El Hombre Que Amaba a Los Perro SI

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Libros de Leonardo Padura en Tusquets Editores LEONARDO PADURi EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERRO: '<. -, f) SERlE MARIO CONDE Pas ado perfecto (Andanzas 690/1) Vientos de cuaresma (Andanzas 69012) Mascaras (Andanzas 690/3) Paisaje de otofio (Andanzas 690/4) Adios, Hemingway (Andanzas 595) La neblina del ayer (Andanzas 577) * La novela de mi vida (Andanzas 470) El hombre que amaba a los perros (Andanzas 700) -"'" ... TUsn .. lUETI ><.,..EOOCRE Lt:IOj

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Libros de Leonardo Padura en Tusquets Editores

LEONARDO PADURi EL HOMBRE QUE AMABA A LOS PERRO:

'<.

-, f) ~ 1· r~

SERlE MARIO CONDE

Pasado perfecto (Andanzas 690/1)

Vientos de cuaresma (Andanzas 69012)

Mascaras (Andanzas 690/3)

Paisaje de otofio (Andanzas 690/4)

Adios, Hemingway (Andanzas 595)

La neblina del ayer (Andanzas 577)

* La novela de mi vida (Andanzas 470)

El hombre que amaba a los perros (Andanzas 700)

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TUsn.. lUETI><.,..EOOCRE

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bros El .._jen> Ie aproxima a elias, torciendo el rumbo, como die';';'" pequeno rodeo a Ie fuera impOsible caminar en linea a, y despue de decide alga al negro, se perdia entre las cas .nas, segol­do purslos dos galgos, que abora avanzaban al pas e su amo. El ne­gro, que se babia vnlteado un instante para a anne, otea vez se co­loco la toalla sabre un bombro Y lo . ola, basta que it tambien

desapareci6 entre los arboles.cuan vo a mirar .a Ia costa, ya el sol tocaba el mar en ellvldohorizont< Ydibujab a estela sanguinea que venia a morir, can las y

alas, a uno ESl.,..,('metrOS de mis pies. Ernpezaba Ia nncbe del' 19 de s

Yf77marzo d... .

Cuando conod al hombre que amaba a los perros, hada poco mas de un ano que yo habia empezado a trabajar como corrector en la re­vista de veterinaria. Ese destino era el resultado de mi tercera caida,

una de las mas drcisticas de mi vida. En 1973, cuando termine la universidad con excelentes notas y el

prestigio anadido de tener un libro publicado, fui seleccionado para trabajar como redactor jefe de la emisorac de radio local de Baracoa, el pueblo perdido y remota (no hay otros adjetivos para calificarlo) que se enorgullecia, con el apoyo de la historia Y mucho esfuerzo de la im~ ginacion, de haber tenido el privilegio de ser la primera villa fundada. y, ademas, la primera capital de la isla recien descubierta por los cOD; quistadores espanoles. La promoci6n a tan importante responsabilidaq.; -me dijo el compaizeroque me atendio en la oficina de ubicaci6n lat. boral, departamento de reeien graduados universitarios- se debia, mas,i que a rnis meritos estudiantiles, al bewo de que, como joven de . epoca, debia estar dispuesto a partir hacia donde se me ordenara. cuando se me ordenara, por el tiempo que fuese necesario y en.las co diciones que hubiere, aunque decidio omicir que legalmente yo estabes obligado a trabajar donde elias me enviaran par las estipulacion dfil la ley deillamado servicio social que, como retribueian par la carre ' estudiada gratuitamente, nos correspondia realizar a todos los recie~ graduado . Y 10 que tampoco me dijo el compaiiero, a pesar de qUI

habia sido s la verdadera razon por la cual Alguien decidio selecciona y prumuv'nn' a Baracoa, fue que hablan considerado que yo nccesi ba un «correctivo» para bajarme los humos Y ubicarme en tiempo y.

pacio, como solia decirse.l mayor aliciente con el que subi a la guagua que veintiseis ho

-despues me depositaria en Baracoa era pensar en la ventaja que me re­portaria aquella especie de destierro a una Siberia tropical: si algo de­bia de sobrar en aquel sitio, y mas con el trabajo que me habian asig­nado, podria ser tiempo para escribir. Aquella ilusion palpitaba dentro de mi como un feto en su placenta, como una necesidad biol6gica. Ya para esa epoca yo tenia una conciencia bastante lucida de que los cuentos de mi libro publicado eran de una calidad calamitosa y si ha­bian recibido una codiciada primera mencion en un concurso de es­critores noveles, que incluyo la edici6n del volumen, se debia mas a los asuntos que trataba y el modo de abordarlos que al valor literario de mis textos. Yo habia escrito aquellos cuentos imbuido, mas aun, aturdido por el ambiente agreste y cerrado que se vivia entre las cua­tro paredes de la literatura y la ideologia de la isla, asolada por las cas­cadas de defenestraciones, marginaciones, expulsiones y «parametra­ciones» de inc6modos de toda especie ejecutadas en los ultimos anos y por el previsible levantamiento de los muros de la intolerancia y la censura hasta alturas celestiales. No fui el unico, ni mucho menos, que se habia comportado como el simio diligente del que hablara Chand­ler y, arropado en las convicciones romanticas que casi todos tenia­mos en aquellos tiempos, habia comenzado a escribir 10 que, sin de­masiado margen a las especulaciones, se debra escribir en aquel instante hist61iw (de 101 nac;6n y la...humanidad toda): rela!os "obrp ,."fon:adns cortadores de cana, valientes milicianos defensores de la patria, abne­g¥ios obreros cuyos conflictos estaban relacionados con las remoras

. del pasado burgues que todavia afectaban a sus conciencias -el ma­chismo, por ejemplo; la duda sobre la aplicacion de un metodo de tra­bajo, por otro ejemplo-, herencias que, esforzados, valientes y abne­gado$ como eran, sin duda se hallaban en trance de superar en su ascenso hacia la condici6n moral de Hombres Nuevos... Pero un tiem­e~ despues, cuando habia mirado dentro de mi mismo yhecho un ti­m,ido intento literario de apartarrne de aquel esquema para colorearlo C()Jl. algunos matices, me habian golpeado con una regia para que reti­,~las manos.

.:f'"fthora me resulta extrano, casi incomprensible, poderrne explicar c6~o a pesar de que la realidad trataba cada dia de agredirnos, aquel

~ ..f!r~ para muchos de nosotros, un periodo vivido en una especie de pompa de jabon, en la cual nos conservabamos (en realidad nos con­

'.. '~i/.s.:rar()~) practicamente ajenos a ciertos ardores que se vivian a nues­''i;~~ededor, incluso en el ambito mas cercano. Creo que una de las ff91l~,qt.le alimentaron mi credulidad (deberia decir nuestra credu­s~g~d).hc que a finales de la decada de los sesenta y a principios de

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los setenta, cuando hice el preuniver~itario Y la carrera, yo era un romantico convencido que corto cafta hasta el desfaHecimiento en la interminable zafra de 1970, se partio la cintura sembrando cafe Catu­rra, recibio demoledores entrenamientos militares para defender me­jor a la patria y asistio jubiloso a desfiles y concentraciones politicas, siempre convencido, siempre armado con aquel compacto entusias­mo militante y aqueHa fe invencible, que nos imbuia a casi todos, en la realizaci6n de casi todos los aetos de nuestras vidas y, muy espe­o eialmente, en la paciente aunque segura espera del luminos futuro mejor en el que la isla floreceria, material y espiritualmente, como un

vergel.Creo que en esos afios nosotros debimos de haber sido, en todo el mundo occidental civilizado y estudiantil, los unicos miembros de nuestra generacion que, por ejemplo, jamas se pusieron entre los labios un cigarro de marihuana Ylos que, a pesar del calor que noS coma por las venas, mas tardiamente nos liberamos de atavismos sexuales, enca­bezados por el jodido tabu de la virginidad (nada mas cercano a la mo­ral comunista que los preceptos cat61icos); en el Caribe hispano fui­mos los unicos que vivimos sin saber que estaba naciendo la musica salsa 0 de que los Beatles (Rollings y Mamas too) eran simbolo de la rebeldia y nO de ia culturairnperialista. com~ tantas veces nos dijeron; y, ademas, como cabia esperar, entre otrasm~quedadesy desinfor'" maciones, habiamos sido, en su momento, los menos enterados de las proporciones de la herida fisica y filos6fica que habian producido en Prag unoS tanques algo mas que amenazadores, de la matanza de es"

atudiantes en una plaza mexicana Hamada TIatelolco, de la devastaci6n humana e hist6rica provocada por la Revolucion Cultural del amado camarada Mao y del nacimiento, para gentes de nuestra edad, de otro' tipo de suefto, alumbrado en las calles de Paris y en los conciertos de

rock en Califomia.De 10 que si estabamos enterados Ymuy seguros era que de noso;'; tros se esperaba solo fidelidad y mas sacrificio, obediencia Y mas dis­5 ciplina. Aunque tras el doloroso fracaso de la Zafra de 1970 sabiam0 !

