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  • Editorial Cactus Perenne

    Jean EpsteinEL CINE DEL DIABLO

  • Los fantasmas de la pantalla tienen quiz otra cosa para ensearnos que sus fbulas de risas y lgrimas:

    una nueva concepcin del universo y nuevos misterios en el alma. A veces bueno, a veces malo, Dios es la fuerza de lo que ha sido, el peso de lo adquirido, la voluntad conservadora de un pasado que pretende perdurar. A veces malo, a veces bueno, el Diablo

    personifica la energa del devenir, la esencial movilidad de la vida, la variancia de un universo en continua transformacin, la atraccin de un porvenir

    diferente y destructor tanto del pasado como del presente. Abramos el proceso.

    El cine se declara culpable.

    Jean Epstein

  • Ttulo original: Le Cinma du Diable (1947) 2014 Editorial Cactus

    Traduccin: Pablo Iresiseo de interior y tapa: Manuel AdduciImpresin: Grfica MPS

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723 ISBN: 978-987-29224-7-4

    [email protected]

    Epstein, JeanEl cine del diablo. - 1a ed. - Ciudad Autnoma de Buenos Aires : Cactus, 2014.128 p. ; 20x14 cm. - (Perenne)

    Traducido por: Pablo Ariel IresISBN 978-987-29224-7-4

    1. Cinematografa. 2. Filosofa. I. Ires, Pablo Ariel, trad. II. Ttulo CDD 778.5

  • ndice

    Acusacin.Permanencia y devenirForma y movimientoEl pecado contra la razn. El film contra el libroEl pecado contra la razn. La imagen contra la palabraLa lengua de la gran revueltaGuerra a lo absolutoEspacios movientesTiempos flotantesEl anti-universo a tiempo contrarioCausas oscilantesPluralidad del tiempo y multiplicacin de lo realLa hereja monistaLa hereja pantestaLa duda sobre la personaPoesa y moral de los "gangsters"A segunda realidad, segunda razn

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    Todava en los aos 1910 a 1915, ir al cine constitua un acto un poco vergonzoso, casi degradante, a la realizacin del cual solo se arriesgaba una persona de buena condicin luego de haberse encontrado pretextos y forjado excusas. Desde entonces, el espec-tculo cinematogrfico gan, sin duda, algunos ttulos de nobleza o de snobismo. Sin embargo, hasta hoy, existen regiones donde el paso de un cine forneo suscita la inquietud y la reprobacin entre las personas honorables. Hay incluso poblados realmente pequeos, cuyos cines, raros y modestos, siguen siendo lugares de mala fama, donde un notable se ruborizara de ser visto.

    En verdad, en esta mitad del siglo XX, pocas personas, incluso creyentes, se animan a pronunciar el nombre del Diablo, en tanto este astuto ha sacado partido de las torpezas de sus enemigos y de sus fieles, para rodearse de un denso ridculo, como el de la tinta en la cual es preciso chapotear para alcanzar una sepia. Pero cuntos moralistas, incluso no-creyentes, sostienen ruidosamente que el cine

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    es una escuela de embrutecimiento, de vicio y de crimen! Ahora bien, en trminos cristianos, qu es decir esto si no que las fantasmagoras de la pantalla estn inspiradas por el demonio para el envilecimiento del gnero humano?

    Qu hay de sorprendente, por otra parte, en el hecho de que el Diablo pueda ser tenido por el inspirador de la imagen animada, puesto que muy a menudo ya ha sido vuelto responsable de otros logros de la ingeniosidad humana? Diablica, la invencin del lente astronmico, que, presentido por Roger Bacon, hizo que se lo lanzara por veinte aos al calabozo; que expuso al viejo Galileo a los rigores del tribunal eclesistico y de la prisin; que hizo temblar al prudente Coprnico hasta en su lecho de muerte. Diablica, la invencin de la imprenta, cuyo uso pernicioso la autoridad religiosa y su brazo secular muy pronto y por largos siglos an no concluidos se apresuraron en controlar. Diablicos, el estudio del cuerpo humano y la medicina, condenados por San Ambrosio; la anatoma y la diseccin prohibidos bajo pena de excomunin por Bonifacio VIII. Diablicos, los planes secretos de da Vinci, quien suea una mquina para elevarse por los aires. Artificios del demonio, los autmatas, aun cuando fuesen la obra de un santo, que otro santo quebr a bastonazos; el primer barco a vapor, que Papin no pudo sustraer al terror furioso de un pueblo fanatizado; el primer automvil, el fardier de Cugnot, que sufre una suerte anloga; los primeros globos aerostticos, que piadosos campesinos desgarraron con sus horcones; los primeros ferrocarriles, que sabios ilustres acusaban de expandir la peste y la locura; en fin para limitar una enumeracin que podra ser innumerable el cinematgrafo.

