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El Grupo Atlacomulco, tras la elección en Edomex Jorge Toribio / 3 pág. “La agenda… de Carlos Ramírez y Roberto Vizcaíno” Lunes a viernes de 1 a 2 de la tarde por Radiorama 1530 AM. En vivo por http://www.extasisdigital.mx Crisis de las ideas o muerte de la ciencia política / Por César Cansino DIRECTOR: CARLO S RAMÍREZ SEGUNDA ÉPOCA No. 9 $10,00 ABRIL, 2017 indicadorpolitico.mx tras la elección en Edomex El Grupo Atlacomulco,

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El Grupo Atlacomulco,tras la elección en Edomex

Jorge Toribio / 3 pág.

“La agenda… de Carlos Ramírez y Roberto Vizcaíno”Lunes a viernes de 1 a 2 de la tarde por Radiorama 1530 AM. En vivo por http://www.extasisdigital.mx

Crisis de las ideas o muerte de la ciencia política / Por César Cansino

D I R E C TO R : C A R L O S R A M Í R E Z S E G U N DA É P O C A N o . 9 $ 1 0 , 0 0A B R I L , 2 0 1 7indicadorpolitico.mx

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Índice

Editorial

Directorio

Paso a pasoPor Luy

Mtro. Carlos RamírezPresidente y Director [email protected]

Lic. Armando Reyes ViguerasDirector Gerente

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Lic. José Luis RojasCoordinador General Editorial

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Mtro. Carlos Loeza ManzaneroCoordinador de Análisis Económico

Mauricio Montes de OcaRelaciones Institucionales y ventas

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Dr. Rafael Abascal y MacíasCoordinador de Análisis Político

Wendy Coss y LeónCoordinadora de Relaciones Públicas

Samuel SchmidtCoordinador de Relaciones Internacionales

Ana Karina SánchezCoordinadora [email protected]

Monserrat MéndezRedacción

Lic. Alejandra Sánchez AragónDiseño

Raúl UrbinaAsistente de la dirección general

Política como lucha

Si se entiende la democracia como la forma de consultar a la sociedad para el relevo de autoridades con un mecanismo que implica la calificación de actividades, entonces lo que estamos viviendo en México no es democracia porque la competencia electoral es una lucha por cualquier método para conservar el poder y destruir al adversario.

La política es la forma de confrontación y consenso que debe estabilizar la vida pública, no envenenarla. Hoy vemos a políticos hundidos en el lodazal de la guerra sucia y los medios como parte del ring de combate de lucha libre sin reglas ni réferi. Lo malo es que con esas formas, nadie podría salvarse porque todos tienen pasivos graves en sus actividades profesionales.

Lo que ocurre con la política no sólo atañe a México. En los EE.UU., por ejemplo, demócratas y republicanos están sumidos en una guerra sin cuartel para mantener del poder o quitárselo al adversario, pero demostrando que las reglas de la política no sirven.

El sociólogo alemán H. M. Enzensberger señala que la con-frontación social está llevando a guerras civiles moleculares; lo malo es que la suma de muchas pequeñas guerras pronto va a de-rivar en una ruptura social que arrastrará primero a los políticos.

O la política regresa a la convivencia o las sociedades estalla-rán en violencia.

Revista Mexicana La Crisis es una publicación mensual editada por el Centro de Estudios Políticos y de Seguridad Nacional, S. C. Editor responsable: Carlos Javier Ramírez Hernández. Reserva de derechos de Autor: 04-2016-071312561600-102.

Demás registros en trámite. Todos los artículos son de responsabilidad de sus autores. Oficinas: Durango 223, Col. Roma, Delegación Cuauhtémoc, C. P. 06700,

México D.F.

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3La CrisisAbril, 2017

El candidato Del Mazo Maza

El grupo Atlacomulco, en la elección 2017 de gobernador del Estado de México

Por Jorge Toribio

La misma marrana

Y como siempre, pues sucedió que los únicos precandidatos del PRI resultaron de la famosa organización, entre ellos tres de sangre Atlacomulco, el gris Alfredo del Mazo Maza —a quien además de llegar a gobernar en automático se convirtieron en su nuevo delfín para amagar Los Pinos—, y su prima la folklórica Carolina, la exsecretaria del PRI, pero ambos parientes del señor presidente Peña Nieto.

Los otros dos fueron el secretario de Gobierno, José Manzur Quiroga, igual nació en Acambay, su padre oriundo de ese pueblo y de Temascalcingo; además de ahijado de primera comunión de la firma Peña, a través del tío Néstor Peña Arcos, padre de Magdalena Peña Mercado, la edil de Acambay. Pero además Manzur es cuate de Montiel y de Peña Nieto.

Y el otro es el ex campanero de Atlacomulco, Isidro Pastor Me-drano, a quien enviaron con disfraz de “Independiente”, y tal vez en Edomex suceda como en Nuevo León con “El Bronco”.

Así fue como la poderosa cofradía con todo y su plan conspira-cional que armó extra bien para recontrolar su cueva preferida de millones de pesos, el Estado de México.

Para rematar el maquiavélico tío Montiel, igual empujó a dos de sus cachorros, al entonces jefe del PRI nopalero Carlos Iriarte Mercado y a su ahijada política Ana Lilia Herrera.

Emilio Chuayffet, el botado de la SEP, respaldó a su Ernesto Nemer Álvarez; mientras sonaba el nombre de Ricardo Aguilar, sú-per identificado con Peña Nieto —el mismo Ricardo lo declaró—, pero ni falta hacía.

La célula de Pichardo Pagaza ni las manos metió, su poder está concluido, nunca pudo ver el sueño de imponer a uno de sus alia-dos como Humberto Lira Mora o a Humberto Benítez; igualito don Emilio Chuayffet, quien no puede imponer a ninguno de sus aliados; y la casta Hank, a pesar de su enorme poder empresarial se quedó bien quietecita para abrazar el nombre del candidato.

Y desde su PRI nacional, la Cofradía ya no hizo mucho escán-dalo para imponer a su candidato a gobernar el Estado de México para el 2017.

No van a dejar perder su otro emporio empresarial que les re-sulta esa entidad, la más lucrativa de todas sus empresas, pues ahí está en sus manos el multimillonario presupuesto otorgado a los gobernadores en turno. Por ejemplo, al maestro Eruviel Ávila la fe-deración le otorgó un presupuesto para el 2017 de más de 260 mil millones de pesos (es decir un cuarto de billón de pesos), aún más del otorgado a la Ciudad de México, que ronda los 150 mil millo-nes; pero además hay que recordar que el Estado de México comul-ga con sus 11 millones de votantes, por encima de casi 8 millones que tiene la CDMX, todo esto y más, convierten al Edomex en la entidad más poderosa del país.

Eso sin contar ser los amos del Instituto Electoral del Estado de México (IEEM), no sólo porque ellos lo crearon, sino porque ahí mantienen a varios operadores concretamente oriundos de mi Atlacomulco, como el secretario general del IEEM, Francisco Javier López Corral, desde que Enrique Peña Nieto era gobernador. Por cierto su pariente Antonio Corral Castañeda es uno de los cronistas oficiales de Atlacomulco.

Y eso sin contar que ahí en el IEEM operó la casta Del Mazo a través de mi camarada Arturo Olguín del Mazo, junto con la casta Peña, a través de Sandra Leticia Peña, además del otro acambayense, don Wilfrido Peña, quien resultó socio empresarial de Mayolo del Mazo Alcántara.

Por eso no van a dejar que su viejo proyecto conspiracional lo truenen y “otros” se apoderen de su poderosa guarida, gobernada desde aquel 1942, cuando sepultaron a su rival, el gobernador Zárate Albarrán —eso sí, también tuvieron algunos descalabros con los gobernadores Gustavo Baz Prada y Juan Fernández Al-barrán, pero los ataron de manos al imponerles a varios lacayos en plazas claves como a Leopoldo Velasco Mercado, titular de la procuraduría pulquera, o Carlos Hank González en la dirección de Gobierno—.

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na; desde entonces todo mundo comentó su desatino y falta de ex-periencia, al hacer gala de ese folklorismo pueblerino atlacomulca. Pero lo más grueso ocurrió cuando se les puso a las barbas a los jefes de la organización al no pesarle declarar: “no hay piso parejo en la selección de la candidatura a gobernador del Estado”, y, claro, quedó fuera.

Paupérrima carrera política

Y es que la moda de políticos al vapor no es nueva, ahí está el caso de Zárate Albarrán, quien en cuatro años —sexenio de Labra García— fue jefe de Acción Social del gobierno pulquero, congresista federal, senador y de ahí saltó hasta gobernador.

Alfredo del Mazo Maza, más allá de sus escándalos con la beca Pemex y sus vínculos con la familia Farah Guevara, repite la historia de su primo Peña Nieto, pues igual goza de paupérri-ma carrera política.

Peña en tan sólo seis años se convirtió en poderoso, inició de subsecretario de gobierno, secretario de finanzas y de ahí congresista local, todo en un sexenio, el del tío Montiel Rojas; de ahí gober-nador. Nunca ocupó un cargo de impacto en la federación siquie-ra como congresista federal o director de alguna área —como la tuvo su tío Montiel, director de Talleres Gráficos de la Nación, de Oceanografía y hasta de protección Civil de la Segob; Pichardo fue secretario de la Contraloría con Miguel de la Madrid y jefe de Profeco con Salinas; Chuayffet director de Profeco y del IFE en tiempos de Salinas; Beteta, secretario de Hacienda con Luis Echeverría, director de Pemex con Miguel de la Madrid, o Carlos Hank González y su plaza en la malograda Conasupo; o su cuate Jorge Jiménez Cantú, se-cretario de Salud con Luis Echeverría; además de Gustavo Baz Prada

Los botados

Por primera vez en la historia, don Enrique Peña podía imponer a uno de sus aliados como candidato del PRI a gobernar el Estado de México, pues cuando dejó de gobernar no pudo clavar a su sucesor —por eso hoy aprovechó—, no podía dejar que lo volviesen a cues-tionar ¿cómo el señor Presidente, con todo y su inmenso poder, no pudo clavar al candidato de su propia casa?

El destape de este oscuro Del Mazo ocurrió sin hacer ruido, bajita la mano, para que la ducha población mexiquense no les pro-testara por esa demoniaca imposición de otro salido del corral de Atlacomulco, y sobre todo primo del señor Presidente.

Para el business aprovecharon el súper escándalo de Donald Trump con su arribo a la Casa Blanca y todo lo que sucedió más tarde, con el asunto de sus declaraciones sobre el muro y los inmigrantes, pero también con su reforma al TLC. La or-ganización se valió de los escándalos de Donald Trump como distractores.

No fue como sexenios atrás, en donde el PRI mexiquense hizo un ruido extremo al montar un verdadero carnaval con su famosa pasarela de precandidatos.

Ahí estuvo el súper sonado caso de Peña Nieto a quien pasearon como estrella de Hollywood —pero a la mexicana— y sus oponen-tes Carlos Hank Rhon o Enrique Jacob Soriano o Ernesto Nemer.

Lo mismo sucedió en aquel 1999 con Montiel Rojas, hicieron un mega circo publicitario para pasear a Humberto Lira Mora, Yo-landa Senties, Manuel Cadena Morales —hoy funcionario de la se-cretaria del Trabajo federal— y los otros subalternos.

Y el caso más reciente 2011, con Eruviel Ávila Villegas, igual hicieron un mega circo publicitario con los entonces precandida-tos, en donde por primera vez competía Del Mazo Maza.

Pero el más dolido fue, otra vez, don Ernesto Némer Álvarez. La Cofradía volvió a vetar al operador consentido de Emilio Chuayffet. Nemer lleva ya tres derrotas al hilo, su mal estrella inició cuando se la jugó a Peña Nieto, la segunda a Eruviel Ávila y ahora contra Alfredo del Mazo.

Claro, a los otros no le pesó mucho per-der (José Manzur, Ana Lilia Herrera, Carlos Aguilar y Carolina Monroy) al ser la primera vez en participar.

