El instinto de estar informado

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http://micropoder.org/index.php?option=com_content&view=article&id=93:elinstintodeestar informado&catid=35:general&Itemid=54 El instinto de estar informado Lunes, 31 de Mayo de 2010. Escrito por Javier Cremades.- Abogado y reconocido experto en libertad de expresión y medios de comunicación, doctor en Derecho por la Universidad de Regensburg (Alemania) y ha sido profesor de Derecho Constitucional durante más de diez años en distintas universidades españolas y norteamericanas. ______________________________________________________________________________________ Muchas veces —sobre todo al principio de su existencia como forma de comunicación— se ha comparado Internet con un mar en el que las personas navegan: de ahí que se hable de navegadores, navegar e incluso, dando una sensación de comunicación más superficial, de surfear en la red. La red es, en efecto, originariamente un modo para que muchas personas, conectando sus ordenadores, puedan compartir información. El provecho que cada persona pueda obtener de tal navegación depende en buena medida, lógicamente, de que uno tenga un fin para el que tal forma de comunicación pueda serle útil. Hay una gran diferencia entre navegar con un rumbo determinado y navegar sin rumbo o al pairo. La información puede causar, en quien navega sin rumbo determinado, un efecto semejante al que, en la leyenda, causaba el canto de las sirenas. Es conocido cómo superó este obstáculo Ulises, tapando los oídos de sus marineros y haciéndose atar él mismo —que sí oía—, para que el hechizo no le arrastrara: como en este caso hay cierta interacción con las sirenas, quizá convenga mejor el caso de Orfeo, que cantó más fuerte que las sirenas, consiguiendo que no distrajeran a sus marineros. En el caso del navegante distraído, el desorden, la falta de rumbo, está en el sujeto de la acción. Ninguna de estas dos opciones —el navegante que no acepta modificar su rumbo (Orfeo) y el que no tiene rumbo— parecen aceptables en un mundo en que hemos optado por la colaboración. La auténtica interacción permite que descubramos mundos cuya existencia no sospechábamos. Otra cosa es que el fruto de la interacción sea distinto en los distintos navegantes, como el encuentro con el mundo maya y mexicano fue distinto en Cortés, Guerrero y Fray Gerónimo. El navegante —el de entonces, como el de hoy en Internet— tiene que saber dónde se mete, incluyendo el saber que uno no sabe exactamente con qué se puede encontrar. Tiene que saber qué busca, aunque no tan exactamente como para no necesitar buscar. Tiene que saber, sobre todo, quién es, si quiere saber cómo asimilar los signos con los que se encuentre y cómo comunicar con otras personas. Navegar en Internet no es una aventura loca y, si incluye riesgos, éstos son proporcionales a las oportunidades que ofrece. Y quien no sabe cómo puede evitar unos o sacar partidos de ellas, se parece, en el primer caso, al navegante sin rumbo y, en el segundo, a Orfeo. De algún modo, en el equipaje para la navegación en la red de las tres uves dobles, no debe faltar la reflexión acerca de si el navegante se parece más a Cortés, Guerrero o Fray Gerónimo, y de hasta dónde le interesa o está dispuesto a llegar al embarcarse. Lo que está claro es que, de una o de otra forma, todos navegamos en el mar de la comunicación: cada uno tiene un poder de comunicar, y se siente atraído por la realidad circundante. Esa necesidad que nos atrae se manifiesta en lo que damos en llamar curiosidad, y que no debe verse desde una perspectiva negativa. Veámoslo con otro ejemplo. Es conocido el episodio del encuentro entre el periodista Stanley y el explorador Livingstone a orillas del lago Tanganika en 1871. Todo el mundo sabe lo que el

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El instinto de estar informado

Lunes, 31 de Mayo de 2010.

Escrito por Javier Cremades.- Abogado y reconocido experto en libertad de expresión y medios de comunicación, doctor en Derecho por la Universidad de Regensburg (Alemania) y ha sido profesor de Derecho Constitucional durante más de diez años en distintas universidades españolas y norteamericanas. ______________________________________________________________________________________

Muchas veces —sobre todo al principio de su existencia como forma de comunicación— se ha comparado Internet con un mar en el que las personas navegan: de ahí que se hable de navegadores, navegar e incluso, dando una sensación de comunicación más superficial, de surfear en la red. La red es, en efecto, originariamente un modo para que muchas personas, conectando sus ordenadores, puedan compartir información. El provecho que cada persona pueda obtener de tal navegación depende en buena medida, lógicamente, de que uno tenga un fin para el que tal forma de comunicación pueda serle útil. Hay una gran diferencia entre navegar con un rumbo determinado y navegar sin rumbo o al pairo.

