ETICA Y PERIODISMO

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Dr. Rafael Molina Morillo / Colección Conferencia Magistral - 2009

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Comisión Nacional de Ética y Combate a la Corrupción

EQUIPO DIRECTIVO

Dr. Miguel SuazoDirector Ejecutivo CNECC

Lic. George KhouryEnc. Administrativo y Financiero

Mayra DomínguezEnc. Planificación y Desarrollo

Verónica GuzmánEnc. Fomento de la Ética

Helen HasbúnEnc. De Comunicación y Relaciones Públicas

MIEMBROS DEL CONSEJO RECTOR

Dr. Marino Vinicio CastilloSecretario de EstadoPresidente Consejo Rector

Dr. César Pina ToribioSecretario de Estado de la Presidencia

Dr. Radhamés Jiménez Peña Procurador General de la República

Monseñor Benito ÁngelesRepresentante Iglesia Católica

MIEMBROS DE LA UNIDAD TÉCNICA

Lic. Ramón Ventura CamejoSecretario de Estado de la Administración Pública Coordinador de la Unidad Técnica

Lic. Hotoniel BonillaRepresentante de la Procuraduría Generalde la RepúblicaDirector de la Dirección Nacional de Persecución de la Corrupción Administrativa (DPCA)

Lic. Daniel Omar Caamaño Representante de la Contraloría Generalde la República

Lic. Julio Aníbal FernándezRepresentante de la Secretaríade Estado de Hacienda

Lic. Cristóbal CardozaRepresentante de las Iglesias Evangélicas

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ETICA Y PERIODISMO / Dr. Rafael Molina Morillo

Equipo Editorial

Helen HasbúnCoordinadora Gabinete de Comunicación Sector PresidenciaEnc. Comunicación y Relaciones Públicas CNECC

Yolanda Valdehita AznarCoordinadora de Eventos y Protocolo

Marianne AmparoAsist. Comunicación y Relaciones Públicas

Pircilio GuerreroDiseñador Gráfico

Se prohíbe la reproducción parcial y total de esta publicación sin expresa autorización.

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ETICA Y PERIODISMO / Dr. Rafael Molina Morillo

Nuestra Portada: Dr. Molina Morillo / Honoris Causa en Ciencias de la Comunicación Social

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Eran exactamente las 8 horas, 15 minutos y 17 segundos

cuando las puertas del piso del avión Enola Gay se abrieron

para dejar caer la primera bomba atómica de la Historia. Na-

die que estuvo a un kilómetro a la redonda de donde cayó

la bomba sobrevivió a la explosión. Todos los seres vivientes

dentro de ese perímetro quedaron literalmente carboniza-

dos. Ese 6 de agosto de 1945 en Hiroshima murieron más de

765 mil personas en una fracción de segundo.

En aquel momento, mientras el avión viraba a la derecha

huyendo de la explosión, el copiloto, capitán Robert Lewis

exclamó horrorizado y arrepentido: “¡Oh, Dios mío! ¿Qué

hemos hecho? ¡Hemos sembrado muerte y destrucción!”. En

cambio, el capitán de la nave, comandante Tibbets, justificó

su acción porque, según su criterio, cuando se está peleando

en una guerra, para ganarla se deben usar todos los medios

posibles.

Como vemos, en la cabina del bombardero convivieron dos

percepciones éticas tan distantes como las que constante-

mente se debaten en cualquier circunstancia en que hay dos

o más personas, y de esa realidad no se excluye, por ejemplo,

la sala de redacción de cualquier periódico o noticiero. ¿Qué

está bien publicar o divulgar, y qué no está bien publicar o

divulgar? El comandante Tibbets se apoyó en la naturaleza de

la guerra y en la obligación de ganarla a cualquier costo; para

él, lo correcto era poner fin a la guerra y salvar a la Humani-

dad, sin fijarse en el alto precio de vidas humanas que había

que pagar. Pero para su copiloto ellos acababan de cometer

un acto horrible e injustificable.

