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Doctor en Derecho SUPREMACÍA Y RIGIDEZ CONSTITUCIONAL EN LA CONSTITUCIÓN DE 1812 SUMARIO I. SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y CONSTITUCIONALISMO MODERNO II. LA SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE 1812 II.a) El procedimiento de reforma de la Constitución de 1812 II.b) Los mecanismos de defensa política de la Constitución de 1812 III. APROXIMACIÓN A LA IDEA DEL ORIGEN COMO LÍMITE DE LA SUPRE- MACÍA CONSTITUCIONAL «Había en el tablado una magnífica silla y una mesa ricamente cubierta, sobre la que estaba el libro de los santos Evangelios: tomó asiento S.E. Las tropas á la voz de sus coman- dantes echaron armas al hombro, y habiéndolas saludado S.E., previno al ayudante general la lectura del decreto y actas de la CONSTITUCIÓN: concluida aquella volvió S.E. á saludar las tropas, se hincó de rodillas reverentemente, y con la mano puesta sobre los santos Evangelios pronunció en voz alta, y lleno de afecto y entusiasmo el gran juramento de GUARDAR Y HACER GUARDAR LA CONSTITUCION política de la nacion española, sancionada por las Cortes generales y extraordinarias de la nacion, y ser fiel al Rey» * I. SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y CONSTITUCIONALISMO MODERNO Constituye un presupuesto pacífico en la doctrina y la práctica jurídico-política la existencia de un cuerpo de normas, las constitucionales, situadas en una posición jerárqui- camente más elevada que la que corresponde al resto de las que integran el ordenamiento. El Derecho Constitucional es el «Derecho de máximo rango positivizado en el Estado» 1 y los Estados Constitucionales de la actualidad conviven con dicho presupuesto y disponen a SUPREMACÍA Y RIGIDEZ... SANTIAGO A. ROURA GÓMEZ *. Noticia de las fiestas que celebró la ciudad de La Coruña, como capital del Reyno de Galicia en la augusta publicación de la Constitución política de la monarquía española los días 23 y 24 de junio de 1812, Ayuntamiento de La Coruña (edición facsímil), La Coruña, 1987, pg. 13. 1. Klaus Stern, Derecho del Estado de la República Federal Alemana, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1987, pg. 253.

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Doctor en Derecho

SUPREMACÍA Y RIGIDEZCONSTITUCIONAL EN LACONSTITUCIÓN DE 1812

SUMARIO

I. SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y CONSTITUCIONALISMO MODERNO

II. LA SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLADE 1812 II.a) El procedimiento de reforma de la Constitución de 1812II.b) Los mecanismos de defensa política de la Constitución de 1812

III. APROXIMACIÓN A LA IDEA DEL ORIGEN COMO LÍMITE DE LA SUPRE-MACÍA CONSTITUCIONAL

«Había en el tablado una magnífica silla y una mesa ricamente cubierta, sobre la queestaba el libro de los santos Evangelios: tomó asiento S.E. Las tropas á la voz de sus coman-dantes echaron armas al hombro, y habiéndolas saludado S.E., previno al ayudante general lalectura del decreto y actas de la CONSTITUCIÓN: concluida aquella volvió S.E. á saludar lastropas, se hincó de rodillas reverentemente, y con la mano puesta sobre los santos Evangeliospronunció en voz alta, y lleno de afecto y entusiasmo el gran juramento de GUARDAR YHACER GUARDAR LA CONSTITUCION política de la nacion española, sancionada por lasCortes generales y extraordinarias de la nacion, y ser fiel al Rey» *

I. SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y CONSTITUCIONALISMO MODERNO

Constituye un presupuesto pacífico en la doctrina y la práctica jurídico-política laexistencia de un cuerpo de normas, las constitucionales, situadas en una posición jerárqui-camente más elevada que la que corresponde al resto de las que integran el ordenamiento.El Derecho Constitucional es el «Derecho de máximo rango positivizado en el Estado»1 ylos Estados Constitucionales de la actualidad conviven con dicho presupuesto y disponen a

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SANTIAGO A. ROURA GÓMEZ

*. Noticia de las fiestas que celebró la ciudad de La Coruña, como capital del Reyno de Galicia en la augustapublicación de la Constitución política de la monarquía española los días 23 y 24 de junio de 1812, Ayuntamientode La Coruña (edición facsímil), La Coruña, 1987, pg. 13.

1. Klaus Stern, Derecho del Estado de la República Federal Alemana, Centro de Estudios Constitucionales,Madrid, 1987, pg. 253.

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su servicio mecanismos técnicos destinados a hacer real en la práctica la depuración de todoel ordenamiento jurídico desde la perspectiva constitucional. La jurisdicción constitucionalse ha generalizado y la labor de los Tribunales Constitucionales ha llegado a ser considera-da, «mediante su interpretación y aplicación en los procesos pluralistas de composición deintereses, una función pacificadora, mantenedora y desarrolladora del consenso»2. Y ello,conviene apuntar, con independencia de que se esté conforme o se discrepe con dicha orien-tación, lo cual conduciría a una reflexión de cariz distinto. Pero, por lo que a nuestra expo-sición interesa, lo cierto es que el ejercicio de la tarea encomendada a los órganos másdirectamente relacionados con el mantenimiento de la supremacía de la Constitución hatransformado las democracias occidentales, cuyos agentes políticos se saben arbitrados,moderados y, en definitiva, controlados, por los guardianes del pacto constitucional.

En tales circunstancias, se hace, a nuestro entender, preciso reflexionar sobre la evo-lución en el modo de entender la fuerza de obligar de la Constitución, toda vez que en estaevolución se encuentran muchas claves de utilidad para, comprendiendo el origen de lasinstituciones, afrontar los retos que a nuestro ultraprotegido Derecho Constitucional se leplantean. El presente estudio no pretende, en todo caso, abordar con complitud todo el ricoentramado de circunstancias que han conducido a la Constitución al lugar que ocupa en laactualidad. Con una intencionalidad mucho más modesta, nuestro trabajo se acota espacio-temporalmente, para centrarse en el surgimiento de la idea de la supremacía constitucionalen los albores del constitucionalismo español. Que esto sea así no comporta, pese a lo quepudiera parecer y como se verá, una radical separación entre el fundamento ideológico de lasupremacía constitucional en el período en cuya consideración se detiene el presente estu-dio y la justificación de idéntico principio en la actualidad. Es, precisamente, en esta cir-cunstancia en la que descansa la utilidad, la posible proyección futura de las elaboracionesque tienen como base las experiencias de nuestro constitucionalismo histórico.

Como es sobradamente conocido, el principio de supremacía constitucional formaparte, junto con el democrático y el liberal, del concepto moderno de Constitución3, aquelque se corresponde con la idea de Constitución que surge con ocasión de las revolucionesburguesas de finales del siglo XVIII. Queda, en este momento, fijada una inteligencia uni-versal del término, cuya vigencia efectiva no será, sin embargo, inmediata o, al menos, noen todos aquellos Estados en los que se desata el movimiento revolucionario liberal-bur-gués. Esta circunstancia resulta particularmente destacable por lo que hace al tercero de losprincipios citados, aquel que proclama la condición de Lex Superior del Texto Constitucio-nal como uno de los pilares fundamentales del nuevo régimen político. En concreto, paralos Estados Constitucionales que, porque siguieron el paradigma francés4, podemos englo-bar en la denominada tradición constitucional europea -o, para excluir expresamente la

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2. Helmut Simon, «La Jurisdicción Constitucional», en E. Benda, W. Mainhofer, J. Vogel, C. Hesse y W.Heyde, Manual de Derecho Constitucional, Instituto Vasco de Administración Pública/Marcial Pons, Madrid,1996, pg. 846.

3. Cfr., en relación con la Constitución en sentido moderno o técnico, que no es otra que la que se correspondecon el concepto racional normativo, Pedro De Vega, La reforma constitucional y la problemática del Poder Consti-tuyente, Tecnos, Madrid, 1988, 1.ª ed., reimpr., pgs. 15-24; «Constitución y Democracia», en la obra colectiva LaConstitución española de 1978 y el Estatuto de Autonomía del País Vasco, Instituto Vasco de AdministraciónPública, Oñati, 1983, pgs. 66-73; «Supuestos políticos y criterios jurídicos en la defensa de la Constitución: algu-nas peculiaridades del ordenamiento constitucional español», Revista de Política comparada, n.º 10-11 (primavera-verano 1984), pgs. 396-406. Cfr., también, Manuel García-Pelayo, «Constitución y Derecho Constitucional(Evolución y crisis de ambos conceptos)», Revista de Estudios Políticos, n.º 37-38 (enero-febrero, marzo-abril,1948), pgs. 53-122, vid. pgs. 55-66 (recogido hoy en el vol. Escritos políticos y sociales, Centro de Estudios Con-stitucionales, Madrid, 1989, pgs. 21-71, vid. pgs. 24-32); Derecho Constitucional comparado, Alianza, Madrid,1987, 1.ª ed., reimpr., pgs. 34-41. Francisco Rubio Llorente, voz «Constitución», en J. J. González Encinar (ed.) yotros, Diccionario del sistema político español, Akal, Madrid, 1984, pg. 120 (recogido hoy, con el título «Constitu-ción española», en el vol. La forma del poder (Estudios sobre la Constitución), Centro de Estudios Constitu-cionales, Madrid, 1993, pg. 34). Javier Ruipérez, «Algunas consideraciones sobre la reforma constitucional»,Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) n.º 75 (enero-marzo, 1992), pg. 234, nota 1.

4. En relación con el constitucionalismo francés como paradigma del europeo, cfr., por todos, A. Esmein, Élé-ments de Droit Constitutionnel Français et comparé, Sirey, París, 1927, 8.ª ed., revisada por H. Nezard, tomo I, pg.604.

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especificidad del Reino Unido, europeo-continental-, la noción de Constitución suprema nopasó de ser, durante mucho tiempo, más que un vano postulado teórico.

Desbordaría, sin embargo, los límites objetivos de este trabajo la exposición de lasrazones que explican esta ausencia de la vigencia de la supremacía constitucional en granparte del constitucionalismo europeo. Lo que nos interesa destacar ahora es que, por encimade las divergencias evidentes entre la tradición constitucional norteamericana, en la que,como se sabe, la recepción plena de la supremacía constitucional se produce tempranamen-te, y el desarrollo de una Constitución capitidisminuida en su fuerza de obligar que conocela Europa del siglo XIX, existieron unos presupuestos de partida comunes que unifican elmovimiento constitucional. Decimos esto porque, si bien la idea de existencia de un cuerpode normas de una naturaleza superior a las disposiciones contingentes es una imagen cierta-mente antigua5, lo cierto es que cuando esa aspiración se corporeiza, hasta concretarse en lapráctica, no es sino como consecuencia de la irrupción del constitucionalismo moderno. Elpresente estudio incide, entonces, en aquello que tiene en común el movimiento constitu-cional y que, cuando las circunstancias en Europa resulten propicias, posibilitará la recupe-ración de un concepto de Constitución, que el tiempo ha determinado no sea unívoco, peroque, en todo caso, presenta idénticos caracteres en algunos de sus principiosfundamentales6.

Esta circunstancia se confirma cuando se pone el acento en la razón que motiva laconsideración del principio de supremacía constitucional como uno de los principios inspi-radores del constitucionalismo moderno. Ésta no es otra que la vinculación de la supre-macía constitucional con el principio democrático. Cuando, como sucede con la irrupcióndel moderno constitucionalismo, se convierte al principio democrático en el eje rector, en elpilar fundamental de la vida del Estado, la existencia de una categoría de normas supremasse convierte en un presupuesto necesario para dotar al sistema de una mínima coherenciainterna7. Este razonamiento se ve confirmado cuando se repara en los argumentos que sos-tuvieron quienes por primera vez postularon la esencialidad de la supremacía constitucio-nal: los protagonistas de la revolución norteamericana. En efecto, los fundadores del primerEstado Constitucional de la Historia vincularon, de manera explícita, la supremacía consti-tucional con el principio democrático del Poder Constituyente del Pueblo y presentaron, deeste modo, un argumento de lógica irreprochable que recibió una sanción jurídica clara, pri-mero en el Texto Constitucional y después en la práctica de los Tribunales.

Una rápida ojeada sobre los documentos más sobresalientes de la etapa de formaciónde los Estados Unidos como Nación demuestra cómo, en efecto, el proceso de independen-cia y progresiva unión8 de las colonias está presidido por la apelación al Pueblo como ori-

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5. Con este valor pueden citarse, entre otras, las reflexiones de Platón (cfr. «Las Leyes o De la Legislación»,en Obras Completas, Aguilar, Madrid, 1991, 2.ª ed, 10.ª reimpr., Lib. IX, pg. 1147; «El político o De la realeza»,loc. ult. cit., pgs. 1094 y ss.) sobre el segundo mejor gobierno, o de Aristóteles (cfr. La política, Alba, Madrid,1996, Cap. IX, pg. 116) en relación con la supremacía de la ley, o, ya en el medievo, de Juan de Salisbury (cfr.Policraticus, Editora Nacional, Madrid, 1984, Lib. III, Cap. XV, pg. 303 y Lib. IV, Cap. I, pg. 306) en torno a latiranía como ejercicio del poder sin sujeción a normas. Consideración aparte merece la aportación, aunque tambiénmeramente teórica, que realizó Marsilio de Padua (cfr. El defensor de la Paz, Tecnos, Madrid, 1989, Parte primera,Cap. XI., parágrafo 7, pg. 52 y misma parte, Cap. XII, parágrafo 3, pg. 54) pues en este autor es posible hallar yauna fundamentación de la sujeción del gobernante a las leyes conectada con el origen de éstas en el pueblo.

