Escolar- El Estado de Malestar

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Cartografías argentinas : políticas indígenas y formaciones provinciales de alteridad / compilado por Claudia Briones - 1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2005. 330 p. ; 22x15 cm. ISBN 987-1238-03-7 1. Etnografía Argentina. I. Briones, Claudia, comp. CDD 305.809 82 Queda hecho el depósito que marca la ley 11 723. No se permite la reproducción parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmisión por cualquier medio sin el permiso de los editores. 1 ra. edición: 2005, Editorial Antropofagia. www.antropofagia.com.ar

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  • Cartografas argentinas : polticas indgenas y formacionesprovinciales de alteridad / compilado por Claudia Briones -1a ed. - Buenos Aires : Antropofagia, 2005.330 p. ; 22x15 cm.

    ISBN 987-1238-03-7

    1. Etnografa Argentina. I. Briones, Claudia, comp.CDD 305.809 82

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11 723.No se permite la reproduccin parcial o total de este libro ni su almacenamiento ni transmisinpor cualquier medio sin el permiso de los editores.

    1ra.

    edicin: 2005, Editorial Antropofagia. www.antropofagia.com.ar

  • Captulo 2:

    El estado del malestar.Movimientos indgenasy procesos de desincorporacinen la Argentina: el caso Huarpe

    Diego Escolar1

    Si estamos acostumbrados a repetir aquello de Argentina crisol de razas, elaluvin migratorio, la cultura europea y otras frases ms o menos felices, valela pena pensar tambin que sin disminuir el valor y el impacto que ha tenidola inmigracin en la sociedad argentina, nuestro pas es tambin fruto de losmovimientos internos de poblacin. Desde 1895 han entrado al pas entre 5 y6.000.000 de migrantes externos, pero en el mismo lapso se han movilizadono menos de 7.000.000 de argentinos dentro de las fronteras de su pas.

    Atlas Demogrfico de la Repblica Argentina.En: Atlas Total de la Repblica Argentina (1982:110).

    Los huarpes de la regin de Cuyo eran considerados hasta hace pocos aosatrs un pueblo extinguido en los primeros tiempos de la conquista espao-

    la, segn consensos refrendados por historiadores, arquelogos y otros intelec-tuales regionales. Desde mediados de la dcada de 1990, sin embargo, en lasprovincias de Mendoza y San Juan una pequea pero activa militancia huarpeurbana promovi el reconocimiento de su identidad tnica y sus derechos ind-genas a travs de diversas acciones, estimulando un debate regional en torno ala existencia de los huarpes. Hacia fines de la misma dcada, el movimientohuarpe haba trasladado su epicentro desde las capitales provinciales a reas ru-rales econmicamente marginales, particularmente al denominado desierto,la llanura rida que se extiende al sureste de San Juan y noreste de Mendoza.

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    1 Investigador del CONICET en el CRICyT: Centro de Investigaciones Cientficas y Tecnolgi-cas (Mendoza) y docente del Doctorado en Ciencias Sociales - UNCuyo.

  • Si inicialmente los promotores huarpes eran pequeos intelectuales, artistas,artesanos, maestros, exponentes en general de una pequea burguesa urbana,en la actualidad los principales protagonistas del movimiento huarpe son cam-pesinos de escasos recursos y baja visibilidad poltica y social. Mientras el obje-tivo principal de los primeros fue y contina siendo instalar la idea de la exis-tencia de una identidad huarpe vigente con base en tradiciones, caractersticasbiolgicas y esencias inmateriales, el accionar de los segundos est centradopreponderantemente en la preservacin y recuperacin de su acceso a la tierra,el agua y de patrones ecolgicos histricos hoy degradados del hbitat queocupan.

    Sin embargo, mientras los militantes huarpes urbanos instalaron el debatesobre la identidad huarpe y lograron el reconocimiento oficial (provincial, na-cional y eventualmente municipal) a su existencia, fueron los rurales quienesterminaron obteniendo, a la postre, mayor aceptacin social como legtimos oautnticos referentes de la huarpidad en detrimento de los primeros.

    Este peso especfico que adquiere la ruralidad en el movimiento huarpe esconcordante con un conjunto de experiencias histricas y, especficamente,con imaginarios raciales y metaculturales selectivamente elaborados y reprodu-cidos a partir de las mismas. Dentro de los estndares culturales de autenti-cidad aborigen (Jackson, 1995; Briones, 1998a) operantes en Cuyo, uno de lostpicos principales es el que considera a los pobladores rurales como reales opotenciales verdaderos indios o descendientes de indios en detrimento delos urbanos, siempre devaluados en su autenticidad y sospechados o percibidoscomo indios truchos. Esta diferenciacin no slo es planteada por aquellosque descalifican al movimiento huarpe, sino por puesteros rurales para legiti-marse como verdaderos frente a los militantes urbanos; pero tambin, para-djicamente, por stos ltimos, quienes remiten su autenticidad huarpe al ar-gumento de ser oriundos del desierto o bien provenir de all sus ancestroscercanos.

    En este captulo analizo dos aspectos significativos del emergente huarpeque de algn modo parecen replicarse en otros movimientos de afirmacinaborigen en Argentina y que considero relacionados entre s. Me refiero alvnculo entre la representacin rural y especficamente rural-marginal dela autenticidad aborigen, y las experiencias de incorporacin y desincorpora-cin estatal de las poblaciones rurales subalternas de la regin como cuerpobiopoltico y ciudadana durante la mayor parte del siglo XX.

    Para el sentido comn de los sanjuaninos y mendocinos, el campo o el de-sierto (la montaa y la llanura rida) en oposicin a la ciudad (las capitales pro-

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  • vinciales) continan siendo el locus posible de la aboriginalidad provincial aun,paradjicamente, para aquellos que niegan la existencia de aborgenes en la re-gin. Desde el perodo tardo-colonial, argumentos e imaginarios de perte-nencia indgena se han proyectado sobre la poblacin rural subalterna, almismo tiempo que las reas urbanas y oasis centrales han sido representadascomo mbitos de poblaciones desmarcadas de identificaciones indgenas(Escolar, 2003). El eptome de esta parafraseando a Boaventura de SouzaSantos (1991) cartografa simblica de los imaginarios tnicos en la regines el rea de las hoy desecadas lagunas de Guanacache, antigua zona de refugioy supervivencia de huarpes a los rigores de la colonia hispana, ubicadas en elnorte de Mendoza y sur de San Juan (Escolar, 1999).

    Sin embargo, como he dicho, las memorias que hacen referencia a un paisajesociocultural rural asociado a lo indgena y huarpe no slo son rescatadas entrelos pobladores de reas rurales, sino tambin por activistas huarpe urbanos,quienes suelen remitir a un origen rural su prosapia huarpe autntica. Prcti-camente todos los militantes huarpes y otros actores urbanos que se identificancomo descendientes de tales, basan dicha identificacin en un origen ruralpropio o de sus parientes directos. Casi siempre, estos parientes han vivido enel campo o el desierto a principios del siglo XX y han tenido una experiencia demigracin a medios urbanos o periurbanos en sus dos o tres primeras dcadas.Las historias de vida que articulan estas memorias tematizan la dispora de susancestros hacia reas urbanas en las primeras dcadas del siglo, desde un terri-torio rural de donde son oriundos sus troncos familiares.2 Esta concienciadiasprica gira en torno a la prdida del acceso a la tierra y el agua, la proletari-zacin forzada y la fractura de valores adjudicados a la vida campesina como lareciprocidad, la limitacin de las necesidades de consumo, la solidaridad y au-toridad corporativa familiar centrada en el prestigio y conocimiento de los ma-yores.

    Como refiere la cita que inaugura este acpite, las migraciones internas en laArgentina han sido una realidad dominante en la demografa del siglo XX, alritmo de una creciente demanda de mano de obra industrial bajo la dinmicade sustitucin de importaciones y la intensificacin de desequilibrios econ-micos regionales desde la dcada de 1930.

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    2 Estos territorios originales se sitan en reas rurales de Cuyo, y sus destinos finales han sidolas capitales provinciales de San Juan, Mendoza, y en menor medida Crdoba, o la ciudad deBuenos Aires. Calingasta es uno de estos territorios expulsores, como lo son tambin pobla-dos y parajes rurales como Caucete, Los Berros, Pedernal, Cochagual y Media Agua, el reade las ex Lagunas de Guanacache y otras reas rurales del rido noreste mendocino.

  • Ya desde el ltimo cuarto del siglo XIX, las economas mendocina y sanjua-nina se haban orientado progresivamente hacia la industria vitivincola engran escala, generando un creciente proletariado rural impulsado por el incre-mento masivo de la demanda de fuerza de trabajo para el ciclo viatero y bode-guero (Bragoni y Richard, 1998). La obtencin de la mano de obra recaytanto en la inmigracin europea y chilena como, preponderantemente, en lapoblacin rural autctona, presionada por un sordo proceso de expropiacinde tierras y agua que se agudiz dramticamente hacia la dcada de 1930. Elcaso paradigmtico, nuevamente, es el desecamiento del complejo palustre deGuanacache por la apropiacin masiva de los caudales de los Ros Mendoza ySan Juan en los oasis centrales y la tala y extraccin indiscriminada de lea.3 Laconcentracin del control sobre tierras, agua y fuerza de trabajo fue posibili-tada, en gran medida, por la coercin extraeconmica y el control poltico delos aparatos de estado (fundamentalmente la polica y administracin de jus-ticia). Pero tambin, en trminos de historia cultural, por el terror inscripto enla memoria colectiva durante la represin de formas de resistencia campesinaen el siglo XIX, en particular de las montoneras tardas de 1860-1870 quetuvieron una fuerte connotacin de resistencia rural (Escolar 2003).

    Hacia la dcada de 1920 en Cuyo (anticipndose a lo que ocurrira en elplano nacional en la del 40), estos cambios fueron acompaados por transfor-maciones clave en la relacin entre el estado (y su representacin cultural) y lossujetos populares (y su representacin cultural). Bajo los gobiernos populistas(escindidos del Partido Radical) de el Macho Federico Cantoni y el Gau-chito Lencinas, el estado asumi nuevas atribuciones de regulacin econ-mica y de bienestar social, promoviendo legislacin sobre condiciones de tra-bajo, salario mnimo, seguridad social, y postulndose como rbitro de lasrelaciones entre capital y trabajo.4 Paralelamente, estos gobiernos expresaron ypromovieron nuevas formas de incorporacin poltica y ciudadana de los sec-tores subalternos, alentando la legalizacin e institucionalizacin de la fuerzade trabajo a travs de un movimiento obrero sancionado y regulado por elestado (Collier y Collier, 1991).

