DOCTRINA - POLITICA EXTERIOR DE MEXICO

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DOCTRINA ESTRADA En contraposición a la >doctrina Tobar surgió en 1930 la doctrina que llevó el nombre del canciller mexicano, doctor Genaro Estrada, que sostuvo que cada pueblo tiene el derecho de establecer su propio gobierno y de cambiarlo libremente y que, en consecuencia, él no necesita el reconocimiento de los demás para cobrar plena validez jurídica, reconocimiento que, de otro lado, implicaría una indebida intervención de un Estado en los asuntos internos de otro. De acuerdo con estos principios la doctrina Estrada afirmó que “el gobierno de México no otorga reconocimiento porque considera que esta práctica es denigrante, ya que a más de herir la soberanía de las otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores pueden ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. El gobierno mexicano sólo se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar precipitadamente, ni a posteriori, el derecho de las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades”. El canciller Estrada estuvo muy influido por las largas y penosas controversias suscitadas entre México y los Estados Unidos en aquella época, en que el gobierno norteamericano se negó a reconocer a los gobiernos que surgieron de acciones militares o paramilitares durante el proceso de la revolución mexicana. En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, la Junta Consultiva de Emergencia para la Defensa Política, establecida en Montevideo a raíz de la ruptura de relaciones diplomáticas de los países latinoamericanos con las potencias del Eje, adoptó una recomendación a los gobiernos de la región para que, mientras durara el conflicto armado, no reconocieran a régimen alguno establecido por la fuerza en cualquiera de sus países sin antes realizar consultas mutuas para determinar si el nuevo gobierno cumplía con los compromisos interamericanos de defensa continental. Esta fue, sin duda, una medida tomada para alejar el peligro de que los

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DOCTRINA ESTRADA

En contraposición a la >doctrina Tobar surgió en 1930 la doctrina que llevó el nombre del canciller mexicano, doctor Genaro Estrada, que sostuvo que cada pueblo tiene el derecho de establecer su propio gobierno y de cambiarlo libremente y que, en consecuencia, él no necesita el reconocimiento de los demás para cobrar plena validez jurídica, reconocimiento que, de otro lado, implicaría una indebida intervención de un Estado en los asuntos internos de otro.

De acuerdo con estos principios la doctrina Estrada afirmó que “el gobierno de México no otorga reconocimiento porque considera que esta práctica es denigrante, ya que a más de herir la soberanía de las otras naciones, coloca a éstas en el caso de que sus asuntos interiores pueden ser calificados en cualquier sentido por otros gobiernos, quienes, de hecho, asumen una actitud de crítica al decidir favorable o desfavorablemente sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. El gobierno mexicano sólo se limita a mantener o retirar, cuando lo crea procedente, a sus agentes diplomáticos, sin calificar precipitadamente, ni a posteriori, el derecho de las naciones para aceptar, mantener o sustituir a sus gobiernos o autoridades”.

El canciller Estrada estuvo muy influido por las largas y penosas controversias suscitadas entre México y los Estados Unidos en aquella época, en que el gobierno norteamericano se negó a reconocer a los gobiernos que surgieron de acciones militares o paramilitares durante el proceso de la revolución mexicana.En 1943, durante la Segunda Guerra Mundial, la Junta Consultiva de Emergencia para la Defensa Política, establecida en Montevideo a raíz de la ruptura de relaciones diplomáticas de los países latinoamericanos con las potencias del Eje, adoptó una recomendación a los gobiernos de la región para que, mientras durara el conflicto armado, no reconocieran a régimen alguno establecido por la fuerza en cualquiera de sus países sin antes realizar consultas mutuas para determinar si el nuevo gobierno cumplía con los compromisos interamericanos de defensa continental. Esta fue, sin duda, una medida tomada para alejar el peligro de que los simpatizantes del nazi-fascismo en América Latina pudieran derrocar uno de los gobiernos a fin de impedirle cumplir los acuerdos contra el totalitarismo.

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DOCTRINA CALVO

La protección diplomática de sus ciudadanos en suelo extranjero ha sido una vieja práctica de los Estados. Hay un añoso texto del jurista suizo Emmeric de Vattel (1714-1767) que dio sustento a esta práctica, al afirmar que “quienquiera que causa un mal a un ciudadano ofende indirectamente al Estado, el que está obligado a proteger a ese ciudadano; y el soberano de aquél debiera vengar esas injurias, castigar al agresor y, si posible, obligarlo a efectuar satisfacción plena; pues de otra manera el ciudadano no obtendría el gran fin de la asociación civil, que es la seguridad”.