Y ahí está, cómo a pesar de ocupar im-pactantes encomiendas su poder es paupérri-mo, todos dependen de los jefes de las cé-lulas. Por eso Carolina Monroy no llegó, ni con todo su presunto poder como secretaria general del CEN del PRI, y menos al causar serio disgusto a la cúpula priista cuando en San Lázaro la vieron ataviada con un saqui-to color amarillo chillante y pantalón negro, como haciéndole guiños al PRD o a More-

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mandar otra comisión de súper impacto, la de Presupuesto y Cuenta Pública y triangular con la SHCP de Luis Videgaray Caso-José Antonio Meade Kuribreña.

Su carrera política resulta, pues, casi pau-pérrima, en 12 años prácticamente la hizo de todo; claro, Eruviel igual se aventó duros doce años con cargos dentro del Edomex, dos veces alcalde y dos veces congresista local por Ecate-pec —eso sí fue Presidente del PRI pulquero por un suspiro—, nunca salió del rancho grande de Ecatepec para ocupar un cargo de impacto en la federación.

Y claro de llegar este Del Mazo Maza a la gu-bernatura, aparecerán a su lado, otra vez, aque-llos legendarios apellidos Montiel, Peña, Nieto, Huitrón, Manzur, Benítez, Hank, Alcántara, Se-rrano, Ruiz, Mercado, González, Velasco, Jacob, y en menor medida los Pichardo, Camacho, Ne-mer, Acra, Curi y Chuauffet… Es la vieja escue-la, pero ya súper renovada ahora con los nietos de aquellos forjadores de la Organización desde mucho antes de Fabela, cuando el famoso caci-que Max Montiel departía a sus anchas.

Los Trump de México

Locos por el poder, esos de Atlacomulco, sin ganar aún las lecciones del 2017, ya traen todo un súper plan, ahí está el candidato bajo la nueva modalidad de “Independiente” Pastor Medrano —a quien sus padres llamaron Isidro en honor a su Isidro Fabela, pero un operador de Montiel Rojas—, y su plan fuera de serie.

Siempre “loco”, sus ideas no resultan nada descabelladas, igua-lito al mandatario Donald Trump y su muro para que la escoria no penetre a su patria, según él.

Por eso Isidro Pastor declaró que de ganar las elecciones, lo pri-mero por hacer será dividir al Estado d México en dos grandes y poderosos territorios. El Estado del Valle de México y el Estado del Valle de Toluca, pues para Isidro Pastor, la Ciudad de México le resulta una barrera infranqueable para comunicarse con aquellos municipios del oriente del Edomex como Chalco, Nezahualcóyotl, Ecatepec…

“Porque es justo que la gente que ahí habita elija a su goberna-dor y que tengan su Estado”.

Claro, no tiene la culpa el indio sino quien lo hace compadre —pregúntele al tío Montiel Rojas—. Y ahora falta que de llegar a gobernar decida cercar a la capital del país mediante un muro, nada más por sus huevos y así marcar bien el territorio.

El asunto no es nuevo para la organización, recordar que ellos idearon su jugada para hacerle frente a su patrón, el municipio de El Oro, que tenía bien maniatados a esos de Atlacomulco, Temas-calcingo y Acambay. Pues desde El Oro salían todos los personajes

igual secretario de Salud pero con Manuel Ávila Camacho; y hasta Juan Fernández Albarrán, secretario del CEN del PRI; o el mismo Fabela delegado de México ante la Liga de las Naciones Unidas.

Y ahí está el peregrinar de este parco Del Mazo Maza, cuando Peña gobernador aprovecharon para otorgarle plaza a casi todos sus parientes de apellido Del Mazo, y claro, a Alfredo junior lo con-virtieron en director de Fomento a la Micro y Pequeña Empresa de la Secretaría d Desarrollo Económico Edomex —claro, ahí en esa secretaría estaba toda la familia, pues recordar que Cecilia Peña Neto resultó manager de inversión extranjera desde el 2003, después coordinadora de Fomento Económico y Competitividad.

Más tarde saltaron a Del Mazo hasta secretario de Turismo —claro antes de todo esto el magnate Ricardo Salinas Pliego lo toleró como funcionario de bajo perfil de Banco Azteca—, y en tiempos de Vicente Fox le dieron “chamba en Pemex”.

Poco importó y antes de concluir el sexenio peñista lo enviaron a gobernar uno de los municipios más poderosos de Edomex, Huix-quilucan, desde donde lo sacaron para con semejantes cargos públi-cos, postularlo por primera vez de precandidato a gobernar su casa, pero el temido jefe Montiel entonces lo cambió por Eruviel Ávila.

Cuando Peña llegó a Los Pinos, la organización convirtió a Del Mazo Maza en manager de Banobras —el principal banco del go-bierno—, donde se la pasó otorgando contratos a las cuestionadas empresas ligadas a los favores de la organización, y antes de salir a relucir el business, lo pasaron a San Lázaro desde donde lo volvieron a candidatear a Edomex.

Ahí en San Lázaro en menos de tres años fue el presidente de la poderosa Comisión de Infraestructura, para triangular con el jefe de la SCT, Gerardo Ruiz Esparza; después lo cambiaron para co-

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administrativo. Poco más tarde el Grupo Atlacomulco se agenció del Edomex

con su gobernador Isidro Fabela (1942), quien para armar su equi-po de trabajo lo hizo con su parentela, entre ellos Del Mazo a quien de pesadita convirtió en poderoso. En tan sólo cuatro años Del Mazo fue tesorero y después titular de Gobierno, para de ahí saltar a gobernador.

Después llegó su hijo Alfredo del Mazo González, quien igual en muy poco tiempo se vistió de gobernador, su peregrinar ocurrió en pate del sexenio de José López Portillo, y mientras el compadre de Del Mazo, Miguel de la Madrid Hurtado, era titular de Progra-mación y Presupuesto, y su padrino Fidel Velázquez era el líder d la CTM.

Así, en ese sexenio Del Mazo fue vicepresidente de la Comisión Nacional Bancaria y de Seguros, de donde pasó a ocupar cargos en la Secretaría de Hacienda y Crédito Público como director de Deu-da Pública (1977) y director de Instituciones Nacionales de Crédito (1978), para de ahí saltar a director del Banco Obrero (hasta 1981).

Y ahora este pley boy Alfredo del Mazo Maza —el hijo consen-tido de Alfredo del Mazo González— quien le hace sombra a sus otros dos hermanos, los igual junior Alejandro y Adrián.

El patriarca

Pero mis caros lectores, resulta que pocos ponen especial atención en el patriarca de estos Del Mazo, su nombre Manuel del Mazo Villasante, el bisabuelo de Del Mazo Maza.

Estos Del Mazo ya hacían ruido en Atlacomulco a fines del siglo XIX, cuando en 1894 la hacía de alcalde mi bisabuelo Jesús Mon-tiel Reyes —al progenitor del cacique Maximino Montiel Olmos—, entonces los notables forjaron la junta patriótica del lugar, una es-pecie de poder pueblerino que a su vez triangulaba con el señor alcalde y el cuerpo edilicio; pues bien, dentro de los integrantes de esa Junta aparece don Fernando del Mazo, el mismo cargo ocupó en 1896 y 1897, en la alcaldías de Refugio Escamilla Becerril y del otro cacique Nicolás González Fabela.

Después la estirpe Del Mazo pudo acrecentar su rancio poder gracias a sus relaciones de parentesco consanguíneo con los poten-tados de Atlacomulco, cuando Del Mazo Villasante se puso muy abusado para desposar a una mujer adinera de Atlacomulco, Dolo-res Vélez Díaz, cuyo progenitor resultó un súper político y terrate-niente don Antonio Vélez Flores, quien cuando edil de Atlacomulco en 1905, ya tenía de yerno al comerciante Manuel del Mazo y su negocio “El Heroísmo de Transaval”.

Pero además ese 1905 don Antonio Vélez integró a la junta de notables de Atlacomulco a otro Del Mazo, José María.

Por si fuese poco, en 1907, otra vez este Antonio Vélez fue al-calde de Atlacomulco y ahora sí armó su equipo de trabajo con su parentela política, al incluir de segundo regidor a José María del Mazo y a Fernando del Mazo lo volvió a clavar a la Junta Patriótica.

Pero recordar que estos Del Mazo con semejante alianza ma-trimonial no sólo emparentan con la casta Vélez, sino con la cas-ta Fabela, pues don Antonio Vicente Vélez Flores, pariente de J.

al congreso local, federal y al Senado.Por eso los hombres de Atlacomulco idearon su jugada, pero

además planearon una jugada maestra, locos por el poder, cuando sintieron la oportunidad de ir más lejos y de ser verdaderamente “autónomos”.

Fue cuando mi abuelo Max Montiel ideó, por sus blanquillos, la creación de un nuevo distrito electoral, rentístico y judicial al que le pondría mandar, y así, de una vez por todas, quitarse el yugo de El Oro —ya casi casi querían crear su propio Estado—, pero claro los gobernadores en turno les pusieron el pie ante semejantes ideas.

Y ahí está, cuando Montiel Rojas gobernador se dio el lujo de dividir al municipio de San Felipe del Progreso, según x ser el más grande del Edomex, y pese a las protestas de los notables de San Felipe, aguantaron semejante humillación, pues con ese juego, les recortaron territorio y, claro partida presupuestal, además de poder.

Montiel o su gobierno se pasaron por el arco del triunfo los cuestionamientos para dar paso al municipio de San José del Rin-cón, le pesara a quien fuera.

Lo mimo hizo Carlos Hank cuando en su administración creó un nuevo municipio de Cuautitlán Izcalli, hoy otro de los po-derosos de su Edomex, y quienes se encargaron de trazarlo pues fueron los de Atlacomulco a través del arquitecto Roque González Escamilla, como director de Urbanismo de Auris, pero primo del señor gobernador.

La Triada

Y de ganar las elecciones, Alfredo del Mazo Maza por primera vez en la historia de México, una familia (los del Mazo) se convertirán en gobernadores de un Estado a través del Padre, hijo y Espíritu Santo.

En Tabasco lo intentaron los Madrazo, pero hasta hoy sólo llegó padre e hijo a través de Carlos Alberto Madrazo Becerra y Roberto; o en Michoacán con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y su hijo Lázaro Cárdenas Batel, o en Coahuila con Rubén Moreira y su her-mano Humberto, o en Veracruz con Miguel Alemán Valdés y su hijo Miguel Alemán Velasco.

El primero gobernador del clan Del Mazo fue el legendario Al-fredo del Mazo Vélez, quien de ruletero se convirtió en gobernador gracias a los favores de su mentor Isidro Fabela Alfaro, pero recorda-do en Atlacomulco por hacer labor de taxista y al no ver futuro en su Atlacomulco emigró para ocupar cargos en la federación den-tro de la Comisión Nacional de Irrigación, jalado por su amigo el atlacomulca Alfredo Becerril Colín, uno de los fundadores de esa Comisión.

Ahí del Mazo Vélez inició desde muy abajo como chofer de camión transportador de materiales, además de proveedor de alimentos para jefes y empleados de la Comisión Nacional de Irrigación, en la presa Don Martín (entre 1926-1932).

Más tarde, en 1933 lo ascendieron a jefe de los Almacenes centrales de esa Comisión, dependiente de la secretaría de Agri-cultura y Fomento.

En 1935 llegó a jefe de Almacenes e Inventarios de la Repú-blica de esa Comisión y en 1940 saltó a jefe del Departamento

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Desde Acambay

Pero recordar, estos Del Mazo igual tenían bien amagado el muni-cipio de Acambay.

Mientras Manuel del Mazo hacía de las suyas en Atlacomulco, su otro carnal era poderoso cacique de Acambay, e igual fue alcalde de ese lugar en 1923.