6. Esto es, lo que se produce es la recuperación de aquellos caracteres que habían servido para fijar el concep-to racional normativo, bien que en Europa esa recuperación se produzca incorporando a la idea liberal-burguesa deConstitución determinadas variables que ayudan a calificar el Texto Fundamental como propio del constitucional-ismo social. El resultado será la formación de una noción de Constitución por vía de agregación de elementos delos grandes movimientos ideológicos que han caminado junto al constitucionalismo. Y así, a las originales concep-ciones democráticas y liberales se añaden otras, que transforman la interpretación de las primeras, para, en conjun-to, dar lugar a un concepto de Constitución sumamente plural, en la medida en que es heredero de una multiplici-dad de corrientes ideológicas. Vid., en tal sentido, Konrad Hesse, «Concepto y cualidad de la Constitución», en elvol. Escritos de Derecho Constitucional (Selección), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1992, 2.ª ed.,pg. 5; Hans-Peter Schneider, «La Constitución. Función y estructura», en el vol. Democracia y Constitución, Cen-tro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1991, pg. 37.

7. Cfr. Pedro De Vega, La reforma..., cit., pg. 15.8. Así, la Declaración de Independencia, cuyos signatarios actúan siempre «en nombre y por la autoridad del

buen pueblo de estas Colonias», traslada la noción de soberanía directamente del monarca británico a los

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gen de dichos movimientos, operación que culmina con la aprobación del Texto Constitu-cional de 1787, que aparece como claro reflejo de la actividad del Poder Constituyente delPueblo de los Estados Unidos9. Cuando, porque las circunstancias lo determinen, sea preci-so hacer rendir todas las consecuencias de estos presupuestos, la apelación a la superioridadde la obra del Poder Constituyente se convertirá en el más claro e inobjetable argumento enfavor de la admisión de mecanismos jurídicos de garantía de la Constitución10.

La afirmación del principio democrático como nuevo eje rector de la vida del Estadoes, también, presupuesto de partida del movimiento revolucionario liberal-burgués en Fran-cia. Consecuentemente con ello, los protagonistas de dicho movimiento establecen un pro-cedimiento de reforma constitucional, que se recoge en el Título VII de la Constitución de1791, sentando las bases de la distinción formal entre la voluntad soberana del Poder Cons-tituyente y la ordinaria de los poderes constituidos, el argumento sobre la que se apoya elprincipio de supremacía constitucional11. Bien que, muy pronto, esta distinción se diluirá enel océano de la confusión que propició Sieyès, quien combinará hábilmente las nociones desoberanía del Pueblo de Rousseau12 y de democracia representativa de Montesquieu13, paraacabar identificando a la Asamblea -representante de la Nación soberana- con la Naciónmisma. De esta circunstancia arrancará la bien conocida evolución del constitucionalismogalo, construida al abrigo del dogma de la soberanía parlamentaria14.

II. LA SUPREMACÍA CONSTITUCIONAL Y LA CONSTITUCIÓN ESPAÑOLA DE1812

Cuando la Revolución liberal irrumpa en España, los protagonistas de nuestra prime-ra Constituyente deberán enfrentarse también al problema de la posición de la Constituciónen el nuevo modelo de Estado que diseñan. En este terreno, las aportaciones españolas tie-

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habitantes del territorio que se libera. Cfr., para lo que hace a las consecuencias de este proceso para la noción desoberanía, James B. Thayer, «The origin and scope of the American doctrine of Constitutional Law», Harvard LawReview vol. VII n.º 3 (25 de octubre de 1893), pgs. 129-156.

9. Cfr., en relación con esto, el trabajo de Edward S. Corwin, cuyo título se corresponde, precisamente, con elaltamente significativo encabezamiento del preámbulo de la Constitución norteamericana, «We, the People», en elvol. The Doctrine of Judicial Review. Its legal and historical basis and other essays, Peter Smith, Gloucester(Mass.), 1963, reimpr. de la ed. de 1914, pgs. 79-108.

10. Y así, con el inestimable apoyo doctrinal de los comentarios de El Federalista, la sentencia del caso Mar-bury v. Madison concluye la aplicabilidad al ordenamiento jurídico federal del principio de supremacía constitu-cional, que el art. VI.2 de la Constitución había establecido de modo expreso en relación con los Estados. Vid., eltexto de la que tal vez sea la más célebre sentencia de la historia, por ejemplo en Joan Biskupic y Elder Witt, Con-gressional Quarterly’s Guide to the U. S. Supreme Court, Congressional Quarterly Inc., Washintong, D. C., 1996,3.ª ed., vol. II, pgs. 985-992.

11. Cfr., en este sentido y por todos, André Blondel, Le contrôle juridictionnel de la constitutionnalité des lois(Étude critique comparative: États-Unis - France), Recueil Sirey/Paul Roubaud, París/Aix-en-Provence, 1928, pgs.158 y ss.

12. Como indica G. Ferero, «fue Rousseau quien con un cuarto de siglo de anticipación abrió el camino por elque más tarde habría de transitar con toda propiedad Emmanuel Sieyès (...) El pueblo, el vago y mal definidopueblo de Rousseau (...) resultaba ahora sustituido en la obra del famoso clérigo por la nación (...) La voluntadgeneral de la nación, esto es, de todos los franceses, sería pues la fuente originaria y única de todos los podereslegítimos». Vid. Guglielmo Ferrero, El Poder. Los Genios invisibles de la Ciudad, Tecnos, Madrid, 1991, pg. 79.Esta actitud quedaba, en cualquier caso, avalada por la circunstancia de ser el Parlamento el órgano que más propi-amente podía representar el nuevo orden jurídico-político. En este sentido y, frente a lo que por aquel entoncesacontecía en los Estados Unidos, la Asamblea era la personificación del ideal de libertad en que la Revolución seapoyaba, el antagonista perfecto de la figura regia quien, por su parte y en unión de los que habían sido sus agentes-los jueces-, simbolizaba el lastre del Antiguo Régimen. Cfr., en tal sentido, Gottfried Dietze, «America andEurope-Decline and Emergence of Judicial Review», Virginia Law Review vol. 44, n.º 8 (diciembre, 1958), pg.1238.

13. Como indica el Prof. De Vega, la acción de Sieyès en este terreno condujo a la conclusión de que «Al serla Nación un ente abstracto, que sólo puede expresar su voluntad a través de representantes, la potestad consti-tuyente sólo podrá actuarse a través del mecanismo de la representación. El poder constituyente deja de serentonces el poder en el que el pueblo participa, como titular indiscutible de la soberanía, para convertirse en elpoder de las Asambleas, en las que la Nación delega sus competencias». Vid. Pedro De Vega, La reforma..., cit.,pg. 32.

14. Y así, como señaló Raymond Carré de Malberg [La loi, expression de la volonté générale. Étude sur leconcept de la loi dans la Constitution de 1875, Economica, París, sine data (pero 1984), reimpr. de la ed. de 1931,pg. 104], las Cámaras se convirtieron en las «maîtresses des lois constitutionnelles come des lois ordinaires».

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nen puntos en común con los dos precedentes fundamentales del Texto gaditano, cons-truyéndose una teoría de la supremacía constitucional emparentada a un tiempo con las tra-diciones americana y francesa15. La Constitución de Cádiz será también heredera de la con-cepción genuinamente moderna que domina el movimiento constitucional y, por eso, laapelación a la soberanía de la Nación, origen de todos los poderes, dará lugar a una Consti-tución suprema16. Ésta de la soberanía es, sin duda, la más trascendental cuestión con quedeben enfrentarse los redactores de la Constitución de 1812, toda vez que su labor no essino la consecuencia de la transformación en el principio de legitimidad17 que se ha opera-do. La proclamación de la autoridad suprema de las Cortes, en su primer Decreto18, exigien-do la obediencia del Consejo de Regencia, certifica esa transformación revolucionaria, indi-cando, con toda claridad, dónde reside el Poder Constituyente19.

Con tales premisas, la Constitución española de 1812 se adscribió a la corriente quereclamaba la adopción de un Texto Constitucional escrito y, sobre todo, rígido20. Estaopción, por otro lado, no puede extrañar, pues, pese a que una de las principales razonesque aducen los doceañistas para justificar su labor no es otra que la necesidad de recuperarolvidadas tradiciones políticas que estaban presentes en el acerbo político de los antiguosreinos de España21, no es menos cierto que dicha declaración no se correspondía, en absolu-

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15. Esta segunda es, como comentamos más arriba, la más importante de las influencias que recibe la Consti-tución gaditana. De acuerdo con B. Mirkine-Guetzévitch [«La Constitution de Cadix», Revue d’Histoire politiqueet constitutionelle (1939), pg. 61] «Les Cortès de Cadix ont pris la Constitution française de 1791 et l’ont adaptéeaux circonstances», una idea que vendría a confirmar la tesis de este autor en el sentido de que los movimientosrevolucionarios europeos se construyeron como variantes nacionales de un modelo común único de raíz francesa(loc. ult. cit., pg. 49).

16. Como consecuencia de este entendimiento del Código Constitucional como origen y límite de todo podery todo derecho, en definitiva, como norma suprema, se produce una transformación en las reglas que disciplinanlas relaciones entre normas jurídicas y así «Las fórmulas contenidas en los aforismos: «lex posterior derogat legipriori», «lex specialis derogat legi generali» se verán sustituidas por esta otra: «lex superior derogat legi inferiori».Vid. Pedro De Vega, «Supuestos...», cit., pg. 406. Por eso, las situaciones «especiales», amparadas por el orde-namiento jurídico inmediatamente anterior a la entrada en vigor de la Constitución de 1812 quedan sujetas a sucompatibilidad con la nueva ordenación jurídica estatal, y ello con independencia de la inexistencia de una cláusu-la derogatoria que proceda a sentar de modo expreso dicho principio, pues éste se infiere de la posición de LexSuperior que a la Constitución corresponde. Esto fue lo que sucedió con el régimen foral que Navarra venía man-teniendo desde su incorporación a la Corona de Castilla que, implícitamente derogado por la Constitución gadi-tana, se restablecía con cada abolición del Texto Constitucional, hasta su definitiva consolidación en compatibili-dad con el régimen constitucional, a través de las Leyes de 1839 y, en particular, de 1841. Cfr., en tal sentido,Alberto Pérez Calvo, «Navarra, un régimen autonómico secular», Revista de Estudios Políticos (Nueva época) n.º92 (abril-junio, 1996), pgs. 97-102, pero en particular para lo que aquí interesa, pgs. 98-99.

17. Por principios de legitimidad debe entenderse, con G. Ferrero, las «justificaciones del Poder, esto es,explicaciones que los gobernantes dan a los gobernados acerca de las razones en que pretenden fundamentar suderecho a mandar, y, ello porque entre todas las desigualdades humanas, ninguna tiene tanta necesidad de justifi-carse, de explicarse ante la razón, como la desigualdad que se deriva del fenómeno del Poder, del hecho de la dom-inación de unos hombres por otros hombres». Vid. Guglielmo Ferrero, El Poder..., cit., pg. 30.

18. En el Decreto de las Cortes de 24 de septiembre de 1810 se puede leer que «Los diputados que componeneste Congreso, y que representan a la Nacion (sic) española, se declaran legítimamente constituidos en Córtes (sic)generales y extraordinarias, y que reside en ellas la soberanía nacional». El acuerdo insertó además una fórmula«del reconocimiento y juramento que ha de hacer el Consejo de Regencia», que no despeja las dudas sobre la natu-raleza del poder que ejercen las Cortes, del siguiente tenor: «¿Reconoceis (sic) la soberanía de la Nacion (sic) rep-resentada por los diputados de estas Córtes (sic) generales y extraordinarias?». Vid. el texto del citado Decreto enColección de los Decretos y Órdenes que han expedido las Cortes generales y extraordinarias desde su instalaciónen 24 de setiembre de 1810 hasta igual fecha de 1811, Imprenta Real, Cádiz, 1811, tomo I, pgs. 1-3.

19. Cfr. Francisco Tomás y Valiente, «Génesis de la Constitución de 1812. I. De muchas leyes fundamentalesa una sola Constitución», Anuario de Historia del Derecho Español Tomo LXV (1995), pg. 57. Vid., asimismo,Juan Ignacio Marcuello Benedicto, «División de poderes y proceso legislativo en el sistema constitucional de1812», Revista de Estudios Políticos (Nueva época) n.º 93 (julio-septiembre, 1996), pg. 221, en cuya opinión elPrimer Decreto de las Cortes gaditanas proclama «la reserva en exclusiva del poder constituyente y la fijación pre-cisa, como objetivo fundamental de aquéllas, de dar al país una Constitución».

20. La escritura era, en efecto, la primera condición necesaria para lograr la identificación de las normas fun-damentales de la comunidad política. Los movimientos revolucionarios liberal burgueses añadirán al elementoescrito la nota de la rigidez, que definitivamente separa y protege los contenidos del Texto a que afecta. Por eso seha podido afirmar que «Es connatural a las Constituciones escritas la tendencia a la permanencia porque la codifi-cación y sistematización del derecho constitucional de un país implica un mínimum de estabilidad y continuidad,idea que le aproxima a la rigidez. Sólo contemplando el profundo significado que entraña la aparición del constitu-cionalismo escrito se comprende cómo la formalización, implícita en la manifestación escrita del derecho funda-mental, tenía que desembocar en el sistema de la rigidez constitucional». Vid. Pablo Lucas Verdú, «Naturaleza,contenido y consecuencias de la rigidez constitucional», en el vol. Homenaje a D. Nicolás Pérez Serrano, Institutoeditorial Reus, Madrid, 1959, tomo II, pg. 109.