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    3 Esta rea se haba constituido desde la poca hispana en una zona de refugio para huarpes yotros grupos indgenas, que haban mantenido una importante economa basada en la gana-dera, la pesca, la caza y la agricultura (Rusconi 1961, Prieto 2000) y un beligerante grado deautonoma poltica hasta la dcada de 1870 (Escolar 1999 y 2003).

    4 Los populismos cuyanos de Lencinas en Mendoza y Cantoni en San Juan quebraron duran-te la dcada de 1920 la hegemona conservadora, anticipando con sus actos de gobierno y elestilo de movilizacin de los sectores subalternos muchas de las medidas y estrategias de in-corporacin poltica que implementara Pern a nivel nacional en la dcada de 1940.

  • Mi argumento es que el triple proceso de incorporacin poltica y laboral,5

    expansin de derechos y desarrollo de estado de bienestar que afect a los sec-tores populares durante la mayor parte del siglo XX constituy tanto la maqui-naria clave de la invisibilizacin de las identificaciones y marcas indgenas hastala dcada de 1980, como el principal referente de los parmetros culturales ypolticos de la emergencia indgena en la actualidad.

    El cuerpo huarpe o la inscripcin feno-mticade la biopoltica

    En las historias de vida narradas por aquellos que se identifican como huarpes oindios, el disciplinamiento estatal efectivo de reas rurales marginales, as comola incorporacin poltica, proletarizacin y masiva emigracin a reas urbanasde sus pobladores estn sugestivamente asociados al momento narrativo en quelas identificaciones indgenas o bien los mismos indios aparentemente desapa-recen del mapa cuyano. En el mismo movimiento, estos eventos propios de laconsolidacin del Estado y el mercado capitalista modernos son resignificadoscomo parte de una experiencia histrica indgena de larga duracin que los ha-bilita a identificarse como tales en la actualidad.

    Sixto Jofr naci en las Lagunas hace ms de setenta aos y parece mantenerun completo recuerdo de la vida lagunera de las dcadas de 1930 y 1940.Adscribe a los habitantes de la poca como indios y huarpes, reteniendo abun-dantes detalles sobre cmo los pobladores transmitan sus memorias huarpes alos ms jvenes. Recuerda a su abuelo Rosario Jofr como un cacique local,un indio muy entero, rico y generoso, que haba desarrollado una finca bajoriego en el desierto en que se estaban convirtiendo las Lagunas de Guana-cache a principios del siglo pasado, y haba conseguido mensurar y legalizar lapropiedad de la tierra de su grupo familiar algo que aoraban los lagunerospero que muy pocos lograban. Ya muerto su abuelo, en plena sequa de las La-gunas, Sixto emigr muy joven a localidades del centro-sur de la provincia deMendoza y se hizo contratista de via. Luego ingres como obrero en una granbodega donde comenz una carrera en el sindicato vitivincola, del cual llegara

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    5 Me refiero a la incorporacin masiva en un mercado de trabajo capitalista asalariado, me-diando la simultnea prdida de acceso a recursos econmicos domsticos de subsistencia.Por cierto, en este caso hasta el da de hoy uno y otro proceso distan de ser absolutos en lasreas rurales.

  • a ser secretario gremial por el importante distrito industrial de Godoy Cruz.Sixto era peronista y de tradicin familiar lencinista.

    Segn narra una joven estudiante sanjuanina del profesorado de historia, suabuelo de apellido Pelaytay (nacido en 1895 y fallecido hace ms de treintaaos) tambin tena un origen lagunero y autntico descendiente de indios ohuarpes. Como Rosario Jofr, Pelaytay parece haberse beneficiado de cierto es-plendor econmico de Guanacache hacia fines del siglo XIX y principios delXX, el cual se apoy principalmente en la explotacin triguera. Este abuelo seradica luego en la localidad sanjuanina de Caucete donde compra una pro-piedad y, al igual que Sixto Jofr, se hace viatero, cantonista y luego militanteperonista.

    El padre de una importante dirigente huarpe de San Juan naci en 1900, enun medio rural, y se radic en las primeras dcadas del siglo XX en el rea pe-riurbana de San Juan, donde trabaj como agricultor en los viedos. Sus obse-siones eran las historias de los arrieros, ocupacin que tuvo de joven, y su amora Martina Chapanay (una herona popular del siglo XIX, bandolera social ymontonera)6 y Julia Vega (una cantante de tonadas) definidas ambas por su hijay por extendidas tradiciones orales como huarpes. Segn esta dirigente, supadre contaba siempre la historia del territorio huarpe defendido por Cha-panay y su ejrcito, y le transmita el conocimiento sobre los lugares indgenascomo el camino del indio que segn l atravesaba las cercanas sierras deZonda y llegaba hasta el Per y las epopeyas del Gobernador Federico Can-toni, de quien el padre de Argentina fue ferviente militante y guardaespaldas.

    Relatos de migraciones rurales e incorporacin laboral y poltica son habi-tuales entre ancianos adscriptos como huarpes y radicados en reas urbanas.Giran en torno al xodo, ingreso al mercado de trabajo o a la pequea bur-guesa de los viateros, militancia o adhesin sindical o partidaria con Cantoni,Lencinas y ms tarde el peronismo y, finalmente, aoranza de sus tierras origi-narias y necesidad actual de recuperacin (o elaboracin) de una memoriaaborigen.

    La atribucin de sentido huarpe a las experiencias de dispora rural, sin em-bargo, no es privativa de quienes vivieron dichas experiencias, sino que se pro-duce tambin entre adscriptos de mediana edad o jvenes, nacidos en reas ur-banas, que rescatan el origen (pico) rural de sus padres y abuelos comoargumento de su propia condicin huarpe. De hecho, puede afirmarse queexisten ciertos estndares de memoria colectiva que habilitaran a determi-nados actores a identificarse o ser identificados como indios, huarpes o descen-

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    6 Ver entre otros antecedentes Chertudi (1971) y Estrada (1961).

  • dientes de tales, aunque no siempre emerjan como un argumento tnico cons-ciente o explcito. Como he mostrado en otro lugar (Escolar, 2003), lasidentificaciones huarpes o indgenas estn apoyadas en naturalizaciones biol-gicas y culturales que se traducen en categoras automticas de percepcin, pesea que no exista un lmite tnico claramente establecido en el sentido de Barth(1976), es decir, aunque las marcas ligadas a un sentido huarpe no siempresean diacrticas ni conformen una distincin permanente entre grupos.

    En el Departamento sanjuanino de Calingasta, por ejemplo, incluso aque-llas personas menos dispuestas en aceptar un posible ascendiente aborigen de lapoblacin se muestran entusiastas al afirmar que algunos individuos o gruposson descendientes de indios, a juzgar por su aspecto fsico. Rasgos faciales,color de piel, tipo y color de cabellos o un conjunto que no se desglosa en deta-lles tiene una buena pinta, basta mirarlos, es negro, fiero, se le cae lajeta de indio pueden ser considerados prueba inapelable y automtica de serindio.

    Un propietario minifundista, de tez blanca y una posicin relativamenteacomodada para los estndares locales, no tuvo empacho en admitir espont-neamente que todava quedan indios. Luego de que mencionara como tales auna serie de pobladores locales, la mayora viejos arrieros, le pregunt por qulos calificaba de indios. Su principal argumento es el de que poseen cara deindio. Posteriormente, se refiri como indios e indiecitos a la mayora de la po-blacin local: son todos indios, basta verles las caras. Por el contrario, un ve-cino suyo, de igual posicin social pero poseedor de tez oscura y otros rasgosconnotados como indios, elude afirmar cualquier resabio indgena y toda con-versacin relacionada con el tema. A pesar de poseer un fenotipo supuesta-mente indgena, forma parte de la elite local; es propietario de tierras y desa-rrolla exitosos cultivos exportables. Ha sido un ejecutivo vitivincola fuera desu poblado natal, al que volvi en edad madura.

    Existe, ms bien, una percepcin racializada que puede tener tanto signo ne-gativo como positivo. Entre activistas huarpes urbanos, por ejemplo, tenercara de indio u otros rasgos somticos constituye uno de los puntos princi-pales sobre el que se elabora la autoconciencia aborigen y se decide la adscrip-cin huarpe, aunque tambin sean la base de poderosos sentimientos devergenza o resentimiento.

    K es un joven de treinta aos, estudiante de artes y msico de su propiabanda de Blues. Es miembro de la Comunidad Huarpe del Cuyum, la promo-tora histrica de las identificaciones huarpe en San Juan. Al momento de cono-cerlo, en 1998, me coment que haca un ao se identificaba como huarpe,

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  • aunque siempre tuve esa idea pero no le daba pelota. Segn l, su inters re-ciente en identificarse pblicamente como huarpe fue una reaccin a prejuiciosdiscriminatorios cotidianos que sufri durante toda su vida, particularmenteen ciertos espacios que, como aprendi, podran estarle vedados a causa de suaspecto fsico. Como ejemplo, cuenta que en los supermercados habitualmentelo vigila de cerca un agente de seguridad porque soy negro, fiero, tengo el pelolargo y por ah tengo cara de trnsfuga. K posee algunos de los diferentesrasgos faciales caractersticos de muchos sanjuaninos, que suelen ser atribuidosa un fenotipo indgena. Su percepcin de la inconveniencia de tener cara deindio se hizo crudamente patente cuando intent formarse profesionalmenteen la Escuela de Enologa (tpica carrera y proyecto de ascenso social de jvenesde clase media), y al cabo de unos meses dej sus estudios a causa de la discrimi-nacin. La adscripcin huarpe provoc tambin resistencias en su entorno n-timo. En un almuerzo familiar unos primos se sintieron avergonzados porqueK dijo que su apellido era de origen indgena y, ms an, porque realiz com-plejos trmites para adoptar dicho apellido, adscripto por va materna. En elcaso de sus amigos, la negacin o sorpresa inicial por su identificacin huarpese tradujo rpidamente en aceptacin. K explic que en todos los casos, la re-nuencia de quienes no aceptan su identificacin radica en el temor a la sos-pecha sobre sus propias ascendencias indgenas. Sin embargo, la interpelacinracial puede reciclarse, como en su caso, transformndose en un blasn hon-roso, en un argumento positivo de identificacin. De modo complementario,la posterior aceptacin de sus amigos revela para K que existe una suerte dediscriminacin inversa, no aceptada socialmente, hacia los blancos. Haymucho resentimiento. Hay odio al gringo.