Años más tarde llegó otro de esa firma a comandar ese ayunta-miento para el bienio 1944-1945, a través de Juan Del Mazo Ló-pez —el abuelo de los del Mazo Alcántara—. La bendición le llegó desde palacio de gobierno fabelista, claro entonces se la rifaba de secretario de Gobierno Alfredo del Mazo Vélez.

Y cuando este Del Mazo Vélez se convirtió en secretario de Re-cursos Hidráulicos (SRH), en tiempos de López Mateos, envió a otro Del Mazo a gobernar su Acambay, Mayolo del Mazo Alcántara.

Eso sin contar que en esa época estos Del Mazo ya operaban en el mismísimo Palacio Nacional, donde despachaba su amigo el señor López Mateos, a través de Galo del Mazo Ríos, el exalcalde de Acambay.

Claro ahí no pararon las complicidades familiares —como hoy, pero desde Los Pinos—, pues cuando gobernador Alfredo del Mazo González llegó a gobernar Atlacomulco Arturo Peña del Mazo, el hoy todo poderoso jefe de la Fundación Isidro Fabela.

Con Fabela

Por eso de llegar del Mazo Maza a gobernar Edomex, repetirán la historia de hace 60 años, cuando su pariente lejano Isidro Fabela Alfaro gobernador, y quien para gobernar armó su gabinete con la

Trinidad Fabela Vélez, el padre de Isidro Fabela Alfaro.Por eso en 1909 a esos Del Mazo les fue mejor cuando edil de

Atlacomulco el otro potentado, Nicolás González Fabela, ahí fue en donde Manuelito vio ya clara sus aspiraciones políticas para llegar alto y se convirtió en primer regidor de Atlacomulco eso sí, deno-taba lo mucho que le importaba el pueblo, pues según informes del archivo municipal de Atlacomulco, fue el regidor en acumular más faltas.

Pero no fue todo, con semejante poder, don Manuelito pudo incluir a otro de su estirpe a la poderosa Junta Patriótica, a través de David del Mazo.

Eran los felices tiempos de Sufragio Efectivo No Reelección —que hoy curiosamente ya regresa—, por eso don Nicolás González repitió de edil para 1910, y volvió Manuel del Mazo de primer regidor, y otro Del Mazo (Pedro) se clavó a la Junta Patriótica.

Ahí no paró el borlote en su amado Atlacomulco, su primera cueva política, cuando éste Del Mazo Villasante ya con el rango de primer regidor, buscó vestirse de alcalde, y en 1911, cuando al-calde Octaviano Ruiz Romero, Manuel del Mazo se convirtió en presidente municipal suplente, desde donde intentó presionar para separar al titular, pero no lo pudo lograr.

Y no fue sino hasta que Manuel del Mazo volvió a reaparecer como notable ya en la Junta Patriótica de Atlacomulco, en 1917.

Y como notable y con su poder acumulado dentro del ayun-tamiento, ahora sí vio el sueño de vestirse de edil para el siguiente año, 1918, con el respaldo del jefe Max Montiel; pero además ya como Señor Edil no dejaría perder la oportunidad de encumbrar a su parentela, por eso impuso a su pariente Pedro del Mazo dentro de la Junta de Notables.

En 1920 Manuel del Mazo regresó con el rango de juez Concilia-dor cuando fue presidente municipal Buenaventura Gómez Laguna; y claro dentro del comité patriótico apareció Pedro del Mazo Jr.

En 1921, don Manuel del Mazo Villa-sante fue uno de los fuertes de la Junta Re-visadora atlacomulca, y desde ahí volvió a aprovechar su poder, pero ahora para iniciar a su hijo Alfredo del Mazo Vélez en ese fruc-tífero y millonario peregrinar político. Así este Alfredo, con escasos 16 años de edad, se integró al Comité Patriótico —junto con dos de la casa Nieto, José y Manuel—. Pero ahí no paró el asunto cuando otro Del Mazo (Pe-dro) igual tuvo plaza en ese año como agente del timbre.

Por desgracia don Manuel ya no pudo continuar en el ruedo político al morir de manera inesperada, y le heredó a su hijo Alfredo la orfandad, y los 16 años le cortó sus aspiraciones en la política del área.

Aunque tiempo más tarde, en 1923, nombraron a Manuel del Mazo Vélez (hermano de Alfredo) profesor federal de la escuela de Atotonilco, más tarde pro-fesor auxiliar de la Escuela para niños de Atlacomulco.

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Pública, claro a través de otro Del Mazo, su nombre Manuel Del Mazo Vélez —el otro carnal del entonces Tesorero del Estado—. A éste Manuel se la dieron de manager de Comunicaciones y Obras Públicas, encargado no sólo de ver con la infraestructura del Edomex: carreteras, vialidades, calles, puentes, urbanización, sino con el sistema de transporte.

Y para hacer mancuerna con el titular de Obra Pública a tra-vés de la jefatura de la Junta Local de Caminos, anclaron a otro de Atlacomulco, pero además también de la casta Del Mazo, con Oses del Mazo.

Así estos Del Mazo tenían todo amagado en el ramo de la infraes-tructura y claro también con el control del presupuesto mexiquense.

Y si ustedes, codiciados lectores, pero siempre desligados de la política, y sin ningún poder en esos asuntos, menos para decidir el destino de sus gobernantes —desde cuando las gallinas de abajo cagan a las de arriba—, piensan que hasta aquí paro la red de com-plicidades familiares, pues no. Apenas iniciamos.

Para triangular con la Junta Local de Caminos y la plaza de Co-municaciones y Obra Pública, la Cofradía “creó” una súper enco-mienda, la de Asesor Técnico de la Junta de Planificación y Zonifi-cación del Estado d México.

Y claro, pusieron a otro de Atlacomulco, sólo que no era cual-quiera, sino quien ayudó a salir adelante a Del Mazo Vélez en su carrera política, y sobre todo a que Del Mazo tuviese una mejor vida, su nombre, Alfredo Becerril Colín.

Por si fuese poco, controlaron el asunto de la policía y tránsito, al imponer de jefe de la Policía de Edomex al Teniente Coronel Ignacio Suárez —un viejo amigo de Fabela, desde la Revolución—, pero como Inspector General de la Policía le clavaron a otro de la casa Montiel, con Darío Díaz Montiel.

Mientras que el Departamento de Tránsito lo pusieron en ma-nos de otro fabelista, Juan Silveti, pero después lo cambiaron por otro del corral de Atlacomulco, su nombre, Isidro Monroy Medra-no —el cuñado del tío Gregorio Montiel—.

Después decidieron de una vez ir por todo, aunque ladraran los tolucos, quienes bien calladitos se quedaron milando como el chi-nito, cuando hicieron renunciar al jefe de la dirección de Tránsito, y le otorgaron la plaza a otro Del Mazo, su nombre, Galo Oses del Mazo, el exedil de Acambay.

gente de mi abuelo Max Montiel Olmos, más los amigos de Fabela y sus parientes, y la organización aceptó las traiciones del Grupo Toluca al cambiarse de bando.

Por eso, Fabela igual aprovechó su enorme poder para empotrar a su parentela en las delicias del gobierno, como a su primo hermano Gabriel Alfaro, su secretario particular; mientras a Juan Manuel Fabela (el D2), hermano del gobernador, resultó inversor del Banco…

Ahí llegaron los Del Mazo y sus parientes los Vélez-Martínez, además de los Montiel. Pero además don Alfredo aprovechó para que sus carnalitos Manuel y Antonio, igual exprimieran las delicias del erario.

Y para controlar los millones del pueblo, se agenciaron de la Tesorería —más tarde secretaria de Hacienda, Finanzas, Adminis-tración—, ahí llegó de titular don Alfredo del Mazo Vélez, y para que todo ese dinero quedara en sus garras, de pasadita nombró ca-jero de la Tesorería a otro de su estirpe, Alberto Vélez Martínez (su primo), y aprovecharon para empotrar en esa Tesorería a uno de la casa Montiel a través de don Mario Montiel, el jefe de Tesorerías Municipales.

Pero ahí no paro el business, todo lo tienen siempre bien armadito, pues siguieron amagando el área de la tesorería al imponer a Gusta-vo Becerril, otro del corral de Atlacomulco, como inspector fiscal; y todavía más gruvie, impusieron con la mano en la cintura a otro de Atlacomulco, Javier Vélez, de jefe de Rezagos de la Administración de Rentas. Claro, Javier era otro de los parientes del Tesorero.

Pero no era todo, sino el principio, pues igual acomodaron a toda su estirpe en las otras carteras de esa pérfida dependencia, y para controlar Edomex a través de los distritos más poderosos, en-viaron a todo un ejército de atlacomulcas a comandar las admi-nistraciones de rentas de los distritos más poderosos del Edomex. Por ejemplo, a Tenango del Valle llegó el atlacomulco, J. Trinidad Mercado —a su vez pariente de doña Margarita González Mercado, la esposa de Alfredo del Mazo Vélez—.

Ahí no paró, con semejante poder ahora sí se convirtieron en los amos del Distrito de El Oro, por eso enviaron de administrador de rentas de ese Distrito a otro de la casa Del Mazo, a través de Antonio del Mazo Vélez, y para sellar nominaron administrador de rentas por Tlalnepantla al otro Atlacomulco, Santiago Velasco Ruiz.

Por si esto no basta, igual se agenciaron de la cartera de Obra

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Sus constructoras

Con semejante poder político no les fue nada difícil crear sus cons-tructoras. Y ahí ésta, cuando Fabela gobernador aprovechó la oca-sión para convertirse en fuerte empresario —y de paso poner el ci-miento para convertir al Grupo Atlacomulco en uno de los imperios político, empresarial y religioso más poderosos de México—.

Fabela se “unió” en el mundo de los negocios con su sobrino Alfredo del Mazo Vélez y estos con Alfredo Becerril Colín. Todos te-nían puntos de unión, eran de Atlacomulco, pero además tenían pa-rentesco consanguíneo y hasta de compadrazgo, además de “socios”.

Por eso cuando el gobernador Fabela —el cuestionado interna-cionalista— mantenía a sus aliados citados en cargos públicos, no desaprovecharon para vincularse en dos constructoras, la Construc-tora de Obras Públicas (COP) hizo obras de agua y alcantarillado en Toluca más algunas escuelas y la Constructora Morelos (CM) abrió caminos y carreteras.

Claro, esas constructoras ligadas a Fabela, Del Mazo y Alfredo Becerril Colín eran a su vez contratadas por el gobierno que ellos encabezaban-controlaban y recibían el dinero del erario, en manos de don Alberto Vélez Martínez.

El tercer accionista de las compañías y con cargo público fue Alfredo Becerril Colín —ya tenía experiencia en el ramo, pues mu-cho antes de apoderarse los atlacomulcas del Edomex (1942) resultó uno de los fundadores de la Constructora Fuentes y Chávez Oroz-co, pero igual en los treintas fue vocal de la Comisión Nacional de Caminos, además de alto directivo de la empresa ICA, tal vez por eso los Hank, años más tarde, mantuvieron relaciones empresariales con Grupo ICA a través de su Grupo Financiero Interacciones y Compañías Subsidiarias.

La misma vieja historia

La vieja historia repitió Alfredo del Mazo Vélez cuando se puso el traje de gobernador. Ahora su poder les resultó mayúsculo al rati-ficar de titular de la ya dirección de Hacienda a su primo hermano Alberto Vélez Martínez, y a don Mario Montiel lo pasaron jefe de Egresos, y además le encomendaron la Caja de la Tesorería a otro de Atlacomulco, Teodoro Mendoza Plata, muy amigo de la firma Del Mazo, a quien más tarde lo vistieron de alcalde de Atlacomulco.

Pero ahí no paro el asunto, continuaron reforzándose en la po-derosa Tesorería al clavar de jefe administración de Rentas por el ya poderoso Distrito de Tlalnepantla a otro de la casta Del Mazo, su nombre Antonio del Mazo Vélez; pero además otro Vélez se con-virtió en jefe de Administración de Rentas pero por Ixtlahuaca, su nombre Javier Vélez.

