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Litoral e 4 El silencio en Alejandra Pizarnik Germán Cravioto* L os Diarios de Alejandra Pizarnik 1 (AP) revelan el trasfondo personal, tanto en términos lite- rarios como existenciales, de una autora confina- da a la inestable soledad de su escritura. En ellos, son recurrentes algunas referencias que devienen valores líricos por la fuerza de insistentes intros- pección y auto-cuestionamiento; entre ellas se encuentran las constantes figuraciones de la sed- carencia, el mar, la espera y la tardanza, la vida, el vacío, el suicidio-muerte, la enfermedad-locura, el amor, el cansancio, el llanto, la angustia, el aban- dono, el miedo, el sexo y el deseo, los rostros y, por supuesto, el silencio. Tales valores pueden cambiar conforme evolu- ciona la escritura de los Diarios y la reelaboración de algunos de sus pasajes como poemas, de ahí que un mismo referente llegue a tener cargas distintas y contradictorias. A través de los Diarios seguiremos, un tanto descriptiva, un tanto interpretativamen- te, los valores del silencio en el discurso personal literario de Alejandra Pizarnik. Lo haremos desde algunas consideraciones críticas. En El grado cero de la escritura, Roland Barthes 2 discurre sobre: 1) la escritura artesanal (burguesa, tendiente al orden establecido, la pasión del es- * Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Coahuila. Se dedica a la docencia a nivel medio superior y par- cipa en proyectos editoriales al servicio de Amanuense Editorial como redactor, corrector e invesgador. Su acvidad en la es- critura literaria es más bien esporádica; recurre a ella, principal- mente, con poemas que llegan a publicarse en fanzines y otras publicaciones de edición artesanal. 1 Alejandra Pizarnik, Diarios, Barcelona: Lumen, 2005. 2 Roland Barthes, El grado cero de la escritura, México: Siglo XXI, 2000. Me refiero especialmente a “La escritura y el silencio”, pp. 76-80. Hacia el elogio del silencio es entonces como se relega el mito de la presencia ple- na arrancada a la diferencia y a la violen- cia del verbo. Jacques Derrida

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El silencioen Alejandra Pizarnik

Germán Cravioto*

Los Diarios de Alejandra Pizarnik1 (AP) revelan el trasfondo personal, tanto en términos lite-

rarios como existenciales, de una autora confina-da a la inestable soledad de su escritura. En ellos, son recurrentes algunas referencias que devienen valores líricos por la fuerza de insistentes intros-pección y auto-cuestionamiento; entre ellas se encuentran las constantes figuraciones de la sed-carencia, el mar, la espera y la tardanza, la vida, el vacío, el suicidio-muerte, la enfermedad-locura, el amor, el cansancio, el llanto, la angustia, el aban-dono, el miedo, el sexo y el deseo, los rostros y, por supuesto, el silencio.

Tales valores pueden cambiar conforme evolu-ciona la escritura de los Diarios y la reelaboración de algunos de sus pasajes como poemas, de ahí que un mismo referente llegue a tener cargas distintas y contradictorias. A través de los Diarios seguiremos, un tanto descriptiva, un tanto interpretativamen-te, los valores del silencio en el discurso personal literario de Alejandra Pizarnik. Lo haremos desde algunas consideraciones críticas.

En El grado cero de la escritura, Roland Barthes2 discurre sobre: 1) la escritura artesanal (burguesa, tendiente al orden establecido, la pasión del es-

* Licenciado en Sociología por la Universidad Autónoma de Coahuila. Se dedica a la docencia a nivel medio superior y parti-cipa en proyectos editoriales al servicio de Amanuense Editorial como redactor, corrector e investigador. Su actividad en la es-critura literaria es más bien esporádica; recurre a ella, principal-mente, con poemas que llegan a publicarse en fanzines y otras publicaciones de edición artesanal.1Alejandra Pizarnik, Diarios, Barcelona: Lumen, 2005.2Roland Barthes, El grado cero de la escritura, México: Siglo XXI, 2000. Me refiero especialmente a “La escritura y el silencio”, pp. 76-80.

Hacia el elogio del silencio es entonces como se relega el mito de la presencia ple-na arrancada a la diferencia y a la violen-cia del verbo.