    La racializacin positiva a partir de rasgos fenotpicos funciona sin dudacomo un poderoso efecto de verdad para visibilizar lo indgena. Pero contra-riando a muchos sanjuaninos o mendocinos, los rasgos que pueden ser consi-derados indgenas o huarpes tanto por los adscriptos como por quienesniegan cualquier ascendencia no son unvocos, ni las marcas fenotpicas sonacotadas o corresponden a una tipologa ntida. Y lo que es ms inquietante,no se corresponden slo con las caractersticas de la porcin correcta de po-blacin que desde la perspectiva de las elites locales podra ser marcada comoindgena. Muchos rasgos biolgicos observables que localmente pueden estarvinculados al imaginario de lo indgena son compartidos por buena parte de laclase media y de la burguesa sanjuanina y mendocina, incluyendo personasque se adscriben orgullosamente como descendientes de italianos o espaoles.

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  • La poderosa naturalizacin y a la vez central ambigedad de los argumentosbiologizados de la condicin indgena, se evidencia en una prctica discursivade gran performatividad y, muy frecuente, en la articulacin de adscripcionesindgenas y huarpes: la exhibicin de fotos de ancestros cercanos oriundos dereas rurales.

    En el conurbano de Mendoza, Sixto Jofr seal a su hija con ceremonia:Y a usted le parece que esta chica es huarpe? Qu dice usted?. Ella, de unos50 aos y tambin militante huarpe, mostr unas fotos de laguneros de princi-pios del siglo XX. Posan vestidos para una fiesta, con traje y sombrero negro, encaballos oscuros, con algunas prendas de plata. Luego otra de un sobrino suyo,rubio y de ojos celestes. Cmo har ese chico para ser huarpe?, inquiere consorna.

    En la capital sanjuanina, una mujer de aspecto someramente blanco deunos cuarenta aos, clase media, acadmica formada en Europa, se mostrabasorprendida de que lo huarpe no se hubiera extinguido. Pero abandon re-pentinamente la conversacin para volver con una fotografa de su abuelo conpiel oscura, pmulos salientes, cabello y ojos negros, rasgos que, seal concierta emocin, mostraran que su abuelo era indio. Tambin afirm que ellasera descendiente de huarpes por cierta marca corporal secreta y su color de ca-bello, que probaran su pertenencia al linaje del cacique huarpe Angaco.7

    Durante una conversacin en Barreal8 con un grupo de jvenes, uno trajodos viejas fotografas para demostrar que su abuelo era indio, al igual que laabuela de un cuado. No ves las caras?, me dijo, sealando a una anciana detez morena, arrugada y con trenzas renegridas y a un anciano alto, moreno, conbarba y bigote.

    La fotografa produce tan vigoroso efecto de verdad que inclusive el slohecho de ser fotografiado por un gringo de la ciudad puede articular pragm-ticamente el debate sobre la identidad aborigen. Estando en Las Lagunas, tomuna fotografa de un puestero y su mujer. Aunque prcticamente no habamosmencionado la cuestin indgena, en el momento de la foto el lacnico pues-tero acot, irnicamente: La foto del cacique!.

    Sin embargo, casi todos los testimonios o comentarios referidos al carcterbiolgico de lo indgena observable en las fotos muestran que los rasgos te-nidos en cuenta no se agotan en el fenotipo, sino que incluyen un conjunto

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    7 Cuya hija, segn tradiciones locales que se remontan al menos a la literatura sarmientina(Sarmiento 1966 [1850]), trab enlace con el pelirrojo capitn espaol Juan de Mallea, apoco de la fundacin de San Juan.

    8 Departamento de Calingasta, en San Juan.

  • ms general de manifestaciones que suponen determinadas interpretacionescompartidas.

    Las fotos de abuelos o bisabuelos que traen los entrevistados de Calingasta,San Juan, Mendoza o Las Lagunas, muestran mujeres y hombres con sus ros-tros curtidos, arrugados, jinetes aperados en plata y tejedoras con largas trenzasy vestidos largos de telas rsticas. A veces se observa con claridad el paisaje, lostiles de labranza, viejos ranchos de adobe, tapia o caa. Y sobre todo, los foto-grafiados presentan cierta actitud y aspecto corporal que los observadores lo-cales automticamente asocian a lo indgena pero tambin, de un modo ge-neral, a la vida en el campo. Cuerpos nudosos y fuertes, deteriorados por elpaso del tiempo y el rigor climtico, manos callosas, miradas tmidas, descon-fiadas, arrobadas aunque puedan tener un sutil sesgo desafiante. Pero sus fe-notipos no son en rigor distintos de los de aquellos jvenes que sostienen las fo-tografas, aunque estos se consideren a s mismos generalmente slo comodescendientes de indios mientras definen a sus abuelos como indios pu-ros.9

    La circunscripcin de categoras raciales de lo indgena parece recaer, msque en la mera existencia de caracteres biolgicos marcados, en una narrativasubyacente que habilita que ciertos rasgos observables (biolgicos o no) natu-ralizados, sealen o permitan imaginar, a un determinado pblico, contextoshistricos, sociales o culturales que rodearon o moldearon a aquellos cuerpos.Estas categoras raciales incorporan subrepticiamente representaciones de pr-cticas y procesos sociales cuyas marcas pueden ser inferidas por un observadorculturalmente competente a partir de determinadas imgenes visuales porejemplo, a partir de marcas somticas producto de la edad y condiciones devida de las personas, la ropa, el gesto, los arreglos corporales, el entorno.

    Con base en un recorrido etnogrfico e histrico sobre la construccin depercepciones tnicas y raciales en Cuyo (Escolar, 2003), he propuesto que estasrepresentaciones biolgicas de alteridad, declaradamente fenotpicas peroque codifican culturalmente circunstancias histricas, sociales y culturales,pueden ser mejor denominadas fenomitos. Las racializaciones fenomticas natu-ralizan y eventualmente desplazan simblicamente los contextos culturales,circunstancias sociales o experiencias histricas que las habilitaron, constru-yendo al rasgo fenomtico como un fetiche de la historia y el conflicto social. O

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    9 Esto es semejante a lo que seala Cowlinshaw (1988) para el caso de los aborgenes australia-nos, y lo que diferencia este caso de aquellos en los que la vara para calificar el grado de mez-cla es un abstracto quantum de sangre independientemente del aspecto, como por ejem-plo en el anlisis de la etnognesis indgena en Canad de Rossens (1989).

  • sea, la historicidad y condicin social de dichos rasgos se oblitera en el mismoproceso que las inscribe como rasgos fenotpicos, pero no desaparecen de suhermenutica popular.

    Sin embargo, no siempre estas representaciones biolgicas se instituyencomo marcas fcilmente visibles, sino que incorporan diversos planos de repre-sentacin y niveles de abstraccin. Una informante de la localidad calingastinade Barreal que defina a sus abuelos maternos slo como descendientes de in-dios, cambi radicalmente su opinin al describir el estado de conservacindel cuerpo de su abuelo muerto, hallado luego de muchos aos a la intemperieen la precordillera.

    Pero Usted sabe? ll es verdadero indio, porque no se deshaca comose deshace uno cuando es muerto! No ve que cuando uno se muere, ya est co-mido de gusano, que s yo, la calavera? Pero el abuelo, lo fueron a traer alos seis aos. El abuelo estaba contactamente [por intactamente] amarilloas, y tena toodo as sequito, y la dentadura, y lo nico que le haban comidolos pjaros! [Hace un gesto juntando los dedos de sus manos.] las manitosy las piernas, a los deditos Pero l Estaba contacto! Como unaporque yo deca: por qu l? Y usted ve que un cadver se deshaceentero!

    En otro tramo de su relato, la narradora explicaba esta especial constitucinfsica indgena por el tipo de comida natural, autoabastecida y sin procesa-miento industrial, que consuman. La alimentacin es en efecto la base sobre laque se elabora uno de los fenomitos indgenas ms frecuentes. Z, un hombre deunos cuarenta aos que vive en Barreal, es muy reacio a marcarse como indio odescendiente, aunque muchos vecinos lo sealen como tal. Sin embargo, su dis-curso puede quebrarse momentneamente para establecer un vnculo positivocon los antiguos.10 En una entrevista, por ejemplo, reaccionaba a potenciales in-terpelaciones indgenas describiendo negativamente la vida de antes. Con-traponindola a su vida actual, describa carencias de su infancia como la so-ledad, la ignorancia, la falta de bienes de consumo, la exposicin a laintemperie y las dificultades para tener sexo. Pero cuando le pregunt si creaque la vida de antes era mala, su valoracin cambi enfticamente y comenz aloar al pasado. Destac entonces la alimentacin sana, con base en la recolec-cin de vainas de algarrobo o en cultivos familiares de porotos, trigo, maz, za-pallo y pimiento, con los cuales se producan, entre otras, comidas como el

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    10 Trmino utilizado a menudo como eufemismo por indios.

  • cocho, el locro, la tutuca, el apis, la chichoca, el arrope, el patay y la aloja. Tam-bin, que la gente dispona de mucha carne, proveniente del abundante ga-nado semi-cimarrn que supuestamente posean y de las especies de caza comoel guanaco y el choique o and. Por el contrario, en la actualidad la gente co-mera preponderantemente mercadera comprada, como fideos y alimentosenlatados, siendo sta la causa directa, segn Z, de su debilidad actual, suflojera o falta de voluntad para trabajar y su vida ms corta.

    Coincidiendo con Z, varios informantes asocian explcita o implcitamenteel paso a la dependencia de alimentos y artculos de consumo masivo a la trans-formacin de los antiguos o indios en los actuales pobladores locales des-marcados. Pero recprocamente, este marco narrativo puede servir tambin,segn las circunstancias, para marcar como indios o descendientes a muchos delos habitantes actuales, que an consumen con asiduidad productos de la caza,recoleccin o cocina tradicional. En Tamberas, el propietario blanco que se-alaba a la mayora de sus vecinos como indios apoyaba tal aseveracin (entreotros argumentos) en la continuidad culinaria de recetas como las mencio-nadas ms arriba, basadas en charque de guanaco, verdura deshidratada y maz,zapallo y porotos.