En razón de estas ideas, en el Derecho Internacional clásico, y aun en el contemporáneo, se ha considerado que es obligación de un Estado prestar su amparo personal y económico a sus nacionales por los daños y perjuicios que sufran fuera de sus fronteras. Ciertas Constituciones incluso obligan a los gobiernos a ejercer esa protección. En alguno de sus fallos la Corte Internacional de Justicia de La Haya afirmó que los Estados tienen la obligación “de hacer respetar en las personas de sus súbditos el Derecho Internacional”. En esta línea de pensamiento, en el siglo XIX y a comienzos del XX era una práctica corriente que los Estados, para defender los derechos y propiedades de sus ciudadanos residentes en el exterior, interviniesen en los asuntos internos de otros. Lo cual dio lugar a innumerables fricciones entre los países.

Fue célebre el reclamo de Rosa Gelbtrunk, planteado porque los bienes de un ciudadano norteamericano, que residía y tenía negocios en El Salvador, fueron saqueados por soldados levantados en armas. Los árbitros no consideraron justificada la indemnización puesto que cuando un extranjero establece en un país relaciones mercantiles se convierte en “partícipe de la suerte de los súbditos y ciudadanos del Estado en el que reside y donde cumple sus transacciones comerciales” y, en este caso concreto, el ciudadano Gelbtrunk no había sido tratado en peor forma que los demás ciudadanos salvadoreños. Esto ocurrió a principios de siglo. Se podrían citar muchos otros casos similares. El del ciudadano italiano Sambiaggio, residente en Venezuela, por ejemplo, cuyos bienes fueron gravemente afectados por una frustrada acción insurreccional, que motivó la reclamación diplomática de Italia contra Venezuela. El árbitro dictaminó en este caso que “la sola existencia de una revolución evidente presupone que un cierto grupo de individuos se ha puesto, permanente o definitivamente, fuera del alcance de las autoridades” y que, por consiguiente, “no puede decirse que ellas sean responsables por un estado de cosas creado contra su voluntad”. En la reclamación

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del “Hogar de Misioneros”, una congregación religiosa norteamericana afincada en el entonces protectorado británico de Sierra Leona, en África, por daños causados en sus bienes debido a los actos violentos ejecutados por una rebelión, el tribunal de arbitraje desechó la demanda fundado en que “ningún gobierno puede ser considerado responsable por los actos cometidos por grupos rebeldes en violación de su autoridad, salvo que se compruebe que ha actuado con mala fe o que ha mostrado negligencia en el control de la rebelión”.

Aunque más tarde cambió de criterio, el gobierno de los Estados Unidos rechazó, por medio de un cruce de notas en que intervino su Secretario de Estado Seward, las reclamaciones formuladas por Gran Bretaña, Austria y Francia por las pérdidas que la guerra civil norteamericana de mediados del siglo XIX causó en los negocios y propiedades de los súbditos de sus respectivos países. En aquel tiempo los Estados Unidos eludieron toda responsabilidad por las acciones realizadas por grupos humanos, especialmente los llamados “confederados” de los estados del sur, que habían escapado a todo control de la autoridades federales.

Fue tal la avalancha de este tipo de reclamaciones diplomáticas en el convulsionado mundo latinoamericano que, como reacción a ellas, el internacionalista argentino Carlos Calvo (1822-1906) planteó en su libro Derecho Internacional Teórico y Práctico (1896) la tesis de que los Estados no son responsables por las pérdidas causadas a los extranjeros a causa de insurrecciones armadas, guerras civiles o alteraciones del orden público, por lo que no pueden aceptar reclamaciones de indemnización propuestas por otros Estados.

Esta tesis fue conocida a fines del siglo XIX con el nombre de doctrina Calvo y de ella se derivó la llamada <cláusula Calvo, que es la renuncia expresa a toda reclamación diplomática de daños y perjuicios que hace un inversor extranjero, sea persona física o persona jurídica, al momento de formalizar la relación contractual con un Estado.En realidad la doctrina Calvo es más amplia que la cláusula Calvo y tiene que ver con el principio de no intervención de los Estados en los asuntos internos de otros. Calvo fue uno de los adalides que tuvo este principio a fines del siglo XIX. La cláusula Calvo no es más que un desprendimiento de su doctrina: es la aplicación de parte de ella a las relaciones contractuales entre un gobierno y un ciudadano o corporación extranjeros. Responde a la necesidad de asegurar que éstos no recurrirán a la protección de su gobierno cuando estimen que han sufrido daño de las autoridades del país con el que han contratado. Con

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lo cual los extranjeros tendrían una situación de privilegio y desigualdad con relación a los nacionales.