En el ámbito periodístico también hay quienes defienden

que es válido recurrir a cualquier estrategia para aumentar,

digamos, la circulación o la sintonía, asumiendo, como en la

guerra, que es preciso a cualquier costo derrotar a la compe-

tencia para garantizar la supervivencia del medio. Como en la

guerra – dicen quienes así piensan- todo se vale.

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Pero este no es el pensamiento de hombres como el capitán

Lewis, que, olvidado de la guerra, concentró su pensamien-

to y su sensibilidad en las víctimas; como él, hay también

periodistas capaces de intuir los efectos secundarios de una

información sensacionalista, o las posibilidades de bien o de

mal que abre una noticia, antes que los cálculos para ganar

lectores o anunciantes.

Estamos, pues, ante el desafío de poder diferenciar a un pe-

riodista ético de otro periodista no ético.

Inicialmente debo precisar que en la vida real no se da este

cuadro en blanco y negro, de buenos y malos, de lo ético y

lo no ético; esa apariencia es el producto de un hecho, este

sí real y existente en las salas de redacción y en la vida de los

periodistas: la coexistencia de distintas sensibilidades frente

a lo ético, como también las hay frente al arte, o al deporte, o

a cualquier actividad humana.

Existe, pues, un conflicto. Lo que hay que determinar es si

hay posibilidades de acercamientos y avenimientos entre las

distintas concepciones.

El conflicto se explica por una visión de la ética considerada

como una utopía; la visión del comandante Tibbets es tan

realista y desprovista de utopías como la del periodista que

busca el titular y la fotografía de portada que más vendan;

Lewis con su invocación a Dios aparece tan utópico como

otro tipo de periodista, el que en nombre de valores éticos,

pone en duda el valor periodístico de la portada escogida

simplemente para provocar mayor impacto en el lector. La

utopía parece, pues, levantar trincheras y se convierte en un

factor importante a la hora de asumir una carrrera en la vida.

De ahí resulta que es conveniente formularnos, de entrada,

una pregunta fundamental relacionada con la profesión o el

oficio que cada uno ha escogido: ¿Para qué está un soldado,

cuál es su papel en la vida?, se preguntarían en el avión que

tiró la bomba atómica. ¿Para qué sirve un periodista, cuál es

su rol en la sociedad?, nos preguntamos nosotros cuando

surgen los dilemas éticos.

El para qué de la guerra pudo haber desatado una discusión

entre Lewis y Tibbets, pero ello no iba a pasar de ahí; pero

el para qué de un periódico o de un noticiero debiera causar

más desvelos de los que realmente provocan.

Los jóvenes periodistas que se inician en la carrera y todavía

creen en la ética como camino hacia la excelencia profesional,

se encuentran a veces con algunos colegas veteranos que,

desencantados talvez porque su ejercicio profesional no ha

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sido exitoso, les inculcan que deben “olvidarse de las utopías

y de las normas éticas”, porque eso no conduce a nada, o

peor todavía, “eso no paga” o “no deja”. Es, les dicen, un obs-

táculo para la eficiencia en el trabajo diario de un periódico.

Para algunos, la utopía es sinónimo de ilusión, de sueño di-

vorciado de la realidad. De esas utopías, sostienen, está lleno

el paìs de las maravillas de Alicia; utopías, para ellos, son

los unicornios y los pegasos, o las ciudades de tira cómica

congestionadas de torres de cristal y de transportes aéreos.

Esas utopías, sostienen, son refugios de la imaginación y

de la impotencia, refugios que enajenan e inactivan porque

llenan la mente y la voluntad con el contraste brutal entre las

limitaciones del ser humano y las cumbres empinadas de lo

imposible, lo irrealizable y lo irracional.

Lo ético, situado en esos escenarios aparece entonces como

un obstáculo y como una distracción que le dan toda la razón

al periodista frustrado.

Pero la utopía de la ética se puede mirar también bajo otra

luz y con otros ojos. Con los ojos de Tomás Moro, por ejem-

plo, cuando imaginó un espacio para la tolerancia, conside-

rada como uno de los cimientos de una sociedad ideal a la

que llamó, precisamente, Utopía. Según su etimología esta

palabra equivale a una ciudad que no existe porque, agrego

yo, tiene que ser construida. La República de Platón fue eso,

una utopía, porque no existía y tenía que ser construida

como históricamente ha ocurrido con todas las democracias

que se han alimentado de la utopía platónica.

