El Hachador de Altos Limpios- Juan Draghi Lucero

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EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES

Juan Draghi Lucero

El hachador de Altos Limpios

1966 EDITORIAL UNIVERSITARIA DE BUENOS AIRES Viamonte 640 Fundada por la Universidad de Buenos Aires Hecho el depsito de ley IMPRESO EN LA ARGENTINA - PRINTED IN ARGENTINA

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NDICE

JUAN DRAGHI LUCERO..................................................................................................................4 LA POSADA DE DOA LUZMILA..................................................................................................8 EL NEGRO CIRITICO...................................................................................................................15 EL COCHERO MATEO....................................................................................................................19 QU BRBARO!.............................................................................................................................36 LA BANDERA ARGENTINA DE MI MADRE..............................................................................38 EL CAZADOR DE CHINCHILLAS.................................................................................................42 EL ALABANCIOSO.........................................................................................................................56 EL SOLDADO DE CHILE................................................................................................................59 RBOL CASTIGADO......................................................................................................................62 JESS, POR DIOS.............................................................................................................................66 PANCHO PREZ, VALE PLATA!.................................................................................................68 EL CHILENITO TRISTE..................................................................................................................71 LOS TOS CHIQUITOS....................................................................................................................73 EL GRITO DE LA NOCHE...............................................................................................................77 LA DEMANDA A LAS HORMIGAS..............................................................................................81 EL HACHADOR DE ALTOS LIMPIOS..........................................................................................86 JUAN HUAKINCHAY......................................................................................................................89

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JUAN DRAGHI LUCEROJuan Draghi Lucero naci en Lujan de Cuyo (Mendoza), el 5 de diciembre de 1897. Cinco aos despus, su familia se traslada a la ciudad de Mendoza, y all muere su padre, un lombardo de natural soador, dibujante naval en su patria y constructor de carros y coches en Cuyo. Hurfano a los nueve aos, Draghi Lucero vive con su madre, hasta la muerte de ella, en 1944, y tres aos despus se casa. Esa presencia de la madre se trasluce constantemente en la terneza a la vez ntima y efusiva de su decir literario. Doa Ascensin Lucero, nacida en Tunuyn, pronto ve pasar a manos de rbulas y peritos el patrimonio heredado. Pero es mujer de condicin animosa. Con los ltimos restos de su fortuna, compra un carro, adems de una casa en Las Heras, y se dedica al negocio leatero con un socio, Daniel Pizarro, cuyano viejo, igual que ella, y hombre de probidad natural. Juan deja la escuela en el tercer grado y se echa con el aparcero de su madre por los desiertos de la extensa regin, en viajes que duran a veces das con sus noches. En esas soledades, rodeando el fuego con don Daniel y otros jarilleros, el nio se extasa escuchando, despus de comer, las tonadas tradicionales al son de guitarras y los cuentos de encantamiento, de espanto y de picardas, infaltables en las sobremesas nocturnas de provincia. Poco a poco, y quin sabe por qu misteriosos despliegues del destino, el nio jarillero comienza otra existencia paralela. No vuelve a la escuela. Pero en 1925 ya est escrutando con pasin el enigma de los extintos huarpes y de la poblacin criolla que los continu en las mrgenes de la laguna de Guanacache hoy desecada. Publica tres libros de versos y artculos de historia, funda la Escuela de Apicultura de Mendoza y, con otros, la Junta de Estudios Histricos de la misma provincia, recorte sistemticamente los campos de Cuyo en busca de los antiguos cantares, y, al fin, su nombre desborda los lmites regionales y se proyecta al plano nacional. En 1988, publica el Cancionero popular cuyano, macizo volumen de ms de 600 pginas, en que registra, muchos de ellos con la tonada con que se cantaban, los versos romances, dcimas, canciones y coplas escuchados al folk de las provincias cuyanas en sus viajes de recoleccin, y no pocos volcados de sus recuerdos de infancia y mocedad. El libro obtuvo de la ex Comisin Nacional de Cultura el premio de Folklore correspondiente a la regin Cuyo, un galardn, sin duda, pero chico para una obra de esa magnitud. El autor, modesto o receloso, no aspir a ms. Si este libro fue una revelacin para los estudiosos del folklore, dos aos despus habra de producirse un acontecimiento anlogo en el campo de las letras. Buenos Aires conoci con admiracin y asombro un libro singularsimo del mismo autor, escrito en Mendoza y reeditado aos despus por Kraft, en Buenos Aires. Era un libro desbordante de fantasa, de un decir ingenioso y estilo delicado y suntuoso, exponente de un gnero inslito. Por notable coincidencia, apareci el mismo ao en que otro hombre de letras, Bernardo Canal Feijo, de cepa santiaguea, y tambin con un pie en la cultura universal y otro en el pas nativo, haca conocer su libro Los casos de "Juan", de elocucin tan sabrosa y sutil como el de Draghi Lucero, pero de expresin mucho ms discreta y ceida, como cabe a un norteo (sobre este punto volveremos) y a un libro con cuentos de animales, no de reyes, nios hroes y dragones. Draghi Lucero lo titul Las mil y una noches argentinas, y lo anunci como el primer volumen de una serie. La impresin producida en escritores de Buenos Aires la sintetiza Manuel Glvez en su obra pstuma, imprescindible para conocer por dentro la vida literaria argentina en la primera mitad de este siglo: "Juan Draghi Lucero es muy alto, de largos brazos, de color moreno y de tipo que denuncia la lejana ascendencia aborigen. Conoce de veras nuestra historia. Yo lo admiro profundamente por Las mil y una noches argentinas. Es una de las ms grandes obras de nuestra literatura. Lo he dicho varias veces, y lo repetir. Hice leer este libro extraordinario a varios colegas, y todos opinaron como yo" (Recuerdos de la vida literaria, Buenos Aires, Hachette, 1965, v. IV, p. 318) La segunda parte, sin embargo, demor ms de lo previsto. El autor tenia compromisos cientficos con la Universidad Nacional de Cuyo y le faltaba tiempo para la literatura. Libre, al fin, de esos compromisos por la jubilacin, pudo entregara en 1963, bajo el ttulo de El loro adivino, editada por Troquel en Buenos Aires. La primera entrega constaba de 13 cuentos; la segunda, de solo A, uno de los cuales, enormemente dilatado, ocupa casi la mitad del libro. En 1964, con el mismo sello de Troquel, 4

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publica Cuentos mendocinos, coleccin de 17 relatos, laureada con el Gran Premio Bienal de Novela 1962-63 de Mendoza, y ahora ofrece, mediante EUDEBA, su cuarto libro del gnero, Cuentos cuyanos, que sigue por el mismo carril del precedente. La mayor originalidad de la obra literaria de Draghi Lucero se manifiesta en Las mil y una noches argentinas y en El loro adivino. Sus otros dos libros contienen los ingredientes de su estilo, pero el vuelo imaginativo del autor est moderado por la exigencia de la ancdota. Porque aquellos desarrollan, por un excepcionalsimo proceso de crecimiento interior, cuentos tradicionales de encantamiento, morales o de picardas; en cambio, stos tienen los pies en la tierra: amplan, estofan, cincelan y esmaltan ancdotas y caracteres reales o verosmiles, que el autor extrajo de la tradicin o de las mentas, o que supo vivir en sus aos mozos. Pero si los primeros son los ms especiales, imposible es pasar por alto las obras maestras incluidas en los ltimos: "rbol castigado", por ejemplo, o el personaje del juez, en "La demanda a las hormigas", ambos pertenecientes a este volumen, son inolvidables. No estamos aqu frente a la fcil sazn regionalista, consistente en presentar viejas lugareas de nombres estrafalarios, que en su pintoresco hablar zahieren indignamente las fechoras de los chicos, la conducta alocada de las mozas y las descomposturas causadas en la plcida existencia provinciana por las novedades de los tiempos (aunque a veces no se libra l tampoco de caer en estas tentaciones, como en el umbral de "La pericana", narracin de Cuentos mendocinos) No es una retrica trada del folklore para adornar un relato urdido con mente urbana, ni salpicaduras regionales en una ancdota universal para darle visos autctonos. Es la composicin de una vertiente local, vivida por el autor, sin interrupcin, desde la infancia hasta la madurez, y de otra universal, bebida en los libros, bajo el acicate de una vocacin avasallante, pues no es fcil que un chico que deja la escuela en el tercer grado para ir al desierto a recoger jarillas termine sumergido en archivos y bibliotecas, garrapateando fichas y llenando cuartillas. En ningn momento dej Draghi Lucero de llevar esa existencia de dos vertientes. La recoleccin en sus fuentes de la literatura folklrica lo tuvo mucho tiempo recorriendo los campos de Cuyo, y hasta adquiri la costumbre de escribir en medio del campo en la obscuridad, con grandes letras, solo cuidando de mantener el paralelismo de los renglones. Era uno de sus modos de impregnarse, y de impregnar su obra, con el aliento de la tierra natal, al parecer ms cargado de esencias atvicas durante la noche. Sin duda, Draghi Lucero no invent el gnero miliunanochesco, mucho menos el regionalista y memorialista, que cuenta en nuestra literatura con antecedentes ilustres: Sarmiento, Ca, Fray Mocho, Payr, Lynch, Quiroga, Dvalos, Giraldes, Burgos, Mateo Booz, Castellani y otros. Su ubicacin es ms circunscripta, porque casi nunca inventa el germen del relato; a eso se debe que no escriba novelas. Siempre est adherido a un elemento tradicional, popular, comn. No quiere desarrollar las simientes de su poder creador; quiere expresar un sentir de latitud ilimitada, en que l, los dems vivos y muertos, la tierra, los astros, las plantas, los animales y los espritus de la otra vida que andan en el mundo constituyen una realidad inconstil, una yuxtaposicin y superposicin de capas y corrientes sin confines distintos. Esa experiencia total de las zonas claras y tenebrosas de la Creacin explica por qu el estilo de Draghi Lucero se torna en ocasiones brumoso y ectoplasmtico. Digamos, de paso, que su padre tena achaques humanitarios y espiritistas, en tanto que la personalidad de su madre se adivina muy neta, con perfiles tradicionalistas y catlicos. No abundan en la literatura mundial las muestras del gnero miliunanochesco. La racionalizada era moderna lo sustituy por los relatos policiales y de aventuras. Pero que subsiste la apetencia por la evasin y la comunin trascendentales lo prueba el auge de la literatura, generalmente ilustrada, de "fantaciencia". Los folkloristas suelen dividir los cuentos tradicionales es decir, antiguos, annimos, con mil variantes en cuatro grandes grupos: 1) maravillosos, de hadas o de encantamiento; 2) religiosos y morales; 3) humanos o novelescos, y 4) de animales. Podemos agregar dos grupos menores: los chistes (cuentos humanos de un solo tema y caracterizados por dichos ms que por hechos) y los cuentos de espanto, que estn indecisos entre los cuentos propiamente dichos (al margen de la realidad y en que nadie cree) y los casos supersticiosos (episodios real o verosmilmente ocurridos a tal persona del ambiente cierta vez que top con seres del otro mundo) En la literatura de Occidente, durante la Alta Edad Media, llamada tambin en los manuales poca oral o annima, tuvieron difusin los cuentos morales y religiosos, que se codeaban con las leyendas 5

