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1 ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ARGENTINA EN LOS AÑOS ’60 * Mario Rapoport y Rubén Laufer ** EL ESCENARIO INTERNACIONAL Las relaciones de Brasil y Argentina con los Estados Unidos suscitan especial interés, tanto por la gravitación de ambos países en el escenario económico y político latinoamericano, como por el decisivo papel que en el mismo han desempeñado históricamente los vínculos con las grandes potencias. El estudio de acontecimientos políticos significativos ocurridos en ambos países en parecidas épocas y circunstancias, puede arrojar luz sobre similitudes y diferencias en los contextos, sobre la madeja de intereses internos que actuaron en períodos cruciales, y sobre la incidencia que en esos episodios tuvieron las prioridades de la política exterior norteamericana. Una de esas coyunturas es la que dio lugar al golpe de Estado que derrocó a Joao Goulart en Brasil (1964), y al que acabó con la presidencia de Arturo Illia en la Argentina (1966). A comienzos de la década de los '60 el mundo asistía a una verdadera escalada del conflicto bipolar. La Guerra Fría entre ambas superpotencias y sus respectivos bloques constituye el marco de referencia obligado para el estudio y la comprensión de las relaciones económicas y políticas internacionales de la época. Con la generalización del conflicto Este-Oeste, ningún rincón del mundo quedó por fuera de la competencia que por la primacía mundial libraban Washington y Moscú. Se reactivó la vieja política de bloques rivales, particularmente a través de la intervención militar norteamericana en el sudeste asiático, y del proceso de profundos cambios operados a partir de la muerte de Stalin en la URSS; proceso que, desembocando en el golpe de estado que en 1964 reemplazó al premier Jruschov por la "troika" Brezhnev-Kosygyn-Podgorny, se materializaría en un acelerado vuelco expansionista del gigante soviético. Bajo la cobertura retórica de la “disuasión” por un lado, y de la “competencia pacífica” por el otro, ambas superpotencias dieron un impulso dramático a su carrera armamentista y nuclear. Durante las siguientes dos décadas el mundo sería puesto varias veces al borde de una nueva guerra mundial, como lo evidenció la “crisis de los misiles” de 1962. Las relaciones comerciales y * Este trabajo forma parte de un proyecto Ubacyt, de la programación 1998-2000, así como de un proyecto Conicet de la programación 1999-2001 ** Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social de la Universidad de Buenos Aires.

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ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ARGENTINA

EN LOS AÑOS ’60*

Mario Rapoport y Rubén Laufer **

EL ESCENARIO INTERNACIONAL

Las relaciones de Brasil y Argentina con los Estados Unidos suscitan especial

interés, tanto por la gravitación de ambos países en el escenario económico y político

latinoamericano, como por el decisivo papel que en el mismo han desempeñado

históricamente los vínculos con las grandes potencias.

El estudio de acontecimientos políticos significativos ocurridos en ambos

países en parecidas épocas y circunstancias, puede arrojar luz sobre similitudes y

diferencias en los contextos, sobre la madeja de intereses internos que actuaron en

períodos cruciales, y sobre la incidencia que en esos episodios tuvieron las

prioridades de la política exterior norteamericana. Una de esas coyunturas es la que

dio lugar al golpe de Estado que derrocó a Joao Goulart en Brasil (1964), y al que

acabó con la presidencia de Arturo Illia en la Argentina (1966).

A comienzos de la década de los '60 el mundo asistía a una verdadera escalada

del conflicto bipolar. La Guerra Fría entre ambas superpotencias y sus respectivos

bloques constituye el marco de referencia obligado para el estudio y la comprensión

de las relaciones económicas y políticas internacionales de la época.

Con la generalización del conflicto Este-Oeste, ningún rincón del mundo quedó

por fuera de la competencia que por la primacía mundial libraban Washington y

Moscú. Se reactivó la vieja política de bloques rivales, particularmente a través de la

intervención militar norteamericana en el sudeste asiático, y del proceso de

profundos cambios operados a partir de la muerte de Stalin en la URSS; proceso que,

desembocando en el golpe de estado que en 1964 reemplazó al premier Jruschov por

la "troika" Brezhnev-Kosygyn-Podgorny, se materializaría en un acelerado vuelco

expansionista del gigante soviético. Bajo la cobertura retórica de la “disuasión” por

un lado, y de la “competencia pacífica” por el otro, ambas superpotencias dieron un

impulso dramático a su carrera armamentista y nuclear. Durante las siguientes dos

décadas el mundo sería puesto varias veces al borde de una nueva guerra mundial,

como lo evidenció la “crisis de los misiles” de 1962. Las relaciones comerciales y

* Este trabajo forma parte de un proyecto Ubacyt, de la programación 1998-2000, así como de un

proyecto Conicet de la programación 1999-2001 **

Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social de la Universidad de Buenos Aires.

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diplomáticas internacionales adquirieron entonces una marcada connotación

estratégica.

Otras tendencias secundaban este rasgo decisivo del mundo bipolar. Por un

lado se verificaba el creciente protagonismo de los países del Tercer Mundo a través

del vasto movimiento anticolonialista y antiimperialista y de la conformación del

Movimiento de los No Alineados. Por el otro, ambos bloques estaban

experimentando serias fisuras. China se apartó del bloque soviético. Europa y Japón,

completada la reconstrucción de sus economías de los estragos de la segunda Guerra

Mundial, se transformaban aceleradamente en nuevos centros mundiales del poder

económico y financiero, dependientes aún del paraguas militar de los Estados Unidos

y al mismo tiempo aspirantes a un margen cada vez mayor de autonomía política.

Los países de Europa occidental consolidaban su fuerza económica a través de la

integración comunitaria.

América Latina constituía un campo particular de la rivalidad bipolar. La

persistencia de estructuras económicas atrasadas y la asimetría de sus relaciones

económicas con las grandes potencias explica la emergencia en varios países de la

región, ya durante la década anterior, de una vasta movilización social y de

propuestas políticas de mayor o menor sesgo nacionalista y populista que

cuestionaban el atraso y la dependencia y ofrecían caminos alternativos en procura

del desarrollo económico y social.

El triunfo de la Revolución Cubana de 1959 causó honda conmoción en todo el

ámbito latinoamericano. La preocupación principal de Washington en la región pasó

a ser contrarrestar la creciente efervescencia social –encuadrada en una heterogénea

gama de corrientes reformistas o revolucionarias- y las tendencias de algunos de sus

gobernantes hacia el nacionalismo económico, fenómenos que los círculos dirigentes

norteamericanos atribuían linealmente a la penetración soviética e identificaban con

la "infiltración comunista". El tema de las "amenazas extracontinentales" dominó, en

agosto de 1960, la Conferencia de la OEA en Costa Rica.

Frente a la convulsionada realidad latinoamericana de aquellos años, que la

diplomacia y los servicios de inteligencia estadounidenses percibían preñada de

amenazas para los intereses más generales de la superpotencia, la política regional

del presidente Kennedy encaró una estrategia de alcance continental, incluyendo el

reformismo preventivo y asistencialista de la Alianza para el Progreso (APEP), las

habituales presiones diplomáticas y financieras, la acción coordinada desde el

Pentágono de los ejércitos “americanos” en la lucha contrainsurgente, y la vía del

intervencionismo armado practicada en el respaldo al intento restaurador de los

exiliados cubanos en Playa Girón: métodos, todos, complementarios de la política

continental de “contención del comunismo”. Tras la desaparición de Kennedy,

durante el período presidencial de Lyndon Johnson, Washington endureció su

política exterior, que se desplazó crecientemente -en el marco doctrinario de las

“fronteras ideológicas”- hacia el enfoque estratégico-militar, a través de pactos

bilaterales de asistencia, “operaciones” de golpismo encubierto (Brasil, Argentina), y

de la intervención militar unilateral como en Santo Domingo, a la que se trató luego

de legitimar con el paraguas “colectivo” de una “fuerza interamericana” de la OEA.

La decisión de invadir Santo Domingo en abril-mayo de 1965 marcó el vuelco

decidido hacia la "solución militar", dando así el definitivo golpe de gracia a los

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objetivos proclamados que habían inspirado la creación de la Alianza para el

Progreso.

El fracaso de la APEP conllevó también el ocaso de los enfoques "sociales"

(desarrollistas) entonces predominantes en las dirigencias políticas latinoamericanas,

y el reforzamiento en los Estados Unidos de las tendencias proclives a la solución

represiva o militar. Sobre el trasfondo de la aguda confrontación bipolar -manifiesta

en la intensificación de la escalada militar norteamericana en Vietnam-, los países

latinoamericanos quedaron involucrados de lleno en la Guerra Fría.

La dimensión continental de las políticas norteamericanas hacia los países del

Cono Sur se tradujo en la generalizada adopción por sus Fuerzas Armadas de la

doctrina militar propugnada desde el National War College, centrada en el combate

al "enemigo interno". Los Ejércitos latinoamericanos debían reforzar su función de

garantes del orden económico y social. La “defensa del mundo occidental” -bajo

coordinación de EE.UU.- sustituyó el principio de la defensa nacional, cuyos

intereses eran identificados con los de la potencia líder del "mundo libre".

La nueva estrategia norteamericana procuraba impedir que cualquier potencia

foránea (esto es, la URSS) pudiera hacer pie militarmente en el "hemisferio", y

combatir tanto el estado de creciente insurrección social de las masas populares como

las tendencias nacionalistas y anti-norteamericanas –e incluso todo “neutralismo”-

latentes en sectores gravitantes de las clases dirigentes y de las Fuerzas Armadas, que

pudieran abrir una brecha favorable a lo que la política exterior norteamericana

entendía como “explotación comunista” de la crisis económica y el descontento

social1.

Más allá de sus particularidades nacionales –históricas y políticas- puede

hallarse un sustrato común en la notoria incidencia que la diplomacia y la inteligencia

norteamericanas tuvieron en los procesos que desembocaron en los golpes de Estado

de 1964 y 1966 en Brasil y Argentina. Existe en ello un hilo conductor que viene de

mucho antes, y que evoca el notable paralelismo de la actitud de Estados Unidos

frente a las respectivas coyunturas políticas en 1945, representadas en la

contradicción entre el embajador de Washington Adolph Berle y el presidente Getúlio

Vargas en vísperas de su abandono del gobierno en Brasil, y la que enfrentó a

Spruille Braden y Perón en los umbrales del ascenso de éste al gobierno en la

Argentina. La actividad de ambos embajadores en aquella época se encuadra

igualmente en los objetivos de una política latinoamericana global de los Estados

Unidos. En la inmediata posguerra, esa estrategia buscaba centralmente eliminar todo

resto de influencia nazi en la región. Mientras Braden se constituía en entusiasta

promotor de la Unión Democrática y alentaba maniobras golpistas para impedir el

triunfo de Perón, Berle alentaba en Brasil iniciativas similares para forzar el

alejamiento de Getúlio Vargas de la presidencia; caso éste más sorprendente, si se

tiene en cuenta que Vargas –a diferencia de los gobiernos argentinos- había

involucrado a su país en la guerra junto a los Aliados, y que las presiones nortea-

mericanas sobre la situación brasileña alinearon en defensa de Vargas a sectores de la

izquierda que antes habían atacado sus simpatías pro-germanas.

