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    Justo Navarro

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    1990, Justo Navarro

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    Justo Navarro Hermana muerte

    Esta novela obtuvo por unanimidadel Premio Navarra de novela 1989,

    convocado por la Caja de AhorrosMunicipal de Pamplona. El Jurado

    estuvo formado por Jos Manuel CaballeroBonald, Antonio Muoz Molina y Luis Sun.

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    Mi padre no dorma. Esperaba la muerte con calma,como si aguardara una llamada telefnica en la que leconfiaran una palabra clave, la consigna para cruzar unafrontera. Esperaba echado en el sof no en la cama: ni denoche buscaba la cama, mirando a travs de las cortinaslo que pasaba en el exterior. Pocas veces exiga que le

    prestramos atencin: pareca un agradable animaldomstico que permite que sus amos lo olviden. A vecestosa de un modo especial, y a mi hermana se le acercaba,y l le hablaba de cartas que no haban sido contestadas yque nunca seran contestadas. Aunque estaba a punto demorirse ya le haban retirado todas las medicinas, salvolos inyectables que calmaban horribles dolores, mi padrese comportaba con pura lucidez, habitante de una tranquilasobremesa sin fin, escuchando, con una manta escocesa

    sobre las piernas, msica clsica en la radio.Pero la serenidad del hombre envuelto en la manta de

    cuadros escoceses, cuidadosamente vestido deexcursionista con camisa de franela y amplios pantalonessperos y arrugados de tela de gabardina, provocaba en muna repulsin tan liviana que no me atrevera, ahora que losaos han pasado, a llamarla asco: era, ms bien, laprevencin que se siente ante un gato enfermo,arrinconado, perdiendo pelo, en una cesta entre cojines. Mi

    hermana rompa la ampolla transparente, cargaba lajeringuilla desechable, ataba la cinta de goma alrededor delbrazo de nuestro padre, pinchaba la vena: la sangremanchaba la droga translcida y yo apartaba la vista. Ahorame acuerdo de un hilillo de saliva uniendo los labiosentreabiertos del hombre drogado mientras mi hermanafrota con un algodn empapado en alcohol el hueco delbrazo donde se dibuja la encrucijada de las venas. Entoncesmi padre extiende una mano y acaricia los labios de mi

    hermana.

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    A mi padre no lo visitaba ningn amigo: su nicoentretenimiento consista en observar a travs de lapersiana medio echada la demolicin de las casas querodeaban la nuestra: el trabajo de las excavadoras y las

    gras le produca un raro consuelo. Quiz se sintierapartcipe en aquel cuidadoso afn de aniquilamiento, delque, si nuestra casa se haba salvado gracias a suobstinacin frente a tratantes y constructores, suorganismo se converta en emblema viviente: el cncer lodestrua sin remedio, y yo, cuando me acercaba a l cadamaana y lo vea bien afeitado tena una rasuradoraelctrica que usaba adems como pisapapeles, temaenfrentarme a una arborescencia que le saliera por una

    oreja o un ojo o por la nariz o la boca: El cncer crececomo una planta, haba odo un da en el supermercado.

    Pero he mentido: durante meses colegas y antiguosvecinos visitaron a mi padre enfermo, tanto en la casacomo en el sanatorio. Las visitas cesaron cuando mi padre,absolutamente desahuciado, volvi del hospital: todoshuyeron como si temieran el contagio de la muerte. Todoshuan ante la muerte que rondaba nuestra casa. Miscompaeros de colegio los del barrio haban desaparecido

    con la llegada de las inmobiliarias dejaron de venir abaarse en la piscina, y la piscina empez a cubrirse dehojas y papeles y bolsas de plstico, y ponan al principiopretextos absurdos y, por fin, decan que no, que cmo meatreva a baarme y a salpicar y a chillar saltando desde eltrampoln mientras mi padre resista enfermo y moribundo.Mi hermana se acercaba a mi padre y le pona una manosobre la amplia frente, en la que el pelo retroceda como sise debilitara a la par que el desahuciado, y mova la cabeza

    al ritmo de la msica, y mi padre simulaba dormir o, por lomenos, cerraba los ojos.

    Un individuo, sin embargo, continu visitando a mipadre con la fidelidad de la mala suerte. Llegaba a la casaenvuelto en abrigo y bufanda, cubierto a veces por una lonaimpermeable y un sombrero y un paraguas que siempreconserv aspecto de recin comprado. No me gustaba: leestrechaba riguroso la mano a mi hermana, me haca unguio cuyo significado no adivin jams, se sentaba frente

    a mi padre sonriendo. Esto va bien, va bien, fueron todaslas palabras que, a lo largo de tardes y tardes, salieron de

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    su boca balbuceante. Usaba, estoy seguro, dentadurapostiza. Sobre la nariz le quedaba la huella del puente deunas gafas metlicas desaparecidas: miraba con el gestomal encajado y los ojos perdidos del que, con la costumbre

    de los cristales graduados, pierde en un tropiezo sus lentesy ha de amoldar la mirada a la nueva distorsin de lascosas. Aunque era un ser blando y mezquino yatemorizado, yo lo juzgaba un hroe: se sentaba a pocoscentmetros de mi padre, lo tocaba incluso. Y de repentedej tambin de visitarnos.

    Entonces le dije a mi hermana: Pap est a punto demorirse; hasta ese hombre repelente lo ha abandonado. Mihermana me respondi: Ese hombre muri hace una

    semana. As que no se trataba de ningn hroe: slo eraun moribundo que se reuna de vez en cuando con otromoribundo sin miedo a contaminaciones, un pjaro quefrecuentara los nidos de los pjaros de su especie. Me loimagino recorriendo los domicilios de los agonizantes,mensajero de una sociedad secreta cuyos miembros no seconocen entre s, se ignoran, y slo se mantienen encontacto a travs de un fantasma que los frecuenta a todos.Si tal sociedad exista, no consider necesario relevar a su

    emisario: mi padre tena los das contados. Haba dejado dehablar, pero segua vistindose, lavndose y afeitndosesolo y oyendo la radio. Un da, cuando fui a despedirmepara ir al colegio, lo encontr sin afeitar. Hoy no teafeitas?, le pregunt para darle nimos: mi hermana y yoqueramos que nos sintiera naturales y casi deportivos,acostumbrados a la muerte. Se limit a parpadear dosveces. Entonces mi hermana apareci, sac la rasuradoraelctrica de entre los libros haca tiempo que mi padre no

    lea una pgina, pero usaba los libros para esconder, quinsabe por qu, la mquina de afeitar, la enchuf y empeza afeitar a mi padre.

    Esa noche me despert con una pesadilla: so que mihermana me afeitaba yo no necesitaba afeitarme y mehaca dao. La mquina me levantaba la piel, me dejaba lacara en carne viva, me escoca y dola el contacto del aire.Salt de la cama a oscuras, avanc como un ciego por elcorredor: en el espejo del fondo del pasillo me esperaba un

    espectro con una cara tenebrosa que era la ma. Entrtemblando en el cuarto de mi hermana. La ventana estaba

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    entreabierta y en la habitacin se filtraba la luz de los focosde las obras de la inmobiliaria. Dorma boca arriba, tensa,como si fingiera el sueo y esperara a un enemigo. Concuidado la destap y me acost a su lado, sin tocarla.

    Vuelve a tu cama, dijo sin abrir los ojos, como unamdium. Entonces me tumb en el suelo, junto a la cama,sobre la alfombra. A unos centmetros de mi mano estabanlos zapatos de mi hermana, levemente tronchados lostacones bajos, muy usados y brillantes de limpios, viejos.Entonces me ech encima un cobertor.

    En aquel tiempo mi hermana y yo empezamos a llevara mi padre al lavabo y a baarlo y a vestirlo. El mdico ledaba tres semanas de vida. Dibuj en un papel una

    escalera de veinte peldaos que terminaba en una puertablanca, y cada da que pasaba tachaba un escaln. Pasaronlas tres semanas y tres semanas ms y otras tres semanasy mi lpiz continuaba detenido ante la puerta rectangular yvaca. Cumplido el plazo, cada maana, antes de salir haciael colegio, mientras mi hermana fregaba la cocina meacercaba a mi padre mudo y ciego, desvalido en el pijamaque mi hermana le haba comprado para sustituir las ropasque ya no podra ponerse nunca, y comprobaba si segua

    respirando. Registraba el bolso de mi hermana y al abrirlome gustaba oler a cosmticos y a tabaco, coga la polveraplateada, acercaba el espejito a la boca de mi padre: unanube ligersima de vaho lo empaaba. Entonces guardabala polvera. Jams toqu aquel dbil vapor casiimperceptible. A veces mi padre roncaba brutalmente, y mihermana le inyectaba, y ya no tena que usar la cinta degoma para abultar y buscar la vena.

    Un da los de la constructora levantaron una nueva

    gra. Poco le importaba a mi padre el estrpito de lastaladradoras y las hormigoneras y las voces de loscapataces: slo se preocupaba de que la ventanapermaneciera cerrada, lo que no impeda que penetrara eltumulto de las obras de demolicin de las casas querodeaban a la nuestra: no quera que el polvo cubriera losmuebles, su ropa, la carne inmvil. Alguna vez abra losojos: estoy seguro de que, con la ventana abierta, el pesodel polvo filtrado le hubiera impedido levantar los prpados.

    No deca nada, no se quejaba, no le temblaba un dedo, peromi hermana lo entenda: mi hermana cuidaba de que la

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    ventana estuviera firmemente cerrada y, cuando mi padrelo necesitaba, le pasaba por encima una toalla hmedacolor de albaricoque.

    Pero el da en que montaron la gran gra amarilla, mi

    padre perdi la paraltica y silenciosa presencia de nimocomo un ciego que vacila porque han introducido unacmoda nueva en su habitculo o le han cambiado laposicin de las sillas. Yo haba vuelto del colegio, mihermana haba salido a comprar provisiones: yo lea en vozalta el fascculo de una enciclopedia sobre la vida en lasprofundidades ocenicas. Aunque saba perfectamente quemi padre no me escuchaba, haba aprendido que se lesdebe leer a los enfermos. Me demoraba en las costumbres

    de un monstruoso pez sin ojos cuando mi padre gir lacabeza hacia el cristal de la ventana: por qu lanz aquelrugido terrible si no fue por la visin de la inesperada gra?Cerr el fascculo, me acerqu a mi padre. Ahora tena losojos y la boca bien abiertos, y vi los empastes negros y lasaliva escasa y blanca y seca.

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    Supe entonces de inmediato lo que tena que hacer:tom la mano derecha de mi padre y le quit del dedoanular la alianza. No me cost trabajo: en el dedoenflaquecido el anillo bailaba, y la carne era spera como lade una cartera olvidada en un trastero. No estabademasiado fra, aunque pareciera, desde luego, la carne deun hombre aterido. Yo tema que ms tarde, cuando mi

    padre adquiriera la rigidez de los cadveres, costararecuperar la alianza, y me constaba que a mi hermana leiba a gustar conservarla. En el plato que sostena el vaso deagua dej con cuidado el anillo: no quera or ningntintineo ni mirar la cara de mi padre, temeroso de que elmnimo ruido lo hubiese soliviantado y resucitado. Slo viuna lnea oscura en el cuello del pijama: era jueves, y los

    jueves le tocaba cambiarse de ropa.