Jacques Derrida

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critor dirigida a la forma); y 2) otro tipo de escritura, buscada por autores que desearon reencontrar “la frescura de un estado nuevo del lenguaje” (atacando al lenguaje literario, a los renacientes clisés, a los hábitos). En el primer extremo las referencias de Barthes son Gide, Valéry, Montherlant, “incluso Bre-ton”; en el segundo: Mallarmé, “algunos su-rrealistas” quedados en el olvido y Rimbaud. La polaridad no concede demasiado aliento al segundo tipo;3 antes de hacer su descrip-ción conceptual, Barthes prepara: la desin-tegración del lenguaje conduce a un silencio de la escritura; el lenguaje, escape del mito literario, recompone aquello de lo que huyen

Los Diarios de Alejandra Pizarnik revelan el

trasfondo personal, tanto en términos literarios

como existenciales, de una autora confinada a la

inestable soledad de su escritura.

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3Barthes se dirige a una tercera escritura (“blanca”, “neutra”, de “grado cero”, no sujeta a juicios ni gritos, cuya obra inaugural sería El extranjero, de Camus). No obstante, en el camino formaliza lo que en Pizarnik —vamos a verlo— fue una combinación de tien-tos, repliegues y extensiones en torno al silencio como valor líri-co. Añadir el nombre de Alejandra Pizarnik en ese segundo grupo sigue un interés epistémico y metódico; usamos las característi-cas señaladas como marco para colocar un retrato estilístico de la autora (observando correspondencias entre la crítica teórica y el texto pizarnikeano), haciendo un corte en apariencia simple (las referencias al silencio encontradas en sus Diarios).

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ciertos escritores; no hay escri-tura que se conserve revolucio-naria; todo silencio de la forma sólo escapa a la impostura por un mutismo completo…

Y añade: “Este arte tiene la es-tructura del suicidio: el silencio es en él como un tiempo poético homogéneo que se injerta entre dos capas y hace estallar la pa-labra menos como el jirón de un criptograma que como luz, vacío, destrucción, libertad”.

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La primera referencia al silencio aparece en el diario de 1955, al momento de recibir el alba: “Sien-to mi despertar como una adhe-sión de una hoja a ‘su’ árbol, como mi volver a pegarme a la rama que

me agitará arbitrariamente. Silen-cio de hoja matutina sin voz para sollozar la infamia de su inepcia. Silencio de tensión erguida en la sien del árbol”. Pero el silencio no será un valor exclusivamente ma-tinal en las figuraciones poéticas de AP, noche y relatividad pue-den resultar marcos igualmente propicios al silencio buscado: “La noche insiste en ser un silencio. Yo golpeo las puertas de la no-che. Nada de autocompasión. Es menester volver al silencio, no al silencio redondo, compacto, sino al silencio relativo”.

Aunque tangencial al perfil de las preocupaciones estéticas de AP, el tema de Dios, todavía en la escritura temprana de los Diarios, establece vínculo con el silencio,

“Descubro mi violento amor propio. Mi susceptibilidad ante

la menor desatención de la gente para conmigo es tan enorme que

me transformo en una muerta. De allí que alguien habló de mi

serenidad y de la falta de obsesión en mi comunicación con los otros.

La verdad no es así: toda prueba de amistad o de adhesión a mí

es tan desfalleciente en relación a lo que pretendo que no puedo hacer otra cosa que entrar en un silencio vestido de dignidad pero

palpitante de desilusión y de congoja infantil”.

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esta vez considerado como un difícil reducto ante la consabida omnipotencia del ser superior: “¿Es posible que Dios continúe siendo el ‘buen señor’ de la infancia, ese que ve en todas partes, para quien no existen puertas ni silencios?”. Respecto a la re-construcción personal que tanto creyó necesitar la autora, muy relacionada por cierto con la sensación del demasiado tarde que también es recurrente en sus escritos: “Sobre tanto dolor, sobre tantas ganas de morir y de no sufrir más el peso de este amor, he de reconstruirme. Con humildad y silencio”.

