El Sentido de La Caritativa - Luigi Giussani

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Luigi Giussani

EL SENTIDO DE LA CARITATIVA

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LA BASSA EN LOS AÑOS 60

A partir de 1958 algunos centenares de chicos de Gioventú Studentesca de Milán

empezaron a ir cada semana a una zona de la Bassa1 milanesa. Durante unas horas

acompañaban a los hijos de los campesinos alternando juegos, clases de alfabetización y

catequesis de acuerdo con los párrocos del lugar.

De ese modo nació la “caritativa”, que sigue constituyendo uno de los gestos

fundamentales de la propuesta educativa de Comunión y Liberación. Desde entonces,

miles de personas en Italia y en todo el mundo se educan para aprender que la ley de la

existencia es la gratuidad, a imitación de Jesús de Nazaret. Personas educadas de esta

manera tratan de vivir según la misma ley todas las circunstancias de su vida, hasta la

creación de obras para compartir las necesidades de los demás y tratar de hallar

respuestas que hagan mejorar a la sociedad.

El 20 de diciembre de 1959 tuvo lugar en Milán una asamblea de chicos de GS que

participaban en la iniciativa caritativa de la Bassa. A continuación publicamos los apuntes

de ese encuentro con don Giussani -entonces profesor de religión en el Liceo Berchet- en

su forma original de notas. Ampliamente retomados en un texto sacado en multicopista

en febrero de 1960, publicados en la revista de GS Milano studenti, constituyeron el

material para preparar el cuaderno El sentido de la caritativa (primera edición 1961), que

sigue siendo hoy el texto de referencia, en lo que respecta al contenido y el método, para

la educación en la dimensión de la caridad en el movimiento de CL.

11 El término “Bassa” indica el conjunto de iniciativas caritativas llevadas a cabo por los chicos de GS en

los años 50 y 60 en la zona sur de Milán, que en aquel tiempo se encontraba en una situación de subdesarrollo.

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FINALIDAD

1.

Interesarnos por los demás es, en primer lugar, una exigencia propia de nuestra

naturaleza.

Cuando experimentamos algo hermosos nos sentimos empujados a comunicarlo a los

demás. Cuando vemos a otros que pasan necesidad, nos sentimos empujados a ayudarles

con algo nuestro. Esta exigencia es original y natural; prueba de ello es que la tenemos

aun antes de ser conscientes de ella y de considerarla –justamente— como una ley de la

existencia.

Nosotros vamos a la "caritativa" para satisfacer esta exigencia.

2.

Cuanto más vivimos esta exigencia y secundamos esta ley, más nos realizamos a

nosotros mismos. Entregarnos a los demás nos produce precisamente la experiencia irnos

completando. Tanto es así que, si no logramos dar, nos sentimos privados de algo.

Interesarnos por los demás y entregarnos a los demás nos permite cumplir el deber

supremo de la vida —más aún, el único—, que es realizarnos a nosotros mismos, alcanzar

la plenitud.

Nosotros vamos a la "caritativa" para aprender a cumplir este deber.

3.

Cristo nos hizo comprender la razón profunda de todo esto al desvelarnos que la ley

última del ser y de la vida es la caridad. Es decir, la ley suprema de nuestro ser es

compartir el ser de los demás, compartir nuestro ser con los demás.

Únicamente Jesucristo nos dice esto con total claridad y seguridad, porque es Él quien

sabe qué es cada cosa, quién es Dios del que nacemos, qué es el Ser.

Puedo entender del todo la palabra "caridad" sólo cuando pienso que el Hijo de Dios,

al amarnos, no nos envió sus riquezas —como hubiera podido hacer, cambiando

radicalmente así nuestra situación—, sino que se ha hecho indigente como nosotros,

"compartió" nuestra nada.

Nosotros vamos a la "caritativa" para aprender a vivir como Cristo.

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CONSECUENCIAS

1. Una motivación clara

La caridad es la ley del ser y precede cualquier simpatía o conmoción. Por tanto, hacer

algo por los demás tiene un valor en sí y puede hacerse incluso despojado de cualquier

entusiasmo. Podría perfectamente no producirse ningún resultado "concreto", como se

suele decir. Para nosotros la única actitud "concreta" es la atención a la persona, la

consideración de la persona, es decir, el amor.

Todo lo demás puede venir como consecuencia: igual que Jesús nos amó y, después,

hizo los milagros y dio de comer a la gente.

Para que nuestra apertura a los demás sea verdadera cabe advertir dos puntos de

partida incompletos y ambiguos, que todavía no hemos identificado claramente:

a) Socorrer las necesidades ajenas.

Es todavía un punto de partida incompleto porque: ¿Cuál es la verdadera necesidad

del otro?

Se trata de un planteamiento ambiguo, pues depende de lo que nosotros

consideremos “su necesidad”. ¿Y si lo que yo les llevo no es lo que de verdad necesitan?