    Busqu en mi carpeta el cuaderno en el que haba

    dibujado los escalones que suban hasta la puerta vaca ymarqu una amplia aspa sobre el espacio en blanco. Yaest, pens. Cerr y guard el cuaderno, volv a la butaca,prosegu la lectura de la enciclopedia martima. Alguna vezalc los ojos del libro y me asegur de que mi padrecontinuaba impasible y esttico. Por qu continuleyndole, si no ignoraba que estaba muerto? Supona queun cambio en el clima de la habitacin poda hacerloreaccionar: hay gente que en el cine se despierta cuando

    acaba la pelcula, alarmada por la interrupcin de la bandasonora y el regreso de las luces. Mi padre deba habermuerto haca ms de un mes y, ahora que por fin habaconseguido cumplir con retraso los vaticinios de losespecialistas mdicos, yo no quera quebrantar el ordenque, coronando meses revueltos y sombros, haba cadosobre la habitacin como un apacible resplandor de mediatarde. Incluso el estruendo de las excavadoras y lostaladros de los albailes que sitiaban la casa resultaba de

    pronto tan propicio como la chillera y el rumor de botas y

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    armas y pertrechos de un ejrcito deseado que llega para laliberacin de una ciudad.

    Entonces introdujeron la llave en la cerradura. Allestaba mi hermana. Rara vez nos dirigamos la palabra, de

    modo que no dej de leer: el monstruo marino avanzabapor las profundidades abisales emitiendo un fulgor propio ymaravilloso. Mi hermana se fue diligente a la cocina,cargada con dos bolsas gigantes. Yo senta verdaderacuriosidad por ver qu tal le sentaba descubrir a nuestropadre muerto, y me esforzaba para que no me traicionarala voz, como cuando aguantamos la risa en la tiniebla de unarmario jugando al escondite. Desde mi sitio mir porencima de las pginas: la sombra de mi hermana a la luz de

    la nevera abierta se proyectaba en las baldosas grises delpasillo. Cunto tiempo tardara en colocar pescados yfiletes y verduras en el congelador y el refrigerador? Elcorazn me lata con fuerza. Cuando mi hermana aparecifrente a m, not que mi voz vacilaba como el pulso dequien no se atreve a hincar una aguja en un brazo ajeno.Ella perciba el ambiente enrarecido del cuarto. Se acerc ami padre la radio sonaba y yo lea el prrafo que serefera a la reproduccin de los monstruos anfibios, se

    inclin sobre la boca desencajada, se atrevi incluso atomarle las pulsaciones al muerto. Tena un estricto controlde sus nervios: Vete arriba, me dijo. Quiero leerle apap, le dije yo. Vete, vete, solloz, no dolorida sino frae irritada.

    Yo prefer encerrarme en el lavabo del piso bajo. Elmuro del espejo era el muro de la sala de estar, y mefiguraba que podra ver a travs del espejo lo que ocurraen la habitacin vecina. Pero slo miraba mi propia cara

    cubierta de acn, la piel, porosa e infectada, de unfenmeno inclasificable, los ojos que haban mirado a mipadre muerto. Mientras oa un lloriqueo, los pasos de mihermana, la puerta abrindose y cerrndose, el ruidorenqueante del motor del Opel, el regreso del coche porel tiempo empleado en el viaje relmpago adivin que mihermana haba usado el telfono de la gasolinera,descubr en el fondo de mis ojos celestes la cara de mipadre y record la cara muerta que acababa de contemplar

    haca apenas una hora. La cara del muerto no era la cara demi padre, no era la cara de las fotos que guardbamos en la

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    lata de cacao instantneo; era la cara del espectro quehaba invadido el cuerpo de mi padre, y nos habahipnotizado y forzado a que lo alimentramos ytransportramos por la casa, aprovechndose sin duda, a

    travs de los contactos fsicos, de nuestra propia sangre.Haba una foto en la que mi padre me sostena sobre sushombros junto a la ducha de la piscina: qu relacinguardaba el ser consumido y resquebrajado y sucio quehaba muero en el sof con el atleta que aguantaba mipeso? Entonces la ventana del lavabo se iluminintermitentemente con una fosforescencia anaranjada: unaambulancia silenciosa se haba detenido ante la casa, frentea la gran gra amarilla. No entend lo que decan los

    enfermeros y los mdicos, ni o ms a mi hermana: la visalir detrs de la camilla cubierta por la manta azulasegurada con correajes, temerosos los porteadores de queel muerto escapara, volviera al sof, juzgara invivible elhospital de muertos en el que con toda seguridad querranrecluirlo.

    Nadie haba apagado la radio en el cuarto de estar,pero s haban doblado meticulosamente la manta escocesacon la que el muerto se abrigaba. En el sof permaneca el

    hueco ligersimo que el cuerpo haba dejado: el impostorque haba usurpado el sitio de mi padre slo habaconseguido alcanzar un tamao y un peso ostensiblementeinferiores al de su modelo y vctima. En el hueco del sof yomismo podra acomodarme. Y as lo hice, y sent que unadelgada capa de ceniza u holln me protega, que mispiernas eran sustituidas al ritmo de la msica de radio porpiernas artificiales de hierro, que mis brazos desaparecansuplantados por un espejismo de brazos. A travs de los

    intersticios de la persiana poda espiar a las cuadrillas deobreros edificando con cascos rojos, bajo la luz de los focosnocturnos, los muros del bloque de pisos, dando pasos debaile silenciosos y geomtricos. Salt del sof: si hubierapermanecido un segundo ms en aquella tumba, mi cuerpohabra sido tomado por un monstruo hermano gemelo delmonstruo que haba penetrado en mi pobre padre comouna mano en un guante.

    Entonces desconect la radio: no slo gir el

    interruptor, sino que, adems, desenchuf el aparato.Aquella radio formaba parte de la maldicin. Sub a los

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    dormitorios, cog la lata de las fotografas, busqu en elropero donde mi hermana colocaba las camisas del muerto:planchadas, olan a detergente y suavizante, pero, en unacapa ms profunda, el olfato sensible detectaba el hedor de

    las medicinas y de la enfermedad. Comprob las etiquetasde las prendas ms antiguas, las que vesta mi padre en lasfotos. En la foto junto al columpio llevaba una camisablanca con rayas oscuras. Localic esa camisa: era dostallas mayor que la camisa a cuadros que mi hermanacompr para que se la regalramos en el que iba a ser sultimo cumpleaos. No debera la gente saber cul es sucumpleaos final? No digo que lo sepa desde siempre: lopodra saber en el momento de apagar las velas de la tarta.

    Ya no me caba ninguna duda: el individuoempequeecido y ridculo de la cabeza tronchada como unaplanta seca, como dormido mientras esperaba que loenjabonaran para el afeitado, entreabierta la boca con unhilo de saliva de labio a labio, nada tena que ver con mipadre; haba venido con las excavadoras, las taladradoras,los barrenos, las hormigoneras y las gras: haba sido unapieza ms, ahora inservible y desechada, de la destrucciny el derrumbe. Ni siquiera su dedo se ajustaba al anillo de

    mi padre. Haba desaparecido el anillo? Corr escalerasabajo: el vaso de agua reposaba sobre un plato en el quealguien haba apagado un resto de cigarro. No estaba laalianza. Y entonces son el timbre de la puerta. Si era mipadre, mi verdadero padre que regresaba, yo no podradevolverle su anillo.

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    A travs de la ventana aparecan mis tos, ta Esperanzay to Adolfo, sombras ennegrecidas alargadas hacia lacancela por los focos blancos de las obras; mis tos: taEsperanza, la hermana de mi padre, que de tan buen gradose pleg a los deseos del enfermo de no ver a nadie ni servisto por nadie durante los meses de la agona; to Adolfo,el cmplice de ta Esperanza, que, las manos en los bolsilloscomo buscando un salvoconducto para entrar en la casa oun justificante o tan slo una explicacin, miraba a lareducida alfombra de caucho, mientras su mujer alzaba losojos hacia la mirilla de la puerta, plena de confianza en smisma o en su maldad. Yo s que una vez ahog o mandahogar o permiti que cerca de ella ahogaran a seis gatosque luego fueron tirados en una bolsa transparente a uncontenedor de basuras. Mantena los ojos fijos en la mirilla,acechando que mi ojo surgiera, empaado por las lgrimas,

    tras el vidrio minsculo.Nunca me ha gustado defraudar las esperanzas que los

    mayores y los superiores depositan en m; as que esperque pulsaran otra vez el timbre. Entretanto me restregabalos ojos con fuerza, y en los grifos de la cocina me mojabalas manos y me las pasaba por los ojos, aspiraba agua porla nariz y dejaba que me goteara de un modo repugnante eimpdico. Cort un puado de papel higinico, lanc un par

    de hipidos y suspiros que a m mismo me conmovieron, yme encar decidido a los intrusos. Cuando abr la puerta yse enfrentaron al ser desvalido y chorreante en el que mehaba convertido, ta Esperanza y to Adolfo hallaron laoportunidad de desplegar toda la teatrera y palabrera parala que se haban venido preparando desde que mi hermanales dio aviso del final del agonizante. Yo haba tenido laamabilidad de prepararles el decorado que necesitaban, yme lo pagaban con el viril apretn en los hombros con elque mi to consigui que se me saltaran de verdad laslgrimas; con los abrazos y besos de mi ta, que me

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    causaron luca unos pendientes aterradores variosaraazos en un pmulo. El espeso aroma del perfume, elmaquillaje y las pomadas me provocaron una convulsinespasmdica que certific el deplorable estado en el que

    me haba postrado la muerte repentina de mi padre.En volandas me llevaron a la cama, me ayudaron a

    desnudarme; incluso me arroparon. Me hablaba mi to deque los hombres continan viviendo en sus hijos, y yotemblaba ante la idea insoportable de que, durante lanoche, penetrara por mi boca o por mi nariz o por una demis orejas el individuo consumido y babeante y tenebrosoque los mismos camilleros, habituados a calamidades,haban tenido que cubrir con una manta para no verle la

    cara: penetrara dentro de m y se quedara dentro de mpara siempre. Entonces lleg mi ta con la leche caliente.Odio que se ahogue a los pequeos animales, pero muchoms odio, desde muy nio, la leche caliente con azcar. Y,para colmo, en aquel momento se me revelaba una ntimae inquietante correspondencia entre el acto de calentarleche y el de ahogar gatos. Pero no ofrec resistencia: mebeb hasta la ltima gota. El hedor y el sabor a telaarrugada, hmeda y jabonosa; la cenefa de espuma

    adherida a las paredes del vaso me dieron la sensacin deque me envolvan la cabeza en un pao mojado sin otro finque causarme, por asfixia, una muerte dolorossima. Nosoy uno de tus gatos, me vi obligado a proclamar enmedio de lgrimas verdaderas y torrenciales. Mi queridonio, dijo ella restregando su cara embadurnada decremas y polvos contra la ma: estuvo a punto de clavarmeuno de sus heridores pendientes en el ojo, y yo le dej elmaquillaje corrido por la banda blanca de leche que se me

    haba quedado pegada a los labios. Nos detestbamos y losdos lo sabamos.

