El Diplo Mar 15

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  • marzo 2015el dipl, una voz clara en medio del ruido Capital Intelectual S.A.

    Paraguay 1535 (1061) Buenos Aires, ArgentinaPublicacin mensualAo XVI, N 189Precio del ejemplar: $35En Uruguay: 100 pesos

    www.eldiplo.org

    Jos NataNsoN marcelo fabiN saiN aldo ferrer Noem breNta claudio scaletta marius schattNer reNaud lambert serge halimi

    Citizenside/Christos Stamos/citizenside.com

    Dossier

    argentina: el fin del viento de cola

    el debate por la ley de inteligencia

    El impacto de la baja del precio de los commodities: soja y petrleo, claves del nuevo escenario. Pgs 4 a 9

    La muerte de Alberto Nisman impuls la reforma, una asignatura pendiente de la democracia. Pgs. 3 y 10 a 12

    Europa: renace la izquierda

    El triunfo de Syriza en Grecia y el ascenso de Podemos en Espaa recrean la esperanza en una Europa en crisis

  • 2 | Edicin 189 | marzo 2015

    por Jos Natanson

    La muerte de Alberto Nisman, la pre-cuela de su denuncia contra el go-bierno y las secuelas de la investiga-cin, la reforma de los servicios de inteligencia y la marcha de los fisca-les confirman, una vez ms, la dinmica centr-fuga y anticooperativa de la poltica argentina. La saga completa, de la que an no hemos visto el final, resulta estremecedora, no por familiar menos deprimente. Cmo se explica este es-tilo? Antes que echar culpas y entrar en un re-parto de responsabilidades, si es consecuencia del autoritarismo del gobierno o la actitud de la oposicin, intentemos una mirada ms estruc-tural a partir de tres dimensiones: la cultura po-ltica, el sistema de partidos y el ecosistema me-ditico, que tal vez ayuden a explicar el estilo ex-cntrico en su primera acepcin: lejos del cen-tro tan caracterstico de la poltica argentina.

    Cultura polticaLa cultura poltica es como las brujas: nadie la ha visto pero que la hay, la hay. La nuestra, co-mo todas, mezcla rasgos diversos y hasta con-tradictorios, entre los que cabe sealar la fuer-te tradicin inmigrante y la impronta anarquista y socialista de fines del XIX, que deriv en una conciencia igualitarista indita en Amrica Lati-na y, ms tarde, en un fuerte impulso plebeyo de ampliacin de derechos. Una sociedad civil vi-brante, sindicatos slidos y tradiciones partida-rias muy arraigadas (con estructuras partidarias dbiles y movimientistas), definen un mix parti-cular, marcado por un fuerte protagonismo de la sociedad por sobre el Estado, evidenciado en la multiplicacin de movilizaciones no slo por parte de los clsicos actores populares sino tam-bin de nuevos sujetos reclamantes (los ahorris-tas, los caceroleros, los prefectos, el campo).

    Sobre el fondo de la tensin siempre irresuel-ta entre la tradicin liberal (y su sujeto: la clase media) y la populista (y el suyo: el pueblo), se recorta un pas con bajos niveles de institucio-nalidad, incluso en comparacin con otros Es-tados latinoamericanos. La peculiaridad argen-tina es la combinacin de baja institucionalidad con alta politizacin. Esto no es un elogio ni una crtica; simplemente es una descripcin. Las instituciones son, bsicamente, mediaciones, y en Argentina pareciera como si solo una fina capa de gelatina separara a la nica autoridad verdaderamente reconocida la autoridad pre-sidencial de los factores de poder, sean stos empresas, sindicatos, movimientos sociales o la opinin pblica movilizada. La consecuencia es una tendencia decisionista que deriva en ci-clos breves de ilusin y desencanto que dificul-tan la construccin de polticas consensuadas y de largo plazo. Ante crisis como la hiperinfla-cin de 1989 o el estallido de 2001, e incluso an-

    te momentos de alta tensin como el conflicto del campo del 2008, los actores tienden a com-portarse de modo poco cooperativo, al filo de los posicionamientos antisistema.

    Sistema de partidosLa segunda explicacin es de sistema poltico. Los bipartidismos, de entre los cuales el ejem-plo modlico es el estadounidense, tienden a ordenar la poltica en torno a un eje claramen-te definido, lo que otorga nitidez a las opciones disponibles y transparenta la diferencia, que es el eje de la construccin democrtica en las so-ciedades contemporneas. Como la fuerza que est en la oposicin sabe que el da de maana puede acceder al gobierno, tiene incentivos pa-ra plantear polticas constructivas, lo que alien-ta una coordinacin que fortalece esquemas institucionales ms balanceados y que, en mo-mentos de crisis, permite articular alianzas de salvacin nacional mediante el acuerdo de dos fuerzas fundamentales (1). El bipartidismo es un elogio del centro.

    El Pacto de Olivos fue el momento cumbre y a la vez el inicio de la decadencia del bipartidis-mo vigente desde la transicin democrtica. A partir de ese momento, uno de los miembros del dueto, el radicalismo, inici un declive progre-sivo que el triunfo de De la Ra no pudo frenar. Hoy, ms de dos dcadas despus, Argentina su-fre un sistema de partidos desequilibrado y en permanente mutacin. Tcnicamente un mul-tipartidismo con fuerza predominante, parece un lego de mil piezas manipulado por un chico inquieto que lo rearma ante cada eleccin. Re-cordemos: cinco candidatos del 20 por ciento en 2003, kirchnerismo versus dos coaliciones en 2007, kirchnerismo contra una oposicin pul-verizada en 2011, y en el medio un radicalismo con presencia nacional pero sin candidato a pre-sidente, formaciones provinciales y aun muni-cipales que de un da al otro se convierten en opciones nacionales competitivas, y un peronis-mo indestructible y plstico que todo lo abarca.

    Esta singular morfologa partidaria alimen-ta la centrifugadora. Las fuerzas de oposicin, obligadas competir entre ellas antes que con el gobierno, caen a menudo en una radicalizacin extrema, mientras que el oficialismo enfrenta dificultades para econtrar interlocutores oposi-tores autorizados (en los pocos casos en los que decide buscarlos), como sucedi con la reforma del Cdigo Penal, elaborada por una comisin multipartidaria pero abortada por la dinmica impuesta por un actor nuevo (el massismo) que arras con ella apenas repar en que esto le re-sultaba conveniente. Como el peronismo apare-ce como la nica posibilidad cierta de acceder al poder, todos, o casi todos, se declaran pero-nistas, lo que condena a la irrepresentatibidad

    al sector de la sociedad referenciado en la lar-ga tradicin republicana, que Juan Carlos Torre define como los hurfanos de la poltica de par-tidos (2). En este escenario de baja alternan-cia, o de alternancia intraperonista, el peligro no deriva tanto de quien est en el poder como de aquel que aspira a ocuparlo: si cree que nunca le va a llegar el turno, si piensa que sus chances se reducen a cero, se corre el riesgo de que agote su paciencia democrtica y se deje seducir por el canto de sirena de los atajos autoritarios, como en Venezuela.

    MediosEstas caractersticas explican en buena medi-da la dinmica que adquiri el caso Nisman, un episodio que podra haber empujado a los acto-res polticos a comportarse de un modo sereno y prudente e incluso haber funcionado como la oportunidad para iluminar una de las zonas os-curas de la democracia, los stanos de los servi-cios de inteligencia, y que en cambio deriv en un ro revuelto de medias verdades, pistas falsas y operaciones. En trminos sociales, el resultado parecera ser la afirmacin de las dos minoras intensas de la polarizacin kirchnerista: para la oposicin ms visceral, fue una demostracin de que estamos ante un gobierno dispuesto a todo (el ahora matan de Elisa Carri); para el kirch-nerismo sunnita, una operacin, probablemente digitada desde afuera, para forzar su salida an-ticipada del poder. En este sentido, la muerte de Nisman opera sociolgicamente como un refor-zador de ideas previamente constituidas (que el kirchnerismo es asesino, que la oposicin es golpista), lo que curiosamente lleva a ambos n-cleos duros a dudar de la hiptesis del suicidio, que al cierre de esta edicin segua siendo la ms probable de acuerdo al expediente judicial.

    La prensa le agrega un plus de melodrama a este cuadro confuso. Por su propia forma de fun-cionamiento, los medios, en especial los audio-visuales, tienden a generalizar y simplificar, es-pectacularizan incluso los hechos ms triviales y, ante un caso policial, operan bajo una lgica de serializacin que exige novedades permanen-tes. Pedirle calma a la televisin es como pedir-le serenidad a un epilptico. Y aunque la premi-nencia meditica no es una realidad exclusiva de la Argentina, porque los medios ocupan un lu-gar central en todas las democracias modernas, aqu desempean un rol particular: la presencia de una amplia clase media y una larga tradicin letrada alimentan una oferta que, con ocho dia-rios de circulacin nacional, tres peridicos de negocios y cinco seales de noticias que trasmi-ten 24 horas, resulta comparativamente ms am-plia que la de cualquier otro pas latinoamerica-no. Un ecosistema meditico denso y cuyo actor principal, el Grupo Clarn, goza de un poder re-

    La centrifugadora argentina

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    por Marcelo Fabin Sain

    lativamente superior al de otros con-glomerados de la regin, incluyendo la Red Globo y Televisa (3).

    FronterasEn Argentina la muerte no es parte del juego poltico. Podra ser diferente: de hecho, lo fue durante dcadas y todava lo es en pases como Mxico, Hondu-ras o Colombia, donde, sobre todo en las regio-nes perifricas, funciona como un recurso ms de la poltica cotidiana. Aqu la muerte se volvi intolerable, y ese es uno de los pocos consensos transversales de nuestra democracia, duramen-te conseguido. Por eso de 1983 para ac la muerte establece siempre una frontera: cada muerte es un fracaso de la democracia que obliga a las ins-tituciones a reaccionar. El Estado puede hacer cualquier cosa salvo ignorarla.