21. Es ésta una de las ideas-fuerza, seguramente la principal, presentes en el Discurso Preliminar al Textogaditano, cuya paternidad se atribuye comúnmente a Agustín de Argüelles, cfr., en tal sentido, su Discurso

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to, con la realidad de las cosas22. Por eso, ya se quisiese achacar a la necesidad de fijaciónde las viejas y olvidadas normas, ya, con mayor propiedad, a la necesidad de proteger lasgrandes transformaciones políticas que la Constitución implicaba, lo cierto es que la rigi-dez, se presentaba como el mecanismo más apropiado para proteger los contenidos consti-tucionales de un más que previsible movimiento de reacción involucionista. En las páginasque siguen estructuraremos nuestra exposición atendiendo, en primer lugar, al significado yla articulación del procedimiento de reforma de la Constitución gaditana y, en segundolugar, a los medios de defensa política de la Constitución que el venerable Texto de 1812recogió.

II.a) El procedimiento de reforma de la Constitución de 1812

Es, en buena medida, por las circunstancia antedichas por las que, en la mente de losredactores de la Constitución de 1812, la función que se atribuye a la introducción de unespecífico procedimiento de reforma constitucional es la de servir como mecanismo dedefensa del orden constitucional, esto es, aquél se concibe como institución básica degarantía23. Ésta es, además, una característica común al primer constitucionalismo y así,como indica, J. Varela, «el introducir la técnica de la rigidez es el requisito necesario paradefender y garantizar la estabilidad de aquellas Constituciones que históricamente se pre-sentan como el triunfo -radical y súbito- de las fuerzas liberales sobre las anteriormentedominantes, ante el temor de que éstas últimas acometiesen una pronta alteración constitu-cional»24. El testimonio de las discusiones parlamentarias del Texto gaditano viene a confir-mar esta visión del procedimiento de reforma constitucional como primer baluarte de laConstitución. En el debate del Título X el diputado Aner observaba que «el nuevo orden decosas que se establece por la Constitución tiene muchos enemigos; todos sus tiros se dirigenà (sic) destruirla, y el mejor modo para que lo lograsen era dejarles expedito el campo parahacer en ella las variaciones que quisiesen»25.

Esta, sin duda correcta, reflexión conducía a otro diputado, Caneja, a proclamar lacentralidad del procedimiento de reforma constitucional en el sistema constitucional. «Nadahabrían adelantado las Córtes (sic) [afirmaba] discutiendo con el más prolijo exámen (sic)la Constitución política del Estado, y sancionándola despues (sic) de la más séria (sic) refle-xión, si por conclusion (sic) de esta grande obra no se tratase de asegurar su estabilidad»26.

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Preliminar a la Constitución de 1812, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1981. El argumento era, encualquier caso, muy similar al que había presidido la redacción del preámbulo de la Declaración de Derechos delHombre y del Ciudadano de 1789, donde se destaca que «la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechosdel hombre son la sola causa de la infelicidad pública y de la corrupción del Gobierno» y que, por tanto, lo que sepersigue es que la Declaración «esté constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social». Vid. eltexto de la solemne Declaración así como un amplio estudio de su génesis y vicisitudes en Christine Fauré, Lasdeclaraciones de los derechos del hombre de 1789, Comisión Nacional de Derechos Humanos/Fondo de CulturaEconómica, México, 1995.

22. Por eso resulta posible calificar, como recientemente ha escrito Javier Tajadura Tejada (Los preámbulosconstitucionales, Editorial Comares, Granada, 1997, pg. 113), el texto que antecede a la Constitución de Cádizcomo disfraz de la misma, en la medida en que con él se intenta revestir de tradición lo que, en verdad, no es sinoauténtica revolución. Vid., en general sobre este señero documento de nuestra Historia Constitucional, loc. ult. cit.,pgs. 108-122; Luis Sánchez Agesta, «Introducción» a A. de Argüelles, Discurso Preliminar a la Constitución de1812, cit., pgs. 9-63. En cualquier caso, todo parece indicar que la apelación al pasado no convenció a aquéllos enquienes se debió de pensar cuando se formuló. Buena prueba de ello la encontramos en los mismos debates de lasCortes de Cádiz, por ejemplo, en la intervención del diputado López de la Plata en Diario de Sesiones de lasCortes Generales y Extraordinarias. Dieron principio el 24 de septiembre de 1810 y terminaron el 20 de septiem-bre de 1813 (en lo sucesivo, Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias), Imprenta de J. A. Gar-cía, Madrid, 1870, vol. IV, n.º 476 (20 de enero de 1812), pg. 2665.

23. Cfr., por todos, Pedro De Vega, La reforma..., cit., pgs. 69-70; Javier Ruipérez, «Algunas considera-ciones...», cit., pgs. 234-236.

24. Joaquín Varela Suanzes, La Teoría del Estado en los orígenes del constitucionalismo hispánico (LasCortes de Cádiz), Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1983, pg. 401.

25. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IX, n.º 472 (18 de enero de 1812), pg.2653. En idéntica línea, continuaba el diputado, «Seamos cautos, Señor; no edifiquemos sobre arena. Nunca estámás expuesta la Constitución que en los primeros años de su publicación. Su mérito y utilidad no están todavíabien conocidos; se precisa que una experiencia larga haya hecho conocer su bondad» (ibidem).

26. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812), pg.2645. Parece claro, entonces que, en la inteligencia de los primeros Constituyentes españoles, la Constitución y su

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Con idéntica rotundidad sentenciará Argüelles: «considero este artículo la piedra angular dela Constitucion (sic), y (...) estoy persuadido que sin él no se habría hecho nada, ni habríaadelantado un paso el Congreso en su penosa carrera»27. La supremacía constitucional des-cansará así en Cádiz, como antes en Francia, ante todo y sobre todo en la condición deTexto rígido de la Constitución.

Un procedimiento con tal finalidad garantista habría de ser, necesariamente, comple-jo y, en efecto, el que estableció el Constituyente gaditano lo era, pero, además, deberíacontener alguna cautela temporal, que impidiese reformas inmediatas y, finalmente, deberíaobservarse el suficiente cuidado para evitar que los enemigos de la Constitución dirigiesenel proceso de su modificación y, por esta vía, subvertiesen el orden constitucional inaugura-do. En este último sentido, los hombres de Cádiz fueron, desde el primer momento, plena-mente conscientes de contra quién se establecía el orden constitucional y, por tanto, quiéntenía más que perder con el establecimiento de la Constitución. Aunque más adelante ten-dremos oportunidad de volver sobre este particular, debe adelantarse ya ahora que en lainteligencia de los primeros liberales españoles estaba clara la identificación del rey comoel mayor enemigo del orden constitucional, y, por tanto, las garantías que en beneficio deéste se establezcan tenderán a controlar la acción del monarca, razón por la cual se leexcluirá de participación en el procedimiento de reforma. De este modo, complejidad, res-tricción temporal y exclusión del monarca serán las tres características más sobresalientesdel primer mecanismo de defensa jurídica de la Constitución que se establece en el consti-tucionalismo histórico español28.

La complejidad del procedimiento de reforma de la Constitución gaditana veníadada por diversos factores. En primer lugar por la circunstancia de que se exigiese, comohemos adelantado ya, una cláusula de prohibición temporal absoluta de reformar la Consti-tución durante un tiempo, cuya duración quedó fijada, en virtud del artículo 37529, en ochoaños «después de hallarse puesta en práctica la Constitución en todas sus partes»30. No setrataba, entonces, tan sólo de considerar que, transcurridos 8 años desde 1812, quedabaexpedita la iniciación de un procedimiento de reforma, en la medida en que ese lapso tem-poral a que se refiere el precepto comenzaría a contar sólo a partir del momento en que sehubiesen puesto en marcha la totalidad de las previsiones de la Constitución31. Clara es la

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reforma forman un todo inescindible. «Yo tengo [dirá el diputado Pérez] la reunión de estas Córtes (sic) por unprodigio, y su conservación (sic) por otro mayor, y si no sancionásemos este artículo, nada habríamos hecho ysería inútil toda la Constitución (sic)». Vid. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV,n.º 472 (18 de enero de 1812), pg. 2654.

27. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 474 (20 de enero de 1812), pg.2666.

28. Cfr., sobre este particular, Joaquín Varela Suanzes, La Teoría del Estado..., cit., pgs. 405-406.29. Por testimonio del diputado americano Sr. Pérez, que formaba parte de la comisión que aprobó el proyecto

de Constitución que se presenta a la Cámara, sabemos que este artículo demoró su aprobación en la citadacomisión «cinco o seis noches», tiempo considerable en relación a la duración que solían tener las discusiones delos preceptos. Vid., al respecto, la intervención del citado parlamentario en el Diario de Sesiones de las CortesGenerales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 472 (18 de enero de 1812), pg. 2654. Del examen de las Actas de lacomisión transciende, en efecto, que la discusión del Título X comenzó en ésta el 12 de diciembre de 1811 y, enconcreto, los artículos relativos al procedimiento de reforma se trataron, además, los días 13, 14, 16, 17 y 18 dediciembre, acordándose el 24 de diciembre dar cuenta a las Cortes de los trabajos ya terminados. El preceptoestableciendo la cláusula de prohibición temporal de acometer la reforma fue aprobado definitivamente el 14 dediciembre. Vid. la escueta información de estas reuniones en Federico Suárez (coord.), Actas de la Comisión deConstitución (1811-1813), Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1976, pgs. 223-229.

30. El art. guardaba conexión directa con la limitación establecida por el primer Constituyente francés a la fac-ultad de revisión constitucional en el art. 3 del Titulo VII de la Constitución de 1791, a cuyo tenor «La prochainelégislature et la suivante ne pourront porposer la réforme d’aucun article constitutionnel». Cfr., remarcando el par-alelismo entre la reforma constitucional en Cádiz y el primer Texto Constitucional francés, Francisco Tomás yValiente, «Estudio Preliminar» a Agustín de Argüelles, Discursos, Junta General del Principado de Asturias,Oviedo, 1995, pg. LXV, quien sostiene que este precepto de la Constitución de Cádiz es «fiel trasunto, en versiónsintética, del Título VII, De la révision des décrets constitutionels, de la Constitución francesa de 1791». Lainspiración fue, en todo caso, confesada. Así lo atestigua, por ejemplo, la intervención del Conde de Toreno endefensa de la cláusula de reforma, donde se afirma que «Los legisladores modernos igualmente han procuradoponer trabas á (sic) estas alteraciones radicales, como se puede notar hasta en las mismas Constituciones de nue-stros días». Vid. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de1812), pg. 2645, la cursiva es nuestra.

31. En cualquier caso, hubo también en la Constituyente quien consideró insuficiente la limitación de ochoaños, proponiendo que se aumentase a veinte. Vid., en este sentido, la intervención del diputado Sr. Aner en Diariode Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 472 (18 de enero de 1812), pg. 2653.

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finalidad de esta cautela temporal. Como ya hemos tenido ocasión de señalar más arriba, setrata de impedir una rápida modificación de las normas constitucionales, probablemente enla esperanza de que el transcurso del tiempo haga calar, en los espíritus menos proclives almovimiento constitucional, las importantes innovaciones que el Texto incorpora.

Una esperanza que incluía a aquél que, a su regreso del cautiverio, habría de acomo-darse a lo sucedido en su ausencia. Es, en efecto, al Rey a quien el diputado Caneja creemás necesario convencer de las bondades de la Constitución y la necesidad de observarla.En este sentido se expresa cuando, al defender la cláusula de limitación temporal, afirma,«Los agentes del Poder ejecutivo, ó (sic) bien sea el Rey, ó (sic) los Reyes, no tendránjamas repugnancia mayor á (sic) la Constitución que en los primeros años de su estableci-miento. Acostumbrados, por decirlo así, á (sic) vivir sin ella, y á (sic) medir su poderío porsu arbitrio y voluntad, no verán en este libro [obviamente, la Constitución] sino una odiosarestricción de su poder. Ejemplos podrían citarse de Reyes que, arrebatados de este presti-gio, y mal aconsejados, dieron al traste con su existencia y la de su Monarquía, por nohaber querido tolerar la disminución de sus injustas aunque antíguas (sic) facultades. Evite-mos, pues, la tentación de dar en tierra con nuestras leyes fundamentales, quitándoles laocasión de toda reforma en un cierto número de años. Procuremos que ellos mismos seacostumbren y aun aficionen á (sic) la Constitución; hagamos que el tiempo y la experien-cia les obliguen á (sic) conocer que en su puntual observancia se hallan cifrados sus másciertos intereses, su verdadera autoridad, que entonces será menos temible su influjo encualquier ocasión de reforma»32.

Esta finalidad de la prohibición temporal no puede extrañar. Como tendremos opor-tunidad de comprobar más adelante, el Constituyente gaditano confió su obra, en buenamedida, al Pueblo. De lo que, con fórmulas como la cláusula temporal -y alguna otra a laque, en su momento, haremos alusión-, se trata es de conseguir que «el Código Fundamen-tal pudiera llegar a ser conocido, comprendido y asumido por el Pueblo, creándose, en vir-tud de esa antigüedad artificialmente adquirida, un verdadero sentimiento constitucionalque, a la postre, le permitiría prevalecer frente a los ataques provenientes de un revisionis-mo empeñado en volver a los esquemas, jurídicos y políticos, del Antiguo Régimen»33.

Además de esa cautela previa, el Texto gaditano es exigente también en las formali-dades procedimentales propiamente dichas34. En primer lugar, asegurándose que tan sólo sedará tramitación a proposiciones de reforma que tengan una cierta posibilidad deprosperar35, el artículo 377 exige que cualquier proposición que se presente venga avaladapor un mínimo de veinte diputados firmantes de la misma. Se trataba, en definitiva, de obli-gar al parlamentario que juzgara conveniente la modificación de la Constitución a conse-guir, antes de proponerla formalmente, un cierto número de opiniones favorables a lamisma. Una suerte, en definitiva, de anticipación del elevado grado de consenso que lareforma requiere para llegar a término, que funcionaría a modo de «principio de prueba» dela agravación mayoritaria que el procedimiento exige. He aquí la primera de las especifici-

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32. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812), pgs.2646-2647. Nótese, amén de lo ya dicho, cómo es posible hallar en las palabras de Caneja el conocimiento de laexperiencia constitucional francesa. A nuestro juicio al menos, ese monarca que perdió el trono y aun la monarquíano es otro que Luis XVI.