1 U.S. Policies toward Latin American military forces, 25/2/65. Documento secreto del Secretario

Adjunto de Defensa a requerimiento de la Casa Blanca, Lyndon B. Johnson Library (LBJL).

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Más recientemente -y más allá de la heterogeneidad de sus protagonistas

internos y de sus respectivos respaldos internacionales- volverán a detectarse

similares elementos comunes en los procesos políticos que desembocaron en las

trágicas experiencias de las dictaduras militares encabezadas en Chile por el general

Pinochet en 1973, y en la Argentina por el general Videla en 1976.

EL GOLPE DE ESTADO DE 1964 EN BRASIL

Joao Goulart asumió la presidencia en agosto de 1961, en el marco de una grave

crisis institucional, signada por la imprevista renuncia del presidente Janio Quadros y

la abierta lucha entre la mayoría de los representantes parlamentarios por un lado, y los

ministerios militares del otro, a favor y en contra respectivamente de la sucesión

constitucional por el vicepresidente Goulart, proveniente del laborista PTB. Esta

oposición se resolvería transitoriamente en un precario acuerdo, cristalizado en la

incorporación de una enmienda constitucional que sustituía el régimen presidencialista

por una forma de gobierno parlamentaria.

Goulart accedía a la presidencia con apoyo de una parte de la dirigencia sindical

y de una corriente nacionalista militar (consolidada durante el período varguista), con

centro en el poderoso Tercer Ejército –con base en el estado de Río Grande do Sul,

gobernado entonces por el cuñado de Goulart, Lionel Brizola-, y cuya cabeza era su ex

compañero de fórmula en 1960, el mariscal Teixeira Lott. Su figura era fuertemente

cuestionada por sectores políticamente conservadores del espectro social y militar que

denunciaban sus vinculaciones “comunistas”. Representantes de la alta oficialidad

militar complotaron abiertamente contra él y se movilizaron en procura de respaldo

civil desde el momento mismo de su asunción. La CIA estaba bien informada de ello2.

Desde el gobierno, y sobre el trasfondo de una situación social recalentada por

los crecientes reclamos obreros y de los agricultores organizados en las Ligas

Campesinas del Nordeste, Goulart avanzó en su control del Ejército mediante el

manejo del sistema de promociones, y logró reinstaurar el régimen presidencialista,

mediante un plebiscito en el que derrotó al parlamentarismo anteriormente instituido

en contra suya por el Congreso. Así gestó la base política desde la que puso en

práctica un programa reformista y nacionalista, una de cuyas figuras prominentes fue

el economista “cepaliano” Celso Furtado, ubicado al frente de un ente estatal de

Planificación que inscribía entre sus objetivos la reforma agraria.

Empujado por la radicalización social –en ascenso entonces en todo el ámbito

latinoamericano-, y buscando asentar el desarrollo económico-social brasileño en una

activa movilización de los recursos de capital y humanos del país, impulsó la reforma

electoral que daría el voto a los analfabetos –amenazando con ello el poderío

parlamentario de la bancada “ruralista”-, y aprobó la expropiación de varias empresas

norteamericanas, entre las que se destacaron la Companhia de Energia Elétrica Rio-

Grandense en Porto Alegre, filial del hólding AMFORP, y la Companhia Telefônica

Nacional, subsidiaria del monopolio de las telecomunicaciones ITT.

Su programa político-económico no implicaba novedad: se inscribía en la

corriente mundial de los movimientos nacionalistas-reformistas que buscaban llevar a

2 Special Intelligence Estimate, number 93-2-61. Secret. 7/12/1961, págs. 3 y 7, LBJL.

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la práctica las aspiraciones nacionales de desarrollo e independencia, y que desde fines

de los ´50 encarnaban países como Egipto, Irán e Irak. Corriente que, a nivel mundial,

comenzaba a concitar el interés político de la estrategia soviética, en la medida en que

esas aspiraciones reformistas e independentistas afectaban los intereses de las

potencias “occidentales” rivales.

El nuevo presidente del Brasil no era un revolucionario. “Goulart, con su

background de latifundista, estaba lejos de ser el prototipo de un izquierdista radical

–define en sus memorias quien fuera embajador de Goulart en Estados Unidos,

Roberto Campos-. Pero estaba siendo empujado hacia la radicalización en la

peligrosa esperanza de cabalgar al tigre sin ser comido por él”3.

En consonancia con su política interior, y en el contexto internacional de la

Guerra Fría, Goulart continuó basando las relaciones del Brasil en los principios de la

Política Exterior Independiente (PEI) formulados durante la breve presidencia de su

predecesor Janio Quadros. La PEI, consecuentemente representada por el canciller San

Tiago Dantas, aspiraba a mejorar la inserción brasileña en el escenario político y eco-

nómico internacional mediante la promoción de la paz mundial, la coexistencia

pacífica entre las superpotencias y el desarme, así como la defensa de los principios de

autodeterminación y no intervención. Procuraba intensificar las relaciones comerciales

con todas las naciones, incluidas las del bloque soviético, y ampliar el mercado

externo para los productos primarios brasileños. En creciente contradicción con la

orientación que impregnaba la política estadounidense de la Alianza para el Progreso,

deseaba también ensanchar el margen de autonomía tanto en la formulación de planes

de desarrollo como en la aplicación de toda ayuda externa.

Con estos objetivos, la diplomacia brasileña postulaba la transformación de las

estructuras económicas internacionales, y sustentaba la idea de un frente unido de las

naciones periféricas por el desarrollo4.

Estas orientaciones suscitaron una fuerte resistencia interna. A comienzos de

1962, sectores representativos de los grandes hacendados y de la concentrada industria

extranjera y nacional brasileña -sectores que estaban en la base de las variadas

orgazaciones anticomunistas de la derecha social y política brasileña fundadas en

apenas dos años-, así como grupos minoritarios de la oficialidad y las más altas

jerarquías de la Iglesia, eran ya partidarios de dar un corte contundente –golpista- al

nudo gordiano que planteaba el ascenso de la movilización obrera y campesina y del

nacionalismo reformista y de sesgo antiimperialista de la línea Quadros-Goulart, en

todo lo cual veían una amenaza directa a sus intereses sectoriales. Visto el

considerable apoyo popular de que gozaba Goulart, esos sectores de la dirigencia

social y política buscaron "convencer" al embajador norteamericano Lincoln Gordon

de que los Estados Unidos respaldaran tal tipo de “salida”.

Pese a las múltiples prevenciones que el Departamento de Estado albergaba

respecto de los antecedentes y el programa político de Goulart, Washington adoptó de

inicio una política de “cooperación cautelosa”5. Gordon pensaba entonces que la línea

de acción conveniente no era todavía el desplazamiento del gobierno; por el contrario,

3 Roberto Campos (1994), p. 547.

4 Paulo G. Fagundes Vizentini (1995), p. 289.

5 Thomas E. Skidmore (1982).

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la única alternativa –creía- era fortalecerlo. En consonancia con los funcionarios de

inteligencia de Washington calculaba que, aunque Goulart seguiría enfatizando el

carácter independiente de su política exterior, la necesidad del auxilio financiero

estadounidense y otras consideraciones de política interna lo tornarían "menos trucu-

lento hacia los Estados Unidos que lo que había sido la administración Quadros"6.

Así, la diplomacia norteamericana no atribuyó públicamente al presidente, sino a su

canciller San Tiago Dantas, la responsabilidad por la decisión de reanudar las

relaciones diplomáticas con la URSS (noviembre de 1961), y por la oposición

brasileña a las sanciones impulsadas por Washington contra Cuba en la Conferencia de

la OEA de Punta del Este (enero de 1962). La posición brasileña en esta Conferencia

puso al gobierno de Kennedy frente a una disyuntiva: el embajador norteamericano

ante la OEA, deLesseps Morrison, era partidario de forzar a Brasilia a aprobar las

sanciones; en cambio, el grupo de asesores que incluía a Rostow, Goodwin y

Schlesinger temía que el intento de imponer al Brasil tal “acuerdo” pudiera llevar a la

fractura de la OEA y al reforzamiento de las posiciones anti-norteamericanas más

radicalizadas en Brasil mismo. Esta posición se impondría transitoriamente. A fin de

cuentas, Brasil era más importante que Cuba7.

Pero Washington no podía admitir otra Cuba, y menos una de dimensiones

continentales como Brasil, el país más poblado y económicamente más importante de

Sudamérica.

El año 1962 marca un punto de inflexión en la política norteamericana hacia el

gobierno de Goulart. Bajo la presión de los sectores conservadores internos, de los

intereses norteamericanos afectados por las expropiaciones y de los “duros” del

Departamento de Estado preocupados por el rumbo de la política exterior brasileña, los

Estados Unidos –a través de la CIA y de la propia Embajada- modificarían su posición

vacilante, pasando a colaborar activamente con grupos anti-Goulart como el IPES

(Instituto de Investigaciones y Estudios Sociales) y el IBAD (Instituto Brasileño para

la Acción Democrática)8, financiando su equipamiento y propaganda. Este respaldo

estuvo incluso en el trasfondo de la creación de organizaciones campesinas auspi-

ciadas por la Iglesia brasileña, con el declarado fin de contraponerlas a las Ligas

Campesinas encabezadas por Francisco Julião en el Nordeste y a la potencial

influencia de la fracción recientemente escindida del prosoviético PC Brasileño y que

constituiría el PC do Brasil, una organización que buscaba arraigar en el campesinado

pobre del país.

En marzo de 1962 las autoridades norteamericanas aprobaron un acuerdo de

asistencia financiera negociado por el FMI con San Tiago Dantas, pero advirtieron que

todo nuevo aporte quedaba sujeto a la aplicación de un duro programa de

estabilización. El gobierno norteamericano pasó a utilizar recurrentemente el “arma”

financiera para condicionar y forzar la modificación de las políticas de Goulart. En el

curso del mismo año, el FMI bloqueó los fondos compensatorios acordados a Dantas,

reduciendo de 100 a 60 millones de dólares el préstamo concedido. Luego, al tiempo

que se suspendía toda asistencia al gobierno federal, el gobierno norteamericano pasó

6 "Short-term prospects for Brazil under Goulart", 7/12/1961, p. 2 y 7, LBJL.

7 Ruth Leacock (1990), p. 104.

8 Algunos autores caracterizan a este “Instituto” como un simple “frente” de la CIA.

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a negociar la concesión de fondos directamente con los gobernadores estaduales de la

oposición (particularmente el que encabezaba en Guanabara el conservador Carlos

Lacerda), y condicionó el refinanciamiento de la voluminosa deuda externa brasileña a

la previa satisfacción de los acreedores europeos, cuya parte era en conjunto mayor

que la de EE.UU. El inicio de esas negociaciones tendría lugar en París en marzo de

1964, poco antes del derrocamiento de Goulart.

