DIFUSAS ALIANZAS (AÑO 1171) - Francisco...
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DIFUSAS ALIANZAS (AÑO 1171)
FRANCISCO SUÁREZ SALGUERO
~ 1 ~
Francisco Suárez Salguero ha compuesto estos escritos esmerándose en ofrecer
la crónica cronológica que el lector podrá aprovechar y disfrutar. Lo ha hecho
valiéndose de cuantas fuentes que ha tenido a mano o por medio de la red in-
formática. Agradece las aportaciones a cuantas personas le documentaron a tra-
vés de cualquier medio, teniendo en cuenta que actúa como editor en el caso de
algún texto conseguido por las vías mencionadas. Y para no causar ningún per-
juicio, ni propio ni ajeno, queda prohibida la reproducción total o parcial de este
libro, así como su tratamiento o transmisión informática, no debiendo utilizarse
ni manipularse su contenido por ningún registro o medio que no sea legal, ni se
reproduzcan indebidamente dichos contenidos, ni por fotografía ni por fotocopia,
etc.
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~ 3 ~
A MODO DE PRÓLOGO
ORACIÓN A SANTIAGO APÓSTOL
(Basada en una catequesis del Papa Benedicto XVI)1
Astro brillante de España, Apóstol Santiago, a quién llamamos el mayor por ser del
grupo de los predilectos del Señor teniendo la dicha de estar muy cerca de Jesús durante
los tres años de su predicación.
Apóstol Santiago pudiste participar, juntamente con Pedro y Juan, en el momento de
la agonía de Jesús en el huerto de Getsemaní y en el acontecimiento de la Transfigu-
ración. En uno experimentaste la gloria del Señor, al verlo conversar con Moisés y
Elías. En otro viste a tu Maestro ante el sufrimiento y la humillación, viste con tus pro-
pios ojos cómo el Hijo de Dios se humilló haciéndose obediente hasta la muerte. Co-
nociste así que el Mesías, esperado por el pueblo judío como un triunfador, en realidad
no sólo estaba rodeado de honor y de gloria, sino también de sufrimientos y debilidad.
Caíste en la cuenta de que la gloria de Cristo se realiza precisamente en la cruz, partici-
pando en nuestros sufrimientos. Y después de Pentecostés, henchido del Espíritu Santo
pudiste dar el testimonio supremo por tu Señor entregando tu vida al que antes la había
dado por ti.
Ahora, tus restos descansan en Compostela, desde donde sigues siendo un faro de luz
para un mundo que camina sin sentido, para millones de personas que peregrinan sin
meta, sin horizonte.
Enséñame, Apóstol Santiago a responder con prontitud a la llamada del Señor que se
renueva cada día, enséñame a responder con generosidad incluso cuando me pide que
deje la “barca” de las seguridades y comodidades humanas. Renueva en mí el entu-
siasmo para seguirlo por los caminos que él me señala más allá de mi presunción iluso-
ria, a avanzar presuroso por el camino de la santidad. Que haya en mí la disponibilidad
para dar testimonio de él con valentía, si fuera necesario hasta el sacrificio supremo de
la vida como lo han hecho tantos mártires durante veinte siglos. Que como tú, Apóstol
Santiago, sea capaz de beber el cáliz del Señor para poder sentarme con él en el reino de
los cielos.
Enséñame, Apóstol Santiago, a caminar sin detenerme, entre las persecuciones del
mundo y los consuelos de Dios, seguro de que si hay dificultades voy por el buen ca-
mino. Enséñame, Apóstol Santiago, a proceder según el Corazón de Jesucristo. Amén.
1 Audiencia General (miércoles 21 de junio de 2006).
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AÑO 1171
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CÁCERES
Los fratres de Cáceres, a los que ya nos referíamos durante el año pasado, están de
manera indiscutible2 bajo la advocación del Apóstol Santiago, habiendo transformado
su emblemática cruz flordelisada3 alargándola en forma de espada (gladiforme).
4 La fe-
cha al respecto es la del 12 de febrero.
Cruz flordelisada o florenzada
Cruz de la Orden de Santiago
2 Como nueva Orden de Caballería. En principio fue instituida para proteger la ciudad de Cáceres de
cualquier intento de reconquista musulmana, que realmente fue lo que ocurrió en 1173 (como ya vere-
mos). De momento, la nueva Orden religiosa-militar la formaron caballeros con votos de obediencia y
comprometidos a combatir (Hermanos de la Espada).
La torre insignia de la nueva Orden, aunque no es seguro, parece que fue la torre cilíndrica que se en-
cuentra adosada al palacio de Carvajal que forma parte de las murallas de Cáceres.
En 1174, el califa almohade Abu Yaqub Yusuf causará una total derrota a los caballeros de Santiago en
Cáceres, cuando resistían en la torre de Bujaco de la ciudad.
3 O florenzada. Sus brazos acaban en flores de lis. Admite una gran variedad de diseños. No es raro en-
contrarla en alguno de ellos formando el pináculo de un hastial románico, en cuyo caso puede hallarse
inscrita en un círculo. Ver Epílogo I.
4 Estamos aún en los orígenes de la Orden de Santiago. Ver Epílogo II.
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Palacio de Carvajal en Cáceres
Torre cilíndrica junto al Palacio de Carvajal en Cáceres
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Torre de Bujaco en Cáceres
Don Pedro Fernández, fundador y primer gran maestre de la nueva orden desciende de
los reyes navarros por línea paterna y de los condes de Barcelona por línea materna. Fue
capaz de atraer a otros caballeros tanto por su alcurnia como por su piedad cristiana y
por su celo militar. Se le reunieron nobles procedentes de muchos lugares que fueron
aunando tierras, villas y castillos. Al ser una conveniente milicia cristiana, el rey Fer-
nando II de León puso en estos caballeros su máximo interés y los favoreció.
Pronto pensó Pedro Fernández en la necesaria asistencia espiritual de sus seguidores y
trató de hallar alguna comunidad religiosa que quisiera ocuparse de menester tan impor-
tante. Se resolvió en que unos monjes canónigos regulares agustinos, de un monasterio
gallego “próximo al lugar en que el río Loyo entra en Miño”, tendrán este cargo o mi-
sión, quedando incorporados a la nueva Orden.
~ 9 ~
UN MONASTERIO
CISTERCIENSE (EN ALGÚN
LUGAR DE OCCIDENTE)
Recluido en algún monasterio cisterciense de Occidente murió (a 3 de abril) el gran
maestro de la Orden del Temple, Felipe de Milly (también conocido como de Nablus).5
Era hijo de Guido de Milly y de Estefanía de Nablus. Intercambió con el rey Balduino
III de Jerusalén su posesión de Nablus por la de Montreal (en Transjordania).
Tras enviudar se hizo caballero templario (año 1148), siendo elegido gran maestre
(año 1169) como sucesor de Bertrand de Blanchefort.
No parece que podamos destacar de él sino que intervino en la defensa de Gaza
cuando fue atacada por las tropas de Saladino.
En la Pascua de este año 1171 renunció a su cargo, estando en Constantinopla, en
compañía del rey Amalarico I de Jerusalén.6
Le sucede Eudes (u Odón) de Saint-Amand, hombre de gran carrera militar, mariscal
y vizconde de Jerusalén.7
Escudo de armas de Felipe de Milly
5 Fue el séptimo gran maestre del Temple, desde 1169, cuando sucedió a Bertrand de Blanchefort (1156-
1169), como queda dicho en el texto arriba.
6 Se desconocen las circunstancias y el lugar de su muerte.
7 Se desconoce cuándo ingresó en la Orden del Temple. Aunque gozó de una reputación como hombre
sagaz y de gran coraje, el cronista (y arzobispo) Guillermo de Tiro, contemporáneo suyo, lo describe co-
mo “hombre ruin, soberbio, arrogante, que respira sólo furor, sin temor de Dios y sin consideración ha-
cia los demás... murió [año 1179] en la miseria, sin pena de nadie”. Ya iremos contando.
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TARRAGONA
Berenguer d’Aguiló, hijo de Robert Bordet y hermano del asesinado Guillem (muerto
en 1168), se vengó perpetrando el asesinato de quien la familia consideró instigador de
aquella muerte, el arzobispo Hugo de Cervelló, de la sede de Tarragona. Ocurrió el 17
de abril.
El rey Alfonso II zanjó la situación desterrando a los d’Aguiló (marcharon a las islas
Baleares), perdiéndose así el dominio principesco de esta familia sobre la jurisdicción
tarraconense. En vano intentó el monarca aragonés la adhesión de Tarragona a sus do-
minios, que sigue bajo poder episcopal, ahora bajo el sucesor de Hugo de Cervelló, el
nuevo arzobispo, promovido desde el obispado de Barcelona, Guillermo de Torroja.
Se está construyendo la catedral tarraconense en el estilo de transición del románico al
gótico.8 Hugo de Cervelló, según su testamento dejó una buena cantidad de dinero para
sufragar los gastos, como el de otros edificios.
8 Estas obras se prolongarán hasta el año 1348.
~ 11 ~
AL-ÁNDALUS
El 3 de junio, procedente de África, hubo desembarco almohade de numerosas tropas
en la Península, con el califa Abu Yaqub Yusuf a la cabeza. Pasando por Sevilla, los al-
mohades fueron a Córdoba, asentándose allí y yendo luego en correría devastadora ha-
cia Mérida y Toledo, saqueando en mucho territorio y logrando sustancioso botín.
De todos modos, los almohades acabaron convirtiendo Sevilla en capital califal (al
menos en la Península o en territorio andalusí, pero en realidad de todo el Imperio). No
olvidemos que Abu Yaqub Yusuf conocía bien Sevilla desde que fuera su gobernador y
la prefiere a Córdoba, considerada más intelectual y complicada. Podemos constatar que
Averroes es cadí (magistrado) de Córdoba, pero viajando mucho a Sevilla, a Marrakech
y a otros lugares magrebíes.
De este tiempo es, el 9 de octubre, la terminación (e inauguración) del puente de bar-
cas sobre el Guadalquivir en Sevilla.9 Su montaje o construcción duró 36 días y fue
inaugurado con gran pompa y solemnidad, siendo un puente de 13 barcas chatas ama-
rradas entre sí, aseguradas con maderos y baradas al fondo del río con grandes anclas
sostenidas con gruesos cables. Sobre las barcas se apoya un suelo realizado a base de
fuertes tablones. Tiene dos pilares como base en ambas orillas a donde se sujeta con
gruesas cadenas. Para solventar el inconveniente de las mareas, el puente se apoya a
cada lado por muelles flotantes y a todo lo largo hay pieles de cabra hinchadas con aire.
El puente se defiende desde el castillo almohade de la orilla en el arrabal.
Las primeras tropas y carros que utilizaron este puente se dirigieron a proveer de
abastecimiento a los almohades de Badajoz, ciudad sitiada y en apuros por los ataques
cristianos, sobre todo desde Portugal. El puente de barcas de Sevilla es consistente,
fuerte, de gran aguante y resistencia.
Los almohades invadieron también por Levante,10
lo que provocó la correspondiente
reacción del rey aragonés Alfonso II. El 1 de octubre se apoderó el soberano aragonés
de Tirwal,11
con la intención de reforzar la frontera meridional de su reino, pues ha-
biéndose reforzado los almohades en Valencia eran un verdadero peligro.
9 Ver Epílogo III.
10
Harta de la guerra y de la insoportable presión fiscal, toda la región valenciana se declara pro-almoha-
de: Yusuf ibn Mardanis, que gobernaba Valencia en nombre de su hermano Muhammad ibn Mardanis,
entregó la ciudad al califa Abu Yaqub Yusuf ibn Abd al-Mumin, el cual, en agosto, acudió en persona a
tomar posesión de ella y confirmó en su cargo a Yusuf ibn Mardanis (gobernando hasta su muerte, en
1186). Muhammad ibn Mardanis, que durante todo el verano se ocupaba de asediar la valenciana Alzira,
en poder almohade desde el año anterior (1170), levantó el sitio, en agosto de este año 1171, y se hizo
fuerte, bien resguardado, en Murcia, donde el ejército del califa fracasó de nuevo, en septiembre, al in-
tentar tomarla, aunque se le rindieron las poblaciones vecinas.
11
Tirwal fue el nombre árabe de Teruel, ciudad que se puede considerar fundada (o refundada) por Al-
fonso II de Aragón en este año 1171.
~ 12 ~
Tirwal pasa a llamarse Teruel y el rey Alfonso II la repuebla dotándola de fueros y
privilegios también en su entorno territorial.12
Aquí se empieza a levantar la iglesia de
Santa María, románica.13
También conquistó Alfonso II a los musulmanes el castillo de Mora de Rubielos14
y
Caspe.15
Algunos autores aseguran que en el mismo emplazamiento de la actual ciudad de Teruel (concretamente
en el barrio de su judería), se asentaba Tirwal, nombre que procedería del árabe (con el significado de
“torre”), siendo un enclave musulmán (del que hay mención cronística en el año 935). Sin embargo,
aunque se ha detectado arqueológicamente la presencia de ocupación islámica de este espacio, los restos
localizados no pertenecen a un núcleo de población, sino más bien a una construcción defensiva.
12
Según una leyenda, para fundar la nueva ciudad, se reunieron los entendidos y la gente principal, bus-
cando indicios o señales y presagios para ponerle nombre. Vieron que un toro mugía desde un alto (que se
correspondería con la actual plaza principal, llamada del torico) y que sobre el toro brillaba una estrella.
De este encuentro, según algunos autores toma nombre la ciudad, ya que provendría de juntar en una
palabra el vocablo “toro” y el nombre de la estrella, “Actuel”, formando de este modo la palabra
“Toroel”, y después “Toruel”. De este fortuito encuentro procedería también el símbolo del toro y de la
estrella, que se puede observar tanto en la bandera como en el escudo de la ciudad, además de en el
monumento de las vaquillas (en el que se observa a un vaquillero confrontándose con un toro y a un ángel
situándole la estrella al toro). Tras su fundación y repoblación, se constituyó la comunidad de Teruel,
conjunto de aldeas del entorno de la localidad.
13
Santa María de Mediavilla, que sería luego la actual catedral.
14
El Castillo de Mora de Rubielos, en la provincia de Teruel, cerca de la provincia de Castellón, se
asienta sobre una loma de la sierra de Gúdar (cordillera Ibérica). Su construcción original es de origen
musulmán. Desde su reconquista por Alfonso II de Aragón, en 1171, este castillo se convirtió en testigo
de las continuas luchas entre los reinos de Castilla y Aragón. Lo iremos viendo.
El castillo de Mora de Rubielos será frontera con los musulmanes levantinos hasta 1204.
El castillo presenta elementos románicos y góticos. Su recinto tiene una extensión de 4.000 m², con una
planta poligonal irregular. Las cuatro fachadas son distintas, y lo mismo son distintas sus cuatro torres. El
interior está decorado con arcos ojivales de clara influencia musulmana, conservándose varios escudos de
los Fernández de Heredia, importante linaje aragonés. El principal material empleado, tanto en los muros
como en las torres, es la piedra trabajada en sillares alineados en bandas horizontales.