33. Javier Ruipérez, «Una cuestión nuclear para la teoría del Derecho Constitucional: sobre la reforma de laConstitución y sus funciones en el Estado Constitucional Democrático», Anuario de Facultade de Dereito daUniversidade da Coruña, n.º 1 (1997), pg. 469. En relación a qué deba entenderse por sentimiento constitu-cional, cfr. ahora por todos, Pablo Lucas Verdú, El sentimiento constitucional, Editorial Reus, Madrid, 1985.

34. Cfr., para todos estos extremos y sus finalidades, por todos, Rogelia Calzada Conde, «El principio config-urador y garantista en la Constitución de Cádiz», en Juan Cano Bueso (ed.), Materiales para el estudio de la Con-stitución de 1812, Tecnos/Parlamento de Andalucía, Madrid, 1989, pgs. 156-157.

35. «La comisión [dirá Argüelles] quiso que por proposiciones frívolas no estuviese expuesta la Constitucióná (sic) sufrir alteraciones (...) La comisión solo (sic) ha querido que se mire con mucha circunspección (sic) al per-mitir que se hagan alteraciones en la Constitución». Vid. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordi-narias, vol. IV, n.º 476 (22 de enero de 1812), pg. 2676. Vid., sin embargo, la opinión contraria, argumentando enfavor de la libertad del diputado, de los Srs. Aner y Dou, ibidem. Con idéntico sentido, se expresa Muñoz Torreroen la sesión del día siguiente, en el Diario n.º 477, pg. 2680.

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dades, en lo propiamente procedimental, del iter reformador, que, agravando los requisitoscon respecto a lo que sucede con la legislación ordinaria, establece ya la primera distincióngarantista36. Esto era así en la medida en que para la proposición de leyes ordinarias y con-forme al artículo 132 del Texto gaditano, cualquier diputado individualmente estaba capaci-tado para su presentación37. Sin embargo, cuando de lo que se trata es de proponer que sevaríe la norma fundamental del Estado, tal facultad no se deposita en un único individuosino en un número relativamente significativo.

La especialidad del procedimiento de reforma constitucional con respecto al proce-dimiento legislativo ordinario queda patente, entonces, desde la regulación de los actos deprimera impulsión de la reforma. El siguiente escollo que una propuesta de revisión consti-tucional, firmada ya por veinte diputados, ha de salvar es el de la toma en consideración dela propuesta por el resto de la Cámara. En aras de lograr el que las variaciones en la Consti-tución vengan impuestas por la reflexión, el artículo 378 ordena reiterar hasta tres veces lalectura de la propuesta, observando un intervalo de seis días entre cada lectura. Se excep-ciona así, nuevamente, la tramitación ordinaria de las leyes que requería, únicamente y con-forme al artículo 133 de la Constitución, que la proposición legislativa se leyese dos veces,con un intervalo mínimo de dos días, antes de admitirse a discusión.

En todo caso, parece evidente, también aquí, la intención de dificultar la tramitacióncon misma finalidad garantista. No parece poder dudarse que, si a los solos efectos de con-seguir que se inicie la tramitación de la reforma, se exige una reiteración tan acusada de lalectura de la propuesta, lo que se está persiguiendo es que a la Cámara conste, desde el pri-mer momento, la gravedad de la operación cuyos actos de primera impulsión se están desa-rrollando. Hay que evitar, en definitiva, que la proposición de reforma pueda inadvertirse o,en todo caso, tomarse en consideración sin una seria evaluación previa de su contenido.Tomada en consideración por la Cámara la propuesta38, la tramitación continúa como si setratase de una proposición de ley39 y, tras las discusiones, se requiere que se pronuncien enfavor de la continuación del proceso reformador «las dos terceras partes de los votos».

Es en ese momento cuando el procedimiento ordenado por el Título X comienza aasegurarse el que las modificaciones constitucionales que se acometan vengan avaladas porun consentimiento generalizado en su adopción. El Constituyente de Cádiz quiso que, des-pués de la primera votación, con un reforzamiento de la regla de la mayoría muy importan-te, en favor de la propuesta, se pronunciaran conformes con la misma dos, o incluso tres40,Cámaras sucesivas41. El procedimiento de la Constitución de 1812 sigue aquí, de nuevo, el

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36. Recuérdese, en tal sentido, que la finalidad que se persigue con el establecimiento en el amending processde requisitos cuyo cumplimiento entraña mayor dificultad no es otra que la de disponer mecanismos que garanticenla conservación de los contenidos constitucionales y que, en todo caso, los protejan frente a variaciones meramentecoyunturales. Cfr., en relación con ello y por todos, Javier Ruipérez, La reforma del Estatuto de Autonomía paraGalicia, Universidad de La Coruña, La Coruña, 1995, pgs. 31-34. Las agravaciones y diferencias con respecto a loestablecido para el procedimiento legislativo ordinario tienen, en todo caso y como venimos sosteniendo, unaintencionalidad garantista y así «La differenza è sorta proprio come rafforzamento dell’elemento garantista». VidGiuseppe Contini, La revisione costituzionale in Italia, Giuffrè, Milán 1984, reimpr. inalterada, pg. 17.

37. Cfr., para lo que hace a la iniciativa en sentido estricto, esto es, entendida como la facultad de propuesta,de las leyes ordinarias en la Constitución de Cádiz, José Chofre Sirvent, Categorías y realidad normativa en lasprimeras Cortes españolas (1810-1837), Publicaciones del Congreso de los Diputados, Madrid, 1996, pgs. 137-140.

38. No establece la Constitución qué mayoría se requiere para esta toma en consideración. El silencio deberíaentenderse, en nuestra opinión, como la aceptación tácita de la simple mayoría, toda vez la Cámara tiene ocasiónmás adelante, cuando conoce más a fondo la propuesta, de pronunciarse nuevamente sobre su oportunidad,exigiéndose ya entonces de modo expreso una mayoría reforzada.

39. No es de extrañar esta ordenación del trabajo parlamentario en relación con la reforma. La solución es, porotro lado, idéntica a la que estableció el Constituyente francés de 1789-91 en el art. 4 del Título dedicado a larevisión constitucional, donde se establece que las deliberaciones de las legislaturas que acuerdan proceder a lareforma «seront soumises aux mêmes formes que les actes législatifs».

40. El hecho de que fuesen dos o tres las Cortes que habrían de convocarse para reafirmar la iniciativa de lareforma dependía del tiempo en que se hubiese producido, por segunda vez, un voto afirmativo para la contin-uación del procedimiento. De este modo, el art. 381 abría la posibilidad de que mediase la celebración hasta treselecciones entre la primera votación conforme con iniciar la reforma y la constitución definitiva de la Cámara quehabría de deliberar finalmente sobre la misma.

41. La técnica de disponer que sean distintos Legislativos quienes deban reiterar la iniciativa de reforma con-stitucional satisface diversas finalidades. En primer lugar, como ya se ha dicho, asegura que la reforma será el

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precedente de la Constitución francesa de 1791, en cuyo Título VII el artículo 2 exigía lareiteración de la iniciativa de reforma en tres legislaturas ordinarias sucesivas42. La cautelaante la reforma y la correlativa garantía de estabilidad para el Texto Constitucional son lle-vadas aquí casi hasta el extremo. Pero, lo realmente peculiar del supuesto de reforma delTexto de Cádiz es que exigen hasta tres acuerdos de adopción de la iniciativa y, en todosellos, habrán de computarse los votos favorables con la iniciativa de la reforma de los dostercios de la Cámara, la misma mayoría que, conforme al artículo 383, ha de concurrir parala aprobación final de la reforma.

No parece poder negarse, a la vista de lo anterior, que los Fundadores del régimenconstitucional en España construyeron un procedimiento de reforma tan especialmentecomplejo que permite asegurar que, en este aspecto al menos, más que de facilitar la varia-bilidad del Texto Constitucional cuando la modificación de las circunstancias lo requieran,lo que se estaba persiguiendo era preservar, de unas potenciales Cortes futuras poco respe-tuosas con el espíritu de la Revolución de Cádiz, aquel conjunto de aspiraciones políticaselementales que la Constitución de 1812 recogía.

Sólo a partir del momento en que, en dos o tres reuniones sucesivas de Cortes,hubiesen concurrido los dos tercios de los votos conformes con el ejercicio de la facultad deiniciativa podía entenderse que ésta había sido válidamente adoptada. Las segundas o terce-ras Cortes, según el caso, que votasen afirmativamente la iniciativa de reforma acuerdan, deeste modo, «que ha lugar al otorgamiento de poderes especiales para hacer la reforma» (art.380). Esta formalidad no carece de importancia porque está dando ya idea de los límitesque las Cortes que definitivamente deliberen sobre la modificación de la Constitución hande observar. Ese es el sentido que, a nuestro juicio, debe darse a la exigencia del artículo382 de que las juntas electorales de provincia, junto con los poderes ordinarios que confierea los diputados, haya de otorgarles también poder especial para reformar la Constitución.Este poder habría de contener, porque así lo exige el precepto, el tenor literal del Decreto delas Cortes ya disueltas que han acordado, de modo definitivo tras dos -o tres- reiteraciones,adoptar una iniciativa de reforma constitucional perfeccionada en todos sus extremos.Desde este entendimiento, nos inclinamos por creer que las Cortes que finalmente votaríanla adopción del proyecto de reforma se veían constreñidas por los términos de la iniciativa.Decimos esto porque, a nuestro juicio, parece poder inferirse que lo que, con esta complica-da regulación, se está haciendo no es sino repartir los distintos ámbitos de actuación permi-tidos entre diferentes titulares y, cuando se reúnen las Cortes que votan definitivamente lamodificación constitucional, la iniciativa viene ya completamente perfilada43. Las Cortescon los poderes especiales discutirán la propuesta, que requiere para su aprobación el voto

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fruto de una madura reflexión. Pero, al propio tiempo, dificulta considerablemente el cumplimiento de los trámitesde la reforma, en la medida en que exige que se consiga reiteradas veces una amplia mayoría (dos tercios). Final-mente, la necesidad de que medien diversos períodos electorales entre que se adopta el primer acuerdo de iniciati-va y se delibera finalmente sobre la reforma permite al Pueblo controlar todo el procedimiento. No creemos quedeba desdeñarse esta circunstancia, en especial si consideramos que el momento en que se formula es el mismoque favorecerá la formación de la teoría de la soberanía del Parlamento. Nuestro primer constitucionalismo, comoveremos más adelante en el curso del trabajo, no es ajeno tampoco a esa corriente que domina el nacimiento delEstado liberal en Europa y, sin embargo, aunque coloque al Parlamento como protagonista del procedimiento dereforma, no por ello desvincula al órgano de la representación nacional del Pueblo mismo. Cfr., para lo que hace alos distintos procedimientos de reforma en Derecho comparado, Pedro De Vega, La reforma..., cit., pgs. 94-99;Paolo Biscaretti di Ruffia, Introducción al Derecho Constitucional comparado. Las «formas de Estado» y las «for-mas de gobierno». Las Constituciones modernas y 1988-1990: Un trienio de profundas transformaciones constitu-cionales en Occidente, en la URSS y en los Estados Socialistas del Este europeo, Fondo de Cultura Económica,México, 1996, pg. 549.

42. El procedimiento en este Título regulado y el que se establece en la Constitución de Cádiz difieren encambio en la formación del órgano que ha de aprobar la reforma, pues, si en Cádiz se trata de unas Cortes cuyosdiputados ostentan, como veremos, poderes ordinarios y especiales para reformar la Constitución (arts. 380 y cc.),el Constituyente francés de 1789-91 dispuso la formación de un cuerpo específico, la Asemblée de Révision, for-mado por representantes elegidos en la forma ordinaria prescrita para la formación del Cuerpo legislativo y,además, por 249 miembros elegidos específicamente para acometer la reforma.

43. Esta técnica que introduce el Constituyente gaditano, repartiendo los poderes de actuación de las distintasfases del iter reformador entre titulares también distintos, se convertirá en una fórmula usual en los procedimientosde reforma constitucional de nuestro constitucionalismo histórico, de donde pasará a la regulación que contiene elart. 168 de la vigente Constitución española.

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afirmativo de las dos terceras partes de diputados. Conseguida esta mayoría, señala el artí-culo 383, la reforma «pasará a ser ley constitucional».

Conocida ya la tramitación que habrían de recibir las modificaciones de la Constitu-ción gaditana, cumple ahora detenerse en el que quizá sea el aspecto más sobresaliente detodos cuantos suscita el comentario del procedimiento de reforma del Texto de 181244. Estoes, a «una medida revolucionaria, quizá la más radical de toda la Constitución»45. Nos esta-mos refiriendo a la ya anunciada exclusión del monarca de cualquier posibilidad de inter-vención en el iter reformador.

Ya hemos visto cómo en los diputados liberales de Cádiz existía la plena concienciade que la Constitución contrariaría a Fernando VII46. En España, como antes en Francia, elEstado Constitucional nace porque es el Pueblo quien impone al monarca el ejercicio delPoder Constituyente. El paralelismo entre la primera experiencia constitucional francesa yla forma de reunión de las Cortes de Cádiz es evidente en este punto y sirve para poner enevidencia la ruptura radical con la situación jurídico-política anterior y la inauguración deuna nueva forma de producción del Derecho, presidida por la noción de Poder Constituyen-te. Si el «juramento del juego de pelota» en Versailles había representado la asunción, porparte de los representantes del Pueblo francés, de la soberanía47, lo propio sucede con la for-mación de las Cortes Generales y Extraordinarias en Cádiz. En ambos países se varió elmodo tradicional de componerse sus órganos de representación y así, los Estados Generalespor una parte y las Cortes por otra, rechazaron la división en brazos o estamentos, de formaconsciente y altamente significativa. La rebeldía del Tercer estado en Francia y la contra-vención de similar principio de la representación estamental en Cádiz reflejan, con enormeplasticidad, esa forma de actuar libre de ataduras formales y materiales que caracteriza alPoder Constituyente.