La aparición de la Utopía de Tomás Moro coincidió con

otros hechos que demostraron que es muy sano que los

hombres corran el riesgo de internarse en las aguas cena-

gosas de lo posible y que se rebelen contra la inmovilidad

de lo real. Por esos años Copérnico descubrió que la tierra

no era el centro del universo, otra peligrosa utopía que sa-

cudía una inmovilidad apoltronada en la lectura primitiva

y acientífica de los textos bíblicos y en la incapacidad para

explorar lo posible. Los navegantes utópicos también subvir-

tieron la idea intocable de Europa como centro de la tierra y

movieron con las quillas de sus naves las agujas de la rosa de

los vientos que presidía la cartografía del renacimiento. Más

audaces, los reformistas desplazaron de su centro a Roma,

hasta entonces punto de convergencia de todos los caminos

de la cristiandad. Las utopías, señores y señoras, cambiaron y

siguen cambiando al mundo.

Son utopías dinámicas las constituciones de nuestros países,

escritas, discutidas y aprobadas según la medida de las am-

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biciones colectivas. Casi todas ellas diseñan un estado social

de derecho, repúblicas unitarias, democráticas, participativas

y pluralistas, porque ese es el lenguaje de las utopías que

hacen más humano al mundo. Relean los editoriales del

primer número de los distintos periódicos del mundo y

encontrarán que allí se formula la utopía del periódico. La

revista Ahora se definió, en su primer número el 15 de enero

de 1962, como “órgano, exclusivamente, de la verdad” en

todos los órdenes. En The Washington Post el objetivo es “la

búsqueda intensa, responsable e imparcial de la verdad.” La

Nación de Buenos Aires se presentó el 4 de enero de 1870

como “tribuna de doctrina.” El Comercio de Lima anunció el

cuatro de mayo de 1839 que su servicio sería “comunicar los

sucesos con la rapidez que exigen los negocios”. Y así podría

seguir citando periódicos y revistas de todo el mundo que,

desde su nacimiento, señalan su propia utopía. Todos ellos

sentían y siguen sintiendo que la utopía es necesaria para

que la historia no se estanque e inmovilice, y puesto que un

periódico en cada edición moviliza y propone tareas nuevas

fundidas en los hornos de sus utopías, debe vivir guiado e

inspirado por ellas. La utopía pone en tela de juicio la racio-

nalidad dominante, el patrón de pensamiento instalado en

las conciencias y en las instituciones y proclama que el pen-

samiento, como la vida, si no se renueva, se muere. La utopía,

al inspirar el cambio, induce una rebelión contra lo existente

y muestra que lo real no está completo si no abarca lo po-

sible: que el conocimiento no se limita a lo que muestran

las luces de la razón porque existen, además, los horizontes

anchos que revela la imaginación. Recuerden si no a Colón,

no olviden a Pasteur, tengan presente a Von Braun, mirados

al principio como imaginativos y soñadores y consagrados

después, como los gigantes que impidieron que la humani-

dad se inmovilizara, hundida en el fondo de sus aguas el ancla

de la razón. La utopía es esa vela poderosa que inflaman los

vientos de la imaginación.

Cuando en las redacciones de los periódicos se aclimata la

utopía como en su ambiente propio es porque ella es un

rechazo activo de la pasividad de los dogmatismos: es incon-

formidad permanente; es la convicción de que en la vida, por

más altas que sean las metas alcanzadas, siempre se puede

hacer más; es reconocer que la vida humana nunca está

completa y que la ambición del hombre desborda los límites

de todo lo real.

Habrá quien me diga, a estas alturas, que rechazar las utopías

de los periodistas soñadores no significa ser dogmático, ni te-

merle al progreso, ni a la ambición, ni al reto del futuro. Pero

debemos estar claros en que si afirmamos que la ética es

una utopía, no es porque ella sea un imposible soñado por

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ilusos, ni un dogma sostenido por fundamentalistas, sino

un reclamo constante de excelencia y un impulso siempre

renovado para ir más allá de lo que se acostumbra.

