HISTORIA DE MEXICO 2 - cemsa.edu.mx · CRISIS DEL ESTADO MEXICANO Y SU PROCESO DE TRANSICION...

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Indice BLOQUE 1 ................................................................................................................................ 4

PROCESO DE CREACION Y CONFORMACION DE MEXICO COMO NACION .................... 4

1.1 Contexto histórico en el que surge México como país independiente en los aspectos político, económico y social. .................................................................................................. 4

1.2 Características de los proyectos de Nación ................................................................. 6

BLOQUE 2 CONFORMACION DEL ESTADO MEXICANO COMO UN PROCESO MARCADO POR CONFLICTOS INTERNOS E INTERVENCIONES EXTRANJERAS .......... 13

2.1 Características sociales, culturales, políticas y militares de diversos procesos y acontecimientos históricos .................................................................................................. 13

2.2 Primeros gobiernos del México independiente .......................................................... 13

2.3 Los gobiernos centralistas (1835-1846) ..................................................................... 17

2.4 La República federal (1846-1863) ............................................................................. 23

2.5 La restauración de la República (1867-1876) ............................................................ 38

BLOQUE 3 .............................................................................................................................. 41

EL REGIMEN PORFIRISTA (1876-1911) ............................................................................... 41

3.1 Características del Porfiriato ...................................................................................... 42

3.2 Crisis política y económica del Porfiriato ................................................................... 59

3.3 Movimientos sociales surgidos al final del Porfiriato .................................................. 63

BLOQUE 4 .............................................................................................................................. 71

LA REVOLUCION MEXICANA (1910-1917). .......................................................................... 71

4.1 Etapas de la Revolución Mexicana ............................................................................ 71

4.2 Cambios sociales y culturales en diversas expresiones artísticas ............................. 93

BLOQUE 5 .............................................................................................................................. 94

PROCESO DE RECONSTRUCCION NACIONAL, LA ONSOLIDACION DEL REGIMEN POSREVOLUCIONARIO Y SUS CONSTRIBUCIONES PARA EL MEXICO ACTUAL. ......... 94

5.1 Proceso de reconstrucción nacional y conformación del régimen posrevolucionario 95

5.2 La educación y cultura ............................................................................................. 124

BLOQUE 6 ............................................................................................................................ 127

PROCESO DE CONSOLIDACION DEL ESTADO MEXICANO CONTEPORANEO, INCORPORANDO ACONTECIMIENTOS DE ACTUALIDAD. .............................................. 127

6.1 Proceso de consolidación del México contemporáneo ............................................ 127

6.1 Ciencia, educación y cultura .................................................................................... 157

BLOQUE 7 ............................................................................................................................ 159

CRISIS DEL ESTADO MEXICANO Y SU PROCESO DE TRANSICION DEMOCRATICA,

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INCORPORANDO SUCESOS NACIONALES E INTERNACIONALES................................ 159

7.1 Características de la crisis política del Estado mexicano (1970-2000) .................... 160

7.2 Proceso de transición democrática (2000-2006) ..................................................... 196

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BLOQUE 1

PROCESO DE CREACION Y CONFORMACION DE MEXICO COMO NACION UNIDAD DE COMPETENCIA IDENTIFICAR LOS PRINCIPALES PROCESOS QUE INFLUYERON EN LA CREACION Y CONFORMACION DE MEXICO COMO PAIS INDEPENDIENTE Y CONTRASTAR LOS PROYECTOS DE NACION DE ESE PERIODO CON LOS QUE EXISTEN LA ACTUALIDAD.

1.1 Contexto histórico en el que surge México como país independiente en los aspectos político, económico y social.

Con la firma de los Tratados de Córdoba, el 24 de agosto de 1821, se reconocía por medio de Juan O 'Donojú —liberal español nombrado capitán general y jefe superior político de la Nueva España— la independencia del territorio que supuestamente había llegado a regir, toda vez que se percató de lo insostenible del gobierno virreinal ante la alianza de Agustín de Iturbide con Vicente Guerrero. La llegada del último representante del monarca de España sucedía después de la firma del Plan de Iguala, en febrero de 1821, y la aceptación de los independentistas de tres compromisos básicos: 1. Establecer la Independencia de México de parte de España. 2. Establecer la religión católica como única forma de práctica religiosa. 3. Establecer la unión de todos los grupos sociales. Estos acuerdos habían permitido la aparición de un solo ejército que defendería a la nueva nación con base en tres preceptos: independencia, religión y unión —las garantías necesarias y comunes para todos los independentistas—; de allí el nombre de Trigarante para ese ejército (así como la confección de su bandera con los colores blanco, verde y rojo con una estrella dorada sobre cada uno de ellos). Tanto Agustín de Iturbide, militar criollo que había combatido a los insurgentes, como Vicente Guerrero, mulato nacido en la entonces provincia de Puebla y responsable de mantener la lucha contra los españoles, pactaron esa unión con el mutuo convencimiento de la conveniencia de constituir un nuevo país bajo condiciones que beneficiaran a ambos grupos. Así, se comprometieron a ser gobernados bajo la forma de una monarquía moderada ofreciéndole el cargo al Rey de España, Fernando VII, representante de la dinastía de los Borbón, o a algún príncipe europeo que aceptara el cargo. Estas condiciones primordialmente eran impuestas por los criollos anhelantes de ser independientes, pero con la pretensión de gobernarse como una provincia autónoma del imperio español para no perder sus cargos, prestigio, recursos y mantener

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relaciones con los otros integrantes del reino. Por su parte los insurgentes, que aglutinaban a distintos grupos —indígenas, mestizos, mulatos, castas, criollos pobres y más—, se veían beneficiados con el reconocimiento de ser ciudadanos libres e iguales ante la ley. Para poder concretar tales aspiraciones, y mientras no llegara algún noble europeo, se crearía una «Junta Gubernativa» para dar paso a una Regencia que haría las funciones de gobierno pero, además, convocaría a la integración de Cortes —similar a la figura de un Congreso— para elaborar la nueva Constitución del Imperio Mexicano. Esas eran las condiciones político-militares al arribo de O 'Donojú. Una vez reunidos los representantes del imperio español y de los independentistas en la intendencia de Veracruz, el Plan de Iguala sirvió de base para el reconocimiento de la independencia de México y se plasmó en los «Tratados de Córdoba» para establecer, como elemento central, la independencia del Imperio Mexicano, pero reafirmaban la obligatoriedad de ser gobernado como monarquía constitucional moderada y que su emperador fuera Fernando VII o algún miembro de la dinastía reinante española. La modificación sustancial, respecto al anterior pacto entre Iturbide y Guerrero, era establecer que si ningún príncipe europeo aceptaba el cargo, las Cortes del imperio mexicano nombrarían al gobernante. En cuanto a las formas de cómo se gobernaría también se convino en la creación de una Junta Provisional Gubernativa —compuesta por Juan O Donojú y ciertos hombres «notables» del imperio— que elegiría al presidente y otros integrantes de la Regencia (compuesta de tres personas), quienes serían las depositarias del Poder Ejecutivo y las Cortes desempeñarían el Poder Legislativo. Como lo estipulaban los Tratados, la Junta Provisional Gubernativa nombró a los integrantes de la Regencia y ésta se conformó con Agustín de Iturbide, como presidente, y Juan O' Donojú, Manuel de la Bárcena, Isidro Yáñez y Manuel Vázquez de León como los otros miembros. Una de sus primeras deliberaciones llevó a la siguiente disposición: La Junta consideró que no era incompatible el empleo de primer regente con el de jefe del Ejército, y en esa virtud nombró generalísimo de mar y tierra a Iturbide, asignándole 120 mil pesos anuales de sueldo, un capital personal de 1 millón de pesos —impuesto sobre los bienes de la extinguida Inquisición_, un terreno de 20 leguas en cuadro en la provincia de Texas y el título de Alteza Serenísima. Ninguno de los antiguos insurgentes fue incluido a la Regencia, mas en el orden político y militar sí aparecieron Anastasio Bustamante y Vicente Guerrero —de los jefes insurgentes más reconocidos— al frente de dos de las cinco capitanías generales, lo que les permitió mantener su posición de fuerza. Una vez establecida la Regencia se hizo evidente que algunos de sus integrantes eran representantes de las pudientes instituciones virreinales (como el alto clero, los hacendados y los burócratas, así como de sus intereses políticos y económicos) y que lucharían en este nuevo ámbito de gobierno para protegerlos e impulsarlos oponiéndose a cualquier medida que significara una disminución a sus propiedades y cotos de poder. En una postura distinta se ubicaban algunos criollos antimonarquistas, también ciertos representantes del bajo clero —más cercano a la población empobrecida— y diversos abogados que consideraban, llegado el momento, de hacerse de un espacio para ascender a

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puestos de administración pública dentro de las instituciones que, incuestionablemente, precisaría el nuevo gobierno tanto en el ámbito nacional como en el regional. El 24 de febrero de 1822 se instauró el Congreso Constituyente con la encomienda de redactar la Constitución para establecer la normatividad que regiría al imperio mexicano y, en su seno, se hicieron visibles —por lo menos— tres corrientes de opinión que a su vez expresaban sus intenciones políticas: una de ellas con tendencia monárquica, la de los borbonistas, quienes anhelaban a un representante de España para que gobernara; una segunda, defensora de un imperio mexicano, constituida de fieles seguidores o benefactores de Agustín de Iturbide, sabedores de las prerrogativas que les acarrearía el que éste llegara a ser nombrado emperador, y una tercera, en el otro extremo político, en el que se ubicaban los republicanos, quienes pugnaban por el establecimiento de un gobierno sustentado en la división de poderes. El Congreso estaba dividido y constituía una especie de contrapeso para que el «futuro» emperador de México no gobernara de manera absoluta.

1.2 Características de los proyectos de Nación Proyecto monárquico Los borbonistas Muy complejo se volvió el escenario para organizar la nueva vida política en un emergente país que heredaba profundas desigualdades económicas, sociales, políticas y culturales arraigadas durante tres siglos de dominación española. Las diferencias aparecieron a través de los grupos interesados en gobernar de acuerdo con las ideas que para ello tenían, ya fuera desde la Regencia o desde el Congreso, pero sin dejar de contemplar la fuerza que los grupos más empobrecidos eran capaces de mostrar al construir más del 80% de la población. Difícil también fue la situación que debieron enfrentar los españoles que habían sido los beneficiarios de la vida virreinal, pues se vieron obligados a renegociar sus antiguos privilegios con otros actores dispuestos a ocupar los cargos gubernamentales que anteriormente les habían negado. Es innegable que la independencia se logro por medio de la alianza entre criollos americanos, los liberales españoles y los insurgentes mexicanos, y que cada uno de los firmantes necesitaba recibir beneficios. Así, para fines de 1821, ciertos españoles respaldados de algunos criollos americanos aspiraban a que el Imperio Mexicano —tal como lo establecían los Tratados de Córdoba— fuera gobernado por un integrante de la casa de los Borbón (la dinastía reinante en España desde inicios del siglo XVIII) para continuar la política de Fernando VII en un territorio independiente. Tal postura era defendida por comerciantes enriquecidos, burócratas menores y mayores, militares y dueños de vastísimas extensiones de tierra que no estaban dispuestos a perder sus logros y que ya tenían hijos nacidos en América o que se habían casado con mujeres mexicanas; también algunas autoridades de la Iglesia católica se encontraban al interior de tal propuesta pues habían acumulado riqueza y bienes inmuebles. Su excelente posición económica y política les posibilitaba ser considerados como personas importantes para mantener la estabilidad comercial y financiera del nuevo imperio, así como los contactos con otros países de los que se necesitaba reconocimiento para poder sobrevivir

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pues, realmente, ellos eran los poseedores de los recursos para lograrlo. Esas eran razones muy poderosas para poder negociar su inserción en el nuevo gobierno; si bien numéricamente eran pocos, concentraban cantidades considerables de riqueza, conocimiento y poder. Proyecto imperial Agustín de Iturbide Otro grupo era el encabezado por Agustín de Iturbide —apoyado por los criollos deseosos de hacerse de poder político— y, al igual que los borbonistas, contemplaba establecer una forma de gobierno que no afectara significativamente la estructura económica y social vivida en el virreinato para poner fin a los diversos problemas que se presentaban, como el económico, pues se había trastocado fuertemente con tantos años de guerra y con la ruptura del orden establecido por la Corona Española, por lo cual, aunado y concomitante a ello, la mayoría de la población padecía hambre, desnutrición, analfabetismo, alta mortalidad infantil y otros fenómenos sociales relacionados con la pobreza. Sin embargo, los seguidores de Iturbide no estaban interesados en solucionar tal situación sino que se esforzaban en evidenciar su ascenso político; también otra parte de la alta jerarquía de la Iglesia católica apoyaba al grupo al haberse asegurado la primacía de tal religión con Iturbide. Las intenciones de los iturbidistas eran claras pues se obstinaban en señalar que si no hubiera un integrante de la casa real de los Borbón dispuesto a gobernar el Imperio Mexicano, don Agustín de Iturbide podría hacerlo. Ambas perspectivas, de los borbonistas y los iturbidistas, eran semejantes al tratar de mante-ner las antiguas formas de relación entre los gobernantes y los gobernados pues la figura principal sería la del monarca aunque, supuestamente, reconocían a «todos los americanos» la posibilidad de ciudadanía y manifestar sus intereses a través de sus diputados en el espacio propio para ello, el Congreso, al cual, en realidad, no cualquiera podía incorporarse.

Por ello, desde algunas regiones —principalmente donde se había escenificado la lucha independentista— había cierto convencimiento entre los habitantes de que el costo no obligaba a reconocer derechos y garantías que el régimen español difícilmente hubiera aceptado, pero que el nuevo gobierno independiente sí tenía que considerar. Ese el sustrato que los antiguos insurgentes no dejaron de trabajar junto con elementos del bajo clero —que tan activa participación tuvo en la guerra de independencia- y con integrantes de los varios ejércitos regionales deseosos de desplazar a la antigua jerarquía hispana que se resistía al cambio. Esas realidades se manifestaban al interior del Congreso Constituyente e Iturbide y sus seguidores calcularon la acción que debían realizar. Así, se aliaron con los

grupos del Ejército que eran simpatizantes de la monarquía y sabiendo la trascendencia de los grupos armados prepararon un golpe de Estado. La idea de esperar a que un noble español viniera a gobernar el nuevo Imperio Mexicano no tenía posibilidades de concretarse ante la renuencia de las Cortes españolas a reconocer la independencia de su antigua colonia, ofrecimiento que, establecido en los Tratados de Córdoba, se había frustrado definitivamente.

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Al considerar esas circunstancias, tanto internas como externas, el 18 de mayo de 1822 se generó un movimiento perfectamente coordinado por la alta oficialidad militar, de acuerdo con Iturbide, para que algunas personas se pronunciaran violenta y públicamente exigiendo que Agustín de Iturbide fuera el emperador de México. El Congreso, con muchos diputados ausentes y otros bajo fuerte presión, se vio obligado a confirmar la designación de Iturbide como emperador «ante el gran apoyo que el pueblo le otorgaba». El 21 de julio Agustín de Iturbide fue coronado mediante una impresionante fiesta y la bendición de la Iglesia católica. No obstante, las contradicciones más profundas se mantenían vigentes y el simple arribo del emperador no era suficiente para efectuar las trasformaciones que se requerían porque, además, no estaba dispuesto a realizarlas. Aun con estas particularidades las provincias de Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Chiapas y Costa Rica aceptaron la invitación de Iturbide y se adhirieron al Imperio Mas la realidad no podía controlarse con adiciones y fiestas. En el Congreso

surgieron personajes que criticaban abiertamente al emperador. Anastasio Bustamante y Fray Servando Teresa de Mier, teólogo dominico de mentalidad liberal, que había estado en Inglaterra y en Estados Unidos de América, y había sido simpatizante de la causa insurgente— evidenciaron su preocupación ante la posibilidad del surgimiento de un gobierno absolutista como el que se había derrotado. Tales rasgos liberales no estaban acordes con las ideas imperiales de Iturbide por lo que decidió disolver al Congreso y sustituirlo mediante una Junta de Notables. Tal acción le atrajo la abierta hostilidad de los antiguos insurgentes y de la gente que rechazaba la posibilidad de volver a ser gobernada

por un emperador, aunque éste fuera americano. En Veracruz, el l de enero de 1823, Antonio López de Santa Anna se rebeló —con el Plan de Casa Mata— contra Iturbide bajo el argumento de impulsar un proyecto republicano. Pronto se sumaron al movimiento antiguos insurgentes como Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero y Nicolás Bravo. Después, los borbonistas hicieron lo propio. El general Echavarría, enviado para combatir a los rebeldes, efectuó lo contrario. Poco a poco los militares y representantes de más ciudades desconocieron a Iturbide, entre otras razones porque la recuperación económica —tan necesaria y exigida— no se presentaba. El 19 de marzo de 1823 la situación del Imperio era insostenible e Iturbide, mediante un documento escrito, «decidió» abdicar a la Corona y partir poco después al exilio. La derrota de los iturbidistas abrió las posibilidades de los grupos liberales. El Congreso, restablecido, proclamó el derecho de construir la Nación en la forma que más le conviniera: se anunciaba la República. Proyecto republicano (1824-1828) La Constitución de 1824, tendencias políticas centralistas y federalistas y gobierno de Guadalupe Victoria Una vez que se había obligado a Iturbide a abandonar el país, y mientras se establecía la

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Constitución adecuada, el gobierno quedó confiado a un Supremo Poder Ejecutivo constituido por un triunvirato personificado por Guadalupe Victoria, Nicolás Bravo —antiguos insurgentes— y un iturbidista, el general Pedro Celestino Negrete, pues si bien el emperador había sido destronado sus seguidores seguían detentando influencia política y económica, en especial la Iglesia católica y la jerarquía militar. El triunvirato convocó un nuevo Congreso Constituyente que se instaló el 7 de noviembre de 1823, y desde ambos espacios intentaban impulsar un gobierno republicano en pos de modificar el orden monárquico. La transformación más importante residía en cambiar la relación entre gobernantes y gobernados mediante la eliminación de la cultura de súbditos para intentar formar ciudadanos. La nueva República Mexicana surgía como un ideal en las manos de los liberales, pero existía una realidad que había que trastocar y la forma de realizar esa innovación era la preocupación más importante del grupo en el poder; ante tal expectativa se llegó al convencimiento de que la respuesta se desprendería de la forma que la República adoptara: central o federal. Desde el momento mismo de la declaración de independencia el país se debatía entre dos órdenes: el colonial, que no moría, y el liberal, que no nacía; para 1824 esas tendencias se agrupaban bajo los términos de centralismo o federalismo, elementos emblemáticos de la gran controversia que giraba en torno de los intereses que cada grupo presentaba. El centralismo pugnó por la persistencia del orden colonial —con una fuerte influencia de los militares, comerciantes y alta jerarquía católica— de donde se les comenzó a denominar «conservadores>, pero también incluía a antiguos insurgentes (como Fray Servando Teresa de Mier), conscientes de la necesidad de proteger todo el territorio heredado del Primer Imperio; por otra parte, el federalismo apelaba a abrir una vía para el triunfo liberal, consistente en el impulso a transformaciones que afectarían a antiguos y actuantes grupos económicos enclavados en la capital del país (sobre todo los «privilegios económicos de la Iglesia católica» y la búsqueda de mayor peso político de los poderes regionales al tener como referente a los Estados Unidos de América). Ante las posturas políticas de conservadores y liberales se consideró definitorio que la república se definiera como centralista o se impusiera el federalismo. Por ello, Jesús Reyes Heroles, importante político y analista mexicano del siglo XX, consideró que el federalismo fue el medio para adquirir poder, el instrumento para conservarlo y el vehículo para impulsar al grupo liberal e insertarlo en el naciente Estado Mexicano. En este ambiente de inestabilidad política, económica y social surge la primera Constitución Mexicana en 1824. En esta, como en todas las constituciones a partir de ella, se incorporaron preceptos dotados de ciertos valores esenciales del liberalismo mexicano y sobre todo del federalismo. El legado de la Constitución de 1824 fue la afirmación de las libertades del hombre y el establecimiento del derecho de las distintas colectividades mexicanas a autogobernarse, pese al clima de inestabilidad. En palabras de Reyes Heroles: «La Constitución de 1824 fue un documento de hábil transacción contra el orden virreinal existente; no pretendía cambiar la estructura de la sociedad en su totalidad, pero sí impedir que ésta pudiera perpetuarse y ayudó para que, en menos de 40 años, las fuerzas de la nueva sociedad triunfaran por sí mismas, contando en la defensa del federalismo y de las libertades con la sanción de la legalidad».

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Este primer ordenamiento jurídico contribuyó a trastocar la estructura económico-social colonial y dio paso a las nuevas fuerzas que forjarían la sociedad, afirmando la supremacía del Estado y la libertad individual, al establecer un gobierno republicano, representativo y federal. Así nació la Constitución Federal de los Estados Unidos mexicanos y, a su sombra, la Primera República Constitucional. Para 1824 la corriente política que asumió el poder nacional fue la federalista, por lo cual en la Constitución proclamada en octubre de ese año se asentó que México era una República que sería gobernada por tres poderes: el Ejecutivo, dirigido por un presidente y un vicepresidente; Legislativo, integrado por la Cámara de Diputados, y el Judicial, representado por la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Esta forma de gobierno se sustentaría sobre un sistema de Estados Libres y Soberanos que, a su vez, tendrían sus propias leyes y las harían regir sobre sus territorios geográficos, pero conviniendo en ser, globalmente, conformadores de los Estados Unidos Mexicanos y sostener el gobierno federal. Este acuerdo provocó la desincorporación de los territorios sureños sumados al Imperio, conservándose solamente Chiapas fiel al nuevo orden.

La Constitución decretaba a la religión católica como oficial, conservaba los fueros eclesiásticos y militares y no definía claramente las garantías individuales de los mexicanos; reconoció los estados de Chiapas, Chihuahua, Coahuila y Texas, Durango, Guanajuato, México, Michoacán, Nuevo León, Oaxaca, Puebla, Querétaro, San Luis Potosí, Sonora y Sinaloa, Tabasco, Tamaulipas, Veracruz, Jalisco, Yucatán y Zacatecas. Se declararon

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territorios la Alta y la Baja California, Colima y Santa Fe de Nuevo México; Tlaxcala no tuvo estatuto hasta unos años más tarde. Sin embargo, aunque la declaración de apoyo a la República Federal se proclamaba abiertamente y se tenía una Constitución, faltaba una verdadera integración de jefes políticos nacionales y estatales que aceptaran cumplir políticas, programas e instituciones basados en los puntos de interés común para sostener al gobierno: el Estado Nacional Mexicano no terminaba de consolidase pues sus instituciones apenas comenzaban a perfilarse. Ya desde el fin de la época colonial se presentaba un rechazo a la centralización política y económica que se vivía desde la ciudad de México y ello daba razones a los poderes regionales para rechazar un gobierno sustentado en una república centralista, pero también se sabía de la necesidad de no desintegrar el vastísimo territorio recién independizado. La realidad presentaba obstáculos muy fuertes para el nuevo gobierno, y los lazos que podían actuar para mantener la unidad dependían, primordialmente, de la acción de la Iglesia católica, que no renunciaba a ser una de las instituciones más importantes de México pero no era simpatizante del liberalismo. Ese era el contexto que privaba cuando, después de elecciones entre los integrantes del Triunvirato surgido ante la abdicación de Agustín de Iturbide, Guadalupe Victoria resultó nombrado presidente de México y tomó posesión, aunque de forma provisional, el 10 de octubre de 1824.Su nombramiento constitucional lo obtuvo el de abril de 1825, así como Nicolás Bravo el de vicepresidente, para concluir el 29

de marzo de 1829. Durante su periodo presidencial reconocieron los Estados Unidos de América e Inglaterra la independencia de México. La respuesta de otros países latinoamericanos recién constituidos posibilitó que sus representantes diplomáticos presentaran sus credenciales al gobierno mexicano; así lo hicieron las delegaciones de Chile, Colombia y Perú. Para esos años arribó a México Joel R. Poinsset como agente de Estados Unidos, quien influyo poderosamente en la vida económica y política de nuestro país. De igual forma, el gobierno del Reino Unido acreditó a Henry Ward como encargado de sus negocios. De esta forma el territorio mexicano empezó a ser disputado por dos grandes países que poseían intereses de expansión irrefrenables, y tan honda era su incidencia que los dos incipientes partidos políticos de la época tuvieron en ellos a sus principales impulsores.

Ideas políticas de las logias masónicas escocesa y yorkina Las dos tendencias políticas que se interesaban en dirigir a la Nación comenzaron a organizarse como sociedades secretas en torno a logias masónicas, asociaciones surgidas en Europa occidental que se habían diseminado por todos los territorios dominados por los principales países Colonialistas. Las logias masónicas instrumentaban una serie de ritos y ceremonias estrictos y secretos, lo que les daba un carácter difícil de comprender para el que

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no era parte de ellas, y discutían situaciones de orden político. Así, los criollos pudientes y monarquistas se reunían bajo el rito escocés (de tendencias conservadoras y moderadas); bajo el rito yorkino se unieron algunos federalistas radicales —Lorenzo Zavala, Vicente Guerrero, Ramos Arizpe— y un grupo importante de los desplazados de toda clase de puestos civiles o militares. Los políticos provinciales se habían constituido como promotores y defensores de los grupos regionales que habían logrado ascensos políticos y económicos desde la última etapa de la vida colonial, y no estaban satisfechos con la permanencia de administradores y autoridades españolas en tiempos de la vida independiente. En el otro polo político, la logia escocesa tenía como principal eje social de poder a los antiguos beneficiarios de la ruta comercial ciudad de México-Veracruz, quienes defendían una opción de reorganización política centralista. Siguiendo a San Juan Victoria y a Velásquez, los escoceses representaban a una fracción de propietarios —junto con la alta jerarquía eclesiástica y militar— que estaban lejos de propugnar íntegramente por una vuelta al pasado colonial. Querían, en el mejor de los sentidos, restaurar su antiguo poder y esto sólo era posible si se modificaban algunas prácticas. La vida independiente del país llevaba a los incipientes grupos políticos a intentar la delimitación de un proyecto y un programa para encauzar la vida de la nueva Nación, mas el cómo promover rápidamente cambios profundos podría motivar la participación, nuevamente, de los grupos de desposeídos que podían orillar —como a Hidalgo y a Morelos— a medidas más radicales, y tal situación no era recomendable para quienes se disponían a usufructuar la independencia lograda. La pugna entre escoceses y yorkinos se vivió durante los cuatro años que duró el periodo gubernamental de Guadalupe Victoria, pero no se verificó ninguna rebelión que interrumpiera su administración. Había necesidad de intentar cierta estabilidad. Por ello algunas políticas del grupo liberal pudieron concretarse; una de ellas, la más significativa, fue centralizar la hacienda pública, pero también apoyar proyectos de educación, crear el Distrito Federal

como sede de los poderes de la Federación, pero —como señala Camacho— tal vez la acción de mayor poder simbólico para legitimarse fue recuperar —a través del general Manuel Rincón— la fortaleza de San Juan de Ulúa que permanecía como reducto de poder de los españoles y desde donde saboteaban el importante puerto de Vera cruz. Una vez recuperada la fortaleza, en noviembre de 1825, volvió a decretar el fin de la esclavitud y delimitó la frontera norte con los Estados Unidos de América. El 1 de septiembre de 1828 se realizaron elecciones para la Presidencia de la República y Vicente Guerrero fue derrotado en la contienda por Manuel Gómez Pedraza. Sin embargo, con el Plan de Perote, Antonio López de Santa Anna desconoció el triunfo de Gómez Pedraza y fue apoyado por la guarnición de La Acordada de la ciudad de México. Pedraza huyó de la capital del país; el 12 de enero de 1829 el Congreso le confirió a Guerrero, importante yorkino, la Presidencia de México, nombrando vicepresidente a Anastasio Bustamante, representante escocés y antiguo iturbidista.

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El régimen de Guerrero duró poco menos de un año y su administración fue muy accidentada, sobre todo porque decretó la expulsión de todos los españoles residentes en México, lo que hizo reaccionar a ciertos grupos económicos muy fuertes que deseaban permanecer dentro del país. Nuevamente, Santa Anna se levantó en armas contra Guerrero y éste salió a combatirlo. Anastasio Bustamante, en su carácter de vice-presidente, asumió la presidencia de México.

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CONFORMACION DEL ESTADO MEXICANO COMO UN PROCESO MARCADO POR CONFLICTOS INTERNOS E INTERVENCIONES EXTRANJERAS UNIDAD DE COMPETENCIA IDENTIFICAR LOS COSTOS SOCIALES, ECONOMICOS Y TERRTORIALES DE LA PUGNA POLITICA ENTRE LIBERALES Y CONSERVADORES, Y LAS INTERVENCIONES EXTRANJERAS, MENCIONANDO SU IMPACTO EN LA COMUNIDAD EN QUE VIVE.

2.1 Características sociales, culturales, políticas y militares de diversos procesos y acontecimientos históricos

Una vez derrotado el imperio de Agustín de Iturbide los diferentes grupos sociales dirigieron diversas tendencias políticas para tratar de establecer un estado y un gobierno diferentes a los vividos con anterioridad, ya que la monarquía absoluta —cuando se fue el virreinato de la Nueva España— no cumplió los intereses de los criollos, principalmente, pero la supuesta «monarquía constitucional» tampoco lo hizo y sí volvió a incentivar los intereses de los mestizos que habían sido relegados. El terreno ideológico sobre el que se intentaba construir el nuevo Estado perfilaba la propuesta de una república similar a la constituida por los Estados Unidos de América si bien los grupos económicamente poderosos estaban contra ello, principalmente la Iglesia católica, la vieja oligarquía española —comerciantes, terratenientes, burócratas— y la alta oficialidad del Ejército que aún mantenían sus espacios de poder y temían perderlos ante la emergencia de los poderes regionales. En efecto, al destituirse a Iturbide el relativo poder centralizado en su figura se desarticuló y los gobernadores, con sus propios ejércitos, se convirtieron en importantes actores políticos y económicos que no precisaban de un Estado nacional para enriquecerse en los terrenos que dominaban. No obstante, la idea de mantener el vasto territorio que se había independizado operaba a favor de integrar un solo país y protegerlo de los intentos de recuperación, por parte de España, y de otras naciones dispuestas a todo.

2.2 Primeros gobiernos del México independiente El ascenso a la presidencia de Vicente Guerrero, mediante elecciones, era considerado

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como un hecho consumado dada su popularidad al haber sido uno de los insurgentes más destacados y contar con el apoyo de importantes congresistas yorkinos Mas los partidarios de una república centralista no habían dejado de actuar y apoyaron la candidatura de Gómez Pedraza —también yorkino, aunque moderado— y lograron la mayoría de los votos de los congresos estatales, que eran los encargados de sufragar. Los seguidores de Guerrero, entre ellos Antonio López de Santa Anna, Lorenzo de Zavala y el embajador estadounidense Joel Poinsett, promovieron insurrecciones populares para desconocer las elecciones que también habían presentado irregularidades— y consiguieron que el Congreso nombrara presidente de México a Guerrero a partir de abril de 1829. El haber alcanzado la presidencia de México por medio de las armas le restó legitimidad y tuvo que sortear in numerables objeciones de algunos gobernadores de los estados. Otro acto sumamente cuestionado fue el haber decretado la expulsión de ciudadanos españoles toda vez que, según los yorkinos radicales, no dejaban los puestos de la burocracia política para ser ocupados por mexicanos. La animadversión de «los centralistas», junto con los yorkinos moderados y algunos gobernadores, se hizo patente cuando Guerrero decidió dar la libertad a todos los esclavos que aún tenían esa condición y vivían en territorio mexicano (uno de los estados que más oposición presentó fue el de Coahuila-Texas, pues parte de su agricultura era trabajada bajo esa modalidad). Las condiciones políticas no le eran favorables a la nueva administración republicana y menos cuando Lorenzo de Zavala, ministro de Hacienda— trató de obtener impuestos de los estados de la república para enfrentar gastos del gobierno federal. La situación se volvió crítica cuando se supo de las pretensiones españolas de luchar para reconquistar lo que consideraban, aún, su colonia. Ante tal conjunto de problemas Guerrero obtuvo poderes extraordinarios del Congreso y eso fue utilizado por Anastasio Bustamante, el vicepresidente centralista, para promover su desconocimiento y declararlo imposibilitado para gobernar. La invasión española de 1829 Para septiembre de 1829 la inminencia de la llegada de tropas españolas a la costa norte de Veracruz provocó serias contradicciones entre los gobernadores de la entonces incipiente república federal, pues no estaban dispuestos a entregar recursos monetarios ni ciudadanos de sus regiones para armar al Ejército y enfrentar el intento de reconquista.

El brigadier español Isidro Barradas, a quien apodaban «el Habanero» —por lo mucho que decía conocer Cuba—, había conseguido la autorización de Fernando VII para lanzarse como un nuevo Hernán Cortés, con la particularidad de contar con información y colaboración de elementos promonarquistas mexicanos. La expedición española reunió a sus tropas en la isla de Cuba, que les pertenecía, pero su establecimiento no fue del todo bien planeado, pues las condiciones climáticas —entre los meses de julio y agosto, dadas las altas temperaturas tropicales a las que no estaban acostumbrados los ibéricos— causaron la muerte de una cantidad significativa de soldados. Otra peculiaridad del Golfo de México que no atendió la jerarquía militar española incidió también de manera negativa en sus planes, pues zarparon hacia la costa mexicana en temporada de huracanes y se vieron afectados por los vientos de este tipo. El desembarco español se efectuó en

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un lugar del norte del estado de Veracruz conocido como Cabo Rojo, y de allí partieron hacia Tampico de las Tamaulipas puerto que ocuparon sin encontrar resistencia, donde asentaron su cuartel general. Los representantes de los comerciantes porteños aceptaron la situación hasta que, una vez decididos a marchar hacia la capital de la república, las fuerzas comandadas por Antonio López de Santa Anna —gobernador de Veracruz— reforzadas con las de Manuel Mier y Terán, así como de grupos de huastecos, decidieron el ataque al enclave español. Nuevamente el azote de un huracán se presentó previamente a la lucha a escenificar y las fuerzas mexicanas lograron vencer de forma inequívoca a los intervencionistas el 11 de septiembre. La victoria hizo que la popularidad de Santa Anna creciera sin contención alguna al grado de que comenzó a llamársele el «Libertador de México» y recibió honores civiles y religiosos. Tres meses después de haber sofocado las pretensiones hispanas, para enero de 1830 Anastasio Bustamante asumió la presidencia de México toda vez que López de Santa Anna se sublevó contra el presidente Guerrero y éste salió a combatirlo. Bustamante incorporó a su régimen a Lucas Alamán, un joven capaz de familia pudiente, que propuso como metas inmediatas disciplinar al Ejército, reajustar la hacienda pública y reconciliarse con España y con el Vaticano para obtener el reconocimiento de la Independencia nacional. Tales medidas permitieron cierta aceptación y promoción a los conservadores con las jerarquías militar y católica. Proyecto de industrialización: Banco de Avío En cuanto a cómo impulsar el crecimiento económico los conservadores intentaron bajo la dirección de Lucas Alamán, secretario de Relaciones de Bustamante, iniciar la industrialización del país en contraste con el proyecto anterior interesado en proteger a la industria artesanal, primordialmente. Este nuevo proyecto político volcó en un ambicioso programa que apoyaría dicha modernización con fondos públicos que, como señala Robert Potash, ya Lorenzo de Zavala había propuesto unos meses antes. Sin embargo, el ministro de Hacienda, Ildefonso Maniau, le presentó a Bustamante un análisis de la situación y necesidades industriales y arancelarias del país que evidenciaba la decadencia de las manufactureras domésticas. Indiscutiblemente había necesidad de buscar el crecimiento económico, y Lucas Alamán se enfrascó en crear las condiciones para ello; su proyecto ubicaba a la industria textil como el motor que generaría efectos multiplicadores favorables. El 16 de octubre de 1830 el Congreso aprobó la creación de un banco que fomentara la industria nacional, el cual recibió el nombre de Banco de Avío para Fomento de la Industria Nacional, con un capital de 1 millón de pesos tomado de los impuestos aduanales sobre artículos de algodón. La dirección del banco recaería en una junta de tres miembros permanentes bajo la presidencia del ministro de Relaciones, y su operación sería para el préstamo —con garantías e intereses—y la compra y distribución de maquinaria destinada a la industria nacional, particularmente la textil. Sin embargo, los grupos que pudieron haber promovido la propuesta no estaban en la disposición de arriesgar las formas tradicionales que les permitían dividendos seguros. El experimento falló y no se concretaron otras experiencias que pudieran reactivar la muy afectada economía a través de políticas centrales. Nuevamente aparecían las regiones como los espacios en los que, con leves evidencias, se generaba riqueza pero no se podía considerar igual situación para todo el territorio.

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Aunado a este fracaso económico, la realidad política también incidía a favor de los liberales, pues Vicente Guerrero buscó retornar a la silla presidencial a través del enfrentamiento armado, mas Bustamante contrató los servicios de un extranjero para, mediante traición, capturar, enjuiciar y, después, no impedir el fusilamiento de Guerrero el 14 de febrero de 1831. Este suceso fue duramente criticado por los seguidores de los antiguos insurgentes, pues Guerrero era una de las figuras que había participado en la gesta independentista. Ante tal demostración de intransigencia de parte de los conservadores, la situación se volvió tensa entre los representantes de los poderes regionales. Aun así, Bustamante logró mantenerse al frente de la República hasta que, una vez más, Santa Anna se consideró traicionado por las tendencias centralizantes y desde Veracruz se pronunció contra el Presidente, lo derrotó y asumió por primera vez él mismo, en marzo de 1833, la presidencia de México. Los liberales de provincia lograron llevar a Valentín Gómez Farías como vicepresidente y éste a José María Luis Mora como consejero. La reforma liberal de 1833 El primero de abril de 1833 Santa Anna, que se había pronunciado contra los conservadores y había llegado a ocupar —por las armas— la presidencia de México, se declaró enfermo, y Valentín Gómez Farías lo sustituyó, acto que posibilitó el ascenso de su grupo y encabezar a un reducido número de hombres capaces de ubicar la necesidad de redefinir la situación que la Iglesia católica ocupaba en la sociedad. Con Gómez Farías y José María Luis Mora se iniciaron las primeras medidas liberales que buscaban movilizar la riqueza que la Iglesia concentraba tanto en el campo como en la ciudad. Esta corporación, además, era la única institución que concentraba suficiente información referida a la cantidad de habitantes que tenía el país —de nacimientos y defunciones—, así como de las características económicas de la población captada a través de los bautizos, matrimonios, auxilio espiritual y entierros que se realizaban en los camposantos que administraba. Esas particularidades, así como el hecho de que la Iglesia fuera la principal institución que proporcionaba educación a los mexicanos, llevó a los liberales a adoptar algunas disposiciones, en las cuales José María Luis Mora participó significativamente, en 1833: Pero José María Luis Mora no actuaba solo; el respaldo del presidente Valentín Gómez Farías —quien fue presidente por breves periodos entre 1833 y 1834, en un primer momento—fue determinante pues, como muchos otros liberales, habían surgido a la vida pública desde centros regionales importantes —Guadalajara y Aguascalientes—, pugnando por la descentralización del poder virreinal desde antes de la Independencia y luchando por una república que concediera el ascenso de una nueva realidad política que permitiera la supremacía de la vida civil y supeditar los intereses de los militares y la influencia de la Iglesia católica. Sustentándose en aspectos jurídicos Gómez Farías juzgó a los implicados en el asesinato de Vicente Guerrero, abolió la pena de muerte por delitos políticos y dirigió su

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programa contra la impresionante autoridad de la Iglesia católica más allá de ámbito puramente espiritual. Una de las medidas más significativas fue el establecimiento de la Dirección General de Instrucción Pública para contrarrestar la educación predominantemente religiosa y enfrentó algunas de las medidas acordadas por Alamán unos meses antes, al nulificar el nombramiento de canónigos y del obispo de Yucatán, expedido por el Vaticano, además de negar el acceso de las bulas papales. En cuanto a la incidencia de su gobierno en aspectos económicos, también la Iglesia católica se vio afectada, pues suprimió la obligatoriedad del pago de los diezmos y reglamentó, mediante la anuencia del gobierno, la venta o transacciones de los bienes eclesiásticos. La intensa y compleja disputa entablada entre los grupos liberales y con servadores, aunada a las dificultades económicas y las ambiciones de políticos arribistas, imposibilitaron la consolidación de esas primeras reformas liberales que, como aspiración, intentaban responder a las expectativas de un grupo que requería del apoyo de la mayoría de la población, si bien ésta no sabía, para tales años, por qué se hablaba en su nombre de la igualdad civil. Las profundas inequidades económicas no pudieron resolverse entre 1824 y 1834, sobre todo porque el Ejército consumía importantes cantidades de los pocos recursos económicos que el gobierno federal lograba captar, ante la evidencia de que su estabilidad dependía, significativamente, de la «lealtad» de los militares. El Ejército, junto a la alta jerarquía de la Iglesia católica, sabía de su poder e influencia y era proclive a impulsar opciones centralistas ante el surgimiento de grupos militares regionales —dependientes de los gobiernos estatales—, no fáciles de supeditar, y que podrían menoscabar su papel. Estos dos grupos trabajaron tenazmente para que los liberales salieran del poder y lo lograron para los años de 1835 a 1846 aproximadamente. Las medidas adoptadas por los liberales volvieron a reagrupar a los conservadores y esperaron a la reunión del Congreso Federal de 1835, cuando contaban con la mayoría para, de facto, no de ley, revisar la Constitución de 1824.

2.3 Los gobiernos centralistas (1835-1846) La reforma de 1835 Santa Anna intervino a favor de los conservadores ante lo que consideraba un atentado muy grave contra los intereses de tal postura —la reforma liberal propuesta por Gómez Farías y José María Luis Mora— y les dio su apoyo para eliminar la figura de la vicepresidencia y, por ende, a Gómez Farías del cargo. Varias fueron las sesiones que se realizaron durante 1935 y una de ellas tuvo como finalidad lograr que el Congreso Ordinario se transformara en Constituyente, por lo que, en octubre, se acordaron las Bases para la Reestructuración de la República Mexicana; una vez aprobadas, «las Bases» estipularon el fin del sistema federal. Su actividad legislativa se orientó a crear una nueva Constitución que formaría la vida del país desde ese momento. En diciembre de 1836 se establecieron las reformas constitucionales acordes a los intereses del grupo centralista designadas como las Siete Leyes para regir durante la república centralista: La Primera Ley, integrada por 15 artículos, definió los conceptos de nacionalidad y ciudadanía; consignó los derechos de los ciudadanos: ser juzgados por tribunales establecidos legalmente; prohibió su detención en exceso de tres días sin que mediara acuerdo fundado de autoridad judicial; tuteló su derecho de propiedad (sólo restringido por causa de interés público, previa indemnización); y estableció la inviolabilidad del domicilio, la

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libertad de tránsito y de expresión. Se enumeraron las obligaciones: profesar la religión del país (católica), respetar la Constitución, obedecer a las autoridades, cooperar al sostenimiento del Estado, defender la Patria y coadyuvar al restablecimiento del orden público. Indicó que eran ciudadanos de la república los mexicanos mayores de edad, que tuvieran una renta anual de 100 pesos y quienes hubieran obtenido carta de ciudadanía expedida por el Congreso. La Segunda Ley, estaba formada por 23 artículos. Creó el Supremo Poder Conservador integrado por cinco ciudadanos, mexicanos por nacimiento, mayores de 40 años, con renta mínima anual de 1000 pesos, elegidos entre quienes hubieran desempeñado altos cargos (presidente, vicepresidente, senador, diputado, secretario del despacho o ministro de la Corte), nominados tras una minuciosa depuración en que intervinieran sucesivamente las Juntas Departamentales, la Cámara de Diputados y la de Senadores; tenía facultad para formular las siguientes declaraciones: nulos los actos de los tres poderes cuando fueran contrarios a la Constitución, la incapacidad física o moral del presidente de la República, la suspensión de la Corte Suprema (cuando desconociera a alguno de los otros órganos), la clausura del Congreso (cuando conviniera al interés público), el restablecimiento de los poderes (cuando hubieran sido disueltos con violencia), la renovación del gabinete presidencial. La Tercera Ley, estaba formada de 58 preceptos. Depositó el Poder Legislativo en un Congreso compuesto de dos cámaras: la de Diputados y la de Senadores; la primera se integraría por ciudadanos mexicanos (uno por cada 150 mil habitantes, mayores de edad, con renta mínima de 1500 pesos; la de Senadores se integraría por 24 miembros, ciudadanos mexicanos, mayores de 35 años, con renta mínima de 2000 pesos anuales, electos sin sufragio popular (en su designación intervendrían separadamente la Cámara de Diputados, el Ejecutivo en Junta de Ministros, la Suprema Corte, las Juntas Departamentales y el Supremo Poder Conservador). Las facultades del Congreso eran, entre otras: regular la administración pública por medio de leyes que podría derogar, interpretar o dispensar de observancia; autorizar al Ejecutivo para obtener empréstitos; aprobar los tratados que éste celebrase con potencias extranjeras; dar al gobierno las bases para la habilitación de puertos, establecimientos de aduanas y fijación de aranceles comerciales; crear y suprimir toda clase de empleos públicos, decretar la guerra y aprobar los convenios de paz; legislar en cuestiones migratoria y monetaria; y exaltar al Supremo Poder Conservador para que declarase la incapacidad del presidente o la nulidad de actos provenientes de la Corte Suprema. La Cuarta Ley, estaba formada por 34 artículos. Establecía el Poder Ejecutivo individual —se eliminó la figura del vicepresidente— y fijó los requisitos para ocupar el puesto: ser mexi-cano por nacimiento, mayor de 40 años, con renta anual no menor de 4000 pesos, electo sin sufragio popular; participarían en su designación el Ejecutivo en Junta de Ministros, el Senado y la Corte, que en sendas ternas postularían candidatos ante la Cámara de Diputados; ésta escogería tres entre los nueve propuestos y los sometería a las Juntas Departamentales, las cuales elegirían uno; y la Cámara de Diputados calificaría la elección, declararía presidente a quien hubiera obtenido el mayor número de votos y dictaría el decreto correspondiente. El presidente duraría en su cargo ocho años y podría ser reelecto. Sus atribuciones eran: publicar y hacer guardar la Constitución; pedir al Congreso y a la Diputación Permanente que convocara a elecciones ordinarias o extraordinarias, respectivamente; nombrar consejeros, gobernadores de los departamentos, empleados

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diplomáticos, jefes militares y jueces de los tribunales; declarar la guerra, celebrar concordatos, conceder el pase o retener documentos conciliares y pontificios, dirigir las negociaciones diplomáticas, celebrar tratados y contraer empréstitos; negar o admitir la internación de extranjeros, conceder cartas de naturalización y otorgar pasaportes a los mexicanos. La Quinta Ley, se formó por 51 artículos. Instituyó el Poder Judicial y lo integró con la Suprema Corte de Justicia, los Tribunales Superiores de los departamentos y los juzgados de Primera Instancia y de Hacienda; formaba la Corte con 11 ministros y un fiscal, ciudadanos mexicanos por nacimiento, mayores de 40 años y 10 de ejercicio profesional, inamovibles; electos en igual forma que el presidente de la República, y autorizados para ejercer, entre otras, las siguientes funciones: solicitar del Supremo Poder la nulidad de leyes expedidas por el Congreso; iniciar éstas cuando se relacionaran con la administración de justicia y dictaminar las propuestas sobre la materia por el Ejecutivo y los diputados. La Sexta Ley, estaba formada de 31 artículos. Creó los Departamentos [ver Mapa 2.11, en sustitución de las entidades federativas y reprodujo, con algunas variaciones, la división territorial implantada por la Constitución de 1824: el estado de Coahuila y Texas se dividió en dos departamentos al igual que el estado de Sonora y Sinaloa; se creó el de Nuevo México; las Californias formaron uno solo; Aguascalientes se erigió, Colima se agregó al departamento de Michoacán, Tlaxcala se anexó al de México y la capital de éste era la ciudad de¡ mismo nombre; atribuyó a los gobernadores de los departamentos el Poder

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Ejecutivo, y a las Juntas que funcionaran en aquéllos el Legislativo; los gobernadores debían ser mexicanos por nacimiento, mayores de 20 años, con renta anual no menor de 2000 pesos, naturales o vecinos del departamento respectivo, postulados por las Juntas Departamentales (con base en una terna) y designados por el presidente de la República. La Séptima Ley, estaba formada de seis artículos. Otorgó al Congreso la facultad de resol-ver las dudas que suscitara la interpretación de normas constitucionales, obligaba a todo funcionario a jurar la observancia de la Suprema ley y prohibía la reforma de ésta por seis años. Estas leyes, principalmente, habían eliminado al sistema federal y centralizaban el poder en la figura del llamado Supremo Poder Conservador, que tenía facultades por encima de cualquiera de los otros tres poderes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Mientras la vida política trataba de regularse mediante diversos cuerpos de leyes, la realidad económica del país seguía siendo desastrosa, sobre todo porque los conflictos internos entre centralistas y federalistas requerían del Ejército para respaldar su gestión y ello consumía una parte muy significativa de lo poco que se podía recaudar mediante los varios impuestos vigentes. Además, la deuda pública —tanto interna como externa— generaba apremios a los administradores y para 1836 se presentaban graves conflictos en el norte del país y con Francia, que iniciaba reclamaciones por afectación a sus ciudadanos establecidos en territorio mexicano La Guerra de Texas de 1836 La implantación de la República centralista generó, nuevamente, el rechazo de algunos gobernadores que perdían su capacidad para regular sus territorios y tener que buscar su nombramiento de parte del responsable del poder ejecutivo, con la anuencia del Supremo Poder Conservador. El caso de Texas era muy particular, pues desde la administración de Vicente Guerrero sus autoridades se sentían afectadas ante la declaración de la abolición de la esclavitud debido a que ellos tenían personas a su servicio en tal calidad, como lo hacían algunos estados vecinos de Norteamérica. Además, Manuel Mier y Terán ya había avisado al gobierno mexicano de la muy importante cantidad de habitantes texanos que no eran mexicanos. El avance de los colonos nacidos en Estados Unidos, pero avecindados en Texas, era una forma de ocupación territorial promovida por la política gubernamental del vecino país combinado con las intenciones de algunos mexicanos que deseaban independizarse de México. Por ello la suspensión del liberalismo permitió justificar ideológicamente la rebelión texana. Los colonos declararon que Texas se separaba de la federación mientras no rigiera la Constitución de 1824. El 2 de marzo de 1836 una convención en Washington declaró la independencia de Texas y proclamó a Burnett presidente y a Lorenzo de Zavala

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vicepresidente. Al llegar tales informes a México Miguel Barragán, el presidente interino, comisionó a Santa Anna para someter a los texanos. El todavía recordado «Libertador de México» se dirigió a enfrentar a los sublevados y los derrotó en San Antonio Béjar, El Álamo, Presidio y Paso Thompson, pero fue vencido por Houston en San Jacinto el 21 de abril de 1836. Al ser capturado Santa Anna ordenó la evacuación de las tropas mexicanas de territorio texano y fue trasladado a Washington ante Andrew Jackson, presidente de Estados Unidos de América. A cambio de la independencia de Texas se le ofreció indemnizar a México y conducirlo hasta Veracruz. Mediante los Tratados de Velasco Santa Anna reconocía la independencia de Texas y surgía esa «nueva república» [ver Mapa 2.2]. La Guerra de los Pasteles de 1838 Durante los años en que el poder político estuvo ostentado por las autoridades centralistas nuestro país se vio asediado por diversas potencias europeas, dadas sus características expansionistas y, argumentando la falta de pagos del gobierno por adeudos contraídos con antelación, Francia declaró la guerra a México el 21 de marzo de 1838. Correspondió al barón Deffaudis —ministro plenipotenciario de Francia— turnar un ultimátum al gobierno mexicano para que se dieran amplias satisfacciones a los ciudadanos franceses que habían sido afectados. En resumen se presentaban los siguientes puntos: 1.- Saqueos y destrucciones de propiedades durante los disturbios del país, ya sea por parte del pueblo, ya por la de los partidos políticos. 2.- Percepción por medio de la violencia de préstamos forzosos, contrarios en sí mismos tanto al derecho de gente como a tratados existentes, y no menos opuestos a la equidad natural por la injusta parcialidad de su repartición. 3.- Denegación de justicia, actos, decisiones o juicios ilegales e inicuos de autoridades administrativas, militares o judiciales. La cancillería mexicana no admitió todos los hechos presentados por Deffaudis y éste se cuidó mucho de no señalar —por lo menos no explícitamente— la reclamación del saqueo a una panadería de un francés establecido en Tacubaya, de la que tanta burla se hizo en la prensa de la época y de la cual toma nombre el suceso de «la Guerra de los Pasteles». Como el gobierno francés no aceptó la proposición de un arbitraje internacional que le había hecho la cancillería mexicana, desde el 14 de marzo de 1837, ni el ofrecimiento hecho el 27 de junio para expedir inmediatamente una ley que arreglase el punto de indemnizaciones, facultad del Poder Legislativo, resultó inevitable la ruptura de relaciones. Las operaciones militares se centraron en el bombardeo de San Juan de Ulúa (27 de noviembre de 1838) y en el desembarco de los franceses en la ciudad y puerto de Veracruz el 5 de diciembre. Unos días después llegó hasta este último sitio un ministro plenipotenciario de Inglaterra para propiciar un acercamiento entre los contendientes. Su actuación fue productiva —no sin vencer renuencias del representante francés y del gobierno mexicano— y, en marzo de 1839, se firmó un tratado de paz y el inicio de una convención. Los resultados de la Convención establecieron que:

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1. México pagaría al gobierno francés 600 mil pesos para satisfacer sus reclamaciones.

2. Se someterían al arbitraje de una tercera potencia las cuestiones derivadas de los

hechos de armas.

3. El gobierno mexicano no impediría el pago puntual y regular de los créditos ya

reconocidos y en vías de pagarse. Para los franceses, además, no era desconocido que en el continente americano, de manera irrefrenable, se consolidaba una nueva potencia mundial que crecía en lo económico y lo político, basándose en el desarrollo de sus propias fuerzas productivas, y que se proyectaba como el gran ejemplo a seguir por el resto de los países del «Nuevo Mundo»; así se miraba a los Estados Unidos de América. Para finales de 1839, nuevamente los centralistas intentaron reformar las Leyes Constitucionales —al mantener la presidencia con Santa Anna— hasta que redactaron, mediante un Congreso constituido principalmente por clérigos y generales, las bases constitucionales o bases orgánicas de 1843. Las bases orgánicas de 1843 En un nuevo intento por hacerse de recursos y del poder político, la tendencia conservadora propuso un nuevo cuerpo legislativo para impulsar sus objetivos. Esta experiencia se agrupó bajo el nombre de Bases de Organización Política de la República Mexicana, y a decir de San Juan Victoria y Salvador Velasquez: Independientemente del tipo de administración bajo el cual se gobernara el país, la situación económica no mejoraba desde finales de la época colonial y habían empeorado algunas condiciones en el orden internacional, muy particularmente con los Estados unidos de América. La antigua colonia inglesa había iniciado su política expansionista sobre territorio mexicano y, desde 1845, la situación de enfrentamiento con tan poderoso vecino era cada vez más visible, sobre todo cuando la republica de Texas fue aceptada como otro estado más de la Unión Americana. El entorno de guerra propicio que el presidente José Joaquín Herrera encomendara al general Paredes Arrillaga la pacificación del norte mexicano y puso a su disposición 6000 hombres. Una vez al mando Paredes se pronunció contra el presidente toda vez que, sumado a los conservadores promonarquistas aún existentes, consideró propicio buscar la instauración de un emperador español. Mientras se esperaba la llegada de un

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noble europeo, Paredes fue nombrado presidente interino a finales de año. Para 1846, habiendo llegado James Polk a la presidencia de Estados Unidos, se suscitaron enfrentamientos entre mexicanos y estadounidenses, promovidos por estos últimos, con la intención de declararle la guerra a México. Para abril de ese año las hostilidades iniciaron y las tropas mexicanas sufrieron diversas derrotas en Santa Fe, San Diego, Los Ángeles, Monterrey y Saltillo; por el Pacífico atacaron Mazatlán y La Paz, sin que mediara declaración normal de guerra sino hasta el 13 de mayo, cuando firmada por el presidente Polk apareció bajo la redacción del decreto siguiente: Por actos de la República de México existe un estado de guerra entre ese gobierno y el de Estados Unidos. Algunos elementos del congreso estadounidense se opusieron a tal situación argumentando la falta de elementos probatorios de tal situación pero no trascendió su postura. Por su parte, el gobierno mexicano respondió con un bando el 7 de julio: el gobierno, en uso de la natural defensa de la Nación, repelerá la agresión que los Estados Unidos de América han iniciado y sostienen contra la República Mexicana habiéndola invadido y hostilizado en varios de los departamentos de su territorio. Mientras tanto Paredes Arrillaga veía cada vez más lejana la posibilidad de que su estrategia de convocar a un príncipe español tuviera resultados, propuesta que le había valido el apoyo conservador y por lo cual los liberales, desde la capital de la República, se sublevaron en su contra en la figura del general José Mariano Salas. Tal oportunidad le permitió a Santa Anna, desde Veracruz, el restablecimiento de la Constitución de 1824.

2.4 La República federal (1846-1863) La intervención norteamericana de 1846 a 1848 Con tan difícil entorno, a finales de 1846, Santa Anna fue declarado otra vez presidente de México y asumió el cargo hasta el 21 de abril de 1847, cuando se dispuso a combatir a los estadounidenses toda vez que ya se habían posesionado del puerto de Veracruz venciendo una resistencia importante de los alumnos de la Escuela Naval y de los civiles. También otro contingente interventor había, no sin fuerte resistencia, sometido a los tabasqueños. Las fuerzas norteamericanas avanzaron por Puebla y llegaron hasta la ciudad de México. Santa Anna dimitió a la presidencia e intentó huir hacia Guatemala, pero Benito Juárez, el gobernador de Oaxaca, se lo impidió. La última resistencia a los estadounidenses la libraron alumnos del Colegio Militar de Chapultepec y fuerzas civiles. No obstante la capital de la República quedó en poder del ejército de Estados Unidos. La bandera de «las barras y estrellas» fue izada en el Palacio nacional. Puesto que Santa Anna había dejado la presidencia, correspondió a Manuel de la Peña y Peña, como representante del gobierno, designar a los mexicanos que tuvieron que firmar los acuerdos de paz denominados Tratados de Guadalupe Hidalgo, el 2 de febrero de 1848. En ellos se asentaba el fin de la guerra, se reconocía a Texas como estado de la Unión

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Americana, el río Bravo como nueva frontera y una futura indemnización económica al gobierno mexicano. En términos de territorio México perdió poco más del 50% de su antigua dimensión. Levantamientos indígenas La Guerra de Castas de Yucatán El tema de la vida de la población indígena mexicana ha sido central en la historia de este país. Los habitantes originales de la tierra crearon una forma de entender su relación con ella y, a partir de ello, generar sus prácticas de existencia, mas desde el momento mismo de la conquista española sufrieron el embate de otra forma de entender el mundo que no podía aceptar su visión. El triunfo de la causa independentista no varió significativamente su situación. Así, desde el inicio de la existencia de los Estados Unidos Mexicanos se legisló contra la propiedad comunal y a favor de la propiedad privada. La resistencia indígena, ante cualquier tipo de dominación, no desapareció. Los yaquis, ópatas y pápagos en Sonora; los mexiquenses de Ecatzingo; los indígenas de lo que después fueron los estados de Guerrero, de Puebla y Oaxaca, así como en la huasteca veracruzana, en San Luis Potosí y en las zonas donde la densidad demográfica era intensa, mantuvieron sus reclamos por títulos de propiedad de la tierra. Una de las cruentas rebeliones se presentó en la península de Yucatán, hacia 1847, cuando estaba políticamente separada de la República Mexicana. En ese año varios caciques indígenas conspiraban contra los hacendados blancos. Descubierto uno de sus principales líderes, Manuel Antonio Ay, fue fusilado, y con increíble crueldad se decidió incendiar su poblado sin permitir que la población pudiera escapar. La respuesta de otro cacique implicado en la sublevación, Cecilio Chi, fue igualmente agresiva. Ese fue el inicio de la llamada Guerra de Castas, que se mantuvo a lo largo del siglo XIX. Los motivos de la lucha indígena no se diferenciaban de los vividos en la época virreinal, pues si la Constitución de 1824 había decretado garantías ciudadanas, éstas no fueron aceptadas en Yucatán y los indígenas, si querían ser libres, debían pagar las eternas deudas con que los hacendados los tenían sujetos al trabajo del campo. Aunada a esta situación ancestral se presentaba la disputa entre campechanos y meridenses por ejercer el control político en la península, y aún se hizo más compleja la rebelión cuando se incorporó la idea de la vuelta de dioses mayas para eliminar a los españoles (sustentada en el libro de las profecías, el Chilam Balam), lo que tornaba místico el movimiento. La situación fue verdaderamente despiadada para los dos bandos y la incapacidad de resolver pacíficamente la sublevación llevó al gobernador Santiago Méndez a ofrecer el territorio yucateco a Gran Bretaña, España y a los Estados Unidos si le brindaban apoyo militar. La iniciativa no prosperó porque tuvo que entregar el poder a Miguel Barbachano, quien se interesaba en pactar con los indios. Bajo tal perspectiva negoció con el cacique Jacinto Pat, pero los seguidores de Chi no reconocieron los acuerdos y Barbachano, en realidad, tampoco estaba interesado en respetarlos pues buscó apoyo con los españoles de Cuba y, al no recibirlo, decidió volver hacia el gobierno mexicano, que de inmediato le brindó auxilio. A partir de ese momento la resistencia indígena fue sistemáticamente reprimida. Aun así, la violencia desatada fue mayúscula, ya que las autoridades mexicanas incurrieron en la

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venta de indios mayas a Cuba para trabajos vinculados con la pesada tarea del corte de caña. El gobierno central apoyó a las élites peninsulares para someter a los mayas. Las tendencias separatistas ponían de manifiesto la falta real de integración de la nación mexicana: no había caminos que conectaran los mercados regionales; no se hablaba el español entre la mayoría de la población; la riqueza se generaba en algunos puntos geográficos y sus autoridades no estaban dispuestas a pagar impuestos para mantener a la República; la idea de un solo país no estaba adentrada entre la población pero los grupos políticos, desde la capital de la República, seguían en su debate jurídico para impulsar sus proyectos económicos. José Joaquín Herrera ocupó la titularidad del Poder Ejecutivo federal en 1848, como presidente constitucional, y logró una serie de aciertos y equilibrios que le permitieron cierta estabilidad; sobre todo «el trauma» de la guerra obligaba a cierta concordia mediados de 1850 los partidos comenzaron a prepararse para la sucesión presiden El 15 de enero de 1851 el presidente entregó el mando pacíficamente a Mariano Arista a quien siguió la misma orientación moderada de su predecesor; en su gabinete figuraron liberales puros, moderados y conservadores. No obstante, para 1853, nuevamente Santa Anna —apoyado por los conservadores y muy especialmente por Lucas Ala regresó a la presidencia de México, pues Arista renunció por no contar con el Congreso para su política gubernamental. Dictadura de Santa Anna Antonio López de Santa Anna llegó a México el 20 de abril de 1853, día en que recibió de manos de Lombardini el poder presidencial. En la Cámara de Diputados Santa Anna Juró ante Dios defender la independencia e integridad del territorio mexicano y hacer todo por el bien y la prosperidad de la nación. Su primer acto fue designar a los miembros de su ministerio y, como jefe, nombró a Lucas Alamán. Los amplios poderes conferidos a Santa Anna debían concluir al primer año de su gobierno. Con el fin de prorrogar éstos, un grupo de adeptos, encabezado por el gobernador y comandante general de Jalisco, suscribió en noviembre de 1853 el «Acta de Guadalajara», secundada mediante actas levantadas en diversos poblados del país, y el 16 de diciembre se expidió un decreto por el cual se declaró que el presidente continuaría con sus facultades omnímodas por todo el tiempo que juzgara necesario; en caso de fallecer o de imposibilidad física o moral podría escoger a alguien que lo sucediera, asentando su nombre con las restricciones que creyera oportunas en un pliego cerrado y sellado que se depositaría en el Ministerio de Relaciones; en fin, su tratamiento sería el de Alteza Serenísima. Tal realidad convertía, de hecho, a Santa Anna en un dictador pues no requería de elecciones para mantenerse como primera autoridad de México. Las excentricidades de Santa Anna, reales o asignadas, unificaron a los liberales que se iban nutriendo con la presencia de algunos caudillos que, surgidos en las batallas contra

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españoles, franceses y norteamericanos, se abrían paso a la escena nacional y se sumaban a los cacicazgos regionales, que también buscaban el afianzamiento de un Estado nacional que les respetara la soberanía estatal e impulsara sus iniciativas comerciales y empresariales. Grupos significativos operaban en Nuevo León, Jalisco, San Luis Potosí, Puebla, Veracruz, Querétaro y Durango, aparte de los ubicados en las inmediaciones de la ciudad de México. El plan de Ayutla La figura de Santa Anna no resolvió los problemas económicos, políticos ni sociales de los mexicanos, y los conservadores veían cómo sus oponentes obtenían beneficios y argumentos para enfrentarlos. De tal forma, los liberales, entre quienes destacaban Melchor Ocampo, Benito Juárez, José María Mata, Ponciano Arriaga, Juan José de la Garza, Francisco Zarco, Guillermo Prieto, Manuel Gómez y otros igualmente provenientes de las clases medias, intentaban organizar un programa que les permitiera agrupar a los contrarios de Santa Anna pero, a su vez, proponer un proyecto económico que afectara a los grupos que impedían una modificación profunda para beneficio del país. Poco a poco fueron tomando forma los planteamientos que justificarían su presencia política. Algunos preceptos no eran nuevos, pero se reconocían como indispensables para avanzar:

• La separación de las funciones civiles del poder de la Iglesia católica.

