El "Estado de Bienestar" y su desempeño económico - Pablo Guido

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La historia del Estado de Bienestar, y su performance en desarrollo.

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EL ESTADO DE BIENESTAR Y SU DESEMPEÑO ECONOMICO

Introducción

Si bien hoy existe un amplio consenso por parte de la opinión pública y de los círculos

académicos sobre la mayor efectividad y eficiencia del sistema capitalista en comparación

con el sistema socialista, existe un profundo debate sobre las funciones que el Estado debe

cumplir en una economía capitalista.

El Estado surge como una necesidad de las personas de establecer una organización que

provea de seguridad física a dichos individuos y además garantizar la propiedad privada.

Las ventajas de vivir en sociedad son evidentes: una mayor división del trabajo y

especialización genera una mayor productividad. Estos logros suponen que los

intercambios sean voluntarios entre las partes. Lo cual quiere decir que sean respetados los

derechos de propiedad de cada uno de los habitantes de una sociedad. Claro que existe la

posibilidad de que dichos derechos sean violados por la acción agresiva de ciertas personas.

Para evitar que eso ocurra es necesaria la existencia de una organización cuyo objetivo sea

el de proteger los derechos de cada persona. Porque una cosa es cierta: sin la protección

necesaria contra delincuentes o “depredadores”, las actividades productivas de las personas

se reducen a su mínima expresión. Si la probabilidad de ser “saqueado” aumenta, el

incentivo a producir, ahorrar o invertir disminuye como consecuencia. Los inversores, y las

personas en general, no sólo están estimando permanentemente la rentabilidad que una

actividad determinada puede generar, sino también están analizando la probabilidad de que

sus derechos de propiedad sean respetados o violados.

Pero con el pasar de los siglos, otras funciones se le fueron atribuyendo al Estado,

especialmente la redistribución de ingresos y patrimonios.

¿El crecimiento de las economías desarrolladas fue generado gracias a la ampliación de las

funciones del Estado en lo referente a las políticas redistributivas o a pesar de la mayor

intervención de la organización estatal en ese campo? ¿El desarrollo económico puede

lograrse tanto con un modelo de Bienestar europeo (donde el mayor ejemplo es Suecia),

con un modelo de Bienestar anglosajón (EEUU, Gran Bretaña) o con un Estado que limite

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su participación a las funciones bien limitadas y estrictas siguiendo el modelo clásico o de

Estado Gendarme?.

Tamaño del Estado a lo largo de la historia

No existirían demasiadas dudas respecto a cuáles fueron las funciones originales del Estado

en la historia de la humanidad: brindar seguridad a los habitantes contenidos en un territorio

respecto de ataques provenientes tanto del exterior como del interior. Pero es evidente que a

lo largo del siglo XX hay una tendencia muy clara sobre la ampliación y profundización del

rol del Estado o más específicamente un incremento en el tamaño del Estado.

Muchos autores coinciden respecto a las causas fundamentales del crecimiento del tamaño

del Estado: el desarrollo del Estado de Bienestar. Antes de continuar tratemos de definir

sintéticamente en qué consistiría esta función estatal. El “Welfare State” estaría

conformado por programas estatales orientados a proveer un conjunto de beneficios a la

población: seguro de desempleo, servicios de salud, jubilaciones y pensiones, educación,

vivienda y otros gastos sociales de menor magnitud. Como decíamos, existen muchos

autores que respaldan la hipótesis anterior. Mientras Gordon Tullock afirma que “la tesis

bismarckiana (Bismarck fue el creador del estado benefactor en Alemania) resulta

particularmente adecuada para explicar el continuado crecimiento del gobierno (...)”1,

Tanzi y Schuknecht lo ponen en términos similares: “Over the past century, the size of

government in industrial countries has expanded rapidly. In recent decades, this expansion

was caused largely by expenditures normally associated with the welfare state”2.

Pero, ¿cuándo tuvo lugar este incremento del tamaño del Estado?. Si bien se podría decir

que el país precursor del Estado de Bienestar fue la Alemania unificada durante los años del

canciller Bismarck, habría que esperar hasta la tercera o cuarta década del siglo XX para

enfrentarnos a una tendencia bien definida.