Las presiones estadounidenses no fueron ajenas a la renuncia de Dantas como

ministro de Exteriores, ni al rechazo parlamentario a su designación como primer

ministro a mediados del ’62, poco después de la visita en abril de Goulart y su

canciller a Estados Unidos para la concreción de un paquete de asistencia de la APEP

con destino al empobrecido Nordeste brasileño. Prácticamente en forma simultánea

con la firma de este acuerdo, el Departamento de Estado lanzó una campaña agitativa

de la opinión pública centrando en el fracaso de Goulart frente a la grave crisis econó-

mica que estremecía al Brasil con inflación, salarios estatales impagos, escasez de

alimentos, desempleo, migración de la población rural a las ciudades, invasiones

campesinas de haciendas, huelgas y dificultades financieras.

Un nuevo hito del intervencionismo norteamericano en la política interna del

Brasil fueron las elecciones parlamentarias y estaduales de octubre del ’62, decisivas

porque en ellas se renovaría la totalidad de los Diputados, dos tercios de las bancas del

Senado y la mitad de las gobernaciones. El “modelo” de injerencia desarrollado allí

sería nuevamente utilizado en las elecciones presidenciales de Chile en 1964. El

núcleo de tal “modelo” no era otro que la hoy comúnmente llamada

“desestabilización” política. El embajador Gordon admitiría más tarde que los Estados

Unidos “invirtieron” unos 5 millones de dólares en la misión de torcer la voluntad

electoral de parte significativa de la ciudadanía brasileña –otras fuentes calculan entre

12 y 20 millones de dólares-, en su mayor parte proporcionados por la CIA y

canalizados a través del First National Bank of New York y del Royal Bank of

Canada. Paralelamente, el propio Presidente Kennedy tomó la decisión de usar fondos

de la agencia oficial de asistencia USAID para la construcción de obras públicas que

ayudaran a crear imagen favorable a los candidatos a gobiernos estaduales enfrentados

a Goulart9.

Tal como el embajador Gordon preveía a fines de 1961, las urgencias financieras

y los condicionamientos políticos signaron el cambio de orientación que produciría la

designación de Araújo Castro al frente de las Relaciones Exteriores del Brasil en

agosto de 1963. Las pautas del nuevo ministerio alterarían sensiblemente la Política

Exterior Independiente, considerando (en aras de la “emulación pacífica” proclamada

por la dirigencia del Kremlin) ya obsoleta la bipolarización del sistema de poder mun-

dial, abandonando en consecuencia la línea de “negociación neutralista” y acentuando

el perfil desarrollista de los nuevos parámetros de la política exterior. En el plano

interno esto se correspondió con los lineamientos esencialmente “ortodoxos” de la

estabilización económica promovida por el Plan Trienal (1963-65) elaborado por el

ministro de Desarrollo Económico, Celso Furtado10

.

Paralelamente, la diplomacia norteamericana alentaba maniobras objetivamente

9 Ruth Leacock (1990), pp. 119-122.

10 Paulo G. Fagundes Vizentini (1995), p. 262.

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golpistas desde dentro mismo del go bierno: salteando la autoridad presidencial,

Araújo Castro dispuso -a iniciativa del gral. Castello Branco y mediante un simple

cambio de notas con el encargado de negocios de la embajada estadounidense- la

revalidación del Acuerdo Militar bilateral de 1952. El pacto de 1952 atribuía al

Ejército norteamericano derechos exclusivos para colaborar en la organización y

operación de la Escuela Superior de Guerra, según el modelo del National War

College de Whington11

. En la práctica, su revalidación proporcionaba una base legal

para una potencial intervención armada en el Brasil con el pretexto de reprimir la

“agresión comunista”.

No obstante, las relaciones económicas internacionales del Brasil siguieron

teniendo uno de los pilares de su "poder de negociación" en el intercambio con los

países del Este: en abril de 1963 se había firmado un acuerdo comercial con la URSS

que preveía la triplicación del comercio bilateral, de U$S 70 millones en 1962, hasta

U$S 220 millones en 196512

.

En la medida en que las políticas de Goulart afectaban los intereses norteame-

ricanos, la diplomacia y los organismos estadounidenses de asistencia intensificaron su

campaña de desprestigio, caracterizando al gobierno brasileño como "inepto",

especialmente por no suscribir las medidas de "autoayuda" prescriptas por la APEP y

los programas de estabilización sugeridos por el Banco Mundial y el FMI. Se lo

acusaba de oportunista e interesado en sacar ventajas políticas del descontento

económico y social resultante de la recesión económica, y del soterrado sentimiento

nacionalista existente13

.

Cuando, hacia mediados de 1963, Goulart ensayó –mediante la reactivación de

una ley de remesas de ganancias que afectaba al capital extranjero- medios de

resistencia ante la ofensiva golpista apañada por Washington, la Casa Blanca hizo

llegar a la Embajada norteamericana en Brasilia orientaciones con un claro sentido de

advertencia (válido también para la Argentina, transcurrido un mes escaso de la

cuestionada victoria de la UCR del Pueblo en las urnas y faltando dos meses para la

asunción de Illia). La diplomacia estadounidense debía enfatizar, “tanto mediante la

palabra como mediante la acción”, que los Estados Unidos “favorecen la reforma

social y económica y el desarrollo tan fuertemente como la estabilidad financiera y la

protección de la inversión extranjera”14

. Los objetivos del Departamento de Estado se

hicieron cada vez más explícitos: “Promover y fortalecer en todos los sectores de la

vida brasileña fuerzas democráticamente orientadas que puedan contener los excesos

no democráticos o anti-democráticos de Goulart o de sus partidarios izquierdistas o

ultranacionalistas... y facilitar la sucesión más favorable posible en el caso de que

una crisis del régimen lleve a la remoción de Goulart, y en todo caso en las elecciones

de 1965”15

.

El populismo de Goulart recibía, entonces, presiones de dos flancos. De un lado,

11

Thomas E. Skidmore (1982), p. 398. 12

Paulo G. Fagundes Vizentini (1995), p. 279. 13

Agency for International Development (AID). Program and project (1963), p. 65. NSF, Agency File,

Box 3, LBJL. 14

Telegrama del Departamento de Estado a la Embajada en Brasil, 16/8/63. Foreign Relations of the

United States (FRUS), 1961-1963, Vol. XII. 15

Políticas propuestas para el corto plazo – Brasil. 30/9/63. FRUS, 1961-1963, Vol. XII.

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los Estados Unidos cuestionaban cada vez más sus actitudes (e incluso su legitimidad),

y presionaban para que Brasil abandonara las iniciativas de reforma agraria y las

expropiaciones, principalmente de AMFORP e ITT. Del otro, la creciente

movilización de las masas obreras y campesinas motorizaba la crítica desde la

izquierda interna a la tendencia oficial a la conciliación, por parte de sectores

nacionalistas y reformistas como el gobernador de Río, Lionel Brizola16.

Hacia fines de 1963 el Departamento de Estado sistematizó su injerencia en la

situación interna brasileña para provocar el derrocamiento de Goulart. Según el

embajador Gordon, la preocupación norteamericana era que el "autoritarismo

izquierdista" de Goulart pudiera provocar "un golpe más radical y probablemente

dirigido por los comunistas contra Goulart"17

. También para el diplomático Roberto

Campos, el deterioro de la situación en Brasil abría la posibilidad no de una sino de

dos reacciones militares: una contra Goulart y otra a favor suyo, abriendo un rumbo de

guerra civil de imprevisibles derivaciones y con un potencial "efecto dominó" en otros

países de América Latina18

.

Realista o no, esta perspectiva precipitó una sucesión de acciones de la

diplomacia y la inteligencia norteamericanas dirigidas a acelerar y orientar el

desemboque golpista. Puntos decisivos en este rumbo fueron la designación como

agregado militar de la Embajada en Brasilia del general Vernon Walters, viejo amigo

personal del mariscal Humberto Castello Branco, y el envío del emisario de la CIA

Dan Mitrione, quien tuvo a su cargo la organización del contrabando de armas

destinadas a la formación de grupos paramilitares golpistas19

. El entonces coronel

Walters tenía antiguos vínculos con los oficiales brasileños que habían formado parte

del destacamento que luchó junto a sus colegas norteamericanos en la segunda Guerra

Mundial. Aunque posteriormente descartó en forma reiterada que los Estados Unidos –

y él personalmente- hubieran tenido participación alguna en la gestación del golpe del

31 de marzo de 1964, son numerosos los indicios de que tal interpretación no es en

absoluto infundada. El mismo Roberto Campos admite, aunque indirectamente y

responsabilizando del golpe principalmente al propio Goulart, que “parecía extraño

que Walters hubiese, en telegrama del 27 de marzo al Departamento de Estado,

adivinado hasta la propia fecha del levantamiento”20

. Y el propio Vernon Walters, en

entrevista concedida a comienzos de setiembre de 1999, frente a la acusación de haber

apoyado el golpe de Castello Branco, esboza una respuesta elusiva que conlleva una

admisión implícita: “¿Qué consejo podría haberles dado yo a los militares brasileños,

que en esa época ya habían derrocado a dos presidentes? –interroga a su vez al

periodista-. Ellos no necesitaban mi apoyo... Lo que hay que comprender es que en

aquella época, en América Latina, los militares eran vistos como ‘garantía del orden

y de la Constitución’”21

.

Los Estados Unidos utilizaron también sistemáticamente los Programas de

Asistencia Militar (MAP) como instrumento de penetración política e ideológica en

16

Paulo G. Fagundes Vizentini (1995), p. 268. 17

Beschloss, Michael R. (1997), p. 306 (nota al pie). 18

Roberto Campos (1994), p. 550. 19

Moniz Bandeira (1989). 20

Roberto Campos (1994), p. 548. 21

Clarín, Suplemento Zona, domingo 5/9/99.

Page 10: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

10

los estamentos militares. El Jornal do Brasil publicó, en diciembre de 1976, un tele-

grama confidencial del 4 de marzo de 1964 enviado por el embajador Lincoln Gordon

al Subsecretario de Estado Thomas Mann, en el que se decía: “Nuestro MAP es un

factor altamente influyente en la adopción por los militares [brasileños] de una actitud

pro-EE.UU. y pro-Occidente... Como consecuencia del entrenamiento y aprovisio-

namiento de material, el Programa de Asistencia Militar se torna un vehículo esencial

en el establecimiento de una estrecha relación con los oficiales de las Fuerzas

Armadas”22

. El mismo documento califica a los militares brasileños como “un factor

esencial en la estrategia de contener los excesos izquierdistas del gobierno de

Goulart...”. Y agrega sugestivamente: “Las Fuerzas Armadas no sólo tienen

capacidad para suprimir posibles desórdenes internos, sino también para servir como

moderadores en los asuntos políticos brasileños...”.

