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    GOBERNAR EL VACO?El proceso de vaciado de las democracias occidentales

    PETER MAIR

    Hace ya casi cincuenta aos que se acu el concepto de pueblo semi-soberano, para sugerir que el control sobre la toma de las decisiones po-lticas pudiera estar fuera del alcance de los ciudadanos1. En la dcadade 1960, las tesis de Schattschneider fueron objeto frecuente de discusinpara una gran variedad de intelectuales en lo que se llam el debate en-tre pluralistas y elitistas. A mi modo de ver el tema sigue vigente, no haperdido actualidad y se plantea ahora con ms fuerza y de manera anms inequvoca. En nuestros das, incluso la semisoberana parece estardesapareciendo, y los ciudadanos estn volvindose efectivamente no so-beranos. Estamos asistiendo al crecimiento de una idea de democraciacarente de su componente popular: democracia sin el pueblo. A conti-nuacin voy a examinar los procesos paralelos de separacin de elites yciudadana respecto a la poltica electoral, prestando especial atencin ala transformacin de los partidos polticos, para concluir con una expo-sicin de las consecuencias de este proceso para las democracias libera-les de occidente.

    Cuando empec a considerar el concepto de no soberana, lo asoci enprimer lugar con la indiferencia: hacia la poltica y evidentemente haciala democracia. ste ha sido uno de los elementos ms descuidados en losestudios realizados a finales de la dcada de 1990 sobre la credibilidad ofalta de credibilidad de la poltica2. De cualquier forma, podra decirseque la evidente hostilidad que algunos ciudadanos mostraban hacia susdirigentes polticos tena menos importancia que la indiferencia con quemuchos otros vean el mundo de la poltica en general. Desde luego, lalnea divisoria entre indiferencia y hostilidad no est siempre muy clara,

    y como seal Tocqueville, la prdida de la funcin puede fcilmente en-gendrar desprecio hacia aquellos que continan basando sus privilegios

    1 Elmer Eric Schattschneider, The Semi-Sovereign People: A Realists View of Democracy inAmerica, Chicago 1960. Una versin anterior de este trabajo se recoga en Democracy Be-yond Parties, Center for the Study of Democracy, UC Irving, 2005. Est disponible en la red:repositories.cdlib.org/csd.2 Vase por ejemplo, Susan Pharr y Robert Putnam (eds.), Disaffected Democracies, Prin-centon, 2000; Pippa Norris (ed.), Critical Citizens, Oxford, 1999.

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    en su ejercicio. Sin embargo mereca la pena reconocer que la poltica ylos polticos sencillamente podan ser considerados irrelevantes por mu-chos ciudadanos.

    A finales de la dcada de 1990, la indiferencia popular se vea agravadapor la nueva retrica de los propios polticos. Un caso sobresaliente erael de Tony Blair, que durante su mandato inicial como primer ministroproclamaba realmente nunca he estado metido en poltica [] ni siquie-ra ahora, me considero a m mismo como un poltico3. Para Blair, el pa-pel de la poltica progresista no era el de proporcionar soluciones des-de arriba mediante el ejercicio de la accin del gobierno, sino el de juntarlos mercados dinmicos y las comunidades fuertes para ofrecer siner-gia y oportunidades4. En el mundo ideal de Blair, los polticos seran fi-nalmente superfluos. Como ms tarde remarcara uno de sus colegas degabinete ms cercanos, despolitizar la llave de la toma de decisiones esun elemento vital para acercar ms el poder al pueblo5. En cierto modo,esto era una simple estrategia populista que utilizaba la retrica popu-lar para sugerir que haba habido una ruptura radical con estilos anterio-res de gobierno. Por otro lado, encajaba perfectamente con los principiosde lo que entonces se vea como las nuevas escuelas de gobernanza ycon la idea de que la sociedad se encuentra suficientemente bien orga-nizada a travs de redes de autoorganizacin, de forma que cualquier in-tento por parte del gobierno de intervenir sera ineficaz y probablemen-te contraproducente6. Bajo esta perspectiva, el gobierno ya no busca niempuar el poder ni ejercer la autoridad. Su relevancia disminuye a me-dida que aumenta la de prcticas e instituciones no gubernamentales. Enlos trminos que utiliza Ulrich Beck, la dinmica se mueve de Poltica conP mayscula a poltica con minscula, o lo que l llama subpoltica7.

    Los sentimientos antipolticos se hicieron ms evidentes en los estudiosrealizados a finales de la dcada de 1990. En 1997 apareci un influyen-te artculo en Foreign Affairsexpresando la preocupacin por el carcterdemasiado poltico que estaba tomando el gobierno de Estados Unidos.Su autor era Alan Blinder, un reputado economista y nmero dos de laReserva Federal, que aconsejaba extender el modelo de independenciade los Bancos Centrales a otras reas clave de la poltica, de manera quefueran los expertos independientes quienes tomaran las decisiones sobrela salud y el bienestar del Estado8. El papel de los polticos en la polti-

    3 Blairs Thousand Days, BBC2 (30 enero 2000). Una discusin sobre el Nuevo Laborismo

    aparece en mi artculo: Partyless Democracy, NLR 2 (marzo-abril 2000); Democracia sinpartidos, NLR3, Madrid, (julio-agosto 2000).4 Tony Blair, Third Way, Phase Two, Prospect(marzo 2001).5 Lord Falconer, citado por Matthew Flinders y Jim Buller Depoliticisation, Democracy andArena-Shifting, artculo indito, 2004.6 Guy Peters, Governance. A Garbage-Can Perspective, ISA, Viena, 2002.7 Ulrich Beck, Risk Society, Londres, 1992, pp. 183-236.8 Alan Blinder, Is Government too Political?, Foreign AffairsLXXVI, 6, 1997.

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    ARTCULOS ca y a la hora de disear e implementar las polticas correspondientes se

    limitara a aquellas reas en las que el juicio de los expertos no bastarapara legitimar los resultados. En el panorama europeo tambin surganargumentos similares. En 1996 Giandomenico Majone, por ejemplo, sos-tena que el papel de los expertos en la toma de decisiones era ms im-portante que el de los propios polticos porque podan valorar mejor losintereses a largo plazo. Los polticos, por definicin, trabajan a corto pla-zo y permitir que las decisiones se vean sometidas a las consideracionesque suponen los ciclos electorales es arriesgarse a obtener peores resul-tados: la segmentacin del proceso democrtico en periodos relativa-mente cortos tiene consecuencias negativas importantes cuando los pro-blemas a los que se enfrenta la sociedad requieren soluciones a largoplazo. Una vez ms, la solucin ofrecida es delegar poderes en lo queMajone define como instituciones no mayoritarias que, por su carcterno son directamente responsables ante los votantes o ante sus represen-tantes9. Los expertos estn ms capacitados que los polticos electos paraenfrentarse con las complejidades tcnicas de la legislacin moderna. Amedida que las formas tradicionales de control del estado se sustituyenpor esquemas reguladores ms complejos, el conocimiento especializadoparece ser ms efectivo que el juicio poltico10. De nuevo, es la polticala que queda devaluada.

    En resumen, a finales de la dcada de 1990 pareca que ni los ciudada-nos ni los responsables polticos concedan demasiado valor al papel dela poltica en la toma de decisiones. Sin embargo, mientras la evidenciasealaba una indiferencia ampliamente extendida hacia la poltica y lospolticos, resultaba menos claro que esa indiferencia se extendiera haciala democracia como tal. Realmente, los debates y estudios ms tericosque se producan en aqul momento acerca de las reformas constitucio-nales, daban la impresin de la existencia de un inters creciente y am-plio por la democracia y, especialmente, por el funcionamiento de los sis-temas democrticos y lo que significan en realidad. Un grado de intersque no se haba alcanzado en los veinte o treinta aos anteriores. Lejosde ser tratada con indiferencia, la democracia se haba convertido en ob-jetivo prioritario de investigacin tanto para las ciencias polticas comopara la teora poltica. Los catlogos de las publicaciones acadmicas re-bosaban de ttulos sobre el tema. Oxford University Press, por ejemplo,situaba en 2002 a la cabeza de las publicaciones de teora poltica Reflec-tive Democracy, de Robert Goodin, seguida de cerca por Inclusin andDemocracy, de Iris Young, Deliberative Democracy and Beyond, de JohnDryzek y Democratic Autonomy, de Henry Richardson. Cada vez ms, lademocracia estaba presente en la agenda poltica diaria. En la poltica oc-cidental tomaban cuerpo los debates sobre las reformas institucionales y

    9 Giandomenico Majone, Temporal Consistency and Policy Credibility, European UniversityInstitute, Working Paper 96/57, 1996.10 G. Majone, The Politics of Regulation and European Regulatory Institutions, Jack Hay-ward y Anand Menon (eds.), Governing Europe, Oxford, 2003, p. 299.

