El universo discursivo

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El universo discursivo en el cual se crece Paul Goodman A pesar de nuestra tecnología del exceso, nuestra paz civil (?) y tantas oportunidades educativas y culturales, es difícil para un niño norteamericano madurar hacia la independencia, encontrar su identidad, conservar su curiosidad e iniciativa y adquirir una actitud científica, hábitos académicos, energía productiva y un lenguaje poético. Desgraciadamente, la filosofía envolvente a la que se habitúan los niños conforme crecen es la ortodoxia de una máquina social que no se interesa por las personas, especialmente por los jóvenes, salvo para el dominio y el ensanchamiento de sí misma. ¿Qué pasa, entonces, cuando con un pasado impersonal y estereotipado, el niño se convierte en adolescente: tímido y demasiado consciente de sí mismo, sexualmente hambriento y enamoradizo. buscando su identidad, metafísico, con su fe religiosa sacudida o en proceso de conversión religiosa, reviviendo su complejo de Edipo, intentando liberarse del hogar, con ambiciones grandiosas, definiendo una vocación, ansioso por ser útil como ser humano? Cuando menos en las comunidades simples la comunicación racional se rompe y se tiene el recurso de los ritos de iniciación. La visión del mundo del norteamericano es peor que inadecuada: es irrelevante y rutinaria; los adolescentes están espiritualmente abandonados. Se aislan porque no se les toma seriamente. Las máquina social no requiere ni desea que la juventud encuentre su identidad y vocación; se interesa solamente por la amplitud. No desea una nueva iniciativa, sino la conformidad. Nuestra ortodoxia no tolera la metafísica. Con frecuencia se tratan los problemas religiosos como psicóticos; ciertamente rompen el orden urbano y la programación escolar. Muchas de la carreras existentes -casi todas- no sirven a la humanidad; no es por ello que se desarrollan los negocios o se apilan las bombas. Es asombroso que el idealismo tenga tan poco prestigio. La situación sexual del adolescente es particularmente ambigua. Nos encontrarnos en una fase de transición de la revolución sexual y existe una ruptura de la represión y también una menor inhibición del comportamiento sexual. Sin embargo, ni en los patrones de la economía, del alojamiento o de la familia, existe respuesta alguna para las costumbres alteradas. Todo lo contrario, los años de enseñanza hasta parecen prolongarse, especialmente para aquellos estudiantes de la clase media que acude a las universidades en donde las administraciones se consideran a sí mismas como sustitutos de los padres. La ideología higiénico mental oficial tiene pocas relación con las imágenes tormentosas y las demandas imperativas del amor adolescente. En las escuelas elementales y de segunda

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El universo discursivo en el cual se crece

Paul Goodman

A pesar de nuestra tecnología del exceso, nuestra paz civil (?) y tantas oportunidades educativas y culturales, es difícil para un niño norteamericano madurar hacia la independencia, encontrar su identidad, conservar su curiosidad e iniciativa y adquirir una actitud científica, hábitos académicos, energía productiva y un lenguaje poético.

Desgraciadamente, la filosofía envolvente a la que se habitúan los niños

conforme crecen es la ortodoxia de una máquina social que no se interesa por las personas, especialmente por los jóvenes, salvo para el dominio y el ensanchamiento de sí misma.

¿Qué pasa, entonces, cuando con un pasado impersonal y estereotipado, el

niño se convierte en adolescente: tímido y demasiado consciente de sí mismo, sexualmente hambriento y enamoradizo. buscando su identidad, metafísico, con su fe religiosa sacudida o en proceso de conversión religiosa, reviviendo su complejo de Edipo, intentando liberarse del hogar, con ambiciones grandiosas, definiendo una vocación, ansioso por ser útil como ser humano?

