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ESTANDARES INTERNACIONALES DE VERDAD, JUSTICIA Y REPARACIÓN
EN EL MARCO DE LA LEY 975 DE 2005*
LauraNatalí Escobar Muñoz**1
Universidad Católica de Colombia
RESÚMEN
El artículo analiza la aplicación que el Estado Colombiano ha dado a los estándares que la
Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante Corte IDH) ha fijado en el marco
de los conflictos armados y los procesos de justicia transicional. Así se examinará si la Ley
975 de 2005 brindó todas las garantías necesarias para las víctimas y para la plena
participación de estas en el marco de dicho proceso transicional, respecto de sus derechos a
la verdad, justicia y reparación.
PALABRAS CLAVE
Control de Convencionalidad, Justicia Transicional, Verdad, Justicia, Reparación, Corte
Interamericana de Derechos Humanos, Estado Colombiano.
ABSTRACT
The article analyzes the application that the Colombian State has given to the specific ones
that the Inter-American Court of Human Rights (hereinafter I / A Court HR) has set in the
framework of armed conflicts and transitional justice processes. This will examine whether
Law 975 of 2005 provided all the necessary guarantees for the victims and for their full
participation in the framework of said transitional process, regarding their rights to truth,
justice and reparation.
KEYWORDS
Convencionality Control, Transitional Justice, True, Justice, Repair, Inter-American Court
of Humans Rights, Colombian State.
1*Artículo de investigación presentado como requisito para optar al título de Abogado de la Universidad Católica de
Colombia, bajo la asesoría del doctor Luis Fernando Vallecilla Baena, docente de la Facultad de Derecho.
**Estudiante e proceso de grado de la Faculta de Derecho de la Universidad Católica de Colombia, identificada con código
estudiantil 2111359 y correo electrónico [email protected].
SUMARIO
I Justicia Transicional, II Justicia transicional y los derechos a la verdad, justicia y reparación,
2.1 Justicia, 2.2Verdad, 2.3 Reparación, III Verdad, justicia y reparación como estándares de
la jurisprudencia interamericana, IV La justicia transicional en Colombia, 4.1 Inclusión De
Los Estándares Internacionales En La Ley 975 de 2005, A. Estándar De Justicia, B. Estándar
de Verdad, C. Estándar de Reparación.
INTRODUCCIÓN
Durante estos últimos años en la región hemos sido testigos del desarrollo de una creciente
interacción entre el derecho internacional de los derechos humanos (DIDH) y el derecho
interno de los Estados. Esta relación se manifiesta, por un lado, en la incorporación formal
con los tratados internacionales y sustantiva con los estándares de protección del derecho
internacional al derecho interno, y a su vez existe una integración de estándares desde los
sistemas nacionales hacía el sistema internacional, como por ejemplo, en la influencia que
tiene el derecho interno en dar contenido y alcance a los derechos consagrados
internacionalmente. (Nash, 2013, p.3)
En este sentido tal y como lo sostienen el Profesor Jaime Cúbides y otros (2016, p. 19)el
fenómeno de la internacionalización de los Derechos Humanos (Gómez, 2004), trae consigo,
para el continente americano, el establecimiento de una Comisión Interamericana de
Derechos Humanos (en adelante, CIDH) que consagró, como función principal, la de
promover la observancia y la defensa de los derechos humanos (Gordillo, 2007), y la de servir
como órgano consultivo de la Organización de Estados Americanos (en adelante, OEA) en
esta materia, según se expresa en la Carta de la OEA, en su Capítulo XV, artículo 106,
suscrita en Bogotá el 30 de abril de 1948 en la Novena Conferencia Internacional Americana¸
cabe señalar que esta ha sido el paso inicial para el desarrollo progresivo del SIDH (Salvioli,
2001, p. 682).
Así mismo dicha norma dio directrices claras sobre la creación de una Convención
Interamericana sobre Derechos Humanos CADH la cual tendría a su cargo la estructura,
competencia y el procedimiento que debería seguir la Comisión Interamericana CIDH, y la
de otros órganos encargados de esa materia, entre los cuales se destaca la Corte
Interamericana de Derechos Humanos la cual desempeña funciones en conjunto don la CIDH
tenientes a el conocimiento de asuntos que se encuentren relacionados con el cumplimiento
de los compromisos contraídos por los Estados parte de la CADH (Cúbides & otros, 2016
,p.19).
Como consecuencia de lo anterior la Corte IDH se ha encargado de juzgar la responsabilidad
de los Estados por la vulneración de los Derechos Humanos dentro de sus territorios, ya sea
por petición de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante CIDH) o por
un tercero interesado; en este proceso la Corte ha fijado ciertos estándares para garantizar el
derecho a la reparación que tienen las víctimas, estos lineamientos o pautas no solamente
aplican a la justicia ordinaria, sino que son extendidos a la justicia transicional. Tales
estándares han sido consolidados en los diferentes fallos de la Corte, por lo que el Estado
Colombiano al ser miembro de la Convención Americana de Derechos Humanos, tiene el
deber de cumplir con esas disposiciones, aun cuando sea necesario reconsiderar las
decisiones que se tomen dentro de su ordenamiento jurídico.
Respecto de la justicia transicional en Colombia, es preciso considerar que esta comenzó a
tener relevancia a partir de la Ley 975 de 2005, más conocida como Ley de Justicia y Paz,
por medio de la cual se buscó fomentar un escenario tanto jurídico como político, que diera
lugar a la desmovilización de los grupos paramilitares y la posterior reconciliación entre estos
y las víctimas, brindándoles la oportunidad de disminución de penas por crímenes y delitos
cometidos durante su participación dentro del conflicto, y posteriormente su reinserción
dentro de la sociedad, siempre y cuando colaboraran con la justicia de manera que las
victimas pudiesen conocer toda la verdad de los hechos y pudiesen recibir una verdadera
reparación; todo esto llevo a que sus partidarios la llegasen a considerar en su momento,
como un modelo para los demás ordenamientos jurídicos de la región, respecto de las
garantías que con ella se permitían garantizar tanto para victimarios como para víctimas,
resaltando el seguimiento pleno que se tuvo a los estándares fijados por la Corte IDH en
cuanto a las garantías y derechos que tienen las víctimas de hechos que representen violación
a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario (DIH).
Partiendo de este escenario, resulta ser de gran importancia el análisis de dichos estándares,
y si realmente como se llegó a considerar en su momento, el Estado colombiano cumplió a
cabalidad con su deber de implementar dichos estándares dentro del marco jurídico-político
planteado en la Ley 975 de 2005, y si realmente se respetaron y garantizaron los derechos
delas víctimas, a la verdad justicia y reparación. Para tal fin el presente proyecto tiene como
objetivo principal analizar si ¿Cumple la Ley de Justicia y Paz con los estándares fijados por
la jurisprudencia interamericana, respecto de los derechos a la verdad, justicia y reparación?
Partiendo de la hipótesis que las medidas tomadas por el Estado colombiano dentro de dicho
marco transicional resultaron ser por mucho ineficaces, conllevando a que no solo se
incumpliera con estos estándares, sino que fomentó la re victimización de quienes resultaron
afectados por las acciones de los paramilitares.
Siguiendo dicho objeto de estudio, y con el fin de abarcar todo el tema en mención el presente
trabajo se divide en 4 partes, en donde inicialmente se hará un breve acercamiento al concepto
de justicia transicional y las características que la revisten, acto seguido se considerará de
forma contextual los derechos a la verdad, justicia y reparación que tienen las víctimas,
posteriormente se centrará en analizar la inclusión de tales derechos desde la perspectiva de
estándares para la reparación integral de las víctimas, fijados por la Jurisprudencia
Interamericana, y finalmente se hará un breve análisis sobre la inclusión y aplicación que se
les dio en el marco jurídico político de la Ley 975 de 2005 y si con esta realmente se
cumplieron dichos estándares, con miras a la protección y garantías para las víctimas directas
e indirectas al interior de este proceso de transición.