• La necesidad de que fuera el gobierno civil el que administrara la justicia.

• La eliminación de varios impuestos que se cobraban en el interior de los estados y, so-bre todo, se enfatizaba en la obligatoriedad de considerar a todos los ciudadanos como iguales.

Juan Álvarez, una de las figuras regionales que aún mantenía reconocimiento político por su participación en la guerra de Independencia, aglutinó a los jóvenes liberales que se pronun-ciarían contra Santa Anna. En marzo de 1854, en la zona donde mantuvo la insurgencia Vicente Guerrero, estalló la sublevación que se difundía con el Plan de Ayutla y que proclamaba el coronel Florencio Villarreal, apoyado por el general Juan Álvarez, así como por el general guanajuatense Tomás Moreno y el entonces coronel Ignacio Comonfort. En el Plan se especificaba:

1. Cesan en el ejercicio del poder público a Antonio López de Santa Anna y los demás funcionarios que con él hayan desmerecido la confianza de los pueblos o se opusieran al siguiente Plan.

2. Cuando éste haya sido adoptado por

la mayoría de la Nación, el general en jefe de las fuerzas que lo sostengan convocará a un representante por

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cada estado y territorio, para que, reunidos en el lugar Que estime conveniente, elijan al presidente interino de la República y le sirvan de consejo durante el corto periodo de su encargo.

3. El presidente interino quedará, desde luego, investido de amplias facultades para

atender a la seguridad e independencia del territorio nacional y a los demás ramos de la administración pública.

4. A los quince días de haber entrado en función, el presidente interino convocará al

Congreso extraordinario conforme a las bases de la Ley expedida con igual objeto en 1841, el cual se ocupa exclusivamente de constituir a la nación bajo la forma de República representativa y popular; y de revisar los actos del Ejecutivo provisional de que se habla en el artículo 2o.

El Plan de Ayutla fue adicionado en Acapulco a sugerencia de Ignacio Comonfort, en el sentido de añadir al último artículo el siguiente párrafo: «Este Congreso Constituyente deberá reunirse a los cuatro meses de expedida la convocatoria», con otras ligeras modificaciones y variantes, y fue ratificado por la guarnición de la plaza. El llamamiento a sublevarse contra Santa Anna tuvo respuesta positiva en diversas regiones del país. Nuevamente se vivían enfrentamientos y el punto que aglutinaba a los insurrectos era la despótica figura del presidente. En agosto de 1855 la «era santanista» llegaba a su fin y la República Federal volvía a existir. La reforma liberal La Constitución de 1857 Una vez alcanzado el objetivo de la renuncia de Santa Anna, los primeros pronunciados iniciaron el proceso de legitimización de su movimiento. Se le consideró a Juan Álvarez apropiado para asumir la presidencia interina del país, y para auxiliarse contó con los jóvenes

liberales que deseaban asumir el poder político en México. En tanto no se reunió el Congreso Constituyente, que como en ocasiones anteriores redactaría la Constitución para reglamentar la vida del país, el gabinete de Álvarez estuvo constituido de la siguiente manera: la Secretaría de Relaciones a cargo de Melchor Ocampo; la de Justicia, Negocios Eclesiásticos e Instrucción Pública en manos de Benito Juárez; la de Gobernación, en J. Miguel Arrioja, y la de Guerra en Ignacio Comonfort, la mayoría de ellos considerados como radicales. Las expectativas que se crearon ante la nueva administración exigían rápidas soluciones a los eternos problemas del país. Sin embargo, una vez que los liberales obtuvieron el poder, volvieron a fracturarse en su interior. Las diferencias más fuertes se dieron entre Guillermo Prieto, exaltado liberal, e

Ignacio Comonfort, liberal moderado, quien en 1855 sustituyó a Álvarez en la presidencia.

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Mientras las diferencias comenzaban a aflorar, Benito Juárez preparó un proyecto de ley, la Ley de Administración de Justicia Orgánica de los Tribunales de la Nación del Distrito y Territorios —más conocida como Ley Juárez—, que suprimía los tribunales especiales, con excepción de los eclesiásticos y los militares. Comonfort, ya en la presidencia, expidió varias leyes. La primera fue la Ley de Desamortización de Fincas Rústicas y Urbanas Propiedad de las Corporaciones Civiles y Religiosas, del 15 de junio de 1856, conocida como Ley Lerdo. Después, la Ley Orgánica del Registro del Estado Civil, del 27 de enero de 1857, la cual reguló el establecimiento y uso de los cementerios, y la de Obvenciones Parroquiales, del 11 de abril, o Ley Iglesias, que ordenaba considerar como pobres a las personas que no ganaran más que lo preciso para vivir, e imponía castigos para los curas que la infringieran al cobrar por derechos parroquiales; así mismo, se decía que el gobierno cuidaría de cerca a los curas que desatendieran la observancia de dicha ley. Obviamente, tal ley buscaba una mejoría para las clases más desprotegidas, pero, como las anteriores, intentaba minar el gran poder que la Iglesia católica tenía sobre la vida económica espiritual de la población. Como respuesta natural, la Iglesia y los conservadores se manifestaron contrarios a tales disposiciones, mas a su pesar, los liberales habían iniciado la «época de la Reforma». Conjuntamente con el accionar de los ministros liberales, se llamó a la integración del Congreso que debía elaborar la nueva Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. No faltaron, entre los congresistas, aquellos que intentaron restaurar la Constitución de 1824 —que mantenía los privilegios de la Iglesia y del Ejército—, pero los liberales radicales se percataron de ello y lo impidieron. Es posible comprender cómo un Congreso que enfrentaba diferentes posturas difícilmente podía dejar satisfechos a los diversos grupos económicos y políticos que allí se reunían. Aun así, los liberales —entre radicales y moderados— lograron la mayoría. Su propuesta era un conjunto de aspiraciones que, una vez asentadas en el papel, tratarían de hacer realidad. El grueso de la población poco comprendía la serie de garantías que «sus representantes» reclamaban para ella. Si bien los congresistas tenían claros los intereses que debían proteger, el pueblo llano no sabía lo que representaba ser ciudadano, obligado desde mucho tiempo atrás a obedecer a diferentes autoridades que, en términos generales, no se preocupaban por beneficiarle. La intención de los liberales de volver a la persona un sujeto con derechos y obligaciones no tenía, fuera de sus propios postuladores, condiciones para ser apreciada. La herencia de la vida colonial mantenía una larga brecha entre “los hombres de razón” y las «otras» personas, pero los liberales se empeñaban en declarar la igualdad entre todos los hombres, con la pretensión de ganar esa libertad para ellos mismos. En efecto, con todo y los más de treinta años de “vida independiente”, aún se presentaban en el país prácticas que discriminaban a grandes porciones de la población, sobre todo a los indígenas. Por ello, era indispensable para los liberales proclamar la libertad y la igualdad y romper las relaciones sociales que la tradición mantenía, además de promulgarse una nueva Constitución. Partiendo de estas premisas, el código político de 1857 establecía y consagraba, entre otras: la libertad de pensamiento, de enseñanza, de tránsito, de trabajo, de asociación y todo un conjunto de garantías en favor de los mexicanos, con miras a protegerlos en contra de las arbitrariedades y atropellos de autoridades despóticas, abusivas e irresponsables. Se destacan: la abolición de la prisión por deudas, la abolición de la pena de muerte, el

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establecimiento de las formalidades legales que deben observarse en los juicios penales y civiles; el pago de la justa y previa indemnización en caso de expropiaciones motivadas por causa de utilidad pública; la prohibición de los estancos, acaparamientos y monopolios; la abolición de los fueros y títulos nobiliarios; pero, sobre todo, la creencia de la suprema garantía, o sea, el juicio de amparo; se estableció el sistema de sufragio universal; se acordó la supresión de los fueros y la desamortización de los bienes de la Iglesia, confirmando la prohibición a las corporaciones religiosas y civiles de adquirir bienes raíces; se consagró, en definitiva, al federalismo como la forma de organización que adoptaba políticamente la República, a la cual se atribuyó el carácter de representativa y popular. Además, la Ley Juárez y la Ley Lerdo fueron aprobadas y ratificadas. Leyes y Guerra de Reforma Como es fácil deducir, la Iglesia, la alta jerarquía militar y quienes se negaban a ver mermados sus espacios de poder, se inconformaron y atacaron a los promotores de la Constitución. Una nueva oleada de revueltas se iba presentando por distintos lugares del país. Aun así, se realizaron elecciones presidenciales e Ignacio Comonfort asumió la presidencia en diciembre de 1857, y Benito Juárez fue nombrado presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Al grito de «religión y fueros» —para hacer evidente que la religión católica era una fuerza verdaderamente importante en el país, y que el Ejército también revestía un poder difícil de negar—, los conservadores iniciaron una campaña de agresión hacia quienes quisieran seguir los mandatos constitucionales. Ignacio Comonfort, junto con su gabinete, se percató de lo inevitable de la confrontación armada; sin embargo, intentó desarticularla invitando a algunos conservadores a formar parte del Congreso Ordinario. Por otro lado, ya era el momento de dirimir la situación. La guerra sería, en esta oportunidad, el enfrentamiento de las fuerzas políticas que se habían disputado el poder por más de treinta años.

Como en muchas ocasiones anteriores, el pronunciamiento de los inconformes se amparaba bajo un plan, en este caso el Plan de Tacubaya, y el 7 de diciembre de 1857 se dio a conocer en todas las calles de la ciudad de México por Félix Zuloaga. Este plan abolía la Constitución de 1857, pero mantenía a Comonfort como encargado del mando supremo, con facultades omnímodas para pacificar a la Nación y un congreso extraordinario que expediría una nueva Constitución

conforme a la voluntad nacional.

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Por su parte, Benito Juárez y algunos diputados más decidieron luchar por mantener el recién dictado orden constitucional. Ignacio Comonfort actuó en sentido inverso, esto es,

uniéndose a los sublevados. Todavía entre los congresistas promotores de la Constitución hubo pronunciamientos para señalar que era necesario mantener la legalidad, pero los gobernadores de México, Puebla, Tlaxcala, San Luis Potosí, Chiapas, Nuevo León, Coahuila, Oaxaca y Veracruz, conforme a sus intereses, se sumaron a la insurrección. Posteriormente, Veracruz, Tlaxcala y San Luis Potosí dejaron tal posición. Comonfort, quien había aceptado el pronunciamiento de los conservadores, pronto entró en conflicto con ellos y, en su carácter de presidente constitucional, buscó el apoyo del Ejército y de los liberales. También hizo liberar a Juárez, preso unos días antes. El gobierno liberal se resguardó en el Palacio nacional, pero el carácter moderado de Comonfort no auxilió al espíritu de resistencia, claudicó y entregó el mando al ministro de la Suprema Corte de Justicia, Benito Juárez, quien asumió la responsabilidad de convertirse en presidente de la República en condiciones

tan adversas. Comonfort salió del país por Veracruz, y Juárez se traslado al estado de Guanajuato. El país estaba en guerra civil. Los liberales reconocían a Juárez como presidente. Los conservadores, a Félix Zuloaga. Los gobiernos regionales que, al paso de los días, se pronunciaron por mantener la Constitución de 1857 y con ella al presidente Juárez, se asentaban en los estados de Jalisco, Guanajuato, Querétaro, Michoacán, Aguascalientes, Guerrero, Zacatecas, Tlaxcala y Veracruz —aunque a lo largo de los tres años que duraron los enfrentamientos hubo algunas variaciones—. Por el Plan de Tacubaya, se insubordinaron los representantes de los estados de México, Puebla, Chihuahua, Durango, Tabasco, Chiapas, Sonora, Sinaloa y Yucatán. El territorio nacional realmente estaba muy dividido, pero hacia el final de la contienda sólo los estados de México y Puebla, así como el Distrito Federal, se mantuvieron con Zuloaga. La lucha entre liberales y conservadores fue, en esencia, una lucha entre dos proyectos económicos diferentes para el desarrollo de México: el primero orientado a modificar las estructuras socioeconómicas —movilizar (para su compra) la propiedad territorial— E insertar al país, como agroexportador principalmente, al desarrollo del capitalismo internacional a partir de un gobierno republicano; el segundo, orientado a mantener a los terratenientes y a la Iglesia como los principales grupos económicos, y buscando un gobierno imperial, primordialmente personificado en algún europeo. Para 1858 era poco claro cuál proyecto se impondría. El desarrollo de las contiendas militares sería, como siempre, lo que determinaría la instauración de uno u otro. Mientras tanto, la población seguía padeciendo situaciones de penuria. Los hombres eran incorporados a los ejércitos sin que, en términos generales, supieran por qué se enfrentaban unos con otros. La producción del campo y de la ciudad se veía limitada por las batallas y la falta de apoyos estatales. Como es comprensible, México tenía una población mayoritariamente analfabeta y desnutrida, pero sus «representantes» —por vía de las

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armas— buscaban nuevamente el poder político. Durante 1858, los triunfos del lado conservador parecían inclinar la balanza hacia su lado, pero al año siguiente los liberales comenzaron a infligirles importantes derrotas. Una situación que desconcertó profundamente a los conservadores fue que el gobierno de los Estados Unidos de América reconocía, como legal, al gobierno juarista, lo que implicaba algún tipo de apoyo. Establecido en el puerto de Veracruz, Juárez expidió varias leyes que se conocen como las Leyes de Reforma: la nacionalización de los bienes eclesiásticos; el cierre de conventos; el matrimonio y registro civiles; la secularización de los cementerios; la supresión de fiestas religiosas y la libertad de cultos. Todas estas medidas afectaban incuestionablemente a la Iglesia católica, que poseía una gran cantidad de bienes inmuebles, recibía importantes apoyos económicos de sus feligreses y de quienes entraban a sus conventos y era la única institución que tenía las estadísticas poblacionales más exactas, al registrar en sus parroquias más lejanas y en todas sus iglesias los bautizos, matrimonios y defunciones. Para el gobierno juarista las Leyes de Reforma, aunadas a las que se dictaron entre 1855 y 1856, constituían el medio legal para tratar de separar las funciones civiles de las religiosas. Para el tercer año de enfrentamientos, 1860, los liberales lograron imponerse hasta ocupar la capital de la República por medio de las tropas del general Jesús González Ortega, con cerca de 30 mil efectivos. Juárez entró a la capital del país el día 11 de enero de 1861 y expulsó al delegado apostólico, a varios obispos y al representante diplomático de España. Parecía que el triunfo liberal estaba asegurado. Sin embargo, los conservadores no estaban aniquilados, y con el apoyo de Napoleón III iniciaban otro episodio intervencionista.

La situación de guerra civil durante esos tres años (1858-1861) provocó que de nueva cuenta las potencias extranjeras tuvieran cierta intervención en el conflicto, solicitada por los grupos en pugna. Los liberales buscaron el apoyo y reconocimiento de Estados Unidos, firmando el Tratado McLane-Ocampo, por el cual se concedía el libre tránsito de norteamericanos por el Istmo de Tehuantepec y la presencia de tropas del vecino del norte con el pretexto de asegurar las rutas comerciales. A

cambio, reconocerían al gobierno juarista y darían un apoyo de cuatro millones de pesos. Los conservadores buscaron el apoyo de España para lo cual suscribieron el Tratado Mont-Almonte, en el que se comprometían a pagar indemnizaciones por daños causados a los residentes españoles en México y a organizar un gobierno bajo la tutela de España. A cambio, recibirían un fuerte apoyo económico. El tratado suscrito por los liberales fue rechazado por el Senado de Estados Unidos, pues sólo beneficiaba a los estados sureños, y para entonces existían ya fuertes conflictos entre el norte y el sur de la Unión Americana, los cuales desembocarían en la guerra civil llamada Guerra de Secesión. La causa constitucionalista consiguió la victoria después de tres años de lucha. Con el establecimiento en la capital de la Constitución y la separación entre la Iglesia y el Estado,

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se ponía término a los conflictos entre ambas instituciones, por lo menos oficialmente. El Congreso decidió lo relativo a la elección presidencial en el mes de junio. La asamblea declaró a Juárez presidente constitucional de la República, y el 15 de ese mes prestó el juramento de ley. El gobierno de Juárez fue reconocido por Rusia, Inglaterra, Francia, Bélgica y Ecuador, más la situación del país, al interior, no era buena después de la guerra civil: la economía se encontraba en verdadera crisis y no había recursos ni para pagar los gastos más indispensables de la administración pública. Además, lo principal era reorganizar la vida económica y política del país. Ante esa situación, el gobierno de Benito Juárez decidió suspender por dos años el pago de la deuda pública, es decir, la deuda estatal, tanto a nacionales como a extranjeros, considerando que así se podían equilibrar las finanzas mexicanas, mas la realidad mexicana ya no podía sustraerse al desarrollo mundial y algunas de las potencias económicas ya lo habían hecho sentir. Intervención francesa Antecedentes de la intervención (Napoleón III) Al finalizar la Guerra de Reforma, los liberales recuperaron el control del país y el gobierno de Juárez se estableció en la Ciudad de México, desde donde intentó impulsar medidas para reactivar la debilitada economía mexicana. Uno de los mayores gastos que tenía que efectuar era el pago de intereses y deuda a España, Inglaterra y Francia, por préstamos que habían realizado a anteriores gobiernos o por algunas inversiones que no habían funcionado bien. Ante tal circunstancia, el gobierno liberal decidió suspender los pagos a los países acreedores. Esta determinación, tan importante para la economía y la política del país, molestó profundamente a los gobiernos europeos. Para octubre de 1861, reunidos en Londres, decidieron enviar tropas para cobrar los pagos. A esa unión se le conoció como la Triple Alianza. En enero de 1862 llegaron a costas veracruzanas las tropas de España, Inglaterra y Francia. El gobierno mexicano respondió turnando a un comisionado, Manuel Doblado, para negociar con los nuevos intervencionistas. Para el mes de marzo, ingleses y españoles llegaron a acuerdos con el gobierno mexicano, pero los franceses tenían otro tipo de intereses. No hubo punto de arreglo con ellos e iniciaron una ofensiva en el mes de marzo dentro de nuestro país. Los monarquistas mexicanos promotores de tal agresión se sumaron a la contienda. Así, Juan Nepomuceno Almonte, Miguel Miramón y Tomás Mejía se pusieron a las órdenes del general francés Lorencez, quien comandaba las tropas extranjeras. Las tropas franco-mexicanas iniciaron su avance hacia la Ciudad de México, primero sobre territorio veracruzano y luego en tierras poblanas. En la batalla para tomar la capital de Puebla, las tropas mexicanas, comandadas por el general Ignacio Zaragoza, les infligieron una derrota el 5 de mayo. La resistencia heroica de la población y el apoyo de grupos de indígenas de la sierra poblana lograron tal triunfo. Ante tal hecho, las huestes de Lorencez retornaron a Veracruz, donde permanecieron hasta recibir refuerzos, mismos que llegaron comandados por el general E. Federico Forey, quien, posteriormente, asumiría el mando.

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Las regiones sur y centro paulatinamente fueron cayendo en poder de los intervencionistas, quienes, a su vez, promovían en Europa, ante Napoleón III, instaurar un imperio sobre tierra mexicana. Las gestiones más trascendentales las realizó José María Hidalgo, un monarquista mexicano que había combatido a los norteamericanos en Churubusco (1847) y que desempeñaba algunos cargos diplomáticos en el extranjero. En septiembre de 1861 fue huésped de Napoleón III y de la emperatriz Eugenia, a quienes sugirió que Fernando Maximiliano de Habsburgo fuera elegido candidato a emperador de México y enumeraba las ventajas de ello:

1. Se restablecería el equilibrio en América, al contrarrestar el predominio de Estados Unidos.

2. Se resolvería el problema entre franceses, austriacos y húngaros al darle un trono a

un príncipe austriaco.

3. Facilitaría los negocios. En México, el avance francés les permitió a los monarquistas mexicanos, en alianza con las tropas napoleónicas, tomar la capital del país y expulsar al gobierno juarista. Los conservadores establecieron una Asamblea Provisional de Gobierno y nombraron una comisión para llegar hasta el príncipe austriaco, Fernando Maximiliano de Habsburgo, y ofrecerle el gobierno mexicano, pues habían determinado que la Nación adoptara una monarquía moderada y hereditaria con un príncipe extranjero, el cual tendría el título de emperador de México. El 18 de septiembre de 1861, Maximiliano aceptó trasladarse a México, mas la confirmación se estableció formalmente hasta abril de 1864, en lo que se llamó los Convenios de Miramar. El documento aseguraba el apoyo de Napoleón III para la intervención, y el archiduque se comprometía a pagar a los franceses 260 millones de francos por la ayuda que le brindarían, por seis años, para el establecimiento de su imperio. Además, el nuevo imperio debía retribuir a Francia bonos por 66 millones de francos, de los cuales 54 millones correspondían a gastos ya realizados antes del arribo de Maximiliano (y su esposa Carlota) a México y 12 millones para pagar indemnizaciones a damnificados franceses. Desde ese momento hasta su arribo a Veracruz transcurrieron dos años, aproximadamente. La intervención francesa intentaba prolongar los dominios de Napoleón III más allá de Europa, justo cuando los franceses, dentro de sus propias fronteras, habían detenido algunos brotes de liberalismo y consideraban necesario frenar a la Unión de Estados Americanos, que iban permeando sus intereses sobre las economías latinoamericanas, las cuales, a su vez, consideraban a tal país como el prototipo de desarrollo y buscaban ansiosamente su colaboración. El mismo gobierno juarista no ocultaba su admiración hacia el

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vecino del Norte, aunque éste se encontraba tratando de dirimir su propia guerra civil. Segundo Imperio Maximiliano de Habsburgo A mediados de 1864, Maximiliano de Habsburgo y su esposa, Carlota Amelia, arribaron a tierras mexicanas. Mucho esperaban de él los conservadores mexicanos, Napoleón III y la Iglesia católica, mas no contaban con las ideas liberales que Maximiliano profesaba, con la real penuria en la que se encontraba el país, con las disputas que se presentaron entre las fuerzas militares y el emperador de México y con las variaciones del contexto externo donde los Estados Unidos comenzaron a presionar para que se retiraran a los franceses de suelo americano, invocando la Doctrina Monroe —«América para los americanos>'— y el proceso de expansión de Prusia contra territorios franceses. Cuando Maximiliano se instaló en la capital del país determinó asignarse un sueldo de millón y medio de pesos al año, aparte de los 200 mil pesos de gastos para Carlota, y retirar de sus cargos ejecutivos, incluso de las gubernaturas de muchos departamentos, a los más fervientes partidarios del imperio, a quienes no se recataba en llamar «mochos» en público. Igualmente inició medidas tendentes a atraer a su gobierno a algunos de los liberales moderados. La situación que contrarió sobremanera a quienes le habían hecho venir desde Europa fue que el emperador ratificó o varias de las Leyes de Reforma, cuando éstos esperaban su derogación. Para sostener la administración imperial, se obtuvieron importantes préstamos de Francia, pero jamás llegaba completo el monto de los mismos. Además, tenía que pagar al ejército que lo sostenía y tanto el emperador como la emperatriz eran aficionados a vivir entre fiestas y lujos. Tales gastos requerían de otra fuente de ingresos, más sistemática, por lo que el emperador ratificó la necesidad de separar a la Iglesia del ámbito económico en su administración. Asimismo, dictó algunas leyes de protección para los indígenas, confirmó la necesidad de movilizar la propiedad inmueble y, si bien mantuvo a la religión católica como religión de Estado, no prohibió otro tipo de organizaciones religiosas. Los liberales, por su parte, ante estas medidas que se acercaban a su propio proyecto político, encontraron más razones para mofarse de los conservadores, al extremo de imponerles el nombre de «los cangrejos (por aquella afirmación de que los cangrejos caminan para atrás); pronto apareció una canción con ese título, en alusión a los conservadores, y el emperador, en una fiesta que le organizaron, solicitó que la interpretaran. Ante este panorama, los conservadores y la alta jerarquía eclesiástica se sentían frustrados y traicionados por el emperador y poco a poco le fueron retirando su apoyo. El 3 de marzo de 1865 se decretó la división del territorio en 50 departamentos, y se especificaron sus capitales: «Acapulco, Acapulco; Aguascalientes, Aguascalientes; Álamos,

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Álamos; Arizona, El Altar; Autlán, Autlán; Batopilas, Hidalgo; California, Puerto de La Paz; Campeche, Campeche; Chiapas, San Cristóbal; Chihuahua, Chihuahua; Coahuila, Saltillo; Coalcomán, Coalcomán; Colima, Colima; Durango, Durango; Ejutia, Ejutla; Fresnillo, Fresnillo; Guanajuato, Guanajuato; Guerrero, Chilpancingo; Huejutla, Jiménez; Iturbide, Taxco; Jalisco, Guadalajara; La Laguna, Villa del Carmen; Mapimí, Rosas; Matamoros, Matamoros; Matehuala, Matehuala; Mazatlán, Mazatlán; Michoacán, Morelia; Nayarit, Acaponeta; Nazas, Indée; Nuevo León, Monterrey; Oaxaca, Oaxaca; Potosí, San Luis Potosí; Puebla, Puebla; Querétaro, Querétaro; Sinaloa, Sinaloa; Sonora, Ures; Tabasco, San Juan Bautista; Tamaulipas, Ciudad Victoria; Tancítaro, Tancítaro; Tehuantepec, El Súchil; Tepozcolula, Tepozcolula; Tlaxcala, Tlaxcala; Toluca, Toluca; Tula, Tula; Tulancingo, Tulancingo; Tuxpan, Tuxpan; Valle de México, México; Veracruz, Veracruz; Yucatán, Mérida, y Zacatecas, Zacatecas. A fines de 1866, la ayuda que el Imperio mexicano recibía de Francia se retiró y las tropas que sostenían a Maximiliano y a Carlota empezaron a salir del país. Ante esta situación, que contravenía los acuerdos de Miramar, Maximiliano pensó en abdicar, mas la emperatriz lo convenció para que ella se trasladara a demandar el cumplimiento de Napoleón III. La solicitud de Carlota, por parte del emperador francés, no recibió respuesta afirmativa. Ella intentó lograr el apoyo del Papa pero tampoco lo consiguió. Una fuerte depresión se apoderó de ella y su salud mental se vio alterada. Mientras tanto, en México el mando del ejército imperial quedó en manos de los generales conservadores Leonardo Márquez, Miguel Miramón ya y Tomás Mejía, quienes poco pudieron hacer que el fracaso de la intervención francesa era inevitable.

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Defensa de la Soberanía Benito Juárez Mientras Maximiliano imperaba sobre buena parte del territorio mexicano, Juárez y su gobierno continuaron su labor, teniendo que trasladarse de un lugar a otro, para evitar caer ante el enemigo. De San Luis Potosí se dirigió a Saltillo, a Chihuahua y a Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez), y un grupo de ellos, que jamás compartió población alguna que hubiera sido tomada por los intervencionistas, comenzó a conocerse con el nombre de «los inmaculados». A pesar de la difícil situación, la organización de la resistencia fue heroica. Un factor que permitió cierta cohesión a los liberales fue el importante apoyo popular, pues la pérdida de más de la mitad del territorio con los estadounidenses había hecho aflorar cierto nacionalismo. Por estas mismas circunstancias, cuando el emperador extranjero arribó a tierras mexicanas, la recepción no fue del todo festiva. Los republicanos supieron enfrentar a un ejército más capacitado y mejor armado que el suyo. Una táctica que desde la guerra de

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Independencia se había puesto en práctica, la guerra de guerrillas, fue preparada para causar bajas al ejército francés y a los conservadores. El gobierno de Juárez, mientras tanto, continuaba errante por el territorio nacional, pero sin perder contacto con sus principales generales.

Para 1866 las fuerzas invasoras estaban debilitadas y la contraofensiva liberal fue ganando terreno y ocupando puntos importantes del país. Sobresalieron las batallas ganadas por Mariano Escobedo, Porfirio Díaz y Ramón Corona. Finalmente Maximiliano se refugió en Querétaro, donde fue capturado junto con Miramón y Mejía. No obstante el pedimento de algunos gobiernos extranjeros a Juárez para que perdonara al derrotado emperador, el gobierno liberal lo juzgó y fusiló en el Cerro de las Campanas el 19 de junio de 1867. El presidente Juárez regresó a la capital de la república el 15 de julio, y ofreció a los mexicanos un mensaje en el que le agradecía al pueblo su participación al lado del gobierno republicano, el cual presidía y del que señaló: Ha cumplido el primero de sus deberes no contrayendo ningún compromiso, en el exterior ni en el interior; que pudiera perjudicar en nada la independencia Y la soberanía de la

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Republica, la integridad de su territorio, o el respeto debido a la Constitución o a las leyes. Mexicanos: encaminamos ahora todos nuestros esfuerzos a obtener y a consolidar los beneficios de la paz. Que el pueblo y el gobierno respeten los derechos de todos. Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz.

2.5 La restauración de la República (1867-1876) El grupo liberal logró triunfar sobre los conservadores y eliminar a los intervencionistas franceses; el momento de volver al orden republicano había llegado. Benito Juárez fue electo presidente para el periodo 1867-1871. A decir de Luis González y González, «la jefatura que tomó en sus manos la patria en 1867 se propuso reformarla en los órdenes político, social, económico y cultural conforme a ciertas ideas abstractas y a un modelo concreto: Estados Unidos». Los nuevos responsables de los destinos de la sociedad mexicana no sólo lo pensaron, sino que lo dijeron. Benito Juárez nombró vicepresidente a Sebastián Lerdo de Tejada y ministro de Hacienda a Matías Romero, quien jugó un papel muy importante al reorganizar la hacienda pública a través de una serie de medidas encaminadas a la centralización administrativa y económica. El ejército se redujo de 80000 a 20000 hombres, con lo cual se alivió un poco el gasto gubernamental. Además, se pretendió dar fuerte impulso al comercio, que se encontraba deteriorado, y el campo mexicano era la principal fuente abastecedora de recursos para el

consumo. Desde la época colonial, una parte considerable de la tierra productiva estaba en posesión de la Iglesia. La práctica generalizada de españoles propietarios de tierras, de dejar grandes latifundios a las diversas órdenes religiosas —ya por altruismo, ya para tratar de obtener el perdón para su alma— llevó a un impresionante proceso de concentración de tierras en favor de la Iglesia católica. En ese mismo sentido había operado la

importante labor de evangelización por parte del clero regular, que había hecho productivas tierras con el trabajo de los indígenas. Estas particularidades se mantuvieron durante los 300 años de vida virreinal, por lo que la Iglesia se erigió como la gran corporación concentradora de tierra. El movimiento independentista tuvo fuerte apoyo indígena cuando se propuso la devolución de tierras a sus legítimos dueños, mas los conflictos que se registraron de 1821 a 1876 coadyuvaron a suspender tal devolución, así como la percepción de los dirigentes-ya

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liberales, ya conservadores— de que la propiedad de la tierra era lo que generaba riqueza. Tal perspectiva llevo a los liberales a agilizar la desamortización de los bienes eclesiásticos y de las comunidades indígenas, con lo cual algunos de ellos pudieron hacerse de extensiones territoriales que pusieron a producir habiéndose asegurado, antes, la propiedad legal de esas tierras. En cuanto a los indígenas, la situación era muy difícil. Ellos habían participado en la gesta independentista esperando recuperar su tierra y mantener formas tradicionales de su pose-sión —comunal— al igual que lo obtenido por su trabajo. Mas su visión distaba de las nuevas ideas que varios de los liberales tenían al respecto. Estos veían las tradiciones indígenas como obstáculos que debían eliminarse, empezando por la idea de propiedad colectiva, pero también sus idiomas y formas de trabajo. Las ideas liberales llevaban a considerar a la propiedad privada como el gran motor para generar riqueza y de allí sus iniciativas legales para fomentar la pequeña propiedad. Algunos de los liberales se percataron de los conflictos que se iban a presentar por la aplicación de las Leyes de Reforma, como Ponciano Arriaga, pero la modernidad preconizada por las grandes y poderosas naciones de Europa occidental, así como por los Estados Unidos de América, llevaron a establecer legalmente su perspectiva. De forma contradictoria, pero complementaria, los propietarios de tierra —ya terratenientes, ya rancheros— iniciaron una reorganización de la producción agraria complementándole con una mano de obra campesina que oscilaba entre el peón, el jornalero y una especie de «esclavos» en algunas de las plantaciones que exportaban su producción al mercado mundial. Para el caso de la minería, uno de los tradicionales sectores productivos desde la época virreinal, la situación no era favorable: las constantes luchas internas y externas habían desarticulado algunos de los núcleos minero-agrarios más importantes. Aun así, algunos empresarios ingleses se arriesgaron a invertir sus capitales ante la posibilidad de lograr buenas ganancias, pero la plata, el principal metal de exportación, no volvió a tener un auge significativo. Sin embargo, ese capital que fluyó permitió una leve recuperación que arrojaría resultados positivos para el último cuarto del siglo XIX, sobre todo en la zona norte del país. Pero el sector minero, en declive, arrastraba en su caída al resto de la economía mexicana, pues al no ingresar recursos por su venta en el extranjero su poder dinamizador se redujo e implicó a otras industrias, tal es el caso de la producción de velas que se requerían para el alumbrado cotidiano. No obstante, y dada la expansión mundial de los ferrocarriles, para el caso de México, si bien inicial, el tendido de vías férreas —primordialmente de México a Veracruz— comenzó a integrar un mercado regional que posibilitaría un leve repunte económico. Este empuje que realizaba la sola idea de que por determinados estados de la república correría el ferrocarril sirvió a la industria textil para que —en diversos momentos—los antiguos productores de los estados de Querétaro, Puebla, Tlaxcala, México y Veracruz consolidaran cierto corredor de fábricas textiles que abastecían una zona importante del país. La zona del viejo corredor comercial México-Veracruz se mantenía viva dado su poderío político y, a partir de ella, se buscaba la articulación comercial. Con mucha lentitud los liberales iban logrando la incipiente recuperación de la economía, pero la falta de capitales era uno de los obstáculos más grandes para alcanzar ese propósito. No obstante, ya habían iniciado un proyecto de apertura hacia los capitales extranjeros y, si

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bien su nacionalismo no estaba a discusión el desarrollo económico mundial, ya había alcanzado a adentrase en la mentalidad de los hombres que conducirían al país. Gobiernos de Benito Juárez y de Sebastián Lerdo de Tejada Los años posteriores al restablecimiento de la República fueron demostrando que las contradicciones del grupo liberal eran resultado de los muchos México existentes. Al momento de la victoria sobre los conservadores y monarquistas, dos grandes grupos se delineaban claramente: los surgidos de la vida civil, los viejos defensores legales de la República y los jóvenes surgidos de los combates, de la lucha armada, que habían expulsado al agresor. Para la reconstrucción y la paz eran más necesarios los hombres «cultos», y entre ellos, muchos eran verdaderamente imponentes: Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, José María La fragua, José María Castillo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Luis Vallarta, Ignacio Manuel Altamirano, Antonio Martínez de Castro, Ezequiel Montes, Matías Romero, Francisco Zarco y Gabino Barreda. Los militares, por su parte, se insertaron menos —y de manera modesta— en el nuevo gobierno: Porfirio Díaz, Manuel González, Vicente Riva Palacio, Ramón Corona, Mariano Escobedo, Donato Guerra, Ignacio Alatorre, Sóstenes Rocha y Diódoro Corella. La mayoría de estos jóvenes podía mantenerse a la expectativa de tiempos mejores. Los grandes esfuerzos por insertar al país en el concierto de los países modernos se enfrentaban con elementos muy arraigados en la conciencia misma de miles de mexicanos, extremadamente diferentes a quienes gobernaban. A una gran mayoría de mexicanos las elecciones de autoridades les resultaban verdaderamente indiferentes; existían métodos tradicionales para sobrevivir —la producción de autoconsumo predominaba en la economía nacional—, además, el bandidaje de los caminos era casi crónico; el analfabetismo era inmenso; las tasas de mortalidad infantil eran muy altas; la pobreza se encontraba muy extendida; la industria era casi inexistente. No obstante, los liberales iniciaron un proyecto político-económico y se empeñaron en hacerle realidad. Para ello, llevaron a cabo un programa tendente a centralizar el poder en torno de la figura presidencial, en detrimento del gran poder que detentaba el Poder Legislativo —sólo integrado por diputados—, y para ello fomentaron la creación de la Cámara de Senadores como el otro gran grupo del Legislativo, pero fuertemente vinculado con el representante del Ejecutivo Federal. La administración juarista se desarrolló con la intención de consolidar el gobierno federal y logró algunos avances, pero al finalizar su gestión surgieron tres grupos dentro del liberalis-mo que pugnaban por el poder: quienes apoyaban la reelección de Juárez; quienes proponían a Lerdo de Tejada, y quienes se manifestaban a favor de Porfirio Díaz, joven militar destacado en la lucha contra los franceses. Las elecciones favorecieron a Benito

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Juárez y de nuevo quedó como vicepresidente Lerdo de Tejada, en 1872. Porfirio Díaz se levantó en armas y promulgó el Plan de la Noria, el cual objetaba la reelección, pero la rebelión fue sofocada y se restableció la calma. El 18 de julio de 1872, víctima de una afección cardiaca, falleció Benito Juárez, quien dejó varios escritos donde expone su pensamiento y actividad políticos. Lerdo de Tejada ocupó la presidencia hasta 1876, primero por ser vicepresidente y luego por elecciones. Durante su periodo se continuó la obra emprendida por los liberales en los aspectos económico, político y social. Uno de los logros más significativos de tal grupo fue la continuidad al tendido de vías férreas iniciado con Benito Juárez. El ferrocarril representó la forma más clara de incorporación de capital extranjero en la economía mexicana y, a la vez, la posibilidad real de empezar a integrar mercados regionales. Sin embargo, los graves problemas que presentaba el país no podían resolverse en unos cuantos años; se requería de varios años para que México se afianzara en los modelos del liberalismo y ocupara un determinado lugar en el sistema capitalista. El grupo de los liberales viejos comenzaba a declinar pero poco a poco había logrado conectar al país con el resto del mundo y, en el interior del país, la centralización de la autoridad en torno a la figura del presidente era un hecho consumado. México logró, por medio del establecimiento de normas jurídicas, organizarse como un Estado-Nación bajo el modelo del liberalismo político que el capitalismo había propuesto desde el siglo XVIII en Europa. Para ello, debió luchar contra los modelos en los cuales el clero ejercía una influencia poderosa. La separación de la Iglesia y el Estado fue un factor decisivo para lograr una organización política moderna. Hacia 1876, las aspiraciones presidenciales de Porfirio Díaz ya manifestadas desde 1871 se materializaron contra Lerdo de Tejada a través del Plan de Tuxtepec, en el cual se esgrimía como bandera la no reelección. Nuevamente un pronunciamiento armado dividía a los liberales para llegar a la presidencia de la República.

BLOQUE 3

EL REGIMEN PORFIRISTA (1876-1911) UNIDAD DE COMPETENCIA Describir las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales del Porfiriato contrastando con las que existen actualmente en el país, para identificar su huella en la comunidad en que vive.

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3.1 Características del Porfiriato Política de gobierno Liberalismo conservador Una vez que Porfirio Díaz asumió la presidencia de México en 1877 —basado en el Plan de Tuxtepec—, el proyecto económico y político que aceptó y mantuvo fue el liberal, pero bajo una vertiente conservadora. Una de las manifestaciones más evidentes de que la propuesta orientada por Juárez y Lerdo de Tejada se modificó de manera significativa se tradujo en la cercanía que Díaz resolvió tener con la jerarquía de la Iglesia católica, institución que los liberales anteriores habían afectado, sobre todo en sus bienes materiales. El nuevo presidente de México convino en no insistir en la aplicación de la Constitución de 1857, para iniciar una relativa estabilidad en el país. Sin derogar las Leyes de Reforma, pues lo contrario hubiera sido otorgar un triunfo póstumo al Partido Conservador, tomó el camino más fácil de no observarlas. El pueblo se acostumbró así al desprecio y la violación de la ley, aun por las mismas autoridades. Al amparo de este disimulo, la Iglesia volvió a ocupar un sitio determinante en el destino de la Nación, pero sin responsabilidad alguna, pues oficialmente estaba separada del Estado. Las diócesis aumentaron en ocho, los conventos de hombres y mujeres renacieron y aun se fundaron otros; y las escuelas confesionales funcionaban libremente, en especial las de los jesuitas, a donde asistían los hijos de quienes fueron próceres liberales. Los bienes eclesiásticos, respetados y protegidos, aumentaron con donaciones y combinaciones financieras. Díaz hizo pública ostentación de su credo católico, al mismo tiempo que era miembro prominente de la masonería. En las bodas de oro del arzobispo de México, el antiguo intervencionista Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, el presidente le regaló un lujoso bastón de carey y plata, que se exhibió por las calles de México. La Basílica de Guadalupe fue remozada a gran costo, y el 12 de octubre de 1895 la imagen fue coronada solemne y espectacularmente. En el mismo sentido de no confrontar a las fuerzas que pudieran cuestionar su administra-ción, operó su decisión de ocupar la presidencia durante un cuatrienio, pues había un grupo de liberales surgidos de la milicia activa que, en palabras de Juan Felipe Leal, hacía presidenciable a cualquiera de ellos y a varios herederos del grupo juarista y lerdista que aún tenían presencia en el ámbito político. Entre los primeros se encontraban Manuel González, Jerónimo Treviño, Francisco Naranjo y Ramón Corona; entre los segundos, Justo Benítez, Protasio Tagle e Ignacio Vallarta, quien ganó con un gran apoyo la titularidad de la Suprema Corte de Justicia, en la misma elección en que Díaz obtuvo la presidencia de la República. En tal sentido, Díaz actuó hábilmente al obtener la conformidad de los aspirantes a la primera magistratura otorgándoles concesiones ferrocarrileras, mineras, de salinas, de bosques,

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poniendo a su disposición consignas judiciales para que triunfaran en sus litigios y dándoles el monopolio de las casas de juego de las ciudades, las cantinas y los burdeles; en pocas palabras, privilegios. El tiempo del ejercicio presidencial era muy breve y el lema del Plan de Tuxtepec, que aludía a la no reelección, obligaba a pensar en una estrategia distinta a la utilizada hasta ese entonces por Juárez o Lerdo de Tejada. Para evitar el enfrentamiento armado con los generales, Díaz dejo la presidencia en e 1880 cediéndosela a Manuel González, pero ya habiendo trabajado desde el Ejecutivo federal para retomarla en 1884. Concluido el periodo presidencial de Manuel González —quien logró incorporar al orden federal a los gobernadores de Jalisco, Zacatecas, Puebla, Hidalgo, Coahuila, Campeche, Guerrero y Querétaro—, Porfirio Díaz volvió a ser elegido presidente de México, pero ahora sus pretensiones no se limitaban a mantenerse en tal sitio por cuatro años, pues era conocedor de su poder y de las ambiciones de sus colaboradores. La propuesta que lo guiaba ya no era ni liberal ni reformista: había entendido que para mantener «el poder» era necesario «el orden» y, como militar hecho en las batallas, sabía cómo disciplinar a los otros. Como señala Juan Felipe Leal, Díaz apaciguó a sus rivales más importantes dándoles oportunidad de poder económico y político en sus regiones. Procedió de manera distinta con quienes no tenían fuerza suficiente: ofendiéndolos, desacreditándolos, exiliándolos o aniquilándolos si optaban por la disputa armada. Ya desde 1879 había demostrado que no tendría ningún tipo de consideración con quien intentara oponérsele. Las órdenes que turnó a Luis Mier y Terán, entonces gobernador de Veracruz, fueron las de «mátalos en caliente» cuando se enteró de que había un grupo que conspiraba en su contra. El gobernador obedeció y ordenó la ejecución de nueve hombres sin ningún tipo de juicio. Ese tipo de ejemplos disminuyó la posibilidad de disidentes. El Ejército también sintió la presencia presidencial, pues gradualmente destituyó a una cuarta parte de los generales y licenció alrededor de 400 oficiales de menor rango para eliminar la emergencia de grupúsculos armados. Asimismo, estableció un sistema de rotación de las jefaturas de las doce zonas militares en las que organizó al país, impidiéndole a los mandos medios y a la tropa arraigos definitivos; para 1892 las Fuerzas Armadas se encontraban bajo el riguroso control de Porfirio Díaz. Otro método al que recurrió el general oaxaqueño fue incluir en su gobierno a los caudillos militares que operaban en las vastas regiones del país, otorgándoles los gobiernos estatales. Poco a poco fue consolidando sus redes de dominio sobre todo el territorio mexicano y haciéndose indispensable para quienes desearan ciertos beneficios, tanto políticos como económicos. El centralismo en torno a la figura del presidente, que Juárez había iniciado, con Díaz llegó a su culminación. La vida política dependía del presidente; el Legislativo y el Judicial, que habían limitado la supremacía del Ejecutivo federal anteriormente, fueron controlados en la mayoría de los casos. En suma, se estructuró una pirámide de poder en cuya cima estaba Porfirio Díaz, inmediatamente abajo se hallaban el poder Legislativo federal, el Judicial y, en la base, los 27 gobernadores de los estados. Estos descansaban en los jefes políticos y ellos, a su vez, en los regidores de los municipios del estado. La frase del general era «poca política y mucha administración».

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Si bien la figura de Porfirio Díaz era muy importante, necesitó de hombres cultos y conocedores del entorno social en el que un militar debería moverse. Uno de los asesores más importantes que incorporó en su segundo ejercicio presidencial fue Manuel Romero Rubio, antiguo seguidor de Lerdo, y quien fungió como su ministro de Gobernación. Gracias a su presencia se sumaron al círculo porfirista hombres como José Ives Limantour, Pablo y Miguel Macedo, Joaquín Casasús, Francisco Bulnes y Rafael Reyes Spíndola, personajes de prestigio social, económico y cultural. También algunos generales fueron llamados a colaborar, como Mariano Escobedo, Sóstenes Rocha, Carlos Fuero, Pedro Baranda y, de manera muy especial, algunos

representantes de la Iglesia católica, como el arzobispo Labastida, el canónigo Próspero Alarcón y Monseñor Gillow. Otro grupo que iniciaba cierta presencia en la Ciudad de México —la más grande e importante de todo el país— se aglutinaba en torno de los redactores del diario La Libertad, entre ellos Justo Sierra, Rosendo Pineda, Roberto Núñez, Emilio Pimentel, Manuel Gutiérrez Nájera, además de Casasús y Limantour, quienes ya habían sido incorporados por Romero Rubio. Las relaciones entre estos representantes de diversos grupos de interés le dieron la cohesión política que necesitaba el Porfiriato. El método de integración y colaboración de los antiguos conservadores y algunos liberales reformistas le dieron legitimidad al gobierno de Díaz. Al iniciar la década de 1890, el grupo formado por Romero Rubio se adentró en la planeación de políticas gubernamentales que le posibilitó inmejorables beneficios económicos y, además, le brindó al Porfiriato una serie de valores para sustentarlo ideológicamente. Para ello, Justo Sierra redactó el Manifiesto de la Convención Nacional a Favor de la Reelección, en abril de 1892, cuando había que «justificar» la tercera reelección presidencial de Díaz. En tal manifiesto, la autollamada Unión Liberal sustentaba la necesidad de reforzar «el orden» para garantizarle a los mexicanos «el progreso». Este planteamiento era retomado de Augusto Comte, iniciador de la sociología como ciencia, que analizaba los grandes procesos sociales y que había tenido como discípulo al mexicano Gabino Barreda, a su vez introductor de las ideas «positivistas» a la realidad mexicana. Uno de los preceptos de esta corriente de pensamiento establecía la superioridad de «los más aptos» sobre el resto de los individuos para gobernar; además, reiteraba la necesidad de «ser objetivos» en las investigaciones. Estas ideas fueron retomadas por los integrantes de la Unión Liberal e insistentemente enfatizadas, por lo que comenzaron a ser llamados «los científicos», peyorativamente. «Los científicos» no eran un grupo homogéneo, pero daban la impresión de serlo, al mismo tiempo que, ante el resto de la población, aparecían como una organización política muy afín al Presidente, pero con cierta independencia. Esa apariencia de democracia le era muy

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adecuada a Díaz. «Los científicos» se dividían en dos corrientes: la dirigida por Rosendo Pineda, quien actuaba desde la Secretaría Particular de Gobernación, y la conducida por José Ives Limantour, con su centro de operaciones en el Ministerio de Hacienda. Díaz permitía y estimulaba las diferencias entre los amigos de Pineda y los de Limantour, y fomentaba en el interior mismo del gobierno la formación de un pequeño grupo que se distinguía por su animosidad contra los científicos. Era ésta la minoría integrada por Joaquín Baranda, ministro de Justicia. Un grupúsculo político más se conocía como «reyista», designado así por la persona del general Bernardo Reyes, quien los dirigía. Este se había convertido en figura política desde que se distanció de «los científicos» en 1892, a raíz de la Convención de la Unión Liberal. A partir de entonces fue, tanto dentro del mundo oficial como entre la opinión popular, el símbolo de la oposición a Limantour y su grupo. Cuando a principios de siglo Reyes fue llamado por Porfirio Díaz de su gubernatura de Nuevo León para que fuera titular del Ministerio de Guerra, no pocos interpretaron la medida como el primer paso para preparar su ascenso a la presidencia de México. El reyismo contaba con una pujante simpatía popular, equivalente a la impopularidad que el grupo científico tenía entre las clases dominadas. No tardó Porfirio Díaz en inquietarse por la influencia del general Reyes, así como por las actividades políticas que éste llevaba a cabo en la segunda reserva del Ejército, por lo cual lo despidió de su gabinete, ordenándole primero volver a la gubernatura de Nuevo León y, posteriormente, que saliera del país. Bernardo Reyes obedeció sin reproche alguno, lo cual le acarreó gran desprestigio, llegando sus antiguos simpatizantes a acusarlo de cobardía. A todos los grupos Díaz les daba concesiones, pero las distribuía según quisiera: premiar a unos, castigar a otros o enfrentarlos en determinados momentos; la vida política era regida por el presidente, y los grupos que se beneficiaban con la política económica eran su gran soporte. La economía Expansión del capitalismo e intervención extranjera Correspondió a Porfirio Díaz ejecutar el proyecto capitalista que los liberales habían delineado, gracias a dos situaciones que confluyeron: primera, la paulatina estabilidad que fue revistiendo el país internamente; y segunda, las nuevas condiciones que en el ámbito internacional se iban consolidando. Esta realidad le permitió a Díaz, y al grupo que lo mantuvo en el poder durante más de 30 años, aprovechar las trascendentes modificaciones mundiales registradas después de 1870. Para fines del siglo XIX el capitalismo en los países metropolitanos había accedido a su fase imperialista. Grandes volúmenes de capital eran desplazados por el globo buscando el control de las materias primas y nuevos campos de inversión. Con el surgimiento y la consoli-dación del imperialismo, los países que se desarrollaban más lentamente y en condiciones de desigualdad respecto de los que lo hicieron primero resintieron una vez más esas diferencias. México no fue la excepción, por lo que el tránsito del capitalismo liberal al monopólico incidió poderosamente en nuestra historia, pero también lo específico de nuestra realidad nutrió al contexto mundial.

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A partir de la Reforma, el proceso de surgimiento y afirmación del capitalismo en México se aceleró e incrementó. La legislación liberal, sustentada en la Constitución de 1857 y la incorporación de las Leyes de Reforma, separó a los campesinos de la tierra, quienes contribuyeron a formar un creciente grupo de futuros trabajadores asalariados, requisito indispensable en la aparición del capitalismo. Simultáneamente, se produjo la concentración de medios de producción —tierra y capital— en las manos de los liberales triunfadores y de antiguos grupos terratenientes, sobre todo a costa de las tierras de las comunidades indígenas; asimismo, las riquezas y propiedades del clero fueron afectadas y una parte de ellas también aumentó la legión de nuevos y veteranos propietarios, muy relacionados con los liberales en el poder. El régimen porfirista abrió ampliamente las puertas de la economía nacional a la inversión extranjera. Grandes capitales norteamericanos, ingleses y franceses se invirtieron en distintas ramas económicas, quedando bajo su control la minería, la industria de transformación, los ferrocarriles, la electricidad, la banca, el gran comercio y, a principios de siglo, el petróleo. Las inversiones en la agricultura propiciaban el desarrollo de cultivos de exportación. La burguesía mexicana, siguiendo a Roger Hansen, se convirtió primordialmente en socia menor de los inversionistas extranjeros y, en muchos casos, en simple administradora de sus propiedades. La economía nacional se vio deformada y sometida por los intereses imperialistas. Nuevas formas de dependencia económica hicieron su aparición, aunque es indudable que la inversión extranjera contribuyó al desarrollo capitalista y a la modernización de la economía. Tres factores fueron básicos para transitar del estancamiento al crecimiento: el surgimiento de la estabilidad política, la inversión extranjera y la integración de la economía nacional. La estabilidad política durante este periodo se debió a que terminaron las guerras civiles y las intervenciones extranjeras. Así, entre 1876 y 1911, sólo dos hombres ocuparon la presidencia: Manuel González, durante un periodo presidencial: 1880-1884; y Porfirio Díaz, durante dos periodos: 1877-1880 y 1884-1911. Con la estabilidad llegó la pacificación y, más tarde, una paz relativa. La oposición fue aplacada o decapitada, según lo exigieron las circunstancias. Como resultado de esa estabilidad, el país se vio inundado por la inversión extranjera. Para impulsar el desarrollo se utilizó una estrategia acorde con la teoría de que el capital, la técnica y los mercados que los extranjeros tenían bajo su dominio eran indispensables para el crecimiento de México. Así, fueron abolidas las antiguas restricciones y se elaboró un plan de incentivos. La respuesta fue increíble, apunta Hansen: en 1884 la inversión extranjera era de sólo 100 millones de pesos; para 1911 se elevó a 3400 millones. Las inversiones de Estados Unidos, que para 1911 representaban 38% del total de la inversión extranjera, estaban concentradas principalmente en la construcción de ferrocarriles y en las industrias extractivas. De las inversiones británicas, más de 21% se había destinado al sector de servicios públicos y 8% correspondía al pago de la deuda pública. El capital francés fluyó hacia las actividades industriales mexicanas, en donde constituía 55% de la inversión extranjera total. La mayoría de los franceses trabajaba en el comercio y la banca, aunque algunos eran terratenientes. Con el advenimiento de la paz porfiriana y el gradual crecimiento del mercado nacional, los comerciantes franceses empezaron a establecer sus propias fuentes de abastecimiento y se fueron situando poco a poco en diversos sectores manufactureros. Algunas de sus inversiones representaban ahorros internos, es decir,

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habían sido obtenidas mediante sus propias actividades productivas en México. Pero una parte considerable del financiamiento la hicieron los intereses bancarios franceses, que hacía tiempo estaban establecidos en el país. A su vez, la inversión extranjera, encaminada hacia los sistemas de transporte, integró la economía mexicana tanto en sentido interno como externo. Aunque la mayoría de los ferrocarriles fueron construidos por los inversionistas norteamericanos, con el propósito expreso de unir ciertos sectores de la economía mexicana con el mercado estadounidense —especialmente los mineros—, los productos mexicanos de repente se encontraron en condiciones de penetrar en su propio mercado nacional y en cientos de casos lo hicieron con prontitud. Además de mejorar la eficiencia de los factores de producción existentes, el proceso de integración interna puso a trabajar recursos antes ociosos. En los primeros años del Porfiriato, el sistema de transportes era tan restringido que los manufactureros textiles del país habían situado sus fábricas cerca de la costa oriental y dependían, en gran parte, del algodón importado para su producción, pues localmente se producía muy poco. La expansión del sistema ferroviario provocó un incremento asombroso de la producción algodonera de Sonora y Nuevo León; a fines del periodo se había duplicado su producción y México casi había alcanzado la autosuficiencia en esta materia prima. La inversión extranjera también hizo que la economía mexicana se incorporara al mercado mundial: la extensión de esas relaciones se observó tanto en la diversificación de las exportaciones mexicanas como en su tasa general de crecimiento. Entre 1877 y 1910, el valor de las exportaciones mexicanas se elevó en más de 600% en términos reales, y la diversificación de las mismas llegó al punto en que, en 1904, el oro y la plata representaron menos de 50% de los ingresos derivados de las exportaciones.

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El crecimiento de las exportaciones mexicanas y el desarrollo de un mercado interno estuvieron íntimamente ligados. De 1877 a 1911, la favorable demanda extranjera para los comestibles y materias primas nacionales provocó un aumento anual de 6.1% en las entradas derivadas de la exportación. A medida que crecían las exportaciones, también aumentaba la demanda de los insumos productivos por parte del sector exportador y el poder adquisitivo de quienes los elaboraban. En ambos casos, el resultado fue estimular la ampliación de la producción interna. La infraestructura ferrocarrilera y portuaria creció significativamente. En la industria minera, la demanda externa fue el factor determinante para su crecimiento y modernización durante los años porfiristas. Además de oro y plata, empezaron a aparecer los metales industriales entre las exportaciones mexicanas. Se elevó rápidamente la producción y exportación de cobre, zinc, grafito, plomo y antimonio. A su vez, la demanda extranjera estimuló la inversión para producir ciertos productos agrícolas. Asimismo, de la exportación de productos tradicionales como henequén, madera y cuero, se aumentó la lista de artículos que proporcionaban divisas en nuevos renglones de exportación como café, ganado, algodón, garbanzo, azúcar, vainilla y chicle. Las crecientes industrias de exportación, a su vez, aumentaron la demanda de sus propios insumos productivos. Así, la demanda de la industria minera y de la construcción de ferrocarriles provocó el establecimiento de la primera planta mexicana de fierro y acero, la Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, la que operó por primera vez en 1903. Como muchas otras, fue una empresa realizada por extranjeros residentes en México.

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Además de la creciente demanda ligada a los sectores exportadores en ampliación, mejores políticas gubernamentales impulsaron el desarrollo de la producción para el mercado interno. Los aranceles protectores constantemente altos, la revisión de los impuestos internos, los costos de transporte más baratos y el precio descendente de la plata fueron factores que ayudaron a incrementar las tasas medias anuales de crecimiento. Los altos aranceles heredados de las primeras décadas se mantuvieron todo el periodo; fueron comunes los impuestos de 50 a 200% del valor de los productos importados. Se alen-taron las nuevas inversiones en diversos campos de la manufactura mediante la importación

libre de impuestos de maquinaria y materias primas, así como exención de impuestos, sub-sidios y embargos a la importación de productos competidores. Los diversos estados del país, luchando por atraer nuevas inversiones, añadieron otros incentivos a los que ya ofrecía el gobierno federal, como bajísimos —o nulos— cobros por el uso indiscriminado del agua, la protección de la policía contra manifestaciones de descontento de grupos de trabajadores o la compra exclusiva de ciertos productos para algunas

de las dependencias de esos gobiernos. En 1896, el gobierno de Díaz intentó, con mejores resultados que los gobiernos anteriores, abolir legalmente las alcabalas. Aunque los problemas derivados del conjunto de impuestos a las transacciones siguieron provocando quejas y críticas ocasionales durante algunos años, en esencia se logró un mercado interno libre de gravámenes. Bajo la influencia combinada de estos factores políticos y del mercado, surgió en México un sector industrial. En diez años Aumento 25% el consumo per capita de telas de origen fabril; el consumo por persona de azúcar refinada se elevo 50%; hubo un fuerte incremento en la producción interna de artículos tan variados como cemento, dinamita, productos de fierro y acero, vidrio, artículos de tabaco, bebidas y comestibles elaborados. La sustitución de las importaciones fue tal vez más notable en el caso de los artículos baratos de algodón, pues la proporción de las importaciones en el mercado interno disminuyo de 32% en 1889, a 3% en 1911. Debido a los salarios bajos y a la rígida protección, aparecieron las utilidades elevadas. Según los comentarios de las embajadas extranjeras, así como de los observadores mexicanos, apunta Friedrich Katz, las utilidades anuales de la industria mexicana oscilaban entre 10 y 15% para la industria textil, nunca por debajo de 10%, en ese ambiente, los mexicanos ricos empezaron a interesarse en las inversiones industriales. A principios y a mediados del siglo XIX, los residentes franceses, españoles, ingleses, alemanes y estadounidenses en México habían contribuido, en diversos renglones, al desarrollo de una mentalidad empresarial; con el auge, una creciente proporción de mexicanos se unió a las filas capitalistas. En ocasiones, el movimiento era de hacendado a industrial mediante el establecimiento de un ingenio azucarero; a veces era de comerciante a manufacturero a través de la inversión en una pequeña fábrica textil; en otros casos, se

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trataba simplemente de colocar capital en una aventura iniciada por la colonia europea de México; otro sector transitaba de comerciantes a empresarios, pero todos ellos constituían la incipiente burguesía. Entre 1896 y 1910, los empresarios mexicanos invirtieron 86 millones de pesos en el sector manufacturero. Esta cifra sólo incluía la inversión inicial en compañías nuevas durante esos años. La comparación entre esa cifra y el total de la inversión extranjera en el sector manufacturero, que era de 131 millones de pesos en 1911, ilustraba claramente la importancia que tuvo este periodo para el desarrollo de un núcleo de industriales mexicanos. La centralización de las actividades económicas en torno de la Ciudad de México se profundizó aún más durante el Porfiriato, y ciertas ciudades como Puebla y Guadalajara iniciaron su despegue industrial, al igual que algunos corredores fabriles, principalmente textiles, entre los estados de Veracruz, Puebla, Tlaxcala y México. Los metales y el petróleo, dos grandes requerimientos del mercado mundial, sólo generaron una riqueza que se exportaba —el petróleo crudo—, mas no activaba mercados internos crecientes. El país seguía dividido en «muchos Méxicos», y si bien los ferrocarriles conectaban puntos muy distantes de su geografía, el que hubieran sido diseñados para la exportación de productos no coadyuvaba a la unificación de la población. En ese sentido, el norte del país fue el que revistió más dinamismo; su condición de frontera con los Estados Unidos de América propició un crecimiento notable. En contraposición, el sur —tanto hacia el Golfo de México como hacia el Pacífico— se mantuvo rezagado y reproduciendo prácticas económicas muy similares a la esclavitud. La evidente desigualdad en la repartición de la riqueza que había observado Humboldt a inicios del siglo XIX aún se mantenía un siglo después. Tecnología y modernización de la infraestructura El régimen porfirista propició las condiciones necesarias para que México se incorporara al mercado capitalista mundial, aunque de una manera subordinada. Así se vivió una importante modernización de la infraestructura económica, que era requerida para optimizar la generación, distribución y consumo de los productos que se estaban elaborando. Dentro de la modernización de la infraestructura, un elemento dinamizador era el bancario. El gobierno porfirista fomentó la creación de instituciones de crédito para apoyar financieramente las actividades productivas y coadyuvar al crecimiento económico del país. De esta manera, se fundó el Banco de Londres, México y Sudamérica en 1864, con capital inglés. El Banco Nacional Mexicano y el Banco Mercantil Mexicano se constituyeron en 1882 con capital francés y mexicano español, respectivamente; ambos se fusionaron para dar origen al Banco Nacional de México en 1884. En 1897 se expidió la Ley General de Instituciones de Crédito, que autorizaba a los bancos para emitir billetes hasta el triple del capital pagado o al doble de sus existencias

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metálicas; este ordenamiento ayudó a canalizar recursos a la industria, pero también ocasionó que los banqueros especularan con la emisión de billetes y la compra-venta de oro y plata. A pesar de los logros que la «paz porfirista» generó para el «despegue» de un México «moderno» —sobre todo la creación de infraestructura para una mejor comercialización—, este gobierno, al igual que los regímenes posteriores a la Independencia, no fue capaz de nivelar sus finanzas. Además, como siempre, se reconocieron las deudas de administraciones previas y se pedían más empréstitos; la deuda interna y la externa aumentaban, conviniéndose en un obstáculo para el desarrollo del país. Los renglones que formaban la estructura impositiva del Porfiriato fueron los impuestos sobre el consumo, aranceles sobre importación y exportación de maquinaria, productos elaborados y materias primas, y sobre la propiedad territorial. Los recursos del Estado se destinaban al pago de la deuda interna y externa, a gastos en la administración, Ejército y Marina, y a la construcción de obras públicas. Las finanzas nacionales demostraban un desequilibrio por el bajo producto nacional y la falta de igualdad en los gravámenes. Los impuestos recaían sobre la mayoría de la población, y la clase social con más recursos los evadía. Aunque Porfirio Díaz logró la nivelación aparente de las finanzas y un superávit, persistió el problema, ya que éste fue resultado de la contratación de empréstitos extranjeros, y no se regionalizó un desarrollo económico que hubiera permitido una mejor distribución de la riqueza para las clases más necesitadas. Una de las transformaciones más visibles que se dieron durante el Porfiriato se registró en el importantísimo sector de las comunicaciones y los transportes. Desde mediados del siglo XIX, tanto las administraciones de Benito Juárez como la de Lerdo de Tejada habían entrado en acuerdos con algunas compañías extranjeras, principalmente inglesas; estadounidenses, para hacerles concesiones a cambio de la construcción vías férreas en el país. El desarrollo ferrocarrilero, si bien accidentado, hizo posible acortar distancias y ganar tiempo, así como capacidad —en volumen—para la transportación de mercancías. Esa realidad permitió que los costos de transportación bajaran los precios de algunas mercancías. El ferrocarril se consideró como el gran impulsor de un efecto que multiplicaría beneficios para quienes se interesaran en «prosperar». El Estado mexicano fue uno de los principales promotores y canalizó importantes sumas, bajo la modalidad de inversión pública, en tal actividad. Pronto algunos empresarios, sobre todo los que ubicaban sus fábricas cercanas al tendido de las principales vías que se abrieron, gozaron de los beneficios al enviar sus productos o comprar sus materias primas a más bajos precios. Esta situación, a su vez, hizo que el valor de la tierra por donde se proyectaba el paso de vías férreas tendiera a elevarse significativamente y, asimismo, que los grupos de interés económico situados en poblaciones prontas a ser alcanzadas por el ferrocarril buscaran afanosamente que ello ocurriera por sus ciudades o pequeñas

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poblaciones, por lo que buscaban el favor de los representantes de los diversos niveles de gobierno: municipal, estatal o federal. La administración de Díaz se encargaba de informar que, entre 1884 y 1904, se había incrementado en 100% el número de kilómetros de vías de ferrocarril con respecto a los heredados de la administración de Lerdo. Así, se tenían 16 500 kilómetros aproximadamente. Fuentes Díaz apunta: «Hasta 1899 todos los contratos ferroviarios fueron otorgados sin orden ni sistema alguno, en el sentido de no formar parte de un plan oficial debidamente estudiado de impulso a las vías férreas conforme a las necesidades nacionales; los contratos de construcción se firmaban con quien los pedía, sin haberse reparado en la mayoría de los casos si el solicitante disponía de recursos y de capacidad para cumplirlos, y si la línea proyectada estaba llamada realmente a satisfacer una necesidad. La abstención del gobierno de Díaz para señalar la dirección, la longitud y las características de las líneas determinó que las compañías extranjeras hicieran las grandes rutas troncales —el Nacional, el Internacional y el Central— como una simple prolongación, en nuestro territorio, de los ferrocarriles norteamericanos, con fines casi exclusivamente de exportación hacia el vecino país».

