El doctor, figura cómica de los entremeses

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El doctor, figura cómica de los entremeses Jesús Maire Bobes En los entremeses que se representaban en el Siglo de Oro aparece a menudo una figura que obtuvo gran éxito escénico. Nos referimos al doctor; es decir, al individuo que se había graduado en Medicina 1 . Es bien sabido que la literatura contemporánea satirizó con frecuencia la fi- gura de los médicos, quienes suelen ser representados como si fuesen ignorantes, avaros, pedantes y crueles con los pacientes; además, hablan una jerigonza latino-española y sólo recomiendan purgas y sangrías. Aunque no sea único, el ejemplo de Quevedo es, probablemente, el más destacado. En el soneto Médico que para un mal que no quita, receta muchos, leemos: La muía en el zaguán, tumba enfrenada; y por julio un «Arrópenle si suda; no beba vino; menos agua cruda; la hembra, ni por sueños, ni pintada». Haz la cuenta conmigo, dotorcillo: para quitarme un mal, ¿me das mil males? ¿Estudias medicina o Peralvillo? ¿De esta cura me pides ocho reales? Yo quiero hembra y vino y tabardillo, y gasten tu salud los hospitales 2 . A los físicos y médicos «los llaman doctores, y por ellos está el sinificado por ex- celencia, por la precisa necessidad que ay de que sean muy doctos, más que los gra- duados en teología o derecho; porque si yerran los primeros, ay recurso a la Yglesia, y al Santo Oficio, y si los segundos ay apelación para el juez superior; pero el error del médico es irremediable, y al punto se lo cubre la tierra, sin que aya quien se lo pida» (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua Castellana o Española, Madrid, Turner, 1979, s. v. Físico). Por tanto, no tratamos del doctor en tanto que hombre de leyes, culto y erudito, que aparece en la commedia dell'arte, aunque el personaje italiano, al igual que nuestro médico, habla un latín macarrónico. Véase Huerta Calvo, Javier, El teatro breve en la Edad de Oro, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2001, p. 26. Esta figura posee raigambre clásica. Véase, por ejemplo, el carácter burlesco y humorístico con que es tratada en los libros de Marcial (Epigramas completos, ed y trad. D. Estefanía, Madrid, Cátedra, 1991). Quevedo, F. de, Poesía original completa, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1981, pág. 568. Para otras manifestaciones literarias, véase Arco y Garay, Ricardo del, La so- ciedadespañola en las obras dramáticas de Lope de Vega, Madrid, 1941, pp. 708-713. AISO. Actas VI (2002). Jesús MAIRE BOBES. El doctor, figura cómica de los entremeses

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El doctor, figura cómica de los entremeses

Jesús Maire Bobes

En los entremeses que se representaban en el Siglo de Oro aparece amenudo una figura que obtuvo gran éxito escénico. Nos referimos aldoctor; es decir, al individuo que se había graduado en Medicina1. Esbien sabido que la literatura contemporánea satirizó con frecuencia la fi-gura de los médicos, quienes suelen ser representados como si fuesenignorantes, avaros, pedantes y crueles con los pacientes; además, hablanuna jerigonza latino-española y sólo recomiendan purgas y sangrías.Aunque no sea único, el ejemplo de Quevedo es, probablemente, el másdestacado. En el soneto Médico que para un mal que no quita, recetamuchos, leemos:

La muía en el zaguán, tumba enfrenada;y por julio un «Arrópenle si suda;no beba vino; menos agua cruda;la hembra, ni por sueños, ni pintada».Haz la cuenta conmigo, dotorcillo:para quitarme un mal, ¿me das mil males?¿Estudias medicina o Peralvillo?¿De esta cura me pides ocho reales?Yo quiero hembra y vino y tabardillo,y gasten tu salud los hospitales2.

A los físicos y médicos «los llaman doctores, y por ellos está el sinificado por ex-celencia, por la precisa necessidad que ay de que sean muy doctos, más que los gra-duados en teología o derecho; porque si yerran los primeros, ay recurso a la Yglesia,y al Santo Oficio, y si los segundos ay apelación para el juez superior; pero el errordel médico es irremediable, y al punto se lo cubre la tierra, sin que aya quien se lopida» (Sebastián de Covarrubias, Tesoro de la Lengua Castellana o Española,Madrid, Turner, 1979, s. v. Físico). Por tanto, no tratamos del doctor en tanto quehombre de leyes, culto y erudito, que aparece en la commedia dell'arte, aunque elpersonaje italiano, al igual que nuestro médico, habla un latín macarrónico. VéaseHuerta Calvo, Javier, El teatro breve en la Edad de Oro, Madrid, Ediciones delLaberinto, 2001, p. 26. Esta figura posee raigambre clásica. Véase, por ejemplo, elcarácter burlesco y humorístico con que es tratada en los libros de Marcial (Epigramascompletos, ed y trad. D. Estefanía, Madrid, Cátedra, 1991).Quevedo, F. de, Poesía original completa, ed. J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1981,pág. 568. Para otras manifestaciones literarias, véase Arco y Garay, Ricardo del, La so-ciedad española en las obras dramáticas de Lope de Vega, Madrid, 1941, pp. 708-713.