La información puede causar, en quien navega sin rumbo determinado, un efecto semejante al que, en la leyenda, causaba el canto de las sirenas. Es conocido cómo superó este obstáculo Ulises, tapando los oídos de sus marineros y haciéndose atar él mismo —que sí oía—, para que el hechizo no le arrastrara: como en este caso hay cierta interacción con las sirenas, quizá convenga mejor el caso de Orfeo, que cantó más fuerte que las sirenas, consiguiendo que no distrajeran a sus marineros. En el caso del navegante distraído, el desorden, la falta de rumbo, está en el sujeto de la acción. Ninguna de estas dos opciones —el navegante que no acepta modificar su rumbo (Orfeo) y el que no tiene rumbo— parecen aceptables en un mundo en que hemos optado por la colaboración. La auténtica interacción permite que descubramos mundos cuya existencia no sospechábamos. Otra cosa es que el fruto de la interacción sea distinto en los distintos navegantes, como el encuentro con el mundo maya y mexicano fue distinto en Cortés, Guerrero y Fray Gerónimo. El navegante —el de entonces, como el de hoy en Internet— tiene que saber dónde se mete, incluyendo el saber que uno no sabe exactamente con qué se puede encontrar. Tiene que saber qué busca, aunque no tan exactamente como para no necesitar buscar. Tiene que saber, sobre todo, quién es, si quiere saber cómo asimilar los signos con los que se encuentre y cómo comunicar con otras personas. Navegar en Internet no es una aventura loca y, si incluye riesgos, éstos son proporcionales a las oportunidades que ofrece. Y quien no sabe cómo puede evitar unos o sacar partidos de ellas, se parece, en el primer caso, al navegante sin rumbo y, en el segundo, a Orfeo. De algún modo, en el equipaje para la navegación en la red de las tres uves dobles, no debe faltar la reflexión acerca de si el navegante se parece más a Cortés, Guerrero o Fray Gerónimo, y de hasta dónde le interesa o está dispuesto a llegar al embarcarse. Lo que está claro es que, de una o de otra forma, todos navegamos en el mar de la comunicación: cada uno tiene un poder de comunicar, y se siente atraído por la realidad circundante. Esa necesidad que nos atrae se manifiesta en lo que damos en llamar curiosidad, y que no debe verse desde una perspectiva negativa. Veámoslo con otro ejemplo. Es conocido el episodio del encuentro entre el periodista Stanley y el explorador Livingstone a orillas del lago Tanganika en 1871. Todo el mundo sabe lo que el