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(distintas de los cuentos en que son credas por un elemento de verdad, histrica o geogrfica); y se entiende que as fuera por la necesidad de adoctrinar amenamente a la multitud iletrada; pero no menor difusin tuvieron otros dos grupos: los cuentos novelescos, en especial aquellos de picardas (por excelencia, mujeriles), que los franceses llaman fabliaux, y los cuentos animalsticos, cuyas colecciones solan llamarse ysopetes (de Esopo); estos cuentos de animales posean tambin una funcin moralizadora por la facilidad con que, mal o bien, poda extraerse de ellos una enseanza o moraleja. Los cuatro grandes autores de cuentos populares vueltos a contar del siglo XIV Juan Ruiz, Arcipreste de Hita, Boccaccio, Chaucer y el Infante Juan Manuel sacaron sus temas de la tradicin religiosomoral y novelesca. Un siglo antes, el joven prncipe que luego se inmortalizara con el nombre de Alfonso el Sabio haba mandado traducir del rabe Calila y Dimna, una coleccin de cuentos indios ya bien conocidos en el siglo vi, cuya versin snscrita es, con sus ms y sus menos, el clebre Panchatantra, y en el cual los animales parlantes desempean un papel principal. El grupo restante, de los cuentos maravillosos, permanecera ajeno a las letras occidentales, y seguira confinado a la tradicin oral hasta fines del siglo XVII, cuando Perrault public sus Cuentos de antao, y principios del siguiente, cuando el orientalista Galland revel a Europa la famossima rapsodia de relatos persas, indios y bizantinos, aumentados, ornamentados y sazonados por narradores rabes, que se conoce con el ttulo de Las mil y una noches. Sin embargo, setenta aos antes, en el reino de Npoles, un caballero de buen humor, vitalidad desbordante y pluma frondosa, llamado Juan Bautista Basile, haba escrito en su dialecto natal un libro de cuentos de hadas bajo el ttulo de II Pentamerone ossia Lo cunto de li cunti (El Pentamern o El cuento de los cuentos) Este libro excepcionalsimo permaneci virtualmente ignoto, reservado a la curiosidad de algunos eruditos, hasta que lo redescubri en nuestro siglo un insigne filsofo y polgrafo, Benedetto Croce, quien no tuvo a menos distraer su tiempo para traducir al italiano los cincuenta relatos de Basile, que llenan dos nutridos volmenes. Podemos recordar otros escritores ilustres que aliaron con sumo arte literario temas de cuentos de hadas, y hasta crearon algunos, como Hans Andersen, el ms conspicuo de ellos, o bien, que estiraron y condimentaron con caudaloso gracejo y castiza locuacidad sucedidos grandes y menudos de otros tiempos fastuosos, como, por ejemplo, Ricardo Palma. Pero Basile es nico: toma los cuentos maravillosos, con sus episodios nucleares, tales como los recuerda la gente del pueblo o los narran los contadores de cuentos, y los vuelve a narrar, con el relleno de su propio ingenio y las galas de su personalsima pluma. En esto, Basile supera a madame d'Aulnoy, a Tieck y a los dems escritores que quisieron relatar de nuevo, a su manera, viejos cuentos maravillosos de la tradicin oral. No podemos incluir a los hermanos Grimm, porque, aun cuando Guillermo, el menor de ellos, los escribi con una gracia incomparable, lo hizo tratando de que pareciera, no su estilo, sino el estilo fresco y sencillo que no muy acertadamente pensaba deba, ser el estilo del pueblo. Por lo dems, los hermanos Grimm eran fillogos y no literatos. Draghi Lucero es el Giambattista Basile del siglo xx. No tiene la vitalidad de su antecesor, pero lo supera en el caudal emocional y metafsico. Su estilo, aun conservando barroca sensualidad, como cuando describe manjares y mujeres, posee otro carcter, que no puede precisarse sino acumulando impresiones, que se suceden o se funden en inimitable concierto: es tierno, florido, sentimental, galano, sabroso, malicioso, melifluo; en fin, usando trminos que la tradicin criolla entiende sin necesidad de definicin exacta, querendn y decidor. En l, las voces de los libros y las del diario decir agreste se entrelazan, conviven en singular maridaje, y echan brotes peregrinos, apareciendo donde menos se las espera y remozndose con desinencias pluralizadoras, como vidas de csmica proliferacin. Bajo la magia de su pluma, los temas de los cuentos populares, tan parcos en dilogos y descripciones, se alargan, se enredan, se cargan de galas, de intenciones, de vida palpitante; a veces, los episodios trasmigran de un cuento a otro, y varios cuentos vierten parte de su caudal en uno. Se lo puede ver cotejando los temas que enhila Draghi Lucero con los correspondientes relatos folklricos, segn aparecen en las compilaciones chilenas, ya que el pas de Cuyo no ha documentado an, o no ha publicado, su novelstica tradicional. En realidad, Cuyo es, culturalmente, una provincia chilena, y en la prosa de Draghi Lucero se trasuntan con innegables correspondencias la gracia gentil, el primor, el gusto barroco por la ornamentacin que caracterizan los preludios de las cuecas y tonadas, y que 6

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contrastan visiblemente con la gravedad contenida y escueta de los tristes, estilos y vidalas del cancionero norteo-rioplatense. Es que en l se han conjugado milagrosamente el juglar y el literato, el que dice y el que escribe. El resultado no poda menos de ser exclusivo: precisamente, milagroso. Estas Mil y una noches argentinas, como no perda ocasin de repetir Glvez, son algo extraordinario. Cuando su autor deje de contarlas, quedarn definitivamente inconclusas. BRUNO C. JACOVELLA

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LA POSADA DE DOA LUZMILAEn logrando zafarse de los atolladeros y tembladerales del Paso de la Cinaga y en subiendo al alto firme y seco, aparecan las murallas de la posada de doa Luzmila. Tiempo atrs se establecieron ah con posada provista de bien tenidos corrales con pasto emparvado para mulas y bueyes de arrieros y carreteros, los trajinantes de pampas y travesas entre Cuyo y Buenos Aires. Aconteci que una pareja de forasteros ayudados por desconocidos restaur murallas de un antiguo casern en ruinas, tech, blanque y abri una llamativa casa de tentaciones con comida y beberaje. Los viajeros de las desoladas huellas encontraron all vinos y aguardientes y, por sobre todo, los ms ricos y apetitosos fiambres que nunca manos criollas pudieran adobar. Se desparram la novedosa fama de tal cocinera que tan ricos potajes preparaba. Los matambres, arrollados, quesos de chancho, mortadelas, salchichones, lomos en escabeche y cien otras tentaciones del diente y del paladar aguaban la boca de los hambrientos y sedientos. En cuanto al guindado, chicha, vinos, ginebras, coaques y otras bebidas ardientes tenan en esa posada un sabor tan particular que no se gustaba en ninguna otra fonda ni pulpera. Pero eran los adobados fiambres y carnes escabechadas que all se gustaban las de famas a muchas leguas a la redonda. Se saba que doa Luzmila atesoraba un don para sazonar las carnes con el sabio manejo de la salmuera, pimienta, laurel, aj, nuez moscada, organo y remotas hierbas indias que solo poda agenciarse por mediacin de adobadores de tiempos idos; y en cuanto a las bebidas fuertes, el clavo de olor, vainilla, canela y cien desconocidas especias y montes de las serranas daban incentivo para seguir engullendo fiambres y los fiambres un picor que clamaba por beber con angurrias. Mucho se hablaba de estas secretas habilidades que solo muy raros entendidos manejaron con celo en la proporcin y ajuste a los gustos criollos. En llegando arrias de mulas y convoyes de carretas, se animaban reuniones de la mocedad del arriaraje y de las boyadas. Todo era un ir y venir de fuentes con fiambres y frascos de licores en un mar de alabanzas dicharacheras a tan habilidosa cocinera y vinera. S; las comilonas y el beberaje se volcaban a las vocingleras alegres, matadoras de las huraeces de la travesa y las pampas. La travesa del solazo de fuego derretidor del seso y los secadales salitrosos, agrieta dores de labios! Qu! Si en la posada de doa Luzmila se olvidaban penurias soportadas por los sufridos hombres de mulas y bueyes. Para mayor encanto, la ardidosa mocedad se solazaba entre mascada y trago con alegres cantos y msicas. Y las encordadas guitarras volcaban cuecas, gatos, triunfos y refalosas y al final, tonadas con cogollos ofrendados a doa Luzmila, que los festejaba con tragos y brindis elegidos. S... Mas, haban dos peros en la tal posada: el uno, que todo pago era en moneda metlica. Nada de papeluchos imprentados! prevena con antelacin la posadera a los sedientos y hambrientos. Aqu, en la palma de esta mano, han de cantar esterlinas, soles, cndores, bolivianos, patacones y tejos con sonidos y brillares mineros que no mienten! Y los de tragaderas hacan tintinear las msicas apetecidas por doa Luzmila. El dos: que no se permitan juegos! Y no se vio ni taba ni naipe bajo ese techo. Claro! murmuraban los enviciados a las apuestas en esta forma todo cuanto cargan los que llegan pasa al cajn por mascada y trago! En las avanzadas horas de la noche, cuando la comilona y el beberaje ponan pesados a los angurrientos que all se dejaban estar, se les allegaba doa Luzmila, concentrada, cavilosa y como a descargar prevenciones. Y bajando su gruesa voz a las penumbras del misterio dejaba caer palabronas conllevantes a la mocedad confiada. Se los deca y volva a decrselos que para entrar al Paso de la Cinaga lo hicieran con los sentidos despiertos y despus de encomendarse a los Santos del Cielo. Y contaba casos de agona en ese lagunazo atajante del camino. Era de arrimarse a orle sus comedidos consejos y sanas prevenciones sobre el traicionero cenagal que haba tragado carretas enteras con sus yuntas de bueyes, carretero y boyero sin que los pobrecitos pudieran ser salvados ni socorridos. 8

