra a dar culto al gozo. Pero es precisamente un mundo que huye neuróticamente del

descenso el que arrastra a los demás y al final se ve arrastrado él mismo hacia el mal. Reflexión de urgencia:

No hay vida más plenamente gozosa que la que se cuelga del cuello del Señor Jesús confiándose a su cruz, y

ayudando a los crucificados desde esa cruz de Jesús.

5. 6. Al tercer día resucitó de entre los muertos

Jesús resucitó de entre los muertos, apo ton nekrón. ¿Quién no tiene en su yo psicofísico algo de necrosado,

de muerto? ¿quién no tiene una verruga, un lunar físico o psíquico? Todos estamos necrosados, más o menos,

a pesar de que en nuestros días se oculte la muerte, pues como afirmó Ramón Gómez de la Serna hoy parece

que ya no existen muertos, sino sepelios de lujo con cadáveres maquillados (sepulcros blanqueados). Empero,

ahí está la hermana muerte que no descansa jamás: «Llevo siempre ante mi el pálido rebaño de mis

enfermedades» (Francisco de Quevedo).

Pues bien, de esa muerte a la que descendió el propio Jesús fue resucitado por el Padre, y gracias a que Jesús

resucitó nuestra esperanza de vida eterna y de sentido eterno ya no es vana, pues donde abundó muerte

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sobreabundó resurrección. Resucitado el que no pecó, nuestra esperanza es que donde abundó nuestro pecado

sobreabundó la gracia sanadora y vivificadora del Amor de Dios. Sólo un Amor infinito y eterno puede

resucitar.

Fue así como Jesús fue resucitado por el Padre al tercer día, es decir, cuando ya todo se había cumplido y

consumado, no antes, sin ahorrar hora amarga alguna, sin la menor tacañería; si murió «a tumba abierta», a

tumba abierta resucitó.

Y gracias a esa resurrección definitiva podemos nosotros resucitar día a día. Una gran oración para el creyente

sencillo: «Señor, ayúdame a resucitar esta mañana eh todo lo que de muerte pudiera acaecerme durante el

día». La resurrección de quien sigue al Resucitado acaece gota a gota, día a día, hasta el día de la resurrección

final: «Considero que la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo y

absoluto. Sé que la muerte es inevitable y necesaria y que pone fin a mi existencia terrena, pero desde la fe

creo que se me abre el camino a la vida que no se acaba, junto a Dios... Quiero decide a Dios: Gracias Dios

bendito, por esta vida que inesperadamente me entregaste y por este mundo que me diste a gozar y a trabajar

por mejorado, como instrumento tuyo, que tú eres quien hace todo bien sin que me necesites para nada.

Gracias por ese gusto de ser yo. Todo eso es tuyo. Tómalo, te lo devuelvo puesto que me lo pides. Cierto, he

manchado mis manos, mi corazón y mi pensamiento, que eran tuyos, muchas veces, transgrediendo tus

sagradas advertencias y queriendo decidir por mí mismo qué era bueno o qué era malo. Toma este harapo en

que he convertido la túnica con que me vestiste en el Bautismo. Por tu gran misericordia, lávala con la sangre

de tu Hijo bendito, que se ofreció por mí, como si solamente yo existiera. Sé que es hacer trampa pedirte que

aceptes, en lugar de lo que yo he hecho, a ese Hijo tuyo clavado en una cruz y escarnecido. Y a vosotros pido

igualmente ayuda para asumir cristiana y humanamente mi propia muerte. Deseo poder prepararme para este

acontecimiento final de mi existencia, en paz, con la compañía de mis seres queridos y el consuelo de mi fe

cristiana» (Testamento Vital Cristiano. Vicente Montoya).

Nadie conoce los designios insondables de Dios, nadie sabe cómo habrá de ser su Juicio, que en todo caso

creemos estará dictado desde su Amor y desde el respeto a la trayectoria libremente asumida del ser humano.

En ese contexto, el día final tendrá mucho que ver con los días anteriores de la vida de la persona, y quien se

empeñó en morir cotidianamente sin dejarse resucitar ¿podrá esperar la resurrección de entre sus propias

muertes?

Esperamos la resurrección radical y definitiva de los muertos, y el comienzo de una vida nueva totalmente

restaurada ante la presencia del Amor absoluto que ya se ha anticipado en nuestras vidas y que ya nos ha ido

sanando día a día: Incipit vita nova, comienza la vida nueva. He aquí este canto que brota como alabanza por

un regalo tan radicalmente bueno, he aquí este Salmo de la vida nueva:

«Amigo de la vida, amo la vida

aunque bien sé que nacer es

empezar a morir y morir es renacer.

Anhelo, Señor, vivir en plenitud,

sin embargo la muerte es cita inaplazable,

aduana inevitable para el hombre peregrino

que debe llegar, ligero de equipaje,

a la Patria, que es tu rostro.

Me sorprende siempre, Señor,

esa llamada tajante, sin previo aviso;

esa tarjeta de visita inexorable

que turba, angustia y sobrecoge

porque llega sin detalles: cómo, cuándo, dónde,

pero introduce en la liberación definitiva.