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Además, refranes y cuentos dan fe sobradamente de esta considera-ción negativa de los médicos y de la habitual desconfianza del puebloen ellos3. En las academias también se censuraba a los doctores, los cua-les eran colocados al lado de cualquier tipo de persona desagradable oridicula4. Por tanto, los entremesistas hallaron campo abonado para ri-diculizar a este personaje, y utilizaron diversos procedimientos para lo-grarlo: ya mostrando su ignorancia y torpeza ya exponiendo su codiciaya presentándolo de modo extravagante, etc.5. A continuación apuntare-mos determinadas peculiaridades de este personaje entremesil e inten-taremos esbozar algunas razones que pudieran explicar el tratamientocómico del mismo.

Una pieza que sintetiza algunos de los rasgos con que era caracteri-zado este personaje y degrada su oficio es La prueba de los doctores,

Para los testimonios favorables a los médicos, véase Zapata, L., Miscelánea, en Memorialhistórico español, Madrid, 1859, XI, pp. 148-149 y 187-189.

3 Máxime Chevalier {Cuentecillos tradicionales en la España del Siglo de Oro, Madrid,Gredos, 1975, pp. 127-150) recoge abundantes cuentos de médicos necios que ya re-cetaban purgas o sangrías, ya se dejaban guiar por su intuición o capricho, ya tras-tocaban los brebajes por yerro. Los refranes también son numerosos: «Médico in-orante y negligente, mata al sano y al doliente», «Sangrarle y purgarle; si se muriere,enterrarle»; «Médico, manceba y criados, son enemigos pagados»; «Médicos erra-dos, papeles mal guardados y mujeres atrevidas, quitan las vidas» (Correas, Gonzalo,Vocabulario de refranes y frases proverbiales, ed. L. Combet, revisada por R. Jammesy M. Mir-Andreu, Madrid, Castalia, 2000, pp. 513 y 724, y Rodríguez Marín,Francisco, Más de 21.000 refranes castellanos, Madrid, 1926, p. 302). Es frecuenteel dicho «No hay mejor cirujano que el bien acuchillado». Todos cometemos fallos,pero los errores del médico carecen de arreglo. Recientemente, una mujer blanca dioa luz gemelos negros. No se trata de infidelidad conyugal ni de milagro alguno, sinode una confusión durante el proceso de fertilización in vitro (El País, 9-VII-2002).

4 Deleito y Piñuela, José, ...También se divierte el pueblo, Madrid, Alianza, 1988, p. 157.Entre los fundadores de la Academia de los tenebrosos figuraba el doctor BernardoLadrón de Guevara, a quien se le encargó la tarea de escribir unos tercetos en los quedebía decidir cuáles eran mayores verdugos: si los médicos o los militares. El doctor serefería a los errores que cualquier profesional comete en su oficio. Con estos versos con-cluía su poema: «Cierto que, al prepararse a la partida, / somos los que prestamos másayuda, / o causamos, a veces, la caída. / Pero que todos yerran, ¿quién lo duda? / Esque llegó la hora, al fin y al cabo, / y contra el golpe aquél nadie se escuda. / Las ma-nos, pues, sin aprensión me lavo, / y, aunque, con todo, el caso fuese cierto, / muerencon confesión de cabo a rabo. / Quede sentado, al fin, y así lo advierto, / que las armascausaron más ruina, / y el que a las manos de un doctor ha muerto / acabó como man-da la doctrina». Apud Julio Monreal, Cuadros viejos, Madrid, Ariben y C.a, 1878, p. 377.

5 Sobre este asunto véase Lobato, M.a L., «Mecanismos cómicos en los entremeses deCalderón», Anthropos, Extra, 1997, pp. 136-141. El aspecto estrafalario del doctoraparece de forma evidente en el Entremés famoso: Las civilidades, de Quiñones deBenavente, en donde el doctor Alfarnaque sale «con anteojos, sombrero de haldagrande, ropa negra y guantes doblados» (p. 503b). Citaremos por Cotarelo y Morí,Emilio, Colección de entremeses, loas, bailes, jácaras y mojigangas, ed. facsímil deJ. L. Suárez y A. Madroñal, Granada, Universidad, 2000.

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de Alonso de Castillo Solórzano6. El protagonista de la misma, Ginés,desconfía de la fidelidad de su esposa, Brígida, y finge que está enfer-mo con el fin de probar el amor de su mujer y reírse de los escasos co-nocimientos de los médicos7. Vierte vino blanco en un orinal y se meteen la cama. Brígida llama a tres médicos, los cuales se llaman Ribete,Matanga y Rebenque8. Los doctores toman el pulso al «convaleciente»9,y éste les comunica su mal: unos señores le regalaron varias frascas debuen vino, pero una mona las rompió. El susto y el pesar le causaronun dolor tan grande que acabó adueñándose de todo su cuerpo. Cuandolos galenos examinan los signos de la enfermedad que sufre Ginés,Castillo Solórzano deforma cómicamente su jerga, cultismos y lengua-je técnico. Ribete interroga:

¿Reconcéntrase en las renesesa intención dolencial? (316 a).

A esta pregunta pedante responde Ginés, burlándose de su artificio-sa manera de hablar:

Y tan pulmónicamente,que es ya mi rifionicida:tanto me aprieta y ofende.

REBENQUE ¿NO tranquiliza el tesón?GINÉS NO lo entiendo.