Puede leerse, por ejemplo, a Ibáñez González, J. – J. F. Casabona Sebastián, José F. (2013): Castillos,
murallas y torres. La arquitectura fortificada de la Comarca de Gúdar-Javalambre, Teruel Qualcina (Ar-
queología, Cultura y Patrimonio).
15
Provincia de Zaragoza. Desde la llegada de los musulmanes a esta zona (año 713) hasta la reconquista
desde el siglo XII, se pueden registrar aquí interesantes historias. Entre junio y septiembre de 1169, Caspe
fue paulatinamente integrada en el reino de Aragón hasta ser totalmente reconquistada.
~ 13 ~
ZAMORA
Del rey Fernando II de León y de su esposa Urraca de Portugal,16
nació en Zamora, el
15 de agosto, un niño, primogénito de la real pareja. Le pusieron de nombre Alfonso.17
Urraca de Portugal, madre de Alfonso IX
16
Hija de Alfonso I Enríquez y de Mafalda de Saboya.
17
Será futuro rey de León a la muerte de Fernando II, desde 1188 hasta 1230, como Alfonso IX de León,
padre de Fernando III el Santo, que reinará como rey de Castilla (1217-1252) y de León (1230-1252).
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EGIPTO
Murió, por causas naturales, el califa Al-Adid de Egipto, decimocuarto de la dinastía
fatimí. Tenía 21 años de edad y reinó durante 11 años. Llegó a califa siendo menor de
edad, a la muerte de su hermano Al-Faiz (1154-1160), siendo la dinastía fatimí muy dé-
bil y el gobierno egipcio muy dividido, amenazado por ser invadido el territorio por los
cruzados.
Con la ayuda de los zengidas o zengíes (los sucesores de Zengi, particularmente el
sultán Nur al-Din), el visir egipcio Shawar se hizo fuerte como tal (1163-1169), siendo
real o efectivamente el gobernante de Egipto. Desde Siria, las tropas de Nur al-Din, al
mando de Sirkuh y de su sobrino Saladino, hijo del kurdo Ayyub, las fuerzas de Shawar
pudieron luchar contra los cruzados y retener sus incursiones. Con diplomacia y en me-
dio de unos complicados pactos entre sirios zengíes y cruzados, Shawar pudo mante-
nerse en el poder, aunque frágilmente, en un Egipto débil y acorralado.
Todo acabó como se podía esperar: las tropas de Nur al-Din se impusieron. Shawar
fue derrocado (año 1169) y Sirkuh fue puesto en su lugar como visir de Egipto (18 de
enero de 1169), pero murió a los dos meses de este hecho (23 de marzo de ese mismo
año), sucediéndole entonces Saladino. Ahora, al morir el califa Al-Adid, Saladino asu-
me el califato, finalizando así la dinastía fatimí (chií) y comenzando la ayubí (sunní).18
Ya iremos contando el sucederse de la historia al respecto.19
18
Los fatimíes seguían la corriente chií o shií del Islam, mientras que el sultán de Siria, Nur al-Din, era
un fervoroso sunní. Nur al-Din no concebía que una dinastía herética gobernara Egipto y ordenó a Sa-
ladino que la derrocase. Saladino, que en ese momento contaba con la confianza del califa Al-Adid, no
quiso cumplir la orden, lo que le supuso un primer enfrentamiento con Nur al-Din, pero finalmente, y
ayudado por la grave enfermedad y posterior muerte de Al-Adid, en este año 1171, se proclamó sultán de
Egipto, comenzando así su gobierno califal, con cambio de dinastía.
19
Ofrecemos el siguiente resumen de cómo fue la historia hasta el momento. La dinastía fatimí, durante
su mayor expansión, gobernó sobre Egipto y buena parte del norte de África, Arabia y Siria, durante los
siglos X-XII. Los califas fatimíes, surgidos de la rama islámica chií en la ciudad de Kairuán (actual Tuni-
sia) y con orígenes humildes en un iluminado local, Abdallah al-Mahdi, llegaron a ensombrecer a la di-
nastía abbasí afincada Bagdad. Catorce fueron los califas fatimíes, cuya legitimidad les venía por su su-
puesta descendencia de Fátima, la hija del Profeta Mahoma y esposa de Alí. La relación es la siguiente:
Abdallah al-Mahdi (909-934), Muhammad al-Qaim (934-946), Ismail al-Mansur (946-952), Ma’ad al
Muizz (952-975), Abu Mansur Nizar al-Aziz (975-996), Husain al-Hakim (996-1021), Ali az-Zahir
(1021-1035), Ma’ad al-Mustansir (1035-1094), Al-Mustali (1094-1101), Al-Amir (1101-1130), Al-Hafiz
(1130-1149), az-Zafir II (1149-1154), Al-Faiz (1154-1160) y Al-Adid (1160-1171).
Si bien Abdallah al-Mahdi logró extender su control sobre áreas extensas del Magreb, zonas de Tunisia,
Argelia y Marruecos, en torno a Kairuán y a la recién fundada ciudad de Mahdia, lo cierto es que serían
sus descendientes los que lograrían llevar la dinastía hacia el mayor esplendor. El salto cualitativo se dio
con la conquista de Egipto, a finales del siglo X, por parte del califa Al-Muizz, fundador de la ciudad de
Al-Qahirat (El Cairo), que se convertiría en adelante en centro administrativo y militar del califato, y que
sobresalió por sus logros culturales, su urbanismo y su tolerancia con otras religiones e incluso con los ri-
vales sunníes de los fatimíes (a excepción del califato de Al-Hakim, que supuso un retroceso al respec-
to).
~ 15 ~
PRINCIPADO DE KIEV
Murió Gleb, gran príncipe de Kiev, así como de Kursk, Kaniv y Pereyaslavl, hijo de
Yuri Dolgoruki.20
Le sucede en el gran principado Vladimir.21
Símbolo de Kiev que pervive en la actual Ucrania
Desde El Cairo desplegaron los fatimíes gran actividad diplomática y mercantil, mediante contactos que
se extendieron desde Al-Ándalus hasta la India, trastornando mucho del comercio abasí. Los egipcios fa-
timíes convirtieron Alejandría en su centro predilecto de distribución (sus mercancías llenarían los mer-
cados de Amalfi, Sicilia, Génova, Pisa, Al-Ándalus, etc.).
Exceptuando la etapa de Al-Hakim (996-1021), califa trastornado que se creyó con inspiración divina,
judíos y cristianos medraron cómodamente con los fatimíes. Al-Hakim decretó ejecuciones arbitraria-
mente, ideó leyes absurdas y destruyó mucho, incluso la basílica del Santo Sepulcro en Jerusalén (a prin-
cipios del siglo XI), lo que preparó el ánimo de las cruzadas. El ejército fatimí también tuvo una compo-
sición heterogénea, así como la propia sociedad, lo que al final contribuiría a la debilidad interna del cali-
fato. De él formaban parte mercenarios y esclavos de todo tipo, negros, turcos, bereberes y persas.
Ya en la segunda mitad del siglo XI, el califato fatimí entró en crisis. A los factores ya expuestos se
añadieron carestías y hambrunas de la población (muy graves, por ejemplo, entre los años 1065-1072). En
torno al año 1040, los gobernantes fatimíes del Magreb se hicieron suníes, separándose del califato egip-
cio, chií, y creando el reino Zirid. Por si estos problemas fuesen pocos, se fueron incrementando invasio-
nes, de modo que el poder fatimí perdió Jerusalén y Siria, lo que se agravó aún más con las cruzadas.
Entre los siglos XI-XII, dominaban aún los fatimíes en Egipto, pero cada vez más en precario. Desde la
muerte de Al-Amir (año 1130), el califato se sumió en su más débil oscurantismo, con gran anarquía in-
terior, lo que produjo, desde Siria y Damasco, la llegada y relevo de la dinastía ayyubí. El sultán Saladino
consiguió hacerse con el poder a la muerte de Al-Adid, el último califa fatimí (1171), reincorporándose o
vinculándose Egipto al califato abbasí de Bagdad.
20
Nacido en 1099 y muerto en 1157. Reinó entre los años 1149-1151. Se considera que fue el fundador
de Moscú.
21
Interesante en la historia ucraniana (no le vamos a prestar demasiada atención).
~ 16 ~
Winchester
(Inglaterra)
Murió el obispo de Winchester, Enrique de Blois,22
hombre culto y poseedor de un
Salterio digno de considerar.23
Tenía 60 años de edad.
Catedral de Winchester
22
Hermano del rey de Inglaterra Esteban de Blois (muerto en 1154).
23
Ver Epílogo IV, sobre el valor didáctico de la imaginería medieval.
~ 17 ~
DUBLÍN (IRLANDA)
Sin nadie para sucederle, murió violentamente en Dublín Hasculf Rögnvaldsson,24
de
modo que podemos considerarle el último rey vikingo y del reino de Dublín como tal,
pues Irlanda es invadida por los ingleses, a iniciativa del rey Enrique II.25
La invasión de Irlanda por los ingleses se está llevando a cabo al mando de Richard
Fitz Gilbert de Clare, siendo conquistado el reino de Dublín por mercenarios cambros y
normandos aliados del rey Dermot Mac-Murrough de Leinster,26
de quien también con-
taremos ahora, en este años 1171, su muerte (con su correspondiente resumen biográ-
fico). Hasculf tuvo que refugiarse en los Highlands (Tierras Altas de Escocia), donde
24
Conocido también como Ascall mac Ragnaill (muerto en 1171) y apodado Mac Torcaill o Thorgill-
sson. Fue el tercer hijo del rey Thorkell. Según los historiadores, su fortaleza estaba donde actualmente se
encuentra el conocido castillo de Dublín.
25
Sobre el reino de Dublín, véase el Epílogo V.
26
Richard Fitz Gilbert de Clare, II conde de Pembroke (en Gales), señor de Leinster (a oriente de Irlan-
da), Justiciar de Irlanda (entre 1130-1176, siendo un cargo similar al del actual primer ministro), cono-
cido popularmente como Strongbow (Arco fuerte), era hijo de Gilbert de Clare y de Isabel de Beau-
mont. Gilbert, su padre, murió cuando él tenía 18 años de edad, por lo que heredó el título de conde de
Pembroke, aunque lo perdió en 1168.
En 1178, Diarmuid Mac Morrough (Diarmait Mac Murchada), rey de Leinster, había sido expulsado de
su reino por Rory O’Connor (Ruaidri Ua Conchobair, en irlandés), rey de Connacht y rey supremo o ma-
yor de Irlanda (según la vieja usanza), con la ayuda de Tiernan O’Rourke (Tigernán Ua Ruairc), príncipe
de Breifne, y decidió acudir a solicitar la ayuda de Enrique II de Inglaterra.
Enrique II, inmerso por entonces en guerra con Francia, hizo intervenir a varios de sus caballeros y no-
bles en las Marcas Galesas y se sucedieron muchas vicisitudes (sobre las que no entramos), tras las cuales
el rey de Inglaterra, temiendo que sus barones llegaran a apropiarse de las tierras conquistadas en Irlanda,
que el monarca daba por suyas, ordenó el regreso de todas las tropas (Pascua de 1171). Sin embargo, en
mayo de ese año, murió Diarmuid, dándose luego que Strongbow, amparándose en su matrimonio con
Aoife (hija de Mac Murchada), reclamó el reino de Leinster. La muerte del antiguo rey provocó un le-
vantamiento general y Richard a duras penas pudo mantener a O’Connor fuera de Dublín. Richard mar-
chó rápidamente a Inglaterra para solicitar la ayuda de Enrique II y entregó al rey todas sus tierras y
castillos. Enrique llegará a Irlanda en octubre de 1172, permaneciendo en ella durante seis meses, colo-
cando a sus hombres en casi todos los lugares y cargos importantes, dejando claro su dominio sobre Ir-
landa como señor indiscutible.
No obstante, los escritos del historiador Giraldus Cambrensis (contemporáneo a los hechos), explican
otra versión muy diferente (considerada como una fantasía legendaria). Supuestamente capturado en las
arenas de la bahía al intentar huir con su flota, Hasculf pagó una fortuna a cambio de su liberación. Sin
embargo, antes de ser liberado, dijo a sus captores que sólo habían visto una pequeña muestra de su poder
y que iba a regresar con un ejército aún más poderoso. Los normandos respondieron a la amenaza co-
brando el rescate y decapitando al destronado rey en la plaza central de la ciudad.
Aunque a efectos históricos la hegemonía vikinga finalizó en 1066 (batalla de Stamford Bridge), con la
caída de Hasculf se abrió un nuevo capítulo de la Edad Media en Irlanda, finalizándose allí definitiva-
mente la era vikinga.
~ 18 ~
organizó un ejército entre sus allegados. Cuando intentó reconquistar el reino por la
fuerza, fue derrotado y muerto en el campo de batalla.27
27
Según los anales irlandeses (conjunto de obras sobre la Irlanda gaélica que se compilaron en diversos
períodos medievales y sobre todo en el siglo XVII).
~ 19 ~
REINO DE LEINSTER
(IRLANDA)
Del modo que ahora contamos, murió el rey Diarmuid Mac Murchada de Leinster, a
los 61 años de edad.28
Era descendiente de Brian Boru29
y miembro de la dinastía Uí
Cheinnselaig (de Leinster). Su padre fue el rey Donnchad de Leinster y de Dublín.30
28
Según los irlandeses fue su rey más traidor a lo largo de la historia, ya que en su tiempo Irlanda fue
conquistada por la invasión normanda inglesa (del rey Enrique II de Inglaterra). Irlanda fue dominada por
los ingleses hasta el siglo XX.
Tal como permitía la legislación irlandesa (las leyes Brehon), Mac Murchada tuvo dos esposas; la pri-
mera de ellas, Mór Ua Tuathaill, fue madre de la princesa Aoife (Eva) de Leinster y de Conchobar Mac
Murchada; con la otra esposa, Sadb of Uí Faeláin, tuvo una hija llamada Orlaith, la cual se casaría con
Domnall Mór, rey de Munster. Además, tuvo dos hijos ilegítimos: Domnall Cáemánach (muerto en 1175)
y Ena Cennselach (que fue cegada en 1169).
Tras ser expulsado de su trono por el rey supremo Rory O’Connor, Mac Murchada huyó primero ha-
cia Bristol, donde se refugió durante un tiempo, hasta que se dirigió a Normandía pidiendo la ayuda de
Enrique II de Inglaterra, lo que éste aprovechó para invadir Irlanda (como queda dicho).
Y aunque la historia posterior irlandesa ha descrito a Diarmuid como el paradigma del traidor a su
patria, sin embargo no fue esa su intención, ni que los ingleses invadieran Irlanda, pues lo que quiso fue
contar con la ayuda de Enrique II de Inglaterra para recuperar la estabilidad de su trono en Leinster y po-
der convertirse en rey supremo de Irlanda.