Finalmente, el gobierno norteamericano acompañó el movimiento militar con el

montaje de la llamada "Operación Brother Sam", que incluyó la movilización de una

fuerza naval desde la sede del Comando Sur estadounidense en Panamá, para un

potencial apoyo armado al levantamiento. Una comunicación ultrasecreta enviada por

la embajada norteamericana en Río de Janeiro al Estado Mayor Conjunto en los

primeros días de abril –pocas horas después de producido el golpe- aludía a un fardo

de 110 toneladas de armas y municiones, que permanecía pendiente de una

determinación del embajador Gordon sobre la necesidad de un eventual apoyo

norteamericano por parte de las fuerzas militares brasileñas; según el mismo

documento, una fuerza de tareas de transporte continuaba su marcha hacia el Atlántico

Sur hasta tanto hubiera certeza definitiva de que no haría falta una “demostración de

poderío naval”23

. El propio Embajador Gordon reconoció –mucho más tarde- la

paternidad de la idea de la “Operación”24

. Pero no habría resistencia organizada: la

“Operación Brother Sam” fue suspendida.

Gordon saludó con entusiasmo la caída de Goulart el 1º de abril, declarando

antes de transcurrido un mes que ello daría al Brasil una nueva oportunidad para

realizar los ideales de la Alianza para el Progreso. A comienzos de mayo, en un

discurso en la Escuela Superior de Guerra de Río de Janeiro, exaltó la “revolución”

equiparándola, entre los hitos decisivos de la historia mundial de mediados del siglo

XX, con el Plan Marshall y la resolución de la crisis de los misiles en Cuba25

. Existe,

además, transcripción de un diálogo entre el presidente Johnson y el Secretario de

Estado Adjunto para Asuntos Interamericanos Thomas Mann, el viernes 3 de abril de

1964, tres días después del golpe. “Mann: Espero que Ud. esté tan feliz respecto al

Brasil como lo estoy yo. LBJ: Lo estoy. Mann: Pienso que es lo más importante que

ocurrió en el hemisferio en tres años”26.

22

Telegrama de la embajada norteamericana al Dto. de Estado, 4/3/64, U.S. National Archives (USNA). 23

Comunicación top secret de la embajada norteamericana en Río de Janeiro al Estado Mayor

Conjunto, abril 1964 (sin indicación de fecha). La historiadora norteamericana Phyllis Parker publicó en

1976 otros documentos que demuestran la movilización militar de los Estados Unidos para intervenir

eventualmente en la posible lucha interna. Ver también Costa Couto (1999), p. 26. 24

En declaraciones formuladas a O Estado de Sao Paulo el 31/3/94, al cumplirse tres décadas del

movimiento militar, transcriptas por Roberto Campos (1994), p. 550. 25

Thomas Skidmore (1982), p. 397. 26

Beschloss (1997), p. 306.

Page 11: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

11

Lincoln Gordon continuaría en sus funciones de embajador hasta principios de

1966, cuando fue promovido a Secretario de Estado Adjunto para Asuntos Interame-

ricanos.

Consumado el golpe de Estado, Washington reconoció al nuevo gobierno

provisional en menos de 24 horas. Lo que siguió en cuanto a las relaciones bilaterales

es motivo de otro estudio. Pero lo que es preciso señalar –en la medida en que

constituyó un antecedente para la actitud que asumiría la diplomacia norteamericana

frente a los preparativos golpistas en la Argentina dos años más tarde- es la hoy

notoria heterogeneidad de la coalición convergente en el movimiento militar de 1964.

Los dirigentes de Washington se sintieron exultantes con el reemplazo de

Goulart por un comando militar que encabezaba su “hombre de confianza”, el mariscal

Humberto Castello Branco. A apenas tres meses de investido, la CIA estimaba que la

“revolución” que había derrocado a Goulart constituía “un serio retroceso para los

intereses soviéticos” y que el nuevo presidente había logrado conjurar “las grandes

amenazas a la estabilidad política”, elogiando su “firme, responsable y ejecutivo lide-

razgo”27

.

Pero ni siquiera Castello Branco sería un incondicional de las políticas liberales

recomendadas por los organismos financieros internacionales, ni de los lineamientos

que el Departamento de Estado promovía en la política exterior de los estados

latinoamericanos. Las políticas de la dictadura militar –en particular las iniciativas de

planificación económica, un frustrado proyecto de reforma agraria impulsado por el

ministro Roberto Campos, y el rechazo al “alineamiento automático” detrás de

Washington en los organismos multilaterales- depararían al menos incertidumbre en

los círculos decisorios de la política exterior de Estados Unidos. Es posible que, pese a

la conocida penetración de sus servicios de inteligencia, éstos no estuvieran suficiente-

mente prevenidos respecto a la diversidad de tendencias que el frente golpista llevaba

encubiertas, y que se impondrían con particular dureza represiva en una “segunda

vuelta” con la ascensión del mariscal Arthur da Costa e Silva en 1966.

El Brasil, alineado con los EE.UU. en la 2ª Guerra Mundial, había participado en

ella con un contingente militar. Castello Branco había sido su jefe de operaciones.

Respecto de Costa e Silva, un documento de la LBJ Library afirma que, aunque amigo

de Estados Unidos, al no haber servido en aquella Fuerza Expedicionaria carecía del

“profundo sentimiento de camaradería que los militares norteamericanos habían

desarrollado entre muchos de sus colegas oficiales [brasileños]”28

.

Para algunos autores, el golpe militar de 1964 no implicó en la política exterior

del país un viraje de 180 grados. Amado Cervo interpreta la “corrección diplomática”

de 1964 apenas como “un paso fuera de cadencia”. Para este autor, el gobierno militar

retornaría en corto tiempo a las tendencias nacionalistas de la política exterior

brasileña, e incluso muchos de los postulados de la PEI serían retomados por la

diplomacia militar en los ’70 con el llamado “pragmatismo responsable”. Por su parte,

Vargas García critica la interpretación que deriva unilateralmente el pensamiento

“geopolítico” de los militares brasileños (especialmente el de Golbery do Couto e

Silva) de la influencia doctrinaria norteamericana, enfatizando que el triunfo del

27

Memorandum CIA Nº 1610/64, 29/7/64, LBJL. 28

National Security Council, Country Files, Brazil, Box 11-12, LBJL.

Page 12: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

12

heterogéneo frente golpista significó el ascenso al poder de segmentos militares

nacionalistas, emergentes en esencia de una dinámica política interna propia, que se

negó –incluso durante el período inicial de Castello Branco- a practicar el “alinea-

miento automático” tras las prioridades de los Estados Unidos, y que culminaría en la

etapa Geisel con el rompimiento del Acuerdo Militar de 195229

.

Claro que ya entonces, promediando el segundo quinquenio de la década, el

escenario internacional comprendería profundas transformaciones, con el relativo

debilitamiento de los EEUU –golpeado militar y políticamente por su derrota que se

perfilaba inevitable en Vietnam y por el ascenso del movimiento de los países del

Tercer Mundo, así como por el signo negativo de su balanza de pagos-, y con el surgi-

miento de nuevos polos económicos competidores (CEE y Japón) y la creciente

rivalidad con la superpotencia soviética en todo el mundo.

Durante el largo período de casi dos décadas que llenaron Costa e Silva,

Garrastazu Médici y Ernesto Geisel, las tendencias nacionalistas en las Fuerzas

Armadas, los siempre presentes vínculos de sectores empresariales y castrenses con

intereses económicos ligados a las grandes potencias europeas, y el reverdecimiento de

la movilización estudiantil, campesina y obrera, generarían contradicciones aún

mayores que las que los Estados Unidos habían querido eliminar con el derrocamiento

de Goulart.

EL GOLPE DE ESTADO DE 1966 EN ARGENTINA

La política norteamericana hacia el gobierno de Arturo Illia fue mucho más

prudente que la que siguió hacia el presidente brasileño Goulart. La Embajada

norteamericana en Buenos Aires se mantuvo en una posición “legalista” aún en el

marco del endurecimiento de la política exterior estadounidense tras la asunción de

Johnson, y prácticamente hasta que se hizo manifiesto que el golpe de Estado era

irreversible. Esto tiene su importancia, ya que el Departamento de Estado estaba

perfectamente informado de la existencia de sectores militares opuestos a los

lineamientos programáticos de Illia y en procura de una oportunidad para provocar una

“intervención” militar desde muy temprano, incluso desde antes de la asunción de la

presidencia por éste en octubre de 196330

. La actitud contemporizadora del gobierno

norteamericano, de todos modos, no implicaba el abandono de la política de presiones

y advertencias más o menos veladas para incidir en la situación interna de la

Argentina. A mediados del año siguiente el Secretario de Estado comunicaba al

embajador en Buenos Aires: “Somos ciertamente conscientes de las presiones

políticas sobre Illia y del riesgo de golpe, independientemente de lo que se haga

respecto del problema petrolero. Nuestra preocupación se acrecienta –agregaba Dean

Rusk, con una apenas disimulada carga de amenaza- por el evidente fracaso del

gobierno argentino en comprender que hay cierta conexión entre un acuerdo sobre el

problema petrolero y su manifiesta necesidad de inversiones privadas y de asistencia

financiera y económica extranjera”31

. 29

Vargas Garcia, Eugênio (1997), pp. 22-24. 30

Memo del Director del Bureau of Intelligence and Research (Hughes) al Sec. de Estado Rusk,

11/10/63. FRUS 1961-63, Vol.XII, Argentina. 31

Telegrama del Dto. de Estado a la embajada en Buenos Aires, 20/6/64. NSF Country Files. Argentine

Page 13: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

13

Aunque el propio Goulart no era ni mucho menos un revolucionario, Illia estaba

muy lejos de sustentar un programa de reformas sociales y de política exterior que lo

aproximara a un Goulart. Sólo el acelerado ascenso de la temperatura mundial en el

marco de la Guerra Fría pudo encender en tal medida las prevenciones del Departa-

mento de Estado respecto del carácter del gobierno radical.

La carrera de Illia hacia los comicios de julio de 1963 se desarrolló en un clima

político interno signado por la proscripción del peronismo y de su líder, por lo que la

UCR del Pueblo obtuvo la primera minoría y la nominación de su candidato en el

Colegio Electoral con apenas el 25% de los votos. Este hecho cuestionaba la

legitimidad de la victoria electoral: esta "marca de origen" constituiría un "caballito de

batalla" permanente de la oposición política y, especialmente, de los sectores internos

y externos que ya desde 1964 comenzaron a tejer la trama del golpe de Estado. El

nuevo presidente accedería a la Casa Rosada hostilizado por la sistemática oposición

de la dirigencia sindical y de la mayoría parlamentaria peronista, y condicionado por la

coexistencia de contradictorias tendencias conservadoras y populistas dentro del

propio radicalismo. Su respaldo se limitaba al sector militar "Colorado", que había

resultado derrotado en los enfrentamientos de 1962.