1. Justicia transicional
Los modelos de justicia transicional no son para nada nuevos puesto que se encuentran
evidencias sobre la aplicación de diferentes formas de justicia transicional dentro de la
civilización griega, específicamente en Atenas, lugar en el que a raíz de un golpe de Estado
encabezado por Esparta en el año 403 A.C, se produjo una época de terror y crímenes que
hoy se tipifican como de lesa humanidad; sin embargo, los atenienses decidieron ajustarse a
un sistema de justicia que les devolviera proporción entre la paz, la reconciliación y la
democracia (Valencia, 2007, p.72). También se ha considerado que la justicia transicional
se encuentra identificada con los tiempos del iluminismo, que potenciaron nuevos periodos
de paz y de cohesión social como sucedió en las revoluciones francesa o americana o en los
periodos de postguerra del siglo XX (Sandoval, Matus, Tulena, Triana, 2009, p.40).
Hoy por hoy diferentes estados han desarrollado todo tipo de procesos de transición,
asociados a los intentos de las sociedades por resolver los problemas derivados de un
pasado de abusos a gran escala, a fin de que los responsables rindan cuentas de sus
actos, servir a la justicia y lograr la reconciliación (Ardila, 2006, p.72).
Se entiende entonces que los mecanismos de la justicia transicional, hacen referencia
al conjunto de medidas judiciales y políticas que diversos países han utilizado como
reparación por las violaciones masivas de Derechos Humanos. Entre ellas figuran las
acciones penales, las comisiones de la verdad, los programas de reparación y diversas
reformas institucionales (Centro Internacional de Justicia Transicional, 2009, p.65).
Además, abarca toda la variedad de procesos y mecanismos asociados con los intentos
de una sociedad por abordar la herencia de violaciones a los Derechos Humanos y al
Derecho Internacional Humanitario. Tales mecanismos pueden ser judiciales o
extrajudiciales y tener distintos niveles de participación internacional (o carecer por
completo de ella) así como abarcar el enjuiciamiento de personas, el resarcimiento, la
búsqueda de la verdad, la reforma institucional, la investigación de antecedentes, la
remoción del cargo o combinaciones de todos ellos (Secretario Gral. de la ONU.
2004, p.6)
Por lo que se ha llegado a considerar que la justicia transicional es una gran herramienta que
permite la resolución de conflictos a gran escala, tomando mayor relevancia en los últimos
años y dentro de los diferentes ordenamientos jurídicos, ya que ha sido aquella que promueve,
instrumentos que facilitan un tránsito del conflicto hacia la paz, y que sirven para afrontar el
legado de violaciones de Derechos Humanos, a partir de conflictos armados, o transiciones
de regímenes autoritarios a democracias, y teniendo como principales pilares la verdad,
justicia y reparación, iniciando la construcción de una nueva situación donde, a partir de la
terminación de un conflicto, se fomenta un escenario de paz, reconciliación y convivencia
(Gallardo, 2004, p.1045).“El objetivo de la justicia transicional implica llevar a juicio a los
perpetradores, revelar la verdad acerca de crímenes pasados, reparar a las víctimas, reformar
las instituciones abusivas y promover la reconciliación” (Van Zyl, 2008, p.14).
Por ello, en los últimos años los procesos de justicia transicional han intentado,
ordinariamente, llevar a cabo una transformación radical del orden social y político
de un país, bien para reemplazar un estado de guerra civil por un orden social pacífico,
bien para pasar de una dictadura a un orden político democrático. Especialmente
cuando se trata de transiciones negociadas, cuyo objetivo es dejar atrás un conflicto
armado y reconstituir el tejido social, dicha transformación implica la difícil tarea de
lograr un equilibrio entre las exigencias de justicia y paz, es decir, entre los derechos
de las víctimas del conflicto y las condiciones impuestas por los actores armados para
desmovilizarse (Uprimny, 2006, pp.13-14).
Desde esta perspectiva, resulta trascendental que los Estados tomen medidas
especiales para que no se vean desbordas las instituciones que han designado para
investigar, acompañar y vigilar desde principio a fin este tipo de procesos, ya que
resulta ser indispensable el cumplimiento de las metas propuestas dentro de un plazo
razonable y coordinado, donde tanto victimas como victimarios resulten beneficiados
y se pueda dar lugar a un verdadero escenario para la reconciliación (Cortes, 2017,
p.226).
Por otro lado, al ser violaciones de Derechos Humanos sistemáticas que no solo
afectan a las víctimas directas sino al conjunto de la sociedad, los Estados tienen la
obligación de asegurarse que las violaciones no vuelvan a suceder, y, en
consecuencia, lo quieran o no deben realizar reformas a las instituciones que
estuvieron implicadas en esos hechos o fueron incapaces de impedirlos (Rubiano,
2015).
Entonces, los Estado que deciden implementar estos modelos de justicia, se ven enfrentados
a diversos retos que abarcan desde la implementación de políticas públicas tendientes a
solucionar el impacto social causado con ocasión de los conflictos armados, y brindar
garantías para quienes deciden acogerse a dichos procesos, sus familias pero también para
quienes de forma directa o indirecta resultaron siendo víctimas del conflicto, hasta la
reestructuración de sus instituciones para la plena ejecución y cumplimiento de los propósitos
planteados; de lo contrario existirá un riesgo muy alto de que dichos conflictos permanezcan
en el tiempo, repitiéndose el mismo escenario una y otra vez.
2. Justicia transicional y los derechos a la verdad, justicia y reparación
El debate sobre cómo enfrentar las violaciones masivas de derechos humanos en el
marco de un proceso de paz reviste gran complejidad, pues posee dimensiones
jurídicas, políticas y éticas, que suelen presentar profundas tensiones entre sí. Estas
tensiones se materializan en el enfrentamiento entre los imperativos jurídicos
internacionales, que muestran una tendencia hacia la exigencia del castigo a los
responsables de crímenes atroces, por un lado, y las restricciones derivadas de las
realidades políticas y de la necesidad de lograr negociaciones exitosas para trascender
el conflicto, por otro lado (Uprimny, 2006, p.9).
Dentro de tal marco, se reconocen tres fundamentos de los cuales depende la
aceptación de la justicia transicional, que son, verdad, justicia y reparación. Cuando
se cometen violaciones masivas de los derechos humanos, las víctimas tienen el
derecho oficialmente reconocido a ver castigados a los autores de los mismos, a
conocer la verdad y a recibir reparaciones. Al tratar de conseguir la rendición de
cuentas y la reparación de las víctimas, la justicia transicional proporciona a las
víctimas el reconocimiento de sus derechos, fomentando la confianza ciudadana y
fortaleciendo el Estado de Derecho (Cortes, 2017, p.228).
2.1 Verdad
Después de conflictos armados o periodos represivos, las sociedades y los individuos tienen
derecho a saber la verdad sobre las violaciones masivas de derechos humanos. (Centro
Internacional de Justicia Transicional, 2016, p.48).
Es entonces, cuando el derecho a la verdad aparece como el primer pilar fundamental
de la justicia transicional, el cual consiste en el libre acceso de la víctima al
conocimiento cabal de la realidad material del abuso o del crimen como paso previo
para el castigo y la reparación (Valencia, 2007, p.60).
Este derecho vincula por una parte a las víctimas directas y a su familia en su derecho
individual y por otra parte vincula a la sociedad en su colectividad en función del
conocimiento a la historia propia de su nación, en aras a “que la sociedad en su conjunto
conozca la verdad de lo ocurrido así como las razones y circunstancias en las que los delitos
aberrantes llegaron a cometerse, a fin de evitar que esos hechos vuelvan a ocurrir en el
futuro”, así, el elemento característico de este derecho es el deber de recordar (Estepa, 2010,
p.2).