En el siglo XIX la visión preponderante sobre el rol del Estado estaba fundamentada en las

ideas de los economistas clásicos y los filósofos políticos que apoyaban el Estado mínimo o

gendarme. Adam Smith establecía claramente que el Estado solamente debía proveer 1 Gordon Tullock, El desarrollo del gobierno, Libertas 27, ESEADE, 1997, p. 26. 2 Vito Tanzi y Ludger Schuknecht, Reforming government in industrial countries, University of Michigan Press, 1998, p. 1.

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servicios de seguridad y defensa, la administración de justicia y no mucho más. Para 1870,

los países industrializados tenían un gasto público (promedio) de tan sólo un 10 % del PIB.

Hacia finales del siglo XIX las ideas comienzan a cambiar. El pensamiento marxista y

socialista comienza a atribuirle otras funciones al Estado: la redistribución fue sumada a las

funciones legítimas del Estado, demandando así transferencias de riqueza e ingresos desde

las personas más ricas hacia las menos afortunadas. En el Manifiesto Comunista, Marx y

Engels defienden concretamente la implementación de un “fuerte impuesto progresivo”

para terminar gradualmente con la propiedad privada de los capitalistas3.

Para 1880, Alemania establecía un sistema de seguridad social orientado a la ejecución de

ciertos programas de transferencias hacia los desempleados y personas de mayor edad. Pero

también estas nuevas ideas provinieron de economistas que podemos calificar como

“clásicos”. John Stuart Mill ya en 1848 decía lo siguiente: “Las leyes y las condiciones que

rigen la producción de la riqueza participan del carácter de realidades físicas. En ellas no

hay nada de arbitrario o facultativo. Sea cual fuere lo producido por la humanidad, tiene

que producirse en formas y en condiciones impuestas por la constitución de cosas externas,

y por las propiedades inherentes a su propia estructura física y espiritual. Quiéralo o no el

hombre, su producción estará limitada por la magnitud de su acumulación previa y,

partiendo de ésta, será proporcional a su actividad, a su habilidad y a la perfección de su

maquinaria y al prudente uso de las ventajas de la combinación del trabajo (...) No sucede

lo propio con la distribución de la riqueza. Esta depende tan sólo de las instituciones

humanas. Una vez que existen las cosas, la humanidad, individual o colectivamente, puede

disponer de ellas como les plazca. Puede ponerlas a disposición de quien le plazca y en las

condiciones que se le antojen (...) La distribución de la riqueza depende, por consiguiente,

de las leyes y las costumbres de la sociedad. Las reglas que la determinan son el resultado

de las opiniones y los sentimientos de la parte gobernante de la comunidad, y varían

mucho según las épocas y los países; y podrían ser aún más diferentes, si así le placiera a

la humanidad”4. De esta manera, Mill estaba diferenciando el proceso de producción del de

distribución del ingreso y la riqueza. Para él, el primero dependía de la asignación de

recursos que se realizaba a través del proceso de mercado, mientras que el segundo

dependía de la asignación de recursos que se realizaba a través del proceso político.

3 Marx y Engels, Manifiesto del Partido Comunista, Editorial Anteo, 1989, p. 62. 4 John Stuart Mill, Principios de Economía Política, FCE, 1996, pp. 191 – 192.

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Podríamos afirmar que por primera vez un economista clásico hacía esta diferencia tan

tajante entre el proceso de producción y el proceso de distribución. Sostener que el Estado,

mediante las normas e instituciones creadas por los hombres, puede decidir qué porción de

lo producido puede o no quedar bajo el dominio del dueño de los recursos que generó

dichos bienes o servicios, significa abrir una “caja de Pandora”. El criterio para establecer

cuáles serían los ingresos y el patrimonio de las personas ya no estaría determinado por la

participación de cada uno en el proceso de mercado (productividad), sino por las

instituciones provenientes de una nueva ingeniería social. En otras palabras, los ingresos y

patrimonios de las personas ahora pasarían a depender de factores políticos, no del mayor o

menor grado de eficiencia en satisfacer demandas de terceros de manera voluntaria. De esta

manera, el proceso de distribución se independiza del proceso de producción. Se establece

una “cuña” entre ambos procesos, generándose una transferencia de ingresos y patrimonios

no voluntaria entre individuos. Se puede decir que a partir de afirmaciones como las que

hacía Mill, los límites a la acción estatal se desplazaban a favor de los políticos, grupos de

presión, burócratas, etc.