Cuando menos en las comunidades simples la comunicación racional se

rompe y se tiene el recurso de los ritos de iniciación. La visión del mundo del norteamericano es peor que inadecuada: es

irrelevante y rutinaria; los adolescentes están espiritualmente abandonados. Se aislan porque no se les toma seriamente. Las máquina social no requiere ni desea que la juventud encuentre su identidad y vocación; se interesa solamente por la amplitud. No desea una nueva iniciativa, sino la conformidad. Nuestra ortodoxia no tolera la metafísica. Con frecuencia se tratan los problemas religiosos como psicóticos; ciertamente rompen el orden urbano y la programación escolar. Muchas de la carreras existentes -casi todas- no sirven a la humanidad; no es por ello que se desarrollan los negocios o se apilan las bombas. Es asombroso que el idealismo tenga tan poco prestigio.

La situación sexual del adolescente es particularmente ambigua. Nos

encontrarnos en una fase de transición de la revolución sexual y existe una ruptura de la represión y también una menor inhibición del comportamiento sexual. Sin embargo, ni en los patrones de la economía, del alojamiento o de la familia, existe respuesta alguna para las costumbres alteradas. Todo lo contrario, los años de enseñanza hasta parecen prolongarse, especialmente para aquellos estudiantes de la clase media que acude a las universidades en donde las administraciones se consideran a sí mismas como sustitutos de los padres. La ideología higiénico mental oficial tiene pocas relación con las imágenes tormentosas y las demandas imperativas del amor adolescente. En las escuelas elementales y de segunda

enseñanza no existen, oficialmente, los factores sexuales. Sin embargo, un adolescente debe ser sexual o, si no hay alarma.

La vergüenza, la timidez, el desconcierto (la incapacidad para expresar o

revelar nuestra necesidades y sentimientos a los otros) es universal entre los adolescentes. Sin embargo, en nuestra sociedad es un punto especialmente problemático. El desconcierto contiene o contendrá hostilidad hacia aquellos que no le hagan caso o que lo rebajen a uno y también desesperación por la futilidad de tratar de darse a entender. No existe un lenguaje común y relevante para los hechos privados que hierven en uno: ¡es patético escuchar a los adolescentes que usan el lenguaje de la televisión, de los consejeros matrimoniales o del cine! Inevitablemente, la hostilidad silenciosa se refleja como denigración de sí mismo. Un adolescente deja de creer en el derecho de sus propios deseos y muy pronto duda de su existencia. Ante él, sus exigencias de rebeldía no parecen tener bases, carecen de madurez y son ridículas.

Para disminuir el desconcierto, cuando se corta la comunicación con el adulto,

se desarrolla una creciente y exagerada “subcultura” adolescente con su jerga, modelos, autores e ideología. Pero distingamos primero entre una “subcultura” y una “subsociedad”.

Una intensa sub-sociedad joven es común en casi todas las culturas. En

nuestra cultura, el interés en la exploración sexual, la danza, la música excitante, el atletismo, los coches, las carreras, lo clubes y los atuendos distintivos de dichas organizaciones, las conversaciones jactanciosas, parecen naturales a la juventud, así como muchos de los intereses de los adultos le son irrelevantes y aburridos. También, el compartir secretos (frecuentemente misterios aun para ellos mismos) es en todas partes un poderoso lazo de unión entre los adolescentes y, desde luego, no permiten que nadie tenga acceso a ellos. Los recintos de jóvenes de algunas comunidades primitivas, inritucionalizan todo esto de mejor manera que nuestros propios internados y universalidades, los cuales están demasiado plagados de reglamentos tutoriales.

Sin embargo, el desarrollo de una subsociedad tal en una subcultura completa

no es normal, sino reactivo. Significa que la cultura adulta es hostil a los intereses adolescentes o que al menos no es de fiar; los padres no son “personas” y no consideran a sus hijos como tales; los jóvenes están excluidos de las actividades de los adultos, las cuales pudieran ser interesantes y por otra parte, no vale la pena que los jóvenes se integren a las actividades adultas en momento en que están listos para ellas. Por el contrario, los adultos están listos para ellas. Por el contrario los adultos están dispuestos a explotar a los jóvenes y a presionarlos para que cursen carreras intrínsecamente aburridas, sin tener en cuenta el tiempo adecuado o la elección individual de cada uno de ellos.

Normalmente no hay una “cultura joven” y una “cultura adulta”, sino que la

juventud es el periodo de crecimiento para integrarse a una cultura única. A pesar de ello, en nuestro medio la juventud se siente casi marginada, o al menos manipulada.

