Fernando rodríguez lapuente dijera mi compadre (letra grande)

161
Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre 1 Dijera mi compadre Fernando Rodríguez Lapuente

Transcript of Fernando rodríguez lapuente dijera mi compadre (letra grande)

Page 1: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

1

Dijera mi compadre

Fernando Rodríguez Lapuente

Page 2: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

2

Rodríguez Lapuente, Fernando Dijera mi compadre / Fernando Rodríguez Lapuente México: Jus, 2010 320 p. ; 23 cms Serie: Horizontes

ISBN 978-607-412-058-5

Nota del transcriptor

El presente trabajo ha sido realizado sin ningún ánimo de lucro de por medio. Cuando cayó en mis manos una edición más ligera (y eso de chiripa) de este mismo libro de la desparecida “Ediciones el Gallito”, a la cual, por descuido o por abaratar costos, le faltaban cinco capítulos (a diferencia de la edición de Jus), su lectura me transportó al Zacatecas antiguo, del cual todavía se podían apreciar estos detalles en la década de los 70's.

Buscando en muchos lugares, en Internet, en las librerías, es difícil encontrar esta maravillosa obra. Por esta razón adquirí un tomo de Editorial Jus, pagué el precio convenido y tomé la decisión de transcribirlo para que el mundo pueda conocer esta maravillosa obra, el maravilloso trabajo de un hombre enamorado, enamorado de Zacatecas.

Aclaro que esta transcripción se hace respetando únicamente los modismos de los personajes, corrigiendo algunos errores de imprenta en los lugares donde éstos se han encontrado. Mi intención no es evidenciar el trabajo del editor, sino complementarlo y dejarlo listo para su correcta lectura. Por lo demás se ha respetado el orden, la tipografía y el detalle gramatical del libro.

El buen Fernando Rodríguez Lapuente falleció en Celaya en el 2005. Sé bien que desde donde esté, se sentirá feliz de que su obra sea leída y compartida por tantas y tantas personas.

Atentamente,

Fénix.

Page 3: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

3

A Rebeca Talancón Ruiz de Esparza, mi amada esposa y madre de mis nueve hijos. De antiquísimas familias zacatecanas -sus ancestros ya estaban ahí cuando la Bufa llegó corre y corre para tomarse la foto-, que sin poseer haciendas, minas o bancos, sino sólo el límpido caudal de la honestidad y el trabajo, han conservado siempre su categoría social e intelectual.

A Jaime Hugo Talancón Escobedo, mi querido sobrino, poseedor de esas raras y reconfortantes virtudes que tan frecuente y obstinadamente se dan entre la gente de Zacatecas: el apego a su terruño, a su familia, a sus tradiciones, ¡a sus cobijas! -hace un frío de la fregada-, y a su grande y adorada patria: México.

A mis viejos amigos, los rancheros de Zacatecas. Los más mexicanos de México. Siempre los tuve por lo que son: los hombres más cabales y fregados del altiplano. Con las virtudes de la gente del norte y sin los defectos de la del sur. Lo que se dice: un pueblo a toda madre.

Page 4: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

4

En este pueblo, compadre,ahí donde lo ve de fregao, pos el más

pendejo vuela de cerro a cerro...

Page 5: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

5

Advertencia preliminar

El presente libraco -memorias de un hombre común- no pretende en modo alguno ser grosero, y pues nadie puede dar lo que no tiene, no siéndolo yo -aunque de pobre pero esmerada y fina crianza- no pueden serlo mis obras y acciones. Ahora bien, el emplear palabras castizas, por fuertes que suenen o lo parezcan, es un imperativo insoslayable si se quiere ser congruente con el ambiente en el que se desarrollan las diversas acciones de la obra. El acudir a eufemismos ridículos, a palabras estúpidas -llamar pompis a las nalgas- o a misteriosas iniciales, siempre ha sido idiota.

A mí lo que verdaderamente me choca de un libro es lo pornográfico y el lenguaje como medio de comunicación humana nunca puede serlo; lo harán las situaciones que se describen por medio de la palabra, pero no ésta en sí. No hay palabras sucias. En todo caso lo serán aquellos que las usan. Por eso los lectores a quienes asuste un chingao dicho en su tiempo y razón, deben leer mejor Alicia en el país de las maravillas o El oficio parvo, porque aquí llamaremos siempre al pan pan y al vino porque se lo acaban... dijera mi compadre.

Abundando en el mismo tema, me atrevo a asegurar que las palabras fuertes, las llamadas altisonantes, forman, quiérase o no, parte del acervo cultural de los pueblos. ¿No sería interesante conocer las que usaban nuestros remotos aborígenes?

En México, todas deberían estar inscritas con letras de oro en los principales santuarios religiosos. No, y no es una irreverencia lo que estoy proponiendo. Las llamadas palabrotas, picardías, maldiciones o como quieran nombrarlas, erradicaron o más bien suplieron en forma total y absoluta la terrible blasfemia, que tan extendida está en Europa y que tanto ofende a la gente creyente y piadosa. Creo que siquiera eso se le debe acreditar a don Hernando Cortés, que en eso como en otras muchas cosas -llegarle a la Malinche, por ejemplo-, siempre estuvo al frente. Aquí esa forma de hablar se empleará de manera corriente. Es simplemente la llana manera de expresarse de la gente del campo, que desde luego lo hace mucho mejor -en todos sentidos- que la de las grandes ciudades.

Los personajes que irán apareciendo al transcurrir estas páginas no son imaginarios, sino tomados de la vida real y en escenarios auténticos. Y el viaje a Europa de unas gentes rústicas e ignorantes, pero buenas y de buena fe, verídico. Ahora con los viajes en abonos y demás facilidades, infinidad de personas que hasta hace pocos años ni siquiera soñaban con salir de su pueblo rabón o barrio petatero, hoy se lanzan sin la menor preparación cultural ni estética, que por otra parte consideran secundaria o inútil, hacia los cuatro puntos cardinales, enseñando su ramplonería y mal gusto, y gastando alocadamente en las cosas más absurdas o cuando menos superfluas. Porque, después de todo, a ellos les vale...

Tiene mucha razón el emérito maestro don Hermenegildo Torres, fundador y presidente vitalicio del PUP -institución a la cual, por méritos suficientes, me honro en pertenecer- al afirmar que en la actualidad cualquier pendejo va a Europa; tómase aquí el adjetivo calificativo en el sentido más de ignorancia que de tontería, que es su más usual acepción. Y ese es el caso de nuestro personaje central,

Page 6: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

6

que de tonto no tenía un pelo, pero con tal falta de conocimientos que confunde hasta la aberración situaciones, personas, hechos históricos, lugares y épocas, saliendo siempre adelante, incólume, como Dios le da a entender; y juzga, admira y condena con la mayor sangre fría del mundo, sin perder el aplomo, como solo pueden hacerlo los ignorantes de solemnidad, los niños y los pobres de espíritu.

Ya lo dicen las sagradas escrituras: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque ellos serán hartos”. Y como dijera mi también sagrado compadre:

- Sí cierto, los pobres son retehartos: son más munchos que los ricos.Sobre éstos últimos -los ricos-, y especialmente los nuestros, los mexicanos, encontrará el lector

frecuentes, claras, directas y no muy católicas alusiones. Y eso que los conozco; vaya, los conozco tan bien como si los hubiera acabado de desensillar, pues por algo son puras mulas.

Page 7: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

7

Introducción al estudio de mi compadre

Donde se previene al lector lo que le espera, para que después no se tire a robado. Se insiste en este punto ante tres clases de personas:

a) Castas de oídos, de lo demás no importa.b) Ricos o en vías de serlo.c) “Entriegaos al Vaticano”, dijera un rejego tío de mi compadre.

Page 8: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

8

Mi compadre don Juande

Donde aparece formalmente el personaje principal de la obra. Antes de hacerlo debo, con todo respeto y a guisa de presentación, repetir lo que su también compadre el coronel don Adauto Torres dijo de él, en un rapto de sinceridad: -¡De esos hombres debían agarrar cría las mujeres, no de cualesquier hijo de la chingada!

El río Aguanaval -hermoso y náutico nombre para tan triste río- es una tímida corriente de agua que arrastrándose penosamente por las fragosas, reververantes y áridas llanuras del norte de Zacatecas, va formando un serpenteante oasis, asiento generoso de muchos pueblos y villorrios perdidos entre nopaleras y huizachales, tan tércamente enraizados en su reseco suelo como sus habitantes: gente buena, mestizos de abolengo, cristianos viejos -dijeran las crónicas antiguas-, curtido el cuero por el sempiterno viento chivero y el alma por la ancestral lucha por la supervivencia, que en esos parajes, con sus terribles sequías, alcanza dramáticos niveles.

En una de estas comunidades, San José del Álamo, pueblo feo y revolcado, abandonado a su suerte .como tantos otros de nuestro México- por las potestades humanas y divinas, pasé unos años en los lejanos cuarentas de mi perdida juventud, cuyos recuerdos son el fresco y purísimo chorro de agua al que me acerco buscando el alivio en las crudas que dejan las borracheras espirituales, tan frecuentes en los hombres que afrontan la vida con valor.

San José del Álamo conoció mejores épocas en el siglo pasado. Fue centro de haciendas ganaderas, y muchas de sus construcciones, ajadas, tuertas y remendadas, son nostálgicos testimonios de la pasada prosperidad a que he aludido. Vino a menos cuando la fragmentación de la tierra hizo incosteable la cría de ganado ovino, que requiere de grandes extensiones de pastos para que sea rentable. Como por otra parte, los hacendados, además de trasquilar a las borregas trasquilaban también a los pastores, la pérdida no fue tan grande como pudiera pensarse; lo que se perdió de borregos se ganó en seres humanos. Y aunque siguieran igual de miserables que antes, tenían ya algo que no se compra con todo el oro del mundo; la dignidad del hombre libre. Esto, por supuesto, muchos jamás lo entenderán.

Dando frente a la plaza principal -y única- del pueblo, hay una casona de altos, con balcones de hierro forjado y un portalón chaparro y de gruesos pilares: es la cas de mi compadre don Juan de Dios Muro Cavazos, mejor y muy conocido en todos los alrededores como don Juande -”Asina, juntao”, como él mismo decía-. Alto y fuerte, además medio agüerao, imponía respeto su presencia. Cuando yo lo conocí andaba en los cuarenta y tantos años, llevaos bastante bien, no obstante lo machucao, como afirmaba muy serio. Un eterno y lampareado sombrero tejano -”No se lo apea ni pa cagar”, comentaba Fausta, su mujer- coronaba su entrecana y enmarañada cabeza; siempre echado hacia atrás, dejaba salir un mechón desordenado que le caía sobre la frente. Toda su figura me hacía recordar a esos generales revolucionarios de los primeros tiempos. Si me apuran mucho, diría que al villista Rodolfo Fierro; claro, sin esa torva mirada y rictus burlón con que éste adornaba su rostro. Al contrario, don Juande reflejaba en el suyo todos los componentes que formaban la esencia de su carácter: jovialidad, optimismo, socarronería, sobresaliendo de entre ellos franqueza y bondad. Su espíritu no conocía dobleces o recovecos. Era exáctamente de una sola pieza. Compacto.

He hablado antes de Fausta, su mujer. La Fausta, solía llamarle él. Hembra tal para cual: aunque

Page 9: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

9

ella de menor edad hacían, sin embargo, una buena pareja. No en lo físico, pues ella -al contrario de su marido- era morena, “prieta, güena y de alzada, como las mulas de la hacienda de Gruñidora”, decía riéndose mi compadre don Juande. Sin ser lo que se llama una mujerona, mi comadre Fausta era alta, maciza y todavía de buen ver. Acostumbraba una risa franca y contagiosa, aunque un tanto estrepitosa, por no decir vulgar, cual correspondía a su rústica condición. Yo me hago cruces para saber de donde sacó el mestizo mexicano ese desorbitado modo de expresar todos sus sentimientos, si tanto el indio de la altiplanicie como el campesino castellano son verdaderamente parcos y ecuánimes para expresarlos.

Tenía tres hijos, “y varios que se sebaron”, decía el hombre con un dejo de tristeza. Dos muchachas en edad de merecer y un chamaco consentido y latoso. “Es ques el más menor”, explicaban los padres, tratando de disculpar las necedades del muchacho. Lupe y Aurelia se llamaban los bucólicos pimpollos -que de veras lo eran- y Chuy, “mi Chuchito”, como lo nombraba con arrobo el papá:

-Le puse Jesús por mi señor padre, que asina se llamaba. Y es que hay que ser respetuosos con los papase de uno -afirmaba-. Yo siempre los respeté muncho -proseguía-, y eso que mi señor padre era muy duro conmigo y por cualquier desobediencia y aunque ya taba yo labregón, por me ponía mis güenos planazos con la guaparra de su silla de montar.

-Y usted compadre, ¿nunca le retobó por eso? -No, que va, miba pior... güeno, una vez sí me le le desabordiné, ya me bía dao unos planazos de guaparra en la mañana, que porqué dejé que se mamaran los becerros y no hubo leche pa ordeñar. Luego, en la tarde, sabe que otra tarugada hice. Pos que me jala pal sillero y que saca su guaparra. Yo entons que voy ontaba la mía y que le chispo también. Se quedó sosprendido.

“-Ah ¿conque haciendo armas contra su padre de usté? - me gritó rencoroso.- No señor, líbreme Dios de hacer esa jerejía; es nomás pa quitarme uno que otro guaparraso que me mande, porque ya traigo el lomo muy adolorido – asina le contesté muy decedido y ya nomás se jue mermurando, pero ya no me hizo nada.”

Mi compadre no era nativo de San José del Álamo: - Soy de más pa rriba, de cercas de Saltillo, pero todavía de Zacatecas, Mesmamente del munecipio de Mazapil, que ese sí es un pueblo competente y aderezao. Hasta fierrocarril tiene, y no creyan que del gobierno, pos asina que chiste; no, es de la mesma compañía de las minas, de la Mazapil Manin Compani, que asina se mienta en gabacho. Se trepaba uno en Mazapil y trucututruque, trucututruque, hasta al Saltillo no paraba uno.

“De muchacho trabajé en la mina. Jui barretero y a muncha honra. Este sí es trabajo de hombres. Pero yo, criao en el campo, pos extreñía el aigre libre. Ahí en la mina me enseñé a renegao, maldiciento y relajao. Es ques muy duro eso de estar soterrao todo el tiempo. Y luego que a los que ya tienen años en eso, pos les pega una enjermedá del pulmón que nomás están a gargajeye y gargajeye todo el día de Dios. A más de eso, los capataces eran gringos y a mí ningún gabacho me malmodea.

“De ahí me metí de acarriador de gano, pal abasto del Saltillo. Güenas matadas que se ponía uno en esas fainas, durmiendo a la temperie las más de las veces... y con esos friyazos que hacen en aquellas llanadas. Comiendo gordas recalentadas de quice días, tragando agua con lodo y miaos de res - ¿onde no que de cristiano?, vaya usté a saber-, de los aljibes y bordos. Cuando se nos acababan los cigarros – canijo vicio ese de echar jumadera-, pos hasta pasojo de bestia nos requemábamos. Tráibamos ganao del mesmo Mazapil y de Conceición del Oro, y alguna vez llegamos a entrarle hasta San Juan de Guadalupe. Güenos pesos que nos quedaban. Mis compañeros, luego que nos repartíamos, se iban pal Zumbido y ahí, entre vino y viejas, se tronaban lo que con tantísimo trabajo se ganaba. ¡Pendejos! Yo liaba mi jorongo y pélale pal rancho. Ahí mi señor padre -que de Dios goce, amén-, me guardaba los centavos hasta el siguiente viaje.

Page 10: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

10

“En una de esas corretiadas llegamos hasta estos lugares, por aquí cercas, en la hacienda de San Antonio - de las Torres de Durango- conocí a la Fausta. Su papá era el caporal de ahí. No y pa luego que me gustó la susodicha, asina que no vaya usté a crer que esperé muncho; pa pronto que me la llevé juida. Como entons ella era menor de edá, pos me pusieron una demanda y tuvimos que pelarnos bien lejos. Agarramos el tren de Juárez en Estación Camacho y no nos apiamos hasta Torreón. Ahí trabajé en lo que pude, hasta de mecapalero en el mercado, mientras la Fausta mandaba razón a su casa pa pedir perdón y que ya no lo volvía a hacer. No, pos sí nos perdonaron y ya pudimos regresar, y hubo boda y hasta tornaboda. Desde entons me quedé aquí. Con los ahorrillos que tenía compré un ranchito: Los Cuervos, ques el mesmo que tengo ora, sólo que lo he ido engrandado a puro golpe de pulmón. ¡Cómo le he trabajao a esa tierra! Y es que yo siempre le hacía la lucha por todos laos. Mientras llegaban las aguas y pa no estar de güevón, pos de las haciendas de Tetillas y Guadalupe de las Corrientes llevábamos mulada en consiniación pal bajío de Guanajuato y una vez le entramos hasta el mero Apanzingán, en la tierra caliente de Machuacán. Güenas ganancias, compadre, pero qué sobas, qué sobas.”

Conocí aquellos parajes cuando efectuaba unos trabajos de exploración minera y enamorado de ellos permanecí ahí por varios años. Estimé y respeté a sus gentes y fuí estimado y respetado por ellos. De su particular filosofía de la vida aprendí más que lo que había logrado en mi paso por las aulas. Descubrí en esa aislada microsociedad toda una serie de personajes de fuerte colorido, que quizá, aunque existan en mayor número, son muy difíciles de enfocar individualmente en las grandes urbes.

Debo confesar que en los primeros tiempos y acostumbrado al bullicio citadino, mi aburrimiento campirano era olímpico, mortal. Entonces conocí a quien después llegaría a ser mi sagrado compadre – de confirmación de Chuyito-, don Juan de Dios Muro Cavazos y cambió por completo el panorama. Tenía don Juande en el pueblo, dentro del portal, en los bajos de su vieja casona, una pequeña pero bien surtida tienda, uno de esos comercios pueblerinos donde encuentra uno de todo y para todo: desde una bacinica -”Marca tres aunque nomás quepan dos”, decía el tendero muy serio-, hasta una preciosa silla de montar piteada y con cantinas en la teja. Ahí se reunían en cotidiana tertulia varios amigos que mataban el tiempo chismorreando y jugando conquián. “Baratero, señor, baratero”, decía a guisa de disculpa. Desde luego, decidí unirme al grupo, donde fui cordialmente recibido. Así que en aquellas límpidas y frescas tardes, dejaba mi lugar y enfilaba mi maltrecho yip -desecho de la segunda guerra- hacia el cercano villorrio, donde entraba dando tumbos y seguido de frenéticos perros y regocijados chiquillos, que por lo visto veían pocos vehículos automotores en la aldea.

Además de los clientes habituales, esporádicamente asistía a la diaria reunión de amigos un personaje muy pintoresco, hombre ya entrado en años y en barricas – era un buen bebedor -, bajito, enjuto y cetrino, con grandes bigotes. Se decía coronel y veterano de la revolución. Mi coronel don Adauto Torres – así se llamaba, yo no tengo la culpa- parece que si anduvo en los plomazos, pero si llegó a coronel a nadie le constaba, porque nunca le reconocieron el grado; pero él se lo tomaba muy en serio. Tenía un rancho por ahí cerca y naturalmente en la tertulia su charla siempre se reclinaba en el relato de los grandes e innumerables hechos de armas en los que, según él, había participado. Era también compadre de mi compadre. - Ya parecemos huicholes – comentaba festivo-, todos semos compadres.

Don Juande le tenía tomada la medida y se lo choteaba de un hilo, aunque sutilmente. El otro, con todo y la seriedad con que a sí mismo se tomaba, aguantaba vara, o bien fingía no darse por enterado de las puyas.

Page 11: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

11

El sedicente coronel alardeaba de haber pertenecido a los famosos colorados de Benjamín Argumedo:

-Sí, señor -decía muy solemne y enriscándose los bigotes-. Soy sobreviviente de la toma de Zacatecas.

-Y de cuatro mil borracheras más, compadre -le completaba, burlón, el socarrón de don Juande.-Hablo en serio, señores -protestaba él-. Ahí, a puros cojones y uñas de caballo nos le

escapamos a Pánfilo Natera, que jue a quen Villa puso a la salida pa Guadalupe, y quera la única salida pa juera de Zacatecas, y que tanta mortandá les hizo a los pelones de Barrón cuando juyían con toda la pedimenta y hasta con las soldaderas. ¡Probe gente! Allí quedaron amontonaos todos: pelones, viejas, niños, bestias,.. güeno, hasta ceviles, pos los agarraron a dos juegos desde las laderas de la Bufa y la Sierpe. Era el regadero de muertos desde la calle de Juan Alonso, a lo largo de toda la cañada, hasta el pueblo de Guadalupe.

“Pero nosotros, luego que mi general Argumedo vido eso, agarramos ladereando la Bufa por el lao de Vetagrande y con él a la cabeza de la colurna, echando plomazos a lo cabrón, pudimos escaparnos. Ya de ahi cáimos a la hacienda de Tacualeche y pudimos remudar pa seguir pa lante. Y es que mi general era un gallo muy jugao pa cáir en la trampa de Natera. A un hermano mío, Cleofas, sí lo mataron ahí, en las faldas del cerro del Grillo. Probecillo, Dios lo haiga perdonao... pero como era tan mujeriego, siquiera se le concedió morir sobre unas faldas, manque jueran las de un cerro.

“Luego de la redota de Zacatecas, me mandaron a levantar gente por la sierra de Tepehuanes. ¡Ah qué pelaos tan cerreros! Pero bien bravos que eran, por eso valía la pena batallarle para encevilizarlos un poco. De plano ni a marchar podían aprender, por más luchas que hacíamos no podían dar güelta pa ningún lao; todos se enrevesaban y se hacían bolas. Entons que se me ocurre ponerles un grano de maíz en la mano derecha y uno de frijol en la izquierda, y entons sí ya nomás les gritaba: ¡Güelta pal máiz!, y ya iban pa la derecha. ¡Güelta pal frijol!, y ya daban el flanco izquierdo. ¡Qué tal estaría mi tropa de güena que hasta desfilamos en Tepehuanes el 16 de septiembre!

“Anduvimos alzaos por la sierra mucho tiempo, viviendo de lo que podíamos. Güeno que en ese tiempo todavía las haciendas taban bien paradas y ajuariadas, y por ellas nos gustaba cair de vez en cuando pa remudar y comer carne. Ahí se vía como vivían los haciendaos de aquel tiempo: como los de la política de ora ¡a todo mecate! Me acuerdo de una muy mentada Santa Catarina. Nomás vieran visto aquellos: todo relujao, todas las salas y cuartos enfombraos y con unas cortinas de ciertopelo tan grandotas que con ellas y las enfombras sacamos suaderos y caronas pa todas nuestras monturas. ¡Curros carajos, que güena vida se daban y cómo eran despilfarraos! Encontramos una bodega soterrania retacada de puras botellas de tanguarnís, todas ajiladas contra la pader ¿y que creen?, todas tan viejas que no se vían de tanto polvo y telarañas. ¡Hasta se me rodaron las lágrimas de ver ese desperdicio! Ahí nomás sirvieron pa tirar al blanco, pos quién se iba a tomar esos coñaques rancios; a la mejor acabábamos chorriyentos, si no es que enyerbaos.

“No, y a mi general Argumedo hasta un corrido le componieron. Yo no sé cantar, pero se los voy a recetar porque me lo aprendí muy bien:

Para empezar a cantarpido licencia primero;señores son las mañanasde Benjamín Argumedo.

Page 12: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

12

Ni me quisiera acordarjue un veinticinco de eneroaprehendieron a Alanísy a su compadre Argumedo.

Lo bajaron de la sierratodo liado como un cuetepasaron por San Miguel,llegaron a Sombrerete.

Y así seguía por ese tenor, relatando las hazañas de su inolvidable general. Hasta se le humedecían los ojos al viejo refolufio – como le decía mi compadre-, cuando terminaba de recetar los versos.

-¡Convénzansen – exclamaba-, ya nuay hombres asina de esos! Yo vide una vez a mi general Argumedo cómo se les peló a los carranclanes que le bían puesto un cuatro ¡y ya sopiaban!, pos creiban que ya lo tenían; pero tons mi general en su caballo prieto cuatralbo, nomás le metió las espuelas y con el cuete en la mano salió zumbando reuto como flecha pa donde le tiraban, y ahí rifándosela se brincó a los carrancas que taban afornicados tras una cerca.

“Y es que ora los del gobierno ya no peleyan, nomás es a pura viriguata la que se tráin. Yo jui una vez a México, a la cámara de deputaos, cuando andaba arreglando lo de mi grao melitar, y ahí taban unos señores alegue y alegue. Yo pensé y hasta me previne: orita se arma la balacera, pos uno que taba trepao en un tapanco le gritaba a otro: “¡Ransonario, retrógrada!”, y sabe que tantas insolencias. Pero no, no pasó nada. Y es que ¡convénzansen: pleito de curros no prospera!”

Cuando las hazañas bélicas de don Adauto se pasaban de la raya, don Juande lo centraba un poco:

-¡Que se me hace, compadre, que usté la única pólvora que ha oído jue cuando cargaba el toro de cuetes en las fiestas de Chalchihuites!

-Mire, compadre -le respondía, amoscado, el coronel-, usté aquí empantaya a todo el mundo con sus centavos, pero la gloria melitar que tengo vale más que todos los pesos que usté pueda juntar en su vida. Y luego que sus centavos nomás en este pueblo rifan. ¿Que tal aquella vez que juimos a Torreón? Ni tan siquiera lo volteaban a ver, y eso que usté, en el mero comedor del Hotel Galicia se puso a gritarle al mesero pa que todo el mundo oyera: “¡A mi tráigame cien pesos de caldo y cien pesos de tortillas, porque a mi ningún curro fundillo de éstos me hace menos!” Nombre, si hasta a mí me dio harta vergüenza. Y a más de eso que llamaba a los meseros a puro chiflido de arriero.

Mi compadre don Juande no aguantaba vara y contraatacaba:-El pata rajada y cerrero es usté, con todo y que anduvo en las melicias. Si no, acuérdese cuando

jue la primera vez a la capital y se tuvo que poner zapatos, ¿pos no se metió un hueso de chabacano entre los dedos del pie pa no echar de menos la correa del huarache?

Desde luego que nunca pasaban de los mutuos y verbales piquetes y las cosas jamás derivaban al insulto. Su amistad de imponía.

Por cierto que el poeta de San José le compuso estas coplillas a don Adauto:

Mi coronel don Adautoanduvo en grandes peleyasse las vido en las más feyas

Page 13: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

13

pero siempre salió intauto.

Echó rayos y centellascombatiendo por la sierra,era entrón para la guerray también pa las doncellas.

Y aunque con Marte y Cupidonunca logró tener suerteno lo jue por estupidoni por temor a la muerte.

Más bien jue por atenidou por sus juertes olores,pos guerra y amor no han sido¡sino puros trasudores!

Page 14: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

14

El vicario de Baco

El Güero Sabás, tabernero del pueblo, alquimista de la alegría, terapeuta sui generis y sus dos íntimas, inseparables amigas.

Justo al lado de la tienda de mi compadre y en el mismo chaparro portal estaba la taberna del lugar. La atendía su propietario, el Güero Sabás, un hombre ya vejancón con cara de sufrimiento. Y es que no era para menos el que así la tuviera: el pobre padecía de terribles almorranas -”almosapos” las llamaba él, de tan grandes y feas-. Nomás de ellas hablaba. Ya les tenía hasta nombres: Pasesita, por estar a la pura pasada, y Wenceslada, por estar ladeada; así cuando alguien le preguntaba por su salud contestaba:

-Parece que Pasesita amaneció hoy más calmadita.O bien:-¡Esta Wenceslada, jija de un chingao, cómo anda ora de alborotada!Yo creo que a pesar de todo había llegado a encariñarse con ellas. Cuanto remedio le daban se lo

hacía: que dedos de fraile cargados en la bolsa trasera del pantalón, que lavados con histafiate, lo que es mejor, con romerillo, aunque se le arrugue todo el silabario; que compresas de cebolla con jitomate tatemado; bueno, ¡hasta raspados de nieve de limón se ponía el pobre hombre en el sufiate! Pero nada, ahí seguían tan rozagantes y sanotas las endinas. Y si alguien le sugería -como yo lo hice- que fuera a Durango o Torreón a operárselas, con gesto cortante y de disgusto replicaba: “¡A mí el fundillo no me lo a toca naiden, mejor me muero con ellas!”

Lo único que le daba algún alivio eran unos supositorios que alguna vez le recetaran. Usaba un cinturón con carrillera para balas, sólo que en lugar de éstas lo traía lleno de supositorios:

-Es que si los cargo en la bolsa se me aguadan, aparte de que cada rato tengo que cortar cartucho -explicaba, muy serio.

Una vez el señor cura, condolido de su triste situación, quiso consolarlo:-Mira Sabás, ¿porqué no llevas tu enfermedad con resignación? Todos tenemos una cruz que

cargar en la vida.-Sí, señor cura -respondía vivamente el Güero-, ¡pero yo la cargo en el fundillo, nuay derecho!Para bregar con borrachos -lo cual es un verdadero arte-, el Güero era todo un as. Y cómo él

mismo decía: “Después de lidiar con mis canijas almorranas, a estos briagos cabrones como quera los lideo”.

Si alguien le mentaba la madre -cómo por cualquier motivo suelen hacerlo los borrachos y los automovilistas mexicanos-, él, encogiéndose de hombros exclamaba: “Eso a mi me importa madre, ¡que al cabo que a mi me parió mi tía!”

En invierno, cuando el frío de esas latitudes cala hasta los tuétanos, la mejor calefacción que se podía obtener por aquellos lares era tomarse uno de los famosos y universalmente reconocidos ponches del Güero Sabás. Su efecto era instantáneo y duradero. Además de tener acción termodinámica, poseían propiedades altamente curativas, según aseveraba, convencido el Güero:

“Estos canijos ponches, aunque ustedes no lo creyan, son capaces hasta de levantar un muerto ya cadáver, cuantimás curar un pinchi resfriao. Son regüenos pa ajogazones, aigres vientosos, estrieñimiento aguao, cólico miserere u del otro, mal de orín, roncor del entestino, vascas

Page 15: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

15

escrementosas, bubas malpasadas... Güeno, pa que no se enreden, casi pa todo, menos pa las desgraciadas, enfelices almorranas. Pero eso si, estos ponches hay que saber tomarlos, de plano que no son pa cualquier jijo.”

-¿Y cómo deben tomarse, Güero? -yo lo interpelaba.-Güeno, pos pa empezar la naranja, a medio carril las pasas, y no me lo cucharién, eso sí, ¡no lo

cucharién!Todos los días a la una de la tarde, un borrachito muy circunspecto y un tanto tambaleante, el

famoso Joy joy joy -así era mundialmente conocido-, salía de la cantina con un enorme cohete de arranque en las manos. Se detenía, solemne, en la mitad de la calle, lo encendía con su cigarro y cuando el estruendo de la explosión retumbaba por todos los ámbitos lugareños, el Joy joy joy, con voz potente y mezcalera gritaba: “¡Ya quebró el día, pelaos!” Era la señal tan esperada de suspensión de labores y de que el día quedaba abierto de par en par para los adoradores de Baco. Para muchos, esta apertura sólo se cerraba con una guarapeta de órdago. “Cual debe de ser”, sentenciaba muy serio el Joy joy joy.

Uno de los primeros en acudir al imperativo llamado del dios Baco y de su acólito el Joy joy joy era Pancho Coria, el briago del pueblo, el borracho por autonomasia. Cuando estaba a medios chiles era ingenioso y simpático, pero esos medios le duraban ya bien poco, pues pronto caía en el aturdimiento: “Es que ya está muy prenetao por el vino”, sentenciaba doctamente el Güero Sabás. Era Coria carpintero de oficio y el único sostén de su madre, y una hermana tísica en las últimas. “Mi hermana se secó porque no la regaron a tiempo”, explicaba Pancho. Sufrían mucho las pobres mujeres, pero éste ya no tenía remedio.

Su especialidad eran las cajas de muerto.-Porque yo sagaz y poco pendejo, cuando voy a entriegar el cajón, pos me quedo al velorio -me

explicaba guiñando el ojo-. Muncho me gustan los velorios -proseguía-, siempre en ellos hay ambiente, amigos y sobre todo, café con piquete. Luego, en la madrugada, no falta con quen echar un conquián u hacer alguna apuesta; por evento, que quén se duerme primero, que quén apaga dos velas con mesmo soplido y otras asina de ese mesmo jais. Yo el otro día les apuesté a que me brincaba de aigre al muerto y ¡voytelas!, que me duraba, y hasta les dije: “Si me dan otro pajuelazo, se los brinco a lo largo”. No, pos no libré y di el azotón contra el dijuntito, y allá va a dar el probe. Ya se imaginará usté el descuajaringue que se armó. La viuda toda se despedorró y ahí quedó bien desmayatada. Al último, como ya taban todos bien ebreos -pa tratarlos poléticamente, como ustedes los curros-, pos deatiro se nortiaron y a quen metieron a la caja jue a la viuda. Al dijuntito, como ya taba bien tieso, pos ahi nomás lo dejaron recargao contra la pader.

Pancho Coria tuvo, como casi todo ser humano a lo largo de su existencia, un momento estelar, un fogonazo de gloria. Digo que casi todos los hombres, porque hay algunos que pasan la vida sumidos en un pantano de mediocridad que, como los sapos, creen muy seguro y no se atreven jamás a asomarse al radiante mundo del sol, donde está el peligro, pero también la belleza.

La apoteosis de Coria fue allá por sus lejanos veinte años y nada más y nada menos que en la capital del mundo mariachero y borracheril: San Marcos de Aguascalientes. Ahí en apretadísima justa, destacó por sus grandes méritos y elevó su fama y sus lauros de bebedor excelso a alturas que parecían inmarcesibles.

Sucedió, en efecto, que como todos los años durante la famosa feria de abril, se celebró el antiguo y ya institucional concurso de tomadores -así les dicen a los borrachos cuando quieren tratarlos con cariño-. Consistía esta sensacional prueba, como tantas otras que se celebran en el mundo y que tanto han hecho en beneficio de la cirrosis hepática, en recorrer quince diferentes cantinas tomando en

Page 16: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

16

cada una dos copas de tequila y dos cervezas. Quien completara el circuito -más bien viacrucis- en el menor tiempo, ganaba. Naturalmente, había jueces vigilando, principalmente en los urinarios, pues no se valía vomitar; quien lo hiciera, quedaba automáticamente descalificado. El premio consistía en mil pesos -una fortuna en aquel tiempo-, una caja de tequila y lo más significativo: un trofeo con diploma, el cual acreditaría ante las futuras generaciones la hazaña realizada.

Ese año, mi compadre, el Güero Sabás, mi coronel don Adauto y otras distinguidas personalidades que conocían la capacidad inflativa de Coria, patrocinaron a éste para su viaje a la capital ebriocálida. Naturalmente, estuvo entrenando arduamente con varios meses de anticipación, así que llegó a la competencia luciendo su mejor forma. Se celebró aquella con el esplendor y entusiasmo acostumbrados. Coria, aunque no logró el primer lugar -ni Julio César a su retorno de la Guerra de las Galias-, se sentía tan satisfecho. La caja de tequila, que de todas maneras ganó con su honroso segundo lugar, no llegó: se acabó en Zacatecas festejando la victoria. Pero si llevó su diploma, eso sí, aunque sólo fuera como él decía: “Nomás de mentada honorífica”. El habérsele escapado el primer premio no lo apesumbraba mucho, que la suerte así es; además, quien resultó campeón era un veterano de muchas batallas, todo lleno de mañas.

Pancho no se cansaba de relatar su hazaña ante sus admirados coterráneos:-Cuando empezó la carrera, éramos treinta valedores ajilaos en la barra de la cantina del Hotel

Imperial; ahí mesmo tenía que terminar. Al salir, luego luego tuvimos las primeras bajas: a dos pelaos me los pepenaron sus viejas, que nomás taban a la espera pa jalárselos. Después que siguemos ya todos como hasta la mitá, ahi empezaron ya las desierciones. Unos por no tragarse completas las copas u las cervezas. Otros, que jueron las más, por gomitativos, pos con las priesas nomás le rejurgitaba a uno el gaznate. Ya pa la décima sólo quedábanos ocho u nueve, y eso ya casi todos dando bandazos y haciendo grandes estremos de vascas y trasudores. Cuatro iban de plano a gatas, y por más que la gente les gritaba y enseñaba la direución, ya no jallaban ni pa ónde ganar. Uno de ellos se nortió tan de a feo, que se metió a una iglesia gatiando por mero en medio de las bancas y ahi nomás gritando: ¡No me retiren tanto la barra, cabrones! Apenas libró a llegar hasta el comulgatorio y ahí quedó empinao y mermurando: Pinchi cantinero, que alto pusites el estribo.

“Ya faltando tres cantinas sólo quedábanos cuatro vivos y todos parejiando; naiden aflojaba ni un sesenta y cuatro. A poco vide que cayó uno, dio de ancho contra un poste y ¡cuás!, ni pío dijo, pos se partió toda la jeta el probe. Al tercero lo atropellaron unos burros mieleros, pos con la briaga y las ansias de ganar, agarró un paso derroblado... y ahí nomás se jue ladiando, hasta cair a media calle, por donde iba pasando la recua. Ya pa las últimas dos paradas el otro se me adelantó, yo no jallaba por que juera, pos nos atragantábamos el tanguarnís con la mesma velocidá. Cuando llegamos a la meta, él me sacó una de ventaja. Y hasta entonces me di cuenta porqué jue: el desgraciao -chucha cuerera- no iba a miar en los mengitorios, se hacía en los mesmos pantalones al tiempo que bebía, pa no entretenerse en eso. Acabó todo chorriao y jediondo, pero ni juerza que le hizo a lora que le entriegaron el premio.

“Pal año que viene, si Dios es servido y astedes me empatrocinan de nuevo, ese güey me hace los puros mandados. Total, me pongo de a tres calzones empalmaos pa que agsuerban todo el aguanal”.

Page 17: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

17

La importancia de llamarse Mateo y ser ateo

Donde se aclara que un antropófago tiene que ser también un filántropo, pues uno no se come lo que no le gusta. Si bien un filántropo no tiene que ser un antropófago, ya que uno puede gustar de alguien sin tener por ello que comérselo.

El doctor don Mateo Martos era un ateo santo o un santo ateo, como ustedes digieran mejor ese aparente contrasentido. Además, el único santo que he conocido que hiciera milagros, español hasta la médula, natural de la Villa de Cabra, allá en la andalucísima provincia de Córdoba, anarquista desde su juventud, conservaba con gran celo los ideales libertarios de Bakunin, aunque atemperados en sus extremas manifestaciones por la edad y la reflexión. Así, al estallar la Guerra Civil española, él militaba activamente dentro de la Federación Anarquista Ibérica, la temible FAI, encuadrándose desde luego en la famosa columna Darruti, formada por éste para combatir en el frente de Aragón. Durante tres largos y heróicos años luchó en primera fila con el bisturí y el fusil, curando e hiriendo, salvando vidas y segándolas: terrible paradoja de un médico combatiente. Defendió sus ideales como tantos otros millones de españoles lo hicieron en ambos bandos: hasta lo último, hasta recalar exhaustos y vencidos en los campos de concentración franceses; hasta las mieles de la inútil y dolorosa victoria, los que triunfaron sin triunfo.

Lucharon como leones y perdieron; pero pelearon, no huyeron como conejos asustados, como otros que ya conocemos. Dieron la cara y se batieron a pie firme y cuando derrotados se acogieron al amparo de nuestra bandera, dieron a México -el nobilísimo país que así los recibía: como hermanos y abierto de brazos-, lo mejor de sí mismos y, como en el caso de nuestro recién conocido doctor, su salud y hasta su vida.

El doctor don Mateo Martos no vivía en San José, pues por aquella época no había médicos ahí, sino en Nieves, e iba todas las semanas a dar consulta en nuestra localidad, a curar y aún a efectuar arriesgadas y emergentes operaciones quirúrgicas.

Hombre ya sesentón, de aspecto cansado, blancos cabellos y ojos de un azul intenso, tenía la figura ascética y deshumanizada de un personaje del Greco. Parecía arrancado de El entierro del conde de Orgaz. Cuando la resaca de la tormenta lo dejó en playas mexicanas y habiendo quedado la política entre tantas cosas de un pasado muerto, sólo pensó en dedicar el resto de sus días a servir al pueblo humilde, del que provenía y a quien verdaderamente veneraba. Hombre de vastísima cultura, era un conversador inigualable. Muy joven aún, casi un niño, emigró como tantos otros de sus coterráneos a la industriosa Barcelona. Ahí fermentaban, entre la masa paupérrima de obreros mal pagados y peor tratados, las ideas revolucionarias de todo signo, que para espíritus idealistas como el de don Mateo eran un imán imposible de resistir:

-El anarquismo libertario -me decía emocionado, aunque con cierto aire de tristeza- es la doctrina redentora más hermosa después del cristianismo, cronológicamente hablando, y también como éste, es irrealizable, utópica, impracticable, ya que ambos están sentados sobre una falsa premisa: la hermandad de todos los hombres de la Tierra. El hombre es por naturaleza egoísta, y está física y mentalmente condicionado por la evolución para la lucha por la supervivencia. Pedirle lo contrario es ir contra las leyes naturales que, desde los más remotos tiempos, lo motivan.

Page 18: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

18

“Si el hombre prehistórico hubiera empleado la caridad o la compasión, hace millones de años habría desaparecido sin dejar rastro Abel nunca hubiera poblado la tierra, sólo Caín podía hacerlo. En el cristianismo, aparte de un puñado de seres privilegiados o anormales -en su sentido etimológico y no peyorativo, como se de la casi siempre a esa palabra-, nadie ha practicado esa doctrina sublime. Para mí, Francisco de Asís es el máximo exponente de los pocos que la comprendieron; en México, quizá solo aquellos frailes heróicos que vivieron tras las huellas de los rudos conquistadores.

“En la anarquía, de los que yo conocí, que fueron muchos, solo Buenaventura Durruti -extraña mezcla de caballero andante, guerrillero y asesino- pensaba en los demás antes de pensar en sí. No es que tuviera caridad o compasión por ellos -eso es un atributo del cristianismo-, sino que sacrificaba sus personales intereses y supeditaba todas sus acciones al triunfo de la causa, que para él sería el bien de la colectividad. Así como el cristianismo fracasó en la creación del hombre justo del Evangelio, así también la anarquía falló en la confección de la sociedad libre y justa que soñaron los nihilistas rusos encabezados por Bakunin.

“No fallaron las doctrinas, sino el elemento humano en el que deberían proliferar y desarrollarse. Además, muchos anarquistas -Durruti y los Ascaso, entre otros-, llevados por su ardor o desesperación, cayeron en crímenes execrables, imposibles de justificar. Condenar globalmente al anarquismo por ellos, sería tanto como condenar igualmente al cristianismo por las terribles iniquidades cometidas por el tribunal de la Inquisición, o por la cruzada contra los indefensos cátaros o albigenses.”

En San José, el doctor Martos había instalado un pequeño y muy modesto dispensario en la trastienda de la botica de Don Elías, donde atendía, infatigable, a infinidad de pacientes, la inmensa mayoría gente muy humilde, a los que trataba con una bondad y paciencia admirables. Solo cobraba a quienes sabía podían pagarle. El dinero realmente no significaba nada para ese espíritu selecto. Lo necesario para subsistir y ya. Su manera de vivir era realmente estoica.

Por cierto, el Güero Sabás siempre se negó a ir a consultarlo: “No, ¿a que voy?”, protestaba lastimero. “Esos doitores luego luego queren tasajearle a uno el fundillo, no saben otra cosa”.

A veces tenía que efectuar verdaderas operaciones de cirugía mayor que no admitían dilación. En esas ocasiones le ayudaba una mujer partera más que empírica -tal vez lírica- y cuyos conocimientos de la medicina provenían de haber trabajado algunos años en el hospital civil de Durango... como fregona y barrendera. Don Mateo la disculpaba: “lo hace con muy buena voluntad la pobrecilla”, decía generosamente. Otra cosa que también hacía de muy buena voluntad, eran niños, que paría invariablemente cada año de diferente padre. Cuando el doctor, paternal, la reconvenía por ello, ella simplemente se encogía de hombros y le contestaba:

-Ay doitor, pos qué quere que haga, yo soy retequerendona.Y esta prolífica y desaprensiva dama se llamaba, precisamente, Virginia. En el pueblo, con gran

tino y para abreviar le decían Virgen. Don Mateo, moviendo la cabeza de un lado a otro, al observar la prominente y sempiterna panza de Virgen, le espetaba: “Tú, mujer, debías llamarte Concepción Segura, ¡con lo atinada que eres! ¡Mira que tu padre como profeta fue un verdadero fracaso; vaya nombrecito que te puso, te sienta como a San Pedro un par de pistolas!”

En cierta ocasión trajeron al doctor un herido de bala en muy grave estado. No había alternativa, debía operarse de inmediato. Don Mateo se entregó a su tarea con ardor, auxiliado por Virgen -que siquiera servía para restañar la sangre-, cuando a la mitad de la intervención, el paciente no pudo soportarla y murió.

-¡Se nos fue, Virginia, se nos fue! - dijo con profundo desaliento el doctor. Entonces aquella, con el mismo gesto y ademán de éste, comentó:

Page 19: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

19

-¡Achis doctor, y tan bien que íbanos!Al presentarlo, he dicho que el doctor Don Mateo Martos, aparte de santo era ateo:-Aunque me vaya mal con el nombre -comentaba resignado-, claro que me iría mejor Mateo el

Evangelista que Mateo el Ateo, pero así como Virginia no escogió el nombre que le ha sentado tan mal, así yo: no escogí ni mi nombre ni mi ateísmo. Éste vino solo, poco a poco, podríamos decir que a la chita callando. Un buen día, sencillamente llegué al convencimiento pleno de que estaba solo, prácticamente solo. Mi consciente era lo único que existía.

-Debe ser terrible ese momento -le interrumpí.-No, en lo absoluto -contestaba vivamente-. Lo terrible es la duda, la incertidumbre. Pero una

vez llegado a la certeza, no hay nada que pueda hacerse al respecto y alcanza uno la ansiada paz interior. Los creyentes más convencidos y ortodoxos y los ateos sinceros se asemejan mucho, ambos tienen que aceptar su verdad con humildad, solo así pueden ser tolerantes, y la tolerancia, señor mío, es tan difícil de alcanzar.

Comentando con mi compadre el ateísmo del doctor Martos, me preguntó intrigado:-¿Ateyo? ¿Y eso qués, compadre?-Pues es aquel que no cree en la existencia de Dios -le respondía.-Pos, ah caray, ¿entons en qué cree?-Pues en las realidades tangibles, es decir, lo que usted puede ver o tocar, en la justicia, en sus

ideales, no sé... quizá en la bondad del hombre.-Pos entons, al revés voltiao que yo, porque yo en Dios como no voy a crer si de a tiro lo estoy

viendo. Yo en lo que de plano no creyo es en la buendá de los hombres, tovía de las mujeres, pos pase, si todos, no agraviando a don presente, son un hatajo de cabrones que nomás tan pa fregar al que puedan u se deja. U si no, dígame: ¿quén hace algo por los demás sin estirar luego la mano? Asina que me dispense muncho el doitor don Mateyo, pero en eso sí que anda errao.

En forma comedida y amable reconvenía yo al doctor el desperdiciar su talento profesional y su preparación intelectual trabajando como médico de pueblo, en vez de enseñar en algún centro de estudios superiores -como yo lo había hecho alguna vez-, que estaba seguro le abriría las puertas generosamente. Él me miraba con la tristeza del que no es comprendido y moviendo negativamente la cabeza, siempre repetía lo mismo:

-No se le olvide, señor mío -me hablaba de usted, no obstante la diferencia de edades-, que un intelectual revolucionario se debe primero al pueblo y tendrá que servirlo en donde más pueda ayudarlo, no donde él pueda brillar más.

La charla del doctor, con ese dejo andaluz al hablar, era para mí un refrescante baño de sabiduría. Don Mateo llegaba todos los jueves en el destartalado camión que cubría la ruta de Nieves a Estación Camacho. Una brecha infeliz, polvorienta y extenuante. El regreso casi siempre lo efectuaba conmigo, en mi yip -”El mulo de acero”, lo llamaba el doctor-. Dos horas dado tumbos y tragando polvo con tal de escuchar la cátedra de un maestro. Ojalá y los santos que veneran los creyentes hayan sido la mitad de santos que este humilde e involuntario ateo.

Page 20: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

20

Un caballero balín

Donde el lector tendrá la oportunidad de conocer a un ejemplar de la fauna mexicana, que aunque incluido en la Rusticatio mexicana del padre Landívar, actualmente está en vías de extinción. No obstante que esto no alterará en nada la ecología nacional, sí lo hará con la heráldica y la güevonética (ciencia, ésta última dedicada al estudio de la técnica y propedéutica de vivir del tuvo y del cuento).

Don Ramón de la Pedroja y Tratevilla, Caballero de Colón... y de industria, sablista profesional y enemigo público número uno del trabajo, pero enamorado del producto que rinde el de los demás, era el hombre más indefinido que haya parido mujer alguna; desde el nombre, ya que en el pueblo era Ramoncito, para sus amigos -si es que le quedaba alguno- Ramonete, en su familia Ramonín, con su vieja criada Monchito, y para algún despistado que se dejara impresionar, Don Ramón; hasta el color de sus ojos que no eran azules, ni verdes, ni grises, ni... “Son de color de atole”, zanjaba mi compadre, y añadía: “Este Ramoncito no es nada, Ni viejo ni joven, ni probe ni rico, ni macho ni marica, ni alto ni chaparro, ni bueno ni malo; es lo que se dice como la caca de perico: ni huele ni jiede.”

Desde que nació no hizo otra cosa que ir perdiendo los bienes que heredó, materia en la que con el tiempo llegó a ser un verdadero experto. Todo lo sacrificó en aras de conservar una posición que, cuando yo lo conocí, ha tiempo había dejado de ser ya no digamos sólida, ni siquiera líquida; podríamos decir que; más bien, gaseosa.

Su familia había sido propietaria de dos grandes haciendas de por el rumbo, de no muy limpia prosapia, de la cual podían haber dado testimonio los obispos de Durango y Zacatecas que en tiempos de Juárez habían puesto a nombre de aquella, para escapar a la ley desamortizadora que promulgara con tanta visión ese gran gobernante: acción que después los descendientes no reconocieron. Y como dijo mi compadre: “Salieron con que ¿cómo dicen que dijo que dijieron que bian dicho quesque eran de la iglesia?” Total, gracias a su reconocida piedad, la familia de la Pedroja fue desde entonces muy rica. Lo fue hasta la revolución ya que desde ese tiempo y por largos años, quedaron las extensas propiedades prácticamente abandonadas, en manos de administradores no siempre honrados -aunque ladrón que roba a ladrón...-, mientras la familia, “huyendo de los pelados”, se daba la gran vida en París y Madrid. Cuando por fin se asentaron un poco las agitadas aguas de la contienda civil y pudieron regresar a sus lares encontraron la tierra, claro, esa nadie se la puede llevar, pero eso fue todo; ni una triste borrega o cosa alguna que andara en cuatro patas, como no fueran venados o burros salvajes. Ahí empezó la decadencia Pedrojuna, que en la época de que hablo había alcanzado su cima definitiva.

Ramoncito radicaba de ordinario en Durango, pero cuando sus amigos y parientes se hartaban de sus imparables sablazos o por lo menos de sus oportunas visitas, siempre a la hora de comer, emigraba a San José, donde conservaba su única y restante propiedad: una casona noble y antigua, aunque muy descuidada, la Casa del Diezmo, como era conocida en el pueblo y que por su denominación, a las claras denotaba ser otra adquisición hecha gracias al acendrado catolicismo de sus ancestros. Decíamos que la casa estaba muy descuidad y en eso nos quedamos cortos, porque en verdad era una ruina. Las paredes de sus numerosas estancias y habitaciones tenían enormes boquetes por todas partes; en los pisos, grande hoyancos mal resanados hablaban de cuál era el pasatiempo favorito, o más bien, única actividad de su dueño: buscador de inexistentes tesoros. Era una obsesión para él.

Page 21: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

21

Tenía un pequeño artefacto eléctrico -el detector de tesoros, como pomposamente lo llamaba- que llevaba siempre consigo y que no obstante jamás haber acertado, aseguraba que era infalible. Tan infalible que en cierta y memorable ocasión, en el corral de don Alejo hizo brotar un pozo artesiano, pues al excavar ahí donde marcaba el aparato de marras, toparon y rompieron la tubería que lleva el agua desde la bomba del río al pueblo, que gracias a Ramoncito quedó una semana en forzosa y mugrosa sequía.

Otro dolorosa fracaso tuvo cuando buscando en la casa de Artemio, el del molino, el detector marcó claramente un punto en la pared de la habitación. Convenció al dueño y con grandes barras empezaron a romper el muro. Habrían profundizado uno o dos palmos, cuando la barra topó en madera. “¡El cofre! -exclamó excitado Ramoncito- ¡El cofre del dinero! ¡Somos ricos, Don Artemio! ¡Por fin! ¡Somos ricos!”, gritaba eufórico, mientras golpeaba frenético para ensanchar el hueco abierto. Una vieja tabla quedó al descubierto. Sin esperar mas, Ramoncito asestó tremendo barretazo a la madera, al mismo tiempo que un gran estrépito de platos y cristalería rotos se escuchaba al otro lado. Cuando se hubo despejado el ambiente, aparecieron a través del enorme agujero los rostros admirados y boquiabiertos de los dueños de la casa vecina, que habían visto como inexorablemente la alacena de su comedor se venía abajo con un ruido pavoroso y acababa con toda la vajilla familiar, apareciendo en su lugar, jadeantes y estupefactos, los ínclitos buscadores de tesoros.

Ahí acabó Ramoncito con sus últimas reservas monetarias. Pagar los platos rotos y arreglar los desperfectos le costó sangre. Pero ni por esas se dio por vencido, ya que explicaba:

-El detector funcionó a las mil maravillas, pues había un tazón de plata en la alacena. Lo que pasa es que esta actividad tiene sus riesgos y sus pérdidas. No siempre se puede ganar.

Ramoncito, naturalmente, presumía de sangre azul; se decía descendiente de unos marqueses españoles, pero lo cierto es que su bisabuelo llegó de la península a trabajar en una hacienda de la región y ahí casó con la hija del dueño, que es la forma más rápida, efectiva y placentera de “hacer la América”.

Por supuesto que Ramoncito, siguiendo la acendrada devoción de sus antepasados -que tanto les había redituado- era muy católico, rezandero muy reconocido. Siempre se encargaba de guiar el rosario en cuanta ocasión se hacía menester esa monótona y pía cantaleta, y podía recitar la letanía y contestar la misa ¡en latín! ¡Así como lo oyen! Esto, desde luego, impresionaba a los rancheros, para quienes esa lengua muerta es una especia de cábala mágica, que solo los iniciados poseen. Yo pienso que gran parte de la medrosa reverencia que sienten hacia el sacerdote es por eso.

Y en materia de latines Ramoncito no perdonaba. Recuerdo que en el funeral del suegro de mi compadre, se indignó mucho porque dos viejillas beatas rezaban el réquiem de difuntos como Dios les daba a entender:

Requien tena doña domineMás perfeuto es LuciferQue crezcan en paz. Amén.

Ramoncito, en plena función religiosa, las apostrofaba: “¡Viejas tarugas, no saben ni lo que dicen, mejor cállense!” Las pobres quedaban en babia.

Cuando un forastero inquiría por la distancia que hubiera de San José a tal o cual lugar, él contestaba místicamente:

-Bueno, kilómetros en realidad no sé, pero de cierto que rosarios son siete.

Page 22: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

22

Al ilustre doctor Martos, por supuesto que lo aborrecía. Con gran caridad cristiana, así se expresaba de él:

-A este gachupín renegado y comunista, debía correrlo de este pueblo.Ante tales piadosas invectivas, don Mateo contestaba:-Después de todo, nosotros los españoles tenemos la culpa de esas actitudes. Sembramos

intransigencia y ahora la estamos cosechando.Estos ejemplos de la acendrada religiosidad de nuestro distinguido y balín caballero, podrían

contarse por docenas, o más bien por cuentas de rosario, pues aún en ocasiones un tanto profanas por no decir francamente pecaminosas, éste procuraba no apartarse de su ortodoxa y canónica prosopopeya. De modo que sus raras visitas al Güero Sabás -no por virtud abstinente, sino por descapitalización crónica y extrema-, en lugar de brindar con un sonoro ¡Salud!, como todo borracho que se respete hace, siendo por lo tanto junto con la madre las dos palabras más socorridas por el mexicano, él con pía unción exclamaba, entornando los ojos: Vinus laerificat cor hominis, después de lo cual, tranquila y beatíficamente se ponía “hasta las chanclas”.

Una de las pocas ventajas que puede tener un borracho católico, es poderse curar la cruda hasta en misa. Ese era el caso del caballero de la Pedroja, a quien cupo el honor de haber desarrollado un método sui generis para que sin interrumpir el proceso terapéutico de los efectos de la guarapeta del sábado, se pueda cumplir con el precepto dominical, asistiendo, devoto, a la misa de once. Para ello se colocaba una pequeña ánfora de aguardiente en la bolsa superior del saco, y pasando una paja o popote por el ojal de la solapa, discretamente se sorbía el espirituoso líquido, sin dar mal ejemplo, ni mucho menos quebrar el santo recogimiento que debe observarse en el sagrado recinto del templo. Era muy útil también este sistema para aguantar sermones de semana santa, “ejercicios espirituales” y otras ceremonias litúrgicas igualmente aburridas y por lo tanto inaguantables por otros métodos que no fueran en dulce sopor que produce media castellana de sorronchi en la panza de un cumplido feligrés.

Los padres de Ramoncito hicieron famosa en sus tiempos la sábana santa, piadoso y casto -dentro de la santa castidad matrimonial- artilugio o ingenio con el que siempre cumplieron sus sagrados deberes conyugales. En efecto, cuando el cristiano caballero de la Pedroja sentía revolotear en su interior el demonio de la concupiscencia -”remedio para el cual está hecho el matrimonio”-, preparaba la hermosa sábana de lino irlandés, “con todas las bendiciones e indulgencias eclesiásticas, concedidas para cada ocasión en que se hiciera apropiado uso de ella”.

Para la esposa, los preliminares aquellos eran el delicado aviso de lo que se avecinaba, por lo que discretamente se retiraba a un rincón del aposento, donde había un par de reclinatorios, que era donde momentos después se le reunía el señor, para ambos ofrecer el acto rezando con más hervor que fervor, una breve estación.

Enseguida ella se dirigía apresurada y ruborosa a la cama, donde desde luego, se ponía en circunstancias. Eran éstas que se cubría de pies a cabeza con el dichoso lienzo, no permitiendo éste más acceso a su cuerpo que por un agujero ni muy grande ni muy chico, justo a la altura necesaria, abierto en forma de corazón y con unas letras en la parte superior primorosamente bordadas, con esta bellísima jaculatoria: Jesús me empuje. Y bien que lo empujaban pues tantos expedientes para cosa tan expedita no impidieron, por supuesto, que nuestro Ramoncito y otra cohorte de bodoques tarados asomaran a la vida por el mismo cardioforme orificio de su manufactura -otro de los usos de la sábana-, solo que en esta ocasión vuelta al otro lado y con diferente leyenda, aunque en las mismas elaboradas letras góticas: Deo gratias.

Page 23: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

23

El inventor

En este lugar y antes que otra cosa suceda, nos atrevemos a denunciar Urbi et orbi -dijera Ramoncito- que todo eso del premio Nobel y demás patrañas sólo es para apantallar pendejos, ya que de otra manera nuestra querida patria habría ganado varios, y Zacatecas cuando menos uno.