    La muerte de Omar Carrasco decidi al mene-mismo a terminar con el servicio militar obliga-torio, las de Kosteki y Santilln obligaron a Du-halde a adelantar las elecciones, la de Axel Blum-berg llev a una reforma del Cdigo Penal, las de Cromagnon derivaron en el juicio poltico a An-bal Ibarra y las de la Estacin Once catalizaron un cambio en la poltica ferroviaria. La aparicin sin vida del cuerpo de Nisman forz una nueva ley de inteligencia. No todas las respuestas fue-ron positivas: no lo fue, por ejemplo, el giro pu-nitivista que sigui a la muerte de Blumberg y las masivas manifestaciones convocadas por su padre. Sin embargo, siempre hubo un antes y un despus de la muerte, lo que demuestra que la democracia argentina porta el antgeno de la vio-lencia poltica, que el anticuerpo funciona. Pero cuidado. En un pas abierto a la transformacin y al conflicto, hemos aprendido cmo introducir los cambios necesarios para salir de los atollade-ros en los que nosotros mismos nos colocamos. Todava tenemos que aprender a sostener colec-tivamente esos cambios. g

    1. El bipartidismo, como todo sistema de partidos, est lejos de ser perfecto. En algunos casos, su tendencia centrpeta lleva a que las dos grandes fuerzas se confundan en una sola, lo que puede generar un esquema de componendas que alimenta la corrupcin y hace que la sociedad tenga dificultades para distinguir a uno del otro, con posibles salidas disruptivas, como sucedi en la Venezuela pre-Chvez y podra suceder en Espaa.2. Los hurfanos de la poltica de partidos. Sobre los alcances y la naturaleza de la crisis de representacin partidaria, en Desarrollo Econmico, vol. 42, N 168.3. Martn Becerra y Guillermo Mastrini, Los dueos de la palabra: Acceso, estructura y concentracin de los medios en la Amrica latina del Siglo XXI, Prometeo, Buenos Aires, 2009.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    StaffDi rec tor: Jos Natanson

    Re dac cinCarlos Alfieri (editor)Pablo Stancanelli (editor)Creusa Muoz Luciana GarbarinoLaura Oszust

    Se cre ta riaPa tri cia Or fi lase cre ta ria@el di plo.org

    Co rrec cinAlfredo Corts Germn Conde

    DiagramacinCristina Melo

    Co la bo ra do res lo ca lesNatalia Aruguete Noem BrentaNazaret Castro Julin Chappa Aldo FerrerCarolina Keve Federico LorenzMarina OybinMarcelo Fabin SainJosefina SartoraClaudio Scaletta

    IlustradoresGustavo CimadoroSike

    Tra duc to resJulia BucciGeorgina FraserTeresa GarufiAldo GiacomettiFlorencia Gimnez ZapiolaPatricia MinarrietaBrbara Poey SowerbyGustavo RecaldeCarlos Alberto Zito

    Diseo originalJavier Vera Ocampo

    Produccin y circulacinNorberto Natale

    PublicidadMaia Sona [email protected]@eldiplo.org

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    Fotocromos e impresin: Rotativos Patagonia S.A. Aroz de Lamadrid 1920, Ciudad Autnoma de Buenos Aires. Le Monde diplomatique es una publicacin de Capital Intelectual S.A., Paraguay 1535 (C1061ABC) Ciudad Autnoma de Buenos Aires, Argentina, para la Repblica Argentina y la Repblica Oriental del Uruguay. Redaccin, administracin, publicidad, suscripciones, cartas del lector: Tel/Fax: (5411) 4872 1440 / 4872 1330 E-mail: [email protected] En internet: www.eldiplo.org. Marca registrada. Registro de la propiedad intelectual N 348.966. Queda prohibida la reproduccin de todos los artculos, en cualquier formato o soporte, salvo acuerdo previo con Capital Intelectual S.A. Le Monde diplomatique y Capital Intelectual S.A. Distribucin en Cap. Fed. y Gran Bs. As.: Vaccaro Hermanos y representantes de Editoriales S.A. Entre Ros 919, 1 piso. Tel. 4305 3854, C.A.B.A., Argentina. Distribucin en Interior y Exterior: D.I.S.A., Distribuidora Interplazas S.A. Pte. Luis Senz Pea 1836, Tel. 4305 3160. CF. Argentina.

    El 26 de enero, la presidenta Cristi-na Fernndez anunci la remisin al Congreso de la Nacin de un pro-yecto de ley orientado a reformar el sistema de inteligencia nacional en aspectos sustantivos. Rpidamente, sin que me-diara el tiempo necesario para una mnima re-flexin sobre el contenido del anuncio presiden-cial o para efectuar alguna escueta evaluacin poltica, el conjunto de la oposicin se opuso al unsono, echando mano a diferentes motivos y razones, mientras que el partido oficial manifes-t un tibio apoyo a la iniciativa.

    Un buen anlisis del contexto de emergencia y de las condiciones poltico-institucionales de la propuesta oficial de reforma brinda algo que habitualmente se pierde de vista: las acciones polticas las llevan a cabo actores en situacin, esto es, actores polticos en circunstancias que no producen ni manufacturan a su gusto sino que estn ah, en ese lugar y en ese momento, y que pueden resultar constrictivas o habilitan-tes, dependiendo, entre otras cuestiones, de las capacidades e intereses polticos de esos mis-mos actores para comprender aquellas condi-ciones situacionales, as como de sus habilida-des y capacidades para obrar en ese escenario. Abordar una reforma institucional de semejan-te envergadura sin tener en cuenta estos facto-res es una licencia tolerable para diletantes o para especuladores. En suma, los actores y el contexto cuentan.

    Desgobierno polticoCon el anuncio, Cristina Fernndez efectu una autocrtica poco habitual en la clase poltica ar-gentina, la que llamativamente pas inadvertida por propios y ajenos. Sostuvo que la reforma del sistema de inteligencia nacional era una deuda pendiente de la democracia desde el ao 1983 y que dicho dbito pesaba, segn sus palabras, sobre todos los que hemos sido gobierno des-de entonces, incluidos, por cierto, el gobierno de Nstor Kirchner y el que ella misma lidera.

    Y fue ms a fondo en la exgesis de la crisis ins-titucional en ciernes. Sostuvo que, a partir de 2013, integrantes ms precisamente, servicios de la Secretara de Inteligencia comenzaron a bom-bardear el Memorndum de Entendimiento en-tre el gobierno argentino y el de la Repblica Isl-mica de Irn sobre los temas vinculados al ataque terrorista a la sede de la AMIA en julio de 1994. Lo hicieron de manera soterrada mediante la prolife-racin de una serie de denuncias contra esta Pre-sidente de lo ms inslitas, las que se sucedieron vertiginosamente con la complicidad de grupos de fiscales, de grupos de jueces, de los consabidos denunciantes annimos y tambin de los periodis-tas amplificadores o medios de desinformacin.

    Capital Intelectual S.A.

    Le Monde diplomatique (Pars)

    La circulacin de

    Le Monde diplomatique,

    edicin Cono Sur, del mes

    de febrero de 2015 fue de

    25.700 ejemplares.

    Fundador: Hubert Beuve-MryPresidente del Directorio y Director de la Redaccin: Serge HalimiDirector Adjunto: Alain GreshJefe de Redaccin: Pierre Rimbert1-3 rue Stephen-Pichon, 75013 Pars Tl.:(331) 53 94 96 21Fax: (331) 53 94 96 26Mail:[email protected]: www.monde-diplomatique.fr

    Editorial

    (Contina en la pgina 10)d

    Entre lo ideal y lo posible

  • 4 | Edicin 189 | marzo 2015

    La hora de la audacia

    Al analizar el orden internacional desde la perspectiva de un pas en desarrollo es necesario ob-servar las tendencias duraderas y los problemas inmediatos. En la economa mundial persiste la transformacin del comercio, con un peso cre-ciente de las manufacturas y los servicios de alto contenido tecnolgico y la declinacin relativa de los productos primarios. El mayor crecimien-to del comercio mundial se registra entre pases industriales (la relacin centro-centro), a partir de la especializacin intra-industrial dentro las mismas ramas productivas, de bienes y servicios avanzados. Mientras tanto, el intercambio de ma-nufacturas de pases industriales por productos primarios de los pases subdesarrollados (la rela-cin centro-periferia) fue perdiendo peso relativo en el comercio mundial. A su vez, el comercio en-tre economas perifricas sigue siendo marginal.

    por Aldo Ferrer*

    Argentina ante el nuevo escenario econmico internacional

    En aos recientes, en virtud del aumento de la demanda de los pases emergentes, China en primer lugar, hubo un crecimiento y una mejora de los precios de los productos primarios. Pero esto no ha transformado las tendencias recin sealadas. Al mismo tiempo, el extraordinario desarrollo industrial de los pases emergentes de Asia los ha convertido en protagonistas del comercio mundial de manufacturas. China, con su fenomenal transformacin industrial, repro-duce la experiencia japonesa y de economas industriales emergentes como Corea y Taiwn. Actualmente, estos pases forman parte de la divisin internacional del trabajo intra-indus-trial, del segmento dinmico del comercio mun-dial. As, el comercio intrarregional en el espa-cio asitico y el comercio entre estas economas emergentes y los antiguos pases industriales del Atlntico Norte es hoy, esencialmente, un comercio de manufacturas intra-industrial, con

    un gran dinamismo de la transmisin de conoci-miento y de la tecnologa.

    El viejo Centro aparece hoy ampliado con es-tos nuevos actores que vienen del antiguo Ter-cer Mundo, los cuales, desde el punto de vista del comercio internacional, se comportan como los miembros histricos de aquel Centro. Es lo que sucede con China respecto de frica y Amrica Latina: exporta manufacturas y capital e importa productos primarios.

    Consolidar la densidad nacionalEstos hechos son esenciales para el desarrollo de Argentina, porque, si un pas no participa de las corrientes dinmicas de la tecnologa, la in-dustria y el conocimiento, queda reducido a una especializacin en actividades de baja densidad tecnolgica que reproducen su condicin perif-rica. Frente a esta nueva realidad, el primer de-safo de Argentina es decidir si seguiremos ocu-

    DossierDesarrollo y materias primas

    Las bajas en los precios de los commodities plantean algunos interrogantes sobre el futuro de la economa argentina. Pero en definitiva son los factores internos los que determinan el rumbo del pas. Para salir de su condicin perifrica, Argentina debe insertarse en las corrientes dinmicas de la tecnologa, la industria y el conocimiento.

    Carnes argentinas exhibidas en un mercado de Londres, ca. 1925 (The Tella Co. Ltd/Archivo General de La Nacin)

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    pando una posicin perifrica en virtud de nues-tro estilo de especializacin o, por el contrario, integraremos la estructura productiva, agregan-do valor y tecnologa a la actividad primaria y cerrando los agujeros que tiene nuestro sistema industrial en autopartes, productos electrni-cos, productos qumicos, bienes de capital. Es decir, generando capacidad competitiva, incor-porndonos a una divisin del trabajo en la cual aumenta el contenido de ciencia y tecnologa de nuestras exportaciones. Tradicionalmente el co-mercio exterior del pas est muy desbalancea-do: el valor unitario de las importaciones es mu-cho mayor que el de las exportaciones, en virtud de su diferente contenido tecnolgico. En bue-na medida, los desafos de Argentina y Amrica Latina siguen siendo similares a los que plantea-ron, despus de la Segunda Guerra Mundial, Ral Prebisch, Celso Furtado y los grandes economis-tas latinoamericanos.