Al mismo tiempo, las formulaciones programáticas de los radicales del pueblo se

encuadraban en los lineamientos básicos heredados de la intransigencia radical y

alentados por un trasfondo internacional marcado por las propuestas económicas

nacionalistas en boga en muchos países del Tercer Mundo, orientaciones que se

manifestaron a través de cierta resistencia a las imposiciones del FMI, la concepción

de un Estado inclinado al control y la planificación de la economía, así como a la

atención prioritaria al mercado interno; y, principalmente, en la decisión de denunciar

y anular los contratos petroleros firmados por el presidente Frondizi.

El gobierno de EE.UU. conocía con mucha anticipación -puesto que había sido

proclamada públicamente durante la campaña electoral- la posición del radicalismo en

favor de anular los contratos. Tal vez creía que la debilidad política con que llegaba el

gobierno radical haría fácil persuadirlo de que no la llevara a la práctica.

Los contratos petroleros de exploración y explotación con las empresas

extranjeras, nueve de las cuales eran norteamericanas32

, fueron rescindidos

argumentando "vicios de forma"; eran cuestionados por no haber sido debatidos por el

Congreso ni acordados por licitación. La reacción de la diplomacia norteamericana

ante el hecho consumado se hizo eco del disgusto de las empresas estadounidenses

afectadas por la medida; sin embargo, no fue tan violenta como podía esperarse, sino

más bien contemporizadora y dispuesta a promover tratativas directas entre las

compañías y el gobierno argentino a fin de alcanzar una renegociación de los

convenios o, en su defecto, la justa compensación por la rescisión de los mismos.

Durante el curso de las tratativas, y aún cuando la posición de la representación

argentina encabezada por el ministro de Economía Eugenio Blanco y el presidente de

YPF Facundo Suárez se pronunciaba en favor no de la renegociación sino de un nuevo

llamado a licitación abierto y en condiciones competitivas, las compañías estadouni-

cables, Vol. I, Box 6, LBJL. 32

Las compañías norteamericanas eran Cities Service, Astra, Cadipsa, Continental-Marathon, Esso,

Ohio, Pan American, Tennessee Gas y Union Oil-Cabeen.

Page 14: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

14

denses continuaron produciendo a requerimiento del gobierno argentino sobre la base

contractual anterior: el presidente Illia no era en absoluto enemigo del capital

extranjero, y se ocupó personalmente de destacar ante el embajador norteamericano

que los del petróleo y la electricidad eran casos especiales33

. El gobierno buscaba una

solución capaz de conciliar, por un lado, la continuidad de la explotación petrolera, y

por el otro sus promesas preelectorales. Tras una larga conversación privada con el

presidente, el embajador McClintock recomendó al Departamento de Estado adoptar

una política de “perfil bajo”: tomar a Illia la palabra y dejarlo que enfrentara el embate

nacionalista; el funcionario opinaba que las empresas no tenían motivo para temer una

expropiación en favor de YPF, como habían amenazado personeros del gobierno

argentino a comienzos de mayo34

.

Sin embargo, la administración Kennedy no aceptó sin más las disposiciones del

gobierno argentino, y utilizó la política asistencialista en el marco de la Alianza para el

Progreso como un ariete dirigido a doblegar sus limitadas aspiraciones autonomistas:

"Un importante objetivo de Estados Unidos se logró con el retorno de Argentina al

régimen democrático. El cumplimiento de nuestro objetivo actual requerirá paciencia

y perseverancia mientras la nueva administración sigue probando parte de sus

dudosas teorías económicas, y aprende a aceptar la necesidad de la cooperación

económica internacional. En este período de transición, el programa de Estados Uni-

dos será selectivo, apoyando sectores o metas específicas, pero sin dar respaldo

general al gobierno central". Y se agregaba: "Si el gobierno argentino fracasa en dar

los pasos adecuados para adoptar e implementar las políticas mencionadas, la

asistencia de la AID se limitará a actividades muy selectas... La AID enfatizará los

préstamos para actividades con un alto componente de intercambio exterior, y evitará

financiar proyectos que tendrían el efecto de proveer apoyo al gobierno central"35

.

La diplomacia estadounidense acusó reiteradamente al gobierno argentino por

actitudes y posturas que caratulaba de "nacionalismo extremo", "chovinismo", e

incluso "izquierdismo". Al igual que con Goulart en Brasil, utilizó el arma de la

asistencia financiera en procura de torcer el rumbo de las políticas gubernamentales,

aunque "con este gobierno chovinista -concluía antes de cumplido medio año de

gobierno radical- parece dudoso que la amenaza de negar asistencia estadounidense

pueda tener algún efecto"36

. Si la política del Departamento de Estado no fue aún más

a fondo en esta dirección, fue por temor a la situación de virtual “ingobernabilidad”

que la misma podía desencadenar en un marco de creciente agitación social: “Nuestro

temor no es que el recorte de la ayuda sea inefectivo desde el punto de vista

económico, sino que pueda contribuir a la inestabilidad política”37

.

Los documentos diplomáticos norteamericanos muestran la acentuada inquietud

del Departamento de Estado por la persistencia de la crisis económica -creciente

endeudamiento externo pese a las buenas cosechas y al elevado nivel de reservas,

33

McClintock al Dto. de Estado, 16/4/64. NSF Country Files. Argentine cables, Vol. I, Box 6. LBJL. 34

Cable de McClintock al Dto. de Estado, 9/5/64. NSF Country Files. Argentine cables, Vol. I, Box 6.

LBJL. 35

AID. Program and proyect (1963), p. 59, USNA. 36

Cable del embajador McClintock al Dto. de Estado, 11/3/64, LBJL. 37

Del Dto. de Estado a la embajada en Buenos Aires, 23/6/64. NSF Country Files. Argentine cables,

Vol. I, Box 6, LBJL.

Page 15: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

15

inflación38

- y por la inestabilidad social y política atizada por una serie de huelgas

salariales espontáneas, el Plan de Lucha de la CGT vandorista de mediados del '64 y el

preconizado "Operativo Retorno" del gral. Perón de fines de ese año, incluyendo

también el hallazgo de campamentos guerrilleros en el interior del país39

, que los

diseñadores de la política exterior de Washington veían como indicios de creciente

agitación subversiva y de penetración soviética en el país.

A esa altura consideraban aún favorables las perspectivas del gobierno argentino

(“La posibilidad de una insurrección peronista o comunista es remota”) y, aún

sintiéndose incómodos por las recurrentes actitudes nacionalistas del gobierno,

insinuaban un dejo autocrítico respecto a la política norteamericana de presiones.

Caracterizaban al gobierno como inclinado a una creciente participación estatal en la

economía, y poco afecto a la inversión privada extranjera, partidario de la

"colaboración económica" más que de la "ayuda", y firmemente opuesto a la

“intrusión” de Estados Unidos en los mercados comerciales argentinos, pero atribuían

parcialmente esas actitudes “a las condiciones anexas a nuestra asistencia,

consideradas gravosas e inaceptables”40

.

Los diplomáticos norteamericanos diferenciaban claramente las tendencias

internas existentes en el partido y en el equipo gobernante, trazando una línea divisoria

entre los "extremistas" liderados por el vicepresidente Perette y los "moderados"

encabezados por el presidente Illia, y concluían que la perspectiva era de predominio

de los "moderados", lo que consideraban relativamente favorable a los intereses de los

Estados Unidos41

. A fines de 1965, cuando los rumores de golpe de Estado ya se

habían tornado insistentes, un cable de la embajada en Buenos Aires (26/11/65)

destacaba a los dirigentes radicales Pugliese y Mor Roig como “elementos dentro de

la UCRP con los que podemos trabajar”. Así y todo, la cuestión de los contratos

petroleros siguió enervando las relaciones incluso con este último sector. A fines de

junio de 1964, el Secretario de Estado comunicaba a la embajada en Buenos Aires que

las conversaciones del subsecretario Thomas Mann con el ministro de Defensa

Leopoldo Suárez “no abren terreno al optimismo, aunque se lo describe como uno de

los ‘moderados’”42

. Suárez había ratificado el carácter definitivo de la anulación de

los convenios, y que no debía hablarse de renegociación sino de licitación abierta.

Las autoridades norteamericanas también seguían de cerca la evolución del

estado de ánimo militar. A mediados de 1964 consideraban aún predominantes en él

las tendencias “legalistas” y partidarias de que las Fuerzas Armadas permanecieran

ajenas “a la política”: "La perspectiva actual es que el gobierno completará su término

de 6 años". Pero al mismo tiempo dejaban claramente abierta la posibilidad de un

desemboque no institucional de la crisis económica y política, al señalar que los

38

Cable del embajador McClintock al Sec. de Estado, 11/3/64. NSF, Arg. Cables, I, LBJL. 39

Conferencia de prensa del Jefe de Gendarmería Julio Alsogaray, sobre la existencia de grupos

guerrilleros con armamento provisto por fuentes extranjeras (Cuba, Bolivia, Brasil y Venezuela). De

McClintock al Sec. de Estado, 26/3/64. NSF, Arg. Cables, I, LBJL. 40

Cablegrama de Adair al Dto. de Estado, 19/5/64. NSF Country Files. Argentine cables, Vol. I, Box 6. 41

Ibídem. 42

Telegrama del Dto. de Estado a Buenos Aires, 20/6/64. NSF Country Files. Argentine cables, Vol. I,

Box 6, LBJL.

Page 16: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

16

mandos castrenses sólo removerían al gobierno "si lo requiriera el interés nacional"43

.

Poco después –en agosto- tendría lugar el recordado discurso del Comandante en Jefe

del Ejército, general Onganía, en la V Conferencia de Ejércitos Americanos en West

Point, en el que, recogiendo la nueva doctrina norteamericana de la “seguridad

nacional”, condicionaba la apoliticidad de las Fuerzas Armadas y su respaldo al

régimen constitucional al derecho de derrocar a un gobierno que ellas consideraran

despótico, y promovía la integración del Ejército argentino dentro del sistema militar

interamericano bajo la égida del Pentágono, que presionaba para convertir a las Fuer-

zas Armadas del continente en pilares contra el enemigo interno44

. Un año más tarde

avanzaría aún más en sus formulaciones doctrinarias, proponiendo ante el gral. Costa e

Silva, ministro de Guerra del presidente brasileño de facto Castello Branco, la coordi-

nación de los Ejércitos argentino y brasileño como núcleo de una fuerza interame-

ricana para la lucha antisubversiva45

.

Durante la presidencia de Illia se sumarían nuevos temas de preocupación para la

conducción de la política exterior norteamericana, algunos en el plano económico

alrededor de medidas gubernamentales que afectaban los intereses del capital

norteamericano en la Argentina –como la Ley de medicamentos que en 1965 limitó las

ganancias de los laboratorios farmacéuticos extranjeros-, y otros en el terreno de la

política exterior, en el que el gobierno radical esbozó tibios intentos por salvaguardar

la independencia de decisión nacional –como su reticencia a suscribir las sanciones a

Cuba y a apoyar la guerra norteamericana contra Vietnam, o a sumar tropas argentinas

a la Fuerza Interamericana con la que Estados Unidos aspiraba a legitimar su interven-

ción en la República Dominicana.