REBENQUE ¿NO lo entiende?Digo si lo vigorososuele estar intercandente.

GINÉS Menos lo llego a entender.

Pieza incluida en el capítulo XVI de La niña de los embustes Teresa de Manzanares(1632).Ginés cita este epigrama satírico: «De médicos está lleno / malos el mundo, y porDios / que diera Galeno el bueno / heno a más de veinte y dos / que visten veinti-doseno» (p. 315b). Se juega con el doble sentido del número cardinal y de «paño desegunda clase cuya urdimbre consta de 22 centenares de hilos».Los nombres resumen algunos rasgos que acompañaban a los médicos: Ribete aludeal interés que pacta un jugador que presta a otro una cantidad de dinero, Rebenqueera el látigo de cuero con que se castigaba a los galeotes, Matanga evoca la muerte.El asunto de la reunión de médicos fue tratado después por Quiñones de Benaventey otros entremesistas, según Domínguez de Paz, Elisa, «Construcción y sentido delteatro breve de Alonso de Castillo Solórzano», Boletín de la Real Academia Española,LXVII (1987), pp. 251-270.Era «el primer acto del médico», según Andrés, Christian, en Quiñones de Benavente,Luis, ed., Entremeses, Madrid, Cátedra, 1991, p. 122, n. 58.

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MATANGA ¿Si lo sensible padeceopresión universal,sin darle lugar al requies?

GINÉS No puedo hacer responsiónsi clara no me hablan mente.

RIBETE Dicen si el mal le estimulaad invicem, o si tieneimpírica posesiónen el cuerpo permanente.

REBENQUE Si ofende o no todas horas.GINÉS Todas horas ofende (p. 316).

Examinan los doctores la orina, y, puesto que Matanga llega a la con-clusión de que la enfermedad de Ginés es grave10, se retiran a deliberar.Ginés se levanta a escondidas de la cama y escucha su conversación, lacual no consiste en tratar del enfermo, sino en hablar de sus negocios: delnúmero de enfermos que tienen (uno tiene en su lista dieciocho, Matanga«encaminó a la otra vida» a veinte en el mes pasado), del estado de susmuías y de asuntos similares. Al final, tratan del paciente y aconsejan tra-tamientos dispares11. Así, Rebenque prescribe «echarle cien ventosas sa-jadas»; Ribete, aplicarle un enema; Matanga, purgarlo doce veces. Ginésvuelve a la cama; oye el diagnóstico de Ribete, quien exagera la enfer-medad que padece el enfermo, y al fin confiesa que todo su mal ha sidofingido. Toma el orinal, se bebe el vino y descubre la verdad:

Señores protoidiotas,esta orina orinó en Yepesel cuerpo de una tinaja,y cada cuartillo puederesucitar cuatro muertos.Ya examiné sus caletres,tan doctos que es compasiónque a galeras no los echen (p. 317b).

Esta ineptitud de los doctores reflejaba una realidad social12.Ciertamente, el estado de la medicina en el Siglo de Oro apenas había

10 El recurso de utilizar el vino blanco para dar apariencia de orina fue muy empleado.11 Pero Mexía {Coloquios del docto y magnífico caballero Pero Mexía, Sevilla, [Edit.

Hispalense], 1947, p. 29) censura la costumbre de solicitar la opinión de varios doc-tores: «[...] si juntáis dos o tres médicos, cada uno es singular en su parecer las másveces y vienen a concertarse a riesgo del enfermo».

12 La caricatura del médico se inspiraba en la realidad, según Chevalier, Máxime, Tiposcómicos y folklore (siglos xvi-xvn), Madrid, Edi-6, 1982, p. 18. Poco después (p. 39),

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avanzado desde los tiempos antiguos, y los médicos de aquella época es-taban poco preparados13. Los testimonios contemporáneos sobre esta tris-te realidad son bastante explícitos14: la ciencia se hallaba muy atrasada yse veía impotente para atajar muchas enfermedades15. La desidia e in-

Chevalier afirma: «Ni la realidad social de la época ni la tradición literaria explicanen forma satisfactoria la caricatura del médico que ofrecen a cada paso los textos delSiglo de Oro».

13 A causa de la cerrazón clerical, España quedó excluida del método científico deParacelso, cuya medicina química implicaba una superación de los procedimientosantiguos, y la Inquisición entorpeció el desarrollo de la ciencia española «por la per-secución de los judíos y moriscos, entre los cuales había buen número de médicos;por los expurgos de bibliotecas y el recelo ante las obras de ciencia» (Gutiérrez Nieto,Juan Ignacio, «Inquisición y culturas marginadas: conversos, moriscos y gitanos», enEl siglo del Quijote (1580-1680), t. 26, vol. 1 de Historia de España Menéndez Pidal,dir. J. M.a Jover, Madrid, Espasa-Calpe, 1988, pp. 645-792 (p. 682). Aunque Paracelsoadmitía los usos antiguos que habían demostrado su eficacia, se extrañaba de que suscolegas siguieran glorificando los procedimientos de Celso y Galeno. Rechazaba, portanto, el estancamiento medieval que padecía la medicina; combatió la charlataneríay el lenguaje engolado de sus colegas; prohibió el uso de cualquier medicación vio-lenta (sangrías, vomitivos). En lengua vulgar, explicaba a la gente el alcance de susmedicamentos. En este sentido, su figura se halla vinculada a los nuevos aires rena-centistas. Véase Paracelso, Obras completas, trad., estudio y anotaciones de E.Lluesma-Uranga, Sevilla, CSIC-Renacimiento, 1992, pássim.