    El comportamiento de la actividad financiera plantea otros problemas sistmicos de mediano y largo plazo. Subsiste el predominio de las finan-zas sobre la economa real y del neoliberalismo sobre la poltica econmica de los pases avanza-dos del Atlntico Norte. Las ganancias del sector financiero son una parte principal de las ganan-cias corporativas en el mundo. Como seala el economista francs Thomas Piketty (1), las ma-yores rentas relativas del capital y los extraor-dinarios sueldos de los superejecutivos, espe-cialmente en Estados Unidos, aumentan la con-centracin de la riqueza y el ingreso, con graves consecuencias en la actividad econmica y las condiciones sociales. Asimismo, la hegemona fi-nanciera constituye una amenaza a la soberana de las economas endeudadas. En este campo, la reestructuracin de la deuda argentina y el finan-ciamiento con recursos propios constituyen pa-sos fundamentales en la recuperacin del Estado y la soberana. Fue una decisin audaz que cam-bi el rumbo de los acontecimientos.

    Por otra parte, en la actualidad, la baja en las cotizaciones del petrleo y de los commodities abre interrogantes a futuro. En el sector hidro-carburos, Argentina debe recuperar el equilibrio pero a su vez desarrollar las energas no conven-cionales y la eficiencia del consumo energtico. Se han dado pasos importantes como la reactiva-cin del desarrollo de la energa nuclear.

    Respecto de los commodities, si bien es cierto que el boom se ha debilitado, es previsible que la demanda se sostenga, particularmente en ali-mentos, con consecuencias positivas para Ar-gentina pero insuficientes fuera del marco de un fuerte desarrollo industrial. Seguimos confron-tados al viejo problema de la restriccin exter-na, de cmo resolvemos el pecado capital de la economa argentina (2), resultante de la subin-dustrializacin.

    Los acontecimientos externos siempre tienen influencia, pero, en definitiva, son los factores in-ternos la solidez de las polticas de ordenamien-to macroeconmico, tipo de cambio, competiti-vidad, estabilidad los que determinan el com-portamiento de la economa nacional. Argentina tiene mercado interno, recursos, ahorro, capaci-dad para gestionar el conocimiento y proyectar-se al mundo. Es necesario entonces consolidar la densidad nacional. Vale decir, las instituciones, la inclusin social, la impronta nacional de los li-derazgos, la defensa de la soberana y el pensa-miento crtico, segn el cual, como sostena Ar-turo Jauretche, lo nacional es lo universal visto por nosotros mismos.

    El dilema nacional y popularEn los pases de Amrica del Sur que han toma-do un rumbo nacional y popular, como es el caso de Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia, los gobiernos enfatizan la soberana y la cuestin social, que son condiciones necesarias del desa-rrollo inclusivo autosustentable. Pero les cuesta

    generar estrategias que movilicen la inversin privada, fortalezcan los equilibrios macroecon-micos y amplen las bases de sustentacin de las polticas pblicas. El dilema consiste en integrar los objetivos nacionales y populares, que son co-rrectos histricamente, con el funcionamiento de economas de mercado en las cuales la inversin privada nacional es fundamental para el desarro-llo y la generacin de empleo. Es preciso generar espacios de rentabilidad que impulsen a la inicia-tiva privada a invertir e incorporar tecnologa en las reas crticas del sistema. La competitividad de la produccin interna sujeta a la competencia internacional es esencial. La convergencia de un Estado desarrollista y el empresariado nacional son las bases del desarrollo, como lo ratifica la ex-periencia de las economas emergentes de Asia. Se trata de procesos en los cuales la inversin ex-tranjera es complementaria y nunca sustitutiva del protagonismo de los actores nacionales (3).

    En Argentina, el poder poltico tiene una auto-noma frente a los poderes fcticos muy notable, probablemente mayor que la de cualquier otro pas de Amrica Latina. Aqu, los poderes fcticos no tienen capacidad para bloquear las polticas de un gobierno que sigue una orientacin nacional y popular. Pueden resistirse pero no tienen capa-cidad de bloqueo si se consolidan los equilibrios macroeconmicos y se remueve la restriccin ex-terna, que es el principal factor determinante de las presiones inflacionarias y la fuga de capitales. Este es un problema histrico y estructural, fren-te al cual el gobierno ha demostrado que tiene ca-pacidad para mantener la situacin bajo control. Pero subsisten desequilibrios de fondo que se re-flejan en el debilitamiento del nivel de actividad y el empleo y la persistencia de un aumento de pre-cios mayor al conveniente.

    Sustituir el futuroEn tecnologa los cambios son continuos; y es ne-cesario estar atentos, porque, si no, se vuelve a caer en los problemas recurrentes de la sustitu-cin de importaciones. Argentina se ha indus-trializado sustituyendo el presente y el pasado, es decir, produciendo internamente cosas que se importan, con considerable xito a partir de la dcada de 1930 y una recuperacin notable en aos recientes. Pero la oferta y la demanda cam-bian continuamente por el avance tecnolgico. De este modo, si no se anticipan los aconteci-mientos, resulta que hoy se produce algo que se importaba ayer y maana se importan cosas que no existan y agravan la restriccin externa.

    Si no se incorpora la dimensin del futuro, es imposible resolver el problema. Por lo tanto, es necesario sustituir el futuro, incorporar el pro-greso tcnico en el tejido productivo, lo que im-plica un replanteo muy profundo de la poltica industrial. En este sentido, la industria automo-triz es paradigmtica. Es necesario contar con una industria nacional terminal de automotores, porque todas las terminales existentes son filia-les que importan los componentes de alta tecno-loga. En consecuencia, el dficit de autopartes es cada vez mayor. Hay que pensar entonces en una empresa automovilstica terminal de capi-tal argentino, de marca argentina o mejor aun mercosurea que integre la cadena de valor. Un empresario metalrgico nacional me deca das pasados: pensemos en trminos del auto elctri-co. Hay que avanzar hacia la frontera del cono-cimiento. Sobran en el pas los empresarios e in-genieros con el talento necesario e instituciones, como el INVAP, que operan en la frontera del co-nocimiento y el desarrollo tecnolgico.

    Es hora de pensar el pas en grande. Con el mismo espritu y realismo con los cuales se reestructur la deuda externa y se recuperaron el Estado nacional y la soberana. Corremos el riesgo, incluso desde una perspectiva nacional, de encerrarnos en una actitud bsicamente de-fensiva, cuando es necesario tener una actitud

    muy dinmica respecto del futuro y de la tecno-loga, con audacia. A lo largo de su historia, Ar-gentina ha demostrado que cuenta con el talen-to para hacer las cosas ms complejas: fue, junto con India, el primer pas en desarrollo que es-tableci la energa nuclear para fines pacficos; producimos satlites; la agricultura opera en la frontera tecnolgica. Estamos ante un escenario de grandes oportunidades y desafos.

    Hace falta entonces un debate ms amplio y de mayor profundidad sobre la poltica indus-trial. Argentina ha quedado muy encerrada en

    la defensa de la estruc-tura productiva exis-tente, defendiendo el mercado interno, pero debe encontrar nue-vas formas de superar los dficits estructura-les. En el sector elec-trnico, por ejemplo, es necesario integrar la cadena de valor. No alcanza con ser arma-dores de celulares o c o m p u t a d o r a s . Ha y que pensar una poltica de desarrollo regional que sea funcional al de-sarrollo de la industria

    a escala nacional. De lo contrario, el pas queda atrapado en esquemas de corto plazo, de defen-sa del mercado interno, cuando los problemas exceden ese marco de referencia.

    A su vez, es muy difcil defender el mercado interno con un dlar barato. Uno de los proble-mas que enfrenta Argentina es que cae, recu-rrentemente, en el dlar barato, el gran instru-mento del neoliberalismo para demoler buena parte de la industria argentina y profundizar la restriccin externa. Entonces, cuando hay pro-blemas de inflacin se puede caer en la tenta-cin del ancla cambiaria y aflojar un poco la pre-sin del lado de los costos, pero agravarla del la-do de la restriccin externa. El problema no es devaluar o no devaluar. Consiste en sostener un tipo de cambio real competitivo que depende de la consistencia de la totalidad de la poltica eco-nmica. Son los dilemas que hacen a la defensa de la inclusin social, del trabajo y de la sobera-na, y requieren marcos de referencia y reglas del juego consistentes con la inversin privada, con el cambio tcnico y con un Estado protago-nista en materia de educacin, ciencia, tecnolo-ga y financiamiento.

    Los proyectos nacionales y populares de Am-rica del Sur han sido muy audaces en priorizar el sentido social de la poltica. En afirmar la sobe-rana, como sucedi con el ALCA, y en los posi-cionamientos de poltica exterior, con polticas activas y altivas, como dice el ex canciller bra-sileo Celso Amorim. Hemos demostrado auda-cia en aspectos muy importantes de la realidad. Por ejemplo, en Argentina, con la creacin de un ministerio para impulsar el desarrollo cientfi-co y tecnolgico. Pero nos falta audacia en otros aspectos, como en la poltica industrial. Sin una amplia base industrial, integrada y compleja, la ciencia y la tecnologa tienen vuelo corto. Nece-sitamos mucha audacia en ese terreno tambin. g

    1. Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI, FCE, Buenos Aires, 2014. 2. Aldo Ferrer, El pecado original de la economa argentina, Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2014. 3. Aldo Ferrer, El empresario argentino, Capital intelectual, Buenos Aires, 2014.

    *Profesor emrito de la Universidad de Buenos Aires (UBA). Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    Corremos el riesgo, incluso desde una perspectiva nacional, de encerrarnos en una actitud bsicamente defensiva.

  • 6 | Edicin 189 | marzo 2015

    La opcin china

    En el anlisis econmico, la volun-tad de los buenos y los malos es tan irrelevante como la construccin de mundos ideales. Lo que importa son siempre las necesidades y las re-laciones de poder. La nueva alian-za estratgica entre Argentina y China se explica en funcin de dos variables: la demanda local de finan-ciamiento y la oferta de recursos disponibles en el mundo. Antes de vincularse con la nacin asitica, el pas recorri todo el espectro de opciones posibles: profundizar sus vnculos con Brasil, luego Rusia y, finalmente, la fallida va de regresar a los mercados financieros tradicionales. Los acuerdos cerrados en la reciente visita presidencial a China fueron, antes que nada, hijos de las circunstancias y de los cambios en la geopoltica global.

    Dlares, dlaresPartiendo desde las necesidades, alguien podra creer que los problemas de la economa local se de-ben a un gobierno dispendioso que emite mucho

    por Claudio Scaletta*

    Palanca para el desarrollo o imperialismo disimulado?

    papel moneda para cubrir sus gastos, lo que genera inflacin y con ella todos los desequilibrios imagina-bles. Adicionalmente, si la perspectiva es la del desa-rrollo dependiente, puede sumar al anlisis los costos internacionales de no alinearse con la potencia he-misfrica. Con ambos componentes se obtendr una visin rpida y autosatisfactoria del estado de las co-sas, pero tambin se confundirn efectos con causas.

    El ciclo de expansin de la ltima dcada sucedi porque, tras el fracaso de un cuarto de siglo de neo-liberalismo, los hacedores de poltica regresaron a la concepcin del crecimiento conducido por la deman-da. La idea base es que las empresas invierten cuando tienen la certeza de que vendern su produccin. Es lo opuesto a los ajustes expansivos y el clima de mer-cado que llevaron a la ruina a la periferia europea.