    Como he dicho, as como la realizacin fenomtica puede implicar diversosniveles de visibilidad de los rasgos marcados, tambin habilita distintos gradosde abstraccin, desplazamiento y sublimacin en stos de la propia histori-cidad implicada en su formacin y fijacin simblica. En el mitema de la ali-mentacin de los antiguos/indios, la mitologizacin biolgica puede tanto re-ferir explcitamente a e historizar parcialmente transformaciones sociocultu-rales, como elidir todo rastro de causalidad u origen del rasgo fenomtico,obviando cualquier referencia a las condiciones o argumentos sociales y cultu-rales que lo constituyen. En el relato de la preservacin inusitada del cadver desu abuelo, la informante ya citada supona como causa del fenmeno la ali-mentacin de los antiguos, aunque este argumento slo se manifest en untramo posterior de la conversacin y en referencia a otros hechos narrados.Uno de los jvenes de Barreal que mostraba la foto de su abuelo recordabacomo evidencia de su condicin indgena la dentadura completamente gas-tada, aplanada, como muelitas, rasgo que haca extensivo a otros ancianosconsiderados indios. Sin embargo, por otra informacin sabemos que estas de-formaciones pueden deberse a tcnicas de procesado de alimentos generali-zadas en el rea hasta mediados del siglo XX. Muchos informantes recuerdan eluso de conanas de piedra para majar y moler maz, vainas de algarrobo o trigo.Segn Rusconi (1961), un tipo de desgaste dentario similar se aprecia en mu-

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  • chos esqueletos precoloniales, y sera resultado de la masticacin de pequeaspartculas de roca desprendidas habitualmente de los morteros y conanas en elproceso de molienda de maz y algarrobo.11

    Qu cuentan estos fenomitos? Para los objetivos de este anlisis alcanza consealar que constituyen mitologizaciones/historizaciones en el sentido de Te-rence Turner (1988), como smbolos y narrativas utilizados para construir sen-tido sobre procesos de cambio y conflicto social percibidos como estructurales,o como impuestos desde fuerzas trascendentes, fuera del alcance de la propiaagencia social. Las marcas fenomticas, en estos trminos, contribuiran a ins-cribir como naturaleza biolgica de los actores el resultado de experiencias,procesos de cambio y conflicto social, racializando por ende posiciones declase, status, estructuras de dominacin y jerarqua resultantes de los mismos.La discontinuidad racial de los antiguos/indios con los actuales habitantes (esta-blecida a menudo por los propios actores que luego se adscriben como ind-genas) a partir del cambio en la alimentacin est asociada en este sentido aprocesos tales como la prdida del control sobre los medios de produccin, larestriccin de la caza, la dificultad para mantener animales de cra o ganado acampo y el quiebre de la produccin hortcola domstica por falta de agua.Tambin, a la mercantilizacin de alimentos y la dependencia de un mercadode consumo capitalista, la compulsin a la venta de la fuerza de trabajo en de-trimento del trabajo autnomo y el reemplazo o devaluacin tanto econ-mica como cultural de los procesos de trabajo, saberes y tcnicas de produc-cin tradicionales.

    En sntesis, las marcas racializadas parecen apoyarse, ms que en rasgos fe-notpicos, en las disposiciones y efectos de condiciones particulares de vida. Lainscripcin de experiencias colectivas e individuales plasmadas o no enmarcas observables son adscriptas a la constitucin biolgica. As, por ejemplo,si en general los viejos en las fotos de los jvenes sanjuaninos parecen ms in-dios, esta apariencia est ligada a las condiciones de vida en zonas rurales, al ha-bitus vinculado a ciertas prcticas, procesos de trabajo, la exposicin al rigorclimtico y el tipo de alimentacin ingerida.

    Esto no implica, por cierto, que en tanto racializaciones puedan ser conside-radas ms verdaderas o legtimas aquellas que se basen en rasgos fenotpicosque las fenomticas. Ms bien nuestro anlisis llama la atencin primero sobreel hecho de que las dos son culturalmente construidas incluyendo sobre todo

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    11 Carlos Rusconi afirm haber observado un particular desgaste de las coronas dentales en cr-neos de aborgenes que se encontraran desprovistas de los tubrculos molares o bien pre-sentando una superficie lisa y rebajada hacia un costado (1961: 263).

  • su imagen de naturaleza. En segundo lugar, que ambas operan fetichizandoexperiencias y memorias histricas, por lo que probablemente sea muy difcil,sino imposible, encontrar casos de racializaciones puramente fenotpicas queno sean producto tambin de procesos fenomticos.

    Si los fenomitos de algn modo representan la historia, en tanto smbolosdecididamente no arbitrarios cargan tambin con su propia historicidad.Por lo tanto, un paso fundamental para reconstruir la historia de las percep-ciones raciales y tnicas indgenas en Cuyo consiste en indagar los procesos ma-teriales y simblicos por los cuales estos fenomitos se articularon en el pasado,cmo se construyeron y eventualmente transformaron sus subsumidas argu-mentaciones, y qu coyunturas propiciaron su emergencia. Aunque este pro-yecto excede sin duda los alcances del presente captulo, bastar a la argumen-tacin que aqu desarrollamos aproximarnos a las percepciones raciales de loindgena que se articulaban en el perodo referencial de lo huarpe/indgena au-tntico segn el discurso y percepciones fenomticas actuales. Es decir, el mo-mento previo a las transformaciones socioecmicas y polticas de lo hemos de-nominado siguiendo a Collier y Collier (1991) perodo de incorporacin.Exista en ese perodo una propia percepcin indgena o huarpe, en trminosbiolgicos, de los pobladores rurales subalternos en Calingasta, Guanacache,etc.? Exista y, en todo caso, cmo argumentaba y operaba una tal percep-cin desde otros sectores sociales, particularmente aquellos con poder parainstaurar las agendas y sentidos hegemnicos?

    Entre la dcada de 1930 y la de 1940, el naturalista y antroplogo CarlosRusconi (1961) realiz una serie de entrevistas y registros fotogrficos de no-venta y ocho habitantes rurales y periurbanos de Mendoza y parte de San Juan,que consideraba de origen indgena.12 Para obtener datos y formar un lbumiconogrfico de esos seres, Rusconi emprender una serie de viajes a Guana-cache y otras reas rurales de Mendoza, encontrndose con que no slo los

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    12 La tarea fue encarada a raz de un hecho que aparentemente conmocion a parte de la socie-dad mendocina, cuando en 1937 un centenar de laguneros fueron trados por el gobernadorde Mendoza a conocer la ciudad capital, ocasin en que peticionaron al gobierno provincialalgunas mejoras para esas regiones olvidadas; algunas personas, dice Rusconi, cre-yeron ver a los aborgenes puros y cuando no a los representantes de la tpica nacin huar-peana (Rusconi 1961: 111-112). La cuestin de demostrar que estos campesinos no eranaborgenes o huarpeanos preocup a Rusconi, quien haba llegado de Buenos Aires paradesempearse como director del Museo de Historia Natural de Mendoza. Muchos viejos la-guneros que he entrevistado guardan un vvido recuerdo del evento donde participaron suspadres. Durante una semana hombres y mujeres fueron regalones del gobierno, alojadosen buenas camas, excursionando por la ciudad y protagonizando bailes y banquetes queincluan, para su sorpresa, culinarias hasta entonces desconocidas.

  • huarpeanos amenazaban la europeidad de la comunidad imaginada mendo-cina, sino tambin abundantes indgenas supervivientes a las Campaas delDesierto incorporados como criollos.13 Rusconi no fue el nico, sin em-bargo, interesado en desarrollar una iconografa de los atributos corporaleshuarpe, sino que pareci coincidir en esta tarea con la insistencia de parte de laintelectualidad provincial de la poca en circunscribir la raza huarpe. Duranteel mismo perodo, por ejemplo, el pintor de origen cataln Fidel Roig Matnsdesarroll tambin su principal serie pictrica Vestigios Huarpes, consistenteen retratos figurativos de puesteros de Guanacachey pocos aos ms tarde, Sal-vador Canals Frau desde fines de la dcada de 1930 director del Instituto deEtnologa Americana de la Universidad Nacional de Cuyo determina en1946 el tipo hurpido. Basndose principalmente en fuentes coloniales tem-pranas y una antigua tradicin Cuyana, Canals Frau determinar que loshurpidos eran longilneos, comparativamente ms altos y delgados queotros aborgenes vecinos (araucanos, pampas, capayanes, etc.), su cabeza y caraalargadas y la bveda craneana alta, un tono de piel ms oscuro y una mayor pi-losidad (Canals Frau, 1946).14

    Pero los esfuerzos etnogrficos de Rusconi, contrastando con la postura t-pica de acadmicos e historiadores locales como el propio Canals Frau de ex-pulsar hacia el pasado los resabios huarpes (fundamentando su estudio slo endocumentos coloniales y restos arqueolgicos), permitieron rescatar parcial-mente el discurso de los propios actores fotografiados. Aunque esto no se re-flej, sin embargo, en las categoras raciales elaboradas por Rusconi las cualesa menudo contrastan con la ascendencia huarpe autoatribuida por sus infor-mantes, s dieron parcialmente cabida a stas, ya que aceptaron la pervivenciacontempornea de rasgos e identificaciones huarpe en el mismo perodo ycontexto intelectual en que se articulaba la narrativa de su temprana extincin(Escolar, 2003).

    La frontera entre el indio y el criollo se presenta como un nudo problem-tico tanto en la actualidad como en aquella poca. Rusconi caracterizar a lossujetos segn una clasificacin que incluye desde el indio puro hasta el

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    13 stos haban sido trasladados desde distintos campos de concentracin militares de Pampa yPatagonia y el sur de Mendoza por el coronel y luego gobernador de la provincia RufinoOrtega, siendo repartidos como peones rurales o sirvientas urbanas entre familias de la oli-garqua mendocina.

    14 Canals Frau arriba a la conclusin de que los hurpidos habran constituido un tipo racialindependiente, emparentado sin embargo con el de los comechingones de Crdoba, lospuelches de Cuyo y los pehuenches antiguos al sur del Ro Diamante y Neuqun (CanalsFrau 1946, especialmente: 50-52).

  • criollo, pasando por tipos tales como el criollo con pocos rasgos indgenas,mestizo con muy poca mezcla, huarpeano, tipo puro puelche, tipopuro pehuenche, etc. El principal criterio de decisin operante en las deci-siones de Rusconi sobre el carcter indgena o criollo de los actores es su edad.Todos los nios o jvenes son criollos, aunque sus padres tengan apellido in-dgena y sean considerados indgenas por el propio Rusconi. Pero, las descrip-ciones de unos y otros no permite inferir cules son los rasgos por los cuales loshijos son ms criollos o mestizos que los padres o los jvenes que los viejos.

