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ALFONSO PÉREZ DE LABORDA

Paralipómenos1

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© 2007Alfonso Pérez de Laborda y Pérez de Rada

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ADVERTENCIA PRELIMINAR

Las páginas que siguen fueron escritas a lo largo del año 2005. Día adía, cinco veces a la semana. Se publicaron en <www.archimadrid.es>,bajo la rúbrica Paralipómenos.

Son obra de alguien que se dedica a la filosofía. Profesor de filosofíaen la Facultad de Teología ‘San Dámaso’ de Madrid, cumpliendo su octa-vo año en ella. Filósofo. Sacerdote ahora de esta diócesis, pero que lasaventuras de la vida le hicieron ordenarse a los treinta y siete años en la deÁvila, pues muchos años —más de veinte— profesor en la UniversidadPontificia de Salamanca. Sacerdote diocesano que se gloría de colaboraren una Parroquia madrileña.

Cada día enfrentado a una página en blanco, marcada sólo por unnúmero. ¿Puede un filósofo decir cosas a un público más amplio que eltan estrecho, mejor, exiguo, que es el suyo, al albur de lo que va aconte-ciendo, al hilo de sus propias cavilaciones? ¿Pueden sus reflexiones inte-resar a quien nunca ha leído las difíciles páginas que suelen ser las filosó-ficas? ¿Tiene algún interés lo que dice fuera de sus complicacionespropias? ¿Es capaz de utilizar un lenguaje comprensible por los felicesmortales, si no siempre —esto es poco menos que imposible—, al menossí casi siempre? ¿Puede abandonar las largas frases unamunianas por laconcisión azoriniana? ¿Puede ceñirse a las 610 palabras de cada día, todoincluido? Más que más, en el fondo, ¿tiene algo que decir?

Ese ha sido el reto durante todo un año. Tú, lectora/lector amable, lohas podido decir antes o lo podrás manifestar ahora, si es que en algo teinteresa.

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Simplemente, te hago notar que un filósofo, por pequeño que sea,nunca piensa por suelto, sino en coherencia de red. Las cosas que vadiciendo son composibles unas con otras, se engarzan en cohesión depensamiento. Buscan la verdad. Esto es esencial. Si no, son palabritasechadas al viento.

Ha sido para mí una apasionante aventura y una labor extenuante.Nunca pensé que lo sería hasta tal punto.

Cada página lleva señaladas dos fechas: la de su escritura y la del díade su publicación en la red. Pone lugar cuando ha sido escrita en otramesa distinta a la mía.

Un índice de conceptos ayudará a adentrarse en lo que se puede pare-cer a la selva moral y espiritual de los madrigales monteverdianos y haráposible entrar en la red de coherencia.

Si tengo fuerzas para ello y se me sigue brindando el portal que mearrecogió —por lo que le estoy inmensamente agradecido—, seguiré másadelante con nuevos Paralipómenos.

* * *

Los párrafos anteriores los escribí el mismo día en que terminé estosparalipómenos. Luego, tras un descanso jadeante de perro viejo, a partirdel lunes 18 de septiembre, me he vuelto a enredar en nuevas y trepidan-tes aventuras paralipoménicas. ¡Veremos en qué queda todo ello! Unapor una, se me están convirtiendo en el trabajo que más me ocupa y quemayor preocupación me trae. ¿Cuándo terminarán?, ¿ellos conmigo o yocon ellos? Veremos. Su día a día lo vuelves a encontrar en la página webque me acoge: <www.archimadrid.es>.

Madrid, 7 de diciembre de 2006<www.apl.name>

Alfonso Pérez de Laborda

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LIBERTAD

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Es enigmático iniciar una sección diaria, aunque sólo sea de una pági-na. Parecería cuestión de coser y cantar, sin embargo, no es así. Tengoalguna experiencia en lo del escribir y sé que me echo encima una labornada fácil, pero llena de esperanza. Una página sólo; mas qué larga puedehacerse, de qué cumplimiento tan complicado. Lo hemos de ir viendo.

Llevará un título que me llena de misterios embrujados. Palabra pre-ciosa, sonora, de escondido significado. Cuando era chaval algún libro delAntiguo Testamento en la traducción de Nácar-Colunga llevaba esemajestuoso título. Mis paralipómenos serán aquello con lo que los llene.¿Cabe labor más exaltante?

Cada una de las entregas no tendrá título específico, sólo el númeroque se agrega a la fascinación de los mismos paralipómenos. Puede com-plicar algo el no tener al primer golpe de vista el contenido de cada escri-to diario, pero, por el contrario, me parece, dará más continuidad al dis-curso que en ellos se irá hilando y enredando, probablemente a manera dered. Si las cosas se van haciendo así, como aventuro, de seguro que estosparalipómenos irán teniendo su estructuración en algo que han de ser suspuras continuidades. No serán, pues, algo así como píldoras para tomarcada día la suya, sino un discurso que se irá envolviendo con una ciertacomplejidad.

Mas ya es hora de comenzar.En los últimos años, hace muchos, todo hay que decirlo, tengo la sen-

sación amenazadora y desasosegante de que en la Iglesia española no hay

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líderes. Y esto me parece muy grave. Cierto es que hay obispos que tie-nen madera de ello. Pero un obispo muestra su liderazgo esencialmenteen lo que es su labor de gobierno; algo de extremada importancia, hoytodavía más medular en la Iglesia si cabe decirlo así. No me refiero a ellos.Tiempo habrá de que nos vayamos entendiendo. Me refiero a líderes másinformales, de los que vivimos en un desierto. En este aspecto nadie lide-ra a los católicos españoles. Nadie despunta con la fuerza de su palabra,con la robustez de su esperanza y con el vigor de su razón de manera quetenga algo que decirnos a los demás. A los católicos españoles, pues, nadienos muestra un pensamiento, una manera de ser y de estar que nos sirvade ejemplo a imitar. Pues la imitación, la mímesis, es aquí profundamen-te enriquecedora, constitutiva. Nadie nos enseña cómo ser en la realidadque en nuestra sociedad nos estamos construyendo; cómo estar en ella.Nadie nos dice cómo estar en el mundo y, cuando llegue el caso, enfren-tarnos a él. Estamos como huérfanos; huérfanos de ejemplos, de actitudes,de maneras. Estamos solos con nosotros mismos; cada uno solo consigomismo. Y no se piense que pido demasiado. En Los olvidados, aquellamaravillosa película de Luis Buñuel, el chavalillo de apenas doce años,Pedro, es un verdadero líder, no sólo jefe de panda, pues además de suschavales estamos los innumerables espectadores que desde 1950 contem-plamos cómo tiran al estercolero su cuerpo asesinado.

Un líder es alguien que tiene cosas que decirnos, y las dice. Que tomasobre sí la tarea de hablar a los suyos, de resolver problemas y encontrarsoluciones. Que nos señala caminos a seguir. Que sugiere tareas a realizar.Que ofrece ejemplo. Que brinda esperanza.

Y donde no hay líderes, de manera impepinable, termina habiendosólo sectas.

2 de enero de 2005 / puesto en la red el martes 4.1.05

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De vez en cuando nos dicen, por ejemplo, que una cadena de televi-sión es líder de audiencia. Con frecuencia ocurre que los programas queemite, o aquellos a los que se aplica el liderazgo, son verdaderos espurri-mientos; emisiones que uno —bueno, cada otro que diga lo que le pare-ce y se aplique el cuento— se queda perplejo de que puedan interesar y

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suscitar pasiones. Pero, sí, acontece seguramente que son capaces desuscitar en los espectadores las pasiones más bajas o las más pérfidas olas más eróticas, y por eso venden, por eso se ven, o son llamadas aldejarse ir en la mera curiosidad malsana con un cierto toque de que-branto. El liderazgo que cuenta aquí es ese. Al que yo me refiero, no,evidentemente.

La falta de liderazgo que apunto se refiere, seguramente, a que noparece haber hombres y mujeres religiosos que nos atraigan con su acti-tud, con su valía, con su palabra. O al menos no los conozco. O no los heencontrado. O no he oído hablar de ellos. Los hay, sin duda, que llevanuna vida apasionante y apasionada. Todos conocemos a gentes así, quenos emociona haberlos conocido, pues hemos visto en sus comporta-mientos, en sus maneras, en su ser mismo, aquello que nos atrae en nues-tra vida cristiana, hasta el punto de que nos decimos: me gustaría ser comoella, me gustaría ser como él. Ejercen una atracción espiritual profundasobre nosotros. Pondré un solo ejemplo, y de un obispo. Fui en Getafe alentierro del obispo Golfín. No le conocía, pero sí conozco a muchos desus seminaristas. Pues bien, estos le querían tanto, tan apasionadamente,ejercía sobre ellos un liderazgo espiritual tan intenso, tan luminoso, que,conociéndoles y siendo su amigo, fui a acompañarles en su dolor por esapérdida tan grande para ellos.

Entonces, ¿qué?, ¿diremos que no faltan liderazgos? De este géneroque ahora digo, de cierto que no; su actuación es de capilaridad, de man-cha de aceite, y eso es tremendamente importante y eficaz. Pero no es aesto a lo que me refiero. Me refiero a líderes con una realidad de empuja-miento que va más allá de las personas a las que conocen. Que ocupan unlugar menos escondido, con un papel más en publicidad. Piénsese en teó-logos, en filósofos, en pensadores. Quién de entre nosotros ejercita, porejemplo, esa capacidad magnífica de hacernos leer la situación social en laque vivimos, de clarificar para nosotros esa situación, de manera que lle-gue lo que dice más allá del puro grupo de sus amigos. Si los hay, ¿dóndese expresan, en qué medios, aprovechando qué coyunturas? ¿Quién sepreocupa de darles cancha? Porque un liderazgo, es verdad que surge y sehace conocer por la propia fuerza de su ser, pero, hoy, caso de haberlos,¿dónde se expresarían esos lideres? Sí, ya sé, todo en la situación de nues-tra sociedad empuja con fuerza, con furor, en contra de esa expresión.Además, ¿no se da hoy también en nuestra Iglesia española un fenómeno

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terrible? No los hay, pero si los hubiera, ¿no quedarían comidos al puntopor banderías, por movimientos de desencuentro, por tirar de la mantacada uno hacia un lado?

Lo que planteo en su ramificación compleja, pues, es grave, ¿no?3 de enero de 2005 / miércoles 5.1.05

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En la radio las cuestiones son muy distintas. Lo primero a tener encuenta, por tratarse de un hecho insólito, es la importancia mediática dela radio en España que no se da en otros países; quizá en ninguno de lospaíses desarrollados. Diría que aquí la radio es notablemente más influ-yente que la televisión. La televisión parece ser para el refocile, para eltrágala de los anuncios y para ver las imágenes de las noticias, con susmanos muertas que salen de sus agujeros y niños somalíes con los ojoscomidos por las moscas y los vientres abombados hasta casi la explo-sión, que buscan invitar al zapateo del zapping. Pero diría que la verda-dera información —otra cosa es el machaqueo acechador y continuadode algunos temas, como, por ejemplo, Telecinco con el caso delPrestige—, la información formadora, en esos dos medios, la informa-ción conformadora, entre nosotros se da a través de la radio de manerapreponderante.

Es verdad que hay numerosas personas que se conforman, es decir,que se dejan conformar en sus pensamientos, con los periódicos; bueno,por su periódico. Las revistas no cumplen papel aquí. Es notable vercómo los lectores de un cierto periódico lo doblan de manera que siem-pre aparezca el titular grande, cuando hay cuatro maneras de hacer eldoblamiento; no puede ser fruto del azar. Por cierto, tengo amigos queaborrecen un periódico, pero no se ven con fuerzas de dejar de comprar-lo; se les ha convertido como en una droga malsana, pero ¿les durará parasiempre?

Pues bien, en los medios se dan comunicadores, líderes de la comuni-cación. Todos lo sabemos, y hasta quizá nos dejemos liderar por ellos,mejor, por quien consideramos nuestro líder comunicativo y su entorno.

Se ofrece ahí un fenómeno interesantísimo, pues ese líder expresa lo quelos liderados quieren oír. A la vez que los liderados se dejan conformar por

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el líder escuchado. Expresión, conformación. Nótese que sólo hablamosde los medios de comunicación; ahí uno expresa y es conformado, otrosson conformados expresando. El líder comunicativo, de notable influen-cia, sin embargo, se debe a los liderados, viene conformado por ellos. Sedan corrimientos, claro es, pero como en los glaciares, a veces lentos hastala exasperación, casi imperceptibles. Mas cuidado, se dan, y con el tiem-po las cosas pueden llegar a estallar.

Véase por ejemplo la grave crisis que está pasando el diario francés LeMonde, que, por esos corrimientos, tiene su vida pendiente de un hilo.¿Qué le ocurrió? Desajustes. La línea editorial dejó de expresar, segura-mente, el pensar de los liderados, y ya no los conforma.

Átense los machos los nuestros, es decir, los suyos, y tengan bienabiertos los oídos. Tales fenómenos se contagian como el sarampión: seproducen con facilidad los mismos fenómenos con parecidos resultados.Incluso en nuestro país.

El liderazgo espiritual al que quiero referirme se da en estos contex-tos. En él también se establece ese juego entre la expresión y la confor-mación.

Pero, claro, ¿hay en España algún líder espiritual hoy con acceso a esascumbres mediáticas? ¿Cuál puede ser el ámbito en el que se le pueda oír,en el que se haga oír? ¿Internet?

3 de enero de 2005 / jueves 6.1.05

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Una pausa aprovechada.Zascandileando por librerías de lance, encontré baratas las Obras

selectas de Ignacio Agustí, y las compré. Hace años que me rondabanMariona Rebull (1944) y El viudo Rius (1945), como algo a lo que sepodía ir, a lo que quizá algún día habría que ir. Supe ahora que eran partede una serie de cinco: La ceniza se hizo árbol. Salí despendolado a com-prar las que me faltaban. Ventajas de saber de gusto y de oído, no demanuales aprendidos.

Era un momento de vacacionar o morir, y los llevé en el zacuto.Había comenzado con Mariona Rebull —«de una mágica sencillez»—,y me encontré con el desafuero goloso de leer miles de páginas. Hacía

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semanas, meses, en que me había quedado desenganchado de la lectura,y sin ella no soy capaz ni de pensar ni de escribir. En el vacar vacacionalreemprendí lo que necesito hasta lo más profundo de mi ser: leer, leer yleer.

Con palabras, se va poniendo ante mis ojos un mundo nuevo, que conel desparpajo del artista toma carne en mí, haciéndose así carne de micarne. Memoria de lo que soy, de lo que puedo ser, de lo que he de ser, delo que seré. De lo que somos, de lo que podemos ser, de lo que hemos deser, de lo que seremos. Cosa maravillosa. Sin ello, pues, no soy lo que seré.Esta es la prueba de la imposible-posibilidad.

Desde hace años aprecio sobremanera a Juan Marsé. Soy fidelísimo deEduardo Mendoza desde El caso Savolta, lo leo con gusto, enorme gusto.De lo mejor que escribe hoy entre nosotros. Tan distinto. Tan suyo. Tanbarcelonés. Tan ceñido a una ciudad, a sus cambios, a su idiosincrasia, asus gentes. A sus alrededores. A sí mismo. Creador de mundos, recreadorde realidad: exactamente lo que un escritor hace para serlo de verdad. Tannovelistas los dos, en una época en que tanto sinsorgo afirma pomposoque la novela ha muerto. Mendoza lo dice cuando se lo preguntan eninterviús, ¿de quién se reirá a mandíbula batiente? La novela no moriráhasta que muramos sus lectores. Que digan lo que quieran esos sin sale-ro. Demasiados de los profesionales. Los que tanto se aburren leyendo.Los que lo hacen por estricta obligación, para ganarse honestamente elpan con el sudor de su frente. Mas la literatura es de quienes la devoramoscon supremo gusto, con pasión infinita, con refocile. Los que deliciosa-mente perdemos el tiempo con ella. De quienes cuando no la leen, porqueolvidados de ella, están en sequedad de creación, de su propia creación. Sí,los mundos de Marsé y de Mendoza son parte de la imposible-posibilidadque produce la realidad.

Pues bien, ¡qué sorpresa!, Mendoza aventuro que tiene un ancestroque ahora pasa por desconocido: Ignacio Agustí. Corred a echaros en sulectura. Suerte los que sabemos de la literatura por amor al arte, a la esté-tica de lo siempre más-allá. Desgracia de los que sólo saben de ella pormera profesión. Bueno, no quiero quitar a críticos y profesionales el quetambién a algunos de entre ellos —¡así lo espero!— les guste leer tantocomo a nosotros, que vivimos nuestra vida porque hay literatura, porquehay cine, porque hay arte.

3 de enero de 2005 / viernes 7.1.05

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Expresar y conformar. El líder espiritual expresa y conforma, y, encamino circular de ida y vuelta, porque a su vez, conformado, expresa.Expresa lo que tiene, lo que es, su manera de vivir el cristianismo, su expe-riencia del Señor, las maneras y soluciones que entrevé a los problemascomunes que se plantean a toda la comunidad eclesial en el mundo que esel nuestro. Y lo expresa hablando; ni sólo rezando ni sólo meditando nisólo en sus puras interioridades. Se expresa hacia fuera, habla para losotros, para los suyos, para la comunidad eclesial. Con su puro sí mismo,pero se atreve a hablar no sólo a su propio rebozo, sino en alto, en nom-bre de su comunidad, para ella, para los que tienen desafección por ella.El líder, pues, es un osado, un entrometido al que nadie le ha dado cartasde presentación. Habla por sí y con su propia autoridad y fuerza. Hablaporque no puede callar. Cuando se expresa, aunque de primeras sea sólocon sus gestos, como san Francisco de Asís, todos le comprenden, puesexpresa lo que tantos no saben cómo decir, cómo pensar, cómo vivir,cómo convertirlo en experiencia propia. Pero el líder, aunque haya salidode su propia internalidad sin mandato de nadie, expresa algo que escomún a muchos dentro de la comunidad. No es un loco solitario, sinoun solitario que tiene la osadía, la fuerza, la gracia, de decir lo que no hasido dicho, de decir lo indecible, lo que es duro, lo que parece todavíaneblinoso. Se enfrenta a una situación y la nombra. Haciéndolo con talcuidado y suerte que al punto es comprendido por tantos que esperan luz,que quieren una palabra, que no saben cómo hacer con exactitud. El líder,pues, expresa eso que siendo propio, resulta también ser de muchos.Siendo de la comunidad, expresa a la comunidad. Y su expresión confor-ma a la comunidad que le escucha, que espera sus palabras y sus gestospara ella misma entender y actuar. Se da ahí un fluir del líder a los con-formados por él, a los que llamo los liderados.

Pero hay más, pues el líder espiritual una vez que es arropado por laescucha, se hace escuchante de la comunidad a la que lidera, portavoz deella, pues arropado por ella. Sin dejar nunca de serlo del todo, ya no es unsolitario, sino una voz de la comunidad, y una voz escuchada, seguida,que ilumina el qué hacer de la vida cristiana, el cómo enfrentarse a situa-ciones siempre nuevas y muchas veces tan difíciles de entender, de soportar,de dilucidar, de buscarles futuro, de hacer memoria fiel y enriquecedora del

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pasado. Y ahí, en ese empeño que se va haciendo común, se establece unvínculo tal que comienza también el líder a ser conformado por el movi-miento que se ha iniciado. Mas no para ser desarzonado —aunque tam-bién puede acontecer, es cuando el líder pierde su pureza y se prostituyevendiéndose—, sino para ser reforzado en su palabra generadora de inte-rioridades y en su interioridad generadora de palabras profundizadas;reforzado también en sus gestos, siempre tan importantes. El líder se sabeya no una sombra solitaria, sino quien habla para quienes le escuchan y,en un cierto aspecto, le siguen. El líder y los liderados forman de estemodo lo que podríamos llamar una simbiosis comunitaria, eclesial.

Se ve así la diferencia con lo que más arriba hablaba del gobierno delos obispos. Se entrevé, sobre todo, que Jesús, el Cristo, no es un líder dela comunidad.

4 de enero de 2005 / lunes 10.1.05

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El líder espiritual, mejor será decir los líderes espirituales a los que mevoy refiriendo, son voz de la comunidad. No una voz mandatada, puessurgen como las flores del campo, sin que uno se lo espere, en los momen-tos y lugares más insospechados, sin que nadie les mande o los envíe,como no sea, evidentemente, la misma acción del Espíritu del Señor parael bien de los suyos. Por eso no pueden programarse. Nacen solos. Sonlibres como el viento. Comprometidos con su comunidad, aunque quizáde una manera a su vez extremadamente libre. Comunidad eclesial no sig-nifica nunca, tampoco aquí, un grupo y menos una secta. Pero no sonvoces que hablan fuera de la propia comunidad, al margen de ella, contraella. Para esto ya hay suficiente barahúnda en constante griterío que buscapoco menos que cargarse la comunidad eclesial, o al menos debilitarlapara que ya nunca más pueda molestar a los poderosos o a los empeñadosbuscadores del poder.

Este distingo es muy necesario, pues de otra manera podríamos con-fundirnos en lo que son estos líderes. No lo son, repito, porque nadie loshaya mandatado, porque tengan algún papel o título acreditativo, porqueobren en alguna función precisa en la comunidad eclesial; pero tampocoson voces desvinculadas de ella o que buscan su perdición.

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Son voces propias, sueltas, libres, a la vez que profundamente ancladasen la comunidad. Son voces que se alimentan de la propia comunidad, desu vida, de sus ideales, de su utopía del maranatá; viven con ella y de ella,pues ella les proporciona el alimento de su experiencia, su vivencia pro-funda, incluso su modo de ser. Son voces que ven claros los peligros queacechan a la comunidad eclesial y lo gritan; que ven claros los caminos porlos que debería caminarse. Que, utilizando el lenguaje joánico, ven el peli-gro del mundo que quiere hacerse con la Iglesia para sí, para domesticar-la, para deglutirla, para dejarla inerte y sin peligros potenciales. Por eso enel líder espiritual hay un aspecto de denuncia, aunque sea implícita, comolo era la del chavalito Pablo en Los olvidados de Luis Buñuel. El hablarliderando ya es ponerse dentro de la comunidad eclesial y frente a esemundo que quiere hacerse con ella. Grita la libertad de la Iglesia. Grita lalibertad de su experiencia, que es la de tantos, que él mismo la recibió deella. Pero, insisto, nadie le da ningún encargo. Por eso, el líder es libre,esencialmente libre. Libre en su pensamiento, libre en sus palabras. Conuna libertad que no es desarraigada de su propia comunidad eclesial.Nunca es la Iglesia su enemigo. Sí lo encuentra, sin embargo, en el mundoen el sentido joánico al que me acabo de referir.

Así pues, la vinculación del líder con la Iglesia es extremadamente fuer-te, pero eso no indica dependencia de nadie. Se nutre de su vida, y, por eso,desde ahí, es libre en sus palabras, en sus actos, en su acción. Nunca repre-senta a la Iglesia, claro, pero sí pronuncia palabras que señalan caminos yacciones a la comunidad eclesial. Y al líder espiritual al que vengo refirién-dome, la comunidad le presta atención, pues encuentra en su palabra laexpresión de lo que es su misma experiencia, de lo que es su manera derecoger y, en su caso, enfrentarse a las apetencias del mundo, siempre dichoen el sentido joánico, es decir, nadie entienda que aquí mundo significa lasociedad que es la nuestra. Habrá que ir viendo esa diferencia esencial.

4 de enero de 2005 / martes 11.1.05

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He conocido algunos casos trágicos de estos liderazgos. Cuando unacierta comunidad tiene a uno de los suyos como un verdadero líder, y loque este dice es recogido como si de palabra segura se tratara; él es el que

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sabe, dicen, nosotros sólo tenemos que aplaudirle y animarle a que siga ensu liderazgo, por ver si se extiende más allá del grupito. En este caso eldesenlace puede ser trágico. Qué digo, es siempre trágico. Pues ese pre-tendido líder comienza a confundir de más en más sus propias palabrascon lo que debe ser tenido como cierto por la comunidad que le aplaude,primero, la suya misma, sus hermanos, y de ahí comienza la pretensión depensarse a sí mismo como líder de los demás de toda la comunidad ecle-sial, la cual también debería ceñirse a sus propias palabras.

Pero su pensamiento, su acción, sus palabras no están contrastadas.Peor aún. Ya no son dichas desde el ex abrupto de la libertad, como pala-bras propias, como pensamientos propios, como acciones propias, desdela pura individualidad de quien las dice, por más que su suelo nutricio seaprofundamente eclesial siempre.

Ahora, el suelo en el que nacen esas palabras de liderazgo es libre ypropio, en esto nada cambia, pero pronto se tiene la pretensión, por la cla-que de los suyos, que lo aclaman como alguien de gran liderazgo paratodos, de que es algo para decir a toda la Iglesia, y que esta tiene que acep-tarlo sin chistar porque él es el líder de las modernidades por venir. Nohay contrastación de sus decires. Al contrario, todos deben seguirle,todos deben ser sus liderados, pues él ha quedado claro que es el líder, oal menos uno de ellos, y por eso la comunidad entera debe aplaudir loscaminos y enseñanzas que él presenta. Nótese que su comunidad de ori-gen, feliz de que entre los suyos nazca un líder, aceptó sus palabras, susobras, sus enseñanzas, sus acciones, sin mayor crítica, quizá porque ellamisma ninguna tenía, y ahora se siente feliz de ser de los cercanos alnuevo líder.

No ha habido así contrastación de los decires de ese llamado a símismo y por los puros suyos líder, sino que se quiere una suplantación dela propia libertad de los liderados para que caigan en brazos de quien debeser su líder. Pero ocurre que los liderados posibles no quieren serlo por él.No concuerdan con él. No se sienten en él. No se dejan arrastrar por él.Quizá, enseguida, hasta no se fían de él. Entienden que en él hay algo quese desboca de la eclesialidad, de que para él la fraternidad eclesial se com-porta más bien como un trágala. Ese pretendido líder, pues, no les expre-sa, y no se sienten conformados por él.

No quiero entrar en un problema importante y maravilloso, el de laaceptación por la Iglesia, refiriéndome ahora sin más a la propia comunidad

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eclesial, el de la recepción por la Iglesia de una persona, de una doctrina,de una manera de pensar e incluso de ser. Porque, no lo podemos olvidar,partidarios del arrianismo lo eran la inmensa mayoría de los obispos, sóloel pequeño pueblo fiel siguió en sus trece y no aceptó el liderazgo deArrio, arrastrando finalmente al conjunto de la Iglesia a la ortodoxia quevenía de antiguo. Y, lo sabemos, ahí se jugaba la realidad de la encarna-ción. Ni más ni menos.

Por eso el líder debe ser a la vez muy libre y muy sumiso a la comu-nidad eclesial. No es alguien que está por encima de ella. Su liderazgo lodebe asumir con una humildad sin freno, con una disponibilidad evangé-lica, con una provisionalidad ejemplar. Si no, no vale.

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El líder nace como flor de una comunidad eclesial. Tómese a Franciscode Asís. Simplemente quiso vivir el evangelio de Jesús en toda su radica-lidad, tomando las palabras sobre la pobreza por lo que ellas mismas sig-nifican. Veía componendas y le parecía tener una llamada a dejarlas yaventurarse en la pura pobreza por el Reino. Y habló de una vida depobreza y castidad que no dispusiera de nada, excepto la confianza en elSeñor que había adelantado esa manera de vivir y que él abrazó con todassus fuerzas.

A nadie criticaba. Y si lo hacía era por el puro y simple contraste; con-traste de los otros: se miraban a sí mismos y luego a Jesús, que veían revi-vir en el pobrecillo Francisco. Lo que vivía, en la Iglesia, era para sí y paralos pobrecillos que quisieron seguirle.

No había por su parte ninguna rebelión. Ningún deseo de rechazar ala Iglesia por no vivir lo que él quería vivir. Es asombrosa la confianza quesiempre tuvo con los que la gobernaban, comenzando con el obispoGuido de Asís, quien le acogió desnudo, quedándose con sus vestidos, y,tapándole con su capa, le bendijo para que viviera esa vida de pobreza queescogía para seguir a Jesús.

Su postura es de positividades. Y esas positividades supusieron unamanera de verse la propia Iglesia y de vivir en el mundo distinta a la queantes existía y se aceptaba. La vida de Francisco resultó una profunda

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reforma de las conciencias y de la comunidad eclesial. Hasta el arte resul-tó novedoso.

En junio de 1973, la única vez que estuve en Asís, cuando no pudequedarme varios días como era mi deseo pues no me recibieron, ibaimbuido de Lutero y de su reforma rompedora. La verdad es que transi-do e indignado del trato que había dado a los anabaptistas, lo que mesupuso una distancia de él infranqueable. Pues bien, allá en mi jornadaasinense comprendía la manera eclesial de reformar a la Iglesia queempleó el líder Francisco, el poverello, por la profundización de su fe enel Señor Jesús, por la búsqueda de la pureza de una vida semejante a lasuya como resultado de la gracia, y no de una ruptura en nombre de ladoctrina del primer artículo. Uno me atrajo para siempre, pues son susadentros y los de los suyos los que deben reformarse, permitiéndose lalibertad absoluta de la pobreza, a la que sólo apoya el gobierno de laIglesia. Otro me desplació también para siempre, pues son sus afueras y losde los suyos los que deben reformarse, necesitando del apoyo del brazopoderoso del príncipe secular. Uno es maravillosamente consciente de quequien debe convertirse es él mismo y los suyos; convertirse a las manerasde Jesús, a la gracia de su vida, a la acción de su Espíritu en la Iglesia. Su feen la sola gracia le salva. El otro sabe que quienes deberían convertirse sonlos otros, pues él sostiene la doctrina segura. Aunque pueda parecer men-tira, para el uno lo que debe convertirse con objeto de abrirse a la gracia dela fe es la propia interioridad y la de los suyos. Para el otro, asegurado enla doctrina segura, quienes se deben convertir son los otros, y convertirseal artículo primero y más importante de la doctrina: la fe nos abre a la jus-tificación por la sola gracia. Las interioridades no importan.

La cuestión del liderazgo es, pues, esencial.4 de enero de 2005/ jueves 13.1.05

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El pasado curso fue para mí tiempo raro, malo. Tardé en darme cuen-ta de que no veía tres en un burro, todo era un puro llorar de ojos, no porexpiación de mis pecados ni por estar el día entero en la cocina picandocebollas, cosa que compunge mi corazón de manera extremosa. ¿Cómoesto acontece a alguien con un poco de sentido común? Pues así me pasó.

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Dejé de leer. No podía. Pero, bruto de mí, no me daba cuenta de lascausas. Hasta que hice lo obvio. Fui al médico oculista, quien me pusogafas para todo: progresivas, de cerca para leer con mayor comodidad, delejos para llevar en el coche de repuesto. En fin, que desde entonces hastame meto en la cama con gafas, de otra manera no veo los sueños.

Desde entonces parece como que me habitué a no leer. A no leer loque para nada sirve, lo que está fuera de toda obligación. A no leer ya lite-ratura. Quise volver a los que han sido para mí arrancaderas.Dostoyevski, mas tengo la vergüenza de decirme que no pude. Apliqué elremedio que siempre me ha valido: continuar leyendo las maravillosaspáginas inacabables de Georges Simenon, del que llevo casi leído la mitadde todo lo inmenso suyo, lo cual es un lujo, una locura. Una vez meencontré a un francesito listo, Régis Burnet, dedicado desde la Sorbona ala literatura primitiva del cristianismo, y me confirmó en lo que siemprehe pensado, que Simenon es el mejor de los franceses, bueno, de los bel-gas, pues era de Lieja.

Pero tampoco. Horror, pensé que ya nunca más volvería a leer. Mesofoqué con enormes ganas de lamentarme como las plañideras.

Un día, en mitad de mi desesperación, mirando mis libros me dije:este. Y tome el grueso mamotreto del volumen segundo de las novelas deVictor Hugo en la colección l’Intégrale editada por Seuil, que contieneuna sola de sus novelas: Los miserables.

Desde entonces vuelvo a ser feliz. He recuperado con redobladasmaneras el afán de leer.

Al terminar las largas páginas, porque en esa novela todo es maravi-llosamente largo, en que el antiguo condenado a trabajos forzados JeanValjean, que ha despistado la infamia de su pasaporte naranja, lo que le lle-varía de por vida, aunque ya libre, al puro rechazo de todos, y se ha con-vertido en rico emprendedor y alcalde de una ciudad de provincias, ado-rado por todos, se presenta en Arras en la corte de justicia que juzga y estáa punto de condenar a un desgarramantas que le toman por él, el antiguoforzado, cerré el libro y le di un beso. Nunca lo había hecho. A un viejoamigo que me llamó en aquellos momentos le dije que por vez primera enmi vida había besado un libro. Él tuvo que sacarme de mi engaño y recor-darme que también beso el leccionario tras la lectura del evangelio.

Qué belleza de libro, largamente pausado, en donde las cosas vanpasando despacio, para refocile maravillado del lector. Nada sucede

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deprisa, sino que se va haciendo contigo, qué digo, pues se ha hecho conel lector desde que comienza con la narración de la vida del obispo deDigne, un verdadero bendito de Dios, al que el forzado Valjean, aprove-chándose de quien le ha recibido en su casa cuando todos los demás lerechazaron, le roba lo poco que tiene y se escapa.

Ah, me quedan todavía infinitas trepidantes aventuras.Leer, leer, leer.

4 de enero de 2005 / viernes 14.1.05

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Me parece que los nacionalismos son un escollo grande que tiene laIglesia hoy; allí donde se dan, de los más grandes. Los otros rompientesson piedras, pedruscos o cargas de dinamita que vienen de fuera. Aunqueno todos. Lo iremos viendo. Pues bien, el nacionalismo es uno de esosrompientes de Iglesia, y cuanto más radical y más se radicaliza, mayor sehace el escollo.

Es problema difícil, sin duda. Sobre todo cuando uno tiene la volun-tad decidida de no darle tratamiento político. ¿Por qué?, ¿porque no seaimportante? ¡Claro que lo es! Pero busco con toda mi lucidez ser sólo yde modo primordial un hombre eclesial, y no salirme para nada de lo queson estos paralipómenos: una voz libre dentro de la Iglesia para aquellosde sus miembros que quieran oír.

Uno puede elegir en su vida las referencias que prefiera y actuar con-forme a ellas, faltaría más. Siempre que uno se atenga a derecho, a razo-nes y a convencimientos, jamás a violencia, a terrorismo y a guerra.

Algunos dicen que primero nacemos y luego nos bautizamos. Puraobviedad a la que se le dan característica de nota esencial del ser cristiano.Obviedad engañosa. Así, por ejemplo, aquel obispo De Smedt de Brujas,tan célebre en las discusiones sobre la libertad en el Concilio Vaticano II:primero somos flamencos, decía, y sólo después, y porque flamencos,cristianos.

Siempre me ha parecido un razonamiento muy chusco para un cristia-no. Un cristiano nace una sola vez, en el bautismo, cuando por la incor-poración a la muerte y a la resurrección de Cristo, se hace carne de Diosen esa comunidad tan especial que es la Iglesia de Cristo; se hace miembro

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del cuerpo de Cristo, quien es la cabeza de ese cuerpo; se hace miembrodel pueblo de Dios. Con un sólo mandato: anunciar a todo el mundo laBuena Nueva. Y el pueblo de Dios, de eso estoy muy seguro, no es el pue-blo de ninguna nacionalidad: esclavo o libre, judío o griego, nada impor-ta. Sabemos que, como se ve en casi todas las páginas del NuevoTestamento, se dio sobre este tema una verdadera batalla campal en losprimeros momentos del cristianismo, protagonizada por Pablo de mane-ra especial. Un cristiano lo es por la fe en Cristo, que nos dona su gracia,con lo que esto significa: mucho. Y por nada más. Todo el resto, lo noincluido ahí, es opinable para un cristiano.

Es verdad que en la historia de Europa del XIX y del XX, en momen-tos tan convulsos, con frecuencia el clero por cercanía con él fue sostene-dor del pequeño pueblo en sus querencias, no siempre tenidas en cuentapor los poderosos. Y eso también cuenta. Es un dato de la historia queestá en nuestras puras carnes. Sin olvidar que otras facciones del mismopueblo tomaron posturas liberales y fueron partidarias de la creación deestados unificados, potentes y fuertes. Ahí se dieron querencias y mal-querencias persistentes. Todos lo sabemos. Y todo cuenta.

Me parece poder decir que hoy uno de los enemigos de la Iglesia son,precisamente, los nacionalismos; y de los más insidiosos, pues se adentracomo amigo. Pero un amigo que busca hacerse con el proscenio entero,que no quiere ni puede ver compartido con nadie, menos aún con unaIglesia que siempre tiene tales capacidades de, finalmente, obrar con liber-tad, como ha mostrado tantas veces en la historia.

Hoy, donde el nacionalismo se exaspera, la Iglesia comienza a desapa-recer. Son palabras fuertes. Mírese con detenimiento y sin pasión. Mejor,mírese con pasión de Cristo.

5 de enero de 2005 / lunes 17.1.05

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Hay una cosa que, aunque parece ser de uso general aceptado comoalgo obvio por todos, es un problema terrible que se basa en una simpleese. Se pasa de ‘las’ a ‘la’.

No puedo decir, evidentemente, que sobre esto tenga otra cosa que mispropias entendederas. Pero, en fin, mostraré aquí mi pensar, por si vale.

Paralipómenos/1

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Se habla de ‘la’ lengua, en vez de las ‘lenguas’, de ‘la’ tradición, en vezde ‘las’ tradiciones. Las nacionalidades de los nacionalismo tendrían unalengua y una tradición, lo que está en contra del uso común y de la histo-ria, como cualquiera puede ver. El nacionalismo se exclusiviza en esa únicalengua y en esa única tradición, que se denomina propia; la otra, las otrasse declaran, pues, foráneas. Mas al hacerse así, el pueblo —pueblo autóc-tono, no sólo de reciente emigración— que utiliza la otra lengua ha sidoextranjerizado en su propia tierra, en la tierra en que están enterrados suspadres desde tantísimas generaciones. Y a los inmigrantes se les enseñacomo la misma esencia de la realidad de esa nación que deben integrarse en‘la’ lengua y ‘la’ tradición de quien les acoge. Con la tradición todavía esmás sorprendente, pues es obvio que sólo hay una tradición si se inventóayer de punta a cabo; todo pueblo tiene innumerables tradiciones: ciuda-danas, campesinas, del mar, etc., etc., siempre en continuo frotamiento.

¿Puede un cristiano sin que le tiemblen las carnes dejar que, primeroen los usos del lenguaje, después, quizá, en las realidades, se dé esa desa-parición como por arte de magia de la mitad del ser existente de un pue-blo? ¿No tiene ahí algo que pensarse, buscando la paz, la integración y laecuanimidad? Nótese que la Iglesia jugó un papel importante para que noocurriera la desaparición de la que ahora es ‘la’ lengua y lo que llaman ‘la’tradición, precisamente la del pueblo menos rico e influyente, es decir,más pobre. ¿No se dio así en países de nuestro entorno bien cercano?¿Podrá dejar ahora que sí se produzca la nueva desaparición? ¿No debe-rá defender los derechos de quienes son ahora minusvalorados, por lo quese sienten injustamente agredidos?

Personalmente, y pido humilde perdón por atreverme a decirlo aquí,en aquella última carta de los obispos vascos, la segunda, por la que seformó, como todos recordamos un terrible follón, que venía seguido delque se había dado poco antes, por todo lo cual el conjunto de los obispossalieron empujados, agredidos, maltratados, insultados terriblemente enlos medios, como todos recordamos, sólo encontré un único punto dedesencuentro: el paso explícito del ‘las’ al ‘la’. Mas debo ser muy sensible,o mi sensibilidad debe ser muy rara, porque no recuerdo que nadie repa-rara en esa ese. Lo demás de aquella carta podía tener mayor o menorinterés o prudencia, pero esa ese sí era decisiva.

¿Se puede quitar esa ese con tanta facilidad? En su falta, ¿no se da unverdadero atropello de los derechos del mismo pueblo? ¿Es que hay

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un pueblo que es más pueblo que otro? ¿Podremos los cristianos quedar-nos indiferentes?

Déjenme que les cuente algo picaresco que, pasando unos días en elarmario-empotrado, como ella le llama, que una amiga me prestó enGandía, vi en la televisión regional. Fue una muy larga entrevista al entre-nador del Valencia, que acabada de trasladarse a un club inglés. Durantequizá hora y media las preguntas del entrevistador eran siempre en valen-ciano y las respuestas del entrenador eran siempre en castellano.

5 de enero de 2005 / martes 18.1.05

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No se puede servir a dos señores. Para un cristiano eso es cosa ciertay sabida. Nosotros sólo tenemos un Señor.

Claro, alguno puede tener a su autoridad como un señor. Va dado. Élse lo pierde. El cristiano es libre. Y, dentro de esa libertad y ejerciéndola,uno puede ponerse bajo obediencia. Desde tiempos remotos existen en laIglesia monjes, y estos se ponen bajo la obediencia de un abad. Un sacer-dote en el día de su ordenación promete obediencia a su obispo y a sussucesores; mas lo hace en el ejercicio de su ministerio. Un cristiano siem-pre es obediente a Cristo en la Iglesia. En el resto de su acción, política oprofesional, es dueño libre de sí mismo y de sus opciones.

Pero nada más; dicha obediencia es en la Iglesia. El nacionalismocon facilidad tiene la tentación de ofrecer su servicio a un señor que noes Cristo, otro señor además de Cristo. Dándose así un desvirtua-miento de lo que es el cristianismo que puede ser grave. No se puedeservir a dos señores. Cierto que un cristiano tiene su vida política enla que no debe dar cuentas a ninguna Iglesia, excepto cuando en suvida comete pecado, del que humildemente pide perdón; mas no sonde opciones o acciones políticas, sino que son pecados de fe, de espe-ranza y de caridad.

La cuestión es cuando, en lo que toca a la Iglesia, esta se pone a servira otro señor. Importa poco cuál sea este segundo señor. Pero en el caso delos nacionalismo, sobre todo cuanto más se radicalizan, parece que puedeechar mano de todo lo que ayude a su deseo. De ahí a utilizar a la Iglesiahay apenas un paso imperceptible.

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Por ejemplo, recuerdo cómo en los viejos tiempos, estando en elextranjero, algún sacerdote nacionalista utilizaba la misa de los domingos,cerrada a todo aquel que fuera otro, pues buscaba reunir sólo a “los nues-tros”, con objeto de hacer patria. Jamás pude soportar que se hiciera así.Siempre me pareció una verdadera prostitución de la eucaristía del Señor.

Un sacerdote sólo tiene un Señor. Por supuesto que su señor no es suobispo; su relación con él no es de señorío. Pero menos aún es ese otroseñor de la política nacionalista. Bueno, me es igual que sea un señor decualquier política. Un sólo Señor.

Debe hacerse un cuidadoso deslinde. Nos jugamos la vida en ello.Recuerdo con pasión lo que leía de mi viejo Karl Barth —él me llevó

al amor profundo por el pensamiento eclesial, aunque luego me alejara nopoco de posiciones suyas—, el teólogo protestante que por los años trein-ta del pasado siglo, junto a otros, como Dietrich Bonhoeffer, luchaba enAlemania denodadamente por una Iglesia libre, la ‘Iglesia confesante’,confesante de su único Señor Jesucristo.

Creo que desde hace años en algunos de nuestros lugares se ha caídoen una trampa: la de la iluminación. Se creó la teoría de que la Iglesia tieneque iluminar las situaciones de la sociedad, sus conflictos, su presente, sufuturo; todas y siempre. De cierto que en el origen, a los que yo conocía,no eran nacionalistas. Mas se adentraron más y más por un camino tor-tuoso: el de la política, el de la politización de la Iglesia. Iluminación, sí,pero depende de qué. Ya somos mayorcitos para que algunos clérigos seempeñen en iluminárnoslo todo. ¿No se hablaba antes de la autonomía delo temporal? Pues hablaban muy bien.

La Iglesia predica la Buena Nueva de Jesucristo, en toda su fuerza ypotencia. Pero nada más, pues no tiene mandato del Señor para otra cosa.

5 de enero de 2005 / miércoles 20.1.05

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Iluminarlo todo. Iluminar siempre. Tal llegó a ser el resultado de lateoría iluminadora a la que me refería.

Entiendo que un obispo, que los obispos de una región o de una con-ferencia nos escriban a los católicos para clarificar situaciones y compor-tamientos en la Iglesia, para inculcar actitudes en los fieles, para recordar,

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sugerir, enseñar, tomar postura eclesial, etc. Es parte de su misión degobierno. Ellos, utilizando una metáfora evangélica, tienen que pastoreara su grey. Incurrirían en gravísimo desafuero si no lo hiciesen.

Otra cosa es que estuvieran todo el día iluminándonos con sus pode-rosas linternas sobre todo lo habido y por haber.

Pues bien, esto es lo que creo ha acontecido en algunos lugares. LaIglesia, es decir, seguramente, sacerdotes y religiosos, además de laicosescogidos miembros de diferentes consejos diocesanos, se han convertidoen verdaderos profesionales de la iluminación. Pero, claro, cuando esta sehace tan meticulosa y direccionada, pues parecen llegar a iluminar todosa una —veremos alguna vez los mecanismos con que se hace— y buscarhacerlo respecto a todo y siempre, lo que acontece es que se está muchomás cerca de un programa de partido político, como cualquier puede ver,que en la Iglesia de Cristo. Y desde ese momento la Iglesia, o al menosesos sus representantes cualificados, se mete en berenjenales crudos.

Imaginémonos que todos siguieran la teoría de iluminar todo y siem-pre. Habría, es seguro, varias posibilidades y opciones. ¿Qué aconteceríaen la Iglesia? La ruptura de la comunión. Todos sabemos que esto ha ocu-rrido. El papel del obispo en estos casos es delicadísimo y esencial.

Ha ocurrido, creo, que la iluminación, por los mecanismos a los queantes aludía, ha sido unitaria y unidireccional; quizá, en su origen, para,precisamente, evitar rupturas de comunión. Esas iluminaciones han llega-do a ser de más en más nacionalistas o proclives al nacionalismo, o conlenguajes que es difícil no entender que no sean nacionalistas.Iluminaciones al unísono, al menos en lo que se expresa como fuerza pre-ponderante en esa Iglesia. ¿Resultado? Pueden ustedes imaginarlo. Quienno se deja iluminar de esa manera y en aquellos terrenos, ¡tantos!, en losque no debe darse esa iluminación eclesial, o discrepa de algunas maneras,palabras o actitudes de lo que se ha convertido en mayoría poderosa, notiene sitio en la Iglesia, parecería como que es discretamente empujado aque se integre o desaparezca por el foro.

Mas eso no es lo más grave, pues las cuestiones de poder son siempretransitorias, lo decisivamente graves es que se quiera hacer una Iglesia“iluminadora”.

Habrá de notarse que en la iluminación a la que me refiero, estamostodavía en estrecha conexión con lo del servir a dos señores. Y repito contodas mis fuerzas: la Iglesia sólo tiene un Señor.

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¿Por qué afirmo esto? Una vez aceptada la teoría iluminadora —consus propias raíces, que quizá algún día saldrán—, habiéndose dado elcorrimiento hacia el nacionalismo, parece bien claro quién presta ahoralas bombillas para dar luz. Y lo que se estiman al comienzo puras bombi-llas de apoyo, terminan siendo luces esplendorosas que se suman, ¿o anu-lan?, a la luz de Cristo.

¿Quién acepta ese mondrongo? El que ya está convencido o es lleva-do a convencimiento. Por eso, en cuanto el nacionalismo se radicaliza,quien sale perdiendo impepinablemente es la luz de Cristo.

A mí, personalmente, es esta luz la que me importa.6 de enero de 2005 / jueves 21.1.05

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En la Iglesia sólo predicaremos la paz, el diálogo y el entendimiento.Porque esto nos viene de la esencia de la Buena Nueva. Y si por ellohubiera que morir, pues bien, moriremos.

Diréis: eso son palabras mayores. Pues claro que lo son. Pero un cristia-no siempre tiene que estar dispuesto a confesar a Cristo, su único Señor. Y nosiempre las consecuencia de esa confesión son mieles rosáceas. No es fáciltomar el camino que parece ir a contracorriente. No es fácil mantenerse en elservicio al único ante quien uno se pone de rodillas. Porque un cristiano noagacha la cerviz ante nadie más. Es parte de su esencial libertad.

Ya pueden tocar panderos, flautas y todo tipo de instrumentos, que nopor eso un cristiano se va a dejar amedrentar y bajar la cabeza ante quien nodebe.

Te dirás, y con mucha razón, que esta ‘doctrina’ va muy allá. Puesclaro que sí, va muy allá; pero que mucho.

Con la Iglesia seremos factor de diálogo y de concordia, nunca de exas-peración y de aumento de distancias y acritudes; siempre de aunamiento,nunca de separación y violencia. De no hacerlo así, fallaremos en nuestratarea, habremos comenzado a no ser ya Iglesia, al menos la Iglesia de Cristo.

La Iglesia, y en la Iglesia, hace muchas cosas que la sociedad ni com-prende ni acepta. Esto no lo podemos olvidar. ¿Nos volveremos atrás denuestra acción eclesial porque los perros, quizá lobos, nos ladran? No,pues dejaríamos de pertenecer a ella. ¿Nos asustaremos y cejaremos en el

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empeño debido? Claro que nos asustaremos, somos de carne y hueso,pero no cejaremos.

¿Recuerdan ustedes las campañas terribles de hace no mucho tiempo, alas que me referí en parte más arriba, contra la Iglesia, mejor, contra los obis-pos y la conferencia episcopal española? Fueron días y días, semanas y sema-nas de tocar el gran bombo mediático y político contra la Iglesia. Incluso consugerencias al personal de no poner la crucecita consabida, insinuacionesque se convirtieron en realidades. Por cierto, parecen haber vuelto insinua-ciones de ese estilo. ¿Pensarán que a la Iglesia de Cristo se le vence con ame-nazas de sitiarla por hambre y sed, como si estuviéramos en una película deindios? No, qué va. Nuestra confianza está puesta únicamente en Cristo, ytenemos la promesa de que su Espíritu nunca nos va a abandonar.

La Iglesia y sus miembros debe ser muy consciente de que no siemprelos tiempos que se avecinan van a ser regalados. Hay maneras muy insi-diosas de querer comprarla, de que se prostituya, de que abandone sumisión, de que la tuerza en el sentido que le indican los poderosos. Perodebemos estar muy alertas. Porque la Iglesia y los cristianos tenemos unsólo Señor.

La Iglesia y sus miembros tienen que hacer memoria de sus mártires,que fueron humildemente fieles.

Todo esto, ¿por qué?, ¿para sacar pecho?, ¿para que se nos tengamiedo y se nos considere? No, claro que no. ¿Quién nos va a tenermiedo? Simplemente para recordar que la doctrina esencial del ‘un sóloSeñor’ tiene consecuencias.

La Iglesia católica, contra viento y marea, creo que ha sostenido esadoctrina. Con incomprensiones furibundas desde fuera, pero, a veces, conno menores incomprensiones casi tan furibundas de algunas gentes dedentro de ella. Lo iremos viendo.

6 de enero de 2005 / viernes 21.1.05

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Hace un tiempo escuché, ¡a un profesor de Derecho!, un método eficazpara naturalizarnos por completo. Consistía en una máxima: todo fenóme-no tiene, fundamentalmente, una explicación natural, y en un programa

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minimalista: no más metafísica que la necesaria; realismo mínimo, el nece-sario para que exista un mundo sin gente; primacía de la energía materialinanimada; construcción de sistemas reales desde componentes reales; sininstancias que trasciendan la experiencia; sin milagros; incluso las realiza-ciones intelectuales de la gente no van más allá de la naturaleza. Bien sen-cillo. Con esto, decía, todo está conseguido: no somos sino naturalezafruto de la propia naturaleza; incluso si hubiere finalidad, sería puramen-te natural.

Este naturalismo, me parece, es la posición —¿profesión de fe?— debuena parte de nuestros profesores universitarios y de instituto, y la depersonas influyentes de verdad en nuestra sociedad española de hoy.

La ciencia en su cotidianidad debe ser naturalista: se construye desdesí misma y funciona con lo que ella metódicamente acepta en cadamomento. Si no, no sería ciencia. Mas ¿se fundamenta sobre sí misma?¿Quién ha dicho que todo y sólo es racional lo científico? Me temo quequienes no han reflexionado en serio sobre lo científico y quieren arroparsus desnudeces con esa manto tan halagador.

Un programa del naturalismo como este da por sentada la materiali-dad (total) del mundo, es decir, de la naturaleza; que el cuerpo de hombre,en su identidad-dual de cuerpo de hombre y cuerpo de mujer, es decir, lacarne, no es otra cosa que mero cuerpo (material); y que la realidad notiene existencia, o, lo que es lo mismo, es reductible a naturaleza. Pero lastres cosas son falsas, o cuando menos extremadamente discutibles.

De ahí que concluyan como por necesidad: luego no hay Dios. Y tam-bién: luego no hay carne. Pero no los hay porque en sus presupuestosestaba ya contenida la negación, y lo estaba como algo metido de matute,como prejuicio previo a toda acción racional de la razón práctica.

Naturalismo es el nombre que hoy toma un materialismo rígido, perovergonzante. Una metafísica burda y primeriza para ser creíble. Un rea-lismo de pacotilla. Un voluntarismo romo. Un juego demasiado simple deuna pertinaz razón reductora.

Mucha prohibición para que nos parezca racional, nos quedemos tran-quilos y no nos queramos sacudir el yugo de esa (mala) postura. Supongo.

Vivimos hoy en España el modelo del rico epulón con una satisfaccióngrandiosa de nosotros mismos. Cerrados a cualquier más allá. Reducidosa posturas naturalmente opulentas. Pensando que nuestra naturaleza nosproporciona felicidad para siempre.

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Quien mide lo suyo diciéndose: un metro por delante, un metro pordetrás, un metro a la derecha, un metro a la izquierda, un metro hacia arri-ba, un metro hacia abajo, se queda, fuera de la carne, en un escuálido ymero sí mismo, negándose a ver al otro y, por ende, a Dios.

En España hoy parecemos estar instalados ahí.Sin embargo, Dios sólo se da en el exceso. Lo que somos, carne, sólo

se da (se nos da) en el exceso. Es el exceso lo que nos pone en el ámbitode Dios. Sin exceso, no hay Dios. Sólo viviendo en el exceso podemosdecir que hay Dios.

6 de enero de 2005 / lunes 24.1.05

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Somos como el rico epulón. Pues sí, somos la sociedad del rico epu-lón. Cuando era chaval, vivía en un país pobre, a veces de solemnidad.Muchos emigraban a países europeos para poder vivir con dignidad. Porcierto, aunque con problemas, fueron recibidos de manera digna. Unaparte importante de quienes emigraron se quedaron en sus países de aco-gida; sus hijos se hicieron del lugar con todas las consecuencias.

Ahora las cosas son muy distintas. Ahora los ricos somos nosotros. Ymucho. Ya sé que por interposición de las leyes de la Unión Europea, perome pregunto si no ponemos más dificultades de las que se nos puso a noso-tros. También sé que una política de puertas abiertas sin discriminación atodo el que quiera venir no es factible. Sé que hay las mafias de las terriblespateras y del trabajo especialmente barato. Hay aquí un problema políticoimportante, de los más importantes que tenemos en España.

Pero no es de eso de lo que quisiera hablar, aunque sí hacerlo notar.Somos como el rico epulón. Nos hemos hecho ricos de verdad. Porsupuesto que, en una parte de importancia, gracias a lo mucho y bien quehemos trabajado. Pero eso no quita que seamos el rico epulón. ¿Y eranecesario llegar a serlo? No.

Al hacernos ricos parece que hemos cumplido todas nuestras expecta-tivas y que ahora sólo nos queda gestionar —¡y defender!— para siemprenuestras riquezas que serán eternas.

Cuando uno de nuestros chavales recién terminados sus estudios dealto nivel, por ejemplo, de esos que llaman de negocios o cosas parecidas,

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al llegar al primer empleo, parece que cuida muy mucho qué planes se lepresentan para la jubilación. Está muy bien tanta prudencia. Pero ¿no esla prudencia del hijo del rico epulón que vela por sus riquezas virtuales?

¿No hemos perdido de manera casi radical cualquier espíritu de aven-tura? Ahora que celebramos el cuarto centenario de la publicación de laprimera parte de El Quijote, ¿no nos vemos obligados a decir que estamosdesquijotados por completo? Esta afirmación, ¿no se nos ha convertidoen algo tan obvio que ni siquiera nos damos cuenta?

¿No acontece que hay una inversión de la pirámide? Normalmente laapertura a la novedad, a la esperanza, al quijotismo se da en las partes másbajas de la pirámide de edad. Todo ello debería ser ejercicio de los másjóvenes. Pues no, creo que no. Es seguramente el ejercicio de las partesmás altas de esa pirámide de edades. Y ya se sabe que los mayores vivimosde seguridades. Qué horror, ¿no?

Me parece que la juventud, al menos una parte significativa de ella, haperdido sobre todo el deseo. El deseo de verdad, digo, no el del botellóny del sexo fácil. Y sin deseo no se es carne, es decir, no se es cuerpo dehombre/cuerpo de mujer. Sin deseo dejamos de ser lo que somos, ¿quizásólo ya lo que hubiéramos podido ser?, para convertirnos en seres zom-bis, seres atados al pesebre. Pesebre de rico, claro. Y la juventud ha per-dido el deseo porque se lo hemos estragado nosotros, los mayores; no,pura y simplemente, se lo hemos laminado. ¿Podrá surgir de nuevo?,¿será ese el papel de las oenegés?

Está muy bien haber trabajado tanto y en tan buena oportunidad. Estámuy bien ser ricos —una isla de riqueza en un océano de pobreza, ¿sinconexiones de una con el otro?—, pero ¿es necesaria la epulondez?

Lo malo es que el rico epulón ha perdido para siempre la esperanza,no la necesita, ¿o sólo lo cree?

7 de enero de 2005 / martes 25.1.05

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Dios sólo se da en el exceso. Y el rico epulón sólo vive en el exceso desus riquezas y del cuidado de ellas. Lo ha medido todo. Es la teoría deponernos un metro de margen en cada uno de los seis elementos de losantiguos: delante, detrás, izquierda, derecha, arriba, abajo. Ahí está su

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entero mundo. Todo lo tiene a la mano, porque dispone para ello de susriquezas. No vive de esperanzas, sino de lo que él dice “realidades”, com-prables todas ellas con moneda, que eso sí tiene en cantidad. Demasías,albardas llenas, intemperancias, abundamientos, de todo eso, mil y uno.Pero excesos, ninguno. Todo está medido y bien medido con su metro dedistancias permitidas. Nada se vaya más allá de lo previsto y aprobado, nisiquiera el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Si las cosas se nos esca-pan de las manos y se nos van más allá de lo controlado y lo medido, esel principio del fin. Se debe evitar por todos los medios ese más allá deses-tabilizador de la epulondez.

Y donde no hay exceso, no hay Dios, pues Dios sólo se da en elexceso.

¿De qué exceso hablo?Las “realidades” en las que el rico epulón cree vivir, que él se ha cons-

truido con tanto empeño, le cierran una puerta esencial, taponándole todomás allá. Eso es aventurarse demasiado, piensan, pues acá todo está atadoy bien atado; dejarse ir más allá es una aventura que puede resultar peli-grosa en extremo. Y, efectivamente, resulta peligrosa en extremo. Lo des-conocido, lo creativo de nuevas realidades, verdaderas realidades, no susmacilentas y desmejoradas “realidades”, nos puede sacar de nuestrometro patrón en el que estamos tan asegurados contra todo desliz y con-tratiempo.

Así, ya no hay esperanza. ¿Cómo iba a haberla si se tiene todo, todolo que se desea, porque se desea tan poco, tan por debajo de lo que esnuestra imposible-posibilidad? Véase, pues, que despojamos de deseo anuestra juventud, porque ya antes lo habíamos perdido nosotros. De unamanera más sofisticada, faltaría más, pero lo nuestro también es el bote-llón y el sexo fácil. Y una carne sin deseo es una carne a la que le han cer-cenado la punta misma de su ser. Ya no es sino mero cuerpo; cuerpo ani-mal evolucionado, elegante, guapo, perfumado y consensual. Si hayimaginación, sea la del artista y la de los aseguradores, para que nos haganla vida más agradable e inmune; bueno, y también ténganla los que nosconstruyen esos coches cada vez más magníficos. Si hay razón, ¿qué otracosa ha de ser, claro, sino razón científica naturalizante?

Sobre todo, pues, ningún exceso. Pues el exceso está lleno de peligrosy de eventos de enorme fastidiamiento.

¿Que Dios se da en el exceso? Pues muy bien, que no haya Dios.

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Pero Dios sólo se da cuando el deseo es tan desaforado, se busca tanfuera de sí, que nos hace capaces de él. Mas el rico epulón lo primeroque hace en cuanto se sienta sobre su epulondez es contar bien sus lími-tes, ponerse fronteras que nunca deberá traspasar so capa de comenzara perderlo todo. Fuera cualquier desafuero. Incluso del deseo. Sobretodo del deseo. Si hay que llorar, como Peter Ustinov, maravilloso artis-ta vestido de Nerón en Quo vadis?, tras contemplar el espectáculo delincendio de Roma, pidamos “el vaso de las lágrimas” para derramaralguna dentro de él.

Sí, gracias a Dios, Dios sólo se da en el exceso. ¿Cómo lo haríamoscaber en ese vaso? Sería un minúsculo idolillo.

8 de enero de 2005 / miércoles 26.1.05

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¿Cuántos cristianos había en Hipona el pasado domingo?Seguramente los que fueron en taxi de visita turística. Pues bien, ni más nimenos que san Agustín fue obispo de esa pequeña ciudad de Hipona, enla actual Túnez.

¿Por qué digo esto? Por algo fácilmente constatable. Ciudades, países,territorios que fueron cristianos, ya no lo son, y no ha pasado nada. Elcristianismo se ha expandido en otras ciudades, países y tierras. No pode-mos decir “eso fue nuestro, luego es nuestro”. No. Los cristianos anun-ciamos la buena nueva a quien quiere escucharla, y quien prefiere otrasescuchas, o la placidez de ninguna escucha, pues siga su camino con ente-ra libertad. Sólo nos pedimos y les pedimos el ser respetuosos y promo-ver activamente la libertad religiosa. Alguna vez nos ha de salir este temaen nuestro paralipómenos, estoy seguro. Pero vamos a lo nuestro.

¿Que algún día España será, por ejemplo, musulmana? Pues, benditosea Dios. Si no es por conquista e imposición, qué le vamos a hacer; serágracias a nosotros que abandonamos la fe de nuestros padres o que de talmanera cortamos en el paisanaje el grifo de la reproducción, y que sóloprocreen entre nosotros los pobrecillos que llegan en tan malos modos,quizá incluso en patera.

Parece ser, ya que estamos en ello, que musulmanes fieles se dicen queno hay por qué preocuparse: con el tiempo, y no mucho, España volverá

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a ser musulmana, lo que nunca debió abandonar. El cristianismo enEspaña, pues, habrá sido durante estos siglos un algo pasajero.

Ante estas realidades, porque, convéncete, lo son, debemos hacer dostipos de reflexiones. La primera es nuestra y para nosotros los propioscristianos españoles. ¿Tan poco apetecibles somos que al final vendremosen desaparecer? ¿Dónde habrá quedado, entonces, aquel ‘Mirad cómo seaman’ que volvió locos a los que miraban a los primeros cristianos? ¿Serátan absurdo y aburrido el ser como nosotros? Cuando Jesús a los dos dis-cípulos de Juan el Bautista que le seguían tras señalarle diciendo: He ahíel Cordero de Dios, les pregunta: ¿Qué buscáis?, ellos le dicen: Maestro,¿dónde moras?, a lo que él responde: Venid y ved; fueron y permanecie-ron con él aquel día, y luego siempre. Se conoce que si decimos nosotroslos católicos españoles, seguidores del mismo Jesús, algo similar, sólo pro-vocamos bostezos y hastío infinito. Ya veis, pues, que en algo nos dife-renciamos de lo que cuentan Juan en su evangelio o los Hechos de losapóstoles. ¿Qué nos ha pasado? ¿Será que somos nosotros ni chicha nilimoná, y que cualquier día recibimos la carta a nuestras Iglesias, como enel Apocalipsis la recibió la de Sardes o la de Laodicea? Terribles palabraslas primeras: Conozco tus obras y que tienes nombre de vivo, pero estásmuerto. Pero, ¿y las segundas?, son aún más espeluznantes si cabe:Conozco tus obras y que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío ocaliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomi-tarte de mi boca. ¡Uf!

Aunque, ya sé, más de uno y de dos y de tres dirán al punto: no, esosson los otros, pero no yo y los míos; seguramente los jerarcas de la Iglesiatan instalados, tan conservadores y poco proféticos, etc. Discurso quesiempre me ha llenado de perplejidad por su candor abominable.

Nos queda todavía demasiado. Esto último. Y ver el otro tipo de refle-xión que debemos hacer. Otro día vendrá para ambas codas, pues se nosacaba hoy el papel.

8 de enero de 2005 / jueves 27.1.05

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¿Habremos, pues, perdido toda esperanza? No, claro, ¿por qué la íba-mos a perder?

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Depende de dónde la hubiéramos puesto. Si en nosotros mismos por-que somos el superman del cuento, entonces, claro que sí, y gracias aDios. La esperanza nos viene dada, porque está puesta en el Señor.

¿No tendrá algo que venir a hacer aquí el líder? Pues él es quien nosapunta esperanzas con toda su enorme libertad. No es que las pongamosen él. Eso no, nunca. Pero él es capaz de enseñarnos caminos que condu-cen a la esperanza, porque caminos del Señor.

Cuando estamos desorientados, sin saber por dónde caminar, cuandohemos perdido las referencias porque todo nos es espesa niebla, él sabetodavía ver dónde está el resplandor.

Cuando Edith Stein, carmelita alemana de raza judía, fue sacada de sucarmelo holandés en donde la habían refugiado, para ir a la muerte, el trenparó en la estación de Colonia, como lo hacían todos, pues es de llegada,no de paso. La larga fila de judíos destinados al matadero transitaron porla estación, como lo hacían siempre. Una amiga suya la vio desde lejos,integrada en la fila con sus hábitos de carmelita. Nos dice la amiga que elrostro de Edith resplandecía transfigurado.

No sé si la anécdota es exacta y, en todo caso, si la amiga no se dejó lle-var por los ojos de la ternura y del amor. Pero eso es lo que hace el líder:su cara resplandece transfigurada, aun cuando camine para el horno cre-matorio. Porque sabe ver.

El líder vive en la esperanza porque sabe ver. El Señor le ha dado esacualidad, personal, intelectual, de saber ver donde todo parece pura obs-curidad. De vivir ya desde aquí, en la negrura de la noche, el resplandorde la aurora, el camino de la luz. ¿No es eso vivir de esperanza?

Y el líder, aunque él no lo sepa —¿lo sabía Francisco de Asís?, ¿lo sabíaEdith Stein?, ¿lo sabía Henri de Lubac?, ¿lo sabía quien murió en la gui-llotina por asesinato y ahora, tras una conversión emocionante en la cár-cel, va a ser beatificado (cuando me viene a la memoria su escrito de con-versión, terminado pocos momentos antes de su ajusticiamiento, todavíase me caen las lágrimas como la primera vez que lo leí)?—, señala cami-nos de esperanza.

Pero, bueno, ¿es que no has conocido a ningún líder, hombre o mujer,viejo o niño? Seguro que sí. Pues, bien, síguele, que encontrarás el cami-no de la esperanza. Los líderes son regalos que nos hace Dios. Tienen algode esa mano de Juan el Bautista que señala donde está Jesús, mientras dice:He ahí el Cordero de Dios.

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Pero, claro, a estas alturas de nuestro escepticismo, ¿quién se atreveráa decir que ha conocido a un líder, y luego a seguirle?, ¿o a buscarlo paraseguir la mano que señala?, no digamos a serlo si el Señor le empuja a ello,avergonzados como estamos todos de ser lo que somos, o así lo parece.

El líder nos hace ver el vislumbre del resplandor de la gloria cuando senos dan momentos difíciles y neblinosos como estos nuestros. Señala los‘por ahí’ que nos conducen a los más allás; nos indica cómo no caer en losescollos, zozobras y pozos negros que nos cortarían de ellos.

Mas nadie se llame a engaño con el líder: su dedo señala la luna, y todo seva al traste cuando, como en el cuento, el mirador se empeña en mirar al dedo.

Mas no tenemos líderes, y si aparecen quizá apliquemos el cuento.8 de enero de 2005 / viernes 28.1.05

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Llevo treinta años de profesor. Lo he sido en varios lugares. Desdehace un tiempo en la Facultad de Teología ‘San Dámaso’, promovida porlas tres diócesis de nuestra provincia eclesiástica: Madrid, Alcalá y Getafe;cumple este mi séptimo curso. Enseño filosofía, como siempre he hechoen todo este tiempo. Las cosas a veces son carambolas, pues el pensar síera cosa de entre lo mío, pero no parecía tener ningún título para filoso-far como Dios manda, cuando este es mi trigésimo y pico año en que filo-sofo a boca llena. Una vocación —¡además, aunque pueda parecerme raroa mí mismo, una vocación de siempre!— a la que me dedico con gustomaravilloso. Con empeño. Con dedicación exclusiva. Bueno, no tanto,pues soy sacerdote desde hace casi veintiocho años, y me encanta ejercer;hasta el punto de que seguramente el ordenarme es la cosa más hermosaque me ha acontecido en la vida.

Pues bien, hecho el pequeño paréntesis, tan importante, a lo largo deestos años he visto y he tenido muchos alumnos y en no pocos lugares.¿Puedo hacer una confidencia en el blanco papel? Nunca he tenido tantosalumnos y tan buenos como ahora. A los viejos se les permite que digantodo, incluso tonterías, ¿no? Pues queda dicho.

Espero que ninguno de ellos lea estas líneas pues a lo mejor le da unsofoco de contentamiento, cosa siempre mala. Mas qué le haríamos, si esverdad.

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Son chavales y chavalas con vocación. Y esto en los tiempos en quevivimos es algo inusuado. Bueno, vocación a la moneda, sí, pero ¿voca-ción a un ideal que le va a dejar a uno fuera de los planes de pensiones?Precisamente por la vocación que les calienta por dentro, no son cuales-quiera, sino gente con especial valor y decisión. Muchas veces gentes quedespuntaban en sus estudios de bachillerato —¿qué nombre se le daahora?—, o con sus carreras terminadas, que proceden del mundo del tra-bajo. En fin, una serie de cualidades que les hace un grupo de excepción.Además, para colmo, se interesan mucho en la vida que llevan y en lo quehacen.

Si juntas a gente lista con la cualidad de la utopía, de vivir de más allás,tienes ahí una mezcla adecuada para lo mejor. Y se da lo mejor.

Ya veo a mi lector escéptico que se dice: bueno, para el carro, quenosotros también fuimos así y aquí nos tienes. Y a mi otro lector que sedice: sí, pero son unos conservadores deslomados. Qué de desconoci-miento regado de no poca envidia se adivina en esas palabras; sobre todolas últimas.

Ahora, entrando en la Facultad, no puede uno aspirar a nada bueno, aninguna promoción, a nada de verdadero provecho. Tendrá que vivir dela utopía de sus más allás, de la fraternidad y del enraizamiento en lacomunidad eclesial. ¿Podrá? Con la ayuda del Señor, sí. ¿Tirándose de lasorejas para levantarse?, no. Viviendo en la Iglesia, sí. Ya veo que el otro sedice : ajá, lo que quieres decir es viviendo de la Iglesia, arrebullado en sussegurancias. Pues no, no es una cosa tan fea lo que digo. Porque hay algoque me llama la atención muy poderosamente: son creyentes, en su granfragilidad, quizá hasta mayor que la nuestra, pero viven su fe en Cristo deuna manera limpia y formidable, por ello viven de la sola gracia. Y ¿noestábamos en que ese era el primer artículo de la doctrina?

El vivir así es grande. Ellos sí pueden decir: ven y lo verás.8 de enero de 2005 / lunes 31.1.05

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Dos grandes colecciones de filosofía, quizá las más importantes detoda España, se publican en Pamplona y en Salamanca, una por laUniversidad de Navarra, otra por la Universidad Pontificia de Salamanca.

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Años de callada labor que han llevado a cientos de volúmenes de interésindudable. ¿Y quién las conoce? ¿Que posiblemente no se promocionencomo lo haría alguna de estas multinacionales con sus anaqueles más queengañosos denominados con pompa: “los libros más vendidos”? Seguro.Tampoco es que hoy en España los libros de filosofía se vendan comomazapanes y el debate filosófico siquiera exista. Pero ahí está su realidady su absoluto pasar desapercibidas. Tampoco es que los católicos españo-les nos desvivamos por leer y nos precipitemos a comprar libros.

Entramos aquí en algo anunciado desde el primero de estos paralipó-menos. Mírenlo ustedes con detenimiento. Me voy a fijar, ya que habla-mos de libros, en el siguiente fenómeno. Si uno del grupo tal o de la con-gregación cual cita, puede usted apostar una comida opípara que los dostercios de sus citas, o mucho más, será de los suyos; seguro que gana laapuesta. Distingo grupo y congregación. No es que me quiera meter conlos religiosos, pero es que son ellos los que se lo han trabajado bien y tie-nen editoriales de importancia. Pues bien, no se piense que la cosa cambiasi es el grupo cual o la congregación tal. Perfecta la simetría. Cada uno citaa lo suyo y a los suyos. Miradlo, por favor, no piensen que exagero. Comouno no sea de la cuadra de esa editorial tal o cual, no le publicarán ni lasgracias, por supuesto. Se entiende, quizá, ¿quizá?, porque los dinerosestán muy caros y son cosa muy seria. El pobre autor, si no tiene muyclara su cuadra, las pasará mal al por mayor. Y sé lo que me digo, no crean.

Puede que incluso se llegue más allá. Los libros de una editorial queotros consideran de bandería no se venden en la librería de la otra bande-ría, y viceversa, en perfecta reciprocidad. O apenas. O se dice infinitasveces que está agotado esto o lo otro, o que no se trae porque no se va avender. Y cosas mil. Aquí puede ser que se dé más el deslinde ideológico,a veces cuán fino.

¿Uno es calificado tal o cual por ser leído? Qué va, eso sería pensarmal; no, sólo por el color detectado de la cuadra que le publica. El deslo-me llega hasta los intersticios mismos de las letras y de la tinta, que no dela cosa, claro.

Esto es signo y síntoma de lo que podríamos muy bien llamar la bal-canización actual en la Iglesia española.

Una última cosa. Hay algunas colecciones beneméritas, citaré sólo laIntroducción al estudio de la Biblia, en diez o doce volúmenes, casi todosmuy buenos, publicada al alimón por Verbo Divino de Estella y la

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Institución San Jerónimo, asociación de los biblistas españoles. ¿Por quéno seguir más allá e iniciar una colección como la que está publicando enItalia, y con autores del lugar, la editorial Paoline, de las Hijas de SanPablo, Los libros bíblicos, de la que han salido al menos trece volúmenes,y que está siendo, libro a libro, uno de los grandes comentarios bíblicosdel mundo? Bueno, alguno dirá: y tú qué sabes. Al menos me los he com-prado todos y lo haré con el resto. ¿En Italia hay más y mejores biblistasque en España? ¿Van aquí por corros las posibles iniciativas?

8 de enero de 2005 / martes 1.2.05

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Nos meteremos hoy, sólo iniciándonos, con el asunto de grupos y sec-tas. Recuerdo que el parlamento del reino de Bélgica, ¿o el senado?, nohace muchos años, tras largos y sesudos estudios hizo oficial una lista desectas con doscientos y pico nombres, entre los que están varios gruposreconocidos oficialmente por la Iglesia católica como suyos propios. Tulistura es suficientemente intensa para adivinar cuáles.

Han sido tan listos esas buenas señorías belgas, que han enmendado laplana a la propia Iglesia y a sus obispos. Faltaría más, con lo que saben.Ay, más de uno, ¿no tendría el impetuoso deseo de declamar como sectaa la propia Iglesia católica? Me temo que sí. Esas listas no han sido deprohibición, al menos hasta ahora; tras examen sesudo sólo se ha dicta-minado qué grupos son sectarios en su comportamiento, igual es que seanindependientes o dependientes de una Iglesia reconocida.

Claro, lo único malo en una lista como esta es que tiene el inconve-niente de no servir para lo que quiso hacerse: saber qué sectas, que las hay,son peligrosas y, conforme a derecho, deberían ser prohibidas por el orde-namiento jurídico. Pero si se hace una definición de secta tan lata, pues esentonces una lata porque no distingue a nadie de nadie y o prohibimostoda religión o dejamos a toda secta en paz hasta que no haya asesinatosconvictos y confesos. Los grupos y banderías políticas, supongo, tancomplejos en Bélgica, lo sé, para ponerse de acuerdo han metido cada unoa todos los que quería, y así acertaron todos en una regla de máximos quepara nada sirve, como no sea para insultar a alguno tomando café, mejor,cerveza.

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Por algunas de las notas que definían las sectas, casi todas las univer-sidades deberían haber sido incluidas en las listas. La dificultad para aban-donarlas era una de esas notas. Una secta lo es si no es suficientementefácil dejarla. Pero ¿cuántos profesores universitarios han dejado la uni-versidad? Maldición, pues, se les retiene: las universidades son tambiénsectas. Además de los comportamientos sectarios, que los hay, y deben serestudiados más finamente, es dificultoso dejar la universidad en la queuno ha estado años, en donde tiene su despacho y sus gentes, en donde sele asegura la pitanza. Además, ¿a dónde ir? Y así más y más. Se compren-de que si uno quiere dejar la universidad se lo piense dos veces. ¿Y esohace a la universidad ser una secta? Sí, lo es por muchas cosas, pero, pre-cisamente, no por esta. En qué cabeza cabe que si alguien ha sido sacer-dote o religioso o religiosa o seglar de no sé que estilo, por ejemplo, lovaya a dejar con la facilidad con que se va a dar un paseo, abandonandosu vida hecha, sus amigos, sus ocupaciones, sus ansias de ideal, su lugar deencuentro con Cristo.

Claro, es verdad que en estas cosas funciona radio macuto: pero¿cómo, no sabes, no te has enterado?, y te cuentan una milonga oblonga.Quien cree con tanta soltura a radio macuto no tiene sus entendederas enbuen estado; en fin, no sé, me parece.

Mas, sí, sí, si es secta, fuera con ella. Con todo, queda definir muy bienqué es una secta y no ir insultando por ahí en puro espurreo a los que unotiene manía, o con los que no congenia, o con los que no está de acuerdo,o que le gustaría ver desaparecer con la victoria de su propia bandería,¿también sectaria? No, eso no. Sólo son sectarios los otros. Yo nunca.

8 de enero de 2005 / miércoles 2.2.05

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En cuanto uno se atreve a decir más o menos lo que enseña la Iglesiacatólica tiene peligro próximo de que le llaman furibundo fundamentalis-ta. Creo que hemos visto casos de estos. Si, en cambio, dijera lo que ense-ñan algunos de esos teólogos que durante años nos han predicado enalgún periódico que no suele ser muy tierno con la Iglesia, estoy segurode que entonces todo serían mieles. ¿O no? Quizá no, pues parecería quelo que gusta es que quien fuere se meta con esa buena gente empedernida

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que se llaman católicos. Por eso digo que si la Iglesia se reformara a esasganas que tienen algunos de oír lo que ya saben y ya predican ellos, segu-ramente dirían, y con razón: a buenas horas mangasverdes vienes al con-senso de todos nosotros los informados de verdad de las cosas.

Claro, pero, dentro de la propia Iglesia, algunos, no pocos, nos pre-guntan también si es que la Iglesia católica tiene algo que enseñar, o entodo caso que mucho de lo que enseña está peor que trasnochado.

Claro, como justo el día en que se cerró el Concilio Vaticano II hubogrupos numerosos e influyentes que decretaron que con esa fecha se abríael Concilio Vaticano III, todo vale.

Si mañana el papa acompañado de obispos en mogollón anunciaraurbi et orbe que le parecen muy bien los matrimonios —esa es la palabraclave— entre homosexuales que están viniendo a la luz en España, laadopción de niños por esos nuevos matrimonios y que su sucesor serásucesora, entonces habría tantísima gente que proclamaría entre risas yalgazara: ya era hora, por fin. Luego seguramente se lo pensarían mejor yañadirían: pero para eso, que nosotros decimos desde hace tanto, no esnecesario ponerse mitras y casullas, e ir por ahí con báculo engañando alpersonal. Pensado mejor, seguirían en contra: lo lógico es que gentes asídesaparecieran de una vez, llegan a todo tarde y mal, después de hacertanto daño a las pobres gentes.

Más o menos es lo que ha hecho alguna Iglesia de nuestro cercanomundo y ahí sigue, más vieja y melancólica que en tiempos. A veces mepregunto si no sigue existiendo por la capacidad y belleza del ornato. Locual no es poco, y puede ser una manera de sobrevivir en la espera espe-ranzada de tiempos mejores. Es verdad que su existencia produce de vezen cuando personalidades muy valiosas, ampliamente escuchadas. Sonlíderes sabios, conformados por el pensamiento y la contemplación deJesús, el Cristo, de eso no cabe duda. Veremos si capaces de gobierno. ElEspíritu a veces parece valerse de procedimientos rizados para no dejarque caigan pedazos de su Iglesia.

La cuestión, sin embargo, me parece que no está ahí. La Iglesia católi-ca dice cosas porque tiene cosas que decir. No le vienen de su sabiduría depersonalidad vieja —aunque también—, sino de su Maestro. ¿Podremosprescindir de él como quieren que lo hagamos quienes nos empujan? No,nosotros tenemos doctrina —no se olvide que en estos paralipómenosesta palabra nos ha venido por Lutero—, y la confesamos. A ella nos

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debemos y ella es la que nos rige. El papa y los obispos contarán los chis-tes que quieran con gracia o sin ella, pero su hablar como tales es refi-riéndose a la enseñanza de Cristo, no a su buena ocurrencia pues unamañana se levantaron con buen ojo o con mal pie, y según ella, con laayuda del Espíritu, gobiernan a su Iglesia.

¿Palabras mayores? Sí, palabras mayores.8 de enero de 2005 / jueves 3.2.05

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Hace unas semanas compré por internet Medea de Pier-PaoloPasolini. Hoy la he visto. Soy un gran fan suyo: poeta, novelista, cineas-ta, ensayista, hombre político, crítico de todo lo criticable, con una capa-cidad de creación que pocos han tenido en la segunda mitad del pasadosiglo. Hasta que murió asesinado de malas formas en la playa de Ostia.

Casi todo lo que toca en cine lo convierte en oro. Conforme se vieronsus películas según las hacía, pareció que andaba a saltos y sin línea defini-da. Ahora, cuando las vemos con perspectiva, resulta sorprendente quepensáramos así: su cine es de una coherencia y unidad que dejan perplejo.

Medea, protagonizada por María Callas, sigue a la manera pasolinianael mito griego teatral de Medea y Jasón. Toma de ese mito lo que quierey como le parece para una profunda obra suya. Tiene tres lugares, lugaresdel mito y, ahora, lugares en los que se filma la película. La Capadocia deTurquía, con sus colores finos, de una gran belleza de verdes en sus dife-rentes tonos, pero verdes como arrojados en ese paisaje troglodita ydesértico de colores de piedra marrón clarísima, casi blanca, en dondevemos a Medea, sacerdotisa de una religión primitiva y brutal, con elsacrificio humano de un muchacho para con su sangre y trozos de sucuerpo despedazado mojar bendiciendo trigos, vides, arbolillos, cultivosque se dan en pequeñas y primorosas terracillas inhóspitas. Allá Jasónroba el vellocino de oro y se hace con Medea. Los colores son claros y losvestidos terrosos o en vivo contraste, azules fuertes. Luego, la que sefilmó en Siria, en planicies con casas blancas de techos semiesféricos,cuando Jasón lleva a Medea a la ciudad de su padre. Por fin, Corinto, endonde les permite vivir el rey, hasta la furiosa tragedia final. Es Alepo, enSiria, y los exteriores de la catedral de Pisa.

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¿Cómo es posible hacer una película tan suculenta y excepcional sólocon la suavidad y dureza de los colores, con los vestidos y atuendos dise-ñados en su sorprendente ser, tan especiales, con la decoración sobresal-tada, con una música bronca y sibilina que viene de los orígenes mismosde los primeros sonidos, y con una Callas hierática que arrastra con susmiradas y pequeños gestos el corazón mismo del espectador?

Les aseguro que no lo acabo de entender. Férrea disciplina que lleva ala improvisación y a la sencillez extrema en el barroquismo cuidadísimode toda su composición. Casi sin palabras, pero que nos ofrece a nuestraspropias entrañas la esencia misma de los orígenes rituales y dramáticos.

En el fondo puros colores, vestidos y la mirada de la Callas. Pero quéde cosas nos transmite Pasolini: un mundo lleno de profundidad, de enor-me riqueza, ¡el suyo!

Literato, como en muchas de sus películas, Medea es también un libro,recreación nueva de lo que, luego, va a ser una película.

Con palabras pasolinianas sintetizadas de Mircea Eliade el Centaurodice al Jasón niño unas palabras luminosas: cuando la naturaleza te parez-ca natural, todo se habrá terminado ya. Después añade: sólo lo que esmito, es realidad; sólo lo que es realidad, es mito.

Pier-Paolo Pasolini dedicó su vida entera a la búsqueda de Dios, y lohizo, entremezclada y chocante con muchas otras pasiones, con ardor ini-gualable, pues esta era la profunda y definitiva pasión de su vida.

7 de enero de 2005 / viernes 4.2.05

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CORTADURA

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El día 11 de enero pasado la Fundación García Morente me pidió opi-nión sobre el “plan Ibarretxe”. Así lo hice. Pasados unos días, me pareceinteresante convertirla en dos paralipómenos seguidos, este y el de maña-na; si ya lo habéis leído, perdonadme. Decía así:

La Conferencia episcopal española ha publicado una nota el 7 de eneroen la que ante el fuerte debate social y político que ha concitado estaPropuesta presentada en el parlamento vasco el 30 de diciembre, retomalos que estima puntos más salientes de la Instrucción Pastoral de noviem-bre de 2002, “Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas yde sus consecuencias”.

El obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, el 30 de noviembre del2002 había escrito una carta a la comunidad cristiana de Guipúzcoa en laque decía que ese texto había sido aprobado «legítimamente por unanotable mayoría de los obispos reunidos. Con todo, no es, en sí mismomoralmente vinculante para la formación del criterio y del comporta-miento de todos los creyentes, puesto que no constituye un documento“doctrinal” que haya sido aprobado por unanimidad o ratificado por laSanta Sede». Al presente, el 8 de enero, se ratifica en lo dicho entonces conrespecto a la nota condensatoria de aquel primer documento que laConferencia publica ahora. Recogiendo puntos de la carta que en mayo de2002 escribieron los obispos de su Comunidad Autónoma, añade que«todos los ciudadanos católicos están llamados a elaborar de manera adulta,

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sin proteccionismos ni intervencionismos eclesiales, sus propias opcionespolíticas. Les será necesario analizar cuidadosamente la situación real,examinar la licitud de los objetivos buscados y medios utilizados y sope-sar las consecuencias previsibles de la aplicación de los diferentes mode-los. Siempre habrán de tener en su punto de mira el objetivo superior dela paz y la reconciliación de nuestra sociedad». Por fin, para terminar,afirma que «las orientaciones formuladas en esta Carta son hoy y aquímagisterio auténtico del Obispo de San Sebastián al servicio de la comu-nidad católica guipuzcoana».

No sé si son muy convincentes las razones sobre la diferenciación aquíy ahora entre un texto ‘moral’ y uno ‘doctrinal’. La hay, claro, pero ¿sacaresa diferencia para no pronunciarse sobre contenidos explícitos y claros?¿Significa algo? No se entiende lo de la unanimidad de los obispos: nuncase ha dado, y el punto clave no está ahí, sino en la comunión eclesial. Sehabla del papa. ¿No ha hablado? Hubo casos en los que la palabra delpapa importó bien poco, invocándose, precisamente, la autonomía políti-ca de lo temporal respecto de la Iglesia. Es muy importante el que «hoy yaquí» su magisterio es el auténtico en su diócesis, San Sebastián. Esemagisterio es real, pero ¿eso es todo? ¿Nadie más puede decir nuncanada? Siendo verdad eso que dice, ¿no hay algo que se acerca a una parti-ción de cortadura? Hace años en España tuvimos comportamientos epis-copales similares, enfrentados a la Conferencia episcopal. ¿Son justos conla comunión eclesial? Lo que la mayoría aplastante de la Conferenciaepiscopal afirma con toda su autoridad de gobierno, y además en textoshechos con enorme mesura y cuidado, profundamente implicativos con latradición misma de la Iglesia y su doctrina, ¿se puede apartar de modo tanfácil? ¿Se dan razones para ello? Creo que no, simplemente, se escabulleel bulto. ¿Resultará que la diferencia sea, finalmente, debida a algo que separece sobremanera a una opción política? Mas la Iglesia no tiene opciónpolítica concreta.

11 de enero de 2005 / lunes 7.2.05

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La opinión comenzada en el paralipómeno de ayer, continúa y termi-na así:

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El punto de desencuentro está en la parte quinta del documento de laConferencia episcopal española de noviembre de 2002: el nacionalismototalitario, matriz del terrorismo de ETA; las citas que recuerda la nota dehace unos días están tomadas todas de esta parte. Estos son los puntossalientes. La “soberanía” espiritual propia de las naciones no implicanecesariamente soberanía política. La voluntad de independencia conver-tida en principio absoluto de la acción política, imponiéndose a toda costay por cualquier medio, es una idolatría de la propia nación. La opciónnacionalista, como cualquier opción política, no puede ser absoluta. Todoproyecto político ha de ponerse al servicio de las personas; no a la inver-sa. La pretensión de que a toda nación le corresponda el derecho de cons-tituirse en Estado, ignorando las múltiples relaciones históricas y some-tiendo los derechos de las personas a proyectos impuestos de una u otramanera por la fuerza, dan lugar a un nacionalismo totalitario incompati-ble con la doctrina católica. España es fruto de uno de estos complejosprocesos históricos. La Constitución es hoy el marco jurídico ineludiblede referencia para la convivencia. Pretender unilateralmente alterar esteordenamiento jurídico en función de una determinada voluntad de poderes inadmisible, es necesario respetar y tutelar el bien común de una socie-dad pluricentenaria.

¿Diálogo de sordos? No.Ahí está el marco en el que se da la discusión como cristianos del

nacionalismo radical. Por un lado, las razones de una doctrina católicaasentada. Por otro la petición, ¡justo ahora!, de la autonomía de lo tem-poral y el hincapié que se hace del magisterio auténtico de un obispo ensu diócesis.

La Propuesta es como un órdago a la grande. Se habla de diálogo, pero¿de cierto que lo busca? Se habla de paz y concordia, pero ¿cómo sepuede conseguir con esos terribles empujamientos? ¿No se termina acep-tando el chantaje del terrorismo?, ¿o quizá es que se aprovecha su exis-tencia en la historia pasada y presente?

Se dice que era la ocasión de un diálogo franco. Quizá sí, pero estapropuesta llevada adelante por encima de todo, ¿es de verdad una mane-ra de dialogar? ¿No es un trágala imposible? ¿Qué se quiere? ¿La puraaventura? Es verdad que, en la sensibilidad actual de las personas paralas que se hace la propuesta, el sentimiento es algo inmensamente gran-de. Pero, además del sentimiento, ¿no está la imaginación y la razón?

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No estoy seguro de que se haya escogido el camino de la razón ni que setenga la imaginación para lograr el diálogo que se quería proponer. ¿Nose debería tener mejor en cuenta esa sensibilidad y ese sentimiento? Almenos, sería mucho más inteligente para el diálogo tan necesario.

¿Qué va a ocurrir? No soy adivino, pero aventuro que nada decisivo.Sólo quedará una gran frustración en los sentimientos de aquellos a losque se hace la propuesta. ¿Contra quienes verterá al final? Lo veremos.