    Los ciclos econmicos locales son estructurales. Con un aparato industrial altamente dependiente de insumos importados, las compras al exterior aumen-tan ms que proporcionalmente al crecimiento del PIB. Mientras alcanzan las divisas de las exportacio-nes, mayoritariamente agroindustriales, todo marcha

    sobre ruedas. Pero con el tiempo, el saldo de la balan-za comercial se reduce de manera progresiva. Hist-ricamente, la escasez de divisas se resolvi con deva-luaciones bruscas, inflacin, cada del ingreso y freno del producto. En otras palabras, con crisis cclicas. Sin embargo, existen alternativas para adelantarse a la escasez. Las vas principales son tres: reduccin de la demanda de insumos importados va sustitucin, expansin de las exportaciones y financiamiento ex-terno, sea a travs de crditos o inversin extranjera directa. Dicho de otra manera: o se transforma la es-tructura productiva y la insercin internacional o se consigue financiamiento. La primera va es una tarea de largo plazo; la segunda es instantnea.

    Existe tambin una cuarta va, bastante ms radi-cal, que se supone evitara la restriccin externa: eli-minar al sector que demanda divisas y concentrar to-dos los recursos en el complejo agroindustrial, que las genera. Fue la frmula ensayada entre 1976 y 2001. Al margen de los costos sociales del experimento, su resultado fue abortar la incipiente industrializacin sustitutiva sin eliminar la restriccin externa.

    DossierDesarrollo y materias primas

    En un contexto econmico de necesidad, marcado por la disminucin del ritmo de crecimiento y la escasez de dlares, el gobierno apuesta a la relacin estratgica con China como va para obtener financiamiento e inversiones. El acuerdo es resultado del fracaso de otras opciones financieras as como de los cambios en el escenario global.

    Cosecha de sal en las salinas del Bebedero, San Luis, ca. 1935 (Jos La Va/Archivo Provincial de San Luis)

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    Regresando a las tres opciones en el marco del de-sarrollo integral, y sin detenerse en causas y detalles, los cambios estructurales de la ltima dcada no al-canzaron la profundidad necesaria para evitar la lle-gada de la restriccin externa. El sector energtico, a partir de la prdida del autoabastecimiento, brind el golpe de gracia. Y una vez que la restriccin se ha-ce presente ya no hay magia: o se consigue financia-miento o el PIB se frena.

    Aunque no es un lugar comn de la discusin p-blica, vale insistir en que todo el debate sobre la res-triccin externa y sus opciones de resolucin fue mo-neda corriente durante los ltimos aos. Algunos he-terodoxos lo ignoraron porque se encontraba all le-jos, en el lago plazo, mientras que para el mainstream la estructura deba ser directamente otra. Desde la perspectiva del desarrollo la realidad es distinta, toda la economa gira hoy en torno de la necesidad de con-seguir divisas para sostener el crecimiento y desarro-llarse para, a su vez, requerir menos divisas.

    Llegado este momento, si lo que se quiere es sos-tener el crecimiento, la nica opcin de poltica es la bsqueda de financiamiento. La necesidad exclu-yente del presente, entonces, es de divisas bajo sus distintas formas. Pero antes de ingresar en el set de opciones financieras es necesario detenerse en la in-terferencia de los mundos ideales.

    UtopasVivir con lo nuestro es un libro de Aldo Ferrer cuyo ttulo ha logrado ms trascendencia que la obra mis-ma (1). La visin simplificada remite a la posibilidad de impulsar un proceso de desarrollo reduciendo al mnimo indispensable el financiamiento del exte-rior. De hecho, el crecimiento de la primera dcada de 2000 fue autofinanciado. Por qu, entonces, no podra seguirse este camino? La respuesta fue par-cialmente adelantada. No fue slo porque tras la sali-da de la convertibilidad, luego de ms de tres aos de recesin, exista capacidad instalada ociosa y buenos precios internacionales de los commodities que ga-rantizaron un abundante flujo de divisas. La explica-cin radica en que, tras la crisis, la restriccin exter-na apareca como un escenario lejano, lo que brin-d el margen necesario para el sostenimiento en el tiempo de una poltica econmica expansiva.

    La autonoma funciona mejor como utopa, como gua para la accin. Es fcil describir mundos ideales, hablar de sustitucin de importaciones, de integra-cin de cadenas de valor con proveedores locales, de financiamiento con recursos propios, de reinversin de utilidades y del regreso de los capitales argenti-nos en el exterior. Pero el ideal enfrenta en el terreno algunas limitaciones. La primera es el cambio de la escala en la produccin. Un ejemplo: slo unos po-cos pases producen, ya que hablamos de China, lo-comotoras, mientras que son apenas unos pocos ms los que fabrican automviles. Algunas ideas de Karl Marx pueden haber sido ms polticas que tcnicas, pero desde los orgenes del capitalismo la concentra-cin orgnica del capital nunca se detuvo. Esta ma-yor necesidad de capital por unidad de producto en el marco del desarrollo tecnolgico demanda para su amortizacin mercados mucho ms grandes. Argen-tina podra fabricar locomotoras en lugar de impor-tarlas, pero para sostener esa produccin necesitara venderlas en mercados globales y competir all con quienes las producen desde hace dcadas y cuentan con ingentes recursos para hacerlo. Por eso el cami-no de crecer con lo nuestro demanda hoy una in-tegracin productiva a escala regional. El desarrollo del transporte permite que dicha integracin no se limite necesariamente a regiones por proximidad geogrfica. Un ejemplo concreto es la expansin glo-bal de algunas grandes empresas argentinas, desde las que producen tubos sin costura para la industria petrolera a las que proveen turbinas para centrales hidrulicas o las que exportan satlites.

    Sin dudas el camino del desarrollo autnomo, con la mxima integracin local y en el marco de merca-dos extendidos, debe ser un objetivo, pero hay una segunda cuestin: la utopa tiene sus tiempos. La res-triccin externa no se limita hoy a una posibilidad

    terica futura; lleg y debe resolverse. La necesidad de alianzas internacionales no remite slo al ideal de la integracin en el largo plazo, sino que es un impe-rativo del presente.

    Tren a ChinaCuando el gobierno advirti la proximidad de la es-casez de dlares comenz a recorrer todo el set de ofertas financieras disponibles. Luego de reconocer que los recursos previsionales eran algo demasiado importante para dejarlos en manos de las AFJP, el entonces ministro Amado Boudou, para horror de la tropa propia, plante la necesidad de volver a los mer-cados financieros tradicionales. Puso sobre el escena-rio mucho de lo que despus impulsara Axel Kicillof, a quien le toc concretar la renegociacin con el Club de Pars, comenzar a pagar algunos juicios en el Ciadi y trabajar para bajar las tensiones con los organismos financieros. Cuando estas tareas se completaron, los viejos maestros en correr el arco contraatacaron de la mano del Poder Judicial estadounidense, que en sus tres instancias convalid el intento de voltear la tota-lidad de la reestructuracin de la deuda pblica local. Mediante el bloqueo judicial, Argentina fue obligada a abandonar la estrategia pro mercado y debi re-legar el objetivo de continuar sus alianzas histricas con Occidente. Cancelada la va financiera, lo nico que qued en pie fue la inversin extranjera directa. Fue lo que llev a Kicillof, impulsor del Informe Mos-coni, a arreglar con Repsol el pago por las acciones expropiadas. El argumento fue la necesidad de lim-piar de ruidos judiciales al sector energtico con mi-ras a alianzas como la realizada con Chevron, un cap-tulo cuya efectividad an se desconoce.

    Una historia menos pblica en la bsqueda de d-lares ocurri en tiempos de auge del ex secretario Guillermo Moreno, quien propuso a Brasil que otor-gara un prstamo al pas para reforzar las reservas del Banco Central. Aqu el problema fue la cerrada ortodoxia de la dirigencia econmica brasilea, que se escud en la falta de contrapartida argentina y con ello evit disgustar a Estados Unidos. La alianza con China no fue, por lo tanto, la primera decisin. Fue la que qued del set de opciones disponibles. Las pri-meras seales llegaron tan temprano como en 2004, cuando el propio Nstor Kirchner anunci inver-siones multimillonarias. Tambin fue un resultado aleatorio del cambio de escenario global.

    Para furia de la embajadaTras el fin de la Guerra Fra, Estados Unidos reem-plaz a comunistas por terroristas, descuid al que hasta entonces consideraba su patio trasero en el marco de la Doctrina Monroe y se concentr en los nuevos enemigos de Medio Oriente, ahora en el es-cenario de las guerras por el petrleo. El proceso coincidi con la profundizacin de la revolucin industrial china y el peso de la nueva potencia en la economa global. Al igual que todos los pases que experimentaron procesos de industrializacin ms o menos acelerados, China sac a millones de habi-tantes de la pobreza, experiment un xodo campo-ciudad con sofisticacin de la demanda de alimentos y comenz a buscar oferentes de materias primas y destinatarios de sus manufacturas.

    A diferencia de lo que sucede con Estados Unidos, tambin productor de materias primas y alimentos, las economas latinoamericanas son complementa-rias con la china. Al comienzo, la vinculacin se gene-r naturalmente, pero luego la nueva potencia se lan-z a un agresivo proceso de inversiones y expansin del intercambio comercial. Lo hizo especialmente en aquellos pases en los que Washington dej ms espa-cio, como Ecuador, Venezuela y Argentina, a la vez los ms castigados por la vieja lgica demonizadora de los organismos financieros internacionales.

    El caso argentino result paradigmtico. Mientras Estados Unidos acos al pas por intentar una salida distinta a la del perimido Consenso de Washington, hasta el extremo de intentar voltear la reestructura-cin de la deuda a travs del bloqueo judicial de los pagos, China inici un proceso de inversiones y hasta ayud a aliviar la cada de las reservas internaciona-

    les y la restriccin externa. Fue mediante un acuerdo equivalente a 11.000 millones de dlares, del que ya se usaron ms de 3.000, el famoso swap de monedas que ayud a mitigar presiones devaluatorias. Frente a los tpicos paquetes de ayuda estilo FMI basados en rollo-vers financieros de la deuda, paquetes que garantizan relaciones de vasallaje va extraccin del excedente y condicionalidades de poltica econmica, China ofreci financiamiento por ms de 30.000 millones de dlares destinados a infraestructura: inversiones

    en obras hidroelctricas, centrales nucleares y me-dios de transporte que, dicho sea de paso, permi-tirn avanzar en la inde-pendencia energtica y aliviar la restriccin ex-terna. No son estas las ra-zones ms legtimas para buscar financiamiento del exterior? A lo cual hay que agregar una segunda lnea de anlisis: a China le interesa exclusivamen-te el intercambio comer-cial y no pretende interfe-

    rir en la poltica interna de los Estados, tal como viene demostrando en los pases en los que acta.