Pero además, regresaron a controlar la cartera de Obra Pública y Comunicaciones al ratificar a Manuel del Mazo Vélez; para amarrar el señor gobernador volvió a nombrar a su compadre Alfredo Bece-rril Colín, ahora Asesor Técnico de la Junta Cividad y Pavimenta-ción, más jefe de la Junta de Zonificación y Planificación.

Así, los hombres de Atlacomulco eran igual los únicos en con-trolar la infraestructura a desarrollar en Edomex y, claro, triangula-ban con el jefe de Hacienda, Alberto Vélez Martínez, quien les hacia los pagos.

Por si fuese poco, igual volvieron a operar la policía y la Direc-ción de Tránsito a través de don Galo Oses del Mazo.

Y cuando Salvador Sánchez Colín fue gobernador, se atrevieron a convertir a don Mario Montiel en el jefe de Hacienda, pero ade-más lo respaldó otro de Atlacomulco, Gustavo Becerril, con el rango de auditor de Glosa del Edomex, pero pariente de Alfredo Becerril Colín y, claro, del hoy Ecónomo de la Arquidió-cesis de México, Pedro Becerril Mercado.

Lo misma historia repitieron cuando Del Mazo González gobernador, ahí clavó como se-cretario de desarrollo Urbano y Obras Públicas a don Eugenio Láris Alanís, y como titular de Finanzas a don Alfredo Baranda García, y secre-tario de Administración a don Carlos Almada López, mientras Gerardo Ruiz Esparza estuvo de su secretario particular.

Igualito como hacen hoy desde Los Pi-nos con Peña Nieto, quien clavo a la SCT a un hombre ligado a estos Del Mazo, Gerardo Ruiz Esparza, y para amarrar metieron de Di-rector de Transporte en la SCT a don Adrián del Mazo Maza y, claro, recordar que a su vez triangulaban en San Lázaro con Alfredo del Mazo Maza, entonces presidente d la Comi-sión de Infraestructura.

Pero antes, cuando Peña Nieto, gobernador, esos de la organización impusieron a Gerardo Ruiz Esparza de manager de Comunicaciones y para triangular crearon la dirección de Infraestructura a cargo de don Alfredo del Mazo González

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También construyeron la súper carretera Toluca-Ixtapan de la Sal, con una extensión de 110 kilómetros. Y Fabela marcó que el fin de hacerla era comercial y turístico, pero y sobre todo para unir a las poblaciones de Metepec, Tenango del Valle, Tenancingo y Villa Guerrero, por eso igual aprovecharon para adueñarse de los predios afrodisiacos de ese lugar, ahí reposa un mega complejo Hotelero de los Martínez —los otros parientes del Obispo de Toluca, Arturo Vélez Martínez—.

Para nadie escapa, Ixtapan es hoy tan sólo uno de sus bunkers en donde acuden para estrategias políticas y empresariales —en concreto en los predios de los San Román emparentados con la casa Díaz Ordaz—, pero también ahí aparece el mega residencial rancho Las Ánimas (hoy rancho San Diego) entonces propiedad del exgo-bernador Salvador Sánchez Colín, un residencial para verdaderos potentados.

Por si fuese poco, unieron a Toluca con Valle de Bravo, otro de sus paraísos afrodisiacos, al trazar una carretera de 72 kilómetros. Igual fueron ellos los constructores de la carretera Texcoco-Maldo-nado, rumbo a Calpulalpan (Tlaxcala), para unir al Estado de Mé-xico con las costas del Golfo de México. La ruta, acortó la distancia al mar en aproximadamente 75 kilómetros.

Están salados

Aunque en Atlacomulco esperan que esa extraña salación de Alfredo del Mazo González no la herede a su hijo Del Mazo Maza —a lo mejor Montiel les pone el pie—, quien estuvo a punto de perder el voto para llegar de congresista a San Lázaro, aquel 2015.

O ya no recuerdan cuando Alfredo del Mazo González se que-mó y feo aquel 1988 cuando precandidato del PRI intentó por todos los medios llegar a la presidencia, entonces era secretario de la Semip, y compitió contra Carlos Salinas de Gortari, Manuel Bartlett Díaz, Sergio García Ramírez, y otros no menos afamados.

Del Mazo sentía que las podía porque su compadre era el señor presidente Miguel de la Madrid Hurtado, pero al final les falló, y en vísperas de dar a conocer al tapado, Del Mazo González destapó, por sus pistolas, al entonces procurador de la República, Sergio García Ramírez.

Aquello se convirtió en un verdadero cir-co, cuando el CEN del PRI, poco más tarde, desmentía el destape de Del Mazo al dar a conocer el nombre de Carlos Salinas de Gor-tari, y Del Mazo, derrotado, pidió salir des-terrado de México con el honroso cargo de embajador en Bélgica, curiosamente donde su pariente Isidro Fabela lo había sido en la época de Carranza.

Allá estuvo casi todo el sexenio salinista, regresó para adherirse al gobierno de Zedi-

La pandilla, siempre chingona, abusiva y soberbia, con seme-jante estrategia, negocio redondo, poder y dinero siempre en sus manos, quebró a terceros y para que los otros no ladrasen les dejó las migajas —como hoy hacen, pero desde Los Pinos—. Por eso tanto rival en su bolso, simplemente porque no los dejan comer lo sabroso del pastel.

Bajo tales principios, la administración fabelista con la coo-peración del gobierno federal a cargo de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), y su aliado el secretario d Comunicaciones y Obras Públicas, ni más ni menos don Maximino Ávila Camacho, el her-mano del entonces señor Presidente, desarrollaron en Edomex el programa carretero más ambicioso de entonces —igualito con Peña Nieto y la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, y claro el tren Toluca-Ciudad de México, por citar algunos—.

La Tesorería a cargo de Alfredo del Mazo Vélez-Arturo Vélez Martínez, entregó a la Junta Local de Caminos o a don Alfredo Becerril Colín (en partidas mensuales), la entonces millonaria suma de poco más de 5 millones de pesos. La inversión conjunta de la federación y el Estado de México ascendió a un total de 10 millones 13 mil 333.22 pesos, nada más para carreteras pulqueras.

Así lo dio a conocer Fabela en su último informe de gobierno en donde se dio el lujo de especificar las millonarias obras de su go-bierno, eso sí, en su informe jamás citó a las empresas galardonadas para hacer la obra pública. Pura prudencia política-empresarial, hoy bien desenmascarada con Peña Nieto en los casos de Grupo Higa-OHL-Grupo Hermes.

Así Fabela trazó un total de 14 carreteras con una extensión aproximada de 479 kilómetros, entre ellas la famosa Panameri-cana Toluca-Querétaro para comunicar los distritos de Jilotepec, Ixtlahuaca, Atlacomulco, Acambay más Aculco.

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Mazo como operador dentro de Turismo casi casi tembló.

Ahí no paro el borlote, cuando poco más tarde Montiel gobernador, aquel 1999, rescató a su amigo Alfredo del latrocinio político, y lo envió a San Lázaro de congresista, pero muy cu-riosamente no por el voto del pueblo, sino de plurinominal. Ya en San Lázaro a Alfredo dicen que se le hizo poca cosa, y botó su curul, enton-ces Montiel lo volvió a rescatar como director de Mantos Acuíferos de Edomex.

Más tarde, al vestirse su sobrino Peña Nieto de gobernador, la organización creó la dirección de Infraestructura, y le otorgaron la plaza a este Del Mazo, quien de pasadita aprovechó para imponer a su hijo Alfredo del Mazo Maza en el juego político.

Los otros parientes

Y es que ya todos están bien listos para continuar exprimiendo al erario después del 15 de septiembre d este 2017.

De llegar Alfredo Jr., su padre Alfredo del Mazo González se convertirá en su principal Consigliere; claro nadie comenta que hoy la psicóloga Susana del Mazo González —hermana del exgoberna-dor— está bien atorada en el gobierno pulquero con el rango de Asesora de la secretaría de Finanzas —esa que comandó Enrique Peña Nieto con Montiel—.

Pero no es todo, recordar que ahí están los carnalitos Alejandro y Adrián del Mazo Maza, ambos igual fuertes operadores de la orga-nización, pero desde el gobierno federal.

Alejandro trabajó en Evaluación de Nuevos Proyectos, análisis de mercado y análisis financiero de Inmobiliaria Integra (2001-2003). Más tarde su nombre aparece curiosamente dentro del pre-sunto emporio de Carlos Slim, como Promotor de Valores con Cer-tificado ante la Asociación Mexicana de Intermediarios Bursátiles en Grupo Financiero Inbursa (2004-2008).

Cuando Peña Nieto, bien cimentado en Edomex, envió de al-calde por Huixquilucan a su primo Alfredo del Mazo Maza, y para que este triangulara en San Lázaro, enviaron de congresista federal a su carnal Alejandro por ese distrito (2009-2012), en donde presidió la Comisión de Cambio Climático y de la Función Pública, más secretario de la Comisión de Desarrollo Metropolitano y secretario de la Comisión de Fortalecimiento al Federalismo.

Mientras que el otro carnalito, Adrián del Mazo Maza, hoy es fuerte operador de la SCT de Gerardo Ruiz Esparza, aunque su cargo anterior fue el de asesor de este Ruiz Esparza, y antes recordar que estuvo bien clavado en el gobierno de Rodrigo Medina de la Cruz.

Pero ahí están los otros del Mazo, a través de Rigoberto del Mazo Garduño, el edil de Temascalcingo, el otro bastión; pero quien ya busca el Congreso local.

Y claro dentro del Congreso pulquero ahí opera otro Del Mazo,

llo con un cargo de tercer nivel, director de Infonavit.Pero después la situación se le puso más fea cuando en el sexenio

zedillista se abaló para que el DF por primera vez en su historia tu-viera un gobernador, y ya no un regente impuesto desde Los Pinos, sino por la ciudadanía defeña.

Claro, el Grupo Atlacomulco se apuntó para competir con su RIP, al imponer de candidato a Don Alfredo. Aquello fue de locura —otra vez, como aquel 1988—, cuando la comuna defeña ya daba por derrotado a Del Mazo antes de convertirse en candidato.

Así sucedió, el día de las votaciones la estrella de este Del Mazo volvió a padilecer al quedar en pírrico tercer lugar —y todavía más grave—, en plena campaña dejaba de existir su mentor y padrino, el líder de la CTM, Fidel Velázquez.

Es la misma historia con el destape de su hijo Alfredo jr. A quien todo mundo le da pocas posibilidades de gobernar su Edomex, no sólo por ser primo del Presidente más cuestionado de México, Peña Nieto —quien nunca fue junior—, con todo y su gasolinazo como buena estrategia política hicieron precisamente poco después del destape de este Del Mazo como candidato, sino también por lo súper diezmado de su PRI. Veamos que puede hacer la Cofradía para salirse con la suya.

Con la caída estrepitosa de Alfredo del Mazo González al perder el DF, todo le volvía a salir mal, mientras su cuate el recién exregen-te del DF, Oscar Espinoza Villareal, era premiado como titular de Turismo, y para consolar a Del Mazo González lo clavó de direc-tor de Fonatur (Fondo Nacional de Fomento al Turismo); recordar, Espinosa Villareal fue un operador de tercer nivel y subalterno al entonces gobernador Alfredo del Mazo González.

Pero ahí no paro el business, poco más tarde la maldición abra-zaba a Oscar Espinosa quien tuvo que renunciar a Turismo por los serios cuestionamientos financieros cometidos en el DF, y antes des-de Nafinsa —de donde fue director en el salinato—, y Alfredo del

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paña de Peña Nieto a gobernador, y después la premiaron como alcaldesa (2009-2012) de Cuautitlán Izcalli.

En la lista de operadores de la campaña delmacista aparecen nombres como el de En-rique Jacob, Erasto Martínez Rojas, Carlos Aguilar Cano y Sandra América Rodríguez Peña.