El papel de la Iglesia, si cabe más que nunca, ha de ser la invitación sindescanso al diálogo razonable e imaginativo.

Hasta aquí el texto comenzado ayer. Su redacción pulida y no busca-dora de más aristas de las que ya hay, se entenderá en toda su profundi-dad, seguramente, en el conjunto de estos paralipómenos.

11 de enero de 2005 / martes 8.2.05

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El 28 de noviembre del pasado año, en mi Bilbao, se hicieron públicaslas conclusiones del Encuentro de un grupo denominado Cristianos socia-listas. En donde recogí el escrito, añadía al nombre: del PSOE, pero estono lo ponía en cursiva.

¿Imaginan ustedes un Encuentro denominado algo así como“Cristianos por el PP”? Sí, ya sé, lo veo, los más pícaros me estarándiciendo por señas que eso no es necesario, que ya se da de manera masi-va. Bueno, a parte de que habría que verlo, los especialistas de la sociolo-gía electoral nos lo pueden decir, a quien le corresponda debería plantear-se muy en serio por qué es así, si es que cree conveniente que le interesesaberlo. Creo que la existencia de aquel encuentro de noviembre indicaque el problema se plantea: ¿cómo es que algunos partidos parecen empe-ñarse en echar a “los católicos” en brazos de “los populares”? ¿Recordáis,simplemente por poner un ejemplo de viejo trotamundos, a aquel magní-fico italiano, secretario general durante años del PCI, que se llamabaEnrico Berlinguer? Bueno, ya veo que aquellos pícaros de antes han ini-ciado otra serie de señas y visajes para que les entienda: ah, ya, no es tantoel pueblo católico fiel, como la jerarquía de la Iglesia y sus secuaces ysayones. En fin, no sé, quizá, pero no sabía que la Iglesia católica tuviera

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tal cantidad de jerarcas y asimilados a sus poderes como para engrosar lossacos de votantes de un único partido.

Hace años existían los llamados cristianos por el socialismo. Ahora elgrupo nuevo que surge se llama cristianos socialistas. Creo ver, aunque alo mejor me dejo llevar por mi agujereapelismo, una diferencia notable.Aquellos, en los años setenta, eran cristianos, sin calificativos, que opina-ban algo, en lo que se podían confundir, pero que entraba dentro de lasposibilidades de la labor política de un cristiano. Unos podían estar poresa labor y otros no; pero lo eran, en principio, en cuestiones en la que loscristianos son libres de hacer lo que crean conveniente según sus análisisracionales y políticos. Mas no eran calificados por la segunda palabra,como ocurre ahora. Antes eran un grupo que creían razonable y estabapor una cierta opción política. Ahora son unos cristianos que necesitancalificar su cristianismo. Es una cortadura que se hace dentro de los cris-tianos: cristianos socialistas y cristianos que no lo son. Unos de Pablo yotros de Apolo, como si dijéramos. Lo de antes me gustaba más, puesparecía ser un juicio político emitido por un grupo de gentes, cristianospor más señas; juicio que tenía, en principio, la provisionalidad de refe-rirse a un momento político y que buscaba cambios en el panorama de lapolítica seguida por entonces. Ahora es una segregación la que se diríahacen en los cristianos, es decir, en la Iglesia. Ahora podría parecer que setrata de algo definitivo y para siempre.

Todo esto, sin más, viene de consideraciones que son preliminares a lacuestión a la que nos iremos refiriendo, a sus conclusiones y lo que ellasme parece pueden significar.

En las pocas líneas que nos quedan hoy por platicar, no dejaré dehacer notar que los antiguos cristianos por el socialismo, que tuvieronuna dimensión mucho más amplia que la española, y no nacieron aquí,se vieron acogotados por problemas que ni sospechaban: el bestial cata-clismo de aquello que terminó con la caída del muro de Berlín en 1989,los problemas de corrupción más que inmensa del socialismo craxianoen Italia, la figura no siempre tan limpia del presidente Mitterrand, porno decir turbia hasta la angustia, los terribles problemas de la corrup-ción de tantos estilos que se dieron en los años de gobierno socialista enEspaña, etc.

Ya ven que con estas líneas no hemos hecho apenas si comenzar.7 de enero de 2005 / miércoles 9.2.05

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Dos veces dije: en principio. Me explico. Aquellos grupos que se llama-ban cristianos por el socialismo, que conocí bien, tenían una particularidadque los hacía entrañables. Una enorme y agudísima capacidad para ver losdefectos e incurias políticas de quienes gobernaban. Y creo que no se lespodía negar que tenían más razón que un santo en no poco de lo que critica-ban. Sin embargo, disponían de una capacidad envidiable: una ceguera perti-nazmente selectiva y una capacidad innata para inadivinar el futuro llegante,futuro de rosas y aguas de azahar de vencer por los que ellos estaban, pues“estaban por”. Mas ese futuro que se hizo presente no olió siempre a rosas yazahares. Lo sabemos. La perplejidad en algunos de los “estantes por” fuenotable. Otros no tanto, pues no pocos pasaron aquí y allá a engrosar las filasde los que subían al poder. Pero, por favor, filas de segunda o tercera división:quién delegado sindical en los Marolles, quien secretario de alguna cruz roja.Es posible que tuvieran alguna importancia en la llegada de los socialistas alpoder en países de la Europa occidental, sobre todo en los ochenta, pero seles pagó con puro polvo de carbón. No importa, al fin y al cabo habían sidocristianos que nada pedían para sí. Lo malo es que, como digo, algunos sequedaron suficientemente contentos con un pesebrín de regional.

Luego, en los medios cercanos a estos de los que hablamos, se dio unfenómeno curiosísimo: se hicieron todos partidarios incondicionales, acé-rrimos, hiposos de puro anhelo, de sandinistas y compañeros. Bueno, quédecir. En Nicaragua, como en los llamados países del este, y más o menospor los mismos años, en cuanto cometieron los gobernantes el error depedir opinión a sus conciudadanos, cayeron con rapidez y estrépitoasombrosos. Claro, nadie preguntaba a la gente qué socialismo quería.

Los cristianos somos libres de elegir en lo que depende de nuestrosanálisis racionales y políticos, por supuesto. Era el otro en principio. Pero¿eso exige tanta chatez de miras?, ¿es que por el hecho de ser cristianos senos seca el cerebro para la racionalidad y para las cuestiones políticas?Pues, mirad por donde, creo que sí. Lo diré como me gusta. Conocí a unsacerdote, luego lo dejó, a quien se le llenaba la boca con denuestos delpapel que la Virgen María ocupa en la Iglesia católica y sus fieles. Derivóhacia el partido comunista, que trabajaba en el país en el que él vivía, y sehizo acérrimo. Un día me quedé pasmado y atónito, desde entonces nome encajan bien las mandíbulas, porque tenía en su mesa de trabajo y,

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quizá, en su cartera, estampitas de la Pasionaria, y no digamos los discur-sos encendidos y las loas que le cantaba. Bueno, qué decir, sabemos queen aquellos años del cuplé, secciones enteras de congregaciones marianaso asimilados, con banderas desplegadas al viento, pasaron a la acera delmarxismo. Ay, no acertaron con el partido que iba a ser importante en elgobierno; se fueron a menos que grupúsculos. El ser cristianos, o elhaberlo sido, parecía descerebrar sus análisis racionales y políticos. Noextraña que no interesaran para nada.

Es curioso cómo cambian las cosas y se relativizan hasta la sorna.Tengo la impresión, pues cada día sé menos, que los descendientes deaquellos grupos de cristianos, llamémosles progresistas, desecharon porcompleto al presidente bolivariano Chávez, quien… sí gana sus eleccio-nes. Pero, en fin, esto lo podemos dejar aparcado.

7 de enero de 2005 / jueves 10.2.05

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Cabe la posibilidad de que algunos piensen que importa poco lo quehagan los católicos. Incluso de que se alborocen con gran contentamien-to porque empiezan a no quedar ya cristianos; bueno, si no hoy, mañana.Es cuestión de sentarse a esperar y de remover el árbol de tanto en tantopara que vayan cayendo las frutas maduras, creen esos algunos, y esemañana es casi hoy.

Mas vamos a lo nuestro.Una cosa tiene buena el texto de conclusiones del Encuentro de los

cristianos socialistas del pasado noviembre. Hace notar a nuestros gober-nantes su apuesta por el «laicismo incluyente», como ellos le llaman. Esteaserto les lleva a afirmaciones netas: la religión no es un hecho privado,sino público con implicaciones políticas, y ella tiene «todo el derecho» deintervenir en «la deliberación ética» que se da entre nosotros. ¿Has nota-do que el sujeto de la frase última, tan decisiva, es «la religión»? Me pre-gunto quién será tan deliciosa señora. Es una de las muchas frases del “se”con que tantas veces se nos abruma y que con inusitada frecuencia señalanel momento en que algo gordo se nos quiere hacer pasar sin que, si es posi-ble, nos demos cuenta. ¿Quién es el que tiene todo el derecho a interveniren las deliberaciones éticas que se dan entre nosotros? Está claro: “se”.

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¿Quién es “se”?, ¿sólo ellos mismos? ¿Acaso los demás tendremos la des-gracia de no caber en ese maravilloso “se”?

Desde la «laicidad incluyente» se ruega al gobierno que «madure conseriedad una política hacia la Iglesia y hacia la religión». Ah, ¿será laIglesia parte de aquel luctuoso “se”? Aunque siempre queda la sospechade quién será esta Iglesia, ¿sus solitarios y mandamases jerarcas? No, nopiense nadie que me voy por las ramas del mal genio inentendedor.Mañana veremos lo que sigue a estas frases, en lo que se mencionará, y nomuy bien, como se ha de ver, a las «autoridades religiosas». Parecerá bas-tante claro que el “se” lo son casi todos, menos, claro está, ellas.

Entiendo que “se” piense que las «autoridades religiosas» se confun-den de punto a cabo casi siempre, sobre todo si de manera asaz sistemáti-ca y contumaz enmiendan la plana de lo que “se” dice. A lo mejor quiencree que las cosas son así, hasta tiene toda la razón. Pero, ¿qué?, supongoque nadie quitará a esas citadas autoridades —conjeturo que serán losobispos y el papa, ¿no te parece?, no creo que se refiera “se” al canónigolectoral de Coria— el derecho a pensar lo que tienen a bien, solos o encomandita comunionaria. ¿Serán los únicos que deberán callarse antepensamiento tan obviamente verdadero como el del “se”?

Pensar así me parece un tanto extraño, y en todo caso desconocedordel papel que en la Iglesia han jugado y juegan los obispos. Precisamente,no tanto su papel de liderazgo como su tarea de gobierno. No son líderescomo puedes ser tú o ella o quien pasa en este momento por la mi calle,aunque puede que se dé el aunamiento de ambas maneras, como en sanAgustín, pero no tiene por qué. Pues el papel del obispo es esencialmen-te de gobierno. Y la Iglesia de Cristo debe ser pastoreada, es decir, gober-nada, por sus pastores. Y si no lo hace, no cumple su misión; déjenme quelo diga así: si no lo hace, peca a manos llenas, cada uno tiene su pecado.

Sorprende que quienes niegan este papel de gobierno sean con fre-cuencia precisamente los “iluminadores de siempre y todo”.

9 de enero de 2005 / viernes 11.2.05

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«El orden moral basado en una naturaleza humana no es sino unainterpretación sin más de las autoridades religiosas». Ya está dicho, desde

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ayer lo traíamos arrastrando. Es una frase que me parece capital de lasconclusiones del Encuentro de cristianos socialistas.

Nuestras famosas «autoridades religiosas». Como ayer hablábamos deaquella señora tan buena, «la religión», no pueden ser nuestros obispos sinoautoridades religiosas; queden incluidos, pues, en el tratamiento generalque le va a dar el «laicismo incluyente» preconizado. Pura nimiedad.

Se hablaba ayer de deliberaciones éticas de nuestra sociedad que tienenindudables implicaciones políticas. Ahora, cuando entran en juego losobispos, aunque sea bajo disfraz de «autoridades religiosas», se habla deorden moral. Por un lado son deliberaciones éticas, por el otro un ordenmoral. Por un lado diálogo, consensualidad y amistosa manera de enten-derse y concordar ensortijados en el laicismo incluyente. Por otro unorden ya prefijado; orden moral, además, no ético. Supongo que con esadiferencia de palabra puede significarse la desproporción entre un pensa-miento filosófico libre, la ética, y un orden teológico cerrado y, segura-mente, como vamos a ver, impositivo, mostrenco y cerril, la moral.

Ese «orden moral», que no ya diálogo ético, se basa, como era de esperarviniendo finalmente de los obispos, tan poco integrados en el “se”, en el con-cepto, palabra que pongo yo, pero parece obvia, de «naturaleza humana».¿Por qué he añadido esa palabra? Es claro, porque en este bando de la cosanos hemos salido de las deliberaciones para ir a sistemas conceptuales cerra-dos, construidos con el calzador de los conceptos, sin que, por ser como es lacosa, nada tenga de una deliberación ética entre gente civilizada y moderna.Es un basamento que busca simplemente imponerse y terminar con todadeliberación civilizada. Puro mandato. Porque esa «naturaleza humana» enque todo lo de ese lado se basa, dicen, es un puñetazo en la mesa, un afirmar:las cosas son así porque lo decimos nosotros que somos la «autoridad reli-giosa», y chitón. Una imposición sin razones deliberativas que sólo se basa-mente en la pura y simple autoridad de quien dice detentarla.

¿Y el “se”?Pues sí, efectivamente, todavía no hemos terminado, falta quizá lo más

substancioso, hay que quitar a esa «autoridad religiosa», es decir, nuestrosobispos, la razón de su pretensión de poder. No, no y no, dicen, no es losuyo un acto de gobierno en la Iglesia, sólo faltaría, sino que es una pura ysimple «interpretación» hermenéutica, la suya, una entra las varias —¿osólo entre dos?—; cualquiera de los “se” ve con lindeza que es una falsa eindebida malinterpretación.

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Hablando claro y en traducción: los obispos cuando dicen esas cosas,simplemente han entendido mal el Evangelio; pues en definitiva, creo, deesto se trata. Nadie piense, dicen los “se”, que los obispos tienen ningunafunción interpretativa en la Iglesia, bueno, y si se la toman es tan particu-lar como la de los demás, pero, sobre todo, ninguna función de gobierno.Que las cosas sean diáfanas y brillen a la luz del sol.

¿Pueden ser las cosas así en la Iglesia? No.Lo vimos hace algún día, los cristianos socialistas establecían una par-

tición de cortadura en la Iglesia; partición en dos. Quien no es del “se” deellos, seguramente no está, sin más, en la Iglesia, o está en una Iglesia coer-citiva y sojuzgada.

Terrible, ¿no?9 de enero de 2005 / lunes 14.2.05

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Me dejaréis que vuelva atrás a otro período vacacional, porque el vacarde las vacaciones me gusta sobremanera.

Pasaba un par de días con una hermana en el sur, en ese paisaje anda-luz que me mola como pocos, junto al mar ¿Han visto la diferencia entreel paisaje granadino-malagueño y el gaditano?, ¿conocen la Sierra deMulas, a la espalda de Morón de la Frontera, en una tarde de veranocayendo el sol con colores que le hubiera gustado encontrar a Pasolini?No me gusta mojarme más que en la bañera, por lo que me dedicaba a leery leer; incluso el periódico. De esto hará dos años en el próximo verano.

Pues bien. En uno de los periódicos de allá me encontré un artículolargo, si mis entendederas no se sofocan diría que casi media página.Estaba firmado por las iniciales del nombre y un apellido. Era un teó-logo y hablaba de cosas de Iglesia. No diré quien; no importa. Lo leíestando los demás en la playa. De un tirón. Me hizo sonreír casi a car-cajadas batientes. Cuando volvieron les conté mi lectura, se lo expliqué.Estoy feliz, terminé mi cuento, pues me ha hecho ver algo novedoso, loque hace siglos andaban buscando tantos y nadie parecía haberloencontrado, este fino teólogo, por fin, lo ha visto palmariamente: elculpable de todo, incluso del misterioso pecado original, era nuestroentonces presidente Aznar. En tiempos del artículo lo era todavía. Tuve

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la tontera de no darle demasiada importancia y no comprender queaquel artículo adivinaba futuro.

Comprendo que alguien que escribió aquello basta que encuentre,como había encontrado, connivencias malenquistadas y traidoras entre laIglesia española, es decir, en este caso, los obispos españoles, y el partidoen el gobierno entonces, el Partido Popular, con Aznar como presidente-vampiro, no una ni dos, sino una cadena repleta e ininterrumpida que lle-gaba hasta el pecado original —en esto el artículo era de enorme perfec-ción explicativa—, para que el autor esté feliz con la partición decortadura que encontramos felizmente ayer y antesdeayer. ¿Por qué esta-rá feliz el autor del artículo? Porque se quita de en medio esa Iglesia delos obispos que no es Iglesia, sino que es la gran prostituta delApocalipsis, plagada de Anticristos hasta en las rendijas, y se va con labuena Iglesia, la suya, la de los “se”, la del laicismo incluyente, la despio-jada de obispos y de autoridades religiosas.

Por fin, una vez que sabemos quién fue el culpable del pecado origi-nal, por supuesto que el presidente-vampiro y sus aliados los pérfidosobispos de una Iglesia vendida al PP y a su política, la felicidad eclesial sehace puro gozo y pura lucha.

Ya lo he dicho alguna vez en estos paralipómenos: me quedo tras-puesto cada vez que encuentro a alguien que se sacude todas las pulgas,pero todas, y tiene la capacidad inaudita de metérselas al otro todas, perotodas, por el colco y él quedarse como culito de niño recién lavado y per-fumado, incluso con sus polvitos de talco. Qué capacidad más asombro-sa de señalar con el dedo los pecados, pequeños y grandes, ahora hasta elpecado original, y tener la suerte, inmensa suerte, que el dedo señale siem-pre como veleta fija a los otros y ni en poco ni en mucho ni a sí mismo nia los suyos. Como se ve, la teología de los “ni” que tienen los “se”.

Me parece cosa genial, como de cuento de hadas. Pero ¿también de laIglesia de Cristo? No.

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Y ¿qué pasa, no es un líder también el autor del artículo al que me hereferido en el último arranque? Pues sí, claro que lo es. La cuestión está

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en cómo concibe sus relaciones con los obispos, sobre todo en lo que tocaa su gobierno en la Iglesia, de cómo se postule en referencia a la cortadu-ra que establece una partición en la Iglesia. Recordad lo que vimos en laesencial diferencia entre la reforma de Francisco y la de Lutero. Unopuede ser un líder, pero un líder finalmente separador; el líder promove-dor de la cortadura. Y esto en la Iglesia es cosa bien mortal.

Seguiremos hoy con una mostración de algunos temas. Se va viendocómo uno de los temas esenciales, ligado como la otra cara de la monedaal de los líderes en la comunidad eclesial, es del gobierno de los obispos,que no de las «autoridades religiosas» que decían en tan bonita ocultaciónaquellos de la teoría del “se”. Verás cómo hemos de volver a esto una yotra vez.

Ente los líderes eclesiales de hoy, sin duda que el más importante es elpapa Juan Pablo II. Para esos teólogos que con tanta fruición son publi-cados en el periódico poco propenso a la Iglesia, o para los partidarios dela teoría del “se”, un líder que es una pura desgracia para la Iglesia; paraalgunos un líder aceptable en unos respectos y rechazable por demás enlos temas progre. Para otros, entre los que me encuentro, un líder provi-dencial. Un regalo del mismo Espíritu. Sin tener la posibilidad de pre-bendas —déjenme que me ría un poquito—, tengo la extrema libertad depensar bien de él. Piénsese el camino de deriva que parecía llevar la Iglesiacatólica a finales de los setenta, a pesar de la gran labor de gobierno delpapa Pablo VI, otro regalo del Espíritu. El ‘No tengáis miedo’ desde elbalcón de la Basílica de San Pedro el día de su elección, y toda la inmen-sa labor de apoyo y levantamiento que ha producido en la Iglesia univer-sal después, es de quitarse el sombrero. Es verdad que ha tenido unamucho mayor importancia como líder, y un líder inesperado, potentísi-mo, de los más grandes que el Espíritu podía darnos, que como gober-nante. Pues bien, bendito sea Dios por ese regalo.

Hablé en estos paralipómenos, y muy pronto, de la posible balcaniza-ción de la Iglesia en España. Se está dando lo que también se puede llamarla balcanización política en nuestro país. ¿Qué tiene que ver una con otra?¿Quién tiró la primera piedra? En fin, ahí hay mucha tela que cortar.

Hasta este momento no ha habido en estos paralipómenos ni la másmínima alusión al atentado de Madrid del jueves 11 de marzo de 2004. Enmi opinión, y en la de muchos, uno de los actos más decisivos que se handado contra nosotros en los últimos años. Desde ese día tengo siempre las

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ganas de decir que, precisamente en lo que significó esa fecha, los espa-ñolitos perdimos el alma.

¿Perdimos el alma?, ¿cuál, la del rico epulón?Soy de los pazguatines que siguen clamando: ‘quiero saber’. La impre-

sión es que cada vez estoy más solo en ese grito. Parece no interesar anadie, al menos a ningún medio de masas. A algunos pareció interesarlesmientras existió la Comisión de investigación. Luego el silencio. ¿Silenciode sepulcral silencio, como el de los demás?, ¿silencio en espera del des-velamiento de novedades? No lo sé, pero yo ‘quiero saber’.

Ya véis, temas paralipoménicos hasta el infinito.11 de enero de 2005 / miércoles 16.2.05

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Sin darnos cuenta, como siempre, nos van llegando los tiempos, y yaestamos bien adentrados en la cuaresma, en la Santa Cuaresma comotodavía dicen los cristianos orientales. Bueno, para muchos entre noso-tros, seguimos en las carnestolendas, es decir, en vivas al carnaval. Comosi la vida fuera siempre un puro jijijí-jajajá. Ya casi nadie sabe y, de segu-ro, a nadie le importa, que el martes de carnaval tiene ser porque al díasiguiente es el miércoles de ceniza, y había que aprovechar.

La cuaresma ha significado en la Iglesia desde los más antiguosmomentos un tiempo de penitencia. ¿Oiga, de qué?, ¿qué ha dicho usted?De hacer penitencia. Cómo, ¿tiempo de represión? No, dije tiempo depreparación, y uno se prepara con cuidado a una gran fiesta: la tiene pre-sente, ajusta el calendario a su fecha, prepara las cosas y, sobre todo, supropia persona, piensa en lo que viene y en donde él está, se lava bien, seperfuma, se pone sus mejores galas, y, después de todo eso, ya preparado,va a la fiesta. La fiesta es la que termina en la noche y el día de Pascua.

Por las casualidades de la vida he estado en dos miércoles de ceniza enlos Estados Unidos, una vez en Pittsburgh y otra en Ithaca, pueblecínperdido del Estado de Nueva York. Ambos, sobre todo el primero, arre-metido en medios universitarios.

Entre los católicos de ese país el miércoles de ceniza, por lo que hevisto, es el día de la mostración del ser católico. Todo católico, sea cerca-no a la Iglesia o bastante lejano, tiene como parte importante de sí mismo

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el ir a que le impongan la ceniza, que luego lleva en la frente, como unaparte de su entero ser. Te llevas cada sorpresa de órdago, pues gentes quenunca habías pensado que fueran católicas, y eso en un país en donde lapertenencia religiosa se hace vigorosa y no se tiene miedo en publicarla,ese día les ves que llevan con orgullo el signo de la ceniza.

Es poco, apenas si nada, pero me sorprendió mucho ese orgullo delllevar la ceniza impuesta en la frente; precisamente con un signo tan visi-ble. Para ellos, finalmente, y en medio de la barahúnda que es la vida uni-versitaria, sobre todo en universidades tan poco dadas a lo religioso comolas dos a las que me refiero, el ser católico, aunque uno lo lleve muy mal,lo entienden como una gracia.

¿Y entre nosotros?No lo sé, pero si algún probo profesor de universidad o un alumno en

sus cabales, por ejemplo, va a tomar la ceniza antes de ir a sus clases,supongo que tendrá la prevención necesaria de mirarse al espejo no seaque le haya quedado alguna marca casposa de ceniza en la frente y deno-te con ella su ser. No, no, que ese ser debe quedar escondidito en ‘el retre-te del corazón’; que lo suyo, a lo más, es el cantar los aleluyas con losnuestros cogiditos de la mano, sí, con gran calor de humanidad y efluviosde sentimiento, claro, pero encerraditos en las sacristías. No sea que se lesoiga desde fuera. Uy.

Me contaba una vez un capellancín novato de una Facultad grande,que para iniciar contactos consiguió hacer por acá y por allá una lista de103 profesores católicos de distintas categorías que enseñaban en ese cen-tro. Tuvo la buena idea de escribirles una carta personal a cada uno invi-tándoles a una cena que preparó en los locales que le prestaron —¿o alqui-ló?— en un Colegio Mayor. Preparó comida con sus propias manos parauna treintena larga. No se presentó ni uno solo.

No te espantes, creo que ahora, dos o tres años después, le va yamucho mejor.

1 de febrero de 2005 / jueves 17.2.05

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Pobre de mí. Me gusta el cine. Por vagancia, por horarios, por las palo-mitas y el insidioso papel de los caramelos, no voy a los cines. Las veo en

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casa. Deuvedés, claro. Se pierde la grandeza del estar cerca de la pantalla,que se te llene el campo visual, y la vida entera. Pero con los años unopierde cualidades, pasando al uso de la garrota por diversos meniscos yrótulas. Viendo el deuvedé, he aprendido a estar de nuevo en la tercera filade la sala rodeado de pantalla y de sonido; si la película se hace cosa mía

Pues bien, qué le voy a hacer, pobre de mí. No me gusta el cine espa-ñol. Excepciones las tiene más que buenísimas: piénsese en Víctor Erice yen Berlanga, o en Buñuel, por la parte que nos toca, que es mucha, casitoda. Una vez leí unas palabras sencillas de Berlanga en la que decía queantes acontecía algo importante: había una industria del cine español quefuncionaba, que funcionó durante décadas. De ahí salieron un reguero debuenas películas, decía él con toda su razón. ¿Por qué? Porque habíalegión de profesionales dedicados y experimentados, consagrados decorazón. Piénsese dónde y cómo pudo hacer el productor SamuelBronston sus fantásticas películas.

Esa industria se rompió; peor, nos dice, se desmochó con cuidado. Sehizo desaparecer la industria cinematográfica española. ¿Cómo?Inventando las subvenciones. No te importe lo que hagas, aunque sea unapura barredura a la que nadie irá ni atado, porque yo, político de cual-quier mando, te la pago. Y así fue. Pasó una tarde y pasó una mañana. Yllegó el día de la defunción. Paga con nuestro dinero, pero nadie nos pre-gunta. La manera sería, por ejemplo, ver cuántos van a verlas. Pero no.Nosotros somos caballines de élite, dicen ellos, claro, ¿quién si no?, depura raza; la masa infusa e infecta no nos vale. Sean nuestros musos lossabios que nos dan sus doblones, es decir, los del contribuyente. Incluso,si llega el caso, que llegará, dicen agradecidos: os apoyaremos con todasnuestras fuerzas.

¿Qué ha ocurrido? Pues ya se ve. En general, no hay hijo de madreque vaya a ver una película española. No desde ayer, sino desde hace luen-gos años, diría yo. Hay excepciones que todos sabéis. Me hablan de algu-nos jóvenes, de los que no suenan, que sí merecen la pena. No están toda-vía en deuvedé. No los conozco. Pero es que se da todavía otracorrupción sibilina: algún autor que era de mis preferidos, va y se lo cree,y se pone más serio que una patata clueca. Parece que ahora ya hace pelí-culas para sus nuevos amos. A lo que le chiflen. Y eso está muy mal.

Quizá algún día nos salga en estos paralipómenos esa preciosidad que,con todo y con eso, es La mala educación. Entonces romperé una espada a

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su favor y me atreveré a insinuar a su autor que no se crea más lo que ha lle-gado a creerse, pues si algún día no cuenta con el increíble actor de esa pelí-cula, seguramente todo le caerá ahora para siempre al cesto de las bazofias.

Es el misterio del arte; algunas, sin embargo, son verdaderas obras dearte. Bien pocas. Pero el conjunto de la industria no es sino puro bodrio,quizá más que los productos de otras industrias cinematográficas bodrieras.

Pero entiendo que el problema es muy complejo.Acabo de verla por vez primera, ¿quién entre nosotros, excepto ese

puñadín que tú yo sabemos, sería capaz de hacer una película tan hermo-sa como Billy Elliot? Bueno, sí, Barrio, de Fernando León de Aranoa.Dicen que Solas, de Benito Zambrano, también, pero no la he visto.

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¡Tengo al menos un lector! Me escribe correos-e y dice que me lee.Pues bien, este amigo —profesor de religión en dos colegios— parece serconsiderado por sus compañeros como un radical. ¿Por qué? Muy senci-llo: quiere ser católico en todo su ser, y no un mero cristiano rancio. Y esoparece puro radicalismo; talibanes decían antes.

En unos días asistiremos por las televisiones, que nos darán la tabarradel bombo continuo, al matrimonio de un divorciado con una divorcia-da. Dios les bendiga. Pero el caso es que, por la razón que fuere, quizápara no escandalizar demasiado las costumbres inglesas —¿pueden escan-dalizarse todavía los ingleses por algo?, pues es cosa grande y misterio-sa—, se unirán en matrimonio civil. Bien está, si así les parece. ¿Dóndehay cuestión? El arzobispo de Canterbury, jefe-segundo de la Iglesiaanglicana —¡buen tipo por muchos otros conceptos!—, tras la ceremoniacivil “dará” a todos los asistentes a la boda una misa de acción de gracias.

Hace años, una muy amiga mía, divorciada, se volvió a casar por locivil con su marido de ahora. Pero quería que le “diera” una misa deacción de gracias tras el matrimonio. Me pensé cómo explicarle que esono parecía tener mucho sentido. Me costó mucho, no sé si explicarme oque me entendiera. En fin, debo ser un talibán. Un radical.

Las cosas están de tal manera que quienes piensan así, como mi amigo,son radicales por el puro hecho de ser católicos. Algo rechazable por una

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inmensa mayoría de la gente bien, o al menos de los que tienen palabra ypoder. Si fuera católico de una manera más aceptable por “esa” inmensamayoría, ¿sería comprendido al final? Todos sabéis que tampoco. A lomás que llegaría es a que le digan: ¡bueno, si es lo que te gusta! ¿Entonces,qué? ¿Ser fieles a la Iglesia del Señor, lo que nos lleva a ser tildados deradicales? ¿Hacerse majos, comprensivos y aceptables, para que, final-mente, ni siquiera le acepten a uno en su catolicismo rancio? ¿Católicospara que los demás católicos light vean que no somos talibanes? Piensoque no mucho más que eso.

Me contaban el otro día algo sorprendente. Una congregación misio-nera nacida en Europa hace unos cien años, extendida por todo el mundo,tiene siete mil jóvenes, es decir, postulantes, novicios y estudiantes de filo-sofía y teología, antes de haber llegado a los votos definitivos. De ellosnueve son de nuestra Europa occidental. Un partido de fútbol con resul-tado de 6.991 a 9.

¿Tiene esto que ver con el insulto de radical a mi amigo? Me temo quesí. En el mundo del rico epulón, ¿quién será tan tonto que dedique su vidaentera a algo que es puramente evanescente, rancio y light? Si le entranideas, se hará de una oenegé, que parecen dar lo mismo, pero en dondeuno no pierde su libertad, y cuando le apetezca la deja.

¿Habéis pensado alguna vez en el papel de suplencia, reemplazo osubstitución que juegan las oenegés?

La religión se hizo fastidiosa, pues bien, aparecieron las religiones desubstitución: diosecillos de fuentes y ríos, de las tripas, los vinos y labuena mesa. Lo que se llamaba vocación religiosa se ha hecho fastidiosa,pues bien, ahí están las vocaciones de substitución. Ese papel lo cumplena la perfección las oenegés: no se da la vida entera, por supuesto, se da unpoco de lo que sobra y por un tiempo limitado. No más. ¿Vale con eso?

No hay exceso. Y sin exceso, no hay nada. ¡También yo soy un radical!12 de febrero de 2005 / lunes 21.2.05

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Un muy buen amigo iba a venirse a España un semestre sabático a par-tir de comienzos de febrero. Iba, pero no. Tiene problemas de visado y sele está pasando el tiempo. Primero no le tramitaron la visa, la perdieron

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por los cajones; ahora dicen que, usando sus influencias, se la podrían daren unas pocas semanas. Mientras tanto, el semestre vuela y adelgaza.

Fue él quien me escribió lo que pasaba con el edificio Windsor, puesaunque vivo en la misma calle, sólo me enteré cuando, a las siete de lamañana del domingo, leí un correo-e suyo en el que me preguntaba si yoestaba bien. Miré por el balcón y me quedé estupefacto con el espectácu-lo del fuego.

¿Qué le pasa a Pablo? Es dominicano. Ah, ya, ahora se entiende.Aunque jesuita y profesor numerario del centro de filosofía más impor-tante de la República Dominicana, el Centro Bonó, en Santo Domingo;aunque le acogerían cuando venga en la Facultad de Teología de Granada,igualmente de los jesuitas, en donde tiene también buenos amigos, sobreél se cierne una traba fatal: no es de la raza del rico epulón. Es de lospobres. Y a estos hay que mirarlos muy despacio, que se nos cuelan yluego quieren compartir nuestras epulondeces.

Miren ustedes qué fiasco. Mirad vosotros que mal genio se me pone.¿Esa es la comunidad europea que estamos fabricando? Este caso es un

punto sin dimensiones, es verdad, pero como que me suena, resuena entantas y tantas cosas que ahora hacemos en este país epulonario.Comportamientos de ricos mirando para que nadie se introduzca en suespacio de seguridad de un metro delante, detrás, arriba, abajo, a la dere-cha, a la izquierda. Que los pobres apestan. Necesitamos que nos traba-jen de burros o de guachimanes o peor, pero mucho cuidado con ellos.

Pues sepan cuantos que me niego a ser de la mesa del rico epulón. Queeso no va conmigo. Y espero que tampoco contigo. Que no va con nosotros.

Aquí porrón de gente habla verdaderos espurreos de los americanos,es decir, los de USA; pero buen cuidado tienen allá de que cosas así noocurran. Aquí, simplemente, continuamos la burocracia del epulón: todopobre o asimilado puede sernos molesto, incluso peligroso. Y un domini-cano es pobre por definición. Por eso, fuera con él. Ellos, los americanos,son listos. Nosotros, los europeos, somos un escuálido haz sarmentoso denecia necedad. El futuro es suyo, claro está; de los americanos. El futurono es nuestro, por supuesto; de los europeos.

Qué puedo sino cantar mi decepción. Estoy sobre aviso desde que sefirmó el primer tratado de unión de Europa. He sido siempre un euro -peísta convencido y convicto. ¿Este es el resultado? ¿Esto es lo que que-ríamos los padres fundadores, si no fundadores en la idea y en la ejecución,

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sí en la preocupación constante, en el anhelo decidido durante casi cin-cuenta años? Una conjunción malhadada de circunstancias hizo que en elmomento cumbre de la Unión Europea, cuando se gestó este tratado-constitución y se dio el paso a la ampliación, no había líderes en Europa—¡aquí tampoco!—, o los que hubiera podido haber cayeron o quedaronen hibernación. Todo pasó a personas sin liderazgo real. Gentes de pocovalor. Sin talento. Sin capacidad de ideal y de ilusión. Caímos en manosde los burócratas. Si las hay, aunque sean civiles y laicas, que las fuerzasdivinosas —con esa constitución no podremos decir más— libren aEuropa de los burócratas.

17 de febrero de 2005 / martes 22.2.05

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Pues sí, las oenegés entran en estos nuestros paralipómenos. Hora eraya. Bueno, hubo una ligera mención de ellas hace un par de días; anun-ciaban lo de hoy.

Antes algunos católicos “entraban en religión” o al seminario o acosas parecidas. Y lo hacían con gran capacidad de desprendimiento.Lo dejaban todo, y su intención era dejarlo para siempre. A esto le lla-maban vocación; eran gentes que se levantaban y le seguían a Jesús enpobreza, obediencia y castidad, como religiosas, como religiosos, comosacerdotes, como laicos y laicas consagradas. Su intención, ya lo hedicho, era hacerlo de por vida. Después las cosas de esta son complica-das, es verdad. Fijémonos en aquella intención primera: una entrega depor vida.

Vinieron luego los tiempos del cuplé en que esa donación se con-cretizó de manera reductiva teórica y prácticamente con una entregaa la acción social, al trabajo por los más desfavorecidos. Las ansias dela donación de por vida se fueron fijando meramente en un trabajodirigido a los otros, a los necesitados, por lo que la vocación, el segui-miento, en muchos casos quedó reducido a eso: la entrega caritativade una parcialidad de la vida. Todo lo demás pareció menos impor-tante, y esto, precisamente, en el mismo seguimiento, en la mismavocación.

Tal cosa, cualquiera lo puede ver, ha sido un cambio decisivo.

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Las oenegés encontraron aquí su camino y su chollo. A muchos—¿nos olvidaremos que una parte esencial de ellas, incluso en España,está constituida por católicos que eligen ese servicio a los demás?— lespareció que ya, visto lo visto, no merecía la pena empeñarse en cami-nos y vocaciones para siempre, lo cual sólo parecía traer problemasinsolubles, ahí estaban las crisis brutales de órdenes, congregaciones ygrupos religiosos, y que la gente podía empeñar ese seguimiento, esavocación a la entrega, en una mera parcialidad neutra, interesante, demoda, llena de atractivo. Preciosa, claro, y en ningún caso exigía lamonserga del “para siempre”. Podía llegar a ser algo más fácil, menoslleno de complicaciones que se veían insuperables. Era algo así comolos trajes prêt-à-porter.

¿No es así mismo algo en resonancia con un cierto picor, pero poco,por eso de ser de los del rico epulón? Iremos viendo.

Empezaron a surgir instituciones como hongos en campo muelle. Elrecibimiento de los medios —¡siempre nuestro queridos medios de masasdominados por los diversos jesusesdelgranpoder!— fue apoteósico, puesal punto cayeron en cuenta de lo que ellas significaban. Tanto positiva,como negativamente.

Y ahí tenemos el hecho. Cuando un joven, cuando una joven, con fre-cuencia católico o medio católico, siente entre nosotros deseo de unaentrega más decidida, encuentra su salvación ahí, el lugar en donde sinmuchas zarandajas puede acomodarse, trabajar con la intensidad quequiera y por el período que le parezca bien; a tiempo parcial o a tiempototal durante la parcialidad de un cierto tiempo. En ningún caso el com-promiso absurdo del “para siempre”.

Decía que antes algunos católicos “entraban”, y que ahora lesbasta casi siempre con apegarse a alguna delgada oenegé. Todos sabéisque este fenómeno tan destacado se da en nuestro país del rico epu-lón. Veo al crítico de mis paralipómenos, claro, que me dice lo obvio:no te confundas, en esos países en cuanto se hagan más ricos les pasa-rá como nos está pasando a nosotros, no tengas vanos delirios deiluso mendicante de irrealidades, ellos enseguida entrarán en lacohorte de los que no quieren para nada el absurdo compromiso del“para siempre”.

Bueno, y aquí comienzan nuevos aspecto de las oenegés.17 de febrero de 2005 / miércoles 23.2.05

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Algunos de los que entraron en las oenegés con tan buenas intencio-nes, se encuentran con que tienen un trabajo estable y remunerado.Antiguamente eran organismos de voluntariado. Ya no lo son tanto, puesha dado la ocurrencia de que necesitan un plantel de dirigentes y miem-bros estables. ¿Recuerdan la drástica transmutación que se dio, por ejem-plo, en la cruz roja allá por los años ochenta? Luego, como las oenegésnecesitan dinero para acudir allá donde se las necesita —o donde se lasnecesita menos, que de todo hay—, han encontrado un procedimientogenial: que lo reciban del Estado. Antes pedían y se lo buscaban con subuen ingenio. Ahora la mayor parte de los dineros de estas organizacio-nes proceden de la ayuda de los distintos estados; entre nosotros, delreparto de la célebre crucecita que se hace en la declaración de la renta.

Humanos que son, comienzan las luchas campales de todo signo.Tengo un amigo increyente y ateo como el que más desde siempre, y

le conozco hace más de treinta años. Tuvo ocasión, que aprovechó condeleite, de jubilarse no poco antes del tiempo obligado. ¿Qué hizo? Secambió de lugar, eligiendo climas más cantarines, y se tropezó, buscándo-lo, con un trabajo interesante en una oenegé.

Trabajo remunerado. No directamente, claro es, sino por ser parte deun proyecto bien hecho a favor de subsaharianos venidos en patera, ocosa parecida. Admirable. El proyecto tuvo fondos estatales para ser lle-vado a cabo. Todos sabéis que la manera de recibir estos fondos entrenosotros tiene casi infinitos caños distintos, todos estatales, es decir, dedinero público, pero por tan diversas maneras de mil y uno gobiernos dediversidad cantadora. Ha trabajado ahí tres años. Lo que hacía le llenabade verdad; gusto, empeño y dedicación.

Le tocó asistir por parte de su oenegé a varias reuniones de reparticiónanual de la crucecita en el nivel estatal que era el suyo. Dice que nunca entoda su vida profesional ha visto tanta avidez de dinero y tantas manio-bras menos válidas, torvas hasta la estridencia, inconfesables, comporta-mientos de verdaderos piratas y bucaneros del Moonfleet, para conseguirque el dinero del reparto me venga a mí, en vez de ir a otros. Su profesiónde economista estuvo años y años ligada con difíciles negociaciones deintereses encontrados, de reconversiones, etc., etc. Pero dice que nunca nide lejos asistió a nada parecido en la obscuridad de lo inconfesable y en la

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contumacia más que inamistosa como cuando se repartían las perrillas dela crucecita.

Nótese que cuando mi amigo trabajaba en lo secular él y los suyosgeneraban riqueza, y discutían de ella y de su reparto. Aunque fuera entrecapitalistas y sindicalistas aguerridos. Ahora nada hay que ofrecer si no esel conseguir parte de la crucecita. Con ella existes, tienes sueldo y dineropara la influencia. Sin ella, por no tener, ni sueldo ni cubículo. Por eso lasnavajas afiladas escondidas en la liga para rebanar los pescuezos que sepusieran a tiro. En esta situación de crucecita, ¿de qué depende la exis-tencia? De que el repartidor de chollos te tome en consideración o te des-precie y nada te dé.

¿Comprendéis el juego? Poneos, por ejemplo, en un lugar, autono-mía, municipio o corro de las patatas que reparte dinero de los contri-buyentes recibido a través de las más diversas crucecitas. Puede que seamás fácil conseguir dineros para una oenegé construida ad hoc y cuyosmiembros caben en un dedal del dedín pequeño que, por ejemplo, paraproyectos de Caritas. Basta con que los dispensadores de la crucecitatengan los cables cruzados con eso de la Iglesia. Cosas así ocurren.Y peores.

Siguiendo por ahí encontraremos trepidantes nuevas aventuras.19 de febrero de 2005 / jueves 24.2.05

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El viernes de la pasada semana estuve en Salamanca para asistir a ladefensa de una tesis doctoral de filosofía, que yo dirigía, en la UniversidadPontificia. Un fantástico estudio de filosofía de la física. Su autor, LuisAntonio, que fue alumno y ahora es amigo, trabajó de manera inmejora-ble y se construyó un “mamotreto” que le deja a uno pasmado por su per-fecta perfección. Señoras y señores, existe el trabajo bien hecho, y yo hetenido la suerte de verlo.

Escribe como Tácito, pero estaba muy confuso porque algunas frasesno le han salido bien y algunas comas no estaban en su sitio. Dios mío,cuando lo suyo es un libro genial al que le falta, simplemente la mano ven-turosa del corrector de pruebas profesional que le haga las indicacionespertinentes, que siempre a todo autor se le escapan.

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El presidente del tribunal —en donde se sentaban cinco profesores entotal— le concedió media hora que llenó escrupulosamente con una expli-cación de las esencias mismas de su trabajo, lo cual nos dejó a todos emo-cionados en su concisión, claridad y fuerza filosófica.

Luego intervinieron uno tras otros los cinco profesores, terminando elque presidía el tribunal.

Habían leído con enorme atención filosófica un trabajo sobremaneradifícil. Así lo dijeron y así lo vimos. No se anduvieron con pequeñeces defaltas —entre otras cosas porque bien pocas había— y zarandajas, sinoque fueron a las esencias de la discusión de las desigualdades de Bell en lainterpretación filosófica de la mecánica cuántica, que de eso se trataba.

Dios mío, gracias. Qué primor. Qué inteligente manera de leer un tra-bajo, de filosofar y de ayudar al entonces todavía doctorando. Qué pero-ratas tan penetrantes y apasionadas. Incluidas las respuestas del trabaja-dor. Dio gusto extremo escuchar a Fernando, a Javier y a Juan, sobretodo. Sabían de lo que iba la cosa, y tenían cosas que decir de ella. Habíancomprendido con cuidado y tenían comentarios filosóficos de enormebelleza e incidencia. Una bendición. De las que se ven pocas veces.

La Universidad —nótese que utiliza la mayúscula, aunque sea unapalabra genérica— tiene una culminación que es la que se da en las bue-nas defensas de las tesis doctorales. Es ahí donde uno encuentra que tantotrabajo, a veces tan disperso, tan ingrato, tan obscuro y difícil, llega a unmuy buen término. Que merece la pena. Tras largos y pacientes esfuerzos,de pronto uno comprende que tiene delante a un igual. A uno que ha cre-cido hasta igualarnos o superarnos a quienes fuimos sus profesores ymentores. No me atrevo a decir que maestros. A uno que ahora puedeocupar tan honrosamente, o más, el lugar que uno mismo ocupa. Se dauno cuenta de que ese a quien hasta ahora, en el último momento, llamá-bamos “el doctorando”, es nuestro igual. Incluso, quién sabe, es ya nues-tro mayor.

Os aseguro que en días así merece la pena ser profesor. Merece la penaque exista la universidad.

Sólo hay algo que da pena. Estábamos en total once personas, de lascuales cinco más uno estaban en el estrado y sólo cinco veíamos el her-mosísimo espectáculo. No importa. Nosotros fuimos testigos de lo queallí aconteció, y anunciaremos la buena noticia. Luego saldrá un libro y sepodrá ver que lo que digo es sólo verdad.

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Por cierto, un ministro de educación tonto por demás sacó de los tri-bunales de tesis doctorales a los directores del trabajo: nos acusaba denepotismo y corrupción. Tonto, más que tonto. El nepote y el corruptosería él. Pues bien, desde entonces, hace veinte años, ninguno de sus suce-sores quitó esa infame regla. Serán todos nepotes y corruptos como aquel.En todo caso, nosotros no lo somos.

19 de febrero de 2005 / viernes 25.2.05

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Quiera glosar hoy la figura del papa Juan Pablo II.Algunos, incluso amigos, dicen que hace tiempo debía haber renun-

ciado. ¿Por qué? Les parece que un papa debe guardar bien atadas lasriendas del gobierno, y que, en su estado de salud, desde hace varios añoseso no es posible; además, ofrece un espectáculo lamentable. Quizá. Perola figura del papa, su realidad personal, es importante también por otrasmuchas cosas. Y, por cierto, en cuanto salió del hospital hace quince díasfirmó una preciosa carta a los obispos franceses con ocasión de los cienaños del período tan crudamente anticlerical que se dio entonces enFrancia, so capa de la soberanía de la idea republicana, y aceptó la renun-cia del cardenal Lustiger, uno de los pilares de la Iglesia en los últimosaños, nombrando sucesor suyo a su más cercano colaborador desde queel obispo emérito era párroco en París. No está mal para alguien que sesupone ya no gobierna, si es que alguna vez ha gobernado.

Lo que son las cosas. Un amigo mío, joven sacerdote abulense quetodavía no tiene treinta años, fue recibido por el papa junto con otros tres,todos ellos promotores de las causas de los nuevos mártires en tiempos dela guerra civil española, y se quedó pasmado cómo en aquel viejecillo másque arrugado, había una mente clara que sabía perfectamente lo que hacíay decía, y quién tenía delante, en el cuarto de hora intenso en que estu-vieron con él a solas. Ni siquiera dos semanas antes de que tuvieran quellevarle a la clínica la primera vez. Era el momento en que estaban la mitadde los obispos españoles en la visita ad limina, ¿os acordáis?

Pero ni eso importa. Queda algo más. Nuestros países del rico epulóntienen algo novedoso: una enorme cantidad de viejos. Pues bien, la exis-tencia de este papa en su estado de salud, su correosa actitud de servicio

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pase lo que pase, su voluntad de dar de sí todo lo que le sea posible al ser-vicio de la Iglesia, creo que es una bendición para ellos y para todos noso-tros. ¿Preferiríamos, como buenos hijos epulonarios, un papa joven, belloy presentable? Pues bien, me alegro de que sea un viejo más viejo quecarracuca que ha dado su vida por aquellos a los que sirve.

Bendito sea Dios. Y no me cabe ninguna duda de que lo hace porquele da la real gana, una gana de servicio hasta el final.

Mi amigo Gaetan, sacerdote ahora de una de las diócesis de laRepública Centroafricana, a la que llegó andando desde su lejana Ruanda,tras recorrer a pie 1500 kilómetros, abandonado de todos y de todo trasaquellos terribles años de increíble masacre en la región de los lagos, nosdecía algo sorprendente: ojalá viva el papa hasta la más extrema vejez;para nosotros los africanos eso es esencial en la evangelización, somospueblos que respetan extremadamente a los viejos y nos dejamos guiarpor ellos. Cuantos más años viva y más arrugado esté, más católicos habráentre los africanos de color.

Ellos, es obvio, no viven en la mesa del rico epulón.¿Por qué habría de dimitir el papa? Es verdad que los obispos siguen

otro régimen. ¿Es eso una injusticia? En todo caso, así es. Mas el papel delpapa en la Iglesia católica tiene un punto de singularidad grande y sutil.Pero, fijaos, en un cuidadoso acto de gobierno, ahí queda el sucesor delarzobispo de París, preparado desde antiguo.

La sola existencia del viejecito Juan Pablo II dignifica a todos los ancia-nos, que, a veces, se ven incluso con el susto terrible de eutanasias, despre-cios, abandonos y sojuzgamientos increíbles, como basura que ya para nadavale, que es mejor tirar y hacer desaparecer de una vez. Juan Pablo II es signode que eso no es verdad, de que es radical mentira en la Iglesia.

Bendito sea, pues, el viejecito.25 de febrero de 2005 / lunes 28.2.05

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Hay algo que me tiene preocupado, seguramente también a ti. Es esode la carencia de líderes. Me gustaría hoy dar vueltas a esa turbación.

¿Por qué turbación? Porque la cosa tiene demasiada importanciacomo para que hablar de su carencia no nos deje conturbados. No lo sé,

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puede que en otros momentos su existencia fuera más clara, que existie-ran y fueran reconocidos como tales en la comunidad. Puede también quenunca haya sido así y que reconocerlos sea siempre un asunto complica-do. Puede que ni siquiera los busquemos y por eso no notamos su falta.Puede que vivamos muy encerraditos en nuestro pequeño yo, en nuestrapequeña vida, y de nada tengamos necesidad, como no sea de la tranqui-lidad de que nos dejen en paz en nuestro corralito; porque el nuestro esun mundo cerrado y bien cerrado.

Mas, en fin, al menos como preocupación expresada, aquí lo he dichoen varias ocasiones y con toda la fuerza de que he sido capaz, me pareceque esta falta es una desgracia para la Iglesia; una desgracia muy grandeen la Iglesia. Pues sin líderes no sabemos a dónde ir, qué señalar como elcamino que es el nuestro.

Ayer hablé de un líder de la Iglesia, Juan Pablo II. No lo quiero negary estoy muy agradecido al Señor que nos lo envió. Pero necesito más;necesitamos más. Necesitamos líderes que nos sean cercanos, que los ten-gamos, por así decir, a la mano. Además de grandes faros, necesitamosfarolitos que nos iluminen.

Ha habido tantos años en que los líderes que teníamos a la mano hansido más bien de destrucción, de desarticulación, de tomar el camino dela desbandada, de cada uno corra a guarecerse en los ribazos que pueda yquiera, que hoy grito y suplico que nos sean concedidos líderes. ¿Quién?Es una locura decirlo, pero la respuesta es clara: el Espíritu. Él es quiennos puede enviar los líderes que necesitamos tan angustiosamente, líderesen su Iglesia. Nótese que no se me ocurre decir: líderes de la Iglesia, eso,ya lo he dicho —volveremos a ello— es el papel de los que la gobiernan,el papa y los obispos, sobre todo. Pero, repito, necesitamos líderes en laIglesia. Personas lúcidas, que vean claro y que nos señalen por dónde ir.

Mas ¿habrá lideres en la tierra del rico epulón? Claro que sí, todos losconocemos. Sin embargo, me refiero a líderes en la Iglesia, no a líderes,finalmente, parece que contra la Iglesia. ¿Quién de entre nosotros tieneese papel? ¿Podrá hacerse visible, repito, en una tierra, la nuestra, que noes sino epulonaria? Los problemas que hemos hecho nuestros son de talcalaña que no queda espacio, que todo espacio se hace desierto; somoscomo cardos en la estepa.

Los nuestros, ¿dónde tomarán la palabra?, ¿en qué medios?, ¿con quécontarán? Ay, tengo la certeza de que si se presentaran ante nosotros,

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al punto diríamos: sí, tú sí. Pero parece que se corta la hierba debajo deesas posibles personas que puedan ejercer el liderazgo que predico. Si alleer esto entiendes que digo: los obispos son los que le corta la hierba ypor eso no pueden darse, perdona, pero deja de leerme, no quiero quehaya malentendidos entre nosotros.

Pienso en una larga conversación con un amigo, todavía diácono, quetrabaja en un barrio de esos con historia movida. ¿Qué puede hacer?Mucho, incesantemente, pero siempre en trabajo capilar. Y, los antilíde-res, los segadores de hierba, le dicen una y otra vez: en nuestros tiempos,eso sí que era trabajar. Terrible, ¿no?

27 de febrero de 2005 / martes 1.3.05

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¿Quién entre nosotros tiene la osadía de ejercer un liderazgo? Másaún, ¿cómo lo haría?

Supongo que el Sínodo de la diócesis de Madrid, puede ser ocasión desurgimiento de nuevos líderes. Pero, por mi descuido, apenas si sé nadade él. Parece que, tras un comienzo en que alguno pensó que todo se tam-baleaba, ha encontrado un claro camino de unidad. Si es así, está muybien. Será cosa buena.

Con todo y con eso no se me quita la preocupación.Voy a ir señalando algunos puntos concretos en los que creo debe sur-

gir eso que llamo el liderazgo. Comenzaré por la predicación de los curascada domingo en la misa que celebran. Ocasión inmejorable. Cantidad degente acude cada domingo, encontrándose con el cura que le predica. Nose puede dejar pasar esta ocasión. Sin entrar ahora en otras cuestiones—ya vendrán—, nos fijaremos, pues, en el cura que semanalmente predi-ca a los suyos. Más o menos siempre son los mismos quienes le escuchan.

¿Podríamos dejar pasar esta ocasión? Ni siquiera los comunicadores másimportantes tienen de manera tan continuada y en un contexto de escuchatan favorable la ocasión que tenemos los sacerdotes en la predicación.

¿De qué debe predicar un cura? Sus palabras vienen ofrecidas en uncontexto celebrativo que pone al corazón del fiel en disposición de escu-char. Ese contexto debe cuidarse sobremanera. Si se hace con descuido,las palabras que vengan ni valen ni pueden ser escuchadas. El cura debe

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predicar siempre de lo que se ha leído en la celebración, nunca de sus cosas,por teológica, política o socialmente importantes que sean, entonces, supalabra habrá sido una vana ocasión que sólo llegará a las orejas de susoyentes, a sus opiniones, pero no a sus adentros. Predicar siempre de lo queha rumiado en las lecturas que se han proclamado. Una predicación que noes del género rumiante, nunca podrá ejercer ningún liderazgo. Porque, sí, lapredicación del sacerdote en la misa dominical, bueno, en todas las misasque celebre, es una humilde manera de ejercer un liderazgo. Y ejercerlo enel sentido siguiente: el de mostrar qué es ser cristiano, cómo se vive ese sercristiano, qué se celebra en la eucaristía, y de qué manera todo lo que allí seproclama, se rumia, se predica, se canta, es para llevarlo fuera, a la vida detodos los días, y, en ella, ser seguidor de Jesús. Esto es esencial. La predica-ción debe remover siempre el corazón de quien predica y de quien escucha.No es cuestión de ofrecer doctrina —que la hay—, sino de principiar una yotra vez al oyente de la Palabra, entre los que se encuentra también quienpredica; de continuar en el escuchante esa plantación incesante de laPalabra, para que germine en vida cristiana plena.

¿Es poco? No, qué va. Domingo a domingo, año tras año, eso esmucho, muchísimo. Quien no sale conmovido de la celebración, y, portanto, de la predicación, ha estado en vano, mero asistente vacío de unextraño espectáculo. Y sí que lo hay, claro, en definitiva el espectáculo dela cruz, como le llama el Evangelio de Lucas.

¿Es poco? No, qué va, es mucho. Ahí, pues, se ejerce un liderazgo porel sacerdote que no se puede infravalorar.

Entiendo que muchas veces los párrocos están absorbidos por suslabores de gobierno, pero si olvidan esto, si olvidan la predicación, can-celan lo que les toca en el liderazgo que andamos buscando con tanto cui-dado. Y, como he dicho, lo que les toca es de verdad importante.

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Me voy a permitir copiar en este y en los dos próximos paralipóme-nos, trozos de una vieja carta escrita a comienzos de 2001, tras un viaje aese lugar al que terminaré yendo de misionero por dejar de lado estos pai-sajes del rico epulón.

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Puerto Carreño, capital del departamento de Vichada, se posa en ladesembocadura del río Meta sobre el Orinoco. Tierra de misión. Alláestaba Pablo, mi amigo colombiano, recién ordenado sacerdote. Del ladodel Meta, son los Llanos, la interminable sabana. Surcada por ríos, ria-chuelos y caños; imponente de agua. Pelada, excepto en el mismo bordede los ríos. Arbustos acá y allá. Animales peligrosos, incluso mucho,dicen. Una esponja de agua, pero un enorme territorio extremadamentepobre. Hierbajos que apenas si lo comen las vacas; no las criollas, lasnuestras, sino las que son de raza cebú. Mucho personal militar y de laarmada en la ciudad. Se entiende, quien la ocupe controla las salidas delOrinoco y del Meta. La guerrilla no llega hasta allá, pero sí domina lasabana cuando quiere.

El lunes salimos a la sabana. A cuatro o cinco kilómetros de la ciudadtermina para siempre el asfalto; comienzan las trochas. Tierra que lasaguas y las ruedas se van llevando como pueden. Muy difícil conducción.Un suplicio. Con enormes charcos; si caes en ellos, allá te quedas. Todosvan con tablas y palos para desatrancarse si se quedan envarados. Si tepierdes, ya puedes rezar el señormíojesucristo. Íbamos dos coches. En elnuestro conducía Pablo. En el otro, una médica, Adelma, una odontólo-ga, Cristina, una enfermera, Nancy Gloria, y el chofer, Abigail, el dueñode la furgoneta. Las médico salen toda la semana a recorrer asentamien-tos. Vuelven el viernes por la tarde, y todavía el sábado por la mañanatrabajan desde las siete y media de la mañana. Admirable, pero lleno deproblemas. Son de una compañía privada. Llevan una vida dura. Se hin-chan, por ejemplo, a dar pastillas anticonceptivas. Las tienen que dar: selas piden y si no las dan les echan de su trabajo. ¡Qué hacer! Ellas soncatólicas.

En medio de la nada, a unos cien kilómetros de diversas trochas, estáEl Carajo, una maravillosa escuelita-internado con veintiocho niños y unmaestro, Bolívar, además de una cocinera que está allá con sus tres hijos ydos sobrinos. Ni siquiera es un sitio especialmente debajo de los árboles,no, allá hay apenas si un solo árbol en mitad del ‘patio central’. ¿De dóndevienen esos niños a la nada de El Carajo? La escuela es estatal. Allí nosdemoramos varias horas, pues las médico venían de consulta. A los niñosnuevos, y a mí, nos vacunaron contra la fiebre amarilla. Sólo llegar se ter-minó la clase —niños y niñas entre seis y catorce años, todos en una solaaula—, y preparamos las cosas para allá mismo decir la misa. Encantador.

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Mientras tanto Abigail y las médico sacaban de la furgoneta todos losaperos y preparaban la consulta. Luego estuvimos con los chavalines.Emocionante. No eran indígenas sino hijos de colonos. Bolívar, jovencí-simo, está sólo en su primer año de maestro; una maestra que debía haber-se incorporado, no apareció. Realiza una labor absolutamente emocio-nante, y lo hace con una seriedad y cariño que casi ningún profesor deuniversidad llega a tener. Os aseguro que sólo por el hecho de ir a ver esaescuelita en medio de la nada y que lleva el nombre de El Carajo merecióla pena todo el viaje desde que salí de Madrid. Luego hablamos largo ratocon los niños. Algunos, los más pequeños se quedaron sorprendidos deque español viene de España, mi país.

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Muy cerca de El Carajo, en una buena arboleda, vive una familia deindios: doña Lucía y su marido Julián. Pablo no se dio cuenta de quedebía haberles avisado para la misa, y estaban consternados. Tienen trecehijos, todos bien colocados aquí y allá. Hablaban un castellano delicioso;eran perfectamente bilingües o trilingües. Un primor de personas. Susvarias casitas son a la manera indígena, bajo los árboles, construidas enmadera y techumbres como de escoba. Perfecto. Julián estaba pelandoyuca con su machete, que luego pasaría por una máquina como de picarcarne, tras lo que se cuece y se hacen no sé qué procesos más; es la basede su comida. Es cosa buena. Una gente educada y encantadora como enmuchos salones de Madrid no la habrá. De puro gusto por nuestra visita,doña Lucía tomó un bote con maíz, llamó a los animales, todos corrierondonde ella, cogió la mejor gallina y se la ofreció a Pablo. Una conversa-ción sobre su vida y sobre la vida. Una delicia. Como resulta que aunquetú no ves a nadie en la sabana, todos te ven, apareció por arte de magia unhombre que se había cortado un dedo con el machete, para que le curaranlas médico.

Comimos, mal, allá mismo en la escuelita. Resulta que desde hacemuchas semanas no les envían comida ni dinero y tienen que prepararlacomo se las ingenian. Después de comer, una vez recogido todo, salimosde nuevo de aquel lugar maravilloso, que parecía una nada y era un oasis

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de ternura, rehicimos un poco del camino hasta la trocha principal y con-tinuamos por ella hasta que en el kilómetro cien —de vez en cuando, treso cuatro veces, pone un cartel pequeño con el kilómetro en el que estás—,nos desviamos otros once kilómetros hacia el norte, hasta llegar al ríoMeta en donde está El Acerico, un pequeño pueblito en donde hay otraescuela, mucho mayor, unos cien alumnos, y mucho más rica. Tambiéndel estado. Las médico, después de descargar, como era ya tarde, dejaronsu consulta para la mañana siguiente. A las siete de la tarde, Pablo volvióa celebrar una misa para todos los que quisieron ir. Antes, confesó larga-mente a todos los que se quisieron acercar. Luego, cenaron —no digocenamos, porque simplemente tomé un plato de maicena—. En el rato deantes de la misa, no sé cuándo, con la preciosa gallina, Pablo había prepa-rado un sancocho: gallina cocida con papas, yuca y manioca, además decebolla. Olía que era un primor. Después a la cama. Y ahí comenzaron losdesastres.

Un paréntesis antes de proseguir. Ser misionero es estar siempre dedi-cado a ser cura. Todo es tan grande, hay tanta gente, te necesitan tanto,que allá donde vayas eres un sacerdote en medio de los fieles creyentes.Algo magnífico. Con Pablo lo he visto muy bien. Ha sido para mí unagracia. He entendido, como filósofo, que ser misionero es una conjuga-ción del ser.

Hasta ese momento me había librado de las pirañas. Quedaban losguerrilleros. El Acerico es un sitio a donde de vez en cuando se acercanlos guerrilleros buscando provisiones. Habíamos llevado hamacas paradormir, con los más que indispensables mosquiteros. Nos dispusimos adormir en un porche. Y aquí es donde entra de nuevo Abigail, pues alpunto que se metió en su hamaca, comenzó a roncar desaforadamente yno paró en toda la noche. Estaba junto a mí. A su lado había otro, con suhamaca, y debajo de este, en una colchoneta, aprovechando el mismomosquitero, Pablo.

27 de febrero de 2005 / viernes 4.3.05

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La noche entera en un roncar de tigre, de hipopótamo, de rinoceronte.Nada que hacer, en pura vela viendo moverse a las estrellas e intentando

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adivinar la hora. Se me quitó el placer de dormir en una hamaca por vezprimera en mi vida. Sólo oía el estruendo del ronquido. Un pesar. A par-tir de ahora, cada vez que duerma en hamaca oiré de nuevo aquellos ron-quidos de lobo feroz. Toda la larga noche. Nada que hacer.

De pronto, sería poco después de las once, unos pasos muy pocosonoros, acolchados y recogidos, viniendo por el camino que llevaba alrío, como a propósito velados para no hacer ruido, me dejaron ver quellegaba la columna de los guerrilleros. Miré varias veces desde mi hamaca,mas no se veían luces ni se escuchaban palabras. Pero era seguro: los gue-rrilleros. Me dije: me libré de las pirañas, mas aquí están ellos, aunque nose oigan voces ni se vean linternas; la noche estaba negra. Luego apreciérespiros hondos y pequeños resoplidos. Después bufidos y apenas simugidos. Hasta que comprendí que los cebús se habían venido en filaindia hasta las cercanías del río Meta. Sin embargo, no por librarme de losguerrilleros dejó Abigail sus estruendosos ronquidos. La noche en blan-co. Pude librarme de todo, menos de los ronquidos.

Nos levantamos a las cinco. Salimos poco antes de las seis. Sólo los demi coche, los demás se quedaron allá para pasar consulta y, luego, por latarde, ir a roncar a otro lugar más lejano. Rehicimos el camino. Muchomás rápido, pues tras Abigail, preparando sus roncares, íbamos despacio.Al ir acercándonos de nuevo a Puerto Carreño, se veía que llovía mucho.Pablo, aceleró cuanto pudo, casi hasta ser un insensato. En cuanto lluevemucho, pues siempre llueve mucho, el camino se llena de agua, cuando noel llano entero, y no hay medio de descubrir la parte buena del camino, sies que este se ve, por lo que es casi seguro que caerás en un bache inmen-so y allá te quedarás embarrado, con tus tablas y varales. Por eso corría.Llegamos al asfalto justo a tiempo.

Por la tarde subimos a La Piedra. Os digo que todo es perfectamentellano, pero allá el suelo es pedregoso, es decir, tiene enormes piedras, algu-nas de las cuales, muy pocas, sólo en el paisaje de Puerto Carreño y nosabana adelante, están como puestas en medio de la llanura. Pues bien, LaPiedra, en medio de la ciudad, es una piedra que en vez de tener diez cen-tímetros, tiene más de cien metros de alta, hasta hacerse el punto más ele-vado del Vichada. Subimos a la piedra —Pablo me dijo que el vía crucisdel Viernes Santo, representado en vivo, se hace subiendo allá, en medio delinmenso calor, pues ese es el momento más caluroso del verano vichaden-se—, en donde hay antenas que protegían tres soldaditos guarda marinas.

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Uno de unos veinticinco años, profesional, dos muy jovencitos, de reem-plazo. Charlamos mucho. Les pregunté si pensaban reengancharse, y conuna gran sonrisa me dijeron: “Quién sabe si viviremos en un año”.Comprendí de pronto la viveza de esa terrible guerra de Colombia. Lavista desde La Piedra era fastuosa. La inmensa llanada de la aguadía, lagigantesca planicie de la sabana, y al otro lado del Orinoco, en Venezuela,al fondo, no muy lejos, montañas pequeñas pero que se alargan continuaspor todo aquel horizonte. Por el sur oeste venía una gran reguera de llu-via que unía lo alto del cielo con la tierra; la vimos llegar, pasándonos unpoco de lado. Uno de los lugares hermosos que he visto en mi vida.

27 de febrero de 2005 / lunes 7.3.05

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RUMIARES

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Somos rumiantes, decía. Y de rumies muy variados. Se ha visto con mivicariato del Vichada, diócesis de Puerto Carreño, uno de cuyos cinco oseis misioneros —contando al obispo— es Pablo. Ahora está, él solo, enel sur de su diócesis, en Santa Rita, a orillas del río Vichada, que tambiéndesemboca en el Orinoco. Párroco. Profesor. Vicario de mil aparcerías.Constructor de capillitas. Misionero. Con militares, guerrilleros y contra,todo en mezcolanza en la extensión de su parroquia. Este es uno de misrumies. ¿Lo comprendéis, verdad? ¿Cómo se puede ser epulonario exis-tiendo esa posibilidad maravillosa de vida en seguimiento de Jesús? ¿Quémejor podría hacer que irme con él, a ayudarle en su espléndida y difícilmisión?

La vida de un cristiano es un continuo rumiar, como la predicación delcura los domingos. Los cristianos somos, pues, del género de los rumiantes.

María, la madre de Jesús, miraba y guardaba esas cosas en su corazón.Eso mismo hacemos nosotros. Mirar las cosas y darles vueltas en

nuestro corazón. Rumiarlas. De ahí sale qué decir, qué hacer, cómo actuar,cómo ser. Porque a quien se mira en ese decir, en ese hacer, en ese actuary en ese ser, es al mismo Jesús y a sus cosas.

Ha sido una sorpresa imponente ver cómo comenta el prefacio del ter-cer domingo de cuaresma la lectura del evangelio de Juan sobre la sama-ritana. Como comienzo de esa conversación larga y cargada de emocióninfinita que mantienen ambos, hemos leído esa petición asombrosa deJesús a la samaritana, y no de ella a Jesús, que sería lo esperado: Dame de

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beber. El comentario del prefacio le deja a uno turulato, poniendo patasarriba lo que hubiéramos podido suponer y haciéndonos ver que si norumiamos a porfía esa conversación sublime nada hemos entendido de loque ahí pasa, es decir, de lo que pasa en nuestras vidas: Y si quiso (Jesús)estar sediento de la fe de aquella mujer, fue para encender en ella el fuegodel amor divino.

Al leer estas cosas, al mirarlas, uno se queda en puro pasmo: es Jesús,el Cristo, quien está sediento de la fe de la samaritana, y de la tuya, y dela mía. Si habíamos pensado que nuestra fe, porque somos hombres ymujeres de fe, está sedienta de Jesús, no hemos visto las cosas en su pure-za principial. Es el Hijo de Dios quien está sediento de nuestra fe, y conun objeto preciso: encender en nosotros el fuego de su amor.

Ya ves, todo trastocado. Todo trastornado de lo que hubiéramos pen-sado de principio. El comienzo de nuestra fe es su sed, la sed que Jesústiene de esa fe nuestra. El comienzo de lo nuestro, por íntimo que sea, esél, y no nosotros mismos. Aunque lo que se produce sea nuestro, íntima-mente nuestro, parte central de nuestro propio corazón, procede de él,buscando encender en nosotros un fuego que ya nunca dejará de ser fuegonuestro, cosa bien propia, el fuego del amor divino.

Tras estos rumies, las cosas se entienden mejor y de manera muy dis-tinta. Comprende que desde aquí se puede mirar la sabana pobre con susmasas de agua infinitas de una forma diferente. Con ojos de esa fe que senos concede y que enciende en nosotros el fuego del amor divino, la cuala partir de ahora nos llevará aquí y allá, arrasando nuestra vida con eflu-vios de amor, amor de Dios.

¿Se puede hablar de otra manera cuando nos referimos a estas cosasque hemos visto y que también nosotros guardamos en el secreto de nues-tro corazón?

28 de febrero de 2005 / martes 8.3.05

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Vladimir Ilich Lenin era tipo listo. Sabía muy bien una cosa y laproclamaba a todos los vientos: mientras queden abuelillas, no habrádesaparecido el cristianismo de la tierra soviética. Y tenía razón. Pusieronen el empeño toda la inmensa maquinaria de su poder absoluto:

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el hombre quedó como un simple elemento de producción y depoder; de producción de la colectividad y del poder de los que lodetentaban, claro. Todos lo vimos. Mas de sesenta años de terriblepersecución no acabó con él. Todos lo vemos. Con infinitas dificulta-des, pues en esos años las cosas fueron atrozmente trastocadas, peroel cristianismo sigue vigente en los antiguos países comunistas. Habíaabuelas en Rusia.

¿Las hay entre nosotros? Muchas cosas dependen de ellas. Tambiénpueden ellas ser líderes; cosa aparentemente bien pequeña, pero esencial.¿Lo serán, lo están siendo?

Una abuela, también un abuelo, pero Lenin, que no era nada tonto,ponía el énfasis en las abuelillas, es parte esencial en la transmisión de lafe de sus nietos. Simplemente con su ser, su ser cristiano, impertérrito antetodo desaliento. Con su ternura cercana, ternura cristiana, que sus nietosy nietas recordarán para siempre. Con sus pequeñas palabras, nunca ser-moneos, nunca zafia insistencia molestona, nunca desnuda recriminación.Cuando se vea cómo su ser entero transparenta su ser cristiano. Por elloun ser que tiene toda su confianza, incluso del futuro menos que inciertode quienes parecen abocados al descreimiento radical, en la confianzasegura que el Señor les da, y que por ello nunca ceja en su esperanza.Cuando se vea cómo su ternura está por encima de desmayos, de desa-lientos, de certezas negras; cuando vean sus nietos y nietas, y hagan luegomemoria, que su ternura tenía una fuente de amor divino, que transpa-rentaba una luz infinita de misericordia. Cuando recuerden con la memo-ria llena aquellas palabras dobladas de gestos de cercanía amorosa, pudo-rosos y reventados de alegría. Entonces, quizá mucho tiempo después, losnietos todavía tendrán presente aquella luz de transfiguración que brilla-ba discretamente en sus abuelas. Y podrán saber que esa luz existe, que esluz de Dios.

Diréis, quizá, ¡vaya, qué líderes nos enseñas!, así no se va a ningunaparte. Pues sábete que te confundes, y te extravías con todo tu escuálidoequipo de no comprensión del corazón humano y de sus trasparencias ytransfiguraciones en la luz del Espíritu del Señor.

Cuando los abuelas hayan dado la guerra por perdida, cuando ya noosen liderar la ternura transparente de luz de Dios en sus nietos, cuandose hayan dejado comer el coco también ellas por puras ideologías y lle-guen a pensar, ¡como todos!, que ya no hay futuro, que las cartas están

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echadas, y las nuestras son cartas perdedoras, que ya no queda ningunaesperanza, entonces, sí, tendremos que decir lo obvio: el cristianismo estádesaparecido de entre nosotros.

Ya véis qué líderes mas inesperados nos resultan.Deben ser líderes en algo decisivo: en nunca dejar que sus nietos, y

todos a través de ellos, quedemos reducidos a un mero qué, un qué reduc-tor, una mera condensación a lo que los poderosos nos dejan ser, olvi-dando que somos un quién, un quién lleno de infinitudes. Son ellas lasque pueden sembrar en el corazón de sus nietos eso de que somos másque lo que nos dejan ser, que para nuestras abuelas somos mucho más,pues somos carne misma de Dios.

¿Eso cómo se dice?, ¿cómo se nota? Ellas lo saben muy bien, cuandono se dejan ganar la batalla y no se han quedado secas de las simas de suternura. Nada más que eso. Nada menos que eso. Ellas también son líde-res. ¡Y qué líderes más esenciales!

1 de marzo de 2005 / miércoles 9.3.05

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Tengo la suerte de que amigos viejos reaccionan a mis paralipómenos.Por ejemplo, respecto a lo de las oenegés.

No es que este amigo sea más blando que yo, pues las define —¿a algu-nas de ellas?— como empresas de mercadeo que distribuyen caridad conmano de obra barata y que justifican en ese servicio, financiado con fon-dos públicos, la necesidad de una organización empresarial en la que losdirectivos sí que cobran bien.

Es verdad, debe hacerse un distingo quizá muy claro y preciso en esasoenegés que criticamos entre las bases, en las cuales no se da ningún mer-cadeo, sino un ofrecimiento de parte del trabajo y de un trozo entero dela vida, y, como dice mi amigo, los que se sientan en los despachos a pedir,quienes no son los que hacen el petate y se van, arriesgándose a equivo-carse. Todavía añade palabras duras: quienes mercadean sí que tienen uncompromiso de por vida, pues hacen de la oenegé la empresa de su traba-jo y sustento.

No es moco de pavo lo que me escribe mi amigo. No podemos poneren duda cómo las bases de las oenegés dedican una parte de su vida a la

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aventura de la entrega, a entregarse al ofrecimiento de su vida. Puse énfasisen lo de la entrega parcial que substituye a la entrega de por vida. Decíaentonces que en nuestros medios epulonarios dado la difícil y poco claroque es eso de dedicar la vida entera a algo, a una donación manifiesta ydefinitiva, las oenegés habían encontrado —en sus bases, utilizando ellenguaje de mi amigo— una ocasión muy propicia: la de entregar un pocode la aventura de la vida, tan encarrilada hacia la epulonidad oblonga —ytan difícil de que no termine en ella—, al trabajo por los demás, por losque lo necesitan. Nótese que hay muchas maneras de hacerlo. Sé que haygentes de distintas edades y profesiones, desde amas de casa hasta profe-sionales de éxito que dedican tardes y noches de su vida, en calendariobien fijado, no al buen albur de algún efluvio pasajero, a cuidar, por ejem-plo, a los enfermos terminales de sida en la casa de las religiosas de laMadre Teresa. Son voluntarios y lo hacen con una cuidadosa constanciaque sorprende al más pintado. No sé si habrá trabajos tan poco gratos,aparentemente, como ese. El voluntariado que aquí se dibuja es absoluta-mente entrañable y a uno le deja con ganas de seguir ese camino. Los quehacen así son líderes, pequeños líderes, que nos señalan nuestro propiohacer.

Dedicar una parte entera de la vida al trabajo voluntario para quie-nes nos necesitan y que no busca ningún tipo de recompensa.Admirable.

Pero quisiera fijarme de nuevo en aquella gente joven que se inicia enel camino del voluntariado en las oenegés. Decía, y sigo diciendo, que engentes como ellos y ellas, antes, con facilidad se planteaba una entrega depor vida. Una mirada más allá que buscaba una donación definitiva,entrega de toda la vida, de todo lo que uno es, y, además, para siempre.¿Locura? Claro. La cuestión está en que ahora, en cambio, es mucho másdifícil que así sea… porque existen las oenegés; existe la posibilidad deuna entrega y dedicación voluntaria, bien delimitada y bien precisa en lasmaneras y en el tiempo. Una entrega que, por su propia definición, casi,no es entrega de por vida, como no sea que uno se integra en los esta-mentos dirigentes de la oenegé, ya una manera de vivir, de ganarse el sus-tento de la vida.

¿Se nota la diferencia? Uy, cuánto más deberemos todavía dar vueltasa estos pensamientos.

4 de marzo de 2005 / jueves 10.3.05

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Esto me lleva a mostrar el otro punto de desacuerdo de mi amigo.Discrepa conmigo de que muestre mi disconformidad con las oenegésporque sólo requieren de la gente dedicación parcial y no compromiso devida. De esto, me dice, tendré que intentar convencerle. Pide también quele demuestre la falsedad de la inversa: que no es el caso de que alguienempiece por el compromiso parcial y acabe haciendo de su labor en taloenegé un proyecto de su vida.

Lo que es evidente es ese desquiciamiento que creemos percibir entrelos que dedican su vida al trabajo voluntario —¡maravilloso!— y los quela dedican a la oenegé, medio feliz en el que encuentran la forma de ganár-sela bien ganada.

Los peligros, se adivina con facilidad, son infinitos, pero hay uno muysutil. Pasar sin apenas darse cuenta del voluntariado inicial a la dirección,que gana su vida finalmente en ese trabajo.

Además, y tal era el caso que presentaba en el paralipómeno en quecomencé a hablar de estas cosas, las oenegés con facilidad, mejor, por lafuerza de las cosas siempre, se convierten en proyectos que recaban dine-ro público. Está muy bien para lo público, pues al fin y al cabo, es unamanera bien barata de resolver los problemas menos apetecibles, los quetocan a lo que antiguamente se llamaba la caridad pública. Recuérdeseque, por los años ochenta, vino a darse una corriente sibilina: las cosas dela caridad pública son un trabajo que debe profesionalizarse y remune-rarse convenientemente. Así pasó de una manera masiva con Cruz Roja,por ejemplo. Los problemas fueron terribles, ¿os acordáis los que tenéismemoria de ello?

Las cosas en este terreno terminan siendo muy sutiles, pues, ¿qué?, seofrece desinteresadamente nuestro trabajo voluntario, sin ninguna remu-neración, porque sí, por nuestra cara bonita, porque me da la gana, o esuna manera de, sea para principiantes, sea para terminantes en jubilaciónanticipada pero todavía de muy buen ver, hacerse con un sueldo o, almenos, sueldillo. Cuando las oenegés se convierten en proyectos aproba-dos y que reciben dinero público, es claro que todo se hace con sueldo.No serán dignos de Rothschild. Pero son. No son ya actos de merovoluntariado. Ahora bien, ¿el buey que ara no tiene derecho a que le densu comida? No cabe duda de que sí.

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Mas el que sean así las cosas enturbia la entrega, que es lo que a mí meimporta en estos paralipómenos, la entrega de la vida, la entrega de porvida. Por supuesto que por más que uno entregue la vida, seguirá comien-do. Y, entre nosotros, sólo se come con dinero o de gorra.

Cuando es voluntariado, nunca pondré ningún problema. Mas laentrega, aunque sea parcial en la vida, si es total en una franja de tiempo,necesita retribución directa o indirecta. Eso es claro.

Dejadme que os ponga ante la prueba del nueve en estas cosas. Quienentra en el voluntariado, ¿lo hace por lo poco en espera de que le salga elbuen trabajo?, ¿es una manera de rellenar algunos huecos, sean huecos eco-nómicos, sean huecos afectivos? Si alguien que se dedica a estas cosas tienela conciencia clara y simple de que recibe cinco o diez o quince o veinte ocien veces menos de lo que recibiría dedicándose al trabajo que podríahaber sido el suyo, ese va por muy buen camino: ha entregado su vida.

Mas ya véis cómo los paralipómenos van enredándose en red. ¡Loanuncié desde el mismo párrafo del comienzo!

4 de marzo de 2005 / viernes 11.3.05

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Pues bien, pasito a pasito y como un murmullo, hoy se cumple elnúmero cincuenta de estos paralipómenos. Por eso me parece que pode-mos tener una cierta perspectiva de lo que son.

Son, pues, escritos en red, pensamientos en red. Lo anuncié el primerdía. No tienen la cualidad de ser lineales con la claridad y distinción quequería Descartes. Siempre he pensado que la linealidad analítica hace quese nos escape demasiado de la realidad. Son, más bien, un ir y venir, comola cuerda que va anudándose en red, buscando captar una manera de seren la que estamos, una manera de actuar. Siempre he pensado que la redes más razonable si uno quiere hacerse con realidad. Ni sólo la mía ni sólola tuya, sino la manera de ser de este mundo, de esta sociedad en la queestamos, de la realidad que vamos construyendo, de la realidad que es.Podría pensarse en un cuadro de Renoir, donde los pequeños toques yretoques de los colores del pincel dan la magnífica impresión del conjun-to, de un conjunto siempre tan entrañable como pequeñín; sin embargo, nome gusta esta metáfora del cuadro impresionista para mis propias páginas.

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No creo que estos paralipómenos sean así; esa metáfora tampoco da cuen-ta de la realidad en su conjunto, tan compleja. Entiendo que, finalmente,son obra de un pensar, de pensamiento sobre la realidad, sobre nuestrasociedad, sobre nosotros, sobre ti y sobre mí. Y un pensar nunca solicitano más que dar una impresión, lo que, ciertamente, está muy bien y esprecioso, sino que busca y quiere explicar y comprender. No una, sinoambas cosas a la vez.

Explicar qué está pasando y por qué acontece eso que pasa.Comprender quiénes somos y cómo es el mundo en el que vivimos.Explicar y comprender, claro está, para, tomando postura, actuar.¿Entiendes ahora mejor la importancia de los líderes —quizá la añoranzade ellos—, por pequeños que sean, que tan a menudo nos han salido enestos paralipómenos?

Todo ello, además, supongo que lo habrás notado, en absoluto hechodesde una mirada política de las situaciones que son las nuestras. Lo quepodría estar muy bien. En todo caso, por lo que seguramente hayas podi-do ver, ha sido una mirada independiente y personal.

Pero no, no es eso lo que buscan estos paralipómenos. Explicar y com-prender un contexto y una manera de ser y de estar que es eclesial, para,tomando postura, actuar. Nunca jamás en el sentido de que sea la mirada deun “eclesiástico”, que de ninguna manera es mi caso, gracias a Dios, sinouna mirada de fe en Jesucristo que se me da en la Iglesia, y no fuera de ella.Mi fe en Jesucristo, y espero que también la tuya, no es una cuestión pose-siva de cada uno en su buen albur, en las gaseosidades de su mera intimidad,sino que esa fe nos es dada dentro de la Iglesia, en su contexto, en su ámbi-to, en su predicación, en sus sacramentos. Creo en el Padre y en el Hijo yen el Espíritu Santo, y esa creencia tan fundante se me da desde el interiorde la Iglesia, no fuera de ella; desde la comunidad de los creyentes, que es laIglesia, no fuera de ella; desde el pueblo de Dios, que es la Iglesia, no fuerade él; desde el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, no fuera de él.

Estos paralipómenos no han sido hasta el presente, y Dios quiera queno lo sean en el futuro, si este se da, una mirada burocrática en la institu-ción eclesiástica, Dios me libre, aunque diciendo esto no quiero insultar anadie; sí, sin duda ninguna, la mirada de un hijo de la Iglesia que quiereser fiel a ella, para ser fiel a su fe en Jesucristo.

De ahí, supongo, una cierta libertad de pensamiento y de expresión.7 de marzo de 2005 / lunes 14.3.05

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Ha tiempo que se me ha metido una mosca en la oreja, y hora es deque la haga salir.

Como había comprado varios deuvedés de Pier-Paolo Pasolini —yahe dicho aquí que es una de las grandes personalidades del segundo terciodel siglo veinte italiano, cada día aparece más claro—, vi no hace muchoTeorema, realizada en 1968; sí, en ese curioso año, tan sintomático.

Mientras la veía volvieron a mí varios pensamientos. Por aquellosaños, en los que estudiaba teología en Lovaina, Rudolf Bultmann, un exe-geta del Nuevo Testamento muy importante, arrasaba con todo. ¿Dóndeestaba la cuestión que aquí me importa?

Pues verás, corría el año 1941, si no me confundo, cuando ese buenprofesor alemán escribió un artículo seminal sobre lo que se llamó la des-mitologización: vivimos en una época en la que cuando uno quiere quehaya luz, da al interruptor, y llega la electricidad desde la central por eltendido eléctrico; si se siente mal, va al hospital, en donde los médicos leatienden siguiendo los últimos avances de la medicina, y le operan con losúltimos aparatos y técnicas. Es decir, vivimos una época en la que la cien-cia y la racionalidad científica nos han dado un mundo nuevo, y, portanto, también una comprensión distinta del mundo que es el nuestro.Teniendo en cuenta esto, tan importante, decía, vayamos a la figura deJesús tal como aparece en los Evangelios. ¿Qué ocurre? Pues que quieneslos escribieron vivían en un mundo extremadamente distinto al nuestro:cuando necesitaban luz, debían encender primero una hoguera, y de ahítomarla, y cuando necesitaban curación acudían a un curandero o a unchamán. Su mundo no era nuestro mundo de la cientificidad. Todo, pues,era por entero distinto.

¿Eso cambia las cosas, añadía, en nuestra comprensión de Jesús? Sí,radicalmente, y, a la vez, no en absoluto. La mirada a Jesús en losEvangelios se nos da envuelta en mitologías: curaciones, resurrecciones,concepciones virginales, etc., etc., todo ello producto de la mirada mito-lógica de aquellas gentes. ¿Habrá que tirar a la basura la persona de Jesús?No, simplemente, hay que desmitologizar la figura del Jesús de losEvangelios. Quitarles la cáscara mitológica que pusieron aquellos autoresque no vivían en la racionalidad científica que es la de nuestros tiempos,y quedarnos con las esencias espirituales maravillosas que constituyen el

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verdadero mensaje de la persona del Cristo en quien seguimos creyendo.Ya no nos quedaremos en los increíbles enredamientos mitológicos quelos Evangelios nos transmiten, sino que deberemos hacer el esfuerzo debuscar eso decisivo y esencial que querían transmitirnos, y que es, en defi-nitiva, lo que el mismo Dios quiere comunicarnos hoy por medio de lapersona de Jesús; comunicación que ahora debe hacerse en nuestra situa-ción, y no revirtiéndonos nosotros a aquel pensar arcaico.

Así, la desmitologización sería la honrada manera que, los que vivimosen un mundo de racionalidad científica, tenemos para recibir el mensajede esa persona: el Cristo de la fe. Deberemos quedarnos con la promesade salvación que en él nos viene de parte de Dios Padre, deshollinandotoda la escritura mitológica de la presentación de un Jesús aparentementehistórico —pero con historicidad de mera ideología mítica— que se nosmuestra en los Evangelios, sólo adecuada para aquellos tiempos. Fueratodo lo innecesario para nosotros, encubridor, además, del propio CristoJesús que recibimos en la fe. Tenemos que llegar a quien es el Cristo de lafe, y no quedarnos en el Jesús de esa a manera de historia mitológica quenos cuentan los Evangelios.

Treinta o cuarenta años de debates morrocotudos.En ese contexto viene Pasolini con su Teorema. Mejor, vendrá mañana.

7 de marzo de 2005 / martes 15.3.05

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Me da lacha volver a Pasolini, pero verás que es parte decisiva en lo dela desmitologización.

Asistimos en Teorema a una historia que acontece en una casa magní-fica, perteneciente a la más alta burguesía milanesa. Viven en ella el padre,uno de los grandes industriales de Milán, su mujer, su hijo y su hija, jóve-nes estudiantes de universidad, y una muy singular criada de medianaedad, mujer de pueblo. La casa, la luz, la horizontalidad de los paisajes sedan en una paleta de colores claros y un poco desvaídos, como si siempreestuvieran enneblinados.

Llaman a la puerta y el correo-ángel trae un telegrama, que el padrelee en el comedor, sentados los cuatro a la mesa, mientras la sirvientapulula. Llegaré mañana. Aparece un joven poco mayor que los hijos,

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desaliñadamente elegante, guapo, atentísimo, cariñoso, que se integra alpunto en la vida de la casa. Todos en ella le miran de manera singular. Desdeel primer momento es el centro en el que toda la casa pivota. Todos se le insi-núan, cada uno en su momento, a su modo, según su ir siendo. Él los cono-ce a todos. En el sentido que el verbo “conocer” tiene en el lenguaje bíblico;también conocer carnalmente. A todos según su manera, nunca en brusque-dad, sino, más bien, en cariñosa y perfecta continuidad de lo que cada unoes con él y junto a él. Se descubren así floreciendo en lo que de verdad son.

De pronto, llega de nuevo el correo-ángel con un segundo telegrama.Todos en la mesa, esta vez cinco, y la sirvienta. Me tengo que ir mañana.Y a la mañana siguiente se despide de todos y se va en taxi.

Vacío. Vacío. Vacío.La hija cae en una desesperación sin palabras. Rígida, con la mano

cerrada, inmoderadamente agarrada a un recuerdo. La deben llevar a unmanicomio.