    Neoimperialismo

    La ntima relacin entre algunos medios de pren-sa y la embajada estadounidense es conocida. Y aunque resulta ms consistente para el anlisis econmico prescindir de las intencionalidades de los actores, no deja de llamar la atencin la sbita conciencia de la problemtica del desarrollo de-pendiente exhibida por muchos medios que siem-pre defendieron tcitamente la hegemona esta-dounidense. Tradicionales enemigos de la indus-trializacin y defensores de todas las demandas del llamado campo, sbitamente se escandalizan por los riesgos de la reprimarizacin y el extractivismo ocultos en la relacin con la nacin asitica.

    No obstante, en materia de comercio internacional y financiamiento conviene no ser cndidos, sobre to-do frente a potencias mundiales. As como en un mar-co de restriccin externa existe un set de inversiones, tambin existe un set de condicionalidades asociadas. Nadie regala nada y China no invierte en la regin por altruismo, sino como parte de una estrategia global que direccionar a Amrica Latina unos 250.000 mi-llones de dlares en la prxima dcada. Las condicio-nalidades existen pero dependen de cada proyecto. Se objeta, por ejemplo, la adquisicin del 30 por ciento de insumos chinos en una central nuclear o la partici-pacin de ingenieros chinos en una presa hidroelc-trica. El escenario que se describe se acerca al de re-giones enteras del pas que se volvern amarillas, con centenares de miles de trabajadores argentinos ba-jo condiciones de superexplotacin. Si Miguel Ca-n reviviera seguramente escribira que las vrgenes locales estn en peligro. Amablemente se olvida, por ejemplo, que hasta los crditos del BNDES, el banco de desarrollo de Brasil, siempre estuvieron atados a la compra de insumos brasileos prcticamente en su totalidad. Otra vez: el set de opciones de inversin conlleva un set de condicionalidades. La eleccin de cada set corresponde al pas en funcin de sus nece-sidades y prioridades. Finalmente, el financiamiento de obras de infraestructura es un dato separado de las decisiones de comercio exterior. A diferencia de las condicionalidades de los organismos financieros, los acuerdos con China no determinan la eleccin de un tipo de desarrollo, eleccin que seguir subordinada a las decisiones de los gobiernos que consagren las ur-nas. En todo caso, la maldicin de las materias primas slo llega a quienes no hacen los deberes necesarios para evitar que caiga sobre ellos. g

    1. Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 1983.

    *Economista. Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    La alianza con China no fue la primera decisin sino la que qued del set de opciones disponibles

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    La maldicin de los recursos naturales como explicacin del subdesarrollo es un artificio conceptual de la misma ca-tadura que el fin de la historia o el racis-mo lombrosiano, basado en datos recor-tados a conveniencia, que busca justificar y preservar un orden injusto y amenazado por vientos de cambio, mientras desplaza el debate acerca de lo sustancial: las relaciones desiguales de poder en la arena inter-nacional y su transformacin a partir del ascenso de otros jugadores, que abre opciones para profundizar los caminos alternativos emprendidos en varios pa-ses latinoamericanos en la dcada de 2000.

    A partir de estudios sobre el boom de los hidro-carburos en los Pases Bajos, Noruega y otros lugares, en los aos 1980 surgi el concepto de la enfermedad holandesa, que pronto se aplic para diagnosticar el atraso de frica, Amrica Latina y Medio Oriente. Se-gn esta idea, el descubrimiento de grandes recursos naturales o el alza de los precios de las materias pri-mas exportables petrleo, gas, metales, agropecua-rios inhibe la industrializacin y el desarrollo de los pases productores de estos insumos (1). Aqu est el culpable de los males de la periferia: su riqueza.

    El xito de otras geografas, igual o ms dotadas de recursos naturales, como Estados Unidos, Fran-cia, Alemania y unos treinta etcteras, es explicado por su buena administracin, en contraste con las malas prcticas de los subdesarrollados (2), algo ms de ciento cincuenta Estados donde vive el ochenta por ciento de la poblacin mundial, que han errado durante siglos el camino del progreso.

    Restriccin externa, una vez msAmrica Latina exporta alrededor de 1,1 billones de dlares anuales en mercancas (3), de los cuales ms de la mitad consiste en materias primas (segn el

    Banco Mundial); esto califica a la regin como enfer-ma del mal holands. Sus ganancias de crecimiento y bienestar desde la dcada del 2000 responderan principalmente, segn esta interpretacin, al alza de los precios de las materias primas, pero el superciclo de los commodities habra terminado y lleg el tiem-po de relajar las pretensiones de autonoma, indus-trializacin y redistribucin; y de adoptar polticas juiciosas para ganar la confianza del capital privado, a fin de aumentar la productividad y mejorar la in-fraestructura a travs de sus inversiones.

    Para esto, llena de palabras para endulzar los odos, como crecimiento, prosperidad, empleo, edu-cacin, pero ms de lo mismo en sus recomendacio-nes y avaricia de recursos, esta versin remozada del Consenso de Washington impregn la conferencia Desafos para asegurar el crecimiento y una prosperi-dad compartida en Amrica Latina, organizada por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Ministerio de Hacienda de Chile, el 5 y 6 de diciembre de 2014. El hecho es significativo porque en 2015 ser la primera vez, desde 1967, que el FMI celebrar su reunin anual y la del Banco Mundial en un pas latinoamericano: Per. Mala seal, porque sugiere que el guila calva y el gran capital reforzarn sus ataques contra los gobier-nos progresistas de la regin y procurarn ahondar las divisiones entre nuestros pases, en su beneficio.

    Con escaso respeto por los procesos de integracin regional excluyentes del hemisferio norte, la directora gerente del FMI, Christine Lagarde, en su discurso in-augural, llam gran plato de spaghetti a los mecanis-mos del MERCOSUR, ALBA, UNASUR y SICA, y con-voc a rejuvenecerlos integrando las economas lati-noamericanas a las cadenas globales de produccin. Otra vez sopa. Muy pronto le respondi Ernesto Sam-per, ex presidente de Colombia y Secretario General de UNASUR: Esto es como Matusaln dando leccio-

    nes de juventud. Si algn impedimento ha existido pa-ra el crecimiento de nuestros pases a un ritmo desea-ble han sido las exigencias venenosas del FMI. La se-ora Lagarde debera preocuparse por la recesin en Europa, por la lasaa que hace que dos pases coman el queso y la carne y el resto se quede con la pasta [...] No tiene autoridad moral para darnos ninguna recomen-dacin despus de aos de condicionamientos (4).

    Pese a dedicar numerosos estudios en los ltimos aos a la enfermedad holandesa de Amrica Lati-na, el Banco Mundial admite en letra chica que no es relevante para dar cuenta de su desempeo eco-nmico. Pero este concepto ampliamente arraigado y repetido en los mbitos conservadores es til para descalificar el papel activo de los gobiernos y de los pueblos en el renacer latinoamericano tras la pesadi-lla neoliberal, y para insistir en las reformas ofertis-tas, a pesar de su fracaso evidente en todo el mundo.

    De todos modos es cierto que los precios de las ma-terias primas dejaron de subir en 2011, aunque perma-necen en niveles muy superiores a las dcadas anterio-res. Los principales commodities de exportacin de Amrica Latina son el petrleo, el cobre, el hierro y la soja, apenas un botn del men variopinto de produc-tos. El petrleo pas de 10 dlares el barril a principios de 1999 a un mximo de 133 en julio de 2008 (prome-dio simple del crudo Dated Brent, West Texas Inter-mediate y Dubai Fateh en el mercado spot), y a fin de 2014 estaba en 60 dlares, con tendencia a la baja. El cobre que a fin de 2001 cotizaba 1.473 dlares la tonela-da, en febrero de 2011 lleg a 9.880, casi siete veces ms, y a fin de ao estaba en 6.446, bastante menos que su pico pero igualmente muy arriba del histrico; lo mis-mo para el hierro, que pas de 12 dlares la tonelada a 187, y en diciembre pasado estaba en 69. Los productos agrcolas aumentaron la mitad que los metales y el pe-trleo. Por ejemplo, el aceite de soja pas de 321 dla-res la tonelada (mercado de futuros de Chicago, posi-cin ms cercana) a un pico de 1.414 dlares en junio de 2008, y a fin de 2014 promediaba 706 dlares (5).

    Sin entrar en detalle en los fundamentos de cada mercado ni arriesgar pronsticos, el dbil crecimiento de la economa mundial, la ralentizacin de China, el fin de la poltica monetaria expansiva estadouniden-se y el consiguiente aumento de las tasas de inters y la apreciacin del dlar explicaran la flojedad de las materias primas en los ltimos tiempos. El petrleo constituye un caso aparte, donde las razones geopo-lticas, como la intencin de los pases de la OTAN de debilitar a Rusia y de paso disciplinar a la Repblica Bolivariana de Venezuela y a otros Estados rebeldes, pesan tanto como la decisin de Arabia Saudita de mantener la produccin elevada y los precios bajos para frenar la competencia del shale y de otras fuentes alternativas de energa, slo viables con petrleo caro.

    Dado que Amrica Latina es exportador neto de materias primas, es decir que vende ms de lo que compra de estos productos, los menores precios de sus exportaciones pueden reducir sus ingresos de di-visas si no se compensan con mayores volmenes de venta de estos bienes, o de otros. Justamente, desde el pico de precios de 2011 las exportaciones latinoame-ricanas alcanzaron el billn de dlares, casi el doble de 2005, y en los aos siguientes esa cifra se mantu-vo, a pesar de la cada de los precios. Pero las importa-ciones tambin superaron el billn de dlares en 2011, duplicando las de 2005, y crecieron un poco ms que las exportaciones (31% versus 25% entre 2010 y 2013, ltimo ao para el que se dispone de datos y no de es-timaciones). As, el saldo del comercio exterior se vol-vi negativo para la regin (calculando, como corres-ponde, las exportaciones a precio FOB y las importa-ciones a valor CIF, que incluye el costo de los seguros y fletes). Y esto enciende una luz amarilla a la que es ne-cesario prestar atencin, la de la restriccin externa al crecimiento, una vez ms: la escasez de medios de pa-go internacionales para importar, remunerar al capi-tal externo y cancelar deudas en moneda extranjera.

    Trampoln para el desarrolloEl remedio para la restriccin externa en el largo plazo es bien conocido, se trata de transformar la estructu-ra productiva de los pases latinoamericanos para tor-

    Esta vez es distinto?