El historiador cambro-normando Giraldus Cambrensis (con parientes invasores), que visitó Irlanda en
1185, escribió lo siguiente acerca de Diarmuid Mac Murchada:
“Dermot era un hombre alto de estatura y robusto de constitución; un soldado cuyo corazón
estaba en la lucha y que se levantaba valiente entre su propia nación. De tanto entonar su grito
de guerra, su voz se había vuelto ronca. Un hombre que prefería ser temido por todos antes que
amado por cualquiera. Un hombre que oprimía a sus mejores vasallos mientras él elevaba a
otros de baja cuna. Un tirano para sus súbditos, y odiado por los extraños; su mano contra cada
hombre y la de cada hombre contra él”.
29
En el año 978, Brian Boru comenzó a reinar en Cashel, capital del antiguo reino irlandés de Muster.
Hacia el año 984 controlaba la totalidad del reino y en 1001 fue reconocido como gran rey o rey supremo
de Irlanda. Desde muy joven luchó enardecidamente contra los ocupadores vikingos. Finalmente pode-
mos destacar que en la batalla de Clontarf (23 de abril de 1015) derrotó a los vikingos con un gran ejér-
cito comandado por sus hijos.
Brian Boru es uno de los grandes héroes de Irlanda, pero su historia se presenta muy llena de ficción le-
gendaria, por lo que resulta difícil elaborar su biografía rigurosamente o con precisión.
30
Donnchad murió en el año 1115, durante una batalla contra los vikingos de Dublín, y su cuerpo fue
enterrado junto con el de un perro (cosa que era tenida por muy insultante y denigrante en la época).
~ 20 ~
Reinó desde 1126, no sin rivalidades y oposiciones, cosa por otra parte habitual en las
tierras irlandesas. La historia de este reinado está llena de vicisitudes.31
En 1166, aprovechando la muerte del gran rey Muirchertach Mac Lochlainn, único
aliado de Mac Murchada, una gran coalición dirigida por Ua Ruairc atacó Leinster. Ua
Ruairc y sus aliados tomaron la provincia sin dificultades y Mac Murchada y su mujer a
duras penas consiguieron salvar la vida. Mac Murchada huyó a Gales, desde donde em-
barcó a Inglaterra y Francia buscando desesperadamente a Enrique II. Y ya sabemos lo
que pasó, sin que entremos en más detalles.
En Irlanda, con la ausencia de Diarmuid Mac Murchada, el nuevo rey supremo fue
Rory O’Connor, rango que le disputó Diarmuid. Éste actuó rápido haciéndose con el
control del reino de Dublín, así como del de Ossory y del de Waterford, integrado todo
bajo su poder real en Leinster. Marchó entonces sobre Tara32
para derrocar a Ruaidri.
Mac Murchada contaba con que Ruaidri no dañaría a los rehenes que tenía en su poder
(entre ellos, Conchobhar Mac Murchadha, su propio hijo), pero forzó demasiado la
situación y fueron ejecutados.
Se produjo entonces un enfrentamiento entre ambos ejércitos, un enfrentamiento en el
que Mac Murchada fue derrotado, tras lo que solicitó ayuda a Strongbow33
(por enton-
ces en Gales). Strongbow desembarcó al sur de la isla al frente de un pequeño grupo de
caballeros normandos y galeses, conquistando Waterford, Wexford y finalmente Dublín.
Por su parte, Diarmuid, desolado tras la muerte de su otro hijo Domhnall, se retiró al
monasterio de Ferns, donde murió pocos meses después.
Strongbow contrajo matrimonio con Aoife, hija del derrotado Mac Murchada, hacién-
dose así con el control de todo el territorio de Leinster y con la lealtad de la población.34
31
Vicisitudes sobre las que no entramos (como que nos resulta lejano y de no excesivo interés entrar en
los pormenores).
32
La sede mítica del poder en Irlanda, donde se halla “La Colina de los Reyes”, un entorno céltico, don-
de se yergue una piedra utilizada como testigo de la unción-coronación de los reyes. San Patricio (siglo
IV) cristianizó el lugar. Existe una tumba, localizada cerca de la colina, que se señala como la sepultura
del rey Lóegaire, considerado el último rey del paganismo en Irlanda.
33
Richard Fitz Gilbert de Clare, el cambro-normando que protagonizó la invasión inglesa de Irlanda.
34
Tras la invasión de Strongbow, Enrique II preparó una nueva campaña en ese sentido, al objeto de te-
ner bien sujetos a sus súbditos normandos y afianzar sus logros. Efectivamente, en noviembre de 1171,
todos los reyes de Irlanda, en Dublin, le presentaron su obediencia y sumisión, corroborando el monarca
inglés la aceptación. Además, su legitimidad moral sobre Irlanda fue ratificada por la confirmación en
1172 de la bula Laudabliter por parte del Papa Alejandro III y por el sínodo de Cashel. Enrique II se aña-
dió a sus muchos títulos también el de señor de Irlanda.
Por su parte, Rory O’Connor fue privado de su título de gran rey, perdiendo poco después el de rey de
Connaught a manos de su hijo Connor. Para recuperarlo, decidió, al igual que hiciera Mac Murchada an-
tes que él, recurrir a la ayuda inglesa, aunque no logró sus objetivos. En 1171, el señorío de Irlan-
da comprendía únicamente una pequeña zona alrededor de Dublín y Waterford, zona conocida como The
Pale (La Empalizada), mientras que el resto de Irlanda estaba dividido entre magnates o barones galeses y
normandos. El Tratado de Windsor (año 1175), rubricado por Saint Lawrence O’Toole y Enrique II, se-
llará el apaciguamiento que permitiría el poder o la influencia de los principales clanes irlandeses en sus
respectivas zonas (Connacht, Ulster, etc.).
~ 21 ~
Diarmuid Mac Murchadha, rey de Leinster
Posteriormente, la mayoría de las familias normandas gobernantes comenzaron a fusionarse con los
irlandeses, adaptando su lengua y sus costumbres y llegando a ser denominados (como ya dijimos en otra
ocasión) más irlandeses que los irlandeses, lo que daría lugar, en el siglo XIV a nuevas acciones civiles y
militares por parte de los soberanos británicos para afianzar su control sobre la isla.
~ 22 ~
EPÍLOGO I
LA FLOR DE LIS
La flor de lis, representación de lirio en heráldica, es mueble35
muy difundido. Es una
de las cuatro figuras más populares de la heráldica, junto con la cruz, el águila y el león.
La flor de lis se suele representar en color amarillo sobre un fondo azul. Tradicional-
mente se ha representado un campo de flores de lis dispuestas de forma ordenada. Des-
de la Edad Media se considera la flor de lis simbólica de la realeza, sobre todo en Fran-
cia.
Uno de los primeros usos de un símbolo similar al de la flor de lis parece ser el que se
muestra decorando la Puerta de Istar, en Mesopotamia, construida por Nabucodonosor
II en el año 575 a. de C.
35
Mueble heráldico (cargo o figura), de piezas honorables. No nos extendemos aquí al respecto, pero po-
demos decir que se llama mueble a todo aquello que se pone sobre el escudo y que no es una pieza o parte
del mismo; es lo que adorna, carga o acompaña el campo o la división de un escudo: animales, flores,
objetos, etc. Un mueble heráldico es una figura que en el arte heráldico no entra en otra categoría (piezas,
particiones, etc., que, por definición, son inmuebles).
Los muebles son figuras (flor de lis, cruz, lambel, etc.) que no se extienden hasta el borde de la región
que ocupan (salvo cuando son salientes), contrariamente a las piezas. Las líneas que delimitan los mue-
bles están siempre trazadas, aún cuando tocan a las figuras del mismo fondo.
Un mueble no está destinado a ser representativo sino simbólico: es, por lo tanto, estilizado y su repre-
sentación es generalmente convencional.
Los muebles repetidos son del mismo color. En caso contrario deben ser blasonados separadamente.
Un mueble puede estar surmontado o cargado con otro mueble.
~ 23 ~
El primer uso oficial de la flor de lis en Occidente se remonta al siglo V, coincidiendo
con la expansión del cristianismo y la versión bíblica conocida como Vulgata.
Existe la leyenda de la Sagrada Ampolla, según la cual se cuenta que el día del bau-
tismo y coronación del rey franco Clodoveo I en la catedral de Reims (tal como con-
tábamos en su momento), llegó desde el cielo, transportada por una paloma hasta las
manos del obispo San Remigio la mencionada Sagrada Ampolla, con un ramillete de li-
rios (flores de lis) conteniendo el óleo santo para ungir y consagrar al rey, significando
así que su autoridad era de origen divino.
Otro uso conocido de la flor de lis como emblema se remonta al siglo XII, con el rey
Luis VII de Francia, que fue el primer soberano en incorporarla a su escudo. A partir del
siglo XIV aparece también como emblema de la Casa de Lancaster, la dinastía real in-
glesa, para enfatizar así su reivindicación al trono francés. El escudo de la casa de Lan-
caster incluye tres flores de lis y tres leopardos pasantes. Catalina de Lancaster (nieta de
Pedro I de Castilla y abuela de Isabel la Católica) fue la patrocinadora del monasterio de
Santa María la Real de Nieva (Segovia), por lo que puede verse allí el escudo con las
tres flores de lis.
En el siglo XVI, era símbolo de la dinastía Valois, en oro, siendo emblemática y di-
fundida entre diversas familias nobiliarias.
Habrá otras muestras y usos, con variada simbología, a lo largo de las diversas épocas
como podremos ir viendo.
~ 24 ~
EPÍLOGO II
LA ORDEN DE SANTIAGO
Versus Hispaniam, contra gentem nefariam paganorum, surrexerunt de novo viri Do-
mini timentes et zelantes legem Domini; videlicet, frates Sancti Iacobi, qui pro defen-
sione fidei christiane se ipsos extremis periculis exponunt et fine christianitatis ab in-
cursibus paganorum, induiti lorica fidei et multiplici succincta virtute tuentur.
Con este texto, escrito poco después de la bula fundacional36
de la nueva Orden de
Santiago, se daba a conocer a toda Europa, desde Extremadura (reino de León), que di-
cha Orden había surgido en defensa y protección de la cristiandad. Para que lo enten-
damos, la traducción es la siguiente:
En Hispania, contra la nefasta gente de los paganos, se levantaron de nuevo unos va-
rones que temen a Dios y guardan con celo la ley divina; esto es, los hermanos de San-
tiago, quienes en defensa de la fe cristiana ellos mismos se exponen a grandes peligros
y protegen las fronteras de la cristiandad de las incursiones de los paganos, vestidos
con la loriga de la fe y multiplicados sólo por la virtud.
En el documento conocido como Tumbo Menor de Castilla aparece el rey Alfonso
VIII entregando el castillo de Uclés37
a la por entonces aún reciente Orden de Santiago.
Ocurrió esto probablemente en Arévalo,38
9 de enero de 1174.39
Según el tumbo, la espada como emblema o símbolo parece que precedió a la cruz.
Téngase en cuenta que los futuros caballeros de la Orden de Santiago, además de lla-
marse Fratres de Cáceres (un grupo original de 13, surgido para defender Cáceres tras
serle conquistada a los musulmanes en 1169), se llamaron antes o también Hermanos de
la Espada (Spatarii o Espatarios). De este modo, fue la espada la que evolucionó a cruz
más bien que lo contrario.
Lo cierto fue que la Orden de Santiago se expandió pronto y espectacularmente, for-
mándose dos prioratos: el de San Marcos de León y el de Uclés, con cuatro encomien-
das: dos en Castilla, una en León y otra en Portugal.
36
Del Papa Alejandro III, otorgada a 5 de julio de 1175.
37
Provincia de Cuenca.
38
Provincia de Ávila.
39
Un tumbo es un libro grande, de pergamino, donde las iglesias, monasterios, concejos y comunidades
medievales tenían copiados a letra los privilegios y demás escrituras de sus pertenencias.
De todos modos, ante este tumbo tenemos dos problemas: uno que no se ve cómo acaban los arriaces y
otro que en la sobreveste no se aprecia ninguna cruz de Santiago. Esto último tal vez se debiera a que,
como en el caso de los caballeros hospitalarios, al principio llevaban los santiaguistas también la cruz en
tamaño pequeño, a la altura del corazón, sin verse por taparla la capa.
Los arriaces son los dos hierros que salen de la guarnición de la espada, forman la cruz y sirven para
defender la mano y la cabeza de los golpes del contrario.
La sobreveste es la prenda, a modo de túnica, usada sobre una armadura o traje propiamente dicho.
~ 25 ~
Tumbo Menor de Castilla (siglo XIII)
~ 26 ~
La Orden de Santiago, por sus características, gozó de gran atractivo desde un princi-
pio. Enumeramos o exponemos algo de por qué:
Los nobles que pertenecían a la Orden no dejaban de ser nobles ni hacían renuncias,
por lo que podían mantener sin ningún problema sus títulos y sus bienes.
La nueva Orden tenía como uno de sus fines la fundación de hospitales (cosa que en-
tonces como ahora y siempre quiere la gente tener cerca y accesible).
Los caballeros de la Orden podían contraer matrimonio y si tenían que ir a la guerra
podían dejar a sus familiares a buen recaudo, resguardados en conventos y encomien-
das.
Las cosas fueron bien en la nueva Orden de Santiago. Sin embargo, todo se torció bas-
tante cuando tuvo lugar la batalla de Alarcos (19 de julio de 1195),40
en la que murió el
maestre Sancho Fernández de Lemos. Las cosas fueron más inestables en la Orden, tan-
to en lo militar como en lo político. Hubo mucho ambiente tenso en las fronteras. Hasta
40
Una batalla que, como veremos en su momento, se libró junto al castillo de Alarcos, situado en un
cerro a cuyos pies corre el río Guadiana, cerca de Ciudad Real, enfrentándose allí las tropas cristianas de
Alfonso VIII de Castilla y las almohades de Abu Yaqub Yusuf al-Mansur (Yusuf II), siendo derrotados
los cristianos, desestabilizándose por completo el reino de Castilla y frenándose la Reconquista hasta que
pudo emprenderse de nuevo con la victoriosa batalla favorable a los cristianos en Las Navas de Tolosa
(Jaén), en 1212.
~ 27 ~
algunos desastres naturales contribuirán también a las dificultades, como por ejemplo
algunos desbordamientos del Tajo. Lo iremos viendo.
Será muy lioso (y hasta desconcertante y contradictorio) que existan caballeros cristia-
nos en órdenes (militares-monásticas) para combatir a los musulmanes y al mismo tiem-
po reyes cristianos haciendo pactos y alianzas más o menos tácticas con los musulma-
nes.