Señor, vida nuestra,

paz nuestra, esperanza nuestra,

que no vuelva la espalda a este escozor,

ni viva creyendo que son siempre

los otros los que mueren, la hoja que se cae.

Desde la esperanza he de contemplar

la hermana muerte como ‘otra madre’

que alumbra otra ternura en otro seno;

cumplido ya el oficio de ser hombre,

el amor derramado en calderilla

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y recitada la última oración: ‘todo cumplido’.

Asumido el oficio de vivir,

hacer memoria de la muerte es discernir

para liberarse del lastre de las cosas,

para cultivar la fértil esperanza

ante la inevitable levedad de ser aquí.

Nos has asegurado que ‘hay que nacer de nuevo’,

pero dinos también que no estaremos solos

en el feliz alumbramiento...

Que será encontrar lo que tanto se buscaba:

el amor con la casa sosegada

y descansar de vivir en la ternura.

Y que esta madre olvidada, madre última,

que alumbrará nuestro ser nuevo,

nos pasará la postrera pregunta:

‘¿Qué conversación traéis por el camino?’»

(Fuertes-Benito: Op. cit, pp. 150-151)

«¡Aleluya,. Señor del alba!

Tu resurrección es nuestra plenitud,

has hecho al hombre libre y nuevo

en un mundo también nuevo que precisa

otro trigo enterrado, obediente al destrozo,

para que germine la Nueva Humanidad»

(Fuertes-Benito: Op. cit, p. 147).

Reflexión de urgencia: ¡¡Resucitó como dijo, Aleluya!! ¡¡Ésa es nuestra fiesta!! ¡Exterioricémosla!!

¡¡Cantemos, bailemos la Fiesta, hermanos en la resurrección!! Pues «la resurrección no es el premio al fracaso

sino el premio a la fidelidad manifestada en la prueba del fracaso... No tengáis, por tanto, miedo a los

fracasos, ten miedo a la infidelidad» (Guillermo Rovirosa: Carta a Jaume Guitart, 28-6-1952).

5. 7. Subió al cielo. Está sentado a la derecha del Padre; desde allí ha de venir a juzgar a vivos y

muertos

He aquí que Dios en la persona de Jesús recorrió una trayectoria inequívoca: vino desde lo alto, se encarnó en

la tierra, y descendió luego a los lugares más bajos. Pero «bajo» y «alto» son formas espaciotemporales de

hablar para andar por casa, probablemente inexactas si bien imprescindibles. Ciertamente también hubiéramos

podido confesar la fe diciendo que tras la muerte pasó de la nada al infinito, o que en su recorrido posmortal

pasó del no ser al ser, etc., etc., pero también serían ellas formas totalmente inexactas para expresar lo que

queremos poner de manifiesto, a saber, el absoluto señorío de Dios en todos los reinos: « ¿Dónde está el cielo

que no vemos, en cuya comparación es tierra todo lo que vemos? Comparado con aquel cielo del cielo, aun el

cielo de nuestra tierra es tierra» (San Agustín: Confesiones, XII, 2,2).

Y así como Dios Padre, por amar a nosotros que no lo merecemos, nos entregó al Hijo para compartirlo en la

tierra, así también quiere que lo compartamos en la vida celeste del mañana: «Allí descansaremos y

contemplaremos, contemplaremos y amaremos, amaremos y alabaremos» (san Agustín: De civitate Dei 22,

30). «Porque nos hiciste para Ti, nuestro corazón estará inquieto hasta que descanse en Ti» (San Agustín:

Confesiones, I, 1. 1). Reflexión de urgencia, pues, y convicción esencial: nada de temor a la muerte, lo cual

sería experiencia pagana, pero sí pena por no amar lo bastante, y exigencia de cambio del miedo al amor.

5. 8. Creo en el Espíritu Santo

En la unidad de un mismo y único Dios, creo en el misterio de que en un solo Dios existen tres personas, la

del Padre, la del Hijo (con sus dos naturalezas, divina y humana), y la del Espíritu Santo. Dios es Amor del

Padre y del Hijo y del Espíritu Santo derramado en los corazones de todas las personas humanas de buena

voluntad, y trascendiendo a la creación y a la historia entera.

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He aquí como, a pesar de que estemos ante un misterio, el Misterio trinitaria, entendemos perfectamente, al

menos, que la presencia de Dios es una presencia relacional: Dios es relacional en su propio interior, uno en

esencia y trino en personas. Y, además, es relacional con nosotros, hechos a imagen suya: creados por Él,

redimidos por Él, iluminados por Él (cfr. Theodor Schneider: Lo que nosotros creemos. Exposición del

símbolo de los Apóstoles. Ed. Sígueme, Salamanca, 1991, pp. 299-329).

Presencia, pues, y presencia relacional. Tras la resurrección y ascenso de Jesús al cielo, he aquí que no nos

hemos quedado huérfanos de Dios, pues recibimos gratuitamente el Espíritu que es Santo. Gracias al Espíritu

Santo podemos creer hoy mejor nosotros mismos, aquellos que históricamente no hemos visto al Hijo. Y es

que Jesús irrumpió en la historia con una novedad tan radical, que muchos de sus contemporáneos no

alcanzaron a hacerse a dicha novedad. Sólo los más sencillos entendieron lo esencial. Pero hoy, con la

distancia y la perspectiva de los siglos y asistidos por el Espíritu, podemos comprender, quizá igualo aún

mejor, lo que significa el Misterio de Dios.