que elluminoso futuro cercano se habia alejado un poco Gamas voya . ,

~

olvidar los cuatro meses que pase en un campo de cafta, cortando, cor'" tando, cortando, con toda mi fuena Y mi fe puesta en cada golpe de}·c/ machete, convencido de que aquella heroica empresa seria deeisiva para nuestra salida del subdesarrollo, comO tau,as veees nos habian w.,; cho), en realidad apenas tuvimos noeion de como aque! desastre po"",' tico-econ6mico, si me permiten Hamarlo asi, habia cambiado la vida;, del pais. Las carencias que desde entonces se agudizaron no nOS sop,o!

prendieron, pues ya veniamos acostumbrandonos a elIas, y tampoco nos alarm6 que, como respuesta al fracaso econ6mico, las exigencias ideol6gicas se hicieran mas patentes, pues ya formaban parte de nues­tras vidas de j6venes revolucionarios aspirantes a la condicion de co­munistas, y las entendiamos 0 queriamos entenderlas como necesarias. Q!1e en medio de todas aquellas efervescencias nos enteraramos de que dos de los maestros de la universidad habian sido suspendidos de su traba;o docente por haber confesado que profesaban creencias religiosas nos conmovio, perc escuchamos en silencio y aceptamos como logi­cas las imputaciones destinadas a fundamentar una decision re&enda­da con e1 apoyo partidista y ministerial. Mas tarde, que otras dos pro­fesoras resultaran definitivamente expuIsadas por su preferencia sexual «invertida,., no nos alarmo demasiado y si acaso nos provoco una sacu­dida hormonal, pues quien iba a decir que aquellas dos maestras eran un par de tortilleras, sobre todo la triguefta, con 10 buena que estaba en la plenitud ;amona de sus cuarenta aftos.

Debi6 de haber sido en algUn momenta de 1971, eI ano en que mas calido lIego a ponerse el ambiente con la orden expresa de daI caza a cualquier tipo de bruja que apareciera en lontananza, cuando cometi un grave peeado de sinceridad e inocencia en la via publica. Todo empezo cuando me atrevi a comentar, en eI drculo de amigos, que habig. otros prof~sores a quienes, gracias al came rojo que llevaban en su bolsillo, se les permitia segUif dando c1ases cuando todo eI mun- . do sabia de sobra que eran mas incapaces docentemente que los tras­ladados por ser re1igiosos, y que habia otros, tambien sobrevivientes y portadores de carne, con mas pinta de maricones y tortilleras que las dosprofesoras fumigadas. No recuerdo si inc1uso aftadi que, a mi jui­cio, ni las creencias de unos ni las inc1inaciones sexuales de otras de­bian considerarse un problema mientras no trataran de influir can elIas en sus alumnos... Unos meses despues sabria que aquel comentario in­oportuno se convertiria en la causa de mi prirnera caida, cuando en eI crecimiento de la militancia de la ]uventud se me neg6 eI ingreso en

. la elite ;uvenil por no haber sido capaz de superar ciertos problemas ideologicos y faltarme madurez y capacidad de entendimiento de las decisiones tomadas por compafteros responsables. Y acepte la critica y pr9meti enmendarme.

... ,. Aunque no 10 sabia, aquellas rachas de aire turbio eran parte de un huracan que recoma silenciosa perc devastadoramente la isla, por fin ~ncarriJada en una concepcion de la sociedad y la cultura adoptada de fot modelos sovieticos. La inclusion de dos tumos de c1ases semanales destinados a leer discursos y materiales politicos, la renovada exigencia

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con respecto al largo del pelo 0 al ancho de los pantalones, Yla criti­ca a los estudiantes con preferencias por las manifestaciones de la cul­tura occidental y norteamericana, se habian integrado casi simbiotica­mente al universo donde viviamos, y cargamos con todos aquellos fundamentalismos (al menoS yo los cargue), sin grandes conflictos ni preocupaciones, sin idea de las oscuridades cuasi medievales y preten­siones de lobotomia que las impulsaban. Casi sin cuestionarno

s nada.

Con toda mi ingenuidad politica y literaria a cuestas (y algo de ta­lento, pienso), fui escribiendo aquellos cuentos con los que por fin arme un volumen de unas cien cuartillas que envie al concurso para escritores ineditos. Dos meses despues, con sorpresa Y alegria, recibi la noticia de que habia obtenido una primera menci6n, la cual, ademas, implicaba la publicacion del manuscrito. Aquel exito me limpio el es­piritu de posibles dudas y, por primera y {mica vez en mi vida -qui­zas porque estaba completamente equivocado-, me senti seguro de mi mismo, de mis posibilidades e ideas: habia demostrado que era un es­critor de mi tiempo, y ahora solo debia trabajar para cimentar el as­censo hacia la gloria artistica y la utilidad social, como entonces pen­sabamos de la literatura (que mas bien pareda una cabrona escalera y no el oficio para masoquistas infelices que en realidad es).

. Entre las exigencias de !a carrera y las infinitas actividades politico­,

ideo16gicas extradocentes (tan, y a veces hasta mas, controladas Y va.. loradas como las lectivas), sumado a una paralisis por la borrachera del exito que me dio una popularidad y preeminencia inesperadas (fui elec~ to secretario para las actividades culturales de la Federacion de Estu.. diantes de la facultad, y vanguardia en varias emulaciones), pero sobre todo gracias a la verdadera literatura que fui leyendo en ese tiempo, du" rante casi dos anos no consegui volver a escribir un cuento que me pao­reciera minimamente cercano a mis posibilidades y ambiciones. Pero a la altura del cuarto y ultimo ano de la carrera, ya publicado mi libro -La sangrey elfue~, tuve que hacer tres semanas de reposO a causa de un esguince de tobillo. Entonces escribi un relato, mas largo de los que solia redactar, en el cual encontre un asunto y, tras el, un tono y umi manera de mirar la realidad que me compladan y me demostraban, sin que fuera una genialidad, cuanto era capaz de superarme. Sin duda, el reflujo de la marea triunfalista, pero sobre todo esas lecturas en las que me habia empenado con mas ahinco, tratando de encontrar las raze­nes eticas y las cualidades tecnicas de los grandes - Kafka, Hemingway~ Garcia Marquez, Cortazar, Faulkner, Rulfo, Carpentier, icarajo, que Ie" . jos estaba de ellos!-, dieron un timidisimo fruto en aquel relato don" de narraba la historia de un luchador revolucionario que siente mieda

y, antes de convertirse en un delator, decide suicidarse... Por supuestc yo no podia ni pensar que me estaba anticipando y extrayendo de mi propios panicos futuros la reflexion profunda sobre las causas del mif do y sobre algo peor: sus devastadores efectos.

A finales de enero de 1973, apenas tenninados los examenes df primer semestre, hice la ultima versi6n del cuento y lleve las cuartiHa mecanografiadas a la misma revista universitaria donde ano y medii antes habian publicado uno de mis relatos, avalado por una introdu( cion editorial donde se hablaba de mi como de una promesa literari nacional, casi intemacional, por mis soluciones realistas y mi visi6n sc cialista del arte. Con entusiasmo recibieron la nueva obra y me dijf ron que seguramente podnan publicarlo en el numero de marzo 0, mas tardar, en el de abril. Pero no tuve que esperar tanto para sabf como era recibido y leido mi mejor cuento: una semana despues el d. rector de la revista me cito en su oficina y alli sum la segunda y ere, que mas dolorosa caida de mi vida. Nada mas entrar, el hombre, ht cho una furia, me espet6 la pregunta: ~como te atreves a entregamc esto? Esto eran las cuartiHas de mi relato, que el basilisco, yo dina qu asqueado, sostenia en la mano, aHa, tras su bur6...