Las órdenes de caballería, entre ellas la de Santiago, acabarán pidiendo al Papa per-
misos especiales para no tener que respetar los pactos de no agresión o las difusas alian-
zas entre los reyes cristianos y los musulmanes. Los caballeros, evidentemente, tenían
vocación de cruzados mientras hubiera musulmanes ocupando territorios españoles o
poniendo en peligro los que se iban ocupando por parte cristiana. De este modo, el Papa
Inocencio III (1198-1216) les otorgó bula de cruzada, lo que contribuirá en el victorioso
desenlace para los cristianos derrotando a los musulmanes en la batalla de Las Navas de
Tolosa en 1212.
Habrá un prolongado período de tiempo en que la Orden de Santiago se consolidará
yendo todo bastante bien. Aumentarán sus territorios, sobre todo porque los nobles ca-
balleros se aprendieron muy bien el truco de valerse del Papa para sobrepasar a los re-
yes. La Orden de Santiago amasará buenas fortunas.
Así se llegará al reinado de Alfonso X el Sabio (a mediados del siglo XIII), el autor de
las Cantigas de Santa María. Será ésta la época del maestre de la Orden de Santiago
Pelayo Pérez Correa, portugués, el cual llevará la Orden a su máximo esplendor y a su
mayor prestigio. El Papa del momento será Alejandro IV (1254-1261).41
Pelayo Pérez Correa fue quien añadió a la emblemática cruz de Santiago algo que an-
teriormente no había llevado: la vieira o venera.42
41
Ya el rey Fernando III el Santo, con las órdenes de caballería, entre ellas la de Santiago, había con-
quistado Sevilla (entre agosto de 1247 y noviembre de 1248). Lo contaremos en su momento.
42
Todas las peregrinaciones, sin excepción, se caracterizan por cierta clase de objetos peculiares, siendo
particularmente usada por los peregrinos de Santiago, muy especialmente desde el siglo XI, la venera o
concha a modo de atributo jacobeo. Formó parte de la indumentaria y adorno imprescindible.
No se sabe con seguridad cuál fue el motivo, tal vez legendario, que propició el uso cada vez más gene-
ralizado de la venera. En un principio, probablemente tuvo la función de ser una pieza útil para beber, pe-
ro no es seguro.
Lo que sí es seguro es que la pieza pasó a llamarse Concha de Santiago, porque cuando los peregrinos
llegaban a la ciudad y meta compostelana se le entregaba un pergamino (la Compostela) que los confir-
maba como auténticos peregrinos y se les colocaba sobre sombrero y capa la concha de vieira, como atri-
buto demostrativo, entre otros, de la estancia en Santiago de Compostela, de lo cual podían tener muestras
más que suficientes de haber realizado la peregrinación cuando regresaran a sus lugares de procedencia.
De hecho, existió en Santiago de Compostela un importante mercado de conchas de vieira, siendo tal
que venderlas fuera de Santiago estaba escrupulosamente prohibida bajo amenaza de excomunión. Así
pues, en los distintos establecimientos de la ciudad compostelana se vendían no sólo auténticas conchas
gallegas sino también variantes y como amuletos a modo de souvenirs. Evidentemente, la buenas y au-
ténticas vieiras o veneras podían tenerlas aquellos señores ricos y nobles que podían permitirse pagarlas,
siendo baratijas las que adquirían las personas menos pudientes o del vulgo.
Desde un punto de vista religioso o de espiritualidad, la forma de la concha se asemeja en cierto modo a
una mano con dedos bien precisos o delineados, con significado de perseverar en la buenas obras que han
~ 28 ~
Sello del maestre Pelayo Pérez Correa
de caracterizar a los buenos peregrinos, llevando el yugo del Señor y su carga ligera (Mt 11, 30), guar-
dando los divinos mandamientos.
~ 29 ~
Nacimiento de Venus (Sandro Botticelli, 1445-1510)
¿Hay algo de esotérico en Pelayo Pérez Correa? ¿Podemos permitirnos una digresión
erótica al respecto y considerar a Pelayo Pérez Correa un “macho alfa”? ¿Se puede aso-
ciar al símbolo de la espada una resonancia fálica? ¿Se le añadió la venera teniendo en
cuenta su referencia con la diosa Venus de la que recibe su denominación? Curiosa-
mente, la concha es evocadora del pubis femenino.
Dos símbolos más se encuentran en el sello expuesto o mostrado. Hay, de una parte,
una luna menguante a decreciente (contraria a la que simboliza el Islam, que marca el
inicio del ciclo lunar y del Ramadán). El usar la luna decreciente podría significar la
derrota del Islam, su sentenciado final. Este símbolo es también el de Villa de Luna
(Zaragoza). De otra parte, hay una estrella de ocho puntas. Generalmente, la estrella de
ocho puntas representa en el cristianismo a un cometa, con resonancias o reminiscencias
de la estrella de Belén que avisó a los Magos del nacimiento del Salvador Jesucristo
guiándolos a adorarlo.
En el siglo XIII aparecieron tres cometas (respectivamente en los años 1222 –el Ha-
lley–, 1240 y 1268), si bien no parecen coincidir con algún hecho relevante para el
maestre. La conquista cristiana de Sevilla amplió y aseguró las fronteras cristianas res-
pecto a los dominios aún musulmanes.
Retomando el símbolo de las veneras, vieiras o conchas de Santiago, hemos de añadir
que el poseerlas era un signo de distinción, de nobleza, de señorío…; era un “logotipo”
que sólo podían lucir quienes lo tenían a su alcance, quienes heráldicamente podían
lucirlo como símbolo del Apóstol. Así, la heráldica se había proporcionado un símbolo
~ 30 ~
de exclusividad y distinción, de diferenciación aristocrática y social: “la venera la luzco
yo porque puedo y porque para eso la he pagado”.43
Vemos lo siguiente: En el Libro de Los juegos de Alfonso X el Sabio y más concre-
tamente en el problema de Ajedrez 34, podemos ver a dos caballeros de Santiago ju-
gando al ajedrez y luciendo en sus capas la espada con la venera. El tipo de venera se
corresponde con la que aparece, como camuflada, en el centro de la ilustración, entre la
arquitectura, tapando ligeramente el tablero del ajedrez, algo que no ocurre en las otras
ilustraciones. Los caballeros de Santiago no perdían ninguna ocasión para distinguirse y
lucir sus veneras.
43
¡Ahí queda eso!
~ 32 ~
Pero este símbolo no parecía ser suficiente para el maestre; quería más y esta vez sería
un “logotipo” de reyes el que añadiría a su particular simbología heráldica santiaguista:
la flor de lis o de lirio (lis es un galicismo). Es un símbolo relacionado con la realeza,
pues eran los soberanos quienes lo ostentaban y podían disponer del mismo para conce-
derlo a los caballeros de las órdenes militares e incluso a ciudades.
Retrocediendo en el tiempo, antes de que existiera la Orden de Santiago, allá por el si-
glo XI, observemos cómo los reyes, por ejemplo Alfonso I el Batallador de Aragón y
sus sucesores, firmaban trazando una emblemática cruz.
Firma de Alfonso I el Batallador
Y yendo hacia adelante, al siglo XIII, veremos cómo los reyes, al firmar, añaden a la
cruz la flor de lis en sus brazos. He aquí el ejemplo de firma del rey Alfonso X el Sabio
de Castilla, que reinó entre los años 1252-1275:
~ 33 ~
Sello de Alfonso X el Sabio
Fijémonos ahora en las ilustraciones (cantiga 205), concretamente en las cruces que
portan los caballeros de las órdenes de Santiago y de Calatrava. Son cruces que llevan
veneras y remates de flor de lis. En el caso de la Orden de Santiago no portan los ca-
balleros cruz en forma de espada o espada en forma de cruz sino cruz latina flordelisada.
~ 35 ~
También la bandera de Asturias muestra precisamente una cruz flordelisada con las le-
tras griegas alfa y omega.
Así que en el siglo XIII (en tiempos del maestre Pelayo Pérez Correa, quien todo se lo
curró muy bien), se permitió, él y los santiaguistas, lucir tres símbolos de gran distin-
ción: la espada normal, la espada con venera de nobles y la cruz latina flordelisada con
veneras y característica del servicio al soberano. Resulta de todo esto que, en el siglo
XIII, ninguno de los símbolos santiaguistas era el de la cruz flordelisada rematada hacia
abajo en forma de espada tal como nosotros la conocemos habitualmente en nuestros
días.
Yendo ya hacia finales del siglo XIII los reinos cristianos peninsulares eran prósperos
y la nobleza ostentaba poder y riquezas. Los nobles decidieron rebelarse contra el rey
Alfonso X el Sabio obligándole a renunciar al trono.
La Orden de Santiago no se librará de las luchas que sobrevendrán entonces, resul-
tando que la encomienda portuguesa de Santiago decidirá separarse de la de Uclés. Los
santiaguistas portugueses acudirán al Papa Nicolás IV (1288-1292) pidiéndole indepen-
dizarse, alegando no ser justo que sus fortunas fueran a parar a “reino extraño”. El Papa
se mostrará comprensivo con los santiaguistas portugueses y les otorgará libertades,
aunque no les eximirá de la obediencia a Uclés. En esos momentos evolucionará la Cruz
de Santiago portuguesa, al igual que evolucionará la española. Y a nivel práctico, los re-
yes portugueses se encargarán entonces de ir teniendo relación y acceso directo res-
pecto de las cuentas santiaguistas de la encomienda portuguesa. La Orden de Santiago
en Portugal llegó a su independencia y todo el conjunto santiaguista entró en un tiempo
oscuro durante el siglo XIV. Ya iremos viendo lo que pasará en lo sucesivo.
La Cruz de Santiago portuguesa abandonó el color rojo (símbolo martirial) y adoptó el
púrpura (símbolo de sabiduría y creatividad). Por eso, la Cruz de Santiago portuguesa se
convirtió en distinción que premia los méritos literarios, artísticos y científicos. Actual-
mente, en Portugal, recae el cargo de Gran Maestre de Santiago en el Presidente de la
República.
~ 36 ~
Actual Cruz de Santiago en Portugal
De momento (resumiendo), destaquemos que en sus principios fundacionales los ca-
balleros de la Orden de Santiago se llamaron Fratres o Caballeros de Cáceres, por haber
sido esta ciudad extremeña, entonces del reino de León, el lugar donde surgieron. Hay
quienes creen que llevaron otros nombres, como Caballeros de Santa María del Castillo
y de la Espada. Lo cierto es que, después de la bula de confirmación y aprobación, dada
y firmada en Ferentino,44
cerca de Roma, por el Papa Alejandro III (5 de julio de 1175),
ya siempre se les conoció con el nombre de Caballeros de Santiago, pues el de Caba-
lleros o Freires de Uclés, que en algunos documentos antiguos aparece, no prevaleció
apenas.
El nombre definitivo de la nueva orden tiene su fundamento. Ya se sabe la devoción
que durante los siglos medievales se tuvo en España al Apóstol Santiago, sobre todo
desde que milagrosamente se descubrió su sepulcro (siglo IX). Es natural que los ca-
balleros se encomendasen de un modo especial al patrocinio de Santiago al entrar en
combate. Y es lógico que creyeran sentir en muchas ocasiones la protección celestial
por la favorable intervención del Apóstol. Por eso don Pedro Fernández y toda su mili-
cia se consagraron como vasallos y caballeros del Apóstol Santiago, en Cáceres (12 de
febrero de 1171), quedando hecho el maestre y sus sucesores canónigos de la iglesia
compostelana, al servicio del arzobispo de dicha sede, tal como reconoció el Papa Ale-
jandro III en su bula fundacional.
Todavía se conserva un cuadro de bastantes proporciones, colgado durante muchos
años en la parte izquierda del crucero de la iglesia monástica de Uclés, que representa el
momento en que don Pedro Fernández, acompañado de los primeros caballeros, vis-
tiendo amplias capas blancas sobre las que campea la roja cruz gladiforme, como em-
blema de la Orden, presenta al Papa Alejandro III la regla para su aprobación.
44
Provincia de Frosinone.
~ 37 ~
Aunque la representación de la batalla de Clavijo (año 844, reinando Ramiro I de As-
turias) se repite hasta la saciedad en cuadros, esculturas, miniaturas y relieves pertene-
cientes a la Orden de Santiago, todos sabemos que el hecho representado se debe más a
la devoción tenida al Apóstol, que los cristianos creyeron ver combatiendo a su favor en
dicha batalla, que a la aceptación de la leyenda de que la Orden se había fundado a raíz
de la misma.
Ante las discordias de los reyes de León, Castilla, Navarra y Portugal, algunos baro-
nes poderosos, guiados por un espíritu guerrero y religioso, concibieron agruparse y
fundar la nueva orden como eficaz defensa cristiana y de lucha contra los musulmanes.
Vieron los caballeros la conveniencia de que se les unieran religiosos que llevasen la
dirección espiritual. Fueron finalmente canónigos regulares, de la Regla de San Agustín,
del monasterio de Lodio (o Loyo), diócesis de Astorga, y de Galicia, quienes se apres-
taron a ello.
Los canónigos de Lodio tenían cerca de León un hospital, dedicado a San Marcos y
destinado a atender a los peregrinos de Santiago. Tales canónigos serán expulsados de
León por Fernando II, siendo acogidos entonces por Alfonso VIII de Castilla, momento
en el que se asignó a la Orden de Santiago como cabeza o centro la villa de Uclés, don-
de se edificó la casa madre con su iglesia principal o de referencia. No obstante, resca-
taron el antiguo hospital de San Marcos, porque el rey Fernando II de León recapacitó
acerca de la finalidad y bondad de la fundación en cuanto a ser también hospitalaria.
Con el tiempo, serán cabezas de la Orden de Santiago la ciudad de León (San Marcos de
León), Uclés y, en Extremadura, Llerena (provincia de Badajoz), habiendo aquí un Vi-
cario General (y dos provisoratos, a partir del siglo XVII, uno en la propia Llerena y
otro en Mérida).
La Orden de Santiago constituye un legado histórico que puede recorrerse en la ruta
que bordea la Cañada Real Leonesa Occidental a su paso por las comarcas extremeñas
de Tierra de Barros y Zafra-Río Bodión, en la provincia de Badajoz. Por aquí, en las di-
~ 38 ~
versas poblaciones, pertenecientes a la Orden de Santiago, aparecerán fortalezas, casti-
llos, encomiendas y rastros varios que aún fascinan o interesan a los viajeros.
La ruta puede comenzarse por Hinojosa del Valle para dirigirse luego a Hornachos
(reconquistada a los musulmanes en el siglo XIII por el maestre de la Orden de Santiago
don Pedro González). Hay que ir luego a Ribera del Fresno (cabeza de encomienda, con
hospital) y a Los Santos de Maimona (punto neurálgico de la antigua calzada romana
Vía de la Plata y de la Cañada de la Mesta, donde aún existen norias y molinos de la
época musulmana). Otras poblaciones de interés son Medina de las Torres, Palomas
(con su estupendo puente medieval y un aljibe mudéjar, como su iglesia parroquial),
Puebla de Sancho Pérez y Puebla de la Reina (de origen romano y refundación musul-
mana en el año 995). Entre Hornachos y Ribera del Fresno, el viajero no ha debido sal-
tarse Puebla del Prior (con su Palacio de los Priores de San Marcos y su ermita de la
Virgen de Botós). En Valencia del Ventoso pueden apreciarse sus menhires y villas
romanas de los siglos III y IV.