El Espíritu irrumpe en nosotros como un soplo de aire fresco, vivifica y purifica nuestra vida, ilumina, abre

caminos, invita a echarse a los caminos misioneramente, a veces nos desconcierta y saca de nuestras casillas,

llena los corazones.

Creemos en el Espíritu Santo, y en esa medida, en cuanto que cristianos también pneumáticos (pneuma:

espíritu), compartimos nuestra fe con todas las personas de buena voluntad de cualesquiera otras religiones, e

incluso compartimos de alguna manera la fe de las personas de buena voluntad no adscritas a ninguna religión

pero abiertas a la Trascendencia.

Gracias, pues, al Espíritu Santo nuestra experiencia de Dios es una experiencia ecuménica, experiencia que

induce y exige co-laborar (laborar en común) con todas las personas de buena voluntad buscando al prójimo

allí donde se encuentre, favoreciendo todas las sinergias de microutopías que alcancemos a ver sobre la ancha

faz de la Tierra.

Reflexión de urgencia: ¿Nos damos cuenta del valor sociopolítico de la caridad espiritual? Nada hay más

exigente y urgido de encarnación que las exigencias procedentes del Espíritu.

5. 9. Creo en la santa Iglesia católica

Creo en la Iglesia, a pesar de todos los pecados y todas las maldades de sus miembros, entre los que cada

creyente se sabe pecador. Más si se reconoce que en la Iglesia existe el pecado ¿cómo es posible creer en ella?

Cuando el creyente afirma que cree en la Iglesia a pesar de los pecados de sus miembros no está diciendo en

modo alguno que haya que hacer la vista gorda ante esos pecados, y menos aún defender su «carnalidad

institucional» a capa y espada, como siempre ha dicho mi querido Antonio Andrés. No, el creyente no sería

un creyente si para creer hubiese de ignorar la verdad, y mucho menos si hubiese de defender la mentira; el

creyente no está hecho para la apología defensiva de la Iglesia, sino para dar testimonio en sí mismo de la

Palabra de Dios.

Dicho esto, añadiremos que creemos:

-en la Iglesia una porque su unidad no evita el reconocimiento de la pluralidad de carismas, estilos, culturas,

etc, de quienes confiesan la misma fe;

-en la Iglesia santa porque santo es el Señor, su Fundador, y los demás lo serán en la medida en que sigan al

Santo;

-en la Iglesia católica (katholon: universal) porque anuncia un Dios que es universal para toda la humanidad;

-en la Iglesia apostólica, es decir, militante, echada a la calle a pregonar y a ofrecer la salvación regalada por

Dios, misionera: «¿Qué ocurriría si a la hora de cenar sólo se sentaran a la mesa unos pocos hermanos? El pan

partido mismo, entre las manos del padre, encendería en todos el desasosiego por los hermanos que no están

allí. ¡¡Son tantos los puestos y están ocupados tan pocos!! ¿Dónde están los otros hermanos? ¿por qué no han

venido? ¿qué les mantiene alejados y no les permite acercarse a la casa común? En la familia tan grande

podían ocurrir varias situaciones.

-Algunos hermanos se marcharon porque habían reñido con otros. Son frecuentes las peleas entre hermanos.

Discutiendo a veces quiénes son los que aman más al padre y conservan mejor sus palabras.

-Pero puede ocurrir que otros hermanos, reconociendo al padre, no quieran reconocer que el hijo mayor, el

que nació y sufrió primero, está sentado a su derecha haciendo sus veces. ¿No es esto un escándalo?

-Puede suceder también que otros nacieran fuera de casa y desde niños no tuvieran ocasión de ver el rostro del

padre. Tan sólo le buscaban a tientas y de alguna manera le descubrieron por la añoranza de su corazón.

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- y por fin, puede suceder también que haya hijos rebeldes, que no quieran venir a casa. Se han hecho

mayores, ya no quieren depender de nadie. Quieren ser ellos mismos por sí mismos. Y les resulta duro ser

hijos y hermanos.

La cena de familia, hogar de amar, es el sitio donde se echa más de menas a las que faltan. Pues el padre que

preside es padre de todos, el hermano mayor que sirve es el hermano de todos, el amor que les reúne abarca a

todas. El pan es para todas. ¿Cómo partir el pan, sin desasosiego? Habrá que salir a buscar a todos, par los

caminos que sea» (Marcelino Legido: Luz de los Pueblos. Ed. Sígueme, Salamanca, 1993, pp. 75-76).

Así pues, todo esto hay que vivirlo, no solamente decirlo, cuando se es creyente. Y hay que buscar espacios y

tiempos para ello, haciendo, a ser posible, de la propia vida un espaciotiempo eclesial compartido.