Mises, 100 años después de las recomendaciones en este sentido realizadas por Mill,

expresaba claramente la idea en la que se basaba la “redistribución”: “Supone el dirigista

que las medidas atentatorias contra el derecho de propiedad para nada influyen sobre el

volumen total de la producción (...) La producción, para él, es una suma dada, sin relación

alguna con el orden social existente. Piensa que no es tanto la producción, sino la

“equitativa” distribución de la misma entre los distintos miembros de la comunidad, lo que

fundamentalmente debe preocupar al estado. Intervencionistas y socialistas pretenden que

los bienes económicos son engendrados por peculiar proceso social. Llegado ésta a su

término y recolectados sus frutos, se pone en marcha un segundo proceso que distribuye

entre los miembros de la comunidad los bienes acumulados. Rasgo característico del

capitalismo es – dicen – el que las respectivas cuotas asignadas, en dicho reparto, a cada

individuo sean desiguales. Hay quienes – empresarios, capitalistas y terratenientes – se

apropian más de lo debido. El resto de las gentes, consecuentemente, ve su participación

injustamente cercenada. El poder público está obligado, ejercitando innegable derecho, a

expropiar ese exceso retirado por los privilegiados para redistribuirlo entre los restantes

ciudadanos. Pero esa supuesta dualidad de procesos – uno de producción y otro de

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distribución – en la economía de mercado no se da. El mecanismo es único. Los bienes no

son primero producidos y luego distribuidos (...) Todos los bienes, desde un principio, son

siempre propiedad de alguien. Si se quiere redistribuirlos es obligado proceder

previamente a su confiscación. El aparato estatal de compulsión y coerción puede, desde

luego, lanzarse a todo género d expoliaciones y expropiaciones. Pero ello no prueba que

un duradero y fecundo sistema de colaboración social pueda, sobre tal base,

estructurarse”5.

Veamos entonces la evolución del tamaño del sector público desde 1870 en adelante.

Gasto Público (en % del PIB) en países industrializados(1870 – 1996)

País 1870 1913 1920 1937 1960 1980 1996Australia 18.3 16.5 19.3 14.8 21.2 34.1 36.6Austria 14.7 20.6 35.7 48.1 51.7Canadá 16.7 25 28.6 38.8 44.7Francia 12 17 27.6 29 34.6 46.1 54.5Alemania 10 14.8 25 34.1 32.4 47.9 49Irlanda 18.8 25.5 28 48.9 42Japón 8.8 8.3 14.8 25.4 17.5 32 36.2Nueva Zelanda 24.6 25.3 26.9 38.1 34.7Noruega 5.9 9.3 16 11.8 29.9 43.8 49.2Suecia 5.7 10.4 10.9 16.5 31 60.1 64.7Suiza 16.5 14 17 24.1 17.2 32.8 39.4Reino Unido 9.4 12.7 26.2 30 32.2 43 41.9EEUU 7.3 7.5 12.1 19.7 27 31.4 33.3Bélgica 13.8 22.1 21.8 30.3 57.8 54.3Italia 11.9 11.1 22.5 24.5 30.1 42.1 52.9Holanda 9.1 9 13.5 19 33.7 55.8 49.9España 11 8.3 13.2 18.8 32.2 43.3Promedio 10.5 11.9 18.2 22.4 27.9 43.1 45.8

Fuente: Tanzi y Schuknecht, Can small governments secure economic and social well - being?