Sus orígenes se remontan al derecho que asiste a las familias de conocer la suerte de
sus miembros, refrendado por el Derecho Internacional Humanitario en los artículos
32 y 33 del Protocolo adicional I a los Convenios de Ginebra de 1949, de 1977, y a
las obligaciones que incumben a las partes en conflictos armados de buscar a las
personas dadas por desaparecidas, lo que condujo a la identificación y al
reconocimiento del derecho a la verdad por parte de diferentes órganos
internacionales, en particular la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, el Grupo de Trabajo sobre Desapariciones Forzadas o Involuntarias de las
Naciones Unidas, y el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. Dichos
órganos invocaron en forma creciente este derecho a fin de hacer valer y reivindicar
otros Derechos Humanos fundamentales, como el derecho al acceso a la justicia y el
derecho a recursos eficaces y a la reparación (Naqvi, 2006, p.1).
El derecho a la verdad para las victimas nace a partir de la violación de un derecho humano
propio o de un pariente o persona allegada, a raíz de un conflicto armado que se desarrolla
dentro de determinado territorio en donde participen activamente grupos ilegales y fuerza
pública, surgiendo de forma paralela un derecho y un deber, el derecho lo tienen las víctimas,
puesto que son ellas las que necesitan conocer toda la verdad de los hechos, para poder
reparar en parte todo el daño y sufrimiento que ha sido causado, por el contrario para el estado
surge el deber de garantizar a esas víctimas la recepción de toda la información necesaria
para conocer de forma real y oportuna la realidad de los hechos (Cubides, 1999, p.84).
Entonces dicho estado resultara violatorio de este derecho cuando no facilite u omita
información que permita el ejercicio satisfactorio del mismo por parte de las víctimas.
Dicha importancia ha sido reconocida desde el mismo Sistema Interamericano de Derechos
Humanos, donde la verdad significa un derecho que abre las puertas para que se garantice la
justicia y la reparación de las víctimas. Es así que desde la jurisprudencia y doctrina
internacionales se entiende como el derecho que tienen las víctimas, sus familiares y la
sociedad en general a conocer la verdad completa en relación a las violaciones de derechos
cometidas al interior del conflicto armado (Cubides, Suárez &Sierra, 2018).
Sin embargo, los aportes del Sistema Interamericano de Derechos Humanos en la materia
han ido mucho más allá, en tanto que a través de sus órganos –Comisión y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos– se ha hecho un avance esencial al afirmar y reiterar
la existencia de un principio fundamental que sostiene la obligación del Estado de investigar
las violaciones masivas y sistemáticas de derechos humanos con el propósito de revelar la
verdad sobre los hechos y circunstancias en las cuales se cometieron (Baldosea, 2017, p.7).
Específicamente, la Corte IDH mediante, Sentencia del 22 de noviembre del 2000afirmó:
El derecho a la verdad se encontraba inmerso en el derecho de la víctima o sus
familiares a obtener de los órganos competentes del Estado el esclarecimiento de los
hechos violatorios y las responsabilidades correspondientes, a través de la
investigación y el juzgamiento que previenen los artículos 8 y 25 de la Convención.
Como lo ha señalado este Tribunal, sólo si se esclarecen todas las circunstancias de
las violaciones de que se trata, se podrá considerar que el Estado ha proporcionado a
la víctima y a sus familiares un recurso efectivo y ha cumplido con su obligación
general de investigar.
Por su parte la CIDH ha sostenido que el derecho a la verdad constituye un derecho
de carácter colectivo que permite a la sociedad tener acceso a información esencial
para el desarrollo de los sistemas democráticos y, un derecho particular para los
familiares de las víctimas, que permite una forma de reparación, en particular, en los
casos de aplicación de leyes de amnistía…“Toda la sociedad tiene el irrenunciable
derecho de conocer la verdad de lo ocurrido, así como las razones y circunstancias en
las que aberrantes delitos llegaron a cometerse, a fin de evitar que esos hechos vuelvan
a ocurrir en el futuro. A la vez, nada puede impedir a los familiares de las víctimas
conocerlo que aconteció con sus seres más cercanos’’ (Informe 25CIDH, 1998, p.34)
Además, el derecho a la verdad ha representado una salvaguardia contra la impunidad.
Por esta razón, se ha utilizado para impugnar la validez de las leyes de amnistía
general que protegen a los perpetradores de violaciones graves de los Derechos
Humanos conforme al Derecho Internacional, así como para alentar la transparencia
y la responsabilidad en el ejercicio del gobierno (Naqvi, 2006, p.1).
2.2 Justicia
La justicia es un término que ha sido discutido en gran parte de la historia de la humanidad.
El ser humano, en su relación con los demás, fue descubriendo que el concepto de justicia
era necesario en las relaciones sociales, las cuales, dependiendo de la cultura, formulan una
justicia acorde a sus necesidades. En ese sentido, el concepto de justicia es de contenido
subjetivo y contextual, vinculado estrechamente al actuar ético y a las convicciones morales
de la sociedad y sus individuos. Por ello, incluso las nociones más idealistas de justicia que
pretenden ser absolutas responden a mutables criterios axiológicos que gobiernan al
individuo o a la sociedad (Valderrama & Ortiz, 2017, p.3).
Actualmente la justicia se concibe como un valor, un principio y un derecho universalmente
reconocido, la propia Declaración Universal de los Derechos Humanos, estipula que “toda
persona tiene derecho a un recurso efectivo ante los tribunales nacionales competentes, que
la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la
constitución o por la ley”(…) “toda persona tiene derecho, en condiciones de plena igualdad,
a ser oída públicamente y con justicia por un tribunal independiente e imparcial, para la
determinación de sus derechos y obligaciones o para el examen de cualquier acusación contra
ella en materia penal” (ONU, 2004).
´´Las cuestiones de justicia son cuestiones normativas. Lo que quiere decir que, cuando está
en juego la justicia, entendida como fundamentación (justificación) mediante razones,
aquello que está en cuestión es la posibilidad de fundamentar normas relativas a
distribuciones y compensaciones´´ (De Greiff, 2006, p.40).El derecho a la justicia resulta tener
un carácter eminentemente activo puesto que busca obtener y lograr un castigo efectivo y una
reparación integral a quien resultó afectado a raíz de la actividad criminal, la cual va desde la
condena penal hasta la reparación civil por los perjuicios ocasionados, basándose en el principio
del derecho civil relacionado con la obligación de indemnizar a quien se haya causado un daño,
y el derecho de este último a reclamar el resarcimiento de dicho perjuicio (González, 2007,
p.31).
A su vez dicho concepto se ve extendido a todos aquellos procesos judiciales que tengan
carácter transicional, puesto que al interior de estos, la justicia se predica como aquella
obligación que incumbe a los estados de investigar, juzgar y condenar a todos aquellos que
participen de forma activa o pasiva en las violaciones de Derechos Humanos, no obstante,
dentro de este escenario a diferencia de lo que ocurre en el proceso penal ordinario, se torna
fundamental la presencia de organismos internacionales (Corte Interamericana de Derechos
Humanos, Corte Penal Internacional, etc.) y de normas internacionales que vigilen la
actuación de los estados y el compromiso de estos para con las víctimas y su derecho a tener
instrumentos judiciales efectivos, para reclamar la aplicación de las sanciones
correspondientes a quienes hayan actuado en perjuicio de sus derechos, sin dejar de lado el
derecho que tienen los perpetradores a la presunción de inocencia, seguida de las garantías
del debido proceso y el tratamiento justo, sin discriminación alguna.