14 El médico de Felipe III recomendaba a sus enfermos sangrarse varias veces al año,según Andrés, op. cit. (nota 7), p. 188. Además, abundaban las prácticas supersti-ciosas. Por ejemplo, para curar la rabia se creía que eran eficaces los pelos del pe-rro. (Véase Santa Cruz, Melchor de, Floresta española, ed. Cabanas, M., Madrid,Cátedra, 1996, p. 401, n.) Para tratar las verrugas, se recomendaba tomar tantos gar-banzos cuantas fueran ellas. (Véase. Paz y Melia, Antonio, Papeles de Inquisición,Madrid, 1947, p. 351.) Se escriben libros con el fin de probar la conveniencia de dar«agua de nieve moderadamente fría» en las comidas a quienes habían sido purgados(Burgos, Alonso de, Método curativo y uso de la nieve, Córdoba, 1640). Enríquez,Enrique Jorge, (Retrato del perfecto médico, Salamanca, 1603, pp. 110-111) asegu-ra que, cuando estuvo en Salamanca, rogó al claustro de médicos que no premiasenal estudiante necio, sino al competente, pero vio que no servía de nada su recomen-dación puesto que el interés y el soborno funcionaban de tal modo que se entrega-ban los títulos tanto a quien era un ignorante como al buen estudiante.

15 Sin necesidad de citar las terribles pestes, existían otras enfermedades contagiosas quedestruían las ciudades. Así ocurrió con la gripe de 1588, la cual se inició en Venecia, endonde atacó a toda la población, y se extendió posteriormente por Milán, Francia yCataluña, según Braudel, Fernand, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la épo-ca de Felipe II, I, México-Madrid, F.C.E., 1980, p. 443. El hecho de que algunos trata-mientos no hubiesen avanzado desde la Antigüedad prueba que la ciencia médica se es-tancó en la Edad Media. Al menos, la receta de enemas y lavativas para curarenfermedades se encuentra ya en fábulas antiguas, según puede comprobarse en Fábulasde Esopo. Vida de Esopo. Fábulas de Babrio, introducción, traducción y notas de GarcíaGual, C, Bádenas de la Peña, P. y López Facal, J., Madrid, Gredos, 1985, p. 93. Porotro lado es bien sabido que, en la Edad Media, se juzgaba que la ciencia era un siste-ma completo y tenía un carácter estático al que no podía incorporársele nada nuevo por-que se creía que todo el conocimiento científico estaba ya recopilado y almacenado.

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competencia de muchos galenos fue puesta de relieve por Andrés Laguna,quien habla de «cierto medico toledano, el qual después de haver juga-do toda la noche, escrivia de presto diez ó doze receptas varias, y po-niasselas debaxo del almohada, y á la mañana siguiente dava la primeracon que encontrava al primero que le trahia la orina: y con ella junta-mente la vida o la muerte, según la suerte la encaminava»16.

Las universidades, por su parte, no se preocupaban tanto de otorgartítulos a las personas de mérito como de organizar certámenes superfi-ciales, charangas y panderetas. La soberbia intelectual, la delación y lasrencillas estaban a la orden del día entre los profesores universitarios17.Aunque no sirva de disculpa, la situación de la medicina en Europa erabastante similar18. Ambroise Paré (1509-1590), famoso cirujano francés,explica en su libro Voy ages faites en divers lieux cuáles eran los mediosque utilizaba para curar las heridas por armas de fuego. Como se pen-saba que las balas llevaban consigo la pólvora y que ésta envenenabalas heridas, los cirujanos creían que era preciso combatir dicho venenoabriendo las heridas y echando en ellas aceite hirviendo. La feliz ca-sualidad de que se terminara el aceite después de una batalla en dondehubo gran número de heridos permitió a Paré descubrir otro método decuración. Este cirujano no pudo conciliar el sueño pensando que a lamañana siguiente encontraría muertos o envenenados a los heridos queno habían sido atendidos con tal aceite. Sin embargo, éstos se hallabanmejor que cuantos habían sido tratados según el método tradicional, loscuales padecían dolores, inflamaciones y alta fiebre19.

16 Laguna, Andrés, Pedacio Dioscórides, Madrid, C.A.M., 1991, p. 595. Este caso separece mucho al cuento del doctor que traía consigo gran cantidad de recetas, saca-ba una al azar y, antes de entregarla a su paciente, decía entre sí «Dios te la deparebuena». Véase Chevalier, Máxime, op. cit. (nota 3), p. 127. En muchas ocasiones, laorina del enfermo llegaba al médico corrompida o manchada, según señala Antoniode Torquemada en sus Coloquios satíricos (citado por Mingóte, M. E., ed., Diálogodel perfecto médico, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 93).

17 Caro Baroja, Julio, (El señor Inquisidor y otras vidas por oficio, Madrid, Alianza,1983, p. 19) afirma que «la universidad era escuela de violencia intelectual; en ellase desarrollaba una especie de hybris, de valer más intelectual [...] Los estudios eranmás ocasión para organizar murgas y pandorgadas y para certámenes barrocos y ge-rundianos que para formar buenos y honrados profesionales». Además, muchas cá-tedras se proveían de modo arbitrario.