La sirvienta hace la maleta y se va una madrugada a la alquería del valledel Po en donde vive su familia. Se sienta en un banco exterior a la casaalargada. A nadie atiende, a nadie ve, nada come de lo que le llevan. Seacercan primero los niños, luego los mayores. Miran en quietud. Rezan.De pronto la ven levitando varios metros por encima del banco. Tocan lacampana de la iglesita. Con su madre, corre a los alrededores de Milán, yse entierra viva: sólo quedan visibles sus ojos, que lloran. Y nace ahí unafuente de santa peregrinación.

La madre da en buscar hombres jóvenes que la insatisfagan, convir-tiéndose en una desaforada ninfómana.

En el hijo, estudiante de bellas artes, se despierta el instinto artístico yvive inmerso en la cerradez de su propio arte descubierto ahora y hechoparte de su propio yo.

El padre, desolado, regala la enorme fábrica a sus obreros y, desde laestación de Milán, desvistiéndose de todas sus ropas, corre, desnudo, aldesierto en donde grita y canta, quizá salmos.

Todo ello en una belleza de color, de encuadre, de miradas, de paisa-jes, de sentimientos, de nostalgia de la belleza bosquejada, de música, quele dejan a uno transido de emoción.

Dime, ¿quién tiene razón, Pasolini o Bultmann?¿Tú también piensas que el primero? Seguro, de otra manera no po -

drías leer estos paralipómenos.

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Uno entiende ‘quién’ es el hombre en su grandeza y fragilidad. El otrose dejó convencer en los años triunfantes de una terrible germanidad de quesomos mero y desolado “qué”, y nada más, como nos lo dice la triste cien-cia, la tristísima racionalidad científica. Desde ahí, pobre, quería decirnosquién es Jesús. Pero claro, se inventó uno de meras gaseosidades cocacolís-ticas. Falta el espesor de carnalidad. Falta lo decisivo: la encarnación.

7 de marzo de 2005 / miércoles 16.3.05

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Estoy triste, como tú. Triste por aquello tan terrible que nos aconte-ció hace un año. Triste por el acto tan despiadado de terrorismo. Tristepor las muertes. Triste por las secuelas. Triste por el sufrimiento de tan-tos. Triste porque parece que entonces perdimos el alma. Triste porquealguien, amparándose en su dolor, bien cierto, terrible, que ninguno lepodremos quitar, nos quiere quitar el redoblar de campanas. Triste por lautilización tan desaforada que se hizo y se sigue haciendo de aquel actotan trágico como vil.

Ante el sufrimiento, el de verdad, no el de pacotilla, el que se quiereaprovechar para aventajar a mi partida; ante un sufrimiento tan percutan-te y salvaje como este, creo que sólo cabe el silencio y el redoblar de lascampanas. La tristeza del silencio. La música de las campanas. Músicaabstracta, sin autor, sin melodía.

Todo lo demás me parece sobrante. Me parece querer aprovecharse dela ocasión. Me parece buscar ventajas de la tragedia.

¿Significará esto que deberemos cerrarnos al pensamiento, a la bús-queda de explicaciones a los porqués y cómos? Claro que no: yo quierosaber. Por eso digo que entonces perdimos el alma, y no veo que la haya-mos recuperado.

La impresión que tuve y que sigo teniendo es que, fuera de las cele-braciones, de los programas basura en que se habló y se conmemora, meraocupación de minutos de audiencia, que busca ganar más, llamada a losmás bajos instintos de la sentimentalidad llorona, convocatoria a la men-tira del mero lloriqueo gimoteante, no hay nada, ni siquiera silencio yredoble de campanas de sonido inarticulado y con mensaje de dolor sinpalabras.

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Porque he tenido como pocas veces en mi vida la sensación de queaquí las palabras han sido pura mentira, pura bazofia para llevar las ascuasa mis sardinas, bueno, a las suyas, de sus intereses, de sus poderes, de susperpetuaciones.

Pocas veces en mi vida he tenido la impresión de que de verdad impor-taba tan poco lo que había acontecido, los muertos, los sufrimientos, laignominia moral en que se nos puso a todos y de la que no tengo la impre-sión de que hayamos salido.

A lo máximo una ocasión propicia para ganar o perder poder; paraperpetuarse en él, si fuera posible.

No veo que de verdad se quiera saber qué pasó, cómo fue posible, porqué aconteció, qué se buscaba con ello, quién lo hizo posible, quién lo diri-gió, cómo acontecieron tal cúmulo de casualidades insensatas, mejor, que esinsensato tenerlas por tales. No veo que se quiera saber el camino sinuosode la manipulación del dolor tan vivo que entonces se produjo, que condu-jo a resultados resaltables. Y que, una vez conseguido por unos y por otros—no hablo de que esos otros o esos unos fueran culpables, ni lo puedosaber ni nadie me ha querido dar vela en ese entierro, a más que tengo laimpresión de que se ha hecho casi todo para ocultarme que buscara la ver-dad, o al menos para que me hiciera una clara y racional idea de ella—, nosllevó, tan manipulados, tan traídos y llevados a lo que querían quienes fueraque lo quisieran, a perder el alma. Ya no queremos saber. Ya no nos impor-ta. Como el avestruz, hemos ocultado la cabeza debajo del ala.

Fuera de nosotros la funesta manía de pensar. Tal parece haber llega-do a ser nuestro grito. No queremos saber.

Si ya desde antes éramos epulonarios; a partir de aquel terrible día lacosa es clara, la pura verdad del barquero: no somos sino el rico epulón.

7 de marzo de 2005 / jueves 17.3.05

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Llevo treinta años de profesor. Ya lo he dicho. Las dichosas circuns-tancias me llevaron a la filosofía. En ella estoy con enorme gozo. Una filo-sofía que, siéndolo, es filosofía cristiana, supongo.

Pero hay algo desconcertante. Cuando termina el curso, cada vez, queya son muchas, estoy disgustado conmigo y pienso que debería hacer las

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cosas de otra manera; mejor. Mas, con el paso de los años, no sé cómohacerlo mejor, quedándome sólo el disgusto extrañado.

Considero decisivo en un profesor la escucha continuada a sus alum-nos y la lectura detallada y bien corregida de los trabajos que le entregan.Es verdad que tengo una suerte: tiempo. Pero siempre me ha parecido unamanera de tomar en serio a los alumnos que me tocan, no de manera gene-ral y abstracta, mero decir, sino de realizarlo en lo pequeño, en lo que esverdadero de verdad. ¿No es un forma real de quererles?

Donde comienzan los problemas es cuando veo que profesores sabentan bien lo que deben decir y los alumnos aprender. Como lo mío es filo-sofía, es decir, pensar, esto es más difícil. Juan Luis Ruiz de la Peña, delque tuve la suerte de ser amigo, se ponía muy nervioso porque decía: mevan a faltar tres clases para terminar el programa. Una postura así, cau-sándome un poco de risa, me parece muy seria, porque toma en serio a losalumnos, a lo que el profesor les debe: enseñarles.

¿Qué es lo que busco con mis alumnos? Darles la palabra y la escritu-ra. Una pretensión desaforada, cierto. Pero eso debe aprenderse: cuandollega uno a primero su palabra y sus escritos no son ya pensamiento. Hayque leer, hay que escuchar, hay que rumiar antes de comenzar a tenerpalabra y escritura. Pero me parece definitivo el esfuerzo, que en mi casose estira en dos cursos enteros, de que los alumnos hablen y escriban. No,simplemente, repitan lo aprendido mediante fotocopias, aunque seansobre el mismo ser de Dios.

No creo que en la enseñanza, sobre todo en el nivel universitario, lacuestión esté en tener en la cabeza toda una serie larga y ordenada de lascosas que hay que saber. La enseñanza, sobre todo universitaria, siempreme ha parecido una manera de incitar al pensamiento, sea, en nuestrocaso, al pensamiento filosófico y al pensamiento teológico. Al rumie pen-sante. A hacer de uno las cosas que a uno le enseñan, que uno aprende.

Claro, puede ocurrir que en las maneras que ofrezco, finalmente, todoquede en agua de borrajas. Sí, es verdad. Pero ¿no sabemos todos tambiénque una vez pasado el examen, si lo que se ha aprendido son meras foto-copias, al despertarse de la siesta que sigue al duro examen, todo se haolvidado para siempre?

¿No es al aprendizaje y a la reflexión a lo que debemos invitar, lo quetenemos que enseñar como profesores? ¿Me atrevería a decir que comomaestros? Reflexionar sobre una experiencia, por supuesto; reflexionar en

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una tradición, claro es; reflexionar unos textos que nos conforman, nopodría ser de otra manera. Incluso en el aprendizaje de las lenguas no creoque fundamentalmente las cosas sean muy distintas a lo que digo.

Otra cosa, me parece y lo digo con humilde susto, no sirve para nada.Tales son las reflexiones de un viejo profesor que lleva años dando

vueltas a lo que hace cuando se le da esa oportunidad tan arrebatadora, sinduda ninguna, esa gracia, de hablar con sus alumnos con largueza, en eseespectáculo sobrecogedor que es lo que acontece en clase.

Lo que quedan son los maestro. Pero ¿quién puede serlo?8 de marzo de 2005 / viernes 18.3.05

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La Iglesia es cosa rara. En las maneras generales y cuando pone las lec-turas de cada día en la misa, bueno, en la eucaristía, que si no alguno mecorta el bigote.

La Semana Santa, terminando con esa fiesta maravillosa de la noche yel día de Pascua, es el momento más fuerte, importante y cuidado, la másantigua de todas las celebraciones litúrgicas. Pues bien, sorprendeos sitodavía no lo habéis hecho: los evangelios del lunes, martes y miércolesnos narran las aventuras de Judas Iscariote, el traidor, el de las treintamonedas, ese que ni a ti ni a mí nos gustaría ser, no por treinta monedas,sino por un cuto de oro, un cerdo entero de oro. Cuando, en esta Semanase acerca uno a Jesús, es cosa bonita hacerlo desde uno de los personajesque rodean sus días finales acompañándole en la subida hasta la cruz.Quién, pues, como el pollino, sobre el cual Jesús entra en fiesta el domin-go en Jerusalén. Quién, como Pedro, el maravilloso Pedro, más fuerte quenadie, con la boca llena de alabanzas de sí y de su ímpetu, y que a la pri-mera de cambio, en cuanto canta el gallo, tiembla: no, yo no, ¿ese Jesús?,no sé quién es; y cuando el gallo insiste llora desconsoladamente, a mocoy baba. Quién, como el chaval que le seguía envuelto en una sábana, ycuando le quieren pillar, escapa desnudo. Quién, como las mujeres lloro-sas que acompañan a María. ¿Quién, como la Madre de Jesús? Quién,como el otro chaval, el único de sus apóstoles que está al pie de la cruz, yrecibe a María en su casa por encargo del mismo Hijo. Quién, como elbuen ladrón. Quién, como el centurión que afirma a todos los vientos:

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verdaderamente este hombre era Hijo de Dios. O, quizá, como los que seburlaban a grandes risas, haciendo visajes y muecas. O los que se volvíanmeditabundos a Jerusalén después de haber visto el espectáculo; pues asíllama el Evangelio de Lucas a lo acontecido ante nuestros ojos.

¿Pero Judas Iscariote? No, ese no, de ninguna manera. ¿Qué viene ahacer aquí sino a amargarnos la fiesta? ¡Que nos deje en paz! Pero laIglesia nos recuerda que es una posibilidad bien real la de acercarse a Jesúsen el camino de la cruz desde este personaje tenebroso. ¿Nos acercamosa la cruz desde él? Quién, pues, como Judas que le traicionó besándole enla mejilla.

Fue uno de los elegidos. Le seguía. Estaba tremendamente encariñadocon lo que él significaba. Era el ecónomo del grupo; no un simple pazgua-tillo. Pero tenía sus ideas propias sobre quién era el Jesús al que quería;ideas bien claras sobre lo que debía hacer y a dónde les iba a llevar. Ahí estu-vo su decepción. Terrible decepción. Eso no podía ser. Corrió a delatarlo, aentregar la patraña de «ese Jesús», que le había decepcionado tan salvaje-mente; «ese Jesús» que no era el suyo, en el que él creyó en un principio ysiguió a grandes pasos de afanosidad; «ese Jesús» no era el de verdad. Tal esla fuente de su lúgubre traición: “su Jesús”, no era Jesús, el Cristo.

No vivía de esperanza, sino del puro mangoneo de lo meramentesuyo, lo que al final del camino le sumió en la total desesperanza, en lapura zozobra que le lleva al árbol. Terrible. Qué diferencia: el árbol de lacruz de Jesús floreció, ¡y con qué flores! El árbol del ahorcado sirvió sólopara sostener el peso de su cuerda.

Ahí lo tenéis. Así nos hace meditar la Iglesia lunes, martes y miércolessantos, mientras comienzan a moverse las procesiones y los corazones.

13 de marzo de 2005 / lunes 21.3.05

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Nunca fui muy de procesiones, como buen norteño, pasado por losfastos de la ilustración y del sesentaiochismo. ¡Sólo faltaría!

Es verdad que de chaval formaba parte de una cofradía, en Bilbao, ves-tidos todo de blanco. Pero aquello no agarró, o al menos no agarró en mí.

Sólo lo hizo muchos años después, celebrando la Semana Santa en LaJolla, un pueblecín perdido en la falda sur del Torcal, aunque en lo oficial

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era un barrio de Antequera; entonces se cuidaba desde el Valle deAbdalajís, en donde era párroco el P. Plácido, benedictino, ahora enLeyre, muy viejecito. Era la primera vez que oficiaba en Semana Santacomo sacerdote viejo, viejo por la edad de mi ordenación, treinta y sieteaños; luego durante años lo hice en mi pueblo, es decir, en el pueblo en elque fui párroco durante seis, Morille, a la vera de Salamanca. Desdeentonces, ya sólo sirvo como ayudante.

Pues bien, el Viernes Santo, desde el Valle, fuimos a ver la procesióndel silencio en Antequera, a las doce de la noche. Qué emoción religiosay estética. Fue para mí como un golpetazo en medio de la cara. Repito,emoción religiosa y estética. Ambas indisociables. Últimamente he leídovagamente de no sé qué documento sobre laicidad que prepara el partidoahora en el poder: quiere proponer la supresión de las procesiones deSemana Santa. Qué cosas raras acontecen en la vida de las mujeres y de loshombres en este país del rico epulón.

Solían decir entonces, cuando fui aquella noche del Viernes Santo aAntequera, que todo era trampa y tramoya, que los costaleros eran unespectáculo del esponjoso bebercio, todo no más que puro folclore paraturistas y gentes de mal vivir. Hace ya veintiocho años de aquello. Perono, de eso nada. Era un maravilloso espectáculo religioso, cargado de unaintensa, desbordante emoción religiosa y estética; hiriente hasta lo másíntimo del corazón. Un espectáculo en riguroso silencio de la muerte enla cruz del Cristo silente.

Una de las cualidades más curiosas e importantes del cristianismo talcomo lo vivimos los católicos y los cristianos orientales, sean ortodoxossean católicos, es lo de la carnalidad. Por algo decimos que todo lo nues-tro es cuestión de encarnación: el Hijo de Dios se hizo carne, en todoigual a la nuestra, excepto en el pecado.

Pues bien, eso es lo que acontece en estas cuestiones de la SemanaSanta, de sus procesiones y de las maneras tan encarnativas en que ella secelebra. Lo nuestro nada tiene que ver con espiritualidades espirituosas ycocacolísticas. Nuestras relaciones con Dios, nuestro seguimiento deJesús, es algo que hacemos con nuestra carne y con nuestra sangre, quenos llega a través de todo lo que somos como cuerpo de hombre o cuer-po de mujer, haciéndose parte cordial de nosotros mismos.

La Semana Santa tal como se celebra en estas tierras nuestras, lomismo que acontece con la Navidad, por ejemplo, está absolutamente

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ligada a esta manera de vivir la encarnación de Jesús, a una forma absolu-tamente encarnativa de ser cristianos.

Como ha acontecido varias veces en la historia de la Iglesia, esa mane-ra de guardar el aspecto francamente encarnativo de lo que somos ennuestras propias esencias, los ilustrados, los que se dicen los entendidos eimportantes, desprecian lo que del pueblo les parece cuestión de merosentimentalismo: lloran con la Virgen dolorosa. En una diócesis, lossacerdotes unidos en piña se juramentaron para no asistir a las procesio-nes de la Semana Santa. Estuvieron así lo menos quince años. Cosa curio-sa. Error maldito de intelectual creído de sí y despreciativo del vulgopopular. Cuando aquella vez estuve en la procesión del silencio, los sacer-dotes no estaban en ella.

17 de marzo de 2005 / martes 22.3.05

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Uno no es cristiano por las procesiones. Uno no es cristiano para lasprocesiones. Uno es cristiano en su vida, en todo lo que hace, en todo loque es. De nada vale inflarse a procesiones, aunque sea de costalero per-tinaz, si uno, luego, en su vida de todos los días, en lo que va siendo, nosigue a Jesús, el Cristo. Las cosas, pues, están bien claras.

Ahora bien, hay una manera carnal de expresar eso que somos y llevamosdentro siendo cristianos, siendo católicos, que viene dada por el juego delespectáculo. Oigo en este momento, por pura casualidad, piezas sacras deHeinrich Schütz, uno de los predecesores de Bach. Piénsese en esas maravi-llas que son las pasiones de este. Representaciones musicales de gran vigor yde enorme belleza que buscan moldear nuestro corazón en la consideraciónde los últimos momentos de la vida de Jesús. Allá tenemos involucrada en elsonido a nuestra alma, cantando su tristeza, el dolor por su participación enlo que allá acontece, lo que oímos con nuestros ojos. Ello hace que sean unacontecimiento religioso de enorme magnitud. Para eso fueron escritas; cuan-do las escuchamos abiertos al espectáculo que representan nos acercan a«nuestro querido Jesús», como se canta, muerto por nuestros pecados.

Pues bien, nuestras procesiones, por lo que he podido ver y oír,pues a veces el silencio se oye a grandes gritos, son también una mane-ra de expresar el espectáculo de la pasión de Jesús. Una manera social

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—la música también lo es—, una manera comunitaria y comunicativa deexpresarse. Los pasos, siempre uno de Jesús a quien acompaña uno de suMadre, la Virgen María, se echan a las calles, con sus luces de cera, sus cos-taleros, sus penitentes, sus cofradías, sus flores, con la música hiriente yrepetitiva, titánica, en el fervor de la expresión de los sentimientos de lagente, de los que llevan, de los que participan, de los que contemplan.Quien va a verlas como espectador de ellas mismas en tanto puro espec-táculo, sin saber lo que va a ver de verdad, en su verdad, queda estreme-cido por el fervor religioso y estético de lo que ante sus ojos acontece, ycomprende que allá se transparenta un espectáculo que es mucho másvigoroso y amplio que aquello que ve, de calado por demás profundo. Elespectáculo de la muerte de Jesús por nuestros pecados, el dolor de suMadre, la soledad de los actores de ese espectáculo grandioso, divino.Acompañamos en su silencio hierático, endolorido, a quien asume en suentera soledad el acontecimiento de la pasión como su actor verdadero.Porque, nosotros, estando aquí, ayudados por lo que se nos ofrece comomaravilloso espectáculo de belleza singular, meditamos en quien entonces—y tantas veces— dejamos solo en su dolor. Bueno, acompañado deldolor de su Madre. Las cosas se han reducido a lo esencial en las escenasque van constituyendo las procesiones con sus diferentes pasos. Hasta lle-gar, vuelvo a ella, a la procesión del silencio que sale de la segunda iglesiade la ribera del Darro a las doce de la noche del Viernes Santo, todo en lamás completa e insondable afonía muda, en absoluta obscuridad; todas lasluces, hasta las bombillas más pequeñas, apagadas al paso de una únicacruz inmensa, sólo ella iluminada desde abajo, al ritmo de un único tam-bor de sonido grave que una y otra vez, de manera infinitamente monó-tona, toca el sonido del ajusticiado. Quien ha visto esto y luego el desga-rrado silencio de cinco minutos a las tres de la tarde en la explanada de laGranada alta, al recordarlo llora con infinita congoja la muerte de Jesús.Y sabe por quién fue esa muerte santa.

19 de marzo de 2005 / miércoles 23.3.05

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«Decretamos que la sagrada imagen de nuestro Señor Jesucristo seaadorada con honor igual al del libro de los santos Evangelios. Porque así

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como por el sentido de las sílabas que en él se ponen, todos conseguire-mos la salvación; así por la operación de los colores trabajados en la ima-gen, sabios e ignorantes, todos percibirán la utilidad de lo que está delan-te, pues lo mismo que el lenguaje en las sílabas, eso mismo anuncia yrecomienda la pintura en los colores». Con estas palabras el Concilio ecu-ménico del año 870, IV de Constantinopla, se refiere al problema incen-diario de la veneración de las imágenes.

Una casta intelectual y racionalista, los iconoclastas, tomado el poderen las clases dirigentes del imperio, y casi de la Iglesia, había decidido queno se tiene acceso a la salvación que nos aportan los Evangelios medianteiconos e imágenes pinturrajeadas, todo ello pura idolatría, como propa-gaban con la inmensa fuerza de su poder. Toda imagen decían ser como elbecerro de oro que se hicieron los israelitas —al mando de Aarón— cuan-do Moisés subió al monte para hablar con el Señor y tardaba en bajar,absorbido en ese platicar divino; los de abajo no pudieron resistir la pre-sión de venerar algo tangible y pidieron a Aarón que con sus joyas lesfundiera el becerro de oro para adorarlo, exclamando: «Este es tu Dios, elque te sacó de Egipto». Al oír los cánticos de traición desde el monte, elSeñor quiso exterminarles, fundando un nuevo pueblo elegido en la soladescendencia de Moisés. Le deja a uno lleno de pasmo que quien interce-de por el pueblo prevaricador e idólatra ante su Dios, con el que tieneconversación como de amigo con su amigo, sea Moisés, causa de que elSeñor se arrepintiera del mal que había decidido contra su pueblo. Paraaquellos intelectuales y racionalistas, los de entonces y también los deahora, toda imagen, todo color, toda procesión, todo icono, toda exterio-ridad del sentimiento es pura idolatría, pura negación de Dios; es una ree-dición del becerro de oro.

¿Diremos que también nosotros, pobriños, tendremos que construirnuestro propio becerro de oro? Uy, con la cantidad de ídolos que rodeaninexorablemente nuestras vidas epulonarias, siempre manejados por lospoderosos, sería cosa bien fácil.

Pero fijaos, la cuestión de la iconoclastia es más sutil. No quiereponernos delante de ningún ídolo, mas busca quitarnos toda expresión.Me explico. No persigue quitarnos nuestra representación por idolátri-ca, para ponernos otra; sabe que si al chiflar de bandurrias, pífanos,tamboriles y toda clase de instrumentos exóticos nos hiciera adorar laestatua del que tiene imperio sobre nosotros, como tradicionalmente

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busca el poder, de manera tal que al oír su música caigamos de rodillasy adoremos al que manda, su estatua, su imperio, su poder sobre noso-tros, seguramente algo sonaría mal en nuestro interior y como Sidrac,Misac y Abdénago en el libro de Daniel dejaríamos que nos echaran alhorno encendido, puesta nuestra entera confianza en el Señor.

No es eso; ellos dicen no querer representaciones de Dios. La ico-noclastia era y es inteligente. Está acostumbrada al mando, al manejosabiamente burocrático del imperio; sus gentes son la clase másguapa. Decía y dice buscar la pureza del entendimiento y de la razón;buscar el puro sentido de las sílabas de los Evangelios, pues es ahídonde se nos otorga la salvación. Sólo los listos, los intelectuales, losestudiosos, los filólogos, los científicos, los que tienen doctorados ysaben jugar con las sílabas para encontrar el sentido de las palabras ymensajes de salvación de los Evangelios, sólo esos conseguirán la sal-vación.

19 de marzo de 2005 / lunes 28.3.05

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Los iconoclastas quisieron hacerse con nosotros para siempre y casinos matan. Y matándonos hacen que ya nada penda de la muerte y resu-rrección del mismo Cristo, sino de nuestro conocimiento.

Vayamos con cuidado. Cabía, y ha cabido muchas veces, la posibilidadde que el poder imponga sus propios ídolos. No siempre es buen proce-dimiento. Lo saben muy bien. Nada de mártires. Es mejor ir dejando queen el país del rico epulón la idolatría del dinero, de lo que “se” debe haceren estos tiempos de los duendecillos del alto y bajo vientre en que vivi-mos, se vaya haciendo con nosotros por ósmosis, insensiblemente, demanera que vayamos aceptando casi sin darnos cuenta lo que los mediosde comunicación de los poderosos nos introyectan, lo que se ve en losprogramas basura de la televisión —¿no lo son (casi) todos?—, lo quevamos oyendo en esas tertulias o saraos o lo que sea en donde se nos ense-ña lo que hacen, además de cómo este está con esta o con el otro o contodos a la vez, y nos convencen de que todo eso es lo de hoy, nada malo,lo que corresponde a tiempos tan majuelos como los nuestros. Cosabuena en definitiva.

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Claro que este procedimiento, dice la clase de los más guapos, es para elmero vulgo vulgar. Y ahí, exactamente ahí, es donde aparece la iconoclastia.

Fuera los ídolos, todos, cualesquiera que sean, y vamos a la razón, alentendimiento racional de las cosas, de todas las cosas. ¿No es ese el cami-no de la ciencia que nos ha hecho progresar de una manera fulgurantedesde los tiempos del viejo Galileo? Pues adelante con él, sirvámonos desus maneras tan acreditadas.

¿Qué deberá hacerse cuando nos enfrentemos con el Evangelio? Lovamos a ver. Antes de proseguir, un inciso que ya ha aparecido en pasadosparalipómenos con suficiente frecuencia para sentirnos familiarizados con elsingular fenómeno: el iconoclasta dice y busca ser cristiano, seguidor deCristo, pero decide hacerlo a su manera, pues los tiempos están suficiente-mente adelantados para ello. Podemos caracterizar su posición y figura conel reverso de las palabras de ayer del Concilio IV de Constantinopla.

El iconoclasta quiere hacer, por supuesto, una lectura veraz de losEvangelios, quiere conseguir la salvación que en ellos se nos ofrece. Esuna obviedad cómo: buscando el sentido de las palabras que nos la trans-miten. Esa lectura veraz según el sentido de las palabras, con todo lo queella significa, nos consigue la salvación. Bueno, por ahora podíamos creerestar de acuerdo con ellos. Pero añaden algo más, algo definitivo y queterminará por iluminar con luz negra eso que nos había parecido acepta-ble. Fuera con cualquier sensibilidad de colores y sonidos, que tienen sulenguaje propio, pero no es lenguaje de los Evangelios, el cuál está hechosólo de sílabas. Fuera con todo lo sensible, pues nos aleja del sentido delos Evangelios. Fuera con las imágenes, fuera con las procesiones, fueracon la música, fuera con las expresiones sensibles, fuera con el espectácu-lo. Fuera con cualquier representación expresiva que convierta al mensa-je de los Evangelios en mero espectáculo. Fuera con toda expresión de loque somos, pues esta no puede sino enlodar irremediablemente el sentidoprístino, puro y sutil de las sílabas. La pintura en sus colores, el espectá-culo litúrgico, las procesiones y demás utilizaciones expresivas, no son,para los iconoclastas, sino pura zarandaja, pura idolatría.

¿Qué pasa? Algo torpe y grave hasta la extenuación: olvida que somoscarne y que es del Verbo encarnado de quien se nos habla en las palabrasde los Evangelios. Olvida lo que somos nosotros y, sobre todo, olvidaquién es Jesús, el Cristo.

20 de marzo de 2005 / martes 29.3.05

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Seguiremos glosando las palabras de nuestro viejo Concilio deConstantinopla.

Resulta que los Evangelios son para todos, tanto para sabios comopara ignorantes. No hay que tener varios doctorados para alcanzar la sal-vación. Y la razón es sencilla: la salvación que se nos ofrece por Jesucristoen los Evangelios de su Iglesia no es cuestión de conocimiento. No escuestión de que nos despitujemos los ojos entre letras, sílabas y palabras,para alcanzar arcanos sentidos que nos la entreguen. Si así fuera, todoresultaría una salvación por nuestro esfuerzo, pura gimnasia intelectualpara lograr el conocimiento; serían nuestra obras las que nos lograrían lasalvación, simplemente obras de comprensión de sílabas y palabras dellibro de los Evangelios, las obras del duro estudio. Si levantaran la cabe-za san Pablo, los evangelistas y los demás escritores del NuevoTestamento, morirían al punto, diciéndose por lo bajín: pero Dios mío,¿cómo es posible que nos hayan comprendido tan mal?, nosotros ni diji-mos eso ni entró en nuestras mientes siquiera el pensarlo; antes al contra-rio, que nos lean y verán las batallas de infarto que mantuvimos con quie-nes, precisamente, defendían posturas como las suyas; ¿cómo, pues, hanllegado a leerlo todo al revés?

Pues sí, es difícil entender cómo se ha llegado a leer todo al revés en laiconoclastia.

Un primer elemento de esa lectura nos apareció en estos paralipóme-nos cuando hablamos de aquella cosa de la desmitologización, que puseen violenta comparación con Teorema.

La lectura que propugnan es de meras racionalidades. La lectura dellibro de los Evangelios así lo es para ellos, pero lo es porque antes hanhecho una lectura de meras racionalidades sobre quiénes somos noso-tros mismos, y, decidido esto, entonces se han ido a leer el libro con lasorejeras bien calzadas. No somos seres de carne —cuerpo de hom-bre/cuerpo de mujer, como me gusta decir—, sino cerebrines quepodrían estar metiditos en una piscina de formol, con tal de que tuvie-ran todas las conexiones de cables con el exterior. Han pensado que nosomos otra cosa que razón; pero, atención, pura razón, nada más querazón, razón seca y reseca, como el desierto mismo, no más que razónregida por las logicidades de la lógica matemática. Mera razón de

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conexiones sinápticas; pura electricidad y química. Una máquina sufi-cientemente avanzada, es decir, ordenadores de próxima generación, ysi no, la siguiente; si estamos en la G 5, digamos que por la G7 o G 8harán lo mismo que nosotros —pero con menos gasto, bastará con unpuñado de electricidad—, la harán esa lectura mejor que nosotros, de lamisma manera que los ordenadores comienzan a jugar al ajedrez mejorque los grandes maestros.

La lectura de los Evangelios ha de ser esencialmente descarnada, puessi algo en definitiva no somos —dicen ellos, no nosotros—, es carne. Unalectura racional, de puras racionalidades. Cualquier lectura que quieramojarse en afectos y sentimentalidades será espuria, falsa, engañadora.¿Color? Sí, lo que entra por una, o mejor, muchas de las conexiones delcerebro en su piscina. Pero nada que nos moje la carne. Porque nosotros,es decir, nuestro cerebro, no se moja. Somos producto de la racionalidad,y no de algún mojamiento.

Desde ahí, ¿qué puede ser Jesús al que los Evangelios llaman el Cristo?¿Carne mojada y fastidiosa? De manera evidente, dicen, no. Simplementeun ordenador intelectualizado de clase G m+n.

No es serio, dicen los iconoclastas de ayer y de hoy, que nos vengancon pinturrajeos a nosotros; que nos quieran venir con procesiones ycolorines; que lo asienten todo en sentimentalidades de vieja; que quieranhacer espectáculo.

20 de marzo de 2005 / miércoles 30.3.05

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Hemos hablado de expresión. Eso es lo que niegan con todas sus fuer-zas los iconoclastas.

Expresión de sentimientos, de ternuras, de afectos. Todo eso fuera: laseca razón. Bueno, puede que luego, al final, cada uno en el retrete de sucorazón reencuentre ternuras y espiritualidades gaseosas; pero lo decisi-vo es el conocer. Ahí está su clave: nos quieren hacer seres de mera racio-nalidad. ¿Que, además, tenemos necesidades? Pues nada, en ese lugar reti-rado, cada cual cogita sus sentimientos, afectos y ternuras como le place,pero como algo desechable, sin importancia, que se hace en debilidad.Basta la cadena para que todo eso vaya al desaguadero.

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Lo decisivo en eso que somos, dicen, es la racionalidad. Niegan queseamos expresión; que lo esencial de eso que somos sea la expresión. Larazón es el entramado de lo que somos, dicen; entramado de puras logi-cidades. Como meros razonamientos bien hechos. El vulgo vulgar nece-sita la expresión de pinturrajeos de colores y procesiones del becerro.Pero nosotros, la gente más guapa, la que manda, la que sabe, la queencuentra su sentido de las sílabas de sus Evangelios, nos bastamos con lamás pura razón. Con ella leemos. Con ella amamos. Con ella vamos aDios, si es que se diera el caso de que lo hubiera.

Ya se ve. Se nos niega la expresión a nosotros que somos carne esen-cialmente expresiva: cuerpo de hombre/cuerpo de mujer que no sólonecesita expresarse para no morir en la pura inanición, sino que en símismo no es otra cosa que expresión de su más íntimo ser, de su ser enplenitud, del ser que le es dado por los que le aman, por quien le ama, porquien le ha creado amorosamente. Acontece algo en verdad lleno de mis-terio: nuestra cuerpo —mejor será decir para que no haya confusión,nuestra carne— expresa el amor; es expresión del amor de quien le dio suser de carne. No somos fruto de un razonamiento lógico. Somos fruto deuna donación de amor. Por eso, expresión de esa donación. Nuestraexpresión, así, es siempre expresiva del amor. Del amor de Dios, claro,cuyo ser en completud nos da nuestro ser en plenitud. Y el amor de Diosse hace plena realidad de amor en Jesucristo. Lo hemos visto esta SemanaSanta, en las celebraciones litúrgicas, pero, además, lo hemos visto, tantagente lo ha visto, en las procesiones. Lo vemos en toda expresión de amor;en toda expresión de ternura; en toda expresión de donación de sí; en esemovimiento expresivo que nos penetra como donación de amor, de amorde Dios en Jesús, en su pasión y muerte, en su resurrección; en el he ahí atu hijo; en el he ahí a tu madre.

¿Cómo haremos caso a gente tan guapa, que quiere convertir en diqueseco nuestro corazón, el centro mismo de eso que somos, que quierendespojarnos del lenguaje de los colores, de los sentimientos, de la ternu-ras, de los gestos de cariño, de las lágrimas de compunción y de alegría,de los silencios?

¿Pensabas que la iconoclastia no iba contigo y que me había dado algo asícomo un aire? Ya ves que no; creo haberte convencido de que estamos antealgo profundamente grave. Dos son sus estrategias complementarias. Unapara el vulgo vulgar: el becerro de oro. Otra para las élites, ¿me atreveré a

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decir que para los líderes?, la reducción de todo a su sentido de las sílabasde sus Evangelios, es decir, como llevamos viéndolo, a su racionalidad delsentido, al sentido de su racionalidad, de manera que toda encarnacióndesaparezca de nuestro horizonte.

26 de marzo de 2005 / jueves 31.3.05

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Analogía.Dirás que estoy de broma viniéndome a términos técnicos de la filo-

sofía. Pues no; considéralo conmigo. Lo de los iconoclastas tiene muchoque ver con lo de ahora, como espero mostrarte.

¿Dónde está el problema? Primero, en la persuasión que se hace nues-tra de eso que llamamos la razón, de sus maneras y de su funcionamien-to. Después, en la importancia encarnativa de la metáfora.

Lo primero hemos ido viéndolo. La razón no es una máquina de rayosX que nos hace ver en sí mismas las estructuras profundas del mundo. Lonuestro, como todo lo que hacemos, es eso, un hacer; en este caso, unaacción racional. Sus maneras y usos no son de razón pura, razón desequedades, sino de razón práctica, razón de humedades. Sopesa objeti-vos y modos de llegar; busca y, a veces, encuentra. No va de certeza encerteza, de verdad en verdad —no alcanza—, sino que la busca, y bus-cándola, la halla, aunque no siempre y en todo. Busca, sí, pero tambiénrectifica. Se emperra en caminos y soluciones, pero a veces los resultadoso mejores razones le empujan a rectificar. Con la razón, con esta razón,partimos en busca de la verdad. No somos, pues, reductibles a mera razónde logicidades.

Ese sería el camino de la univocidad: lo primero es la razón pensante.Mas considera que el traidor siempre viene por detrás, pues vemos

con los ojos y hacia delante de nosotros. Que lo mejor siempre estáarriba, pues arriba es donde tenemos la cabeza, los ojos, los oídos, elolfato, la boca, las manos que nos llegan hasta ella con suma facilidad;abajo es el terreno de los pedruscones, de los pies; arriba están las cosabonitas y buenas, los pensamientos, los afectos. Decimos del corazónque es el centro de todo lo nuestro, pero también él está arriba y en elcentro.

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¿Te parece poco importante? En absoluto, es decisivo para eso quede verdad somos, cuerpo de hombre/cuerpo de mujer. Somos seresencarnados, de carne y hueso. Somos carne. La metáfora, siempre conun arranque corporal, con un inicio puramente carnal, es el procedi-miento que tenemos para salir de nosotros mismos conociendo mundoy creando realidad. Por su medio no nos quedamos, como los animales—volveremos alguna vez sobre ello—, en lo que es mero instinto; ahoraya, puesto que existe la salida metafórica de nosotros hacia el mundo,hacia la construcción de realidad y la vuelta a nosotros mismos, a nues-tro corazón, por así decir, no somos seres de mera instintualidad, comolos animales, sino que somos, valga decirlo así, un animal de realidades.Tenemos un grado más de libertad, y ese grado es inmenso, sorpren-dente, infinito. No somos reductibles a mera animalidad; menos aún afisicoquímica.

Este es el camino de la analogía: somos seres encarnados, seres deencarnación.

Así pues, vemos, oímos, sentimos, amamos por analogías, inclusoodiamos por ellas. Avanzamos en nuestro conocer por analogías, por elcomplicado y aunador juego de las metáforas. Buscamos la verdad poranalogías. Siempre húmedas de nuestra propia experiencia; personal, perotambién social y de aquella de la que nos hacen legado los antepasados,carne llena de memoria como nosotros mismos.

Guardamos memoria de lo que fuimos en lo que somos y en lo queseremos, pero somos desde ahora lo que urgimos ser en el futuro; ese seren plenitud que buscamos —mejor, que se nos da—, estira de nosotros ennuestro ser de ahora. Y todo esto lo hacemos por el juego de la analogía.Incluso podemos decir que somos metáfora de Dios.

Cosa preciosa y complicada. Volveremos.27 de marzo de 2005 / viernes 1.4.05

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El corresponsal de cuestiones religiosas del periódico francés LeMonde, Henri Tincq, aprovecha el momento para en un enorme artículoen cinco partes aleccionarnos con todas sus obsesiones reformo-progre-sistas en lo tocante a la Iglesia. Puedes imaginar cuales. Es la ocasión,

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estando la sede vacante, no sea que influya en algo. El New York Times esotra cosa: son mucho más listos.

No haré lo mismo insuflándote ahora mis propias obsesiones, si es quelas tuviere tan gordas y pertinaces, inasequibles a todo desaliento, comolas suyas.

Ha muerto un gran hombre, ha muerto un gran papa, ha muerto ungran líder de la Iglesia.

En sus tantísimos años le hemos visto pasar de una robustez casi insul-tante a una decrepitud casi insolente. Bendito sea Dios.

Hablaron tan mal, tan rematadamente mal de este papa en los comien-zos y mediados de los ochenta, como cosa política, claro —¡oh, la políti-ca!—, que me conjuré un tiempo en leer con detenimiento todo lo queescribía que llegara a mis manos. Siempre me pareció de una fuerza ecle-sial magnífica, un puro y neto anuncio de Jesucristo con una acuidad quese daba en pocos, desde ese portento que es su primera encíclica.

En aquel comienzo de la noche en que salió al balcón central de SanPedro para presentarnos por vez primera su figura de papa dijo, tomán-dolas del mismo Jesús, unas palabras que hicieron mella en todos noso-tros, de manera especial con el paso de los años: No tengáis miedo.

Y ahora, sea lo que fuere, no tenemos miedo. Su actitud, su figura, suspalabras, su liderazgo han conseguido de nosotros que no tengamosmiedo. Quizá un resto solo, al menos como nos dicen tantos poderosos,como en los viejos tiempos del Israel del exilio y del postexilio, pero sinmiedo y llenos de esperanza. Sea lo que fuere, pase lo que pase. Al fin yal cabo el Señor está con nosotros y nos ha dado su Espíritu. Y el mundoes muy grande.

Nos enseñó una segunda cosa. Tenemos alguien a quien mirar: alSeñor Jesucristo. Para mirar otros escaparates ya hay mucha gente, ya estáel inmenso poder que doblega espinazos. Tenemos y tendremos, con laayuda del Espíritu, un solo Señor, aunque nos acechen y nos persiganporque estamos en contra de lo que ellos, el poder, los poderosos globa-lizadores, la gente guapa, los epulones, quieren de y para nosotros.Nosotros sólo somos de Cristo y Cristo de Dios. El ejemplo de JuanPablo II ha sido contagioso. Crucial. Resplandeciente. De manera muycuriosa y espectacular, sobre todo entre los jóvenes.

Nos ha mostrado y señalado algo que merece la pena. Lo que señalanotros, debo reconoceros que no me merece la pena, estoy seguro que a

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vosotras y a vosotros tampoco. A veces me muestran unas pelismidadesde pequeños actos burocráticos y de un decir que to er mundo e güeno—a lo que tengo tendencia a creer tal como me lo dice de verdad ese acen-to del pueblo—, pero que no me lo trago para embucharme las cosas quela gente guapa y epulona nos pone como deber obligatorio —pura mora-lina— de lo que es lo propiamente nuestro, y no lo que nos dicen lasEscrituras de la Iglesia. ¿Ves qué importante era y sigue siendo lo de lalectura y el sentido hermenéutico?

¿Cambios? Dios los bendiga. Pero jamás nada que tenga que ver conotro señor o señorito, o suplente de subgobernador para reptar en su obe-diencia en cuanto chiflen los pífanos y las flautas. Repito: sólo tenemos unSeñor. ¿Nos confundimos con tanta tajancia? Bueno, sea, pero es nuestroproblema, nuestra voluntad y nuestro deseo. Es nuestro único Señor.

En definitiva, el otro sólo puede ser Mammón.La última imagen que vimos de Juan Pablo II el día de Pascua y el

miércoles, tres días antes de su muerte, fueron el culmen de una vida, delsacrificio de una vida y del acercamiento en esperanza a la muerte. Unavida reducida a la realidad más silente, a una figura ansiosa de una últimapalabra que su carne le negaba, apenas si se oyeron algunos gemidos deextrema obscuridad. Sólo quedó su bendición deslavazada. Y la potentepalabra del Señor.

3 de abril de 2005 / lunes 4.4.05

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Espero que nadie de quienes me leen crea que me chupo el dedo.Por las circunstancias de la vida y el hecho de ayudar en una parroquia

grande, lo que de vez en cuando procura sus libertades, pasé varios díasde la Semana Santa visitando a cuatro de mis hermanos y a mis enfermos,Andrés, en su silla de ruedas, y el P. Plácido, monje benedictino de avan-zada edad y salud muy quebrada. Con él hago el camino de los adioses.

Fue ocasión de que en los oficios de Jueves y Viernes Santo tuviera lasuerte de estar en el Monasterio de Leyre, en Navarra, junto a la muga deAragón. Siempre me ha atraído inmensamente la actitud recogida y silentede las celebraciones litúrgicas de los monjes. En castellano, pero con los can-tos, excepción hecha de alguno, en el latín gregoriano que ellos modulan con

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enorme gracia y ritmo vigoroso, pues un gregoriano que pierde su ritmoo no se canta con las voces adecuadas es puro horror. Celebraciones reco-gidas y silenciosas enmarcadas en la enorme belleza de su iglesia, ampara-da por la antigua piedra y centrada en el misterio, con una seriedad justa,elocuente, entregada, contemplativa. Sin alharacas. Escuetas y sin añadi-do alguno, limitándose al puro y limpio ritual. Todo lo demás lo entien-den como devociones privadas, nunca comunitarias.

Esas maneras me encandilan. Hace muchos años que he queridohacerlas mías. Supongo que algo se me han pegado. Desgraciadamente,demasiado poco.

Y aquí es donde viene alguien que leyera los últimos paralipómenospara decirme: pero, en qué quedamos, ¿no te habías decantado por lasprocesiones y las desmesuras, los folclores y el sucio juego turístico? Aese alguien sólo puedo decirle con todo mi cariño: majico, majica, nohabías entendido nada.

Hay una prostitución de la Semana Santa que se vive en procesionescallejeras; un ejemplo, cuando la televisión nos enseña a algún famosobajo la máscara de hierro, para que sepamos los entresijos de la propa-ganda, capaz de utilizarlo todo por la causa, finalmente, del dinero.También a sitios como Leyre se asoman esteticienos que sólo buscan elreconforte epidérmico del oído y de la vista, pero se las tienen muy flojacon los misterios que allá se celebren. Lo decisivo, claro es, no está en nin-guno de los dos desbarres, sino en la capacidad de celebración y de expre-sión del misterio tremendo de la Semana Santa, que no se agota con nin-guna de sus aproximaciones. Tan grande es el espectáculo que sedesarrolla ante nosotros. La vida entera, la nuestra, pende de él, y noso-tros, en su riqueza infinita y en su extremada pureza, tenemos que asimi-larlo de varias maneras, siguiendo distintas direcciones, entrando en élpor sus diversas puertas. Todas ellas direcciones y puertas encarnadaspara acercarnos a la pasión, muerte y resurrección del Hijo encarnado.

Aunque eso es lo importante, me vas a permitir que ponga un puntosobre la i. El Viernes Santo se nos dijo que la colecta sería por las obrascatólicas en los Santos Lugares, tan necesitadas de nuestra ayuda. Habríacuatrocientos o quinientas personas en la celebración. Todos venidos ensu coche de lejos. Gente bien; se veía. La colecta apenas si paso de los dos-cientos euros. La mayoría o no echaba nada en la cesta junto a la cruz queiban a besar o se limitaban a ochenas y cuatrenas. Para extrañamiento

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mío, supe que el Jueves Santo, cuando subrayaron que la colecta era paraCaritas, se recogieron doscientos cincuenta, y había aún más gente.

Vergüenza típica de la Iglesia que se nos da en este país rico, ¿país delrico epulón, en definitiva?

30 de marzo de 2005 / martes 5.4.05

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Un viejo amigo, José Antonio, me escribe si no sería mejor que dijerareferentes en vez de líderes. Además, me recuerda que hace unos años yomismo hablaba de los problemas de haber reducido los sacerdotes a sermeros líderes de sus comunidades. Ligeramente expurgado esto escribíadesde Ithaca, NY:

«Hay bastante problema de clero, lo dicen y lo veo por nuestras reu-niones de sacerdotes de la región. Las perspectivas en muy pocos años sonque de los seis sacerdotes del condado de Tiomkins, dos se van a jubilarpronto, y tendrán que apretarse el cinturón, porque no hay más posibili-dades. De hecho yo estoy aquí por esa necesidad que ya desde ahora sesiente.

»Cuando se juntan esas dos cosas sale una cierta especificidad de laiglesia americana. En las parroquias grandes hay lo que llaman el staff—pagado, claro—, agentes de pastoral, que llevan muy bien todas las activi-dades de la parroquia, y que incluso predican los domingos muchas veces—sister Mary, la mía, casi siempre—, encargado de la economía, director decoro, secretaria, lectores, repartidores de la comunión, etc. En resumidascuentas, sólo falta que se considere al sacerdote como alguien que cumpleuna “función”, para que se nos cree un problema muy grave: porque lasfunciones se pueden descentralizar, y es aquí costumbre el hacerlo; peroentonces, de más en más, aparece que no hay razón para impedir que,quienes lo hacen bien, no se dediquen también a esas “funciones” —bastaque añadáis para llenar el cuadro el que muchas religiosas quisieran sersacerdotes y que algunos se preguntan por qué no algún laico aventaja-do— para que el papel del sacerdote haya quedado muy obscurecido,hasta el punto de que si alguien se empeña en querer guardar sus papelesse le tomará como un no querer dejar a los demás que ejerzan el propiosacerdocio de los laicos en el que insiste tanto el Vaticano II.

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»Demos otra vuelta. Tomad ahora a los chavales jóvenes, sometidosfamiliar y socialmente a una presión tremenda para luchar por el éxito; deéxito que se mide por una feroz competencia y, en definitiva, por el dine-ro. ¿Para qué van a querer meterse de hoz y coz en una “función” que lapuede desempeñar cualquiera, como ven cada día en su parroquia?¿Quién les dirá —y menos aún les ilusionará a— que se hagan “funciona-rios-sacerdotes”?

»Al menos en la imagen, creo que no en su vivencia, y esto hace que ladesgracia sea mayor, el papel del sacerdote está ligado a aquella “función”,pero no a una ‘vocación‘. Y en estas condiciones, claro, sigo refiriéndome ala imagen, ¿por qué, por ejemplo, el celibato? Más aún, muchos sacerdotesque se han dejado ganar por esa imagen funcional —funcionarial, al final—del sacerdocio, y que, estoy seguro, no es lo que viven ellos en lo profundode su corazón, ¿qué pueden ofrecer a los demás como espejo de su propiavida sacerdotal?, ¿no aparecen como habiendo quedado reducidos a nopoder ofrecer otra cosa sino ese funcionarismo? Pero ¿quién quiere meter-se a funcionario, cuando es obvio que ¡eso lo podemos hacer entre todos!?

»Ya veis de qué manera tan saducea el sacerdocio ha quedado en entre-dicho, desdibujado, sin posibilidad de ofrecerlo como una ‘vocación’ ilu-sionante que merece la pena seguir, que se puede ofrecer a todos los jóve-nes, que la comunidad católica toma como algo decisivo en su existencia,en su supervivencia como tal comunidad católica —¡de la que, por otraparte, y creo que sin darse cuenta de su inconsciencia, los católicos ame-ricanos se sienten tan sumamente fieros!—».

No hablaba, pues, de líderes, sino de funcionarios.30 de marzo de 2005 / miércoles 6.4.05

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Mi amigo se preguntaba, ¿necesitamos líderes o necesitamos referen-tes? Argumenta que la referencia es más sutil que el liderazgo, pues inclu-ye aspectos internos, callados y kenóticos, de puro anonadamiento, mien-tras que el liderazgo se construye, piensa, en lo exterior, en el gesto, y estepuede ser impostado, falaz. La referencia, sigue, nos permite la multilate-ralidad, la jerarquía no lineal: tú puedes ser referente para mí en una cosay yo para ti en otra.

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Muy interesante. Permitidme que haga algunas apostillas a estas pala-bras de mi amigo.

Respecto a lo de ayer, queda claro que nunca me referí a líderes, sinoa funcionarios. Lo que el sacerdote debe no ser es ocupador de una fun-ción, y que si así arregla su vida, si así arreglan su vida los sacerdotes enla Iglesia, a ningún chaval atraerá al sacerdocio, antes al contrario, todoserá pura repulsión. Es mucho más efectivo y ponderoso ser funcionariodel Gobierno, de la Unión Europea o de la ONU, pero “funcionario” deuna iglesia de pueblo o de una parroquia de segunda, aunque uno lleguea ser funcionario-párroco de la misma catedral, eso no. En igualdad devaleres —y dejando de lado los valores, cosa difícil—, nunca el chaval ele-girá ser “funcionario” de la Iglesia. ¡Gracias a Dios! Si hubo otros tiem-pos diferentes a estos, no los he conocido y los de hoy nada tienen quever con ese funcionariado. ¡Gracias a Dios!

Siempre hablé de líderes. Vayamos a lo de líderes y referentes.Mi líder, como san Francisco de Asís, aparecido en estos paralipóme-

nos entre grandes amores, incluye los aspectos internos, callados y kenó-ticos del referente, en las maneras de mi amigo. Me he ido refiriendo unay otra vez a un liderazgo de internalidades; un líder que con su vida, consus gestos, con su caminar en el seguimiento de Jesús, me muestra esosaspectos internos que sorprendo en él y que, así descubiertos, me enca-mina a mí mismo al seguimiento de Jesús. El líder al que me refiero no esun Lenin vocinglero gesticulando convincentemente en alguna película deEisenstein; ni siquiera lo ha sido en estos paralipómenos Martín Lutero,recuérdalo, pues este se quedaba en algo sumamente importante y queestimo sobremanera, en la recta doctrina, cuando lo que quiero es que seareferente de mi vida caliente y húmeda, de los lugares a los que quiero ir.El líder tiene algo hermoso: es referente de mi propio ser en plenitud. Poreso es tan necesario, tan importante, pues desde ahí estira de mi ir desdeahora siendo. Y no dejéis de notar que el líder al que me refiero señalaalgo, señala a alguien. Su liderazgo no es apremio ni poder sobre mí; escallado señalamiento de dónde está Jesús, de quién es Jesús. Pues a estoslíderes —minúsculos, quizá, como las abuelas, que pasan desapercibidosa quien no sepa ver las realidades de su propia vida— me refiero, no al dela Coca Cola o del Real Madrid. El líder es kenótico, vive en completodesasimiento. Quizá por eso tiene esa arrastradora capacidad de lideraz-go sobre mí. Viéndole, me hace decir: eso, eso es lo que quiero; él me

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indica mi camino, me hace ver mi ser en plenitud, ya no puedo sino iryendo hacia esa plenitud, aunque sea a trompicones, cayendo a cada paso,en pleno y completo desbarajuste. Sí, eso sí, pero el líder, por pequeñoque sea, me ha señalado mis internalidades verdaderas y mi ser pleno,diciéndome además, siempre en la pura señalación, a quién debo imitarpara obtener eso que espero. Y ese que es señalado no puede ser otro queJesucristo.

31 de marzo de 2005 / jueves 7.4.05

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El liderazgo al que me voy refiriendo nada tiene de la ridícula actitudde quien hincha el pecho cuando se ve en público. Contaba mi padre que,de jóvenes, uno de sus conocidos, iba siempre con el pecho inflado, paralo que tenía que entrar cada poco en los portales y llenarse de aires. Le lla-maban, claro es, mecachis-que-guapo-soy. No, el líder no es uno que alentrar en el ascensor se mira en el espejo y hace suyo ese nombre. El gestoimpostado y falaz descalifica al líder, al que insisto una y otra vez quenecesitamos en la Iglesia. ¿Imagináis a la abuelilla hinchándose de airescada vez que debe hablar con sus nietos o, mejor, acariciarlos?

Cosa bien interesante es esa de que la referencia —lo cual no está nadalejos de lo que digo para el liderazgo tal como lo entiendo, y ahora miamigo me ayuda a clarificarme y verlo aún mejor—, nos permite la mul-tilateralidad, la jerarquía no lineal: tú puedes ser referente para mí en unacosa y yo para ti en otra. No se olvide tampoco la diferencia drástica, aun-que no siempre ocurre que no se den ambas en la misma persona, el casodel papa Juan Pablo II puede ser un ejemplo sintomático, que he estable-cido entre liderazgo y gobierno. No hay en el liderazgo por el que tantoinsisto nada de jerarquía; cosa que, si se entiende bien, y no como simplejerarquía de mando o cosa similar, sí se da en el gobierno de la Iglesia,pues es dentro de ella en donde estamos hablando.

El líder me señala y me enseña, pero en nada hace algo así como man-darme

Me gustaría asumir como mío, aunque estuviera ya de manera implí-cita, pero las cosas hay que expresarlas, eso de que tú seas referente paramí, yo sea referente para ti, que lleva la cuestión del liderazgo a la vida de

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todos los días, por pequeña que sea; también, claro, a la vida de la Iglesia.Eso significaría ni más ni menos que unos necesitamos de los otros, queunos son emulados por los otros, pues estos les empujan al camino delseguimiento. Lo del referente nos hace cuenta de algo sumamente bonito:que todos somos líderes en el sentido que me ha ido gustando sugerir enesos paralipómenos; que lo somos unos de otros, unos en un aspecto yotros en otro. Que tú eres referente para mí y que yo soy referente parati. Ni más ni menos que la comunión de los santos

Claro, siempre que seamos líderes de verdad. ¿No hemos visto enpasadas décadas, e incluso todavía hoy, de qué manera los referentes lohan sido para desenganchar, para alejarnos de todo camino, para llevarnosal mundo de patitas en la calle? Por eso, aunque sea verdad esta teoría dela referencia en lo pequeño, del diminuto liderazgo, no deja también deserlo el que necesitamos líderes que nos señalen lugares, metas, plenitu-des. Porque, quizá, lo decisivo del líder es ese señalamiento. Es el líder,señalando, quien nos hace ver eso que ansiábamos pero no veíamos nisabíamos ni esperábamos, pues teníamos la esperanza perdida del todo,taponada por completo.

¿Necesitamos líderes o necesitamos referentes? Necesitamos referen-tes, pero incluso en ese juego del yo-tú, tú y yo necesitamos líderes quenos señalen más-allás a los que ir, por donde caminar. Los liderazgosmundánicos son de tal calibre que apenas si nos basta con los microrefe-rentes, con los microlíderes. Necesitamos líderes que providencialmenteseñalen en nuestra vida más-allá, hacia el ser en plenitud.

30 de marzo de 2005 / viernes 8.4.05

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Supongo que a ti te ha ocurrido lo mismo que a mí: me he quedado enla pura estupefacción ante lo que he visto estos últimos días.

He visto la muerte del papa Juan Pablo II. He visto las inconteniblesriadas de gentes que se acercaban a su capilla ardiente en San Pedro delVaticano. He visto en sus funerales la suprema sencillez de su féretrosobre el suelo y el espectáculo sin igual de una sobria elegancia litúrgica.

Hasta tal punto que, después, parezco haber quedado en la mudez delpuro silencio.

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Te confieso que en más de una ocasión he llorado a moco y baba. Porúltima vez, cuando el féretro con los restos del papa se volvía para salu-dar a quienes contemplábamos el espectáculo, aunque fuera por la televi-sión, antes de desaparecer definitivamente traspasando las cortinas rojasque conducían al interior de la Basílica.

Después de ello te prometo que no estoy en el hacer quinielas para adivi-nar un sucesor o intentar decir a todos los vientos quién preferiría o qué tipode línea propongo para él. Ni tengo fuerzas ni me interesa. Vivo confiado.

Tal ha sido mi vivir en estos días, supongo que también en muchísimosde los espectadores del espectáculo grandioso que el Espíritu de Dios nosha ofrecido a los creyentes, y a todas las gentes del mundo que lo han que-rido ver, con el final de la vida de Juan Pablo II. ¿Tendremos que llamar-le el grande? Sospecho que sí.

Me he quedado sin palabra, en puros silencios, lo mismo que a él leaconteció el día de Pascua y el siguiente miércoles cuando apareció en laventana de su estudio.

Sólo se me ocurre intentar repetir lo que ha sido mi predicación en la misade la Parroquia los días de esta semana que ha terminado hoy con su funeral.

Esta mañana al comenzar la misa, poco antes del funeral del papa, pega-ba el sol matutino en la gran cristalera del fondo de la iglesia de miParroquia, de manera que chocando en los cristales azules, amarillos ynaranjas, nos iluminaba a todos con extraña y ardiente claridad de luz. Node manera continua, sino yéndose y volviendo, como si quisiera hacernoscaer en la cuenta, por fin, de que esa luz que llegaba a nosotros desde la cris-talera no procedía de ella misma, que para verla no debíamos subir al coropara chupar los cristales, sino que venía de otro lugar, de una luz resplan-deciente de más allá, trasluciendo su resplandor en nosotros a través de loque era su icono, para llegar a nosotros ahí donde estábamos dentro de laiglesia, dentro de la vida. Luz icónica, por tanto. Luz de resurrección.

Un silencio que es parlante, pues nos habla con palabras del mismoSeñor.

Todo lo que he visto estos días estaba representado esta mañana en lavidriera de la Parroquia, iluminada por una luz que venía de fuera, de másallá, luz del Señor; pero luz que resplandecía en lo que percibíamos antelos ojos, en nuestros rostros, en nuestras propias interioridades.Espectáculo de luz que me hace contemplar lo que no percibo en lo quesí veo, pues la sencillez silente de lo que tengo delante es pura palabra de

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lo que escapa a lo que puedo ver hasta que la visión no sea posesión mía,sino ya pura contemplación de la gloria de Dios. El resplandor del Señorbrillaba en nosotros, en nuestros ojos, en nuestros rostros, en las gentesque caminaban lentamente tras la enorme cola, en la limpidez de la made-ra del féretro, en los enormes espacios de piedra llenos de gentes emocio-nadas, en la celebración eucarística, en la comunión. En la cordialidademocionante del espectáculo.

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Enormes filas que caminaban desesperadamente lentas, pero sin quenadie se quejara, sino, al contrario, siguiéndose los unos a los otros conenorme docilidad para pasar unos instantes, sin siquiera detenerse, ante elféretro con los restos del papa Juan Pablo II.

¿Qué buscaban los caminantes?, ¿qué querían?, ¿por qué lo hacíancon tanta pertinacia?

Juan Pablo II no era un hombre poderoso o un político que hubieraimperado. Nada había que buscar por ahí; ningún poder les convocaba. Seconvocaban a sí mismos. Todos se pagaron de su dinero el irse a Roma.Nosotros hubiéramos hecho lo mismo, caso de haber podido ir a la colainterminable.

Querían dar gracias al Señor por una vida que les había marcado.Rendir una última visita a quien les había visitado. Mostrar ante el mundoen lo que creían dentro de lo más profundo de su corazón y, ahora toda-vía más, siguen creyendo. Dejar bien clara la constancia de lo que el Señores en sus vidas y en las nuestras. Eso es lo que buscaban los de la fila inter-minable. Eso es lo que buscábamos los telespectadores interminables.

Ha sido un espectáculo que nos ha dejado a todos estupefactos. Sólohay que ver cómo las cadenas nuestras de televisión, también ellas en puraestupefacción, han seguido la enormidad de las colas, comenzando con laagonía y muerte del papa, que ya les había conmocionado también a ellas,con humildad, haciendo algo que se había convertido en una imperiosanecesidad, pues todos queríamos verlo y no hubiéramos soportado que senos quitaran esas imágenes interminables en su sorpresa. Todos noshemos quedado sin palabras ante lo que veíamos. Todos queríamos ver lo

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que se nos ofrecía. Hubiéramos considerado intolerable que no se nosofreciese.

Sólo teníamos la más pura estupefacción. Quizá simplemente porquetodos los televidentes hubiéramos querido estar también en las filas intermi-nables para dar un último adiós al papa. Pura y simplemente para darle lasgracias. ¿Las gracias de qué? De que, cada vez más conforme pasaba el tiem-po de su vida, se había convertido para nosotros en icono del mismo Señor,y a través de él veíamos colorearse de azules, de amarillos y de naranjas la luzque viniendo de fuera de él, de fuera de nosotros, nos iluminaba en nuestraiglesia, en nuestras vidas, como acontecía con la vidriera. De que agotada suvida en la muerte, se convirtió en certeza de luz icónica lo que en él resplan-decía. Y tuvimos la evidencia de que en él, en su cuerpo sufriente primero yluego en su cuerpo muerto, percibíamos el resplandor del Señor resucitado.

¿Es una patochada decir esto que digo? Para los de la ideología del cris-tianismo, aquellos para los que no es sino pura racionalidad iconoclasta, decierto que sí. Pero ¿no somos santos todos los cristianos? Pues bien, porquees así, en todos nosotros resplandece la luz del Señor; en este tiempo pascual,clarísima luz de resurrección. Ahora bien, lo que comprendíamos con todala fuerza de nuestro corazón era que en él nos apercibíamos de esto de mane-ra más clara, los colores azules, amarillos y naranjas brillaban con una niti-dez más manifiesta, más resplandeciente; la certeza de que ese brillo proce-día icónicamente del Señor era una percepción cierta de alta calidadespiritual. Y esa luz nos arrastraba. Nos arrastraba a ver; a ponernos en lacola para ver lo que se nos hacía manifiesto: la luz del Señor. No luz demuerte, luz de final, luz de ocaso, sino luz de resurrección. Luz de santidad.

Viendo, hemos comprendido lo que es un icono. Una ventana abiertaen la carne para ver la carne resplandeciente del Señor resucitado. Esta hasido para nosotros una lección definitiva contra la iconoclastia.

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No tengáis miedo.¿Y de qué íbamos a tener miedo? Cosa bien rara, de muchas cosas,

situaciones, poderes. Casi me da vergüenza insistir, no sea que me toméispor tonto.

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Miedo a la vida. Miedo a la muerte. Miedo a los que nos mandan.Miedo a la gente guapa, que tanto nos come el coco. Miedo a los poderesde los medios, que nunca hablan de nosotros, pero si un día te toman ensu punto de mira para denigrarte, es como si te hubieras muerto. Miedo aaquello del qué dirán. Miedo de tantas cosas y personas poderosas quepodemos quedar arrecidos de frío y de congoja. Miedo a ser comidos porla situación adversa. Miedo a quedarnos solos y únicamente entre viejos,de los que todos pasan. Miedo a que todo en lo que creemos desaparezcacon nosotros. Miedo a no creer ya sino que somos los últimos mohicanos,cercanos a la desaparición definitiva; elegantes, pero sabiendo que todoterminará con nosotros. Miedo a haber elegido mal en la vida y ser cul-pables del orillamiento en el que nos encontramos. Miedo a habernosembarcado en una vida que sólo ahora, al final, cuando ya no quedanposibilidades, nos damos cuenta de que nos lleva al acabamiento, a desa-parecer en el mero silencio. Miedo a que la juventud pase de nosotros,pues nada interesante tenemos para ofrecerles. Miedo a no haber sido fie-les a quien llamamos nuestro Señor.

Pues bien, Juan Pablo II, con palabras del mismo Jesús, el Cristo,nos dijo: No tengáis miedo. Y nos enseñó que se puede vivir el cristia-nismo sin tener miedo. Que merece la pena vivirlo en alegría, en espe-ranza, en entera confianza, esperando en el futuro. Que merece la penavivir y que merece la pena morir en la esperanza. Que la vejez tienesentido, que el sufrimiento nos deja ver lo que somos en lo más pro-fundo de nosotros. Que el seguir al Señor es la cosa más hermosa quepodemos hacer en nuestra vida; lo mas hermoso que hacemos con nues-tra vida. Que lo hacemos en fraternidad de comunión. Que el Señorasiste a su Iglesia, aunque todos los que somos de ella vivamos en la fra-gilidad. Que la encarnación es cosa digna del mismo Dios. Que nuestracarne, aunque frágil y pecadora, trasluce con resplandor de Dios, quiense hizo carne como nosotros, en todo igual a nosotros excepto en elpecado. Que es cosa hermosa vivir la gracia que él nos regala con sumuerte y resurrección. Que su Espíritu habita en nosotros, en nuestracarne, haciendo de nosotros su templo, templo vivo, no de piedra. Quenada hay tan fantástico en nuestra vida como nuestra pertenencia a laIglesia. Que en un aspecto indudable, pues la salvación se nos ofrece enJesús, el Hijo de Dios, cabeza de este cuerpo que es su Iglesia, fuera deella no hay salvación, pues en ella, con ella y por ella, es decir, por

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nosotros, la comunidad cristiana, el pueblo de Dios, se hace transpa-rente al mundo la salvación de Dios que se nos da en su Hijo.

Fijaos en la importancia de aquellas palabras que el papa nos dijodesde su primer día y que luego vivió hasta el mismo momento de sumuerte: No tengáis miedo. Y no tenemos miedo. Hasta que se despidióde nosotros al entrar tras las cortinas rojas de la Basílica de San Pedro,no hemos hecho otra cosa que decirle eso: No tenemos miedo. Vivimosdel Señor. Vivimos para el Señor. Si vivimos con él, con él moriremos ycon él resucitaremos. Y queremos vivir de verdad y para siempre conél, con toda la intensidad de nuestro corazón, de nuestro deseo, denuestra imaginación, de nuestra razón, con todo lo que somos y habre-mos de ser.

Esto es lo que el papa Juan Pablo II nos ha enseñado con suprema cla-ridad.

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Quisiera dar un suave viaje a los empecinados. Esas gentes, práctica-mente los mismos desde entonces, que casi desde el primer día de la vidade Juan Pablo II, al oír su nombre polaco, comenzaron a hablar mal de él,de sus palabras, de su figura, de su significado, celosos de su influencia, desus hechos y hechuras, ganosos de la infalibilidad —en la que dicen nocreer— para sí mismos, y continúan haciéndolo en los ratos tan largos enque les prestan papel, micrófono y cámara; cuando el papa agonizaba, lafila interminable se movía por Roma, se celebraban sus funerales. Ahora,terminados los fastos inútiles, supongo que lo dicen así, tendrán mástiempo y ocasión de chupar micrófono, papel y cámara. Parece que dicen:todo ha sido manipulado por el poder, ¿el poder eclesiástico? Tantorevuelo se originó porque a la gente, a tantísima gente, nos dio la realgana, ¿son los únicos que no lo saben? ¡Y lo dicen ellos ante micrófonos,papeles y cámaras que les pone el rico epulón junto a sus pudibundoslabios para que nos segreguen su vetusta ideología! Apenas si sólo hablode oídas, pues aunque he mirado televisión más de lo que acostumbro,siempre zapateaba para quitarme el vocerío de los moscardones del malhablar para decir siempre lo mismo, ¡desde hace tantos años!

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Deberás fijarte quién se empecina en que sean ellos, los mismos, quie-nes al final hablen para indoctrinarnos y destilarnos su ideología de lospoderosos; ideología que busca horadar la comunión de la Iglesia. Lagente guapa del rico epulón son los que una y otra vez les han dado can-cha y palabra. ¿Cómo no han tenido sangre nueva? Ellos dirán tambiénque en el otro bando estaba siempre el mismo enemigo denostado, el papaJuan Pablo II.

Tanta monserga me deja muy frío. Ya no soy capaz de oír a los de lavoz de su amo, de sus amos, siempre los mismos poderes, siempre enbusca de las mismas finalidades: ideologizar la Iglesia en el sentido de losuyo, siempre tan en sus epulondeces.

¿Significa que rechace todo cambio, diálogo o aggiornamento,palabra que inventó el papa que me conmovió y me arrastró en mijuventud, mi papa, el que me trajo a la Iglesia, Juan XXIII? No, claro,significa algo un poco más sutil que no sé si entienden los del bombode la monserga inacabable. La cuestión está en el lugar en donde unose sitúa y desde el que actúa en la Iglesia. Ese lugar, en lo que pienso yescribo, debe ser centradamente eclesial. ¿Diálogo con el mundo? Sí,claro, pero no desde el mundo y sus potencias, y para abandonar laIglesia. ¿Tan difícil es de entender? ¿Dónde estará la inspiración de esediálogo? ¿En los poderes del mundo, poderes mediáticos, del pífano yla flauta, de lo que nos dice su sociología y su politicología que debenser las cosas en la Iglesia; poderes de la gente guapa y epulona, de lasugestión y, si llega el caso, del chantaje? Ya ves, es de nuevo la cues-tión de los dos señores. Y nosotros tenemos un único Señor, un únicolibro que leemos en la Iglesia, un único Espíritu que nos consuela ydefiende. Ya ves, insisto, es cuestión de un solo Señor y es cuestión dehermenéutica.

¿Qué no vale? Leer cada mañana los papeles de la gente guapa, susmicrófonos y cámaras, aleccionados para bien aprender lo que debere-mos hacer en la Iglesia. ¿Que alguien lo ha hecho ya? Pues bien, élsabrá si no se ha dejado ir en manos de sus señores, abandonando a suúnico Señor.

El papa Juan Pablo II nos enseñó maravillosamente cual es el lugar deldiálogo de la Iglesia con el mundo. El diálogo es cambiante, por supues-to, pero el lugar espiritual en que uno está no lo es. Así de claro.

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BELLEZA

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Debemos tomarnos un momento de descanso.Una noche de mal dormir me llevó a la televisión, y en la 2 contemplé

—sin cortes de anuncios, era sumamente tarde— todo el final deCiudadano Kane de Orson Welles, que sólo había visto antes una solavez. Como sabéis es una de las películas más famosas de la historia;muchos dicen que la mejor nunca filmada.

Nací al cine, lo he contado alguna vez —tras interesarme por los colo-res blancos y negros del Viva Zapata de Elia Kazan, llena de la presencia deMarlon Brando—, con el Otelo de Orson Welles, que me arrojó a sus bra-zos para siempre. Todavía dan vueltas dentro de mí las hechuras con las quecomienza y termina, cuando vemos el entierro de Otelo y Desdémona, enimágenes rápidas, entrecortadas, trémulas, violentas, siempre en movimien-to, ellas mismas en el incesante correteo de la inagotable conmoción delpropio entierro, ayudadas por una música y un ruido firme, amenazador,desesperado, los féretros abiertos llevados por los monjes y los soldados entorno de las murallas de la ciudad, encima del mar, mientras Yago, encerra-do en una jaula de hierro erizada en lo alto, grita desgañitado ante la cruel-dad pavorosa de su traición y de su muerte.

Recuerdo también, ¿quién no?, la escena famosa entre las famosas dellargo comienzo de Sed de mal, con un maravilloso movimiento de cáma-ra lleno de pasión y sentido que dura varios minutos, mientras nuestravista recorre en constante ajetreo cientos de metros, arriba y abajo,siguiendo el coche del recién casado inspector Vargas, que atraviesa lafrontera en un pueblo dividido por ella, hasta la explosión de una bomba

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asesina en el lado americano y la intervención del policía tan gordo comocorrupto, el mismo genial Orson Welles.

Quizá Mr. Arkadin es la que más me ha gustado de todas, rodada enparte en el Alcázar de Segovia.

Pues bien, con esa simpatía infinita con que miro a Orson Welles, quenada me podrá quebrar, sin ninguna duda uno de los mejores maestros delcine, sin embargo, en mitad de la noche comprendí lo que sé desde hacetanto tiempo, pero no lo había expresado con tanta claridad como la queme dio un mal dormir. Esa media hora muy larga del final de CiudadanoKane me lo hizo ver con claridad de luminoso mediodía.

Al maravilloso cineastas que es Orson Welles le falta algo que es esencial:los afectos, la ternura, los sentimientos de verdad, esos que el espectadorentiende y comparte. La belleza que él crea para nosotros en un verdaderoderroche, con una magnanimidad que deja estupefacto, es una belleza cere-bral, nunca una belleza de corazón, de afectos, de ternuras. El espectadorgoza en la plenitud de lo que se le entrega, pero no ve afectado su corazónen lo que contempla. Se crean para él mundos nuevos, sí, mundos encandi-lados, bellísimos, pero no horizonte de lo que él es. Se admira ante tantacrea tividad estética, ante la inmensa conjunción de aciertos que se dan todosa la vez. Pero su vida no queda conmocionada. Nunca he salido de sus pelí-culas con la vida sobrecogida. Sí con la fantasía revuelta y ensanchada. Sídándole gracias por haberme sumergido en un mundo de belleza tan lunar.Pero mi vida no cambia con ello. No se me abren nuevas perspectivas de ser.

La casualidad quiso que entonces viera El dulce porvenir, películacanadiense (1997) de Atom Egoyan, transida de ternura en la terrible his-toria que cuenta, en la mirada del cineasta a sus personajes, en la recrea-ción del espectador.

Ni puedo ni quiero hablar mal de Orson Welles, mas no conmueve loscimientos de mi ternura.

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La esplendorosa gloria de la belleza.Cuando se la contempla, uno queda arrecogido por dentro, plegado en

sus más profundas interioridades. Comprendiéndose como nunca hasta

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ese momento le había acaecido. Envuelto en una luz rebosante de ternu-ras, ocupado por pensamientos arrebatados, henchido de la utilizaciónengrandecida de todo el ser propio. Caminando a grandes pasos hacia elser en plenitud.

Contemplamos ahí otras vidas en sus complejas relaciones, pero siem-pre traspasadas por el sentimiento, el cariño, la memoria; también, y eneste caso más, por el odio recogido de la historia.

Una madre y un hijo en la historia de hoy, canadienses de Toronto,pero también el cuadro que recoge una vieja fotografía de otra madre yotro niño, luego pintor, genialmente representativo de una historia tala-drada por la violencia y la muerte, hechos hasta representación de lo queunas gentes, muy lejos en el lugar y en el tiempo de sus orígenes armenios,siguen siendo todavía.

Contemplamos ahí la memoria de lo que fuimos en lo que somos, puessomos carne enmemoriada. Porque en el mismo centro de nuestro serahora somos eso que recogemos en la memoria de lo que fuimos. Mejor,de lo que fuimos y también de lo que fueron nuestros padres, nuestrasgentes; en este caso de otras tierras, pero tierras y gentes que han queda-do acogidas en lo más profundo del corazón de lo que ahora somos.Nunca pensaremos lo suficiente la importancia decisiva de esa memoriaque, por ser el lugar en el que encontramos nuestro origen, se nos con-vierte en viejas historias, profundamente nuestras. En un paisaje domina-do por la cumbre solitaria de algún monte —en este caso el MonteArarat—, de las colinas y llanadas de aquella tierra nuestra, que sólo lo esya en la memoria. A la que, quizá, tendremos un día que volver para saberde verdad quiénes somos, para entender las relaciones con nuestrospadres, con quienes nos precedieron en la vida y nos la regalaron.Regalándonos con ella un paisaje, quizá desolado, pero que todavía con-tiene, desdibujándose en la lejanía del tiempo, de nuestro tiempo, es decir,de la temporalidad, casas y calles derruidas, olores, iglesitas en ruinas, enuna de las cuales, en la isla del lago de Van, en la Anatolia turca, está la vir-gen con el niño en antiquísimo grabado de piedra, figura originaria de lasdemás madres con su hijo.

Todo se va trabando en una única historia complicada, la de nuestrasvidas de espectadores. Ahora, tras esta visión contemplativa, la gloria dela belleza nos cala hasta lo más profundo. Belleza de una vidas, de suscomplejas relaciones, de rostros enardecidos por el recuerdo de lo que no

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vivieron, con pelo negro azabache ensortijado y ojos almendrados, mien-tras oímos algunos cantos de la bellísima liturgia armenia, quizá la máshermosa, con la que damos paseos gloriosos por un sitio que sólo puedeser el cielo.

Nuestra memoria, la tuya y la mía, son distintas a las suyas; pero elhecho de la enmemoración afectuosa de nuestra propia carne —el hacer-se memoria íntima nuestra, carne nuestra— es la misma. Una memoriaque, evidentemente, no es sólo cosa ya andada, rememoración de viejasfotografías, de pasados recuerdos evanescentes, sino que es constituyentede nuestra vida de hoy, de ahora. Y de la de mañana.

Acabo de ver Ararat, película realizada en 2002 por Atom Egoyan,canadiense de origen armenio, quien apareció por casualidad en el últimoparalipómeno. Una historia de hoy que se construye en la memoria delgenocidio, en 1915, de los armenios de la provincia oriental por el nuevorégimen turco. Ella está siendo la ocasión de estas reflexiones.

13 de abril de 2005 / lunes 18.4.05

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Luz y sonido, esas son las aberturas que nos han dejado en los aleda-ños de la gloria de le belleza.

Curioso llamarles aberturas a la luz y al sonido. Vayamos a Ararat.¿Qué materia la compone? Luz proyectada en una pantalla mediante arti-lugios técnicos sofisticados y sonido transmitido por altavoces asociadosa ella. Mas todo ha pasado antes por procesos largos, llenos de otros inge-nios técnicos poderosos. Del conjunto se ha llegado hasta lo que el espec-tador ve y oye a través de ojos y oídos que tienen sus propios umbrales,leyes de funcionamiento y maneras de percibir la luz y el sonido. Sepodría decir con absoluta verdad que todo está en los artilugios, en lasleyes y formalidades concordadas, reductibles a pura materialidad física,dispuesta con extremada inteligencia para llegar al resultado final, lo quevemos y oímos. Esto es innegable, pero ¿lo es todo?

Pensarlo así sería como haberse quedado el otro día chupando los cris-tales azules, amarillos y naranjas de la vidriera de mi Parroquia.

A estos complicados artefactos procesuales les llamo corporalidades.Aprovechando lo puramente mundanal, son construcciones nuestras:

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microchips, lentes, micrófonos, aparatos electrónicos, etc. Para existircomo tales tienen que ver con nuestra actividad: los electrones son pura-mente mundanales, están ahí sin intervención nuestra, pero los ordenado-res no, son cosa nuestra. Pero no son fin para terminar en ellas. No medetuve a ver los cables, la textura de la pantalla, las tomas de corriente, losaltavoces y lentes, etc. Todo buscaba algo muy distinto. Construíandelante de mí una realidad nueva: ni eran pura mundanalidad ni como unbello paisaje al ponerse el sol ni estaban delante de mí en su preciosidad,corporalidades inventadas y utilizadas por nosotros.

Cosa muy distinta es lo que vi.Vi una historia que se me contaba. Vi unos personajes que se me

quedaron en el corazón. Vi un alud de sentimientos que se apoderaronde mí. Crecí viendo lo que se me mostraba y yo veía. Crecí en mi capa-cidad de expresión y de comprensión. Crecí aumentando mi imagina-ción y mi deseo. Crecí dándome cuenta de qué manera todo ello es ungenial proceso racional de enorme complejidad que me llega hasta losadentros más íntimos. Crecí en la realidad de lo que es mi corazón. Mequedé al final distinto de lo que era al comienzo: transido de emocióny de ternura.

Aberturas que nos han dejado en los aledaños de la gloria de la belleza.Si analizo lo que me sucedió, al punto me doy cuenta de que se me

abrieron puertas que me dejaron mucho más allá del mero mundo, porsupuesto; pero que, sobre todo, me llevaron más allá de donde estaba enmi propia realidad. Aquellas luces y sonidos impactaron mi ser, confor-mado de una manera en extremo precisa y especial, que entonces en algocambió. Me dejó anhelante de aquel más allá que había vislumbrado en loque como espectador contemplé. Anhelante de dirigirme a ese más allá.Sabiendo que no sólo es tierra de imaginaciones y de deseos, sino, ahoraya, tierra de realidades, de realidades nuevas para mí.

Y esas realidades son el espectáculo de la belleza, la expresión de lagloria de la belleza. En proceso similar al de las vidrieras resplandecientesen sus azules, amarillos y naranjas por una luz que procedía de más allá.Lo mismo ahora. El espectáculo de belleza que me deja anhelante, esespectáculo de esa belleza que se transparenta en lo que vi.

Como siempre en el arte, están el artista y el veedor de la obra de arte.Si uno de los dos falta o falla, propiamente no hay obra de arte.

16 de abril de 2005 / martes 19.5.05

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Igualmente lo negro de las letras en la blancura del papel es otra aber-tura a la gloria de la belleza.

Mas en este caso las cosas son todavía aún más tenues: papel blanco ytinta distribuida de manera uniforme en un paralelismo solemne, a la vezque con finuras en extremo leves y, cuidando el detalle en lo grácil, dife-rencias asombrosas en su pequeña y sutil complejidad repetitiva. En lodemás, a grandes rasgos, siempre lo mismo en una manera monótonahasta el vértigo, incluso hasta la náusea.

Así pues, la manera de enfrentarse a la lectura es en extremo distinta.No es luz y sonido, como en el teatro, en el cine o en la primitiva fiestalitúrgica de la caza. En ella esa abertura se logra en la reiteración mono-corde de lo blanco y lo negro del papel y de las letras.

Por eso la lectura tiene algo de más sutil, de más misterioso. Ahora laabertura es, de principio, menos obvia, menos natural; la sensibilidad pasapor conductos de mayor complejidad, no ya una complejidad técnica,sino abstractamente encarnativa. Hay una lengua, una entre miles, unagramática, una música del sonido de esa lengua, tan distinta en unas yotras, un aprendizaje; se necesita un hábito hecho costumbre enraizada.En la lectura, de principio, encontramos una cierta forma de iconoclastia.Las imágenes se dan no en lo exterior de ella misma, sino en la riqueza delo que ella es y nos transmite, de otro modo que con la luz y el sonido.

Pero se dan con ella también la misma abertura a la gloria de la belleza.Las cosas ahora van siempre por dentro. Por así decir, uno lee cerran-

do los ojos, es decir, replegándose en sí mismo, con la extrema fijeza delos ojos en el punto exacto del papel, sin embargo, punto dinámico que sedesliza sin apenas detenerse en la materialidad de ninguno de los signosblancos y negros. Los oídos cegados, para tener bien abiertos los ojos enese resbalar la vista por líneas y páginas. Cerrado a todo lo que no sea elmismo acto de la lectura. Metido dentro del libro, como horadándolohasta sus propias profundidades, para recoger en nuestras mismas inter-nalidades lo que en él se nos ofrece y, cuando es esa abertura, nos regalacomo don maravilloso.

Leyendo nos abrimos de manera tal que la belleza se introduzca ennosotros y se haga nuestra. Nótese que también aquí se da el artista y elveedor, es decir, el escritor y el lector.

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En lo que leemos, en eso que llamamos literatura, pues hay lecturas depuro aprendizaje, para entendernos, meros manuales, se nos dona la crea -ción de novedad. Por eso, en un sentido lato, en lo que llamo literaturaentrarían también las lecturas filosóficas o matemáticas o de verdaderodescubrimiento científico, etc., en las que el proceso de novedad sería elmismo, dándose la abertura a la que me refiero. Es un ejercicio de creati-vidad que en nosotros tiene una cualidad muy singular: nos hace lectoresen creatividad. Estableciéndose así entre autor y lector algo maravilloso:crean una realidad que va más allá de la que era tanto la del escritor comola del lector, llevando a ambos a un lugar de más allás, un lugar de nove-dad asombrosa en la creación de realidades nuevas.

Hablando como lector, se me ofrece en la literatura, en el sentido tanamplio como el que he propuesto, una bocanada asombrosa de creativi-dad que forja en mí realidades nuevas, pero tales que, finalmente, seengarzan en la donación de realidad que es la gloria de la belleza.

16 de abril de 2005 / miércoles 20.4.05

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Y lo es el arte. Invención maravillosa y consciente, corporalidad nues-tra, que hemos conquistado desde que somos esto que somos, ‘cuerpo dehombre’ en su identidad dual de cuerpo de hombre y cuerpo de mujer.

Es en las cercanías del arte donde se da una apertura especialmentepenetrante a la gloria de la belleza. Lo hemos visto con ejemplos en lasdos páginas precedentes.

En el arte, probablemente como en ninguna otra de nuestras activi-dades, todo es pura invención nuestra. Sin soportes, por supuesto, nocabe el arte; los tomamos del mundo, y están arropados por nuestro tra-bajo. En la arquitectura el soporte es el espacio: cómo cerrarlo paradarle la apertura que nos haga favorable la vida, la contemplación de losojos; que suscite en todas nuestras acciones la capacidad de mayorescrea tividades. En la pintura, la tela y los colores. En la música, como enel teatro, la creatividad todavía es más compleja, porque, lo que noacontece en las demás artes, hay intermediarios entre el artista y el vee-dor: los intérpretes, quienes no son corporalidades, sino pura carnalidadcomo nosotros.

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Lo decisivamente importante en el arte es esa escapada que pareceríano tener ningún interés. Una evasión inesencial por los espacios creativosdel deseo y de la imaginación que con la razón construyen realidades.Podríamos ser hombres y mujeres sin esa evasión inesencial —bueno, ¿deverdad podríamos?— o dejándola en meras virtualidades sin significado.Así quedaría todo caso de que la razón no actuara conjuntada con lasdemás en toda la fuerza de su dinamicidad.

Lo que parecería inesencial a algunos —los de la “razón pura”, merarazón seca, los iconoclastas, la gente guapa de la epulonidad que convier-te el arte en suma de doblones—, se hace la punta más esencial de eso quesomos. Punta direccionada siempre hacia un más allá de novedad, depuras creatividades. El arte es el punto más alto de la creación, de la quenosotros tan abundantemente somos capaces. ¡Sin que busquemos des-preciarlos, en una simple constatación y evaluación, compárese con nues-tros hermanos los animales!

Tenemos la habilidad de que cualquier cosa que tañamos, fuera loque fuere que realicemos, siempre damos ese toque de inesencialidad alo que es nuestra acción. Como quien en una habitación vacía reciénterminada lo primero que pone es una flor. Inesencial, repito, paraquien no se haya dado cuenta de qué nos conforma en realidad en loque somos: la búsqueda constante de los más allás. Ahora bien, en esabúsqueda sin falla, mientras tenemos vida, no nos basta la creación téc-nica, para la que todo lo que somos nos lleva a estar dotados en modograndioso; pero no es bastante para nosotros. Hay algo que es más,mucho más.

He hablado de centro, de horizonte, de paralelismo dinámico, decorazón, de donación de amor, y de los espacios que nos abren.Categorías que desde el punto de vista de los meros instintos animales,no son esenciales. Mas en ellas es donde está la punta definitiva que nosempuja al ser en plenitud, nuestro ser verdadero, y este pasa por laabertura al último más-allá definitivo. Creamos realidades que no sonsino expresión de la realidad; una realidad que nos precede, que noscrea.

Abiertos a la belleza, lo nuestro —la construcción y creación de reali-dades—, se hace re-creación de realidad; de la realidad que nos ha dona-do lo que somos. Una realidad de amor. La realidad de la gloria de labelleza.

Alfonso Pérez de Laborda

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Uf, no sé, si sigo con estos galimatías, a lo mejor te espanto para siem-pre de los paralipómenos. Ya me lo ha advertido mi amigo Luis Antonio.

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Uf, ¿imaginas lo que cuesta escribir esta página diaria, aunque sólosean cinco a la semana? Como en el teatro, permíteme una morcilla reme-cida por una nieve ya derretida.

«Cuando ya de anochecida volvía andando de Cornell, son ahora lascinco y media pasadas, me he topado con un ciervo que atravesaba majes-tuosamente un jardín, se ha parado, yo también, estábamos a unos siete uocho metros uno del otro, le he dejado pasar, por supuesto, y a trote zum-bón ha cruzado la carretera-calle, tenía cuernos como de palmo y medio.Precioso. Hoy ha hecho un día luminoso, con una blanca luz abulense,muy suave. Que dure tanto como quiera. (…)

»Hoy viernes, me he levantado una hora más tarde porque ayer tuveuna gentil cena con unos amigos argentinos y sus padres. Esta noche hacaído una buena nevada de casi quince centímetros. Sigue nevando. Haceunos momentos escuchaba las noticias de la radio mientras tomaba caféen la cocina —está en el primer piso, tiene una gran balconada de maderasostenida por columnas también de madera y delante hay un buen trozode bosque con grandes árboles ya sin hojas—, preocupado por mi viaje aPittsburgh, cuando he visto salir como debajo de mí a uno de los cervati-llos, quien olisqueando acá y allá se ha ido por la izquierda. Raro quefuera sólo, parecía que le faltaba pastor. Al poco, ha salido del mismolugar un gran ciervo, con cuernos de más de dos palmos, quien olisque-ando despacio acá y allá se ha ido por la derecha. Me he quedado encan-tado, y me olvidé del viaje. Al poco, veo de nuevo al cervatillo a lo lejoshacia la izquierda. Continuo con mi café y la radio, por la que me enteroque se han cerrado todas las escuelas de la región, cuando de pronto, delmismo lugar de la primera vez, salen de estampida la cierva y el otro cer-vatillo, perseguidos velozmente por el ciervo. Era majestuoso verlescorrer por entre la nieve dando grandes saltos y haciéndose fintas deataque y defensa. Luego se han ido los tres por el medio de la derecha.

Paralipómenos/1

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Al poco, ha aparecido de nuevo sólo un cervatillo cerca de casa, por allápor donde habían escapado, y luego ha desaparecido. Todo envuelto enel silencio. Muy breve, pero maravilloso espectáculo teatral. ¿Qué pasa-rá con mi viaje del domingo a Pittsburgh? Vuelvo a tomar otra taza decafé, cuando veo que prosigue la fiesta. Aparece por la derecha un cer-vatillo sólo, seguido del ciervo como a unos cinco o seis metros. Se notaque va preocupado por el seguimiento. Tiene cuernos como el dedoíndice que hasta ahora me los tenían tapados las orejas, es claro quetengo pasta de cazador. Desaparecen por la izquierda. Me plazco en laimagen, cuando de pronto el gran ciervo vuelve corriendo a grandes sal-tos y desaparece por la derecha. Misterios del bosque. ¿Y de mi viaje,qué? Mientras tanto, a la hora de comer lo vuelvo a ver, el ciervo gana-dor se ha posesionado del bosquecillo junto a la casa, y ahí está sentadosobre la nieve, muy cerca. Bueno, muy bien de ciervos —pero ¿podré iren coche a Pittsburgh el domingo?—, porque con tanta cavilación, tantanieve, y como, tras estar paseando por la playa con los zapatos en lamano, me he quitado las calzorras arrojándome de cabeza al mar teil-hardiano, ya no tengo tiempo ni para leer Marta y María de ArmandoPalacio Valdés, que me espera al alcance de la mano, ¡ay!, Dios mío,¿qué terminará siendo de mi?, ¡y tanta novela del siglo XIX que mequeda todavía por leer!».