Crispín Bazán. Más conocido en el pueblo como Crispán Bacín, era en verdad un hombre notable. Vaya, era tan notable que hasta se le notaba. Y lo fue en grado tal, que pasó a la posteridad como el descubridor de la energía de inducción geodinámica. Así como lo oyen, nada más y nada menos. Algo tan sorprendente que ni al mismísimo Edison se le había ocurrido, aunque Crispán notablemente daba su lugar:

-Este Tomasito de Alba -que así era su apelativo, pues lo demás ya se lo pusieron después en el otro lado- sí era gallo, ni quien diga nada; y si se hubiera quedado en Sombrerete, donde nació, aunque después haya renegado de su tierra, hubiéramos inventado muchos inventos juntos, pues casi nos creamos en el mismo barrio, aunque él ya estaba labregón cuando yo apenas era un chavalillo. ¿Y quieren saber ustedes una cosa que les voy a contar, para que ustedes la cuenten más adelante? Pues que muchos de sus más ufanos y afamados inventos... ¡se los fusiló! Así como lo oyen. Aunque no lo crean, así fue. Esto lo sé de cierto porque precisamente el interfecto fusilado fue mi tío carnal Pascual Bailón Bazán, inventor de altos vuelos -ya verán porqué-, que entre muchas cosas creó el nopal lampiño cruzando un chaveño, todo espiniento y feroz, con una verdolaga dulce, dura y lisa como nalga de india, descubrimiento que dio paso a la tuna sin semilla, que tantos y tantos beneficios ha venido a reportar en los drenajes públicos, caseros e intestinales, que en temporada de cosecha de aquella fruta tan prejuiciosos taponamientos causaba, principalmente en las grandes urbes nopaleras, como son Zacatecas, San Luis y Chalchihuites. El rejilete sin enredar -nunca explicó a nadie en qué consistía este importantísimo invento, y esto fue verdaderamente lamentable, pues vayan ustedes a saber para cuántas cosas no hubiera servido-, el hilo bola -esto por sí mismo se explica, ya que dio origen a la bola de hilo, que tan útil ha sido para enredar la hebra, que antes de eso toda se nos hacía ñudos-. El tamal sin hojas, otro destacadísimo avance, que sin embargo y por el mal uso que se le dio desde el principio, se frustró y vino a degenerar en el pambazo revolcado, en el cual torpemente se quiso suplir la protección de la hoja de maíz, por una triste espolvoreada de harina rancia. El tripié de cuatro patas, que dio mucha más base y consistencia al banco de zapatero remendón, antes tan sujeto a vaivenes y columpeos, con el consiguiente peligro del usuario. La melchocha de tajo, que hizo posible que ésta, antes tan difícil de manejar, pudiera cortarse sin excrecencias pegamentosas que tanto embarazan el cuchillo y los dientes. El reloj de una manecilla, que permitía agarrar horario cerrado sin las molestias que representan los minutos, que tan culpables son de la impuntualidad de mucha gente. En fin, un titipuchal más de cosas muy útiles que desarrolló y compuso para beneficio y progreso de la humanidad.

“Ahora que al respetive de lo que decíamos de los avances que le hizo don Tomasito de Alba, pues fueron nada menos que el foco y la vitrola. ¡Poca cosa, eh! Casi nada... pero ésas fueron. Claro que no eran idénticas, ya que tenían algunas variantes, aunque no creo que éstas vinieran a ser básicas. Por ejemplo, veamos el foco, del que tanto presumió don Tomasito: mi tío carnal Pascual Bailón Bazán, ya mucho antes había lanzado el suyo. Claro, no era eléctrico, ¿cómo podía serlo si la electricidad

Page 24: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

24

todavía no se inventaba? Pero salvo este pequeño detalle, que en realidad no tiene mayor importancia, el principio -que es lo que cuenta- era el mismo y eso fue precisamente lo que copeó Tomasito para hacer el suyo. El foco de mi tío era de petroleo. Sí, así mero era. Consistía en un quinqué o aparato -mi tío carnal Pascual Bailón Bazán fue el que le puso este nombre y desde entonces así se llama: aparato-, solo que en vez de ser largo era redondo, y en lugar de estar abierto por arriba para que salga el humo, lo estaba para abajo y entonces como éste se quedaba adentro, pues había que darle vuelta, con el fin de que saliera aquel, porque si no pa pronto se jumiaba -como dicen las gentes ignorantes- y se apagaba la flama; de modo y manera que venía a ser igualito que un foco, nomás al revés volteado y en vez de rosca, un agujero. Íntico al de ahora. Así que don Tomasito lo único que tuvo que hacer fue meterle electricidad a la mecha, tapar el hoyo y... ¡listo!, todo el mundo se hace lenguas de este pelao, y a mi tío carnal Pascual Bailón Bazán... que lo míen los perros. Así es la vida.

“Por lo que hace a la vitrola, la cosa estuvo más o menos del mismo jais, puesto que ya mi tío Pascual Bailón mucho antes había fabricado su toca cuerdas automático o tocacordio, como vino a llamársele a su ingenioso invento. Consistía éste en un carrete en el que se enredaban a modo de cuerda cuatro gruesos mecates de lechugilla bien remojados, sujetando en la punta un arco que descansaba sobre de un violín chillao -el violín chillao es el que usan los huicholes y coras para acompañar a sus briagos y danzantes; le dicen chillao porque aparte de que chilla de a madres, aguanta aguaceros, borrachazos, vomitadas y demás contingencias que suelen suceder, y nomás no se hace nada- bien amarrado a un tronco. Entonces lo mecates, al irse secando jalaban el arco y empezaba a sonar la güijama -otro de los nombres del violín chillao- y aunque la melodía no era muy dulce que dijéramos, ahí se descubrió el principio de tocar la música sin la intervención del hombre -o de la mujer, para el caso es lo mismo-. De ahí a sacar la famosa vitrola, no hubo más que un paso, pues como dije en el caso del foco, los principios -que es lo que cuenta- ya estaban dados, y ya todo se hizo abasándose en el tocacordio de mi ilustre tío carnal don Pascual Bailón Bazán, hijo epóntimo de esta tierra. Desgraciadamente, su falta de preparación -no tuvo como yo la ventaja del estudio por correspondencia-, le impidió progresar en otros campos que después han sido invadidos por los gabachos, pero en los que mi tío carnal Pascual Bailón ya estaba trabajando arduamente, o como se dice vulgarmente, “muy entrao”.

“Un ejemplo de esto que les platico, es la aviación -o aeronáutica, como oyí que la llamaban en Fresnillo-. Hay muchos díceres, acerca de quien fue el primero que se aventó a volar como los pájaros. El doctor don Mateo Martos dice que fue un tal Ícaro, el cual no pasó de la pura encarrerada y dio el azotón, pues se le chisparon las alas que tenía pegadas con cera de Campeche. ¡También que trazas de don Ícaro! Otro, como el mesié Mayaudon, el viajero de Las fábricas de Francia dice que fueron unos franchutes que subieron en globo de aire caliente, como esos que sueltan en las ferias; y la Popular Mecanis o Mecánica Popular, para los que no entienden el gabacho, dice que fueron ellos los que de primeras se subieron a un aeroplano.

“Pues ya vieron ustedes a toda esa gente que parece tan seria... ¡pos mienten!, o cuando menos son supinos ignorantes, porque el primer hombre en volar por los aires fue, pa que se lo oigan y se lo sepan, el énclito y glorioso don Pascual Bailón Bazán, mi tío carnal y noble hijo de estas tierras.

“Bueno, creo que llevado por mi pasión familiar, exagero un poco, porque, en realidad, el primer ser humano -que yo sepa- en surcar los aires sutiles cual golondrina fugaz y delentérea, fue Tacho el loco, que un memorable 19 de marzo, en las meras fiestas del señor San José, efectuó su brevísimo, flamígero y espectacular vuelo. Pues verán ustedes, sucede que Tacho, que a todo se acomedía, estaba muy entusiasmado dándole malacachonchi a la esquila -campana, pues- mayor, en la

Page 25: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

25

torre de la parroquia, cuando debido a un fuerte catarro “caído al pecho” que traía, se volteó para sonarse de a dedo y soplido cuando ahí nomás que lo alcanza el esquilón mayor, dándole tal antellevón que alcanzó a rebasar la linternilla de la torre, con todo y la cruz, antes de agarrar su vuelo en picada. Pobre Tacho el loco, después de tan noble y tan bueno que era. Van ustedes a creer que todavía alcanzó a gritarle al gentío que llenaba el atrio: ¡Ábranse que traigo gripaaa...!

“Pero bueno, este vuelo quizá por involuntario no debe figurar en los anales de la aeronáutica, -como ya les dije que últimamente le dicen en Fresnillo-. Así que en realidad el que cuenta y seguirá contando, aunque esto les arda a los güeros, es el de mi tío carnal Pascual Bailón. Nimodo de negarlo. Y es que su hazaña fue de verdad hazañosa.

“Para mi tío Pascual Bailón, volar era una obsesión. Soñaba con eso. Y no como todos, que en sueños entimos que brincamos y nos deslizamos un bute de terreno sin dar pisada. No, mi tío Pascual Bailón soñaba con las alturas, con ser pájaro, águila, o de perdida un zopilote, el caso era andar por los aires. Así que por años, mientras hacía otras muchas cosas, iba madurando su invento cumbre, aquel que en verdad debía inmortalizar su nombre de Pascual Bailón Bazán. No le bastaba con haber prohijado al antecesor directo del foco, o de la vitrola, que por sí solos merecían los lauros eternos de la fama. Ni tantos otros que habían revolucionado no sólo la ciencia económica, sino hasta la fisiológica e higiene, como el tripié de cuatro patas. No le bastaba todo aquello: necesitaba algo espectacular, trascendente, e iba a lograrlo; estaba decidido, y volar era el único medio de alcanzar todo esto. No le arrendraban ni las dificultades ni los peligros anejos a la empresa.

“Así que una límpida y ventosa mañana de marzo, mi tío Pascual Bailón anunció a sos amigos y coterráneos en general, que ese día era el indicado y señalado para probar su invento máximo, aquel para el que había calentado al rojo vivo su magín -cerebro, pues- y que redundaría no solo en su personal gloria, sino en la de su pueblo amado. Con esta retórica, aquí entre nos, quiso echarle sus cacallacas o pedillos a don Tomasito de Alba, que desairó a Sombrerete por Nueva Yor y Detroy.

“No, pos no lo hubiera dicho dos veces: medio San José -de por sí argüenderos y que sólo quieren un pretexto para no trabajar- siguió a mi tío carnal Pascual Bailón hasta las afueras del pueblo, por toda la orilla del río, hasta el Álamo de doña Juana, que así le dicen al árbol más alto de todo el encanijao curso del Aguanaval, desde que nace en los puertos de Llanetes y Trujillo, hasta que muere de sed en las lagunas de Mayrán. Llevaba mi tío Pascual Bailón en unos carros de mulas todos los enseres de su invento. Hasta parecía convite de circo, pues la tambora de Román Samaniego se les juntó muy gustosa, y a los acordes de Amor de madre y Los górgoros acompañaban la comparsa. Mi tío Pascual Bailón, montado en un caballo grullo gatiado -me acuerdo bien-, saludaba con ambas diestras, gozando su triunfo por adelantado.

“Por fin llegaron al Álamo de doña Juana. Mi tío Pascual Bailón procedió a organizar todo el experimento. El gentío de gente hizo rueda silencioso y admirado, ya que estaban a punto de ser testigos de la historia. Varios pelaos fuerzudos subieron ágilmente por las ramas y se encaramaron en lo más alto del árbol. De ahí con garruchas y poleas subieron todo el complicado ingenio. Lo que más trabajo les dio fue la lancha. Sí, una lancha. ¿De qué se admiran? Esa era la base del invento. Una lancha con dos grandes alas de petate con armazón de varengas, pegadas a sus remos, por lo que al bogar con éstos, aquellas se mecían amplia y cadenciosamente. Allá arriba, con grandes dificultades le pusieron su mástil con la vela enredada. Como ven ustedes, todos los principios básicos de la navegación se había respetado escrupulosamente. Pronto estuvo todo a punto para el despegue. Mi tío carnal Pascual Bailón subió ágilmente por una escalerilla de cuerdas puesta a propósito. Con tubos y saracof -casco, pues- del ejército porfirista, francamente parecía la mera verdad. Ya en lo alto, se dirigió

Page 26: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

26

a la muchedumbre reunida al pié del Álamo de doña Juana, con estas sencillas sentidas palabras:

“Paisanos míos muy queridos y pasmaos: están a punto de presencear el primer volido de mi grandioso invento: el aigrobarco. Veo y alcanzo a destinguir las caras almirativas de los más y de incredolicidá de los menos. Ambas las dos me valen... porque si este artefaito no vuela me quito de inventor pa sécula y mejor me dedico a hacer coyundas para los güeyes de sus mercedes. Y es que ustedes desconocen lo que yo conozco, u sean los prencipios de las físicas naturales. Si una lancha anda por las aguas y no se hunde, ¿por qué no lo va a hacer por los aigres, sin cairse pa bajo?

La juerza del viento u de las aguas es la mesma, con tal de que no sea de jierro lo que queren que navegue, porqu eeso sí, por la ley de... güeno, pos porque está muy pesao, da de ancho. Yo sé que hay munchos envidiosos que se están risando de mis aiciones. Yo les pregunto a esos endevidos: ¿han visto alguna vez que una lancha pueda volar? Entons, ¿que alegan? Y ultimadamadresmentes, yo sé que la cencia nunca es comprendida, asina que a la salú de astedes, ¡me aviento a la conquista del enfenito!”

“Y diciendo y haciendo, con gran decisión y coraje, mi tío Pascual Bailón soltó la vela, que se hinchó al instante; con tremendo tirón libró las amarras y el poderoso aerobarco salió disparado, recto como una flecha... hacia el sólido suelo, donde con horrísono estruendo de tablas rotas y la estufacción del público asistente, se estrelló con gran limpieza.

“Mucho muy condolido y moribundo quedó mi pobre tío carnal Pascual Bailón. Todo estrujado y roto. Lo único que no se le rompió fue el saracof -qué bueno, pues lo estaba estrenando-, de ahí pal real, todo. Antes de rendir el ánima, alcanzó a darme -yo era un chavalillo entonces- este sapientísimo consejo: “Querido sobrino, como ya vites u observates... me llevó la fregada; pero muero con la satisfaición de que por fin volé... pa bajo... pero volé, pos no siempre se puede volar pa rriba. Asina que no te desavalorines, lo único que nesitas es treparte más alto. Te apuesto que desde el crestón del cerro de la Bufa libras hasta Quebradilla... si no te quebras antes toda la ma...”

“Ahí palmó mi tío Pascual Bailón. Podrán negarle la gloria de ser el inventor del aeroplano, pero nunca jamás le quitarán la de ser como el Bautista: el gran precursor.”

Pero volviendo al personaje que con tanto calor y pasión hablaba de su tío Pascual Bailón, diremos que heredó de éste, si no su fortuna, pues el malhadado aerobarco se llevó todo su exiguo patrimonio, sí sus genes de inventor insigne, creador también de fabulosos aunque más pragmáticos y como veremos, redituables progresos científicos.

A diferencia de su tío, Crispán Bacín era hasta cierto punto un hombre ilustrado; en su lejana juventud -ya era un hombre más que maduro- fue seminarista en Zacatecas, aparte de graduado por correspondencia como electricista y radiotécnico. Solía ser caravanero y rebuscado en el hablar. Pero lo que más lo distinguía del resto de los mortales, era que su taller y hogar tenían corriente eléctrica las 24 horas del día, siendo que para el resto de la población se cortaba a las 10 de la noche, quedando el pueblo sumido en las tinieblas. Naturalmente que este hecho extraño dio pábulo a extremas conjeturas y variadísimos comentarios. Un temeroso vacío comenzó a hacerse en rededor de Crispán: brujo, enechizao, empautao con el diablo, era lo menos que de él se decía. Entonces Crispán, sonriendo comprensivamente, explicó su secreto, para cortar de raíz -dijo- tan negativas especulaciones. La cosa era bien sencilla -aclaraba muy serio-, ya que todo se reducía a la aplicación de uno de sus maravillosos descubrimientos: la energía de inducción geodinámica, obtenida directamente del centro de la tierra, a

Page 27: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

27

través de un invento ultrasecreto que no podía revelar, ya que estaba destinado a revolucionar todo lo conocido hasta entonces en materia de electricidad, y él cuidaría que la gloria y los beneficios fueran nada más para nuestro querido México. Bastantes y tristes experiencias había ya -como en los casos del foco, la vitrola y el aeroplano- para no tener mucho cuidado, pues hay que ver que los gabachos no duermen.

Naturamente que ese invento tan maravilloso trascendió los estrechos límites del pueblo y llegó a Sombrerete, donde desde luego la Compañía de Luz, no muy convencida del genio de nuestro Edison nopalero, envió unos inspectores que pronto develaron el tan celosamente guardado secreto. Crispán simplemente había sacado un fino alambre de cobre desde una cercana torre de conducción, y con escondido y pequeño transformador se robaba la corriente olímpicamente. El pobre Crispán fue a dar al bote, terminando en una fuerte multa sus inquietudes inventariles o edisonianas.

Mi compadre, gran admirador de Crispán, no podía admitir su fraude:-No es cierto, compadre, no es cierto. Lo que pasa es que todas son cábulas de la Compañía de

la Luz, que sabe que se le acaba su negocio cuando cada quen agarre su eleutricidá de la mesma tierra.

Page 28: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

28

Filosofía amorosa del compadre Juande

Separata en donde se hace un recuento de la técnica que hace porfiadas a las mujeres, hasta lograr no verse los pies.

No bien había detenido mi yip frente a su casa, aquella luminosa y calurosa mañana de mayo, cuando mi compadre me abordó con cierto aire preocupado que no iba mucho con él. Sabía que estábamos en el peor mes de la sequía, pero en eso todos sufríamos igual, y así se lo manifesté apenas se apagó el ruido del motor y pude hacerme oír:

-Está dura la seca, compadre. Ahí atrás traigo tres cueros que pelamos ayer, y quien sabe cuántos más habrán amanecido hoy.

-No es eso, compadre. Es otra cosa y quero que me aconseje. No sé si ya le he platicao que se va a casar -pendejo, pero güeno, allá el- mi sobrino -güeno, sobrino de mi mujer- Baudilio, Baudilio Rentería. Y se le ha ocurrido a este diantre de muchacho envitarnos de padrinos, pos como es huérfano de sus papases, a mí siempre me ha mirao con mucho repeuto. Y no modo de niegarme. La cosa es que no jallo qué hay que hacer u pagar, ¿u qué?

-Bueno, pues eso depende -le contesté haciendo mi mejor cara de hombre de mundo-. Si la novia es de posibles, ya sus padres se encargarán de los gastos, porque es la ironía en las bodas de las hijas: el tener que emborrachar precisamente a quienes se las quitan. Ahora, que si no es...

-No, pos no, compadre. Sus papases de la muchacha tan más fregaos que la riata del pozo; asina que aquí el único pagano soy yo. Y tampoco es nomás de a la salida de la iglesia: Güeno, pos ahi nos vimos. No, señor. Habrá que hacerles un mediano guateque, trair la tambora, matarles un puerco y unos cóconos y por descontao que sus güenas garrafas de sorronchi pa que no hablen u digan de uno... Y luego a más que va a ser boda derecha, porque el muchacho ha respetao a la novia. Dice que ni un pelo le ha tocao...

-Pues que puntería de pelao -le reviraba yo.-¡Ah, que compadre! Con usté de plano que no se puede hablar seriamente con seriedá.-No, se lo digo formalmente; yo como que en estos tiempos ya no creo en esos amores

platónicos, ¡si el niño más tardado es de seis meses! Pero hasta eso, que solo el primero sale así, ya que todos los demás que siguen se toman su debido tiempo.

-Pos mire, compadre: eso de que estos muchachos, mis sobrinos, haigan tenido u tengan esos amores que dice usté, pos tampoco, nuay que ser esagerao, ya con los platos u platones se avientarán después. Orita ¿con qué?, si los probecitos ni a menaje de casa llegan... Además que ya al Baudilio, pos como no tiene papá, yo le he dao sus consejos, no creya. Primeramente que dende el prencipio se sepa quén lleva los pantalones en la casa. Que no sea suato. Después, que a su esposa le dé suficiente de todo, porque una mujer ansina bien satisfacida no anda buscando peleya por otros laos. Bien vestida, comida y sobada, y van a ver que hasta eruta de satisfaición la endina. ¿Cómo hay hombres que esigen fidelidá, si las train muertas de hambre por todas partes?

“En esto del matrimoño hay unos pelaos muy afeutos a los guantones; yo creyo que eso nostá bien, porque si la vieja también es de ley y sale retobada, pos ahi cáin ya en los amores esos platónicos que usté dijo más antes; hay gente que luego que acaban con todo el trasterío de la cocina, se avientan hasta la mano del metate; eso si está muy malo, porque un golpe de esos puede dejar aigreao del

Page 29: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

29

sentido a un cristiano pa toda la vida...“También es muy conveniente retirar a la suegra, porque estas endevidas con sus cábulas y

chismes estropeyan más matrimoños que la borrachera. Y si dende el comienzo no se la quitan, pos ya estuvo que no se la apiaron nunca. Y luego a estas suegras nunca hay que darles razón reuta del pienso u de los hechos de uno. Que pregunta: ¿A donde vas, yerno? Entons sí va uno pal llano le contesta: voy pal cerro, y si va uno pal cerro, pos voy pal llano, suegra, ¿que se le ofrece? Y asina en todo. Porque asina las mujeres creen que lo tráin a uno todo controliao, y es meramente a la visconversa: uno es el que las trai a ellas todas deconstroliadas.

“Y luego, en lo atocante al dinero, núncamente hay que decirle a la vieja de uno cuánto gana ni cuánto trai en la bolsa. El que lo hace, ya estuvo que regó todo el tepache. Una mujer nunca perdona que gane u traiga menos de lo que uno ya le dijo. Creen u se hacen pendejas de que cren cuanta mentira les echa uno, menos una. Manque sea verdá ya te amolates. Pos eso con ellas hay que hacer como con los caballos cuando salen pa una larga jornada: ¿que arrancan corcoveando y retozando?, pos quietos, porque pronto se cansan. Y en eso no nomás con el dinero, en todo hay que almenistrarlas. Sí señor: hay que cuidar el cirio, porque la procesión es larga. No vaya a ser que en el último trecho todavía los cantos estén muy juertes y uno ya se quedó a oscuras. Por eso digo: a las mujeres ni todo el amor ni todo el dinero, porque se malimponen.

“Asina como ya dije de las suegras, digo de los padrecitos. No hay que dejar que se metan en los negocios de la casa de no, porque al rato ellos son los que mandan. Y luego que hay curitas que no sólo dan consejos, sino otras cosas que no se han menester. De modo que la vieja que sale rezanderita, ya sabe, mira viejita: yo te compro tus santitos y si queres hasta tus sahumerios, pero aquí en la casa, que al cabo mi Padre Dios dende todos laos oye lo mesmo. Pa qué tantos brincos tando el suelo tan parejo, ¿verdá?

“Otra cosa que asina mesmo le recomendé a mi sobrino es que tenga su casa. Manque sea un jacal, pero que allí nomás sus chicharrones truenen. No es cuestión que un hombre casao, con la responsabelidá de una familia, ande pendiendo de otro u tomando pareceres ajenos. No le hace que sean de la mesma familia, se sufre muncho. Se lo digo porque yo, cuando me casé pos asina le hicimos y la verdá que ya nos jumiaba. Nos juimos a vivir con los papases de la Fausta, que nomás por un tiempecito y nos echamos dos años con ellos. Y luego que mi señor suegro -que en gloria esté- que como ya le he platicao, era el caporal de la hacienda de San Antonio y también un hombre muy maduro y vociferamentoso. Yo trabajé unos meses con él y la verdá que no lo aguanté. No que me pudieran las friegas del trabajo, pos estoy impuesto dende chico a ellas, sino que piensaba tábamos todavía como en tiempos de los hacendados y ¡no señor! Fíjese compadre, nos decía en la noche: Güeno muchachos, mañana nos vamos a campiar al potrero de la Tijera, ta lejos y hay que salir temprano; se me presientan aquí antes de que salga el sol, almorzaos, miaos y cagaos... pos no quero entretenciones en el camino. Oiga usté, la probe de mi vieja se tenía que parar a las tres de la madrugada pa fin de alcanzar a echarme unas gordas pal camino.

“En lo único que no me animo a darle consejos es en lo tocante a los hijos. ¡Jijos de la Tetrazzini, pero cómo dan trabajo! Y es que todo el mundo que se casa luego luego quere. Las viejas, si no logran un pronto, ya nomás están a chille y chille, echándole mocos a los frijoles... y a uno pos también se le hace a ráiz, si aparte de todo la gente empieza a mermurar: que si a la potranca le cambearan de garañón y sabe qué tantas hablanderías.

“Luego, mientras son chiquillos no gana uno pa enjermedades y sustos: ¡que ya cagó verde!, ¡que ya negro!, ¡que ya azul! ¡jijo del máiz, cambean de color la caca pior que los camaliones! A mí,

Page 30: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

30

diario cuando regresaba a la casa del trabajo en el campo, me recebían con la novedá de los colores. Al prencipio muy gustoso porque creiba que hasta con los pañuelos me bienvenían. Pero nada, queran los pañales del dichoso escuincle que mero me los restriegaban en las jetas. Que a ver si asina le traiba algún remedio.

“Después, ya añejillos, hay que echarlos a la escuela. Pos que vámonos pal pueblo. Y luego allí, que no aprenden porque la maistra les agarró muncha enquina. Y más su son mujeres... ¡que ya las vido feo! ¡Que ya las vido pior! ¡Que ya no las vido! Y más grandes: ¡Ave María Purísima! Allí empieza lo güeno, porque si son viejas, porque si son viejas; y si son machos, porque son machos, y de todos modos es puro clamor el que se oye.

“A las mujeres, pos ni hablar, hay que cuidarles sus nalguitas, si no pa qué quere que después salgan con que a Chuchita la bolsiaron... ¿Y de quen es la culpa? Pos de uno, manque uno esté en la vil babia de todo el condenado asunto. Y entons, que queren ir a un baile. Y aystá la falsedá: si las lleva uno, malo, pos nomás se la pasa haciendo cara de idioto, mientras algún mugriento pelao las bornea y les da malacachonchi... Y ahí vienen los novios. ¡Ah carajo, pero que trajín! ¡La alborotada que se dan las pollitas! Mire compadre: de plano que las mujeres nomás no se están silencias hasta que ya no se pueden ver los pieses. Y de los hombres, ¿que me dice usté? Todavía Chuyito está muy tierno, ¿pero que dilata? Yo veo a los demás, que ya los corrieron de la escuela porque le mentó la madre al maistro. Que ya no quere estudiar, ni trabajar, ni nada, solo güevoniar. Y ahí nomás que un día. ¡pos que llegó bien borracho el baquetón! Porque para eso sí son muy hombrecitos. Los corren de la casa, los desgraciaos se güelven a meter por el corral, porque las mamases -viejas tarugas- les solapean todas sus tiznaderas, y luego son las primeras en hacer sus extremos y lamientos... y ¡ánimas benditas!, pos que ya no llegó en toda la noche, y cuando güelve tray una cruda el enfeliz que casi casi -asegún ellos- tan por morir. ¡Ojalá y de verás se petatiaran! Pero no, que va, y aystá la vieja bruta acuestándolo y hasta llevándole su histafiate. ¡Con razón, compadre, el mundo está lleno de cabrones! ¡Si asina los enseñan y los hacen!

-Todo lo que usted me ha dicho me parece muy bueno y sabio, compadre -le respondía yo cuando ¡al fin! Podría echar mi cuarto a espadas-. Pero hay que tomar en cuenta que también usted fue joven y que quizá hizo las mismas o peores barrabasadas que ahora que ya por la edad no puede hacerlas, censura. Yo, aunque no soy un pollo todavía nuevo y puedo ponerme el saco en más de alguna cosa de las que acaba de mencionar, sobre todo que como sabe, tengo mi novia en Zacatecas y espero matrimoniarme pronto.

-Muncho le he recomendado por eso, compadre, que se consiga una potranca que sea cerrera, de por aquí, pa que le eche sus gordas y lo saque de apuros, u que baje más seguido a la suidá, y asina no tenga que dar en esos extremos del matrimoño, pero veo que no ha hecho caso y nimodo, va a cair como todo el mundo en la enjermedá, ta uno viendo como se mueren de ella pero ahi vamos muy gustosos a que nos las peguen.

“Y en lo atoncante a lo que dice respetive a que hice las mesmas tarugadas de chamaco ¡lo ñego! Yo juí hombrecito desde que me parieron. Si alguna vez me emborraché -y eso porque me agarraron desprevenido-, naiden de mi casa me vido y muncho menos mi señor padre, que me biera desuellao a guarrapazos... Y güeno que me los biera dao, porque pa un muchacho es mejor u padre duro que uno pasalón y aguao. A los hijos hay que enseñarles que lo güeno no es no hacer las cosas, pos no semos santos; la cuestión está en que si uno sacó la víbora pa juera de su ahujero, uno mesmo tiene que afrientar de frente los tarrascazos y matarla, pos el juidor que juye, lo único que gana es que le muerdan el trasero, que es lo que se enseña; y el trasero, compadre, no se le olvide, si siquiera la mujer nesta y

Page 31: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

31

cristiana debe mostrarlo, sino tan solo a aquel que vaya a hacer un uso católico y apropiado de ese artefaito.

“No, y la verdá, que en esta vida hay cosas que nomás uno no compriende. Aystá por evento eso de la esperencia. La esperencia uno la tiene cuando ya no sirve pa una chingada. ¡Cuántos trancazos se biera uno quitao si la biera uno tenido a su tiempo! Por eso a cada rato se oye eso de “si biera yo sabido...” Y por más que se predique, naiden la agarra en cabeza ajena. Manque les haga uno lo que mi tío Carpóforo Menchaca a su caballo. Iba una vez mi tío don Carpo por un camino, a la mera juerza del solazo y de la canécula, todo fatigao, casi casi exasto, y como iba pa su rancho, pos su caballo agarró un trotecito medio reviatao. Mi tío lo sorenaba pa que volviera a su tranco, pos ora sí como dicen: “No andaba pa esos trotes”. Y nada, al rato otra vez caiba el fregao trotecito y mi tío a irle a la rienda. Y asina hartas veces. Hasta que a mi tío se le encabronó lo Menchaca. No me crea pero dicen que uno de sus antiepasaos era tan fieramentoso, que cuando la inversión de los gabachos se jue pal cerro, y cuando les caiba en un albazo, al güero que cogía vivo lo colgaba de los güevos y hasta se le columpiaba encima. Pos sí, le decía que mi tío se enojó bien muino y dándole al cuaco un parón en seco chispó la pistola y ¡riata!, que le sorraja un plomazo en la pura cabezota. Cayó el caballo como ajulminao por un rayo y con mi tío encima. Se alevantó el pelao muy despacioso, le dio un juerte resoplido al cañón de la fusca, y dijo entonces muy rencoroso y estertóreo: ¡Esperiencia, caballos trotones!”

Page 32: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

32

Mi compadre, los toros y los gallos

De la acalorada y original disputa acerca del toro, el torero y el aficionado, y cuál de los tres es el más pendejo. Entrando también un gallo, nomás como parapeto y sin tener en realidad nada que hacer ahí.

Mi compadre naturalmente no conocía de toros, ni maldita la cosa lo que le importaban. No se podía esperar más de quien no tiene oportunidad de asistir a corridas con alguna frecuencia, ya que las aventuras taurinas de don Juande se reducían a las capeas que se organizaban cada año con motivo de las fiestas del pueblo, allá por el mes de marzo. Y digo capeas, porque los novillos que se corrían, ni se banderillaban ni se mataban, pues bondadosamente don Julián Llaguno, el de la hacienda del Sauz, sólo prestaba su bravura. Claro que también se los prestaba a Nieves, Sain Alto, Chalchihuites y demás poblados circunvecinos, que de tan amolados que estaban les era imposible comprar el ganado. Así que aquellos toretes, con tanta experiencia, sabían hasta latín. Era más difícil lidiar un animal de esos que un Miura de cinco años. Mi compadre recordaba muy bien una de esas pachangas suicidas:

-Si, me acuerdo, era precisamente presidente munecipal don Refugio Rentería, tío de mi mujer, por cierto. Don Julián quera un viejo a toda madre, como todos los años emprestó los toros. Pero también, como todos los años, los canijos taban mas toreados que una puta de cuarenta años, asina que se iban reuto pal bulto y ¡bolas!, nomás volaban por el aigre los probes torerillos que habían traído de Fresnillo. De modo que éstos se metieron a los burladores y ya no querían salir. Aluego que vido eso don Refugio y como ya les había pagao, pos que les grita muy juerte: ¡Con que no queren entrarle, cabrones, pos óra van a torear a güevo! Y que manda un polecía con su rifle a cada burlador, y a culatazos que los saca a toriar. Nomás biera visto, compadre, los enfelices a corre y corre; se paraban tantito a resollar y se les dejaba ir el toro, se querían salir pa juera y ahi taban los gendarmes. Ya no jallaban que juera pior: los cuernazos o los culatazos. Mejor se cansó el novillo de corretiarlos y eso los salvó, porque ya fallecían de ajogados.

-Así que a usted de plano como que no le convence mucho la fiesta, compadre -le comentaba yo.

-Si, cierto. A mí solo me gustan los toros montándoles a las vacas o en güenos bisteces. Porque eso de la toriada nomás como que no me entra. U compadre, ¿me va usté a decir que no? De todo el animalero que hizo Dios para que pueblaran la tierra, no hay uno más pendejo quel toro. Hasta una vil cucaracha u babosa, si le pone uno un dedo enfrente, u le da un atentoncito, le saca la güelta y gana pa otro lao. Pos el toro no iñor, sigue porfía y porfía, no le aunque le hagan garras el espinazo, ¡y hasta que se lo echan! Y luego con el trapo, ¿quere usté más pendejismo? Póngale a una triste rata un tepalcate que parezca queso y nomás una vez lo ruñe y no güelve a morderlo. ¿Y el toro?, pos a pasa y pasa y pasa, y antes se ahoga de cansao y hasta echa espuma por el hocico, que darse cuenta que nomás ta cuerniando el puro aigre. Por eso a mí todos esos mentaos toreros francamente no me cain. Se aprovechan de ese probe animal tan tarugo pa hacerle cuanta vejación se les ocurre, ¡y quesque los que nos trujeron esas jerejías nos encevilizaron! Pos la mera verdá, taban como pa que los encevilizaran a ellos... Usté como que me late que no es del mesmo pienso que yo, ¿verdá? -me espetaba receloso, no conociendo mi manera de opinar al respecto.

-Mire, compadre -le respondía medio amoscado, sobre todo por la última pedrada-, usted llama

Page 33: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

33

estupidez precisamente a la principal cualidad del toro de lidia: su noble bravura. El atacar siempre de frete, sin buscar la emboscada o el golpe traicionero y creciéndose al castigo, como deben de ser los verdaderos hombres que prefieren sufrir y morir si es necesario, pero sin dejar de luchar, aunque sea por algo que no pueden ver, ni tocar... ni quizá llegar jamás a poseer, pero que es lo que les sale al paso retándolos en su camino y que todo hombre, para merecer ese título debe combatir, aunque fracase, aunque sea derrotado, aunque como el toro de lidia quede en la arena hecho un guiñapo sanguinoliento. Todo para poder morir con eso que sólo la nobleza otorga: la dignidad. ¡Y el toro bravo es el único de su especie que muere con ella! Además usted, compadre, es el menos indicado para censurar ese espectáculo por su inhumanidad, gustándole como le gustan las peleas de gallos. Eso de gozar viendo a dos tristes pollos, armados artificialmente, desplumarse y despedazarse sin ningún arte ni destreza, es no sólo inhumano, sino idiota y...

-Alto ahí, compadre... ¡pare su coche! -me interrumpió colérico, tocado o touché, como dicen los esgrimistas cursis en punto vulnerable-. En los gallos es un animal contra otro, armaos igual y con igual peso y conocencia; pero en los toros, más que el que va en dos pieses sea tan animal como su contrario de cuatro, uno tiene habilidá y el otro nomás furia... y por último, pa no alegar, los gallos son mexicanos hasta las cachas y los toros, gachupines.

Naturalmente y como siempre sucede, la discusión no aclaró nada, ni la ganó ninguno, porque son de lo más inútil. Nunca nadie convence a nadie y lo único que se logra es afrentar a los amigos ahí en el terreno donde jamás habrán de ceder: el del amor propio.

Después de este incidente, un día, yendo con el doctor Martos salió a colación ese duelo verbal con don Juande y lógicamente busqué la opinión de don Mateo, a quien consideraba árbitro indiscutible en aquella y otras más graves y sesudas materias. Como buen andaluz, el doctor conocía de toros, aunque claro, dada su especial forma de pensar y la seriedad con que veía todo aquello que se relacionara con la idiosincrasia de un país, simplemente consideraba ese espectáculo como una diversión baladí y propia más para enervar y distraer al pueblo, que para trascender de alguna manera en él, sea motivando sus instintos sanguinarios o por el contrario, enalteciendo el valor sereno y el predominio del intelecto sobre la fuerza bruta, como encontradas corrientes de opinión aseveran.

-Nuestro padre, don Miguel de Cervantes Saavedra, que es el único hombre a quien reconozco paternidad espiritual -empezaba su cátedra el maestro-, tiene en el Quijote una famosa disputa acerca de la supuesta superioridad de la carrera de las armas sobre la de las letras, cosa que al contrario sostenía un hombre dedicado a éstas. En ella, más que otra cosa, nos enseña el manco inmortal que con la fuerza o sin ella lo que siempre triunfa es la inteligencia. ¡Chispa divina!, dijeron los teólogos. ¡Remate estupendo de la evolución!, afirman los científicos. ¡Corolario supremo de la materia, eternamente en procesos de transformación del cosmos!, afirmo yo. Lo que sea es igual. El hombre no debe luchar contra una bestia de igual a igual. Aún inerme, el hombre sigue siendo inmensamente superior. Es el único ser viviente que la ha enmendado la plana a la naturaleza: dominando torrentes, salvando insondables abismos, hurgando en las entrañas de la tierra y la inmensidad de los espacios. El hombre, amigo mío, a pesar de ser tan frágil ¡es mucha pieza! Ahora, en el caso que nos ocupa de la fiesta de toros, estos espectáculos no son sino reminiscencias del circo romano. El que resulte atractivo o repulsivo, depende más bien de la formación psicológica del que lo contempla, que del toreo en sí. Para mí, no es sino una manifestación más de la España decadente y panderetera; la del taconeo y contoneo feminoides, la del señorito vividor; la negra, la del que inventen otros, la que devora a sus hijos o los arroja lejos de sí; en una palabra, la que tiene que desaparecer para que tome su lugar la eterna, la España inmortal. La que por propio derecho siempre debe alinear entre los egregios e ilustres

Page 34: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

34

países que han legado a la humanidad mucho, muchísimo más que una opereta, por trágica y sangrienta que ésta pueda algunas veces resultar. Y ahí, en el bagaje de las cosas muertas, junto con el fanatismo, la intolerancia, la pereza y la injusticia, saldrán muchas otras cosas... entre ellas los toros. Ah, y dígale a su compadre, para que no se alegre tanto, que igualmente de aquí saldrán los gallos y que éstos no tienen nada de mexicano, ni siquiera de español, que son parte del lastre que arrojó por la borda el mundo anglosajón, cuando le dio por parecer respetable...

Page 35: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

35

Mi compadre y las mujeres

“Como el ansia de aigre pal ajogao”, así siente mi compadre la necesidad vital que el hombre tiene de ellas, y en esto me identifico totalmente con él. Sólo que... las canijas lo saben. Lo saben perfectamente y de eso se aprovechan para “trairnos a mal trair”, dijera el interfecto.

El tipo clásico del macho mexicano, estrictamente hablando, no encajaba con mi compadre. No porque fuera éste un fiel y considerado esposo o padre abnegado; no, sino porque aún teniendo sus prejuicios y resabios respecto a la mujer, reconocía con realismo su importancia y trascendencia con el hombre. Haciendo cara de resignación, comentaba:

-Claro compadre que ni la esperiencia, ni todos los consejos del mundo sirven pa un carajo, cuando una vieja es bruta u necia. U más bien las dos cosas, pos casi siempre van juntas; como tantas otras cosas: lo pendejo y la mala suerte, lo rico y lo sinvergüenza, lo persinao y lo hipróquita, lo chaparro y lo títere, lo caravanero y lo cabrón... Y si la mujer sale como dije endenantes, pos ya se fregó el cristiano, ¡ni pa dónde hacerse... pos pa donde quera que brinque, ahí se dará un frentazo! Y es que las mujeres, compadre, asina como usté las ve de suatas, muy sumiditas y que ni bulla meten, pos son como el alma de Judas. Tienen una arma más juerte y efeutiva que un cañón: su cuchillito de palo. ¡Ah, jijos... este mentao cuchillito de palo ha causao entre los hombres más estragos que los incordios y las cuartanas! Y ahi tan las endinas, cuando queren algo, pos nomás lo sacan y empiezan a chácata, chácata, chácata, y asina pueden durar años, pero no le aflojan, hasta que redotan al pelao más rejego que haiga. No hay prójimo que aguante treinta años de una machacada de esas. Podrá relinchar, morder, patear u reparar como potro bruto cuando cai a silla. Podrá gritarle y hasta guantoniar a la vieja, de nada le va a servir, pos ésta nomás se repone de la chinga y güelve con su cuchillito, hasta que el probe hombre se rinde y ella se sale con la suya.

“Es la verdá y aunque no nos guste. Porque a necias, aguantadoras y riendonas, solo los burros les ganan la pelea. Por eso hay tantos, si hasta pa comérselos son corriosos y mastiquientos. Yo me creyo que en estos susodichos animales se espiraron las mujeres pa ser tan porfiadas. Y si no lo cree, le voy a platicar un sucedido que vide que hacían los rancheros allá por San Juan de Guadalupe, cuando andábanos comprando ganao mayor pal abasto. Pos pasaba que todo el reserío que íbanos comprando, lo juntábamos en un potrero mientras se ajustaba el hatajo que queríamos arriar. Güeno, pos en el ínter, munchas reses se nos pelaban y ganaban pa su querencia. De verdá que yo no sé que juerza tan juerte les hace a los animales el lugar donde se criaron; no le aunque lo lejos que esté y lo friegoroso del camino. Y luego pa trairlos de güelta, ¡ése si era circo! Pos a jale y tirón y a tirón y jale, y pinchazos van y mentadas vienen. Total, que de esas incursiones acababa uno todo machucao. Pos bien, esos vaqueros de San Juan de Lupe, eran güenos de mañosos y no embatallaban. Por algo dice el dicho que vale más la habelidá que juerza. Cuando a estos amigos se les iba un novillo juido pa su querencia, luego luego daban tras él, pero se llevaban un burro que juera nacido y criado ahí, en su rancho de ellos. Cuando por fin jallaban al juidor, lo lazaban y lo mancuernaban al burro, bien amarraos los dos por el pescuezo, ¡y los daban libres! El novillo se alevantaba y nomás ha usté de figurarse el arrastrón que le daba al probe jumento por entre los peñascos y la breña. Pero cuando por fin se cansaba el de los cuernos, el burro, todo serio y ni siquiera poner mala cara, nomás se paraba se sacudía y hacía pa su

Page 36: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

36

rancho. Y torna a jalar el toro, y güelta a regresarse el burro; asina porfía uno y más porfía en otro, hasta que gana el más necio y testarudo. Pasan tres o cuatro días, veces más tiempo, pero siempre güelven al rancho. El novillo completamente dao, todo estregao y jodido. El burro también, todo hambriento y raspao de los arrastrones, pero a rebuzne y rebuzne, muy gustoso de regresar a su pesebre. Pos asina mesmo son las viejas, compadre. Pueden pasarse la vida jalando pa su intención, ques como su querencia, pero al último hasta el hombre más pintao cabestrea. Podrá como ya dije antes, patearla, morderla y hasta arrastrarla, que nomás vaya con la ráiz pa rriba, pero ella güelve pa lo que quere. Y es que una cosa sí es la pura verdá y naiden puede negarlo: jalan más un par de tetas que dos bueyes a sus carretas.

“Otras más armas tienen las mujeres con las que de plano nos avientajan la juerza que nos dan los güevos. Ahi tan por evento las enjermedades. Rara es la vieja que no está siempre con alguna dolencia: que les duele la espalda, que la cabeza, que la centura, que la panza... ¡la panza! Ésta es la más meramente escogida pa todos los dolores. Y claro, como allí cargan munchas más cosas que uno, cosas que los hombres ni nos imaginamos y que nomás a ellas les sirven, pos a chaleco hay que creerles. Y si no a las pruebas me remito. Mire compadre: a uno de hombre, si le duele el pecho por ya estuvo que fue dolor aigreado de pulmonía u ajogazón del corazón. Con cualquiera de las dos cosas tiene uno pa que se lo lleve la fregada. Pos a las mujeres no, nomás no. En primeras, que sus dolores siempre son de los que como que se les sube, como que se les baja, como que agarra terciao pa la espalda; total que nunca se están silenciosos en un mesmo lugar. Por fin, ya después de muncha corretiada por todo el cuerpo, vamos a decir que se les quedó en el pecho. ¿Pos tu que dijites?, ya agarramos lo que enefeutivamente jue: la pulmonía u la ajogazón. ¡Pos no! ¡Chasco que te llevates! Ya que pueque sea leche alzada que no alcanza a tragarse el baquetón escuincle; que se está ubrando porque ahi viene ya el otro, u sencillamente como idioto, sin entender nada de nada, ¡y al último hace uno todos los gustos u antojos que a ellas se les ocurran!

Y que al hombre le acontezca cair malo, ¡pa que lo creyan! Casi tiene uno que boquiar y estirarse pa fin de que vean que es de a de veras. Nombre, si una vez me acuerdo que a mi suegro -que de Dios goce en paz, amén- le agarró un cólico miserere que ya le jumiaba al probecillo. Nomás se retorcía en endevido como víbora chirrionera. Y aquellos quejidos... y aquellos clamores que daban compasión. ¿Y las viejas? ¿Usté que dijo, todas apuradas, retorciéndose las manos? Sí chucha, vaya siendo. Si acaso de rato por ahi le echaban una mirada, y eso de riojo, tan ocupadas que estaba tortiando muy quitadas de la pena. Allí jue donde me vine dando cuenta de que las mujeres, en tratándose de dolores, no almiten competencia. Comparaos con los de ellas, los de uno apenas si serán unos pinchis calambritos.

“De todo esto, compadre, podemos sacar una concuencia: el nacer macho se paga caro en esta vida. Dende chiquilingo, que apenas gatea, y ya están acosándolo a uno con el susirio de que los hombres no lloran, manque tengan las tripas en la mano; si lo que trai uno en las manos a esa edá son los mocos y las babas. Después, toda la vida será cuestión de ganarles a los demás. En todo. En lo que sea: en las viejas, en el dinero, en lo atravesao. A ver quén manda a quén; el caso es ser más que los demás. Y eso como sea, a como dé lugar, porque si no, no es uno hombre. Y luego, ¿que me dice de la responsabelidá? Ah no, pos esa es toda de uno. ¡Faltaba másn! De esa manera el hombre tiene que cargar con todo. Si en la casa hay pobreza, pos es que el pelao es un güevón, desobligao u pendejo, que pal caso es lo mesmo. Y Dios nos libre de la miseria, porque si la mujer es muy güena pa gozar de la riqueza, no le aunque de ónde venga, y no pregunta u se hace taruga si es mal hábida, cuando llega la de malas entons sí que vienen los quejidos y los pujidos, y le salen a relucir todos sus defeutos al

Page 37: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

37

cristiano.”-Entonces, compadre -le espetaba yo admirado-, las mujeres son un verdadero desgarriate, y hay

que huir de ellas como del vivo demonio.-No se puede, compadre, nomás no se puede -contestaba tristemente, moviendo la cabeza-. No

es que lo tengan a uno enechizao; yo no creyo en esos barbarismos, sino que las mujeres son pa los hombres como el ansia de aigre pal ajogao; como el gusano del vino pa los borrachos. No tiene remedio... Y lo pior de todo es que hasta en eso nos sacan ventaja, pos nosotros necesitamos más de ellas que las ingratas de nosotros. Si no lo cré, véalo: hasta en los animales -no agraviando a don presente- las hembras solo buscan o almiten al macho cuando andan ganosas de cría. Una vez que ya lo tienen, pa una fregada lo güelven a necesitar; y si aquel de querendón se les arrima, no es patiza la que le ponen al probe pendejo, pos ya pa un carajo les sirve. Por lo mesmo, compadre, tenemos que aguantar sus neciedades y ahi írselas mazaniado y sobrellevando, pa que de a tiro no se le trepen a uno a las barbas.

Page 38: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

38

El sepelio

Un breve paréntesis para llorar a un santo y otra reflexiones muy provechosas para el espíritu. Tempus fugit, memento mori.

Aquel frío y ventoso 7 de febrero, en verdad fue un día triste. Mediaba la mañana cuando a mi lugar llegó la infausta noticia: se había recibido un telegrama de Nieves, en el que se comunicaba escuetamente la muerte del doctor Martos. Fue una tremenda impresión, pues ni siquiera teníamos conocimiento de que estuviera enfermo. Sabíamos de su frágil salud -era diabético-, pero como él decía: “Mal que bien, vamos tirando”.

Inmediatamente salimos mi compadre y yo rumbo a Nieves, para asistir al sepelio y darle el último adiós a tan querido amigo. En el camino y como es usual en esos casos, hicimos algunas consideraciones acerca de la muerte. Decía don Juande:

-Yo tanteyo compadre, que el doitor don Mateyo se va a llevar una juerte sorpresa allá en el otro barrio.

-Pero es que él no creía en que hubiera ningún otro barrio -le replicaba yo.-Mesmamente por eso -continuaba el compadre-, como no creiba en Dios y como va a ser Él

mesmo quen lo va a recebir en la entrada del cielo ¿se imagina usté el sustote que se va a llevar? Y ni modo que se arriende. ¡porque esos hombres asina como el doitor, entran a la gloria aunque no queran, a las de a güevo!

Después, como pensando en voz alta, agregaba:-Yo a la muerte no le tengo miedo, porque es la única cosa justa y pareja que hay en este

mundo. ¡Nadie se le escapa! Por eso me dan rete harta risa todos esos señorones curros, todos atufaos, que se meten un plumero en el fundillo y se sienten pavos reales... u esos otros mandamases del gobierno, sintiéndose los non pelustras, todo el tiempo rodiaos de lambiadores; por todos ellos al rato no son más que gusanera; muertos valen menos que un buey, porque de éstos cuando menos sirve el cuero, pero del hombre, aunque también tenga cuernos, ni eso.

Con tan sesudas reflexiones sobre la vanidad y el fin del ser humano, estábamos listos para el funeral del doctor Martos. Su deceso se debió a que estando en casa postrado por una fuerte bronquitis, con fiebre alta y persistente, se levantó y fue hasta un rancho relativamente alejado para atender a una paciente suya que se encontraba en grave estado. Cuando regresó estaba casi agonizando. Esa misma noche y asistido sólo por una vieja y fiel sirvienta, cerró para siempre sus cansados y bondadosos ojos.

En su humilde tumba y según sus deseos, solamente debía inscribirse su nombre. Nosotros, contraviniendo sus órdenes, escribimos el siguiente epitafio: “Combatió por la libertad del hombre”.

Y a propósito de difuntos, me viene a la memoria la tragicómica historia del Muerto Rivera. El Muerto Rivera era un hombre agrio y descompuesto, por algo era muerto. El sobrenombre -pues en realidad se llamaba Prócoro- lo traía desde antes de nacer. Sí, difícilmente se podría encontrar un apodo con tanta solera y antigüedad. La paternidad del nombrecito -más bien sambenito- que lo acompañó toda su vida, se atribuyó siempre a la partera que lo descarriló a este mundo. Era fama en el pueblo que cuando la madre de Prócoro, después de tres días de ímprobos esfuerzos, clamores y rugidos por alumbrar a la

Page 39: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

39

desdichada criatura, sin conseguirlo -pues tércamente y mostrando ya desde entonces su gran carácter, se aferraba a la tibia y confortable matriz- y cuando se disponía a iniciar otra tanda de pujidos y bramuras, fue bruscamente desalentada por la comadrona, que le advirtió, displicente: “Ya ni sude doña Martina, que al cabo el escuincle está bien muerto, ya ni se bulle...” Y aunque por fin, contrariando tan aciago pronóstico y en terrible bregam el futuro Prócoro fue expulsado del paraíso, hete aquí que nació vivo quien ya suponían muerto, pero de todas maneras muerto quedó para toda su vida.

Dicen que la función crea el órgano, y esa ley se cumplió rigurosamente en el pobre Prócoro: jamás desmintió su aspecto el mote heroicamente alcanzado. Flaco, cenizo y ojerozo, triste y malhumorado, supo honrar su destino manifiesto. Muerto nació, muerto vivió y cuando por fin murió, fue el muerto más auténtico que haya jamás arribado a un cementerio.

Hasta aquí el caso. Nada extraordinario, a no ser por la actitud que frente a su clarísimo hado siempre asumió el patético Prócoro: de rechazo total y absoluto a llevar a cuestas tan fúnebre cuanto espurio apelativo. Nunca lo aceptó ni consintió. Toda su existencia -que después de todo no fue corta- es una constante y desesperada pelea por deshacerse de este estigma. Desde niño, su peregrinaje por este valle de lágrimas está jalonado de narices rotas, labios partidos, chichones, mentadas a porfía, expulsiones de la escuela, coscorrones sádicos del cura, desaires amorosos, más narices aplastadas, más mentadas... y así ad infinitum, incluyendo varias visitas al tambo y una que otra al dispensario del doctor Martos, quén tuvo que emplear sus mejores artes para soldar costillas, enderezar tabiques nasales, aderezar muelas flotantes y demás vestigios y reliquias de las enconadas batallas que libró para rechazar aquel maldito sobrenombre. Todo fue en vano, inútil. Mortus aeternum, sentenció inexorable Ramoncito de la Pedroja, y muerto quedó para siempre, desde siempre y por secula seculorum. Amén.

Su vida entera en realidad no tuvo otro objeto que defender su autenticidad en contra de la falsificación de aquello que más da esencia y personalidad a un hombre: su nombre. Claro que pudo haberlo evitado yendo a vivir a otra población, mientras más grande, mejor, pues los lugares pequeños para los apodos se pintan solos: mientras más hirientes, mejor. Pero eso hubiera sido huir, y eso ¿por qué? Si él jamás había hecho mal a nadie, como no sea el de defender el derecho a lo más sagrado que tiene un ser humano: el de llamarse como sus padres y la Santa Madre Iglesia le adjudicaron. ¡Faltaba más! ¡Carajo!

Muchos y variados incidentes tuvo en su legítima aunque infructuosa lid. Hechos que no hicieron más que afianzar su personalidad y acrecentar su fama. Hubo casos de gente respetuosa que jamás tuvo en mente ofender a Prócoro. Los rancheros, por ejemplo, siempre se refirieron a él como Don Dijunto, algo que no hacía sino exacerbar la bilis de éste: “¡Dijunta y jedionda tu tiznada madre, pelao irrespetuoso!”, bramaba lleno de ira. Otros, temerosos, lo llamaban Señor Muerto, cosa que igualmente provocaba el estallido colérico del aludido, sin que el previo y respetuoso tratamiento aminorara aquél.

Todo lo referente a Prócoro giraba en torno del dichoso nombrecito. Su esposa esa la mujer del muerto, la casa del muerto, todo, todo era muerte y muertos a su alrededor, pues sus hijos, claro está, eran los muertitos. Los bromistas profesionales de San José le enviaban anónimos telegramas de felicitación el 2 de noviembre, y alguna vez que andaban de parranda, Coria y su palomilla le llevaron ese día las consabidas Mañanitas.

Ni mi compadre, con su autoridad moral, ni el cura con la espiritual, ni don Mateo con su bondad, pudieron nunca atemperar a Prócoro y hacerle ver que debía soportar con filosofía su desventura; que aquellos que así mismo se toman más en serio, son precisamente los que a la inversa toman a chunga a sus semejantes. Llámate a tí mismo pendejo y los demás, so pena de concederse la

Page 40: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

40

razón -cosa que les puede más que herirte- no lo harán, ni encontrarán ya satisfacción alguna en humillar al que asó mismo se humilla.

Nada sirvió. Su enfermizo amor propio jamás lo toleró, hasta el fin. Hasta el triste día en que acudió al expediente de los que carecen en absoluto de imaginación: el suicidio. Sí, nuestro pobre Prócoro se convirtió ¡al fin! en un verdadero cadáver. Colgado de la viga del techo amaneció un día. En un arrugado papel de estraza y sin dirigirlo a nadie en especial, dejó escrito el siguiente recado: “Me ajorco pa darles gusto. Siempre quisieron que juera un muerto. Pos ahi stá, ya se les hizo, bonche de jijos de la chingada”.

Page 41: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

41

Un poco de historia no nos cae mal

En este hermoso capítulo, llevados de la mano por el cronista del pueblo, haremos -como el Dante con Virgilio- un recorrido por los siglos pretéritos, descendiendo a los infernales círculos o surgiendo a la bienaventuranza luminosa, que ésta, ni más ni menos, es la historia de todos los San Josés que en nuestra patria han sido.

El mencionado cronista, para más señas poeta y barbero -en ese orden- autor del sentidísimo y práctico poema que al final del episodio proyectamos, pertenece a una familia del pro, cuyo abuelo inmortalizó su nombre por pronunciar una sola frase, cosa que no es muy común, por cierto.

Fue con motivo de la inauguración del ferrocarril central México-Ciudad Juárez, cuando todos los habitantes del lugar, contando a los perros callejeros y a la familia de la Pedroja, se trasladaron en masa al vecino caserío de Camacho, para presenciar la llegada del imponente tren locomotor y conocer esa invención diabólica. De un lado y otro de la vía se apretujaba la muchedumbre de boquiabiertos y expectantes rancheros. Un punto negro que crecía por momentos apareció en el horizonte. Pronto la rugiente mole acaparó el paisaje. Más y más se fue acercando la tremebunda y piafante bestia de acero, escupiendo fuego desde sus entrañas y vomitando su espero y negro aliento. Pasó resoplando poderosa, poniendo espanto en todos los corazones campiranos, y ululante, espantosa, presta se perdió en lontananza.

Entonces el abuelo, antes de que los demás recobraran el perdido aliento y salieran de su estupor, pronunció estas sabias y celebérrimas palabras:

-¡Jijos! ¡Ánimas que entró de punta, que si llega a pasar atravesao, no es chinga la que nos acomoda!

“Este pueblo nació como todos los pueblos de México lo hicieron: llegaron tres gachupines, un cura, un soldado y otro que tampoco trabajaba. Asina mesmo arrejuntaron a algunos indios que se apendejaron y no juyeron a tiempo. Eso sí, a todos los bautizaron. Después de eso, a los hombres ya como hermanos y por ende con más confianza, los pusieron a acarriar piedras y hacer adobes, cosa muy conveniente pa que no estuvieran de ociosos, nomás repechaos en la resolana. Ya lo dice el dicho: “La cabra tira al monte y el güevón a la testera.” A las mujeres, también por ende y con más confianza todavía, las mandaron a echar las gordas y hacer la cama, pos francamente ya traiban muncha hambre y ganas de acuestarse a echar un coyotito.

“Y asina, en esa forma tan placientera y gustosa se pasaron trescientos años, sin otra novedá que de todas esas fainas por dieron en resultar hartas iglesias y munchos escuincles, pa que hubiera quén siguiera haciendo más adobes y que otros curas, soldados y los que tampoco trabajaban siguieran comiendo y echando coyotitos con las indias, y asina hubiera más esc... Pero ¡purrún!, ay nomás tienen ustedes que un cura y un soldao, de los interfeutos que dije, no salieron del mesmo pienso y ¡riata!, que se les cai su triatito y que los mandan a chingar a su madre. Güeno, a medias, porque de primero el único que salió -y eso dejando cola- jue el que tampoco trabajaba, porque lo ques el cura, como daba premio -de fiao, pero a más no haber- pos le siguieron haciendo sus adobes pa hacer más iglesias; caso es que quedó igual de chocolatiao que antes y el soldao, pos lo mesmo, no perdió el apetito ni el sueño

Page 42: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

42

y siguió salvando a la patria, sólo que de una manera que no habían descubierto en las Uropas: allá por anticuados la salvaban peliándose con los extranjeros, aquí no, aquí lo hacían peliándose con los mesmos mexicanos. Asina salía muncho más barato, pos no había que ir a buscar al enemigo tan lejos ya. Ya ven a Napolión, por andarse yendo hasta las Rusias ya le jumiaba al probecillo. Dicen que salió chillao, con un huarache en la mano y pelando tamaños ojotes.

“Concuencia y resultao de estas salvadas de patria jue que los gringos -chuchas cuereras- se aprovecharon y ¡madres!, que nos roban nomás la mitá -hasta eso, buenas gentes, pos no jue todo y además la más mala pa hacer adobes- de nuestro querido México.