Esa realidad no fue desapercibida por la burocrecía porfirista que, como los ferrocarriles, crecía y se expandía de manera contundente. Así, en 1899 José Ives Limantour expidió la primera Ley General de Ferrocarriles, tratando de incidir en la orientación de las vías férreas, pero los intereses extranjeros se movilizaron en el sentido de limitar la participación del Estado mexicano. Casi 10 años después se constituyó la empresa Ferrocarriles Nacionales de México, que logró fusionar el

sistema del Ferrocarril Central Mexicano y el Ferrocarril Nacional de México. Esta medida tendía a limitar el control que los consorcios estadounidenses tenían sobre la forma en que operaban los ferrocarriles; mas, si bien el gobierno mexicano contaba con 51% de las acciones de la nueva empresa, eso no quería decir que todos los mexicanos se vieran beneficiados ante esa situación, pero sí los amigos del presidente Díaz. Para 1910, las vías lograban sumar la cantidad de 19 000 kilómetros aproximadamente. Otro de los grandes aportes del Porfiriato, y que le permitió mantenerse con cierto consenso entre los grupos que lo favorecían, fue la producción, en México, de la electricidad. Para finales del siglo XIX, la presencia de la incipiente industria eléctrica fue un elemento tan significativo en la vida del país que, en efecto, revolucionó los procesos de producción y abrió una nueva cotidianidad social. Poco a poco, pero de manera incesante, la electricidad se fue introduciendo en los sectores productivos como fuerza generadora y, a través de su uso, para la iluminación basada en la bombilla eléctrica, principalmente en las ciudades de mayor poderío económico y entre la población de grandes recursos económicos. La minería, que durante muchos años constituyó uno de los grandes sustentos económicos

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del país, fue una de las industrias que tempranamente incorporó este tipo de iluminación y modificó de manera sustancial la forma de trabajo al eliminar gradualmente los eternos mechones que servían a los trabajadores para atravesar la oscuridad de la mina; esto, además, redujo considerablemente la frecuencia de los incendios que se presentaban por el uso del keroseno. Cuando la electricidad se utilizó como fuerza impulsora de algunas máquinas simples, como los malacates, el impacto fue mayúsculo, así como los efectos de despido de trabajadores. De manera notoria la productividad se incrementó. Una de las industrias más añejas del país, la textil, también fue alcanzada. Como señala Víctor M. Sánchez, la jornada laboral, que antes se medía de sol a sol, pronto se trastocó que la luz eléctrica permitía más horas de trabajo robadas a la noche; pero no sólo eso, la nueva fuerza le permitía a un solo obrero mover más telares. Nuevamente la máquina ahorra tiempo, produce más, no se insubordina y genera más ganancias a sus dueños. Las grandes ciudades, por lógica industrial, se beneficiaron de esta fuente generadora. Siguiendo a Víctor Sánchez sabemos que: En julio de 1880, por ejemplo, se instalan como prueba focos de arco en el zocalo de la Ciudad de Mexico. Después seria iluminada la calle de Plateros (ahora Madero) y en 1881 la empresa que abastecería el alumbrado de gas se transorma para colocar y hacer funciona 40 focos eléctricos en esa misma calle. Nueve años después había 2054 focos en la Ciudad de Mexico. El alumbrado público se introdujo en Guadalajara en 1884, en Monterrey en 1888 y en 1889 en Veracruz y Merida. Al alumbrado público siguió el uso de la electricidad en los tranvías. La vida social en esas ciudades «se iluminó». Las familias adineradas contrataron los servicios de las diversas pequeñas compañías que empezaron a aparecer por varias regiones, sobre todo las vinculadas o cercanas a las industrias promovidas por la administración porfiriana, para luego convertirse en una demanda tan fuerte que las empresas extranjeras aceleraron su expansión. De esa manera, el capital extranjero activó diversas ramas de la producción y coadyuvó a la integración de ciertos mercados. La aparición de la Mexican Light and Company Ltd., en 1905, marcó una diferencia cualitativa al iniciar un proceso de concentración y centralización que la llevó a ser la gran empresa de la industria eléctrica en México. Sus principales accionistas eran ingleses y canadienses. Como otras industrias regidas por capital extranjero, la eléctrica también impuso sus condiciones para el abastecimiento y para el tipo de trabajadores con que operaría. En las postimerias del siglo XX, y dada la capacidad innovadora que el desarrollo industrial fomento, llego a México la telefonía (1878). El nuevo servicio, que posibilitaba una comunicación inmediata, pronto fue incorporado para apoyar las labores de orden público, especialmente las relacionadas con la movilización policiaca y el control que debería tener la Secretaría de gobernación. Las primeras líneas telefónicas conectaron oficinas gubernamentales y comisarías de policía.

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La necesidad de levantar aparatosos postes para el tendido de los alambres telefónicos impacto a la ciudadanía, que se preguntaba de la utilidad de tales pilares, pero la decisión presidencial prevaleció al hacer uso de un discurso que llamaba a la seguridad en la ciudad. La telefonía, al igual que otras industrias «jóvenes» en el país, perteneció a empresas extranjeras. Como apunta Rocío Guadarrama, fue a partir de 1882 cuando se fundó la compañía Telefónica Mexicana (Mextelco), asociada con la Western Electric

Telephone Company, y transformada, a partir de 1905, en la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, S.A. Al mismo tiempo, se estableció en México una filial de la compañía sueca Ericsson. Las oficinas principales se ubicaron en céntricas calles de la Ciudad de México y llegaron a ofrecer llamadas internacionales. El servicio era requerido principalmente por familias insertas en la vida económica y política del país. La mayoría de la población no estaba enterada de la función que esta nueva industria cubría. Dados los requerimientos de electricidad para su funcionamiento, dos nuevas industrias funcionaron apoyándose: la telefónica y la de electricidad. El servicio telefónico era muy rudimentario, la comunicación no era del todo clara y, en no pocas ocasiones, se tenía que gritar para que el otro escuchara los mensajes. El avance, no obstante, permitía conocer noticias que eran importantes para la administración presidencial, preferentemente. Pasarían varios años para que tal industria se expandiera de manera significativa. Agricultura y ganadería La reactivación de la actividad agropecuaria no fue igual en todo el territorio: en los estados del norte se inició una tendencia creciente a la ganadería y al cultivo de productos diferentes a los sembrados en el centro del país, como el trigo; en la zona central convivieron haciendas tradicionales —con la propuesta de prácticas agrícolas ancestrales que las limitaba casi al autoconsumo—, pero también aparecieron otras que producían para el mercado interno; en los estados del sur-sureste, la hacienda también mantuvo condiciones casi de esclavitud para algunos de los trabajadores, sobre todo entre las orientadas a monocultivos específicos, como el henequén y el café, y otras llegaron casi al autarquismo. No obstante los contrastes evidentes en las distintas regiones mexicanas, la economía, sobre todo la agroexportadora, estaba fuertemente vinculada al mercado mundial; Inglaterra, Francia y Estados Unidos eran las principales potencias del momento, y los productos mexicanos eran requeridos por ellas.

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La sociedad Organización social Es incuestionable que bajo la administración de Porfirio Díaz el gobierno mexicano ofreció cierto tipo de garantías a la población que necesitaba estabilidad política, después de haber transitado más de medio siglo por una serie de luchas tanto internas como contra potencias extranjeras. Esta aparente armonía requirió ser diseñada por los asesores del presidente, quien, además, era un conocedor de las tradiciones de la mayoría de la población y de las expectativas de los grupos económicos y políticos que le rodeaban, por lo que las políticas educativas y culturales fueron aspectos que no se descuidaron en ese régimen, si bien los resultados fueron variados. Ante tales circunstancias, uno de los renglones que se consideró altamente necesario orientar fue el educativo. Se hablaba de la urgencia de educar a la población para poder ser un pueblo culto. La filosofía positivista guió la mayor parte de los planes de estudio de las diversas instituciones que se crearon durante el Porfiriato, además de las que ya existían. Cuando, a finales del siglo XIX, se organizaron algunos congresos pedagógicos para determinar cuál era el método a seguir en las escuelas, el método positivista —científico— ya tenía una amplia aceptación entre los grupos privilegiados por Díaz, y ése fue el asumido. Pronto comenzaron a surgir escuelas primarias, aunque la mayoría en las zonas urbanas y no en las rurales y, también como tendencia, sólo asistían los grupos clasemedieros o acomodados. Los principios constitucionales establecían que la educación debía ser gratuita y laica, aunque las orientaciones religiosas no se desterraron completamente de las aulas; se inició un proceso en el cual la asignatura de historia evidenció un carácter que generaba un alto espíritu nacionalista, pues se celebraban fechas cívicas consideradas importantes —el día de la Independencia, la Batalla del 5 de mayo—, se conmemoraban las fechas de fallecimiento de próceres patrios como Hidalgo y Morelos y se ponía énfasis en el aprendizaje del Himno Nacional Mexicano. Todos estos elementos también reforzaban la idea de identidad e integración de un país que necesitaba de ambas para su propio fortalecimiento. Así, Díaz había recibido poco más de 5

mil escuelas con 140 mil alumnos, y para 1887 ya eran más de 10 mil las primarias. Pero no únicamente la escuela básica era cuidada; también la Escuela Nacional Preparatoria en la Ciudad de México sirvió de guía para la aparición de similares en algunas de las ciudades más importantes del país, hasta llegar a ser 16 en 1894. Nacionalmente, funcionaban 19 escuelas de jurisprudencia, nueve de medicina, ocho de ingeniería, una escuela práctica de minería, una de estudios militares y una de navales, dos escuelas de agricultura, dos de comercio, siete de artes y

oficios y cuatro conservatorios de música. Asimismo, las escuelas normales para la

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formación de profesores se incrementaron. De estos años también datan escuelas que se conocen como escuelas industriales para señoritas. No obstante el crecimiento de tales instituciones educativas, en el interior de la familia mexicana —bastión importantísimo de la educación informal— realmente pocas modificaciones sustanciales se presentaban. Uno de los ejemplos más significativos se registró en las unidades económicas de la época: las haciendas, donde el respeto y la subordinación hacia el patrón y su familia no era cuestionado de manera reflexiva, amén de que la Constitución de 1857 establecía la igualdad de todos los mexicanos. Además, en la mayoría de los pueblos y rancherías el peso de la orientación religiosa era muy considerable y, en un alto porcentaje, los ministros del culto católico mantenían la idea de aceptar los designios de Dios en cuanto al establecimiento de diferencias de clase. Si a este cúmulo de ideas fuertemente arraigadas se le sumaban las reales diferencias surgidas de los dispares tipos de ingresos económicos, en verdad era difícil el tránsito de una clase a otra y, por ello, el planteamiento de la superioridad natural de unos seres respecto de otros funcionaba de forma perfecta. Un aspecto que poco se tomó en consideración y que también afectaba a enormes contingentes de la población fue la presencia de diversas lenguas indígenas y sus particulares formas de entender y explicar el mundo, propuestas que se enfrentaban con la modernidad imperante y que señalaba a los grupos indígenas y sus tradiciones como obstáculos para alcanzar el progreso tan anhelado. Así, sin valorar las culturas y los conocimientos de los grupos indígenas, no fueron pocas las voces que pidieron su desaparición, unas de manera violenta, otras mediante propuestas de asimilación. Ninguna se planteó escuchar la opinión de los propios indígenas. El increíble crecimiento económico, vivido en los casi treinta años de la gestión porfirista, tuvo un costo que no querían reconocer aquellos que se veían ampliamente beneficiados —los empresarios extranjeros, sus socios mexicanos y los grandes latifundistas—, quienes obtenían importantes ganancias en poco tiempo, por lo que se esmeraban en mantener ese orden que tantas satisfacciones les había permitido. Sin embargo, los bajos salarios, el maltrato, la discriminación y la represión política —aspectos que afectaban a la mayoría de la población permitieron que una serie de ideas, que pretendían trasformar esa realidad, empezaran a ser difundidas y aceptadas entre trabajadores de la ciudad y el campo, así como entre grupos de la naciente burguesía mexicana. Servidumbre agraria En el campo la situación del trabajo no era homogénea, pues dependía de la ubicación geo-gráfica y del tipo de unidad económico-social establecida. Por ejemplo, en los estados del sur las condiciones de los campesinos e indígenas eran muy semejantes a las de esclavitud, como en el caso de Yucatán y sus haciendas henequeneras. En algunas plantaciones cafetaleras los salarios eran miserables, como en Chiapas, y en esa zona la apropiación de tierras indígenas —por mestizos y blancos— fue abriendo impresionantes brechas entre muy pocos que tenían mucho y una abrumadora mayoría en la miseria.

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En el centro del país existía otro tipo de haciendas, en las que se pagaba con moneda a ciertos campesinos, pero también en especie; esto era mediante productos, algunos básicos, o con alcohol. Asimismo, existieron haciendas en las que se pagaba con «vales» para ser canjeados en las llamadas «tiendas de raya», con la particularidad de que las mercancías presentaban precios encarecidos y pertenecían al mismo patrón, por lo cual el trabajador se iba endeudando y le era muy difícil cubrir esos compromisos. Es preciso señalar que algunos grupos manifestaron su inconformidad en varias ocasiones mediante el uso de las armas, pero frieron violentamente reprimidos; lo común en esos movimientos era la pretensión de recuperar «sus» tierras. En el centro-norte del país se evidenciaban otras características contra las comunidades indígenas, pues la colindancia con la frontera había generado una práctica de agresión contra ellas, tanto por el gobierno, mexicano como por el estadounidense, al tratar de reducirlas o exterminarlas. Con los jornaleros agrícolas sucedía algo diferente, pues en las haciendas la mano de obra no era tan abundante como en el centro-sur del país, por lo que algunos hacendados mejoraban los salarios a sus trabajadores con la intención de retenerlos en otro tipo de haciendas que se dedicaban a producir no sólo para el consumo propio o el mercado nacional, sino también para la exportación. Estas haciendas se ubicaron preferentemente en el noreste del país, pero no de manera exclusiva. Rebelión y represión En el caso de los trabajadores de fábricas, se presentaban con cierta regularidad algunas manifestaciones de inconformidad por los bajos salarios y por la discriminación que vivía el obrero mexicano por parte de capataces y empresarios extranjeros. Sin embargo, las irrupciones que llegaron a escenificarse fueron reprimidas o desarticuladas, pues el obrero mexicano en verdad era joven aún, es decir, no tenía una tradición como asalariado y cuando mucho resistía el embate del trabajo fabril. Además, su percepción ante las autoridades era la del «súbdito» que esperaba ayuda siempre del «rey-papá-gobierno» y no se atrevía a cuestionar la difícil realidad. En cuanto a las condiciones de vida de los trabajadores, tanto del campo como de la ciudad, eran verdaderamente infrahumanas para la mayoría. La alimentación era muy pobre y escasa, las condiciones mínimas de higiene eran inexistentes, la atención médica rara vez era ofrecida por algún empleador y las familias, reiteradamente, eran numerosas, con la pretensión de que algunos de los hijos sobrevivieran y ayudaran a los padres en la vejez. Otro elemento que caracterizaba a esta población era el analfabetismo, el consumo de alcohol y el fanatismo religioso. Tanta miseria y discriminación generaban resentimientos que se reflejaban en las calles de las ciudades, villas fabriles y pueblos.

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Las condiciones de vida reinantes entre la población mexicana no eran homogéneas, ni en las ciudades ni en las poblaciones rurales. El país comprendía un gran territorio que había recibido en dependencia de sus riquezas naturales o ubicación estratégica diferente atención y derrama de servicios públicos. Las ciudades con más población, como México, Guadalajara, Puebla y paulatinamente Monterrey, empezaban a registrar la presencia de grupos de desempleados que deambulaban por las calles y que difícilmente aceptaban las disposiciones que llamaban al orden. En estas ciudades, las familias que contaban con recursos económicos suficientes habían asentado sus residencias, y los servicios que apreciaban restaurantes, parques, teatros, mercados, barberías, almacenes de prestigio, iglesias, etc. se ubicaban en el centro de sus localidades. No era difícil observar gente pobre o empobrecida ofreciendo algunas mercancías por las calles agua, pan, leña, dulces, etc. para subsistir. Sin embargo, no todos podían satisfacer sus requerimientos, por lo que la delincuencia y la inseguridad afloraron. Las autoridades y sus asesores, durante los últimos años del Porfiriato, llegaron a efectuar «estudios científicos» para tratar de explicar por qué iba en aumento esta situación, y ofrecieron variados resultados. Los más contundentes aseguraban que los delincuentes lo eran por accidente, por hábito o por esencia; los primeros realizaban el delito en completa posesión de actos e intenciones; los segundos, con una inteligencia sana pero un sentido moral pervertido, y los terceros, con una inteligencia y moral débiles. Los liberales creían en el libre albedrío de las personas para cometer los actos; los positivistas afirmaban que existían factores ajenos a la voluntad del individuo como factores sociales, pero sobre todo bioantropológicos. Coincidentemente, las razones que explicaban la inclinación a la comisión de delitos ubicaban al tipo medio mexicano como propenso al desacato de las normas, sobre todo por factores hereditarios y, por coincidencia, la mayoría de ellos era gente de muy escasos recursos económicos. El análisis de la delincuencia se mantenía en un nivel de los aspectos singulares, personales, pero no lo relacionaban con la injusta situación social. El número de policías aumentaba, así como el establecimiento de cárceles, la más grande de las cuales fueron construida en la Ciudad de México y fue llamada «el Palacio negro de Lecumberri». Las manifestaciones sociales de descontento ante un crecimiento económico que no permitía una más equitativa distribución de la riqueza llevaban a explosiones callejeras, pero también a insubordinaciones en las fábricas y centros de trabajo. Poco a poco, algunos obreros de las

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fábricas textiles cercanas a la Ciudad de México iniciaron un proceso de lucha y demandaron mejores condiciones para laborar, incremento de salarios y disminución de las jornadas de trabajo. Otros trabajadores también resentían los excesos a los que eran sometidos por patrones y autoridades en las minas, en los muelles portuarios, en las haciendas cafetaleras, chicleras, henequeneras, justo allí donde las relaciones de trabajo obligaban a mayor desgaste físico. Las incipientes luchas contra injusticias flagrantes se incrementaban en diversos puntos del país, y el inadecuado tratamiento que las autoridades ofrecían iba acrecentando los resentimientos entre los que resultaban afectados sistemáticamente.

3.2 Crisis política y económica del Porfiriato La terrible inequidad en la distribución de la riqueza provocaba un evidente descontento so-cial entre indígenas, campesinos, trabajadores y gente que no tenía empleo en diversos puntos del territorio mexicano; y si las rebeliones campesinas fueron múltiples también eran dispersas. Además la dictadura no permitió disidencia, y castigó duramente a los transgresores. Los opositores al régimen eran encerrados en sucias cárceles en donde, como en la de San Juan de Ulúa, las posibilidades de sobrevivencia eran mínimas. La creciente oposición al régimen porfiriano surgida desde las diversas capas de la sociedad después de iniciarse el siglo XX especialmente en los estados del norte de la República engendró movimientos de oposición organizados por un partido político que pretendía incidencia nacional, por primera vez, desde el establecimiento de la dictadura de Díaz. In-cuestionablemente la crisis política fue profundizada por el Partido Liberal, encabezado por los hermanos Flores Magón, fundado en 1902 por un grupo de intelectuales de fuerte tendencia anarcosindicalista. Perseguidos por las autoridades, los principales dirigentes fueron obligados a ocultarse y finalmente huir a los Estados Unidos, en donde establecieron una Junta Revolucionaria en San Luis, Missouri. El Partido Liberal se pronunció por el derrocamiento de Díaz y desempeñó un papel importante en la organización de huelgas y de varios malogrados levantamientos contra el régimen. Llegó a tener cierta influencia entre los intelectuales, miembros de la clase media y obreros. Aunque estaba prohibida la circulación de su periódico Regeneración éste tenía más de 25 000 lectores. La mayor debilidad de dicho partido fue que nunca logró integrar una estructura organizativa que vinculara significativamente a obreros y campesinos, pero su mayor cualidad fue tener una perspectiva nacional. Los hermanos Flores Magón, Antonio 1. Villarreal, Juan y Manuel Sarabia, Librado Rivera y Rosalío Bustamante expidieron el Programa del Partido Liberal y Manifiesto a la Nación el 1 de julio de 1906, donde exhortaban al pueblo a rebelarse contra el gobierno y señalaban las reivindicaciones económicas, políticas y sociales por las que luchaban: [...] establecer la jornada de trabajo de ocho horas y elevar el nivel de vida de las clases

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trabajadoras. Reglamentar los servicios domésticos y el trabajo a domicilio [...] Evitar el trabajo a personas menores de catorce años. Obligar a los patrones a crear condiciones higiénicas de vida para los trabajadores y a resguardarlos de peligros. Establecer indemnizaciones por accidentes de trabajo. Evitar que los patrones pagaran en otra forma que no fuera con dinero en efectivo. Suprimir las tiendas de raya. Prohibir las multas a los trabajadores, así como los descuentos a su jornal; o bien, que ¡e fuera retardado el pago de éste por más de una semana, o que se le negara el pago inmediato de lo devengado al que se separara de su trabajo. Obligar a las empresas y negociaciones a utilizar una mayoría de mexicanos como empleados, y a no diferenciar, en el pago de sueldos, a los extranjeros de los nacionales [...] (proclamaron el deber) para los propietarios de la tierra, de hacerla productiva, recomendando que el Estado recobrara la que no fuera objeto de producción con el fin de repartirla entre quienes quisieran cultivarla, siempre con la obligación de no venderla. Además, sugirió se confiscaran los bienes de los funcionarios enriquecidos bajo la dictadura actual y lo que se produjera se aplicaría al cumplimiento del capítulo de tierras, especialmente a restituir a los yaquis, mayas y otras tribus, comunidades o individuos, los terrenos de que fueron despojados. En el aspecto religioso exigió el estricto acatamiento a las Leyes de Reforma. Y en cuanto al problema educativo, se pronunció en favor de la enseñanza laica y el adiestramiento con la práctica en los talleres escolares, así como del ejercicio manual. El trabajo político desarrollado por el Partido Liberal Mexicano se dejó sentir en ocasiones por las acciones directas de sus militantes, y en otras por la claridad y lo justo de sus demandas entre distintos grupos de la incipiente clase obrera mexicana, por lo que, pese a la política anti obrera de Porfirio Díaz, ciertos grupos obreros y campesinos se organizaban para demandar reivindicaciones laborales y económicas. Latifundismo La realidad de los campesinos mexicanos —aun con sus diferencias regionales— era muy similar en sus condiciones de despojo y arbitrariedad contra ellos, pues era resultado de patrones económicos asumidos desde el juarismo e incluso desde antes, pero Porfirio Díaz no varió sino acentuó esa tendencia proveniente de los liberales: la formación de un sector latifundista ajeno a la Iglesia (laico), con miras a desarrollar más ampliamente el capitalismo agrario. Dos sectores impedían a los primeros liberales realizar tal proceso: la Iglesia —que no ponía a trabajar sus extensos territorios— y las comunidades indígenas, básicamente auto consumidoras. La «Ley Lerdo» y «la nacionalización de bienes de manos muertas» atacaron ambas for-mas de propiedad, dando así un paso decisivo en el proceso capitalista en el agro mexicano. La vía farmer (de proliferación de cientos de pequeños granjeros) perdió viabilidad histórica, mientras que la vía junker (de concentración de la tierra entre unos cuantos propietarios o terratenientes) la ganó conforme Díaz aceleró el despojo territorial a las comunidades. Con este fin, se dictaron leyes entre 1875 y 1883 y aun después—, lo que modificó profundamente la estructura agraria mexicana. Juan F. Leal ha demostrado cómo enormes latifundios, muchos de ellos en manos extran-jeras, conformaban con sus haciendas el paisaje rural mexicano, caracterizado por relaciones de trabajo muy difíciles, en las cuales los peones fueron brutalmente explotados, por lo que se vivió una lucha permanente de las comunidades contra la voracidad latifundista

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y por la presencia de las fuerzas rurales en vigilancia constante. Numerosas haciendas producían con miras a la exportación de sus productos: tabaco, henequén, azúcar, café, chicle; paradójicamente, era necesario importar maíz para satisfacer las necesidades apremiantes de una población rural desposeída y descontenta, que formaba la mayoría de la sociedad. Desde 1880, y siguiendo a J. F. Leal, el sistema hacendario cobró suma importancia, pero se agudizaron sus transformaciones con el incentivo general de la última década del siglo XIX, mas no de igual forma para todas ellas, pues al comenzare! siglo XX había muchas haciendas «tradicionales o típicas» en los estados de Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Jalisco, Michoacán y Zacatecas. Su producción se destinaba, en lo esencial, al autoconsumo y, en menor grado, a mercados locales o regionales; su técnica agrícola era rudimentaria; el núcleo de la mano de obra estaba constituido por peones endeudados, y sus propietarios, aunque localmente poderosos, apenas si llegaban a tener influencia en los gobiernos de sus respectivos estados. Otras haciendas que se encontraban en un proceso de «transición» estaban dispersas por todo el país, pero se localizaban de manera principal en el centro, sobre todo en regiones donde la apertura de nuevas vías de comunicación, con la consecuente ampliación de los mercados, dio lugar a una lenta transformación de los métodos de cultivo y de las relaciones de trabajo, pero limitadas por el carácter relativamente modesto de los capitales de sus propietarios. En este tipo de haciendas podía observarse una pérdida relativa de la importancia del sector de minifundios y del trabajo endeudado, así como un incremento correlativo del sector bajo control directo de la hacienda y del trabajo asalariado libre, generalmente estacional. Por último, las «haciendas modernas» o «capitalistas» se caracterizaron por la especialización de su producción, por estar ligadas a vastos mercados nacionales e internacionales, por sus inversiones en obras de infraestructura, por el procesamiento industrial parcial o total de su producción, por la utilización del crédito bancario, por operar conforme a una racionalidad nítidamente capitalista, por fundarse en el trabajo asalariado libre —aunque se conservaban remanentes de relaciones anteriores— y porque sus propietarios eran las más de las veces empresarios de la industria, el comercio y la banca recurrentemente «científicos» o amigos y familiares de ellos Esas haciendas contaban con la técnica más avanzada y con frecuencia integraron complejos agroindustriales.Fue el caso de las haciendas ganaderas de cereal de Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas; de las algodoneras de Mexicali y de la Laguna; de las azucareras de Morelos, Puebla y Veracruz; de las pulqueras y maiceras de Hidalgo, Puebla y Tlaxcala; de las cafetaleras de Veracruz y Chiapas (Soconusco)- de las tabacaleras de Veracruz y Oaxaca; de las lecheras del valle de México, y de las henequencras de Yucatán y Campeche.

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Pero las características regionales se tornaban nacionales cuando se concretaban en las condiciones de vida y trabajo, pues si bien podía haber variación de trato y de salarios, en realidad las retribuciones eran bajas y las jornadas laborales muy pesadas; las insurrecciones en diversos ámbitos de la geografía nacional, sobre todo en los inicios del siglo XX, se profundizaron al presentarse sequías que afectaron al maíz, uno de los productos básicos de la gran mayoría de las familias mexicanas. Y si las condiciones internas eran muy delicadas, la situación se agravó por la fuerte dependencia que acarreaba la inserción de la economía mexicana en la órbita del mercado financiero de los Estados Unidos de América. Crisis mundial de 1907 El vecino país del norte, para el verano de 1907, registró variaciones negativas en algunos negocios y acciones financieras. Entre otras compañías, la Westing House Electric se vio seriamente afectada, lo que impactó a otras hasta generar el llamado «Pánico de 1907». Esta quiebra de la economía estadounidense se registró en el abaratamiento de algunas de las acciones que se manejaban en Wall Street y por el retiro de capitales del Banco Nacional; ante tal suceso, el gobierno respondió inyectando millones de dólares en algunos bancos para auxiliarlos en sus actividades, pero la realidad exigió que los bancos más fuertes también brindaran apoyo. Esa asociación entre el gobierno y los grandes bancos logró superar la crítica situación y llevó a la búsqueda conjunta de una reforma que protegiera ese ámbito central de la economía estadounidense. No obstante —debido a la relación económica que se vivía con la región fronteriza mexicana—, algunas de sus secuelas se dejaron sentir a través de la repatriación de algunos trabajadores, empleados en los estados sureños, y con el retiro o suspensión de recursos financieros hacia actividades productivas que se realizaban en Chihuahua, Coahuila y otros estados del norte. Ese tipo de dependencia hacía evidentes sus aspectos negativos. Para el año de 1908 el país atravesaba por una profunda crisis social, económica y política, producto del ejercicio del poder absoluto del presidente, de la subordinación del legislativo federal y de los gobiernos estatales dados los grandes beneficios que recibían de la política económica asumida en casi treinta años. Pero empezaron a surgir las contradicciones sociales, a hacerse evidentes los problemas de dependencia de los mercados internacionales y se hacía manifiesto el impresionante peso del sector agrícola que, cuando sufría por la falta de agua o por heladas o por inundaciones, afectaba vitalmente la economía nacional. La primera década del siglo XX vio surgir manifestaciones de distintos tipos de crisis, pero que aún no coincidían en el tiempo ni aglutinaban a diversos actores sociales. Si el Porfiriato había logrado cierta estabilidad y propiciado explicaciones que perfilaban a Díaz como el gran hombre que México necesitaba, las desigualdades económicas eran muy evidentes, por lo que cierto tipo de periódicos, en especial los aparecidos entre grupos de trabajadores de la ciudad, difundían información que cuestionaba ese aparente orden natural. Obviamente esa prensa no tenía grandes tirajes, pero algunos periódicos pasaban de mano en mano —como Regeneración— dejando su mensaje y también arrastrando tras de sí la persecución policiaca. Los síntomas de la inequidad del régimen iban en aumento y la repre-sión abierta fue la respuesta gubernamental, pero con la prensa crítica fue particularmente agresivo, pues quienes se atrevían a manifestarse por este medio comúnmente lo hacían con

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argumentos difíciles de rebatir, con ideas que explicaban la injustica y, algunos, llegaban a ser leídos en el extranjero. Tal «atrevimiento» no podía ser permitido.

3.3 Movimientos sociales surgidos al final del Porfiriato Periodismo crítico Ya desde la primera reelección de Porfirio Díaz (1888-1892) algunos dueños de periódicos y escritores habían sido reprimidos por negarse a avalar, desde sus publicaciones, las reformas a los artículos 78 y 109 de la Constitución Mexicana para permitir, por una vez, la reelección del presidente de la República y de los gobernadores de los estados. Quienes no cedieron, salieron del país; quienes resistieron fueron hostigados con persecuciones y encarcelamiento, y otros paulatinamente recibieron apoyo económico para mantener sus publicaciones. Durante la década de 1890, la prensa mexicana leal a Díaz tuvo cierto florecimiento, pero la que era crítica al sistema difícilmente podía realizar su trabajo, pues sus redactores eran sometidos a juicios, perseguidos, aniquilados, sobornados, y sus maquinarias, incautadas o destruidas. Uno de los momentos más peligrosos se vivió cuando algunos de los dueños de periódicos se atrevieron a presentar información referente a la guerra de exterminio que Díaz declaro a los indígenas mexicanos. Dos ejemplos de tal política fueron las brutales guerras que emprendieron, conjuntamente los gobiernos federal y estatal contra los yaquis, en Sonora y Sinaloa, y los mayas en Yucatán. Las intervenciones gubernamentales, principalmente, iban en pos de beneficiar a los blancos-yoris para los yaquis-, dueños de las importantes y productivas superficies de cultivo que ancestralmente pertenecían a los indígenas. Las contiendas fueron sanguinarias por ambos lados, pues los indios protegían lo que era suyo, pero se enfrentaron a quienes se consideraban promotores del progreso y estos, apoyados por el estado mexicano, acabarían con cualquier obstáculo que se les interpusiera. Si bien la represión a la prensa organizada y opositora fue muy cruenta, periódicos como El Hijo del Ahuizote se mantuvieron en el ejercicio de su importante trabajo y, desde sus páginas, hacían circular información nada favorecedora al régimen. En 1888 el gobierno subvencionaba 30 periódicos en la capital, que requerían para su sostenimiento unos 40 mil pesos al mes; 27 periódicos oficiales en los estados y casi toda la prensa del interior. Según un cálculo aproximado de El Hijo del Ahuizote, al Estado mexicano le costaba sostener este aparato de propaganda oficial tanto como a los 248 diputados federales, 56 senadores y 27 legisladores locales, o sea, poco más de un millón de pesos al año. Al público le costaba otro millón de pesos sostener la prensa independiente. El Hijo del Ahuizote era uno de los pocos periódicos independientes hacia finales de la década de 1880, fundado como heredero de El Ahuizote—creado por Vicente Riva Palacio en la época de Lerdo de Tejada—, que junto a El Socialista —a cargo de Juan Mata Rivera, desde 1871—, mantenían una postura de insumisión gubernamental. El Socialista publicó, en 1884, el Manifiesto del Partido Comunista de Carlos Marx y Federico Engels y fue retomado como órgano oficial del Gran Círculo de Obreros de México. En 1900 el periódico de los Flores Magón también era muy conocido entre grupos obreros y campesinos. Para inicios del siglo XX apareció un periódico cuyo nombre era por sí solo símbolo de su posición: El Anti

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Reeleccionista, donde José Vasconcelos se iniciaba como periodista y aparecían las impactantes ilustraciones de José Guadalupe Posada, quien hizo con sus «calaveras» una directa crítica comprendida aun por aquellos que no sabían leer. También surgieron hojas sueltas, panfletos y caricaturas para informar, a veces de forma muy irreverente, aspectos que la prensa oficiosa no presentaba: asesinatos de obreros, de campesinos y de indígenas que reclamaban las pésimas condiciones en que trabajaban, o el despojos y persecuciones que sufrían por parte de los dueños de fábricas, terratenientes y latifundistas, avalados por las autoridades porfiristas.

Uno de los casos que la prensa independiente presentó, bajo la modalidad de novela «por entregas», refirió la política de represión contra indígenas de Chihuahua que se resistían a entregar su tierra a nuevos colonos de extracción militar. Masacre de Tomóchic Durante la década de 1880, en el estado de Chihuahua, así como en otros territorios del país, el gobierno dispuso el deslinde de tierras nacionales para repartirlas a militares retirados o para su venta como latifundios a hacendados o empresarios extranjeros. Por tradición las tierras nacionales servían a los rancheros y otros pobladores —que no tenían propiedad— para la cría de ganado, la tala y la extracción de diversos recursos, pero cuando esas tierras comenzaron a ser cercadas por la política de «deslindes y denuncia de terrenos baldíos» la cotidianidad reinante se

trastocó. Además, al mismo tiempo se decretó una ley que establecía que las autoridades distritales serían nombradas por el gobierno estatal con la pretensión de impedir que las quejas de la población, y cualquier otro tipo de demanda, tuvieran efecto, pues esos representantes serían leales al gobernador —yal régimen porfirista y sus políticas— y no a la gente de las localidades afectadas. Poco más de una década después, en 1891, Lauro Carrillo, gobernador del estado, dio a conocer otra ley que establecía la elección de los presidentes municipales directamente por la autoridad estatal. La gente del norte no era proclive a permitir que gente extraña a sus tierras quisiera llegar a gobernar el terreno que a ellos les había costado hacer productivo. En 1891 el gobernador Carrillo llegó a Tomóchic y descubrió en la iglesia local unas imágenes religiosas de gran valor y decidió llevárselas a la capital. Los tomochis viajaron a Chihuahua para reclamar, exitosamente, el regreso de los cuadros. A este desencuentro con el gobernador se sumó el nombramiento de Juan Ignacio Chávez como presidente seccional, quien resultó ser pariente del cacique del pueblo. La noticia no fue bien recibida en el pueblo y el descontento aumentó cuando el nuevo presidente comenzó a abusar de su autoridad. Los tomochis preparaban su rebelión y el presidente buscó el apoyo de las fuerzas militares. Mas la situación se tornaba muy compleja debido a la intervención de «La Santa de Cabora»—Teresa Urrea—, una mujer sonorense querida y respetada como una deidad de la región, pues se aceptaba que ella sanó a unos tomochis y mantuvo comunicación con ellos los dos años previos a la situación de 1891. Así, convencidos de la protección de «La Santa de Cabora» los tomochis enfrentaron a las autoridades locales y las vencieron por sus conocimientos de la geografía regional y su experiencia como cazadores, aunque ellos lo

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atribuían al apoyo divino. Tal derrota hizo reaccionar a las autoridades federales. Un contingente de 300 hombres fue enviado a someter a los insurrectos, al mando del general José María Rangel, pero fue derrotado por un grupo de 100 tomochis; el régimen porfirista envió al general Felipe Cruz para cumplir la misión, pero el resultado fue el mismo. Para octubre de 1892 fue enviada una compañía de 1200 soldados armados con un cañón. En una primera emboscada los tomochis les causaron muchas bajas, pero la superioridad numérica era considerable. Otros enfrentamientos se suscitaron hasta que el Ejército hizo replegarse a los indígenas y sus familias en la iglesia del pueblo; sin ningún tipo de consideración le prendieron fuego al recinto y acribillaron a quienes pretendieron salir. Tal “victoria” fue denunciada periodísticamente por Heriberto Frías, uno de los soldados presentes en la represión y, por entregas, se publicó poco tiempo después, lo que le valió persecución, pero, al mismo tiempo, logró despertar la indignación entre quienes supieron de tal atrocidad. Así, en el norte de México se registraban agravios contra la población y se recordaba lo sucedido poco tiempo antes en Sonora. Huelga de Cananea Una de las primeras manifestaciones del hartazgo que los trabajadores mexicanos tenían por las condiciones de trabajo fue la movilización y lucha de los mineros asentados en Sonora, experiencia difícil, pero también de las más fuertes en su proceso de enfrentamiento al régimen porfirista. El 23 de enero de 1906, los trabajadores de The Consolidated Copper Company, compañía minera establecida en Cananea, Sonora, fundaron la Unión Liberal Humanidad, ligada al grupo de los Flores Magón. El 31 de mayo de ese año, la Unión, que agrupaba a más de 5000 obreros, presentó un pliego petitorio que reclamaba demandas similares a las que el Partido Liberal ya había fijado: nivelación de salarios, con un mínimo de $5.00 por día, entre extranjeros y mexicanos, jornada de ocho horas, inclusión mayoritaria de mexicanos para los trabajos que se necesitaran, y una más que hablaba de las características de esa compañía: «Poner al cuidado de las jaulas hombres que tengan nobles sentimientos para evitar toda clase de irritación».

El coronel William C. Greene, presidente de la compañía, contestó la demanda de los trabajadores en el aspecto de aceptar un aumento salarial, pero no la disminución de la jornada de trabajo, a lo que los huelguistas no accedieron. La situación se tomó muy tensa. Greene pidió ayuda al gobernador de Sonora, Rafael Izábal, quien envió prestamente rurales y tropas, pero además se contactó con Ramón Corona, ex gobernador de Sonora y colaborador del presidente en la Secretaría de

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Gobernación, para poner al tanto de los hechos a Porfirio Díaz evitar que la empresa aumentara los salarios, puesto que llevaría a otros trabajadores a tener esas mismas pretensiones. Como era lógico, en la política obrera del Porfiriato la recomendación fue aceptada y se dio la orden de reprimirlos en caso de que no aceptaran la resolución. De inmediato se practicaron acciones de hostigamiento contra los líderes del movimiento, pues los persiguieron, maltrataron, encarcelaron y a algunos que se resistieron los asesinaron. Dado el descontento que esto generó, el ambiente estaba sumamente enrarecido, y los mineros mexicanos contestaron provocaciones de trabajadores enviados justamente con ese propósito. El resultado fue trágico, pues no sólo tuvieron que enfrentar a las fuerzas del Ejército Mexicano, sino también una campaña de desprestigio que los presentaba como asesinos de extranjeros, por lo que acudieron mercenarios estadounidenses contratados por Greene para aniquilar a los sindicalistas. Al finalizar la huelga, 27 trabajadores murieron, decenas fueron heridos y centenares encarcelados. El saldo de esta huelga fue muy costoso para los trabajadores mexicanos del norte del país, pero iban aprendiendo de su capacidad de organización. Huelga de Río Blanco Otro grupo obrero que evidenció su descontento fue el de los trabajadores textiles. Esta industria se asentó, principalmente, cerca del Distrito Federal y en los estados de Puebla y Veracruz, donde se ubicaron importantes empresas. Al finalizar el año de 1906, los trabajadores de la industria textil poblana emplazaron a huelga a los empresarios, reclamando salarios más justos, reducción de la jornada laboral (la cual era de 12 horas diarias y comprendía también pesadas jornadas para mujeres y niños) y abolición de los reglamentos patronales o instrumentos atentatorios contra el personal asalariado. Desechadas estas peticiones al ser juzgadas como absurdas, los obreros textiles de Tlaxcala y Veracruz se unieron al movimiento y, poco después, participaban también los estados de Jalisco, Oaxaca, Querétaro y el Distrito Federal. Esta capacidad de movilización intranquilizó a los empresarios textiles y presionaron lo suficiente hasta lograr que el presidente dispusiera, el 7 de enero de 1907, que todos los trabajadores retornaran a sus labores. La expectativa que este movimiento generó entre los trabajadores de Río Blanco, Veracruz, fue muy amplia, debido a que eran en realidad muy difíciles sus condiciones de vida y trabajo, por lo que cuando las campanas de la iglesia sonaron ese 6 de enero de 1907, se creyó que había noticias positivas a sus intereses, pero no fue así. Por el contrario, se ordenaba el regreso a laborar sin ningún tipo de beneficio. Además, la provocación siempre estuvo presente y calculada la respuesta obrera, por lo que las autoridades locales solicitaron apoyo al gobierno federal. Tal como era evidente que sucedería, en Río Blanco estalló el malestar de los obreros contra el tendero de la compañía que, por supuesto, hostigaba a los trabajadores. Las acciones fueron violentas, pues la respuesta fue saquear e incendiar la tienda de raya y apedrear las fábricas. La fuerza pública actuó. Disparó contra la multitud, incluida población indefensa. Fueron muchos los muertos, no sólo trabajadores sino mujeres que se habían sumado al motín y más pobladores que quisieron apoyar a los insurrectos. La administración de Díaz trataba de controlar un descontento que crecía en diferentes

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espacios laborales mexicanos. No tenía otra perspectiva más allá del autoritarismo. Huelga ferrocarrilera de San Luis Potosí En 1908 tuvo lugar otra expresión del descontento obrero, pero ya un poco más organizada que las anteriores, al ser articulada por la Gran Liga de Trabajadores Ferrocarrileros. La huelga estalló impulsada por dos grupos específicos: los garroteros y mecánicos de San Luis Potosí. Si bien la industria ferroviaria era una de las que mejores salarios ofrecía, había una realidad que molestaba más a los trabajadores mexicanos y se concretaba en el trato discriminatorio que recibían por ser mexicanos y obreros sindicalizados. El recurrir ante el gerente general de la compañía fue el primer paso, pero, al no encontrar respuesta favorable, decidieron otro tipo de acción para hacerse escuchar. Con el uso de la huelga quedó paralizado todo el sistema del Ferrocarril Nacional Mexicano desde Laredo, Texas, hasta la Ciudad de México. La crisis generada por el paro del tráfico ferroviario abrió la posibilidad de que el sindicato fuera reconocido —algo indispensable para la negociación— y que la compañía diera respuesta a las demandas. Sin embargo, el gobierno intervino una vez más a través del gobernador de San Luis Potosí, quien advirtió al dirigente de la Gran Liga que si no volvían a trabajar serían detenidos y encarcelados acusados de conspiración en contra del gobierno. Asimismo, el gobernador le hizo saber al dirigente que el presidente Díaz le mandaba recordar los trágicos sucesos de la matanza de Río Blanco acontecida un año antes. Con todo lo que implicaba cubrir los gastos para desplazarse a la capital de la República, el dirigente obrero salió a la Ciudad de México con la pretensión de lograr el apoyo presidencial, ante lo justo que consideraba sus demandas, pero sólo logró entrevistarse con el vicepresidente Ramón Corral, quien sostuvo la postura presidencial ante la insurgencia obrera. Ante la carencia de fuerza jurídica para sostener su huelga, la junta directiva del sindicato tuvo que regresar al trabajo y los ferrocarrileros reiniciaron jornadas después de haber puesto en jaque a la compañía con seis días de paro laboral. Todos los obreros fueron aceptados nuevamente por la compañía en sus puestos de trabajo, aunque paulatinamente fueron despedidos. Huelga textil de Tizapán La fábrica textil de Tizapán operaba a unos cuantos kilómetros del Castillo de Chapultepec. Una vez más, las jornadas prolongadas de trabajo, los bajos salarios y los abusos cometidos por los empresarios fueron el móvil de la acción obrera. Las demandas que el comité de huelga dirigió al gobierno de Díaz no sólo buscaban poner fin a los abusos cometidos por sus patrones sino que, dado su reciente origen fabril, consideraban la posibilidad de ser propietarios de algunas tierras al observar cómo éstas eran cedidas a extranjeros a cambio del «impulso» que daban a la economía del país. De esta expresión obrera Keneth Turner, en su obra México Bárbaro, recogió un documento de los huelguistas: Queridos compañeros.

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Por esta circular hacemos saber a todos los trabajadores de la República Mexicana que ninguna de las fábricas que existen en nuestro infortunado país ha mostrado hombres tan avaros como los fabricantes de La Hormiga, Tizapán, puesto que son peo/-es que ladrones de camino real; no sólo son ladrones sino tiranos y verdugos. Expliquémoslo con claridad. Aquí nos roban en pesas y medidas. Aquí nos explotan sin misericordia. Aquí nos imponen multas de $2 y $3 hasta el último centavo de nuestros salarios y nos despiden del trabajo a patadas y golpes. Pero lo más repugnante, ridículo y vil de todo ello es el descuento que se hace a los trabajadores de tres centavos semanarios para el sustento de los inútiles perros de fábrica. ¡Qué desgracia! ¿Quién puede vivir esa vida tan triste y degradante? Por lo expuesto parece que no vivimos en una República conquistada con la sangre de nuestros antepasados, sino más bien que habitamos una tierra de salvajes y brutales esclavistas, ¿Quién puede subsistir con salarios de $3 y $4 a la semana, descontados con multas, renta de casa y robos en el peso y las medidas? ¡No, mil veces no! Por tales circunstancias, pedimos a nuestra querida patria un fragmento de tierra que cultivar; de manera que no continuemos enriqueciendo al extranjero, traficante y explotador; que amontona oro a costa del fiel esfuerzo del pobre o infortunado trabajador. Protestamos contra este orden de cosas y no trabajaremos hasta que se nos garantice que las multas serán, abolidas, y también la manutención de perros, lo cual no debemos pagar nosotros, y que seremos tratados como trabajadores y no como desdichados esclavos de un extranjero. Confiamos en que nuestros compañeros nos ayudarán en esta lucha. EL COMITE. Tizapán, 7 de Marzo de 1909. La huelga de Tizapán fracasó. La fábrica reanudó labores sin haber cambiado sus políticas pero sí a sus obreros, aprovechando la abundante mano de obra y la necesidad de trabajo. Entrevista Díaz-Creelman En un contexto de creciente descontento con la gestión de Porfirio Díaz, entre los grupos más desfavorecidos se presentó una situación inesperada. Díaz concedió una entrevista a James Creelman, director del Pearson's Magazine —en marzo de 1908—, e hizo declaraciones que lo comprometieron gravemente, al asegurar que había subido al poder en un momento en el que no era posible establecer un gobierno democrático y reconocía haber hecho uso de la represión y la violencia para consolidar la paz, lo que era incuestionable, pero que se contradecía con los preceptos democráticos que decía respetar.

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«Hemos conservado la forma de gobierno republicano y democrático; hemos defendido y mantenido intacta la teoría; pero hemos adoptado en la administración de los negocios nacionales una política patriarcal, guiando y sosteniendo las tendencias populares, en el convencimiento de que bajo una paz forzosa, la educación, y el comercio desarrollarían elementos de estabilidad y unión. Además de esto, Díaz externó su deseo de abandonar la presidencia, pero dejando tras de sí bien cimentada la paz: «He esperado con paciencia el día en que la República de México esté preparada para escoger y cambiar sus gobernantes en cada periodo sin peligro de guerra, ni daño al crédito ni al progreso nacionales. Creo que ese día ha llegado!...] Tengo firme resolución de separarme del poder al expirar ni periodo, cuando cumpla ochenta años de edad, sin tener en cuenta lo que mis amigos y sostenedores opinen, y no volveré a ejercer la Presidencia[...] Si en la República llegase a surgir un partido de oposición, lo vería yo como una bendición y no como un mal, y si ese partido desarrollara poder, no para explotar, sino para dirigir, yo le acogería, le apoyaría, le aconsejaría y me consagraría a la inauguración feliz de un gobierno completamente democrático». Difícilmente Díaz pudo imaginar la trascendencia que sus declaraciones pudieran tener dentro de una población que consideraba completamente dominada. La primera versión en español de estas expresiones fue publicada en Colombia, en el diario de Bogotá llamado La Ilustración. Posteriormente, El Imparcial, periódico de México, tradujo y publicó la versión de la conferencia, incluyendo algunos comentarios de Creelman. La oportunidad impensada apareció y por medios partidistas se presentaron las primeras respuestas. Clubes y partidos políticos Una vez conocida la información que Díaz había ofrecido a Creelman y ante la proximidad de efectuar la elección presidencial de México en 1910, diversos y dispersos grupos políticos especulaban al respecto. En 1909 ya no sólo los sectores empobrecidos evidenciaban su malestar ante sus miserables condiciones de vida y trabajo, sino que surgieron, desde las clases medias y ciertos sectores de una incipiente burguesía nacionalista, clubes para discutir la situación política mexicana. Para las elecciones presidenciales de 1910 algunos grupos consideraron viable la postulación del general Bernardo Reyes como candidato a la vicepresidencia, junto a Porfirio Díaz, pero el viejo presidente no admitió tal posibilidad y «prácticamente» lo desterró de México. Esos grupos, sobre todo detractores de los científicos y con fuerte presencia en el norte, se quedaron sin dirigente. También en Chihuahua Abraham González organizó un club antirreleccionista llamado Benito Juárez, con la pretensión de formar corrientes de opinión contra la dictadura. Pero no sólo en el norte; en el estado de Morelos unos campesinos se organizaban para recuperar sus tierras y nombraban a Emiliano Zapata representante de la Junta de Defensa Agraria de Anenecuilco, con base en sus usos y costumbres, para recuperar sus tierras. Muy cerca, en Puebla, Aquiles Serdán y su

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hermana Carmen se involucraban en el movimiento antirreleccionista. Para abril de 1910 se realiza una convención nacional de opositores a Díaz, con Francisco I. Madero como principal organizador. Madero había nacido en el estado de Coahuila y era miembro de una de las familias más adineradas de México. Después de estudiar derecho en Francia, había regresado a su país natal en 1892 para hacerse cargo de una de las haciendas de su padre, donde empezó a innovar algunas prácticas surgidas de sus ideas democráticas, en combinación con un enfoque económico práctico e ideas filantrópicas explícitas. Comenzó por aumentar los salarios de sus trabajadores agrícolas, los sometió a exámenes médicos periódicos e introdujo la instrucción obligatoria, de manera que el nivel de vida que se gozaba en su hacienda era muy superior al que prevalecía en las haciendas vecinas. Pero si esas prácticas le generaron reconocimiento y animadversiones en el ámbito regional, Madero se convirtió en una figura nacional en 1908, cuando publicó su libro La Sucesión Presidencial de 1910. En éste afirmó que los problemas fundamentales de México eran el absolutismo y el poder irrestricto de un hombre. Sólo la introducción de la democracia parlamentaria —decía— en un sistema de elecciones libres y la independencia de la prensa y los tribunales serían capaces de transformar a México en un estado democrático moderno. Este libro fue escrito con gran cautcla; aunque criticaba al sistema porfirista, alababa las cualidades personales del dictador. Se pronunció en contra de las concesiones excesivas a los extranjeros y reprochó a Díaz su blandura con los Estados Unidos, pero no atacaba al sistema social imperante. Aunque Ma-dero presentó argumentos en contra de ciertos subproductos del sistema agrícola, tales como el analfabetismo, el fomento del alcoholismo en los peones por los terratenientes y la deportación de indios rebeldes, no lo hizo contra el sistema mismo. No tocaba el tema de la reforma agraria y apenas mencionó el de las malas condiciones de vida de los obreros industriales y la forma en que se les perseguía; Madero se expresaba más concretamente y con menor ambigüedad con respecto a este tema que cuando hablaba del campesinado. La diferencia en su actitud frente a ambos problemas reflejaba el carácter primordialmente agrario de la mayoría de la burguesía mexicana. El libro de Madero, más que un análisis de la situación, era un programa que llamaba a formar un partido antirreeleccionista. El movimiento que encabezó Madero como candidato presidencial en las elecciones de 1910 logró hacerse de una base, tanto en las clases bajas como en las altas y, aparte del Partido Liberal, constituía la única oposición real a Díaz. Madero jamás había ejercido ningún cargo en el gobierno de Díaz y eso contribuyó a la creciente popularidad de su partido entre los obreros y campesinos, a pesar de la falta de un programa de reformas sociales y económicas. La fuerza del movimiento también logró atraer a un ala de la burguesía opositora después de la retirada forzada del general Bernardo Reyes. El creciente apoyo para Madero movió al gobierno de Díaz a tomar medidas más drásticas. Se intensificó la persecución contra su persona, se declararon ilegales las reuniones de su partido y Madero fue detenido poco antes de las elecciones y enviado a prisión en San Luis potosí. Los comicios se realizaron como de costumbre, y Díaz fue declarado vencedor a la edad de ochenta años.

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BLOQUE 4

LA REVOLUCION MEXICANA (1910-1917). UNIDAD DE COMPETENCIA Mencionar los acontecimientos mas importantes que ocasionaron el inicio de la Revolucion Mexicana y las repercusiones que genero en la vida social del país y de su comunidad.

4.1 Etapas de la Revolución Mexicana Elecciones presidenciales de 1910 En el mes de junio de1910 se efectuarían las elecciones federales para ocupar el cargo de presidente y vicepresidente de México. Como años atrás, se vivía una ficción democrática debido a que Porfirio Díaz era nuevamente postulado para la primera magistratura, y lo mas que podía modificarse era el nombre de quien se elegiría como complemento en la fórmula electoral. Por ello el partido científico postulaba a Ramón corral como compañero de Díaz, y el partido porfirista a Teodoro A. Dehesa. La gran sorpresa se registro cuando Francisco I. Madero organizo el partido Antirreeleccionista y se presento como candidato presidencial para el periodo 1910-1916. Madero había recorrido algunos estados de la republica mexicana y logro adeptos importantes, entre ellos Francisco Vázquez Gómez, quien completo la propuesta de su partido y era conocedor del descontento Hacia Díaz, pues el mismo se había distanciado del dictador. Después de vencer obstáculos diversos en los distintos sitios donde los maderistas realizaban sus mítines, de ser perseguidos por las autoridades fieles al régimen y de atreverse a celebrar una reunión nacional en abril de 1910, los detractores de Díaz y de sus grupos de protegidos, llegaron a concretar los preceptos que unificarían a los agraviados: sufragio efectivo no reelección. Antes de la realización de las elecciones Madero fue acusado de «incitar a la rebelión» y se le encarceló en Monterrey durante 45 días, lapso durante el cual se realizó la votación. Para el día 21 de agosto Porfirio Díaz y Ramón Corral fueron declarados vencedores. La vía legal no había dado los resultados esperados por los anti reeleccionistas, que consideraron posible modificar el estilo de gobierno a través del proceso electoral. Sin embargo, ese hecho los orilló a considerar otra vía de acceso al poder, y convinieron en alzarse en armas.

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Maderismo Campaña presidencial de Madero y el Plan de San Luis Francisco 1. Madero, el opositor que realizó una campaña política para enfrentar a Porfirio Díaz en las elecciones de 1910 y por lo cual fue arrestado, logró escapar de su prisión en San Luis Potosí al comenzar octubre de 1910 y se refugió en San Antonio, Texas, junto con otros anti reeleccionistas: Roque Estrada, Federico González Garza, Juan Sánchez Azcona y Enrique Bordes. Entre todos prepararon las bases financiera, militar e ideológica de la revolución armada, que simultáneamente se iniciaría el 20 de noviembre en diversos puntos de México, con Madero como caudillo y el Plan de San Luis como bandera. El propio Madero se proponía cruzar la frontera la noche del 19 de noviembre para ponerse al frente del movimiento armado, pero las autoridades porfiristas descubrieron la conspiración en la capital a mediados del mismo mes y aprehendieron a sus principales jefes, decomisándoles armas y sobre todo correspondencia y listas de comprometidos, que les permitieron hacer otros arrestos en varias partes del país y asesinar, en Puebla, a Aquiles Serdán. Ya sea porque el movimiento quedó sin cabeza en varias localidades o por el temor a represalias, los revolucionarios adoptaron una actitud cautelosa y hacia el 22 de noviembre sólo se habían registrado brotes armados en algunos estados. Pero antes de concluir el año y durante los dos primeros meses de 1911, en el norte y oeste se sucedieron levantamientos al mando de Cástulo Herrera, Toribio Ortega, Guillermo Vaca, José María Maytorena, y de otros que anteriormente tuvieron contactos de diversos grados con el Partido Liberal Mexicano. Desde un principio el foco más importante de la revolución fue Chihuahua, estado e los maderistas coincidieron con los miembros activos del Partido Liberal Mexicano y figura que se consolidaría posteriormente: Francisco Villa. Así, sumando brotes inconexos y dispersos bajo el Plan de San Luis, éste comenzó aglutinar a los «revolucionarios» bajo criterios muy bien definidos:

1. La ascensión de Madero a la presidencia provisional.

2. El desconocimiento de los poderes federales.

3. La restitución de terrenos a pueblos y comunidades despojados.

4. La libertad de los presos políticos. En particular, su artículo 3o. llenó de esperanzas a los pueblos de Morelos, que durante el Porfiriato fueron despojados de sus derechos sobre tierras y aguas por los terratenientes cultivadores de caña. Si bien a finales de 1910 sólo habían surgido algunos levantamientos esporádicos en el norte del país, en Villa de Ayala conspiraba un grupo encabezado por el maestro de escuela Pablo Torres Burgos y por Emiliano Zapata, presidente del Comité de

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Defensa de los pueblos de Anenecuilco-Ayala-Moyotepec, estado de Morelos, quienes se lanzaron a la revolución maderista el 11 de marzo de 1911. A los pocos días, Torres Burgos fue capturado y ejecutado por fuerzas federales, y el mando de los revolucionarios recayó en Zapata, contando con el apoyo económico de Gildardo Magaña, hijo del principal comerciante liberal de Zamora, Michoacán. Otros que se sumaron al movimiento fueron Amador Salazar, primo de Zapata, vaquero y peón; Felipe Neri, ex fogonero de la hacienda de Chinameca; Genovevo de la O, dirigente del pueblo de Santa María, y el maestro de escuela Otilio Montaño, quienes tomaron varias poblaciones de Morelos y sitiaron Cuautla, finalmente evacuada por los federales el 19 de mayo. Así la revolución se manifestaba en el centro y en el norte del país. Chihuahua y el norte de Durango siguieron siendo el foco más importante del movimiento, puesto que Madero había establecido su cuartel general en Bustillos, Chihuahua, y se le unieron Pascual Orozco y Francisco Villa, quienes planearon el sitio de Ciudad Juárez para el 15 de abril. Por esos días elementos del Partido Liberal, sumados al maderismo, tomaron Tijuana. Ante las característi-cas que tomaba el proceso revolucionario ciertos allegados de Porfirio Díaz intentaron entrar en negociaciones con los revolucionarios, pero tales intentos no se concretaron y la victoria de Orozco y Villa, en Ciudad Juárez —aún desconociendo las órdenes de Madero de no atacar—, decidieron la lucha a favor de los insurrectos. Madero, ya al frente del ejército vencedor, convino con los representantes de Díaz en re-nunciar a la presidencia provisional de México —contrariando lo establecido en el Plan de San Luis—, al mismo tiempo que el todavía presidente constitucional renunciaba a su cargo. En ese momento Francisco León de la Barra, ministro de Relaciones Exteriores de la administración porfirista, asumía la presidencia interina para pacificar al país y convocar a nuevas elecciones presidenciales; igualmente se aceptó la amnistía por delitos de «sedición» y el licenciamiento de las fuerzas revolucionarias. El régimen de más de 30 años en el poder perdía a su principal figura pero, dada la perspectiva demócrata de Madero, se le permitiría abandonar el país. En unos cuantos meses los revolucionarios habían alcanzado uno de sus propósitos: derrotar a Porfirio Díaz, pero lo estipulado en el armisticio de Ciudad Juárez no era lo que el Plan de San Luis había establecido. El 31 de mayo de 1911 Porfirio Díaz partió al exilio. Período de gobierno Cuando Porfirio Díaz salió de México por el puerto de Veracruz en el barco «Ipiranga», dejaba tras de sí un país que necesitaba fuertes cambios para hacer evidente a los revolucionarios que su lucha ofrecía satisfacción a sus demandas. Una vez que Madero retornó a la capital de la República como el coordinador de las fuerzas que habían derrotado a Díaz, intentó una negociación con los grupos que se le sumaron, para lo cual se entrevistó con Emiliano Zapata, obteniendo de éste la exigencia de la devolución de la tierra a sus legítimos propietarios y el cumplimiento de las promesas de la Revolución. Madero respondió con el argumento de la deposición de las armas y la necesidad de prudencia y apego a los términos del armisticio de Ciudad Juárez. En consecuencia, Francisco León de la Barra fue presidente interino y permitió al gobernador del estado de Morelos seguir hostigando a los zapatistas al grado de nombrar a Victoriano Huerta comisionado para enfrentarlos; la única solución que les dejaba a los revolucionarios morelenses era el licenciamiento, esto es, la entrega de las armas.