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Temblaban los mozos al or a doa Luzmila relatar, con la cara descompuesta, y salindosele los ojos, que un arria de mulas con varios arrieros que entraron al Paso de la Cinaga no salieron nunca por la otra orilla por haber sido tragados por el ojo de mar... Ese maldito ojo de mar que se comunicaba por cuevas de honduras espantosas con la mar lejana y sin orillas! Tengan cuidado, mozos! les adverta, protectora y amiga. Tengan cuidado al pasar por la orilla del ojo de mar y no se encandilen mirando sus honduras! Mtanle espuelas a las mulas y picana a los bueyes, que no se detengan, porque...! Y paraba en seco sus hablas y se suma en un escuchar de rumores y gritos que vagaban por la noche cienaguera. Procuraba el silencio de los espantos para que se oyeran los graznidos destemplados de pajarones, aullidos del yalguaraz y de otras bestias de los totorales tenebrosos. En su ancha cara retrataba las celadas del cenagal enemigo... Arrieros y carreteros cambiaban pareceres y se allanaban a dormir bajo ese seguro techo. Y licores y fiambres con alegres guitarreos acortaban la noche para encarar al otro da, a pleno sol y con los bolsillos livianos, las contingencias del temido cenagal. Parada obligada de hombres de carguos era la posada de doa Luzmila. All se apeaban los gustos para chasquear la lengua con comidas y bebidas. All se concertaban tratos entre yentes y vinientes en los trajines de la venta y de la compra, y corra la plata sobre el mostrador en esa fonda siempre llena de gente noticiera y afanosa. En el rincn ms apartado no faltaban los que murmuraban bajito, bajito, de logias, de chirinadas, de revueltas y cambiazos de gobiernos. Mucho se hablaba de la tal posada de la tentacin; pero... Aquel anochecer hallbanse bajo ese techo siete arrieros jvenes y uno solo de cabello entrecano. Mientras la mocedad regodiona y extremosa coma y beba sin medida, el viejn, que no pasaba trago, espiaba con ojos caladores el gran saln de la posada. Fij su mirar en un espejo grande, roto por un costado y con el azogue corrido en parte que, colgado en la muralla de frente a la entrada, diriga sus reflejos a la cocina. Ms de un desconfiado olfateador se senta "visto y odo" por el intruso cristal azogado, pero la bullaranga y las tentaciones del paladar deshilvanaban toda cavilacin y pesquisa. Sin embargo, esa cocina... Esa cocina de donde sala un mar de fuentes y frascos llenos que volvan vacos, se mostraba siempre por siempre cerrada por maciza puerta de algarrobo. La tan celada puerta tena un ventanillo por donde un ojo en vigilia podra abarcar el saln y hasta la entrada mediante la ayuda del espejo. Ahora que ni con tal espejo ni con el ojo ms huronero se poda medio saber lo que pasaba en la ahumada cocina, porque la puerta de tablazn de algarrobo permaneca siempre por siempre cerrada y ante ella se plantaba el tonto cotudo de Daniel, nico servidor de la casa. Este apagado y lerdo ayudante reciba por la ventanilla las fuentes y frascos para llevarlos a las mesas de los comilones y volva hasta esa puerta con las sobras, que pasaba por la estrecha abertura y all se quedaba haciendo guardia a lo centinela. Se han fijado ustedes que ni el tonto de Daniel ni nadie entra en jams de los jamases a esa prohibida cocina? les susurr a los mozos el viejn sonsacador. Ah! le inform uno de los mocetones, engullendo un lomo en escabeche; es que doa Luzmila no quiere que nadie entre y ni siquiera mire a su cocina porque ah prepara los adobos para sus fiambres y los gustos de sus licores y, claro! no es tan sonsa para permitir que nadie copie sus secretos... Secretos? machac arrastradamente el viejn hurgueteador. Claro, pues! Los arrollados y otros fiambres que solamente aqu se comen tienen un sabor que nadie ha sabido darles en parte alguna. Es que doa Luzmila tiene manosanta para hacer gustar el trago y la mascada! Hummm...! Ese lomo en escabeche que est comindose con todas las ganas, es de chancho, de vacuno... o de burro? No sea brbaro, don! Este tiernito lomo es de ternera de meses o de nonato. No ve que es blandito como manteca?

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Lo que veo es que est macerado en vinagre y que los mistos le han hecho perder hasta el recuerdo de lo que fue! Yo soy matancero de oficio y hasta no mucho fui cocinero del batalln, y s de carnes como pocos. Vea, don: ust ser esto y aquello, pero yo estoy cansado de ver terneros y chanchos que andan por los corrales y hasta ayud a carniar a varios de estos animales. Qu me viene ust con cuentos y enredos! Cmase un bocado de este lomo en escabeche y dgame si es capaz de preparar otro igual! No, mi amigo. Ni comer de eso que tan confiadamente se est mandando al buche ni soy capaz, con todo mi arte, de preparar bocados iguales. Ha visto, amigo? Ah est la lastimadura que lo solivianta! Es la envidia y no otra cosa que lo hace cacarear! Son muchos los que le tiran piedras a doa Luzmila tan solo por tener ella buena mano en el preparo de lo que se come y se bebe con todos los gustos. Y no siga mostrando la hilacha, don, porque allicito viene la duea de casa. Habase abierto la celada puerta de la cocina y se vena la grande de doa Luzmila. Derechito vena, como si supiera. Lleg con el todo de su presencia a porfiar sobre el temido Paso de la Cinaga. Adverta, noticiera y sabedora, que por estos das el gran pantano concentraba sus favores por el cambio de luna... Es de saberse deca con voz arrastrada a los misterios que la luna, por ser mirona y de luz anochecida, mantiene oculto manejo de las aguas como lo prueban las mareas de la mar, y descamina el destino del hombre hasta llevarlo a los portales de su triste perdicin... As ser, mi seora doa Luzmila le sali al encuentro con taimados arrastres el viejn entrometido; pero es el caso y la comprueba que cuanto ms caudal vuelva el desage de esta casa a la cinaga, ms suben sus negras aguas y ms crecen los peligros del que las encara en vas del pasaje. Qu est lengetiando, don Enredos? Qu anda entretejiendo con ese desage que por aqu pasa? Quiere que yo les prive a esas aguas que siguen el derrotero del cuesta abajo que desde los tiempos sin memoria siguieron y que seguirn per secolorum, secolorum, como dira el fraile? Con un simple desvo, mi enojada seora doa Luzmila, esas aguas que embravecen el cenagal iran a inundar otro bajos y el Paso de la Cinaga no seguira tragndose a tanta gente moza y por dems confiada... Qu ser lo que anda queriendo descaminar, don Tiralapiedra! Qu ser lo que trae bajo el poncho de las cavilaciones daosas! Nada, mi doa Luzmila. Con mansedumbre en la palabra yo me pregunto y le digo que ya son muchos los que se va tragando esta cinaga. De tiempos antiguos tiene fama este Paso de tragarse a gente vieja. Yo, que ya cuento mis aitos, estoy cansado de entrar y salir del Paso de la Cinaga, sin novedad, pero desde hace un tiempito le ha dado por tragarse a gente moza y por dems confiada y si no, vamos sacando las cuentas y comencemos por Mardoqueo Salvatierra, que desapareci har un ao y medio y el pobre apenas si contaba 18 floridas primaveras; le sigui Ubaldo Ros, el buen marucho que apenas sobrepasaba los 17 de la cuenta y ya era un hombre crecido; recordemos a Juan Tejada, mocetn en las vecindades de los 20 y del que ha quedado el fiel perro que lo llora. Recordemos a un Mayorga, tambin en la flor de la edad; a Marcial Contreras, que no arribaba a los 22 y era tan gil que se le sentaba a los potros ms ariscos a fumarse un cigarro; al hijo de mi compadre Liborio, que frisaba en los 18 y que como guitarrero y cantor no se conoca otro y, por ltimo, a un tal Cupertino no s cuntos, mozo pajuerano; y paro de contar porque hasta aqu, no ms, llega el apuntar en mis libros; pero se dice y es comento de la gente del pago que son varios ms los que se fueron para no volver, sin dejar ni el adis y ni siquiera la osamenta para darles cristiana sepultura! Los lengua de vbora se revolvi doa Luzmila, hecha un basilisco siembran cizaa y meten cuchara en todas las fuentes para tan solo empollar la cavilacin y el dao. Bien s que hay quienes trabajan bajo cuerda por doa Estanislada, que alza pulpera y chingana a 6 leguas de aqu y que me declara guerra porque ve fundirse su casa de mal nombre y ms se quema al ver la ma, limpia y honrada, que se levanta a las alturas. El Lengualarga que se gana bajo mis techos tan solo a garrear y nunca gasta un real en comida o bebida, pone su gevito de dudas y sospechas a fuerza de musaraas y luego alza el vuelo. Pero el tal y quien lo manda sepan que no han de doblegar 10

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mis murallas con tan melladas armas, y vaya sabiendo, don Lechuzn de mal agero, que tan celosamente lleva registros con nombres y apelativos de gente moza que dice desaparecida, y que a lo mejor andan en fogueos de guerra con caudillos, sepa y vaya sabiendo que el Paso de la Cinaga se trag al viejo arriero de don Casimiro Puebla, que dicho sea al paso cargaba malas mentas en estos lugares; que el setentn de o Ciraco Ponce fue tragado a la vista de otro por el tembladeral; que le sigui el viejo chulleco de don Alvaro Alaniz y que don Melitn Cifuentes se empantan para no salvarse con sus 60 a la espalda; que el viejo Castillo no s cuntos entr y no sali ms por detenerse a mirar el ojo de mar; que... Alguno de los mozos aqu presentes, conoce a esas antigedades desaparecidas? Yo contest un arriero solo alcanc a conocer al viejo Alaniz, riojano por ms seas; pero supe que se haba ausentado a sus Llanos Atiles a mirar los ltimos soles y lunas de su santa tierra. Nadie ms contest al requerimiento sealero, pero doa Luzmila, que estaba con los fuegos encendidos, se acerc hasta el espejo y con disimulo traz sus seitas en el aire y al tiro! se volvi a abrir la maciza puerta de la cocina y apareci y se vino el Huinca Nahuel. Sali el grandote y se acerc despaciosamente, afirmndose en sus patazas, seguro, asentado, con su ancha cara poblada de cerdas emparejadas a tijera. Los labios de su boca grande se apartaban y se abran por dientes agudos, asomantes. Y avanzaba el hombrn de cuello de toro, de hombros encorvados de los que pendan y se balanceaban dos velludos brazos rematados en dedos al cerrarse con miras al agarre. Lleg el Huinca Nahuel y se plant detrs del viejn discutidor y, agachndose, le echaba su aliento denso y trasminante por la nuca... Siempre maniobraba igual el marido de doa Luzmila para hacer comprender sin palabreos quin era el que alzaba voz en la posada. Y la mujer se sinti en fortaleza y levant voz gallera. Siga, don Viborita, que el dueo de casa quiere orlo contar cuentos. Iba a responder el viejn discutidor, pero sinti ardrsele la nuca por el aliento trasminante del Huinca Nahuel. Diose vuelta y se encontr cara a cara con el atigrado que lo contemplaba avasallante, agachndose sobre l. Retrocedi ante el carantn cerdudo que filtraba relmpagos a travs de pobladas y cadas cejas... Apenas tuvo fuerzas para escurrirse, ganar la puerta de calle, montar en su mula y alejarse por la huella. Ja, jay... Ja, jay... se ri la triunfante pulpera, reanimando a la concurrencia que haba sentido aletazos inquietantes. Los pajarones vuelan cuando se ven perdidos dijo como remate y luego reanim a la gente con dos frascos de vino y un arrollado tan blandito que se deshaca en la boca. Al rato y estando muy entregados los mozos a la tarea del trago y la mascada fueron levantados por los gritos de doa Luzmila que desde lo alto del mangrullo los llamaba para que fuesen a desatascar una carreta que verguiaba en el Paso de la Cinaga. Corrieron los mocetones en sus mulas y con torzales lograron sacar al pesado rodado, que result ser de don Atanasio Cienfuegos, a quien doa Luzmila agasaj vistosamente con fiambres y bebidas y, de paso, no cesaba de proclamar que si no hubiese sido por la ayuda de tanto comedido, a estas horas ya la cinaga se lo habra tragado con bueyes y todo. Atanasio, casi atorado con tanta comida que pasaba a fuerza de tragos, asenta a todo... Se hizo nada la siembra de dudas que haba incubado el viejn hurgueteador cuando, de repente, se oy el funerario aullar de un perro. El Huinca Nahuel, que nunca se alteraba, se remeci entero como si el tristsimo llorar de la bestia fiel lastimara sus adentros. Se repiti en las honduras de la desolacin el reclamo del amigo del hombre y los convoyados, doa Luzmila y el Huinca Nahuel, se buscaron los ojos en un entenderse sombro. Los dos dieron unos pasos perdidos, pero l se rehzo mascando rabias. Entr a la cocina y de ah sali empuando con firmeza una escopeta. Al rato se oy el horroroso retumbo de un tiro de doble carga y los aullidos se alejaron. Y era que el perro, que fue herido antes por esos balines, ahora aullaba protegindose detrs de montes enmaraados. A lo lejos doblaban a muerte los lamentos del quejoso. Qu raro que el perro del finado Tejada venga a aullar aqu mismo y no al Paso de la Cinaga que se lo trag! se dej decir un caviloso mocetn arriero. Es que aclar al momento doa Luzmila aqu lo vio por ltima vez a su amo antes que se hundiera en los profundos del ojo de mar. Ms que raro, todava, porque ese perro fiel no se apartaba jams del pobrecito de Tejada y lo segua hasta en sueos, pero se call, amilanado por el mirar doblegante del Huinca Nahuel que filtraba 11