    En cuanto me dejaron solo me limpi la cara con lacolcha, donde dej una mancha roscea que pareca unantifaz. Me coloqu inmediatamente una imaginariamscara de buzo, y me zambull y sumerg entre lassbanas, bajo la presin claustrofbica de los cobertores.Oa, buceando, mi propia respiracin, las inhalacionestransformadas en un collar de burbujas que atravesaba la

    luz opaca de las profundidades. La mirada se acostumbrabaa la oscuridad del bosque de algas y aguas hondas: en la

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    negrura distingua los restos del transatlntico naufragado.Haba perdido la sensacin de m mismo, fijos los ojos en elhueco de la lbrega chimenea inmensa, carcomida por elxido y cubierta de lapas. Haban sacado a los marineros

    muertos? Haban enviado hombres rana para querescataran los cadveres entre el metal retorcido, o seguanlas vctimas dentro del casco, descarnadas, flotando?

    Entonces sent que algo ajeno se introduca en elcuarto: un insecto, acaso un moscardn aleteante o unamirada acechadora y peligrosa. S, me acord del espejoque haba en mi dormitorio, y recobr peso y volumen ycarnalidad y el tacto almidonado de las sbanas limpias.Salt de la cama: que yo no hubiera podido atisbar lo que

    ocurra en la sala de estar desde el espejo del bao cuandolos camilleros cargaban con el muerto no significaba que elespejo de mi habitacin no fuera un cristal transparente,camuflado, a travs del que el moribundo extrao quesimulaba ser mi padre me hubiera estado espiando nochetras noche. Posiblemente ta Esperanza se apostaba ahoraen el ropero que colindaba con el dormitorio, atenta a cadauna de mis maniobras. Iba a descubrirla; la vergenza laobligara a abandonar inmediatamente la casa tras los

    pasos de aquel moribundo impostor que ni siquiera era unmoribundo: la blanda postracin en la que finga vivir elhombre abyecto que suplantaba a mi padre slo sera elestado de disponibilidad de un agente secreto confinado eincomunicado en un hotel a la espera de recibir la llamadatelefnica que le sealar una misin y lo pondr enmovimiento. Los de la ambulancia de anaranjada alarmagiratoria eran enemigos o cmplices que acudan por fin ensu auxilio?

    Busqu mi linterna en el primer cajn de la cmoda, laencend, la puse de pie sobre el mueble y el haz de luz seestrell contra el techo como una gran moneda amarilla oun astro manchado y habitado por las sombras de misbrazos, que se esforzaban en descolgar el fingido espejotransparente. Cuando lo consiguieron, me sorprendi que laluna slo cubriera un trozo descolorido de pared. Toqu lapared, la golpe y me pareci demasiado slida, tan slidacomo el silencio que envolva la casa multiplicado por el

    rumor perpetuo de las hormigoneras nocturnas. Con laayuda de la linterna explor el interior del armario hasta

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    dar con mi stick de hockey sobre patines: iba a adivinar siaquella pared era una pared verdadera o un simulacro. Elprimer martillazo desprendi un puado de yeso, elsegundo toc el ladrillo, el tercero debi despertar la

    atencin de to Adolfo, cuya carrera peldao a peldao operfectamente a pesar de la dedicacin y afn que estabaponiendo en mi empresa investigadora. No es raro que mita, la hermana de mi padre, no lo acompaara? Estabaagazapada al otro lado de la pared, temblando ante laperspectiva de ser atrapada con el ojo en la cerradura,innoble, miserable e indiscreta?

    No tuvieron ms remedio que recurrir a las drogas: elagua me ayud a ingerir la minscula cpsula celeste. Y he

    de confesarlo: me la tragu seguro de que meenvenenaban, pero vido de dormirme y alcanzar un finalconfortable. Me empuj to Adolfo a la cama, me tap conamabilidad, devolvi el espejo a su sitio. Slo la linterna y elstick de hockey, sobre la cmoda, entre cascotes y yeso,daban testimonio de que un ojo mezquino y terrorfico mehaba estado observando impune. Fue entonces cuando mepercat del extraordinario parecido entre mi to y mi padre:es verdad que mi padre es ms alto y airoso, pero haba

    algo en las cejas de to Adolfo que perteneca a las cejas dem padre. Averig de pronto que no recibira ningn malde aquel hombre. To Adolfo, le dije, te pareces tanto apap. Pero, hijo, es ta Esperanza la que era suhermana, me respondi.

    Aquel indicio de estupidez por su parte no medesalent. Al contrario: tambin mi padre saba ser unestpido fuera de lo comn cuando se lo propona. Jamsolvidar el da en que, preocupado por mi falta de

    amistades, lleg a la casa con el sobrino de un socio y,viendo el mutismo con que, junto a la piscina, rehusbamosmirarnos el uno al otro ahora me doy cuenta de que aquelnio insignificante y yo ramos, en realidad, dos almasgemelas, y que evitamos mirarnos como quien, vergonzosay repugnantemente feo, rehye una malvola foto fidedignao un espejo sincero y poco piadoso, advirtiendo nuestraincapacidad para dirigirnos no ya la palabra, sino unasimple ojeada, se present con una baraja de cartas

    francesas, obstinado en distraernos con juegos de manos.Mezcl los naipes, nos hizo elegir a cada uno una carta

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    oculta, nos pidi que introdujramos nuestras cartas otravez en el mazo. Baraj. Decid un nmero entre el 1 y el52, orden. Me estaba poniendo nervioso, ola a sudor ymarcas de humedad le empapaban la camisa. Elegimos

    nuestros nmeros. Entonces empez a levantar cartassobre la blanca mesa de terraza, sentado en el filo de lahamaca, contndolas, y vi pasar la carta que me habatocado sin que mi padre la descubriera, mientras el extraoque me acompaaba, silencioso e incmodo, se movaincesante y permaneciendo siempre sobre el mismo palmode terreno.

    Me queris despistar, dijo mi padre. Los nmerosque me habis dicho no coinciden con vuestras cartas

    ocultas. Pero yo las adivinar. Y pronunci unas palabrascabalsticas que obligaron a nuestro forzado visitante acerrar los ojos, apurado y casi tembloroso. sta es tucarta, verdad?, le dijo. Y l respondi: S. Y sta es latuya. No, asegur categrico. Entonces mi semejanteech a correr y se encerr en el Opel de mi padre. Qupasa, se pregunt confundido mi padre, a la vez queemprenda el camino hacia el coche. Hablaba con el niopor la ventanilla del automvil. He mentido, he mentido,

    exclamaba el nio lloriqueando. Y no o ms. Mi padre, alparecer, no pudo convencerlo para que continuara en lacasa. Se quit la corbata que todava llevaba puesta, la dejcolgada de la rama del nspero del jardn. Abri la cancelade par en par, regres al coche y ocup el asiento delconductor. Arranc. El pobre infeliz que debera haberseconvertido en mi amigo abandon la casa mirndome porfin a travs del cristal del Opel. No nos hicimos ni un guio:

    jams volvi a la casa y jams volvimos a vernos.

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    No era la luz difusa que colmaba el cuarto sino el ruidode las obras alrededor de la casa lo que me dio concienciade que se haba hecho de da y yo me despertaba y mipadre haba muerto. Haba vuelto mi hermana mientras yodorma? Sal descalzo del dormitorio haba incmodaspartculas de yeso por el suelo del cuarto y me encontrvaca la habitacin de mi hermana. Pero haba en la casa un

    latido de cuerpos, y yo lo perciba, como cuando por la callenotaba que alguien cerca de m, a mis espaldas, estabamirndome, y me daba la vuelta y me enfrentaba a los ojosde una desconocida: alguien, me imaginaba, que habasufrido el rapto de su primognito aos atrs, y creaidentificar en m al hijo perdido gracias al lunar que tengoen la mejilla izquierda, y se dispona a asaltarme y allevarme por la fuerza a un apartamento estrecho yarruinado.

    Desde la balaustrada de la planta alta descubr a taEsperanza y to Adolfo y recuper la memoria de la nocheanterior: con un pao mi ta desempolvaba los anaquelesde la biblioteca, afanosa como si, responsable de unasesinato, se preocupara de borrar posibles huellas,mientras mi to mantena la vista en un punto areo y fijo,apacible como quien espera en una estacin de autobuses,seguro de que la impaciencia no cambiar la hora departida o llegada de los vehculos, conforme y

    desesperanzado. S, tena un parecido notable con mipadre, antes, claro, de que a mi padre lo invadiera el sercarcomido con el que haban cargado los camilleros. Alzlos ojos y me mir, pero no dijo nada: era como siestuviramos a oscuras y los ojos de mi to tuvieran queacostumbrarse a la tiniebla para distinguirme yreconocerme. Al cabo exclam: Buenos das! y mi ta mesonri, y la dentadura amarillenta como nata de dos dasfuncion como un recordatorio: un lazo de lana anudado en

    un dedo para que nos acordemos de una cita. Nadie iba aconvencerme de que mi padre estaba muerto.

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    Pareca evidente e indiscutible, sin embargo, que loestaba, e incluso yo asist a su entierro, del que me haquedado una sucesin de imgenes veloces y dbiles, las

    imgenes de la pantalla de un cine en el que han abiertouna puerta y una cortina, y penetra la luminosidad delexterior diluyendo a los actores, los escenarios y lospaisajes. Mi hermana vestida de negro y enmascarada trasunas gafas de cristales ahumados, llevaba una curiosabolsa de papel marrn en las manos enrojecidas. Pens:La pobre ha llorado mucho, pero inmediatamente ca enla cuenta de que el llanto no le habra irritado las manos.Haba tenido que lavar el cadver, la haban obligado a

    cavar una fosa? Los enterradores se movan sin emocin,profesionales, y tanta diligencia dedicada a un perfectoextrao consigui conmoverme. No tuve, pues, quefingirme afligido por la muerte de un individuo que era unsuplantador, si es que se enterraba a alguien: el fretro, encuanto lo sacaron del largo coche gris perla, me pareciextremadamente ligero a pesar de que lo cubran flores ycoronas con cintas negras y doradas. Adems, tienen igualpresencia un recipiente vaco y uno lleno? Aquella caja de

    negra madera lacada tena aspecto de estar absolutamentevaca, y, suponiendo que mi perspicacia me engaara, qume importaba que sepultaran a un falsificador y a unimpostor? Yo haba recogido pruebas de sobra de que elhombre que babeaba en el sof, frente a la ventana,absorto en las gras y las excavadoras y la radio, no era mipadre.