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Por otra parte, un grupo de maderistas señalaba que el problema del país era, en esencia, económico y social y no solamente político. Las críticas recibieron como respuesta la determinación de Madero de disolver el Partido Nacional Antirreleccionista y crear el Partido Constitucional Progresista, postulando a José María Pino Suárez como candidato a la vicepresidencia mexicana en correspondencia a su adhesión —desde 1910—, cuando quedó al frente de los maderistas en Tabasco y Yucatán. Los revolucionarios se dividían cada vez más, mientras que en Veracruz, al igual que en Puebla y otros estados, la vida transcurría como si siguiera gobernando Porfirio Díaz; pero las cosas cambiaron cuando llegó el momento de las elecciones presidenciales. Los integrantes del Partido Liberal Mexicano, con los Flores Magón como principales figuras, demandaban acciones más radicales para transformar las estructuras socioeconómicas impuestas por el Porfiriato; los antiguos reyistas buscaban espacios para mantener su jerarquía en el Ejército; los zapatistas querían la rápida restitución de sus tierras, y los «progresistas» querían una vía hacia la democracia política. Madero y Pino Suárez impusieron sus perspectivas y resultaron electos como las autoridades máximas del país. Al asumir la presidencia de la República el 6 de noviembre de 1911, y respetando los acuerdos de Ciudad Juárez, Madero mantuvo a la antigua oficialidad porfirista dentro del Ejército federal lo que, según Katz, fue la principal causa de su posterior derrocamiento, pues en toda la historia de América Latina ningún gobierno que hubiera intentado llevar a cabo una transformación social lo logró sin haber destituido al ejército opositor. Pero Madero no quería llevar a cabo una transformación social. Se proponía mantener el mismo estado económico y social del Porfiriato y transformar únicamente la estructura política. Estaba plenamente convencido de que los intereses de la clase a la que pertenecía y representaba, la de los terratenientes industriales y liberales del norte del país, eran los intereses de todo México. La gestión gubernamental de Madero no fue fácil, pues su percepción de que México debía ser un país que gradualmente transitara hacia la democracia lo llevó a no responder con la rapidez adecuada a sus antiguos compañeros revolucionarios y a ser muy conciliador con representantes del porfirismo que, aun vencidos, dominaban ciertos aspectos de la vida del país. Además la impresionante tolerancia con los dueños de los periódicos más importantes y reaccionarios de la época le impidieron la necesaria estabilidad social interna para avanzar. Con el fin de proteger la prosperidad y la estabilidad, el nuevo régimen consideró prioritario preservar tanto el sistema de las haciendas como el flujo continuo de inversiones extranjeras y, desde su perspectiva, un ejército profesional podría garantizar esos requerimientos y no un ejército constituido por campesinos armados. Estas consideraciones no eran aceptadas por los distintos grupos que habían luchado contra Díaz. Así, desde mayo de 1911, los hermanos Flores Magón habían roto la alianza efectuada con Madero, pero la diferencia más seria se presentó con las fuerzas de Emiliano Zapata. Asimismo, su posición nacionalista ante las

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compañías petroleras extranjeras, tanto de los Estados Unidos como de Gran Bretaña, al intentar cobrarles leves gravámenes que no estaban dispuestos a pagar, así como la intromisión desmedida del representante del gobierno de los Estados Unidos, Henry Lane Wilson, en la política mexicana, le acarrearon presiones externas que no podía soportar un incipiente gobierno. Movimientos de oposición

1. Plan de Ayala Una parte considerable de las fuerzas revolucionarias tenían un origen campesino, y en el centro y sur del país también los hombres y mujeres que habían apoyado a Madero eran, además, indígenas. El grupo más importante, encabezado por Emiliano Zapata, se sumó a la revolución creyendo que se les devolverían sus tierras, puesto que para ellos no sólo tenían un valor económico sino también simbólico. Desde el momento en que Madero no dio una respuesta en el sentido estipulado en el Plan de San Luis, las diferencias se presentaron; pero cuando se les consideró facinerosos por no deponer las armas la ruptura fue total. Los antiguos aliados del nuevo presidente —emanado de la Revolución— frieron proscritos, tratados como bandidos y asesinos. El general Emiliano Zapata, junto con Otilio Montaño y otros colaboradores, consideraron la necesidad de organizar su perspectiva de lo que ocurría bajo la presidencia de Madero y redactaron el Plan Libertador de los hijos del Estado de Morelos, o Plan de Ayala, para explicitar el porqué de su determinación de combatir al presidente Madero. Los zapatistas se consideraron defraudados en sus legítimas demandas y, además de desconocer a Madero y Pino Suárez como autoridades, declararon que entrarían en posesión de «los terrenos, montes y aguas que hubieran sido usurpados por los hacendados, científicos o caciques», si bien consideraron que quienes comprobaran derechos legítimos podrían abrir «juicios legales» en los futuros tribunales que la nueva revolución establecería a su triunfo y, también, pretendieron expropiar tierras —mediante pago— para ellos mismos cuando su causa fuera victoriosa. Cuando tales realidades se cumplieran los campesinos de raigambre indígena considerarían satisfechas sus expectativas. Esos eran los elementos centrales de su propia revolución, y así lo establecieron el 28 de noviembre de 1911. El Plan de Ayala se convirtió en su estandarte, casi de forma religiosa. Un artículo más del Plan establecía que seguían reconociendo a Pascual Orozco como un jefe revolucionario con quien compartían ideales pues, durante su adhesión al maderismo, lo había hecho por la vertiente vinculada a los Flores Magón, quienes tenían mucha incidencia en el zapatismo. Madero se volvió contra ellos y abrió una profunda distancia con sus antiguos compañeros.

2. Levantamiento de Pascual Orozco El armisticio de Ciudad Juárez tampoco fue adecuado para Pascual Orozco, pues gracias a

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él y a Francisco Villa el ejército porfirista fue vencido, pero casi de inmediato sus tropas —y él mismo—fueron llamados a entregar las armas a los representantes de Madero en Chihuahua. Orozco tenía intenciones de llegar a la gubernatura de su estado natal, pero no fue considerado para tal cargo; por el contrario, se le minimizó. Buena parte de las tropas «orozquistas» fueron retribuidas con unos cuantos pesos y conminadas a regresar a sus lugares de origen. Las tropas de Chihuahua que estaban bajo sus órdenes tenían distintos orígenes y, por lo mismo, no se aglutinaban bajo un conjunto estructurado de ideas, pero su cercanía con los magonistas les hacía retomar demandas de otros grupos, como la de los zapatistas, que reclamaban su derecho a la tierra. Para marzo de 1912, y apoyado por ciertos grupos políticos locales muy cercanos a las antiguas oligarquías tradicionales (como los Creel y los Terrazas), Orozco se levantó en armas contra el gobierno de Madero firmando un documento que se conoció como el Plan de la Empacadora, que, primordialmente, acusaba al nuevo presidente de violentar lo establecido en el Plan de San Luis, así como de incumplir con el ofrecimiento de devolver la tierra a sus legítimos dueños —por lo que se sumaban al Plan de Ayala— y de mantener un sistema de privilegios muy similar al de Porfirio Díaz. Algunas de las partidas de revolucionarios que unos meses atrás se le sumaron, al no ver satisfechas sus demandas de forma inmediata, volvieron a estar bajo sus órdenes. Así, Francisco I. Madero ordenó a Victoriano Huerta combatir a Orozco hasta Chihuahua, y después de cinco meses de combate logró derrotarlo, pero no apresarlo, pues pudo huir hacia Estados Unidos. En la misma zona que le había dado el triunfo a los maderistas se reprimía a antiguos compañeros de armas. También a nivel regional se temía a un ejército indisciplinado y con pretensiones distintas a la sola demanda de la democracia política.

3. Levantamiento de Félix Díaz Otro foco de insurrección contra Madero lo acaudilló Félix Díaz, sobrino de don Porfirio, quien en octubre de 1912 le creó al primer gobierno revolucionario un conflicto más que atender. Pero si Zapata y Orozco representaban a sectores populares que habían apoyado a Madero, «los felicitas» surgían de los grupos más conservadores y su principal organizador buscaba el apoyo de los militares de carrera. Así, el 16 de octubre lanzó el llamado “Plan Felicista”. La proclama de Díaz, con toda intención, evidenciaba las diferencias entre los antiguos

compañeros de lucha para tratar de atraerlos a su propia guerra contra Madero. Su insurrección inició en el puerto de Veracruz, y con una semana fue sofocada por las fuerzas leales al presidente. Se le hizo prisionero pero se le conmutó la pena de muerte. Madero mismo lo hizo, y se remitió a la ciudad de México, a la prisión conocida como El Palacio Negro de Lecumberri.

4. La Decena Trágica La gestión presidencial de Madero se

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desarrollaba cercada por múltiples presiones, tanto internas como externas, y no eran pocos los puntos de conflicto. Así, a inicios de febrero de 1913 se supo de un nuevo brote de rebelión preparado para estallar en la misma Ciudad de México y que era encabezado por Gregoriorio Ruiz y Manuel Mondragón, generales porfiristas. Evidentemente sectores del Ejército deseaban otro presidente y, el 9 de febrero de 1913, inició lo que se designaría como «La Decena Trágica». El general Mondragón, como parte del operativo golpista, llevó a sus oficiales y soldados a liberar al general Bernardo Reyes y a Félix Díaz para sumar a más grupos contrarios al presidente y que contaban con cierto prestigio. Con la liberación, resultado de enfrentamientos armados en dos sitios de la capital del país, la población supo que lo que estaba por ocurrir era grave Enterado Madero decidió dirigirse hacia el Palacio Nacional, desde el Castillo de Chapultepec, para ponerse al mando de la resistencia. En el trayecto lo acompañaron elementos del Heroico Colegio Militar, acto conocido desde entonces como la Marcha de la Lealtad, y si bien sufrieron un atentado salieron adelante. Ante la información recibida el Presidente consideró necesario buscar ayuda del general Felipe Ángeles, ubicado en el estado de Morelos, y se dirigió a Cuernavaca para tratar el asunto personalmente. Obtuvo Madero la respuesta deseada y retornó a la Ciudad de México, en donde Félix Díaz ya se había posicionado de un sitio estratégico para los insubordinados llamado «La Ciudadela». Bernardo Reyes resultó muerto en otro combate cuando se dirigió hacia el zócalo. Ante la premura de repeler a los insubordinados y sin escuchar las advertencias que su mismo hermano le hizo, Madero nombró a Victoriano Huerta responsable de la defensa. Las calles de la ciudad fueron escenario de combates entre las fuerzas leales al gobierno y el golpista, donde resultaron muertos varias decenas de pobladores que no estaban involucrados directamente con alguno de los bandos. Asimismo, múltiples afectados y el terror apareció. Esa situación era la esperada por Henry Lane Wilson embajador de Estados Unidos, quien se dirigió ante el secretario de Relaciones Internacionales de México, junto con los embajadores de Alemania y de España garantías para sus connacionales. Las horas pasaban y no parecía lógico que el ejército leal a Madero no pudiera sofocar la rebelión. Entonces Gustavo Madero tuvo la certeza de la traición de Huerta y se lo hizo saber al Presidente. Aun así, éste le dio al responsable de sus fuerzas la oportunidad de responder a las acusaciones y aceptó su justificación. Los días de combate habían sembrando inseguridad, pues se registraron cañonazos, ráfagas de ametralladoras, más muertos inocentes y la presión de Wilson se incrementaba al grado de exigirle a Madero y a Pino Suárez sus renuncias.

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Para el día 18 se dio una reunión directa entre Félix Díaz y Victoriano Huerta en la sede de la embajada de Estados Unidos, donde estuvo Wilson, para llegar a determinados acuerdos: Huerta se comprometía a hacer prisioneros a Madero y a Pino Suárez y a desconocerlos como representantes legítimos. Inmediatamente Huerta sería nombrado presidente interino y convocaría a elecciones para que, mediante ese proceso, Félix Díaz ascendiera a presidente constitucional. Los Estados Unidos reconocerían al nuevo gobierno. Al día siguiente los representantes del legítimo gobierno de México fueron hechos prisioneros. Se les exigió firmar sus renuncias pero no accedieron. El embajador de Cuba intervino ante los golpistas para proteger sus vidas, pero no obtuvo los resultados deseados. Doña Sara, esposa de Madero, pidió a Wilson su intermediación para que se respetara la vida de los prisioneros, pero la respuesta fue que no podía intervenir en los asuntos internos de México. Ese 19 de febrero se cumplieron los 10 días que los golpistas necesitaron para derrotar al primer gobierno emanado de la Revolución. El día 20 Huerta fue nombrado presidente de México. Dos días después Madero y Pino Suárez murieron asesinados por órdenes del general Mondragón. Huertismo Gobierno de Victoriano Huerta, Plan de Guadalupe y movimiento constitucionalista Las campanas de la catedral echadas a vuelo anunciaron el cese de la lucha contra Madero. Huerta comunicó esos hechos al embajador de Estados Unidos, quien había estado muy pendiente de los sucesos. Asimismo, se comunicó con los gobernadores de los estados para informarles que se había hecho cargo del Poder Ejecutivo y los exhortaba a cooperar con su gobierno. La mayoría adoptó una actitud sumisa ante el usurpador, no así el gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza, secundado posteriormente por el de Sonora, Ignacio L. Pesqueira, quien cubría un interinato. Al concluir la «Decena Trágica», señala Katz, algunos sectores poblacionales de la capital se lanzaron jubilosos a las calles, adornaron sus casas para festejar la victoria, y en unión de la prensa se complacieron en proclamar las glorias de los vencedores y en condenar a los caídos. La alta burguesía, integrada por grandes terratenientes, banqueros acaudalados, ricos comerciantes e industriales, no sólo vio el fin de aquellos días de pesadilla, sino el término de dos años de inquietud y zozobra, pues confiaba en que el nuevo gobierno restablecería las condiciones políticas, sociales y económicas en las cuales había

prosperado. Victoriano Huerta se instaló en Palacio Nacional el 20 de febrero, y Pascual Orozco, anteriormente combatido por el «presidente de facto», decidió sumarse a sus filas (así como los 4000 hombres que comandaba), lo que motivó a los zapatistas a romper una vieja alianza establecida con él. La situación en el estado de Morelos se modificó, pues las tropas que habían mantenido buenas relaciones con Orozco no aceptaron a Huerta y, ante ello, se reorganizaron: le dieron al alto mando carácter de Junta Revolucionaria del Centro y Sur de la república, con Zapata al frente y Manuel Palafox de secretario; asimismo, reglamentaron a un ejército que les permitió

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incursionar en los alrededores de la Ciudad de México. Allí se mantenía la insurrección, primero contra Madero y, para tales fechas, contra Huerta. En la frontera norte del país también se dio una respuesta de repudio al golpe de estado, encabezada por Venustiano Carranza, terrateniente de Coahuila y antiguo colaborador de Madero. Aun con tales descontentos en su contra Huerta se aferraba al poder e iniciaba una administración caracterizada por la represión. Sólo un mes después de su ascenso a la presidencia, desde Coahuila, Venustiano Carranza llamó a desconocer cualquier autoridad surgida, o avalada, por los asesinos del presidente Madero, bajo lo que se firmó como el Plan de Guadalupe. Nuevamente desde el norte del país surgía la lucha contra un dictador con un documento que dejaba en claro sus acuerdos básicos: rechazo a Huerta y a quienes lo secundaran a nivel de los poderes Legislativo y Judicial, así como a los gobernadores que no lo repudiaran, y garantía de elecciones presidenciales cuando llegara el triunfo de los revolucionarios. El Plan reconocía a Carranza como «Primer Jefe del Ejército Constitucionalista» y estipuló que al triunfo se nombraría un presidente interino —Carranza o quien lo sustituyese en el mando—que convocaría a elecciones. Desde abril de 1913 el llamado de Carranza recibía respuestas afirmativas de antiguos revolucionarios. Poco a poco el nuevo ejército comenzaba a formarse y agruparse para sustentar el Plan de Guadalupe, que, también señalaba, se apegaba a los preceptos de la Constitución de 1857 que sólo validaban la instauración de un gobierno surgido de elecciones. El movimiento contra Huerta, así, se proclamaba en defensa de la Constitución y lucharía porque la vida política del país se rigiera por tal normatividad. El constitucionalismo había surgido.

Nuevamente apareció en Chihuahua Francisco Villa, quien estuvo a punto de ser fusilado por órdenes de Huerta; había estado en prisión en la Ciudad de México; salió del país para evitar su captura y regresó para sumarse al nuevo Ejército Constitucionalista. Sus importantes triunfos llevaron a Carranza a reconocerle el grado de general brigadier, al igual que a Álvaro Obregón, que por sus victorias en Sonora aparecía como figura importante en la costa del Pacífico. En pocos días la revolución contra Huerta empezaba a estructurarse. Conjuntamente a estos hechos, Woodrow Wilson, presidente de Estados Unidos que sustituía a William Taft en esos primeros meses de 1913, le pidió su renuncia al embajador Henry L. Wilson en julio de 1913 y envió a México a Jonh Lind, su representante personal, con la

pretensión de obligar a Huerta a renunciar, pues no estaba dispuesto a reconocer a un gobierno emanado de un golpe de estado. Como medida de presión el gobierno estadounidense decretó no permitir la exportación de armas a México. De esta forma Victoriano Huerta veía crecer las fuerzas contrarias a su gobierno desde dentro y fuera del país.

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Para finales de septiembre importantes grupos armados se unieron para formar la División del Norte del Ejército Constitucionalista, a las órdenes de Francisco Villa, mientras que en el centro de la República se intentaba controlar a la población por medio del terror, y Huerta realizaba acciones que acrecentaban la animadversión hacia su persona. Así, Belisario Domínguez, senador chiapaneco, haciendo uso de su representatividad, solicitó a la Cámara Alta dar lectura a varios escritos que había redactado; en el primero le reprochaba a Huerta el origen espurio de su gobierno, la ausencia de paz en el país, el hambre y la miseria popular, la depreciación de la moneda y la falta de crédito para México. En otro lo hacía responsable de la persecución sufrida por los campesinos de Morelos; resaltaba su incapacidad para gobernar y criticaba su política de militarización, solicitando al Senado que lo comisionara para pedir su renuncia al dictador. Los legisladores, por temor, no le permitieron la lectura de sus discursos, por lo que Domínguez los hizo imprimir y circular. La noche del 7 de octubre el senador fue aprehendido en el hotel donde se hospedaba. Al no tenerse noticias de su paradero, los diputados chiapanecos, en la sesión del día 9, solicitaron se preguntara al Presidente acerca de la desaparición del senador, y en tanto no se obtuviera la respuesta requerida, la Cámara de Diputados sesionaría permanentemente. El 10 de octubre Huerta envió a Manuel Garza Aldape, secretario de Gobernación, a la Cámara de Diputados para convencerlos de la revocación del acuerdo. Al ser rechazada su petición ordenó aprehender a los 83 legisladores y conducirlos a la penitenciaría. Se impuso una Cámara de Senadores que se declaró en receso mientras se violara la Constitución. De esa forma el Congreso quedaba disuelto. El senador Domínguez apareció asesinado en el cementerio de Coyoacán un día después de su captura. Al día siguiente de haber disuelto el Congreso, detalla Katz, Huerta expidió un manifiesto a la nación y tres decretos con el propósito de justificarse. En el primero se erigió en dictador al privar del fuero a los miembros de la XXVI Legislatura. En el segundo, precisó que el Poder Judicial de la Federación continuaba funcionando en los términos establecidos por la Constitución General de la República, y con el tercero pretendió legalizar el golpe de estado. Con lo que no había contado Huerta era con la influencia del entorno internacional, pues la inminencia de una nueva guerra en Europa ocupaba a los ingleses y éstos dejaron de prestarle apoyo, así como los estadounidenses, quienes decidieron hostilizarlo dentro del propio territorio mexicano. Invasión norteamericana a Veracruz de 1914 El gobierno de Estados Unidos decidió intervenir militarmente en México y se aprovechó un incidente: siete marinos y un oficial del barco norteamericano «Dolphin» fueron detenidos en el puerto de Tampico, el 9 de abril de 1914, por alterar el orden público. El general Ignacio Morelos Zaragoza los puso en libertad y dio cumplida disculpa al almirante Mayo, jefe de la escuadra, quien no quedó conforme y exigió una excusa oficial y que la bandera de los Estados Unidos fuera izada y saludada por 21 cañonazos. El presidente W. Wilson apoyó tal

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demanda, pero Huerta la rechazó. Al no cumplirse estas exigencias, Wilson ordenó la ocupación de Veracruz, donde no se estaba preparado para rechazar un movimiento de tal tipo, y donde las fuerzas seguidoras de Carranza no eran tan fuertes como en el norte. Fletcher, comandante de la poderosa flota estadounidense, sin previo aviso ni declaración de guerra, atacó la ciudad porteña e impidió que el barco alemán «Ipiranga» descargara armas y municiones destinadas al ejército federal. Veracruz cayó en poder de los «marines» norteamericanos el 21 de abril de 1914, siendo superada la resistencia del pueblo y de los cadetes de la Escuela Naval, donde murieron José Azueta y Virgilio Uribe, que enfrentaron a una escuadra que sumaba 44 embarcaciones diseñadas exclusivamente para el combate. Victoriano Huerta no preparó al Ejército mexicano para rechazar la intervención, más preocupado por defenderse de los ejércitos jefaturados por Venustiano Carranza. Ante estos acontecimientos fue Carranza quien envió al presidente Wilson una nota en la que reprobaba el hecho y no evadía la posibilidad de un enfrentamiento: «[...] Mas la invasión de nuestro territorio, la permanencia de vuestras fuerzas en el puerto de Veracruz, o la violación de los derechos que informan nuestra existencia como Estado soberano, libre e independiente, sí nos arrastrarían a una guerra desigual, pero digna, que hasta hoy queremos evitar». México recibió el apoyo anti intervencionista de Argentina, Brasil y Chile, y dentro de su territorio se hizo evidente un sentimiento antiestadounidense, por lo que el gobierno de Wilson se vio obligado a buscar una solución diplomática y a aceptarla, retirando sus tropas de tierras mexicanas después de seis meses.

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En junio de 1914, cuando los ejércitos revolucionarios marchaban victoriosos hacia la capital de la Republica y el ejército federal no podía sostener al gobierno huertista, se presentaron fuertes divergencias entre Villa y Carranza. Cada uno de ellos quería ser el primero en llegar a la Ciudad de México. Para frenar el avance de Villa, Carranza le pidió 5 000 hombres para reforzar a los revolucionarios que habían estado atacando sin éxito, la ciudad de Zacatecas. Villa, cuya desconfianza hacia Carranza se hacía cada vez mayor, se negó a dividir su ejército, pero se declaró dispuesto a avanzar sobre Zacatecas con todas sus fuerzas armadas. Cuando el Primer Jefe insistió en su demanda, Villa ofreció su renuncia, la cual fue aceptada de inmediato. La oficialidad de la División del Norte, sin embargo, se opuso a la renuncia de su jefe e instó a aquél a permanecer en su puesto. Acto seguido, Carranza le suspendió a Villa el abastecimiento de carbón y armas, lo cual le impidió continuar su avance sobre la capital. La conducta de Carranza contra Villa suscitó fuertes protestas dentro de su propio ejército dado que Huerta aún no había sido definitivamente derrotado y los Estados Unidos parecían intentar, mediante la negociación, mantener a las autoridades huertistas. Los generales carrancistas tenían plena conciencia de las consecuencias negativas que hubieran podido derivarse de un enfrentamiento abierto con Villa. También entre los soldados hubiera sido sumamente impopular una lucha contra «el Centauro del Norte». Esta oposición obligó a Carranza a aceptar que una delegación de otro de sus ejércitos, el Ejército del noroeste, mandado por Pablo González, negociara con Villa. Como resultado de estas pláticas Villa fue confirmado comandante de la División del Norte, así como sus funcionarios aceptados y ratificados. Además, se recomendó a Carranza formar un gabinete de gobierno donde la mitad de los integrantes fueran propuestos por Villa. A pesar de este acuerdo, la desconfianza de Villa hacia Carranza continuó creciendo y se vio confirmada, sobre todo por la ocupación unilateral de la capital del país por las tropas constitucionalistas pero comandadas por Álvaro Obregón. Mientras tanto, Francisco S. Carvajal, sucesor de Huerta —quien abandonó el gobierno ante el inminente triunfo carrancista— había intentado, con el apoyo del gobierno norteamericano, llegar a un compromiso con Carranza. Después de que esos esfuerzos fracasaron, Carvajal renunció a principios de agosto y transfirió sus facultades al jefe de la policía de la Ciudad de México, Eduardo Iturbide. El 13 de agosto, Iturbide y el comandante del ejército huertista entregaron la ciudad al general Álvaro Obregón, quien mandaba al mayor de los ejércitos carrancistas. Esta maniobra enfureció tanto a Villa que amenazó con fusilar a Obregón, quien había ido a negociar con él a Chihuahua, y desconoció a Carranza como jefe de la Revolución. Pero no se llegó de momento al conflicto armado porque todas las partes tenían puestas sus esperanzas en la Convención de Jefes Revolucionarios que había sido convocada para el mes de octubre. El 20 de agosto llegó Carranza a México, y conforme al artículo 5o. del Plan de Guadalupe, asumió la presidencia como «encargado del Poder Ejecutivo Federal». Para lograr la verdadera unificación del constitucionalismo, Carranza intentó negociar con los zapatistas, quienes exigían el reparto agrario. El 8 de septiembre Zapata promulgó un decreto para

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nacionalizar los bienes rurales o urbanos de quienes se opusieran al Plan de Ayala. Este hecho inició las hostilidades Carranza-Zapata. Por su parte, Villa también se enfrentaba con Carranza y lo desconocía como «primer jefe de la República». Soberana Convención de Aguascalientes Una vez derrotado el ejército federal, encabezado por Victoriano Huerta, los revolucionarios hicieron evidentes las diferencias que existían entre ellos, pero las más significativas eran las vividas entre Venustiano Carranza y Francisco Villa. Carranza, como fiel liberal heredero del juarismo, había convocado a quienes se opusieran a Huerta toda vez que había llegado a la presidencia del país a través de un golpe de Estado a buscar la restauración de la legalidad establecida en la Constitución de 1857 y, por ello, se nombró Primer Jefe de los Ejércitos Constitucionalistas. Sin embargo, su animadversión hacia Villa, el más importante general del norte del país y a quien consideraba un facineroso sumamente popular, le hizo exigirle subordinación absoluta, pedimento que sólo fomentó la distancia que Villa ya establecía. Derrotado el enemigo común, los numerosos revolucionarios requerían algún tipo de negociación entre ellos para encauzar la vida política desestructurada desde 1910.

Nuevamente Carranza se confiere el carácter de dirigente máximo y convoca a una reunión de jefes militares en la Ciudad de México, para el primer día de octubre. La reunión no prosperó pues varios dirigentes no aceptaban, entre otras cosas, que fuera en territorio dominado por el carrancismo —apoyado por el ejército de Álvaro Obregón— en donde se concentraran para tomar acuerdos que involucrarían a todos los interesados. Así, fue propuesta como sede la ciudad de Aguascalientes, y cuando los representantes de la División del Norte —comandada por Villa— y los representantes del Ejército Libertador del Sur —liderados por Zapata— aceptaron participar se abrió una posibilidad de diálogo para dirimir discrepancias. La llamada Convención de Aguascalientes, a la que deberían llegar a negociar los diversos grupos participantes en la lucha armada, fue el único esfuerzo serio de evitar una nueva guerra civil. Sin embargo, no tenía visos de ser la real opción que buscaban los directamente involucrados. Los representantes de los distintos ejércitos prácticamente llegaron

a ella para no violentar, de manera anticipada, las tirantes relaciones establecidas entre ellos. La Convención inició y, no sin sortear grandes contingencias, se acordó la elección de Eulalio Gutiérrez como presidente provisional de México, con el apoyo de todos los partidos en la Convención, exigiendo al mismo tiempo el desistimiento de Villa y Carranza a sus aspiraciones presidenciales. Villa reconoció a Gutiérrez como presidente nominal, pero sin intención de renunciar a su propia posición. Los más importantes generales, Villa y Carranza, se culparon el uno al otro por no haber llegado a un acuerdo, pero siguieron presentando «propuestas» para lograr la

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unidad de los revolucionarios. Villa propuso que él y Carranza se suicidaran al mismo tiempo. Carranza sugirió que ambos se retiraran a La Habana, luego de que Villa hubiera depositado el poder en manos de Gutiérrez, y él en las del general Pablo González, quienes a su vez habrían de convocar a una nueva convención en la capital del país. Dado que González estaba muy estrechamente ligado a Carranza, aceptar esta propuesta hubiera significado la eliminación de Villa, pero no la de Carranza. Se nombraron dos comisiones para notificar los acuerdos de la Convención a Carranza y a Villa. El 5 de noviembre se advirtió a Carranza que se le declararía en rebeldía si no entregaba el poder a Gutiérrez, a más tardar el día 10. El «Primer Jefe», a su vez, el 8 de noviembre, declaró ilegal la Convención, en Córdoba, Veracruz, y llamó a los jefes del Ejército a combatirla. Desde el 31 de octubre de 1914 Carranza abandonó la Ciudad de México y se dirigió al puerto de Veracruz, donde el 3 de diciembre lo declaró capital de la República. Las últimas fuerzas constitucionalistas evacuaron la capital el 24 de noviembre y el mismo día entraron las «temidas tropas zapatistas» como sustento del gobierno de «la convención». Diferencias y enfrentamientos entre los gobiernos convencionistas y el carrancismo. Zapata y Villa se entrevistaron en Xochimilco, acordando una alianza político-militar. El 6 de diciembre el Ejército Libertador del Centro y del Sur y la División del Norte ocupó formalmente la capital del país. Después de largos años de lucha el movimiento campesino estaba en el poder; parecía que al fin iban a cumplirse las aspiraciones de reparto agrario y podrían dictarse resoluciones en beneficio de las mayorías. Pero la realidad fue otra: los campesinos tenían «la sede del poder, pero no el poder», asienta Enrique Krauze en su texto El amor a la tierra: Emiliano Zapata. Ni Villa ni Zapata asumieron la presidencia de México y la dejaron en la persona de Eulalio Gutiérrez. La Convención empezó a perder cohesión; Villa se retiró a Torreón, y Zapata, a Tlaltizapán. «La Convención que había reiniciado sus trabajos en la capital desde el lo. De enero (1915), en lugar de consolidar un acuerdo político entre las dos fracciones (de Zapata y Villa) ahondó las diferencias En sus debates se pusieron de manifiesto discrepancias de diversa índole, como las relativas al derecho de huelga y a la sindicalización, oponiéndose varios delegados norteños al sufragio universal. La alianza entre Villa y Zapata fue frágil, más circunstancial que programática. Algunas diferencias los

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marcaron hondamente. Por ejemplo, en las fuerzas villistas militaban trabajadores asalariados del campo, vaqueros, pastores, mineros, campesinos y pequeños propietarios (ex colonos militares). Estas características le permitieron a la División del Norte mayor movilidad, desplazarse con cierta facilidad y formar grandes ejércitos. Situación distinta se vivió entre los zapatistas, pues los campesinos se vinculaban fuertemente con su tierra y su comunidad. No obstante, estas razones facilitaron a los campesinos la consolidación de «zonas liberadas», organizando su vida económica y política de una forma más radical que sus correligionarios norteños. Poco más de mes y medio se sostuvo el gobierno de la Convención en la Ciudad de México, ya que Eulalio Gutiérrez y sus ministros Lucio Blanco, José Vasconcelos y J. Isabel Robles, acompañados de algunas tropas leales, emigraron hacia San Luis Potosí. En el estado de Sonora, mientras tanto, los conflictos entre los seguidores de Villa y los de Carranza ya se habían registrado. A consecuencia de ello un pequeño grupo se adhirió a Villa y a Zapata, pero la mayoría, bajo las órdenes de Obregón, se adhirió a Carranza. La decisión de Obregón y de los generales y contingentes sonorenses que lo apoyaban se basó probablemente en dos consideraciones: una regional y la otra nacional. En términos regionales, Obregón y sus aliados se sentían sumamente agraviados por la negativa de Villa a concederles el control de su estado natal y por el apoyo de aquél a su rival por el poder local, el gobernador José María Maytorena. En términos nacionales, calculaban que podrían ejercer una mayor influencia sobre el movimiento carrancista, relativamente más débil, que sobre Villa y Zapata, si estos generales ganaban el mando de la Revolución. Con esta adhesión el contingente constitucionalista se tomó muy fuerte. A principios de noviembre de 1914, cuando la ruptura entre Carranza por una parte, y villa y zapata por la otra, se había hecho irreparable, parecía que Carranza se encontraba en una situación comprometida. Según Kratz, muchos de sus antiguos partidarios lo habían abandonado y se volvió obligado a evacuar la capital y retirarse. Mientras villa y Zapata controlaban el centro y el sur, la mayor parte del país, Carranza había sido expulsado hacia la periferia. La mayoría de los observadores nacionales y extranjeros preveían su rápida derrota. Pocos meses más tarde, la situación había cambiado completamente. Obregón quien demostró ser el jefe militar más importante de la Revolución Mexicana, y seguidor de Carranza, infligió una serie de aplastantes derrotas a las fuerzas de Villa, de las cuales nunca se recuperaron. Villa, quizá por temor a extender demasiado sus líneas de comunicación, no aprovechó su ímpetu inicial para perseguir a Carranza y su ejército hasta Veracruz. Obregón aseguró tiempo y provisiones suficientes para reorganizar eficazmente su ejército, y en abril de 1915 logró derrotar a Villa en dos batallas decisivas. Concentró sus fuerzas en la ciudad de Celaya y aplicó allí la misma táctica que estaban utilizando con tanto éxito los ejércitos de las grandes potencias europeas en la Primera Guerra Mundial. Sus tropas, bien provistas de ametralladoras, se parapetaron en trincheras tras barreras de alambres de púas. Cuando la caballería de Villa intentó la misma táctica de carga frontal que le había dado una victoria contra Huerta, sus jinetes fueron diezmados por el fuego de las ametralladoras.

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Dos semanas más tarde, en la segunda batalla de Celaya, Villa trató de seguir la misma táctica. Esta vez la derrota terminó en desbandada. Perdió la mayor parte de su artillería y gran parte de sus tropas. Ni Villa ni Obregón modificaron fundamentalmente sus métodos. En León, los resultados fueron idénticos, por lo cual Villa y un número muy reducido de sus hombres tuvieron que retirarse hacia el norte. En Sonora, Villa intentó una acción audaz contra el carrancismo asentado en Agua Prieta, pero sufrió otra contundente derrota, esta vez debido a que Woodrow Wilson, presidente de los Estados Unidos, había reconocido ya a Carranza como presidente el 19 de octubre de 1915 y le permitió enviar tropas a través de territorio norteamericano para reforzar la guarnición fronteriza de Agua Prieta. Villa se retiró al campo y siguió combatiendo durante cinco años. Después de derrotar a Villa, Carranza se volvió contra Zapata, quien tuvo que abandonar la capital. Más tarde, Zapata perdió casi todas las ciudades del estado de Morelos y también se retiró al campo a seguir librando una guerra de guerrillas contra Carranza. A fines de 1915, las tropas carrancistas controlaban la mayor parte del país. Los proyectos populares fueron derrotados y los representantes de un proyecto diferente lograron el poder que sí sabían

cómo ejercer. Aunada al uso de la Fuerza armada para contrarrestar a Villa y Zapata, Carranza también utilizó la demagogia, procurando simultáneamente ganar el apoyo de dos clases sociales cuyos intereses parecían incompatibles entre sí: los hacendados y los campesinos. Para lograr este ambicioso objetivo, no vaciló para, en algunos casos, ofrecer las mismas tierras a ambos bandos. A los hacendados les proponía la devolución de sus haciendas expropiadas por las autoridades revolucionarias, y a los campesinos la

devolución o el reparto de las tierras de los grandes propietarios. Las promesas de Carranza a los hacendados sólo se dieron a conocer tardía y discretamente, pero al final Fueron cumplidas en su mayor parte. Las promesas a los campesinos fueron proclamadas en enero de 1915, en forma de una ley muy general, dada a conocer con toda oportunidad y difundida entre la población con la ayuda de los medios de comunicación. La ley disponía la devolución de las tierras expropiadas a las antiguas comunidades agrarias y reconocía el derecho de todo campesino a un pedazo de tierra. No sólo la ley agraria, sino también algunas otras reformas reforzaron la influencia de Carranza entre los campesinos. Si bien se repartió poca tierra, las autoridades carrancistas abolieron en general la servidumbre por endeudamiento y se esforzaron por introducir los rudimentos de una legislación social en el campo. La actuación de Salvador Alvarado, quien por entonces pertenecía a la izquierda del movimiento carrancista, mostró claramente los logros y las limitaciones de éste. Por ejemplo, Yucatán era una de las regiones de México en donde la servidumbre por endeudamiento se hallaba más extendida. En 1915 los grandes terratenientes, junto con la compañía norteamericana International Harvester Corporation,

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intentaron separar a Yucatán de México y evitar con ello la propagación de la Revolución en la península. Bajo el mando de Alvarado, en 1915, tropas carrancistas desembarcaron en la península y la sometieron en pocas semanas. Alvarado comenzó entonces a aplicar amplias medidas sociales. Se abolió la servidumbre por endeudamiento y miles de campesinos abandonaron las haciendas. En las plantaciones mismas se impusieron salarios mínimos, se introdujeron los principios de una seguridad social y los hacendados Fueron obligados a establecer escuelas. Los maestros empleados en estas escuelas, designados por Alvarado, reforzaron a los peones en su lucha contra los hacendados. Sin embargo, no se emprendió una reforma agraria. A los grandes terratenientes se les permitió conservar sus haciendas, pero se les obligó a vender su principal producto, el henequén, a la Compañía Reguladora del Henequén, de propiedad estatal. De las ganancias de esta compañía, una parte era entregada a la Tesorería Federal en México, y otra se destinaba a inversiones; sin embargo, estas ganancias apenas beneficiaban a los peones Reformas como las aplicadas en Yucatán no tuvieron efecto en regiones como Morelos, donde los campesinos ya habían llegado mucho más lejos por sí solos. En los lugares que todavía no habían sido tocados por la Revolución, su efecto fue considerable. Los campesinos vieron a los carrancistas como libertadores que los habían redimido de la servidumbre por endeudamiento. Todas estas medidas le proporcionaron a Carranza cierto apoyo de masas entre los campesinos. Esto, sin embargo, no bastaba para alcanzar la victoria sobre Villa y Zapata. Por ello Carranza buscó el apoyo de la clase obrera urbana. En todas las ciudades que los carrancistas ocupaban, favorecían la formación de sindicatos, a cuya disposición se ponían con frecuencia los locales más elegantes, reservados anteriormente para la aristocracia porfiriana. Así, los sindicatos de la Ciudad de México ocuparon el Jockey Club, antiguamente el local más exclusivo del país. Estos factores fueron decisivos para crear una situación en la que, hacia febrero de 1915, sectores de la clase obrera se aliaron con Carranza. Katz refiere cómo los líderes de la anarcosindicalista Casa del Obrero Mundial (organizada independientemente del Estado) pactaron con Carranza. Se declararon dispuestos a formar batallones rojos en apoyo a los constitucionalistas, en tanto que el Primer Jefe se obligó a «mejorar por leyes apropiadas la condición de los trabajadores, expidiendo durante la lucha todas las leyes que fueran necesarias para cumplir aquella resolución».

La actitud de Carranza, junto con el hambre y el desempleo en las ciudades, empujaron a miles de trabajadores al movimiento carrancista. Se formaron seis batallones rojos «para combatir a la reacción» y se lanzaron a pelear contra los campesinos. Así, si bien a fines de 1915 Zapata y Villa siguieron librando su guerra de guerrillas en sus respectivas regiones, el convencionalismo dejó de existir como movimiento nacional. Sus ejércitos habían dominado brevemente

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la mayor parte del territorio nacional, pero fuera de su centro principal de acción, apenas dejaron huella en la estructura social del país. Asimismo, no extrañó mucho que Carranza, después de que los ejércitos constitucionalistas retomaron la mayor parte de las principales plazas de México, se volviera en contra de los obreros industriales. Hacia fines de 1915 y principios de 1916, cualquier entusiasmo que Carranza hubiera demostrado por la clase obrera comenzó a apagarse, a medida que su situación empeoraba. Había una grave escasez de alimentos debida a la drástica reducción de la producción agrícola por la guerra civil de 1914-1915 y a la especulación de los funcionarios carrancistas con los productos alimenticios, así como también a una inflación creciente a consecuencia de la devaluación del papel moneda de Carranza al imprimir más billetes de los que realmente podía avalar. Además, existía un creciente desempleo, resultado de la parálisis y subsiguiente cierre de muchas fábricas y minas. Al mismo tiempo, estallaron huelgas en varios lugares del país. Los trabajadores portuarios de Veracruz y Tampico, los electricistas y tranviarios de Guadalajara, los mineros de «El Oro», en el estado de México, y los panaderos y tranviarios de la capital se fueron a la huelga. Exigían que se les pagaran sus salarios en oro y no en billetes devaluados. A principios de 1916 se disolvieron los batallones rojos. Cuando los ferrocarrileros se declararon en huelga en 1916, el gobierno tomó en sus manos el servicio —lo requisó—; una oficina sindical tras otra fueron cerradas. Se llegó a un clímax a mediados de 1916. Como resultado de los grandes aumentos de precios, los sindicatos llamaron a una huelga general para el 27 de mayo, aplazada cuando el gobierno prometió un pronto aumento salarial. Dado que el incremento no se hizo efectivo, 36 000 obreros se declararon en huelga el 31 de julio. Carranza inmediatamente concentró sus fuerzas en la capital, hizo ocupar las oficinas de los sindicatos y declaró ilegal la Casa del Obrero Mundial. Se expidieron leyes drásticas, basadas en una ordenanza de 1862, que estipulaba la pena de muerte para quien incitara una huelga. Al mismo tiempo que se volvía contra los radicales en su propio movimiento, Carranza hizo todo lo posible por destruir lo que quedaba de los movimientos de Villa y Zapata. A mediados de 1916, el general Pablo González había organizado sus tropas para una campaña de aniquilación contra Zapata. En un decreto dirigido a los habitantes de Morelos, el 1 de noviembre de 1916, anunció que fusilaría a todos los zapatistas o sospechosos de serlo. La ofensiva de las tropas de Carranza tuvo éxito en un principio; en unos cuantos meses, Zapata se vio obligado a abandonar los reductos que ocupaba en Morelos, para refugiarse nuevamente en la guerra de guerrillas. Su estado mayor y una pequeña sección del ejército se retiraron a las montañas, mientras la mayoría de los soldados restantes regresó a sus pueblos. Durante el día trabajaban como campesinos y de noche atacaban a las tropas de González. Al principio, éste no hizo ningún intento por ganarse al campesinado. Por el contrario, libró contra él una guerra cruel y brutal.

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En consecuencia, incluso aquellos campesinos que hubieran querido abandonar la lucha volvieron a tomar las armas. La destrucción de Villa parecía aún más fácil de lograr. Sólo unos cuantos centenares de la antaño poderosa División del Norte siguieron a Villa a la sierra de Chihuahua. La mayoría de sus antiguos oficiales y soldados habían huido a los Estados Unidos o se rindieron a Ca-rranza, quien concedió una amnistía e incluso aceptó a muchos de ellos en su ejército. Esta política de dirigir sus energías, principalmente contra los radicales, tanto dentro como fuera de su propio movimiento, era posible para Carranza mientras pudiera contar con la ayuda o, al menos, la neutralidad de las clases altas de México y el apoyo de los Estados Unidos. Las clases altas habían apoyado a Carranza contra la convención de Aguascalientes y estaban beneficiandose de la devolución de las propiedades confiscadas por la acción de los movimientos campesinos. Pero no les agradaba tener que compartir sus ingresos con el mismo Carranza, con sus generales y con la burguesía carrancista (los militares q estaban acumulando riquezas mediante el robo). Katz refiere como, en otros estados, Carranza aplico una política diferente; los estados del centro-norte de México, donde no habían surgido movimientos campesinos de tipo zapatista, no todos se hallaban bajo firme dominio carrancista, pero en aquellos donde si se ejercía ese control, el Presidente tendió a designar como gobernadores a hombres venidos de fuera, principalmente del norte quienes rara vez eran radicales o seguían políticas sociales revolucionarias. A diferencia de lo ocurrido en el sureste, grandes zonas de la región central habían estado bajo el control, al menos por cierto tiempo, del ejercito villista y, en consecuencia, se había confiscado un buen numero de haciendas. Incluso en zonas no dominadas por el villismo muchas haciendas fueron decomisadas por unidades carrancistas a las que el Primer jefe no podía refrenar. En consecuencia, los hacendados de la región central se habían visto notablemente debilitados por la Revolución. Por consiguiente, estos hacendados estaban más dispuestos que los del sureste a llegar a un arreglo con los funcionarios carrancistas si estos les devolvían sus tierras. Fue así como muchos gobernadores de la región central de México recibieron continuos y cuantiosos pagos de los hacendados, a cambio de los cuales

estuvieron bien dispuestos a utilizar sus tropas para reprimir las demandas campesinas de tierras afectables. El hecho de que tanto los gobernadores como la mayoría de sus tropas fueran de otras regiones, y no revolucionarios locales, facilitaba la aplicación de tal política. Una vez conjugadas las victorias armada e ideológica, Carranza decidió realizar un viaje por doce estados de la República para reconocer de manera personal la situación predominante; tal gira se desarrolló entre el 11 de octubre de 1915 ye! 15 de abril de 1916. Al poco tiempo, el 14 de septiembre, modificó las adiciones al Plan de Guadalupe del 12 de diciembre de 1914, en lo relativo a la convocatoria para elecciones del Congreso de la Unión, al que le rendiría cuentas del uso que hizo de sus facultades,

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le sometería las reformas que había decretado y el Congreso convocaría a elecciones presidenciales. De esta forma, creyó poder eliminar pretextos para alterar el orden y acelerar las reformas necesarias al país, y convocó a un Congreso Constituyente especial, al cual sometería un proyecto de Constitución que incluía las reformas decretadas durante la lucha armada para que lo discutieran, aprobaran o modificaran. La elección de diputados se llevaría a cabo el 22 de octubre, conforme a los distritos electorales de 1912, exceptuando a los que habían servido a gobiernos o facciones contrarias al constitucionalismo y a quienes ejercieran autoridad en los distritos. El 19 de septiembre expidió una ley electoral. Constitución de 1917 y sus principales artículos Entre el 9 de septiembre y el 22 de octubre de 1916, muchos partidos políticos entraron en actividad y presentaron candidatos para diputados constituyentes, partidos alentados por Ca-rranza y Obregón, y aunque las elecciones no fueron ejemplares, se eligió a gente de renombre y a otros que hasta el momento no habían tenido significación nacional. Los candidatos triunfantes se reunieron en Querétaro en sesiones preliminares del 20 al 30 de noviembre y, formalmente, del 1 de diciembre de 1916 al 31 de enero de 1917. El grupo de constituyentes fue muy heterogéneo, tanto por su extracción y antecedentes (civiles, mili-tares, profesionales, periodistas, poetas, pequeños propietarios, negociantes, mineros, trabajadores, profesores, etc.), como por sus edades, que fluctuaron entre 25 y más de 60 años. Sin embargo, todos conocían los problemas de México; el 5 de febrero de ese año se promulgó la nueva Constitución de los Estados Unidos Mexicanos. La elaboración de los estatutos que regirían jurídicamente la vida política, económica y social de los mexicanos reunió varias tendencias en el Congreso Constituyente a lo largo de noviembre de 1916 y enero de 1917, asienta Katz. Así, un grupo importante de diputados constituyentes cercano a Carranza (hombre ya maduro y de ideología liberal) conformaba el bloque llamado renovador, y representaba un proyecto que modificaba —renovaba— la Constitución de 1857. El otro grupo significativo, el radical, no aceptaba leves modificaciones a la Constitución, sino que proclamaba la necesidad de transformaciones más profundas en la revolución; sostenía que se requería una unidad de principios nuevos capaces de producir una verdadera nación; se necesitaba no sólo igualdad política, sino también igualdad económica y, además, que el Estado ya no fuera únicamente un vigilante, un árbitro en el proceso social, sino un promotor fundamental del mejoramiento común. Cuatro artículos propuestos para componer el cuerpo jurídico de la Constitución que se estaba elaborando enfrentaron abiertamente a los renovadores y a los radicales: 27, 123, 30 y 130. El artículo 27 fue, en lo fundamental, obra de un grupo de diputados y especialistas en materia agraria, reunidos en torno del entonces ministro de Fomento, Pastor Rouaix, quien además era diputado constituyente. La modificación verdaderamente trascendental consistió en restablecer el principio de que los derechos de la Nación son antes y están por encima de todos los derechos privados.

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En su párrafo primero, daba a la Nación la propiedad de las tierras y aguas; asimismo establecía: las expropiaciones sólo podrían hacerse por causa de utilidad pública y mediante indemnización; la Nación impondría a la propiedad privada las modalidades que dictara el interés público; los pueblos, rancherías o comunidades que carecieran de tierras y aguas, o no las tuvieran en cantidad suficiente para las necesidades de su población, tendrían el derecho a que se les dotara de ellas, tomándolas de las propiedades inmediatas y respetando siempre la pequeña propiedad; y los condueñazgos, rancherías, pueblos, congregaciones, tribus y demás corporaciones de población que de hecho o por derecho guardaran el estado comunal tendrían la capacidad para disfrutar en común de las tierras, bosques y aguas que les pertenecieran o se les hubiera restituido conforme a la Ley del 6 de enero de 1915, expedida en Veracruz. Legalmente, a partir de ese momento la era de los latifundios y las haciendas llegaba a su fin. Este artículo además señalaba que: la Nación se reservaba el dominio de todos los mi-nerales o sustancias del subsuelo incluyendo el petróleo; sólo los mexicanos por nacimiento o por naturalización y las sociedades mexicanas tenían derecho para adquirir el dominio de las tierras, aguas y sus accesiones o para obtener concesiones de explotación de minas, aguas o combustibles minerales en la República Mexicana. El Estado podría conceder el mismo derecho a los extranjeros, siempre que convinieran ante la Secretaría de Relaciones Exteriores en considerarse como nacionales respecto de dichos bienes y en no invocar, por lo mismo, la protección de sus gobiernos por lo referente a aquéllos, bajo pena, en caso de faltar al convenio, de perder en beneficio de la Nación los bienes que hubieren adquirido en virtud del mismo; las sociedades civiles o comerciales de títulos al portador no podrían adquirir, poseer o administrar fincas rústicas; y en una franja de cien kilómetros a lo largo de las fronteras y de cincuenta en las playas, por ningún motivo podrían los extranjeros adquirir el dominio directo sobre tierras y aguas. Con este tipo de preceptos, los radicales afianzaban la posición del país frente a las com-pañías extranjeras, pues la Nación y sólo ella eran y había sido siempre la propietaria del suelo y del subsuelo. Otro artículo de suma importancia fue el 123, dado que el tema referente al trabajo asalareado volvió a enfrentar dos puntos de vista diferentes, mas otra vez predominó la posición revolucionaria, pues quedó firme la impresión de que los obreros no habían hecho otra cosa que ganarse lo que buenamente les correspondía, y si no se les daba, seguían siendo, o llegarían a ser, un factor explosivo en el interior mismo de la sociedad que se estaba reorganizando. Las demandas primordiales e inmediatas de los trabajadores quedaban consignadas en el texto constitucional, donde se les convirtió en garantías jurídicas que el Estado se asignaba, al mismo tiempo, como deberes y como programa. El artículo 123 consagraba la jornada máxima de trabajo diurno, nocturno y de las mujeres y los menores, el descanso semanal, el salario mínimo, la participación de utilidades, el patrimonio familiar, condiciones indispensables que garantizaran la seguridad y la salud de los trabajadores, parturientas y otras demandas no menos importantes que disponían la formación de un estatus material mínimo para los trabajadores. Tal consagración no era solamente jurídica, sino sobre todo política, constitucional: la cuestión obrera, aunque en teoría fuera muy ambigua, de hecho se convirtió en un aspecto que pasaba de lleno al campo del interés público, dejando de ser espacio exclusivo de relaciones entre particulares.

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El que se hubiera logrado tal paso —convertir la cuestión obrera en elemento de interés público— revelaba dos niveles sumamente ligados: el de la protección a los trabajadores como tales, y el que las relaciones entre el capital y el trabajo quedaban incorporadas en un sistema institucional de coexistencia. Por lo tanto, el Estado quedaba como supremo regulador de la economía y del orden social; quedaba asimismo en posibilidad de intervenir en las relaciones privadas sin que hubiera obstáculo que se lo impidiera, sobre todo en las relaciones laborales. La redacción final de los artículos 3° y 130 también significó un triunfo de los radicales sobre los renovadores, dado que llegó a puntualizarse que las funciones de la Iglesia y el Estado quedaban separadas. En el artículo 3° se estableció primordialmente que la educación tendería a la comprensión de los problemas, aprovechamiento de los recursos, defensa de la independencia política y económica y acrecentamiento de la cultura; se establecía la necesidad de integrar al individuo a la familia, a la noción de aprecio de la igualdad y fraternidad para evitar privilegios y sectarismos; se señaló que la capacidad de los particulares para impartir educación sería previa autorización, la cual podía ser negada o revocada sin que pudiera recurrir a juicio alguno; se dispuso que los particulares se ajustaran al artículo 3° y a los planes y programas oficiales; se restringió la propaganda de ideas religiosas u otro tipo de propaganda en las escuelas; el Estado se autorizaba para retirar la validez de los estudios particulares y se asentó que la Nación contara con escuela primaria obligatoria. En la fracción VIII se dispuso la capacidad exclusiva del Estado para reglamentar la función educativa. En el artículo 130, en términos sucintos, se llegó a determinar:

• Se desconoce toda personalidad a la Iglesia.

• Se niega a los sacerdotes

derechos comunes y políticos y los sujeta a registro público.

• Se establece la enseñanza

laica. Las escuelas primarias particulares quedaban sujetas a la vigilancia oficial, no pudiendo ser dirigidas por

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corporaciones religiosas o por sacerdotes.

• Se prohíbe el culto público fuera de los templos.

• Todos los templos pasan al dominio de la Nación.

Los carrancistas también incorporaron ciertas correcciones a la constitución de 1857 que llevaron al fortalecimiento del Poder Ejecutivo, a limitar al Poder Legislativo, a la inamovilidad de los magistrados del Poder Judicial para asegurar su independencia, a la autonomía municipal y a la supresión de la vicepresidencia. Al finalizar enero de 1917, el país contaba con una reglamentación que, en esencia, conjugó diversos intereses —de las clases populares, de los obreros, de los campesinos, de la pequeña burguesía, de grupos empresariales, de los rancheros, de los burócratas, de los intelectuales—; pero quienes en realidad alcanzaron el triunfo fueron los representantes de la burguesía nacional (tanto la independiente como la subordinada al exterior) al asumir la dirección política y la de la organización económica, social y cultural que impulsó un modelo de desarrollo capitalista.

4.2 Cambios sociales y culturales en diversas expresiones artísticas

Corridos, participación de la mujer, pintura, periodismo y literatura Las revoluciones siempre llevan consigo fuertes sacudimientos del tejido social; si bien son más impactantes en las zonas en las que se registran los hechos armados, el resto de la sociedad también es alcanzada. La Revolución Mexicana, en términos generales, provocó una modificación entre los grupos de poder económico-político que tenían posibilidades de disputárselo. Allí se incorporaron, dadas sus necesidades más elementales, los campesinos y los obreros de distintas regiones (también intelectuales y profesionistas liberales) a las filas revolucionarias en pos de resolver sus condiciones de vida. Obviamente los triunfadores no pretendían modificar el tipo de relaciones salariales dominantes, apenas de mitigarlas, pero los grupos mayoritarios —muy empobrecidos— se involucraron masivamente y en torno de dos líderes naturales y carismáticos como Zapata y Villa que, con base en su fuerza y su número, orillaron a los triunfadores a incorporar algunos de sus reclamos más sentidos. De allí que algunos artículos constitucionales posibilitaran la dotación de tierra a los campesinos y ciertas mejoras en las condiciones laborales, pero no transformaciones profundas, como podía haber sido la creación de cooperativas de pequeños productores y la eliminación de los grandes latifundios, pues es innegable que aparecieron nuevos actores que se apoderaron de los recursos naturales más preciados —especialmente de tierras fértiles—; pero la huella que deja una revolución va más allá de esos importantísimos puntos. En el terreno de lo cultural, que no es menos trascendente, la irrupción de los campesinos le dio el carácter popular a ese gran movimiento social. Si bien durante el Porfiriato la «alta cultura» se había afrancesado (el Palacio de Bellas

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Artes en la Ciudad de México es el símbolo por excelencia), la movilización masiva de la población mayoritaria en el país modificó y enriqueció las expresiones artísticas que daban cuenta de la transformación social que se vivía. Tal vez, una de las repercusiones más profundas haya sido la protagonizada por las mujeres, pues pudieron salir del sitio «tradicional» en el que se les había ubicado por años (la casa) y, junto a los hombres, se trasladaron a distintos puntos del país. Las mujeres, al mismo tiempo y casi sin percatarse, iniciaron su lucha por la igualdad jurídica —al menos—, y su presencia en diversos ámbitos sociales, durante y después del conflicto armado, les permitió adentrarse en realidades que anteriormente les eran prohibidas, pues aprendieron a ser soldaderas, espías, corresponsales, «generalas», además de que hicieron evidente su valía en labores que sabían desempeñar —históricamente— de manera inmejorable como enfermeras, cocineras o maestras, al mismo tiempo que seguían siendo madres, hermanas, esposas, compañeras, amantes y más. Así, la guerra y la precariedad de la vida se patentizaron en la música. Por ello «el corrido» se volvió una de las formas más difundidas en el país, pues daba noticias de las batallas, refería a los héroes cotidianos, cantaba al amor y a la muerte de una forma fácilmente comprensible a todos y, en los momentos previos o posteriores a las batallas en los campamentos de los revolucionarios —ya zapatistas, villistas, carrancistas, obregonistas o más—, allí estaba la música; también la literatura —propia del período armado— evidenció las emociones que se registraban a través de la poesía y la novela principalmente (la novela de Heriberto Frías, Tomóchic, apareció por «entregas» en un periódico y es el gran antecedente de lo que se conocerá como la novela de la Revolución). La literatura y el periodismo crítico en México se han asociado para plantear, desde el sentimiento y la razón asociados, lo que motiva a los hombres y a las mujeres a buscar transformar el estado de vida que les es insatisfactorio (tanto desde las perspectivas pueblerinas como desde la intelectualidad cosmopolita), y cuando se nutren ambas la sociedad avanza. Fue después de pasada la fase armada de la Revolución cuando el impacto en todas las manifestaciones artísticas se hizo evidente, pero lo que posibilitó la nueva forma de comprender la realidad política ya estaba interiorizado: la guerra deja huellas muy profundas.

BLOQUE 5

PROCESO DE RECONSTRUCCION NACIONAL, LA ONSOLIDACION DEL REGIMEN POSREVOLUCIONARIO Y SUS CONSTRIBUCIONES PARA EL MEXICO ACTUAL.

UNIDAD DE COMPETENCIA Resaltar los procesos de recuperación nacional y establecer su influencia en la cultura y la identidad actual.

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5.1 Proceso de reconstrucción nacional y conformación del régimen posrevolucionario

Gobierno de Venustiano Carranza (1917-1920)

El primer gobierno constitucional —después de la fase armada— fue presidido por Venustiano Carranza. En 1917, la situación no era muy distinta a la encarada con antelación por otros grupos que pretendían dirigir los destinos de la Nación: una fuerte presencia de caudillos regionales; la infraestructura económica fuertemente dañada (los ferrocarriles en particular), malas cosechas, tierras abandonadas durante el periodo de lucha; enfermedades y desnutrición creciente entre la población; fanatismo religioso —en algunas regiones más que en otras—, aunque también aparecían elementos diferentes que hacían evidente un cambio significativo. Los obreros irrumpieron como un grupo importante; una incipiente burguesía mexicana buscaba posicionarse económica y políticamente, y los intereses extranjeros se encontraban con un gobernante que había confrontado a los Estados Unidos amenazando con incendiar los pozos petroleros que ellos usufructuaban pero que pertenecían a la Nación (cuando la intervención estadounidense en Veracruz en 1914).

También en el interior del país se había levantado un fuerte reclamo de la Iglesia católica ante el artículo 130 de la Constitución de 1917, por lo que se presentaron algunas confrontaciones. Con la capacidad de movilización de sus feligreses en toda la República, la alta jerarquía católica fomentó la idea de que se atentaba contra la libertad religiosa, y suspendieron en algunas ciudades las misas y los oficios religiosos. Para 1919, el general Manuel M. Diéguez expuso ante el Congreso de Jalisco que la Iglesia católica podía llevar a profesar odio contra el gobierno y desembocar en rebeldía armada. Por lo menos en la Ciudad de México, el gobierno de Carranza cedió y varió hacia una postura de tolerancia al permitir una peregrinación hacia la Villa de Guadalupe. El clero dis-minuyó significativamente su rebeldía; también cedió en torno a las relaciones con Estados Unidos. La posibilidad de una intervención militar no había desaparecido y menos después del ataque de Villa a Columbus, Estados Unidos, en marzo de 1916, y ante la resistencia im-presionante de los chihuahuenses para no denunciar «al Centauro del Norte»—. Para 1918, además, había concluido la Primera Guerra Mundial y Estados Unidos emergía como la gran potencia que podía decidir sobre el futuro de las relaciones mundiales. El marco de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) había sido un referente que Carranza no había descuidado, sobre todo porque, como señala María Rodríguez, mientras duró la Gran Guerra el gobierno estadounidense había decretado no intervenir en México, pero los empresarios petroleros presionaban en sentido contrario, aliándose con sus iguales ingleses. Además, Carranza no declaró la guerra contra Alemania y se mantuvo neutral en el conflicto, lo que no agradó al presidente Woodrow Wilson, por lo que prácticamente bloqueó el

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comercio con México y fomentó la idea de una posible intervención de sabotaje alemán a los intereses petroleros establecidos en nuestro territorio. En este contexto se dio la política de acercamiento de Carranza con el gobierno de los Estados Unidos, al posponer acciones que pondrían en práctica la obediencia del artículo 27 constitucional. El gesto fue comprendido y en correspondencia se le otorgó reconocimiento formal al gobierno de Carranza. Eso mitigó las desavenencias pero no las eliminó. El período presidencial de Carranza comprendía cuatro años, y la imposibilidad de la reelección era central, por lo que los tiempos para intentar programas de largo alcance eran muy reducidos. Además, las condiciones materiales para reorganizar rápidamente la economía y la vida política eran serios obstáculos a sortear, pues los años de confrontación civil habían desarticulado el incipiente mercado nacional y vuelto a fortalecer a los poderes regionales. La labor de centralización del poder federal, que desde el gobierno de Juárez se perfiló hasta consolidarse con Porfirio Díaz, se fracturó, y tratar de restaurarla implicaba una fuerte labor de conciliación con quienes deseaban verse favorecidos por lo que habían aportado al proceso revolucionario. En tal sentido, los gobernadores y los militares (en muchos casos los gobernadores eran militares surgidos de la Revolución) aspiraban a convertirse en la «nueva clase política» confrontando a la débil representación federal. El movimiento obrero Dos elementos más iban en contra del carrancismo: la falta de cumplimiento respecto a la entrega de las tierras a los campesinos, promesa que había hecho el 6 de enero de 1915 para quitarle adeptos a Zapata y que fue cuestionada incluso en la nueva administración por algunos seguidores de Carranza dada la inoperatividad de la Comisión Nacional Agraria, que debía acelerar los trámites respectivos ante la necesidad de activar la producción agrícola. El otro elemento de peso fue la política anti obrera que se puso en práctica. Basados en los artículos 27 y 123, los obreros que se habían sumado a la lucha revolucio-naria formando los «Batallones Rojos» del lado de la alianza Carranza-Obregón, desataron una ola de huelgas y enfrentamientos contra las autoridades por el incumplimiento de algunos puntos formalizados en la Constitución. Integradas en lo que se llamó la Casa del

Obrero Mundial, distintas agrupaciones —mutualidades, asociaciones y sindicatos— mostraban cierta combatividad ante sus patrones y, en algunos casos, contra las mismas autoridades estatales y federales. Como sucedía con los campesinos, las condiciones de trabajo en las fábricas no tuvieron los cambios que sus operarios esperaban al llegar el primer gobierno revolucionario. Sus condiciones de trabajo evidenciaron características muy similares a las anteriores al conflicto y sus salarios no cubrían sus necesidades básicas. Además, uno de los tantos problemas que enfrentó Carranza surgió de un inapropiado sistema

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hacendario, pues el dinero que circulaba no era aceptado por diversos comerciantes o dependencias. Los billetes no tenían un respaldo adecuado, por lo que diversos grupos —el de tranviarios y electricistas de la Ciudad de México como representativos— iniciaron paros de servicio —o huelgas— para exigir se les pagara en oro. La represión gubernamental fue la respuesta, y algunos de los líderes fueron condenados a pena de muerte acusados de «sedición». El gobierno de Carranza se volvía contra otro de los grupos que lo había apoyado en la lucha Contra Villa y Zapata. Los obreros buscaron la protección de un antiguo aliado, Álvaro Obregón, el general que los había sumado a la Revolución. Se conmutó la pena de muerte por cadena perpetua para los huelguistas, pero los grupos de trabajadores que habían creído en la nueva autoridad se percataron de la política anti obrera del presidente. Los dirigentes más independientes de las autoridades intentaron hacer de la Casa del Obrero Mundial un espacio de discusión respecto a cuál era su papel en la reorganización de la vida del país, pero otros grupos decidieron sumarse a las políticas gubernamentales, si bien no avalaron el carrancismo. Así, hacia 1918 se fundó la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM), central de trabajadores que se distanciaba de Carranza y se aliaba con Obregón. El acuerdo entre el dirigente de la CROM, Luis N. Morones, y Obregón “El Manco de Celaya” se concretó con la fundación del Partido Laborista Mexicano, en marzo de 1920. A partir de allí ciertos sindicatos decidieron vincularse a la vida política para apoyar a un posible sucesor del presidente en funciones. Asesinato de Emiliano Zapata Varios frentes tenía que atender el gobierno de Carranza y, una vez más, había que buscar la paz sin afectar a los jefes militares (y particularmente a los carrancistas, quienes eran acusados de robar y extorsionar —de ahí el calificativo de «carranclanes» que la población les asignó—), por lo que la represión se dirigió principalmente hacia las fuerzas que tenían menos seguidores a nivel nacional, como la zapatista. La rebeldía de Emiliano Zapata y los campesinos que le seguían en parte de los Estados de Morelos, Puebla y Guerrero —dada su necesidad de recuperar sus tierras e impedir más atropellos sobre sus bienes y familias— no cesó durante la administración de Carranza. Por el contrario, si su ley de enero de 1915 había atraído a algunos campesinos, el zapatismo en buen número no creyó en los ofrecimientos presidenciales, sino en su propia capacidad de combate. Por tal razón había roto con Madero, no reconoció a Victoriano Huerta, se vinculó a Villa y no entregó las armas a Carranza. Ante tal determinación el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista, desde su arribo a la capital mexicana en mayo de 1916, enfiló una campaña contra «los rebeldes del sur» y la encomendó al general Pablo González. Difícil era derrotar a un ejército no convencional que se unificaba para, a través de la guerra de guerrillas, enfrentar al ejército federal. Además, dado que los zapatistas

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peleaban en sus tierras —y por ellas—, los pobladores de su región no los denunciaban y podían soportar el hostigamiento mantenido durante muchos años, pero también porque fueron engañados con una supuesta ley de amnistía que llevó al general González a fusilar a 225 civiles. La campaña de González, con más de 25 000 hombres a su mando, incendió, saqueó, destruyó, asesinó y deportó a grandes contingentes en pos de destruir a Zapata. Para 1917, contra todo, los zapatistas seguían en poder del estado de Morelos. Su «Junta Intelectual Legislativa» (con Luis Zubirían Campa, Manuel Palafox, Otilio Montaño y Jenaro Amezcua) trabajaba para darle a su territorio una legislación que reconociera las demandas más sentidas entre la población y emitió decretos sobre: «accidentes de trabajo», «funcionarios y empleados públicos», «el trabajo», «administración y justicia», «la fundación de escuelas normales» y más aspectos que eran muy apreciados por sus seguidores y evidenciaban otra forma de entender la realidad. Además, desde marzo de 1917 había promulgado disposiciones profundamente impactantes por el grado de autonomía respecto del gobierno federal y que perfilaban al municipio como la unidad nuclear de gobierno, con su propia ley orgánica, pero los propios excesos e inexperiencia política de quienes pretendían un gobierno distinto crearon fracturas en su interior. El general González regresó para desarticular a un grupo que, en sí mismo, se desintegraba. Para 1919 Zapata había perdido a buena parte de sus hombres más capaces y necesitó nuevos adeptos. Por ello, la supuesta incorporación del coronel Jesús Guajardo a sus filas tuvo posibilidades de ser creída. El 10 de abril se reunirían en la hacienda de Chinameca los responsables de la futura alianza, pero allí asesinaron, en una emboscada, al caudillo de Anenecuilco. El legítimo representante de los campesinos empobrecidos fue muerto a traición. Plan de Agua Prieta, muerte de Carranza y gobierno provisional de Adolfo de la Huerta

Desde principios de 1919, Obregón comenzó a perfilarse como un firme candidato presidencial y lanzó un Manifiesto a la Nación. En éste señalaba que el problema básico del país era que «buscando el poder y la riqueza, los caudillos del Partido Liberal se habían vuelto vehículos de la reacción», en clara alusión al Partido Liberal Constitucionalista que había llevado a Carranza a la presidencia. Ante ello, era necesario cuidar que no se obstaculizaran «los principios avanzados de la lucha» y, sobre todo, el «sufragio efectivo». Como afirma Enrique Krauze, peligraban la paz y los logros de la Revolución por «no permitir al país librarse de sus libertadores». En cuanto al aspecto de la economía, el interés primordial de Obregón era dar garantías y confianza al inversionista extranjero. El manifiesto concluía con un llamado a la ciudadanía para integrar al «gran Partido Liberal».