El Conde de Toreno no alberga dudas sobre este particular y, en tal sentido, afirmaque «las Córtes (sic) actuales han tenido facultad para obrar del modo que lo han hecho yformar una Constitucion (sic). La Junta Central fue un Gobierno legítimo reconocido entodas las provincias de la Monarquía. En virtud del poder de que estaba revestida determinóconvocar Córtes (sic) extraordinarias variando el modo antiguo de la representacion (sic), ypreviniendo que se otorgasen poderes ilimitados para hacer todo lo que creyesen conve-niente al pro comunal y bien del reino»48.

Francia había edificado su primer Estado Constitucional conservando la monarquíay otorgando al rey un papel determinado en el equilibrio de poderes constitucionales. En

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44. La trascendencia de la exclusión no condujo a una correlativa intensificación del debate en Cortes sobreeste punto. Aunque, como veremos, alguna intervención realista llegará a reclamar para el monarca -no sabemos sipor ignorancia o con mala fe- el título de defensor de la Constitución, lo cierto es que no se oyeron grandes dis-crepancias ni agudas polémicas en la Cámara en relación a este punto. Cfr., en idéntico sentido, resaltando única-mente la posición que sostuvo A. de Argüelles, Joaquín Varela Suanzes, «Rey, Corona y Monarquía en los orí-genes del constitucionalismo español: 1808-1814», Revista de Estudios Políticos (Nueva época), n.º 55(enero-marzo, 1987), pg. 139.

45. Joaquín Varela Suanzes, La Teoría del Estado..., cit., pgs. 420-421.46. El recelo que los doceañistas sentían hacia el monarca era, por otra parte, el mismo que la monarquía sen-

tía hacia las ideas que los liberales españoles profesaban. Buena prueba de ello, y de que los agentes del abso-lutismo se comportaban con menos ingenuidad y optimismo que los del liberalismo, la constituyen las medidasque, ante los primeros acontecimientos revolucionarios en Francia, adoptan las autoridades españolas, convirtien-do la frontera pirenaica en el bastión sur del absolutismo y controlando en lo posible al incipiente «enemigo interi-or». Vid., en relación con estas medidas dispuestas para evitar el «contagio» revolucionario, Melchor FernándezAlmagro, Orígenes del régimen constitucional en España, Editorial Labor, Barcelona 1976, reedición de la ed. de1928, pgs. 35-37.

47. Los acontecimientos que desembocan en el citado «juramento» constituyeron un verdadero golpe de Esta-do, una ruptura alegal, verificada de facto. Buena prueba de ello será el intento de Luis XVI de anular todo lo actu-ado por los Estados Generales desde el 5 de mayo y la correspondiente orden de disolución. La rebeldía del tercerestado certifica la imposibilidad de marcha atrás. Cfr., en tal sentido, Jean-Jacques Chevallier y Gérard Conac,Histoire des instituttions et des régimes politiques de la France de 1789 à nos jours, Dalloz, París, 1991, 8.ª ed.,pgs. 12-17.

48. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812), pg.2644.

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España el proceso es idéntico, con la circunstancia particular de que, mientras el debateconstituyente se desarrolla, el rey español está ausente. De lo que se trata entonces es deconstruir un nuevo régimen político que, como el francés, conserve la forma de gobiernomonárquica, pero transformando al rey de monarca absoluto en monarca constitucional.Como indicó M. Fernández Almagro, «Los legisladores de Cádiz no pensaron ni por unmomento en romper con Fernando VII. Pero ni por un momento tampoco pensaron que éstevolviese como se fue»49. La conciencia de estar transformando radicalmente los principiosen que se basaba el régimen político anterior, de estar imponiendo, en suma, un nuevo prin-cipio de legitimidad en los gobernantes50, unida a la obviedad de que con ello se estaba vio-lentando la voluntad del monarca, provoca, como no podía ser de otra manera, la concienciade que será éste, el principal enemigo del régimen. Lo que, de manera necesaria, ha de tra-ducirse en que las instituciones fundamentales del nuevo régimen hayan de ser defendidasfrente al rey51.

Claro resulta, en este contexto, que la reforma es el primer baluarte frente al rey yque, por tanto, hay que evitar que el monarca pueda participar en ella. Por esto no se le con-cede iniciativa para proponer reformas a la Constitución y tampoco es preciso que dé susanción a las nuevas leyes constitucionales, toda vez que éstas se presentan a través delDecreto de Cortes52, exento de sanción regia53. En este último sentido, ya no se trataba sólode evitar que el monarca pudiese acometer reformas constitucionales de signo involucionis-ta, sino de evitar también que, por la vía de negar su sanción a una reforma constitucionalya aprobada, se impidiese la reforma progresista del Texto54. Como señalábamos más arri-ba, la única actividad que, por expreso deseo del Constituyente gaditano, competía desple-gar al monarca en relación con la reforma constitucional, era la de ordenar su inmediatapublicación y circulación por el Reino. Esta orientación del procedimiento de reforma mar-caba el paralelismo entre el proceso constituyente y el de reforma de la Constitución. Era,en ambos casos, el Pueblo, a través de sus representantes en Cortes, el único titular de lafacultad de darse, y de modificar, la Constitución55.

Esta es, en última instancia, la razón del absoluto protagonismo de la representaciónpopular en el procedimiento de revisión de la Constitución gaditana. No cabe ignorar quelas Cortes gaditanas se habían reclamado depositarias de la soberanía y, ahora, cuando de loque se trata es de decidir quién intervendrá en la modificación de la norma en la que se haconcretado el ejercicio de facultades soberanas, la exclusión del monarca -que es el titularde un poder constituido más- resulta una exigencia lógica. Como señaló el Prof. F. Tomás yValiente, en Cádiz, «El Rey no comparte ni la soberanía, ni el poder constituyente, ni elpoder de reforma constitucional que en el constitucionalismo clásico es también manifesta-ción del poder constituyente (...) Al rey Fernando VII se le dio hecha también la Constitu-ción (...) se le dejó constitucionalmente al margen de la posible reforma constitucional

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49. Melchor Fernández Almagro, Orígenes..., cit., pg. 105, vid., además, en relación con el intento de conver-tir a Fernando VII en el monarca de un Estado Constitucional, pgs. 105-109.

50. Como indica la Profa. R. Calzada, «A través de la defensa de la Reforma constitucional, como institucióntutelar de la Constitución, no hacían más que asegurar el respeto por la nueva legalidad que ellos mismos habíanimpuesto, y que respondía al principio de legitimidad liberal frente al del Antiguo Régimen». Vid. Rogelia Calza-da Conde, «El principio configurador y garantista...», cit., pg. 159.

51. Vid., además de las intervenciones a que se ha hecho referencia anteriormente, la de Argüelles en el Diariode Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 474 (20 de enero de 1812), pg. 2669, en dondedestaca que uno de los mayores aciertos es haber consignado en la Constitución extremos que devienen así absolu-tamente indisponibles para el rey, como la forma de elección de los diputados.

52. Para todo lo que hace a la categoría «Decreto de Cortes» -con y sin valor de ley- en nuestra primera Con-stitución, cfr. José Chofre Sirvent, Categorías y realidad normartiva..., cit., pgs. 65 y ss.

53. Cfr. Joaquín Varela Suanzes, La Teoría del Estado..., cit., pgs. 411-412; «Rey, Corona y Monarquía...»,cit., pg. 136. A esta consideración no obsta el que el art. 383 hable de ley constitucional para referirse a la reformaque acaban de aprobar las Cortes. Con esta expresión lo que se está queriendo remarcar, a nuestro juicio, es única-mente el rango constitucional que se predica de las sucesivas modificaciones a la Constitución.

54. Cfr. Joaquín Varela Suanzes, La Teoría del Estado..., cit., pg. 413; «Rey, Corona y Monarquía...», cit., pg.140; Manuel Martínez Sospedra, La Constitución española de 1812..., cit., pg. 298.

55. La magnitud de la importancia de la exclusión de la intervención del monarca en el procedimiento dereforma equivaldría, en términos de identificación del régimen político gaditano, a su conversión en una Repúbli-ca. Vid., en tal sentido, Joaquín Varela Suanzes, La Teoría del Estado..., cit., pgs. 415-421.

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excluyendo su intervención en toda ley fundamental o constitucional. La Constitución, lacomisión que redactó el proyecto, las Cortes que la aprobaron (...) apostaron por unamonarquía moderada que en este punto significaba la atribución del poder constituyenteoriginario o por vía de reforma a la Nación representada en Cortes Constituyentes, últimotitular de la soberanía»56. La licitud de un proceder como el expuesto venía avalada por lamodificación trascendental en la atribución de la soberanía. Las Cortes, actuando en ejerci-cio del Poder Constituyente habían decidido libremente establecer la forma de gobiernomonárquica y, libremente también, habían conferido la dignidad real al mismo individuoque la ostentaba en el momento de reunirse las Cortes. No puede desconocerse que, comoreza el Preámbulo de la Constitución gaditana, Fernando VII es «por la gracia de Dios y laConstitución de la Monarquía española, rey de las Españas»57, desde el terreno de los prin-cipios, que fuese rey con anterioridad nada añade a ese razonamiento. En Cádiz, igual queen 1789 en Francia, se ostenta una capacidad ilimitada en este terreno, de ahí que sea lícitoafirmar que «para los diputados liberales, si Fernando VII seguía siendo Rey, lo era porhaberlo proclamado de nuevo la nación, haciendo uso de su originaria e inalienable sobe-ranía»58.

Esta es, a nuestro entender, una de las consideraciones más importantes que puedenextraerse del estudio del establecimiento del régimen constitucional en España. La piedraangular del edificio constitucional, el principio democrático de la soberanía nacional/popu-lar59, se establece sin ambages y las medidas más radicales que adoptan las Cortes de Cádiz-entre ellas las múltiples limitaciones a la acción del monarca- se entienden únicamente apartir de la afirmación de la soberanía del Pueblo, que se transforma, como enseguida vere-mos, en la soberanía de la Constitución capitaneada por la posición de hegemonía de lasCortes.

Los Constituyentes gaditanos mostraron en este terreno una extraordinaria claridadconceptual, distinguiendo, con un rigor técnico intachable, entre la soberanía, concretada enel ejercicio del Poder Constituyente, y las facultades ordinarias de las Cortes futuras. ElConde de Toreno es, a nuestro juicio, uno de los oradores, junto con Caneja, que con mayorbrillantez alecciona a la Cámara sobre estos extremos. El día en que comienza la discusióndel Título X, el primero contesta al diputado Gómez Fernández -que postulaba la flexibili-dad de la Constitución, su consideración como mera ley- que «Ha confundido en su discur-so la Nacion (sic) con las Córtes (sic) ordinarias (...) [éstas] siendo una potestad delegadatienen que sujetarse á (sic) lo que prevengan sus poderes. La Nacion (sic), como soberana,es árbitro de hacer todas las mudanzas que crea conveniente para su prosperidad; pero lasCórtes (sic) ordinarias deben circunscribirse á (sic) las facultades que les señale la Constitu-cion (sic) (...) Las Córtes (sic) ordinarias gozan de una autoridad delegada, que se deriva dela Nacion (sic), y el traspasar los límites que se le prescriben es una rebeldía contra suspoderdantes. (...) no habiendo la Nacion (sic), origen de todas las tres potestades, otorgadootros poderes que los que ordena la Constitucion (sic) (...) las Córtes (sic) ordinarias ni susindividuos no pueden ampliar sus facultades más allá de lo que aquellos prescriben»60.

En nuestra opinión, párrafos como el transcrito -y algunos otros, como la interven-ción del diputado Aner del día siguiente a ésta- merecen ser destacados por la claridad querefleja la terminología que se emplea. No se pierda de vista que fue usando unos términos

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56. Francisco Tomás y Valiente, «Estudio Preliminar», cit., pgs. LXI y LXV.57. Este encabezamiento del Preámbulo de nuestra primera Constitución viene, en definitiva a poner de mani-

fiesto que, pese a las pretensiones del Discurso Preliminar, «la titularidad del poder constituyente corresponde a lanación y que dicho poder es ejercido por las Cortes». Vid. Javier Tajadura Tejada, Los preámbulos..., cit., pg. 112.

58. Joaquín Varela Suanzes, «Rey, Corona y Monarquía...», cit., pg. 133.59. De acuerdo con Antonio Torres del Moral (Constitucionalismo histórico español, Átomo, Madrid, 1991,

3.ª ed., pg. 40) la soberanía en la Constitución de 1812 es popular, en el entendimiento de que la Nación españolaes, conforme al art. 1.º, «la reunión de todos los españoles».

60. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812). pg.2644.

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similares como se construyó el razonamiento, universalmente reconocido, del n.º LXXVIIIde El Federalista. Si, para Publio, debe prevalecer la opinión del Pueblo a la opinión de susmandatarios, para los primeros Constituyentes españoles debía prevalecer la opinión de laNación frente a la de sus Cortes ordinarias.