    El argumento de la maldicin de los recursos naturales slo sirve para desplazar el debate sobre las relaciones de poder internacionales. Convertir a esos recursos en una bendicin es una cuestin de soberana e integracin regional.Amrica Latina y los recursos naturales

    DossierDesarrollo y materias primas

    Empacadora de fruta La Belga, San Rafael, ca. 1920 (Juan Pi/Museo Municipal de Ciencias Naturales de San Rafael)

    por Noem Brenta*

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    nar su crecimiento ms independiente de las importa-ciones, y fortalecer su control sobre sus recursos na-turales, con el fin de lograr una mejor insercin en el mercado internacional y precios justos para sus mate-rias primas. Y, por el lado de la demanda, fortalecer los mercados de consumo de la regin, principalmente de los sectores populares, cuya canasta depende menos de las importaciones que la de los ms favorecidos, ex-cepto en los pases importadores netos de alimentos. La cuestin es cmo afrontar en el corto plazo la esca-sez de divisas y la cada de ingresos fiscales, y al mismo tiempo realizar las inversiones que requiere la trans-formacin estructural de la produccin y del consumo.

    No es la primera vez que la restriccin externa apa-rece ni que algunos pases latinoamericanos imple-mentan polticas heterodoxas, con diversas variantes, que siempre incluyen Estados activos, redistribucin de ingresos y diversificacin de sus socios externos, en procura de financiacin, tecnologa y complemen-tacin de mercados. Pero la mayora de los gobiernos que intentaron seguir estas polticas fueron depues-tos por golpes de Estado u obligados a torcer el rum-bo, si ste afectaba los intereses del capital extranjero y/o de las elites nacionales coligadas, que tpicamen-te dominan el comercio exterior, las finanzas y las ac-tividades rentsticas de los pases perifricos. En Ar-gentina ste fue el destino de Yrigoyen, Pern, Illia, y el fondo de la violenta interrupcin del gobierno en marzo de 1976 omitiendo los mecanismos constitu-cionales de sucesin presidencial. En Brasil, Vargas fue inducido al suicidio, Quadros debi renunciar y Goulart fue depuesto por un golpe de Estado; lo mis-mo que Haya de la Torre en Per y Salvador Allende en Chile, por mencionar slo algunos gobiernos sud-americanos que buscaron otros caminos y fueron

    arrancados del poder. O los ejemplos ms recientes de Zelaya en Honduras, Lugo en Paraguay, y los intentos de desestabilizar a Evo Morales en Bolivia, Correa en Ecuador, Chvez y Maduro en Venezuela, Fernndez de Kirchner en Argentina. Los partidarios de la mal-dicin de los recursos naturales afirman que Amrica Latina adolece de inestabilidad poltica y fragilidad institucional, y la identifican con el pndulo de nacio-nalizaciones y privatizaciones de los recursos natura-les, pero nunca con las luchas para ganar autonoma y bienestar, que son las razones de fondo.

    El siglo XXI trajo novedades y esperanzas a la re-gin. Por un lado, la mayora de los gobiernos progre-sistas, con distintos matices y tambin con algunos sapos duros de tragar para el electorado, se mantie-nen legtimamente en el poder y fueron reelectos pa-ra varios aos ms, por esto no cabe esperar grandes vuelcos de las polticas; los resultados econmicos de la dcada pasada fueron excelentes en trminos de crecimiento, empleo, reduccin de la desigual-dad, educacin, ciencia y tecnologa, aunque todava hay mucho por hacer. Los trminos del intercambio mejoraron para todos, todava ms para los exporta-dores de hidrocarburos y minera, y si bien la burbu-ja de 2008-2011 explot, los precios se mantendran en buenos niveles; excepto el petrleo. La deuda de la regin en moneda extranjera, pblica y privada, en-tre 2005 y 2014 aument de 653.000 millones de d-lares a 1,211 billones Brasil, Mxico, Argentina, Chile y Venezuela suman el 85% de este total, algo ms de un ao de exportaciones y cercana a un tercio del pro-ducto bruto de la regin (datos de CEPAL y FMI, d-lares corrientes). Es una posicin relativamente hol-gada, bien cubierta adems por reservas internacio-nales, pero no para tirar manteca al techo.

    A su vez, la emergente multipolaridad brinda a la regin opciones contrahegemnicas y le permite ju-gar un poco a pelense por m. Por ejemplo, apenas un mes despus de la conferencia del FMI en Chile, los das 8 y 9 de enero se celebr la primera reunin ministerial del Foro China-CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeos), en Pekn, que defini un programa con tres motores, el comer-cio, la inversin y la cooperacin, y reas fundamen-tales de colaboracin, que incluyen seguridad, finan-zas, infraestructuras, energa, recursos, industria, agricultura, ciencia e intercambios entre pueblos, entre otros aspectos. Tambin las negociaciones lati-noamericanas con Rusia para sustituir proveedores europeos de alimentos van en el mismo sentido, aun-que el oso est un poco golpeado. En sntesis, hacer de los recursos naturales una bendicin y un tram-poln para el desarrollo es una cuestin de soberana regional y de la decisin poltica de ejercerla en be-neficio de los pueblos, ms profunda que las coyun-turas de los precios y de los mercados. g

    1. W. Max Corden y J. Peter Neary, Booming sector and de-industrialization in a small open economy, The Economic Journal, vol. 92, N 368, 1982, pp. 825-848.2. Emily Sinnott, John Nash y Augusto de la Torre, Los recursos naturales en Amrica Latina y el Caribe, ms all de bonanzas y crisis?, Banco Mundial-Mayol, Washington-Bogot, 2010.3. Estimaciones de CEPAL para 2014.4. www.unasursg.org/node/1255. Todos los precios mencionados provienen de la base de datos de commodities del FMI.

    *Doctora en Economa, investigadora de IDEHESI/UBA-Conicet. Autora de His-toria de las relaciones entre Argentina y el FMI, Eudeba, Buenos Aires, 2013.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

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    La reforma de la Secretara de Inteligencia propuesta por la presidenta Cristina Fernndez fue rechazada de forma unnime por la oposicin, que la calific de un simple cambio de nombres para que todo siga igual. El autor de este artculo, sin embargo, destaca los avances democrticos sustanciales que implica.

    Sike (www.elsike.com)

    Entre lo ideal y lo posible

    La reforma del servicio de inteligencia del Estado

    por Marcelo Fabin Sain*

    Estos sectores son los que fueron con-virtiendo a la SI en una filial local tanto de la Central Intelligence Agency (CIA) estadounidense como del Israeli Secret Intelligence Service (Mossad) israe-l. Y, en este marco, los espas locales se constituyeron en el principal rgano in-vestigativo encargado de descarriar la pesquisa sobre las responsabilidades del atentado contra la AMIA, a los efectos de impedir el conocimiento de la conexin local que conduca a ciertos grupos si-rios y a sectores de la Polica Federal Ar-gentina y a forzar la situacin para co-locar como nica hiptesis investigativa a la denominada pista iran, tan ende-ble como funcional a los intereses de se-guridad internacional estadounidenses e israeles de entonces. El fiscal federal Al-berto Nisman, colonizado cultural e ins-titucionalmente por los servicios loca-les, de movida fue un mero empleado de

    tuacional e institucional sobre los inters-ticios de la inteligencia estatal, sin estra-tegia poltica de intervencin y, quizs lo ms importante, sin cuadros polticos preparados para apropiarse de manera inmediata del gobierno de este escabro-so sistema de catacumbas.

    En este contexto, todo se convirti en coyuntura, y en ella slo primaron las des-trezas o errores tcticos, el juego corto y rpido, el ensayo y el error fugaz, siempre condicionado por la avidez en impedir que la crisis escalase a un nivel mayor, nada de lo cual impidi que el gobierno propusiera una significativa reforma del sistema de in-teligencia nacional (1).

    Progresa y republicanismoEn ese contexto de emergencia, la pro-puesta presidencial de reforma del sistema de inteligencia es loable y adecuada a las condiciones imperantes. Ante su anuncio, fueron pocos los actores polticos y socia-les que respaldaron la iniciativa. La inmen-sa mayora interesada en el asunto asumi una posicin crtica que pivote entre dos extremos. De un lado, los partidarios de lle-var a cabo una reforma profunda y total de la inteligencia estatal, cuyas bases legales e institucionales resulten de un gran debate nacional protagonizado por los partidos polticos, los actores institucionales, las or-ganizaciones sociales y los sectores empre-sariales. Del otro lado, los que, con parra-fadas eufemsticas y prosas de trapecistas, repudian cualquier tipo de reforma y, por ende, postulan soterradamente la conti-nuidad del actual sistema de inteligencia. El gobierno escogi, en las actuales condi-ciones polticas, la alternativa de la reforma posible. Y, adems, acept la introduccin de cambios significativos durante el trata-miento legislativo de la propuesta oficial.

    Para los reformistas radicales, se tra-ta de una reestructuracin acotada, sin un gran acuerdo nacional y en un tiempo perentorio incompatible con los grandes consensos democrticos, descartando de antemano la consideracin de la reforma oficial como un acontecimiento disrupti-vo que d lugar a algunos cambios sustan-tivos. Para esta progresa ms intelectual que poltica, el gradualismo o el refor-mismo parcial constituye una displicencia intolerable, dando cuenta una vez ms de que en sus evaluaciones sobran las pres-cripciones morales y eruditas y falta el po-der. Y para los conservadores republica-nos, se trata de una reforma a destiem-po, que constituye una farsa, un enga-o y que resulta una salida gatopardis-ta, a la que no hay que apoyar de ninguna manera, ni siquiera ante la evidencia de que el oficialismo gubernamental y legis-lativo est dispuesto a introducir cambios de forma y fondo, tal como ocurri duran-te el debate parlamentario acontecido en los das pasados en el Senado Nacional. Llevados a un extremo, por razones diver-sas, unos y otros convergen en lo mismo: el mantenimiento del sistema existente.

    Ahora bien, la propuesta de reforma al sistema de inteligencia del gobierno es de menor porte? Veamos.

    Slo cambio de nombre?En el proyecto oficial se propone la diso-lucin de la Secretara de Inteligencia y la creacin de la Agencia Federal de In-teligencia (AFI) como rgano rector del sistema de inteligencia nacional. Para la oposicin, ello constituye un mero cam-bio de nombre, pero esto slo se puede sostener si se pasan por alto algunos as-pectos clave de la reforma.

    En la propuesta gubernamental, la AFI mantendr la funcin general y rectora de produccin de inteligencia nacional refe-rida a los hechos, riesgos y conflictos que

    esta saga, ante la pasividad del grueso de la clase poltica local.

    Ahora bien, los dichos de la primera mandataria de fines de enero dan cuenta del ms serio problema en la gestin hist-rica de los asuntos de la inteligencia esta-tal: el desgobierno poltico de los organis-mos de inteligencia y la delegacin de sus conducciones a los propios espas. Algo parecido a lo que habitualmente ocurre en materia de seguridad pblica con el comi-sariato. En este caso, el accionar contesta-tario del grupo operativo ms importante de la SI contra la decisin presidencial de acordar el Memorndum es un reflejo o, ms bien, un producto de ese desgobierno y, en su marco, de la fagocitacin cultural, institucional y poltica de los funcionarios gubernamentales que estaban al frente del organismo por parte de la lnea.