    La teora de Rusconi es que los indios se convierten en criollos de acuerdo alimpacto del medio social, cultural, geogrfico y psicolgico en que se insertan,cambios que no slo modelan su psiquis y su conducta, sino tambin sus carac-teres somticos, aunque no medien cruzamiento de sangres o modificacionesgenticas. Es decir, los caracteres biolgicos indgenas se pierden en el pasoentre generaciones, a veces en un lapso muy corto y sobre todo sin mediarintercambios o mezclas de sangre.

    Pero esta teora parece haber sido disputada entonces por los propios lagu-neros. Frecuentemente, la falsa inmanencia fenotpica que por un lado lleva aRusconi a ver criollos choca con la informacin proporcionada por los pro-pios fotografiados respecto de su cercana ascendencia huarpe.

    Toribio Guaquinchay ha nacido en el departamento de San Martn, Men-doza, en 1909. Trabaja hace 16 aos en el ferrocarril y es encargado de unaestacin del Departamento de Las Heras. La foto est tomada en 1943, juntoa un moderno edificio, rodeado de enredaderas. Mira la cmara sonriente yconfiado. Es de mediana estatura y complexin robusta. Est vestido de im-pecable traje oscuro con chaleco, corbata clara y pauelo blanco al cuello,perfectamente afeitado y peinado, con el cabello corto y sin sombrero. Noimporta que Toribio reconstruya su genealoga huarpe hasta cuatro genera-ciones, o que mencione que los Guaquinchay, junto con los Talquenca,Allaime, Guayama, Lencinas, Jofr y otros forman parte de una extensa fa-milia de sus antepasados. Toribio es un trabajador incorporado, un mo-derno empleado de servicios pblicos; acta, se viste y habla en forma civili-zada. Trnsito Tagua tambin est fotografiada en 1943, a los 35 aos deedad. Nada nos dice Rusconi de su actividad, o dnde vive. Pero la foto esttomada en plena ciudad de Mendoza, junto al Museo de Historia Natural.Trnsito est sonriente, con un beb en brazos, de sobretodo oscuro, con elcabello hasta los hombros, suelto y peinado con raya al costado. Tambin esdefinida como criolla, aunque sus padres son huarpes, tal vez puros, diceRusconi seguramente por informacin de la propia Trnsito. La fotografa

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  • de Mateo Talquenca, de 19, est tomada junto a un puesto de las Lagunas.Pero su porte es erguido, su cutis no est agrietado, su sombrero negro estan en buen estado y lleva saco con camisa abotonada hasta el cuello. Est de-finido como criollo, aunque su madre sea catalogada como mestizohuarpe y l mismo se asemeje ms que ningn otro al tipo huarpano deCanals Frau: alto, flaco, desgarbado.15

    Al comentarme las fotos de Rusconi y las reproducciones de cuadros de RoigMatns,16 el septuagenario Sixto Jofr no slo reconoci a la mayora de los re-tratados, contemporneos de su infancia en las Lagunas, sino que asumi esasimgenes como prueba incontrastable de su identidad huarpe: Era un indiomuy entero, mire este huarpe. Realizando un breve experimento, mostr adistintos entrevistados las fotos y reproducciones de cuadros sobre lagunerosde la dcada de 1930. Tanto activistas huarpes como personas que slo seasumen descendientes sealaron como indios o huarpes puros a todos losfotografiados, aunque la mayora de los retratados haban sido caracterizadosexplcitamente por sus realizadores como tipos criollos, salvo una minoraconsiderada con rasgos indgenas.

    Los ancianos arrugados, con la piel reseca por los agentes climticos, los ojoshundidos u oblicuos, sus cuerpos nudosos, las uas partidas, cabellos desgre-ados, vestimentas radas, miradas desconfiadas, parecen abonar el estereotipovisual de los indios. Mientras tanto, la mayora de los observadores, al igualque Rusconi y Roig Matons, percibe como criollos a los jvenes, nios y enmenor medida personas de mediana edad que en las fotos aparecen erguidos,con la piel ms tersa, sus huesos menos visibles y en especial cuando los rodeaun entorno urbano y estn vestidos con ropa de la ciudad. Se proyecta enellos una disposicin ms cosmopolita, cierto glamour civilizado.

    Tal vez cabra preguntarse por qu modos de percepcin, discursos e im-genes de larga duracin como aquellos que nutren a los fenomitos huarpeshan podido perdurar y reelaborarse pese a la frrea y secular imposicin delparadigma de la extincin indgena en Cuyo. Por qu casi todos los infor-mantes ven indgenas donde Rusconi quera ver criollos, o por qu inclusomuchos de quienes niegan la existencia o ascendencia indgena puedenaceptar como tales a sus propios abuelos? Ms all de la longevidad de las per-cepciones tnicas o raciales vinculadas a lo huarpe, por qu emergen o se ins-

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    15 Ver nota nmero 14.

    16 Reproducidas con gran calidad de impresin en un libro recientemente editado por sus hijos(Roig, Fidel A, Arturo Roig y Hnos. 1999)

  • talan como debate pblico en determinadas coyunturas histricas, particu-larmente en la actualidad?

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    El postulado de que la crisis del estado del bienestar y las reformas del Estadoimpuestas en el marco de la hegemona neoliberal han alterado drsticamentelos movimientos, prcticas y subjetividades polticas, constituye ya un lugarcomn en la teora social argentina. Sin embargo, poco se ha ponderado el im-pacto que este proceso ha tenido sobre las representaciones colectivas de identi-dad, no slo a raz de transformaciones en las prcticas sociales y polticas, sinoen las representaciones culturales del vnculo entre Estado, ciudadana y subje-tividad por los cambios producidos en la idea del estado (Abrams, 1988).Considero que ste es uno de los factores cruciales (y prcticamente ajeno delos anlisis acadmicos), tanto de la histrica invisibilizacin como de la sor-prendente visibilizacin o emergencia actual de identificaciones indgenas enla Argentina.

    El nfasis en la relacin entre representaciones del estado y de identidadcomo factor crucial del emergente huarpe no niega otros tpicos habitual-mente sealados como causas de la reetnizacin indgena en el pas: una agendaindigenista transnacional en abierta expansin, la instalacin polticamentecorrecta de discursos exegticos de la diversidad cultural o de emancipacin atravs de polticas de la diferencia y la expansin de derechos a travs de la pro-duccin de legislacin indgena (GELIND, 1999a y 2000a). Ciertamente, esteescenario coadyuv al crecimiento de los movimientos aborgenes al otorgarmayor legitimidad a demandas sociales formuladas como tales (particular-mente en plena retraccin del mercado de trabajo y aumento de la margina-lidad socioeconmica) y habilitando a sujetos definidos como indgenas a re-cibir un indito flujo de programas asistenciales o de desarrollo desde elEstado, organismos multilaterales u ONGs (Isla, 2002). Sin embargo, mi an-lisis del caso huarpe permite apreciar que la coyuntura de la emergencia o ree-mergencia de identificaciones indgenas excede la eficacia de aquello que concierto reduccionismo suele ser sealado como su principal causa: el mero opor-tunismo, fruto de una racionalidad poltica instrumental de coyuntura degrupos que se disfrazan de indios para acceder a recursos. Sin negar el im-pacto de estos factores, puede sealarse que esta perspectiva no agrega dema-siado a la comprensin del fenmeno. Por un lado, en trminos analticos su-

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  • pone casi una verdad de perogrullo, ya que difcilmente pueda encontrarsealgn caso actual o histrico de etnognesis sea la proliferacin, creacin, fi-sin y fusin o invisibilizacin de identidades y grupos tnicos en el que nohayan estado involucrados, en distintos perodos, factores polticos y socioeco-nmicos coyunturales (Escolar, 2003). Por el otro, el aspecto instrumental delas identificaciones tnicas no difiere sustancialmente del que puede detectarseen la historia o la actualidad de otros grupos o identidades colectivas, como porejemplo las identidades regionales, nacionales o de clase modernas, grupos destatus o corporativos, las cuales, ms all de su definicin en trminos cultu-rales, tradicionales o sentimentales son siempre (en tanto derivadas o articula-doras de relaciones econmicas, de poder o autoridad) identidades polticas.

    En efecto, poco aportara el postulado conceptual de instrumentalidadcomo causa sin cotejo etnogrfico de las prcticas sociales a la comprensin deaspectos cruciales de nuestra problemtica. Por ejemplo, cmo y por qu elmovimiento indgena en la Argentina se articula sobre determinadas identifi-caciones y significados y no otros, qu factores habilitan que para mucha gentesea natural y legtimo identificarse como indgenas, cmo los actores de identi-dades emergentes o invisibilizadas consiguen rpidamente revisar y naturalizarsu historia colectiva en trminos de historia indgena, cmo y por qu muchostpicos de tales historias involucran memorias que remiten a eventos suma-mente distantes (doscientos o cuatrocientos aos). En este sentido, resultaajustado el reclamo de Briones (1998) de resistir estructurar nuestro anlisis dela aboriginalidad desde un estril debate en torno a la autenticidad cultural y,en cambio enfocarla ms como proceso de larga duracin que como circuns-tancia, tanto en su carcter construido en el presente como en trminos de his-torias de formacin de grupo de larga duracin. Por ello, un correcto estudiode estos fenmenos debera comenzar por complementar el anlisis de la co-yuntura y las prcticas pragmticas de los actores con respecto a sus identifica-ciones colectivas, con el de los procesos poltico-culturales, demandas y argu-mentos de larga duracin en los cuales se insertan (Escolar, 2001 y 2003).

    En mi tesis doctoral (Escolar, 2003) he intentado demostrar que dichos pro-cesos de larga duracin involucran sobre todo el modo en que durante el pro-ceso de construccin del Estado Nacin los estados provinciales y el nacionalconstruyeron soberana variando peridicamente sus estrategias de control so-cial, disciplinamiento y representacin cultural o modos de estatidad, im-pactando de forma particular en las subjetividades colectivas en tanto campocrucial de produccin de hegemona (ver tambin Escolar, 2001). Este pro-ceso, considero all, fue y es tan importante para la dinmica moderna de abori-

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  • ginalidad como el proceso de formacin y deliberacin de las comunidadesimaginadas nacionales o los preceptos del nacionalismo este ltimo privi-legiado como eje en estudios de los ltimos aos (Williams, 1993; Briones,1998).