Enseguida, una preceptiva del silencio, sin men-cionar la palabra, esta vez contrapuesto a una im-posibilidad, la que tanto acompañó los motivos re-dactados en los Diarios, la del amor: “Morderse los dientes, comerse la voz, pero callar, callar como las piedras cuando meditan en la muerte, callar como los árboles cuando se enferman de pájaros. Llorar, callar. He aquí el único posible”.

A pesar de que en muchos de los pasajes el si-lencio tiene un cierto sentido de propiedad, de re-

El tema de Dios, [...] esta-blece vínculo con el silen-cio: “¿Es posible que Dios continúe siendo el ‘buen señor’ de la infancia, ese que ve en todas partes, para quien no existen puer- tas ni silencios?”.

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fugio, también llega a figurar en el recuento de la falta, como sucede en una serie de preguntas que AP lanza al aire (aquí sólo el fragmento alusivo): “¿Quién no posee un silencio, un tiempo, una mú-sica? […] Yo”. El silencio cobra presencia en la ex-periencia y el discurso de AP, pero aún adopta las formas de la novedad: “Ha sucedido algo extraño y nuevo. Fue un silencio. Luego la sensación insoste-nible de que guardo un desierto de cenizas”. Entre los esporádicos fraseos en lengua francesa, hay uno que consigna la íntima relación soledad-silencio: Rien qu´une femme dans le silence de la solitude.

El autoanálisis crudo no fue ajeno a las refe-rencias autobiográficas plasmadas en los Diarios: “Descubro mi violento amor propio. Mi suscepti-bilidad ante la menor desatención de la gente para conmigo es tan enorme que me transformo en una muerta. De allí que alguien habló de mi serenidad y de la falta de obsesión en mi comunicación con los otros. La verdad no es así: toda prueba de amistad o de adhesión a mí es tan desfalleciente en relación a lo que pretendo que no puedo hacer otra cosa que entrar en un silencio vestido de dignidad pero palpitante de desilusión y de congoja infantil”. El

lirismo del silencio se vuelve puntual: “Una poesía que diga lo indecible —un silencio—. Una página en blanco”.

Del juego de identificaciones y deslindes litera-rios, frecuentes en los Diarios de AP según avanza-ban sus lecturas, destaca la siguiente: “He hojeado las obras de Artaud y me contuve de gritar: descri-be muchas cosas que yo siento —en esencia: ese si-lencio amenazador, esa sensación de inexistencia, el vacío interno, la lucha por transmutar en len-guaje lo que sólo es ausencia o aullido—; y también habla de los periodos de tartamudez: la lengua rígi-da, la asfixia”. Frente al psicoanálisis junguiano, la autora reconoce una noción clave para comprender el vínculo que la experiencia lírica pizarnikeana mantiene con el silencio; su carácter de tensión: “Y también he hojeado un libro de Jung. Y tuve miedo de estar loca. Es más: me desilusioné. Porque si yo estoy loca, ¿por qué me pliego a las convenciones? ¿Por qué no me cubre la inconsciencia, el frenesí, el delirio? Y si no estoy loca, ¿por qué hay este si-lencio en mí, esta tensión interrumpida ocasional-mente por la angustia, la ansiedad y el llanto?”.

Hay un registro, en el plano de las reflexiones de AP acerca de la expresión artística, que da cuen-ta de la contextura que interviene en un proceso creativo exigente; lo hace a partir de una negación:

“Enamorarse a solas es enamorarse del silencio, un silencio con humo y espejos. El amor, si es algo, es dos que se miran. Tú has intentado crear su mirada en tu mágico laboratorio poético. No quejarse si estás quemada y dolorida. En vez de dos ojos salió una sonrisa de desprecio. La que esperabas sin duda. Pero como era demasiado insoportable revelarte que buscabas la desdicha pura te entregaste falsamente a lo que no buscabas”.

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“Pero no hay que exteriorizar espontáneamente porque dentro no hay nada. Sólo silencio y dolor”. No obstante, el silencio puede representar el tras-fondo de una gran contradicción en la memoria es-crita de la autora, el amor, en relación a lo que cabe esperar en su universo deseante: “Pero sé que mi vida sólo tiene sentido cuando amo como ahora no quiero amar, cuando intento un rostro y un nom-bre, que colorean mi silencio”.