La utopía ética grita en la conciencia que lo que se está ha-

ciendo es bueno, pero que puede ser mejor; no deja olvidar

que hay otras formas más exigentes de hacer lo que siem-

pre se ha hecho. Resistirse a la utopía de lo ético es dar por

sabido que en la redacción todo se seguirá haciendo como

siempre se ha hecho, porque no hay manera de mejorarlo;

es aceptar, sin más, que está prohibido rebelarse contra lo

mediocre, lo rutinario y lo indigno, que no se puede aspirar

a la excelencia, que han alcanzado rango de virtudes la pasi-

vidad, la sumisión y la resignación.

Como no puedo estar de acuerdo con esa tabla de inten-

ciones, gris y mezquina, rechazo que un periodista piense,

aunque sea por un instante, que “ hay que olvidarse de las

utopías y de las normas éticas.”

Al fin y al cabo, si al abrazar esta profesión, de ella a uno lo

seducían su dignidad, su elevado papel en la sociedad, su

influencia y su capacidad para inducir cambios en la historia

común, y al llegar a la redacción uno se encuentra con otras

tareas y propósitos, es imperativo preguntarse entonces:

¿Qué soy yo como periodista?

En el presunto choque entre un periodista ético y una reali-

dad no ética, hay que tener en cuenta el factor de la identi-

dad profesional.

Escucho las voces múltiples de jóvenes colegas desconcerta-

dos por ese choque, cotejo con mis propios recuerdos y creo

tener suficientes elementos para concluir que un periodista,

mirado desde la perspectiva de un medio no ético, se des-

cribe como empleado de un órgano del poder político o del

poder económico. En un periódico al servicio del poder, cual

que sea, unos ocupan el trono, otros hacen parte de la corte

y los demás se desdibujan dentro de una masa gris. Todo está

dirigido dentro de esa estructura a mantener y fortalecer el

poder y a obtener beneficios de su uso.

El periodismo ha llegado muy cerca de ser tenido como un

negocio más, que sólo responde por su interés. Desde que

William Allen White, en la primera mitad del siglo XX descri-

bió un tipo de periodismo “que no acepta obligaciones socia-

les porque sólo aspira a ganancias pecuniarias”, el mal no se

ha detenido sino que ha seguido avanzando en un proceso

de desdibujamiento progresivo de la identidad profesional.

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Asombraba al filósofo español, Julián Marías “la proporción

del espacio dedicado a crímenes, formas decadentes de

conducta y flecos demenciales, y la manera desorbitada de

hablar del deporte,” porque es lo que el público pide, no lo

que necesita. Según el mismo Marías, la prensa “necesitaría

valores positivos: amistad, paz, inteligencia, producción lite-

raria y científica, temas sobre los que se siente un silencio sis-

temático”. Exagera ciertamente, pero la percepción del lector

es que predomina en los medios el culto de los poderosos,

los ricos y los famosos, de modo que hacer la definición de un

periodista es un ejercicio que bordea peligrosamente cerca

de la imagen de alguien que está en cacería permanente, de

lo que quieran decir peloteros, cantantes, actores y estrellas

de televisión, o los personajes de la crónica roja.

De esa distorsión de la naturaleza de los medios resulta

un periodista perplejo respecto de su identidad; ¿Qué es,

entonces, un periodista? ¿Un relacionista público, acaso, al

servicio de un partido, de un político o del empresario dueño

del anuncio publicitario? ¿O es un vendedor de publicidad

en medios que le pagan con el porcentaje de las ventas? ¿O

un simple escribano que recoge palabra por palabra lo que

dicen las fuentes que le asignan? ¿O un agente chantajista

de un poder que amenaza a quienes no se pliegan a sus exi-

gencias e imposiciones? ¿O un recolector de rumores que el

medio se encarga de convertir en noticias con sólo divulgar-

los? ¿O un modesto redactor de gacetillas con que se pagan,

se demandan o se exigen favores? Podría agregar más y más

preguntas que son las que hoy se hacen en un silencio indig-

nado de frustración, los periodistas que creyeron tener el cie-

lo entre las manos el día en que obtuvieron su primer empleo

como redactores y que luego, ante la realidad del trabajo

diario, vieron como el cielo se les deshacía como agua que

se escurre entre los dedos, hasta quedar convencidos de que

era demasiado tarde para desembarazarse del maldito oficio.