    Entonces vi que mi hermana luca una cadena de orosobre el vestido de luto, una cadena de la que penda el

    anillo de mi padre. El atad ascenda en un elevador haciael nicho con la lentitud de un prncipe camino de lacoronacin. Deba ordenar que pararan la ceremonia,abrieran el atad y comprobaran que, de haber alguiendentro, no le perteneca al cadver el anillo que conservabami hermana? Un individuo con muletas me observabaatnito desde la cima de un promontorio. Me hacaseales? Por desgracia me distrajo un avin que, en eseinstante confuso, atraves atronador el cielo claro y fro, y

    luego, cuando el avin se alejaba, advert que el invlidohaba desaparecido y que cambiaba el ruido del elevador: el

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    atad se desplazaba ahora sobre rieles hacia lasprofundidades del nicho. Mientras tapiaban el hueco en elque yacera para toda la eternidad un impostor que quizfuera nadie, rein un silencio helado apenas interrumpido

    por tmidas toses contenidas y pisadas pastosas sobre latierra hmeda y blanda. Vivamos en una ampolla de vidrio:si alguien nos hubiera agitado, habra empezado a nevar.

    Yo evitaba leer los nombres inscritos en las lpidas, porquetema tropezarme con mi propio nombre.

    Colmaban y aseguraban los bordes de la tumba coninyectores de silicona: la desaparicin del difunto seconsumaba. La lpida que cerraba el nicho qued, sinembargo, en blanco: se me daba una nueva prueba de que

    no era mi padre el ocupante de la fosa? Y, conforme elelevador descenda, en una transicin imperceptible, sedesataron las conversaciones, emprendimos la marchahacia la puerta del cementerio. Mi hermana apoy la manoderecha en mi brazo, manteniendo bien apretada la bolsade papel marrn en la izquierda. Qu llevas en la bolsa?,quise preguntarle, pero, en lugar de palabras, emit unmisterioso gruido que provoc el terror entre la multitud:se produjo, por lo menos, un impenetrable y admirado y

    respetuoso silencio, como si un alto mando hubierairrumpido en la algaraba de una sala de oficiales pocodisciplinados.

    En la casa se alarg la reunin: cuantos le habandemostrado a mi padre devocin y estima acatando susdeseos de aislamiento y tranquilidad a la hora huraa de lamuerte, all estaban dando buena cuenta de las bandejasde emparedados, pasteles y bebidas que to Adolfo,cumpliendo una ltima voluntad del difunto olvidada sin

    duda en los das finales, haba encargado en la confiteraArgentina. Aunque el tiempo era fro, abrieron las ventanasalguien juzg la habitacin poco ventilada y el aire sellen en un segundo del polvo que arrancaban barrenos,taladradoras y excavadoras. Me sent frente al sof del quemi padre haba desaparecido: ahora lo ocupaban unhombre plido y un hombre moreno que tenan la mismacara, vestan la misma ropa y hablaban a voces,desacostumbrados al trato humano en las condiciones de

    aquella casa cercada y aislada en mitad de impresionantesobras de albailera. Me mir un hombro y lo encontr

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    cubierto de polvo; las cabezas de los invitados se ibantornando grises: la estancia era una fabulosa cmara deenvejecimiento acelerado. Mi hermana se esfum; sobre laconsola haba olvidado la bolsa de papel marrn de la que

    no se haba desprendido durante el entierro. Haban abiertola puerta y la gente se desparramaba por el jardn: al dasiguiente habra vasos entre la hierba amarilla y las hojassecas, al pie de los sillones y las hamacas, junto alcolumpio. Abr la bolsa, me asom al interior: all estabandobladas la blusa estampada de mi hermana, la falda azul,unas medias. Olan a viva claridad cerrada.

    Un hombre se acerc al telfono: le hubiera avisadoque no tena lnea, que mi padre, con unas tijeras, haba

    cortado el cable haca mucho, no alterado ni impaciente porel exceso de llamadas, sino cansado de la angustia deesperar una llamada que nunca se produca. As se loexplic a mi hermana pausadamente, como se explica eluso de una mquina, y yo lo o. Pero el hombre tecleabadesasosegado en el telfono, persiguiendo la lnea perdida,hasta que repar en el cable cortado. Los asistentes alentierro despoblaban la casa en medio de la calmaempaada por la polvareda de las obras: por la puerta y por

    las ventanas entraba ya la luz de los reflectores queiluminaban los andamios y los esqueletos de los futurosedificios. El hombre que utilizaba el telfono tom el cableintil entre los dedos y se ech a rer. Los visitantesabandonaban la casa bajo el peso del polvo como turistasque salieran de una mina o damnificados que huyeranserenos de una vivienda agitada por un terremoto. El fro seadueaba de la sala de estar como la fiebre se aduea deun enfermo, y no me senta aliviado porque se fueran los

    extraos: el fro creca con la desolacin de la casa. El quetelefoneaba todava empuaba el auricular, pasaba laspginas de la libreta forrada de cuero negro en la que seanotaban las direcciones y los nmeros telefnicos. Aquest mi nmero, dijo de pronto y, al decirlo, adquiri unaconsistencia nueva, llenos de plomo los bolsillos.

    Todo sentimiento se haba diluido entre cordialidad ydesnuda alegra: los que se iban cargaban con latranquilidad sabia de la muerte. Y entonces el hombre del

    telfono cortado cogi la foto enmarcada en la que mihermana haba posado junto a mi padre, cerca de la

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    piscina, antes de la ltima estancia en el hospital: eradesconcertante la diferencia entre el cadver y el caballerode la foto. Es mi padre, le seal al hombre. Bien que los, me dijo. Y sta es tu madre, asever. Se equivoca,

    respond; es mi hermana. Mi padre me devolva la miradadesde la fotografa, me miraba directamente a los ojos. Sublas escaleras, me detuve ante el dormitorio de mi hermana,roc la puerta con los nudillos. Me abri ta Esperanza. ToAdolfo abrazaba a mi hermana, que se sonaba la nariz conun pauelo de celulosa. La espalda de to Adolfo era laespalda de mi padre.

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    Luego se sucedieron das raros y fros en los que nuncasuba la temperatura: los colores se aclaraban, llegaban aborrarse, imgenes de una televisin que recibiera mal laemisin de onda. Me sentaba, fiel a mis costumbres, frenteal sof que haba junto al ventanal, pona la radio y lea envoz alta los fascculos de la enciclopedia martima.Introduje, sin embargo, un ligero cambio en mi conducta:

    dej de ir al colegio. Estaba seguro de que mi padre sepresentara en la casa a cualquier hora de la maana o dela tarde menos pensadas, y quera encontrarme all pararecibirlo. A mi hermana le importaba poco lo que yo hiciera,con tal de que no armara ruido: ella dorma durante la

    jornada entera. Como un hada malfica haba convertidotodo el tiempo en noche. Se mova sonmbula por la casa,se preparaba un caf con tostadas, coma y volva aencerrarse en su dormitorio. To Adolfo era nuestra nica

    visita: traa peridicos y provisiones, se interesaba pornuestra existencia. S llegaba a horas de colegio, yo meescapaba por la puerta de la despensa y me esconda en elcobertizo de la depuradora de la piscina, al acecho, hastaor el cierre de la cancela que anunciaba su marcha.

    Son un da el timbre con una energa inhabitual; no setrataba, desde luego, de mi to, siempre tan modoso ylevemente congelado por su respetuosa distancia. Sera eltelegrama o la carta urgente que mi padre se qued

    esperando? No vacil en abrir la puerta, sin tomar por unavez, la precaucin de asomarme a la mirilla. Quin es?,preguntaba mi hermana, alarmada, desde la planta de losdormitorios. No le respond: saba que en unos segundos sehabra dormido de nuevo, y nunca ms pensara en eltimbrazo ni en la visita inoportuna. Era Adela, la profesora-tutora de mi curso. Me alegro de verte, me salud.Siempre se comportaba con una alegre elasticidad atltica,pero siempre resbalaba y tropezaba y ms de una vez yo la

    haba visto caerse por los corredores inhspitos yresonantes del colegio. Cunto me anima que haya usted

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    venido, le contest, con lo que quera darle exacta idea deque me encontraba profundamente afectado por losacontecimientos recientes y que ms le vala despedirse deinmediato. Pero mis palabras surtieron el efecto que yo

    menos me pretenda: aquella mujer se atrevi a ponermeuna mano en el hombro y a explicarme la necesidad quetenemos de los compaeros, lo bien que me vendra elregreso a clase. Me fij en sus labios pintados: tena undiente manchado de carmn. Me la imaginaba arreglndosepara venir a verme, oa el clic de la tapa del pintalabios alcerrarse, el chasquido de la polvera. Estoy esperando, ledije. Ests esperando? Qu ests esperando?,pregunt. Cmo iba a decirle que estaba esperando a mi

    padre? Estoy esperando sentirme mejor. Se quit losguantes de lana amarilla, me cogi las manos con lasmanos glidas, como en un juego. Ven maana a clase,por favor. No puedo hablar con tu hermana? No, lerespond; es mecangrafa. Es mecangrafa? Ququieres decir? Trabaja ahora tu hermana? No puedesbajar la radio?

    Poco a poco haba ido elevando la voz: slo laspersonas muy sensibles superan la presin del estrpito de

    las gras y las hormigoneras y las taladradoras y lascuadrillas de albailes de la constructora, y son capaces deconservar un tono normal. Yo cerr los ojos, pero resultintil: segua viendo la carne ocre y brillante de pomadasde la maestra, vi incluso un tarro de crema con sus huellasdactilares impresas, una taza con el filo manchado de rojograsiento. No he dicho que mi hermana trabaje, sino quees mecangrafa. Entonces la maestra se desenmascar:Si maana no ests en clase, dar cuenta a la direccin;

    por tu conveniencia. Le prometo, le dije sinceramente,que no tendr oportunidad de ir a la direccin.

    Sali y se dej los guantes amarillos. Me asom a laventana: andaba decidida, esquivando socavones yescombros y maquinarias, hacia la marquesina de losautobuses, segn deduje por el rumbo que tomaban suszancadas de encargada de fbrica. Olfate los guantes:olan a lana mojada en colonia. Entonces, los guantesempuados, sal a toda velocidad de la casa: era la primera

    vez que la abandonaba desde el da del entierro y el airelibre y limpio me obnubil; me tambaleaba como el

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    pasajero que, tras meses de travesa, desciende de unbarco o de un globo. Corra y corra con la respiracinentrecortada. Quera llegar antes que la seorita Adela aledificio Finlandia, estar en un piso alto cuando ella pasara.

    Entre los edificios Francia e Italia la alcanc: la vi, al otrolado de los bloques en construccin, dirigindose confirmeza hacia la parada de autobuses. Pensaba en lo queme haba dicho y en lo que me habra podido decir y en loque podra no haber dicho? Si no corra mucho ms, nollegara antes que ella al edificio Finlandia, ms si contabacon los ocho o nueve pisos que yo tendra que subir. Entrelos edificios Noruega y Dinamarca la perd de vista.

    Me adentr en el solitario bloque Finlandia, casi

    construido, todava sin los tabiques que separaranapartamentos y habitaciones, sin las soleras, sin elrecubrimiento de las escaleras. Me faltaba el aire cuandoalcanzaba la sexta planta. Me detuve. Me asom al huecode lo que sera una terraza o un balcn: Adela pasaba

    justamente por debajo de donde yo estaba, se alejaba. Mesent desesperado. Entonces ca en la cuenta de que ahoradebera torcer la esquina si quera llegar a la marquesinadel autobs. Agarr de un montn, manteniendo los

    guantes amarillos bien apretados en una mano, trespesadas baldosas de mrmol; me dirig sin aliento a losbalcones de la otra fachada del bloque. Adela acababa detorcer la esquina. Hice mis clculos: siempre he destacadoen fsica y matemticas. En el momento justo arroj lasbaldosas. Dieron en el blanco? No mir: no soporto ni laviolencia ni la sangre.