18 Con todo, existían diferencias significativas. Por ejemplo, Laguna alaba el uso de al-gunas ciudades de Francia e Italia, en donde no se dispensaba a los enfermos ningúncompuesto sin que los principales médicos lo hubiesen examinado anteriormente. Talregla se guardaba igualmente en Valencia. Cfr. Laguna, op. cit. (nota 16), pág. 4.

19 Véase López Pinero, José María, Lecciones de historia de la medicina, Valencia,Universitat-CSIC, 1989, p. 128. A veces, la ciencia avanza a palos de ciego.

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Sobre este asunto de la incompetencia de los médicos, Melchor deSanta Cruz recoge un cuento que fue muy popular en el Siglo de Oro:

En la mesa del Papa Alejandro Sexto, se disputaba un día si eraprovechoso que hubiese en la república médicos. La mayor par-te tuvo que no, y alegaron en su razón que Roma estuvo seis-cientos años sin ellos. Dijo el Papa que él no era de aquel pare-cer, antes era que los hubiese, porque a faltar ellos crecería tantola multitud de los hombres, que no cabrían en el mundo20.

Además de incidir reiteradamente en la incompetencia de los médi-cos, los entremesistas también se aprovecharon de esta figura con obje-to de moralizar sobre diferentes asuntos de la sociedad. El doctor, cuyofin principal consistía en curar enfermedades, parecía un personaje ade-cuado para ejercer la función de corrector o reparador de algunos des-atinos, vicios y engaños contemporáneos. Así lo encontramos curandotambién enfermedades espirituales: defectos de la sociedad, extrava-gancias de los individuos, etc. Ante el doctor van desfilando diferentesfiguras, y éste satiriza su comportamiento. Encontramos abundantes re-ferencias al tabernero que echa agua en el vino, al carnicero que hacetrampa al pesar la carne, al sastre que sisa, etc.21. En el Entremés famo-so de Las Malcontentas. Nuevo, de Benavente, un doctor graduado porGinebra, llamado Juan Cacho, se presta a curar a mujeres a quienes su

20 Santa Cruz, op. cit. (nota 14), p. 121. Este concepto mordaz de los médicos fue re-producido por Jerónimo de Mondragón: «Hallándose juntos cierto día en Milán mu-chos caballeros, letrados, médicos y otra gente para ver declarar la tan reñida cuestiónde cuál es de más preeminencia —la facultad de la Jurisprudencia o Medicina—, nopudiéndose determinar por el gran contraste que por cada cual de las partes se hacía,un loco admirablemente lo decidió —puesto un letrado delante un médico— diciendo:«Vaya el ladrón primero y sígale el verdugo» (Cuentos de la Edad Media y del Siglode Oro, ed. J. Maire Bobes, Madrid, Akal, 2002, p. 181).

21 En el Entremés famoso del doctor Rapado, de Pedro Moría (p. 216ss.), un doctorpropone medios a varios locos para curar su enfermedad. Hay una interesante refe-rencia al interés que siente el común de la población por los espectáculos teatrales:«Sepan los que ocupan / primera hilera, / que primero es la olla / que la comedia»(I, p. 216b). En el Entremés famoso: Las civilidades, de Benavente, el doctorAlfarnaque corrige los malos usos lingüísticos de sus contemporáneos. Llama a lospresentes «Tontonazos, tontones, retontones» porque no saben hablar en castellano,y afirma que viene a enseñarles dicha lengua: «¿Por qué a un hombre que tiene malalengua / le llamas mal hablado? Di, barbado, / que ese es mal hablador, no mal ha-blado» (p. 504a). Continúa corrigiendo usos parecidos del castellano hasta que uncriado avisa de que varios cortesanos, «preciados de la lengua castellana», lo aguar-dan en una sala contigua. A medida que los distintos personajes van cometiendo erro-res en su expresión, el doctor los envía al hospital para curarlos. En cuanto a los ta-berneros y personajes similares escarnecidos por la literatura clásica, véase Marcial,op. cit., pp. 148, 257 y pássim.

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tía no deja resollar22, sufren de palpitaciones, etc. Pasan ante el doctoruna doncella (malcontenta porque tiene «muy poco gusto»), una casada(malcontenta porque tiene un marido rico, pero viejo, con braguero23 queno acaba de morirse, a quien engaña) y una dueña (malcontenta porqueafirman que es murmuradora, fastidiosa). El entremés sirve a Benaventepara censurar la ligereza de las mujeres contemporáneas: de las jóvenes,de las casadas por interés, de las dueñas enfadosas.

En este variopinto mundo de enfermos no podían faltar los enamo-rados24. En el Entremés cantado: el doctor Juan Rana, de Benavente, eldoctor ha de curar a varios pacientes, los cuales se mueren a causa dehaber comido un gazapo. El sentido erótico y obsceno del texto es evi-dente. Así, Josefa explica que está opilada por razón de «comer vesti-dos justos»25. Juan aconseja que compren un guardainfante porque

Tal vez por esparto es hierro,y tal vez por hierro es parto. (547 b).