Por último, sólo añadir que a pesar de todo lo que se pueda decir de nosotros, los pecadores miembros de la

Iglesia, es en el interior de la Iglesia donde hemos recibido la fe que tenemos. El perrillo callejero y

vagabundo ha visto cómo se abría la puerta de la casa que le asilaba, le daba un plato de comida, le

desparasitaba y le ofrecía su afecto y su perdón. El perrillo callejero queda sorprendido cuando se da cuenta

del gesto de esa que ahora pasa a ser su propia familia. Y como, pese a todo, olfatea que sus caseros a veces

no se portan bien entre sí, decide moverse con amor agradecido junto a ellos, pero ladrar para manifestar que

aquello que está mal no puede ser, ladrillo que habrá de mejorar la vida familiar. Esta experiencia es

exactamente la que nos transmite W. Dirks en sus textos autobiográficos titulados El tartamudo cantor («Der

singende Stotteter»): «La Iglesia, tan lastrada por opciones erróneas tomadas en movimientos críticos y por la

serie de callejones sin salida en que incide una y otra vez, me transmitió la fe y, mediante ella, el elemento

más productivo de mi ajetreada existencia… De no haber existido el Pentecostés de hace 1950 años ni yo ni

ninguno de nosotros hubiera tenido acceso al conocimiento salvador del mensajero singular de Dios, que

nació como hombre, que vivió, actuó y predicó como hombre, que murió en la cruz y resucitó: Jesús de

Nazareth. Así, yo debo a la Iglesia de Cristo, y concretamente a la Iglesia que me socializó, lo más valiosos de

la vida: el sentido general de la existencia que se desprende de la fe en Dios y del mensaje de Jesús y todo lo

que se puede relacionar concreta y razonablemente con él… y yo tendría la posibilidad de salvación, de

felicidad, de fuerza sino me la hubiera transmitido la Iglesia. Por eso estoy profundamente agradecido, como a

ningún otro poder histórico, a esa misma Iglesia que irrita, me tortura, me acongoja y preocupa, a esa Iglesia

problemática». Reflexión de urgencia: la Iglesia es la madre para todo creyente; con eso sobra cualquier otro

comentario. Tener madre es una enorme gracia. Y sería una enorme des-gracia situarse frente a la madre con

vivencia y sin agradecimiento filial.

5.10. Creo en la comunión de los santos

Santo es sólo Dios, sólo el Santo, los demás por participación en la medida en que le siguen. Así pues, la

experiencia de santidad, el «olor a santidad» es el olor a seguimiento del Santo, no un santurronil olorcillo a

incienso, o una seudobeatífica inodoridad, insipidez, incoloridad e insaporidad. Tiran para atrás esos santitos

de cuello torcido y color carmesí que la chafarrinería iconográfica nos presenta de cuando en cuando en las

iglesias, como si para ser un santo no hubiera que haber roto un solo plato en la vida.

Los santos, en su condición de seguidores del Santo a pesar de su pecadora condición humana, se entregaran

al Amor sanador y por ello cuando mueren no van al pudridero, ni al corralón de los muertos, van al

camposanto al campus sanctorum omnium, y ese es el sentido de la celebración del día de todos los santos,

sin la cual para un creyente no tendría sentido la del día de los difuntos. Día de todos los santos: que son

muchos, y muy sencillos, los santos anónimos. Así las cosas ¿por qué no recordar al «santo desconocido»

(desconocido sólo para los hombres conocido para Dios)? También hay santos con nombre, reconocidos por

la Iglesia. Evidentemente un creyente ha de creer que son santos reconocidos oficialmente por ella. Pero no

sólo esos santos, los canonizaos, pues como un buen escritor y creyente francés afirma, «hay otros santos que

el cielo impone a la tierra» a pesar de su anonimato.

Creemos en la comunión, en la comunión de todos los seguidores del Santo, creemos que formamos un

cuerpo común, un cuerpo místico en su sentido más radical y vital: creemos que lo bueno que hacemos en

cuento seguidores del Santo redunda en beneficio de la humanidad, del mismo modo que cuando en sentido

contrario introducimos en el mundo ruptura por culpa de no-amor estamos debilitando al mundo entero.

La comunión de los santos no ignora la dimensión individual de los creyentes seguidores del Santo, pero

afirma que es la dimensión individual e intransferible no está llamada al aislamiento sino a la comunicación, a

la solidaridad plena en el amor que nace del Santo. ¡¡Somos hermanos!!

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Formamos un común de sarmientos en torno a la cepa de la vid, el Santo. No estamos solos. Podemos

descansar de nuestras citas y tribulaciones en la comunión de los santos. La devoción a los santos como

intercesores modélicos nacerán de aquí.

Queremos santificar el nombre de Dios, el Santo, haciendo santa la humanidad, esto es, universalizando

nuestro amor con pensamiento, palabra, obra y oración. Ojalá que cuando salgamos del mundo

emprendamos.

El camino hacia la vida eterna hayamos ensanchando la comunión de los santos, aportando algo al tesoro

común, ya que lo mejor que tenemos pasa a su vez por la comunión de los santos y es de bien nacidos el ser

agradecidos. Reflexión de urgencia: sepamos, pues, dar con todo nuestro corazón las gracias por pertenecer a

una comunidad tan agraciada, sepamos trabajar gratuitamente para expandir la gracia.