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    el Banco Mundial y otras organizaciones internacionales ponan nfasisen el gobierno participativo. Las discusiones sobre la reforma de la po-ltica de gobierno de la Unin Europea alcanzaron un grado de notorie-dad inimaginable diez aos antes. Para finales de la dcada de 1990, lademocracia, ya fuera asociativa, deliberativa o reflexiva, global, transna-cional o inclusiva, electoral, no liberal e incluso cristiana, era un tema decandente actualidad.

    Ms all de la participacin de las masas?

    Lo que nos lleva a un rompecabezas. Por un lado, tenemos una eviden-cia consistente respecto a la indiferencia popular hacia la poltica conven-cional y, ms discutiblemente, hacia la democracia. Por otro, en el terre-no intelectual y a veces en el de las reformas institucionales, ha habidouna reafirmacin significativa del inters por la democracia (que no porla poltica). Cmo encajamos estos fenmenos?

    Hay dos posibilidades: la primera es que, de hecho, estn relacionados.El crecimiento del inters intelectual e institucional por la democracia, susignificado y su extensin, es en parte, una respuesta dirigida a comba-tir el aumento de la indiferencia popular. Dicho de otra manera, poten-ciar la democracia se convierte en una tarea en el instante en que la de-mocracia corre el riesgo de volverse irrelevante. Pero aunque elmomento sugiere que ste podra ser el caso, el contenido actual de ladiscusin apunta en otra direccin. Lejos de buscar el fomentar una ma-

    yor participacin, o tratar de potenciar el significado de la democraciapara el ciudadano corriente, muchas de las contribuciones sobre las re-formas institucionales o la teora de la democracia parecen coincidir enfavorecer opciones que realmente desaniman el compromiso de las ma-sas. Esto puede detectarse tanto en la importancia que la democraciaasociativa y el gobierno participativo atribuyen a la implicacin de lossujetos en los asuntos que directamente les ataen dejando de lado, porel contrario, la participacin electoral, como en el tipo de debate exclu-

    yente que se encuentra en la democracia deliberativa y en la reflexiva.En ningn caso se busca un campo de accin que permita amparar mo-dalidades clsicas de democracia de masas. La nueva importancia conce-dida a la legitimidad orientada hacia los resultados en las discusionesque se estn produciendo en el seno de la UE y la idea correlativa deque la democracia en la Unin Europea requiere soluciones que estnms all del Estado e incluso ms all de las convenciones de las de-mocracias liberales de corte occidental se hallan igualmente desvincula-das de la implicacin de las masas11. En otras palabras, hacer la demo-cracia ms atractiva para las masas no es la respuesta que produce la

    11Jo Shaw, Constitutional Settlements and the Citizen, en Neunreither y Wiener (eds.), Eu-ropean Integration after Amsterdam, Oxford, 2000, p. 291.

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    ARTCULOS preocupacin por el problema de la indiferencia popular. Para Philip Pet-

    tit, por ejemplo, que plantea el tema de la renovacin de la democraciaen el contexto de los debates que la acompaan y la despolitizacin quesufre, la cuestin salta a la actualidad porque la democracia es demasia-do importante para dejarla en manos de los polticos o, incluso, de lagente que vota en un referndum. Para Fareed Zakaria, en su trabajoms divulgado, la renovacin es necesaria porque lo que necesita la po-ltica en la actualidad, no es ms democracia sino menos12.

    Abordemos, pues, la segunda posibilidad. La renovacin del inters inte-lectual e institucional por la democracia no pretende extender o revitalizarsu prctica, sino ms bien redefinirla de manera que no necesite ningnnfasis especial sobre la soberana del pueblo para poder afrontar mejor eldeclive de la participacin de las masas. En ltima instancia, es un intentode redefinir la democracia en ausencia del pueblo. Una parte de este pro-ceso de redefinicin descansa en resaltar la distincin entre lo que se hallamado democracia constitucional y lo que podemos llamar democraciapopular; una divisin que se solapa y recuerda la primitiva distincin querealizaba Robert Dahl, entre democracia madisoniana y democracia po-pulista13. El componente constitucional enfatiza la necesidad de controles

    y equilibrios entre las instituciones e implica el gobierno parael pueblo;el componente popular hace nfasis en el papel de los ciudadanos y laparticipacin popular e implica el gobiernopor elpueblo. Los dos elemen-tos coexisten y se complementan mutuamente en una acepcin unitariade la democracia. No obstante, en la actualidad asistimos a la separacin

    y enfrentamiento de ambos elementos, tanto en la teora como en la prc-tica. De ah la reciente aparicin de conceptos como democracia no libe-ral o electoral y los intentos de distinguir aquellas democracias que com-binan las elecciones libres, la democracia popular, con la restriccin de losderechos y el abuso potencial del poder ejecutivo14. Como parecen indicarmuchos de los estudios realizados sobre la tercera ola de las democracias,los elementos popular y constitucional ya no estn necesariamente unidos.

    No solamente est creciendo la distincin conceptual entre los doscomponentes, sino que se est produciendo, en la prctica, un ampliodivorcio, en el que el componente popular se ve degradado respecto alconstitucional. Para Zakaria por ejemplo, la presencia del componenteconstitucional es lo que resulta esencial para la supervivencia y saludde la democracia. En su opinin:

    12 Philip Pettit, Deliberative Democracy and the case for Depoliticising Government, Uni-versity of NSW Law JournalLVIII, 46, 2001; Fareed Zakaria, The Future of Freedom, NuevaYork, 2003, p. 248.13 Robert Dahl, A Preface to Democratic Theory, New Haven, 1956. Vase tambin YvesMny e Ives Surel (eds.), Democracies and the Populist Challenge, Basingstoke, 2002; R.Dahl The Past and Future of Democracy, Occasional Paper V, CSPC, Siena 1999; ShmuelEisenstadt, Paradoxes of Democracy, Washington DC, 1999.14 Larry Diamond, Is the Third Wawe Over? Journal of DemocracyVII, 3, 1996.

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    lo que ha caracterizado durante gran parte de la historia moderna a los go-biernos de Norteamrica y Europa y lo que los ha hecho diferentes de losexistentes en el resto del mundo no ha sido la democracia, sino el constitu-cionalismo liberal. El modelo occidental est mejor representado por eljuez imparcial que por los plebiscitos de masas15.

    Desde este punto de vista, no son las elecciones como tales las queconstruyen la democracia, sino la combinacin de los tribunales conotras formas de participacin no electoral. En lo que respecta a los pa-ses en vas de desarrollo, como gran parte de los estudios sobre elbuen gobierno dan a entender, la frmula est muy clara: ONG + tri-bunales = democracia. Es decir, mientras el nfasis en la sociedad ci-

    vil es oportuno y la confianza en los procedimientos legales es esen-cial, las elecciones como tales no son necesarias16.

    En muchos de los debates acerca de la reforma constitucional, encontra-mos razonamientos similares, donde la democracia resulta redefinida entrminos que rebajan la importancia de su componente popular. Miche-lle Everson, en su reflexin sobre el trabajo de Majone, seala:

    El pensamiento no mayoritario [] afirma enrgicamente que la separacinentre las prcticas de gobierno y las fuerzas polticas es til para el objetivode la democracia, al defender los logros democrticamente alcanzados de lastendencias depredadoras de una elite poltica coyuntural17.

    En este caso, las posiciones estn claras: por un lado, los objetivos de laentidad poltica correspondiente; por otro, los clamores de una elite tran-sitoria por su dependencia electoral y depredadora como consecuenciade ello. La primera se sustenta sobre las redes de la buena gobernanza;la segunda sobre el simple poder y ambicin de las polticas electorales.Del mismo modo, un reciente estudio de las nuevas modalidades de de-legacin pone de manifiesto la importancia creciente de la legitimidad delos procedimientos, que descansa en un proceso de toma de decisionespor parte de instituciones no mayoritarias que resulta ms efectivo que lasdeliberaciones de gabinetes y ejecutivos, las cuales se hallan caracteriza-das por su aislamiento y su frecuente secretismo. As, los beneficios dela transparencia, de la legalidad y de facilitar el acceso a todos los ele-mentos que participan en el proceso, se enfrentan a las limitaciones y dis-torsiones inducidas por polticas partidistas, y se considera que conducena un proceso que puede ofrecer un razonable y democrtico sustituto dela responsabilidad electoral18.