A inicios del año de 1920 Carranza hacía evidente la decisión de proponer al ingeniero Ignacio Bonillas para sucederlo en la presidencia de México, argumentando la necesidad de

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que fuera un civil quien rigiera los destinos de México. Ni Álvaro Obregón ni Pablo González estuvieron de acuerdo. Obregón señalaba abiertamente que el país y sus hombres sólo requerían la conjunción de tres factores: oportunidad, esfuerzo y técnica en el esfuerzo. De tal actitud, típica de cualquier empresario moderno de la época, se desprendía un ideario particularmente pragmático. Una vez que Obregón inició su campaña presidencial el gobierno de Carranza trató de frenar sus aspiraciones, por lo que Obregón lanzó en Chilpancingo (Guerrero) un manifiesto en el que acusaba a Carranza de pretender imponer a un candidato impopular y apoyar con dinero público esa campaña. A partir del mes de abril de 1920 un grupo de sonorenses rompió con el gobierno federal; Obregón estaba entre ellos. Iniciada la participación activa de Álvaro Obregón por la presidencia de México, volvieron a aparecer las armas para «solucionar» las diferencias. El 13 de abril de 1920 los tres poderes del estado de Sonora —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— publicaron una «real acción de agravios» que el gobierno federal le había infligido al gobierno de Sonora: la declaración de ser propiedad federal las aguas del río de Sonora; la no ratificación de los convenios de paz con los indios yaquis; la abierta hostilidad oficial a los partidarios de Obregón y el envío de fuertes contingentes militares al noroeste. Tales acciones, desde la perspectiva de «las autoridades sonorenses, afectaban su soberanía y resolvieron no aceptar la intromisión». El 23 de abril se firmó el Plan de Agua Prieta, texto en el cual se especificaba la postura de desconocimiento del presidente Carranza y se nombraba jefe del Ejército Libertador Constitucionalista al gobernador de Sonora, Adolfo de la Huerta. Además, proponía que al triunfo del movimiento el Congreso de la Unión eligiera un presidente provisional que llamara a elecciones inmediatas. La sublevación se propagó a todo el país dada la actividad que dentro del Ejército hicieron tanto Obregón como Plutarco Elías Calles. Asimismo, los «buenos oficios» de la CROM facilitaron a Obregón una respuesta favorable entre los obreros de distintas ciudades y su repudio hacia Carranza. El 7 de mayo el presidente de la República tuvo conocimiento de la difícil situación en que se encontraba al carecer del apoyo de una buena parte de los generales y mandos medios del Ejército, y salió de la capital del país con rumbo a Veracruz, por vía férrea, seguido muy de cerca por sus enemigos; en Tiaxcalantongo Puebla, el día 21 de ese mes, fue asesinado. La muerte de Carranza —la presidencia acéfala— justificó la actividad de los diputados y de los senadores, quienes, obviando la ilegitimidad de la desaparición del presidente, debatieron los planteamientos del Plan de Agua Prieta hasta llegar a un acuerdo. Tres días después, Adolfo de la Huerta era nombrado presidente provisional por el Congreso de la Unión. La rebelión de Agua Prieta fue la manifestación más clara de la fuerza que tenía un grupo de caudillos regionales del norte de México con tres figuras visibles: Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles y Adolfo de la Huerta; éste último logró dominar y aniquilar al antiguo jefe constitucionalista. Los reacomodos de los grupos triunfantes del movimiento revolucionario seguían presentándose, pues «los sonorenses» no eran los únicos, pero demostraron unidad. La muerte de Carranza hizo evidente lo difícil que era aplicar el principio de no reelección y lograr un acuerdo pacífico para asumir la presidencia. Una vez nombrado presidente provisional, Adolfo de la Huerta buscó alianza con otro dirigente revolucionario norteño de gran presencia entre la población, Pancho Villa, antiguo enemigo de Obregón. Tal iniciativa logró su propósito cuando Villa convino en deponer las armas y retirarse a vivir pacíficamente en una gran hacienda que el gobierno le otorgó. El acuerdo se firmó en Sabinas, Coahuila, en julio de 1920. No obstante, esa política

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conciliatoria fue criticada por Plutarco Elías Calles, lo que le acercó poderosamente hacia Obregón y marcó una distancia con el presidente provisional. El 5 de septiembre se efectuaron las elecciones presidenciales, y Obregón obtuvo el triunfo. «Los sonorenses» llegaron al poder y se hicieron de él por medio de las armas. Gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924) El triunfo de Obregón sobre Carranza lo llevó a tomar posesión de la presidencia de la República el 10 de diciembre de 1920. Ese año el país tenía menos habitantes (14.2 millones) que en 1910 (15.1 millones) a causa de la pérdida de vidas durante la Revolución. Tras 10 años de lucha se había conseguido derrocar a la dictadura porfirista, superar algunas revueltas internas importantes y promulgar una nueva Constitución, cuyos preceptos más radicales tendrían una aplicación sucesiva. Según Hinojosa y De la Hidalga, privaban en la situación política de 1920 como saldo de la contienda:

• Un ejército de 110 527 hombres. • El deterioro de las relaciones con el exterior, especialmente con Estados

Unidos. • Las reclamaciones de nacionales y extranjeros por los daños ocasionados a sus

bienes. • El endeudamiento del erario. • La suspensión de los créditos bancarios internos y externos. • La desorganización administrativa. • La precariedad de los servicios sociales que prestaba el Estado. • Las demandas de los campesinos y obreros, autores y aparentes legatarios de

la victoria. • La violencia en el ejercicio de la política, estimulada por la multiplicidad de

caudillos y facciones. A estos problemas, de cuya solución dependería la reconstrucción nacional sobre nuevas bases políticas y jurídicas, tuvo que enfrentase la administración pública que presidió Álvaro Obregón. El sinnúmero de situaciones no constituyó un obstáculo para que en lo político su régimen diera paso a un periodo de paz relativa para todo el país: no se volvió a vivir un movimiento armado de las proporciones del villista o e1 zapatista, lo cual posibilitó un nuevo orden institucional en que el Estado se convirtió en la fuerza más importante. En efecto, dado que las diversas facciones contendientes durante la lucha de 1910-1920 no lograron consolidar a una de ellas con un programa que comprendiera beneficios para todas las restantes —aunque en distinto grado—, la vida económica y política del México posrevolucionario comenzó a girar en torno a la figura del caudillo nacional Álvaro Obregón; mas también existían caudillos regionales que se encauzaron en la búsqueda de un modelo de desarrollo económico dependiente de la gran burguesía internacional, especialmente de los Estados Unidos. Además, la realidad económica del país, heredada desde la Colonia y reforzada por las constantes luchas internas y con potencias extranjeras, con la dictadura y el movimiento armado de 1910-1917 no permitió otra alternativa.

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El movimiento revolucionario llegó a su fin cuando el grupo de Sonora se ubicó como el responsable de la dirección que el país podía tomar. Una vez que Obregón asumió la presidencia tuvo que enfrentar múltiples problemas, y uno de ellos, el más recurrente en toda la historia de nuestro país, era solucionar la crisis económica. El reto era muy complejo, pues los principales actores de la Revolución demandaban la resolución de sus problemas: los campesinos querían que se les devolviera la tierra; los obreros reclamaban mejores condiciones de trabajo y salario; los «generales revolucionarios» querían sus espacios de poder, tanto económico como político; los incipientes grupos empresariales nacionales necesitaban de estímulos y garantías para invertir sus capitales; los capitalistas extranjeros exigían protección y pagos por daños causados a sus propiedades. Los intereses de estos grupos, en un buen número de ocasiones, eran contradictorios. La forma de reanudar el desarrollo económico se presentaba difícil, y si bien «los generales sonorenses» tenían conocimientos militares, la conducción del país por la vía de la administración pública no era algo que realmente dominaran. Con alguna asesoría se observó que había dos necesidades básicas: tener un gobierno sólido e impulsar una política económica que generara una distribución de la riqueza. A la consolidación de un gobierno fuerte se enfiló primero el grupo de Sonora. En ese sentido, la prioridad era la centralización del poder en torno a la figura presidencial del gran caudillo y, después de lograr legitimar el ejercicio de la fuerza por el nuevo Estado que nacía, se incentivaría la economía de manera sistemática. Eso no quería decir que toda la política económica sería dejada para tiempos posteriores, pues para los sonorenses quedaba claro que había que vincularse con el mercado capitalista, como tradicionalmente se había hecho, con la exportación de materias primas, primordialmente del agro y de la minería. Para algunos grupos «norteños» ese esquema era conocido, pues la producción de su cam-po, principalmente, se orientaba al sur de los Estados Unidos. Era del dominio común la fama de Obregón de ser un gran exportador de garbanzo. En el caso de la minería, también estaba ubicada, en mayor proporción, en el norte del país, y la plata mexicana era bien cotizada en los mercados internacionales. El otro producto importante para la obtención de impuestos, pues estaba controlado por estadounidenses e ingleses casi en su totalidad, era el petróleo. Ya desde la época de Madero se habían vivido diferencias con los empresarios petroleros dada su renuencia a pagar mayores impuestos por la extracción del hidrocarburo. Tratados de Bucareli En el gobierno de Álvaro Obregón fue el petróleo el punto medular para impulsar la posibilidad de contar con préstamos financieros. Las negociaciones no fueron fáciles, pues el gobierno de los Estados Unidos no lo reconocía como presidente legítimo al haber llegado a la presidencia tras el asesinato de Carranza. No obstante, para 1921, México llegó a ocupar uno de los primeros lugares como productor de petróleo en el mundo. Eso le permitió a Obregón cierto margen para presionar a las compañías petroleras extranjeras para que pagaran más impuestos. La reacción fue violenta, pues el hidrocarburo les generaba ganancias extraordinarias y no estuvieron dispuestas a negociar con el gobierno. Ante esta realidad los asesores de Obregón buscaron un acercamiento con los asesores del gobierno estadounidense y, en 1923, en la calle de Bucareli de la Ciudad de México, se llegó a acuerdos que no sólo tenían que ver con la industria petrolera, sino también con la afectación a propiedades agrarias de estadounidenses y la reanudación del pago de la deuda externa. La ley mexicana, en su artículo 27, no se hizo efectiva, pues siguió considerando a los

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dueños de las compañías como los legales usufructuarios del petróleo; un breve tiempo después, el gobierno de Obregón fue reconocido por el de los Estados Unidos. Estos fueron los resultados de los «Tratados de Bucareli».

En el mismo sentido trabajó Adolfo de la Huerta, ministro de Hacienda de Obregón, quien logró acuerdos para negociar la deuda externa y se comprometió al pago de la misma. México volvió a ser sujeto de crédito en el extranjero, y mientras se cubrían los enormes intereses por la deuda externa los recursos económicos fluían hacia las actividades que garantizaban grandes ganancias —la electricidad, la minería, el petróleo, la incipiente telefonía, la reconstrucción de la telegrafía—, pero cuando se dejó de pagar, inmediatamente se cancelaron los créditos. Así se acentuaba la dependencia económica de los grandes países centrales; y para el caso mexicano, primordialmente de los Estados Unidos. Creación de la Secretaría de Educación Pública y misiones culturales

Desde el Congreso Constituyente de 1916 se debatieron las ideas surgidas del movimiento revolucionario y se integró una comisión presidida por Francisco J. Mújica, defensor del laicismo científico para abordar el tema de la educación. Sus resultados, sucintamente, enfatizaron la necesidad de una educación laica y que el Estado se encargara de ella, estableciendo que fuera gratuita y obligatoria. Al promulgarse la Constitución de 1917 el artículo 3° concentró estas aspiraciones, y para su realización se creó durante el gobierno de Álvaro Obregón la Secretaría de Educación Pública, en 1921. Bajo la dirección de José Vasconcelos se delimitaron tres áreas primordiales de atención: las escuelas, cuya prioridad era aumentar el número de las primarias, crearlas en el campo, darles orientación técnica y crear preparatorias en las capitales de los estados; las bibliotecas, para aumentar el número de las existentes y crear una modalidad de bibliotecas ambulantes para acercar la cultura «al pueblo», y las bellas artes, para impulsar la difusión de la pintura, teatro y literatura, pues se consideraba vital la participación de los artistas para aumentar el nivel formativo de la población. La Secretaría cumpliría con la federalización de la enseñanza, pues su campo de acción sería todo el país, y los establecimientos de educación —de todos los niveles— estarían bajo su supervisión correspondiéndole vigi1ar, organizar y señalar las orientaciones técnicas y políticas de enseñanza. Vasconcelos estuvo al frente de la Secretaría de 1921 a 1924. Durante este tiempo encabezó una campaña de alfabetización en la que los estudiantes de la universidad salieron a brindar sus conocimientos directamente con la gente. Propuso la no discriminación de lo indígena sino la concepción del mexicano como un mestizo que integraba lo mejor de las varias cul-turas que lo conformaban. La modalidad de ese trabajo se instrumentó en la ciudad y con mucho mayor esfuerzo en el campo con el programa de la «escuela rural» y las «misiones culturales». Dada la perspectiva de «apostolado» que se le reconocía al maestro, las «misiones cultura-

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les» surgieron como una posibilidad de «luchar contra la ignorancia» —dice Jonatan Gamboa—, pues la propuesta vasconcelista buscaba incorporar a los indígenas y campesinos al proyecto de nación civilizada y difundir en ellos un pensamiento racional y práctico para terminar con el fanatismo religioso, los hábitos «viciosos» y llegar a un saneamiento «corporal y doméstico». Así, desde 1922, se inició el programa de las misiones, pero sería hasta 1923 cuando se expidiera el Plan de las Misiones Federales de Educación. Y si bien la organización y los trámites burocráticos frenaban un tanto el programa la labor de muchos maestros que se involucraron en la actividad fue formidable. El maestro misionero ambulante llegó a sitios muy alejados de las grandes ciudades para establecer la Misión Cultural, donde capacitaba a futuros maestros en el tipo de conocimiento a impartir. Los logros de este proyecto se han reconocido como uno de los más extraordinarios en México. De este mismo programa data la idea de la llamada «Casa del Pueblo», elaborada por Enrique Corona Morfin, que pretendía que en tal espacio se enseñara a niños y adultos, pero también que el maestro apoyara en aspectos sociales, económicos, morales, físicos y estéticos. María E. Espinosa Carvajal reseña: La Casa del Pueblo perseguía finalidades sociales, económicas, morales, intelectuales, físicas y estéticas. Sus objetivos sociales fueron:

1. Constituirla escuela para la comunidad y la comunidad para la escuela.

2. Se pretendió que la escuela rural indígena fuera el resultado de la cooperación de todos los vecinos del lugar); ya fueran niños, niñas, hombres o mujeres adultos.

3. Que fuera considerada como algo absolutamente propio de la localidad.

4. Que desarrollara sus actividades teniendo siempre presente los intereses colectivos.

La Casa del Pueblo fue un proyecto integral. Lo mismo jugaba el papel de escuela primaria para niños que de educación para adultos y de orientación a la comunidad. Y las más de las veces el mismo maestro realizaba todas esas funciones, por lo que el desarrollo de la enseñanza primaria, la alfabetización y educación de adultos, la educación rural e indígena se cruzaban permanentemente, más aún en los primeros años de la alfabetización, cuando se usaron para los adultos los mismo textos y métodos pedagógicos destinados a enseñar a leer y escribir a los niños. Para finales del gobierno de Obregón y de la gestión de Vasconcelos, el presupuesto edu-cativo, que había sido de los más grandes de su historia, disminuyó de 52 millones a 25, por lo que se tuvo que economizar, frenando de alguna manera el proyecto educativo vasconcelista. No obstante, se habían dado los primeros pasos en favor de la educación popular y nacional.

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Muralismo

El optimismo que despertó la creación de la Secretaría de Educación Pública alcanzó a un grupo de jóvenes artistas que veían la posibilidad de presentar su arte con un contenido revolucionario, y fundaron en 1922 el Sindicato de Pintores, Escultores y Obreros Inte-lectuales. Su meta era participar en la construcción de una cultura destinada a un público vasto en el que la gente del campo y los trabajadores de las fábricas se reconocieran como los forjadores del país que se construía. Vasconcelos fue receptivo de esa propuesta y entabló conversaciones con Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros para que plasmaran su visión de México en los muros de varios edificios públicos, como la misma Secretaría de Educación Pública y la Escuela Nacional Preparatoria. Las grandes paredes de esos edificios fueron usados para presentar imágenes de lo que los artistas concebían como la historia de México y, además, retomaban los elementos que anteriormente la pintura de caballete no consideraba: a los campesinos, los

obreros, las fiestas populares, la vegetación y las frutas típicas de México y con un colorido que dejaba atrás los tonos pastel o muy oscuros. El movimiento muralista aparecía irrefrenablemente y no todos los sectores sociales aceptaron su estilo y mucho menos su propuesta ideológica, pues varios de los pintores principales, al mismo tiempo, se declaraban militantes del Partido Comunista Mexicano. Las relaciones entre Vasconcelos y los pintores no fueron tersas; la hipersensibilidad de uno y otros era fácilmente incendiaria y en no pocos momentos estuvieron a punto de romperse en forma drástica, pero ambos se necesitaban. El gobierno revolucionario permitía un discurso pictórico que difundía una perspectiva positiva de la lucha recién vivida prioritaria de interiorizar en la población y daba a los pintores oportunidad de presentar sus ideas y mostrar su arte (además de recibir sus salarios, que no pocas veces como ellos en sus avances se retrasaban). Asesinato de Villa

El año de 1923 volvía a presagiar problemas políticos, pues habría que elegir al nuevo presidente de México. El gobierno obregonista había buscado aglutinar pacíficamente a los distintos jefes revolucionarios, pero uno en particular no había negociado con él directamente (aunque sí a través de Adolfo de la Huerta, uno de sus colaboradores más cercanos), mas no había dejado de ser su enemigo declarado: Pancho Villa.

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El general Villa decidió retirarse a la hacienda de Canutillo, en Durango, y no involucrarse nuevamente en hechos de armas. Sin embargo, su presencia aún era respetada, sobre todo en la región centro-norte del país, donde, pese a sus desaciertos, mantenía peso político importante. No fueron pocos los rumores de la animadversión que el presidente sentía hacia Villa y su deseo de no tener que saber más de él, por lo que, ante la posibilidad de un resurgimiento del antiguo jefe de la División del Norte, su desaparición física era posible. Esta ocurrió - el día 20 de julio, cuando Villa se dirigía hacia la ciudad de Parral, y el carácter de ejecución se derivó de la gran cantidad de proyectiles que se dirigieron contra el automóvil en que viajaba. La muerte tan “oportuna” tuvo mayor relevancia una vez que se supo de la confrontación que Adolfo de la Huerta planeaba contra Obregón. Rebelión de Adolfo de la Huerta A fines de la gestión presidencial de Álvaro Obregón, su antiguo aliado y paisano, Adolfo de la Huerta, se consideró su sucesor, pero la decisión obregonista no le fue favorable y sí a su otro paisano, Plutarco Elías Calles. Adolfo de la Huerta se sintió traicionado. El bloque sonorense se fracturó y los grupos que aún se consideraban capaces de llegar a la presidencia se acercaron a De la Huerta para buscar su jefatura. La modalidad era conocida: volver a las armas para eliminar a sus contrincantes, tal como lo había hecho su antiguo compañero de lucha y de planes políticos. Adolfo de la Huerta fue entonces quien aglutinó a varios generales del Ejército Mexicano que desempeñaban el cargo de jefes de operaciones militares de diversos estados y se mostra-ban descontentos con el obregonismo, pero que no habían constituido un grupo bien estruc-turado. Como apuntan Llerenas y Tamayo, había inconformidad en el estado de Guerrero, y eso llevó a Rómulo Figueroa a pronunciarse contra Obregón, al igual que Enrique Estrada en Jalisco, Guadalupe Sánchez en Veracruz y Fortunato Maycotte en Oaxaca. En Nuevo León, Antonio I. Villarreal y Armando Flores se sumaron al movimiento. El 7 de diciembre se inició la llamada «rebelión delahuertista» y empezaron las hostili-dades. Según Martínez Assad, el movimiento tenía una cantidad importante de seguidores: de 508 generales del ejército federal defeccionaron 102; de 2758 jefes, 576 se pasaron al bando rebelde; de 8583 oficiales, 2477 se integraron a las filas del delahuertismo, junto con 23 224 miembros de la tropa, formada con 50 030 efectivos. Bastaron seis meses para que Obregón y Calles contuvieran la insurrección. Poco a poco algunos de los inicialmente seguidores de De la Huerta fueron abandonándolo y aceptando la amnistía que les garantizaba el gobierno federal. El mismo De la Huerta, refugiado en Tabasco, decidió salir del país y dejar a sus compañeros de lucha. La desbandada fue total. La victoria de Obregón y Calles les permitió efectuar una «limpieza» de todos aquellos que les fueran adversos a sus planes, y les facilitó una nueva concentración del poder político en torno a sus figuras. El antiguo triunvirato eliminó a uno de sus integrantes. A menos de cuatro años del ascenso de la trilogía de sonorenses al poder, mediante el uso de las armas, Adolfo de la Huerta —uno de ellos— había sido eliminado de sus aspiraciones para ocupar la silla presidencial en 1924, aunque se le permitió el exilio.

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Durante el gobierno de Álvaro Obregón (1920-1924) la reactivación de la economía del país había sido central, pero difícilmente creía en un desarrollo nacional que no le involucrara directamente. Su propio caso era ejemplar, pues con recursos de la Nación empezaron a modernizarse cultivos en Sonora. Mejor maquinaria para el campo, mejor sistema de riego, mejores semillas, profesionales y técnicos que estudiaban las tierras a trabajar. Ese era el esquema, el del ranchero que, con base en su propiedad privada y su esfuerzo, hizo altamente productivas sus tierras, sólo que no todos los campesinos tenían los recursos materiales para hacerlo ni la posibilidad de utilizar los capitales del Estado en su beneficio. Tampoco tenían la base primordial: la tierra. Gobierno de Plutarco Elías Calles (1924-1928) Creación de la Comisión Nacional Bancaria, Ley General de Instituciones de Crédito, Banco de México y Banco de Crédito Agrícola

Como parte de la díada sonorense, a partir de 1924 Plutarco Elías Calles —nuevo presidente constitucional— retomó la orientación económica obregonista e incorporó algunas inno-vaciones para que la reactivación se produjera: el Estado mexicano intervendría decididamente para apoyar fuertemente el desarrollo nacional. Sabido era que uno de los mayores conflictos que se presentaron durante el movimiento revolucionario fue que cada ejército podía emitir papel moneda o moneda metálica, si bien eso era menos frecuente. Desde diciembre de 1924, aunque promovidas desde el período de Obregón, se aprobaron leyes y decretos para evitar obstáculos derivados de la falta de regulación en las actividades bancarias y el senado aprobó la Ley General de Instituciones de Crédito y Establecimientos Bancarios y la Comisión Nacional Bancaria, cuya función principal era vigilar que las instituciones de crédito cumplieran las disposiciones legales. Una de sus primordiales funciones fue

crear un banco único de emisión de billetes y monedas —que fue el Banco de México—, inaugurado el 1 de septiembre de 1925. Con esta medida, además, el Estado mexicano se volvía una dependencia de financiamiento al controlar el 51% de las acciones y se permitía ofrecer préstamos, quedando como garante de los ahorradores en caso de sufrir pérdidas. El Banco de México estaría coordinado por un consejo de industriales, comerciantes, banqueros y políticos para su funcionamiento. En febrero de 1926, para reforzarla propuesta callista de lograr un crecimiento integral en la economía, por impulso de Manuel Gómez Morín se creó el Banco de Crédito Agrícola para apoyar a los «beneficiarios» de la reforma agraria con créditos refaccionarios o inmobiliarios. Para el mes de marzo el Banco Agrícola iniciaba operaciones con un capital social de cincuenta millones de pesos, y se esperaba que tuviera impacto en todo el país, tal como el Banco Nacional de México. Las medidas hacendarias de Calles fueron adecuadas, pero la forma en que se realizó no

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generó mayores beneficios dada la corrupción imperante entre los funcionarios de gobierno, pues ante la incertidumbre de la longevidad del grupo en el poder buscaban obtener grandes ganancias para sus propias personas en el menor tiempo posible. Aun así este tipo de políticas estatales auxiliaron a la economía del país. Reparto agrario, movimiento cristero, rebelión de Arnulfo R. Gómez y Francisco Serrano, Reelección y asesinato de Álvaro Obregón El reparto agrario seguía siendo uno de los puntos de mayor controversia para el gobierno, pero la devolución de tierras se iba obteniendo conforme los grupos interesados se moviliza-ban con mayor o menor espíritu combativo. Si bien durante el gobierno de Calles se repartió más tierra que durante el obregonato, eso no implicaba la entrega de tierras de buena calidad. Para tratar de ofrecer incentivos a los campesinos del país que seguían trabajando como jornaleros, medieros o aparceros (y mucho menos como peones acasillados), se fomentó un programa de fuerte inversión en infraestructura carretera y de irrigación para generar empleo y propiciar la creación de nuevos terrenos productivos. Sin embargo, la percepción gubernamental respecto del tipo de propiedad de la tierra impulsaba principalmente al pequeño propietario en detrimento de la idea de propiedad comunal, muy arraigada en la zona centro-sur del país, y ése fue el eje de su «Ley Sobre Repartición de Tierras Ejidales y Constitución del Patrimonio Parcelario Ejidal». El reparto de la tierra se efectuaría a los solicitantes siempre y cuando demostraran que el despojo de ella había sido violento o a través de una serie interminable de trámites para poder conseguir una dotación. La Revolución se institucionalizaba en uno de los aspectos más trascendentes de la vida de la mayoría de los pobladores del país. El gobierno se abrogaba para sí la capacidad de tramitar y resolver los conflictos agrarios y no aceptaría otra modalidad. La ley se presentaba y había que cumplirla, pero, nuevamente, en dependencia de la fuerza que tuvieran los demandantes variaría su aplicación, por lo que tuvo resultados diferentes, pues mientras en el norte logró cierta aceptación, en el resto del país fomentó reacciones contrarias. El panorama anterior a la Revolución no evidenciaba transformaciones profundas, ya que la gran hacienda aportaba el mayor porcentaje de producción del país y la diferenciación por regiones se mantenía: el norte producía sobre todo para la exportación, el centro para el consumo nacional y el sur con una combinación entre el autoconsumo y la modalidad de plantación (plátano, café, henequén, etc.), tal como se había presentado desde el Porfiriato. Los campesinos no dejaron de mostrar su descontento, mas su postura se dividió en dos tendencias: una ligada al gobierno a través de la Comisión Nacional Agraria (CNA) y otra medianamente independiente y localizada en zonas distantes del Distrito Federal, así como en Michoacán, Veracruz y Yucatán; esta segunda tendencia se denominaba agrarista radical o roja, y sus principales líderes fueron Primo Tapia en Michoacán, y Ursulo Galván en Veracruz, quienes desde 1926 tendieron a radicalizarse y promover la creación de la Liga Nacional Campesina que, hasta 1933, logró ostentar una importante fuerza política al realizar alianzas con gobernadores progresistas. No obstante los conflictos agrarios, poco a poco la geografía mexicana se veía conectada hacia sus principales puertos: Veracruz en la costa del este y Acapulco en la zona del oeste, pero teniendo como centro a la capital del país. También los extremos sur y norte mexicanos se enlazaron, pasando obligadamente por la Ciudad de México, y se logró el crecimiento de ciertas ciudades medias ubicadas sobre los ejes carreteros. Aguilar Camín y Lorenzo Meyer plantea que Juan Andrew Almazán, general y político, fue de uno de los mayores

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beneficiados con este tipo de programas, pues a su compañía constructora se le dieron derechos para hacer los caminos con apoyos directos del gobierno, como lo recaudado por impuestos especiales a la gasolina. En cuanto a las obras de riego Calles creó la Comisión Nacional de Irrigación para au-mentar las áreas de siembra asegurando el abasto de agua, pues la lluvia, por sí sola, no ga-rantizaba la cobertura necesaria, y las sequías (o las inundaciones) afectaban seriamente los sembradíos; el norte de México fue la región más beneficiada. Otro aspecto de orden productivo que no varió mucho respecto del obregonato fue el relativo al petróleo y las minas. Ambas actividades seguían en manos de extranjeros y funcionando como enclaves, explotando al máximo el mineral que les interesaba, pagando bajos salarios a los trabajadores mexicanos, negociando continuamente la aplicación de las leyes con el gobierno estatal o federal —según les conviniera—, utilizando tecnología traída de sus países y llevándose la mayor parte de las ganancias. Al país le quedaba cierta posibilidad de empleo para la población, un ingreso por la vía de los impuestos y, sin que eso importara mucho, un creciente desabasto de los recursos no renovables. Además, en el caso de la industria petrolera fue muy frecuente el incendio de pozos productores, que inutilizaron grandes extensiones de tierras fértiles, contaminaron los ríos y pusieron en peligro de extinción flora y fauna de regiones veracruzanas y tamaulipecas. Pero muy probablemente la complicación más fuerte que se le presentó al presidente Calles durante su gestión fue la lucha contra el único poder que tenía capacidad para enfrentarlo: la Iglesia católica. Desde la promulgación de la Constitución de 1917 la Iglesia católica había sufrido la pérdida de la hegemonía, al menos legalmente, de la instrucción pública. Vasconcelos, como secretario de Educación en el gobierno de Obregón, promovió campañas de alfabetización para que las mujeres y los hombres tuvieran más posibilidades de alcanzar una vida mejor. Cuando Calles asumió la presidencia de México no olvidó que él había sido maestro de primaria y que tenía cuentas pendientes con algunos elementos del clero. Las contradicciones hicieron crisis en 1926, cuando el arzobispo Mora y del Río se atrevió a ratificar su postura de incumplir los preceptos constitucionales que consideraba anticlericales.

El intento por recuperar antiguas posiciones de intervención en la vida del México posrevoluciónario volvió a presentarse. Calles ordenó entonces que se aplicara la ley y clausuró conventos, iglesias y desterró a religiosos extranjeros. Se llegó a otras medidas como limitar el número de sacerdotes permitidos en distintos estados de la República, aprehender y condenar al obispo de Huejutla por hacer declaraciones contrarias al gobierno y expulsar a un delegado apostólico por la misma causa.

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El clero organizó entonces la Liga Nacional de la Defensa de la Libertad Religiosa, y las disputas entre el gobierno mexicano y la Iglesia Católica enfrentaron a los mexicanos en una lucha cruenta tanto física como espiritual, pues un pueblo fervorosamente religioso de pronto encontró las iglesias cerradas —con la anuencia del papa Pío XI— y no tenía sus altares para implorar la ayuda que siempre necesitaba. Tal situación afectaba y era resentida por la mayoría de la población, sin diferenciarse pobres y ricos, pues ambos grupos tenían un punto de unión en su fe. Este conflicto se conoce en la historia de México como «la cristiada», pues los ejércitos católicos luchaban bajo la consigna de «¡Viva Cristo Rey!», y conmocionó a una buena parte de la población pero, aun con toda su fuerza, no logró eliminar la presencia del verdadero responsable del ejercicio del poder en México: Plutarco Elías Calles. En junio de 1929, cuando era presidente provisional de México Emilio Portes Gil, la paz se restableció. La Iglesia, por su parte, se comprometió a reanudar el culto en los templos y convencer a los cristeros de deponer las armas; el Estado aceptó aplicar con tolerancia los artículos de la Constitución. El descontento entre distintos sectores poblacionales era manifiesto, pues el gobierno, surgido de la Revolución, había llevado a «hombres nuevos» a los cargos públicos más importantes, pero tenían que negociar con representantes de poderes alternos fuertemente arraigados o contra emergentes grupos que se sentían con capacidad para disputarle el espacio recién conquistado. Esa situación se presentó a finales de 1927, cuando algunos generales revolucionarios aspiraron a la silla presidencial. Francisco Serrano, quien había apoyado la rebelión de Agua Prieta, actuado como funcionario público en el gabinete obregonista y como gobernador del Distrito Federal durante 1926 y 1927, se postuló como candidato presidencial para el periodo 1928-1932. A finales de septiembre, junto con algunos seguidores, intentó levantarse en armas para hacer viable su aspiración, pero fue descubierto y, sin juicio alguno, asesinado el 3 de octubre en Huitzilac, Morelos. Situación similar se presentó con el general Arnulfo R. Gómez, firmante del Plan de Agua Prieta, colaborador de Obregón —encargado de la guarnición militar de la plaza de México— y jefe de las zonas militares de Chihuahua y Veracruz. El general Gómez, desde junio de 1927, aceptó ser candidato a presidente de la República por el Partido Nacional Antirreleccionista, con anterioridad a que Obregón anunciara sus pretensiones de volver a gobernar el país. Ante un movimiento de tropas coordinado con el general Héctor Almada, desde la Ciudad de México, y sublevado Gómez en Perote, Veracruz, el ejército federal salió a combatirlos hasta capturar a Gómez y fusilarlo. No obstante la pretensión callista de fortalecer al país en todos los órdenes, existía uno que aún mantenía una evidente complejidad: el relativo al ejercicio del poder. Pocos pudieron imaginar que Álvaro Obregón manifestara pretensiones para reelegirse en 1928, pero cuando se percataron de su regreso a la vida política no dudaron que su iniciativa de enmendar la Constitución, a través del Congreso, iba a triunfar. Así, se modificaron los artículos 82 y 83, que prohibían la reelección, para aclarar que los artículos señalados aludían a la imposibilidad de volver a ocupar el Poder Ejecutivo inmediatamente después de haberse cubierto el periodo establecido de cuatro años, pero que no especificaban la prohibición de volver al cargo mediando la gestión de otra persona. El gran caudillo regresó y no lo enfrentaron directamente los militares, sobre todo después de lo sucedido con Gómez y

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Serrano. La nueva campaña presidencial de Obregón se realizó inserta en la llamada guerra cristera, que le acarreaba conflictos al presidente Calles por los abusos cometidos contra los creyentes, y la nada disimulada oposición de la Confederación Regional Obrera Mexicana, cuyo líder, Luis N. Morones, consideraba que perdería las posiciones de poder logradas entre 1924 y 1928. Las elecciones se efectuaron y Obregón resultó el triunfador absoluto. El grupo revolucionario volvía a aceptar al principal caudillo de la etapa armada, pero la supuesta armonía no duró mucho, pues antes de tomar posesión fue asesinado en San Ángel, Ciudad de México, por León Toral el 17 de julio. El magnicidio perpetrado por un hombre que arguyó su catolicismo y se relacionó con importantes figuras de la misma religión llevó a una nueva crisis política. El Maximato

1. Gobierno de Emilio Portes Gil

Fundación del PNR En el momento del asesinato de Obregón la función presidencial aún recaía en el general Calles, quien asumió la responsabilidad que reclamaba ese momento político: nombró a Emilio Portes Gil —un abogado declaradamente obregonista y que apoyó a importantes grupos obreros de Tamaulipas cuando fue gobernador— como presidente interino (del 1 de diciembre de 1928 al 4 de Febrero de 1930) y, al mismo tiempo, como encargado de esclarecer las causas políticas del asesinato. Con ese movimiento el presidente dejaba el esclarecimiento de los hechos a cargo de los afectados, si bien el ejercicio del poder nacional lo mantenía en sus manos. A partir de julio de 1928 Calles supo muy bien lo que significaría una nueva contienda entre los revolucionarios por

llegar a la presidencia de México, por lo que señaló la “necesidad de transitar de una forma de gobierno basada en la figura del caudillo a otra de tipo institucional”.Durante los últimos seis meses de su gobierno trabajó insistentemente en adentrar en las pudientes capas sociales la idea —que fue bien recibida— de crear un partido político para dirimir pacíficamente las sucesiones de los diferentes poderes. La necesidad de no desgastarse en más enfrentamientos llevó a la «gran familia revolucionaria» a intentar una modificación en sus prácticas, por lo que, meses más tarde (marzo de 1929), fue creado el Partido Nacional Revolucionario; casi de manera automática los partidos regionales empezaron a desaparecer. El acuerdo se sellaba, aunque la forma en que iba a desarrollarse no estaba bien definida, y el verdadero artífice ocupaba sus contactos para que «el partido» quedara bajo su control. Dentro del programa del PNR se contemplaban las demandas de los sectores sociales más necesitados: educación, generación de empleos, apoyo a los campesinos para que recibieran tierras ejidales, pero también señalaba la obligatoriedad de mantener una balanza

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de pagos equilibrada y de industrializar al país. Sin embargo, los principales objetivos de la política callista eran centralizar el poder y sujetarlo a su persona, aun sobre la figura del presidente de la República. Calles mandaba y no dejaría de hacerlo aun sin ser el presidente de México. A los años de la vida política mexicana que transcurrieron de 1929 a 1936 se les conoce en nuestra historia nacional como «Maximato», por la trascendental importancia que tuvo la figura de Plutarco Elías Calles, llamado «el Jefe Máximo». Si México había sido un país en donde el representante del Ejecutivo siempre actuaba como el gran ostentador del poder, para los años de 1929 y 1930 Calles evidenció que tal regla no escrita tenía una variación. El primero en saberlo fue Emilio Portes Gil. El breve período de gobierno de Portes Gil fue muy intenso en hechos que necesitaban soluciones: resolver el conflicto con la Iglesia católica, poner en marcha las funciones del PNR y llevar a buen término el nuevo proceso electoral. Una de las primeras actividades de Emilio Portes Gil, aun antes de ser presidente, se dirigió a tratar de contener la política radical contra las manifestaciones de la fe católica. Ya como titular del Ejecutivo federal, en junio de 1929, esa política conciliatoria le permitió entablar pláticas con los representantes de la Iglesia católica, y les ofreció aplicar «con tolerancia» los artículos constitucionales que incidían en las prácticas religiosas. Por su parte, la institución católica se comprometió a reanudar el culto en los templos y a convencer a los cristeros de deponer las armas. El pueblo, representado por la soldadesca y los campesinos, una vez más, puso los muertos y las élites urbanas —civiles y religiosas— efectuaron las negociaciones. Rebelión escobarista Un nuevo conflicto, aunque por razones crónicas, volvió a presentarse desde el estado de Sonora. Con el Plan de Hermosillo, varios generales —Francisco R. Manzo, Fausto Topete, Marcelo Caraveo y otros— secundaron al general José Gonzalo Escobar en el levantamiento contra Emilio Portes Gil y Plutarco Elías Calles a inicios de marzo de 1929. Esta fracción postulaba al licenciado Valenzuela para contender a la presidencia pero, al mismo tiempo, algunos de los insurrectos se decían dispuestos a formar parte del partido impulsado por el Jefe Máximo. Ante tal acción Portes Gil organizó la respuesta y encomendó la represión al general Calles. Durante tres meses se registraron hechos de armas, algunos de ellos en Monterrey, pero la derrota completa se les infligió en Jiménez, Chihuahua, de parte del primer responsable de la sujeción; esta victoria volvió a presentar a Calles como el «hombre fuerte» del país. Movimiento vasconcelista y autonomía de la UNAM La necesidad de organizar el proceso electoral para la presidencia de México había motivado a Plutarco Elías Calles a orquestar la creación del Partido Nacional Revolucionario, pero no todos los representantes de los poderes regionales estaban dispuestos a

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subordinarse totalmente. Ya los escobaristas lo habían evidenciado y su levantamiento armado fue sofocado, por lo que desde un grupo civil apareció otra propuesta encabezada por José Vasconcelos con el apoyo del Partido Nacional Antirreleccionista. El antiguo titular de la SEP en el gobierno de Obregón intentó agrupar a los descontentos con el callismo, incluidos los cristeros, e inició una campaña presidencial emulando a Francisco I. Madero. El tono de la oposición al grupo en el poder se enfilaba a captar las simpatías de las clases medias, algunos empresarios pero, sobre todo, a los grupos estudiantiles. Vasconcelos inició su campaña en Nogales, Sonora, y logró congregar algunos simpatizantes. Sin embargo, en no pocas ocasiones fue increpado y hostilizado por seguidores del PNR. Además, en el movimiento vasconcelista no existía una organización bien estructurada, y la fuerte personalidad de su líder podía generar atracción o rechazo entre los grupos menos preparados políticamente dado el lenguaje «culto» que usaba en sus mítines. El cruce de dos campañas electorales generó tensiones, sobre todo en la Ciudad de México cuando, en las mismas fechas, se produjo un hecho insólito una huelga de estudiantes de la Universidad Nacional. Inmersa en el contexto de la Revolución Mexicana, la vida universitaria fue importante noticia en 1923, cuando en la Escuela Nacional Preparatoria dos importantes personajes de la vida académica de México tuvieron fuertes diferencias: Vicente Lombardo Toledano, director de la Escuela Nacional Preparatoria, y José Vasconcelos, titular de la Secretaría de Educación Pública (SEP). Esta situación hizo surgir, aunque se había presentado ya antes, la idea de que la Universidad fuera autónoma de la Secretaría de Educación Pública. El estallido de la rebelión delahuertista, a finales de 1923, hizo que la SEP no recibiera los mismos montos económicos que los años anteriores, y Vasconcelos presentó su renuncia al presidente Obregón, aunque le fue aceptada hasta julio del siguiente año. Una vez sofocada la rebelión delahuertista, la Universidad volvió a sus actividades normales y la idea de la autonomía no volvió a tener grandes posibilidades de prosperar. No obstante, para 1928, el anterior titular de la SEP —y también ex rector de la Universidad Nacional de México—, José Vasconcelos, había logrado la aceptación de los estudiantes para incorporarlos a su campaña presidencial —escenificada durante los meses de noviembre de 1928 a julio de 1929— Así, en mayo de 1929 se presentó un conflicto por las modalidades de evaluación sugeridas por las autoridades universitarias designadas por el presidente Emilio Portes Gil y que se orientaban, principalmente, hacia la escuela de Jurisprudencia y Ciencias Sociales. Los estudiantes de Leyes se organizaron en una asamblea general e intentaron dialogar con el secretario de Educación, Ezequiel Padilla, previo acuerdo de irse a la huelga si no se resolvían sus demandas. La Rectoría respondió que si la huelga estallaba, se clausuraría la escuela de Jurisprudencia. La huelga estalló el 5 de mayo. El presidente de México y el rector anunciaron la clausura de la escuela de Jurisprudencia y de todas las escuelas que la apoyaran. La movilización estudiantil se generalizó por la actividad desarrollada por la Confederación Nacional de Estudiantes. Se designó un comité de huelga y, aunque las autoridades decidieron la reanudación de clases, los estudiantes no se presentaron. Narciso Bassols, director de la Escuela, presentó su renuncia; otras escuelas secundaron a los de Jurisprudencia y se presentaron conflictos entre estudiantes universitarios porque se organizó una fuerza para contrarrestar a los huelguistas a través del llamado bloque orientador. Cuando la policía intervino y resultaron

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heridos algunos estudiantes, el movimiento creció y recibió apoyo de ciertos maestros. El presidente Portes Gil llamó a los estudiantes a dialogar con él, y unos días después —el 1de junio— el Consejo Universitario hizo público su acuerdo sobre la autonomía. Una vez cubiertos los trámites legales ante los representantes del Poder Legislativo, Portes Gil formuló el proyecto de Ley Orgánica de la Universidad Nacional Autónoma. El día 5 de julio la Liga de Profesores y Estudiantes Universitarios declaró que si se aprobaba la Ley de Autonomía darían por terminada la huelga. La Universidad Nacional Autónoma de México surgió a la vida social y política del país en 1929. La posición estudiantil fue así encauzada hacia preocupaciones más particulares, y si bien un grupo importante de ellos siguió secundando a Vasconcelos, no todos aceptaban ser considerados como sus seguidores. La campaña presidencial del Partido Nacional Antirreeleccionista siguió adelante en su confrontación con Pascual Ortiz Rubio, candidato del Partido Nacional Revolucionario. La perspicacia del general Calles al convocar a la creación del PNR, externada desde diciembre de 1928, se concretó en marzo de 1929, cuando se reunieron todos los interesados en Querétaro para fundarlo y darle su programa y estatutos y, al mismo tiempo y dada la proximidad de las elecciones presidenciales, nombrar a su candidato. Su primer Comité Directivo estuvo integrado por Plutarco Elías Calles como presidente, Luis L. León como secretario y Manuel Pérez Treviño en función de tesorero; también el licenciado Aarón Sáenz. Correspondió a Emilio Portes Gil reconocer a la nueva agrupación política como presidente de México y, bajo decreto suyo, descontar a todos los empleados públicos siete días de sueldo para mantenimiento de aquél, así como la determinación de incluir a los «donantes» como miembros activos del partido. Buena parte de los antiguos obregonistas esperaban que a partir de marzo, con el apoyo del nuevo partido, apareciera la candidatura de Aarón Sáenz, pero la realidad fue distinta.

2. Gobierno de Pascual Ortiz Rubio Doctrina Estrada y Ley Federal del Trabajo Los hechos acaecidos en Querétaro evidenciaron el poder de Plutarco Elías Calles, quien, con una serie de leales a su persona, promovió la figura de Pascual Ortiz Rubio como el primer candidato del PNR a la presidencia de México. La reacción de Sáenz y sus seguidores fue violenta, pero el Jefe Máximo tuvo la capacidad de contenerla. A partir de allí los recursos gubernamentales, económicos y de logística se destinaron a apoyar la campaña de Ortiz Rubio. El PNR fue la suma de varias posturas surgidas principalmente de los revolucionarios adeptos a Obregón y a Calles, pero también

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de otros que regionalmente eran fuertes pero no capaces de alcanzar poderío nacional. Calles comprendió tal realidad y, por su parte, el grupo decantado de revolucionarios que no se habían sumado a las distintas rebeliones se adhirieron a quien sí podía disponer desde el centro del país. Poco a poco esos poderes locales tuvieron la oportunidad de ir fraguando la realidad política que sustentaría al ingeniero Pascual Ortiz Rubio como su candidato y llevarlo al triunfo electoral en noviembre de 1929. El control de obreros, campesinos e indígenas por medio de líderes sindicales, o caciques —a través de la fuerza, la manipulación o la incomprensión de lo que representaba la «democracia»—, dieron sus resultados: Ortiz Rubio resultó presidente electo. Una vez que Ortiz Rubio rindió protesta como presidente de México para ocupar el cargo de 1930 a 1934, pocos fueron los que creyeron en la posibilidad de un gobierno que estuviera lejos de la influencia callista, sobre todo al comprobar que, ante un atentado que sufrió el mismo día que inició su mandato, mayor fue el número de políticos que fueron a consultar a Calles para preguntarle qué era lo que se iba a hacer, que los que se preocuparon por la salud del presidente. No obstante, el nuevo titular del Ejecutivo federal intentó crearse un equipo de trabajo que respondiera a sus propios proyectos, situación que encontró fuertes obstáculos entre la administración de filiación callista. Además, esos primeros años de los treinta fueron de grandes problemas económicos en el ámbito mundial, lo que impedía la obtención de buenos resultados en tal área y, sobre todo, sin la ayuda callista. Uno de los problemas más importantes que tuvo que enfrentar Ortiz Rubio se derivó del llamado «crack» de 1929, cuando la economía estadounidense tuvo una fuerte recesión después del increíble auge económico vivido al término de la Primera Guerra Mundial y que posibilitó los «fabulosos veinte». Ante la desocupación de trabajadores mexicanos que laboraban en Estados Unidos, muchos de ellos se vieron en la necesidad de regresar a México; para resolver sus problemas el gobierno estadounidense se confirió la capacidad de decidir qué gobiernos eran «dignos de confianza» para sus intereses y de reconocer —o no— a sus representantes. Para el gobierno mexicano era prioritario establecer buenas relaciones con su vecino del norte, pero sin menoscabo de su soberanía. Por ello, don Genaro Estrada, ministro de Relaciones Exteriores, señaló que México no se pronunciaría por otorgar reconocimientos, por considerar esa práctica como algo denigrante que, sobre herir la soberanía de otras naciones, las colocaría en la posibilidad de que sus asuntos interiores pudieran ser calificados en cualquier sentido— por otros gobiernos, quienes ser presidente de México cuidan este asumirían una actitud de crítica al decidir, favorable o desfavorablemente, sobre la capacidad legal de regímenes extranjeros. Estrada hizo de cerca las trayectorias políticas de circular tal determinación en pos de defender la libre determinación de los pueblos para asumir el proceso revolucionario, propuso el tipo de gobierno que consideraran adecuado y rechazar cualquier intento de intervención en tal ámbito. La postura de México fue aceptada y asumida por otros países para sus propias políticas internacionales. Al interior mismo del país la presencia de los trabajadores, cada vez más importante, requería atención dado el peso que detentaban política y económicamente. Protegida por Calles, la CROM de Morones había sido un mecanismo de apoyo para las políticas gubernamentales, pero desde el asesinato de Obregón —así como los excesos y prepotencia de sus líderes— le habían restado popularidad, por lo que algunos sindicatos muy fuertes, como el de los ferrocarrileros, los electricistas y los petroleros, buscaban sus propias formas de organización y lucha.

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El ascenso político de estos sectores obreros estaba en relación con la importancia que te-nían en el desarrollo económico del país, justo cuando la industria empezaba a despegar, y ello requirió —de parte del Estado— reglamentar las relaciones laborales. Para 1931 el resultado de múltiples iniciativas en tal sentido se presentó a través de la primera Ley Federal del Trabajo, el 27 de agosto, que otorgaba plena autonomía al Departamento del Trabajo mediante una serie de atribuciones bien definidas, entre las que destacan las siguientes:

1. Vigilar el cumplimiento de la Ley Federal del Trabajo. 2. Buscar soluciones a los conflictos laborales mediante la conciliación. (Para ello

funcionarían las Juntas de Conciliación y Arbitraje, municipales, estatales y la federal).

3. Desarrollar una política de previsión social y de inspección. (Se designarían inspectores del Trabajo y Comisiones Especiales del Salario Mínimo, incluyendo posteriormente a la Secretaría de Educación Pública para vigilar el cumplimiento de las obligaciones de los patrones que en materia educativa establecía la Constitución).

4. Crear comisiones mixtas y otros órganos preventivos y conciliadores. Una nueva organización obrera, dirigida por Vicente Lombardo Toledano, se opuso a algunas disposiciones que atentaban contra la organización sindical, pues se les obligaba a entregar los padrones de los agremiados a los representantes del gobierno (que no era muy abierto a las demandas y menos a las huelgas); a aceptar auditorías; se limitaba el reconoci-miento de la huelga como un derecho; sólo se aceptaría la representatividad sindical al grupo que el gobierno considerara legítima, y sólo reconocería contratos de trabajo que estuvieran escritos y cuyos sindicatos hubieran sido reconocidos por el gobierno. También permitía los cierres patronales, paros laborales (cuando hubiera sobreproducción), el despido injustificado y el establecimiento de salarios mínimos (poner un tope a las exigencias de los trabajadores en cuanto a su retribución, y contener la posibilidad de mayores ingresos). La complejidad de las relaciones entre los asalariados, las empresas y el gobierno se tornaba álgida, pues derivada de la experiencia del gobierno de la Unión Soviética, la idea de una organización obrera capaz de impulsar medidas más favorables a los operarios era muy atractiva para éstos y estaban en cierta posibilidad de negociar. Sin embargo, el callismo no era partidario de expresiones que minaran su poder. Con base en el control que el Jefe Máximo detentaba (por esos años el general Calles vivía frente al Castillo de Chapultepec, sede de la residencia presidencial, por lo que un dicho popular rezaba: «Allí vive el presidente —señalando el castillo—, y el que manda vive enfrente»), el país comenzó a institucionalizarse (muy a pesar de la paradoja de hacerlo por la presencia de un

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caudillo) mediante un muy complejo proceso de reorganización estatal que, paulatinamente, le confería mayor autonomía política frente a las clases sociales, permitiéndole re-ordenar las relaciones de poder en el interior de la burocracia política. Cuando para Ortiz Rubio fue imposible luchar, sin entrar en confrontación directa con el Jefe Máximo, renunció a la presidencia de la República en 1932. Sin una oposición real, Calles nombró como su sucesor al general Abelardo L. Rodríguez, quien quedó como presidente interino por dos años.

3. Gobierno de Abelardo Rodríguez (1932-1934) Decreto del salario mínimo y creación de Nafinsa Desde la fundación del PNR quedó claro que dentro de esa organización se podía llegar a negociar algún puesto público, pero fuera de él no se lograría nada. El único partido que se mantuvo en oposición, aunque en la clandestinidad, fue el Partido Comunista Mexicano, pero nunca tuvo una presencia nacional y sus militantes pertenecían a determinadas organizaciones de trabajadores muy localizadas. El Partido Nacional Revolucionario era el sustento del callismo, ya que como asegura Medina, el objetivo de su creación había sido controlar al presidente y erigirse en el espacio político donde los aspirantes a gobernar el país debían presentar sus proyectos para ello. Sin embargo, esa posibilidad de diálogo se veía sumamente restringida ante la presencia del Jefe Máximo, el poder más evidente dentro de la vida política mexicana y que dominaba incuestionablemente la organización y decisiones emanadas del PNR. Cuando Abelardo Rodríguez fue designado presidente de México tenía claro que dependía de Calles. Durante su gestión se instituyó legalmente el salario mínimo y se fundó Nacional Financiera. La Ley del Salario Mínimo fue un mecanismo que se enmarcó en la necesidad de contener una posible reacción de los trabajadores, ante sus condiciones de trabajo y vida, aunque se presentó como un logro para ellos al establecer “lo mínimo” que se debía pagar, en cualquier punto del país, para su subsistencia. Así se «aseguraba» la subsistencia del trabajador, al mismo tiempo que se les daba a los patrones la «medida justa» de lo que debería pagar. La creación de Nacional Financiera (Nafinsa), el 24 de abril de 1934, se debió a la pro-moción del secretario de Hacienda Marte R. Gómez, cuya intención era «movilizar» ciertos bienes inmuebles que pertenecían al Estado mexicano y, mediante su venta, lograr liquidez al sistema bancario convirtiéndose en una especie de banco inmobiliario. Los montos así obtenidos se canalizarían hacia las actividades productivas y se fomentaría a los pequeños industriales. El beneficio fue principalmente para quienes conocían tales posibilidades y no eran —mayoritariamente— los obreros ni los campesinos. La administración de Rodríguez tenía en cuenta que la problemática a resolver se presen-taría cuando iniciara la contienda electoral para el período 1934-1940. Ya desde 1933 se anunciaron algunas aspiraciones presidenciales entre un buen número de integrantes del Ejército, aunque poco a poco fueron aceptando los principios de institucionalización promovidos por el callismo, así como de muchos caciques regionales. Sin embargo, esta situación no se registró en el estado de Veracruz, donde surgió otra candidatura a la presidencia de la República en la figura del general Adalberto Tejeda. Como en tres ocasiones anteriores, Plutarco Elías Calles determinó el nombre del futuro presidente de

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México: Lázaro Cárdenas del Río. El Cardenismo (1934-1940) En una campaña presidencial no vista con anterioridad, que se distinguió un acercamiento real con las comunidades rurales principalmente, sin descuidar las ciudades, el general Lázaro Cárdenas fue sentando las bases de una relación estrecha con los campesinos, obreros y burócratas del país. Además ya desde sus años de gobierno en Michoacán, se había distinguido por haber hecho efectivo en ese estado la reforma agraria, haber impulsado la creación de escuelas y conocer directamente las demandas obreras. Cuando Cárdenas llegó a ocupar la presidencia de México tenía cierta experiencia de lo que era desempeñar un cargo público, pues había sido gobernador de Michoacán, presidente del Partido Nacional Revolucionario, militar victorioso del lado del callismo y jefe de las Operaciones Militares en la zona norte del estado de Veracruz, lo que le permitió conocer de cerca la problemática de los trabajadores petroleros con las compañías extranjeras que se dedicaban a la extracción del energético en esa importantísima región; asimismo, fue secretario de Gobernación con Pascual Ortiz Rubio y secretario de Guerra y Marina con Abelardo L. Rodríguez. Si bien todos estos aspectos forjaron la perspectiva que el presidente tenía de cómo organizar el desarrollo económico y político del país, no era menos cierto que su origen agrario marcaba, a su vez, esa idea de crecimiento que debía regir en todo el territorio nacional. De todas formas, el general Cárdenas, con anterioridad a su elección presidencial, había recopilado suficiente información, tanto de manera directa (presencial) como indirecta (por información que le ofrecían) del campo y del sector industrial que caracterizaban al país. Esta amplia experiencia le posibilitó un acercamiento muy importante con los grupos obreros y campesinos que se manifestaban abiertamente en busca de mejores condiciones de vida y trabajo. Pero si bien tales conglomerados eran importantes por su magnitud y peso político, basado en su participación en el movimiento armado, no fueron los únicos a los que se dirigió continuamente. El grupo de los militares también mantuvo un especial nexo con Cárdenas, sobre todo los más jóvenes, quienes vieron en él a uno de los suyos; también con los intelectuales las relaciones fueron buenas. Asimismo, las incipientes clases medias —los burócratas, principalmente— fueron bien tratadas por la administración cardenista, tanto cuando fue gobernador como cuando fue presidente del PNR. Además, después de diez años de haberse establecido el nuevo Estado mexicano y seguir fortaleciéndose su proceso institucional, la vida política del país transitaba, no sin algunos obstáculos, hacia la pacificación y un proceso de construcción.