5.11. Creo en el perdón de los pecados

Ateo absoluto: el que no necesita que le perdonen nada. El que dice «me he hecho a mí mismo». El que

afirma no debe nada a nadie y piensa que todo se lo debe a sí mismo. Ese que quiere hacer de su «sí mismo»

su propio diosecillo. Semejante musculitos, tiene, pues, que desarrollar a la fuerza una cultura de la

inocencia: él es inocente, a él que no le registren, bastante tuvo con sobrevivir aunque para ello tuviera que

vivir-sobre, en definitiva que él nunca hizo mal a nadie, pues lo único de lo que se ha preocupado en su vida

ha sido de hacerse a sí mismo; a él que no le pregunten si para hacerse a sí mismo alguna vez deshizo a los

demás; los demás no entran en su proyecto de hacerse a sí mismo, él es él.

Pero el pecado existe, la culpa también existe, hacemos mal, somos pecadores cuando rompemos el amor y no

lo transfundimos, o cuando devolvemos odio por amor. Judas no fue el único. El nazismo no fue la única

experiencia de xenofobia en la humanidad (basta con recordar al profeta Jonás en Nínive) El mal antiguo

restalla de nuevo en mi propio pecho desde aquel primer pecado de Adán y Eva hasta hoy:

«Un gallo canta

coloquios del alma

por mi garganta»

(Indio Juan: Cuadernos de Medianoche)

Empero el Dios Amor es Buen Padre Dios, y por ende perdona a quien se lo pide de verdad. Esta es una

afirmación absolutamente fundamental, y se hace presente de una forma cristalina y transparente en la

hermosísima Parábola del Hijo Pródigo: «… Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, el

corrió, se hecho a su cuelo y le besó efusivamente. El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no

merezco ser llamado hijo tuyo’. Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle,

ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y

celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido

hallado’. Y comenzaron la fiesta» (Lc 15,20-24). El padre no humilla cuando perdona, el hijo no se humilla

cuando se reconoce culpable, nada de humillaciones, todo lo contrario porque el amor lejos de entrar en la

dialéctica de la humillación produce una vida rehecha y agraciada. y es que el amor resulta infinitamente más

fuerte que el odio, por lo que vivir en gracia es vivir agradecido por el perdón.

El perdón no es heroicidad: es gracia concedida por amor, insistamos. Por muy heroicos que nos creamos

perdonando, al final de la jornada siervos inútiles. Sólo Dios es Dios, sólo Dios. Y yo, pobre de mí; como el

otro al que se le subió a la chepa un jokey cegato en la salida de una carrera de caballos por haberle

confundido con el suyo propio, ante la inminencia del espoleo del que se me sube a la grupa sólo puedo decir

tras mí galopada: «Hice lo que pude, llegué el cuarto».

Por lo demás, el perdón de Jesús es un movimiento sanador, rehabilitador, aglutinador y propulsor de todas

las energías, ya que su perdón es más fuerte que todas las fuerzas del mal porque donde abundó el pecado

humano sobre abundó el perdón divino:

En primer lugar, Jesús se dirige a todo el pueblo. En su predicación no parte nunca de la idea de un resto

santo, de una comunidad pura de elegidos. No viene a llamar a los piadosos, puros y justos, sino a todos los

hijos de la casa de Israel; ya que todos han sido ‘elegidos’ para formar el pueblo de Dios en la era final...

En segundo lugar, nadie queda excluído como destinario de su mensaje salvífico. Jesús se dirige a todos los

que sufren y esperan. Su conducta se corresponde perfectamente con su predicación. Su simpatía y solidaridad

se orientan a los pequeños y sencillos. A los pecadores les acoge instándoles a la conversión. A las personas

con las que él trata se les suele llamar despectivamente publicanos y pecadores o publicanos y prostitutas, es

decir, alejados de Dios. Jesús se abre a los desclasados y difamados, a esas existencias marginales que por su

destino, por propia culpa, o por prejuicios de la sociedad no se adaptan a la estructura de este mundo.

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En tercer lugar, Jesús parte de la incondicionalidad de la gracia de Dios. No son las obras humanas, ni la

suerte de una constelación histórico-vital lo que rompe el círculo de la perdición y abre el acceso al reino de

Dios que viene, sino el Amor de Dios y su apertura a él por los humanos. (cfr. Theodor Schneider: Op. cit. pp.

345-346). Repitámoslo una y mil veces: el amor es paciente, perdona siempre, setenta veces siete, su don es

un auténtico per-don, una restauración per-manente.

Perdón: experiencia consistente en quebrar la deuda, en abrir paso al futuro, en recordar el mal hecho pero en

recordarlo (para no repetirlo) como mal perdonado, sin el remordimiento neurótico que paraliza e impide

cambiar el corazón. En definitiva, el perdón se sitúa en las antípodas absolutas respecto de aquellas Erinias

maestras en el oficio de la venganza según la mitología griega, que, con motivo de la violación del derecho de

asilo, del asesinato de algún familiar, o de un perjurio, surgían de los infiernos y perseguían al infractor hasta

llevarle a la locura.

Reflexión de urgencia: Perdona, Señor, nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos

ofenden.

5. 12. Creo en

la resurrección de los muertos

En el origen fue la vida, regalo dulce que no nos hemos dado a nosotros mismos, sino que se nos ha otorgado

a todos y cada uno en nuestra específica irreductibilidad. La implantación en la existencia es una

manifestación original y originaria de que Dios nos ama. Si Dios no nos amara no nos habría creado.

