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1 FACULTAD DE FILOSOFÍA Con Reconocimiento de Validez Oficial ante la Secretaría de Educación Pública No. 944895 de fecha 24 de marzo de 1994 “LA SUSTANCIA Y LOS ACCIDENTES EN EL DEVENIR, DESDE EL LIBRO IV DE LA METAFÍSICA DE ARISTÓTELES.” TESIS PROFESIONAL QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE LICENCIADO EN FILOSOFÍA P R E S E N T A LUIS FRANCISCO MARTÍNEZ ORTÍZ DIRECTOR DE TESIS: DOC. Alberto Ross MÉXICO, D.F. 2011

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FACULTAD DE FILOSOFÍA

Con Reconocimiento de Validez Oficial ante

la Secretaría de Educación Pública

No. 944895 de fecha 24 de marzo de 1994

“LA SUSTANCIA Y LOS ACCIDENTES EN EL DEVENIR, DESDE EL

LIBRO IV DE LA METAFÍSICA DE ARISTÓTELES.”

TESIS PROFESIONAL

QUE PARA OBTENER EL TÍTULO DE

LICENCIADO EN FILOSOFÍA

P R E S E N T A

LUIS FRANCISCO MARTÍNEZ ORTÍZ

DIRECTOR DE TESIS:

DOC. Alberto Ross

MÉXICO, D.F. 2011

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“No todos los días aparece en nuestras vidas un elefante”

José Saramago

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Agradecimientos

Quisiera mencionar aquí a algunas personas que de diferentes modos animaron la

redacción de este trabajo, personas que han acompañado y decorado mi experiencia del

mundo. Muchas de ellas, de un modo subrepticio, están presentes en esta redacción

final. Personas sin las cuales no vale la pena redactar una tesis ni nada: Alicia Ortiz

Cortés, Francisco Luis Martínez Ortiz (mis papás, a quienes quiero y agradezco

mucho), Adrian Martínez, Jesús Ortiz, Cenobia Cortes, Genaro Ortiz, Gerardo Ortiz,

Jorge Calderón, Jesús Ortiz (siempre me han agradado sus discursos acerca del ser y de

la esencia), Alejandra Martínez, Zenón Inés, Rubén Martínez, Mercedes López, Carmen

López, Adriana Salto, Adriana Iglesias, Valeria Pazos, María José García, María José

Urteaga, José Manuel Durón (el primero que me habló de Edna Lieberman), Blanca,

Maira Menacho (recuerdo con agrado su fauna de animales fantásticos), Eiza, Andrés

Villareal, Elisa Niño, Rodolfo Mancera, Claudia (providencialmente). Quisiera

agradecer a todos mis profesores, en el especial al doctor Alberto Ross que tuvo la

amabilidad de dirigir esta tesis, a mi revisor el doctor Zagal y al profesor José Luis

Rivera.

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Índice.

Introducción…………………………………………………………………………8

Capitulo I. La metafísica en el libro IV de la Metafísica de Aristóteles

1. La metafísica y las ciencias particulares………………………………………...12

2. La metafísica como ciencia rectora……………………………………………..18

3. El ente como objeto formal de la metafísica…………………………………...23

4. La polisemia de lo ente…………………………………………………………27

5. El ente como uno……………………………………………………………...39

Capítulo II. La sustancia y los accidentes

1. La unidad de la sustancia……………………………………………………..47

2. Lo sustancial y lo accidental. Su justificación como categorías en el

movimiento………………………………………………………………….53

3. Implicaciones lingüísticas……………………………………………………..66

Capítulo III. El problema de la cosificación

1. El movimiento como germen de la metafísica……………………………….78

2. Los accidentes como momentos de la sustancia……………………………..83

3. El estatuto de los accidentes………………………………………………….87

4. La sustantivación de la sustancia……………………………………………...93

5. De cómo los accidentes son percataciones particulares de un momento del

devenir………………………………………………………………………97

Capítulo IV. La vigencia de las señalizaciones, en tanto que se formulan en una proposición

1. Rebus sic stantibus...........................................................................................................108

2. El movimiento y el tiempo como continuos que posibilitan las categorías de

sustancia y accidente………………………………………………………...112

Conclusiones……………………………………………………………………….120

Bibliografía…………………………………………………………………………124

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Introducción

Hablaremos de los objetos del mundo pero lo haremos orientados por el

discurso metafísico de Aristóteles. Comenzaremos con el libro IV de su Metafísica. El

tema de esta tesis será entonces la sustancia aristotélica. Si bien hay muchas cosas que

pueden decirse al respecto, este trabajo intentará explicar porqué es la sustancia el

principal objeto de estudio de la Metafísica de Aristóteles y cómo es que este hecho es

relevante para poder hablar del movimiento y de los accidentes.

El movimiento antes de un tema dentro del corpus aristotélico es un evento del

mundo del que todos los seres racionales tienen noticia, es por esto que más de una

vez este trabajo, para hablar de la sustancia y de los accidentes, echara mano del bagaje

de objetos del mundo que hipotéticos lectores podrían reconocer y asociar con las

opiniones del estagirita. Uno de los tópicos del mundo que más impresionan al

estudioso de los objetos es el movimiento, quizá por esto no nos ha parecido algo

descabellado aceptar como una premisa incuestionable de nuestro discurso el constante

desplazamiento que sufren las cosas que conforman el inmobiliario del mundo. El

movimiento nos parece un hecho inmediato y difícil de cuestionar. Como el estagirita lo

recomendaba intentaremos comenzar nuestra investigación seleccionando de todos los

datos del mundo los que nos parecen más evidentes, y el movimiento, escenificado en

todas las entidades del mundo, impresiona de manera muy convincente nuestros

sentidos.

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Tengamos en cuenta el libro I de la Metafísica, en dónde Aristóteles enfatiza el

valor de la percatación sensible. Es también, en las primeras líneas de este libro, en

donde se habla del deseo de erudición que todos los hombres experimentan ante los

pormenores del mundo. Recuerdo estos pasajes sólo para subrayar el hecho de que,

para el trabajo que el metafísico se impone la asistencia de los sentidos es indispensable.

Como la intención de este texto es, ya lo hemos dicho, hablar de las entidades del

mundo, no es de extrañarse que las consideraciones que en él se hagan estén siempre

referidas al movimiento de algún objeto que haya podido ser visto por sus lectores.

Recordemos que Aristóteles confiesa, también en el libro I de la Metafísica, que de todos

los datos sensibles, los que más aprecia son los proporcionados por su vista.

Este texto sugerirá además, que la ontología es antes que un tratado, un

conocimiento tácito que todos los hombres comparten en la medida en que reconocen

un orden en los objetos del mundo y usan dicho conocimiento para respaldar el trato

que cada uno de ellos tiene con la dinámica de las entidades del ser. Explicaremos

como es que, en la medida en que las averiguaciones de un hombre lo llevan a explicar

las cosas (la inteligibilidad de sus oraciones -por ejemplo-, la independencia motriz de

un animal, o su envejecimiento), desde premisas anteriores a la materialidad y a la

evidencia, es necesario dejar de llamarlo hombre a secas y referiremos a él tildándolo

de metafísico.

Para hacer esto partiremos del libro III de la Metafísica, esto porque es necesario

explicar los inicios de libro IV, qué es dónde nuestro tema queda formalmente

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introducido. Una vez concordada la relevancia de la sustancia y su lugar entre las

ciencias, intentaremos sofisticar esta noción examinando un caso particular del

movimiento.

Nos pareció más interesante explicar a detalle algunos presupuestos básicos de la

noción de sustancia en Aristóteles y librarlos en la medida de lo posible de

interpretaciones equivocas, que asumir una mayor parte del discurso del estagirita

explicándolo de manera un poco más puntual, arrastrando quizá malentendidos

mínimos que a la larga pudieran resultar gravosos para alguien.

Este trabajo insiste en pocas premisas que considera básicas a la hora de

entender el tema complejo de la sustancia. Por ejemplo, Aristóteles observaba plantas y

animales, y tal es la evidencia desde la cual justifica sus opiniones acerca de las

categorías que en este trabajo nos importan. Me explico, parece que las entidades que

tienen en sí mismas el principio de su movimiento son más fáciles de identificar como

sustancias, es más evidente la unidad que confina a un tiburón a ser un tiburón: una

sustancia; que la unidad que podemos predicar de un río o un mar. Es por esto que este

trabajo revisa, en orden a explicar la sustancia, los diferentes sentidos en los que

Aristóteles habla de unidad.

Ahora bien, para establecer un discurso acerca del tiburón y un discurso del mar,

nos valemos de palabras, a saber, la palabra “tiburón” y la palabra “mar”. Y “mar” y

“tiburón”, en tanto que palabras, establecen relaciones y adquieren características con

respecto a todas las demás palabras que conforman nuestro lenguaje, y parece ser que

estas relaciones tienen su fundamento en el comportamiento que el mar y el tiburón -

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cada uno por su parte- tienen en el mundo que está más allá de nuestras proposiciones.

Teniendo en cuenta esto, dirigiremos parte de nuestro discurso hacia el libro de Las

Categorías, esto para estudiar los términos con lo que decimos la inteligibilidad de las

cosas. Recordamos que la sustancia y los accidentes -si los consideramos primero como

palabras- son nombres que señalan algún elemento del ser.

Creemos que la asignación de palabras específicas es un convenio ulterior al

descubrimiento de los objetos y por esto -sobre todo al hablar de las palabras y de

cómo se conforman las proposiciones- insistiremos en que el acto de señalar (declarar

de algún modo que yo me percato de que algo ocurre o que es), es determinante para

entender a la sustancia y evitar peligros muy prestos como el de la cosificación.

Enfatizaremos la relevancia de la señalización con algunos textos de Fernando Inciarte,

que ayudándose de Kant -en concreto de su Primera Analogía del Pensamiento Empírico-

habla de cómo es que deben de entenderse la sustancia y los accidentes. Esto para

intentar explicar este peculiar comportamiento que tienen las entidades del mundo que,

por así decirlo, se empeñan en seguir siendo sí mismas.

Este trabajo se sostiene gracias a la mutua experiencia del mundo que comunica

a quién lo lee con aquél que lo ha redactado. Es así que asistidos por Aristóteles

comentamos nuestra contemplación del movimiento.

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I

La metafísica en el libro IV

Introducción.

1. La metafísica y las ciencias particulares

Empecemos el análisis del libro IV enmarcando sus contenidos en una

controversia específica, el lugar que debería ocupar la metafísica en el catálogo de todas

las ciencias. Para esto debemos leer del libro III1 de la Metafísica como una especie de

proemio al libro IV. Se entiende que el libro III es un listado de todas las dificultades a

las que la metafísica -de ser una ciencia posible- debería avocarse. De aquí su carácter

aporético.2

El libro IV representa las primeras soluciones a las problemáticas planteadas en

el libro III, así este apartado comienza una primera caracterización de la metafísica

como, aquella ciencia que ha de resolver las aporías que las ciencias particulares no

tienen porqué dilucidar.

1 A nuestro autor le preocupaba establecer los parámetros de una ciencia como la metafísica; una que intenta dar cuenta de las primeras causas y de los primero principios. Alejandro de Afrodisia subraya esta intención del estagirita leyendo los primeros libros de la Metafísica como un preludio que va introduciendo la noción de sustancia a su discurso. Cfr. Alexander of Aphrodisias: On Aristotle Methaphysics, London: Uckworth 1993, 4, 237,1-238,1. 2 Recordemos que para Aristóteles la sabiduría es conocer el porqué, al dióti. Pensemos que el libro III enlista los porqués más relevantes que la metafísica debe atender, para poder jactarse de conocer todas las cosas sin tener en particular la ciencia de cada una. Met. 982a 5-10. En el presente trabajo usamos la edición Aristóteles: Metafísica, edición trilingüe por Valentín García Yebra. Gredos: Madrid, 1998.

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Una de las descripciones con la que Aristóteles habla de la metafísica nos dice

que ésta es una ciencia que se busca. Por el momento conviene tener presente esta

definición antes que la del libro IV (metafísica es la ciencia que contempla el ente en

cuanto ente) o la del libro VI, que la caracteriza como un estudio de la sustancia divina.3

Esto porque la metafísica, veremos, se entiende como una tendencia al conocimiento

unitario de la naturaleza,4 un conocimiento que no presente discontinuidades y esté

libre de aporías. El libro III es la parte del discurso en donde Aristóteles imagina, según

esta tendencia y partiendo de la insuficiencia de las ciencias particulares, como debería

ser la ciencia primera.

El libro de las aporías puede entenderse como un esqueleto, el esqueleto del

discurso de la sustancia que los libros posteriores a él irán llenando de contenido. De

aquí que se nos presente como un directorio de preguntas que parecen no tener

solución, o como una atadura en donde “en ninguno de los dos casos es posible seguir

adelante”.5 La opinión de Aristóteles es que, al encontrarnos frente a un dilema cuya

solución no parece ser evidente, es más recomendable “considerar bien antes todas las

dificultades”6, que aventurar una respuesta que resultara insuficiente o poco aclaratoria.

El discurso de la Metafísica es el examen de la atadura que el problema de la sustancia

supone.7

Leyendo en sentido contrario -del libro IV al III-, el tema de la sustancia se

introduce al discurso como una respuesta afirmativa a los cuestionamientos que se

3 Met. VI 1026a 16-17 “la ciencia primera versa sobre entes separados e inmóviles” 4 Met. I 980a 5 Met. III 995a 32-33 6 Met. III 995a 33- 34 7 Met. III 995a 30

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apuntan en el tercer libro de la Metafísica. Así algunas de las controversias que se

antojaban irresolubles van tomando forma, en la medida en que las nociones de

metafísica y de sustancia se construyen.

Hasta ahora lo único que sabemos es que la ciencia primera debe ser tal que

solucione problemas como el de la identidad, lo desemejante, las sustancias separadas,

etc.8 La metafísica, ya lo dijimos, se va conformando desde una lista de pendientes

epistemológicos, y el discurso del estagirita se convierte en la elucubración de un

aparato teórico que busca satisfacer todas las aporías. A esto es a lo que me refiero

cuando digo que antes de buscar la metafísica Aristóteles la imagina.9

El libro IV nos sitúa ya en la controversia de la metafísica como un modo

distinto de estudiar lo ente respecto a las ciencias particulares. Por esto, para entender

bien la metafísica, hay que empezar explicando el comportamiento de las ciencias

particulares, porque ésta surge –por lo menos en la explicación del estagirita- desde su

confrontación con la matemática, la física, etc.

La primera dificultad de la lista nos interesa porque su tratamiento inaugura el

libro IV. Ésta aparece enunciada así:

“Si corresponde a una sola o a varias ciencias investigar las causas; y si es propio

de la Ciencia contemplar sólo los primeros principios de la substancia, o también

los principios en que todos basan sus demostraciones; por ejemplo, si es posible,

8 Met. III 995a 32-33 9 Quisiera señalar que para postular su metafísica Aristóteles ordenó una base teórica que hace sentido con la aparición de la noción de sustancia. Su discurso metafísico es consistente con su teoría científica. Pensemos en los Analíticos Posteriores, hablando en términos epistemológicos podríamos decir que la sustancia respalda el género sujeto, los atributos y las demostraciones. La metodología de la Metafísica es distinta a la de los Analíticos Posteriores, pero no le toca a este trabajo investigar esta relación. Para la relación entre estos dos discursos del estagirita véase: Zagal, Héctor: Método y ciencia en Aristóteles. Publicaciones Cruz O: México, 2005.p. 223-228.

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o no, afirmar y negar simultáneamente una misma cosa, y los demás principios

semejantes”.10

La continuidad del libro IV con respecto del III es clara, y desde las primeras

líneas se ensaya la respuesta a la primera aporía:

“Hay una ciencia que contempla el Ente en cuanto ente”.11

La justificación de dicha ciencia es conocida: si todas las ciencias particulares

intentaran -incluso todas juntas- agotar los principios del ser, se mostrarían

insuficientes. Aunque reunieran todos sus conocimientos acerca de las entidades,

dejarían de lado una cuestión que Aristóteles considera fundamental, qué es el ente.12

Las investigaciones de las ciencias no metafísicas tienen limitantes que las

definen, sus cuestionamientos se detienen en un punto en el que ya no es pertinente,

dados sus intereses, seguir investigando. Pensemos en un astrónomo que está

preocupado por la ubicación aparente de alguna estrella del catálogo, claramente gran

parte de la cientificidad de sus ocupaciones estará determinada por la eficacia de su

telescopio. Es cierto que el éxito de sus investigaciones dependerá en gran parte de la

pertinencia de sus conjeturas, pero en general, se trata que esté bien enterado de los

procedimientos. Si este científico interrumpiera sus mediciones preocupado por la

existencia de los astros y empecerá a considerar a los planetas, no como objetos

celestes, sino como coordenadas de la existencia que tienen, por el hecho de ser,

características en común con todos las cosas que pueden ser nombradas por la razón 10 Met. III 995b 5-10 11 Met. IV 1003b 5-11 12 Si consultamos a Ross, podemos entender la Metafísica desde el objeto, o desde el método. Si estamos hablando de la insuficiencia de las ciencias particulares, estamos leyendo la explicación de Aristóteles desde el objeto, es decir, desde aquello a lo que llamamos ente. Si quisiéramos discurrir acerca del método estaríamos más cercanos al tema de la metafísica de frete a la dialéctica y a la sofística. Cfr. W. D Ross: Aristotle´s Methaphysics. A revised text whith introduction and commentary. Oxford University Press: Oxford, 1977. p. 251.

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del hombre. Si esto ocurriera nuestro astrónomo estaría cambiando de oficio, seguiría

siendo un científico, pero su objeto de estudio no sería el mismo. Ya no sería

indispensable, por ejemplo, para el buen término de su ciencia, que entre él y su objeto

de estudio mediaran las radiaciones electromagnéticas de un instrumento de sondeo.

Podemos decir lo mismo de un físico, el gremio de la ciencia al que pertenece no

examina la posibilidad de que el mundo sea un sofisticado compendio de espejismos, en

donde la impresión que el hombre tiene del movimiento no es más que una apariencia

que debe derrotarse por medio de un análisis racional. 13

La eficacia de las ciencias particulares radica en su especialización, cada una de

ellas focaliza su atención en alguna parte del mundo y averigua sobre esa parte que ha

elegido todo lo que considera necesario. Esto es una insuficiencia, pero sólo si es

examinada desde un punto de vista metafísico.

En el capítulo 2 del libro III de la Metafísica Aristóteles anuncia la radicalidad que

el planteamiento de su ciencia primera supone frente a otros tipos de conocimiento:

“Pues, aunque puede saberse de muchos modos la misma cosa, decimos que

sabe más de ella el que conoce qué es la cosa por su ser que el que conoce su no

ser, e incluso, de entre los que lo conocen por su ser, decimos que uno sabe más

que otro, y que sabe sobre todo el que conoce qué es, no el que conoce su

cantidad o cualidad o lo que por naturaleza puede hacer o padecer”.14

13 Fis I 980a 14 Met. III 995a 35-40

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Se dice de las ciencias particulares que son aquellas que “habiendo separado

alguna parte de él [del ente] consideran los accidentes de éste”.15 Así el ente, que es el

objeto al que todo conocimiento metafísico o no está direccionado, queda demarcado

en dos aspectos.16

Este modo de empezar la argumentación del libro IV puede darnos una idea de

lo emparentadas que están la metafísica como ciencia y la sustancia como su objeto.17

Porque si analizamos el poco camino recorrido, podemos ver que la cuestión que

estaba en examen o –si pensamos en el libro de las aporías- la primera dificultad de la

lista- era el lugar que la metafísica debía de tener dentro de las ciencia particulares. Esto,

como derivado de varias dificultades que el ejercicio de los saberes particulares había

ido rezagando, dificultades que quedaron enlistadas en el libro de las aporías. Ahora,

apenas se empieza la descripción de la ciencia que se ordena a la resolución de tales

aporías, se manifiesta ya la necesidad de hablar de lo sustancial, como un atributo que

interesa a la metafísica.

15 Met. IV 1003a 25 16 Esto nos queda más claro si pensamos en Gama I y II, por ejemplo 1003 a 22-26: “Y esta ciencia no se identifica con ninguna de las que llamamos ciencias particulares, pues ninguna de las otras especula en general acerca del ente en cuanto ente, si no que, habiendo separado alguna parte de él, consideran los accidentes de esta; por ejemplo: las ciencias matemáticas”. Aquí Aristóteles nos habla de un conocimiento general que no compete a las ciencias particulares. Todas las ciencias no metafísicas toman un aspecto de lo que existe, y sus investigaciones no se avocan a todas las cosas. Cada una conoce, por así decirlo, su parte de ser. La radicalidad del conocimiento metafísico está en que abarca todas las cosas, en la medida en que no específica su estudio a tal o cual característica de lo que existe. Más adelante quedará claro qué es esta manera “general” de estudiar lo ente. 17 Si decimos que el ente en cuanto ente es el objeto de estudio de la metafísica, hay que pensar que pasajes como este: “Y, si ha algo eterno e inmóvil y separado, es evidente que su conocimiento corresponde a una ciencia especulativa” (1026a 10-11). Y distinguir entre la noción de sustancia como un conocimiento general de todos los entes, y la de sustancia separada. Esta última noción se aleja por mucho de este trabajo. En este pasaje Aristóteles entiende que lo ente en cuanto ente son las substancias separadas, y ese tema sería el final de un discurso que apenas comenzamos. Cfr. W. D Ross: Aristotle´s …, p. 254-258

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Así reconocemos que en la medida en que se habla de contenidos que al ente le

corresponde de suyo, surgen a la par de la metafísica como ciencia y la sustancia como

su objeto. Ambos como un residuo que deja el ejercicio de las ciencias particulares.18

Para que el compendio de todos los saberes acerca del mundo sea un

conocimiento unitario y de verás explicativo, es necesario que las ciencias particulares

se subordinen a la metafísica. De otro modo el saber y la investigación serían un

rompecabezas inconmensurable.

La metafísica no se identifica con ningún saber particular, porque éstas se

encargan siempre de aspectos accidentales del ser, hablan del ser pero en tanto que está

vivo –por ejemplo- o en tanto que es un cuerpo celeste (como pudimos ver con el

astrónomo que hace un momento hemos dejado atrás). Así la metafísica nos ha sido

presentada como la ciencia del ente en cuanto ente.

2. La metafísica como ciencia rectora

Después de lo dicho podemos entender que si existen muchas ciencias

particulares es porque los objetos del mundo expresan su existencia de muchos modos,

y que de entre todos esos modos en que los entes pueden ser estudiados, nos es posible

distinguir dos clases principales.

18 Lo que las ciencias particulares no estudian es el objeto común (koinós) de una ciencia universal. Y no, como ya comentamos, a un objeto oikeinós; esto último, si pensamos en dios (el Primer Motor) como el objeto de la ciencia metafísica. Cfr. Tricot, Jean: La metaphysique d´ Aristote. Introduction, note et index. Libraire Philosophique J. Vrin: Paris, 1986. Vol. I, p. 171-174. La metafísica es también una teología, en la medida en que el ente por excelencia es el Primer Motor.

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Por un lado tenemos a los atributos accidentales, que componen todas las

consideraciones de las ciencias particulares. Hablar de accidentes, hasta este punto de

nuestro discurso, ha sido hablar de ciertas características de las cosas del mundo,

considerar a lo ente sólo en la medida en que puede ser calculable, o en tanto que vive,

o así cualquier característica que no tenga que ver con el modo en que éste, lo ente, es.

Lo sustancial, apoyándonos en una línea del libro IV, es lo que le corresponde al

ente en tanto que es ente. Lo que sigue es explicar porque tendría que ser la metafísica

la ciencia primera si de cualquier modo sigue un comportamiento similar al de las

ciencias particulares. Así como éstas no consideran a lo ente en su totalidad y centran

su atención en un aspecto específico al cual atienen todas sus pesquisas, así también la

metafísica se ocupa exclusivamente de ciertos atributos que tienen que ver con el modo

de ser de las cosas.

La cuestión que nos ocupa se podría formular de la siguiente manera: de todas

las consideraciones que las ciencias pueden hacer de lo ente, ¿porqué las de la metafísica

se consideran superiores y primeras?19

Podría pensarse que esta cuestión ya ha sido tratada, y que se soluciona citando

el libro IV:

“Y esta ciencia no se identifica con ninguna de las que llamamos particulares,

pues ninguna de las otras especula en general acerca del Ente en cuanto ente,

sino que, habiendo separado alguna parte de él, consideran los accidentes de

19 Michael Novak sugiere que Aristóteles tiene “más aprecio”, o mejor dicho, que ve en las sustancias inmateriales un modo de ser más afín a las pretensiones de universalidad de la metafísica. Se apoya en pasajes como el 1029a., y nos dice: “he obviously thinks sensible substances are inferior to immaterial substances in knowability”. Cfr. Novak, Michael: Philosophy and Phenomenological Research. Vol. 2, No. 1 (Sep., 1963), pp. 1-19 Published by: International Phenomenological Society. p. 6.