2.3 Reparación
La reparación como derecho preponderante en la justicia transicional representa aquella
posibilidad que tienen las víctimas de obtener a partir del ejercicio de diferentes acciones
judiciales, todas las medidas que el Estado despliegue con el fin de restituir, indemnizar y
restaurar los derechos que fueron violentados a raíz de las conductas delictivas y que
representaron una evidente contravención a las normas de la Convención Americana de
Derechos Humanos y el Derecho Internacional Humanitario. La reparación expresa también
el reconocimiento a quienes han sufrido violaciones a sus derechos, para así contribuir a la
constitución de una nueva comunidad política democrática e incluyente y darles razones a
las víctimas para que vuelvan a confiar en el Estado (Estepa, 2010, p.223).
En este sentido la Corte Constitucional colombiana ha manifestado que el derecho a
la reparación de las víctimas, como el último elemento (derecho) integrante del
derecho a la justicia, comprende las acciones que propendan por la restitución,
indemnización, rehabilitación, satisfacción y las garantías de no repetición de las
conductas, que les han afectado. La restitución es la realización de las acciones que
tiendan a regresar a la víctima a la situación anterior a la comisión del delito. La
indemnización consiste en compensar los perjuicios causados por el delito. La
rehabilitación consiste en realizar las acciones tendientes a la recuperación de las
víctimas que sufren traumas físicos y psicológicos como consecuencia del delito. La
satisfacción también denominada compensación moral, consiste en realizar las
acciones tendientes a restablecer la dignidad de la víctima y difundir la verdad sobre
lo sucedido (Corte Constitucional, 2013).
Dicho derecho representa entonces una plena garantía para las víctimas de violaciones de
Derechos Humanos, partiendo de este presupuesto la propia CIDH le atribuyo el carácter de
fundamental, lo que quiere decir que no puede ser limitado, desconocido o reducido, antes
por el contrario debe garantizarse a las víctimas el pleno ejercicio del mismo, así como el
debido reconocimiento y acompañamiento por parte de las entidades estatales a cargo, de tal
forma que la reparación resulte abarcar cada uno de los aspectos establecidos por el DIH y la
Corte IDH, con relación a la reparación integral de las víctimas. De otro lado dicha reparación
debe ser proporcional a la gravedad de los hechos que propiciaron el daño, en concordancia
con cada una de las circunstancias económicas, culturales, raciales y de vulnerabilidad que
presente cada víctima en particular (Sánchez & Saraza, 2018, p.116). De ser así se llegaría a
consolidar una verdadera política de reparación integral e indemnización para las víctimas,
en donde es el Estado aquel que cumple un rol fundamental en protección y salvaguarda de
los derechos de los afectados.
Dentro de este rol los estados tienen el deber legal de reconocer y responder ante las
violaciones generalizadas o sistemáticas de los Derechos Humanos en aquellos casos
en los que la acción o inacción oficial de los mismos implique su responsabilidad. Así
deben impulsar todo tipo de iniciativas y políticas públicas, que fomenten la
reparación y se ocupen de los daños causados por esas violaciones. Estas medidas
pueden ser compensatorias por las pérdidas sufridas, y así ayudar a superar algunas
de las consecuencias de los abusos. También pueden orientarse al futuro,
proporcionando rehabilitación y una vida mejor para las víctimas, así como pueden
ayudar a cambiar las causas subyacentes de las violaciones (Centro Internacional de
Justicia Transicional, 2006, p.28).
Finalmente este tipo de medidas pretenden mejorar los niveles de satisfacción y
garantizar que la sociedad civil no permitirá que se repitan los hechos dañosos del
pasado: (…) la satisfacción como medida reparatoria, incluye una multiplicidad de
aspectos, entre los que cabe destacar la verificación de los hechos y la difusión pública
y completa de la verdad, la búsqueda de las personas desaparecidas y de los cadáveres
de las personas muertas, las disculpas públicas que reconozcan los hechos y acepten
las responsabilidades, la aplicación de sanciones judiciales o administrativas a los
responsables y las conmemoraciones y homenajes a las víctimas(Botero&
Restrepo,2005, p.78).
3. Verdad, justicia y reparación como estándares de la jurisprudencia
interamericana
La Corte IDH a través de su reiterada jurisprudencia realiza diferentes recomendaciones a
los estados miembros de la Organización de Estados Americanos (OEA) con relación a las
medidas que estos deben tomar dentro de los procesos de justicia transicional, lo que conlleva
a pensar que aquellos procesos de transición, que en el pasado fueron tratados como asuntos
de derecho interno bajo el modelo del Estado Nacional, ya no lo son y, por el contrario, la
globalización del derecho y los renovados escenarios del Derecho Internacional hacen que
en la actualidad no puedan desarrollarse procesos de transición simplemente domésticos, sino
que todos sean sometidos a evaluación permanente en las fases de implementación, ejecución
y especialmente en el balance (Quinche, 2013, p.27).
Esto sucedió en parte gracias a que, en la mayoría de las ocasiones dentro de los
ordenamientos jurídicos de cada estado, no se creaban los suficientes mecanismos y políticas
públicas que fomentaran y garantizaran los derechos de las víctimas a la verdad, justicia y
reparación, llegando a contravenir los postulados establecidos en la CADH, con relación a
los derechos de las víctimas de violaciones de Derechos Humanos en el marco del conflicto
armado.
Aparecen entonces conceptos tales como “justicia” y “Estado de derecho” que
resultan esenciales para entender la labor de la comunidad internacional para afianzar
los Derechos Humanos, proteger frente al miedo y la necesidad, resolver conflictos
de propiedad, fomentar el desarrollo económico, promover la rendición de cuentas
por parte de los poderes públicos y resolver pacíficamente los conflictos (Mocoroa,
2013, p.12).
Partiendo de este contexto la jurisprudencia de la Corte IDH ha dispuesto una serie de
estándares, que deben ser cumplidos, dentro de cualquier proceso de justicia transicional.
En el marco del Sistema Interamericano de Derechos Humanos los pilares de verdad, justicia
y reparación se encuentran revestidos de un carácter imperativo, a tal punto que se consideran
normas de iuscogens, lo que significa que los estados tienen la obligación, incluso en
procesos de justicia transicional, en el paso del conflicto a la paz, de garantizar los derechos
de las víctimas, en especial el derecho a obtener una reparación integral, y cualquier acuerdo
en contrario sería nulo de pleno derecho, pues las normas de iuscogens se imponen ante
cualquier normativa estatal, en razón a que son imperativas, es decir, de obligatorio
cumplimiento, so pena de responsabilidad internacional para el estado (Barrera, 2017, p.83).
Dichos estándares internacionales de protección de los Derechos Humanos se
establecieron a partir del desarrollo de los regímenes internacionales y se
constituyeron como pautas mínimas para los estados con relación a la investigación
y sanción de cualquier conducta delictiva que atentara contra Derechos Humanos,
además del establecimiento de recursos efectivos de justicia, la imposición de penas
adecuadas a los perpetradores de los crímenes, y la protección y reparación a todas
las víctimas de abusos contra sus derechos. Brindando con esto una mayor veeduría
internacional para asegurar el cumplimiento por parte de los Estados de sus
obligaciones en la defensa y protección de los Derechos Humanos y del DIH
(Sikkink& otros, 2010, p.465).
Así, el Sistema Interamericano ha desarrollado criterios avanzados en materia de
verdad, justicia y reparación, partiendo desde la restitución, indemnización (daño
material e inmaterial), rehabilitación (atención médica, psicológica, servicios legales
y sociales), satisfacción (conocimiento de la verdad, actos de desagravio e
investigación y sanción de los responsables) y garantías de no repetición (reformas
normativas e institucionales). Hasta los nuevos paradigmas legales de justicia y la
interacción entre recursos penales y civiles, finalmente la Corte IDH ha manifestado
que cuando resultare necesario se deberán adecuar las instituciones estatales para
prevenir violaciones de los derechos humanos (Carrillo, 2006, pp. 506-529).