    15 F. Zakaria, The Rise of Illiberal Democracy, Foreign AffairsVXXVI, 6, 1997, p. 27.16 Ver tambin Amy Chua, World on Fire, Nueva York, 2003.17 Michelle Everson, Beyond the Bundesverfassungsgericht, en Zenon Bankowski y AndrewScott (eds.), The European Union and its Order, Oxford 2000, p. 106.18 Mark Thatcher y Alec Sweet, Theory and Practice of Delegation to Non-Majoritarian Ins-tituttions, West European PoliticsXXV, 1, 2002, p. 19.

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    ARTCULOS El papel de los partidos

    Qu impacto ha tenido, sobre los partidos polticos, esta degradacin delcomponente popular de la democracia? Y qu papel han desempeadolos propios partidos en este proceso? Alrededor de veinte aos antes de

    publicar El pueblo semisoberano, Schattschneider proclamaba que, sin lospartidos, la democracia era impensable. La frase misma viene del prra-fo que abre El gobierno de los partidos,y merece ser citada en su propiocontexto:

    El ascenso de los partidos polticos es indudablemente una de las principalescaractersticas del gobierno moderno. Los partidos, de hecho, han desempe-ado un papel trascendental como constructores de gobiernos; ms en con-creto, han sido los constructores de los gobiernos democrticos. Desde el

    principio debe quedar claro que este trabajo esta consagrado a la tesis de quelos partidos polticos crearon la democracia y que la democracia moderna esimpensable salvo en trminos de partidos. En realidad, la situacin de los par-tidos es la mejor evidencia posible sobre la naturaleza de cualquier rgimen.La diferencia ms importante en la filosofa poltica moderna, la diferencia en-tre democracia y dictadura, se observa ms claramente en trminos de parti-dos polticos. No son por lo tanto un mero apndice de los gobiernos moder-nos sino que se encuentran en el centro y juegan un papel determinante ycreativo en ellos19.

    Como sucede en los escritos de este periodo, la democracia era a la vezpopular y constitucional; era la democracia de las elecciones, los man-datos, la responsabilidad popular y el gobierno representativo, al mis-mo tiempo que la del equilibrio y control. Esta era la democracia queSchattschneider encontr impensable excepto en trminos de partidos,habiendo llevado lo cabal de su conviccin a que su planteamientohaya pasado a ser una referencia obligada para los estudiosos de lospartidos, generalmente en defensa de los mismos. Normalmente se

    acepta que si la supervivencia de la democracia est garantizada, ellosignifica que la de los partidos tambin. Pero tambin podemos darlela vuelta a este razonamiento para sugerir que el fracaso de los parti-dos puede significar el fracaso de la democracia, o por lo menos delgobierno representativo.

    Siguiendo a Schattschneider, sin los partidos nos quedaramos con algoque todava podra llamarse democracia pero que habra sido redefini-da de tal manera que degradara o incluso excluira el componente po-

    pular, ya que es ese componente, precisamente, el que depende tan es-trechamente de los partidos. En otras palabras, sin partidos nosencontramos con una versin desnuda de la democracia constitucional,o con algn sistema moderno de gobierno que busca combinar la par-

    19 E. Schattschneider, Party Government, Nueva York, 1942, p.1.

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    ticipacin de todos los agentes con la eficacia a la hora de resolverlos problemas20. No es una frmula impensable, pero s supone que lademocracia popular convencional juegue un papel pequeo o insigni-ficante y que ni las elecciones ni los partidos mantengan una posicinde privilegio. Cuando la democracia en los trminos de Schattschnei-der se vuelve impensable, rpidamente pasan a primer plano otras for-mas de democracia. De ah viene el inters intelectual contemporneopor la renovacin democrtica y el inters prctico en proponer nue-

    vas formas de polticas institucionales. Todos estos planteamientos sedirigen a encontrar o definir una idea de democracia que: (a) funcio-ne; (b) sea considerada legtima y que, sin embargo, (c) no siga situan-do en su centro la idea del control popular o la responsabilidad anteel electorado.

    Las tendencias en Occidente

    Pero en qu sentido estn fracasando los partidos? En primer lugar haquedado sobradamente demostrado que los partidos ya no son capacesde conectar con los ciudadanos corrientes. Los ciudadanos no solamen-te estn votando cada vez en menor nmero y con menor sentido de co-herencia partidista; tambin se muestran cada vez ms reacios a compro-meterse con ellos en trminos de identificacin o militancia. En estesentido, los ciudadanos estn renunciando al compromiso poltico con-

    vencional. En segundo lugar, el partido ya no sirve de manera adecuadacomo base para las actividades y estatus de sus propios lderes, que demanera creciente dirigen sus ambiciones hacia las instituciones pblicas,ajenas a ellos, de donde obtienen sus recursos. Los partidos pueden pro-porcionar a los lderes polticos una plataforma necesaria, pero sirvencada vez ms de trampoln para alcanzar otros puestos. En resumen, lospartidos estn fracasando como resultado de una retirada mutua: los ciu-dadanos se retiran hacia su vida privada o hacia formas ms especializa-das de representacin y los dirigentes de los partidos se retiran hacia lasinstituciones, presentando sus trminos de referencia ms fcilmente des-de su papel de gobernantes o titulares de cargos pblicos. El terreno tra-dicional de la democracia de partidos, considerado como la zona de en-cuentro de los ciudadanos con sus dirigentes polticos, est quedandoabandonado.

    Sobre la cuestin de la falta de compromiso de los ciudadanos respec-to a la poltica convencional, habra que hacer desde el principio dosmatizaciones significativas. La primera es que este proceso est lejosde haberse completado. De hecho, en muchos aspectos aunque no entodos, por ahora lo que se observa no es sino un goteo, por lo que es-

    20 Beate Kohler-Koch, European Government and System Integration, European Governan-ce PapersC-05-01, 2005.

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    ARTCULOS tamos hablando de un proceso que todava no ha llegado a su fin. En

    segundo lugar, aunque en algunos aspectos se trata de una dinmicafamiliar que ha recibido una significativa atencin por parte de estu-dios acadmicos y artculos de divulgacin, todava no se ha reunidoen una valoracin global y accesible el arco completo de las caracte-rsticas de este proceso persistente y de gran alcance. Es justo eso loque quiero hacer aqu, reflejando la amplitud y variedad de esta faltade compromiso, incluso aunque algunos aspectos sean menos impor-tantes que otros.

    Nos encontramos, de hecho, con dos rasgos que normalmente no son co-munes a los cambios transnacionales en el mbito de la poltica de ma-sas. El primero de ellos es que prcticamente todas las tendencias parti-culares que se recogen aqu apuntan en la misma direccin. Esto es ens mismo poco frecuente. Los analistas de datos relacionados con las po-lticas de masas cuentan, de manera casi invariable, con encontrar ten-dencias antagnicas en los diferentes indicadores, con unos que sealanen una direccin y otros en otra. Las polticas de masas raramente semueven en bloque como suceda antes, pero en este caso, es precisa-mente la uniformidad de las tendencias lo que resulta llamativo. El se-gundo rasgo es que prcticamente todos estos movimientos son comu-nes a todas las democracias avanzadas de la OCDE. Esto, de nuevo, espoco frecuente. Las expectativas normales en la investigacin polticacomparativa son que mientras las tendencias concretas se pueden mani-festar claramente en algunos pases, prcticamente nunca lo hacen de lamisma manera de modo universal. Algunos pases pueden moverse jun-tos, pero es extremadamente raro que todos o la mayora se muevan dela misma manera y al mismo tiempo. Sin embargo, los indicadores mues-tran claramente una convergencia transnacional de las tendencias que tie-ne importancia. En otras palabras, no solamente estn apuntando en lamisma direccin, sino que lo hacen prcticamente en todas partes. Es eneste sentido en el que las tendencias, aunque incipientes en algunos ca-sos, resultan muy significativas.

    Entropa electoral

    Empecemos con el primer y ms evidente indicador: los niveles de par-ticipacin en las elecciones nacionales. Despus de lo que se ha seala-do sobre el absentismo ciudadano, es en este terreno en el que podra-mos esperar identificar algunas de las tendencias ms llamativas. A pesarde que durante algunos aos las expectativas sobre el posible declive dela participacin electoral han sido corrientes, con frecuencia se les haotorgado poco peso en el conjunto de los datos. Aunque a la estabilidaden los niveles de participacin a largo plazo le ha seguido un ligero des-censo de los mismos, este descenso no se ha considerado suficientemen-te importante como para provocar preocupacin sobre el funcionamien-to saludable de vida democrtica.