También recomienda un guardainfante a una «dama andante» (busco-na), dos ayudas de bolsa pliega a un enamorado que está harto de una hem-bra26, nuez de ballesta a una mujer que sufre los acosos sexuales de unhombre27, etc.

22 El «mal de tía» aludía, probablemente, a parientes que vigilaban los movimientos delas mozas, impidiéndoles verse libremente con sus pretendientes.

23 Braguero: «aparato o vendaje destinado a contener las hernias en el escroto» (DRAE).El doctor replica a la casada que ningún hombre compra de día el braguero, pues unpotrero le había advertido de que los maridos esperaban a la noche para comprarlos:«En todo hay modos; / esto al anochecer lo compran todos» (710 a).

24 La moda del «entremés de figuras» fue iniciada por el Entremés famoso del hospitalde los podridos y lo continuó El examinador Míser Palomo, cuyo éxito animó a su au-tor, Hurtado de Mendoza, a continuarlo en la Segunda parte del entremés de MíserPalomo y médico de espíritu. Entre los tipos censurados figura la desamorada, la cualrechaza todo tipo de remedios que le ofrece el doctor para curar su «enfermedad».

25 En este contexto, tal expresión equivale a copular. En un romance anónimo, una viu-da se lamenta por la ausencia de su marido: «Ay, pimiento quemador, / le decía por re-quiebro, / colorado estáis agora, / y nacistes verdinegro. / Natura os vistió de grana, /color grave, alegre y bueno... / A los ojos os venís, / y entráis por ellos al cuerpo. / Sila olla pongo tarde, / vos cocéis la carne luego, / y si no puedo comer, / me abrís lagana de presto» {Floresta de poesías eróticas del Siglo de Oro, recopiladas por Alzieu,P., Jammes, R. y Lissorgues, Toulouse, Université, 1975, p. 281).

26 Las ayudas de bolsa pliega eran medicinas para limpiar el vientre. Algunos editoreshan corregido «prieta» por «pliega» para dar a entender «bolsa apretada»; es decir,no dadivosa, tacaña. No obstante, el vocablo «pliega», asociado con «gira», apareceen un recetario del siglo xv con el sentido de «medicamento purgativo», y asimismoen otros entremeses del Siglo de Oro, con idéntico significado. Estos chistes escato-lógicos eran característicos del carnaval.

27 Afirma que un gatazo la enferma de carne y queso. Gatazo, queso, carne, son sím-bolos fálicos. La «nuez de ballesta» era un hueso que tenía el tablero de esta arma;

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Si a estas connotaciones lascivas y escatológicas añadimos las ini-ciales de esta pieza en que el doctor había recomendado purgas y san-grías28, observaremos que hay una consciente intención de Quiñones deBenavente por vincular su entremés con el carnaval, cuyas bromas es-catológicas y lascivas son bien conocidas29. En realidad, la algazara, elmundo al revés, la transgresión, aspectos tan queridos del carnaval, eranrecursos idóneos para la comicidad de los entremeses30. Las carnesto-lendas, con sus burlas, máscaras, bailes y comilonas servían de válvulade escape a las frustraciones cotidianas31. De un modo parecido, la pre-

dicho hueso se labraba con uno que tenían los venados en el nacimiento de los cuer-nos.

28 Al comienzo de este entremés el doctor pregunta a Salvador si viene malo, pero, aun-que éste responda de forma negativa, aquél le ordena: « Sángrese luego. / SALV. Noes eso; que voy buscando... / JUAN. Pues démosle una purguita (II, p. 547a)». Laguna(op. cit. (nota 16), p. 594) censura con acritud la «pestilencial» costumbre de sajar alos niños recién nacidos cuando éstos manifestaban cualquier síntoma de acceso fe-bril. Los padres, indica Laguna, llamaban al barbero «o verdugo, el cual, con unasmanazas [...] y con un navajonazo de crueles filos le hienden sin piedad (al niño deteta) por mil partes las piernas de arriba abajo [...] En España no sabemos enseñarvirtud ni letras a un niño sino a poder de azotes y mojicones; ni darle salud sinoabriéndole las entrañas y enteramente matándole, lo cual en Italia y en otras partesse hace con mil blanduras y amorosas delicadezas [...] la sangría a los niños no esmedicina, sino carnicería». Asegura, a continuación, que, cuando quiso sangrar a unniño en Roma, faltó poco para que lo apedreasen. Existen más testimonios contem-poráneos contra las sangrías. Véase. Mexía, op. cit. (nota 11), p. 22. En otro textoleemos: «Porque muchas vezes se ha visto, comengando el barbero abrir la vena, co-mencar a cerrar los ojos el doliente para se morir» (Diálogo del perfecto médico, p.156).

29 En las tertulias de antruejo se contaban chistes lúbricos y sucios, según leemos enHidalgo, Gaspar Lucas, Diálogos de apacible entretenimiento, en Curiosidades bi-bliográficas, Madrid, Atlas, 1950 (B.A.E., XXXVI), p. 296. Estos asuntos fueron tra-tados por Bajtin, Mijaü, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento,trads. J. Forcat y C. Conroy, Madrid, Alianza, 1987, pp. 332-393.