Los Hank enviaron de Coordinador de la Campaña a su operador Enrique Jacob Soriano, quien al inicio del peñismo se la dieron de manager del Instituto Nacional del Emprendedor. Eso sí, igual se la jugó a Peña Nieto para gobernar Edomex, pero su padre del mismo nombre fue un viejo ope-rador hankista, pues la armó de director de Gobernación cuando Hank gobernador, des-pués Hank, se lo jaló a la regencia del DF, en donde Jacob Soriano fue su director de Re-laciones Públicas, pero después Hank lo en-vió a San Lázaro de Congresista por Edomex (1979-1982); pero lo más curioso del asunto

es que este Enrique Jacob se convirtió en jefe de publicidad de la campaña de Hank González a gobernador —pero antes, cuando Hank titular de Gobernación tiempos del doctor Gustavo Baz Pra-da, Soriano era el subdirector.

Por eso, cuando Hank envió a Beteta de gobernador, le impuso a Soriano de secretario adjunto del Gobernador; después enviaron a Soriano de alcalde de Naucalpan (1994-1996) cuando gobernador Emilio Chuayffet.

Y al ser gobernador interino César Camacho Quiroz, vistieron a Jacob Rocha de coordinador de Asuntos Metropolitanos; después cuando Montiel gobernador los Hank le clavaron a Enrique de se-cretario de Desarrollo Social, de ahí diputado federal Naucalpan.

Y llegamos con una de la firma Peña a través de Sandra América Rodríguez Peña, quien la hace de coordinadora de Comunicación Social de la Campaña; pero súper atada a Luis Miranda Nava-Luis Videgary Caso; pues cuando Peña presidente y Luis Videgary titular de Hacienda, Sandra fue la directora de Comunicación Social del Sistema de Administración Tributaria (SAT), además de coordina-dora de Opinión Pública en la misma institución.

Antes, Sandra América Rodríguez Peña estuvo bien clavada en la Secretaría de Finanzas y en la Secretaría General de Gobierno matlatzinca, cuando Luis Miranda fue titular de Finanzas en tiem-pos de Montiel Rojas.

Después en el primer tramo de Eruviel Ávila Villegas, Sandra la armó de directora general de Información y Servicios a Medios de Comunicación del gobierno estatal (noviembre 2012-enero 2013), aunque antes, en febrero del 2012, Sandra América fue titular de Comunicación Social del Issemym.

En cuanto a Erasto Martínez Rojas y Carlos Aguilar Cano, re-sultan operadores de Eruviel Ávila Villegas, el último cargo de Eras-to fue el de jefe de la oficina del gobierno mexiquense, y el de Carlos fue el de manager de imagen institucional.

a través de Gerardo del Mazo, el excongresista federal (2009-2012) por Nueva Alianza, y para acabarla de rematar por la Ciudad de México.

O su otro pariente, Arturo Peña del Mazo, el manager de la Fundación Isidro Fabela AC., pero exedil de Atlacomulco.

Ahí, en esa lista familiar, aparece Carolina Monroy del Mazo, la exrecién secretaria General el PRI —dónde no se pudo mante-ner—, pero extitular de Desarrollo Económico cuando Peña Nieto era gobernador y quien desde esa posición protegió a toda la familia, como a su primo hermano Bernardo Monroy Montiel, manager de Comercio Exterior, y claro, ahí se reforzaron con otra Del Mazo, a través de Mayte del Mazo González, como manager de Industria; por si no bastase, igual arribó Marisa Montiel Colín, a quien la anclaron de jefa del Departamento de Promoción Industrial para la Atracción de Inversión Extranjera; pero no olvidar que ahí en esa secretaría, cuando EPN gobernador, estuvo Alfredo del Mazo Maza y Cecilia Peña Nieto.

Equipo de trabajo

Por eso no es de extrañar que la Organización Atlacomulco sea la única encargada en manejar la bien amarrada campaña de este Del Mazo Maza.

Ahí está cuando la campaña del malogrado jefe de la SEP, Emi-lio Chuayffet, para tenerlo bien controladito, le pusieron como te-sorero de la campaña al atlacomulca Juan Monroy Pérez, y como ayudante de Juan llegó Enrique Peña Nieto. Claro, entonces era presidente del PRI su otro súper aliado, Arturo Montiel Rojas.

Hoy repiten la misma historia, por eso cambiaron de manager del PRI al imponer a su otra subordinada, pero aliada peñista, Ale-jandra del Moral, quien la armó de representante de Ruta de la cam-

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La tesis de la muerte de la Ciencia Politica*

Por César Cansino

En un ensayo reciente titulado “Whe-re is Political Science Going?”, el politólogo más famoso del mundo,

Giovanni Sartori, estableció de manera tajan-te que la disciplina que él contribuyó a crear y desarrollar, la ciencia política, perdió el rum-bo, hoy camina con pies de barro, y al abrazar con rigor los métodos cuantitativos y lógico-deductivos para demostrar hipótesis cada vez más irrelevantes para entender lo político, terminó alejándose del pensamiento y la re-flexión, hasta hacer de esta ciencia un elefante blanco gigantesco, repleto de datos, pero sin ideas ni sustancia, atrapada en saberes inútiles para aproximarse a la complejidad del mundo. (Sartori, 2004)

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El planteamiento es doblemente impactante si recordamos que Sartori es el politólogo que más ha contribuido con sus obras a perfilar las características dominantes de la ciencia política en el mundo —es decir, una ciencia empírica, comparativa, altamente especializada y formalizada—. Por ello, nadie con más autoridad moral e intelectual que Sartori podía hacer este balance autocrítico y de apreciable honestidad sobre la disciplina que él mismo contri-buyó a fundar.

*En el presente ensayo se recogen de manera resumida las prin-cipales tesis sostenidas por el autor en diversos trabajos sobre la muerte de la ciencia política, misma que se somete a discusión en el presente volumen.

No obstante, las afirmaciones del “viejo sabio”, como él mismo se calificó en el artículo referido, quizá para legitimar sus plantea-mientos, generaron un auténtico revuelo entre los cultivadores de la disciplina en todas partes. Así, por ejemplo, en una réplica a cargo del politólogo Joseph M. Colomer publicada en la misma revista donde Sartori expone su argumento, aquél se atreve a decir que la ciencia política, al ser cada vez más rigurosa y científica, nunca había estado mejor que ahora, y de un plumazo, en el colmo de la insensatez, descalifica a los “clásicos” como Maquiavelo o Montes-quieu por ser altamente especulativos, oscuros y ambiguos, es decir, precientíficos. Otros politólogos, por su parte, se limitaron a señalar que Sartori estaba envejeciendo y que ya no era el Sartori que en su momento revolucionó la manera de aproximarse al estudio de la política.

Tal parece, a juzgar por este debate, que los politólogos defen-sores del dato duro y los métodos cuantitativos, de los modelos y esquemas supuestamente más científicos de la disciplina, denos-

tadores a ultranza de todo aquello que no soporte a prueba de la empiria y no pueda ser formalizado o matematizado, prefieren seguir alimentando una ilusión sobre los mé-ritos de la ciencia política antes que iniciar una reflexión seria y autocrítica de la misma, prefieren mantener su estatus en el mundo académico antes de reconocer las debilidades de los saberes producidos con estos criterios, prefieren descalificar visceralmente a Sartori antes que confrontarse con él en un debate de altura. El hecho es que, a pesar de lo que estos científicos quisieran, la ciencia política actual sí está en crisis. El diagnóstico de Sar-tori es en ese sentido impecable. La ciencia política hoy, la que estos politólogos prac-tican y defienden como la única disciplina capaz de producir saberes rigurosos y acumu-lativos sobre lo político, no tiene rumbo y camina con pies de barro. Esa ciencia política le ha dado la espalda a la vida, es decir a la experiencia política. De ella sólo pueden salir datos inútiles e irrelevantes.

La tesis de Sartori merece pues una mejor suerte. En el presente ensayo trataré de ofre-cer más elementos para completarla, previa

descripción de lo que la ciencia política es y no es en la actualidad. Mi convicción personal es que el pensamiento político, la sabiduría política, hay que buscarla en otra parte. ¡Adiós a la ciencia política!

¿Qué es la ciencia política?

En palabras de Sartori (1986), la ciencia política es la disciplina que estudia o investiga, con la metodología de las ciencias empíricas, los diversos aspectos de la realidad política, con el fin de explicarla lo más completamente posible.

Sin embargo, debe advertirse que la ciencia política presenta una gran diversidad de concepciones sobre su objeto específico de estudio. En los hechos, al igual que otras ciencias sociales, muestra un marcado pluralismo teórico, lo cual no necesariamente va en detrimento de su afirmación institucional, sino simplemente refle-ja la dificultad de caracterizar de una vez por todas su ámbito de aplicación. Más aún, para algunos autores, este pluralismo teórico, al producir un debate permanente entre escuelas y paradigmas, ha coadyuvado al propio desarrollo de la disciplina.

Con esta salvedad, en la configuración de la ciencia política han convergido históricamente dos ejes fundamentales. Uno, delimi-tado por la propia realidad compleja y cambiante de su objeto de estudio, la realidad política en sus diversos dominios y dimensiones: instituciones y prácticas, procesos y procedimientos, sujetos, y ac-ciones y sentidos, símbolos y significados. El otro, definible como el de la producción teórica y la indagación científica que constituye el propio campo científico de la política, cuyos límites han sido

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establecidos a través de siglos de formulaciones. En un permanente diálogo con las teorías precedentes o contemporáneas, en líneas de continuidad o ruptura, se ha ido configurando el arsenal conceptual y el andamiaje metodológico que constituyen el contenido de la disciplina.

En esta línea de pensamiento, la ciencia política define su ob-jeto de estudio a partir de la interacción de estos dos grandes ejes o momentos. En uno de ellos se condensan múltiples perspectivas teórico-metodológicas, en las cuales se especifican construcciones conceptuales y categoriales de cuya lógica de movimiento interno depende el lugar que ocupan las construcciones sociales referentes a los fenómenos de convivencia humana, conflicto y orden. El otro está compuesto por una agregación de causalidades generadas por las prácticas de las sociedades existentes: procesos (institucionali-zados), procedimientos, acciones y decisiones colectivas e indivi-duales que configuran históricamente y de un modo cambiante el espacio político y el ámbito de intervención de lo político. De esta agregación, a la luz del grado de diferenciación estructural de los componentes humanos, la ciencia política distingue determinados hechos y comportamientos acotados simultáneamente por corres-pondientes manejos conceptuales.

En consecuencia, el objeto de estudio de la ciencia política se explica básicamente a partir de las concepciones y no de una defi-nición unívoca. Los discursos científicos abocados a comprender y explicar los hechos configuran un ordenamiento singular respecto de la relevancia y el comportamiento de distintos factores indicados como políticos. Estado, poder, institucionalidad, formas de gobier-no y eticidad, acción, representaciones y valores, en diferentes coor-denadas espacio-temporales, son momentos y factores indisolubles para la reflexión ampliada de lo político, a la luz de una dimensión social múltiple, heterogénea y fragmentada

En una perspectiva que como la anterior reconoce la diversidad paradigmática de la ciencia política, su objeto de estudio se circuns-cribe entonces al tipo y el nivel de la investi-gación científica. En otras palabras, el objeto se refiere a su método y éste a su vez, constru-ye, ordena, clasifica sus elementos, dilucida su sentido y aspira a trazar coordenadas de su desarrollo. De este modo, la ciencia política parte de referentes empíricos que en mayor o menor rango pueden tratarse y desagregarse en planos ideológicos, políticos, filosóficos y científicos. En otros términos, de la clasifica-ción de los discursos y de sus fines cognitivos se desprende el tratamiento efectuado sobre determinados acontecimientos.