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    Se trata de una conclusin razonable? A primera vista y refirindonosconcretamente a los datos sobre Europa, la interpretacin parece plausi-ble21. En las cuatro dcadas que van desde 1950 a 1980, los porcentajesde participacin en Europa Occidental apenas variaron, incrementndo-se mnimamente desde el 84,3 por 100 en la dcada de 1950 al 84,9 enla de 1960, y descendiendo ligeramente despus, desde el 83,9 de losaos 1970 al 81,7 de 1980. Esencialmente, fue un periodo de estabili-dad22. Es decir, el descenso en las dcadas de 1970 y de 1980, aunquepequeo, mostraba una marcada consistencia entre las democracias eu-ropeas de larga tradicin, donde solamente tres de las quince (Blgica,Noruega y Holanda) mostraban una tendencia diferente. Considerado aescala transnacional, el descenso poda considerarse marginal, pero eraprcticamente universal y por ello poda haber justificado cierto grado depreocupacin.

    Pero lo que es ms importante de sealar es que, en toda Europa Occi-dental este cambio marginal se acentu en la dcada de 1990, en la quelos porcentajes de participacin cayeron desde el 81,7 al 77,6 por 100 alo largo de la misma. Pero incluso con estos porcentajes, que son los msbajos registrados en las dcadas posteriores a la Segunda Guerra Mun-dial, la participacin permanece relativamente alta, con un porcentaje deelectores emitiendo su voto, en las elecciones celebradas durante todo elperiodo, ligeramente superior al 75 por 100. Unas cifras claramente su-periores a las registradas en las elecciones celebradas en Estados Unidos.Sin embargo, an reconociendo el hecho de que esta cada es inferior al5 por 100, resulta llamativo comprobar que las cifras que se refieren aEuropa en su conjunto, caan por debajo del 80 por 100 por primera vezen cincuenta aos. An ms, hay una llamativa coherencia entre los pa-ses, que se manifiesta en que once de las quince democracias estudiadasregistraron los porcentajes ms bajos en la dcada de 1990. Las excepcio-nes a este comportamiento estn de nuevo en Blgica, donde la partici-pacin ms baja se produjo en la dcada de 1960, Dinamarca y Sueciadonde se produce en la de 1950. De cualquier forma, incluso en estostres casos, debe sealarse que el porcentaje de participacin en la dca-da 1990 fue inferior al registrado en la dcada anterior. La cuarta excep-cin es el Reino Unido que alcanz el ndice ms bajo durante la dca-da de 1980, siendo el nico de estos quince pases que presentabaporcentajes ligeramente superiores en la de 1990 que en la de 1980. Sinembargo, la participacin sufri un desplome rcord en 2001 quedndo-se en el 59 por 100.

    21 Para ms detalles, vase P. Mair, In the Aggregate. Mass Electoral Behaviour in WesternEurope, 1950-2000, en Hans Keman (ed.), Comparative Democratic Politics, Londres, 2002.22 Pippa Norris, Democratic Phoenix, Cambridge 2002, pp. 54-55; Mark Franklin, The Dy-namics of Electoral Participation, en Lawrence LeDuc, Richard G. Niemi y Pippa Norris(eds.), Comparing Democracies 2. New Challenges in the Study of Elections and Voting, Lon-dres, 2002.

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    23 P. D. Jones y A. Moberg, Hemispheric and large-scale surface air temperature variations,Journal of Climate16, 2003.

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    ARTCULOS Esta tendencia ha continuado en el siglo XXI. Sumndose al Reino Uni-

    do, las elecciones celebradas en 2001 en Italia y Noruega, las del 2002en Francia, Portugal e Irlanda, as como las celebradas en Espaa en2000, marcaron los porcentajes de participacin ms bajos de todos lostiempos. Porcentajes prximos a los mnimos histricos se alcanzaronen Grecia en 2000, Austria en 2002 y Finlandia y Suiza en 2003 (el l-timo ao recogido en esta investigacin). En resumen, se han seguidomanteniendo las tendencias hacia ndices de participacin cada vezms bajos. Por su carcter tanto unidireccional como generalizado, su-ponen un llamativo indicador del creciente debilitamiento del procesoelectoral.

    Por ltimo, antes de cerrar estas crudas estadsticas, merece la pena de-tenerse en otro rasgo que presentan. Los indicadores a los que nos refe-rimos son, de alguna manera, parecidos a los que se refieren al cambioclimtico: las variaciones no se producen necesariamente a grandes sal-tos, y no son siempre lineales. Por estas razones se puede subestimar laimportancia de lo que frecuentemente es una tendencia ligera y desigual.Los expertos en el clima han hecho frente a este problema prestando me-nos atencin a las tendencias como tales, pero sealando en cambio pau-tas en el ritmo y la frecuencia de los valores mximos. As, por ejemplo,la evidencia del calentamiento global se obtiene sealando que la dca-da ms calurosa registrada ha sido la ms reciente, la de 1990, y 1998, se-guido de 2001, han sido los aos ms calurosos. Ms evidencias se de-ducen del hecho de que los ocho aos ms calurosos se han producidodesde 1990, aunque en el mismo periodo, concretamente en 1992, 1993

    y 1994, las temperaturas fueron apenas ms altas de las alcanzadas a fi-nales de la dcada de 197023. En otras palabras, el modelo es evidente

    Grfico 1. ndices de participacin en Europa Occidental.Dcadas 1950 a 1990 (%)

    100

    90

    80

    70

    60

    50

    1950 1960 1970 1980 1990

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    aunque la tendencia no sea completamente uniforme. Con los niveles departicipacin y otros indicadores del comportamiento poltico de las ma-sas, sucede algo parecido, y por ello, frecuentemente se subestima la ex-tensin del cambio a este nivel. Aunque, por ejemplo, no existe un des-censo ininterrumpido en los niveles de participacin, los mnimoshistricos se presentan ahora con mayor frecuencia y en mayor nmerode unidades polticas.

    El cuadro 1 recoge las tres elecciones celebradas en las quince demo-cracias europeas de mayor tradicin que registraron los niveles msbajos de participacin. En l puede observarse que ms del 75 por100 de estas 45 elecciones han tenido lugar desde 1990. Esta dcadaen Europa occidental no solamente tiene el rcord de menor partici-pacin desde la posguerra, sino que dentro de cada uno de estos pa-ses, la mayor parte, y en algunos casos todas las elecciones que hansupuesto rcord de abstencin, se han producido desde 1990. Las dosclaras excepciones son Dinamarca y Suecia, donde aparentementepor razones contingentes, los niveles ms bajos se produjeron en ladcada de 1950. Al margen de estos casos, las nicas excepciones sonBlgica (1960), Blgica y Reino Unido (1970) y Francia y Luxembur-go (1980). Los treinta y cuatro casos restantes se producen en 1990 oms tarde. Por pequeos que puedan parecer los cambios en su con-junto constatamos, sin embargo, que se agrupan de modo notable.Por si fuera poco, la tendencia tambin se produce en las nuevas de-mocracias del sur de Europa: en Grecia, tras la dictadura, los tres n-dices ms bajos de participacin se produjeron en 1974 (las primeraselecciones libres), 1996 y 2000; en Portugal en 1995, 1999 y 2002, yen Espaa en 1979, 1989 y 2000. En estos pases, al igual que en lasdemocracias ms consolidadas, cuanto ms reciente son las eleccio-nes ms probable es que se produzca un mnimo de participacin. Dela misma manera que sucede con el modelo puesto de manifiesto porel cambio climtico, los datos pueden en algunas ocasiones alejarsede la tendencia general pero, a largo plazo, la direccin del cambioen su conjunto es inequvoca y supone la primera indicacin eviden-te del aumento del distanciamiento popular respecto a la poltica con-

    vencional24.

    24 Esta es tambin la conclusin obtenida por Thomas Paterson en su valioso estudio sobrela situacin en Amrica, The Vanishing Voter, Nueva York, 2002; vase tambin P. Mair, Vo-ting Alone, European Political ScienceIV, 4, 2005, pp. 421-429, que aborda partes de la pre-sente discusin.

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    Cuadro 1. Mnimos de participacin

    (a) Rcord mnimo de participacin, 1950-2003 (b) Frecuencia de rcord mnimo

    de participacin

    Aos de participacin mnima Periodo Nmero Porcentaje

    Austria 1994, 1999, 2002 1950-1959 6 13,3

    Blgica 1968, 1974, 1999 1960-1969 1 2,2

    Dinamarca 1950, 1953 (i), 1953 (ii) 1970-1979 2 4,4

    Finlandia 1991, 1995, 1999 1980-1989 2 4,4

    Francia 1988, 1997, 2002 1990-2003 34 75,6

    Alemania 1990, 1994, 2002 Todos 45 100,0

    Islandia 1995, 1999, 2003

    Irlanda 1992, 1997, 2002

    Italia 1994, 1996, 2001

    Luxemburgo 1989, 1994, 1999

    Holanda 1994, 1998, 2002

    Noruega 1993, 1997, 2001

    Suecia 1952, 1956, 1958

    Suiza 1995, 1999, 2003

    Reino Unido 1970, 1997, 2001

    El votante voltil

    El segundo indicador se refiere a los ciudadanos que s participan, y midela consistencia de las preferencias partidistas. Los ciudadanos que siguen

    votando, estn todava claramente comprometidos con la poltica con-vencional, aunque sea en menor grado25. De cualquier forma, a medidaque el compromiso popular se desvanece, podemos anticipar que aque-llos que continan participando se volvern ms voltiles en sus prefe-rencias; no solamente la buena disposicin para votar, sino incluso elcompromiso partidista empezar a desvanecerse. Las preferencias semostraran ms dependientes de factores a corto plazo. En la prctica,esto significa que los resultados electorales se volvern menos predeci-bles; los nuevos partidos y candidatos pueden alcanzar mayores xitos ylas alternativas tradicionales entrar en crisis. La falta de consistencia y laindiferencia caminan de la mano.