Todavia hoy el esfuerzo antinatural de recordar 10 que me dij aquel hombre investido de poder, seguro de su capacidad para infur dir miedo, result" c1emasiado lacerante. Comoquiera que mi historia s repiti6 tantas veces, con otros muchos escritores, la voy a sintetizal aquel cuento era inoportuno, impublicable, completamente inconct bible, casi contrarrevolucionario -y oir aquella palabra, como se imag naran, me provoc6 un temblor frio, daro que de pavor-. Pero a pes. de la gravedad del asunto, d, como director de la revista, y loscompt neroJ (todos sabiamos quienes eran y que hadan los compaiieros), habia decidido no tomar conmigo otras medidas, teniendo en cuenta mi at terior trabajo, mi juventud, mi evidente confusi6n ideo16gica, y todc iban a hacer como si aquel cuento nunca hubiera existido, jamas ht biese salido de mi cabeza. Pero ellos y el esperaban que algo asi no vo viera a suceder y que yo pensana un poco mas a la hora de escribi pues el arte es un anna de la tevolucion, conduyo, mientras doblab las cuartillas, las metia en una gaveta de su buro y, con modales 0: tensibles, Ie pasab.. una Have que guard6 en su bolsillo con la rnism contundencia con que pudo habersela tragado.

. Recuerdo que saH de aqueHa oficina cargado con una mezda in precisa y pastosa de sentimientos (confusi6n, desasosiego y much miedo) pero sobre todo agradecido. Si, muy agradecido, de que no s hubieran tornado otras medidas conmigo, y yo sabia cuales podian se

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apenas me faltaban cuatro meses para terminar mi carrera. cuan Q; , d 1 ' M' d ' d dia ademas, supe con exactltu 0 que era sentlf ie 0, aSi, un Aque'1 al'",mvasivO, omntpotente Y u iCUO, much0, do con mayUsculas, re b' :~ devastador que el temor al dolor fisico 0 a 10 desconocido que todos hernos sufrido alguna vez. Porque ese dia 10 que en realidad su­cedi6 fue que me jodieron para el resto de mi vida, pues ademas de agradecido y preiiado de miedo, me marche de aUi profundamente convencido de que mi cuento nunca debi6 haber sido escrito, que es 10 peor que pueden hacerle pensar a un escritor.

Resulta obvio que aquel episodio, sumado a mi bien conservado comentario sobre las expulsiones de profesores y mi reciente afici6n a la literatura de escritores como Camus y Sartre (Sartre, hasta unos ailOs antes tan amado en la isla y ahora tan execrado por haberse atrevido a ciertas criticas que delataban su podredumbre ideo16gica pequeno­burguesa), estuvieron sobre otro bur6 el dia en que se decidia mi des­tino laboral de recien graduado. La idea genial que se les ocurri6 fue enviarrn , para una necesaria purificaci6n que pareda un premio, a la

eremota Baracoa, adonde llegue en el mes de septiembre, bajo el impe­rio de un calor humedo y agobiante como jamas habia sentidO, aun­que con la inocente sensaci6n de que alH lograria reparar mis esperan­zas literarias. Lo que yo aun no podia concebir era 10 abismal que habia sido aquella segunda caida, la inoculaci6n irrev~rsible que habia sufrido, y por eso todavia estaba convencido de que, a pesar del res~ bal6n del cuento «inoportuno», yo estaba en condiciones de escribir con calidad las obras que exigfan mi tiempo y mis circunstancias. Y con ellas demostraria, de paso, cuan receptivo y confiable yo podia

~~a~ . El jefe de redacci6n de la emisora solo esperaba mi llegada para lar­

garse de Baracoa Y apenas dedic6 una semana a instruirme sobre los pormenores tecnicos de mi trabajo. A primera vista mi responsabilidad pareda simple: ordenar los boletines escritos por los dos redactores y comprobar que nunca faltaran en ellos las noticias nacionales publica.. das en los peri6dicos del Partido Y la Juventud, ni las cr6nicas de los divulgadores oficiales y los corresponsales voluntarios sobre las innuT merables actividades que generaban las instituciones de la provincia y, muy especialmente, las promovidas por el partido, la Juventud, los sin! dicatos y el resto de las organizaciones del «regional», como entonces se calificaban los antiguos Y despues recuperados municipios. Nunca olvidare la sonrisa de mi colega cuando me tom6 la mano y me en,:, treg6 la llave de su bur6, el dia que de manera oficial me transmitia. d mando. Y menos podre olvidar las palabras que susurr6:

Preparate, socio: aqui te vas a hacer un dnico 0 te van a hacer mierda. ,. Bienvenido a la realidad real.

Sus propios habitantes dicen que sobre Baracoa pesa la maldici6n del Pelu, un profeta loco que la conden6 a ser el pueblo de las inicia­tivas nunca cumplidas. Y 10 primero que te cuentan aillegar alIi es que su farna esta asentada sobre tres mentiras: tener un rio llamado Mid pero que no endulza, pues por el solo corre agua; ser duena de un Yun­que, que es una montana sobre la cual nadie puede forjar nada; y po­seer una Farola -nombre de la carretera que une la «ciudad" con el res­to del pais- que no alumbra.

Yo sabia que Baracoa debia su nombre al cacicazgo indigena que alIi existia cuando llegaron los conquistadores. Pero muy pronto des­cubriria que, cuatro siglos y medio despues, aquello seguia siendo un cacicazgo, regido ahora por los jerarcas de las organizaciones locales. Tambien aprenderia a toda velocidad que nunca result6 mas justa que alIi la maxima de pueblo chico, infiemo grande. Y, para completar mi educaci6n en la vida real, en Baracoa sumria las consecuencias de mi in­capacidad humana e intelectual para lidiar cada dia con caciques y diablos.

La emisora Radio CiudadPrimada de Cuba Libre era, precisamen­te, el medio encargado de concretar una realidad virtual mas embuste­ra aun que la de rios, montanas y carreteras de nombres caprichosos, porque estaba construida sobre planes, compromisos, metas y cifras ffiagicas que nadie se ocupaba de comprobar, sobre constantes llama­dos al sacrificio, la vigilancia y la disciplina con los que cada uno de los jefes ·locales trataba de construir el esca16n de su propio ascenso -coronado con el premio de salir de aquel sitio perdido. Mi trabajo consistia en recibir llamadas y recados de aquellos personajes para que velara por sus intereses, a los cuales ellos siempre llamaban, por su­puesto, los intereses del pais y del pueblo. Y mi unica altemativa fue aceptar aquellas condiciones y, dnica y obedientemente, ordenar a los dos aut6matas subnormales y alcoh61icos que trabajaban como redacto­res que escribieran de planes sobrecumplidos, compromisos aceptados con entusiasmo revolucionario, metas superadas con combatividad pa­tri6tica, cifras increibles y sacrificios heroicamente asumidos, para darle forma ret6rica a una realidad inexistente, hecha casi siempre de pala­bras y consignas, y muy pocas veces de platanos, boniatos y calabazas concretas. La otra altemativa era negarrne 0, mas aun, renunciar y lar­

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ganne, y a pesar de que 10 pense varias veces, el miedo a las consecuen­cias (la invalidaci6n del titulo universitario, para empezar) me paraliz6, como a tantos otros. AqueIla era la realidad real a la que me habia dado la bienvenida mi antecesor.