    Cuando llegu a la casa, me encontraba bastantetranquilo. La caminata me haba sentado bien; el clima fro,

    con una luz industrial y blanca, me haba transmitido unafeliz consistencia: hasta me atrev a saludar, agitando unbrazo, al conductor de la gran gra amarilla. El conductorse cubra con una gorra azul. Entonces me acord de queguardaba los guantes de Adela en el bolsillo. Me los puse, ysent que mis manos eran las manos de otro. Me agach ycog un fragmento de pared derruida, el resto de alguna delas casas semejantes a la nuestra que, en unos meses,haban arrasado las mquinas: as sent lo que siente la

    mano de otro cuando carga una cosa, mientras la miramos.Cruc la cancela, dej caer la pieza de ladrillo y cemento y

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    yeso, me par junto al Renault de mi to: to Adolfo estabaen la casa como casi todas las tardes. Me fui hacia lapiscina: me gustaba mirar la maraa de hojas y papeles yplsticos que cubra la superficie, los claros en los que

    surga el agua verde. Pareca el mapa fsico con marronesde distintos matices y verdes y azules y amarillos ynaranjas de un continente ignorado. Desde el columpio,lanc a la piscina la tapadera de una lata de pintura: flotsobre las hojas; lanc una piedrecita, y se qued sobre unabolsa de plstico hinchada y combada, un fardo sobre unabalsa.

    No vi a mi to salir de la vivienda: o sus pasos, vi susombra; vi, por fin, su espalda que era la espalda de mi

    padre. Pis algo que son como una rama al partirse. Lasportezuelas chasquearon metlicas, el coche arranc: sealejaba. No me vio to Adolfo por los retrovisores? La casatena el aspecto de una vivienda abandonada sbita yapresuradamente por sus habitantes: la radio sonaba, mibutaca haba quedado separada con desenfadado descuidode la mesa la seorita Adela pareca no haber estado enla casa: se haba preocupado de ordenar su asientomilimtricamente, la enciclopedia de los seres martimos

    continuaba abierta por la pgina dedicada a los animalesmicroscpicos. Entr en la cocina, envolv los guantes enpapel de aluminio y los met en el horno encendido. Luegosub al cuarto de mi hermana: haca mucho que no la vea,ms de tres horas por lo menos. Estaba sobre la cama,destapada, slo con las bragas. No puedes llamar a lapuerta? Le haca falta cepillarse el pelo, as que cog elcepillo y se lo alargu. Ella mordi la empuadura,pensando. Salt de la cama, cogi del armario prendas de

    vestir, se fue al cuarto de bao que haba frente a losdormitorios. Las sbanas de la cama estaban desordenadasy arrugadas como si sobre ellas acabara de celebrarse uncombate, una pelea sucia. Las ol, de rodillas sobre loscobertores que haban cado al suelo. Tenan un olorespecial: a plantas estrujadas y maceradas que empiezan apudrirse. Cunto tiempo estuve husmeando en lassbanas? Mi hermana reapareci reluciente, al cuello lacadena de oro con el anillo de mi padre, como un fantasma

    que surgiera de un cuadro para asistir a una fiesta. Voy asalir, dijo. Vas a salir? A dnde?, pregunt. Adonde

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    me d la gana. Y maana vuelves al colegio. Se acab elluto. Has encendido algo en la cocina? Apgalo. Huele aquemado.

    Desde la ventana de la cocina llena de humo, mientras

    deshaca en una tartera con un tenedor, un cuchillo y unastenazas lo que quedaba de los guantes amarillos, observcmo mi hermana sacaba del garaje el Opel, cruzaba lacancela, se detena, bajaba del coche, cerraba la cancelacon llave, volva al coche y se alejaba. Me salud con unbrazo que sac por la ventanilla. Tiraba de la cisterna delwter para que el agua arrastrara las cenizas de losguantes, el papel de aluminio quemado, y maldeca a mihermana. Se haca de noche y yo tema dormirme y morir.

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    Milagrosamente segua con vida a la maana siguiente.Descorr la cortina, enroll la persiana: una niebla sindensidad se disolva y el sol se apoderaba de las cosas; unabanda de trabajadores con taladradoras y palas mecnicasdestrua con fro afn rutinario lo que quedaba de VillaMaravillas; un Mercedes Benz que yo no haba visto nuncaestaba aparcado en nuestro jardn, junto al Opel. No sent

    curiosidad ni extraeza ni alarma: sent desolacin. Desdeque mi padre se haba ido vivamos en el reino de laprovisionalidad y la duda, y aquel desmesurado cocheblanco irrumpa sin aviso en la casa, inquietante como unacicatriz que, durante la noche y el sueo, se me hubieragrabado en la frente.

    Me puse el albornoz, me calc sin calcetines las botas,baj silencioso las escaleras. Se me par el corazn unamilsima de segundo: sobre el sof estaba el gabn de mi

    padre, arrojado y abandonado como si mi padre hubieravuelto cansado y muy tarde y no se hubiera preocupado decolgarlo en la percha. Palp aquel abrigo que perteneca aun espectro: era slido como un ser vivo pero distante, unaespecie de contable municipal o de oficinista. Y entonces ola tos, no una vez, sino dos veces seguidas: la tos de unindividuo sano e intrpido que quisiera atraerse la atencinde un despistado. Me volv y me enfrent a Schuffenecker.Claro est que yo no saba an que se apellidara

    Schuffenecker, pero lo aprend muy pronto. Mi hermanasiempre lo llam Schuffenecker; deca que un apellido asno poda ser desaprovechado jams. Qu era el nombre depila que le hubieran dado a Schuffenecker, si es que lehaban dado un nombre, al lado de aquel desmesuradoapellido? Estaba perfectamente trajeado, apoyado en labalaustrada como para seguir un espectculo, ante lapuerta del cuarto de mi hermana. Mirarlo era como beberun jarabe agridulce y espeso: era plido y parsimonioso,

    aunque, de pronto, parpadeaba tres, cuatro vecesvertiginosamente. Tena cara? Si tena, yo no puedo

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    recordarla ahora: era una cara vaca, una fbrica desierta.Pero me gustaba: Schuffenecker tena la edad y el tamaoexacto de mi padre, a pesar de que el contraste feroz entrela carne descolorida y la chaqueta azul le diera un aspecto

    desasosegado de vaharada a punto de esfumarse.Te gusta mi gabn? Espera a que te ensee el equipo

    de msica del coche. Estuve a punto de sufrir un desmayoal recibir la voz metalizada, como salida de una radio o deun gramfono: sonaba igual que la voz de mi padre, emitidadesde el lugar secreto donde se ocultara o lo ocultaran susraptores. Hijo mo, continuaba la voz, podramos tomarun poco de caf? No tenis televisin? Se trataba de unvendedor de electrodomsticos a domicilio que, desde la

    carretera, haba descubierto, bajo el cobertizo de losdesechos, la caja de cartn medio disuelta por las lluviasdonde guardbamos el televisor inservible? Pero ola a mihermana: lo ol en cuanto pas, rozndome, camino de lacocina. Haba bajado las escaleras con la seguridad dequien tiene en la casa una habitacin y una camareservadas y una percha esperando su ropa. Flexionaba laslargas piernas delgadas como si imitara a un bailarn, y lonico que resaltaba de sus facciones era un perpetuo gesto

    de expectacin, atento siempre a conseguir la aprobacindel auditorio. Baja usted muy bien las escaleras, le dije.Pues ya me vers cuando coja la taza.

    Y era verdad: levantaba la taza como un cazador ycoleccionista de mariposas manejara al ejemplar msvalioso antes de pincharlo en un alfiler. Se beba el caf asorbos muy pequeos que paladeaba y tragaba condelectacin. Era distinguido y deban de gustarle las cosasantiguas: el caf llevaba hecho una semana y no haba sido

    recalentado una vez, sino muchas. Yo lo miraba con lamezcla de asombro y familiaridad que se dedica a lasconversaciones sobre los muertos. Entonces, por laventana, vi que las farolas del jardn que no encendamosdesde haca meses resplandecan en mitad de la maanaclara como invitados que estn de sobra y en los que norepara nadie. Mi hermana y el hombre elegante habranmerodeado de madrugada por el jardn y la piscina. Sal alexterior sin mediar palabra, apagu tiritando las luces casi

    invisibles en la plenitud del da: pensaba en los cristalesincandescentes que protegan las bombillas y me acercaba

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    al Mercedes blanco. Dentro del Mercedes, en el asientotrasero, haba unas raquetas de tenis, tres latas de pelotas.Percib el reflejo combado y deforme de Schuffenecker en lacarrocera y en los cristales del automvil: se haba

    acercado sigiloso como un gusano de seda.Pero ahora agitaba las llaves del Mercedes Benz,

    incitador. Te subes? Me sub: nunca haba estado dentrode un Mercedes, as que me pregunt si todos los Mercedesdel mundo apestaban, a pesar de los ambientadoresderrochados en la cabina del coche de Schuffenecker, apescadera. Era Schuffenecker propietario o empleado deuna pescadera? Se sent a mi lado, las manos en elvolante. Conect un aparato y el coche se llen de msica

    de baile. Qu te parece?, me dijo. Me acerqu aSchuffenecker: subterrneo, bajo el aroma hospitalario demi hermana, capt un olor a lubricantes y neumticos yllantas. Haba robado el coche? Haba transportado unacaja de pescado fresco? Para qu sirven los mandos y losinterruptores?, le pregunt. Me gustaba orlo hablar: mepareca que mi padre me telefoneaba desde un aeropuertoo desde el telfono pblico de un supermercado.

    Cuando se iba Schuffenecker, la gra amarilla gir 180

    grados y una barrena vol una saqueada Villa La Vega. ElMercedes se perdi entre una nube de polvo. Volvera a orla voz helada de mi padre? Fui en busca de mi hermana:entr sin un ruido en el cuarto, me qued a los pies de lacama evitando pisar el vestido tirado en el suelo,aprovechando para mirarla entre sombras las lneasaceradas y relucientes de la zona ms alta de la persiana.Estaba dormida. En la almohada, junto a la boca, haba unamancha de saliva reciente. Alc un segundo la sbana y los

    cobertores: mi hermana estaba desnuda. Me sent sobre laalfombra, en la semioscuridad, deseoso de or surespiracin. Cerr los ojos, vi fogonazos blancos y unalinterna que caa desde una torre; me concentr en elsilencio: no o nada. Abr los ojos: mi hermana dormaplcida y feliz.