Entonces, en aquellos casos en los cuales se ha involucrado un gran número de víctimas a
raíz de conflictos armados, la Corte IDH ´´estableció que las reparaciones no se agotan con
la indemnización de daños materiales e inmateriales´´ (Antkowiak, 2011, p.307).
Ya que deben estar acompañadas de aquellas medidas con alcance o repercusión
pública como: a) la obligación de investigar y sancionar a los responsables; b) derecho
a la verdad; b) actos de reconocimiento público de responsabilidad internacional y c)
la rehabilitación de la víctima y la traducción de la sentencia al idioma de las víctimas.
Se resaltan dentro de la sentencia, aquellas medidas de carácter socioeconómico,
como los programas de vivienda, salud (creación de un centro de salud), educación
(escuelas y personal docente) y producción e infraestructura (vías, servicio eléctrico
y agua potable) (Masacre Plan Sánchez vs. Guatemala, 2004, pp. 93-111).
Es importante resaltar la labor que ha cumplido la Corte IDH a partir de elaboración
de jurisprudencia sobre la reparación a la violación de Derechos Humanos,
transformando la idea que la reparación debe ser entendida exclusivamente desde un
punto de vista económico, e introduciendo políticas tendientes a contrarrestar la
situación de desigualdad, pobreza y exclusión, mediante el establecimiento de
programas de desarrollo2. Defendiéndose una concepción de justicia sustentada en
dos bases: resarcir los daños que sufrió la persona y garantizar los Derechos Humanos
con el propósito de eliminar aquellas condiciones existentes al momento de la
producción del daño. No obstante, a pesar de dichos avances aun la Corte IDH es
tímida al ordenar o fijar directrices que reformen la fuerza pública, guíen las
actuaciones de los funcionarios estatales o permitan desmantelar grupos paramilitares
(Pérez, Zambrano & Cepeda, 2015, p.11).
La reivindicación de los derechos de las víctimas es tomada por la Corte IDH en la
sentencia de noviembre de 2009 en el caso Campo Algodonero vs. México, en la cual
los hechos estudiados fueron decisivos al momento de dar un giro hacia estos
programas de reparación, que tuvieran en cuenta no sólo los daños ocasionados, sino
también la situación estructural de violencia y discriminación en la que vivían las
2En las Sentencias de Plan Sanchez, Mapiripan, Rio Negro y mozote la Corte IDH, La Corte IDH estableció la obligación
que tienen los estados de fomentar todo tipo de políticas públicas, tendientes a evitar una mayor re victimización de las
víctimas.
víctimas. Sin embargo, en este tipo de casos cuando la Corte fija una orientación
general, en ocasiones una meta a alcanzar, se ocasionan cambios en la jurisprudencia
de los tribunales, e impacta en las decisiones que se tomen en los gobiernos (De
Greiff, 2006, p.49).
4. La justicia transicional en Colombia
Tal y como se precisó en los apartados anteriores, el Sistema Interamericano de
Derechos Humanos conformado principalmente por la CIDH y la Corte IDH han
cumplido un papel crucial en la protección de los derechos internacionalmente
reconocidos a las víctimas de conflictos armados o de violencias a gran escala, que se
hayan propiciado dentro de los territorios de los estados miembros de la CADH; en
este sentido los estándares fijados han resultado ser cruciales para los procesos de
justicia transicional que se desarrollen en cada uno de esos estados puesto que
fomentan mayores garantías para las víctimas y a su vez imponen ciertos deberes a
los ordenamientos jurídicos a la hora de la creación e implementación de acuerdos de
transición.
En el caso colombiano a raíz del conflicto armado que se ha vivido por más de 50
años, donde se han visto involucrados distintos factores sociales, económicos y
políticos, entre los cuales se puede destacar la lucha por la propiedad, la ausencia de
una verdadera reforma agraria orgánica, la desigualdad de la distribución de la riqueza
y el acceso al poder gubernamental; y donde, los actores armados involucrados son:
las fuerzas armadas estatales (Ejército y Policía), las fuerzas irregulares anti estatales
(ELN y FARC) y las fuerzas irregulares paraestatales (los paramilitares) (López,
2011, p.215) El Estado se vio en la necesidad de acogerse a un modelo de justicia
transicional donde se pudiese fomentar un escenario de transición del conflicto
armado a una de paz y reconciliación.
Dichos intentos iniciaron formalmente en la década del noventa, cuando el ex
presidente Virgilio Barco se dio a la tarea de buscar un primer proceso de paz con el
grupo armado insurgente (M19), concediéndoles el perdón político para garantizar su
participación política en un nuevo Estado, el cual se caracterizaba por el
aseguramiento del pluralismo político a partir de la inclusión, la garantía de la
autonomía individual y las garantías constitucionales para los ciudadanos en el marco
del respeto por los derechos humanos (Llano, 2005, p.5).
No obstante este proceso careció de integralidad, toda vez que no incluyo a otros grupos
subversivos que operaban en el país, generando que se produjera aún más violencia entre la
fuerza pública y dichos grupos, por otro lado las estrategias de posconflicto en la mayoría de
los municipios donde operaba el M19 resultaron ser un fracaso, ya que el apoyo por parte de
las instituciones estatales resulto ser bastante pobre respecto de las necesidades que tenía
cada uno de estos territorios, y de los retos que se había planteado el gobierno inicialmente.
Posteriormente, ´´durante los dos periodos del ex presidente Uribe (2002-2010), se presentó
al discurso antiterrorista como recurso casi único para el diseño de políticas en el plan de
gobierno de la agenda internacional´´ (Pastrana, 2011, p.67). Sin embargo, con el paso del
tiempo y pese a todas las promesas del gobierno Uribe de garantizar seguridad democrática
a todos los colombianos, fue quedando en evidencia la imposibilidad gubernamental para
acabar con los grupos alzados en armas, conllevando a que el país por esos años tuviera que
presenciar múltiples hechos violentos, perpetrados por grupos armados; la población civil,
sectores políticos y defensores de Derechos Humanos comenzaron a exigir una solución
urgente por parte del gobierno, frente a tales circunstancias(Llano, 2005, p.5). En vista de
esta situación el gobierno en el año 2005 decide iniciar formalmente un proceso de paz con
los grupos paramilitares, con el propósito de crear un escenario de transición del conflicto
armado hacia una paz estable y duradera, sin embargo desde el año 2002 ya se habrían venido
adelantando diálogos y acercamientos entre el gobierno nacional y esta guerrilla, con la firma
de acuerdos como: el Acuerdo de Santa Fe Ralito para contribuir a la paz de Colombia, en
el cual se acordó el cese al fuego bilateral, y con la expedición de la Ley 782 de 2002 y el
Decreto 128 de 2003 por medio de los cuales se concedió a los paramilitares la posibilidad
de acceder a diferentes beneficios, los cuales iban desde perdón de delitos cometidos en el
marco del conflicto armado (dependiendo del tipo de delito), hasta el apoyo integral para
ellos y sus familias, en el proceso de su reincorporación a la vida civil.
Posteriormente en el año 2005 fue promulgada la Ley 975 más conocida como Ley de Justicia
y Paz, en donde se armonizó e íntegro de forma más completa las disposiciones contempladas
en las anteriores normativas, además de incluir la judicialización de quienes hubiesen
cometido crímenes de lesa humanidad y la obligación que estos tenían de suministrar toda le
verdad de los hechos y revelar a las víctimas, el lugar donde se hallaban los restos de sus
familiares, finalmente se garantizó a las victimas el respeto y cumplimiento de los demás
derechos que les asistían con el fin de cumplir con las normas de Derecho Internacional
Humanitario y de Derechos Humanos a las cuales Colombia ya se encontraba sujeta (Travesí
& Rivera, 2016, p.55).