Ya fuera de la Cañada Real Leonesa, pero todo con relación a la Orden de Santiago,
puede visitarse Aceuchal, Calzadilla de los Barros, etc. Y por supuesto la villa de Fuen-
te del Maestre, con varios edificios propiamente de la Orden de Santiago.
~ 39 ~
EPÍLOGO III
EL PUENTE DE BARCAS SOBRE EL GUADALQUIVIR EN SEVILLA
Un puente de barcas es una infraestructura de madera que consiste en una serie de em-
barcaciones colocadas en hilera con una serie de paneles en su parte superior para per-
mitir el tránsito de personas o vehículos de una orilla a otra de un río o bahía. En los
siglos XIX y XX los puentes flotantes o puentes de pontones empezaron a fabricarse de
otros materiales, como hierro, acero u hormigón ligero.
El puente de barcas se configura como un puente flotante, capaz de adaptarse a las
subidas y bajadas de la marea, con la desventaja de que no permite el paso de embar-
caciones por su parte inferior. Es una alternativa más barata que los puentes de piedra o
hierro para determinados casos, aunque al ser de madera exigen un mantenimiento pe-
riódico.
Los puentes de barcas fueron muy frecuentes en la bahía de Cádiz, donde hubo al me-
nos tres de ellos. En Sevilla estuvo el más conocido de todos, apareciendo en muchas
representaciones artísticas sobre la ciudad en el siglo de oro (renacentista y barroco en
España, convencionalmente entre los años 1492-1681). Aunque en España fueron com-
pletamente sustituidos por infraestructuras permanentes, todavía son usados en algunos
lugares, como el caso del puente de barcas sobre el Ródano en Suiza.
En el siglo XIX los nuevos puentes flotantes dejaron de ser de embarcaciones de ma-
dera y empezaron a construirse con cuerpos flotantes de hierro o acero. Los cuerpos que
sostienen el puente, los pontones, se empezaron a hacer de hormigón ligero en el siglo
XX.
El puente de barcas de Sevilla, fue el primer, y único puente durante casi siete siglos
sobre el río Guadalquivir a su paso por la ciudad de Sevilla, y servía de comunicación
entre la ciudad, y el arrabal de Triana, además de vía de comunicación con el Aljarafe.
Su construcción fue ordenada por el califa almohade Abu Yaqub Yusuf en 1171, y se
ubicaba donde se encuentra el actual puente de Isabel II, anexo al Castillo que, tras la
reconquista de Sevilla (casi a mediados del siglo XIII), recibiría el nombre de San Jorge.
El puente se había realizado originalmente con 11 sólidas barcazas de madera, redu-
cidas posteriormente a 10, ancladas al fondo y sujetas entre sí por garfios de hierro, y al
fondo por nueve anclas con un peso de entre 6 y 9 quintales, para paliar el efecto de las
mareas, que en Sevilla van desde -1 metro en bajamar a 1,5 metros en pleamar aproxi-
madamente. En los extremos del puente se colocaron muelles flotantes sobre pieles de
cabra hinchados con aire. El puente estaba sujeto con dos grandes malecones.
Por su ubicación y material debía ser constantemente reparado, ya que su componente
principal, la madera, tendía a pudrirse con el tiempo y por la humedad, además de, en
ocasiones, por la violencia de las inundaciones y riadas. Según Francisco de Borja Pa-
lomo y Rubio (1822-1884), en su Historia crítica de las riadas y grandes avenidas del
Guadalquivir, fueron 56 la graves crecidas del Guadalquivir a su paso por Sevilla
durante los años 1403-1800, crecidas con las que se llegaba a soltar el puente de barcas,
~ 40 ~
aislando a Sevilla de Triana y de su entorno, hasta que era factible volver a colocar o
reconstruir de nuevo el puente en su lugar.
Los puentes –concretamente el de barcas de Sevilla– fueron muy habituales y simbó-
licos en tiempos de los almohades. Fue contemporáneo al de barcas de Sevilla el acue-
ducto de los Caños de Carmona (se usó plenamente en Sevilla hasta su demolición en
1912), los jardines de la Buhaira y el minarete de la nueva mezquita mayor que años
después se conocería como la Giralda.
El almirante de Castilla, Ramón de Bonifaz, consiguió soltarlo parcialmente de su em-
plazamiento durante la reconquista de Sevilla (por Fernando III el Santo, el 3 de mayo
de 1248), al embestirlo con dos de sus naves más gruesas, probablemente dos carracas
de carga, con sus proas reforzadas con gruesas tablas sujetas con pernos. El puente ha-
bía sido reforzado para que aguantara la embestida y, aunque aguantó la primera, la se-
gunda lo soltó. Tras la caída de la ciudad, el puente fue reparado y siguió prestando sus
servicios a la ciudad.
El puente era el límite de los buques para avanzar por el río. Durante el Imperio Es-
pañol y a causa del monopolio comercial de la ciudad con Las Indias, numerosos galeo-
nes se daban la vuelta en zonas cercanas al puente, produciéndose un trayecto en el río
conocido como el compás de las Naos.
Entre 1481 y 1781 el anejo Castillo de San Jorge fue usado como prisión del Santo
Oficio, por lo que por el puente también cruzaban los condenados por la Inquisición
desde la fortaleza con destino al quemadero de San Diego.
Sevilla fue la capital espiritual de la Santa Inquisición en España, estableciéndose en
1480 y donde ya se conocen casos de condena del tribunal en 1481, año en el que fueron
quemadas en la hoguera más de 2.000 personas. En 1520, el número de condenados
superó los 30.000, siendo de éstos unos 4.000 condenados a la hoguera.
La Inquisición actuó sobremanera en la actual iglesia de la Magdalena, erigida a fines
del siglo XVII sobre la misma planta de la antigua iglesia del convento de San Pablo el
Real, de los dominicos, que fue la primera sede de la Inquisición en Sevilla, establecida
por los dominicos Fray Miguel de Morillo y Fray Juan de San Martín.
De aquel oscuro período histórico de la ciudad, aún se conserva en sus muros el fresco
pintado por Lucas Valdés que representa un auto de fe y a un hereje que es conducido al
quemadero identificado tradicionalmente con Diego López Duro, un mercader de Osuna
(Sevilla), de origen portugués, que fue quemado vivo por delitos de judaísmo el 28 de
octubre de 1703. Por ello esta pintura se conoce como El Suplicio de Diego Duro.
El alto número de presos y presuntos herejes o infieles hizo que aquel primer recinto
del Convento de San Pablo se quedara pequeño, por lo cual se tuvo que pensar en ha-
bilitar una nueva sede. Siendo Inquisidor General de España don Fernando Valdés, car-
denal arzobispo de Sevilla, en el margen del Guadalquivir, junto al arrabal de Triana,
estaba el castillo de San Jorge, que fue edificado sobre los restos de una antigua for-
taleza árabe, y que contaba con 26 cárceles secretas, las cuales eran calificadas por el
mismísimo Santo Oficio en el siglo XVII como “antros de horror, hediondez y sole-
dad”.
Estaban orientadas dichas cárceles al Altozano, a la calle San Jorge y a la calle Cas-
tilla. Dentro del castillo se encontraba también la iglesia de San Jorge, primitiva parro-
~ 41 ~
quia de Triana. La Inquisición estuvo establecida en el castillo de 1481 a 1785, comen-
zando las actuaciones desde dicho recinto en 1482, utilizando para realizar sus autos de
fe primero las gradas de la catedral y más tarde la plaza de San Francisco, aunque la
mayoría tuvieron lugar en la iglesia de Santa Ana, además de en la de San Marcos y en
el mencionado convento de San Pablo, cerca del río.
Según el historiador Ortiz de Zúñiga (1636-1680), en su libro Anales de Sevilla, en el
castillo se colocó la siguiente inscripción en latín: “Sanctum Inquisitionis officium con-
tra hereticorum pravitatem in hispanis regnis initiatum est Hispali, anno MCCCCL-
XXXI, sedente in trono apostolico Sixto IV, a quo fuit concessum, et regnantibus in
Hispania Ferdinando V et Elisabet, a quibus fuit imprecatum. Generalis inquisitor pri-
mus fuit frates Thomas de Torquemada, prior conventus Sanctae Crucis segoviensis,
ordinis predicatorum. Faxit Deus ut, in fidei tutelam et augmentum, in finem usque sae-
culi permaneat, etc. –Exurge, Domine, judica causam tuam–. Capite nobis vulpes”.
Los reos condenados eran encarcelados en el castillo de San Jorge, y los condenados a
la hoguera eran trasladados hasta el quemadero de San Diego, en los terrenos de la ac-
tual Tablada, que fue utilizado por última vez en 1781. Pero no sólo se quemaron judíos
sino que hay también constancia de la quema de clérigos y frailes, dándose el caso de
quemar de manera póstuma a aquellos condenados muertos con anterioridad al juicio,
desenterrando sus huesos de los cementerios de la ciudad, por aquel entonces en la Tri-
nidad, San Agustín y San Bernardo, para ser quemados.
Tal dureza se empleaba en la Inquisición sevillana que el Papa Sixto IV, en 1482, dijo
sobre ella: “Proceden sin observar ningún orden de derecho, encarcelan a muchos in-
justamente, les someten a duros tormentos, les declaran herejes y expolian sus bienes
de los que han matado”; pero decidió independizarla y lavarse las manos, como ya hi-
ciera en su momento Pilato.
Más de 120 años después del comienzo de la Inquisición en Sevilla, Fernando Niño de
Guevara, Inquisidor General (y Cardenal Arzobispo de Sevilla), que se caracterizó por
su intransigencia, durante su cargo mando ejecutar a más de 2.000 personas, teniendo
que renunciar al cargo de inquisidor por orden del rey en 1602. Un año antes, en 1601,
fue nombrado cardenal de Sevilla, donde ejerció como tal hasta su muerte.
En 1604, Niño de Guevara publicó unas disposiciones en las que mandaba un estricto
control sobre la población morisca para procurar el cumplimiento de los preceptos de la
Iglesia y para que los niños fuesen educados en la fe cristiana, siendo en 1609, ya
muerto el cardenal, cuando se publicó el bando de expulsión de los mismos.
En 1830, la hermandad de la O fue la primera de la Semana Santa sevillana en reco-
rrer el puente de barcas para efectuar su estación de penitencia en la catedral.
~ 42 ~
Detalle del grabado de Ambrosio Brambilla (en 1585)
perteneciente a su “Vista general de Sevilla”.
En el centro se ve el Puente de Barcas,
al pie del desaparecido Castillo de San Jorge, a orillas del Guadalquivir en Triana
~ 43 ~
Vista del Puente de Barcas de Sevilla en 1851, en el emplazamiento que tuvo desde
el inicio de las obras del puente de Isabel II, en 1845, hasta su desmontaje en 1852
~ 44 ~
A lo largo de su dilatada historia, el Puente de barcas de Sevilla
tuvo importantes modificaciones
Grabado del Puente de Barcas (1617)
~ 45 ~
EPÍLOGO IV
VALOR DIDÁCTICO DE LA IMAGINERÍA MEDIEVAL
Un ángel cierra la puerta del infierno. Salterio de Enrique de Blois
Lo que sigue, sobre el arte de enseñar a través del arte (el valor didáctico de las imá-
genes románicas) tiene como autoría la de Luz Muñoz Carvalán y Gracia Ruiz Llama
(Educatio, nº 20-21, Diciembre de 2003).45
45
Bibliografía: Barasch, M. (1991): Teorías del arte. De Platón a Winckelmann, Madrid, Alianza Edito-
rial; De la Vorágine, S. (1982): La leyenda dorada, 1, Madrid, Alianza Forma; Dhabi, M. M. (1996):
Iniciación a la simbología románica, Madrid, Akal; Durliat, M. (1980): Introducción al arte medieval en
Occidente, Madrid, Cátedra; Eco, U. (1980): El nombre de la rosa, Barcelona, Lumen; Emil, F. V.
(1991): El hombre en busca de sentido, Barcelona, Herder; Grabar, A. (1988): Las vías de la creación en
~ 46 ~
Tímpano. Catedral de Autun
Durante la Alta Edad Media, las imágenes adquirieron un papel protagonista dentro
del proceso de enseñanza-aprendizaje que la Iglesia del momento impulsó. Las artes
plásticas se presentaron con una finalidad pedagógica, debían instruir en la fe y enseñar
los modelos de conducta emanados de la Iglesia para el conjunto de la sociedad. Me-
diante las imágenes sacras, que el Occidente cristiano había sancionado como medios de
aprendizaje para los indoctos, la Iglesia confeccionó un sistema de coordenadas que da-
ban la pauta respecto del bien y del mal y que marcó las vidas de las gentes del Medievo
en pro de someter a todos los grupos que formaban el orden social establecido bajo el
dominio del más poderoso de los señores feudales, Dios, manipulando la figura, para
que todos los hombres le rindiesen pleitesía, bajo amenaza de condenación en los fue-
gos del Infierno.
Lo que se presenta aquí se articula en torno al valor didáctico que en determinadas
épocas se ha conferido a las artes, encontrando una de sus máximas expresiones en las
la iconografía cristiana, Madrid, Alianza Forma; Geese, U. (1996): “La escultura románica”, en AA.
VV., El románico. Arquitectura, escultura, pintura, Barcelona, Könemann, 256-323; Leroux-Dhuys, J.
(1998): Las abadías cistercienses. Historia y arquitectura, Barcelona, Könemann; Schapiro, M. (1977):
Estudios sobre el románico, Madrid, Alianza Forma; Yarza Luaces, J. (1997): Fuentes de la historia del
arte I, Madrid, Historia 16.
~ 47 ~
imágenes sacras del románico. Esta investigación puede ser utilizada como prototipo o
ejemplo del valor educativo que al arte se le ha otorgado en diversas etapas a lo largo de
la historia. Y aunque su análisis no sea tarea fácil, es imprescindible para reflexionar
sobre los distintos medios que el hombre ha utilizado para articular el proceso de ense-
ñanza-aprendizaje. Cada obra de arte posee en sí misma un universo de saberes, un sis-
tema de referencias múltiples y complejas que durante la Alta Edad Media fueron ins-
trumentalizadas con una finalidad didáctica.
“Vi un trono colocado en medio del cielo, y sobre el trono uno Sentado. El
rostro del Sentado era severo e impasible, los ojos muy abiertos, lanzaban rayos
sobre una humanidad cuya vida terrenal ya había concluido...” (Umberto Eco,
El nombre de la rosa, 1980).