Así pues, tiene sus secretos, su propia jerga y todo un cúmulo de sabotajes y defensa contra la cultura adulta.

Pero entonces, como la vida intelectual de los jóvenes -con su inexperiencia y

aislamiento respecto de economía y cultura adulta- es poco consistente, sus intereses juveniles se dirigen a las modas, a la indolatría de los locutores de música disco, al pandillerismo políticamente organizado y sus guerras, a la literatura barata, a las drogas y el licor, actividades todas ellas animadas por la energía juvenil; todas ellas, además hábilmente promovidas por adultos. El mercado dedicado a los adolescentes asciende a más de 10 billones de dólares al año en chaquetas radios portátiles, artículos deportivos, peinados, bicicletas, carros de junior. Sobra decirlo, pero este tipo de desarrollo secundario es sencillamente una traba en el espíritu juvenil. Además de frívolo y arbitrario, resulta ser también desesperadamente conservador y ejerce una tremenda presión de chantaje contra los inconformes y rebeldes, o contra los que ignoran lo que está de moda. Dichos jóvenes nunca serán populares. Y, sean adolescentes o adultos, es difícil hacerles entender cualquier razonamiento o que ellos, a su vez; se comuniquen razonablemente. Por supuesto, no hay oportunidad posible para discernir inteligentemente de la filosofía oficial y del régimen de vida tradicional. Así también, y en especial dentro de la clase media, los adultos en regresión usan y promueven cualquier idiotez adolescente.

Para los adolescentes, el diálogo con los contenidos educativos, con la

ciencias naturales y la historia es tan pobre como con el maestro. Las universidades ya no se interesan en estas cosas, son de escasos interés doctoral. Al estudiante se le trasmite la doctrina vigente y se le prepara para que la repita con toda precisión. Y todavía, probando su masculinidad y desarrollando un trabajo arduo, el estudiante piensa que el propósito de un curso es “dominar el tema”. En el conflicto con el mundo adulto, el joven necesariamente sufre un aplastante fracaso. Hay varios modos de sobrevivirlo. Algunos se rinden y se someter. completamente; unos cuentos, incluso se vuelven más papistas que el Papa (pero éstos frecuentemente resultan ser psicópatas o delincuentes de la clase media). Otros racionalizan; regresarán al campo de batalla más tarde, cuando estén “mejor preparados”. O, “la cuestión más importante en la vida es casarse y mantener a una familia normal”; ellos se atarán a los sentimientos y a lo que les es significativo para poder proteger a sus propias familias o sus asuntos personales. El fin de la vida puede resumiese, para muchos, en ganar 50 mil dólares al año.

La psicología de la introyección es evidente: una vez derrotados, se identifican

con lo que los ha conquistado para llenar el vacío de una u otra forma. Una vez que se ha identificado con esta nueva forma, se sienten fuertes dentro de ellas y la defienden bajo cualquier racionalización.

El simulacro es una filosofía alternativa que se ha recomendado a algunos

adolescentes mayores. Un simulador amortigua el golpe que ejerce la sociedad sobre él, al sumir, deliberadamente, los papeles que le convienen dentro del sistema dominante -incluyendo al bajo mundo- para poderlo manipular y controlar para su beneficio o, por lo menos, para estar a salvo. El defecto que conlleva esta idea (es el

argumento de Transímaco en La República, de Platón) es que el simulador no puede arriesgarse a un descuido, ni siquiera a perder la conciencia de sí mismo. Debe de ir en ventaja en cada jugada. Así, no puede crecer amando o creyendo cualquier cosa que valga la pena, y se agota a sí mismo en los negocios, al mismo tiempo que los desprecia, lo que aumenta su cinismo y su desestimación. Pero el simulacro proporciona una satisfacción de mando y de victoria que disfraza el pánico a la falta de poder, a la pasividad y a la debilidad. Es una filosofía de vigilancia crónica según la cual la comunicación inevitablemente consiste en el camuflaje y el secreto, el “llevarla calmada” o el hacer fintas para llevar siempre la delantera.