Yo no sé lo que es lo que necesitan de verdad. Es una medida que no poseo yo, es una

medida que está en Dios, que pertenece al Misterio. Por eso las "leyes" y las "justicias"

pueden llegar a aplastar al otro si olvidan la única realidad concreta, la persona, o si

pretenden sustituir la única actitud concreta hacia ella: el amor a la persona.

b) La amistad con los necesitados

También esto es un punto de partida incompleto para ir a “la caritativa”, una

motivación ambigua. La amistad es una correspondencia que se puede dar o no; es un

acontecimiento que no es esencial para nuestro obrar ahora, aunque sí lo es para nuestro

destino final.

2. Un descubrimiento sublime y misterioso

Acercarnos a los demás libremente, compartir un poco de su vida y poner en común un

poco de la nuestra –¡sólo se comprende obrando!—, nos hace descubrir algo sublime y

misterioso; precisamente porque les queremos descubrimos que no somos nosotros

quienes les hacemos felices; y que ni siquiera la sociedad más perfecta, el organismo

legalmente más sólido, el planteamiento más inteligente, la riqueza más ingente, la salud

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más férrea, la belleza más pura, y la civilización más “educada” podrán jamás hacerles

felices.

Es Otro quien los puede hacerles felices. ¿Quién es la razón de ser de todo? ¿Quién lo

hace todo?: Dios.

Entonces, Jesús deja de ser simplemente quien me anuncia la palabra más verdadera,

quien me explica la ley de mi humanidad y de la realidad que me rodea, ya no es sólo la

luz que ilumina mi mente: descubro que Cristo es el sentido de mi vida.

El testimonio de quien lo ha experimentado es precioso: "Sigo yendo a la caritativa

porque espero que tengan un sentido su sufrimiento y el mío".

La esperanza es Cristo. Todo tiene un sentido: Cristo. Esto es lo que descubro

finalmente yendo a “la caritativa”. Precisamente experimentando la impotencia última de

mi amor mi inteligencia ahonda en la sabiduría, se adentra en una verdadera cultura.

3. El signo de la comunidad eclesial

Pero Cristo está presente ahora. No "estuvo", no "nació", sino que "está", "nace" hoy:

es la Iglesia. La Iglesia es Cristo, presente ahora, como Él ha querido.

Y la Iglesia es la comunidad que formamos nosotros, con todos nuestros límites, pobre

gente pero que le pertenece a Él. Por eso nos sostiene la esperanza: Dios mismo está

entre nosotros, En un encuentro, uno de nuestros chicos dijo: "sigo yendo a la caritativa

porque estáis vosotros, que sois la Iglesia, es decir, Cristo". ¡Es cierto!: Es exactamente el

sentido de la comunidad eclesial, el sentido que tiene nuestro estar juntos, lo que nos

hace seguir hoy entre los minusválidos, los ancianos, los indigentes, con cualquiera que

pase necesidad y mañana en la fábrica, en la ciudad, en Europa, en el mundo, que es tan

grande y Le espera.

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DIRECTRICES

Es preciso comparar la propia experiencia con quien guía; de lo contrario perderíamos

más fácilmente la tensión a buscar la razón profunda de lo que hacemos, que nos

sostiene a la hora de obrar por los demás, y también cederíamos más fácilmente al

desánimo, al cansancio y a la infidelidad.

Fiarse de las indicaciones que el Movimiento ofrece mediante sus responsables y ser

fieles a la decisión tomada personalmente es nuestro primer mérito y dará su fruto.

Las directivas que Comunión y Liberación da con respecto a la acción caritativa son

tres:

1. Saber por qué.

Hasta que no sepamos bien, con claridad y sencillez, el porqué de nuestra actividad

caritativa, la finalidad que perseguimos, no podremos quedarnos tranquilos. Sólo así

podremos ser fieles a este gesto que nos educa en la caridad, incluso cuando nos falte

entusiasmo o gusto.

Es necesario por tanto, preguntar en nuestras reuniones, conversar en los grupos,

juzgar nuestra experiencia junto con los responsables de la comunidad, con las personas

más vivas y maduras. Y sobre todo confrontarse cada cierto tiempo con el Centro.

2. Obrar para comprender.

Para comprender no basta saber: hay que obrar con ese coraje de la libertad que

consiste en adherirse al Ser que vemos, a su verdad.

Si la ley de la existencia es compartir lo que uno es con los demás, tendríamos que

compartirlo todo, cada instante. Esta es la meta de nuestra humanidad, la madurez

suprema, la santidad. Para educarnos en este ideal, lo que más nos ayuda no es tanto

vernos obligados por las circunstancias, cumplir el "deber" en el sentido habitual. Lo que

me educa es cómo dispongo de mi tiempo libre. Lo que me da la medida exacta de mi

disponibilidad a los demás, es el uso que hago de ese tiempo que es solo mío, en el que

puedo hacer "lo que quiera". Así adquirimos una mentalidad, un modo casi instintivo de

concebir la vida entera como un compartir.