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ésta; por ejemplo, las ciencias matemáticas. Y, puesto que buscamos los

principios y las causas más altas, es evidente que serán necesariamente

principios y causas de cierta naturaleza en cuanto tal”.20

Quizá sea cierto y la razón por la cual todas las ciencias deben subordinarse a la

metafísica es que esta tiene las pretensiones explicativas más altas. Porque el

conocimiento que busca es el de la existencia (el modo en el que las cosas ocurren en el

escenario del ser), y porque no incorpora este saber a su discurso como las ciencias

particulares lo hacen: como una premisa tácita que posibilita sus investigaciones sin ser

ella sometida a ningún tipo de estudio. Ya lo dijimos los astrónomos observan los

objetos celestes sin preocuparse por el estatuto de su existencia.

De cualquier modo quisiera analizar las razones por las que deberíamos aceptar

la superioridad de la metafísica frente a todas las demás ciencias. Esto para enfatizar el

hecho de que cuando a ésta se le llama ciencia primera, dicha denominación es exacta.

La radicalidad que separa a la metafísica de cualquier otro tipo de saber se debe a

su anterioridad. Me explico, lo que posibilita que una cosa se mueva y pueda ser

estudiada por la física es que esa cosa exista. Si algo no se encuentra en el mobiliario del

ser, no puede ser que se mueva. Así también para que algo pueda ser cuantificable es

necesario que, partiendo primero de la existencia concreta de alguna cosa, alguien

relacione a las entidades según su agrupación en unidades y se hable así de cantidades.

No importa que tales relaciones se independicen de los objetos, por ejemplo, una vez

que hemos adquirido las reglas de la suma es posible que un mismo matemático sume

20 Met IV. 1003a 22- 28

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no sólo hormigas, cabezas de ganado o canicas, sino que será capaz de sumar pensando

exclusivamente en unidades, sin importar que éstas existan del mismo modo en el que

existen las cabezas de ganado, las canicas y las hormigas.

Es así que la metafísica es primera porque es anterior, y es anterior porque su

objeto de estudio es el que posibilita que cada uno de los objetos de estudio de todas las

demás ciencias comparezcan ante sus especialistas.

Podemos decir que la principalidad de los atributos sustanciales, en relación a

todas las demás cualidades que pueden distinguirse en los objetos del mundo, se

sustenta en que hacen que el metafísico considere la realidad en su conjunto, y no sólo

en el marco de un estudio determinado. En otras palabras, la metafísica estudia a todos

los entes. Y aunque no todo lo que es susceptible de ser investigado es una esfera

celeste, y por tanto haya cosas que los astrónomos prefieran no considerar, y entidades

que no sean del interés de un biólogo marino dado que -por más grande que éste sea-

hay cosas que proliferan fuera del ambiente del mar, la metafísica garantizará la unidad

temática del conocimiento, porque todo lo que pueda ser nombrado por la razón (y por

tanto por la ciencia) siempre será un algo que existe, un ente, y en tanto que ente tendrá

atributos que le corresponderán de suyo.

Debemos reconocer que los atributos de lo ente establecen una relación de

dependencia entre sí. Parecería que para que unos atributos puedan manifestarse es

necesaria la presencia de otros que, por esto llamaríamos anteriores. Estas notas

presentes en todas las cosas, y que llamamos anteriores en relación a otras

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características que parecerían derivadas o posteriores al hecho de existir, son sin duda

los que al ente le corresponden en tanto que es ente.21

A la metafísica se subordina el estudio de las ciencias llamadas particulares,

porque estudia el cómo de la existencia.22

O dicho de otro modo, es la ciencia que

estudia cómo existe lo que existe. Parece que éste es el significado que le podemos dar a

la sentencia de Aristóteles que hace poco citamos: la metafísica es una ciencia que

contempla el ente en cuanto ente y lo que le corresponde de suyo.

Porque si hay ciencias de los atributos del ente, hay también una ciencia que

discurre acerca del ente pero en tanto que éste es ente. Una vez más, dado que hay

ciencias como la matemática, la astronomía y la biología, hay también una ciencia como

la metafísica.

Debemos entender estas aseveraciones en el contexto del libro III de la

Metafísica. Recordemos, la ciencia primera se perfila desde las incógnitas que el ejercicio

de las ciencias particulares no ha podido resolver. Y así, cara a problemas pendientes

como el de lo uno y lo múltiple, o las sustancias separadas, Aristóteles nos habla de la

necesidad de un tipo de saber como el que la metafísica representa.23

21 Es así que algo no puede ser cuantificable si primero no existe, o algo no puede estar vivo si no está presente en el ser. A esto nos referimos cuando decimos que el estudio metafísico tiene anterioridad con respecto a las demás ciencias. Podríamos recordar un pasaje de Metafísica V: “las causas tienen tantas acepciones como los principios, pues todas las causas son principios. El rasgo común de todos los principios es el hecho de ser lo primero desde donde algo es, se engendra o se conoce”. Cfr. Met. III 1013a 241-15. 22 Recordemos que todo ser se dice en base a un principio (Met. III 1003b 6). Y en este punto del discurso podemos decir que cada cosa que las ciencias particulares estudian es (y también se conoce) porque existe. Es así que la noción de sustancia (en este punto del discurso, y después de descontar todos los aspectos accidentales que las ciencias particulares estudian) habla de la existencia, de cómo es que las entidades son. Cfr. W. D. Ross: Aristotle`s…, p. 255. 23 Cabe señalar que en el esquema aristotélico otra manera de señalar la anterioridad de la metafísica con respecto a cada una de las ciencias, es recordando sus compromisos epistemológicos. Y como ésta puede ser un principio de la demostración. Cfr. Zagal, Héctor: Método y ciencia…, p. 59-77.

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23

3. El ente como objeto de estudio de la metafísica

Hemos hablando del ente y al referirnos a él lo caracterizamos como aquello que

ocurre o que está “ahí” en la realidad, manteniendo ocupadas las pretensiones de la

ciencia. Esta equiparación nos ha ayudado a introducir el asunto de la metafísica

(porque confrontándola con las ciencias particulares, concluimos que el ente se

compone de aspectos). Sin embargo para adelantar nuestro análisis es necesario aclarar

un poco el contenido de dicha expresión.

Aristóteles establece que a la metafísica le toca estudiar el ente en cuanto ente.

Pero a pesar de saber que ese ente que se estudia es aspectual y que su existencia es

estudiada aspectualmente por las ciencias particulares, subyace la pregunta: ¿qué es? O

acotando la pregunta porque enunciada así se antoja irresoluble, ¿a qué se refiere

Aristóteles cuando dice ente en las primeras líneas del libro IV de su metafísica?

Podría aducirse que ésta es un pregunta que quedará satisfecha hasta que la

totalidad de los aspectos de lo ente esté catalogada, y se conozcan los pormenores de

todos los estudios de todas las ciencias, pero proceder así es imposible si recordamos

que los modos de estudiar al ente son potencialmente infinitos según el genio de los

curiosos, y que de las múltiples ramificaciones científicas que hasta ahora se conocen

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ninguna está cerca de declarar que su veta ha sido agotada. Aristóteles habla de algo

más simple.

Para entender esto nos conviene hablar de Parménides y de su postura

metafísica, porque la opinión de Aristóteles con respecto al ente se entiende si la

confrontamos con otros planteamientos.

Para el autor del poema de La Diosa la metafísica se dirige a lo que es (to ón ge

ón), y ese objeto de estudio es un ser ingénito e imperecedero, es algo uno, continuo e

idéntico, infinito e inmóvil. La metafísica para éste autor, se dirige a un solo

conocimiento, que una vez poseído agotaría la sabiduría de toda la realidad.24

Para

Parménides el ente es un ser continuo del que se pude saber muy poco, apenas que es y

que es necesario que sea.

Aristóteles se separa radicalmente de esta postura, si bien declara –al igual que

Parménides- que la metafísica busca lo que es, no se refiere con la palabra ente, cuando

dice que la metafísica lo estudia, a una realidad total que incluye en su unidad a todos

los entes particulares y cuya distinción en partes es aparente. Así tampoco el ente,

objeto de la metafísica, es una realidad superior o trascendente que, eterna, participa su

ser a las entidades sensibles. Como sería si nos atenemos a la interpretación más común

de la doctrina de Platón.25

24 Para hablar de Parménides usamos la edición de Bernabé Pajares, Alberto: Poema, Parménides Fragmentos y traducción textual. Introducción, notas y comentarios de Jorge Pérez Tudela, Epílogo de Néstor Luis Cordero, Madrid, Istmo 2007. 25 Aristóteles es de esta opinión y en 990b 27-991 apunta un argumento en contra de las formas platónicas. Sobre esta crítica véase: Annas, Julia: Aristotle on Substance, Accident and Plato´s Forms. Phronesis. Vol. 2. No. 2 (1977). p. 146-160.

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25

Para Aristóteles la realidad es (ocurre) de diferentes maneras.26

“Ente” es un

término que denomina a todas las cosas, pero no como una nota homogénea que se

predica de cada integrante del conjunto como un género.27

La existencia para

Aristóteles, como ya lo hemos visto, se dice de distintas maneras, y Parménides habla

unívocamente de ella. La palabra ente designa la estructura fundamental que cada uno

de los particulares comparten en tanto que son.

Parménides necesita negar la evidencia para poder sostener una metafísica de

tipo monista, porque si apelamos a la realidad, con lo primero que nos topamos es con

la multiplicidad. Lo ente es ante todo convivencia heterogénea de muchos elementos.

Vemos así que, en un primer vistazo, “lo que es” se opone a la opinión de Parménides,

porque siempre nos aparece como mudable y discontinuo.

Enfatizamos el hecho de que esta impresión de multiplicidad se da al principio

de la investigación, porque los datos de la experiencia –conforme avanza la

argumentación aristotélica- se irán depurando (recordemos llegaremos al examen de lo

no evidente a partir de lo evidente). Aunque el estudio metafísico comience con el

cambio y la multiplicidad, en el fondo está dirigido a algo uno y eterno. 28

Y en este

sentido Aristóteles no queda tan lejos de Parménides.

Es importante insistir en que lo ente, como aparece referido al principio del

Libro IV de la metafísica, no es un género. Volvamos a las ciencias particulares, desde

26 Es decir, cuando una palabra como ente refiere a todas las cosas que existen no lo hace como un genero, que hablando de las cosas a las que alude les concede las mismas características y en igual medida. Podemos verlo en Alexander of Aphrodisias: On Aristotle…, 241 1-5. Nos habla de la univocidad a la hora de predicar lo ente y, como Aristóteles no reparte con la palabra “entidad” las mismas implicaciones como sí ocurre cuando un genero se predica de las cosas que se ordenan en él. 27 De algún modo está nota responde las aporías que Aristóteles plantea en Met. 998b 14-28. 28 Cfr. Novak, Michael: Philosophy and Phenomenological Research. Vol. 2, No. 1 (Sep., 1963), pp. 1-19 Published by: International Phenomenological Society. p. 6.

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26

la doctrina de Analíticos Posteriores entendemos que el campo temático de una ciencia

particular se delimita en un género.29

Pensemos en la zoología, ésta emparcela los

objetos de su competencia basándose en una característica común. De la totalidad de

las cosas cada ciencia separa un grupo especial de objetos, y hacia ellos dirige sus

investigaciones. Su discurso se construye alrededor de una predicación que se atribuye

del mismo modo a todos los objetos de su estudio, es así que “animal” se dice igual de

un perro, de un ratón, que de un elefante.30

Si trasladáramos esta característica a la metafísica, podríamos pensar que, así

como la zoología se adueña, no de todo los objetos que caen bajo la denominación del

término “ente”, sino sólo de aquello que presenta vida, y que así como la matemática

limita sus pesquisas para las entidades cuantificables, así también la metafísica identifica

su objeto de estudio determinando un grupo de objetos según la particularidad que le

parece interesante. Terminaríamos por suscribir que la metafísica es un saber que se

conforma desde un género determinado de cosas.

Si llegáramos a esta conclusión, diríamos que ese género determinado al que la

metafísica limita sus esfuerzos es la existencia, lo ente. Así lo ente no serían más que

una palabra que sirve para señalar cierto grupo de objetos, del mismo modo que la

palabra “planta”, por ejemplo, separa ciertos elementos del total de los objetos que

esperan ser clasificados.31

29 Véase. Zagal Héctor: Método y ciencia…, p. 303. 30 Alexander of Aphrodisias: Aristotle…, 241 1-5. 31 Comentando el Libro IV Tomás de Aquino apunta que la metafísica estudia todos los entes no según la ratio de cada ente, si no en lo que coinciden en género. De lo contrario la filosofía primera procedería como las ciencias particulares. Met. IV, lect., 547. Usamos la edición de Aquino, Tomás de: Comentario al libro IV de la Metafísica de Aristóteles, traducción, prólogo y notas de Jorge Morán. EUNSA: Pamplona, 1999.

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4. La Polisemia de lo ente

La metafísica ya ha quedado caracterizada como la ciencia rectora y como

aquella que tiene el objeto de estudio más anterior. En todo lo que hemos dicho ha

estado presente el planteamiento aristotélico de los muchos modos en que el ente

expresa los significados de su existencia, pero siempre de una manera implícita y

derivada. Esto porque intentamos ver cómo es que esta premisa esta supuesta, antes de

su formulación, en el ejercicio de las ciencias particulares. Sin embargo siguiendo el

discurso del Libro IV, es necesario hablar de esta aspectualidad de lo ente, y

extendernos un poco en el modo en que Aristóteles la introduce en su discurso.32

Hay que tener claro primero la relación entre el pensamiento y la realidad, o

mejor dicho, entre el modo de decir una cosa y el modo en que ésta ocurre. En

Aristóteles la metafísica ha sido posible porque se reconoce que los supuestos del

lenguaje (el modo de referirse a las cosas), nos habla de la estructura ontológica de

aquello que las palabras mientan.33

Más adelante examinaremos esta premisa con mayor

32 Recordemos una de las aporías: “Es preciso, como decimos, examinar estas dificultades, y también la de si nuestro estudio es sólo sobre las substancias o también sobre los accidentes propios de la substancia” (Met. III 995b 18-20). Otra nota que nos muestra la consistencia del discurso aristotélico. 33 Acerca de esta premisa puede consultarse Inciarte, Fernando y Llano, Alejandro: La metafísica tras el final de la metafísica. Cristiandad: Madrid, 2008. Los autores subrayan el papel del lenguaje en el discurso del estagirita. Nuestra explicación de la noción de sustancia toma forma desde el siguiente supuesto: la reconstrucción de la metafísica es posible porque a cada descubrimiento ontológico que los hombres van haciendo a lo largo de su vida, le sigue una palabra, o alguna variación lingüística que lo denuncia; de modo que, observando cómo decimos las cosas, descubrimos cómo ocurren, descubrimos su modo de ser.

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detenimiento, de cualquier modo pensemos que lo que hasta ahora sabemos de la

sustancia es el resultado de una descripción de quehacer de las diferentes ciencias, notar

como cada una habla del ente de modos diferentes.

Cuando se dice que los modos de mentar al ente develan los modos en que el

ente es, estamos diciendo que lo ente expresa su existencia de distintas maneras.

Aunque todas las cosas son, nos es posible identificar diferencias en el modo en el que

cada una de ellas desempeña su existencia. De esto último es importante notar que,

cuando decimos “todas las cosas”, podríamos cambiar el término “cosas” y decir

“nombres” (palabras) sin modificar el sentido de la aseveración. Me explico, así en

desorden, antes de acomodar las entidades en grupos (sustancias y accidentes por

ejemplo) el amarillo, Sudamérica, los sombreros y la juventud, todas las cosas que

pueden ser pensadas, están -por decirlo de algún modo- en un mismo grupo, a saber, el

grupo de “todas las cosas”. Veámoslo del la siguiente manera, la “valija del mundo” –en

este punto de nuestro análisis- guarda a todas las entidades en desorden, es así que las

nubes, los elefantes, el tiempo, la quilla de un barco, la patria y la ceguera son –todas-,

cosas que existen sin que alguien señale alguna diferencia en el modo en que cada una

está siendo.

Esto es porque, la manera en que anunciamos que hemos encontrado una cosa,

es dándole un nombre. Y en el nombrar, de algún modo inauguramos –ya

formalmente- la existencia de ésa u otra cosa, aquella, o tal otra.34

Y una palabra

señalando una cosa del mundo no nos muestra, más que implícitamente, todas las

34 Leamos el siguiente pasaje teniendo en cuenta lo dicho: “ridículo tratar de discutir con quien no puede decir nada, en cuanto no puede decirlo; pues ese tal, en cuanto tal, es por ello mismo semejante a una planta” (Met. III 1006a 13-15.)

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implicaciones que el estagirita declara en su Metafísica con respecto a la sustancia y a los

accidentes.35

Por esto decimos que hablar de todas las cosas es hablar de todas las

palabras. Un hombre que no tuviera la precaución metafísica de diferenciar el estatuto

de los objeto del mundo, no vería una diferencia radical entre los números y los

elefantes, o entre el cansancio y el astronauta, éstas cosas no serían para él más que

palabras que designan realidades que ocurren en el ámbito de la existencia sin

diferencias significativas. Y cómo el modo en el que reconocemos la existencia de las

cosas es nombrándolas, la diferencia entre palabra y objeto nombrado no es tan

relevante.

Para aclarar la dirección de nuestras pesquisas, imaginemos una vez más a éste

hombre que no ha estudiado metafísica (o que ha leído la Metafísica de Aristóteles, pero

no ha llegado al libro IV). Si quisiéramos reconstruir la opinión que tiene del mundo,

podríamos imaginar que su cabeza es esa valija en la que “todas las cosas” -o como

mencionamos hace un momento, “todos las palabras”- están almacenadas en una

misma gaveta, sin cajones ni estanterías clasificatorias. Imaginemos que para poder

lidiar con el mundo recurre, cada vez, al desorden de su pensamiento, para sacar de la

valija -sin sopesar la diferencia- “frío”, “pájaro”, “Panamá”, “perigeo”, “ventana”, y así

todos los nombres que ha recolectado en su experiencia del mundo. De modo que es

un hombre que come lo amarillo, mira el horizonte, camina una distancia, estrecha una

mano, se acoda en una ventana, calza un zapato, sin reparar en que, amarillo, horizonte,

distancia, mano, ventana y zapato, son cosas que en la valija del mundo están guardadas

35 Met. IV 1029b 13

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en estantes distintos, y que aunque todas son palabras, cada una ocurre de una manera

distinta dentro del mobiliario del ser.36

Los estantes clasificatorios a los que me refiero serían dos, el estante de los

atributos accidentales, y por otro lado, el estante de todos los atributos sustanciales.

Hasta ahora hemos identificando estos supuestos en el ejercicio de las ciencias

particulares que, de entre los modos de ser de lo ente, eligen uno para convertirlo en su

objeto de estudio. Hemos adelantamos ya la premisa rectora del planteamiento

aristotélico, el ente se dice en muchos sentidos,37

analizando la efectividad implícita de

este principio en las ciencias particulares. Porque, como la pretensión de Aristóteles es

un conocimiento acabado del ente, y como ya hemos dicho, el análisis empieza por los

modos en que se habla de éste, la primera pista era el discurso de las ciencias, ya que su

trabajo es hablar del ente.

No nos detendremos a describir el tipo de cosas que las ciencias dicen del ente,

nos conformamos con apuntar que su discurso para ser en verdad científico, debe

cumplir requisitos que Aristóteles apunta en otro lado.38

Por esto se ha dicho que lo

característico de las ciencias particulares es constituir su objeto de estudio a partir de un

36 El hombre que sí estudió metafísica no comporta ninguna ventaja relevante con respecto a éste que hemos imaginado, poco documentado en la ciencia primera. Porque, y está es una de las principales premisas del presente texto: la metafísica, antes de ser un discurso, es un entendimiento pragmático del hombre con el mundo. Y del inevitable contacto con éste, cada quién va documentándose de los saberes ontológicos indispensables. De modo que si a algún desinformado en metafísica se le pide sacar todas las cosas de un cuarto, no se le verá raspando las paredes, o efectuando cualquier maniobra exótica para sacar también el blanco. Sobre esta premisa puede consultarse a Nubiola, Jaime: El compromiso esencialista de la lógica modal. Estudios Sobre Quine y Kripke. EUNSA: Pamplona, 1984. En este texto examina las implicaciones ontológicas en la construcción de proposiciones. 37 Met. IV 1003b 5-11 38 Podemos ver las condiciones de una ciencia en los Analíticos Posteriores, en I, 13 79a 2-6 Aristóteles nos habla de la sabiduría. Cfr. Zagal, Héctor: Método y ciencia…, p. 223-228. Aquí se explica como la metodología del discurso de la Metafísica es distinto al de los Analíticos, es más “holgado”, puesto que su género-sujeto es peculiar, a saber, el ente en cuanto ente.

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deslinde aspectual de lo ente. Y por esto se dice que su consideraciones con respecto a

lo ente son en cuanto que, vivo, cuantificable, móvil, etc.39

Lo que sigue es estudiar cómo es necesario que, de la multitud de modos en los

que el ente puede expresar significados, exista uno principal que ordene a los restantes.

Retomando lo dicho unas líneas atrás, imaginar cómo es que vería el mundo aquel

hombre desinformado si hiciera una buena lectura de la Metafísica de Aristóteles.

El libro de las aporías nos adelanta en esta pesquisa, porque uno de sus

cuestionamientos tiene que ver con la polisemia de la noción ente. Es necesario

recordarla porque, una vez caracterizada la metafísica, la sustancia (que es la noción a la

que este estudio quiere llegar), toma forma desde la distinción básica que ya hemos

señalado, atributos accidentales y atributos que corresponden de suyo al ente. El

cuestionamiento reza así:

“Puede saberse de muchos modos la misma cosa”.40

Tal aseveración tiene sus repercusiones no sólo para la ordenación de las

distintas ciencias, referida a las entidades habla de una configuración de toda realidad.

En otras palabras, la respuesta afirmativa a esta pregunta pone de manifiesto que de la

totalidad del ser pueden distinguirse modos distintos en lo que cada cosa se da o es.

Examinaremos más a detalle esta distinción, por ahora expongamos el modo en

que Aristóteles introduce este principio.

39 Met. III 995b 10-13. 40 Met. III 996b 14

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32

Después de responder a la aporía que se pregunta si es una o muchas ciencias las

que se encargan del estudio de los primeros principios de la substancia.41 Aristóteles

declara:

“Pero el ente se dice en varios sentidos, aunque en orden a una sola cosa y cierta

naturaleza única”42

Podríamos pensar, después de lo que hemos venido diciendo, que tal expresión

no nos aporta nada nuevo, pues que el ser se dice en más de un sentido estaba ya

apuntado desde que unas líneas antes el estagirita habla del ente en sentido accidental

(hablando de las ciencias), y del ente en el sentido de atributos que le corresponden de

suyo. Sin embargo hay que resaltar la novedad y la nueva premisa que se introduce al

discurso. En esta enunciación se pone el énfasis en el orden y la jerarquización de todos

los sentidos del ser a uno solo. De tal modo que lo ente tiene un orden a la hora de ser

predicado, dicho de algo.43

Pero no hay que perder de vista que inmediatamente después de que Aristóteles

declara la polisemia, aclara el modo en que tal ordenamiento a una sola cosa se da, y

dice:

“en orden a una sola cosa, y a cierta naturaleza única, y no equívocamente, sino

como se dice también todo lo sano en orden a la sanidad”.44

Dicho esto todo el ser queda ubicado en una jerarquía que lo explica, y que nos

dice como debemos de hablar de él. Todo en este pasaje:

41 Met. III 995B 5-7 42 Met. III 1003a 33-34 43 Alexander of Aphrodisias: Aristotle…, p. 241 1-5. 44 Met. IV 1003a 34 -35

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“Así también ente se dice en varios modos; pero todo ente se dice en orden a un

solo principio. Unos, en efecto, se dicen entes porque son substancias; otros

porque son afecciones de la substancias; otros, porque son camino hacia la

substancia, o corrupciones o privaciones o cualidades de la substancia, o porque

producen o generan la substancia o las cosas dichas en orden a la substancia, o

porque son negaciones de alguna de estas cosas de la substancia”.45

En analogía con el ser, la salud se dice “se da” de muchas maneras y se

reconoce en sentidos distintos. Se entiende que hay muchos modos de ser sano. Algo

puede decirse sano porque “la conserva (la salud), aquello porque la produce, lo otro

porque es signo de sanidad, y lo de más allá, porque es capaz de recibirla”.46 Y que así

como “lo medicinal” se dice en orden a la medicina (pues esto se dice medicinal porque

tiene el arte de la medicina, lo otro, por estar bien dispuesto por naturaleza para ella, y

aquello, por ser obras de la medicina)”.47 Así el ser, al ser dicho de muchas cosas

diversas cobra su significación en todos los casos particulares, porque se dice siempre

en relación a una sola cosa y a cierta naturaleza.