La vida así recibida y regalada exige, por lo tanto, la defensa de la vida desde el instante mismo de la

fecundación hasta el último instante, y esa defensa no tiene límites nunca porque compromete también en la

defensa permanente del derecho de los pobres y desgraciados para que puedan vivir. No existe nada más triste

y miserable que rechazar la vida que Dios amorosamente nos regala. Dios, único Señor de la vida. Y nosotros,

seres para la vida, pues Dios creador de vida es por lo mismo destructor de la muerte por medio de la

resurrección:

«Me asaltaron el día de mi ruina,

mas Yahvéh fue un apoyo para mí;

me sacó a espacio abierto,

me salvó porque me amaba»

(Salmo 18)

La creencia en la vida de esta tierra y en la vida resucitada después de ella exige igualmente el compromiso

militante en la defensa de todas las causas vitales, especialmente en la defensa de los más débiles, pequeños y

desasistidos. Ahora bien, por mucho que luchemos no vamos a añadir un segundo más a nuestra vida, cuyo

cronómetro tiene mortal caducidad. Dicho de otro modo: sólo Dios nos resucita. Al día siguiente de la muerte

de Dolores Ibarruri, la Pasionaria, militante genuina y modelo de Heroina Roja, todas las calles de Madrid se

poblaron con unos carteles donde se aseguraba enfáticamente: «Dolores vive» Ahora bien, ¿Dolores vive?

Vivir en el mero recuerdo no es sino una forma metafórica de vivir. La única forma de que Dolores viva de

verdad es que Dios la haya resucitado de entre los muertos:

«Porque Cristo resucitó y es el Hijo, creemos en el Padre y en los hermanos.

Porque Cristo resucitó y es la vida, creemos en la vida y no en la muerte.

Porque Cristo resucitó y es la verdad, creemos en la verdad y no en la mentira.

Porque Cristo resucitó y es el camino, creemos en el futuro y no en el miedo.

Porque Cristo resucitó y es la paz, creemos en la paz y no en la guerra.

Porque Cristo resucitó y está en los pobres, creemos en la justicia y no en la opresión.

Porque Cristo resucitó y está en la comunidad, creemos en la unidad y no en la división.

Porque Cristo resucitó y se apareció a Pedro, creemos en una Iglesia confiada a hombres pecadores.

Porque Cristo resucitó y nos da su Espíritu, creemos que somos hijos amados para siempre».

(J. M. Cabodevilla: El cielo en palabras terrenas. Ed. Paulinas, 1990, p. 101).

Amar a otro es decirle con Gabriel Marcel: «Mientras yo viva tú no morirás, porque allí donde yo esté te

llevaré conmigo». Hermosa y poética afirmación que nos gusta repetir; ahora bien ¿y cuando yo muera? Sólo

si existe un Amor absoluto e imperecedero que desde siempre y para siempre nos ame, sólo si ese es el caso,

mientras él viva viviremos nosotros, y nos hará resucitar. y todo eso sin que nosotros hayamos movido un

dedo: verdaderamente es escandaloso y adorable a un mismo tiempo que Dios sea Amor y que a mí me tenga

amorosamente en la palma de su mano por los siglos de los siglos.

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Reflexión de urgencia: si no supiera agradecerte esto, Señor Resucitador gracias a tu muerte resucitada y

resucitadora, ¿cómo podría yo agradecer algo alguna vez a alguien?

5. 13. Creo en

la vida eterna

Para quien ha comenzado la duración del tiempo nuevo por resucitado ya se ha incoado la perduración, se

despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del

mudo cantará, «el páramo será un estanque y el desierto un manantial» (Is 35, 5-7); la muerte es una derrota

vencida por la victoria de la eternidad anticipada.

Y cuando muramos, que la hermana muerte nos pille trabajando con intensidad eterna en la fugacidad de

nuestros minutos contados, es decir, habiendo comenzado a vivir cada instante del tiempo histórico como una

condensación del amor eterno que Dios nos tiene. Las personas verdaderamente creyentes nunca viven lo

eterno de Dios separado de lo contingente de los hombres, ni como un mero «después de» que no ha conocido

ningún anticipo previo. Un creyente no puede vivir sus minutos en la mera vacuidad vuelta de espaldas a lo

eterno, y esperar que la eternidad acaezca en él por .azar o por un golpe de fortuna tras la muerte, sin que de

algún modo la hayamos entendido en nuestros minutos mortales. Creer es algo infinitamente más serio:

«Creemos lo que no vemos para merecer, por la fe, llegar a ver lo que creemos» (San Agustín. De

catechizandis rudibus, 25, 47).

Creer en la vida del mundo futuro, por lo demás, significa ver desde el punto de llegada lo que ya se había

anticipado en el punto de partida, a saber, que la persona es inmortal por la gracia de Dios, y que desde esa

perspectiva el futuro ya ha comenzado con la creación, la redención, y la presencia del Espíritu: «Partiendo de

la certeza de que aquél que resucitó a Jesús de la muerte nos llevará también a nosotros consigo, la frontera

entre la vida y la muerte pierde su consistencia» (Theodor Schneider: Lo que nosotros creemos. Ed. Sígueme,

Salamanca, 1991, p. 459).