Pero en lugar de hacer aquel trabajo impudica y pragmaticamente, como tanta gente, y ocupar el tiempo libre en lecturas y proyectos li­terarios, por mi propio miedo 0 por mi incapacidad para rebelarme me vi arrastrado a un torbellino de actividades, mitines, concentraciones, asambleas siempre epilogadas con una invitaci6n al «compailero pe­riodista» a la comelata y la bebedera (lquien habla de escaseces?) or­ganizadas por el jefe de tumo del sector de tumo. Con cierto asombro descubri que en aquel ambiente mi habitual timidez sexual desapare­cia con las puertas que derribaban el alcohol, la sensaci6n de escapar del confinamiento de aquel sitio apartado, y la urgencia (mia y de mis amantes ocasionales) de liberar algo propio. Nunca comi, bebi y mu­cho menos temple tanto ni con tantas mujeres ni en lugares tan in­concebibles como en aquellos dos ailos, al cabo de los cuales termine reaccionando como un dnico capaz de mentic sin escrupulos, portan­do una gonorrea que reparti generosamente y (como uno mas de los tantisimos habitantes de la zona) convertido en un alcoh61ico de los que desayunan con un trago de aguardieotey una cerveza fria para despe­jar los efectos de la resaca de la noche anterior. .

Baracoa, ha llegado la hora de decido, es uno de los lugares mas bellos y magicos que existen en la isla, y sus moradores son gentes de una bondad y una inocencia abrumadoras. Aunque nunca he vuelto a visitarla -me da horror panico la idea de regresar alii y de que por al­guna raz6n no pueda volver a salir-, recuerdo, como en medio de una bruma, la belleza de su mar, sus decadentes fortalezas coloniales, sus montaiias de vegetaci6n tupidisima, sus muchisimos arroyos y rios que podian llegar a ser furiosos, como el Toa. Recuerdo la amabilidad de su gente, siempre dispuesta a cobijar a los forasteros y parias deseosos de un sitio donde perderse en vida; la pobreza que asediaba a la ciu~ dad desde hacia casi medio milenio y que era su verdadera maldici6n. una pobreza todavia palpitante sobre la cual siempre se habl6 en pa. sado, como algo definitivamente superado, durante mis dos ailos al frente de los «espacios informativos» de la radio local.

Ahora me parece evidente que solo borracho, revolcandome con la primera mujer que se me apareciera por delante (tambien borracha si era, como yo, de los enviados a trabajar alIi por dos 0 tres ailos) y enf~

vuelto en cinismo era posible resistir aquel transito por la realidad· real... Mi tercera caida tuvo lugar cuando, ya en La Habana, ingres4

por mis propios pies en el pabe116n de tratamiento para adictos del Hospital General Calixto Garda, luego de haber disfi-utado de una es­tancia de tres semanas en la sala contigua, doude ingresaban a los po­litraumatizados. Habia llegado alli en camilla, con las rracturas y hen­das recibidas como resultado de la pelea tumultuaria que, quizas para liberar algo del miedo que se me habia empozado dentro, desate en el primer bar que visite al regresar a La Habana.

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de seT «enemigos del pueblo chino», y los estaban torturando para mV's tarde matarlos. Yo logre rescatarlos y sacarlos del pais, perc tuve que volver a Shangai para evitar que esos hijos de puta arrasaran con to . el consulado sovietico... Aquello me cost6 caro. Los hombres 3e Chiang Kai-Shek me dieron tantos golpes que me dejaron por uer­to. Bliat'1... Tuve la suerte de que un amigo chino me recogier : viaje veintid6s dias en un carreten, cubierto con paja, hasta que s muer­to que vivo me dejaron en la rrontera... Por rescatar a Boro tn y a los otros me dieron la Orden de la Bandera Roja... que, por eeto, ahora deberia devolver, porque acaban de fusilar a Borodin tr s acusarlo de ser «enemigo del pueblo sovietico» -Tom sonri6 con 'steza yapur6 el vodka-. Apenas me repuse, me mandaron aqui, p. ra que empezara a penetrar en 10 que debia ser mi destino: Occide teo Entonces paso algo que quizas ya sospechas...

-Conociste a Caridad -dijo Ram6n, que ¢ algUn momenta del dialogo habia extraviado a Jacques Momard.

-Ella era una mujer distinta. Tenia sie~e os mas que yo, pero aun~ que 10 negara, se rebelara, se revolcara p el suelo, se veia que tenia clase. Me gust6 y empezamos una relac' n.

-QIe todavia sigue. -Aja. En esa epoca ella estaba ~mo perdida, aunque ya simpati­

zaba con los comunistas de Mauyke Thorez. Y yo· ~stab~ trabajanrld con elIos...

-~Por ti se afili6 al Partido -Se hubiera afiliado d~alqUier modo. Caridad necesitaba cam­

biar su vida, pedia a grito na ideologia que la centrara. . -{Caridad es una co oradora 0 trabaja con vosotros? . -Desde 1930 cola raba con nosotros, pero entr6 en plantilla en

1934, y su primer tr ajo 10 hizo en Asturias, cuando la sublevaci6rt de los mineros... E te aclarara muchas cosas sobre ella que a 10 mC:" jor antes no ente dfas.

El joven as' ti6, tratando de reubical ciertos recuerdos de las ac~ tuaciones de aridad:

-Por es regres6 a Espana cuando gane el Frente Popular. Y po•. eso esta a f, en Paris... ~O porque es tu amante?

-En spana trabajaba para nosotros y ahora esta aquf porque va a: uy util en esta operaci6n y porque las cosas alIa van a iT da

m~e peor... La Republica se esta cayendo a pedazos. En unos dfas Ne tn va a proponer la salida de los brigadistas internacionale~ para d un golpe de efecto. El todavia cree que Gran Bretana y Francia los pueden apoyar, y que con esa ayuda hasta pueden ganar la guerra. Pero

Gran Bretalia y Francia se cagan de miedo y Ie estan hacienda la corte' a Hitler y no van a apostar un centimo 'por ustedes. Disculpa que toq el tema, pero debo dedrtelo para que no te hagas ilusiones: esa guytr3 esta perdida. Nunca van a lograr resistir hastaque empiece uny'gue­rra europea, como quiere Negrin.

-~Y vosotros ya no vais a dade mas ayuda? - Ya no es un problema de annas, aunque no tene~opara andar

desperdiciandolas. Toda Europa les va a negar la sal y e agua. Y den­tro de la Republica se ha jodido la moral. Cuando Fra co se decida a ir sobre Barcelona, todo se terrnina...

Ram6n percibi6 sinceridad en las palabras ~e'Jj m. Pem se neg6 a darle el gusto de que pudiera reprenderlo por dis tir sobre eI destino de su pais. Sentia como la furia de siempre 10 enazaba y prefiri6 to­carlo por otro flanco.

- Tti tienes una mujer en Moscti, ~verd Tom sonri6. -Una no, dos... -<Ya mf me escogiste porque so hijo de Caridad? El asesor guardo silencio unos gundos. -(Me vas a creer si te digo e no?... Desde la primera vez que te

vi supe que eras alguien espec' . Hace alios que te observo... Y siem­pre tuve. una corazonada c tigo. Por eso, cuando Orluy l'ccibio la orden de que debiamos b car espaiioles con condiciones para traba­jar en acciones secretas enseguida pense que til eras la mejor pieza que yo podia entr~gay ero algo me advirtio que no debia hablarle ni a Orlov ni a los d;.mas de ti. Ahora se por que: tU vales demasiado para entregarte e manos de cualquiera...

Ramon no po si sentirse halagado u ofendido por haber sido es­cogido como n semental. Ademas, a pesar de 10 que decia el hom­bre, la som a de Caridad seguia oscureciendo el fondo de aquella his­toria. Per la posibilidad de estar por mentos propios mas cerca del epicen 0 de un gran acontecimiertto Ie provocaba una ardiente satis­facci' .