16 de abril de 2005 / viernes 22.4.05

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Pensarás, ¡pero este hombre está tonto, eligiendo un nuevo papa y élcon melindres de arte y ciervecitos en nevados paisajes!

Tienes razón. Estas páginas son un además que hago gratis et amorecon enorme contentamiento. Me dedico a ellas como y cuando puedo; novalen como si de las señales horarias se tratara. Lo siento. Las cosas hayque tomarlas según vienen.

Pero, bueno, vamos allá.Hace unos días, comiendo con dos amigos curas, hablábamos, claro

es, de lo que pasaba en Roma, y en esto uno de ellos me preguntó: cómoquerrías que fuera el nuevo papa que elijan los cardenales. Se me escapóde los adentros responderle: que sea creyente.

Alfonso Pérez de Laborda

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Además, también por esas fechas, pedíamos en la misa de la Parroquiaque el Espíritu nos concediera un papa bueno. Eran los días en que se leíalo del buen Pastor.

Pues bien, ya tenemos papa. Creyente y bueno. Me parece. Así pues,me alegro. Y mucho.

Aquí mismo en los paralipómenos me llamaba la atención la manera tanalargada y benévola con que los medios de comunicación han tratado lamuerte de Juan Pablo II, la fila interminable, el funeral y, luego, los iniciosdel cónclave, Pero ahí estaba la frontera, cuando se nos dijo el Extra omnesy se nos dio con la puerta de la capilla Sixtina en las narices. En ese momen-to algunos comenzaron a todo trapo sus cábalas del sucesor. Nos quisieronponer delante quién debía ser, si no con su nombre, sí en su perfil bien dibu-jado. Nos enseñaron cuáles son los problemas que la Iglesia católica haresuelto mal en estos últimos tiempos, sobre todo en los del papa polaco, yque ya es hora de que la Iglesia vaya al pesebre que deberá ser el suyo, el delos tan grandes Tiempos modernos como son los nuestros. Ay, perdonadme,pero se me escapa algo de la maravillosa mala baba de Charles Chaplin.

Nos fueron inyectadas sabísimas lecciones proclamadas por sacratísi-mos doctores que escriben en el blanco papel y chupan micrófono y pan-talla como muy pocos, desde años ha casi los mismos, hasta el punto deque parecen ser la voz de nuestra conciencia fetén sobre la Iglesia católi-ca. Gracias que todavía, a todo llegarán, si pueden, tenemos el recurso dezapatear con el aparatito buscando lo que nos dé la gana, o incluso que-dándonos en el reposo de los anuncios ante tan ensordecedor ruido delevantiscos abejorros.

Habemus Ratzinger, dice un titular a toda plana, como aquella seño-ra que, mirando la televisión en los pasillos del Congreso de Diputados,ante el nuevo papa se echó las manos a la cabeza mientras se volvía haciala cámara con grandes lamentaciones. Pobre señora , ¡todos vimos suhorror! No fue el único.

Mi abuela de Pamplona contaba que cuando era joven había gruposque rezaban por la conversión del papa, entonces León XIII. Estamos alcorriente de ello por la historia; pero en casa lo sabemos de sus labios.Siempre, cuando éramos pequeños, quedábamos pasmados y no com-prendíamos muy bien qué significa. Pobres de nosotros.

Ahora sí lo he comprendido. Procesiones, novenas, maitines y rezos“laicos”, quizá por lo civil, pidiendo la conversión del nuevo papa,

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Benedicto XVI. ¿A qué deberá convertirse?: al pensamiento de la genteguapa, a la ideología del rico epulón, a la filosofía no ya de Jesús deNazaret, sino de jesusdelgrapoder y sus abundantes muchachas y mucha-chos.

Ahí está el quid.Mas por mucho que arrecien sus lamentos “laicos” hacia lo alto de sus

poderes, no veo fácil esa conversión. En fin, veremos. Puede que sí. Puedeque no

21 de abril de 2005 / lunes 25.4.05

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Curioso. He visto estos días que de pronto te presentan a una perso-na desconocida, de comunidades de base, dicen, y ya está: yo como unpapanatas a sorber con veneración sus palabras, acertante y profunda ver-dad. Como si los demás fuéramos extramarcianos. Tengo la corazonadade que representa a una comunidad más pequeña que la de esta mañanacelebrando la eucaristía en mi Parroquia; ¡no digamos el domingo! Pero,Dios mío, ¿no son la voz de su amo?, ¿cómo no lo vemos?

Pues fíjate, ese/esa tiene su bonita cara en la tele. Y yo no. Me quedoun poco corroído por el lado melancólico. Pienso si es que no habrá gatoencerrado. Porque tengo la pretensión humilde de que represento amucha más gente de mis comunidades de base que a quien me han plan-tado con poder ante los morros.

Henri Tincq y Le Monde son mucho mejores. Tienen ideas, claro,pero en respeto exquisito y lleno de simpatía hacia el nuevo papa.Demasiados nuestros no hacen sino mera ideología; además, son zafios yapenas si saben nada. Una sobresaliente diferencia.

Pero, en fin. Punto y aparte. No volvamos a hablar de estas menuden-cias tan cacareantes de la gente guapa y epulonaria que quiere con toda lainmensa capacidad de su fuerza mediática quedarse con nosotros y lle-varnos a su huerto.

Vamos a lo nuestro.Me temo que varios de mis amigos todavía estáis haciendo signos y

visajes, producto de una fuerte consternación. Intentaré convenceros deque lo ocurrido ha sido cosa grande. Cosa del Espíritu.

Alfonso Pérez de Laborda

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Que tantos señores vestidos de colorado, venidos de los cuatro pun-tos cardinales, representando países, lenguas, costumbres y maneras tandistintas, se hayan puesto de acuerdo tan fácilmente en un nombre:Benedicto XVI, es una gracia del Espíritu. Los murmullos enteradoshablan que muy por encima de los votos requeridos, los dos tercios.

Esto se puede entender de dos maneras. Todo estaba manipulado desdelo alto, era una asamblea predeterminada; había habido ya desde antes unatoma de poder en la Iglesia por ese compacto grupo de grandes electores.

Sé que me va a ser difícil convencerte, pero pienso que esa manera dever se olvida de algo esencial en la Iglesia. Del Espíritu que la asiste. Medirás, quizá, bueno, no te vayas a volar tan alto. Pero es que, perdóname,esa es la Iglesia en la que creo y en la que vivo, aquella en la que tengo lasuerte de servir, de celebrar y predicar, y a la que, de malas maneras, claro,porque sigo siendo carne de burro —lo decíamos de niños, ¿te acuerdas?:la carne de burro no es transparente—, doy por entero mi vida. Y lo hagocon todo mi gusto.

Te aseguro que si no fuera así, si se tratara, como pareces querer pen-sar, de una fantasmagórica reunión de viejos rojillos que han copado elpoder en la Iglesia de Cristo para perpetuarlo, te aseguro que ya mehabría bajado del carro y me habría desapuntado.

Nunca me ha interesado el poder. Y menos en la Iglesia. En ella lo queuno busca y a quien uno encuentra es a Cristo. Ya está dicho todo. Si noes así, vana es nuestra pertenencia. La Iglesia, pueblo de Dios. La Iglesia,lugar del anuncio del Reino de Dios. La Iglesia, cuerpo místico de Cristo.¿Y las cuestiones de poder? Siempre me han parecido pamplinadas.¿Resultará que hemos seguido al Señor para quedarnos enredados encuestiones de mero poder?

Algunos de esos amigos me dice: bueno, eso son teorías, y en ellas todospodemos estar de acuerdo, pero no es ahí en donde está el problema.

21 de abril de 2005 / martes 26.4.05

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LIBERTAD

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Pues no, no estoy de acuerdo contigo. Sí, es ahí en donde está el pro-blema. La Iglesia es un pueblo, pero de Dios. Ni de sus cabos ni de suscapitanes generales ni de sus soldados aplatanados o levantiscos, sino deDios. De él procede toda misericordia. La columna de su gloria es la queguía a su pueblo.

No, no es el papa quien se convierte en nuestro señor de horca y cuchi-llo. Creemos que él, y los pastores, y los religiosos y religiosas, y los laicos,y tú y yo, todos somos el pueblo de Dios y todos hemos sido llamados a lavocación que es la nuestra y al servicio que nos ha correspondido en lamisericordia de su gracia; servicios distintos, vocaciones distintas.

Y ese servicio es, a través de nuestra carne —demasiadas veces carnede burro, eso no lo olvidamos ni tú ni yo, pues demasiadas veces es la tuyay la mía—, el que Dios ha ofrecido a su pueblo. Por eso un acto tanimportante en la Iglesia católica como la elección del papa, está en lasmanos del Espíritu del Señor. Y si no es así, todo son cuchufleterías.

Si no tenemos ojos que miren así, vana es nuestra Iglesia; lo más, ungrupillo, bueno, bastante grande todavía, cuyas preocupaciones serán esasdel talante y cuyas obligaciones parece deberán ser las del arrempujarcontra el presidente Bush, el más malo del cuento. Pues no, ese grupillo,o ese grupazo, como quiera que sea, me interesa bien poco.

En el lugar en el que estoy plantado es en la Iglesia de Cristo; caminocon el pueblo de Dios, que es conducido por el Espíritu del Señor; vivoya en el Reino de Dios, que es predicado. Según sus formas y métodos,

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y no según los que me saque de la manga para mi propio solaz y el de misamigos y compañeros. Vivo de sus sacramentos. Sabiendo siempre que esaIglesia es la de Cristo, y por eso también la mía, mejor, mía.

Desde ahí me acerco a la Iglesia y desde ahí soy hijo amoroso de laIglesia, a la que amo con apasionamiento.

Otras maneras de acercarme a ella, de estar en ella, son menos intere-santes, ¡qué digo!, son puras chanfainas. Cuestiones de poder. Búsquedadel poder. Ganas de ir vestidito de rojillo.

La Iglesia es cuerpo místico de Cristo, o no es. Así de claro. Y si no es,cuando no es, te aseguro que me interesa menos que los cubos de basurapreparados en la acera de enfrente, que veo desde mi balcón. Así de claro.

Ya ves, la cuestión está en qué sea la Iglesia; de cuál sea el espacio de laIglesia.

El espacio de la Iglesia no es un espacio mundanal de poder. Tampocoun espacio sociológico que debe ponerse al día de lo que hoy se va hacien-do y es aceptado por la sociedad, como si por ella estuviera regida, cosa bienpatente, por ejemplo, en los partidos políticos. Ni un espacio político quejuegue, a lo menos, el juego de la mediación y de la extirpación de lasluchas, de las violencias y de las guerras, aunque este papel, como hemosde ver, está en el corazón mismo de la actuación de la Iglesia.

El espacio de la Iglesia, que lo hay, es el de la nube en la que res-plandece la gloria de Dios. Un espacio de encarnación. El espacio ori-ginario de nuestra libertad y de nuestra salvación, como decía de mane-ra tan maravillosa la oración de entrada en la misa de uno de lospasados días.

23 abril de 2005 / miércoles 27.4.05

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Todo lo que en la Iglesia deba reformarse —y la Iglesia siempre debeser reformada, ¿recordáis aquel libro de Yves Congar, ¿Falsas y verdade-ras reformas en la Iglesia?, a mí me hizo mucho bien en su día—, consi-derarse su conveniencia o inconveniencia, cambiarse o sobre lo que debapedirse perdón, nace como fruto de ese que he llamado el espacio propiode la Iglesia; nunca de los otros que he descalificado como espacios noverdaderos de ella.

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Toda reforma o cambio que busque acrecentar o asentar un espaciomundanal de poder, es perversión diabólica en la Iglesia de Cristo: si él noes de este “mundo”, tampoco su cuerpo lo es, por más que viva, como él,en la pura encarnación; pero nunca en la mundanalidad. Aquí no hayposibilidad alguna de componenda, y, metidos en lo nuestro, jamás recu-peraremos este espacio mundanal.

Ninguna reforma de la Iglesia debe tomarse en consideración porqueparezca decirlo y decidirlo así un espacio sociológico dominante; menosaún cuando este sea el del rico epulón, como acontece hoy entre nosotros,que busca, simplemente, hacer de ella su aliada para su mejor conciencia,quizá para quitarse sus malas conciencias epulonarias. Tenemos el ejem-plo terrible de algunas Iglesias hermanas; incluso algunos hechos san-grantemente cercanos.

Ah, otra cosa bien distinta es cuando se trata de espacios de pobreza,de injusticia, de agresión pura y dura a través, por ejemplo, de un comer-cio inicuo. La Iglesia del Señor no es una comunidad espirituosa y bur-bujeante que vive fuera de las condiciones de aquellos a los que debeanunciar su mensaje de esperanza, desentendiéndose de ellas; su predica-ción del Reino indica un reinado de Dios en la justicia, en la distribuciónmisericordiosa, etc. Esto sí lo vive la Iglesia como cosa bien suya; pero lohace desde un espacio propio, desde y como consecuencia del corazón dela encarnación, pues, lo veremos mejor, ese es el espacio verdadero de laIglesia de Cristo.

Tampoco es, ya lo vimos, un espacio político que en sí es increíble-mente importante, el de la mediación, el de la búsqueda de la paz, el de laextirpación del terrorismo y de la guerra. Lo cual no significa, ni muchomenos que no sea una parte decisiva de su labor. Precisamente el nombredel nuevo papa, Benedicto XVI, según él mismo ha dicho, quiere hacerreferencia a Benedicto XV, el papa que vivió la primera Guerra Mundialy que buscó con todas sus fuerzas una mediación de paz que terminó enestrepitoso fracaso, porque nadie entre los beligerantes le escuchó.

Mas, debo decir, una vez más, que la Iglesia no es para esa labor demediación y de paz, sino que como sobreañadido de lo que es su propiasingularidad, en sobreabundancia con ella, como necesidad radical de esoque vive en el espacio que es el suyo, lucha por la paz con toda pasión,con todas sus ansias, hasta el punto de que en su corazón mismo está lanecesidad de predicar la paz y luchar por ella con todas sus fuerzas; pero

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sus fuerzas nunca son ejércitos bien pertrechados. ¿Cuántas divisionestiene el papa?, preguntaba despreciativamente el insensato de Stalin enverdadera tontuna, sin entender la fuerza tan enternecedora como turba-dora de la Iglesia. Qué emocionante, por el contrario, ver que el ejércitodel papa es la Guardia Suiza, un grupillo de jóvenes suizos con sus mara-villosos trajes y sus temerosas picas.

Decía que el espacio de la Iglesia, que lo hay, es el de la nube en la queresplandece la gloria de Dios. Espacio de encarnación. Espacio originariode nuestra libertad y de nuestra salvación.

23 de abril de 2005 / jueves 28.4.05

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¿Qué es eso del espacio con la nube en la que resplandece la gloria deDios?

Eso es la Iglesia, el pueblo de Dios que camina tras esa nube de la glo-ria, conducida por ella. Nube de gloria que se levanta ante nosotros: la cruzde Cristo, en la que quien murió por nosotros y nuestros pecados resplan-dece con la gloria de la resurrección. Por la fe en Cristo, muerto y resucita-do por nosotros, somos justificados, se nos ofrece a manos llenas la graciade Dios, de manera que el Espíritu construye su Iglesia utilizándonos comopiedras vivas y haciendo de nosotros, de ti y de mí, templo suyo.

Veo que me dices: bueno, todo eso está muy bien, pero son puras teo-logías y hay que bajar luego al día a día, a las posturas concretas que laIglesia y nosotros tomemos frente a los problemas tan grandes que nosacechan en la modernidad.

De acuerdo.Pero ahí es donde está el punto clave. ¿Desde dónde responderemos a

las preguntas que se nos planteen?, ¿dónde buscaremos las soluciones aesas preguntas y a esos problemas tan acuciantes?

No en el espacio mundanal ni en el espacio sociológico ni en el espaciopolítico. La Iglesia nada tiene que ver con una oenegé, en nada se le parece.Su vida es otra. Está en otro lugar. Su espacio es de pura eclesialidad.

La Iglesia debe buscar en sus adentros para encontrar respuesta y solu-ción a las preguntas y problemas que se le plantean. Lo ha hecho antes deahora. Lo debemos hacer nosotros de la misma manera.

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¿Qué significa buscar en sus adentros? Una primera cosa, en negativo,es pura obviedad. No deberá levantarse todas las mañanas leyendo, oyen-do y viendo temprano y con cuidadoso cuidado medios y corifeos varios,buscando inspiración para solucionar sus preguntas y problemas.

Tenemos dónde inspirarnos, dónde buscar. Tenemos quien nos señalalos caminos de verdad y de vida. Es claro lo que la Iglesia debe hacer allevantarse por la mañana temprano: ponerse en manos de su Señor, de suúnico Señor, pedirle su protección y ayuda.

Está en ello desde hace mucho tiempo. Procura siempre estar ahí, en eseespacio. Solícita de no ser arrastrada a otros que no son los suyos.Cuidándose, a la vez, de no quedarse encerrada en su espacio, sino de salir,desde él, a predicar a todo el mundo el mensaje de paz y de justicia de suSeñor. Esfuerzo suyo ha sido mediar en las guerras, luchar contra el terroris-mo, la injusticia, el comercio injusto. Contra tantas cosas que nos atenazan.

Pero, lo repito una vez más, lo hace desde sí, animada por la palabra yel ejemplo de quien la guía. Porque el Espíritu está en ella.

¿Siempre y en todo momento actúa así? Claro que no: ¿no habíamosquedado que demasiadas veces somos—también tú y yo, esto es esen-cial— carne de burro que no es transparente? Pero la Iglesia pide perdón.Cada uno de sus miembros pide perdón por sí y por todos. Recuerda,además, las emocionantes peticiones de perdón del papa Juan Pablo II.

¿Conoces a muchas instituciones que pidan perdón? Puede que estéciego, pero yo no conozco tantas.

Hay un espacio de la Iglesia, por tanto, que no se confunde con otrosespacios. Y cuando se confunde con ellos, la Iglesia ha comenzado a dejarde existir. Ha dejado de ser fiel a Cristo, quien nos dijo: Yo soy el cami-no, la verdad y la vida. Él, y ningún otro.

Espacio de encarnación. Espacio originario de nuestra libertad y denuestra salvación.

24 de abril de 2005 / viernes 29.4.05

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Cuando salió al balcón para mostrarse por primera vez como papa,Benedicto XVI dijo unas pequeñas frases que me gustaron sobremanera,entre otras cosas, porque son las que decimos nosotros, tú y yo, cuando

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nos referimos a lo que es nuestra vida en la Iglesia. Se definió a sí mismo,elegido por los cardenales, como un sencillo y humilde trabajador en laviña del Señor. A continuación añadió que le consuela el hecho de que elSeñor sabe trabajar y actuar con instrumentos insuficientes. Poco más nosdijo, y el resto fue de enjundia de oración y de petición de ayuda, perosólo me quiero fijar en esas palabras.

Te confieso que a mí me pasa lo mismo. También yo soy un sencillo yhumilde trabajador en la viña del Señor. Estoy seguro que tú sientes ydices lo mismo de ti y te defines de esa manera tan maravillosa.Trabajamos de la manera que el Señor nos ha buscado para que sea lanuestra; la que es nuestro servicio en la Iglesia. Y no tenemos ningunarazón para darnos pote. Antes al contrario, si a alguien hay que magnifi-car, este no es otro que al Señor. Qué manera tan hermosa de definirse;alguien que, precisamente, viene a darnos su primera bendición comopapa. ¿Puede decir otra cosa un sacerdote en su comunidad o una madreen su familia o un colaborador de Caritas?

Fíjate, se pone a sí mismo como trabajador en la viña. Esa es su vidaentera. Su hacer. A esa humilde labor es a la que dedica su vida por ente-ro; como yo mismo intento hacer, también como tú, estoy seguro, lo pro-curas con todas tus fuerzas. La viña del Señor, claro, utilizando la metá-fora llena de vigor que de los profetas viene a los decires de Jesús. Hubierapodido hablar de pastor; al fin y al cabo, nosotros pedíamos a Dios unpastor bueno. Pues no, ya veis, utilizó una metáfora en la que él quedareducido a ser uno más, como tú y como yo. Pone lo suyo, igual que lotuyo y lo mío, como un servicio a la Iglesia. El de un manso y humildecurrante. Un servicio distinto al tuyo y al mío, pero adoptando interior-mente una postura idéntica a la tuya y la mía. Él tampoco es otra cosa queun sencillo y dócil bracero de esa viña —no me canso de dar vueltas a esashermosas palabras, tan indicativas de lo que todos somos en la Iglesia—,que no es suya ni mía ni tuya, sino sólo del Señor.

Fíjate, ninguna sobre valoración de sí montándose en la admiración detodos, sino referencia a sí mismo como instrumento insuficiente. No másque aparejo, igual que tú y que yo. Y nada de considerarse una herra-mienta cuajada de cosas bonitas y de fantásticas perfecciones. Puro y sim-ple instrumento insuficiente. ¿No te pasa a ti lo mismo cuando te califi-cas en tu labor dentro de la Iglesia? Seguro que sí; yo también, igual quetú y que él. Mas por muy insuficiente que sea, en las manos de Señor, él es

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quien se afana, no sólo en nosotros, sino, cosa emocionante, con nosotros.Él sabe cómo trabajar y actuar con instrumentos tan insuficientes comoes el papa, como soy yo y como eres tú.

Indican esas palabras una manera de estar en la Iglesia que me encan-ta y comparto desde el fondo más íntimo de mí ser. Estoy seguro, lector,lectora de estos paralipómenos, que tú también.

Me encanta que esas hayan sido sus primeras palabras como papa.25 de abril de 2005 / lunes 2.5.05

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Husmeando en internet: me encuentro con un comentario sobre lasreacciones en los Estados Unidos, América como dicen todos, a la elec-ción del papa Benedicto XVI. Aunque la cosa viene de viejo: lo sabíamosde mucho antes, claro.

Ha sido mal acogido entre los sectores que querían una elección pro-gresista, de acuerdo con su visión del momento de la Iglesia.Perfectamente normal. Cada uno tiene sus pensamientos y deseos, dentrode la diversidad, muy grande, que permite la comunión eclesial.

Lo siguiente es lo que me preocupa.Leo un comentario sibilino. Los modernistas se inquietan de un

pontificado que podría dar un mayor peso al ala conservadora quebusca inspiración en el éxito que en ese gran país tienen las Iglesiasevangélicas y que viene reforzado por la llegada en los últimos veinteaños de 20 millones de fieles más tradicionalistas, salidos muy frecuen-temente de la inmigración hispana. Ese corrimiento, dicen, fue percep-tible en las última elección presidencial. George Bush, con una campa-ña centrada sobre los “valores”, ganó terreno en el electorado católicoque hace cuatro años sostuvo a su adversario demócrata; esta vez pare-ce haber abandonado al nuevo candidato contendiente, aunque católi-co, concediendo al republicano el 52 % de los votos católicos. Nuncaantes había ocurrido.

Bien, señoras y señores, aquí lo tenemos.¿Cuál es la preocupación fundante de quien expresa esas opiniones?

Parecemos volver a viejas páginas anteriores. En ellos se hablaba, si recor-dáis, de España.

Alfonso Pérez de Laborda

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Lo que importa a quienes piensan así, abundantes en los círculos pro-gresistas católicos americanos, es el impacto en la sociopolítica de su país.

Una pequeña apostilla, antes de proseguir, por si de primeras no tehabías dado cuenta.

En lo políticamente correcto dentro de lo americano, está muyincrustado que deba hablarse de afroamericanos, indioamericanos, chi-noamericanos, hispanos, etc., etc., todos ellos con un apósito al nom-bre de americanos —¡excepto los hispanos!, bueno los que aquí una yotra vez con empecinamiento sin par los políticamente correctos lla-man latinos—; sólo a un grupo se les denomina americanos a secas.¿Imaginas cual? No te lo diré. ¿Ves la hermética destilación de racis-mo?, ¿notas cómo nuestros comentados retoman esa furtiva segrega-ción mencionando a los hispanos, evidentemente tradicionalistas y queseguramente son pobres y huelen mal?

Volviendo a lo nuestro, ¿crees percibir, como yo percibo, que en elfondo, al menos tal como se expresan, les importa una higa las cosasque decimos aquí en estos paralipómenos, que se podría centrar enaquello de ‘un solo Señor’? Su preocupación, es obvio, parece serexclusivamente política; además, ¿de un grupo de intereses? Ya ves,cuestión de poder.

Entiendo que ese punto de vista es no sólo posible, sino inclusointeresante. Es buenísimo que haya observadores inteligentes y entera-dos de cómo es nuestra sociedad y de por dónde creen que pueda ydeba ir. Hasta aquí, sombrero. Pero ¿ese es el punto de vista que se daen el espacio de la Iglesia?

He intentado hacerte ver que no. Por supuesto, es cosa buenísima queno nos chupemos el dedo y sepamos por dónde pueden ir las cosas de lapolítica y lo que pueden significar. Y también que veamos la posición departido que esa visión significa, con lo que puede tener de interesante, deacertante; pero igualmente de ideología ni interesante ni acertante.

¿Acaso es esa la preocupación fundante de la Iglesia?, ¿deben seresas sus intranquilidades? Me gustaba más lo que leíamos hoy enMarcos: Id al mundo entero y predicad la Buena Nueva a todas lasnaciones.

¿Se refería a aquello con lo que nos hemos topado en esta página?Lo dudo.

25 de abril de 2005 / martes 3.5.05

Paralipómenos/1

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Todo en la vida se hace un rumiar dando vueltas a las cosas. Tambiénestos paralipómenos.

Para aquellos sobre los que ayer glosaba, lo que pueda decir BenedictoXVI y la Iglesia entera tiene un interés decisivo, pero sólo como respues-ta a esta pregunta: ¿a qué facción del panorama político ayudarán? Lo pri-mero, la certeza en la que uno se ancla, es una concepción sociopolítica dela sociedad. Desde ahí se debe leer todo. Hay un dominio absoluto de eseespacio de compromiso de lo político sobre otros espacios posibles;incluido el de la Iglesia, claro.

No se quiere suprimir ese espacio eclesial. Se sabe que tiene su rea-lidad propia, muy importante. La cuestión está en cómo plegarla alespacio en verdad dominante. Cuidado, no digo que alguien domine elespacio dominante, vivimos en democracia, sino que hay un espaciodominante, el espacio donde se vive la sociología política, y se luchacon todas las fuerzas por ser dominantes en ese espacio dominante; yserlo, evidentemente, mediante sucesivas elecciones, para lo que habráque convencer a más y más gente con objeto de lograr mayorías. Enlos Estados Unidos es cosa compleja, pues se busca mayoría presiden-cial, mayoría senatorial, mayoría de congresistas y mayoría en la CorteSuprema, como mínimo, y esas mayorías pueden ser de signos distin-tos. Entre nosotros la complejidad se hace más sencilla: una solamayoría arrastra consigo a todas las demás, sin verdadera autonomíapropia.

El juego, pues, es muy complejo y lleno de variables.Los que nuestra fuente calificaba ayer de “modernistas”, aunque ellos

mismos fueran miembros de la Iglesia, parecen verla primordialmentedesde ese espacio sociopolítico dominante. Y la ven, no son tontos, comouna fuerza que puede ser decisiva en próximas elecciones; ya ha sido deci-siva en elecciones pasadas. ¿No lo sabíamos desde Kennedy?

Pues bien, me niego a ver las cosas de la Iglesia desde la dominancia deese espacio. Quiero verlas desde el propio espacio eclesial del que hehablado y seguiré haciéndolo. Pero tampoco yo soy tonto, espero, y séque las posiciones y maneras de la Iglesia son importantes para que unosu otros, sobre todo en América, ganen elecciones.

¿Hay conflicto de intereses ahí?

Alfonso Pérez de Laborda

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Volvamos al comentario de marras. Había una palabra decisiva en él:valores. Se decía que Bush las ganó, y de calle, apelando a los “valores”,que el comentario daba por supuesto eran conservadores; recuerda lamención en mezcolanza de lo que llamada Iglesia evangélicas, supongoque más bien Iglesias bautistas.

Lo que no decía el comentario, muy pudorosamente, es que su propiapostura también está cargada de “valores”, aunque otros. ¿Habrá que tra-garse estos tan ricamente, sin darse cuenta? Hay libros enteros que des-criben la ideología completa de los valores progresivos. Pienso en uno dela época de las elecciones americanas, escrito por un filósofo-lingüista alque aprecio sobremanera, George Lakoff, quien me inició en lo de lasmetáforas. Pero ¿le seguiré en su “ideología”, en la persuasión de susvalores modernistas? No, claro, ¿por qué iba a hacerlo?

¿No tiene la Iglesia nada que decir en este terreno, que ha sido, es y,seguramente, será terreno propio? No, no te espantes, a estas alturas de lapelícula no voy a reducir el espacio de la Iglesia a una “moralina” de losvalores. Llevamos tanto camino juntos que no nos podemos confundiraquí.

Quieren que la Iglesia se convierta en la defensora de unos “valores”,pero, claro, con la condición irrefutable de que sean los de ellos. Mas ¿notiene la Iglesia caminos propios, caminos, además, que en ningún caso sonde moralina?

26 de abril de 2005 / miércoles 4.5.05

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Volvamos sobre la “moralina”.La Buena Nueva que es el evangelio no se reduce “en última instan-

cia” —como gustan decir— a unos comportamientos; a una moralina.Esto es decisivo. Y lo es, entre otras cosas, para que exista el espacio de laIglesia, para que esta no caiga en la trampa de sucumbir enfangada enlugares que por nada son el suyo.

Permaneced en mí y yo en vosotros. Así nos habla Jesús en el evangeliode Juan (15, 4), y ahí encuentro que está el punto esencial de nuestro sercristiano. Se presupone el bautismo y el haber recibido al Espíritu, claro;todo ello en la Iglesia. Cuando queremos decir lo que sea el corazón de

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nuestro ser cristiano, a lo que no podemos acudir es a lo que llamo lamoralina. En ella no vemos reflejada de ninguna manera lo que somoscomo cristianos, lo que es nuestro propio corazón.

No lo somos porque cumplamos código alguno de moral o porquenos justifiquemos por nuestras magnánimas obras. Nótese, además, queambas maneras de malentender definitivamente el cristianismo van apre-tadamente juntas. Demasiadas veces se nos ha enseñado este como unhacer obras buenas conformadas a una moral de antemano apuntalada. Sies así, se nos han enseñado, pues, no otra cosa que meras moralinas. Y esono dura. Gracias a Dios. Sobre todo cuando se hace creer que eso es sercristiano. No, no y no. Nunca ha sido así, nunca lo es y nunca lo será. Esaes la peor muerte con garrote vil que se puede dar a la Buena Noticia deJesús, el Cristo.

Permaneced unidos a mí, como yo lo estoy a vosotros.Lo nuestro es un acontecimiento. El acontecimiento de un encuentro.

Un encuentro con la Iglesia. Con la Iglesia, digo, pues es ahí, en ese espa-cio, en donde Cristo nos ha ofrecido la salvación, y en donde nos encon-tramos con él, nos unimos con él y nos hacemos uno con él. El lugar endonde somos templos del Espíritu. Un encuentro con Cristo, pues.

Eso es ser cristiano. No otra cosa.¿Significa lo que digo que lo nuestro nada tiene que ver con los com-

portamientos morales, con el hacer de la acción sea en nosotros, sea en elmundo, sea en la realidad? No. Lo que indica es dónde está el corazón delo que somos y desde donde nos comportamos haciendo eso que hace-mos. Y el corazón no es la moral y el procedimiento. Porque nuestrocorazón permanece en el corazón de Cristo, por eso buscamos compor-tarnos como él. Buscamos solución a nuestros problemas, y lo queremoshacer por los senderos que él nos enseñó, que nos acerquen a él, de mane-ra que siempre permanezcamos en él, nunca fuera de él o lejos de él. Unaunión de permanencia de corazón a corazón; siempre en la Iglesia; nuncaen la gaseosidad de lo no encarnado.

Ese acontecimiento es vivo por demás para nosotros. Inventamosdesde él un comportamiento; siempre acción de novedades. Tantos y tan-tos nos lo enseñan. Los santos, que lideraron a los suyos; los líderes quenos indican por dónde caminar para nunca perder la permanencia.Comportamiento creativo; nunca reedición en fotocopia de viejos pape-les amarillos que deberemos aprender de memoria para no perder detalle

Alfonso Pérez de Laborda

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de la moralina que nos obliga. Comportamiento de libertades; nunca vivirbajo la terrible opresión de las obligaciones que cayeron sobre nosotroscomo losa sepulcral y que nos impiden vivir el acontecimiento maravillo-so del encuentro con el Señor.

Dios, con su gracia infinita, nos libre por siempre de toda moralina, oestamos aviados.

30 de abril de 2005 / jueves 5.5.05

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Niego la dominancia del espacio sociopolítico. Ni su existencia ni suimportancia es lo que niego; sólo esa dominancia.

Muchos son los que creen, en última instancia, como ya anuncié, quees él quien determina el lugar subordinado a sí de todos los demás espa-cios, sea el de la Iglesia como el del arte o el de la sociedad civil.

En otros tiempos parece que se despreciaba cualquier otro espacio,ahora no. Somos más listos. Nos conocemos mejor. Conocemos mejor lasociedad. Se nos cayó el muro. Pero, tanto entonces como ahora, se supo-ne que él es el espacio de la globalidad, en el cual, como particiones, estántodos los demás. Subordinados a él.

Por eso, se termina mirando al espacio de la Iglesia en cuanto signifi-ca un apoyo o una dificultad para que sea el espacio sociopolítico el quedomine el conjunto de lo que somos.

Vimos cómo quienes quieren ganarse la dirección del espacio domi-nante, mediante elecciones democráticas, supongo, miran con cautela alespacio que ocupan las Iglesias; de una manera muy especial la Iglesiacatólica. Por eso la cuidan con todo el cariño de su ideología, por si pene-tra en ella y se facilita el dominio en el espacio que interesa.

Pero hoy quiero negar algo más enterizo, más primero. Niego ladominancia del espacio sociopolítico.

Que lo hay, no cabe duda. Que es muy importante, convenimos sindificultad. Que todos los demás, como las otras gavillas en el sueño deJosé, tengan que rendirle pleitesía, no. Eso no.

Lo hago desde el convencimiento de que el espacio de la Iglesia espropio y, además, esencial para que se dé la libertad de la evangeliza-ción. Cuando ese espacio de la Iglesia es dominado por un poder o una

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ideología estalla lo que tiene que ocurrir: el verdadero acontecimiento esotro; el señor no es ya el único Señor.

El espacio de la Iglesia es propio, decía, pues es espacio de encarna-ción. Sólo el Hijo de Dios hecho hombre delinea el espacio y ocupa sulugar central. La vida de la Iglesia es así un acto litúrgico celestial como eldel Apocalipsis, que los flamencos, en un cierto momento, pintabanmagistralmente. El espacio de la Iglesia, como en esos pintores, es el de laadoración del cordero. Todo gira en torno a él. Todo viene de él y, pasan-do por nosotros, vuelve a él. Es el espacio de la gracia. Es el espacio de lagloria. Es el espacio de la belleza.

¿Cómo este espacio podría ponerse al servicio de cualquier dominan-cia sociopolítica?, ¿cómo podría dejarse dominar por él, cualquiera quefuera la ideología que lo gobierne, aunque fuera la mejor de todas lasideo logías?

Veis, por tanto, que mi queja no es que tales o cuales personas, que esteo el otro partido dominen en la política, sea en un momento dado, sea enun periodo lo largo que se quiera. Lo que me interesa sobremanera es elejercicio de dominancia del espacio sociopolitico sobre el espacio de laIglesia. Lo que me preocupa es la doctrina de que, en última instancia, eldominio final debe ser el del espacio sociopolítico, por encima de cual-quier otro, incluido el de la Iglesia.

Veis, pues, cómo lo mío es palabra que se expresa con ese vocablo tanraro que parezco usar como si fuera pan de cada día. ¿Estáis seguros deque, en definitiva, no lo es de verdad? Unos y otros, sean quienes fuerenlos que estén en el poder, ¿no sueñan por las noches con dominar comocosa finalmente suya el espacio de la Iglesia?

1 de mayo de 2005 / viernes 6.5.05

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Hace tiempo, mucho, que la vida religiosa es para mí una preocupa-ción grande; la tengo como cosa mía. Supongo que también para bastan-tes de los que leéis estos paralipómenos, si es que hay alguno que lo haga.

¿No llegó el momento de hablar de ella?No me refiero, claro es, a esa vida religiosa que todo cristiano vive,

sino a un cierto tipo de vida cristiana muy específica. ¿Cuál? Muy bien,

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pero ¿cuál es la vida religiosa a la que me refiero? Ahí empieza la difi-cultad.

Muchas cosas en la Iglesia han estado o están en crisis, en cambio, ennuevo renacer. También la vida religiosa. Comenzaré, como siempre porlo que se me sale por los dedos.

Hace treinta años conocí a unas mujeres espléndidas. Formaban partede un, digámoslo así, grupo religioso. Vivían juntas. Tenían un idealcomún y lo vivían en fraternidad. Habían escogido el celibato. La obe-diencia. Bueno, cuando las conocí, por inmensa mayoría habían hecho loscambios de estatuto que juzgaron pertinentes para adaptarse al espíritudel Concilio Vaticano II.

¿En qué consistieron? Creyeron comprender que hasta entonces nohabían vivido en todo su rigor el riesgo evangélico; que se habían queda-do agazapadas en el corporativismo de casas comunes, riquezas relativas,obediencia dulce y blanda. Pensaron que les faltaba el riesgo de seguir alSeñor Jesús en serio y de verdad; a la intemperie. Así lo pensaron, deci-diendo en consonancia con ese riesgo.

Cambiaron su situación canónica para adaptarse a los nuevos tiempos.Se desperdigaron según trabajos y necesidades. Fueron a vivir a sus casas.A veces en pequeño grupo. Otras, por la fuerza de las cosas, y luego,como suele ocurrir, por la fuerza de las personas y sus necesidades, eincluso manías, quedaron viviendo en casas individuales. Hacían esfuerzopor reunirse, pero cada una llevaba su vida y era cosa difícil. Se quedaroncon una sola casa todavía común, y con dinero común sólo para acoger aquienes de entre ellas no aceptaron el cambio por salud, vejez o lo quefuera, no pudiendo iniciarse en esa vida nueva. Alguna joven que quedópor enfermedad en lo raquítico del común me decía su tristeza ante elabandono en que se encontró. Otras, incluso tuvieron la impresión de sermiradas, entre grandes liberalidades, como poco arriesgadas y entregadas.

Pasaron los años; siempre muy rápidos.Bastantes enfermaron y se hicieron mayores. En corriente soledad,

claro; la que, quizá sin saberlo, habían elegido. Sus compañeras no siem-pre podían atenderlas. Cada una en su trabajo. Comenzaron a pasarlomal. En pura desbandada. Pero bueno, el pasarlo mal es cosa corriente enla vida de la gente.

Dos, que eran una joya del cielo, vivían juntas en una casa abierta ytransitada. Con frecuencia, me decían, viene una chica y nos dice: quiero

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ser como vosotras. Quédate, pues, en casa. Ya estoy. Intenta portarte bien.Ya lo hago. Reza con asiduidad. Lo procuro. Haz de tu trabajo un ser-vicio. Así lo practico. Y una tarde de domingo al mes nos reunimostodas en alguna casa para confraternizar en un pequeño retiro. Aunque,continuaban, unas veces por nefas, uy, que va a nevar y vivo lejos, otraspor cefas, ay, tengo un compromiso, nunca se reunían todas en esasminireuniones que duraban un minitiempo, apenas si un par de horas.Mis amigas, cariñosas como eran, me decían: ya ves, Alfonso, con estapropuesta de vida, ¿a quién vamos a atraer? Era claro. A nadie. No sési siguen existiendo como grupo. Las dos que conocí tanto siguen tanmajas y entregadas al Señor como siempre. Un verdadero regalo.Pero…

4 de mayo de 2005 / lunes 9.5.05

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Pero ¿qué? Entiendo que he comenzado por la parte más sangrante ydesfavorable. De casi todo se pueden decir cosas por el estilo. Hace pocooí algo portentoso: en un Seminario diocesano, austriaco, creo, había diezo doce seminaristas; cinco de ellos vivían en él con sus novias. De puntaen blanco. Pero vamos a la vida religiosa.

Pablo, un amigo religioso, de una de las órdenes clásica, majo comopocos, me escribe sobre ello desde el otro lado del charco. A nuestro diá-logo me referiré.

Desde hace años en la vida religiosa se habla de la necesidad de refun-darse. Me dice que desde Roma prefieren hablar de renacer. Refundarse,afincándose en una experiencia espiritual más intensa y personal. Se hancumplido las palabras de Karl Rahner, dice mi amigo, de que en este siglolos cristianos seremos místicos o no seremos. Versión de lo que decía elviejo Malraux: el siglo XXI será religioso o no será.

Hacia una vida religiosa mística y profética: tal es el lema al que ahoradan vueltas —ellos también son rumiantes, como nosotros los paralipo-ménicos—; poned esas palabras en el buscador de internet y veréis cien-tos de referencias.

Una muestra más de que una transformación mística se está gestan-do en lo profundo de la identidad cristiana contemporánea, añade mi

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amigo religioso. Mas, claro, enseguida hay que añadir lo evidente. Todocristiano, como continúa, vive sed de un encuentro profundo y sentido,no instrumental, con el misterio de Dios, con lo sagrado o lo trascenden-te. Al ser todo cristiano, es obvio, también todo religioso o religiosa cató-licos. Añade algo propio a la vida religiosa: por la experiencia acumuladaen su extensa tradición, saben la exigencia de discernimiento espiritual yteológico que va a conllevar. En realidad, me digo, todos lo sabemos, sea-mos religiosos o no lo seamos.

¿Qué es, pues, la vida religiosa? Mi amigo debe referirse a lo que llamala forma canónica (en el canon 607, me enseña): vida en un instituto públi-camente reconocido por la Iglesia, en el que sus miembros siguen aJesucristo bajo el carisma de un/a fundador/a, profesando los votos depobreza y castidad y de obediencia a la misión del instituto bajo el mandode un/a superior/a.

¿Se reduce toda la problemática de la vida religiosa en la Iglesia dehoy a un problema de gobernabilidad, de eficiencia y de eficacia? No,dice, sino de apertura al Espíritu. La forma canónica de vida religiosaanda buscando lo místico y profético y esto es lo que deberá ser discer-nido. Mística del mayor servicio, propone bellísimamente junto a otrosreligiosos; una mística de los ojos abiertos; una mística en la que habráque preservar un sentido político y responsable de compromiso con lospobres, los excluidos de los procesos de globalización, con sus nuevasformas de concentración de capital, tanto económico como simbólico.Me encanta que hable del proceso de globalización también en lo sim-bólico. Tiene razón mi amigo religioso, esa globalización es en extremoimportante.

La cuestión se plantea así para mi amigo en un discernimiento de lomístico y lo profético que parece deber aplicarse a lo que hemos llamadola forma canónica, con el objeto de refundarse —¿o renacer?— con vita-lidad espiritual en nuestro días. Ahí está la cuestión.

Habla mi amigo de un camino largo, el camino de la propia vida:acompañar la evolución de la experiencia íntima de Dios desde su fuente,atravesando rápidos, cascadas, gargantas, meandros, remansos y estua-rios, hasta desembocar en el Océano insondable en el que parece perder-se la corriente del río de la vida. No puede tratarse en ningún caso decaminos cortos.

6 de mayo de 2005 / martes 10.5.05

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Pero la mística no lo es todo. No vale para mi amigo religioso lo quealgunos piensan de que el fundamento de la vida religiosa es, sin más, lamística y la profecía. Con toda razón piensa que el real fundamento de lavida religiosa, como el de toda vida cristiana, es el Amor de Dios y al pró-jimo.

Refiriéndose a la obra del jesuita Benjamín González Buelta —espa-ñol-dominicano-cubano, tipo bien donde los haya—, mi amigo nos dicecosas muy preciosas. Lo vais a ver conmigo.

Habla primero de la transparencia del barro. La presencia creativa deDios se da no tanto, o no sólo, en el cosmos, como acontecía con Teilhardde Chardin, sino en el barro. Metáfora de la historia humana marcada porla opresión y la injusticia, pero también por la liberación de las cadenas;la naturaleza es contemplada así con sus marcas de injusticia y de límite.

¿Ahí se quedó todo? No. Se dio otra etapa: se insistía en que la utopíaestá en lo germinal. Deben equilibrarse lo utópico y lo germinal. Lasgrandes utopías se deshilachan. Pero necesitamos experimentar la presen-cia de Dios en nuestras vidas; ver que estamos siendo transfigurados enmedio del cansancio. Emocionantes palabras.

Vivimos inmersos en una crisis de grandes proyectos. Ahí, en nuestroahora, debe buscarse el yo de un nuevo sujeto; también de la vida religio-sa. Somos invitados a orar, para reencontrar la unificación de nuestrodeseo, para poner la confianza en el Señor y emprender el camino haciaJerusalén. Aunque todavía en camino, con Cristo ya hemos llegado.Estamos resucitando y somos invitados a subir a Jerusalén, para reconci-liar las rupturas del mundo actual, fragmentado en guerras e intereses dela globalización, pero sediento aún de una nueva ecología universal.

Una mística de los ojos abiertos. Escrutadora de la historia; pero queno la idealiza. Con el corazón centrado en la obra creadora de Dios. Asíse reformula el sentido de la transparencia, el discerniendo en lo que ve;sin anunciar las lindas pero falsas noticias de los sobre-cogedores del ricoepulón, que de él reciben su paga, como antaño los falsos profetas.

Una vida religiosa, prosigue mi amigo, que con la osadía de una místicacon los ojos abiertos descubrirá que el Señor la conduce en medio de tantaincerteza y no saber —que se refleja en pocas vocaciones, salidas de jóvenescon crisis afectivas, aumento del promedio de edad—, creando el espacio

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para un encuentro nuevo, una nueva forma de consagración religiosa,siguiendo los nuevos caminos del nuevo pueblo convocado por Dios.

En la crisis de proyectos sociales que vivimos, la mística profética nosinvita a reconocer la presencia graciosa de Dios en nuestra vida personaly comunitaria. No estamos para grandes penitencias; vivimos en tiempospara ser consolados, para sentir la cálida palabra de consuelo del Señor.Tenemos que cuidarnos mutuamente y festejar que nuestros pecados deorgullo han sido perdonados, pues experimentamos el cansancio del sigloXX, que a todos entusiasmó con sus promesas de redención intramunda-na embebidas de modernidad. El Concilio Vaticano II, en su complejoproceso de recepción, reflejó este entusiasmo de la mentalidad moderna.

Nunca los caminos cortos, nos susurra al oído.Sólo Dios basta.Uf, estas cosas tan hermosas nos dice calladamente nuestro amigo

Pablo. Valen para la vida religiosa, claro; para ella pronuncia las palabrasque —¡sin siquiera decírselo!— resumo acá. Valen para toda vida cristia-na. Cualquier vida cristiana, la tuya y la mía, se ven iluminadas y confor-tadas por estas palabras de un religioso amigo. No es poco en los tiemposen que vivimos.

6 de mayo de 2005 / miércoles 11.5.05

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Claro, ¿dónde está el problema con mi amigo el religioso? No en loque dice, ¡faltaría más! No acabo de entender en qué eso que dice es espe-cífico de la vida religiosa. Lo único podría estar en que ellos, por la expe-riencia acumulada en su extensa tradición, lo que es del todo verdad, pue-den realizar muy bien la exigencia de discernimiento espiritual yteológico que conlleva lo nuevo que se gesta. Vale, pero eso es lo especí-fico para la vida religiosa de todo su precioso y sugerente discurso. Elconjunto de lo demás es predicación deliciosa a la vida de todos los cris-tianos, de cualquier cristiano, sea el que fuere su estado o condición.

En cuanto que es para todos, vale también como un ‘grito de alerta’ ala vida religiosa. ¿Lo vivimos?, ¿no es por esos caminos por donde debe-remos transitar?, ¿lo hacemos? Grito de alerta para todo cristiano. Faltaaún decir cómo eso se encarna transparentándose en lo que sea específico

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de la vida religiosa. ¿No lo es la vida comunitaria? ¿No lo es la vida encastidad? ¿No lo es la vida en obediencia? Pues bien, ¿cómo vivir tambiénen la vida religiosa las preciosidades que nos contó nuestro amigo religio-so ayer y antesdeayer? Si quieres, poniéndolo como abreviatura, añadetambién, ¿no lo es la vida del barrio y de la transparencia del barro?

Sí, ya sé que lo suyo —al menos en lo que hemos andado aquí con él—es sólo un comienzo de reflexión, pero algún señalar con el dedo la direc-ción en que eso afecta a la vida religiosa estaría estupendo. Si no ahora, síenseguida. Entiendo que en lo que nos dice hay una clara toma de postu-ra sobre posiciones y maneras de comprender la vida cristiana, y por lomismo sobre la vida religiosa, que él no comparte; que, como él, nosotrosno compartimos. Me gustaría haber entendido bien que lo suyo es igual-mente paralipoménico. La palabra es tan gorda y estrafalaria que de segu-ro no encierra nada que él no aceptara, supongo.

Nos hablaba nuestro amigo diciendo que una vida religiosa con la osa-día de una mística con los ojos abiertos descubrirá que… ¿Qué es lo quedescubrirá de manera específica para la vida religiosa?

En un pequeño paréntesis nos dejaba claro los datos sociológicosadversos que gravitan sobre la vida religiosa. ¿Dónde?, ¿sólo en nuestrospaíses del rico epulón?, ¿en el orbe enterizo? En parte, también lo son delconjunto de la vida cristiana, al menos en nuestros países epulonarios. Losseminarios no están en el momento más boyante de su historia. La edadde los sacerdotes se eleva hasta el cielo. Muchas de nuestras parroquiastienen una media de edad que casi me hacen ponerme entre los jóvenes.Sobre todo ello habrá que hablar en su momento.

Mas, en la vida religiosa, ¿no se da también una falta de ideal, de idealclaro, vivido en común, precisamente de eso que nuestro amigo religiosollama una mística de los ojos abiertos? La tristísima página con la que ini-ciamos estas reflexiones, ¿no lo señalaba con rotundidad?

Vivimos de místicas. Bueno, no me gusta nada la expresión. Vivimosde más-allás, lo hemos ido viendo.

Una vida religiosa que no venga engarzada en aquello de “lo canóni-co”, ¿es lo que dice? ¿No ha sido ello algo muy específico dentro de lavida cristiana desde los viejos tiempos del viejo san Antón, que se retiró alas soledades de los desiertos egipcíacos para poder vivir la vida cristianaque a él le parecía respuesta a la llamada del Señor?

7 de mayo de 2005 / jueves 10.5.05

Alfonso Pérez de Laborda

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¿No acontece que la vida religiosa es un tipo muy definido de vidacristiana, aquella que, en seguimiento de Jesucristo, recibe la vocación deseguirle en el celibato, la pobreza y la obediencia comunitaria? No entroen detalles; sé que siempre ha habido anacoretas en absoluta soledad.Tampoco digo que toda vida religiosa sea hija del viejo Antón. Él inicióuna torrentera de caminos infinitos de seguimiento en la Iglesia: Basilio,Benito, Francisco, Domingo, Teresa, Ignacio, y miles más hasta hoy.

Cada uno con su carisma particular. Es fácil de ver. Todos tan distin-tos, con sus propias especificidades y maneras de vivir el celibato, lapobreza y la obediencia, en medios y barrios muy diferentes. Una infini-ta riqueza. Pero siempre en la Iglesia. Constituyendo una familia, una tra-dición familiar dentro de la Iglesia, con sus parentelas, sus tías y tíos, sushistorias de familia, su enorme diversidad en la manera de vivir lo queviven, en el lugar y empeño en donde hacerlo. A algunos les sofoca tantavariedad variopinta. A mí no. ¿No hay tantas y tantas familias, cada unacon sus celebraciones, sus santos, sus cumpleaños, sus ternuras, sus pro-pias risas? ¿Por qué iba a ser distinto en la vida religiosa? Que haya todala diversidad de la que sean capaces. Así llevarán el mensaje de Cristo amás barrios y a más transparencia de barros. Viva la diversidad de fami-lias y tradiciones.

Con una condición elemental: en la Iglesia.La refundación —¿o el renacer?— sería una reconversión al Espíritu.Vale. Perfecto. Pero ¿sería eso abandonar como fundamentales los tres

votos, es decir, una clara manera de vivir el seguimiento de Jesús, al estilode Francisco, para convertirse en simples auditores del espíritu del tiem-po, del mundo, con objeto de ver el servicio del barrio y del barro?

¿La refundación en los tiempos del rico epulón en que vivimos seríadejar el esquilmoso armazón de lo que viven los religiosos, las religiosas,o quizá de lo que ya no viven, la vida religiosa, o como quiera que deballamarse, en el seguimiento de Jesús pobre y obediente, que entregó suvida y su sexualidad en el celibato —bueno, algunos dicen que se enten-dió con Magdalena o con Juan, según deseos—, para reconvertirse enmerodeantes del espíritu? ¿Casado?, ¿soltero? Ni siquiera. No es necesa-rio. Al buen albur del afanoso espíritu; matrimonio en sentido amplio, queen cualquier momento fenece, claro es; son ataduras contra el espíritu.

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Entregados al soplar del llamado espíritu siguiendo maneras y normasmuy propias.

Espero que no sea así en la vida religiosa y que a eso quede reconver-tida la refundación en lo que ahora ya sería simplemente en un tan escu-rrido espíritu. No, contamos con la riqueza acumulada por anterioresgeneraciones, moneda limpia, agua cristalina.

Depende, pues, lo que sea. Hay que borrarse de una cierta refunda-ción. Creo que Francisco de Asís lo haría. No dudo que seguiría el mismocamino Ignacio. Fíjate lo que diría el violento, por su carácter, FranciscoJavier.

No me cabe duda, pues, que en una cierta manera es esencial lo delgobierno y lo de la refundación —¿o renacer?— en el espíritu de la fun-dación primera; en el Espíritu. Y se da gobierno en una comunidad que,en los respectos que sean, promete obediencia; finalmente, obediencia aCristo encarnado en la manera propia del seguimiento. Y por eso elgobierno es también obediencia.

Ay, perdóname las insensateces de esta semana en lo que a mí toca, noen las preciosidades de mi amigo religioso. Que el Espíritu inspire a losreligiosos y a la Iglesia entera.

7 de mayo de 2005 / viernes 13.5.05

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Llevamos unos días de aúpa. De seguir así me quedaré sin lectores, sies que aún me resta alguno.

Un amigo sacerdote me contó algo que desde entonces me ha tenidoen vilo y que ha conseguido que el domingo de la Ascensión sólo hayatenido fuerzas para predicar de ello. Como si la Ascensión fuese unmomento en que el Señor desaparece de nuestros ojos, dejándonos en laabsoluta perplejidad, y todavía estamos en la espera algo confusa de lavenida del Espíritu en Pentecostés.

Pues bien. Ese amigo mío tiene como amigos a un matrimonio joven.Ella quedó embarazada. Por primera vez. Una niña. Vieron los médi-

cos que tenía algo, no una deformación física, sino una fragilidad, por laque preveían su muerte enseguida del nacimiento. Le aconsejaron abortar.

Ella, acompañada por su marido, no quiso.

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Durante tiempo sufrió una presión fuerte, sobre todo de los médicosque le habían tocado en su hospital de la seguridad social, para que abor-tara. También de amigos, amigas, compañeros y compañeras de trabajo;incluso de vecinos y vecinas. Se les unió algún pariente, al parecer.

No quiso en ningún caso hacer oídos a las fuertes presiones que debiósoportar.

Nació la niña. Murió a los cuatro días.La madre dijo profundamente apenada, claro es: Mi niña se murió,

pero yo no la maté.El consejo era cristalino: suprímela. Por supuesto que nadie empleaba

el lenguaje tan seguro y perspicaz que ella utiliza. Todo son circunloquiossonrosados, por supuesto. Nadie dice: matemos. No: es una sencilla inte-rrupción del embarazo, la ley lo permite, etc.

Todos los domingos tras la celebración de la eucaristía pasa por lasacristía una de las feligresas. Siempre contenta y sonriente. Va a misaacompañada de su madre. Mayor, con muchos hijos. Esta chica tiene sín-drome de Down. Es la más pequeña de la familia. Saluda con grandesbesos a todos los que vamos vestidos con alba, sin distinguir muy bien. Sesalta, en cambio, a todos los que van de paisano.

Siguiendo el consejos de los médicos a los que me referí al principio,y con el apoyo de las leyes, esta niña no habría nacido. No habría tenidoningún derecho a la vida; a su pequeña vida.

Nosotros decidimos quién tiene derecho a vivir. Los que decidimosque no lo tienen, los condenamos a muerte.

Y, fíjate, nosotros, que hemos decidido llenos de piadosidad que nohabrá más pena de muerte, jamás y en ningún caso. Lo escribimos con letrasde oro en las hermosas leyes. ¡Nos negamos a matar por ley fundamental!

¿Lo hemos oído bien? Será, quizá, a las crías pequeñitas de foca. Laspobrecitas.

¿Verdad que me entiendes?Me decían que viejecitos holandeses, habitantes de la extensa frontera

con Alemania, han trasladado su casa al otro lado del límite. Sólo vuelvena su tierra para cobrar la pensión. ¡Por si acaso!

¿Este es el mundo de paz y justicia que construimos?Y no creas que todo se queda ahí. La pobreza de tantas gentes y paí-

ses. La injusticia del comercio internacional. Las guerras despiadadas y elterrorismo, más abundantes que las manadas de lobos.

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Sembramos la muerte a voleo. Por todas partes por donde pasamos losepulonarios, con nuestros aliados ricos epulones en los países pobres,sembramos la muerte, la destrucción de la persona.

Que quede bien claro. Sólo somos personas “nosotros”. ¿Recuerdas losinuosamente que, hablando del espacio de la Iglesia, apareció la impor-tancia de lo políticamente correcto para que “aumenten nuestras liberta-des”? Me pregunto, ¿no es la muerte lo que aumenta?

Así lo queremos, nadie se engañe ni se deje engañar.8 de mayo de 2005 / lunes 16.5.05

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Ya ves. A estas alturas de la vida me voy a meter en política. Esperoque no te parezca mal y me des la razón aceptándome que se trata de algobien poco partidista.

En nuestros hábitos democráticos tenemos un punto negro, negrí-simo. Viene, si no me equivoco, de la simple y pura práctica derivadade lo que en un comienzo pareció prudente, dado el poco uso quehabíamos tenido en esto de los partidos políticos, como no fueranclandestinos.

¿Qué pasó? Pareció juicioso que fueran los dirigentes de los partidosquienes elaboraran listas cerradas para las elecciones, y que los votantestuvieran que escoger sólo entre listas, las cuales venían encabezadas ycapitalizadas por los propios líderes. Era una manera de conseguir nom-bre para ellos y una dispersión no excesiva del voto. La estrategia dio sufruto. Buen fruto.

Bien está. Han pasado muchos años. Lo que en un momento fue pro-visional y casi como fuerza mayor, ha gustado a los partidos más que loscaramelos de café con leche.

Los partidos están dirigidos por sus dirigentes, nada más normal, quelos dirigen con mano de hierro. Hasta aquí, bueno. El que quiere adhe-rirse a ellos en esas circunstancias, que lo haga. El procedimiento tiene susventajas; también sus defectos graves.

Pero es que además esos mismos dirigentes hacen desde el centrotodas las listas cerradas que se presentarán en todos los lugares de Españao de sus regiones.

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En resumidas cuentas, al pobre elector le queda muy poco por hacer.Lo suyo debe ser algo así como las cuentas de un gran capitán muy veni-do a menos. Escogerá puras papeletas simbólicas.

Lo que podemos elegir, por tanto, es muy parco y muy alejado.Paquetes globales, sin que nos quepa la posibilidad de desglose. Imagínateque uno, por reflexión o por nacencia —¿no es cosa rara que se dé entrenosotros tanta pertinacia en heredar los colores políticos que uno llevapuestos desde el día del nacimiento hasta el día de su muerte?—, ha creí-do conveniente votar cambio. Lo que eso significa es muy importante;pero entre nosotros, por la fuerza de las cosas, significa llevarse además enel mismo paquete, por ejemplo, el matrimonio homosexual, la eutanasia yun cierto talante.

Si votáramos por circunscripciones, otro gallo cantaría. Conoceríamosa quién votamos y él se daría prisas en conocernos a nosotros, por lacuenta que le trae.

Donde se hace eso, los políticos están mucho más cercanos a lasopiniones de los votantes. Cuando eso se lleva a un punto notable decercanía, lo que ocurre entre los americanos, como sabemos, la polí-tica sigue de cerca las evoluciones sociopolíticas de la propia pobla-ción. Es esta una democracia mucho más real, mucho más demo -crática.

Además, si la balanza de los diversos poderes está bien establecida,como todos ellos al fin y a la postre salen de diversos modos de la volun-tad popular, dan un enorme juego democrático a la política. Esa balanza,entre nosotros, está balanceada por alta mirada de los dirigentes de lospartidos. No hay ese juego.

Hace años, algunos, pocos, cada vez menos, abogaban por quitaraquella eterna provisionalidad. En serio nadie lo quiere, no sea que no sal-gas en la foto.

Pues bien, mientras sea así, con la fuerza y vigor excesivo que ese fenó-meno se da entre nosotros, nuestra democracia, que lo es, será una demo-cracia constantemente vigilada; una democracia imperfecta.

Al final eso que era apenas si un pequeño apéndice, crece demodo elefantiásico y se come el cuadro entero de la actuación demo-crática.

¿Quién da más? ¿Quién se preocupa de ello?10 de mayo de 2005 / martes 17.5.05

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Es fantástico enfrentarse al papel en blanco del paralipómeno. ¿Quévendrá escrito al final? La creación es cosa muy misteriosa. Somos cuer-po de creatividades reunidas en manojo.

¿Crónicas de lo que va pasando o escritos enjundiosos? Tú verás; nolo sé muy bien. Voy escribiendo lo que día a día, semana a semana me sale.Mas lo advertí desde la primera página: todas ellas vienen dadas en red.Me parece obvio que es así. Un amigo, porque al menos algún amigo meleía, no sé si sigue, me dijo que al hacer alusiones a lo escrito antes debie-ra poner referencia interna al número que remitía. No, lo he evitado siem-pre con cuidado. Mi delicioso temor es que todo se refiere a todo. Bueno,hablo de todo lo escrito aquí. En ningún caso son crónicas sueltas en lasque la unidad viene dada por el gracejo del escritor, por su buena o maladigestión o por sus emperradas ideologías políticas que todo lo tiñen.

Lo advertí, no he sido traidor. Aquí se ofrece un pensamiento. Unamanera de concebir el espacio de la Iglesia, viviéndolo. Una manera demanifestar el señorío de la belleza, de la gloria de la belleza; lo que essiempre gloria del Señor.

Se va mostrando, mejor, descubriendo, una cierta textura en el pensar,que lleva a un punto de vista sobre lo que acontece y, más aún, sobre loque somos. Se va descubriendo también una cierta textura en el espacio dela Iglesia, de manera que nos sitúa en un lugar siempre eclesial, o al menosque siempre quiere serlo. Y desde ahí, desde ese punto de vista, desde eselugar van saliendo las palabras.

Más arriba he dicho algo injusto y falso por demás: que todo se refie-re a todo. Mal, mal. Eso nunca. Jamás debí haber puesto “se refiere”. Nosoy hijo de la referencia. Ni mucho menos. Sería cosa muy horrible. Laspalabras justas hubieran sido estas y no otras: mi delicioso temor es quetodo expresa a todo.

No es cuestión de referencia, sino de expresión.Si fuera referencia, significaría que cada línea de estos ya largos para-

lipómenos tiene un horizonte: el marco de las propias líneas, de todas lasdemás líneas y páginas, de manera que unas se incrustarían en otras, dán-dose esa referencia mutua en lo que no es otra cosa que palabras, puro dis-curso. Todo sería una diversión, un mero juego del lenguaje. ¿Es eso? No,por favor, de eso nada. Las palabras, las líneas, los párrafos, las páginas de

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estos paralipómenos expresan; y porque expresan, se engarzan como rela-ciones internas unas en otras, unas con otras.

¿Y qué expresan palabras, líneas, párrafos y páginas? Este es el quidmisterioso de la cuestión: expresan realidad.

Es el largo conjunto el que expresa realidad. Por eso líneas, palabras,frases, páginas se entrecruzan expresando un conjunto armónico de reali-dades. En cambio, las palabras, y sus referencias unas a otras, de unas aotras, unas en otras, no siéndolo sino unas de otras, se quedan clausura-das en sí mismas. Peor, nos encierran en la maraña de su mera autorrefe-rencia. Todo quedaría recluido en las propias palabras.

Pero, en cuanto soy capaz, esos no son mis decires. Quiero que mispalabras expresen Palabra. No sé si lo consigo. Pero eso es lo que quiero.Y ninguna otra cosa.

¿Cómo, insensato, que tu palabra exprese Palabra? Sí, sí acertaste. Todapalabra que no quiere quedar encerrada en las puras referencias a la tinta quelas sostiene, empieza a no ser otra cosa que expresión de la Palabra.

Uf, ya se me terminó la página.10 de mayo de 2005 / miércoles 18.5.05

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Algunos, qué digo, muchos van por la vida con vuelos rasantes, merosvuelos gallináceos. Mucho ruido, grandes cacareos y remover de raquíti-cas alas, para caer a pocos centímetros.

Es una posibilidad que se nos ofrece. Un pequeño vuelín muy caca -reado y se sigue al poco picoteando aquí y allá sin orden ni concierto. Sepasa la vida en puro picotear desordenado y en mero volar rasante y corto,dejando no pocas plumas y muchos a manera de ininteligibles comenta-rios, para, al punto, seguir con el casual picoteo.

Las gallinas en su pelada vida no se asombran, todo les viene dado porel pico y unos ojillos capaces de lo diminuto. Es verdad, luego, que lastortillas francesas son cosa deliciosa por demás, y se las debemos agrade-cer a ellas, que pusieron, sin saberlo, la materia prima. Creo que son muypocos los animales que toman tortillas francesas. Pobres.

Las águilas y otras rapaces nobles, vuelan tan alto tan alto que parecenquerer dar a la caza alcance. Sus diferencias con esos otros animales son

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pequeñas, aparentemente de detalle. Alas mas largas, aterciopeladas y conformas dinámicas, ojillos parecidos, pero que ven lejos, fuerza en aprove-charse de las corrientes de aire que lucen para dejarse volar y subir a lasalturas. Capacidad maravillosa de echarse sobre lo escogido desde la leja-nía, de modo tan raudo que siempre pilla lo que caza, haciéndolo parte desí mismo. Una gran inteligencia visual; una armonía de elegantes movi-mientos, nunca demasiados, nunca sin tino. Todo su volar parece un pro-yecto único. Proyecto armonioso y con decidida finalidad. Hasta cuandopierden el tiempo, lo hacen rumiando en sus elevadas caminatas. Todo enellos es elegancia, como en los caballos.

¿A quién nos gustaría parecernos? ¿A quién nos parecemos enverdad?

Demasiadas veces nuestros vuelos son rasantes y gallináceos, plagadosde cacareos y correteo picajoso en el aquí y allá sin otro tino que llenar lasmollejas. Pocas veces nos aventuramos al vuelo en las alturas de la espiral,dominando más y más lo que rumiamos. Podemos conocer como por ins-tinto las corrientes de los aires que ayudan nuestro aparente divagar.Conocemos cómo aprovecharnos de ellas en nuestro rumie en las alturas,para llegar más alto, más alto. Vemos desde tan lejos, no nos hemos que-dado tras las nubes, encerrados en las nieblas del nada ver, y desde allí, enla claridad pura, cuando es el momento, bajamos raudos a conseguir loque buscamos. Y no marramos el golpe.

Los vuelos rasantes gallináceos no vienen causados ni favorecidos porel asombro. Todo en ellos es mero picotear al buen tuntún. Los altos vue-los en las grandiosas espirales del rumiar pensamientos vienen producidospor el asombro y abocan a un asombro aún mayor. Las alturas espiralesprovocan la admiración, la promueven, la hacen infinita mientras va cre-ciendo creciendo nuestro campo de comprensión. Ya no nos quedamos enel punto del arrastrado mollejar picoteril, sino que en puros pasmos vis-lumbramos todo el horizonte. Pasmo del asombro admirado por lainmensa cantidad de lo que vemos. Pasmo por la agudeza en el detalle detodo ese infinito que se nos da a ver. Nos hemos hecho así, volando en lasalas de lo fascinante, capaces de un estupor conmocionado mayor aún. Elasombro es, finalmente, nuestro horizonte, el cual se agranda al agran-darse nuestro asombro. Se agranda infinitamente al hacerse cada vez másamplio nuestro horizonte. Y no hay asombro sin ese lugar en el que esta-mos, en el que volamos, en el que miramos, en el que somos veedores.

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Así, constructores de realidades, volamos hacia la realidad, que esRealidad.

11 de mayo de 2005 / jueves 20.5.05

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Tengo un amigo médico con el que suelo hablar sobre lo que somos.Aunque me entiendo muy bien con él, no he llegado a ver si hay un

desamor radical entre nosotros. Curioso que todavía no lo haya podidodescubrir. No en lo personal, en donde nos llevamos al copo, sino en laconcepción última de lo que somos.

Él, como la mayor parte de los médicos, piensa que somos, finalmen-te, una conjunción orgánica que lo tiene todo de un complejo mecanismo:todo lo que somos y nos acontece tiene una base fisicoquímica.

¿Estás con estrés grande y dolores de rodilla que no te dejan pegarojo? Pues bien, te receta unas pastillitas, un benigno ansiolítico, para quepuedas descansar como es debido, y duermes a pierna suelta, por más quela rodilla no se despegue de ti. ¿Tienes depresión?, con un tratamientoconveniente de productos farmacéuticos primero controla y luego cura.¿Tienes ansiedad hasta el punto de que casi te falta la respiración, provo-cándote agarrotamiento en las manos y curvación en la columna? Siemprees igual, una explicación de humores internos que están en carencia osobran en su producción, lo que interfiere en el funcionamiento normal—¿qué es lo normal?— del sistema nervioso, que se contrarrestan con lamedicación adecuada y se regulan a sus cotas establecidas con lo que sepalia la dolencia, o se cura.

Todos hemos aprendido que es así. La medicina ha hecho progresosespectaculares.

¿Se puede decir de ahí que somos una máquina y que el buen mecáni-co la regula por completo? No llego a alcanzar si me entiendo o no conmi amigo médico.

¿Qué es el beso? El arma genética de la mujer para conseguir en lamezcla de saliva con quien puede ser padre de sus hijos un diagnósticoinstantáneo de si hay una buena compatibilidad entre los genes de ella ydel hombre de manera que vaya en provecho de los hijos, es decir, delmejor cuidado y desarrollo de la especie. Un puro mecanismo genético.

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Cualquier otra explicación es llenar las cosas de mera poesía, dice; reves-tirlas con algo que nos lo haga más tragable.

Suelo replicarle con un decir que es para mí decisivo. Pero no he lle-gado a saber si también lo es para él. Una vez que sabemos todo, porejemplo, de cómo funcionamos en nuestras extremidades, pies, tobillos,piernas, tronco, brazos y manos, cabeza y ojos, ya lo sabemos todo denosotros en ese respecto. Falta sólo el concurso de Newton con su atrac-ción universal —sin ella, que nos produce la pesadez de la pesantez, nopodríamos patear sobre la tierra— para comenzar a andar, todo perfecta-mente comprendido y explicado. Pero ¿hacia dónde?, ¿por qué camino?,¿buscando qué más allás?

La explicación biológico-mecanicista explica todos los pormenores delas posibilidades de nuestras acciones. Pero ¿no es una afirmación absurda-mente sencilla, sin embargo, equivalente en definitiva a decir que todo ennosotros depende de nuestra cabeza porque si nos la cortan ya no vamos aninguna parte? Pues claro, claro que es verdad lo que dice mi amigo médi-co, pero al decir eso que me dice, ¿lo ha dicho ya todo sobre mí?

Si piensa que sí, creo que no sé si se lo oigo a las claras.Por mi parte, me parece una pura obviedad; todo lo que me cuenta es

verdadero —y cuando tengo algún problema acudo a él—, pero ¿es todala verdad sobre lo que soy?

¿Esas bases bioquímicas y genéticas lo dicen todo de mí y de ti?, ¿tecaptan y me captan por entero en sus redes?

11 de mayo de 2005 / viernes 20.5.05

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Tengo un amigo que insiste en algo que me parece elemental en su certeza.Algunos piensan que estamos llegando ahora a una corrupción terri-

ble con esto del matrimonio de homosexuales. Ay, pequeñines, cómo seembrollan.

Él dice con toda razón que no es así, que el matrimonio tradicional ocristiano se está corrompiendo desde hace años, muchos años, por todaesa gente guapa —primates les moteja él— que a tiempo y a destiempo, atodas horas, está sobre el candelero, para utilizar el lenguaje evangélico,en vez de avergonzarse bajo el celemín.

Alfonso Pérez de Laborda

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¿A quién se refiere este mi amigo? Lo sabes igual que yo. A toda esagente mona y pelandusca que una y otra vez nos da la tabarra en las revis-tas, revistillas, mejor, y en las televisiones, programas y tertulias mil. Yalos he mencionado alguna vez. Que si sale con este o con esta, que si antessalía con aquella o con aqueste, que si mañana saldrá con acullá o con elmoro Muza, según gustos, siempre en imperioso baldajeo arremolinado.Gente guapa que nos presenta sus más deslumbrantes vergüenzas: intere-ses sórdidos, abandono de todo lo que se puede dejar de lado, personas ycosas. ¡Viva lo más podrido, viva lo que huele a bomba fétida!

Esta gente mona, junto a algunos futbolistas y toreros, nos muestra conla intrepidez del descaro todo lo que hay de infidelidad en sus vidas, lo queles hace personas de las que no se fiaría ni el gato con botas. Los que tienenel ancho ombligo en el que se miran arrebolados. Todo lo demás, personasy cosas, se las traen al fresco. Pues bien, esos son los que nos los representancomo los héroes del día y de la noche. Viven de maneras en las que todos nosadmiraremos embobados y, en cuanto podamos, ay, imitaremos.

Gentes tan satisfechas porque les dan cancha y sobres que recogen conesmero. Para ellos un modo magnífico de vivir la vida ganándosela. Enestos tiempos duros, algo hay que pasar. Encontraron su profesión. Perono queda todo ahí. Son lo que aparentan porque una y otra vez quienesnos dominan con sus medios y tercios nos los ponen en el candelero paraque los contemplemos imitándolos.

Seguro que siempre ha sido así. Pero ahora, quizá, con consecuenciasmás graves, pues parecen constituir los ejércitos de vanguardia de la granarmada imperial que conquista entero mundo. Por eso hay que doblegara quienes pueden constituir obstáculo. En esa batalla tan dura, parte prin-cipal de la guerra de hoy, ciertas instituciones que podríamos llamar clá-sicas, son enemigos a abatir.

El matrimonio está en primer plano de aquello a derribar por cual-quier medio.

¿Os acordáis del gran salto adelante de la Revolución Cultural delmaoísmo? Pues cosa curiosa, muy fisgona, tenía un mismo elementoclave: ir a por el matrimonio para sacar a los hijos e hijas del influjo cas-trador de la familia, y conseguirlos para sí, todos jóvenes y calientes. Labatalla fue cruel. Ya antes lo había sido la del nazismo. Ahora es la genteguapa quien quiere dominarnos; de manera un tantico más civilizada,pero seguramente tan claveteada como la de aquellos.

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Hacer que los hijos e hijas —pero ¿no ocurrirá que en el fragor de laguerra terminen por desaparecer inanes de existencia física?, ¿será posibleque no se den cuenta?— estén en las manos de nuestra modernidad, lamía, la que dominamos y queremos dominar para siempre.

Viva la inmensa falta de libertad, so capa de eslóganes medio liberta-rios. ¡Se buscan ciudadanos que ya no tengan capacidad de libertad!

14 de mayo de 2005 / lunes 23.5.05

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Hay algunos días en que uno despierta con suerte. Ha caído en mismanos, recogido en Alfa y Omega, una entrevista a Gustavo Bueno publi-cada el día de la República en el periódico asturiano La Nueva España.

Debo reconocer que, con crisis altaneras, le tengo simpatía a este hom-bre. La razón es clara. Muchas veces dice las verdades del barquero. Seatreve a hacerlo, sobre todo ahora que ya es catedrático emérito de filo-sofía, en cuyas campas fue uno de los dueños y dispensadores de graciasmil, y ha perdido el poder del cotarro. Es un pensador puntual desde haceluengos años. Ha leído, por ejemplo, todo autor tardomedieval que hayaescrito en latín y nadie conozca. Su cultura es desaforada. Como erandesaforadas aquellas presencias suyas en la uno de televisión española enlos años de bronce, cuando salió varios viernes-santos-a-la-hora-de-nona,lo recuerdo, con Puente Ojea, para darnos sus versiones verdaderas. Pero,al fin y a la postre, la culpa es de quienes tesoneramente le invitaban esedía y en ese momento. ¿Por qué sería?

Cuando uno pierde el poder, si es filósofo, reflexiona más suelto, máslibre.

Porque es curioso eso del poder en la universidad. Quien lo tiene, yaestá, todo pasa por sus voluntades caudinas. Dicen que los tribunales seconstituyen en el puro caos de una máquina de las suertes. Debe estaragradecida al pienso, porque pensamos todos que los sorteados son, desdehace años y años, siempre los mismos o sus más tiernos allegados

Pero, en fin, vamos a lo nuestro.Conocí a Gustavo Bueno en una mesa redonda en el Colegio Bartolo

de Salamanca. Serían aquellos años de la transición. Éramos tres o cuatro,pero, por la fuerza de las cosas, apenas si hablamos. Bueno, que venía del

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marxismobuenismo del cierre categorial, nunca abandonado, nos contócon la fuerza verbal que le caracteriza lo que poco después aparecería ensu libro El animal divino. No hay Dios, claro, pero sí animales en los quese nos aparece lo divino. El oso, que abrazaba con pechugón de muerte anuestros antepasados en las grutas en las que le pillaba, y, más sibilina-mente, el gato, ojos que miran desde alejada profundidad, movimientosen cósmico sigilo. Ay, ay, ay, me lamenté en público, y ante tan intensagritería se me concedió un momento la palabra, de chaval he convividodurante dieciséis años con nuestro gato Pirracas y no me enteré de que eradivino, ay, ay, ay.

Vamos a lo nuestro. La entrevista dice cosas que merece la pena leercon refocile. Mas me voy a fijar en un punto sólo, a lo que luego añadirécómo se posiciona él mismo. Así reacciona Gustavo Bueno refiriéndose alos católicos que han aceptado mal la elección del papa Ratzinger. Dicenser católicos y creer en el Espíritu, y cuando el Espíritu les ofrece el papaBenedicto XVI no lo aceptan. Resulta que esos católicos no afirman queel Espíritu Santo dice y dice bien, sino que el Espíritu Santo dice y dicemal. Bueno se pasma, y añade furibundo: es el colmo de la insolencia. Quese vayan de la Iglesia. No te espantes, mi leyente, que las transcritas sonpalabras suyas, no mías. No me resisto a otro comentario suyo: la Iglesiase entiende por la teología, esto es lo que dignifica al catolicismo, y el estesin teología no se distingue de los mormones.

Esto dice de sí mismo: soy ateo católico, que no es lo mismo que serateo musulmán.

Merece la pena rebuscar para leerla.Quien quiera entender, entienda.

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Las casualidades de la vida quieren que este sea el paralipómenonúmero cien, mas no celebraremos fiesta alguna.

Quiero fijarme en una afirmación más de Gustavo Bueno, cuando diceque los católicos somos aliados suyos en muchas cosas contra terceros. Elcatolicismo es derecho romano más filosofía griega. Es nuestra tradición.Hasta aquí Bueno.

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Había aparecido ya ese talante, cuando con Lutero veíamos que losuyo era la doctrina. No estaría de acuerdo Lutero con Bueno, estoyseguro, pero desde ese entender de manera fundante el cristianismo comodoctrina, se llega a afirmar que el catolicismo, la Iglesia vieja, es derechoromano más filosofía griega.

Entiendo que vistas las cosa por quien de manera neta no cree en elEspíritu Santo, puesto que no cree en Dios, no cree en el Dios de Jesucristo,no quede otro remedio que ver la existencia en el tiempo y en el hoy de laIglesia católica como una institución bien singular y con unas cualidadesque llaman profundamente la atención. Desde ahí, ¿qué se ve en ella?

Una extensa formalidad. Una textura de decires y de comportamien-tos que llama a la reflexión por su entereza. Una globalidad que se unifi-ca en un todo cargado de sentido. Unos comportamientos que vienentransidos de unidad en las huellas que va dejando. Desde hace muchossiglos; no es sólo cosa de hoy.

Unidad de trama de comportamiento y unidad de trama conformado-ra de pensamiento. Ahí se ven las claves decisivas para quien mira a laIglesia con ojos similares a los que me refiero. La primera viene dada porel derecho romano que se desparrama por todo su ser, desde sus mismoscomienzos, dándole una conformación unificadora de actitudes y com-portamientos. La segunda, por el pensamiento griego con el que, desde elmismo comienzo, incluida la lengua, se expresó el mensaje evangélico.Cierto, sin el pensamiento griego en que se tejió desde el mismo comien-zo, la teología no existiría; hasta el punto de que si se quiere quitar dicien-do que lo cristiano se expresó en esa textura por una casualidad del desti-no, pero debe contextualizarse también por entero en cualquier otracultura, desechando aquella, junto con las raspaduras se va la entera teo-logía cristiana y el mensaje evangélico.

Pero ¿vale urdir esas afirmaciones sobre el catolicismo? Nótese que,procediendo así, y como sin decirlo, se está descristianizando a la Iglesiacatólica, que sería, quizá, muy católica, pero ya no cristiana. Como si sehubiera dado, sin más, un volcamiento de las letras del Nuevo Testamentoa la supuesta doble cualidad de lo católico. Como si el mandato del ‘Idpor todo el mundo y predicad el Evangelio’ hubiera consistido de mane-ra formal en irse al derecho romano y a la filosofía griega, haciéndose conellas como algo desde entonces cosa propia, exclusiva y única de la Iglesiacatólica, su esencia misma.

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Esta manera de ver, si es que acierto en reflejarla, olvida Pentecostés,después de haber olvidado todo lo anterior y lo subsiguiente. Olvida quela Iglesia es, mucho antes que cualquier acercamiento al derecho romanoy a la filosofía griega, aún en el caso de que terminara volcándose ahí, pue-blo de Dios en marcha conducido por el Buen Pastor, construcción delreinado de Dios y cuerpo de Cristo, de la cual él es la cabeza. Y olvida,sobre todo, aquello que ahora tenemos como más propio, el EspírituSanto que habita en nosotros y hace de nosotros su templo.

En fin, una vez que se ha olvidado todo lo que de importante consti-tuye y conforma a la Iglesia católica, puede que tenga razón.

14 de mayo de 2005 / miércoles 25.5.05

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Te preguntarás si sigo empeñado en lo de los líderes. Pues sí, sigo en ello.Tenemos un nuevo papa. Muy bien, ¿y qué? ¿Qué con la manera en

que tú y yo, la parroquia, este o el otro grupo eclesial vive en el día a díasu cristianismo? Sí, lo reconozco, es importante, como lo fue la muertedel papa; nos dio un sentimiento de pertenencia a algo grande, la Iglesiacatólica; es el pastor de todos, etc. Bien está. No lo pongo en duda. Setrata de algo sobresaliente para cada uno y, sobre todo, para la manera devivir, de seguir viviendo, la eclesialidad.

Muy bien. Pero ¿ahora qué? En tu día a día, en el mío, en el de nuestrascomunidades, ¿qué vamos a hacer, mejor, de qué manera seguiremos siendo?Y aquí entra la cuestión del líder, ¿a quién vamos a imitar? Pensar que vamosa imitar a Juan Pablo II o a Benedicto XVI en un aspecto es precioso, peroen el de andar por nuestra casa es un poco estrafalario. Nos han reconforta-do y nos siguen reconfortando, es verdad, pero ¿cómo viviré eso que tengoen el cada momento? ¿De qué manera agrandaré en lo menudo, en lo que esrealidad de cada coyuntura de mi vida, mi seguimiento de Jesús?

Me vas a decir, ¿no recibimos ya el Espíritu Santo en Pentecostés?Claro. Pero ahora, de pie, mira bien, y comienza a andar, poniendo unpaso detrás de otro en tu manera de vivir la vida cristiana hoy, mañana ypasado. ¿Hacia dónde irás?, ¿de qué manera te renovarás?, ¿qué cambia-rás y qué agitarás en tu vida para ser de verdad templo del Espíritu?¿Cómo haremos lo que hacemos, pues es cosa de un nosotros?

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Alguno dirá: muy fácil, seguir haciendo lo que hacía antes. Bueno, sise conforma con eso, quede en paz. Pero yo, y pienso que tú tampoco, nonos conformamos con ello. Quiero más, quiero hacer más, quiero quehagamos más, es urgente. Demasiada la tarea para que nos quedamos ahísentaditos en lo de siempre.

Aquí la pregunta se nos hace acuciante: ¿a quién seguiremos?, ¿comoquién haremos? Si me dices: haremos como Jesús, seguiremos a Jesús, estal la difícil obviedad que no te lo pondré en duda. Pero una vez que sal-gas de casa y saludes amablemente a la portera y a los vecinos, incluso conternura, ¿qué más? Date cuenta de que estamos en situación parecida a lade aquellas dos amigas a las que me referí, cuando les decían: queremosser como vosotras —en el seguimiento de Jesús, por supuesto—, ¿quécamino nos proponéis?

Un líder sabe proponer caminos. No porque los charla tomando café odando lecciones, sino porque le vemos vivir su cristianismo y de esa manera nosenseña a ser como ellos, a hacer como ellos, siempre con un objetivo: nuestropropio seguimiento de Jesús, haciendo del suyo el que va a ser nuestro.

Inventar maneras y caminos no es fácil. Menos aún en tiempo rudoscomo los de hoy.

Algunos casi nos acusan, hazte visible, escribe en los periódicos, sal enlas tertulias. Bien está, pero date cuenta de lo que parece obvio: se nosniega la visibilidad, el que escribamos en los periódicos y que salgamos enlas tertulias, como no sea para cachondearse. Tenemos que inventar cami-nos nuevos, instrumentos nuevos, no para que aparezca nuestra linda cara—¡o nuestro ombligo!—, sino para encontrar nuevos cauces de evangeli-zación, nuevos modos de mostrar a Jesús. Necesitamos nuevos proyectos,quizá pequeños, débiles, como manchas de aceite.

¿Dónde están nuestros líderes?16 de mayo de 2005 / jueves 26.5.05

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Hay veces en que a uno le persiguen bandadas de pajarracos en revo-leo gaznápiro. Hoy es uno de esos días.

Se me ha antojado pensar algo terrible. ¿Y si mucho de lo que pasara sedebiera a que quienes ya tienen el poder, a lo mejor desde hace decenios,

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buscan guardarlo para sí tanto como puedan, sea lo que fuere a lo que ten-gan que recurrir, espero que sólo políticamente, y que quienes no lo tie-nen, mejor, que lo perdieron en algún nefasto día, lo único que han bus-cado sea recuperarlo por cualquier medio, espero que sólo con mediospolíticos?

Si fuera así acontecería algo desastroso. ¿Que este partido toma pos-turas rotundamente nacionalistas, que el otro partido se alía, por impe-riosa necesidad del recuento de votos en el parlamento, con la espumitamás granada de una parte decididamente pequeña de la sociedad, peronecesita para ello acciones tan percutantes como el matrimonio homose-xual? Todo ello no sería otra cosa que el juego de cómo estar en el podera cualquier precio y mantenerse. ¿Cómo disfrutar del poder, si es posiblepor más y más tiempo? ¡Felices los tiempos del PRI, aquel señero parti-do ultramarino!

¿Por qué algo desastroso? Pues porque la política habría dejado de seruna actividad racional para convertirse en un retuerto mangueroso quebusca la posesión del poder; y si fuera posible para siempre, mejor.

¿Puede ocurrir que la política haya dejado de ser una actividad racio-nal? Ay, cómo me duele pensarlo, porque creo que sí. Es una pura man-danga de intereses reunificados. Bueno, no me importaría demasiadotener que reconocerlo, pues al fin y al cabo, como sabemos en estos para-lipómenos, carne de burro somos, ellos, tú y yo. Ni siquiera me doleríaque, debido al cruce de las mayorías, se debiera recurrir para gobernar agrupos que son poco menos que la nada en medio de un gran conjunto.Lo que ya empieza a picarme con ansia es cuando creo entrever que lospartidos lo que buscan es perpetuarse en el poder como fuere. Puedensostener que su perpetuación en el poder es el bien. A lo mejor hasta ellosse lo creen. Pobre de mí, pues ya no me lo creo. La política es, al parecer,cualquier cosa menos una actividad racional. La ocultación y la mentira,la manipulación más grosera y el recurso al poder mediático más faenoso,apuntan sus orejas de lobo de más en más. El juego del engaño parece serel señor que todo lo manda.

Que las cosas sean así viene reforzado por lo que platicábamos el otrodía del poder omnímodo de las cúpulas de los partidos. Hacen. Deshacen.Y a tragar tocan. Sí, nos consultarán cuando quieran que toque, y podre-mos elegir entre este cromo y aquel, incluso nos podremos cambiar loscromos, como niños que juegan en la plaza del pueblo. ¿Nos consultan de

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verdad? Ay, cada día soy más escéptico. ¿Nos manipulan a manos llenas? Ay,cada día estoy más convencido. Somos seres esencialmente manipulados.

Pobre de mí, ¿cómo puedo vivir en esta atmósfera tan poco limpia, tanllena de turbios olores? ¿A quién le importa lo que piense, lo que pense-mos? No se nos da opción. Se nos deja que escojamos un papelín queluego se convierte en su gran papelón. Y en el mientras tanto, es un juegoen el que todo vale: el engaño, la infamia, el hozar en la irracionalidad, elmero interés. Y sobre todo, el sobrevivir en el poder para siempre. En elperenne buen disfrute del cotarro.

¿Quién es el cotarro? Es obvio: tú y yo, nosotros.16 de mayo de 2005 / viernes 27.5.05

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Pues qué quieres que le haga. Quiero saber, me empeño en saber.Quizá comience a ser el último mohicano, pero llevo toda la vida bus-cando la verdad y no será hoy el día en que abandone esa búsqueda.

La cuestión ahora es esta: me tienen que decir qué pasó. No tengomedios para estar al tanto por mí. Sospechas, sí; reconcomios de más enmás raros, también; pero saber, todavía no. Y tengo la certeza de que sonmuchos los que no quieren saber.

Algunos, prefiero ni pensar las razones por las que ellos no quierenque yo sepa. No parece posible que haya otra explicación. Estos saben, entodo caso mucho más que yo, pero buscan impedir por todos los mediosque yo sepa. ¿Por qué? La imaginación, además de ser uno de los ele-mentos maravillosos que nos constituyen: deseo, imaginación y razón,puede llegar a convertirse, cuando se desmadra, en la loca de la casa. Y queocurra no es cosa buena. Se desmadra por dislocamiento de enfermedad oporque hay pábulo suficiente para percatarse, pero quien sabe niega elsaber a los que no saben todavía. Entonces, aún entre los menos imagina-tivos se dispara lo que fácilmente se puede convertir en la loca que corre-tea por las falsas de la casa dando gritos estentóreos.