La distinción entre facultades soberanas y facultades limitadas, entre Poder Constitu-yente y poderes constituidos, es, también para los hombres de Cádiz, el efecto de haberconsignado un procedimiento de reforma. Ahora bien, si esto es así no puede tampoco des-conocerse que no faltaron en las Cortes interpretaciones diametralmente contrarias a estaidea, que fueron sostenidas por los diputados que se mostraban reacios a aprobar los artícu-los que conferían estabilidad a la Constitución. Un ejemplo de esta actitud es el discurso deGuridi y Alcocer, en él están presentes los razonamientos que dieron lugar a la fijación deldogma de la soberanía parlamentaria en Francia. En opinión de este diputado, «Decir queellas [las Cortes futuras, ordinarias] no tendrán más facultades sino las que les diere laConstitucion (sic), se puede entender de dos maneras; ó (sic) porque se las dan las presentesCórtes (sic) ó (sic) porque se las dé la Nacion (sic). Lo primero, es un error; pues unas Cór-tes (sic) no representan a otras sino a la Nacion (sic), por lo que es preciso quedar en losegundo, esto es, que la Nacion (sic) será quien se las dé. Si las tendrán, pues, por represen-tar a la Nacion (sic), residirá en ellas la soberanía nacional, y de consiguiente tendrán unafacultad absoluta, porque soberanía y poder limitado son cosas incompatibles»61.

Sin embargo, la diferenciación entre Poder Constituyente y poderes constituidosaparece meridiana en los discursos de los diputados que intervienen en favor del procedi-miento agravado. Tal es el caso de Caneja, quien dirá que «La Nacion (sic) en sí tendrásiempre el derecho de hacer lo que le acomode; pero las Córtes (sic) ordinarias, hijas de laConstitucion (sic), ni serán lo mismo que la Nacion (sic) en abstracto, ni deberán confundir-se con las extraordinarias o Constituyentes, autorizadas con poderes ilimitados, ni podránabrogarse más facultades que las que la misma Constitucion (sic) les señale. Si fuese posi-ble que la Nacion (sic) estuviera siempre reunida o representada por su Cuerpo Constitu-yente, entonces sería inútil el artículo que se discute»62.

Es éste un dato que merece ser destacado. En Cádiz, los defensores del procedimien-to de reforma -que son los defensores de la Constitución- extraen la supremacía constitucio-nal de la idea de soberanía, es decir, de la circunstancia de que existe una autoridad superiora todas las demás, cuya titularidad corresponde al Pueblo, que dicta una norma a la que sedota de garantías para su estabilidad.

En definitiva, parece poder concluirse que, en la idea de los fundadores del régimenconstitucional en España, la supremacía constitucional es un presupuesto derivado del prin-cipio democrático del Poder Constituyente del Pueblo y que cobra auténtica realidad y efi-cacia con el establecimiento de un mecanismo específico que salvaguarde la voluntad delsoberano frente a la de los poderes constituidos. Este es, al menos, el sentido que cabe atri-buir a las palabras de Caneja cuando se dirige a las Cortes argumentando que «La Nacion(sic) Señor, soberana por sí, é (sic) independiente, tiene sin duda el derecho de establecersus leyes fundamentales, y de adoptar la forma de Gobierno que más le convenga (...)dejaría por el contrario de ser soberana si no pudiese dar estabilidad á (sic) sus leyes, fijar eltérmino de su duración, y determinar las formalidades con que deban ser abolidas ó (sic)reformadas»63. Idéntico razonamiento maneja Muñoz Torrero cuando, negando que la rigi-dez constitucional contradiga la soberanía, afirma que «tampoco pueden ser contrarias á(sic) la misma soberanía aquellas precauciones que han parecido más convenientes para que

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61. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 472 (18 de enero de 1812), pg.2655.

62. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812), pg.2646.

63. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812), pgs.2645-2646.

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la Constitucion (sic) tenga la estabilidad y firmeza necesaria, puesto que esta es la mayorprueba de la autoridad soberana de la Nacion (sic); así como ninguno puede dar pruebamás calificada de que es dueño de una cosa que cuando establece en ella el régimen quequiere»64.

II.b) Los mecanismos de defensa política de la Constitución de 1812

Las razones que movieron a la introducción del procedimiento de reforma de laConstitución de 1812 y la interpretación que de él se hace, inducen a considerar que ladefensa del Texto Constitucional, la garantía de su respeto futuro, era una preocupación deprimer orden para los revolucionarios gaditanos. Sin embargo estas consideraciones no bas-taron para introducir un mecanismo de control de constitucionalidad que viniera a comple-tar el cuadro de instituciones de defensa jurídica de la norma constitucional. No quieredecirse con esto que cualquier otra fórmula de defensa de la Constitución distinta de la rigi-dez estuviese ausente de la Constitución de Cádiz. Lo que sucede es que, como comproba-remos en este epígrafe, los primeros Constituyentes españoles no pueden escapar, por másque atesoren un bagaje conceptual equiparable al que acompañó a la revolución americana,a las circunstancias que determinan que en Europa continental surja una tradición constitu-cional con perfiles propios. Esto es, a la postre, lo que explica la configuración de losmedios de defensa política que acoge el Texto gaditano.

Será con la creación de medios políticos de defensa de la Constitución como lasCortes de Cádiz colmen sus inquietudes en torno a la conservación de su obra. Dos razonespueden, a nuestro juicio, aducirse como explicación de este fenómeno. En primer lugar, lacircunstancia de que, al igual que sucediera con su predecesora francesa, la Constitución de1812 venía a transformar las bases legitimadoras del poder propias del Antiguo Régimen.Esta significación política de la Constitución es el aspecto de mayor importancia del Textoy este hecho no era, como vimos, desconocido ni por sus redactores ni por los partidariosdel absolutismo.

En tal tesitura, cuando los ataques previsibles son los de naturaleza política, nopuede extrañar que se provea a la defensa de la Constitución con medios de esta mismanaturaleza, porque la defensa de la Constitución en este tiempo es la defensa de sus postula-dos políticos más primarios65, de las ideas de democracia y libertad que están en la base delconstitucionalismo moderno. Allí donde la Constitución francesa de 1791 llamó a lasmadres y a los padres de familia a la defensa de la Constitución66, el Texto gaditano llamaráa todos los ciudadanos67. El enemigo, perfectamente identificado, como vimos, en los deba-tes de las Cortes Constituyentes encontrará, en el ideal que se marcan los doceañistas, un

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64. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 471 (17 de enero de 1812), p.2649, la cursiva es nuestra.

65. Como indica el Prof. P. De Vega, «en el momento mismo en que se gestan los primeros textos constitu-cionales, los ataques y críticas contra ellos toman, como no podía ser menos, una dimensión política total. La críti-ca a la Constitución aparece entonces como el resultado de la negación previa de toda la Weltanschauung que lesirve de fundamento. Porque no se admiten los principios de la soberanía popular y de la igualdad, porque se rec-hazan los presupuestos de la libertad y la democracia, que son los principios que el constitucionalismo proclama,los textos constitucionales se ven sometidos a la más radical confrontación polémica». Vid. Pedro De Vega,«Jurisdicción constitucional y crisis de la Constitución», Revista de Estudios Políticos (Nueva época), n.º 7 (enero-febrero, 1979), pgs. 289-290.

66. El párrafo cuarto del art. 8 del Título VII de la Constitución de 3 de septiembre de 1791 rezaba:«L’Assemblée nationale constituante en remet le dépôt de la fidelité du Corps législatif, du Roi et des Juges, à lavigilance des pères de familie, aux épouses et aux mères, à la afection des jeunes citoyens, au corage de tous lesFrançais». Se sentaba así, en primer término, la confianza en los poderes constituidos, pero, además, se confiaba atodos los ciudadanos la tarea de vigilar a los primeros.

67. De acuerdo con el art. 373 de la Constitución de 1812 «Todo español tiene derecho de representar a lasCortes o al Rey para reclamar la observancia de la Constitución». La causa de la inclusión del monarca en el pre-cepto, a falta de discusiones parlamentarias que arrojen luz sobre el mismo, habrá que imputarla al ingenuo deseode los doceañistas, que, como hemos dicho, no anhelaban una República, sino una monarquía limitada y, por tanto,leal a la Constitución.

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defensor de la Constitución en cada ciudadano. La apelación al Pueblo surge en Cádiz porlas mismas razones y con parecidos perfiles que antes lo había hecho en la Revolución fran-cesa.

Los doceañistas sostienen la idea de que promover el conocimiento popular de laConstitución redundará en la adhesión a sus principios68 y, por eso, ordenan, en el artículo366, que en las escuelas «de primeras letras» «se enseñará a los niños a leer, escribir contary el catecismo de la religión católica, que comprenderá también una breve exposición de lasobligaciones civiles». Los preceptos religiosos y los deberes del individuo frente al Estadose ponen al mismo nivel, para formar parte de la formación básica de los ciudadanos. Por suparte, el artículo 368 establece la obligatoriedad de la enseñanza de la Constitución «entodas las Universidades y establecimientos literarios, donde se enseñen las ciencias ecle-siásticas y políticas». En definitiva, de lo que se trata es de organizar un verdadero proseli-tismo constitucional, preparando a los ciudadanos para que contribuyan a la tarea de defen-der la Constitución69. Este deseo por que se conozca la Constitución, extendiendo suenseñanza, debe ponerse en relación con la ya comentada cláusula de prohibición temporalde acometer la reforma constitucional. Ya dijimos que de lo que, con aquélla, se trataba erade lograr, incluso mediante un artificio, que el Texto Constitucional tuviese el tiempo sufi-ciente, sin sufrir variaciones, para ser conocido y, de ahí, valorado por el Pueblo. Con laeducación en la Constitución lo que se intenta es reforzar esa adhesión a la Constituciónque, sólo con la prohibición temporal, derivaría únicamente del paso del tiempo.

La segunda de las razones de la articulación de medios de defensa política estriba enla especial posición que adopta el Parlamento en los orígenes del constitucionalismo. Estacircunstancia podría extrañar si se toma en consideración que, como hemos tenido ocasiónde reflejar aquí, los liberales gaditanos conocían el significado de la consagración del prin-cipio de supremacía constitucional como derivación del principio democrático. Debe repa-rarse, sin embargo, que a idéntica contradicción se enfrentaron los revolucionarios france-ses, y particularmente Sieyès, y con idéntico resultado. Lo que sucede es que, por más quese conozca -y hasta se comparta- la idea de que los representantes ordinarios de la Naciónestán investidos de facultades limitadas, puede más en el razonamiento de los revoluciona-rios, tanto españoles como franceses, la constatación de que la Constitución, en lo que tienede obra transformadora, en su credo político, corre peligro. Por ello, acuciados por la nece-sidad indiferible de salvar la revolución política, anteponen esta necesidad al interés deextraer todas las consecuencias de un principio de supremacía correctamente entendidodesde un punto de vista teórico.

Pero, además, los doceañistas saben que no habrá individuo o corporación más inte-resada en el mantenimiento de la Constitución que aquél en cuyo beneficio se ha edificado

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68. Una tarea, permítasenos apuntar, considerablemente difícil, en la medida en que de lo que se trataba era dehacer calar la ideología liberal en el sentimiento popular, mucho más próximo a las tesis absolutistas que a lasideas sostenidas por un grupo selecto de personajes económicamente privilegiados y, gracias a ello, culturalmentebien formados. De ahí que los movimientos de progreso en España, desde 1820, se pongan en marcha a partir deun pronunciamiento militar. Como señaló Boris Mirkine-Guetzévitch («La Constitution de Cadix», cit., pg. 58),«Le peuple, privé d’instruction, profondément attaché à l’Eglise et à la dynastie, n’aspirait nullement à la liberté.Seule la révolution mnilitaire, cet acte violence d’une monorité éclairée, pouvait donner la liberté a l’Espagne.Telle était la philosophie politique de ces libéraux qui avaient décidé de forcer le peuple espagnol à être libre».

69. Como indicó S. Romano, «si speró che esse potessero servire a diffondere fra i cittadini la conoscenza el’amore dei loro diritti e doveri, costituendo una specie di catechismo civile, da porsi nelle mani di tutti». Vid.Santi Romano, «Le prime Carte costituzionali», en el vol. Scritti Minori, Giuffrè, Milán, 1990, reimpr. de la ed. de1950, Tomo I, pg. 323. Comentando los preceptos de la Constitución relativos a la instrucción pública, vid. RamónSalas y Cortés, Lecciones de Derecho Público Constitucional (1821), Centro de Estudios Constitucionales,Madrid, 1982, pgs. 303-312, pero particularmente, pg. 310, donde se pronuncia en favor de la creación de una Cát-edra de Derecho Público, en donde se explique la Constitución, en cada Universidad. Ya en el presente siglo, C.Schmitt aducirá la defensa de la Constitución arraigada en el Pueblo como contraposición a la misma labor ejerci-da por los Tribunales. Al hacerlo recuerda el Prof. berlinés la apelación al Pueblo que, con similares caracteres alos que se contienen en el Texto de Cádiz, realizaran los primeros Constituyentes franceses. Cfr. Carl Schmitt, Ladefensa de la Constitución. Estudio acerca de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitu-ción, Tecnos, Madrid, 1983, pg. 55 y, en particular, nota 21.

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el nuevo régimen político. En esta consideración pesa poderosamente la falta de confianzaen el Poder Judicial70, aspecto en el que los liberales gaditanos siguieron, aunque con menorradicalismo, la orientación de sus predecesores franceses71 que habían articulado un PoderJudicial independiente al tiempo que electivo y temporal72, no en vano en ambos países lajudicatura se había concebido como una manifestación más del poder absoluto del mo -narca73

Siendo conscientes de que es el rey quien mayores reticencias mostrará a adaptarse ala transformación, lo son también de que las Cortes han venido a ocupar las posiciones depoder que la Constitución ha arrebatado al monarca. Desde tales premisas, ¿a quién mejorque al Parlamento se le puede confiar la tarea de velar por el respeto a la Constitución?74.Por eso se intenta asegurar la permanente presencia de la institución parlamentaria. De ahíque, fijando un período obligatorio de reunión de las Cortes, se establezca, además, una ins-titución que vele por los intereses del Parlamento cuando éste no se encuentre reunido. Éstees, a nuestro entender, el origen de la Diputación Permanente de Cortes75, a quien, comoenseguida veremos, también se le confían determinadas tareas en este terreno. La otra granopción, ya practicada en aquel momento, de confiar la defensa de la Constitución a los jue-ces ordinarios aparece, entonces, imposibilitada por el propio origen del constitucionalismoen España76.