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puntazos a travs de enmaraadas cejas, al tiempo que le haca llegar su aliento atigrado. Bien saba el Huinca que con su sola presencia acallaba al ms tonante cacareo y que su aliento incendiario abata a los ms engallados. De sobra saba el hombrn el poder que se sala de l y su gozo era ponerlo de manifiesto. Al pordelantear al ms empinado, l senta en su mudez aullante que se aclamaban sus potencias y como proclama de su ser dejaba escapar un "Uh... Uh...!" en rezongo prevencioso de haber sobrepasado al que se le enfrentara. No haca dos aos que un ventoso anochecer llegaron all mismo dos desconocidos: un hombre grande y una mujerona. Hicieron noche en esas mismas ruinas abandonadas. Vistazos caladores, desconfiados, echaron por la vecindad hasta afirmarse en la decisin de establecerse ah mismo. Al calor de un mortecino fueguito hablaron a las perdidas. ... el Paso de la Cinaga ya carga con malas mentas. Hay atascamiento de carretas, mulas empantanadas. ...si hasta se habla de alguien que se lo trag un ojo de mar. ...sin contar que no hay paradero ni posta a leguas y leguas en los cuatro cardinales. ...todo seala a este lugar y no a otro para fonda con corrales. ...y ms porque los que vienen llegan caldeados por los solazos del desierto y los que se van, festejan el haber salido del Paso de la Cinaga. ...s; ste y no otro es el lugar sealado. Al borde del lagunazo inmenso. Con totorales tupidos, Solitario. ...y con ese desage que cae a un pozo profundo, escondido en entretejido montal. ...s; s, aqu est lo que tanto y tanto buscamos. Aqu nos venimos y... siguieron a las hablas bajitas, tan bajitas que el viento se las llevaba a los profundos de la noche cieneguera. El Huinca Nahuel! Era la comezn de muchos. Se deca de l por viejos baqueanos y conocedores que haba sido un montonero de averas. Que, vencido en un encuentro y a punto de ser ajusticiado, habase escurrido a los indios del sur. Que all, en las tolderas, se hizo de sonada fama por haber vencido a los ms fuertes capitanejos indios en el juego del lonconeo, que consiste en atraer por la fuerza al contrario con el que lo une un lazo por la nuca. Que fue visto en algunos malones capitaneando indios atacantes como cristiano renegado... Que all, en las tolderas, trab conocencia con la grande de doa Luzmila y que muy luego se convoyaron los dos, como astillas de un mismo palo... Que las cicatrices que se entrecruzan en su cara gritan bien alto sus andanzas por campos de porfas criollas. Que se haban hecho de dinero y joyas en los asaltos a las poblaciones fronterizas. Que... Pero, pare de contar, don, si quiere medio ser credo, porque en cuanto se les abre crdito a los habladores no paran en la cuenta de los cuentos... Cuentos de habladores? Y de dnde sac capital para montar posada bien surtida? Quin lo habilit para surtir este negocio? Y esos emponchados que llegan a altas horas de la noche con unos bultos y se van con otros antes de aclarar? Sabe usted de dnde vienen y a dnde van? Esos tales de mala traza se visten a lo gaucho, pero los denuncia la facha que son aindiados del sur y toman las dereceras de las tolderas cerreras! A qu viene cada dos semanas un sargento si no a tomar razn de los opositores que se secretean entre vaso y vaso? No sabe usted que el Huinca Nahuel por un costado cuenta con aparceros entre los pampas y por el otro con la justicia pueblera? Mire, amigo avinagrado: deje en paz a los emponchados en tierra en que todos andamos con poncho, y en cuanto a que venga un sargento a esta posada, eso mismo le est diciendo que el Huinca Nahuel y su seora son gentes de bien! Mire usted, mejor ser que me calle, porque...! S, amigo! Detenga esa lengua picuda y respete a la gente si quiere ser respetado. Criticones y lengualargas son vboras que pican a los caminantes por el solo gusto de picarles y soltar el veneno que los envenena...

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Y ahora, frente a las murallas ennegrecidas por el incendio, los techos cados y la ruina total de la posada de los convoyados, Jos, el hermano del desaparecido Manuel, miraba las ruinas con el sargento que haba mandado la justicia "para que informara qu haba de cierto en ese enredo". As le deca el mozo, allanado a los desconsuelos: Venamos de Crdoba, donde vendimos diez barriles de vino. Traamos la plata para nuestro padre, mas el pobrecito de mi hermano, que andaba al cumplir los 20 aos, daba con la tema de paladear el rico guindado que preparaba con sus mistos la tigra Luzmila. Yo lo contena porque esa mujerona se me atraves en el desconfiar como algo del espanto y la malura y ms cuando dejaban su mano tanteadora en mi espalda como tomndoles el peso y la medida de mis lomos. Yo entresacaba no s qu de los ms mordedores espantos de una bruja asistida por un tigre en figuras de hombre... Como le contaba, mi sargento, ese anochecer llegamos los dos a la posada maldita y aunque yo porfiaba por seguir camino, el pobrecito de mi hermano temaba con los peligros del Paso de la Cinaga... Que no haba que encararla de noche cerrada, que era de temerlo porque de lejos haba odo como bramidos de la aguazn estancada; que era mejor cruzarla de maanita... Todas invenciones del pobrecito para quedarse a gustar arrollados malditos y licor con adormidera. Lo cierto es que llegamos a esta posada a eso de la oracin. La Luzmila y su convoyado, el Huinca Nahuel, el hombre-tigre!, nos recibieron como a presentes bajados del cielo. Nos; tendieron mesa con arrollados y vinos pero, ante todo, nos hicieron gustar un guindado muy rico. El pobrecito de mi hermano se bebi todo el vaso; yo, con mis desconfos y lumbraradas del alma, solo pas dos tragos al notarle algo raro al licor. Iba a tirar el resto cuando el pobre Manuel, que era angurriento, se bebi de un trago lo que dej en mi vaso. Al rato vi que se le cerraban los ojos, pero lo que me crisp las carnes fue que, ya de noche, llamaron a la puerta otros arrieros pidiendo alojamiento y el Huinca Nahuel, en vez de abrirles, apag los dos candiles encendidos y atranc silenciosamente esa puerta, y los dos se hicieron seas de hacer silencio. Por qu?! me gritaron los campanazos del alma. Por qu?! Cansados de llamar en vano, se fueron los arrieros. Al rato, ya sin nadie en la vecindad, la Luzmila encendi solamente un candil humoso. Yo not que se me cerraban los ojos; para avivarme me beb a escondidas unos tragos de agua de mi chifle y as logr despabilarme a medias, pero tir a hacerme el dormido. Mi hermano Manuel quera como despertarse, medio se agitaba, pero los grillos y cadenas de la adormidera lo suman en el sueo. Volv a beber agua de mi chifle y remec a mi hermano para que huyramos de los matanceros malditos, pero qu iba a convocar sus traicionadas fuerzas, el pobrecito! Decid no abandonarlo y hacerme el dormido. De repente se abri la puerta de la cocina y aparecieron los espantos. Se nos venan los dos convoyados! l en la figura del hombre-tigre con un cuchillo en la mano y ella como la bruja mayor de la Salamanca. Se les vea en los aprestos la intencin asesina que traan. Los dos de la iniquidad llegaron a nuestro lado y nos espiaron. No s por qu eligieron a Manuel: se arrimaron a l, lo alzaron de su asiento y se lo llevaron a los traspis a la cocina. Yo, engrillado por el terror, qued clavado en mi banco. Cuando cerraron la puerta maciza yo me recobr en un grito ahogado, pero mis piernas estaban tan pesadas! Rpido vaci el agua de mi chifle en mi cabeza: me refresqu y pude tomar algn dominio. A las ladeadas llegu hasta la puerta de calle, le saqu la tranca, abr la pesada hoja y sal campo afuera a clamar auxilios. Llam con voces acalladas a la gente que pudiera haber por all, pero todo estaba en soledad. Baj al Paso de la Cinaga, tir mis ropas, enloquecido, y entr a esas aguas fras, lo que acab de destrabarme. A los gritos y llantos sal por la otra punta del Paso, pero todo era silencio y soledad. Mis pedidos de amparo caan como pjaros heridos. Y as, desnudo por haber tirado mis ropas en la otra orilla, temblando de fro en noche de invierno y sin medio para hacer fuego, me acurruqu al amparo de unos montes y esper la venida del da. Cuando apareci el sol yo estaba aterido, dando diente con diente y con fiebre delirante. As y todo, desnudo y afiebrado, sal al encuentro de un convoy de carretas y a los alaridos y con los ojos en llamas les gritaba lo que nos haba ocurrido en la posada maldita y si alguien medio me crey, casi todos dijeron que la fiebre me haca ver disparates. Me ofrecieron traerme en las carretas, pero con aullidos de espanto me negu a volver a este casern maligno. Apenas si logr que un muchacho que conoca a Manuel, averiguara en esta posada qu saban de mi hermano, de m y de las mulas del arria. A medioda volvi ese abriboca con la noticia que no haba ni rastros de mulas y que Manuel y yo habamos seguido camino al amanecer. Este muchacho sonso alert a los convoyados. Yo, con dos ponchos que me prestaron los carreteros, compuse chirip, me 13

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emponch y as, con los fuegos desvariantes de la fiebre que me quemaba, encar la huella con rumbo al poblado. La fiebre de la pulmona doble me haca ver hombres-tigres, brujas del espanto y posadas donde servan fiambres de carne humana. Con mi pobre entendimiento en quebranto parece que llegu al fin a unos ranchos y en vindome en ese estado un vecino, me recogi en su casa y me brind su amparo. Con cataplasmas, vahos, ventosas zajadas y emplastos de curanderas, logr mantener vida en lucha contra la pulmona... Por fin, como al mes, pude sentarme en el catre y ordenar mis recuerdos en los ltimos colazos de la fiebre. Entonces, en rueda de vecinos cont del principio al fin lo que nos haba acontecido con el pobrecito de mi hermano. Los concurrentes ataron cabos sobre tanta mocedad desaparecida en el famoso Paso de la Cinaga sin que se hallaran nunca las osamentas. No pararon hasta pasarle el parte a la mayor autoridad del pueblo que, ante el creciente clamor de los parientes de los desaparecidos, oblig a la justicia a tomar medidas, pero mucho ms diligente anduvo el Huinca Nahuel, que olfate a tiempo la que se le vena encima y como su fortuna era en metlico, presto y seguro carg en un arria de mulas sus caudales y con la Luzmila tomaron el rumbo de las tolderas del sur, donde se guarecen los otros gavilanes convoyados. Para borrar rastros prendieron fuego a este casern maldito. El incendio de la posada habase propagado a unos montes secos y las llamas siguieron por la orilla del barranco de la cinaga hasta quemar la enmaraada maleza que siempre cubri el lugar donde caa el chorro del desage a la cinaga. Ah mismo, en el borde alfombrado por cenizas y tizones apagados, se plantaba con su flanco herido a aullar el perro del finado Tejada. Y aullaba y aullaba como si quisiera resucitar a su amo muerto. Sintise atrado Jos por el llorar de la bestia fiel y all se fue, paso a paso y abortando lgrimas de desconsuelo. Lleg al borde del chorro y se qued contemplando la cada de las aguas cristalinas. Al principio distingui en las honduras del pozo a miles de gusarapos negros que rondaban unos blancores. Al son de los aullidos ahond ese mirar... Sinti que se le erizaban los cabellos y lo bandeaba el espanto al distinguir huesos de gente y varias calaveras humanas que al girar en los remolinos del agua, jugaban a la ronda y se rean y se rean...