    Cog los libros y sal de la casa: una capa muy fina deyeso y cemento se haba posado sobre el csped destruido,se haba mezclado con la gravilla. En la piscina la hojarascaera gris y granulosa, un dominio de nieve sucia. Me llev

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    una hamaca al cuarto de la depuradora, dej la puertametlica entreabierta, me tumb como un convalecienteaburrido y tenso. Me comportaba como quien se oculta detodos, harto de que todos se oculten de l, lo esquiven o le

    concedan citas falsas. El tiempo pasaba imperceptible comoel movimiento de un astro. Abandon la hamaca: me habadejado las manos y el albornoz llenos de polvo. Dos nuevasbarrenas estallaron no demasiado lejos. En el cristal delventanuco haba una cara que no se me pareca: huyendode mis perseguidores haba recurrido a la ciruga esttica,un cirujano haba transfigurado meticulosamente misfacciones y me haba convertido, para despiste de misenemigos, en un nio feo de piel avaselinada e infectada de

    impurezas y poros profundos y negros como pozos ciegos.El cirujano haba hecho una verdadera obra de arte: meacababan de retirar las vendas y, ante el espejo, enalbornoz, me admiraba de los resultados deslumbrantes dela operacin. Vi entonces, a travs de la suciedad del vidrioy del rostro monstruoso que el mdico diablico me habaconstruido, el Renault de to Adolfo, que aparcaba junto alOpel. Salt mi to del coche y, durante un segundo, dirigila vista hacia mi puesto de observacin. Cerr, en una

    reaccin automtica, los ojos apretadamente, como si talgesto me dotara de una invisibilidad amiga: de nuevo mesorprendi, en el tnel de los ojos cerrados, la linterna quecaa de la torre, pero se disolvi sbita en un fulgorincoloro. Abr los ojos: to Adolfo haba desaparecido,aunque el Renault continuaba junto al Opel.

    Habran pasado horas cuando mi to sali de la casa. Ibacon el pelo mojado y aplastado, como si acabara de visitarunos baos o una barbera en la que se hubiera quedado

    dormido: mostraba el curioso aplomo inquieto del que hadisputado y ganado una difcil partida de ajedrez; hablabasolo, murmuraba o cantaba entre dientes, y pisaba elcsped rodo como si le perteneciera. Su espalda era comola de mi padre: era, como mi padre, un hombre que sabadarte la espalda, una espalda acomodada en s misma y, sinembargo, erguida. Una vez vi a mi padre alejarse hacia unavin entre la masa de futuros compaeros de vuelo:advert entonces, entre espaldas inconscientes y

    abandonadas e inseguras, la serenidad magnnima de laespalda de mi padre. Y ahora mi to Adolfo cargaba

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    dignamente, sin esfuerzo ostensible, con aquella espaldaespecial. Desde la ventana de su dormitorio mi hermana,envuelta en una de las camisas de mi padre, vigilaba lapartida del Renault. El Renault se perdi de vista; las nubes

    se movieron y mutaron el color del da translcido en el queflotaba, suspendida, la polvareda de las obras, y volvieron amoverse y hubo una luz qumica y lvida de cabelleraalbina, y mi hermana surgi como una alucinacin cerca delOpel, con un lazo violeta y brillante en el pelo y los labiosrojos. No s por qu se me saltaron las lgrimas mientrasarrancaba, una a una, las pginas del libro de cienciasnaturales.

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    Entr en la casa, a la habitacin de mi hermana: alestrpito de la maquinaria de los constructores se sumabael motor de la lavadora, pero, ante la puerta del dormitorio,se amontonaban, como una carpa de circo hundida, lassbanas celestes. Mi hermana haba mudado su camapasado el medioda, pues sola, antes de acostarse otra vez,cargar y poner en marcha la lavadora a primeras horas de

    la maana. Me acerqu a las sbanas, las toqu: todavaguardaban calor de cuerpo. Me ech y acurruqu sobre lassbanas sucias: despedan un olor desacostumbrado, queme inquietaba como si, en un cuarto a oscuras, notara o,mejor, presintiera la presencia de un sombro bulto nuevo.Era el olor de mi padre? Entonces vi las manchas viscosas,manchas que parecan nubes con forma de felinos o felinosdeshechos con forma de nubes: los animales que mesorprendan en el viaje de haca dos veranos en las

    carreteras, en medio del asfalto o en la cuneta, destripadosy sanguinolentos o una mera plasta de grasa que niafectaba al sistema de suspensin del coche.

    Me gustaba or la lavadora, las hormigoneras, lasexcavadoras, los taladros, la voz repentina de un capataz.

    Tena sueo, me senta exhausto, como si hubiera perdidosangre: todos los mecanismos que funcionaban en tornomo movan los mbolos de un aspirador de sangre queactuaba sobre m por control remoto. Me estaba

    convirtiendo, seco, desangrado, en un ser de piedra:empezaba a dejar de or el ruido de las obras, la lavadorase evaporaba, las sbanas palidecan, dejaban de despedirel olor de la malicia o de la enfermedad. Contara hastadiez, al alcanzar el diez me levantara, me duchara, mevestira, saldra al exterior a mirar las gras. Pronunci lapalabra diez, me puse de pie, entr en el bao, abr elbotiqun, encontr las cpsulas celestes con las que toAdolfo me haba dormido. Me tom, bebiendo directamente

    del grifo del lavabo, cinco cpsulas. Volv al montn desbanas sucias, me tumb y me dorm.

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    Pero me despert en mi cama: era muy de noche y, porlas ventanas, llegaba la luz de los reflectores nocturnos queiluminaban los trabajos de las cuadrillas. Me asom al

    jardn: al lado del Opel desde que lo sac del garaje el da

    en que averig que el moribundo del sof era un impostor,mi hermana lo dejaba al aire libre haba un coche viejo ygrande cuya marca yo ignoraba. Luego me enterara de quese trataba de un Peugeot pasado de moda. As que mihermana segua buscando a mi verdadero padre: ya tenalas cejas y la espalda de to Adolfo, la voz de Schuffenecker.Qu habra encontrado ahora? Me deslic silenciosamentehasta la puerta de su dormitorio, pegu la oreja: la puertaera fra y spera como un filete que lleva das en el

    frigorfico. Eso sent: que me aplicaba a la oreja un trozogigante de carne mientras perciba un roce de paoshmedos, la respiracin inaudible de dos ardillas en una

    jaula, un reloj sobre un plato, la voz amordazada de undesconocido que en plena madrugada tararea una rumba,una risa contenida. En mi habitacin, acostado, apagada lalmpara, clav los ojos en las sombras que los reflectoresproyectaban sobre el techo blanco. No me dormira:observara a la persona que estaba con mi hermana en el

    dormitorio, comprobara qu fragmento de mi padre habaencontrado mi hermana ahora.

    Me dorm. Cuando despert eran las tres y veinte de latarde y el coche desconocido no estaba en el jardn, ni elOpel. Me puse una camisa y unos pantalones encima delpijama, las botas, una pelliza. Me beb un litro de leche ycog un puado de dinero de la caja de tabaco habano enque mi hermana lo guardaba. En un autobs me fui a laplaza Alfrez Brizzola, donde terminaba la lnea. Otro

    autobs me condujo a la calle Reinoso. Suba a losautobuses, cerraba los ojos y esperaba el aviso de ltimaparada, de fin de trayecto. Iba de pie agarrado con fuerza ala barra, cara a la ventanilla: quera ver cmo mi carapermaneca inalterable en el cristal mientras los exterioresse sucedan, pero me daba pnico ser siempre lo mismo ycerraba otra vez los ojos. En la Alameda, desde el autobs,descubr, en el instante en que me tocaban el hombro paraque abandonara el vehculo, el Mercedes de Schuffenecker.

    Lo identifiqu por la matrcula: tengo una memoriaexcelente para los nmeros y soy capaz, sin contarlos, de

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    adivinar cuntos libros hay en un mueble. A travs delparabrisas me di cuenta de que Azores, un portugus,amenaz con una escopeta de caza al dueo de VillaMargarita porque las hojas de los rboles de Villa Margarita

    caan en el patio de Villa Azores. El chasquido levsimo de lapuerta al abrirse y cerrarse me alter los nervios, como si elportugus hubiera disparado su arma. La espaldaapesadumbrada de mi padre avanzaba hacia el Renault deto Adolfo. To Adolfo conservaba entre las manos blandas elpaquete de papel negro y plata. Pero, cuandoSchuffenecker sali de la casa dos horas ms tarde, elvendedor de coches usados tena tambin la espalda de toAdolfo, y el pelo aplastado que el da anterior le haba visto

    a to Adolfo, y las cejas seguras de to Adolfo. Adis, dijocon la voz de mi padre. Mi hermana lo despeda tras laventana cerrada de su dormitorio.

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    Tres das despus se presentaron en la casa la nariz, laboca y las manos de mi padre. Era sbado, y yo poda leerleal sof la enciclopedia de los animales ocenicos y or lamsica clsica de la radio y ver la televisin sin voz megustaba el zumbido que sala de la televisin cuando se ladejaba sin voz, libre de la digna malevolencia de mihermana, preocupada sinceramente por mi vida escolar: los

    sbados me salvaban de los autobuses, del cuartucho de ladepuradora y del callejeo sin fin entre individuos quemiraban como si estuvieran dispuestos a atacarme o comosi temieran ser atacados por m, un nio indefenso einseguro. Alc un instante la vista del prrafo que mehablaba de los grandes peces sin ojos de las ms profundasprofundidades, vi en la televisin las banderas tensas yondeantes al viento, me pregunt una vez ms por laidentidad del misterioso propietario del Peugeot.

    De madrugada me haba despertado, me habaasomado a la ventana y haba descubierto al Peugeot quesala del jardn, se detena ms all de la cancela, bajaba unhombre envuelto en un chubasquero, la cara semioculta poruna capucha. Los focos de las obras revelaban una lluviasilenciosa y tan persistente como la noche misma. Cerr elhombre la cancela de la casa, volvi al Peugeot y encendientonces los faros: dos columnas de luz se alargaron haciauna montaa de cascotes; los pilotos rojos resplandecan

    como peces en un acuario iluminado. Cuando el automvilarranc, los obreros interrumpieron sus faenas, el brazo dela gra se inmoviliz, como si saludaran, despidindolo, aun prncipe o a un magnate. La parlisis afectaba a todo,salvo al coche que se alejaba. Sal al pasillo; a travs de laventana del fondo llegaba el resplandor de los focos, y mealarm la costumbre no impeda mi prevencin asustada la trama de sombras que se dibujaba en el techo y en lasparedes. La puerta entreabierta del dormitorio de mi

    hermana me atrajo misteriosa. Me asom, sigiloso ysecreto, al cuarto oscuro: mi hermana miraba por la

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    ventana, desnuda. La estuve contemplando no s cuantotiempo, hasta que advirti mi proximidad, la de un sercallado y concentrado en una oracin. Sin volverse hacia mdijo: Acustate.

    Ahora bajaba del dormitorio se levantaba de la camabien pasada la hora de la comida: perder el almuerzo,segn ella, le serva para conservar la lnea estilizada,rutilante en un primaveral vestido de piqu rosa con unarebeca celeste: pareca una empleada encantadora de unapastelera-heladera moderna. Desde haca das utilizabacosmticos caros, cosmticos que, aplicados, no seperciban pero provocaban efectos admirables. Las listas desus jerseys hacan juego con las listas de sus calcetines.