    En esta mentalidad medieval, que no se ha olvidado del todo, el Diablo aparece como el gran inventor, el maestro del descubrimiento, el prncipe de la ciencia, el utilero de la civilizacin, el animador de lo que se llama progreso. Por eso, ya que la opinin ms extendida tiene el desarrollo de la cultura por una ventaja insigne, el Diablo debera ser considerado sobre todo como un benefactor de la humanidad. Pero la fe todava no perdon el divorcio que la separ de la ciencia y

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    esta sigue siendo sospechosa ante el juicio de los creyentes, a menudo maldita, obra impa del espritu rebelde.

    En la sociedad primitiva, el sacerdote y el sabio hacan en el comien-zo uno. Luego, mientras que la religin fijaba su doctrina en dogmas poco variables, la ciencia evolucionaba formulando proposiciones que se alejaban cada vez ms de las tradiciones de la teodicea. Este desacuerdo vino a desgarrar el espritu en dos partes enemigas. Por la fuerza o mediante la dulzura, por la autoridad de la cosa revelada o por la sutileza del razonamiento, el hombre se esforz durante largo tiempo en rehacer la unidad primera de sus conocimientos, sobrenaturales y naturales, sea pretendiendo someter la ciencia a la religin, sea intentando conciliarlas a ambas de manera armoniosa. Fue en vano. La fe repudi la ciencia; la ciencia excluy la fe. Y quin entonces, con el correr de los siglos, pervirti a una parte de los magos ortodoxos para comprometerlos en la va hertica, para transformarlos en negros brujos que tuvieron por alumnos a oscuros alquimistas, de los que descienden los sabios claros? Quin, si no el enemigo de Dios, Satn?

    Ms precisamente, el Diablo se encuentra acusado de haber renovado continuamente el instrumental humano. De hecho, las herramientas han ejercido una influencia decisiva sobre esta evolucin del pensamiento, en el curso de la cual la cosmogona se ha erguido contra la teologa. La regla es general: cada vez que el hombre crea por su idea un instrumento, este a su vez y a su manera retrabaja la mentalidad de su creador.

    Si, con la ayuda del Diablo, el hombre invent el lente astronmico, por su parte, el lente invent las imgenes del cielo, que obligaron a Coprnico, a Galileo, a Kepler, a Newton, a Laplace y a tantos otros a pensar de cierta manera y no de otra, segn esas imgenes y no segn otras. Sin telescopio para animar y orientar su inteligencia, esos descubridores no hubiesen podido descubrir nada, ni producir ninguna de sus grandes teoras y nosotros, ms que probablemente, estaramos imaginando todava la tierra fijada en un inextricable amontonamiento de astros girando a su alrededor. Con igual nece-

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    sidad, el mecanismo ptico de las lentillas y el organismo intuitivo y deductivo de los hombres intervinieron en el establecimiento del sistema copernicano, de las leyes de Kepler y de toda una grandiosa corriente de pensamiento, que desemboca en el actual relativismo einsteniano, ms all del cual continuar, sin duda, expandindose.

    Este movimiento cientfico y filosfico uno de los ms importantes en la historia de la cultura es principalmente alimentado y dirigido por las apariencias, sin cesar renovadas, que, desde el siglo XV, los lentes recogen en el universo perifrico, astronmico. Este esfuerzo apunta a explorar el dominio de lo infinitamente grande, y ha dado nacimiento a una vasta metafsica que es preciso llamar filosofa del catalejo, puesto que son instrumentos de este gnero telescpico y macroscpico, los que juegan all el rol de operadores primordiales. As, la inmensa, la inconmensurable diferencia que hay desde cierto punto de vista, abarcando una zona muy extensa del espritu entre los estados de desarrollo filosfico, religioso y psicolgico general de un contemporneo de Ptolomeo y de un contemporneo de Einstein, tiene por origen la existencia y el uso de un instrumento.

    Un segundo gran conjunto de doctrinas cientficas y filosficas se debe a otro tipo microscpico de instrumentacin. Sin microscopio, por ejemplo, no habra habido probablemente microbios ni teoras microbianas; ni teraputica, ni gloria pasteurianas. All tambin, ciertos lentes proporcionan, es decir fabrican, imgenes, escogindolas para volverlas visibles en lo invisible, separndolas de lo que va a permanecer incognoscible, elevndolas de manera repentina, de la no-apariencia, del no-ser, al rango de realidades sensibles. Y esta primera seleccin de la que depende todo el desarrollo ulterior del pensamiento, es solo el instrumento el que lo efecta segn el mero arbitrio de sus afinidades y de sus receptividades particulares. Tal engrosamiento y tal coloracin hacen aparecer en la preparacin tal forma de donde germinar tal concepcin nueva. Si el observador no dispusiera de ese engrosamiento ni de esa coloracin, la forma que extraen de lo amorfo, jams sera promovida a la existencia, ni su teora. Y, si uno se sirve de otro engrosamiento y de otro colorante,

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    ellos dibujan una apariencia diferente, que da a luz otra medicina, tal vez otras curaciones. La instrumentacin que luego se deja ms o menos dirigir, pero que, en su primera realizacin, es de un empirismo completamente aleatorio, comanda el pensamiento mediante los datos que le propone o no.