Es verdad que un periódico o un noticiero son negocios, pero

no cualquier clase de negocios. Allí no todo está en venta y

la ganancia es un objetivo subordinado, no el principal como

en todos los negocios. Los periódicos de éxito son los que no

permiten que los negocios invadan la arena editorial. Pero

si un periódico quiere ofrecer buen periodismo, tiene que

triunfar como negocio. Las ganancias no son incompatibles

con el buen periodismo. La diferencia con cualquiera empre-

sa es clara: la primera prioridad es hacer buen periodismo,

la segunda, mantener una empresa económicamente sólida

para que se pueda hacer buen periodismo. La experiencia de

los mejores gerentes indica que lo uno conduce a lo otro, en

un círculo virtuoso: el buen periodismo produce ganancias y

estas, a su vez, permiten hacer un buen periodismo.

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Lo que resultaría equivocado ética y empresarialmente, sería

manejar el periódico con criterios de avaro y en vez de cana-

lizar las ganancias al buen periodismo, desviarlas y congelar-

las en el bolsillo de los empresarios; o manejar el periódico

con los mismos objetivos de cualquier otra empresa. Tratar

un periódico como un bien de producción más, puede ser

devastador para la calidad de su periodismo. Prohíbe ese

equivocado tratamiento, entre otras, la calidad de la materia

prima que se maneja en un periódico. En las otras empresas

las materias primas se manejan con un criterio técnico y de

ganancia. Son elementos sobre los que el propietario o los

accionistas tienen pleno dominio. No sucede así con esta

materia prima de los periódicos que es la historia que toda

la sociedad hace todos los días. Es un bien social que no se

puede manejar a capricho y por el que debe responderse a

toda la sociedad.

Pero si no es un negocio como los demás, ¿cuál es su fisono-

mía específica y su papel en la sociedad?

Las respuesta a esta pregunta son variadas y no siempre

acertadas. El medio de comunicación puede asumir la fun-

ción de vocero del poder, como pretendieron los reyes que

monopolizaron en la Francia anterior a la revolución francesa

el derecho de informar; como se proponen hacerlo todos los

dictadores, como resultan haciéndolo todos los gobernan-

tes autoritarios y temerosos de la opinión pública. Prestar

oidos solamente a las voces del poder, asumir la defensa

de lo oficial, con razón o sin ella, como contraprestación a

la generosa pauta de anuncios del gobierno y como seguro

de supervivencia, no es ético ni técnico porque toda acción

oficial destinada a ejercer dominio sobre los medios es una

usurpación de un derecho ajeno. Los medios, por su natura-

leza están hechos para potenciar la palabra de la sociedad, y

si alguna vez sirven a los poderes, es cuando estos aparecen,

sin duda alguna, al servicio de la sociedad.

Este hecho da lugar para hacer esta propuesta: fundar el

acercamiento entre los miembros de una redacción en el

propósito común de hacer el mejor periódico posible, un

objetivo que conviene a todos porque de la publicación de un

buen producto informativo deriva ganancia para todos.

Un buen periódico es, a grandes rasgos, el que el lector con-

sidera indispensable para su información diaria, distinto del

que se mira con curiosidad y de paso, por el escándalo que

vocea, pero que es prescindible. Ese periódico tiene éxito

momentáneo, aquél tiene imagen sólida y duradera.

Pero hacer un buen periódico es una tarea infinitamente

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más compleja que hacer buenos automóviles, computadoras,

zapatos o empanadas. Afirmación que nos revela una clave

para superar el conflicto: entender en qué consiste un buen

periódico y trabajar alrededor de ese propósito.