En otra parte, el estado silente es objeto de suti-les distinciones: “Regreso al lugar de la espera […] No es lo mismo estar en silencio que no decir nada”. O bien motor de una circularidad que le impide sa-lir del delirio, y viceversa: “Mi delirio me hace ca-llar. Mi silencio me hace delirar”. Un instante de certeza conduce a otro de ambivalencia o contra-dicción: “Pero el silencio es tan cierto, tan verda-dero. Por eso escribo. Estoy sola y escribo. No, no estoy sola”. Entre las diferentes equivalencias que guarda el silencio, se encuentra la de la pasión se-xual: “Sólo el sexo merece seriedad y consideración porque el sexo es silencio”.

Vinculado a sensaciones enfermizas que tam-bién le ayudaron a escribir, en este caso con la ter-cera y segunda persona en combinación, el silencio es pilar de un confinamiento: “Apenas respira ya quien no hizo sino fumar, toser y escribir un cuen-to que le duele. Ve con esta sombra ulcerada por tu mundo sediento. Ve con tu gusto a hospital. Ro-deada de desechos, de cosas muertas que giran en tu memoria de princesa loca encerrada en tu torre de furia y de silencio”.

El silencio bien podría ser condición para el alla-namiento del terreno en que un yo discursivo en-trega las armas, inútilmente: “Ojalá pudiera hacer el silencio en mí y dejarme invadir por lo que quiera invadirme. Pero estoy tan invadida que nada más puede invadirme”. A un nivel extraordinario de la conciencia, al punto paranoide… asombro, terror, molestia, amenaza por el autodescubrimiento, por encontrar: “¡Qué hablaba yo de silencio! Encierro

sí, asfixia sí, seguro que sí. Y esperar a que venga la noche, mi sola seguridad, mi antro irreversible. Pedir el silencio ha sido una locura, un gesto torpe. Se vengarán”.

La vocación por la escritura conscientemente buscada se trastrueca frente a la inminencia del si-lencio; el arte verbal cobra forma y precisión sólo para anularse en el mismo acto. Dicho en la segun-da persona del singular: “En vano escribes. Vano es el lenguaje para quien aspira a una alta tensión del silencio”. La noción de la espera vuelve y se retira (como se verá más adelante) de los valores positi-vos en el imaginario cotidiano de la poeta, para no variar, de la mano de su consustancial fuente de contradicción, el amor: “He rechazado el amor, y cualquier posibilidad execrada de dicha constitui-da y sistemática. Pero no eres una heroína. No obs-tante, será necesario aprender lo que nunca pue-des: una espera, un silencio”.

El discurso impersonal sirve al reconocimien-to del estatuto del silencio: “¿Quién no está? […] Alguien se separó. Alguien no gusta de este viaje. Alguien sabe, al fin, que el silencio es tentación y promesa”. La soledad y el silencio vuelven, esta vez como ángulo de íntimas distinciones acerca del amor, para desembocar en una autoconfesión fría, en segunda persona, como en un conformismo raro: “Enamorarse a solas es enamorarse del silencio, un silencio con humo y espejos. El amor, si es algo, es dos que se miran. Tú has intentado crear su mira-da en tu mágico laboratorio poético. No quejarse si estás quemada y dolorida. En vez de dos ojos sa-lió una sonrisa de desprecio. La que esperabas sin duda. Pero como era demasiado insoportable reve-larte que buscabas la desdicha pura te entregaste falsamente a lo que no buscabas”.

El silencio puede tomar la forma de un agente destructor que remite a la fragilidad del oficio que-rido: “El silencio destruyó lo que se había propues-to: quedan algunos poemas como huesos de muer-to […] Una levísima presión, un invisible roce en

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lo que te es hostil y ya no escribirás más. Estamos a pocos pasos de una eternidad de silencio”. Otra ambivalencia surge cuando el silencio es la propie-dad de la desesperación, a la vez que canto: “Cuan-do el poeta no se enuncia ni se erige para celebrar o maldecir aparece el silencio de la desesperación pura, de la espera sin desenlace. Y sin embargo, es también canto, es voz, es decir en vez de no. Es aún una prueba de fe, la última, la que precede a la pá-gina en blanco”.