Pero la ciencia política tiene también como objeto de estudio a las distintas co-rrientes teóricas concernientes a lo político, de modo tal que su estudio supone la cons-trucción crítica de un orden teórico. En esta línea, si aceptamos que un campo de inves-tigación es en buena medida el producto de diversas aproximaciones definitorias, el cam-po de la política puede ser considerado como

un ámbito cuyos límites han sido establecidos a lo largo de siglos de reflexión por una tradición especial, compleja y variada del dis-curso: la filosofía política. Trazando en la diversidad de respuestas una continuidad de preocupaciones y temas problemáticos —entre los que pueden enumerarse desde una óptica complementaria las relaciones de poder entre gobernantes y gobernados, la índole de la autoridad, los problemas planteados por el conflicto social y la jerarquía de ciertos fines como objetivos de la acción política—, el estudio sistemático de la ciencia política no puede ignorar el peso de esta tradición en su desarrollo.

En síntesis, pensar hoy lo político nos remite a un universo más complejo y difícil de delimitar que el que pudiera haberse encontrado en otras épocas. Se exhibe un amplio abanico de di-mensiones, componentes y niveles que redefinen sus nexos e in-teracciones y plantean a la ciencia política el desafío de generar nuevas categorizaciones.

Aun así, en la concepción moderna de la disciplina, el objeto de estudio que le permitió a ésta ganar autonomía respecto a dis-ciplinas afines es el de “sistema político”. Con ello, los cultivadores de la disciplina, quienes también se ocupan de los fenómenos del poder y el Estado, no se refieren a un sistema político concreto (o a un simple sinónimo actualizado del “Estado”), sino al conjunto de procesos a cualquier nivel que producen “asignaciones autoritativas de valores”. Esta definición, hoy ampliamente aceptada por quienes conciben a la disciplina como el estudio de la realidad política con los métodos empíricos, sugiere que la ciencia política se ocupa de las modalidades con las cuales los valores (y los recursos) son asig-nados y distribuidos en el interior de cualquier sistema político, por pequeño o grande que sea. El carácter autoritativo o imperativo de las decisiones políticas depende del hecho de que los pertenecientes al sistema en el cual las decisiones son tomadas consideran que es necesario o que deben obedecerlas.

Las motivaciones por las cuales los miembros de un sistema

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llegan a esa convicción y los instrumentos a disposición de las au-toridades para aplicar sus decisiones constituyen ulteriores elemen-tos implícitos en la definición del objeto de la ciencia política. El campo de estudio del politólogo resulta así ampliado más allá de los solos fenómenos del poder, obviamente comprendiéndolos (y, por lo demás, no todos los fenómenos de poder pueden ser defini-dos como políticos: se habla en efecto de poder económico, social, psicológico, etcétera; ni todos los fenómenos políticos implican necesariamente el ejercicio del poder: la formación de alianzas y coaliciones, por ejemplo). Lo cual rebasa los confines físicos del Es-tado, naturalmente incluyéndolo en el propio análisis siempre que se verifiquen aquí procesos de asignación autoritativa de valores, para estudiar todos aquellos sistemas en los cuales se manifiestan es-tos procesos: a nivel más elevado de los sistemas estatales, el sistema internacional; a nivel inferior, los partidos políticos, los sindicatos, las asambleas electivas, etcétera.

Si la ciencia política es —y en qué medida— una ciencia, es una cuestión importante. Naturalmente, quienes asumen como pa-rámetros de referencia las ciencias naturales y sus procedimientos niegan la posibilidad para todas las ciencias sociales de constituirse en ciencias en sentido estricto. Más aún, algunos cuestionan que sea posible (u oportuno) analizar la política con el método científico.

No obstante, la ciencia política se caracteriza por el esfuerzo de analizar los procesos y las actividades políticas con el método científico. Es decir, procede en su análisis mediante pasos y esta-dios que consienten la elaboración de hipótesis y explicaciones em-píricamente fundadas, que encuentran una confrontación con la realidad. En síntesis, sobre la base de una o más hipótesis y de la observación de determinados fenómenos, el estudioso propone una descripción lo más cuidadosa y exhaustiva posible. Si es factible, procede a la medición del o de los fenómenos examinados, para después clasificarlos en categorías definidas con base en elementos comunes. Las causas y las condiciones de la verificación de deter-

minados acontecimientos son investigadas o descritas, así como sus eventuales consecuencias. Sobre esta base, el estudioso desarrollará generalizaciones de tipo “si… (se verifican los eventos a, b y c) en-tonces… (se obtendrán los efectos x, y y z)”. Finalmente, las hi-pótesis y las teorías así formuladas serán sometidas a verificación. Si de la verificación emergen confirmaciones se podrán también plantear previsiones de eventos futuros cada vez que se presenten las mismas condiciones (la previsión no es, sin embargo, esencial para la cientificidad de una disciplina); si la teoría es falsificada por los fenómenos que se le escapan o que contrastan con las explicaciones ofrecidas, será reformulada o enriquecida y/o se procederá a nuevas observaciones, nuevas hipótesis, nuevas verificaciones.

Para el estudio científico de la política es fundamental que el método, así esquemáticamente presentado, sea utilizado cons-cientemente y de manera rigurosa con plena transparencia de los procedimientos en todos los estadios del análisis. La limpieza con-ceptual, el rigor definicional y la formulación de las hipótesis y las clasificaciones son esenciales para la cientificidad de la disciplina y para la transmisión entre los especialistas de las generalizaciones y de las teorías así elaboradas. En algunos sectores, en particular en el del comportamiento electoral, en el de las relaciones entre fórmulas electorales y sistemas de partidos, y en el de la formación de coaliciones de gobierno, existen ya generalizaciones consoli-dadas y teorías de rango medio confiables. En otros sectores, la investigación politológica afina viejas hipótesis y constantemente produce nuevas, las combina en generalizaciones que propician nuevas investigaciones.

Todo ello es realizado con el convencimiento de que la política puede ser estudiada como cualquier otra actividad humana de ma-nera científica. El uso consciente del método científico distingue a los politólogos de todos aquellos que escriben de política, desde los comentaristas políticos (aunque también es cierto que muchos politólogos no son otra cosa que comentaristas políticos).

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El problema con esta disciplina, para volver al argumento de Sartori, es que el método científico terminó convirtiéndose en una especie de camisa de fuerza que llevó a sus cultivadores a ocuparse de asuntos sumamente especializados, factibles de ser demostrados em-píricamente pero cada vez más irrelevantes para dar cuenta de lo polí-tico en toda su complejidad. De ahí que la ciencia política haya perdi-do el rumbo. De hecho, como veremos en el siguiente inciso, Sartori ya vislumbraba este posible derrotero desde hace muchos años, por lo que sugería emprender ciertos ajustes de enfoque y orientación para no sucumbir ante la trivialización de los saberes especializados.

Un poco de historia

A raíz de la publicación en 1987 de The Theory of Democracy Revi-sited, uno de los libros más controvertidos de Sartori, se reavivó la discusión sobre el estatuto de cientificidad de la ciencia política, so-bre su método y sus posibilidades heurísticas. Para el autor italiano, que los politólogos vuelvan intermitentemente a dicho debate esta-ría revelando una deficiencia de fondo de la disciplina que cultivan

El propio Sartori, mucho tiempo antes de decretar el acta de defunción de la ciencia política en el 2004, ya se había ocupado del tema de manera casi obsesiva. En su polémica obra Tower of Babel, del lejano 1975, encontraba el principal problema de la disciplina en una deficiente y muy poco ortodoxa definición y empleo del instrumental conceptual de la comunidad politológica.

Después de Sartori, quedó claro que no puede confundirse una teoría política de impronta empírica con una teoría política de ori-gen filosófico. Cada una responde a lógicas de construcción y per-sigue objetivos completamente distintos. Distinguirlas netamente fue para Sartori un empeño recurrente, pues de ello dependía la legitimidad y la especificidad de una disciplina tan nueva como

pretenciosa como lo era entonces la ciencia política (véase Bobbio, 1988). Lo que debe advertirse en todo caso es que desde entonces la filosofía política y la ciencia política no sólo se escindieron sino que cada una se cerró a sí misma, impidiéndose el diálogo constructivo entre ellas.

Quizá Italia es el ejemplo más notable de dicho desencuentro. En la senda de la riquísima tradición filosófico-política italiana y que en el siglo XX tuvo en Norberto Bobbio a su figura más desta-cada y universal, la ciencia política empirista se introducía en Italia con carta de naturalización ajena. Ciertamente, la obra de Mosca y de Pareto constituye un antecedente fundamental y no muy lejano en el tiempo, pero la politología que después de la Segunda Guerra Mundial se institucionaliza en Italia es precisamente la anglosajona, funcionalista y conductista, introducida con gran éxito por Sartori, quien desde entonces se convirtió en la figura central de la ciencia política italiana.

Para ello, Sartori destacó en reiteradas ocasiones el potencial expli-cativo y científico de la nueva disciplina, en contraste con la excesiva especulación y subjetividad de la filosofía. Al respecto, el politólogo italiano delimitó con celosa precisión las características y diferencias de ambas formas de aproximarse al estudio de lo político.

Es precisamente en este punto que la “revisitación” que Sar-tori realizó hace 20 años a su teoría de la democracia vino a constituirse en la punta de lanza de esta recurrente polémica. En efecto, Sartori reconoció en su libro de 1987 las deficien-cias del empiricismo en su versión más factualista, pero rechazó igualmente las perspectivas filosóficas cargadas de ideología. En este sentido, explica, su objetivo era dar lugar a una teoría po-lítica de la democracia libre de la tentación de los extremos, de sus mutuamente excluyentes obsesiones. Independientemente de haberlo logrado o no, cuestión que se examinará después, la intención de Sartori fue saludada favorablemente, pues dejaba entrever una senda posible para transitar hacia una teoría polí-

tica, en este caso de la democracia, menos esquemática y purista que la que existía entonces.

En suma, ya en este libro Sartori deja ver alguna insatisfacción con la ciencia que él mismo contribuyó a crear, y busca subsanar sus deficiencias tendiendo puen-tes con la filosofía política. Quince años después, cuando Sartori decreta la muerte de la ciencia política, es claro que sus insatisfacciones no sólo no se subsanaron sino que se acumularon, afectando su propia animosidad de Sartori.

Ni duda cabe que discutir a Sartori pue-de decirnos mucho sobre la pertinencia y las posibilidades del análisis politológico; nos obliga a fijar posiciones de manera muy críti-ca sobre el sentido de nuestro quehacer como estudiosos de la política. Para quien conocía el libro Democratic Theory del mismo Sartori, publicado originalmente en Italia en 1962, no se topó con grandes novedades al leer The

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Theory of Democracy Revisited. Incluso, la “revisitación” sartoriana fue fuertemente criticada entonces por limitada. No obstante ello, por las razones expuestas arriba, constituye un aporte invaluable.

En su momento, la “revisitación” de Sartori le mereció duras críticas por parte del socialdemócrata Bobbio, quien calificó al pri-mero de ser un pensador conservador, más liberal que demócrata (Bobbio 1988). Ciertamente, el juicio de Bobbio es correcto. Sar-tori nunca ha maquillado sus preferencias políticas. Pero ello no empaña la contribución que Sartori ha hecho a la ciencia política. Si bien su teoría de la democracia posee una orientación política implícita, no puede negarse su potencial heurístico derivado en este libro, como ya se dijo, de su intención de generar una teoría tanto empíricoracional como filosófico-valorativa de la democracia, en un intento bastante interesante de complementar a la ciencia y la filosofía políticas, aunque sin dejar de reconocer en todo momento la legitimidad y la especificidad de ambas lógicas de construcción de saberes.

De hecho, este objetivo ha estado presente en mayor o menor medida en el conjunto de la obra de Sartori. Para quien revisa, por ejemplo, su Parties and Party Systems (1976) podrá toparse con la tipología de los sistemas partidistas más socorrida y reconocida para el análisis de dichos sistemas en la realidad concreta. Su formula-ción —señala Sartori— deriva del método comparativo de casos pero en permanente discusión con las principales orientaciones teó-ricas empíricas y filosóficas, sobre pluralismo y democracia.