Los diarios que han aceptado esa concepción del buen perió-

dico, ante la complejidad de los elementos necesarios para

alcanzar ese ambicioso objetivo, han revisado su estructura

interna en busca de una que permita optimizar el recurso hu-

mano. Por ese camino se ha llegado al desmonte de una es-

tructura autoritaria y vertical, tradicional en algunos medios,

y a la adopción de un esquema horizontal y de participación

de toda la redacción.

La estructura tradicional, jerarquizada y autoritaria, parte del

supuesto de que el poder lo es todo y, por consiguiente, la

capacidad de iniciativa y de crítica se concentran en una mi-

noría que, generalmente, mira más a los intereses de la em-

presa y pierde de vista los de la sociedad. Además, dentro de

ese esquema, se utilizan el talento y la creatividad del grupo

ubicado en los cargos de dirección. Los demás se tienen en

cuenta a la hora de obedecer las órdenes. Una reingeniería

empresarial está aconsejando en los periódicos la adopción

de un esquema horizontal de participación democrática de

toda la redacción, que permita aprovechar el potencial de to-

dos para la elaboración de agenda, para la autocrítica y para

el hallazgo y realización de las mejores propuestas creativas.

Se complementa la propuesta anterior con la de una práctica

que hoy está renovando la vida de los mejores periódicos en

el mundo: su interactividad con los lectores.

Un examen de los vicios de que se acusa reiteradamente

a periodistas y medios, revela que, en parte, se deben al

aislamiento autosuficiente de estas empresas, en riesgo per-

manente de dogmatismo, autoritariasmo y autosatisfacción.

La voz del lector agrieta dogmas y le baja el tono a la sufi-

ciencia autocrática de medios y periodistas, con una con-

secuencia benéfica: un acercamiento a la clientela, mucho

más efectivo que las fórmulas publicitarias y de relaciones

públicas.

De ese acercamiento resulta otro hecho que inspira una

nueva propuesta: la operación de mecanismos de autocrítica.

Si la autocrítica se mira como un mecanismo para conocer

mejor la realidad, es evidente que coincide con la manera de

ser de periódicos y periodistas que, por definición, buscan y

no le temen a la verdad.

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ETICA Y PERIODISMO / Dr. Rafael Molina Morillo

La autocrítica conduce a lo ético, que es el resultado de una

exploración sobre la naturaleza humana, y esa indagación,

nunca termina. Un diálogo ético es el instrumento para esa

búsqueda que siempre enriquece porque aporta cada vez

nuevos conocimientos sobre la naturaleza humana y sobre

la profesión.

Estas reflexiones finales me permiten llegar a una conclusión,

que es el punto por donde debí comenzar y es que cuando se

registra un choque entre la visión ética de un periodista fren-

te a una sociedad o un medio no ético, el problema no es de

ética versus no ética, sino de dogmatismos. Dos dogmáticos

enfrentados siempre chocan y generan un incendio que no

ilumina, pero sí quema y destruye. La luz de los valores éticos

no resulta de los choques, sino de la serena e inteligente

puesta en común de pensamientos y experiencias.

Cuando Aristóteles definía la ética como un saber práctico,

descartaba cualquier predominio de teorías y por supuesto

el uso de trampas retóricas y verbales, y reafirmaba su fe en

el poder persuasor de los hechos. Es el examen de los hechos,

es la sabiduría que dejan como remanente las experiencias

vividas, es la lectura de los propios errores que, como las

cicatrices en el cuerpo del guerrero, se pueden deletrear

como huellas y conocimientos que dejó la vida. Son esos los

caminos por donde se llega a la percepción de lo ético.

Coinciden la retórica y la expresión de los mejores en afirmar

que esta, la del periodismo, es la más bella de las profesio-

nes; también tendremos que concluir que es la más bella por-

que es la más exigente y porque en ella no hay cabida para

la mediocridad, ni para la resignación, ni para la vulgaridad.

Por el contrario, es el campo propicio para las utopías y los

idealismos de esa porción de la humanidad que vive conven-

cida de que con la palabra sana, honesta y sincera, se puede

construir un mundo mejor.

¡Muchas Gracias!

Conferencia Magistral:

Ética y Periodismo

Dr. Rafael Molina Morillo

29 de octubre, 2009, Santo Domingo, República

Dominicana.