Lo que Aristóteles enfatiza es la dependencia de todas las significaciones –en

este caso de sano- a una predicación principal, a saber: hombre sano. Enlazando esto

último con el inicio del libro IV podemos explicarnos porque inmediatamente después

de hablar del comportamiento de los distintos sentidos del ser, el de Estagira declara

que aquel sentido primordial que unifica todas las modalidades de lo ente es la

sustancia. Y así como toda predicación que alude a la sanidad se entiende haciendo

45 Met. IV 1003b 5-11 46 Met. IV 1003a 30 47 Met. IV 1003b 1-5

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referencia al hombre sano, así toda entidad tiene que mirar a la sustancia. Y si la

metafísica quiere ser la ciencia principal debe estudiar aquella realidad primera en orden

a la cual todo lo demás se dice. Aristóteles concluye:

“así como de todo lo sano hay una sola ciencia, igualmente sucede esto también

en las demás cosas. Pertenece, en efecto a una sola ciencia considerar no sólo lo

que se dice según una sola cosa, sino también lo que se dice en orden a una sola

naturaleza; pues también esto, en cierto modo se dice según una sola cosa. Es,

pues, evidente que también pertenece a una sola ciencia contemplar los entes en

cuanto entes”.48

Recordemos algo que ya habíamos apuntado: el objeto de la metafísica

demuestra ser anterior a los objetos de las demás ciencias, pues habíamos vistos estos

dependen de la existencia de estos atributos que al ente le corresponde de suyo. Lo que

Aristóteles ha puesto de relieve ahora es que estos atributos, para que tengan un

significado deben entenderse siempre en relación a la sustancia; que es a lo ente, lo que

el hombre sano a todas las predicaciones de sanidad, a saber: lo que estructura y

jerarquiza todos los usos de su significado.49

Presentada ya la sustancia como aquello de lo que ente se dice principalmente, y

la metafísica como la ciencia que, buscando el conocimiento de máxima universalidad y

radicalidad, encontró en ésta el objeto de estudio que le permitirá obtener la sabiduría.

Nos queda por delante el estudio de la sustancia, caracterizada hasta el momento por

una analogía, que nos habla de un tipo de principalidad y de una especie de

subordinación a ella por parte de los demás modos de existencia.

48 Met. IV 1103b 12- 17 49 Es así que la condición de las significaciones es la referencia a una significación principal. Cfr. W. D. Ross: Aristotle`s..., p. 254-255

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Para entender con mayor claridad estas características que aquí solo aparecen

apuntadas, nos conviene echar mano de algunas consideraciones que se encuentran en

el tratado de las Categorías.

En Categorías I, Aristóteles habla de las predicaciones univocas, y quedan

caracterizadas como sinonimias (synónymon, synonýmos), esas que se adjuntan a un

sujeto manteniendo sin variación su significado. El género es esta predicación universal

cuya invariabilidad significativa posibilita el ejercicio de una ciencia.50

El ejemplo más común (no por eso menos explicativo) es el del predicado

animal. La cientificidad de este predicado consiste, en la biología por ejemplo, en que a

pesar de referirse a objetos tan disimiles como un elefante y a un pájaro carpintero,

siempre puede decirse de cada uno de los particulares que conforman el conjunto de

objetos en cuestión, sin esperar que el término –en este caso animal- varíe su

significación por estar referido a tal o cual elemento del grupo.

Podemos ver así que –reiterando lo que más arriba ya se había dicho de manera

distinta- el comportamiento que tiene el termino ente, no es como el que “animal” tiene

como género. Mientras que animal se dice unívocamente de todo aquello a lo que se

predica, la entidad varía su significación dependiendo de quién se diga. Ésta es la tesis

fundamental del Estagirita: se predica lo ente de objetos disímiles y con variaciones en

su significado.

Aunque la cópula que une al sujeto con el predicado es siempre es, ésta termina

por modificar su significado dependiendo de los términos entre los que este mediando.

50 Inciarte, Fernando: First Principles, Substance and Action. Studies in Aristotle and Aristotelism, ed. Lourdes Flamarique, OLMS: Hildesheim, 2005. p. 43.

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Así como podemos decir que las avispas son, así también que la velocidad es.

Pero la palabra “es” por sí sola no aporta la totalidad de la coherencia del enunciado

que ayuda a formular. Pues para hacer de una oración compuesta de sujeto y predicado

(unida por la cópula es) una oración inteligible, es necesario examinar el tipo de

términos que juegan en ella. Así el significado de la cópula completa su sentido.51

Esto no se parece a las invariables predicaciones sinonímicas. Y si buscamos en

el libro de las Categorías una predicación semejante a la de ente, nos encontramos sólo

con la equivocidad (u homonimia).52

Y si fuera el caso que la metafísica echara mano de

ésta sería una ciencia imposible, o por lo menos contradictoria con la doctrina expuesta

en los Analíticos Posteriores. Aquí, cuando se establecen las condiciones que una ciencia

debe de tener para poder ser tal, se especifica que la unidad del discurso de toda ciencia

viene dado por un género de cosas. Y no hace falta recordar que un género supone un

predicado universal que se diga sin variación de un determinado grupo de objetos.

Con esto quiero decir que si apelamos a los escritos del corpus que la tradición

ha denominado como lógicos, la peculiaridad del predicado ente queda sin clasificación.

Pues no podemos entenderlo ni con predicaciones sinónimas, ni con equivocas. Porque

las primeras violentan la multiplicidad de significados con los que la existencia se

expresa, y las segundas no permiten que la metafísica, al ser tal su método, pueda ser

una ciencia desde los parámetros que el mismo Aristóteles pone a todo tipo de saber.

51 Aubenque, Pierre: El problema del ser en Aristóteles, trad. Vidal Peña. Taurus: Madrid, 1981. p. 115. 52 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia y lenguaje. Ensayos de Metafísica, EUNSA: Pamplona, 2004. p. 84. Aquí se examinan algunas implicaciones del funcionamiento de la analogía, y la importancia de la copula es para la inteligibilidad de las predicaciones.

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Por esto hay que reconocer que el modelo semántico que Aristóteles ensaya en

el primer capítulo del Libro IV es distinto, y que surge desde la certeza de que, aunque

un número, un color, o un manatí, se relacionan –cada uno- con una palabra que los

signa, no por ser “número”, “color” y “manatí” palabras que desde su consideración

lógica no muestren diferencias significativas, hay que concluir que el manatí tiene en la

realidad el mismo estatuto que lo amarillo, o que el doscientos cincuentaisiete.53

Con esta digresión que Aristóteles opera con respecto a lo dicho en Categorías y

en los Analíticos Posteriores, nos enseña algo de la relación entre lo modos de mentar una

cosa y los modos en que esta cosa es, a saber, lo dicho se deriva del modo en que la

cosa en cuestión se desenvuelve en la realidad.54

Es decir, para entender correctamente

la relación de orden que existe en la predicación de las palabras, hay que entender

primero las distintas acepciones que lo ente expresa.

El modo en que Aristóteles lleva a cabo esto es, tal y como ya la hemos

caracterizado arriba, un modo “anómalo” de la equivocidad. Una homonimia que no es

anárquica porque cuida en cada una de sus instanciaciones la referencia a un significado

principal. O en otras palabras, una equivocidad que siempre (tal y como se da en el caso

de la salud), mira siempre a un término rector55

.

Lo que este modelo nos propone es un sistema de significados

interrelacionados,56 en donde un significado básico hace las veces de referencia común,

53 Met. IV 1070b 9-2. 54 Cfr. Novak, Michael: Philosophy and…, p. 4-8. 55 Recordemos Met IV 1003b 5-11, dónde el estagirita expone dicho método 56 Cfr. Vigo, Alejandro: Sustancia y permanencia según Aristóteles. El componente temporal en la distinción categorial sustancia-accidentes. Tópicos: 1988 (14), p. 154. Otro modo de relacionar el significado de los sentidos de una entidad con un

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para volver con esto a la primacía de lo ontológico sobre el ámbito lógico (que hasta

ahora hemos visto caracterizado como un saber derivado, o mejor dicho: que en sus

supuestos sigue al saber de lo ente, o la realidad), ya que estas vinculaciones entre las

distintas significaciones de lo ente se sustentan en una relación real.

Si volvemos al caso de “lo sano” entendiéndolo como este tipo de predicado

que necesita de la consideración del sujeto al que se adscribe para tomar una

significación determinada, notamos que: si se dice de la cantidad de escalones que

alguno es capaz de subir corriendo, y a su vez de un desayuno de leche y hojuelas;

ambas predicaciones de los sano cobran sentido por la relación real que, en este caso,

subir escalones y comer hojuelas tienen con la salud del hombre que las sube (las

escaleras), y las come (las hojuelas). Porque lo primero funge como un signo y lo

segundo como causa, también real, de la salud del hombre.

Es así que el significado de sano se va deslizando de predicación en predicación

según el objeto del que se hable. Pues si se dice “sano” del clima, por ejemplo, esta

significación debe de reacomodarse para que, a la vez que nota una característica del

estado del tiempo, mantenga una relación real con la salud del hombre concreto, y así

calificar al clima (decir algo de él), pero referir de soslayo al hombre concreto.

Enfatizo el hecho de que lo sano refiere siempre, de algún modo al hombre

concreto, para recordar unas líneas del capítulo dos. En dónde recién introducida la

polisemia de lo ente, y expuesta ya la relación de analogía que este término “ente” tiene

con el término “sano”, Aristóteles explica como todas las acepciones de ente son

significado focal, es ubicar dicha entidad en una línea de tiempo; es decir considerarla en distintos instantes. Es así que, ocurriendo de distintas maneras, revela también el sentido principal en el que debe predicarse.

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siempre camino a la sustancia. Enfatizo el hecho de que lo sano habla siempre, en todas

sus predicaciones, del hombre concreto. Porque ya podemos concluir que: “todo lo

ente se dice en orden a un solo principio”,57 y ese principio es la sustancia concreta.

Nuestro primer acercamiento a la sustancia son estas consideraciones que

encuentran confirmación en este pasaje del libro V de las Categorías:

“La realidad en el sentido verdadero, primero y riguroso de éste término, es lo

que no es predicable de un sujeto, ni presente en él, por ejemplo, un hombre o

un caballo particulares”.58

Lo que queda así dicho es que lo ente, considerado aquí como un predicado que

puede adjuntarse a muchos objetos (diciendo por ejemplo, que el niño es, la esfera es, el

listón es, etc.), encuentra su significado principal cuando se dice de existencias

concretas que le dan al predicado “es” su contenido.59

De modo que todos los usos de lo ente son derivados, y en esta medida

subordinados, a la significación que es alcanza cuando se refiere a las sustancias

concretas.

5. El ente como uno.

En este punto del análisis reconocemos que el estudio de la metafísica se encamina a

la sustancia. Y que en ésta encontramos la máxima universalidad en el conocimiento, pues en

ella la existencia (común denominador de todas las cosas) encuentra su significado rector.

57 Met. IV, 1003b 5-6 58 Cat. V, 2a 10. 59 Este es un modo de acercarse a la noción de sustancia: pensar en los nombres como el material de las proposiciones, piezas que se adosan mediando la copula es. Por el momento podemos funcionar con esta imagen, sin embargo, conforme avance nuestra análisis, esta lectura tendrá que sofisticarse. De lo contrario caeríamos en la trampa de la cosificación (que vamos a examinar en el capitulo tres de este trabajo) Véase: Inciarte Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 44.

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Siguiendo la pista de lo ente nos encontramos con que su estudio debe comenzar en

los objetos sensibles; y que éstos, para los estudios metafísicos, suponen la fuente primera de

evidencia. Así comprendemos que la ciencia metafísica se dedica al estudio de los leones, los

eucaliptos, las figuras geométricas, Sócrates en tanto que objeto que puede estar sentado o

de pie, el color rojo, y así todo objeto imaginable o señalizable al que pueda predicársele de

algún modo la existencia. Reconocemos así, que la metafísica es el conocimiento más

anterior (como ya lo hemos apuntado) y más universal.60

Sabiendo entonces, que la sabiduría propia de la metafísica es posible porque se

concentra en el estudio de lo que llamamos sustancia, y que esta noción toma su contenido

principal cuando está referida a una manzana por ejemplo, examinemos su acepción primera.

Si nos apoyamos en el libro IV encontramos una línea que nos ayuda a entender el

estatuto de aquello a lo que llamamos sustancia (una vez que hemos encontrado acuerdo en

que su carácter fáctico de ser actual es el primer aspecto que debe ser examinado):

“el ente y lo uno son lo mismo y una sola naturaleza”.61

Lo uno se apunta aquí como una postura ante la multiplicidad. Pues si consideramos

a la realidad como una convivencia de todos los modos de existencia, el ente en todas sus

manifestaciones, la evidencia más inmediata que aparece ante nuestros ojos es lo múltiple.

Si nos remitimos a las primeras líneas de la metafísica recordamos que Aristóteles

habla del amor que el hombre le profesa a los sentidos, y como de entre todos el de la vista

es el más estimado. El pasaje reza así:

60 Cfr. Novak, Michael: Philosophy and…, p. 4. 61 Met. IV 1003b 23

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“Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sentidos;

pues al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más de

todos, el de la vista. En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no pensamos

hacer nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa es que, de

los sentidos, éste es el que nos hace conocer más, y nos muestra muchas

diferencias.”62

Podemos pensar que Aristóteles tiene en tan buena estima a la vista porque su

uso permite el conocimiento, y muestra a quien lo usa “muchas diferencias”. Si recordamos

este pasaje es porque, desde lo que podría interpretarse como un exabrupto estético

(Aristóteles “cuando no piensa hacer nada”63

se pone a ver las diferencias de las cosas), nos

da una muy buena pista para entender la sustancia. Porque nos dice la característica más

relevante de nuestra primera impresión del mundo; nos dice que lo primero que se nos

aparece es la diferencia. Este es el dato más presto que nos viene de utilizar la vista.

El uso de la vista nos da el conocimiento de los colores, los movimientos, las

dimensiones, los peligros; y así también de las plantas, arañas, los alces, las figuras de otros

hombres, etc. Y entendiéndolo así, el apunte de Aristóteles es muy exacto. Pues vemos y

conocemos; y conocemos en la medida en que dibujamos diferencias, es decir, en la medida

en que identificamos algo de entre todo lo que nos golpea la vista. Y así vamos distinguiendo

las cosas, de entre la aparente uniformidad y homogeneidad del mundo.64

62 Met. I 980a 20-27 63 Met. I 980a 20-27 64 Michaek Novak escribe: “The real is not what we sense but what we affirm; the real is not then what is congenial to us but what can be affirmed, however untouchable or unseeable. In speaking about substance, Aristotle is not speaking about 'body' which confronts our senses, but about what can be reached at the term of an intelligent process beginning in sense-obser-vation, proceeding through intelligent inquiry, and terminating in critical affirmation or denial. This is why Aristotle hits upon essence as that which is primarily sub-stance” Cfr. Novak, Michael: Philospphy and…, p. 7.

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Con la vista comienza el estudio metafísico (quizá por esto el estagirita le guardaba

tanta estima), pues en ésta comienzan a filtrarse cosas que, conforme avanza la

contemplación, se van mostrando en sus diferencias. Como es el caso de los colores, por

ejemplo, los alces, y los peligros. Todos estos son datos que la vista ha ido identificando, y

que con distintos énfasis ha ido recortando de la multiplicidad.65

El ordenamiento de todas

estas cosas, que conforme la experiencia del mundo avanza van siendo consideradas, le

corresponde a la metafísica.66

Pues lo que nuestra ciencia hace es distinguir el estatuto de los alces, con respecto de

nuestras manos, y con respecto de lo verde, y con respecto de los octaedros, y así

sucesivamente todas las palabras de todas las cosas del mundo. Y para lograrlo establece un

principio unificador (la existencia) que las vincula a todas manteniendo la particularidad de

cada uno. Y después los jerarquiza para poder formularlos en oraciones inteligibles que

permitan la comunicación, esto lo hace con un significado de existencia principal en virtud

del cual todos se digan.

65 “Aristotle is talking about knowing, not about imagining”. Cfr. Novak, Michael: Philospphy and…, p. 7. Conocer una sustancia es, en un primer momento, saber identificar una unidad. Es decir: saber que el jinete es un algo distinto e independiente de su montura; y que si intentamos sacar una tortuga de su caparazón la matamos (o en terminología aristotélica: la convertimos en otra sustancia). No basta tener una imagen mostrando contornos materiales que delimitan nuestras supuestas sustancias. Por eso Novak nos dice que Aristóteles no habla de cuerpo, y que lo real no es lo que afecta nuestro sentidos, si no lo que afirmamos. Las imágenes (en el caso de la vista) y así todos los datos de nuestros sentidos son apenas el material con que construimos la realidad.

66 “Essence mediates between being and knowing, and guaran-tees that what is known does not differ from what is”. Cfr. Novak, Michael: Philospphy and…, p. 7. En este punto del análisis hay que pensar en la substancia como una herramienta cognitiva, una que permite que haya individuos, o mejor dicho, que permite distinguir la individualidad. Volvamos a las palabras de Novak, ser es distinto de conocer, la sustancia está en el medio de estas dos nociones y convierte, por así decirlo, lo que es en, algo que -además de estar siendo- es conocido, es: intelectualmente adquirido. Y por eso escribe que la sustancia es la garantía que distingue el conocimiento de la ficción.

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De las cosas que componen está lista el alce es el que las lleva de ganar, pues de él se

predica lo ente con su significado principal, y de lo verde, o de la mano considerada como

algo uno,67 se predica con un significado derivado.68

Hasta ahora hemos venido hablando de lo ente desde su multitud de sentidos, desde

sus modos de predicación; en lo que sigue hablaremos de un tipo específico de ente, a saber,

la sustancia, y de ésta hablaremos desde su consideración más primaria. Pues la abordaremos

desde su primera formulación en la multiplicidad, desde la cual sólo lo individuado existe.

Echamos mano para encontrar estos caracteres definitorios en base a los cuales una

cosa puede ser considera sustancia, de algunas líneas del libro VII:

“Y el sujeto es aquello de lo que se dicen las demás cosas, sin que él, por su parte, se

diga de otra. Por eso debemos determinar en primer lugar su naturaleza; porque el

sujeto primero parece ser substancia en sumo grado”.69

La sustancia, al estar significativamente completa, no se dice de otra cosa. De aquí

que no inhiere en algo, y por tanto no se predica de otro. Al contrario al “bastarse a sí

misma” queda caracterizada como aquello de lo que las demás cosas se dicen.

Otra consideración que le da forma a la noción de sustancia es la que apunta su

subsistencia. Frente a la multiplicidad se reconocen cosas que en sí mismas constituyen algo

uno, es decir, cada cosa se constituye como ella misma y no como otra. “Lo real aparece

diferenciado según cosas distintas, cada una de ellas con una peculiar riqueza de

determinaciones”, de modo que sustancia será lo que es capaz de permanecer sin la

intercesión de alga ajeno a sí; una especie de autonomía. A este respecto Aristóteles escribe:

67 Intentamos partir de Met IV 1003b 23 68 Aubenque, Pierre: El problema del ser … p. 134. 69 Met. VII 3, 1028b 35 -38

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“En efecto, el ser separable y algo determinado parece corresponder sobre todo a la

substancia”.70

Más adelante Aristóteles escribe:

“Y ente significa, por una parte, una cosa determinada y, por otra, una cantidad y una

cualidad”.71

La sustancia es siempre una instancia específica; la determinación de un modo de ser

determinado. Es decir, ésta noción surge primero como un reconocimiento de unidades bien

diferenciadas del resto de la realidad. Pues, algo posee identidad (mismidad) en la medida en

que detenta ciertas propiedades que no puede perder so pena de dejar de ser ella misma.

Esto se da cuando un alma cognoscente comienza a distinguir consistencias

independientes que en la naturaleza se delimitan materialmente; que se separan de aquello

que queda fuera de sus límites. Para esto la sustancia debe estar en acto, pues no es posible

en este sentido entenderla como algo general no instanciado en un punto.

Podemos concluir de esto que el encuentro con el mundo natural habla de que “todo

lo real se manifiesta desplegando un plexo de identidades y diferencias”. Y de que la

presencia diferenciada es la sustancia en su significado principal, a saber, una apariencia de

núcleos con determinaciones propias.

Queda así caracterizada la sustancia, desde su predicación rectora, en el hombre

concreto, en los tejones, las casas, etc.. Como decía Frede: “La metafísica de Aristóteles es

70 Met. VII 3, 1029a 28 71 Met. IV 1030b 10-12

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generosa”.72 O como decía Aristóteles: “tantas son las partes de la filosofía cuantas son las

substancias”73

Las cosas que no alcanzan a pasar el filtro que acabamos de apuntar son el amarillo, la

recta, la velocidad, la “pequeñez”, el peligro, el calor, nuestras manos, un jinete con caballo,

el horizonte, etc.

72 Frede Michael: Essays of Ancient…, p. 34. 73 Met. IV 1004a, 3-4

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II

La sustancia y los accidentes

Introducción.

Una vez que hemos explicado que la metafísica surge como la ciencia que,

rescatando las insuficiencias de las ciencias particulares se caracteriza por estudiar

aquellos atributos que al ente le corresponden no de manera accidental, nos damos a la

tarea de examinarlos.

Las primeras nociones que nos hablan del ente en tanto que ente son la

sustancia y los accidentes. Por esto retomamos el discurso desde la unidad de la

sustancia. Porque si decimos que la sustancia (entendida en su acepción principal de

sustancia concreta) es una, y después, que está “hecha” de atributos esenciales y

accidentales; parece que suscribimos dos tesis que se contradicen. Terminamos por

declarar que aquello que llamamos sustancia es algo uno y también compuesto. Sea la

intención de este capítulo la resolución de esta aparente aporía.

Para librar esta aparente contraposición abordaremos el estudio del ente en su

desarrollo –por así decirlo- en el tiempo.74

Hablaremos del cambio y de la memoria del

cambio (por tanto de lo anterior y de lo posterior) para ocuparme de los entes, de cómo

paulatinamente dejan de ser. Esto, para explicar como la existencia y el no-ser no son

74 Acerca de esto puede verse: Inciarte, Fernando: Tiempo sustancia…, p. 32-48. Aquí, se apunta como la consideración de la sustancia puede hacerse desde dos perspectivas. Como, atendiendo el factor temporal, es posible una mejor comprensión de los accidentes. Más adelante retomaremos estas consideraciones, por el momento basta con equiparar tiempo con movimiento, sin mostrar todas las implicaciones de esta maniobra.

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en principio una dicotomía, sino una convivencia constante de la que el ontólogo se

vale para enunciar los principios de lo ente. Pensemos que estamos en nuestros

primeros contactos con el mundo y que del primer análisis de la experiencia se sigue la

teoría de la sustancia y del accidente.

Si se explicita la experiencia del cambio comienza a dibujarse la estructura

ontológica de las cosas; aquellos motivos por los que podemos identificar en ellas

principios de cambio y principios de permanencia.

Con todo esto iremos notando la importancia que tiene la experiencia en el

estudio de la metafísica, pues esta aporta los contenidos que después se reflejan en la

inteligibilidad de nuestras proposiciones.75

1. La unidad de la sustancia

Ya hemos explicado la relación que existe entre lo uno y lo ente, así nos quedo

claro que lo ente entendido en su significado principal es sustancia. Porque ésta

encuentra su predicación rectora (o su significado focal76) en las sustancias concretas.

En estas, hemos visto, lo uno y lo ente se dicen de igual modo.

75 Adelanto esto porque el estudio del capítulo anterior, que aborda a la sustancia en tanto que sujeto gramatical, se conecta con éste que la tratará desde el fenómeno del cambio. Para, en un tercer momento confrontar estas dos aproximaciones y calificar sus limitaciones y sus correspondencias. Véase: Inciarte, Fernando: First Principles…, p. 57-72. 76 Podemos encontrar un tratamiento de esta perífrasis introducida por Owen (1960) en Vigo Alejandro: Aristóteles una Introducción…, p. 85-86. Aquí se ofrece un estudio de la polisemia de lo ente y de su ordenamiento desde un significado, utilizando la metáfora que aquí refiero.