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EL NEGRO CIRITICONunca he podido tomar en serio y, por el contrario, siempre he despreciado los cuentos y toda literatura barata que trata de equvocos pueriles, que cifra todo un argumento aparentemente serio en la simple equivocacin de un vocablo, o, por simular haber odo mal una frase. Y pensar que hay piezas teatrales y hasta libros escritos para especular en esas tontas y estpidas situaciones! Quiz por esto mismo fui castigado duramente por el equvoco. El hecho ocurri as: en mi afn por averiguar casos y cosas de gente nativa, hablaba con don Goyo, criollazo del Barreal de Calingasta. Yo quera saber qu restaba de subyacente del mestizo en sus pensamientos. Por cierto que fracasaba siempre, ya que don Goyo hablaba de todo, menos de lo que a m me interesaba. Se me escurra en pintarme sus luchas con el medio hostil, sus peleas con otros peones de la vecindad. Casi sospech que el seso de don Gregorio trabucaba todo pensamiento. Para mi desdicha tard mucho en caer a esta cuenta. Lo tom a este nativo demasiado en serio; sta fue la causa de cometer yerros que me costaron tiempo y las ms disparatadas andanzas... Un da, don Goyo, mientras adoptaba un triste modito, me pidi encarecidamente que le consiguiera su libreta de enrolamiento, porque... La perdi en el boliche, don Goyo? Qu boliche! Usted cree que yo siempre me emborracho. No tanto, pero algunas veces lo he visto algo... Entonces, porque soy un pobre criollo, no puedo divertirme alguna vez? S, pero no llegar al extremo de perder la libreta de enrolamiento. Y si lo caza la polica sin ese documento de identidad? Don Goyo espes sus tristezas. Lo vi como a hombre perseguido y l, ausentndose a sus penosas lejanas, se dej decir: A m me la quitaron... Me la sacaron de mal modo. Y quin le quit su libreta, don Goyo? El Negro Ciritico...!! Recib el impacto en pleno pecho. Don Goyo, a quien observ disimuladamente, se haba concentrado y hablaba "con la voz del alma". S, este moreno entre mestizo y criollo se quejaba tan profundamente, que yo me sent conllevado por su arrastradora pena. Chupaba su cigarrito con furia, como consolndose de una tremenda injusticia, como si su vida toda tan llena de tristezas! se ahondase en la injusticia cometida por el negro tirano, avasallador. Yo, que me tengo por ducho en sacar reconditeces a la gente nativa, guard celado silencio para no estropear una dolorosa confesin del amigazo Goyo... Pero l se refugi en tan entristecido callar, que se ausent a las lejanas remotas y tan realmente se "fue" que yo me sent embargado y silenci mi curiosidad. Conozco a este elemento humano. Soy folklorista, o pretendo serlo, y medio historiador, y creo saber, mejor que muchos, cmo se debe proceder en estos casos. Cuando un campesino comienza a ponerse tristn y muy concentrado, hay que dejarlo que dispare para el lugar de su querencia espiritual... Uno, el folklorlogo, debe seguirlo de cerquita sin darle alce ni propasarse a manosearlo. Se debe galoparle al lado, como a vacuno semicimarrn, sin ladearlo ni perderlo de vista. l, slito, va descubriendo los caudales que uno persigue y que los tapara si se le preguntase golosamente por ellos. Para sonsacar al criollo y ms al mestizo, se debe encarar una conversacin as, como al acaso, y si el presunto informante es arisco, debe uno mismo contarle un cuento, un chascarro, un caso, una adivinanza o largarle una tonada. Si sabr yo de estos lances!... Campesinos ms que huraos, me han recibido en la punta de la lanza en cuanto me les he allegado, pero he sabido domarlos. Se comienza hacindose el sonso y palanganiando sobre la chancha con chancletas o del Diablo que perdi el poncho, y con estos piales como al descuido se ve llegar el punto y el momento en que el desganado oyente se va interesando. 15

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En una palabra he sabido y s, y de esto me enorgullezco, cmo hacer picar al peje de la laguna criolla. No proceda, don, como algunos folkloristas periodistas porteos que llegan a estas tierras con los minutos contados y con fiebres de la calle Florida. No bien bajan del automvil, les caen a los viejos que por la facha aparentan resguardar caudales tradicionales. Los abordan abruptamente con un "Amigo!, qu sabe usted del folklore?" El criollazo los mira como quien ve a un vendedor de embrollos o a un procurador pleitista, y les contesta con agestado silenciar. "Amigazo, le repite el apresurado folklo-periodista, quiere cantarme una tonada cuyana, de las ms antiguas?" El viejo criollo revuelve los ojos, escupe con pucho y todo y medio contesta: "Se ha credo ust que yo canto porque me manden y que no tengo nada que hacer en mi casa? Si quiere or tonadas vyase a...! los ramadones y boliches, que all se las cantarn con cogollo y todo". "Y un cuento, de esos que contaban los antiguos al lado del fogn?" "Si quiere or cuentos, vyase a...! donde los cuentan los cuenteros, y no me amoleste ms, porque yo vivo de mi trabajo honrao, no de cuentos ni de geviar con forasteros!" "Amigo", he intervenido yo ante el visitante folklo-periodista. "Este criollazo asienta en la razn. Qu dira usted si l llegara a la redaccin donde usted trabaja y se le descolgara con un: Oiga, don, qu me cuenta del ltimo negociado de...?, o Qu nuevas embrollas andan por el mundo para que usted le saque jugo con su pluma vendida? Usted, estoy seguro!, despachara al mal entrazado pajuerano con palabras resquemantes. Entonces, comprenda al nativo en su proceder hurao: l solo espera enredos y arteras del pueblero bien vestido. Sabe que los abogaduchos y avenegras se le acercan para notificarle demandas o para incitarlo a pleitear... No olvide que sus recuerdos de tradiciones son para ser contados a altas horas de la noche y en rueda amistosa de hombres de la misma laya, nunca ante entrometidos sospechosos que vienen a escarbar en vidas ajenas. Para sonsacar a un campesino hay que tener finsimo tacto y tiempo de sobra. Mi sistema consiste en entretener caudales de paciencia y encaminarlo disimuladamente a la tentacin de hablar, de seguir hablando, precisamente de cosas viejas, odas a sus mayores o vistas por l en sus mocedades. Para conseguir ubicarme en la medida de nuestro folk les digo que creo en las brujas; que al enfermarme voy a ver a los curanderos y que el ms mentado, el del callejn tal, me cur de un "dao" que me hicieron con una copita de aguardiente, en una parranda... Que vez pasada, yendo por un campo solitario y pasada la medianoche, o unas risadas que pasaban por las alturas y que yo saba quines eran "sas", porque haba una Salamanca no muy lejos... As, de esta manera, don, y con la ayudita de una media damajuana de vino, consigo cuentos, tonadas, chascarros, adivinanzas y relaciones de hechos vistos y odos..." Nos separamos con don Goyo; l, triste, lejano, concentrado en amarguras sin paraderos, y yo con espina en mis pensares. Me propuse investigar las hazaas del tal Negro y esperar mejor ocasin para abordar a don Goyo, tambin con auxilio del vinito, porque este criollazo es de los que se apean al lado de la damajuana y no la sueltan hasta no verle el fondo. Me di a buscar al Negro Ciritico, primero por la vecindad y luego en agrandados radios. Yo s que nos quedan algunos negros despintados por nuestros barrios de extramuros, pero son rarones y, francamente, nunca o decir de alguno que tuviera "el vicio" de arrebatarles la libreta de enrolamiento a los pobres criollos. Ese recurso solo lo emplean ciertos politiqueros en vsperas eleccionarias, pero an esa viveza ya es poco usada porque, hay que ver cmo chillan las "vctimas"! Gritan y elevan sus clamores al cielo por votar por "su candidato", uno por el blanco y el otro por el azul, sin caer en la cuenta que si el Negro Ciritico les hubiera robado su documento habilitante, se evitaran de arrepentimientos tardos al comprobar que tanto el azulino como el blancuzco son igualitos en las maas! Bueno, pero ste no es el caso. La cuestin era buscar al Negro ese... Ocurr a la Polica Central. Hay all un amigote que sabe muchas cosas que colindan con el folklore poltico. Me mir el polica y despus de ahondarse en introspecciones, me dijo: Supo existir un negro de mala traza, por all, por el barrio del Zanjn, que era de ua para apropiarse de cosas ajenas!, pero nunca supe que garreara libretas de enrolamiento. Le echaba la garra a cuanta cosa pudiera vender a los reducidores, pero, enrolos!... Pa qu Diablos? Yo le inform casi secretamente y con acento emocionado s de negros como pocos: veinticinco aos de hurgueteo en los archivos histricos, me han dado un material que ya quisieran muchos historiadores para llenar carillas con negras novedades. Bueno me interrumpi el polica, y qu se han hecho esos negros? 16