Otros, espero que distintos, me dicen que soy un neurasténico y unhistérico que, como los niños pequeños, aunque he dejado de serlo haceluengos tiempos, hago preguntas que los mayores, ellos, ya saben queno tienen respuesta y lo mejor es no hacérselas, pues para nada sirven;

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sólo para molestar. Que nunca las obtendré y lo mejor es pasar página y olvi-darse de la memoria neurótica. Fíjate cómo, de pronto, se han puesto tan man-dantes en lo que soy o quiero, y, sobre todo, cómo tan bonitamente me impidensalir a la aventura buscando la verdad. ¿Quiénes son los que así se comportanconmigo? ¿Tendrán algo que ver con la gente guapa que nos manda tanto?

Me quedo perplejo cuando pienso en amigos que se empeñaron endecir una y otra vez en aquellos días que querían saber, y ahora parecenhaberse olvidado por completo de su petición de entonces. Como si sehubieran convencido de improviso de que, ahora sí, ya nunca sabremos.¿No pasa algo raro en ese tan perspicaz cambio de actitud? ¿Será que derepente prefieren no saber? Pobre de mí, quise saber entonces y sigo que-riendo saber ahora.

No, no y no. No me rindo. Quiero saber.Lo malo es que, con todo esto, como ya os he escrito, creo que los

españoles hemos perdido el alma. Sí es verdad que los acontecimientos sedisparan, que lo de ayer ha quedado hoy obsoleto y olvidado, que el afánde hoy es nuevo y grande como un camello galopante o un elefante a lacarrera. Claro, pero fíjate, si es verdad que entonces perdimos el alma, latenemos ya extraviada en todo lo que hagamos en el presente y en el futu-ro inmediato. ¿Se puede vivir sin alma?

¿Por qué la perdimos? ¿Quiso alguien que la perdiéramos? ¿Qué hizopara ello? ¿Cuáles fueron los mecanismos por los que dejamos en esepasado nuestra alma, deshaciéndonos de ella? Cuestión decisiva.

La perdimos porque ya no queremos ni saber ni actuar. Hemos deci-dido que todo lo posible, si se nos quiere venir encima, se ha de conver-tir en realidad; nunca daremos un adarme para que nada deje de aconte-cer. Sea lo que fuere y pase lo que pase.

¿No nos hemos puesto, como los perros, en posición de rendidos?18 de mayo de 2005 / lunes 30.5.05

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Me gusta cuando la liturgia se viste de verde. Es el día a día del tiem-po ordinario. Ya no hay fiestas a las que agarrarse. No hay tema claro alque referirse. Sólo queda uno mismo ante la celebración y ante el hechode su vida cristiana. Cosa bonita.

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En la celebración eucarística de cada día se van sucediendo, sea en laprimera lectura o sea en el evangelio, textos seguidos. Se puede disfrutarasí de la lectura prolongada de uno de los libros del Nuevo Testamento ydel Antiguo, aunque estos normalmente sean en trozos seleccionados. Deesta manera durante dos años leemos los tres evangelios sinópticos,Marcos, Mateo y Lucas, en lectura continua. Podemos ir acompañandolos vericuetos de la historia de Jesús contada por un evangelista. Cada díaun pedacito, pues estos tres evangelistas tuvieron la increíble gracia decontarnos la vida de Jesús en pequeños pasajes que supieron insertar,entrelazar y coordinar, cada uno a su modo, con una intención teológicade una estupefaciente inteligencia. Pero también podemos leer de conti-nuo las epístolas de Pablo y los demás escritos, hasta ese libro extraño yseñero que es el Apocalipsis. Y no quiero olvidarme de los salmos, mag-níficas poesías que ya fueron la oración del mismo Jesús y que nosotrosleemos siempre con sus ojos, porque a él y a nosotros referidos.

Así, el tiempo ordinario se alarga en la meditación seguida de los tex-tos en su lectura continua. Vieja tradición en la Iglesia. Ahí tenemos eltiempo para el empeño del rumiar. Porque si no rumiamos esos textos, sino guardamos en nuestro corazón los diversos aspectos de la vida de Jesúsy de lo que los apóstoles nos cuentan sobre ella y su significado paranosotros en el cada día de nuestra vida, nada vale nuestra vida cristiana.

Hay ahora unos misalitos mensuales, sobre todo uno de ellos que ense-guida destaca por la belleza, en los que por cuatro perras, y si uno se suscri-be puede recibir puntualmente en casa, se encuentra una ayuda sobremaneraimportante. Tiene los textos de la misa y luego himnos, ¡nuevos y muy abun-dantes!, y salmos, además de comentarios excelentes. En fin, un primor.

Un cristiano debe estar en contacto con esos misterios y con esos tex-tos. Uno no puede ser cristiano por el puro recuerdo, cada vez más aleja-do en nosotros y que termina por desaparecer. No digo que debamos ins-truirnos, cosa que estaría muy bien, pero sí uno debe hacer esa lectura quese convierte en lectura espiritual, en la que uno va amasando su vida, laparticularidad normal de su vida, las cosas pequeñas y grandes que acon-tecen en ella, con los textos sagrados. Tenemos que ir haciéndolos cosanuestra, sangre de nuestra sangre.

No vale que un cristiano esté en las celebraciones litúrgicas de cuerpopresente, como si fuera una silla o un banco, aunque con oídos, no siempreabiertos. Para estar activo, uno debe ir preparado. Bueno es que sepa lo

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que se va a leer, y mejor todavía que rumie lo que en ellas se ha procla-mado y sobre lo que ha versado el sermón del sacerdote.

No podemos perder el tiempo ordinario, pues en lo ordinario es endonde nos jugamos la vida cristiana. Con estos cuidados, al salir de la igle-sia será más fácil tomar el camino de la derecha o el de la izquierda, metá-foras de nuestro obrar como cristianos. Para hacerlo convenientemente,para ver claro nuestro camino ordinario, sólo falta ya la gracia de un lídera nuestra altura al que podamos imitar en el seguimiento de Jesús.

19 de mayo de 2005 / martes 31.5.05

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¿Cómo predicar?Muchas veces —¿demasiadas?— la gente nos dice a las curas que salen

a fumar un cigarrillo durante la predicación.Recuerdo que en Muruzábal, el magnífico pueblecillo navarro en el

que pasábamos las vacaciones cuando era pequeño, un paraíso para losentonces largos meses del verano, en la misa mayor, los domingos por lamañana, a la que íbamos siempre de punta en blanco, al llegar el momen-to del sermón, los hombres, que habían dejado los cigarrillos encendidosen las rendijas de las paredes de entrada, salían al atrio, y el menor de loschavales que ya salían con los mayores, eso se llevaba con mucha seriedad,se quedaba vigilando por la rendija de la puerta para avisar el momento enque todos tiraban el cigarro, si aún les quedaba, y volvían a entrar hacien-do una genuflexión que era más bien una agitación convulsa, como untropezón en mitad de la iglesia, y se reintegraban a sus puestos en el coroo debajo de él. Por cierto, todos cantábamos a voz en cuello la misa gre-goriana de angelis. Sólo se quedaban al sermón si era una misa de relum-brón y había venido un religioso o, más raramente, un cura de fuera.

Antes, no lo sé; pero ahora debe ser porque predicamos mal. Estoyseguro de ello. Muchos años también lo pensé. Ahora ando con más cui-dado en esas apreciaciones; me toca estar detrás del micrófono.

Lo he escrito ya, me parece: predicar es cosa difícil por demás. No esque deba pasarse mucho tiempo escribiendo los sermones, pues siemprehe pensado que la predicación, al menos en una parroquia, debe tener laespontaneidad de lo hablado. Pero, claro, eso no significa que uno hable

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por su cara bonita, repitiendo así, seguro, siempre lo mismo y haciéndo-lo con largura extrema.

¿Cómo, pues, preparar un sermón? En primer lugar, piensa, si no eressacerdote, que seas tú el que estás detrás del micrófono una y otra vez:comenzarán a temblarte las piernas. ¿Cómo hablar tantas veces, aunquesean apenas diez minutos, sin aburrir de muerte al personal?, ¿cómo deciralgo que esté adaptado a los que son en concreto quienes asisten a la cele-bración?, ¿cómo hacerlo una y otra vez, sin que te tiren el micrófono a lacara de puro hastío?

La última vez que oí esa gracia de salirse durante el sermón a tomar elaire, fue a una joven profesora de literatura. Buena profesora. Seguro quesus clases son deliciosas. En el aula la profesora, el profesor, se dirigesobre todo a la inteligencia del oyente. En la iglesia, en el sermón, no; nosdirigimos al corazón de los fieles. Y cosa bien distinta es. Hablar a la inte-ligencia y conocer de un alumno es cuestión de mucho saber y de una efi-caz estrategia de la persuasión. En el sermón no es así. El cura debe pre-pararse, por supuesto, no puede improvisar allá delante de susparroquianos por si suena la flauta. Eso, evidentemente, no es sino undescaro. Preparar un sermón no es preparar una clase. Ni la formaciónremota para prepararlo tiene que ver con la formación remota para pre-parar una clase o una conferencia.

¿Cómo hablar de Jesucristo al corazón de los fieles? Alguna vez hebalbucido aquí sobre ello, incluso he susurrado sobre el pequeño lideraz-go que de verdad se ejerce en el sermón.

Ya lo he dicho. Sólo se puede predicar de lo que uno ha rumiado. ¿Ycómo se habla sobre lo rumiado? Pero queda aún acertar a hablar de cora-zón a corazón. Cosa difícil por demás.

En todo caso, una gracia.18 de mayo de 2005 / miércoles 1.6.05

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Aquel amigo lector de mis viejos paralipómenos, me escribe, por fin,diciéndome que, en circunstancias muy adversas, sigue con la labor deleerme. Le estoy agradecido por demás. Llega un momento en que unoescribe en realidad para él y gentes como él.

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Me anunció asustado que mis páginas iban derivando hacia la puraininteligibilidad, lo que le causaba enorme susto. Una vez obtenida,decía, una manera sencilla de escribir, parecía estarme dejando arras-trar a las nieblas del pensamiento confuso que sostienen los filósofospara sí.

No he echado en saco roto esa opinión de mi amigo. La verdad es queyo mismo me había dado cuenta, e incluso creo que os pedí perdón.Empiezo a estar perdido en mis papeles, quizá por la manía de no ponerreferencias a pie de página, y sería difícil deciros dónde lo dije, reducidotodo, quizá, a un cacarear gallináceo.

Este amigo tan preocupado por mi escritura paralipoménica me decíaque, sin llegar al oscurantismo, la cosa había comenzado a ser tan com-pleja que debía descargar los textos para leerlos despacio, y la cosa de bus-carme cada día, me escribe con enorme gentileza, empezaba a perder suencanto. Parece que me di cuenta, corrigiéndome a tiempo de prosa tanenmarañada, donde lo que se expresa queda enredado en las maneras delas palabras.

Qué le voy a hacer, lo que me tira es Unamuno con sus magníficas fra-ses largas, llenas de meandros, y resisto mal el vuelo rasante de Azorín.Siempre pensé que un pensamiento no se expresa en frases de telegrama.Mas, en fin, deberé aceptar que uno debe ser azorinesco en las manerascortas para terminar unamuniano en sus maneras largas.

Mi amigo, que en estas cosas de la Iglesia va a sus propias guisas, seespantó cuando, con motivo de la elección del papa, pedí por un papacreyente. Recuerdo que en nuestras celebraciones diarias en laParroquia añadíamos que fuera un papa bueno. Me señala ahora que,puntilloso, pensó en escribirme su espanto por el hecho de que, supli-cando por un papa creyente, dejaba significar la posibilidad de un papaincreyente. Luego, continúa, al día siguiente se quedó un poco descon-certado porque venía a decir que pasara lo que pasara siempre habríasido obra del Espíritu Santo.

No acabo de ver contradicción. Un papa puede tener y tiene muchasdimensiones, como cualquiera de nosotros. Pues bien, pedía que entreellas, las dos más importantes, las que constituyeran el meollo mismo desu ser fueran la creencia y la bondad. Por otra lado, mi confianza en laacción del Espíritu en la Iglesia me hacían tener una enorme esperanza enél, hasta el punto de fiarme a cierraojos.

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Mas no me engaño y quiero que nadie se engañe, cuando uno mira lahistoria de la Iglesia y la historia del papado, se encuentra con personajesasaz turbios y siniestros, en los que ni su ser creyente ni su bondad bri-llaban a plena luz. Y ahí están como una posibilidad nuestra. ¿No recor-dáis las lecturas sobre Judas Iscariote con que abrimos la Semana Santa?Es una posibilidad real en nuestra vida, y tenemos que pedir al Señor conlágrimas en los ojos que ese no sea nuestro ser.

Desde ahí me parece muy bien lo que hicimos en su día de pedir alSeñor un papa creyente y bueno, y luego escondernos en el Espíritu, con-fiando en plenitud que él no nos abandonará de su mano.

En fin, no sé, esperaré a que ese mi amigo me dé ideas y sustos parali-poménicos. En todo caso, benditos sean; y bendito sea.

19 de mayo de 2005 / jueves 2.6.05

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Hace mucho tiempo, demasiado, que no hablo de cine. Y eso es cosamala. Vivo en el puro atosigue; no tengo tiempo para ver los pálidos colo-res de la luna vaga. Y eso se paga con doblones de sangre, con vaciamien-to de la propia creatividad.

Te preguntarás, ¿y qué haces? Ay, si yo lo supiera. Nada de funda-mento, sobre todo ahora que se van terminando las clases, en las que unonada más tiene para añadir, con la sensación de ser un limón estrujado quesólo sirve para la basura. Bueno, los ingleses de ahí harían una deliciosaconfitura.

Lo importante es que apenas si tengo tiempo, no sé si de reloj, a lomejor sí, sino tiempo de verdad, tiempo de temporalidad carnal, en la quever cine con ojos engrandecidos.

Hay muchas películas que me esperan, en deuvedé, por supuesto,con objeto de verlas cuando se me antoje y tenga necesidad del cuerpopara echarme sobre ellas. Están los tres mabuses del vienés Fritz Lang,la historia siniestra del Dr. Mabuse, un malvado universal que quieredominar el mundo y ya lo está consiguiendo. Digo tres, pues primera-mente la hizo muda, luego a comienzos de los años treinta realizó unasegunda versión, impresionante en mi recuerdo, con los árboles queretroceden iluminados por las luces del faro del coche que va lanzado a

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toda velocidad en medio de la noche, y la escena final de la locura dequien sentado de malas fachas en el camastro de su celda psiquiátricasólo tiene detrás la pared blanca encima de sí, como al terminar ese por-tento que es Psicosis de Alfred Hitchcock. Fritz Lang todavía volvió auna tercera versión, al final de su vida, de vuelta a Alemania, tras sulargo y fructuosísimo exilio americano. Sus películas alemanas o ame-ricanas están siempre entre las mejores. Son macizas construcciones lle-nas de sentimiento de vida.

Pero tengo también esperando ahí a Kenji Mizoguchi. El más grandeentre los grandes japoneses. De él vienen los pálidos colores de la lunavaga. Todo sensibilidad pálida en sus maneras, cuajada de sentimientoshondos. Me espera además Carl Theodor Dreyer el de los broncos soni-dos guturales de su lengua danesa, que convierte en sonido de ángeles.Volveré a ver Dies irae; me aguardan todavía Gertrud y Ordet, la palabra,la historia asombrosa de una resurrección por la palabra de amor en unpaisaje desolado de dunas.

Me porfía Jean-Luc Godard; las últimas de Eric Rohmer, quetodavía no he visto. Tengo acopio de Robert Bresson, pero me gusta-ría demorarme para poderlas ver juntas. Es muy importante verlastodas juntas. Siempre a la espera de Tarkovski. Y con Víctor Erice,claro.

Ayer mismo decía Carmen Bobes, entendida donde las haya en cues-tiones de literatura, que ahora aconsejan leer El Quijote a paginitas suel-tas. Pues no, ha sido un libro compuesto para ser leído de un tirón, y sino se lee así, malo. Lo habremos convertido, seguramente, en un anunciopublicitario. Una proclama a los demás de que, ¡por fin!, hemos conse-guido leerlo.

No sé lo que me pasa, debe ser una regresión a los comienzos, peroahora sólo suspiro por películas. Pareciera que los libros se me han esca-pado del horizonte. Quizá por la cantidad de pruebas de imprenta —¡yahora trabajos!— que llevo leídas con cuidado y parsimonia en estos últi-mos tiempos.

Por eso, determinar de pronto que voy a ver Gardenia azul, de FritzLang, por ejemplo, es una decisión exaltante, que pocas veces se pierdeluego en las aguas del desierto.

Viendo cine, bueno, viendo ese cine, soy más.19 de mayo de 2005 / viernes 3.6.05

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Mi hermano Javier fue el primero que me lo dijo: aparece en el perió-dico. No supe más hasta que en la sacristía de mi Parroquia encontré elnúmero de mayo de la revista El Mensajero. Era revista de los jesuitas;supongo que seguirá siéndolo.

Tiene un editorial. Por razones de la tardanza de edición de una revis-ta mensual, dice, lo escribe muerto Juan Pablo II y vacante el papado.Tiene el morbo al que se refiere: los lectores sabemos el desenlace de laelección, mientras los editorialistas todavía no lo sabían. Se agradece laclaridad. Yo al menos la agradezco mucho. Seguro que tú también.

Hace unas semanas, ya elegido Benedicto XVI, leí en Alfa y Omegauna entrevista al general de los Jesuitas, el P. Kolvenbach. Era pausada yfavorable. En un par de líneas afirmaba que quizá la elección de los obis-pos podría hacerse de mejor manera. Pero vamos a la revista.

Quieren, en este interregno, soñar en voz alta cómo les gustaría quese fuera configurando la Iglesia, el pueblo de Dios en marcha por la his-toria.

Concuerdo por entero con el soñar. Sólo una salvedad, por si tuvieraalguna importancia. Aquí siempre hablo de tres figuras a la vez: pueblo deDios, reinado de Dios y cuerpo de Cristo, que me parecen clásicas en sucomplementariedad. El Concilio menciona primero pueblo de Dios; sanPablo, en ocasiones señeras, pone primero cuerpo de Cristo. La revistamenciona sólo la primera de la lista. ¿Cuestión de espacio porque en uneditorial corto no cabe tanto explanamiento como en largos paralipóme-nos? Espero que sí.

Anhelan lo mismo que yo, y seguro que tú también. Una comunidadeclesial regida por el principio de la igualdad de todos sus miembros,varones y mujeres, clérigos y laicos, sabiendo que esto no significa que nohaya diversidad de servicios, ministerios, funciones, carismas y vocacio-nes. Nótese que en lo dicho aparecen al trasluz dos de las figuras anterio-res: pueblo, de ahí comunidad, que acentúa la marcha en unidad, y cuer-po, de ahí la diversidad de servicios y miembros, que acentúa la diversidadde vocaciones y carismas. Por un lado, todos formamos idéntica comuni-dad caminante. Por otro, cada uno es distinto por vocación y por lugareclesial. Unos y otros, todos, continúa, orientados a hacer realidad lamisma misión de Cristo.

Alfonso Pérez de Laborda

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A continuación, en el mismo párrafo, tres deseos. Que la Iglesia separezca cada vez menos a una entidad administrativa. Aunque, luego, cadauno llenará de su carne estas palabras, no puedo sido estar en total acuer-do. Quizá yo hubiera puesto funcionarial en lugar de administrativa.Claro, ahí podría verse una diferencia. Por un lado, la Iglesia tiene tenta-ción de comportarse como una Administración; si es así, la lucha ha de serde individuos o colectividades contra una Administración potente, quizá,demasiado potente, y por ello opresora. Por otro, el mío, los componen-tes de la Iglesia, es decir, tú y yo, tenemos tendencia a ser meros funciona-rios, de modo que lo nuestro, lo que desarrollamos en nuestra vida, comonuestra vida cristiana, es una función, no una vocación, no un seguimien-to; pero quien es funcionario no vive en la libertad de la justificación porla fe en Jesucristo y de la gracia que de él recibe, es decir, todo, todo raso,sino que se convierte en alguien que hace bien, lo mejor que sabe, lo bienaprendido, la obra de su ser cristiano. Quizá de lo primero saldrá unareforma de la Administración, si llegara el caso. De lo segundo, espero queuna refundación, renacimiento o reforma del seguimiento de Jesucristo.

18 de mayo de 2005 / lunes 6.6.05

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Debo reconocer al punto que la reforma de una Administración escosa que no tengo entre mis intereses más inmediatos; no es aquello porlo que he dado la vida. Una refundación o renacimiento o reforma paravolver a la integridad prístina del seguimiento de Jesús, eliminando tantasescorias que la vida nos va poniendo, esto sí, y con toda mi alma. Qué levoy a hacer, pobre de mí, y seguramente también pobre de ti, persona afi-cionada a estos paralipómenos, no damos nuestra vida por la reforma deuna Administración. No son las cuestiones de gestión y mero poder lasque nos interesan en la Iglesia. Vivimos el seguimiento de Jesús en laIglesia con libertad y por eso no cabemos de gozo. A estas alturas de lavida, estoy seguro, no vamos a reformarnos en administrativistas. Y noponemos en duda que eso sea interesante; una institución siempre conlle-va algo de administración, y es relevante que sea eficaz y poco entrome-tedora en la vida de los miembros de la Iglesia, y menos en su libertad enel Espíritu. Claro.

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Pero, en todo caso, que quede diáfano como día luminoso, la Iglesia noes una Administración que vela con cuidado para que la vida del pueblo deDios se desarrolle en completo gusto y libertad. La Iglesia es el pueblomismo de Dios; un pueblo que, siguiendo la otra metáfora paulina, es tam-bién cuerpo, con distintos miembros cada uno con su función específica,siempre en la libertad del Espíritu; sin ella no se es cristiano, sin más.

El mentar la bicha de una Administración me parece tener una com-prensión falsa de la Iglesia; al menos nosotros, pobres paralipoménicos—quizá puros seres tetrapléjicos, pensara alguno, siempre hay gente paratodo—, no la tenemos ni nos gustaría asumir ni estaríamos en la Iglesia siesta fuera una Administración, como un ayuntamiento que gestiona elmarchar de una ciudad. Pues no, qué quieres que te diga.

Ahí no nos pillan. A nosotros quien nos gusta es Jesús, y querríamoshacer como Juan, el discípulo amado, recostarnos en su pecho. Esa esnuestra maravillosa utopía, y no ser ediles del ayuntamiento eclesiástico ofuncionarios de tercera clase en él. Para esto no daríamos ni un adarme denuestra vida.

La metáfora de pueblo de Dios en marcha, hermosísima, tiene unentenderse lleno de obscuridades. Rebaño con pastores y perros que con-ducen a las ovejas lindas y obedientes. Parece obvio, desde ahí el puebloson las distintas comunidades que se reúnen en confederaciones, con laelección de sus delegados y reunión de dirigentes. Con sus concursos deperros pastores. Cosa maravillosa cómo los pastores duchos consiguen,con apenas si unos gestos y pocas palabras medio dichas, que en un san-tiamén los perros metan a las obedientes ovejas en el redil.

Pues no. De Administración con sus oficiales, nada de nada. Esa no esmi metáfora para hacerme ver qué es la Iglesia y cómo la entiendo. Esobvio, una Administración no puede perpetuarse en despotismo, se necesi-tan elecciones cada cierto tiempo, para ello hay programas, campañas yvotaciones; ideología. Y luego disfrute de la Administración, intento de queaumente su poder —no conozco ni una sola que tienda a ser cada día menory menos poderosa—, que funcione sin fallas, que las ovejas entren en elredil cuando se les manda y se estén quietecitas, esperando nuevas órdenes.

Qué quieres, soy demasiado anárquico, es decir, eclesial, para en -cerrarme por mí en una metáfora administrativista, y hacerlo así cuandoestoy hablando de la Iglesia, en la que vivo mi fe en Cristo.

21 de mayo de 2005 / martes 7.6.05

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MUNDO

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Vamos de nuevo con mi médico. Seguiremos la discusión con él.La cuestión está aquí: ¿somos sólo lo que el conjunto entero de los

médicos en el uso de sus conocimientos profesionales nos dicen quesomos? Y no vale hacer esta trampa: todavía hoy no, pero mañana sí,entonces el conjunto entero de los médicos sabrán todo lo que somos. Siasí fuera, vuelta usted mañana, que ya discutiremos. Ahora argüiremos lode hoy. Cada día tiene su afán. Y vale con él.

En el estado actual de lo que ellos saben, ¿son capaces de comprenderen toda su amplitud lo que soy, entenderme a la perfección y, de ahí, saberqué camino voy a tomar? Recordad el ejemplo que ponía. No vale conque sepan a la perfección esto y lo otro. No vale con que sean capaces deimpedir que haga esto o lo otro, por ejemplo, mediante medicación, o defavorecer un estado de ánimo u otro. De hecho metieron a Juan de laCruz en el zulo y bien segurito que lo tenían; controlaban su libertad demovimientos, sabían por dónde se movería. Todo él estaba intervenido.La cuestión no está ahí. No supieron cómo ni por qué en medio del cas-tigo, encarcelado e impedido, Juan compuso algunas de sus más hermosaspoesías.

Comprender a Juan en toda su amplitud, entenderle a la perfección,saber todo de él, es no tanto aquí saber qué camino va a tomar, pues todocamino le es impedido, sino ir adivinando las poesías que escribe antes deque lo haga, como si fuera uno de esos bustos parlantes de la televisión quenos dan las noticias —en este caso las poesías— que le ponen delante en la

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pizarra. Mientras no seamos capaces de ejecutar esta artimaña, que podríahacerle pensar al pobre Juan que es libre, evidentemente sin serlo, noconocemos, entendemos y comprendemos de verdad a Juan.

Sabremos que si no le damos de comer, morirá. Que si le damos talestranquilizantes, se quedará quietito en su zulo y no escribirá nada. Que silo excitamos con esta otra pócima, su cabeza chisporroteará y comenzaráa vivir en un mundo virtual; en lugar de estarse en el zulo, vivirá en uncastillo de hadas. Que si le cortamos la cabeza, toda poesía dejará de fluirde sus labios. Todo esto lo sabemos a la perfección, y de mucho más esta-remos al corriente en el futuro.

Pero ahí no está el problema. En su dificultad, eso es fácil y obvio. Lacuestión está, mejor, quedará resuelta de una vez por todas cuando elareó pago de médicos al pleno vayan dictándonos las poesías de san Juande la Cruz momentos antes de que este las vaya creando en la pronuncia-ción de su voz. En este caso, y creo que sólo en él, la creatividad no serátal, sino el producto de esa máquina hipercompleja que ellos conocen aldedillo y son capaces de adivinar a su antojo. En este caso, y sólo en estecaso, la poesía será el producto de una conjunción compleja de humoresy pócimas, aunque vengan dados a manera de genética.

Mientras no adivinen el por dónde me voy a mover, cuáles son las poe-sías que voy a escribir, todavía desconocen lo más importante de lo quesoy. Lo único que, en definitiva, hace de mí eso que soy de verdad siendoun cuerpo de hombre/cuerpo de mujer, como me gusta decir.

¿Lo demás?, como cuando vemos un potrillo y decimos: será caballode carreras, o de este: será burro de carga. Nosotros, agraciadamente,somos más.

24 de mayo de 2005 / miércoles 8.5.05

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De pronto un texto se te mete en la cabeza y no paras hasta que consi-gues rumiarlo. Eso me ha pasado en nuestra lectura continua del segundoevangelio de este tiempo ordinario con el pasaje que está en Marcos 10,17-27, aunque en realidad la escena continúa con otra parte, 10, 28-33. Es la deljoven rico, por más que sea sólo Mateo (19,20) quien nos diga que se tratade un joven; Marcos de manera genérica hace referencia a un hombre.

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Como tantas otras veces es una escena corta, pero cargada de conteni-do y de detalles de una riqueza catequética pasmosa. Es su composiciónlo que nos transmite la fuerza del personaje de Jesús; en nada se trata deun relato plano, como revoltijo de palabras.

Antes, se estudiaba cada pasaje en solitario, y se utilizaban unos finí-simas tijeras de comprensión por las que, además de conocer toda clase decontextos y de ejercer todo tipo de hipótesis, algunas cabelladas y otrasdescabelladas, se llegaba a despiezar las letras en sus rabillos más peque-ños, entendiendo que ese despiece nos ofrecía significado definitivo apuñados. Bien sea; así se aprendió mucho de los textos y ya no puededarse una lectura ingenua como niño que lee caperucita.

Ahora, nos damos cuenta de que se trata de un relato que lleva unadirección, en el caso de Marcos un relato lineal que lleva a la afirmacióndel centurión romano en el Gólgota: “Verdaderamente este era el Hijo deDios”. Valga esto para dejarnos entrever que el pasaje está en un contex-to preciso, armonizado con otros textos, y hace camino con todo el rela-to de la vida de Jesús. Pero, en contra de lo que predico, el antes y des-pués de nuestro relato queda a la inteligencia lectora del leyente.

Lo primero que me ha chocado con fuerza al leer el pasaje son las cua-tro veces que el relator nos hace ver una mirada: tres veces la miradamisma de Jesús. Jesús se quedó mirando al hombre con cariño. Este frun-ció el ceño, es decir, se le enturbió la mirada. Finalmente, por dos veces,Jesús se quedó mirando a sus espantados discípulos con una mirada glo-bal en derredor de todos.

En las cuatro ocasiones la mirada es decisiva. La primera, de Jesús,llena de cariño, viene tras la conversación con el joven. Ha llegadocorriendo donde él, inflado de prisas por encontrar de manera definitivala perfección que le lleve a la vida eterna, se arrodilla ante Jesús, en gestono frecuente. Le llama Maestro bueno, expresión también inusual. Haycomo un corregir de Jesús a estas maneras. ¿Por qué me llamas bueno?No hay nadie bueno más que Dios. Quede claro, todo lo que hablen debeser referido a Dios; en ningún caso puede quedar en agradable conversa-ción entre un buscante de perfección espiritual y un maestrante reconoci-do. Enseguida, Jesús pone las cosas en otro lugar; le da otra dimensión.

Todo eso lo he cumplido desde pequeño, dice el joven. Entonces escuando vemos la mirada cariñosa de Jesús que le rodea por completo.Pero, ay, esa mirada cordial de Jesús al hombre y a toda su actuación abre

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las puertas a una palabra nueva, no esperada, de una radicalidad inaudita,pues todo está puesto ya en otro lugar, lugar de Dios. Una cosa te falta:anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en elcielo, y luego sígueme.

No era necesario provocar a Jesús de esta manera. No es él quienbusca al joven, quien le llama. Este se empeña, se arrodilla, inquiere.

25 de mayo de 2005 / jueves 9.6.05

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La cuarta mirada de nuestro relato es la tercera de Jesús Al final, Jesússe quedó mirando a sus discípulos —volviendo la mirada en torno a ellos,como dicen los que saben —; el centro vuelve a él, a su mirada. Lo que esimposible para los hombres, es posible para Dios. Lo mismo que en elcomienzo del pasaje, Jesús, puesto en el centro del relato con su mirada,mirada que de manera tan bella nos hace ver el evangelista, desplaza delcentro de lo que sería acción nuestra, para poner a Dios. La radicalidadcon la que ha contestado al joven rico, una vez puesto Dios en el centrode toda bondad, acto y palabras de Jesús que ha dejado turulatos a losapóstoles. Entonces, ¿quién puede salvarse?, viene recogida por esa mira-da de Jesús en torno a todos ellos. Dios sí puede en vosotros.

Tras la primera mirada amorosa de Jesús al joven rico hay una decep-ción. Tenemos la respuesta en la mirada del joven. Se le nubló la mirada.Marchó pesaroso. Ante la propuesta de Jesús: Una cosa te falta, la miradaqueda confusa, encerrada en la negrura del ceño fruncido. No puede ser.La condición de venderlo todo y dárselo a los pobres es excesiva, exaspe-rante. Quien sólo buscaba un hacer seguro para heredar la vida eterna, seve, de pronto, emplazado a dejar lo que de verdad tiene: riquezas. Porqueera muy rico.

Por lo poco que sabemos del rico, practicaba las prescripciones dela limosna y de la atención a los pobres; cumplía los mandamientos. Noera ahí, pues, en donde situaba su nueva búsqueda. Pero Jesús, con esamirada tierna, le hace ver que es ahí, precisamente ahí, donde a él se leemplaza la condición para el seguimiento. Imposible. Y se marchópesaroso. Le hubiera gustado, pero no con dicha condición. Porque eramuy rico.

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Jesús, mirando alrededor —de nuevo estamos en su mirada—, habla asus discípulos. Qué difícil les es entrar en el reino de los cielos a los queponen su confianza en el dinero. Más fácil que pase un camello por el ojo deuna aguja. Algunos, insensatos, para no entender nada, inventaron que serefería a una puerta pequeña de las murallas de Jerusalén que llamaban el ojode la aguja, por la que sí cabía un burro pequeño. Es querer poner puertas alcampo de la radicalidad paradójica de la palabra de Jesús. Invento de la lite-ratura medieval que aparece en Pascasio Radberto (s. IX) por vez primera.Mucho mejor, como apunta un exegeta, una manera fuerte de decir ‘nacer’.

¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de Dios!Deberán también ellos nacer de nuevo, renacer, y este nacimiento con-

siste en dejarlo todo para seguir a Jesús.Los discípulos se extrañaron de estas palabras de Jesús, quedando

estupefactos y golpeados en extremo por la sorpresa. No vemos sus mira-das, pero se nos hacen patentes. Entonces, ¿qué hacemos nosotros aquí?¿Quién puede salvarse?

Es ahora cuando vemos la cuarta mirada del relato, tercera de Jesús.Les mira acogiéndolos a todos. No se habla de ternura, pero sí aparece eserecogerlos a todos con esa su mirada, la misma mirada tierna que dirigióal rico que marchó pesaroso fuera de su compañía. Los discípulos ahíestán, ahí siguen. Extrañados de lo que no habían percibido, y todavía,como vemos en lo que sigue, no han percibido del todo, pero recogidospor la mirada (tierna y amorosa) de Jesús, que les aúna a todos. Aunquevosotros no, Dios lo puede todo.

26 de mayo de 2005 / viernes 10.6.05

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Volvamos al editorial. La uniformidad impuesta, hasta en lo nimio,resulta atosigante, dice cerrando lo que llama su segundo lugar, en el quehabla de la libertad de opinión en la Iglesia; lo cual no es patente de corso,añade, para que cada quien diga y haga lo que le dé la gana de los dogmaso de la auténtica tradición. Lo que desean nuestros editorialistas es que lasdiferentes corrientes de opinión, las ideas o mentalidades diversas, lasmúltiples culturas o formas de pensar quepan cómodamente en la comu-nidad cristiana. Que puedan expresarse con respeto y humildad, aunque

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puedan sorprender o incluso escandalizar por ignorancia de algunos. Nohay que tener miedo al pluralismo. Hasta aquí, el editorial.

Uniformidad. En fin, quizá sea demasiado libre o especial para sentir-me metido en ningún uniforme. Sólo soy eclesial en lo más profundo demi corazón, como seguro que tú lo eres también, lectora o lector de estosparalipómenos. Ese es nuestro uniforme; ningún otro.

Sí es verdad. Demasiadas veces ocurre esta uniformización en gruposcerrados, aunque sean largos y extendidos por el ancho mundo. Una cosaes ser miembros de la Iglesia, por más que sea acá o allá, lo que indicasiempre un cierto aire de familia, ¡faltaría más!, y otra es esa uniformali-dad que no gusta a los editorialistas; tampoco a mí. Hay muchas maneras.Ya me referí a ella, aunque pudiera parecer que de manera tangencial: leesa uno, digamos que de algún grupo u orden, y puedes apostar una sucu-lenta comida que sólo citará a los suyos, ¿recuerdas? Como si los demás,en la Iglesia, no existieran; no existiéramos. Como si los demás no pensa-ran, no pensáramos. Entiendo que cuando uno forma parte de una fami-lia amplia y con una historia común enriquecida, está muy bien saberse deesa familia y vivir en esa tradición. Seguro que los amigos, a los que cono-ce, a los que lee, son amigos de la amplia tribu. ¿Eso es uniformización?Algo tiene, sin duda. Pero lo malo es, únicamente, cuando se hace exclu-sivismo, grupo aparte, sin diálogo con los demás grupos eclesiales.

¿Se da tal cosa? Claro que sí. Mas si no se lleva a un límite rechazadorde los demás, de las otras tradiciones, de olvido de su existencia y eclesia-lidad, bien está. Claro, lo que ya no entiendo tan bien es cuando alguienque pertenece a alguno de esos grupos comienza a vivir en una tentaciónque me parece acongojante. Yo y los míos, los nuestros, fetén. Pero encuanto me encuentro con otros, él y los suyos, entonces, muy mal. Aquí,como todos entendéis, hay mucha tela que cortar.

No acabo de entender a qué se refiere esa uniformidad impuesta hastaen lo nimio. Debo ser, perdón, debemos ser nosotros tipos muy raros,pues no acabamos de ver dónde esa uniformidad hasta en lo insignifican-te. Bueno, pueden referirse a que tenemos el mismo misal, los mismossacramentos, los mismos obispos. Bien está. Que haya modas y momen-tos, y que cada uno cargue las aguas a sus maneras, no lo puedo poner enduda. Pero no acabo de ver, al menos en lo que vivo, en lo que nosotrosvivimos —permíteme que hable también en tu nombre—, que no exis-tamos en una extremada y excelsa libertad en el Espíritu. Pero, en fin,

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se conoce que soy, perdón, somos capaces de ver la mota en el ojo del queno somos nosotros y no vemos la viga en el nuestro.

No, ciertas cosas e ideologías tienen que caber muy, pero que muyincómodas en la Iglesia. Lo vamos a ver.

27 de mayo de 2005 / lunes 13.6.05

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Corrientes, pareceres, ideas o mentalidades, múltiples culturas o for-mas de pensar, tengan cabida cómoda en la comunidad cristiana. Decía eleditorial.

Sí y no. Depende. Imaginemos que alguien deshelenice el evangeliopara dejarlo en no sé que espíritu encogido y abstemio, de ideas descar-nadas, mera ideología, que pueda trasvasarse con facilidad a todas las cul-turas. Pues, qué quieres que te diga. No me gustaría que tiráramos al niñocon el agua que señalan como sucia. Imaginemos que alguien quita los sal-mos y pone en recitación diaria la poesía de Pablo Neruda. Pues, quéquieres que te diga. Los salmos, además de ser la oración del mismo Jesús,tienen la ventaja de que, en su diversidad, están en el corazón mismo dela Biblia. Y te aseguro que cuando lleváramos tres años recitando día a díaesa poesía u otra la aborreceríamos hasta morir de hastío.

Claro, si alguien me viene a decir que eso de la Trinidad es una malacomprensión helenizada del Dios de Jesucristo. Pues qué quieres que tediga, pensaría que quien sostenga eso y nosotros, lectores de estos parali-pómenos, no pertenecemos a la misma Iglesia; una de ellas la del mismoJesús, me temo que la otra no. O si me dijeran que para llegar al PadreDios todo camino vale por igual, dependiendo de la cultura en la que unoha tenido a bien nacer. O si alguien se me hiciera arriano o iconoclasta—de esto sabemos mucho y calibramos la extremada importancia de sericónicos y no clastas—, pues qué quieres que te diga. Pensaría, sin duda,que no estamos en la misma Iglesia.

¿Cabida cómoda en la Iglesia? Según y cuándo, como tan bellamentedicen los salmantinos. En la Iglesia de Jesucristo no puede caber todo. Nopueden caber como tales los que no creen en Dios de manera explícita yconfesa, los que les importa una higa el mismo Jesús, no como fruto delpecado, cosa de todos, sino porque prefieren a los Beatles o a Prince,

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por no decir al viejo Lenin o al joven Castro. Hombre, comprende que sime vienen en masa los niños y niñas del jesusdelgranpoder o toda la tanabundante gente guapa que nos enseña sus vergüenzas, no descubramosde pronto que somos de manga ancha en donde todo y todos caben.Hasta ese personaje genial que fue Ignacio de Loyola hablaba muy en lojusto de discernimiento. No todo cabe. Según y cuando.

Hombre, si alguien me viene en estas con que es suareciano en vez deescotista o tomista, que es de estos o de aquellos en la terrible discusiónsobre la gracia que tuvo lugar en los comienzo del siglo XVII, podré tenermás o menos argumentos filosóficos o teológicos para estar en acuerdo odesacuerdo con él, claro es. Pero ¿es a eso a lo que se refiere el editorial?

Las múltiples culturas y formas de pensar. Que todas tengan cabidacómoda en la Iglesia. No tengo más remedio que volver a decir: según ycuando. Si alguien viene respirando los vientos por Simone de Beauvoir—a la que aprecio con enormidad y de la que he leído miles de páginas deunos años a esta parte (amigo José Antonio, al cabo de los años te hicecaso)—, pues seguramente tendré que discutir con él o con ella parahacerle comprender que la misma Castora, como le llamaba Sartre, sequedaría muy enquistada diciéndose a los gritos: o es tonto o no meentiende o no entiende mis rabiosidades contra el cristianismo o me tomapor tonta.

Según y cuándo, pues.27 de mayo de 2005 / martes 14.6.05

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Así pues, defiende a quien me refiero con cuidadoso cuidado, quepancómodamente en la comunidad cristiana —¿por qué no haber dicho laIglesia?, hubiera parecido más normal, ¿no?— ideas, mentalidades, cultu-ras múltiples o formas de pensar. Según y cuándo, ya lo dijimos. Esperoque estemos de acuerdo en esto.

Que todas ellas —muchas pueden ser, pues no parece que el campotenga puertas— puedan expresarse, añade, recatadamente, con respeto yhumildad. ¿Respeto a quién?, ¿sólo a las norma de la elegante urbanidad?,¿respeto a lo que es la propia Buena Nueva que se nos anuncia en laIglesia de Jesucristo? ¿Humildad?, ¿qué significa?, ¿que imperio me pida

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permiso para apoderarse de mi corazón y lo haga con el esmero de noherirme en demasía?

No sé, me temo que estas preguntas no van muy alejadas del propioeditorial, pues se me pone la venda antes de la herida. Será que teníamosuna herida por la que se nos escapaba el corazón y no nos habíamos dadocuenta. Con enorme recato se me advierte, se nos advierte, que esascorrientes de opinión, ideas, mentalidades, múltiples culturas y formas depensar nos pueden llegar a sorprender o incluso escandalizar por igno-rancia de algunos.

Ya ves, quien sea ignorante, como seguramente lo seremos tú y yo, nonos enteramos de la misa la media y si no aceptamos con sonrisa de orejaa oreja tan diversas corrientes de opinión, ideas, mentalidades, múltiplesculturas y formas de pensar, es por torpeza, por crasa ignorancia y porganas recias de ser escandalizados.

¿Dónde están las fronteras, la raya, las lindes, las mugas, como se dicepor mi tierra?, ¿o no las hay? ¿Tendremos que ser gargantúas con bocadesencajada para que quepa lo que nos quieran echar? ¿Quién? ¿No ten-dremos ya capacidad de discernimiento, sino meras tragaderas? ¿Quiénembuchará nuestras fauces? Entiendo que todo esto que discuto es lábil,pero me gustaría ver claro. El discernimiento es, de manera precisa, nocomer gato creyendo que es liebre porque así te lo han asegurado, dán-dote gato por liebre.

El por ignorancia me llega al alma. Queridos lectores y lectoras, yaveis, resulta que somos unos ignorantes, que si no abrimos hasta el desen-cajonamiento lo más diverso dándole entrada en nuestro buche, somosunos ignorantes. Ay, pobre de mí, ay, pobre de ti, ay, pobres de nosotros,que no somos sino unos ignorantes. Siempre lo había pensado, siempreme lo había temido: soy un ignorante. Y lo malo es que ya no tengo tiem-po en la vida para sacar doctorados, y ni siquiera me apetece demasiado.¡Ignorante de mí, ignorante de ti, ignorantes de nosotros!

No hay que tener miedo al pluralismo. Valga, aunque sea dicho desdeesta nuestra crasa ignorancia. Pero ¿cabremos tú y yo en este pluralismo?Porque, gimoteo, nos traen y nos llevan de una manera singular: pareceque caben todos en aquellas tragaderas descomunales, pero no, porsupuesto, tú y yo. Tú y yo tenemos que cambiar nuestras corrientes de opi-nión, ideas, mentalidades, culturas y formas de pensar. Se me escapan comovagidos, ¿sólo nosotros tendremos que hacer esos venturosos cambios?

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¿Y nadie más? ¿Resultará que en vez de convertirnos al Señor Jesús, ten-dremos que convertirnos a esta pluridiversidad globalizadora? ¿Será queto er mundo es güeno, excepto tú y yo? Horror de los horrores y todohorror. Iremos al desierto a llorar a moco y baba.

¿Resultará que aquello de hablar sólo de una de las tres metáforas dela Iglesia, la de pueblo de Dios, mejor, comunidad cristiana, es más impor-tante de lo que a primera vista podría parecer?

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Entramos en la Iglesia. Me conturba que pasemos de una comunidadcristiana, llena de cosas bonitas, a una Iglesia de la que sólo se nos ponedelante la autoridad, bien es verdad que afincados todos en el ConcilioVaticano II, del que se nos pide una aceptación interiorizada, el cual pro-pugna una comunión y una participación de todos; los fieles somos, porel bautismo, profetas, sacerdotes y reyes o, lo que es lo mismo, hijos ehijas de Dios. No podemos sino estar de acuerdo. Y aquí es cuando desopetón se utiliza la tercera de las metáforas de la Iglesia, la de cuerpo deCristo, pero sin hacérnoslo ver y, se diría, en un único sentido un tanticoesquinado.

Pues de golpe nos encontramos con la autoridad de la Iglesia, la cual,por su raíz evangélica, dice, no debe confundirse con el absolutismomonárquico, en el que todavía parecen ancladas ciertas estructuras degobierno. En muchos ámbitos no ha cambiado el estilo de ese ejercicio—al no decir el término de la comparación, se entiende, desde épocas pre-conciliares—. Algunos procedimientos disciplinares rozan la vulneraciónde los derechos humanos. Que la Iglesia sea jerárquica no obsta para quesea un poco más democrática. Hasta aquí, de nuevo, el editorial.

Bien, supongamos verdadero lo que dice. Sin embargo, lo que no dicees lo importante. La Iglesia es el cuerpo de Cristo y tiene una estructuradefinida. No hay jerarquía —palabra que me solivianta, ¿lo recuerdas deotros paralipómenos?—, sino que hay obispos y hay papa, sucesores delos apóstoles. Jerarquía parece que lo pone todo en el mandar. Hay gentesque nos mandan en la Iglesia. No parece que los hubiera en la comunidadcristiana. Se supone que ahí, maravilloso servicio. Donde, en cambio, casi

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se roza la vulneración de los derechos humanos es en la jerarquía manda-dora. ¡Que nos dejen libres!

Si esa jerarquía, o quien sea, impiden la acción del Espíritu, incumplesu misión, peca contra el Espíritu. Es claro. Pero el papa y los obispos,¿no tienen un papel en la Iglesia, en toda la Iglesia, no sólo, por así decir,en su grupito, en sus curias y en las disposiciones jerárquicas generales?Los obispos y el papa son pastores, pastorean a la Iglesia, tienen autori-dad en ella. No la mandan.

¿Por qué ese emperramiento en hablar de jerarquía y no de obispos?¿Qué lo hacen mal en el ejercicio cotidiano de su función? No lo dudo.Como tú y yo. ¿Qué tienen que renacer como tú y como yo? No lo dudotampoco.

Pide democracia. Que la Iglesia sea jerárquica no obsta para que sea unpoco más democrática. De acuerdo. La cuestión es cuándo y cómo. Lodecisivo son las razones de que sea así. Porque estas deben ser intrínsecasa la Buena Noticia que proclama la Iglesia, y no a que los señores delbombo nos piden una democracia que ellos no ejercitan, y si lo hacen esescaseándola todo lo que pueden.

Lo decisivo siempre en la Iglesia es el desde dónde. No vale cualquie-ra, no tenemos que acudir genuflectos a todo toque de pífanos y flautasde quienes tienen el poder cada día más globalizado.

¿De qué manera el papa y los obispos actúan democráticamente en sufunción?, ¿deben ser demócratas? No, de cierto, en una manera que seasimple reflejo de lo que debe ser entre nosotros la democracia de un pre-sidente del gobierno o de un alto funcionario de las ComunidadesEuropeas.

¿No notas que en esta discusión nos estamos jugando el ser mismo dela Iglesia de Cristo?

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Terminaremos ahora el editorial, aunque sea con bajonazo.El procedimiento de elección del papa no deja de ser singular y mejo-

rable. Los obispos sean elegidos y nombrados de forma diferente.Proponen.

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No estaría en desacuerdo. La cuestión está siempre en esto: según ycuando. La Iglesia tiene sus propias maneras; las ha tenido siempre. Peroesas maneras son cambiables, claro es.

Con toda la sonrisa de que soy capaz, diré que la elección del papadebe ser un procedimiento muy mediático, a tenor de la cantidad de horasque, por ejemplo, le han dedicado hasta las televisiones más desafectas.No me digáis que no sonaba bien aquello de extra omnes, y se nos dabacon la puerta de la capilla Sextina en las narices.

No estoy seguro de preferir que el obispo de Roma se elija por vota-ción democrática entre los romanos. Bueno, ¿todos?, ¿sólo los acredita-dos como católicos con carnet en regla?

¿Qué los obispos podrían ser nombrados de otra manera? Claro. Perosepamos bien cómo, pues no estoy muy seguro de que algunos procedi-mientos no se darían, tanto como el actual, ¡o más!, a una turbiedad y auna manipulación bien poco evangélicas. El actual, en espera de ser cam-biado, si queremos, fue, sin duda alguna, conseguir que la autoridad polí-tica, siempre tan ansiosa de poder, de todo el poder, si puede, no metierasus narices en los nombramientos de los obispos.

Pero me vais a permitir que me suelte por peteneras. La orden encuya cercanía se escribe el editorial, desde su misma fundación, yponiendo un enorme empeño en ello, elige de por vida un dirigente quetiene prácticamente todos los poderes. Incluso el de designar por untiempo los responsables regionales y de cada casa. En su nombramien-to, además, no participa la orden entera, sino que es elección en segun-do grado, de la cual son electores aquellos que tienen derecho, no todos.Desde el comienzo ser de esa manera ha sido la garantía de su funciona-miento, es decir, de llevar a cabo su misión propia, la que cumple suvocación en la Iglesia. Además, los que han llegado a un nivel de entra-da final en la orden, añaden un voto de obediencia al papa, que ni tú niyo, por ejemplo, profesamos.

Por eso, cuando se pide democracia, debemos saber bien qué pedimosy dónde se da. No puede ser ese un grito embrollado en la Iglesia. Si lo es,está pidiendo la destrucción de esa orden y de la Iglesia entera, la deCristo, cabeza de ese cuerpo que es la Iglesia.

Sí es verdad que hay otras órdenes en las que se da la democracia.Democráticamente se eligen por un tiempo el superior de la casa, el pro-vincial y el superior mayor. Claro, sólo votan aquellos que son miembros

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de esa orden. Ni tú ni yo. Me parece muy sensato. Aunque eso puede lle-var al arropamiento de unos por otros, de unos en otros.

En los arribas del editorial se lee una expresión a la que no me he refe-rido. Se anhela una comunidad eclesial que no excluya a nadie en funcióndel género o de los sacramentos.

Palabras crípticas. Ordenación de las mujeres. Recepción de los sacra-mentos por divorciados. ¿Matrimonio homosexual? Pero como queda encríptica la mención, quedará en críptica nuestra opinión y las razones deella, que insisto, es lo importante. Nunca en la Iglesia actuaremos, por lafuerza del Espíritu, levantándonos temprano para comprar el periódicode la gente guapa y saber qué tenemos que decir y hacer en la Iglesia cuan-do se abran las ventanillas esa mañana.

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En el entretanto, he correteado. Tuve que ir a Lovaina. Por cuestiónjubilar y jubilosa. Se me ocurrió lo que me gusta: ir en coche y hacerlo porvías cuaternarias y quinarias. Así me lancé a la travesía de la dulce y suaveFrancia, para llegar a la preciosa Bélgica.

Se nota enseguida que uno deja España. Aquí todos se confabulan para,al punto, por si acaso, cortar de raíz todo árbol cercano al más mínimo asfal-to, convirtiendo el mapa en terreno pelón. En Francia y en Bélgica, por elcontrario, guardan sus árboles con mimo, y uno va por las carreteras comosi estuviera viendo el segundo mabuse de Fritz Lang. ¿Se deberá a que losresponsables de allá son seres sanguinarios con la sangre de sus víctimascayéndoles por la barba? Si tenéis ocasión, fijaos en ello con cuidado.

Perseguido de cerca por legión de citroën dos caballos y dyane 6, con susconductores calzados en la boina, me lancé por veredas maravillosas tras eltío Paco en su burra grande, qué digo, en su descomunal tractor, para disfru-tar del dulce y suave paisaje, teniendo cuidado de parar a comer poco despuésde las doce, no fuera que me quedara en ayunas, y durmiendo en donde caiga.

Al ir, esta vez, porque todo depende de la calidad del día, de la hora,de las nubes, del estado de ánimo, escuchando música a tope, como si fueraun resalsero, me pareció de belleza excepcional, como siempre, el Périgordy el Limousin. Lo repito por tercera vez, qué dulzura verdeante de paisaje

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suave y en pequeñas ondulaciones; riente. Me tocó dormir poco antes deMontluçon. Luego, hacia el mediodía, que no suele ser momento de belle-zas, la luz todo la aploma, llegué por el oeste a Vézelay, y tuve la suertede, en un momento de mucha luminosidad, ver el recorte de la santa mon-taña, con sus torres y picos, cuando sobre el caserío una bendita nube loponía todo en negro. Bellísimo. Ya en los atardeceres, me adentré enBélgica por caminillos en los que era difícil cruzarse con otro vehículo,para llegar a Chimay, a la abadía trapense de Nuestra Señora deScourmont, mis amigos fieles desde febrero de 1968. Pasé un día enterocon ellos. Charlé bien y mucho. Con Père Jacques, siempre enredado ensu puesto de la hospedería. Con Père Charles, el gran conocedor de la erabernardiana, una deliciosa conversación de dos hora. Y con Père Bernard,antiguo jesuita, el bibliotecario. Rememoramos a los que han muerto: P.Maur, P. Thomas, P. Robert, Frère Gabriel, el primero y el último chan-tres excepcionales, quizá los mejores que haya oído nunca. Recé con ellos.

A la vuelta me llovió a manta. Escampó. Pude contemplar de atarde-cida y luego de amanecida las sutiles bellezas del Morvan. Dormí enChâteau-Chinon; resultó ser la ciudad en la que Mitterrand fue alcaldesiempre, hasta su elección presidencial. Pasé por los pueblos que terminanen ac, aunque más al sur de Mauriac. El Lot, otro paisaje precioso, locrucé, para mi desgracia, por autopista, sin siquiera llegar al nuevo via-ducto de Millau, sobre el Tarn. Pero me adentré por la Gascuña en sutilbelleza de atardecida, lo que ahormó todo lo anterior.

En estos viajes perdidos, sea por la dulce y suave Francia, sea por lamagnífica bronquedad de tantos horizontes españoles, transito siempreembebido, sorbiendo los paisajes —me importan menos los monumen-tos—, entre músicas —esta vez, Messiaen, música de cámara y la primerasinfonía de Brahms (lo difícil no es componer música, sino quitar lasnotas que sobran, decía), Saint-Saëns y Fauré— o en el anchuroso silen-cio contemplativo.

13 de junio de 2005 / lunes 20.6.05

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Traje muchas cosas de Lovaina. Libros viejos; eso siempre. ¡Sé dóndeobtenerlos! Amplias conversaciones con amigos. Paz y tranquilidad.

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Algún libro nuevo, pues, uno de los grandes amigos de allá, que resultaser el segundo sucesor de Roger Aubert, codirector de mi tesis en teolo-gía —el director, Adolphe Gesché, murió el pasado año—, quien derechocomo una vela con sus noventa años continúa sus trabajos de historia,además de alegrarme con su conversación larga y amistosa, me regaló unlibro suyo (Jean-Pierre Delville, L’Europe de l’exégèse au XVIè siècle,Peeters, Leuven, 2004, 773 p.).

Algo prodigioso. Un estudio sobre los diferentes modos y sistemas dehacer exégesis en el siglo XVI, desde Erasmo hasta el jesuita Maldonado,pasando por Lutero y una pléyade de autores, protestantes y católicos,del norte y del sur, buscando el equilibrio del panorama del siglo. Unalabor bibliográfica asombrosa de libros y traducciones de la Biblia en esesiglo a todas las lenguas europeas.

¿Merece la pena irse a tan viejos tiempos para hablar de cómo entendíany practicaban la exégesis? El libro nos muestra que sí, ¡y de qué manera!

Para realizar la tarea ha elegido una parábola, la de los obreros en laviña (Mateo 20,1-16); en ella se pueden ver de manera inmejorable esasprácticas y maneras.

Llama la atención el vigor de la exégesis, la búsqueda de coherencia, elinterés inaudito que sigue teniendo para nosotros lo que ellos hicieron.Quedarse encerrado en la vieja comprensión, casi cientificista, del NuevoTestamento tal como se desarrolló en buena parte del siglo XX, buscán-dose que cada escena, cada línea, casi cada palabra o fragmento de tildeesté ligada reciamente a una comunidad cristiana primitiva, quedando asíexplicada por el lugar y circunstancias en el que vino a la existencia delescribirse, y que luego, en continuados manejos redaccionales, se ha idoconstituyendo, quizá muy tardíamente, en los textos que hemos recibido,además de un trabajo muy interesante, resulta ser pobre en demasía paracomprender. Se olvida de algo que hubiera parecido esencial: el propiotexto entero y tal cual es en su tersura y existencia.

Cuando leemos este libro nos confirmamos en lo que hemos idosabiendo en los últimos años del siglo XX, que lo definitivo cuando se leeun texto… es el texto, en su grandeza, en su coherencia, en su intenciónnarrativa y teológica, en su unidad asombrosa, en lo que nos transmite,porque quiere transmitírnoslo: la fe en Jesucristo, el Señor.

Pues bien, si leemos en toda su morosidad las 46 distintas lecturas dela parábola mateana que recoge, nos quedamos pasmados, yo al menos, de

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la modernidad de esas lecturas. Y de otra cosa llena de sutileza: cómo sevan entrelazando líneas y comprensiones, y cómo estas van mucho másallá de las divisiones meramente confesionales. Es asombroso ver el para-lelismo en la interpretación de Lutero y del jesuita Maldonado, casi a finaldel siglo, aunque el lenguaje teológico aparente ser tan distinto en eso defe y méritos.

Libros como este, que a uno le dejan con la boca abierta, hacen ver queun trabajo lento, duro y continuado, llevado en una coherencia y riguro-sidad asombrosa, tienen un vivísimo interés, por más que pudiera parecer,a quien no sabe mirar las cosas con cuidado, que esos libros-ladrillo nosirven para nada. Sí, la aventura de la exégesis europea en el siglo XVI nosinteresa sobremanera.

Este mamotreto está entre los más interesantes que he leído de comen-tario bíblico, eso que de unos años a esta parte muchos de los libros quecompro son de exégesis.

15 de junio de 2005 / martes 21.6.05

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Es puro fruto de la casualidad que, haciendo justamente un siglo delnacimiento de Jean-Paul Sartre, me ponga a hablar de él. Desde mis vein-te años soy de los que tomaron partida definitiva y segura por AlbertCamus y, por tanto, contrapartida permanente y recia hacia Sartre. Y adicha edad esas cosas se hacen de una vez para siempre. Hasta llevo toda-vía, a la manera camusiana, una gabardina burberry que conseguí años haen un generoso descuento.

Y, sin embargo, pasados los años, cuando quedaba claramente expre-sada mi contrapartida, Sartre me ha ido volviendo poco a poco, y me havenido por donde debía, por su literatura, de manera especial, por suteatro.

Hace años, no tantos, pues todo eran furores, leí La náusea. Me dejóanhelante. Cuando salieron las obras ‘romanescas’ de Sastre en esa colec-ción que no tiene igual en el entero mundo, la biblioteca de La Pléiade, lascompré y volví a leer con pasión el libro de la angustia. Me dejó sobreco-gido en su enorme grandeza. Luego, ya lo he dicho, siguiendo los conse-jos de un amigo, me eché a leer desaforadamente a Simone de Beauvoir.

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Comencé con El segundo sexo. Libro sorprendente, de esos que deberíansiempre ser leídos, si es que se quiere conocer una versión rabiosa ynaciente del feminismo, y ejemplar lectura de toda una época. Luego paséa las carreras cayendo sobre varios de sus libros, sobre todo autobiográ-ficos, Memorias de una chiquilla comedida, La fuerza de la edad, La fuer-za de las cosas, La vejez, América día a día. No exageraba hace unos díasal hablar de miles de páginas. Fue, precisamente en Lovaina, en mis idasy venidas profesoriles. Comencé un otoño hermoso, muy luminoso. Lorecuerdo bien.

Leyendo a la Castora descubrí a Jean-Paul Sartre de manera rompe-dora. Compré por suelto varias de sus obras de teatro, que leí con pasión.Era arrebatador. Mi lectura sartriana se hizo desenfrenada. Anunciaron elvolumen de la Pléiade con el teatro completo. Sólo ahora, en febrero deeste año, ha salido, y me he apresurado a comprarlo en mi viaje.

¿Por qué ese cambio en mi actitud? Mudanza, además, tan difícil dedarse al provenir de anclajes tan antiguos y decididos, pues nunca cam-biaré mi gabardina camusiana por las vestimentas sartrianas posteriores alseseintaiochismo desvergonzado.

Para entenderme, debo recurrir al ejemplo de Pasolini. Lo que este enItalia, lo fue Sartre en Francia. Genio polifacético, enredador, genial,entrometido en todo, tomador de todas las posiciones, capaz de estarsiempre al desgaire —no, al final de su vida, en mi opinión, el hacedor delas peores posturas que pudieran convertirse en políticamente correctas—,y, además, filósofo de la libertad. Libertad del instante que no puedo niquiero compartir, pero que me pone junto a él; nuestros intereses y pre-guntas son las mismas, por más que las soluciones diverjan.

Michel Contat, el editor del teatro completo que ahora de manera tanconnaturalmente bella se publica, lo dice con toda su crudeza. Teatro liga-do a su existencia y, sobre todo, teatro, mejor, obra en su conjunto esen-cialmente crística. Por más que sea desde posturas rabiosamente ateas,negadoras absolutas de Dios para mantener la absoluta libertad del noestar ligado a nada mi a nadie, a ningún pasado ni presente ni futuro, por-que la libertad es la creación existencial del instante, de cada instante.

A Pasolini le he entrado por el cine. A Sartre, por el teatro. Mas, enambos casos, la acogida ha sido definitiva, aunque en el caso del francés seanueva, casi de hoy, pendiente de alcanzarla en el comienzo de su plenitud.

26 de junio de 2005 / miércoles 22.6.05

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En mi travesía por la suave y dulce Francia me encontré con todas lasvacas posibles. Legión. Con frecuencia en grupos, como tomando el téverde de las cinco, por más que fuera de mañana. En muchas ocasiones,pero que muchas, se las veía en plácida conversación, formando corros,algunas sentadas con esmero y elegancia. No estaba en disposición deescucharlas, pues la música o el silencio se me hacían impenetrables, peroparecíanme en profundo diálogo, quizá sobre el destino incierto de lavacunez; acaso comentando los modos distintos de hacer una leche tanmerengadamente rica, que nosotros, tan listos y despreciativos del géne-ro vacuno, no hemos sido capaces de imitar. Ellas la producen y guardanpara sí el secreto que intercambian cuando están seguras en su pacíficacharla. Nosotros la damos como buena una vez que en nuestras fábricasla despiezamos en robo profundo, guardando sólo un vago color blan-cuzco. Parecían sonreírse de nosotros con un deje un poco sardónico.

Estos continuados pensamientos me dieron mucho en lo que rumiar.¿Cómo es posible que haya tardado tanto en darme cuenta del con-

tento vacunar y de sus pausadas conversaciones? Ya lo dijo hace infinitosaños el presidente de Gaulle: Europa es un pequeño conjunto de paísesque se construye encima de un enorme lago de leche. Ahí está el puntoclave de las conversaciones rumiantes.

A veces dan ganas de cabrearse con los que nos explican las cosas, pueso nada saben o, si lo saben, quieren impedir por todos los medios quenosotros sepamos.

El ochenta por ciento de los presupuestos comunitarios europeos va aayudas agrícolas, sobre todo francesa. Y eso es intocable. Así pueden estarde gordas y sanas las vacas de mi periplo. Me entero que la ayuda a la agri-cultura española, durante un cierto tiempo, fue del orden de 13; en esomismo tiempo a la francesa fueron 28. La ayuda a la agricultura españolacesará. La francesa, no. Ellas lo defienden con uñas y dientes, caiga quiencaiga. Además, por ser miembros fundadores, tienen derechos adquiridosque nunca nadie se los podrá quitar. Por ejemplo, el vino blanco del Mosa ydel Mosela —¡no sólo francés!—, como tienen falta de sol no posee gradossuficientes, y se le puede añadir azúcar. Al de aquí, no; está estrictamenteprohibido por las leyes europeas. Y así, mil cosas. Las que van llegandotarde, se acoplan, porque les interesa, a lo que las otras han decidido antes.

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Ya sé, pues, de qué hablan las vacas. De la injusticia y falta de demo-cracia con que estamos construyendo esta Europa de nuestros amores,que a ellas les proporciona tan bella hierba para que el té verde de lascinco se lo puedan tomar cuando les apetezca.

Ya os lo he confesado anteriormente: soy europeísta fundador, pueshice opción por Europa cuando se firmaron los primeros tratados y yotodavía era un crío. Entiendo que debe haber leyes constitucionales de laUnión, pero no he llorado muchas lágrimas cuando sucesivas consultaspopulares, reales y virtuales, la han rechazado. Se quiso que la aprobára-mos de matute. Nadie, por ejemplo, nos dijo de manera suficiente, esdecir, con voluntad de que nos enteráramos, que la tercera parte del pro-yecto de Constitución copia casi a la letra tratados fundadores como el deRoma. Parece que se pensó: total, qué más da, es igual. Por eso los fran-ceses dijeron en enorme porcentaje que no. Lo malo es que hubo veintemillones de razones distintas y divergentes por las que tantos y tantosvotaron que no.

Una cosa no era seria. La otra tampoco. ¡Qué tremenda desdicha!17 de junio de 2005 / jueves 24.6.05

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Dado que siempre, desde niño, me dejé comer el coco por el espírituingenieril, el postulado quinto de los Elementos de Euclides me ha dadomucho que pensar. Dos líneas rectas; mas ¿qué son líneas rectas?, ¿lasconstruimos con la regla, poniéndola entre dos puntos? Pero, si es así,¿cómo construir una paralela a una recta ya dibujada, que pase por unpunto fuera de esta y nunca jamás se corte con ella?, ¿cómo la pintare-mos? Haremos que la distancia de una línea a otra, según la vamos deta-llando, sea rigurosamente igual, o lo que es lo mismo, pensaron, diremosque ambas rectas paralelas se cortan en el infinito. ¿Tan lejos tendremosque irnos para decir que dos rectas son paralelas?, ¿cómo nos iremos hastaallá?

Una locura de problemas. Dejó perplejos a todos los gustosos de geo-metría, euclídea ya, desde que comenzaron a construir otras, simplemen-te, quitando el problema de las paralelas: las geometrías no euclídeas.

Pues bien, ahí estamos.

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Sean dos acontecimientos, por ejemplo sociales, A y B. Las leyes y loscomportamientos cívicos deben ser de exquisito y riguroso paralelismo.No puede ocurrir que al sujeto colectivo A se le concedan todos los per-misos para que, por ejemplo, se manifieste por las calles que quiera, o casi,con los carteles que quiera, por más que puedan ser vejatorios, inclusogravemente, y con la fiesta que le apetezca; pero que al sujeto colectivo Bse le recorten los permisos, o casi, se le miren con lupa los carteles quevaya a llevar para que tengan el cuidado exquisito de no ser vejatoriospara nadie, ¡y guay si alguno lo es, tendremos a las gentes del bomboinflándonos la cabeza con los gritos de sus vergüenzas!

Más aún, ¿cómo puede ocurrir que lo del sujeto colectivo A parezca ala gente guapa y a los poderosos del bombo, que son los mismos, claro, lomás natural del mundo, y que lo apoyen con todas sus fuerzas mediáticas,muchas, muchísimas, y lo del sujeto colectivo B, en cambio, les parezcauna verdadera marranada a la que no hay derecho y que sólo se tiene per-misión porque somos muy demócratas, pero si lo fuéramos algo menos,aquí, de B, no se movía ni el flequillo? Bueno, tú lo sabes como yo, la per-misión es meramente factual y legal, pues los del bombo en sus mediatis-mos poderosos por demás no permiten nada y a los del sujeto colectivo Bles ponen a caldo, de manera que los del A aparezcan como angelitos delcielo y los del B como vejestorios luciferinos sebosos, rijosos y retorcidosen infame maldad; en fin, de juzgado de guardia.

Pues mira, este tipo de geometría no euclídea en las cosas de la vidaen sociedad siempre me ha dejado perplejo. Debo ser de los pocos quetienen ese sentido tan agudo del paralelismo y de que las dos líneas tie-nen que mantenerse en cuidadosa equidistancia en sus derechos, en suspermisos, en la percepción informativa de los medios de informaciónpública.

Pero no, ya sabes, a A se le vigila con cuidado su derechez de líneaparalela; a la otra, la B, se le permite ser una línea paralela bien curvada ensus meandros, bucles, escapadas al monte, insultos y empujones violen-tos. Todo ello mientras quienes deberían estar preocupados por el trata-miento de las paralelas como lo que son en su perfecto pintamiento, sóloestán preocupados de su ojito derecho, A, y no hacen más que mirarrabiosamente por el rabo del ojo izquierdo a B.

¿Es eso justo?, ¿aceptable? No. Eso es una horrible injusticia.18 de junio de 2005 / viernes 24. 6.05

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La mirada de Dios produce la vocación de cada uno en lo íntimo desu ser persona. Estas palabras tan profundamente sencillas me las dijoayer una amiga religiosa con la que suelo hablar con frecuencia, quienleyó con interés, y un tantico de decepción, me dijo, las páginas sobre lavida religiosa.

Su idea es luminosa. La mirada amorosa de Dios a cada uno de noso-tros, creándonos como persona rotundamente individual, produce ennosotros eso que es nuestra más profunda vocación, la de nuestro ser enplenitud. En todos y cada uno de nosotros; de una manera, lo repito, per-sonal en rotundidad. Es esta mirada la que hace nacer y crecer en noso-tros esa vocación que es la nuestra, envolviendo por entero nuestro cora-zón, siempre en libertad.

En el caso de la vida religiosa esta mirada de Dios se convierte en con-formadora total de la vida. Por así decir, no hay otras apoyaturas que nosean esa mirada y sus frutos en nosotros. Ella es la que hace que la vidaproducida por su gracia de mirada conocedora de nuestra vida, se con-vierta en vida fraterna, en vida de oración, en vida de trabajo; se convier-ta en carne transfigurada. Ella es la que da sentido de absolutez a la virgi-nidad, a la entrega por completo y sólo a esa mirada de Dios al corazónde la persona de la religiosa, que se transfigura en vida fraterna —de soro-ridad— y en trabajo, la transparencia, mejor, del anuncio a los demás dela fuerza impresionante de esa mirada. La que da sentido a la obedienciaa un proyecto comunitario.

Así, vivir la vida religiosa es vivir dejándose crear por esa mirada deDios; dándole por entero la vida; haciéndose persona por su medio. Laoración, así, es ponerse por entero y sin resguardo, con todos los porosdel cuerpo y del alma, a la discreción de esa mirada, mirada de gracia,mirada amorosa, constituyente del corazón entero de quien es mirada deesa manera tan absoluta, tan amistosa, tan tierna.

Alguno pensará que se trate de una mirada inquisitiva, juzgadora; alcontrario, es una mirada de corazón a corazón, si se me permite decirloasí, hablando del corazón de Dios.

Siempre a vueltas con el cuadro del Caravaggio que está en una de lascapillas de la izquierda en la iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma.La luz que entra por la derecha es luz de Dios, luz de su mirada, que viene

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de más lejos, y Jesús, allá delante, envuelto en esa luz, mira a Mateo, toda-vía sentado en su telonio —mientras sus compañeros están a lo suyo, sinver ninguna luz, sin ver a ningún Cristo—, le dice: Sígueme. Mateo, olvi-dado ya en dónde está y lo que tenía entre manos, en un primer momen-to que es el que refleja el cuadro, se señala a sí mismo con el índice de laderecha en un gesto de absoluta perplejidad, mientras dice: ¿me miras amí?, ¿te refieres a mí?, ¿me vas a configurar con tu mirada? Sólo hay untestigo, un muchacho, que es el único que ve lo que acontece; con él, quesomos nosotros, comprendemos cómo esa mirada produce ya por enterola vida nueva de Mateo: su seguimiento, su fraternidad apostólica, su vidade anuncio de la Palabra, de oración, el calentamiento de su corazón quedura la vida entera, su entrega al ministerio, su martirio, si llegara el caso,su testimonio, siempre.

Me parece, pues, que en ese cuadro tenemos expresado lo que másarriba he querido señalar con palabras balbucientes.

19 de junio de 2005 / lunes 27.6.05

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En mi viaje tuve varias conversaciones con amigos que resultaronmaravillosas. Incluso, en alguna ocasión, largas y con enjundia. Una gra-cia que así fuera.

De las cosas que más me preocupaban era la recepción en Bélgica de laelección del papa Benedicto XVI. Conozco bien la Iglesia en esa país paraque entre vaca y dos caballos llevara conmigo cierto desasosiego. Lo queme hablaron, incluso personas que no estuvieron nada contentas con esaelección, fue apaciguante. Los medios mediáticos del bombo, que allá sonde su cofradía, pero existen bien fuertes, resoplaron menos iracundia con-traria a lo que aconteció acá. Se dio un pensamiento, al parecer. La elec-ción es esta, y ya está. De nada sirve andar zascandileando. Hay que ape-chugar con lo que viene. Además, parecía añadirse, no se puede prejuzgaral papa recién elegido por la imagen, burlesca y falsa, de quien había sidoantes Ratzinger. Para colmo, se leyó con cuidado libros, entrevistas y diá-logos, por ejemplo, con el filósofo alemán Jürgen Habermas, que estabana disposición de quien quisiera mirarlos; cosa que aquí los parientes nohicieron. También se leyeron sus homilías como decano del colegio de

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cardenales y sus primeros discursos como papa. De ahí parece que se con-cluyeron dos cosas. Primera, puede ser mucho mejor de lo que las malasvoces querían proferir. Segunda, puede ser el perfecto sucesor de JuanPablo II; tiene suficiente valía, vida y personalidad propia para no sentir-se abrumado por una herencia que le aplastara, por lo que se sintiera abo-cado a la pura y barata copia de un papa grande.

Me pareció lista la postura belga. Incluso algún amigo joven, al queconocí de estudiante de filosofía y que ahora, junto a otros, forma partede una orden religiosa y acaba de ser ordenado sacerdote, quien habíahablado incluso por la televisión, donde le invitaron un par de veces,mostrándose crítico en algún punto con el pontificado anterior, es loque había venido a pensar y ahora, en larga conversación con él, seencontraba moderadamente contento con la elección y figura deBenedicto XVI.

Conozco suficiente a gente joven de la parte francófona de Bélgica, lamanera realista y encariñada en que viven su cristianismo, para poderdecir que estoy esperanzado de lo que puede ser su futuro. Hace quinceaños, cuando volví a encargos lovanienses, el panorama era mucho másnegro. Hoy hay gente joven muy implicada en la Iglesia, que saben muybien que ellos son Iglesia y que viven con gozo esa pertenencia eclesial.Conozco bien a sacerdotes y religiosos jóvenes, entre ellos Joël y Damien,Dominique y Pierre-Yves, de una enorme valía pastoral e intelectual.Trabajan con gozo y con empeño, junto a la seriedad sonriente que siem-pre tienen los belgas. Los conozco a ellos y a muchos más, hasta el puntode que, quince años después, soy mucho más esperanzado.

Las nuevas generaciones quizá sean finas, pero ya no tienen enmara-ñamiento alguno. Cosa distinta acontecía con mi generación y la siguien-te: puro complejo. Vivo esperanzado, bien es verdad que con moderación,de esa Iglesia joven que está renaciendo en la parte francófona de Bélgica.Confieso paladinamente que otra cosa muy diferente, y que sólo conoz-co de oídas, es la parte flamenca del país, en donde las cosas seguramentetienen todavía otro cariz. La diferencia entre una parte y otra queda paraalgún paralipómeno vacacional.

Tuve también enorme contentamiento de ver, junto a los que ya me hereferido, a varios amigos con los que me encanta platicar cada vez queviajo a Bélgica. Entre ellos, Mehdi y también Florence.

20 de junio de 2005 / martes 28.6.05

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Una parroquiana mayor, leyendo algunos de mis papeles, me decía:¿líderes o, mejor, santos? Aunque la palabra santos me apetezca sobre-manera, prefiero decir, y seguir diciendo, líderes.

Por una razón sencilla. Santos son los santos de Dios, y, desde talpunto de vista todos lo somos. Santos, de cara a Dios, a la mirada de Dios.Y no tengo la pretensión de estar aposentado en esa mirada. Sí, debemospedir compungidamente al Señor que nos dé santos; santos de nuestraconocencia, para que nos sirvan en nuestra santificación.

Pero, al menos por ahora, en estos paralipómenos me he quedado enuna necesidad más humilde. La de que alguien nos señale caminos por losque nosotros, tras ellos, podamos transitar en nuestro seguimiento deJesús.

Por supuesto que a quien seguimos, me he hinchado a decirlo, es almismo Jesús. Pero muchas veces no tenemos la habilidad, no me atrevo adecir el carisma, de saber cómo y por dónde en estos tiempos recios; cadatiempo tiene su reciedad, mas los nuestros lo son, y mucho. Y hay com-pañeros y amigas, amigos y compañeras, que sí tienen esa rara habilidad.Quizá porque tienen la mente más clara o porque son más osados o por-que pasan de muchas cosas de las que nosotros no podemos fácilmentepasar, de seguro que debido a la gracia de Dios que les anima y empuja.¿Y qué es lo que hacen? Liderarnos. Señalarnos ocasiones y senderos.Ponernos en mitad de la calle un cartel con un eslogan de manera quenosotros nos decimos: claro, es eso, ahora lo veo con claridad luminosa.Y comenzamos a caminar por esas calles, sin importarnos ya tantos quédirán que con frecuencia nos acongojan.

Si repasas viejos paralipómenos verás que uno de los que he calificadode líder es Pedro, el maravilloso chaval de Los olvidados, de Buñuel. No esun santo; le vale con un ser un chavalín desvalido entre chavalines desvali-dos. No vive de santidades. Pero como tiene la gracia de saber estar, desaber ser, sabe decirnos —¡a nosotros sus espectadores!— quiénes podemosser, cómo podemos ser, convirtiéndonos, por la magia fabulosa de LuisBuñuel, en sus seguidores. Si quieres, en sus secuaces. Él es, para utilizar ellenguaje de mi parroquiana, un santo y nos conduce hacia la santidad.

Veis, pues, que me estoy refiriendo con esto del liderazgo a algo muyelemental, muy primario; un comportamiento que, viéndolo, decimos:

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me gusta hacer de mi propio estilo de vida y acción una manera miméti-ca de su propio proceder, pues haciendo como él, yendo por donde él va,me doy cuenta maravillosa de que ese es el camino de mi seguimiento deJesús. Es alguien que nos ilumina en nuestra vida de todos los días, yexpresándolo, transforma nuestra vida entera al caminar por los senderosen los que él nos precede. El líder —también el santo, claro— son, así, unaocasión de gracia para nuestra vida.

Si digo santos estoy utilizando un lenguaje teológico magnífico, refi-riéndome al núcleo mismo de lo que somos en lo profundo del corazón.Bueno, de lo que somos a medias o a cuartos. Al decir líder, me quedo enalgo que también es esencial, por así decir, la iluminación de por dónde iral centro mismo de nuestro corazón. Un día le vemos pasar por la callecon un cartel, y viéndole, viéndola, decimos: ahora mismo salgo a la calleyo también.

Iluminación divina, siempre, toda luz lo es de transfiguración, peroque se nos ofrece como gracia en quien es como nosotros, muy cercanoen su humilde cercanía.

20 de junio de 2005 / miércoles 29.6.05

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Ya veis, a la chita callando han resultado un porrón de paralipómenos.Ahora, por su propio bien y por el tuyo y el mío, vacacionarán hasta sep-tiembre, si es que siguen teniendo sencilla acogida en esta modesta pági-na que los cobija. De otra manera, tú y yo, vosotros y yo, moriremos deatosigue. Además, así, ahora, si te apetece podrás volver a algún rumieaquí y allá, sin la necesidad de ver cuántos números se me escaparon desdela última vez que entré en ellos, pues estos días últimos he estado muydespistado, con el cansancio, a veces enorme, de todo el curso.

Ya está bien, por ahora.Debo confesarte, como ya te he dicho antes alguna vez, que por poco

estos paralipómenos me sacan de mis quicios. La razón es sencilla, aun-que te pueda parecer peregrina y falsa, me cuesta mucho hacerlos, debotener la cabeza en ellos, y conseguir eso en un curso cargado de maneraespecial como el que este año, culpa mía por no saber contar las horas declase y tener la cabeza a sus tontainadas. En medio del fragor, no sé cómo

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he sido capaz de escribir estas cándidas páginas. Con lo que me ha costa-do redactarlas con esta relativa sencillez, que seguramente a ti no te pare-ce tal. Y tienes toda la razón.

Pero es que una amiga un día me señaló en uno de mis escritoscorrientes, no en estas páginas, un párrafo que tenía treinta y dos líneas.Me puse colorado como un chiquillo. Mas aún porque tuvo la gentilezade decirme que… se entendían, aunque costara un poco.

En fin, no sé. Ya os he dicho que por mis gustos me arrastra muchomás la frase unamuniana que la azoriniana. Y lo que son gustos tan pro-fundos es muy difícil que a uno no le arrastren para siempre.

He expresado todo lo que he escrito en estos paralipómenos con abso-luta libertad, tanta que no puedo mas que agradecer a quienes me handado cobijo en su portal. Espero haberlo expresado envuelto, al menos enlo que me toca, que es mucho menos, en esa mirada de Dios y en todomomento con amor a la Iglesia de Cristo. Ambas cosas son lo único quetiran de mí desde más allá. Me gusta pensar, aunque es posible que meequivoque de medio a medio, que esas dos razones son las únicas que mearrastran a este trabajo.

La palabra expresión es quizá la más importante de todas las que hepronunciado. He buscado expresar esa mirada y ese amor. No sé si lohe conseguido. Seguro que no, pues las puertas del infierno estánempedradas de demasiadas buenas intenciones; se quedan en eso y novan más allá. Y sólo lo que va más allá merece la pena, vale para algo,expresa algo.

Si te interesa, puedes entrar en una página web mía que estoy ponien-do a punto estos días: <www.apl.name>. Espero tener el cacumen de con-seguirlo, pero ya sabes que esto del ordenador es sobre todo para gentemás bien jovenzuela. En ella encontrarás, además de estos paralipómenosen serie seguida, otras cosas mías, e incluso algo más. Si estas largas para-lipomenadas te han hecho algún tilín, espero que las cosas contenidas enesa página te diviertan.

Hasta pronto, pues muy para nuestra desgracia antes de que me décuenta ya estaremos de nuevo en la paralipoménica tarea del escribir, y túen la del leer, en vez del vacacionar que es lo que a ti y a mí nos gusta deverdad y hasta el fondo del corazón.

20 de junio de 2005 / jueves 30.6.05

Alfonso Pérez de Laborda

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REALIDAD

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Año y vez.El pasado año estuve en Guirguillano, un pueblecillo de la maravillo-

sa Navarra media, junto a Puente la Reina, Obanos y Muruzábal. Leí lafísica y la metafísica aristotélicas: qué digo, comencé, pues toda lectura deellas es una relectura, mejor, un nuevo comienzo. Casa grande, pero en laque se consigue el silencio que quieras buscar. La habitación se convirtióen el ‘cuarto de Aristóteles’. Año y vez. Ahora pasé casi tres semanas.Llevé mucho para escoger el qué leer. Resultó que me sumergí en uncomentario al Levítico y otro a la epístola a los Hebreos —de la colecciónitaliana a la que ya me referí—, en total son más de mil páginas, aventurafascinante, y seguí con Joseph Conrad, ahora el hermosísimo Lord Jim.

¿Cómo vivir la vida cuando uno tiene un ideal? ¿Ideal romántico?Quizá. Un vivir la existencia en verdad, haciendo de ella una realidad pro-pia. Mas, ¡cosa espantosa!, ¿cómo hacerlo teniendo incrustado para siem-pre aquel acto de honda negrura, de espantosa vergüenza, con la que unodebe enfrentarse dentro de su sí mismo cuando los demás se enteren, y lasnoticias siempre llegan, aunque te alejes por la huida a las profundidadesde la ausencia; una huida, sin embargo, por allá por donde todos saben esoque vives como espantosa vergüenza, la del miedo, la del abandono deldecente deber, aunque recorras el mundo entero, tan pequeño, en dondelas noticias corren y llegan invariablemente, por más que sea hasta las pro-fundidades del reino de Patusán. Y todos adoran al joven Jim. No lesimporta lo que fuera aquello; lo entienden, le perdonan, saben que a ellos

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les hubiera podido suceder lo mismo. Qué digo, les ha acontecido lomismo en otras ocasiones, de otras maneras. Llevando a más de ocho-cientos peregrinos a La Meca en lo que no es sino un montón de chatarraflotante, tras un grave accidente y en medio de una furiosa tempestad delos mares del Índico, el capitán y sus tres oficiales abandonan ellos solosel barco en trance de hundirse sin remedio, dejando a su espantosa suertea todos los demás, marineros y peregrinos. Nunca fue intención de Jimhuir; se encontró en ello como sin apenas saberlo. Empujado por los gri-tos hirsutos de los suyos se tiró al mar, como le pedían, y fue recogido porsus tres compinches. Yo no huí, dice al narrador. Mas, ¡espanto y horror!,rescatados, resulta que el barco chatarroso no se hundió y ha sido arras-trado a buen puerto. Desde entonces Caín —que es Abel— huye sinreposo, siempre bajo el ojo implacable de su sí mismo.

Año y vez. Días familiares en casa de María Teresa, la hermana peque-ña; vecino de otros hermanos. Casi todos pasan tiempo por aquellosvalles. Un día tuvimos la alegría de juntarnos a comer seis de los siete quesomos. El Valdizarbe. Paisajes anchurosos, cerrados con montañas quevan decreciendo hacia el sur. Aquel en el que pasé tantos veranos de laniñez, conformándome, y que, por eso, se ha convertido para mí en elhorizonte de referencia. Como si no fuera sino figura en ese paisaje.Luego, más tarde, se me abrió a las anchurosas ondulaciones salmantinas,tan salpicadas de encinas, cerradas en el sur por montañas azuladas, quemodularon mi horizonte. Ambos lugares de una belleza indescriptible enlos largos atardeceres dorados del verano, en los que brotando hasta elcielo se imbrica el color del sol con los amarillos rastrojos ondulantes, conla verdura de los árboles, tan distinta de tierras más norteñas, o de lasviñas del primero de esos espectáculos configuradores.

Entrambasaguas, 10 de septiembre de 2005 / lunes 19.9.05

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Año y vez. Somos recreadores de la creación. Por eso nos las habemoscon la belleza. Esta es cosa nuestra como recreadores que somos de lo quesin nosotros no terminaría de ser bello porque nadie hablaría de ella;nótese que digo de ella y no de ello. Creadores de belleza, porque recrea -dores de ella, que —como acontece con el tiempo: comienza a haberlo

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cuando un alguien es capaz de numerar el antes y el después del movi-miento, de otra manera hay movimiento, no tiempo— sólo lo es cuandoun alma la contempla en el embelesado asombro y exclama en el arroba-miento: esto sí que es bello. Entonces, y sólo entonces, es cuando habla-mos de la belleza. Sin ese nuestro entusiasmo admirativo ante lo bello nocabría hablar de la belleza. No es como una fruta que cuelga de la rama deun árbol o crece junto a las sandías. Es una conjunción de algo que se hallaen aquello a lo que llamamos bello y de nuestra propia llamada, mejor, denuestra exclamación de asombro expresada en sentimientos y palabras,como un susurro de embeleso. No habría belleza si no hubiera expresión:tanto de la propia cosa bella como de lo que somos nosotros mismoscuando nos vemos golpeados por ella hasta hacernos hablar.

Alguno pensará: ah, ya, así pues, soy yo quien me finjo qué es bello yqué no lo es. Pues, en el fondo, es bello lo que me da la real gana que losea o aquello que convenzo a los demás de su belleza o lo que me con-vencen que lo es. Ahí está el intríngulis de todo esto de la belleza.

Sí, elemental, en algo es de esa manera. El idolatrado hijo único de unapareja mayor, con pintas y gorduras de muchos quinquenios, les conven-ció de lo bonito que sería comprar un coche marca porsche, convenientea su nivel de pelas. Lo hicieron, claro. Luego, la inocente madre solía deciren la carnicería que sí, muy bien, pero que lo encontraba demasiado bajo,que para entrar en el asiento del copiloto debía sentarse en la acera e intro-ducidas las piernas con grandes dificultades luego con un movimientointrépido conseguir que el conjunto de su persona cayera en aquel aguje-ro. Era claro, eso no es una recreación de belleza, sino una curiosa bella-quería del hijo ante la chochería de los padres. Pero, cuidado, el urinariobocabajo de Marcel Duchamp en la exposición newyorquina en medio dela primera guerra mundial fue una importantísima obra que marcó el artede todo el siglo pasado. ¿Hay justo medio? ¿Dónde está?

Podría medirse lo que es bello por su valor de mercado, es decir, porlo que se paga por él de comienzo o luego en las subastas de la casaChristie’s. Mas ¿es eso lo que nos da el meollo mismo de la belleza? No,claro que no. ¿Qué es, pues? Tú, como yo, enganchado de nuevo a estosparalipómenos, no te vayas a creer que ya me sé la respuesta. Al contra-rio, y porque no me lo sé, quisiera que fuera la búsqueda de este curso,o de los próximos años, quién sabe, pues es la gran cuestión filosóficaque se nos plantea, que se propone a nuestros actuales rumies. Iremos

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adentrándonos en esa cuestión maravillada. No es que vaya a dedicarletodas mis próximas crónicas —¡qué aburrido sería!, ¿no?—; en cambio,en cuanto sea capaz, sí espero hacerlo en el trabajo con mis alumnos y enla contemplación del misterioso surgir de las letras del ordenador. Algo setraslucirá, espero. Año y vez.

Entrambasaguas, 18 de septiembre de 2005 / martes, 20.9.05

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Con esto del año y vez te veo ya hartito o hartita, según. Hay vecesen que uno necesita irse lejos, sobre todo alejándose del ordenador yde toda escritura, ahuyentado casi de cualquier pensamiento. Para des-cansar y para que las cosas se recoloquen ellas solas en su sitio, sunuevo sitio, anunciando así, quizá, nuevas cosechas. Eso es lo que, porlas puras necesidades, me ha apetecido hacer durante unas semanas.Primero esa Navarra de mis paisajes amorosos —con figuras siempre,de otra manera no son paisajes—, después Entrambasaguas, enCantabria, acogido por un viejo amigo cura, Esteban, mucho másjoven que yo. Allá con una conexión a internet parecida a disponersea atravesar el océano en un bote de remos; ahora, con otra, buena estavez, pero que tozudamente se empeña en no reconocer lo que ellallama mi password, convirtiéndome así en un giróvago de la red, yaquí me tuvisteis con dos palmos de narices. Sin apenas poder antesver entonces los correos-e; negándose ahora a dármelos según lo quees mi derecho, bueno, creía que lo era. En espera, pues, de volver acasa para engancharme de nuevo a las uvedobles. Gracias que puedollevarme desde aquí unos pocos paralipómenos para empezar el próxi-mo lunes, si las cosas van por sus normales fueros. Además de con miamigo sacerdote, al que eché una pequeña mano, haciendo alguna visi-ta, a un amigo de Madrid, José Miguel, que tiene recién inauguradauna maravillosa casa encima del mar, construida bellísimamente poruno de sus hijos, arquitecto, y a dos antiguos amigos madrileños de lostiempos lovanienses, que tienen que ver, una con la administración dela UIMP de Santander, Teresa, y el otro, Miguel Ángel, con la últimasemana de sus cursos, los únicos en conseguir que me vaya a la cama ahoras por completo desaforadas.