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Ahora hay que mencionar algunos de los modos en que se dice unidad dentro

del esquema aristotélico.77 Y así veremos que la unidad a la que nos hemos estado

refiriendo en estas últimas consideraciones es sólo un tipo específico.

El tipo de unidad que nos concierne directamente es un tipo de unidad por si.

Aristóteles nos da un ejemplo en el Libro V:

“En cuanto a lo que se dice por sí, unas veces se dice por ser continuo, por

ejemplo un haz, por la atadura, y unas maderas, por la cola; y una línea, aunque

sea quebrada, si es continua, se llama una, como también cada una de las partes

del cuerpo, por ejemplo la pierna y el brazo”78.

Esta unidad se caracteriza primero por consistir una continuidad material, es

decir, decimos que una mesa es una porque todos sus componentes están adosados a

un mismo cuerpo de materia, aunque Aristóteles diferenciará entre los tipos de

continuidad que pueden darse, por ejemplo, éste tipo de unidad se distingue de la que

se da entre las partes del cuerpo.

“Y es continuo por sí todo lo que es uno no por contacto; pues si pones

maderos tocándose unos a otros, no dirás que son uno, ni un madero ni un

cuerpo ni ninguna otra cosa continua. Así, pues, lo totalmente continuo se dice

uno aunque tenga flexión, y todavía más lo que no tiene flexión, por ejemplo la

tibia o el muslo más que la pierna entera, porque es posible que el movimiento

de la pierna entera no sea uno solo”.79

77 Nos ubicamos en las consideraciones del Libro V de la Metafísica, dónde desde 1015b 16, comienza un estudio de los modos en que una cosa puede decirse uno. 78 Met. IV 1015b 35- 1016a. 79 Met. IV 1016a, 7 -13

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El codo y la mano se relacionan de manera más directa que la pata con respecto

a la tabla de la mesa. Porque lo que une a las partes del cuerpo es una función conjunta

que se da en virtud de una misma naturaleza.80

La unidad se predica de este conjunto

con mayor propiedad, o mejor dicho; puede reconocerse en esta complicidad una

unidad real más estrecha, que la de algo que se dice uno solo por una continuidad

material. Al respecto Aristóteles comenta:

“Y, entre estas misma cosas, es más uno o continuo por naturaleza que lo

continuo por arte. Y se llama continuo aquello cuyo movimiento es uno por sí y

no puede ser de otro modo”81.

Este tipo de unidad es al que nos hemos estado refiriendo cuando apelamos a la

identificación de lo uno con lo ente. Es así, que un árbol por ejemplo, el eucalipto que

ya hemos mencionado, es uno; porque la unidad de sus partes se da en la consecución

de actividades definidas; así como también están delimitadas materialmente. El

eucalipto es una sustancia porque se distingue con independencia de otros núcleos, de

otras unidades que por su parte se unifican en un mismo cuerpo de materia, y en una

misma funcionalidad.

Hay otro tipo de unidad, y es a ésta a la que vamos a prestarle atención en

adelante: la que se caracteriza por no estar sujeta a la modificación a la que la unidad

80 Michael Novak, sobre la naturaleza de la substancia, anota: “must be one by a process of nature”. Y se apoya en 1048b 21-31. Es decir, la substancia debe unificarse no solo materialmente sino por una complicidad de todas sus partes en la consecución de un mismo telos. Desde esta perspectiva un sustancia sería una cuando, además de la vecindad material, todas las partes que distinguen materialmente a esa substancia de otras, colaboran en una misma función. Cfr. Novak, Michael: Philosophy and…, p. 5-7. 81 Met. IV 1016a, 3-6

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material, en tanto que material, sí está sometida. Hablamos de la unidad que se da en la

definición.

Este modo de ser unidad es el más importante. Y su “superioridad” le viene

porque se abstrae de las modificaciones accidentales.

Hablamos aquí de una unidad que no se da en el ámbito de lo material, sino de

lo intelectual. Ayudémonos con estas líneas del Libro V:

“Y en suma, aquellas cosas cuya intelección, la que entiende la esencia, es

indivisible y no puede producir separación ni temporal, ni local, ni

conceptual…esas cosas son principalmente uno”82.

Entonces, por encima de la unidad material que se da en el ente concreto

encontramos la unidad intelectual, la cual es tal gracias a que la razón considera los

elementos fundamentales de una existencia concreta y los caracteriza postulando una

definición.

Así nos queda claro por qué este modo de ser uno, se abstrae de los cambios

accidentales: porque la definición, en su calidad de ente intramental, tiene asegurada su

unidad frente a contingencias propias de lo material83

.

Con la consideración de la definición como un modo de la unidad, nos queda de

paso recordar que en Aristóteles existir implica la susceptibilidad de ser mentado. Es

decir, ser se predica de cualquier cosa que comparezca ante la conciencia. Y por eso se

dice que los contenidos mentales, las ideas -de algún modo- existen. Si es posible hablar

82 Met. IV 1016b 1- 4 83 Met. IV 1074a 36

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de ellas algún estatuto han de tener. No hay que olvidar lo que hasta este momento

hemos dicho acerca del ente, y el modo en el que Aristóteles lo entiende.

De algún modo las opiniones de filósofos anteriores y contemporáneos al de

Estagira convergían en el hecho de que el objeto de la metafísica es la sustancia. Lo que

marcaba una diferencia entre las opiniones de todos ellos era que había que entender

por ésta.84

En el Libro VII de su Metafísica Aristóteles analiza las acepciones que

sustancia, considerada como objeto de la ciencia primera, ha tenido en el pensamiento

de otros filósofos.

Entendemos que su estrategia es señalar los puntos de convergencia entre estas

opiniones y la suya, así como también marcar la radicalidad de su pensamiento. Si bien

puede reconocer algo de verdad en la opinión, por ejemplo de Platón, termina por

declarar que sus planteamientos son incompletos.85

Si pensamos en el fundador de a Academia recordamos que para él la sustancia

se dice primeramente de entidades universales, de formalidades arquetípicas de las que

los entes sensibles participaban.86

Aristóteles comenta al respecto de la disparidad de

opiniones con respecto a lo que debe entenderse por sustancia:

“A algunos les parece que los límites del cuerpo, como la superficie, la línea, el

punto y la unidad, son substancias, incluso en mayor grado que el cuerpo y el

sólido. Además, unos no creen que, fuera de las cosas sensibles, haya nada

semejante, mientras que otros admiten las substancias eternas, más numerosas y

más reales; por ejemplo, Platón considera las especies y las cosas matemáticas

84 Guthrie, William Keith Chambers. Historia de la Filosofía Griega. Madrid. Gredos. 1962, p. 197-216. 85 Annas Julia: Aristotle on Substance…, p. 153-154. 86 Annas Julia: Aristotle on Substance…, p. 160-164.

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como dos clases de substancias y como otra tercera la substancia de los cuerpo

sensibles”.87

Y así, si pensamos en otros autores reconocemos que para algunos la sustancia

se limitaba a aquellas cosas que son materiales. La opinión de Aristóteles contrasta con

este tipo de filosofías porque para él la sustancia se dice de muchas maneras. Y este

predicado no se agota en una clase de objetos específicos. Al contrario, la predicación

de “ser” está adjunta hasta a los pensamientos, como lo estamos viendo en el caso de la

definición. De la cual no puede predicársele el ser del mismo modo que se le predica a

una mesa, pero no por esto se le niega el estatuto de existente.

Para terminar esta consideración, digamos que el ente es uno y a la vez múltiple.

Y que esta explicación aparentemente paradójica se resuelve cuando distinguimos entre

el modo en que una cosa se da en la realidad y el modo en que un sujeto (con

intenciones científicas) caracteriza esa cosa. Materialmente el ente consiste una unidad ,

pero al nivel de la razón éste puede entenderse como un compuesto.

Para hablar de esta composición, recordemos el discurso de las ciencias

particulares y cómo su ejercicio suponía una múltiple aspectualidad de lo que existe.

Aclarémoslo con el eucalipto: si lo consideramos uno, es porque reconocemos una

continuidad entre sus partes materiales, así como una complicidad entre sus funciones

en virtud a una misma finalidad. Pero si lo decimos múltiple, es porque consideramos

sus atributos en el ámbito de lo que puede ser dicho.88

Y en esa medida reconocemos

las funciones y los aspectos que nos dan pie a decirlo de muchas maneras. No sólo en

87 Met. VII 1028b, 17- 22 88 Inciarte, Fernando: First Principles…, p. 112.

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tanto que cuantificable, en tanto que región de posibilidades atómicas, o en tanto que

ostenta propiedades antisépticas; si no refiriéndonos a los atributos que le corresponde

de suyo.

Para comenzar éste estudio procedamos a examinar al ente uno. Hagámoslo con

una dicotomía básica que consiste nuestro primer acceso a esos atributos que por ser

entes, le corresponden, a las sustancias materiales, de suyo.

2. Lo sustancial y lo accidental. Su justificación como categorías en el

movimiento.

El no ser, por así decirlo, tiene su legislación. No es que las entidades surjan y se

colapsen caprichosamente. Hay un orden en el que todas las entidades dejan de ser.

Tal mecanismo es paulatino y se verifica con la experiencia. La razón se

acostumbra a que la permanencia sea un efecto instado por el olvido o la falta de

atención, en el mundo sublunar.

Lo que viene a continuación es un modo de fundamentar la distinción entre

aquello a lo que llamamos la sustancia y a lo que, por otra parte, decimos accidente.

Apelemos a la memoria y a un análisis puntual de la experiencia.89

Si bien ya hemos insistido en que el ente es uno, nos toca ahora justificar la

fragmentación que las categorías de sustancia y accidente operan en él. La estrategia

será –reitero- la experiencia de la memoria.90

89 Toda experimentación, en los márgenes del presente estudio, debe ser mental. Impedimentos técnicos lo ameritan. Así que me valgo de la experiencia que el amable lector tenga del mundo, y apoyo en ella los contenidos de mi discurso. Un poco más adelante se verá la relevancia de esta aclaración.

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“Por naturaleza, los animales nacen dotados de sensación; pero ésta no engendra

en algunos la memoria, mientras que en otros sí. Y por esto son más prudentes y

más aptos para aprender que los que no pueden recordar”.91

Así será que, tras un análisis del comportamiento de las cosas, de su “manera de

desenvolverse” en el tiempo, nos será posible identificar comportamientos, o modos de

ser específicos que insten su división en atributos esenciales y accidentales.

Para alcanzar esta noción hay que empezar en la contemplación y sólo así, en un

segundo momento, analizar las implicaciones de lo que ya sea experimentado. Estas

implicaciones las iremos viendo una vez fundamentadas las categorías de sustancia y

accidentes, en un fenómeno real como lo es el del movimiento.

Por el momento nos conviene ver al tiempo como una línea de “ahoras”; una

serie de momentos determinados que se enfilan en orden uno tras otro. Los instantes

que un objeto “produce”, aportan un punto de referencia desde el cual es posible

orientarnos para hablar del movimiento atenernos exclusivamente a la inmediatez. De

aquí que la memoria sea condición necesaria para este estudio.92

Vale la pena antes de continuar, recordar algo que Aristóteles considera en el

primer capítulo de su Metafísica. Aquí el Estagirita apunta:

“Y del recuerdo nace para los hombres la experiencia, pues muchos recuerdos

de la misma cosa llegan a constituir una experiencia”.93

90 Vigo, Alejandro: Sustancia, sucesión…, p. 31-48. 91 Met. I 981a 13-16 92 Aristóteles apunta la relevancia de esta facultad en el Libro I de la Metafísica. 93 Met. I 980b, 28 -30. Dándole seguimiento a este apunte, alcanzamos a ver el surgimiento de la ciencia frente a otras realidades como el arte. Ya que la universalización, requisito indispensable de la ciencia, se logra con la reiteración de muchos casos que van tomando forma en la memoria, y una vez analizado se proyecta a un desempeño práctico. Como es el caso de la medicina.

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Ahora bien, para decir el tiempo es necesario un antes, y desde ese antes -que

sólo existe en tanto que recordado- hablar de un después. La conciencia señala, y al

señalar crea un ahora, pero tiene que reconocerse a su vez en un solo movimiento

general que la obliga a echar mano de la memoria. Pues sólo en su fuero interno puede

posicionarse como algo inmóvil, que desde una eternidad artificial contempla la

trayectoria del movimiento; sin que el momento actual de aquello que está

considerando “destruya” al que le antecede y sea eliminado a su vez por el que le va a

suceder.

Visto así, el tiempo es un modo de decir el movimiento.94 Porque un ahora es

apenas la señalización actual de algún punto de la trayectoria que éste lleva. Así también

entendemos que moverse es mudar un estado “adquiriendo” otro. Mejor dicho, dejar

de ser de cierto modo para ser de otro. Cuando el ontólogo distinguen entre los modos

en que una cosa puede dejar de ser, se dibuja la estructura interna de lo ente.

Así, combinada la memoria y la experiencia,95 se logra el experimento mental

que da lugar a la disección de lo ente en atributos esenciales96 y accidentales; y –en un

segundo momento- a la consideración de la sustancia como el objeto que la metafísica,

dadas sus pretensiones, debe de estudiar.

El experimento del que hablo se da cuando el ontólogo explicita su experiencia

cotidiana del cambio y se imagina frente a una sustancia, cualquiera que está sea, desde

94Me apego en esta descripción provisional y meramente aproximativa a la definición ensayada en la Física. 95 Me remito otra vez al libro I de la Metafísica. 96 Recordando el uso indiferenciado que Aristóteles hace de ousía, para referirse a esencia y a sustancia, según el contexto y el énfasis buscado lo pida, me justifico para cuando el contexto lo pida hablar de atributos esenciales, y sustanciales. Cfr. Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 34-40.

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una pelota en movimiento, hasta un elefante que corre (tomemos para efectos de

nuestra explicación el segundo caso).97

Una vez situado frente al elefante lo observa

correr marcando con su trayectoria una línea perpendicular con respecto a la línea

dirección de su vista.

El ontólogo nota que el elefante en su carrera diseca cada uno de sus

movimientos, y va dejando detrás de sí una estela de paquidermos inmóviles que

catalogan la serie de los momentos por los que el elefante que corre a la cabeza ha ido

pasando.98

Una vez que el ontólogo ha visto suficiente y considera que tiene ya una

muestra representativa, le pierde la vista al elefante de la punta, se acerca al rastro de sus

instantes; y procede a ser un examen de algún par de ahoras que han quedado

fotografiados en la carrera del elefántido.99

97 Podemos justificar este modo de explicar la sustancia con pasajes como Met. 1031a 12-14, en donde Aristóteles habla de la substancia, y dice que ésta es, primero, algo que está ocurriendo, esta substancia o aquella otra. Novak, por ejemplo, para hablar de substancia escribe “the substance of”. En castellano no hablamos de la substancia de esto o la substancia de aquella otra cosa. Más bien decimos -como hace un momento- “está substancia”, “aquella otra substancia”. Lo que podría crear una pista falsa para los filósofos angloparlantes que estudian la substancia. Veamos esta línea de Novak: “I take susbtance simpliciter and substance of so-and-so, as the two sides of the one same sense of substance”. Cfr. Novak, Michael: Philosophy and…, p. 4. La pista falsa de la que hablo lleva a la cosificación. Es un asunto que trataremos en el capítulo siguiente, baste decir que se trata de: pensar que la substancia es un algo que está en las cosas. 98 Aquí convendría más decir: “cada uno de los movimientos que el elefante que corre a la cabeza ha ido produciendo” Ya que el verbo pasar nos presenta al tiempo como una cosa que está de algún modo ya puesta “ahí” y que lo que una sustancia hace es recorrerlo o transitarlo. Si nos apegamos con rigor a la definición del tiempo que lo caracteriza como un modo de decir el movimiento, que Aristóteles presenta en Física IV, reconocemos que los ahora que según sean señalados constituyen el tiempo y no son otra cosa más que productos de la trayectoria del movimiento. Y que, por tanto, son un producto de éste no un pasadizo para éste. 99 Utilice más atrás el término paquidermo, pero como categoría taxonómica se encuentra hoy en desuso. Tal orden, que reunía al elefante y al rinoceronte otros animales de piel gruesa en una misma familia, fue sustituido por el de los elefántidos (elephantidae): mamíferos placentarios del orden Proboscidea. Como busco en esta palabra un sinónimo y no un orden riguroso, en lo que sigue continuare utilizándola.

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La dificultad radica en abstraerse del movimiento que –fuera de las condiciones

del experimento- implicaría al elefante, y a la conciencia que se percata de su correr.100

Es decir, si imagináramos las condiciones de la realidad, nos representaríamos al

ontólogo corriendo a la par del elefante; incapaz de abstraerse del ahora que a ambos

los contiene. Tal dificultad se salva en la memoria, que “almacena” la estela de los

momentos que las cosas van mudando; y confronta las distintas instancias que pueden

distinguirse de una misma sustancia.

Al confrontar las imágenes nota ligeras variaciones entre unas y otras, y al

ampliar su perspectiva, reconoce grandes modificaciones que se acentúan más según se

aumente la lejanía de la confrontación. Procede así con todos los elementos de la línea

hasta llegar a su punto final, donde yace en el suelo el cadáver enorme del elefante.

Advierte diferencias entre los distintos momentos del paquidermo que ha ido

analizando. Y la conclusión importante a la que llega es que, si bien su tira de elefantes

exhibe modificaciones a través del proceso de su encarreramiento, puede reconocerse

que la sucesión que se describe es la de un elefante; y que en cada disección del

movimiento se habla de un elefante. En otras palabras: una continuidad le subyació a

todos los cambios.

100 Hace un momento escribí que el posicionamiento del ontólogo con respecto al elefante que corre es una especie de descripción de la eternidad. Dios –por ejemplo- estaría, con respecto al mundo, en una situación similar a la que el ontólogo se en encuentra con respecto a la sustancia que imagina. Pues Éste observa en perspectiva, la totalidad del movimiento del mundo; sin participar de él. Dios mira desde lo eterno, lo inmóvil (si no hay movimiento que medir, no hay tiempo. No hay tiempo, luego: hay eternidad). Puede verse al respecto: Aquino de, Tomás. Sobre la eternidad del mundo. Ed. Encuentro. Madrid. 2002.

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Así que ensaya una enunciación paradójica, como conclusión de esta

imaginación: El elefante cambia y no cambia. Más adelante abordaremos con más

cuidado esta aparente paradoja, por el momento mantengámosla así enunciada.

A la conclusión a la que el ontólogo llega es que el elefante ha cambiado, pero de

dos maneras distintas. Sus notas le muestran que éste ha dejado de ser pequeño, que

paso de tener un tamaño considerable, a volverse pesado y monumental. Que transitó

por toda la escala del gris. Y que de tener poco pelo, llego a volverse calvo. De ostentar

marfil como vanguardia de su encarreramiento, decayó y se hizo chimuelo.

Un elefante puede –como ya lo hemos visto- correr, comer, barritar, bañarse con

su propia trompa, y así lo que guste,101 pero el ser y el dejar de ser no es algo que tenga

que ver con su etología.102

El elefante ya está inmerso en ese orden que lo hace mudar de un estado a otro.

El ser y dejar de ser es algo que se obra en él; los principios metafísicos que se

escenifican en todos los entes más allá de sus mores particulares.

El elefante no es de ningún modo causa de su existencia particular. Por eso digo

que los comportamientos que el ontólogo apunta son de orden metafísico; entendiendo

que el existir del elefante es una constitución que no depende del elefante particular que

éste está observando. Aquí es patente el ámbito distinto en el que se encuentra la

101 O lo que sus instintos le manden, no importa. No quisiera meterme aquí en el problema de la deliberación animal. 102 Met. IV 1028a 37-38 La sustancia la conocemos cuando conocemos una cosa. Porque la sustancia es en las cosas, las cosas son cognoscibles. De ahí también que la sustancia sea una causa (1041a 9), causa del conocimiento. Esto también lo apunta Novak. Cfr. Novak, Michael: Philosophy and…, p. 3-7. La sustancia es eso que está ocurriendo en el mundo y que nosotros señalamos con palabras. Y “ahí” están las sustancias, y el ontólogo dice, león, elefante, oso panda y eucalipto. Conocemos a través de una palabra y del reconocimiento de un telos.

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metafísica con respecto de las otras ciencias. Un biólogo estudioso de los elefántidos

observa el comportamiento de estas sustancias en tanto que son elefantes. Es decir, en

tanto que son unidades ya constituidas, que se encuentran operantes; y en la que las

características relevantes tienen que ver con su conducta. Un biólogo estudia un

elefante y no discurre sobre la persistencia inexplicable de mantenerse elefantes, a pesar

de todos sus cambios.

Adelanto aquí que este afán tiene su límite, y que eventualmente las cosas dejan

de ser. El ontólogo lo comprobará cuando al final de la línea se encuentra el cadáver de

su elefante. Y en ese momento ya veremos las implicaciones de este hecho. Pero lo

importante es que un metafísico no estudia los comportamientos del elefante, si no los

del elefante en cuanto ente.103

Si volvemos a la primera enunciación del libro IV, la entenderemos con mayor

claridad. Aristóteles dice: buscamos la ciencia que estudia el ente en cuanto ente.

Podemos reconocer ahora que aquí se dice ente dos veces refiriéndose a la misma cosa,

pero empleando en cada enunciación un énfasis distinto.

La primera vez que Aristóteles dice ente, lo dice refiriéndose a caballos,

hombres, elefantes, y números (nótese no así a Babieca, Sócrates, el elefante de nuestro

ontólogo, o al número dieciséis; a los que también puede decírseles entes, pero con un

matiz distinto); estos serían el objeto de estudio de la metafísica. Sin embargo, para

hacer de éstos un tema a discutir, debe abordárseles desde su estructura ontológica, es

decir, desde los atributos que les corresponden, en la medida en que son entes.

103 Es decir: de lo que al elefante, en tanto que ente, le corresponde de suyo. Recordemos lo que ya hemos dicho en el primer capitulo de este trabajo: la metafísica tiene por objeto de su ciencia el ente en cuanto ente (Met. IV 1003b 5-11). Cfr. Inciarte, Fernando: First Principles..., p. 45-50.

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Es así que la segunda vez que en 1003a 20 Aristóteles utiliza la palabra ente, lo

hace para hablar de ésta configuración en la que el elefante del que hablamos no tiene

nada que ver. Aclaro esto porque aquí se juega la universalidad y así la cientificidad de la

metafísica.

Entonces, apoyado en todos estos comportamientos -que no son del elefante,

sino de su ente (su ser)- se muestra la diferencia entre dejar de ser pequeño, y dejar de

ser elefante. Aunque ambas operaciones implican un cambio, la primera parece estar

adosada a la permanencia de la segunda. El tamaño, en este caso, se reconoce como

cambió -de pequeño a grande- en la medida en que es una discontinuidad que se

reconoce en una permanencia. Porque del museo de elefantes que este experimento nos

ha dejado, podemos decir de la mayoría que –en efecto- son elefantes. Así la

enunciación del ontólogo: “la sustancia cambia y no cambia” nos deja de parecer

paradójica.

Hace un momento, refiriéndonos a las distintas instancias del elefante que el

ontólogo que imaginamos a su vez imagino, dijimos que en casi todas se reconocía la

continuidad de lo elefante. Retomemos la enunciación del experimento donde la

dejamos: el ontólogo comparaba los momentos que habían quedado rezagados en la

carrera de su pesada fabulación, y conforme habría la perspectiva de sus análisis,

encontraba modificaciones cada vez más considerables. Dijimos al final que éste,

examinando la relación entre los cambios que iba notando, se encontró en una parte de

la línea contemplando a su elefante hecho cadáver, un cadáver enorme habíamos dicho.

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Podríamos añadir que dándole seguimiento a su imaginación, el ontólogo

recorrió la trayectoria de ese movimiento y observo el proceso que el cadáver seguía.

Mientras más adelantaba en los cambios del cadáver, concluyo que en algún punto de la

línea el elefante había desaparecido.