Reflexión de urgencia: y si Dios fue el que pasó el Rubicón que separaba la vida y la muerte ¿cómo no habría

de alistarme yo decididamente en las filas del Señor que destruye todo Rubicón?

CREO QUE DIOS ES AMOR,

CREO EN DIOS AMOR

6. 1. Yo quiero razonablemente que exista el Dios Amor

Creyendo en todo eso he de creer que Dios es Amor. Evidentemente Dios tiene que existir para que la vida

cobre su plenitud de sentido próximo y remoto, ya que además sería terrible que las personas buenas no

recibieran por su bondad más pago que la desgracia, la injusticia, o el olvido, mientras los perversos gozaran

de toda felicidad. Yo quiero, pues, que exista ese Buen Dios, y que existiera asimismo un ser humano digno de

ese Buen Dios, pues, como ha escrito la profesora Adela Cortina, «esto, que a la vez nos descubre la esencia

moral de Dios -su interés por la virtud-, no demuestra contundentemente para todos los hombres que Dios

exista. Por el contrario, el asentimiento a la proposición ‘Dios existe’ se apoya en casos racionales, porque es

razonable esperar un orden del mundo y no un caos ético; pero solamente tiene fuerza probatoria para quienes

se interesen porque exista ese orden moral. El malvado ni siquiera se pregunta por la existencia de Dios,

porque no necesita una respuesta positiva. Sin embargo, para quien se interesa por la virtud, para quien se

compromete a realizar la en el mundo buscando la felicidad de los demás hombres, sería moralmente absurdo

que Dios no existiera. Es racional afirmar que Dios existe como conector de virtud y felicidad, pero para

percibirlo la misma razón nos muestra que no basta con ser racionales. Es preciso estar interesado en la virtud

y comprometido con ella. Pero, en tal caso, la conclusión de la prueba no reza ‘Dios existe’, sino ‘yo quiero

que exista Dios. Yo quiero que exista un Dios que dé razón de una esperanza’» (Adela Cortina: Ética mínima.

Ed. Tecnos, Madrid, 1986, pp. 213-215). Y, por lo mismo, yo quiero que exista un Dios que me vea como

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imagen suya y de donde brote toda mi dignidad existencial; pues si existe entonces yo podré decir que: «el

hombre es valor en sí mismo y fin en sí mismo porque es imagen y semejanza de Dios» (Ibi, p. 258).

6. 2. Dios es Amor

Si creo todo eso, he de creer en ese Dios que es Amor, como hermosamente puede leerse en el Evangelio ge

san Juan, un texto sencillamente insuperable respecto del cual las mejores obras de filosofía no podrán hacer

sino poner algunas breves notas a pie de página:

«Queridos,

amémonos unos a otros,

ya que el amor es de Dios,

y todo el que ama

ha nacido de Dios y conoce a Dios.

Quien no ama no ha conocido a Dios,

porque Dios es Amor.

En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene:

En que Dios envió al mundo a su Hijo único

para que vivamos por medio de él.

En esto consiste el amor

no en que nosotros hayamos amado a Dios,

sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo

como propiciación por nuestros pecados.

Queridos,

si Dios nos amó de esta manera,

también nosotros debemos amamos unos a otros.

A Dios nadie le ha visto nunca.

Si nos amamos unos a otros,

Dios permanece en nosotros

y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud.

En esto conocemos

que permanecemos en Él y Él en nosotros:

en que nos ha dado de su Espíritu.

y nosotros hemos visto

y damos testimonio

de que el Padre envió a su Hijo,

para ser salvador del mundo.

Quien confiese que Jesús es el Hijo de Dios,

Dios permanece en él y él en Dios.

y nosotros hemos conocido

el amor que Dios nos tiene,

y hemos creído en él.

Dios es Amor

y quien permanece en el amor

permanece en Dios y Dios en él.

En esto ha llegado el amor a su plenitud con nosotros:

en que tengamos confianza en el día del Juicio,

pues como él es,

así somos nosotros en este mundo.

No hay temor en el amor;

sino que el amor perfecto expulsa el temor,

porque el temor mira al castigo;

quien teme

no ha llegado a la plenitud en el amor.

Nosotros amemos,

porque Él nos amó primero.

Si alguno dice ‘Amo a Dios’,

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y aborrece a su hermano,

es un mentiroso;

pues quien no ama a su hermano, a quien ve,

no puede amar a Dios a quien no ve.

y hemos recibido de Él este mandamiento:

quien ama a Dios, ame también a su hermano».