Si puedes, dime algo mas, solo para saber... -Mientras menos sepas, mejor. -Es que... ~alguna vez me vas a decir tu verdadero nombre? Tom sonrio, y tennino de tragar una de las empanadas que les sir­

vieron como entrantes y bebio mas vodka, mirando fijamente al joven. -~Que es un nombre, Jacques? ~O ahora eres Ramon?... Esos

perros que a ti te gustan tanto tienen nombre, ~y que? Siguen sien­do perros. Ayer fiJi Grigoriev, antes era Kotov, ahora soy Tom aqui y

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Roberts en Nueva York. ~Sabes c6mo me dicen en la Lubyanka?... Leonid Alexandrovich. Me puse ese nombre para que no supieran el mio, porque se iban a dar cuenta de que soy judio, y los judios no gus­tamos a mucha gente en Rusia... Soy el mismo y soy diferente en cada momento. Soy todos y soy ninguno, porque soy uno mas, pequeiii­simo, en la lucha por un suefio. Una persona y un nombre no son nada... Mira, hay algo muy importante que me ensefiaron nada mas entrar en la Cheka: eI hombre es relegable, sustituible. EI individuo no es una unidad irrepetible, sino un concepto que se suma y forma la masa, que SI es real. Pero el hombre en cuanto individuo no es sagra­do y, por tanto, es prescindihle. Por eso hemos arremetido contra to­das las religiones, especialmente el cristianismo, que dice esa tonteria de que el hombre esta hecho a semejanza de Dios. Eso nos permite ser impios, deshacernos de la compasi6n que engendra toda piedad: el pe­cado no existe. ~Sabes 10 que eso significa? .. Es rnejor que ni tu ni yo tengamos un nombre verdadero y que nos olvidemos de que alguna vez tuvimos uno. avan, Fi6dor, Leonid? Es la misma mierda, es nada. Nomina odiosa sunt. Importa el suefio, no el hombre, y menos aun eI nombre. Nadie es importante, todos somos prescindibles... Y si tU lIe­gas. a tOCal la gloria revolucionaria, 10 haras sin tener un noml:>re real. Q!1izcls nunca mas 10 tengas. Perc seds una parte formidable del sue­fio mas grande que ha tenido la humanidad -y levantando su vaso de vodka, brindo-: iSalud para los innombrables!

as abrio la puerta, tuvo eI presentimiento de que se habia pro­ducido a na desgraeia. Pens6 en el joven Luis; incluso, en una orden que cancela la operaci6n y hasta la vida de Jacques Momard. Hada seis rneses que la veia y habia disfrutado de aquella distancia. Solo sintio un alivio eua 0 Caridad Ie sonrio, como si hubiesen compar­tido la mesa la noche tenor. Ella se coloco el cigarrillo en la comi. sura, mientras Ie observab 1 torso desnudo y recien duchado.

-Malaguanyada bellesa! -dl) en catalan, al tiempo que acariciaba la tetilla de su hijo, cubierto solo co una toalla, y pasaba al interior del departamento.

Ramon no pudo evitar que se Ie eri~.la piel y, con toda la deli­cadeza que Ie permitieron su rabia y su de Iiente de Caridad.

-~Q!.1e haces aqui? ~No hahiamos quedado en que ~-sin pen­sarlo el tambien habia hablado en catalan.

ass -0.::3 (06~ _ ... ~~l-'3 Ill> iil 9.", ~ ~ g}o§1<li~ '<5m-E!!.-:3 __

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:;: .. -EI me mando. Yo se mejor que tU 10 que se puede y no se puede

hker.

Caridad habia cambiado en los meses transcurridos desde su uni­co cuentro en Paris. Era como si hubiese dado una voltereta hacia el p do y sepultado la imagen de combatiente repubJicana, andr6gi­na yen cartuchera, que se habia paseado por Barcelona y que toda­via arra raba al llegar a Paris, a pesar de la ropa ajustada y los zapatos de piel <;:ocodrilo. Ahora vestia con la infonnalidad elegante de una burguesa ohemia, su pdo se habia aclarado y las ondas tenian founas precisas; 11 aba maquillaje en el rostro, las ufias creeidas, y oHa a esen­cias caras. Vi via a dominar a su antojo los zapatos de taco alto y has­ta fumaba co otros movimientos. A Jacques Ie fue posible ver en Ca­ridad los ultim s destellos de la Caridad que Ram6n habia conocido muchos afios atr ,antes de la caida que la lIevo a la depresion y el in­tento de suicidio.

-~Como te va c tu lagartija trotskista? -siguio hablando en cata­Ian, mientras se quita e1fiulard de seda que Ie cubria el cuello y los hombros. Con movimie tos medidos se acomodo en uno de los buta­cones de piel, frente a la ntana por cuyos cristales se vefan las copas de los arholes yz acres del' levar Raspail.

-Como me debe ir -dijo y ntro al cuarto en husca de una hata de satin.

-Haz cafe, por favor.

Sin responder fue a la cocina y ~puso la infusion que el mismo se dehia.

-tQue quiere Tom? -pregunto desde -Tom tiene que quedarse en Espana y -tY que pasa con George? -Esta en Moscu.

-tYezhov 10 mando buscar? -Ramon se asom6' acia el salon y vio a Caridad con un cigarrillo en una mano y el mech 0 en la otra, la mirada fija en la ventana, como si se dirigiera a los vi . s.

- Yezhov ya no va a mandar buscar a nadie. Lo han artado del juego. Ahora Beria es quien manda.

-~Cuando fue eso? -Ramon dio un paso hacia d salon, la ah;,ncion dividida entre la ebullici6n del cafe y 10 que Ie informaha Carid

-Hace una semana. Tom me pidio que viniera a dedrtelo, que las cosas se pueden poner en marcha en cualquier momento. cuanto Beria limpie la mierda de Yezhov y el camarada Stalin de la orden, nos pondremos en movimiento. Cuando Mink regrese sabre­mos mas...

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breviviria cuando se conociera que impedian la revoluci6n an que tantos hombres como Andreu pensaban u na a Espana? .. Liev Davidovich despidi6 a Nadal . nvencido de que al menos aque! hombre no seria mo que podria enviarle Stalin. Y no, Ie habia dicho . as e estrechaba la mano: eI no sabia que iba a que­

dar .e ad pobre sueno comunista.

Aquel noviembre la revoluci6n cumpli6 su vigesimo aniversario y Liev Davidovich sus cincuenta y ocho anos. Como el onomastico casi coincidia can el Dia de los Muertos, que los mexicanos celebran con una fiesta que pretende traer a los difuntos de regreso a la vida y lIeva a los vivos a asomarse a los umbrales del mas alIa, Diego y Frida lIe­naron la Casa Azul de unas calaveras vestidas de las mas extranas ma­neras y montaron un altar, con velas y comidas, para recordar a sus di­funtos. Aquella cercania mexicana con la muerte Ie pareci6 saludable a Liev Davidovich, porque los familiarizaba can la unica meta que compartian todas las vidas, la unica de la cual no es posible escapar, incluso en contra de la voluntad de Stalin.

Pero el animo de Liev Davidovich no era propicio para celebracio­nes. Unos dias antes Ie habia llegado la informaci6n de que, tras la caida del mariscal lujacnevsKy, Yezhov se habia cebado con la fami~ lia del militar. Mientras dos de los hermanos, la madre y la esposa del mariscal eran fusilados, una de sus hijas, de trece aiios (a la que Liev Davidovich habia cargado apenas nacida), se habia suicidado de pure terror. Aquella limpieza familiar no 10 sorprendi6 demasiado, pues parecia ser una practica habitual: su propia hermana Olga y su hijo m.r yor, culpables de ser la esposa y el hijo del mismoI<.amenev que din. gi6 el Consejo de los S6viets en octubre de 1917, habian sido deteni­da ella y fusilado el; tres hermanos, una hermana y Stephan, el hijo mayor del mismo Zin6viev que protegi6 a Lenin en los dias mas din­ciles de 1917, tambien habian sido ejecutados, mientras otros tres herr manos, cuatro sobrinos y quien sabia cuantos parientes mas de aquel bolchevique permanecian en los lIamados gulags, verdaderos campoS de la muerte. ;'Y su pobre Seriozha, que habia pasado can su hijo?

Desde que Yezhov habia sustituido a Yagoda, la ola de terror des.r tada diez aiios antes con la colectivizaci6n forzosa de la tierra y la 1\1:' cha contra los campesinos dueiios de tierras habia alcanzado unos ni­veles de insania que parecian dispuestos a devorar un pais postrado por el miedo y la practica de la delaci6n. Se decia que en las oficinas del

Estado, en las escuelas, en las fabricas, una de cada cinco personas era informante habitual de la GPU. De Yezhov se sabia tambien que se ufanaba de su antisemitismo, del placer que Ie procuraba participar en los interrogatorios y que su mayor regocijo era oir c6mo el detenido se inculpaba a sl mismo, vencido por la tortura y el chantaje: el y sus interrogadores advertian a su victima que, si no confesaba, sus fami­liares serian deportados a campos donde no sobrevivirian (0 simple­mente serian fusilados): "Tu no podrcis salvarte y los condenarcis a ellos», era la f6rmula mas eficaz para conseguir la confesi6n de delitos nunca cometidos. ;'Habria resistido su hijo Serguei a esas amenazas, a los dolores fisicos y mentales?, solia preguntar a las personas con quie­nes hablaba. ;'Aun debo alentar la esperanza de que sobreviva en un campo de prisioneros en el Mico, casi sin alimentos, can jomadas de trabajo que los mas curtidos solo pueden resistir durante tres meses an­tes de postrarse como cadaveres vivientes?