“Apenas tomaron los gringos la capital y luego luego se rindió el gobierno. Pos aquí algunos rancheros broncos y de ley querían seguirle a la guerra, pero entons mandaron decir que ya no le bulleran ni buscaran pedo, pos no se jueran a enojar de a deveras los señores gabachos y se pasaran más pa bajo del río Bravo, a la mejor hasta el merito Aguanaval. ¡Qué mala pata tuvimos! Si eso biera sido, biéramos quedao en primera fila pa la fayuca.

“Ya después de la inversión de los güeros y pa reponer el tiempo perdido, los salvadores de la patria se agarraron con más juerza que antes. Se hicieron dos partidos: los patriotas y los traidores, como les llamaban asegún estuvieran en uno u otro lao. Ya ganaban unos, ya ganaban otros. El que siempre perdía era el pueblo, pero como estaba tan jodido, ni cuenta se daba. En una de esas, los que ganaron ese día -todos los días ganaban unos y perdían otros- se pusieron más listos -sagaces, decía mi agüelo- y echaron unas deposiciones -u leyes, como las mientan ahora- que les daba en toda la torre a los curas, pos ya no iban a tener quén les hiciera los adobes. ¡Sarquilejio!, gritaron los que los chocolatiaban -u sea los mochos-. ¿Ora quén edeficará los templos del señor? ¡Tan bien que estábanos antes y más antes de endenantes!

“Desde entons los de un lao jueron los benditos y los del otro los malditos, asegún trujeran a Dios o al diablo echándoles porras. ¡Y la probe gente sin jallar pa dónde hacerse u a que palo arrimarse! Aunque claro, siempre los malditos llevaban la de ganar, pos traiban un gallo que no almetía quén se les parara enfrente: un indio guajaqueño, que si ha estao cuando la inversión gringa, nos hacen los puros mandaos.

“Entons los benditos, viéndose muy bocabajiaos u sumergidos, mandaron a las Uropas a un cura, a un salvador de la patria y a otro que tampoco trabajaba, pa ver de trairse a un príncipe de alguna casa rumiante, digo, reinante de allá ¡y lo trujeron! ¡Ah, que chulada de endevido, oiga usté! Con sus ojitos azules, chinitos, güerito todo él, con una ñora de doble pechuga y que hasta parecía una muñeca de sololoy. ¡Y vienen otra vez los gabachos! ¡Ah chingao, pero que batalla, hombre! Y aystán otra vez muy colocaos, aquí en San José, el cura, el soldao -nomás que el de ora parecía un cromo- y el que tampoco trabajaba. La mesma historia de siempre: unos cuantos rezando, otros pocos jodiendo y todos los demás, jodidos.

“Pero una mañana, la mañana del día más grande que ha tenido San José en toda su airienta, polvorienta y revolcada vida, los franchutes y sus lameculos mexicanos hicieron más que de priesa las maletas y ¡pélale porque ahi vienen los cuerudos chinacos! Y al rato, como estampida de garañones, cuajaos de sudor y de furia, entraron los aguerridos jinetes zacatecanos con su indomable caudillo Berriozábal al frente. Y atrás, escoltado por fieros lanceros de Apanzingán y envuelto en una nube de polvo y de gloria, llegó el pobre carricoche que traiba al mesmísimo don Benito Juárez. ¡Sí señor! ¡El mero padre de toda esa bola de fundillos que entons y ahora no queren que México sea mexicano!

“Aystá tovía en el portal la placa que recuerda este hecho afamao. Aquí mero estuvo cuando venía de la frontera echando en corrida a todas las sabandijas que se nos bían colao. Porque ora sí los

Page 43: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

43

salvadores de la patria de veras estaban salvándola. Pasaron munchos años, munchos más. Corrió más sangre de hermanos. Más polvo que lluvia cayó sobre este pueblo. Y más tristeza, tristeza de siglos, tristeza sin esperanza encogió el corazón del probe, del fregao, del chaparro, del prieto, del pendejo, del ninguniao, ¡del de abajo!

“En cualquier parte del mundo, los que pierden se agachan y los que ganan se encumbran, asina es la vida y asina ha sido siempre. ¡Pos en México no, no señor! Aquí los que perdieron siguieron mangoneando. Al viejo maldito don Porfirio le dieron carrete los curros, le colgaron medallas hasta de las nalgas y lo casaron con una bendita, con lo que el probe tarugo volvió a acomodar, ¡otra vez, ha chingao! en sus antiguos lugares al cura, al salvador de la patria y al que tampoco trabajaba, con lo cual todo quedó de nuevo como si nada biera pasao. ¡A todas madresmentes!

“Aquí en San José, los agüelos de Ramoncito eran los que partían el queso. Pero nomás pa ellos, pos a los enfelices de sus piones pura madre engüelta en sebo era lo que les tocaba. Se quebraban el espinazo trabajando de sol a sol por cuatro gordas recalentadas en estiércol de res. ¡Y tovía a los probes los ponían a cantar el 'alabao viejo' quesque pa dar gracias a Dios por tanta buendá! El cura y el salvador estaban completamente a su desposición, pos los tenían bien compraos.

“¡Largos años de miseria y desjusticia jueron esos! Hasta que un día ¡por fin!, que se alborota la raza. Por aquí cercas, en Cagüila, salió un chaparrito muy templao, el señor Madero, que no le sacó el bulto al viejo medallón. A su grito pa pronto saltó la rancherada que estaba hasta la madre de tanta vejación como recibía. Luis Moya, Pánfilo Natera, Matías Ramos, Murguía y un bute más de pelaos bragaos, se echaron al monte ¡y triunfaron! Sí señor, el medallón salió pitando pa las Uropas, y el señor Madero, de tener todo el poder en sus manos -lástima, tan güeno que era, pero tan creido- se entriegó otra vez -¡otra vez Dios mío!, ¿pos que les das?- en manos del cura, del salvador de la patria y del que tampoco trabajaba y claro, ¡se lo echaron! ¿Pos que esperaba? Probecillo, Dios lo haiga perdonao, pero quén se lo manda.

“Y entons vino lo güeno. De ahi empezó el juego de Juan Pirulero, u más bien de Juan Piruladre -que cada quén tizne a su madre- y eso duró ¡hasta que se acabó! Por aquí por San José pasaron todos y algunos más. Que federachos, que villistas, que carrancistas, que obregonistas... ¡qué bandidos!, pos los más solo andaban a la espera de ver con qué cargaban u contra quén arremetían; pa esto último siempre precuraban mejor a las muchachas, pos en juerza de juventú éstas aguantaban sin parparear todas sus arremetidas. Los carranclanes jueron los piores. Pasaron haciendo bola de estropicios y llevándose lo que podían. Sólo lo que no podían, eso no se lo llevaban. Lo que sea de cada quén, todo no se llevaron, pero juera de eso, acarriaron con todo.

“Veces de triunfo, veces de redota, ya ni ellos mesmos supían de quén eran u contra quén peliaban. Cómo murió gente, Chihuahua, ¡y a lo pendejo!, pos munchos ni siquiera se enteraban por qué lo hacían. Como dijo don Pedro Cortina, quera un viejito muy leido pos bía sido almenistrador del correo en Sombrerete, dijo:

“Me acuerdo muy bien, pos ya estaba yo añejillo -güeno, eso no lo dijo, eso lo digo yo.. Los cuatro jinetes del pocalisis galopan sobre nuestra amada patria. Y eso lo dijo un 16 de septiembre, aquí en la plaza, frente a la parroquia, pos estaba discursiando pa festejar ese día, y entons eso jue también lo último que alcanzó a decir don Pedrito, pos cuatro pelaos refolufios carranclanes que acababan de llegar lo estaban oyendo, luego, que escucharon eso, lo lazaron y a cabeza de silla lo arrastraron por la calle, pegándole de balazos y gritándole muy vociramentosos: '¡Ni semos pocos, ni de los luises, y pa galopar aystá tu chingada madre, curro jijo de sabe que tantas cosas!'. Ahí acabó don Pedrito. Ya después no dijo nada, quedó muy seriecito.

Page 44: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

44

“Siempre se sufrió de a güenas, no creyan, y al probe jue al que más alcanzó a desgraciar, pos los ricos juyeron juidos dende el prencipio. De modo y manera que lo más triste de todo jue que la revolución, que dizque era pa ayudar al fregao, vino a ser al que más perjudicó. Eso es lo más chistoso.

“Y pasó el tiempo y corrió la vida. Cuando por fin se calmó la guerra, más por cansancio que por ber lograo algo, esto quedó tan netamente jodido que daba pena verlo. Y no nada más aquí; en todos laos estaba igual. El ganao se acabó. Los obrajes de la lana, por lo mesmo, también se acabaron. No había máiz ni pa comer, menos pa sembrarlo. La gente se iba pal norte, pa Torreón u al otro lao, porque Zacatecas, su capital, taba pior que nosotros, ya que a los gringos les hizo cus cus y largaron las minas, que todas se inundaron. Güeno, taba tan fregao aquello, que casi quedó sola la ciudá. Qué tal sería que hasta ponieron un letrero a la salida pa Fresnillo que decía: 'El último que salga, cierre la puerta'.

“Una cosa -y jue muncho- sí se logró de tanta muerte y tanta lágrima: que el cura, el salvador de la patria y el que tampoco trabajaba, ya no volvieran con la mesma juerza de antes, pos el cura por ber apoyao al salvador de la patria pa chingar a Madero, quedó muy mal parao con el pueblo. Al salvador, pos ni hablar, hubo que redotarlo a punta de cabronazos; muncho costó pero lo lograron. Y al que tampoco trabajaba, como sin la ayuda u sostén de los otros dos vale pa un carajo, solo le quedó lo que a los burros viejos: el pedo y el rebuznido. Y los tres juntos: tragarse su bilis y su amargura, esperando la desquitanza, pos nunca jamás se darán por vencidos y de cuando en cuando queren levantar la cabeza.

“Una de esas levantadas jue la rebelión de los cristeros. ¡Probecilla gente! Que crimen tan grande, tan enorme, ber montao en puerca pinta a hombres tan de güena fe y tan valientes. Daba compasión ver como eran engañaos por el cura y por el que tampoco trabajaba, pa que creyendo que defendía a Cristo -¡como si Cristo nesitara que lo defendieran!- les protegieran sus propios y puercos intereses. Los del cura, porque no se conformaba con estar tan sobajao y nomás metido en su iglesia, ques donde debe estar, y los del que tampoco trabajaba, porque veía venir el reparto de sus ranchos y haciendas; con ellas estaba como el puerco de la tía Cleta, que ni tragaba ni dejaba tragar, porque ni trabajaba aquellas ni dejaba que otros las trabajaran. Total, que esa guerra acabó con deshonor pa todos, menos pa los combatientes cristeros. Pal cura, porque entró en componendas con el gobierno y apenas sacó algo dejó que a aquellos se los cargara la fregada sin mover un dedo. A éste, porque faltando a su palabra, los asesinó una vez rendidos; del que tampoco trab... mejor ni hablamos, pos me da asco.

“A los pocos años de eso y cuando parecía que otro medallón se bía parapetao en la silla, ahi nomás que sin disparar un tiro lo mandaron a volar. Y llegó quen lo mandó. ¡Ese si jue gallo! Nomás hizo tres cosas, ¡pero qué cosas!, que no bía podido hacer naiden antes: mandó al cura a su iglesia, al salvador a su cuartel y al que tampoco etc, a la tiznada. Asina de rápido y de fácil. Si señor. Desde entons los dos primeros son respetaos por el pueblo y el último despreciao cada vez más, por egoísto. Es el que más trabajo ha costao someter. ¡Como que ahi están los centavos! Éste sigue vivo, pos a Cárdenas no le dio tiempo de acabarlo. Cada vez agarra más escremento. Cuidao con él, es ponzoñoso y mientras no se le sobaje u sumerja pa bajo, todo lo demás estará en peligro, ya que siempre tratará de juntarse con los otros dos pa tener el poder -que pa ellos es joder-, ques lo que siempre ha querido y buscao.

“La revolución se cayó en un joyo y se atascó. Cárdenas la sacó, la puso en el camino emparimentao y la echó a andar de nuevo; pero nomás salió él y se volvió a cáir a otro joyo. ¡Ah chingao, pero que tarea! Y orita estamos en eso, aquí nomás a la espera de que pase otro valedor que la saque pa juera y güelva a caminar. A ver hasta cuando...”

Después de conocer la microhistoria de México, en esa micropatria que era San José, de sufrir y

Page 45: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

45

vibrar con el relato de sus escasos goces y de sus variadas cuanto abundantes desventuras, mi compadre, con aire triste y abatido, pero resuelto, comentó:

-Siempre, compadre, qué duro es nuestro México. Tantos gusanos ruyéndole la cáscara y nomás no le pueden llegar al cogollo.

Page 46: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

46

Intermezzo lírico

El haber puesto Intermezzo, en vez de Intermedio, fue idea del cronista, poeta y barbero, ya que según nos manifestó al entregarnos el poema que incluimos a continuación, la palabra intermedio tiene sugerencias muy prosaicas, nada afines a la poesía, puesto que no todas las cosas que se ubican en medio son bellas y deseables pues las hay que son feas y malolientes. En cambio, Intermezzo, aunque quiera decir lo mismo, nadie lo sabe. Hela aquí:

Casi siempre la ñevees tan fría como el yeloy al igual que si lluevesiempre cai para el suelo.

Asina mesmo pasacuando duele un dolorsientes que te traspasacomo flechas di amor.

Por eso a tus amoresdebes amarlos tantono sea que después llorescon lágrimas de llanto.

Veces el alma gritacon gritos muy dolientesveces más calmaditanomás pela los dientes.

Y atocante al amorla cosa está del Judasmanque no haga calorluego luego trasudas.

Trasudas con sudoroles y a veces jiedesy te ruge un roncorque te mata... y te mueres.

Si te mueres, no vivessi vives, no estás muertoojalá y no lo olvidesmanque ya estés bien yerto.

Page 47: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

47

Fin del bonito y ejemplificador poema.

Del mismo cantor y poeta de altos vuelos, son estas bellísimas estrofas que compuso como letra para la “Marcha Zacatecas”, pero como no embonó con la música, pues se quedó en pura letra. Ni modo.Quiero cantarle a mi tierra Zacatecasaunque cantar en mí sea un tanto raropos quen nace en sus tierras tan resecasen cánticos se güelve muy avaro.

En verano se parece a una fraguaen donde el sol nomás reverbereyay entonces nomás no jaya uno aguani pa lavarle el honor a una doncella.

En invierno la cosa ya cambeapos soplan unos vientos tan helaosque platican que nuay diferenceaal que se siente por ahi en otros laos...

Tu eres la Cenicienta de la patriacomo entenada te tratan y te yerenpero ese hijo que tanto te idolatriate quere más que los que no te queren.

Por eso Zacatecas adoradamanque estés olvidada, yo te queroy asina sumergida y sobajada...¡Por tu tierra bendita, yo me muero!

Page 48: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

48

El secreto del enterrador

Tenebrosa y conmovedora. Alegre y sincera. Diestra y triste. Posible y ficticia. Imposible y valedera. Heróica y estúpida. Cobarde y sintética. Lozana y luética. Rústica y folclórica. Metafísica y diurética. Clara y esclerótica. Cálida e hidrocálida. Frígica y telúrica. Fungicida y escalofriante. Éstos son los variados adjetivos con que los críticos artríticos califican este episodio. ¡No se lo pierdan!

No importa lo fea, abandonada y triste que sea una población, su cementerio siempre ofrece atractivos especiales al visitante observador y al filósofo aficionado. Sólo los romos de cacumen y vegetantes profesionales no encuentran en ese lugar el escenario adecuado para sus elucubraciones metafísicas.

Alguna vez, guiado por don Chago, el viejo sepulturero, me aventuré por aquella espléndida cosecha que la dama de la guadaña había levantado. Ahí veíamos todavía, garigoleadas, cursis, apantallantes, como si encerraran preciado tesoro y no un montón de bazofia, las tumbas de los ricachones de los porfirianos tiempos de San José. Sepulcros de familias ya extinguidas, que no recuerda nadie, ni nadie quiere recordar. Apellidos rimbombantes que algún día ostentaran chocantes petimetres, sin querer saber que en la vieja Castilla o el País Vasco, cualquier pendejo gañán lo lleva sin tanto aspaviento y quizá con más legitimidad.

Don Chago, por supuesto, conocía la vida y milagros de la mayoría de sus forzados huéspedes:-No crea usté -decía-, aquí en el pueblo, ahi donde lo ve tan tristón, hubo gentes muy

prencipales, pos más antes uno nacía, vivía y moría en su mesma tierra y no como ora que parecen perros sin dueño, dando güeltas pa todos laos; ya huelen aquí, ya muerdizquean allá, y en ningún lugar se quedan silencios pa echar raíces y dar semilla, que es lo que el hombre debe hacer en este mundo pa que tan siquiera deje la juella de su paso.

“Aquí están entierraos hombres que en su tiempo de veras jueron chingones. Esta crita ya cáindose es de los Sarabias, que penden de un gachupín muy brago, coronel cuando la guerra de la pendencia. Quesque pelió contra el gran Morelos, y cuando éste ya lo iba a jusilar les gritó muy estertóreo: “¡Échenle bala, cabrones, que estoy acostumbrado a recebirlas!” Esta otra de la colurna mocha es la de don Sebastián de la Rodia, un minero riquísimo de por el lao de Topia, que se echó al monte pa peliar contra don Porfirio y se gastó todo su capital en la refolufia. Cuando murió tuvieron que pedir pa su caja.

“Yo nomás digo una cosa: ¿quén se acuerda de tanto riquísimo hacendao u minero que murieron podridos en pesos? Cuando se petatiaban, la gente siempre preguntaba: ¿y cuanto dejaría don Julano u don Mengano? ¡Pos todo! -les respondía yo-. ¡Si no se lleva uno nada! Pos no está usté pa saberlo, pero a don Sebastián, el mesmo gobierno le pagó ese menumento tan relujao ques el más meramente de todo el camposanto.

“Ora que con este pantión tan apretao que ya no cabe naiden, es un relajo que ya no sabe uno dónde quedó su dijunto; es un sacadero de huesos rancios y un metedero de nuevos, que al último andan llorándoles a dijuntos ajenos, cosa que no es conveniente, ¿u no?

“Hace años que les dio por bardiar todo; yo no quería, asina ya no puede estienderse y luego ¿pa que es la barda? Los de adentro no se pueden salir y los de ajuera no queren entrar.”

Don Chago era todo un caso. Cuando yo lo conocí se acercaba vertiginosamente a los noventa

Page 49: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

49

años de edad. Murió con más de cien a cuestas, y eso porque le dio la gana, ya que antes, en dos o tres ocasiones, de plano se negó a ir a hacerles compañía a sus pupilos, y como le argumentó al cura que lo auxiliaba en los que creían eran sus últimos momentos, diciéndole que pronto pasaría a otro mundo mejor que el valle de lágrimas que dejaba y adonde los humanos sólo hemos venido a sufrir y llorar:

-Sí cierto, padrecito, pero yo quisiera quedarme otro tantito más en éste, pos pa merecer el otro me late que tovía no he llorado lo suficiente, y entons pos no les vaya a parecer mal por allá, ¿u no?

Y se quedó. Después, ¿que si vive?, ¿que si muere?, arrastró muchos años más su existencia. Achacoso y encorbado, aún recibía con sus dedos sarmentosos las boletas de defunción en el camposanto. Y siempre suspirando comentaba filosóficamente:

-Esto no tiene remedio... se están muriendo todos los que no se habían muerto antes.Su familia era toda una tribu, pues don Chago había enviado a reposar en sus feudos a tres

esposas, ya que como justificaba sus reincidencias depositarias:-El único que está bien, acostado, solito, es el Santo Entierro. Un hombre en su cama y solo,

nomás sirve pa pedorrearse los talones, ¿u no?Los nietos heredaron la profesión de la que se sentía muy orgulloso:-Si naiden juera de mi oficio ¡que jediondera señor, que jediondera!En sus últimos años don Chago se pudo la bandera rojinegra y le declaró la huelga a la muerte.

Tal parecía que pensaba quedarse en este mundo indefinidamente. La patriarcal prole: hijos, nietos, y dos o tres generaciones más, ofrecía mandas y rogativas, no por su salud, sino por su pronto fallecimiento, pues aparte de cansados, tenían una esperancilla de también ellos pasar a mejor vida, ya que algo se barruntaba de un secreto celosamente oculto por el viejo, precisamente en una de las tumbas de su necrótico fundo. Sólo que tratándose de morir, ¡ni hablar!, don Chago no daba trazas de apresurarse; sencillamente estaba amorcillado. Ya le habían llevado hasta a Hermelindo el de la trompeta, para que le tocara los tres avisos taurinamente reglamentarios, pero nada... Bueno, hasta los cabrestos le soltaron, pero ni así quería salir del ruedo de la vida, rumbo a los corrales de la eternidad.

Por fin, un buen día se sentó en la cama, pidió un trago de mezcal, hizo un buche que se pasó haciendo grandes aspavientos y dijo muy solemne:

-Güeno, mis muchachitos ora sí con su licencia ya me voy a morir, pos tampoco hay que ser encajoso, ¿u no? Háblenles a todos porque quero que oigan una cosa que les voy a decir y que tanteyo les va a cáir muy bien y ayudar muncho pa remedear sus necesidades.

Al oír lo anterior, hubo un gran revuelo entre todos. Unos se acercaban solícitos y ansiosos en rededor del viejecito, mientras que otros salían a buscar a los restantes, pues pensaban que por fin, el gran secreto iba a ser revelado, y que la diosa Fortuna ya les hacía amorosos y lascivos guiños.

Llegó en tropel la proletaria tribu y expectantes, tensos, sólo tenían ojos y oídos para el moribundo anciano. Un pesado silencio aleteaba en la penunbrosa estancia. Conteniendo el aliento, pendientes hasta con el alma, aguardaban todos la tan anhelada develación que a tantos otorgaría la felicidad. Recorriólos el viejo uno por uno, con la vidriosa mirada, tosió y carraspeó, tornó a toser, y al cabo, con débil susurro a punto de extinguirse, de esta manera les habló:

-Muchachitos míos, lo que voy a decirles va a sacarlos de probes, porque yo pienso que lo que ustedes queren es dinero, ¿u no?

Todos asintieron risueños y esperanzados, alentándolo a seguir:-Güeno, eso es muy fácil.Aquí la ansiedad y la expectación alcanzaron su clímax.-¡Pos trabajen, güevones!

Page 50: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

50

Y formando con la mano un violín, don Chago el sepulturero entregó el ánima al creador, entre las mentadas, chillidos y pataleos de la concurrencia.

Page 51: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

51

El negro

Donde trata de la “grande almiración” habida en la comarca y de las sabrosas y trascendentes divagaciones filosóficas ocurridas entre el autor y su compadre, y de cómo para conciliar divergencias y opuestos pareceres, se llegó a las siguientes fórmulas de transacción:

Cristianismo más revolución = JusticiaRevolución sin cristianismo = DesmadreCristianismo sin revolución = MojigateríaNi cristianismo ni revolución = Catolicismo actual

Además éstas otras:

Colonización inglesa desairando nalgas prietas o retintas = Odio, separación y discriminación racialColonización española aireando nalgas prietas o retintas = Concordia, igualdad racial y algún día -ejemplo Cuba- también social

Así mismo y a propósito de nalgas, se sacó la siguiente moraleja:“Haz el bien y no mires a quién”O como dijera mi compadre:“En la oscuridá ¿quén ve o distingue?

Esa tarde, cuando llegué, había revuelo y novedad en el pueblo.-Llegó el circo -me informó rápidamente el Güero Sabás, no bien hube detenido mi yip-. Y

parece que no está tan pior. Tráin hasta un elefante, más pesao que un rosario de Ramoncito. También train liones y osos y un chango que se parece a don Elías el boticario y munchos animales más. Yo no me acuerdo de que biera venido un circo tan güeno como éste -decía entusiasmado.

A mí -aquí entre nos- nunca me han gustado los circos. Desde niño se me hacía aburrido el espectáculo, y los payasos, insulsos. Sin embargo y como no había otra cosa que hacer, a más de que mi compadre me advirtió con cierto regocijo:

-Hay una maromera de no malos bigotes, le doy el norte compadre.Hubimos de ir a la función de estreno. Nada nuevo, lo mismo de todos los circos. La

“maromera” era una trapecista entrada en años y en carnes, que además era la esposa del domador de leones. A estos pobres, sarnosos y mosquientos, tenían que pincharlos con picos de hierro para que salieran de sus jaulas. Eran el anuncio del más fiel aburrimiento y la flojera. Salían por fin y con aire de fastidio veían fijamente al domador -vestido como para un safari- como diciendo: Vaya, ya estamos aquí con este idiota, otra vez. Hagámosle creer que de veras nos ha domado. Si quisiéramos nos lo comíamos con todo y saracof, pero en fin, a brincar y rugir, pues después de todo es preferible jugar con este mamarracho, que andar por la selva esperando terminar de trofeo en la sala de algún imbécil cazador blanco.

El mentado circo, a quien yo auguraba una cortísima temporada, tuvo sin embargo un éxito arrollador. Cada día iba más gente. Y no solo de San José, sino de toda la comarca, acudiendo la rancherada que cargaba hasta con la abuela. No alcanzaba yo a explicarme la razón de tal avalancha de espectadores sólo para ver lo mismo de tantos otros circos que regularmente recorrían la región.

Page 52: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

52

Decidí asistir nuevamente pensando que quizá había algún número extraordinario que no me había tocado presenciar. Pronto descubrí la causa de tan inusitado triunfo taquillero: uno de los mozos encargados de llevar y traer a la pista los diversos utensilios del espectáculo, era negro, completamente negro, como el carbón. Cada vez que salía éste, un murmullo sordo, indefinible, se alzaba de todo el graderío. No les interesaban los leones, las maromeras, el oso que andaba en triciclo, el paciente elefante empinando su enorme trasero; nada, el negro aquel era la máxima atracción. Y lo más curioso, sin aparentemente darse cuenta. Claro, la explicación es bien sencilla: casi nadie de entre aquella gente había visto nunca a un negro. Por supuesto los que alguna vez asistieron a una función de cine, tuvieron idea de cómo son en realidad; pero salvo aquellos que habían ido a trabajar al otro lao, nadie jamás había visto tan extraño ejemplar humano. Yo creo que actualmente un marciano que de pronto se presentara en alguna ciudad, no causaría el impacto que hizo aquel ignorado y anónimo negrito, que sin saberlo y quererlo alcanzó el estrellato en aquel remoto villorio.

Mi compadre, naturalmente comentó el suceso con su habitual vena filosófica:-Mi primo hermano, Eustorgio Cavazos, me platicaba que en el otro lao -porque él se jue de

mojao una vez- hay retehartos endevidos de esos asina como el del circo. Y que no los queren. Que los tráin a maltráir. Que los sacan pa juera de todos laos y sabe qué tantas vejaciones les hacen. ¿Por qué será eso, compadre? ¿Por que aquí en nuestro México nuay gente asina de ese color tan juerte? Porque aquí, por más prieto que salga un cristiano, nunca hay tan retinto como esos de allá.

Le explicaba yo entonces lo que fue la esclavitud. Y como millones de seres humanos fueron arrancados de sus hogares en África y trasladados y vendidos como animales en muchos países de América, no solo de los Estados Unidos. Que aquí mismo, en México, hubo bastantes negros, sólo que se diluyeron al mezclarse con los indios y aún con los españoles, ya que éstos en materia de nalgas no discriminaban a nadie. Agarraban lo que se dice: parejo.

Mi compadre se quedaba pensativo y en seguida preguntaba:-Güeno, y todas esas gentes u naciones que hacían tamañas inomiminas, ¿eran cristianas?-Desgraciadamente si, compadre -lo ilustraba yo-. El cristianismo no acabó con la esclavitud,

como tampoco lo hizo con tantas otras cosas viles y despreciables. Fue la Revolución francesa la que sentó las bases de la verdadera libertad humana. No sólo la física -aboliendo aquella-, sino la del espíritu, que es todavía más importante. Pensar y creer libremente, sin trabas ni dogmas y sobre todo son la amenaza de castigos, sean de este mundo o del otro, adem...

-Momentito, compadre, vamos por partes -cortando así don Juande, muy a tiempo, mi pedante perorata-. Yo no entiendo muy bien toda esa viriguata; lo que sí alcanzo a colegir u columbrar es que entons eso de las religiones es pura perdedera de tiempo y lo que valen son las refolufias, ¿u no?

-No compadre, son cosas distintas -le contestaba, tratando de retomar el hilo de mi interrumpido discurso-. Una cosa es la religión cristiana que formaron los hombres de acuerdo con sus moldes y jerarquías, sí luego luego a tratar de encaramarse unos sobre otros, el caso es mangonear y mandar; en dos palabras: tener poder, como si en el orden espiritual tuviéramos necesidad de sargentos, capitanes o generales y otra muy diferente es la del sublime mensaje de amor y paz que Cristo vino a dejar sobre la tierra y que como decía don Mateo Martos, muy pocos entendieron.

“Esto lo vemos en México de manera muy palpable, aquí el cristianismo no es el mismo para todos. Varía según la clase social -el dinero que se tenga pues, compadre- a que se pertenezca. Entre el pueblo llano -la raza pues, compa- es muy simple: ¡Viva la virgencita de Guadalupe y tizne a su madre al que no le cuadre! En la clase media es un seguro contra el infierno, cuya prima hay que pagar yendo a misa los domingos. En las clases altas es una vergüenza, pues llamarse cristianos quienes poseen

Page 53: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

53

todo, mientras millones no tienen nada, quienes revientan de ahitos -de llenos, pues, pa que me entienda- mientras tantos y tantos mueren de hambre, frío, de miseria, ignorancia, mugre, de desesperanza, total, ¡es un sangriento y puerco sarcasmo!”

-Achis, compadre, pos ora sí se mandó hasta contra Petra. Ya echó rasero de todos y de todo. ¿No le digo? Pero no, no está mal su pienso, la cosa si no es pareja, es chipotuda, Aquí, de plano ya necesitamos otra güena refolufia, porque hay pelaos que están pegaos a la ubre como becerros de año; y como sólo a cabronazos la sueltan pa que todos puedan mamar, pos ahi vienen los gritos y sombrerazos.

Mi compadre don Juande era lo que se llama un filósofo de campanario. Son poseer el don de la dialéctica, tenía otro más prodigioso: darse a entender no obstante la maraña de palabras y giros de su lenguaje con que sacaba las ideas de su cerebro. Al caer la tarde, nos sentábamos en un pollo de mampostería que había a un lado del dintel de la puerta de su casa y ahí platicábamos sabrosamente, mientras él fumaba su cigarro envuelto en hoja de maíz liado a mano, “bien ensalivao, pa que dure más, y es que ¿sabe usté, compadre? El tabaco no hace daño, lo perjudiciento es el jumo del papel, ¿que no ve ques de otra sostancia?”

Me contaba entonces episodios íntimos de su vida. De su niñez triste y desamparada:-Es que mi señor padre, luego que murió mi mamacita -que en gloria esté y a quen yo no

conocí-, como estaba tovía muy nuevo, pos se casó en segundas nucias con una muy mandona y que de plano no me tragaba, Yo tampoco a ella, asina que no era vida aquello. Ta bien que uno de muchacho hace munchas tarugadas, por lo mesmo de la juventú.

“Porque mire, compadre: la juventú es un desmadre, solo la goza el que la tiene, pero a los demás ¡como chinga!”

Yo le argüía que al cabo la juventú es la única enfermedad que se quita con los años.-Sí cierto, compadre, además no sirve de muncho; los únicos que nesitan ser jóvenes son las

putas, los caballos y los elotes. Todos los demás ¿pa qué? Tampoco que sean viejos, porque la ancianidá es muy dura y además, ¿sabe usté?, esa sí ya no se quita. Si no vea usté al probe de don Marcial, el carnicero, si es que no tiene cien años a la noche los ajusta. Luego se enoja porque le pregunto: ¿Cómo está don Marcial? “Pos cómo quere que esté, pos mal”, me responde malhumorao. Pos entons debe darle gracias a Dios. “¿Cómo está eso?”, luego luego brinca. Pos sí, porque usté no debía estar mal: usté debía estar pior, con tantísimos años que tiene.

“Y si no, compadre, fíjese en toda esa gente probe que llega a vieja, y como ya no pueden trabajar pos andan en la vil miseria, arrimaos por ahi con nueras malmodientas; ya nomás son un estorbo. ¡La mera verdá, compadre, es que este mundo, pa berlo hecho todo un Dios Todopoderoso, francamente está muy pinchi! Yo creyo que si él biera puesto más cuidao lo podía ber hecho muncho mejor, ¿no cre usté?

“Porque nomás fíjese: el mesmo momento en que no a todos nos hizo iguales, allí empezó la fregazón. Porque si a unos los hizo listos y a otros tontos, pos ya taba ahí avientando los corderos a las bocas de los lobos. Hay endevidos que de plano no les dio nada con que defenderse. Son tontos, probes, feos y como Hilario el músico, hasta baldaos. Lotro día en la noche me lo encontré muy cobijao y todijoso, todo deterioraro el enfeliz:

“¿De onde vienes, Hilario? -le pregunté-. Pos como ora es fin de año, vengo de la iglesia, jui a dar gracias -me contestó el probe- ¡Ah que Hilario!, ¿pos de qué das gracias, pelao? ¡Tu mejor debías de ir a reclamar! No y la verdá compadre que la vida del fregao es muncho muy dura. Yo jui muy probe de muchacho y mis padres y agüelos lo jueron también, pero tovía más. Y es que entons a toda esa

Page 54: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

54

gente la traiban bien azorrillada. Los patrones echándoles al gobierno encima si retobaban, y los curas espantándolos con el diablo y sus tatemas en los injiernos. De ley que tenía razón mi tío Carpóforo Menchaca -que era medio renegao-, que decía:

“-Los curas son los mesmos que soleviantan al chamuco, pos el día en que ya naiden creya en ese espantapendejos, se les acaba su negocio, si a todo el mundo lo tienen bien acogotao del puritito miedo. A mí, compadre, palabra que me da harto coraje que embarren a Dios en sus tiznaderas. Ta bien que las haga, mientras quen se deje, pero que nos salgan con el susirio de que siempre tiene que haber probes y ricos, ¿de qué u por qué? Yo alcanzo a columbrar que lo mero güeno es que no haiga de ninguno de los dos, de otra manera, ¿que se remedea?”

Aquí intervenía yo:-Bueno, compadre, pero usted se está echando la soga al cuello, pues usted es de esos ricos o

cuando menos riquillos que dice deben desaparecer...-Compadre, por favor no haga que me carcajeye. Yo hablo de ricos de a deveras, desos que no

tienen llenadera, acaparan todo, todo agarran, todo queren. Güeno, hasta a las mujeres del probe, pero nomás pa darles su malacachonchi luego ahi tan. Asina como el gobierno ha hecho deposiciones pa que en el campo naiden pueda tener más de cien hetarias, pos también que deponga que a los ricos de ciudá les tumben todos sus desgraciaos lujos, y que no tengan más de una casa u más de un coche u más de una vieja, u algo asina del mesmo jais.

-Bueno -le atajaba yo-, pero eso ya sería una forma de socialismo, que inevitablemente terminaría en sus últimas consecuencias, que es precisamente el comunismo.

-Pos mire usté -proseguía, acalorado, mi compadre-, yo no sé que serán esos soncialismos que inevitablemente terminan en su concuencia. Yo lo que sí sé es que si todas esas cosas que usté dice jalan pa que haiga menos pobreza y se acaban las desjusticias, entons deberán llamarlo justicismo, asina nomás, con todas las concuencias que usté quera.

Mi compadre era generoso y abierto, no sólo de ideas, sino con sus bienes, que sabía prodigarlos con largueza, dentro de los estrechos límites de un pequeño pueblo y sin derrocharlo tontamente. Acerca del dinero, él comentaba:

-Yo a los que nomás no entiendo, es a toda esa gente rica, que si vivieran doscientos años ni asina se acababan lo que tienen y tovía siguen como los güeyes -que al cabo eso son- jalando del arao, hasta que se cain muertos en el surco. U esos otros agarraos miserables, que no son ni pa darle agua al gallo de la pasión y que cuando se pedorrean suerben el aigre más juerte pa no dejar nada pa los demás; pero eso sí, cuando se mueren -porque también se mueren-, se dan el gustazo de ser los más ricos del pantión. Sus nueras y nueros cómo los bendicen... ¡pos pa ellos trabajaron los pendejos!

Page 55: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

55

Homo eléctricus

La historia de un extraño individuo que era brujo, magnético, borracho, macho y pendejo.

La vida era -y es- difícil por aquellos lugares. La temporada de sequía -la seca, como a secas la llaman- dura una eternidad: ocho o nueve meses sin una gota de agua que venga del cielo. Era desesperante. Los últimos meses antes de la temporada de lluvias -las aguas- estaban marcados por la angustia. Angustia de todo ser viviente que incluyendo al hombre, parecía marchitarse al grado de la aniquilación. Las reses deambulaban, fantasmales, por las resecas praderas comiendo lo que podían encontrar: retoños de nopal, vainas de mezquite, hojillas de huizache y gobernadora, todo desde luego aderezado con espinas porque la espina es la reina, dueña y señora de la región; sólo así pueden subsistir las especies vegetales. Lo que carece de esas defensas naturales, se extingue devorado por la famélica y voraz fauna que ahí habita.

Nunca, hasta que llegué a vivir en aquellas boreales llanuras, me imaginé la terrible importancia del agua. Un hombre como yo, nacido y criado en las húmedas y fragantes montañas de la costa del Golfo, no podía imaginar lo verdaderamente vital de su presencia. Donde algo sobra, ese algo ni se aprecia ni se cuida. En San José, por el contrario, el agua era más importante que la honra. Además, su falta era endémica.

El gobierno alguna vez que se acordó que existíamos, envió un geólogo con el propósito de ver su podían localizarse mantos de agua subterráneos, para contar con algo más que la exangüe corriente del río. Después de sesudos y concienzudos estudios del técnico en cuestión, de medidas y más medidas con teodolitos, brújulas, sextantes, astrolabios y otros misteriosos instrumentos, y de recoger y analizar piedras, piedritas, terrones y tierritas, marcó varios puntos en diversos lugares y se fue muy orondo y satisfecho. Llegó la máquina perforadora, pinchó como loca en todas las prospecciones que había hecho el geólogo y no sacó ni siquiera la humedad suficiente para pegar una estampilla. Entonces les mandamos decir a los señores del gobierno que en vez de un geólogo, nos enviaran un teólogo, porque sólo Dios podría decirnos dónde escondió el agua en aquellos lugares.

Bueno, no solo el todopoderoso podía decirlo; también Yeyo el Eléutrico podría indicarlo y sabía el secreto, compartido solo con la Divinidad. Llegó con su pequeña horqueta mágica y entre el pitorreo de los incrédulos, la curiosa expectación de los rancheros u escéptico silencio de un servidor, señaló un punto, pincharon ahí y brotó una lánguida pulgada del precioso líquido que para abrevadero del ganado es todo un caudal.

Desiderio Gámiz -Yeyo el Eléutrico, como mejor se le conocía- era un ranchero del rumbo de Sain Alto. En su juventud, durante una tormenta, le cayó un rayo. Iba a caballo, murió la cabalgadura pero él aunque estuvo desmayao muchos días -como contaba su aventura- inexplicablemente sobrevivió. Esa fue su doble fortuna, porque aparte de salvar la vida, quedó para el resto de ella eléutrico. Así fue de simple.

Ignoro cómo descubrió sus facultades hidrohallasgófilas, ni si efectivamente poseía éstas, pero que encontraba agua ahí donde los geólogos y los teólogos fallaban, eran un hecho reconocido, me consta. Mi compadre don Juande abonaba su capacidad:

-Si cierto -decía categórico-. Este diantre de Yeyo el Eléutrico y yo anduvimos tres días a voy y

Page 56: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

56

voy con la varita esa que trai, hasta que no sintió los toques de la eleutricidá del agua, No, y nomás biera visto, compadre ¡hasta se le engarruñaban las manos agarrando la horqueta que traiba! Igualito a uno que vide una vez en el Saltillo, que andaba por el jardín con una cajita y entons uno se agarraba de unos asina como cañutos de fierro y luego el pelao le daba güeltas con manija de vitrola y ahi empezaba uno a acalambrarse de las manos y los brazos; nomás se retorcían los condenaos. Pos asina mesmo le pasó a Yeyo. Y sí jallamos agua, sí señor; poca, verdá, pero siquiera pal ganao.

Yeyo el Eléutrico tuvo -cual correspondió a su categoría- un fin verdaderamente electrizante. Había tomado tan en serio su papel de hombre eléctrico -Homo electricus, llamaba Ramoncito- que frecuentemente, cuando andaba en sus alcoholes -y andaba en ellos muy frecuentemente- hacía apuestas de que podía sostener y aguantar cables conductores de electricidad; así, en las cantinas de los lugares donde ésta llegaba, siempre las ganaba al coger con la mano el alambre de la luz, resistiendo los toques impávido, cual moderno Mucio Scévola. Sucedió entonces que estando en Río Grande, población ribereña también del Aguanaval, hizo el consabido alarde de su electrorresistencia -que, desde luego, era menor que la alcohólica- ante la numerosa concurrencia de la taberna del pueblo. Sólo que ahí entre los derrotados, no faltó un resentido que le reprochara, irónico:

-Esos pinchis alambritos cualesquier pendejo los agarra, si nomás hacen cosquillas. Si deveras eres chingón, atienta los del poste de la esquina.

No, pues como Yeyo Gámiz era muy macho, allá arriba quedó en lo alto del poste y perfectamente sancochado. Como judas en sábado de gloria.

Mi compadre comentó con tristeza su trágico fin:-Probe Yeyo el Eléutrico, murió como los puerquitos de año: ensartao en un palo y tatemao.

Page 57: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

57

Don Espiridión Caldera

Donde sabrán de la gaseosa existencia de un posible descendiente del vencedor de la Guerra de las Galias y cómo de una mortífera arma -por cierto proscrita en la convención de Ginebra-, hizo una inocua pero eficacísima forma de proteger su entorno y privacidad. Mi compadre, de él, así decía: “Mañéfica persona este don Peridión, ni quén lo desniegue, pero cualquier tratada u plática que haga con él precure tenerla al aigre libre, y a más, si se puede, que sea a las contras de los vientos chiveros de febrero y marzo”.

El doctor don Mateo Martos, en cierta ocasión, en referencia a nuestro personaje, avanzaba una tímida hipótesis: “Pertenece y proviene de la mejor y la más pura estirpe que pobló la tierra. Su antigüedad es millonaria en años, ya que desciende de aquellos homínidos indefensos que por su carencia de garras, grandes colmillos y gruesa piel y que sólo podían sobrevivir en el nocturno descanso al ahuyentar con sonoros y naturales -aunque malolientes- golpes de efecto a sus poderosos y terribles depredadores”.

Don Peri -como le llamaba todo el mundo- llegó una tarde a mi lugar. Era comprador de ganado. Su figura me impresionó. La cabeza era aquella que conocemos de Julio César: calvo, cincuenta años, barba cerrada, ojos claros y penetrantes, mirada noble, perfil de nariz y mentón romanos, rústico, ignorante profundo, tan profundo que ni siquiera de fútbol podía comentar, mucho menos de temas para él inalcanzables, como podrían ser la política o la religión; de aquella sólo decía: Se meten a eso porque les faltan güevos pa salir a saltar al camino real, y de la segunda opinaba: Negocean con eso, todo eso, es puro negoceo. Analfabeta incólume -es decir, su dignidad había sobrevivido no obstante esa cruel deficiencia intelectual.

Posteriormente, con el tiempo, me di cuenta que su carácter, su espíritu, correspondían -caso raro- al físico retrato que quizá torpemente hemos dibujado. Era enérgico, pero condescendiente; atento, pero no servil; amable, pero no caravanero; ingenuo, pero no pendejo; valiente, pero no bravero; creyente, pero no beato; viril, pero no macho.

Además de éstas, tenía otras virtudes que yo llamaría casi milagrosas: era limpio, sin bañarse; pródigo, siendo pobre; alegre, teniendo once hijos; optimista, siendo ranchero; patriota, sin saber qué es eso; tolerante, siendo abstemio y estreñido, siendo diarréico. Sin embargo no era, como pudiera leerse de mis anteriores apreciaciones, un hombre perfecto. No, de ninguna manera. Tenía muchos, variados y disímbolos defectos; algunos -el más ostensible y que con el correr de los años lo harían regional y perdurablemente famoso- como el de pedorrearse en cualquier lugar, por respetable o sagrado que fuera y a cualquier hora: a las tres de la madrugada en un velorio, a las siete de la tarde en la serenata dominical en la plaza, o a las doce del día en misa de Requiem, como aquella del suegro de mi compadre en la que su explosión intestinal produjo tal turbulencia atmosférica dentro del templo que tres de los cuatro cirios del túmulo funerario de plano se apagaron y los del altar mayor parpadearon oscilantes, tanto que estuvieron a punto de incendiar la túnica del señor San José y que sólo se salvó gracias a que en la mañana los monaguillos se habían orinado ahí in extremis, ya que Ponciano -el sacristán-, no permitía que a los acólitos abandonar, aunque fuera por un momento el “Oficio de Ángeles” que tenían encomendado -razonaba con impecable lógica teológica que los ángeles, espíritus puros, están fuera de esas fecalientas y urinosas, a más de prosaicas, necesidades humanas.

También en ese sacrosanto recinto, durante la misa mayor dominical, cuando el padre Chano

Page 58: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

58

estaba más encarrerado y entusiasmado en su homilía, hete aquí que don Peridión no pudo -o no quiso- contener en límites decibélicamente tolerables sus posteriores suspiros y lanzó a todo vientre -Totus ventris et cum nauseabundus odoris, quejose Ramoncito de la Pedroja, que tuvo la mala fortuna de sentarse a su vera-. El padre, interrumpido de una manera ta abrupta y singular quedó por breves momentos desconcertado; más cuando entre la feligresía surgió repentina inquietud tuvo que declarar: “No se asusten ni se espanten, ni son de tiempo de aguas esos truenos, ni esos truenos son de aguas, sino de cosas más sólidas, restos de sabrosos, aunque quizá mal cocinados frijoles”.

Sin embargo lo asombroso de ese fenómeno “metereofisiológico”, era que el causante de tantos aspavientos y conmoción permanecía impertérrito, hierático, incólume, ausente; es decir, se hacía pendejo ad cadaverian, dijeran los jesuitas, ya que sólo los muertos demuestran tan indiferencia.

Muchas veces estos accidentes -iba a decir involuntarios, pero precisamente por involuntarios son accidentes- servían, también involuntariamente, para definir caracteres y tendencias humanas. Psicológicamente hablando, los pedos de don Peri eran una maravilla, un tesoro inapreciable. Bastaba ver caras, movimientos y actitudes de los asistentes a cualquier acto en que éste se hallara presente para conocer ipsofacto, mejor que en un psicoanálisis, la verdadera naturaleza y personalidad de todos y cada uno de los testigos -oyentes y olientes- del ocasional, pero frecuente hecho: unos -los más- al oír el disparo volteaban presurosos, éstos eran los alertas, los vivarachos, los de perfectos reflejos, pero siempre en la angustia de lo inesperado. Otros, aunque igualmente impactados, eran un tanto tardíos en su reacción, aunque cuando ésta se producia era más enérgica -apretaban las mandíbulas- y unos cuantos, los señalados por el destino para vivir cien años en paz con Dios, con el prójimo y consigo mismos, sencillamente les valía madres todo lo que pasara a su alrededor así fueran terremotos, asaltos, gritos, sombrerazos... y pedos.

Yo sí puedo dar testimonio del énfasis rotundo que ponía don Peri en sus atropelladas exhalaciones. He dicho antes que era comprador de ganado. Ese fue el origen de una relación comercial y amistosa -más de la segunda, porque en la primera nos fue de la fregada- que nos llevó por algún tiempo a muchas y muy variadas aventuras. Tenía en aquellos días, en mi pequeño rancho de “Peñitas” unos novillos para su venta; los juntamos en una manga -corral, para los neófitos- para que el marchante los viera y evaluara. Estábamos en esa operación, muy silenciosos todos, cuando hete aquí que truena el cañón de don Peri: estruendo seco, enérgico, definido, no gorgoreante ni cadencioso. Jamás, ni en las películas de Tom Mix o John Wayne se había visto tan estampida. Las reses, enloquecidas arrollaron todo en su desenfrenada fuga. Nosotros nos salvamos gracias a un grueso y añoso mezquite que nos sirvió de parapeto. Cuando se hubo disipado la polvareda y el estruendo se perdió en el llano -aquello estaba tan jodido y desolado que ni eco teníamos- don Peri, con gran aplomo y gravedad, limpiándose los ojos y escupiendo tierra, solamente dijo: “¿Pos ora éstos? ¿Que les pasó?” Después, plenamente convencido de haber descubierto la causa de aquel desaguisado vacuno, sentenció: “Debe ber sido que oyeron alguna víbora de cascabel, eso siempre pone muy ñervosas a las reces”. Así quedó enteramente zanjado el asunto. Claro, tuvimos que andar dos días a pura corretiza para reunir nuevamente el hato, pero don Peri en esas faenas nos dio la mano con gran diligencia y solidaridad.

Otra recordad actuación de su hiperventilado intestino acaeció cuando el presidente Ávila Camacho visitaba oficialmente la minera ciudad de Fresnillo. En esa ocasión -más bien por argüenderos y ya que andábamos ahí- nos acercamos a la comitiva usual de lambiscones y similares que en esos momentos se encontraban en el Hemiciclo de los Héroes de la Patria, donde el mandatario depositaba ante el busto del padre Hidalgo una ofrenda floral; hubo un agudo toque de clarín y se hizo

Page 59: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

59

de inmediato en todo el ámbito un absoluto y respetuoso silencio. Entonces y en el preciso instante en que el presidente avanzaba solemne y marcial hacia el monumento, don Espiridión Caldera -seguramente motivado por la emoción del momento- liberó con gran enjundia -summa cum laude, Ramoncito dixit- un tremendo estallido ventoso que “cimbrando en sus centros la tierra”, causó un mayúsculo y desproporcionado susto entre la muchedumbre ahí asistente. ¡Una bomba!, gritaban los conscriptos que hacían valla. ¡Un atentado!, clamaba un general -en México, después de cada revolución, cosa que sucedía cada semana, menos la Santa en que tomaban sus vacaciones, quedaban flotando en el entorno patrio tantos generales, que en una de tantas efemérides heróicas en las que las tropas debían desfilar frente a Palacio, se dio la extraña situación de que había más generales que soldados, por lo que, con gran sentido práctico, se organizó y marchó una columna formada por un batallón y dos compañías de puros generales, no muy puros por cierto, que fueron ovacionados no obstante sus panzas, sus papadas y sus juanetes-. ¡Reventó la mina Proaño!, aventuraban algunos. Por lo pronto, era un aventadero y empujadero que parecía baile de calabaceadas o un pleito de curros. Todos se movían y todos recomendaban calma, precisamente porque nadie la guardaba. Miento, dos hombres sí la mantenían absoluta, imperturbable, como en el ojo de un huracán: el presidente... y don Pero; aquél por su proverbial sangre fría y éste por su resuelta convicción de que aquello que no daña no molesta; y era cierto. ¿A quién perjudicaba él con esos peculiares truenos?

-Ñervosos que son, ñervosa que es la gente; ¿con el jedor?, pos es cuestión de aguantar el resuello, que el aigre es como los años, todo se lleva.

Cuando volvió la tranquilidad y prosiguió el acto, don Peri volteó la cabeza y con displicente mirar me dijo: “Véngase Nando, no les haga aprecio... vamos a tomarnos un raspado de limón, pa la calor, que está muy juerte”.

La historia familiar de don Espiridión Caldera era ciertamente muy interesante, de ella se podría -y con éxito- hacer una novela; lástima que su vida, su ascendencia y entorno familiares no fueran conocidos por algún verdadero escritor y no solo por mí, que no soy más que un aficionado que solamente escribe para matar el tiempo e importándome un carajo si me leen o simplemente botan a la basura mis mal pergeñadas páginas. De cualquier manera, que se remedea, dijera mi compadre.

Don Pero -así le gustaba que lo llamaran y así lo hice siempre-, después de conocer su aquiescencia al respecto, era nieto del legendario -en su región- guerrillero liberal y juarista Trinidad Trino Caldera, el Cansaculos, como también se le conocía por los alrededores. Este último título le provenía de una hazaña no igualada ni por el Cid Campeador -Castilla no daba, por más que diga el romancero ni el ancho ni el largo para poder hacerla-, ni por Miguel Miramón -otro as del caballo-, su acérrimo enemigo; o posteriormente por Pancho Villa, quien agotó la glútea resistencia de Pershing y sus diez mi gringos que violaron nuestra patria para vengar la afrenta de haber aquél invadido en dos kilómetros un territorio al que ellos habían llegado en 1847 robándose dos millones, nuestro héroe y atleta cubrió las casi 300 leguas -unos 1,250 kilómetros- que median entre Zacatecas y Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) en solo diez días. ¡Ciento veinte kilómetros por jornada! Increíble, ¿verdad?, pero así fue. Tres veces la maratón... ¡Pero de nalgas!

En esa tremenda y épica cabalgata el coronel Trino Caldera reventó 26 caballos -que naturalmente tomaba “emprestaos” de las haciendas del camino-, desjarretó el silabario a su aguerrida escolta formada por veinte duros jinetes; catorce veces desbarrancó en la cerrada noche; siete partidas enemigas lo corretearon a balazos en sendas ocasiones; dos agónicos días, en el delirio de la sed se bebió los orines de su moribundo caballo; perdió cuatro dientes -uno de ellos de oro, que mucho le pudo- y con cuatro costillas rotas, hinchado el rostro -tumefacto, dicen las crónicas de la época-,

Page 60: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

60

vidriosa y medio perdida la mirada, mentando madres y perjurios y gritando “¡Viva el Partido Liberal, cabrones!”, llegó al presidio de Paso del Norte -de este lado del río, por supuesto- hasta los soportales del cuartel republicano; se apeó de su fatigada bestia y con paso vacilante, trastabillando como borracho, se presentó ante el presidente que, hierático, pétreo, salió a recibirlo:

“Señor don Benito: vengo con grandes priesas desde Valparaíso, Zacatecas; gracias recibirme asina todo sudao e incorructo pero es solo pa decirle, u más bien pa preguntarle si es cierto lo que dicen por ahi los cábulas quesque su amigo, el señor Ocampo, quere que los gringos pasen pacá de este lao, casi “hasta contra Petra” u sea hasta la madre de la patria, que es lo mesmo. Señor preisidente: nosotros, unos cuantos, no diga que todos, pero sí los más de los que semos, porque eso es lo güeno de una refolufia, que aunque sean pocos, si se juntan munchos ya juimos más de los que éramos antes y usté sabe muy bien, señor Juárez, que con perdón de usté y como dice el dicho: 'Nada ganas con güenas razones si no las apalancas con cojones', asina que dijimos: 'Güeno ¿qué de qué, u qué por qué?, pos en últimas instancias no queremos ser gringos', y entons me vine tan carreriao, a eso pues, a decirle eso y por lo memos eso es todo lo que vine”.

Juárez, sorprendido pero asumiendo inmediatamente su innata y grave dignidad -en realidad tragando camote, ya que la referencia al malhadado y a más de traidor, estúpido tratado que su ministro Melchor Ocampo había suscrito con el gringo McLane para que a cambio de nada se diera todo y sintiendo que aquel ignorante ranchero encarnaba con su generosa y tremenda hazaña la silenciosa y doliente requisitoria de la patria ante otra de esas cuantiosas y crueles mutilaciones-, recurrió al cómodo expediente de ejercer la autoridad antes que la razón -que es precisamente la prepotencia- y apostrofando al patriota guerrillero le espetó, colérico:

-Coronel Caldera: Usted evidentemente no sabe de lo que está hablando; esos supuestos tratos, que jamás se concretaron ya que sólo fueron negociaciones de Estado que usted no entendería, tuvieron lugar hace ya varios años; por lo tanto, su esfuerzo no sólo carece de sentido y oportunidad, sino que es muy perjudicial en estos momentos para la causa republicana que ambos defendemos, así que -y esto es una orden-, regrese inmediatamente a su territorio, donde en el plazo de un mes deberá seguir operando, si no quiere ser considerado desertor ante el enemigo, con todas las graves consecuencias que tal acto implica.

-Pos mire don Juárez -contestó el tan injustamente increpado-, la tracción es tracción y el traidor es traidor manque pasen mil años, eso en primeras, y en segundas que la tracción no queda en los hechos sino en los piensos de quen urdió tan maléficas aiciones.

El coronel Trino Caldera regresó a Zacatecas vencido y humillado. Después dejó la noble causa por la que había luchado, y decepcionado se dio al bandidaje. Por varios años asoló -contraparte de Losada, el Tigre de Álica- la vertiente oriental de la Sierra Madre, hasta que La Acordad de Valparaíso lo acorraló en Milpillas de la Sierra, en donde muerto su caballo, herido desangrándose y sin parque en sus armas, cayó finalmente acribillado cuando en un supremo y postrer esfuerzo se levantó y lanzando contra la muralla de fuego que lo acosaba un inofensivo pedrusco, exclamó con el último aire de sus perforados pulmones:

-¡Chinguen a su madre los gringos y viva México y Santa María de Guad...!Así murió el Cansaculos. Acabó mal, en parte por sus malas y postreras acciones, pero

principalmente porque así acabaron, acabamos y acabarán todos los que creyeron, creemos y creerán en que México sí existe. Existe más allá de sus mitos, de sus fantasías -que no son más que deseos fallidos- y de sus tristes y vergonzosas realidades; y existe no más allá, sino allá con los niños soldados de Chapultepec, con el teniente Azueta y los muchachos españoles empleados del comercio, en

Page 61: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

61

Veracruz, que murieron defendiendo la patria adoptiva en la inicua invasión gringa de 1914; en los ingenieros, técnicos y obreros que con Lázaro Cárdenas -aunque les duela a muchos- salvaron la dignidad nacional de todos aquellos que al Norte del Río Bravo quisieron disolvernos como pueblo y desaparecernos como nación, pero después, al ver que la naturaleza -para bien o para mal, pero activa- dotó misterios biológicos a nuestras mujeres de grande fertilidad y a nuestros espermatozoides de gran movilidad, juzgaron imposible realizar ese “bello y noble” ideal contenido en su Destino Manifiesto y optaron por promover y fomentar de mil diversas y perversas maneras el empobrecimiento, la división el malinchismo -que no es más que la ignorancia de los valores propios y exaltar lo extranjero- y lo que es peor de todo, en infundir en el pueblo mexicano y convencerlo de que su realidad cotidiana es una verdadero y auténtico desmadre, ya que dado que no pueden aspirar a pertenecer a la familia dominadora, deberán aceptar, para lograr subsistir, el papel de sirvientes que el mencionado y Divino destino les ha señalado en la creación, según San Calvino.

-Muy bien dicho, compadre -clarito oí una voz, harto conocida, pero fantasmal, echándome porras.

Pero volviendo a don Peri, las legendarias hazañas de sus antepasados ni le impresionaban y yo creo que bien a bien ni las conocía. Probablemente en su entorno familiar, tan humilde e ignorante, era una tradición oral, que como todas, se alteran, exageran, proliferan y terminan por morir convertidas en mito que es la momificación del ideal sublime, o el paradigma que el hombre siempre ha querido concretar en algo tangible; todo lo que en nuestros más recónditos sueños los humanos hemos querido ser. Cuando yo le mencionaba las increíbles gestas de su ancestro, sólo replicaba sin dar mayor importancia al asunto:

-Pos si, güenos y porfiaos, asegún eso, eran mis antepasados; si asina mesmo bieran sido pa trabajar no bieran acabao de robavacas y malenchores. Porque mire usté Nando, ¿sabe por qué nuestra tierra está tan jodida? Pos porque es más fácil y descansao agarrar un rifle y salir al camino rial pa asaltar a un cristiano u parapetarse en una chamba del gobierno pa hacer lo mesmo pero con menos riesgo dende luego, que empuñar el arao y sudar, de sudor del güeno, del que empieza en el pecho, no en las corvas u en las nalgas.

Page 62: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

62

El adevino

Adán Sotelo era Adevino. Así de sencillo. Otros son Doctores, Ingenieros, Sacerdotes; y en un rango más modesto: Labriegos, Talabarteros o Carpinteros. Adán era Adevino y eso nadie ni lo discutía ni ponía en duda. ¿Y por qué iban a hacerlo? Él simplemente cumplía las tareas de su oficio: adivinar.