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La amistad de la familia y de los amigos es cosa muy grande. Parteesencial de la belleza.

Lenta y perezosamente, pues estuve en Madrid hasta bien pasada lamitad de agosto, echado al puro descanso, que me parecía ser tan necesa-rio, abandonado de todo teclado y casi de cualquier pensamiento, en elpuro terreno de la amistad, voy desperezándome para lo nuevo, para losfuturos más allás. Ya hace meses que lo he dicho, se ha cerrado una etapadel pensar, que ahí queda, y debe abrirse otra, totalmente nueva, aunque,no, qué digo, que estaba presente ahí desde siempre, pero que ahora, porfin, ocupa todo el escenario: la belleza. ¿Será una etapa estéril o cargadade frutos? Ojala lo segundo.

Huelo que debo bajar, pues esta casa cural es una casita solitaria,junto a su iglesia, a ver el puchero de las alubias pochas una vez más.Tienen muy buena pinta. Están al puf-puf de la cocina al mínimo de losmínimos desde las nueve de la mañana. Ya casi es la hora de comer. Malosería que se me estropearan al final. Ay, pero sin sal. La echaré de menosen mi plato con un chorretón de vinagre balsámico, ¡si lo hay!, para nomorir de acedia. La lavadora ruge con su colada. El silencio es comple-to. Algún pajarillo parece que se oye. A media mañana ha caído unenorme chaparrón. Me ha cogido en casa. ¿Seré capaz de desperezarmepara ir a pasear esta tarde a Santander, pasando en el barquito desdePedreña? Si no hoy, mañana. Luego habrá que ir pensando ya en volvera casa. Mas no podré dejar de pasar por la mi Ávila; la diócesis de misprimeros y viejos amores.

Año y vez.Entrambasaguas, 13 de septiembre de 2005 / miércoles 21.9.05

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Decía que Ávila es la diócesis de mis primeros y viejos amores. Y esverdad. Pero el pueblo al que le doy esos calificativos se llama Morille, aveinte kilómetros de Salamanca, en donde fui durante seis años párroco,sin dejar de ser profesor en la Facultad de filosofía de la UniversidadPontificia de Salamanca, que durante veinte me vio zascandilear por susafanes. Para llegar hay que tomar la carretera de Vecinos, enseguida delpuente romano, y tirar tres veces hacia la izquierda.

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El sábado 6 de agosto, día de la Transfiguración, es la fiesta del pueblo.Un día, Manuel Ambrosio, el alcalde, al que de nada conocía, nuevo

en el pueblo, joven profesor de literatura en la Universidad de Salamancaque se compro y restauró una casa en él, me llamó para invitarme a dar elpregón de las fiestas. De bote pronto le dije por teléfono que no: yo soycura y fui cura en su pueblo, nada dado además a esos fastos de los feste-jos, que otra cosa sería si me invitaran a celebrar la misa de la fiesta. Sequedó un tanto perplejo y confuso, pero, majo y humilde, luego me pusoun correo-e para decirme que todo estaba en su punto. Y allá que me fuiesa mañana a celebrar la misa de la fiesta —la procesión la presidióDámaso, quien lleva veinte años de párroco, él fue mi sucesor, descontan-do el primer año que hubo una pequeña comunidad de sacerdotes delPrado, dirigidos por Jesús, párroco ahora en Torrelavega— y a cantar elpregón. Preferí no aceptar la invitación del alcalde a comer en su casa,¡eran tantas a las que hubiera debido ir, son tantos mis viejos amores! Fuicon José Antonio, director del Colegio Mayor abulense en Salamanca,demasiado joven sacerdote para haber conocido Morille cuando semina-rista; en sus entonces yo había pasado ya a mejor vida, ¿mejor?, en algodecisivo, no, pues esos años fueron, como sacerdote, mejores que todoslos que han venido después hasta el presente.

En estos veinte años, jamás puse los pies en Morille. Sólo una vez, unamagnifica tarde de hace dos veranos, llegué, conducido por José Antonio,hasta el alto que domina el pueblo, La Regañada, en acto de pura con-templación y rememoranza. No pude sospechar que volvería por la fies-ta el siguiente año.

¿Qué me pasó en Morille? Nada, o si queréis, todo. Paseándome losprimeros días con Emeterio por el pueblecito al que él me acompañó esecurso como catequista —entonces seminarista, ahora párroco dePapatrigo, listo como seguramente ningún otro—, hablábamos del quéhacer. Tras mucho cavilar se nos ocurrió sólo una cosa: estar, hay queestar. Y allí estuve seis años seguidos. No dejé de dar clase, pero de hechovivía en Morille, en la casa tras la iglesia, que ahora he visto con el techoparcialmente caído. Por supuesto que en vacaciones y veranos. Siempre.

¿Qué dieron de sí estas maneras? Un enorme cariño, una increíble cer-canía. Un desaforado amor mutuo. Muy pocos en mi vida me han queri-do tanto como ellos a mí, la mayor parte viejecitos y viejecitas. Muypocos he querido tanto. ¿Comprendes ahora por qué, cuando dejé de ser

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el párroco, era obvio que ya no podía volver? Somos carne enmemoriada,pero esa carne se hace en nosotros carne maranatizada, es decir, carne quehabla y construye futuros, más allás, pero que no se queda en nostalgiasvanas. Toda nostalgia es siempre cosa mala por demás, excepto la nostal-gia de Dios.

Todo eso se hizo presente en mí y en muchos de ellos el día 6 de agosto.21 de septiembre de 2005 / jueves 22.9.05

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Le llamaban La Montaña. El último día, Esteban me invitó a comer enSan Roque del Río Miera, subido a media altura de las montañas: cocidomontañés, compartido, y cabrito. Maravilloso. Era pronto para volver acasa; subimos monte arriba hasta el portillo de Lunada, para luego, desdeLas Mazorras, tocada Castilla, bajar de nuevo a nuestros valles por el por-tillo de la Sía y, pasando por la majestuosa cascada que da nacimiento alrío Ansón, el puerto de Alisa —el tiempo, espléndido en su nitidez de luz,se nos neblinó y sólo adivinamos la larga bajada hasta Santander— nospermitió volver a casa. En la Montaña, a veces, no siempre, se ve con niti-dez la diferencia entre puerto y portillo, puerta entre montañas que noslleva de las bajuras hasta, en lo alto, vislumbrar la meseta de las alturas,todavía deslumbrante en su belleza de oteros abruptos. Habían caídoalgunas buenas chaparradas; el color era verde verdín de primavera.Montañas en su belleza dignas de Peñas arriba de José María Pereda; sitodavía no la has leído corre para empaparte en sus letras de la estupendabrusquedad de estos montes abruptos y bellos hasta quedar uno alelado.

Al día siguiente comencé mi vuelta poco después de las nueve. Rehicecamino hasta San Roque, para, por el Alto del Caracol, pasarme a Vega dePas. Siempre con objeto de subir por Las Estacas de Trueba a lasMazorras. Dios mío, qué hermosura. Como siempre, con música a tope,el quinteto de Schubert D956; en estos viajes me dediqué a oír música decámara de Schubert y orquestal de Jean Sibelius, escuchando a corros lamagnitud inconmensurable del silencio. Serían como las once de la maña-na, y el sol se permitía entrar por las laderas tan pinas de ese valle que seva acabando hacia el este en las alturas de manera que sus rayos rielabancasi paralelos a la verdura de los prados, lo que hacía efecto, dentro de una

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grandísima luminosidad, de un atardecer por el otro lado y fuera de suhora, por las sombras que las pequeñas ondulaciones de las laderas taninclinadas hacían sobre sí mismas. Desde que pasé por Las Estacas unaresplandeciente tarde de verano, hace años, debo llegarme a ellas—subiéndolas, pues las bajo con temblor de piernas— como quien seempeña en hacer un desvío por la Puerta de Sol. Otro tanto me acontececon el puerto de Las Palomas entre Grazalema y Algodonales.

Después realicé lo casi imposible: desde Espinosa de los Monteroshasta Roa fui por carreteras que nunca jamás había visitado. Siempreespectacular el paso del farallón del Ebro. Cuidadosa la belleza de latarde. Y luego, por Peñafiel y Cuéllar, en unos paisajes que conozco muybien, salpicados de pinos piñoneros, llegarme a Ávila; los largos últimoskilómetros son casi imagen de las planicies salmantinas, sin sus encinas.Pasadas las siete y media llegué al Seminario, en donde me recibía Cecilio.Tuve suerte, vi a Federico, abulense que junto a Felipe trabaja en elSeminario de Malabo, en Guinea Ecuatorial. Una bendición.

¿Por qué año y vez?Tras estos esotéricos relatos lo comprenderás. Era la preciosa manera,

al menos en la mi Navarra media, quizá en otros lugares también, no losé, de llamar a aquella costumbre necesaria: tras un año de cosecha decereales, tocaba un año de buena labranza y dejar la tierra llueca para quese aireara con los fríos aires del invierno. Luego, vinieron los nitratos deChile y, casi antesdeayer, los de fábrica. Todo cambió. Soy un chapado ala antigua: necesito todavía año y vez.

21 de septiembre de 2005 / viernes 23.9.05

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Son tantas las cosas que me cosquillean por la punta de los dedos paraabajarse hasta el teclado del ordenador que no sé cómo empezar. Esperoque poco a poco vayan viniendo a la blancura de estos paralipómenospara enharinarse con la cuestión de la belleza, la cual siempre la tendre-mos en el horizonte, sin nunca abandonarnos.

Sea, primeramente, la cuestión de la universidad. Quien quiera infor-mación detallada de esto de lo que voy a hablar, ponga, por ejemplo,<www.universidades.com> o rebusque en google; tendrá información de

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primera mano. Lo mío serán comentarios al hilo de lo que todo el mundosabe o puede saber, y si no, es que no quiere enterarse.

Lo dijo primero Tony Blair en su discurso de entrada en la presiden-cia semestral de la UE: algo va muy mal en Europa cuando en el rankingde las universidades de todo el mundo, entre las diez primeras, sólo haydos europeas, y las dos son británicas. Puedes imaginar cuales:Cambridge y Oxford. Entre las cincuenta primeras hay dos británicasmás: University College de Londres (20) y Edimburgo (43). Están, tam-bién, el Instituto Tecnológico de Zúrich (25) y la universidad de esamisma ciudad (45), aunque Suiza no es UE; además el InstitutoKarolinska de Estocolmo (39) y las universidades de Utrecht (40) yMúnich (48). Ya en la lista de la cincuenta a la cien aparecen París-VI (65)y París-XI (76), las únicas francesas, y otra docena de europeas. Las espa-ñolas comienza a aparecer en la lista después, en los puestos del cientocincuenta al doscientas; poquísimas entre las quinientas de la lista com-pleta. El decir de Blair, creo que ante el Parlamento europeo, cayó comouna bomba fétida. Por supuesto que añadió muchas cosas más que ya notocaban a las universidades. Volveremos a ellas.

Los sabi-hondos que miran al dedo en lugar de a la luna cuando eldedo señala la luna nos espetan chillando a voz en cuello: no, no, no,nunca, ¿cómo han hecho esas listas de bondad de las universidades?, vetea saber, no son fiables, son parte interesada, nada valen, seguro que sólose fijan en premios Nóbel, mundializaciones y capitalismos. Bien, metanesos sabios la cabeza bien honda bajo el ala, ¡qué les importa! Sepan cuan-tos que a mí y a ti sí nos interesa.

Tampoco creo demasiado en las listas —que se pueden hacer contandocon muy diferentes parámetros, mas son convergentes en resultados—,pero es obvio que nos dicen algo decisivo: la tendencia bien clara dedónde están las universidades buenas y por qué lo son; de dónde están lasuniversidades malas y por qué lo son. Ni que decir tiene que es apabu-llante la presencia de universidades americanas. Conozco un poco uni-versidades de aquí, de Bélgica, de Francia y de Estados Unidos. Hablaré,espero, con algún conocimiento, además de pasmándome con las listastendenciales a las que me refiero.

En Francia se ha revolucionado el panorama; la preocupación ha sidoenorme. Basta, por ejemplo, con leer Le Monde. En España, al contrario,me quedé con los ojos bizcos, pasados buenos días, al ver al rector de la

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Autónoma de Madrid, una de las dos mejor situadas en el ranking quecorre por ahí, junto a la Universidad de Barcelona, a quien le hacían unapregunta llena de babosidades por la bondad de su universidad y él res-pondía con un enorme contentamiento seráfico. ¡La mejor universidadespañola, qué bien, gracias a nuestros muchachos investigadores que pro-fesorean tan bien! Bueno, vale, pero en la lista tendrás que irte muy, peroque muy abajo, para ver su universidad.

24 de septiembre de 2005 / lunes 26.9.05

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Todos lo sabemos desde hace muchos años. Quien puede se va a unauniversidad americana a hacer un master y, sobre todo, un doctorado.Quien no puede, o no quiere, se queda por aquí. Y ese poder no es siem-pre, ni mucho menos, poder de bolsa, de tener en la faltriquera el dinerode la matrícula, alta siempre. Allá, quien vale encuentra el dinero en algu-na de las numerosísimas becas que proporciona la misma universidad, desus propios fondos, o poniendo en contacto con quien las da. Pues lasuniversidades buenas buscan tener los mejores estudiantes. El sistema debecas no es estatal, meramente burocrático y hambre para todos, como esentre nosotros, sino privado —aunque sea dinero de los estados e inclusodinero federal, lo hemos de ir viendo— y con un enorme gradiente queempuja a los mejores estudiantes hacia las mejores universidades. Unestudiante bueno no es fácil que se quede sin poder entrar en una univer-sidad buena, o al menos todo tiende a que sea así. Aquí, no.

Las matrículas allá son elevadas. Pagas lo que cuesta tu universidad.Otra cosa, como digo, es que debas sacarlo de tu propio bolsillo. Eso no.El sistema de becas, como he apuntado, es extremadamente lábil y diver-sificado. Las universidades buenas a los estudiantes buenos les consiguenla beca, o al menos lo buscan por todos los medios. Además, como vemosen todas las películas, hay esa enorme capacidad de creación de trabajillospara que los estudiantes redondeen sus recursos. La universidad se preo-cupa mucho de esos jobs del estudiante que estudia; él, también. El fun-cionamiento privado de estas cosas es extremadamente generoso; además,enormemente constante, diversificado y abarcante. Si eres un francesito oun españolito, no. Aquí, como sabemos, las cosas son bien distintas.

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Entre nosotros la universidad, al menos en la comparación, no es nadacara. Pero como cuesta dinero, y mucho, alguien apoquina. Para quientiene beca, el propio estado, esto es, el contribuyente; él es quien paga lamatrícula del estudiante, además de darle una cierta calderilla para que seapañe con su vida. Pero lo que llamo el coste real del estudiante consta dedos partes: lo que se paga en ventanilla, la matricula, que viene dado conla beca, más o menos, y el resto de lo que realmente cuesta, aún casi todo,que se paga de los presupuestos estatales. Nótese que digo estado, pero eso pueden ser otros organismos estatales, las comunidades autónomas. Enuna palabra, el contribuyente paga lo que cuesta el estudiante, lo de ver-dad, pero lo hace mediante diversas burocracias de la estatalización. Entrenosotros, incluso quien no tiene beca, sigue recibiendo lo más substan-cioso de su coste real de parte del contribuyente.

Voy a fijarme en algo que me parece sintomático de este nuestro malespíritu. Los universitarios piensan que no cobran sueldo. Inmenso error.Como hay régimen de la sopa boba, piensan que no cobran, excepto labeca, que ni de lejos cubre la totalidad real del coste, y deben reintegrarenseguida en matrícula y manutención. Mas los veo gordos y relucientes,casi todos ellos en estado de buen ver, lo que me lleva a confesarme quereciben jornal, como yo mismo, profesor, y ambos, él o ella y yo, vivimosde nuestro salario. El suyo pagado con beca, dinero de sus padres, quizá,y presupuestos generales; aunque no vea la moneda. Pero, como yo, ellostambién cobran por su trabajo, el de estudiar; viven de su propio trabajo.No darse cuenta de esto es parte del espíritu de burocratización que noscorroe, nos aniquila y nos corrompe.

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¿Dónde esta lo malo? El estudiante no tiene ninguna conciencia de serun trabajador; la tiene de alguien a quien nadie le paga nada. ¡Mentirapodrida! En que lo estatalizado mira a todos a la baja y por el mismosrasero. Todos igual; todos poco. Muy difícilmente, excepto si es de cuadrarica, puede uno irse a hacer sus estudios a otro lugar, a otra universidadmejor. Va a la universidad que le toca. Con su raquítica beca, ¿cómo iría aotra, en otra ciudad, lejos de casa? Imposible. Hay un fuerte gradiente que

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le fuerza a la solución más sencilla y ramplona: el distrito universitario,aunque ya no exista oficialmente. En Madrid, por ejemplo, era curioso:los que vivían al lado derecho del paseo de la Castellana, a la Autónoma;los del lado izquierdo, a la Complutense. ¿Ahora distinto?, me temo queesencialmente continúa igual. Una perdición terrible.

En que una parte grande del dinero de la universidad, lo que paga a susprofesores, en nada ni por nada lo gestiona ella misma; forma parte de lospresupuestos generales de lo estatal. Se pagan plazas creadas con toda larigidez de la burocracia. En las listas de lo estatal uno está agarrado y bienagarrado hasta que muera o se jubile, cobrando de los presupuestos quepaga el infeliz contribuyente. Importa poco que el profesor rinda o no,que sea bueno o una calamidad: tiene número para siempre. Puede queforme parte de una universidad bazofia a la que él mismo, quizá, contri-buya a envilecer. No importa: tiene número para siempre. Puede que nose dedique, que le importe una higa su trabajo, etc. No importa: morirácon el número puesto. Puede que su trabajo haya sido, mas ni siquiera esnecesario, una muy buena tesis doctoral, pero estad casi seguros que en lamayor parte de los casos ese es su último gran trabajo; a partir de enton-ces todo queda en corros de las patatas, en luchas de poder en la univer-sidad, en dedicarse a otra cosa con toda la cara dura. En fin, creo quetodos lo sabemos muy bien. ¿Se dedica a sus estudiantes? No, claro queno. Peor aún, no es necesario.

Conozco a quien poco antes de cumplir los setenta años, tras una vidaentera de profesionalidad técnica, presentó una magnífica tesis doctoralen humanidades. Como es costumbre, invitó a comer a los cinco profeso-res del tribunal y a su director de tesis. Varias horas en torno a la mesa.Mi conocido se quedó estupefacto: durante todo el tiempo no se hablósino de corros de patatas, es decir, cuestiones de nuevas provisiones decátedras y de diversas cuestiones que tenían que ver con el dinero, el pres-tigio y el poder universitario. Ni un solo segundo dedicaron a cuestionesde su profesionalidad, en las que los seis, en principio, eran de entre losmejores. Cualquiera que haya tenido una experiencia similar sabe muybien de qué estoy hablando. El rey va desnudo; en sus puros cueros.

El acceso a esas plazas, antes era malo. Ahora peor. Lejos de nosotrosel que lleguen los mejores. Llegan los del corro de las patatas. Raramenteel destino se cambia: entran los amiguetes, aquellos que yo ahora defien-do cuando tú estás en mi tribunal para que cuando yo esté en tu tribunal

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tú cueles a los tuyos. En fin, un verdadero horror. Si os parece exagerado,hablad a calzón quitado con cualquiera de la profesión. El conjunto delsistema, ya lo he dicho, lleva a que, una vez pasado por agua, pocos tra-bajan ya de verdad.

24 de septiembre de 2005 / miércoles 28.9.05

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¿Qué ocurre si entre nosotros uno quiere una universidad privada? Lacomparación con lo que cuesta la matriculación de las públicas es deter-minante. Tal es la cifra, más o menos, que deberán poner aquellas a susestudiantes. Pero, siendo así, como todo les obliga, tendrán poco dinerocon el que hacer funcionar su universidad. Pagarán poco a sus profesoresen comparación con las públicas. Se las arreglarán como puedan con susinstalaciones, es decir, mal. No podrán casi dedicar nada a investigación.No podrán tener buenas bibliotecas. Sin embargo, es probable que seanincluso mejores que las públicas, al menos en facultades e institutos enpunta, con muy buenas posibilidades de colocación posterior. Se las inge-niaran de mil maneras, por ejemplo, dedicando esfuerzos inauditos arecolectar fondos; por eso sólo funcionarán bien quienes tengan muchosamigos.

Nuestras universidades públicas tienen el pecado original indeleble dedepender de la castradora burocracia estatalizante, de la que reciben losfastos del presupuesto estatal. Las privadas, de disponer de fondos infini-tamente insuficientes.

Algunas universidades públicas cobran cantidades astronómicas porlas titulaciones que llaman no regladas, las propias. El rector de una uni-versidad bien cercana me decía que la mitad del presupuesto lo consiguede esta manera. Mas no es así, hay gato encerrado: no cuenta las instala-ciones, la administración, los laboratorios, sus profesores ya cobrantes yque ahora reciben substanciosos aumentos, etc. ¿Las privadas? A verlasvenir, dejarlas pasar y si te mojan, ¿era así?, decir que llueve.

En internet encuentras lo que cuesta una universidad como la deHarvard, en todos los cómputos la primera del mundo. Al estilo medie-val guardado por los anglosajones la Facultad de artes y ciencias contienehumanidades, ciencias naturales, ciencias de la computación y ciencias

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sociales. En ella se hacen los cuatro primeros años básicos y luego losmasters y doctorados. Por ejemplo, matemáticas son cuatro años —¡nocinco!—, con eso sales graduado en matemáticas. La matrícula de los dosprimeros años hoy cuesta 28.752 $ cada uno; los años tercero y cuarto,cado uno, 7.474 $. Se exige un seguro oficial de 1.158 $ y por los serviciosde salud de la universidad 1.370 $. Les calculan para los diez meses de estecurso que cada estudiante gastará 900 $ en libros, en casa 9.320 $, en comi-da 3.920 $, etc. Si haces la suma se te ponen los pelos como sirgas, aunquetengas tendencia a la calvicie. Ni que decir tiene que la universidad dis-pone de otras abundantes fuentes de financiación.

El funcionamiento de todas las universidades es privado, es decir, aun-que se trate de una universidad estatal, por ejemplo, la de Pittsburgh, quees del Estado de Pensilvania, no significa que esté gestionada por ni ennada sea dependiente de las autoridades estatales, sino que hay un con-cierto por el cual la universidad se responsabiliza cobrando poca matrí-cula a los estudiantes de ese estado que entren en ella, recibiendo subven-ción por eso de la administración del estado. Nada más. Otras, lamayoría, son pura y simplemente privadas. En las autoridades de la uni-versidad hay un Presidente, que busca dineros, y finalmente todo depen-de de él, y un Vicepresidente académico, a veces con otros nombres, delque depende toda la parte académica de la universidad. El poder de amboses inmenso. Decisivo.

Ay, ay, ay. Y nosotros, ¿dónde estamos? Pues ya lo veis, con los últi-mos de la fila, lo que no nos corresponde ni por nuestra importancia eco-nómica, que necesitaría universidades buenas y competitivas en investiga-ción, ni por nuestra fuerza cultural, sino por nuestra terrible organizaciónburocratizada y estatalizante que nos lleva a chapotear en el patatal.

25 de septiembre de 2005 / jueves 29.9.05

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Sigamos en nuestro camino universitario del puro bochorno. Francia,por ejemplo, tiene su CNRS, el centro nacional de la investigación cien-tífica, como nuestro CSIC. Son organizaciones de pura investigación, enlas que no hay enseñanza, que están dispersadas y con infinitas biblio-tecas particulares. Con este procedimiento la universidad se convierte

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prácticamente en una fábrica más o menos hábil de expedición de títulosmás o menos válidos, pero el verdadero dinero de la investigación no va alas universidades, sino a personas que nada tienen que ver con la educa-ción. En Estados Unidos han resuelto el problema de la investigación deotra manera bien distinta. Hay una agencia federal que subvenciona pro-yectos de departamentos, facultades y universidades, estableciendo pro-cedimientos objetivos, o al menos que buscan serlo, de adjudicación deldinero, con la tendencia muy clara a primar lo interdepartamental e inte-runiversitario. Esta agencia, tan importante, tiene comisiones calificado-ras para los que son nombrados por períodos fijos profesores de distintasuniversidades, especialistas en el tema del que se trate. Pueden darse apa-ños, pero os aseguro que en ningún caso en la cantidad y nivel que se danen el CNRS y organismos similares, en los que siempre la decisión espolítica y nunca profesional.

En fin, cómo seguir sin que se te caigan los ojos de aburrimiento o depena y abandones nuestros paralipómenos para siempre. Mas comprendeque llevo más de treinta años en la universidad y conozco el paño, el des-graciado paño horadado en que nosotros, con nuestra incuria estatalista,y por tanto con soluciones siempre políticas y burocráticas, la hemos con-vertido. ¿Hay todavía solución? Me temo que no. Nuestra cultura socie-taria está muy fuera de poner las fuerzas en la sociedad civil y no en lassoluciones estatalistas. Me temo que una solución tan digna como nece-saria del problema no la querrían ni profesores ni alumnos, y es muy posi-ble que tampoco la sociedad. ¿No es así nuestro funcionamiento en dema-siados campos?, ¿no tenemos como aceptado que las cosas deben seguirsiendo así? Y, ¿qué decir de los partidos políticos y su cortejo de sensibi-lidades? Que están esperando la ocasión para llevar ellos y sus amigos lasartén con el mando. Por eso no quieren ninguna reforma seria. Como enlas cajas de ahorro. Son demasiado poder como para abandonarlo porvoluntad propia o encontrarse, cuando lleguen a su disfrute, que no exis-te, que se les ha evaporado. Conjura de necios.

Mas insisto en que, casi arrancándome las manos, deberé dedicar misparalipómenos a otras cuestiones y otras crónicas. La cuestión de la uni-versidad por la fuerza de las cosas seguirá saliéndoseme de entre losdedos.

Quisiera apuntar aquí dos cosas. Las bombas en Londres. Un amigodice que todo en Madrid funcionó mejor. Seguramente tiene razón. Pero

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hubo una cosa que me encantó. El primer ministro y con él los londinen-ses y todos los británicos desde el primer momento dijeron algo muyadmirable: No nos moverán. ¿Es eso lo que dijimos nosotros?Obviamente, no.

Ya sabes mi preocupación absolutamente partidaria por la UniónEuropea desde que tenía poco más de quince años, pero ¿esta? El refe-réndum francés sobre la constitución nos lo hizo ver, ahora las eleccionesalemanas nos han dejado las cosas muy claras. Sólo sabemos decir no: nome cambies, no me toques, no nos movamos, no tengamos futuro ni uto-pía. Pero no sabemos a dónde ir ni cómo resolver los graves problemasque tenemos ni disponemos de ningún líder. Creo que sólo hay un líderen Europa: Blair. Uno puede discrepar por completo de él, pero él tienecosas que decir y las dice.

25 de septiembre de 2005 / viernes 30.9.05

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Quisiera hablar de los colores, el ocre, los colores ocre de esa películafantástica que es Al este del Edén de Elia Kazan, mejor, qué digo, de JamesDean, del que ahora se cumple el cincuentenario de su muerte en acci-dente de coche en California.

Siendo de 1954, no entiendo la razón por la que la recuerdo vivísima-mente del año en que inicié la carrera, un poco más tarde. Imposible queno hubiera ido a verla antes si la daban; ¿por qué se retrasó dos o tresaños? Se me escapa.

Son ocres los colores casi constantes de la fotografía, no los exterioresen que se inicia en pálido, como el atuendo de Cal, en la escena genial delcomienzo, cuando sigue a la dueña de la casa de citas que ha sabido es sumadre, quien abandonó al marido y a los dos hijos pequeñines. Ocre bri-llante obscuro por la luz que viene del gran salón la escena repetida delpasillo al despacho de la próspera dueña de aquella casa. Ocre con tonosde luz mayor en la fiesta que prepara Cal junto a la novia de su hermanoAron para el cumpleaños del padre, cuando como regalo le va a dar eldinero ganado por él con las alubias, que el padre había perdido, un trenentero, en una arriesgada operación de transportar lechugas envueltas enhielo desde Salinas, en California, hasta Nueva York. El ocre ha pasado

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antes por un azul desvaído en la fábrica de hielo en que Cal espía a Arony su novia.

Además del color, qué digo, en el color, dos son las cosas maravillosasde esta película. La interpretación de James Dean y las relaciones de amory ternura, cercanía carnal, visceral, y lejanía inconmensurable por el anhe-lo carnal del deseo de la ternura que no se sabe encontrar, que no se des-cubre en el otro en la medida en que uno mismo espera, en que uno nosabe cómo ofrecer y hacer realidad, relaciones que se establecen entre hijoy padre, hijo y madre, hijo y novia del hermano, hijo y hermano; entre elhijo y la realidad. Siempre hijo, pues el centro de todo es la hijedad delhijo, que de ahí pasa a serse. Ambas cosas se reúnen en una sola.Contemplando al hijo cada segundo, sus gestos, sus mohines, sus obscu-recimientos de decepción, sus saltos en el vacío de la esperanza, esperan-za del amor del padre, de la madre, del hermano; esperanza final en laenfermedad mortal del padre, quien le pide —no lo oímos, habla al oídodel hijo, demasiado bajo para nosotros, nos enteramos porque él nos lodice, y al momento vemos cómo acerca una butaca a la cama de su padre,inmóvil y mudo— que le cuide, nos vemos entrañados en la vida, en nues-tra propia vida, en todas las posibilidades de nuestra vida, como pocasveces antes. En mi caso, campo paradigmático de las veces que vendrándespués; en un cierto modo, que se repetirán después. Mi propio ser pro-viene de ahí.

No es que, ni entonces ni ahora —desde aquellos tiempos, nunca másla había contemplado, pero la mantenía vivísima en el recuerdo, perdón,en la memoria—, me haya visto reflejado en ese compleja relación fami-liar que diseñó John Steinbeck en la novela de donde sale esta película: meayudó a ver la complejidad de las relaciones de amor, de odio, de ternuray afecto, de separación, de añoranza, que se vive en toda situación fami-liar en la que se gesta cada situación de amor.

Me expresó lo que iba siendo mi propio ser.29 de septiembre de 2005 / lunes 3.10.05

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Matrimonio. Ya lo he dicho antes: esa palabra es la única que me inquie-ta, preocupándome de verdad, en todo esto del matrimonio homosexual.

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¿Por qué elegir, precisamente, esa palabra? ¿Para dar realce a esa uniónque, sin dicha palabra, quedaría segundona? ¿Para, justamente por utili-zarla en este contexto, quitar la fuerza de lo que hasta el presente, y desdehace bien de tiempo, muchos siglos, había significado el matrimonio?

Hubo un primer momento en que llegamos al umbral de lo que ahoratenemos entre manos. Cuando se habló inmoderadamente de que en elmatrimonio lo decisivo era el amor. ¿Quién lo negaría? Por supuesto queyo no. El amor de los cónyuges. Lo decisivo era, pues, ese amor entre lasdos personas que contraían matrimonio. Pero ¿no era eso ya olvidar algoque tenemos en lo más íntimo de nuestro ser, mejor, que nos hace ser loque somos: la carne, como me gusta decir, en mis manías, pues somoscuerpo de hombre, cuerpo de mujer, según, en identidad-dual?

De un plumazo, no tanto por subrayar el amor, cosa que, repito, esgenial, sino por olvidar todo lo que tiene que ver con la carnalidad, seabrieron todos los caminos; caminos, me parece, que consiguen, cuandono lo buscan, la destrucción del matrimonio. Se llegó así a un amor des-carnado, hijo del puro capitalismo.

Amigos, llenos de una ingenua buena voluntad, me dicen: ¿y por quéellos no pueden casarse? Lo entiendo: ¿por qué no? ¿No se aman, no secomprometen también en su amor de por vida? Sí, percibo que esto tam-bién puede darse, y la fidelidad en el amor me parece cosa fantástica.

Pero ¿no había en el matrimonio más que eso que tan boyscautística-mente hemos llamado amor? ¿No había el compromiso de fundar unafamilia, es decir, de tener hijos y educarlos en los valores —o como quie-ras que los llamemos— de los engendradores, el padre y la madre? ¿Noocurría que el amor carnal engendraba carne, carne de hijo, carne de hija?Ah, sí, dicen, pero también la pareja homosexual o lesbiana en matrimo-nio puede adoptar un niño o una niña, y en los momentos de dificultadque se vive en tantos lugares del mundo eso es cosa muy buena. Razónpoco razonable: la adopción la puede hacer un matrimonio, una pareja ouna persona singular.

¿En el matrimonio homosexual no se rompe de oficio esa unión deci-siva en nuestro ser carnal, en nuestro ser cuerpo, entre la unión de la pare-ja y la concepción de los hijos, la constitución de, en sus múltiples mane-ras, una familia ligada por lazos de carnalidad, lazos de sangre dicen?

Esto se ha roto. Esto se ha querido romper. ¿Deliberadamente? Te lodiré con toda libertad: me temo que sí.

Alfonso Pérez de Laborda

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Se dio antes un paso intermedio, importante en extremo, desvinculan-do el matrimonio de los hijos. ¿No nos queremos?, si es así, no es nece-sario tener hijos para quererse. Obvio. Pero, fijaos, de una manera sutil seha cortocircuitado ya el matrimonio del parto de hijos, apoyándose en esapalabra de rosa felicidad: amor mutuo.

A la vez, ¿es bueno para el futuro esa desvinculación que hemos hechoentre matrimonio y parto de hijos? Creo que no, aunque, todo hay quedecirlo, las gentes son sanas y probablemente en una mayoría estadísticano harán ese desvincule. Si no, ya vendrán en pateras o saltando alambra-das los nuevos padres y madres engendradores de hijos. ¡Qué horribleproblema el de las pateras y el del salto de las alambradas! ¿Estamos resol-viéndolo de la mejor manera? No. Pero eso es harina de otro costal.

29 de septiembre de 2005 / martes 4.10.05

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«Mi ruta de Nzacko va siendo desde luego un camino de perfecciónen todos los sentidos. Esta vez, intenté todas las perfecciones con la moto.En mi anécdota precedente, contaba las aventuras de mi compañero meji-cano sobre la ruta de Zabe. En ella, decía que nuestro seminarista habíatenido que utilizar la bicicleta par ir a Nzacko a dar una charla a los coris-tas. Ésta es la parte segunda de la historia.

»Cuando llegó mi compañero Juanjo de Zabe contándome sus haza-ñas de como durmió debajo de un árbol en la selva con la lluvia, yo cogíla misma moto que le había molestado un día antes para ir a ver comoevolucionaba la formación de coristas en Nzacko. La ida fue bastantebuena. Llegué sin problemas mayores. Esta vez no caí ni una vez, locual significa que voy perfeccionando mi técnica o Dios va haciendomilagros.

»Al final de la formación, hicimos una misa solemne con muchoscoristas de la zona y los cristianos. La iglesia estaba abarrotada.Pensábamos volver el seminarista y yo sobre la misma moto. Íbamos a darla bicicleta a alguien que quisiera ir a Bakouma simplemente. Al acabarla misa, probando la moto, no funcionaba. ¡Vaya! Empezamos bien. Elseminarista, viendo el estado de la moto, decidió en seguida volver aBakouma con la bicicleta y me dejó la moto a mis riesgos y peligros.

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Al mejor tampoco confiaba en mi capacidad de conducirle en esa famosaruta. Tenía razón.

»Llamé a un mecánico y entre tanto, el seminarista se fue, acompañadodel otro muchacho. Cuando se acabo la reparación de la moto, me puse enel camino. Nada más hacer tres kilómetros, hay un puente o un tipo depuente, no sé como se llamaría. Se trata de empujar la moto sobre unos cuan-tos tablones por encima del agua y con mucho cuidado. Normalmente, esmuy arriesgado empujar la moto tan pesada solo. Pero yo, no tenía ningúnacompañante. Así que me puse a empujar, confiando en la protección divi-na como siempre. En medio del puente, puse el pie donde no tenía queponerlo, y una de las maderas se movió girando debajo de mi pie y hop…mi pierna entera estaba debajo del puente, todo mi cuerpo inclinado y lamoto por encima de mi sin ningún tipo de compasión. El peso de la motome hacía daño. No me podía mover correctamente. La gasolina empezaba asalir de la moto, vertiéndose sobre mi. ¡Era de película! ¡Creo que en mijubilación, iré a Hollywood! Intenté mirar alrededor mío, no había nadie.No tenía más remedio que sobrevivir por mi mismo. Empecé a pensar: simoviera la moto para quitarla de encima, la moto se cayería al otro ladoexactamente en el agua. Y esto era lo que precisamente tenía que evitar. Sidudara un largo tiempo sin hacer nada, la gasolina iba a acabarse sobre mi yya no iba a seguir con el viaje. Decidí, después de unas oraciones silenciosas,levantar la moto sobre mi, con una fuerza que nunca he pensado tener y…Dios ayudando, lo conseguí. Pero, estaba bastante machacado».

»Seguí el viaje. Al hacer unos cuantos kilómetros, en una plena velo-cidad, me encontré con alguien que llevaba varios equipajes sobre unabicicleta. Intenté escaparle, y él también, pero la calle era tan estrecha quenos chocamos. Me fui a parar en el bosque al lado pero, gracias a Dios, niél ni yo, nadie resultó herido. Era el segundo incidente o accidente del día.

»Seguí mi camino».Nosotros, por trojes y veredas, seguiremos con él mañana.

29 de septiembre de 2005 / miércoles 5.10.05

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»Al pasar más o menos diez kilómetros, empecé a oír un ruido que noconseguía explicar detrás de mi. Paré la moto de manera catastrófica y

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comprobé que el sitio donde se pone el equipaje estaba volando en aire.Los pernos se había perdido no sé donde. El equipaje se estaba empujan-do cada vez más sobre mi. ¡Vaya día de viaje¡ Puse la velocidad más bajaposible hasta llegar al pueblo cercano donde arreglé el problema. La expe-riencia me va enseñando la mecánica también.

»Seguí mi camino, llegado más o menos en la mitad del camino, norecuerdo como se pasó, una hierba fuerte que parece un arbusto, entró enmi nariz. Es que mi casco no cubre la los ojos y las narices. El tiempo deparar la moto en catástrofe, casi cayéndome, estaba sangrando sobre misvestidos. La hierba me había hecho daño y no tenía nada para curarme enesa selva. Intenté limpiar la sangre con las hojas de árboles en vano. Asíque decidí seguir con la moto, Poco a poco en lugar de quedar llorandoen la selva sin ningún socorro posible. Mi esperanza esta en dos cosas:sabía que delante de mi estaba el seminarista con la bicicleta y detrás, mástarde, el alcalde iba a venir con su moto. Poco a poco, la sangre se fue coa-gulando de si misma sin cuidados. Eso era mi tercer incidente o acciden-te del día.

»Seguí mi camino. Al final empecé a ver al seminarista y su acompa-ñante en un sitio muy peligroso. No sé que gesto de alegría hizo el semi-narista y me distrajo. En un segundo, me caí delante de ellos, así como debroma. Pero no fue grave. Me levanté y levanté la moto y empezamos acharlar. Ellos, también habían tenido sus aventuras. El seminarista habíaperdido la sede de su bicicleta y no sabía donde. Probablemente, la per-dió en el agua y se dio cuenta muy tarde. A parte de esto, tenía la ruedade delante hinchado y no sabía como hacer. Así que él y su compañero,estaban empujando sus bicicletas y les quedaban quince kilómetros parallegar a la parroquia. Era las seis de la tarde. Les presté mi bomba y hin-chamos la rueda. Les adelanté porque conmigo nunca se sabe. No teníaconfianza en mi moto. Calculábamos que ellos iban a llegar a las ocho yyo más o menos a las siete.

»Seguí con mi camino. Cinco kilómetros más delante, mi moto ya nofuncionaba. Arrancaba y se paraba. La noche empezaba a caer. ¡Vaya jor-nada! Paré la moto y esperé que llegara el alcalde. Sabía que él es un buenmecánico y está acostumbrado a esos tipos de aventuras la noche. Notardó en llegar. Le saludé y me dijo que estaba conduciendo a alta velo-cidad para llegar a mi porque pensaba que le podía salvar. En efecto, sulámpara de moto se había quemado y no podía conducir la noche si no

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tuviera otra. La única opción que le quedaba era hallarme y poner sumoto justo detrás de mi, y conducir siguiendo la luz de mi moto. ¡Hayque saber conducir para hacer así! Arregló mi moto rápidamente y sepuse detrás de mi. Llegamos a la parroquia hacia las ocho de la noche ylos de la bicicleta, llegaron hacia las nueve. Aquí no se aburre nunca».

Hasta aquí Mi día de accidentes, que he copiado tal cual.¿Puras nostalgias de haber estado este verano con Luis Miguel, veinte

años sacerdote en Ciudad Real, misionero ahora en un pueblecito deTailandia, junto al río Mekong, frontera con Laos?

29 de septiembre de 2005 / jueves 6.10.05

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Gaetan Kabasha, quien escribió nuestro relato de los pasados días, seconvirtió en amigo de muchos, pero que muchos, en los cuatro años quepasó entre nosotros, viviendo en el Seminario Conciliar de Madrid y estu-diando en la Facultad de Teología San Dámaso; uno de los estudiantesmás inteligentes que en ella hemos tenido. Con la edad justa para habersido un seminarista ruandés, le tocó vivir las terribles matanzas y luego elhorroroso éxodo de los grandes lagos. En ningún lugar le aceptaban. Notenía ningún papel. Tras recorrer a pie mil quinientos kilómetros, le arre-cogió un obispo de la República Centroafricana, misionero comboniano,cordobés de origen. Ahora es sacerdote cargado de humor y de trabajosen esa diócesis, con una parroquia que es como una provincia.

Nos viene de perlas para introducir algo sorprendente, lo que decíaXavier Sala i Martín, profesor en la Columbia University de Nueva Yorken su discurso de aceptación del premio Rey Juan Carlos Primero deEconomía, el más alto galardón que se da en España a los más eminenteseconomistas españoles. Todo él es muy digno de ser leído; poniendo engoogle <Sala-i-Martin>, lo encuentras enseguida en una lista de artículos.Es chocantemente bonito lo que dice al final.

Una primera cosa la comenzó el presidente Zedillo. En los paísespobres, ¿quieres de verdad que los niños se escolaricen? No des becas: lle-vados por la necesidad y la incuria, cogerán el dinero y, empujados por lamiseria de todos, se pondrán a trabajar; es dinero absolutamente en balde.Paga salarios mensuales a los niños por asistencia a clase. Auméntalos con

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la estabilidad y aprovechamiento en el estudio conforme pasa el año y,todavía más, con la constancia del paso de los años. Mano de santo.

¿Qué podemos hacer por África, dejada de la mano de Dios y, sobretodo, de los hombres? Ayudarla. ¿Cómo? Lo anterior es un métodoimprescindible. Además, nos dice Sala, enviando ayuda. Y aquí es dondeviene la sorpresa. Sorpresa que no lo es. No dé usted dinero, ni un duro, nosdice, a nadie que no tenga la constancia de que llegará en África de verdada manos de quienes lo necesitan. Desconfíe de tantas oenegés, ¿casi todas?,que primero llenan sus faltriqueras, tan necesitadas para sí mismas y susamplios miembros. Confíe en los misioneros, y las organizaciones con ellosconectadas, que allá están, pie a tierra, pegados al terreno como lapas, cono-ciendo lo que allí pasa con toda sus energía, dispensando sus fuerza, quédigo, ¡sus vidas!, en la ayuda real y concreta de los africanos.

Incluso Sala, con otros amigos de su estilo, ha creado una organizaciónque encauza de esa manera las ayudas para África. Encuentras sus señas-een el discurso de recepción del premio.

Claro, algunos espabilados nos dirán: es un economistas de derechas,o algo parecido, y se quedarán tan pánfilos, rebosando tontez y pato -seando en el barrizal de la irracionalidad. ¿Para qué nos habrás dado lacabeza, para clavar los clavos de la sandez?

Nos dejamos influenciar de tal manera por el qué dirán de lo que nosdicen los que nos quieren mandar, que estamos vacíos de todo pensar.

Hay en España una revista, ¡la única!, que nos informa sobre el Áfri-ca negra. La hacen y distribuyen casi siempre gratis, enviándola a sacer-dotes y religiosos, a parroquias y centros similares. Se trata de Mundonegro. Tiene periodicidad mensual. La editan primorosamente los misio-neros combonianos españoles. Suscríbete a ella. Te enterarás de verdad.Podrás estar informado, si es que te interesa estarlo. ¿Que te importa unahiga?, malo sería, ¿no?

29 de septiembre de 2005 / viernes 7.10.05

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Un amigo de hace muchos años nos comunicó que dejaba de poner lacrucecita en la hoja de sus impuestos. Era, seguramente, casi el único quelo hacía en ese grupo de viejos amigos. Con no poca indignación nos dijo

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las razones: no soportó ver a obispos en la manifestación contra el matri-monio homosexual, cuando antes no había visto a ninguno en manifesta-ciones contra el aborto, que según él es cosa mucho más grave, y ahora lellevan los demonios que sostengan esa infamia de la Cope. Hasta aquí suopinión y sus razones.

Me fijaré ahora sólo en la segunda. Es razón un tanto especiosa: todosdicen que la Cope gana mucho con su programación, la cual en absolutodepende de la crucecita de mi amigo. Bien es verdad que él, no marcán-dola, quiere mostrar un repudio, que bajo el amparo de los obispos y enun medio de su propiedad se viertan machaconamente opiniones que leparecen indignas, y en todo caso entiende que es una vergüenza muygrande que los obispos las cubran en el medio que es de su propiedad.

Comenzaré por la crucecita. Ya he dicho que no va a la Cope, es obvio.Va a otras partidas en las que dudo mucho que mi amigo no esté de acuer-do. Labores de, por ejemplo, lograr que los curas de muchos lugares delpaís no muramos de hambre, labores educacionales, asistenciales y misio-neras, el cuidado de un enorme patrimonio, etc., etc. En estos casos, sinembargo, se diría que las dos razones apuntadas por él emborronan todolo que tenga que ver con la crucecita de marras, es decir, la pura y simplefinanciación de la Iglesia católica. Y lo emborronan de manera tan graveque él rompe con la seguida costumbre de ponerla. Por lo que se ve, esasdos razones hacen que su distanciamiento de la Iglesia en este aspecto seatan grave que él, con la única arma que tiene, quiere castigarla. Bueno,notad que a quienes quiere castigar es a los obispos, pero que, haciéndo-lo de esa manera, a quien castiga es, sin más, a la Iglesia.

No entro en si me gusta o no la Cope. Simplemente quiero hacer notarque mi amigo oirá y leerá medios y extremos que, como mínimo, son tansectadores como ella y que han tomado hace tiempo y siguen mantenien-do muy acrecentada una pasión partidaria en extremo cercana al podervigente. Recuerdo cómo, ahora comenzará a hacer tres años, los partidariosde esa sectidad, ayudados por los medios de manera espeluznante, todos lorecordamos, mantuvieron una campaña contra el gobierno y el partido quelo apoyaba que le dejaba a uno los ojos turulatos por la absoluta bestialidadcontraria. Eran procedimientos que entonces ya me parecieron indignos deuna democracia. No estoy nada seguro que a él esto le pareciera y le parez-ca mal. Lo de la Cope, en cambio, sí. Visto desde la perspectiva en la queme he puesto, no entiendo el paralelismo de la razón.

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Al contrario, me parece algo meritorio ayudar a mantener viva unamanera de ver las cosas que, si esa voz se callara, desaparecería del mapademocrático. Así pues, que la Cope sea tal como hoy existe me parece nosólo digno de un país democrático, sino bastión de que efectivamente sigasiéndolo, no terminando por convertirse en el mundo tan infeliz de Huxley.

Entiendo que los partidos sean lo que son y voten como les parezcaoportuno. Pero no puede ser que todos los medios se conviertan en voce-ros del partido en el poder, por más que sea poder democrático.

1 de octubre de 2005 / lunes 10.10.05

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Lo malo de ponerse a escribir es que cosas y razones se amontonan yenraciman. Dejarlas claras no es fácil; al contrario, parece que conformeuno va aumentando las páginas en las que quiere explicarse, es posible quetodo se vaya complicando en lugar de haciéndose más diáfano.

No me quedo del todo tranquilo con lo de ayer.No me parece mal que, excepcionalmente, obispos acudan a manifes-

taciones; tienen derecho a hacerlo como cualquier hijo de vecino. No mevale decir que van en representación de este o del otro; supongo que vanporque entienden que ese es un medio importante, una vez que otroscaminos se les ponen difícil o quedan cerrados y bien cerrados. Quierenmarcar una posición y un repudio. Faltaría más que ellos fueran los úni-cos que no tienen un derecho constitucional. Van en su nombre, sabien-do ellos y todos quiénes son, pero no van en nombre de todos los católi-cos de su diócesis; que cada uno haga lo que crea conveniente. Con supresencia quieren marcar bien claro que se trata de algo decisivo y que sehan obturado todos los caminos.

Sobre el aborto la cosa es bien clara. Entra en aquello impepinable delno matarás. No te tomarás el derecho de muerte de tu semejante a tuspropios gustos e intereses. Que yo sepa, los obispos lo han expresado conabsoluta nitidez a cada rato, en cada ocasión.

Entiendo que muchos católicos vivimos una sensación extraña y viví-sima. Parece que muchas de las cosas que busca con ahínco la superiori-dad reclaman enmendar de plano lo que ha sido una tradición defendiday, en una parte importante, echada al mundo por el cristianismo.

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Entiendo que algunos, o muchos, estén hasta la coronilla y les gustaría serellos ahora los parteros de la nueva historia. Bien, pero entonces sepanellos y todos los demás lo que buscan. No se extrañen y luego se quejende que se produzca esa sensación extraña y vivísima. ¿No lo planteancomo cruzada? ¿No buscan una labor de substitución?

Mi impresión es que en esa lucha por conseguir el poder moral en lasociedad se utilizan medios que no termino de ver sean correctos. Somosuna democracia; deberíamos gobernarnos con un sentido pleno de mayo-rías. No basta con decir que España ha dejado de ser católica para queefectivamente sea así. Muchas cosas nos lo indican. Me parece que en estascuestiones, como en todo aquello que toca las entrañas mismas de lo quehemos sido en la historia y que seguimos siendo en una parte importan-te, estadísticamente importante, se debe actuar con inteligencia.

¿Qué acontece? El entrelazamiento de dos líneas. Una situaciónpolítica dependiente de la espumilla que, siendo en el conjunto enorme-mente minoritaria, representa los votos parlamentarios para conseguiruna mayoría bastante precaria. Por otro, la alianza férrea con un espíri-tu de cruzada, la de quienes se dicen que llegó la hora de cambiar lasesencias mismas de lo que somos, mejor, dicen ellos, de lo que fuimos.Ahora o nunca.

Los espíritus de cruzada siempre han sido malos. Además, recuérdeseel caso belga desde la coyuntura política que comenzó en ellos el año2000. ¿Consiguieron algo? Veremos ahora el alemán.

Algunos dicen que los católicos tenemos que ser dialogantes, y serlosiempre y por encima de todo. Sí, de acuerdo, pero según y cuando.Nunca deberemos ponernos en situación o espíritu de suprema prepo-tencia —cuando lo hacemos, debemos pedir perdón al punto—, perotampoco por eso tendremos que perder ni nuestros ojos ni nuestra inteli-gencia, o lo que es peor, lo que nos da nuestro ser católicos.

2 de octubre de 2005 / martes 11.10.05

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Si uno tiene la sensación de que le cogen por el cuello y quierenpoco menos que ahogarle, es una verdadera risión que venga uno y lediga: sé dialogante.

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¿Son las cosas así entre nosotros? Hay muchos elementos para poder-lo pensar, para que lo pensemos.

¿Qué significa en este contexto esto del ser dialogante?Llevo bastantes páginas escritas —fuera de estos nuestros paralipóme-

nos— en las que creo poder afirmar con una recia paciencia que me hededicado al diálogo con lo que he encontrado y encuentro como posicio-nes de pensamiento que no siempre comparto, y creo poder sostener opi-niones divergentes o convergentes, según, con lo que son las líneas defuerza del pensamiento de hoy.

El diálogo se hace mucho más complejo y un tanto obscuro en otrosaspectos. Dialogante con la sociedad. Por ejemplo, la sociedad “plantea” y elgobierno lleva a ley el matrimonio homosexual. Pues bien, sed dialogantes,se nos dice. Callaos de una vez. ¿Podremos dejar como indecible sea el casode las consecuencias sobre la estructura de la familia si se llevan las cosas asus propias inferencias? Algo he apuntado sobre esto en días anteriores.

No creo que el ser católico deba injertarse en el partido popular enpuras simbiosis. Esto me es muy claro. ¿Seré tan ingenuo de pensar, encambio, que esa simbiosis deberá darse con el partido socialista o conalgún partido republicano, nacionalista o lo que fuere? He gastadomuchas páginas para explicaros cómo esto se dio no hace muchos años.Aún todavía el fenómeno se está repitiendo muy desgraciadamente en lagobernación del presidente Lula.

Los católicos no nos debemos a ningún partido o sectación. Sinembargo, no se olvide, que debido a la insensatez de partidos y sectacio-nes puede darse lo terrible: que se nos eche en brazos de otro partido o deotra sectación. ¿Cómo? Cuando uno te empuja negándote el pan y la sal,entonces la tentación se hace necesidad. A buenas entendederas no senecesitan más palabras.

Hace unos días festejando el cumpleaños de una prima muy querida,de mi misma edad, no sé cómo la conversación llevó a que nos contaraque una amiga suya se extrañó sobremanera diciendo algo así como: “Noentiendo cómo dices eso, España nunca ha sido católica”.

Bien, ¿cómo reaccionar ante este espíritu creo que bastante difundidoentre nosotros?

El catolicismo parece que ha sido ya descontado. Por eso, ya desde ahoraes como si nunca hubiera existido. Ya no hay recuerdo. Nos comeremos lamemoria.

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¿El diálogo consiste en dar por supuesto el estado de cosas que algu-nos avanzan? Primero habrá que preguntarse uno si es real y verdadero,algo dado ya para siempre, como parecen decidir. Quien cree ver un esta-do de cosas más moviente, ¿no será dialogante? Quién vive de más allásque estiran de nosotros en el hoy y ahora, ¿deberá aceptar que sólo haylos más allás de quienes nos dan como hecho ese estado de cosas? ¿Seráque debamos, muy dialogantemente, dejar el proscenio e irnos por el foroal basurero de la historia y allá acomodarnos a una buena muerte?

¿No dan por supuestas demasiadas cosas y por evidentes demasiadasilusiones de sus propias prestidigitaciones? Ya veremos. Creo que el diá-logo está ahí en ese ya veremos, pues nosotros no tenemos que cejar ennuestros más allás, y así, desde ellos, podremos ser de verdad tolerantes.No entendiendo jamás que la tolerancia consista en que los otros, quienesno piensan como nosotros, deban cejar en sus ideas y aceptar, castrándo-se a sí mismos, las nuestras. ¿Ellos, sí?

El diálogo siempre es de racionalidades.2 de octubre de 2005 / miércoles 12.10.05

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Con una amiga de muchos años que ni ahora ni nunca nada ha tenidode cristiana, pero con la cual son enormes las cosas y personas que nosentrelazan, creo que por vez primera hace unas semanas mantuve unaconversación sobre el cristianismo.

De primeras no sé si le entendía muy bien; era violentísima con laIglesia. Tardé en darme cuenta de que esa violencia verbal y gestual suyaera, en realidad, una sorprendente y regocijante felicitación por lo que laIglesia es.

Para ella es inadmisible que haya tantos y tantas que pasan por sercatólico/as y cacarean de ello en todos los frentes teniendo comporta-mientos como los suyos, que en nada le parecen comportamientos católi-cos. Nótese al pasar que, así pues, mi amiga tiene un concepto muy alto ypuro de lo que es ser católico y de cómo deben actuar los católicos en lanormalidad de la vida

¿A qué se refería? A tantas personalidades famosas y plutocráticas quedeben salir tarde, noche y día en esos programas de cotilleo, tan vistos,

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que se casan y descasan, al parecer siempre por la Iglesia, así lo buscan yasí lo consiguen, que están siempre en un amén, pero que a mi amiga,supongo que con toda su razón, le retuercen el estómago de asco. Amuchas de las cosas de las que venimos hablando en estos paralipómenos;a la posición sobre el matrimonio homosexual, que está muy de moda,etc. A que si este obispo le parece un jebo, pues debe caer muy mal cuan-do aparece en televisión, y el otro menos, ya que debe caer muy biencuando aparece, y cosas del estilo.

Claro, mi amiga tiene una idea de lo que es la Iglesia católica que nopuedo compartir. Bueno, en realidad se deja llevar de una cierta imagenque de la Iglesia se da.

Por mi parte le hablé de que, para entendernos, la Iglesia no juzga a laspersonas, como no sea con la misericordia en el sacramento de la recon-ciliación. Sin embargo, puede que alguien se presente al juez eclesiásticopara anular un matrimonio y todos los testimonios estén apañados y seanpuro perjurio. Recordándole que la tasa por esas cosas es de poquísimoseuros, todo lo demás debe ir a los abogados perjuriadores, ¿qué puedehacer la Iglesia? Si los jueces no consiguen tener la convicción entera ysegura de que todo es falso y todo el mundo ha mentido de punta a cabo,no pueden sino dictaminar la anulación.

Ella me dice que todo es falso y puro apaño. Le contesto que la Iglesiatiene como esencia misma de su ser aceptar el corazón de las personas,pues lo que busca es la conversión del corazón. ¿Que se le engaña fácil?Qué vamos a hacer. Predicar, sugerir, iluminar siguiendo al Evangelio, tales su labor, pero la conversión es del corazón. ¡Hacen pura pantomima!Es posible, pero no nos toca juzgar a nosotros, sino al Señor que ve loescondido en el corazón.

Esto os juega enormes malas pasadas. Sí, claro. Mas ¿no señala laenorme tolerancia de la Iglesia con las personas, incluso cuando consi-guen que así se la pueda poner a escurrir? La tolerancia en la Iglesia escon las personas. Tolerancia en ella no significa que aparque todo oparte del mensaje del Evangelio para ser aceptada en el club de los tole-rantes.

Mi amiga, quizá, entiende el catolicismo como un moralismo, y ese essu punto de confusión, pues el catolicismo tiene en este su mayor enemi-go; quizá, en el fondo, ve al catolicismo con gafas jansenistas.

2 de octubre de 2005 / jueves 13.10.05

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Tras tantas seriedades, iremos a la miscelánea.Eric Le Boucher es un analista francés con humor. Vista la excelente

pareja de Tony Blair y su ministro de economía, Gordon Brown, y comono acaba de llegar el momento en que el primero deje su plaza al segun-do, propone que este sea nombrado conjuntamente primer ministro deFrancia, Alemania e Italia. Dada la incuria en que han caído esos países,cree nuestro analista que la UE debería pedir prestado el buen cancillereconómico para ocupar ese puesto en comandita. Será el único capaz deconcebir para Alemania la política macroeconómica que le falta, paraFrancia una línea gubernamental que no venga dictada por la mera“comunicación” ante los medios acuarteronados y ayudará a Italia a tra-zar una perspectiva que no se acabe el próximo fin de semana, entre uncaduco Berlusconi, fracasado en Roma, y un próximo Romano Prodi, fra-casado en Europa. Este primer ministro compartido podrá coordinar esastres políticas económicas hoy demasiado separadas, demasiado naciona-listas y que van cada una por suelto. Estos tres países rechazaron las polí-ticas británicas como “demasiado anglófonas” y están en un callejón inte-lectual sin salida, opina nuestro analista. Dicen defender cada uno su“modelo”, pero no tienen ninguna doctrina seria de renovación.

Dado el chovinismo terrible respecto a su “modelo” y a su “diferen-cia cultural” con que están mirando los franceses la situación de charcoembarrado en la que se encuentran chapoteando, no está mal nuestrohumoroso y tan listo analista.

Aprovecharemos la ocasión miscelaneadora para volver un momentoa nuestras universidades. En el mundo hay 1,9 millones de estudiantesextranjeros, es decir, que acuden a universidades fuera de su país. Desde1980 ese número se ha multiplicado por dos. Las previsiones señalan queen veinte años se multiplicará por cinco. En Estados Unidos están el 28%de esos estudiantes, en Gran Bretaña el 12%, en Alemania el 11%, enFrancia el 10%, en Australia el 9&, en Japón el 4%. Pero, en Francia, porejemplo, los expertos critican que esos estudiantes en una parte muyimportante son de muy débil calificación; seguramente no acontece esocon los que van al que más recibe, ¿no te parece?

Perdona que te abochorne con más números, pero son muy buenosindicadores. El gasto medio anual por estudiante universitario en Estados

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Unidos es de 20.545 $ (de los que el 45,1% es financiación pública), luegoHolanda (13.103 $ y el 78,1%), el cuarto Gran Bretaña (11.822 $ y el72%), después Alemania (10.999 $ y el 91,6%), Francia (9.276 $ y el85,7%), Italia (8.636 y el 78,6%) y España (8.020 $ y el 76,3%).

Los comentarios casi sobran, mas aunque me abuchees —¡con tal deque no te apartes para siempre de estos paralipómenos!— añadiré algu-no. Recuerda la agencia proporcionadora de fondos para investigaciónen el primero de los países y la provisión de otros fondos y provechospor estados y demás organismos estatales. Valga una muestra: Oxfordtiene posesiones propias que se le vienen acumulando desde el sigloXII, la universidad es una de las mejores fortunas del reino, y eso escontado como dinero público. Dinero público no significa siempreburocratización mandona. Son cifras medias, y en internet seguro querecibes correo indeseado de centros americanos que te dan titulacionessin más que pagar con tu tarjeta de crédito, por lo que los 20.545 $ pue-den ser una cifra muy engañosa y a la baja. Hay allá universidades cuyotítulo sirve para colgarlo en el salón y que te feliciten ardorosamentelos amigos. Otros no, claro. Y allá saben distinguir muy bien, ¿tambiénaquí?

3 de octubre de 2005 / viernes 14.10.05

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Desde hace mucho tiempo tengo simpatía por Günther Grass, nove-lista alemán, nacido en el antiguo Dantzig, ahora la polaca Gdansk; sol-dado alemán a los 17 años. La simpatía me viene desde que leí su prime-ra novela: El gato y el ratón. Amigo de Willy Brand y ahora de GerhardSchröder. Insiste una y otra vez en que no es un escritor militante, sino unescritor que no olvida ser un ciudadano. La gran coalición para el gobier-no de 1966 a 1969 le pareció un matrimonio miserable, aunque, claro,matrimonio. La que se avecina le parece un mal menor, indispensable pararealizar las reformas que Alemania se debe a sí misma.

Si estas líneas llegan a un antiguo amigo, me llamará por teléfono llenode resquemores e indignaciones soterradas a las que me tiene condenadohace tantos años. En el fondo, le parezco persona poco segura. ¡Qué levamos a hacer!

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Entiende Grass que la literatura es un antiveneno contra el olvido.Olvido, para un alemán, de muchas cosas. De Hitler y lo que supuso entoda una generación, la de nuestro padres-abuelos; una generación víc-tima de su propia historia, de lo que la del 68 no quería ni oír hablar,nos dice. Olvido, aunque sean menores en la comparación y más calla-das, de las enormes salvajerías, ¿innecesarias?, que los aliados realiza-ron, por ejemplo, las noches en que sus aviones arrasaron la ciudad deDresde y a sus habitantes. Olvido de los catorce millones de alemanesdesplazados tras la segunda guerra mundial para ubicarlos en las nue-vas fronteras. Olvido de la reunificación alemana que realizaron nues-tros padres, si no nosotros mismos. Olvido del desmantelamiento totalde la Alemania del Este, que pertenece en el 90% a la del Oeste. Olvidode haber decidido alegremente que el capitalismo occidental, lleno deconsejas para sí mismo y para todos, debía aplicarse a golpe de maza enel Este, aunque para ello hubiera que pasar por encima de formas y per-sonas. ¿Era necesario un nuevo arrasamiento de personas? Es verdadque todo era una cochambre, pero ¿sólo cabía la solución del menos-precio?

A mediados de los noventa, en mi año pittsburgués, conviví con unalemán del Este, casi de mi edad, casado y con tres hijas, filósofo de laciencia, a la manera en que se habían entendido las cosas allá, claro: sólosabía de marxismo. Trabajaba desde hacía años en la Academia deCiencias de Berlín, el cogollito de la intelligentia. Su susto estaba en quea su vuelta le expulsarían de su cargo y de su sueldo; en las reestructura-ciones lo estaban dando todo a gentes del Oeste. Un año entero: ¿quéharé, dónde iremos?, sin olvidar lo más lacerante, ¿qué sé?, ¿sé de verdadalgo?

A sus 78 años, este premio Nóbel de literatura del año 1999, uno delos escritores alemanes con más garra de estas últimas décadas, traba-ja en una autobiografía que terminará en sus años parisinos, en dondevivió de 1956 a 1959. Comprendió que tenía que volver a Alemania,dice, cuando en una manifestación por la llegada del general de Gaulle,le detuvo la policía: para enfrentarse con ella hay que dominar bien lalengua.

Me encandila de él que trotándole por la cabeza desde hacía tiempo lanovela más famosa de entre las suyas, El tambor de hojalata, tardó encomenzar a escribirla porque le faltaba la primera frase.

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Lo que me hace por entero cercano a él no son tanto sus posturas, aun-que, ya lo dije, el no hace literatura de posturas, sino su antiveneno delolvido. Porque donde hay olvido no se da más carne enmemoriada.

8 de octubre de 2005 / lunes 17.10.05

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El preludio de este paralipómenos de hoy lo podréis leer mañana, deotra manera hoy me hubiera extendido con creces.

Excepto de gentes que anteriormente conociera ya, sólo he recibidoun correo-e en que alguien se dirige a mí y me cuenta sus preocupacioneseclesiales y lo que espera que le aclare desde estos paralipómenos. Tienemi correspondiente una visión negativa en extremo de la vida y accióneclesial. Voy a ello.

Supone que, escribiendo en la página del arzobispado, soy católico.Acierta; además, sacerdote desde hace veintiocho años, tenía ya treinta ysiete cuando fui ordenado en la diócesis de Ávila, ahora lo soy de laMadrid, a donde fui transferido —¿se dice así?— hace tres o cuatro años.Supone que no tendré ninguna pega con la doctrina de la Iglesia católica.No la tengo, o hasta el presente no me había dado cuenta de que la tuvie-ra. Me pone muy alto, pues se figura que estoy departiendo con mi obis-po cada mañana y cada tarde, lo que no es el caso. Estoy buscando, escri-be, que me explique —por lo que no sé si busca mi respuesta o la de suobispo— lo que viene a continuación. Aquí no tendrá, por supuesto, másque la mía.

Mi interlocutor se queja con amargura de los centenares de situacio-nes que a diario se dan en la Iglesia. Se refiere, nos dice, a las que muchagente critica, cuando no son más que la puesta en práctica de lo que sepredica en el Catecismo. Sacerdotes que predican abstracciones, o, dice,directamente herejías. Librerías cristianas que venden libros que atacan lareligión católica. Catequistas de confirmación que organizan conviven-cias de fortísima carga erótica. Sacerdotes encargados de labores burocrá-ticas que pasan de todo. Cursos prematrimoniales en donde, no sólo nose habla del matrimonio cristiano, sino que se alienta el uso del preserva-tivo o la píldora, a sabiendas, por cierto, del sacerdote, añade. Esto lo havivido él personalmente en los apenas últimos siete años en que se ha

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tomado la religión en serio. En todas partes cuecen habas, continúa, comoen la Universidad —se referirá a mis comentarios vitriólicos de hace dossemanas—, pero le parece que en la Iglesia todo vale, y parece haber faba-da. Esto es una dolorosa realidad, afirma justo antes de comenzar con laspreguntas. ¿Por qué la jerarquía no hace nada? ¿Por qué algunas personasde entre ella se quejan en público, pero no mueven un dedo para ponerorden? ¿Por qué cada domingo damos la comunión a miles de personas,si desde hace años sólo un pequeño porcentaje se confiesa? ¿Por qué nose atiende a ese largo rosario de personas que cuentan experiencias muysimilares en los mismos sitios, y se hace público, como en cualquier con-flicto civil? ¿Por qué no poder fiarse de una parte de la Iglesia sin cono-cerla antes? Espera respuesta nuestro interlocutor a sus comentarios ypreguntas. Dice proponerlo a todos los que puede; le gustaría poderhablarlo también con sus obispos. De momento, señala, la respuesta leparece clara: por falta de decisión para atajar el problema. Le parece quehabría que hacer presión para que las cosas cambiasen y que la gente queestá comprometida con la Iglesia fuera coherente con lo que predica elmagisterio. Termina con un comentario: si la gente de la calle no se sien-te atraída por el mensaje de Cristo, no es porque este no sea atractivo, oporque el mensaje de ciertos medios lo sea más, sino porque en la Iglesiahay demasiada gente que lo oculta.

Hasta aquí, casi con sus mismas palabras, todo mi interlocutor.8 de octubre de 2005 / martes 18.10.05

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Ahora el prólogo a la página de ayer, dejado para hoy por no hacerlaexageradamente larga.

Escribir agazapado, como es mi caso, tiene sus ventajas y sus inconve-nientes. Las ventajas son claras: una absoluta libertad en la forma y en elfondo de lo que escribo. El inconveniente no es menos claro: una difusiónrestringida hasta el extremo. ¿Por qué escribo aquí tomándome gratuita-mente el tiempo y la molestia, grandes, te lo aseguro, para que salga cadadía una página con unas seiscientas diez palabras? Porque nadie me haofrecido otra cosa. Porque estoy agradecido a quien, ofreciéndome espa-cio, me arrecoge en él. Como antes fui arrecogido en la Facultad de

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Teología San Dámaso de Madrid, en donde doy filosofía a estudiantes deteología, comenzando ahora mi octavo curso. Porque me da ocasión depensar y de expresarme. Porque espero ser leído, aunque sea sólo por unpuñado de amigos y de gentes que pueden llegar a serlo. Porque confío enque merece la pena hacer lo que hago. Porque sé que las cosas pequeñashechas con amor, con cuidado y con constancia, al final pueden resultarno tan chicas. Porque espero así colaborar en todo lo que pueda a romperel cerco férreo de los corros de las patatas en los que, quizá, están —¿oestamos?— metidos muchas de las gentes de Iglesia en España; aunque,no pienses mal, en campos como la filosofía existen también esos corros,qué digo, a veces ni siquiera lo son de patatas, sino de meras influen ciorrase interesaciones.

Terminado el quejumbroso prólogo, responderé lo que pueda en ente-ra libertad.

Una primera cosa me parece esencial. En contexto similar, de su pro-pia boca se lo oí a Hans Urs von Balthasar: una Iglesia que no tiene unaherida en el costado, no es la Iglesia de Cristo.

En la Iglesia no somos tontos, tenemos ojos, oídos y boca. Somoscapaces de opinión, claro es. Pero el juicio es siempre un juicio de miseri-cordia o para la misericordia. Es obvio, en el costado de la Iglesia haymuchas heridas. Entre otras las que tú, nuestro interlocutor y yo mismo,cómo no, le inferimos. Me causan pasmo, ya lo sabes. esos que tienen elfuror habilidoso de conseguir que pulgas, piojos, cucarachas y demás ani-males repulsivos, las avente de sí y entren todos en comandita por el colcode los demás. El colco, es decir, la pechera. Yo, libre de todo mal y de todopecado. El otro, ese sí, lleno de sus pecados y de los míos, que yo le endil-gué por el colco.

Todos colaboramos a esa herida en el costado. Es la esencia misma denuestra fe católica. Lejos de nosotros cualquier jansenismo que de mane-ra esencial desvirtúa de dónde vendrá el auxilio: el auxilio nos viene delSeñor que hizo el cielo y la tierra.

¿Significa esto que ya está respondido todo? No, claro, pero sí que loscomentarios y las respuestas las hemos puesto en un ámbito de fe en lajusticia misericordiosa del Señor. Que las cosas en la Iglesia no se resuel-ven fuera de ese ámbito, porque saliendo de él, salimos de la Iglesia. Vistala manga anchísima de muchos e importantes, los jansenistas, en el sigloXVII, la estrecharon hasta que no cupiera por ella ni un mosquito. Sea.

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Pero ¿dónde está el terrible enemigo que nos espera para devorarnos?, enque pensemos que todo es cuestión mía, de mis esfuerzos, de mis buenasvoluntades, de mis gimnasias, de mi condena de todos los que no soncomo deberían ser, es decir, como yo; de mi juicio inmisericorde.

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Es verdad que en la Iglesia se viven muchas de esas situaciones quedibujaba nuestro interlocutor; que en la Iglesia muchos toman por el pitodel sereno lo que digan los obispos, guardianes de la ortodoxia con la queellos se limpian las suciedades de su figura; que muchos en la Iglesia pien-san que el día 8 de diciembre de 1965, cuando terminó el Concilio, seabría el Concilio Vaticano III, con lo que se sintieron, y se siguen sin-tiendo, capaces de pensar y hacer en la Iglesia lo que les venga en gana,pues la infalibilidad prometida por el Señor a su Iglesia pasa por ellos,sólo por ellos, claro, no por el papa y los obispos.

Todo eso es verdad. ¿Cómo reaccionar? Viviendo nosotros de otramanera y haciendo de nuestra vida en la Iglesia teoría; no en una ideolo-gía de lo que debería ser la Iglesia, lo que, en definitiva, me da la gana quesea, sino viviendo inmersos en su misterio, siendo piedras vivas de esecuerpo cuya cabeza es Cristo. En estos paralipómenos he escrito no pocosobre ello. No sé si sería capaz de repetirlo. En todo caso, una vez másaparece muy claro que estos escritos se unifican en uno solo; que mi pos-tura aparece no tanto en unas frases aquí o allá, sino en el conjunto, espe-ro que coherente, que van constituyendo.

Pero hay algo más. Recuerda lo que decía cuando te daba cuenta haceunos días de la conversación con esa amiga antigua que no es cristiana yque también criticaba ásperamente a la Iglesia. La pertenencia a la Iglesia,su modo de estar en ella, es cuestión que toca al corazón, y las cosas delcorazón son harto complejas. Nunca puede depender de bastonazos delderecho o del cayado de los obispos. Los obispos exhortan, animan,empujan, pero no “mandan”. No hay sistema coercitivo en la Iglesia.Nadie puede entrar en la Iglesia, tampoco un obispo, condenando a diestroy siniestro. En la viña del Señor estamos los trabajadores que estamos, nosiempre los mejores de los posibles; todos muy necesitados de conversión,

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de reforma de nuestra vida. No valen decretazos. Sí vale el ejemplo, laexhortación continuada, la paciencia, la incitación siempre a la mise -ricordia.

Son situaciones de pecado en la Iglesia. Es verdad. ¿Cómo reaccionar?Convirtiendo nosotros nuestro corazón, para, desde él, ir consiguiendoque otros conviertan el suyo. Haciendo ver el papel decisivo que en laIglesia tienen los obispos, en los que se da la comunión con la cabeza quees Cristo; que fuera de ella, se comienza a romper la misma comunión conCristo. Pidiéndoselo al Señor con lagrimas y gritos, para que no deje desu mano a la Iglesia, para que la renueve, para que la ponga de nuevo enestado de refundación primera, para que nos volvamos al ConcilioVaticano II.

Todos en la Iglesia tratamos con personas. No con cosas ni con ideas,sino con personas con su historia, con sus decepciones y problemas, consu propia sensibilidad, con sus renuencias para obedecer en plenitud a laPalabra del Señor. Y a las personas se les trata y se les convence con la pre-sencia cercana y cariñosa. La Iglesia no es un partido que busca el poder,aunque sea el poder de la salvación eterna; no es un ejército comandadopor sus generales. La Iglesia es una comunión, cierto que una comunidadestructurada, pero una comunión de amor. Mirad cómo se aman, tal era laexclamación prodigiosa que nos recoge el libro de los Hechos de aquellosque miraban a los primeros cristianos.

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Todas esas situaciones a las que se refería nuestro interlocutor son,obviamente, situaciones de pecado, en las que se cuecen habas y espuer-tas de fabada de pésima calidad. Mas ¿quién tirará la primera piedra?

He mencionado el jansenismo. Fue durante mucho tiempo un proble-ma importante por demás. Sus últimos ramalazos han llegado hasta noso-tros; resabios suyos eran esas actitudes rigoristas, escrupulosas y conde-natorias que a algunos de nosotros todavía afectaron o afectan, en dondela gimnasia espiritual es la madre de todo el cordero: la salvación se logra,la gracia se conquista por los propios esfuerzos hercúleos de uno mismo.Un pobre cura lleno de dulzura, san Vicente de Paúl, fue decisivo para

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hacer comprender a todos que la salvación nos la da el Señor por su gra-cia y su misericordia; que es ella la que convierte nuestros corazones ynuestra vida. Un pobre cura nacido pobre junto a Dax, cerca de Biarriz,ordenado a los veinte años, que subió a París, como siempre han dicho losfranceses, y que por la misericordia del Señor derramada sobre él, a todossus interlocutores y correspondientes, miles, los colmó de apertura a esamisericordia. La lucha era áspera. Había condenas furibundas por ambaspartes. A la Iglesia, primero francesa y luego universal, se le planteó unadurísima situación. No era nada fácil ver claro. Los jansenistas siemprehicieron protestas formales de ser católicos cabales y serios, muy serios.Había que llevar las cosas al terreno de la misericordia, incluso del humor.La salvación se nos ofrece en la muerte y resurrección de Jesucristo.

Nuestro interlocutor se queja con amargura de los centenares de situa-ciones que a diario se dan en la Iglesia, es decir, en su vida y en la mía, yhace muy bien en quejarse, quejarse al Señor en la súplica y en la peticiónde perdón; perdón para sí, para mí y para todos. Porque él pone una largaserie de desmadres, y tiene toda la razón, desmadres que afectan a otros;quiero, simplemente, añadir los desmadres que nos afectan a nosotros,que me afectan a mí, que le afectan a él, supongo. Entiendo que vivir estono es sencillo. Ver que lo primero es la conversión de nuestro corazón, deltuyo y del mío, seguramente también del suyo, es cosa difícil de percibiren toda su humilde crudeza. Entiendo que comportamientos, carencias ysilencios son una terrible ocasión de escándalo; pero comenzando por lasnuestras, las tuyas, las mías y, supongo, las suyas. Y, sin embargo, nuestrointerlocutor tiene toda su razón. Dice verdades de a puño; habla de com-portamientos y maneras que es urgente cambiar en la Iglesia. Ecclesiasemper reformanda, decían: Iglesia siempre en estado de ser reformada,que siempre ha de ser reformada.

¿Cómo fiarse de la Iglesia sin conocerla antes? Sí, es verdad, sin ver dequé manera es la Iglesia de Cristo, el lugar carnal donde se nos hace paten-te, en su oración, en su vida, en sus sacramentos, la salvación; el hogar denuestra fe. El edificio, incluso las personas, con ser tan importantes, noson lo decisivo: lo decisivo es la gracia de Cristo que se nos ofrece a laspersonas no por nuestro medio, sino por el suyo.

El comentario último de nuestro interlocutor es irremplazable: si lagente de la calle no se siente atraída por el mensaje de Cristo, no es por-que este no sea atractivo, o porque el mensaje de ciertos medios lo sea

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más, sino porque en la Iglesia hay demasiada gente que lo oculta. Sí, esverdad, demasiadas veces nosotros, tú, yo, seguramente también él, loocultamos.

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Leí en el verano, ya lo conté, un comentario al libro del Levítico, deGiovanni Deiana. Comencé otro sobre la carta a los Hebreos, mucho másgordo; no he seguido, me ha captado menos, lo he encontrado demasiadodifuso; es de Cesare Marcheselli-Casale. Aprovechando las lecturas de lamisa, he comenzado el de la epístola a los Romanos; me gustaría termi-narlo, aunque son 632 páginas y no sé de dónde voy a sacar las fuerzaspara hacerlo; el autor es Antonio Penna. Ya había leído el de la epístola alos Gálatas, estupendo, de un genio benemérito, el jesuita belga AlbertVanhoye, y había mirado con gracia el de los salmos, maravilloso, deTiziano Lorenzin. Todos ellos —hasta ahora han aparecido quince— enla colección italiana Los libros bíblicos de la editorial Paoline, es decir, lasreligiosas de San Pablo. La rama masculina de la misma congregacióntiene otra editorial, San Paolo.

¿No sería bonito que sus hermanas españolas promovieran una mira-da tan amplia, tan elevada, tan eclesial y tan inteligente sobre la teología yla vida de la Iglesia como la suya?

Es una obra que le deja a uno en los puros pasmos. ¿Cómo puedenproducir eso desde las entrañas mismas de la Iglesia en Italia y, sin embar-go, me temo que en absoluto podría hacerse entre nosotros? Hay nume-rosas razones.

Una editorial fuerte, sana, inteligente, estructurada, que sabe buscar yencontrar colaboradores de enorme interés. Y que vende sus libros. Aquíes fácil que, al menos esto último, no se dé en serio.

Una enorme pléyade de biblistas. En Roma está el Instituto Bíblico,junto a la Universidad Gregoriana, dirigidos por los jesuitas. La mitad desus alumnos son italianos. Las diócesis italianas envían estudiantes a esecentro, uno de los mejores del mundo, que dispone de una bibliotecaepustuflante; los estudiantes estudian, y estudian bien. Además, existe unbuen número de centros de teología de gran calidad, en donde se convierten

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en profesores con dedicación total a lo suyo. ¿Y entre nosotros? Se haceun gran esfuerzo por parte de algunas diócesis —¿de todas?, no— porformar en serio a gentes en los estudios bíblicos, patrísticos y teológicos.Y ¿luego?, ¿dedican su vida a ello? No creo, ¿se les da la oportunidad?

¿Por qué sí las diócesis italianas, lo que no las españolas? Allá muchasdiócesis y órdenes religiosas son briosas. Tienen seminarios, centros reli-giosos, facultades e institutos de teología abundantes y muy bien estruc-turados, con profesores que dedican su vida sacerdotal por entero a esemenester. Es verdad que tienen más seminaristas y más dinero. Italia noes España.

Tienen editoriales de fuste, buenas redes de distribución y de libre rías.Disponen de mejor gente y mejores consejeros; venden mucho más quelas editoriales similares españolas, descontando, quizá, una sola. ¿Porqué? La Iglesia allá, ya lo he dicho, es más viva y pujante. Los italianosleen mucho más, por eso, compran más libros. Entre nosotros, ¿leealguien? Lo dudo. Pero, no te confundas, este horrible desliz no se da sóloen los libros teológicos. El mercado de libros de filosofía es, probable-mente, todavía más escuálido.

Conocí a dos hermanos romanos que estudiaban filosofía en su pre-ciosa ciudad. Vinieron a Salamanca con beca Erasmus. Lo pasaron pipa,claro es. Nos vimos varias veces. Al despedirse, me hicieron este comen-tario recapitulador: hay una diferencia esencial entre los estudiantes ita-lianos y los españoles, nosotros también paseamos mucho, pero siemprecon libros bajo el brazo; los españoles, en cambio, pasean sólo con carpe-tas de papeles bajo el brazo, nunca con libros. Qué de cosas vieron y dije-ron en tan poca frase.

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CARNE

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Antes he visto por televisión muchas imágenes espantosas y que mehan llegado a las entretelas mismas del alma, pero muy pocas como las delos últimos días: los pobres chavales de raza negra saltando las alambra-das de Ceuta y Melilla, y, peor aún, vagando por el desierto, echados a élcomo si fueran alimañas.

Cuidado que lo de las pateras produce herida cancerosa en el corazón;pero esto ha sido más espeluznante. Esas alambradas, como leí hace poco,son el nuevo telón de acero, las murallas que circundan nuestra epulonezy que ellos, los jóvenes, fuertes y vigorosos desarrapados de la tierradeben saltar y conquistar para conseguir, con su victoria, una vida mejor.

Es tan espantoso que apenas si me salen las palabras.Hay mucho encerrado detrás de ello, claro. La pobreza de sus países de

origen, es verdad; la injusticia de los países ricos con respecto a los pobres,con la ayuda inmoderada a nuestra propia agricultura, por ejemplo, impi-diendo que sus productos tengan salida, o el dinero que se da para que, trascultivar y cobrar, la cosecha quede sin recoger. La injusticia del comerciointernacional. Son tantas las tremendas injusticias que cometemos los ricos.Vale ahora. Saldrán nuevamente en estos paralipómenos.

Pero hay más. Esas riadas de chavales jóvenes son traídos como escla-vos que, para colmo, tienen que pagar su viaje con muy buenos duros. Sesabe que vienen por Argelia. Se sabe por dónde entran en Marruecos,muy al norte de su frontera común, casi ya en el Mediterráneo. Se sabeque son conducidos hasta las fronteras de Ceuta y Melilla. Se sabe que lapolicía marroquí sabe de su existencia, la permite, ¿la impulsa? Se sabe

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que son un arma política espantosa: la carne humana como arma, quizáporque es negra, subsahariana, carne aún peor y más despreciable que lade los propios marroquíes. Puro esclavismo.

Se sabe que esas oleadas de pateras y de intentos de salto a las alam-bradas vienen impelidos por una ley de extranjería que induce a todos losdesmanes, a todas la selecciones raciales, de edad y de fuerza. Son carnehumana traficada.

Se sabe que el ímpetu viene empujado porque en el momento queentren en territorio español, ya está. Una ley bonita ante todas las pro-gresías mundanales, y ya está. Si después aquí son carne de prostitución,de sueldos inseguros y de hambre, de una vida arrastrada, no importa. Ytodavía algunos dicen: en sus países aún sería peor. Puede que sea verdad,pero incluso allá es peor porque nuestra larga mano negra ha influido ysigue influyendo para desbaratarlo todo.

Tráfico de carne humana. Tráfico de intereses inconfesables. Tráfico demano de obra barata.

No sé qué solución cabe para este problema, pero sí quiero hacerpatente lo que tú y yo sentimos: vergüenza infinita, pena insondable,sofoco interior ante lo que vemos, ante la impiedad de los nuestros, esdecir, ante nuestra propia impiedad. Sorpresa inaudita porque quien tienela responsabilidad política, tanto en España como en la Unión Europea,no haya previsto la magnitud del problema, sus canales, su aprovecha-miento como arma. Tráfico de carne humana.

Telón de acero con el que hemos divido el mundo en dos: nosotros, lospaíses epulonarios, y los pobres, de los que debemos defendernos, segre-garnos, separarnos con alambradas, con armas, con policías, con ejércitos.

No, no lo sé. No sé la solución de este problema lacerante por demás,pero así no puede ser. Estamos matando lo poco que quedaba en nuestrasentrañas de un corazón compasivo y misericordioso. Nuestro clamor y elsuyo llega hasta el cielo.

15 de octubre de 2005 / martes 25.10.05

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Gelsomina es tan hermosa, tan humilde, tan sensible, tan cercana, tancariñosa, tan inocente, tan risueña, tan menesterosa, tan triste, que dan

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ganas de llorar, como ella misma; pero, sin embargo, como le dice el tra-pecista, El Loco, tiene cara de alcachofa. Porque Gelsomina no es guapani su vida es otra cosa que una pura mezquindad desde que su madre lavende a Zampanò por diez mil liras; viuda, no tiene manera de darle decomer a ella, que no trabaja, y a sus cuatro hermanas pequeñas.

Para qué seguir viviendo si nadie me necesita. Eso es lo que la entris-tece sin medida, hasta que El Loco le asegura que no es así, que ella, comoesta piedrecita, ocupa un lugar de necesidad en la inmensa obra delTodopoderoso. Por eso Gelsomina comprende que debe seguir conZampanò, por mal que le trate, por desprecios brutales que le haga, es unpuro bruto sin inteligencia, por fuerte que sea, por astrosa que sea la motorulante que les sirve de casa. Zampanò le necesita. Junto a él su pequeñavida adquiere sentido de profundidad, sea lo que fuere, pase lo que ter-mine por pasar.

Todo ha sido discurrir por terrenos cercanos a la costa adriática deRímini, cuando, ya entonces, corremos hacia lugares desangelados, justodespués de haber abandonado el convento con las angélicas monjas queles han acogido, cuando Gelsomina, invitada a quedarse en el convento,escoge seguir con el forzudo de feria: mirad, rompo esta cadena en tornoa mi tórax con la simple fuerza de hinchar mis pulmones. Lugares enlo-mados, desérticos, ralos, premonitoriamente tristes, fríos y neblinosos.Encuentran al trapecista que ha pinchado la rueda de su coche. El forzu-do se lanza contra él. Se golpea de manera fatal. Muere. Sólo le he dadodos puñetazos. Llega la nieve. Luego, Gelsomina es abandonada porZampanò; le deja sus pobres cosas y también la trompeta. Nunca másquedará tranquilo. Un día, de nuevo en la costa, se entera de queGelsomina, recogida muda por una familia, no decía palabra, a veces sim-plemente tocaba al sol la maravillosa melodía. Hasta que un día murió demuerte dulce. Zampanò, tocado hasta lo más profundo, él, a quien nadale afectaba, va hasta el mar, de noche, se derrumba en la arena de la playa,y allá lo dejamos, caído.

La vida de Gelsomina es vida de mártir iluminada por la gracia.Tan hermosa que sólo se puede ver con lágrimas.Somos una piedrecita humilde; tenemos nuestro puesto, y en él somos

necesarios. No ocurre que seamos innecesarios. Necesarios para alguien;para ti, quizá. Valemos con valor de piedrecita. No sobramos. Nos nece-sitan, me necesitas, te necesito.

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Cuando una y otra vez oímos la sencilla melodía de la trompeta, se nosabren las carnes de cariño, de acogimiento, de amor, tocados por la gracia.Te necesita, me necesita, le necesito. Hay proyecto, humilde, en nuestravida. No somos seres innecesarios. Nuestra pequeña vida se alegra y llenacon la melodía de la trompeta, saturada de melancolía, por supuesto quemelancolía de Dios. Las cuatro límpidas notas de la melodía son mi vida, enmaravillosa necesidad. Mi vida, tu vida, nuestra vida. Aunque sea tan des-graciada como la de Gelsomina, aunque seamos como ella, sensible, humil-de, con cara de alcachofa, está llenada por las notas de la necesidad —comotambién el Cal de Al este del Edén—. Alguien te necesita, eres parte de suvida. Sin ti, no vive su propia vida. ¡Qué maravilla en su pequeñez!

Me estoy refiriendo, como has adivinado, a La strada de FedericoFellini, a ti y a mí.

15 de octubre de 2005 / miércoles 26.10.05

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Me aventuraré a pensar contigo, aunque escriba desde mí, por qué algonos gusta hasta el punto de que lo consideramos una obra de arte. Vamosa dejar ahora toda otra consideración, sobre todo si es mera mandangue-ría, es decir, si se trata, por ejemplo, de cine, pensar en que es buena si hasido nominada a no sé cuantos óscares.