El “pequeño” tiempo libre redime todo lo demás y, poco a poco, yendo a la caritativa

se comienza a comprender mejor al compañero de clase o de trabajo, a los padres y a los

amigos.

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Normalmente, el tiempo privilegiado en el en el que podemos asimilar con agilidad

esta mentalidad es la juventud. Esta mentalidad se adquiere en la juventud.

Además, sólo empezando a obrar, empezando a dar una parte de nuestro tiempo libre

en un ejercicio integral de nuestra libertad, la caridad cristiana se convertirá en

mentalidad, en convicción plena, en una dimensión permanente de nuestra conciencia.

Debemos advertir que no nos interesa en primer lugar la multiplicidad de actividades,

ni la cantidad de tiempo libre que dedicamos. Nos interesa que crezca en nuestra vida la

capacidad de compartir, que madure en nuestra conciencia el valor que tiene compartir

las necesidades ajenas, al menos mediante algún gesto, aunque sea mínimo, y a

condición de que sea previsto y llevado a cabo de forma sistemática.

Por tanto, para empezar, bastaría con ir una vez al mes. Por lo que se refiere a la

periodicidad del compromiso también es bueno consultarlo con quien puede

aconsejarnos correctamente en la comunidad.

3. Obrar con orden.

Es nuestro tiempo libre lo que tenemos que comprometer (y lo más a fondo posible). Y

el criterio para utilizar el tiempo libre es lo que me ayuda a crecer. Para obrar con orden

tenemos que respetar dos condiciones:

a) Que nuestro empeño no menoscabe el estudio (o el trabajo).

b) Que tampoco falte a la “discreción” hacia nuestra familia.

También en este sentido el diálogo personal con la familia y con la autoridad nos

ayudará a identificar el criterio para definir el uso adecuado de nuestro tiempo libre.

Nota final

Para que el gesto común sea completo es necesario:

Por parte del grupo que la propone: que sea una iniciativa guiada, que comience

con una oración y que sea juzgada en común por lo menos una vez al año.

Por parte de la persona; que sea un compromiso libre al que cada uno se

mantenga fiel.

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Gioventú Studentesca de Milán

Reunión del 20 de diciembre de 1959

INICIATIVAS CARITATIVAS

Objetivo: examen de los motivos y de las formas de actuación práctica de

la iniciativa

Síntesis de don Giussani

Todos habéis reiterado que el fin por el que vamos a la caritativa nos convence sólo

haciéndola.

¿Cuál es este fin? Las respuestas que habéis dado son muchas:

- una exigencia pre-consciente, todavía confusa, de interesarse también por los

demás;

- interesándose por ellos experimentamos un gusto;

- no podemos quedarnos tranquilos pensando en quien sufre (podríamos

quedarnos en la búsqueda de un gusto).

Otras respuestas:

- nos completamos a nosotros mismos, nos educamos;

- es un deber. Pero, ¿qué es el deber sino educarnos, completarnos?;

- vivir es compartir, la ley de la vida es la caridad. En esto queremos educarnos.

Esta es la respuesta exacta, o más bien, la más completa; el resto describe

nuestro obrar por los demás de forma más exterior;

- socorrer las necesidades ajenas. Sería una respuesta todavía incompleta, porque

¿cuál es la necesidad del otro? Es un planteamiento ambiguo porque depende de

lo que creamos que es la necesidad del otro: ¿y si lo que yo les llevo no es

realmente lo que necesitan? Lo que necesitan no lo sé yo, no lo mido yo, no lo

tengo yo. Es una medida que no poseo, que está en Dios, en el Ser que vive

compartiendo, participando su vida a otros. ¡Pensad en el misterio tan luminoso

de la Trinidad!

La ley del ser es la caridad, es compartir: solamente Cristo nos lo ha dicho con total

seguridad y decisión, metafísicamente. He aquí la razón para ir a la caritativa: porque la

ley de mi ser es la caridad y puedo aceptarla si quiero ser. Sólo Jesucristo nos lo dice, Él

que sabe qué es cada cosa, qué es Dios de quien nacemos. Sólo Él nos lo podía decir

porque es Dios mismo. Quien se dedica a los demás - a lo mejor en nombre de la

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“justicia”, la “justicia social”, por ejemplo -, sin saber que el valor de las personas es

eterno, sin creer en Dios, acaba siendo un político, un agitador rabioso o un maniático.