Digamos que a lo largo de 12 décadas el tamaño del Estado, medido en términos del gasto

público/PIB, se ha cuadruplicado en los países desarrollados. La Primera Guerra Mundial y

posteriormente la Gran Crisis de 1929 significó un período de transición entre el Estado

gendarme y el Estado de Bienestar. Las funciones estatales que la escuela neoclásica (¿o

5 Ludwig von Mises, La acción humana, Unión Editorial, 1986, pp. 1159 – 1160.

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podemos decir keynesiana?) asigna al Estado (redistribución, estabilización y asignación)

toman forma en la segunda post guerra. Es el triunfo de las políticas activas del Estado y

del papel intervencionista que Keynes y sus seguidores le asignaban al gobierno para

solucionar las “fallas de mercado”. La composición del gasto del Estado también sufrió

modificaciones. Mientras que en el siglo XIX y principios del XX la inversión pública

representaba la quinta parte de las erogaciones totales del gobierno, para fines de siglo

solamente participa con el 5% del total. El incremento más importante dentro de los rubros

de erogaciones estatales ha sido el que corresponde a transferencias y subsidios. Es decir,

aquellos gastos propios y característicos del Estado benefactor. Estos gastos han pasado del

10% de las erogaciones totales del sector público a fines del siglo XIX hasta

aproximadamente un 25% a fines del siglo XX. Esto significa que el incremento en los

gastos de transferencia y subsidios estarían explicando las tres cuartas partes del incremento

del gasto público total entre la década del 60 y la del 90.

Efectos del aumento del tamaño del sector público

En el trabajo de Gwartney, Holcombe y Lawson 6 se puede verificar el aumento del gasto

público con relación al PIB. Según estos autores, el tamaño del Estado en los países

industrializados casi se duplica entre 1960 y 1996: del 27 % al 48 % del PIB. Los autores

calculan la participación que las funciones centrales del gobierno tienen sobre el PIB en el

grupo de países evaluados. Estas funciones centrales son las mismas a las cuales hacía

referencia Adam Smith a fines del siglo XVIII: 1) “El primer deber del soberano, el de

proteger a la sociedad de la violencia e invasión de otras sociedades independientes, sólo

puede ser cumplido mediante una fuerza militar”7, 2) “El segundo deber del soberano, el

de proteger en cuanto le sea posible a cada miembro de la sociedad contra la injusticia y

opresión de cualquier otro miembro de la misma, o el deber de establecer una

administración exacta de la justicia (...)”8 y 3) “el tercer y último deber del soberano o el

Estado es el de construir y mantener esas instituciones y obras públicas que aunque sean

enormemente ventajosas para una gran sociedad son sin embargo de tal naturaleza que el

beneficio jamás reembolsaría el costo en el caso de ningún individuo o número pequeño de

individuos y que, por lo tanto, no puede esperarse que ningún individuo o grupo reducido 6 Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations, Cato Journal, Vol 18 Nº 2, 1998. 7 Adam Smith. La riqueza de las naciones, Alianza Editorial, 1994, p 665. 8 Adam Smith, op. cit., p 674.

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de individuos vayan a construir o mantener (...) son fundamentalmente las que facilitan el

comercio de la sociedad y las que promueven la instrucción del pueblo”9.

Fuente: Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations

El gasto público de los países desarrollados en aquellas funciones que podríamos

caracterizar como propias del Estado gendarme o mínimo (seguridad, justicia y ciertas

obras de infraestructura) alcanzaría, según aquellos autores, el 15 % del PIB en promedio.

Es decir, que los gastos que reflejan las funciones estatales no contempladas bajo la

perspectiva de Adam Smith (escuela clásica) representarían más del 30% del PIB o más de

las dos terceras partes del gasto total.

¿Cuáles han sido los efectos sobre la tasa de crecimiento económica de este proceso

expansivo del gasto público en los países desarrollados?

9 Adam Smith, op. cit., pp 685 – 686.

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Se pueden verificar estos efectos relacionando el tamaño del gasto como porcentaje del PIB

y la tasa de crecimiento anual del PIB.

Fuente: Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations

Las conclusiones son contundentes: aquellos países que han tenido un gasto público menor

al 25 % del PIB entre 1960 y 1996 lograron una tasa de crecimiento del 6,6 % anual,

mientras que los países donde el gasto público representa más del 60 % del PIB tuvieron

una performance de tan sólo un 1,6 % al año en materia de crecimiento. La tendencia es

bastante clara. La relación entonces sería esta: a mayor tamaño del Estado menor

desempeño económico y viceversa.