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norteamericano preguntó al británico: Dr. Livingstone I presume? (“el doctor Livingstone, supongo”). Pero pocos saben cuál fue la respuesta de Livingstone: contestó, simplemente, “sí”, y alzó suavemente su sombrero a modo de saludo. Después, cuando Stanley le entregó la correspondencia que traía para él, el explorador le dijo que le contara noticias. Sorprendido, el periodista le dijo que leyera por sí mismo lo que le traía. “¡Ah”, concluyó el inglés, “he esperado cartas durante tantos años que he aprendido a ser paciente. Seguro que seré capaz de esperar unas pocas horas más. Pero cuénteme las noticias generales. ¿Cómo marcha el mundo?” (No, tell me the general news. How is the world getting along?). Hay curiosidades y curiosidades. Livingstone llevaba perdido en África desde 1864, ¡siete años! Y tenía más curiosidad por saber qué pasaba por el mundo que por leer correspondencia personal. Como sucedía al plantearnos genéricamente la comunicación entre culturas diferentes, encontramos distintas formas de enfocar el problema. El primer libro de la Biblia (Génesis, 19,26) presenta lo que podría llamarse paradigma de una curiosidad fatídica: el de la mujer de Lot, que quedó convertida en estatua de sal por desoír el consejo de no mirar atrás después de salir, con su esposo y sus dos hijas, de Gomorra. Los personajes citados hacen, en ambos casos, aparentemente lo contrario de lo que se les aconseja: Livingstone no abre las cartas, a pesar de que Stanley se lo propone, y la mujer de Lot mira hacia atrás. Ambas actitudes coinciden en mostrar un interés genérico por “lo que pasa en el mundo”. Livingstone pide noticias de algo que, aparentemente, iba menos con él que las cartas que se le dirigían personalmente, y la mujer de Lot aparentemente mira algo —la destrucción de la ciudad es lo que debía querer ver, aunque la Biblia sólo dice que miró atrás— que ya no iba con ella, pues se le había ahorrado la suerte de la urbe que abandonaba. Probablemente habrá quien piense que el relato del Génesis quiere simplemente fustigar la curiosidad. Yo lo traigo más bien a colación, contrastándolo con el caso de Livingstone, para resaltar que el deseo de saber qué pasa es universal, que es en cierto modo una necesidad que se corresponde con la forma de ser de los hombres, y que no es algo por lo que haya que avergonzarse como si fuera una aberración ajena a la naturaleza humana. Lo que podríamos llamar instinto de estar informado, no es reducible al concepto habitual que tenemos de curiosidad. La Real Academia Española, en las dos acepciones de esta palabra que tienen que ver con la información es netamente —y hasta diría injustamente— negativa con la curiosidad: “1. Deseo de saber o averiguar alguien lo que no le concierne. 2. Vicio que lleva a alguien a inquirir lo que no debiera importarle.” Aquí me interesa de momento resaltar que todos necesitamos saber qué pasa por el mundo y que ese instinto de información no se pierde con el tiempo —como pasó en el caso de Livingstone—, aunque también pueda exagerarse o ejercerse en momentos o respecto a informaciones que no corresponde saber, como parece ser el caso de la mujer de Lot. No se trata de una necesidad vital para el cuerpo, vinculada al instinto de supervivencia como lo está el apetito de la comida. Tampoco parece relacionable con el apetito sexual, al que también se puede renunciar sin perjuicio de la salud, pero que está vinculado a la continuidad de la especie humana, como en los demás animales. La información sobre el mundo que nos rodea, o más bien sobre un mundo más amplio del que ya conocemos, tiene cierto grado de necesidad, pero no puede decirse que se mantenga despierto para que el individuo esté a punto para servir mejor a la sociedad. Pienso que de momento puede bastar con saber que existe, que no es identificable con una curiosidad malsana: no es una necesidad inducida, producto de una cultura torcida o de unos instintos rebeldes a la razón. Buscamos un saber y, con él un poder, un

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micropoder, que necesitamos para vivir.

#8 La información frente al crecimiento empresarial — 21-06-2010 16:57

La facilidad para adquirir información es vista como un derecho que poseen todos y en todas las medidas, sin restricción alguna, bajo ese criterio la publicidad a dejado de ser solo un medio y es ahora el camino para el éxito, esto ha generado un sin número de vulneraciones a los derechos que en diversos campos en la esfera del Derecho de Empresarial se observan, y por ello debería retomarse aquellos principios fundamentales que versan en nuestras constituciones nacionales, el desarrollo, el avance y crecimiento empresarial debe ser de todos y para todos, debe analizarse si la publicidad sigue siendo un medio o se ha convertido en el único medio que permita el crecimiento. #7 La información es poder — 21-06-2010 10:45 En la actualidad estar informado de lo que ocurre, ya no solo en nuestro alrededor, sino en el mundo entero, utilizando la información en el momento en que se genera, ya es algo habitual. La sociedad no quiere esperar al día siguiente para descubrir que acontecimientos han ocurrido, ni quiere enterarse por terceras personas ni mucho menos dedicar tiempo a buscar la información en otro sitio distinto que no sea la red, debido tanto a su agilidad e inmediatez como a su gran volumen de información. El factor humano, es precisamente el responsable de que podamos acceder a la información en el mismo momento en el que ésta se produce y no por ejemplo al día siguiente, algo que hoy en dia seria calificado como “tarde”. Navegar según nuestra destreza personal, consistirá en buscar lo que necesitamos sin perdernos en este mar de información, aprendiendo a realizar la selección adecuada #6 Desconfiar — 21-06-2010 10:03 Todos tenemos esa necesidad de informarnos, cuando nos ocurre algo o a alguna persona cercana a nosotros sentimos la necesidad de acudir a la red para informarnos de ello, pero efectivamente hay que tener mucho "ojo" con esto y saber donde buscar, ya que nuestra inquietud se puede convertir en una angustia mayor. Debemos ser precavidos y acudir a aquel medio que mejor nos puedo informar sobre nuestra situación y no dejarnos llevar por las prisas de enterarnos de todo cuanto antes ya que como he dicho puede ser perjudicial, y esto se debe a que además de ser aprensivos, en la red se mueve mucha información poco fiable. #5 Información y Poder — 21-06-2010 10:00 “La información es poder”. Un dicho que en esta nueva generación digital ha cobrado una importancia superlativa, con proveedores de información en la red como Google como protagonistas. Por supuesto aquí se plantea el problema de la responsabilidad en el manejo de semejante poder, de parte de Google por supuesto, pero de los destinatarios de esa información, también. Es decir, nosotros, todos y cada uno de los que accedemos a la red. Históricamente, el poder se ha manejado con un juego de balances de poder, mediante la imposición de límites. En este caso, no puede ser distinto y el rol que desempeñamos nosotros es fundamental para preservar un orden y una buena distribución de los contenidos que vemos día tras día en la web y que nos proporcionan Google y sus pares. Debemos ser concientes que en nuestras manos está la posibilidad de limitar el que hasta hoy parece un poder aplastante de Google respecto del dominio de la información en la red. #4 El poder de las TIC — 21-06-2010 08:46 Las TIC son incuestionables hoy día y están ahí, gracias a la labor tan importante que han desarrollado a la hora de satisfacer nuestro deseo de información. Han llegado a formar parte de la cultura tecnológica que nos rodea y con la que debemos convivir, amplían nuestras capacidades físicas y mentales y nuestras posibilidades de desarrollo social poniendo al alcance de cualquiera toda la información imaginable. Son cambiantes, siguen el ritmo de los avances científicos y en este contexto de globalización económica y cultural, contribuyen a la rápida renovación de las informaciones, provocando continuas transformaciones en nuestros comportamientos sociales y culturales, incidiendo en casi todos los aspectos de nuestra vida: el