El mas reciente dolor, sin embargo, Ie habia lIegado de una Fuente inesperada: desde varias semanas atrcis, un gropo de escritores y acti­vistas politicos que se decian cercanos a las posiciones del viejo revo­lucionario se habian empenado, al calor de los veinte aiios de Octu­bre, en buscar los defectos del sistema bolchevique que propiciaron la entronizaci6n del estalinismo. Para ello habian querido con especial insistencia desenterrar la sangrienta represi6n del alzamiento de los marine:05 de Kronstadt e, invocando la pureza de la verdad hist6rica, decidieron ventilar la responsabilidad del exiliado en los sucesos. EI argumento mas manejado habia sido que aquella represi6n se podia considerar como el primer acto del «terror estalinista» inherente al bol­chevismo en el poder, y equiparaban la respuesta militar y el fusila­miento de rehenes con las purgas de Stalin. Por su responsabilidad al frente del ejercito, consideraban al entonces comisario de la Guerra como el progenitor de aquellos metodos de represi6n y terror.

A Liev Davidovich Ie habia resultado doloroso conocer que hom­bres como Eastman, Victor Serge 0 Souvarine sostenian aquellas opi­niones sobre una responsabiIidad que desde hacia mas 10 acosaba, pero sobre todo Ie molestaba que hubiesen sacado de su contexto un motin militar, acaecido en tiempos de guerra civil, y 10 colocaran jun­to a procesos amaiiados y fusilamientos sumarios de civiles ocurridos en tiempos de paz. Pero mas aun Ie dolia que no reparasen en el he­cho de que tal discusi6n solo servia para beneficiar a Stalin justo cuan­do mas empeiiado estaba Liev Davidovich en denunciar el terror en que vivian y morian los opositores del montanes e, incluso, muchos hombres y mujeres que siquiera habian softado oponersele.

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Durante semanas, Liev Davidovich se enfrascaria en aquella dispu­ta hist6rica. Para comenzar a rebatirlos, el exiliado tuvo que aceptar la responsabilidad que, como miembro del Politbur6, Ie correspondia por haber aprobado, el tambien, la represi6n de aquella extrana subleva­ci6n, pero se neg6 a admitir la acusaci6n de que el personalmente hu­biera propiciado la represi6n y alentado la crueldad con que se habia desarrollado. "Estoy dispuesto a considerar que la guerra civil no es precisamente una escuela de conducta humanitaria y que, de una par­te y de otra, se cometen excesos imperdonables», escribi6. "Cierto es que en Kronstadt hubo victimas inocentes, y el peor exceso fue el fu­silamiento de un gropo de rehenes. Pero aun cuando murieran ina­centes, 10 cual es inadmisible en todo tiempo y lugar, y aun cuando yo fuera, como jefe del ejercito, el responsable ultimo de 10 que alii ocurri6, no puedo admitir una equiparaci6n entre el sofocamiento de una rebeli6n annada contra un gobiemo endeble y en guerra con vein­tiun ejercitos enemigos, con el asesinato frio y premeditado de cama­radas cuyo unico cargo fue pensar y, si acaso, decir que Stalin no era la unica ni la mejor opci6n para la revoluci6n proletaria.,.

Pero Liev Davidovich sabia que Kronstadt iba a quedar siemprct como un capitulo negro de la revoluci6n y que el mismo, lIeno de ver~

giienza y dolor, cargaria siempre con esa culpa. Tambien sabia que si en Kronstadt los bolcheviques (y se- incluia, y tambien a Lenin) nohu.:.· bieran reprimido sin piedad la rebeli6n, quizas habrian abierto las puertas a la restauraci6n: asi de simple, de terrible, de cruel pueden ser la revoluci6n y sus opciones, pens6 entonces y pensaria hasta el final, sin que nada 10 hiciera cambiar· de opini6n.

Cuando a finales de noviembre lIeg6 la carta de Liova donde Ie in.. formaba de la tardia salida del numero del Boletin con los resultados- de la Comisi6n Dewey, Liev Davidovich prefiri6 no responderle. En las ul­timas cartas cruzadas habian estado al borde de una ruptura: sencilIa­mente, no podia admitir que Liova hubiese necesitado cuatro meses para poner a punto la edici6n mas importante que se hubiera hecho del Boletin. Todas las justificaciones resultaban inadmisibles y lIeg6 a pen­sar que habia habido negligencia y hasta incapacidad par parte de su hijo. En una de aquellas cartas incluso Ie habia comentado si no seria mejor trasladar la publicaci6n a Nueva York y ponerla en manos de otros camaradas. Natalia, que recibia otras misivas del hijo, Ie habia cli­cho que Liova se sentia ofendido, pues no entendia c6mo su padre po­

dia ser tan insensible, conociendo los problemas que 10 acosaban. iIn­sensible!, habia protestado al oir a su esposa: ~un hombre con la expe­riencia de Liova no entiende 10 que esta en juego? Liova es un exce­lente soldado y estamos en guerra, habia agregado, sin sospechar cuanto lamentaria, muy pronto, sus exabruptos, su falta de sensibilidad.

Fue a principios de ano cuando decidieron que el exiliado pasara una temporada lejos de la Casa Azul. Rivera aseguraba haber visto a unos hombres sospechosos merodeando por los alrededores y, para evi­tar riesgos, optaron por trasladarlo a la casa de Antonio Hidalgo, un buen amigo de los Rivera que vivia en las alturas del bosque de Cha­pultepec. Liev Davidovich acept6 la idea incluso con satisfacci6n, pues deseaba aprovechar el aislamiento para avanzar en la biografia de Stalin: necesitaba sacarse aquella bruma oscura de la cabeza. Natalia, mientras tanto, se quedaria en Coyoacan, y acordaron que solo 10 visitaria si la estancia se prolongaba. ~Hasta cuando viviremos huyendo, escondi­dos, provocando induso la paranoia de hombres como Diego Rivera?, pens6 mientras se adentraba en el bosque de cipreses.

Los dias vividos en la casa de Antonio Hidalgo pronto perderian sus contomos y de aquella estancia solo recordaria hasta el final la tar­de del 16 de enero de 1938. Desde la ventana del estudio que Ie ha­bian asignado, babia v;~tn. a River.::. atrav\:sCll el jardin con el sombrero en la mano. Liev Davidovich escribia en ese instante un articulo en el que utilizaba la poIemica sobre Kronstadt para hacer una defensa de la etica del comunista. Cuando Diego lIeg6 al estudio, el advirti6 en su cara que alga grave habia sucedido y, sin pensar, casi negandose a pensar, Ie pregunto.

Liova habia muerto en Paris. Cuando Liev Davidovich oyo aque­lIas palabras, sinti6 como la tierra se abria y el quedaba suspendido en el aire, como una marioneta. Nunca recordaria si agredio fisicamen­te a Diego, perc si que Ie grito embustero, canalla... hasta que se de­rrumb6 en una silla. Cuando comenz6 a recuperarse, Rivera Ie cont6 que, tras leer la noticia en los peri6dicos de la tarde, habia telegrafia­do a Paris en busca de confirmaci6n. Solo cuando la tuvo se habia atre­vido a ir a verlo. Hidalgo Ie propuso entonces que se comunicara con Paris para informarse mejor, pero el se neg6: nada iba a cambiar el des­tino del hijo muerto y 10 unico que deseaba en ese instante era estar junto a Natalia.