30 Estas alusiones groseras y obscenas son patentes en el entremés titulado El carna-val, en donde aparecen las máscaras de dicha fiesta, y varias parejas charlan, bro-mean y se tocan con desvergüenza. La protagonista del mismo es una joven llama-da Ana, la cual se burla de todos los hombres que la cortejan. Tales bromas —intentode purgaciones con una jeringa, enharinamiento de un personaje, etc.— y el lengua-je empleado —dobles sentidos obscenos con el empleo de vocablos como cuchilla,mortero, lanceta, sortija, etc.— entroncan con la tradición del carnaval, según ha in-dicado Huerta Calvo, Javier, «Entremés de El Carnaval. Edición y Estudio», Dicenda.Cuadernos de Filología Clásica, 7 (1988), pp. 357-387.

31 Para un interesante testimonio contemporáneo sobre carnestolendas cfr. Zabaleta,Juan de, El día de fiesta por la tarde, ed. J. M.a Diez Borque, Madrid, Cupsa, 1977,pp. 176-193. Sobre el modo en que la aristocracia celebraba el carnaval véase Varey,J. E., «La creación deliberada de la confusión: estudio de una diversión de carnes-tolendas de 1623», en Kossoff, A. D. y Amor y Vázquez, J., eds., Homenaje a WilliamL. Fichter, Madrid, Castalia, 1971, pp. 745-754.

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sencia carnavalesca y caricaturizada del doctor podría servir tambiénpara desahogar las frustraciones de tantos espectadores que habían pa-decido sus purgas, sangrías y demás consejos disparatados. En la vidareal, el paciente debía acatar la autoridad del médico, pero en el teatroel espectador podía reírse de sus recomendaciones desatinadas, de susposturas indecorosas, de sus acciones inconvenientes32. El entremesistaexageraba cómicamente los actos del médico, los caricaturizaba, en unaconsciente degradación de la práctica médica con el fin de buscar la risadel público33.

Finalmente, debemos señalar otra razón que pudiera explicar el tra-tamiento cómico de la figura del doctor. Bien es sabido que, desde tiem-po inmemorial, los judíos habían practicado los oficios de médico, ci-rujano y boticario. Antes de 1492 la profesión médica «había sido casimonopolio de los judíos»34. Edward Glaser afirma

Un número limitado de cristianos nuevos, vivo aún el interés an-cestral en la medicina, lograba terminar estos estudios a pesar decuantos obstáculos les oponía la sociedad: ellos pasaron a ser elblanco favorito del general sentimiento antijudaico. Según la su-perstición popular, el médico de origen judío estaba en mejor po-sición que la mayoría de sus hermanos para vengarse de todoslos sufrimientos que su raza había tenido que soportar. Ciertostratadistas antisemitas afirman una y otra vez que el cristiano nue-

32 En el Entremés famoso: las burlas de Isabel, de Benavente, el doctor es objeto de laburla de la protagonista, quien hace creer a Joaquín, el hospitalero, que dicho doc-tor es su padre que está enfermo y necesita que le apliquen una ayuda (enema, la-vativa) para evacuar. El doctor sale corriendo en paños menores mientras Joaquín lopersigue con una jeringa: «DOCTOR ¡Que no hallé ayuda en mi vida / para cosa deprovecho, / y este hombre quiere ayudarme / agora que yo no quiero! / JOAQUÍN ¡Juroa Dios que ha de llevarla!, / que está estreñido y repleto. / DOCTOR ¡Juro a Dios quetal no lleve, / Aunque me eche cerraderos!» (pp. 622-23).

33 En la vida real nadie podía rebelarse contra el orden social constituido, pero en car-naval podía armarse bronca, insultar e incluso agredir. Véase Caro Baroja, J., El car-naval, Barcelona, Círculo de Lectores, 1992, p. 182. Probablemente, el espectador,al contemplar los recursos carnavalescos, se sentiría liberado, como en carnaval, ytransportado a momentos placenteros de diversión y abundancia.

34 Glaser, E., «Referencias antisemitas en la literatura peninsular de la Edad de Oro»,Nueva Revista de Filología Hispánica, VIII (1954), pp. 39-62 (p. 45). En el Siglo deOro varios médicos de origen converso estuvieron vinculados a Toledo y a su co-marca, según indica J. Gómez-Menor Fuentes, «Más datos sobre médicos toledanosde los siglos xvi y XVII», Anales toledanos, IX (1974), pp. 183-201. No obstante,Chevalier (pp. cit. (nota 12), p. 40) asegura que «[...] la caricatura literaria del mé-dico no se ha de relacionar con el papel histórico que tuvieron judíos y conversos enla medicina española».

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vo aprovecha cualquier oportunidad para asesinar a los cristianosindefensos que se confían a su cuidado35.

Esta propaganda antisemita caía en terreno fértil. El fraile Franciscode TorrejonciUo, en un libro que alcanzó varias ediciones a fines del si-glo xvn y comienzos del xvm36 reproduce una supuesta carta de los ju-díos de Constantinopla a los de Toledo, en donde los primeros aconse-jan a los segundos que disimulen el dolor causado por tantas miserias ypersecuciones como sufrían:

Y pues decís que os quitan vuestras haciendas, hazed vuestroshijos abogados y mercaderes, y quitaránselas a ellos y a los su-yos las suyas. Y pues decís que os quitan las vidas, hazed vues-tros hijos médicos, cirujanos, boticarios, barberos, y quitárselashan a ellos, a sus hijos y descendientes, las suyas37.