Me encontré por primera vez con Adán en cierta bochornosa tarde cuando en mi Mulo de acero iba camino a la reconfortante tertulia en la trastienda de mi Compadre Don Juande, en San José. Caminaba aquel, solitario, al parecer agobiado por el calor de un sol inclemente. Al emparejarlo detuve mi vehículo, ya que de acuerdo a reglas no escritas, en aquella comarca había que auxiliar -siempre y en todo momento- al prójimo (a las prójimas con más razón) en cuanta ocasión se presentara; lo invité a subir y en mi trepidante yip, seguir su camino, que pos lo visto era el mío. Desde luego aceptó el ofrecimiento sonriente y agradecido. Era un hombre de mediana edad, pobre pero pulcramente vestido, la cabeza coronada por un ancho sombrero de palma, como todavía en aquel tiempo se usaban en toda la región zacatecana, último reducto -por ese y similares motivos- si se quiere baladíes, que no obstante reflejaban algo más hondo, más serio, más nuestro... la esencia de nuestra mexicana identidad. Así que colocándose el barboquejo y semi cerrando los ojos para afrontar aquello que al término del viaje definió al apearse: “Ah que vientazo, ah que terriegal, ah que... la chingada, señor; munchas gracias por el avientón, pero por favor, si me güelve usté a encontrar, aunque sea arrastrando la cobija, no me ayude... de veras, señor, no me trepe a este artefaito que más que carreta sin bueyes, parece estampida de bueyes sin carreta...”

Me reí de buena gana por aquella ocurrencia, que mucho tenía de realidad.Esa tarde, en la reunión de los amigos, comenté al soslayo el nimio episodio y en seguida mi

coronel don Adauto Torres, declaró con cierta sospecha y reserva: “Pos ese jué con toda segurida Adán Sotelo, el más meramente adevinador de todos los que haiga adevinadores en este lao del mundo, u no quero saber cuantos haiga”. Todos los contertulios asintieron muy serios. “Sí, debe ber sido Adán” -dijo mi compadre-, “tiene por ese lao su parcela, y aunque baja poco al pueblo, siempre lo hace los sábados, como es hoy por hoy. Va siempre a la iglesia en las tardes, cuando está más sólita, pos el cura le tiene tirria, no lo quere, pos dice que hasta pueque esté empautao con el diablo, y eso ha lograo que la gente lo vea con juertes sospicacias”.

-¡Ah, Chihuahua! ¿Pero porqué le dan tanta importancia a ese sujeto? -cuestionaba yo- ¿Es de peligro o qué?

-No señor, de ninguna manera -aclaraba categórico el coronel Torres-. Don Adán es persona muy sin embargo; nada mescuyenta en andancias ajenas, y respetuoso de familias y pareceres de otros. Es casao, con tres chiquilingos, y siempre vota por nosotros los revolucionarios de argenjuy. (Ésta palabra, por más que le hice la lucha, nunca logré descifrarla).

-Y entonces, señores -yo volvía a la carga- ¿Porqué lo tratan ustedes -no solamente el cura- con tanto recelo?

-Del cura no nos responsabelizamos. Respeuto más bien; respeuto es lo que sintemos por él -espetó alguien-. Ni miedo, ni pedo, solo precacción -remató riéndose, con lo que se saldó ese tema en la plática-.

Page 63: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

63

Efectivamente, ahí terminó la sumaria indagatoria del individuo en cuestión; pero yo francamente seguí intrigado en lo referente a aquel campesino que evidentemente suscitaba tan notorias cuanto temerosas reacciones. Discretamente, aquí, acá y acullá (vaya elegante manera de decir que andaba de metiche) seguí indagando acerca de este enigmático y al parecer moderno Nostradamus. Pregunté por él -como quien no quiere la cosa- a varias conspicuas personas, tratando de sacarles algo al respecto, pero con sorpresa encontré no solo reticencia en abordar el tema, sino franca animadversión en algunos; por ejemplo: el señor cura, con quien me encontré cierto día. Después de los obvios preliminares de rigor: “que qué frío (en enero), que qué calor (en mayo), que no quiere llover (en junio), que qué tormentón ¡oiga usted! (en septiembre) y que qué pinchi gobierno nos desgobierna (todo el año)”, entré cauteloso en la materia que me interesaba (lo que es andar de ocioso en un aburrido pueblo): “Oiga señor cura, como usted sabe yo soy nuevo en estos lugares y todavía no conozco bien a bien quien es quien y sobre todo a cuales puede uno frecuentar y a cuales es mejor evitar”.

“Bueno, mi querido y joven amigo, creo yo que en eso no debe tener problemas. Evite usted la maldad en todas sus formas y encarnaciones y busque -como dice el Evangelio- el reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura, así que...”

Arrepentido de haber dado cuerda a la lógica y teológica respuesta a mi un tanto nebulosa pregunta, tuve que parar en seco su argumentación, antes de que se convirtiera en un fastidioso sermón en plena y polvorienta calle, de modo que atajando su atropellado discurso exclamé respetuoso: “Sí, como no padre, eso siempre lo tomaré en cuenta, desde luego que sí, pero yo quiero referirme a alguien en particular; sí, a un ranchero, al parecer ejidatario de aquí cerca, que conocí incidentalmente en días pasados, y cuando -por pura casualidad- me referí a él, con algunos amigos, éstos de plano se chiviaron (perdone la expresión) y no quisieron hablar más del dicho sujeto”.

-¡Ah caray! Señor. ¿De quién se trató, pues?-Según dijeron se llamaba Adán Sotelo, y es un agrarista de Los Luises.-¡Va de retro Satanás; espíritu maligno que vaya por el mundo procurando la perdición eterna de

las almas! Ya no diga más, señor, que Dios lo bendiga, lo tenga en su santísima mano y ahí nos vimos... -dijo, desapareciendo tan rápidamente que nomás le volaban los pliegues de la sotana-.

Me quedé -acorde con mi naturaleza- hecho un pendejo, pues ahora sí, después de ese atropellado coloquio, ya no estaba curioso, sino verdaderamente intrigado por aquel asunto. Pero, lo que decíamos antes, la ventaja en una pequeña comunidad es -entre otras muchas cosas- que hay tiempo para todo, hasta para malgastarlo; lo cual a cierta edad, no deja de ser una delicia. Decían mis venerables abuelas: “El tiempo perdido, lo santos lo lloran”. Pues si, yo me pregunto: ¿Para qué chingaos quieren más tiempo los santos? ¿Para desperdiciarlo en interminables rezos, masoquistas sacrificios, absurdos y antinaturales celibatos eclesiales, renunciando al divino (sí, lo instituyo Dios) goce del sexo, que es -para mí- la prueba más fehaciente de una providente y superior inteligencia? Estuve algunos días ocupado en mis agropecuarias labores y dejé, por lo tanto, tan ociosa materia, que sin embargo, continuaba acicateando mi curiosidad. Así que en una de mis frecuentes visitas interrogué más seriamente a mi compadre don Juande acerca del misterioso personaje de marras; de modo que a mi explícita pregunta de si aquel humilde ejidatario era brujo, hechicero, yerbero, ¿o que carajos tenía de caviloso?, me informó, a su modo, cumplidamente la verdadera historia de Adán Sotelo.

-Mire compadre, no está usté para saberlo, ni yo para contarlo, pero este negocio de don Adán está medio alrevesao, medio confundioso, medio... medio... güeno, u sea, medio cabrón, sí señor.

Realmente me quedé igual que al principio.

Page 64: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

64

-Pues sí, eso veo, pero es que yo...-Pérese tantito, compadre -continuó don Juande desestimando mi interrupción-. Pérese, no coma

ansia, pa lla voy. Pos resulta que éste don Adán, ques nacido y criao ahi mesmo en Los Luises, dende muchacho añejo desapareció por munchos años, sin que naiden supiera -ni sus papases- sus hechos, aiciones u porvenires en ese ínter. Nomás que ay tiene usté que un güen día, cuando ya todos lo bían dao por muerto, de pronto llegó a la casa -era en primas horas de la tarde- y parao en la puerta de la cocina dijo: “¿Que pues, mujeres? ¿Que hay pa comer?” Voltiaron todos muy solprendios cuando lo oyeron por su aparición, y luego les adevinó: “Son frijoles de olla con chayote y epazote ¿u no?”. De allí arrancó su fama de adevinador, ¿pos como supo que los frijoles eran con epazote, ya que podían ber sido con quelites, rajas de chipotle u salpicón de puerco?

-No, pues sí fue de verdad una buena adivinada -comentaba yo con grande y trabajosa seriedad-.-No, y eso nomás jue el prencipio, de ahi pal rial siguió por el mesmo jais su adevinadera y

empiezaron a agarrar muncho escremento sus famas.-Pues si, compadre ¿pero que otras hazañas hizo el pelao? -insistía yo-. Sobre todo lo que más

me intriga es ¿porqué le han tomado tanto temor, y en el caso del señor cura, hasta terror?-Ah, por mesmamente por lo que estamos tratando de la adevinadera. Sí, munchas aiciones de

ese mesmo jais se le vieron a este señor desde entonces. Por evento: ¿que cuando va a llover, don Adán? -preguntaba siempre la gente-. “Pos ora pal tiempo de aguas” -contestaba- y no le jerraba, no señor, ya pa acabarse junio, ¡ahi taba el agua!

-¿Y que tal si no llovía, como luego sucede, compadre; que decía entonces el fulano?-Pos nada, “Pérense pa julio, u si no pa agosto, u si no pal año que entra; yo dije que pal tiempo

de aguas, más no de que mes u año” -y asina era, nuncamente fallaba-.-¡Carajo, compadre! -yo empezaba a perder la paciencia-, eso no es adivinar, ¡por favor!, eso es

una vacilada...-Ese es el pienso de usté, ¿pero que tal si le platico el sucedido que le sucedió a Valente

Gameros, del Rancho de San Isidro?-Sí compadre, platíqueme, platíqueme...-Pos resulta que Valente, un vaquero de la hacienda de San Isidro, al estar quitándole el cuero a

una res muerta de la mortandá de las fiebres carbonculosas, le alcanzó a picar un moscón u tábano de los mesmos que se crían en esa enjermedá. Le picó en un cachete y al poco rato nomás figúrese usté como tenía el probe hombre la jeta. Se le hizo encono de “malinidá”, como dijo don Elías, el boticario, y por más remedios que le hicieron, el probe Valente no remitía de su mal, antes cada vez pior. Entons los parientes pensaron pasarlo pa Torreón u Fresnillo, pa fin de ver un doctor bien posicionao; pero como eso costaba munchos centavos, jueron de la idea de que vieran primero a don Adán.

-¿Pues no dice usted que éste no es curandero ni yerbero, ni nada de eso? -aclarábale yo-.-Sí, correuto, pero no lo querían pa eso, compadre, sino pa que les adevinara si con esa fainas

Valente se iba a aliviar, u bien, de todas maneras se iba a petatiar, y asina u se daba por bien empleao el gasto u bien empleao que ya no se gastara nada.

-¿Y luego, compadre?-Pos que ya entró en aición Adán con sus adevinaderas.-Perdone que lo interrumpa, compadre, ¿pero con qué hacía esto? ¿Con bolas de cristal, barajas,

las palmas de las manos, o qué?-No señor, nada de eso; esos son los usos de los curros. Sotelo no es un charlatán de esos de

feria que todo lo hacen a escondidas y en la oscuridá. Sotelo adevina al público de la gente y a plena

Page 65: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

65

claridá del sol. Se siente éste diantre de pelao en las afueras de su casa y empieza a devisar pal cielo, asina como escudriciento, hasta que encuentra un aura papalotiando. Se queda entons muncho rato viéndola, viéndola, sin hablar ni decir nada, hasta que juera el jais de ésta: carrascalosa o bienquista, caso es nunca de los jamases le jierra. Entons, en el caso que le estoy platicando de Valente Gameros, luego de ver por bastante el aurero en el cielo les prenosticó: “Ya ni gasten compañeros, Valente de esta fiebre carbonosa nomás no sale, clarito lo dicen las auras revolotiando”.

-¿Y luego, compadre, que pasó? -le animaba a seguir, francamente divertido.-Pos nada, que a la contraria; el dicho Valente nomás no se murió de la dolencia esa de los

carbones en el culo (yo nunca se los he visto, ni a las reses) asina que Sotelo quedó muy mal parao; como luego dicen “en entredicho”. Pero eso jué por poco tiempo, pos como a los dos meses, andando Valente corretiando unas yeguas juidoras, tomprezó feyamente su caballo ¡y allá va el probe cristiano! Dio contra unas piedras y ahi quedó; ni un “¡Jesús me ampare!” alcanzó a decir (cuando menos no se le oyó). Dende luego que mediatamente, en el mesmo velorio de Valente, Adán se empersonó con la viuda recién enviudada y le dijo algo que enseguida se vio que consuelo a la señora: “Mire doña Pancha (ora ésta): muncho me han caluñao con insortios y blefasiones quesque porque yo los engañé cuando la dolencia del dijunto Valente, ¡yo nuncamente los engatusé! Lo que pasó jue que cuando taba mirando el revolotiadero de las auras pa que me dijeran los porvenires de su marido, pos con los flejos del sol no pude columbrar que no eran auras, ¡Eran zopilotes! y entóns me dí una destantiada de la chingada (con perdón de usté) y no vide que al respective fin de Valente, éste no iba a ser de fiebre carbonatosa, sino de fuerte cabronazo. Aystuvo la falsedad; por lo mesmo clarito se ve que yo no le jerré, pos lo prencipal de que se iba a petatiar, ¡pos se petatió!, ¿u no?”

“Así, compadre, que de esa manera Sotelo recuperó pa tras su crédito y fama. Sí, ni quén poniera en duda su destantiada, ya que a gran altor es re difícil destinguir auras de zopilotes solo por lo colorao u prieto cenizo de sus choyas”.

-Pues sí, realmente -declaraba yo aparentemente muy convencido-, ¿quién iba a pensar que el vuelo de los zopilotes todito lo destantearan? Es evidente que leyó una cosa por otra.

-Güeno, compadre, eso de que leyó -dispénseme muncho- pero Sotelo, ora como yo, no alcanzó escuela, asina que más bien columbró, que es lo netamente prencipal.

-Desde luego que sí, compadre; eso que digo de leer es un decir, una metáfora.-¡Ah, ¿ya albureándome, compadre?!-No, no compa; de ninguna manera, yo sería incapaz de eso; pero bueno, la cosa está en que

todavía no alcanzo a comprender ese temor que Adán inspira con sus adivinanzas; todo lo que me ha contado no es razón ni motivo.

-Respeuto, más bien respeuto, como ya le dijimos endenantes.-No compadre, nomás no. El cura mostró no solo miedo (ya no digamos respeto), sino pánico al

mentar a quien nos referimos.-¿Pos sabe porqué habrá sido?, porque asina que se diga muy entimidosas sus profecías, pos

tampoco.En resumen, no saqué nada en claro con mi compadre, de modo que un buen día en que andaba

de ocioso (cosa muy frecuente, por cierto) decidí ir a “Los Luises”, el pequeño rancho de Adán Sotelo, y de una vez por todas averiguar en su misma fuente aquello que tan intrigado (¡Háganme ustedes el favor!) me tenía. Me recibió el “Adevinador” con sonriente rostro en franco gesto de bienvenida. Al ruido de mi rechinante vehículo salieron también al camino dos o tres chiquillos, tres o cuatro perros, cinco o seis gallinas, y ocho o diez puercos.

Page 66: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

66

-¡Bien haiga quén llega, señor! Pásele a lo barrido -fue su inicial saludo-. Usté viene no a que yo le adevine sus porvenires, sino a adevinarme a mí los entrigulis de mis videncias.

-¡Ah que don Adán!, creo que a usted no se le puede tratar con segundas intenciones; siempre descubre éstas.

-Y eso que no vide del vuelo de las auras... -contestó el “Profeta”, evidentemente satisfecho de su agudeza-.

-Y entonces, cuando no tiene ese apoyo ¿cómo le hace?-Pos no le hago, solo sé, y asina es: Solo sé lo que sé y siempre es asina.-No, y de esa manera queda todo muy claro... -respondí yo con sorna-.-Mire usté señor don Fernando, (porque asina se llama usté, ¿verdá?); su mercé me está

cabuliando, pero no se despriocupe, a eso ya estoy acostumbrao, porque a mi me importa madres que me creyan o no; lo prencipal es que las cosas pasan tal cual las veo y naiden, óigalo bien, ¡Naiden! puede cambearlas.

-Perdóneme, don Adán. No fue mi intención...-Yo se cuales jueron sus intenciones, y una de ellas, la prencipal, es ser burlista de mis aiciones.De plano -ante esas respuestas- me sentí mal. Entonces comprendí que jamás hay que

pitorrearse de creencias ajenas, por absurdas que nos parezcan... o sean, siempre y cuando no atenten contra la integridad de las personas. Comprendí también en ese momento que había subestimado la capacidad intelectual de Sotelo, así que un tanto corrido y avergonzado me retiré del lugar, dando fin a mi breve visita, no sin antes tratar de disculparme:

-No quise ofenderlo, don Adán, de veras, no fue esa mi intención; lo que pasa es que a veces a uno se le bota la inexperiencia de los años.

-Si, enefeutivamente, asina le dicen ora. Pero mire, señor, usté una vez me hizo un favor y quero pagárselo: No saque su yipe este viernes que viene. Déjelo ahi parao y estese sosiego ese día.

.¿Y eso, don Adán?-Hasta ahi no llego, mi estimao, porque las causas, motivos u propensiones de lo que veo, no

son de mi concernancia, pos si yo pudiera cambear las aiciones que prevocan sus concuencias sería Dios, ¿u no? ¿Cómo la ve?...

-Pues sí, señor, tomaré en cuenta ¡Cómo no! sus consejos. Gracias y hasta luego -exclamé medio confundido, enfilando con mi yip el polvoriento camino de regreso-.

Desde luego me olvidé de aquella advertencia. Tres días después, precisamente el viernes, trepé temprano a mi carricoche para arreglar ciertos asuntos en Sombrerete. Iba muy quitado de la pena, hasta chiflando La vereda tropical, cuando ahí nomás que sale de pronto al camino un burro, muy solemne y despacioso, ¡Y reata!, un encontronazo de la chingada. Cuando acordé tenía al pobre jumento en el cofre, pegado al parabrisas. Naturalmente, al impedirme la visión tan bestial obstrucción dí de ancho contra un grueso mezquite que a la vera del camino se encontraba. Burro, yip y un servidor quedamos hechos mierda. Yo todo magullado, el jumento pataleando en los estertores de la muerte, y mi yip, aunque estaba hecho para la guerra, quedó como un acordeón. Dí entonces gracias a Dios que -después de todo- no hubiera corrido la misma suerte que el pollino, y en ese momento recordé la premonición y el consejo de Adán Sotelo. Así fue y aquí dejo constancia de ello.

Desde esos días y a pesar de mi erásmica y jesuítica formación, considero que hay cosas inexplicables, más allá del humano conocimiento. Aunque algún determinista podría argumentarme: “Ese accidente sucedió porque así tenía que ser; de ese modo, el ignorar la advertencia del adevino fue parte de la fatalidad de los hechos. Si usted hubiera tomado en cuenta el premonitorio aviso, la asnaria

Page 67: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

67

y arbórea colisión por consecuencia evitado, así habría tenido que acontecer. La profecía de Adán Sotelo de todas maneras se cumplirá”. Pues sí -contra argumentaría yo-, pero de haberle hecho caso mis magros ahorros no se hubieran esfumado.

En fin, que el chocante y asnal episodio me sirvió como acicate para averiguar los misteriosos poderes ultra sensoriales de nuestro Nostradamus nopalero.

Días después y ya un tanto repuesto mi yip y yo (el borrico, “Dios lo haiga perdonao”, dijera mi compadre, estiró paras y rabo) del anunciado y malhadado accidente, entré en la cantina del güero Sabás a refrescar el gaznate con una cerveza. “¿De cuál quere? -decía el güero-. Cuatimó u de las otras, pero de esa ya nuay”. “Ya que me pones a elegir, dame una Cuatimó pues -concedía yo”.

Conté entonces a Sabás mi desventurado encontronazo y de cómo éste había sido cabalmente anunciado -hasta con fecha precisa- por el adevinador Sotelo.

-¡Ah diantre de Adán!, ora sí que de plano ya estoy creyendo lo que dice muncha gente... sí, ora si que sí.

-¿Y que es lo que dicen, güero?, aparte de que yo he oído ya de él muchas cosas.-¡Pos que está empautado con el diablo! Sí señor; y eso no nomás lo dicen los cábulas que todo

lo cabulean, sino el señor cura, que harto ha de saber de esas malinfluas cuestiones.-Bueno, güero, pero ultimadamente, ¿en qué se basan todos para hablar así, principalmente el

cura?-Pos se abasan en lo que el mesmo Adán ha dicho a cara de multitú, u aquí mesmo en la cantina,

ques como berlo dicho encaramao del quiosco del jardín.-¿Y que fue eso güero? -mi curiosidad alcanzaba otra vez niveles altísimos.-Todo. Sí, de todo y de todos echó sus adevinanzas; no dejó títere con cabeza (como luego

dicen) pos a punto briago (porque agarró una juerte borrachera) se puso a sacarles todas las desinencias, trastupijes y blesfaciones que cualquier cristiando trai dentro de lo éntimo de eĺ mesmo y que nuncamente quere dejar traslucir pa juera. Sí, por evento, de Dimas el alfarero, dijo que era joto...

-¡Ah chingaos! -exclamé alarmado-. Eso, perdóname güero, no es adivinar, eso es pura maledicencia.

-Pos resulta que más bien jué biendicencia, porque sí, enefeutivamente, Dimas es al revés voltiao.

-¿Y qué, nadie en el pueblo lo sabía?-Sospechas, puras sospechas, pero bien a bien, asina de jiarme, nada.-De modo, Sabás, que la honra de una persona estuvo en suspenso muchos años, hasta que el

endiablado Sotelo no dio su veredicto.-No entiendo Nando, toda esa porsunción de que la honra estuvo en suspensorios, pero sí -como

luego jué enteramente comprobao-. Dimas enefeutivamente es puto.-Óyeme güero, eso más bien me huele a chisme de pueblo. Para saber esas intimidades de

alguien no se necesita ser adivino, son cosas que siempre trascienden, sobre todo en un lugar pequeño; ¿y sabes qué, güero?; pues que los primeros en propagar esos rumores son precisamente los que padecen el mismo defecto, o si se quiere, la misma anormalidad; por eso Jesucristo -según nos dice el Evangelio- sentenció en el caso de la agresión a una mujer adúltera: “Aquel que esté libre de culpa, que arroje la primera piedra”.

-Pos mire, Nando: Usté seguramente tiene muncha escuela, y todo lo que dice está muy catalogao y escrebido, pero yo creyo que nuestro señor Cristo, como era muy católico defendió a esa pinche puta, en primeras por buena gente que era, y en segundas porque de seguro el marido no era su

Page 68: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

68

amigo y a la mejor ni lo conocía. Yo nuncamente biera defendió a Sara mi comadre cuando mi compadre Erasto la agarró “in fregante” con su mesmo sobrino de ellos mesmos, ¡Que desgeneración! palabra, ¡que desgeneración!

-Oye Sabás, yo creo que óra sí que de plano nos estamos saliendo del asunto que estamos tratando, que es, precisamente la capacidad adivinatoria de Adán, y por lo mismo, que me acabes de contar todo lo que Sotelo, a punto briago, publicó del prójimo.

-No, y de la prójima, pos también a éstas les tupió macizo. Por evento: Dijo que Rafaelita Segovia, la de la mercería del mercado, tiene cola de puerco en sus rabadillas.

-¡¿.............?! -mi gesto de admiración era elocuente-.-Sí señor, quesque jué castigo de Dios porque cuando la bautizaron se gomitó en la pila del agua

bendita.-¡Chihuahua, Sáas! Se me hace un Dios muy enérgico y hasta injusto...-Pos nomás gomítese usté en la pila bendita y pérese pa ver como le va.-No, mejor no le busco; pero una pregunta Sabás; ¿Cómo saben que Rafaelita tiene cola de

puerco, si ni siquiera es casada?-¡Pos en eso meramente está la adevinada, si no que chiste!Ante lógica tan contundente quedé plenamente convencido del porcino apéndice posterior de

Rafaelita, pero exigí del güero más información: “Bueno, ¿Y de quién más se trató?”-Nombre Nando, ¡calle boca! ¡De un catorzal de pelaos! De Ponciano el sacristán: Que se clava

las limosnas del domingo (y eso que el cura lo tiene bien vigilao); de don Gumaro López, el de Rentas: Que falsefica recibos y no da comprobante de las multas; del Chori Gaytán, el de la bomba del agua del río: Que se avanza aceite del motor y por eso ya se ha desbielao dos veces... Y asina de ese mesmo jais munchos otros trastupijes de un buen bonchi de gente de por aquí.

-¿Y del cura qué? ¿Que dijo? ¿Cuál es el motivo del temor o adversión que éste siente por aquel?

-Bueno Nando, ¿usté quere avientar la primera piedra, u que?-Tienes razón, güero. Yo no soy quién para enjuiciar y condenar a nadie; sólo que me ha

intrigado sobremanera el caso del cura, ya que es hombre como todos, y por lo mismo debe jugar con las mismas reglas.

-Ah, eso sí, dende luego que sí, porque eso de predicar lo que no se practica, pos tampoco. Bueno, lo que sea, lo del cura estuvo cabrón, y lo que dijo naiden lo ha desniegao.

-¿Pues qué fue, carajo? Ya no me la hagas de sensación...-Nada más y nada menos que ahi tiene usté que el curita guardaba una escondida con todo y

cría, muy bien ajuariadas, en Durango, y hasta dio direución de la casa: Calle Bruno Martínez ya cercas de la Estación. Que asegún eso a su ahijada que se la encargaron cuando de muchachilla quedó güerfana de sus papases y luego que por ahi dio su mal paso (a de ver sido redoblao, porque luego quedó empreñada) y pos el cura cargó con las dos (porque jué hembrita). Ora que muncha gente se pregunta si los hijos de la ahijada también pintan al padrino, porque la susodicha chamaca es íntica al cura... ¿Cómo la ve?

Por fin quedó aclarada la animadversión general y al del cura en particular por nuestro esotérico personaje, Lo que no quedó tan en limpio fue ¿cómo diablos sabía tantas y tan sórdidas historias, tantos desórdenes y debilidades humanas como puso al descubierto? Yo, quitando el episodio de mi anunciado accidente, que siempre he atribuido a una mera casualidad, nunca creí en las extrasensoriales facultades de Sotelo. Consideré la posibilidad de que éste investigara la vida y milagros del prójimo con

Page 69: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

69

chantajistas propósitos. Eso desde luego lo deseché, pues nada avalaba esa hipótesis: Adán no salía de pobre; su entorno social cada vez se le hacía más hostil; sus pocos amigos de plano le rehuían; en fin, que nada ganaba y todo perdía con sus adevinanzas. Entonces, ¿cómo y porqué sabía tantas cosas? Al no poder contestar estas interrogantes, y como la entera cuestión era para mi una especie de diversión sin importancia, pronto me olvidé del asunto, máxime que todas las verdades o falsedades puestas al descubiero no eran para mí (no obstante mi juventud) cosa insólita o extraña.

Poco tiempo después (hasta eso, no duró mucho la tan temida fama de Adán), un imprevisto y tragicómico incidente precipitó el desenlace de una situación creada por aquel individuo y a la que no estaba acostumbrada aquella casi pastoril comunidad de San José del Álamo. Un suceso sangriento (“un caso”, le dicen los rancheros) había acaecido en el rancho de Los Luises, precisamente la morada de nuestro adivino. Aún no se habían aclarado bien a bien los hechos -sobre todo los motivos- pero el caso esa que Adán Sotelo, cierta mañana en que tuvo que regresar de improvisto a casa desde su parcela, donde trabajaba asegundando la labor, ahí nomás que va encontrando a su mujer (los chiquilingos estaban en la escuela) en carnal comercio (seguro era día de tianguis) con un desconocido. Pa pronto echó mano de una vieja pistola que tenía alzada en una alacena y le sorrajó un tiro en una nalga al intruso fornicador, que no obstante su sangrante glúteo y en paños más que menores, saltando por una ventana alcanzó a huir (todos estos detalles y los que a continuación relatamos salieron a luz en las averiguaciones judiciales correspondientes). Sotelo, fuera de sí y dispuesto a lavar su honra (en aquel tiempo todavía no se usaba el divorcio) se decidió a ejecutar a su adúltera consorte, pero antes de eso y para asegurar su futura tranquilidad, ásperamente interrogó a la traidora:

“Dime ingrata, perjuria, mujer puta y colonial (así consta en hechos que le dijo) de los tres escuincles que hemos porcriao, ¡¿hay alguno que no sea mío?! “, a lo que la aterrorizada e infiel cónyuge, respondió: “Pos ahi adevínalo tú, ques tu oficio, porque eso ni yo mesma lo sé”.

Sotelo, a punto de oprimir el gatillo pareció recapacitar, y bajando el arma, en desolado tono, expresión de toda una existencia fracasada, dijo: “No, yo solo adevino las enjundias y desgracias ajenas, las mías propias que las adevinen otros”, y largando la pistola salió de la estancia, perdiéndose para siempre en el tiempo y el espacio. Y como a raíz de este incidente dijo mi compadre: “es re fácil andas adevinando miserias ajenas. Lo defícil es adevinar las propias de uno mesmo; parte nos da miedo conocerlas, y parte porque asina no tendría uno a quén echarle la culpa de nuestras desgracias”.

Page 70: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

70

La pastorela y otras andancias

Existen infinidad de versiones sobre el mismo tema, pretendiendo todas ser originales. Puedo asegurarles que esta sí lo es. La he compuesto ahora mismo. Lo notarán, lo notarán.

Todos los años, en el mes de diciembre, una viejísima tradición que se representaba en una plazoleta, a un costado del templo, una pastorela de corte clásico, pero con tantas adiciones, omisiones y cambios de su versión original, que lo conservado era un auténtico descuajaringue. Además de que los discursos y diálogos se modificaban a voluntad de los actores, eso sí, previamente ensayados. Quiero decir: no se trataba de morcillas.

Jamás me perdía la famosa pastorela -coloquio la llamaban en el pueblo-. El problema durante la representación era permanecer serio y circunspecto, ya que toda la actuación era hecha con absoluta seriedad y se podría herir la susceptibilidad de esa buena gente. Su humorismo era involuntario, y por lo mismo, completamente espontáneo.

La pastorela era una composición dialogada del género lírico, en la que como su nombre lo indica, intervienen uno o varios pastores como personajes centrales. En nuestro país, introducida por los frailes misioneros, la pastorela siempre versa sobre temas religiosos, siendo la que más popularidad alcanzó la de los pastorcillos Bato y Gila, desarrollándose la acción cerca de la bíblica Belén, precisamente cuando el nacimiento de Cristo. La trama es muy simple y se basa en la lucha de Luzbel por impedir que los pastorcillos acudan a adorar al Niño Dios recién nacido, y en la intervención del Arcángel San Miguel para que éstos puedan hacerlo. Aún recuerdo algunos parlamentos en su forma original que desgraciadamente desaparecieron porque oídos inmaculados no soportaron su “indecencia” o “crudeza”, como tantas veces llaman a lo auténtico y folclórico todos los Ramoncitos y demás hipócritas sabandijas que en el mundo han sido.

Se ilumina el escenario y aparece un personaje que no se sabe que es: pastor o ángel, o las dos cosas. Inicia unos pasos de ballet, pero se detiene y empieza a declamar:

En estos prados gentiles y frugalesen donde se respira el infinitoharé que mi laúd entone cantos talesque se afiguren de un zenzontle el grito.

Un grito que penetre en las tinieblasy lleve su mensaje de esperanzapos aunque se apagaran todas ellasuna luz ha surgido en lontananza.

Una luz que disipe la acechanzade esos negros y fúlgidos horroresanunciando con grandes resplandoresa los hombres su inmensa venturanza.

Page 71: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

71

Que todas las campanas se volteyenen alegres repiques y clamoresy todos los corazones se meneyensaludando al amor de mis amores.De todos los puntos cardinalesa belén se encaminen los pastoresy a la luz de los álgidos fulgoresentonen sus canciones celestiales.

Pos ahí entre unos soportalesy en el pesebre de un güey y de una vacasale una luz pristógena a raudalesque las tinieblas del averno ataca.

Oh sombras del averno embravecidasOh jijos de Satán, ¡tales por cuales!Oh presagios funestos y homicidasque nos queren causar tremendos males.

Ha nacido en Belén un hombre nuevolibre de maldición y de pecadoy aunque nosotros no quiéranos ¡a güevo!de los infiernos ya nos ha salvado.

Será nuestro defiensor y nuestro guíoen este mundo falaz y traicioneroyo hasta mi vida entera se la fíosiempre que no haiga que empriestar dinero.

Y aunque la vida me dé lo más sombríoy sufra duro y terrenal castigoyo de los males ya nomás me ríoporque el Niño Jesús está conmigo.

Y ahora todos, señoras y señoresy también distinguida concurrenciavan a ver la función de los pastoresesperemos que sea con indulgencia.

Hace mutis el anterior personaje, saliendo en seguida el director de escena -floor manager, como le llaman nuestros acomplejados huehuenches, que parece que tienen miedo de emplear esa lengua mucho más hermosa como es el castellano-, dirigiéndose al público en tono admonitorio y enérgico:

Page 72: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

72

Voy a echarles a todos la advertenciaantes de que comience la funciónvoy a implorarles con toda mi clemenciapa que no vayan a echarnos vacilón.

Si a alguno el pedorrearse le apetecey asina se interrumpe un parlamentoserá entonces mejor que se aguantesepos se pone en un güen predicamento.

Y si a alguna dama se le acaba la pacenciau se quere salir a “hacer las aguas”hay maneras de orinarse con decenciaagachadas y estirándose las naguas.

Y si es hombre al que esto mortificaya estuvo que regó todo el tepacheparado no se puede ¡pos salpica!y menos si le dicen que se agache.

Aquí se oyen gritos silbidos y gritos de ¡Ya cállate güey! que él aplaca con un ademán, para chillar colérico:

Ya echamos las debidas alvertenciaspueden subirse pa rriba los telonesyo ora tengo que entrarle a las pendencias¡pa silenciar a este hatajo de cabrones!

De pronto y completamente a oscuras, se oye una voz tenebrosa -y aguardentosa-. Es la de Luzbel, que dice:

Hoy mesmo que salí de los infiernosdonde contento me estaba tatemandoy aquí vine a azotar de puros cuernospa devisar lo que se está tramando.

Pos por allá en lo profundo del abismodicen que dijo que bían dicho que dijieronque se ha encarnado un hijo del Altísimoy que en un triste pesebre lo parieron.

Que viene pa ayudar a los humanosy que el telón de los cielos le descorrey que a mí y que a todos mis hermanos

Page 73: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

73

¡nos va a poner en la puritita torre!

Entra en escena Bato el pastor, y con voz altisonante -e igualmente borrachenta- se dirige a un grupo de pastorcillos que descansan en torno a una hoguera:

¡Pastores nalgas chorriadascómo les habrá llovido!Las ovejas descarriadasde seguro se han perdido.

¡Ya la estrella de Belénanunció una gran nuevay nos alvirtió tambiénque dejáramos la güeva!

¡Que caminen los muchachospara el pueblo de Belény nos alvirtió tambiénno llegáramos borrachos!

Algo malo anda tramandoese Luzbel intriguiosopos se ve que anda ganosode seguirnos intriguiando.

¡Ah diablo tan molestoso!Naiden quere parte de élllamen al gran San Miguely vendrá muy priesuroso.

Y manque como lobo aúlley como vil perro ladreSan Miguel nuncamente huye¡Y sí le parte la madre!

Aparece de pronto San Miguel, de minifalda, medias color de rosa de popotillo, largos rizos dorados detenidos por una diadema de plumas y un par de alas de papel de china, que le nacen no en los omóplatos que es donde deben salirles a todo ángel que se respete, sino en los riñones, y entonces las alas caen exactamente a la altura de las nalgas, a las que parecen abanicar, y enarbolando en lo alto una flamígera y rutilante espada de hojalata, se dirige a los pastores diciéndoles:

Pastores, ¿que hacéis aquísentados en este prado?¡Pos esperando a Luzbel

Page 74: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

74

que es un jijo de un chingado!

Le contestaron a coro aquellos. En ese momento aparece Luzbel. Va vestido con esa ropa interior que usaban nuestros “castos” abuelos, teñida de rojo, zapatos de tres riendas, enorme cola retorcida y cuernos de chivo, armado con un tridente inicia la pelea con el arcángel San Miguel. Es desde luego derrotado por éste y huye vencido. Entonces el coro de los pastorcillos canta:

Ya el mañifico Luzbeles un diablo muy jodidopos con el gran San Miguelnuncamente ha podido.

¡Vencites Miguel, vencitescon tu espada relucientea Luzbel ya redotatesy como andabas calientetambién te lo rechingates!

Entonces Bato, en el centro del proscenio y con un ademán que no admite réplica, hace callar a todos y declama:

Se anuncia la madrugadacon destellos de arrebolhace un frío de la chingada...¡pasen ya la de sotol!

Ahí con tremendo desbarajuste termina la función, entre chiflidos, mentadas y conatos de bronca, porque al diablo le jalan la cola y San Miguel, que en tremendo “chupe” se quiere acabar la botella.

Generalmente todos los actores entraban a escena bien servidos de vino y siempre ignoraban las protestas del cura y de Ramoncito que, erigidos en guardianes de la “decencia” querían a toda costa “dignificar” el espectáculo. Afortunadamente, y aunque a la larga lo lograron, en ese tiempo no les hicieron caso y siguieron representando su pastorela como ellos la entendían y les daba la gana hacerlo. El director de la obra -se heredaban los papeles y puestos de padres a hijos- a guisa de explicación decía:

-¿Cómo vamos a tratar a Luzbel correitamente como lo queren Ramoncito y el señor cura? ¿Quén nos lo va a agradecer?

Mi compadre recordaba entonces a su “chinaco” tío -como le llamaba Ramoncito- Carpóforo Menchaca, que solía opinar acerca de Lucifer:

-Los curas son los mesmos que soleviantan al chamuco, pos el día en que ya naiden creya en ese espantapendejos, se les acaba su negocio, si tienen a todo el mundo acogotao por puritito miedo.

Después de la función, todos los que tomaban parte y como andaban “hasta el gorro”, pues recalaban con el “Güero” Sabás, y ahí era de ver a San Miguel y a Luzbel muy abrazados y brindando muy contentos.

Cierta vez toda la trupe fue a dar en masa a la cárcel, porque unos de Nieves le gritaron a San Miguel: ¡Ese ángel maricón! Naturalmente eso no lo toleraron ni el aludido ni Luzbel y los pastores,

Page 75: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

75

que encabezados por aquel y al grito de: ¡Les voy a enseñar lo que traigo bajo las naguas, neveros jijos de la chingada!, arremetieron contra los forasteros insultativos. En la batahola consiguiente, San Miguel perdió las alas y los bellos rizos, y a Lucifer le arrancaron la cola con todo y calzonera, quedando con el funditraque de fuera. Para el pobre diablo la multa fue doble, pues aparte de escandaloso lo castigaron por faltas a la moral.

Page 76: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

76

Los gringos

En México, a los rubios, patanes o rústicos -que no es lo mismo- se les llama “güeros de rancho”. Pues bien, aquí contemplaremos a sus equivalentes allende la frontera, los “güeros de granja” -ya que por algo están tan tecnificados.

A propósito de individuos con esta carencia pigmentosa, es pertinente ahora hacer una disgresión desberializadora: es sabido que en ciertas regiones del Bajío, altos de Jalisco y sur de Zacatecas se da con mucha frecuencia entre la gente campirana, el tipo humano rubio y de ojos azules, de clara estirpe nórdico-alpina. Bien, pues corre una versión muy difundida, sobre todo en Jalisco, que quiere explicar esa peculiaridad cromática haciéndolos descendientes, ¡hágame usted el favor!, de un batallón de franceses que anduvo por la comarca durante la intervención de Napoleón el pequeño en nuestro país.

Vergüenza les debía dar el repetir esa estúpida conseja, puesto que los gabachos franchutes estuvieron en casi todo el territorio nacional, y sólo en esos lugares las mujeres resultaron tan fáciles -por decirles de alguna manera- que se entregaron en masa al invasor y como ocasionales concubinas, ya que no se encuentran en absoluto apellidos franceses en todos los alrededores. ¡Estupendo! ¡Qué bien paradas dejan a sus bisabuelas Pero no, señores, no se asuste, lo que pasa es que de plano les falta viaje. Si ustedes visitan alguna vez España y van a las montañas de Santander (Valle del Pas), a las de Asturias (Pola de Somiedo) o de León (Riaño), tendrán la sensación de hallarse entre los rancheros de “Tepa” o de “Jalos”.

Así que caballeros “franceses” de tan pequeño -napoleónica estirpe-, siento mucho desilucionarlos, pero sus abuelas fueron tan honestas -con sus honrosas excepciones- como cualquier mexicana lo ha sido y lo es, y sus “güeros de rancho” no son otra cosa que legítimos y orgullosos descendientes de colonos pasiegos y astures, laboriosos y decentes, que llegaron en son de trabajo -no de guerra- trayendo a sus mujeres e hijos, y que han transmitido a sus nietos los rasgos característicos que ellos a su vez heredaron de sus remotos antepasados celtas o visigodos.

Ahora que para mitigar algunas racistas frustraciones, debo aclararles que estos dos pueblos forman, junto con los francos, sajones, anglos, lombardos, alemanes, etc., el gran tronco germánico, común a todos los güeros, sean de “rancho” o de “granja”.

Y como dijera mi compadre:-Entons, asegún eso, todos vinemos a ser un poco gabachos. Ni modo.

Cuando llegué al pueblo esa mañana, ahí estaban paradas frente a la Presidencia Municipal dos enormes casas rodantes y un extraño vehículo, fuerte y zangaruto, mezcla de yip y camión, y tan potente que “es capaz de treparse por los cerros, salir de joyos bien jondos y correr por las sartenejas como si juera un camino emparimentao”, me informó directamente mi compadre, y agregó:

-Son gringos, mujeres y hombres, y todos viven revolvidos en esos jurgonsotes que tráin. Ahí tienen todo y hacen todo... güeno, hasta sus neciedades. Son asina como los húngaros, nomás todo muy relujao. Quesque son hombres de cencia, asegún dicen las cartas que tráin del gobierno, y agárrese de las crines, compadre, porque lo tumba un penco. ¿A que no adevina qué vienen con tanta invención y aparato? -porque cargan un montón de cosas raras-. ¡Pos que a buscar el Pito real! Sí señor, asina como lo oye. Que son profesores y dotores de un estetuto gabacho, que los empatrocina pa venir a buscar ese pájaro, quesque muy raro...

“No pos compadre, de plano que estos amigos ya no jallan en qué gastar sus centavos, u nos queren vacilar. Mire que andar tras un pinche pajarraco, dizque porque canta muy bonito, de ley que están más locos que un chivo mesteño u a lo mejor no están tanto. Y ya tienen por aquí varios días, nomás que como usté no había bajao al pueblo, no estaba enterao.

Page 77: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

77

“Salen desde muy temprano pal monte, y dice Chano Retiz -que le hace algo al gabacho y por eso lo tráin de guío- que nomás andan juntando piedras y haciendo ahujeros por donde quera. ¡Hágame usted el refabrón cabor! Buscar al Pito Real entre las piedras u debajo de la tierra.

“Y no es la primera vez que llega por estas desolancias una incursión asina como la de estos endevidos. Hace munchos años, taba yo recién casao en esos días, vino otro bonche de gringos, también con bola de estrumentos, quesque buscando monos desos que hacían los indios,de más antes y también por donde juera ahujeriaban -que pa ver ontaban entierraos los susodichos monos- y luego en munchos lugares pos prenetaban pa dentro de la tierra con unos asina como tirabuzones largos ¿y que cré?, pos metían tamaño cartucho de dinamita ¡que pa ver si asina salían pa juera sus mentaos monos! ¿Usté puede crer eso? Pos todos se bieran reventao con el chico cuetazo que les avientaban.

“Y tovía más antes que esos de los monos ya bían venido otros más, yo no los vide no presencé sus hechos, pero mi señor suegro -que de Dios goce en paz, Amén-, me platicaba que cuando ya se asilenciaron las refolufias, que llegaron unos señores -gabachos pues- todos muy piripiestos y facetos, que dizque traiban la palabra de Dios. Que hablaban muy quedito, casi sosorrando -yo creyo que asina se afiguraban que habla Dios-. Güeno, déme decirle, de ésos tovía andan munchos por ahi, unos que les dicen los aleluyas, porque dizque agarran a cante y cante eso de “Aleluya, aleluya, que cada quen agarra la suya”, y al último agarran la de otro. Porque eso sí, compadre, yo no sé porqué será, pero tal parece que todas esas religiones de los gringos nomás sirven de la centura pa rriba, pa bajo de plano no cuentan y cada quén puede hacer de su culo un papalote. Que ya se casan, que ya se descasan, que ya te me pusites de modo, ¡pos voy que te confundo mundo! Y ahi nomás ques un relajo que ya naiden sabe que de qué u quén con quén... Y los que la llevan pos son los hijos, que andan luego los probecillos como potrillos desahijados, que no jallan yegua a quén arrimársele y que naiden los quere y a pura patada los retachan.

“Ah, pos sí, le estaba yo contando de una vez que llegaron los mentaos aleluyas. Güeno, pos sucede que ya anduvieron por todos los pueblos y ranchos, regalando unos libros, asina de gordotes, que dizque ontán todos los hechos de más pa tras, dende Adán y su señora Eva y todo el desmadre que armaron por una triste manzana; y luego la historia esa del beluvio, que por acá nomás no llegó y por eso ta tan resequiento, y también los hechos de Sansón, el pelao ese tan juerzudo, que traiba de un huarache a sus enemigos... y a puro quijadazo de burro -biera probao el del mula, el muncho más pesao-, y cuando por din -y eso porque los trasquiló una vieja- lo redotaron y agarraron, cómo tumbó una iglesia y quedó aplastao con todos sus contrarios, y ahi nomás gritando muy decedido: “¡Aquí murió Sansón con todos los sifilíticos!”

“¿No le digo? Por estar platicando todas esas historias que trai el mentao libro ese de los aleluyas no acabo de contarle lo que pasó con aquellos que vivieron en tiempo de mi suegro -que de Dios goce en paz. Amén-. Pos sí, le decía que después de muncho navegar por todos laos con sus predicamentos, supieron que por el rumbo de San Tiburcio, ya cercas de la guardarraya de San Luis, habían unos como charcos bien jediondos que en vez de agua tienen puro lodo asina como enaceitao, y que los rancheros lo usan como remedio y pa alumbrarse en las noches, pos ya ni se acordaron de la palabra de Dios; se jueron reutos pa ese lugar, llenaron un montón de pomos y quesque todos almiraos y muy gustosos nomás gritaban también: ¡aleluya! ¡aleluya! Parece que en gabacho quere decir: ¡Ya chingamos! pos es lo que gritan siempre que encuentran algo, manque no sea de ellos.

Asina que al respetive de todas esas incursiones de gringos, francamente ya está uno muy potreao: que buscan monos de los indios del año de María Castañas, y se la pasan echando esplocsiones soterráneas por cualquier lao; que tráin la palabra de Dios -ya mejor debía venir él personalmente en

Page 78: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

78

persona, pos la que dicen que es su palabra ya la han traido antes bien hartos y siguemos igual de desmadrosos- y por unos charcos apestosos se güelven locos y ya no queren saber nada de nada.

“Y ora éstos del Pito Real, que se me hace que es puro pitorreo, juntando piedritas y echando medidas con tripieses y todolitos. ¿Y el pájaro ése? Pos nomás que digan y yo les consigo los que queran, si Pin Barajas, el pajarero, los trai cada ocho días a vender en el mercado.

“¿Y sabe usted compadre, qué es lo más triste del asunto? Pos que sea nuestro gobierno quen ayude u proteja a todas esas plagas de güerejos deslavaos, que nomás vienen a chuparnos la sangre y a ver que jais por estas tierras, pa que el día de mañana u pasado nos den otro llegue, como acostumbran”.

Page 79: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

79

El Fígaro Benito, poeta y evangélico redentor de putas

“Endevido muy versiento y declamatoso este Benito. Cuando echa sus recetadas hasta parece que está oyendo cómo chiflan los cerros y rejurgitan los manantiales”, dijera mi compadre.

“Nomás no le digan pueta, que no es maricón”, reclamaba airado, defendiendo a su inspirado sobrino Benito, don Homobono Plancarte. “Es pueto, manque suene a sabe que jais”.Advertencia importante:Se previene abstenerse de la lectura del siguiente episodio a las siguientes personas:a) Caballeros de la Liga de la Decenciab) Caballeros de Colónc) Caballeros de sus Santos Sepulcros Blanqueadosd) Caballeros de a piee) Damas católicasf) Damas apostólicasg) Damas chinash) Gabachos que no hablen españoli) Japoneses aunque no hablenj) Analfabetask) Otros

Benito el peluquero era un hombre de mediana edad, acomedido, servicial y aunque ignaro, con pretensiones intelectuales en su rebuscada y rústica manera de hablar.

Yo creo que escogió su oficio en recóndita -subconsciente, le dicen ahora- venganza, ya que era completa, absoluta y relumbrosamente calvo. Usaba una especie de gorra de cirujano cuando estaba en su establecimiento, y en la calle un sombrero semitejano, semiviejo y semimugriento de fieltro, al que cada vez ensanchaba más el cintillo para tapar los lamparones que ya invadían hasta las pedradas de la copa.

Por las mañanas, al llegar a su peluquería para iniciar las diarias y barberiles labores, efectuaba el cambio ritual de sombrero a gorro con tal y prestidigiosa habilidad, que nadie pudo nunca atisbar, ni por una fracción de segundo, su esplendorosa calva. Ese mismo acto se repetía por las tardes, al terminar la cotidiana labor.

Jamás iba al templo -no por impiedad ciertamente, pues era muy devoto-. Tampoco a velorios y demás sitios donde el descubrirse la cabeza es imprescindible y categórico. Nunca, por supuesto, hizo alguna visita social, aunque fuera de confianza, y un 16 de septiembre en que tuvo que salir a la calle para comprar un medicamente, se vio en la necesidad de pedirle al vecino su cuartelera de conscripto para poder saludar respetuosa y marcialmente a la bandera sin destapar su vergüenza, ya que en eso se había convertido tan natural, común y hasta viril carencia pilosa en la azotea de su anatomía.

Por ese mismo y aberrante complejo, jamás pasó por su mente la idea del matrimonio, ya que las ceremonias tanto civil como eclesiástica estaban, por supuesto, vedadas; además de que las muchachas del pueblo no le tenían en la mira ni en sus más atrevidas fantasías eróticas, ya que no podían imaginar tan extraña situación, en que el apasionado novio, en la noche de bodas, con una mano se apalancara de una nalga y con 7la otra encasquetándose más el maldito sombrero.

Naturalmente -aplicándose muy apropiadamente esa palabra-, Benito tenía sus desahogos

Page 80: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

80

sexuales, aunque por supuesto en lugares azas frívolos cuando no rotundamente pecaminosos, como eran Las Maguarichis de Torréon y Durango, El Zumbido de Fresnillo o La Juliana y La Yuca de Zacatecas, lugares éstos donde todo desmadre tenía su asiento y jurisdicción. Sólo que nuestro rústico y figaresco bardo, en una extraña envoltura de romanticismo, generosidad y pendejismo, era un inveterado y contumaz redentor de putas. Sí, cada quien redime lo que puede o lo que le dejan. De esta manera, yo me he puesto a pensar: bueno, hay sociedades dedicadas a proteger animales en general; sociedades enfocadas a defender a las mariposas, las tortugas, las ballenas, los delfines, los perros, los gatos; y en el reino vegetal los árboles -sí, como no-, las flores -la amapola con especial esmero-. También hay redentores de piedras: devolver su esencia primigenia a un claustro convertido en sucio cuartel o cárcel o la pátina maravillosa de ciudades coloniales como Zacatecas y Guanajuato. Hay, inclusive, redentores de infames monos de Diego Rivera -aquí los artísticos pegan un respingo y chillan: ¿pos este güey?-. Pero a las putas, “necesarias para todo el buen orden y concierto de toda la república cristiana”, dijera el inmortal Cervantes, ¿quién las redime? Habrá protectores, en realidad padrotes, chulos, “jijo... lós”, que son exactamente lo contrario: sus verdugos. Pues bien, Benito Plancarte, sin peto y sin espaldar, sin jamelgo Rocinante, sin adarga defensora y sin lanza que embrazar, era el Quijote de esos pobres seres del género femenino, que pese a su terrible -sí, oyeron bien, terrible- oficio, han sido, son y serán mujeres, nada más y nada menos. Yo, francamente, siento muy feo cuando las insultan, maltratan y juzgan como lo más bajo de la sociedad. En un moderno y actual “Infierno” de dante yo simplemente las sacaría de sus nueve círculos para que no se contaminaran de tanto lebrón -palabra que, como muchas otras, acabo de inventar-, que en ese lugar moran eternamente.

Benito, pues, era redentor de putas. ¡Si hasta Cristo las defendió! Por algo habrá sido. ¿De que se azoran entonces, pudibundos entes? Pues bien, el ilustre Beno, una vez ya entrado en confianza con alguna de ellas, le endilgaba su catequesis, después de averiguar, en primer lugar, sus orígenes -las más brutas siempre decían que de Guadalajara; las un poco menos eran del lao del Pacífico-. En realidad eran de cualquier parte, de todos los rincones de la patria, ya que en todos ellos “se cosen habas”, dijera mi compadre. Una vez satisfecho ese importante requisito y cubierto a entera satisfacción el expediente aquel de “a lo que te truje Chencha”, nuestro héroe -siempre dicen así los escritores, para no repetir una palabra- explicaba brevemente que la única razón por la cual no se había apeado el sombrero -hecho insólito por el cual la ocasional y sexual adyacente estaba no solo maravillada y con la boca abierta, sino haciendo memoria de si en sus largos años de servir a la humanidad jodiente había pasado por hecho tan singular- era debido al gran respeto que le inspiraban esos sagrados corazones, vírgenes del Patrocinio, de San Juan, Señores de Mapimí, Santos Niños de Plateros, San Martines de Porres, que en la mesita de noche, al lado de la cama contemplaban hieráticos a la cintilante llama de una luz perpetua, los efectos un tanto heterodoxos del rotundo impulso que la omnisapiencia del Altísimo dio a la creación y adecuada conservación de la vida en el planeta.

Inmediatamente después, sentado en la cama y abanicándose con sus calzones -el tejano no podía utilizarse para tales menesteres, lo cual hubiera sido más práctico- empezaba su atropellado discurso, fundamental -pensaba él- para que evangélicamente se tornara mal por bien:

-Pos mire, Chelita -en aquel tiempo todas las putas se llamaban Graciela, lo cual no quiere decir, de ninguna manera, que todas las Gracielas fueran putas-, yo no alcanzo a asemilar cómo una señora como usté, con tanto paspartú y joderniere -esas palabras se las oyó una vez al mesié Mayaudon, cuando éste, en estado completamente ebreo floreaba a una güila en el congal de La Yuca. No supo que rayos querían decir, pero le sonaron muy francesas y por lo mismo muy apropiadas para tales lugares,

Page 81: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

81

personas y situaciones-, no precura mejor otro jais de vida y no este de nomás andarse acuestando con sersiana. Si lo hace por los centavos, malo, y si de oquis, pior. ¿Por qué no pone su pienso entons en una lisita y más moral forma de vivir y no lo que le digo de andar anteponiento siempre la ráiz a la conveniencia del primer pasajero que pasa?

-¡Ah, jijos! -decía la prójima mientras apagaba la veladora que ya ardía con todo y papel encerado-. ¿Pos ora tú, qué trais? ¿Por qué tanta veriguata? ¿A poco por lo que me pagas tengo que aguantar todo el coloquio de la “Morisma de Bracho”? Y eso de que nomás ando poniendo desas ráices en avenencia con todos los que pasan de Juárez en el tren, por güeno juera, y es que quitando al de publicaciones y a los de la escolta, que siempre queren cachuchazo, no hay muncho de ónde ufanarse, aparte de que los conduitores nos apean en cualquier lao quesque por putativas y lebidinosas. Una vez me bajaron del tren en una estación de bandera, en plena madrugada y con un frillazo que hasta la paparrucha se me engarruñaba... y pior, porque en este uficio una tiene que andar ajuariada muy ventilosamente, asina con trapos todos desfondosos u sensis, como los mientan ora...

-No, pos ta dura esta vida -volvía a la carga el generoso Beno-. Es por lo cual, creo yo, todo quehacer tiene sus asegunes e inconveniencias, porque mire Chelita...

-Por último y pa prencipiar no me digas Chelita, porque ese nombre de Graciela es puro parapento.

-Entons, ¿como te miento, pues?-Angelita. Angelita sabe qué, pos sabe quén sería mi papá. El apelativo de mi mamá ya se me

olvidó, pos ella también, como que asina, de fijo, bien a bien nunca lo supo. Crio que era Verde.-¿Verde? Nunca de los jamases bía yo oyido ese apedillo. ¿Verde? Será Rojo o Blanco, Prieto,

Colorao y hasta Morao, sé de cierto que hay, pero ¿Verde? ¿No será que es gabacho y por pendeja no lo prenunca bien?

-Gabacha tu madre, no la mía, pelao irrespetuoso. Nosotras semos de güenas familias, no le aunque háiganos salidos putas, pos en este mundo cada quén sale como puede o lo dejan. ¡Gabacha!, ora sí te mandates...

-No quise ofenderla, Chelita, u digo más bien, Angelita. Pero dejando a un lao las cuestiones familiares y atocando a la religión, ¿usté que cree?

-¿Qué en qué creo yo? Pos yo... ¿sabes?, pos que eres puro cábula y que estás asina como enjurgitándome los sentidos pa juirte juido y no pagarme, asina que ¡caite! Además, ora te lo digo, palabra que me has dejado súpita, ¿que jijos trais con ese rechingao sombrero todo el tiempo acogotao en él? Ah, fregao, si es lo que estoy pensando... ¿Qué se me afigura que trais jiricua en la chiya, ronchas escamatosas o de perdida ladillas trepadoras? Porque si es eso, un güen emplasto del ungüento del soldao adobao con sebo y epazote del zorrillo, manque le quites los rabos y embarres las puras hojas y luego luego...

-No, Angelita, no. ¡Ya párele! Con usté ya son un treintaipuchal de maretrices que siempre me preguntan lo mesmo. ¿Que no comprienden que es mesmamente porque no tengo nada, pero nada, por lo que yo...

-Un momento, ¡guare minus! -dicen los gringos-, eso de las mare... ¿mare que? ¿Qué dijites?-Trices, maretrices, que es como los curros las mientan a ustedes.-Asina que de ese modo y manera, asegún ellos, ya no semos putas ¡ora resulta que semos como

las del cine! Güeno, pos pueque sí, de plano pueque sí. Sólo que esas hacen al público de la gente lo que nosotras hacemos sólidas, pos la bola de briagos engorraos -no agraviando- y hasta imponentes con los que tenemos que chambiar, ni cuentan u se ven.

Page 82: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

82

-Mire preciosa, yo...-¡Ora, presocia! ¿Tú que dijites? A ésta la embriago con un perjumen carnesí -como dice la

canción-, pa que caiga rendida a mis pieses... ¡sí chucha!-Nada de eso, Angelita. Yo tan sólo quería preguntarte si crees en Dios, ¿u qué?-¿En cual Dios? ¿En el del otro lao o en el nuestro?-Pos yo sabía que solamente era uno pa todos laos.-Nombre, ¿que trais? Allá pal norte los “aleluyas” tienen el suyo de ellos mesmos, uno que no

tiene mamá como el de aquí que tiene a la virgencita de Guadalupe, y aluego que no se le ve en ningún lao, como el nuestro, y entons no jalla una a quén rezarle y hasta prenderle una veladora pa que nos socorra con algún cliente, no le aunque sea un mugriento gorrudo como tú.

-Ah, ¿ya de insultativa y afrientosa? Pero güeno, eso que dice respetive a las religiones de los güeros, pos ta bien, cada quén sabe lo que hace y hay que ser respetosos con los pareceres de los demás. Y no creyas que sólo los gringos tienen otra, sino que hay un catorzal de neciones que cada cual tiene la suya. En eso si le atinó. Por aquí hasta los huicholes usan una religión particular de ellos, pero como solamente ven a su Dios cuando están bien endrogaos -porque son muy peyorativos-, naiden los quere juntar, pos asina no se vale.

-¿Y por qué asina no se ha de valer, tú? Caso es que tenga una a quén llorarle por esta perra vida que nos tocó vivir.