    Al igual que suceda con los ndices de participacin, en los ltimos aoshan sido corrientes las predicciones sobre el aumento de la volatilidad delos votantes. Tambin en este caso, sin embargo, a nivel general, el regis-

    25 Por ejemplo, Geraint Parry, George Moyser y Neil Day, Political Participation and Demo-cracy in Britain, Cambridge, 1992.

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    tro emprico de los datos normalmente se alejaba de las expectativas.Mientras que durante las dcadas de 1970 y de 1980 algunos pases expe-rimentaron una sustancial variacin en la direccin del voto, otros pare-can mantener mayor estabilidad, ofreciendo como resultado una tenue va-riacin de las tendencias en el conjunto de Europa Occidental26. Pero denuevo nos encontramos un cambio de panorama en la dcada de 1990,que registra los puntos ms altos de volatilidad electoral, con un porcen-taje del 12,6; cuatro puntos por encima del registrado en las dcadas de1970 y de 1980. De aqu no se deberan sacar demasiadas conclusiones;con una escala terica que va del cero al cien y unos porcentajes de lasdistintas dcadas que se mueven entre el 2,5 de Suiza (dcada de 1950) al22,9 de Italia (dcada de 1990), un valor medio de 12,6 todava refleja ms(a corto plazo) la estabilidad que el cambio. Por otro lado, de las cinco d-cadas posteriores a la guerra, la de 1990 es la primera en la que la mediaconjunta de inestabilidad supera el umbral del 10 por 100; tambin es laprimera en registrar una desviacin semejante de las medias anteriores.

    La importancia de la dcada de 1990 viene subrayada por las experien-cias nacionales individualmente consideradas. Exceptuando cuatro pases(Dinamarca, Francia, Alemania y Luxemburgo), la dcada de 1990 refle-ja los puntos ms altos de volatilidad, que en la mayora de los casos f-cilmente superan el 10 por 100. Esta confluencia tambin careca de pre-cedentes, y de nuevo seala que las tendencias del fin de siglo sonsignificativamente diferentes a las de los primeros aos de la posguerra27.

    Como suceda con los datos de participacin, no hay seales de que es-tos mximos vayan a disminuir en el nuevo siglo. En 2002, tanto Austriacomo Holanda experimentaron mximos de inestabilidad, y lo mismo su-cedi en Italia en 2002. En esos aos, Francia, Noruega y Suecia asistie-ron tambin a un significativo aumento de los niveles de volatilidad, aun-que no se llegara a superar los niveles mximos. Como se refleja en elcuadro 2, de manera general, una clara mayora de las elecciones cele-bradas desde 1950 y que mostraron un alto grado de volatilidad, fueronposteriores a 1990. En este caso nos encontramos con una tendencia condos caras: los datos sobre volatilidad inevitablemente son ms errticosque los de participacin, al ser una respuesta tanto a las crisis polticascomo a cambios socioestructurales. No obstante, el periodo que arrancade 1990 parece excepcional: no solamente ms de la mitad de los mxi-mos se produjeron en este periodo, sino que ninguna otra dcada seaproxima a esta distribucin. Con las excepciones marginales de Dina-marca y Luxemburgo, parece que cuanto ms reciente es el proceso elec-toral, menos fcil resulta prever sus resultados.

    26 Stefano Bartolini y Peter Mair, Identity, Competition and Electoral Availability, Cambridge,1990.27 El auge de la volatilidad electoral fuera de Europa occidental Japn, Mxico y la Indiapor ejemplo durante la dcada de 1990, aunque ha sido ampliamente estudiado, queda fue-ra del mbito de este trabajo.

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    ARTCULOS Desde 1990, los niveles de participacin permanecen razonablemente al-

    tos, pero parece que, ms que nunca, cada vez menos votantes estn dis-puestos a ejercer su derecho; mientras que entre aquellos que s partici-pan, las probabilidades de que cambien de preferencias de una eleccina otra, van en aumento28. Las excepciones han sido Luxemburgo, que hatenido una participacin muy baja pero en cambio una volatilidad mode-rada; Suecia, que registraba una alta volatilidad pero una participacin noexcepcionalmente baja, y Dinamarca donde ambos indicadores se aleja-ban de la tendencia. Al margen de estos casos, la evidencia de compor-tamientos inusuales desde 1990 es tanto llamativa como consistente. Portoda Europa Occidental, los electores no solamente estn votando cada

    vez en menor nmero, sino que tambin est decayendo su compromi-so partidista.

    Cuadro 2. Elecciones con mayor ndice de volatilidad

    (a) Niveles rcord de volatilidad, 1950-2003 (b) Frecuencia del rcord de altavolatilidad

    Aos de mayor volatilidad Periodo Nmero Porcentaje

    Austria 1990, 1994, 2002 1950-1959 5 11,1

    Blgica 1965, 1981, 2003 1960-1969 2 4,4

    Dinamarca 1973, 1975, 1977 1970-1979 7 15,6

    Finlandia 1970, 1991, 1995 1980-1989 6 13,3

    Francia 1955, 1958, 2002 1990-2003 25 55,6

    Alemania 1953, 1961, 1990 Todos 45 100,0

    Islandia 1978, 1991, 1999

    Irlanda 1951, 1987, 1992

    Italia 1992, 1994, 2001

    Luxemburgo 1954, 1984, 1989

    Holanda 1994, 1998, 2002

    Noruega 1989, 1997, 2001

    Suecia 1991, 1998, 2002

    Suiza 1987, 1991, 1999

    Reino Unido 1974 (i), 1978, 1997

    28 Esto contradice una observacin anterior de Lance Bennet, basada en datos sobre Esta-dos Unidos, sealando que aunque la participacin en la poltica convencional pudiera es-tar en declive, aquellos que continan participando muestran estabilidad y solidez en susopciones electorales as como en la formacin de sus opiniones y en las discusiones polti-cas. L. Bennet, The Uncivic Culture, Political Science and Politics, diciembre 1998, p. 745.

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    Las adhesiones partidistas

    sta es tambin la conclusin que ofrecen los datos de las investigacio-nes, las evidencias recogidas por los trabajos sobre las elecciones, y lasencuestas de voto, que se corresponden plenamente con el conjunto de

    valores sobre la participacin y la volatilidad. Muchos de estos ltimoshan sido recogidos por Dalton y Wattenberg en su extenso trabajo Par-ties without Partisans, y de nuevo tanto la consistencia como la ubicui-dad son llamativos. Uno de los indicadores clave es el grado en que los

    votantes individuales se sienten pertenecientes o comprometidos conpartidos polticos concretos. En diecisiete de los diecinueve pases de losque se dispone de datos (las dos excepciones son Blgica y Dinamar-ca), los porcentajes de votantes que muestran cierta identificacin conlos partidos ha cado en las dos dcadas pasadas. De manera ms signi-

    ficativa an, el pequeo porcentaje de electores que muestran una mar-cada identificacin o militancia ha cado decididamente, y en este casoen todos y cada uno de los pases estudiados. Como seala Dalton, noes slo la magnitud del declive lo que es importante, sino ms an elhecho de que sucede en cada uno de los casos sobre los que existendatos. La similitud de tendencias entre tantas naciones nos obliga a bus-car explicaciones que van ms all de la idiosincrasia o de las caracte-rsticas especficas [] Para que las corrientes de opinin sean tan uni-formes en tantas naciones tiene que estar sucediendo algo profundo y

    muy amplio29

    .