La cláusula Calvo tiene varias modalidades, pero todas se enmarcan en la idea de que un Estado no debe asumir más obligaciones hacia los extranjeros que aquellas que su Constitución y leyes reconocen para los nacionales. Bajo este principio general, los Estados suelen incluir en sus contratos con extranjeros una estipulación en virtud de la cual éstos renuncian explícitamente a toda intención de acudir a la protección diplomática de su gobierno en los casos de conflicto a que dé lugar el contrato. En otra modalidad, menos rigurosa, este dispositivo contractual sólo admite la interposición diplomática en caso de una clara denegación de justicia a un ciudadano extranjero, o bien le obliga a agotar la vía y las instancias de la justicia local ante de recurrir al amparo diplomático de su gobierno.

El propósito que tuvo Calvo al enunciar su teoría fue precautelar la soberanía de los Estados receptores de inversión extranjera ante las presiones e injerencias en sus asuntos internos por otros países a propósito de la protección de su nacionales, puesto que los Estados cuya nacionalidad ostentaban los inversionistas solían considerar que el Estado receptor era responsable de la debilidad de la organización estatal y de la incapacidad para mantener el orden público, por lo que debía resarcir los daños sufridos por los ciudadanos extranjeros a causa de la ruptura del orden jurídico y político.

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DOCTRINA CARRANZA

El 17 de octubre de 1915 el Primer jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo, don Venustiano Carranza, salió del puerto de Veracruz, donde se había instalado desde la infidencia del General Villa, para recorrer varios Estados fronterizos con el fin de cerciorarse de sus necesidades y hacer ver ante la Nación entera que sus relaciones con el General Álvaro Obregón eran cordiales, pues los enemigos de la Revolución residentes en los Estados Unidos habían propalado la noticia de que existía un serio distanciamiento entre el Primer jefe y el divisionario sonorense. A este efecto acompañó en su gira al señor Carranza el General Obregón, quien fue en realidad el autor de la idea e hizo invitación al Primer jefe para que recorrieran juntos esa parte del país.

Con motivo de esa gira política, el señor Carranza pronunció varios discursos de trascendencia desde el punto de vista internacional, discursos improvisados que no se concretaron exclusivamente a tratar de política exterior, sino que, como es natural abarcaron distintos temas de política interior; motivo por el cual no se pudo formar con ellos un todo armónico respecto a su doctrina internacional.

Por eso fue que el propio señor Carranza comprendiendo la necesidad de precisar sus ideas sobre la política internacional que había de seguir México, por lo menos durante su Gobierno, el año de 1918 puntualizó sus conceptos en su mensaje presidencial presentado al Congreso de la Unión el 1o. de septiembre de aquel año.

En ese mensaje del Ejecutivo están consignadas las ideas que contiene la llamada "Doctrina Carranza".

Estos son los términos textuales de dicho mensaje:

"La política internacional de México se ha caracterizado por la seguridad en el desarrollo de los principios que la sustenta. Los resultados adquiridos son suficientemente satisfactorios para que se haya apoyado el Ejecutivo en las cuestiones internacionales que hayan surgido durante el año de que informó. El deseo de que iguales prácticas que las adoptadas por México sigan los países y las legislaciones todas, pero en particular la América Latina, cuyos fenómenos específicos son los mismos que los nuestros, han dado a tales principios un carácter doctrinario muy significativo, especialmente si se considera que fueron

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formulados por el que habla, como Primer jefe del Ejército Constitucionalista, Encargado del Poder Ejecutivo de la Nación, en plena lucha revolucionaria, y que tenían el objeto de ilustrar al mundo entero de los propósitos de ella y los anhelos de paz universal y de confraternidad latinoamericana.

"Las ideas directrices de la política internacional son pocas, claras y sencillas. Se reducen a proclamar que todos los países son iguales; deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus leyes y su soberanía; que ningún país debe intervenir en ninguna forma y por ningún motivo en los asuntos interiores de otro. Todos deben someterse estrictamente y sin excepciones al principio universal de no intervención, que ningún individuo debe pretender una situación mejor que la de los ciudadanos del país a donde va a establecerse, ni hacer de su calidad de extranjero un título de protección y de privilegio. Nacionales y extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del país en que se encuentran; y finalmente, que las legislaciones deben ser uniformes e iguales en lo posible, sin establecer distinciones por causa de nacionalidad, excepto en lo referente al ejercicio de la soberanía.