Antes de ponerse en el camino, Ie redam6 a Diego toda la infor­maci6n. Lo ocurrido habia sido y seguiria siendo confuso: el 8 de fe­brero, ciertos malestares de Liova habian hecho crisis y los medicos Ie diagnosticaron una apendicitis y decidieron una operaci6n de urgen­

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No se exactamente en que momento empece a pensa< en aquelle!, ,)::'t no se si ya 10 tenia en 1a cabeza en 1a epoca en que conod al homb~;r·l que amaba a los perros, aunque supongo que debio de haber sido deS'- '1 pues. De 10 que estoy segura es de que, durante anos, estuve obsesi~ 1 nado (suena un poco exagerado, perc esa es la palabra y, mas aun, e!. 1a verdad) can poder determinar el momento exacto en que concluirfit el siglo XX y, con el, el segundo milenio de 101 era cristiana. Por SUl' puesto, aquello. determinaria a su vez el instante que darla inicio at si.,. '., glo XXI y, tambien, al tercer milenio. En mis dlculos siempre contab~:'; con la edad que yo tendrla -icineuenta 0 eincuenta y un anos?- aldes'>: •••... puntar 1a nueva centuria, segitn la fech} en QU~ se estableci"r~ el fin d<'

. la anterior: ten el ano 1999 0 en el ZOOO? Aunque para muchos la e crucijada de siglos solo seria un cambio de fechas y a1manaques en m dio de otras preocupaciones mas arduas, yo insistia en verla de 0 '

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modo, sobre todo porque en algUn momento de los terribles afios pr vios comence a esperar que aquel saIto en el tiempo, tan arbitrari: como cualquier convencion humana, tambien propiciase un giro f'

tundo en mi vida. Entonees, par encima de la 16gica del a1manaq gregoriano que cerraba sus cidos en los alios cera, acepte, como P de una convencion y como mucha gente en el mundo, que el 31 diciembre de 1999 -poco despues de mi cincuenta eumpleaiios..:. se el ultimo dia del siglo Y del milenio. Cuando la fecha se foe apro: mando, me entusiasm6 saber que los cibemeticos de todo el plane habian trabajado durante afios para evitar el caos informatico quefi radical alteracion de numeros podia producir ese dia, y que los franc' ses habian colocado un enorme cronometro regresivo en 1a Torre Ei . donde se registraban los dias, las horas y los minutos que faltaban P

el Gran Salta.Por esO tome como una afrenta personal que, llegada 101 fecha,

Cuba se sacaran las cuentas ffi<is 16gieas y se decidiera, mas 0 menu.!: oficial e inapelablemente, que el fin del siglo seria el 31 de diciemlf"

del alia 2000 y no el ultimo dfa de 1999, como 101 mayoria pensab y queriamos. Par aquel casi que decreta estatal, mientras el mundo 1..,­

lebraba a bombo y platillo la (supuesta) .llegada del tercer milenio y de siglo XXI, en la isla se despidi6 el ana y se salud6 al recien llegado come uno mas, apenas con los himnos y discursos politicos habituales. Des­pues de haber sonado durante tanto tiempo can la edosi6n de esa fe­cha, senti que me habfan escamoteado mi emoci6n y mi ansiedad, y me negue incluso a ver en la televisi6n los breves flashazos noticiosos de las celebraciones que, en Tokio, Madrid a junto a la Torre Eiffel, sa­ludaban e1 redondo borr6n de cuatro cifras en los rdojes hist6ricos. EI malestar me dur6 varios meses, y ruando el 31 de diciembre del 2000 se anunci6 en alg6n periodico cubano, ya sin demasiado interes, que ahara SI el mundo arribarfa real y gregorianamente al nuevo milenio, apenas me sorprendf de que nadie se preocupara por celebrar 10 que, un wo antes, casi toda la humanidad habfa festejado anticipada, equi­vocada, tozuda pero jubilosa, esperanzadamente. Nada: al fin y al cabo, en ese momento yo sabia demasiado bien que, fuera de unos numeros de mierda, nada cambiaria. Y si cambiaba, seria para peor.

Saco a colacion este episodio para muchos intrascendente, en apa­riencia ajeno a 10 que estoy contolndo, porque me par-ece que encierra una metafora perfecta: a estas alturas no creo que haya mucha genre que se atreva a neganne que la historia y la vida se ensaiiaron alevo­samente con nosotros, can mi generacion, y, sabre todo, can nuestros suefios y voluntades individuales, sometidas par los arreos de las deci­siones inapelables. Las promesas que nos habian alimentado en nues­tra juventud y nos llenaron de fe, romanticismo participativo y espiritu de sacrificio, se hicieron agua y sal mientras nos asediaban 101 pobreza, el cansancio, la confusi6n, las decepciones, los fracasos, las fugas y los desgarramientos. No exagero si digo que h~mos atravesado casi todas las etapas posibles de la pobreza. Pero. tambien hemos asistido a la dispersi6n de nuestros amigos mas decididos 0 mas desesperados, que tomaron la rota del exilio en busca de un destino personal menos in­cierto, que no siempre fue tal. Muchos de ellos sabian a que desarrai­gos y riesgos de sumr nostalgia cr6nica se lanzaban, a cuantos sacri­ficios y tensiones cotidianas se someterian, perc decidieron asumir el reto y pusieron proa a Miami, Mexico, Paris a Madrid, donde ardua­mente comenzaron a reconstruir sus existencias a la edad en que, por 16 general, ya estas suelen estar construidas. Los que por convicci6n, espfritu de resistencia, necesidad de pertenencia 0 por simple tozudez, desidia a miedo a 10 desconocido optamos por quedarnos, mas que reo­construir algo, nos dedicamos a esperar la lle2a' . . .

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...,.

mientras tratabamos de poner puntales para evitar el derrumbe (10 de vivir entre puntales, en mi caso, no ha sido una metafora, sino la mas cotidiana realidad de mi cuartico de Lawton). A ese punto en el que enloquecen las brujulas de la vida y se extravian todas las expectativas fueron a dar nuestros sacrificios, obediencias, dobleces, creencias cie­gas, consignas olvidadas, ateismos y cinismos mas 0 menos conscientes, mas 0 menos inducidos y, sobre todo, nuestras maltrechas esperanzas de futuro. .

A pesar de ese destino tribal en el que induyo el mio, muchas ve­ces me he preguntado si yo no he sido especialmente escogido por la hija de puta providencia: si al final no he resultado alga asi como una cabra marcada con el designio de recibir todas las patadas posibles. Porque me tocaron las que me correspondian generacional e histarica­mente y tambien las que can mezquindad y alevosia me dieron para hundirme y, de paso, demostrarme que nunca tendria ni tendre paz ni sosiego. Por eso, en el que quizas fue el mejor periodo de mi vida adul­ta, cuando comence mi relaci6n con Ana, me enamore par primera vez de manera total y, gracias a ella, recupere los deseos y el valor para sen­tarme a escribir, la pendiente que empez6 a recorrer la enfennedad de mi mujer vino a devastar cualquier esperanza. Y el 31 de diciembre de 1999, c'Jando nos dijeron que el dia del gran cambia con el que yo habia soliado durante tanto tiempo no cambiaria IlaJa,ni siquiera ei siglo asqueroso en el que habiamos nacido, vi salir por la ventana del apartamentico de Lawton el pajaro azul de mi ultima ilusian: un paja­ro insignificante, pero que yo habia criado con esmero y que los vien. tos de las altas decisiones me arrancaban de las manos. Porque ni a te­ner ese sueno inocuo me habian dejado la potestad.