-Sí, ta bien, pero recuérdate que al fin y al cabo -cada quén el suyo- todos semos hijos de Dios.-¿Hijos? Pos munchos parecen entenaos.-No blasfemie Gelita, no blasfemie.-No, no, tampoco. No te metas en mis entimidades. ¿Qué tiene que ver eso que estás diciendo

de las religiones de los aleluyas u de esos indios emplumaos y de sus peyotes, con mis necesidades?-Pos de todas las que yo he sabido, eso sí te lo digo pa que lo sepas, la nuestra es la más

reluciente y retocada, ya que naiden más tiene Papa.-¿Papa? ¡Pos no tienen mama, cómo diablos queres que tengan papa?-¡Ah chingao, no sea bruta! -perdón, Angelita-. Yo hablo del Papa de Roma.-¿Y que tiene que ver ese señor con lo que estamos diciendo de los dioses de los aleluyas?-¿Cuál señor? ¡Con un carajo! ¿Cuál señor?-Pos ese que dijites endenantes, que el Papa de Roma... Güeno, lo que pasa es que no me

entendites. A Roma asina le decíamos, pos de verdá se llamaba Romualda, Romualda la Pirifais -sabe por qué le dirían asina-; crio que se lo puso un gringo allá en Juárez, que porque decía que tenía su cara bien bonita y mesmamente por eso aluego dio en mentarse como Roma la Pirifais. Y te digo de lo del Papa de Roma, porque como ésta desde que se “tiró a la vida” -u la tiraron, más bien-, se desapareció de su casa, entons una vez -parece que jue en Torreón- supo el viejo que su hija trabajaba en una casa de leoncidio -la conocían asina porque era de un afamao joto que le decían la Retrocarga, pero que se llamaba Lión, Lión la Retrocarga.

-¿León, Gelita? Nomás como que el nombrecito no le cai muy bien a un maricón.-Sí es cierto, pero es que platicaban por ahi las chismecalientes que su mamá de Lión tenía dos

hermanos igual, de ésos que se les “atragantan las lavatibas” y entons cuando ella taba empreñada pensó: “Sí es machito yo a éste lo vacuno -como hacen con la vigruela- contra la mariconada, no vaya a ser el chamuco y salga a los tíos, y le pongo un nombre muncho muy ferociento y entimidoso”. Pos sí, pero de plano la vacuna no “prendió”, pos ya añejito el dicho Lión resultó que también le gustaba la “capirotada con camote” y ya ni modo de desbautizarlo. Pos como te iba contando, llegó el endevido

Page 83: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

83

ese tata de Romita y armó un descuajaringue de la chingada. Le manomitió la cara bien feo al joto y hasta le tumbó tres dientes, y se llevó de las greñas a Roma que pegaba unos chillidos como puerco atorao; probe la Pirifais, pero el pior la llevó jue la Retrocarga, pos a puros guantones lo desdientaron, lo desmadraron y lo desputaron, todo al mesmo tiempo.

-Ya pues, muchachita, ya pues. Vamos dejando todo eso de los dioses, los papas y los jotos y ya por último -porque ya me enfadé- y es que con usté nomás no se puede; me cai que yo creo que es por su arsoluta falta de ignorancia, pero palabra que enefeutivamente resulta bien difícil querer apartarla de la perdición y que se arriende por los caminos de la virtú.

-¡Ora sí! ¡Ora sí te mandates, jodido encachuchao! ¡De todos modos y maneras que toda esa veriguata que te echates sólo es pa apartarme! ¿Y pa quén? Pa ti, de aseguro. Pos ¿sabes? Yo nostoy apartada pa naiden, pos he estado en un chingamadral de cadas de ésas que les dicen “non santas”, otras que mientan que de resignación -sabe que será eso, tú- y hasta en una -allá en El Paso- en que todo se manejaba por teléjono. Palabra que ahi me quedé muncho muy pensadosa y solprendida. ¿Como jijos que por teléjono? ¿Te metes la bocina y aluego gritan muy juerte pa que se te enchufague, u qué? No, ahi si de plano no quise entrarle. Mas aparte de que ésas son regeneraciones, ¿cómo cobras? No, si ya tiene una esperiencia; allá en Fresnillo conocí hace tiempo a un pelao tan transiento y tremendoso con nosotras, que le decían el “Ahi después”. Bien mula el canijo y asina estaba fechao en todas las especiones de polecía, que por fradilento -güeno, eso era lo de menos, hay munchos... ¡hay unos que se quedan dormidos- y esplorador.

-¿Esplorador, Gelita?-Pos sí, fíjate, de eso lo encriminaban siempre.-No, eso no es. Pos los que esploran -como por evento los gambusinos- es porque buscan algo y

nimodo que el “Ahi después” quisiera encontrarles algo a ustedes: ni modo que la verginidá u la castidá.

-¡Achis! A lo macho que estoy viendo que soy muy aguantuda. Yo aquí recuestada platique y platique y tu nomás echándome piales y de burlista, solo porque...

-¿De burlista? ¿Cómo, Gelita? ¿Cómo dice eso? Si yo lo único que enspiro con usté es hacerle comprender que la vida, si se usa muncho -como ustedes hacen- es como mis navajas: pa pronto se les acaba el filo y después por más jabón que se unte, nomás no cortan, por eso seguido hay que darles su asentada.

-Ah mula... ¿asina que lo que queres es asentarme? Si acuestada no me hicites ni cosquillas, ora sentada de seguro se me van a entumir las piernas; además le jerrates si piensas que yo soy maromera. Yo -sépetelo de una güena vez- soy puta, pero decente y hago las cosas reutas y como Dios manda. ¿Pos ora éste?

-Güeno, ¡ya! Con veinte mil demonios, ¡ya! ¡Ya estuvo bien! Yo tengo la culpa por querer tratar cosas serias y malifluas con usté, que todo lo agarra chueco.

-Pos mira, menso, tampoco te vayas grande; yo agarro según viene, y asina lo que se diga chueco chueco, sólo le conocí a un pelao -crioque en Tlahualilo- que hasta parecía alcayata.

-Ah carajo, ya me picó la curiosidá. No por lo de la alcayata, pos ora sí como luego dicen, hay jenómenos que hasta parecen de verdá; allá de añejillo, en la escuela, conocí a un compañero que tenía dos ombligos.

-¿Y los dos eran de a deveras o uno nomás era puro poteforme pa presumirles?-¡Claro que de verdá! Yo se los vide y hasta se le bullían como si jueran ojos de tlaconete. Y a

otro que de chiquilingo se lo mordió un perro y le quedó tan torcido que las del arma le decían el

Page 84: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

84

Sacacorchos. Pero eso es lo de menos, lo que de a tiro me ha almirao es el entrégulis de cómo ese endevido se acomodó con usté pa lo que usté estaba acomodada.

-Pos fácil, ladiao.-¿Ladiao pa un lao?-Pos pende.-¿Pende de qué?-Pos pa onde caiga lo ganchudo.-¡Ah jijos! ¿Cómo está eso?-Sí, hombre, si el estrumento está quebrao pal lao de persinarse entons una revira pal lao del

corazón; igual si es a la visconversa... re fácil, te lo digo... pero además pa eso y pa comer, no hay mancos ni melendrosos.

-Caray, Gelita, por eso me ha caido usté tan bien. ¡Nada se le dificiliza! Lo único malo es que usté es medio suspiciosa y cree que todo el mundo nomás quere joderla -con perdón suyo y de la palabra.

-No se despriocupe. Además de ésos jueran todos, más muncho dinero ganaría.-Yo digo de perjudiciarla, no de trastocarla.-Pos a mí me trastocan y hasta me traspasan si me pagan. Y de lo demás, ¡tienes razón! Yo

siempre vivo en la desconfianza. Porque mira, Benito -asina dijites que te llamabas, ¿verdá?-, en este mundo cabrón, ¿yo no sé porqué será, u será por lo cabrón de este mundo? Caso es que cuanto cabrón hay en este mundo, ¡todos te queren chingar!

-No todos, Gelita, no todos. No la amuele...-Sí, todos y hasta endevidos que parecen muy decentes, pos resultan un hatajo de aprovechaos y

abusativos. Sí, apenas el otro día nos mandaron llamar -a otras tres compañeras del mesmo trasiego- que para quesque una degradación de estudiantes del Estetuto de Cencias de Zacatecas. Al prencipio todo jue bien -crioque hasta rezaron y cantaron bien glamasiosos-, pero después como ya taban todos hasta la bocamina de vino, pos uno se subió a una silla pa discursear y dijo -me acuerdo muy bien porque a mí se me agraba todo-: “Éste es un día runflo y esclamativo, enjodioso y todo lleno de nercias y juerzas encamadas al porvenir. Entomamos la tarea que dejó intauta la vertedera de la revolición, que jamás de los jamases quiso traccionar a los que querían con su estufa histérica agandallar las estucias más desconformes del torno polético. ¿A que le tiran compañeros esculandrios?” Entons, otro de los degradaos se trepó a otra silla y le contestó más respondoso: “Desgraciao espudro, culolástico y dado a la rechorchina de las andagafias. Juites de los rancios y escupites en la soriflamas de la esteta... estetación... estetu...”

-¡Estetución, Gelita, estetución! Y ya no siga que me almareo. ¿Cómo pudo usté agrabarse en la memoria toda esa ensartada de garabatos escudricientos y foniculares que, ¡naiden! sí, óigame bien, ¡naiden! puede traslucir a la común entendencia de todo güen cristiano?

-Pos yo crioque, enefeutivamente, sí cierto lo que tú dices: la desculación no tuvo avenencia ninguna, pos aquello acabó con un rechingamadral de insortios y blesfaciones. ¡A uno, dizque el recor, le dijeron hasta puto!

-¿Y ahi se quedó?-Pos sí, ora sí que se quedó hecho un puto. Y los que la llevaron juimos nosotras, pos el rentor...

roncor... res... güeno, el puto, los estudiantes y los degradaos -más bien desgraciaos- todos se hicieron pendejos. Aluego llegó la polecía, pero como todos, toditos, no la vas a creer, pero hasta los músicos -esos de las bandolinas, esos encapaos disfrazaos como danzantes chamulas- eran alicenciaos. Así que

Page 85: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

85

luego luego, alegue y alegue y por último empezaron a decir que nosotras bíamos rompido la descordia, porque todo estaba pacéfico hasta que lleganos.

“Pos total que ahi vamos todos, en bonchi pal bote. Nos llevaban por media calle y todos iban manotiando y muy vociramentosos con los gendarmes, que porque taban violando la costipación. Pero eso no era cierto, lo que sea de cada quén, pos de las güilas que íbanos a ninguna le decían asina, a más de que no se vido que biera fuercejeos ni tumbos. Sólo que haiga sido porque al pasar por el callejón de Veyna bia uno como tomulto de briagos y seguro creiban que tenían a alguna mujer bocabajeándola u por lo menos trasculcándole sus arrecifes”.

-¿Arrecifes dijo, Gelita?-Sí, ¿por qué?-Porque entons, a lo macho, ya no acata lo que dice.-Sí cato, ¿cómo de que no? Si en una recetación que echó un aitor de la carpa Tayita yo oyí que

dijo: “Tus pechos son dos arrecifes en donde se afierran los náufragos del amor”.-Ándele pues, ándele pues. Ya pa qué la desdigo y la corrigio; mejor siga con su plática de los

sucesos que le sucedieron esa noche.-Ah güeno, pos como te iba contando, lo que pasaba en ese borlote es que eran otros

borrachentos que querían subir pa rriba del callejón, y como está muy empinao pos daban pa tras unos encima de otros. No, y ya en la especión, ¡bieras visto, condenao Beno, qué desmadre! El juez de banderilla...

-Güeno, ya dije que no te iba a interrumpir con tus barbarismos.-¿Cuáles barbarismos he dijido, pues?-No se dice banderilla, ésa es la de los toreros; se dice de bandarilla.-Ta bien pues, como tú queras; nomás deja ya de estarte vientando con tus mugrientos calzones,

que ya me dites un botonazo en un ojo.-Ay, perdón Gelita, es que de por sí hace muncha calor y estando con usté... pero sígale, sígale.-Ah sí, güeno, pos ese mentao juez de lo que sea, quería deponer el orden, pero como también a

esas horas taba bien flamiao sólo decía: “Van pa dentro, van pa dentro”. Uno de los músicos encapaos lloraba a grandes mocos porque -asegún él- le bían tracturao. El rentois u rotor nomás mermuraba: ¡Si se entera el señor Gobernador! Y otro alicenciao bien cabizbundo sosorreaba: ¡Si se entera el señor Obispo! Yo entons también les dije: ¡Si se entera el jefe de Estación! ¿Y por qué el jefe de Estación? -me preguntó el juez-. ¿Y por qué no? Le respondí muy malmodienta. “Ah no, pos sí”, dijo y ya no dijo nada; nomás seguía con su cantaleta:

“Van pa dentro, van pa dentro”, y como allí era una rejolina del Judas, los cuicos nos arrempujaron hechos bola pa la galera y en el despapaye que se armó también arremetieron al juez de los toreros -que tú dices- que ya ni se daba cuenta, pos él porfiaba con su “Van pa dentro... van pa dentro”, tu crees. ¡Si el güey ya estaba adentro! El restor de plano se despedorró y lo tuvo que ayudar mi amiga Tina, Tina la Friolenta, que asina le decían”.

-Sí, fíjese que a esa sí la conocí, ya no me acuerdo bien donde jue; sí, Tinita la Friolenta, me la recuerdo muy bien, y la nombraban asina porque agarraba el jerbor bien rápido, pero después era muy lenta pa enfriarse y rendía al pelao más pintado que hubiera al petate.

-Pos esa mera es la que te digo que socorrió al rentor y que de plano se vía muy atrasao el hombre; con presto degolvía -puro vino-; con presto le agarraban juertes arquiadas gomitosas y nos salpicaba a todas, pero más a la Friolenta.

“Luego que cerrón la reja empezó el griterío más juerte y argumentoso. Todos se las mentaban a

Page 86: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

86

todos y a nosotras las pobres putas nos maltrataron y llamaron tan de a feo... Güeno, cosas tan estrujientas y malmodientas que no nos biera pasao ni en el pior de los zumbidos. Ni siquiera en el Mapimí, con los mineros, pos allí a la julana que aguanta un mes completo le prenden hasta veladoras y le llevan tullidos y escronfulosos pa que los cure con sus entautaciones, y luego hasta retablos les pintan y cuelgan”.

-¡Oiga Gelita!, como usté dice que dicen los gringos, ¡guare minus! ¿Qué es eso de las entautaciones?

-Pos que esos santos u santas curan con su puro tauto de los atocamientos.-Ah, vaya... pero estábanos en eso de que en la galera las vilipandiaron feyamente.-Sí, sí cierto. Nos dieron de arrempujones y agarramientos y que no éranos más que unas

soriplantas, cuzconas, callejientas maritornas, busquientas y hasta cosas bien raras, porque al último nos dijieron hetárias -como si juéramos alfalfales- y pa rematar, hasta venereables.

-No Gelita, eso no puede ser. De seguro oyó uste mal, porque asina, venereables, sólo les dicen a los dijuntos que se mueren en ulfato u jedor de santidá, y ustedes tienen un ulfatito, eso sí, pero no esautamente de santidá.

-Pos asina intautamente jue como nos insoltaron, que porque sólo servíanos pa acarriar desas ejermedades, mesmamente de esas venereables.

-Ah güeno, ya le entendí, pero sígale con su plática.-De modo que como le iba diciendo, como que ya todos se aplacaron, pos la cruda y el frío de la

madrugada los quebrantó. Pero de súpito, uno -el mesmo que más armó relajo en la fiesta- que se trepa en la reja, agarrao de los barrotes y que empieza otra güelta a discursear bien estertóreo:

“-Ni la más piojosa y estreñida de las presiones podrá esternar las ansiosas libertinarias de la machucenza coronial de los mexicanos que terminan la cencia con la neta de la provocación estranfelaria, malfesta, cóntrica y desnosada. El hombre tiene peste, canéculas y rombuciones con los sudados que estrenan las lambiciones mas estráticas y supérficas de la patria. Por lo mesmo, en comapñía de la más reuta emparación de la desjusticia, todos semos...”

“Pa pronto llegaron dos polecias dizque a silenciarlo: Cállate los hocicos curro desmadrozo, jijo de acá acullá. Pero el otro taba bien entrao en su perurata y ni caso les hacía. -Naiden podrá perender a las sucias quincias de la malencia ultrafona; óiganmelo bien gentézarons gorras chuecas, pútridios y jedióndicos. Y le siguió con su retajila, pero entons los gendarmes regresaron y de dos cubetazos de agua fría del algíber se lo apiaron”.

-¿Y que pasó, pues?-No, pos sí se calló y casi pa sécula, pos después contaron que de ahi le agarraron tres

pulmonías dobles y una refrición del senado con desparrame de bilis y tapazón de onde se hace ese culo.

-Y esa última dolencia que dijo, ¿que sería, pues?-Pos sabe, a lo mejor meliancolía que le reventó con la juerte impresión de la remojada.-Pos sí, a lo mejor eso jue. Y luego, Gelita, ¿que sucedió?-Que cuando ya clariaba empezaron a llegar unos señorones -y señoronas- curros, muy atufaos,

haciendo grandes lamientaciones cuando abrían la reja -pos ya bían pagao la multa- y les daban libres a sus recoños.

-Retoños, Gelita, no sea dichosa y ultracionaria.-Güeno, yo no sé, pero asina mesmo los llamaban el secretario del juez de los toreros cada que

sacaba uno; les decía a los que de aseguro eran los papases: “Ahi ta su recoño, no dejen de chiquiarlo

Page 87: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

87

por tan bien portao”.-Y a propósito Gelita, ¿y lo del juez, en que quedó?-Pos nada, que al rato que lo metieron lo sacaron, pero a la juerza, pos él ya se bia acomodado

muy a gusto en el rezago de otra compañera, la Chilaquiles, y hasta taba ronqui y ronqui.-¿La Chilaquiles?-Nombre, el torero. La Chilaquiles era la que lo taba recuestando.-Sí, pero digo: ¿por qué le decían asina tan condimentoso?-Pues la apuedan asina porque era medio... medio... tú me entiendes... poco chile y muncha

tortilla.-Pos francamente no; igual podían berle puesto la Guacamoles u la Barbacoa u...-¡Ya déjala ahi Benito, ya déjala ahi!, ¿pa qué le profondizas?-Ta bien, ta bien, pero sígueme contando.-Pos ya, eso jue todo.-Muy bien, pero ustedes, ¿cuando salieron?-Hasta que echaron al último tal por cual de los alienciaos y degradaos. Al primero que sacaron

-de seguro por sus afluencias- jue al rencor...-Mire Gelita, me perdona muncho un momentito, pero usté lo ha mentao como cien veces a ese

señor y nomás no le ha atinao a una sola; sí ¡óigame bien!, a una sola de la correita prenunciación de su tútilo.

-¿Cuál es, pues?-¡Reutor! Asina de fácil es, ¡reutor!-Canijo ensombrerao, ¡cómo sabes cencias y dichomancias! Por eso te he aguantao tanto güiri

güiri, tanta traccion palabrada y sonetosa...-Gracias, Gelita, gracias... Pero tovía no me has dicho, ¿a qué horas las dieron libres?-Pos a lora que se les hincharon... u sea, cuando al torero de la banderilla le llevaron de “el

paraiso terrenal” su “Carmelitana” pa curársela; hasta que el secretario alevantó y rompió catorce aitas, asegún eral los telejonazos que recebía de la percuridería y del obispao, y hasta del boletero de la Estación, quesque por nosotras... probes putas... bíamos mescuyido a personajes -ellos les dicen cosas y luego recalan con una- de muncho altor y decencia. Que si no biera sido por nosotras todo biera salido espiritoso y ordeñado, segiloso y natural. Que porque todo concebio donde entramos mujeres acaba siempre a la de dos: si son nestas y propias de ellos mesmos -los del guateque- es una pura aburrición, ¡hasta se duermen bailando! Y si semos pútricas y contonsiosas, de las que se abrochan con sersiana, las fiestas siempre terminan en bote, ya que mujeres de nuestro jais sólo prevocamos la concopicencia -esa palabra no se me olvidó- y el respiporre.

-No, si de veras que esta del Judas toda esa vida farandulosa y nocturnal que llevan ustedes, por eso mesmo quería yo preguntarle: ¿usté no ha pensao nunca en esgrimir un insordio de la nada? ¿Un cántico espúreo que rebrote en los más prefundos entremeses del alma? ¿Un canto... ¡que digo canto!, una oración, una plegaria entonada y silenciosa para que todos, ¡sí, todos! sepan lo que es joderse?

-Sí Beno, eso sí lo sé. ¡Carajo que si lo sé! ¿Y qué?-Cómo que ¿y que?-Pos sí, ¿y qué? ¿Y qué si un hombre tiene munchas mujeres? -con ayuda, claro-. ¿Y que si una

mujer en resultancia a la aición prevocadora, intautamente queda embarazada? ¿Y qué si cuando pare, el responsivo del puerco del delito juye bien juyido?

-Otra vez “guare minus” Gelita. ¿Cómo está eso del cuerpo del delito? ¿Cuál cuerpo y cuál

Page 88: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

88

delito, pues?-Oh, chin... pos yo no sé, pero asina me dijo un alicenciao quera quesque del “misterio púbico”

de Tepehuanes -de onde soy gerundia- y con el que jui a anteponer una demanda por estupor, saniamiento y correición de menores -yo tenía entons catorce años- por parte del padre de la criatura; dijo ¿A ver, señora? Y ahi sí quedé toda embalsamada, pos es la única vez en mi echin -güeno, pa qué te digo más- vida que me han dicho asina. Y te digo Benito, ¡que bonito se siente!

-Güeno, pos sí, y es que asina se les dice a las mujeres que ya tienen esperencia sensual; u sea a las que ya... güeno... pos ya...

-¿Ah, si? ¡Ya!, sí, pos qué chulo; pos es lo que de decía, ¡ya! ¿Ya pa qué? Pos ya se fregó. ¿Pos quén? Pos ella, la del cuerpo, la del delito, la de la responsabilidá... la del pecado... la caliente... ¡la puta!

-No Gelita, no.-¡Sí, como de que no, pinchi Beno! ¿Como que no? Tú, aunque ultramarino y escóndrito, eres

hombre y por lo mesmo te faltan munchas cosas pa ser mujer y que pue...-Mas bien en susodicho caso me sobran -perdón por la intorrucción.-Güeno, es lo mesmo, que puedas saber... ¡Ándale!, y orita que me acuerdo ¿por qué razón u

causa dices que te sobran? ¿A ver, pelao? Ten un hijo tú solo, ni echando machincuepas u mandando mandas se te hace... y después -y es lo que nos da más risa- andan muy ufanosos y pavorrientos, todos hinchaos de orgullo: ¡Es mijo, es mijo! Pos que güeno y regüeno es que se lo creyan, porque es lo único que les queda, pos en atocante a eso, es la pura palabra de una.

-Usté esagera Gelita; hay familias nestas y amorosas en que los dos congüeyes guardan arsoluta fidelidá.

-¿Fidelidá a quén?-¿Cómo que a quén?, pos una al otro.-¿Al otro? Pos aystá; al otro es al que le aguardan la fidelidá... y entons ahi cain en lo que yo te

digo: pal hombre los hijos vienen siendo a la pura güenaventura, y ahi es donde, fregao Beno, los hombres se dan tres sentones.

-¡Achis!, pos ta bien pensao; a lo mejor tiene razón, yo por lo mesmo y por las dudas, hasta orita no me he dejao sedocir por naiden. Y eso que allá en el pueblo hay munchas -güeno, algunas, pa no ser entrafanlario- que me desturban con sus prenetantes miradas como queriendo decirme: “Unámonos, enamorémonos, dijémonos el sí, jurémonos amor eterno y corránomos prestos a la cama... y allí confundímenos en una brazo congénito y embarazoso y digánomos ¡salú!, cuando amanezca el sol por las montañas”.

-¿Cuáles omtañas, cuandigioso Beno? ¿Cuáles montañas? ¡Sí aquí hay puros llanos desmadraos y candelillentos!

-Ah que la... no intorrumpa mis sueños ni espante a las musias de mi enspiración; orita mesmos la luz de la belleza aniega con sus rayos los rincones recónditos del alma:

Cerúleas formas entretejen solemnes el ocaso.Sombras malignas acechan incorpóreas.Llantos, sollozos: espumas que segrega el alma.Y silencio... esfuerzo terrible de la nada.

Oh nada, imagen pavorosa del destino

Page 89: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

89

pujido tremebundopatíbulo inconcluso, pirámide truncadaacabalante, bruno, esquenante.

Estrújame en tu deleita enjundiaAmorosa ¡ámame!Ardorosa ¡incendia la razón que me anonada!

Oh razón escabrosa y galopanteOh metáforasOh amoresOh almasCon mi postrer cación saldré adelante¡Aunque el periplo me cerque con sus llamas.

-(?)... Ora sí ya me voy, pos asina empezó una prima mía que ora está en San Juan de Dios.

Verdaderamente la cantera lírica de Benito parece inagotable. Lo mismo incursiona en el género dramático como pastoril, lúdico y hasta modernista. Uno de los campos poéticos que más se ha celebrado en el Parnaso alameño y entre los árcades de Chalchihuites -donde es Correspondiente de Número- es su novísima Poesía ultrabreve y ultravioleta, de la cual hemos tomado algunas a guisa de ejemplo:

Poesía ultrabreve y ultravioleta (No se sabe cuál es cuál)

Campo de batalla

Hágase pa llá¿Pa qué?O lo verá.

Tempus fugit

Yo yaYa yoTons, ¿qué?¿Tú no?

Miradas que matan

Di:Cuando te vi

Page 90: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

90

¿que pensates?Pos sentíque de riojo me mirates.

Fatalidad

Amarmees tu sinosi nono.

Concuencias

Te viMe vitesTe habléMe hablatesPero después¡Que sofocón te llevates!

Rebeldía

Asina es la vida,¡cruel y despiadada!Entons ¿por quéno hacemos nada?

Resignación

Si tienes miedo¡No te aflijas!Si te arman pedo¡que te fijas!Total.Da igual.

Page 91: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

91

La cerdera batalla

Donde trata la fiera y descomunal batalla que libró el autor por dar gusto a la tripa, sin tomar en cuenta aquella sentencia que dice: “Lo que para unos es desperdicio, para otros puede ser fuente inagotable de placer y alegría”.

La primera vez que fui a Los Cuervos, el rancho de mi compadre, después del suculento almuerzo le pregunté dónde tenía la casa el lugar del excusado -ya que como todo buen exalumno de los jesuitas, tengo educado y programado el intestino para esa hora del día-. Se asomó a la puerta que daba al campo y haciendo un amplio ademán, señaló:

-Compadre, ahi tengo el escusao más grande el mundo. Pa rriba llega a Torreón y Saltillo, pa bajo hasta Fresnillo u Zacatecas; pa los laos... ya no importa, al cabo no lo ven. Nomás escoja el mezquite que más le guste pa que no le dé el sol. Ah, y además llévese aquel garrote y unas güenas piedras.

Seguramente hice cara de extrañeza, porque en seguida agregó:-Hágame caso, compadre, porque las va a nesitar.Obedecí y pronto averigüé la razón de tan extrañas precauciones. No bien había empezado el

irreversible proceso evacuatorio del intestino, con el consiguiente coro de estrépitos y humores tendenciosos, cuando una estruendosa y gruñiente avalancha de cerdos se precipitó sobre el suculento manjar que en ese momento estaba dando a luz. En un instante comprendí a que se refería el prudentísimo consejo de mi compadre. Apenas tuve tiempo -con dos certeras- de contener la rugiente avanzada de los golosos marranos. Retrocedieron éstos, pero otros más ya me rodeaban amenazadores, y algunos se disponían al artero asalto por la retaguardia. Enarbolando el garrote como aspas de un molino manchego los pude detener, mientras daba a la orgánica y natural función toda la prisa que es dable y aconsejable en esos casos.

Para entonces, verdadero pánico se había apoderado de mí, pues si llegaba el porcino enemigo a traspasar mis defensas ¿quién me garantizaba que en la rebatinga consiguiente no fueran a confundirse y me dejaran, como dicen que quedó el bíblico Putifar después de la batalla?

Todavía incompleta la excrementicia expulsión -cosa por otra parte, bien desagradable- y con los pantalones en luto nacional -a media asta-, alcancé a brincar hacia un lado, en el momento justo en que, desbordado por todas partes, se precipitaba la furiosa piara sobre el ansiado y apetitoso botín.

Regresé jadeante, sudoroso y pálido a la casa. Al verme mi compadre y oír el relato de mi épica y porcuna batalla, exclamó en tono solemne:

-¡No son bravos, compadre. Lo que pasa es que ustedes, los curros, hacen la mierda más perjumada!

Naturalmente, lo primero que hice de vuelta en mis dominios, fue mandar instalar un escusado de tipo inglés. Cuando éste llegó de Torreón -a donde lo había pedido-, Tomás Roldán, mi “secuaz” -como le decía don Juande-, mi vaquero de confianza, me comentó medio intrigado:

-¿Qué va usté a hacer quesos ora pal tiempo de aguas, patrón?-No lo tenía pensado -le contesté displicente-. ¿Por qué lo dices?-No, pos es que como vide que trujo usté una descremadora, yo pensé que iba a meter ordeña y

Page 92: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

92

trabajar la leche -contestó muy convencido de lo acertado de su deducción.Cuando por fin lo vio instalado y funcionando a plena capacidad, comentó muy admirado:-Mire nomás, patrón, canijos gringos, ¿quén iba a decir que una cosa tan esplendosa y

mecáunica, nomás juera pa lavarse uno el sufiate?

Page 93: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

93

Triste fin de un valentón

La verídica, trágica y cómica historia de un hombre “fementido y descomunal”, terror de la comarca, y de los artificios nada comunes que se emplearon para aplacar sus desbordados ímpetus.

Mayolo Monreal era fustero por accidente y valiente por vocación. Malencarado y malgeniudo, a todo el mundo ninguneaba. No tenía respeto por nada ni por nadie.

-Al que diga que los fustes de Colima son mejores que los míos, ¡le parto la madre! -gritaba admonitorio.

Naturalmente que todos estaban de acuerdo y sus fustes no sólo eran mejores que los colimeños, sino de todo el mundo y planetas circunvecinos.

Cuando Mayolo llegaba a la cantina, todos los parroquianos hacía mutis discretamente, ya que si en su juicio era bravo, con unas copas era verdaderamente temible. A la mujer y a los hijos no sólo los tenía sometidos, sino aterrorizados. Era el típico macho mexicano que además abusa de su físico, maltratando a los débiles o pusilánimes. He dicho que no respetaba a nadie, pero no, había tres excepciones: mi compadre, el doctor Martos y el Güero Sabás. Al primero siempre le llamaba “patrón” y a don Mateo “doitorcito”. Con el Güero no se metía, pues así como en una casa, con todos pleitos menos con la cocinera, en un pueblo pequeño con todos bronca, menos con el tabernero. Sin embargo, nunca hacía caso de los consejos que éstos le daban para que atemperase su irascibilidad, que tarde o temprano -le auguraban- iba a causarle un grave problema. Las manifestaciones de su mal carácter llegaban a veces hasta lo absurdo. En una ocasión se fracturó -lo atendió don Mateo- tres dedos de una mano y dos de la otra, al emprenderla a puñetazo limpio contra un mosco zumbador que lo molestaba una noche, sólo que el insecto resultó un magnífico cabeceador y los golpes los recibieron su mujer, la cama y la pared, ganando la pelea el zancudo por cinco dedos a cero.

Su mal genio era proverbial. Pero como a todo hay quien gane en esta vida, en esa área -como dicen los pelmas-, Agapito el ciego le daba veinte y las malas. Salvo que Agapito tenía su ceguera como atenuante o explicación a su infernal carácter. Agapito se sentaba en el suelo bajo los portales que están frente al templo, en un costado de la plaza. Se instalaba desde temprano en la mañana y moviendo continuamente su escudilla de barro, empezaba sus plañideras peticiones:

-Una limosna por el amor de Dios, hermanos. Hermanos: una limosnita para este probe ciego que no ve.

Eso solamente era el principio, pues según avanzaba el día, las demandas se iban haciendo más ácidas y perentorias:

-Hermanos, por favor, ya échenle algo. Señores, no la amuelen, no ha caído nada... échenle.Ya para el medio día la cosa estaba al rojo vivo; removiéndose inquieto en su sitio, tronaba

iracundo:-Ya échenle, cabrones. ¡Ya ni un pinchi ciego pueden ayudar!Y cuando el briagaderil tronido del Joy joy joy anunciaba por los cuatro vientos el báquico

rompimiento del día, Agapito estallaba convulso:-¡Hombre, no sean jijos de un chingao! ¡Échenle! ¡Cómo ustedes ya almorzaron, les importa

Page 94: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

94

madres que uno esté como perro! ¡Ya cáiganse! ¡Cabrones! ¡Agarraos! ¡Desgraciaos! ¡Enfelices!Ya en la tarde, físicamente rendido, agotada su bilis y quebrantado su furor extremo, Agapito

mansamente, quedamente en su impotencia, pero sin la humilde resignación del vencido, estirando patéticamente la temblorosa mano, sólo musitaba envuelto en un sordo rencor, esta poco cristiana pero justificada súplica:

-Una limosna para este probe ciego que no ve nada... ¡porque si viera, les pedía pura chingada!Y así por el estilo seguían las andanadas de insultos e imprecaciones con que el pobre Agapito

daba rienda suelta a sus involuntarias frustraciones y amarguras.Volviendo a nuestro Mayolo, dicen que el valiente dura hasta que el cobarde quiere, y eso fue lo

que al fin un buen día sucedió a aquel. Estaba parado en la puerta de un tendajón, tomando una cerveza, cuando acertó a pasar un rancherito arreando unos burros. Colgando de un hombro llevaba éste un morral, donde guardaba unos tamales que acababa de comprar en el mercado, y que eran un pequeño obsequio para su mujer e hijos, allá en el rancho. Mayolo, que con todo ser viviente se tenía que meter, le habló, invitándolo a beber con él.

-No puedo, patrón. Muchas gracias, pero ya voy de salida pal rancho y se me hace tarde, voy lejos -contestó muy comedido el arriero.

-Ah no, a mi naiden me desaigra, pelao patarrajada -gritó colérico el valentón, al mismo tiempo que lo sujetaba del cuello, zarandeándolo bruscamente. El rancherito entonces, apabullado y jugándose el todo por el todo, metió mano al morral como quien busca un arma y sacando un tamal de chile colorado, a guisa de cuchillo, le dio a su agresor tremendo golpe a la altura del hígado. Soltó Mayolo a su presa y viendo despavorido una mancha roja y sanguinolienta a un lado del abdomen, se juzgó muerto por fatal puñalada, por donde ya salían las menudencias. Cayó al suelo pálido y jadeante, al mismo tiempo que imploraba ayuda e invocaba a la Virgencita y a todos los santos actualmente reconocidos y protocolizados en el cielo.

El arriero, por supuesto, huyó con sus burros como alma que lleva el diablo, haciéndose cruces de cómo un triste tamal pudo causar lesión tan mortífera.

Acudió la gente en auxilio del herido que seguía con grandes lamentos y lloriqueos, hasta que alguien se dio cuenta de lo que realmente era aquello y chupándose los dedos embarrados de mole, le gritó, despreciativo:

-Ya párate güey Mayolo, te picaron con un tamal, ¡mira las hojas!Ahí acabó el valiente del pueblo, pues las burlas fueron olímpicas, dadas las antipatías que se

había creado. Después le decían “don Tamal Monreal” o “don Tamalo”. En fin, que el azote de San José, desde entonces sólo se dedicó a fabricar fustes, aunque éstos no fueran tan buenos como los de Colima -admitía humildemente.

Fue tan comentado el hecho, que el inspirado vate pueblerino le compuso estos versos:

El valiente de Mayoloa todo mundo asustabay con todos se peliabaa veces él mesmo, solo.

A todos amedrentabapos se créiba muy valientey atropellaba a la gente

Page 95: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

95

que por su lado pasaba.

¡Ah, diablo de don Mayolo!Todos creiban que era un lióny resultó que tan soloera un triste semillón.

Pues por más que un hombre se infley que diga: aquí naide entraun valentón siempre encuentra¡un tamal que lo desinfle!Pos es del hombre cobardecondición tan sin igualque aunque a veces algo tarde¡siempre llega su tamal!

Page 96: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

96

Más vale llegar a tiempo...

Donde las sentencias aquellas de “Camarón que se duerme...” y “Al que madruga...” adquieren su verdadera dimensión. Dejando parte de la historia inédita, pues el protagonista, por razones que inmediatamente -a menos que sean unos tarados- comprenderán, nunca llegó a la cita que tenía con el autor, para terminar el relato de sus desventuras.

El sino de Andrés siempre fue el de llegar tarde. Toda su vida lo hizo. Desde el alfa hasta el omega de su existencia. Y no es que se propusiera ser impuntual, no, siempre lo fue por accidente, contra su voluntad. Además lo hemos tachado de impuntual y eso es falso. Porque ser impuntual es no solo llegar a la hora señalada, sea después o antes. No, Andrés definitivamente y en forma categórica solo llegaba tarde, siempre, invariablemente y a todos los actos de su vida, por trascendentes que éstos fueran. ¡Mala suerte! No estaba en sus manos hacerlo en otra forma. Así, Andresito desde su arranque en este mundo, empezó mal. Sus padres lo esperaban un 13 de junio y nació un 18 de agosto. No, no es que la señora perdiera la cuenta -caso, por otra parte, harto frecuente-, sino que alargó su gestación tanto, que ya todos creían que aquello había sido puro aire.

-Cabrón escuincle, creerá que la panza nomás es pa él solo; después de todo, yo la vide primero -decía disgustado el padre, condenado a la abstinencia más de lo previsto.

En el bautizo dejó al cura y a los padrinos plantados, pues el angelito tuvo un ataque tal de retortijones, que tuvieron que posponer la cristianización del infante hasta otro día. Claro, con el consiguiente disgusto del padrino, que ya tenía pagada la tambora y arrimado las carnitas y el guacamole.

-Mocoso del carajo, berrea como un condenado, ojalá y reviente de una vez, asina me ahorro el bolo.

Esa era la segunda reacción suscitada en su contra, apenas en el breve lapso de su existencia. Y como ésa siguieron en letanía inseparable que lo acompañaría por el amargo sendero de la vida. Todo por impuntual.

Después, ya en la escuela, naturalmente Andresito batió el récord de orejas de burro, sermones y reglazos, pues jamás pudo llegar a la hora de la entrada. Ni importa que saliera con dos horas de anticipación de su casa para recorrer las cuatro cuadras que la separaban del colegio. Era inútil. No faltaba qué se le atravesara en el camino, que invariablemente encontraba la puerta cerrada.

Pasó el tiempo, Andresito quedó semiburro, ya que lo echaron de la escuela -la única del pueblo- por “impuntualidad absoluta, en grado heróico”, según informó el maestro a sus atribulados padres.

Durante su juventud, Andrés tuvo ocasión de practicar frecuentemente su innato don. Trabajo, fiestas, cine, templo, todo, absolutamente todo, fue siempre lo mismo: Andrés hacía su aparición en las postrimerías de cada acto. Compungido, abochornado, cuchicheando disculpas y haciendo inoportunas y fastidiosas preguntas para ponerse al tanto de lo que había sucedido:

-¿Ya preguntó el patrón por mí? ¿No ha bailado Rosa con Heliodoro? Y ese que sacó la pistola, ¿es el güeno u el maldito? ¿Ya dijieron el sermón?

Y así por el estilo, fastidiando al que tenía la mala suerte de quedar a su lado.

Page 97: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

97

Pocos años después, el retardado destino de Andrés llegó a su culminación. Su matrimonio estaba en puerta. La prueba de fuego para su tardía vida se acercaba inexorablemente. Muchos enojos y rompimientos tuvo el idilio de Andrés y Rosa, pues los retrasos y los plantones sufridos por ésta última rebasaban todos los límites de lo concebido y perdonable, y sólo fueron superados debido a la tremenda escasez de material maritable que había en el lugar y sus alrededores. Andrés, fiel a la esencia de su carácter, llegó al templo cuando ya la novia había sufrido tres despedorres y dos soponcios, ya que temía la posibilidad de un súbito y postrer cambio de planes del putativo novio. Pero en fin, diéronse el tan anhelado sí, y salieron del sagrado recinto dispuestos a recorrer juntos el camino de la existencia, haciendo por duplicado las mismas pendejadas que haría uno solo, nomás que ahora teniendo otro a quien echarle la culpa.

Andrés estaba radiante de felicidad. Las angustias del retraso eran cosa del pasado. Rosa, la amada Rosa, sería suya para siempre. Ya lo era por dos de las tres leyes que unen al hombre con la mujer. Para el tercer eslabón que cierra la cadena y que además es el bueno y definitivo -pues sin éste los otros dos valen un carajo- ya no habría ni sobresaltos, ni tardamientos.

Tenía toda la vida por delante. Aunque claro, lo lógico y deseable es que llevara a cabo cuanto antes. Ya el sacerdote en su alocución a los novios había hablado del mandato bíblico de formar los dos una sola carne, y aunque para Rosa aquello no quedó muy claro, puesto que a ella -por melindrosa- de carnes sólo le gustaba la de pollo y por el contrario, a Andrés los adobos, chicharrones de puerco y el cabrito tatemado tumbaban de espaldas, no alcanzaba a columbar por tanto cómo se lograría un amasijo de tan opuestos y farragosos fiambres. Pero bueno, eso, como otras muchas cosas ya se verían más adelante. Total, ultimadamente, esos revoltijos se podrían muy bien hacer en machacada con chile.

Pero esa noche, su gran noche, en forma por demás incruenta, Andrés descubrió que una vez más... ¡había llegado tarde!

Page 98: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

98

El opio de los pueblos

Donde se ve lo equivocado que andaba el camarada Lenin en ciertas apreciaciones, y los hechos bochornosos acaecidos entonces y que hicieron exclamar a mi compadre: “¡Cabrones, pa vergüenzas no tiene uno!”

Cuando dejé esas tierras, parte de mi ser se quedó ahí para siempre. Es curioso cómo un lugar tan desolado -aunque si esa palabra significa sin sol ni suelo, sería la menos indicada para calificarla, pues ambas cosas abundan ahí, por cierto- pueda meterse tan hondo en alguien. Siempre, desde el principio, supe que algún día tendría que dejar aquello; sin embargo, cuando éste llegó, podía masticar la tristeza que me invadió. No sólo era dejar amigos, recuerdos, hábitos, ilusiones, sino un pedazo de la existencia misma, una etapa de la vida. Y la vida es eso: etapas que conducen inexorablemente a donde ella misma se acaba. ¿Y después? La gran interrogante, a la que por cierto mi tío Vicente daba inmediata y contundente respuesta:

-Yo no sé que coños habrá en el otro mundo, pero si no hay mujeres, va a valer pura chingada.Cambié de horizontes y de perspectivas, pero no perdí el contacto con aquella tierra. Cada año,

en marzo, para las fiestas de San José, por ahí caía a cargar los acumuladores del espíritu, con optimismo, serenidad y alegría. Naturalmente también asistí a las bodas de Lupita y Aurelia, que por suerte casaron bien. Una con un joven médico que fue a hacer su servicio social y otra con un próspero ranchero de Nieves. Cuando casó a la última, mi compadre, como acostumbraba, sentenció equinamente:

-Güeno, pos ya entriegué mis potrancas con todo y jáquima. Ninguna sabe de silla, ni tan siquiera de pretal. Nomás eso sí, están hechas al tranco y al medio galope. Saben de pesebre y de sábana y si las ayateyan y encepillan con cariño, estoy seguro que serán un par de yeguas de muncha ley, sobrepaso y rienda; desas que no necesitan espuelas y que con el puro dedo chiquito de manijan.

A medida que transcurrían los años y en cada nueva visita al lugar, encontraba los estragos que el “progreso” lenta, pero inexorablemente iba inflingiendo a la comunidad. Ya el cinematógrafo no era el de los “húngaros” trashumantes del corral del don Alejo, sino el flamante “Lux”, con su pantalla panorámica, sus butacas anatómicas y su olor a creolina antipedorreica. Y sobre todo, ya se podían ver las “vistas” completas, pues los intrigados y curiosos rancheros ya no tapaban el proyector por meter el ojo para ver de dónde salían los “monos”.

Había también ya un pequeño centro de asistencia médica -que me hizo recordar mucho al difunto don Mateo- con todos los servicios; por lo tanto, abundaban los enfermos y proliferaban las enfermedades, antes circunscritas tan sólo a los moribundos, casos en que la naturaleza cumplía sábiamente su cometido y no se le forzaba ni contravenía. El que tenía que morir, pues simplemente lo hacía, sin aspavientos, sueros, oxígenos, sangrientas trepanaciones y aperturas en canal -las más de ellas sólo para ver que hay dentro- y demás “adelantos” de la ciencia que ha logrado el importantísimo avance que le permite prolongar ad infinitum no la vida, sino la agonía de los pobres peregrinos, que en vez de morir serena y dignamente en cuatro días, tienen que irse al otro mundo después de seis meses de estar crucificados y enchufados hasta por el culo.

Otras grandes y notables innovaciones fui encontrando en el pueblo a medida que pasaba el tiempo, adelantos que han hecho la felicidad de los habitantes de las urbes más populosas. Desbordante

Page 99: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

99

felicidad que externan con ingentes demostraciones: agrediéndose verbal y físicamente, quebrando todas las normas de la humana convivencia, y volviendo a la ley de la selva, que es el lugar de donde la mayoría jamás debió de haber salido.

Se instaló una central telefónica que, como se dijo en el acto inaugural, permitirá no solo comunicarse con cualquier lugar de la república, sino del planeta, que de esa manera quedaba empequeñecido -como si fuera una ventaja el acercar a los gringos más de lo que ya los tenemos-. Otra gran ventaja del teléfono es ese angustioso repiqueteo a las tres de la madrugada, sólo porque algún imbécil o borracho se equivocó de número. O bien, para enterarse a esa misma hora que la tía Enriqueta de Guadalajara acaba de fallecer inesperada y súbitamente a los 88 años de edad y a consecuencia de un parto prematuro.

También los habitantes de San José empezaron a disfrutar de esa otra delicia del género humano que es el periódico. Todos los días el autobús de Camacho traía los de Torreón. De esa manera, los alameños principiaron a tener conciencia de los problemas mundiales, amén de los nacionales, cosa muy importante para alcanzar el grado de superación necesario para llegar al deseado Nirvana colectivo. De esa manera, tuvieron desde entonces la satisfacción de conocer, con lujo de detalles, los hermosos gestos de sacrificio y abnegación que pos sus respectivos países realizaban constantemente árabes y judíos, blancos y negros, comunistas y capitalistas, católicos y protestantes. Supieron con admiración de que en remotos países aún se matan y descuartizan en el nombre de Dios, como aquí lo hicieron sus antepasados en el otro siglo. Tuvieron el privilegio de saber lo que significa el terrorismo y sus hermosas manifestaciones: bombas, metralletas y locos accionándolas. Pudieron conocer de maremotos y terremotos, de ciclones y de tifones, de naufragios y de sufragios -escamoteados-, de latrocinios y lenocinios, de plaga y de plagios; en resumen: de todas esas maravillas en las que el hombre y la naturaleza compiten en su fuerza destructora y de lo cual un ciudadano debe estar perfectamente enterado para que pueda merecer el título de civilizado.

Realmente, aquellas gentes sencillas necesitaban ser redimidas, no sólo de su aislamiento y de su ignorancia, sino de su pobreza, si esa redención quería ser completa. Y qué mejor instrumento para abatir aquella que un banco. Así pues, San José del Álamo también estrenó el suyo. Naturalmente que el día de la inauguración tuvo que ser bendecido antes por el señor cura, pues por sabido se calla que todos los banqueros, pero muy especialmente los mexicanos, son personas de acentrado cristianismo. Durante el solemne acto tomaron la palabra distinguidas personalidades venidas de Zacatecas. Se habló de la función social del capital -en función, por supuesto, de los capitalistas-, del dinero, como generador de progreso -del progreso de los dueños del dinero, naturalmente- y de que todas las fuerzas vivas de la población tendrían en esa institución -ignoro por qué a los bancos, siendo un negocio como cualquier otro cualquiera y hasta un poco más sucio si se quiere, los han de llamar “institución”- el apoyo y respaldo económico que tanta falta estaba haciendo ahí, para lograr su plena integración al pujante desarrollo nacional.

Eso de las fuerzas vivas caló mucho y hondo entre los habitantes de la región, pues como todos estaban con vida -los únicos muertos eran los del panteón- casi todos tenían fuerzas, desde luego se sintieron amparados por una especie de halo protector que irradiaba del paternal, pródigo y caritativo dispensador de favores que era el banco. Cuando regresé un año después encontré que entre aquella gente simple había respecto a aquel, más que desilusión, desconcierto: nadie pudo entonces, ni ha logrado hasta la fecha, hacerles entender que un banco no es para ayudar a los pobres, sino que junto con la úlcera gástrica, el champaña, el egoísmo y la porquería -con todo lo que esta palabra encierra- son cosas exclusivas de los ricos. Que éstos se han pasado siglos buscando como locos la fórmula

Page 100: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

100

salvadora que pueda hacer entrar al camello por el ojo de la aguja, naturalmente sin lograrlo. El último intento formal lo ha hecho una moderna y singular creación del fariseísmo católico. Es una especie de vergonzante sociedad secreta que se llama a sí misma y con gran humildad: Opus dei. Ahí huele, señores, y no a ámbar por cierto.

El pueblo de San José entró también de lleno en el consumo masivo y enajenante de ese moderno estupefaciente que se llama fútbol, droga a la que acuden muchos gobiernos para administrarla libremente a sus súbditos y hacerles olvidar la triste realidad de su situación económica o política. Al contrario de Lenin, yo afirmo que es el fútbol y no la religión, como aquel dijo, el opio de los pueblos. Es más, me atrevería a sostener que aquel ha sustituido a ésta entre la gran masa. Es el mismo fanatismo delirante que movió a los cruzados en la edad media, el que inspira a los modernos aficionados. ¡Hasta guerras han provocado los pendejos! Pues bien, San José, antes un pueblo tan unido tiene ahora rencillas irreconciliables. Los del barrio de la Tierra Blanca tienen su equipo, y son el azote de los del Rastro. No les pueden ver una. Cuanto partido juegan, los tierrablanqueños les suenan a los rastreros, con todo y que en el último encuentro por la copa Funerales Martínez -algún malora de los que nunca faltan, sugirió que este trofeo se lo disputaran mejor los médicos del Centro de Salud- se habían reforzado con dos elementos de Nieves.

Llegó a tanto el encono entre jugadores y partidarios de ambos equipos, que los pleitos y broncas rebasaban las canchas y se escenificaban en cualquier parte: en la cantina -el Güero Sabás era neutral-, en las calles y, ¡el colmo! hasta en el templo -el cura, por supuesto, también era neutral-. Ahí el Diablo Canseco -así le decían porque a la zazón era el que encarnaba a ese personaje en la pastorela-, que andaba además “hasta la empuñadura” de sotol, gritó un domingo en plena misa de once cuando vio que el delantero del Rastro se estaba casando:

¡Ya te casates, güey rastrero, a ver si ora puedes meter gol, manque sea con la mano!Aquello fue el descuajaringue. El novio, al sentirse ofendido, se levantó de un salto, pero como

ya estaba uncido a la novia por el lazo nupcial, la arrastró consigo y ambos rodaron envueltos en el blanco y vaporoso velo. El pobre hombre se revolvía impotente, como fiera atrapada en una red, mientras indignados voluntarios y amigos de éste, sacaban al Diablo a trompones. Por supuesto que los de Tierra Blanca acudieron en su defensa, generalizándose la sacarrina en el atrio, mientras los azorados feligreses huían en todas direcciones.

Naturalmente que las cosas no podían seguir así. La trifulca en el sagrado recinto del templo fue la gota que derramó el vaso de la tolerancia hacia esos excesos deportivos, pues eso de que ya no se respetara ni lo más respetable, y sobre todo interrumpir una ceremonia de tanta seriedad y solemnidad como es una boda, sobrepasaba los límites de la paciencia oficial y eclesiástica.

Además de irreverente, el incidente del templo puso en peligro la existencia de un futuro ciudadano alamense, pues como comentó una de las damas de la novia:

-Probe Rita, pos con el guamazo que se puso y la panza que traiba, por poco y no malpare ahí mesmo en la iglesia.

Reuniéronse los prohombres de la villa, mi sagrado compadre entre ellos, para estudiar la forma de terminar de una vez por todas con esa situación, ya que había el peligro de que el día menos pensado las cosas pasaran a mayores y habría entonces que lamentar algún hecho de sangre. Después de una semana de continuas y acaloradas discusiones, y de agotar argumentos y botellas -las sesiones se efectuaban con el Güero Sabás-, se llegó a la conclusión de que el único remedio era fusionar los dos equipos y que uno sólo representara a San José. Después de esto, se gastó otra semana y otra botelliza en ponerse de acuerdo para el nombre que debería llevar. Surgieron dos con iguales posibilidades

Page 101: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

101

porque además ambos eran símbolo de lo que pretendían alcanzar: unión y fraternidad. Como después de otra semana más de votaciones y deliberaciones salieran los dos empatados, se optó por satisfacer a todos y que el equipo se llamara Unión y Fraternidad, aunque resultara un poco largo: unionfraternalistas o unionfraterneros. Se eliminó el segundo debido a sus reminiscencias vacunas, por lo de ternero.

Tan fausto acontecimiento fue motivo de grandes, alegres y prometedoras celebraciones. En primer lugar, se cantó un solemne Tedeum en acción de gracias, en el templo parroquial, después del cual se bendijo el banderín del club: dos manos entrelazadas, saludándose. Arriba de una, un nombre: Tierrablanca. Sobre la otra: El Rastro. Abajo de ambas: Unión y Fraternidad. Más tarde, en la huerta de don Homobono Plancarte tuvo lugar la “comida de la amistad”, en la que emocionados, se abrazaron los viejos rivales, reinó la cordialidad y Benito, el peluquero -que terminó la secundaria y por lo tanto era bastante letrado- leyó unos versos alusivos a la ocasión:

Yo por la paz brindo señoresque por la ventana ha vuelto a nuestra tierraolvidados están ya los rencoresque encendieran la hoguera de la guerra.

Unidos y fraternos venceremosen la lid futbolera y deportivay en nuestra invicta sien colocaremoslas verdes guirnaldas de la oliva.

Cosecharemos de triunfos grandes miesespor todos los contornos campiranosy ya que en el fútbol no valen manos¡Todo lo lograremos con los pieses!

Venceremos a los de Sombreretey también a San Juan Guadalupeno importa que diga algún ojeteque sólo somos buenos para el chupe.

A los neveros también derrotaremosmanque traigan jugadores de Fresnilloy tantísimos goles les haremos¡Que se les va a engarruñar hasta el fondillo!

Un himno de la paz yo les entonomientras que unidos por eternos lazosTierra Blanca y Rastro al unisonose prodigan prolíficos abrazos.

Pues siempre es mejor en todos casos

Page 102: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

102

la miel de la amistad limpia y sincerapues chico rato y que Dios no quieraa un güey del Rastro le pegan de balazos.

Naturamente que esta última estrofa estuvo a punto de dar al traste con todo el tinglado de la reconciliación. Solo la presencia de mi compadre evitó que aquello terminara como el rosario de Amozoc. Propinó tres o cuatro mojicones a los más exaltados y la calma volvió, no sin que al bardo peluquero lo echaran con todo y poema y enmedio de chiflidos y mentadas, a la acequia de riego.

Después de tan exhaustivas celebraciones de reconciliación, acordóse estrenar el flamante equipo en un amistoso juego contra el de Nieves, y después con los demás pueblos vecinos -aunque por ahí éstos quedaban diez kilómetros más allá de casa del carajo-, para foguearse y poder entrar posteriormente a la liga regional.

Se llegó el día del encuentro y el equipo vistiendo su nuevo uniforme: camiseta morada obispo, pantalones verde perico y medias amarillo canario -diseñado después de seis botellas de discusiones-, se trasladó junto con sus directivos y medio San José, a la patria de los odiados neveros. Como siempre que había un enfrentamiento de cualquier índole entre las dos villas la cosa acababa en trifulca, las autoridades proveyeron de adecuada vigilancia policiaca para evitar aquello.

El partido se inició con un desfile de los contendientes, cada uno precedido por bellas madrinas con sendos ramos de flores. Se intercambiaron banderines, sonrisas y saludos, y dio principio el encuentro, mientras la banda municipal atronaba los aires con los postreros y vibrantes acordes de la Marcha de Zacatecas. El Unión y Fraternidad había acordado que los dos porteros que habían sido del Tierra Blanca y del Rastro respectivamente, se turnaran en el puesto, medio tiempo cada uno; lo mismo se haría con los otros diez: serían cinco de cada barrio, pues ambos querían estar representados en la cancha.

Cuando los jugadores del Rastro se dieron cuenta de que su antiguo y aborrecido enemigo, el portero de Tierrablanca estaba de turno, y recordando con dolor que nunca habían podido anotarle un tanto, no pudieron resistir la tentación y en la primera oportunidad, con gran limpieza, se metieron autogol. Hubo gritos, protestas y recriminaciones por parte de unos y disculpas por los otros. Continuó el juego y al poco rato... ¡otro gol!, y casualmente en su misma portería otra vez. Otras dos ocasiones se autogoleó el Unión y Fraternidad, terminando el primer tiempo 4 a 0, a favor del arrollador Nieves.

Vino la segunda parte y los jugadores de la facción tierrablanquina que soportaron estoicamente los supuestos errores de sus compañeros, se dispusieron a la cruel y dulce venganza, autogoleando sin piedad al portero del Rastro, y superando con creces la hazaña traidora de los rastreros. Siete veces perforaron con gran maestría su propia cabaña, no obstante los denotados esfuerzos que para defenderla hicieron sus propios compañeros de equipo, pero no de barrio.

Llegó el momento en que los jugadores del Nieves se replegaron a su mitad de la cancha a observar entre divertidos y admirados, la fiera batalla que se desarrollaba frente a la portería enemiga. Cinco atacaban y seis defendían su misma meta. Entraron refuerzos de ambos bandos, empezaron las patadas y las mentadas, y en esos momentos el pobre árbitro, a punto de un ataque apopléjico, suspendió el juego, dando el triunfo a Nieves por 12 goles a 0, siendo 11 anotados por el Unión y Fraternidad y uno por el Nieves. Todos en la misma puerta.

Al silbido del árbitro siguieron los de los policías, que entraron repartiendo mandobles a diestra y siniestra. Desde la toma del pueblo de Nieves por los villistas, durante la revolución, Nieves jamás había presenciado zafarrancho tal como el que protagonizaron ahí los alameños.

Page 103: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

103

En esa forma pacífica y deportiva, acabó su breve vida el flamante equipo de la reconciliación, en quien tantas esperanzas había depositado la población. Desde entonces el odio ha dividido al pueblo. Los dos barrios se aman, siendo hermanos, con la misma intensidad que árabes y judíos, y quizá dure generaciones ese fraternal cariño.

Mi compadre opinó:-Pinche jueguito ese de las patadas. Hasta parecen niños chiquitos, ya los biera yo visto

trabajando en la mina o en el surco, a ver si tovía les quedaban ganas de andar como locos, a correteya y correteya, manijándose como las bestias, con las puras pezuñas.

Page 104: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

104

El santero milagroso

Donde nos adentramos en el peligroso y resbaladizo terreno de la milagrería. Actividad que tanto ha redituado a los franceses y otros conspicuos concesionarios celestiales de aguas mágicas y apariciones ultraterrenas. Aunque yo no sé por qué, pero hay pueblos muy negados para esas manifestaciones sobrenaturales. En el mío, la única ocasión en la que iba a lograrse un estupendo prodigio divino, fue echado tristemente por tierra por el mismo testimonio del protagonista, asturiano por más señas.

Estaba cierta mañana Paulino Raitán -que así se llamaba el interfecto- trepado en unos andamios, inspeccionando una obra en construcción, cuando hete aquí que al igual que ciertas descuidadas doncellas, dio una mala pisada y se precipitó al vacío. En las ansias de la caída acertó a manotear unos alambres del telégrafo, que amortiguaron el golpe lo suficiente para salir casi ileso de la aventura. Pasaban por ahí en esos momentos dos monjitas, las cuales vivamente impresionadas acudieron solícitas al lado de Paulino, que sentado en el suelo resoplaba pesadamente, recuperándose del tremendo susto.