Si intentamos abordar el problema del cambio sustancial: ¿en qué momento, y

como se da el paso de una sustancia a otra; de un elefante a unos restos de elefante?

debemos apuntar que el elefante que se había venido estudiando, en algún punto

empezó a ser llamado elefante nada más por homonimia.104

Sin embargo, antes de ocuparnos del tema de la homonimia, reconozcamos que

el experimento que hemos recorrido contiene un error que trataremos con especial

cuidado en el Capitulo 4 de este texto. Éste está relacionado con el modo en que el

ontólogo imagina a su elefante. Porque sin mantenemos la opinión de que su carrera y

su rastro representan el ejercicio de la memoria; terminamos pensando que ésta es un

registro milimétrico de los estadios de la sustancia. Y no sólo milimétrico, también

estático.

Si la memoria fuera esto, un archivero de fotografías que por instante la

experiencia va engrosando; y que además su compendio debe explicarnos al ente: la

metafísica sería un despropósito. Nos encontraríamos en una situación similar a la del

biólogo que buscando el conocimiento de la vida marina, pesca a los peces y después

los estudia, muertos.105

104 Acerca de esto puede consultarse: Rijk, Lambertur Marie de: Aristotle: semantics and ontology, BRILL: Boston, 2002…, p. 87-122. 105 Cfr. Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 38-43. Aquí el autor aborda el tema de la sustancia desde una nota de Kant. En el siguiente capítulo veremos con más detalle las implicaciones de la homonimia, pero tengamos

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Si fuera el caso, como el experimento mental lo sugiere, que el contraste entre

los distintos momentos de la sustancia sólo fuera realizable entre imágenes estáticas,

habría sólo un modo en el que las cosas podrían dejar de ser (mudar de estadio) a saber,

accidentalmente. Ya que no se podrían tomar en cuenta su funcionalidad, y habría que

atenerse exclusivamente a como se ven. Y este parámetro suele ser engañoso.

Por esto la vista no basta para estudiar al ente en tanto que existe. Si sólo

contáramos con unos ojos imposibilitados para llevar un registro de lo visto, la

metafísica (de ser posible bajo estas circunstancias tan precarias) sería un estudio de

imágenes, de fotos, o de estatuas que no ofrecerían mayor misterio que la inmediatez de

su constitución (este, como veremos en el capítulo 4 de este texto, es el error de las

descripciones definidas); y no como lo es –habilitada por la memoria- un estudio de

modos de funcionar; de maneras determinadas de usar, o mejor dicho, de ser en el

tiempo.

Para que el experimento fuera exacto habría que introducir en cada uno de los

momentos pasados por el elefante, el desempeño que éste tuvo, no en un “milímetro”

de tiempo,106 si no en un lapso amplio; en dónde quedara caracterizado el modo de ser

del elefante, no sólo como una imagen que se entrega a la vista, sino como un algo que

se despliega en funcionalidades y comportamientos.

en cuenta desde ahora que, si somos rigurosos, una sola sustancia podría tener varios nombres, y cada nombre la designaría en un punto distinto de su devenir. Es así que si nos adscribimos a la unidad material como única pista de permanencia de nuestra sustancia, podríamos equivocar los nombres y decir que es lo que no es, y que lo que no es, es. 106 Si recordamos la definición que Aristóteles nos ofrece en su Física, a la cual nos hemos venido ateniendo, la expresión es exacta. Cfr. Vigo, Alejandro: Sustancia, sucesión…, p. 33- 45.

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La memoria no es, como quizá lo sugiera el experimento mental del elefante,

exclusivamente visual. Esta puede tomar nota de afecciones y mores. Es así que el

ontólogo puede recordar, por ejemplo, que el elefante no vuela, que su costumbre no es

la de comer carne, y que su forma de darse a entender no se parece al lenguaje del

hombre, y por tanto no es racional. Todos estos datos son relevantes cuando la tarea es

la de distinguir al elefante de otras entidades vivas. Todo los recolecta la experiencia y

tenemos acceso a ellos por nuestros recuerdos.

Si el experimento se explicara con un mayor rigor metafísico. No se necesitaría

de una conciencia eterna e inmóvil, que desde su paroxismo considerara las

transformaciones estáticas del elefante. Nos bastaría con un hombre inmortal o longevo

que se encontrara, también en un escenario imaginario, en presencia de una manda de

elefantes. Y que se diera a la tarea de seleccionar uno bebe y seguirlo hasta cuando sea

posible, y contemplar en todo momento a aquella funda de piel dura, pista primera de

aquella ciencia que se anda buscando.

Éste hombre no dormiría, y tendría que ser alimentado por un asistente, porque

sus ojos -sus herramientas de metafísico- tendrían que estar siempre dirigidos a su

elefante. Ninguna inferencia le es lícita, no podría pronosticar la continuidad de un

comportamiento estándar en base a su monótono modo de ser, porque estamos

pensando que este animal es el primero que se conoce; y de sus costumbres metafísicas

no se sabe nada. Por más que se reiterara un mismo comportamiento no habría razón

para abandonar el estudio y concluir que todo se mantendrá constante, dado que todo

se ha mantenido constante hasta ahora. Esto será después, muerto el elefante y con el

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conocimiento de la sustancia. Pues del elefante se sigue todo: así el elefante, así el

caribú, así el hombre, y así con todos en tanto que entes.

Recordemos otra vez lo dicho en el libro I de la metafísica:

“Y la experiencia parece, en cierto modo, semejante a la ciencia y al arte, pero la

ciencia y el arte llegan a los hombre a través de la experiencia. Pues la

experiencia hizo al arte…y la inexperiencia el azar. Nace el arte cuando de

muchas observaciones experimentales surge una noción universal sobre los

casos semejantes”.107

Así que el hombre le sigue analítico la pista, y aunque lo a visto cientos de veces

dormir toma nota, y al principio sospecha de esta parsimonia pero paulatinamente logra

ver la continuidad, y el estatuto de tal comportamiento.108

Lo que nos recuerda un pasaje del libro VII de la Metafísica:

“Por eso podría dudarse si –andar- y -estar sano- y –estar sentado- significan

cada uno un ente, y lo mismo en cualquier otro caso semejante”.109

Cito este pasaje para señalar cómo es que modificaciones como la de sentarse y

ponerse de pie denotan un cambio.110

Y cómo la metafísica en este punto del análisis se

cuestiona por ellas. Así, tomando nota del elefante, es relevante la inmovilidad del

sueño con respecto al dinamismo de la vigilia. Hitos en su comportamiento que tras su

muerte podrán consolidarse como evidencia precisa de su modo de ser. Saber, no qué

es un elefante, si no entender qué es un ente.

107 Met. I 981a, 1- 7 108 Recordamos aquí como Aristóteles s pregunta en Met. VII 1004b 1- 4: “quien será el que investigue si es lo mismo –Sócrates- que -Sócrates sentado-” Por esto pensamos que el ejercicio del ontólogo con respecto al elefante, es paralelo al de Aristóteles con respecto al ente. 109 Met. VII 1, 1028a, 20-22 110 Inciarte, Fernando: First Principles…, p. 113-120.

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En el curso de la existencia de nuestro tan mentado elefante, se llega a un punto

en el que ya no es posible verlo, su cadáver es apenas una mancha o una ligera

elevación en el suelo. El ontólogo da por terminada la primera etapa de su estudio. La

memoria es ahora su herramienta más valiosa. Ésta, recordemos, no funciona como un

pasadizo de imágenes; si no como la convivencia de muchas escenas (muchas parcelas

de tiempo) que en su continuidad y su contraste con respecto a una sustancia

determinada (en este caso el difunto elefante), hacen patente la estructura interna de lo

ente.

Después de estas consideraciones podemos notar que, aunque las estructuras

ontológicas de las cosas se hagan inteligibles a base de considerarlas desde la razón, la

experiencia (la constante contrastación empírica) le permite a Aristóteles “salvar los

fenómenos”. Con esta expresión quiero decir que mantiene una relación entre el modo

de decir las cosas (la estructura ontológica primaria del ente en cuanto ente: la sustancia

y los accidentes) y el modo en que éstas son.

Por esto decía al principio de este apartado que la relación entre lo sustancial y lo

accidental –hemos visto- no puede deducirse sin apelar a la experiencia del ente. Tales

distinciones surgen porque en el acaecer de las cosas, éstas van mostrando

comportamientos que –por así decirlo- las dividen por distintos modos en los que

expresan su existencia.

El experimento mental del que hemos venido hablando es posible porque

después de la experiencia, el funcionamiento de la realidad se introyectó en una

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situación imaginaria. Sólo así pudimos explicitar el proceder de la memoria en el

descubrimiento de los atributos esenciales y accidentales.

Las cosas están sujetas al cambio, y en este constante devenir se muestran

distintas en cada una de sus facetas temporales.111

Sin embargo, nos es posible

distinguir factores que aseguran la permanencia de éstas. Ya que, por más que una

sustancia envejezca, no va a dejar de ser esa sustancia.

Por tanto: lo sustancial y lo accidental es el modo en que la razón asimila éste

comportamiento. Lo sustancial responde por la continuidad, y los accidentes por el

cambio. Pues una sustancia en tanto que está sujeta al tiempo, pasa por distintos

estados. Cada uno de éstos muestra particularidades que lo distinguen de los otros; es

así que podemos contrastar un recuerdo con la imagen actual de lo que se está

recordando. Y reconocemos en esa confrontación un modo distinto de ser de una

misma cosa.

4. Implicaciones lingüísticas.

La sustancia como identidad de los atributos accidentales.

Hasta ahora lo sustancial y lo accidental ha quedado caracterizado en dos

maneras distintas de decir el movimiento. Dos nociones que surgen para poder

diferenciar entre dos tipos distintos de cambiar de las cosas. Éstas, por así decirlo, están

111 Rijk, Lambertur Marie de: Aristotle: semantics…, p. 76 - 80.

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en constante convivencia con el no ser, y de esta interacción el ontólogo es capaz de

identificar dos comportamientos distintos.112

Hablando del elefante y de su movimiento evidenciamos la proclividad de las

cosas al cambio, y al contrastar distintas instancias temporales de una misma, algo nos

quedó claro: las sustancias que nos ha tocado analizar tiene una marcada tendencia a

desaparecer, a dejar ser. Mudan muchas cosas (el color, el tamaño, etc.) hasta que

eventualmente mudan la existencia. Estas son las impresiones que hasta el momento

hemos recolectado. Está claro que habrá que irlas refinando.

Este paso del ser al no ser se dice –hasta ahora- de dos modos: sustancia y

accidente. Esta distinción que se justifica en el comportamiento real de las cosas, es a la

que la tradición le ha llamado distinción con fundamento in re. Sin embargo, antes de

abordar este tema debemos unas palabras a las impresiones que la experimentación con

nuestro elefante nos ha dejado.

Al hablar del elefante y de su primer modo de dejar de ser, dijimos que dejo de

tener tal cosa, para adquirir tal otra, y así; que pasó de tener tal cualidad para empezar a

existir con una distinta. Si le damos seguimiento a esta intuición y tomamos con

seriedad este modo de hablar, nos representamos este cambio como un proceso de

constante adquisición que –por las reglas de no contradicción-,113

precisan un desecho

o una mudanza que las anteceda.

112 Rijk, Lambertur Marie de: Aristotle semantics…, p. 113-124.

113 Recordemos que cuando empezamos a hablar del tiempo dijimos que había en su devenir una regla que no le permitía la coexistencia simultánea a ninguno de sus momentos. Sin hablar antes de la pertinencia del principio de no contradicción, anclemos esta premisa en la evidencia (que es, de cualquier manera, dónde está apoyada su

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Parece que para que una sustancia pueda hacerse de un nuevo atributo, es

necesario que el “estante” que este nuevo atributo va a ocupar este vacío; recién

desocupado. En el caso del elefante recordamos que para que la calvicie, o la tonalidad

gris, pudieran presentarse, fue necesario que el “tener cabello” y la blancura no

estuvieran ya presentes. Hablo aquí de la necesidad que un momento tiene de destruirse

para poder así dar paso al que le sigue, y éste al que le sigue, y así sucesivamente.

Es así que las modificaciones accidentales se nos muestran como pertenencias

intercambiables. En un caso concreto, atributos que un elefante tiene y después ya no

tiene (y es así que hablamos del cabello del elefante, la calvicie del elefante, etc.).

Por su parte las modificaciones que han sido identificadas como sustanciales,

parecen consistir en un solo atributo que es –con respecto a los de tipo accidental-, más

durable. Así que mientras los cambios accidentales son moneda común en los procesos

de la sustancia, no así los sustanciales.

Sin embargo esta equiparación empieza a volverse problemática cuando la

rastreamos en un mamífero. Pues es fácil formular oraciones como: “el elefante es

lanudo”; “ahora el elefante está calvo”. Pero decir: el elefante es elefante y después de

echar un vistazo a la realidad comentar, el elefante ya no es elefante, se vuelve

sospechoso.

Si nos encontramos frente a un cadáver y reconociéramos en él los restos de un

paquidermo, podríamos afirmar: “ese elefante ya no es elefante”; y al hacerlo no sentir

ninguna incomodidad con nuestro juicio; porque habremos pronunciado una oración

formulación). Acerca de esta implicación puede verse: Zagal, Héctor: Retórica, inducción y ciencia en Aristóteles: epistemología de la epagogé, Cruz O.: México, 1993..., p.73-80.

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inteligible para cualquiera que, así como nosotros, estuviera en presencia del cadáver.

Aun así, si examináramos esta sentencia con cuidado toparíamos una dificultad.

Nos confundimos a la hora de utilizar el demostrativo “ese”. Porque al decir:

“ese elefante ya no es elefante”, intentamos hacer pasar –semánticamente- un cadáver

por una entidad viva. No nos es lícito utilizar los restos que hemos hallado, como un

sujeto de inhesión para nuestro predicado elefante.

Sería un uso torpe de la memoria. Sería como si el ontólogo que ha imaginado al

elefante que corre tomara nota de las características de un momento determinado y

tratara de hacerlas compatibles con las de otro elefante de la hilera.

Como hemos visto no es posible decir un atributo del mismo orden en un

mismo momento.114 Ese elefante ya no es elefante, sería un error equivalente a decir ese

lanudo es calvo. Estás dos predicaciones toman sentido cada una por su parte y

reconocidas en puntos distintos de un mismo devenir temporal. En un momento el

elefante es lanudo, y en otro distinto es calvo. Con esta enunciación estaríamos

trayendo ilícitamente de la memoria un elefante a que responda por una predicación

que a él ya no le corresponde.

Otra vez en el experimento del ontólogo; podríamos repasar la estela de

momentos fotografiados que el elefante fue dejando en su carrera, e ir predicando a

cada integrante de la fila, elefante, elefante, elefante (numerarlos si se quiere); y así decir

este atributo de todos los momentos que lo ameriten, hasta llegar a aquellos a los que

114 Nos encontramos con esta pre formulación del principio de no contradicción. Condición necesaria, o supuesto evidentísimo que posibilita tanto al ser como al decir. Esta evidencia es en la que la defensa pragmática del PNC se apoya. Sobre el tema puede consultarse a Zarate, Julián: Alcances de la argumentación aristotélica acerca del principio de no-contradicción en el libro IV de la Metafísica, Los Libros de Homero: México 2004..., p. 88.

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no puedan recibir tal predicación. Pero en el momento en que intentamos hacerlo y

“vaciamos” el estante del atributo elefante para que ahí pueda entrar la modificación, de

inmediato quedaremos sin un punto en donde anclar nuestra predicación.

Pasa igual cuando concluimos “nuestro elefante ha muerto”, estamos mentando

ahí; o una entidad intramental que se constituye desde el recuerdo del elefántido, o a un

cadáver. En ambos casos el sujeto de nuestra exclamación es una homonimia, en la que

por una inercia mental, reconocemos continuidad en donde no la hay. Ningún animal

puede recibir en acto el predicado muerto.115

Ahora podemos reconocer que “elefante” no es un predicado. Parece ser que la

condición para que algún momento de la sustancia sea considerado como tal, es que se

inserte en la permanencia de algo. Aunque las palabras puedan combinarse en oraciones

como: “el elefante es un come maní” o “eso es un elefante”; notamos que no hay una

equivalencia exacta en el modo en que cada una está formulada con respecto a su

objeto. Es decir, si analizamos estas dos últimas proposiciones, el sujeto de las

predicaciones puede, manteniendo la inteligibilidad de la oración, hacer las veces

atributo.116

Si alguien dijera: “eso es un elefante”, convendría saber qué tal aseveración es

tautológica. Que el pronombre demostrativo “eso” equivale al nombre elefante; y que el

supuesto predicado “elefante” es más bien una reiteración de la identidad de aquello a

lo que nuestra proposición intenta referirse. Predicar la identidad de algo quizá sea el

115 Hago uso esta noción complicada, que aunque está directamente relacionada con el tema del cambio no nos hemos extendido en explicarla, en su acepción cotidiana de lo que pasa “ya”. Refiriéndome al predicado muerto, sólo señalo que, siendo metafísicamente rigurosos, no puede decirse que algo está muerto, sin que ese algo sea un recuerdo proyectado en un cadáver. Porque, en el momento en el que elefante muere, deja de ser elefante. 116 Rijk, Lambertur Marie de: Aristotle: semantics…, p. 75-80

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procedimiento más originario de conocimiento, la primera noticia que tenemos de este

primer sentido de sustancia del que hemos venido hablando.

Si esto es así, “cansado” y “hombre” -o en nuestro caso “lanudo” y “elefante”-

en tanto que predicados, podrían ejercer las mismas funciones dentro de una oración.

Comentamos las Categorías, y hayamos diferencias entre las palabras; y acordamos que

una vez que están puestas en una oración, juegan su inteligibilidad en el modo en el que

cada una se relaciona con la sustancia. Para que las palabras puedan entenderse

reconocíamos algo así como un término privilegiado que le da unidad a las demás.117

Y así llegamos a la conclusión de que la diferencia entre un cambio accidental y

uno esencial, no radica exclusivamente en la frecuencia con que éstos puedan darse en

una sustancia. Parece que lo sustancial es una condición de lo accidental.

Si bien podemos seguir pensado que un cambio accidental ocurre por un

constante intercambio de atributos, no pasa así con nuestra idea del cambio sustancial.

Si el cambio accidental fuera un poner y quitar, operaríamos con enunciados que

propiamente no tienen un sujeto que los avale. Recordemos el caso de “eso es un

elefante”, dónde el demostrativo que hace las veces de sujeto se encuentra inhabilitado

para recibir el significado de aquello que se le predica.

Sin embargo, para caracterizar a la sustancia frente a los accidentes esta

consideración no es suficiente. Alguien podría pensar que basta la inteligibilidad que

117 Con esto no quisiera sugerirse que la sustancia es solo un instrumento de la inteligibilidad. Hay autores que así lo consideran. Y piensan en la sustancia como: “a mere requisite of language or of logic”. Novak no dice: “Pepper, for example, dismisses substance as flowing from "the fallacy of attribution," and Russell and others think that the modem shift to relative terms has neutralized miss-leadings subject-predicate language”. Novak, Michael: Philosophy and…, p. 4-15. Si hemos enfatizado la relación de la metafísica con las entidades vivas, es para no hacer de la sustancia un requisito lingüístico. El mismo Novak apunta después, acerca de ésta: “(more or less per-fectly known) is affirmed in every judgment”.

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puede reconocerse cuando, volviendo al caso del cadáver, decimos que el elefante que

tenemos en frente ya no es elefante. Aunque el sujeto no sea en el tiempo simultáneo a

la afección que se le atribuye, la circunstancia -estar en frente de un enorme cadáver-

complementa el sentido de la frase. Si seguimos el hilo de nuestra investigación

caeremos en cuenta que esta opinión sería ingenua.

Retomemos nuestro discurso: distinguimos primero dos tipos de cambios, y la

primera de nuestras pistas fue que, considerados en una línea de tiempo, un tipo de

atributos que construyen su especificidad desde su inconstancia: el cambio accidental se

muestra primero como una constante modificación (una sustancia se colora y se

decolora, y la posibilidad de sus pigmentaciones es varia; y si su peso se modifica, éste

puede ser distinto de muchas manera; y así también con el tamaño, y los demás

cambios de este tipo). Una modificación que se reconozca accidental no es nunca una

disyunción que se define únicamente desde dos posibilidades. Pensemos: ¿de qué color

puede ser una pared?

Lo sustancial por su parte, marca su distancia con respecto a los accidentes

porque, si los entendemos como atributos, sólo contemplarían una manera de ser

modificados, ausencia o presencia. Y en el caso de nuestro elefante reconocimos que lo

que tal modificación juega es la identidad de la sustancia de la que se habla. Por esto, si

consideramos la identidad como un atributo, llegamos a una pequeña aporía, en la que

tenemos que adscribir a un animal un predicado que lo mienta como un no-animal.

Tenemos que decir que un elefante es un no-elefante.

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Nos salen al paso dos asuntos, que aunque en el fondo son uno mismo nos

conviene tratarlos por separado. El primero es el de la no contradicción, éste nos

merece más que una nota de paso y por esto nos dedicaremos aquí a lo segundo: la

necesidad de un sujeto en las oraciones. Un sujeto que aportando la identidad de los

cambios, garantice la eficacia de todas las predicaciones;118

porque no vaya a ser que

aquello que decimos de las cosas incida en la nada, y más bien estemos -sin darnos

cuenta- tirando todas nuestras proposiciones al vacio. Esta sospecha se deriva de

oraciones como “nuestro elefante ha muerto”, en donde el sujeto que debería avalar la

predicación permanece en suspenso, porque no se sabe cómo llamar a eso que decimos

muerto. Parece que la muerte no es procedimiento que un cadáver pueda llevar a cabo

(los cadáveres no mueren, son algo que ya murió); así como lo vivo (un elefante) no

puede estar muerto sin dejar de ser lo que es.

Podemos pensar que la muerte como predicado es una peculiaridad que se

separa de otras más amables como lo morado o lo gigante. Si somos rigurosos vemos

que el problema de fondo es que el cambio sustancial no es, como el accidental, un

mudar y adquirir atributos. Más bien es la condición para que éste mudar pueda darse.

Es decir, la permanencia de lo sustancial no es un atributo porque se dejaría a sí mismo,

en tanto que atributo, sin un lugar en donde ocurrir.

La relación entre identidad y atributos es un problema que se refleja en los

inicios del Libro VII de la Metafísica, y aquí se aclara, vale la pena reproducir el pasaje:

“Pero, diciéndose ente en tantos sentidos, es evidente que el primer ente de

éstos es la quididad, que significa la substancia (pues cuando expresamos la

118 Inciarte, Fernando: First Principles…, p. 47-52.

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cualidad de algo determinado decimos que algo es bueno o malo, pero no que es

de tres codos o una persona; en cambio, cuando decimos qué es, no decimos

blanco ni caliente ni de tres codos, sino un hombre o un dios); y los demás se

llaman entes por ser cualidades o afecciones o alguna otra cosa del ente en este

sentido. Por eso podría dudarse si –andar- y –estar sano- y –estar sentado-

significan cada uno un ente, y lo mismo en cualquier otro caso semejante; pues

ninguno de ellos tiene naturalmente existencia propia ni puede separarse de la

substancia, si no que más bien, en todo caso, serán entes lo que anda y lo que

está sentado y lo que está sano. Y éstos parecen más entes porque hay algo que

les sirve de sujeto determinado (y esto es la substancia y el individuo) lo cual se

manifiesta en tal categoría”.119

Concluimos entonces, que si bien hay aquí dos modos distintos en el que una

cosa puede dejar de ser, el modo accidental supone la constancia de lo sustancial. Y por

esto, cuando el cambio es en el ámbito de la sustancia, la descripción de ese proceso es

más complejo.

Todo cambio incide en un lugar, o por lo menos esta es la impresión que nos

queda después de estas últimas consideraciones. Y parece ser que tal “lugar” es la

sustancia.

Depuremos un poco esta idea desde otra parte del corpus. En las Categorías las

relaciones sustancia y accidentes quedan descritas de un modo similar a como aquí las

hemos tratado. En dónde se reitera la imposibilidad de entender la identidad de algo

como un atributo.

119 Met. VII 1028a, 13- 27

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El argumento que Aristóteles utiliza para probar que no nos es posible operar

con un lenguaje que este compuesto exclusivamente por atributos, corre en una

explicitación de lo que recién hemos dicho. Como ya nos hemos dado cuenta para que

un atributo pueda cobrar un sentido es necesario que adscriba su significación a un

sujeto, que pueda estructurar la multitud de predicaciones que en el incidan.

Lo que Aristóteles dirá es que la sustancia se vuelve indispensable para la

comunicación, porque toda formulación lingüística que intente ser inteligible, debe

conformarse desde un sujeto.