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El Estado benefactor La conciliación con los grupos populares dio seguridad a Cárdenas para implementar una política económica cuyas bases fueran nacionalistas, donde la participación del Estado fuera decisiva para impulsar la producción interna desde los diferentes sectores, comenzando por el campo y la industria, y también garantizar su óptima incorporación al mercado nacional con la finalidad de no depender tanto del exterior. La sociedad mexicana transitaba lentamente hacia una urbanización que requería de satis factores para poder realizarse, por lo que la visión gubernamental auspició el desarrollo de una importante clase media y condujo a una política de beneficio social, que redundó en la transformación de las ciudades mediante la pavimentación, la introducción de drenaje, la electrificación, la construcción de hospitales, escuelas, parques, centros deportivos, etcétera. Ante esta serie de transformaciones el Estado mexicano asumió directamente nuevas responsabilidades al impulsar de manera decidida el desarrollo industrial; trató también de incorporar a la burguesía nacional para que generara actividades productivas y, al mismo tiempo, empleos para una población creciente. Al contrario de como algunos autores lo han calificado de comunista o socialista, dicen Espadas y Vallado, Cárdenas no tendió a someter toda la economía del país a los designios del Estado, sino que siempre dejó márgenes importantes como para que la inversión privada participara en el desarrollo de la industria e incluso en la agricultura; tampoco sus reformas fiscales resultaron aniquiladoras de la empresa privada, principios básicos de una economía mixta. Por ello, a lo largo de su gobierno, importantes organismos empresariales le otorgaron su apoyo, aunque algunos muy poderosos se le enfrentaron. Reparto agrario, movimientos obreros y campesinos; creación de la CTM y de la CNC Los campesinos, por su parte, en los inicios de la década de 1930 no terminaban de comprender por qué el gobierno que decía representarlos no cumplía con el programa de restitución y dotación de tierras requerido por los más necesitados de manera inmediata y masiva, sino a través de un procedimiento burocrático que muy pocos de ellos conocían, lo que posibilitó el surgimiento de un grupo de intermediarios que paulatinamente se fue vinculando al gobierno en perjuicio del campesino. Sin embargo, para la segunda mitad de los años treinta se empezó a percibir una variación en la política seguida hasta el Maximato. Si con antelación a la presidencia cardenista la pequeña propiedad privada se consideraba el motor que impulsaría el desarrollo económico nacional, desde el inicio del cardenismo la modalidad de propiedad ejidal de la tierra se consideró como la mejor forma en que el campesinado podría trabajar la tierra para generar una fuerte producción agrícola que abastecería el crecimiento de las ciudades que empezaban a demandar suficientes satis factores: Distrito Federal, Puebla, Guadalajara, Monterrey, Torreón, etc., al mismo tiempo que se fuera dejando la práctica de la siembra exclusiva para el autoconsumo. En la zona conocida como La Laguna, que se encuentra entre los estados de Coahuila y Durango, donde existía una previa disputa entre hacendados y campesinos que reclamaban la propiedad de miles de hectáreas, el presidente dotó de casi 50 mil hectáreas de tierras a los solicitantes de esos terrenos, haciendo en parte justicia a una de las demandas trascendentales de la Revolución. Otra importante repartición de tierras ejidales se realizó en la zona henequenera de Yuca-

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tán; una más en el valle del Yaqui, en las tierras que durante muchos años fueron disputadas entre hacendados e indígenas; otra en Michoacán, a expensas de dos latifundios, propiedad de descendientes italianos, en las haciendas de Lombardía y Nueva Italia. Una expropiación también de grandes proporciones se realizó en el estado de Sinaloa, en la región de Los Mochis, y otros miles de campesinos más, a lo largo y ancho del país, fueron beneficiados en estos años, unos con buenos resultados y otros sin ellos. Las grandes dotaciones de tierras registradas en el cardenismo, además de la sensibilidad política del presidente, estaban también sustentadas en un agrarismo ferviente de parte de los campesinos que reclamaban con las armas en la mano el cumplimiento de sus demandas. El agrarismo radical era conocido y reconocido por la administración del general michoacano. Mas no sólo se dotó de tierra a los campesinos, también se les otorgó apoyo económico y técnico para impulsar la obtención de beneficios con la creación del Banco de Crédito Ejidal, aunque en algunas ocasiones los auxilios no llegaron hasta sus destinatarios o fueron erróneamente ocupados. El movimiento campesino no dejaba de hacerse presente y su participación en la vida económica requería una mejor producción, pero también su peso político impulsaba a una organización dirigida por el gobierno federal para controlar las irrupciones sociales en ese sector. La centralización del poder en manos nuevamente, del presidente de la República fue una línea del gobierno cardenista que en 1933 ya estaba en marcha. El movimiento obrero fue otro elemento a considerar. Ya desde el surgimiento de la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM, 1918), que era la organización obrera más grande del país, una buena parte del sindicalismo aceptó las directrices que el gobierno mexicano impuso en torno a la regulación de las relaciones entre el capital y el trabajo. Luis N. Morones, como su eterno dirigente —prototipo de la corrupción y del oportunismo, sobre todo en el gobierno de Calles—, limitó una organización más genuina de los trabajadores mexicanos, pero algunos sindicatos importantes no se afiliaron o bien se desprendieron pronto de tal central. Los electricistas, los ferrocarrileros, los mineros y los petroleros buscaron alternativas diferentes y crearon en 1935 el Comité Nacional de Defensa Proletaria (CNDP). Estos sindicatos registraban un importante peso dentro de la economía mexicana y habían iniciado una lucha por el reconocimiento legal de sus dirigentes para tratar con los empresarios como parte imprescindible de sus respectivas actividades industriales. Para el trascendental año de 1936, en febrero, el CNDP lanzó una convocatoria para crear una central obrera fuerte; de allí surgió la Confederación de Trabajadores de México (CTM), el 24 de febrero, cuyo primer secretario general fue Vicente Lombardo Toledano. La CTM aglutinó a 4 mil delegados, representantes de 600 mil trabajadores; el primer conflicto se

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registró cuando de manera fraudulenta Fidel Velázquez fue nombrado secretario de organización y propaganda, en perjuicio de Miguel Ángel Velasco, militante del Partido Comunista Mexicano. Lombardo Toledano mantuvo a Fidel Velázquez; Velasco declinó ante tal situación, pero asumió el área de educación sindical. Ese año de 1936 los trabajadores de la vidriera Monterrey decidieron enfrentar a los dueños de la empresa para exigir el reconocimiento de su sindicato. Los patrones intentaron desviar las legítimas demandas y acusaron de comunistas a los líderes obreros. El presidente se desplazó hasta Nuevo León y definió su posición a favor de los trabajadores. Como un detonante actuó tal resultado para que otros grupos de trabajadores presentaran sus demandas. Esa situación alarmó a los dueños de empresas e industriales que no estaban acostumbrados a que las autoridades apoyaran a los obreros. El jefe máximo reclamó, el presidente lo declaró persona no grata para el país y los obreros, campesinos, burócratas y algunos militares cerraron filas a favor de Cárdenas. Ante la incredulidad y el azoro de los viejos políticos, el presidente rompía la dependencia con el Jefe Máximo. Plutarco Elías Calles tuvo que partir al exilio. La realidad política se modificaba; el presidente y los trabajadores se apoyaban mutuamente, pero también debían encarar conjuntamente las obligaciones. La CTM, con Lombardo Toledano como máximo dirigente, apoyó en abril de 1936 a Cárdenas —cuando expulsó a Calles del país— con manifestaciones tumultuosas en varias ciudades del país. Además, la CTM apoyó a los petroleros en su lucha contra las compañías extranjeras y creció su credibilidad. Para 1937 correspondió a los electricistas promover una disputa con la principal compañía del ramo, The Mexican Light and Power Co., y el fallo para sus demandas les fue favorable. Para finales de ese año los petroleros se pronunciaron por un contrato único de trabajo para todos ellos; existían varias compañías que los empleaban con salarios y condiciones laborales diferentes, por ejemplo: El Águila, La Huasteca Petroleum Co., la Transcontinental, La Corona, La Mexican Gulf, La Texas Oil

Co., entre otras. Las negociaciones fueron muy difíciles dada la importancia de la industria petrolera, tanto nacional como internacionalmente, pero al fin lograron un aumento salarial, el establecimiento de una jornada de 40 horas semanales y, lo más importante, la posibilidad de que el gobierno mexicano realizara una investigación de tipo económico en la contabilidad de las compañías petroleras extranjeras para considerar un pago mayor de salarios. Sin embargo los trabajadores, en general, a través de la CTM —a partir de ese 1937— fueron incorporados al Partido

Nacional Revolucionario como militantes y Lombardo aspiraba a integrar en una central única a los campesinos; Cárdenas no lo permitió. Desde años atrás había existido la idea de crear la Confederación Nacional Campesina con el propósito de aglutinar a los trabajadores del campo que seguían demandando tierra

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para hacerla producir, pero fue hasta agosto de 1938 cuando tal organización contó con todo el apoyo presidencial y una estructura reconocida. Su primer secretario general fue el profesor Graciano Sánchez. En sus declaraciones especificaba que «pugnaría porque las haciendas del territorio nacional fueran fraccionadas en ejidos y se repartiera esa tierra a los peones acasillados». Tal orientación era resultado de una efervescencia agraria que se registraba en algunos estados de la República, uno de ellos Michoacán, estado natal del presidente y de uno de sus allegados más importantes, el general Francisco Mújica, fuerte promotor del reparto agrario. Si bien el peso político del campesinado mexicano era importante, poco a poco se hacía evidente que no contaba con líderes que pretendieran una confrontación directa con el presidente, y menos cuando se les estaba dotando de tierra. Sinarquismo y fundación del PAN y rebelión de Saturnino Cedillo Los primeros años de la administración del general Cárdenas fueron observados con mucha renuencia por los antiguos sectores beneficiados por los sonorenses y por lo menos uno de ellos intentaba remover elementos religiosos para contrarrestar lo que consideraba era un atentado contra el catolicismo. En el centro del país, en los sitios donde anteriormente se había desarrollado la guerra cristera, surgió la Unión Nacional Sinarquista, que se oponía a la propiedad privada para los campesinos y jornaleros, auspiciada por hacendados y terratenientes, pero que contaba con el apoyo de fervorosos campesinos creyentes. En efecto, hacia los años finales del cardenismo se empezaron a manifestar nuevos y renovados intereses que se habían mantenido a la expectativa después de la expatriación de Calles. Con una filiación de base católica, pero más urbana y de mayores recursos económicos, surgió un partido político de tendencia conservadora que miraba al cardenismo como promotor de ideas comunistas. Así, fundado por Manuel Gómez Morín surgió el Partido Acción Nacional, en septiembre de 1939; nos dice María Rodríguez que apareció comprendiendo dos tendencias: «una que buscaba tomar el poder por medio de la lucha electoral y otra que solamente abrigaba la intención de formar en el pueblo mexicano una conciencia cívicoreligiosa. La primera fue la que constituyó el PAN». El caso del general Saturnillo Cedillo representa una oposición más al régimen cardenista ante un momento social que marcaba cambios importantes en la política del país. Cedillo había sido un combatiente del gobierno mexicano contra los cristeros, pero en los últimos meses del conflicto impidió que se cometieran abusos contra ellos. El estado de San Luis Potosí se sustentaba, como buena parte de México a finales de la década de 1930, en el trabajo de los campesinos y Cedillo logró —una vez cerrada la revuelta de carácter religioso— una fuerte presencia en esa región. Durante el Maximato se volvió pieza clave para mantener el control del área y recibió distintas compensaciones, como la capacidad de nombrar presidentes municipales o gobernadores para su estado, al subordinarse al partido. En el inicio del gobierno de Cárdenas fue nombrado secretario de Agricultura. Sin embargo, su perspectiva prioritaria hacia el campo se basaba en el control de tipo caciquil y los nuevos actores, clases medias y líderes campesinos y obreros no se identificaban con ella. Su desvinculación del campo, al irse a la Ciudad de México, le redujo cierta influencia y comenzó a debilitarse. Ante un conflicto con estudiantes de la escuela de Chapingo, que no pudo resolver, el presidente le

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pidió la renuncia; Cedillo se consideró traicionado, regresó a su región y compró armas para preparar la rebelión. Sus diferencias con el general Mújica (colaborador muy cercano del presidente) y con Lombardo Toledano (líder de la CTM) tuvieron un peso significativo, pues los primeros intentaban restar poder a los caciques para institucionalizar la vida nacional. Un gran cacique como Cedillo, desde esa óptica, obstaculizaba su labor. En un intento por impedir hechos de armas, y por encontrarse en próximos tiempos electo-rales para la nueva administración presidencial, el general Cárdenas se dirigió a San Luis para pedirle a Cedillo entregara las armas; la respuesta fue contraria. La rebelión estalló y el gobernador de San Luis Potosí, coronel Mateo Hernández Netro, el 15 de mayo de 1938 confrontó al gobierno federal. Con dos avionetas lanzó cuatro bombas y ejemplares de su manifiesto —en el que desconocía al gobierno cardenista—, y puso en manos del general Cedillo las fuerzas potosinas de oposición. El Ejército no tardó mucho tiempo en controlar la situación que no irradió más allá de su lugar de origen. En enero de 1939 murió asesinado el general Cedillo. Nacionalización de la industria ferrocarrilera y expropiación petrolera Para 1939 el escenario político mexicano volvía a tensarse ante dos situaciones importantes: las elecciones presidenciales y las condiciones de guerra que se vivían en Europa, y precisaba definiciones ante ello. La experiencia expansionista de las diversas potencias económicas encontró mayor o menor resistencia en los territorios en los cuales habían decidido intervenir, sin olvidar que no sólo tenían incidencia a través de la fuerza, sino también por medio de transacciones económicas. Para el caso de México la penetración de los intereses estadounidenses era altamente significativa y en sectores estratégicos. En el norte del país las minas seguían produciendo metales para la industria y, además, se ubicaban grandes haciendas ganaderas de su propiedad. Hacia el Golfo de México, más específicamente en el estado de Veracruz, una industria extraordinariamente redituable era la petrolera, y las compañías que se encargaban de su extracción, refinación y distribución eran tanto estadounidenses como anglo holandesas. Durante el sexenio cardenista varios factores influyeron para que los conflictos con los Estados Unidos volvieran a presentarse y evidenciaron el carácter antiimperialista de la política presidencial, entre otros, el ascenso del movimiento sindicalista de los petroleros mexicanos (que contaban con el apoyo del gobierno); otro respondía a que las compañías petroleras estadounidenses estaban trasladándose a explotar el petróleo de Venezuela, en cuyo país no existía una legislación que protegiera tanto como la mexicana, y este tipo de recurso ni siquiera tenía un sindicalismo combativo; otro más radicó en que el principal campo petrolero de la época pertenecía a la compañía El Águila, de propiedad anglo holandesa, y no podía ser tan cuidado por sus propietarios, pues temían el estallido de otra gran guerra, ante lo cual debían mantener sus posesiones en el Medio Oriente. Sumado a estas situaciones, se originó un problema salarial entre las diferentes compañías y los trabajadores mexicanos que desembocó en una renuencia de parte de las empresas a acatar la justicia mexicana, por lo que, haciendo uso de una ley reglamentada en 1936, con el respaldo de los enormes contingentes del campo y de la ciudad, Lázaro Cárdenas decretó expropiar «por causa de utilidad pública» a esas compañías toda la infraestructura establecida, mediante pago, y nacionalizar el petróleo.

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A partir del 18 de marzo de 1938, México logró el dominio del petróleo, de la industria petrolera y sus trabajadores mantuvieron la producción gracias a su experiencia en el trabajo. Este acto de soberanía impactó poderosamente a otros países dependientes que observaron con beneplácito la decisión tomada. Las expropiaciones y nacionalizaciones respondían a la reordenación en las relaciones que el Estado decidió establecer con los grupos populares y dominantes, sobre todo en esos años tan especiales del inicio de la Segunda Guerra Mundial. Menos conocida es la nacionalización de los ferrocarriles —aunque fue anterior a la del petróleo—, que se decretó en junio de 1937 en el contexto de la anunciada posibilidad de una guerra mundial. La expropiación se realizó con fines de utilidad pública, pues esta importantísima vía de comunicación le permitiría al gobierno asegurar la transportación de personas, materias primas y productos elaborados pagando precios accesibles.

Transformación del PNR a PRM El corporativismo que practicó el PNR, de 1929 a 1933, había creado un clima de desconfianza entre los que aún creían en el triunfo de la Revolución Mexicana, pero que se encontraron desfavorecidos por las preferencias practicadas por el Maximato. Aun así, había logrado que se aceptara como legítima la representatividad electoral, tanto para autoridades civiles como sindicales; esa base ya no se movería pero sí se modificó el mecanismo mediante el cual se obtendrían los votos necesarios para pro-mover candidatos y llevarlos al poder. La «gran familia revolucionaria callista» pasaba a otro escenario y aparecieron los grandes

contingentes de trabajadores como los nuevos soportes del Partido de la Revolución Mexicana. Con Cárdenas en la presidencia se impulsó la reestructuración del antiguo PNR para crear una nueva alianza entre los campesinos, obreros, empleados públicos y el Ejército, que se habían convertido en la base de apoyo del presidente. Así, para marzo de 1938, durante la tercera asamblea del PNR se constituyó formalmente el PRM, conformándose por los cuatro grandes contingentes del momento: el agrario, con la Confederación Campesina Mexicana como principal integrante; el obrero, encabezado por la Confederación de Trabajadores de México (pero también incluyendo a la CROM, la Confederación General de Trabajadores, el Sindicato de Mineros y el Sindicato de Electricis-tas); el sector militar, constituido por el Ejército y la Armada, y como cuarto grupo, el sector popular, en el que se conjuntaron agricultores, aparceros rurales, artesanos, pequeños comerciantes, burócratas, estudiantes, industriales y profesionistas. La nueva estructura partidista le permitió al gobierno cardenista el poder para actuar sobre el mercado, para alentar la producción, mejorar las condiciones de trabajo y contratación de las mismas, emprender acciones en contra de los intereses imperialistas en México y moderar las reglas de la acumulación de capital. Del viejo partido ideado por Calles para supeditar al

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presidente de la República surgió el nuevo soporte del gobierno mexicano, pero controlado por el Ejecutivo federal. Política internacional (asilo español y a refugiados políticos) El escenario nacional había requerido mucha atención del gabinete presidencial, pero al mis-mo tiempo, la política internacional se tornaba compleja ante la inminencia de una nueva confrontación armada debido a la agresiva intervención de Japón sobre China, la Alemania nazi contra Checoslovaquia y de la Italia fascista sobre Etiopía, llevando a Cárdenas a manifestar su repudio a tales sucesos ante la Liga de las Naciones. Sin embargo, su postura más osada se presentó al no ocultar su apoyo a los republicanos españoles cuando escenificaron su guerra civil contra la tendencia militarista —al fin triunfante— representada por el general Francisco Franco. México fue el país que más enfáticamente hizo su rechazo ante la organización mundial promotora de la paz por la evidente violación a los acuerdos firmados al término de la Primera Guerra Mundial —que le prohibían a Alemania rearmarse y estarle facilitando material bélico a las fuerzas de Franco para derrocar a un gobierno democráticamente establecido—. Los europeos sabían que aviones alemanes arrasaron Guernica, población española sin bases militares, para probar su capacidad de bombardeo y allanarles el camino a los militares rebeldes. Como la guerra se prolongaba y los republicanos no tenían posibilidades de frenar a los franquistas, el gobierno mexicano ofreció asilo, primero, a los niños huérfanos. Así salieron de España en el barco Mexique 480 niños. Doña Amalia Solórzano, esposa del presidente, participó en el recibimiento y atención de los infantes. Posteriormente, desde 1939, cerca de 24 000 personas, según Dolores Pla, arribaron a nuestro país. Una parte muy importante de ellos fueron intelectuales que se sumaron a la vida académica en lo que primero se llamó la Casa de España y, a partir de 1940, el Colegio de México. Otra parte del exilio se insertó en la industria y el comercio. En cuanto a la aceptación de refugiados políticos, personas perseguidas por su forma de pensar, el caso más trascendente fue el de León Trotsky —el general más importante de los bolcheviques al momento de crear la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas—, quien posteriormente fue considerado por José Stalin como su enemigo. Por intermediación de Diego Rivera, militante del Partido Comunista Mexicano, el general Cárdenas le concedió asilo a él y a su familia, y se ubicaron también en la Ciudad de México. Ningún otro país había aceptado su presencia dadas las implicaciones políticas que podría generarle con Stalin, pero México se mostró dispuesto.

5.2 La educación y cultura Educación socialista, creación del INAH y el IPN y la novela revolucionaria Cárdenas confiaba en la educación como un instrumento para superar muchos de los problemas que agobiaban al pueblo de México, especialmente a los trabajadores del campo y de la ciudad. Pensaba que gracias a la educación éstos podían elevar su nivel intelectual y moral, incrementar su capacidad técnica para la producción y alcanzar avances profesionales que hicieran posible su redención económica, que a su vez conduciría al país a una verdadera reestructuración económica y social. Según Espadas y Vallado, para Cárdenas la educación serviría para hacer entender a las

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nuevas generaciones dos cosas: la prioridad de las necesidades de la colectividad frente a los intereses egoístas de las clases privilegiadas y la posibilidad de construir un capitalismo reformado, es decir, un sistema que pusiera fin a la explotación de los hombres a través de una serie de limitaciones a la economía de mercado y a la propiedad privada. Por tanto, la educación sería el instrumento que permitiría el mejor disfrute de los derechos sociales y políticos ciudadanos; la tarea cardenista se enfocaba a extender la educación a la mayor cantidad de poblaciones para que dejara de ser patrimonio de unos cuantos. Cuando Cárdenas recibió la presidencia, el magisterio nacional todavía se debatía en torno a la educación socialista y su contenido pedagógico específico. Cárdenas retomó los aspectos que consideró positivos de ella y fue eliminando la lucha anticlerical, herencia que recibió de Calles, pues ello conducía a la división nacional. Es decir, recalcó la importancia de dedicar la educación a fomentar el espíritu de justicia social que debía conducir a la gran causa de la reforma social y no a la propaganda antirreligiosa. Por ello, la propuesta promovió una educación obligatoria, gratuita, coeducativa (donde ya no se separara a los niños de las niñas en las aulas), progresiva (en una tendencia gradual y ascendente), vitalista (porque relacionaba la teoría con la aplicación de conocimientos prácticos surgidos de la vida cotidiana) y desfanatizadora e integral. Ciertamente hubo diferentes interpretaciones de esa orientación presentada por la Secretaría de Educación, por lo que en algunos casos los profesores rurales se mantuvieron distantes con respecto a los problemas agrarios de las comunidades donde enseñaban. Sin embargo, algunos maestros fueron activos impulsores del reparto agrario. La población también presentó diferentes respuestas, pues algunas comunidades aceptaron prontamente a los maestros y otras los hostilizaron de manera feroz, en especial en las zonas donde la guerra cristera había tenido sus principales bases.

Coherente con su deseo de difusión, Cárdenas incrementó significativamente el presupuesto federal dedicado a la educación. Apoyó la fundación de nuevas escuelas regionales y rurales y fomentó el mejoramiento de las ya existentes. Fundó el Departamento de Educación Obrera, que coordinaba centros de enseñanza nocturna, tanto primaria como técnica para

obreros. El número de estudiantes, por consiguiente, se incrementó, y el papel de consolidación de un sentimiento nacionalista de la población mexicana. También, en concordancia con su política antiimperialista, en 1937 creó el Instituto Politécnico Nacional, un lugar en el que se prepararían las nuevas generaciones de técnicos mexicanos, que se pretendía debían reemplazar a los técnicos industriales extranjeros que ocupaban los puestos clave de las grandes empresas. Para 1939, por ley, se crea el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH)—como dependencia de la Secretaría de Educación Pública— dada la necesidad de proteger el patrimonio cultural y para afianzar la postura nacionalista de la gestión del general Cárdenas,

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y de buena parte de su equipo de gobierno. En el artículo 2° se estableció: «Son objetivos generales del Instituto Nacional de Antropología e Historia la investigación científica sobre antropología e historia relacionada principalmente con la población del país y con la conservación y restauración del patrimonio cultural arqueológico e histórico, así como el paleontológico; la protección, conservación, restauración y recuperación de ese patrimonio, y la promoción y difusión de las materias y actividades que son de la competencia del Instituto» En otros ámbitos de la cultura el cardenismo continuó la tendencia nacionalista impulsada desde Obregón, pero que llegó a su expresión máxima durante los años treinta, específicamente en el área de la pintura mural con Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros. Esa vertiente nacionalista se reforzó con la música surgida en el movimiento armado (el corrido revolucionario es una de sus expresiones populares más claras), pero también alcanzó a la llamada «música clásica» en las obras de grandes compositores como Manuel M. Ponce, Blas Galindo, Candelario Huízar, José Rolón, Carlos Chávez, Silvestre Revueltas, Juan Pablo Moncayo, entre otros, quienes incorporaron en sus sinfonías instrumentos musicales propios de nuestro país: caracoles, teponascles, sonajas, etc., y adaptaciones de música regional, como el son jarocho, el jarabe, la sandunga y el huapango. Sin embargo, fue la literatura la que presentó ásperamente la violencia de la Revolución, la corrupción que de allí surgió, los fraudes que vivieron los campesinos, las revanchas políticas entre «los generales revolucionarios», las persecuciones, las traiciones, la muerte sin sentido. Mariano Azuela, Rafael Muñoz, José Rubén Romero, Martín Luis Guzmán, Nellie Campobello y José Vasconcelos son parte de las primeras generaciones que se desencantaron con el desarrollo de la Revolución. Fomento a la producción cinematográfica y consolidación de la radio La necesidad de adentrar entre la población mexicana una perspectiva nacionalista susten-tadora de la propuesta presidencial tuvo en la radio y el cine medios muy importantes para ello. Consecuente con la idea de afianzar la figura presidencial y la institucionalización del Estado, Cárdenas creó un Departamento de Publicidad y Propaganda para organizar la información que se transmitiría a la población hasta poblaciones más remotas e impactar aun a aquellos que no supieran leer. La radio fue el principal medio y, en consecuencia, se le dio un impulso significativo —y una normatividad— tanto a la que dependía del gobierno como a la financiada de forma privada. Para movilizar las conciencias la radio jugaba un papel ágil, pues rápidamente se difundía información que sustentaba el hacer del gobierno, y para incentivarla se redujeron impuestos a pagar y lo pagaban con «tiempo aire». También las

mercancías, al anunciarse regularmente, comenzaron a ser más consumidas y a incrementar el consumo. Un aspecto relevante consistió, asienta María del Pilar Schiaffini, en cómo regular la música a transmitirse, pues se consideraba indispensable recuperar la popular y permitir las llamadas «comercial» y «profesional», pues la música, desde los inicios de la radio, ha

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mantenido un porcentaje muy alto del tiempo de transmisión. Otro aspecto trascendente fue la prohibición de mensajes de corte religioso por este medio. El avance de las nuevas técnicas para la comunicación masiva hizo que sus promotores privados se acercaran a los legisladores para presentar iniciativas de ley, situación que llevó a cierta confrontación pues los servidores públicos, en gran parte, eran rebasados en sus conocimientos técnicos por los directamente interesados aunque, todavía para ese momento, el medio se consideraba como un vehículo de interés social y contuvo el interés comercial. En cuanto al cine, después de la gesta revolucionaria y la incipiente institucionalización, se perfilaron dos perspectivas, si bien combinadas: una a presentar en salas urbanas parte de la filmografía rodada en Hollywood, con sus momentos de mayor o menor a producir —o apoyar la producción — un cine hecho en México. Poco antes de la administración del general Cárdenas se habían realizado algunas películas, pero dos habían sido muy aceptadas entre el público mexicano: dramático. Ese incipiente impulso y la recesión económica de 1929-1932 —aproximadamente— de Estados Unidos permitieron el surgimiento de la Unión de Trabajadores de Estudios Cinematográficos de México, que era parte del Sindicato de Trabajadores de la Industria Cinematográfica, afiliada a la CTM. De allí se transitó a la integración de una Federación de trabajadores de la industria y de la Asociación Nacional de Actores (ANDA). Los integrantes del grupo «Correcámara» especifican que, para 1936, se funda la Compañía Cinematográfica Latinoamericana S.A. (CLASA) y realizan Vámonos con Pancho Villa que marca distintas formas de apoyo oficial, como la exención de ciertos impuestos a los productores nacionales. Tal como el cardenismo había apoyado la pintura, la música y se había internado en la radio —para difundir su postura nacionalista—, lo efectuó en algunas cintas pero no logró el impacto que sí tuvo el cine «comercial»

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PROCESO DE CONSOLIDACION DEL ESTADO MEXICANO CONTEPORANEO, INCORPORANDO ACONTECIMIENTOS DE ACTUALIDAD. UNIDAD DE COMPETENCIA Identificar los procesos políticos, económicos y sociales que ocasionaron la crisis del Estado mexicano, y contratarlos para identificar susrepercusiones en la localidad en que vive.

6.1 Proceso de consolidación del México contemporáneo Gobierno de Manuel Ávila Camacho (1940-1946) Política de Unidad Nacional Una vez que el gobierno del presidente Cárdenas cedió su lugar a la administración del nuevo presidente, Manuel Ávila Camacho (1940-1946), varias fueron las estrategias que

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impulsaron la burocracia política. Una de las más significativas, y aprovechando el marco de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), fue la llamada Política de Unidad Nacional. Esta propuesta tenía como propósito prioritario aminorar el número y las características de las confrontaciones que se habían presentado en el sexenio anterior, sobre todo entre los obreros y los empresarios, teniendo como argumento la necesidad de «cerrar filas» al interior del país a cualquier intento de intromisión de intereses ajenos que aludían, primordialmente, a las ideas fascistas o nazistas, pero también a las «comunistas». Este «telón de fondo» le permitió a la administración «avilacamachista» una cobertura muy adecuada para hacer de la idea nacionalista una base de acuerdos entre posiciones contradictorias pero que, en aras de la unión, cedían en sus pretensiones. Así, el ascenso de Manuel Ávila Camacho, el «General caballero», a la primera magistratura estuvo enmarcado por el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, coyuntura muy especial por las políticas de industrialización que pudieron impulsarse y por los nuevos contextos de geopolítica que se perfilaron. Mientras se escenificaba la Segunda Guerra Mundial, nuestro país gestaba su perfil político como Estado, dejando de lado los gobiernos revolucionarios y ascendiendo los gobiernos civiles, aunado a un proceso de fortalecimiento de las instituciones gubernamentales. El ámbito económico se orientó hacia la industrialización impulsando los diversos sectores productivos mediante el apoyo estatal, con lo que se garantizaba la estabilidad de los diferentes sectores sociales y, más aún, el desarrollo económico del país. Además, una tendencia a la no confrontación con los grupos poderosos, entre ellos la Iglesia católica, le permitieron a Ávila Camacho ser aceptado por un sector más amplio de la población mexicana. Así, a los sinarquistas, el presidente les abrió la posibilidad de conformarse como partido político para canalizar sus posiciones e incorporarse a la vida política legal. Con las autoridades católicas también hubo acuerdos, las manifestaciones religiosas de manera pública volvieron a ser permitidas y las opiniones de los jerarcas de la Iglesia sobre el gobierno fueron mucho más suaves. Las clases medias vieron con agrado este cambio de política hacia la Iglesia y aunque los sectores de la izquierda mexicana —los intelectuales y algunos líderes sindicales— tuvieron sus temores, sólo se les otorgaron concesiones económicas y una aceptación simbólica que no implicaba mayores avances. Un paso más en este proceso de unidad se dio con la reforma al artículo 3° constitucional, que durante el gobierno del presidente Cárdenas establecía que la educación debía ser laica y socialista. En el período de Ávila Camacho se respetó tanto el carácter laico de la educación como el de su obligatoriedad, pero se eliminó el que tuviera que ser socialista, sobre todo porque entre los sectores populares y medios éste era sinónimo de comunismo, ateísmo o posiciones estatistas radicales, adentrándose la idea de que el Estado estaría por encima de la libertad individual. De este modo, Ávila Camacho buscaba darle a la educación una orientación más liberal y que se prestara menos a que la acusaran de doctrinaria.

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En el sector obrero se estableció un pacto tendente a la reconciliación nacional, pues si bien con Cárdenas se pudo incorporar y corporativizar en buena parte el movimiento obrero al Estado, aún existían pugnas por el control de las Confederaciones Obreras. En el sexenio de Ávila Camacho se firmaron varios pactos obreros que se sumaron a la propuesta de la Unidad Nacional, para lo cual ayudó el contexto de la Segunda Guerra Mundial. México en el escenario de la Segunda Guerra Mundial En la tercera década del siglo XX se prefiguró una Europa que se debatía por una reestructuración de mercados, situación que no se había resuelto con la Primera Guerra Mundial, principalmente entre las viejas potencias, Francia e Inglaterra por un lado, y los nacientes territorios urgidos de expansión: Italia, Alemania y Japón. A estos bloques habría que sumar, en el extremo occidental, a los Estados Unidos de América, y en e1 extremo oriental, a la Unión Soviética.

Cada país intentó superar su problemática interna surgida o acentuada por la crisis de 1929, pero el elemento común fue su proceso de rearme. La tecnología de guerra aumentó poderosamente sus «stocks» de submarinos, tanques, cruceros, aviones, bombas, ametralladoras y otros. Europa, para 1938, estaba suficientemente armada para iniciar las hostilidades bajo cualquier pretexto. Una vez más, los países se aglutinaron en dos bloques para auxiliarse de manera recíproca en caso de ser requerido; así, el Eje Berlín-Roma-Tokio se opuso al grupo Francia, Bélgica, Inglaterra, después llamado «Aliados». Alemania reinició su política beligerante; dentro de su estrategia militar la primera zona a ocupar fue Austria, y posteriormente

Checoslovaquia. La dirección que siguió el avance nazi lo condujo contra Polonia. Los alemanes ocuparon territorio soviético —Ucrania-Crimea— y trataron de tomar Stalingrado, para con ello controlar el tráfico comercial de petróleo, del Caspio hacia la Unión Soviética, mas los soviéticos los vencieron y sus objetivos se vieron truncados. Entre 1940 y 1941, el primer ministro inglés Winston Churchill estableció relaciones diplomáticas con Estados Unidos de América en busca de ayuda militar; de allí resultó el Tratado del Atlántico Norte, en el que Churchill y Franklin D. Roosevelt pactaron un acuerdo mutuo para combatir al ejército alemán; Francia y la Unión Soviética estaban en el mismo bloque. El año de 1944 fue escenario favorable para los países aliados. La URSS replegaba a los alemanes a su propio territorio y los norteamericanos e ingleses iniciaron la recuperación de

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Francia. El general norteamericano Dwight D. Eisenhower, dirigente de los «Aliados», ordenó el 5 de junio a las tropas inglesas desembarcar de madrugada en la costa noreste de Francia, en Normandía, donde sorprendieron a los alemanes obligándolos a la retirada, por lo que el 25 de agosto de 1944 Francia recuperó su soberanía. En el extremo oriental el avance soviético se mantuvo hasta que el 2 de mayo de 1945 logró apoderarse de Berlín y, pocos días después, los «Aliados» penetraron por el extremo occidental. El ejército alemán fue vencido de manera definitiva el 7 de mayo de 1945, cuando obligadamente firmó su rendición. Mas la guerra continuaba en el Pacífico con Japón, el «Imperio del Sol Naciente». Los aliados se enfrentaron a los japoneses con el afán de recuperar los territorios que habían sido ocupados por los países del Eje. Los japoneses, aún dotados de poderosos recursos de guerra, se mantenían en ésta. En agosto de 1945 el vicepresidente de los Estados Unidos y futuro sucesor de Roosevelt, Harry S. Truman, dio a conocer una nueva arma de guerra que se experimentaba en el sur de su territorio: «la bomba atómica», con un alto poder destructivo; propuso su uso sobre los japoneses, a lo que Roosevelt se negó. Cuando murió Roosevelt, Truman, ya en la presidencia, consultó con Churchill y se aceptó la propuesta de emplearla contra las instalaciones militares japonesas. El 6 de agosto, mediante volantes, «se invitó» a la población a evacuar las ciudades que iban a ser bombardeadas; se lanzó la primera bomba atómica sobre Hiroshima, en donde de manera inmediata murieron 160 mil personas. Dos días después, el gobierno suizo fue requerido por Japón para evitar otra detonación; sin embargo, el 9 de agosto se lanzó la segunda bomba atómica sobre Nagasaki. Los costos humanos y materiales hicieron que Hirohito se rindiera. La noticia se dio a conocer en Washington el 10 de agosto. Para el 2 de septiembre, a bordo del acorazado «Missouri», se firmó el acta oficial de rendición en la que los «Aliados» aceptaron que el emperador continuase en el trono con la condición de que su autoridad se subordinara a las decisiones de ellos. La Segunda Guerra Mundial había terminado con más de 50 millones de personas muertas.

Cuando Estados Unidos y la Unión Soviética se integraron al bloque «aliado», con el fin de fomentar la cooperación y garantizar la seguridad entre los países que conformarán dicho bloque, firmaron en 1941 un primer documento llamado Carta del Atlántico Norte. Los países de Latinoamérica, entre los que se encontraba México, también firmaron este acuerdo. Este hecho hizo que el 8 de diciembre de 1941 México rompiera relaciones diplomáticas con Japón, aunque se involucró directamente en la guerra hasta 1942, cuando en mayo unos

submarinos alemanes provocaron el hundimiento de dos barcos petroleros mexicanos. El Congreso mexicano declaró la guerra a Alemania, Italia y Japón, decisión que fue

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formalizada el 2 de junio por el presidente Manuel Ávila Camacho. En septiembre se organizó la Secretaría de la Defensa Nacional, con el ex presidente Lázaro Cárdenas como su titular, quien envió a 15 mil soldados a combatir. Se conformó un cuerpo aéreo comandado por el coronel Antonio Cárdenas Rodríguez, quien junto con otros oficiales formaron el Escuadrón 201 de la Fuerza Aérea Mexicana, compuesto por 233 pilotos, poniéndose a las órdenes de Estados Unidos en julio de 1944. Las indicaciones recibidas fueron proteger las bases militares en Filipinas, lugar al que fueron trasladados. Allí enfrentaron a los países del Eje participaron en la ofensiva definitiva del Pacífico y una vez que triunfaron realizando siete vuelos sobre la isla de Formosa-Taiwán. Los mexicanos «Aliados», el Escuadrón 201 regresó a México el 18 de noviembre de1944. La alianza con un vecino inmediato, como los Estados Unidos le permitió a México tener un intenso período de exportación de muchos bienes que, por la misma guerra, habían disminuido su producción, o simplemente se requerían en mayor cantidad. Ejemplo de ello fue la reanudación de la venta de plata que había dejado de comprarse como medida represiva por la expropiación petrolera. La coyuntura de la Segunda Guerra Mundial fue sin duda una etapa propicia para un despegue de la economía mexicana, pues se veía estimulada a producir lo que Estados Unidos le compraba. Esto se vio acompañado de una política de apoyo fiscal, fomento a la exportación y préstamos a los empresarios para que desarrollaran su planta productiva y cumplieran con las demandas del mercado. Así, México, que tradicionalmente exportaba materias primas, Si pasó a ser en este período un exportador de productos metálicos, químicos, textiles, entre otros, creciendo a un ritmo de 50% anual. La economía mexicana crecía y, con ello, el surgimiento de una clase media —sobre todo en las ciudades— que iba robándole presencia a la comunidad rural. La ciudad se volvía el horizonte para muchas personas que consideraban progresar al habitarla. Política de modernización industrial Dentro del contexto de la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, varios países latinoamericanos encontraron una posibilidad de crecimiento económico basado en el diseño de una política de modernización que se definió como «industrialización por sustitución de importaciones». El fin de la guerra —y el ascenso de los dos grandes modelos encabezados por la URSS y Estados Unidos— evidenciaron que cualquier programa de desarrollo económico en México se mantendría inserto en la lógica capitalista y, para ello, se requería de grandes inversiones en tecnología e infraestructura en la búsqueda de modificar el patrón de producción nacional. La pretensión consistió en no comprar —en las cantidades que se hacía hasta entonces— bienes de consumo no duradero e importar bienes intermedios y de capital; las exportaciones agrícolas (algodón, café, azúcar, hortalizas y otros) y las mineras mantendrían la conexión con los mercados internacionales (cobre, plomo, zinc, petróleo). En sentido estricto se tendería a impulsar y desarrollar la industria manufacturera nacional para abastecer su mercado interno y no desviar divisas para ello.

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La estrategia a seguir fue, entonces, establecer relaciones de intercambio con los países desarrollados en diferentes terrenos: tecnológico, industrial, cultural y financiero. Estas relaciones requirieron que el gobierno mexicano pusiera en práctica políticas de apertura con otros países a los que se les crearon las condiciones favorables para la inversión en los diferentes sectores productivos. Así, el Estado mexicano requirió también financiamiento para impulsar sus propias industrias, por lo que solicitó créditos al extranjero. Para hacer atractiva la inversión directa, y los préstamos, se promovieron algunas medidas como la promoción de incentivos directos e indirectos a la inversión privada, la creación y fortalecimiento de la agricultura comercial, la consolidación de la base industrial y su posterior expansión, la protección (excesiva) a las industrias domésticas, estímulos sumamente favorables para los empresarios, reducidos aumentos a los salarios reales de los trabajadores y la realización de grandes obras de infraestructura por parte del Estado, principalmente en vías de comunicación y transporte. La economía mexicana, para la década de 1940, aún era sostenida por el trabajo rural, pero la pretensión era impulsar la modernización industrial. A la administración de Ávila Camacho le correspondía «estimular» a los interesados a invertir en las fábricas ensambladoras de radios, automóviles, alambres conductores, productos químicos, jabones, zapatos, textiles y otros que permitieran más fuentes de trabajo en las ciudades. Conformación de la Confederación Nacional de Organizaciones Populares El país vivía una importante etapa de crecimiento económico y, al mismo tiempo, de múltiples asalariados urbanos que representaban un importante contingente humano. Esa realidad social fue observada por los líderes obreros que se interesaban en sumarios a sus centrales organizativas. Sin embargo, los militantes del Partido de la Revolución Mexicana no consideraban oportuno dar la posibilidad a la Confederación de Trabajadores de México de crecer más. Aún con ciertas limitantes tal central iba logrando espacios de poder dentro de los distintos niveles de gobierno dada su importancia económica y política, y Vicente Lombardo —en ocasiones— los encauzaba a posturas más «radicales» de lo que el gobierno consideraba adecuado. Previendo tal situación, durante el período de Ávila Camacho se consolidó una propuesta —ya anteriormente contemplada— para agrupar a profesionistas in-dependientes, maestros, industriales pequeños, servidores públicos, pequeños comerciantes y más en lo que se designó Confederación Nacional de Organizaciones Populares para, al igual que obreros y campesinos, ser la base del partido en el poder. De esta forma, las grandes organizaciones actuarían en función de las directrices partidarias, pero no se les permitía una vinculación entre ellas, pues cada una tenía sus propios estatutos y prioridades, y unidas podían afectar la economía y la política más que separadas. La CNOP pasaba, de tal forma, a buscar la posibilidad de ser «representante» de las clases medias —y se marcaba una distancia con obreros y campesinos— a partir de febrero de 1943. Poco tiempo antes los integrantes del Ejército Mexicano —como bloque habían dejado de pertenecer al PRM, pero a la creación de la CNOP se incorporaron a ella. Creación del IMSS Incuestionablemente que el grupo de gobierno de Ávila Camacho sabía que la respuesta de los trabajadores podía ser explosiva, por lo que había trabajado en una medida que les hiciera evidente el interés presidencial en ellos y lo tradujo en la Ley del Seguro Social.

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Desde su toma de propuesta, en diciembre de 1940, se había dirigido a los trabajadores para involucrarlos en sus políticas gubernamentales y, dos años después, envió a las cámaras la Iniciativa de Ley del Seguro Social, cuya pretensión era «proteger a los trabajadores y asegurar su existencia, su salario, su capacidad productiva y la tranquilidad de la familia; contribuir al cumplimiento de un deber legal, de compromisos exteriores y de promesas gubernamentales». El Congreso aprobó la iniciativa y se publicó en el Diario Oficial de la Federación, en enero de 1943. Así surgió una nueva institución con carácter de organismo público descentralizado, con personalidad y patrimonio propios, denominado Instituto Mexicano del Seguro Social y constituido en forma tripartita. El gobierno aportó cien mil pesos para que iniciara funciones, y en marzo, se fundó el Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social. Los trabajadores contaban con una institución que les daba garantías para vivir y su percepción de ser protegidos por su gobierno se adentraba poderosamente. Reformas a la Ley Federal Electoral Dentro de la política de unidad nacional dirigida por el presidente Ávila Camacho había que modificar también cierta combatividad obrera heredada de la administración cardenista, que por el sistema corporativo impuesto a través de las grandes confederaciones, contaba con di-putados en la cámara baja. La reforma a la Ley Federal Electoral de 1943 fue la primera intervención para hacer coincidir los plazos del proceso electoral —para realizar conjuntamente las elecciones de presidentes municipales con los poderes federales—; para ello se aceptó la renovación de la Cámara de Diputados para cada tres años, en ese 1943, y la de Senadores lo haría cada seis años a partir de 1946. Además, la nueva ley establecía la exclusividad en la participación electoral a los partidos nacionales; la creación de la Comisión Federal de Vigilancia Electoral (a partir de entonces el proceso sería regulado por instancias federales y no estatales), y la federalización del empadronamiento de la población. Estas disposiciones pretendían limitar las influencias locales en los procesos de elección, pero se les permitió crear comisiones locales electorales, comités distritales, la Junta Computadora (para efectuar el conteo) y la integración de las mesas de casilla; asimismo, se le concedió a la Suprema Corte de Justicia la facultad de intervenir para solucionar los conflictos surgidos de la votación. La intervención presidencial, y del Partido de gobierno, funcionaba para controlar la vida política en toda la Nación. Su grado de injerencia dependería del poder, mayor o menor, de los grupos regionales. Transformación del PRM a PRI Como una muestra más de la transición política que el país experimentaba —a mediados de la década de 1940—, su principal organismo partidista, del ámbito federal, volvió a reestructurarse internamente y cambió su nombre de Partido de la Revolución Mexicana a Partido Revolucionario Institucional (como hasta nuestros días se le conoce). Sin embargo, ya desde enero de 1946 —al realizarse la última asamblea del PRM— se había trabajado en todos los niveles de tal organización para efectuar las adecuaciones que el nuevo grupo en el poder requería. En efecto, los militares participes del movimiento armado habían empezado a perder su fuerza ante el ascenso de una nueva generación que aspiraba a gobernar desde posturas civiles. Para ello se convino con los líderes de las principales

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centrales de obreros, campesinos y sectores populares que a la dirigencia del partido correspondería nombrar a los futuros candidatos y a las grandes organizaciones se les reconocería el derecho de postular a agremiados suyos Para ocupar puestos de representación popular. El PRI, bajo tal modalidad, seguiría conservando el poder sobre los distintos sectores. En el mismo nombre del partido se concentraban dos posturas difíciles de imaginar: la revolución y la institucionalización. No obstante, el Partido instrumentaba los mecanismos adecuados para lograr la institucionalización

—en menoscabo de la revolución— y, entre los más importantes, se contaba haber logrado identificar al Partido como sinónimo de gobierno. Gobierno de Miguel Alemán Valdés (1946-1952) Inicio de la Guerra Fría Nominado por el Partido Revolucionario Institucional, el candidato a la presidencia para el período 1946-1952 fue Miguel Alemán Valdés; por primera vez —desde la conclusión del movimiento revolucionario— llegaba un civil a gobernar el país tras elecciones. Al interior de México se vivía una importante estabilidad social que permitió la llegada de un hombre a ser titular del Poder Ejecutivo federal sin tener un origen político en la contienda armada —como sus predecesores—, sino en la universidad, justo cuando en buena parte de los países europeos los resultados de la Segunda Guerra Mundial hacían evidente su entrada a otro tipo de guerra no antes vista. En efecto, a partir de 1945, con la nueva derrota a Alemania de parte de los «Aliados», pero con la impresionante participación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, la importancia de esa nueva organización económica y política se hizo tan evidente como la participación misma de Berlín, la capital del régimen vencido. Por ello, cuando la guerra «caliente» concluyó se inició un nuevo enfrentamiento entre los triunfadores, pues en función del tipo de sistema económico sustentado por los gobiernos de Washington y Moscú, primordialmente, se enfrentaron dos posturas de vida que se concibieron antagónicas. La llamada «Guerra Fría» se escenificó entre dos bloques que se contraponían en lo político, económico, deportivo, ideológico, tecnológico, militar e informativo. Dos superpotencias intentarían atraer al resto de los países, ya pacífica o bélicamente, hacia sus posturas, y tal realidad impactó poderosamente a varios gobiernos. México fue uno de ellos. Política de sustitución de importaciones La política económica adoptada por el Estado mexicano a partir de 1940, para impulsar la industrialización nacional, la modernización económica y el desarrollo social capitalista dentro de nuestro país, recibió el nombre de «industrialización por sustitución de

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importaciones», y para ello se pusieron en práctica medidas económicas, políticas y sociales tendentes al desarrollo de la sociedad en su conjunto. Inserta en las secuelas del término de la Segunda Guerra Mundial, la política de sustitución de importaciones tuvo ciertas posibilidades para concretarse, por lo que la administración de Alemán se proponía comprar menos productos terminados —como manufacturas y bienes de consumo no duraderos— e importar más productos para el establecimiento de la industria mexicana —como maquinaria y herramientas—, los llamados bienes de consumo duraderos. El resultado fue el cambio de la estructura del comercio, es decir, en el tipo y volumen de productos importados y exportados. Para eso era necesario implementar toda una serie de medidas que irían desde facilitar créditos estatales a las empresas para que tuvieran un capital inicial, hasta estímulos fiscales y control de los salarios que pudieran traducirse en un sector industrial fuerte, aun a costa de cargar al campo el sostén del desarrollo industrial. Según Hinojosa y Guevara, las principales medidas que se tomaron para poner en marcha dicho modelo fueron:

a) Promoción de incentivos directos e indirectos a la inversión privada. b) Creación y fortalecimiento de la agricultura comercial. c) Consolidación de la base industrial y su posterior expansión. d) Excesiva protección a las industrias domésticas mexicanas (proteccionismo). e) Estímulos fiscales sumamente favorables para los

empresarios. f) Reducidos aumentos al salario real de los

trabajadores. g) Realización de grandes obras de infraestructura por

parte del Estado, vías de transporte y de comunicación, principalmente.

Este proceso de industrialización también conllevó a la formación de una empresarial con cierto nacionalismo, que empezó a tener influencia en la decisión problemas internos hasta lograr el proteccionismo estatal haciendo que el gobierno impidiera, lo más posible, la libre entrada a su territorio de mercancías producidas en el extranjero. Con Miguel Alemán la industria aumentó, pero también se dio una forma de estatismo, donde el Estado intervenía activamente en la economía a través de créditos, políticas fiscales y relaciones Estado-empresarios, por lo general bastante fructíferas para ambas partes; en buena medida así prosperaron tanto Monterrey como la Ciudad de México, con un empresariado medianamente disciplinado a las políticas gubernamentales, dado que muchas veces el gobierno era su principal cliente o, en otras, porque tanto el costo preferencial de la energía y de los insumos, como los permisos para operar en cierras áreas y más «facilidades», dependían totalmente de los aparatos estatales. La administración alemanista tuvo la característica de manejar el poder político como una forma de intervenir en los negocios y hacerlos directamente en áreas tan redituables como la aeronáutica, la telefonía, la construcción, la siderurgia, la televisión, etc. A la vez, tuvo la visión para ubicar el enorme potencial turístico de México y por ello el puerto de Acapulco,

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por ejemplo, se desarrolló como un verdadero destino vacacional con alcances internacionales. Esto significó una entrada muy importante de divisas para el país y, en el terreno de lo privado, significó excelentes negocios para empresarios ligados a la clase política. En relación con el gasto público, la industria de la construcción tuvo un crecimiento sin precedente: edificios de gobierno, parques, escuelas, pero sobre todo puentes y carreteras, que permitieron la comunicación y el transporte de mercancías a las zonas proyectadas para el crecimiento, pero la protección arancelaria que llevó a cabo el régimen de Alemán para beneficiar la industria nacional encontró límites. Con Europa en ruinas, como producto de la guerra, el gran gigante económico fue Estados Unidos, productor de la tecnología de punta, y México dependió estrechamente de los bienes de capital estadounidenses. Asimismo, terminada la guerra, la economía norteamericana regresó a la normalidad y no volvió a requerir de la manufactura y materias primas mexicanas; a la par, el gobierno de Estados Unidos tenía mayor margen de maniobra para imponer sus condiciones, sobre todo de precio, a las exportaciones mexicanas ya las políticas de inversión y otorgamiento de créditos. Es en este sentido que la sustitución de importaciones de bienes de consumo impulsada por Alemán tuvo como contrapeso la hegemonía económica del vecino del norte, el cual aprovechó sus ventajas comparativas. El gobierno alemanista logró cancelar un tratado comercial con Estados Unidos que ponía en desventaja a la industria nacional sólo hasta 1950, lo que muestra la dificultad de las negociaciones. Creación de Ciudad Universitaria, del Instituto Nacional Indigenista y el Instituto Nacional de Bellas Artes Una muestra evidente de la transformación urbana que el país registraba se patentizó en el señalamiento de los universitarios de contar con instalaciones adecuadas para la conveniente realización de la docencia, la investigación y la difusión de sus prácticas.

La principal universidad del país, cuya autonomía se había alcanzado desde 1929, poco más de veinte años después logró se le otorgaran terrenos específicos para construir una serie de edificios que albergaran a la mayoría de las dispersas escuelas y facultades que la componían. Después de diversas propuestas se le otorgo un espacio considerable en lo que eran las afueras de la ciudad en la zona conocida como

«El Pedregal», y con base en algunos acuerdos entre el presidente de la República, funcionarios interesados en la obra, maestros y alumnos de la Facultad de Arquitectura, se efectuó un plan maestro que dependió de los arquitectos Mario Pani, Enrique del Moral y Domingo García Ramos. Dentro de la propuesta se contemplaron zonas para construcción

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de edificios para la docencia, habitaciones para estudiantes, oficinas centrales, institutos de investigación científica, campos para prácticas deportivas y biblioteca. La construcción de lo que se llamó Ciudad Universitaria involucró a distintos arquitectos y artistas plásticos que lograron plasmar la modernidad que el país necesitaba proyectar pero, al mismo tiempo, mantener un reconocimiento a lo más valioso de la cultura mexicana creada a lo largo de miles de años. Los primeros trabajos se iniciaron en 1950 y se inauguró oficialmente en noviembre de 1952, si bien las actividades escolares comenzaron en marzo de 1954. La UNAM mostraba la pujanza del México en crecimiento y afianzaba, al mismo tiempo, la construcción del país. El Instituto Nacional Indigenista se creó también bajo la administración de Miguel Alemán (aunque los inicios de un programa de tal naturaleza se registraron en la administración de Lázaro Cárdenas), pero ya en 1948 se le dotó de personalidad jurídica propia. Su perspectiva, derivada de los aportes de la antropología mexicana, consideró necesario establecer una relación entre este importante sector poblacional mexicano y la urbanización acelerada que comenzaba a vivirse. A esos espacios de integración se les denominó regiones interculturales y en pos de trabajar adecuadamente se abrieron distintos centros regionales.

Otro instituto de carácter nacional que retomó la riqueza de la producción artística de México fue el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), creado por decreto presidencial unos días después de haber asumido Miguel Alemán su cargo. Su finalidad, según el documento oficial, es fomentar, propiciar, vigilar y fortalecer todas las formas artísticas en que se expresa la cultura de México. Su sede fue el Palacio de Bellas Artes, en la Ciudad de México, y contempló su expansión hacia el resto del territorio para hacer operativas sus atribuciones. Las ciudades, incuestionablemente, demandaban servicios acordes con su crecimiento y el gobierno conjuntaba su propuesta económica con la imagen de modernidad necesaria. Sin embargo, un pequeño pero importante grupo de

intelectuales y obreros cuestionaba los alcances del gobierno al señalar la falta de libertades políticas dentro de las grandes centrales sindicales. Política anticomunista Según Pablo González Casanova, uno de los científicos sociales más prestigiosos de nuestro país, el alemanismo logró vencer la resistencia obrera, y las disidencias, a través de algunos mecanismos particulares como:

a) Aplicar el delito de disolución social y señalar a los obreros disidentes o perturbadores de la par, social. El Congreso dobló la pena máxima del delito de disolución social a 12 años.

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b) Derrotar a los líderes independientes de la CTM, principalmente a los lombardistas y los comunistas.

Ubicada en la esfera de influencia del gobierno de los Estados Unidos, la administración de Miguel Alemán se adentró en la perspectiva de considerar como «comunistas» a los trabajadores que buscaran mejores condiciones de vida y trabajo, ya fuera en el campo o en la ciudad. A esa directriz colaboró la ruptura que tuvo Lombardo Toledano con el presidente —después de haberlo considerado «el primer obrero del país»— al tratar de organizar un partido socialista. A esa campaña de hacer idénticos el comunismo y el movimiento obrero/campesino radical contribuyó la jerarquía de la Iglesia católica, dice Martha M. Pacheco, al retomar la encíclica Divini Redemploris (de Pío XI, 1937), que señalaba que «el comunismo es intrínsecamente perverso y no se puede admitir que colaboren con él en ningún terreno los que quieran salvar la civilización cristiana». Un país sumamente católico, como el mexicano, aceptó tal mandato sin mayores resistencias. Así, la represión gubernamental y la réproba de la Iglesia católica hacia el comunismo—como cierto tipo de ideas contrarias a las «buenas costumbres»— se conjuntaron para impedir su intromisión en los hogares. Programa Bracero Mas las fisuras de un modelo impuesto por el gobierno, y sus beneficiarios, aparecieron en el sector que se había desprotegido de manera significativa: el campo. Ya desde 1942 el gobierno de Ávila Camacho había llegado a acuerdos con su homólogo Franklin Roosevelt para que, bajo el Programa Bracero, los campesinos que consideraran provechoso ir a trabajar a los campos de Estados Unidos fueran aceptados en calidad de «temporales» (pues en nuestro país ya no se estaba repartiendo tierra para ellos) y, por necesidades de la Segunda Guerra Mundial, los estadounidenses estaban ocupados en la industria o en el Ejército. De tal forma jornaleros del norte de México se trasladaron y firmaron contratos para que se les pagara en dólares. Las experiencias, en su gran mayoría, no fueron gratas pues se les pagaba menos, se les discriminaba y, en no pocas ocasiones, se les asesinó. Cuando intentaron organizarse sindicalmente fueron reprimidos; además, no tenían otras opciones en su país. El programa se mantuvo por veinte años, aproximadamente. Migración del campo a la ciudad y crecimiento urbano Hablar de las consecuencias sociales de la industrialización es fundamentalmente hablar del proceso de urbanización que se registró en el país a partir de los años cuarenta, pues la ciudad pasó a ser la principal concentradora de fábricas y obreros. Tal situación respondió a una lógica interna de la industrialización, ya que al tener reunidos diversos complejos fabriles en un solo espacio se logró el abaratamiento en la producción de las mercancías, puesto que una industria podía surtirse de distintos insumos de una fábrica que físicamente no estaba distante; lo que redundaba, a su vez, en una baja de los costos de transportación. Debe también señalarse que como producto de una industrialización acelerada, las ciudades no podían crecer al mismo ritmo que la constante masa de migrantes rurales que llegaban para incorporarse al trabajo en las fábricas, ocasionando que esta población padeciera un

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constante déficit de viviendas, así como condiciones de precariedad extrema en cuanto al disfrute de servicios públicos como agua, luz y drenaje. Aunque varias ciudades como Puebla, Guadalajara y Monterrey funcionaban como polos de atracción, el caso emblemático y más notorio de urbanización acelerada fue la Ciudad de México. Su crecimiento se dio con base en tres procesos fundamentales, con diferente peso específico, según los años en que se registró:

a) El peso más importante en la expansión urbana de la Ciudad de México lo Crecimiento natural. Resultante de la reproducción biológica de sus habitantes.

b) Crecimiento social. Resultante de la migración rural o, dicho más técnicamente, de balances ni migratorios positivos.

c) Crecimiento por absorción. Resultante de la incorporación de poblaciones circundantes a la gran ciudad.

El peso mas importante en la expansión urbana de la Ciudad de Mexico lo tuvo la migración, que aportó 73.3% del crecimiento poblacional entre 1940 y 1950, pues en esos años la industria y el sector servicios requirieron de grandes masas de trabajadores para sostener su crecimiento. El crecimiento de las grandes ciudades conllevó a la aceleración de otro fenómeno social conocido como la cultura urbana, dando a entender con ello que la forma de vida era radicalmente distinta en la ciudad y el campo. A la cultura urbana se le empezó a cuestionar por provocar la falta de solidaridad entre los habitantes de la ciudad, por debilitar los lazos primarios o familiares, por originar conductas que los sociólogos designaron como anómicas, al referirse a la delincuencia y a la agresión, entre otras manifestaciones de este tipo. En suma, frente al campo, donde los lazos familiares se supondrían fuertes y las costumbres arraigadas, en la ciudad la atomización de las relaciones sociales, el individualismo y la apatía fueron el común denominador. En una síntesis muy exigente podríamos decir que el proceso de industrialización-urbanización en México tendió a marcar dos situaciones claras:

a) En primer lugar el crecimiento no fue equilibrado, pues se dieron con-centraciones industria/es y de servicios en las capitales de los estados, prin-cipalmente, pero sin que ello fuera acompañado de un desarrollo de la región en su conjunto.

b) La explosión demográfica en las ciudades y la aceleración del crecimiento industrial que funcionó como polo de atracción para los migrantes eran mayores que la capa-cidad del Estado para dotar de viviendas y servicios públicos a esa en orine masa de población que diariamente llegaba a la ciudad.

La problemática social en la ciudad, pero también en el campo, comenzó a resentirse fuertemente cuando el gobierno decidió devaluar el peso mexicano ante el dólar (1948); tal situación provocó una disminución del poder adquisitivo de los trabajadores; los grupos más

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organizados —y con una trayectoria organizativa de combatividad— se hicieron presentes. Sindicalismo Muy difíciles se tornaron los tiempos del sindicalismo que intentaba mantener una postura de beneficio para sus agremiados y una distancia con las políticas gubernamentales. El primero que resintió el cambio fue el secretario general de la CTM, Lombardo Toledano, al ser sustituido por Fidel Velázquez. Si bien la CTM no tenía la misma radicalidad que durante el cardenismo, sí había ido ganando espacios de poder político pues contaba con presidentes municipales y diputados obreros. Además, su «cuota de votos» en las elecciones presidenciales era muy necesaria para legitimar a las autoridades. La situación fue muy diferente ante la postura incondicional de Velázquez a los mandatos presidenciales. Tal realidad generó un intento de sindicalismo independiente de parte de algunos de los sindicatos más importantes del momento: petroleros y ferrocarrileros, en especial. Desafortunadamente para los sindicalistas, el presidente considerado «el primer obrero» del país actúo en contra de ellos. A unos meses de haber asumido el poder movilizó al Ejército contra los petroleros de la refinería de Azcapotzalco; después apoyó a la dirigencia espuria de Jesús Díaz de León (alias «el Charro») contra los ferrocarrileros que luchaban por su independencia sindical (a partir de ese momento los trabajadores que vieron ascender a dirigencias favorables al gobierno las comenzaron a designar como «charras», o líderes «charros»); después el gobierno dio largas, por años, a un conflicto con los trabajadores mineros de Nueva Rosita y Cleote, que recorrieron con sus familias 1500 kilómetros en marcha para presentar sus demandas a las «máximas autoridades». Los sindicatos más importantes, llamados sindicatos de industria, fueron hostilizados y obligados a aceptar las decisiones gubernamentales, y la CTM no movilizó a sus contingentes en su ayuda. Auge del cine mexicano A partir de la décadas de 1940 y 1950 el cine mexicano generó el arquetipo de la mujer y el hombre mexicanos: ella, sumisa, abnegada, comprensiva, católica que enfrentaba a la «mala mujer», pervertida, arrabalera; él, encarnado en las figuras de Tito Guízar, Jorge Negrete y Pedro Infante, con la idea del mujeriego, borracho, cantante y jugador, pero de buenos sentimientos, que por su novia era capaz de redimirse. Otro aspecto importante que cubrió el cine mexicano fue crear y recrear los estereotipos de la miseria: el pobre como ser que sufre, pero que al final triunfa en función de su honor a toda prueba, como el caso de Pepe «el Toro» y otras películas de Pedro Infante, una vez que lo sacaron del papel de charro. Ante esa política melodramática reaccionó Luis Buñuel, quien en 1950 dirigió la célebre película Los Olvidados, cuya propuesta ofreció un retrato desmistificador sobre la vida mexicana al llevar la trama a la ciudad y dejar

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atrás el «nostálgico rancho». Los Olvidados presentó, sin ningún tipo de concesión, la miseria moral a la que puede llevar la pobreza pues se detuvo a observar una ciudad que en sus primeros rascacielos y grandes avenidas era la adecuada para servir de espejo identificatorio a las clases medias, pero en la que no podían reflejarse otros productos de la ciudad: la población marginal incapaz de lograr un trabajo estable que resentía el peso de la urbe anónima y apática ante la vida desafortunada de sus protagonistas. Buñuel llegó a exclamar: «Para mí lo sentimental es inmoral. Odio la dulcificación del carácter de los pobres». No obstante, la mayoría del público prefirió los «finales felices» que tan buenos dividendos dejaban a la filmografía comercial. Gobierno de Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) Cuando en diciembre de 1952 Adolfo Ruiz Cortines asumió la presidencia, el régimen construido en los sexenios anteriores se encontraba ya configurado. Habían quedado consolidados, por ejemplo, los sistemas corporativos; el control o sometimiento de las fuerzas disidentes, y una subordinación del Poder Legislativo al Ejecutivo. A nivel del discurso ideológico, si bien no se olvidaban los orígenes independentistas y revolucionarios como forma de legitimar el proyecto nacional, también se agregaba con fuerza un particular elemento: la necesidad de modernizar al país, de hacerlo crecer tomando el ejemplo de otras naciones con una avanzada industrialización y economía fuerte, donde el caso prototípico era Estados Unidos de América. Para Miguel Quiroz Pérez, en el periodo de Ruiz Cortines se continuó este proceso y, terminado su mandato, quedó plenamente afinado el estilo de gobierno que dejaría su marca en los sexenios posteriores al delimitar las funciones de la institución presidencial:

a) Total adscripción del partido revolucionario a un fin determinado: la línea presidencial.

b) El comportamiento del Ejecutivo, bien diferenciado, hacia los nuevos grupos de oposición surgidos con la modernidad y hacia aquellos que seguían conservando antiguas ideologías.

En el primer caso la presidencia se despersonalizó dejando ver la importancia de la institución presidencial más que la del presidente, en el segundo caso, el periodo de Ruiz Cortines se caracterizó por mantener una singular relación con los movimientos de oposición; cuando no se pudo llegar a una negociación se recurrió a la mano dura o se procedió a una cooptación de las cabezas de los grupos que tenían fuerza de movilización y ante los cuales el Estado no podía ceder. La disciplina permitió la reincorporación de los disidentes o se dio la «oposición leal», fuera del partido pero dentro del sistema. A partir de entonces, bajo diversas maneras, el sistema fue abriendo espacios a la oposición, dándole expectativas de participación en ciertos niveles del poder, en relación con su influencia política en la

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sociedad. En lo concerniente a la política económica se mantuvo el modelo de sustitución de impor-taciones, aunque se buscó remediar los excesos cometidos en la administración alemanista, de hondos beneficios para los industriales, y alentar la «estabilidad social». Programa Económico de Desarrollo Estabilizador y devaluación del peso La devaluación de la moneda mexicana frente al dólar —de 1948— tuvo un segundo momento en 1954 al pasar de 8.65 a 12.50. La economía mexicana volvía a resentir la falta de divisas, por lo que hubo la necesidad de crear el llamado Plan de Desarrollo Estabilizador, cuya premisa era fomentar el crecimiento económico —pero sin olvidar el desarrollo— sin que se generara inflación. En aquella época se comentaba que la devaluación de 1954 era el precio pagado por las directrices económicas establecidas por el alemanismo.

El Plan de Desarrollo Estabilizador tuvo como puntos principales:

a) Disminución de/gasto público y establecimiento de mecanismos de vigilancia para su aprovechamiento.

b) Toma de medidas financieras tendentes a aminorar el impacto que la escasez de divi-sas, producto en buena parte del proteccionismo norteamericano, provocaba en el país.

c) Promover el crecimiento industrial a través de barreras arancelarias pata las mercancías extranjeras y una política de subsidios provechosos para las fábricas nacionales.

d) Optimizar la obra hidráulica en el campo e incrementar los créditos y el extensionismo para tratar de meso/ver la insuficiencia alimentaria. Se organizaron cuerpos de gente especializada en productividad agrícola, encargados de trabajar conjuntamente con los campesinos.

e) Mantener el modelo de sustitución de importaciones y las medidas proteccionistas, pero alentar la inversión extranjera como una forma de obtener el crecimiento.

f) Establecer un control de precios y salarios como medida indispensable para alentar la inversión y darle seguridad a la economía.