En la famosa novela, escrita por Umberto Eco, El nombre de la rosa, Adso quedaba
absorto contemplando el mudo discurso de la piedra historiada, de la portada que se le-
vantaba ante él, experimentando una visión. El nombre de la iglesia no se menciona,
pues al autor no le interesa hacer historia del arte, sino de mentalidades, acercarnos a lo
que podía sentir cualquier hombre de la Alta Edad Media, dentro de una sociedad fuer-
temente sacralizada, ansiosa y expectante ante la promesa de la Parusía. Como expo-
nentes y fanales de ese predominio de lo sacro, respecto a lo civil, la cristiandad latina
asistió a la proliferación de iglesias y monasterios por todo el Occidente europeo, en los
momentos previos al año 1000. Sobre ese resurgir arquitectónico, recogido entre otros
por el cronista por excelencia del siglo XI, el borgoñón Raúl Glaber, leemos: “parecía
como si la humanidad, queriendo sacudirse sus sucios harapos fuera a cubrirse con el
manto blanco de las iglesias”.
Era una realidad palpable que en las postrimerías del siglo X la cruz había triunfado
en las provincias sometidas a los reyes, imponiéndose sobre las divinidades que hasta
entonces habían sido fruto de adoración. Una Iglesia reforzada surgía ahora, con el pro-
pósito de convertirse en un poder no sólo espiritual, sino también terrenal. Para ello, la
Iglesia del siglo XI, que E. H. Gombrich calificó como “Iglesia militante”, instru-
mentalizó las artes plásticas, confiriéndoles una función pedagógica, aventurándose a
colocar las representaciones divinas en las puertas de los santuarios, recurriendo al po-
der de convicción que confiere lo tangible para el pueblo. Las iglesias y claustros me-
dievales exigieron una escultura arquitectónica, no como simple adición a una superficie
predeterminada, sino como parte integrante de la misma. Esculturas y pinturas, labraban
y dibujaban los elementos esenciales de la doctrina cristiana. A este respecto André
Grabar afirma en su libro Las vías de la creación en la iconografía cristiana (1988):
“Durante la Edad Media, la iconografía cristiana fue un apreciado medio de expresar
las cosas de la fe, un medio al que constantemente se recurría y que intervenía, a me-
nudo de modo importante, en la vida de las gentes. No resulta exagerado decir que du-
rante la Edad Media la enseñanza de la religión se llevó a cabo de forma audiovisual”.
No bastaba transmitir conocimientos, había además que expresar y moldear el pensa-
miento cristiano, emanando del seno de una jerarquía eclesiástica que pretendía erigirse
como mentora de la sociedad a la que trató de imponer una serie de modelos de vida, de
~ 48 ~
verdaderos espejos en los que pudieran contemplarse tanto los monarcas y príncipes
feudales, como los simples laicos, o los propios clérigos. Siendo este afán de adoctrinar
impulsor del papel didáctico conferido a la imagen, a favor de hacerse poseedora de un
poder universal no subordinado al poder político. Para la Iglesia latina, frente a la cris-
tiandad oriental, la imagen religiosa fue principalmente un medio didáctico. La certi-
dumbre sensible que el hombre necesitaba para vivir, fue reclamada en el Medievo a la
religión; y la Iglesia se la brindó a través de los signos de un lenguaje plástico en el que
se expresaba una concepción del mundo fundamentada en la reverencia a la divinidad y
en la pérdida del individuo en el seno del conjunto, del grupo, siendo por ello incapaz
de intelectualizar su fe per sé.
La iniciativa de una iconografía cristiana de alcance universal, destinada a expresar
ideas fundamentales y no a poner de manifiesto actividades específicas de los indivi-
duos o a que éstos destaquen, debemos situarla en el siglo IV, en la época del emperador
Constantino I el Grande. Se produce en ese momento un transvase de la iconografía ofi-
cial a la creación iconográfica cristiana. El vocabulario del lenguaje iconográfico triun-
fal fue aceptado por el léxico de la iconografía cristiana, perdurando todavía hoy la hue-
lla de las imágenes imperiales en el arte religioso de Occidente. Así, podemos imagi-
narnos a Cristo reinante ocupando solemnemente un trono, haciendo el gesto de bende-
cir, o rodeado de santos o ángeles en torno suyo. Sin embargo los orígenes del modo oc-
cidental de comprender las imágenes religiosas se remontan más a los últimos siglos de
la Antigüedad. A finales del siglo VI, después de algunas tentativas que tienen lugar en
el siglo V, el Papa San Gregorio Magno (590-604), definía el papel de la imagen cris-
tiana de una manera que resultó determinante para el mundo de lengua latina: “Pictura
est laicorum literatura” (la imagen es la literatura de los laicos o iletrados). Para el
mencionado pontífice, la imagen se convertía así en medio de conocimiento, especial-
mente del conocimiento respecto a la fe y, por tanto, en instrumento o medio de ense-
ñanza religiosa, quedando así afirmado el papel o carácter pedagógico de la imagen cris-
tiana frente a las corrientes iconoclastas que fueron surgiendo.
Durante la época de Carlomagno (siglos VIII-IX), eruditos como Alcuino de York,
Teodulfo46
o Eginardo,47
entre otros, contribuyeron a reafirmar la función pedagógica
conferida al arte religioso occidental. Los primeros intentos por confeccionar o elaborar
una imaginería cristiana con finalidad didáctica se remontan así al siglo V y posterior-
mente. En las paredes de los santuarios latinos, se rememoraban acontecimientos evan-
gélicos, acompañándolos de inscripciones, denominadas títuli, que servían de exégesis
de las escenas representadas. Las grandes basílicas de Roma y Milán brindan numerosos
ejemplos de estas imágenes con sus textos explicativos. En el Imperio Carolingio, esta
tipología iconográfica de carácter didáctico gozó de un gran desarrollo, con grandes ba-
sílicas cubiertas de pinturas murales con largas inscripciones explicativas, que no obs-
tante –hasta en sus realizaciones monumentales– se dirigían exclusivamente a una élite
de clérigos instruidos. Si lo comparamos con los ciclos murales interiores y con la ilu-
46
Un visigodo de Septimania, obispo y santo (se conmemora el 1 de mayo).
47
Fue biógrafo de Carlomagno.
~ 49 ~
minación de manuscritos y objetos móviles, el aprovechamiento del lenguaje iconográ-
fico en las portadas de las iglesias y en elementos estructurales se produjo con un consi-
derable retraso, surgiendo los primeros ejemplos en las fachadas cubiertas de pinturas
de San Pedro de Roma, Parenzo48
o Civate,49
cerca de Milán, todo ello a partir del siglo
VI.
Será a partir de la toma de contacto con la tradición filosófica neoplatónica cuando se
produzca el gran desarrollo del arte figurativo en Occidente. Tras la lección aprendida a
través de las traducciones de los escritos de Pseudo Dionisio y otros eruditos bizantinos
(entre los siglos V-VI), la imagen, pasará a ostentar el lugar protagonista que se le con-
firió, como medio de enseñanza en el seno de la cristiandad latina para el conjunto de
sus integrantes, marcándose un punto de inflexión respecto a prácticas elitistas prece-
dentes. San Juan Damasceno, hacia el año 726, reflejaba de este modo su idea respecto
de las imágenes:
“Cuando no tengo libros, o mis pensamientos me torturan, me voy a la iglesia
que es asilo abierto a todas las enfermedades del alma. Las pinturas atraen mi
mirada, cautivan mi vista, así... insensiblemente llevan mi alma a alabar a
Dios”.
Juan Damasceno nos relata un proceso anagógico, basado en conducir el alma desde
lo material a lo inmaterial, vinculando la visión mística de Dios con los valores de una
obra de arte, con cuya contemplación se invitaba a la unión con lo divino. Por otra parte,
el patriarca iconódulo Nicéforo, en el año 813, defendía la práctica de las imágenes re-
curriendo al criterio de autoridad, afirmando que están sancionadas por los mismos
apóstoles:
“Afirmamos que la delineación o representación de Cristo no fue instituida
por nosotros ni es una invención reciente. La pintura está dignificada por la
edad y es coetánea de la predicación del Evangelio… De la misma manera que
aquellos hombres nos instruyeron en las palabras de la divina religión, así tam-
bién actúan del mismo modo, aquéllos que representan en pintura los gloriosos
hechos pasados”.
La importancia de este texto radica en la equiparación que se hace del lenguaje verbal
y del visual, ambos como medios de enseñanza. Siguiendo esta estela, encontramos las
enseñanzas patrísticas y pontificias defendiendo que las imágenes están en las iglesias
no tanto para ser veneradas sino más bien para instruir las mentes de los ignorantes. En
el Sínodo de Arras (año 1025) se decretó que: “los hombres iletrados pueden contem-
48
Región de Istria (Croacia).
49
Región de Lombardía (Italia).
~ 50 ~
plar en las líneas del cuadro lo que no pueden aprender a través de la palabra escri-
ta”.50
Como corolario a la manera de entender las imágenes sacras, la Iglesia occidental creó
un sistema formal propio según una perspectiva no visual sino simbólica. Al cambiar
los objetivos de la representación formal, que ya no se fundamentarán en las leyes de la
percepción visual, a la determinación del tamaño según la distancia del objeto, sucederá
un nuevo canon o escala, la del tamaño espiritual, según la cual la proporción de los ob-
jetos aumenta o disminuye en relación directa con su cercanía a la divinidad y a la rela-
50
El sínodo de Arras (o Arrás), en el norte de Francia, fue esencial en la historia del arte, pues allí se re-
comendaba y enseñaba que “es a Cristo a quien se adora en el crucifijo y no el tronco de madera. Las
imágenes visibles del Salvador y de los Santos no deben ser adorados en tanto que objetos fabricados por
la mano del hombre, sino que han sido hechas para suscitar una emoción interior, la contemplación de la
manifestación de la gracia divina”. Pero en esta recomendación sinodal hay una novedad con respecto a
la teoría clásica de la Iglesia referida a las imágenes: “han sido hechas para suscitar una emoción inte-
rior”. Basta contemplar cualquiera de los rostros de los crucificados otonianos o posteriores para ver cuál
ha sido el reto de los artistas: trasmitir a la materia formas expresivas que reflejen estados emocionales
para mover a la piedad a quienes los contemplan. En el sínodo de Arras se aprobó o autorizó el uso de las
imágenes para la edificación de los fieles que no sabían leer ni escribir.
La labor del artista estaba reglada por la Iglesia, siendo el ejecutor de las obras bastante artesano según
los dictados de la Iglesia. El artista, sin permitirse licencia alguna, tenía que adecuarse siempre al decoro
y al significado de su obra, sin que pudiera dar sus interpretaciones personales. Los artistas eran personas
que cumplían según lo que se les encargaba, teniendo en cuenta que tampoco aspiraban a más.
El signo o imagen a representar era el medio de vincular lo divino y lo humano. Así, el empleo de la es-
cultura pétrea en las iglesias, a mediados del siglo XI, como elemento de carácter público, fue la principal
innovación que nació fruto del sínodo de Arras.
Hasta el momento, el arte y la cultura habían sido patrimonio exclusivo de los monasterios, donde se
cultivaba y desarrollaba, ajeno al campesinado, todo lo relativo al saber. Pero el sínodo de Arras también
trajo un elemento de cambio de mentalidad muy relevante que repercutió directamente en la concepción
del arte: la pérdida del miedo a la idolatría y que la representación de la imagen fomentaba el culto y al
adoración a Dios a través de las imágenes, ya que los fieles se sentían más cercanos a los Santos, a la
Virgen María, a los Ángeles y a la Santísima Trinidad, incluyendo a Dios Padre.
Durante los siglos XI-XII se propagó en Europa una fuerte cohesión y unidad en el arte, en el comercio,
en la política, en todos los ámbitos que se habían resentido tiempo atrás con la presencia invasiva del
Islam y con todo lo relacionado con el feudalismo. Esa unidad en el arte es debió y se favoreció por el
fenómeno en auge de las peregrinaciones, por las que se transmitió y se difundió el mismo programa ico-
nográfico, provocando también la movilidad artística o artesanal, con sus talleres incluidos, como puede
verse magistralmente en la obra Los pilares de la tierra (novela histórica del británico Ken Follet (1989).
El románico fue el estilo difundido por las peregrinaciones, como la del Camino de Santiago, siendo la
cultura benedictina (cluniacense y cisterciense) la que marcaba el programa iconográfico.
Ya en el siglo XIII, con la emergente burguesía y el auge de las ciudades (de lo urbano sobre lo mera-
mente rural) se operaron cambios, los que tienen que ver con el estilo gótico, de gran importancia en la
construcción de las catedrales. Con el gótico sí empezó ya el artista a serlo más propiamente sobre lo que
fue anteriormente, más bien artesano, pues fue ya durante el siglo XIII, aunque todavía tímidamente,
cuando empezó a darse una separación entre Estado e Iglesia, entre lo civil y lo eclesiástico. Las capillas
de las catedrales pertenecían a familias nobles o adineradas que encargaban a los artesanos el programa
iconográfico que ellas consideraban adecuado o acorde al rango o a la propiedad y mecenazgo. Paulati-
namente, el Estado y las familias nobles o burguesas fueron corriendo con encargos y construyendo sus
propias casas, como deseaban decorarlas y no tanto según la exclusiva tutela de la Iglesia. Todo esto se
acentuará aún más desde mediados del siglo XIV y ya en el Renacimiento.
~ 51 ~
ción de rango con la misma. La fuente de inspiración no será el mundo material sino el
del espíritu, lo que trajo consigo la desaparición del principio de mimesis o imitación de
la realidad visible, a favor de que lo representado se atuviera más a una lectura inteli-
gible (aunque emocional) que de perspectiva sensible acerca de la fe.
Paralelamente a este nuevo modo de entender las reglas que debían regir la práctica
artística, en lo referente a los modos de representación de las imágenes, debemos consi-
derar cuál era la función pedagógica que se confirió a la iconografía durante el románi-
co, en qué valores debían educar y sobre qué aspectos instruir. Para ello, debemos ana-
lizar cómo se estructuraba la sociedad medieval y a quién o quiénes se dirigían esas en-
señanzas.
Dos realidades definen a esta sociedad medieval: el feudalismo, con las relaciones de
vasallaje que de él se derivan, y la concepción tripartita trifuncional) que de la sociedad
se tenía. Para imponerse como poder absoluto, la Iglesia debía someter a sus intereses a
los dos grupos, caballeros y laboratores, que junto a los clérigos conformaban el orden
social trinitario; y fue ante esa necesidad como se articuló toda una gran campaña peda-
gógica a través de las imágenes, para lograr eso por parte de la Iglesia latina u occiden-
tal. Había una sociedad de señores y vasallos, de poderosos y débiles, de poseedores y
poseídos (o de cosas poseídas, posesiones): Dios será presentado (“enseñado”) como el
Eterno, el Altísimo, el Todopoderoso, el Señor de señores y el Rey de reyes, aunque
siempre como Suma bondad y sumamente Justo. Al ser Dios todo eso, la imagen que de
Él se proyecta a los hombres es la de autoridad feudal ante la cual todos somos vasallos.