Sin sentimentalismo: el hacer por los demás es desnudo, no se mueve por

entusiasmos. Por tanto, puede no darse ningún resultado, como se suele decir,

“concreto”. Estamos cansados de quien llama “concreto” a lo que no es la persona, a lo

que no es el valor puro y simple del “yo”. La única actitud concreta es la atención a la

persona, el amor a la persona, en definitiva, amar. Las leyes y las “justicias” oprimen

porque olvidan o pretenden sustituir lo único “concreto” que existe: la persona y el amor

a la persona.

También es un error fundar nuestra acción en la amistad que pueda surgir con ellos,

porque esto entraña una ambigüedad. La ley que acabamos de recordar es la ley del ser y

está por encima de simpatías o emociones.

Deberíamos compartirlo todo, en cada instante. Pero para educarnos en esta inmensa

madurez el estar obligados por las circunstancias vale poco. Es el pequeño tiempo libre, el

tiempo que es propiamente mío, en el que se manifiesta la medida exacta de mi

disponibilidad hacia los demás. Nos educamos en el amor usando el tiempo libre para

compartir el ser de los demás compartiendo sus necesidades. Así se forma en nosotros

una verdadera mentalidad, un modo casi instintivo de concebir la vida entera como un

compartir. De esta manera el pequeño tiempo libre redime el resto. Y uno entiende más a

su compañero de clase, a su padre o a su madre yendo a la Bassa.

Normalmente, esta edad, la nuestra, es el momento -único- en que podemos asimilar

con agilidad esta mentalidad. Y sólo empezando a hacer, a dar nuestro tiempo con

libertad, la caridad se convierte en nuestra mentalidad, en convicción, en dimensión

caritativa.

Pero al ir y al hacer, se descubre algo (¡se comprende haciendo!): se descubre que

justamente porque los amamos, porque compartimos con ellos, no somos nosotros los

que les hacemos felices; y que ni siquiera la sociedad más perfecta, el organismo

legalmente más sólido, la riqueza más ingente, la salud más fuerte, la belleza más pura, la

civilización más “educada”, podrá jamás hacerles felices. Es Cristo quien les hace felices,

porque es la razón de todo, quien lo hace todo, porque es Dios. Entonces Jesús deja de

ser simplemente quien me anuncia la palabra más verdadera, quien me explica la ley de

la realidad; ya no es sólo la luz de mi mente: descubro que Cristo es el sentido de la vida.

Es la preciosa intervención de G.: «espero que tengan un sentido su sufrimiento y el mío».

La esperanza es Cristo. Todo tiene un sentido: Cristo. Esto es lo que descubro yendo a la

Bassa, a Cesano, etc. (alguien aludió a una “cultura”).

Y al final la observación bellísima de Della P.: «sigo yendo porque estáis vosotros que

sois la Iglesia, es decir, Cristo - como Él quiso - presente ahora». Es cierto lo que decía don

V. hoy en la misa en San Gottardo: Cristo no es alguien que “nació” y “vivió”; es alguien

que “nace” y “vive”. Es la Iglesia. La esperanza que nos sostiene es Dios mismo que está

entre nosotros ahora. Está aquí entre nosotros: esto nos sostiene al ir a la Bassa, a Cesano

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o a las demás caritativas. Y mañana iré a la fábrica, a la ciudad, a Europa o en el mundo

entero que es tan grande y que Le espera.

Para comprender no basta “saber”, hay que “hacer” con coraje. Y obrando reflexionar,

a ser posible juntos, sobre lo que se hace, pidiendo ayuda y consejo. No podemos

quedarnos quietos hasta que no lleguemos a saber bien con claridad y sencillez el por qué

último, el objetivo de nuestro obrar. Comentémoslo en nuestros encuentros, en los

grupos, con los responsables. El objetivo es extraer de lo que hacemos el sentido, la razón

que nos permitirá ser fieles incluso cuando dejemos de tener entusiasmo o de sentir

satisfacción.

Prácticamente tenemos que seguir dos reglas:

a) Hacer referencia continua a GS, preguntando, conversando, juzgando con otros,

especialmente con la autoridad, porque de otra manera se abandona, deja de

tener sentido la búsqueda de la razón profunda por la que obramos por los

demás.

b) Obrar con orden. Es nuestro tiempo libre el que tenemos que comprometer

(¡hasta el fondo!): y el criterio para utilizar el tiempo libre no soy yo, sino quien

me ayuda a crecer, quien me educa, esto es, quien tiene autoridad. Hay que

cuidar en particular que la acción caritativa no menoscabe el estudio y no nos

haga faltar a la discreción con la familia.

Además, para ir a la Bassa, seguid estas indicaciones:

- para los de 14 y 15 años la norma debería ser ir una vez al mes;

- para los de 16, 17 y 18 la norma debería ser ir una o dos veces al mes.

No nos interesa cuántas veces vamos o cuántas actividades desarrollamos, sino que a

través de algunos gestos se afirme el principio del compartir en nuestra vida.