La obra de arte nos parece tal porque nos sobrecoge, y al hacerlo asínos coge por dentro y ni podemos soltarnos de ella ni queremos hacerlo.Clásicamente se ha hablado de admiración, de maravillamiento. Sí, hayque estar de acuerdo con ello, pero, al menos yo, y espero que tú estés deacuerdo conmigo cuando analizas lo que te pasa con lo que es para ti unaobra de arte, me siento cogido por dentro, es decir, sobrecogido. Como sisaliera una mano invisible de la obra de arte y me tomara por mis mismasentrañas, haciéndome parte de ella, y de esta manera haciéndola parte demí mismo, con lo que la obra de arte se hace también mía. Se da ese tras-vase de entrañas, de sentimientos, de anhelos, de deseos. Se da, pues, en elámbito del deseo. La mano invisible que me sobrecoge es una mano de -seante, que lleva mis deseos a eso que es la obra de arte misma y a la vez latrae al meollo mismo de mi ser deseante. Si no se da ese trasvase deseante,no puedo considerar que para mí sea una obra de arte.

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Notad que hasta ahora se trata de una relación entre el veedor de laobra de arte y esta misma, no tanto, pues, con el autor de la obra. Por eso,no puedo soportar a esos cineastas que, no habiéndome dado a la con-templación sino puros espurrimientos que ni me cuentan ni me interesan,se convierte en locuaz pregonero de su obra: lo que yo he querido decir.Y a mí que me importa lo que ha querido decir. Me importa únicamentelo que ha dicho, y sólo desde ahí, desde la relación asombrosa que man-tengo con la obra de arte, podré interesarme, quizá, en su mismo autor,pues mi mano deseante sale de su obra para meterse en las entrañas mis-mas del artista y quedarme sobrecogido por él, por su manera de hacer,por lo que le conduce, por lo que son sus posturas ante la vida y la muer-te, ante los más allás, etc.

Notad también que el veedor de la obra de arte se implica por ente-ro en todo mirar, en su mirar la obra de arte. En absoluto se trata, comoes lo que parece molar a casi todos los que nos mandan o quieren man-darnos, de ver sus aspectos “objetivos”. No, de eso nada. Si no hay, sino se busca, si no se encuentra esa mano deseante que sobrecoge misentrañas, todo lo demás es filfa; repetir lo que me dicen aquellos que searrogan la objetividad de sus decires, pues dicen ellos ser los que saben,mientras que tú y yo no sabemos nada sobre el arte, y sólo comenzare-mos a saber cuando nuestros decires sean fotocopia de lo debido.Haciendo así se ha roto la relación entre veedor y obra de arte. Ya no escuestión de sobrecogimiento personal, ya nunca podré decir lo que megusta y lo que no me gusta, pues eso es poco “objetivo” y, dicen, sobrela obra de arte sólo se pueden decir objetividades, es decir, puras cal-zoncilladas.

No, por favor, nunca te dejes quitar tu deseo, tu sobrecogimiento.16 de octubre de 2005 / jueves 27.10.05

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En el sobrecogimiento al que me refiero como veedor de la obra dearte, hay un decisivo ‘para mí’, que puede llevar a graves malentendi-mientos, pues no puede ser que el decir esto o aquello es una obra de artesea porque me gusta como fruto de un mero y dilapidado acto de mi paz-guatilla voluntad.

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La obra de arte en el sobrecogimiento que provoca en el veedor sehace conmigo, me lleva a su huerto, se apodera de mis entrañas; la manodeseante que de ella emerge, se apodera de mí, del conjunto de mi ser. Enun primer momento me hace puramente pasivo en su sobrecogimiento.Pero, claro, ahí no termina todo, pues sobreponiéndome a ese ser cogido,me hago con ella y convierto la obra de arte en cosa mía en la que seexpresan —palabra siempre esencial— mis propios sentimientos. Hedicho bien la palabra cosa. La obra de arte siempre es cosa; es corporali-dad nuestra, sacada de nosotros. No es carne, sino producto de la carneconvertido en cosa: mármol, espacios modelados, pinturas, rollos de pelí-cula, sonidos, versos, etc. Mientras la obra de arte no se ha hecho cosa,corporalidad nuestra, no existe, no puede sobrecogerme.

Me enfrento, pues, con una cosa que es una corporalidad echada almundo, que en mí se hace realidad. Sin veedor, no hay obra de arte, ya losabemos; sin mí, sin nosotros los veedores, tú y yo, no es más que unapura mundanalidad, un lienzo manchado, un haz complejo de luces ysonidos, unas páginas reunidas moteadas de extraños símbolos alineados.Sólo pasa de ser mera cosa a ser obra de arte cuando me enfrento a ella enel sobrecogimiento que me produce. Entonces la obra de arte pasa de cosamundanal a realidad viviente, así pues, parte de mi mismo ser.

De ahí que el para mí sea esencial. De ahí, también, que pueda decir,en una primera aproximación, que eso que tú dices ser una obra de arteme parece una pura paparruchada, y viceversa, lo que lleva, de pronto, aenfrentamientos furiosos, pues nos jugamos la vida en ello.

Pero aquí entra el diálogo de razones, de personas. Tú me explicas porqué te gusta eso que a mi me espanta; yo te explico por qué me gusta esoque a ti te horripila. Puede que esa conversación no lleve a nada. Noimporta. El entendimiento de las personas es labor ardua, que necesitamucho diálogo de comprensión. Pero podemos escuchar y podemosaprender, podemos enseñar, podemos atender a las razones que el otro meda, y puede que ellas me abran las entrañas de la comprensión y del sobre-cogimiento.

Siempre he preferido una lucha implacable, un desentendimiento infi-nito entre dos personas que hablan de sus obras de arte, que un borreguilasentimiento a lo que hay que decir de los que nos endilgan, engañándo-nos, claro, sus espurridas objetividades. En el diálogo sobre vivísimosdesacuerdos puede llegarse al entendimiento de personas, de sus razones,

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de sus miradas, de sus mismas entrañas, de sus deseos, de esa mano de -seante a la que me he referido.

Traigo a la memoria con ternura las gravísimas discusiones que man-tenía con el padre de un amigo, pues a los quince o dieciséis años defen-día a capa y espada a Paul Anka y Bill Halley, contra las monsergas deBeethoven y Wagner que nos invitaba a escuchar. Todavía recuerdo conemoción las voces de las valkirias o de la reina de la noche mozartianaque, mientras una y otra vez defendía a los míos, entraban en mi alma parasiempre.

16 de octubre de 2005 / viernes 28.10.05

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Un amigo, cercano, muy alejado de la Iglesia, me dice que esta se con-funde con su postura ante los matrimonios homosexuales; más todavía,que no es rigurosa y ni siquiera fiel a sus propios presupuestos. Aboga,pues, por una teología civil. Veré si soy capaz de reflejar sus razones.

En esta postura colea un concepto de naturaleza humana, dice, quecomo sabemos, no es natural —¿qué está queriendo decir con natural?—,sino histórico; historia a la que el cristianismo ha contribuido decisiva-mente. Un concepto, continúa, hijo de una “idea”, de una opción, de unaposición; en gran medida, hijo de la idea cristiana de filiación, igualdad,fraternidad, etc., y esto no se agota en él sino que va más allá, más alfondo, por lo que puede, debe, seguir alimentando nuevas realizaciones.Añade que hasta aquí estoy de acuerdo con él. ¿Seguro?

Se me queja: pero ¡si ya casi nos reproducimos por esqueje!Defendiendo mis posturas he quedado muy antiguo.

El matrimonio homosexual es para mi amigo —casado en amorosomatrimonio y con dos hijos preciosos—, simplemente, signo de que lapolaridad sexual deja de ser un criterio “básico” de ordenación social,incluso antropológico; del mismo modo que la igualdad racial o credenti-taria fueron signos de que la raza y la creencia dejaron también de serlo,al menos en principio. Ello no anula la diferencia —¿se refiere a la dife-rencia sexual?—, lo que quiebra, sigue, es su capacidad de disponer radi-calmente lo que hay. Se ha producido en estos casos una ampliación dela “(apuesta por la) idea universal de ser humano”, se “des-cubre” o se

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construye una nueva faceta; en otras palabras, se da ahí un incremento dela fraternidad, un enriquecimiento.

Mi amigo, como filósofo que es, no termina ahí. Aunque la diferenciaentre cuerpo de hombre y cuerpo de mujer no desaparece, la juzga cues-tión más polar que diferencial, creyendo él que hay más de dos cuerpos,de manera que cuerpo de hombre y cuerpo de mujer serían sólo límitesideales. Me admite que proponga esa polaridad para obviar el falso cuer-po único, que, citando mis propias expresiones filosóficas, sería un falsocuerpo único de mera razón pura, es decir, construido por una razónpuramente logificadora —que no es razón húmeda como la que nosotrostenemos verdaderamente, razón de realidades—. Me acepta que abando-nemos esa razón esquemática y esquematizadora —aunque ahí, añade,haya mucha tela que cortar—, pero me pide que vaya más lejos. ¿Cuántode lejos? ¿Por qué a esos sus lejos? ¿No me valdrá con mis propios lejos?

¿Qué pensar de los pensamientos de mi amigo?En viejos paralipómenos hablé de una crítica al concepto de naturale-

za, no compartiendo lo que aquellos críticos decían, ¿os acordáis? Creoque un punto radical de desacuerdo con mi amigo está ahí, en compren-der qué es esa diferencia que establece entre lo natural y lo histórico. Elotro, en que es posible, y no le parece mal a mi amigo, que las próximasgeneraciones produzcan hombres/mujeres-probeta. En este segundopunto sí que hay tela para cortar: quede subrayado el grado de manipula-ción globalizadora y capitalista de los epulonarios de la tierra a la quequedaremos sometidos. ¡El mundo feliz de Huxley resultará una insigni-ficante minucia!

¿Es defendible esa manera de entender lo natural y lo histórico en quegana la partida de manera total lo segundo incrustándose en lo primero?No. Es esencial ver que no lo es. Nos jugamos, por ejemplo, la cuestiónde la gloria de la belleza y de la verdad y del bien.

Ay, se nos acaba el espacio, pero vendrán nuevos tiempos paralipoménicos.17 de octubre de 2005 / lunes 31.10.05

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La comunión de los santos: siempre me ha parecido una expresión mara-villosa y cargada de misterios. Estamos en comunión los que seguimos a

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Cristo, somos solidarios unos de otros, aunque no nos conozcamos, aun-que no vivamos en el mismo marco ni en el mismo tiempo. Cuando, comonos dice san Pablo, el Espíritu grita dentro de nosotros: Abba, Padre, noes un mero canto individualista, sino que nos hacemos humildes portavo-ces de todos los santos, de todos los bautizados, de todos a los que lesdebemos la evangelización, de todos los hombres y mujeres de todos lostiempos, unos y otros necesitados de salvación, ansiosos de redención,hastiados del pecado que nos circunvala por dentro y por fuera, quedemasiadas veces nos posee. Solidarios con todos, en comunión contodos.

Seguros de que quienes ya son santos porque terminaron su carrera yestán allá, junto al Padre, siguen siendo solidarios con nosotros, siguenestando en comunión con nosotros. Seguros también de que en estacomunión de solidaridad podemos pedir al Padre por todos los que yahan muerto con una muerte insegura porque, quizá, su vida fue una cala-midad, como probablemente también es la nuestra, y de que él, que siem-pre nos susurra palabras de justicia y de misericordia, se apiadará de ellos,y también de nosotros.

Porque el susurro del Padre es Jesús, el Cristo, su Hijo unigénito. ¿Nodecimos que murió por nosotros y que, muriendo, hizo suyos nuestrospecados para aniquilarlos? Esta certeza es la que nos da seguridad ennuestra vida y en este risueño misterio de la comunión de los santos. Soysolidario con los demás, en comunión de salvación, y los demás son soli-darios conmigo, en solidaridad de redención. Porque la fuente de la sal-vación y de la redención es única: Cristo Jesús. Por eso nos atrevemos aser solidarios con toda fidelidad; por eso estamos en comunión con aque-llos que fueron santos, santos de verdad, y con aquellos que no lo fueron,como nosotros mismos. Por eso podemos pedirles que intercedan pornosotros ante el Padre, que no se desentiendan de nuestras pobres vidas.Por eso podemos pedirle al Padre que sea misericordioso también conquienes no lo fueron en vida, quizá, como es demasiado posible nos ocu-rre por igual a nosotros.

Cuando nos acordamos de quienes ya han muerto, pues, no lo hace-mos con una nostalgia del recuerdo que todavía no se ha hecho del todoevanescente, sino en solidaridad de comunión: pidiendo por ellos y/orogándoles que no se olviden de pedir por nosotros. Porque creemos en eljuicio, y sabemos que es un juicio de misericordia, que somos justificados

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por la fe en Cristo Jesús, muerto en la cruz por nuestros pecados, resuci-tado por la fuerza del Espíritu de Dios, elevado en su cuerpo, semejanteal nuestro en todo, excepto en el pecado, al seno de la misericordia deDios. Porque sabemos que él nos ha abierto ese camino. Le pedimos quesea el camino de todos. Porque su sacrificio en la cruz, y lo que ello sig-nificó, cubre y tiene capacidad para acogernos a todos en la misericordia.

¿Condición? No olvidarnos de que somos santos, es decir, de quehemos sido redimidos y podemos vivir según nuestra condición. Ser soli-darios en la comunión de los santos. Esta es la certeza en la que vivimos,en la que somos solidarios unos de otros, los que vivimos de los que yahan muerto, en comunión profunda todos con todos. Por eso la bellezade la fiesta de comienzos de noviembre: no cuestión de mero recuerdo,sino profundo afecto de la memoria.

19 de octubre de 2005 / martes 1.11.05

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¿Qué decir de las razones de mi amigo, que antes de ayer me encon-traba tan antiguo?

Me choca eso de que hay multitud de cuerpos y que el del hombre yel de la mujer no son sino límites ideales. Eso tiene algo de abstracto en loque no puedo concordar. Como si hubiera, muy platónicamente, un cuer-podehombre-ideal y un cuerpodemujer-ideal, con realidad, aunque sólosea virtual, en un mundo de los puras idealidades, de los meros pensa-mientos, de forma que cada uno de nosotros compartiera ciertas cosas delas que le constituyen en esta su carne propia con esas ideas-límite, quizá,preferentemente, con una de ellas, aunque con rasgos también de la otra.Habría, pues, el mundo de los puros ideales, platónicos y/o weberianos(¿no hablaba Max Weber de tipos ideales?), que es el mundo de las reali-dades del pensamiento y, luego, el mundo de nuestras propias realidades,tan complejas, tan entrecruzadas, tan distintas de las idealidades.

Qué le vamos a hacer, nunca he creído en la existencia de esas ideali-dades. Los ideales-tipo desde casi siempre me sirven, y a veces mucho,para ir dándome cuenta de la complejidad de las cosas; mas nunca les hedado existencia real. Tengo la plácida costumbre de decir que sólo exis-timos, de primeras, tú y yo, nosotros y ellos, en nuestra pura y simple

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carnalidad de cuerpos. Pero, claro, me doy cuenta de que suelo pensar queme es bastante fácil, supongo que a ti también, distinguirlos en dos clases,sin que después ello haga que cuando te vea a ti no te esté viendo en la sin-gularidad de lo que tú eres, en toda la complejidad de tu individualidadpersonal. Y que conste que, hasta un punto muy importante, siempre teveo o creo verte como eso que eres; en lo que nos trae entre manos: mujer,hombre. No acabo de entender cómo podría no verte así. Incluso si deja-ra de percibirte así, me temo que estaría ocultando algo que es esencial-mente primario en lo que eres y en tu relación conmigo.

Después, a esto que digo le vamos a tener que añadir mil complejida-des. Pero me parece que aquí tenemos algo decisivo; si lo olvidamos, porel juego de que las cosas deben ser composibles —una infinita conjunciónde cosas son posibles a la vez, pero también imposibles en parte, pues notodo es siempre posible a la vez—, nos olvidamos de todo lo demás.

En una palabra. Yo soy cuerpo de hombre; tú eres cuerpo de mujer, y losomos a la vez en toda la fuerza de la afirmación y en la infinita compleji-dad de eso que yo voy siendo en la conjunción de lo que soy, y que tú vassiendo en todo lo que eres. Es algo que parece una pura repetición de pala-bras: yo soy yo, y siendo eso que soy yo, en su infinita complejidad que mehace ser ese yo que soy, y ningún otro, soy cuerpo de hombre; mejor, sien-do todo esto que soy, soy cuerpo de hombre, y tú eres cuerpo de mujer. Elser cuerpo de hombre o cuerpo de mujer, es decir, el ser carne, no es algoque nos califica, sino que, en la complejidad infinita de nuestro ser persona,dice eso que somos en nuestra íntima realidad personal.

Ay, pobre de mí, me quedo sin horrorizados lectores paralipoménicos.¿Quien te puede seguir en esos vericuetos de filósofo de porra?Compréndeme, tenía que comenzar a dar respuesta a mi amigo filósofo.Además, de esta manera sigo hablando de lo que le llevó a pensar que soytan antiguo.

20 de octubre de 2005 / miércoles 2.11.05

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¿Podemos substituir la naturaleza por nuestra cultura técnica? Hastaahora ha sido fácil que un hombre y una mujer se yunten, de donde connotable frecuencia salía un hijo o una hija, formándose luego una familia

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larga o corta, según. Ya no es necesario. El yuntarse puede quedar para elpuro y simple regodeo del placer, pero las cosas del engendramiento sontan importantes que no pueden dejarse ya en manos de los irreflexivospadres, en demasiadas ocasiones incultos e incapaces. Ahora podemosescoger muy bien quién queremos que nazca y cuáles van a ser las cuali-dades de los neonatos. La técnica nos lo permite y nos lo hace mucho másseguro que la zarrapastrosa naturaleza.

En ese libro genialmente alocado que es La República de Platón se noscreaba en la utopía un Estado de esos en los que las cosas van a estar bienhechas. Lo malo era, entonces, que la producción de hijos sólo se lograbatodavía mediante el yuntamiento hombre/mujer; así pues, era cuestión deelegir bien los sementales/sementalas procreadores y luego, en el mismomomento del nacimiento, si es que se decidía guardarlos todos, que no erael caso vista la degeneración física que traían no pocos neonatos, arrancarlos hijos y las hijas de las manos de sus madres y padres, no sea que seencariñaran con ellos, había que cortar de raíz todo sentimiento, paraponerlos en las sabias y férreas manos de los gobernantes del Estado dejauja.

Ahora las cosa nos son mucho más fáciles y claras. La reproducción seva a dar en los arcanos y retortas de la técnica tan bien dirigida. El mejun-je y el placer queda en los yuntamientos o yuntamientas, que no tienen nitendrán en adelante finalidad progenitora alguna.

¿No es en ese contexto, aunque no sea necesario adobarlo de tantamala baba como yo he hecho, cuando se puede decir que la diferenciaentre cuerpodehombre y cuerpodemujer es más polar que diferencial, demanera que ambos no serían sino sólo límites ideales? Creo habermecomenzado a explicar sobre esto en días pasados.

Entiendo que si naturaleza designa algo que viene dado por la meramaterialidad biológica, no basta, pues no responde a prácticamente nada; loque somos, mejor, lo que vamos siendo hasta llegar a eso que suelo decir el‘ser en plenitud’ tiene infinitos elementos que se le añaden, desarrollandoen puras novedades esa materialidad biológica que se nos da de principio.Esto que digo es complejo, algo nos hemos referido a ello en paralipóme-nos anteriores, pero decir que todo se nos disuelve en pura cultura técnicano tiene en cuenta esa polaridad de la materialidad biológica hombre/mujerque nos constituye de comienzo y que atraviesa carnalmente toda la histo-ria de nuestro ir siendo hasta llegar a aquel ser en plenitud.

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En esa polaridad hombre/mujer de las puras materialidades biológicasque se nos dan de comienzo, y que luego se enriquecen creativamentehasta ofrecernos al final nuestro ser en plenitud, se nos procuran los hijos,que son fruto carnal directo de esa polaridad. Que las cosas sean así nosdeja constituyendo una familia. Una familia que se deriva de la propia car-nalidad en la unión hombre-mujer.

Hay ahí estructuras decisivas de eso que somos. Tocarlas por interesespolítico-ideológicos es nefasto, mas puede ser defendido con una razóndesencarnada y desencarnante; pero dejar que todo ello quede inexisten-te para la cultura técnica raya con una demencialidad que, cediéndonos elregodeo, eso sí, nos abandona para siempre en manos de los poderosos dela tierra.

Pobre de mí, cómo me da por escribir, ¿me abandonarás para siempre?25 de octubre de 2005 / jueves 3.11.05

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China, ese gran misterio.Ya sé lo que me gusta de los británicos: el paso tan lento, civil, caden-

cioso y normal de sus soldados, vayan acompañadas de las cantarinas gai-tas escocesas o no. Eso me mola. Cuando veo los terribles pasos de la ocade ejércitos que, evidentemente, quieren comernos la vida y sojuzgarnos,se me rebelan las entrañas. ¿Fue Georges Clemenceau quien dijo que laguerra es cosa demasiado importante para dejarla en manos de los milita-res? Kennedy nunca se perdonó haberse dejado arrastrar del aviso unáni-me de los militares que condujeron a la catastrófica invasión de BahíaCochinos; jamás volvió a dejar las decisiones en sus manos. Ni de guerrani de paz.

Pero de lo que quería hablar hoy era de China.Todavía recuerdo los lejanos tiempos en que, ¿fue la víspera de la

Asunción de 1965?, llegaron a nuestro atónitos oídos las infinitas masas,todas ellas vestiditas por igual, que enarbolaban el librito rojo del pensa-miento de Mao Tse Tung, quien, complacido, contemplaba la contempla-ción de sí mismo junto a su fiel guardaespaldas Lin Piao, también él agi-tando su librín, iniciándose así el pérfido estrambote de la RevoluciónCultural que sumergió a China en infinita sangre. ¿Podéis creer que esto

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llenó los ojos y los sentimientos de tantos amigos del paso de la oca de laautoridad mandante? El tal librito convertía en summas theologicas loscatecismos de Astete y Ripalda. Leedlo para que os quedéis estupefactosante tanta bazofia. ¡Pan de pensamiento para las multitudes!

Pero, en fin, no quería hablar de esto.Se cierra el Sínodo sobre la Eucaristía y el papa se queja de que las

autoridades chinas no dejaran salir a los obispos que hubieran debido par-ticipar en él. ¡Qué cosas!

Hace pocos días murió un obispo chino, Pedro Chang Bairen. El 17de octubre se celebró su funeral en la aldea de Zhangjiatai, en la provin-cia central de Hubei. El viejecito, siendo ya obispo, pasó en prisión de1955 a 1979 por haberse negado a participar en la iglesia patriótica china,la única autorizada. El poder del nacionalismo imperial comunista chinoexige que la Iglesia sea “patriótica”. El nacionalismo irredento siempreexige esto. ¿Conocéis las constituciones vietnamita y cubana? Vigilanciay obediencia. Cosa asombrosa. Y hablarán de amplias libertades.Libertades estrechamente vigiladas por el partido, vanguardia de los quemandan para que nadie se salga de la obediencia. El gobierno chino prohi-bió los funerales públicos por el obispo viejecito. Vigiló cuidadosamentelas parroquias, las “patrióticas” y las clandestinas, para que no hubieraningún homenaje popular. Por miedo a la reacción, en el extranjero, claro,la oficina local de asuntos religiosos —¡las hay!— permitió en la aldea unaceremonia de amplitud limitada. No dejaron que se dijera “obispo”, sólose le pudo calificar de “sacerdote” o “anciano prelado”. Supongo quefuertes de lo suyo y hartos, los fieles desplegaron en el funeral una pan-carta que le llamaba “obispo no oficial de la diócesis de Hanyang”. En lahomilía, el Padre Cheng, el sacerdote más viejo de la diócesis, alabó sufidelidad al Papa y a la Iglesia universal. Por imposición de la ley local seincineró el cadáver.

Terminemos esta atroz miscelánea. Sabéis de las terribles leyes deplanificación familiar en China, que fueron dulcificadas por la Asambleaen el año 2002, pues todo lo que toca a la familia y número de hijos/hijasse hace por imperativo legal. En la lejana provincia de Shandong se lesacaba de ir la mano: esterilizaron o abortaron por la fuerza a 7.000mujeres. Ah, se tomarán medidas legales contra los no cumplidores dela nueva legalidad.

25 de octubre de 2005 / viernes 4.11.05

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Vivimos de impresiones; mejor, a veces vivimos sólo de impresiones.Es muy difícil hacerse idea clara de las cosas y de los acontecimientos,después de tener, primero, información y, después, idea serena de ellos.Porque nos dejamos llevar de las impresiones. De cierto, sin impresionesno hay idea ninguna; pero vivir sólo de impresiones, sin allegarnos a lasrazones que vienen junto a ellas, después de ellas, circunvalándolas, escomo no vivir, es afirmar casi cualquier cosa en cualquier momento,incluso las más contradictorias a la vez, en horrible algarabía, pues no hayasí ninguna razón razonable para decir nada, fuera de esas impresionessesgadas y pasajeras como nubes de ventoso día otoñal.

Hay dos cosas que me dan vueltas por la cabeza y de las que querríaaclararme para poder escribirte lo que pienso de ellas, si es que piensoalgo. Una se refiere a la situación política que vivimos en España; bueno,casi no me atrevo a poner esa palabra, debiera posiblemente decir en elEstado Español, curiosa dicción inventada por Franco al proclamarse en1937 Jefe del Estado Español, no lo olvidemos, así pues, franquista ellamisma en donde las haya. La otra se refiere a lo que creo percibir comosituación de parálisis en la Iglesia. La primera me preocupa, pues inmer-so en ella vivo. La segunda me llega a los entresijos del alma.

Viene muy bien, referida a esas dos cuestiones, eso de que vivo deimpresiones: no tengo ninguna fuente de conocimiento que me dé venta-ja sobre ti ni sobre nadie; apenas más que unas impresiones aquí y allá, endatos demasiadas veces inconexos. Y, sin embargo, necesito pensar. Voy acometer la insensatez de dedicarme a ello y a transmitirte lo que pienso,si es que termino por pensar algo.

Respecto al primer punto hay cuestiones de paralelismo que me lla-man poderosamente la atención. Sea, por ejemplo, un partido de fútbol enuno de los campos que están en alguna de las comunidades autónomasque buscan sus nuevos estatutos de autonomía. Con frecuencia se llenande banderas, la señera o la ikurriña, con intencionalidad política muy evi-dente, incluso con modos y eslóganes políticos segregatorios. Bien. Seaun campo de algún equipo de otra comunidad no tan dada a buscarestatutos de puras novedades. Menudo zapatoste se organizaría si en élaparecieran banderas españolas y eslóganes políticos. ¿Por qué lo que enunos campos parece estar muy bien, en los otros estaría terriblemente

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mal? ¿Por qué unos pueden hacer su labor política ahí, aprovechándosedel tirón futbolístico, y eso está muy bien, pero guay si a los otros se lesocurriría —sí, es puro condicional— hacer lo mismo desde su relacióncon el segregacionismo?

Esa falta de paralelismo no es de recibo. No convence que se nos aludaa los viejos tiempos, a las viejas historias en las que…, a las viejas y viejos…Historias pasadas para todos. ¿O para nadie? Sólo pensar en esta interro-gación se me ponen los pelos de punta; seguro que a ti también. Sin embar-go, hace bien poco hemos podido oír de boca de políticos de izquierdarepublicana catalana poco menos que llamadas a continuar la guerra civil de1936-1939. ¿Cómo es eso posible?, ¿será gratis para unos llevarnos a esoseslóganes y nos los tendremos que tragar porque todo se puede decir si esarrimando el ascua a mi sardina?, ¿qué pasaría si Rajoy comenzara conamenazas de guerra civil? ¿No hay en nuestra legalidad elementos tajantesque desactiven drásticamente las llamadas a reanudar con el odio de aque-llos años? Parece que no. ¿Está eso bien? Es claro que no.

29 de octubre de 2005 / lunes 7.11.05

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¿Qué sentido tiene que el Presidente del Gobierno del Reino deEspaña, por tanto, presidente de todos los españoles, se permita decir enuna entrevista a un medio escrito francés que él es “rojo”, rotundamenterojo? Incluso aunque fuese una zafia boutade, no se lo debería permitir nila legalidad vigente ni la prudencia política; tampoco se lo deberíamospermitir nosotros. ¿No es eso una terrible incitación a la división defini-tiva por encima de los consensos adquiridos?, ¿una pura y simple incita-ción a reanudar viejas luchas muy superadas?

Es verdad que el apoyo del actual gobierno del partido socialista,como he dicho aquí en varias ocasiones, depende de esa espumilla que res-ponde a sectores muy minoritarios, incluidas las comunidades en las queexisten, y eso crispa la vida política por su misma definición. Voy a recor-dar, simplemente al pasar, que en Alemania, según el ejemplo español, sehubiera podido constituir —¿os imagináis?— un nuevo gobiernoSchröder apoyado por verdes, antiguos comunistas del Este y el grupo deOskar Lafontaine; pero la cordura política lleva a la gran coalición.

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Algunos dicen que ahora los populares utilizan una oposición quees enormemente agresiva y, por tanto, inaceptable. Puede, pero ¿cómosomos tan olvidadizos?, ¿quién comenzó? ¿Habéis olvidado la utiliza-ción tan agresiva contra el gobierno legítimo que se dio apenas si pocomás que hace dos años? Vuelvo a mi ley del paralelismo. ¿Por qué hoy,cuando se sigue aprobando aquello que aconteció, será inválido y anti-democrático un comportamiento que ni de lejos tiene la agresividadque entonces tuvo? Claro, recuerdo en una cena de amistad el desaso-siego que me produjo oír a un amigo de hace muchos años que elgobierno constitucional de entonces debía desaparecer, pues democrá-ticamente había quedado establecido que era repudiado por los espa-ñoles. ¿No es eso intento de golpe de estado antidemocrático, que sehace una higa de la opinión expresada de los españoles? Ya llegaránelecciones y ya nos expresaremos los votantes. ¿No es esa manera“democracia popular” a lo checoeslovaco o de la llamada AlemaniaDemocrática?

Parece que ahora ya menos, pero ¿recordáis que en aquellos tiem-pos del cuplé una y otra vez se azuzaba a recordar las llamadas vícti-mas olvidadas, es decir, las víctimas del denominado bando republica-no, se jaleaba buscando dónde habían sido enterradas, etc.? Parece queha imperado la cordura. ¿No genera esto una bestial incitación a larevancha y al odio? Algunos pueden pensar que ahora, conParacuellos, los otros quieren hacer lo mismo. Quizá, pero recuérde-se, por ejemplo, esa insensatez de darle a Santiago Carrillo el doctora-do honoris causa por la Universidad Autónoma de Madrid. Hubierapodido tener algún sentido dárselo a él junto a Serrano Suñer, valgadecir, muerto centenario apenas si hace un año. La unilateralidad delacto y las personas que lo promovieron querían presentar lo que pre-sentaron: unos buenos, los del bando de Carrillo, y otros malos, losdel otro bando. ¿A qué viene esto? ¿No es una zarrapastrosa insensa-tez miope y cejijunta? ¿No es una manera decidida, sepan cuantos, quenosotros reivindicamos y somos los herederos de un bando, el que elPresidente Rodríguez Zapatero llamaba el de los rojos?, ¿no dice demodo bien palmario, a muerte, que nuestros enemigos de ahora sonlos herederos del otro bando? Tras el follón tan innecesario que se ori-ginó, el mismo Carrillo dijo apenas con un hilillo de voz que debemosperdonarnos todos y no montar trifulcas. De acuerdo, totalmente de

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acuerdo, pero ¿cómo no comprendieron él y los de su entorno que poresa misma doctrina tan encomiable hubiera debido agradecer la inten-ción y denegar el honor?

29 de octubre de 2005 / martes 8.11.05

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Vamos con el proyecto de Estatuto catalán.Sobre él llaman la atención varias cosas de la manera en que ha sido

aprobado en el Parlamento catalán. Pues todo parece indicar que se apro-bó in extremis, cuando todos pensaban que finalmente no saldría; más,incluso, cuando también puede llegar a pensarse que muchos, al menos deentre los barones socialistas catalanes —aunque no pueda presumir deconexiones, sí me consta personalmente que algunos, ¿bastantes?, diceneso— ni pensaban que saldría lo que salió, ni lo querían. Y, sin embargo,lo fue por amplísima mayoría de los votos de los diputados catalanes.Todo indica que se debió a la intervención directa y decidida delPresidente del Gobierno. Pero, claro, ¿por qué votaron a favor gentes quedicen estaban en contra?, ¿es verdad que estaban en contra?

¿Cabe en la Constitución española?, ¿no cabe? Los mismos entendi-dos que nombró la Generalidad catalana para que dictaminaran dijeronque había numerosos puntos que no caben en ella. El PSOE ha nombra-do también sus entendidos para que digan lo que piensan. Se habla deochenta correcciones en un proyecto que tiene doscientos veintisiete artí-culos. Diremos al pasar, ¿por qué tantos artículos?, ¿debe quedar todoatado y bien atado?

El PSOE está utilizando un argumento que me parece especioso: esobvio que no es inconstitucional puesto que va a ser admitido a trámite ydiscutido en el Parlamento español, por eso tacharlo de inconstituciona-lidad y presentarlo como tal al Tribunal Constitucional es poco menosque una infamia. Es verdad que puede llegar a caber dentro del ámbitoconstitucional si las enmiendas son tan numerosísimas. Pero, ¿entonces?,tal como es el proyecto de Estatuto ahora, ¿lo es o no?

Se ha originado el extremo follón que todos sabéis. ¿Era necesario? Sí,desde una gobernabilidad que está fundada, como aquí sabemos muybien, en esa espumilla a la que debe sus votos el Presidente. Sí, pues de

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esta manera se ocupa la escena de manera total y, si las cosas le salen bienal Presidente del Gobierno, pondrá en graves dificultades de futuro a lospopulares. ¿Por qué lo digo? Porque si termina saliendo algo aceptablepara la actual mayoría, es decir, aceptado por los nacionalistas menos ymás extremosos y votado en el Parlamento español, habrá mostrado unacapacidad política que muchos le han negado. Eso lo iremos viendo a par-tir de su discusión que comienza el día 2 de noviembre —notad que esto,publicado después de esa fecha, ha sido escrito antes—, va a ser muyimportante cómo discute el Partido Popular, ¿sólo en sus líneas generales,para rechazarlo como anticonstitucional, o también en todos y cada unode los artículos? Espero que ambas cosas.

Pongámonos en la eventualidad de que queda demasiado aguado conrespecto a lo que era el proyecto aprobado en el Parlamento catalán. Sería,en cualquier caso, un éxito fastuoso para los nacionalistas extremosos.Podrán decir durante años, durante decenios, quizá durante los siglos queellos creen suyos: no veis, nos rechazaron lo que una inmensa mayoríademocrática de catalanes habíamos apoyado, nos aplastaron una vez más,debemos continuar la lucha hasta alcanzar lo que con toda justicia demo-crática pedimos y seguiremos pidiendo por siempre. Años, decenios,incluso quizá siglos, de grandes sollozos y lloros de los nacionalismosextremos, de pedigüeñismo. Y eso da para mucho. Todos lo entendemos.

Si es así, ¿por qué se aprobó con aquella instantánea facilidad lo quetodos, es decir, también los socialistas catalanes, podían saber que en nin-gún caso se aprobaría en el Parlamento español? ¿No fue esto un desco-munal error que, seguramente, va a tener consecuencias durante años?

30 de octubre de 2005 / miércoles 9.11.05

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Pongámonos en la eventualidad de que el proyecto de Estatuto cata-lán aprobado tan masivamente por el Parlamento catalán sale muy agua-do de su paso y aprobación por el Parlamento español, de manera quepuede ser admitido por caber sin falla en la Constitución, como pareceevidente que llegará a hacerse. ¿Entonces? ¿Podremos pensar que todofue como el abrazo mortal del oso de Rodríguez Zapatero a los naciona-listas extremosos, como lo fuera en 1982, recién llegado a la presidencia

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francesa, el de François Mitterrand a los comunistas, pareciendo que lesconcedía el oro y el moro, incluidos creo que cinco ministerios? Desdeentonces los comunistas franceses han sido borrados prácticamente delmapa político. ¿Piensa el Presidente que va a hacer él lo mismo con elnacionalismo extremoso catalán —y después, o a la vez, con el vasco—?¿O, simplemente se ha jugado el puesto para perderlo?

En los próximos días vamos a asistir a un juego asombroso de póker.Son muchas las voces dentro del PSOE, incluidas importantísimas vie-

jas glorias, que hablan de la inaceptabilidad del texto proyectado comoEstatuto catalán. ¿Serán únicamente palabritas lanzadas al aire pero queninguno se atreverá a mantener en los momentos decisivos y será aproba-do con las componendas mínimas? ¿Se dará en este punto una coalición ala alemana, lo que parecería ser exigido por una racionalidad política ele-mental? ¿Se llevarán las cosas, como demasiados parecen aplaudir, a unaruptura tan innecesaria como brutal de los españoles?

El Estatuto, aunque, ¿quién soy yo para decirlo?, apunta a algo enextremo peligroso. Como si sus sostenedores se hubieran dicho: aprove-chemos esta ocasión que es probable que no se nos vuelva a presentarnunca. Lo asegura todo. Lo dice todo. Lo exige todo. Lo señala todo. Lotiene todo en cuanta para que todo quede atado y bien atado.

Quiero fijarme sólo en dos puntos. Nos dice al resto de españolescómo debemos comportarnos. No es un Estatuto de separación y deindependencia, ca, lo cual sería en una manera más aceptable. Muy bien,una parte del territorio español decide separarse e independizarse. Bienestá. Hágase o no. Veremos. Pero es obvio que eso no quieren de nin-guna manera los aprobadores del proyecto de Estatuto. Dicen haciadentro de Cataluña y hacia fuera del resto de España, cómo van a ser lascosas. Te guste o no, las cosas han de ser como digo. Muchas de lasmaneras del resto de España, vamos a decirlo así, serán tocadas por eseEstatuto si se aprueba. Aparentemente esto no es muy grave, pues si elParlamento español lo llega a aprobar, se mostrará que el resto deEspaña está de acuerdo con esos tocamientos. Pero ¿se nos ha llamadoa consulta? No es al final algo que los políticos catalanes, y en su casoespañoles, si lo aprueban, se guisan y se comen, cuando nos tocaríahacerlo a todos. Es verdad que la democracia española no es referenda-ria, pero ¿sólo está en manos de nuestros políticos?, ¿son ellos los quenos mandan?

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No deje de notarse, una vez más, que el Gobierno y la mayoría que losostiene, salido de las últimas elecciones —¡tan traumáticas!—, se apoyaen esa espumilla a la que me refiero siempre. Supongamos que en elParlamento catalán no ha habido sombra ninguna en su aprobación, peroen el Parlamento español, ¿pueden ser aprobadas por una tan escuálidamayoría cosas tan decisivas, de tanto calado no sólo para Cataluña, lo queal final sería cuestión suya, sino sobre el resto de España, sin que nadienos haya preguntado si esta boca es mía?

30 de octubre de 2005 / jueves 10.11.05

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Hace años que contemplé un dibujo maravilloso de Castelao, siempregenial, en sus Cousas da vida. Unos simples trazos. Dos figuras de gallegosmayores. Tienen pinta de jebos, con sus chaquetas ablusadas, sus pantalones sinforma, sus sombreros calados hasta la frente. Uno se apoya indolentemente ensu bastón. El otro, menos encorvado, en su paraguas, atado con una goma.Platican: –Os numeros non enganan. –Pero poden enganar os que os fan.

Guerra de encuestas. La Generalidad pregunta por teléfono a mil perso-nas. Parece que de ahí resulta que los catalanes están maravillosamente deacuerdo con el proyecto de Estatuto. Por favor, mirad con cuidado las pre-guntas y las respuestas. Primera y decisiva consideración: ¿en las encuestastelefónicas se pueden hacer tantas y tan detalladas preguntas? Lo dudo.

Sobre el proyecto de Estatuto vasco me expresé en su día, aunquesiempre de forma insuficiente. Vamos ahora al proyecto de Estatuto cata-lán. Es fruto de dos cosas conjuntadas: un deseo probablemente mayori-tario de los catalanes de ver clarificada su situación. Sería buenísimo paratodos que todo quedara transparente, terminándose esa lucha constantede debes darme más, espera, lo discutiremos y te daré menos de lo que mepides, pues te seguiré pidiendo con sofocos plañideros para que, aunqueme des todo lo que te pido, me las ingenie para pedirte aún más. Eso esmalo para todos. Es verdad que en la esencia misma del nacionalismo estáese juego. Parece pedir que las cosas sean poco claras, que siempre estén enla penumbra. El nacionalismo es quejumbrero. No digamos el nacionalismomás extremoso, al que no le duelen prendas de llegar, como sabemos muybien, a la violencia terrorista o al pacto aprovechado con sus ejecutores.

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La otra cuestión que se conjunta en el Estatuto catalán es una situa-ción política muy especial. No tanto por las elecciones catalanas, de lasque salió el gobierno tripartito de la Generalidad, cuanto por las elec-ciones españolas que nos dejaron en el estado de fragilidad política en elque nos encontramos. La tentación era grande: aprovechar todo comoarma arrojadiza contra el partido del gobierno que perdió las elecciones.Así la ley de los matrimonios homosexuales, que fue la primera batalla.Así, el proyecto de Estatuto catalán que es la segunda. Vendrá luego lanueva ley de enseñanza, etc. Una situación de fragilidad, parece pensarel gobierno del PSOE, sólo puede tener un futuro de estabilidad en nue-vas elecciones, si estas se ganan con mayoría precisa para gobernar demodo suficiente. Esto exige romper el espinazo a un Partido Populartodavía demasiado fuerte. Deben buscarse alianzas políticas y en lasociedad. Todos contra los populares. Aislar a los populares. Vencerles.Aniquilarles. Utilizar el poder que da estar en la gobernación paraganarse a todos los más posibles, desde empresarios a los diversos esta-mentos de funcionarios estatales. Aprovecharse con enorme inteligenciadel apoyo masivo de los medios, sobre todo del más poderoso, verda-dera potencia de la comunicación en España, hasta el punto de que aveces parece dar la impresión de que ese medio tan potente es el inspi-rador de la que llamaré ideología de poder gubernamental.

Es muy importante que parezca que las reacciones de la única oposi-ción, por fuerte que sea, está aislada de todos, que no cuenta con el apoyode las fuerzas vivas españolas, que es ella la negadora de todo diálogo, quebusca insensata e injustamente pintar todo de negro. Hay que descalifi-carla por todos los medios, con todas las armas.

¿Es eso así? Todos sabemos que no. Es una estrategia política de losque detentan el por ahora tan precario poder.

30 de octubre de 2005 / viernes 11.11.05

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Visto lo visto, debo ser de los pocos que oyen poco la Cope.Me parece absolutamente desaforado, fuera de toda racionalidad, la

campaña que se ha montado —no es la primera vez— contra esa cadenade radio, con objeto de que se calle.

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¿Cuál es su pecado? No estar de acuerdo con la política del Gobiernoy decirlo con enorme desparpajo. En fin, no soy gran escuchador deradios, como no sea la de música clásica, pero debo reconocer que he oídoen otras radios cosas por el estilo, más o menos, y no he visto que toda lapartida gubernamental se haya rasgado las vestiduras como ahora. Y heoído cosas terribles; lo que pasa es que se metían con otro gobierno, semeten con otro partido; esto debe ser bula que sí se acepta y a pocos causagrandes problemas.

Lo he dicho y lo repito: que la Cope se callara ahora iría en contra dela democracia española, pues se sofocaría una línea de pensamiento y derenuencia ante la labor gubernamental que es perfectamente posible ydemocrática. Pero ¿qué pasa?, y lo repito valiéndome de la ley de parale-lismo, unos tienen y han tenido bula para decir contrariedades sofocantescontra el gobierno legítimamente constituido o contra un partido; losotros no. Se quiere que desaparezcan, que se silencie su voz. Dicen queincita al odio, estos sí, pero los otros no, ni ahora ni nunca lo han hecho.¡Eso no vale!

El que la cadena de radio Cope siga hablando con lengua vivaraz meparece asunto decisivo para que la democracia española no quede medioarrasada.

¿Por qué ese clamor violento, que incluso toca a estamentos guberna-mentales, véase el ministro Montilla, precisamente de quien dependen laslicencias y demás sustentaciones de los medios de comunicación? Esclaro, porque los propietarios de la cadena son los obispos españoles. Yse quiere, es pura evidencia, romper la cadena por ahí, que sean los pro-pios obispos las que la rompan, la suiciden. El chantaje es terrible: por -taos bien aquí, quitando la palabra crítica a la Cope, porque si no se oscaerán los sombrajos allá y acullá. Esto lleva a todos los más decididospartidarios de la partida progubernamental a protagonizar el asalto con-tra la cadena de radio de los obispos.

¿Pueden estos aceptar el chantaje? Claramente no. El chantaje nopuede aceptarse nunca.

Además, recuérdese lo que hace años aconteció con un caso bien simi-lar, el del periódico Ya. Un periódico con enorme solera y de ámbitonacional que no se supo gestionar y que, por cuestiones similares a las deahora, cayó. Pero su caída, como todos sabemos, fue una pura y simpledesaparición de aquel periódico. ¿Qué ocurrió?, que se quedaron sin

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nada, con muy dignos boletines diocesanos y con las hojas parroquiales.¿Pueden los obispos repetir aquella jugada? Evidentemente, no.

Gestionar un medio de comunicación es labor difícil. ¿Puede churrus-carse uno que funciona extremadamente bien? No. Además, y esto meparece decisivo, se incurriría en colaboracionismo en un acto violenta-mente antidemocrático. Al final saldría perdiendo la democracia españo-la. ¿Se puede favorecer o consentir que así se haga? No.

Otra cosa es que se vaya pensando en un sistema por el cual los pro-pietarios de esa cadena no sean los obispos, sino, por ejemplo, una fun-dación creada para ello. No sé ni entiendo, pero una solución del estilosería, quizá, conveniente.

Pero no es conveniente aceptar el chantaje planteado y acallar a laCope, aunque los que la hacen se pasen y no digan exactamente lo que auno y otro le gustaría. Eso no.

31 de octubre de 2005 / lunes 14.11.05

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He solido decir en estos paralipómenos que los obispos no tienenpor qué ser eso que he llamado líderes. Si lo son, mejor, quizá; pero noes su papel. Ellos son pastores, guardianes, hacedores de comunión enla Iglesia, llevadores de la comunidad eclesial, roca en la que se asientay la sostiene. Siempre he dicho, sin embargo, que necesitamos líderes enla Iglesia, y me he dedicado por lo largo a intentar decir qué es eso delíder.

Dejadme que entre en un tema que puede ser controvertido. Sabéisque los obispos de un país o de una región se unen en conferenciaepiscopal. Es la reunión de todos los obispos de ese país o región.Buscan acuerdos y líneas de actuación para toda la Iglesia en ese paíso región.

¿Qué puede ocurrir, incluso qué ha ocurrido a veces? Que se con-vierten con una relativa facilidad en parapetos que dejan en sordina laactuación particular de un obispo en su diócesis, sin olvidar que un obis-po también tiene cosas que decir con respecto a otras diócesis, aunque élno sea su pastor, pero sí tienen su solicitud y, en la historia de la Iglesiahemos visto ejemplos mil, tiene el derecho y el deber de ‘entrometerse’

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en la vida de otras diócesis y de sus pastores cuando las circunstanciaslo exigen. Hay una comunión y una solidaridad entre los obispos. Lasdiócesis ni son ni pueden ser reinos de taifas con su monarca celoso desus poderes. Incluso sobre esto recordarás algún comentario parali -poménico.

Quiero recordar dos hechos. Los dos se refieren a Francia y a su con-ferencia episcopal. No tengo ni idea de qué acontece ahora en ella, pero sísupe lo de hace años. El primer caso fue el obispo de Évreux, Gallot.Diócesis cercana a Bélgica, por lo que sus posturas muy progresistastuvieron mucha notoriedad en este país. ¿Qué ocurrió? Tras mucho tiem-po, el Vaticano intervino para pedirle su dimisión. No entro en las razo-nes —¡aunque las había!—, sino sólo en el hecho de que muchos de losobispos cercanos, y seguramente de toda Francia, dieron un enorme sus-piro de alivio ante esas medidas, pero ellos antes jamás soplaron una solapalabra en contra de su hermano obispo. Incitaban a Roma para que lohiciera y se alegraron con la intervención; todo por lo bajín. Lo diré contoda crudeza: actuar así siempre me ha parecido impúdico. Un obispotiene el derecho y el deber de meterse con su hermano que ve descarria-do. Pero, claro, ¿quién se metía con el niño mimado de unos medios decomunicación potentísimos? Ninguno se atrevió. ¡Mal hecho, muy malhecho!

Al poco de la constitución de la conferencia episcopal francesa, lascosas las organizaron tan bien que todo el poder eclesiástico estaba enmanos del que fuera secretario de la conferencia, siempre sacerdoteconspicuo, y de sus ayudantes, ninguno obispo, claro. Eran los per-manentes, los que dedicaban su tiempo completo. Los que producíanpapeles. Los obispos, los pobres, anegados por el trabajo en sus dió-cesis y en mil espurrimientos varios, no tenían tiempo y prácticamen-te quedaron en manos de la secretaría. ¿Está eso bien? Claro que no.En un momento sólo Lustiger, el obispo de París, se oponían frontal-mente a ello. No se le tenía ninguna simpatía. Luego no sé qué másocurrió.

¿Tiro la piedra y escondo la mano? No. Nunca lo hago. Puede toda-vía darse otra manera de puras cochambres. El exacto empate en los órga-nos rectores. Esto, si se diera, lleva de manera inexorable a la parálisis dela conferencia. Y, entonces, ¿para qué sirve?

31 de octubre de 2005 / martes 15.11.05

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Me han invitado en el Seminario Conciliar de Madrid a, con los quequieran asistir, ver una película. He escogido Centauros del desierto deJohn Ford. Llevo días y días pensando en esa presentación. Intentaréexplicar qué es lo que me pasa y qué busco con ella.

Por supuesto que se trata de la relación de una obra de arte y su vee-dor; habría muchas más cosas, pero me voy a fijar ahora sólo en esta. Laobra de arte está ahí, metida en un deuvedé; por así decir, muerta, en susmeras potencialidades, mejor, en sus puras capacidades de actuación sobreel veedor que se acerque a ella. La conozco y sé que es capaz de llegar asuscitar muchas cosas dentro de mí, de provocar enormes solicitacionesen lo que estoy siendo, puras actuaciones de absoluta novedad en mí,hasta el punto de que cuando la vea seré más, diferente, el horizonte se mehabrá acrecentado sobremanera, hasta el punto de que llegaré a ser otrode lo que soy, pues seré más de lo que ahora estoy siendo.

Por otro lado, yo mismo soy quien se enfrentará con la obra de arte.Ser en actividad, que cuando se confronte a ella lo va a hacer en purasobras, pues se va a establecer entre la obra de arte y el veedor, que soy yo,que seremos nosotros, una relación de claro pasmo. Algo de la película sal-drá de sí, de la corporalidad que ha llegado a ser —lo que pone delante denosotros muchos más ámbitos del que ahora tratamos: el artista-creador,la técnica, la luz, la música, los actores, la fotografía, la historia, los paisa-jes con figura, las maravillosas galopadas siempre en horizontalidad abri-dora de lo nuevo— y me captará por entero. No sólo fijará mis ojos enverla, mis capacidades todas estarán amarradas por ella. Por así decir,durante un tiempo, mientras sea veedor activo de la obra de arte, es decir,mientras la esté viendo, oyendo, sintiendo, me hará suyo por completo;pero tras la visión todavía nos queda mucho camino por recorrer juntos:viviré con ella y de ella. Todo lo haré como ser esencialmente en purasactividades.

La obra de arte se me muestra como una creación que me acoge, sehace conmigo, me conforma; pero no todo ni mucho menos termina ahí,pues queda todavía todo lo que aporto, como ser en receptividad y, comofruto de esa receptividad puramente activa, recreo aquello que se me diocomo pura creación. La creación, pues, no es cerrada, algo que se me da,lo tomas o lo dejas y ya está. La creación artística —¿no acontece lo

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mismo con toda creación?— suscita mi recreación, hasta el punto de quesin esta, aquella ni siquiera es. Suelo llamar a esto el juego de la creación-recreación.

Contemplaré algo que durante el tiempo de su proyección, y con soni-dos y visiones que se van extendiendo y apaciguando en la lejanía comocundo cae algo en el agua, penetrarán para siempre en lo más íntimo de loque es mío, ayudándome a constituirme en lo que voy siendo para llegara ser en plenitud. Sé que ha de ser así porque he tenido esa experiencia dela obra de arte, y la he tenido ya con Centauros del desierto. Mi susto estáahora en cómo seré capaz de hacer ver esa mi manera de ser veedor de laobra de arte cuando me toque hablar de ella, presentarme en mi visión deella para recrear en los demás eso que ha ayudado a crearme en lo que soy.

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Ayer, hablando de la obra de arte, me refería a las maravillosas galo-padas siempre en horizontalidad abridora de lo nuevo. Quisiera tomarlascomo metáfora de esa relación que se establece entre la obra de arte y elveedor.

Porque en la obra de arte es la horizontalidad la que abre a lo nuevo,la que nos pone en trance de re-creación. Vemos las personas a caballo,a veces al paso, a veces en enormes galopadas, abriéndose camino hacialo distinto, hacia lo nuevo, quizá hacia lo debido, porque así lo sientenlos que cabalgan. En busca de alguien o de algo que está allá, delante. Alque llegaremos, acompañando al galopador, tras enormes sinsabores.Siempre delante. Por valles alargados y resecos, quizá escrutados a lolejos por los indios o por bandidos que nos tienden una emboscada, yde los que podemos escapar por nuestra previsión inteligente. O pormontañas nevadas en las que los caballos apenas si pueden caminar,cubiertos hasta el pecho. Pero, siempre en busca de eso que decidimosencontrar, y que nos hace vivir la aventura entera de nuestra vida. Todo,figura en ese paisaje de la horizontalidad buscadora, invita a llegar, porfin, al lejano lugar del descanso, pues allí alguien nos espera con tiernaimpaciencia, o alguien quiere entonces iniciar una nueva aventura de lavida con nosotros.

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En la contemplación de lo que vemos acontecer se agranda el viaje denuestra propia vida. Comprendemos en su contemplación quienessomos, quienes podemos ser. También nosotros nos vemos implicadosen la aventura de los cabalgantes, hasta el punto de que su búsqueda esnuestra, se ha hecho nuestra. Les animamos a que la prosigan, que nocejen. Su aventura nos enseña la nuestra. Una aventura de púdica ternu-ra en las relaciones mutuas. Ternura que no acierta a expresarse sino enla continuación de la compañía en la búsqueda; pero que lo hace congestos zafios, ocultadores. Es demasiado peligroso mostrar ternuracuando uno cabalga en la horizontalidad de la búsqueda, y, sin embar-go, aunque parezcamos figuras duras e insensibles, todo lo que hacemoses buscando a quienes fueron perdidos. ¿Qué resultará? Vamos descu-briendo que quien fue perdida, seguramente se ha convertido en un ver-dadero animal humano. ¿Lo podremos resistir o tendremos que matar-la como a alimaña?

Un viaje en busca de la naturaleza humana. De su resistencia, de sucapacidad de memoria, de la memoria de las ternuras que nos configu-raron y que hacen de nosotros esto que vamos siendo en nuestra cabal-gada. De su humor. No se puede cejar. Hay que llegar hasta el final dela aventura.

Obra de arte en una horizontalidad que nos abre a la memoria y aeso que vamos a descubrir que somos, pues en el viaje iniciático vamossiendo quien nunca sospechábamos que fuéramos. El viaje, en sus pai-sajes, me da otro ser. Paisajes en su enorme belleza nunca puramentenaturales, subyugadora belleza, sino siempre paisajes con figura; figu-ra que salta contra nosotros o que nos espera a nuestra vuelta, atis-bando al comienzo quién viene después de tantos años de guerra, para,al fin, volver a atisbarles cuando vuelven de su propia odisea, quebra-dos, distintos, habiendo llegado hasta el final de la propia aventura dela vida. Conmocionados por lo que han vivido juntos, por lo que hansufrido, por lo que han desesperado, por lo que han encontradoabriéndoseles nuevas perspectivas de sosiego, de comprensión, de paz,de amor.

Centauros del desierto me hace recreador de realidades, a mí, veedorde lo que ella, sin mí, sin mis sentimientos, sin mi mirada, sería sólo unapura corporalidad.

2 de noviembre de 2005 / jueves 17.11.05

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Lo sabíamos. Los rusos y los polacos deben como cosacos. Y lo de -cíamos desde un lugar que se da no poco al bebercio y al botellón, unagrave preocupación nuestra. Parece que al último Presidente de la URSSle odiaban, no porque colocara piedrecitas que llevaran a la destruccióndel estado comunista, sino porque puso en práctica una lucha despiadadacontra la borrachera, llegando a resultados sorprendentemente positivos.Sus compatriotas nunca se lo perdonaron.

Pues bien, un día leí con pasmo que se ha puesto de moda entre rusosy polacos una nueva manera de beber, sobre todo entre jóvenes/as que tie-nen los mejores trabajos y ganan muy bien. El viernes por la tarde, al ter-minar el currelo, se despiden muy dignamente de sus compañeros y com-pañeras y se van solos a un bar. Se sientan con comodidad y van pidiendouno tras otro vasos de vodka que beben de un solo trago. Siguen y siguensin parar, dándose prisa, hasta que caen fulminados debajo de la mesa. Yeso es todo. Ahí está la inmensa diversión.

Todavía me hacía cruces de lo que había leído, cuando vuelvo a tenerante mis ojos algo del estilo. El Primer Ministro británico quiere metermano legal a la “cocida” del sábado por la tarde, que provoca comporta-mientos antisociales de extremada gravedad. Para ello propone variasactuaciones. Por ejemplo, que se prohíba servir alcohol en los transportespúblicos, excluidos los aviones; que los pubs puedan permanecer abiertos24 horas, en vez de cerrarse a las 11 de la noche como acontece ahora.Recordad que a las once menos diez suena una campana en toda GranBretaña anunciando que faltan sólo diez minutos para dejar de servir, loque consigue que salgan de sus agujeros sombras reptantes —como si fue-ran los leprosos que suben la rampa para alcanzar la puerta de la horribleestancia en la que están encerrados en La tumba india de Fritz Lang—hasta conseguir su última pinta de cerveza o vaso de whisky; bueno, unoo todos los que puedan. Y luego todos salen a la vez a las calles. A lo queocurra.

El problema de la embriaguez británica es terrible. Luchas mil, barri-cadas por doquier, jóvenes de ambos sexos tirados en las calles, totalmen-te borrachos. Una de cada dos infracciones de la ley se debe al alcohol.Siete de cada diez hospitalizaciones del fin de semana tiene esa mismacausa. El 48% de los hombres y el 39% de las mujeres entre 19 y 24 años

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admiten haberse emborrachado totalmente al menos dos veces por mes enel último año. Se calcula que el coste económico de estas cuestiones es deunos 30.000 millones de euros.

¿Quién da más? A lo mejor entre nosotros no es demasiado distinto,simplemente puede que nos falten los datos o no se aireen, no sea que sedeba resolver el problema como han decidido hacer los británicos. Lapolicía británica ha tomado algunas medidas: pegarse en la calle, orinar enlos portales o vomitar en la vía pública puede ser penalizado con 115 €..

Señoras y señores, ¿qué pasa?, ¿no se nos está cayendo de las manos lapura y simple civilización? ¿Qué está ofreciendo, es decir, que está noofreciendo nuestra sociedad, desde Rusia y Polonia hasta Gran Bretaña,pasando por España, para que esto comience a desmoronarse delante denuestros ojos? Alguno, siempre hay gente para todo, pensará que no espara tanto. ¿Seguro que no? Entonces, ¿qué? ¿Simples minucias?

¿Nos taparemos los ojos para no ver, cerraremos los oídos para no oír,nos pondremos pasamontañas para no entender?

2 de noviembre de 2005 / viernes 18.11.05

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Guardaba alguna esperanza. Todavía había una televisión en la que lamayor parte del tiempo sólo se veían esas rayas blancas punteadas, con elcaracterístico sonido de zzz. Lo veía en mis zapateos con el aparatitomanual, lo que más utilizo frente a la televisión —excepto cuando veoalgún deuvedé—, el que sirve para pasar de una cadena horrorosa a otrapeor. Confiaba que esa, cuando se viera, al menos esa, merecería la pena yharía inservible el descerebrado aparatito del zapatín.

Ay, ¿dónde quedó mi confianza? En el barro. Cuando, por fin, des-pués de trafulcarlo todo y a todos —con no poco contentamiento de losotros recibidores de la tarta publicitaria—, se me ha abierto a la mirada…resulta igual que las demás, incluso peor. Las series que en esta nuevacadena se descontemplan son americanas y de ínfima categoría, cuandoellos son predicadores compulsivos contra la América de ahora, la delnefando Bush; las peliculillas por no tener no tienen ni colores hermosos,cosa que otras cadenas sí lo consiguen para las suyas; salen gentes que, asía primera vista, pues no llego a la segunda, son feas de campeonato, y de

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esa manera es imposible que compitan con telenovelas mejicanas con unplantel de hermanos y colindantes de hermosa hermosura y con vidas quenos acechan al corazón. Para colmo, zapateando a las nueve de la noche,oyes una voz que te suena, y ves a alguien indicándote con parsimoniaque él tiene ideas y las va a defender en su telediario. Muy bien, me pare-ce hermoso decirlo, que nadie se llama a engaño. Pero ¿no es lo que sos-tiene pura, simple y emocionada defensa de esa posición de espumilla par-ticular a la que tantas veces me refiero en los paralipómenos? Para eso nola necesito, ya está el Gobierno de la Nación y su máquina de propagar.No me parece bien un nuevo telediario en el que se me aleccione, como side esa nueva asignatura de educación nacional democrática se tratara.Además, eligieron un color muy sintomático. Espero que se hayan dadocuenta. Sí, seguro que lo han hecho aposta, para apoyar las declaracionesde nuestro Presidente del Gobierno en el medio escrito francés. ¿Nosaportará novedad la nueva cadena?, ¿nos dará una visión independiente yrazonada de lo que acontece en nuestro país y en los demás países denuestra Europa y del mundo? Comienzo a dudarlo. ¿Para qué servirá,tras tanto meneo? Para acopiarse buenos duros con la publicidad. Y paraaleccionarnos con su propaganda.

No tengo edad para que me retuerzan el cerebelo diciéndome, notanto con razones sino con puras ideologías prefabricadas, qué debevenirme al pensamiento, y tragarme como nuevo gargantúa lo que les déla gana suministrarme. Soy muy libre, seguiré con mi maquinita del zapa-tín como quiera y donde quiera. Espero que vosotros hagáis lo mismo.¡Faltaría más!

Una vez más se nos plantea el problema de cómo podemos informar-nos, hacernos una idea cabal de lo que pasa a nuestro alrededor.

Una cosa es decisiva: no depender de una única fuente. Cuidado, queuna radio, una televisión y un periódico pueden ser una única fuente,como experimentamos día a día. Diversificar las fuentes de información.Utilizar internet para ello, así podremos acceder a muchas fuentes. Leernoticias, no comentarios de las noticias: la salsa la pondremos nosotros.No tragar la ideología como si fueran panecillos de buenas noticias.

Labor difícil, quizá imposible. Debemos hacer un enorme esfuerzo, sino caeremos en las garras de la propaganda del poder de los poderosos,que busca hacer de nosotros sus esclavos.

14 de noviembre de 2005 / lunes 21.11.05

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No sé, siento que los acontecimientos me arrastran y no me dejanestar en la quietud silenciosa en la que me gustaría acomodarme. Porqueni mi vida ni estos paralipómenos son una dedicación a las vicisitudesarrastradoras de las cosas de la política. Es verdad, esa palabra significa laactividad de la polis, de la ciudad, por lo que nunca podremos desvincu-larnos de ella, como no sigamos —no lo quisiera— el ejemplo del egipcioAntonio, el san Antón que bendice a los animales a mediados de enero, ynos vayamos al desierto para dedicarnos a la contemplación solitaria.

Pero ¿qué pasa para que llevemos tres años en un puro cacarear poli-tiquero, tembloroso de febrilidad, desde aquel accidente del Prestige ytodo lo que luego fue adviniendo? Desde entonces, parece que todas lasarmas son posibles, mejor, necesarias, para alcanzar el poder y mantener-se en él, sea lo que sea, haya que hacer lo que fuere, pase lo que pase, caigaquien caiga. Algo no funciona, no puede funcionar así. No estamos enten-diendo el trabajo político como una búsqueda del bien común; a lo más,como un por todos los medios arrebañar la seguridad de que estoy yseguiré mandando. Si hay que desenterrar la vetusta hacha de guerra y pen-sar en volver a darnos de garrotazos, parece que hemos decidido que sí, loharemos. Entiendo que, en estas circunstancias, la partida popular sedefiende para conservar su vida. Entiendo que la partida gubernamental,partida de arquitectura complicada, lo tiene difícil y de todo hace leña, aun-que, como es el caso, para ello se cargue a los de la otra partida intentandoromperles el espinazo. Pero lo que no deberían ser sino metáforas guerre-ras en estos entenderes, parece querer convertirse en guerra de sangre.

Y eso no me parece bien. Como hombre de Iglesia no puede sino pare-cerme mal, muy mal. Hay que poner coto a esas metáforas sanguinarias.Con urgencia debemos aprender y llevar a la práctica la labor del enten-dimiento. No puede ser que, como asnos, vivamos para siempre en elrebuzno y la coz. Hay que llegar a acuerdos amplios y duraderos en nopocas de las guerras feroces que se mantienen hoy entre las partidas. Nopodemos seguir así.

Basta ya.No se puede legislar-contra. No se puede no tener en cuenta a una

parte tan importante de españoles. No se puede gobernar queriéndosecargar a la Iglesia católica. Buscando razones mil para poder decir que la

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Iglesia es enemiga a derrotar y exterminar. No se puede volver a golpearel bombo contra los obispos, tocando arrebato. No se puede legislar con-tra una mayoría de hecho, diciendo, simplemente, que se quieren respetarlos derechos de las minorías. Claro, hay que respetar los derechos detodos. No se puede discriminar a las minorías. Mas, entonces, ¿se podrádiscriminar a mayorías? Es absurdo y tonto. Pero se quiere hacer.

Ese lector que tengo me dirá: no ves, apoyas a la partida popular. Puesmira, no. Quiero ser y seguir siendo un hombre de Iglesia. Mas, ya lo hedicho alguna vez aquí en los paralipómenos. Cuidado los de la partida delgobierno actual, están cometiendo un error de políticos principiantes: sise nos empuja groseramente a los católicos, me importa poco si somosmayoría minoritaria o minoría mayoritaria o si sólo somos un grupúscu-lo, se nos está echando de bruces en la partida opositora. ¿No se dancuenta? Hace falta ser cegatos. Excepto que nos exterminen martirial-mente —y la sangre de martirio es muy productiva con el tiempo—, noganarán la partida. Pero ¿cómo?, ¿es que no saben nada?

15 de noviembre de 2005 / martes 22.11.05

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Ay, ¿dónde están nuestros líderes? En momentos como estos es esen-cial tenerlos, que nos hablen, que veamos por dónde se mueven paramovernos tras ellos. No tanto porque señalan nuestros derechos o losterrenos que no se deben traspasar, sino porque nos ponen delante loscaminos para que vivamos nuestra vida cristiana en las dificultades, gran-des, que parecen abrumarnos, inmersos como estamos en tiempos revuel-tos.

¿Cómo tendría que ser el líder?, ¿qué tendría que señalarnos?, ¿haciadónde nos dirigiría?

Ciertamente hacia un terreno de entendimiento, apaciguador de lasdivisiones y de los resquemores que corroen nuestra situación, sin por esodejar de indicarnos quiénes somos y cuál es el lugar de nuestro descanso.No alguien que eche más leña a la hoguera; tampoco uno que no se ente-ra de lo que pasa y de quienes somos en nuestra polis, en nuestra ciudad.El líder, como Francisco de Asís, es un realista, profundo conocedor de símismo y de la sociedad en la que vive; que ve con claridad la construcción

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de una sociedad distinta y nueva. Que deja las armas. Que deja el poder yno busca sus influencias. Que decide vivir, pase lo que pase, según el idealevangélico que le anima.

El líder es un ingenuo profundamente realista. Ingenuo: vive lo quecree y cree que esa manera de vivir no azuza las vanas divisiones de laspartidas, sino que las pone en su lugar, lugar de búsqueda común del biencomún —por más que cada una tenga sus modos y maneras, por eso, pre-cisamente, son varias partidas—, que hay un ámbito fundamental deentendimiento, sobre el que, luego, se construyen las diferencias de lospartidismos.

El líder es profundamente libre. No echa aceite al fuego, pero tampo-co es mudo. Jamás se calla, aunque no por eso sea un meticón que buscade continuo aplastar el ojo de los demás. Y su libertad la encuentra en supropio seguimiento de Jesús. Esta es la tarea de su vida, que lo llena todo.Por eso queda libre para todo lo demás. Sin ser, seguramente, cargo públi-co en la Iglesia, es un hombre o una mujer de Iglesia, no de partida. Senutre en su seguimiento. Pero tiene cabeza, utiliza la razón; piensa, cavi-la, medita, reza. Vive en la comunidad eclesial y se preocupa de ella.Aunque pueda parecer un solitario, pues como san Francisco abandona alos suyos, está en el corazón mismo de su comunidad eclesial, pues vivedel seguimiento. Participa de sus angustias y esperanzas. Y el Señor le haconcedido la gracia de señalar a los demás comportamientos, maneras deser y de estar, agrupaciones en el seguimiento. Así, se ve seguido por losseguidores como él mismo lo es.

Es libre, puesto que dedica su vida a ello, aunque le cueste perderla.Tiene la luminosidad de que, los demás seguidores, al verle, al escucharle,al saber de lo suyo, se dicen al punto: eso es, ese es mi camino, ese es nues-tro camino.

Es libre pues sabe muy bien que no es ni jamás podrá ser hombre o mujerde partida. Puede que, como Giorgio La Pira, sea alcalde de Florencia, ocomo Robert Schuman, hacedor político de Europa, pero no es hombre omujer de partida. En este caso tendrá la habilidad portentosa, pura gracia, dehacer visible lo invisible, no sea más que en puras transparencias. Pero ten-drá muy claro que no tiene obediencia de partida, que jamás callará porquela partida se lo exija. Es hombre o mujer del seguimiento, humilde, lumino-so, constante, pase lo que pase y por encima de todo.

15 de noviembre de 2005 / miércoles 23.11.05

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Sigamos con nuestras consideraciones sobre la obra de arte y su rela-ción conmigo, el veedor. Para ello, nos concentraremos en el soporte quecontiene los Centauros del desierto de John Ford, película que hemosvisto antes, quizá, y vamos a ver de nuevo. Sería igual si nos refiriéramosa otra película o cualquier otra cosa, con tal de que para nosotros sea unaobra de arte.

Se trata de una corporalidad. Esto es, un rollo de película; un deuve-dé. Ahí está todo el resultado del proceso complejo que la construyó. Ahílo podemos estudiar todo con sumo cuidado en sucesivas visiones, hastaque vayamos sabiendo de ella, cada plano, cada color, cada gesto, lasentradas y salidas, lo que se da por supuesto en ella y lo que se nos escon-de. Mucho más aún, pues podemos dedicarnos a trabajar sobre quien lafirmó, los actores que eligió, cómo los utilizó, si se les ofreció libertadpara interpretar como les salía de dentro o, por el contrario, el director eraun verdadero déspota. Podemos saberlo todo de la producción, de losdecorados, de la dirección artística, de la ingeniería del conjunto y de suuso. También está en nuestra mano estudiar con detalle todo sobre lasinfluencias que la hicieron posible, si Shakespeare o Chaplin, si Matisse oSergei Eisenstein, si Flaubert o Renoir. Podemos llegar a saber las posi-cione sociales y políticas del director, del productor, de cada uno de losque, en su esfuerzo conjunto, hacen lo que ahora tengo encerrado en eldeuvedé o en la pintura o en el espacio arquitectónico o en la partituramusical, en cualquiera de las maneras en que se me da la obra de arte. Lohe podido estudiar todo como gran conocedor que uno puede llegar a serde la historia del arte.

Así conocemos nuestra obra de arte en sus puras “objetividades”.Podemos llegar, si es el caso, a saberlo todo, todo, pero que todo de ella.Hasta las más pequeñas minucias. Podemos tener la certeza de que noshemos hecho así una idea objetiva —¡científica!— de la obra de arte; que lacomprendemos por entero, por más que siempre puedan añadirse, a lomejor, nuevas maneras y puntos de vista; pero todo se llegará a alcanzar. Laexplicamos, la conocemos. Le hemos dado vueltas y lo sabemos todo de ella.

¿Todo?Me temo que, precisamente cuando se ha llegado a esa convicción de

“todo, todo, pero que todo”, resulta faltarnos lo más importante, quizá

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hasta lo único decisivamente importante. Todo en la obra de arte buscaesto que todavía nos falta. Aquello que le hace ser, para mí su veedor, unaobra de arte. No un puro motivo de estudio para escribir una tesis doc-toral o para sentar cátedra en alguna facultad de bellas artes o de cienciasde la comunicación.

Hasta ahora, con las “objetividades” científicas, aunque se llegue al“todo, todo, pero que todo”, no se ha comenzado mi enfrentamientocomo veedor con el contenido del deuvedé que va pasando ante mis ojos,ocupando mi tiempo, mi vista, mis afectos, mi inteligencia; que se adentraen lo más profundo de mis deseos, avivando mi imaginación, reforzandomi razón, abriéndome nuevos horizontes en los que me encuentro, alverla y cuando luego resuena en la profundidad de mis adentros, per-diéndose poco a poco en la lejanía del tiempo de mi propia carne que seva haciendo memoria, construyendo en mí, en mi relación con ella, unlugar en el que ir siendo, camino de ese ser en plenitud que, estando aúnmás-allá, es ahora ya mi ser verdadero.

19 noviembre de 2005 / jueves 24.11.05

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El jueves de la semana XXXIII del tiempo ordinario, una vez cada dosaños, y ha tocado este, es un día muy desgraciado en la liturgia católica.Es la única vez que escucho con horror una lectura del AntiguoTestamento. Cuidado que hay pasajes de ese conjunto de libros sagradosque son duros de pelar, pero ninguno como el de esa jornada.

Los tres primeros días de la semana se leen trozos escogidos de loslibros de los Macabeos. Era coyuntura de persecución para los israelitas,la del rey Antíoco Epifanes. Corrían tiempos de cultura griega e israelitasapóstatas, hartos de ser parte de un pueblo aislado, adoptaron las cos-tumbres paganas y, como dice el texto, se vendieron para hacer el mal.Incluso en Jerusalén. El rey seléucida no sólo les autorizó esas costum-bres, sino que decretó la unidad nacional de todos, obligando al abando-no de su legislación particular.

Muchos israelitas se negaron, incluido el viejo Eleazar, se nos dice,hombre de edad avanzada y semblante muy digno. Como no le importa-ba morir, le ofrecieron una solución: haz como que comes alimentos

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prohibidos, pero los habremos cambiado por alimentos permitidos, así notendrás que transigir en tus costumbres. Pero Eleazar, hombre digno, senegó a manchar e infamar su vejez. Si muero ahora como un valiente, memostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, paraque aprendan a arrostrar una muerte noble por amor a nuestra santa yvenerable Ley. Y lo asesinaron.

También leemos la historia de los siete hermanos con su madre. Conuna entereza llena de noble dignidad, murieron todos, uno tras otro; vien-do su dolor ante la muerte de seis de sus hijos, piden a la madre que tran-sija en hablar al pequeño para que este sí coma alimentos prohibidos. Lamadre habló en su lengua al pequeño para que no desmereciera de sushermanos y aceptara la muerte que le imponían. También lo asesinaron.

Pues bien, reconfortados por estas lecturas, llega el jueves y nosencontramos con Matatías, hombre importante en su pueblo, reconveni-do a apostatar de la religión de sus padres. Si él cumple las órdenes del rey,como lo han hecho todas las naciones, y los mismos judíos, y los que hanquedado en Jerusalén, le dicen, recibirá grandes premios.

Se niega con dignidad a hacerlo, asegurando que él y sus hijos y susparientes vivirán esa religión. Nada más decir estas palabras, un judío seadelanta y a la vista de todos se dispone a sacrificar en el ara del dios,como mandaba el rey.

Al verlo, nos dice el texto, Matatías se indignó, tembló de cólera y enun arrebato de santa ira, corrió a degollar a aquel hombre sobre el ara.Luego, matando al funcionario real y derribando el ara, se echó al montecon sus hijos.

Inició así una guerra santa.Pudo elegir el martirio. Prefirió la guerra santa.Te lo he dicho tantas veces que te lo sabes de memoria: prefiero al

Francesito de Asís.Esta historia de Matatías me llena de melancólica indignación.Un pueblo tiene derecho a su defensa, claro es. Pero en una situación

como esa un seguidor de Jesucristo siempre debe elegir por el martirio,nunca por el asesinato y la guerra santa.

Hasta entiendo que un pueblo puede decidirse por la guerra defensi-va, pero nunca puede haber una guerra santa, una guerra por Dios. Es lamanera más segura de vilipendiar su nombre, de abofetearle, de cru -cificarle.

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Jamás un cristiano puede optar por la guerra santa. Jamás. Esta es lofácil. El martirio, en cambio, es una gracia.

15 de noviembre de 2005 / viernes 25.11.05

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Un filósofo es tan bruto —¡al menos yo!— que nunca termina de ter-minar con nada, siempre a vueltas, encontrando nuevos desarrollos, quizásólo hilachas a las que no puede dejar de dar vueltas. Nunca parece sercapaz de acabar de una vez y decir: ya está, dije todo sobre este tema, nin-guna conexión queda por añadir, se acabó.

Así me pasa, para mi vergüenza, con la obra de arte. Por eso siguen misrumies con ella.

La obra de arte está ahí. Se nos ha hecho patente: ella misma es tantoque decir “todo, todo, pero que todo” lo he visto y comprendido de ella,es vano. Más aún cuando, sin poder nunca terminar el proceso de “obje-tización”, entra lo verdaderamente importante, su relación conmigo, elveedor. Y, no se nos olvide, en ningún momento hemos entrado todavíaen la relación de creación entre el artista y su obra que yo recibo comoalgo que se me da en su ser de pura corporalidad; no como cosa “objeti-va”, sino como corporalidad, repito.

Pero estando ahí, como obra de creación, establezco trato con ella demanera que ella también crece conmigo. Pasa de un mero ser de purasobjetividades a un ser de obra de arte capaz de suscitar la faena de recrea -ción que de ella hago en mi vida.

No pudimos terminar con ella en los procesos de comprensión yexplicación hasta dárnosla como algo meramente objetivo, dominado,completado en su desguace por nuestro conocimiento hasta reducirla,hasta hacerla pasar de corporalidad llena de sus complejidades y misteriosa mera cosa, como si fuera piedra o ladrillo, viéndola como algo perfecta-mente asumido y sometido. Por el contrario, tras la relación entre ella yel veedor, se nos muestra ahora como algo que en sí misma es mucho másaún de lo que parecía. Recreada por mí, tiene un espesor de existencia queva mucho más allá de lo que a primera vista, cuando la miraba como un meroobjeto, en nuestro caso un deuvedé conciso, hecho, terminado, tiranizado,que tengo ahí como pura cosa, una más entre las puras mundanalidades,

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como los vientos, las estrellas o las aves. Tenía un ser el cual en la relaciónque he tenido con ella, tras mi consideración con ella, resulta mucho másque un mero estar ahí tirado, como cosa ya cerrada, agotada en su mismoestarse ahí, quizá hasta como un mero estar de deshecho.

Así, al enfrentarme con esa corporalidad, ella misma fruto de creación,en la recreación que ha consistido mi relación con la obra de arte, encuen-tro que si hubiera mirado con esa mirada primera que me quisieron incul-car, la mirada de objetividades, hubiera quedado rota para siempre unarelación que establece un espesor de carnalidad en aquella creación quehubiera podido entenderse como pura cosa, sin ninguna reciedumbre deser, y en mí mismo, haciéndome recreador de lo que hubiera podido pen-sarse mera mundanalidad.

Ahora bien, si las cosas son así, a través de la obra de arte y mi rela-ción de veedor con ella, me encuentro que toda cosa —¿no puedo esta-blecer esa relación que con el deuvedé, con la obra de arte, he mantenidocon cualquier objeto de lo que parecía ser cosa de mera mundanalidad?—me puede aparecer como obra de arte. Que toda cosa es más de lo queparecía su mero estarse ahí, como el humilde deuvedé.

Si esto es así, nos encontramos en un punto crucial de nuestra com-prensión del mundo, que ya no es un conjunto de cosas echadas ahí, depuras “objetividades”, sino mucho más, pues le hemos encontrado su ser.

20 de noviembre de 2005 / lunes 28.11.05

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Suelo comer con dos amigos sacerdotes. El otro día se añadió un bar-celonés, especialmente entendido en la doctrina social de la Iglesia; haescrito sobre la cuestión de la autodeterminación. Una comida es poco,quizá no le atribuya correctamente lo que escribe y dice, pero puede serinteresante señalar en estos paralipómenos algunas cavilaciones que mevienen tras la conversación.

Hay algo decisivo. Él escribe de posibilidades, de las posibilidades dela doctrina, cuando normalmente en estas conversaciones se habla de rea-lidades, sobre todo políticas. Me explico. Él en ningún momento se refie-re a lo que habría que hacer, a las opciones que podrían tomarse en elcampo de la política y del diálogo político. Se refiere siempre a lo que en

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la doctrina social de la Iglesia se da como posibilidad legítima de elecciónrespecto a la autodeterminación de los pueblos, o de las naciones, no sécomo sería más correcto decir. En una palabra, lo que debería permitirseporque es una posibilidad legítima de acción.

De manera general, en sus escritos no se refiere a las cuestiones can-dentes de las que hablamos los demás con normalidad, o a trompicones.Pues nosotros nos preguntamos si el proyecto de nuevo Estatuto aproba-do por gran mayoría del Parlamento catalán es así o de la otra manera, sise puede aceptar o no, si hay que dialogar de esta o de la otra manera.

Me llamó la atención —aunque lo comprendí y me hizo ver de quémanera escribe sólo de posibilidades legítimas que, según la doctrinasocial de la Iglesia, no pueden rechazarse—, pues opinó que bastantes desus artículos no caben en la Constitución española vigente; que Maragall,Montilla y todo el PSC son, en realidad, españolistas, como él dice; quees un proyecto estatalista e intervencionista cerrado y omniabarcante,correspondiendo a la ideología de los tres partidos que forman elGobierno catalán actual; que es radical y esencialmente estatalista e inter-vencionista en lo que toca a la educación y otros asuntos similares; quedeja abierto por completo el camino a la eutanasia, a la poligamia, etc.Críticas que se han oído con frecuencia. Sólo hablamos de manera tan-gencial sobre el espinoso problema de la financiación; no creo que disin-tiera de que se pasa de la Constitución. Otros puntos no recuerdo quesalieran en la conversación, al final fue demasiado corta; pero no era nadapiadoso con el proyecto de Estatuto. Le incité a que escribiera de estosdesacuerdos suyos, pues decía no haberlo hecho todavía.

Era claro para él, en lo que escribe, que no se trata de separación, sinode autodeterminación. Hay libertad de autodeterminación de las nacioneso pueblos, no recuerdo cual de las dos debería yo poner, quizá las dos. Lalibertad aquí, decía, es como la autodeterminación de las personas, nadienos puede poner cortapisas. Tampoco en este ámbito.

Estaba de acuerdo con que la población catalana no ha sido consulta-da demasiado; que podría pasar no poco de ello. Pero en cuestiones deposibilidades doctrinales de derechos, el camino debe hacerse siempre.Entiende que, sea lo que fuere, será un paso adelante para la autodetermi-nación.

En un momento me llamó la atención algo: recordó que el derecho ala separación estaba ya en algunas constituciones, como la yugoeslava;

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mal ejemplo, visto lo que aconteció. Con respecto al Québec, en el que seha reconocido el derecho a la separación, sabía, ¡cómo no!, la jurispru-dencia añadida a este derecho por el tribunal supremo canadiense: deberáser por una mayoría cualificada, no por mayoría simple; me dio la impre-sión de que esto le dejaba dubitoso.

Valgan estas notas entrecortadas, tan iluminadoras.26 noviembre 2005 / martes 29.11.05

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Ay. Tengo un viejo amigo que va a hacer cuarenta y ocho años que nosconocemos. El otro día me pedía por teléfono explicaciones sobre el para-lipómeno 82. Ante un problema soy siempre muy tardo, sobre todo cuan-do comprendo que se trata de un punto importante. La conversación sehizo pedregosa. Quisiera ahora comenzar a responder y darme a mímismo explicaciones de lo que en aquella antigua página decía o queríadecir.

Esto tiene una complicación, lo he dicho varias veces. Un pensarnunca es analítico, como un hilo en el que se van colocando las perlas unatras otra. Descartes lo pensó así, pero menuda maraña echó al pensa-miento, mondrongo más que collar —no creáis que le insulto, ¡le amo conapasionamiento!—. Un pensar siempre es en red. Se conectan en élmuchas cosas que nunca van por suelto. Por eso una frase aquí, paraentenderla en sus justa medida, debe ser leída a la luz de otras frases quehan venido antes y, si se me apura, de nuevas frases y pensamientos quevendrán después. Por eso, el diálogo con un filósofo, por pequeño quesea, puede resultar difícil y concavoso. Para colmo, a un filósofo, porpequeño que sea, no se le puede decir: aquí te pillo y aquí te mato. No, supensar es largo, enigmático, lleno de meandros. Bueno, quizá, simple-mente es un creído. Puede. Mas intentaré responder a lo que mi amigo meplanteó en conversación telefónica llena de tropiezos y resbalones.

Pues no, entre la línea anterior y esta ha habido una lectura detenida delos primeros ochenta y dos paralipómenos, y no me pondré a responder alo que, leyendo con cuidado, está perfectamente claro. Eso me parece.

Me demandaba explicación de estas palabras: «La Iglesia debe buscaren sus adentros para encontrar respuesta y solución a las preguntas y

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problemas que se le plantean», con referencia al párrafo anterior, cuandome preguntaba dónde buscar las soluciones a las preguntas acuciantes queme había planteado, «no en el espacio mundanal ni en el espacio socioló-gico ni en el espacio político». Se preguntaba si eso querría decir que laIglesia sólo recibe sabia e influjo de sus únicos «adentros». Decía miamigo, así, por ejemplo, Platón y Aristóteles quedarían fuera según lo quedices, pues obviamente no son parte constitutiva de la Iglesia.

La palabra «adentros» la he utilizado además en los paralipómenos 8,42, 74 y 175. Están ligados con el rumiar, y se rumia todo. La Escritura,claro, las fuentes de la eclesialidad, entre las que sobre todo está la euca-ristía, etc., etc. Pero también se rumian situaciones, pensamientos,influencias, novedades, prospectivas; se rumia la historia y la escatología.Se rumian las razones para llegar a tomar decisiones, para sopesar, paraver efectos y afectos, para aclararse uno del espacio en el que está. Serumian horizontes. Siempre con rumiar filosófico. En el 74 hablo de «ungenial proceso racional de enorme complejidad que me llega hasta losadentros más íntimos». Con respecto a la obra de arte aparece de maneratransparente: lo que me llega a los más íntimo adentros es la visión de laobra de arte que, en principio, está allá echada “objetivamente”, dicen, enel mundo, producida por su creador.

En fin, eso sólo sobre una de las palabras. No hablo todavía de larazón, del diálogo, del estar ojo avizor ante lo que el mundo nos aporta.No hablo de la construcción de realidad. Me refería con una imagen pura-mente geométrica a los espacios en que ser.

El problema planteado queda ahí. Buscando sus nuevos crecimientos.25 de noviembre de 2005 / miércoles 30.11.05

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«Yo defiendo la causa de Dios». Son palabras de Descartes que hice yhago mías.

Os anuncié mis amores por él. Ese apotegma, al que dedicó una vida,y la manera que tiene de pensar, constituyendo el acto mismo de su escri-tura, me ganaron a él para siempre. Mas no soy cartesiano. Busco como él laestrategia que lleva a probar que hay Dios y a decir algo esencial de ese Diosque hay. Pero el pulso de mis pensares tiene que ser otro, muy distinto al

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suya. Buscamos lo mismo, pero las herramientas difieren en radicalidad.No es de extrañar con lo pasado en trescientos cincuenta años.

Para él, los puntos cruciales en los que construye su estrategia son lametodología analítica de la razón y la dicotomía entre res extensa y rescogitans, la separación radical entre cuerpo y alma.

Partía con algo que era pura evidencia para él, como lo era tambiénpara Galileo y para todos los de su tiempo, que el mundo es creación. Poreso en un momento de su obra, al comienzo, nos toma de la mano y noslleva a un lugar muy lejano de nuestro mundo, en medio de la pura exten-sión, y allá nos hace ver cómo Dios crea el mundo, dándole las leyes delchoque, como si todo fuera una inmensa mesa de billar con sus leyesabsolutamente mecanicistas, y poniendo el todo en movimiento, un llenoque todo lo colma sin dejar vacío alguno; sólo cabe, pues, que se muevaen incesantes torbellinos.

Para asegurarse en lo que el mundo es y lo que nosotros somos, antestiene que encontrar un punto en el que anclar nuestra certeza: el pienso,luego existo. Desde ahí, donde encontramos certeza absoluta, y pasandoinexorablemente por Dios, llegamos a poder decir con certeza lo quedecimos sobre el mundo y sobre nosotros. En nuestro pensamiento sobreel mundo no tenemos más remedio que aceptar ese bucle que pasa porDios; de otra manera nada podemos afirmar ni de las matemáticas ni de lafísica ni de nosotros mismos —fuera de nuestra sola existencia—.

Es así como establece la estrategia de su increíble prueba que lleva adecir que hay Dios y a añadir alguna cosa de ese Dios que hay, de mane-ra que el Dios al que llegamos a tocar con la razón no es un puro Diosimpersonal de los filósofos, sino el Dios personal y amoroso de los cris-tianos.

La filosofía de Descartes, así pues, es lo que buscaba: una apologética.Tras él, en su estela, con el paso del tiempo, las cosas de la ciencia cam-

bian enormemente. Por un lado, se llega a establecer un método racionalque hace coincidir a la razón con la razón científica. Por otro, desde elámbito de lo que no es sino puro cuerpo mecánico, se va arañando más ymás de aquello que al comienzo había aparecido ser cosa almal, de modoque paneles enteros van a pasar ahora a ser estudiados de la misma mane-ra mecanicista que acontecía al principio con lo física, hasta que aparececlaro, finalmente, que todo ha pasado a ser puro cuerpo; que todo debe-rá ser estudiado por las ciencias fisicoquímicas y matemáticas, a las que se

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han añadido las biológicas, las psicológicas, las sociológicas, las históricasy, últimamente, las sociobiológicas y las neuronales.

La racionalidad así se nos ha convertido en nada más que racionalidadcientífica. Hasta el punto de que podremos construir un corralito, cerra-do por un muro, que contenga todo lo que es racional, todas las afirma-ciones de racionalidad, dejando fuera no más que las puras irracionalida-des. Dios entre ellas.

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EXPRESIÓN

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Proseguimos con el desarrollo de lo que va a ser nuestra estrategia paraconseguir tocar a Dios con nuestro pensamiento.

La metodología analítica de la razón consistía en pasar de un punto A,ya conocido, mediante cuidadosos razonamientos, paso a paso, eslabón aeslabón de una cadena, hasta B, de modo que podremos decir así doscosas a la vez: nuestro método racional, nuestra racionalidad científica,nos hace pasar de A a B, a C, a D, a E, logrando analíticamente ir cono-ciéndolo todo; mas esto no es sólo un paso adelante en nuestras razones,sino que estas nos dicen lo que las cosas son, procurándonos conoci-miento exacto del mundo tal como él es.