Veremos en el capítulo 3 de este trabajo que las razones por las que, como

afirma el Libro IV de la Metafísica, no es posible llevar acabo predicaciones de

accidentes a otros accidentes. Así, apoyados en el Libro de las Categorías empezaremos a

abordar un tema que terminará por refinar nuestra noción de sustancia, a saber, la

cosificación. Donde la distinción entre cambio y modificación, términos que hasta el

momento hemos venido utilizando indistintamente, serán determinantes.

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III

El problema de la cosificación

Introducción.

Inciarte dice que la sustancia y el accidente no se entienden si los traducimos en

subsistencia e inherencia respectivamente. En uno de sus ensayos de metafísica120 ataca

esta interpretación que entiende “por inherencia el ser o la existencia de los accidentes,

y por subsistencia el ser o la existencia de la substancia o su esencia”.121 Montado en

una explicación que Kant escribió en “La analogía del pensamiento empírico”

argumenta en contra de los que le dan alguna existencia a los accidentes más allá de la

predicación. Porque si seguimos la imagen de las Categorías, las afecciones son rótulos

que van adjuntos a la sustancia, y hacen pensar en una relación de dos elementos, de

dos existencias que se conjugan para lograr la unidad de las entidades. Así el accidente es

no solo como un nombre o una manera de decir algún suceso del mundo, si no que

existe “ahí”, de algún modo, aparte de en nuestras consideraciones del mundo; como la

sustancia pero de otro modo peculiar.

Según Kant y también Inciarte, concederle esta existencia peculiar a los

accidentes es animar infinidad de interpretaciones erróneas. Kant escribe:

120 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 70 121 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 70-71.

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“es más exacto y correcto designar el accidente por el modo según el cual la

existencia de una sustancia es positivamente determinada”.122

Así se aclara que sustancia y accidente no son dos cosas distintas, como

componentes los dos de una realidad; dos existencias entre las que hay que entender un

modo de relacionarse. Si no que son, como ya lo hemos dicho, dos nombre que,

porque las cosas se mueven, utilizamos para entender a las entidades.

A esto último debemos agregar, también de Kant:

“En cualquier caso, dadas las condiciones del uso lógico del entendimiento, es

inevitable que separemos, por así decirlo, lo que es susceptible de variación en la

existencia de una sustancia mientras esta permanece; es inevitable que lo

consideremos en relación con lo propiamente permanente y radical. De aquí que

también esta categoría (de la substancia y los accidentes) se halle bajo el título de

las relaciones, (pero) más como condición de éstas que como conteniendo ella

misma una relación”.123

Por esto, decir que las categorías de sustancia y accidente son, al menos en parte,

nombres que el sujeto utiliza para hablar del comportamiento de las entidades nos es

inexacto, por lo menos desde este primer aproximamiento al tema de la separación

(separatio) y la abstracción (abtractio).

Hasta aquí solo se ha aclarado la unidad de la sustancia que parecía, considerada

desde la mutación, una combinación de algo mudable y algo permanente. Pero describo

122 Crítica de la razón pura Ak A187/B230 123 Ak A187/B230

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estas opiniones de Inciarte para hacer unas anotaciones que dados los intereses de este

texto deben subrayarse.

Lo primero será hablar de la separación; de la consideración de una sola realidad

en dos instancias distintas: una de permanencia y otra de cambio. Hablar un poco de

cómo el tema del cambio modela las intenciones de la metafísica.

1. El movimiento como germen de la metafísica

Los filósofos naturalistas que escribían en verso y que buscaban el arché, son

modos primitivos de metafísica. Verlo así nos ayuda porque en sus intenciones

podremos leer el germen que anima a la metafísica como ciencia del ente en tanto que

ente. Si así los consideramos, como protometafísicos,124 distinguir las diferencias que

los separa de autores propiamente metafísicos nos da pistas.

El punto de contacto es el arché, Mauricio Beuchot habla de esto, dice

protometafísica para referirse a una inquietud; el habla de cierto despecho125 que a los

presocráticos les provocaba la multiplicidad. Algo así como si ésta traicionara su

expectativa de unidad. La homogeneidad era algo deseable y había que buscarla.

124 Tomo el término de Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico de la interpretación, la substancia y el lenguaje, Universidad del Valle de Atemajac. México. 1997. p. 19 125 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 19-20.

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Por esto Beuchot escribe que en estos filósofos primitivos “latía un intento de

descubrir lo abstracto”.126

Se dice de estos autores buscaban la abstracción porque buscaban un principio,

un común denominador de todas las cosas. De algún modo un afán epistemológico,

para enfrentarse a lo múltiple. Estudiaban la physis, y para hacerlo estaban muy cerca de

lo no material.

En estos primeros filósofos: “no se busca la razón de determinados objetos en

particular, si no la razón de todo cuanto “está” a nuestro alrededor, el principio

constitutivo de la generalidad de los ente, el ente común.”. Sin embargo, no pueden ser

tratados como metafísicos porque en realidad no buscaban el ente común, más bien la

materia común a todas las cosas que existen. Sólo cuando desmaterialización del

principio se completa, se deja de ser un filósofo naturalista.

Me parece que esto es la metafísica, el germen o la intuición que se sistematiza

en Aristóteles: la búsqueda de un principio, que ante la evidencia de la multiplicidad y el

cambio, se encuentra sólo “a través” de las cosas.

Esto de a través es elocuente para nuestra explicación del cambio; nos muestra

un rudimento de la frase de Metafísica IV: metafísica es ciencia del ente en cuanto ente.

Porque frente a lo múltiple, el cambio, y así los muchos modos en los que el ontólogo

se percata de lo que es, el ontólogo sospecha una unidad o un orden que la metafísica

126 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 19-20.

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convierte en su objeto de estudio; una “visión intelectual de la unidad de los entes

perdida y ahogada en el flujo y la multiplicidad”127; como lo entendía Heráclito.

Este logos no es la materia, en todo caso lo que se expresa por medio de ésta.

Por eso para estudiarlo hay que ver a través de la apariencia. Tal, me parece, es la

intuición que sistematizada deja de ser protometafísica.

Por esto queremos reconstruir el esquema aristotélico (su origen más primitivo)

desde un movimiento cualquiera, de cualquier entidad. Retraer nuestro discurso, y de

algún modo el del estagirita, al caminar de un elefante. Decir como las opiniones de

Parménides (unidad y permanencia) y Heráclito (cambio y multiplicidad) se involucran;

y entender desde esta relación la postulación de la sustancia. Por eso más atrás se dijo

explicaríamos el movimiento como un acompasamiento del ser y el no ser.

Entonces de Heráclito acentuamos su opinión acerca del devenir, la movilidad

incesante, las noticias que nos vienen de los sentidos. Y con Parménides no enfocamos

en el ser, y en lo que Beuchot llama una doctrina de la inteligencia: oponer a la

impresión del constante movimiento una concepción estática de lo que es.128

“Un sólo decir aun como vía

queda: que es. Por esta vía hay signos distintivos

muchos: que lo ente ingénito e imperecedero es.

porque es único, imperturbable y sin fin.

No era alguna vez, ni será, pues ahora es, todo a la vez.

uno solo, compacto. Pues ¿qué nacimiento le buscarás,

127 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 19 -21 128 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p.25.

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cómo, de dónde ha crecido? No te dejo "de lo no ente"

decir ni inteligir, pues ni decible ni inteligible

es que no es. ¿Y que necesidad lo habría impelido

después o entes, si empezó de la nada, a llegar a ser?”.129

Se dice de Parménides que una teoría de la inteligencia, porque entiende el acceso a

la realidad como dos posibilidades, una la falsa y otra verdadera. Hay que huir de los

sentidos que nos distraen de la verdad, porque el mundo que nos muestran es falso. Y

aquí volvemos a la necesidad de ver a través. Beuchot dice que tiene una actitud trans-

física del conocimiento.130

Del ser y el no ser del que habla Parménides en su poema, entiendo que lo no ente

es lo mudable y lo sensible; y el ente (el que es necesario que sea) es aquella intelección

que avanza a través de lo material, y encuentra la necesidad y la permanencia. Hablamos

aquí ya de algo sustancial.131

En el Libro I de la Metafísica Aristóteles apunta la relevancia de los sentidos. Esta

idea de la metafísica como un camino que inicia en lo sensible es la que hemos estado

retomando para hablar de la sustancia. Empezar por la physis, y después hablar de lo

que es anterior; de eso que, desde nuestra primera perspectiva, aparece más allá.132

129 Bernabé Pajares, Alberto: Parmenides…, p. 46. 130 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 23 131 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 19-20. 132 Si bien sabemos que la nomenclatura “Metafísica” es nombre de catálogo por Andrónico de Rodas. Hablar del ente en cuanto ente como lo que está más allá de la física, me parece –según lo que hemos dicho- elocuente. Guthrie, William Keith Chambers. Historia de la Filosofía Griega. Madrid. Gredos. 1980. p. 183.

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Beuchot lo describe como: “un intento por llegar al trasfondo del devenir, al

sostén de las mutaciones, él mismo inmutable, y homogéneo a despecho de la

multiplicidad fenoménica”.133

Antes aclaro un poco lo que entiendo por ser y por no ser. Si digo que el

movimiento es, primero, un acompasamiento de la nada y del ser; no es posible que me

refiera a la nada absoluta (esto de lo que no puede hablarse ni pensarse o imaginarse

ninguna cosa). Así, tampoco digo “ser”, tratando de describir una existencia inmutable

que siempre es sin la interferencia de la nada (sin ninguna fuga, si es que la metáfora nos

ayuda). En otras palabras no intento hablar de nada y ser como términos absolutos, que

–sobre todo en las disertaciones acerca de la generación del mundo-134 se utilizan como

nociones dicotómicas, separadas por una disyunción exclusiva que le hace violencia a

los disertandos; los obliga a imaginar la no existencia total. A resolver el problema de:

cómo pasamos de -X a X.135

Por tanto, en coordenadas distintas a la pregunta ¿porqué el ser y la nada no?,136

nos interrogamos acerca del devenir; o como lo apuntamos de Beuchot hace un

momento, del trasfondo del devenir. De algún modo es una derivación más amable de

la pregunta gigante del ser y la nada; por lo menos más asequible a nuestra imaginación.

133 Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 19 134 Pienso por ejemplo, en Tomás de Aquino y en su opúsculo “Acerca de la eternidad del mundo”, que discurre sobre las posibilidades de la creación ex nihilo y así otras aporías distintas. Cfr. Aquino de, Tomás. Sobre la eternidad…., p. 31. 135 Bernabé Pajares, Alberto: Parmenides…, p. 51. 136 La pregunta popularizada por Heidegger; la recuerdo para alejarme de su planteamiento absoluto y dicotómico. Para hablar de “ser” y “nada” desde la mutación: el ser algo y dejar de ser algo.

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Mudar o dejar de ser de un modo u otro, es lo que consiste nuestra experiencia

de la nada. Los accidentes son nada, en tanto que son el mudar o el dejar que ser. Habrá

que explicar que es lo que esto significa.

3. Los accidentes como momentos de la sustancia

Dicho esto podemos entrar al problema de la cosificación que Inciarte denuncia

ayudándose de Kant. Todo nos será más fácil y más breve si imaginamos, así como

antes un elefante, ahora a un tejón; uno negro, que después del invierno ha sufrido una

gradación en el pelaje. De modo que un azabache intenso paso a grisáceo más bien

café. Podemos hablar de este hecho desde dos perspectivas. Si abordamos esta

modulación cromática con rigor metafísico habría que decir: que tal tejón, en tanto que

sustancia, sufrió una modificación. Pero, si hablamos desde los accidentes,

reconoceremos un cambio: un aparecer y desaparecer.

Es decir, el color del que hablamos (primero azabache) desapareció; y su dejar de

ser fue condición necesaria para que el otro color (grisáceo más bien café) pudiera

aparecer. Y así el color, en tanto que es un accidente aparece y desaparece.

La palabra “aparecer” es relevante en la medida en que se contrapone a

modificación. La diferencia está en que aparecer supone una operación en la que, aquel

que la efectúa (el que va a aparecer), está o no ésta por completo. Es decir, llega a

aparecer en un “lugar” en dónde nada de él antecedía o justificaba su nueva presencia;

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el prestigio de los magos está en que al aparecer algo, nos intrigan con una presencia

que no hubiéramos podido prever. En cambio las modificaciones son menos

sorprendentes, porque hablamos de un cambio en algo que ya había aparecido.

Es en realidad una diferencia bastante significativa: mientras que el que aparece

es un “viene y se va”, lo que se modifica está siempre.

Si asumimos la metáfora espacial para explicarnos la aparición y la modificación,

y pensamos todo desde un “ahí” en donde lo que aparece llega completo y se va sin

dejar tras de sí rastros de su presencia, y lo que se modifica está siempre sólo variando

su permanencia; explicitemos algo: ese “ahí” en donde ocurre la trama de la metafísica,

es nuestro tejón. Por esto empezando este apartado pudimos decir que en tanto que

sustancia el tejón se modifica, y en tanto que accidentes aparece y desaparece.137

Desde nuestra imagen espacial el tejón es el lugar en el que, los colores –por

ejemplo- llegan y se van; y la desaparición de uno es la condición de la aparición de

otro. Ahora, para que el juego de la aparición continúe aquella habitación que se llena y

se vacía es imprescindible. Hasta aquí, el tejón –en tanto que sustancia- es un escenario.

Y su estaticidad es lo que lo diferencia de los accidentes: lo mismo que ocurre entre el

aparecerse y el modificarse. La sustancia se modifica, los accidentes aparecen y después

dejan de ser.

Ésta creo, es la explicación que seguiremos depurando; de porqué Aristóteles

dice en 1007b 2s que no es posible que haya accidentes de accidentes. Porque la

aparición no puede “soportar” sobre sí desaparición y aparición. Dicho con mayor

137 Cfr. Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 55-69

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sencillez: la aparición sólo es posible, sigamos nuestra metáfora, en un cuarto “en” o

“sobre” el cual, ésta pueda operarse.

Sobre esto Inciarte recoge la opinión de Kant, quien escribe:

“Estos (los accidentes) son siempre reales por afectar a la existencia de la

sustancia. (Las negaciones no son más que determinaciones que expresan la no

existencia de algo en la sustancia)”.138

Aquí se empieza a dibujar la respuesta de lo que nos propusimos al inicio de este

aparatado. Esclarecer la relación entre la nada (el no ser) con respecto de los accidentes.

Recogimos ya la opinión de Kant, que dice que si los accidentes son reales, es sólo en la

medida en que afectan de algún modo la existencia de la sustancia.139

Lo que hasta el

momento hemos acordado es la relación de dependencia entre el acaecer de la sustancia

con la permanencia de la sustancia. El primero hace de la segunda su escenario y en esa

medida es su condición de poder existir. Para llegar a suscribir lo que Kant, tenemos

que hacer una última aclaración que traiga abajo nuestro uso metafórico de los

escenarios y los “ahí”.

Baste con intercambiar la palabra “estar”, por “ser”. Los hablantes del

castellano, queremos describir el modo en que la sustancia “es”, y terminamos

pensándola como un lugar que “está” y en el que –además- cosas ocurren, los

accidentes por ejemplo.

138 Ak A 186/ B 229-230 139 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 58-60.

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Otro modo de hacer de la sustancia y los accidentes cosas que se relacionan

como piezas es el libro de las Categorías.140

Si para acercarnos al tejón utilizamos las Categorías, la sustancia aparenta ser un

sujeto de predicación, una palabra privilegiado en donde todas las demás cobran un

sentido preciso y completan su significación adosándose a ésta; porque sin éste tipo de

palabras privilegiadas los significados no podrían engranarse en oraciones. Aquí la

sustancia se explica según la inteligibilidad de los enunciados, y por tanto las

condiciones de su sintaxis

Pero hablando de un tejón, y no de la palabra tejón, este esquema es

insostenible. El color no transita por el tejón. Y el negro azabache no se va; y no llega

después a ocupar su ausencia el gris. El tejón no es un “ahí” en dónde ocurren los

accidentes.

Hecho el cambio de decir “ser”, en lugar de “estar”, tanto la sustancia y los

accidentes “son”. Si hacemos un recuento desde nuestro capítulo II, el lugar de los

accidentes con respecto a la sustancia se ha ido depurando; primero como algo que la

sustancia tiene; después como algo que está ocurre en la sustancia; ahora algo que, así

como la sustancia, también “es”.

De algún modo hemos vuelto a nuestro primer capítulo, en donde dijimos que

todo “es”, pero siempre en tanto que “sea” camino hacia la sustancia. Aristóteles nos

ayuda a decir de qué modo los accidentes son más bien un no ser:

140 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 58-60.

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“Podemos, en efecto, preguntar qué es la cualidad; de surte que la cualidad se

cuenta entre las quiddidades, pero no en el sentido absoluto, si no que es no-

ente, así también la cualidad”.141

Así el accidente es, pero en la medida en que lo decimos de la sustancia, o cómo

diría Kant, en tanto que afecta la existencia de la sustancia. Y esto lo iremos revisando.

Porque, los accidentes no son, aunque se puede formar con ellos proposiciones.

Pues así como el no ente es y podemos referirlo, y hacer enunciados tales como: “el no

ente es lo que no es, o el no ente no es y es necesario que no sea”; así también los

accidentes pueden contar con una palabra que los signifique. Pero si nos trasladamos a

la esfera de la realidad (y no estudiamos la sustancia sólo como el eje de la inteligibilidad

de las proposiciones) no podemos decir que los accidentes “son”. La tradición llama a

esta diferencia distinción de razón, o: señalamiento con fundamento in re.142

Aristóteles dice:

“Por eso también decimos que el no-ente es no-ente”143

Observemos la relación -que es mucha- entre el no ser y el accidente. Es algo

que ya hemos señalado, a saber, el cambio como un proceso que –de algún modo-

acompasa la existencia con el no ser. O si se quiere: al ser y a la nada.

3. El estatuto de los accidentes

141 Aquino de Tomas: Comentario al libro IV…, p. 38-45. 142 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia, lenguaje…, p. 75-83. 143 Met. IV 1003b 11-12

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Ahora vamos a examinar específicamente el estatuto de los accidentes, nuestra

primera pista está en la formulación de proposiciones. Como ya hemos visto estos son,

porque podemos –primero- utilizarlos en nuestras oraciones. Nos interesa poner en

claro la “relación”144 de la sustancia y los accidentes con respecto al devenir: esa

ganancia y pérdida de estados que insta estas categorías.

De las muchas expresiones que pueden usarse para narrar el cómo conviven la

sustancia y los accidentes, creo, señalar es la más eficaz. Un accidente es algo que se

señala de la sustancia (y aquí vemos como definir los accidentes es definir también la

sustancia). Si bien usos metafóricos que declaran que los accidentes están en la

sustancia, que inhieren, la conforman, o se adjuntan a ella, alguna noticia nos dan; en

tanto que metáforas tienden a deslizar el significado original de la relación que están

intentando describir.

La mayoría de estos usos sugieren por su procedencia el error de la

materialización.145

Podemos decir, por ejemplo, que: “adjunto a la carta hay un mapa”,

o que “la melancolía es característica inherente a los organismos descompensados por

la bilis negra”; y al familiarizarnos con estos modos de hablar, los exportarlos al tema de

la sustancia. Pero por más explicativos que logren ser algunas de estas expresiones

sugerirán en mayor o en menor grado una composición. Y así, cierto estatuto de cosa a

los accidentes, y por ende a la sustancia.

144 Entrecomillo el término, porque lo que intento hacer es desprestigiar esta posible interpretación de la sustancia, donde los accidentes y la sustancia se explican como elementos que conviven en el escenario que cada entidad les proporciona. 145 Inciarte expone una tendencia de cosificar la sustancia aristotélica en la filosofía analítica, que ven en esta noción un término más del acomodo proposicional, o algún componente misterioso, y por tanto desechable del los particulares. Cfr. Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p.35-51

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En el caso de la carta queda claro que adjuntar es de algún modo una expresión

valida, pues el mapa es parte de un solo paquete, no la parte principal, pero si un

elemento que irreductiblemente está presente. Y quizá así la sustancia, que en una

explicación introductoria es un mirlo que tiene adjuntos el color negro y su tamaño

diminuto: mirlo es la sustancia, negro el accidente. En importancia -podríamos pensar-

el mirlo lleva las de ganar, sin embargo, para que este pájaro esté completo debe estar

siempre acompañado del color. 146

Algo así con la melancolía y la bilis negra. El diccionario anota que inherencia

(del latín in, en y haerentia, lo que se une o se pega a otra cosa) “es la unión de dos cosas

inseparables por su naturaleza”. Y después agrega: “o que sólo se pueden separar

mentalmente y por abstracción”. Bien puede haber algunos errores sugeridos en el tema

de la abstracción por un diccionario no especializado. Pero dejando de lado la

especificidad de este tema, y manteniendo el discurso con esta definición minimalista,

podemos examinar un poco más esta segunda aserción.

Parece que una separación que no venga dada por la naturaleza se concibe sólo

desde una razón que se vale de un criterio distinto al de la vecindad materialidad para

hablar de unidad, también por tanto de separación.

En el Capítulo I relacionamos la unidad y la sustancia. Recordando algunas notas

del Estagirita sobre los modos en que podemos entender la unidad, concluimos que la

forma más primitiva de la sustancia (el reconocimiento básico a través del cual tipos de

sustancias más sofisticados y quizá no tan evidentes se dicen substancias), está en los

146 Cierta jerarquización de perfección entre las entidades, que Aristóteles parece suscribir dejando a las sustancias sensibles en las posiciones mas altas. Una creencia similar le ayuda a Tomás de Aquino a argumentar a favor de la existencia de un ser perfectísimo. Aquino de Tomas: Comentario al libro IV..., p. 48-50.

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organismos vivos. Insistiremos más en esto, pero por el momento baste con decir que

la unidad sustancial la encontramos basándonos en la independencia de cuerpos

materiales. Así hablamos de arboles, una mesa y elefantes, todos sustancias materiales.

También concluimos, vale recordar, que si bien la unidad material es la más evidente, la

que toma forma desde el entendimiento es la que se acerca más a una noción depurada

de sustancia.

Ahora siguiendo tal depuración comentamos los accidentes, llegamos al tema de

la inherencia y hacemos un breve examen de la separación:

Una de las condiciones de la inherencia es la inseparabilidad natural, que dicha

en un diccionario no especializado me parece se refiere a una inseparabilidad material.

¿Qué criterio si no el de la materialidad para separar las cosas? Dijimos ya en nuestro

segundo capítulo que el movimiento. Y que porque los entes mutan, accidente y

sustancia son nuestro particular modo de mentar lo que cambia y lo que no cambia; o –

adelantándonos un poco- la posibilidad de la modificación. Estos dos criterios de

separación se distinguen.

Si decimos que accidente es aquello que inhiere en la sustancia, logramos una

explicación más exacta y una imagen más adecuada de lo que un accidente representa.

Sería algo así como un algo inseparable de la sustancia, que reconocemos sólo gracias a

una astucia de nuestra razón, que sabiendo que la substancia y lo accidentes son en la

realidad cosas inseparables, logra diferenciarlos valiéndose de la experiencia del cambio.

El trato de esta definición se encuentra desarrollado en un par de artículos de Fernando

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Inciarte147, quién nos explica, desde Kant y su Primera Analogía del Pensamiento

Empírico, el estatuto de lo accidental frente al factor de permanencia de la sustancia.

Muchas de sus anotaciones las recuperaremos en lo subsecuente para explicitar el papel

de movimiento en la postulación de la noción de sustancia.

Pero adelanto el tema de la inherencia porque me parece que guarda, a pesar de

ser tan explicativo, una ligera inexactitud deuda de su procedencia. Inciarte descalifica

su uso por motivos que quizá se entiendan mejor después de hablar de la inherencia

como expresión metafórica. Porque, al final, esta expresión es un préstamo del lenguaje

cotidiano, que la dirige siempre a relaciones que no concuerdan exactamente con la que

existe entre la substancia y los accidentes.

Aclaremos esto desde la oración que un poco atrás citamos: “la melancolía

inhiere en cuerpos que están llenos de bilis negra”. Esta inherencia se dice desde dos

términos o elementos que se reconocen como uno en su constitución material, y como

dos desde la mente de alguno que está apuntando la diferencia. Así que en la

realidad148no vemos como dos cosas distintas al melancólico y al dueño -si es que

puede hablarse así- del organismo animado por la bilis negra. Podemos aislar los

elementos de un organismo partiendo de algún criterio que se nos ocurra, nos

referimos siempre a virtualidades de un solo hombre. De algo por naturaleza uno.