A finales de los alios noventa, la vida en el pais habia empezado a recuperar cierta normalidad, totalmente alterada durante los alios mas duros de la crisis. Pero mientras regresaba esa nueva normalidad, se evi,. denci6 que algo muy importante se habia deshecho en el camino y que. estabamos instalados en un extrano cido de la espiral, donde las reglas de juego habian cambiado. A partir de ese momenta ya no seria posir ble vivir con los pocos pesos de los salarios oficiales: los tiempos de la pobreza equitativa y generalizada como logro social habian terminado y comenzaba 10 que mi hijo Paolo, can un sentido de la realidad que me superaba, definiria como el salvese quien pueda (y que eI, como; muchos hijos de mi generaci6n, aplic6 a su vida de la unica manera ~

su alcance: marchandose del pais). Habia gentes, como Dany, qu< echando mano al cinismo y al mejor espiritu de supervivencia, mas c menos habian logrado adaptarse a la nueva realidad: mi amigo habia dejado su puesto en la editorial y metido en un saco todos sus suelios literarios y ahora ganaba mucho mas dinero como chofer de alquiler tras el timon del Pontiac de 1954 que habia heredado de su padre. Ade­mas, en su casa contaban can el apetecible trabajo conseguido por su mujer en una empresa espanola (donde Ie pagaban algunos dalares por debajo de la mesa y Ie daban un par de bolsas de comida dos veces al mes) y vivian can un minimo desahogo. Pero los que no teniamos de d6nde agarrarnos ni dande robar (Ana y yo, entre muchos otros) em­pezamos a vemoslas incluso mas negras que en los alios de los apago­nes sin fin y los desayunos a base de tisanas de hojas de naranja. Con Ana retirada anticipadamente y con mi demostrada incapacidad para la vida practica, la soga que llevabamos en el cuello no hacia mas que apretarse, hasta tenemos siempre al borde de la asfixia, de la cual nos salvaban los regalos que los duelios de perros y gatos me hacian por mis servicios y los pesos adicionales que me entregaban los criado de

rescerdos como pago de castraciones, desparasitaciones y otros trabajos que muchas veces yo cobraba al precio ridiculo de «dame 10 que tu

- quier<lS». Pero era evidente que estabamos hundidos PO e! fondo de . un·a atrofiada escala social donde inteligencia, decencia, conocimiento y capacidad de trabajo cedian el paso ante la habilidad, la cercania a1 d6lar, la ubicaci6n politica, el ser hijo, sobrino 0 primo de Alguien, el arte de resolver, inventar, medrar, escapar, fingir, robar todo 10 que fuese robable. Y del cinismo, el cabr6n cinismo.

'j Supe entonces que para muchos de mi generaci6n no iba a ser po­sible salir indemnes de aquel saIto mortal sin malla de resguardo: era­mas la generaci6n de los credulos, la de los que romanticamente acep­tamos y justificamos todo con la vista puesta en el futuro, la de los que cortaron cana convencidos de que debiamos cortarla (y, por su­puesto, sin cobrar por aquel trabajo infame); la de los que fueron a la guerra en los confines del mundo porque asi 10 reclamaba el intema­cionalismo proletario, y alIa nos fuimos sin esperar otras recompensas que la gratitud de la Humanidad y la Historia; la generaci6n que su­fri6 y resisti6 los embates de la intransigencia sexual, religiosa, ideol6­gica, cultural y hasta alcoh61ica con apenas un gesto de cabeza y mu­chas veces sin lIenarnos de resentimiento 0 de la desesperaci6n que lleva a la hUida, esa desesperaci6n que ahora abria los ojos a los mas j6venes y les lIevaba a optar por la huida antes induso de que les die­ran la primera patada en el culo. Habiamos crecido viendo (asi eramos

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de miopes) en cada sovietico, bulgaro 0 checoslovaco un amigo since­ro, como decia Marti, un hermano proletario, y habiamos vivido bajo el lema, tantas veces repetido en matutinos escolares, de que el futuro de la humanidad pertenecia por completo al socialismo (a aquel so­cialismo que, si acaso, solo nos habia parecido un poco feo, estetica~ mente, s610 esteticamente grotesco, e incapaz de crear, digamos, una canci6n la mitad de buena que «Rocket Man», 0 tres veces menos her­mosa que «Dedicated to The One I Love»; mi amigo y congenere Ma­rio Conde pondria en la lista «Proud Mary», en versi6n de Creedence), Atravesamos la vida ajenos, del modo mas hermetico, al conocimierr to de las traiciones que, como la de la Espana republicana 0 la de la Polonia invadida, se habian cometido en nombre de aquel mismo SQ.

cialismo. Nada habiamos sabido de las represiones y genocidios de pueblos, etnias, partidos politicos enteros, de las persecuciones morta­les de inconformes y religiosos, de la furia homicida de los campos de trabajo, del asesinato de la legalidad y la credulidad antes, durante y despues de los procesos de Moscu. Muchos menos tuvimos la menor idea de quien habia sido Trotski ni de per que 10 habian matado, 0 d4 los infames arreglos subterraneos y hasta evidentes de la URSS con el nazismo y con el imperialismo, de la violencia conquistadora de los nuevos zares moscovitas, de las invasiones y mutilaciones geografica~,

. humanas y culturales de los territorios adquiridos y de la prostituei6n de las ideas y las verdades, convertidas en consignas vomitivas po. aquel socialismo modelico, patentado y conducido por el genic del Gran Guia del Proletariado Mundial, eI camarada Stalin, y luego re,. mendado por sus herederos, defensores de una rigida ortodoxia con la que condenaron la menor disidencia del canon que sustentaba sus des­manes y megalomanias. Ahera, a duras penas, conseguiamos entender c6mo y por que toda aquella perfecci6n se habia desmerengado cuanr do se movieron solo dos de los ladrillos de la fortaleza: un minimo aCt ceso a la informaci6n y una leve pero decisiva perdida del miedo. (siempre eI dichoso miedo, siempre, siempre, siempre) con eI que SI habia condensado aquella estructura. Dos ladrillos y se vino abajo: el gigante tenia los pies de barro y s610 se habia sostenido gracias al te­rror y la mentira... Las profedas de Trotski acabaron cumpliendose Y la fabula futurista e imaginativa de Orwell en 1984 termin6 convirt tiendose en una novela descamadamente realista. Y nosotros sin saber nada... (0 es que no queriamos saber?

(Fue pura casualidad 0 eligi6 con toda: idea aquella noche tenebro­sa e 1996, despues de casi veinte anos? En la tarde se habia desatado una tormenta de lluvia y truenos que parecia anunciar el Armagedon y, al egar la noche y el apagon, todavia caia una llovizna fria y per­sistent Por eso, cuando tocaron a la puerta supuse que seria alguien urgido que Ie viera a su animal y, lamentando mi suerte, fui a abrir con uno los farolitos de kerosene en la mano.

Y alIi es ba el. A pesar del tiempo, de la oscuridad, de que se ha­bia quedado mpletamente calvo y de que era la persona que menos esperaba enco ar en la puerta de mi casa, solo de verlo reconod al negro alto y flac y de inmediato tuve una fortisima certeza: durante todos aquellos an ,ese hombre habia estado observindome en las ri­nieblas.

Ante mi silencio;'~ negro me dio las buenas noches y me pregun­t6 si podiamos hablar, or supuesto, 10 invite a entrar. Ana estaba con Tato, en el cuarto, trata 0 de escuchar la telenovela per la banda de frecuencia modulada de n estra radio de baterias, y Ie grite que no se preocupara, yo atendia al r ien llegado. Con mi torpeza habitual, au­mentada por la sorpresa, Ie d .e al hombre que tuviera cuidado con los cacharros colocados en distint sitios para recoger la lluvia que se fil­traba a ~raves del techo y Ie ped flue se sentara en una de las sillas de

i ,;. hierro. Despuesde acomodarme e la otra sdla, me puse de pie de nue­,Il vo y Ie pregunte si deseaba tomar c fe,

-Gracias, no. Pero si me das un quito de agua...

I Le servi un vaso. El negro volvio a a adecerme, pero solo bebio un

par de sorbos y 10 dejo sobre la mesa. A esar de la penumbra, apenas quebrada por la llama del farol, me di cu ta de que en aquellos mi­nutos' habia estudiado eI ambiente del apart ento, como si necesitara

t buscar una via de escape ante alguna situaci6 de peligro 0 formarse

-j

una ultima idea sobre quien era yo. Como el n 0 estaba mas flaco, mas viejo, sin un pelo en la cabeza, a la escasa Iu del farol su rostro

, jt pareda eI de una calavera oscura: una voz de ultrat ba, pense. -EI compaiiero Lopez me pidi6 que alguna vez yiniera a verte

-empez6, como si Ie costara mucho trabajo despegar-. aqui estoy. Se demor6 un poco en venir, pense, pero me mantuv callado. 5i

algo tenia claro era que aquel personaje, salido de Ia bruma Xel pasa­i do, solo me diria 10 que el decidiera decirme, asi que no valia 'hi pena tratar de ferzar ninguna conversaci6n especifica.

-(Recibiste el libro de Luis Mercader? En el correo me garantiza­"I ron que si no 10 recibias, ellos me 10 devolvian.

"", } -(Y como supo mi direccion?i '~

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