Como parte de sus lecturas, AP encuentra: “Qui-jote (cap. LXX) ‘…reventó mi alma por mi silencio y perdí la vida’”. El silencio le sugiere una relación conflictiva con la esperanza (la palabra mayor de su más específico sentido de la espera) desde el mo-mento que se propone no saber lo sabido, que unas pocas líneas abajo se transforma en una cuestión infantil y reincidente en lo amoroso: “Pero aún mantengo una esperanza absurda: la de no saber lo que supe estos días: que no hay nada en mí, que hay un silencio absoluto en mí. Mis angustias ya no me angustian porque ahora sé que son invenciones que realizo para no oír mi silencio, mi nada […] Mi esperanza más antigua es ésta (infantil, increíble): un encuentro con alguien que me haga sentir que vive, que somos dos, sin que tengamos que recurrir a la mediación del lenguaje oral”.

El lenguaje callado de las miradas acompaña la búsqueda de rostros, correlato del amor imposible y figura de la presencia plena en la memoria escrita de la autora; aquí surge el silencio como cualidad de un sentimiento de pérdida: He perdido mis ojos si-lenciosos.4 También aparece como propiedad de una luna que marca la presencia de la muerte, y su en-vés germinal: “Todo es morir aquí, a unos pasos de una luna de silencio, de simiente”.

4 Todas las cursivas a partir de aquí corresponden al original; se trata de los Diarios que fueron rescritos, por la misma Pizarnik, después de su estadía en Francia. Así aparecen en la edición de Ana Becciu.

“Siento mi despertar como una adhesión de una hoja

a ‘su’ árbol, como mi volver a pegarme a la rama que

me agitará arbitrariamente. Silencio de hoja matutina sin

voz para sollozar la infamia de su inepcia. Silencio de tensión

erguida en la sien del árbol”.

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Un rostro particular parece conmover la afila-da trayectoria discursiva del silencio en los Diarios, conduciendo al sentimiento de enfermedad, asocia-do esta vez a un éxtasis en el que se funden Eros y Tánatos; dicha paradójica de un naufragio ubicuo: Cubrió su rostro lo que más amo: un silencio que escondía palabras fatales, palabras presentidas, no formuladas, pero que están presentes como sombras amigas. Rostro suyo do-liéndome con hermosura. Yo estaba enferma y me encendía hasta el delirio la posibilidad de morir haciendo el amor. La fiebre hizo de mí una muy feliz náufraga: me proyectó a un lugar que hasta esa noche había sido el imposible emblema de mi esperanza.

El silencio, en cuanto el flujo discursivo de AP cae sucesivamente en él, deviene auto-referente un tanto más consciente en el contexto de su mayor labor prosística: Escribir un diario es disecarse como si se estuviese muerta. Mi búsqueda del silencio lo corrobora y también mi fervor por las posiciones físicas que evocan las de los muertos. En el paso de la tercera a la segunda persona, el silencio es un elemento contextual en la figura de una singularísima circunstancia que podría engendrar algún asesino tipo: Crepúsculo en el Bois mojado por la lluvia de ayer. Criatura privilegiada mirando árboles en la niebla. Hasta que el silencio me dio miedo y evoqué a mi asesino: un perverso estrangulador de muchachas que miran árboles en la niebla.

Como en escasas ocasiones en los Diarios de AP, el silencio es una cualidad de otra persona: “Su si-lencio. Ahora sé por qué estoy enamorada. Su silen-cio es la presencia de las cosas en vez de su repre-sentación imaginaria”.

Un tránsito. El silencio como una propiedad, de la tersura gaseosa a lo casi sólido, y combustible; también como marca de la permanencia y relato de un yo que anticipa su misma disolución:

Ejercicio de la mano izquierda:/de pasos en la oscuridad/a una nube de silencio/a un nuevo compacto silencio/que arderá cuando yo me silencie/diferentemente/será como un tatuaje/como sus ojos azules/engarzados de súbito en las palmas/de mis manos/indicando la hora del silencio/más hermoso/que nadie se atrevió a silenciar jamás/

El lenguaje callado de las mi-radas acompaña la búsque-da de rostros, correlato del amor imposible y figura de la presencia plena en la memo-ria escrita de la autora; aquí surge el silencio como cua-lidad de un sentimiento de pérdida: He perdido mis ojos silenciosos. También apare-ce como propiedad de una luna que marca la presencia de la muerte, y su envés ger-minal: “Todo es morir aquí, a unos pasos de una luna de silencio, de simiente”.