    Rastrear este vnculo en el caso cuyano constituye un buen ejemplo paraproyectar un anlisis semejante en contextos o escalas ms amplios.

    En San Juan y Mendoza, desde la dcada de 1920 hasta la de 1980 comoen muchas regiones del pas luego del primer gobierno de Pern en la dcadade 1940 el modelo hegemnico de estado de bienestar se cristaliz cultural-mente en torno a una imagen relativamente benigna del Estado. Este modelorepresentaba la idea del Estado (Abrams, 1988) como garante de la equidad ojusticia social y el consumo de las masas, como rbitro entre los intereses cor-porativos y conflictos de clase y como promotor de la incorporacin poltica yciudadana de sectores sociales subalternos.

    Esquemticamente, el modo de produccin de soberana del perodo sebas, ms que en el disciplinamiento coercitivo del Leviatn (perspectiva pre-ponderante entre los sectores populares hasta las primeras dcadas del sigloXX), en la primaca del poder pastoral (Foucault, 1991a) para la regulacinpositiva de la existencia biolgica y vida cotidiana, la extensin de prestacionessociales, servicios de salud y la formacin moral de las poblaciones subalternascomo ciudadanos y trabajadores. Esta etapa coincide con el advenimiento delmodelo secular de sujeto homo laborans (Arendt, 1990 [1958]) y la extensinmasiva de la esfera del consumo, la comunicacin masiva, la burocratizacin(Mouffe, 1988), la seguridad social y la ampliacin de derechos a sectores po-pulares, que permiti una intervencin y regulacin social sin precedentes, quehabilit la produccin de una soberana biopoltica prctica, intersticial, msque meramente disciplinaria y jurdica, sobre esferas de la vida previamenteajenas a su ingerencia. Este modo de control social remite a un ethos consagra-torio de un amplio abanico de relaciones materiales y simblicas, figurada-mente reciprocitarias entre el Estado y los sujetos bajo su pretendida soberana.El Estado daba beneficios y prestaciones sociales, derechos, desarrollo; elpueblo devolva trabajo, lealtad y canalizacin pacfica de los conflictos pol-ticos al Estado y la Nacin. Este vnculo reciprocitario entre el Estado y elpueblo tendi a instalarse bajo una representacin anloga a lo que MarshallSahlins (1977) denomin reciprocidad generalizada. Esto es, un modo de in-tercambio altruista, eventualmente gratuito, ajeno al clculo interesado y ba-sado en relaciones de amor, proteccin y contencin, cuya obligatoriedad estfundada bsicamente en la lealtad.

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  • Esta reciprocidad estatal constituy a mi modo de ver uno de los aspectosclave, durante buena parte del siglo XX, de lo que Philip Abrams (1988) con-ceptualizara como la histricamente cambiante idea del estado, que permiteque el conjunto heterogneo de agencias, prcticas, instituciones y estructuraspolticas de gobierno y administracin que forman el sistema de estado seapercibido como una totalidad estructurada, un macro agente con volicin,proyecto e incluso destino propio. Abrams propuso en una sugerente hiptesisque la representacin del estado como una unidad coherente o incluso comoun actor, dotado de una racionalidad propia y animado de propsitos trascen-dentales y legtimos por encima de intereses sectoriales, tiene consecuencias di-rectas en la articulacin de los sujetos en su propia sujecin. Sugiero que en losestados nacin modernos, la modalidad que adquiere la nocin de una recipro-cidad existencial entre el estado y sus sujetos es fundamental en la estructura-cin y desestructuracin de representaciones identitarias, adems de creencias,motivaciones y eventuales demandas, al punto en que tambin lo son los estilosde formacin de comunidad imaginada e interpelaciones nacionales.

    La imagen de reciprocidad estatal caracterstica de lo que globalmente lla-mamos estado de bienestar no slo codificaba ideolgicamente la contrapartede la sujecin popular como un determinado flujo e intercambio de bienes y ser-vicios materiales y simblicos, sino que otorgaba sentido a la vida a travs de de-rroteros de crecimiento individual y colectivo, bitcoras de experiencia social,destinos previsibles e identidades, desde la cuna hasta la tumba. Desde su naci-miento, asistido por obras sociales u hospitales pblicos subvencionados por elEstado, un individuo vea garantizada su educacin gratuita a cargo del Estadocomo un derecho inalienable. Al enrolarse como trabajador, el Estado le garanti-zaba un abanico de derechos laborales y sociales, al mismo tiempo que la obten-cin de empleo se encontraba en la prctica garantizada por un cierto nivel dedesarrollo econmico, eje prioritario declamado en la agenda estatal. En elmismo sentido, un importante nivel de representacin poltica y proteccin so-cial a los trabajadores estaba implicado en el papel explcito del Estado como me-diador de conflictos de clase y corporativo. Tambin la salud, las vacaciones, elocio, los riesgos de invalidez, eran cubiertos por el Estado o por sindicatos en loscuales el Estado delegaba dichas funciones y garantizaba su financiamiento. Fi-nalmente, una vez retirado de la actividad laboral, los ex-trabajadores vean cu-bierta por el Estado una jubilacin o pensin que les permita vivir decorosa-mente hasta la hora de su muerte. Aunque las prcticas y el control estatal nuncaalcanzaron de manera pareja o similar a todos los habitantes, la vida de la genteamaneca y anocheca con el sol del Estado.

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  • Este poderoso rol atribuido al estado-mundo-de-vida fue uno de los ejesprincipales del modelo de incorporacin nacional argentino de sectores popu-lares o subalternos como ciudadanos-trabajadores culturalmente homog-neos y tnicamente descaracterizados, cuyas identidades diferenciales al inte-rior de la nacin se definan ms en trminos sociales y eventualmenteregionales o provinciales, que de especificidad tnica o racial. Pero la crisis deeste modelo y de la idea del estado preponderante hacia fines del siglo XXva a constituir en mi opinin el principal impulso a la re-subjetivacin abo-rigen de ciertos colectivos populares, incluso o sobre todo en el seno de re-giones y provincias consideradas absolutamente libres de indios o carentes deuna historia indgena moderna.

    Para muchos sanjuaninos, como para el resto de los argentinos, la dcada de1990 pareci marcar el fin de este acendrado destino estatal. En coincidenciacasi puntual con la crisis del modelo de reciprocidad estatal del estado de bie-nestar sanjuanino, y especialmente con el desarrollo de una percepcin colec-tiva sobre esta crisis, emergieron y se articularon las identificaciones, demandasy organizaciones huarpe en la provincia. Rastrearemos este proceso parailustrar nuestro argumento.

    En el caso sanjuanino, como en otras provincias, paradjicamente el papeldel Estado como proveedor y garante de la incorporacin se mantuvo o incre-ment a travs de la oferta masiva de empleo pblico. Mientras que por unlado abandonaba reas de regulacin econmica y social, la administracin p-blica provincial se transform en una suerte de ltimo bastin de la contencinsocial a travs del empleo pblico masivo y precario. En cierto modo, entonces,consolidada la hegemona neoliberal, el estado empleador provincial per-dur adems de como un resabio excntrico del estado del bienestar comocono tardo de la moral reciprocitaria generalizada que vinculaba al Estado ylos sujetos estatizados en el imaginario del perodo de incorporacin. Duranteel perodo, el estado sanjuanino absorbi el excedente de mano de obra gene-rado por la fuerte crisis de la vitivinicultura. En plena hegemona neoliberal,an con la reforma del estado y drsticos ajustes en las estructuras estatales de lanacin, la planta de empleados creci prcticamente al doble (Muro et. al.1999: 76), llegando a incorporar en 1999 como asalariados aproximadamenteal 7,8 % de la poblacin absoluta de la provincia. En el gran San Juan, donde seconcentra el 78,1 % de la poblacin, los empleados del estado provincial eranel 23 % de la poblacin ocupada durante el ao 1999.17 A estos guarismos hayque sumarle el empleo generado por los municipios, sobre todo en los departa-

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    17 Proyeccin propia en base a datos proporcionados en Muro et. al (1999).

  • mentos ms pobres.18 La incidencia de los salarios en el presupuesto provincialse elev del 38 % al 64% entre 1986 y 1996, siendo mayor tambin en los de-partamentos pobres, en especial los dos fronterizos (Calingasta e Iglesia),donde el empleo pblico, jubilaciones y pensiones nacionales o provincialesson la principal fuente monetaria, alcanzando, como en Iglesia, al 90% de lapoblacin econmicamente activa (Pastor, 1999).19 A travs del empleo o lapasanta en las estructuras estatales municipales, provinciales (servicios elc-tricos, hidrulicos, vialidad, educacin), o nacionales (Gendarmera Nacional)o bien jubilaciones y pensiones, la mayora de la poblacin est incorporada ala esfera estatal paradjicamente y a menudo, no slo como objeto sinocomo sujeto estatal. Las fronteras entre Estado, sociedad y subjeti-vidad no podran ser ms borrosas en este tipo de contextos, donde la mayorade alguna manera forma parte del Estado. La alta dependencia del Estadocomo proveedor de empleos y pensiones impact en las propias representa-ciones de estructura social local, como afirmaba un informante,

    [] vos encontrs dos clases, o tres clases de gente los del servicio elctrico,que tienen un sueldo determinado, tienen su crculo. Los municipales, que sonms ordinarios tienen su crculo, y el pobre que se la gana por el otro lado,bueno ese ese es el que va y viene, es el clsico del lugar [].

    Sin embargo, lejos estuvo este creciente nmero de puestos de trabajo deremitir, como antao, a estrategias de promocin de desarrollo econmico.Este estado empleador gener cada vez ms puestos de escasa o nula producti-vidad que en la prctica funcionaron como subsidios de desempleo encu-biertos, pero que distribuan de algn modo los recursos monetarios de la na-cin constituyendo, si no la locomotora, al menos el alicado pulmotor de laeconoma local.

    Un dato significativo para entender la emergencia de identificaciones, orga-nizaciones, demandas y acciones polticas huarpes en reas urbanas y rurales esque el despegue del incipiente proceso de emergencia tnica se da precisamentecuando el ejecutivo provincial declara en 1994 un default en el pago de las

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    El estado del malestar

    18 El masivo incremento del empleo pblico, como otras erogaciones del estado sanjuanino, esfinanciado por el Estado Nacional quien a travs de fondos de Coparticipacin Federal oATN (Aportes del Tesoro Nacional) aport recursos para solventar ms del 90% del presu-puesto de San Juan, que raramente supera el 10% en recursos propios.