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70. Cuya independencia se había proclamado en el Título V («De los Tribunales y de la administración de jus-ticia en lo civil y criminal»), excluyendo las funciones jurisdiccionales tanto del Legislativo como del monarca(arts. 243 y 244) y, correlativamente, limitando la labor jurisdiccional a las funciones de «juzgar y hacer que seejecute lo juzgado» (art. 245).

71. En opinión de Miguel Ángel Aparicio [El status del Poder judicial en el constitucionalismo español (1808-1936), Ministerio de Justicia e Interior/Universidad de Barcelona, Barcelona, 1995, pg. 19] el diseño de los lib-erales gaditanos en relación con la judicatura sigue «En líneas generales (pero sólo en líneas generales) (...) lospostulados clásicos del liberalismo continental, es decir, del liberalismo francés». Para una exposición de las ideasen torno a la judicatura en el pensamiento de los doceañistas, tanto de lo que se extrae de las intervenciones parla-mentarias de las Cortes de Cádiz cuanto de lo que resulta del articulado constitucional, loc. ult. cit., pgs. 19-41.

72. Siguiendo, al hacerlo, los dictados de Montesquieu, para quien «El poder judicial no debe confiarse á (sic)un senado permanente y sí á (sic) personas elegidas entre el pueblo en determinadas épocas del año, del modo pre-scrito por las leyes, para formar un tribunal que dure solamente el tiempo que requiera la necesidad». Vid. Mon-tesquieu, Espíritu de las leyes (1748), Imprenta de Don Marcos Bueno, Madrid, 1845, vol. I, Lib. XI, Cap. VI, pg.191.

73. En Francia, además, las excepciones a esta tónica general se habían concretado en el ejercicio de facul-tades libérrimas por parte de los tribunales -los Parlements-, que negaron en ocasiones la aplicación de ordenanzasreales, al considerar que contradecían las leyes fundamentales del reino que, por supuesto, no estaban codificadas.Con tales precedentes, el temor que en los revolucionarios infundía la judicatura estaba justificado tanto porquehabían actuado como agentes el monarca, cuanto porque, cuando no lo fueron, se arrogaron un poder ilimitadoque, ni siquiera bajo los presupuestos del Antiguo Régimen, les correspondía. Vid., en relación con esta circun-stancia, André Blondel, Le contrôle juridictionnel de la constitutionnalité des lois (Étude critique comparative:États-Unis - France), Recueil Sirey/Paul Roubaud, París/Aix-en-Provence, 1928, pgs. 243 y ss.; Roberto L. BlancoValdés, El valor de la Constitución. Separación de poderes, supremacía de la ley y control de constitucionalidad enlos orígenes del Estado liberal, Alianza, Madrid, 1994, pgs. 229 y ss. En España el proceso de concentración delpoder en el monarca se acentúa en la Baja Edad Media y culmina en el siglo XVIII y el control sobre los juecesaparece como una parcela más de dicho proceso, en ocasiones, incluso, se hace muy difícil la distinción entre fun-ciones jurisdiccionales y gubernativas, ambas desempeñadas por los mismos oficiales regios. Un amplio estudiosobre el estatuto, en sentido amplio, de los jueces y los perfiles de la función de juzgar en el período inmediata-mente anterior a la revolución gaditana puede verse en Roberto Roldán Verdejo, Los jueces de la MonarquíaAbsoluta. Su estatuto y actividad judicial. Corona de Castilla, siglos XIV-XVIII, Secretariado de Publicaciones dela Universidad de La Laguna, Santa Cruz de Tenerife, 1989. En la Constitución de 1812 el temor al «activismo»judicial, a la posbilidad de que los jueces extendiesen su función más allá de las estrictas labores jurisdiccionales,se conjuga a través del artículo 246, conforme al cual «Tampoco podrán suspender la ejecución de las leyes nihacer reglamento alguno para la administración de justicia». Parece claro, por tanto, que, al menos en los orígenesdel Estado liberal en España, constitucionalismo y antijudicialismo son nociones que caminan unidas.

74. Cfr. Pedro De Vega, «Supuestos...», cit., pg. 412.75. Esta ya tradicional institución española se introdujo en el Capítulo X del Título III, dedicado a las Cortes.

Cfr., en relación con la misma y su evolución, Nicolás Pérez Serrano, «La Diputación Permanente de Cortes ennuestro Derecho Constitucional histórico» (1933), en el vol. Escritos de Derecho Político, Instituto de Estudios deAdministración Local, Madrid, 1984, vol. I, pgs. 167-192; Ángel Luis Alonso de Antonio, La Diputación perma-nente de Cortes en la historia constitucional española, Servicio de Publicaciones del Congreso de los Diputados,Madrid, 1991.

76. Ya se ha hecho referencia aquí a la circunstancia de que en la Europa continental el Estado Constitucionalse construye sobre los cimientos del Antiguo Régimen y alrededor de la institución parlamentaria como máximoexponente del movimiento revolucionario, lo que acabará configurando un constitucionalismo con perfiles

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En definitiva, las circunstancias motivaron que las soluciones jurisdiccionales al pro-blema de las garantías de la supremacía constitucional no figuraran en el «horizonte ideoló-gico» de los fundadores del régimen constitucional en España77. Argüelles explicita la con-fianza en las Cortes como garantes de la Constitución cuando afirma en la Constituyenteque «La comisión de Constitucion (sic) (...) ha procurado establecer el único medio de con-servar en vigor las leyes fundamentales, de que tanto han hablado los que más las hollaronen todos tiempos. Este medio es la reunión anual de Córtes (sic), que debe mirarse como elángel custodio de nuestra libertad»78. Tal empeño en vincular el respeto de la Constitucióncon la vigilancia de las Cortes no es casual y, a la postre, determina que sea también enéstas en quien se depositan los instrumentos que el Texto Constitucional recoge para verifi-car su cumplimiento79.

La Constitución cifraba, en lo que aquí interesa, las funciones de la Diputación Per-manente de Cortes en el artículo 160 primera. De acuerdo con este precepto, la Diputacióndebía «Velar sobre la observancia de la Constitución y de las leyes para dar cuenta a laspróximas Cortes de las infracciones que hayan notado». Es, por tanto, una fracción delcuerpo legislativo quien vigila y son las mismas Cortes, en cuanto se reúnen, las que prove-en a la reparación de las infracciones denunciadas80. Identificado el Legislativo con el sujetogarante de la Constitución, obvio resulta que el examen de la constitucionalidad de la ley semuestra inconciliable con este sistema. Por eso, cuando la Diputación ejerce sus funcionesde vigilancia del respeto a la Constitución lo hace frente a la actuación del resto de autori-dades. Y así, la práctica de estos procedimientos demostró, además de su marcado acentopolítico, incluso en los expedientes substanciados con una mayor pretensión de juridicidad,que su destino era la defensa de la Constitución, no frente a los agravios que pudieran pro-venir de la ley, sino más bien frente a las infracciones que supusiesen, ora violación de losderechos de los ciudadanos, ora conflictos entre los poderes públicos81. Recuerda, en estesentido, N. Pérez Serrano, que «se limitó la Diputación a tramitar (...) reclamaciones deforma un tanto pasiva y burocrática, pues su misión consistió en recabar informe delGobierno cuando faltaba y se creyó necesario, y en reservar (ésta era la expresión consa-grada) el asunto a las Cortes, previa la formación del correspondiente extracto para facilitarsu labor»82.

Desde el conocimiento de la suerte que corrió la Constitución de 1812 podría pen-sarse que las previsiones de las Cortes gaditanas en lo que toca a las garantías del Texto

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propios, distinguiéndose de la corriente que se sigue en los Estados Unidos. Cfr., para lo que hace al origen de laconfianza de los americanos en sus jueces y la correlativa desconfianza en las Asambleas, por todos, Gordon S.Wood, «The origins of judicial review», Suffolk University Law Review, vol. XXII, n.º 4 (1988), pgs. 1293-1307,donde se pone de manifiesto la extraordinaria importancia que en este proceso adquirió la experiencia de los exce-sos cometidos por las primeras Asambleas de colonos.

77. Rogelia Calzada Conde, «El principio configurador y garantista...», cit., pg. 160. No puede, por tanto,extrañar que las Cortes desprecien la propuesta realizada por el clérigo extremeño Agustín Jarillo, en cuya opinióndebería establecerse un Tribunal defensor de la Constitución. Este «tribunal con el nombre de Constitucional cuyodestino y cuya ocupación sea sola y únicamente velar sobre la más exacta observancia de la Constitución y leyesestablecidas en las Cortes Generales». Puede verse la intervención a que aludimos en Ángel Luis Alonso de Anto-nio, La Diputación permanente..., cit., pg. 159, nota 145 (que remite a la pg. 99).

78. Diario de Sesiones de las Cortes Generales y Extraordinarias, vol. IV, n.º 474 (20 de enero de 1812), pg.2668.

79. Existía entonces una «necesidad circunstancial de convertir a las Cortes en el motor único y centralizadodel cambio revolucionario, indispensable para vencer las resistencias de la desquiciada, pero todavía poderosa,maquinaria institucional de la Monarquía tradicional». Vid. Juan Ignacio Marcuello y Manuel Pérez Ledesma,«Parlamento y Poder Ejecutivo en la España contemporánea (1810-1936)», Revista de Estudios Políticos (Nuevaépoca), n.º 93 (julio-septiembre, 1996), pgs. 18-19.

80. En conexión con ello, el art. 372 -que formaba parte de los preceptos que encabezan el Título X y que,según dijimos más arriba, aprueban las Constituyentes sin discusión- establecía que «Las Cortes en sus primerassesiones tomarán en consideración las infracciones de la Constitución que se les hubiere hecho presentes, paraponer el conveniente remedio y hacer efectiva la responsabilidad de los que hubieren contravenido a ella».

81. Cfr. Marta Lorente Sariñena, Las infracciones a la Constitución de 1812, Centro de Estudios Constitu-cionales, Madrid, 1988, pg. 190.

82. Nicolás Pérez Serrano, «La Diputación Permanente...», cit., pg. 183. En el mismo sentido se ha pronuncia-do Marta Lorente Sariñena (Las infracciones..., cit., pg. 186), para quien la misión de la Permanente gaditana «fuesobre todo la recogida y documentación de los expedientes por infracciones a la Constitución». Cfr.,

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Fundamental fueron erróneas. No parece, sin embargo, que esto fuese así. Parece más acer-tado pensar que ningún otro mecanismo de defensa de la Constitución hubiese conseguidoun mayor éxito que el que alcanzaron las previsiones de los doceañistas. Los enemigos dela Constitución de Cádiz muy probablemente hubiesen triunfado en su labor de destruccióndel Estado Constitucional aunque los medios puestos al servicio de la garantía de la Consti-tución hubiesen sido otros. Y no puede desdeñarse tampoco la importancia que para la con-servación del régimen democrático tiene la existencia de una sólida base popular. Los pri-meros Constituyentes españoles confiaron la obra revolucionaria a sí mismos y a un puebloal que, en su inmensa mayoría, le era ajena83. En definitiva, la supremacía constitucional enCádiz, fundamentada en el principio democrático, se apoya en los mecanismos que son pro-pios de las circunstancias de tiempo y de lugar en que se establecen, similares a los adopta-dos en otros países del entorno y con un desarrollo de escaso éxito similar.

III. APROXIMACIÓN A LA IDEA DEL ORIGEN COMO LÍMITE DE LASUPREMACÍA CONSTITUCIONAL

Comenzábamos nuestra exposición aludiendo a la generalización de las fórmulasjurisdiccionales de garantía de la Constitución y a la extraordinaria dimensión que la justi-cia constitucional ha alcanzado en los modernos Estados Constitucionales. Anunciábamostambién entonces que las reflexiones centradas sobre el origen de la supremacía constitu-cional y sus garantías en los primeros ordenamientos constitucionales deben rendir una uti-lidad más allá de las que se reconocen a los estudios eruditos. En el presente epígrafevamos a intentar ensayar un ejemplo de esa proyección de futuro, en concreto de las prime-ras formulaciones españolas sobre la supremacía constitucional que, como hemos visto, seproducen con ocasión de la elaboración del Texto gaditano. La más importante enseñanzaque, en este terreno, aporta el estudio de la supremacía constitucional en la Constitución de1812 es, a nuestro juicio, la de la clara determinación de los fundadores del régimen consti-tucional en España de extraer del principio democrático del Poder Constituyente del Pueblola condición de norma suprema de nuestra primera Constitución. Las afirmaciones de losdoceañistas sobre la soberanía y en torno a que la mejor demostración de la propiedadpopular sobre la Constitución es el establecimiento del modo en que se han de verificar loscambios en ella, que hemos explicitado en el texto, prueban, a nuestro entender, ese origende la supremacía constitucional. Una circunstancia en la que, como señalamos, nuestroconstitucionalismo coincide con sus predecesores y, en particular, con la orientación ameri-cana.

Ocioso parece recordar que, de acuerdo con el vigente Texto Constitucional, idénticaes la fundamentación de la supremacía en nuestros días. La Constitución es el acto delPoder Constituyente de la «Nación española», como reza el preámbulo, o del «puebloespañol», en quien reside «la soberanía nacional», de acuerdo con el artículo 1.284. Sí con-viene apuntar, en cambio, que el principio democrático, además de constituir el fundamento,histórico y racional, de la condición de norma suprema del Texto Constitucional, se convier-te también en el más importante de sus límites. La trascendencia de tener presente los fun-damentos de la condición de Lex Superior del Texto Constitucional radica entonces tanto en

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también, Ángel Luis Alonso de Antonio, La Diputación permanente..., cit., pgs. 59-170, pero especialmente, pgs.72-73 y 99.