TorrejonciUo cuenta que

[...] en cierto lugar de España, siendo preso un médico, confesóque había muerto en él con ponzoña más de trescientas personas;y de otro que era casado con otra de la misma casta, siempre quevenía de las visitas, le aguardaba la mujer y, quitándole la capa,le decía: - Venga en buen hora nuestro vengador. Y él, levantan-do la mano en alto, decía: - Venga, y vengará.38

En los entremeses no existen referencias visibles a la ascendencia delos médicos, pero los autores contaban con el prejuicio mencionado, quese hallaba muy extendido entre la población; es decir, existía una con-ciencia popular que asimilaba a estos profesionales con los cristianosnuevos. Además, el público era consciente de que determinados com-portamientos dramáticos de dicho personaje aludían a su linaje semita.

35 Glaser, op. cit. (nota 34), pp. 43-44.36 Se trata de la obra Centinela contra judíos.37 TorrejonciUo, Francisco de, Centinela contra judíos, Madrid, 1674, pp. 84-85. Según

este fraile, el papa Gregorio XIII mandó en una bula que «los judíos no fuesen mé-dicos, por el odio y aborrecimiento que nos tienen» (ibíd., p. 24). En un texto del si-glo xv (Previlegio de don Juan II a favor de un hidalgo), se lee: «[...] damos licen-cia a vos e a los dichos vuestros descendientes para que podáis ser boticarios, físicosy zurujanos, e so color de curar e procurar por la salud de las enfermedades del cuer-po de cualquier cristiano viejo, trabajéis e procuréis, como trabajan e procuran todoslos de la dicha generación de los marranos, de matar y apocar a los cristianos vie-jos...» (Paz y Melia, Antonio, rea, Sales españolas, Madrid, Atlas, 1964, p. 26b).

38 TorrejonciUo, op. cit. (nota 27), p. 86. Posiblemente, TorrejonciUo toma esta refe-rencia de Villar Maldonado, Ignacio del, Sylva responsorum iuris, Madrid, 1614.

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En muchos entremeses se mencionan rasgos de su persona que el pue-blo identificaba instintivamente con los conversos: riqueza, codicia, in-credulidad y vida próspera39. Según Eugenio Asensio, «Los chistes so-bre conversos reflejan la vacilante actitud, entre inquina y admiración,con que se les miraba. Junto a los ataques por mezquindad unida a ri-queza, se encuentran pasajes que ponen de relieve su dicha»40. Esta ideade que la persona dichosa era judía «pertenecía al acervo común del vul-go»41. Quiñones de Benavente reflejó este movimiento del ánimo en Eldoctor y el enfermo, en donde el médico, Garatusa, se pone muy con-tento cuando oye que un cliente indiano le pagará con joyas, oro y pla-ta. El doctor de Las burlas de Isabel, del mismo autor, salta y brinca decontento42.

Concluimos. La literatura del Siglo de Oro trató la figura del médi-co de modo extravagante y risible. Los entremesistas encontraron en di-cho personaje un filón valioso para sus bromas, y basaron su caricatu-ra en una realidad penosa, ya que el estado de la Medicina en los siglosxvi y XVII era muy deficiente. Los galenos acostumbraban a recetar pur-gas o sangrías para curar cualquier enfermedad. Además, en el Siglo deOro aún se conservaba la idea de que el oficio de médico era patrimo-nio de los descendientes de los judíos. Los entremesistas aprovecharonestas dos circunstancias para ridiculizar la figura de los doctores y de-gradar su oficio. El empleo de recursos carnavalescos facilitó dicha ta-rea. En los entremeses se ofrecían estampas de la vida cotidiana, peroexageradas de tal modo que el público reía de buen grado cuando veíaen situaciones escarnecidas a un personaje con el que solían tener tratoen la vida diaria. El doctor fue sometido a una acentuada caricatura ydegradado hasta límites grotescos, acentuando su ignorancia, codicia yriqueza, y presentándolo en situaciones irrisorias para fomentar la co-micidad.

39 Aun cuando la fórmula sea cómica, en el Entremés famoso: el doctor y el enfermo,de Benavente, Mormojón acusa al médico de no seguir la ley de Cristo, pues éstedice a los hombres que se amen los unos a otros; los doctores, en cambio, «[...] ha-céis al contrario bien vosotros, / pues en lugar de amarnos y querernos, / como en laley de Dios está ordenado, / nos deseáis dolores de costado, / calenturas, tercianas yotros males, de que enferman también nuestros reales» (p. 601b). Reiteradamente secensura el interés de los médicos por ganar dinero. Tan pronto como oyen que el en-fermo posee plata, oro o perlas, los doctores ruegan que traigan al enfermo (El doc-tor y el enfermo, de Benavente, por ejemplo). Al doctor Sanalotodo le entregan «di-neros a manos llenas» (p. 703a).

40 Asensio, Eugenio, Itinerario del entremés, Madrid, Gredos, 1971, pp. 164-165.41 Op. cit. (nota 40), p. 165.42 Benavente intentará satisfacer a su auditorio porque en ambos casos los dos médi-

cos son o bien engañados o bien perseguidos.

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