Podemos por ejemplo, hablar de la mano y del brazo como dos elementos a

parte, creando una descripción específica a partir de un parámetro cualquiera, por

147 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 38 148 Realidad es una noción inventada después de los griegos. Véase Hookway, Christopher: Truth, Rationality and Pragmatism. Themes from Peirce. Oxford University Press. 2002, p. 34. Por realidad estamos entendiendo aquello que nos da señales de su existencia, al margen de las consideraciones intelectuales que puedan hacerse al respecto.

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ejemplo la funcionalidad. Así separamos algo uno, a saber el animal humano, para

referirnos a la mano como un instrumento prensil y al brazo como una “pieza” aparte,

que le da dinamismo a la acción de sujetar y que media entre la mano y el resto del

cuerpo. De este modo apelamos a un criterio que distingue lo que en la realidad

permanece unido.

En el caso de la sustancia podríamos especificar nada más que no es una

consideración mental caprichosa, y que su formulación es porque el funcionamiento de

la naturaleza siempre la está sugiriendo. Así podríamos decir que sí, que el accidente es

eso que inhiere en la substancia. Pero insertemos la acotación que hemos venido

preparando: la inherencia tiene un carácter analógico que permite que el criterio de

separación que opera la razón sea vario.

Me refiero a que algo puede inherir estableciendo distintas relaciones con

aquello a lo que está separando. Pensemos en el sujeto melancólico que recién citamos,

su determinación anímica es resultado, tal sería el diagnostico de Hipócrates, de su

composición orgánica. Entonces lo uno es la causa y lo otro el efecto. Bajo este criterio

hablamos de la bilis y de la melancolía sin confundir nuestras proposiciones. Porque lo

primero es un elemento material que detona lo segundo: un listado de caracteres

anímicos.

En la mano y en el brazo apelamos a la funcionalidad ahora, hablando de un

melancólico y de su bilis negra, a un nexo causal. Y en ambas relaciones “inherencia”

sigue siendo un uso valido. Sin embargo, la substancia no es causa de los accidentes,

por lo menos no como lo es la bilis negra de los melancólicos; tampoco la razón los

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separa por atribuirles distintas funcionalidades. Podríamos amontonar ejemplos en los

que la inherencia se distinga según la relación que establece a sus elementos.

Aquí denuncio la ambigüedad que implica explicar a los accidentes en términos

de inherencia. Quizá bastaría con especificar, de entre todas las posibilidades de la

inherencia, la propia de la sustancia y de los accidentes.

Aun cuando hablemos de cosas como la melancolía, que no son (y esto lo

revisamos en nuestro segundo capítulo) del mismo modo en que un mapa es, o una

mano, o un árbol; que son -en realidad- sólo porque lo vemos como camino a la

sustancia.149 La cosificación siempre está implicada. Quizá porque nuestra relación con

los “algos”150 esta mediada por palabras, y las palabras si no se tratan con cuidado,

quizá con rigor metafísico, sugieren que aquello a lo que cada una está dirigida se

comporta también como una palabra. Pero como ya lo hemos visto un tejón no es lo

mismo que la palabra tejón.

4. La sustantivación de la sustancia

Entonces, vamos a eliminar esta impresión de que nuestras categorías de

sustancia y accidente son cosas puestas en relación. Y que estos últimos son atributos

en algo (y la preposición “en” hay que entenderla como una trampa, que posiciona a las

149 Met. IV 1003a 33-34 150 Abuso de esta expresión “algo” porque, además de que creo es explicativa según lo que estamos describiendo, más adelante hablaremos sobre sus implicaciones.

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afecciones en una superficie metafísica que, iremos viendo, no es tal), hablaremos,

como Inciarte, de diferentes estados de una sustancia.151

Todo es una confusión por las Categorías; Inciarte supone que ésta es por una

evolución quizá del pensamiento del estagirita, pero que se ve más claro en Tomás de

Aquino.

En su ensayo de metafísica “Sustancia y accidente entre Aristóteles y Kant” el

doctor Inciarte recuerda que Kant escribió de los accidentes:

“las determinaciones de una sustancia que no son más que modos particulares

según los cuales existe”.152

Nosotros hablamos de la sustancia y la sustantivamos. Al explicarla decimos de

ella que hace cosas. No solo le adscribimos propiedades (ya dijimos por ejemplo:

sustancia es aquello que posibilita la permanencia; lo que hace que el elefante se

mantenga elefante) hasta le concedemos facultades, y ciertos mores que nos acercan

más a su conocimiento; como en este caso Kant: aquello que hace la sustancia, lo que

hace mejor quizá, es existir153. Para explicar esto recordemos que ente se dice to ón, y

que sustancia ousía154

; y que ousía es una palabra que en Aristóteles sirve para llamar a

la sustancia y también a la esencia. De modo que “lo más propio de algo” y “aquello si

lo cual nada puede ser lo que es”, son dos significados que están en una misma palabra:

sustancia. Entonces todas las cosas son, pero la ousía aventaja entre todas las otras

cosas -entre los accidentes por ejemplo- porque: por un lado es lo que reconocemos

151 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, 40-51. 152 Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, 40-51. 153 Aristóteles ve a los entes en jerarquía. Beuchot acusa esto a una premisa religiosa que se habrá metido en el pensamiento del estagirita, sin que éste lo notara. Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…., p.35. 154 Aubenque, Pierre: Tiempo, sustancia …, p. 122.

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como irreductible de algo cuando analizamos la existencia de ese algo, y por otro es lo

que permite que las demás cosas sean (pues ya lo dijimos lo que no es sustancia es

camino hacia la sustancia155

). Por esto, de entre “todos” quien existe mejor156 es la

sustancia.

Evidenciar el problema de la cosificación del lenguaje, que enguanta un poco las

manos de nuestro conocimiento, nos ayudará a introducir a la otra cosificación que es

derivada de ésta, y que se opera en la formación de proposiciones:

Retomemos, Kant nos dice que los accidentes son maneras según las cuales la

substancia “es”: aquello de lo que se sirve la sustancia para “ser” cada vez que está

siendo. Comentábamos que por lo menos gramaticalmente le adscribimos algo así

como mores; cuando existe o mientras existe, la sustancia puede ser roja; “estar aquí” o

“allá”; ser de éste o aquel otro tamaño; o estar a inicios o en algún momento intermedio

del curso de su “ser”. Puede desempeñar su existencia de muy diversas maneras: de

muchos modos, y es lo que quiere hacer notar Kant, e Inciarte al citarlo, con respecto a

la sustancia.

La nueva imagen con la que tenemos que lidiar es una instrumentalización de la

sustancia para con los accidentes. ¿Los usa para qué? La respuesta más pronta es que

para existir. Quizá no esté mal formulada la respuesta, ni la pregunta. Pero esta

155 Aquí bosquejo el tema del fundamento in re de la sustancia. Un recurso explicativo que el ontólogo formula para explicarse la diferencia entre una substancia y otra, o la diferencia entre distintos momentos de una misma. En general la relación que existe entre nuestras emisiones y el mundo que las insta. 156 Aprovecho para anotar de nuevo la premisa jerarquizante, residuo de cierta religiosidad por parte del estagirita, que Beuchot apunta, cuando explica ese matiz de la verdad de la sustancia; el que habla de que la sustancia es lo primero en el conocimiento, el más excelente.

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interpretación (o más que la interpretación, el modo de presentarla) se sirve de una

metáfora, a saber: un elemento que subordina a otro para poder servirse de él.

La sustancia, a través de o por medio de los accidentes es. Y según su naturaleza,

los va mudando. Parecería por lo menos muy difícil erradicar la cosificación de los

accidentes o la sustancia cuando expresamos o intentamos explicar el contenido de

estas dos palabras. A este respecto, me parece, sólo podemos esperar que cada uno esté

consciente de que la sustancia no es una cosa aparte de los accidentes, a pesar de que

hablar de ella lo sugiera siempre. Así, un poco a parte de las traiciones del habla, tener

en cuenta el estatuto de los dos.

Recordemos una frase de Aristóteles:

“conviene tener también en cuenta el modo en que debemos hablar de cada

cosa, pero no más de su modo de ser”.157

Por eso creo que lo relevante en esta discusión es la manera en que se explica el

modo en que, no como cosas, hablamos de la sustancia y de los accidentes. Si no se

involucra al alma racional, que como ya dijimos se percata de algún momento de la

sustancia, las explicaciones de los accidentes tienen un toque como narrativo, de dos

personajes que interactúan entre sí. Entonces el ontólogo aprendiz (y un ejemplo

veremos es Tomás de Aquino), que está iniciando sus pesquisas, entiende la sustancia

cuando conoce la historia de sus relaciones con los accidentes. Los primeros actúan

sobre éstos y viceversa; y el desenlace es, al final, un compuesto que es a la vez uno.

157 Met. VII 4, 1030a 21ss.

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Solución contra intuitiva que debe de interpretarse, para ver que no es una

contradicción, a la luz de esta como historia de la que hablo.

Por ejemplo la última dinámica que ahora revisamos consiste en una trama de

uso y servicio. La finalidad, “las intenciones de la sustancia” están en que quiere ésta

existir; y nosotros sabiendo esto podemos reconocer como es que los accidentes son

como vehículos o maneras que la sustancia encuentra para lograr su cometido. De

modo que, ya sabemos que la sustancia, y también los accidentes, no son cosas que se

conjugan como un núcleo y su superficie, y que la primera es aquello que a través de los

accidentes, sin ser los accidentes se presentan. Y esta es una manera de explicar qué

accidente es un momento de la sustancia. Pero no deja de ser algo misterioso, como si

la acción de estos dos principios estuviera ahí afuera conformando a todas las

entidades, todo el tiempo. Es una descripción, y sin duda es una manera de resolver el

problema pero, reitero, podría haber un atajo un poco más libre de equívocos: hablar de

los accidentes, de la sustancia, y -además- del alma racional que señala en el devenir.

5. De cómo los accidentes son percataciones particulares de un momento

del devenir

Más que retratar la interacción de la sustancia y los accidentes con una metáfora.

Deberíamos mostrarla en su simplicidad. Creo que la noción de accidente surge de un

procedimiento, más que del desvelamiento de un modo de ser.

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El procedimiento del que hablo ya lo describimos casi por completo: vimos a un

elefante, a su ser y a su dejar de ser. Entonces, la evidencia ya ha sido expuesta, en este

parte sólo nos queda el problema de la reconstrucción y la explicitación de lo que

hemos venido haciendo.

Me explico: los accidentes son la acción de señalar, en éste o cualquier otro

momento, algo de la sustancia. La contingencia está explicita en este procedimiento:

consiste en un alma racional que en cualquier punto del curso de la existencia de alguna

cosa, trae su atención a tal o cual modalidad y dice: “el mirlo es negro”, “Sofía es

adivina”, “el elefante es calvo”; y es así que predica. Por esto me parece que la

justificación de la sustancia desde la formación de proposiciones es posterior e

incompleta; por si sola no se entiende, excluye la base física: el devenir.

En el apartado siguiente veremos cómo esto implica cierta caducidad de las

proposiciones. Que hay una vigencia en las relaciones que se establece entre las

proposiciones (cosas dichas) y la sustancia (aquello de lo que se dicen las cosas).158

Esa

señalización (la de las proposiciones que dicen algo acerca del mundo) es estática,159 o

mejor dicho, sólo da cuenta de un momento de la sustancia. Y ya dijimos que la

sustancia nos es el catalogo pormenorizado de sus momentos.

158 Sólo comento que las descripciones definidas de Russell, que surgen como una respuesta semántica para suprimir a la sustancia, en tanto que término privilegiado de las proposiciones; es un poco ver el mundo como postales; tomar muy enserio las esculturas que el elefante que más atrás estudiábamos, dejaba detrás de su encarreramiento. Porque la eficacia de la sustancia es quizá, sí describir, pero no un momento o una acción específica (Russell ejemplifica y dice que Sócrates es el filósofo que tomo la cicuta) más bien una trayectoria, o –y saliéndonos del margen de nuestras presente investigación- una tendencia, un telos. Cfr: Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 84- 95. 159 A esta anotación le daremos su importancia después de contestar al problema de la sustancia como una narración más o menos cosificante.

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Si falta alguno de los tres elementos que escribo (la sustancia, los accidentes, y el

sujeto que se percata), la interpretación de la sustancia, de algún modo u otro, es

inexacta.

Una manera es hablar nada más de la señalización. Ya en contexto aristotélico el

mal entendido que Kant denuncia está en el libro de las Categorías, en su consideración

independiente al hecho del movimiento. Aquí el sujeto que le da un vértice a los

predicados se presenta como la versión sintáctica de la sustancia; haciendo que ésta

protagonice además de la mutación, la predicación. Cuando predicamos, parte de la

inteligibilidad se apoya en ese término privilegiado que aviene a otros que no podrían

desempeñar ese papel de sujeto. Lo que habría de corregible en esta opinión es el

énfasis en la predicación, en suponer que así como en las oraciones, así en el

movimiento.

Ante esto, intentamos anteponer el hecho del cambio al de la comunicación a la

hora de explicar la sustancia y los accidentes. Y por eso el elefante. Pues en sentido

contrario la ousía no se entiende o, por lo menos, el proceso de comprensión se hace

más largo.160

Tomás de Aquino también tuvo un contratiempo con este modo de entender a

la sustancia. Inciarte dice que es complejo y cuestionable hacer hipótesis acerca de su

itinerario intelectual;161 pero ésta que presenta es en verdad inofensiva, y de ser falsa

160 Tomás de Aquino, apunta Inciarte, tuvo una evolución de su lectura de las Categorías más o menos cosificante, a la versión metafísica de la sustancia. Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 84- 95. 161 Inciarte no cierra la posibilidad a que quizá haya pasado algo parecido con el estagirita. Escribe: “Más complejo y cuestionable es, como dije, el panorama tal y como parece en Santo Tomás de Aquino. Posiblemente haya que distinguir en él una evolución semejante a la que pudo hacerse dado en Aristóteles desde el Libro de las Categorías hasta la Metafísica”. Inciarte, Fernando: Tiempo, sustancia…, p. 77.

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sería de todos modos un buen recurso explicativo: hubo una evolución intelectual en

este monje siciliano, de una versión cosificante de los accidentes hacía su negación real,

y su afirmación estrictamente metafísica. Me explico: Tomás de Aquino en El Libro de

las Sentencia escribe:

“algo se dice analógicamente de tres maneras distintas: o bien según el

significado pero no según el ser, pues la salud –por ejemplo- no se da sino en el

animal… o bien según el ser pero no según la significación… o bien tanto según

la significación como según el ser... así como el ser se dice tanto de la sustancia

como del accidente; en tales casos se requiere que la naturaleza común tenga

algún ser en cada una de las cosas que se dice, por más que – ese ser- difiera

según una mayor o menor perfección..”.162

Como Inciarte, podemos ver en las implicaciones de esta cita una interpretación

muy apegada al libro de las Categorías. Tomás no cree que la orina y el animal tengan

una relación analógica del mismo modo en el que la existencia (la predicación es) y las

cosas que existen la tienen, y lo que el texto Aristotélico sugiere es que la relación es

idéntica, entre el verbo ser y la salud del animal.

Lo que pasa es que, comenta el doctor Inciarte, Tomás tenía a la vista el Libro

de las Categorías, que parece, y ya lo hemos reiterado quizá demasiado, un cierto tipo

de existencia a los accidente, más allá de la de predicados del devenir.

Tomás no vuelve a utilizar esta analogía, pero hasta aquí podemos ver como el

ser de los accidentes no puede apartarse del hecho del movimiento, so pena de

162 Tomás de Aquino: El libro de las sentencias, I, d, 19, q, 5 art. 2, ad 1.

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concederle un estatuto de cosas. Lo cual lleva consigo más de una contradicción. Mejor

señalemos.

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IV

La vigencia de las señalizaciones en tanto que se formulan en una

proposición

Introducción

Más atrás, exagerando un poco la sustantivación de la sustancia -en tanto que

entre nosotros y ella media una palabra- escribimos que accidente es un caso específico

del devenir de la sustancia, un punto en el curso de su existencia.

Ya descalificamos las interpretaciones cosificantes, toca ahora profundizar un

poco en algunos corolarios de la interpretación de Inciarte y de Kant.

Revisadas las notas del doctor Inciarte, hay que suscribir que los accidentes son

señalizaciones del devenir; un percatarse en cierto momento específico del movimiento

cómo es determinada substancia.

Inciarte nos dice que un accidente es un vistazo a la sustancia, a la cual -por así

decirlo- atrapamos en uno de sus momentos. Pero que, y esto es lo relevante, la

sustancia no es ninguno de sus momentos.

Preguntémonos por estos vistazos o captaciones específicas, ¿cuál sería su

estatuto una vez que hemos convenido que no son cosas?

Esto se explica desde un señalamiento o una focalización de la atención del

sujeto racional que se topa con la sustancia y la mira; éste reconoce sus manifestaciones

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y les da nombre. A esto me refiero con señalar. Porque a esta altura de nuestra

investigación podemos decir que sustancia y accidente son dos nombres distintos para

hablar -de distintas maneras- de una misma cosa.

Distinguimos la contingencia de la permanencia en una sustancia (y extendimos

la distinción a todas las sustancias).163 Ya que le hemos puesto nombre a estas

virtualidades de lo ente, es necesario examinar la relación exacta que existe entre estas

dos maneras de mentar a las cosas.

Señalar es decir. O en otras palabras: formular proposiciones. Aunque de algún

modo, la construcción de las palabras es posterior a la percatación. Suscribo que el

señalamiento más primero está en una percatación que pude no estar acompañada de

una emisión; basta con el dedo señalando (por ejemplo), un dedo que declara algo de

aquello a lo que está apuntando. Si se quiere se puede pensar que, de lo señalado, se

denota la existencia, o que es visible, o que estorba, o que es deseable, así lo que sea.

Pero lo relevante aquí, es notar como la señalización es la versión más primitiva del

acto predicativo.

En el caso de los accidentes esto tiene que ver porque: declarar que el tejón o el

elefante son de determinada manera, es anteponer la acción de la memoria (que hasta

ahora nos ha ordenado todo en un antes y un después)164, a la incesante mutación (a la

constante destrucción de los escenarios del ser). El ontólogo, estando en el movimiento

y sin dejar de documentar los momentos del cambio, formula un punto del flujo de una

163 Recordemos la universalidad de tales categorías, y el estatuto de ciencia de la metafísica con todas sus implicaciones. Todo tratado en el primer capítulo del presente texto. Cfr. Zagal, Héctor: Retórica, inducción…, p. 48-56. 164 En el siguiente apartado explicitaremos esto que ya aquí mencionamos. Que la posibilidad de nuestros experimentos es el tiempo como medida.

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sustancia en una proposición. Me explico: la construcción de proposiciones inteligibles,

podemos verlo de esta manera, proviene de ver al mundo. Y la metafísica es en este

caso, la explicación que las conecta. Porque el movimiento (Física) a través165

de

consideraciones no materiales (Metafísica), nos hace hablar y acomodar los predicados

(Categorías). Y así ocurre el lenguaje. Y así también, mientras hablamos, conocemos el

ente166

.

Como ya lo hemos visto las categorías no explican, ellas solas, lo que es. Porque

la formulación de proposiciones predicativas que no tengan por sujeto una sustancia no

es sólo posible, sino que muy común; la Física, sin convivir con estas otras dos caras del

logos167, no explicita todos los corolarios del trato del alma racional con la physis. Y la

metafísica, por su parte, no se entiende más que con una especie de épica de la

sustancia y los accidentes, dejándonos sugerida la cosificación.

Por esto para explicar la sustancia y los accidentes digo que es mejor un tercer

personaje, que sea un hombre que va haciendo notas de lo que el devenir va rebasando.

La analogía con las fotos nos ayuda, pues las proposiciones que tiene esta intención de

declarar lo que yo veo de la realidad, son como testimonios estáticos que nos hablan de

cómo fue lo que captamos; siempre en tiempo pasado, y es esto lo que nos trae a

nuestro último problema, porque: si señalamos con proposiciones, y las proposiciones

toman cierto tiempo para formularse, hay aquí un problema de coincidencia, y por lo

tanto de verdad.

165 Recordemos nuestro segundo capítulo y lo que hemos apuntado acerca de Beuchot y las opiniones de Parmenides. Cfr. Beuchot, Mauricio: El núcleo ontológico…, p. 28. 166 Aubenque, Pierre: Tiempo, sustancia…, p. 133. 167 Aquí digo logos en su sentido de discurso. El total de nuestras palabras que van recubriendo a la realidad, al ser.

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Analicemos para esto el hecho de la predicación, se entenderá mejor está

expresión en el siguiente apartado cuando hablemos del tiempo milimétricamente:

Imaginemos, por ejemplo, que mientras uno dice (y retraigamos el análisis a una

escena mortecina): “ese hombre aún vive”, a mitad de frase el señor expira. Para no

cansar el recurso de la experimentación mental, saquemos esta imaginación de un

patrimonio común: Que tal si cuando Alonso Quijano, recién recuperada la cordura,

agoniza.

Si recordamos, a Don Quijote se le arraigo una calentura que le mantuvo seis

días en la cama168, y “como las cosas humanas no son eternas, yendo siempre en

declinación de sus principios hasta llegar a su último fin, especialmente las vidas de los

hombres, y como la del Quijote no tuviese privilegio del cielo para detener el curso de

la suya, llegó a su fin y acabamiento cuando él menos lo pensaba”.169

Entonces, presentes en el lecho de muerte del de la triste figura, tratemos de

evidenciar el problema de la señalización; el cual se lleva a cabo cuando nos declaramos

acerca de algo que está ocurriendo, y que mientras ocurre nos insta una proposición

para intentar denotarlo. Lo haremos intentando situar el momento en el que el Quijote,

ya cuerdo, dio su espíritu (“quiero decir que se murió”).170

Ya que había recibido los sacramentos, Alonso Quijano se dispone a morir. Me

parece que estaban presentes entre otros invitados, Sancho, la sobrina, y el escribano.

Imaginemos que el escudero reitera el cariño que siente por su señor y “entre

168 Cervantes. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” Parte II: Cap. LXXIV. p. 1616-1603 169 Cervantes. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” Parte II: Cap. LXXIV. p. 1616-1603 170 Cervantes. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” Parte II: Cap. LXXIV. p. 1616-1603

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compasiones y lágrimas”171, le confía a la mujer presente y que está a su lado: “éste

hombre es el más valiente, el más pródigo y el más querido”, o cualquier predicado. Y

dándole seguimiento a nuestra intención de un análisis milimétrico de acto de decir,

pensemos que mientras Sancho pronunciaba, el Quijote murió.

Hay por lo menos dos problemas en esta descripción. Me parece que podemos

entenderlos si examinamos la relación que hay entre: las proposiciones; aquello que

acaece y que éstas quieren señalar; y el momento en el que ambas cosas ocurren.

Nuestro primer desconcierto viene al suponer que ambos actos, el de la percatación

proposicional, y el de el acaecer de eso que quiere decirse, deberían ser simultáneos. Lo

cual, me parece, no supone ninguna ingenuidad. Es normal que relacionemos la verdad

de lo que decimos con el coincidir de aquello que pasa, y aquello que decimos que pasa.

Si nos ceñimos a la opinión del estagirita, verdad es decir que es lo que es, y

decir que no es lo que no es; y decir que no es lo que es, o decir que es lo que no es, es

faltar a la verdad. Así, parecería que Sancho Panza no habla verdad cuando declara la

valentía, o cualquier cosa que haya dicho acerca de su señor.

No es que cada vez que nos refiramos a nuestros muertos tengamos que aclarar

el carácter pretérito de nuestras descripciones, para no estar constantemente faltando a

la verdad. Yo expongo, o imagino -conjuntamente con usted amable lector- que el caso

de Sancho -con más exactitud, de las palabras de Sancho- pertenece a éste tipo

específico de actos predicativos al que esta avocado éste nuestro último análisis. A

saber, los que se dirigen al presente inmediato; los que intentan señalar lo que ocurre en

171 Cervantes. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” Parte II: Cap. LXXIV. p. 1616-1603

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el momento en el que también se declara lo que ocurre. Quizá los que se conjugan en

presente.

Con esto quiero salvar la perspicacia que anotaría que hablar en presente de algo

pasado, es una licencia a la que puede apelarse para decir: “Alejandro Magno es audaz”

o “Watako es el más feliz”, a pesar de que éstos actualmente ya no existan. Porque lo

que intento es examinar con algo de rigor –milimétrico ya hemos dicho- la vigencia de

nuestras proposiciones. El problema parece estribar en que éstas (las señalizaciones que

quieren versar sobre el presente), son percataciones inmóviles, que existen como notas

a pie de página del devenir.