En el caso de The Theory of Democracy Revisited, el hilo con-ductor lo constituye el conflicto permanente entre los hechos

y los valores, lo ideal y lo real, la teoría normativa y la teoría empírica, la democracia prescriptiva y la democracia descrip-tiva. Su análisis confluye de esta manera en la observación de que la teoría política se ha ido desarrollando y perfeccionando mediante la exclusión de su seno de definiciones inadecuadas o de significados erróneos de conceptos fundamentales. Esta tarea, sin embargo, para Sartori, debe ser permanente. Reco-nocer su necesidad es el primer paso para avanzar y lograr el entendimiento entre filósofos y científicos. La teoría política saldría ganado.

Se ha criticado que Sartori en realidad se quedó corto en la persecución de este propósito. Probablemente es verdad, pero como suele suceder, las grandes construcciones requieren de varias manos. Sartori indicó un camino posible y deseable. Con todo, a juzgar por su desencanto reciente por el derrotero seguido por la ciencia política dominante en el mundo, nadie lo secundó. Por el contrario, la disciplina perdió de vista el bosque para concen-trarse en los árboles, le dio la espalda al pensamiento político y el método se convirtió en una camisa de fuerza. Una manera de documentar ese hecho es precisamente examinando los diversos análisis que sobre la democracia ha realizado la ciencia política, después de que Sartori escribiera su revisitación sobre el tema. Aquí, como veremos a continuación, el análisis politológico no sólo se empobreció sino que terminó siendo colonizado para bien o para mal, y sin darse cuenta, por la filosofía.

Los límites de la Ciencia Politica

Desde su constitución como una disciplina con pretensiones científicas, es decir, empí-rica, demostrativa y rigurosa en el plano me-todológico y conceptual, la ciencia política ha estado obsesionada en ofrecer una defi-nición empírica de la democracia, es decir, una definición no contaminada por ningún tipo de prejuicio valorativo o prescriptivo; una definición objetiva y lo suficientemente precisa como para estudiar científicamente cualquier régimen que se presuma como de-mocrático y establecer comparaciones bien conducidas de diferentes democracias.

La pauta fue establecida desde antes de la constitución formal de la ciencia política en la segunda posguerra en Estados Unidos, por un economista austríaco, Joseph Schum-peter, quien en su libro de 1942, Capitalism, Socialism and Democracy, propuso una defi-nición “realista” de democracia distinta a las definiciones idealistas que habían prevaleci-do hasta entonces. Posteriormente, ya en el seno de la ciencia política, en un libro cuya primera edición data de 1957, Democrazia e definizioni, Sartori insistió puntualmente en

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la necesidad de avanzar hacia una definición empírica de la democracia que permitiera conducir investigaciones comparadas y sis-temáticas sobre las democracias modernas. Sin embargo, no fue sino hasta la aparición en 1971 del famoso libro Poliarchy. Partici-pation and Opposition, de Robert Dahl, que la ciencia política dispuso de una definición aparentemente confiable y rigurosa de demo-cracia, misma que adquirió gran difusión y aceptación en la creciente comunidad polito-lógica al grado de que aún hoy, tres décadas después de formulada, sigue considerándose como la definición empírica más autorizada. Como se sabe, Dahl parte de señalar que toda definición de democracia ha contenido siempre un elemento ideal de deber ser, y otro real, objetivamente perceptible en tér-minos de procedimientos, instituciones y re-glas del juego. De ahí que, con el objetivo de distinguir entre ambos niveles, Dahl acuña el concepto de “poliarquía” para referirse ex-clusivamente a las democracias reales. Según esta definición una poliarquía es una forma de gobierno caracterizada por la existencia de condiciones reales para la competencia (pluralipluralismo) y la participación de los ciudadanos en los asuntos públicos (inclusión).

Mucha agua ha corrido desde entonces en el seno de la ciencia política. Sobre la senda abierta por Sartori y Dahl se han elaborado un sinnúmero de investigaciones empíricas sobre las democracias modernas. El interés en el tema se ha movido entre distintos tópi-cos: estudios comparados para establecer cuáles democracias son en los hechos más democráticas según indicadores preestablecidos; las transiciones a las democracias; las crisis de las democracias, el cálculo del consenso, la agregación de intereses, la representación política, etcétera. Sin embargo, la definición empírica de demo-cracia avanzada inicialmente por Dahl y que posibilitó todos estos desarrollos científicos, parece haberse topado finalmente con una piedra que le impide ir más lejos. En efecto, a juzgar por el debate que desde hace cuatro o cinco años se ha venido ventilando en el seno de la ciencia política en torno a la así llamada “calidad de la democracia”, se ha puesto en cuestión la pertinencia de la definición empírica de democracia largamente dominante si de lo que se trata es de evaluar qué tan “buenas” son las democracias realmente exis-tentes o si tienen o no calidad.

El tema de la calidad de la democracia surge de la necesidad de introducir criterios más pertinentes y realistas para examinar a las democracias contemporáneas, la mayoría de ellas (sobre todo las de América Latina, Europa del Este, África y Asia) muy por debajo de los estándares mínimos de calidad deseables. Por la vía de los he-chos, el concepto precedente de “consolidación democrática”, con el que se pretendían establecer parámetros precisos para que una democracia recién instaurada pudiera consolidarse, terminó siendo insustancial, pues fueron muy pocas las transiciones que durante la “tercera ola” de democratizaciones, para decirlo en palabras de

Samuel P. Huntington, pudieron efectivamente consolidarse. Por el contrario, la mayoría de las democracias recién instauradas si bien han podido perdurar lo han hecho en condiciones francamente de-licadas y han sido institucionalmente muy frágiles. De ahí que si la constante empírica ha sido más la persistencia que la consolidación de las democracias instauradas durante los últimos 30 años, se vol-vía necesario introducir una serie de criterios más pertinentes para dar cuenta de manera rigurosa de las insuficiencias y los innume-rables problemas que en la realidad experimentan la mayoría de las democracias en el mundo.

En principio, la noción de “calidad de la democracia” vino a colmar este vacío y hasta ahora sus promotores intelectuales han aportado criterios muy útiles y sugerentes para la investigación em-pírica. Sin embargo, conforme este enfoque ganaba adeptos entre los politólogos, la ciencia política fue entrando casi imperceptible-mente en un terreno movedizo que hacía tambalear muchos de los presupuestos que trabajosamente había construido y que le daban identidad y sentido. Baste señalar por ahora que el concepto de calidad de la democracia adopta criterios abiertamente normativos e ideales para evaluar a las democracias existentes, con lo que se trastoca el imperativo de prescindir de conceptos cuya carga valo-rativa pudiera entorpecer el estudio objetivo de la realidad. Así, por ejemplo, los introductores de este concepto a la jerga de la politolo-gía, académicos tan reconocidos como Leonardo Morlino, Guiller-mo O’Donnell y Philippe Schmitter, entre muchos otros, plantean como criterio para evaluar qué tan buena es una democracia esta-blecer si dicha democracia se aproxima o se aleja de los ideales de libertad e igualdad inherentes a la propia democracia.

Como se puede observar, al proceder así la ciencia política ha dejado entrar por la ventana aquello que celosamente intentó ex-pulsar desde su constitución, es decir, elementos abiertamente

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normativos y prescriptivos. Pero más allá de ponderar lo que esta contradicción supone para la ciencia política, en términos de con-gruencia, pertinencia e incluso vigencia, muy en la línea de lo que Sartori plantea sobre la crisis actual de la ciencia política, el asunto muestra con toda claridad la imposibilidad de evaluar a las demo-cracias realmente existentes si no es adoptando criterios de deber ser que la politología siempre miró con desdén. Dicho de otra manera, lo que el debate sobre la calidad de la democracia revela es que hoy no se puede decir nada interesante ni sugerente sobre la realidad de la democracia si no es recurriendo a una definición ideal de la democracia que oriente nuestras búsquedas e interrogantes sobre el fenómeno democrático.

Se puede o no estar de acuerdo con los criterios que hoy la cien-cia política propone para evaluar la calidad de las democracias, pero habrá que reconocer en todo caso que dichos criterios son clara-mente normativos y que por lo tanto sólo flexibilizando sus premi-sas constitutivas esta disciplina puede decir hoy algo original sobre las democracias. En este sentido, habrá que concebir esta propuesta sobre la calidad de la democracia como un modelo ideal o norma-tivo de democracia, igual que muchos otros, por más que sus par-tidarios se enfrasquen en profundas disquisiciones metodológicas y conceptuales a fin de encontrar definiciones empíricas pertinentes que consientan la medición precisa de las democracias existentes en términos de su mayor o menor calidad.

Tiene mucho sentido para los politólogos que han incursiona-do en el tema de la calidad de la democracia partir de una nueva definición de democracia, distinta a la que ha prevalecido durante décadas en el seno de la disciplina, más preocupada en los procedi-mientos electorales que aseguran la circulación de las élites políticas que en aspectos relativos a la afirmación de los ciudadanos en todos sus derechos y obligaciones, y no sólo en lo tocante al sufragio. Así lo entendió hace tiempo Schmitter, quien explícitamente se pro-puso en un ensayo muy citado ofrecer una definición alternativa: “la democracia es un régimen o sistema de gobierno en el que las acciones de los gobernantes son vigiladas por los ciudadanos que actúan indirectamente a través de la competencia y la cooperación de sus representantes” ( Schimtter y Karl,1991).

Con esta definición se abría la puerta a la idea de democracia que hoy comparten muchos politólogos que se han propuesto evaluar qué tan buenas (o malas) son las de-mocracias realmente existentes. La premisa fuerte de todos esos autores es considerar a la democracia desde el punto de vista del ciudadano; es decir, todos ellos se preguntan qué tanto una democracia respeta, promueve y asegura los derechos del ciudadano en rela-ción con sus gobernantes. Así, entre más una democracia posibilita que los ciudadanos, además de elegir sus representantes, puedan sancionarlos, vigilarlos, controlarlos y exigir-les que tomen decisiones acordes a sus nece-sidades y demandas, dicha democracia será

de mayor calidad, y viceversa.A primera vista, la noción de democracia de calidad resulta

muy sugerente para el análisis de las democracias modernas, a condición de considerarlo como un modelo típico-ideal que ante-poner a la realidad siempre imperfecta y llena de contradicciones. Por esta vía, se establecen parámetros de idoneidad cuya conse-cución puede alentar soluciones y correcciones prácticas, pues no debe olvidarse que el deber ser que alienta las acciones adquiere de algún modo materialidad en el momento mismo que es incor-porado en forma de proyectos o metas deseables o alternativos. Además, por las características de los criterios adoptados en la definición de democracia de calidad se trata de un modelo abier-tamente normativo y prescriptivo que incluso podría emparentar-se sin dificultad con la idea de Estado de derecho democrático; es decir, con una noción jurídica que se alimenta de las filosofías liberal y democrática, y que se traduce en preceptos para asegurar los derechos individuales y la equidad propia de una sociedad so-berana y políticamente responsable.

El punto es que abrazar esta noción de democracia por sus obvias implicaciones normativas y valorativas, no puede hacer-se sin moverse hacia la filosofía política y el derecho. En ella es-tán en juego no sólo principios normativos sino también valo-res políticos defendidos por diversas corrientes de pensamiento no siempre coincidentes. Dicho de otro modo, tal parece que la ciencia política se encontró con sus propios límites y casi sin darse cuenta ya estaba moviéndose en la filosofía. Para quien hace tiempo asumió que el estudio pretendidamente científico de la política sólo podía conducir a la trivialización de los sa-beres, que la ciencia política hoy se “contamine” de filosofía, lejos de ser una tragedia, es una consecuencia lógica de sus inconsistencias. El problema está en que los politólogos que con el concepto de calidad de la democracia han transitado sin

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proponérselo a las aguas grises de la subjetividad y la especu-lación se resisten a asumirlo plenamente. Y para afirmarse en las seguridades de su “pequeña ciencia”, para decirlo con José Luis Orozco (1978) han reivindicado el valor heurístico de la noción de calidad democrática, introduciendo toda suerte de fórmulas para operacionalizar el concepto y poder finalmente demostrar que la democracia “x” tiene más calidad que la de-mocracia “y”, lo cual termina siendo un saber inútil. De por sí, con la definición de “calidad” que estos politólogos aportan, la democracia termina por ser evaluada igual que si se evaluara una mercancía o un servicio; es decir, por la satisfacción que reporta el cliente hacia el mismo.