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entonces/no tendré más miedo/de ser yo ni de hablar de mí/pues yo estaré diluida en el silencio/esto que digo es promesa.

mmmDe vuelta en Buenos Aires, tras alrededor de cua-tro años en Francia, en 1964 y con casi una década de escribir Diarios continuamente, performándose una lírica personal en torno a los valores del silen-cio, aparece una tentación: “Me tienta un ensayo sobre el silencio (San Juan y Rimbaud)”. La creen-cia en la condición insomne como un mecanismo de protección; la necesidad expresada como nadie lo hace: “Creo que mis insomnios son para prote-germe: tener algunas horas de silencio […] Lo que necesito es una enfermedad, es reposo, es aisla-miento, es dulzura y silencio”.

De la molestia por el ruido doméstico se pasa a la consideración de un dicho anónimo que consig-na la supuesta fuente de la nostalgia que AP tiene por el silencio: “Lo que hace aquí mi vida imposi-ble son los ruidos y las voces de la familia. Además, me dijeron que mi oído es anormalmente fino. Yo no lo sabía. Tal vez ahora entiendo algo de mi nos-talgia del silencio”. De la certeza en la existencia del silencio a la confirmación pasada por la duda; reiterada la equivalencia sexo-silencio en su carga performativa: “El orgullo. El no querer compartir mi silencio con nadie. Pero mi silencio ¿existe? Existe ahora, mientras escribo, mientras me creo con palabras, me doy forma, me esculpo. Si no me escribo soy una ausencia. El sexo y la escritura me permiten tener forma de algo”.

Pero sólo para después relativizar la necesidad de la escritura; en la balanza, el sexo-silencio ad-quiere mayor peso: “A la vez, sé que no hay necesi-dad de escribir. Quiero decir que mucho más eficaz sería, para mí, hacer el amor día y noche. El silencio de los cuerpos”. Vuelta de la expresión, esta vez en un sentido utilitario, para introducir una medida de contraste con lo no dicho; el silencio cobra una cualidad táctil, como frontera de una interioridad marcada por el sentimiento enfermizo: “Usar del

lenguaje para que diga lo que impide vivir. Confe-rir a las palabras la función principal. Ellas abren, ellas presentan. Lo que no diga no será examinado. El silencio es la piel, el silencio cubre y cobija la enfermedad”.

En una tela de ironía, AP registra pormenores de una reunión de amigos; no sería posible dejar de lado al silencio para completar el trazo: “Yo me sentía anarquista e incendiaria (a causa de mis medias azules y mi ropa sport que no rimaba con los muebles ni con la ropa —y las caras— de los demás). Alessandro quería que yo cantara ‘en francés’. No comprendía por qué yo no quería ac-tuar; puesto que era poeta y estaba así vestida no podía quedarme en silencio”. La intención de decir todavía se detiene ante la inminencia del silencio, al menos provisionalmente: “Carta no enviada: Una noche, en el jardín de lilas, quise decírtelo; no me dejaste. Hiciste bien, había que defender la noche, las lilas, el silencio. Ahora no puedo no decírtelo”.

El silencio guarda ambivalencias antitéticas en justa yuxtaposición: Las promesas de la música. El sol el poema./Un sueño donde el silencio es oro-Una melodía. Frente a una pieza muy breve, la cual reúne aspec-tos de su meditación sobre el silencio, se refleja lo exigente que AP se ponía con su propia labor escri-tora: “Finalicé —creo— los Fragmentos para dominar el silencio. Hubieran podido ser más bellos”. De las últi-mas referencias en los Diarios, el silencio aparece con cualidades inusitadas: “Estado amorfo, silencio inte-rior opresivo e inquietante [...] Mis poemas de ahora están muertos. Siento que nada vibra dentro de mí. Hay una herida y eso es todo. Pero se cumple en un lugar en donde el lenguaje no parece necesario”.