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Lo apabull fcilmente. Qu se han hecho? Pregnteselo a las luchas de la emancipacin y luego a las luchas caudillistas! De todas maneras la sigui el veterano sabueso yo revisar el fichero de Investigaciones y veremos qu sale, pero no se me viene a la memoria que haya negros maleantes. Meditando ya de noche, ya de da, me di en pensar que quiz quedara algn negro escondido, y tan escondido!, que ni la polica ni nadie supiera de su existencia. Y repas mis copias documentales. Segn ellas, los ltimos negros esclavos de Mendoza fueron vendidos a mediados del siglo xix. Lo cierto es que la esclavitud, ya en forma disimulada, sigui hasta el gran terremoto del 20 de marzo de 1861. De todas maneras, stas son fechas tan lejanas que dificulto que hayan quedado negros de aquellos tiempos. Sabido es que, por una u otra causa, se acabaron los negros! Y tanto, que de encontrarse alguno para muestra, se tratara de un turista de los Estados Unidos, del Brasil o del frica. Entonces, de dnde diablos sali este Negro? Y por qu tena que atacarlo a don Goyo y arrebatarle su libreta cvica? Decid proseguir mis investigaciones, pero ya en un radio ms reducido. Comenc por averiguar de negros al ms viejn de los vecinos de mi chacra, donde vivo. Negros? me respondi alarmadsimo don Santos Gallardo Negros? Agurdese! Conoc a uno y de los ms cimarrones, por all, no ms, en el bajo del Zanjn. Nunca supe ms nada de l aunque di parte a la polica, pero ya sabe usted que la polica y la carabina de Ambrosio... Negros? Se me hace que me acuerdo de uno de malas mentas, pero, para salir de dudas, vamos a lo de mi comadre Ulogia. Ella nos pondr en buen camino, porque, sabe usted? Ella tiene una gota de sangre negra! con ser tan buena como es. Y nos fuimos a lo de su comadre. La encontramos al lado de la batea a la pobre y en cuanto la vi, pens que su gota de sangre negra era muy multiplicada. Negrita era la pobre y bien cuarterona. Nos recibi con el alma en las manos; estir hacia su compadre sus sarmentosos brazos y mucho que se palmearon. Nos hizo sentar y ya se apareci con el bien cebado mate y unas semitas sabrosas... Negros por aqu? No, mi compadre. Solamente tuve conocencia de uno que muri aura aos. Esta bien segura que muri? la interrump. Bueno; yo no lo vide morir y menos enterrar; pero la gente de la vecindad dijo tener conocencia de su muerte. Lo enterraron, asign creo, en el cementerio de las de Gmez. A lo mejor no ha muerto porfi yo y sigue viviendo! Muy viejito lo alcanzaran estos das contest muy pensativa doa Ulogia puesto que, segn cuentas que estoy sacando tendra, para treinta aos atrs que muri, sus 90 aitos... Hay negros de mucha vida y fuerza insist en mis porfas. Un negro de 120 aos no me causara asombro y menos que fuera capaz de robar libretas de enrolamiento. Jess, por Dios! Hay cristianos picaros y, todava que sea negro! dijo doa Ulogia, doblemente sentida. Como usted ve, seor, ya no nos quedan negros! remat don Santos. Eso creen casi todos arg yo tozudamente, pero s de uno que arrebata documentos personales. Y que todava sean negros! segua doa Ulogia, dolindose porque medio, medio tocaba a su raza. Nos fuimos. Yo qued rematadamente disgustado. Era evidente que el tal Negro Ciritico saba esconderse y burlar a la polica y aun a todo un vecindario. Me encerr a pensar junto a mis documentos. Medit profundamente. Es seguro musitaba en mi meditar que un negro ha logrado salirse de la tirana de los aos y, smbolo del sufrimiento del esclavo, sigue alentando vida para vengar a sus hermanos encadenados... Quiz tenga su guarida por estas cercanas y salga de cuando en cuando a daar en alguna forma a los blancos tiranos. Todo por ancestrales resentimientos, ya que soportaron grillos y cadenas y fueron azotados y vendidos en pblica subasta... Segu andando por los devorados caminos que conducan al negro, el que, desde los primeros tiempos de la Colonia, trabaj encadenado y con las espaldas llagadas a latigazos... Y segua por un camino largo, tortuoso, condolindome del negro hasta que, de repente, se me quiso dibujar la figura nada simptica y s temible del Negro Ciritico. 17

Juan Draghi Lucero

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Y me fui a la casa de don Goyo con una damajuanita de vino blanco. Lo encontr afilando un cuchillo en un resto de molejn. Seguramente pens es para defenderse del negro asaltante. Don Goyo le dije a modo de saludo, hoy quiero charlar con usted. Le traigo este blanquito casero, que es de los mejores. Ay! se quej don Goyo. Yo lo tomara con gusto, pero no se olvide del Negro Ciritico... Aqu no va a venir a quitarle nada le asegur, hacindome el valiente. Yo estar a su lado y no dejar entrar a nadie aqu. Es que, vea lo que son las cosas... Los mismos que me acompaaban me llevaron hasta lo del Negro Ciritico, vez pasada. As que ese Negro sinvergenza se hace llevar las vctimas a su misma casa! me dije enfurecido. Invit con el gesto a don Goyo a seguir con la relacin. As es! repuso sombro, con aire de vctima. La ltima vez que amanec all, la comenc aqu mismo con una damajuanita como sta y con un blanco casero. Bueno! Esta vez no pasar lo mismo! Y para darle confianza llen un jarrazo con el rubio licor, me lo beb guasamente, a lo bebedor veterano; volv a llenarlo y se lo pas a don Goyo con aire campechano: Beba, amigo. As que ust mismo no me har llevar al...? Le doy mi palabra de honor! le contest sincero y entregado. En siendo as, me propasar con un traguito. Y se volc golosamente todo el contenido. Se animaron sus ojos. Por momentos le relampagueaban alegras desatadas, seguidas por opacas tristezas. Patente era su tentacin por beber con angurria y, patente tambin, un misterioso temor a ser entregado a traicin al enemigo. Yo comenc a sentir los centelleos del vinito casero; por momentos me acaloraban valentas temerarias y por momentos senta miedos vergonzantes... Y si se apareca un atltico negro, un negro enorme, todo un negrazo!? Si hasta me pareca verlo avanzando fieramente hacia nosotros y, hacindome a un lado violentamente, cargaba con don Goyo como si fuera una pluma y se lo llevaba a su escondite en los carrizales del Zanjn. Qu ira a hacer con don Goyo? Ya le haba robado su libreta de enrolamiento y ahora... Y, de repente, se me ilumin el misterio! Primero este negro salvajn mataba civilmente a sus atacados al privarles de su libreta ciudadana y luego, criminal!, lo mataba fsicamente. Sera posible tanta premeditacin? Claro! Si hasta era una manera de borrar rastros al procurar la muerte absoluta... Lo mir a don Goyo con inmensa lstima y lo vi remeciendo, cabeza abajo, a la damajuanita. Haba bebido hasta la ltima gota! Y vi que me clavaba la mirada con ojos encendidos. Yo, pescador de primicias folklricas, me encontraba entre cambiantes luces y calores. El jarrazo de vinito blanco que beb y las mentas del Ciritico se me suban y me bajaban a los extremos del valor y de lo contrario! De veras que comenc a sentir, no una vaga sino una concreta bajada al terror. La mirada de don Goyo adquira tintes infernales. Estara mirando al Negro Ciritico escondido por ah? Lo vea acercarse, artero y cruel? Sent puntazos en mis costillas... Por fortuna apareci la parda doa Ulogia, que tambin es comadre de don Goyo y le lava la ropa. En cuanto lo vio en ese estado, se llev las manos a la cabeza y comenz a lamentarse. Ah, compadre! es que le deca Ya cay en la tentacin!... No le rogu mil veces que no probara nunca un vinito, por rico que fuera?... Ahora le va a venir el mal y me lo llevarn de nuevo al... Cirico se! A lo del Negro Cirico? inquir yo asustado. S, pues. A donde lo llevan siempre que se propasa con el trago... Mi compadre es de mala bebida y en cuanto carga un poquito la mano" se pone hecho un loco de atar, y... ... se le aparece el Negro Ciritico y le quita la libreta de enrolamiento! Bueno; ah se la hicieron dejar para obligarlo a volver en cuanto se desmande con el trago. Lo hacen los dotores para tenerlo ms a mano y favorecerlo. 18

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Qu doctores, doa Ulogia? Los del Siri... se. Jess, por Dios que no pueda pronunciar ese nombre tan imposible! se quej la pobre. Claro! pens yo El terror la paraliza! Pero volv, extraado Es que hay doctores en lo del Negro se? Uh... Coma diez dotores y no son malos! A unos los curan y a otros, no. Pero, qu diablos es esto? Doctores? El Negro Ciritico? Aclreme, doa! Pero si ust lo conoce. Est allicito, no ms... en esas grandes casas tan bien cuidadas y a donde llevan a los que perdieron el tornillito... Comenc a entrever una verdad tan sencillota que sacaba los estribos. Qu tornillito? Ust bien sabe que cuando se deschaveta el entendimiento del cristiano, me lo llevan a las casas que antes se decan de orates y que ahora le llaman... Jess, si se me traba la lengua! Le llaman el Neu... el... El Neuro Psiquitrico? Mesma cosa, pues! Jess, por Dios! Qu les costaba dejarle el antiguo nombre de los orates? Corrido y amostazado mir a don Goyo. Haba sumado todas las presiones del vino blanco y me miraba como toro acorralado. De pronto vio al cuchillo e hizo mencin de empuarlo. Rpido me le adelant y recog la cortante arma; fue lo suficiente: se alz como fiera y me atropello a los alaridos. Apenas pude contenerlo hasta que llegaron dos vecinos y entre los cuatro con doa Ulogia logramos atarlo al horcn de la ramada. Corra! me previno uno de ellos. Arrmese al Negro Celtico y d aviso, que enseguidita cairn para encerrarlo de nuevo... Y yo, asustado y arrepentido de haber sido el causante de este ataque de locura, corr. Corr. Llegu fatigado y habl con el portero y le ped auxilio. Ya se le ha advertido a ese destornillado que deje la bebida, pero no falta otro borracho como l que le lleve la tentacin a la casa. Yo los encerrara a l y al que le llev el licor! Pidi el auto de un mdico y partimos a velocidad hasta llegar a la casita de don Goyo. Rpidamente lo encamisamos y, entre dos vecinos, se fue a los alaridos y con los ojos que echaban llamas. Nos quedamos con doa Ulogia, tristsimos y a los comentos... Pero muy luego tom el rumbo de mi chacra. Me arda la cabeza cuando entr por el largo callejn y meda mis pasos al son de mis recriminaciones:... s, don Goyo, s. Soy tentador, traidor y aliado del Negro Ciritico!

EL COCHERO MATEOIba con sus matungos al trotecito lerdn por calle San Martn; al enfrentar al Banco de Londres ve salir a un extranjero apuradsimo, con una valija en la mano. El gringo le hace apurada sea y apenas se detiene, sube de un salto al coche el de la valija, y le grita: A Estacin! Liquerita! Liquerita! Castiga con furia a sus caballos que arrancan al galope por calle Las Heras. Corren los matungos, pero el gringo no cesa de apurarlo. A fuerza de rebenque logra mayor velocidad y no bien tira de las riendas frente a la escalinata de la Estacin, se oye el silbato de la locomotora que parte. Baja el gringo, 19