-¡Ay don Paulino, gracias a Dios que no le ha pasado nada! -exclamaron jubilosas las hermanitas.

-Bueno -contestó categórico el asturiano-, gracias más bien a los alambrucos esos, porque las intenciones de Dios eran bien claras.

El boticario del pueblo, hombre de edad indefinida, pero de aspecto muy definido, era el hombre más feo que ha existido sobre la tierra desde el antropopitehecus erectus. Todos los rasgos y partes de la cara estaban dispuestos en la forma más ridícula y absurda que la naturaleza pudo imaginar. Don Mateo, de quien hemos dicho que tenía su dispensario en la trastienda de su botica, decía pensativo, pero muy serio:

-Este don Elías, antropológicamente hablando, es una maravilla; es una auténtica regresión al pleistoceno inferior. Si se le encontrara desnudo y en una cueva, causaría revuelo en el mundo científico, pues creerían haber hallado vivo al australlopihecus prometehus. Además es el antiboticario, porque es lo menos parecido a uno de ellos que yo he visto en mi vida.

Efectivamente, su cuerpo mas bien parecía el de un galeote -por lo membrudo y encorvado- que el de un farmacéutico titulado en el Instituto Juárez de Durango, como tenía a timbre de orgullo. Se llamaba Elías Camposeco -apellido muy apropiado en aquella comarca-, pero en el pueblo, por los grandes servicios prestados en la lucha contra la explosión demográfica -sus recetas eran mortíferas- le decían don Elías Camposanto.

-El que sí lo quere muncho -decía mi compadre- es Abundio Martínez, el de la funeraria; nomás le digo que hasta compadre lo hizo. No y luego se ve que es un hombre agradecido: lo tiene bien surtido de clientes todo el tiempo.

Don Elías Camposeco también era rezandero, y por lo tanto gran amigo de Ramoncito. A la botica asistían en tertulia cotidiana algunos otros entregados al Vaticano -dijera don Carpóforo Menchaca-, como eran el cura y Chayo “el santero”. Claro que para estos dos últimos, la rezada era su negocio.

Chayo -se llamaba Rosario- “el santero”, como su nombre lo indica, se dedicaba a la fabricación

Page 105: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

105

y venta de santos de madera y toda clase de estampas y “novenas”, para lo cual recorría, incansable, las rancherías y poblados vecinos.

-No crea usté -me explicaba ciertas veces que llegó por mis dominios en sus santificadas excursiones-, en este negocio de los santos la cosa es medio difícil y tiene sus entrielinguis, no sólo pa hacerlos, pos ese es mi oficio y jue el de mi padre y agüelo, sino pa atinarle al que está más entrao con la gente. Ya a la moderna no le cuadran muncho los de antes, ora train el susirio del negrito ese, San Martín de Porras. Pero asegún tanteyo, no ha de ser muy efeutivo, ¿u sabe? Caso es que desde que vino aquel circo que traiba a aquel hombre tan jumiao, que ya la gente no lo quere muy bien. Dicen que porque la color asina tan fatal ha de ser castigo de Dios y que no pueden ser cosa güena. Pero yo ya le jallé la manera: estoy haciendo mis San Martineses de Porras güeritos, como los gabachos: pos como ésos son siempre tan güenos, asina la gente les agarra más confianza.

“Luego también hay que ver que pa cada necesidá hay un santo. Y además hay que echarles su rezo y su manda. U las dos cosas, pa que les haga mas juerza. Aquí por evento, tengo a San Judas, San Judas Tadeo -porque el otro jué el que se ajorcó, que por tracsionero u transa, más bien-. A este santo sí de veras que le papalotea pa cuando no soporta uno a alguien, como la suegra, la mesma vieja de uno, u gente asina, pos se le reza este rezo:

“Ay señor Judas TadeoTú que juites un gran santoquítame ya lo que veoque me perjudica tanto”.

“Y luego luego desaparece el endevido u endevida que no traga uno.-Bueno, ¿pero qué le pasa a esa persona? -inquiría yo-. ¿Se esfuma? ¿Se muere? ¿Se va? ¿O

qué?-No, pos eso sí ya es cuestión u trabajo del santo -respondía Chayo-, él sabe sus negocios. Caso

es que desaparezca y ya,“Tengo otros munchos santos, nomás que ya son de los pintaos, desas mentadas tolingrampias

de colores. Mire: aquí está Lázaro -Güeno pa las llagas, tlacotes y golondrinos-, además pa cada cosa tiene su novena de ocho días. Esta pa los tlacotes:

“Oh San Lázaro pacienteque sufrites con pacienciaque el tlacote se revientey no tenga consecuencia”

“Esta otra es muy efeutiva pa las llagas:

“Oh San Lázaro benditolo que yo quiero que hagasque aunque sea poco a poquitodesaparezcan estas llagas”

“Y ésta última pa los golondrinos:

Page 106: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

106

“Oh San Lázaro pacienteque con paciencia sufritesque el golondrino revienteu mejor, que me lo quites”

“Si ni asina se curan ninguna de las tres enjermedades:

“San Lázaro no me oyitesU más bien te hicites guajeYa curarme no quisitesU me queres hacer maje.

Tu estás creyento seguroy eso me da harto corajeque un golondrino madurono hay santo que me lo baje.

Si no salgo del apuroy de mi mal no me curaste voltiamos contra el muroy te dejamos a oscuras.

“Ya con esto entimidoso, el santo entra en aición y pronto empieza el alivio. También traigo otro santo muy solecitao, es éste, vea usté: San Pantalión. Éste es el más meramente pa todos esos hombres que ya están medio fatigaos; que ya no pueden sacar muy bien la tarea con la ñora, pos nomás se le prende su veladora y echa esta rezada:

“Del señor San Pantaliónera tanta la pujanzaque en un solo día ensartóciento cincuenta en su lanza.

¡Oh lanza lancín lanzóndel señor San Pantalióndame pues tu bendicióny dame tu venturanza!

“No falla. Pero eso sí, nomás sirve pa la casa de uno. ¡Pos nomás faltaba que el santo se anduviera prestando a chingaderas!

“Los San Antonios ya no salen. Se amulan, pos se quedan casi todos. Y es que ora las muchachas ya no los nesitan. Si ellas son las que les chiflan a los muchachos. Los San Joseses pos menos, ya de plano ni los manofaituro, ¿usté cre que alguien quere resarle pa eso de la castidá?

“Otro santito que sale muncho es el Santo Niño de Atocha, nomás que con ese tengo muy dura

Page 107: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

107

la competencia en Plateros de Fresnillo, pos como ahí a los pelegrinos que van a pagar mandas se los venden ya con todo y insolencias planarias, conmigo no queren jalar muy bien”.

Me di cuenta entonces que el negocio de los santos es como el de los automóviles, hay que estar sacando continuamente nuevos modelos, porque pronto pasan de moda.

Volviendo a don Elías el boticario, aunque ustedes lo duden fue casado. Si digo que fue es porque en el tiempo en que yo lo conocí era ya viudo. Según rumores -que conociendo al hombre, cobraban visos de realidad-, la pobre mujer murió de espanto, espanto lento, si ustedes quieren, pero espanto al fin y al cabo. Que se fue poniendo amarilla poco a poco, al mismo tiempo que se secaba como hierba marchita. También lentamente se fue quedando bizca, probablemente de los esfuerzos que hacía la pobre para no ver a su marido sin tener que cerrar los ojos, cosa que hubiera sido un tanto ofensiva para éste.

Otras lenguas viperinas aseguraba que don Elías la enyerbó en venganza de una supuesta infidelidad cometida, no decían con quien, ni en dónde, ni cuando, pero que de cierto había sucedido. La verdad es que don Elías, a pesar de su apariencia -de la cual no tenía la culpa- y de su beatería -nadie es perfecto- era un buen hombre, y si equivocaba alguna que otra receta, era puramente accidental, ya que era incapaz de hacerle mal a nadie. Es más, a mí me consta que a muchos de los enfermos recomendados por el doctor Martos, les regalaba los medicamentos que éste les recetaba. Sólo que en los pueblos o ciudades pequeñas, a todo sujeto que tiene algún ascendiente, ya sea por dinero, ilustración o poder político, cuando no se es poseedor de defectos o vicios visibles, y no se les puede atacar por otra parte, queda siempre el recurso de tacharlo de marica o cornudo; eso no falla, ya que los borrachos, ladrones o asesinos tienen su estigma muy reconocido y por lo tanto carece de interés el ocuparse de ellos. En un lugar pequeño es mejor tener una mancha bien definida, porque si no se la pintan con los más negros tintes.

El cura del lugar -por obvias razones, el miembro más conspicuo de la botiqueril tertulia-, hombre muy dado a los latines y a la prosopopeya, no simpatizaba con mi compadre, ya que éste no era muy afecto a rezos y golpes de pecho, por lo que sus visitas al templo eran bastantes espaciadas. Debido a eso, siempre que ambos coincidían en algún lugar, aquél no perdía la oportunidad para reprochar a éste su tan notoria cuanto pecadora indiferencia hacia nuestra madre, la Santa Iglesia. Sólo que un día en que el horno no estaba para bollos, don Juande reventó:

-Pare ahi su carro, padrecito. En primer lugar usté tampoco es mi cliente, pos nunca se para en la tienda y en segundas, ¿a qué carajos va uno a misa? ¿Cómo sabemos nosotros si lo que dice en el pulpito no son puras mentadas que nos echa? Como naiden le entiende ni jota...

-Esas, señor don Juande -replicaba el cura, bastante amoscado-, son citas latinas de las Sagradas Escrituras.

-Pos yo no sé -terciaba la comadre Fausta-, pero mi viejo tiene razón; esas sonsitas ladinas que usté dice, u lo que sean, a mí tampoco me cuadran; ya podía usté hablar en cristiano pa que se le entienda.

-¡Señor! ¡A dónde vine a parar! ¡Mira que decir que el sagrado idioma de la Santa Iglesia no es cristiano!

Y el pobre cura, completamente derrotado ante tan contundentes razonamientos, se iba echando rayos y centellas.

Este mismo cura tuvo un nuevo enfrentamiento con mi compadre, en otra memorable y más trascendente ocasión. Acaeció un hecho inusitado. Algo que no se veía en el pueblo desde el siglo pasado, cuando por haberse extraviado por aquellos andurriales una diligencia que conducía a Durango

Page 108: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

108

a la gran cantante italiana, la sin par Tetrazzini, ésta se vio obligada a pernoctar en San José, donde a petición amable de sus eventuales anfitriones, unos riquillos lugareños, accedió a deleitarlos a capella con algunos trozos de su repertorio. Por cierto que el nombrecito de la diva cayó tan en pandorga en el pueblo, que cuando alguien no quería emplear la palabra fuerte e idónea que se acostumbra en las mentadas de madre, simplemente decía: ¡Hombre, no seas jijo de la Tetrazzini! Era lo que podía calificarse como una submentada. Pues bien, una compañía triatal como la llamaron los vecinos, pero más bien unos pobres y despistados carperos -auténticos cómicos de la lengua, de tan cervantino abolengo- llegó a la tranquila e inocente villa de San José del Álamo.

Con ella llegaron dos supuestos galanes, un tanto otoñales, con más hambre que arte, y con grandes deseos de explotar el físico en algo más provechoso y duradero que el efímero goce de una seducción pueblerina, fugaz y sin material provecho. Así que una vez hechas las investigaciones de rigor en el quién es quién del jet set nopalero, desde luego pusieron sus ojos y esperanzas en los nada despreciables bocados como eran Lupita y Aurelia Muro Rentería, cabalmente y como ya hemos presentado, pimpollantes, potables e impresionables hijas y -cosa muy importante- herederas de mi compadre don Juande.

Claro, las muchachas deslumbradas por la labia y aire del mundo de los galanes, a más bobaliconas que eran, se entusiasmaron con ellos; pero no tanto que no exigieran de sus rendidos enamorados que las cosas se hicieran como Dios manda: pedidas, dadas y vestidas de blanco. Los donceles, ni tardos ni perezosos, pues ingresar en la familia por la puerta grande era lo que querían, aceptaron desde luego las razonables condiciones -no esperaban otra cosa de ellas- y ayudados por las enamoradas doncellas encampanaron al buenazo del cura -quien en esos tiempos y lugares era en indicado para tales menesteres- para que hiciera ante sus padres la petición de manos. Mi compadre, que ya barrutaba algo y sabiamente no había querido intervenir para prohibir esos súbitos y relampagueantes amores, ya que como él decía:

-Nuay que hacer que se encaprichen, pos cuando una mujer dice: Esa cosa me viene, ¡hasta que no se la mide!

No, no les dijo nada, las dejó pero hizo sus indagaciones en los lugares de donde supo que procedían, que eran Saltillo y Monterrey. Así cuando el ingenuo -por no decirle de otra forma- del cura se presentó con su embajada, él ya sabía a que atenerse:

Con la consabida frase: “No me agradezca la visita, don Juan”, inició su faena el cupidesco o celestíneo sacerdote:

-Pero usted debe de estar ya enterado de las relaciones amorosas de sus encantadoras hijas con dos jóvenes conocidos actores, que actualmente están representando bonitas y morales -según me han informado, que yo no he ido por cierto- obras de teatro en esta población. Tienen esos señores desde luego, una manera honesta de vivir y la belleza de sus hijas los ha impresionado hasta el grado de querer contraer cristiano matrimonio con ellas, deseos que yo con mucho gusto hago llegar ante usted.

Se quedó mi compadre viéndolo fijamente por algunos momentos -que a la comadre Fausta se le hicieron siglos, pues ya conocía que en determinados terrenos, y éste era uno de esos, su marido tenía pocas, escasísimas pulgas- y lentamente, pero en tono que no admitía réplica, le contestó:

-Mire usté señor cura, enefeitivamente las viejas están güenas, pa qué negarlo, ¡pero no pa jijos de la chingada! Asina que me dispensa muncho, pero esos aitores u lo que sean, ni son jóvenes, pos ya están muy espueliaos, sí son muy conocidos, pero en varias espesiones de polecía, y lo único que repriesentan en el triato son menos años de los que tienen, pos ya están güenos de guandajos. Y eso de la manera nesta de vivir, será más bien la de beber, pos son güenos de borrachotes; asina que si pa

Page 109: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

109

mañana amanecen en el pueblo, pos los mandamos en correllera pa Torreón, donde tiene muchas ganas de verlos la polecía pa aplaudirles, pero con la jeta en medio.

Ahí acabó el romance y los oficios del cura como pedidor de manos, ya que lo dice el refrán: “El que se quema con leche, hasta al jocoque le sopla”.

No, y no vayan ustedes a creer que mi compadre por ser un viejo alegrón y dicharachero era de manga ancha para su familia; que va, al contrario, bien en cintura me la tenía. Yo le decía al respecto que contaba con sus puntos y ribetes de tirano.

-Pos no le aunque -me respondía-. Yo tendré esos puntos y esos bretes y no seré el non pelustra, pero a mi familia la saco derecha, faltaba masn... A las muchachas hay que dejarlas retozar, ta bien, pero sin soltarlas de la gamarra, ya que cuando caigan a la silla su jinete sabrá como las manija y como las arrienda; por lo pronto, quietas, que no vayan a brincarse las trancas y den pal monte.

Frecuentemente los muchachos lugareños iban a invitar a Lupe y Aurelia a fiestas o bailes, ya que en realidad por sus atributos y los de su padre, las hacían los mejores partidos de San José y sus alrededores. Mi compadre, muy serio, casi siempre se negaba:

-No pueden ir, no estén porfiando.-Ándele, don Juande -insistían los galanes-, ¿qué se hacen? ¿Qué les va a pasar con una

bailadita?-Pos miren, de plano no, porque luego me las güelven muy sudadas.

Page 110: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

110

Rudelio Montalvo

Ya veréis, y por sus brutos, digo sus frutos, los conoceréis.

El pueblo -por sabido no se calla, pues si no cómo puede enterarse uno- también tenía su prócer; digo que tenía, porque actualmente el busto de bronce que lo inmortalizaba se encuentra arrinconado en la sala de espera del Centro de Salud, lugar al que por ese motivo le llama la gente “Salón del Mono Dorao”. En eso acabó el ínclito general Rudelio Montalvo, ya que naturalmente sólo un general podía llegar a héroe en un pueblo como aquél.

Rudelio ni siquiera era nativo de San José, sino de “Los Huesos”, un rancho reseco, miserable y famélico, como su nombre, de ahí cuentan que cierta vez, a consecuencia de un rarísimo fenómeno metereológico, se murieron de “espanto” tres niños ya labregones, de cuatro o cinco años; que jamás habían presenciado esa cosa tan horrísona, cuando el cielo parece que se desploma, y que en otros lugares más afortunados de la tierra simplemente se llama un fuerte aguacero.

Rudelio, muy jovencillo, se metió a la “refolufia” motivado por el ideal más sublime y antiguo del hombre: el hambre. Él siempre la tuvo en grado tal, que de niño envidiaba cordialmente a las auras y zopilotes que podían “jartarse”, aunque fuera de pudrición. En la bola sobrarían balas, pero también borregas, chivas y una que otra vaca desbalagada. Y como las bolas son para eso, para rodar, y como lo que está abajo por fuerza tiene que quedar arriba, pues ahí quedó Rudelio, mero arriba y con un águila en el testuz, por si alguien lo dudara.

-Yo conozco a este Rudelio como si juera de mi fierro y marca, si señor -decía despectivamente mi coronel don Adauto Torres-. Su primera y prencipal aición de guerra luego que se juntó con los alzaos carranclanes, jue llevarse la caballada de la hacienda de Majona y pa completar de potrancas por también cargaron con cuatro muchachas, hijas de los piones, quesque porque no tenían quién les echara las gordas, y tovía a los papases y a toda la pionada los hicieron echar cuetes y gritar vivas a la revolución, pos los iba a quitar de sufrir, y que pos sus niñas no se preocuparan, que al cabo habían hartos cuidadores pa cuidarlas.

Rudelio tuvo suerte. Una suerte endemoniada. Aunque los combates siempre los oyó de lejos, pues habilidosamente se las ingeniaba para encargarse de la caballada en la retaguardia, presumía de que en Torreón le mataron el caballo dos veces -lo que nunca aclaró es que sólo fue el de bastos y tupiéndole al conquián-, sí tuvo una intervención decisiva, de la que arrancó toda su postrera, aunque nebulosa gloria.

En una de tantas batallas en que Rudelio, como de costumbre, cuidaba la caballada del regimiento, mientras éste, pecho a tierra, defendía una posición elevada -es decir, estaban encaramados en un cerro haciéndose pendejos para que no lo fueran a solicitar para una carga de caballería-, cuando al enemigo precisamente le gustó la loma aquella donde placentera y cómodamente descansaban, y empezó a tupirles macizo con fuego de artillería. El coronel -que era un hombre prudente- decidió la retirada estratégica -pero inmediata- y mandó a avisar a Rudelio -que como de costumbre y heroicamente comandaba el escuadrón de resguardo de la remota- que les arrimara los caballos, los cuales ensillados pastaban ahí cerca, al amparo de una pequeña hondonada. Rudelio, al ver que llegaban los enlaces dando grandes voces de “¡Arríate los cuacos Delio, que nos está llevando la

Page 111: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

111

chingada!”, no esperó más averiguación y montando ágilmente, arreó la caballada... pero no en busca de sus compañeros, sino rumbo al pueblo donde habían estado aposentados, y que para esas horas ya había caído en poder del enemigo. Dicen que camino al pesebre no hay cristiano ni huevón, y ahí fue de ver la carrera desbocada de quinientos corceles sin jinete, en furiosa carga, encabezados sólo por un temerario adalid. El enemigo, posesionado del poblado, al ver que se les venía encima aquella avalancha incontenible, puso pies en polvorosa, entrando triunfante Rudelio, rescatando él solo, para la causa, esa importante plaza.

Enseguida, a pie y echando rayos, centellas, espumarajos y hasta los bofes, llegó la tropa que venía desaforada en pos de sus cabalgaduras... y de Rudelio para colgarlo. Y en eso estaban, en que si lo ahorcaban o lo descuartizaban, cuando apareció el comandante de la División y públicamente -él había presenciado todo- glorificó al casi ajusticiado, que desde entonces y para siempre, quedó consagrado como el héroe de Paredones o Paderones, como decía cuando contaba su “hazaña”, ya que después de algún tiempo él mismo llegó a creérsela. ¡Cuantos héroes y santos en este mundo no son sino cobardes o malvados frustrados!

Pues bien, desde ese momento nuestro valiente personaje se fue para arriba y pronto alcanzó el generalato, asistiendo con Villa a la toma de Zacatecas. Ahí a parte de la ciudad, tomó muchas otras cosas que no le pertenecían. Se aposentó -”Me huespedeo en una casa muy catrina”, presumía- en el elegante palacete de uno de los ricachones del lugar, donde se dio la gran vida. Descubrió asombrado, la molice y regalo con que vivían los potentados porfiristas:

-Curros fundillos, miren nomás, si hasta pa tragar chocolate son atenidos -decía muy ufano, mientras graduaba la salida de la espumeante bebida por el bitoque del irrigador, que colgado en la cabecera de la cama en la que Rudelio descansaba a pierna suelta, rebozaba del humeante brebaje.

Tenía la tambora jalando día y noche, y las francachelas escandalosas se volvieron tan insoportables, que su mismo jefe Pánfilo Natera, intervino, y es fama que lo sacó a patadas y guantones. Con don Pánfilo no se jugaba, ese sí era todo un hombre. Ahí, en ese momento empezó su resentimiento que años después lo llevó a dar el clásico “chaquetazo” y ya convertido en flamante y convencido obregonista, persiguió con saña a los carrancistas, sus antiguos camaradas.

Por breve tiempo fungió como gobernador interino de Zacatecas. ¡Hágame usted el favor! Pero así estaban las cosas entonces. Por cierto que su paso por ese importante cargo fue inolvidable. Sencillamente y sin decir ¡agua va! mandó cerrar el Instituto de Ciencias, único centro de estudios superiores de la entidad. Claro que entre la gente pensante aquello cayó como una bomba. Fue, desde luego, comisionado un grupo de profesores -ahora cesantes- y algunos intelectuales de la ciudad, para entrevistarse con el “gobernador”. Recibiólos éste de pie, con cara de “crudo” y de fastidio. Inquirieron aquellos medrosamente la razón de tan desusada y drástica medida, recibiendo esta singular respuesta:

-¿Y se puede saber pa qué chingaos queren ustedes ese estetuto? Pura perdedera de tiempo y centavos, a ver, yo soy general y gobernador y nunca jui a una escuela.

A lo que un ameritado y socarrón maestro, tímidamente respondió:-Bueno señor general, con todo respeto, debe usted comprender que en este mundo hay muy

pocos hombres tan inteligentes como su merced. La mayoría somos unos pendejos que tenemos la necesidad de estudiar para hacer algo en la vida; claro, no lo que usted, pero siquiera defendernos un poco.

-Ah no, pos sí -le interrumpió halagado, Rudelio-. Lo que sea de cada quén, y usté le ha dao direutamente a mi pienso; en eso de las revoluciones no cualquera, no cualquera. Güeno, ta güeno, abran pues su mugrero de estetuto. Pero ya saben: nomás me enseñan de Obregón pa cá.

Page 112: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

112

Rudelio terminó por convertirse en un desalmado y cobarde asesino, pronto a ejecutar las tropelías que se le ocurrían al Jefe Supremo. En su pueblo -que así consideraba a San José- no sólo jamás hizo alguna obra de beneficio -como no fuera para el suyo-, sino hasta que las bancas de hierro forjado del jardín acarreó para su rancho. Desconoció y humilló a sus parientes pobres y amigos de la juventud, hizo viudas y deshizo doncellas, robó y saqueó a más y mejor. En una palabra: fue odiado, ahí donde le hubiera sido tan fácil ser idolatrado.

Por eso cuando gracias a sus excesos, al fín reventó, en el pueblo hubo alivio en vez de tristeza. Por eso también cuando algún tiempo después, los eternos lambiscones -subhombres sin dignidad- decidieron erigirle un monumento en el jardín, abajo del kiosko el pueblo nomás pujó, pero no dijo nada. Sólo que a los pocos días de inaugurado, la vera efigie de mi general Rudelio Montalvo apareció una mañana absoluta y enteramente llena de caca. ¡Indignación oficial! Desagravio a cargo de los niños de la escuela que lleva el nombre del prócer ofendido, uno de cuyos maestros declamó -sin saber nadie qué tenía que ver con el acto que se celebraba- El brindis del bohemio. Pasaron unos días ¡y purrún! ¡Otra vez el busto lleno de mierda hasta las orejas! ¡Y de cristiano! No vayan a creer que se empleó un algún sustituto un poco menos oloroso y asqueroso. Esta vez la reacción oficial fue de conspicuo silencio. Se lavó y se lustró con ceniza y limón el objeto del atentado, y para prevenir nuevas y previsibles profanaciones, se dispuso que un policía -ojo alerta- montara guardia ante el monumento día y noche, las veinticuatro horas. Pasó el tiempo, todo mundo creyó superados esos bochornosos y apestosos incidentes. El pobre genízaro gorrachueca se aburría más que una mujer con marido rezandero, pero ahí seguía firme en su guardia, cuando hete aquí que un buen día amanece otra vez la broncínea imagen llena y rellena, hasta el copete, de la consabida mierda. ¿Y el policía? Pues amarrado y amordazado como momia egipcia, todo serio, sin chistar ¡y perfectamente capeado del mismo y abundante escremento! Además, para darle un toque artístico de cuadro plástico, se adobó con plumas de gallina todo el conjunto.

Eso fue suficiente. Ahí se demostró y probó un nuevo tipo de resistencia popular. Ni la armada, que tantas veces ha fracasado y tanto destruye, ni la pasiva, al estilo del Mahatma Gandhi, que francamente es muy lenta y tediosa. No, la resistencia escatológica resultó rápida, incruenta y efectiva. La estatua fue removida de sus sitio e instalada en un lugar discreto y semiprivado, como es la sala de espera del nuevo dispensario, donde la gente, preocupada por sus dolores y penas, da un soberano cacahuate por aquel Mono Dorao.

Page 113: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

113

Trigo amargo (El diezmo, el Cura, el Santo y el Renegado)

Donde se tratará del extraño y trascendente enfrentamiento teológico-financiero habido entre el autor -quien en lo sucesivo será conocido como el Renegado- y un socio ocasional que en adelante se identificará como el Santo, actuando como juez el Cura, quien ante la disyuntiva de sentenciar, apoyándose para el primer actor en los Mandamientos de la Ley de Dios y para el segundo en los de la Santa Madre Iglesia, optó por estos últimos, ya que los primeros en materia de recompensas son asaz etéreos y celestiales; en cambio, los eclesiales pueden concretarse en metálico contante y sonante. De esta manera un tanto heterodoxa, el Cura fue fiel (Semper fidelis, le dijeron en el seminario) a la chocarrera aseveración: “Juez y parte, se queda con la mejor parte”.

Total, que le entré al asunto, aunque bien a bien, aquella sociedad -no sé por qué- no me convencía del todo. Don Juande, ante mis reticencias acerca del Santo, me aconsejó en su rústica pero sabia psicología:

-¿Por qué no lo emborracha, compadre? Es que si usté quere conocer entimadamente a cualesquier endevido, emborráchelo, que ahi de seguro le van a brotar todas las ronchas, salpullidos o erucciones que el julano carga en su interior de adentro.

Ese consejo tan prudente no pude seguirlo por la razón que hace poco expuse: los abstemios son imposibles, nomás no tienen lidia; cómo serán que Cristo -el hijo de Dios- prefirió siempre a los borrachos, y si no a las pruebas me remito: los Evangelios. ¿A quiénes les hizo su primer milagro en las bodas de Canán? En la Última Cena, ¿que bebieron los apóstoles? ¿Acaso agua de jamaica como los hipócritas post y pseudo revolucionarios mexicanos? O lo que dice San Pablo, el apóstol de los gentiles, nada menos que en su Epístola primera a Timoteo 5:23: “No bebas agua sola, que puede hacerte daño; tómala siempre con vino, ya que así te guardarás de las enfermedades”. Así que nada, por ese lado no había nada que hacerse. De modo y manera que recordando aquello de “quien no se arriesga no pasa la mar”, le entré a aquella santificada sociedad como entra uno al matrimonio: a ciegas, pero eso sí tentándolo todo.

Dicen que Dios protege la inocencia, o más bien a los pendejos, ya que si no fuera así, casi se hubiera acabado la humanidad; efectivamente, después de ímprobos esfuerzos al labrar -con un heroico “traitorcito Jon Dere letra Me”, como le llamaba mi secuaz Tomás Roldán- y cultivar esa semicelestial parcela, la dorada mies estuvo a la vista; óptima, mecíase cadenciosa en lúbricos oleajes al conjunto de la suave brisa mañanera -en realidad eran unos pinches ventarrones que amenazaban con acamar todo el trigal-, parecía, otra vez el símil, una hembra preñada a punto de dar a luz.

Yo me pasaba, como el Quijote, “las noches de claro en claro y los días de turbio en turbio” haciendo cuentas -los gastos ya me tenían al borde de la insolvencia total- y encareciendo al Santo redoblara sus piadosos esfuerzos y su influencia entre la corte celestial, para que Dios y su ministro de agricultura San Pedro, nos dejaran trillar antes de que alguno de los terribles arrebatos del jefe de los apóstoles diera al traste con todas mis ilusiones y mis escasos y comprometidos bienes.

Por fin, superando acechanzas y obstáculos de toda índole -en México, a diferencia de otros países, a los enemigos naturales hay que añadir los artificiales, que son los creados por un gobierno de parásitos- verdaderas sanguijuelas- que viven y medran chupando la sangre del que trabaja, y paradójicamente, poniendo trabas que impiden el sano desarrollo económico y social de aquel que les da de comer y que tan vilmente explotan: el hombre laborioso y luchador.

Page 114: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

114

El parto, la trilla, llegó en su tiempo y hora. Una terrible máquina, especie de comadrona mecánica, la motocombinada, en aparatosa acción, trajo a luz todo un caudal de maduros granos del cereal más noble de la historia. Yo miraba fascinado. Experimentaba una sensación que en el transcurrir de los años sólo volvería a sentir cuando nacieron mis hijos; es indescriptible eso. Aquellos que pos algún motivo no puedan -o no quieran- tenerlos, que se hagan agricultores, que ahí encontrarán, cuando menos en un momento, toda la emoción, toda la fuerza vital que sólo da la reproducción de todo lo creado. También se hallarán ante una pléyade de inspectores -léase extorsionadores- del Banco Rural, de Rentas, de Recursos Hidráulicos, de aúlicos e hidros sin recursos y que sólo quieren hacerse de ellos a nuestras costas; de nebulosas y fantasmales asociaciones y hasta -como verán más adelante- de entidades supraterrenas que amenazan no solo con abogados y embargos, sino con la mismísima ira divina.

La siega se activaba y los camiones cargados hasta el tope fluían hacia los molinos -en realidad sólo había uno en la comarca donde a más de moler el trigo molían hasta la madre del pobre agricultor-. “¿Por qué esta rebaja en el precio oficial?”, inquiría uno. “Pues por la humedá ¿por qué ha de ser, coño?”, contestaba un importunao semianalfabeta que apenas comenzaba a aprender el castellano. Total, en este país así es el juego de tómelo o déjelo: el tómelo implica aceptar todo, el déjelo no aceptar nada y morirse de hambre; así de sencillo. Ahora, que de plano ignoro qué sería preferible para un pueblo o nación: un héroe que lo es por matar aunque sea para salvar a la patria, o un héroe que la salva sin tener que matar, simplemente alimentándola.

El caso es que mis ilusiones crecían al compás de los camiones que salían -¡que bello verso!-. Habíamos convenido el Santo y su servidor -poco después el Renegado- que para evitar discusiones y posibles fricciones, la equitativa fórmula de uno y uno era la más confiable. Así, un cargamento con el mismo número de costales y pesando -kilos más, kilos menos- lo mismo, para cada uno podríamos darles el destino que a cada quien le conviniera. Entonces y casi al final de la trilla, tuve que ausentarme unos días, pues curiosamente, en las siembras del invierno la recolección del grano coincide con lo más agudo de la temporada anual de sequía: el mes de mayo, terrible para la ganadería que después de todo era mi básico y por lo tanto prioritario modus vivendi. Regresé en cuanto pude y como decía un cursi bolero de aquel tiempo: “con ansia loca”, ya que según mis cuentas con lo cosechado hasta el momento en que ausenté, apenas salía casi a mano. Encontré que la trilla había terminado, en el terreno solo quedaba una devastada extensión de matas truncas -patas- del poco antes espléndido espectáculo de espigas doradas. Tomás, secuaz y representante especial y plenipotenciario en aquel negocio, me reportó cabalmente los camiones salidos postreros de aquel campo de exterminio; eran dos con seis toneladas; doce toneladas que hacían un gran final de 120, producto bruto -más bien bestia- de mis afanes y los de la tierra. La mitad, seis, eran mías, muy mías; la magra ganancia, la corona y el remate de mis desvelos, esfuerzos -más bien pujidos- de más de cinco meses. No obstante, esa raquítica utilidad significaba mucho para mí, tan jodido como estaba; “algo es algo, dijo el diablo y cargó con un obispo”, dijera don Carpóforo Menchaca.

En aquel tiempo -in illo tempore-, como el cura decía, y por algunos tratos comerciales, trabé conocimiento y una superficial amistad con un individuo extremadamente educado y pulcro, “abstemio de nacimiento” como aclaraba al rechazar alguna invitación báquica -ahí fue donde entró cierta sospecha-, pues como decía el doctor Martos: “Desconfíe de los abstemios tanto como de los borrachos, pues ambos tienen un terrible miedo de sí mismos”. Esposo fiel, padre amoroso, hijo agradecido -aunque fuera post-mortem, cosa que es rete fácil ya que no tenía padre ni, por supuesto, madre-; pero sobre todas ellas capeaba por sus fueros la piedad y el fervor religiosos. La misa, la

Page 115: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

115

comunión y el cotidiano rosario en común -”la familia que reza unida permanece unida”- era su ley y su divisa. Claro, yo pensaba sin externarlo: “igual permanece unida y más aún, comprimida sin rezar, la que subvive en un miserable cuarto redondo de vecindad”-. En fin, el hombre era un dechado de virtudes y un pésimo ejemplo para todos aquellos, pobres humanos, de lo que deberíamos ser pero que no somos en materia de cultos sacramentosos, aunque Dios -que es muy comprensivo- nos cerrará el ojo queriéndonos decir: “Muchachos, diviértanse, gocen, por eso hice la vida; si yo hubiera querido que se la pasaran de rodillas y dándose golpes de pecho los hubiera creado sin pies y con un buen mazo en vez de mano derecha”. Sin embargo, y aunque afortunadamente para el género humano no fue así, mi amigo suplía con gran aplicación y entusiasmo esa lamentable imprevisión anatómica del Altísimo surtiéndose al hilo cuatro misas, de hinojos y arreándose, en el rosario, ochenta mandarriazos -diez en cada misterio y treinta megavemarías finales- hacia su exigua caja toráxica, que acababa más vapuleada que una tambora el día de San Isidro.

Con tantas y tan bien ganadas angelicales dotes, “el Santo” podía entrar cómodamente por la ancha puerta de mi confianza para tratar mundanos pero necesarios negocios. En efecto, por aquella época, casualmente, en Torreón me reencontré con un antiguo condiscípulo muy estimado y a la sazón agrónomo extensionista en la zona, el ingeniero Maurer, apóstol de las grandes posibilidades que ofrecían las nuevas variedades que dentro de la “revolución verde” se estaban desarrollando en los campos experimentales del Bajío. Me entusiasmó y encampanó a entrarle a la agricultura. No le fue muy difícil convencerme pues ya encarrerado en hacer pendejadas, una más y dentro de mis campiranas actividades no tenía mayor relevancia. Claro que opuse de inmediato una objeción que aunque de ninguna manera sólida sino enteramente líquida era determinante: el agua. ¿Con qué iba a regar los lozanos y garzules trigales que en mi imaginación dibujaba mi excondiscípulo? Desde luego no con la de mi ranchito ya que ahí ni siquiera las “Cuatro milpas” de la vernácula canción podían sobrevivir; pero ¡eureka!, recordé que hacía poco mi recién conocido el Santo me comentó que forzado por la insolvencia de uno de sus clientes -vendía maquinaria agrícola- se tuvo que quedar con una propiedad que había sido bendecida por Dios con el más preciado tesoro por aquellos lares; la privilegiada zona era El Pardillo, cerca de Fresnillo y el tesoro era un pozo inagotable, capaz de fecundar, tratándose de plantas, hasta las de los pies.

El lugar, pues, donde hacer mis pininos como cosechero del noble cereal había sido hallado, el Santo, desde luego se interesó, pues como buen comerciante no sabía producir ni entusiasmo, por lo que proyectamos una aparcería en la que él pondría la tierra y su infraestructura -decía, pedantemente- y yo todo lo demás: la labranza, semilla, siembra, cultivo, combustible para un enorme motor Buda que era un hijo de lo mismo pero con P, ya que a cada rato fallaba, y como dijo Churchill: “Sangre, sudor y... güevos” -eso fue en realidad lo que pusieron los ingleses-, para aguantar de todo: pulgones, granizadas tempranas, heladas tardías, cobradores a tiempo... en fin, toda esa cadena interminable de eslabones que atan a un hombre con la tierra que aparte del género tiene mucho de mujer mexicana: es fiel a quien la posee, prolífica para aquel que con esmero la cultiva, recia y tenaz ante las tormentas, inerme y desolada en los crudos inviernos, eterna -ya que todo puede pasar, pero ella queda- y al fin... complaciente y generosa con el cálido riego que motiva a sus entrañas.

El día siguiente, presuroso y anhelante -jadeante debe ser la palabra apropiada, ya que andaba todo “carreriao y con chica lenguota de fuera por el acoso de las deudas. Los del embono han dao ya varias vueltas”, advertía Tomás-, la más perentoria de las cuales era ésa, el abono, el fertilizante, acudí con el Santo para hacer cuentas finales. Presidía su mesa de trabajo, y colocado en el centro de la misma, un gran crucifijo de plata era mudo y doliente testigo de los mundanos tratos que se celebraban

Page 116: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

116

a su vera; francamente, se sentía uno casi como un iniciado esperando frente al Sagrado Tribunal de la Inquisición la inexorable e inapelable sentencia, que luego de santiguase e invocar al Espíritu Santo, pronunciaban aquellos abominables Torquemadas: “Hereje, relapso o reconciliado”.

Cuando el inquisidor... perdón, el Santo, empezó con ominosos signos: los rituales ejem, ejem, ejem, se levantó varias veces con el dedo índice los gruesos anteojos que holgadamente colgaban en su precaria y obtusa nariz, y comenzó a hojear un grueso legajo de recibos, comprobantes, facturas y toda esa gama de papeles que no causan sino que son la angustia misma de los tiempos modernos, dije para mis adentros: “Esto ya valió un carajo”, y es que no falla, cuando un “hombre de negocios” te quiere robar, principia por sacar papeles; y ahí estás perdido; contra éstos nada puedes. Es absolutamente inútil que esgrimas en esa lucha como armas méritos morales, antecedentes familiares, honestidad siempre probada, etc., de nada te van a servir, los papeles prevalecerán porque el hombre moderno es un ser empapelado. La verdad jamás tendrá la razón mientras no sea plasmada en una piedra, un papiro, un pergamino, una indigenista penca de maguey o en un triste periódico, aunque sea amarillo huevo.

Sin embargo, increíblemente y con gran asombro pasé airoso e indemne la tan temida prueba factoril y papelaria.

-Todo está en orden y concierto -aseveró el Santo-. Solo hay un detalle.Esta admonitoria y sospechosa frase, seguida de otros “ejem” y alzamiento de gafas reavivó mis

angustias anteriores y me preparé para lo peor:-Habida cuenta de que usted -siempre nos hablábamos con ese tratamiento- es persona creyente

y por lo tanto cumplida con sus obligaciones de católico, en su ausencia entregué los dos últimos embarques al señor cura y que son precisamente nuestra aportación conjunta o sea el diezmo de la Santa Iglesia.

No diré que me quedé estupefacto, no, ¡quedé hecho un pendejo! Esperaba cualquier cosa menos ésa. En ese momento no sabía si mentarle la madre, trepar por el escritorio atropellando -inocente como hace dos mil años- al Cristo de plata labrada para ahorcar al Santo; lanzarme hacia el suicidio arrojándome por una ventana -cosa que de inmediato consideré poco práctica, ya que era una planta baja-, o ponerme de hinojos y suplicar; pero ¿cómo? Yo, el nieto del Capitán Rodríguez de la Cotera, héroe del África y Cuba, ¿iba a humillarme ante tan despreciable cuanto piadoso mercader? ¡Eso nunca!, así que hice lo que la inmensa mayoría de los mexicanos diariamente hacen frente a las injusticias de los poderosos: ¡nada! Bueno, sí intenté algo: esbocé una débil defensa, sabiendo de antemano inútil, pues palo dado, o diezmo dado, ni Dios lo quita, por lo que argüí con vehemencia que con qué derecho se disponía de una parte de mi parte.

-Bueno, ¿es usted católico o no?-¿Pero por qué no esperó a consultarme?-Bueno, repito, ¿es usted católico o no?-¡Ese desgraciado camión era toda mi ganancia en aquel maldito negocio!-Señor, no tiene caso continuar con esta desagradable conversación. En definitiva, ¿es usted

católico o no?Ahí debió haber terminado aquel malhadado asunto; sin embargo, tanta era mi necesidad que

acudí a la última instancia de mi desventura: el cura. Yo no sé si pensaba conmoverlo, amedrentarlo, amenazarlo con ir al obispo, ¿o qué? Simplemente iba a reclamar algo muy legítimo: lo mío.

-Señor cura, me dice don perfecto -el Santo- que usted recibió doce toneladas de trigo que vienen de su rancho La Inmaculada Concepción -así se llamaba ahora, antes era Los Quelites.

-Sí, sí señor, así es. ¿Cuál es el problema?

Page 117: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

117

-Pues que la mitad de ese cargamento es mío, y que yo no lo envié a este lugar.-¿Ah no? Pos ora sí que eso sí no sé. Aquí trajeron el trigo ese de parte de don Perfecto, que

como hombre íntegro y cristiano que es, cumple con sus obligaciones con la Iglesia. Tengo aquí una carta con su remisión facturada anexa.

(¡Otra vez papeles! Señor; si para entrar a tu reino también son necesarios... ¡ya la chingamos!)Hice ver entonces a mi reverendo interlocutor lo anacrónico de ese “mandamiento”, que en los

actuales tiempos el Estado suple -o debe hacerlo- que antes era una caritativa y meritoria responsabilidad de la Iglesia, que yo al pagar los múltiples y diversos impuestos gubernamentales, no solo cumplía ampliamente lo que Roma -o sus sucursales- requería para su evangélica misión, sino que además de esas contribuciones hasta cierto punto justas y necesarias para el bien común, al mismo tiempo tenía que “aportar” a bienes no tan comunes como son los de la mayoría de los presupuestívoros funcionarios públicos de México, con alcabalas, “mordidas” y exenciones de toda índole.

Después de estas disquisiones y aclaraciones, y habiendo agotado todo mi caudal de argumentos y lamentos, el párroco -que con gran atención y mirándome fijamente- había seguido toda mi perorata -signos que me hicieron concebir alguna esperanza- dijo, abanicándose con las manos:

-¡Híjole, qué calor! Y nomás no quiere llover... Ahí en ese preciso instante, simpaticé profundamente con Juárez, con Garibaldi, con Marx, con Engels, con Mao, con Meo, con... la fregada, pues comprendí ¡ay de mí! que estaba perdido, ya que para aquellos dos justos sólo era yo un triste y aborrecible renegado.

Page 118: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

118

La política

Ningún pueblo, ningún lugar, ya no digamos de México, sino del mundo, puede escapar a esa terrible plaga que corroe, contagia y trastorna no sólo a las mentes, sino a los corazones de tanta gente, que disfrazando de patriotismo su ambición, ha hecho de la actividad pública en la ciudad (polis en griego, de ahí la palabra política) un sucio amasijo de traiciones, abyectas sumisiones (lambisconerías), sangre, semen y cuernos; el pedestal (para algunos cadalso) por el que todos quieren ascender para estar sobre los demás, es decir: tener el PODER. ¡El poder! He ahí la clave, la palabra mágica, el concepto que encierra todo.

Don Juande alguna vez dijo: “Compadre, en este mundo todo se mueve como jalao por una yunta de güeyes, uno es las nalgas y el otro el dinero”. Y esto de acuerdo, pero ambas fuerza son efectos, no causas. La causa, la motivación primaria (y última) es el poder, ya que teniendo éste se accede automáticamente a los otros dos. El Evangelio cristiano dice: “Buscad a Dios y su justicia, pues lo demás se os dará por añadidura”. En cambio el mensaje diabólico sería: “Buscad el poder, que todo lo demás llegará por sí solo”.

Claro que en la búsqueda está la enorme diferencia. El reclamo divino reside en el amor; en la caridad; en la equidad, todas manifestaciones del espíritu. El consejo maligno, por el contrario, sólo se basa en los satisfactores pedestremente materiales que alimentan la parte animal del ser humano. Y es que el ansía la sed, la compulsión por el poder, tienen raíces muy hondas, tan profundas que se pierden en los primeros balbuceos de sociedades gegrarias que pos imperativas razones de supervivencia daban al macho dominante el control absoluto de la manada, después tribu, a cambio de un doble compromiso: defenderla de sus depredadores y conservar la paz y la armonía entre los individuos que la componían.

Ahora bien, en el hacerse de ese poder tan gratificante está el quid del asunto. Entonces -y casi siempre- se vale todo: traiciones, intrigas, calumnias, golpes bajos... y crímenes execrables. Ahí ya no existe barrera moral alguna. Parricidios, fraticidios, homicidios yo todos los cidios, hasta llegar a chingar a la propia madre, son válidos. ¡Qué terrible! Sí, pero así es la vida. Eso no tiene remedio; aunque en el viciado origen del poder que alguien obtiene de esa manera está el germen de su desgracia. Esa semilla que crece y florece es la soberbia. El poder omnímodo al caer irremediablemente en ella -cual virus letal incubándose- acarrea la propia destrucción. Casi nadie sale indemne de esa infección. La soberbia ha cegado a lúcidos cerebros, que de adalides patrios han devenido en siniestros tiranos, y en nuestros pueblerinos escenarios, de apreciados y respetados líderes de la comunidad, han terminado en caciques atrabilarios y sinvergüenzas, tan odiados como odiosos.

Bien, pues todo ese proceso anteriormente señalado se dio en San José del Álamo, sí señor. Ahí don Refugio Rentería, a quien de luengo conocemos, era el que partía el queso del desgarriate revolucionario. Digo desgarriate, pues en eso acabó uno de los movimientos más justos y legítimos que se dieron en el mundo después de la Revolución Francesa (nótese que la escribo con mayúscula, pues mayúsculos fueron los cambios que propició en las sociedades terrenas). Los altos y bellos ideales de redimir al jodido y compartir la nacional riqueza -dije compartir, no repartir, ya que en el reparto la riqueza se disgrega, cosa que no sucede con el comparto, donde aquella queda para que de ella se sirvan con equidad todos- quedaron, como tantas otras cosas en nuestra patria, en buenos deseos y en tema para demagógicos discursos dizque electorales.

Cuando llegué a San José, don Refugio (como ya sabemos tío de mi comadre Fausta, consorte

Page 119: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

119

de don Juande) era el presidente municipal... ¡pos cuarta ocasión! Claro que, como él alegaba: “Todo es costacionalmente reuto, nada a la contra de sus deposiciones u leyes”. Y sí, así era. Cuando terminaba el período legal prescrito (en ese tiempo creo que era de dos años) don Refugio -cual moderno Cincinato- dejaba la res (cosa, para los ignorantes) pública, y volvía a las labores agropecuarias de su rancho Las Luciérnagas. Desde luego que esa res era abandonada muy relativamente, ya que el cargo era ocupado siempre -que casualidad- por alguno de sus empleados (casi iletrados peones) a los que naturalmente manejaba a su antojo y en beneficio exclusivo de sus muy personales intereses.

Yo, con cierta frecuencia (en un pueblo chico sobran frecuencias) conviví y conbebí con el ilustre personaje al que nos estamos refiriendo. Dentro de su amplia incultura y rusticidad, cabía una digna presencia a más de un físico respetable, casi un gigantón, todo lo cual respaldaba una autoridad que aunque no siempre de derecho, lo era de hecho, lo cuál en este mundo es lo que finalmente cuenta.

Mi compadre -con todo y el parentesco- no formaba parte, ni de lejos, de la corte lambisconaria que es la acompañante habitual del poderoso, aunque éste actúe en un nivel tan bajo como San José del Álamo y sus evidentes carencias. Así comentaba al respecto: “Yo me avengo a todo lo que diga y mande don Refu, mientras no atropelle mis derechos”.

-Muy bien, compadre, que usted los defienda, pues mientras la autoridad mande algo que sea de provecho para todos, tenemos que obedecer, aunque eso pueda eventualmente perjudicar nuestros intereses. La ley, si no es pareja, no es ley, pues un gobierno -el que sea- no puede hacer una para cada pelao, por muy tan sin embargo que sea.

De esa manera pensaba mi compadre -como tantos mexicanos- que sus derechos empezaban donde terminaban los de los otros y no al revés, lo que es precisamente la concordia. Nota: etimológicamente concordia quiere decir “corazones latiendo al unísono”.

Total, el pueblo de San José marchaba -como todos los de México- a tumbos y tropezones, pero marchaba rumbo a la... chingada, que es adonde los han llevado (con la excepción de Cárdenas) todos los gobiernos emanados de la robolución. Sí, porque en eso se convirtió el movimiento popular más limpio y auténtico del siglo veinte. Llegaron los alicenciados con su caudal (caudal viene de cola, conste) es decir “siempre traen cola que les pisen” -dijera mi compadre-. En aquel tiempo -los cuarenta y tantos-, reinaba en Zacatecas un cacique fatuo y vanidoso. Tenía delirio de grandeza. Se sentía un versallesco Luis XIV, aunque su esplendor no llegara a traspasar ni las nopaleras de Chalchihuites. A San José del Álamo sólo llegaban pálidos reflejos captados todos por el caciquillo local, que era mesmamente don Refugio Rentería.

Don Refu tenía en su haber como gobernante algunos logros (el reloc, media cuadra de empiedrao) “y munchos poryectos que no se han lograo porque no alcanzó el porsupuesto”.

Yo, en cierta ocasión (algún combebio) le pregunté acerca de su ideario revolucionario: de las diversas acciones del gobierno central, ¿con cuáles estaba de acuerdo, o bien, cuáles rechazaba?

-Pos mire, muchachito: (en ese tiempo todos los rancheros con poder querían imitar a Pancho Villa) al respetive de lo que me pregunta de la Revolución, sólo quero decirle esto: pa mí la Revolución es la revolución que hicimos los revolucionarios y no las demás que son puras chingaderas.

-Pero, ¿es que hay de otras? -alternaba yo desconcertado.-¡Un chingo, mi estimado, un chingo!, lo que pasa es que cada una tiene su jefe, y asina asegún

éste se parapete bien con el más meramente mandamás pos sus indiarios (como usté dice) u sus güevos (como digo yo) serán los que rifen, estén on tén.

-Sí, don Refugio pero concretamente, ¿de los principios o doctrinas que sustenta la Revolución mexicana, por ejemplo: el reparto agrario, los derechos de los trabajadores, la educación, la justicia

Page 120: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

120

social, es decir: escuelas, salud, vivienda digna, etc.? Para los jodidos (que son mayoría en México) ¿cuáles cree usted que sean buenos para el país y cuales perjudiciales?

Ante aquel acoso inquisitorio de mi parte, don Refu, tomando resuello, suspirando y tornando a tomar, pero ahora un sustantivo trago de una “Cuatimó bien espumosa, de las que haiga que suerverse los bigotes”, contestó muy calmado y seguro de sus afirmaciones:

-Güeno, asina decir perjodiciales, pos sólo los jodiciales de la Percuridería del Estao, que son unos cabrones atralibarios que ni a la autoridá respetan, y si no ahi está su compadre don Juande -que no me dejará mentir, pos iba conmigo- que en Fresnillo me querían quitar mi pistola, quesque porque no traiba licencia pa portearla, y entons yo les dije: (toda la alegata jue en las jueras del hotel Huerta, donde siempre nos huespediamos los de aquí) ¿pos saben qué?, pos que no sólo traigo una ¡sino dos! y son mis güevos ¡cabrones malenchores disfrazaos de autoridá! No, nomás biera visto la que armó; con decirle que tuve que hablar por teléjono a mi tocayo don Cuco Dévora (a él si no le deporta que le digan Cuco, güeno, cada quén su pienso y voluntá) quera deputao, y ya ahi murió el asunto.

-Sí, sí señor, de eso ¡ni hablar!, si usted que es de las bancas de adentro ha sufrido esas arbitrariedades, nomás imagínese a los que estamos afuera; pero aparte de esas cuestiones -que son malas- de las otras ¿que opina usted?

-Que sí opino.-Pero concretamente, ¿de qué?-De lo que haiga que opinar.-Tiene usted razón (don Refu volvió al asunto central más fácilmente que yo), así que del

reparto agrario y del ejido, ¿que me dice?-Mire muchachito: a mí se me hace que usté nomás me está echando piales pa ver si cuaja

alguno; pos déjeme decirle algo: el día en que los gobiernos más prencipales de nuestro México ya no queran u aprecien la tierra como lo más meramente pa conseguir todo lo demás, ese día, señor, ¡estamos jodidos!

-Pero ¿por qué?-Porque de la tierra vivemos. Todo lo que haiga en este mundo pa comer, pa vestir, y por último

pa beber, es de la tierra... entons, ¿que alegan?-No, sobre las bondades de la tierra nadie dice nada, yo a lo que me refiero es ¿a quién debe

pertenecer?-Pos es lo mesmo que con una mujer. ¿A quén debe pertenecer? ¡Pos al que la quera! Y el que

quera a una mujer debe precurarla, ayatiarla y encepillarla con cariño... y sobre todo jamás de los jamases abandonarla. Y eso jue mesmamente lo que hicieron con la tierra los haciendaos, la dejaron ahi con cualquera, y usté sabe bien que como dice el dicho: “en manos de cabrones, hasta las vírgenes se hacen putas”.

Y eso, desde luego, es muy cierto. Si alguien tenía el derecho de poseer la tierra, eran ellos, los rancheros tenaces y sufridos -casi heróicos- hombres que cumplen con ella el mismo voto sacramental del matrimonio: “En las buenas y en las malas; en la salud y en la enfermedad...”. De los otros graves problemas no tuve ya la oportunidad de conocer su pensamiento al respecto, cosa de lamentar, ya que la filosofía ranchera siempre tiene algo que enseñarnos.

Así las cosas, por ese tiempo se aproximaban las elecciones federales para renovar los poderes Ejecutivo y legislativo. La efervescencia política llegó a San José y sus contornos. Competían por la presidencia de la República un mulato agringado y solemne -haciéndole al cuento de la oposición- y un costeño -el candidato oficial- del que podía decirse que era:

Page 121: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

121

Querido por las mujeresapreciado por los hombrestemido por los cabronesadorado por las putas¡y bueno para un danzón!

Y yo agregaría que también para un millón. Naturalmente que estos candidatos no honraron con su visita a nuestra villa (los desplazamientos en aquel tiempo eran muy lentos), pero llegaron sus emisarios, propagando y promoviendo no las ideas de sus adalides -que pocas tenían-, sino las ambiciones pedestres de caciquillos lugareños. “Bueno, ¿y el voto popular?” preguntaba algún despistado o ingenuo (en ese caso yo) “que es lo que creo que se debe promover y ganar”. “Sí, dende luego que sí (me contestaban) el voto es lo más importante pa votar”.

-Pues eso es lo que cuenta en una elección -yo continuaba en mi ingenuidad.-Pos pende...-¿Cómo que depende?, no señor, el voto es la expresión individual de una voluntad libremente

emitida. No puede depender de nada ni de nadie.-Sí, sí, eso ta muy bien, pero si decimos que pende, es porque mesmamente pende de que el

señor gobernador diga quén es el que va a ganar.-Pero es que debe ganar aquel que tenga más votos -yo nomás no me rendía.-Pos dispénse muncho, pero otra vez pende...-¡Carajo! ¿Otra vez depende de qué? -me revolcaba yo en esa absurda dialéctica.-De que si el que saque más votos es e que nos dijo desde endenantes el señor gobernador;

entons pos no hay pedo y ahi queda todo enlegetimao. Ora que si es a la visconversa y el que ganó los votos jué el otro, pos entons hay que enlegetimar a güevo al señor gobernador.

-¿Y cómo pueden enlegitimar lo ilegítimo?, es como querer hacer de la noche el día..¡Ándele, ora sí le atinó!, porque asina mesmo le hacemos; en la noche del día de la eleición

metemos las boletas ya efectivadas que nos manda el señor gobernador pa habelitar a su candidato (sólo en caso de que vaya en redota, si no, no) y ya entons a la mañana siguiente, a pleno día (como usté dice) por resulta de que ganamos... y de calle, pa mas valimento. Re fácil, le digo. Mire usté, señor: las eleiciones son pa las plebes como darles de comer a los puercos: por más máiz que les eches siempre queren más, pero por un güen rato dejan de gruñir y se están silencios.

Esta era la democrática lógica con que se barajaban y para nuestra vergüenza aún se barajan las elecciones hasta hoy día en nuestra patria.

Pero bueno, el caso es que aquella campaña electoral “agarró muncho excremento” según señalaban los politiquillos locales involucrados en el proceso. Con una estridente camioneta de sonido -”la Ortofónica”, como pomposamente la llamaban en ese tiempo- llegaron cierta tarde ultrajando soezmente la beatífica calma provinciana de que gozaba San José del Álamo. Naturalmente que eran los del partido del gobierno, pues los otros (los opositores nunca pasaron de Nieves, ya que -curiosamente- siempre se les ponchaban las llantas “un poco más pallá de acá, ha de ser por el calor” decían muy serios los gobernistas).

La tal Ortofónica citaba a un “mitin revolucionario” en la “plaza principal” del pueblo, al anochecer. Yo, desde luego, eso no me lo iba a perder ni a chingadas, así que ahí estaba, firme, a la hora señalada. Hicieron su aparición entonces los esperados oradores: cuatro naguales empolvados y

Page 122: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

122

sudorozos que acompañaban al candidato a diputado por ese distrito. Trepados en un tapanco que era el mismo donde año con año coronaban a la reina de las fiestas, y rodeados por una resignada y aburrida multitud de rancheros a los que les habían prometido tarjetas de braceros por hacerles el sainete electoral, dieron inicio al mitin anunciado tan ruidosamente. El primero en tomar la palabra (luego de varias mentadas hechas en voz baja y que se oyeron en todo el pueblo, porque el sonido tenía juerte chillido) fue según se anunció “el presunto diputao Cresenciano Terrubiates, secretario del partido en Sombrerete, y endeviduo que lo ha excrementao muncho, pos ha hecho que dijuntos del pantión, de los que hay constancia de que en vida jueron hombres revolucionarios, puedan seguir porpagando y defendiendo la mera mata de la revolución después de estar bien muertos y por concuencia ya cadáveres”.

-Compañeros agraristas u de los otros -aquí luego luego empezó la discordia, pues los agraristas vieron con desdén a los otros, pero como éstos no eran de los otros como se podría entender, les reclamaron con enérgico tono: “¡si ustedes piensan que semos esos, ahí les encargamos estos!” decían al tiempo que señalaban con obsceno ademán el bajo vientre de su anatomía. Numerosos, aunque aislados conatos de bronca pronto se suscitaron, calmados desde el presidium: “Quietos, quietos... calmaos cabroncitos, que todos semos del mesmo pienso revolucionario”, continuó el tan tempranamente interrumpido orador: “Estamos aquí de cuerpo presentes pa apoyar con juertes palancas revolucionarias al compañero Terrubiates que soy yo mesmo. ¡Qué bonito! ¡Qué bello! ¡Qué hermoso! (¡Qué baboso!, gritó alguien) es ver como la Revolución traspasando la aición revolucionaria llega con juerza al campesinado revolucionario.