El Cristo del románico que se muestra a través de las imágenes no es tanto el de los
Evangelios sino el del Apocalipsis. Es un Dios que castiga desde su trono de juez, ro-
deado de sus vasallos. Su poder es revelado al campesino como el del señor de su te-
nencia y al caballero como el de su señor feudal, por lo tanto todos le deben pleitesía.
Para los intereses que perseguía la Iglesia occidental en estos momentos, era necesario
imbuir en las gentes la presencia de un Dios justiciero, además de misericordioso; de ahí
que las imágenes que más predominen sean la de Dios en el trono de juez, rodeado por
los veinticuatro ancianos, según la revelación contenida en el Apocalipsis. Y si en los
juicios de la Tierra, el acusado nunca estaba solo, pudiendo sus allegados y amigos dar
testimonio de su inocencia, la Iglesia hizo lo propio articulando, ante el temor infundido
por el Juicio Final, mecanismos de alianza del hombre con los Santos, para que éstos in-
tercedieran por ellos ante la ira de Dios. Esto coadyuvó al desarrollo de los movimientos
de peregrinación y el culto a las reliquias, además de impulsar las afluencias de dona-
ciones para consagrar iglesias a uno u otro Santo, o las limosnas para facilitarse el fu-
turo perdón; eran donaciones piadosas que iban despojando a los laicos en beneficio de
los eclesiásticos, favoreciendo a su vez el desarrollo del arte sacro. Por otra parte, no
todos los estudiosos del arte medieval, defienden que éste tuviera un valor didáctico-
religioso, como se recoge en el artículo publicado en 1947 por Meyer Schapiro con el
título “Sobre la actitud estética en el arte románico”, donde recoge parte de la diatriba
que San Bernardo dedica al abad Guillermo de San Thierry (hacia 1124-1125).51
San
51
Sobre Guillermo de Thierry puede verse la Audiencia General del Papa Benedicto XVI, del miércoles
2 de diciembre de 2009.
~ 52 ~
Bernardo arremete contra las esculturas claustrales que tientan a la concupiscencia de
los ojos:
“Por otra parte, en los claustros, ante los hermanos que leen, ¿qué pintan
esos monstruos ridículos, esas deformes hermosuras y esas hermosuras defor-
mes? ¿A qué vienen esos monstruos inmundos, esos fieros leones, esos centauros
monstruosos, esos híbridos semihumanos, esos tigres listados, esos guerreros
peleando, esos cazadores tañendo el cuerno? Vense muchos cuerpos para una
sola cabeza, o a la inversa, muchas cabezas para un solo cuerpo. Aquí vemos un
cuadrúpedo con cola de serpiente, allí un pez con cabeza de cuadrúpedo. Aquí
la parte delantera de un caballo arrastra tras de sí media cabra, o una bestia
cornuda lleva cuartos posteriores de caballo. Aparece, en fin, por doquier tan
rica y asombrosa variedad de formas que nos vemos tentados a leer en el már-
mol más que en los libros, y pasar el día entero mirando estas cosas más que
meditando sobre la ley de Dios. Por Dios Santo, si estos desatinos no le dan ver-
güenza, ¿por qué no piensa al menos en el gasto?”.
Este estudioso del románico (Schapiro) aborda el texto de San Bernardo para refutar la
idea de que en la Edad Media sólo era considerado el arte en la medida en que resultase
útil y devocional, para llegar a la conclusión de que durante el románico se prodigó tam-
bién un arte desprovisto de sentido didáctico y simbolismo religioso, un arte profano
fundamentado en valores de delectación y fantasía (el arte por el arte). Pensamos que las
interpretaciones de Meyer Schapiro sobre el texto de San Bernardo no se ajustan a las
verdaderas intenciones pretendidas por el abad cisterciense, cuando envía su carta arre-
metiendo contra la riqueza escultórica de los claustros cluniacenses, ya que estas imá-
genes sí que contienen un simbolismo religioso y cumplen una función pedagógica. No
creemos que Bernardo condene tanto ese arte por ser irreligioso y estimulador de los
sentidos, en otras palabras, mera decoración, sino por su falta de “decoro” (concepto
aplicado a las artes por los antiguos griegos y romanos). A los antiguos republicanos ro-
manos, como sabemos por Plinio y su Historia Natural (libros 34-36), el gasto innece-
sario, no proporcionado a la utilidad en las artes, les parecía escandaloso. Cualquier de-
talle debía estar justificado y desde este punto de vista ético, la economía formaba parte
del concepto de “decoro” aplicado a las artes. Hay constancia de que San Bernardo ha-
bía estudiado en Chântillon a autores latinos como Cicerón, Virgilio, Terencio, o el
mencionado Plinio. Además, era un doctor en la fe, que había hecho de su deuda para
con los pobres, una forma de entender la vida monástica, y poseía una personalidad emi-
nentemente práctica como recoge su leyenda dorada. Creemos por todo ello, que cuan-
do muestra su disconformidad hacia las esculturas claustrales, no es porque, como dice
Meyer Schapiro en su artículo, Bernardo no vea en ellas “otro mérito que el de satis-
facer la curiosidad ociosa”, sino porque, las entiende carentes de utilidad dentro del
ámbito del cenobio, donde los monjes pueden instruirse y educarse leyendo los textos
de la Biblia y de los Santos Padres; máxime si, como sabemos, en los claustros de los
monasterios cluniacenses, los monjes leían y profundizaban en los Salmos. Bernardo
arremete pues contra su falta de decoro, ya que no queda oculto al cisterciense el as-
~ 53 ~
pecto sacro y didáctico de esta imaginería. Queda demostrado en otro punto de su dia-
triba, donde justifica esas “deformis formositas ac formosa deformitas” en las catedra-
les para atraer al pueblo, cuya devoción se anima más frente a ornatos materiales que
frente a los espirituales. Ahondando en esta línea, destaca otro párrafo de la carta es-
crita por Bernardo (1124-1125), donde continúa su particular cruzada contra el dispen-
dio, al hablar de los pavimentos con figuras de santos en el templo:
“A menudo los viandantes pisan las caras de los santos. Si no hay respeto pa-
ra estas imágenes sagradas, ¿por qué no tenerlo al menos, por los colores pre-
ciosos? ¿Por qué hermosear lo que pronto será ensuciado? ¿Por qué decorar
aquello que habrá que hollar? ¿De qué sirven esas formas hermosas en lugares
donde continuamente las afea la suciedad?”.
Debemos tener en cuenta, que las esculturas medievales se policromaban con vivos
colores, como se puede observar en los restos de policromía de las esculturas del Pórtico
de la Gloria, lo que servía para acentuar su poder de atracción sobre las gentes. A Ber-
nardo lo que le molestaba, era que al situar las imágenes santas en los pavimentos y lu-
gares de mucho tránsito, al ensuciarse perdieran parte de su valor como instrumento pe-
dagógico, aludiendo con ello, de nuevo, al concepto de decoro. Respecto a la falta de
valor simbólico-didáctico de los conjuntos de monstruos que poblaban los capiteles del
claustro, contra los que lanza Bernardo sus quejas, debemos decir que estos híbridos, te-
nían una larga tradición en Oriente, penetrando muchas de sus creaciones por diversos
caminos, nutriendo la imaginería del Occidente latino. La presencia de formas mons-
truosas gozaba de gran aceptación, debido a su enraizamiento en la cultura occidental
como herencia del mundo clásico y oriental, como atestiguan los bestiarios de la época.
Pese a que su simbolismo escape a nuestra comprensión actual, estas representaciones
de animales y seres fantásticos, fueron tan numerosas en la escultórica medieval, como
las representaciones del Juicio Final o Cristo en Majestad, por lo que defendemos que
compartían un mismo cometido pedagógico: enseñar a través del temor que despertaban
en las gentes.
Isidoro de Sevilla, en sus Etimologías (año 600) escribió que los malhechores que ha-
bían sucumbido ante lo demoniaco a causa de sus actos, tenían que comer plantas má-
gicas que los transformaban en las formas animales y en los seres fantásticos más di-
versos. Retomando el hilo del contenido de la diatriba de Bernardo (1124-1125), en que
se apoya Meyer Schapiro para exponer su idea de que estas imágenes son condenadas
por el monje blanco, por estar carentes de sentido pedagógico y tratarse de un arte irreli-
gioso, ejemplo de una actitud pagana ante la vida, una actitud de disfrute espontáneo,
resultaría paradójico que si fuese así, un hombre como Bernardo que, según sus propias
palabras, había renunciado a todas las hermosuras y deleites de los sentidos por Cristo y
los tiene por estiércol, dedicase su tiempo a contemplar esas “deformis formositas ac
formosa deformitas” hasta convertirlas en imágenes familiares, lo que podemos deducir
de la detallada descripción que de las imágenes vistas en el claustro cluniacense reali-
zada al escribir su carta a Guillermo de San Thierry, aspecto este último sobre el que
igualmente se interroga Meyer Schapiro (1977):
~ 54 ~
“Sin embargo, al recordar las esculturas monstruosas de los claustros, nos
llama la atención que Bernardo, aunque condena esas obras como carentes de
sentido, haya escrito un inventario tan gráfico de sus temas y las haya caracte-
rizado con tal precisión”.
Si esas imágenes representaban un mero gusto estético, el arte por el arte, ¿cómo
explicar su presencia en perfecto maridaje con esculturas que aluden claramente a un
mensaje pedagógico? ¿Cómo iguales fantasías híbridas aparecen en forma de miniaturas
en las obras iluminadas en los propios monasterios cistercienses?, por ejemplo, en las
Morales sobre Job (de San Gregorio Magno) de 1111. Las mismas hibridaciones des-
critas por Bernardo y calificadas de irreligiosas por Schapiro aparecen, entre otros mu-
chos lugares, en el tímpano de la iglesia abacial de Sainte-Pierre en Beaulieu-sur-Dor-
dogne (Corréze), junto al tema del Juicio Final. En el arquitrabe podemos ver una serie
de monstruos, seres demoníacos y al monstruo de siete cabezas del Apocalipsis de San
Juan, clara alusión medieval a los siete pecados capitales.
¿No sería esta misma imagen a la que alude San Bernardo cuando se expresa en los
términos de “vense muchos cuerpos para una sola cabeza, muchas cabezas para un so-
lo cuerpo”?
Cabría decir, por tanto, que estas formas fantásticas del románico, repartidas por un
elevadísimo número de iglesias y códices, al contrario de lo expuesto por Meyer Scha-
piro, calificándolas de “inútiles desde un punto de vista religioso-didáctico” formaban
parte del mismo programa pedagógico ideado por la iglesia del Alto y Pleno Medievo,
materializado a través de las artes plásticas y con un valor paralelo a las imágenes del
Antiguo Testamento o del Apocalipsis.
Estos engendros no surgen de la fantasía de artistas y promotores, ya que existe una
larga tradición literaria que los recoge y conduce desde la Antigüedad al Medievo. El ya
mencionado anteriormente, el erudito cristiano Isidoro de Sevilla, escribió en el año 600
la Etymologiae de los seres fabulosos, mientras que Pseudo Dionisio Areopagita, neo-
platónico en el siglo VI, identificaba lo bello con lo bueno y, por tanto, la fealdad
quedaba ligada a lo maligno. El filósofo irlandés Juan Escoto, cuyos conceptos fueron
muy populares en el ámbito de la cultura eclesiástica, defendía que el atractivo de los
monstruos estaba en que su deformidad estética inducía al creyente a buscar la hermo-
sura absoluta en Dios y los Santos, como queda recogido en su tratado De divinis no-
midibus (hacia los años 864-866). A este respecto, resulta muy interesante la traducción
que realiza Marie-Madeleine Davy de las palabras de Bernardo “deformis formositas ac
formosa deformitas” por “belleza que tiene origen en la deformación y deformación
que aspira a la belleza”.
Las imágenes monstruosas pertenecen pues al círculo temático cristiano como perso-
nificaciones del mal, del infierno y de las bajezas humanas. Siendo igualmente suscep-
tibles de formar parte del plan de salvación de Dios que la Iglesia es la máxima en-
cargada de comunicar. Pudiéndose extrapolar su valor pedagógico en los claustros, don-
de se podía pretender hacer reflexionar a los monjes (en muchos casos segundones de la
nobleza) a través de estas imágenes. Como recogen sus biógrafos, Bernardo era un hom-
~ 55 ~
bre instruido en las obras de autores sagrados y profanos, no pudiendo pues desconocer
el valor religioso-simbólico que la tradición había conferido a las imágenes. Cuando
lanza la cuestión: “Por otra parte en los claustros, ante los hermanos que leen, ¿qué
pintan esos monstruos ridículos?”, no se está refiriendo a su significación temática, si-
no a si son o no decorosos, porque Bernardo puntualiza: “ante los hermanos que leen”,
o sea, que para el monje blanco las esculturas no eran necesarias para instruir y enseñar
a aquellos que podían hacerlo directamente de las fuentes textuales, viendo en ello un
mero dispendio. En palabras del propio Bernardo esas imágenes no eran más que “vani-
dad de vanidades, aunque vanidad más insensata aún que vana”.
En el libro de Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, se recoge cómo el obispo
Guillermo de San Thierry contesta a la carta de San Bernardo en los siguientes térmi-
nos: “Te deseo salud y no espíritu de blasfemia”. Con esta expresión trataba de dar a
entender a San Bernardo que en el escrito que de él había recibido se contenían con-
ceptos blasfemos. Si como Meyer Schapiro decía, esas imágenes contra las que Ber-
nardo arremete estaban vacías de contenido simbólico-religioso, ¿por qué Guillermo le
acusa de blasfemo? Bernardo no obstante, se limita, como defensor acérrimo de la orto-
doxia cristiana a denunciar lo innecesario de esas biblias de piedra en los claustros, para
los hombres que él llama “espirituales” y diferencia de los “carnales”, ya que toda la
defensa hecha en favor de la imagen por la Iglesia como vehículo de enseñanza, se
había dirigido a este segundo grupo. Bernardo, impulsor de la segunda cruzada armada
contra la herejía, pese a dejar constancia de su sensibilidad estética, no entendía la cru-
zada intelectual desarrollada por Cluny, a través de las imágenes, creando modelos de
vida cristiana que serían impuestos por todo el orbe, llevando a cabo una labor peda-
gógica sin precedentes. Esculturas y pinturas debían instruir y educar, sirviendo así,
como poderosos agentes de estructuración del mundo emocional e intelectual de los
hombres medievales. Y es en la consecución de este último aspecto donde radica su
gran aporte, ya que por primera vez un programa iconográfico se instrumentaliza con
una función pedagógica destinada a la colectividad y no para determinadas elites, gru-
pos o estamentos. En una sociedad como la medieval, estructurada según un orden fun-
cional tripartito, donde unos oraban, otros luchaban y los más trabajaban, se ideó una
enseñanza universalista que llegase a todos y cada uno de estos rígidos estamentos, para
imponer su ideología, en detrimentos de otras ideologías. Para ello, retomó el modo de
hacer de la Antigüedad, haciendo suya la máxima horaciana “doceo delectare” (ense-
ñar deleitando), a través de unas imágenes que captaban la atención de doctos e in-
doctos, mostrando de forma más intensa que la liturgia el mensaje de cuál era la labor
del hombre sobre la Tierra: la peregrinación hacia la salvación en el Juicio Final, ad-
virtiendo de las tentaciones y peligros que pueden desviar e incluso hacer abandonar el
“camino correcto”. Todos aquéllos que en su existencia terrenal no cumplieran con los
divinos mandamientos o vivieran al margen de la ley de Dios, tenían asegurado el su-
frimiento eterno en el infierno.