    El otro aspecto dramtico de la defec-cin poltica en la SI ha sido la articulacin

    de una extendida trama de influencias y manejos de los espas sobre una porcin significativa de jueces de instruccin y camaristas y fiscales, en especial, del fue-ro penal federal y, a travs de ello, la digi-tacin de investigaciones criminales y de causas judiciales. El influjo de los espas sobre los jueces y fiscales data de la dca-da de 1990, cuando el gobierno neoliberal de entonces dispuso que la SIDE fuera el mbito de financiamiento y de aprietes pa-ra domesticar a la justicia federal en lo pe-nal. El sistema era gestionado por miem-bros del gabinete del presidente Carlos Menem. Pero, ms tarde, esa atribucin recay en la cpula de los agentes de inte-ligencia, lo que apuntal ms an el poder institucional en las sombras de estos con-notados chivatos estatales.

    Ante el embate de los profesionales del secreto, el gobierno se qued sin ges-tin poltica, esto es, sin diagnstico si-

    (Viene de la pgina 3 )d

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    una reformulacin conceptual e institucio-nal de la inteligencia nacional y del sistema de inteligencia que resultaba engorrosa y que tena dos consecuencias regresivas. Por un lado, dejaba a la Direccin Nacio-nal de Inteligencia Estratgica Militar fue-ra de la direccin superior ejercida por la AFI y, de ese modo, el organismo superior de inteligencia militar se autonomizaba dentro del sistema de inteligencia nacio-nal. Por otro lado, se habilitaba la posibili-dad de que las Fuerzas Armadas pudieran hacer inteligencia en materia de seguridad interna, lo que constitua una violacin a la Ley 23.554 de Defensa Nacional y a la Ley 24.059 de Seguridad Interior.

    Estas deficiencias fueron dejadas de lado con las primeras modificaciones in-troducidas por las comisiones de trabajo de la Cmara Alta. Y, con ello, se logr que la inteligencia nacional est exclusiva-mente abocada a la produccin de los co-nocimientos referidos a los hechos, ries-gos y conflictos que afecten a la defensa nacional y la seguridad interior de la Na-cin, es decir, que la inteligencia consti-tuya parte de las acciones de la seguridad y la defensa. Tambin se diluyeron los te-mores de unos y otros sobre la eventual injerencia castrense en materia de seguri-dad pblica, tan proclamada por la oposi-cin y que tambin tena la atencin pues-ta de los sectores polticos y sociales que apoyaban la iniciativa.

    En este sentido, se garantiz que el sis-tema de inteligencia nacional as como la propia conceptualizacin de la inteligen-cia nacional y sus dimensiones constitu-tivas, esto es, la inteligencia estratgica-militar y la inteligencia criminal fuesen armnicos con el consenso bsico en

    afecten la defensa nacional y la seguridad interior, a travs de los organismos que for-man parte del Sistema de Inteligencia Na-cional (2). Pero se le transfiere una tarea que, hasta entonces, estaba a cargo de la Di-reccin Nacional de Inteligencia Criminal: la produccin de inteligencia criminal re-ferida a los delitos federales complejos re-lativos a terrorismo, narcotrfico, trfico de armas, trata de personas, ciberdelitos, y ac-tos contra el orden econmico y financie-ro, as como los delitos contra los poderes pblicos y el orden constitucional, y lo ha-r con medios propios de obtencin y reu-nin de informacin. De este modo, la AFI se valdr del sistema en su conjunto para la produccin de inteligencia nacional y la contrainteligencia, tal como lo tena asig-nado la SI aunque nunca cumpli cabal-mente con esa funcin, y tambin llevar a cabo la produccin de inteligencia criminal en materia de delitos de carcter federal y delitos contra los poderes pblicos y el or-den constitucional. Tanto la contrainteli-gencia como estos aspectos de la inteligen-cia criminal sern llevados adelante por la AFI con una dotacin de agentes de infor-macin e inteligencia operacional propios.

    Por su parte, la transferencia de la Direc-cin de Observaciones Judiciales DOJ al mbito de la Procuracin General de la Na-cin, para que sea sta la instancia encarga-da de administrar y gestionar la dependen-cia responsable de ejecutar las intercepta-ciones o captaciones de comunicaciones privadas que fueran autorizadas u orde-nadas por las autoridades judiciales com-petentes, no parece un cambio nimio. Si el monopolio de la ejecucin de las escu-chas legales le otorgaba a la SI la cobertura de legalidad para conocer e inmiscuirse

    en las investigaciones criminales que fue-ran de su inters o para llevar a cabo el de-sarrollo de las escuchas ilegales que la converta en un rgano de espionaje pol-tico, aquella transferencia es significativa.

    La oposicin repudia este traspaso por-que considera que la procuradora general de la Nacin, Alejandra Gils Carb, es una funcionaria alineada al gobierno nacio-nal y que opera en su favor en las causas judiciales relevantes que tienen en jaque al poder, lo que implicara que esta fun-cionaria utilizara las escuchas para ma-nipular las investigaciones criminales. Algunos de sus referentes agregan que el destino de la DOJ debera ser la Corte Su-prema de Justicia de la Nacin.

    Esto adolece de dos falacias formuladas por los republicanos.

    Primero, la decisin acerca de efectuar una interceptacin de comunicaciones en el marco de una investigacin criminal co-rresponde exclusivamente a las autorida-des judiciales competentes juez de ins-truccin y/o fiscal. En el nuevo Cdigo Procesal Penal, ello estar en manos del fiscal del caso y requerir de la autoriza-cin del juez de garantas. Dicho de otro modo: no ser Gils Carb quien decida si corresponde o no una escucha.

    Segundo, siguiendo la lgica del ar-gumento republicano de la politiza-cin partidaria de la justicia, tambin se puede sospechar dicha politizacin en la Corte Suprema.

    As y todo, el discutido traspaso tiene dos dimensiones. Por un lado, la salida de la DOJ del rgano central de inteligencia. He aqu un primer dilema: se quiere o no que la AFI siga siendo sede de la DOJ? Por otro lado, el destino del traspaso. He aqu

    un segundo dilema: la sede debe ser la Procuracin General de la Nacin o la Cor-te Suprema de Justicia de la Nacin? En verdad, cabe dudar de la verdadera inten-cin de la oposicin republicana al re-chazar el mencionado traspaso. Algunos, con eufemismos y vericuetos discursivos, quieren que el rgano central de inteligen-cia siga siendo la sede de la DOJ y otros pretenden que el manejo de las escuchas recaiga en un mbito institucional la Cor-te Suprema de Justicia de la Nacin diri-

    gido por lo que consideran un aliado o miembro de la oposicin republicana.

    Finalmente, no parece irrelevante que la designacin del director general y subdi-rector general de la AFI por parte del Poder Ejecutivo Nacional deba contar con acuer-do del Senado de la Nacin. Ello obligar a que el candidato tenga que dar cuenta fren-te a los senadores de las polticas y estrate-gias que llevar adelante en el desempeo de sus funciones.

    Defensa nacional y seguridad interiorEl proyecto de ley remitido por el Poder Ejecutivo al Congreso Nacional propona

    Estos sectores fueron convirtiendo la SI en una filial local tanto de la CIA como del Mossad.

    d

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    materia de defensa nacional y segu-ridad interior materializado en las leyes 23.554 de Defensa Nacional y 24.059 de Seguridad Interior. El carcter derivado y complementario de la Ley 25.520 respec-to de estas otras leyes anteriores se man-tuvo, respetando la conceptualizacin de la defensa nacional como el esfuerzo ins-titucional destinado a conjurar todo tipo de agresiones militares de origen externo; la distincin legal e institucional entre la defensa nacional y la seguridad interior; la definicin de las instituciones castren-ses exclusivamente como instrumentos militares de la defensa nacional; la ex-presa prohibicin de que las Fuerzas Ar-madas produzcan inteligencia referida a los asuntos de poltica interna del pas; y el carcter excepcionalsimo que tendra toda eventual intervencin militar para conjurar situaciones de conmocin inte-rior, que son los parmetros polticos-ins-titucionales fundamentales sobre los que se asent aquel consenso bsico.

    Inteligencia e investigacinLa propuesta inicial del gobierno propona la incorporacin de una nueva actividad de inteligencia regulada por la Ley 25.520 y que haca referencia a las actividades de inteligencia interior limitndolas a la in-vestigacin de delitos federales complejos, inteligencia criminal compleja o atentados contra el orden institucional y el sistema democrtico.

    Esto era problemtico porque circuns-criba la inteligencia interior a labores inscriptas en el marco de la investigacin de determinados delitos sin tener en con-sideracin que la inteligencia implica un conjunto de actividades diferentes y, a veces, de mayor amplitud que la informa-cin y el anlisis propios de la instruccin de una investigacin penal preparatoria, cuya envergadura y temporalidad est inevitablemente determinada por el ob-jeto procesal de la causa de referencia. En consecuencia, la utilizacin del concepto investigacin limitaba la produccin de inteligencia a la gestin de informacin y anlisis del expediente judicial.

    Como se sabe, el ncleo dominante de espas de la SI ha digitado la labor de nu-merosos jueces y fiscales en todo el pas, a los que se conoce como los jueces y fisca-les de la SI. Mediante ellos, digitan cau-sas judiciales, inventan acusaciones, ga-rantizan impunidad, imputan delitos a ino-centes, extorsionan (3). Esta relacin es-puria estaba asentada en la estructuracin de cierto prebendismo basado en gratifi-caciones mensuales otrora conocidas como la cajita feliz, as como en el favo-recimiento para ganar concursos, asegurar carreras profesionales, evitar trances inc-modos en ellas y otras acciones delezna-bles que han hecho posible que los espas maniobren sobre la justicia.

    Nada parece indicar que la participa-cin de la SI en investigaciones crimina-les ante requerimiento especfico reali-zado por autoridad judicial competente en el marco de una causa concreta some-tida a su jurisdiccin tal como se esta-blece en la Ley 25.520 haya sido la base de esa vinculacin promiscua. Adems, no son numerosas las intervenciones de la SI en investigaciones judiciales, y s son significativos los casos en los que esa participacin en pesquisas resonantes o de alta complejidad ha sido eficaz. En to-das estas investigaciones medi una cla-ra directiva poltica y siempre la SI actu junto con otras policas.

    As y todo, se estableci que a aquellos funcionarios de inteligencia que inter-vengan en investigaciones judiciales les sern aplicables las reglas procesales co-rrespondientes, lo que era obvio, ya que

    no podran aplicarse ningunas otras re-glas que no fueran las establecidas en el Cdigo Procesal Penal.

    Transparentando lo opacoLa propuesta oficial apunta a generar una mayor transparencia en la gestin de la in-formacin y los archivos de los organismos del sistema de inteligencia nacional.