-¿Qué como, preguntarán algunos? Pos ahistá el Banco del Ejido, ustedes pidan refaición, pidan habelitación, pos por cada peso que les demos, nosotros nos quedamos con dos. ¿Qué por qué? Pos porque asina es esto de la Revolución. Además y pa que no haiga sospicia sobre el reuto manejo de los centavos, todo lo tenemos apuntao. “¿Ya apuntates la troquita picot que trais en el rancho?, irrumpió con gran voz alguien entre la masa, y en seguida un segundo reclamo igualmente estentóreo: “¿Ya apuntates también a la querida que mantienes en Fresnillo?” Nuevamente se revolvió el ambiente. Empujones, gritos de resabios, ecos tales como: “¡Ora sí que sí, ¿pos cómo no? Qué bien te la traibas escondidita...!” El orador entonces, queriendo cambiar el tema, consideró oportuno acudir y sacudir la fibra sensible que en la campirana gente siempre está a flor de piel, así que exultante de sentimiento continuó: “Compañeros, no es tiempo ahora de descurdias y antralibarias blefaciones. Queremos recordar con gran dolor y desvanecimiento de unanimidá coleitiva el sacrificio de ese gran hombre revolucionario que jue Catarino Melgoza, muerto aquí mesmo por la reaición. Por eso decimos todos al unísono: ¡San José, tus hijos lloran!” “¡Pero de hambre... jijo de la chingada!” Ahí terminó el fandango electorero; ya nadie pudo imponer orden y a la Ortofónica le poncharon las cuatro llantas y le volaron la de refacción.

Desde luego que la campaña prosiguió impertérrita ante la indiferencia y en ocasiones franco repudio de la población. En su última etapa se anunció con gran alarde propagandístico la celebración, en el cierre de la campaña, de otro gran mitin revolucionario anunciado en un “Manifiesto a la nación de San José del Álamo y poblados circunvecinos”, que así rezaba:

“Gran mitin revolucionario del Partido de la Revolución Mexicana, que se celebrará próximamente para apoyar a la H. Candidatura del H. Candidato a la Presidencia de la República y demás Haches candidatos a Senadores y Deputados que lo acompañan.

Se dignará presidir ese mitin el Heroico y H. Gobernador del Estado. (Nos ha prometido solenemente su H. asistencia). El susodicho acto se desarrollará de acuerdo al siguiente PROGRAMA:

Page 123: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

123

I.-Abiertura por la orquesta. Nota: La tambora de Román Samaniego es reaicionaria y por lo mismo no actuará en esta ocasiónII.-Desfile de reinas y charros. Nota: Las reinas irán a pie o en carretas (si se consiguen). Los charros deberán traer sus repetivas cabalgaduras pues un charro sin caballo es como un novio sin novia.III.-Bienvenida al H. señor Gobernador a cargo de los niños de la escuela Miguel Hidalgo. Nota: Todos deberán echarle los confetes y serpantinas conque se les ha habelitao para el efeito.IV.-Salida del H. Gobernador al balcón prencipal de la Presidencia para empezar el mitin. Nota: Todos los presentes en la Plaza deberán gritar muy estertóreamente gritos de almiración y repeuto. El que no grite, es que no gritó, y entons ¡ahi se lo haiga!”

Llegose el día señalado para aquel acto de masas y efectivamente, el gobernador hizo, de acuerdo al programa, su solemne entrada en la población, rodeado de hermosas damitas de la localidad. Mi compadre desde luego que no autorizó a sus hijas Lupita y Aurelia a participar en el evento, pues según manifestó a quienes fueron a invitarlas: “no, mis potrancas no son de esa manada, ellas tan hechas pa caballo garañón, no pa burros manaderos”.

El gobernador salió al viejo balcón de la presidencia y sujetando (no para detenerse, sino para detenerlo) el corroído barandal de hierro forjado, de esta manera se dirigió a la plebe que por siglos y siglos ha estado ahí, escuchando como una pendeja. Con suerte y audacia, les pide paciencia pues ya ¡pronto! ¡ora sí! se los va a llevar definitivamente la chingada:

-Compañeros: Vengo a esta ciudad (todos se voltearon a ver como diciendo ¿pos cual será, tú?) con el pecho henchido de orgullo al contemplar como la Revolución convirtió a un pueblo de parias en uno de hombres libres y revolucionarios. ¡Porque la Revolución, compañeros, ha sido, es y será una Revolución revolucionaria! -aquí el señor gobernador hizo un alto en su discurso, altamente táctico y eventualmente estratégico, imitando al payaso Mussolini. Después, lentamente, modulando el tono, prosiguió-: Sí, compañeros, la reacción siempre ha tratado de anular a la Revolución. ¿Saben ustedes por qué? Pues porque la reacción se reaccionaria y jamás podrá reaccionar en contra de nuestra revolución que es revolucionaria. Por eso mismo, los logros revolucionarios nunca claudicarán ante la reacción, por más que ésta siempre, ¡óiganlo bien, siempre!, trate de empañar los limpios postulados revolucionarios que son el marco de la grandeza patria hacia donde la Revolución nos encamina. Por eso cuando en nuestro incansable peregrinar por todos los rincones de nuestro querido estado somos testigo de las grandes carencias que, todavía -aunque gracias a la Revolución, no por mucho tiempo. Subsisten, no podemos más que gritar con nuestros pechos henchidos (¿otra vez? -aquí todos se volteaban a ver sus panzas, pues pechos solo tenían las mujeres): ¡Viva la Revolución! ¡Viva nuestro señor presidente que es nuestro guía revolucionario! ¡Viva Zacatecas, el estado más revolucionario de la Revolución!

Grandes y ruidosas manifestaciones de apoyo siguieron a esas singulares, originales y patrióticas palabras. Después, una vez calmado un tanto el fervor revolucionario que enardeció a las plebes, el maestro de ceremonias (un locutor de deportes habilitado de reportero político) anunció con engolada voz:

-Ahora tomará la palabra el señor Jota Refugio Rentería, presidente municipal de esta municipalidad -otra tanda de vítores y aplausos rubricaron esas palabras y las plebes, risueñas, se dispusieron a escuchar el mensaje de su mandatario local:

-¡Compañeros! ¡Compañeros!... este... este... güeno, por yo... ¡miadero al señor gobernador!

Page 124: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

124

Ante esa uninaria solidaridad el señor gobernador tragó camote y echándole unos ojos de obelisco -reseñó después un señor diputado- al ultrabreve orador, solo acertó un resignado comentario: “Ya no me respalde tanto don Refu, y vámonos metiendo del balcón antes que la Revolución... bueno, que diga... la barbacoa que me prepararon, se enfríe”.

La elección se efectuó el día señalado para ello. Todo en orden. No como antes que era un puro desorden. No, ahora los votos sí contaron (los que eran para el candidato oficial; los que no pues simplemente se descontaron). De esa manera la democracia, una vez más, se afianzó en nuestra patria. Los valores fundamentales también se afianzaron. Un México nuevo, entonces, quedó configurado para beneficio de las futuras generaciones... de hijos, nietos, bisnietos... y ahí seguimos, de logreros de un movimiento que sacudió los corazones y los güevos de lo mejor de aquel México que todavía “creiba en los Santos Reyes”.

Page 125: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

125

La feria

Donde quedará demostrado que una letra de más o de menos puede alterar peligrosamente un verbo y la paz social circundante:

Así: Volar no es violar.Capear no es capar.Jeder no es joder, ni reptar es raptar.

La semana alrededor del 19 de marzo, día de San José, era en el pueblo de festejos religiosos y profanos que en mutuo beneficio se retroalimentaban. La parroquia multiplicaba sus feligreses; la cantina, sus borrachos; el municipio, sus exiguos ingresos; las costureras, su trabajo -porque era cuando las muchachas estrenaban sus vestidos de oloroso y revoltoso percal-. Pero sobre todo la villa se llenaba de galanes fuereños (“puros briagos cabrones, pandencieros y malbebientes que luego luego se les trepan los guapores del vino”, dijo mi compadre), pero prospectos matrimoniales en aquel parco parque, coyundoso y por ende seminal.

Ese año debido a la excepcional abundancia de lluvias en la región (cayeron tres aguaceros en lugar de los dos acostumbrados) la feria prometía estar mejor que nunca. Grandes y jamás vistas atracciones se estaban preparando por el cometé convocado y formado por don Refu (al que me diga Cuco se la partó, ¡sí señor!) Rentería. Me hicieron el favor de invitarme -no obstante lo fuereño- como secretario de aitas. Tomé muy en serio mi nombramiento y el honor que se me hacía, y puntualmente asistí y desempeñé los encargos de mi cargo con gran diligencia.

Aquello fue en verdad inolvidable. Desde el mes de noviembre del año anterior, cuando los peligros del cabronazo de San Francisco y de las heladas prietas de octubre habían pasado, y la bonanza económica era ya una realidad, empezaron las juntas y en ellas las debativas proposiciones de sus dilectos y dialécticos miembros. Yo, aunque sólo anotaba, también notaba las bellas y torneadas pantorrilas de la señorita profesora (¡la maistra, cuál señorita! -dijo un pater familia de la escuela), que fungía como “secretaria enefeutiva”, título dado por don Refu, ya que yo solo lo era, como ya tengo dicho, de aitas, pues evidentemente que carecía de los atributos necesarios para ser enefeutivo.

Las primeras sesiones del flamante Cometé pro-Feria sólo sirvieron para que constataran sus conspicuos miembros (mi compadre entre ellos) lo adecuado del último nombramiento y que poco después me justificaría don Juande: “Compadre, no se nos ofenda ni bocabajelle; de plano le acertó don Refu: entre las piernas y las aitas, nos quedamos con las piernas”. Después entramos en materia: La señorita profesora en un breve pero sustancioso discurso, muy apropiado, señaló el objetivo de estas celebraciones: “Estamos en un proceso de revalorización de los valores que siempre han sido válidos en este pueblo... digo, ciudad; las fiestas son para festejar y los festejos para alegrar el alma de los festejados; qué alegría poder animar la tristeza; que tristeza no poder alegrar el alma de los sanjoseseños; ¡ánimo! ¡sursun cuerda! Yo, como mentora de sus hijos (¡ah jijos... que hijos!) debo aplicar toda mi energía, mi salud, mi dedicación a la tarea que don Refugio trae entre piernas... ¡ay perdón!... entre manos: la feria”.

Se elaboró desde luego un esbozo de programa sujeto por supuesto a correiciones según se

Page 126: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

126

fueran confirmando las participaciones de las diversas atracciones artísticas, folclóricas “u de lo que haiga, pa acabar pronto”, cortó don Refugio. Yo les sugerí que el proyecto de festejos se dividiera en tres partes: el puramente religioso (dada la fecha advocativa como motivo de las celebraciones) que estaría a cargo del señor cura, las Hijas de María y las Marías sin hijos, que estaban a toda hora disponibles para vestir la imagen de San José y deseando desvestir -y no en imagen- al primer valiente -o caliente- que se presentara. El popular meollo y cogollo de toda la celebración pues el gozo del espíritu siempre tiene que pasar antes por el tamíz de los carnales sentidos. Así pues en este punto se puso el mayor énfasis, y por lo tanto ahí se centró la discusión de los distintos pareceres. La tercera parte, la económica, realmente no mereció del Cometé mayor atención e importancia: “¿Los centavos...?” preguntó alguien. “Pos ya saldrán” “¿Y si no salen?” “Pos es que se quedan” “¿Onde?” “¡Pos donde siempre se han quedao!” “Ah güeno, ahi tán bien”.

Con eso y ya designadas las atribuciones y desempeños de cada quien, casi todo se concentró en la sección popular, pues como opinó don Carpóforo Menchaca: “Dejen que la raza disfrute, baile, beban se ataranteye y hasta gomite, pero todo en este mundo, pos pa gozar en el otro primero hay que petatiarse y entons ¿ya pa qué?, si ya no van a ver mujeres con sus nalgas relocientes y melendrosas, y sus chiches frondosas y reventonas bien augroliadas pa que no los escuincles ni sus papases le jierren al chupetón”.

Se solicitaron propuestas de los muchos y variados eventos elegibles. La señorita profesora desde luego sugirió un ballet folclórico de Zacatecas capital, formado por estudiantes y “algunas que no lo son tanto pero que igual se bornean” dijo. Se aprobó pero con una condición: “que bailen Los Barreteros”, y que si no se lo saben “que lo sepan”. Pero antes y ya por descontado se contaba con el “tamborazo” de Román Samaniego, se dispuso un convite “pa envitar a ir a todo el mundo, menos a los que no queran ir”.

En cuanto tuve la oportunidad (verdadera hazaña) de hacer uso de la palabra, propuse algo que juzgué podía ser de interés para el Cometé. Hacía poco que se había dado a conocer nacionalmente -aunque con muchos siglos de retraso- el espectáculo de los indios voladores de Papantla, Veracruz; una danza ritual y acrobática que yo, por mis antecedentes y contactos familiares (mi abuela materna, una gran dama, era de ahí y hablaba el totonaco) podía gestionar se presentaran en la ocasión de marras. Pronto y para mi sorpresa surgió una voz inconforme y hasta un tanto agresiva que enseguida fue secundada por otras del mismo talante: “¡No, eso sí que nomás no! Que nos dispense Nando (ora yo) pos aunque sean muy sus conocencias y allá en su tierra se usen esas inominias, cómo chingaos vamos a permetir que un bonche de matacuases, no le aunque que sean muy afamaos, vengan a perjodicar a las mujeres de este pueblo -pongan ustedes que ahi nomás quede en las que les abran careo y no les haga muncha juerza que las violeyen o trastupijen- pero y meter a los hombres en el brete de salir a defiender honras (“y también nalgas” gritó alguien) ajenas manque no sean propias de uno mesmo y solo conocencias...

Fuertes y nutridos aplausos rubricaron esas enérgicas palabras. Yo, de plano, aunque consciente de la semántica equivocación -origen de tan negativa reacción- me sentí francamente amoscado y confundido. Intenté desde luego una categórica y adecuada aclaración, pero don Refu “para no deponerme a más bochornos” -según confesó a mi compadre tiempo después- dio por cancelada esa proposición ya que “los pasajes pa tanta gente dende Veracruz a Zacatecas cuestan munchos centavos, y eso en tren, óra échenle por barco que es en lo que allá se manijan, pos ya ni les digo cuánto...”

Después de esa malhadada intervención, hice mutis permanente y absoluto. No quise ni siquiera intervenir en la confección y redacción del Programa oficial de festejos, tarea que estuvo a cargo de

Page 127: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

127

Benito el poeta y peluquero y de la señorita profesora y del que se hicieron varios borradores, en los que se notaba claramente la influencia del primero, aunque en el definitivo que por sus piernas (digo, sus influencias) aprobó el cometé, se corrigieron (“era una vergüenza ya”, dijo la profe) muchas expresiones “que no venían al caso” -razonó ella- y se enmendaron varios y graves errores de ortografía, diéresis, sintaxis, prosodia y extrapolarineas” -agregó contundentemente la mentora-. Benito inmediatamente replicó controversialmente: “Güeno, yo colijo lo que algunas cosas del manifiesto pa manifestar las fiestas del pueblo pueden ser muy faltosas en muchas cosas; que pueden ser harto gráficas; sin taisis (pa que carajos los queremos si todo queda rete cercas) prosólida (sabe que será eso) y hasta estraeuterina (¡me cai que cómo sabe esta endevidua...!)”.

De ambos esquemas: el propuesto por Benito y el que al fin se publicó, guardo todavía unos amarillentos y maltrechos ejemplares. Así rezaba el primero:

“Grandes y rumbosas fiestas que en honor del Señor San José se celebrarán en San José del Álamo, Zacatecas, del 17 (u 18) -asegún amanezca el viento chivero- al 20 -como amanezca- de marzo de 1945, conforme al siguiente PROGRAMA.

Dia 17 (u 18)A las cinco de la mañana. Arranque del fiestejo a cargo de todos los que ya estén despiertos; los que no, de todas maneras tendrán que alevantarse por el ruiderazo.

A las siete, ya con todos alevantaos, la tambora del maistro Samaniego recorrerá la ciudá pa fin de juntar más gente y llevarle las Mañanitas al Señor San José de la parroquia.

A las 12 del medio día el Sr. Presidente del H. Heróico Ayuntamiento izará nuestra gloreosa bandera nacional y mexicana con todos sus honores (como a la banda de guerra de la polecía le faltan los tambores, será pura corneta). Se le alvierte a los muchachos maloras no se les ocurra (como luego se les corre) el espremir limones frente a la banda porque como es de puro viento al rato ya no soplan. Se suplica a todos los que train gorra que saluden marcialmente; a los sombrerudos que se los quiten y a los que no lo traigan, que no se lo quiten.

A las seis de la tarde (u sea, ya pardiando): bonita serenata en el Jardín Prencipal. Se recuerda a las muchachas dar la vuelta pa su derecha (lao de peinarse) y a los muchachos pa su izquierda (lao del corazón), pa que no haiga encuentramientos sospicaces y cofusiosos.

Día 19 ¡mero día!A las seis de la mañana. Repique general de campanas (se solicitan voluntarios pa darles vuelo; se les dará una infusión de yerbanís y sotol; a más de un boleto pal baile de gala en el portal de la Presidencia). Este año desfortinadamente no contaremos con la valiosa ayuda de Tacho el loco, quien como todos sabemos murió heroicamente en el cumplimiento de su deber.

A las 11 (mesma mañana): Solene misa mayor de tres padres (bueno, como no se ajustan, dos serán monaguillos habelitados). Habrá coros celestiales y de los otros. Se quemará incienzio de a deveras, no cera de cadelilla con copal como a veces se hace. El sermón del padre Chano, si el tiempo lo permite y también don Trino Caldera no intorrumpe, sólo durará tres horas, ya que año pasao se pasó un poco de bastante y en el inter (por no poder salirse pa juera) nacieron dos niños con sus mamases y se murió de un juerte soponcio (la alcanzó la cera) doña Gertrudis (Tulita) la chamusquera (descanse en paz. Amén.)

Terminará la función religiosa con la bendición papal y la bendición de los animales (aprovechando que van a ber muchos fuereños que luego queren bendecir sus bestias).

Page 128: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

128

4 u 5 (pende...) de la tarde.Gran corrida de toros y de toreros en el lienzo de piedra. La entrada será gratis ya una vez pagao

el boleto: 40 centavos derrondel; 1.00 (un peso) sombra; 2.00 (dos pesos) sol; entrada general: pos pende de don Isaías Canchola ques el dueño de los mezquites del lao de pa juera de la plaza. (Se les alvierte a los aficionaos no treparse muy alto pa rriba de las ramas pos acontecen estar vidriosas y luego pueden dar pa bajo con fatales concuencias. La empresa salva su responsabelidá).

Se lidiaron a muerte (ora sí) cuatro impotentes toros cuatro y cuatro matadores cuatro, todos con sus respectivas cuadrillas (bueno, los toros no). Nota: una vez muerto el primer toro se matará el segundo y asina sucesivamente hasta acabárselos.

7 P.M. (no quere decir pasao mañana pa que no se nortien. Quiere decir pos morten de los toros).

Bonita kermese en el patio de la escuela, cedido (con tal de que lo barran después) por la señorita profesora. Habrá dulces, golosinas, alfajores y toda clase de porquerías. Eso sí, todo pagao. También serpantinas, confete, espantasuegras y cascarones con perjumes de olor. (Se solicitan güevos enteros -pero vacíos- pa don Melchor Canseco que es el que los rellena).

Nota: Se suplica encarnecidamente a las mamases que a la salida cuenten bien a sus niños porque al año pasao se quedaron cuatro que naiden vino a reclamar.

10 ya bien de noche pero habrá muy buen alumbramiento:Gran baile de gran gala en los bajos de la Presedencia. Amenazará la mañéfica y estruendosa

orquesta internacionalmente afamada (ha tocao hasta en Tulancingo, Guerrero) de Roberto Borda y su conjunto. Nota: nos porpusieron a los de Valle de Santiago, Guanajuato, pero como taban más caros preferimos a los de Zacatecas, pos siempre como que hay que ser patriotas.

Otra nota: El gran baile de gran gala se acabará cuando se acabe el porsupuesto del H. Heróico Cometé. El señor Borda nos ha comunicao que por ningún motivo tocará una hora más (sólo si le pagan).

Mas notas: también se les alvierte a los borrachos u ébreos escandalosos, mal hablaos y pendencieros, que si cain al bote, al día siguiente a más de la multa correitiva tendrán que barrer y limpiar de mundicias todo el jardín y artereas prencipales de la ciudá.

San José del Álamo, Zac., marzo de 1945.El Cometé”.

Este fue el “borrador macanografiao” que desechó desde luego (y con algo de ira) la señorita profesora, al tiempo que exhibió (igual que otras cosas) su programa, serio, enjundioso, digno y no sólo babosadas y sandeces propias más para anunciar una mojiganga (así dijo) que “un evento de tanta trascendencia”.

Como siempre sucede en este mundo, se impuso la seriedad, la cordura, la formalidad, la solemnidad... la pesadez... en dos palabras: ¡la estupidez! Por lo tanto el programa que respetaba todos los cánones religiosos, políticos, sociales y hasta gramaticales fue el que se dio a la publicidad y pregonó en San José y sus alrededores.

Se celebraron pues los esperados festejos sin más novedad que el padre Chano se cayó del púlpito en uno de sus demostianos y arrebatados sermones (“solo se enchuecó un poco la colurna, pero pueque ni se le note pos ya de por si la traiba medio pandiada”, informó Ponciano el sacristán). La reina de la feria desapareció después del baile con todo y su chambelaín (pero vieran que honrada la muchacha, van a crer que dejó el vestido de charmes, la capa de ciertopelo, la corona, el cetro y hasta el refajo de popelina colgaos de las ramas de un sauz en el río, porque como todo se lo bía comprao el

Page 129: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

129

cometé pos pa que no mal hablaran de ella -dijo una conspicua dama). Del chambelaín solo encontraron un calcetín, y en la arena de la orilla “juellas como de tiramientos, estiramientos y revolcamientos” declaró un acucioso investigador de la polecía. En los toros, tal y como se había prudentemente advertido, se rompió la rama de un mezquite y se rompieron la crisma tres espectadores, “solo uno de ellos quedó medio aigreao del sentido, pero ya desde endenantes no lo traiba muy asentao”, declaró un testigo. En la kermese -como de costumbre- se perdieron tres niños que berrearon dos horas como condenados, mientras las mamases al llegar a casa hacían cuentas y éstas no les salían.

Por último a Fortino Fuentes, vaquero de San Antonio, le tronó en las corvas un cuete de arranque del Joy joy joy, le chamuscó todo el funditraque, pero fuera de esos nimios incidentes las fiestas de ese año feliz 45 tuvieron un esplendor “nunca de los jamases visto”, dijera mi compadre.

Page 130: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

130

El reloj

Episodio en donde se bordará alrededor de las instalaciones del gran reloj público que se colocó en la torre de la parroquia a iniciativa de don Refugio Rentería, a la sazón (y a la sinrazón) alcalde en esos tiempos; y como éste, hasta cierto punto, nimio hecho, cambió, perturbó y enturbió las cotidianas actividades de San José del Álamo y las rutinarias e inveteradas costumbres de sus habitantes, ya que hasta entonces todas ellas sólo se guiaban y regían por los dos antiguos, ameritados y milenarios horarios naturales: el fisiológico, si no exacto, sí perentorio e impostergable: si tienes hambre es hora de comer; si tienes sueño es hora de dormir; si tienes gana de... bueno... de todo lo demás, pos es cuestión de arrimarse al jogón, y el atronómico: levantarse con el sol, acostarse con el mismo, y andar hecho un pendejo todo el día.

Estaba cierta tarde don Refugio Rentería, aquel tío de mi comadre Fausta, tan recordado -sobre todo su mamá- por los torerillos de Fresnillo, y que como siempre era, en inveterada y democrática costumbre, presidente municipal; aunque él siempre se tratara -aunque inútilmente- de eludir, según decía, “esa tremenda responsabelidá”.

-El otro día (de eso hacía 22 años) me vino a ver desde Zacatecas un alicenciao quera quesque de la deputación -asina dijo, yo no les pongo nombres- pa decirme que el gobernador con todos los partidarios del Partido (que dizque eran un chingo y la mitá de otro) ya bian trasculcao el pueblo y que éste bia dicho que yo era el más meramente evacuao por mis limpios y nestos antecedentes (y ante indecentes también) pa ser su presidente. No pos sí, sí dije que sí; y dende entons estoy aquí, pa servirse del pueblo que tan jodido está.

Decíamos, antes de relatar su ultráfono soliloquio, que don Refugio estaba en su ameno combebio enjundioso y tragativo, en la cantina del güero Sabás, cuando el trío que amenizaba aquella recreativa reunión -en la cual yo me encontraba- empezó a cantar aquellos postreros versos del anónimo e inolvidable corrido de Benjamín Argumedo:

Adiós reloj de Durangotus horas me atormentaban,pues clarito me decíanlas horas que me quedaban...

-¿Saben qué? -gritó de pronto don Refugio. Todo mundo hizo silencio; hasta los cancioneros-. Pos que en este pueblo orita que me acuerdo -y eso por la cantada- hace falta un reloc.

-¡Ah chingao!, pos pueque sí, ¿pero pa qué? -dijo mi compadre que ahí estaba en el corrillo.-¿Cómo de que pa qué? Pos pa que todo el mundo sepa qué horas son.-¿Son pa qué? -terció el güero Sabás de atrás de la barra-. Pa que las beatas vayan a misa ahi tán

las campanas de la iglesia; pa que los hombres asistan a sus trabajos ahistán sus viejas que los alevantan, malmodean y arrempujan pa juera de la casa y cierran la puerta; y pa que quebre el día -ques lo meramente prencipal- pos ahi ta el joy joy joy con su cuete de arranque. ¿Entons...?

-Güeno... pero güero, y ahi ya me estás dando la razón, Güero, pos el Joy joy joy ¿cómo sabe a que horas debe de echar su cuete?; porque ahi nomás al tanteyo yo tanteyo que no es muy esauto. El otro día tronó el tronido cuando apenas las mujeres les estaban llevando de almorzar a sus hombres... y

Page 131: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

131

acuérdate ¡diantre de Sabás! Qué descuajaringue se armó en el pueblo... hasta tú la llevates.-No, sí, y me acuerdo, ¿cómo de que no?, si me pusites una multa que como dijo Nando (ora yo)

aquí de cuerpo presente y que no me deja mentir, era “atrabilaria, injusta, ensesiva y antecostacional”, y eso de que el Joy joy joy sale al puro tanteyo, no es cierto, yo tengo mi molleja -vean- que me herenció mi señor padre y a él se lo bia herenciao el suyo (u sea mi agüelo) y quera de un gabacho del fierrocarril que se lo dejó empeñao pa pagar una briaga.

-Ah, Güero -surgió una voz anónima...- a mí se me hace que se lo avanzates a algún borrachento que se quedó dormido.

-¿Ah, sí? ¿Eso cresn?, pos te voy, güeno, les voy a enseñar a todos (pa que no haiga ablandurías) el papel que dejó como costancia el gabacho ese que más ya nunca volvió.

Sabás, después de hurgar en un mugriento cajón que ni siquiera podían abrir -”es que este canijo cajón cuando lo abro no lo puedo cerrar y cuando lo cierro no lo puedo abrir”- por fin sacó un viejo papel estrujado y gotoso, y haciendo una ostencible deferencia me lo dio a leer:

“I... no... Yo, John Cramble, british subjeto... en completo usado de mis facultades menstruales, dego empanado este relocs con el senior... senior... well, what ever be his name, de la tabern... well, that is all. My nombre:

John Cramble.Note. Am drink, but not estupido, that... ese relocs Omiga worth muncha more de lo que

tragadou de soronchis para mí”.-Güeno, Güero, pero al fin de cuentas pagates la multa ¿u no?-¿Y qué tal si no la biera pagao?-Mira, Sabás, no me pongas contra la pader; si te cierro la cantina, los hombres (la mitá del

pueblo) se me volteyan; acuérdate cuando el gobierno -en la cristiada- cerró las iglesias, pos todas las mujeres (que son la otra mitá), manipuleadas por don Clero, armaron una matazón que parecía mortandá.

-Güeno -terció mi compadre-, pero esas ya son otras historias en que los asegunes son asegún los piensos de cada quén, pero atocante a la porpuesta de aquí de don Refugio, u sea la del reloc, yo creo que sí, es reuta y correuta, porque si no es de utelidá, cuando menos sirve para algo; ya asina estaremos igual que otras suidades más ufanadas y ajuariadas.

Total que todos los bebensales no sólo estuvieron de acuerdo, sino que les pareció -y así lo externaron- que era una magnífica idea. Mi compadre muy “secretoso” me comentó al oído: “Sí, claro que sí, que gaste los centavos del munecipio en algo de utelidá, aunque no sirva, pero que se vea, pos hasta ora lo único que hemos devisao es que a su rancho de Las Luciérnagas ya le hizo hasta camino de tierraplán pa poder llegar en la troca que compró quesque pa la basura; y otras munchas necedades del pueblo y que solo trai pa sus propias necedades de cura, el mesmo”.

Total. Don Refugio -hombre tenaz- realizó su propósito. Al poco tiempo la redonda y enorme carátula de un reloj apareció empotrada y prepotente en la torre de la parroquia. Cuando el técnico de la casa proveedora terminó su trabajo y las primeras campanadas del adjunto carrillón sonaron a los cuatro vientos, hubo gran regocijo pueblerino. “¡Ya chingamos! ¡Viva México! ¡Viva la virgen de Guadalupe! ¡Viva don Refugio Rentería que nos trujo tan esplendoroso aparato!”; eran las triunfales exclamaciones de sus habitantes que se fueron a dormir sin cenar, pero es sí, viendo y sobre todo oyendo deleitosos las musicales horas con que el padre Cronos saludaba a sus nuevos esclavos.

Porque en eso -sin imaginarlo- se habían convertido los alameños. De ahí en adelante un nuevo tirano regiría sus vidas con dos tristes brazos de hojalata. El primer aviso de esa yugular sujeción a la

Page 132: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

132

que quedaban desde entonces uncidos los lugareños, fue -naturalmente- de índole eclesial; antes, la última misa para cumplir con el dominical precepto era a las diez de la mañana y se convocaba a la feligresía con un criterio tan variable como subjetivo; si, por ejemplo: en el pueblo se había dado algún motivo para juerga que ocasionara una cruda y desvelada colectiva como podrían ser: ferias titulares, casamientos, bautizos, quinceaños, veinticinco años, cincuenta años, enterramientos, y... ¡grandes festejos por las herencias de los enterrados!, el cura, en indulgente comprensión hacia la humana y frágil naturaleza decía: “que se repongan tantito para que no se duerman o vomiten (como ya me ha sucedido durante el Santo Oficio)”. En realidad, para que la taquilla en charola quedara más o menos asegurada, postergaba la celebración hasta límites canónicamente permitidos.

El siguiente aviso tuvo repercusiones francamente desquiciantes o por lo menos trastornatorias del diario ir y venir, noctar y pernoctar, cumplir y faltar, trabajar, huevonear, reír, jugar, ya que todo en la vida, de ahí en adelante habría de ser cuestión de horario:

-¿A qué hora llegates? ¡vaquetón!-Pos bien temprano...-¡Nues cierto! ¡Ahistá la falsedá, pos acababan de dar las tres en el reloc cuando oyí que

entrates!-¡No -contestaba el acusado-, los que sonaron jueron los tres cuartos pa las once, pero tú, bien

dormidota -como siempre- te confundites.-¡No, no me confundillo; las horas son netas y gallosas y los cuartos y meidas, ora sí que nomás

casi sosurran!Esa era una de las alteraciones del hacer y quehacer cotidianos en San José que empezaron a

causar una clara antipatía y variadas cuanto negativas expresiones, tales como: “¡me cago en ese pichi reloc, nomás sirve pa prevocar descordias en las familias...!” O bien esta otra de una enamorada y casta damisela: “¡Híjole carnala!, ¡la muina que hice anoche!, pos cuando estaba más entrada con Melesio ahí atrás del portón, que suena ese maldito reloc y mi mamá que empieza: “¡Ya métete, Matiana...! ¡Matiana, ¿no me oyites...? ¿ya oyites el reloc? Antes tan a gusto que nadie intorrumpía nuestro indilio y nos sobábamos y estrujábanos hasta que nos redetíanos...”

Por último, lo que colmó el vaso del aborrecimiento hacia aquél inútil y hasta nocivo instrumento, fue cuando Ponciano, el sacristán y encargado de dar cuerda al mismo, agarró una papalina (“es que fue día de su santo”; exculpábalo el cura) y el denostado ingenio mostró una paradójica debilidad: dependía del hombre para poder joderlo. Ante tales evidencias mi compadre opinó: “Entons íntico a las estucias y modos de las mujeres.”

Claro que en aquel lugar y entre aquella bronca gente, una persistente y comunitaria agresión de esa naturaleza no podía permanecer ignorada, así que un buen día, o más bien, una mala noche, unos ebreos escandalosos (según rezó el parte de la policía) que iban en una picot, bragadita ella, de color colorado, con las verijas -u salpicaredas- como de amarillo chorriao, tomaron de tiro al blanco el satanizado reloj. Gracias a lo ébreos que andaban sólo le atinaron a uno, con el cual le tumbaron la manecilla chica, la del horario.

Esa justiciera acción cortó de tajo y acabó ipso facto no sólo con la animadversión general hacia el mecánico intruso, sino con todo el desmadre alterativo y confundioso que había socavado la beatífica pacem in terris alamensis (de acuerdo con la docta sentencia de Ramoncito); es decir, traducido al cristiano: “le pusieron en la madre al desmadre”. Sin embargo, las reacciones que suscitó este violento incidente fueron de diferentes y más que eso, de opuestos signos: condenatorios y aprobatorios; influyendo en ambos las opiniones -como siempre- de los calificados mentideros del pueblo y de

Page 133: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

133

algunos de sus más prominentes contertulios. Los de mi compadre fueron expresamente laudatorios: “Qué güeno que le pusieron su chingazo, pos los relocs son pa los güevones, los trenes y los moribundos, que se la pasan a pregunte y pregunte: ¿aquioras son? ¿aquioras son?; u también pa esas muchachas ya muy entradas en calor de afeuto con el novio: ¿Aquioras nos casamos, que ya se me ve? Pos temprano, a las seis. No, no te hagas, ¿aquioras de cuándo, no aquioras del reloc?” Otros, absolutamente reprobatorios, como los que se originaban en la botica de don Elías, eran inexorables: “¡Barbarie! ¡Vergüenza! ¿En qué país vivimos? Verdaderamente ya no se puede... ¿qué dirán...? ¿qué dirán...?” “¿Quienes?” “Pos los que digan... pos ora éste”. El preguntón asentía convencido de haber metido la pata al hacer una observación tan inoportuna y obvia, pero no sin ciertas reservas: “Güeno, pero los que no digan ¿qué dirán?”

Así de este jais resultaban las argumentaciones de los contendientes pro-reloc y anti-reloc. Total, pasaba el tiempo y su mutilado medidor no se reparaba; los partidarios de su actual status quo sufrieron una amarga derrota: con la solitaria manecilla minutera el pueblo se puso “una desorientada del judas”, opinó la tertulia clerical y conservadora, “una nortiada de la chingada”, expresó en rara coincidencia la tabernaria y liberal. El dilema se ahondaba precisamente por los efectos desastrozos que conllevaba:

-¿Aquiora llegates?-Pos a las diez.-¿Pero si apenas hace un ratito era la una?-¿La una pa qué?-Pos no, sin pa qué, ¡era la una!, pero como me entretuve en el corral “haciendo de las aguas”,

me ganó ese canijo reloc que corre rete aprisa y cuando entré ya erán las tres.O bien, Ponciano el sacristán llamando a las ocho a misa de once, ya a las cuatro a misa de

ocho. “¿Dónde se ha visto tamaña jerejía?”, protestaban los cumplidos feligreses. “¡Misa a las cuatro, cuando a esas horas hasta las bestias sesteyan!”

Debido a todos estos hechos las diferentes y hasta antagónicas posiciones relojeriles llegaron a un compromiso: “Quiten esa pinche manecilla que quedó y desconeuten esas alevosas campanas y verán como todo San José resocita como antes: casas en donde se coge, se pare, se crece, se sufre, raras veces se goza y siempre, siempre se muere; todo a su natural tiempo, sin necesidad de agigolones, carreriadas, angustias...” Y como dijo (saldando la cuestión) mi compadre: “Ya déjenlo asina, pelón; pa que queremos ser tan esautos, si en esta vida la única esauta es la muerte; y eso no lo podemos remedear manque atrase uno los relocs, pos siempre llega esautamente a la mera hora. ¿Muncha priesa...? ¿pa qué? Yo una vez muerto, soy cabrón si me meneo”. O como pontificó en alguna fúnebre ocasión Ramoncito: “Mortus est qoud non resollat, nenque paraleantem potest”, que en buen romance quiere decir: “Muerto está quien no resuella y no puede patalear”.

Por fin un día don Refu hubo de reconocer -quieras o no- que “el máximo logro de su almenistración” había fracasado lamentablemente. Con gran pesar de su parte hubo de ordenar a unos “empliados munecipales” que trajo de su rancho Las Luciérnagas, donde trabajaban como peones -naturalmente a costa del H. Ayuntamiento-. “Nomás pa las pizcas, pero hasta ahi” -aclaraba- (lo que no aclaraba es que las “pizcas” duraban ya dieciocho años); pero bueno, el caso es que los “piones-empliados” municipales y luciernagosos, con dos escaleras precariamente empalmadas (“pa llegarle al reloc es mejor treparse que descuelgarse”, explicaban muy profesionalmente los ejecutores de la operación), quitaron esa méndiga manecilla.

Desde luego que el ajetreo del “comando operativo” llamó la pública atención de la villa, así

Page 134: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

134

que al poco rato una multitud de curiosos (la misma que para todo) se reunió en el atrio; entonces cuando los hombres-mosca-peones-empleados municipales alcanzaron la carátula del enemigo y con gran alarde desprendieron sin miramiento alguno la escuálida e indefensa manecilla de hojalata y la arrojaron despectivamente “a la plebe”, ésta, enardecida, prorrumpió eufórica: “¡Ya chingamos!” “¡Viva México!” “¡Viva la virgen de Guadalupe!” “¡Y que muera don Refugio Rentería que nos quizo joder con su móndrigo aparato...!”

Enfrente, en el chaparro portal, carias conspicuas personas observaban la caída y defenestración del tirano:

-¡En la madre! -dijo mi compadre.-¡Que güeno!, asina no te me despiertas en la madrigada con ganas de entrarle al jaripeo... -dijo

mi comadre.-Rudo golpe a la farmacopea terapéutica -expresó don Elías, el boticario-, ahora como sabrán

cuando ponerse las cucharadas y tragarse los supositorios... bueno, digo, perdón, al revés, al revés.-¡Pueblo cabrón, malagradecido y ransionario... si he sabido, con ese dinero mejor me biera

comprao un trautor pa Las Luciérnagas!-¡Pos entons yo sigo siendo el mero mero! -regurgitó el Joy joy joy con sonrisa vindicativa.-¡Señor... ten piedad de nosotros! ¡Cristo... óyenos! -musitaba compungido el cura.-¡Sic transit gloria mundi! -remató, a medios chiles Ramoncito.Yo, neutral observador de todo aquel sainete, sólo pensé, dentro de la jesuítica formación de mi

intelecto: ¡Créete, Chencha!

Page 135: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

135

De lo fúnebre y sus pompas

Donde conoceremos algunos aspectos inéditos y procedimientos sui generis empleados en el tan tenebroso cuanto necesario (y asaz misericordioso) oficio de enterrador. Recordando aquella sabia sentencia de don Chago, el sepulturero: “Si naiden juera de nuestro uficio, ¡que jediondera, señor, que jediondera!”

Abundio Martínez, fundador y propietario (siempre mencionaba ambas condiciones come; si el entierramiento era de los económicos, pos iba el tabique pelón, si de más carquis, pos se engüelven en papel tarray y si es de a tiro curro, pos se forran del mesmo raso enchinao conque se se trapizan los ataudeses. Ese era mi encargo...

-¿Y luego, don Abundio -yo le daba carrete-, cómo fue que vino a dar a San José?-Pos es que en primeras, porque yo soy de por acá. Aquí nacido y criao. De modo que cuando

hube juntao unos centavillos, me dije: “güeno Abundio, ¿qué ganas con manijar muertos ajenos? ¿qué en tu pueblo no desfallecen? ¿u qué? Y asina jue como, pa no quedar mal con mis paisanos, vine a sacarles la tarea de sepultarles con dinidá sus dijuntos.

-¿Y cómo le ha ido, don Abundio? Supongo que bien, ya que se nota que ha prosperado en su empresa.

-Sí, pa que me quejo. Bendito sea mi padre Dios que dijuntitos no me faltaban. Claro que como todo negocio tiene sus temporadas.

-¡Ah caray! ¿Cómo está eso? -inquiría yo intrigado-, puede haber alguna epidemia, catástrofe natural, guerra, etc., pero todas serán, en dado caso, causas ocasionales de mortandad, pero pasajeras; sólo que de eso a que haya una temporada anual y regular de decesos, ya cambia, mi estimado don Abundio.

-Pues sí, señor, aunque usté no lo crea. Asina es eso de los dijuntos. Porque mire si no: dejando a un lao los meses de aguasnieves y tomperaturas de friyasos como son los de fin de año y arranque del que sigue, en que desfallecen los de la viejancia antigua, pero como son pocos, no hacen temporada, de modo que no cuentan; ahora, que al respetive de lo que decíamos de que hay tiempos más abundosos que otros, ni modo de negarlo; ahi tenemos, por evento, a marzo: mes muy competente y cumplidor pa nosotros; y también agosto, que nunca nos ha defraudao...

-Pero, ¿por qué, don Abundio?, ¿que tienen de malos y riesgosos para la vida esos meses?-Bueno marzo... pos marzo ya lo dice el dicho: enero y febrero el desviejadero.-Sí, pero estamos con marzo -aclaraba yo.-Pos que marzo también es cabrón -declaraba terminantemente.-¡Caray! Pues no entiendo -volvía yo a la carga- usted acaba de decirme que la desesperación de

ancianos no hace bonanza para su negocio, así fue...-Pos es que se juntan munchos faitores: el desviejadero (no munchos, pero algo es algo), las

fiestas de San José, nuestro santo patrón, que entre pleitos, riñas, reyertas y borrachazos, también nos alivianan otro poco y por último el redamadero de bilis de las mamases, pos a sus niñas -con eso de la primavera- les entran las ansias y se juyen juidas con el novio u quedan intautamente embrazadas de cría.

-Bueno, bueno -asentía yo, comprensivo, aunque dudoso ante esas razones tan jaladas de los

Page 136: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

136

pelos-, pero agosto ¿por qué?-Ahí sí que es por pura tapazón de tunas que dan por dar en el cólico miserere del apendis (asina

dicen los doitores) y por los mezquites verdes que al revés voltiao de con las tunas, sueltan del entestino casi, casi, como chorrera en tiempos de aguas; caso es que hasta pasao septiembre (que tampoco es malo, no) podemos descansar un poco. Es ya en octubre cuando la huesuda y nosotros nos vamos de vagaciones.

-Oiga usted -indagaba intrigado- ¿por qué en octubre? ¿Qué tiene ese mes para detener a la muerte?

-¡Pos de plano no sé! Aunque me figuro ques como dijo el doitor Martos, pura cuestión piscológica, En octubre ya se dio (y si no se dio es que ya se chingó, y entóns ya pa que nos priocupamos) la cosecha. En octubre, también, todas las mujeres que buscando el calor pa los friyasos de enero se arriman al jogón de su hombre, paren. Asina y de modo que todo es felecidá... caso es que nomás naiden se petatea.

-Pues sí -comentaba yo- puede ser... puede ser..., si lo dijo el doctor Martos, puede ser...-Además -continuaba mi interlocutor- de octubre pa lante podemos hacer los entierramientos

más lucidores casi como los de antes.-Ah, caray... ¿y cómo eran esos?-En primeras, destapaos. A la gente de por aquí siempre bía gustado llevar a sus dijuntitos al

aigre libre hasta el camposanto. Ya ahí le ponían su tapa; ¿pa qué si ya no lleve? Aunque fíjese usté que esas costumbres tienen sus desvientajas. Una vez, me acuerdo, taba recién llegao por aquí, nos solecitaron un servicio pa un señor que bía sido muy recio y malifluo con su señora, pos la traiba a maltrair, aparte de vilipandiarla todo el tiempo: entons, ya pues, acomodamos al cajón (con todo y dijunto, mesmamente) en las andas, pero destapao. Pa llegar al pantión hay que pasar por un mezquital muy umbroso y tupido; pos no va a crer, usté... de plano no me lo va a crer, ¡pero asina jue!, deso hay por ahi un chingo de testigos que vieron lo que vieron...

-¿Y que vieron? -pregunté ansioso.-Pos que al pasar por las ramas más abajosas de un mezquite, el dijunto (o eso que tráibanos

cargando) se agarró agarradamente de una de ellas y zafándose de la caja se quedó colgao y columpiándose en el aigre. No, pos biera visto, señor, que desparpajadero, corredero y griterío que se armó. Fue un circo de la chingada (con el perdón de usté). Pero lo enefetivo jue que el pelao no estaba muerto, sólo desmayatao y con una desmayatación muy prefunda, porque cuando yo lo vide de prencipio, ni se bullía, ni resollaban taba netamente petatiao.

-Es que ha de haber sido un ataque de catalepsia -pedante y suficientemente diagnosticaba yo.-No, no señor. Este endevido (ora el dijunto) sí era muy atralibario y guantonudo (sobre todo

con su señora) pero, eso sí, en su sano juicio era muy católico y crioque ni jumaba... Asina que como dice usté, que enyerbao, pos no.

No quise dar más explicaciones acerca de las causas de la aparente muerte y resurrección de aquel parroquiano, pero sí, indagar en qué acabó aquel sainete:

-¿Y después, don Abundio? Porque muy pocos hombres pueden contar una aventura así. Escapó de milagro de haber sido enterrado vivo; en otros lugares, tapando la caja se chingó el difunto. Así que, ¿qué fue de ese fulano tan suertudo?

-No, pos como él ya taba muy condolido del corazón, no duró muncho en petatiarse de nuevo. Lo malo jue que ya naiden se la creiba. Hasta el señor cura, cuando jueron a solecitarlo pa un responso dijo: “Ese señor muerto no tiene ninguna seriedá, así que mejor el De porfundis clamabeate domine

Page 137: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

137

(ques el rezo más meramente efeutivo pa sacar almas del purgatorio) se lo echo ya al borde del joyo y una vez bien tapao”. Pero bueno, en vistas de que era un cadáver muncho muy desprestigiao (por su falta de formalidá, más que por otra cosa) se le tuvo en oservancia tres días, al cabo de los cuales ya ni los borrachentos que lo velaban aguantaban sus jedores. Entons sí, todos los deudos se animaron a darle cristiana sepoltura, nomás que a la mesma usanza que antes: al aigre libre y con bola de moscas en la boca. Ni modo, así eran esas andancias.

-Y desde luego -opinaba yo-, ya en esa ocasión no hubo problema...-No, ya todo jue reuto y derecho. Claro que por las recochinas dudas (nuay que tentar a Dios)

cambeamos de vereda pa llegar al camposanto, ya que la viuda con desarorados gritos, y hasta de rodillas nos pedía, alevantando sus brazos: “¡Les soplico! ¡Les imploro con toda mi clemencia! ¡Vean a esta probe viuda desamparada! ¡Por favor...! ¡No lo pasen de nuevo por debajo de los mezquites!”

-No, pues tenía razón la señora, no se le fuera a devolver otra vez -opinaba yo..Sí, claro, ¿pero sabe usté? Todo en estos tiempos pos puede empalmarse; los usos viejos con los

de la moderna. De modo que en una vuelta que eché a Zacatecas pa vesitar a mi patrón de endenantes, vide una maña muy escrofulosa, pa que sin dejar de ver a su dijunto, ya se quedara éste quieto y confinao a su cajón.

-¿Y en qué consistía esa innovación, señor Martínez?-Pos nada del otro mundo, pero que naiden, que yo sepa, se les bía ocurrido: ¡una tapa de vidrio!

¿Cómo la ve? Yo pa pronto la puse de uso, y al prencipio jaló muy bien, todos quedaban satisfacidos; hasta que un día (nunca falta un cábula aguafiestas), a un pelao (que ni siquiera era parroquiano) se le ocurrió que si al dijunto, por algún evento, estaba vivo (como sucedió con el de los mezquites) pa pronto se volvía a morir asfisiao y sin poder hacer ningún estremo, ya no digamos apalancarse de la rama de un árbol...

-Yo creo que tenía cierta lógica esa objeción, don Abundio, ¿no cree usted?-Sí, dende luego. Ese revire me puso a parir chayotes. ¿Cómo diantres le haría pa que si el

cristiano estaba vivo, nos hiciera una señal, manque juera occena? Entons se me ocurrió una ocurrencia muy sin embargo. Le jallé la manera y desde entons asina estamos trabajando muy a gusto, si señor.

-¿Y cuál fue esa manera, don Abundio? -yo realmente estaba curioso al respecto.-Pos muy sencilla, pero muy efeutiva, En la caja, junto al cadáver, según él ya bien muerto,

metía un zorrillo destripao. No, patrón, ¡biera de ver visto, la juerza del jedor hasta empañaba el vidrio!, por eso a prencipio, no resultó muy bien, por la pestilencia se alcanzaba a salir por las rendijas de la tapa y daba al traste con los velorios. Pero después, poco a poco, juimos perfeicionando toda esa invención y orita, ya nomás con pedazos de la cola del animal (ques la meramente imprenada de jedencia) podemos garantizar que no hay muerto (ni vivo tampoco) que aguante silencio y sin bullirse tamaña esperencia. La preba del zorrillo nomás no falla, y asina, tanto el muerto como las familias pueden estar bien tranquilos. Ningún dijunto, en su sano juicio, puede aguantar una pestilencia tan prefunda y quedarse callao. Nomás, eso sí, la cosa es tener al finadito bien vrigilao.

-¿Y no ha tenido algún caso en que esa zorrillesca alarma haya cumplido su cometido? -preguntaba yo.

-Hasta orita no. Todos los entierramientos han sido con toda felicidá.-No, pues deveras ha sido una innovación importante en esto de los funerales. Lo felicito, don

Abundio; se nota que usted es un empresario progresista y moderno -yo le daba por su lado.-Precuro serlo, sí señor. Yo le aseguro que “la preba del zorrillo” ni los gringos -que inventan

que todo inventan- la han inventao, y me dijo el otro día mi compadre don Elías Camposeco: “Si todo

Page 138: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

138

el mundo la adoctara, cuántas targedias pos morten se evitarían”. Además de que como vide en Zacatecas, los de Funerales La Bufa ya tienen su lema de publicidá; yo también, por lo mesmo, ya adoctriné uno.

-¿Y cuáles son esos lemas, oiga usted?-Pos los de Funerales La Bufa asina pusieron: “Señora, si su marido ya no bufa, es que está

muerto. Nosotros no lo resocitamos, pero sí lo mandamos bien ajuariado al otro mundo”. Ese lema se me hizo muy largo y de plano de poca seriedá. Lo ha de haber inventao mi eis-patrón en una de sus mezcaleras enspiraciones. Por lo mesmo, el mío será más corto y apropiado; güeno, tengo dos y no he decedido cuál poner; a la mejor pongo los dos ¿cómo ve? El primero dice: “Usté sólo pone el muerto, nosotros todo lo demás”. O este otro: “Con nosotros su muerto está más seguro que de vivo”. Aparte de eso y aprovechando la concuencia de que gracias al vidrio los clientes ya no tienen que ir en andas (se acabó esa fea costumbre) me ando agenciando una carcachita pa habelitarla de carroza fúnebre. Y vide una en Fresnillo que era de la panadería del chino Roberto Li. Total, de acarriar pan, a acarriar fiambres, hay poca diferencia.

Esto último lo soltaba entre grandes carcajadas. Todo este mortífero episodio me hizo pensar filosóficamente: en verdad que el hombre es el único ser creado, animal o vegetal, que tiene la plena conciencia de su fin, de tu total aniquilación física. Eso es, en sí un terrible trauma. Por lo tanto, su imaginación, su fantasía, ha creado mundos ultraterrenos, vidas después de la vida, goces y castigos en dimensiones inmateriales, etéreas, espirituales. De esa manera, a través de miles de años, se han creado cultos mágicos, religiones, sectas, movimientos místicos que agrupan a toda esa infinita humanidad de seres que nomás no pueden aceptar, en una desesperada sublimación del instinto de conservación, que el que se muere se acaba... es decir: ¡se lo lleva la chingada!

Page 139: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

139

Los “Cristos”

Aquella mañana empezaron los tiros muy temprano. Todos, hasta la tía Lugarda que está más sorda que un chingao, creiban que eran cuetes; “pero ¿por qué?” decía mi vieja “si hoy no tenemos nuevenarios ni argüendes pratiotícos pa festejar la patria...” Yo desde que recordé y los oyí supe que eran balazos... y de grueso calibre: máuser u carabinas del treinta y 44, caso que era un caso de chingadazos, pero... ¿entre quienes? Esos eran los supones que andaban desde hacía días en el pueblo: que se iban a alevantar de nuevo los de Ávila, con el viejo villista don Justo a la cabeza; que si don Santos Bañuelos, que si Natera, que sí, que no, que quén sabe... Todos eran supones, pero nada en jirme... por eso la destantiada que nos dimos cuando vimos quera la de a deveras... y más que seguida de los cabronazos, porque a ratos a más de los estruendos de la jusilería se oyían gritos... corretiadas y caballada asina como desbocada y rayándola en el empiedrao del parimento. Pos nada de los suponsitorios que nos bíamos hecho jueron los aconteceres; eran los cristos u más bien cristeros, los que masturbaban la tranquelidá de San José del Álamo.

Ya muncho pa trás, dende don Juárez y tovía más antes, siempre bíamos oyido de que los ricos tenían bien comprao a Dios y que pos lo mesmo todas las aiciones del probe si querían ser reutas y derechas pa alcanzar la gloria, tenían que pender de acatar y obedecer -sin jamás de los jamases desabordinársele al patrón, quera su representante en la tierra-. Pero yo desde muy nuevo siempre rejurgité tales piensos: ¿por qué, u qué de qué? Dios, como el aigre, como el sol, como el agua de mayo, es pa todos. Dios es un padre, no un padrastro; asina que cuando las refolufias de Villa y Natera quisieron sumergir pa bajo a los haciendaos, éstos gritaron como si les bieran machucao la madre “¡Sarquilegio!, ¡tracción!, ¡jerejía! ¡Dios quere que haiga probes y ricos, y ora estos malvados queren trastocar sus devinos planes...!” ahi jue donde aquellos empiezaron a urdir su desquitanza; se aliaron con don Clero, el que vive en Roma, que también andaba muy bocabajiao y ardido pos don Juárez les había dao buen entre entre sus haberes, tan bien abastecidos y cebados por los diezmos y primicias de la Iglesia de Dios, amén, pos taban muy dolios y lastimaos. Asina jueron las cosas ese día; todo eran piensos y suponsitorios. Toda la mañana jue de agigolones, asomaderos, preguntaderos, rezadero de las mujeres, sueltura del estógamo de los viejos, ansias sudosas de las doncellas... pero sobre todo de los hombres, ajustándose los güevos de un lao pa otro de los pantalones y pelando tamaños ojotes.

Rato después ya entrada la mañana, se comenzaron a aclarar las cosas. Perfeuto Castañón y su hermano Trino, alzaos en Valparaiso iban con todo contra el asesino Eulogio Ortiz, quesque general del sangrenario y torvo Calles. Su última aición bía sido ajusilar al cura Magallanes, un hombre a toda madre y también por poco se echan al haciendao de Llanetes, don Chema Miranda, endevido muy sin embargo, garbanzo de a libra entre tanto rico esplendor del fregao; todo porque cuando el cura andaba juyendo le dio de almorzar y le remudó de bestia. Asina que en este brete de plano no sabíamos pa donde hacernos u repecharnos; del lao pal gobierno taba del judas, puros cabrones creminales abusativos y ladrones; del lado de los cristos (u sea de don Clero) defendiendo a los ricos que con sus pesos queren comprar todo, hasta los güevos de gente reuta y derecha pa que les defiendan sus capitales, pero como los tuneros en agosto “tú te espinas y yo me las como”.

En aquel tiempo todos en el pueblo éramos católicos; todos del mesmo pienso y efeutividá pa sus rezadas; naiden, lo que se dice naiden, se bullía juera de nuestra sarcosanta religión. Claro que éramos

Page 140: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

140

bastante desmadrosos y estrafalarios pa guardar los mandamientos y deposiciones que eran enspiradas pa ganarnos el cielo, pa lo cual todos, intautamente todos, tábanos puestos; pero güeno, como dice el señor cura en un sermón: “semos hombres (u mujeres, pal caso es lo mesmo) pecadores, y nuestros porpósitos no son ofender a Dios, sino sólo darle gusto al gusto” (güeno, eso es más o menos lo que quiso decir). Total yo les platico todo esto pa que naiden vaya a crer que berle entrao a los cabronazos -como munchos lo hicimos ese día contra los cristos- era ber tomao partido por los enemigos de nuestras feses.

De modo y manera que como ya les estaba diciendo, una vez bien aclaraos los motivos o aiciones de los sucesos que nos acontecían y ninguniando los gritos y estremos que pegaban y hacían la Fausta y las chiquilingas (que ya taban añejillas) que pa que no me mescuyera en broncas ajenas, ensillé mi caballo y con mi máuser de caballería bajo el arzón de la montura, terciada una carrillera de los nueve melímetros, por la puerta falsa del corral me salí pa juera pa juntarme con la gente que don Refugio Rentería (tío de la Fausta) tenía apalabrada pa ser clamor de autoridá (u sea tener güevos) en casos de achiqueramientos de los derechos y porsunciones que todos los mexicanos tenemos pa nosotros y pa nuestras familias.

Dende que Luis Moya -creo que jue del que dijeron que dijo: “El respeto a las naguas ajenas es la paz de las braguetas” - atacó y tomó San José años más pa trás, no se bían oyido gritos tan iracundos y estertóreos como en ese día. Yo llevaba buen penco, güenas armas y güenos güevos (aunque ya pa entonces medio engarruñaos por las calores del agigolón que tráibanos por dentro) asina que en la decidencia del quén es quén, yo les cuadré pa mandar toda la gente de a caballo (poca, sí cierto, pero afanosa y decedida) pa que si el “enemigo” (asina los mentaba don Refugio) entraba con sus caballerías, nos revolviéramos con ellos y ya entreveraos viéramos de destantiarlos pa que no se pudieran apiar y refuerzar a sus infanterías de pie, que ya pa entonces bían prenetao pa dentro del pueblo.

Catorce valedores me hicieron fuerte y a la voz de ¡viva la Virgen del Patrocinio y mueran los “cristos”! arrancamos tendidos a todo galope, mentando madres y sacando tantas chispas en el parimento que nomás chisgueteaban por las patas de los caballos. Pronto, por la parte empinada de “la crucita” y antes de llegar ontá su menumento nos topamos bocajarro con el mero Perfeuto Castañón y su escolta; jue muy juerte la empresión pa todos el vernos asina de súpito y cara a cara; “viva Cristo Rey!”, gritaban los “cristos”, “vivan la Virgen del Patrocionio y el Santo Niño de Plateros” respondíamos nosotros. Yo, con el fregor del combate y el coraje que traiba, me oriné. ¡Que sofocón llevé!, pos yo creiba que ya me bian pegao un plomazo y quera sangre lo que me chorriaba por las verijas; pero todas maneras seguí peliando; total, pensé, mientras no haiga dolor u debilidá del corazón, que corra mi sangre hasta que quede exasto y moribundo.

Cuando los cristos vieron que los defiensores nos defiendíamos con juertes juerzas y que no nos arrendrábamos u reculabanos pa trás, sino que antes más y más nos poníanos en posesión de ataque enjundioso y ofensivo, dieron por la retirada arrendando sus caballerías con el fin de ganar la salida y salirse pa juera del pueblo, buscando las cercas de piedra de los corrales donde poderse afornicar ya pie a tierra y hacer que el enemigo -ora ya nosotros, antes eso eran ellos, que chistoso- no los pusieron en el brete de una juida que hasta juera a parecer redota. Como los balazos bían sido muy tupidos pos siempre dejaron regaos cinco muertos y tres o cuatro moribundios (muy desfallecidos se veían los probes). Nosotros mesmos luego de tocar pa junta de runión (a chiflidos a más de no haber clarines u cornetas) contamos: cuatro desaparecidos (luego parecieron dos, quesque bían ido a la orilla porque ya les ganaban las ganas), asina que en resultancia de la aición de guerra solo dos resultaron muy

Page 141: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

141

lastimados; tan lastimados que “heroicamente” -como luego nos dijo el gobernador-, se petatiaron.Este hecho de armas prebó que no siempre en este mundo ganan los que cren que son los güenos,

ya que Dios no es ni güeno ni malo, sólo es Dios, que ya es un poco bastante.