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que le ha dejado un peso en el pescante y, trastabillando, sube las gradas, tuerce a la izquierda y se pierde de vista... El ingls corre a todo lo que da, logra tomarse del pasamano del vagn en marcha y de un salto sube al primer escaln. Siempre apurado va a sentarse mientras el tren gana velocidad. De pronto, levntase y, fuera de s, echa miradas a todos lados con ojos que se le salen. Y mi valica? pregunta como loco a los pasajeros. Qu valija? le contesta, extraado, un criollo. La valica... con toda la plata pagar empleado, pagar obrero!. Creci el estupor de todos. Se miran extraados. El ingls pagador se lleva las manos a la cabeza. Haba subido al tren sin la valija repleta de billetes! Dnde estaba esa valija? Ah, s... En el coche! S, s! gritaba En la coche de plaza!. Corre a la plataforma del vagn y hasta hace mencin de bajar. Cuidado! le grita el Guarda Quiere romperse la crisma? Prese, brbaro! El tren ya iba lanzado a toda velocidad. Poner bandera peligro! Parar tren! Bandera colorada y parar el tren? Estar loco yo? Parar mquina! Y quin es usted para hacerme parar la locomotora, oh?... Valica con dinero pago empleado, pago obrero qued coche de plaza! Parar! Parar! Pero el Guarda se negaba. El ingls le mostr su carnet de pagador y le grit: Cien mil peso! Yo perder dinero, usted no cobrar, ni obrero! Nadie cobrar! Pare la tren! Usted se har responsable! Llam a otro Guarda. Discutieron. Acordaron avisar al Inspector, quien asinti dificultosamente y siempre que el pagador se responsabilizara. Tomndose de la baranda, avanz su cuerpo al vaco el Guarda al agitar su bandern colorado, pero ni el foguista ni el maquinista miraban para atrs. Por fin fren la mquina ya llegando a la Estacin Godoy Cruz. Se tir al terrapln el ingls enloquecido y con raspones en las rodillas sali corriendo a las renqueadas. Dificultosamente traspuso el alambrado de rosetas, trep por un muro de cierre y se dej caer a los fondos de una casa. Corrido por los perros gan la puerta de calle, con gran escndalo de la duea de casa, que no comprenda eso de "La valica! La valica!". Ya en la calle el ingls trat de orientarse. Corri sin rumbo hasta dar con la carretela del verdulero. Se le alleg el ingls en desvaro y le pidi que lo llevara a la primera comisara al tiempo que le pasaba diez pesos. Suba usted!... Suba usted!. Subi entre zapallos y papas y arranc el rodado al galope por esas calles. Polica! Polica! gritaba el ingls, dado a todos los diablos. Para all vamos, hombre... Y azotaba a su caballito verdulero y doblaban por unas calles y tomaban por otras. Corer! Corer! clamaba el ingls, queriendo tirarse de la carretela, y el verdulero sujetndolo y llamndolo a la calma. Por fin con el mancarrn sudado se detuvieron ante la comisara. De un salto baj el ingls y entr, atropellando a la guardia. Comesario! Comesario! Pero no estaba. En su ausencia lo atendi el sargento de guardia. Clmese! le gritaba al afiebrado, pero ste ms se desgobernaba. M, perder cien mil peso en la coche de plaza! No pagar empleado, obrero ferocaril! Acab el sargento por medio comprender, pero l no poda tomar providencias. Rpido fue al telfono y se comunic con el Oficial de Guardia de la Central. Hablaron. Al final, colg el tubo y le dijo al enloquecido. vyase corriendo a la jefatura de Polica y ponga all la denuncia! 20

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El ingls se enred en protestas. Se pasaba el tiempo y no encontrara su valija! A ver! orden el sargento con voz de trueno Agente Segovia, acompae a este seor a la Central! Vayan a caballo!. Fue Segovia a las pesebreras, ensill rpido a dos caballos y se present con ellos a la entrada. El ingls segua aturullando al sargento. Monte! le orden al ingls del cacareoY vayan a media rienda! M montar? M no saber andar a caballa! Larg sus carcajadas el catarato Segovia. Gringo, pa ser gallina y ms pa decirle caballa a este escuro que, es bien caballo! El pobre pagador se aturull ms, pero el milico Segovia ech pie a tierra y, a la fuerza, le hizo emboquillar el pie izquierdo del gringo en el estribo y de un envin lo dej mal montado. El pie derecho iba al aire... La pucha con el piquingle! se desfog el policiano, criollazo. El sargento, como buen polica, se gan a la cocina y la sigui matiando con tortitas con chicharrones. M no andar en caballa! gritaba el ingls pero segua al trote, agarrndose al cabezal y con las riendas por el suelo... Si tuvo el catarato Segovia que guiarle la cabalgadura y aguantar las cuchufletas de los muchachos traviesos que encontraban por esas calles. Por fin llegaron a la Central de Polica, pero el ingls, con las nalgas llagadas, no saba cmo bajarse. Tuvo el milico Segovia que ayudar al gallina gringo, que no bien pis tierra sali a las renqueadas y atropello la guardia dando gritos, pero all lo par en seco de un guantn el cabo centinela. Te voy a dar atropellar la guardia, y agradece que no te macheteo!... Por suerte sali el Comisario de turno y lo hizo pasar a la Oficina. All el ingls barbot su denuncia a gritos y con los pelos de punta: Cien mil pesos! Nada pagar obrero, empleado! Todo en la coche! En qu coche? Hay ms de 200! M no saber la nmero! Conocer la cochero si ve otra vez! No puedo meter presos a todos los cocheros para que usted los revise! Cien mil peso! Perdida! Perdida! Y quin lo manda dejar esa valija en un coche de plaza? M estar apurada! Yo querer tomar tren en marcha! Dnde mismo tom ese coche? Calle San Martn. Cochera ser mucho morena color carbn! Coche vieja! Dos caballas: uno blanca, otro negra... Ah... Ah... murmuraba el Comisario. Siga, siga... Coche ser plaza, pintada negra... Todos los coches de plaza son negros! Otros detalles para individualizar! Caballa blanca... Otra negra... Ah... Blanco y obscuro... Ah! Me parece... Usted conocer? Vamos, vamos! Corer a valica! La valija? Ms de sonso!... Hemmm! Vamos en mi sulky. Recorreremos la calle San Martn. Usted mire y remire a cuanto coche de plaza encontremos. Salieron. Guiado por el Comisario, el sulky dobl por calle San Martn. Siguieron al paso. El ingls, todo ojos, miraba y remiraba a cuanto coche de plaza se vea. Escudriaba a los cocheros. Nada! No apareca el buscado... Dale por aqu... Dale por all... Ser aqul? preguntaba el Comisario. Parecer... Parecer... No! No ser la cochera! Seguir! Seguir!. Tomaron por varias calles, ya subiendo, ya bajando... Llegaban las doce y los cocheros rumbeaban para el lado del almuerzo. Otros se 21

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apostaban en las paradas establecidas. Siguieron, pero todo en vano. Ya cansado el Comisario, tuvo de repente una corazonada. Tal vez ese cochero, como tantos, viviera por el Pueblo Viejo.... Rumbe para el lado del Puente Verde, donde abundaban los mateos. De pronto, al doblar una esquina, el ingls lanz un grito de triunfo. Comisaria! All! se! Corer, que escapar!. El polica tom por un callejn torcido al otro lado del Zanjn. Corer! Corer! bramaba el ingls y a fuerza de ltigo consiguieron alcanzar al coche de plaza. Prese! le grit imperiosamente el Comisario. Par el pobre cochero, ms muerto que vivo. Qu se le ofrece, seor? pregunt, servil y sufrido. Usted ser la cochera llevarme Estacin! le grit el ingls acusador. Yo? contest el mulato, bigotes cados, cada vez ms asustado. No te acords? En el calabozo te voy a refrescar la memoria, negro pcaro! lo amenaz el Comisario. Y volvindose al ingls, le dijo: Est seguro que es ste? El ingls se llam a reposo. Con aire flemtico, tranquilo, examin al coche. Subi a l y se sent, cerciorndose de ciertos detalles. Baj a examinar los caballos y por ltimo escudri sopesadamente al cochero que temblaba. Sumadas sus verificaciones, se plant y con seguridad britnica, dijo: S, Comisaria. ste ser la coche, ste ser la cochera! Dnde estar mi valica?! increp al mulato. A ver: bjate y prate all!. Baj el cochero Mateo hecho una lstima y al momento subi el Comisario al destartalado coche. Ech atrs el asiento del pescante y fue sacando tientos viejos, alambres oxidados, gamuzas estropeadas, trapos de limpiar, una carterita rota y papeles sucios de grasa de engrasar ejes y bujes. Baj, retir los cojines del asiento de pasajeros y puso al descubierto un cajn donde se vean hebillas herrumbradas, restos de velas, clavos, un cuchillo descabado y otras vejeces. Nada de valija! Se le ocurri abrir los faroles y destornillar los portavelas... Nada! Pero, porfiado el polica, volvi a la revisaciones hasta cansarse. Nada! Nada! Ansiosamente segua el ingls las bsquedas del Comisario. Al ltimo se miraron. Seguro, seguro, que es ste? volvi a preguntar el polica sealando al mulato. M estar sicuro! ste ser la cochero! Dnde estar mi valica? Bien! sentenci el Comisario. Delante de nosotros, a diez pasos de distancia, vas a ir derechito a la Central! All veremos! Ta bien, seor Comesario, pero sepan que apresan a un inocente! Y sufrido y cabizbajo subi al desgastado pescante, tom las riendas y anim a sus dos cansadas bestias. Siguieron por una y otra calle hasta llegar a parar frente al portn de entrada de la Central. El Comisario, imponente en la vereda, palp de armas a Mateo y lo hizo pasar adentro. Lo encerraron, incomunicado, en un calabozo. Ya estaban all el Gerente, el Secretario y dos funcionarios ms del Ferrocarril. Se trenzaron en un discutir en su lengua. Bien se vea que las papas quemaban para el distrado pagador. Llegaron tambin dos cronistas de diarios locales. Enterados que la perdida valija contena 100.000 pesos, se tornaron gavilanes cazadores de noticias sensacionaleras. Cien mil pesos! Qu fortunen! Haba para comprar bodegas y casas... Si la tal valija no estaba en el coche, dnde paraba? Averiguaron el domicilio del cochero y all volaron. Cayeron al ranchn de Mateo como gavilanes y no dejaron de incordiar hasta que le provocaron un ataque a la pobre de su mujer. Preguntaban tan ansiosos, tan angurrientos, que la pasmada tuvo un arrebato. Mateo sali con la Blanca y el Negro a trabajar como siempre, despus de tomar unos mates y hasta aqu no vuelve... Qu ms puedo decirles? Y de ah no sala la mulata y se dobleg, abatida, cuando comenzaron a llorarle los siete negritos con barriga de empachados... Pero, ni por esto, cesaron los chuzazos pregunteros: Que adonde habr ido. Que cul era su paradero acostumbrado. Que en qu boliches se paraba a tomar la copa. Que si tena comadres y compadres. Que dnde vivan. Que si tena otra mujercita por ah y que a qu chingana saba ir... Qu y qu, no ms, se oa en un tupido sonsacar y sospechar... La pobre aceitunada, que estaba de 22