Efectos del tamaño del Estado sobre otros indicadores de bienestar

El crecimiento económico es uno de los indicadores que nos pueden aproximar a una

definición de bienestar económico. Claro que es mejor tener en cuenta la tendencia de la

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tasa de crecimiento de un país a lo largo de un período extenso que tomar solamente una

“foto” o una secuencia de corto plazo. Esto significa que la tasa de crecimiento relevante

para medir la performance económica de un país es la de largo plazo. Otros indicadores que

nos pueden ayudar para evaluar los resultados de una sociedad en lo que respecta al nivel

de vida de la misma son: expectativa de vida, alfabetismo, tasa de mortalidad infantil, tasa

de desempleo, pobreza e indigencia.

El trabajo de Tanzi y Schuknecht realiza una comparación extensa en aquellos indicadores

entre diferentes países. La comparación está basada en un criterio: el tamaño del Estado.

Así, podemos analizar la performance de aquellos países con Estados grandes, medianos,

pequeños y muy pequeños.

Indicadores Tamaño del gobiernoGrande Medio Pequeño Muy pequeño

Gasto Público/PIB 55.1 44.9 34.6 18.6Gasto Salud (% del PIB) 6.6 5.9 5.2 1.8

Gasto Educación (% del PIB) 6.4 5.6 5 3.3Subsidios y Transferencias (% del

PIB)30.6 21.5 14 5.7

Tasa de analfabetismo 1.2 1.1 1 5.9Expectativa de vida 77 77 77 75

Mortalidad infantil (cada 1000 nacim) 6.7 7.1 6.4 8.6Tasa de desempleo 8.5 11.9 6.6 2.9

Tasa de crecimiento anual (1986 - 94)

2 2.6 2.5 6.2

Ingreso per cápita (U$S) 18.280 17.297 20.448 16.673Deuda Pública (% del PIB) 79 59.9 53.3 13.5

Economía informal (% del PIB) 17.7 12 9.4

Fuente: Tanzi y Schuknecht, Can small government secure economic and social well – being?

Veamos algunas conclusiones que podemos sacar del cuadro:

Los países con estados grandes gastan 3,5 veces más que los estados muy pequeños en

salud (en % del PIB) y obtienen resultados similares en materia de expectativa de vida y

tasa de mortalidad infantil. Esto no quiere decir que los primeros países estén

probablemente sólo despilfarrando recursos públicos en materia sanitaria, sino que la(s)

variable(s) explicativa(s) de mejores condiciones de salud y mayores expectativas de

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vida seguramente las debemos buscar por otro lado y no en el gasto público en salud.

Seguramente la mayor tasa de crecimiento de los países de menor participación del

Estado en la economía pueda ser la variable que mejor explique lo anterior.

Queda claro, tal como habíamos comentado más arriba, que los países con mayor

tamaño del Estado le deben esta situación al desarrollo del Estado de Bienestar:

mientras que los países con estados pequeños o muy pequeños gastan en transferencias

y subsidios entre un 5 y 14 % del PIB, los países con un gasto público medio o grande

(en términos del PIB) asignan hasta un tercio de la producción en este tipo de

programas de “bienestar”.

A pesar de lo anterior, el ingreso per cápita (medido en dólares) es similar entre los

países de las cuatro categorías. Los países con estados muy pequeños son los llamados

“NIC” o “países de industrialización reciente” como Hong Kong, Singapur, Korea del

Sur o Chile. Teniendo en cuenta que, por ejemplo, los países conocidos como “tigres

del sudeste asiático” hace no más de 4 décadas eran regiones que podríamos

caracterizar como pobres, podemos suponer que la falta de un estado benefactor les ha

generado amplios y exitosos resultados. O para ponerlo de otra manera: el costo que

implica cargar con un Estado de Bienestar ha sido evitado en esos países y esto les ha

permitido acortar la brecha en el nivel de ingresos respecto de los primeros países

industrializados e inclusive en los últimos años les ha permitido superar a aquellos en

términos de ingreso per cápita.

La mayor intervención del Estado en la economía genera algo bien conocido en la

literatura económica: una mayor economía informal o “negra”.