Entonces, ‘’la Ley de Justicia y Paz se convierte en el marco normativo que amparó el
proceso de desarme, desmovilización y reinserción, tanto colectiva como individual, de los
integrantes de los grupos armados al margen de la ley’’ (Delgado, 2011, p.182). Sin embargo,
aunque inicialmente la Ley de Justicia y Paz fue proclamada como aquella norma jurídica,
que no solamente brindaba garantías a los grupos paramilitares sino que también respetaba y
protegía los derechos de las víctimas a la verdad justicia y reparación, contemplados como
estándares internacionales por diferentes organismos de Derecho Internacional entre ellos la
Corte IDH, es la propia Ley 975la que excluyó toda forma de responsabilidad al Estado
Colombiano por las atrocidades cometidas, entrando en contravención directamente con las
sentencias de la Corte IDH, donde la responsabilidad del Estado y la participación del
Ejército han sido demostradas, así como con fallos de la justicia ordinaria colombiana, que
han declarado la responsabilidad penal de numerosos miembros del Ejército por la muerte de
civiles presentados inicialmente como guerrilleros “muertos en combate”(Vera, 2010,p.115).
También, a pesar de que el proceso de Justicia y Paz buscó tener un régimen jurídico político
equilibrado que por un lado pudiera brindar garantías y beneficios a los victimarios, pero que
también se respetaran y cumplieran a cabalidad los derechos de las víctimas, en la práctica
resulto ser más un instrumento que benefició a los miembros de grupos paramilitares, que a
las propias víctimas, además de que las medidas que se tomaron no resultaron ser eficientes
ni suficientes para exigir a quienes hubiesen participado en la comisión de crímenes de lesa
humanidad, revelar la verdad de los hechos para que se pudiese garantizar a las víctimas los
derechos a la verdad, justicia y reparación, conllevando con ello a que dicho proceso
terminara facilitando la impunidad. Así mismo las instituciones que se asignaron para el
procesamiento de los delitos (Unidad Nacional de Fiscalía para la Justicia y Paz, Tribunales
Superiores del Distrito Judicial, Defensoría del Pueblo, Unidad Nacional de Fiscalías de
Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario) terminaron colapsadas en razón a
la gran cantidad de expedientes y procesos que tenían bajo su jurisdicción, generando mayor
lentitud e inoperancia en la investigación y judicialización de miles de paramilitares que se
sometieron a este régimen, lo que traduce a que hoy día después de más de 15 años aún se
encuentren miles de expedientes en los despachos judiciales sin siquiera haber pasado por la
etapa de imputación (Rojas, 2007, p.65).
4.1 Inclusión De Los Estándares Internacionales En La Ley 975 de 2005
Inicialmente conviene precisar que la inclusión de los estándares fijados por la Corte IDH ha
operado en Colombia, principalmente a partir de los fallos de la Corte Constitucional, lo que
ha permitido que sean tomados con más seriedad y lleguen a convertirse en reglas de control
constitucional3.
Ese proceso de inclusión tiene dos momentos principales: la Sentencia C-228 de 2002, cuyo
tema central es la participación de la víctima dentro del proceso penal y la Sentencia C-370
de 2006, así como otros fallos posteriores, que efectuaron el control sobre la Ley 975 de
2005, que fue el marco jurídico inicial de la transición en Colombia. En ambos casos fueron
asumidos los estándares de protección fijados por la Corte Interamericana de Derechos
Humanos para los años 2002 y 2006, respectivamente, para desarrollar los anteriores temas,
la Corte Constitucional reconstruyó la jurisprudencia de la Corte Interamericana desde el
contenido de fallos como: El caso Godínez Cruz contra Honduras, que fue utilizado como
punto de partida jurisprudencial, para re describir la ya mencionada regla del caso Velásquez
Rodríguez, relacionada con los deberes estatales de prevención, investigación, sanción y
reparación de los derechos de las víctimas (Corte Interamericana, 1989, p.32). De esta manera
los estándares fijados por la Corte Interamericana fueron incluidos como elemento normativo
en el juzgamiento de los paramilitares y continúan actuando en otros veinte fallos de control
abstracto referidos a la misma ley (Quinche, 2013, p.145).
Así mismo el Alto Tribunal reconoció la importancia de las comisiones de la verdad, al
mencionar que estas tienen como propósito restaurar la dignidad de las víctimas y las
3Esto quiere decir que tal y como lo sostuvo la Profesora Paola Sierra (2016, p. 160) se puede observar como la Corte unifica
sus distintos pronunciamientos hasta llegar a la conclusión de que el ejercicio del control de convencionalidad se encuentra
en cada uno de los jueces constitucionales, en una aplicación del CCV en modalidad difusa.
comunidades afectadas con las actuaciones violentas que por tantos años les perjudicaron.
(Hernández, 2016, p.14), específicamente la Corte precisó que:
(…) las labores de la CEV pretenden la clarificación y reconocimiento de la verdad; el
privilegio de las necesidades e intereses de las víctimas; la contribución a la justicia y a la
rendición de cuentas; el reconocimiento de la responsabilidad institucional y el fomento de
la reconciliación y la reducción de tensiones. Estos elementos, subrayan, consolidan la CEV
como una herramienta eficaz y completa, dado que sus esfuerzos estarán dirigidos a la
participación de los afectados, su dignificación y satisfacción de sus derechos. Por último,
indican que la regulación objeto de control incluye criterios orientadores como la
participación amplia, pluralista y equilibrada de diferentes voces respecto del conflicto,
donde se contienen las visiones territoriales de las dinámicas propias del mismo (…).
Por otro lado, sostuvo que:
(…) La CEV introduce las garantías necesarias para la reconstrucción de la memoria histórica
del conflicto, conforme a los estándares internacionales aplicables, al tener un potencial
importante para repasar rigurosa e imparcialmente los hechos de la confrontación armada y
así contribuir a la visibilizarían de las víctimas. Ello a su vez permite, según indican, el
fortalecimiento de los procesos de memoria y la generación de transformaciones
institucionales y sociales que consolidan la no repetición y la democracia. Conforme a este
punto de vista, la CEV, al ser una herramienta autónoma garantiza no sólo a las víctimas,
sino a la sociedad en general, la reconstrucción y reconocimiento de los hechos,
circunstancias, móviles y demás aspectos del conflicto, como complemento de la justicia
penal y respaldo de la no repetición (…) (Hernández, 2016, p.15).
Específicamente se puede definir a las CEV como aquellos organismos de investigación
creados para ayudar a las sociedades que han enfrentado graves situaciones de violencia
política o guerra interna a enfrentarse críticamente con su pasado, a fin de superar las
profundas crisis y traumas generados por la violencia y evitar que tales hechos se repitan en
el futuro cercano. (Kalach, 2016, p.109) Así mismo los objetivos del trabajo de CEV son: 1)
aclarar y dar a conocer la verdad, 2) responderá las necesidades e intereses de las víctimas,
3) contribuir al establecimiento de las responsabilidades de justicia y 4) promover la
reconciliación. Cada uno de estos aspectos es, alternativamente, un recurso importante para
las víctimas y sus seres como un proceso de curación completa que comienza por garantizar
la verdad (Hayner, 2001, p. 24).