Entonces, retomando lo dicho hace un momento, esto consiste nuestra primera

complicación: la de la coincidencia temporal como condición necesaria de la verdad

(relación emergente de lo que decimos, y de lo que es). La segunda está en -y sólo la

vamos a esbozar lo suficiente para redondear el tema de la predicación como un

señalamiento-: la concepción de nuestras juicios en tanto que frases; las cuales al ser

pronunciadas tardan cierto tiempo en estar finiquitadas, cierto tiempo durante el cual, el

movimiento de “lo que es” no se detiene.

Esto nos hace sospechar no de Sancho, sino de la frase de Sancho. Porque

queremos coincidir el momento en el que el Quijote “había pasado desta presente vida

y muerto naturalmente”,172 con el de la emisión de su amigo.

El problema no es la inteligibilidad de lo que se dice del presente, sabemos a que

se refiere Sancho, y sabemos acomodar su significado con su intención, y con el

172 Cervantes. “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” Parte II: Cap. LXXIV. p. 1616-1603

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contexto de lecho de muerte también. Lo que discurrimos es más bien un escrúpulo

metafísico quizá inofensivo, pero que al involucrar a la predicación y a al ser, nos ayuda

a explicar a los accidentes entendiéndolos como señalaciones bien puntuales de

momentos específicos de una sustancia.

1. Rebus sic stantibus

La manera más elocuente que veo para enfatizar las problemáticas que en el

segmento anterior dejamos esbozadas, es traer a nuestro discurso una expresión latina

que le da nombre a un principio del derecho.

Rebus sic stantibus, que se traduce como: “mientras estén así las cosas”, o

“estando así las cosas”. Es un contrato en virtud del cual se entiende que las

estipulaciones establecidas lo son “habida cuenta de las circunstancias concurrentes en

el momento de su celebración”.173 De manera que la alteración de la situación inicial, o

para ser más exactos, de la situación que acaecía durante el convenio de los términos,

extingue el contrato.

Antiguamente había una clausula tácita en los contratos: la parte perjudicada por

el cambio de las circunstancias podía invocar la disolución del contrato si el nuevo

escenario ya no le era favorable. Tácitamente ocurre lo mismo entre el sujeto que algo

dice del mundo, y el mundo.

Un diccionario de Ciencias Jurídicas aduce que:

173 Ossorio Mario: Diccionario de Ciencias Jurídicas, Políticas y Sociales, Ed. 27. Eliasta. Buenos Aires, 2000. p. 836

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“Se sobreentiende que la subsistencia (la de cualquier contrato) está supeditada a

la permanencia de los motivos o circunstancias que originaron el pacto. La

locución latina [rebus sic stantibus] puede traducirse por "continuando así las

cosas"; es decir, manteniéndose como estaban al celebrarse el contrato.”174

Lo pactado y la situación en la que el pacto fue hecho son inseparables, las dos

en su comunicación consisten el contrato. Como veremos, así también ocurre con las

señalizaciones proposicionales que un alma racional hace a aquello que ocurre.

Me parece que las declaraciones acerca del presente siempre implican la

existencia, o si se quiere la comparecencia de eso que está “ahí” y que les da su motivo

de ser. Esto es más que discutible, pero sólo hay que concederlo por un momento.

Incluso un niño pequeño todavía monosilábico podría pronunciar, por ejemplo:

azul, señalando algún letrero, o lo que sea. Y si algún ontólogo está cerca en ese

momento, sabrá que ahí se está declarando una percatación de la existencia de algo. Si

exageramos pensamos que la proposición secreta de este caso es: “eso de ahí es azul”.

Lo único que quiero apuntar es que parece que siempre, o casi siempre, la copula es,

está implicada.

Entonces señalar, y esto es sobre lo que vamos a discutir, es señalar un punto

específico del movimiento; y -por lo menos primitivamente- como en el caso del niño y

del azul, es evidenciar la existencia de ese “punto” específico. Si no, siquiera una

declaración de que “yo” focalizo mi atención en ésta, o aquella otra nota del devenir, y

que si hay una intención explícita de parte del que declara (si se propone decir que es lo

174 Ossorio Mario: Diccionario de Ciencias…, p. 836

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que es), le convendría tomar en cuenta la clausula tacita del rebus sic stantibus. Ya que,

“no cabe compeler al cumplimiento de la obligación concertada en época normal, si, a

la fecha de su ejecución, circunstancias extraordinarias imprevisibles hacen que la

prestación resulte excesivamente ruinosa o gravosa”.175

El rebus sic stantibus haya su justificación en la incesante mutación de “lo que

es”, en dónde siempre es posible una circunstancia extraordinaria. El riesgo más

inmediato en los márgenes de este discurso, es que terminemos diciendo lo que no es.

Como quizá pasó con Sancho y su proposición para con el ingenioso hidalgo.

Decir algo del mundo (formular oraciones), es de algún modo celebrar un rebus

sic stantibus, que ampara la estabilidad de las partes en la permanencia de los términos

originales de su enunciación. Para abusar de la analogía: las proposiciones y la res (la

materia de las aseveraciones) comprometen la vigencia de su contrato hasta que las

circunstancias que premiaron durante su arreglo se modifiquen. Para que, cuando el

cambio altere la fórmula original de su acoplamiento, su compromiso se disuelva. Y

entonces no se diga que la relación de lo dicho y lo ocurrido rige todavía.

Aquí la vigencia del contrato es la vigencia de las proposiciones: caduca la

proposición, porque caduca el momento que celebró su rebus sic stantibus con ella.

Esto último si y sólo si, la realidad es una sucesión de escenarios que inferimos de los

cambios que vamos registrando. Así la caducidad de nuestros juicios es también la

caducidad de un estado o un momento de “lo que es”. Podemos imaginarnos la

realidad como un solo movimiento, o como múltiples sucesiones; y pensemos que la

175 Ossorio Mario: Diccionario de Ciencias…, p. 836

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relación que ésta lleva con las proposiciones se entiende como muchísimas asociaciones

(muchos rebus sic stantibus) que se efectúan con muchos y distintos particulares (todas

nuestras proposiciones), entonces cada cosa dicha se compromete siempre

temporalmente con las cosas. Y el comportamiento de esta última parte contrayente del

trato, hace que tras de sí rastreemos la disolución de muchas adecuaciones que dejaron

de ser efectivas.

Introduzco ya el tema de la verdad. No hemos hablado de otra cosa en este

apartado, pero ensaye este planteamiento jurídico, que intercambia la validez por la

vigencia, para acentuar las implicaciones de la adecuación una vez confrontada con el

tema del cambio. Vigencia, me parece, comprende el requisito de la adecuación, y a la

vez la relación que esta guarda con el devenir de lo ente. Entiende -a la adecuación- en

términos de expiración y permanencia: de durabilidad. Por eso escribo que, de cierto

modo, las proposiciones caducan; porque no deben explicarse, por lo menos no en esta

parte del análisis, al margen del movimiento.

Sin querer problematizar el asunto quid est veritas, tomemos ésta definición al pie

de la letra; para que la verdad sea, antes que cualquier otra cosa, decir.

Desde esta simplicidad abordemos el problema: decimos (estatificamos) lo que

es, y lo que es se está moviendo.

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2. El movimiento y el tiempo como continuos que posibilitan las

categorías de sustancia y accidente.

Hablemos de esto último desde el libro IV de la Física. Porque la cuestión

involucra al movimiento, y nuestra percatación de éste a partir del antes y el después.

Pero hablemos de este libro sólo lo suficiente como para desanudar el problema de

Sancho. Por eso nuestra opinión acerca del tiempo no espera ser exhaustiva, quiere

apenas responder la problemática sin faltar a la consistencia del corpus.

Es problemático. Lo que intentamos con Sancho y el Quijote puede que sea un

planteamiento equivocado, que depende de cierta concepción del tiempo que quizá nos

haga caer en aporía. Por esto hay que examinarlo.

Salvador Elizondo comparte un poco nuestras premisas y también nuestro

experimento, vale la pena revisar unas líneas de Farabeuf, dónde los personajes se

propone algo similar a lo que nosotros con el Quijote y la proposición de su escudero:

“–Fotografiad a un moribundo –dijo Farabeuf-, y ved que pasa. Pero tened en

cuenta que un moribundo es un hombre en el acto de morir y que el acto de

morir es un acto que dura un instante –dijo Farabeuf-, y que por lo tanto, para

fotografiar a un moribundo es preciso que el obturador del aparato fotográfico

accione precisamente en el único instante en el que el hombre es un moribundo,

es decir, en el instante mismo en el que el hombre muere.” 176

176 Elizondo, Salvador: Farabeuf. Lecturas Mexicanas. Joaquín Mortiz. México, 1985, p.35

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Es sugerente primero, que sea una fotografía lo que el doctor Farabeuf se

propone, nuestro discurso más de una vez habló de la proposiciones en analogía a las

fotos; en la medida en que ambas buscan algo así como una impresión estática del

devenir (ambas cuentan como intenciones de captar).

Como todas las fotos, algunas proposiciones son sólo validas para el momento

en que son tomadas. Esto, parece ser lo que nos trae en vilo. Si trabajamos con una

versión mínima del tiempo aristotélico, conviene ceñirnos a la definición de Física IV.

Digamos que el tiempo es número del movimiento.177 Para empezar a resolver

el problema del Quijote lo que nos interesa es recalcar la relación que une al

movimiento con el tiempo. El cual, por cierto, “ni se identifica sin más con el

movimiento, ni puede existir con independencia de éste.”178 El tiempo es movimiento,

pero en cuanto que éste se distingue en unidades y puede segmentarse, es decir: en

tanto que está “dispuesto en una serie continua y ordenada de fases sucesivas

numerables.”179

El tiempo viene a cuento porque lo que intentamos hacer es segmentar

momentos en los que una sustancia “es”, y distinguir entre éstos un antes y un después.

Entre un Quijote que vive, y que “está” antes que otro Quijote que ya se dice Quijote

nada más por homonimia.

Desde nuestro capítulo 2 (dónde imaginamos a un elefante) hasta este último

ejemplo de las fotos y el Doctor Farabeuf, tácitamente hemos aceptado una acepción

177 Vigo Alejandro: Sustancia, sucesión… p. 133. 178 Fís: IV 219a 11-15 179 Fís: IV 219a 11-15

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del tiempo. Para nosotros el tiempo es un continuo, y su relación con la magnitud y con

el movimiento es lo que ha hecho posible que comprendamos las diferencias entre: uno

y otro estado del elefante; entre la gradación en el color del pelaje de nuestro tejón.

También nos permitió analizar la pertinencia de la confesión de Sancho (si a su amigo o

a un cadáver, si verdadera o falsa). Desde el principio hemos visto al tiempo como un

continuo segmentable.

Esto dicho por Aristóteles reza así:

“Puesto que lo que se mueve se mueve desde algo hacia algo, y puesto que toda

magnitud es continua, el movimiento sigue a la magnitud. En efecto, por ser la

magnitud continua también es continuo el movimiento, y por causa el

movimiento <lo es> el tiempo, pues cuanto es el movimiento, tanto parece ser

siempre el tiempo <que>ha pasado.”180

Los que nos conviene resaltar es que tanto el tiempo como el movimiento se

dicen continuos por la magnitud, que es lo que de algún modo los posibilita: cualquier

desplazamiento es gracias al espacio, a la extensión en la que éste se lleva a cabo (sin

espacio para caminos no podría haber gente que caminara). Sin extensión las

expresiones “aquí”, y “no aquí” serían convertibles; así como también las nociones de

cerca y de lejos.

Ahora, siempre que está presente el movimiento también está presente el

tiempo, parece -nos dice Aristóteles- que el movimiento que ha pasado es también el

tiempo que pasó-, luego: el tiempo es un continuo.

180 Fís: IV 219a 11-15

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Hay continuidad en el movimiento, así también en el tiempo. Por esta

implicación hablamos de un antes y un después; nombres que pensaríamos

esencialmente ligados al tiempo. Aunque quizá sea cierto, Aristóteles nos deja claro que

–primero- son maneras de llamar a la magnitud:

“Ahora bien, lo anterior y posterior se da primeramente en lugar, y allí

ciertamente por la posición. Y dado que en la magnitud se da lo anterior y

posterior, es forzoso que en el movimiento también se dé lo anterior y posterior,

de manera análoga a los de allí. Pero, por cierto, también en el tiempo existe lo

anterior y posterior, por cuanto uno de ellos sigue siempre al otro.

Efectivamente, lo anterior y posterior en el movimiento, considerado como

aquello que es en cada caso, es movimiento; su ser, en cambio, es diferente, y no

movimiento.”181

Por último, para retomar el asunto de la caducidad de las proposiciones,

acordemos la unidad de esa medida que es el tiempo. Si ya dijimos que el tiempo es el

movimiento visto como una serie continua de fases sucesivas numerables, su número:

¿con qué se mide?. Hay que decir que “cuando determinamos el movimiento desde el

punto de vista de lo anterior y posterior, demarcamos sus fases por medio de dos o más

“ahora”. Entonces enumeramos ciertamente los sucesivo “ahora”. Pero lo que en rigor

contamos son los lapsos que quedan demarcados y comprendidos entre ellos.”182 Esto

quiere decir que el ahora no es la unidad de medida que buscamos, lo que contamos

son lapsos que quedan determinados por los límites de un ahora que señalamos. Los

181 Fís. IV 219a 20-25 182 Vigo, Alejandro: Comentario al Libro IV…, p. 49

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cuales aplicamos “tantas veces como es posible en el transcurso total del movimiento

tomado en consideración.”183

Los ahora son inextensos, sin embargo, son los que hacen posible demarcar los

lapsos que miden el movimiento. Son, en palabras de Vigo, la determinación de una

unidad de medida del tiempo, cualquiera que esta sea.184

Ahora bien, montemos nuestro análisis de los accidentes como señalaciones, que

en realidad es -por lo menos como aquí ha quedado expuesto- el mismo tema de la

coincidencia de las proposiciones con sus referentes. Digo que es lo mismo, porque un

accidente es, tomado de una manera particular, un enunciado que “caduca”. Es decir,

una enunciación cuya vigencia cabe en un momento del devenir de una cosa.

Si atendemos a las notas de Aristóteles que recién hemos expuesto, vemos que

podemos demarcar un estado de la sustancia fijando dos ahora que lo limiten. El

cambio, o mejor dicho, la modificación del accidente de una sustancia, nos hace

diferenciar un estado anterior y uno posterior. Pensemos que si alguna cosa

permaneciera siempre sin operar ningún tipo de cambio, no podríamos reconocer el

tiempo en ella (tendríamos que apelar al flujo continuo de nuestros pensamientos,

como Aristóteles también lo considera en el Libro IV de la Física).

Aquella circunstancia del mundo que reconocemos como un cambio accidental,

está de algún modo evidenciando la medida del tiempo (instantes que se acomodan en

serie continua.)Entonces, un accidente que se dice en una proposición es el devenir

comprendido en dos ahora. Entonces, aquella proposición accidental que tenga

183 Vigo, Alejandro: Comentario al Libro IV…, p. 49 184 Vigo, Alejandro: Comentario al Libro IV…, p. 49

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pretensiones de verdad, procurará ser fiel a lo que acaece en el mundo. Porqué la

verdad que pueda componer está ligada siempre al instante del devenir que está

delimitándose en dos “ahora”; que a su vez ordenan el tiempo, en tanto que una

aparición sucesiva de estados distintos entre sí.185

El Libro IV de la Fisca añade el antes y el después a la relación de los accidentes

(tomados como notas estáticas al devenir) con la permanencia. Distinguimos en el

curso de la existencia de una sustancia momentos anteriores y posteriores, que se

distinguen entre sí.

Lo que podemos sacar en limpio de esta parte de nuestro discurso es que: las

proposiciones que tenga como objeto accidentes (un instante nada más, que tiene su

límite en dos ahora) caducan. Y aquellas que podamos imaginar cómo sustanciales,

caducan pero junto con la sustancia de la que se dicen.

Expliquemos esto con el único ejemplo que hasta ahora tendríamos a la mano, a

saber, la proposición: “eso es un elefante”, ésta anclaría su vigencia en la vigencia del

elefante referido. Será verdad todo el tiempo que “eso” que se señala como elefante

“sea”. La diferencia entre ambos tipos de proposiciones, referidas las dos a un elefante

finito, es que la accidental se restringe a un instante de toda la serie; y la que apunta algo

sustancial (como es el caso de la identidad) abarca toda la serie de momentos de aquella

entidad viva.

Ahora bien, con respecto a nuestro problema del Quijote y su Sancho, podemos

formular sólo una hipótesis: si la proposición se activa sólo cuando a terminado de ser

185 Vigo, Alejandro: Sustancia, sucesión… p. 75.

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pronunciada, la verdad (en tanto que adecuación de lo dicho con lo sucedido)

comprende –por lo menos milimétricamente- una ligera dificultad. Porque siempre se

correría el riesgo, cuando uno se percata de alguna cosa y quiere declarar su

percatación, que en el lapso que dura la pronunciación la realidad cambie; y no se atine

a coincidir, y por tanto a decir verdad. Es así que Sancho Panza miente. Basta con

achacar a su pronunciación tardada el desfase que lo hace mentir. Recordemos que la

muerte de Alonso Quijano lo sorprende a mitad de frase.

Si este fuera el caso, lo único que tendríamos que hacer es fijar los ahora que

delimitan el momento de la pronunciación, y también los que limitan el de la muerte de

el ingenioso hidalgo; después comparar su duración y cotejar. Y con este procedimiento

desatar este nudo aparente.

Pero hay que reconocer por lo menos otra posibilidad de resolución. La

condición de esto último es considerar que la “vida” de las proposiciones empieza

cuando los fonemas que las componen terminan de articularse. De modo que una frase

incompleta -aunque al empezar a ser dicha el pronunciante tuviera la intención de

terminarla completa- no tendría ningún valor de verdad. Hay que pensar que el rebus

sic stantibus se celebra entre la realidad y lo dicho, si y sólo si, las dos partes

contrayentes se presentan integras.

La otra posibilidad que también contemplo es que las proposiciones se activen

en un instante, y que su articulación es una nota accidental que no altera su intención de

verdad. Es decir: que cuando alguien se percata de algo, la proposición nace completa

en éste, y su articulación es ya una tardanza por parte del sujeto. Así la pronunciación

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no cuenta como un momento, o un proceso de gestación de las oraciones; porque éstas

ya son desde el momento de la percatación. Así si alguien piensa verdad, y a la hora de

decirla alguna cosas terrible lo fulmina, podemos aseverar que ahí había una señalación

que era verdadera; aunque no llegáramos a escucharla nunca.

Si así fuera, Sancho hablaría verdad, porque su enunciación, así lo imaginamos,

se “activo” todavía cuando el Quijote agonizaba. Ya si el escudero rubicundo alargo su

pronunciación o lo que fuere, e hizo que al finiquitarse la oración hallara en su camino a

un cadáver en vez de aun vivo, es un problema distinto.

Bajo esta posibilidad no hay un problema de desfase entre lo dicho y lo

ocurrido, porque se está suscribiendo que lo pensado cuenta como dicho. Pero lo único

que quiero decir con esto es que el problema planteado supone para su resolución

premisas que no tenemos a la mano. Y si termino de exponerlo es porque sigue

mostrando, aún en su resolución inconclusa, las relaciones de lo sustancial y lo

accidental. Lo accidental desde las proposiciones, y así también desde el movimiento,

que se comprende desde la fijación de dos ahora que limitan su instante de vigencia; y

lo sustancial, que comprende toda la serie de momentos que cursa en su existencia una

cosa.

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Conclusiones

Al principio nos propusimos mostrar la relevancia que tiene la noción de

sustancia en el discurso metafísico del estagirita. Esto, yendo de la posibilidad de

proposiciones inteligibles, hasta la experiencia del cambio manifiesto en las entidades

animales. Sin embargo, buscando evadir las confusiones de la cosificación notamos que

al explicar la sustancia y los accidentes, es casi inevitable plantear al que escucha una

especie de narrativa que involucra estos dos términos como si el uno y el otro tuvieran

ciertas potestades que entran en juego para lograr conformar a las entidades, y que así

se dicen muchas cosas de la sustancia y de sus coprotagonistas los accidentes, por

ejemplo: que estos son instrumentos que posibilitan su existencia “cada vez”; o que la

sustancia soporta en sí el aparecer y desaparecer de los accidentes; o que los accidentes

son modos muy sutiles de no ser que se adosan a la inconmovilidad de la sustancia. Así

muchas interacciones que terminan por acoplar dos términos en una entidad que, para

aumentar el desconcierto, es una sola unidad y a la vez está conformada por dos

principios que responden por el cambio y por la permanencia.

Frente a esto intentamos añadir a un tercer personaje a la hora de explicar la

relación básica de los accidentes como cambio y la sustancia como permanencia.

Introdujimos un hombre (un alma racional), que al percatarse de un antes y un después

en su experiencia de algún objeto particular, empieza a explicitar la modificación de la

sustancia. Éste -acordamos- señala de manera análoga a como se fija un ahora del

devenir, y basándose en esa imagen o experiencia que le quedo, ve en el devenir

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presente la radicalidad del cambio; que a pesar de ser tan evidente guarda un orden que

no se termina de explicar. Porque, aunque cualquier entidad mude aspectos y muestre

en su existencia un espectro muy amplio de modificaciones, ésta no renunciara

espontáneamente a su identidad para seguir su existencia como una cosa distinta.

Además de esto, al examinar el fenómeno del cambio desde la perspectiva de un

sujeto que lo señala vimos que tal declaración se formula en una proposición, y que ésta

tiene como característica la estaticidad. Así asumiendo esta contraposición de lo dicho

con lo ocurrido nos encontramos con la dificultad de la activación de las proposiciones;

el problema de la vigencia de las proposiciones. Así al requisito de adecuación que la

noción de verdad aristotélica supone, añadimos el hecho de la caducidad de la

proposición.

Todo esto es consecuente con nuestro primer capítulo, que además de servirnos

de base para hablar de la sustancia, pues acordamos que la ousía es el tema más

pertinente en metafísica.

La metafísica, en tanto que ciencia que se busca, supone un acercamiento

paulatino que cada vez debe ir sofisticándose. Así, aunque las opiniones que revisamos

de Aristóteles no fueron muchas, quizá se explicitaron lo suficiente como para que se

explique mi insistencia en ellas. Una de las insistencias de las que hablo estuvo en las

sustancias animadas como vértice de todas las pesquisas metafísicas. De aquí que en

nuestro acercamiento a éste o aquel aspecto de la sustancia, mediara siempre un animal

particular, tomado en tanto que uno y no como especie o un universal.

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Concluimos algo que es moneda común entre los estudiosos del tema, la

sustancia y el accidente son nociones con las que esquematizamos el cambio; el ser y el

dejar de ser. Que la metafísica estudia a todas la entidades (a los caballos, al hombre y a

los pájaros carpinteros, etc.), pero que logra por medio de la contemplación de

características irreductibles que dibujan un esquema que habla de la existencia de cada

uno en tanto que son entes, y nos dimos cuenta que este esquema sólo tiene sentido si

logra dar cuenta del caminar de un elefante, de los momentos del cambio (de vivo a

muerto, fue otro de nuestros ejemplos), o del acto predicativo que intenta adecuarse a

la constante mutación.

Así también pudimos ver que el orden de las palabras, por sí solo, no puede

explicar la composición del mundo. Y que es posible entender la relación que éstas

tienen con éste último si planteamos el asunto en una clave jurídica. Clave que hizo

comparecer a las palabras y a las cosas, en un tratado que fija su posibilidad de verdad y

la legislación de su falsedad. Hablo aquí del rebus sic stantibus, que sabe mantener o

disolver las relaciones que nuestras proposiciones pactan con la realidad, y que nos

explico además la relación de las frases y el mundo como una celebración, la

celebración de un contrato.

Por último debemos recordar una característica de los diálogos platónicos, el

hambre, el sueño, el vino, o la inminencia de la tarde, suelen también ser premisas de

nuestro discurso, premisas que saben terminar o empezar una disertación a su justo

tiempo. Nuestro pensamiento es una incesante disertación errática que intentamos

reducir a cuadratura cada vez que hablamos o escribimos un texto. Somos entes

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racionales pero más bien habría que decir, sí se me permite hablar en estos términos,

que somos una racionalidad instalada en “ésta carne y éstos huesos” (cómo le gustaba

decir a Tomás de Aquino). Quizá por esto a veces nos abandonamos, en menor o

mayor grado, a las intermitencias de nuestra razón, como en los tiempos de Platón y de

nuestro maestro Sócrates. Este trabajo, quizá como todos los textos, es parte de un

discurso personal, un discurso del que ninguno de los hombres, en tanto que animales

racionales, podemos tener escapatoria.

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