    La corriente ideolgica, resultante de la inspeccin del microcos-mos, se desarroll de manera ms tarda pero con una prodigiosa rapidez, para dar a luz hoy a la fsica cuntica y a la mecnica on-dulatoria, sistemas que, durante mucho tiempo an, manifestarn su fuerza de expansin. Este movimiento de pensamiento recibe su impulso y su orientacin primera de los aspectos continuamente renovados que extraen microscopios, ultramicroscopios, hipermi-croscopios electrnicos, espectroscopios, etc., desde hace apenas cien aos, en el universo que se puede llamar central: celular y nuclear, molecular y atmico. Aqu, el fin es el descubrimiento del dominio de lo infinitamente pequeo, y, de esta exploracin en profundidad, han nacido mltiples especulaciones, biolgicas y ultrafsicas, que constituyen el grupo de lo que se debe llamar las filosofas de la lupa, ya que se sirven de este tipo de instrumento como operador principal.

    Hay una jerarqua en el mundo de las mquinas. No todas son instrumentos claves como las de la ptica de aproximacin o de au-mento, cuya influencia ha estimulado y transformado toda la vida de las ideas. Pero no existe instrumento, por humilde que sea, cuyo empleo no haya a la larga marcado ms o menos nuestra mentalidad y nuestras costumbres. No hay ninguna duda sobre el hecho de que el instrumento cinematogrfico, l tambin, remodela el espritu que lo ha concebido. La cuestin que puede plantearse, solamente, es saber si, en este caso, la reaccin de la criatura sobre el creador posee una cualidad y una amplitud que justifiquen que se sospeche all una participacin en la obra demonaca perpetuamente opuesta a las permanencias tradicionales.

    No se trata aqu solamente de esa diablura superficial, que no tiene nada de especficamente cinematogrfica, y que denuncian las acusaciones de inmoralidad contra tal o cual film prohibido a

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    los menores de diecisis aos. El verdadero proceso a la imagen animada introduce problemas de un alcance ms general. Es el cinematgrafo de esa clase de aparatos, de operadores que, como el catalejo y el microscopio, descubren, en el universo, vastos horizontes originales de los cuales nada conoceramos sin esos mecanismos? Resulta capaz de poner al alcance de nuestras percepciones dominios hasta entonces inexplorados? Tienen por destino esas nuevas representaciones devenir la fuente de una tan amplia y profunda corriente intelectual que pueda modificar todo el clima en el cual se mueve el pensamiento, de manera que pueda merecer el nombre de filosofa del cinematgrafo? Finalmente, esta filosofa, en tanto la pantalla realmente la anuncia, pertenece a este linaje antidogmtico, revolucionario y libertario, en una palabra, diablico, en el cual se inscriben las filosofas del catalejo y de la lupa?

    Las respuestas a estas preguntas no aparecen con evidencia, en tanto que el cinematgrafo no tiene todava ms que cincuenta aos de edad y que, en un sentido, malgast las tres cuartas partes de ese medio siglo de vida haciendo de bufn pblico, volvindose una in-dustria y un comercio, olvidando desarrollar, incluso siquiera conocer, todas sus otras facultades menos lucrativas. Ese maquillaje dorado, esa conmovedora elocuencia del sptimo arte no han logrado sin embargo enmascarar enteramente algunos signos que nos advierten del hecho de que los fantasmas de la pantalla tienen quiz otra cosa para ensearnos que sus fbulas de risas y lgrimas: una nueva con-cepcin del universo y nuevos misterios en el alma. La reprobacin de los profesionales de la virtud, vilmente escandalizados, traduce, en el estilo de la moral corriente, una inmensa inquietud de muy vieja raigambre pero que ya no sabe expresar toda su significacin. Algunos de esos partidarios del orden presente saben sin embargo que su estremecimiento de miedo y de indignacin, no lo experimentan solamente a causa de una imagen ricamente sensual. Su temor viene de ms lejos y abarca ms; adivina el monstruo de novedad, de crea-cin, cargado de toda la hereja transformista del continuo devenir.

    Abramos el proceso. El cinematgrafo se declara culpable.