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trabajo, la economía, el ocio, las relaciones, la calidad de vida, la educación... Su gran impacto en todos los ámbitos de nuestra vida hace cada vez más difícil que podamos actuar de una manera en la que no estén presentes. #3 Cotilleo 2.0 — 20-06-2010 23:32 Es una realidad que queremos estar informados, estar informados es un termino genérico que variará según los intereses de la persona, en los medios de comunicación la información es seleccionada en función de los gustos de la mayoría. La llegada de internet y últimamente la llamada web 2.0 con sus herramientas disponibles, agregadores personalizados, suscripciones RSS, blogs... nos permiten configurar nuestra oferta personalizada, nos hemos convertido en "Cotillas 2.0". Con esto reforzamos la expresión, "la información es poder", aunque también debemos de ser conscientes que en internet muchas de las fuentes no son fiables. #2 Querer conocer fomenta el saber — 20-06-2010 19:56 Es cierto qué todos queremos saber qué ocurre en el mundo en el que vivimos, queremos saber que pasa y para ello acudimos a los medios de comunicación. Podemos acudir , a la televisión, diarios on-line, prensa, blogs, radio, donde suministrarán una gran cantidad de información y de diferentes ideología o puntos de vista. Para formarnos una opinión bien informada es necesario saber acudir a aquellos medios donde nos esgriman la noticia desde distintos puntos o bien, más cercana a nuestros juicios de valor. Por ello cuando navegamos en búsqueda de información y conocimiento para saciar nuestro deseo del saber o conocer es necesario que el usuario sepa discriminar para poder tener su propio criterio ante la sobre información que tal vez crea la red. Por ello el saber navegar es fundamental para poder ser partícipe del mundo de conocimiento y del saber que crea Internet. #1 Condenados a entenderse — 20-06-2010 12:21 Marcel Proust: "A veces estamos demasiado dispuestos a creer que el presente es el único estado posible de las cosas". Así como la metempsicosis explica que la misma alma habita en sucesión los cuerpos de diferentes seres, y que a la muerte de uno sucede el nacimiento de otro, creando un flujo continuo de vida que permite la perpetuación de la idiosincrasia y características propias entre diferentes personas o entes ( y en distintos momentos), creando un híbrido nuevo del que surgirá un ser más fuerte, un superhombre, o una súper entidad (en el caso que nos ocupa), así la esencia del alma de la prensa escrita propiciará la génesis de un nuevo modelo de negocio más equilibrado y más accesible para todos, tomando el cuerpo virtual e intangible de Google para poner la simiente de un nuevo mundo en el lecho nutricio, fértil e inmarcesible que es la red. Condenados a entenderse.

La Metempsicosis o metempsícosis es una antigua doctrina filosófica griega basada en la idea tradicional de la constitución triple del ser humano (espíritu, alma y cuerpo) que afirma el traspaso de ciertos elementos psíquicos de un cuerpo a otro después de la muerte.