*Esta diacronía de figuras y referentes, de índole personal íntima, pierde de vista sus atribuciones, movidas en ocasiones por determinado estado de ánimo, o bien por los diferentes planos de signifi-cado y/o el contexto de enunciación. La variedad

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de asociaciones y yuxtaposiciones en torno al silen-cio reflejan, más que una práctica discursiva etique-table simplemen-te como contra-dictoria, un pro-ceso identificatorio por definición contingente y mudable: un tropismo de la escritura.

El elogio5 del silencio como valor literario y per-sonal en Pizarnik (anticipado como búsqueda, refugio, estructuración, etc.), se convierte en un imposible; en el proceso creativo y referencial, ya lo hemos visto, el silencio deviene centro inestable alrededor del cual gira un conjunto de preocupa-ciones, complejos, necesidades y demás afectos que desdibujan lo plausible de una permanencia, de una apreciación mínimamente fija en la red de significaciones y el cuadro de objetos líricos en la prosa de la autora. La limpidez del silencio, la sen-sación de plenitud que provoca en las referencias más elaboradas, lleva un trasfondo accidentado, al-gunas veces prosaico, de donde emergen interroga-ciones esporádicas que ponen en duda el estatuto de la existencia; donde el silencio es un signo que se intercambia por los más disímiles contenidos y puede tener distintas propiedades como estados de la materia.

El afán creativo en la literatura pizarnikeana contiene una tendencia peligrosa, aquella que ha señalado Barthes: un rechazo a la impostura de las convenciones, un compromiso con la renova-ción del lenguaje que no admite acomodos en las regiones intermedias de la escritura, menos aún en

la escritura artesanal. Ya en sus Diarios se deja ver este compromiso, se confirmará en sus poemas y otras obras en prosa:6 AP se imponía una exigencia superlativa para revisar sus textos y darles punto final, como envés casi simétrico que busca resistir la impostura de las convenciones y los indeseables lugares comunes.

En los Diarios, hay un arte verbal en formación que presenta los atributos del silencio como jiro-nes heterogéneos, como multicolor refracción a través de los ángulos de la grafía, propagándose en sentidos que se anulan entre sí o hacen la escalada a la significación poética. Pero ello corresponde al “silencio de la escritura”. Por la otra parte, y vista la interrumpida trayectoria biográfica de Alejandra Pizarnik, es posible entrever el silencio en su aper-tura óntica; aquí la palabra no pasa por los ángulos de la escritura, es imposible adelgazar de esa mane-ra lo que constituye otra dimensión de la palabra, no reductible al orden de la gramática o el lenguaje literario, que lleva en sí los caracteres del caos: luz, vacío, destrucción, libertad… El imposible elogio del silencio se trastrueca por un mutismo comple-to e inmutable.

Alejandra Pizarnik ha cumplido su promesa, di-luirse en el silencio.

5 El epígrafe de este artículo (que fue tomado de De la gramatología, México: Siglo XXI, 2008, p. 180) tiene, por supuesto, un contexto. En el correspondiente capítulo, Jacques Derrida describe el menosprecio por la escritura en Rousseau, pero anuncia lo que será su aportación al respecto: una menos evidente pero semejante desconfianza por el habla viva que

manifiesta el autor de la ilustración francesa; por ello “Hacia el elogio del silencio…”.6 Faltaría hacer un análisis en la obra poética de Alejandra Pizarnik, la cual se ha tocado en los casos de evidente intersección con sus Diarios y solamente en relación con el silencio.

El elogio del silencio como valor literario y personal en Pizarnik (anticipado como búsqueda, refugio, estructuración, etc.), se convierte en un imposible; en el proceso creativo y referencial, ya lo hemos visto, el silencio deviene centro inestable alrededor del cual gira un conjunto de preocupaciones, complejos, necesidades y demás afectos que desdibujan lo plausible de una permanencia, de una apreciación mínimamente fija en la red de significaciones y el cuadro de objetos líricos en la prosa de la autora.