    La diversificacin del voto de los electores entre diferentes partidos endiferentes escenarios electorales es un fenmeno creciente en todos lospases sobre los que hay datos (Australia, Canad, Alemania, Suecia y Es-tados Unidos). Un votante comprometido e involucrado, con una fuertelealtad partidista, indudablemente votar por el mismo partido indepen-dientemente del escenario de la eleccin; por ejemplo, si vota por los de-mcratas en las elecciones presidenciales, lo har en las elecciones al

    Congreso, las del Estado y las locales. Un compromiso partidista menorparece ir ms asociado con una mayor disposicin a diversificar el voto.Los votantes tambin se sienten menos dispuestos o menos capaces dedecir a los encuestadores qu van a votar. Con la nica excepcin de Di-namarca, prcticamente todos los estudios realizados registran un incre-mento del porcentaje de votantes que deciden su voto durante la propiacampaa electoral o poco antes del da de la votacin. De nuevo la ten-dencia est clara: los electores contemporneos se encuentran menospredispuestos a enfrentarse a un proceso electoral partiendo de posicio-

    nes partidistas previas. Por ello no resulta sorprendente que estos votan-tes se muestren reacios a comprometerse en las campaas electorales, aasistir a reuniones, a trabajar para el partido, a hacer donaciones o a rea-

    29 Russell Dalton, The Decline of Party Identification, en R. Dalton y Martin Wattenberg(eds.) Parties without Partisans, Oxford, 2000, p. 29.

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    ARTCULOS lizar propaganda a favor de algn candidato concreto. En prcticamente

    todos los pases de los que se tienen datos, todas estas actividades se en-cuentran en declive: los electores estn menos predispuestos a participar.Para muchos, en lo que se refiere por lo menos a la poltica convencio-nal, es suficiente con ser meros espectadores30.

    Los votantes se encuentran menos dispuestos a asumir las obligacionesasociadas a la militancia partidista. De nuevo, es significativo sealar noslo el simple descenso del nmero de militantes, sino tambin la gene-ralizacin del fenmeno en todas las democracias ms consolidadas.

    Aunque en este caso la tendencia est mucho ms acentuada que las quese refieren a participacin o a volatilidad, hasta la dcada de 1980 semostraba de manera ms ambigua. En 1992, los primeros estudios fre-cuentemente basados en datos oficiales de los propios partidos mostra-ban que, aunque el ndice de militancia en su conjunto haba cado enlos principales pases europeos (con las excepciones de Blgica y Alema-nia Occidental), los ndices absolutos con frecuencia haban aumenta-do31. Este hecho corroboraba en escasa medida la idea de que estos pa-ses estuvieran experimentando una desilusin creciente con las polticasde partido32.

    Cuadro 3. Cambios en la afiliacin a partidos. 1980-2000

    Afiliacin como

    porcentaje del electorado

    Cambio en el Cambio en la

    nmero de afiliacin (%) Pas Periodo

    Inicio del Fin del afiliadosperiodo periodo

    Francia 1978-1999 5,05 1,57 1.122.128 64,59

    Italia 1980-1998 9,66 4,05 2.091.887 51,54

    Reino Unido 1980-1998 4,12 1,92 853.156 50,39Noruega 1980-1997 15,35 7,31 215.891 47,49

    Finlandia 1980-1998 15,74 9,65 206.646 34,03

    Holanda 1980-2000 4,29 2,51 136.459 31,67

    Austria 1980-1999 28,48 17,66 446.209 30,21

    Suiza 1977-1997 10,66 6,38 118.800 28,85

    Suecia 1980-1998 8,41 5,54 142.533 28,05

    Dinamarca 1980-1998 7,30 5,14 70.385 25,52

    Irlanda 1980-1998 5,00 3,14 27.856 24,47

    Blgica 1980-1999 8,97 6,55 136.382 22,10

    30 Russell Dalton, Ian McAllister y Martin Wattenberg, The Consequences of Partisan Dea-lignment, en R. Dalton y M. Wattenberg, Parties without Partisans, cit., pp. 49, 58.31 Vase R. S. Katz, P. Mair et al., The Membership of Political Parties in European Demo-cracies, 1960-90, European Journal of Political ResearchXXII, 3, 1992, pp. 329-345.32 P. Norris, Democratic Phoenix, cit., pp. 134-135.

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    Alemania 1980-1999 4,52 2,93 174.967 8,95

    Portugal 1980-2000 4,28 3,99 50.381 17,01

    Grecia 1980-1998 3,19 6,77 375.000 166,67

    Espaa 1980-2000 1,20 3,42 808.705 250,7

    De cualquier forma, a finales de la dcada de 1990, la tendencia mostra-da por los datos agregados haba perdido cualquier ambigedad. Comomuestra el cuadro 3, en Europa occidental los ndices de militancia ha-ban cado claramente desde la dcada de 1980 hasta final de la de199033. En 1980, el porcentaje medio de electores que eran miembros departidos se situaba en el 9,8 por 100; para finales de la dcada de 1990,este porcentaje haba cado hasta el 5,7. Todava ms llamativo resultaque para las diez democracias europeas sobre las cuales se dispone dedatos referidos a 1960, el ndice de militancia se situaba en el 14 por 100;en la mayora (seis de diez) ms de uno de cada diez electores eranmiembros de partidos polticos. A finales de la dcada de 1990, haba

    veinte democracias sobre las cuales haba datos. En las veinte, el ndicede militancia se quedaba en el 5 por 100, y solamente Austria registrabaun valor superior al 19 por 10034.

    Estos valores se vean reforzados por la cada del ndice absoluto de mi-litancia en partidos respecto a los valores alcanzados en 1992. En todas

    y cada una de las democracias, el nivel de militancia haba descendido,en muchos casos hasta un 50 por 100 respecto a valores de la dcada de1980. En ningn pas se haba producido un aumento. Todo ello suponauna salida a gran escala, tanto en trminos de alcance como de direccin.El anlisis conclua que en todas las democracias tradicionales los parti-dos estaban sufriendo una hemorragia de militantes35.

    Qu conclusiones se pueden sacar de este breve repaso de la situacin?En primer lugar suponen un respaldo a la tesis de que los ciudadanos es-tn desvinculndose del escenario tradicional de la poltica. Incluso cuan-do votan lo que hacen con menor frecuencia y en menor proporcin

    33 La tabla est basada en los datos de Peter Mair e Ingrid van Biezen, Party Membership inTwenty European Democracies, 1980-2000, Party PoliticsVII, 1, 2001, donde se analizan conms detalle. Vase tambin Susan Scarrow, Parties without members en R. Dalton y Mar-tin Wattenberg, Parties without Partisans, cit., pp. 86-95.34 La pauta de comportamiento es similar a la que se produce en las democracias consoli-dadas de otros lugares. En Australia en 1967, haba 251.000 miembros de partidos, que su-pona el 4,1 por 100 del electorado. En 1997 la cifra haba bajado hasta los 231.000, lo quesupona el 1,9 por 100 de un electorado mucho mayor. Canad contaba con 462.000 miem-bros en 1987 y 372.000 en 1994: del 2,6 al 1,9 por 100. Nueva Zelanda, pasa de 272.000 en1981 (12,5 por 100), a 133.000 en 1999 (4,8 por 100). Webb y otros, Political Parties in Ad-vanced Industrial Democracies, Oxford, 2002, pp. 355, 389-390, 416-429.35 P. Mair e I. van Biezen, Party Membership in Twenty European Democracies, cit.

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    ARTCULOS sus preferencias se concretan en los das que preceden a la votacin y se

    guan menos por afinidades partidistas. En este sentido, el electorado seest desestructurando, proporcionando mayores oportunidades para queaparezcan nuevas alternativas, y obligando a partidos y candidatos a unmayor esfuerzo de campaa. Muchos de estos cambios no se han hechonotar hasta finales de la dcada de 1980.

    Obviamente, nos enfrentamos a un conjunto de pruebas que en algunoscasos son realmente fragmentarias mientras que los cambios constatadosson en ocasiones relativamente marginales: todo ello se asemeja en algu-nos casos ms a un goteo que a un torrente. Pero cuando las piezas deevidencia dispersas se renen, ofrecen una clara indicacin del cambioneto que se est produciendo en las pautas de comportamiento predo-minantes de la poltica de masas, el cual es coherente no solo en cuan-to a su ncleo todos estos indicadores apuntan en una misma direc-cin, sino tambin en lo que se refiere a su impacto en los distintospases europeos. La conclusin es totalmente clara: en todas las demo-cracias de Europa occidental, y con toda probabilidad en todas las demo-cracias avanzadas, los ciudadanos estn abandonando del teatro de la po-ltica nacional.