Las vacilaciones y ambigüedades del gobierno argentino en este último caso –en

el marco del viraje de la política exterior norteamericana con el presidente Johnson-

sentaron el precedente inmediato del cambio de actitud estadounidense hacia la

situación argentina. Aunque sin comprometer la participación del país, a través del

canciller Zavala Ortiz la Argentina suscribió la creación de la “Fuerza Interamericana”

de la OEA con que los Estados Unidos pretendían dar una cobertura multilateral a su

desembarco militar ya materializado a fines de abril, e incluso recogió los argumentos

estadounidenses que respaldaban la intervención aduciendo el “derecho de legítima

defensa, individual o colectiva”, frente a la “revolución exportada o a la agresión

subversiva”46

. Pero al mismo tiempo los funcionarios argentinos persistieron en la

defensa del principio de no intervención y en el alcance limitado a esa única

circunstancia de la formación de la Fuerza Interamericana, a la que los

norteamericanos pretendían dar un carácter permanente en aras de la “seguridad

continental”.

El gobierno de Illia debió navegar en aguas agitadas, donde a las acentuadas

presiones de la diplomacia norteamericana se sumaba la posición decididamente

favorable a la participación argentina en la fuerza de intervención de los altos mandos

de las Fuerzas Armadas –particularmente del Comandante en Jefe del Ejército 43

Cablegrama de Adair al Dto. de Estado, 19/5/64. NSF Country Files. Argentine cables, Vol. I, Box 6,

LBJL. 44

Robert A. Potash (1994), pp. 196-198. 45

Alain Rouquié (1982), T. 2, p. 232. 46

Juan A. Lanús (1984), p. 210.

Page 17: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

17

Onganía, del de la Armada Benigno Varela, y del ministro de Defensa Avalos47

-, y la

intensa movilización estudiantil y popular en contra del envío, con grandes

manifestaciones cuya represión dejó como saldo la muerte del estudiante Daniel

Grinbank. Aunque finalmente se decidió no integrar la fuerza expedicionaria (como sí

lo hicieron Brasil y otros cinco países latinoamericanos), la argumentación del

gobierno condicionó su interpretación del principio no intervencionista considerándolo

un “derecho no absoluto” y caracterizando la iniciativa de la OEA no como una

intervención sino como una “mediación”, y en definitiva debilitó con sus concesiones

la firmeza de su propia posición frente al reclamo norteamericano para que la

Argentina y el conjunto de los países latinoamericanos secundaran sus prioridades

estratégicas.

Una ambivalencia similar mostró el presidente Illia respecto de la intervención

norteamericana en Vietnam. Al tiempo que destacaba ante el embajador Martin su

“comprensión” hacia la presencia armada de Estados Unidos en el sudeste asiático, ya

que “a veces es necesario el uso de la fuerza para defenderse de las provocaciones de

los agresores”, negó cualquier asistencia a las tropas estadounidenses más allá de un

cierto apoyo alimentario e insistió en la necesidad de hallar una solución al conflicto

mediante el diálogo y la mediación de organismos internacionales, y en base al respeto

de todos los estados y pueblos involucrados48

.

Las ambigüedades gubernamentales frente al caso dominicano constituyeron el

telón de fondo que desembocó en el alejamiento del general Onganía de la

Comandancia en Jefe del Ejército a fines de 1965. La decisión de derrocar a Illia por

parte de los más altos niveles del Ejército ya estaba tomada prácticamente varios

meses antes, y la inteligencia norteamericana tenía completa información de ello. A

fines de mayo, la CIA informó que el general retirado, ex presidente provisional y

dirigente político Pedro E. Aramburu estimaba que, “en vista de la impotencia del

actual gobierno de Argentina para tomar decisiones, ha llegado el momento de aban-

donar el camino de la acción política legal y buscar los cambios necesarios por medio

de un golpe cívico-militar en la línea del golpe brasileño que destituyó al gobierno de

Goulart”. Aramburu había discutido previamente la situación general del país y sus

posibles salidas con el Comandante en Jefe Onganía y con el Jefe de la Gendarmería

Julio Alsogaray. Según la CIA, Onganía prefería mantenerse todavía en el terreno de

la legalidad, pero “la penosa vacilación” del gobierno en la cuestión de Santo

Domingo estaba “acortando su paciencia”49

.

En esos meses, los preparativos para el movimiento castrense adquirieron estado

público. En el plano político interno, ya la prioridad de la divisoria peronismo-

antiperonismo había sido reemplazada por otra: a favor o en contra del golpe. Recién

allí la diplomacia norteamericana comenzó a virar hacia una actitud complaciente

hacia los preparativos golpistas, pero incluso entonces de modo elíptico y presentando

su consenso al movimiento castrense en gestación como forzado por la obcecación del

gobierno en su “exacerbado nacionalismo” y por su impotencia para gobernar la crisis

económica. Pero la vinculación con un sector de los militares argentinos era sólida.

47

Juan A. Lanús (1984), p. 213. 48

Cable de Martin al Dto. de Estado, 9/2/66. LBJL. 49

Cable de la CIA, 29/5/65. NSF, Country Files, Argentina cables, Vol. II, Box 6, LBJL.

Page 18: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

18

Considerando inevitable el golpe militar "si sigue el desplazamiento hacia la izquierda

y el gobierno se muestra incapaz de resolver los problemas sociales y económicos”, el

embajador Edwin Martin enfatizó en noviembre de 1965 ante sus superiores en el

Departamento de Estado que “dentro de los militares, el general Onganía constituye

aún la figura clave y es esencial que sea ayudado a continuar como Comandante en

Jefe del Ejército”50

. La renuncia de Onganía en ese mismo mes inició la cuenta regre-

siva del golpe militar51

.

Pero con ello no cesaron las vacilaciones de los representantes de Washington.

La aproximación de un desemboque de la situación política argentina precipitaba

definiciones de la diplomacia, de la inteligencia y de los ámbitos parlamentarios

norteamericanos, no siempre coincidentes y no correspondientes linealmente al

tradicional clivaje político entre republicanos y demócratas. Al parecer, las

interpretaciones divergentes sobre la situación argentina existían incluso dentro del

propio Departamento de Estado. A comienzos de abril del ‘66, un funcionario de la

Dirección de Inteligencia e Investigaciones de dicho Departamento evaluaba para el

Secretario de Estado que, pese a la intensa agitación laboral y la obvia preocupación

militar por la situación económica, “la intervención militar no parece inminente en la

Argentina”. El informe destacaba la actitud cautelosa de los militares, estimando que

“no intervendrán a menos que las condiciones económicas y sociales se deterioren

hasta un punto próximo al ‘caos’”, aunque la situación “al presente parece lejos de

ello”52

.

Coincidentemente, el embajador Martin elogiaba ante sus superiores la

estabilidad que veía en la Argentina, y justificaba en consideraciones de política

interna las divergencias con los Estados Unidos en cuestiones de política exterior

como Vietnam y Santo Domingo. En el plano económico la situación le parecía

“alentadora” –sin dejar de llamar la atención sobre la falta de mejoría en las relaciones

comerciales argentino-norteamericanas y el avance del intercambio con los países del

bloque soviético-, y destacaba la posición predominante de la influencia de los Estados

Unidos en las Fuerzas Armadas del país53

.

Todavía a comienzos de junio, prácticamente en los umbrales del levantamiento

golpista, Martin se manifestaba "muy confundido sobre lo que pueda suceder al

gobierno de Illia", destacando la "creciente tranquilidad y mejor atmósfera" que creía

percibir "para buscar soluciones políticas más bien que militares”54

. En clara diver-

gencia con las estimaciones de la inteligencia norteamericana, Martin prefería ser

optimista respecto a las chances de Illia para hacerse cargo de la confrontación con los

militares.

Sin embargo, los servicios de inteligencia estadounidenses ya tenían certeza

50

Perspectivas de las relaciones EE.UU.-Argentina bajo el gobierno del Presidente Illia en los

próximos 6 meses. Informe del embajador en Buenos Aires al Sec. de Estado, 26/11/65. NSF Country

Files. Argentine cables, Vol. I, Box 6. LBJL. 51

Alain Rouquié (1982), T. 2, p. 235. 52

Nota de Inteligencia de George Denney al Secretario de Estado, 7/4/66. NSF Country Files. Arg.

Memos II, Box 6, LBJL. 53

De la embajada en Buenos Aires al Dto. de Estado, 27/4/66. NSF Country Files. Arg. Cables II, Box

6, LBJL. 54

Martin al Dto.de Estado, 4/6/66. NSF Country Files. Argentine Memos, Vol. II, Box 6. LBJL.

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19

sobre la puesta en marcha del plan golpista. La CIA ya había informado sobre el

cambio de posición del general Onganía a favor del movimiento militar, e incluso

adelantaba fecha tentativa del mismo entre los días 6 y 25 de junio55

.

Aunque las cartas estaban echadas, el consejero de la Embajada para Asuntos

Políticos, Ellwood Rabenold, compartía las dudas de Martin sobre la validez real de

las razones que esgrimía la conducción militar para encarar el cuartelazo, y advertía

veladamente sobre las consecuencias que la actitud de Washington frente al golpe de

Estado podría implicar para las relaciones de Estados Unidos con los países de la

región: "La reacción de EE.UU. no debería aislarnos de otros países líderes del

hemisferio", estimaba en esos mismos días en su propuesta de planes de contingencia.

Y se mostraba sumamente penetrante al dejar entrever, ante el Departamento de

Estado, las incertidumbres que la heterogeneidad del frente golpista suscitaba a los

diplomáticos norteamericanos in situ: "El gobierno surgido del golpe -preveía- seguirá

políticas generalmente aceptables para los Estados Unidos, al menos en el corto

plazo"56

.

Por su parte, y tal vez disintiendo con la posición del Subsecretario Lincoln

Gordon, quien en su momento, en su carácter de embajador en Brasilia, se había

involucrado personalmente en el golpe brasileño de 1964, el embajador Martin

subrayaba las diferencias entre ambos procesos. “Muchos militares se han convencido

de que removiendo al gobierno de Illia estarían cumpliendo en la Argentina un rol

básicamente idéntico al que las Fuerzas Armadas realizaron en Brasil echando a

Goulart. Soy conciente de cuán distintas son en realidad ambas situaciones... [Los

militares] han seguido atentamente la ayuda norteamericana al Brasil desde la

partida de Goulart, y la prensa publicitó, tal vez excesivamente, el entusiasmo de

nuestros inversores por el nuevo régimen en Brasil”57

. Por eso, Martin decía temer

que la diferente actitud norteamericana frente al movimiento no fuera creíble para los

militares argentinos, o bien fuese tomada como un caso más de favoritismo de los

EE.UU. hacia el Brasil. Martin también temía una imprevisible reacción del

nacionalismo castrense: “Se comparte ampliamente una actitud nacionalista con

considerable historia, incluso fuera de los círculos golpistas”. Y concluía: “Debemos

movernos con precaución para asegurar un resultado netamente positivo”. En

consecuencia, proponía no promover un encuentro con Onganía, sino “esperar hasta

que haya clara evidencia de la cristalización del programa de acción golpista que

justifique correr el riesgo de ser acusados de intervencionismo”58

.