En el segundo semestre de 1954 se observaron ya algunos resultados producto de la inversión extranjera; los créditos logrados, los controles de precios y salarios y la vigilancia

del gasto público. La inversión extranjera, por ejemplo, mantuvo un crecimiento anual de 153 millones de dólares, más de la obtenida en la época de Miguel Alemán, que fue de 76 millones de dólares anuales. La legislación era bastante favorable para que los inversionistas extranjeros se decidieran a quedarse en el país. A pesar del

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control de salarios, entre 1955 y 1960 se dio un incremento de los salarios reales, es decir, del poder adquisitivo de los trabajadores. La industria creció a un ritmo anual de 7.3%, índice mayor al del Producto Interno Bruto, que fue de 5.8%. La economía parecía responder al modelo creado. Para cuando Ruiz Cortines asumió la presidencia, 50% de la población mexicana carecía de electricidad, por lo que se puso énfasis en la electrificación y se aceleraron las medidas para implementarla. Durante este sexenio, la generación total de electricidad subió 68%. Aquí se vislumbró la posibilidad de la nacionalización de la industria eléctrica, hecho que vendría a consumarse hasta el sexenio siguiente. En lo que respecta al aumento de la red carretera, para 1958 ésta llegó a 32 mil 121 kilómetros, aunque no todas las carreteras eran de buena calidad. Aun con sus contradicciones, buena parte de la población mexicana veía crecer sus expectativas de mejoramiento económico. La movilidad social que se daba en el país demostraba cómo las clases populares rurales, a través de la migración, y en la ciudad, a través de la educación, tenían la posibilidad de ascenso en la escala social —como «sectores en transición»— que, sin contar con las comodidades de la clase estaban por encima de la pobreza rural. Así, entre 1940 1960, el porcentaje de la población que pasó a formar parte de la clase media prácticamente se triplicó; aunado a ello, se dio un crecimiento de las ciudades, de los equipamientos urbanos y las colonias que en su arquitectura simbólicamente expresaban el ascenso de las clases medias. México, a través de su gobierno y su economía, evidenciaba al mundo cómo combinar desde su perspectiva, crecimiento económico y desarrollo social. Sin embargo, no todos los sectores económicos y sociales tenían la misma posibilidad. Derecho al voto de la mujer La administración del presidente Ruiz Cortines es recordada como un periodo de fomento a la industria nacional y al campo, de concordia con la Iglesia católica, de búsqueda de «saneamiento moral» —dado que la administración alemanista había caído en excesos de corrupción— y de tolerancia para las demostraciones políticas. Así, en 1953, por la lucha que algunos grupos de mujeres mexicanas habían efectuado para que se les reconociera como ciudadanas capaces de votar y ser votadas, sobre todo después del proceso revolucionario, el Congreso Federal aceptó modificaciones a la Constitución Mexicana para otorgar ese derecho. La combatividad femenina en la lucha por tener equidad en las oportunidades civiles había logrado desde la administración cardenista la consideración de modificar el artículo 34 de la Constitución para que las mujeres votaran, pero los diputados y senadores se sintieron afectados ante la posibilidad de incorporar al proceso democrático a 4 millones de ciudadanas —los hombres eran 5 millones—, y se postergó la modificación hasta la administración de Ruiz Cortines. La apertura presidencial era evidente.

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Movimiento magisterial de 1958 Uno de los grupos de trabajadores que comenzaron a tener un crecimiento económico y político muy importante, desde los primeros gobiernos «revolucionarios», fue el de los trabajadores de la educación. Considerado como palanca imprescindible para el progreso, el sector magisterial fue apoyado invariablemente y, hasta la década de 1950, sus logros iban en función de tales esfuerzos. Sin embargo, y por ser un contingente muy numeroso —y crítico—, comenzó a ser visualizado como otro de los pilares políticos que el régimen debía «conducir». Una postura diferente tenían los maestros nucleados en torno al profesor Othón Salazar, quien manifestaba que los pactos entre los líderes sindicales y el gobierno estaban lastimando sensiblemente al magisterio, y que si se deseaba tener una población capacitada para enfrentar las nuevas exigencias del mercado mundial era necesario invertir en el terreno educativo y no olvidar la situación salarial de miles de maestros. Además, criticaba ásperamente a la dirigencia «charra» de su sindicato e intentaba una modificación en tal sentido. En 1957, con otros que pensaban como él, organizaron el Movimiento Revolucionario del Magisterio y, de forma lateral al nombramiento de una dirigencia leal al gobierno, los disidentes nombraron como su representante a Salazar. Los mítines y movilizaciones crisparon el ambiente social y político. Después de la represión a una manifestación de profesores la policía entró al domicilio del profesor Salazar, lo presionaron para que declarara que era comunista y lo encarcelaron. La movilización magisterial logró su libertad pero, al mismo tiempo, los maestros supieron cómo serían tratados. Movimiento ferrocarrilero de 1958-1959 Otro de los sindicatos que mayor combatividad mostró ante los embates que la nueva política gubernamental dirigía a los obreros fue el de los ferrocarrileros. En un inicio las demandas fueron por mejoras salariales, pero posteriormente, por eliminar a «los charros» de la dirigencia del sindicato. Los ferrocarrileros hicieron paros de labores hasta que se concentraron en la Ciudad de México, donde fueron reprimidos. Ese mismo 28 de junio de 1958 el Ejército ocupó los locales sindicales. Los paros siguieron, la represión también, hasta que se llegó a la huelga por tiempo indefinido. Los ferrocarrileros recibieron la solidaridad de otros grandes sindicatos —maestros, petroleros y telegrafistas—, por lo que lograron la apertura de elecciones y el triunfo de Vallejo para agosto. Ese triunfo, sin embargo, no les permitió sostener una huelga organizada para febrero de 1959 y fue declarada ilegal. Sin una adecuada estructuración, el sindicato fue hostilizado, sus agremiados despedidos y sus líderes encarcelados. Nuevamente los locales sindicales fueron intervenidos por el Ejército y fue revocada la dirigencia sindical encabezada por Vallejo y por Valentín Campa, a quienes, junto con cientos de seguidores, recluyeron en prisión acusados de «comunistas». El movimiento de los ferrocarrileros, iniciado en 1958, concluyó en 1959 cuando Adolfo López Mateos ya era el nuevo presidente de México.

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Gobierno de Adolfo López Mateos (1958-1964) La campaña de Adolfo López Mateos para ser presidente de México entre 1958 y 1964, la característica fue de llevarse con total tranquilidad y sin una oposición electoral organizada y fuerte que sirviera de contrapeso al candidato del Partido Revolucionario Institucional. De estas elecciones cabe destacar dos perfiles que marcaron la década de 1960:

1. Elecciones presidenciales y estatales sin sobresaltos, con una oposición minoritaria que se expresaba en partidos políticos débiles, los cuales funcionaban mas como satélites del PRI y servían para legitimar las elecciones. La proporción de votación por la cual ganaba el PRI era mayor que la suma de los votos de todos los partidos de oposición -juntos.

2. Aunque podemos encontrar estas prácticas en anteriores partidos electorales, en la campaña de López Mateos se sistematizó la adscripción y la disciplina de todos los sectores corporativizados y la mayoría de las agrupaciones sociales independientes. Para esos momentos, la clase pública Mexicana tuvo la eficacia necesaria para que los líderes campesinos, obreros y populares, incorporados al PRI, aceptaran al candidato como la persona ideal. Igualmente, logró que las cámaras de comercio e industria, aunque no incorporadas oficialmente al partido, sumaran su apoyo al candidato.

El partido oficial estuvo funcionando como una máquina muy organizada, lo cual se expresaba también en su capacidad para llevar y congregar grandes multitudes de apoyo a sus candidatos. Además de los sectores populares que eran llevados en camiones y autobuses para manifestar su respaldo irrestricto, era común que la propia clase política se abalanzara sobre el futuro presidente para darle su apoyo y solicitar puestos en la próxima administración. A este tipo de práctica casi ritual se le llamó en aquel tiempo «cargada de búfalos»; en nuestros días se le dice, simplemente, «la cargada». En el terreno económico, el sexenio de López Mateos procuró darle continuidad al desarrollo estabilizador y, posteriormente, se buscaría estimular el crecimiento a través de una intervención mayor del Estado en el desarrollo de la industria básica-intermedia y consolidar su planta por la vía de medidas arancelarias y proteccionistas. De tal forma se ampliaba la incidencia del Estado en la economía, particularmente en la producción, y su peso en la estimulación del consumo. En ese momento, en muchos países desarrollados se

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cuestionaba que las fuerzas del mercado, con una mínima intervención del Estado, fueran capaces de regular con éxito la economía en rubros tan importantes como la obtención del pleno empleo (que significaba que la mayor parte de la población se encontrara empleada) y en el nivel de la demanda interna (las compras que hicieran los habitantes de un país de los diferentes bienes en el mercado). Como resultado de tal política, se aspiraba a crear consumidores potenciales para estimular el desarrollo industrial, pues éste necesitaba de la compra de sus productos. Así, una planta industrial no caería en el estancamiento y aumentaría su demanda de mano de obra. Se planteaba que el equilibrio de estos factores debía quedar en manos de la oferta y la demanda, es decir, de los mecanismos reguladores del mercado. Sin embargo, las crisis mundiales del capitalismo demostraron la ineficacia del mercado para mantener estos equilibrios. Ante ello, J. M. Keynes elaboró una teoría económica que postulaba la necesidad de la intervención del Estado, el cual, tomando medidas de redistribución del ingreso (transfiriendo recursos mediante impuestos de los que más tienen a los que menos tienen), sería capaz de estimular el consumo y con ello acercarse más a la meta del pleno empleo. Tales directrices sostenían el marco económico de lo que se llamó el «Estado benefactor». Los postulados de esta política, especifican Hinojosa y Guevara, obligaban al Estado a:

a) Intervenir en la economía, no sólo en la industria, sino estimulando el consumo. b) Redistribuir el ingreso para darle mayor capacidad de compra a sectores sin

posibilidades. c) Incrementar su gasto social (escuelas, hospitales. políticas asistenciales, etc.) con el

fin de disminuir la polarización del ingreso, pero también como una manera de estimular el consumo y aumentar la demanda efectiva al pagar salarios a una población, que si no fuera ocupada por el Estado, posiblemente estaría desempleada

d) Premiar o castigar a las empresas, según su ubicación dentro de lo que él considerara como las minas de la producción prioritarias para el desarrollo.

El llamado «Estado benefactor» efectivamente se tradujo en un mejoramiento social, pero sin ser su único objetivo, pues también impidió el estancamiento de la planta productiva que necesitaba del consumo para reiniciar su ciclo de producción de mercancías y de capital. Economistas e historiadores coinciden en que en el sexenio de López Mateos se sentaron las bases que conjuntaron el desarrollo estabilizador con una política de Estado benefactor, mas también hicieron un balance crítico para mostrar que no todos los objetivos se cumplieron y cómo el llamado «Estado benefactor» mexicano fue muy diferente al que se dio en los países europeos o en Estados Unidos. No obstante, es importante reconocer que hubo logros, sobre todo en políticas de asistencia social: en 1959 el Seguro Social incluyó a los trabajadores del campo y para 1963 a los productores de caña y sus trabajadores; el índice de mortalidad disminuyó de 12.52 por millar (1958) a 9.6 (1964); se volvió obligatoria la vacunación oral de los recién nacidos para prevenirlos de la poliomielitis; se erradicaron tifoidea, paludismo, viruela y fiebre amarilla; se distribuyeron desayunos escolares; se incrementaron los subsidios a las universidades; se estableció la distribución gratuita de libros de texto para las escuelas primarias; se creó el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), entre otros servicios; aspecto muy importante, se seguía gozando de estabilidad política

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Reforma electoral. Un aspecto que no fue descuidado por la administración de López Mateos tuvo que ver con la forma en que el Partido Revolucionario Institucional ganaba las elecciones. La maquinaria funcionaba tan bien que la oposición no tenía posibilidades de mostrar sus perspectivas, pues las reglas electorales no permitían resquicios para ello. Así, a finales de 1962, propuso una reforma que posibilitaría la incorporación —aunque fuera minoritaria— de los partidos existentes: el PAN, el PPS —de Lombardo Toledano— y el PARM. La innovación consistió en sumar en el Congreso federal a lo que se denominó «diputados de partido» y que se integrarían a la labor legislativa para completar a los que fueran elegidos por mayoría absoluta. El artículo 54 constitucional fue modificado para permitir así una forma mixta con «diputados por representación proporcional». Para ello los partidos minoritarios que alcanzaran el 2.5 de la votación nominal efectiva tendrían la posibilidad de contar con «cinco diputados de partido» y por cada 0.5% de votación adicional tendrían un diputado más, con el límite de 20 diputados por cada una de esas dos vertientes. Aprobada la reforma se percibió que el sistema político mexicano daba cabida a la oposición y su sistema realmente era democrático. Nacionalización de la industria eléctrica Inserto en la perspectiva de estimular la ampliación del empleo, y la intervención gubernamental para ello, el Estado mexicano había ido —gradualmente— adueñándose de otro de los sectores básicos para el fomento industrial: el de la electricidad. A diferencia de lo acontecido con los ferrocarriles y la industria petrolera, también vitales para apoyar la industrialización y que se nacionalizaron en momentos políticos muy especiales, la industria eléctrica había ido desarrollándose con capital nacional desde el período de Miguel Alemán al crear la Comisión Federal de Electricidad (CFE). Su ámbito de crecimiento se ubicó primordialmente en las Zonas rurales que no eran mayormente atendidas por compañías extranjeras instaladas en el Valle de México y en los estados de Puebla, México, Michoacán, Morelos, Hidalgo y el Distrito Federal. Para 1960 la administración de Adolfo López Mateos estuvo en condiciones de comprar las mayoría de las acciones de las dos principales compañías extranjeras, la de la empresa canadiense The Mexican Light and Power Co. y la estadounidense American and Foreign Power Co. por varios millones de dólares, pero sin mediar discrepancias mayores. Estas compañías, mediante una buena política gubernamental, no exigieron pagos inmediatos ni descapitalizaron al país, por lo que sus plantas generadoras y otros inmuebles siguieron prestando sus servicios. La nueva empresa mexicana comenzó a ser conocida como Compañía Mexicana de Luz y Fuerza y concentraba a uno de los sindicatos de electricistas de más vieja tradición combativa. La Compañía de Luz y Fuerza siguió operando en el mismo radio de acción que habían ocupado las empresas extranjeras. Con la nacionalización de esta industria nuestro país controlaba las dos principales fuentes de energía necesarias para fomentar la industrialización: petróleo y electricidad. Devolución de El Chamizal Adolfo López Mateos ascendió a la presidencia con fuertes consensos; y además, se presentaron hechos políticos que le brindaron mucha aceptación popular. Uno de ellos fue la

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devolución de El Chamizal. En efecto, desde el siglo XIX, después de la guerra con Estados Unidos de 1846-1848, el río Bravo quedó como frontera en el norte de México, pero a la altura de Paso del Norte (hoy Ciudad Juárez) el río modificó su cauce hacia el sur y tierras mexicanas quedaron del lado del estado de Texas. Desde el gobierno de Maximiliano se turnó la reclamación por tal realidad, pero el gobierno de Estados Unidos se negaba a aceptar una nueva frontera. Para el siglo XX, en pleno inicio de la Revolución Mexicana, un tribunal internacional dio su veredicto a favor de nuestro país, pero fue hasta 1964 que el gobierno estadounidense aceptó devolver 177 hectáreas de la 240 reclamadas. Ese año dieron inició las obras que posibilitarían modificar el cauce del río para permitir que el territorio de El Chamizal volviera a quedar en parte de Chihuahua. La noticia coadyuvó a generarle más popularidad a López Mateos. Creación del ISSSTE Los requerimientos de un Estado en expansión hicieron aparecer un importante sector burocrático que, dado su número, requería atención, pues, al mismo tiempo, eran sus trabajadores. López Mateos turnó al Congreso de la Unión una iniciativa de ley para crear el Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE), que fue aprobada el 30 de diciembre de 1959. Las funciones que se confirieron al nuevo instituto fueron muy amplias pues atendería cuestiones de salud, pero también de asistencia social en el país otorgaría prestaciones sociales, culturales y económicas tanto al trabajador directo como a sus familiares. Según datos de la institución, para 1960 el Issste amparaba a 129 mil 512 trabajadores, 11 mil 912 pensionistas y 346 mil 318 familiares, en un total de 487 mil 742 derechohabientes beneficiados. Además, se le dotó con unidades hospitalarias y se programó la construcción de más clínicas para tratar de cubrir su natural crecimiento. La compra del Centro Hospitalario 20 de Noviembre posibilitó mayores beneficios. Creación de CONALITEG

Una aspiración presente desde la creación de la Secretaría de Educación Pública, en el gobierno de Obregón, fue que los estudiantes contaran con los libros necesarios para su desarrollo académico. Fue hasta la administración de López Mateos que tal realidad se hizo posible. Para el Estado mexicano ha sido muy

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importante ofrecer a los niños los contenidos académicos que les permitan cierta homogeneidad y sentido de pertenencia a este país. A esta demanda respondió la creación de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos. Esta dependencia, en función de los contenidos de la SEP comenzó a elaborar los libros que serían entregados —gratuitamente— en las escuelas primarias y ello posibilitaría que aun los niños de menores ingresos contaran con esos materiales. Los primeros libros se entregaron en 1960. Aunque pudiera parecer extraño, hubo grupos que no estuvieron de acuerdo con tal servicio, entre ellos los dueños de compañías editoriales y algunos grupos del PAN y de católicos que señalaban la falta de libertad para orientar la educación en México. No obstante esta oposición, la mayoría de la población aceptó un beneficio que ha sido muy importante en el desarrollo histórico de nuestra nación. Movimiento de Rubén Jaramillo En sentido inverso a los beneficios que la industrialización acarreaba a las ciudades, en el campo la situación no era muy alentadora. El número de campesinos sin tierra creció, al mismo tiempo que lo hacía la demanda de trabajo asalariado en el sector agrícola, donde se aceptaban pagos por debajo del salario mínimo, obligando a muchos a emigrar a las ciudades en busca de mejores oportunidades de trabajo. Los campesinos desposeídos empezaron a demandar reparto de tierras productivas, mayores salarios para los jornaleros y mejores condiciones de vida, mas los gobiernos de Miguel Alemán y Ruiz Cortines no prestaron atención a tales peticiones y, en contraposición, apoyaron los proyectos de los grandes empresarios agrícolas e impulsaron el sistema de riego, carreteras, electrificación y más para beneficiar a los grandes agroexportadores. Una primera respuesta a estas contradicciones fue la fundación, en 1945, del Partido Agrario Morelense (PAOM), que presentó como candidato a gobernador de dicho estado a Rubén Jaramillo. Tras elecciones fraudulentas se impuso a un candidato del PRI. Ese fraude motivó a los miembros del PAOM a organizar un frente común de lucha campesina y obrera en diferentes partes del país, apoyándose en un programa mínimo de acción política. Organizaciones de varios estados se sumaron a este llamado que pugnó esencialmente por:

1. Unidad entre las agrupaciones revolucionarias para defender la vigencia y la limpieza de la Revolución.

2. Autonomía de los municipios. 3. Continuación del reparto agrario. 4. Salario de acuerdo con el costo

de la vida. 5. Autonomía de los ejidos frente al

gobierno y democracia interna. 6. Unificación de las organizaciones

obreras ' libertad sindical.

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7. Creación de cooperativas de consumo. 8. Amplio programa educativo mural y urbano

El líder campesino morelense Rubén Jaramillo estaba convencido de la importancia de la participación política de los trabajadores que conformaban la mayoría de la población. Por ello invitaba a todos a participar en actos políticos donde pudieran exponer sus necesidades y demandas; de esa manera se involucrarían en el proceso de elección de un gobierno que garantizara velar por los intereses de la clase obrera y campesina. Esta participación política fue permitida; sin embargo, también fue coartada y burlada por las nuevas autoridades oficialistas que llegaron al poder, por lo que en 1952 se optó por el levantamiento armado por parte de los campesinos en algunas zonas de los estados de Morelos, Veracruz, Michoacán, Guerrero y México. La estrategia de lucha fue rápidamente reprimida con el ejército federal, que tuvo como objetivo detener y acabar a los «desestabilizadores del orden público», por lo que estos movimientos continuaron en la clandestinidad, apoyados por los dirigentes de organizaciones populares desde diferentes ciudades y por el Partido Comunista Mexicano. Tal hecho hizo que se les calificara de «comunistas». Así reinició la ola de violencia y represión hasta llegar a asesinar a Jaramillo, a su esposa e hijos. Gobierno de Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970) El sistema político mexicano, para inicios de la década de 1960 y apuntalado por las políticas de bienestar de López Mateos, ejercía la capacidad de procesamiento de las demandas sociales, y el uso selectivo de la fuerza se aplicaba en caso de excepción. Parecía que el Estado mexicano asumía la hegemonía y la práctica política como capacidad para obtener consensos. En ese escenario llegó Gustavo Díaz Ordaz a la presidencia, con un partido perfectamente estructurado y aceptado a lo largo y ancho del país. Además, muy pocas posibilidades reales de oposición podían presentarse ante el autoritarismo que regía como línea dentro del PRI. A lo anterior debe agregarse que en la vigilancia de los procesos electorales había poca participación ciudadana, lo que hacía más fácil llevar a cabo toda una serie de prácticas en el manejo de las urnas, destinadas a aumentar el número de votos para el partido oficial. Además, es necesario recordar que quien organizaba, coordinaba y llevaba a cabo las jornadas electorales era la Secretaría de Gobernación, cuyo titular era un integrante del PRI, y su designación para ocupar tal cargo correspondía al presidente de la República. En la administración de Gustavo Díaz Ordaz, los movimientos urbanos de colonos y los movimientos obreros presentaron demandas de tipo económico, pero no constituyeron un problema que no se hubiera podido solucionar gracias a que el desarrollo estabilizador se combinaba con el crecimiento; el sistema político mantenía un equilibrio entre las principales fuerzas sociales y, los grandes sindicatos —como el petrolero y el ferrocarrilero— habían sido desmantelados en su estructura original para dar lugar a dirigencias dóciles. En el ámbito rural, las organizaciones campesinas independientes tenían poca posibilidad de consolidarse y despectivamente eran calificadas como “invasores de tierras”. El ejido, que no había propiciado la autosuficiencia y desarrollo del campo, se convertía en una figura de legitimación política. Sin embargo, a partir de esos años se fueron construyendo algunos espacios favorables para los grupos que constituían la gran masa poblacional, y particularmente significativo resultó el que se hiciera fuera de las órbitas de los partidos políticos —o con evidentes diferencias en las tradicionales negociaciones con ellos— y de los sindicatos. Una buena parte de los nuevos espacios ganados se basaron en esfuerzos

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colectivos —con triunfos y derrotas— entre clasemedieros (muy particularmente entre los estudiantes, que simbolizaban la modernidad informada y futurista), lo que les confirió, además, una legitimidad que ya difícilmente podría negárseles. Este nuevo conglomerado, disperso en la mayoría del territorio, evidenciaba que «los jóvenes» habían surgido como un importantísimo grupo social y con múltiples ideas para el «porvenir». Influencia de la Revolución cubana y los movimientos estudiantiles de la década de los 60 Desde inicios de la década de 1960, el triunfo de la Revolución cubana, encabezada por Fidel Castro y sus «barbudos comunistas», preocupaba a los gobiernos llamados «democráticos», a la Iglesia católica y a los empresarios, quienes temían la expansión de las ideas socialistas en Latinoamérica. En este contexto el gobierno mexicano, basado en su importante política exterior —sustentada en la «Doctrina Estrada», de respeto a la autodeterminación de los pueblos—, no se sumó a la política de hostigamiento con que procedió el gobierno norteamericano contra Cuba. Aunado a lo anterior, el presidente López Mateos llegó a definir a su administración como «de izquierda, pero dentro de la Cons-titución». Tal declaración sonó como la amenaza de un viraje hacia el socialismo para los oídos de los empresarios, quienes publicaron un desplegado donde cuestionaban las directrices presidenciales, además de retirar parte del capital destinado a la inversión. Después de un diálogo con el presidente, la clase empresarial se tranquilizó; no habría tal «desvío», empero, había demostrado que sabía defender sus intereses y tenía un peso específico en la economía del país. Mas con el ascenso de Díaz Ordaz sí varió la posición gubernamental para tornarse «anticomunista». A contracorriente de la postura presidencial, sobre todo entre los maestros universitarios, el sustento teórico de los revolucionarios cubanos comenzó a ser estudiado, pues lograba esta-blecer un gobierno socialista en América Latina. Cuando Cuba, en 1961, sufrió una interven-ción armada financiada por intereses de Estados Unidos, hubo una respuesta muy favorable para el gobierno de Fidel Castro. Además, la carismática y fuerte presencia de Ernesto «Che» Guevara en los foros mundiales como representante de ese gobierno revolucionario posicionaron a la isla como una nueva realidad económico-política posible de ser imitada. Así, a mediados de la década de 1960 el marxismo-leninismo —como teorías económica y política—apareció en los planes de estudio de ciertas universidades. Ya para esos años habían surgido grupos de profesionales que habían alcanzado una mejor calidad de vida

(abogados, arquitectos, médicos, ingenieros, escritores y otros) y que podían enviar a sus hijos a realizar estudios universitarios; estos «clase-medieros» no eran ajenos a lo que sucedía en otros países, pues en Europa y Estados Unidos de América tal fenómeno social también se presentaba. En Francia, en la primavera de 1968, los jóvenes estudiantes de París salieron a protestar porque sus aspiraciones de encontrar empleo después de los estudios universitarios disminuían aceleradamente. Se manifestaron y el gobierno los reprimió. Algunos intelectuales reflexionaron sobre la situación y se

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anexaron a la causa. La situación se tomó muy tensa y hubo disturbios bastante serios. Sin embargo, los sindicalistas y el Partido Comunista francés llamaron a la conciliación, y el movimiento industrial se contuvo. El presidente De Gaulle ofreció incrementos salariales. Los estudiantes no pudieron mantener una movilización tan amplia y volvieron a sus escuelas. El «mayo francés» se había agotado. En Praga, capital de la república de Checoslovaquia, los estudiantes se movilizaban oponiéndose al autoritarismo del gobierno «pro soviético», que los limitaba en sus aspiraciones. Exigían socialismo con rostro humano; también fueron reprimidos. En Estados Unidos los jóvenes se manifestaron contra la guerra que su Gobierno hacía en Vietnam y preguntaban por qué eran jóvenes los que morían y qué era lo que realmente defendían. A ese escenario se sumó que, en abril de 1968, fue asesinado Martin Luther King, un reverendo de la Iglesia bautista que luchaba porque no hubiera discriminación para los afroamericanos que vivían en Estados Unidos, y porque tuvieran derecho al voto y otra serie de derechos civiles —como poder sentarse en un autobús—. Un año antes había sido asesinado Ernesto «Che» Guevara en Bolivia. Su imagen era, y es, símbolo de rebeldía y utopía. Ese entorno hacía de los universitarios —alumnos y maestros— sujetos de análisis y portadores de ideas de transformación social. En tal contexto, desde octubre de 1966, en Morelia, se organizó un movimiento estudiantil secundado por algunos ciudadanos para protestar por el alza al transporte. Ante la falta de tacto por parte de las autoridades, la situación se fue radicalizando para concluir con la ocupación militar de la Universidad Michoacana. El resultado del movimiento fue el arresto de numerosos estudiantes y la desaparición de «las casas estudiantiles». También con universitarios, pero en mayo de 1967 y en Hermosillo, Sonora, se registró una situación que el gobernador sólo supo contener con la intervención del Ejército, que atacó y tomó la Universidad de Sonora. El problema se repetía; la negociación y el diálogo no eran precisamente las tácticas del gobierno. El «Milagro mexicano» Continuador del cada vez menos eficiente modelo de desarrollo estabilizador, el gobierno de Díaz Ordaz intentaba controlar los factores que pudieran romper el equilibrio económico logrado, tanto las devaluaciones de la moneda como la inflación, y limitaba los aumentos salariales. El modelo era una continuación de las políticas económicas industrialistas anteriores, pero expresó con mayor fuerza el impulso a la industrialización. Estuvo vigente en nuestro país de 1954-1973 y debido a sus actividades la estructura económica mexicana se transformó significativamente, influyendo en la forma en que los sectores de la economía participaban en la generación global de la riqueza. Dicen Espadas y Vallado que las medidas económicas que emanaron de él fueron:

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a) El crecimiento industrial financiado mediante las divisas producidas principalmente por las exportaciones agrícolas. También se utilizaron las generadas por la minería y el turismo.

b) A nivel externo, los precios de los productos agrícolas se mantuvieron fijos por muchos años. Esto abarató el costo de la mano de obra y facilitó la capitalización de la industria.

c) Se estableció una serie de barreras para proteger el crecimiento de la industria nacional, de manera que no tuviera que competir con la poderosa industria norteamericana. Con ello se garantizo un mercado cautivo y una serie de apoyos en asuntos fiscales, en acciones de crédito, en infraestructura básica, etcétera.

El poner en marcha estas medidas implicó una intervención del Estado en la economía todavía mayor, que asumió un papel de empresario en algunos sectores estratégicos (comunicaciones, energía) e incluso incursionó en varias empresas de producción directa. A la larga, el grado de intervención estatal en la economía mexicana hizo que ésta fuera considerada por muchos años como una economía mixta, que como tal había logrado la coexistencia de las empresas de capital privado y público. Con este modelo, fue la industria y ya no la agricultura la que encabezó el crecimiento económico del país. Además, se terminó de orientar la producción industrial nacional hacia bienes de consumo del mercado interno y se mantuvo la intención de seguir apoyando su capitalización. Por último, en este periodo se registró un elevado índice de crecimiento del PIB superior al 6% anual y sin inflación. Por estas cifras, a todo este movimiento que comprendió poco menos de veinte años se le bautizó como el «Milagro mexicano». Autoritarismo, disidencia política y movimientos sociales (médico y estudiantil) El «Milagro mexicano» se veía internacionalmente como un ejemplo que pudiera ser imitado por otros países, y dos justas deportivas se le otorgaron a nuestro país para su organización: los Juegos Olímpicos de 1968 y el campeonato Mundial de Futbol, en 1970. Lo que no podía imaginarse la burocracia política era que las manifestaciones de rechazo al “orden establecido” llegaran no de los obreros, ni de los campesinos, ni de los marginados urbanos, sino de las clases medias, del grupo que realmente había presentado un ascenso real y empezaba a resentir los efectos del modelo económico. En efecto, la masificación de las universidades (la posibilidad de mayor ingreso de los alumnos) y de las propias actividades y profesiones antes consideradas para privilegiados provocó una disminución en las expectativas de ingreso y de nivel de vida en general. Los recursos del Estado tenían un tope para el creciente número de profesionales y burócratas incorporados en sus instituciones. Además, varios sectores de la clase media poseían acceso a información y a un nivel educativo que les daba, aunque fuera potencialmente, mayores elementos de juicio para realizar una crítica al régimen. La sociedad empezaba a alcanzar un nivel de complejidad que rebasaba los mecanismos tradicionales de control político. También los partidos de oposición fueron superados por las demandas y movimientos sociales de aquella época; tampoco ellos supieron interpretar el escenario de los acontecimientos. El desfase entre un sistema rígido y una sociedad

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abierta tardó poco en hacer crisis. El eslabón se rompió primero en noviembre de 1964, con los médicos residentes e in-ternos del hospital 20 de Noviembre del Issste, quienes habían anunciado una huelga si sus condiciones de trabajo (cargas excesivas, turnos extenuantes) y salariales no mejoraban. La respuesta administrativa fue el cese de los inconformes; ante ello, se constituyó la Asociación Mexicana de Médicos Residentes, la cual elaboró un pliego petitorio donde se incluían sus demandas anteriores y se exigía el regreso de los médicos despedidos. La ne-gativa para ceder a sus peticiones provocó un fortalecimiento del movimiento nacional y la formación de la Alianza de Médicos Mexicanos (AMM), con peticiones muy parecidas. El régimen concedió de manera mínima una resolución al pliego —insustancial aumento de sueldo—, por lo que se convocó a la huelga. La respuesta del gobierno de Díaz Ordaz fue

una campaña de desprestigio en los medios de comunicación, así como la intervención de los granaderos en el hospital 20 de Noviembre para expulsar a los huelguistas y reanudar el servicio con personal médico militar. En agosto de 1965 fue sofocada la lucha de médicos y enfermeras. No hubo entonces negociación; a un sistema de tradición presidencialista se agregaba un presidente autoritario, con un esquema de percepción que convertía un problema social concreto en un desafío a su investidura y el orden, por lo que no se podían hacer concesiones ni llegar a acuerdos. El 68 mexicano En el imaginario social de la mayoría de los mexicanos, adultos y jóvenes, hablar del sexenio de Díaz Ordaz es hablar del 68 mexicano. El problema se inició el 22 de julio de 1968, por una riña entre alumnos de dos diferentes escuelas preparatorias, una perteneciente a la UNAM y otra al Politécnico. La gresca estudiantil no terminó allí; los granaderos intervinieron para sofocar los disturbios, pero cometieron excesos que movieron a los estudiantes a manifestarse contra los

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abusos de autoridad. Las manifestaciones estudiantiles provocaron, como reacción en cadena, mayor represión por parte de los cuerpos policiacos; a una semana de iniciado el conflicto, se hablaba ya de 400 lesionados y más de mil detenidos. Para ese momento, la confrontación ya no implicó sólo a escuelas preparatorias; estudiantes de diferentes facultades de la UNAM y del Politécnico se sumaron al movimiento contra lo que consideraron un autoritarismo extremo y un comportamiento inadecuado de la policía. A los toletes y los gases lacrimógenos de los granaderos, los estudiantes respondieron con bombas «molotov» y tomando autobuses y escuelas. Los alumnos que ocupaban la Preparatoria 1 (San Ildefonso) fueron desalojados de las instalaciones por el Ejército, que penetró al recinto derribando la puerta de un «bazukazo». El régimen respondió tomando medidas propias de una situación de guerra o de amenaza nacional. El presidente y los funcionarios de aquella época, en efecto, declaraban la existencia de una conjura internacional comunista para sembrar la anarquía en México y desestabilizar al gobierno. Para los primeros días de agosto se constituyó el Consejo Nacional de Huelga (CNH), en el que participaron representantes de la mayoría de escuelas de educación superior del país, pues el movimiento se extendió a la provincia, y hacía las siguientes propuestas:

a) Destitución de los jefes policíacos: b) Desaparición del cuerpo de granaderos: c) Deslinde de responsabilidades; d) Respeto a la autonomía universitaria; e) Indemnizar a los deudos de estudiantes muertos; f) Derogación del artículo constitucional que tipificaba el delito de disolución social, y g) libertad a los presos políticos.

Leyendo el pliego anterior resulta difícil encontrar planteamientos comunistas o alusión a la lucha de clases o proclamas para hacer una revolución dirigida por el proletariado. Tampoco había una crítica a los dueños de los medios de producción, ni a la burguesía imperialista, lo

cual era parte del bagaje teórico que se discutía en las escuelas de Economía, Ciencias Políticas o Filosofía de aquel tiempo. Lo que se estaba pidiendo era un sistema menos represivo y abrir los espacios de manifestación estudiantiles; sin embargo, el gobierno no cedió. El 27 de agosto, una impresionante manifestación de más de 100 mil personas llegó hasta el zócalo. El espacio sagrado que se utilizaba, por lo general, para reverenciar la figura presidencial era ocupado y se pintaban consignas que expresaban un sentimiento antiautoritario. Los estudiantes, con permiso del sacerdote, se subieron a la

catedral y tocaron las campanas. El 28 de agosto la policía desalojó a unos tres mil

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manifestantes que se habían quedado de guardia en el zócalo. La situación seguía tensándose. En septiembre, el Ejército ocupó la UNAM. Cada vez más fuerza y menos hegemonía vendrían a desembocar en la masacre del 2 de octubre, cuando miles de estudiantes se reunieron en un mitin de protesta. La multitud fue cercada por tanquetas militares, y después, a una señal lanzada por un helicóptero, el Ejército se enfiló sobre los manifestantes disparando sus metralletas. El movimiento Fue ahogado y las Olimpiadas, programadas para celebrarse ese mes, se llevaron a cabo en un México que quería dar al mundo una cara de paz y estabilidad. Un análisis sobre el movimiento posibilita algunas conclusiones:

1. Fue un movimiento estudiantil con demandas de democratización y apertura al dialogo.

2. El movimiento trato de implementar formas de organización dentro del consejo

Nacional de huelga que impidieran la concentración de decisiones o que un solo líder fuera el interlocutor del gobierno, pues ello podía prestarse a la cooptación.

3. Dado el carácter vertiginoso con que se dieron los acontecimientos, y quizás por una

falta de visión política, el movimientos no logro establecer alianzas con otros grupos sociales, por ejemplo, los obreros.

4. Los valores y las consignas de los estudiantes reflejaban un clima cultural nuevo que

también se respiraba en otras partes del mundo, concretamente en Francia y Estados Unidos.

5. Algunos sociólogos discuten si fue en movimiento reactivo, es decir, que su fuerza

provenía paradójicamente del enemigo, la policía, pero carecía de un proyecto de más largo alcance que le diera coherencia propia.

6. El estado demostró el control que tenia sobre los medios de comunicación, pues la

mayoría de ellos, con contadas excepciones, minimizaron la situación y justificaron las acciones.

7. El movimientos practico formas innovadoras de acercamientos con la ciudadanía,

aunque este fuera efímero.

8. Se concretaron actos simbólicos nunca antes vistos, como la desacralización de la figura del Ejecutivo.

9. La represión estudiantil causó un descrédito internacional del país. El escritor Octavio

Paz renunció a la embajada en la India, como una forma de protesta. Carlos Fuentes criticó duramente a Díaz Ordaz. La revista francesa Paris Match. «Conocida por sus imágenes impactantes». Publicó una secuencia fotográfica de soldados mexicanos matando a sangre fría a una pareja de estudiantes. La periodista italiana Oriana Fallaci denuncio también los hechos que le tocó vivir personalmente.

10. Hubo una vinculación digna de consideración entre intelectuales y estudiantes, lo que

permitió contrarrestar con posterioridad la versión oficial de los hechos.

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Incuestionablemente, el movimiento estudiantil de 1968 no fue sólo la expresión de des-contento ante un régimen autoritario promovido por jóvenes estudiantes, sino la manifestación más clara de que el modelo de acumulación económica, nacional y mundial no respondía a los intereses de la mayoría de la población. Para la década de los setenta y hasta nuestros días, una serie de movimientos escenificados por hombres y mujeres de diversas edades, con diferentes preferencias religiosas, sexuales, políticas, etc., han demostrado que nuestro país se inscribió en una órbita internacional que buscaba formas de expresión más allá de los partidos políticos y el movimiento sindical a partir del 68 mexicano.

6.2 Ciencia, educación y cultura El cine de la época de oro, literatura, música, danza y arquitectura Desde el momento mismo en que el Estado mexicano inició su proceso de consolidación, uno de los ámbitos más importantes para generar el conocimiento científico y tecnológico de este país ha intentado tener como punto de arranque a la educación básica. Ya para el siglo XX, pero más particularmente a raíz del cardenismo, el Estado se perfiló como el gran actor encargado de impulsar la educación de sus habitantes y las propuestas para efectuarlo han tenido varias fases. (También es necesario señalar que han existido grupos de personas interesadas en impulsar el desarrollo científico y tecnológico, pero ha sido circunscrito a determinadas industrias y en diversas regiones, e incluso lo han promovido en todo el país, pero sin haber contado con apoyos sólidos desde la perspectiva federal con una política bien delineada, continua y con recursos financieros vastos). Particularmente, en 1958, se conformó una comisión integrada por el Poder Ejecutivo federal, la Secretaría de Educación Pública y la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, así como por asesores del Banco de México, del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación y de la Secretaría de Industria y Comercio, teniendo como objetivo aumentar el ingreso escolar en el nivel primaria y disminuir drásticamente la deserción. El 19 de octubre de 1959 la comisión referida dio a conocer el resultado de su trabajo bajo el nombre de Plan para el Mejoramiento y la Expansión de la Educación Primaria en México, en el que se estipulaba que para su realización habría que erogarse una suma de nueve mil millones de pesos, según costos y salarios de 1959. Para evitar que el desembolso de una cantidad tan considerable desequilibrara la economía nacional, se propuso escalonar el gasto en once años, de donde derivó la denominación de Plan de once años. La cifra citada se cubriría por parte de la Federación durante tal lapso y ello garantizaría el aumento a la atención de la educación primaria, ya que hasta esas fechas sólo se había logrado atender al 59% de la población total en edad escolar. El Plan de once años había requerido de esfuerzos continuos durante dos administraciones de la República: la de Adolfo López Mateos, con quien inició, y la de Gustavo Díaz Ordaz; sin embargo, la inestabilidad que caracterizó a esta última administración y los ámbitos a los que les dio mayor importancia frenaron los logros de tan ambicioso plan. Lo que sí se consiguió fue que en el futuro se pusiera mayor atención a la educación primaria de todos los mexicanos, aunque no se alentó de tal manera la educación media y la

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superior, si bien es necesario reconocer lo significativo que fue, en la gestión de Agustín Yáñez como secretario de Educación Pública (1964-1970), la puesta en marcha de la educación secundaria por la televisión, la telesecundaria, dada la mayor demanda de tal nivel de escolaridad por una población joven que crecía vertiginosamente. Por este medio, además, se posibilitaba la extensión de educación secundaria hacia comunidades rurales, que de otra manera hubieran tenido que esperar más tiempo para contar con el servicio. Desafortunadamente, el impulso dado a la educación primaria no generó los resultados deseados y le restó apoyos a ámbitos propiciadores del desarrollo científico y tecnológico. Habrían de pasar unos cuantos años más para que se concretaran políticas gubernamentales tendentes a promover —integralmente— tales aspectos. Sin embargo, la Universidad Nacional Autónoma de México y el Instituto Politécnico Nacional avanzaban, aunque con presupuestos restringidos.

En el entorno cultural la realidad tuvo sus claroscuros. El cine, por ejemplo, salía de una época que se llegó a calificar «de oro» por varias circunstancias. Una de ellas, y no la menos importante, fue que la industria de Estados Unidos decreció sus producciones durante la Segunda Guerra Mundial y ese espacio fue llenado con películas mexicanas, sobre todo el mercado latinoamericano, gracias a un idioma común y ciertos rasgos idiosincráticos similares. Además, los recursos de directores como «el Indio Fernández» y una serie de buenos actores coadyuvaron a la aceptación de la filmografía que intentaba mantener ciertos temas como representantes de lo mexicano: el charro, el rancho, el indígena, la revolución. No obstante, la realidad mundial modificaba los escenarios y aparecían propuestas diferentes, como las películas de rumberas y de arrabal. Además, la

presencia de los sindicatos de la industria y el peso (entonces) de la Secretaría de Gobernación mantenían la perspectiva de apoyar y promover el divertimento. Así, películas como las de «Tin Tan» tuvieron mucho éxito. Otro ámbito importante de expresión, la literatura, pero muy particularmente la que comenzó a cuestionar los logros de la Revolución mexicana, posibilitó a escritores como José Revueltas y Rosario Castellanos —por sólo citar a dos— escribir importantes novelas que no eran del agrado del régimen pero que expresaban esa realidad que estaba allí, tercamente, evidenciando la falta de justicia social hacia los obreros, los campesinos y los indígenas. Pero además, como dice Juan Antonio Rosado, la década de los sesenta era «tiempo de modernización y barbarie, de discusión y de militancia, cuando casi de golpe se hicieron presentes en la vida nacional el rocanrol, la revolución sexual, las drogas, los ideales de la revolución latinoamericana, la liberación de los jóvenes, el consumismo y la versión mexica del American Dream, que con su democracia de acarreados y su tecnología de lavadoras automáticas resistía cotidianamente el empuje de su contraparte, la versión mexica del sueño de la dictadura del proletariado». A todas esas realidades dio cobertura la novela, hasta llegar a sumar a varios noveles escritores que crearon lo que posteriormente se conocería como la literatura de «la onda». En la música también se vivía una mezcla de corrientes y todas tenían cabida, tanto la música popular —desde la llamada «ranchera» y

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los «boleros» hasta ciertos ritmos tropicales— como el «rock en español» y, entre algunos sectores, el inicio de «The Beatles», así como lo que más tarde daría paso a la «música chicana». La danza mexicana fue alcanzada por la perspectiva nacionalista, fuertemente arraigada hasta los años sesenta, al tener como representante a Amalia Hernández, quien profesionalizó y dio a conocer en muchos países esa expresión, mas también para esa década comenzó una tendencia diferente. Una importante bailarina, Guillermina Bravo, a partir de esos años decidió dejar de bailar para fomentar el estudio adecuado de tal arte. Ella se convirtió en toda una institución al proyectar la danza moderna y la contemporánea. La arquitectura vivió ese mismo movimiento de convivencia, muy de la década de 1960, entre el estilo «nacionalista» y la incorporación de las nuevas corrientes mundiales. Los imponentes nombres de José Villagrán, Luis Barragán, Juan O 'Gorman, y Mario Pani entre otros, ya habían sentado una propuesta que fue reconocida internacionalmente pero que, también a ese nivel, era enriquecida por múltiples Aportes desde diferentes países. El reto para las nuevas generaciones de arquitectos mexicanos era mantener una escuela acorde con los nuevos materiales y requerimientos de la vida moderna. Y lo lograron; profesionales como Francisco Artigas, Ricardo Legorreta y Ramón Torres le dieron, sobre todo a la Ciudad de México, una fisonomía de actualidad sin perder elementos que refieren el pasado. En términos globales, la cultura mexicana iniciaba una transición hacia los patrones estéticos internacionales, de gran pluralidad, pero en una confrontación —a veces sutil y progresista, a veces áspera y conservadora— entre lo cosmopolita y las profundas raíces nacionalistas. Tal «choque» no fue exclusivo de esos años. La polémica por la «tradición de la ruptura», como diría un literato del momento llamado Octavio Paz, resulta una condición social permanente, pero la velocidad de las transformaciones en los sesenta hizo que se viviera con mayor intensidad social. Los «jóvenes contra los rucos» era una frase que condensaba la situación o, como dijera un joven pintor en ascenso —José Luis Cuevas—, había que romper «la cortina de nopal», en clara alusión al contexto de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, a la que se le consideraba «la cortina de acero».

BLOQUE 7

CRISIS DEL ESTADO MEXICANO Y SU PROCESO DE TRANSICION DEMOCRATICA, INCORPORANDO SUCESOS NACIONALES E INTERNACIONALES.

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UNIDAD DE COMPETENCIA Comprender los procesos políticos, económicos y sociales por los que ha atravesado el Estado mexicano.

7.1 Características de la crisis política del Estado mexicano (1970-2000)

Gobierno de Luis Echeverría Álvarez (1970-1976) Al inicio de la década de 1970 aún la vida política mexicana se debatía entre los grupos que consideraban a los estudiantes como agentes del «comunismo» y quienes intentaban buscar cauces diferentes para integrarlos al sistema priista que llevaba más de 30 años en el poder. Además, los jóvenes universitarios habían fisurado la legitimidad que el gobierno mexicano aún experimentaba —para esos años— al combinarse con el agotamiento del modelo de desarrollo estabilizador que ya no cubría los requerimientos económicos de la mayoría de la población. La administración presidencial de Luis Echeverría (1970-1976) se vio precisada a mostrar una faz de tolerancia ante un incipiente descontento político que marcaba cierta distancia con el gobierno. En tal sentido, puede explicarse la llamada «apertura democrática», que posibilitó la incorporación de representantes de las clases medias —y de un grupo de intelectuales— en diversas actividades tendentes a fortalecer al Estado mexicano y justificar la nueva propuesta económica que se designó como «desarrollo compartido» al acompañarla con un discurso que parecía cercano a una ideología «de izquierda». Programa de modernización, creación del Instituto Mexicano de Comercio exterior, Secretaría de Turismo, de Reforma Agraria, Infonavit, Profeco e INCO. Para tratar de recuperar legitimidad, la acción gubernamental se enfiló a la inversión en infraestructura, a la adquisición de algunas empresas para volverse —el gobierno mismo— empresario y, con la pretensión de estimular la demanda, otorgó aumentos salariales. Para poder financiar tal política se recurrió, principalmente, a la solicitud de préstamos financieros con el Fondo Monetario Internacional. Los nuevos tiempos requerían respuestas distintas, ya no sólo el autoritarismo, por lo que desde 1971 el régimen decretó la amnistía a los presos políticos y estudiantes encarcelados por participar en los sucesos estudiantiles de 1968 y, al mismo tiempo, impulsó una serie de programas tendentes a apoyar a los grupos mayoritarios, del campo y de la ciudad, con beneficios muy específicos. La determinación de acercarse a los grupos que manifestaban su descontento —para los problemas más

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emergentes— orientó una serie de medidas propiciatorias de soluciones de corte inmediatista. Así se creó el Instituto Nacional del Consumidor (INCO), con la pretensión de ofrecer a la población un canal institucionalizado para presentarle medidas adecuadas para el uso de sus recursos salariales. Tal instituto se derivó de la Ley de Protección Consumidor (diciembre de 1975), que dio surgimiento a la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) con la finalidad de auxiliar a los consumidores contra prácticas lesivas de quienes ofrecieran servicios y mercancías que no satisficieran las condiciones ofrecidas. Para la divulgación de sus funciones se le concedieron espacios en la prensa, la radio y la televisión. Una de sus derivaciones más conocidas resultó la «revista del consumidor». En cuanto a la propuesta para impulsar el «desarrollo compartido» creó el Instituto Mexicano de Comercio Exterior, cuyo objetivo consistía, según la ley del 29 de diciembre de 1970, en «ampliar nuestras exportaciones como elemento vital para poder financiar, sin ataduras, la compra de tecnología y de maquinaria que aún no se producen en México y de para compensar, con el fruto de nuestras ventas en el extranjero, la pérdida de divisas que significa la salida de dividendos, el pago de intereses y el costo de los conocimientos que requerimos para seguir progresando. Para el Ejecutivo federal era clara la necesidad de exportar más productos (si bien la mayoría de las exportaciones históricamente han sido materias primas) para importar «tecnología y maquinaria» que en nuestro país no se producían. El texto de la ley, además, reconocía explícitamente la fuerte pérdida de recursos económicos por el pago de «deudas» contraídas con anterioridad. El Instituto Mexicano de Comercio Exterior se presentaba como una búsqueda de captación de recursos para sustentar la nueva administración. En concordancia con esta necesidad de buscar en el exterior una importante fuente de ingresos se creó la Secretaría de Turismo, en 1975, que se encargaría de potenciar la divulgación de los valiosos recursos que México podía ofrecer a vacacionistas extranjeros y nacionales. La riqueza de playas, zonas arqueológicas, ciudades coloniales y mas se visualizó como un «activo» que podía generar las divisas que la economía demandaba. Esta Secretaría se encargaría de regular las actividades derivadas de la nueva empresa deservicios que, más tarde, se catalogaría como «industria sin chimeneas». Otro aspecto que debía ser atendido para contener una posible conflictiva social era el de la vivienda. Las ciudades seguían creciendo al ser polos de atracción de gente que vivía en el campo y que no encontraba ya en él satis factores adecuados— y derivado de una creciente explosión demográfica. La respuesta fue la creación del Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (INFONAVIT) que, en la lógica del desarrollo compartido, lo estableció la Comisión Nacional Tripartita (con representantes del gobierno federal, los trabajadores y los empresarios) organizada en 1971. De esta nueva organización surgió la propuesta de crear un fondo nacional, regulado por un organismo —también tripartita— para otorgar créditos baratos para los trabajadores en pos de la construcción —o compra— de vivienda popular. Esta disposición eximió a los empleadores de ser los responsables de ofrecer a sus trabajadores ese tipo de derecho y «se compartió la responsabilidad».

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La creciente molestia de los trabajadores del campo también fue observada y por ello apareció la Secretaría de la Reforma Agraria, como reconocimiento a la falta de atención hacia el reclamo por la lentitud, o franca renuencia, a entregar la tierra a quienes pudieran comprobar su propiedad. De igual forma, las respuestas ofrecidas desde el cardenismo ya no satisfacían las nuevas condiciones —sobre todo en el aspecto ejidal— y esta institución generaba la imagen de interés por ofrecer soluciones. Sin embargo, nuevamente era una extensión del gobierno federal la que asumiría la facultad de resolver las cada vez mayores «tomas de tierra» que los directamente afectados realizaban; además, quienes no se inscribieran en esa modalidad, serían consignados ante las autoridades correspondientes. Difícil-mente el clima de intranquilidad social durante los setenta podía pasar inadvertido en México, pues una expresión de rechazo a las políticas estatales se presentaba a través de la guerrilla —ya desde unos años atrás— en el campo y como nuevo fenómeno en la ciudad. Movimientos sociales Después del 2 de octubre de 1968 varios aspectos de la vida social se modificaron a distintos velocidades. El gobierno de Echeverría, por ejemplo, fue el que más egresados de la UNAM involucró a su gabinete; otros actores políticos de ese momento se adentraron fuertemente en los ámbitos académicos de educación media, media superior y superior; algunos más entre emergentes grupos de ciudadanos de las colonias marginales de las grandes ciudades y, no pocos, en diversas organizaciones sindicales. El entorno sociopolítico sería impactado por esto y, poco a poco, apareció una gama de manifestaciones públicas distintas a las que tradicionalmente escenificaban los partidos políticos o los sindicatos. A éstos se les comenzó a llamar «nuevos movimientos sociales». Dado que a nivel mundial la década de 1960 había sido el escenario de importantes movilizaciones —que ya se expresaban en México—, para la administración de Echeverría, era claro que éstas no podían ser reprimidas con base en el autoritarismo, y manifestaba su pretensión de llevar adelante su «apertura democrática». Una de las primeras acciones en tal sentido se presentó en 1971, cuando decretó la amnistía a los presos políticos y estudiantes encarcelados por participar en los sucesos estudiantiles de 1968 (aunque no se les reconoció como presos políticos sino como presos del orden común). Los recién liberados programaron una marcha con el objetivo de reivindicar sus demandas y proseguir la lucha. La marcha se llevó a efecto, pero fue reprimida por jóvenes vestidos de civiles —con tácticas de ataque de grupos paramilitares, particularmente de un grupo que fue identificado como «Los Halcones»— el 10 de junio (Jueves de Corpus) de 1971. Nuevamente hubo estudiantes muertos y heridos. Echeverría ordenó la renuncia del regente del Departamento del Distrito Federal y del jefe de la policía. La mayoría de los editorialistas de prensa apoyaron la tesis que la represión había sido ordenada por funcionarios partidarios de la administración anterior que buscaban empañar la «apertura democrática» planteada por el nuevo presidente. Cuando Echeverría acudió a Ciudad Universitaria, en 1975, fue recibido con

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insultos y pedradas, lo que evidenció que por lo menos los estudiantes no creyeron aquella versión. El otro gran escenario que aglutinaría a actores emergentes —feministas, creyentes, colonos, ecologistas y más— sorprendió a los anquilosados sistemas de interlocución creados por el régimen priista. ¿Cómo enfrentarían a cientos de habitantes que no tenían un trabajo fijo pero sí la demanda de regularización de sus terrenos sin infundirles temor por medio de la rescisión de contrato? ¿Cómo contener a las mujeres que se organizaban en las colonias populares para demandar agua, electricidad, centros de salud, guarderías y otros equipamientos considerados básicos en otros países? ¿Cómo desacreditar a una población plural que luchaba contra la contaminación de los ríos? Cierto era que la conciencia política llevaba a manifestaciones ingenuas y desarticuladas, pero no siempre estarían así. Esos contingentes no pretendían ser parte de los partidos políticos, aunque éstos los empezaron a ubicar como necesarios para mantener su «legitimidad». Sin poder eliminarlos, pues cada vez unificaban a más integrantes, los nuevos movimientos sociales también irían marcando límites al autoritarismo estatal. El ascenso de estas manifestaciones de la población no impedía que los viejos sindicalistas hubieran dejado de luchar desde sus centros de trabajo. Los integrantes del Sindicato de Trabajadores Electricistas de la República Mexicana (STERIVI) pugnaban por mantener su independencia política y no ser subordinados a las directivas de la Confederación de Traba-jadores de México (CTM). Así surgió la llamada «tendencia democrática» de los electricistas con Rafael Galván como una de sus figuras importantes. Cuando organizaron una huelga en 1976 para no ser parte de un sindicato afiliado a las directrices estatales, la policía violentó el conflicto y lo eliminó. Contra estas manifestaciones el sistema autoritario aún tenía métodos de represión efectiva. Guerrilla rural y urbana En cuanto a la guerrilla rural —causada principalmente por situaciones de pobreza extrema, prácticas caciquiles y una inadecuada atención de parte de las autoridades hacia los

pobladores más afectados—, se circunscribía a espacios regionales muy localizados y buscaba resolver, en ese mismo ámbito, los problemas que orillaban a los pobladores a la toma de las armas. Dos casos paradigmáticos surgieron en el estado de Guerrero: Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos, ambos profesores egresados de la Escuela Rural de Ayotzinapa. Genaro Vázquez Rojas inició su enfrentamiento contra los caciques políticos guerrerenses por la vía electoral al inicio de la década de 1960. Dadas las condiciones de pobreza existentes en la mayoría de las poblaciones del estado, logró cierto apoyo ciudadano e iba en aumento cuando el movimiento fue violentado. El Comité Cívico Guerrerense, como fue reconocido el movimiento, se radicalizó y después de haber sido rescatado Genaro Vázquez de prisión —por la fuerza— inició su postura

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guerrillera en 1963. La sierra guerrerense fue; un ámbito de acción. El caso de Lucio Cabañas fue un tanto diferente en su origen, pero las condiciones que lo llevaron a la guerrilla eran las mismas: la miseria, la explotación de los campesinos y la inequidad en la justicia. Lucio Cabañas trabajaba como maestro rural en Guerrero, pero sus constantes críticas a las autoridades locales hicieron que lo trasladaran al estado de Durango. Después de un breve lapso retornó a su estado natal, pero las hostilidades en su contra no cesaron. En mayo de 1967, cuando participaba como orador en un conflicto escolar, irrumpió la policía y pretendieron intimidarlo. El resultado de esa acción fue la muerte de cinco padres de familia. Lucio Cabañas se refugió en la sierra. La lucha encabezada por ambos líderes, en diferentes pero concatenados momentos, se presentó mediante la organización de brigadas campesinas dentro del Partido de los Pobres para defender un programa agrarista en la costa chica de Guerrero. Por algunos años se internaron en la sierra y desde allí trataron de controlar a los caciques, quienes eran protegidos por el gobierno del estado y el gobierno federal. La respuesta oficial fue la represión a través de la fuerza del Ejército. Tanto Vázquez como Cabañas fueron asesinados. Para Carlos Montemayor, uno de los analistas políticos más calificados respecto al tema de la guerrilla en México, el trato del gobierno mexicano para los guerrilleros como grupúsculos de inadaptados y que permea al resto de la población mexicana es una constante. Así se les descalifica pero no se analiza —o no se difunden— las razones profundas de su «emergencia». El razonamiento oficial tiende a apoyarse no en una comprensión de la naturaleza social del conflicto, sino en la necesidad de reducir al mínimo los contenidos sociales y sus motivaciones políticas o morales. En la medida que se reduzcan al mínimo estos datos de causalidad social, se favorece la aplicación de medidas solamente policiacas o militares. Las investigaciones de Montemayor nos invitan a reflexionar por qué estas expresiones armadas se presentan principalmente entre la población campesina o indígena, donde los niveles de miseria son escandalosos y ancestrales. También en la década de 1960, Arturo Gámiz, un profesor rural que trabajaba en los estados de Chihuahua y Durango, junto con un grupo de compañeros que habían coincidido en un proceso de lucha estudiantil, campesina y popular entre 1962 y 1965, intentó tomar el cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua, el 23 de septiembre de 1967. La lucha en la tierra de Pancho Villa no dejaba de presentarse. A partir de este hecho, y dada la represión que se desarrolló contra los seguidores de Gámiz, varios grupos de universitarios iniciaron actividades de guerrilla urbana. A diferencia de la guerrilla rural, en el ámbito urbano surgieron los movimientos armados por una determinación política que los ubico en la línea de la toma del poder, no ajenos al influjo del triunfo de la Revolución cubana que a partir de 1961 se declaró socialista. La mayoría de sus integrantes fueron jóvenes e intelectuales que conocían teórica y prácticamente las particularidades de la realidad económico-política del país. Pero fue a partir de 1973 cuando ese movimiento llegó a tener una estructuración significativa; en Guadalajara, Jalisco, algunos grupos de izquierda, como el Frente Estudiantil Revolucionario, de una trayectoria anti oficialista, se reunieron para tal efecto. La aparición de grupos armados se hizo presente en México, DF, en Guadalajara y Monterrey, principalmente. Así nació la Liga 23 de Septiembre. Varias fueron las acciones que desarrollaron, como los secuestros de un cónsul estadounidense y uno inglés en Guadalajara, asaltos a comercios y bancos y hechos de sangre como el registrado contra dos empresarios, uno en Guadalajara y otro en Monterrey. Ante estos hechos la respuesta gubernamental fue cruenta.