Como corolario del punto anterior, podemos ver que los países de mayor intervención

del Estado obtienen tasas de desempleo mayores que los países con un tamaño del

gobierno pequeño o muy pequeño. Es decir, la mayor tasa de desempleo puede ser

explicada por varias causas, entre las cuales están las regulaciones y costos del mercado

laboral. Sabemos que en países donde el Estado de Bienestar ha echado profundas

raíces (Europa continental) la rigidez del mercado de trabajo es superior al del resto de

los países.

El mayor endeudamiento público en los países con Estados más grandes es

consecuencia del excesivo tamaño del gasto. Los ingresos genuinos que el Estado

genera a través de la recaudación tributaria no alcanza a financiar dicho nivel de gasto

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público (entre 45 % y 55 % del PIB). Si a esto le sumamos la deuda no registrada (pero

que se devenga año tras año) generada por los sistemas de Previsión Social (sistemas

de reparto o pay-as-you-go) la relación deuda / PIB es ampliamente superada por los

datos del cuadro. Estamos hablando de niveles de endeudamiento que superan en

muchos países de Europa occidental (Bélgica, Italia, Alemania o Francia) el 100 % del

PIB. Este problema casi es inexistente en países donde el Estado no participa de este

tipo de programas típicos del estado benefactor. O existen regímenes de capitalización

privados para los beneficiarios de las prestaciones jubilatorias o están en un proceso de

liquidación del antiguo sistema de reparto estatal (Chile).

Milton Friedman, ya en 1979, se preguntaba: “¿Por qué razón todos estos programas han

defraudado tanto? Sin duda sus objetivos eran humanitarios y nobles. ¿Por qué, entonces,

no se han alcanzado?. Al comienzo de la nueva era todo parecía bien. Los individuos que

habían de beneficiarse eran pocos, y los contribuyentes que podían financiar dichos

programas, muchos, de modo que cada uno pagaba una pequeña cantidad que

proporcionaba beneficios significativos a unos pocos que los necesitaban. En cuanto

aumentaron los programas de bienestar, las cosas cambiaron. En la actualidad, todos

nosotros estamos financiando unos programas con un bolsillo, para recibir dinero – o algo

que el dinero podría comprar – en el otro”.

Alexis de Tocqueville: anticipo del Estado de Bienestar

En la primera mitad del siglo XIX Alexis de Tocqueville, aristócrata francés, realizó un

viaje de nueve meses a lo largo de los Estados Unidos. Como resultado de las

observaciones del autor en dicho viaje se publicaron dos volúmenes bajo el nombre de “La

democracia en América”, que sería más tarde una de las obras más importantes de teoría

política de Occidente. En el segundo volumen, publicado en 1840, Tocqueville ya

anunciaba el desarrollo futuro del Estado de Bienestar: “Creo que es más fácil establecer

un gobierno absoluto y despótico en un pueblo donde las condiciones sociales son iguales

que en otro cualquiera, y opino que si semejante gobierno llegara a implantarse en tal

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pueblo, no sólo oprimiría a los hombres, sino que a la larga los despojaría de los

principales atributos de la humanidad.

El despotismo me parece, por tanto, el mayor peligro que amenaza a los tiempos

democráticos.

Por encima se alza un poder inmenso y tutelar que se encarga exclusivamente de que sean

felices y de velar por su suerte. Es absoluto, minucioso, regular, previsor y benigno. Se

asemejaría a la autoridad paterna si, como ella, tuviera por objeto preparar a los hombres

para la edad viril; pero, por el contrario, no persigue más objeto que fijarlos

irrevocablemente en la infancia; este poder quiere que los ciudadanos gocen, con tal de

que no piensen sino en gozar. Se esfuerza con gusto en hacerlos felices, pero es esa tarea

quiere ser el único agente y el juez exclusivo; provee medios a su seguridad, atiende y

resuelve sus necesidades, pone al alcance sus placeres, conduce sus asuntos principales,

dirige su industria, regula sus traspasos, divide sus herencias; ¿no podría librarles por

entero a la molestia de pensar y el derecho de pensar y el trabajo de vivir?