Por todo lo anterior las comisiones de la verdad son consideradas como una herramienta
poderosa e importante no sólo para el establecimiento de la verdad sobre los abusos del
pasado, sino también para iniciar el cambio institucional necesario para evitar la repetición
de los abusos. El éxito de sus acciones depende de las prerrogativas o facultades otorgadas
al momento de su creación, rol, funciones, de la composición, neutralidad e imparcialidad de
sus miembros, de los poderes otorgados, del presupuesto que le sea asignado y del respaldo
estatal al momento de su creación, durante y al finalizar su gestión. (Kalach, 2016, p. 109)
Sin embargo, y pese a su importancia la ley 975 no previó las CEV como mecanismo
principal de búsqueda de la verdad para las víctimas, puesto que esta se centró esencialmente
en una justicia judicial, la cual a pesar de brindar ciertas ventajas no logra otorgar una mayor
garantía de verdad a las víctimas, puesto que esta tiene a desarticularse y en muchos casos
no permite dilucidar el panorama respecto de las violaciones de Derechos Humanos,
situación que por el contrario resulta ser menos probable con las CEV las cuales han resultado
esenciales en los procesos de transiciones en donde se busque llegar a un verdadero
esclarecimiento de los hechos.
Por cada una de estas inconsistencias la Corte Constitucional dejó claro que muchos de los
artículos procesales de la ley se oponían a la garantía de los derechos de las víctimas, por lo
cual resultó necesario en algunos casos declararlos inexequibles y en otros darle una
constitucionalidad condicionada (Comisión Colombiana de Juristas, 2007, p.25). Ya que
según la propia corte: “Resulta fundamental la adaptación de los derechos de las víctimas a
los estándares internacionales, esto comporta el reconocimiento de los derechos universales
a la verdad, la justicia y la reparación” (Corte Constitucional, 2006).
a. Estándar de Justicia
Respecto del estándar de justicia, la Ley 975 en el artículo 6 estableció la obligación que
tiene el Estado:
De realizar una investigación efectiva que conduzca a la identificación, captura y
sanción de las personas responsables por delitos cometidos por los miembros de
grupos armados al margen de la ley; asegurar a las víctimas de esas conductas el
acceso a recursos eficaces que reparen el daño infligido, y tomar todas las medidas
destinadas a evitar la repetición de tales violaciones (Ley 975, 2005).
De forma paradójica la realidad ha demostrado que este mandato quedo únicamente
plasmado en el papel, puesto que son varias las circunstancias que apuntan a la violación del
plazo razonable, la ineficacia de la investigación y la de un debido juzgamiento en la
negociación paramilitar. La aplicación de la Ley 975 de 2005 fue dejada en manos de solo
veinte fiscales, respecto de 299.551 víctimas registradas para el año 2010, sin incluir los
millones de desplazados generados por el conflicto. Además, acontecieron problemas
relacionados con el recaudo técnico de las pruebas de los asesinados en las fosas comunes,
con el asesinato de víctimas y testigos y con la suerte del mayor número de desmovilizados,
a los que con toda razón en su momento la Corte Suprema de Justicia les negó la calidad de
delincuentes políticos, tal y como lo deseaba el gobierno (Vera, 2015, p.217).
Lo que significa que en Colombia la realización de este estándar bajo la Ley de Justicia y Paz
carece de claridad y eficacia, además de esto dicha normativa no incluyó la posibilidad de
sancionar a aquellos miembros de la fuerza pública, funcionarios judiciales o políticos que
estuviesen involucrados con las actividades criminales de los grupos paramilitares, si bien se
publicita el juzgamiento de más de 60 miembros del Congreso de la República por tener
vínculos con los paramilitares, esto no ha acontecido por la ley “de justicia y paz”, sino por
la propia iniciativa de la Corte Suprema de Justicia. Por el contrario, la Ley 975 de 2005
propicia un sistema de exclusiones que evita la judicialización eficaz de quienes
contribuyeron al nacimiento y mantenimiento de los paramilitares (Quinche, 2013, p.145).
Adicionalmente y de acuerdo con informaciones de funcionarios oficiales, continúa la
operación de las que se denominan “nuevas generaciones” de los paramilitares que
genéricamente han sido llamadas “Bacrim”, como contracción del enunciado “bandas
criminales” lo que deja de manifiesto la imposibilidad que tuvo la Ley 975 de brindar tanto
mecanismos judiciales como políticos y sociales que garantizaran a los desmovilizados
posibilidades reales de reinserción en la población civil y evitaran una posible reincidencia
en actividades criminales (Gómez, 2016, p.52).Llegando a considerarse que para que se
puedan llegar a judicializar a todos y cada uno de los victimarios, por lo menos deben
transcurrir 90 años, dejando a la Ley 975 como un instrumento jurídico ineficaz a la hora del
cumplimiento del derecho a la justicia de las víctimas.
b. Estándar de Verdad
Con relación al derecho a la verdad, el artículo 7 de la Ley establece que: “la sociedad, y en
especial las víctimas, tienen el derecho inalienable, pleno y efectivo de conocer la verdad
sobre los delitos cometidos por grupos organizados al margen de la ley, y sobre el paradero
de las víctimas de secuestro y desaparición forzada”. Sin embargo la verdad predicada con
la Ley 975 simplemente se limitaba en casi todo al plano judicial, relacionándose únicamente
con decisiones de casos individuales, y su unilateralidad, en el sentido que solamente se tomó
en cuenta las dimensiones jurídicas relevantes de los hechos y conflictos, concentrándose
únicamente en los victimarios, pero olvidándose en la mayoría de los casos de la importancia
que tenían las victimas en el proceso y de su derecho a conocer toda la verdad de los hechos,
los implicados, el paradero de sus familiares y las circunstancias en las cuales se perpetraron
dichos crímenes (Uprimny&Saffon, 2009, p.43).
En cuanto a la verdad extrajudicial, la Ley 975 se quedó muy corta a la hora de establecer
políticas públicas de calidad que permitieran la participación de las víctimas y de las
comunidades que presenciaron tales hechos, la Comisión Nacional de Reparación y
Reconciliación creada a partir de este régimen jurídico, tampoco respondió a las necesidades
que se encontraban a la orden del día, además las funciones que desempeñaba no pasaban del
plano consultivo, por lo que se convirtió en un órgano débil y dependiente del presidente,
años más tarde con el gobierno Santos dicha institución desapareció.
Por otro lado en el proceso de desmovilización de las AUC múltiples procesos judiciales
contra los desmovilizados quedaron estancados, gracias a diferentes determinaciones que
tomó el gobierno supuestamente en beneficio del proceso y de las víctimas, en este sentido
el ex presidente Uribe en una decisión que desconcertó a todo el país, optó por extraditar a
catorce de los principales líderes de los grupos paramilitares, argumentando que ninguno de
los extradita dos tenía intenciones de cooperar ni de suministrar la verdad a las víctimas
(Pérez,2013,p.16).Dicha decisión se tornó aún más cuestionada cuando se dieron a conocer
diferentes declaraciones de líderes paramilitares como Rodrigo Tovar alias ‘’Jorge 40’’ y
Ever Veloza alias ‘’HH’’ en las cuales manifestaban que las AUC recibían apoyo y
financiamiento por parte de grandes hacendados, políticos del gobierno e incluso el propio
presidente de la república, así como diferentes encuentros en los cuales se discutían
estrategias de guerra, apoyo de la fuerza pública en los ataques contra las FARC, etc.