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ETICA Y PERIODISMO / Dr. Rafael Molina Morillo

BIOGRAFIADr. Rafael Molina Morillo

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Abogado, periodista y diplomático. Nació en La Vega el 31 de

marzo de 1930. Hijo de Domingo A. Molina e Ícelas Morillo,

su esposa Francia Espaillat con quien ha procreado cuatro

hijos: José Antonio, Amelia, María Alicia y Silvia María.

Director del diario gratuito “El Día”; director de la Revista

Ahora (segunda etapa) desde mayo del año 2000 hasta la

fecha de su cierre (2004); productor del programa radial de

comentarios “Los Buenos Días de Molina Morillo”, por Zol

FM; presidente de la Sociedad Interamericana de Prensa

(SIP); primer vicepresidente de la Sociedad Interamericana

de Prensa (2005-2006); fue presidente de la Comisión

de Libertad de Prensa durante cinco años (1999 a 2004).

Fundador y primer presidente del Centro para la Libertad de

Expresión en la República Dominicana (2004). Miembro del

Comité Ejecutivo de la SIP. Ex-vicepresidente del Instituto de

Prensa de la SIP (1998). Ex director del periódico Listín Diario

(1997 hasta el año 2000 por renuncia), fue subdirector de

Revistas del Listín Diario y Ultima Hora (Junio 1991-95);

fundador y conductor del programa de TV “Rueda de Prensa”

(hasta 1995). Ex director de la Escuela de Ciencias de la

Comunicación en la Universidad Católica de Santo Domingo

(UCSD) (1984 al presente); Presidente del Consejo Nacional

del Premio APEC al periodismo “José Ramón López” (1986-

88, 88-90, 90-92); Miembro del Consejo Nacional del Premio

APEC al magisterio “Federico Henríquez y Carvajal” (1988-90,

90-92); Miembro de la International Association of Political

Consultants, con sede en NY (1985 al presente), comentarista

de actualidad en el programa radial “Matutino 103”, de

Radio Mil (1989-1992), fue productor de los programas de

TV “Testimonio” y “Domingo de Noche”, por Teleantillas, y

participante en “Entrega Especial”, por el mismo canal (1990-

92). Fue vicepresidente del movimiento político Frente

Democrático de la Convergencia (1989). Presidente de la

Asociación Dominicana de Periodistas y Escritores (ADPE)

desde 1985-86; miembro fundador y directivo de la fundación

de la Orquesta Sinfónica Nacional (1984-87). Fue embajador

de la República Dominicana en los EUA y Canadá (1980-82)

y embajador jefe de la Misión Permanente de la RD ante la

ONU, en NY (1979-80).

Anteriormente fue secretario de la Embajada Dominicana

en México (1956-57). Cónsul General de R.D. en Panamá

(1957-58) y consejero de la Embajada de RD en México

(1958-59). Se inició en el periodismo como reportero de El

Caribe (1948-53) hasta llegar al cargo de director ejecutivo

del mismo diario (1954-56). En 1961 fundó la revista “Ahora”,

la cual dirigió hasta 1979, cuando vendió las acciones de

dicha empresa. Fundó en 1966 el diario El Nacional, cuya

dirección asumió posteriormente ejerciéndola también

Dr. Rafael Molina MorilloDoctor Honoris Causa en Ciencias de la Comunicación Social

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ETICA Y PERIODISMO / Dr. Rafael Molina Morillo

hasta 1979. Miembro de la Cámara Americana de Comercio,

de la Universidad Acción Pro Educación y Cultura (APEC),

de la Sociedad Dominicana de Bibliófilos. Fue director de la

Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) de 1967 a 1979.

Ha publicado los libros “La Prensa y la Ley en SD”; “Gloria

y Repudio”, “Biografía de Pedro Santana” y “Personalidades

Dominicanas 1992-1993”. De 1948 al presente ha publicado

artículos de interés general en la prensa nacional. Ha sido

galardonado por su dedicación y su quehacer en todos los

campos de la comunicación.

Fuente externa: Periódico El Día

Fotografía: Periódico El Día