De este modo cada día se hace menos útil y más raro el uso del libre albedrío; el poder

circunscribe así la acción de la voluntad a un espacio cada vez menor, y arrebata poco a

poco a cada ciudadano su propio uso. La igualdad ha preparado a los hombres para todas

estas cosas; para sufrirlas y con frecuencia hasta para mirarlas como un beneficio.

Después de tomar de este modo uno tras otro a cada individuo en sus poderosas manos y

de moldearlo a su gusto, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera; cubre

su superficie con una malla de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes, entre

las que ni los espíritus más originales ni las almas más vigorosas son capaces de abrirse

paso para emerger de la masa; no destruye las voluntades, las ablanda, las doblega y las

dirige; rara vez obliga a obrar, se opone constantemente a que se obre; no mata, impide

nacer; no tiraniza, mortifica, reprime, enerva, apaga, embrutece y reduce al cabo a toda la

nación a rebaño de animales tímidos e industriosos cuyo pastor es el gobierno.

Siempre he creído que esta clase de servidumbre, reglamentada, benigna y apacible, cuyo

cuadro acabo de ofrecer, podría combinarse mejor de lo que se piensa comúnmente con

algunas de las formas exteriores de la libertad, y que no le sería imposible establecerse

junto a la misma soberanía del pueblo.

En nuestros contemporáneos actúan incesantemente dos pasiones opuestas; sienten la

necesidad de ser conducidos y el deseo de permanecer libres. No pudiendo acabar con

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ninguna de estas inclinaciones contradictorias, se esfuerzan por satisfacer ambas a la vez.

Conciben un poder único, tutelar, todopoderoso, pero elegido por los ciudadanos.

Combinan la centralización con la soberanía del pueblo. Esto les permite cierta

tranquilidad. Se consuelan de su tutelaje pensando que son ellos mismos quienes eligen sus

tutores”10.

El mensaje de Tocqueville estaba muy claro. Las consecuencias que este tipo de

organización estatal genera sobre la sociedad determinan menores incentivos a producir,

ahorrar e invertir por parte de los individuos en general.

Conclusiones

En el siglo XX el tamaño del Estado ha venido incrementándose paulatinamente, aunque

podemos verificar una aceleración de la tendencia en el período de entreguerras y

posteriormente a partir de la década del 60’. En los países desarrollados las funciones

originales del Estado (Estado gendarme o mínimo) representan un gasto público en relación

al PIB de aproximadamente un 12/13%11. Actualmente el tamaño del Estado ha

sobrepasado varias veces esa relación: en los países industrializados el gasto público

promedia el 46% del PIB.

El tamaño del Estado sobre la performance económica no es neutral, ya que la tasa de

crecimiento del producto varía de manera inversamente proporcional al “peso” del gobierno

sobre la economía. Los países con un gasto público menor al 25 % del PIB entre 1960 y

1996 lograron una tasa de crecimiento del 6,6 % anual, mientras aquellos países donde el

gasto público representa más del 60 % del PIB alcanzaron tasas de crecimiento de tan sólo

un 1,6 % anuales.

En lo que respecta a los resultados que el Estado de Bienestar ha logrado en materia de

indicadores económicos o sociales no pueden verificarse diferencias significativas respecto

a otros países donde los programas sociales redistributivos son de menor importancia, en

10 Alexis de Tocqueville, La democracia en América, Vol II, Alianza Editorial, 1993, pp. 268 – 270.11 Gwartney, Holcombe y Lawson, The scope of government and the wealth of nations, Cato Journal, Vol 18 Nº 2, 1998.

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términos del PIB. Por lo tanto, los subsidios, transferencias y programas estatales

educativos o sanitarios que conjuntamente se denomina “Estado de Bienestar” no serían las

causas del bienestar económico. A juzgar por la evidencia histórica, los países tienden a

alcanzar mayores tasas de crecimiento económico en función de la mayor productividad y

no como consecuencia de los mayores programas de redistribución forzosa de ingresos y

patrimonios que establece el Estado. La mayor productividad se alcanza gracias a la

disminución de los costos de transacción y el respeto por los derechos de propiedad que

generan mayores oportunidades de intercambios y ganancias entre los individuos.