    19 En Iglesia, por ejemplo, de los $230.000 que se repartiran por Coparticipacin Federal,$210.000 se destinaran a sueldos, mientras que slo los $20.000 restantes se aplicaran aservicios (Pastor 1999: 2.3).

  • cuentas pblicas, incluyendo los salarios al personal, y se genera una grave crisisde legitimidad del modelo de reciprocidad estatal. En 1994 se verifica tambinel mayor dficit del estado provincial desde el restablecimiento del sistema de-mocrtico, alcanzando el 32% del presupuesto, y al ao siguiente se registra elmayor pico de desempleo, un 20%. La crisis se atenuar con aportes nacio-nales, cuyo porcentaje sobre el presupuesto se incrementa al 58% en 1994 yllegar al 80% en 1996 (Muro et al., 1999). La falta de pago es acompaadapor la reduccin masiva de salarios a los empleados estatales, lo cual desembocaen el movimiento de protesta denominado Sanjuaninazo, motorizado por gre-mios de empleados pblicos. Las principales manifestaciones de protesta se-ala un informe del PNUD han surgido de sectores vinculados al Estado, his-tricamente principal proveedor de empleo, tales como docentes, profesio-nales de la salud y empleados pblicos, que han sido fuertemente afectados porel proceso de reforma (PNUD-BID, 1988:292-293).

    El perodo inicial del emergente huarpe urbano o su toma de estado pblicose produce tambin en 1994. Primero, con la participacin de representanteshuarpes en la elaboracin del artculo 75 inciso 17 de la reforma constitucionalnacional. Luego, con la adhesin de San Juan a la ley indgena nacional 23.302y, posteriormente, con la declaracin de la Legislatura como de inters provin-cial el proyecto Educar para la Vida de la Comunidad Huarpe del Territoriodel Cuyum. En este perodo comenzar a producirse la participacin e interscreciente de adherentes a esta ltima organizacin.

    A raz de las reformas de la administracin pblica, entre 1995 y 1996 el es-tado provincial realizar masivos retiros voluntarios u obligatorios de personal,en el marco del amplio plan de privatizaciones que implic su retiro de reasclave de la economa local,20 pero tambin extender las pasantas aumen-tando los puestos de trabajo improductivos en forma exponencial. En conse-cuencia, el crecimiento del nmero de empleados estatales absorbi parte deldesempleo generado en otras reas de la economa, pero aument la preca-riedad del empleo, reduciendo drsticamente tambin los niveles de ingreso.21

    Algo similar sucede para la misma poca en reas rurales, donde la inci-dencia del empleo pblico y las pensiones en los ingresos monetarios de la po-blacin es an mayor. Pero adems, en los departamentos rurales parecen

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    20 Se privatizan los Servicios Elctricos Sanjuaninos, Banco de San Juan, Bodegas Regionales yBodega del Estado, Caja de Jubilacin, Casino Provincial, Terminal de mnibus y un con-junto de hoteles provinciales.

    21 Entre 1984 y 1997 el sueldo correspondiente a la categora 22 de la Administracin pblica,por ejemplo, cay un 78% (de $1.378 a $297); el de la categora 16 el 58% (de $562 a$233). Fuente: INDEC, Encuesta Permanente de Hogares (Muro et. al 2000:108-109).

  • haber impactado en la emergencia de identificaciones indgenas otros dos pro-cesos que se traducen en expropiacin de recursos de uso tradicional de las po-blaciones locales subalternas que tienen tambin a los estados provincial y na-cional como sus protagonistas o promotores directos.

    Por un lado, el desarrollo de los emprendimientos agrcolas privados bajo elsistema denominado diferimientos impositivos y por el otro la creacin o am-pliacin de reservas de biodiversidad que afectaron enormes superficies detierra.

    Hacia 1994 comienza a aplicarse en gran escala en las reas rurales de la pro-vincia la Ley nacional 22.973/83 de Rgimen de Promocin y DesarrolloEconmico que favorece la inversin de capitales en emprendimientos turs-ticos, industriales y especialmente agrcolas a cambio de una prrroga del pagode impuestos en el nivel nacional durante cinco aos (Ver Muro et al.,1999:52). Realizados en general en tierras consideradas de poco valor econ-mico o fiscales, los llamados diferimientos han sido percibidos por los pues-teros y pastores trashumantes que generalmente las ocupan y utilizan comouna renovada presin expropiadora sobre sus recursos. Caballito de batalla delas polticas neoliberales en el campo, los diferimientos comenzaron a ser pu-blicitados como la principal poltica para el desarrollo y la creacin de empleoen mbitos rurales, contando con amplio apoyo oficial para regularizar la pro-piedad de la tierra y expulsar a eventuales ocupantes. Sin embargo, observa-dores locales apuntan a que la mayora de ellos gener muy poca demanda demano de obra, constituyndose a menudo, en la prctica, como grandesmquinas de lavado de capitales y evasin impositiva.

    La resistencia al avance de los diferimientos el cual en algunos casos apel amedios como la matanza del ganado y otras acciones intimidatorias parecehaber tenido consecuencias importantes en la creciente afirmacin huarpe.Desde 1997 puesteros del Encn y otras reas del este sanjuanino resistieron laexpropiacin de sus tierras, aunque varias familias fueron expulsadas y en al-gunos casos relocalizadas en barrios construidos ad hoc, pero sin acceso a latierra como el caso de los miembros de la actual Comunidad CoraznHuarpe, en Cochagual.

    El antagonismo con los diferimientos huarpiz la autoconciencia de pues-teros que no estaban constituidos como comunidades, o incluso que no se ma-nifestaban previamente como huarpes o descendientes, tendiendo inclusopuentes con organizaciones urbanas. En Guanacache,22 una movilizacin po-

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    El estado del malestar

    22 No se trata en este caso de las Lagunas de Guanacache, sino de una localidad sanjuanina pr-xima, ubicada cerca del lmite interprovincial con Mendoza.

  • pular impidi que un diferimiento culminara la destruccin de un aoso bosquede algarrobos, impidiendo la tala final de uno de los rboles sindicado como an-tiguo lugar de descanso de Martina Chapanay. Frente a la inminencia del hecho,los pobladores reclamaron con urgencia la presencia de la Comunidad Huarpedel Cuyum, la primera en activar el movimiento huarpe en San Juan.

    Como otros adscriptos huarpes rurales, uno de los lderes de la ComunidadCorazn Huarpe de Cochagual afirmaba que ac somos todos huarpes, quesu presencia en esa tierra databa de tiempo inmemorial y que los puesteros sonindios. Asimismo, vinculaba su expulsin de un puesto en el Encn23 a una ex-periencia colectiva de conflicto por la tierra y el agua, referida en eventos recor-dados y contados por sus mayores, que se remonta a la poca colonial. Comoexplic un profesor de historia de la Universidad de San Juan, la encomiendase reproduce en el diferimiento.

    Junto al avance de los diferimientos, las agencias estatales se mostraron cadavez ms directamente involucradas en polticas agresivas que implicaban laalienacin de recursos de los pobladores rurales subalternos. A mediados de ladcada de 1990, enormes superficies de los departamentos perifricos de laprovincia pasaron a revestir como reas protegidas de conservacin de la biodi-versidad bajo la Administracin de Parques Nacionales24 u ONGs ambienta-listas.25 Aunque algunas estaban constituidas como tales desde la dcada de1970, en la prctica el acceso de hecho a pequeos ganaderos trashumantes quelas utilizaban histricamente como zonas de caza y pastoreo comunal era tole-rado dado el papel central que cumplan en su economa de subsistencia(Escolar, 1997). Pero las nuevas administraciones aplicaron frreamente laprohibicin de caza y pastoreo, echando o incluso matando el ganado. Delmismo modo, castigaron la caza furtiva, invocando normas legales de veda que,si bien existan, no eran en general aplicadas en la prctica a los cazadores desubsistencia.26

    Mientras la recuperacin del acceso a esas tierras se convirti paulatina-mente en una de las mayores demandas de las poblaciones subalternas localessi bien no generaron movimientos o acciones organizados las identifica-ciones indgenas se articularon sobre una revalorizacin de las prcticas tradi-

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    23 En las proximidades de la ruta que une San Juan con San Luis y Buenos Aires.

    24 El Leoncito en Calingasta, San Guillermo en Iglesia e Ischigualasto en Valle Frtil.

    25 Los Morrillos en Calingasta, bajo la supervisin de la Fundacin Vida Silvestre Argentina.

    26 Esta poltica afect gravemente la economa de pobladores locales de escasos recursos que enuna importante proporcin se abastecan de carne a partir de la caza del guanaco. Un guana-co proporciona aproximadamente la carne para un mes a un grupo familiar pequeo.

  • cionales de uso del espacio y produccin cazadora ganadera en esas reas, ame-nazadas en su continuidad. La cada de las relativas garantas oficiosas respectodel acceso a dichos recursos gener entre los subalternos rurales, e incluso entresectores medios locales, una percepcin de las reservas y (por derivacin) delestado como enemigo expropiador de recursos tradicionales de las economasdomsticas, en general bsicos para la subsistencia.27

    En este sentido, tanto las demandas huarpes o indgenas rurales como las ur-banas parecen estructurarse como contradictorias demandas al Estado y a unadeterminada idea del estado. Por un lado, se reclama una retirada formal delEstado y la recuperacin del acceso a la tierra y otros recursos. Por el otro, concierta perpleja nostalgia y despecho de trabajadores desincorporados, se de-manda el retorno del Estado como dador, garante de derechos, benefactor,protector o empleador a travs de demandas de trabajo, educacin pblica o pa-santas. Especialmente, son los hombres de mediana de edad, los que han na-cido y vivido en el paradigma ideolgico y material de la incorporacin, quienesreclaman la vuelta del estado y su recuperacin del status de homo laborans.Entre actores rurales, es habitual que las demandas de retirada del estado o di-ferimientos de tierras comunales (de hecho ms que de derecho) se reclame para-lelamente que el estado o el municipio ponga una fbrica o traigan mquinaspara trabajar. Al mismo tiempo, son los miembros de este grupo de edad los msreacios a identificarse como indios huarpes, o descendientes.