Sabemos ahora que las cosas no son así, ni de lejos. Ya no hablamos demetodología científica. Menos aún consideramos que la única racionali-dad es la racionalidad científica. Antes al contrario, sabemos muy biendos cosas. No es tan fácil, primeramente, que lo pensado en nuestrosrazonamientos se corresponda sin más a lo que las cosas son; distinto seríasi dijéramos es expresión, pero en ningún caso se trata de una relación decorrespondencia. ¿Por qué digo esto? Es sencillo de entender. Newtonpensaba que había explicado el mundo, el cosmos entero. Pues no, resul-tó que la complejidad del mundo era mucho mayor de lo que él podía pre-suponer. Además, ya no estamos tan seguros, ni mucho menos, en esa tanestrecha relación entre lo pensado y, por así decir, lo que es. Algunos hancavilado incluso que si el newtonianismo fuera cierto, no sería posible lavisión que nos trajo la teoría de la relatividad de Einstein, y viceversa.

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Hablaron de que las teorías científicas que se han sucedido unas a otrasson inconmensurables entre sí; las dos no pueden ser verdaderas a la vez.Dejemos las cosas aquí por el momento.

No estamos ya tan seguros de que haya una razón pura, lógica, seca,que nos dice científicamente cómo son los cosas. Hablamos más bien deuna única razón, pero esta es práctica, de sopesamiento, de búsqueda, dehacerse idea de lo que nos traemos entre manos, a veces de manera difícil.Más aún, sabemos que la razón pura, razón logificadora, razón seca, no esnuestra razón humana. Nosotros no somos un mero cuerpo, ni cuerpopuramente animal ni cuerpo cibernético, como si fuéramos un maravi-lloso ordenador. Nosotros vamos conociendo con un proceso quecomienza con y en nuestro propio cuerpo de hombre/cuerpo de mujer,en nuestra propia carne. Entramos a pensar sabiendo que lo bueno estáarriba, en el nivel de la cabeza, lo basto abajo, por donde están los pies;que los amigos vienen siempre de frente y los enemigos, los traidores, tepillan por atrás; que Yago te da amigablemente la mano derecha, paraclavarte la daga que maneja con la izquierda. Nos construimos en elpensamiento y en el ser comenzando siempre con la metáfora, nuncacon una así llamada razón pura. Incluso las matemáticas son productode nuestra carne, y no algo que nos está dado de antemano en algúnmundo de las ideas.

La razón que tenemos, nosotros que somos carne, es siempre carnal,metafórica, analógica, húmeda de todos nuestros afectos, constructora derealidades, que no son cosas que se nos dan ahí para que nosotros lasconozcamos. La razón es siempre húmeda, nunca seca.

Con esto ha quedado desechado aquello de que la razón es sólo razóncientífica. Antes al contrario, la ciencia es construcción de nuestra húme-da razón, la nuestra, la de los sopesamientos, la única que tenemos; aque-lla con la que conocemos las cosas del mundo, sus leyes.

26 de noviembre 2005 / viernes 2.12.05

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No puede ser aceptada la separación radical de cuerpo y alma. Somosun ser unitario, lo que me gusta decir: ‘cuerpo de hombre, en su identi-dad-dual de cuerpo de hombre y cuerpo de mujer’. Parecerá una risión

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utilizar expresión tan rocambolesca, pero es esencial hacerlo. No somosun cuerpo fisicoquímico-cibernético al que tendríamos que añadir unalma exterior a él; hemos visto que esto termina empujando al más crasomaterialismo, pues se va arañando más y más lo almal desde lo científico.Somos una unidad compleja; somos carne. Y a la vez somos capaces decrear corporalidades, es decir, elementos que dejamos ahí fuera de lo quees nuestra propia carne; lo hemos ido viendo en estos paralipómenos,sobre todo hablando de la obra de arte.

Suelen decir que el sistema de adn es el que nos da la estructura real yunitaria de eso que somos del comienzo al final de nuestro ser. Se añadeque compartimos con la especie de los chimpancés, la más cercana a lanuestra, el 99% del adn. Sea. Entonces, pura obviedad, lo decisivo ennuestro sistema de adn confirmativo de eso que somos, es, precisamente,la diferencia. Todavía no he visto que enseñado esto salgan los alumnos yalumnas de clase haciendo uh, uh, como la mona Chita.

La especificidad del ‘cuerpo de hombre’, de la carne, es tal que, aúnsiendo configurados como producto de una complejísima evolución quenos hace hermanos de nuestros hermanos animales y de nuestros herma-nos los demás seres del universo, no somos reductibles a cosa, a merocuerpo fisicoquímico-cibernético. Somos más. Se da en nosotros un exce-so, quizá sólo una pizca, pero que nos hace elementos absolutamente sin-gulares en el mundo. No en un apócrifo centro geométrico del universo,por supuesto; no tendría ningún sentido hablar así. Pero sí en la punta deél, como si fuéramos el punto rojo de la evolución —cuando en la obscu-ridad de la conferencia o de la clase se nos muestra el árbol de la evolución,se señala con el lápiz luminoso cuál es el punto rojo en el que se sitúa laespecie humana—; punto que nos da una posición tan singular como quesomos nosotros, apenas si pequeño mondrongo de carne, los únicos quepodemos cavilar sobre el mundo, pensar sobre él, construirnos teoríassobre su funcionamiento, como, por ejemplo, la misma teoría de la evolu-ción. Así pues, se da con nosotros algo decisivo, el ‘principio antrópico’.

Sabiendo esto, han querido decirnos que por imperativo del ‘principiode objetividad’ con el que se constituiría la ciencia —las proposiciones deesta son nuestras, evidentemente, pero sólo se convierten en ciencia cuan-do nos separamos de ellas por un movimiento de castración, haciéndolasasí ser objetivas—, se justificaría el proceso de conversión de toda racio-nalidad en racionalidad científica. Mas esto no es cierto.

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No, el principio constitutivo de todo nuestro pensar es el hacer de él,y darnos cuenta de que lo estamos haciendo, un principio antrópico. Eshaber llevado al cenit lo que se había comenzado como conocimientometafórico, analógico, además de retórico y mimético. Darnos perfectacuenta de que los constructores de corporalidades, y mediante ellas losconstructores de realidades, somos nosotros, pura carne. Que no vivimosen ningún mundo de las ideas, sino en un mundo de las carnes, perdóne-seme que lo diga así. Si se quiere expresar de una sola vez lo que somos,habrá que decir de nosotros que somos ‘carne amorosa’ o ‘carne amante’o, mejor aún, ‘caro amans’.

Pido perdón a quien me lea por los vuelos que hemos tomado, peroestamos en una estrategia apologética.

27 de noviembre de 2005 / lunes 5.12.05

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En esta nuestra estrategia hay un punto que necesariamente debemosconsiderar, pues hace dos siglos y medio era visto como pura evidenciaaceptada por todos; ahora no. A él me voy a referir hoy.

Nuestra razón —mejor sería decir nuestra acción racional de larazón práctica— se mueve mediante un tiento que consiste en hacersepreguntas y, luego, buscar respuestas a esas preguntas planteadas. Nopor la imposición de que es así porque lo digo yo que soy quien tieneel poder, claro es; tampoco vale responder cualquier cosa. Seremos muycuidadosos en que la respuesta concuerde con otras respuestas quehemos dado antes a asuntos similares o teniendo algo que ver con ellos.Será una respuesta que no repite lo dicho ya anteriormente, como si defotocopia se tratara, pues los contextos y los contornos que rodeanahora a la pregunta seguro que han cambiado de manera muy notabley repetirla sin más aditamentos no es razonable; enseguida los escu-chantes me lo harían ver. Una respuesta, pues, que se hace en pláticacon otras personas, buscadoras como nosotros, por lo que se estable-cerá un diálogo de razonabilidades, buscando la persuasión, el conven-cer mediante razones de que nuestra respuesta es adecuada. Es obvioque no vale con una que se tome, sin más contemplaciones, de algúnsistema mitológico, lo sabemos desde los presocráticos griegos.

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Estamos en una búsqueda racional que se apoya sólidamente en ellogos; esto es esencial.

En este buscar respuesta a las preguntas hay una característica decisi-va, lo dije anteriormente. No se trata de la construcción de un collar, enun proceso analítico, de modo que vayamos poniendo perlas lógicas en unhilo para pasar del A conocido al B que así conoceremos. Nosotros actua-mos en red, construyendo una urdimbre de pensamientos; malla de pre-guntas y respuestas, sin fin; tejido interminable. Nunca vamos a aceptarque alguien, supuestamente investido de autoridad, nos diga: basta ya,niño, acaba con tal chorreo de preguntas.

Se establecerá así una red de pensamientos con dos características: larazonabilidad, que nunca dejamos de lado, y el que se vaya construyendoun sistema, permíteme que lo llama así, de composibilidades, es decir, quetodas las cosas que voy avanzando como respuestas sean posibles unascon otras, no estableciéndose contradicciones demasiado evidentes entreunas partes y otras de esa compleja red.

En este punto cabe una derivación peligrosísima, pues lleva a la muer-te del propio pensamiento, pero no hay tiempo ahora para concederlenuestra atención: no podemos caer en la ideología, consistente en ver lascosas mediante nuestras construcciones previas, gafas negras con las quemiramos al mundo, a nosotros mismos y a la realidad.

Me podrás decir: macho, no te sigo, me lo pones demasiado difícil,¿para qué me sirve todo eso, se me va a licuar el cerebelo de tantas cosasraras como me endilgas? Sí, es verdad, así es la ascética misión del filóso-fo, por pequeño que sea. Pero proseguiremos, pues estábamos llegando alpunto decisivo.

Cuando las cosas nos van siendo así, queda todavía una pregunta posi-ble. No vale que alguien me diga: no quiero más preguntas, estoy harto,o que me quiera prohibir hacerme una última pregunta, no tengo másremedio, la debo hacer visto que todo lo que he ido sucesivamente tenien-do entre manos ha sido pura contingencia, es decir, cosas que podían sery podían no haber sido, aunque sólo sea porque se han quedado en ellimbo de los posibles.

¿Por qué existe algo en vez de nada?Si hemos llegado aquí, hasta la pregunta leibniciana, sólo cabe una res-

puesta: porque el mundo es creación.28 de noviembre de 2005 / martes 6.12.05

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Ay, ay, ay, hace ya tiempo que tú, si es que existes, me has abandona-do, y sólo me pinchas de cuando en vez para mirar por dónde va ese lococon sus incuerdalidades. Ay, ay, hace ya muchos días que Luis Antoniodebe insinuarse: pero, por Dios, se me ha debido de volver loco, se le haespurrido el cerebro.

Pues bien, hoy nos toca la mandanga del ‘ir siendo’. Si me siguesleyendo verás que es otra cuestión decisiva, aunque me espetes: ¡perocómo!, ¿todavía algo decisivo?, ¿no hemos terminado ya con tu estrate-gia? Ay, que no, todavía no hemos terminado.

Entre las experiencias fundantes de lo que somos está la de la carne, sinduda la más importante. Pero al punto hay otra, que nos viene dada conla temporalidad. No con el paso del tiempo de los relojeros suizos, sinocon algo que es producto de la misma carnalidad constituyente, la tem-poralidad, es decir, ‘nuestro tiempo’, el tiempo de nuestra memoria y denuestras búsquedas de más allás, el tiempo de nuestros deseos, de nuestraimaginación y de nuestra razón.

Vemos una foto nuestra de cuando éramos niños, estamos junto a nues-tros hermanos, y nos viene un efluvio de la memoria de lo que fuimos, denuestros afectos, de los olores, de las personas. Pero en un aspecto decisivono somos quien vemos en la foto. Nada es ya como en aquel entonces. Sinembargo, es claro, soy yo; todavía tengo aquello en mí, en los senos de mimemoria. Aquello me ha hecho, me hará lo que llegue a ser.

Este proceso de mi ser es un juego de gerundios: fui y voy siendo, soye iré siendo. Sólo me puedo conjugar en gerundios. Decir aquí, sin más,soy lo que soy, tengo un ser, es una afirmación demasiado simple; verda-dera, claro es, pero sin espesor, sin espesor de carne, que en mí es esencial.Sin ese espesor nada soy de eso que soy efectivamente, de verdad, cuerpode hombre/cuerpo de mujer, carne. No me vale con simples eslóganes,sobre todo si su consideración me quita el espesor de eso que soy, mejor,de eso que voy siendo.

Al llegar aquí se nos plantea una pregunta. Pues bien, ¿soy sin más, encada momento, eso que he llegado a ser en mi ir siendo o voy siendo eneso que es mi ser de manera que he de llegar a un ‘ser en plenitud’?

En el primer caso, soy algo pasajero, definitivamente sin importancia;soy persona, sí, pero una persona que se disolverá en las puras nadas

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cuando me llegue la hora del final de mi ser —no es necesario que sea enla muerte, puede darse mucho antes—, cuando no diga ya que soy, pordesgaste, por aburrimiento, por haber tirado la toalla, por convicciónestoica, por escepticismo, por ideología, por la llegada de la muerte.

Mas ¿no tenemos razones en todo lo que llevamos dicho para afirmarotra cosa?, que en mi ir siendo llegará a dárseme —¡se me da desde siem-pre!— un ser definitivo, mi más verdadero ser, el ser en plenitud. Que loque yo soy no es, sin más, aquello que se me dio en el comienzo, sino queen ese proceso gozoso del ir siendo, del ir haciéndose —pues nos vamoshaciendo en libertad, otro punto esencial para el que ahora no tenemosespacio—, vamos derechos a un llegar a ser en definitiva eso que somosen verdad, eso que es nuestra realidad última.

Si es así es porque hay un ‘ser en completud’, acto de ser que nos donanuestro ser.

28 de noviembre de 2005 / miércoles 7.12.05

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Hace cuarenta años que se clausuró el Concilio Vaticano II. Fue unasombroso acontecimiento eclesial. Un vasto evento político mundial.Una morrocotuda peripecia personal.

Cuando se clausuró tenía veinticinco años. No era un niño. La llega-da del papa Juan XXIII había sido para mí un acicate inmenso que meacercó a la Iglesia, sobre todo cuando empezó a hablar del Concilio quehabía convocado. Viví, como muchos de mi generación, el día a día de lapreparación y, sobre todo, del desarrollo del Concilio Vaticano II comocosa propia, con preocupación diaria. Llegó a ser para mí, y para muchoscomo yo, una inmensa odisea personal. Me acercó a la Iglesia. Me hizoconocerla. Me llevó a amarla apasionadamente. De una manera carnal,como es todo amor. Desde entonces la Iglesia es cosa mía. No me malen-tiendas, no es que sea de mi posesión, antes al contrario, sino que vivo enella y de ella, y no acabo de ver que pudiera ser de otra manera. Mis aden-tros son radicalmente eclesiales.

Vivir el día del Concilio, primero con las crónicas maravillosas de JoséLuis Martín Delgado, entonces corresponsal de La Gaceta del Norte deBilbao, luego en las crónicas de Yves Congar en las Informations

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Catholiques Internationales, las de Henri Fesquet en Le Monde, etc., etc.,nos hizo estar en total cercanía. Lo vivimos con conocimiento y con apa-sionamiento. Nos pusimos a caminar por los vericuetos de las posturas teo-lógicas y de las distintas maneras de enfrentarse a ellas. Tomamos partido.Nos emocionó la postura de Juan XXIII —‘nuestro’ papa para siempre—y su muerte. Respiramos con inmenso alivio con la llegada de Pablo VI, quesiguió llevando el Concilio con mano amiga e inteligente, aunque a veces loveíamos entre algunas sombras. Tomamos partido por la mayoría, inmensamayoría. No nos llevó a su campo la minoría conciliar, ni mucho menos.Nuestros héroes eran Suenens, Liénart, Frings, Maximos IV, una pléyadede teólogos de esa mayoría, pero, sobre todo, Juan XXIII y Pablo VI.

Se nos abrieron las entendederas. Nos habituamos a ver los proble-mas, las respuestas, las dificultades, las soluciones adoptadas por mayo -rías tan aplastantes. Amamos la lectura de libros teológicos. Aprendimosla belleza del espectáculo. Nos entregamos por completo. Para siempre,¿para siempre?

Algunos sí, para siempre, al menos hasta hoy, y con esperanza de ir hastael final. Otros no. ¿Qué ocurrió? Muy pronto, en realidad el mismo día dela clausura, una parte importante de personas, lideradas por algunos teólo-gos y algunas revistas, con fuerte incidencia en algunas regiones y partes dela Iglesia, grupos numerosos e influyentes, decretaron que con esa fecha seabría el Concilio Vaticano III, desde ahí, se dijeron, nos dijeron, todo vale.

Por eso el postconcilio fue borrascoso. ¿Qué había pasado?El Vaticano II fue un concilio de diálogo. Diálogo teológico y diálogo

con el mundo, como entonces se decía. Mas ¿hasta dónde llegaba ese diá-logo?, ¿tenía límites?, ¿quién los establecía? Para utilizar un lenguajeparalipoménico, ¿cuáles eran nuestros adentros eclesiales? El diálogo,¿podía ser un irse hacia fuera para aceptar en nuestros adentros todo loque hubiere en los afueras mundanales? La Iglesia, ¿tenía que decir algopropio al mundo, volviendo a utilizar las maneras de entonces, o simple-mente tenía que avalar todo lo que en el mundo pasaba por aceptado?¿Dónde se daba el manar fontal de nuestros adentros eclesiales?

Ya veis que siguen siendo problemas nuestros. En una parte impor-tante el debate eclesial de estos paralipómenos continúa en ello.

Con todo y con eso, el Concilio Vaticano II fue para nosotros y con-tinúa siendo quien ilumina nuestras posturas eclesiales.

27 de noviembre de 2005 / jueves 8.12.05

Alfonso Pérez de Laborda

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Ando avergonzado. ¿Por qué? Porque no he terminado con lo que lla-maba hace tantos días mi estrategia. Y porque aunque termine con lo queme traigo entre manos, sólo sería el primer punto de un tríptico, ‘de laracionalidad científica al ser en plenitud’; quedarían todavía sus otras dospatas, ‘de la univocidad a la analogía’ —no voy a soplar ni una sola pala-bra de ello no sea que me odies para siempre jamás amén— y, por fin, ‘laobra de arte en su relación con la belleza’, a lo que vengo dedicándomedesde la vuelta del delicioso verano.

Que hay Dios y qué Dios es el que hay. Esto es lo que nos estamos tra-yendo entre manos. Por eso, como Descartes, también puedo decir: «Yodefiendo la causa de Dios». Aunque lo deba hacer con una estrategia tandistinta a la suya. Sin embargo, creo que el resultado es convincente,como el suyo; en fin, me gustaría.

La estrategia ha buscado cómo actúa nuestra razón y de qué manera esesta la que construye cualquier ciencia. Ha querido hacer ver cómo elpensamiento se nos da con un gran espesor de carne; nunca en puros com-portamientos de mera lógica, ni siquiera lógica científica. Ha señalado conextrema rapidez que se nos dona un ser en plenitud por quien es acto deser, el ser en completud. Ha insinuado que, si nosotros somos carne glo-riosa, glorificada por la belleza, y carne amorosa, carne amante, caroamans, habiéndonos dado cuenta antes de que somos carne transida porel logos, en una palabra, que somos persona —o dicho de una manera quenunca me había gustado antes, somos lo que somos por naturaleza, aun-que de esto no he hablado nada en estas páginas—, entonces, quien es seren completad, es decir, Dios, en primer lugar es alguien, es persona, perotambién es Logos y es Amor.

Entiendo que lo dicho en las últimas líneas sólo puede ser aceptadocuando se vea desarrollado el segundo punto del tríptico, ‘de la univoci-dad a la analogía’, que no ha sido trabajo paralipoménico. Entiendo tam-bién que el punto tercero, sobre la obra de arte, ha sido comenzado a des-plegar en estas páginas, pero sin sacar el jugo trascendental que tienen.¡Pobre de mí!

Puede llamar la atención el tipo de estrategia, pues se comienza muylejos de lo que van a ser las conclusiones. Es verdad, pero si has leído concuidado, habrás visto que los pensamientos aquí deben, primero, desbrozar

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mucho campo en el que habían crecido grandes hierbajos llenos de pon-zoña, que nos trastocaban todo y nos impedían ver por dónde nos movía -mos; además, construirse un camino en rugosa superficie nunca roturadaantes, tras quitar lo que son intemperancias, malentendimientos, yuyos yvejestoriedades de antiguas comprensiones que no son composibles conlo que hoy sabemos, proyectarlo y hacerlo viable, no es moco de pavo. Enfin, no sé, me parece.

Como tantas cosas en estos paralipómenos, no hay sino insinuacio-nes, dibujo a grandes trazos, mostración de vías por las que se puedecaminar, por las que podemos llevar nuestros pensamientos. Ya hedicho muchas veces que la labor del filósofo, por pequeño que sea, aveces da grima, pues puede parecer —cuando no lo es de verdad— unplomazo de habladurías parsimoniosas que nunca terminan, siempre amás y más. Puede aburrir a los muertos, es verdad. Pero os recuerdoque los muertos en el pelado camposanto del maravilloso PedroPáramo de Juan Rulfo platicaban de sus cosas los helados días rachea-dos por el viento y las noches serenas; siempre encontraban ocasiónpara lo suyo.

29 de noviembre de 2005 / viernes 9.12.05

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Valencia, espléndida. Sorpresa gratísima. Apenas si la conocía; una vezy de paso. Ciudad donde las haya agradable para vivir.

Me escapé a la contemplación de la parte nueva construida en el anti-guo cauce del río Turia. Casi fui sólo a eso. Por la mañana, temprano,tomé el autobús 95 hasta el final. Hacía un día rugoso y con viento.Luego, el cielo se fue abriendo a maravillosos azules con pinceladas deblanco, de una enorme palidez luminosa. Día y luz mediterránea. De unagran belleza. Volví andando, por supuesto.

Me pasee por el recinto oceanográfico. No me interesaban los anima-les, aunque me gustó ver por vez primera en mi vida las imponentes mor-sas. Las pobres con los dientes limados y en un espacio inverosímil parasus enormes corpachones que buscaban una y otra vez los pedacillos decomida que les echaban los cuidadores. Espectáculo airoso y triste.Quizá, finalmente, sólo triste.

Alfonso Pérez de Laborda

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Buscaba espacios, buscaba arquitectura. Y la encontré. No tanto en eseconjunto de las aguas, aunque tiene su encanto y algún edificio bonito.

Porque luego comencé a volver caminando al centro de la ciudad. Alpunto estaba esperándome el enorme y fantástico edificio del museo delas ciencias. Me fascinó. Lo pasee por dentro y por fuera todo lo quepude. Dentro no subí a lo que es propiamente museo. No me interesabatanto, sobre todo por ese matiz tan cientificista que debe tener, según heleído y oído aquí y allá, incluso en entrevistas de su director.

Quería ver espacios. Con esa particularidad de la arquitectura.Encierra volúmenes, a veces, simplemente, marcándoles algunos límites,apenas si sólo sugeridos, que contemplamos en el tiempo. Pues nunca esun mero plano en el que está en planta y alzado el edificio y sus detalles.La arquitectura, el espacio que encierra, al que pone techumbre y paredes,en el que, quizá, a veces meramente se insinúa —así en los espacios que seintercalan y rodean los edificios, muy logrado acá, poco acabado en losedificios de las aguas—, no se da en un fogonazo, aunque, es verdad, estefulgor primero es esencial para que se haga conmigo y me enamore parasiempre, sino que se me da en el tiempo. No sólo tiempo de mi mirada,como puede ocurrir en la pintura, sino temporalidad de mis pasos perdi-dos, cuando lo penetro, cuando doy vueltas en derredor y vuelvo atrás,cuando elevo los ojos para ver las alturas, cuando miro lo que circunvalalo contemplado. En los dos lados del Turia hay hermosísimos edificios.Aunque no todos.

Del palacio de la música se veía su silueta. Pero estaban cerrados él ysu contorno.

Es, pues, una aprehensión espacial que se me da en la temporalidad demis pasos y de mis miradas. Mientras no se ha circunvalado la obra arqui-tectónica que contemplamos, falta lo esencial. Pues no es únicamente unamirada a las desnudas amplitudes. Para nosotros no hay espacios que nosean temporalizados, contextualizados por nuestros adentros. Ni tampo-co miramos con ojos que sean meras lentes fotográficas. Hay una circun-valación esencial. Tanto por lo que nosotros los mirantes somos, comopor todo el contexto geográfico, luminoso, de color y texturas que cons-tituye y rodea la obra de arte arquitectónica. Por lo que son las propiasnervaduras del fantástico edificio. Una mirada de dentro a fuera, a la masaarquitectónica. Una mirada de fuera a dentro, de esa masa a nuestros pro-pios adentros, también ahora crecidos.

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La arquitectura como la de Santiago Calatrava en el cauce del Turianos amplia el horizonte; nos descubre más allás. Con ella, la realidadcrece.

6 de diciembre de 2005 / lunes 12.12.05

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Comiendo en la preciosísima nueva Casa Sacerdotal, tuve la oportuni-dad de hablar con Rafael, su director y encargado de enseñanza en la dió-cesis. Hablamos de la nueva ley de educación; de los diferentes intríngu-lis que se tejen a su alrededor. Incluso me proveyó de varios textos; entreellos el de la comisión permanente de la Conferencia episcopal del 28 deseptiembre pasado.

Esa nueva ley que se discute en el Parlamento, y que dio lugar a unaenorme manifestación unitaria en su contra, tiene dos características fun-dantes: intervencionismo y estatalismo, lo que viene dado con los aires deestos nuestros tiempos.

La educación es considerada como servicio público. No es cuestión delos padres en las asociaciones que les plazca, sino algo que debe organizarel Estado con mayúscula. Es él quien tiene el derecho y la preocupación. Elbien público es cosa suya; bueno, es él quien manda sobre el públicocomún. No es una labor suplente y de control para que las cosas se hagancomo debieran; él quien organiza y dirige. Es verdad que, de manera sub-sidiaria, se permiten bajo estrecha vigilancia y como pura concesión otrostitulares en la educación: una red privada concertada, dependiente de labuena voluntad de los poderes públicos y según ellos consideren las susnecesidades de lo que dicen tener por el bien común. Pero siempre comocuerpo restante: mientras no haya suficiente potencia en la red pública de laeducación. Si se llega a completar esa red pública de manera que sobren pla-zas en la red concertada privada, se amortizarán las plazas privadas, evi-dentemente, haciendo desaparecer clases o colegios enteros si fuera el caso.

Sólo se permiten colegios puramente privados, en los que los padres(ricos) pagan dos veces: con sus impuestos se establece la red pública y,además, pagan el suyo. ¿Lo bueno para los pudientes?

Todo tiende a provocar un enorme gradiente hacia la educación públi-ca en detrimento, ¡faltaría más!, de la privada concertada. Siempre habrá

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sobre ella una espada de Damocles: los dineros de tu supervivencia depen-den de mí, mayúsculo Estado, y de mi buena voluntad, cuando me plaz-ca tenerla.

Exactamente lo que se da también en el proyecto de Estatuto catalán.Los padres no tienen el derecho intacto de elegir la educación de sus

hijos. Ese derecho corresponde al estado —me niego a ponerlo con todosu énfasis, no sea que nos levantemos y le hagamos reverencias—; él, queson las administraciones centrales y las autonómicas, decide cómo ha deser la educación y sus contenidos. Tienen que ir a donde les toca o adonde gentilmente se les conduce mediante distintos reglamentos.

No. El estado debería velar para que se dé la educación, garantizandomínimos de bondad y de contenidos; le incumbiría fiscalizar que todo sehaga con arreglo al bien común objetivado en ley. Un instrumento degarantía. No el gran educador del platónico libro de la República ni elgran timonel del librito rojo de la revolución cultural china.

Estas maneras dan al Gobierno unas sofocantes prebendas con las queromper toda manifestación unitaria. Se prometen y aseguran unos dine-ros más a los patronos de los colegios concertados y… Se decide quehabrá profesores de religión y que serán nombrados por los obispos, sí,pero estos, simplemente, elaborarán la lista de candidatos de toda la dió-cesis —850 en Valencia— y luego, “democráticamente”, comisiones adhoc dirán a donde va cada quien…

Clara estrategia gubernamental: se presenta una ley desmesurada y así,tras “recortes”, “consensos” y “concesiones”, cuando salga será igual opeor a la que había anteriormente.

Para qué seguir. Intervencionismo y estatalismo.6 de diciembre de 2005 / martes 13.12.05

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Del urbanismo a los motines de los barrios franceses.Se comenzó con lo que, en 1973, parecía una buena idea. Desalojar a

quienes vivían en vidonvilles, a los que llegaban de Argelia y de África, alos mendigos, y para ellos, siguiendo la “carta de Atenas de 1933”, publi-cada por Le Corbusier en 1943, construir lejos del centro de las ciudadesantiguas, barrios radiantes, decían, verdaderas “máquinas para habitar”

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constituidas por grandes paralepípedos y torres de casas espaciadas yrellenas de sol, rodeadas de naturaleza y enlazadas por autovías con losbarrios reservados al trabajo y a los dedicados al esparcimiento.

Resultado: ciudades dormitorio, alejados de todo, sin comunicaciones,degradadas con frecuencia por la mala construcción y peor sostenimien-to, verdaderos guetos de pobreza destinados de una especial manera aargelinos y subsaharianos. Dejados de la mano de los municipios —lasconstrucciones fueron estatales—, sin comisarías; podridas de pobreza.Donde los jóvenes disfrutan de una tasa de paro del doble o el triple de lamedia francesa. Lugares en los que sus habitantes podían leer inscrito enlas nubes y en las piedras: quien haya caído aquí, pierda toda esperanza.Jóvenes de educación francesa, pero marginalizada, que en nada ni pornadie se sienten acogidos por Francia. Extranjeros en la que es su únicapatria, madrastra sin amor. Terrible discriminación. Más aún, dicen losmás sabios, cuando ni servicio militar ni partidos ni utopías ni iglesias tie-nen aquella función de asimilación que era suya.

¿Resultado? Ya lo vimos. Más de diez mil coches quemados; tambiénnumerosas mezquitas, iglesias y escuelas. Pérdidas de destrucción que seevalúan en unos 250 millones de €..

Como la republicanicidad igualitaria francesa, con realidad en el meropapel, prohíbe hacer a todos los organismos públicos y privados, sean losque fueren, aunque se trate de servicios estadísticos, mención de raza oreligión, no se ha podido decir con claridad quiénes eran los jóvenesrevoltosos, ni la edad y condición de los detenidos. Algunos aventuranque entre ellos, una parte importante, casi el copo, eran musulmanesmagrebíes y subsaharianos de raza negra, también musulmanes. Inclusoque en una parte significativa eran hijos de familias polígamas —calculanque entre 30 y 80.000 en Francia—; la práctica del reagrupamiento fami-liar parece que permitía la llegada al paraíso de esas multifamilias. Esto lodigo con todo susto y circunspección, pero no me lo invento. La ley repu-blicana prohíbe con absoluta tajancia que se investiguen estas cosas.Buscar ahí qué sea la realidad es ilegal.

Un mes de motines. Sorpresa general. Consternación. Se creía quecosas así eran de los americanos que, todos lo sabemos, menosprecian alos afroamericanos, o de esos británicos que han recibido de una maneratan sin cuidado a todo tipo de “multiculturalidades”, de razas, de reli-giones. Pero, al menos, estos vivían en barrios normales, por más que

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empobrecidos, de ciudades normales, por más que decrépitas. No se lespuso en inmensas conejeras bien alineadas en mitad del vacío del campo,como ocurrió en Francia desde 1973.

¿Un nuevo mayo del 68? Qué va. Aquello fue provocado por los hijosde los ricos, los que ahora gobiernan o están apenas dejándolo, los queserían luego la gente guapa. Y hemos vivido de su mitología durante dece-nios.

¿Otoño del 2005? No, no, por favor, esto ha sido provocado por loshijos de los pobres, de los no aceptados y discriminados, de los que no lle-gan a ser franceses de verdad, ¿no son bazofia, finalmente?, piensan dema-siados. ¿Creéis que estaremos años innumerables, decenios, engordandoel imaginario colectivo con esta mitología novedosa? Seguro que no. Tútambién lo sabes, ¿no?

6 de diciembre de 2005 / miércoles 14.12.05

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Las cuatro humillaciones.El lunes 3 de octubre comenzaron las clases; no fui. El director del

Instituto Pluridisciplinar de la Universidad Complutense, catedrático dela Facultad de Medicina de la misma Universidad, organizó un simposiosobre los avances recientes en neurología. Me invitó y fui. Nos conocimoshace dos veranos en El Escorial. Nos caímos bien. Nos entendimos en lassimpatías profundas, pero me temo que en algunas cosas estamos deacuerdo en poco.

Él hizo la presentación del curso. Cuatro páginas claras y ceñidas.Añade una cuarta humillación a las tres clásicas. Sobre ello vamos a hablaren los próximos paralipómenos, si todavía te picas por leerme.

Serán cuatro humillaciones para él y su manera de ver. No lo son paramí y para mi manera de entender las cosas. Verás por qué.

La primera de las humillaciones es la de Copérnico. El hombre, dicen,estaba confortablemente instalado en el centro del universo y de la crea-ción y de repente de un manotazo fue desplazado de ahí. La tierra resul-taba ser sólo un planeta más, bien poco significativo. Sabemos que no haycentro, incluso que ningún sol es centro del universo. Por ello, la impor-tancia de la tierra habría ido disminuyendo a pasos agigantados.

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Esta humillación, sin embargo, lo será, quizá, para quien tenga laidea aristotélica del universo constituido por un centro y una circunfe-rencia, mejor, esfera, que son la esencia esquemática de su universo. Elcentro lo sería de las cosas pesadas, los graves, que de manera naturaltienden a su lugar natural, la tierra. Ese sería, por tanto, nuestro lugar.La esfera de las estrellas fijas sería el lugar natural de las cosas ligeras, delos leves, que ascienden. El descenso de los graves y la ascensión de losleves los conocemos por experiencia, sus movimientos así serían natura-les, no necesitarían, pues, ulterior explicación; cualquiera lo puede ver.Los demás serían movimientos violentos: alguien empuja la tiza, porejemplo, este empuje es la causa de su movimiento. Construyeron asíuna física y una astronomía de los lugares naturales y de los movimien-tos violentos.

El universo aristotélico tiene centro, la tierra, y en él, correteando porsu superficie —¡que no en su centro geométrico!—, estamos nosotros.

Es verdad que Copérnico cambia las cosas y pone al sol en el centrodel universo, provocando un cambio pequeño, pero decisivo para provo-car el nacimiento de nuestra física.

¿Es esto una humillación para nosotros? Para mí, ciertamente no.Además, no hablaré ya de universo, sino de mundo. La diferencia parecemínima, pero no lo es. El universo estaría ordenado por esas leyes senci-llas y geniales que Aristóteles le dio, basadas en dos dogmas: centro/cir-cunferencia y movimientos naturales, el último de los cuales es el de lasestrellas en la esfera de los fijos, que giran en movimiento uniforme, sinque a nadie le cause ninguna dificultad, pues por grande que sea es el lugarde lo que no tiene peso, de lo leve, de lo almal.

Para nosotros, mundo será lo que quiera resultar ser cuando vayamosdescubriendo, si es que lo logramos, lo que es. Es obvio que, ni siquierapara Aristóteles, somos centro de nada: lo podemos ver sin más que aso-marnos a la ventana. Por eso, decir que “somos” el centro del universo, esonadie lo ha pensado nunca, ni siquiera los aristotélicos, quienes creían queel centro gordo del universo era la tierra, y su centro geométrico, alque no tenemos acceso como no sea viajando junto a Julio Verne, el ver-dadero centro del universo.

¿No podrían ser estas humillaciones fruto de un ensueño quizá cien-tificista?

6 de diciembre de 2005 / jueves 15.12.05

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Bueno, ya hemos visto el comienzo de las humillaciones. La primera,al menos para mí, y también para vosotros, no lo era. Veamos las dossiguientes.

La segunda vendría provocada por la teoría de la evolución deDarwin. El punto clave parecería estar en nuestra procedencia de anima-les, que nos han precedido en la evolución. Mas ¿es raro que animalescomo somos procedamos de animales? ¿Tiene algo de extraño que seresde la fisicoquímica estemos emparentados con esos seres minerales y galá-xicos, procediendo de ellos? Me parece que no. La cuestión está en cómodigamos esa procedencia. Parecería que esto vino a significar un grangolpe: no ser la perla de la evolución. Bueno, quizá si alguien se habíacreí do el rey del mambo y que todos los animales y los seres mineralesestán ahí para el aprovechamiento inmisericorde por esa perla. O, quizá,puede ser un sofoco para quienes piensan que los primeros capítulos dellibro del Génesis son un tratado científico para enseñarnos cómo creóDios las cosas del universo. Quien se lo crea así, allá él; que se atenga a lasconsecuencias. Pero ¿acaso tú y yo pensamos así? Si “creacionistas” delestado de Arkansas y los que fueren lo dicen así, evidentemente dicenpatochadas. Muy otra es la enseñanza que nos transmite el Génesis. Noshabla de que Dios es creador, el creador de todo, y que todo lo creado,pero que todo, fue encontrado bueno. Nos dice el puesto del cuerpo dehombre en el universo creado por Dios; nos indica las relaciones teológi-cas que se establecen entre él y los animales y demás cosas del mundo.

Nos enseña, en una palabra, lo que vengo llamando principio antrópi-co. Nos dice que somos el punto rojo de la evolución. Que tras esta dis-cusión no saldremos de la habitación, como tampoco lo hicieron haceunos días las alumnas y los alumnos, gritando uh, uh, como la monaChita. Nos dice que, animales como nuestros hermanos los animales,cosas como nuestras hermanas las cosas, sin embargo, hay en nosotros,esa pizca que nos enseña algo definitivo: lo crucial es la diferencia.Nosotros somos más. Por ejemplo, tenemos la capacidad de enunciar laley de la evolución, y de inventarnos cosa tan curiosa como la teoría de larelatividad. Iguales a nuestros hermanos los animales, animales comoellos, pero con algo que de ellos nos diferencia. Y lo significativo aquí esla diferencia.

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La tercera humillación habría sido el descubrimiento freudiano delinconsciente. Sería humillante, al parecer, que la consciencia no sea sino laparte visible del iceberg; que por debajo estén la inmensa mayoría de lasfunciones que, siendo inconscientes, gobiernan y dirigen nuestra conduc-ta. No somos dueños de muchos de nuestros actos. Ni un 2% de las ope-raciones del cerebro son conscientes; las demás se realizan sin que nosenteremos.

Bueno, me temo que esto nos deja a ti y a mí en las puras perplejida-des. Lo sabíamos, como mínimo, desde Leibniz, y, desde él, lo que nos hallevado es a interesarnos en lo que él consideraba la envolvente de todosesos microprocesos inconscientes. Mas quédese Leibniz con su interesan-tísima metafísica. Sólo quedaríamos en perplejidad, ¡y habría que verlo!,porque la humillación se diera cuando todas las operaciones que llama-mos conscientes no fueran otra cosa que puramente inconscientes. ¿Esasí? Lo veremos en la cuarta humillación.

Insisto. Lo que me parece interesante en esta cuestión es esa pizca dela diferencia. ¿Un 2%?, pues bien, ese 2%. ¿Menos aún?, pues ese apenasnada. Ahí está el quid de la cuestión: en la pizca de más que somos.

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Vayamos a la cuarta humillación, la más moderna, la de hoy mismo; enel decir de nuestro texto, al que seguiré con cuidado, sólo vislumbramossu comienzo. Se ponen en entredicho convicciones tan firmes como laexistencia del yo, la realidad externa y la libre voluntad. Ahí va eso.

Hasta ahora, esos temas no habrían sido estudiados por las ciencias,sino por la filosofía o, a lo más, por una psicología no suficiente. Llega elmomento de su estudio por las neurociencias, las ciencias del cerebro, quehan entrado en tromba en el proscenio del interés científico.

¿Qué ha pasado? Habíamos dado carta de naturaleza a algunos con-ceptos que eran producto más bien de nuestros deseos. No podemoshablar en nosotros de continuidad de la persona, pues nada en nosotrostiene permanencia ni en el cuerpo ni en la mente ni en su alrededor desde elnacimiento hasta la muerte. Nuestra impresión subjetiva es que tenemosdentro, en algún lugar, un homúnculo, como se decía antes, que reflexiona,

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actúa y permanece constante toda la vida. ¿Nos fiaremos de esas impre-siones subjetivas?

Antes de seguir, integraré una morcilla, como dicen los del teatro.Demos por válida la metáfora que nos hace seres cibernéticos de octava onovena generación —mi maravilloso ordenador todavía es sólo un G 5—;lo incontestable es que vengo actuando con diversos aparatos desde quecomencé con estos menesteres, ahora hace veinte años, y, aunque los tras-tos y los programas han sido cada vez diferentes, la verdad es que puedohablar sin ninguna duda de una exacta continuidad de muchos años. Aquísiguen mis escritos y mis cartas de entonces; han pasado sin mucha difi-cultad todas esas transformaciones, sin cambiarme ni una coma. Nada meextrañaría, por eso, que en el G 9 que yo debo ser, todo vaya como la seday encuentre una real y verdadera continuidad en los senos de mi memo-ria, de mis deseos, de mis imaginaciones y de mi razón.

Sí es verdad, proseguimos con el texto, que desde siempre sabemosque los sentidos nos engañan; pero también desde siempre, digo yo, esta-blecemos estrategias de actuación para no dejarnos confundir con facili-dad. Tenemos cabeza para eso. En fin, me parece.

Aquí comienza mi disensión radical. Nunca hablaría, seguro que tútampoco, de “reflejo”. Veámoslo. Solemos decir que colores, olores, soni-dos existen en la naturaleza, y que nuestras proyecciones del cerebro noson sino reflejo de la realidad que percibimos. Esto significa, “en últimainstancia”, decía Lenin, el más perfecto defensor del reflejismo: quesomos un espejo en el que se refleja la realidad. Sin embargo, al menos amí, y a mucho más grandes que yo, nunca se nos ha ocurrido hablar así.Personalmente, y espero haberte convencido, prefiero hablar de expre-sión, nunca de reflejo. Pero no seguiré con ello; para ello, debería irmemucho más allá de estos paralipómenos, como lo habrás percibido en tulectura asidua de tanta página.

Parece que tampoco podremos fiarnos de nuestra mente. Nuestrascapacidades cognitivas, continúa nuestro texto, están más al servicio de lasupervivencia que en especulaciones filosóficas o reflejos de realidades delas que no sabemos hasta qué punto son construcciones cerebrales.Sabemos que nuestra mente no es una tabula rasa, eso es pura ilusión. Loque dice nuestro texto lo suelo poner con mis propias palabras: vemos loque la mente nos da a ver. Los animales tienen una enorme gama de ins-tintos para desenvolverse en el mundo exterior. Nosotros, visto lo visto,

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debemos tener muchos más instrumentos apropiados que ellos paradesenvolvernos en el entorno. ¿Será que viene a nosotros la célebre pizca?

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Nos experimentamos como seres intencionales. Nos atribuimos res-ponsabilidad por lo que hacemos. Pensamos dominar nuestros estados deánimo. Creemos poder negarnos a los determinantes de nuestras acciones.Tenemos la sensación de poder controlar en todo momento lo que pensa-mos, hacemos o deseamos. ¿Es esto cierto, nos dice el texto?

La libre voluntad, ¿no será una ilusión? Por los datos de las cienciashoy —mañana, ya se verá, los datos nunca son definitivos—, parece lógi-co pensar, prosigue nuestro texto, que aceptado que la mentes es produc-to del cerebro, y este es pura materia, tendrá que estar sometido a las leyesdeterminísticas de la materia. Sin embargo, ¿no decíamos que somoslibres de tomar decisiones cuando existe la posibilidad de elección entrevarias opciones?

Volvamos a Descartes, viejo amigo nuestro, que separaba mente ycerebro, o cuerpo y alma, como cosas distintas —tampoco los paralipo-ménicos estamos de acuerdo con esa separación—, pero, se pregunta eltexto, ¿hemos dejado de ser o pensar de forma dualística?, ¿no se hacenuestro análisis siempre en términos antitéticos, en antinomias? El dua-lismo que se nos muestra desde siempre no será quizá otra cosa que pro-ducto de una tendencia innata del cerebro a ver el mundo en términosopuestos. Esto explicaría que estuviéramos rodeados de visiones dualistasde la realidad.

La tajante separación cartesiana de cuerpo y alma fue interesante, pro-sigue el texto; permitió el comienzo de la anatomía y fisiología sin entraren conflicto con la Iglesia —intercalo, ¿sólo y principalmente en conflic-to con ella?, lo dudo, no lo creo históricamente sostenible—, pero ahoraes ya una rémora. No tenemos ninguna prueba, continúa, de que existanen el cerebro operaciones que no se deban a impulsos que provienen delpropio sistema nervioso. Los científicos no están por hipótesis sobreinfluencias extracerebrales, inmateriales. Además, ¿cómo sería esainfluencia?

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Bien, me digo, pero si aceptamos el materialismo determinista, vistoque en algún momento no ha habido cerebros, y todo lo que es en ellosviene determinado, es claro que sí que hay en ellos, ¡y de qué manera!,influencias que no provienen del propio sistema nervioso. Me referí antesa Leibniz. Era muy listo. Resolvió el problema mediante sus mónadas.Pero, en fin, por más afecto que le tenga —cualquier día me compro pelu-ca como la suya para ir a clase—, no soy monadólogo como él.

Prosigamos. La hipótesis de una influencia extracerebral —aunquevuélvete al párrafo anterior— es rechazada porque una interacción con lamateria, y el cerebro lo es, exige intercambio de energía. Y sólo puedemovilizar energía quien dispone de ella; pero para eso debería dejar de serinmaterial.

En fin, no sé, pero me da la impresión de que algunas explicacionessobre el inicio del universo mediante vibraciones cuánticas que se dan enuna sábana de pura nada espacial, por tanto de pura no energía, son mássutiles, o, quizá, sólo más fantasiosas. Las consideraciones sobre el caos ysobre la importancia de los contornos y condiciones iniciales hacen queleyes tan deterministas como las del billar den ocasión a comportamien-tos indeterminísticos en su misma gestación esencial. En una palabra, creoque aquí se da palabra de médico, de neurólogo, contra otras abracada-brantes maneras de pensar de físicos y otras hierbas. ¿Diremos que estosno son científicos? Ya lo decretaron así demasiados neoempiristas, perome parece que, finalmente, no se les hizo caso ante la pura evidencia de loque nos va siendo la complicada ciencia.

¿No hay en las maneras de nuestro texto algo que huele demasiado adeterminismo reduccionista? ¿No se dice demasiado por lo bajín quetodo es materia? ¿Qué significa todo esto?

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Una explicación dualista cierra las puertas al estudio científico-naturalde fenómenos como la consciencia o la mente, prosigue nuestro texto.Consideremos algo muy novedoso: se producen experiencias místicas,espirituales, mediante la estimulación electromagnética del lóbulo tempo-ral del cerebro.

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Afirma también que la separación que hace nuestro cerebro entremateria y espíritu es un mero producto suyo, producido por su tendenciaa distinguir términos antitéticos, a proceder mediante antinomias; pero nosería algo real fuera de nuestro cerebro.

Puede que esta hipótesis llegue a ser aceptada como verdadera. Peronótese que esa afirmación está producida determinísticamente por uncerebro no más que mera materia. Cosa curiosa. Producto de lo que enestos paralipómenos he solido llamar “principio de objetividad”.Aceptemos que la afirmación de lo almal sea un mero producto de la puramateria evolucionada, dentro de un estricto funcionamiento determinísti-co, es decir, obligatorio. Pero, cosa curiosa, una pizca de esa materia, laque constituye nuestro cerebro —cuidado, el de ninguna otra especie, atenor de los hechos que hoy sabemos—, se engaña a sí misma haciéndosecreer que eso que ella es, salido de las mismas cavernas materiales quetodo el resto del universo, es pizca más que materia. Y, así mismo, cosamaravillosa del providencialismo determinístico, tiene comportamientosalmales hasta el punto de que hasta ayer engañó a tan selecto producto dela evolución, nuestro cerebro. Para colmo, lo hizo de tal manera quequien lo dice, hijo de la misma materia que todo lo demás, tuvo la felizocurrencia de que las cosas eran meramente materialistas.

Quizá, pero ¿no te parece asaz curioso?Sigamos con nuestro texto. Las neurociencias nos están enseñando

muchas cosas nuevas; también en la cuestión de nuestro comportamientoy de la libre voluntad. Hasta terminar intuyendo, prosigue, que hemosestado completamente equivocados respecto a las cosas que nos traemosahora entre manos. Más aún, que estamos en el comienzo de un caminode derribo de conceptos, algunos de los cuales han sido pilares de nuestracultura occidental. Palabras fuertes, porque, ¿qué vamos a hacer cuandonos convenzamos de que el libre albedrío es una ilusión cerebral?, ¿no sepone así en tela de juicio la responsabilidad personal?

He subrayado dos palabras en el párrafo anterior. Una “intuición”no es un hecho científico de los que gustan al autor de nuestro texto. El“cuando” nos hace pensar en tiempos escatológicos, que ciertamenteno son los de hoy. ¿No se hace así algo muy raro?, ¿no tiene bien pocoque ver con lo presentado como una austera metodología científica?Pues si nos ponemos a hacer pronósticos y nos retamos para cuandopeinemos más canas o estemos muertos y enterrados, ¿no hacemos lo

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mismo que los niños cuando juegan en la plaza del pueblo? Bueno, si esque ahora los hay.

Además, me pregunto si no hay algo que se nos ha metido de matutecon el texto. Cuando se dice que tripotando en el lóbulo temporal delcerebro provocamos experiencias místicas y espirituales, ¿qué significa?Supongamos que mediante otras tripotaciones adecuadas del cerebro, endonde deban hacerse, nos encontramos ante las actitudes y afecciones quehemos ido viendo de manera tan alargada en estos paralipómenos, ¿signi-ficaría eso que todo el rollo del veedor y su relación —por supuesto querelación expresiva y no de espejuelos— es, sin más, pura determinaciónmaterial cuando se nos pone a la vista de la obra de arte? Pero ¿por qué síante esta obra y no ante otras?, ¿por qué el cambio con el rumie del apren-dizaje?, ¿por qué en unas personas sí y no en otras?, ¿y en los animales?

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Ahí tenemos, pues, la cuarta humillación del ser humano, como localifica nuestro texto. Una vez más una ciencia está a punto de abrirnoslos ojos a realidades muy diferentes a las que nos creíamos. Estas han sidoproducto de nuestro cerebro y las próximas también lo serán.

Confesaré que no entiendo bien. Supongo que producto de nuestrocerebro significa producto de la materia determinista. De otra manera,poco me importaría que todo parara en decírsenos que esa producción dela que se habla es del mismo cerebro vivito y coleando, como si no fueraotra cosa que el nuevo nombre para aquel viejo principio aristotélico queera el alma.

Si somos monistas, es decir, no aceptamos la división cartesiano-dua-lista de res extensa y res cogitans, entre lo material, con explicación rabio-samente determinista, y lo almal, irreductible a ello, lo somos porque seha reducido todo a lo material. Eso es lo que creo haber percibido ennuestro texto. Aunque sépase que esa reducción de la mente al cerebro escosa jartamente complicada de lograr —ya casi se ha abandonado estetipo de reduccionismo, aunque, cuidado, que todo vuelve a ponerse demoda, basta que pase un poco de tiempo—. No vale, pues, porque siem-pre se podría decir que aquel homúnculo era… el cerebro.

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Hace ya tiempo que el único camino defendible por mis adversarios,aquellos con los que no estamos de acuerdo los lectores paralipoméni-cos, me parece ser no el del materialismo reduccionista y determinista aultranza, pues creo que esto no se puede defender de verdad con razo-nes —sí con la afirmación de vagas intuiciones y de promesas fiadas a laescatología adviniente, con tal de que no sean para ahora, pues hoy novaldrían ni intuiciones ni promesas, sólo razones de peso—, sino unapostura más retraída, la de la naturalización. Habrá alma, tal es la sor-prendente hipótesis a la que se refería Francis Crack, padre de muchosestudios de esta clase, que acaba de morir; habrá mística y espirituali-dad; habrá incluso Dios, pero no hay manera de tratarlos con ese mate-rialismo al que me estoy refiriendo. Sólo cabe una estrategia racional:sea lo que fuere, no tiene sentido ninguno estudiarlo como no sea conlas ramas de la ciencia, la que nos hemos dado ya o la que mañana nosconstruiremos. Pero, haciéndolo así, ¿nos cargaremos la diferencia?,¿agotaremos la pizca? No.

Porque lo que hay que agotar, es decir, lo que debe explicarse y com-prenderse por completo, es el rato que he estado con las manos juntas,casi en actitud orante —es la única manera de juntarlas por encima delteclado—, desde el párrafo anterior al inicio de este.

No nos valen las explicaciones grosso modo, hay que peinar muy fino;de otra manera se nos está escapando eso que de verdad somos. Dos o tresgrandes brochazos no me valen. Porque nosotros, este montoncito decarne, hilamos muy fino. Y eso es lo que hay que explicar y comprender.

Valga un ejemplo que siempre pongo. En el siglo XVIII pensaronque conociendo a las mil maravillas todo el funcionamiento de nues-tro esqueleto, de nuestros músculos y de nuestro funcionamiento ner-vioso, cuando bajo las escaleras sólo faltaba conocer la atracción uni-versal de Newton, que nos permite andar sobre la tierra, para saberlotodo, pero que todo. ¿Todo? No, pues ¿a dónde encaminaré mispasos?

Ya ves, no acabo de sentirme corrido por ninguno de estos cuatrohumilladeros. No hilan con suficiente finura, creo. La respuesta detalladaa este texto… es toda la filosofía que intento producir. Lo de aquí apenassi ha sido una pura marcación de desacuerdos.

Razón por la que lo planteado en el abajadero ha sido tan interesante.10 de diciembre de 2005 / jueves 22.12.05

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Navidades. Celebración hermosa. Para los paralipoménicos, tan dadosa hablar de carne, es la fiesta de la encarnación. Celebración mayor dondelas haya.

Te hago notar lo que seguramente sabes. La mía, por pequeña que sea,es una filosofía de la encarnación. Por así decir, una filosofía de laNavidad. No me vale la consideración que nos presenta como una meraalmalidad cocacolística, puro ser de conocimientos unívocos, es decir,producto de la inexistente razón pura, de la mera cientificidad. Somoscarne; lo sabemos. Pues bien, lo mismo le acontece a Jesús. Es de carne yhueso, no mero producto de espiritualidades gaseosas. Hijo carnal delseno carnal de María, concebido por el Espíritu Santo. Un mondrongui-to de carne recién nacida; pero, como nos aconteció a ti y a mí, animalito,cuerpín de hombre en este caso, en el suyo, en el tuyo y en el mío, llenode tal exceso de la pizca que ahí lo tenemos ya en su más pura expresión;expresión de verdadera realidad, de belleza, de emoción cargada de futu-ro. De horizonte que nos hace patente ese ser en plenitud que somos, aun-que, todavía, expresado en ese trocito de carne.

Ved, pues, lo decisivo de lo que viene contenido en la palabra expresión.El nacimiento con sus maneras y figuras —recordad que fue inventa-

do por el mismo san Francisco de Asís— expresa el amor de Dios pornosotros, el amor constitutivo de la misma Trinidad Santísima, el amor dela madre por su hijo, el amor redentor de quien acaba de nacer, amor yasalvador, el amor plenario entre nosotros. Aquí vemos expresado de quémanera el ser en completud nos regala, nos dona nuestro ser en plenitud.

El espectáculo del nacimiento es expresión de nuestra vida. Por eso, enel infinito horizonte que nos presenta, tenemos figuras, cada una con supersonalidad, que nos ponen delante distintas posibilidades de lo que esnuestro ser en plenitud. Lo mismo acontece con otro espectáculo decisi-vo, el de la cruz. En uno y otro nos podemos ver reflejados en sus figu-ras, comprendiendo en sus actores quiénes somos en lo profundo denuestro ser y cuáles son los caminos para hacerlo nuestro en la vida.

La encarnación que se nos hace pura plasticidad del espectáculo denuestra propia vida en el nacimiento y en la cruz, nos expresa la figura dequiénes somos y de quiénes podemos ser, pues se nos dona la posibilidadde serlo en la realidad de nuestra vida.

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La encarnación es pura expresión de Dios, a la vez que pura expresiónde nosotros, cuerpo de hombre/cuerpo de mujer. Véase, por tanto, cómonos surge en este espectáculo encarnativo la fuerza de esa palabra claveque ha ido apareciendo aquí y allá en nuestras páginas.

Uy, sin embargo, aquí estamos tras días y días, y lo que nos quedatodavía, montados en la sinfonía de bombos que nos desafilan las enten-dederas, en una lata de cacofonías sentimentales que nos sueltan porabajo la faltriquera para que gastemos a mano rota; que nos embotan lamisericordia, pues, simplemente, aprovechan la tierna fiesta de la encar-nación para despeluznarnos, sacarnos los hígados, conseguir que crea-mos que basta con la sensiblería y las imágenes de mera bonitez encan-tada con rollizos y simpáticos personajes, alejándonos así de cualquiersentimiento verdadero, de cualquier sentimiento bondadoso, de cual-quier sentimiento de belleza. De verdad real, de bondad real, de bellezareal. Mero y descarado aprovecharse con perversa inteligencia de afec-tos maravillosos que se hacen resbalar de la realidad de la carne a los afa-nes consumistas. ¡Menuda desgracia, expresión, así, de la pura econo-micidad capitalística!

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Tema grande ha ido siendo la obra de arte, quizá la más importante denuestras corporalidades. No tanto por ella misma, sino porque nos poneante la evidencia de la belleza y ante el juego sutil de la creación/recrea-ción. Tan importante la primera para poder decir que nosotros, cuerpo dehombre/cuerpo de mujer, ‘caro amans’, somos personas, de manera quepodemos entenderla mediante la expresión que nos hace ser carne debelleza, carne de la gloria de la belleza. Tan importante la segunda, igual-mente, para vislumbrar por analogía de qué manera todo lo que es tieneespesor; no se acaba en la mera mostración de su estar ahí yacente ante mí,algo tiene ello también de lo que le acontece a la obra de arte, la cual ensu relación conmigo su veedor tiene espesor de existencia, espesor, en estecaso, de temporalidad. Pero de esto segundo sólo vemos un vislumbre enestos nuestros paralipómenos.

Vuelvo una vez más, por tanto, a la obra de arte.

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Sea, como suele ser nuestro caso, una película. Puede parecer en lo quellevo dicho que lo que sea la historia que narra no es importante, pues lodecisivo parecen ser otras cosas más sutiles. Suelo decir casi con rabia queno es cuestión de contar lo que pasa en la película, que esto me da casi másfastidio que todos esos conocimientos objetivantes y científicos que mequieren decir “todo, pero que todo” de ella. Sin embargo, no podría acon-tecer que la película de la que soy veedor no me contara una historia. Ellatiene la particularidad de hablarme, y me habla de personas como yo o dereacciones, por más abstractas que puedan ser, de personas como yo, aun-que sólo se trate del creador. La película me cuenta algo. Me expresa algo.Hay algo que saliendo de ella me toma por mis adentros, golpea mis afec-tos, todo lo que soy en mi interioridad, y esto lo hace porque ella mismame expresa otros afectos, otros adentros, otras interioridades. Una manoinvisible sale de ella para golpearme y hacerse conmigo, a la vez que unamano invisible sale de mí para golpearla y hacerla para siempre cosa mía.No dándose esto que quiero decir, nunca será para mí, el veedor, una obrade arte.

Nótese bien que he utilizado dos palabras que me parecen claves: afec-tos y expresión.

La relación entre la obra de arte y su veedor es una relación de afec-tos. Dale a esta palabra toda la fuerza de carnalidad que nos hace ser esapizca más que un mero cuerpo animal o un mero cuerpo fisicoquímico-cibernético. Pon en ella esa relación de temporalidad que incluso veíamosen la contemplación del edificio de Calatrava en el cauce valenciano delrío Turia que se convertía, que se expresaba, mejor, en paseos y miradas,en la circunvalación a la que me refería. Afectos en el sentido de darse unarelación con lo que es el centro de nuestros mismos adentros. No una vin-culación de conocimiento mediante la razón pura, ya lo sabemos, puesesta no existe en nosotros, sino en esa razón húmeda a la que he venidorefiriéndome. No olvides que esos afectos son también afectos racionales,de la misma manera que esa razón es afectuosa.

Por eso la película me cuenta una historia —no una mera historieta,la que me quiere siempre endilgar el pelmazo que no es veedor de labelleza como nosotros, claro—, sino que me cuenta la historia de loque, como veedor, es ya historia de mi vida, parte de mí mismo, carnede mi belleza.

7 de diciembre de 2005 / lunes 26.12.05

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He venido hablando del juego creación/recreación. No sé si seré capazde explicarme lo que con ello quiero señalar. Cuando me enfrento a laobra de arte como veedor es obvio que estoy ante una obra que ha sidocreada por otro; él es su creador. Sin embargo, no soy como un testigosordo, mudo y ciego. Yo, el veedor, por llamarlo de una manera compre-hensiva, hago que esa obra no creada por mí, ni siquiera para mí, sea cosamía, parte de mis propios adentros.

Cuidado, hablo siempre de obra de arte. No quiere decir que todacrea ción lo sea. Hay también bazofias que nada tienen de arte. Digo obrade arte cuando me abren el camino de la gloria de la belleza: no es, portanto, cualquier cosa. Tampoco aquí se puede decir que todo vale. No.Mientras no salga de ella y de mí esa mano invisible de los afectos mutuosque nos imbrican una en el otro, que nos abren mutuamente los horizon-tes, será una mera obra, algo que se ve o se lee o se escucha o a lo que seasiste, pero no es lo que llamo una obra de arte. No lo es cualquier libroque compramos para pasar el rato o una película que vemos para no abu-rrirnos una tarde inclemente o unas pinturas que percibimos porque obli-gados a asistir a algún acto o una poesía que alguien nos endilgan porque,precisamente, la llevaba en el bolsillo por casualidad. De eso nada.

Es en ella y con ella cuando establezco esa relación indisoluble. Quizápasajera, pues a los quince años me sofocaba recreando a Paul Anka y aBill Halley, maravillosas obras de arte para mí entonces; sin embargo, fue-ron ellas, como Emilio Salgari, las que me abrieron el camino a la bús-queda de la belleza. Nota, pues, que aquí en este juego de lacreación/recreación se da una historia que nada desprecia; una historia deaprendizaje, de apertura a horizontes nuevos, de caminos a más allás. Seva abriendo así el camino de la gloria de la belleza. También acá se daaquello del ir siendo para alcanzar, ¡cuándo!, el ser en plenitud,

Pero ese ser en plenitud en nuestro camino de la gloria de la belleza enel que se nos hace posible esa nuestra recreación, antes ha tenido su pro-pio camino de creación. Ninguna obra de arte, más aún, ninguna obra,incluso ninguna cosa mundanal como las piedras o las aguas o las estre-llas, lo es si antes no ha sido creada. Podemos caminar en el juego de larecreación porque antes se ha dado el juego de la creación. Insisto, tantoen la obra de arte como en el estar ahí moviente de las estrellas.

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Así pues, en la consideración de la obra de arte y su mostración de lagloria de la belleza, nos aparece el espesor de carne; se nos ha abierto elespesor de creación de aquello que se nos ofrece ahí. Avanzando los pen-samientos por ese camino, podremos ahora decir con seguridad que nadaestá, sin más, yacente ahí, echado en mitad del mundo como mera cosa,sino que tiene espesor de creación —así, finalmente, toda obra participade la obra de arte—. Que su ser no es un mero estarse ahí en la pura opaci-dad de un mero sin más, sin espesor, etiqueta de la que también podamosdecir “todo, todo, pero que todo”. Tiene espesor de creación. Espesor deconjunto; tampoco las cosas nos vienen dadas por suelto. Espesor de lega-lidad. Espesor de historia. Espesor de conocimiento. En una palabra,espesor de belleza.

8 de diciembre de 2005 / martes 27.12.05

199

Cuarenta años de la clausura del Concilio.Hacia 1971, me aconteció algo singular. Yendo de mi Bélgica, donde

estudiaba teología, asistí en Ginebra a varias reuniones de grupos cerca-nos a lo que entonces se llamada cristianos por el socialismo. Amigos his-pano-suizos me invitaron. Una vez, estábamos sentados en corro 25 o 30personas. Por casualidad, a mi derecha se sentaba un sacerdote salesiano,italiano de madre egipcia. Entonces muy conocido. Me preguntó quéhacía. Trabajar un doctorado en teología en Lovaina. Sobre qué. Lo contéen breves palabras: sobre las relaciones entre Leibniz y Newton en todolo que va desde la ciencia a la teodicea, sus ásperas discusiones, su enor-me profundidad filosófica y teológica y sus implicaciones mutuas. Aloírme, me dirigió una mirada despreciativa y me espetó: Bah, hoy sólo sepueden hacer tesis en teología sobre el marxismo. No me volvió a dirigirla palabra en toda la sesión.

Clarividente.Pues bien, el otro día, casi por casualidad, pues me cuesta demasiado

leer nuestros periódicos, vi un suelto en el que se hablaba de un grupointernacional de teólogos pidiendo la no beatificación de Juan Pablo II.Hete aquí que los primeros que ponía eran tres nombres italianos, comen-zando por él. Ahí estaba de nuevo.

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Veo que sigue clarividente. No conozco las clarividencias que ha rea-lizado en el entretanto.

Desde enero de 1967, cuando me inicié mi ser cuasi belga, me hiceadepto al periódico Le Monde. Es ahora el único que compro. El día dela Inmaculada publicó en lugar preferente un artículo largo de su redac-tor religioso: ¿Para cuándo un Concilio Vaticano III? Me he referidovarias veces en estos paralipómenos a este autor. Notable es la diferenciacon personajes similares de nuestros periódicos. Henri Tincq, sabe y escuidadoso, aunque tenga sus ideas y las defienda, claro.

Los conservadores, que Juan XXIII llamaba profetas de desgracias,nos dice, están en el poder. Es verdad que son muchas las cosas buenasque han mejorado desde entonces, por ejemplo, la desaparición de losregímenes comunistas y las dictaduras latinoamericanas (algunas). Pero elclima de optimismo de entonces ha dejado su lugar a un mundo ator-mentado y ansioso. En nuestro viejo continente, las iglesias reculan. Elecumenismo se ha enfriado. El dinamismo conciliar se ha agotado. El deseode una descentralización crece. En términos de prácticas y de fidelidad a laenseñanza del magisterio, se da una crisis desmesurada, si bien la magiacomunicadora de Juan Pablo II la disimuló durante mucho tiempo.Quedan las secuelas de la Humanae vitae de Pablo VI sobre la contracep-ción y la moral de la pareja. La relación con la sociedad moderna, antes con-fiante, se ha hecho de más en más crítica. El malentendido con las socieda-des laicizadas, secularizadas, cuya referencia no es otra que los derechos delos individuos, es total. La relación con las otras confesiones cristianas es dedesconfianza, sobre todo ahora que en las Viejas Tierras europeas, enAmérica del Norte y del Sur crecen los evangélicos; en África, las divisio-nes étnicas y el islam; en Asia se agrava el desacuerdo con los teólogos loca-les que buscan una mejor aproximación a las tradiciones orientales.

Me parece importante reflejar una manera inteligente de ver tan gran-des diferencias con lo que es la Iglesia hoy, y, ciertamente, con lo expre-sado en estos paralipómenos.

¿Qué decir? Apenas nada; no hay espacio, la fuerza no buscada de lascosas hace que no haya lugar aquí para responder. Quede expuesta, sinmás, esa opinión que nos señala un conjunto importante de problemas.Espero, simplemente, que el complejo de los paralipómenos haya idoseñalando algunas respuestas.

10 de diciembre de 2005 / miércoles 28.12.05

Alfonso Pérez de Laborda

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200

Estoy que casi no quepo en mí de gozo. Ya lloraré más adelante. Y esegozo casi irresistibles se debe a que mañana, cumplido mi blanco parali-pómeno numero doscientos, me paro, o reviento.

Hace dos años todo era un llorar a moco y baba, sin apenas poder leersi no eran las obligaciones que se traslucían en infinitas páginas, hasta quecomprendí: ¡las gafas! Reanudada la alegría, me vino el bastón desloma-dor, con las rodillas flaqueantes, ¡quién no! Se me arregló, excepto el subiry bajar escaleras que efectúo como un mamoncete, de una a una y pen-sando siempre en el cauto agarre.

Y de pronto, qué digo, en el mientrastanto, cataplás las blancuras ace-radas que había que emborronar, intentando, para colmo, que no mesalieran las morcillas a las que acostumbro a las que sólo personas muysecretas dicen haberse inficionado.

Así fui quedando reducido a los deuvedés. Gracias a Dios que son unade mis más grandes pasiones, que en ellos es en donde me encuentro demanera tan particular, como ya te he ido diciendo en estas blancurasgarrapateadas. Cuidadoso de que mi conciencia crítica, tan aguda, me digaque por qué pierdo el tiempo una y otra vez hablando de cine. Tengo paramí, pero lo guardo en lo secreto, que si alguien dice esto es que no haentendido de la misa la media de lo que escribo; bueno, quizá es que nohe sido capaz de explicarme jamás nada. O que no lo había.

Bueno, con mi alegría he caído de nuevo en escuchar música. Así, sinmás decires. Me daré a Franz Schubert. Tiene la particularidad de abrirmelas carnes y llegarme a lo más profundo de mi corazón. Anhelo escucharle.Sobre todo la música de cámara. Tengo debilidad por ella. La de Schubert,tocada de manera tan elegante como el cuarteto Melos o tan desgarradacomo el Juilliard. La de Shostacovich. Todo un poema de profundidad. Lade Bela Bartok. La de Mozart. La de Beethoven. La de Schumann yMendelssohn. La de Schnittke. Messiaen. Sibelius. Bruckner. Ver cómotocan Harnoncourt, Szell, Knappertbusch, Josef Krips, Böhm. Grumiaux.Kempff. Bernard Focroulle. Eugen Jochum. En fin, cualquiera.

Pero me quedan demasiadas cosas en los bolsillos, por eso pronto llo-raré por no haberlas dicho. Que en esa Francia de mis amores, al día dehoy, todavía se queman 60 o 70 coches cada noche, según dice la policíagala. Que no he dicho apenas nada de la analogía. Que ni la he piado de

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la palabra clave: expresión. Que quizá te he aburrido de manera tan hipo-potámica que me has abandonado para siempre. Que, quizá, a nadieimporta nada lo que digo.

Ya ves. Las siete alegrías y las siete penas.Ya, para empezar, he escuchado cuidadosamente la séptima sinfonía de

Jean Sibelius, en varias interpretaciones. Y no he sabido con cual quedarme,cual preferir. Maravillosa la de Kurt Sanderling. De una dulzura plena la deJukka-Pekka Saraste. Hasta la de Lorin Maazel, al que tengo curiosa maníadesde que todo un año le escuché en Pittsburgh con aquella maravillosaorquesta, pero no le soporté. ¡Cómo se puede tocar a Debussy sin que tehaga llegar efluvios sensoriales y olores de sensual calor! Pues bien, paraque veas mi contentura, esta vez me ha encantado. No he vuelto a oír toda-vía la interpretada por Paavo Berglund, que era mi favorita.

Debido a una curiosa insensatez, una vez en uno de esos libros sopo-ríferos que tengo la mala suerte de escribir, un capítulo en el que hablabade la verdad lo dediqué a las diferentes interpretaciones de las pasiones deJuan Sebastián Bach. ¡Qué caradura!

Perdóname la alegría de la libertad.10 de diciembre de 2005 / jueves 29.12.05

201

Hoy se cierra lo que me gustaría fuera una primera etapa de paralipó-menos, pues espero que vengan a darse de aquí a un tiempo nuevos para-lipómenos, contando con la benevolencia de mi arrecogedor y tambiéncon que me queden fuerzas para ellos.

En el primero, ahora hace un año, tuve la bendita ocurrencia de noponer un título cada día, sino un número, de manera que hemos llegadoal 201. La razón de hacerlo así era clara y tras tanto trabajo —por mi partede escritura y por la tuya de lectura—, pues preveía, no podía ser de otramanera, que serían unas páginas en las que se entreteje una red unitaria.No podían ser cosas sueltas, al buen albur de lo que fuera aconteciendoaquí y allá, páginas cuya unificación vendría dada por el hecho de veniruna tras otra o, quizá, por un cierto estilo literario.

Un filósofo, por pequeño que sea, es alguien que va hilvanando suspensamientos en sistemática unidad. Déjame que lo diga así: cada una de

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sus palabras es expresiva, pues expresa la unidad de lo que es su discurso.En su morosidad pelmaza, en su actitud meándrica que puede llevar allector al puro desespero, en la complejidad abracadabrante, que puedeparecer innecesaria, excesiva, como si fuera una manera de decir aquíestoy yo, se expresa una visión de quién somos, de cómo es el mundo, decuál es la realidad. Se labora buscando la verdad, la bondad y la belleza.El discurso del filósofo, pues, es expresivo de esos adentros que nos cons-tituyen, de esas corporalidades que producimos, de esta comunidad deseres que somos. Es expresivo de la solidaridad quicial que nos hace seresto que somos. Es expresivo de Dios.

Por eso, ahora que terminamos, o al menos que se termina la primerade nuestras etapas paralipoménicas, ¡quién puede saberlo!, aparece claroque todos estos números eran entradas a/de un sistema de pensamientoque se nos da en toda la extensión de su red. Por eso, haber puesto cadadía un titulillo hubiera sido un error que habría impedido comprender laperspectiva de lo que se iba escribiendo y que todo ello era expresión deun pensamiento filosófico, por pequeño que sea el filósofo. Pareciendohacer las cosas más comprensibles, las hubiera emborronado definitiva-mente, por hacerles perder su unicidad expresiva; por ello, su unicidadresplandeciente. De esta manera, los paralipómenos han ido siendo laexpresión de que un pensamiento tiene mucho que decir fuera de eso queparecen habladurías de viejo medio loco dirigido a otros medio locoscomo él, si es que estos se le dan. De esta manera ha quedado bien claroque un filósofo, por pequeño que sea, no es un especialista, un “científi-co” de extraños discursos que casi nadie entiende si no es dedicándole untiempo que no está disponible para ello, ¡y aún habría que ver!

Ha quedado bien clara otra cosa. Lo decisivo que es una manera de hacerfilosofía, por pequeña que sea, muy lejana de la que mantiene todavía sudominancia sobre nosotros, la hija o nieta de la filosofía analítica —la que seinició en el cartesianismo, pero que abandonó tan pronto los afanes metafí-sicos de mi Descartes—, que ha quedado reducido a decir frases encadena-das en las que se advierten con suma inteligencia todas las factualidades ycontrafactualidades, labor de agujereapelos y de paridor de pelismidades,partidor de los pelos por su eje en cuatro, pero que, finalmente, nada tienenque decir a nadie; en las que se hacen —¡perdóname que me pase!— primo-rosas labores de ganchillo de escuela, la de los cientificistas.

7 de diciembre de 2005 / viernes 30.12.05

Paralipómenos/1

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ÍNDICE

aparecen aquí palabras y nombres que encuentro representativos;literatos, músicos, cineastas, por ejemplo, se encuentran bajo la rúbrica de literatura, música o cine;algunos nombres o palabras, mencionadas una sola vez, se incluyen porque abren o posibilitan la búsqueda de un tema

adentros: 8, 42, 74, 78, 82, 175, 179, 185, 187, 197, 198, 201admiración: 83, 96, 155afueras: 8, 185amor: 4, 13, 20, 46, 46, 47, 61, 66, 76, 78, 90, 97, 108, 121, 126, 130, 137, 138, 149,

150, 155, 170, 177, 180, 185, 186, 189, 197, 200amorosidad: 47, 61, 80, 112, 113, 123, 129, 157, 180, analítico: 50, 179, 180, 181, 183, 201analogía : 62, 181, 182, 186, 197, 200Apocalipsis, libro del: 18, 31, 87, 104apologética: 180, 182Aznar, Presidente José María: 31bandería: 2, 21, 22, ¡Basta ya!: 173, (184)Barth, Karl: 12Benedicto XVI, cardenal Ratzinger: 78, 78, 81, 83, 84, 85, 99, 100, 101, 108, 124belleza: 9, 23, 24, 39, 52, 57, 64, 72, 73, 74, 75, 76, 85, 95, 104, 118, 127, 128, 129,

131, 132, 157, 158, 170, 185, 186, 187, 196, 197, 198, 201Berlinguer, Enrico: 27Blair, Primer Ministro Tony: 132, 136, 146Bonó, Centro (Santo Domingo): 36Buñuel, Luis: 1, 6, 34, 125búsqueda de…: 8, 24, 53, 76, 80, 81, 103, 112, 119, 128, 170, 173, 174, 181, 183,

184, 198Caritas: 38carnal, carnalidad: 52, 56, 57, 62, 76, 107, 137,138, 151, 159, 160, 177, 181, 184, 185,

196, 197carne: 4, 10, 11, 14, 15, 16, 17, 56, 59, 60, 61, 62, 63, 69, 70, 73, 79, 80, 82, 102, 108,

131, 138, 153, 154, 156, 159, 175, 181, 182, 184, 186, 195, 196, 197, 200carne, espesor de: 52, 177, 184, 186, (197), 198carne amorosa, carne amante, caro amans: 182, 186, 197carne de belleza: 197

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carne de Dios: 10, 47, 56, carne enmemoriada: 73, 130, 147, carne gloriosa: 186carne de la gloria de la belleza: 197carne maranatizada: 130carne transfigurada: 123castidad: 8, 37, 89, 91católicos españoles: 1, 18, 21celibato: 65, 88, 92cientificidad: 15, 51cientificismo: 15, 51, 120, 187, 190, 198, 201cine: 4, 24, 34, 72, 75, 107, 120, 155, 200coherencia: 24, 119comunidad eclesial: 5, 6, 7, 8, 10, 20, 25, 32, 41, 50, 65, 70, 79, 80, 83, 92, 102, 108,

109, 113, 114, 115, 116, 117, 119, 150, 168, 174comunión eclesial: 13, 25, 67, 71, 84, 116, 150, 158, 168Concilio IV de Constantinopla: 8, 59, 60Concilio Vaticano II: 0, 23, 88, 90, 108, 116, 150, 185, 199Concilio Vaticano III: 50, 185, 199conformar: 3, 5, 7,11, 22, 23, 50, 54, 74, 76, 86, 100, 101, 123, 127, 169conjunción de carnes: Conferencia Episcopal Española: 25, 26Cope: 142, 167corazón : 19, 24, 33, 34, 42, 46, 47, 56, 57, 61, 62, 65, 69, 70, 72, 73, 74, 76, 80, 81,

86, 90, 104, 105, 114, 115, 123, 125, 126, 145, 150, 151, 153, 172, 174, 200corporalidad: 74, 75, 76, 156, 169, 175, 177, 182, 197, 201cortadura, partición de: 5, 27, 30, 31, 32creación/recreación: 4, 24, 72, 128, 169, 170, 177, 197, 198cristianos por el socialismo: 27, 28, 199cristianos socialistas: 27, 29, 30crucecita en la declaración de la renta: 14, 38, 142Cruz Roja: 38cuerpo de hombre / cuerpo de mujer: (10), 16, (50), 56, 60, 61, 62, 70, 76, (79), (80),

(81), 95, 107, (108), (109), 110, (116), (117), 123, 138, (150), 157, (158), 159,180, 181, 182, 184, 191, 196, 197

cuerpo (material): 1, 15, 17, 24, 104, 160, 180, 181, 192, 193, 197decires: 7, 83, 95, 100, 155, 200Descartes: 50, 179, 180, 186, 193, 201deseo: 8, 12, 16, 17, 22, 37, 63, 70, 74, 76, 84, 90, 92, 103, 108, 137, 155, 156, 166,

175, 184, 192, 199De Smedt, obispo de Brujas: 10determinismo: 193diálogo: 14, 26, 30, 71, 89, 113, 121, 124, 144, 156, 166, 178, 179, 183, 185doctrina: 8, 14, 20don, donación: 10, 38, 48, 61, 75, 76, 184, 186, 186eclesialidad: 7elección del papa: 32, 80, 84, 99, 106, 108, 117, 124encarnación, encarnativo: 7, 52, 56, 59, 61, 62, 64, 70, 75, 80, 81, 82, 86, 87, 91, 92, 196

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encuentro: (2), (12), 22, (26), 27, 29, 30, 31, 32, 86, 89, 90, 113, 144, 175, 177, 200epulón: 15, 16, 17, 36, 40, 41, 46, 48, 53, 91, 93, 153, 157espectáculo: 17, 36, 39, 40, 42esperanza: 16, 17, 19espesor de carne: 52, 177, 184, 186, (197), 198Espíritu: 6, 23, 32Estatuto catalán, proyecto de: (162), 165, 166, 178, 188Estatuto vasco, proyecto de: 25, 26, (162), 166estrategia: 61, 94, 105, 166, 180, 181, 182, 183, 184, 186, 188, 192, 195europeos, (el futuro no es de los): 16, 36, 121exceso, (Dios se da en el): 15, 17, 35, 182, 197expresión, expresar, expresivo: 2, 3, 5, 6, 7, 13, 41, 50, 57, 58, 59, 61, 64, 67, 72, 74,

76, 84, 87, 91, 95, 100, 106, 111, 113, 115, 117, 120, 123, 125, 126, 128, 137, 144,149, 156, 157, 158, 163, 167, 170, 181, 182, 192, 194, 196, 197, 199, 200, 201

Facultad de Filosofía de la Universidad Pontificia de Salamanca: 130Facultad de Teología ‘San Dámaso’: 20, 141, 149Facultad de Teología de Granada: 36Francisco de Asís, san: 5, 8, 19, 66, 92, 174, 177, 186fraternidad: 7, 20, 70, 88, 123, 157Gaetan Kabasha: 40, 141gloria de la belleza: 19, 68, 73, 74, 75, 76, 80, 81, 82, 87, 92, 95, 157, 197, 198gobierno de la Iglesia: 1, 8, 29Golfín, obispo: 2guerra santa: 176Guirguillano: 127hermenéutica: 30, 63, 71Hipona: 18hombre eclesial: 10humildad: 7, 69, 113, 115Ibarretxe, plan: 25identidad-dual: 16, 138, 182iconoclastia: 58, 59, 60, 61, 62, 69, 75, 76, 114Iglesia católica: 10, 11, 14, 20, 26, 27, 29, 32, 22, 35Iglesia española: 1, 18, 20iluminación, teoría de la 12, 13, 29iluminar: 6, 41, 57, 59, 68, 69, 90, 125, 145, 154, 178, 185imaginación: 17, 26, 70, 74, 76, 103, 175, 184, 189, 192imposible-posibilidad: 4, 17interioridades: 5, 8, 68, 73, 197internalidades: 5, 66, 75ira santa de Malaquías: 176Ignacio de Loyola: 114Ithaca, NY: 33, 65Jesucristo: 5, 8, 10, 11, 12, 13, 19, 20, 42jueves 11 de marzo: 33Juan XXIII: 71, 185, 199Juan el Bautista: 18, 19Juan Pablo II: 32, 40, 41, 63, 67, 68, 69, 70, 71, 78, 82, 101, 108, 124, 199

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Kolvenbach, Peter Hans 108las a la, de: 11 Le Monde: 3, 63, 79, 132, 185, 199libertad, libre: 6, 7, 8, 9, 10, 12, 14, 18, 19, 27, 28, 30, 32, 35, 36, 50, 62, 64, 80, 81,

82, 86, 87, 93, 98, 99, 108, 109, 110, 113, 116, 120, 123, 126, 138, 149, 161, 172,174, 175, 178, 184, 192, 193, 194, 200

librería: 4, 22, 148, 152libros de filosofía: 21, 39, 107líder, líderes: 1, 2, 3, 5, 6, 7, 8, 19, 23, 31, 41, 42literatura: 4, 9, 75, 105, 112, 121, 147Lustigier, cardenal: 40, 168Lutero: 8, 23, 32, 66, 100, 119mártir, martirial: 15, 40, 59, 123, 173, 176materialismo: 15, 182, 193, 195matrimonio: 23, 35, 93, 94, 98, 102, 117, 138, 142, 144, 145, 148, 157, 166más allá: 2, 7, 15, 17, 19, 20, 21, 40, 68, 74, 75, 76, 97, 119, 126, 129, 130, 144, 157,

177, 184, 187, 192, 198más-allá: 4, 67, 77, 91, 177medios de comunicación: 3, 59, 78, 167, 168memoria: 4, 5, 14, 20, 48, 49, 62, 73, 86, 103, 137, 144, 156, 159, 170, 175, 176, 184,

192metáfora: 13, 50, 62, 83, 85, 90, 104, 109, 115, 116, 170, 173, 180, 181, 192misericordia: 47, 80, 81, 147, 149, 150, 151, 153, 158, 191, 196Mitterrand, Presidente François: 27, 118, 165Morille: 56, 130mundanal: 74, 80, 81, 82, 156, 177, 179, 198mundanalidad: 74, 81, 156, 177mundo: 1, 4, 5, 10, 15, 20, 21, 23, 24, 35, 51, 62, 63, 68, 69, 70, 71, 72, 74, 76, 81,

82, 84, 86, 90, 92, 93, 100, 107, 110, 113, 115, 121, 127, 132, 136, 138, 141, 143,145, 146, 152, 153, 156, 159, 172, 177, 179, 180, 181, 182, 183, 185, 190, 191,192, 193, 198, 199, 201

mundo (en sentido joánico): 6, 8, 17, 41, 50, 67, 71, 90, 92, 93, 98, 123, 142, 153,157, 185

música: 24, 52, 57, 58, 59, 72, 75, 76, 118, 121, 131, 167, 169, 187, 200musulmán: 18, 109, 189nacionalidades: 10, 11nacionalismo: 10, 11, 12, 13, 25, 26, 161, 164, 165, 166naturaleza: 15, 24, 30, 90, 157, 160, 170, 186, 189, 192naturalismo: 15naturalización: (15), 195nostalgia de…: 52, 130, 140, 158obispos: 1, 5, 7, 8, 13, 14, 21, 23, 25, 26, 29, 30, 31, 32, 35, 40, 41, 46, 109, 113, 116,

117, 141, 142, 143, 145, 150, 148, 161, 167, 168, 173, 188obispos vascos: 7, 12, 25, 26“objetividades”: 155, 156, 175, 177, 182, 194obra de arte: 74, 155, 156, 169, 170, 175, 177, 179, 182, 186, 187, 194, 197, 198oenegés: 16, 35, 37, 38, 48, 49, 82, 141Pablo VI: 32, 185, 199

Paralipómenos/1

323

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Paoline, editorial: 21para siempre: (3), 8, 15, 16, 27, , (34), 37, (43), 48, 54, 59, 70, 73, 76, 98, 102, 120,

126, 127, 134, 136, 144, 146, 156, 169, 160, 173, 177, 180, 185, 186, 187, 197,200

paralelismo: 76, 119, 122, 142, 162, 163, 167partida, mi: 53, 120, 142, 168, 173, 174Pasolini, Pier-Paolo: 24, 31, 51, 52, 120persona…: 7, 26, 33, 36, 39, 40, 41, 44, 50, 51, 56, 62, 67, 70, 74, 79, 87, 88, 89, 90,

93, 97, 98, 106, 109, 111, 114, 123, 124, 128, 136, 138, 145, 147, 148, 150, 151,155, 156, 159, 163, 170, 178, 180, 183, 184, 185, 186, 192, 194, 196, 197, 199,200

Pittsburgh: 33, 77, 135, 147, 200paz: 4, 11, 14, 22, 25, 26, 41, 56, 81, 82, 93, 101, 119, 162, 170presencia: 72, 90, 99, 132, 143, 150pizca: 182, 191, 192, 194, 195, 196, 197principio antrópico: 182, 191principio de objetividad: 182, 194pobreza, pobre: 8, 11, 16, 18, 21, 23, 34, 36, 37, 43, 46, 52, 78, 81, 84, 89, 92, 93, 94,

96, 102, 103, 109, 110, 111, 112, 116, 120, 141, 151, 153, 154, 158, 159, 168, 186,187, 189

predicar, predicación: 12, 14, 23, 42, 46, 50, 66, 68, 79, 80, 81, 82, 84, 92, 93, 100,105, 145, 148, 172

prueba de que hay Dios: 180, 181, 182, 183, 184, 186Quiero saber: 33, 53, 103racional, racionalidad: 15, 27, 28, 51, 52, 53, 58, 59, 60, 61, 62, 69, 75, 102, 141, 144,

165, 167, 179, 180, 181, 182, 183, 183, 186, 195, 197razón: 1, 14, 26, 29, 30, 47, 52, 58, 59, 65, 83, 89, 90, 98, 99, 100, 125, 126, 136, 138,

142, 145, 151,162, 175, 179, 180, 195, 201razón pura, reductora, seca, desencarnada: 15, 17, 60, 61, 62, 76, 157, 160, 180, 181,

196, 197razón encarnada, húmeda, práctica: 16, 62, 70, 76, 104, 157, 175, 180, 181, 183, 184,

186, 192, 198razonable, razonabilidad: 26, 27, 50, 138, 162, 183razones: 11, 25, 26, 30, 62, 103, 108, 117, 121, 126, 142, 143, 152, 156, 157, 159, 162,

168, 172, 173, 179, 181, 183, 184, 195realidad…: 1, 2, 7, 11, 14, 15, 17, 18, 21, 24, 38, 40, 50, 61, 62, 62, 63, 66, 74, 75, 76,

85, 86, 95, 96, 102, 103, 106, 108, 127, 145, 148, 156, 157, 159, 178, 179, 183,184, 187, 189, 192, 193, 195, 196, 201

creador/recreador de realidades: 4, 62, 76, 97, 137, 156, 170, 179, 181, 182red, pensamiento en: 1, 50, 183, 201, Advertencia preliminarreduccionismo: 61, 193, 195rumiar: 42, 46, 54, 85, 89, 96, 104, 105, 111, 121, 126, 128, 177, 179, 194reformar: 8, 23, 32, 81, 108, 109, 136, 147, 150, 151resplandor: 19, 63, 68, 69, 70, 74, 80, 81, 82, 131, 201Sartre, Jean-Paul: 114, 120se, frases y modos sin sujeto: 29, 30, 31, 32 secta: 1, 6, 22, 142, 144Señor, un sólo: 12, 14

Alfonso Pérez de Laborda

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señores, servir a dos: 12, 13sentimiento: 26, 33, 52, 57, 58, 61, 72, 73, 74, 101, 107, 128, 155, 156, 160, 161, 170,

196separación: 14, 137, 165, 178, 180, 182, 193, 194ser en completud: 61, 184, 186, 196ser en plenitud: 61, 62, 66, 67, 73, 76, 123, 160, 169, 175, 184, 186, 196, 198sobrecogimiento: 54, 72, 120, 155, 156sociedad: 1, 2, 6, 12, 14, 15, 16, 26, 30, 50, 80, 84, 85, 87, 102, 122, 136, 143, 144,

166, 172, 174, 199talibanes: (23), 35televisión: 2, 3, 11, 59, 64, 68, 69, 71, 72, 78, 99, 110, 124, 140, 153, 172ternura: 19, 44, 47, 61, 72, 73, 74, 92, 101, 112, 137, 156, 170terrorismo: 10, 25, 26, 53, 81, 82, 94temporalidad: 74, 107, 184, 187, 197“todo, pero que todo”: 175, 177, (191), 195, 197, 198tradiciones: 11, 25, 54, (84), 89, 91, 92, 98, 199, 104, 113, 143, 199transfiguración: 19, 47, 90, 123, 125, 130transparencia: 47, 58, 70, 74, 79, 82, 90, 91, 92, 123, 166, 174, 179Unión Europea 16, (28), (35), 36, 66, 116, 121, 133, 136, 146, 153, 172, 175,

(199)universidad: 21, 23, 33, 39, 43, 52, 99, 132, 133, 134, 135, 136, 146, 148, 153, 164,

190Universidad Pontificia de Salamanca: 21, 39unívoco, univocidad: 62, 186, 196USA: 33, 36, 84, 85, 133, 136, 147, 172, 199veedor: 74, 75, 76, 96, 155, 156, 169, 170, 175, 177, 194, 197, 198vida religiosa: 88, 89, 90, 91, 93, 123violencia: 10, 14, 73, 80, 145, 166vocación: 20, 35, 37, 65, 80, 90, 92, 108, 117, 123yo, nuestro pequeño: 41

Paralipómenos/1

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