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siete meses con tamaa barriga, comenz a blanquiar los ojos y los periodistas, ya yndose, jeringaban todava con preguntas y sospechas... A lo mejor, ah, en ese montn de trapos mugrientos, ocultaban la valija con los cien mil!... Hubo junta de comisarios y de los pesquisas ms avispados y olfateadores en la Central. All, todos juntos y largando y acapujando las ms finas celadas contra los delincuentes y descuidistas, se anudaron y se desataron las tramas de tapujados enjuagues. Al fin se deshizo el panal y... lo pasaron a Mateo al encierro mayor. A empujones lo llevaron y a portazo le cerraron la puerta de fierro con sonajera de llaves y rechinar de pasadores. Pase la vista el pobre y solo vio murallas mal blanqueadas, con dibujos de escndalo por lo zafados y sus leyendas ms asquerosas. Pero, all, en el rincn ms obscuro, se movi un bulto: era un preso sumido en abatimiento. Sal, amigo le dijo el tal, como despertando y a lo camarada que se alegra de tener con quin desfogar injustos rigores. Tambin a ust me lo han trado estos salvajones que solo saben martirizar pobres y desvalidos. Y de qu lo acusan, aparcero? Mire, seor... No s de qu me acusan! Me encalabozan y con mi familia sin ayudas! Y qu me cuenta de mi triste caso? Me salen con el cuento que yo rob en un despacho de bebidas, pero se van a llevar por delante un poste conmigo. Seguir diciendo que no y que no y se acab! Hay que negar, amigo, aunque no le den ms que bacalao salado! Negar? Bacalao salado? Eh, amigo... Se ve que ust es bisoo pa tratar con la milicada. Preprese al bacalao en salmuera y a consumirse de sed si no quiere cantar... Qu hereja! Pero a m, ni con sas!... Vea, amigazo: no s por qu usted se me ha ganao del lado del corazn y se me da por pasarle en secreto toda la verdad. Oiga, solamente a ust le dir. (Matito... Matito...) le acarici el odo la sombra santa de Mamita que lo acuda en sus peligros. ...atindame, amigazo, y gurdeme, por su madre, este secreto... A qu me viene con secretos a m? Soy tan pobre como derecho y vivo de mi trabajo honrao! Dende los 17 aos que soy cochero de plaza, casado, con siete hijos, con mujer enferma y con otra boca ms que caira dentro de dos meses... As me gusta el criollo, honrao y trabajador! Yo tambin fui de pala y azadn, pero en viendo que no me alcanzaban los cobres, hice mi travesurita, por primera y ltima vez! S, amigo; a ust no le voy a negar que entr por los fondos, abr la puerta del despacho, y del cajn del mostrador le saqu los tres mil que guardaba ese bolichero estafador... Lstima que no alcanza para el gran negocio que tengo en vista... S, mi amigo: con otros tres mil mangos podramos los dos ganar ponchadas de pesos. Quiere que nos asociemos y le metamos en cuanto nos suelten de esta ratonera? Por sta que nos haremos ricachones a la vuelta del ao! Se trata de... Crame, seor, que me asociara con gusto a ust; pero, con qu pican las avispas? Oiga, aparcero: si yo fui abierto con ust, a qu viene ese escondedero suyo? No somos amigos? No sufrimos el mesmo castigo los dos? Mire, seor: si ust ha robao, justa es la condena! Vaya y devuelva esa plata... Yo, ningn delito hi cometo; por eso me quejo: por la ir justicia! En cuanto al negocio ese que me est proponiendo, yo, con toda mi alma me asociara, porque estoy cansado de pudrirme en el pescante! Cansado de darles guasca a mis dos matunguitos!... Cansado! Y? En qu topa que no entra? Mire, seor... Tengo un coche, remendado, es cierto, y una yegua y un caballo con sus rengueras, es verd, pero que tiran todava... Si ust me los comprara o me hiciera comprar coche y matungos, yo me hara de unos pesos y entrara contentazo! a esa sociedad... Otros tiros de mampuesto cambiaron los dos de las finas agachadas... A toda proposicin tentadora y descubridora!, Mateo la redondeaba con: "Si ust me hiciera vender coche y caballitos, yo tendra unos pesos para asociarme con ust... Bsqueme un comprador y nos asociamos! Se lo pido por favor!" 23

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Se oyeron sonantes llaves y cerrojos y apareci un milico cheuto con dos platos de comida. Dio uno a cada preso y sin decir palabra se fue tras cerrar puertas con todos los ruidos. No le dije, cumpa? Qu volada pa las moscas! Bacalao salado! Mateo prob uno que otro bocado, pero no poda pasar tanta salmuera. Su compaero prob, escupi con asco y, vomitando insultos a la autoridad, tir el plato contra la pared. Al rato se volvieron a or llaves y cerrojos. Apareci un sargento ms que aparatero, de mirada feroz y con la voz ms resonante, dijo: A ver vos, ratero sinvergenza! A declarar ante el juez! Sali con la cola entre las piernas su gran compaero y volvieron a cerrarse esas puertas con acompaamiento de doblegantes ruidos. A m con pialaditas de tramoya! se dijo Mateo en su mayor resguardo. Luego se sumi en las honduras de sus pensares. Acurrucado en un rincn, escondiendo su cara, se habl "con las del alma". Mucho se apalabr con preguntas y un entreor de lejansimas contestas, y siempre asistido por la sombra de su santa Mamita muerta, la negra que fue esclava, que lo tuvo y lo escondi en una cueva para que no supiera el amo que haba parido... Volvi a hablar y recibi las contestas de los reprofundos que no se le retrataban ni en la ocultada cara. Al salir de sus sombras palabreras, se dijo: Sufrir hambres; aguantar la sed; soportar azotes; contestar a los pesquisas y jueces, pero... Y se llam al Silencio de los silencios... Muy de noche se oyeron llaves y cerrojos y apareci otro milico, pero esta vez un moreno de mirar sin choques. Se agach, atencioso, a dejarle el plato de bacalao saladsimo, pero le desliz algo y, con voz amiga: Compaero! Trguese esta bombita llena de agua. Que no lo vean por la ventanita disimulada! Mateo se meti a la boca y revent una bombita de carnaval y trag el agua con todo. Dios se lo pague! musit con el alma. Cuando se iba el pardo milico, le hizo una liviana seita... Mateo lo entendi. Gracias, Mamita santa! dijo a las sombras acompaantes. El candil que apenas alumbraba hizo brillar lgrimas en las mejillas del apresado. Procur dormir, despus de tragar unos bocados de bacalao. Logr unos descansos y aquietamientos. Pas la noche acurrucado bajo unas viejas cubijas llenas de piojos. Amaneci con arcadas y calambres. A medioda le trajo otro milico ms bacalao pasado en sal. Ni lo mir siquiera, pero las arcadas y la creciente sed lo torturaron. Lerdas y arrastradas iban pasando las horas del da. A eso del anochecer apareci otro milico con el consabido plato de bacalao nadando en espesa salmuera. Por favor, seor! No me deje nada! Quiero morirme de hambre y de sed! El catarato le dej la racin y se fue sin decir palabra, tras la sonajera de llaves y cerrojos. Pero Mateo, el hijo de esclavos, era de carnes sufridas. Se tap la cara para sonrerse con sus furias enardecidas. Ms sufri la santa de mi Mamita! se grit en alardes de resistencia. Ya serenado, se dijo: No me van a matar, estoy seguro! El afn por descubrir los llevar a conservarme la vida. A medianoche lo despertaron ruidos impresionantes. Apenas pudo medio ver en la obscuridad que apagaban el candil y, sin decir palabra, lo cruzaban a rebencazos. Se encoga Mateo tratando de ofrecer el menor bulto y esconder la cara. Aguant en silencio, diez, veinte rebencazos, hasta que, muy dolorido, empez a gritar y clamar por todos los Santos que dejaran de martirizarlo. Vas a confesar dnde escondiste la valija? le grit el bulto castigador. No vi ninguna valija!... Alc a cuatro pasajeros diferentes despus que se baj el ingls... Alguno se la habr llevado... No me fij. No me pegue ms! Mira, negro Mateo, que despus te castigar con goma... Te van a quedar las espaldas como gusaneras...! Canta qu hiciste con la valija! Se la habr llevado algn pasajero o se habr cado por ah! Toma, sinvergenza, aprovechado! Ladrn de valijas! Toma! Toma! Y le llovieron fuertes azotes. Siguieron los castigos y los ayes hasta que todo se calm. 24

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Al otro da, muy de maana, lo sacaron a Mateo para que se lavara manos y cara. Le sirvieron yerbiado con leche y pan de desayuno. Como a las diez lo llamaron a declarar. Flaco, plido y ojeroso compareci ante cinco seores muy graves. Dos de ellos escriban en grandes libros. Le preguntaron... Qu no le preguntaron! A chuzazos lo bandearon a preguntas, unas despaciosas, otras ligersimas, otras como pedradas y algunas a media voz, como en secreto y con arrastres de decires guardados... Uno de los preguntones, le haca guiaditas de inteligencia... Otro le dijo, claramente, que comprenda su verdadera situacin de pobre cochero, debatindose en negra miseria con siete niitos que le pedan pan todos los das y que l, en su caso, hubiera hecho lo mismo! Al fin y al cabo esos ingleses, no nos sacaban la chicha con sus tarifas ferroviarias? Eh? No es verdad, amigo Mateo? Pero el mulato, con los ojos lagrimeando, levantando sus miradas y brazos al cielo, volva a decir que no y que no y les clamaba por su mujer y sus hijos abandonados. Nunca haba estado preso! Jams tuvo nada que ver con la justicia! Por qu se lo martirizaba as? Con la garganta resquebrajada volva a su porfiar: No s, seor... Si yo no vi tal valija... La habr sacado alguno de los pasajeros que alc despus... Se habr cado en algn barquinazo... Puede haberla sacado algn muchacho que la vio... No s... El que le haca seitas de inteligencia cambi bruscamente. Con voz bronca le dijo: A dnde ibas cuando te cay el comisario? A mi casa, seor. Al almuerzo. De dnde venas, pcaro? De dejar a un pasajero en el Puente Verde. Quin era ese tal pasajero? Contesta! No s, seor. No lo conozco. Me pag y chau! Mira, negro Mateo: confesa o te va a pesar! Hacte esta cuenta: durante toda tu vida te vigilar estrechamente la polica!... Ahora, en este momento, el ingls te dar una linda gratificacin. Pensla bien, negro! Qu voy a pensar, seor? Juro por la sal de mi mujer que nada s de esa valija! Lo juro y beso esta cruz! deca, besando la cruz del pulgar y el ndice. Y, acurdense que tengo siete niitos chicos y que mi mujer, que est de siete meses, ha cado al hospital! Al ltimo y despus de cinco horas de atormentarlo a preguntas, amenazas y prevenciones, lo llevaron al calabozo ms obscuro y fro. All aguant la noche sin beber ni comer. Apenas pudo dormir en unas cubijas que se movan solas de tanta bichera que cargaban. Al otro da le dieron desayuno y como a las 9 lo pasaron al despacho del Comisario. Mira le dice esa autoridad, el gremio de cocheros ha presentado con firma de letrado el habeas... Vas a salir en libertad vigilada, pero, ten presente que el ojo y el ltigo de la justicia te seguirn paso a paso! Y ahora ndate y agradece que tu mujer cay al hospital con ataques de cabeza, que si no, no te largaba! Sali el pobre Mateo a las tambaleadas. Pidi a un catarato, que le atara sus caballitos al coche, que estaban en las pesebreras. Cuando el milico le entreg su viejo rodado l no pudo subir al pescante. Tena mareos. Se las arregl ponindose de pie donde van los pasajeros y afirmndose en la parte trasera del pescante. Desde all manej dificultosamente a sus matungos. Ni fuerzas tena para alzar el ltigo. Al paso maoso gan esas calles y como a la hora lleg a su ranchn. Santo Dios con la que se encontr! Su mujer en el Hospital San Antonio y su nidada hecha un desastre. Era una lloradera de mocosos mugrientos. Por fortuna haban venido tres de sus comadres, entre ellas la mulata Estanislada, a atenderle su destartalada casa. Se detuvo Mateo a ver tanta ruina y descalabro, y se desparram en llantos que partan el alma. Llor abrazando a sus niitos y tanto se lament que acudieron los vecinos a consolarlo y trayndole ayuditas. Miren ustedes lo que me han hecho en la justicia! Miren, para que sean testigos! 25

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Y pona de manifiesto su flacura, sus ojeras, la marca de los latigazos, su mujer enferma en el hospital, sus nios abandonados, su casa malparada... Pero los que creen que me voy a abatir y botarme al abandono, estn equivocados! Fuerzas sacar de la nada para levantar cabeza! Se arm un vivo comentario entre el pobrero de los alrededores.