83. Cfr., en el mismo sentido de inexistencia de base popular en el movimiento doceañista, Alejandro Nieto,Los primeros pasos del Estado Constitucional. Historia administrativa de la Regencia de María Cristina de Bor-bón, Ariel, Barcelona, 1996, pgs. 64-65.

84. Interesa destacar cómo «al calificar como «nacional» la soberanía, por una parte, y atribuir ésta al Pueblo,por otra parte, lo que el Constituyente de 1977-78 pretendía no era sino poner de manifiesto que la soberaníapertenece al Estado español, y no a los centros autónomos de decisión política que, al amparo de lo dispuesto en elartículo 2.º y en el Capítulo III del Título VIII, pudieran constituirse en su seno». Vid. Javier Ruipérez, Constitu-ción y autodeterminación, Tecnos, Madrid, 1995, pg. 143. Se comprueba entonces cómo, más allá de la importan-cia teórica que revista, el asunto cobra una especial trascendencia práctica.

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que con ello resulta comprensible el origen de las actuales instituciones de garantía de laConstitución como en que ese conocimiento resulta aplicable también a la solución de losproblemas actuales de dichas instituciones.

En este sentido, parece de vital importancia volver la vista sobre la tarea actualmentedesarrollada por los Tribunales encargados de administrar la justicia constitucional porqueéstos son, a la postre, quienes dan efectividad práctica a la condición de Lex Superior de laConstitución y porque, conscientes de ello, ejercen su misión de intérpretes supremos y decontroladores de la actuación de otros órganos que llevan a cabo, en su campo, interpreta-ciones de las disposiciones constitucionales85. Particularmente relevante resulta, en esteterreno, la tarea integradora que se reconoce a la Constitución en nuestros días. En lassociedades modernas, acentuadamente pluralistas, la Constitución se ha convertido, comoindica G. Zagrebelsky86, en la «plataforma de partida que representa la garantía de legitimi-dad para cada uno de los sectores sociales»87. La Constitución no es ya tanto el continentede un proyecto político, social, económico, cultural, etc., cuanto el instrumento que garanti-za que una multiplicidad de proyectos de toda índole puedan coexistir y competirlealmente88.

En este sentido, si convenimos en que la Constitución de nuestro tiempo no articulamecanismos para su protección frente a los enemigos del Estado Constitucional comoforma de organización política -y que, en todo caso y como la propia experiencia españolademuestra, los mecanismos propiamente jurídicos, como la rigidez o la justicia constitucio-nal, no suponen freno alguno para este tipo de agresiones-, parece oportuno cuestionarsecuál es el papel de los órganos de la justicia constitucional como instrumentos de defensade la Constitución en la actualidad. En el tiempo en que el Derecho Constitucional ha asu-mido el pluralismo como un valor en sí mismo, parece que el uso de la formidable fuerza delas sentencias que pronuncian los jueces constitucionales debe moderarse hasta elextremo89. El Tribunal Constitucional, y lo mismo es aplicable para sus homólogos de otrosEstados, no puede concebirse como el órgano en que está representada esa pluralidad quenuestras Constituciones consagran90 y, por tanto, no puede, sin más, asignársele la nada des-

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85. Cfr., en relación la pluralidad de intérpretes constitucionales, Peter Häberle, «La sociedad abierta de losintérpretes constitucionales. Una contribución para la interpretación pluralista y «procesal» de la Constitución», enel vol. Retos actuales del Estado Constitucional, IVAP, Oñati, 1996, pgs. 15-46, quien sostiene la necesidad deconsiderar que el espectro de intérpretes de la Constitución debe ampliarse al máximo para incluir no sólo al restode órganos constitucionales -lo cual «sería empobrecimiento o autoengaño» (pg. 31)-, sino a todos los ciudadanos(pgs. 19-20). Cauce de esta apertura sería, en opinión del Profesor germano, el Derecho Procesal Constitucional,convertido así en manifestación de la participación política en sentido amplio (pgs. 40-42).

86. Cfr. Gustavo Zagrebelsky, El derecho dúctil, Trotta/Comunidad de Madrid, Madrid, 1996, pgs. 9 y ss.87. Gustavo Zagrebelsky, El derecho..., cit., pg. 13.88. Cfr., al respecto, Javier Ruipérez, La protección constitucional de la autonomía, Tecnos, Madrid, 1994,

pgs. 138 y ss., donde se ponen de manifiesto las dimensiones que el problema plantea en las Constituciones que,por no responder ya, o al menos no exclusivamente, al viejo concepto liberal, por presentarse, en definitiva, comolas Constituciones de toda la sociedad, pierden el carácter unívoco que concurría en los Textos decimonónicoseuropeos, lo cual dificulta extraordinariamente la exclusión de determinadas orientaciones por inconstitucionales.

89. Es aquí, como señala el Profesor De Vega, donde las contradicciones puestas de manifiesto por CarlSchmitt, en relación con los Tribunales Constitucionales como órganos defensores de la Constitución, vuelven aplantearse con toda su crudeza, porque «¿cómo se puede compaginar la Justicia Constitucional que requiere y pre-supone -según las propias palabras de Kelsen- una normativa constitucional clara y precisa, con esas característi-cas [las normas ambiguas que reflejan el pluralismo social] que son comunes a los nuevos y más modernos orde-namientos constitucionales?». Vid. Pedro De Vega, «Prólogo» a C. Schmitt, La defensa de la Constitución.Estudio acerca de las diversas especies y posibilidades de salvaguardia de la Constitución, cit., pg. 24.

90. Por más que, en ocasiones, del examen de la ideología personal de cada uno de los Magistrados que com-ponen los órganos jurisdiccionales, resulte una variedad suficiente como para «representar» a las opciones políti-cas mayoritarias en la sociedad. Esta circunstancia resulta explicable en relación con órganos que, como sucedecon nuestro Tribunal Constitucional, se forman a partir de las designaciones que realizan otros órganos más direc-tamente vinculados con la voluntad popular, como el Gobierno y el Parlamento. Sin embargo, en ocasiones, tam-bién en los titulares de los órganos jurisdiccionales ordinarios, a los que se accede por oposición, se produce unasimilar, y ahora más difícilmente explicable, paradoja, advirtiéndose una cierta correspondencia entre las corri-entes de opinión mayoritarias en la sociedad y en la judicatura. Este hecho fue puesto de manifiesto por Juan JoséRuiz Rico, Profesor y Magistrado, vid., en tal sentido y aunque referido a una parcela muy concreta, El sexo de susseñorías. Sexualidad y tribunales de justicia en España, Temas de Hoy, Madrid, 1991. Para lo que hace a los estu-dios centrados en las influencias personales, políticas y económicas en la labor de los jueces, en este caso de

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preciable función de elegir, vinculando a los ciudadanos y al resto de los poderes públicos,entre diversas opciones, en ocasiones tan igualmente legítimas como radicalmente contra-puestas91.

Parece oportuno, entonces, reclamar la necesidad de atemperar la influencia activade los órganos que administran la justicia constitucional a la hora de proceder a la elecciónentre dos o más alternativas que la Constitución hace posible, volviendo la vista sobre elórgano que, habiendo monopolizado en el pasado europeo la dinámica constitucional, másha perdido con la extensión desmesurada de las facultades desarrolladas por los TribunalesConstitucionales. Entendido que, desde luego, el Parlamento no ha de traspasar las limita-ciones que la Constitución claramente le impone, no se alcanza a ver la razón que puedadeterminar el que los Tribunales Constitucionales descubran otras, y no tanto porque no seaposible el planteamiento de las opciones interpretativas que los custodios constitucionalessostienen, cuanto porque esa determinación, en puridad, no les corresponde92. De lo que setrata es de aquilatar las consecuencias de la «tendencia hacia ese inmoderado intervencio-nismo en la vida política demostrado (...) en general, por casi todos los órganos de justiciaconstitucional existentes en diversos Estados del mundo»93, y, recordando la centralidad delprincipio democrático en el Estado Constitucional, recuperar una justicia constitucional «demínimos»94. Otra cosa podría conducir a la fagocitación, por parte de los Tribunales Consti-tucionales, de la capacidad de orientación política que compete a los órganos constituciona-les más directamente vinculados con la voluntad popular, señaladamente el Parlamento.Esto se traduciría -si es que no se ha traducido ya- en una transformación radical en la orde-nación del proceso de toma de decisiones políticas tan fundamental que, en nuestra opinión,no se concilia con la inspiración democrática del Texto Constitucional.

En un Estado cimentado sobre el principio democrático, y esto vale para la totalidadde los Estados europeos que han adoptado la jurisdicción constitucional y también para losEstados Unidos95, la primacía ha de corresponder siempre a las instituciones que son deriva-

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los que componen el Tribunal Supremo de los Estados Unidos, y la importancia de esas orientaciones a la hora dedeterminar la propuesta presidencial, vid. Charles Grove Haines, The American Doctrine of Judicial Supremacy,University of California Press, Berkeley (Ca.), 1932, 2.ª ed., pgs. 345-360.

91. Cfr., sobre idéntico particular, Hans-Peter Schneider, «Constitución y método. Interpretación constitu-cional desde el punto de vista teórico», en el vol. Democracia y Constitución, cit., pgs. 53-69, en particular pgs. 58y ss., donde se sostiene que del carácter abierto de las normas de la Constitución derivaría la necesidad de acogerel criterio de autodisciplina judicial por parte de los jueces constitucionales.

92. Debería, en este sentido, encontrarse un justo medio que, reconociendo la naturaleza limitada de la funciónlegislativa, devolviese a la ley la capacidad de innovación más allá de la mera concepción de la misma comomecánico desarrollo de principios constitucionales claros. Como señala G. Zagrebelsky, «Aunque la vieja concep-ción de la ley como instrumento de autogobierno popular haya caído en el descrédito bajo los embates de la críticarealista, sigue siendo verdad que en democracia esta concepción es menos infundada e ilusoria que en cualquierotro régimen (...) a la ley debe reconocérsele un valor en sí misma, con independencia de sus contenidos y de susvínculos de derivación a partir de los preceptos constitucionales. La ley, para valer, no requiere ninguna legiti-mación de contenido o substantiva, aun cuando puede deslegitimarse por contradecir a la Constitución. En otraspalabras, la ley vale en línea de principio porque es ley, no por lo que disponga». Vid. Gustavo Zagrebelsky, Elderecho..., cit., pg. 151, vid. también, pgs. 150 y 152-153.

93. Juan Carlos Velasco Arroyo, «El crucifijo en las escuelas. Sobre una sentencia del Tribunal Constitucionalde Alemania», Claves de Razón Práctica n.º 72 (mayo, 1997), pg. 38.

94. El Prof. Häberle ha señalado la conveniencia de convertir a la jurisdicción constitucional en el garante dela participación de todos los grupos interesados en la toma de decisiones políticas, de suerte tal que, constatadoque la pluralidad de participantes ha dado como resultado una decisión, el juez constitucional deberá limitar sucapacidad de examen de la decisión misma. Sólo en las decisiones que tienen su origen en un proceso con partici-pación deficiente de los interesados tendría cabida una actitud más activa de los Tribunales Constitucionales, y así«Un minus de participación fáctica conduce a un plus de control del juez constitucional. La intensidad del controldel juez constitucional es variable, según que formas de participación son o fueron posibles». Vid. Peter Häberle,«La sociedad abierta...», cit., pg. 40.

95. Precisamente, en un comentario a la Constitución de los Estados Unidos, S. A. Barber sostiene, a nuestrojuicio con total acierto, que la supremacía constitucional, al ser derivación directa del principio democrático queinspira todo el Código Constitucional americano, ve limitada su acción por esa inspiración y que, en consecuencia,«no puede haber una razón constitucional para aceptar la autoridad de una constitución que ya no sirve a los finespara los que fue establecida. Cuando las circunstancias obligan a vivir bajo un tal Constitución por orden de lacláusula de supremacía, el Preámbulo contradice dicha orden cuando afirma que el documento cuya supremacía sedeclara es un instrumento de justicia, de bienestar general y de otros fines (...) no se puede tener lo que se cree esuna justificación constitucional inequívoca para aceptar la supremacía de la Constitución cuando se está convenci-do de que hacerlo así impediría la óptima comprensión de los fines para los que se instituyó la

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ción directa de este principio y, por tanto, la extensión, no prevista constitucionalmente, delas facultades de un órgano constitucional, necesario pero antimayoritario, debe tratarse conuna especial cautela. La consideración de la Constitución como norma suprema efectivadebió levantar innumerables barreras hasta imponerse en Europa. Pero, superadas las reti-cencias que dominaron el siglo XIX, tal vez sea ya el momento de reconsiderar los extre-mos a que se deben extender las facultades de decisión que se amparan en el principio desupremacía constitucional, al menos en materias de política contingente y, en particular,devolver al Parlamento, que es casi tanto como decir al Pueblo, la posición que, en un Esta-do Constitucional democrático debe ocupar. El anhelo de un «gobierno de las leyes y no delos hombres» en lo que no puede derivar es en un gobierno de unos hombres sin la comi-sión del Pueblo, no se pierda de vista que, como el mismo Montesquieu reconocía, «No haypeor tiranía que la que se ejerce a la sombra de las leyes y con color de justicia».

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Constitución o bien no es la mejor manera de servir dichos fines». Vid. Sotirios A. Barber, Sobre el significado dela Constitución de los EE. UU., Abeledo-Perrot, Buenos Aires, 1989, pg. 69.