    A principios del 2002 Anthony Giddens sealaba el cambio que se habaproducido en los medios de comunicacin, a travs de la creciente po-pularidad de los reality-show. Anteriormente, la televisin era algo quereflejaba un mundo externo que la gente observaba. Actualmente la te-levisin es cada vez ms un medio en el que puedes participar36. En con-traste con esto, la poltica tradicional se ha dirigido por un camino opues-to. Anteriormente y con probabilidad hasta la dcada de 1970, seconsideraba que la poltica perteneca a los ciudadanos y que era algo enlo que los ciudadanos podan participar. En la actualidad, se ha conver-tido en un mundo exterior que la gente observa desde fuera; un mundode polticos separado del mundo de los ciudadanos. Es la transformacinde la democracia de partidos en la democracia de la audiencia37. Si lacreciente desvinculacin del electorado es la causa de esta nueva formade poltica, o si se trata de una nueva forma de poltica que provoca ladesvinculacin de los votantes, es algo que por ahora, no est claro. Loque en cambio queda fuera de discusin es que cada una de estas lneasalimenta a la otra. La retirada de los ciudadanos de la escena poltica na-cional produce inevitablemente el debilitamiento del principal actor quepermanece en ella: los partidos polticos. Y esto a su vez es parte y pro-

    voca una democracia de la audiencia o, formulado de otra manera, la v-deo poltica. Los partidos tradicionales sufren problemas para mantener-se cuando la poltica se vuelve un espectculo deportivo.

    36 Entrevista con Henk Jansen en FactaXI, 1, febrero 2003, p. 4.37 Bernard Manin, The Principles of Representative Government, Cambridge, 1997, pp. 218-235.

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    De la sociedad civil al Estado

    Vistas las dificultades que se encuentran para vincular a los ciudadanos al es-cenario poltico tradicional se podra esperar que los dirigentes polticos rea-lizaran un considerable esfuerzo para mantener viva la poltica y su significa-

    do. Como se ha sealado, pocas veces se ha producido una discusin tanamplia sobre las reformas institucionales. Pero por debajo de las lamentacio-nes oficiales y de la angustia aparente ante la prdida de contenido de la po-ltica de masas, en la prctica existe una tendencia clara de las elites polticasde acompaar la desvinculacin de los ciudadanos con su propia desvincula-cin. De la misma manera que los votantes se retraen hacia sus propias esfe-ras de inters, polticos y dirigentes de partidos se retraen hacia el mundo ce-rrado de las instituciones de gobierno. Ambas partes estn soltando amarras.

    En los ltimos tiempos, los cambios que se han producido en la poltica departidos se pueden resumir en dos grandes lneas: laposicinde los parti-dos y su identidad poltica. En lo que se refiere a su posicin, las dcadaspasadas han sido testigos de una gradual pero inexorable retirada de los di-rigentes de los partidos del reino de la sociedad civil hacia el del gobierno

    y el Estado. El mismo periodo ha registrado tambin la erosin continua delas identidades polticas de los partidos y el desvanecimiento de las fronte-ras entre ellos. Ambos procesos paralelos han llevado a una situacin en laque cada partido tiende a alejarse de los votantes que pretende represen-

    tar, mientras que al mismo tiempo se va acercando a los protagonistas va-rios con quienes se supone que tiene que competir. Las distancias entre lospartidos y los votantes se han ampliado, mientras las distancias entre lospropios partidos se han reducido. Ambos procesos contribuyen a reforzaruna creciente indiferencia y falta de confianza de los ciudadanos hacia lospartidos y de manera general hacia las instituciones polticas.

    Si consideramos que el papel y la situacin de los partidos en una enti-dad poltica democrtica se encuentra en una zona intermedia entre la

    sociedad y el Estado, entonces podemos considerar que se han despla-zado a lo largo de este continuum, desde una posicin en la que se po-dan definir como actores sociales como suceda en los modelos clsi-cos de partidos hacia otra en la que se definen mejor como actoresestatales. Como hemos visto, de manera prcticamente universal, el gra-do de identificacin del electorado con los partidos est en clara deca-dencia. Al mismo tiempo, los antiguos privilegios de la pertenencia a lospartidos tambin tienden a desaparecer a medida que los dirigentes mi-ran al electorado por encima de su propia militancia. La voz del ciuda-

    dano comn parece tener para los partidos la misma importancia que lade los miembros activos del propio partido, y las opiniones de sectoresconcretos ms importancia que la de los delegados de las conferencias38.

    38 Sirva como ejemplo el encogimiento de hombros con el que los dirigentes del Partido La-borista afrontaron su derrota, cuando la conferencia anual del partido vot a favor de resta-

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    ARTCULOS Por si fuera poco, el amplio marco organizativo en el que se apoyaban

    los partidos tradicionales sufre un proceso de dispersin y atomizacin.En Europa, los partidos de masas, tanto los partidos obreros como los re-ligiosos, rara vez se mantenan por s mismos. Ms bien constituan el ele-mento central de un entramado ms complejo de sindicatos, iglesias, aso-ciaciones profesionales, cooperativas y clubes sociales. Esto ayudaba aenraizar los viejos partidos de masas en la sociedad y estabilizaba y dife-renciaba a su electorado. Sin embargo, en los ltimos treinta aos estaamplia red de ha desintegrado mayoritariamente. Esto se produce, poruna parte, por el debilitamiento de las propias organizaciones en s mis-mas, con las iglesias, sindicatos y otras formas tradicionales de organiza-cin perdiendo tanto miembros como sentido de compromiso con la co-lectividad. La creciente individualizacin de la sociedad ha producido undebilitamiento de la identidad colectiva tradicional y de la afiliacin a or-ganizaciones.

    Los dirigentes de los partidos tambin han intentado reducir el peso desus lazos con los grupos organizados y devaluar los privilegios que su-ponan la afiliacin a organizaciones39. Paralelamente, los partidos tien-den a considerarse a s mismos organizaciones autosuficientes y especia-lizadas, dispuestas a escuchar a todos los actores en general peroevitando formalizar los lazos con ellos. Los dirigentes se han alejado dela sociedad civil y de sus instituciones sociales, al mismo tiempo que serelacionaban ms estrechamente con el mundo del gobierno y del Esta-do. A continuacin, podemos resumir los puntos clave de este proceso.

    En primer lugar y como se reconoce de manera general, los partidos enla mayora de las democracias occidentales han pasado de tener su su-pervivencia organizativa basada en los recursos proporcionados pormiembros, fundaciones y organizaciones afiliadas, a encontrarse cada vezms dependientes de los fondos pblicos y del apoyo del Estado. En lamayora de los pases, y especialmente en las democracias ms recientes,la principal fuente de financiacin de los partidos en la actualidad ha pa-sado a ser el erario pblico40.

    En segundo lugar, los partidos estn cada vez ms sometidos a nuevasleyes y regulaciones que en algunos casos llegan a determinar la orga-nizacin interna de su funcionamiento. Muchas de estas regulaciones se

    blecer la relacin entre pensiones e ingresos reales. La votacin haba arrojado un resultadode 60/40 en contra de la direccin, y Gordon Brown respondi: No voy a aceptar la pro-puesta de los delegados [] es el pas el que tiene que juzgar; la poltica del gobierno no seestablece en funcin de unas cuantas propuestas, sino en funcin de la comunidad entera, yyo estoy escuchando a la comunidad entera, The Guardian, 28 de septiembre de 2000.39 Una tendencia recogida por Otto Kirchheimer en su proftico anlisis The Transforma-tion of West European Party Systems, en Joseph LaPalombara y Myron Weiner (eds.), Poli-tical Parties and Political Development, Princeton, 1966, pp. 177-200.40 I. van Biezen, Financing Political Parties and Election Campaigns, Estrasburgo, 2003.

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    introdujeron como consecuencia de la aportacin de fondos pblicos yla distribucin de subvenciones estatales que, inevitablemente, exiganun sistema ms riguroso de control y registro de los partidos. El controldel acceso de los partidos a los medios de comunicacin pblicos hahecho necesario un sistema nuevo de regulaciones, que a su vez actacomo control del estatus de los partidos y de sus actividades. De habersido durante mucho tiempo asociaciones privadas y voluntarias, lospartidos se han visto sometidos a un marco de regulaciones que pro-duce el efecto de proporcionarles un estatus cuasi oficial. A medida quesu vida interna y sus actividades externas se ven reguladas por la legis-lacin, los partidos se transforman en organismos de servicio pblico,con el correspondiente debilitamiento de su propia autonoma organi-zativa.

    Por ltimo, y quiz sea lo ms obvio, los partidos han cimentado su co-nexin con el Estado concediendo una prioridad creciente a su papelcomo organismos de gobierno en contraposicin al papel de organismosde representacin. Dicho con los trminos de la ciencia poltica, buscanms el despacho. Un puesto en el gobierno no es solamente una ex-pectativa normal, sino un fin en s mismo. Un estudio realizado haceunos cuarenta aos, convertido hoy en un clsico, centraba el anlisisde los desarrollos polticos en las democracias occidentales en el temade la oposicin41. Actualmente la oposicin, cuando se estructura comotal, es cada vez con ms frecuencia ajena a las polticas convencionalesde los partidos, y se manifiesta en forma de movimientos sociales, pol-ticas de calle o protestas populares. En el otro lado, los partidos estngobernando o a la espera de hacerlo. Con esta nueva situacin se haproducido una degradacin del papel del partido sobre el terreno y uncambio en el centro de gravedad de su organizacin hacia aquellos ele-mentos que atienden sus necesidades en el gobierno y el parlamento.Este cambio tambin puede verse como la culminacin de la idea clsi-ca de Down o Schumpeter que considera a los partidos equipos de di-rigentes compitiendo y en la que la organizacin del partido, al margende las instituciones polticas, se desvanece. Lo que permanece es unaclase gobernante.