    Estas redefiniciones en el papel del Estado y sus contradictorias presionesy ausencias no slo han impactado en la poblacin sanjuanina en unplano estrictamente econmico, sino tambin en las representaciones queamplios sectores populares tenan sobre s mismos, su pasado y en especialsu destino.

    Como vemos en el libro Los Nuevos Perdedores (Grillo Padr S. y C. de laVega, 2000) las percepciones de la clase media urbana sanjuanina sobre su es-trepitosa cada en la dcada de 1990 incluyen una fuerte crisis de identidad. Ensu Eplogo, la sociedad provincial previa a la reforma del estado es descriptacomo utpicamente armnica, equilibrada y sin conflictos.

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    27 Este sentimiento est grficamente expresado en el poema de un intelectual-baqueano local.Dedicado con mucho respeto a la comunidad Huarpe, los versos de Plegarias para Atahualpa(Herrera, mimeo) representan al Inca como espritu redentor de la naturaleza mancillada,que resiste escondida bajo las piedras el embate de doctores, legisladores, ecologistas yguardafaunas, para terminar invocndole que restituya los valores por los que aqu relu-ca el Imperio incaico.

  • San Juan siempre fue una sociedad provinciana, tradicional y tranquila enla que, si bien existan diferencias de clase, la magnitud de la franja cubiertapor los sectores medios, atenuaba las diferencias entre los ricos y los pobres.

    [] La somnolienta siesta atravesaba estas relaciones [] los vecinos sacabanuna silla y se sentaban en la vereda (Grillo Padr y De la Vega, 2000:151).

    La cada posterior de la clase media y su paraso ilusorio de seguridad econ-mica y social es vivida como una total crisis de certeza que se cierne sobre el ciu-dadano comn y su familia [nfasis nuestro]. La inestabilidad laboral, lavulnerabilidad es lo que reina entre todos (153). Frente a esto, se demanda elretorno del estado, ahora ausente, como el nico que puede proteger al msdbil y equilibrar los tantos cumpliendo funciones de control social y regula-cin (154).

    La sensacin de precariedad y vulnerabilidad de la existencia vinculada a laretirada del estado no se dio solamente en un plano econmico, sino con re-lacin a la confianza y previsin general del futuro. El abandono estatal espercibido como crisis de un destino, en funcin del cual se fundaban identi-dades y autopercepciones colectivas. La total crisis de certeza que se ciernesobre el ciudadano es una crisis de la subjetividad. Parafraseando a Fukuyama,el fin de la historia es un sentimiento presente, no slo como ficcin neoli-beral de una era superadora de autnticos conflictos polticos, sino como va-ciamiento del sentido de la vida presente y futura. Pero tambin, esta crisis decerteza implica cierta mutilacin de las autopercepciones colectivas e indivi-duales, las propias imgenes de sujeto y autovaloraciones. Grillo Padr y De laVega por ejemplo reclaman, para sortear el abismo en ciernes de este estado delmalestar, no slo acciones que satisfagan demandas econmicas o sociales, sinomedidas poltico-psicolgicas como la elevacin de la dignidad del trabajador,su reorientacin en el camino de la frente alta y la restauracin de suorgullo (Grillo Padr y De la Vega, 2000:153-154).

    Ana Mara Alonso (1996) ha sealado el papel crucial del sentimiento delhonor en los procesos de articulacin tnica. Los sanjuaninos de clase media,segn describen Grillo y de la Vega, parecen encontrarse en un punto anlogoal que se encontraban los serranos de la frontera norte de Mxico a fines delsiglo XIX. Desposedos materialmente y abandonados por el estado luego desiglos de haber sido interpelados como guerreros y adalides de la civilizacincontra los brbaros apache, progresivamente fueron interpelados ellos mismoscomo salvajes semi-apaches. Su ltimo capital era el honor, el cual slo poda

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  • afirmarse traduciendo su posicin marginal y despreciada en un blasn hon-roso, como una identidad tnica especfica, autointerpelndose a su vez comosemi-indios.

    En nuestro caso, bajo la amenaza de una definitiva desincorporacin estatal,los sectores populares sanjuaninos durante casi 70 aos prestigiados por elethos y polticas del estado benefactor como trabajadores y ahora traicionadoscaen bajo la amenaza cierta de volver a ser indios. Pero si el estado no cumplisu pacto y la honra ya no est adscripta a las subjetividades de la incorpora-cin como trabajadores el honor puede ser an preservado merced a una con-mutacin simblico-histrica. Si el Estado (o la estatidad) no cumple ya supacto de incorporacin, tambin el pueblo puede hacer lo propio. Recupe-rando positivamente la fantasmagora del sujeto popular previa al pacto hege-mnico de reciprocidad-subjetividad estatal, los sanjuaninos pueden volver aauto-interpelarse como huarpes o indios. Lo cual no impide, precisamente, de-mandar el retorno del estado amenazando con volver a ser indios.

    Eplogo

    Los sentidos inscriptos en las interpelaciones huarpe e indio en Cuyo parecenremitir directamente al proceso secular de incorporacin estatal, poltica, capi-talista y ciudadana de poblaciones y territorios, en particular de las reas ruralescon un dficit secular de control social por parte de las elites urbanas regionaleshacia la segunda mitad del siglo XIX.

    Por un lado, los eventos que representan dicho proceso fundamentalmentelos proyectados a las primeras dcadas del siglo XX, con la incorporacin bajo elmodelo de reciprocidad estatal benigna son directamente vinculados a ladesaparicin de las identificaciones indgenas o de los mismos indios o anti-guos. Esta representacin cultural est grficamente expresada en los discursosy percepciones fenomticos que inscriben lo indgena como una naturalezabiolgica supuestamente monoltica, pero paradjicamente variable, de a-cuerdo a la transformacin del modo de produccin de soberana hacia unobasado en la sujecin mediante incorporacin poltica, ciudadana y generaliza-cin del asalariamiento.

    Pero esta aparente maleabilidad de los argumentos y representaciones feno-tpicas de la condicin indgena, sin embargo, no es meramente coyuntural nies explicable por simples invenciones instrumentales. Como hemos visto, enprimer lugar, los fenomitos indgenas y huarpes son autnticos productos so-

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  • ciales compartidos por grupos antagnicos, tanto por aquellos marcados tnicao racialmente como potenciales indios, como por quienes se consideran a smismos genuinamente no-indios, y tanto por aquellos sospechados de mani-pulacin como por quienes los acusan de tales prcticas. En segundo lugar,estos fenomitos como otros aspectos de memorias huarpe o indgenas que nohemos analizado en este trabajo (Escolar, 2003, 2001, 1999, 2004) parecentener una profundidad histrica muy superior al actual perodo de emer-gencia tnica huarpe o indgena y estaban plenamente vigentes, por ejemplo,en las primeras dcadas del siglo XX. Como hemos analizado en la primeraparte de este artculo, si bien se constituyen como codificadores histricos queresignifican la nocin de naturaleza indgena de acuerdo a transformaciones enlas condiciones sociales y polticas, los argumentos fenomticos mantienen elsentido racializante o de-racializante atribuido a un tipo de experiencia hist-rica especfica, bsicamente la que hemos denominado en sentido amplio in-corporacin estatal.

    Mientras el discurso de Rusconi y otros en la dcada de 1930 evidenciancmo la representacin de esta proceso subyace a la construccin de sujetos ra-cialmente no indios o no-huarpes, actores actuales inmersos en una expe-riencia de desencantamiento y frustracin (en lugar de una de fe en el progresoy el desarrollo del estado-mundo-de vida) respecto de las promesas reciprocita-rias de la incorporacin, proyectan o habilitan una naturaleza indgena yhuarpe sobre los mismos conos fenotpicos y adems de sobre los sujetos ante-riores a dicho perodo histrico. En esta situacin, experiencias y memorias co-lectivas de larga duracin que exceden la creacin por parte de los actores son elncleo de la rearticulacin de subjetividades aborgenes. As, mientras que elproceso de incorporacin puede haber sido el principal factor de invisibiliza-cin de la diversidad tnica y cultural en Argentina, los actuales adscriptoshuarpe o descendientes lo historizan, situndolo en un marco que excede a lacoyuntura. El proceso de incorporacin estatal ligado al ethos del estado bene-factor y an el proceso civilizatorio de construccin e institucionalizacindel Estado Nacional argentino durante la segunda mitad del siglo XIX pasa aser representado durante el estado del malestar, para algunos colectivos, nocomo refundacin de su historia, sino como etapa dentro de una experienciaindgena de larga duracin.

    Esta proyeccin contribuye a explicar tambin por qu las demandas ind-genas y huarpes en Cuyo emergieron recientemente en el marco de una expe-riencia colectiva de crisis de legitimidad estatal vinculada a la percepcin de

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  • incumplimiento de las garantas materiales y simblicas de reciprocidad(atribuidas al estado) del perodo de incorporacin.

    La emergencia indgena en San Juan, vinculada a un conjunto de interpela-ciones al estado en clave de desincorporacin, parece ser en gran medida expre-sin de un proceso ms general de vaciamiento de relaciones materiales ysimblicas ya tradicionales entre el sistema de estado y las poblaciones sujetasque es decodificada como un vaco de ciudadana. Si atendemos al discurso deocasionales voceros y actores de la protesta social que sacudi el pas desde me-diados de la dcada de 1990, podemos apreciar incluso en algunos contextosprovinciales la autointerpelacin indio condensando demandas y crticas a larelacin entre pueblo, estado y ciudadana.28

    Indicios de este tipo nos sugieren la posibilidad de confrontar estas hiptesisms all del caso cuyano, explorando hasta qu punto la emergencia o creci-miento de interpelaciones indgenas durante la dcada de 1990 no se apoyan,adems de otros factores, tanto en memorias tnicas, como en experiencias delarga duracin de incorporacin y desincorporacin estatal en otros contextosprovinciales.

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    28 En una asamblea de protesta por el cierre del enclave minero de Ro Turbio, Hernn Vidal(1997) recoge el siguiente discurso [Reclamamos] el respeto que nos merecemos como san-tacruceos argentinos () [Queremos] ser ciudadanos de primera, no de cuarta, ni Kelpers() no somos indios y nos quieren engaar con plazas y lucecitas de colores; no somos in-dios, ni bestias salvajes, somos seres humanos (Vidal 1997: 16). El mismo ao, una pique-tera jujea explicaba que Todos creen que somos indios; que no sabemos pensar ni hablar() slo pedimos trabajo; ni limosna ni subsidios () Que nos den la posibilidad de tenerun trabajo digno (La Nacin 28/5/1997).