Page 142: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

142

El viaje

Donde trata de las truculentas, inverosímiles y pasmosas aventuras corridas por mis compadres don Juande y doña Fausta, cuando pasearon su simpleza, ignorancia e ingenuidad por el viejo -y también muy antiguo, dijera él- continente.

Algo que logré de mi compadre, a fuerza de estar porfiando, fue que viajara, que saliera de sus “querencias” y conociera otras tierras, otras gentes, otras costumbres. El día que todo el mundo lo hiciera, se acababan los regionalismos estúpidos y los separatismos absurdos. Fue así que empezó a perder el miedo y cada vez iba más lejos en sus excursiones. Conoció al fin el mar -en Veracruz-, acerca del cual hizo la siguiente reflexión:

-Ahistá la falsedad compadre. Lo que ya decíamos y hemos tratao: este mundo está mal hecho. Y es que las priesas pa hacer las cosas no son güenas. Que Dios lo hizo en siete días... ¡pos asina le salió! Nosotros allá, en aquellas llanadas resequientas, que no jalla uno agua no pa lavarle el honor a una doncella, y en cambio en el mar, ¡pos ahí está toda! ¿No podían berlo hecho mitá y mitá? Yo a cada pueblo o suidá le biera puesto su mar, y asina, manque juera chiquito cada quén tenía el suyo y todos contentos; pero no, a esos pelaos de Veracruz se la pusieron toda.

Estuvo en otra ocasión en Guadalajara. De esa bellísima ciudad así se expresaba:-Pos sí, la mera verdá que sí es muy chula. Ni quén diga nada de eso. Pero pa mí que es la suidá

del güevo.-¿Como, compadre? -le interrumpía yo intrigado- ¿Es que hay muchas granjas avícolas o qué?-No compadre, no se haga, que son otra cosa. Lo que pasa es que ahí todo ha de ser a las de a

güevo: los hombres a güevo tienen que ser machos, aunque a algunos les dé flojera serlo. A güevo tienen que beber tequila, manque les guste el ron. A güevo tienen que trair pistola, si no, ¿pa qué son machos? A güevo tienen que matar a un cristiano, si no ¿pa qué la train? Y entons las mujeres a güevo u se meten de monjas u de cantantes de ranchero, u vienen los de ajuera y son los que las gozan, pos los hombres a güevo que ya se mataron todos entre ellos mesmos.

Esas reflexiones o impresiones de mi comadre, me recordaron la anécdota de aquel chino que después de trabajar mucho y arduamente en México, regresa a su patria para disfrutar ahí de su bien habida fortuna, hecha de sacrificios y privaciones. Le preguntaron sus coterraneos cómo puede ser que ellos, trabajando toda su vida en igual forma, nunca lograban salir de pobres y en cambio él, en un tiempo relativamente corto, volvía con una considerable fortuna. Entonces el repatriado les explicaba la razón:

-México muy bonito, todo mundo hace dinelo. Llega chino, pone café, hace dinelo. Llega flancés, pone tienda de lopa, hace dinelo. Llega álabe, vende en abonos, hace dinelo. Llega amelicano, es amelicano, hace dinelo. Llega judío, chinga a todos, hace dinelo.

-Bueno, muy bien -le respondían-, pero... ¿y los mexicanos?-Oh, mexicanos no ploblema. Mexicanos levantan talde. Pegan mujel. Van cantina. Piden tequila.

Yo soy tu amigo... Yo soy tu helmano... ¡Yo soy tu pale! ¡Chinga tu male! ¡Chinga la tuya! ¡Pum, pum... muelen plonto!

La ciudad de México de plano no le gustó a mi compadre. De ella se quejaba amargamente:

Page 143: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

143

-No, compadre, pos usté dirá lo que quera, ¿pero cómo ha de ser bonito eso? Yo voy por una calle desas llenas de gentío y me siento más sólido que cuando ando a caballo por estas llanadas. Aquí con los nopales, los mezquites y las choyas, se siente más compañía que allá con tantísimos hombres y mujeres que nomás son como piedras en un piedregal. De ley que no se siente con ellos ningún calor de afeuto. Un árbol siquera da sombra y amparo al pasajero que pasa. En México pide uno amparo y le dan... pero pa dentro.

Viendo que mi compadre, aunque igual de ignorante, ya no estaba tan cerrero, creí convencerlo de que hiciéramos -él, Fausta, mi esposa y yo- un viaje a Europa. Claro que fue muy difícil lograrlo, ya que al proponérselo, francamente se le hizo cosa del otro mundo.

-No, compadre, eso no es pa nosotros. Qué pitos vamos a tocar por aquellas lejancias. Nos sentiríamos pior que una vaca horra en corral de partidas.

Le explicaba que en esas excursiones no había problema alguno, pues todo estaba preparado de antemano por las agencias de viajes, y que siempre había una persona -el guía- para encargarse de todo. Por fin, un día, mediando la década de los sesenta, se decidió, pretextando para justificarse a sí mismo de ese derroche, que su mujer -mi comadre- había hecho una manda a San Isidro Labrador -patrón de los campesinos- de ir a orar ante su tumba, pues la sequía amenazaba con acabar con todo su patrimonio. Cuando aceptó respaldar a su esposa en su cumplimiento, el creía -aquí entre nos, se hacía pendejo- que el santo estaba enterrado en Puebla, pero como después resultó que ese era otro, y que San Isidro está sepultado en Madrid, pues ya no tuvo más remedio que cumplir.

Desgraciadamente, a última hora y por problemas familiares -estar esperando familia, y no a la abuela, por cierto- nosotros no pudimos acompañarlos, y aunque este contratiempo de nueve meses estuvo a punto de hacerlos desistir también, como ya tenían todo listo, haciendo de tripas corazón, decidieron lanzarse a la gran aventura.

Yo le pedí a mi compadre que me hiciera una grabación detallada de todo el viaje: cosa que de buen grado aceptó. Esta grabación aún la tengo, y a continuación, tal y como fue hecha, la transcribo:

“Muy apreciable compadre: como usté jue el que nos encampanó pa que hiciéramos este susodicho viaje a las Uropas, que usté nos aponderó como muy bonitas y sabe que tantas cosas. Y como usté sabe que no sé ler ni escribir, ya que pasé la juventú en el puro machuque, yo le agrabao una cinta mangatofónica pa platicarles a usté y demás amigos las prencipales piripecias y sucesos que nos sucedieron en ese mentao viaje. Claro que el achaque era ir a pagar una manda que mandó mi vieja a San Isidro Labrador, que está entierrao en Madri, pos quesque nos salvó la seca pasada que la mera verdá ya nos jumiaba. Además ir a pasiar un poco aunque gaste mis centavos, pos dice usté bien: al cabo cuando nos muéramos no nos hemos de llevar nada, ni la comida, porque hasta eso le sacan a los probes enjermos con tanta purga y lavatiba que les ponen.

“No, es que desde que usté se quitó de ranchero ya ni se priocupa por el tiempo de aguas, pero que tal cuando tenía su rancho de Peñitas, allá por el rumbo de Valparaíso. U ese otro del Terreno, allá por Sain Alto, que ahí si que la verdá le jue re mal, y tovía está el letrero ese que dejó pintao en una troje y que dicen que dice:

“Adiós rancho del Terreno,con sentimiento te dejo,pero el año venidero¡Que siempre otro más pendejo!”

Page 144: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

144

“Güeno, pos ya volviendo a lo del viaje, ahi tienen que agarrarnos el aigroplano, que un mentado Buein. Hasta parece que está un en el cine y de pronto empieza uno a alzarse. Yo dije pa mí adentro: ¡Ay chirriones!, esto no va a poder subir pa rriba, y ya cuando andábanos allá pensé: Esto no va a poder bajar pa bajo; y por fin a lora que agarramos tierra, tantié: Santo Niño de Plateros, cuatro años jui tu danzante, ayúdame que ya nos llevó la fregada, pos en juerza de carrera, ¿quén para esto? Pos no, no pasó nada. Mi vieja que se almarea hasta en burro, no se almarió. Lo único malo jue la comida, pos todo estaba frío. Ta bien, yo sé que en aigroplano no se pueden recalentar gordas, pero de seguro pa compensar le daba a uno de comer a cada rato. Yo por no desaigrar a unas señoritas de apellido Zapata, igual que el General, me aguanté hasta cinco veces antes de gomitar.

Pos ya como les iba diciendo, pasando no más de pasada por Nueva Yor, llegamos a Liondres, que ya está en las Uropas, quesque en Inglatierra. Bonita suidá y bonita gente, oiga usté, ¡ah bárbaros! ¡Qué mujeres. Dios mío! ¡Qué brutas! Yo pensaba: estos hombres cómo train cara de desvelaos, probe gente, pos con estas viejas de plano no han de poder dormir.

Pero no, muy frescos, ahi chambiando tan quitaos de la pena. La empresión jue más juerte porque las endinas todas traiban menifalda. A mi, y eso que nostoy tan joven, me traiban re ñervoso; mi vieja como que se quería chiviar, yo le decía: No te me chiveyes vieja, no te me chiveyes, que las goce el que las merezca, que yo con verlas me conformo. No me conformaba, pero qué hacía, ni hablarles podía, pos no sé hablar gabacho.

“Ya ahi en Liondres nos juntamos con los demás incursionistas mexicanos, ya pa agarrar en jirme la incursión a todas las Uropas. Otro día juimos al palacio de Buquinán a ver marchar a los soldaos. Qué chula estuvo la marchada. Unos soldados chingonones, asina de grandototes, con unas gorras prietas y peludas que se les embutían hasta las orejas; casi no podían ver, y daban güeltas y regüeltas, pero no se trompezaban; ya luego se paraban y el capitán o lo que sea, iba y se secrietaba con otros, se volvía, les gritaba algo en gabacho -ni maiz que entendimos- y ya entons se salían pa juera y se iban recontentos a marche y marche.

“Al día siguiente salimos temprano y ahi nomás un ñublinazo que no se podía ver nada, y todo el día igual. Entons pensé que nuestra tierra San José cuando va el gobernador se parece a Liondres, nomás que allá en vez de ñublarse de agua se ñubla de cabrones. En fin compadre, era un aguanal tremendo. Y toda esa agua va a cáir a un río muy compentente ques como mar, pos hasta barcos entran. Ese río se llama Támesi, igual que uno que hay por el lao de Tampico. Ahí jue donde ya no e empezó a gustar la cosa, ¿pos pa qué nos copean?

“Salimos por fin de allí, cosa que me dio muncha satisfaición, pos había tantísima agua que hasta parecía humedá. Entons llegamos a Holianda. También el mesmo desperdicio de agua por donde quera. Y los molinos esos -que yo ya bía visto dibujaos en los almanaques- qué bonitos se ven en el campo. Yo le pregunté a otro compañero incursionista que si eran de nistamal, y de ahí le ganó una risa que se tuvo risando como media hora; es lora orita que no compriendo por qué.

“Ahí en Holianda todo, arsolutamente todo, es de una señora que le dicen la reina, ¡y que manda más que el Presidente de la República! No, y no creyan, sí hay mujeres asina. Allá en Mazapil, me acuerdo, hace munchos años había una tal Rosa la Sin Pelos. Y que decían que más antes, en Torreón tenía un congal que se llamaba La Pianola Caliente y luego que se metió con un general revolucionario y también que se mescuyó en otras movidas, total que se hizo rete rica, y ya de ahí se jue pa Mazapil -de onde era furibunda- y allí mandaba hasta el presidente munecipal. Yo tanteyo que asina ha de ser esa mentada reina, si no, ¿de ónde tanto, no cren?

Page 145: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

145

“Allí también en una suidá que se llama Asterdán, nomás se ven por las calles puros pelaos mugrosos y barbudos que andan asina como pasmaos, ¡quesque son los jipis! Yo siempre bía que esos eran unos sombreros, pero no, que son esos naguales... pos sabe.

“Mesmo ahi en Asterdán dijieron que allí cercas taba el país de los belgas y que hasta tienen uno que le dicen el rey. Pelaos presumidos, luego se ve que no conocieron a mi primo hermano Eustogio Cavazos, calzaba del once y no presumía de rey. ¡Gente muy esagerada ésta de las Uropas!

“Ya de ahi ganamos pa Alemaña; yo tenía hartas ganas de conocerla, pos es que se mientó muncho cuando hubo la guerra. Nos dijieron que todo lo que víamos era nuevo, porque quesque todo acabó a puro bombazo. Quesque la guerra le costó a Alemaña ¡80 millones de muertos y 200 mil dólares! Nomás haga la cuenta en pesos pa que se azoren. Francamente aquí en las Uropas hasta las guerras salen muy caras.

“Ah, y se me olvidaba platicarles que por aquí en onde quera se encuentra uno japoneses. Todos chaparritos, igualitos todos, más feos que nosotros; la verdá que a todo hay quén gane. Mi vieja al prencipio no sabía que eran; decía la pendeja: “Mira viejo, cuánto vaciado chinito por donde quera”. “Nombre vieja, no son chinos, que son japoneses”. “Pos yo los veo iguales”. “Pos no le hace, son de otros”, y asina cada rato. Entons, un día, creo que jue en Zurichi, se jue dizque al salón a peinarse; se dilataba rete harto y que le hablo por teléfono:

-Oye vieja, pos que haces ahi -y que me contesta: Pos es que me están cogiendo los chinos. ¡Japoneses, vieja taruga, japoneses! Y no te dejes que orita voy pa allá. No, pos no. Todo jue una confundición, pos lo que pasaba era que le estaban trasegando los pelos pa peinarla; pero siempre, me llevé un güen sofocón, no creyan. No compadre, y es que su compadre de usté, será muy güena, ni quén diga nada de eso, pero es muy bruta, cada rato sale con su batea de babas. Orita me estoy acordando que una vez que juimos a conocer Guanajuato, llegamos ontá una estuata de a caballo, y luego cuando dijieron quén era el general ese, yo vide que ella se quedaba súpita:

“-¿Pos qué trais, vieja? ¿Por qué tanto estertor por una estuata?- Nombre viejo, pos es que hasta orita sé que Sóstenes Rocha no es una marca de corpiños... u brasieros como los mientan ora. ¡Ora salen con ques un general de más antes! ¿Cómo ve a la Fausta? Pero la quiero bien harto, no le aunque su falta de agricultura. Todos los alemanes son muy grandotes y coloraos. Se ven medio mensos, pero no, que son muy listos... Pos sabe. Luego, bajamos por un río de agua muy macilento y encajoso, que se llama del Rin -igual que onde van montadas las llantas de los coches-, porque de seguro que ahí encontraron uno de esos rines cuando jueron a descubrir ese río. Güeno, ha de ber sido rin de carrera, pos soy tan tapao pa no saber que más antes no había coches.

“Güena pa tragar cerveza toda esa gente de por ahi. Nombre compadre, biera visto qué cervecerías, más grandes que las trojes de Rancho Grande. Y luego que entra uno, nomás un puro clamor se oye. Créame, compadre, yo jamás de los jamases bía visto tanto borracho por hetaria. Y no se peliaban, no, nomás taban todos muy jacandiarosos a cante y cante. Güeno, brase visto eso... ni siquiera se la mientaban. Muncho me gustó la Alemaña y toda su gente.

“Pos ya luego, como les iba diciendo, llegamos a Suiza. A mí ya me andaba por llegar ahi. Ya me saboriaba los platotes de enchiladas que miba a echar. ¡Nada! No me lo van a crer de seguro, pero nada ¡Nos tantiaron! De a tiro nos tantiaron; naiden supo, ni naiden nos dio nunca razón dónde vendían las mentadas enchiladas suizas. Que raro, ¿verdá? En México las hay en todos laos. Puros relojes, pa donde quera que íbanos, puros relojes. Yo de plano ya estaba enfadao de tantísimo reló, y luego con la vacilada de las enchiladas ¿cómo queren astedes que anduviera?

“Por suerte salimos pronto de ahí. Ya de ahi ganamos pa Italia. Atravesamos unos desfiladeros

Page 146: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

146

muy montaraces por un lugar que le dicen Cortina de a Peso -de seguro ahí más antes hacían cortinas u las vendían; lo que sí se me hacían muy baratas, deben ber sido de vil cambay-, y ya caimos a Venecia, una suidá que asina la nombran. ¡Que mala pata tuvimos!, acababa de pasar de seguro el tiempo de aguas y aquello taba anegao, enteramente anegao. Daba pena ver a toda esa probe gente con sus casas dentro del agua todavía; y lo pior es que año con año sucede lo mesmo, no entiendo estos cómo no se mudan pa otro lao manque estén tan aquerenciaos con sus casas. Y entons como las calles siempre están anegadas, pos andan en unas lanchas que les dicen glándulas, y en la glándula pa cá y en glándula pa llá, pa todos laos en puras glándulas se manija uno. Lo único que no se aniega es la plaza prencipal, de ahi pal rial, todo. En munchos lugares nomás los postes de los peluqueros se ven, se ve que había munchas peluquerías; todas se taparon con el agua. Luego vesitamos la casa del fiux -quera asina como si dijéramos el presidente munecipal- y el puente de los sospiros. Asina le pusieron porque ahí era donde se ventosiaban los probes presos, pos ya caido al otro lao les cortaban la cabeza. Tuvimos en Venecia tres días. A mí de plano no me gustó; se ven las calles muy solidas, ni un alma, hasta da miedo.

“Ya de ahí de Venecia ganamos pa otra suidá que tiene nombre de mujer: Florencia. Puras casas viejas, hasta las piedras se están descascarachando. Allí luego al otro día, nos llevaron a ver que a Daví y a Miguel Ángel. Yo no jallaba que jueran, hasta que llegamos y vide que eran unas estuatas. Nomás jallamos a Daví, a Miguel Ángel ya lo bían quitao. Entons cuando vide cómo estaba la estuata esa, me arrendé y le dije a mi vieja: “Arriéndate vieja, que tú no entras”. Se quedó solprendida. “Pos no entras, porque esa mentada estuata de Daví, ¡tiene los güevos al aigre!” Sí, asina como les digo. Y como le dije a mi vieja: “Mira vieja, pueque tú alguna vez en el fregor del combate me haigas atentao los güevos, o cuando menos testereao, ¡pero nunca me los has visto! Nosotros semos rancheros, muy bien, pero también semos católicos y no degeneraos como toda esa gente de por aquí, asina que no entras. Y ultimadamente, yo tampoco entro”, y no entré. Yo también qué tengo que andar viendo desfiguros.

“Pos luego otro día que andábanos por una plaza que nombran de la Señorita -asina nomás sin decir de qué señorita se trata- que voy devisando otra vez al dichoso Daví, el mesmo, nomás más grandote y también, ¡cómo de que no!, con los tompiates al aigre. Me dio harto coraje, gané pal hotel y no volvía salir de allí hasta que nos juimos pa otro lao, ¡faltaba más!

“Luego un día juimos a un pueblo que mientan Verona. Ahí está la tumba de unos muy afamaos Romero y Julieta. Este Romero, según eso que yo oyí que dijo el guía, que un día -u noche más bien- que se le trepó a la Julieta, como no se quitaba la daga ni pa miar, porque su suegro le traiba muncha inquina, pos la pinchó con ella y pa luego se murió; entons Romero, como la quería bien harto, pos nomás volteó la daga, se dejó cair y ahí también nomás boquió. Destecho hizo un corrido Margarito Ledesma, el pueta de Chamacuero, Guanajuato, pero luego asegún eso se lo ajusiló un pueta de Inglaterra y claro, como tienen munchos centavos, pos luego luego hicieron una película y de ahi pal rial todo mundo muy almirao con el inglés, un tal Chésper. ¡Lo ques ser probe!

“Ya luego de munchas piripecias llegamos a Roma. Allí de seguro no bian acabao de arreglar lo de la guerra u bía pasado un turremoto: todo caido por onde quera, nomás unas colurnas quedaban paradas. La plaza de toros, que allí se llama Arena Coliseo -igual que en donde se trompean en México- taba toda deteriorada y cáindose. Allí nos dijeron que más antes, hace munchos miles de años, los cristianos se comían a los liones; que porque entons había más liones que vacas y puercos, y entons los cristianos probes iban allí y les daban de tragar carne de lión de oquis. Gente güena y caritativa los romanos de más antes, porque los de ora son más rateros que un banquero; nomás les digo que a mi vieja por donde quera la bolsiaban pa fin de ver si traiba dinero.

“Una cosa que nos almiró muncho en Roma jueron las putas. ¡Ah cómo hay putas por donde

Page 147: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

147

quera! Pa donde quera que volteye uno, ahi tan las putas paradas; no y enefeutivamente que algunas taban bien güenas. Yo pensé: a ver que rato me le escapo a la Fausta y me voy con una de éstas. Y un día pues, que me le salgo y que le broto a una güerota de harto ver, pero se me sebó el asunto; ¿cuánto cren ustedes que quería la ingrata por un rato? De plano sé que no me lo van a crer, ¡pos diez mil pesos! Güeno, liras, que allí asina le dicen a los pesos. Yo nomás le dije: “¿Y no queres también la hacienda de la Honda? Porque la que sí te puedo dar es la de Vergara, ni que juera yo dueño de las minas de Proaño, ¡güereja jija de la Tetrazzini!” Total, pensé, al cabo mi vieja nostá tan pior. Y ultimadamente, acabando de acabar todas son iguales. Ahí tiene pa que vean que la mentada inflamación ya llegó por aquí hasta con las putas.

“Luego otra cosa que también nos almiró jue que jamás de los jamases bíamos visto tantos curas y tantas monjas como allí. Güeno, ni en Jalisco, que ahí la verdá que sí les papalotea pa eso. Y es que dicen que ahí en Roma está el mero criadero de todo el mundo.

“Otro día juimos a ver al Papa. No faltaba más, ¿ustedes cren que mi vieja se iba a quedar sin eso. Pos allá juimos. Una plaza grandísima; pa que se den una idea de lo grande ques, pos muy bien pueden caber unas tres mil reses y arrecholándolas, pueque más. A la iglesia que tiene una cópula altísima no entramos, posque dijeron que allí había una estuata de Miguel Ángel, y si iba a estar como el Daví ¿pa que iba yo a hacer corajes?

“Ya luego empezaron a llegar a la plaza los acarriaos en sus camiones; igualito que en mi tierra cuando va el candidato; allá les dan 10 pesos y una barbacoa; aquí asegún yo vide, nomás les dan la pura bendición, y de todas maneras se quedan rete contentos, hasta aplauden. Yo tanteyo que son más conformaos que nosotros, u será que allí de veras el Papa les quita su parcela si no van de paleros.

“Otro lugar que vesitamos en Roma, jueron los soterráneos de las catacumbias. Ahí era donde se escondían los cristianos cuando empezaba la refolufia, que porque había un rey -ya no me acuerdo cómo se llamaba, pero sí que tenía nombre de perro- que les traiba mala idea y los quería chingar, pero los cristianos en sus catacumbias nomás se las... el güey rey.

“De Roma ganamos pal norte, porque a la tierra de Mantequilla el de las trompadas no juimos, quesque porque la gente de allí andaba muy enojada, que porque les pegaba una enjermedá que son como cursos con retortijones de tripas, y cómo no tenían pacencia pa sufrirla, pos andaban todos muy muinos o con cólera, que es lo mesmo.

“Pasamos por un pueblo que tiene una torre bien chueca; güeno, casi casi ta pa cairse. Yo como siempre defendía muncho a mi México, pos el guía me dijo que si allá teníamos una torre como ésta; yo luego luego le contesté que no, que en México ya la biéramos enderezao. Aquí en las Uropas es muncha la incuria de esta gente, ¡miren que tantos años queríendose cair y no berla arreglao!

“En seguida llegamos a Génova. Allí hay hartísimo barco, pos dicen que allí nació Colón, el gachupín que conquistó México. Allí nos enseñaron su casa y nos dijeron que no se sabía ontaba entierrao. Pero yo sí sé onde; güeno, aunque sea una parte, pero pa mí que es la prencipal. Pos sucede que cuando ya andábanos por España, en un convento que le nombran de la Rápida -que porqué asina era la reina que lo fundó- ahí está entierrao un güevo de Colón. Creo que lo perdió peliándose una noche con unos fraile; parece ser taba todos bien borrachos. Dende entons Colón quedó chaclán, y ya luego cuando jue muy afamao hicieron una iglesia ques ontá entierrao el susodicho güevo de Colón. Tenía razón un señor de la incursión que dijo que los viajes deslustran.

“Por toda la orilla del mar siguemos a otro pueblo que también es puerto de barcos y que llaman de Mónico, que porque asina se llamaba su primer rey, y que ahora su ñeto, un tal Ramiro, es muy afamao porque es el que pone la jugada y los gallos cuando la feria; además quesque le papalotea como

Page 148: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

148

amarrador. En la noche luego nos llevaron a la partida. Yo estaba bien gustoso pos harto me encantaba el gusto y los gallos con sus cantadoras y todo. Pero ahi nomás que vamos entrando dizque ontaba la feria: todo silencio, desolao aquello, puros salonsotes bien vacíos, unos cuantos quesque turcos de Arabia, todos cobijaos como si tuvieran los fríos y las calenturas, apostando muy silencios. Palenque no había, mariachis pos menos, ni los conocen estas probes gentes. Total, necesitan ir a Aguascalientes pa que se den un quemón, lo ques una feria y no tiznaderas. El tal Ramiro u otro mentao don Carlos, el que pone el monte en la partida, debían darse una vuelta por allá, pa que vean lo que es güeno.

“De allí de Mónico agarramos otra vez pa rriba, pa París. Yo tenía retehartas ganas de conocerlo, porque yo ya bía visto París, con su torre Infiel -güeno, ya sé que ahí le dicen torre Eifél, pero como en gabacho quere decir infiel, pos yo asina mejor la miento, no hay que ser apochaos-. Entons nos acomodamos en un hotel medio mugriento por el rumbo de una iglesia muy rara que llaman de la Madelene, que hasta se parece al triato Juárez de Guanajuato. Oiga usté, esa jue una de las cosas que no me cuadraron de la Francia: son un poco cochinos, a los choferes de los taisis les jedian los piéses de a feo, y es que en México nos defiende muncho el huarache y asina los piéses andan siempre uy bien aigreaos. También son muy malmodientos y regroseros. Yo por poco y no me guantoneo con uno que me taba biolando los zapatos y que me dice:

“-Lotro se le ve-. ¿Qué se me ve, güey? ¡Qué se me ve? Y ahí empezó el relajo, pero no le entró, le sacó, y ahi nomás se jue mermurando sabe qué cosas del mar. En la mañana temprano nos llevaron a conocer la suidá. De la mentada torre Infiel nomás es la pura armazón y ahí se está oisidando por no acabarla. Luego juimos a ver la tumba de los inválidos -baldaos pues, pa que me entiendan- del gran Napolión. Es como una iglesia con un cópula grandotota y debajo un ahujero bien ancho y jondo ques está enterrada toda la gente que Napolión lastimaba por ahi con sus guerras y todos los que dejaba mancos, chuecos o cojos -baldaos, pues- allí los iban a echar. Este mesmo Napolión está entierrao debajo de un arco asina como el menumento a la revolución de allá de México, y siempre tiene prendida una veladora tamaño caguama; parece que dijieron que porque era muy devoto del Sagrado Corazón. Dios lo haiga perdonao. Amén. Pero quesque causó tantos estropicios por todas las Uropas, que lo destierraron a una isla del mar con su esposa doña Elena, y ahí se murió de un cólico miserere que le pegó de un jartón que se dio de birria tatemada. Y es que la birria -y más si es tatemada- siempre debe tragarse con mezcal u sotol, pa que entibe y no haga daño.

“De allí nos llevaron al Monte Madre -le dicen asina porque como es el único cerro que hay por ahí, pos asina como en México es la Sierra Madre, aquí es el Monte Madre. Ahí arriba, en un jardín, están un hatajo de güevones mugrientos y mechudos, que dizque son retratistas; tanto trabajo pa sacar la cara de uno, ora que hay tan güenas cámaras de retratar.

“Cuando bajamos del monte, juimos a pasiar en lancha por el río de la Sena -nunca supe por qué le dicen asina, pero asina le dicen- hasta una isla ontá la Catedral; ahí nos apiamos a conocerla. Lo que ya bíamos dicho: la incurnia de esta gente no tiene cuete; tiene sus torres mochas, no les alcanzó el dinero y asina las dejaron. También cómo querían que quedara bien, quesque el arquitete que la hizo era jorobado y tuerto. ¡Hombre! ¡Pa terminarlas manque juera con fainas de los católicos, pero que hagan alguna lucha! ¡Esa triste iglesia mocha se llama, crioque, Nostradán!

“¡En la noche jue lo güeno, compadre! Ay nomás que nos llevaron a unos cabaretes muy afamaos, que son asina como zumbidos de lujo. No, pos ahí la mera verdá sí me divertí, bebimos harta sidra como esa de Huejozingo -nomás que aquí por apochaos le dicen champañe- y luego vino la variedá; aquí jue lo güeno: ¡todas las mujeres con las chiches de juera!, y no vayan a crer que cualquier clase de chiches, nombre, ¡si hasta parecen terneras de primer parto cuando ya se están ubrando! ¡Ah bárbaras!

Page 149: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

149

A ninguna vide yo que le chacualiaran ni asina de poquito. Esto a mi vieja le causó mucho estupro, se puso toda colorada -u morada, más bien- y se quería salir pa juera, pero entons que le atarrago otro vaso de sidra y ya después nomás sospiraba jondo y bullía su cabeza de un lao pal otro, pero ya no dijo nada ni hizo ningún estertor. ¿Y que crén? Más abajo sólo traiban un taparrabos tan apretado, que casi se lo tragaban. Luego salió una güera u más bien pelirroja muy chula, traiba un vestido asina todo lleno de pendejuelas que nomás relumbraban con los refleitores de color y echaba unas cantadas re bonitas, nomás que en gabacho. Ya cuando salimos dijo mi vieja que esa gente de plano que no tiene temor de Dios. Yo lo que creo es que más bien de lo que no tienen temor es de agarrar una pulmonía, tan encueradas que andan.

“Ya luego de ver otras munchas cosas, juimos a un lugar que yo dende el prencipio le traiba hartas ganas: el museo de la Ubre. Y es claro, yo como ranchero todo lo atocante a las vacas me interesa muncho. Allá en mi tierra no fallo a las esposesiones ganaderas de Torreón o de Durango. Pero cuál no sería mi deceición... puros salones llenos de viejancias como donde quera; nada de ganao, puras estuatas monchas, como la Venus del Nilo -que no tenía brazos, pero que era muy afamada con la lengua-. Otra que mientan que la Victoria de la Desgracia -ques asina como un ángel mocho de la cabeza y toda rasmillada- de a tiro deveras una desgracia de estuata. Y asina muchas otras cosas, como un retrato de una María Luisa -que también le dicen la Jedionda- que hizo un mentao Lionardo, al que los maloras le decían Lionardo el más pinchi. No, pos si ése era el más pinchi y les causa almiración, ¿cómo no serían los más chingones?

“Vimos más munchas cosas en París: por evento, los campos de don Eliseo, manque ya no haiga campo, pos ya todo está fincao. Allí se sienta uno a tomar café con olé; asina le dicen porque de seguro lo llevan de España. También se toma un vino que nombran “de burdeles”, que porque es el que dan en esos lugares.

“Ya después salimos de París y ganamos pa bajo, mesmamente pa España. Pasamos por una región ques donde han juntao u más bien reconcientrao a todos los borrachos de la Francia. ¡Qué tal será que a ese lugar le dicen la región del coñaque! Bien bonito ques el campo, ta todo bien cultivao; dende luego se ve que pos aquí sí trabajan los ejidatarios.

“Por fin después de muncho caminar llegamos a Lurdes, ontá la Virgen parecida. Pos luego toda la incursión juimos a la iglesia ontán los manantiales del agua milagrosa. Ahí mi vieja porfiada en que bebiera hasta agua, que a ver si asina se me quitaba lo pendejo, quesque porque bía yo dicho que nuestro gobierno era muy güeno y honrado; no pos luego que los demás incursionistas supieron eso, todos me avientaron tanta agua que quedé todo empapao, como pluma de gomitivo. Y es que yo dije eso, porque juera de México hay que decir que ahí todo es re güeno. Allí Lurdes es como San Juan de los Lagos, nomás muy triste, porque no hay danzantes, no hay briagos, no hay güilas, no hay nada. Sólo puro peregrino que se ajilan como borregos a cante y cante. Dicen que ahí se hacen milagros, pos sabe... Yo de plano como que no lo creyo, porque si Dios y la Virgencita se pusieran a componer todo lo chueco que hay en el mundo, nunca acaban, mejor que lo hicieran de nuevo. Y como decía mi tío Carpóforo Menchaca cuando alguien se lo encontraba y le decía: ¿Qué milagro don Carpo? Él les contestaba: Mira muchachito, milagros solo los hacen los santos, ¡y los creen los pendejos! Si no, compadre, dígame usté si estoy en lo cierto u no: milagro sería que le naciera otro ojo al tuerto Rayas, que se lo sacaron enterito de una piedrada, u que se le quitara lo idioto al hijo de Caritina, la del mercado, ques mongólido, u por último que me sacara la lotería, si nunca compro boleto. Yo allí en Lurdes estuve muy triste viendo a tanto enjermo desuasiao queriéndose aliviar. Y es que si Dios hace el milagro y cura a alguno de ellos, hasta en eso hay desjusticia, ¿pos por qué no los cura a todos?

Page 150: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

150

“Por fin nos juimos pa España. Ya allí cercas está la guardarraya. Entrando, luego luego, está un pueblo que mientan Juente de Rabia, que porque ahí había un manantial que cuando bebían los perros, les daba el mal. Güeno, pos ahí sí todos muy gustosos de oyir hablar otra vez en cristiano. Yo hasta me eché un grito de ¡Arriba Zacatecas, pelaos! Nomás se me quedaron viendo asina como empantallaos. Lo que luego nos almiró en España jue ver tanto español como hay. Y luego que no nomás tienen tiendas de barrotes, sino de todo. Y aunque no lo creyan, hay españoles piones y albañiles y choferes y de munchos oficios. Y eso sí, cuando supían que éranos mexicanos bien que nos hacían fiesta.

“Enseguida agarramos pa Madrí. Pasamos por un chorro de pueblos que ya no me acuerdo, nomás de un mentao Burgos, pos ahí está entierrao el Ci Campiador, que asina le decían a un caporal muy afamao de más antes, que era muy güeno pa jinetear y con la riata. Pa lazar tenía un caballo que le decían el Babieca -por baboso- y pa montar una yegua que se llamaba la Jimena. ¡Güenos jaripeos ha de ver dao el pelao ese!

“Por fin llegamos a Madrí, la capital. Bien bonita que se ve ques. Cómo hay de gente por las calles, hasta parece manifestación de acarriaos del Pri. Aquí con las mujeres se ven menos menifaldas que en otros laos, pero también por acá está agarrando muncho escremento esa moda. ¡Bendito sea Dios! Pos qué chulas se ven las ingratas con eso mientras no sean ñas esposas u las hijas de uno.

“De ahí de Madrí salimos en incursión a otros lugares, pos tán cercas. Juimos a Toledo, onde hacen unos cuchillos y machetes todos llenos de alamares, pero como la espada de Santa Catarina, nomás relumbran pero no cortan La catedral queque bien vieja; güeno, aquí en España todo es bien viejo. Le dicen a uno: esa iglesia tiene mil años, esa cequia como una que vimos de pura piedra: dos mil años, que un triato al aigre libre: tres mil años, que el generalísimo -asina le dicen aquí a su presidente- doscientos años, y todo igual. Lo que más nos almiró en Toledo jue un edificio que mientan El Alcázar, cuadrao, asina como la Albóndiga de Granaditas en Guanajuato. Pos que ahí cuando la guerra -porque en España pa no quedarse atrás también hubo guerra- pos que se hizo juerte un general que le decían el Moscardón, y los que lo sitiaban que eran de las juerzas de Napolión, después de que tumbaron todo a bombazos y como ni asina se rendían pues los defiensores se afornicaban tras las piedras caidas y dende ahí seguían haciendo juego, pos que agarran al hijo del Moscardón y que le hablan por teléfono: “Oiga general, si no se rinde ajusilamos a su hijo”, entons el general con tamaños güevotes les contestó que quería hablar con su hijo y que no se rendía. Ya luego le dijo al muchacho: “Mire mijo, dicen que si no me rindo lo ajusilan, y como no me voy a rendir, encomiéndese a Dios y al Santo Niño de Plateros, grite ¡Viva México!; güeno, que diga, ¡Viva España!, ¡y mándelos a chingar a su madre!” No, y asina está escrito en la pader con unas letras de oro y tovía está el mesmo teléjono con que habló con las juerzas de Napolión.

“De otros munchos lugares que recorrimos, de lo que más me gustó jueron: Sevilla con su torre de la Jirafa -le pusieron asina porque es muy alta y reuta-. Ahí en la noche juimos a un cabarete, quesque un entablao, ontán unas mujeres que se la pasan taconeya y taconeya, meniando el culo y tortiando las manos; no me cuadró, a toda ley el jarabe tapatío.

“En Córdoba juimos a ver que su afamao mezquital. Ya no hay ni un triste palo; todos los tiraron pa hacer una iglesia grandísima de puras colurnas; además pa mezquitales, mi tierra Zacatecas. A un lugar que mientan Valle de los Caidos no juimos. ¿Pa qué? Pa caidos con los de mi vieja tengo y me entretienen más. Ya después nos reconcientramos en Madrí: Juimos a pagar la manda de San Isidro quera lo que más le priocupaba a la Fausta. Ya después quedó más tranquilita. Juimos también a otro de esos museos. Yo no quería después de tanta deceición como he llevao, pero ni modo. Es uno ontán todas las pinturas de más antes. Puros retratos de santos, de viejas chichonas y nalgonas y otros de unos

Page 151: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

151

pelaos asina como con cara de idiotos: ¡quesque eran los reyes! Los que más me gustaron jueron los que pintó una mujer, una tal Goya. Güeno, se llamaba Gregoria, pero de cariño le decían asina: Goya. No y asina también le dicen en México; yo tengo una comadre en Sombrerete, la de la casa de asistencia, Goyita Campuzano, que asina se llama Gregoria. Güeno, pos la tal Goya pintó un cuadro de unos ajusilaos que hasta da miedo. Dijieron que estaba lleno y descolorido. Sabe. Yo lo vi bien.

“No, jijo del máiz, si es un cuadrerío que hasta se almarea uno. A la Fausta le gustaron algunos, entre otros varios. Uno que trai a la Mariasotana... no, a la Sotomariana... güeno, a la mujer del cántaro. Y otro quesque la rendición de una tal Brenda. De veras que ya ni la atrasó el pintor, mejor ni biera pintao esa inomiña: tan todos los pelaos con tamañas garrochas capulineras, muy gustosos y llenos de felecidá: La dicha Brenda ya ni salió, pos de seguro que ya se la bían escabechao y mejor la escondieron pa dar mala impresión. Pero de todas maneras la dieron, ¿u no?

“Una noche que nos querían llevar aun corral, que a ver las tunas y a los cantos jondos. ¡Hombre, ya ni la burla perdonan estas gentes! Mire nomás que querernos meter a un corral como si juéramos vacas, y luego ¿a qué? ¡A ver tunas! ¡Como si no biera visto otra cosa dende que nací! ¡Viajar en un viaje tan larguísimo pa venir a ver corrales y nopaleras! De plano que eso ya es ser burlista, porque ni modo que aquí haiga mejores tunas que en Zacatecas. Allá tenemos cardonas, chaveñas, taponas, blancas, amarillas, coloradas de menestral, de aljojor, rusias, cuillilas, aguañosas, rayadas, durazillas y de munchas otras que ya no me acuerdo. ¿Y aquí? Aquí nomás nos dijeron que la tuna oniserbaria u bertosaria u sabe como dijieron... Y luego los cantos jondos. Jondos manque no sean cantos son los que se echa uno después de un atracón de taponas.

“Oiga compadre: una cosa que no me cuadró de los españoles son lo copiones que son, nos queren imitar en todo. Nos han ajusilao un montón de suidades y pueblos. Como les gustan muncho las visitas de charros y las canciones de Jalisco, ya luego le pusieron a una Guadalajara; asina mesmo a otra Lión, luego a otra más Durango y Mérida y Zamora y Córdoba y hasta Salamanca, también ya tienen una. Güeno, pos se les perdona, porque de veras que son suidades nuestras muy grandes y presocias, pos ta bien no hay que ser egoistos. Pero lo que de a tiro no tiene perdón de Dios y que hasta salí a guantones con el guía, jue cuando dijo que ahí tenían a la verdadera Virgencita de Guadalupe. ¡Brase visto tamaña insolencia! Yo sé compadre que usté es medio agachupinao y que España es re chula y todo mundo tan cordial y decente con los mexicanos y que no se andan mentando la madre a todas horas como aquí, pero deso a que nos copieyen hasta a la Virgencita de Guadalupe, ya cambea, varea u se diferencea, ¿u no lo cre usté asina, compadre? Pero luego luego le maté el gallo al pelao ése, pos le dije: “Güeno, dígame, ¿aquí hay indios?” “Pos no” contestó. “Ahí ta, ¿entons cómo pudo la virgencita parecerse aquí, si todo el mundo sabe que se pareció a un indio? Y ya no pudo decir nada, nomás se quedó con la boca abierta. ¡Bah, pos luego! ¡Pelaos éstos, decir que la Virgencita de Guadalupe es gachupina! ¡Qué dieran! Entons le volví a decir al guío: “ya nomás falta que me diga que los charros también son de aquí”. Y que cren que me va respondiendo el muy cínico: “Pos sí, arsolutamente, son de Salamanca”. Ya no quise oyir más, nomás agarré y le he puesto tal guantón que lo tumbé al suelo y ay nomás se quedó tirao con un juerte roncor en el gaznate.

“Con mucho gusto pagué ,a multa y tovía me dijo el juez que no me priocesaban por masturbar lorden público, porque claramente se vía que yo era un descalibrado. Le contesté que agradeciera eso, que si llego a trair mi calibre 45m sabe como la bieran pasao los soldados esos del tricuernio, que jueron los que me cargaron pal bote.

“Güeno compadre y amigos, como ya mañana nos retachamos pa nuestra tierra, termino esta tarugada que yo no quería hacer, pero dice mi vieja que no hay que ser malagradecido, y que usté

Page 152: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

152

muncho nos recomendó le platicáramos todo lo que biéramos visto. Si no está todo, porque es re difícil acuerdarse, pos sí lo prencipal. Yo en todos laos ponía muncho cuidao de lo que decía el guía, y cuando entendía bien, pos yo hacía mis adeduyciones; no creyo que le haiga jerrao en muncho, además de que yo no tengo la culpa de que por acá en las Uropas haigan pasao hechos tan raros. Asina son por aquí, ni modo”.

Page 153: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

153

Epílogo

Poco tiempo después de ese viaje, mi compadre murió. Más bien se mató, que para el caso es lo mismo. Ambos, él y Fausta, perecieron instantáneamente al estrellar su camioneta -la Picot, le decía mi compadre.

Hemos visto como el progreso irrumpió poderoso y devastador, como un ciclón, por aquellas tierras que se habían salvado de su embate. Pues bien, mi compadre también se motorizó. Compró una camioneta de carga y aprendió a manejarla. Claro -y eso yo se lo advertí- que a su edad ni se podía enseñar bien a conducir, ni los reflejos son tan precisos como antes. “No compadre, pos si nomás la quero pa ir al rancho, y si acaso a Nieves, pero hasta ahí”. De todos modos mi compadre le tomó confianza al artefacto rodante y en un viaje a Sombrerete se estrelló de frente y enmedio de una tolvanera que impedía la visibilidad, con un pesado camión carguero.

Después de todo tuvo suerte: murió como él quería; rápido y con las botas puestas. Y además, llevándose a su querida Fausta. “Pa no dejar pendientes, compadre”, me hubiera dicho.

Jamás he vuelto por allá. Con la muerte de mi compadre, aquello perdió el único interés que podía tener para mí. Triunfaron los tiempos modernos, y uno de los últimos bastiones del pasado se batió en retirada para siempre.

¿Serán sus habitantes ahora más felices?

Page 154: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

154

Silabario

Significado de algunos regionalismos que se emplean en este libro, y otras aclaraciones pertinentes o impertinentes, lo mismo da. Salen por orden de aparición -más o menos.

1. PUP. Por la Unificación del Pendejo2. Chingar. Todas las diferentes gamas y maneras de perjudicar al prójimo. Por lo que respecta a

las prójimas sólo hay una forma de hacerlo: ésa.3. Ya se que las Bienaventuranzas Evangélicas será el reino de los cielos de los pobres de espíritu,

y que los que padecen hambre y sed de justicia serán hartos. Pero a mi se antoja cambiarlos, ¿y quién me lo impide? Para eso estamos en un país libre.

4. “A toda madre”. Como la madre es lo más grande que hay en la tierra, esa expresión significa “lo máximo”

5. Gobernadora. Arbusto espinoso que no sirve para nada. El del género masculino generalmente tampoco sirve para nada.

6. Guayule. Arbusto del que los canijos gringos sacaban hule cuando la segunda guerra mundial, al observar -qué canijos- que las boñigas de las chivas que se alimentaban con sus hojillas, rebotaban al caer al suelo. Ahí mismo se inventó el squash.

7. Boñiga. Heces fecales de los caprinos y ovinos. Son pequeñas pelotas. De ahí viene el antiquísimo y universalmente aceptado apotegma latino: Caprinus rotundus defecatur, que en buen romance quiere decir precisamente: el chivo caga bolitas.

8. Candelilla. Vegetal que sirve para hacer pendejos a los pobres candelilleros y enriquecerse a su costa muchos vivales. ¡Ah!, y del que extraes la cera de candelilla, que ignoro para que carajos sirve.

9. Machucao. Muy trabajado.10. Mezquite. Ya dije lo que es y no voy a estar repitiéndolo. Busquen.11. Gruñidora. Antigua hacienda de la región, famosa por sus mulas. De ahí salieron varios

generales revolucionarios.12. Desabordinarse. Insubordinarse.13. Guaparra. Machete ancho.14. Machete. Guaparra angosta.15. “Capaz de hacer parir a una mula”. Dícese de algo imposible de lograr, pues las mulas por ser

animales híbridos no pueden concebir y por lo tanto parir. Pero últimamente los canijos gringos -otra vez, ¡que canijos!- sacaron una píldora con la que vuelven mulas a las mujeres.

16. “Sacar al buey de la barranca”. Superar grandes dificultades. Generalmente es uno mismo el que tiene que salir de la barranca.

17. Güey. Buey.18. Buey. Cuadrúpedo con cuernos.19. Cuernos. Defensas naturales de todos los bovinos, ovinos, caprinos, etc. En los humanos

aparecen con bastante frecuencia, aunque tienen la característica de que son invisibles. A muchos les han sido de gran utilidad para prosperar en la vida. La siguiente inmoraleja así lo

Page 155: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

155

confirma:

El conde de Turín, joven balíncasó con la princesa de Calcuta,joven muy puta.Desde entonces al conde le ha brotadohermosa cornamentapero esto ha sido exceso de calcioen su osamenta,según le ha dicho el duque CopetónSu actual patrón.

Inmoraleja:

Los cuernos al salir duelen bastanteal igual que los dientes al lactantepero sirven después para comer...a aquél que los aguante.

20. Obispo. Jefe de un territorio y grupo de católicos, designado por el Papa por el antiguo y prestigiado sistema de dedazo. El primero en dar varios dedazos y un autodedazo fue san Pedro, al cabo para eso tenía las llaves de la despensa. Si alguien se desabordinaba, lo dejaba sin merienda.

21. Yip. Jeep. Vehículo militar que si todos hubieran sido tan malos como el que yo tuve, los aliados de seguro pierden la guerra.

22. Cura. Delegado municipal del Obispo. Usualmente tiene un vicario que es el que trabaja.23. Pimpollantes. Buenonas.24. Compadre. Institución sagrada mexicana superior en jerarquía a padres, hermanos y amigos. El

maestro Marco Almazán la define estupendamente en su libro El redescubrimiento de México.25. Comadre. Institución a la que siempre le quiere llegar el compadre.26. Leche agria. Es lo que mamaron los burócratas.27. “Non pelustra”. Non plus ultra.28. Non plus ultra. Muy chingón.29. Gringo. Variedad de gabacho.30. Gabacho. Todos los güeros que no hablen español.31. Hablar en gabacho. Todo idioma que no sea el español hablado por güeros.32. Pasojo. Estiercol de res seco. También le dicen raja y se usa como combustible.33. Tornaboda. Fiesta que se hace a los ocho días de la boda. Uno de los tantos pretextos a que

acuden los borrachos. En la antigüedad solo se efectuaba si la novia resultaba virgen. No obstante eso, en la actualidad se sigue celebrando.

34. Tetillas y Guadalupe de las Corrientes. Así mismo haciendas de la región, famosas también por sus mulas y su ganado menor.

35. Huicholes. Tribu indígena que habita en la Sierra Madre, al poniente de Zacatecas. Famosa por

Page 156: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

156

sus peyotes.36. Curros. Catrines.37. Tanguarnís. Sorronchi.38. Chorrillentos. Cursientos.39. Histafiate. Yerba amarga y astringente, buena para los chorrillentos y los cursientos.40. Sufiate. Culo.41. Silabario. Lo mismo.42. Cátaros o albigenses. Secta neomaniquea del siglo XII. Su núcleo más importante se desarrolló

en el sudoeste de Francia, principalmente alrededor de la ciudad de Albi, de donde tomaron uno de los nombres con que seles conoce. Individuos inofensivos y piadosos, predicaban la pobreza y la castidad. Fueron terriblemente perseguidos y aniquilados. El Papa Inocencio III predicó una cruzada contra ellos, poniendo a la cabeza de ésta a Simón de Monfort. Hay una anécdota verídica que a mí me ha impresionado profundamente: se sitiaba la ciudad de Biziers, donde los acosados cátaros se habían hecho fuertes. Al ordenar el asalto final se dio la consigna de pasar a cuchillo a todos sus habitantes, sin respetar a nadie. Fueran mujeres, ancianos o niños. Como había el problema de que parte de la población no eran herejes, sino fieles y ortodoxos hijos de la iglesia, se consultó con el Legado pontificio Arnaud-Amalric acera de qué hacer, pues era imposible distinguir a unos de otros. El legado salomónica y expeditamente solucionó el problema: “Ustedes maten a todos por parejo. Ya el Señor en el otro mundo se encargará de escoger a los suyos”.

43. El requiem de difuntos es así:

Requiem aeternam dona eis domineet lux perpetua luce at eisrequiescant in pace. Amen.

44. Neque estrepitus ventris, cosacus dixit. Quiere decir simplemente. Ni pedo, dijo un cosaco.45. Tlacote. Pústula generalmente benigna.46. Pústula. Tlacote generalmente maligno.47. Golondrino. Ganglios inflamados en las axilas o ingles. Duelen de a madre.48. Hic est nectar angelorum hominibus. Éste es el néctar de los ángeles para el hombre.49. Mucio Scevola. Quien no sepa la historia de éste personaje, debe empezar a preocuparse,

porque yo la conocía en primaria. Por tanto, me niego a repetirla. Pregunten.50. Fuste. Armazón de madera o hierro de la silla de montar. De una dama con buena petaca dícese

que tiene “buen fuste”.51. Revolución. Movimiento desmadroso en que los que están abajo se van para arriba y los que

están arriba se van al carajo.52. Revolución francesa. Sensacional desmadre, donde unos se la pasaban cortándoles la cabeza a

los otros, y los otros a los unos. En el ínter se llevaron de corbata al rey, a la reina, a un tal Dientón y a muchos más. Al último solo quedó Napoleón, al que le jerraron por chaparro. Él entonces ganó muchas batallas, pero perdió la del Guaterclos, así llamada porque dicen que fue el cagar...

53. Revolución mexicana. Descuajaringue desmadratoso en la que los que entraron al juego de chínguele a las tortas se divirtieron como locos: ¡Ora todos a chingar a uno! ¡Ora uno pa

Page 157: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

157

chingar a todos! ¡Ora todos se chingan entre todos! Y después los que quedaron, que eran los que nomás taba mirando, se llevaron la canasta pa su casa y ahí la tienen guardada desde entonces.

54. Revolución cubana. La única que me merece respeto. Punto.55. Revolucionario. Individuo dedicado a propagar e imponer ideas tendientes a cambiar el status

de una sociedad.56. Revolucionario ruso. Individuo que logró que al pueblo ruso le quitaran la albarda. Ahora lo

jinetean en pelo.57. Revolucionario mexicano. De éste se dan varios tipos:

1. El de Exportación. Brilla en los foros internacionales haciendo gala de un izquierdismo avanzado, mismo que reprime violentamente aquende las fronteras patrias.

2. El funcionario público mientras no acaba de sacar al extranjero todo lo que ha robado del erario nacional.

3. Los artistas intelectuales y demás congéneres que siempre han vivido del cuento, mientras éste se pague en dólares y puedan gastarlos en un país burgués y capitalista.

4. Los que desean en verdad un cambio radical en el estúpido y absurdo sistema actual. En México ya no quedan. En todo el mundo son exactamente 26, 25 de los cuales son chinos y no les entiende ni su mamá.

58. Epitafio. Leyenda que se inscribe sobre la tumba de un difunto. Generalmente se dice ahí de éste lo contrario de lo que se dijo en vida.

59. Bazofia. Materia orgánica en descomposición. Entran en esa denominación los excrementos y demás detritus humanos. El mismo cuerpo del hombre queda convertido en eso después de la muerte. Los árabes y otros pueblos orientales son muy dados a glorificarla. Si no me lo creen vayan a cualquier panteón y vean de quiénes son los más suntuosos -y cursis- mausoleos. Son auténticos monumentos a la mierda, pues en eso nos convertimos todos. ¡Aunque no nos guste! Así es esto de la química orgánica.

60. Opus Dei. Agencia comercial y religiosa. Dícese concesionaria exclusiva de la autopista Tierra-Cielo, en la cuál mediante módica cuota garantizan el viaje y la llegada sanos y salvos. Naturalmente es para los que viajan en coche. Peatones, bicicleteros y camiones de segunda, no tienen acceso a ella.

61. Cristiano. Dícese de los seguidores de Cristo y sus divinas enseñanzas.62. Católico. Especie de cristiano. En un principio también seguían esas divinas enseñanzas.63. Católico mexicano. Especie religiosa con remotas semejanzas con el cristianismo, de quien solo

conserva el nombre. Sus dogmas y culto varían según la clase social a la que pertenezca. Entre el pueblo es muy simple: ¡Viva la Virgencita de Guadalupe y tizne a su madre el que no le cuadre! En la clase media es un seguro contra el infierno, cuya prima hay que pagar yendo a misa todos los domingos. En las clases altas es una vergüenza, porque llamarse cristianos quienes detentan una riqueza que es de todos, es un sangriento y puerco sarcasmo.

64. Hipróquitas. Hipócritas.65. Hipócritas. Hipróquitas.66. Afornicativos. Hipócritas sexuales.67. Empresario. Versión moderna del señor feudal.68. Empresario mexicano. Versión actualizada del encomendadero colonial o cuando menos del

Page 158: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

158

ruin hacendado porfirista. Su mezquinidad y pequeñez moral está en razón inversa de su importancia. Mientras más grande como empresario, más pinchi como ser humano.

69. Ciego. Individuo privado del sentido de la vista.70. Ciego rico mexicano. Individuo sano de la vista y que sin embargo no ve nada de la miseria e

injusticia que le rodea.71. Ciego de un ojo. Que ve a medias. V. Tuerto.72. Ciego del otro. Ya ni a medias.73. Ciego del colon. Se le llama así a esa parte del intestino, porque aunque tiene un ojo, éste

siempre permanece cerrado. V. Estreñido.74. Estreñido. El que se sienta en el excusado con la idea de que “lo importante es competir”.75. Estreñido trágico. El que tiene inscritas en su cuarto de baño estas palabras que el Dante pone a

la entrada del infierno: “Quien se siente aquí, pierda toda la esperanza”.76. Estreñido alegre. El que pretende acallar sus pujidos atacando a todo pulmón un aria de Il

Trovatore.77. Toro. Consorte de la vaca. Animal cuadrúpedo estúpido. En España y otros países de América

se acostumbra “lidiarlos”, que es el eufemismo con el que se designa al martirio del y del pendejo cornúpeta.

78. Toreo. Diversas maniobras tendientes a martirizar y matar al toro. Como de acuerdo con sus respectivas definiciones, no es arte, ni deporte, ni teatro, ni circo, ni ballet, los nombraremos bufonada trágica o mascarada sangrienta. Lo trágico y sangriento por supuesto es por el toro, pues actualmente corre más sangre en un convento de monjas que entre todos los toreros del mundo.

79. Pedo. El alma de un frijol subiendo al cielo.

Page 159: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

159

Noticia del autor

Unas palabras acerca del autor, para que los vilipendiados o simplemente poco diplomáticamente aludidos en la obra, sepan a quién “echarle la aburridora”, dijera mi compadre.

Nació en Teziutlán, bella y húmeda población de la sierra norte del estado de Puebla; cuna de grandes políticos, pensadores, generales, pintores e indios calzonudos -en las dos acepciones de la palabra.

Su nombre real es el de Fernando Rodríguez Lapuente, padre de más de ocho -tiene nueve-. Se educó -si a eso le llaman educación- con los arrogantes, aristocratizantes y retrógradas jesuitas de Puebla, quienes le enseñaron a pensar y una ve enseñado lo refregaron por no pensar como ellos.

En 1944, en un rasgo de aventurerismo a que tan dado ha sido, se alistó como voluntario en el ejército canadiense; desde entonces es ferviente partidario de la nieve de limón y de los separatistas de Québec.

Después, ya de regreso en México, entre la sarta de pendejadas que limpiamente hilvanó, militó en las derechas; estuvo plenamente convencido de que todos los males del mundo se debían a los judíos y a los masones, leyó a Vasconcelos y Ramiro de Maetzu, hasta que cayó del caballo fulminado, no en el camino de Damasco, sino en el de Chalchihuites -que para el caso es lo mismo.

Desde entonces no ha llorado lo suficiente -¡qué conmovedor!- para borrar la mancha de haber ofendido alguna vez las causas más negras de México.

Este libraco es, pues, el mea culpa de un pendejo que quiere redimirse y que da gracias a Dios -que desilusión, no es ateo- por haberse permitido ver la luz. Antes de que se la corten por exceso de pago.

Page 160: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

160

Nota final

Fernando Rodríguez Lapuente nació en 1925 en Teziutlán, Puebla; y murió en 2005 en Celaya Guanajuato. Dijera mi compadre es la obra que marcó su vida.

Page 161: Fernando rodríguez lapuente   dijera mi compadre (letra grande)

Fernando Rodríguez Lapuente – Dijera mi compadre

161

Índice

Nota del transcriptor...................................................................................................................................2Advertencia preliminar...............................................................................................................................5Introducción al estudio de mi compadre....................................................................................................7Mi compadre don Juande...........................................................................................................................8El vicario de Baco....................................................................................................................................14La importancia de llamarse Mateo y ser ateo...........................................................................................17Un caballero balín....................................................................................................................................20El inventor................................................................................................................................................23Filosofía amorosa del compadre Juande..................................................................................................28Mi compadre, los toros y los gallos.........................................................................................................32Mi compadre y las mujeres......................................................................................................................35El sepelio..................................................................................................................................................38Un poco de historia no nos cae mal.........................................................................................................41Intermezzo lírico......................................................................................................................................46El secreto del enterrador...........................................................................................................................48El negro....................................................................................................................................................51Homo eléctricus.......................................................................................................................................55Don Espiridión Caldera............................................................................................................................57El adevino................................................................................................................................................62La pastorela y otras andancias..................................................................................................................70Los gringos...............................................................................................................................................76El Fígaro Benito, poeta y evangélico redentor de putas...........................................................................79La cerdera batalla.....................................................................................................................................91Triste fin de un valentón...........................................................................................................................93Más vale llegar a tiempo..........................................................................................................................96El opio de los pueblos..............................................................................................................................98El santero milagroso...............................................................................................................................104Rudelio Montalvo...................................................................................................................................110Trigo amargo (El diezmo, el Cura, el Santo y el Renegado)..................................................................113La política...............................................................................................................................................118La feria...................................................................................................................................................125El reloj....................................................................................................................................................130De lo fúnebre y sus pompas...................................................................................................................135Los “Cristos”..........................................................................................................................................139El viaje...................................................................................................................................................142Epílogo...................................................................................................................................................153Silabario.................................................................................................................................................154Noticia del autor.....................................................................................................................................159Nota final................................................................................................................................................160