    La adecuacin de las actividades de los organismos de inteligencia a la Ley 25.326 de Proteccin de Datos Personales garan-tizar que la revelacin o divulgacin de informacin sobre personas fsicas o jur-dicas, pblicas o privadas, producida por dichos organismos en el ejercicio de sus funciones deriven solamente de una orden judicial. Asimismo, la conformacin de Bancos de Proteccin de Datos y Archivos de Inteligencia a los efectos de regular las

    condiciones y procedimientos para la reco-leccin, almacenamiento, produccin y di-fusin de la informacin generada por los organismos de inteligencia en el ejercicio de sus funciones, tambin constituye una medida importante en ese sentido.

    Por su parte, se establecieron tres ni-veles de clasificacin de seguridad para toda informacin, documento o material de los organismos de inteligencia, a saber, secreto, confidencial y pblico. An-tes, todo era secreto. Y se estableci en 15 aos en la versin original ese plazo era de 25 aos el tiempo mnimo por el cual no podrn desclasificarse aquellos archi-vos. Del mismo modo, toda persona u or-ganizacin que acredite inters legtimo podr iniciar una peticin de desclasifi-cacin ante el Poder Ejecutivo.

    Otro aspecto fundamental de la ini-ciativa oficial est dado con la gestin y el control de los fondos asignados a las acti-vidades de inteligencia. Aunque en la le-gislacin vigente nada impeda que parte de los fondos presupuestarios asignados a los organismos de inteligencia fuesen pblicos y otra fraccin fuesen fondos reservados, la costumbre ejecutiva y le-gislativa era de asignar a la totalidad de los fondos para la inteligencia el carcter de reservado. Ello facilitaba que la SI finan-ciara ilegalmente a jueces y fiscales, perio-distas y polticos o que afrontara los gas-tos para emprender operaciones ilegales o montar empresas paralelas.

    Las facultades de supervisin y con-trol de los fondos reservados por parte de la Comisin Bicameral de Fiscalizacin de los Organismos y Actividades de Inteli-gencia son amplias y detalladas. Las obliga-ciones del Poder Ejecutivo a favor de brin-dar informacin y aportar documentacin acerca de la utilizacin de esos fondos tam-bin son precisas. Pero ni unos ni otros han cumplido su parte y, por ende, nunca hubo control.

    La propuesta oficial establece que las partidas presupuestarias destinadas a la in-teligencia deben ser pblicas y, en conse-cuencia, estn sujetas a la administracin financiera ordinaria. Slo podrn mante-ner el carcter de reservados aquellos fondos orientados a financiar las labores de Inteligencia. Asimismo, se fij la obli-gacin de que los organismos de inteligen-cia establezcan los procedimientos nece-

    Ahora bien, los cambios legales e institucionales impulsados por el gobierno garantizan por s mismos la reforma inte-gral del sistema de inteligencia nacional? No, pero sientan las bases normativas de una reconversin significativa. Ello depen-de de las capacidades del actual gobierno para detonar el viejo esquema.

    Hay ciertos cambios inmediatos que son tangibles y que van en ese sentido. Cuando Cristina Fernndez decidi en diciembre de 2014 desplazar a los funcionarios po-lticos que estaban al frente de la SI y a los jefes de la estructura de espas dominan-te y, con ello, impulsar una suerte de inter-vencin poltica sobre el organismo desig-nando nuevas autoridades con la directiva de depurarlo e impulsar los cambios abor-dados ms arriba, se quebr la indiferencia poltica y hubo una apropiacin oficial del gobierno poltico del sistema de inteligen-cia nacional.

    Esto produjo dos cambios relevantes. Primero, se dej de asignar los fondos re-servados destinados a financiar a jueces, fiscales los llamados viudas de la cajita feliz y periodistas. Y, segundo, se desarti-cul la estructura de agentes y funcionarios inorgnicos que formaban parte de la do-tacin, caso permanente de la SI.

    Asimismo, el despido forzado de los viejos referentes del aparato estatal de inteligencia encabezados por el agente del recontra-espionaje Antonio Jaime Stiuso coloc a stos fuera del Estado. Su eventual accionar contra el gobierno o contra magistrados, legisladores, polticos o cualquier persona los convierte en un grupo delictivo que atenta desde la clan-destinidad contra la institucionalidad de-mocrtica, con los riesgos que ello inaugu-ra para estos chivatos profesionales.

    Son numerosas las deudas instituciona-les pendientes para producir una reforma integral del sistema de inteligencia nacio-nal, en particular, aquellas referidas a la in-teligencia militar, por un lado, y a la inteli-gencia criminal, por el otro. Pero esas deu-das no desacreditan ni devalan los pro-gresos que la reforma institucional en cier-nes implica para nuestro pas, sin perder de vista que es el o la presidente que comience su gestin en diciembre de este ao quien tendr a su cargo la decisin de regresar al viejo esquema o de profundizar los cam-bios llevados a cabo en estos tiempos. g

    1. El 29 de enero de 2015, el Poder Ejecutivo Nacional remiti al Congreso Nacional, mediante el Mensaje 143/15, un proyecto de ley de modificacin de la Ley 25.520 de Inteligencia Nacional, proponiendo la creacin de la Agencia Federal de Inteligencia.2. En el nuevo esquema institucional, el sistema de inteligencia nacional se compone con la Agencia Federal de Inteligencia, como rgano rector y a cargo de la direccin superior de aqul; la Direccin Nacional de Inteligencia Criminal, que tiene como funcin la produccin de la inteligencia criminal; y la Direccin Nacional de Inteligencia Estratgica Nacional, que tiene como funcin la produccin de la inteligencia estratgica militar.3. Marcelo Fabin Sain, Nunca es tarde, Pgina/12, Buenos Aires, 25 de enero de 2015.4. En los ltimos cinco aos, se presentaron en ambas cmaras legislativas ms de 30 proyectos de ley postulando diferentes reformas a la inteligencia estatal. Esas iniciativas fueron presentadas por partidos de la oposicin (UCR, PRO, Peronismo Federal, Proyecto Sur, GEN, Coalicin Cvica, Frente Cvico, UNEN) y, en la mayora de ellas, se propusieron cambios en sintona con los postulados por el gobierno nacional en enero de este ao.5. Miguel Bonasso, Lo que no dije en Recuerdo de la Muerte, Sudamericana, Buenos Aires, 2014, pp. 277-282.

    *Diputado en la provincia de Buenos Aires por Nuevo Encuen-tro. Director del Ncleo de Estudios sobre Gobierno y Seguridad

    de la Universidad Metropolitana para la Educacin y el Trabajo.

    Le Monde diplomatique, edicin Cono Sur

    sarios para una adecuada rendicin de los mismos y la preservacin de la documen-tacin respaldatoria.

    Finalmente, se establecieron criterios de transparencia en el desempeo del per-sonal de inteligencia de la AFI mediante la prohibicin a stos de establecer relacio-nes con funcionarios y empleados de los poderes pblicos federales, provinciales o locales en cuestiones vinculadas a las labo-res de inteligencia, as como la obligacin de presentar declaraciones juradas de bie-nes patrimoniales, segn la Ley de tica Pblica.

    Desafos y deudasLa reforma impulsada por el gobierno nacional constituye un avance institu-cional notable en funcin de sentar nue-vas bases legales y organizacionales de la inteligencia estatal.

    Los republicanos sealan que la pro-puesta oficial es un mero cambio de nom-bre y de mudanzas institucionales insig-nificantes. Pero, al mismo tiempo, indican que, si ganan las elecciones de octubre, van a derogar la ley de inteligencia del oficia-lismo. Para qu van a invalidar algo que es irrelevante? Nada de lo sealado anterior-mente constituye un avance en favor de una agencia de inteligencia sujeta a los princi-pios del sistema democrtico basado en el control, la transparencia y el secreto como excepcin, no como normalidad, tal co-mo postulan en el Compromiso Consen-so Parlamentario la UCR, el PRO, la Coali-cin Cvica, el Frente Renovador, UNEN, el Peronismo Federal y otros partidos minori-tarios? Decidieron no participar en el deba-te parlamentario sobre el proyecto de ley de referencia, pese a que durante los ltimos cinco aos presentaron ms de una trein-tena de proyectos de ley impulsando refor-mas al sistema de inteligencia estatal (4).

    Otro es el clima imperante en la vere-da del progresismo, al que no le vendra mal una pizca de realismo poltico. Sin dudas, el secuestro de las condiciones de aplicacin de una reforma institucional compleja birla la posibilidad del cambio, aunque ste sea mnimo. Sin embargo, ello les garantiza a algunos referentes de esta tribu un lugar en el parnaso de la sim-bologa progresista y de las luchas por la revolucin cultural. Esto es polticamen-te legtimo pero no alcanza para escamo-tear las responsabilidades que han tenido ciertos miembros de esa progresa cuan-do tuvieron altas responsabilidades de gobierno, ya sea de manera directa o en las sombras. En esas experiencias institu-cionales, proliferaron los protocolos y las resoluciones formales por doquier pero no formularon ni impulsaron ningn ti-po de reformas en las estructuras de inte-ligencia en sus mbitos de actuacin. No es indigno que no las hayan llevado a ca-bo ello depende de muchos factores aje-nos a su voluntad y a sus destrezas, sino que no las hayan querido hacer ni que ha-yan trabajado en sentar las bases institu-cionales y polticas para impulsarlas. La continuidad del Cuerpo de Informacio-nes de la Polica Federal Argentina crea-do en 1963 mediante el Decreto-Ley S 9.021/63 como un verdadero servicio ile-gal de informaciones e inteligencia orien-tado, entre otras cosas, al espionaje pol-tico, es apenas una de las manifestaciones de ello. Tambin lo es la quietud frente al Proyecto X montado en el mbito de la Gendarmera Nacional y que, tal como fue ventilando en la investigacin judicial y como lo ha detallado el periodista Mi-guel Bonasso, es una gigantesca base de datos sobre la militancia social y poltica de este pas; datos obtenidos por medios ilegales como la infiltracin y el espionaje mediante agentes civiles (5).

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    El influjo de los espas sobre los jueces y fiscales data de la dcada de 1990.

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    Venezuela, presa de la corrupcin

    A mediados de febrero, en medio de una grave crisis econmica, el gobierno de Nicols Maduro anunci haber desmantelado un intento de golpe de Estado y encarcel al alcalde mayor de Caracas, Antonio Ledezma. Sin embargo, la mayor amenaza para el futuro del rgimen proviene del interior del propio proceso bolivariano: la corrupcin.

    Penuria, control de cambios, especulacin

    por Ladan Cher*, enviada especial

    A pesar de la penuria, los es-tantes de las tiendas de Ca-racas estn llenos: los co-merciantes compensan la falta de variedad de los pro-

    ductos que ofrecen amontonando los mismos productos en metros y metros lineales. Pero los muros de pasta den-tal de ninguna manera colman a Cecilia Torres, que hace cola desde hace varias horas con la esperanza de obtener le-che o detergente. La mujer ironiza: Ha-bra que encontrar la piedra filosofal que transformara el dentfrico en leche.

    Para el gobierno, los culpables de es-ta situacin se encuentran entre los co-merciantes y los grandes importadores, involucrados en una estrategia