Lo paradójico de todo este embrollo es que la ciencia po-lítica nunca fue capaz de ofrecer una definición de democracia lo suficientemente confiable en el terreno empírico, es decir, libre de prescripciones y valoraciones, por más esfuerzos que se hicieron para ello o por más que los politólogos creyeron lo contrario. Con-sidérese, por ejemplo, la conocida noción de poliarquía de Dahl. Con ella se pretendía definir a la democracia exclusivamente desde sus componentes reales y prescindiendo de cualquier consideración ideal. Sin embargo, Dahl traslada a las poliarquías los mismos in-convenientes que menciona respecto de las democracias, pues su definición de poliarquía como régimen de amplia participación y tolerancia de la oposición, puede constituir un concepto ideal, de la misma forma que justicia o libertad. Así, por ejemplo, el respeto la oposición es una realidad de las democracias, pero también un ideal no satisfecho completamente. Lo mismo puede decirse de la participación. Además, la noción de poliarquía posee un ingredien-te posibilista imposible de negar. Posibilismo en un doble sentido: en cuanto se admite en mayor o menor medida la posibilidad de acercarse al ideal, y como posibilidad garantizada normativamente, esto es, posibilidad garantizada de una participación ampliada y de

tolerancia de la oposiciónEl mismo tipo de inconvenientes puede observarse en muchas

otras definiciones pretendidamente científicas de democracia, des-de los modelos elabora dos por los teóricos de la elección racional hasta los teóricos del decisionismo político, pasando por los neoins-titucionalistas y los teóricos de la democracia sustentable. Algunos pecan de reduccionistas, pues creen que todo en política se explica por un inmutable e invariable principio de racionalidad costo-be-neficio; o de deterministas por introducir esquemas de eficiencia en la teoría de decisiones y en el diseño de políticas públicas como solución a todos los males que aquejan a las democracias modernas. Como quiera que sea, no le vendría mal a los cultores de la ciencia política un poco de humildad para comenzar un ejercicio serio y responsable de autocrítica con vistas a superar algunas de sus mu-chas inconsistencias y falsas pretensiones.

Por todo ello, creo que el concepto de calidad de la democracia está destinado al fracaso si no se asumen con claridad sus implica-ciones prescriptivas. La ciencia política podrá encontrar criterios más o menos pertinentes para su observancia y medición empírica, pero lo realmente importante es asumir sin complejos su carácter centralmente normativo. Por esta vía, quizá sus introductores, poli-tólogos empíricos, podrán aligerar la carga que supone traducir en variables cuantificables una noción altamente abstracta y normati-va. Ahora bien, como concepto centralmente normativo, la calidad de la democracia constituye un gran aporte para el entendimiento de las democracias modernas. Pero verlo como tal nos lleva a com-pararlo con otros modelos normativos. En este nivel, la pregunta ya no es qué tan pertinente es tal o cual modelo para “medir” y “com-parar” empíricamente a las democracias realmente existentes, sino qué tan consistentes son para pensar qué tan democráticas pueden ser en el futuro nuestras democracias reales. De nuevo, la contras-tación entre un modelo ideal y la realidad, pero sin más pretensión

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que el perfeccionamiento y mejoramiento permanente de nuestras sociedades, que por supuesto, no es poca cosa.

A manera de conclusion

La ciencia política está herida de muerte. Sin darse cuenta fue víctima de sus propios excesos empiristas y cientificistas, que la ale-jaron de la macropolítica. Incluso los politólogos que se han ocupa-do de un tema tan complejo como la democracia se han perdido en el dato duro y han sido incapaces de asumir que para decir hoy algo original y sensato sobre la misma deben flexibilizar sus enfoques y tender puentes con la filosofía prescriptiva, como lo hiciera Sartori en su The Theory of Democracy Revisited.

Lejos de ello, la ciencia política introdujo un nuevo concepto, “calidad democrática”, para proseguir sus afanes cientificistas, sin darse cuenta que al hacerlo estaba en alguna medida traicionando sus premisas fuertes. Pongámoslo en otros términos: un nuevo concepto ha aparecido en la ciencia política para analizar las de-mocracias modernas y, como suele pasar en estos casos, dado el pobre desarrollo de las ciencias sociales, cada vez más huérfanas de significantes fuertes para explicar un mundo cada vez más com-plejo, los especialistas se arremolinan en torno al neonato concep-to y explotan sin pudor sus muchas virtudes para entender mejor. Los primeros en hacerlo, además, serán los más listos y alcanzarán más temprano que los demás las mieles del éxito y el reconoci-miento de su minúscula comunidad de pares. Pero he de ahí que no hay nada nuevo bajo el sol. El concepto de calidad de la de-mocracia constituye más un placebo para hacer como que se hace, para engañarnos a nosotros mismos pensando que hemos dado

con la piedra filosofal, pero que en realidad aporta muy poco para entender los problemas de fondo de las democracias modernas.

Además, en estricto sentido, el tema de la calidad de la demo-cracia no es nuevo. Es tan viejo como la propia democracia. Qui-zá cambien los términos y los métodos empleados para estudiarla, pero desde siempre ha existido la inquietud de evaluar la pertinen-cia de las formas de gobierno: ¿por qué una forma de gobierno es preferible a otras? Es una pregunta central de la filosofía política, y para responderla se han ofrecido los más diversos argumentos para justificar la superioridad de los valores inherentes a una forma política respecto de los valores de formas políticas alternativas. Y aquí justificar no significa otra cosa más que argumentar qué tan justa es una forma de gobierno en relación a las necesidades y la naturaleza de los seres humanos (la condición humana). En este sentido, la ciencia política que ahora abraza la noción de “calidad de la democracia” para evaluar a democracias realmente existentes, no hace sino colocarse en la tradición de pensamiento que va des-de Platón —quien trató de reconocer las virtudes de la verdadera República, entre el ideal y la realidad— hasta John Rawls (1971), quien también buscó afanosamente las claves universales de una so-ciedad justa, y al hacerlo, esta disciplina pretendidamente científica muestra implícitamente sus propias inconsistencias e insuficiencias, y quizá su propia decadencia. La ciencia política, que se reclamaba a sí misma como el saber más riguroso y sistemático de la política, el saber empírico por antonomasia, ha debido ceder finalmente a las tentaciones prescriptivas a la hora de analizar la democracia, pues evaluar su calidad sólo puede hacerse en referencia a un ideal de la misma nunca alcanzado pero siempre deseado.

Me atrevería a argumentar incluso que con esta noción y la bús-queda analítica que de ahí se desprende, la ciencia política se coloca en el principio de su propio ocaso.

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A mbrose Bierce, en su Diccionario del Diablo, dice a propó-sito de candidatear que se trata de “proponer una persona adecuada para que sea enlodada y abucheada por la opo-

sición”. Esto es sólo una de las facetas de las batallas que se libran al interior de los partidos por alcanzar el cargo en 2018, sólo que la oposición se encuentra también al interior de las propias fuerzas políticas.

Lucha interna

En todos los partidos se presenta una lucha por la candidatura presi-dencial de 2018, con algunas diferencias, pero todos con un mismo objetivo: descarrilar al adversario y conseguir el trofeo que los ayu-dará a llegar a Los Pinos.

Veamos cómo va la batalla en los distintos frentes políticos del país.

En el campo azul, Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle, Ri-cardo Anaya y algún otro aspirante que pueda surgir —recuerden que Ernesto Ruffo ya anunció sus intenciones de participar—, bus-can sumar adeptos internos para la primera aduana que tendrán que pasar, la elección interna para definir al abanderado blanquiazul.

Como dicha elección se realizará con los militantes panistas, 483,612 integrantes del padrón —según consulta del pasado 20 de marzo—, los aspirantes visitan los estados para atraer simpatizantes a sus respectivas causas. El Estado de México, Jalisco, Nuevo León, Puebla y Veracruz son las entidades con más militantes azules, sien-do Veracruz y el Estado de México los más grandes listados con más de 44 mil integrantes cada uno, seguidos por Puebla y Jalisco, los cuales serán sin duda de especial atención para los que buscan ganar la candidatura.

Será en noviembre cuando inicie el proceso interno en el PAN, con la conformación de la Comisión de Elecciones, en la cual los aspirantes buscarán influir para contar con integrantes afines.

En paralelo, se desarrollarán algunas acciones para frenar a los rivales internos, cuestión de recordar la filtración sobre los viajes de Ricardo Anaya a Atlanta, la cual contó con colaboración interna.

En el PRI, aunque no cuentan con un proceso interno —a me-nos que hablemos de la reflexión que realizará el “gran elector”—, eso no impide que se dé una batalla discreta entre los aspirantes a ocupar el cargo, como se ha podido comprobar con los trascendidos que hablan de ciertas diferencias entre Miguel Ángel Osorio Chong y Luis Videgaray, además de algunos desencuentros entre el propio Osorio y José Narro.

Sin duda, la elección a gobernador en el Estado de México tam-

bién forma parte de esta batalla, en particular para influir en el áni-mo de quien decidirá quién representará al tricolor en la campaña electoral 2018.

Un mal resultado podría afectar las posibilidades de Videgaray y del gobernador saliente, Eruviel Ávila. Pero de ganar los comicios, alguno de ellos se podría poner adelante para conseguir el trofeo, aunque esto no signifique sino un nuevo reto en una elección que se antoja muy competida.

En terrenos amarillos, Miguel Ángel Mancera ha sufrido ya los embates de los gobernadores Silvano Aureoles y Graco Ramírez, quienes buscan competir bajo las siglas del perredismo el año en-trante. Las críticas a la no militancia del jefe de Gobierno de la Ciudad de México son parte de esta lucha por quedarse con una po-sición en momentos en que el perredismo va a la baja por el éxodo de militantes hacia Morena.

Si la salida de legisladores y otros integrantes de las filas del sol azteca es ya preocupante para el perredismo, que tres de sus man-datarios estatales se enfrasquen en una pelea por ser candidatos sólo augura más problemas para el partido.

Mancera ha dicho que podría buscar la opción de competir como candidato ciudadano, en virtud de que no es militante, a la vez que ha desestimado los ataques que le hacen sus adversarios pe-rredistas, pero sin trabajar para fortalecer al partido que lo postuló en 2012 para el cargo desde el que, ahora, busca lanzarse en pos de una candidatura.

Si no es una mala lectura del terreno en el que está parado, la actitud de Mancera sólo se explicaría en la idea de buscar negociar los votos que pueda reunir con algún otro candidato para asegurar un puesto en el futuro gabinete del ganador del 2018.

Y aunque no tiene rivales con los que pelear, el aspirante de Morena, Andrés Manuel López Obrador, también batalla, pero para atender a los militantes de otros partidos que tratan de sumarse a sus filas. Como el caso del PRD, la intención de vaciar a dicho par-tido se muestra real con lo que el sol azteca podría vivir sus últimos momentos como uno de los partidos grandes del escenario político nacional, cediéndole su lugar al movimiento del tabasqueño.

Para el excandidato presidencial en 2006 y 2012, la batalla es por sumar más políticos de otros partidos a su causa, para empezar otra lucha para que no terminen convirtiendo a Morena en un nue-vo PRI o, en el peor de los casos, un PRD reciclado con todos los vicios amarillos.

Así que podemos decir que todos los partidos están en la batalla por el 2018.

@AReyesVigueras

en busca de la Silla EmbrujadaLos Pinos 2018:

Por Armando Reyes Vigueras

Las batallas por las candidaturas

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