Frente a las acusaciones de dichos líderes, el Gobierno Uribe negó el vínculo entre los
paramilitares y el Ejército, lo que contradecía de plano las condenas proferidas por la Corte
Interamericana, que probaban ampliamente esa unión y en las cuales se Condenó al Estado
Colombiano por la participación de sus agentes de forma pasiva y activa en la comisión de
delitos de lesa humanidad.
c. Estándar de Reparación
Por último, sobre el estándar de reparación el Gobierno Nacional de la época encabezado por
el expresidente Álvaro Uribe, expidió el decreto 3391 de 2006 el cual reglamentó algunas
disposiciones de la Ley 975, entre ellas todas las cuestiones relacionadas con la reparación
de las victimas dentro del proceso de desmovilización de las AUC. De forma paradójica el
decreto termina contradiciendo la propia Ley 975, la Constitución, la sentencia C-370 de
2006, e incluso los Tratados Internacionales en materia de Derechos Humanos ratificados
por Colombia, en el siguiente sentido:
El artículo 8 de la Ley de Justicia y Paz estableció que el derecho a la reparación
incluye todas aquellas acciones que propenden por la restitución, indemnización,
rehabilitación, satisfacción; y las garantías de no repetición de las conductas,
[entendiendo por] reparación simbólica toda prestación realizada a favor de las
víctimas o de la comunidad en general que tienda a asegurar la preservación de la
memoria histórica, la no repetición de los hechos victimizantes, la aceptación pública
de los hechos, el perdón público y el restablecimiento de la dignidad de las víctimas
sin establecer ningún tipo de limitación para estas a la hora de ejercer su derecho (Ley
975, 2005).
Sin embargo en contraposición a este mandato legal el artículo 17 del decreto 3391 dispone
que al momento de iniciarse el proceso de reparación, los Tribunales deberán tener en cuenta
la capacidad económica y disponibilidad presupuestal que se tenga por parte del estado y de
los desmovilizados declarados penalmente responsables, lo que deja de manifiesto la
posibilidad de disminuir el derecho a la reparación de las víctimas, bajo el pretexto de que el
Estado o el desmovilizado no tienen recursos suficientes para cubrir una indemnización
integral para las victimas (Comisión Colombiana de Juristas, 2007, p. 90).
Así mismo entra en fuerte contradicción con la sentencia C-370 en el sentido de que la Corte
Constitucional, al establecer las causas limitantes del derecho a la reparación integral de las
víctimas, en ningún momento se refirió a este punto, además de precisar que este tipo de
causales debían de ser analizadas en cada caso particular y no aplicarse de forma general a
todos los casos tal y como lo pretende el artículo 17 del decreto 3391.
En este sentido también se pronunció la Asamblea General de las Naciones Unidas al
manifestar que la indemnización ha de concederse, de forma apropiada y proporcional
a la gravedad de la violación y a las circunstancias de cada caso, por todos los
perjuicios económicamente evaluables ocasionados en ocasión de violaciones
manifiestas al DIH y los Derechos Humanos (Informe Secretario General, 2004,
p.45).
En cuanto a la responsabilidad del Estado por las violaciones de Derechos Humanos, el
artículo 18.5 del citado decreto establece que las acciones que se desarrollen en torno a la
reparación de las víctimas, no implican por ningún motivo el reconocimiento de la
responsabilidad del Estado y por ende niega la posibilidad a las víctimas de reclamar
indemnización y resarcimiento de perjuicios al Estado colombiano, esto aun cuando la propia
Carta Política establece la obligación que tiene el Estado de garantizar la protección de todas
las personas que residan dentro del territorio colombiano, en su vida, honra, bienes y demás
derechos y libertades, así como la responsabilidad que deberá asumir el mismo por los daños
antijurídicos que le sean imputables.
Finalmente con relación a las políticas públicas que se exige deben ser implementadas en
cualquier proceso que involucre violaciones masivas de Derecho Humanos, tendientes a
garantizar la participación activa de las víctimas a lo largo del proceso, el tratamiento integral
para su recuperación emocional, psicológica y psicosocial, en el régimen jurídico de la Ley
de Justicia y Paz estas terminaron siendo casi que olvidadas, en razón a que no hubo una
debida capacitación de los funcionarios judiciales, de la fuerza pública y demás agentes
estatales que participaron en el proceso, que les permitiera brindar una debida asistencia
integral a las víctimas, tampoco se invirtió en suficiente personal profesional en el área de
psicología y trabajo social que acompañara a todos los afectados antes, durante y después del
proceso, ni siquiera se tuvo en cuenta la atención integral que necesitaban las comunidades
en las cuales se habían perpetrado los hechos criminales, desconociendo casi que por
completo las exigencias impuestas por Organismos Internacionales de Derechos Humanos;
sin embargo, no solamente estos indicadores permiten inferir que el estándar de reparación
no fue cumplido, también se encuentran las múltiples condenas que Colombia ha recibido
por parte de la Corte IDH, las cuales aun después de muchos años de su imposición están
lejos de cumplirse.
Todo esto pone de presente el evidente fracaso que tuvo el régimen propuesto con la Ley de
Justicia y Paz y sus normas reglamentarias, con relación a la reparación integral de las
víctimas del conflicto armado con participación de miembros de grupos de auto defensas,
quedando en la mayoría de los casos una sensación de impunidad y completo olvido del
estado para con las comunidades afectadas, en desconocimiento de los fines esenciales que
lo caracterizan aparentemente como un Estado Social de Derecho en procura del respeto de
la vida y dignidad humana de sus habitantes.
Así mismo muchas veces no se alcanza a vislumbrar la diferencia en los conceptos de
convencionalidad y constitucionalidad, mucho menos los alcances que estos tienen y las
virtudes que se podrían derivar del uso permanente del CCV; observando el largo camino
que aún queda por recorrer frente a la adopción de la convencionalidad en Colombia. (Sierra,
2016, p. 149).
CONCLUSIONES
Por regla general los modelos de justicia transicional buscan resolver situaciones de
violaciones masivas de Derechos Humanos y de Derecho Internacional Humanitario, a partir
de un régimen de transición desde un escenario de conflictos armados o regímenes tiránicos
hacia uno de paz y reconciliación.
Los derechos a la verdad, justicia y reparación se constituyen como pilares fundamentales de
la justicia transicional, permitiendo garantizar a las victimas una reivindicación integral de
sus derechos, cuando estos han sido vulnerados a partir del conflicto armado interno de un
estado o cambio de régimen político.
La Corte IDH como organismo jurisdiccional del SIDH, mediante reiterada jurisprudencia
ha establecido a la verdad, justicia y reparación como estándares fundamentales a la hora de
la implementación de procesos de transición, con miras a proteger a las víctimas de
violaciones de Derechos Humanos, promover la rendición de cuentas de los Estados
miembros de la OEA y resolver pacíficamente los conflictos que se susciten al interior de
estos.
El proceso de justicia y paz no cumplió con las exigencias del Derecho Internacional en
relación a los estándares de verdad, justicia y reparación, conllevando a una mayor re
victimización para las víctimas e impunidad para los autores de crímenes de lesa humanidad
en el proceso de desmovilización de grupos paramilitares.
A partir del proceso de Justicia y Paz, quedan varias lecciones por aprender, teniendo en
cuenta que la transición hacia el pos-conflicto debe conllevar tareas simultaneas en varias
dimensiones incluyendo la política, económica, educativa y social con énfasis en los más
desfavorecidos y en los sectores más golpeados por el conflicto armado (Velásquez, 2015,
p.22).
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la cual se prorroga la vigencia de la Ley 418 de 1997, prorrogada y modificada por la
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cual se reglamenta la Ley 418 de 1997, prorrogada y modificada por la Ley 548 de
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JURISPRUDENCIA CORTE CONSTITUCIONAL
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Escobar Gil, Marco Gerardo Monroy Cabra, Alvaro Tafur Galvis, Clara Inés Vargas
Hernández].
Corte Constitucional, Sala Plena (3 de abril de 2002) Sentencia C-228 de 2002 expediente
D-3672 [M.P. Manuel Jose Cepeda Espinosa, Eduardo Montealegre Lynett].
Corte Constitucional, Sala Plena (24 de abril de 2013) Sentencia SU 254 de 2013 expediente
T-2.406.014 y acumulados [M.P. Luis Ernesto Vargas Silva].