Posiblemente, en el trasfondo de estas incertidumbres estaba la experiencia del

proceso brasileño, transcurridos dos años desde el golpe liderado por Castello Branco.

En la dictadura brasileña, con el ascenso de Costa e Silva en 1966, habían pasado a

predominar sectores militares que no se alineaban automáticamente tras las prioridades

de la estrategia norteamericana. De modo similar, en la Argentina la “oferta” golpista

incluía no una sino varias tendencias. Según la CIA, a mediados de mayo de 1965 el

general Aramburu hablaba de al menos tres movimientos en gestación, encabezados 55

Cable de la CIA, 6/6/66. NSF Country Files. Arg. Memos II, Box 6, LBJL. 56

De Ellwood Rabenold al Dto.de Estado: "Planes de contingencia para los acontecimientos que

puedan surgir de ahora a las elecciones nacionales de marzo de 1967", 4/6/66, USNA. 57

Martin al Sec. Adjunto Gordon, 8/6/66. NSF Country Files. Arg. Cables, II, Box 6, LBJL. 58

Ibídem.

Page 20: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

20

uno por el gral. (RE) Enrique Rauch; otro por el almirante (RE) Isaac Rojas y el gral.

(RE) Toranzo Montero (sin especificar de cuál de los hermanos –Carlos o Federico- se

trataba); y el tercero por el gral. Carlos Rosas. El Ejército y la Fuerza Aérea se

alineaban con Onganía, mientras que la Armada se inclinaba por los grupos de Rosas o

de Rojas59

.

Además, aunque la mayoría de las cabezas militares que terminarían siendo

predominantes en el heterogéneo frente golpista provenía mayoritariamente de los

"Azules" de 1962, coexistían allí al menos dos grandes corrientes: un sector

nacionalista-católico con perfiles de corporativismo antiliberal, modernizador e

industrialista, alineado con las posiciones internacionales de los Estados Unidos (el ex

Comandante en Jefe Onganía, al que la CIA caracterizaba como un profesionalista,

“buen amigo de los Estados Unidos” y "altamente respetado por el Presidente

Illia"60

), y otro liberal, vinculado al núcleo de los terratenientes más tradicionales, y

partidario de diversificar el espectro de las relaciones comerciales y políticas del país

sin atender a “fronteras ideológicas” (Lanusse-López Aufranc). Cinco años más tarde

esta última corriente, ya hegemónica en los altos mandos de las Fuerzas Armadas y en

la dictadura originada en 1966, protagonizaría la apertura comercial hacia el “Este”.

La fuerza de la corriente militar favorable a una aproximación al bloque soviético se

haría evidente con el intercambio de misiones castrenses entre ambos países durante la

dictadura instaurada en 197661

.

Los servicios de inteligencia estadounidenses estaban informados al detalle tanto

sobre los planes golpistas como sobre sus tendencias y sus respectivos líderes. En los

últimos días de mayo de 1965, la CIA había informado acerca de las declaraciones

obtenidas del entonces comandante del Primer Cuerpo de Ejército, Julio Alsogaray,

dando cuenta de la decisión de los altos mandos de encarar el golpe militar, fijando

fecha tentativa para el mes de julio, aunque sin excluir la posibilidad de que la acción

se adelantara “si la crisis aumentaba”. El informe reseñaba favorablemente la “res-

ponsabilidad” y “seriedad” de los objetivos del futuro gobierno militar, tal como los

transmitía el gral. Alsogaray. La Agencia norteamericana enumeraba entre los

involucrados en el golpe a los generales Juan Carlos Onganía, Pascual A. Pistarini,

Julio Alsogaray, Alejandro A. Lanusse y Osiris Villegas62

.

Pese a que quien estaba a la cabeza del movimiento (Onganía) era el hombre de

mayor proximidad a las posiciones norteamericanas63

, el propio Secretario Adjunto

Lincoln Gordon no ocultaba sus recelos, más allá de su respaldo básico al golpe en

ciernes. Buscando asegurar la completa sintonía de los dirigentes del movimiento

castrense con los objetivos de Estados Unidos, Gordon llegó a sugerir -del mismo

modo que lo había hecho para el caso brasileño dos años antes- la utilización de los

programas de asistencia militar (MAP) para presionar a los líderes golpistas (el propio

Onganía, el Comandante en Jefe Pistarini, el Jefe del Primer Cuerpo de Ejército Julio

Alsogaray y otros), dejándoles entender que la estabilidad política y constitucional era

59

Cable de la CIA, 29/5/65. NSF, Country Files, Argentina cables, Vol. II, Box 6, LBJL. 60

Informe de la CIA, mayo de 1965. NSF Country Files, Vol. II, Box 6, LBJL. 61

Ver M. Rapoport: “La posición internacional de la Argentina y las relaciones argentino-soviéticas”,

en Argentina en el mundo, 1973-1987, Bs. As., 1988. 62

Cable de la CIA, 2/6/66. NSF, Country Files, Argentina memos, Vol. II, Box 6, LBJL. 63

Datos biográficos de Onganía. Informe de la CIA, junio de 1966, LBJL.

Page 21: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

21

condición necesaria para que EE.UU. siguiera adelante con los planes de cooperación:

“El MAP –señalaba- es objeto de fuertes críticas por alentar los golpes. El golpe en la

Argentina podría llevar a aplicar la legislación pendiente que prohibe la asistencia

militar a los gobiernos de facto”. La inestabilidad institucional constituía según

Gordon un serio obstáculo a la inversión extranjera, esencial para el desarrollo

económico. Y, en clara alusión a la ideología "eficientista" del programa económico

de los dirigentes golpistas, insistía: “La estabilidad es, tal vez, más importante al

respecto que la eficiencia”64

.

Las vacilaciones de la diplomacia norteamericana en la Argentina provocaron la

ira de los golpistas más acérrimos. Asumiendo el papel de vocero de los sectores

embarcados en el cuartelazo, la revista pro-golpista Confirmado (semanario de Jacobo

Timerman que dirigía el comodoro Juan José Güiraldes) se preocupó por destacar la

existencia de fisuras entre los enfoques del embajador norteamericano Edwin Martin –

interesado en mostrar un clima casi de normalidad en el país, que convenía consolidar

en beneficio de la democracia continental- y la del subsecretario Lincoln Gordon,

quien de visita en Buenos Aires había manifestado que, dadas las diferencias entre las

distintas realidades latinoamericanas, no se podía opinar sobre la Argentina con

parámetros que podían ser adecuados para medir situaciones en los países del Caribe,

como el de "militares prepotentes retrógrados opuestos a soluciones constitucionales

progresistas"65

.

En junio, ya en los prolegómenos inmediatos del cuartelazo, Confirmado

insuflaba arrestos nacionalistas a su diatriba contra "la ya increíble intervención del

embajador Edwin Martin en los asuntos internos de la República, [que] amenaza

colocar al rojo vivo el espinoso tema de las relaciones argentino-norteamericanas".

El editorialista Mariano Montemayor compensaba la posición "legalista" de la emba-

jada remarcando que "las opiniones estadounidenses están mucho más matizadas de lo

que proclama la guerra psicológica de los 'anti-entreguistas' y 'nacionalistas'

radicales del Pueblo, aferrados ahora al Departamento de Estado para durar..."66

.

Pero el conocimiento de la compleja trama interna del frente golpista llevó a los

responsables de la política exterior norteamericana –a diferencia de su precipitado

apoyo al movimiento anti-Goulart- a adoptar una tesitura de mayor prudencia. Apenas

consumado el derrocamiento de Illia, el asesor presidencial W. Rostow, en nota

dirigida al presidente Johnson, calificaba al golpe militar de “injustificado” y lo

consideraba “un serio retroceso en nuestros esfuerzos para promover el gobierno

constitucional y la democracia representativa en el hemisferio”. En consecuencia,

opinaba, “será preciso reexaminar toda nuestra política hacia la Argentina" 67

.

Por su parte, el experimentado Subsecretario Lincoln Gordon era partidario de

una actitud esencialmente favorable, sin descuidar ciertos recaudos que significaran

garantías para los intereses de largo plazo de la superpotencia. Gordon recomendaba

encarar “un paquete delicadamente balanceado”, que permitiría la continuidad de los

programas militares y asistenciales en curso independientemente de la temporaria 64

Telegrama de L. Gordon al embajador Martin, 7/6/66. NSF Country Files. Arg. Cables, II, Box 6.

LBJL. 65

Confirmado, 7/6/66. 66

Confirmado, 16/6/66. 67

W. Rostow al Presidente, 28/6/66. NSF Country Files, Arg. Memos, Vol. II, Box 6, LBJL.

Page 22: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

22

ruptura de relaciones diplomáticas. Sugería iniciar una ronda de consultas a los demás

países de la OEA sobre la cuestión del reconocimiento, “sin antagonizar al nuevo

gobierno argentino”. Aunque el reconocimiento debía requerir del régimen militar la

aceptación de los compromisos internacionales, el respeto a las libertades civiles y el

pronto retorno al régimen constitucional, “no deberíamos tomar una posición dema-

siado rígida sobre la agenda electoral” 68

.

El propio Johnson compartía esta posición, al tiempo que estimaba necesario

conservar cierta apariencia de neutralidad: sugería permanecer “con las manos libres”,

y conceder el reconocimiento sólo después de que lo hubieran hecho los países

latinoamericanos más grandes, “de modo de no quedar ubicados por delante” 69

.

Pese a sus vacilaciones y contradicciones frente al golpe de Estado en la

Argentina, el nuevo rumbo de “mano dura” de la política exterior norteamericana

frente al comunismo y los nacionalismos en la Guerra Fría ya se había afirmado.

Cuando el influyente senador republicano Jacob Javits, a mediados de julio, impulsó

una enmienda a las normas que regían la ayuda extranjera a los países de la OEA,

suspendiendo toda asistencia a cualquier gobierno que llegara al poder por medios

inconstitucionales, la iniciativa naufragó junto a las ilusiones que la Alianza para el

Progreso y sus promesas de asistencia al desarrollo y la democracia latinoamericanos

habían podido despertar en algunos sectores de la dirigencia política de la región.