"De este conjunto de principios resulta modificado profundainente el concepto actual de la diplomacia. Esta no debe servir para la protección de intereses particulares, ni para poner al servicio de éstos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los Gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos.

"La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la confraternidad universal.

"Las ideas directrices de la política actual, en materia internacional, están a punto de ser modificadas, porque han sido incompetentes para prevenir las guerras internacionales y dar término en breve plazo a la conflagración mundial. México trató de contribuir a la reforma de los viejos principios, y ya ha manifestado en diversas ocasiones que está pronto a prestar sus buenos servicios para cualquier arreglo. Hoy abriga la esperanza de que la conclusión de la guerra será el principio de una nueva era para la humanidad, y de que el día que los intereses particulares no sean el móvil de la política internacional, desaparecerán gran número de causas de guerras y de conflictos entre los pueblos.

"En resumen, la igualdad, el mutuo respeto a las instituciones y a las leyes, y la firme y constante voluntad de no intervenir jamás, bajo ningún pretexto, en los asuntos interiores de otros países, han sido los principios fundamentales de la política internacional que el Ejecutivo de mi cargo ha seguido, procurando, al mismo tiempo, obtener para México

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un tratamiento igual que otorgar, esto es, que se le considere en calidad de nación soberana, al igual de los demás pueblos; que sean respetadas sus leyes y sus instituciones y que no se intervenga en ninguna forma en sus negocios interiores".

De tal mensaje presidencial se destacan las ideas fundamentales de la "Doctrina Carranza", que son las siguientes:

"DOCTRINA CARRANZA"

I. Todas las naciones son iguales ante el Derecho. En consecuencia deben respetar mutua y escrupulosamente sus instituciones, sus Leyes y su soberanía, sometiéndose estrictamente y sin excepciones al principio universal de no intervención.

II. Nacionales y extranjeros deben ser iguales ante la soberanía del Estado en que se encuentran; de consiguiente ningún individuo debe pretender una situación mejor que la de los ciudadanos del país donde va a establecerse y no hacer de su calidad de extranjero un título de protección y privilegio.

III. Las legislaciones de los Estados deben ser uniformes y semejantes en lo posible, sin establecer distinciones por causa de nacionalidad, excepto en lo referente al ejercicio de la soberanía.

IV. La diplomacia debe velar por los intereses generales de la civilización y por el establecimiento de la confraternidad universal; no debe servir para la protección de intereses particulares, ni para poner al servicio de éstos la fuerza y la majestad de las naciones. Tampoco debe servir para ejercer presión sobre los Gobiernos de países débiles, a fin de obtener modificaciones a las leyes que no convengan a los súbditos de países poderosos.

DOCTRINA JUAREZ

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En el porfiriato, Vida política exterior. Segunda parte de la Historia Moderna de México, Daniel Cosío Villegas reconstruye con malicia lo que tuvo que pasar Francia para reanudar relaciones diplomáticas con el país al que invadió y salió derrotado. Más de 13 años tardó Francia en encontrar un camino tangencial hasta que tuvo que someterse a la Doctrina Juárez.

En diciembre de 1867, luego de restaurar la República, Juárez abrió las sesiones del Congreso con un discurso en el que estableció las condiciones para reanudar relaciones con los EU, Inglaterra y Francia. Los primeros dos países no tuvieron problemas. Pero a Francia, cuenta Cosío, Juárez prácticamente la humilló como pago a la invasión militar:

“Ellas (las potencias europeas), rompieron voluntariamente sus relaciones con México; unas, porque le hicieron la guerra; y las demás, porque desconocieron a la República (Mexicana) al reconocer al gobierno espurio de Maximiliano. México, ante esta situación, no se niega a reanudar las relaciones, pero lo hará sólo cuando se llenen estos tres requisitos: Que esas potencias manifiesten su deseo y su interés en el restablecimiento de relaciones; que admitan la caducidad de todos los tratados y convenciones vigentes antes de la Intervención y que los nuevos (tratados) que los reemplacen se negocien sobre bases justas y convenientes para el país”.Las relaciones pudieron ser reanudadas hasta 1880 y luego de que Francia tuvo que negar cualquier exigencia para el pago de daños por la guerra y aceptar que México tenía derecho de hacer reclamaciones por la invasión. La Francia que invadió México fue la de Napoleón III -apodado El Pequeño por Víctor Hugo en una novela paródica- y la Francia que quiso reanudar relaciones fue la de los republicanos que inclusive apoyaron a México contra la invasión francesa.