    Desayunaba pia mojada en zumo de naranja, y norenunciaba al caf con tostadas. La tarde anterior habadespedido con pretextos a to Adolfo y a Schuffenecker yhaba salido con un coronel cuya nuca, bajo la gorrareglamentaria, me record inmediatamente a la nuca de mipadre: era impresionante observar la nuca del coronel,mientras mi to hablaba frente a m, aconsejndole a mihermana que fuera con l a visitar a ta Esperanza; eracomo ver una nuca que coronara el pecho de un hombre,

    no la espalda. Rogaba Schuffenecker que mi hermana leconcediera una nueva entrevista de trabajo, y yo consegullevar al coronel junto a mi to, hombro con hombro: meresult un consuelo unir aquella nuca y aquella espaldapaternas, mientras resonaba la voz que Schuffenecker lehaba robado a mi padre.

    Se sent mi hermana a mi lado, me tom de la mano,me dijo: Me gusta orte leer. Y entonces llamaron a lapuerta. Dej el fascculo de la enciclopedia, mir por la

    ventana: un taxi se iba sin ruido en medio del ruido de lastaladradoras; un caballero esperaba sobre la alfombrilla decaucho con una caja de tarta en las manos: reconocaquellas manos. Eran las manos de mi padre. Y la boca y lanariz, bajo la mirada levemente estrbica y azul,pertenecan tambin al rostro de mi padre. Mantena lasmanos sobre las piernas cruzadas con eleganciaanglosajona, hablaba pausadamente acerca de una antiguarelacin profesional con nuestro padre, dijo que se

    encontraba muy interesado en las actividades de mihermana. La alusin a las actividades de mi hermana me

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    pareci muy enigmtica. Pero me gustaba seguir losmovimientos de una boca que me era familiar, y de la quesala la voz lenta, casi retardada, como si el hombre nofuera real, sino una imagen de pelcula en la que hubieran

    sincronizado mal la banda sonora. Y resultaba confortableque el habitual estruendo de las mquinas no repercutieraen el tono de su voz: pareca que toda su vida hubieravivido en la casa, sometido al fragor de los barrenos,acostumbrado al yeso y al cemento que flotaba en elambiente: la nariz aguantaba impertrrita, sin unestornudo. La caja de la tarta vibraba casiimperceptiblemente sobre la televisin. Un mdicoconversaba, en la pantalla muda, con una agonizante

    conectada por las venas a tubos, bombonas y aparatos. Laagonizante mostraba un nimo y un color excelentes.

    Yo deseaba que aparecieran to Adolfo, Schuffenecker,el coronel de la nuca vigorosa, y coincidieron con la boca yla nariz y las manos del recin llegado: vera a mi padrematerializarse ante mis ojos, aqu la nariz y all la nuca yms all las cejas y la espalda, y la voz sonando comosalida de un magnetfono, como pruebas mandadas por lossecuestradores a los familiares de su vctima, testimonios

    de que sigue con vida. Me permiten que fume?,pregunt el caballero. Haga lo que quiera, respondi mihermana. Estoy dispuesto, dijo el hombre dijo el hombrecon la amplia sonrisa que perteneca a mi padre. Hacatanto tiempo que mi padre no fumaba! Los fuertes dedosafilados de uas pulidas acercaron con suelta exactitud elcigarrillo a la boca. Callbamos y oamos, sepultado bajo elruido de las obras, el crujir de los muebles en lashabitaciones, la inhalacin del humo del tabaco. Volver

    usted?, pregunt entonces mi hermana con tono dedespedida, aunque Devoto as se llamaba la encarnacinde las manos de mi padre aparentaba sentirse muycmodo. Lo estoy deseando, contest Devoto ponindosede pie como un autmata. Lo espero, seor Devoto; hoyme debo a otras obligaciones, dijo mi hermana. Otrasobligaciones? La entend cuando, sucesivamente,irrumpieron en el jardn el Renault de to Alfonso, un Rovermagnfico conducido por Schuffenecker, el Ford del coronel.

    La vida intrigante de mi hermana creca en proporcindirecta al aluvin de propaganda de hoteles que surga por

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    sorpresa en mi casa: no era difcil encontrar sobre eltelevisor o la radio, en vasos, rincones nunca limpiados, enel hueco de un zapato sucio, un cenicero del motelMonterrey, fsforos con publicidad impresa, una toalla en el

    paragero con el monograma del hotel California. Puedopedir un taxi?, interrog la boca que era de mi padre. Notenemos telfono, le dijo mi hermana a Devoto,sosteniendo entre los dedos el cable cortado del aparatoque destellaba sobre el velador. Vi alejarse a Devoto entrela polvareda y las explosiones de las obras, encogido, apesar de la prestancia fingida, como una pupila querecibiera de golpe un alud de luz, el choque de un foco deinterrogatorios. Buscaba un taxi como otros buscan, a

    medianoche, una farmacia o un bar.Convenc a Schuffenecker para que me diera una vueltaen el Rover y le ped a mi to Adolfo que nos acompaara:unas miradas imperiosas de mi hermana que hablaban,explcitas y compasivas, de mi desvalimiento de hurfano,forzaron a los visitantes a satisfacer mi deseo. El Roverpuso a prueba sus amortiguadores entre montaas derestos de inmuebles derruidos, sorteando hormigoneras,apisonadoras y excavadoras, mientras yo, en el asiento

    trasero, clavaba los ojos en la espalda de mi padre y oa suvoz: Schuffenecker, al volante, explicabapormenorizadamente a to Adolfo las ventajas delesplndido coche en el que viajbamos. Sin embargo,dijo Schuffenecker, no son los automviles mi pasin, sinolos libros. Decid intervenir en la conversacin para ganartiempo: quera beneficiar al coronel; una nuca como la suyasera difcil de recuperar si la perdamos. Yo quiero sernovelista, dije. Novelista?, pregunt extraado to

    Adolfo, que saba perfectamente que mi vocacin era la deexplorador submarino. S, asegur mientras mepreguntaba cuntos minutos necesitara mi hermana paraescaparse con la nuca de mi padre; me he inventado yatreinta novelas. Treinta novelas?, fingi interesarse lavoz de mi padre. Una tratar de un hombre, otra de unamujer joven, otra de una mujer vieja que conoce a unamujer joven, otra de un hombre que conoce a una mujer

    joven que era amiga de una mujer vieja. No deberamos

    volver a la casa?, me interrumpi mi to, en el momentoen que vimos derrumbarse lo que quedaba de Villa Rosa.

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    Otra novela trata de mi hermana: es una novela histrica,aad. Schuffenecker oprima un pulsador para que chorrosde agua regaran el cristal cubierto de polvo del Rover,pona en marcha los limpiaparabrisas. Pareca que

    avanzramos por un territorio en guerra, entredemoliciones, bombardeos y excavadores de trincheras.Atravesamos la cancela de la casa con el consuelo de quienencuentra por fin asilo en la legacin diplomtica de un pasneutral.

    Del jardn haba desaparecido el Ford del coronel y lacasa estaba desierta, aunque la radio sonaba y en latelevisin en silencio se vea pedalear a un grupo deciclistas. Schuffenecker y to Adolfo se miraban con la

    desolacin de dos estafados que coinciden en la sala deespera de una comisara, dispuestos a denunciar a unmismo estafador. Entonces, con disimulo, le pas aSchuffenecker una caja de fsforos con propaganda delhotel Niza: el vendedor de coches usados crey descubriren mi cara el gesto cenagoso y torcido de los confidentespoliciales. Lo nico que se plasmaba en la cara era lainseguridad inevitable del mentiroso que no confa en losresultados de sus embustes. Pero mi estratagema funcion:

    Schuffenecker pretext una nadera y sali disparado abordo del Rover descomunal hacia el hotel Niza. Me quedcon mi to, que se ofreci a invitarme al cine. Odio el cine:me parece terrible encerrarme a oscuras con una multitudde extraos. Yo le dije que esperramos a mi hermana.

    Estbamos tan callados oyendo la radio y el ruido de lasobras que sentimos el frenazo del coche, las pisadas en elcsped y en la gravilla del jardn, la llave entrando en lacerradura y girando, el chasquear de los mecanismos de la

    cerradura. Apareci mi hermana, plida como si la hubierandesgastado el clima y el roce con los objetos, lvidos loslabios de nia enferma y caprichosa. Me siento mal,salud, y orden enseguida: Llvame a la cama. Iba aacatar su orden sus rdenes siempre han sido para mdeseos cuando me dijo: T, no. Y me tendi un billete.Vete al cine. Ella no ignoraba mi odio hacia los cinesgrandes y tenebrosos. No quiero, le dije, los ojos fijos enlos dorados zapatos planos que estrenaba, devolvindole el

    billete. Trgatelo, y lrgate. Se encuentra mal, se justific to Adolfo, el pie en el primer peldao de las

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    escaleras que suban a los dormitorios. Fui a la cocina, llenun vaso de agua, hice una bola con el billete y me lo tragu.Pero me qued en la casa.

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    A travs de la rendija de la puerta vi la espalda desnudade to Adolfo como la espalda desnuda de mi padre, no lablanca espalda en la que resaltaba algo de vello cerca delos hombros y que mi hermana enjabonaba con una esponjaamarilla y frotaba con la toalla color albaricoque los dasanteriores a la noche en que aparecieron los hombres de laambulancia para cargar con el cadver del enfermo, sino la

    espalda que se bronceaba al borde de la piscina lasmaanas de sol. Incluso en los largos domingos invernalesera capaz mi padre de ponerse el baador y zambullirse enel agua helada un jardinero limpiaba entonces la piscina, y luego se tenda sobre las losas como un atleta agotadopor el esfuerzo de los entrenamientos. Volvera mi padre?Me bastaba la presencia escindida de su boca y sus manos,de una nuca, del simulacro de su voz en la voz deSchuffenecker, de la espalda de to Adolfo, de sus cejas. Me

    fij en la ceja izquierda de to Adolfo, la ceja de mi padre,dormido de perfil, el pecho aplastando las sbanas celestes,en la cama de mi hermana, junto a mi hermana. Noaparecera en el futuro alguien que tuviera las piernas y losbrazos de mi padre, la frente de mi padre, sus faccionesenteras, su energa? Entonces mi hermana tom entre lasmanos la cabeza de to Adolfo y la volvi hacia la pared,como si le molestara que la cara permaneciera girada hacaella. Luego se irgui unos centmetros y me vio.