(1 Jn 4)

Este amor de Dios (que en el cristiano pasa por la confesión de la fe en Jesús) es la fuente de nuestro concreto

amor, sin el cual nada seríamos en el día a día de nuestra convivencia:

«Obrar por ‘amor’ o con ‘libertad’, obrar en el horizonte de una ‘creación’ o de una 'consumación última' es

algo que, a fin de cuentas, está al alcance de otros: judíos, musulmanes, humanistas de diverso cuño. El

criterio de lo cristiano, lo específicamente cristiano -tanto en la dogmática como, consiguientemente, en la

ética- no es algo abstracto, ni tampoco una idea de Cristo, una cristología o un sistema conceptual

cristocéntrico, sino ese Jesús que es Cristo, la norma viva» (Hans Küng: Ser cristiano. Ed. Cristiandad,

Madrid, 1977, pp. 696-697). Y ese referente concreto ilumina toda la vida en concreto en cada instante de la

vida, en las ocasiones pequeñas y en las solemnes, porque todo lo grande está hecho de la sustancia de lo

pequeño: «Craso error sería pensar que este amor se centra exclusivamente en grandes acciones o grandes

sacrificios... Ante todo, y en la mayoría de los casos, este amor se refiere a la vida cotidiana: el que primero

saluda, el puesto que uno escoge en el banquete, el que no condena, sino juzga con misericordia, el que se

cuida de decir la verdad sin reservas» (Ibi, p. 330).«¿A dónde iríamos a parar si cada cual hubiera de buscar

aisladamente sus normas, si no hubiera habido siempre hombres que han experimentado, vivido y verificado

de mil maneras el sentido, la función concreta y el valor humano de esas normas, si no se dijera

continuamente al niño qué debe hacer y qué es lo realmente humano?» (Hans Küng: Ser cristiano. Ediciones

Cristiandad, Madrid, 1977, p. 684).

La experiencia del amor todo lo transforma: lo normal y lo extraordinario se funden; la casa se toma morada

habitable; el tedio, continuidad ilusionante de proyectos; la carne, corporalidad con un rostro insustituible; el

no-yo, yo por la mediación del tú en el nosotros; en lo ordinario resplandece lo siempre extraordinario; en lo

pequeño se avista lo grande; en lo insignificante, la significación; en el matrimonio, la muerte a la infidelidad

y la resurrección en la comunión; en la necesidad, la libertad creadora. Pero cuando lo cotidiano da la espalda

a lo amoroso, entonces se corre el riesgo de que lo diario pueda volverse insufrible repetición; la privación,

forzada abstinencia; el deseo, mera represión; su realización, empalagoso hartazgo; la superación, miserable

avaricia; la influencia externa, anónima extradeterminación; el yo, no-yo; lo ordinario, vulgar ordinariez; lo

pequeño, sencillamente ridículo; la significación, vacía insignificancia; la necesidad, vicio.

Así que a nosotros nos toca elegir: intentar hacer de nuestra vida un jardín de amor, o un erial de espinas. Tua

res agitur, decían los latinos. Y nosotros traducimos: Te toca a tí, es tu turno. Y, si nos lo permites, déjanos

que te recordemos la expresión del monje Zosima en la célebre novela de Feodor Dostoievski Los hermanos

Karamazov:«Ante ciertas ideas nos atenaza la duda, especialmente cuando contemplamos los pecados de los

hombres, y preguntamos: ‘¿Hay que actuar con violencia o con amor humilde?’ Pues bien, decídete siempre

por el amor humilde. Si te has decidido por eso resueltamente forzarás a todo el mundo. El amor humilde es

una fuerza terrible; es la máxima fuerza, y no hay otra igual».Dice bien Dostoyeski. Ahora se trata de pasar a

la acción, porque a las palabras se las lleva el viento, de modo que una fe que no estuviera acompañada por

obras sería una fe totalmente muerta. La persona es actor, pero no merece ser tomado en cuenta un actor que

dice y sin embargo no hace lo que dice; la persona es agente, pero no basta con hacer por hacer al modo de un

brazo mecánico imparable, sino que hay que hacer reflexivamente; la persona es autora, y cuando de verdad

lo es se convierte en aupadora de la humanidad: «La lógica de la fe se desdobla así en la lógica de la

esperanza y ésta en la lógica de la fiel creatividad, de la paciencia activa y de la acreditación histórica

suscitando signos eficaces de esa Esperanza absoluta, para mostrar al prójimo que lo que esperamos no es la

realización de nuestros sueños sino la realización de los ideales del Reino y la llegada definitiva del Señor.

Por eso la esperanza se convierte en principio activo de la historia y se acredita como justicia, paz y

santificación. Desde aquí se comprende que la teología que tiene a Dios como objeto, sin embargo, se

preocupe apasionadamente del hombre; que al mirar a unos hechos del pasado como fundantes de la

existencia cristiana se vuelva sin embargo hacia el Futuro» (Olegario González de Cardedal: El lugar de la

teología. Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Madrid, 1986, p. 138).

6. 3. Y la persona se descubre humana cuando descubre el Amor

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En resumen, quien todo esto cree y vive descubre lo más profundo de la persona humana y lo agradece a

Dios, como en el Salmo 19:

«Los cielos cuentan la gloria de Dios,

la obra de sus manos anuncia el firmamento;

el día al día comunica el mensaje,

y la noche a la noche transmite la noticia».

Y es desde aquí desde donde la persona, sabiéndose compleja y problemática en su finitud fértil, se

engrandece y encuentra respuesta a la pregunta por sí misma contenida en el Salmo 8:

«Al ver tu cielo, hechura de tus dedos,

la luna y las estrellas, que fijaste tú,

¿qué es el hombre para que de él te acuerdes,

el hijo de Adán para que de él te cuides? ...

¡¡Oh, Jahvéh, Señor nuestro,

qué glorioso tu nombre por toda la tierra!!

BIBLIOGRAFÍA

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