'Guerra y Paz'_ Lecciones de Tolstói _ Opinión _ EL PAÍS
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24/9/2015 'Guerra y paz': Lecciones de Tolstói | Opinión | EL PAÍS
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Lecciones de Tolstói
El escritor ruso nos enseña en 'Guerra y paz' que pese a todolo malo que hay en la vida, la humanidad va dejando atrás,poco a poco, lo peor que ella arrastra
Leí Guerra y paz por primera vez hace medio siglo, en Perros-Guirec, un volumenentero de la Pléiade, durante mis primeras vacaciones pagadas en la Agence France-Presse. Escribía entonces mi primera novela y estaba obsesionado con la idea de que,en el género novelesco, a diferencia de los otros, la cantidad era ingrediente esencialde la calidad, que las grandes novelas solían ser también grandes —largas— porqueellas abarcaban tantos planos de realidad que daban la impresión de expresar latotalidad de la experiencia humana.
La novela de Tolstói parecía confirmar al milímetro semejante teoría. Desde su iniciofrívolo y social, en esos salones elegantes de San Petersburgo y Moscú, entre esosnobles que hablaban más en francés que en ruso, la historia iba descendiendo yesparciéndose a lo largo y a lo ancho de la compleja sociedad rusa, mostrándola en suinfinito registro de clases y tipos sociales, desde los príncipes y generales hasta lossiervos y campesinos, pasando por los comerciantes y las señoritas casaderas, loscalaveras y los masones, los religiosos y los pícaros, los soldados, los artistas, losarribistas, los místicos, hasta sumir al lector en el vértigo de tener bajo sus ojos unahistoria en la que discurrían todas las variedades posibles de lo humano.
En mi memoria, lo que más destacaba en esa gigantesca novela eran las batallas, laprodigiosa odisea del anciano general Kutúzov que, de derrota en derrota, va poco apoco mermando a las invasoras tropas napoleónicas hasta que, con ayuda del crudoinvierno, las nieves y el hambre, consigue aniquilarlas. Tenía la falsa idea de que, sihabía que resumir Guerra y paz en una frase, se podía decir de ella que era un granmural épico sobre la manera como el pueblo ruso rechazó los empeños imperialistasde Napoleón Bonaparte, “el enemigo de la humanidad”, y defendió su soberanía; esdecir, una gran novela nacionalista y militar, de exaltación de la guerra, la tradición ylas supuestas virtudes castrenses del pueblo ruso.
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Compruebo ahora, en esta segunda lectura, que estaba equivocado. Que, lejos depresentar la guerra como una virtuosa experiencia donde se forja el ánimo, lapersonalidad y la grandeza de un país, la novela la expone en todo su horror,mostrando, en cada una de las batallas —y acaso, sobre todo, en la alucinantedescripción de la victoria de Napoleón en Austerlitz—, la monstruosa sangría queacarrea y las infinitas penurias e injusticias que golpean a los hombres comunes ycorrientes que constituyen la inmensa mayoría de sus víctimas; y la estupidez macabray criminal de quienes desatan esos cataclismos, hablando del honor, del patriotismo yde valores cívicos y marciales, palabras cuyo vacío y nimiedad se hacen patentesapenas estallan los cañones. La novela de Tolstói tiene mucho más que ver con la pazque con la guerra y el amor a la historia y a la cultura rusa que sin duda la impregna noexalta para nada el ruido y la furia de las matanzas sino esa intensa vida interior, dereflexión, dudas, búsqueda de la verdad y empeño de hacer el bien a los demás queencarna el pasivo y benigno Pierre Bezújov, el héroe de la novela. Aunque latraducción al español de Guerra y paz que estoy leyendo no sea excelente, lagenialidad de Tolstói se hace presente a cada paso en todo lo que cuenta, y mucho másen lo que oculta que en lo que hace explícito. Sus silencios son siempre locuaces,comunicativos, excitan una curiosidad en el lector que lo mantiene prendido del texto,ávido por saber si el príncipe Andréi se declarará por fin a Natasha, si la boda pactadatendrá lugar o el atrabiliario príncipe Nikolái Andréievich conseguirá frustrarla.Prácticamente no hay episodio en la novela que no quede a medio contar, que no seinterrumpa sin hurtar al lector algún dato o información decisivos, de modo que suatención no decaiga, se mantenga siempre ávida y alerta. Es realmente extraordinariocómo en una novela tan vasta, tan diversa, de tantos personajes, la trama narrativaesté tan perfectamente conducida por ese narrador omnisciente que nunca pierde elcontrol, que gradúa con infinita sabiduría el tiempo que dedica a cada cual, que vaavanzando sin descuidar ni preterir a nadie, dando a todos el tiempo y el espaciodebidos para que todo parezca avanzar como avanza la vida, a veces muy despacio, aveces a saltos frenéticos, con sus dosis cotidianas de alegrías, desgracias, sueños,amores, fantasías.
En esta relectura de Guerra y paz advierto algo que, en la primera, no había entendido:que la dimensión espiritual de la historia es mucho más importante que la que ocurreen los salones o en el campo de batalla. La filosofía, la religión, la búsqueda de unaverdad que permita distinguir nítidamente el bien del mal y obrar en consecuencia espreocupación central de los principales personajes, incluso los jerarcas militares comoel general Kutúzov, personaje deslumbrante, quien, pese a haberse pasado la vidacombatiendo —todavía luce la cicatriz que le dejó la bala de los turcos que le atravesóla cara— es un hombre eminentemente moral, desprovisto de odios, que, se diría, hacela guerra porque no tiene más remedio y alguien tiene que hacerla, pero preferiríadedicar su tiempo a quehaceres más intelectuales y espirituales.
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Aunque, “hablando en frío”, las cosas que ocurren en Guerra y paz son terribles, dudoque alguien salga entristecido o pesimista luego de leerla. Por el contrario, la novelanos deja la sensación de que, pese a todo lo malo que hay en la vida, y a la abundanciade canallas y gentes viles que se salen con la suya, hechas las sumas y las restas, losbuenos son más numerosos que los malvados, las ocasiones de goce y de serenidadmayores que las de amargura y odio y que, aunque no siempre sea evidente, lahumanidad va dejando atrás, poco a poco, lo peor que ella arrastra, es decir, de unamanera a menudo invisible, va mejorando y redimiéndose.
Esa es probablemente la mayor hazaña de Tolstói, como lo fue la de Cervantes cuandoescribió El Quijote, la de Balzac con su Comedia humana, la de un Dickens con OliverTwist, de un Victor Hugo con Los miserables o de Faulkner con su saga sureña: pese asumergirnos en sus novelas en las cloacas de lo humano, inyectarnos la convicción deque, con todo, la aventura humana es infinitamente más rica y exaltante que lasmiserias y pequeñeces que también se dan en ella; que, vista en su conjunto, desdeuna perspectiva serena, ella vale la pena de ser vivida, aunque solo fuera porque eneste mundo podemos no sólo vivir de verdad, también de mentiras, gracias a lasgrandes novelas.
No puedo terminar este artículo sin formular en público esta pregunta que, desde quelo supe, me martilla los oídos: ¿cómo fue posible que el primer Premio Nobel deLiteratura que se dio fuera para Sully Prudhomme en vez de Tolstói, el otrocontendiente? ¿Acaso no era tan claro entonces, como ahora, que Guerra y paz es unode esos raros milagros que, de siglo en siglo, ocurren en el universo de la literatura?
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© Mario Vargas Llosa, 2015.
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