    Masas pasivas y privatizadas

    Todo esto tiene grandes implicaciones sobre las funciones que los parti-dos realizan en la unidad poltica en general. De manera convencional sesupone que integran y, si es necesario, movilizan a la ciudadana; que ar-ticulan y suman intereses para convertirlos en polticas pblicas; que re-clutan y promueven a lderes polticos y que organizan el parlamento, elgobierno y las instituciones clave del Estado. Esto es, de la misma mane-

    41 R. Dahl (ed.), Political Oppositions in Western Democracies, New Haven, 1966.

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    ARTCULOS ra que intentan combinar el gobierno para el pueblo con el gobierno del

    pueblo, intentan combinar las funciones claves de representacin con lasde procedimiento, todo dentro de la misma organizacin. De cualquierforma, como los partidos han cambiado y el modelo de partido de ma-sas se ha quedado atrs, las funciones que realizan en las unidades pol-ticas contemporneas tambin han cambiado, centrndose en la actuali-dad mucho ms en las funciones de procedimiento. Este cambio va de lamano con su desplazamiento desde la sociedad al Estado, y es una par-te del proceso por el que los partidos y sus dirigentes se separan del es-cenario de la democracia popular. En un sentido amplio del trmino, lospartidos se han convertido en organismos que gobiernan, ms que orga-nismos que representan; ms que dar voz, lo que hacen es imponer elorden. En este sentido tambin podemos hablar de la falta de compromi-so o la retirada de las elites; mientras el xodo de ciudadanos se dirigehacia mundos ms privatizados, los polticos migran hacia un mundo ins-titucional: un mundo de funcionarios pblicos.

    Con todo esto, el proceso se refuerza mutuamente42. Los ciudadanos pa-san de ser participantes a espectadores, mientras las elites ganan ms es-pacio para perseguir los intereses que comparten. Como sealaba un co-mentarista:

    Nuestros gobernantes se han convertido en una elite que se perpeta a s mis-ma y que gobierna o ms bien administra a masas de gente pasivas o pri-

    vatizadas. Los representantes no actan como agentes del pueblo, sino sim-plemente en lugar de l [] Son profesionales, arraigados en los despachos

    y en las estructuras de los partidos. Inmersos en su propia cultura, rodeadospor otros especialistas y aislados de las realidades diarias del electorado, vi-

    ven no ya fsicamente, sino tambin mentalmente dentro de la campana43.

    Podemos sealar brevemente los resultados de este divorcio. En primerlugar, el vaco resultante ha servido en algunas ocasiones de motor parauna movilizacin popular normalmente (pero no nicamente) hacia laderecha. En otras palabras, parcialmente como resultado de esta retirada,la propia clase poltica se ha convertido en un elemento de contencinen un gran nmero de democracias. En segundo lugar, como se ha sea-lado, la creciente distancia entre ciudadanos y dirigentes polticos tam-bin ha provocado que las elites polticas encontraran argumentos parareclamar una toma de decisiones menos dependiente de criterios mayo-ritarios, y mayor protagonismo para organizaciones no partidistas y nopolticas como jueces, organismos reguladores, bancos centrales y orga-nizaciones internacionales.

    42Ver tambin John Hibbing y Elizabeth Theiss-Morse, Stealth Democracy, Cambridge 2002.43 Hanna Pitkin, Representation and Democracy, Scandinavian Political StudiesXXVII, 3,2004, p. 339.

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    Con la separacin entre las funciones de representacin y de procedi-miento de los partidos, y el desplazamiento desde la sociedad al Estadose refuerza la distincin entre democracia popular y democracia consti-tucional. Con el partido, era la misma organizacin la que, desde dentrode la democracia de masas, daba voz a los ciudadanos y gobernaba ensu nombre. En semejante contexto, la democracia popular o la constitu-cional eran ms o menos inseparables. Con el creciente vaco entre losciudadanos y sus dirigentes polticos, se vuelve mucho ms difcil efec-tuar esta clase de simbiosis. Se crea un espacio en el que los rasgos deuna democracia popular, considerados ms o menos por s mismos, pue-den sopesarse en relacin a los de la democracia constitucional; el go-bierno por el pueblo se juzga en relacin con el gobierno para el pue-blo. En esta evaluacin, normalmente es la democracia popular la quesale perdiendo.

    Las dificultades son mayores. En otros trabajos he sostenido que la sepa-racin entre las funciones de representacin y de procedimiento, y el es-pecial nfasis que se haca sobre el segundo, era parte de un proceso deadaptacin ms o menos necesario: precisamente porque no funciona-ban tan eficazmente como representantes, los partidos buscaron unacompensacin fortaleciendo su papel dentro de las instituciones. Por ellono se trataba en mi opinin de partidos en declive, sino de adaptacionesa unas circunstancias nuevas, en las que se busca sobrevivir en el con-texto de un equilibrio organizativo nuevo44.

    Esta interpretacin puede resultar excesivamente optimista. Los partidostratan de compensar la prdida de espacios en una direccin buscndolosen otra; pero no hay ninguna garanta de que lo consigan. Por el contra-rio, pueden ser capaces de copar la Administracin pblica, pero si hanabandonado su papel de representacin tambin han perdido la capaci-dad de justificar el por qu lo hacen. Dicho en otras palabras, si los parti-dos como gobernantes necesitan mantener su credibilidad, y si el partidogobernante necesita ser legtimo, parece claro que necesitan ser conside-rados representativos. Para un poltico elegido no es suficiente ser un buengobernante; sin un cierto grado de legitimidad representativa, ni los pro-pios partidos ni sus dirigentes, ni siquiera el proceso electoral que les per-mite resultar elegidos ser considerado con suficiente fuerza o autoridad.El resultado sera fomentar la falta de credibilidad y el escepticismo.

    Desde luego que el escepticismo respecto a los polticos elegidos no esnada nuevo. Hace cerca de sesenta aos Schumpeter invitaba a no con-fiar en exceso en aquellos que surgan de un proceso electoral, y suge-ra que las cualidades intelectuales y de carcter que producen un buencandidato, no son necesariamente las que producen un buen administra-

    44 P. Mair, Political Parties and Democracy. What Sort of Future?, Central European Politi-cal Science ReviewIV, 13, 2003.

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    ARTCULOS dor; y la seleccin a travs del xito en las urnas podra volverse en con-

    tra de la gente que podra triunfar al frente de los negocios45. Desde en-tonces, este argumento se ha repetido muchas veces. Pero aunque el es-cepticismo puede no ser nuevo, adquiere unas bases ms firmes cuandose articula en un contexto en el que la democracia popular se ha distan-ciado de la democracia constitucional.

    De hecho, lo que estamos viendo es en gran parte un proceso de autoa-firmacin. A medida que la competencia poltica y la competencia entrelos partidos se vaca de contenido, se producen mayores estmulos parala poltica del espectculo y de las carreras de caballos. Lo cul, a su vez,es lo ms apropiado para producir el tipo de candidatos y polticos elec-tos con cualidades que, siguiendo a Schumpeter, son an menos pareci-das a las que se supone que deben tener los buenos administradores.

    Cules son las consecuencias de estos procesos para el futuro de las de-mocracias occidentales? Yo he sugerido que la transformacin del papelde los partidos su abandono de las funciones de expresin y represen-tacin y la tendencia a convertirse cada vez ms en apndices del Esta-do ha jugado un papel fundamental en la separacin de los componen-tes populares y constitucionales de la democracia. Cualquierconsideracin ms amplia del por qu esta sucediendo esto, y por quahora, escasamente una dcada despus del pregonado triunfo de la de-mocracia, se estn produciendo intentos de devaluar su soporte popular

    y limitar su alcance, debe tener en cuenta un nmero de cuestiones quequedan fuera del propsito de este artculo: el impacto del fin de la Gue-rra Fra, el declive del liberalismo embridado, el deterioro del arraigo delgobierno de los partidos y la aparicin de los procesos de globalizacin

    y europeizacin. Pero hacer recaer la atencin sobre los partidos haceque sea imposible ignorar una irona ms: el triunfo de la democracia asconcebida supone autnticos problemas de legitimidad representativapara la nueva clase gobernante.