    Nos miramos sin un gesto ni un signo, como quienes seencuentran por casualidad en un lugar abyecto en el que noquisieran estar o en el que, al menos, no quisieran sersorprendidos: nos mirbamos con complicidad y rechazo,con maldad y piedad, rebosantes de vergenza y ansia deolvido. Pero muy pronto mi hermana recobr supermanente expresin de fastidio, rodeada de indeseablesy yo era el principal indeseable de los indeseables queempaaban la bella conducta a la que la destinaban sus

    cualidades, desterrada no por sus culpas, sino por lasculpas de los indeseables de la normalidad

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    resplandeciente que debera ser su vida. Sin una palabraalcanzamos el acuerdo tcito de que jams hablaramos deaquel veloz instante anquilosado, el instante en el que dosguerreros descubren el fondo de los ojos enemigos antes de

    asestarse mutuamente un hachazo o una pualada.Me escond, con la tarta que el seor Devoto nos haba

    regalado, en el cobertizo de la depuradora: era una tartablanca en la que haban incrustado un crculo de fresas. Unimpulso llevaba mis dedos a las fresas, otro impulso losretiraba. No tocara las fresas, no tocara la tarta. Comapoco y la sola idea de comer me resultaba repugnante:estaba seguro de que, si aguantaba en ayunas,alimentndome de agua y leche y naranjas, en el plazo de

    un mes me elevara del suelo, podra caminar sobre lahojarasca de la piscina sin hundirme. Decid hacer unaprueba: cog la tarta y el largo mango de la redecillametlica que, en otro tiempo, se utiliz para cazar las hojascadas a la piscina. Sal del cuarto de la depuradora y,empleando la red una especie de raqueta de tenis delarga empuadura, coloqu con el cuidado con que selevanta un castillo de naipes la tarta de fresas en el centrode la costra de hojas y desechos que cubra el agua de la

    piscina: la tarta se sostuvo sobre las aguas quietas.Se haba hecho de noche, y me tumb en la hamaca

    tiritando de fro a la luz blanquecina y clnica, de vacoestadio nublado, de los reflectores de las obras. Miraba confijeza la tarta: Se haba hundido unos milmetros como unacatedral que, de ao en ao, cediera a la inconsistencia delterreno sobre el que la haban construido? Cerr los ojos,los abr: me pareci que se haba hundido algo ms. Yentonces alguien sali a la puerta de la casa. No lo vi, pero

    pude orlo. Y apareci mi to con el pelo mojado y aplastadoy la espalda erguida y airosa, y alcanz su coche y arrancy se fue sin detenerse a echarle el cerrojo a la cancela. Unahora despus, cuando el agua mojaba la nata de la tarta, losigui mi hermana: se haba puesto un lazo de tafetn azulen el pelo, el traje sastre azul claro. El golpetazo de laportezuela del Opel me sobresalt de un modo inexplicable.Volv a mirar la tarta y no estaba. Me pregunt si se habravolatizado a causa del halo de violencia que despeda mi

    hermana o se habra hundido.

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    Me figur que iba en busca del hombre del Peugeotanticuado, as que me dispuse a esperarla. No quera queme supiera al acecho: me reclu en mi cuarto, de pie junto ala ventana bien apestillada, con la determinacin de no

    ceder al sueo pegajoso. La polvareda que levantaban lascuadrillas de obreros se arremolinaba al viento, iluminadapor los reflectores: en un relmpago me sorprendieron loscaballos de la mquina giratoria que haba salido en latelevisin, los violentos cascos metlicos de los caballossonrientes que suban y bajaban enloquecidos. Estabadormido de pie? Sufra una pesadilla? Me haba aislado enun coche detenido en un garaje con los cristaleshermticamente cerrados; senta una presencia fsica que,

    sin embargo, no vea: unas manos enguantadas de cueronegro o sosteniendo una tela alquitranada se preparabanpara asfixiarme. Me despert boca abajo, la cara contra laalmohada: un coche arrancaba fuera. Me lanc a laventana. El Peugeot ya haba dejado atrs la cancela, seiba. Espera, espera!, grit. Desde el exterior me veransi alguien me vea como una de las figuras que seagitaban en la pantalla del televisor sin sonido.

    Quin es? Es pap, que ha vuelto?, le pregunt

    muy cerca de la oreja sin pendiente ni siquiera tena lamarca del agujero, y se despert. Mi hermana estabafeliz, como si saliera de un buen sueo. Es Martn, Martn,Martn. Martn? Se haba vuelto loca? Y meti la manobajo la almohada y sac la fotografa: mi hermana y unimberbe que me superara en pocos aos posaban delbrazo ante un tiovivo parado, y los caballos sonrean con loscascos al aire, atravesados por rutilantes tubos niquelados.Es Martn, repiti arrebatada por una obsesin. Y del

    cuello de Martn colgaba la cadena con el anillo de mipadre. Qu hars con pap? Qu pasa con to Adolfo ySchuffenecker y el hombre que tiene la nuca como pap yel hombre de las manos como pap? No los mandabapap? Mi hermana me dijo: Te has vuelto loco. Meabrazaba y, ms all de su cabeza, vi la pared oscura y latiniebla reflejada en el espejo y las cosas casi invisibles yobstinadamente mudas, y en el techo la sombra de la gra,y los cuerpos negros que parecan sombras pero no eran

    sombras sino los cuerpos mismos en el espejo. Pens quedeba responderle, y a la vez me tapaba la boca una rgida

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    obligacin de callar. Me caan las lgrimas de mi hermanasobre el hombro: me calaban la camisa y eran clidas comola orina de un animalillo.

    Nos dormimos juntos. Haba un ser fro que se acostaba

    conmigo por las noches y me tocaba y no me dejaba dormirde espanto, pero entonces me dorm sin darme cuenta ytuve un sueo: so que el Peugeot sala de la casa y queyo iba al cuarto de mi hermana y le preguntaba por eldueo del Peugeot, y mi hermana me enseaba la foto deMartn, y me abrazaba y lloraba, y nos dormamos juntos.So con exactitud lo que haba pasado y lo que estabapasando: por primera vez en mi vida pude ver la cara quetengo mientras duermo.

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    Los domingos interrumpan las obras y nos despertabala desacostumbrada ausencia de ruidos. Antes de abrir losojos record que me encontraba en el dormitorio de mihermana, en la cama de mi hermana, y adivin que mihermana ya no estaba en el cuarto. Yo ocupaba el huecoque otro cuerpo haba excavado en las sbanas, y meacord entonces de la noche en que me haba tumbado enel sof que el moribundo acababa de dejar vaco: peroahora mi madriguera no era una fosa, sino una trampacamuflada y amable, un lugar en el que se me enredabacon comodidades mientras se planeaba mi perdicin.Abandon la cama caliente, me puse el albornoz amarillode mi hermana, baj a la sala. Mi hermana tena el pelomojado y los dedos extendidos, recin lacados con elinvisible esmalte de uas, y se haba puesto el vestido rosade piqu vea la televisin insonora, un paseo de sigilosas

    aves zancudas por las aguas lisas de un lago. Te haspuesto mi albornoz, dijo, aunque ni siquiera me habamirado. El amarillo te hace ms blanco. Y me descubrplido en el espejo, como si hubiera sufrido una hemorragiamientras dorma.

    Entonces empez a orse el motor del coche: s que mihermana lo oa tan bien como yo, a kilmetros todava dedistancia, pero permanecamos callados, los ojos en la

    callada televisin, hipnotizados por las largas patas y loslargos picos de los pjaros. Tena mi hermana la arroganciade quien ha tomado una fra determinacin, se ha sometidoa un proyecto; pero en los labios entre los labiosrelampagueaban de pronto los fuertes dientes blancos lequedaba un resto de vulnerabilidad, el temor de poder serherida. El coche avanzaba hacia la casa, se detena frente ala cancela. Nada decamos mi hermana y yo, dos cmplicescercados que perciben sin una palabra, entendindosetelepticamente, la llegada de los comisarios. Son elclaxon tres veces y tres veces ms. Mi hermana me hizo

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    una seal con la mano para que no me moviera. Se levantde la butaca una lima de manicura apareci en la butacacuando se levant mi hermana, sali de la casa. Derodillas en el sof del muerto espi, a travs de un cristal

    que mi respiracin empaaba poco a poco, lo que sucedaen el jardn.

    Mi hermana no haba abierto la cancela. Schuffeneckerse apeaba de un Autobianchi diminuto: la portezuelametlica, al ser cerrada, reson como un gong que alguienagarrara para que no pudiera vibrar. O de lejos la voz de mipadre: Qu pasa? No me abres?, pero no o lasexplicaciones de mi hermana, que, con el pelo mojado,pareca aguantar una lluvia invisible y mgica que slo caa

    sobre su cabeza. Schuffenecker, la voz de mi padre,proclamaba su mala suerte, contaba la visita a unastrlogo, las noticias nada tranquilizadoras que elastrlogo anunciaba. Mi hermana cruzaba los brazos, losdedos siempre extendidos y separados, como si seacurrucara a s misma con una cierta rigidez; yo la vea deespaldas, separada de Schuffenecker por la cancela, y laspuntas de sus dedos sobresalan como si quisierantransmitirme un mensaje impreso en las huellas dactilares.

    No, no, nunca, o ntida la voz de mi hermana. Meduelen las piernas, casi chill Schuffenecker.

    Frente al edificio Inglaterra, encapuchado por inmensaslonas azules, naranja y amarillas, se detuvo un taxi: unindividuo con un paquete blanco en las manos descendidel vehculo. El hombre del traje color de madera que seacercaba a nuestra casa mientras Schuffenecker exiga suderecho a sentarse unos minutos en una silla cmodaresult ser el comedido seor Devoto. Dios mo, dijo mi

    hermana, y o caer los cerrojos y cadenas de la cancela. Meretir sin prisas del ventanal, volv a mi butaca, simul quela nica cosa que encontraba interesante en el mundo erala imagen del caracol que, en la pantalla del televisor,escalaba un esbelto tallo verde. Las piernas de bailarn deSchuffenecker cojeaban, en efecto, ostensiblemente,vctimas de los malos augurios del astrlogo. TrasSchuffenecker surgi el seor Devoto, con la actitud de laaraa que, en la esquina de un stano desordenado y

    cochambroso, teje elegante y limpia su tela geomtrica. Elcaracol acababa de alcanzar una hoja por la que se

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  • 8/6/2019 Hermana muerte

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    Justo Navarro Hermana muerte

    arrastraba trazando una lnea de baba. Mi hermana cogi eltelevisor no se molest en desenchufarlo y una plida luzverde, azul y amarilla le tintaba la cara y el pecho como siabrazara una lmpara o una gran linterna y dijo: Aqu

    tienes, Schuffenecker. La voz de mi padre son irritada ydesfallecida: No es justo, no. La boca de mi padrepermaneci, sin embargo, inmvil en la cara hiertica delseor Devoto.

    Tom Schuffenecker el televisor conectado y salicojeando de la casa: ante la puerta abierta de par en par separ. El cable tenso del televisor no daba ms de s.Entonces deposit con sumo cuidado el televisor sobre laalfombrilla de goma: el caracol, en una imagen aclarada por

    la luz plena del medioda, me miraba fijamente desde elsuelo del porche. En silencio omos la partida deSchuffenecker: jams volvera a recibir el regalo de la vozde mi padre. El hirsuto seor Devoto slo pareca prestarlesu atencin estrbica al telefilm divulgativo sobre la vida delos caracoles. Cerr mi hermana con un portazo, fue a lacocina, regres con la caja de la tarta de fresas en la mano.Puso la caja blanca y rosa encima de la mesa. No habanotado que estaba vaca? Devoto coloc, junto a la caja de

    la tarta, una caja envuelta en papel de confitera quedebera estar llena de dulces. Pens en la tarta de fresasdeshacindose en el fondo limoso de la piscina encapotadapor la hojarasca; en la oscuridad de los pasteles dentro dela caja, rozndose unos con otros, nata con merengue ycrema con guindas, agrindose poco a poco con el secretosilencioso