CONCLUSIONES

El “Acta de la Revolución Argentina” fundamentó el movimiento militar en la

"falta de autoridad" económica y política del gobierno que sumían al país en la

inflación y la anarquía, y en la necesidad de que las Fuerzas Armadas ocuparan el

“vacío de poder" para luego procurar la "modernización" del aparato productivo

mediante la remoción de las "rígidas estructuras políticas y económicas anacrónicas",

reordenar la sociedad y, en una tercera etapa, reponer en forma condicionada la

vigencia de los mecanismos constitucionales70

. En nombre de esos objetivos la

dictadura suprimió las libertades democráticas y los derechos políticos de numerosas

organizaciones y personalidades, disolvió el Congreso y las legislaturas provinciales,

prohibió y confiscó a los partidos políticos, persiguió a la militancia política y sindical

e intervino violentamente la Universidad de Buenos Aires. En el plano de las relacio-

nes internacionales, se abrió el período de mayor proximidad a los intereses

económicos y geopolíticos de los Estados Unidos en la historia argentina, aunque los

años posteriores harían evidente la sustancial precariedad de esta nueva hegemonía.

Una rápida reconstrucción de los procesos que desembocaron en los golpes de

Estado militares de Brasil y Argentina en la década del ´60 muestra que, más allá de

sus especificidades de lugar y circunstancias y de sus motivaciones y pugnas internas,

ambos movimientos se inscriben en el marco de una estrategia única que se desarrolló

por entonces en toda América Latina; una visión global, coherente con la gravitación

y los requerimientos económicos y políticos de una gran potencia con ambiciones

68

Memo de W. W. Rostow al Presidente, 29/6/66. LBJL. 69

Memo de la Casa Blanca a Rostow, 29/6/66. LBJL. 70

Alain Rouquié (1982), T. 2, p. 251.

Page 23: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

23

estratégicas de alcance regional y mundial.

En Brasil, donde la inteligencia y la diplomacia norteamericana catalogaban al

presidente Goulart como un hombre afín al comunismo, el golpe de Estado cívico-

militar que lo derrocó en abril de 1964 fue interpretado como "un serio retroceso para

los intereses soviéticos" por fuentes de la diplomacia estadounidense, que enseguida

saludaron el "responsable liderazgo" del nuevo presidente, Castello Branco71

.

Documentos de esos días dejan ver claramente que el cuartelazo no sólo gozó de la

simpatía oficial de Washington, sino también de un planificado respaldo material con

armamentos e incluso con una "fuerza de tareas" que ya a fines de marzo navegaba

rumbo al Atlántico Sur.

En el caso argentino, los documentos del gobierno norteamericano prueban que

las instancias decisorias de la política exterior estadounidense seguían, asimismo, muy

de cerca la evolución social y política del país y las definiciones del gobierno del

presidente Arturo Illia desde antes de su misma asunción, y especialmente a partir de

la anulación de los contratos petroleros firmados por Frondizi con las compañías

norteamericanas y otras medidas consideradas "nacionalistas" e incluso de sesgo

"izquierdista". La embajada y los servicios de inteligencia norteamericanos estuvieron

minuciosamente al tanto de los preparativos golpistas, así como de las diversas

corrientes en las fuerzas armadas que pugnaban por encabezarlo, y mantenían sólidos

vínculos con el sector que estuvo al frente de la conspiración y que sería hegemónico

durante los primeros años de la dictadura instaurada el 28 de junio de 1966.

Más allá de ciertas divergencias de apreciación con la CIA acerca de la actitud a

adoptar, y aunque los recelos ante las potenciales derivaciones de la puja interna en el

heterogéneo frente golpista determinarían una actitud norteamericana mucho más

pasiva que en el caso brasileño, es evidente el apoyo final de Washington al golpe

militar. Las diferencias entre los enfoques del Departamento de Estado, el Pentágono y

la CIA, si bien efectivamente emergen de los documentos de los servicios diplomáti-

cos y de seguridad estadounidenses, son más bien de táctica y no atañen a la cuestión

de fondo. Menos de veinte días requirió a la Casa Blanca disponer el reconocimiento

del gobierno de facto establecido en la Argentina, efectivizado el día 15 de julio.

En diverso grado y medida, y siempre en función de preservar los intereses

económicos y estratégicos de los Estados Unidos en el “hemisferio”, los “objetivos

manifiestos” de la diplomacia norteamericana en ambos episodios (defensa de la

democracia, promoción de la libertad de empresa y de mercado) no fueron sino la

modalidad retórica que asumió la búsqueda de aliados seguros en el escenario regional

de la rivalidad bipolar.

71

Memorandum de la CIA, 29/7/64.

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Revistas Confirmado y Primera Plana y periódicos de la época.

Page 25: ESTADOS UNIDOS Y LOS GOLPES MILITARES EN BRASIL Y ...

25

ANEXO DOCUMENTAL

LAS POLÍTICAS DE LOS E.E.U.U. PARA CON LAS FUERZAS

MILITARES LATINOAMERICANAS

El problema

Diseñar una nueva estrategia para tratar con las fuerzas militares

latinoamericanas, con el objetivo básico de reestructurarlas y relacionar así los

niveles de fuerza de los países, sus presupuestos de defensa y sus capacidades

militares lo mas estrechamente posible con los recursos domésticos disponibles para

propósitos militares y con las amenazas actuales y potenciales a la seguridad, con

énfasis dominante en la amenaza a la seguridad interna.

1. Las amenazas reales y más apremiantes a los intereses de los E.E.U.U. en

Latinoamérica – militares, económicos y diplomáticos – parten del desorden

interno y de la inestabilidad política, producto de trastornos sociales que se

desarrollan actualmente en el área, y de las oportunidades que estas

condiciones ofrecen para ser explotadas por elementos comunistas y de otra

naturaleza, hostiles a los Estados Unidos.

2. Entre los varios grupos influyentes luchando ahora por obtener el poder

político, cuya dirección va a ayudar a determinar el curso de los eventos en

el área, uno de los más importantes es el ejército. Las fuerzas armadas serán

un factor fundamental en las políticas internas, mientras las sociedades

latinoamericanas continúen fragmentadas y el consenso político sea débil.

3. El rol principal de las fuerzas armadas es proteger la soberanía de sus

naciones. En el ambiente cultural latinoamericano, esto se traduce en la

necesidad no sólo de defender a la nación de ataques externos y preservar el

orden interno, sino también en la remoción de los líderes gubernamentales

de sus puestos en cualquier momento en que el ejército considere su

conducta perjudicial para el bienestar de la nación.

4. Las fuerzas armadas latinoamericanas no son excesivas en tamaño en

relación con aquellas de otras áreas del mundo, ni sus gastos son

desproporcionadamente altos. Generalmente, los presupuestos militares

están pobremente planeados con una distribución promedio de un 64% para

sueldos y asignaciones, y sólo un 9% para el mejoramiento de las fuerzas.

Esto da como resultado un ejército deficientemente entrenado, al que le

faltan sistemas de soporte logístico, equipado con armas, embarcaciones,

vehículos aéreos y aparatos de comunicaciones obsoletos.

5. Aunque las fuerzas armadas latinoamericanas no son comparables con las de

los los E.E.U.U., están en gran medida preparadas para enfrentar posibles

amenazas en un futuro cercano.

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26

6. En los países en donde el problema de la seguridad interna existe, o tiene

posibilidades de desarrollarse, ya hay inherentemente más capacidad militar

para este tipo de cuestiones de la que estos países podrían llegar a usar. La

verdadera solución para los incipientes problemas de seguridad interna se

haya en un mayor desarrollo económico y social por mejoras en las políticas

y no en un aumento de la fuerza del ejército.

7. Las políticas de los E.E.U.U. con respecto a las fuerzas militares

latinoamericanas han sido, a grandes rasgos, efectivas en la obtención de las

metas impuestas durante los últimos 25 años: (a) establecer una influencia

predominante del ejercito norteamericano, (b) promover la defensa

colectiva, (c) mejorar la seguridad interna y (d) impulsar un mayor uso de

las fuerzas armadas en proyectos de acción cívica.

8. Las metas que los E.E.U.U. consideran ahora como estratégicamente

deseables y razonablemente obtenibles para Latinoamérica exceden los

requisitos militares y los recursos disponibles.

9. Si los E.E.U.U. ve ahora fuerzas armadas autosuficientes en Latinoamérica,

es posible, tanto económica como políticamente, plantear una estrategia

para reducir gradualmente la asistencia material gratuita mientras aumentan

las ventas, en tanto y en cuanto se mantenga la posibilidad de realizar

donaciones ad hoc de material para tratar situaciones de emergencia o casos

especiales.

10. Bajo esta estrategia, se mantendrán los programas y las misiones de

entrenamiento y, en los países en donde sea posible económicamente, se

impulsará la producción de defensa autóctona.

11. La adopción de esta estrategia introducirá un nuevo tono en las relaciones

con el ejército latinoamericano y sus gobiernos; hará posible, tanto a ellos

como a nosotros, la identificación clara de las amenazas militares actuales y

los cálculos realistas de los requisitos militares; y los impulsará a enfrentar

las limitaciones de sus propios recursos y a rediseñar sus posturas políticas y

militares. Impedirá la posibilidad de que el Programa de Asistencia Militar

(PAM) provea inadvertidamente ayuda presupuestaria, haciendo posible

entonces un control más eficiente y flexible del gobierno de los E.E.U.U.

sobre sus propios fondos. Esto no redundará, probablemente, en la pérdida

de influencia norteamericana sobre ningún asunto de importancia crucial.

Office of the Assistant Secretary of Defense, International Security Affairs, State

Department, 25 de febrero de 1965. Documento secreto , pp. 1 y 2.

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27

ANEXO ESTADÍSTICO

CUADRO N° 1

PERSONAL MILITAR LATINOAMERICANO

ENTRENADO POR EL PAM HASTA EL 30 DE JUNIO DE 1964

PRINCIPALES PAISES

País En EE.UU. Fuera de EE.UU: Total

Brasil 3.491 304 3.795

Perú 2.170 976 3.146

Chile 1.964 433 2.397

Colombia 1.602 1.059 2.661

Argentina 1.201 186 1.387

Ecuador 1.183 1.234 2.417

Total, 19 países 14.999 12.537 27.536

Fuente: Congressional Presentation Book, FY, 1966 Program, p. 21.

CUADRO N° 2

TABLA COMPARATIVA DE LOS PRESUPUESTOS DE DEFENSA DE LOS PAÍSES

LATINOAMERICANOS Y SUS PBI EN RELACIÓN CON LOS PRESUPUESTOS

NACIONALES PARA LOS MISMOS PAISES (En millones de dólares)

País PBI Presupuesto

de Defensa

como % PBI

Presupuesto

Nacional

Presupuesto

de Defensa

como % de

Presup. Nac.

Presupuesto

de Defensa

Brasil 24.600 2,7 5.456 12,0 653.0

Argentina 13.365 2,6 2.215 15,6 347,2

Chile 5.700 2,1 1.286 9,3 120

Colombia 5.650 1,8 500,7 2,0 100,2

Perú 2.965 3,5 626,90 16,8 105,0

Ecuador 960.0 2,0 155,4 12,2 19,4

Total, 19 países 79.525 2,0 13.387,8 11,4 1.729,2

Fuente: Joint Staff Paper, "Nature and role of Latin American Military", Diciembre

1964.