El siquiatra austriaco Víktor Emil Frankl, en 1991, sostenía, que la sociedad industrial
se había especializado en satisfacer todas las necesidades humanas, olvidándose de “sa-
tisfacer la más humana de todas las necesidades del hombre, la de encontrar sentido a
~ 56 ~
la vida”. Siguiendo esta línea, el profesor Juan Marcelo Pardo, definía educar como:
“formar un hombre capaz de dar sentido a su vida”.
Tomando esta definición en consideración, no debemos poner en duda el papel didác-
tico que las imágenes sacras desempeñaron en la educación de los hombres y mujeres
del Medievo, configurando un sistema de coordenadas que determinaba la entrada o no
en el Paraíso, el fin último que daba sentido a la vida de los hombres de la Edad Media.
El poeta francés de finales de la Edad Media, François Villón, describe a la perfec-
ción, en unos versos que escribió pensando en su madre, el impacto de estas imágenes
en la gente:
Soy una mujer, vieja y pobre,
ignorante del todo; no puedo leer;
en la iglesia de mi pueblo me muestran
un paraíso pintado, con arpas,
y un infierno, donde hierven las almas de los condenados;
el uno me alegra, me horroriza el otro.
Así pues, a través de estas palabras podemos extrapolar como conclusión que durante
la Edad Media las imágenes adquirieron un papel protagonista dentro del proceso de
enseñanza-aprendizaje impulsado por la Iglesia. Gracias a los iconos, que el Occidente
cristiano había sancionado como medio de aprendizaje de los indoctos, la Iglesia con-
feccionó un sistema de coordenadas que daban la pauta respecto del bien y del mal, cosa
que marcó las vidas de la gente medieval, en pro de someter a todos los grupos que
formaban el orden social establecido, todo ello utilizando un lenguaje basado en el te-
mor y en la propia idiosincrasia del sistema feudal imperante, transmitiendo mensajes y
manipulando cuanto fue preciso (siendo también la Iglesia hija de su época) los con-
ceptos religiosos e incluso la propia idea de Dios.
Detalle en la iglesia-fortaleza de Santa María de Ujué (Navarra)
~ 57 ~
Añadimos ahora también (no ya de la autoría de lo precedente) unas notas sobre las
marginalia y el humor medieval.
Marginalia es una voz latina que sirve para designar las notas, glosas o comentarios
hechos al margen de un libro. Pero el término no se aplica tan sólo al texto, sino tam-
bién a los dibujos, como en el caso de los manuscritos ilustrados medievales. Los mon-
jes pasaban entonces largas horas sentados ante su escritorio, aplicados a la importante
tarea de copiar códices para preservar el conocimiento en sus bibliotecas. Seguramente
esto habría terminado por resultarles demasiado aburrido, si no fuera porque parecen ha-
ber encontrado un modo de combatir el tedio. Ellos nos han dejado en las marginalia
curiosas imágenes que han sido objeto de diversas interpretaciones. De lo que no cabe
duda es que el humor está presente en muchas de ellas, a veces no exento de crítica o sá-
tira. Aparecen caballeros combatiendo contra caracoles, monos leyendo, frailes y mon-
jas en situaciones delicadas y toda clase de actos irreverentes. Las hay, incluso, que se
adentran en lo grosero, lo escabroso o lo sacrílego.
~ 58 ~
En cuanto a las notas al margen (escritas), en ocasiones plasmaron en ellas sus críticas
o su cansancio, y nos legaron alguna que otra travesura. He aquí algunos ejemplos:
“Pergamino nuevo, tinta mala. No digo más”.
“Ya he terminado de escribirlo todo. Por Dios, necesito beber algo”.
“San Patricio de Armagh, líbrame de la escritura”.
“Con tanto frío no puedo estudiar esto”.
“Que termine ya la tarde.”
“Quiero comer”.
“Tengo mucho frío”.
“Esta es una página difícil y cuesta leerla”.
~ 59 ~
El mono recibe sus armas y armadura de la dama.
La imagen pertenece a las Horas de Engelberto de Nassau,
elaborada en Flandes hacia finales del siglo XV
“Que la voz del lector honre la pluma del escritor”.
“Esta página no ha sido escrita muy despacio”.
“Gracias a Dios, pronto oscurecerá”.
“¡Ay, mi mano!”
“Mientras escribía me quedé helado, y lo que no pude escribir a la luz del sol, lo
terminé a la luz de las velas”.
~ 60 ~
Marginalia con el más antiguo ejemplo conocido de bruja montada en una escoba.
Pertenece a un manuscrito de 1451.
“Como el marinero recibe el puerto al que arriba, así el escriba recibe la última lí-
nea”.
“La escritura es excesivamente monótona. Curva la espalda, oscurece la vista, re-
tuerce el estómago y los costados”.
“¡Qué triste, librito! Llegará el día en que alguien dirá al leer tus páginas: ya no
está la mano que las escribió”.
~ 61 ~
Imagen del Salterio Gorleston (siglo XIV)
La presencia de los gatos en las bibliotecas de los monasterios era habitual, puesto que
estos animales se encargaban de ahuyentar a los ratones que de otro modo destruirían
los preciosos manuscritos. A veces eran los gatos los que dejaban su huella en ellos.
En torno a 1420 un amanuense de los Países Bajos encontró que durante la noche un
gato había arruinado su manuscrito al orinar sobre él y dejar una mancha sumamente
perceptible. Ello lo obligó a dejar en blanco el resto de la página, y dibujó un gato con la
siguiente maldición:
“Aquí no falta nada, pero una noche un gato orinó encima. Maldito sea el conde-
nado gato que se meó en este libro durante la noche en Deventer… Y mucho cuidado
con dejar libros abiertos de noche en sitios donde pueden venir los gatos”.
~ 62 ~
Este es el manuscrito con la maldición del gato. Colonia, Historisches Archiv
Pero a veces la amenaza que suponían los ratones se convertía también en objeto de
inspiración, como refleja Hildeberto, un amanuense checo del siglo XII. En la imagen,
un ratón ha trepado a su mesa y está comiendo el queso. Hildeberto levanta una piedra
con intención de arrojarla al ratón y escribe la siguiente maldición:
“Maldito ratón, siempre me estás enfadando. ¡Que Dios te destruya!”
Hildeberto y el ratón. Praga, Biblioteca Capitular
~ 63 ~
EPÍLOGO V
EL REINO DE DUBLÍN
El conocido como reino de Dublín se prolongó entre los años 839-1171. Fue un pe-
queño pero poderoso enclave hiberno-nórdico que funcionó como emporio comercial
controlando zonas de la costa irlandesa en torno a Dublín (actual condado de Dublín).52
Los vikingos llegaron a esta zona allá por el siglo IX. En el año 841 hay ya constancia
de longphorts53
vikingos en Irlanda.
El reino de Dublín se fue gaelizando progresivamente,54
al igual que fue ocurriendo en
otras regiones de tradición celta.
52
El término hiberno-nórdico (o nórdico-gaélico) hace referencia a la población escandinava procedente
de las incursiones vikingas que se asentaron en Irlanda, Escocia, Gales, Hébridas, Orcadas y Mann como
parte del proceso de expansión y colonización durante la llamada era vikinga y que duró unos 300 años
(entre 789 y 1100).
Como pasaba por donde se asentaban permanentemente los escandinavos, con el tiempo se produjo un
sincretismo cultural y una asimilación lingüística desde el siglo IX. El caso de los normandos en la Fran-
cia merovingia es el más conocido al respecto.
53
Longphort es el término que usaban en Irlanda para designar el muelle de amarre correspondiente a un
barco vikingo o una fortaleza naval en la ribera. Los primeros longphorts conocidos fueron construidos
como lanzaderas para las incursiones vikingas en la Irlanda medieval.
Aquellas fortificaciones navales estaban emplazadas en las riberas de los ríos, a veces en ambos flancos,
para la defensa durante el anclaje y amarre de los barcos. Así, los longphorts estaban situados en lugares
apropiados para facilitar la defensa, bien abrigados y con rápido acceso al mar.
La palabra longhport apareció por primera vez en Irlanda en el año 841, citándose en los anales ir-
landeses al tratar de los asentamientos vikingos de Linn Duachaill (cerca de Annagassan) y Dublín. Tam-
bién aparece en las descripciones de los asentamientos de Waterford, al sur de Irlanda (año 914), y Li-
merick, más al oeste (año 922). Los establecidos pertenecieron a la dinastía de los Uí Ímair (caudillos
nórdicos que forjaron un considerable Imperio). La mayoría de aquellas fortificaciones navales no perdu-
raron, pero otras, como fue el caso de Dublín, entre otros, se convirtieron en grandes ciudades.
La etimología de longphort puede provenir del lenguaje usado por los monjes irlandeses, haciéndola
derivar del latín longus (grande), que en el nórdico antiguo sería lang, y del también término latino portus
(puerto). Hay muchas ciudades y condados que reflejan la influencia de los longphorts, lo que sugiere o
demuestra que en algún momento de su historia hubo la presencia de un asentamiento naval de este tipo
en la zona.
54
Gaélica (o goidélica) es el nombre dado comúnmente a los pueblos célticos de Irlanda y a su lengua.
De hecho, se considera al gaélico como perteneciente a la familia lingüística celta, conformada, además,
por el irlandés, el manés y el gaélico escocés, siendo rama diferente al grupo brytón (al que pertenecen
el bretón, el galés, el cornuallés y el cumbrio), así como del grupo galo continental (los galos y belgas de
la Galia, los galos cisalpinos, los celtas de Hispania y posiblemente los celtíberos y lusitanos) y del grupo
oriental (los gálatas).
Gaélicas fueron algunas tribus destacables, por ejemplo los escotos, que invadieron Caledonia (que ha-
bitaron los antiguos pictos, en los que se llamaría Escocia). No es mucha la información que se tiene
acerca de los pueblos gaélicos, aunque, aunque escritores y navegantes clásicos los describieron. Los
romanos y los griegos llamaron Hibernia a Irlanda, aunque también en un poema se le llama Juverna, por
lo cual a los nativos irlandeses se les llamó hiperbóreos.
~ 64 ~
En el año 988, Máel Sechnaill Mac Domnaill (muerto en 1022) lideró la conquista ir-
landesa del reino de Dublín, siendo esa fecha la que la tradición toma como histórica de
la fundación de la ciudad, a pesar de que ya existía desde siglos atrás. A mediados del
siglo XI, el reino de Leinster comenzó a ejercer gran influencia sobre el de Dublín, a
pesar de lo cual éste sobrevivió con su independencia, hasta que sufrió la invasión an-
glo-normanda del año 1171.
Los reyes de Dublín fueron los siguientes:
Thorgest (839-845).55
Amlaíb Conung (853-874).
Ívar (o Íman) de Dublín (857-873).
Auisle (863-867).
Eystein Olafsson (874-875).
Halfdan (873/875-877).
Bard (875/877-881).
Mac Auisle (881-883).
Eoloir Jarnknesson (años desconocidos).
Sichfrith Ivarsson (883, aproximadamente,-888).
Sichfrith Ivarsson (888-893).
Jarl Sichfrith (893-894).
Sigtrygg Ivarsson (894-896).
Ivar II (896-902).56
Sihtric ua Ímar (o Sitric Cáech) (917-921).57
Gofraid ua Ímair (921-934).58
Olaf III Guthfrithson (934-941).59
Sigtrygg (o Sitric) (941-943).60
Amlaíb Cuarán (945-947).
Blácaire Mac Gofrith (restaurado, 947 948).
Gofraid Mac Sitriuc (948-951).
Amlaíb Cuarán (restaurado, 945-947).
Glúniairn (980-989).
Sigtrygg Silkiskegg Olafsson (989-1036).61
55
Ejecutado por ahogamiento en Lough Owel (un lago en el centro de Irlanda).
56
Desde el final de este reinado, los noruegos abandonaron Irlanda hasta el año 917.
57
Derrotado por Niall Glúndub (otro rey de Irlanda, de la dinastía de los O’Neills). También fue rey de
Jórvik (el reino vikingo de York).
58
Nieto de Ímar.
59
Hijo de Gofraid ua Ímair.
60
Probablemente Sigtrygg Haraldsson.
61
Rivalizando con Ivar de Waterford.
~ 65 ~
Echmarcach Mac Ragnaill (1035-1038).
Ivar III Haraldsson (1038-1046).
Echmarcach Mac Ragnaill (1046-1052).
Murchad Mac Diarmata (1052-1070).
Diarmait Mac Mail na mBó (1070-1072).62
Domnall Mac Murchada Mac Diarmata (1070-1072).
Gofraid Mac Amlaíb Mac Ragnaill (1070-1072).
Toirdelbach Ua Briain (1072, hasta probablemente 1074).
Muirchertach Ua Briain (1074-1086).
Enna Mac Diarmata Mac Mael na mBó (1086-1089).
Donnchad Mac Domnail Remair Mac Mael na mBó (1086-1089).
Godred Crovan (después de 1091-1094).
Domnall Mac Taidc Ua Briain (hacia 1094-1102).
Magnus III de Noruega (1102-1103).
Comnall Mac Taidc Ua Briain (tal vez restaurado en 1103).
Donnchad Mac Murchada Mac Diarmata (tal vez en 1115).
Diarmat Mac Enna (1115-1117):
Enna Mac Donnchada Mac Murchada (1118-1126).
Conchobair Mac Tiorrdelbach Ua Conchobair (1126-1127).
Thorkell (1133 y anteriormente).
Conchobair Ua Briain (1141-1142).
Óttar, proveniente de las Hébridas (1142-1148).
Ragnall Thorgillsson (1146 y anteriormente).
Brotar Thorgillsson (1148-1160).
Hasculf Thorgillsson (1160-1171).
62
Fue uno de los más importantes y significativos monarcas de Irlanda en la era prenormanda, y su área
de influencia alcanzaba las islas Hébridas, la isla de Man e incluso Inglaterra. Reinaron en el mismo pe-
ríodo los dos siguientes.