Pero a cada intento de Francia, México enarbolaba la Doctrina Juárez de un país agredido militarmente. Las tres condiciones de Juárez fueron aterrizadas en puntos aún más concretos: Que Francia le diera a México el grado de nación más favorecida, que le pagara una indemnización por los daños y perjuicios sufridos a causa de la Intervención y que renunciara a sus reclamaciones contra México.Francia se negó, buscó caminos a veces extraños y cómicos, ofreció que la reanudación se realizara simultáneamente con precisión horaria. Funcionarios y diplomáticos de las dos naciones decidieron hacer negociaciones por su cuenta y sin autorización oficial y se toparon con la Doctrina Juárez. Y no era para menos: Francia impuso en México a un príncipe extranjero, invadió el país y lo sumó a su imperio. Curiosamente le correspondió al presidente Porfirio Díaz, quien como general juarista había derrotado a Francia en algunas batallas, reanudar relaciones, pero

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siempre imponiendo las condiciones de Juárez.

El punto que irritó a los franceses fue el que México no buscaba relaciones con Francia, aunque las necesitaba. Intervinieron varios países sudamericanos como negociadores y altos funcionarios de los Estados Unidos, pero México logró imponer su orgullo como principio: Era una nación ofendida con la invasión francesa. Ahí se dio la segunda y estrepitosa derrota de Francia: Aceptar el argumento de orgullo de México. México nunca dio el primer paso. Y Francia se tragó su orgullo ante México.

La argumentación mexicana era inflexible: “Si Francia manifiesta su deseo de reanudar relaciones, México se prestará a ello”. Pero México nunca dio el primer paso. El canciller José María Lafragua lo reafirmó en un cable a Ignacio Mariscal, ministro representante ante el Gobierno de Washington: México estaría dispuesto a reanudar, pero “esto no quiere decir que México entre desde luego a formular reclamaciones; pero sí que tiene que dejar a salvo los derechos que tenga para el caso en caso de que se necesite o se pueda hacerlos valer”.

La clave eran los principios de México: No realizar reclamaciones pero dejar abierto ese derecho. Francia, aún como potencia imperial, quería doblar a México imponiendo sus propias condiciones. El asunto se complica con dos eventos realizados en Francia: La Exposición Universal de París de 1878 y el Congreso de la Unión Postal también de 1878. México estaba invitado a ambos eventos, pero se atravesaba el hecho de que no había relaciones diplomáticas.

Francia quiso usar mañosamente los eventos para dar por sentado que ya había relaciones, pero México fue fiel al orgullo de la Doctrina Juárez. Un par de enviados franceses le fijaron al presidente Díaz las tres condiciones de Francia para reconocer a Díaz: Olvido recíproco del pasado, renuncia recíproca a toda reclamación y ningún pago por reclamaciones emanadas de la Intervención. Díaz los despachó con desdén: México no aceptaba más condiciones que las de la Doctrina Juárez. Y México no estuvo oficialmente en ninguno de los dos eventos.

Al final, Francia aceptó las condiciones mexicanas y las relaciones se reanudaron. Frente al peso de la historia con un país que dos veces invadió México, Nicolas Sarkozy es apenas un accidente histórico y Florence Cassez es una delincuente sentenciada.

DOCTRINA DRAGO

En diciembre de 1902, habiendo soportado una serie de conflictos internos muy severos, Venezuela no puede responder a las obligaciones contraídas con un grupo de acreedores extranjeros. Ante esta situación,

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los países a los que pertenecían los acreedores (Alemania, Inglaterra e Italia) bloquearon y atacaron las costas venezolanas con una escuadra integrada por veinte buques de guerra.

En este marco y ante la preocupación internacional generalizada ante este ataque, el ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, el doctor Luis María Drago elaboró una doctrina, dada a conocer en esta fecha, que se puede sintetizar en el siguiente concepto: “ninguna potencia europea puede obligar a una república americana, por medio de la fuerza, al pago de las deudas públicas contraídas con los estados o los súbditos extranjeros”. Esta teoría, conocida como “doctrina Drago”, fue adoptada por el Derecho Internacional y significó un importante avance en ese campo.

Luis María Drago (1859-1921) nació en Buenos Aires y transitó los caminos de la prensa, las letras, el derecho y la política. Nieto de Bartolomé Mitre, se desempeñó como periodista en el diario “La Nación”. En 1882, fue electo como diputado por la provincia de Buenos Aires y, luego, inició una carrera en los tribunales civil y penal, tarea que lo ocupó durante 20 años de su vida. En el año 1902, fue designado por el presidente de la Nación, Julio A. Roca, como ministro de Relaciones Exteriores de su gabinete.