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Según Sergio Aguayo, investigador de El Colegio de México, la Liga 23 de Septiembre fue sobredimensionada por el gobierno para justificar lo que se conoce como «la guerra sucia», es decir, una política de exterminio llevada a cabo principalmente a través de la Dirección Federal de Seguridad y Servicio Secreto —dependencia del gobierno federal—, que se caracterizó por el rapto de jóvenes integrantes de la guerrilla, o presuntamente simpatizantes, para someterlos a tortura física y sicológica en busca de la delación de otros integrantes. Para este cuerpo policiaco no existió jamás la idea del respeto a los derechos ciudadanos y humanos. Si bien es cuestionable el uso de la violencia para tratar de alcanzar un objetivo político, más lo es cuando procedió de parte de las autoridades gubernamentales, las encargadas de resguardar el derecho, sobre todo por los grados de crueldad que utilizaron. La guerrilla urbana también, aparentemente, fue sofocada una década después. Universidad Autónoma Metropolitana, Colegios de Ciencias y Humanidades y Colegio de Bachilleres Desde el inicio del sexenio, Echeverría propuso una política especial para el sector estudiantil dada la impronta del 2 de octubre de 1968. Una manifestación clara de ello fue la creación de la Universidad Autónoma Metropolitana, en la ciudad de México. Con tres nuevos campos —uno en Iztapalapa, otro en Xochimilco y uno más en Azcapotzalco—, esta casa de estudios incorporó a una parte importante de los egresados universitarios capacitados, y politizados, que deseaban hacer de la docencia universitaria una forma de vida y de participación social. Al mismo tiempo, se presentó como una oferta significativa para los jóvenes que aspiraban a ser universitarios y se concebía como innovadora en varios aspectos, primordialmente el educativo, pero también en lo organizacional. En concordancia con la necesidad de involucrar a los jóvenes en el ámbito escolar también se abrieron los Colegios de Ciencias y Humanidades (CCH), en la Ciudad de México, por iniciativa del rector de la UNAM Pablo González Casanova, con la pretensión de dar cobertura a la demanda de estudios de enseñanza media. Sus egresados podrían, con carácter de técnicos, incorporarse al mercado de trabajo o seguir sus estudios universitarios. Iniciaron actividades en 1973. En un sentido similar surgió el Colegio de Bachilleres (Cobach), creado por decreto presidencial, también en 1973, para ofertar estudios de bachillerato a los egresados de secundaria. Su sede inicial se asentó en la Ciudad de México. La oferta educativa se ampliaba para los jóvenes, si bien no dejó de apoyar la enseñanza básica. La perspectiva era integral y de encauzamiento. Partidos políticos, reformas electorales y política exterior El ámbito meramente político también fue contemplado, y desde 1971 se iniciaron leves reformas a la ley electoral; entre las más significativas —y en función de ese grupo importante que eran los jóvenes— se aceptó que los diputados podrían serlo a la edad de 21 años y senadores a los 25; también, con el ánimo de integrar a los procesos electorales a las

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minorías descontentas, se permitió la posibilidad de que los partidos políticos —con sólo alcanzar el 1.5% de las votaciones— mantuvieran su registro (y los presupuestos), así como los llamados «diputados de partido», que podrían —bajo tal propuesta— aumentar hasta 25 (cinco más que lo acordado en el sexenio de López Mateos). La política de contención —de prevención— ante la creciente descomposición social se extendía hacia todos los sectores. En esa lógica también se buscó apoyo a través de la bien aceptada política exterior que México había logrado con la Doctrina Estrada; la gestión de Lázaro Cárdenas y la política interna de «paz social» lograda bajo el llamado «Milagro mexicano». Con base en ello Echeverría se presentó, en escenarios mundiales, como representante de un gobierno que mantenía su soberanía al entablar relaciones económicas con Cuba, aun cuando el gobierno de Estados Unidos no tolerara tal política, y al apoyar al gobierno socialista de Salvador Allende (llevado a la presidencia de su país como candidato de la Unidad Popular), si bien derrotado por un golpe de estado encabezado por el general Augusto Pinochet. Asimismo, se sumó a un grupo de gobernantes de los países «en vías de desarrollo» para demandar, ante la ONU, a través de la Carta de los Derechos y los Deberes Económicos de los Estados, una mejor relación de parte de los países altamente industrializados mediante políticas de cooperación internacional, misma que le correspondió presentar. En esa misma perspectiva el presidente mexicano se involucró en el movimiento de los países llamados «no alineados» —ni con la URSS ni con Estados Unidos— pero sí en búsqueda de mejores relaciones con las dos superpotencias y respeto a su neutralidad. México se sumó así a La Declaración sobre la paz, la independencia, el desarrollo, la cooperación y la democratización de las relaciones internacionales, documento que representaba las aspiraciones de paz, la no aceptación del racismo, el colonialismo, el armamentismo y ser tratados como iguales. Y si su política se abría a todo el mundo, los países del sur de nuestro continente fueron muy importantes, por lo que participó en la fundación del Sistema Econó-mico Latinoamericano con la intención de comerciar más ampliamente con ellos. No obstante los esfuerzos por dinamizar la economía nacional, la conflictiva creciente no le posibilitó mayor legitimidad entre la población (entre otros aspectos por el encarecimiento de los artículos de consumo cotidiano) ni entre los industriales, que se sentían incómodos ante el discurso aparentemente «de izquierda» que caracterizó a su administración. Gobierno de José López Portillo (1976-1982) El inicio del sexenio de López Portillo, en materia económica, era muy complejo, pues se inscribía en un proceso de crisis muy evidente. Ante tal realidad anunció que durante los seis años de su mandato se atacaría gradualmente esa situación y estableció que en dos años se buscaría la recuperación, en los dos años siguientes la economía se consolidaría y en los dos años finales se viviría un crecimiento significativo. Tal propuesta se conoció como «Alianza para la producción», en la que primordialmente, se hablaba de austeridad, de control en los salarios y de la necesidad de sumar voluntades para progresar. Un motivo muy significativo que alteró profundamente tal propuesta tuvo que ver directamente con los grandes descubrimientos petroleros en la región de Tabasco y Campeche, justamente en un momento de coyuntura internacional propiciada por la Organización de Países Productores y Exportadores de Petróleo, la OPEP, que intentaba poner condiciones de precio a los países de mayor consumo del energético. Si la anterior administración presidencial había intentado diversificar el número de productos para

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exportar, el momento económico mundial requirió hacia 1978, y de una manera no calculada, a los principales actores económicos de México. Para la economía mexicana fue verdaderamente una fuente de riqueza repentina que no supo ser utilizada adecuadamente. El llamado «boom» petrolero hizo que la mayoría de las finanzas públicas se manejaran con irresponsabilidad. Como señala José Luis Calva, en los años setenta se propiciaron subsidios innecesarios (bajas tarifas ferroviarias, eléctricas, de combustible, etc.), incluso a actividades que no las requerían; se estatizaron empresas «quebradas» y la corrupción fue impresionante. La situación se volvió «dramática» cuando la economía mexicana se petrolizó —la mayor parte de los recursos se volcó hacia la industria petrolera— en detrimento de una diversificación industrial y del campo, por lo que la dependencia de la venta del petróleo se acrecentó peligrosamente. Conjuntamente con este proceso se vivió una política de subsidios gubernamentales que presentaba mayores posibilidades de éxito en su aplicación al tener bien localizados los espacios que requerían abastecimiento de agua y de energía eléctrica, pues esa política económica gubernamental utilizó al campo para subsidiar el crecimiento fabril. Sistema Alimentario Mexicano, Coplamar y creación de la Universidad Pedagógica Nacional Sin considerar adecuadamente los costos económicos y sociales que el patrón de apoyo para el crecimiento de las ciudades pudiera cobrar en el futuro, se requería que el obrero urbano tuviera la posibilidad de obtener sus alimentos básicos (frijol y tortilla) a precios accesibles, y eso se lograba porque el gobierno controlaba los precios de los productos básicos del sector agropecuario a través de diversas dependencias, impidiendo que el campesino pudiera aumentarlos y de tal forma capitalizarse. Cuando la necesidad de importar maíz, frijol y arroz fue muy evidente (hacia 1978-1979), el equipo económico de López Portillo sugirió un programa llamado Sistema Alimentario Mexicano (SAM), cuya pretensión era guiar la producción agrícola por medio de incentivos al productor y compartir los riesgos para disminuir la compra de los granos básicos y lograr la autosuficiencia alimentaria. La inoperancia del SAM tuvo varios motivos, entre ellos el necesitar de operadores estatales que no siempre estaban dispuestos a hacer eficiente la propuesta para no afectar intereses locales; se aplicó preferentemente en tierras «de temporal» y no se contemplaron las ricas «tierras de riego» para diversificar la producción que estaba orientada a la exportación; el interés de incorporar a otros alimentos (como la leche y el pescado) hizo que los recursos no se concentraran correctamente; buena parte de los préstamos no fueron adecuadamente utilizados por los campesinos y otras causas más. Como dato de lo señalado, César Guevara González apuntó que durante el período «lopezportillista» el subsidio a los insumos (agua, energía eléctrica y fertilizantes, entre otros) pasó de 1600 millones de pesos en 1977 a 165 000 millones en 1982. Si bien el presidente había dicho que la «preocupación sería administrar la riqueza» (generada por los ingresos petroleros), para 1981 se evidenció que su administración no había estado a la altura de las necesidades de la mayoría del país, aunque sí para la de «sus favoritos». Como ejemplo, de los subsidios a insumos antes

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mencionado, como no estaban «etiquetados» (no se especificaba para qué tipo de cultivo específico se otorgaba) una parte de los agroexportadores recibieron este tipo de apoyos. El SAM muy pronto mostró su inadecuada operatividad. Sin embargo, no sólo los campesinos fueron afectados negativamente por la caída de los precios del petróleo, sino también la industria —y los habitantes de las ciudades: pues ambos espacios estaban muy relacionados. Así, es posible observar cómo el peso la industrialización recayó en el campesinado, pues al empeorar sus condiciones de vi se vio en la necesidad de trasladarse a la ciudad en busca de mejores oportunidades empleo. Ese fenómeno se hizo muy evidente en la Ciudad de México y, principalmente en las capitales de los estados de la República (aunque otras entidades federativas —como la veracruzana— incrementaron el número de sus ciudades medias debido a los diversos recursos, primordialmente el petróleo, que se explotaban en su territorio). Mas no todo fue favorable para estas ciudades, pues si bien recibieron una poderosa infraestructura —y mejores condiciones salariales— también resintieron un deterioro de la calidad de vida manifiesto en la contaminación de ríos por desechos industriales; enrarecimiento del aire por partículas tóxicas; tejidos subterráneos de tubería con sustancias venenosas o explosivas atravesando zonas habitacionales. Se llegó a hablar de estas ciudades como verdaderos enclaves internacionales; es decir, que el uso de su espacio no dependía de la autoridad del municipio, ni siquiera la estatal, sino de las necesidades del mercado mundial. El reto para estos complejos urbanos ha sido crear actividades productivas y de mercado no dependientes del petróleo que les permitan sostenerse cuando el recurso se agote, o sea desplazado por las nuevas tecnologías. Con un campesinado empobrecido y con un creciente número de desempleados, ya heredado de la administración anterior, y en búsqueda de contener la posible explosión social, apareció otro programa que involucraría a los grupos más desprotegidos —ya del campo, ya de la ciudad— bajo el nombre de Coordinación General del Plan Nacional de Zonas Deprimidas y Grupos Marginados (Coplamar) con el objetivo de apoyar a los campesinos de pocos recursos y a los marginados urbanos. Para ello convocaría a distintas instituciones estatales con la pretensión de sumar esfuerzos y atender áreas muy específicas. Así se contempló a varias secretarías, como la Secretaría de Asentamientos Humanos y Obras Públicas para atender lo relacionado con el desarrollo de la infraestructura carretera; o la Secretaría de Educación Pública para apoyar lo correspondiente a equipamiento educativo o, muy importante, el Instituto Mexicano del Seguro Social para efectuar una cobertura más amplia de los servicios de salud. Este «Plan Nacional» involucraría, desde sus lugares de vida, a los grupos necesitados para ofrecerles alternativas de mejoría en las diversas regiones del país (e impedir su desplazamiento hacia las grandes ciudades). Los recursos fueron canalizados, pero la creciente corrupción en las distintas dependencias, así como la falta de organización precisa, frenaron las posibilidades de éxito. Aun así cierto apoyo llegó a los más necesitados. Sin dejar de contemplar la problemática estudiantil, pues desde el inicio de su gestión declaró que había que sanar adecuadamente esas heridas, José López Portillo —en 1978— creó la Universidad Pedagógica Nacional con la intención de no descuidar a ese importante sector que era el magisterial. Esta institución ofertaría a los profesores de educación preescolar y primaria la nivelación al grado de licenciatura en respuesta al reclamo creciente de atención a sus necesidades de superación profesional. Un año después la UPN, con oficinas rectoras ubicadas en la Ciudad de México, ya contaba con un diseño de licenciatura de educación

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básica en la modalidad de educación a distancia. Pero no fue lo único que atendió, y retomó las propuestas de su antecesor en lo concerniente a promover una mayor vinculación de la educación con las necesidades de la producción, por lo que es de resaltar la creación, en 1979, del Colegio Nacional para la Educación Profesional y Técnica (Conalep), dirigido a la capacitación de jóvenes técnicos y a la promoción de su inserción temprana y calificada en el ámbito productivo enmarcado en el Plan Nacional de Educación, elaborado en 1977, que delineó los puntos que se consideró prioritario atender:

1. El carácter democrático y popular de la educación. 2. Elevar la calidad de la enseñanza. 3. Vincular la educación a los objetivos nacionales y a las necesidades del

desarrollo. 4. Suscitar y organizar los esfuerzos sociales a favor de la educación.

Una de las situaciones que puede indicar las difíciles condiciones en que ha tratado de orientarse el sistema educativo en México resulta de la situación referida, pues si bien el licenciado Porfirio Muñoz Ledo, como titular de la SEP coordinó el esfuerzo de planeación y presentó sus resultados y además reconoció la carencia de metas específicas que con posterioridad se darían a conocer, su sustitución del cargo trastocó la iniciativa que tantos recursos y aspiraciones había conjugado. El cambio de dirección llevó a poner en práctica un conjunto de políticas más específicas que se englobaron bajo el nombre de Programas y Metas del Sector Educativo 1979-1982, dirigidas por Fernando Solana y que llevó a un logro significativo: el ingreso casi total de los niños en edad de iniciar su educación primaria a tal nivel. Ese triunfo en el sistema de enseñanza básica se debió a innovaciones consistentes en acercar lo más posible a alumnos y profesores a través de albergues escolares, transporte, instructores comunitarios y otros. No obstante, el otro gran indicador de metas efectivas —la eficiencia terminal— no avanzó lo esperado. En cuanto al proceso de descentralización, éste se reforzó al hacer efectivas algunas re-formas planteadas en el sexenio anterior y crearse delegaciones de la SEP en los estados de la República. Al finalizare! sexenio de López Portillo la irrupción de una nueva crisis económica en nuestro país tras la caída del precio del petróleo volvió a evidenciar la terrible dependencia del sistema educativo con las oscilaciones de la economía nacional internacional. Devaluación del peso Para 1981 varios de los distintos planes que se diseñaron con base en los excedentes de divisas por los altos precios del petróleo se quedaron sin ese sustento. Los países productores volvieron a abastecer el mercado mundial y, consecuentemente, la economía mexicana se vio terriblemente afectada, pues esos recursos no siguieron fluyendo y, por el contrario, el mal uso de los recibidos generó un proceso inflacionario. En efecto, considerando esa entrada «extra» de

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divisas el gobierno de López Portillo había contratado préstamos —en dólares— que ya no pudieron pagarse con relativa solvencia. Además, la compra de empresas que no daban buenos rendimientos pero sí recibían altos subsidios gubernamentales ligada a la creciente corrupción gubernamental (el caso del llamado «Negro Durazo» fue el ejemplo más desagradable en tal sentido) coadyuvaron para crear una inestabilidad económica fácilmente percibida entre los distintos actores económicos. Tan evidente fue la situación que en el informe presidencial de septiembre de 1981 el presidente aseguró que «defendería el peso como un perro». Un año después, en agosto de 1982, se vio obligado a devaluar la moneda de 25 a 150 pesos por un dólar (500% de devaluación). La economía mexicana cayó en una crisis muy fuerte que incrementó, además, poderosamente la deuda interna y la externa. Eso, a su vez, imposibilitó los pagos correspondientes, y la administración federal tuvo que declarar una moratoria de pagos que «intranquilizó» a los acreedores nacionales y extranjeros, por lo cual algunos de ellos empezaron a retirar inversiones. Para el ciudadano común eso se visualizaba en la compra de varios de los productos más inmediatos, pues los precios «subían» de un día a otro. En una medida «histórica», en su último informe presidencial, López Portillo anunció la nacionalización de las empresas bancarias bajo el argumento de «ya nos saquearon, ya no nos saquearán más». Obviamente a tal grupo en el poder le restaban muy pocos días al frente de la situación nacional, por lo que el relevo enfrentaría un escenario muy difícil en lo económico y social. Lo político-partidista sí había sido atendido. Partidos políticos, reformas electorales y política exterior En lo referente a las inconformidades sociales en el régimen de López Portillo, fueron la expresión de movimientos sindicales independientes, como la huelga de la UNAM en 1977, de los telefonistas en 1978 y de los controladores aéreos en 1979 —lo más trascendente—, pero todas ellas terminaron con la intervención del gobierno, y en el caso de los telefonistas con la presión de que ingenieros del Ejército se harían cargo de las comunicaciones del país y la de despidos masivos y sanciones penales por afectar los trabajadores un punto estratégico de la estabilidad nacional. Debe observarse que los sindicatos independientes, después de la reforma electoral, tuvieron oportunidad de relacionarse más directamente con los partidos de oposición, canalizándose así, de manera política, sus inconformidades. Eso ya había sido considerado, pues el régimen de Echeverría había indicado a uno de sus operadores políticos más hábiles, Jesús Reyes Heroles, tal actividad. Desde el inicio de la década de 1970, el PRI, en lugar de ser un partido, era un aparato de Estado productor de legitimidad. Era más que un partido, pues contaba con todos los recursos estatales y, al mismo tiempo, menos que un partido, pues carecía de un proyecto ideológico coherente y de una dinámica propia independiente del Estado. El que José López Portillo haya sido candidato único a la presidencia, aunado a los niveles de abstencionismo observados en elecciones presidenciales y estatales se recurría a «inflar» las votaciones para disimular el índice de abstención), evidenció una crisis de credibilidad en el proceso electoral.

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En este contexto es que puede entenderse la Ley de la Reforma Política que pretendió incorporar a las disidencias, tanto «leales» (como el PAN y el PARM) y a las de izquierda. La reforma, primordialmente, enfatizaba en la figura del diputado de representación proporcional y a nuevas propuestas para la competencia electoral. De tal forma se buscaba hacer más creíble el sistema de partidos e incorporar a los grupos que actuaban políticamente —y por

medios violentos algunas veces— a la vida política «legítima» y legal. La reforma política se concretó en la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales (LFOPPE), que fue aprobada por el Congreso en diciembre de 1977, junto con un paquete de 17 reformas y adiciones, necesarias para su funcionamiento. La LFOPPE, además de elevar a rango constitucional el reconocimiento de los partidos políticos como entidades de interés público, estaba orientada a la ampliación del sistema de partidos y la participación de éstos en el Congreso. Este acuerdo permitió al Partido Comunista Mexicano —y a otras organizaciones de izquierda— participar de manera legal en la contienda electoral, ya que antes no podían hacerlo y trabajaban en la clandestinidad. La mayor posibilidad de acceder al Poder Legislativo y la pluralidad política que inspiraba la reforma permitió a un mayor espectro de fuerzas políticas reactivar los procesos electorales. Además, y no menos trascendente, se canalizó una serie de luchas que antes sólo se expresaban en los sindicatos obreros o en las organizaciones campesinas hacia las vías legales del marco estatal. La reforma originó en su momento debates, sobre todo en el Partido Comunista, donde las posiciones radicales sostenían que la democracia no era una vía que realmente garantizara relaciones sociales igualitarias. El camino era la revolución armada; sin embargo, predominó la posición que señaló las ventajas que la reforma electoral significaba para el Partido Comunista en términos de organización y acumulación de fuerzas. Junto al PCM también obtuvieron su registro el Partido Demócrata Mexicano y el Partido Socialista de los Trabajadores, y cuatro asociaciones políticas nacionales de izquierda (Unificación y Progreso A.C., la Unidad Izquierda Comunista, el Movimiento por el Partido Revolucionario de los Trabajadores y Acción Comunitaria A.C.) quedaron habilitadas para participar electoralmente en alianza con algún partido político. En las elecciones para dipu-tados de 1979 hubo ya alguna representación de otras fuerzas políticas no surgidas del PRI, aunque en términos absolutos y relativos era muy limitada. En política exterior, como lo había hecho Luis Echeverría, se pretendió dar continuidad a la cooperación entre los países desarrollados y los que estaban en vías de hacerlo, y México fue sede, en Cancún, de la Cumbre Norte-Sur, en 1981, para abrir espacios de comunicación entre los gobernantes de los países que allí se dieron cita; en esa misma línea de afianzar políticas de integración con los países llamados «tercermundistas» —dados los conflictos armados en Centroamérica—, la histórica propuesta de permitir la

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autodeterminación de los pueblos se hizo presente hacia los gobiernos de Nicaragua, El Salvador y Guatemala, además de Cuba, para crearles entornos menos ásperos con la comunidad internacional. Respecto de las relaciones con países de Europa —España y El Vaticano, específicamente—, los lazos diplomáticos se restablecieron después de décadas de ruptura. Con España se logró hasta después de la muerte del dictador Francisco Franco, y Juan Pablo II—como figura máxima del Estado Vaticano— llegó a México para dar paso a una nueva vinculación, si bien cuestionable dada la laicidad estatal. También se mantuvo la postura de lucha en los foros internacionales para el apoyo de los países más necesitados. Gobierno de Miguel de la Madrid Hurtado (1982-1988) Irrupción del neoliberalismo

El régimen de Miguel de la Madrid se caracterizó en lo económico por dar un giro respecto a los dos sexenios anteriores, pues si éstos habían establecido como palanca del crecimiento el gasto público, los subsidios y el uso del endeudamiento, la caída de los precios del petróleo reveló el agotamiento de este esquema «expansionista» y de intervención amplia del Estado en la economía. Una nueva perspectiva había aparecido en los grupos políticos de México a través de sus integrantes más jóvenes formados académicamente en Chicago, Estados Unidos. El nuevo modelo neoliberal puso énfasis en las fuerzas del mercado para controlar la economía, en general, y en la redistribución del ingreso, en particular. Este modelo tendería a un control de la inflación, la disminución del ritmo de la deuda externa y en la tasa de crecimiento económico del

país. También promovió la diversificación de las exportaciones para que no sólo se dependiera del petróleo, y se aumentó la exportación de bienes manufacturados. Para 1987, casi al final del sexenio de Miguel de la Madrid, la exportación de combustibles sólo ocupó 19.4% del total de las exportaciones; en cambio, las manufacturas pasaron a ocupar 61.2%; aunque debe tenerse en cuenta que estas cifras no necesariamente indican una modernización del complejo industrial nacional, pues se lograron con altas tasas de importación de bienes de producción (refacciones, maquinaria, etc.) que no se pueden fabricar en nuestro país por no contar con la tecnología adecuada.

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Además, en muchos casos México sólo ha participado como productor de bienes cuyo control depende de las compañías extranjeras, como es el caso de las maquiladoras. El Banco de México destacó en su informe económico que de no haberse tomado las medidas adecuadas en el periodo 1982-1988 el país hubiera caído en una crisis más severa: déficit fiscal, imposibilidad de pago de la deuda externa y sumergida en procesos hiperinflación. Sin embargo, el balance del ritmo de inflación, la evolución de los salarios reales y el análisis de los procesos de devaluación no dieron los resultados positivos que se esperaban. Carlos Tello, secretario de Programación y Presupuesto en el periodo de López Portillo, rindió el siguiente estudio en el texto México: informe sobre la crisis (1982-1986) editado por la UNAM: «En tan sólo cinco años (1982-1986) el producto por persona ha caído 16%, el desempleo abierto ha sido creciente y a finales de 1986 era ya de 4 millones y medio de personas [...] La moneda se ha devaluado cerca de cuarenta veces en estos cinco años y la inflación alcanzó tres dígitos en 1986. El que la inflación hubiera alcanzado tres dígitos significaba simplemente que había llegado a más del 100 por ciento». El viraje neoliberal de la economía iniciado por el presidente Miguel de la Madrid agudizó la prioridad de abrir a México a la competencia mundial, sobre todo a través de esfuerzos por aumentar la productividad de las industrias y lograr insertar al país en el mercado internacional. Una de los canales que se usó fue la firma de incorporación al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y de Comercio Exterior (GATT, por sus siglas en inglés). Ingreso al GATT Ante los nuevos patrones de acumulación mundial requeridos —para mantener sus ganancias—, los grandes países industrializados han establecido convenios internacionales con sus pares, y a través de sus grandes mecanismos económicos los negocian con los representantes de los gobiernos de los países que mantienen relaciones económicas con ellos. El GATT es ejemplo de esta política, y México, para 1985, era el único país que sin formar parte del grupo de «los poderosos» firmó tal acuerdo, tal como lo ha apuntado Carlos Sánchez Barajas. La vecindad con Estados Unidos y con el resto de Latinoamérica auxilia a comprender tal «excepción». Los propósitos de tales acuerdos se orientan a construir zonas comerciales, de integración económica, restringiendo impuestos a las mercancías que interesen ser intercambiadas. Para un país como México, que realiza primordialmente su comercio con Estados Unidos, este tipo de tratados representó una oportunidad importante, mas también aspectos de competencia desigual dadas las características de sus plantas industriales, tanto del campo como de la ciudad. Sin embargo, el nuevo modelo económico promovido por el grupo encabezado por Miguel de la Madrid dejó sentada esta modalidad para reducir —o eliminar— impuestos y ciertas indicaciones relacionadas con las llamadas «licencias de importación» que se requieren para la comercialización de los productos —algunos sujetos a normas de

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producción específicas—, pero cuyos trámites administrativos pudieran caer en errores leves (siempre y cuando no existiera intención fraudulenta). Siguiendo a Sánchez Barajas, México se beneficiaría con las licencias de importación, normas técnicas, precios establecidos y alguna otra situación pero, también, debía prepararse jurídicamente y contener las desventajas externas y la evidente corrupción interna. Caída de los precios internacionales del petróleo, devaluación del peso y crisis económica El Banco Interamericano de Desarrollo dio un informe en el que acentuaba que en los tres primeros años de gobierno del presidente De la Madrid sólo se destinó al gasto social (educación, salud y vivienda) 3.5% del PIB (lo cual contrastaba con un país pequeño y con serios problemas económicos como Nicaragua, que destinó de 12 a 14% del PIB para el

gasto social y que no contaba con los recursos de México). En 1987 se necesitaban 2700 pesos para adquirir un dólar; la devaluación era aproximadamente de 3750%, algo sin precedente en la historia nacional (con Luis Echeverría la devaluación había sido de 76% y con López Portillo de 500%). En el sector petrolero, que había mantenido ciertas posibilidades de crecimiento, la situación había cambiado; si en 1977 fueron 73 730 barriles, en 1983 se producían 561 000, y en 1986 se produjeron 470 000

llevando a una «petrolización» de la economía—, pero los precios (y los ingresos, en miles de dólares) se movieron de la siguiente manera: para 1977 sumaron 1760.00; para 1983 fueron 14 821.00 y sólo 5582.00 para 1986. En menos de diez años se logró una cantidad de divisas impresionante, pero igualmente impresionante fue su mala administración. Estas condiciones de crisis e inestabilidad provocaron una creciente fuga de capitales al extranjero y el que los pequeños ahorradores cambiaran sus pesos por dólares. También adquirió auge el capital especulativo, aquel que sin invertir en la producción sólo busca obtener ganancias transfiriendo sus recursos y aprovechándose de las devaluaciones. El clima de incertidumbre era tal que el aumento vertiginoso de las tasas de interés no bastó para detener la compra de dólares. A partir de 1987, ante la idea de «ganar» en los mercados especulativos y no en la producción directa, invertir en las casas de bolsa fue un negocio con oportunidades de grandes beneficios, pero al final la cotización de la bolsa y las operaciones bursátiles en general dependían de una economía sana. La no correspondencia entre los indicadores económicos y las ganancias de la bolsa finalmente llevaron a un punto de quiebra: el «crack bursátil». La casa de bolsa donde Eduardo Legorreta era el principal accionista, Operadora de Bolsa, reportó utilidades, del 10 de enero al 31 de octubre, de 92 000 millones de pesos y mensualmente le llegaban entre 5000 y 6000 nuevos clientes. Muchos eran de clase media y pequeños ahorradores, quienes deslumbrados por las utilidades obtenidas vendieron su

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patrimonio para invertir en esa modalidad. Después de octubre, la cotización de las acciones cayó en forma dramática; algunas bajaron de 20 000 a 1000 pesos cada una. Los clientes, sobre todo los medianos y pequeños, perdieron prácticamente todo su patrimonio y demandaron por fraude a las casas de bolsa. Sostenían que muchas acciones habían sido «infladas» en su valor mercantil y se habían hecho operaciones sin su consentimiento, aprovechándose de su falta de cultura bursátil. La realidad era muy evidente: no había un sustento industrial y sí una gran especulación. Estos fueron los primeros signos de un nuevo modelo económico que empezaba a mostrar su tendencia desfavorecedora hacia los «menos aptos» en los terrenos económicos, pero fueron socialmente convencidos de que ésa era una forma adecuada de enriquecimiento. Reformas electorales A diferencia de otros sexenios que se iniciaban con promesas de bienestar social generalizado, o lograban retardar las medidas económicas de impacto social (como la devaluación) o recortes presupuestales para el final del periodo, el gobierno de Miguel de la Madrid empezó el sexenio con un programa de austeridad y reconociendo el problema de la corrupción burocrática como uno de los canales por los cuales se había drenado buena parte de los recursos disponibles en el auge petrolero. Se buscó combatir la corrupción con una «renovación moral» que en términos simbólicos sería el correlato de la eficiencia administrativa y económica propuesta. La bandera de la renovación moral enarbolada por De la Madrid era la respuesta a un sentir de sectores medios y populares, que entendían la crisis más en términos de desvío de recursos por parte de las élites gubernamentales, que en términos de la baja del precio internacional del petróleo. Ante la imposibilidad de revertir los efectos de la crisis económico-política, la nueva administración hizo hincapié en sanear las instituciones para contrarrestare! descontento social. Sin embargo, para la mayoría de la población la «renovación moral» tendría los límites de un acto discursivo, y la crisis económica, aunada a una ciudadanía más consciente de su problemática y la necesidad de organizarse para resolverla, desembocaría en una serie de hechos políticos que cuestionaron profundamente las estructuras hegemónicas del sistema. Las crisis recurrentes de la economía mexicana socavaron uno de los argumentos tradicionales de legitimidad del gobierno: el crecimiento ye! desempeño eficaz. Este debilitamiento se hizo sentir también en Chihuahua, donde en 1983 el PRI perdió dos presidencias municipales importantes: la de la capital y la de Ciudad Juárez, que ocupó el PAN. En Chihuahua, este sentimiento regionalista jugó un papel importante dentro de la contienda política. Al centro se le veía como el lugar de la burocracia, la corrupción y el despilfarro. En cambio, el PAN supo manejar bien la imagen de

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Chihuahua como lugar de gente trabajadora, franca y abierta en su trato, dispuesta a progresar con base en su espíritu emprendedor. La apertura fue posible dada una reforma electoral, decretada a finales de 1982, que permitía mayores márgenes de autonomía a los municipios —dada la evidente insurgencia de la ciudadanía en algunas ciudades importantes del país—, lo que posibilitó la incorporación de representantes de la oposición en los ayuntamientos. Si 1983 había ya marcado la pérdida de presidencias municipales importantes para el PM, la prueba de fuego vendría en 1986 en las elecciones para gobernador del estado. El PAN, teniendo como candidato a Francisco Barrio, demostró su capacidad de convocatoria y fuerza para la movilización política e incluso de resistencia civil, pues llegó a tener más de cien propuestas para que los ciudadanos manifestaran su rechazo al sistema, sin caer en la ilegalidad. Finalmente el PRT se declaró vencedor y se manejó la idea de que el PAN era un partido de empresarios apoyado por los sectores más conservadores de la Iglesia, de Estados Unidos y con posiciones antipatriotas. No obstante, las movilizaciones y actos de resistencia civil por parte de los panistas se dieron ante lo que ellos consideraron un fraude. Independientemente de los resultados electorales, este proceso mostró también las fisuras que tenía el PM como partido hegemónico y una sociedad más dispuesta a movilizarse por sus reclamos. Una catástrofe de mayúsculas implicaciones sociopolíticas para la administración de De la Madrid se presentó con el sismo de septiembre de 1985, en el Distrito Federal, que provocó pérdidas humanas (aproximadamente 50 000) y económicas considerables. Ante la magnitud del problema el gobierno fue rebasado en su capacidad de respuesta; la ciudadanía, además de su solidaridad, demostró su capacidad de organización para tratar de resolver las circunstancias que se presentaban. La respuesta oficial fue lenta, sin un plan articulado de trabajo, e incluso con declaraciones contradictorias. Por ejemplo, el 4 de octubre, a catorce días del desastre, las autoridades de la Secretaría de Salud y Asistencia declararon que no había riesgo de epidemia; en cambio, el director de la Cruz Roja Mexicana advirtió que faltaba controlar contaminaciones y epidemias, y el Servicio Médico Forense también alertó a la ciudadanía sobre el peligro de brotes epidémicos por la descomposición de cadáveres no rescatados. Los principales cuestionamientos de la sociedad a las autoridades fueron:

a) La existencia de un sinnúmero de edificaciones que no habían cumplido con los requisitos mínimos de seguridad indicados para su construcción, lo que las hizo más propensas a sufrir daños.

b) Falta de coordinación y negligencia en algunos albergues para damnificados. c) Ayuda nacional y del extranjero no repartida equitativamente o que en ocasiones o

nunca llegó a su destino. d) La carencia de un verdadero plan de emergencia para enfrentar desastres de esa

magnitud. Ante estas circunstancias, la ciudadanía respondió formando sus propios comités de acopio de víveres y medicinas para trasladarlos a las zonas críticas, participando en cuadrillas de rescate de sobrevivientes, constituyendo centros de información para búsqueda de familiares y amigos, ayuda médica y psicológica a los sobrevivientes. El sismo sirvió para demostrar cómo una sociedad organizada era capaz de materializar lo no indispensable del Estado. Para muchos analistas ése fue el punto clave del paso de una sociedad civil nominal a una sociedad civil real, si entendemos por esta última una sociedad que es capaz de articularse más allá de las tradicionales estructuras corporativas del

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sistema. Una sociedad moderna y democrática se identifica, entre otras cosas, por esa capacidad que adquiere la ciudadanía de resolver sus problemas colectivamente con relativa autonomía del Estado. Es también una sociedad que descubre que cuestiones como la ecología, la calidad de vida en la ciudad y el respeto a los derechos humanos no son problemas reducidos al ámbito privado, o que sólo deban resolverse individualmente, y que en tanto parte de la vida pública, deben abordarse a través de la organización y una práctica comunicativa que busque llevar a consensos sin interlocutores privilegiados. No puede afirmarse que todo esto se logró en 1985; sin embargo, la sociedad tuvo la prueba práctica de su potencial para desprenderse del tutelaje estatal. A partir de 1985 se empezó a hablar con más frecuencia, en el Distrito Federal y en otras partes del país, de la emergencia de una sociedad civil demandante de más autonomía y un sistema más democrático justo cuando el PRI mostraba sus fracturas internas. Dentro del mismo organismo había ya grupos inconformes con lo que calificaban como prácticas autoritarias y verticales en las formas de trabajo del partido, considerando sus estructuras anacrónicas para una sociedad en rápido cambio. La señal más clara de los problemas internos del PRI fue la ruptura que ocurrió a finales de 1986, cuando se formó la Corriente Democrática. Al principio el grupo estuvo conformado por priistas progresistas que pedían consultas amplias a la base para la selección de candidatos a posiciones dentro del mismo partido y para puestos de elección popular. La Corriente Democrática era dirigida por Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, quienes pugnaron por varias reformas dentro de la organización. Al no encontrar el eco esperado, Corriente Democrática se separó del PRI. En resumen, podemos decir que el sistema político mexicano, basado en un partido hegemónico de Estado, como el PRI, empezó —a mediados de la década de 1980— a entrar en crisis debido a cuatro factores principales:

1. Crecimiento del descontento social, producto de la recesión económica y la demanda social insatisfecha que originaba el modelo neoliberal.

2. La presencia de una sociedad civil más atenta para organizarse y demandar el respeto al voto.

3. Fisuras internas dentro del propio partido oficial que ya no podían mantenerse ocultas bajo los mecanismos disciplinarios tradicionales.

4. Establecimiento de reformas electorales que permitieron mayor representatividad y juego político a la oposición.

Efectivamente, producto de una suma de factores —y para tratar de contener la insurgencia ciudadana— Miguel de la Madrid impulsó la llamada renovación política (ya iniciada en los municipios) pero para modificar, también, la elección de los senadores (la mitad del número

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total de ellos cada tres años), pero más trascendente fue la creación de la Asamblea de Representantes del Distrito Federal para darle sus propias autoridades a una de las ciudades más pobladas del mundo, integrada por 40 miembros electos por el principio de mayoría relativa y 26 por el de representación proporcional. También, a partir de 1986, ascendió a 200 el número de diputados electos mediante la forma de representación proporcional para incorporar a más representantes de los partidos minoritarios a los 300 diputados de mayoría relativa. Sin embargo, el gobierno federal seguiría coordinando la preparación, desarrollo, vigilancia y calificación de los procesos electorales. La precaución de esta medida fue altamente redituable en los comicios de 1988. Las elecciones más reñidas en México durante el siglo XX se presentaron entre el candidato del PRI, Carlos Salinas de Gortari, y el candidato del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano. El FDN se conformó por una alianza de la Corriente Democrática expulsada del PRI con el PARM y los partidos de izquierda, dentro de los cuales el más importante era el Partido Mexicano Socialista (PMS), que tenía como candidato a la presidencia, para el sexenio 1982-1988, a Heberto Castillo, quien declinó su candidatura en favor de Cárdenas, lográndose así la unificación de la mayoría de la izquierda mexicana en torno a un personaje adusto, carismático y con un fuerte poder simbólico, en parte proveniente de la autoridad moral que siempre mantuvo su padre, el general Lázaro Cárdenas. Aunque esta alianza tuvo sus ventajas en términos electorales, no debe olvidarse lo heterogéneo de su composición. Allí se encontraban desde partidos tradicionalmente señalados de oportunismo político u “oposición leal”, como el PPS y el PARM, hasta amplios sectores de la izquierda independiente (PMS) y antiguos priistas e incluso intelectuales de posiciones más radicales y defensores del modelo revolucionario, quienes apoyarían finalmente la coalición. La alianza contendió en las elecciones presidenciales de julio de 1988 bajo las siglas del Frente Democrático Nacional (FDN) y obtuvo una votación alta. Si bien no lograron el reconocimiento oficial de haber triunfado en las elecciones, los neo cardenistas hablaron de un fraude electoral para beneficiar al PR! y a su candidato Carlos Salinas de Gortari, sobre todo cuando por razones de orden técnico “se cayó el sistema” de conteo de la votación. Este hecho marcó profundamente la vida política del país, pues dentro de grandes sectores de la población la idea de un fraude electoral se mantenía presente. Proyecto de la nucleoeléctrica de Laguna Verde, Veracruz Para fines del sexenio de De la Madrid, como una nueva expresión social se registraron diversos movimientos ecologistas que llamaron la atención sobre los enormes riesgos y perjuicios que el modelo de crecimiento económico generaba en la calidad de vida de los ciudadanos. Personas de muy distintas posiciones sociales, económicas, políticas, religiosas, etc., se conjuntaron en organizaciones ciudadanas para patentizar su rechazo ante situaciones diversas, como la tala indiscriminada de árboles, la contaminación de ríos y lagunas, los tiraderos de materiales altamente tóxicos, la matanza de tortugas y animales en peligro de extinción, la puesta en operación de la central nucleoeléctrica de Laguna Verde y otras acciones que el gobierno federal no atendía adecuadamente.

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Altamente polémica resultó la decisión de Miguel de la Madrid de poner en funcionamiento la planta nuclear de Laguna Verde, operada por la Comisión Federal de Electricidad, puesto que a nivel mundial se registraba una división de opiniones —entre distintos sectores sociales— toda vez que en abril de 1986 se había generado el peor accidente de la historia en esa industria. En Chernobil, ciudad de la URSS, la explosión de un reactor nuclear alertó de los riesgos de una industria que, de manera intrínseca, conlleva el riesgo de un accidente de proporciones altamente peligrosas para la vida humana, de los mantos acuíferos, la fauna y la flora. Otra de las críticas de los llamados «antinucleares» ha residido en la incapacidad de los impulsores de esta forma de generar energía eléctrica de eliminar—de forma definitiva e inocua— los “desechos nucleares” de alta toxicidad, pues algunos de ellos tienen una vida activa por cientos de años. No menos incertidumbre ha generado saber que uno de esos desechos es el plutonio, elemento básico en armamento nuclear, y el que no se cuente con carreteras adecuadas (para evacuar a la población) en caso de una contingencia grave. Los funcionarios de la Comisión Federal de Electricidad y las autoridades —tanto estatales como federales— no han respondido de forma contundente ante tales señalamientos; su argumento central reside en la necesidad de abastecer de energía eléctrica a los demandantes. Satélites Morelos La creciente demanda de información y diversión a través del sistema televisivo comenzó a crecer significativamente en la década de 1960, justo cuando el «Milagro mexicano» permitía que este tipo de electrodomésticos —los receptores, específicamente la televisión— pudieran ser adquiridos con relativa facilidad. Cuando la economía resintió las diversas crisis de las décadas de 1970 y 1980, este aparato ya formaba parte «indispensable» de los bienes familiares. Las empresas televisivas han tenido la posibilidad de ofrecer su servicio a todos los sectores sociales y, a su vez, se vieron en la necesidad de aumentar y asegurar una programación para gustos diversos y durante más tiempo de trasmisión para mantener sus márgenes de ganancia. Muchos debates se han generado en torno a las implicaciones de tener un televisor —o más de uno— en la mayoría de los hogares, pero para la administración de Miguel de la Madrid fue muy importante ampliar la cobertura de tal servicio, así como de telefonía, a través de la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, por lo que se adquirieron los llamados satélites Morelos 1 y II. Según el doctor Dionisio M. Tun Molina y el ingeniero Pier Beaujean, se efectuó la compra para unificar las zonas rurales y urbanas de la nación a un costo de 92 millones de dólares. El primer satélite se colocó en órbita en junio de 1985, y el segundo, cinco meses más tarde —por cuestiones de seguridad y respaldo— para permitir la comunicación dentro y fuera del país. Cada uno de los satélites podía

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manejar el equivalente a 36 canales de televisión. Estos satélites orbitaron alrededor de la Tierra para posibilitar, a través de distintos tipos de ondas, los servicios de comunicación. Gobierno de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) La contienda electoral de 1988 ha sido una de las más importantes y competidas del siglo XX en México. Por primera vez el sistema político mexicano se vio ante una afluencia de votantes que, de forma pacífica, desafiaba el orden impuesto desde 1929. El ascenso de una sociedad civil fue evidente, como también lo fueron los recursos del aparato estatal para no dar paso a una corriente que pudiera alterar —aunque fuera mínimamente— el patrón

neoliberal asumido seis años atrás. El triunfo de Carlos Salinas de Gortari sobre Cuauhtémoc Cárdenas será marcado profundamente por la idea del fraude electoral. No obstante, una vez asumida la presidencia de la República —y a nivel general— hay dos rasgos definitorios del sexenio del presidente Carlos Salinas que hicieron evidente su capacidad: en primer lugar, una continuidad con el proyecto neoliberal iniciado por De la Madrid, con la diferencia de que Salinas le dio mayor definición al proyecto y presentó una seguridad pocas veces vista en la toma de decisiones para mantenerlo. En segundo lugar, nos encontramos con una serie de esfuerzos y reformas en lo económico y lo político tendentes a modernizar el país y a hacerlo entrar de lleno a una sociedad planetaria donde el mercado y la producción estuvieran totalmente interconectados. El gran reto fue la modernización, la integración plena al mercado y la inversión internacional y, al mismo tiempo, una modernización política para que el ciudadano dejara de ser una figura retórica

prestada del liberalismo político europeo y se convirtiera realmente en una personalidad desprendida del tutelaje y corporativismo estatal. El presidente Salinas tuvo clara, por lo menos discursivamente, la necesidad de esta doble modernización; sin embargo, en los hechos, la incompatibilidad de esas instancias y su no sincronía generó una serie de contradicciones que evidenciaron los límites del sistema político mexicano y su incapacidad para romper de tajo con los mecanismos históricos que lo han mantenido en el poder. El otro gran reto del salinismo fue hacer compatible el crecimiento y la economía de mercado con el problema de la justicia social y la pobreza. La intervención fuerte del Estado en la economía ya había mostrado sus fallas en México y en el mundo, pero también el abandono de un país al juego de las fuerzas del mercado mostraba su otra cara: aumento de la pobreza y la miseria, concentración de la riqueza, desamparo asistencial para los más necesitados, mayor inseguridad laboral, etcétera. La situación interna que enfrentaba el salinismo era muy delicada. Ante ello, el Presidente definió su gobierno como un «liberalismo social», que buscaba conjugar la apertura al mercado y la regulación económica con programas directos de combate a la pobreza que incluyeran la participación de los afectados. Otro de los grandes puntales del salinismo fue su perspectiva de modernización tecnológica llamada reconversión industrial, cuyo objetivo era aumentar las exportaciones mexicanas alcanzando normas de calidad para lograrlo. La reconversión consistió en los siguientes aspectos fundamentales:

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1. Introducción de nuevas tecnologías automatizadas en las empresas para incrementar la productividad.

2. El empresario incorporó toda una serie de prácticas destinadas a lograr un control de calidad estricto en todo el proceso de producción e incluso en la distribución de sus mercancías.

3. Aplicación de tecnología digital que permitió la flexibilidad de la planta productiva en términos técnicos. Dicho de otra manera, si antes una planta podía producir en serie sólo un modelo de cualquier producto, con la innovación tecnológica se podían fabricar distintos modelos, según el tipo de consumidor, y agregar variaciones a la mercancía en corto plazo.

4. Uso de nuevas tecnologías comunicacionales, información digitalizada y fibra óptica para agilizar las transacciones que realizaba la empresa.

5. La reconversión industrial laboral implicó el surgimiento de obreros flexibles con un puesto de trabajo no seguro, pues la empresa los podía cambiar a otras responsabilidades, según sus necesidades. Los obreros se convierten en multifuncionales o polivalentes.

6. Fuertes cambios en los contratos colectivos de trabajo, que permitieron mayor control sobre el obrero y nuevas formas de organización laboral para aumentar su rendimiento, sin que ello fuera generalmente acompañado de mejoras salariales proporcionales al nuevo rendimiento.

7. Constante capacitación de la fuerza de trabajo para el uso de las nuevas tecnologías. 8. Despidos masivos, producto de la automatización y robotización del trabajo.

Debe anotarse que este esquema es muy general porque no en todas las empresas se llevó a cabo con la misma intensidad, y permitió, sobre todo, beneficios a las grandes plantas con tecnología de punta y gran concentración de capital. Además, la reconversión industrial provocó un mayor desequilibrio entre las empresas grandes y pequeñas y el cierre de numerosas fábricas que no pudieron adaptarse al nuevo esquema competitivo y a las necesidades del mercado mundial. Sin embargo, se partió del hecho de que México no podía quedar aislado frente a los cambios tecnológicos y las transformaciones en la organización del trabajo que se estaban dando en el mundo; mas como en ocasiones anteriores se había suscitado, la realidad más profunda le demostró al Presidente los límites de su modelo al no haber logrado crecimiento económico y desarrollo social, aunque el sistema político mexicano había dispuesto medidas para que los grupos tradicionalmente no beneficiados no desbordaran las demarcaciones establecidas. Contexto internacional: fin de la Guerra Fría, Tratado de Libre Comercio y globalización Pero si el ámbito interno había sido ya contemplado por el salinismo, no era menos claro que el contexto internacional había impelido tales reestructuraciones. En efecto, para 1989 se vivió un hecho que modificó, a nivel mundial, la anterior correlación de fuerzas establecido

bajo el nombre de “la Guerra Fría” con la «caída» del comunismo realmente existente (como modelo económico-político sustentador de la Unión Soviética y los países de la

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llamada «cortina del Este»). El impacto, en todos los órdenes, fue muy importante. Uno muy significativo se vivió en el terreno económico, pues la vertiente neoliberal ya no encontró frenos para su expansión, y Estados Unidos de América, pero también Alemania y Japón, crecieron política e ideológicamente como referentes mundiales. No obstante, cada país avanzaría en el nuevo escenario mundial condicionado por sus propias historias y las características de sus élites gobernantes. Así, durante el sexenio salmista se estableció todo un proceso de negociaciones para adecuarse a los nuevos tiempos, que culminó con la firma del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre México, Estados Unidos y Canadá para intercambiar bienes y servicios, eliminando toda una serie de barreras arancelarias y aduanales que impedían el libre flujo de mercancías entre los tres países. De esta forma México tendría mayor posibilidad de exportar sus mercancías a Estados Unidos y viceversa, con lo cual se daría una integración económica acorde con los imperativos de la economía global. La firma del TLC era la expresión acabada de todo un proceso de apertura económica iniciada por Miguel de la Madrid, tendente a eliminar el proteccionismo estatal sobre la industria nacional para hacerla competitiva interna y externamente. Esta apertura sería gradual y programada para evitar impactar los sectores no preparados y darles la oportunidad de ajustarse a la eliminación del proteccionismo. El tema es complejo, pero lo ilustraremos con un ejemplo sencillo. Después de firmado el TLC la empresa Telmex no entró inmediatamente a competir con las empresas extranjeras de telefonía y comunicaciones y se le dio un plazo para la consolidación de sus servicios e infraestructura; posteriormente, Telmex entró en competencia con las grandes transnacionales en los servicios de telefonía de larga distancia. Empresas y servicios que al principio estuvieron protegidos paulatinamente se han ido liberando. El problema más serio para México ha sido lograr integrarse en términos equitativos a una economía tan potente como la norteamericana que, por contraste, hace evidentes las debilidades estructurales y los desajustes en las cadenas productivas nacionales. La apertura económica era necesaria, pero al mismo tiempo provocó la eliminación de establecimientos y un creciente desempleo en las industrias que no han logrado articularse con la escala planetaria. Esta inserción obligada de México en la economía mundial sólo puede entenderse en la lógica de una nueva geopolítica económica derivada de la desaparición de la Unión Soviética y que llevó al surgimiento de tres nuevos bloques regionales. Cuando hablamos de bloques regionales nos referimos fundamentalmente a grupos de potencias económicas localizadas en diferentes partes del mundo y que tienen una influencia regional o incluso intervienen de manera decisiva en la economía internacional. Los tres principales bloques son el de Japón-Taiwán-Corea del Sur, en el Pacífico asiático («los tigres asiáticos»); el de la Unión Europea como una interesante experiencia de integración regional conformada por países como Francia, Italia, Alemania y Gran Bretaña, entre los más importantes. Finalmente, el bloque conformado por Estados Unidos, Canadá y México, construido a partir de las negociaciones y acuerdos para un Tratado de Libre Comercio (TLC) entre los tres países. De estos tres bloques, el de las naciones del Pacífico asiático tienen en común su sorprendente despegue económico después de la Segunda Guerra Mundial, liderado por Japón, pero debe señalarse que las economías de esas tres naciones funcionan de manera

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independiente, aunque establecen vínculos comerciales, no han formado propiamente un tratado, como en el caso del modelo europeo o el americano. En el contexto del Pacífico asiático, el ejemplo más sorprendente de crecimiento es el modelo japonés, que en varios aspectos superó, incluso, a la economía norteamericana. Las razones principales de esta expansión son:

1. Su alta tasa de inversión, pues los japoneses destinan alrededor de 33% de su PIB a nuevas inversiones industriales para obtener mayor calidad de producción y productividad. Estas tasas tan altas de reinversión, gracias a grandes concentraciones empresariales, los keiretsus como Mitsubishi o Matshushita, que pueden aglomerar en poco espacio y de manera organizada las materias primas y fases de producción que intervienen en la elaboración de un producto. Los keiretsus son gigantescas organizaciones productivas compuestas por varias empresas que operan en distintos sectores (metales, química, ordenadores) de manera organizada y solidaria. Así, la fabricación de televisores exige componentes electrónicos, de metal, de vidrio, de plástico. Todo ello es controlado por un solo keiretsu, lo que le permite optimizar la calidad y abaratar los costos. Las empresas que son partes del keiretsu no funcionan a partir de una lógica individual, sino en solidaridad con el conjunto.

2. Otro factor que contribuye al desarrollo japonés es su capacidad para asimilar la tecnología de Occidente y, posteriormente, incluso superarla en áreas tan importantes como la de los medios audiovisuales y componentes electrónicos miniaturizados.

3. Un tercer elemento tiene que ver con la cultura ancestral japonesa, que le ha permitido trasladar sus códigos feudales de honor y lealtad a la empresa capitalista moderna. El obrero japonés se aplica a su función laboral no sólo por un nexo salarial, sino poniendo en juego valores que lo involucran existencialmente.

4. Se ha hecho mucho énfasis en el modelo japonés, con sus avances en la robótica y la informática, para explicar su alta productividad. Sin embargo, hay que señalar que el obrero japonés está sometido a ritmos de trabajo mucho más intensos —toyotismo-- que en los países europeos o los Estados Unidos.

Por último, el Japón de principios del siglo XXI está enfrentando evidentes signos que alertan sobre un estancamiento de su modelo. Problemas bancarios, necesidad de recurrir a las inversiones extranjeras, venta de empresas, tasas de interés de casi 0% para tratar de estimular la inversión, etcétera. Esto puede explicarse, entre otras razones, por cambios profundos en la estructura del mercado mundial que hacen inviable la fase proteccionista sobre la que se erigió el despegue japonés. Parece que los tiempos en que la Sony se daba el lujo de comprar los estudios Co-lumbia y Universal, y Mitsubishi se instalaba en el corazón de Nueva York, tomando el control del Rockefeller Center, han terminado, lo que sin duda afectará a otros países asiáticos que dependieron de la ayuda japonesa en los últimos 10 años más que de la ayuda norteamericana. La economía japonesa llegó a ser tan fuerte, que en una encuesta publicada en 1989, por la revista Newsweek, los americanos tenían más miedo a la economía de Japón que al arsenal bélico ruso. En el caso europeo, sería demasiado extenso desarrollar en un libro de historia de México la cronología de la Unión Europea y sus distintos acuerdos para ir logrando una mejor in-tegración como región, desde los Tratados de Roma en 1957, cuando se creó la Comunidad

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Económica Europea (CEE), hasta el uso del euro (moneda común para los países miembros), que entró en vigor en enero de 1999. Desarrollaremos algunas de las implicaciones del euro por ser una de las expresiones más acabadas de la larga marcha de Europa hacia un mercado único, con el fin de poder competir con la economía norteamericana y el dólar, además de adquirir mayor peso geopolítico. Hasta el año 2001 el euro sólo existió como moneda electrónica para realizar transacciones bancarias, y en el 2002 entraron en circulación los billetes y monedas materiales. Poste-riormente las divisas nacionales (francos, marcos, pesetas) dejaron de circular y el euro ha sido la moneda de uso corriente. El que estos países funcionen con una moneda única significa que han logrado una importante integración comercial por encima de las fronteras nacionales, que les permite funcionar como un bloque frente a Asia y Estados Unidos. Una de las ventajas inmediatas fue reducir la incertidumbre del tipo de cambio para atraer las inversiones financieras y productivas hacia Europa. El curo ha hecho más sencillo comparar los precios de una mercancía hecha en Alemania y otra en Francia, obligando a las empresas a ser competitivas. Obviamente, todos estos ajustes geopolíticos generan —y son generados— por el proceso de globalización que, específicamente en lo económico, alude a la circulación de mercancías, servicios y capitales en tiempos mínimos (pues en un día es posible mover capitales millonarios de México a Corea con relativa facilidad); asimismo, refiere a los procesos de fusión entre grandes empresas nacionales y transnacionales para dominar el mercado mundial y optimizar sus recursos, lo que se conoce como sinergias. Los recursos que han llegado a obtener tales megafusiones son en ocasiones mayores a los generados por todo un país subdesarrollado. En lo productivo, la globalización también implica que empresas transnacionales puedan descomponer su proceso de producción de una mercancía para cubrir las fases en países diferentes y aprovechar las ventajas de la división internacional del trabajo y la fuerza de trabajo barata localizada. Uno de los ejemplos es el caso de la maquila para las compañías que fabrican computadoras. Este proceso se ha dado con mucha fuerza también en el área de las telecomunicaciones para conformar redes de control mundial. Tal vez éste sea el aspecto más impactante de la globalización, pues hace parecer que ella lo permea todo —vía el vértigo de la comunicación—. El ejemplo de esto, por antonomasia es la red informática mundial (Internet), pues la densidad y velocidad de la información que fluye por este medio no es compatible con la capacidad para discernirla, organizarla y asimilarla, como no sea a través de una secuencia de pensamiento no estructurada, es decir, a la manera como se consume un videoclip. Ese entorno caracterizó, en lo interno y externo, a la

administración de Salinas de Gortari. Procampo y Programa Nacional de Solidaridad La estrategia económica destinada al impulso de la industria no podía estar completa sin incorporar de desarrollo —cierto tipo— en el campo mexicano. Para ello, el presidente Salinas promovió una reforma al artículo 27

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constitucional tendente a modificar la figura del ejido, que implicaba una posesión colectiva de la tierra donde el campesino-ejidatario podía trabajarla pero no venderla; las reformas efectuadas le daban la propiedad privada al —hasta entonces— ejidatario y posibilitaron la participación de la iniciativa privada en la modernización del campo. Los promotores de las reformas argumentaron que con ello se liberaba al campesino del tutelaje estatal y, además, se sentaban las bases para aumentar la productividad agrícola y rebasar el estancamiento y pobreza en que había caído el campo. También se argumentó que el ejido había funcionado más como mecanismo político de control y corporativizarían que como motor de desarrollo. Si el Estado había sido incapaz de invertir adecuadamente en el campo había que darle la oportunidad al sector privado. Los críticos de las reformas arguyeron que éstas sólo provocarían una mayor «descampesinización» al vender —el antiguo ejidatario su tierra por carecer de infraestructura y tecnología para aumentar la productividad; además, señalaron que las medidas neoliberales provocarían la aparición de nuevos latifundios y sólo beneficiarían los cultivos ligados a burguesías agrícolas y a las transnacionales procesadoras de frutas y legumbres, por lo que la producción de básicos como el maíz y el frijol no serían rentables a la iniciativa privada y se promovería una dependencia en tal aspecto, y como corolario, en los hechos el reparto agrario se daría así por terminado. Contemplada esta política de «modernización» del campo, el salinismo impulsó el Programa de Apoyos Directos al Campo (Procampo), consistente en la entrega de dinero al campesino por cada hectárea sembrada, en explotación pecuaria, forestal o destinada a algún proyecto ecológico, siempre y cuando la hubiera registrado ante las autoridades correspondientes en el directorio del programa y cumpliera con los requisitos impuestos por la normatividad al solicitar el apoyo por escrito. El programa principalmente se diseñó para auxiliar a los grupos más empobrecidos, pero, al mismo tiempo, mantenía la «dependencia» a los designios del Estado que «supuestamente» se deseaba eliminar. Enmarcado en el mismo esquema, aunque puesto en marcha desde el inicio del sexenio, el programa Solidaridad se convirtió en el motor de legitimidad para un gobierno cuestionado por su arribo no del todo claro. El esquema consistió en combinar fuertes cantidades de recursos financieros, desde el gobierno federal, junto a recursos proporcionados por los gobiernos estatales y «mano de obra» de los interesados en la introducción de infraestructura urbana en zonas populares. Se resolvieron problemas, como la apertura de caminos, la introducción de agua potable, de servicio eléctrico, la rehabilitación de escuelas, de hospitales, pavimentación de calles, el establecimiento de tiendas comunitarias y más. Sin debatirle sus aciertos al programa para combatir la marginación y llevar infraestructura allí donde se carecía de ella, debe señalarse que se utilizó también como una plataforma de legitimación política que transfería sus bonos al partido oficial, y a la figura presidencial. Reforma del Estado y reformas electorales Incuestionablemente, las distintas políticas gubernamentales impulsadas por la administración de Salinas de Gortari estuvieron concatenadas en una propuesta de reforma del Estado mexicano. Las elecciones de 1988 demostraron que la insurgencia civil, si no estructurada, si actuante, debía ser considerada y los programas mencionados —desde la perspectiva económica— requirieron completarse con reformas electorales. No obstante, la línea neoliberal era el pivote, y de lo que se trataba era de redefinir los límites de lo público y lo privado para propiciar una diferente relación entre el Estado y la sociedad. El salinismo

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dejó claro que abriría canales a las expresiones sociales a través de la reforma electoral y que allí se efectuarían los consensos. Ante tales circunstancias no fue sorprendente la apertura —en la capital del país— para que eligieran sus habitantes, mediante voto directo y universal, a su primer jefe de Gobierno, que fue Cuauhtémoc Cárdenas, en 1992. Aceptadas las condiciones políticas se perfilaba una apertura democrática gradualista y la necesidad de adecuar a los partidos políticos hacia tal derrotero. De las condiciones de fuerza en la Cámara de Diputados, de Senadores y en los gobiernos de los estados dependería la velocidad de los cambios. No obstante, había que avanzar en las reformas electorales para mantenerse en terrenos de la legalidad. El Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales (COFIPE) fue aprobado en 1990 para la promoción de una competencia electoral más transparente (aun con la oposición del recién formado Partido de la Revolución Democrática al considerar incompleta la nueva normatividad). De este acuerdo surgieron nuevas instituciones como el Instituto Federal Electoral (organismo público y autónomo, de carácter permanente, con personalidad jurídica y patrimonio propios, depositario de la autoridad electoral y responsable de organizar las elecciones), un nuevo Registro Federal de Electores (para optimizar el padrón electoral), el Servicio Profesional Electoral y el Tribunal Federal Electoral. También se posibilitó una mayor participación ciudadana con los métodos de insaculación para designar a los integrantes de las casillas; se designó un máximo de 1500 electores por distrito y 750 por casilla; se permitió el establecimiento de casillas para personas en «tránsito»; se amplió el presupuesto para el financiamiento de los partidos y condiciones para las campañas electorales. Respecto a las condiciones electorales de los comicios anteriores se notaba un avance significativo; eso fue posible dada la participación ciudadana que, paulatinamente, empujaba transformaciones a la antigua maquinaria estatal. Las reformas que los partidos pudieran efectuar en su interior, para hacer avanzar la democracia, sería la otra cara de la moneda. Regionalización de la educación «Después de 1988, con una aguda crisis económica y serios problemas poselectorales», dice Salvador Camacho, se elaboró el Programa para la Modernización Educativa, 1989-1994, documento rector de la administración de la educación en México durante el sexenio de Carlos Salinas de Gortari. Una vez más, al inicio de otro periodo presidencial, se anunció el programa que como resultado de una investigación para conocer la situación de la educación en México señalaba puntos muy difíciles. A decir de Gilberto Guevara Niebla, uno de los responsables del mismo, México era un «país de reprobados», y sin una reforma profunda se reproduciría el círculo vicioso: bajo rendimiento académico, ineficiencia escolar, desarticulación educativa, leyes excluyentes de la sociedad, educación irrelevante y evaluación deficiente. El escenario era muy negativo, pero muy real, y no pudo ser modificado de manera inmediata. Al frente de la SEP estuvieron varios titulares, pero correspondió a Ernesto Zedillo Ponce de León firmar, en 1992, el Acuerdo Nacional para la Modernización de la Educación Básica, que aglutinaba a los actores principales del Programa de Modernización Educativa: el titular de la SEP los gobernadores de los estados y la dirigencia del Sindicato Nacional de los Trabajadores de la Educación. El Acuerdo Nacional determinó atacar tres puntos que se consideraron centrales: la reorganización del sistema educativo, la reformulación de los contenidos y materiales educativos y la

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revaloración de la función magisterial. No obstante, uno de los elementos centrales del PME residía en la propuesta de la descentralización y la regionalización, donde el estado federal —en consecuencia de la política económica de «adelgazar» su intervención en el gasto social— traspasaba la enseñanza preescolar, primaria, secundaria y normal de la SEP a los gobiernos estatales, correspondiéndoles —dice Josefina Z. Vázquez— a la autoridad sobre el gasto educativo y la administración de los recursos. Junto con esta nueva potestad asumirían la responsabilidad de las relaciones laborales (los gobiernos estatales resolverían la conflictiva que se presentara en sus territorios, aunque el SNTE continuaba siendo el titular del contrato colectivo), y para responder al reclamo del magisterio de la pérdida de poder adquisitivo del salario, se concedió un aumento general pero —de acuerdo con la política neoliberal— se estableció la carrera magisterial y un sistema de estímulos para premiar el rendimiento, y la actualización magisterial para estimular el mejoramiento de su desempeño y preparación, situación que puso en desventaja a un grupo considerable de docentes frente a otros. Algunos de los resultados observados de este acuerdo redundaron en la «obligatoriedad» de la educación básica, que comprende educación primaria y secundaria, el retorno a programas basados en asignaturas y la instrumentación de programas de estímulos económicos para los profesores. En las aulas, la modernización educativa se propuso promover el pensamiento crítico y creativo de los alumnos, las actitudes de búsqueda y metodología de la investigación, el conocimiento de la propia realidad y el compromiso con ella. Sin embargo, los graves conflictos económicos, el férreo control sobre el sindicato de profesores, la inexperiencia de los gobiernos estatales para impulsar programas apegados a sus potencialidades y la corrupción en las instituciones, entre otros factores, permanecen como fuertes lastres que imposibilitan mayores y evidentes mejorías en el vital sistema educativo mexicano. Creación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos Como una manifestación más de la emergencia ciudadana, diversos grupos de hombres y mujeres pugnaban por establecer un canal de diálogo con las autoridades —que sistemáticamente se rehusaban a hacerlo— para denunciar abusos de algunos servidores públicos o de las corporaciones policiacas y militares (sobre todo después del 2 de octubre de 1968 y del período de la «guerra sucia»). La pretensión consistía en contar con una institución que defendiera a las personas que se comprometían a denunciar esos atropellos —u otros similares— en un momento en el que, a nivel mundial, la figura del ombudsman ya era reconocida (el ombudsman como representante-funcionario encargado de defender los derechos constitucionales de los ciudadanos contra los abusos de la autoridad, fuese del nivel que fuese). Según el informe de 2008 de Human Rights Watch titulado La Comisión Nacional de los Derechos Humanos de México, una evaluación crítica, en donde la presión internacional también contribuyó para que el gobierno de Salinas de Gortari abordara los problemas relacionados con los derechos humanos, pues en mayo de 1990: /.../ la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (C1D11) manifestó que México había violado derechos políticos consagrados en la Convención Americana sobre Derechos Humanos durante las elecciones de diputados de 1985 en el estado de Chihuahua, las

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elecciones municipales de 1986 en la capital del estado de Durango y las elecciones para gobernador de 1986 del estado de Chihuahua. Algunas organizaciones no gubernamentales internacionales también exigieron al gobierno que adoptara medidas al respecto. Por decreto presidencial del 5 de junio de 1990 se creó la Comisión Nacional de Derechos Humanos, dependiente de la Secretaría de Gobernación, aunque para 1992 se modificó para transformarse en «agencia descentralizada». Los primeros años de existencia de la Comisión estuvieron limitados porque presupuestalmente el Ejecutivo federal la financiaba y, al mismo tiempo, designaba a su titular y a los integrantes del Consejo que la conformaban. Su primer titular fue Jorge Carpizo. La creación de la CNDH es una muestra de cómo la sociedad civil ha encontrado nuevas formas de organización y participación alternativa frente al Estado, y es debido a estas organizaciones que algunos caminos de mayor respeto hacia ella se han abierto, pero tendrán que fortalecerse si se quiere transitar a una democracia social. Crisis social, guerrilla del EZLN y violencia política

Después de diez años de haber insertado al país en el modelo neoliberal, los resultados sociales esperados no se presentaban. La pobreza se mantenía presente —y creciente— y los sectores más desprotegidos y vulnerables no tenían claras posibilidades de salir de tal situación. Hasta 1992 Salinas había logrado revertir su falta de popularidad y afianzar vínculos con el gobierno de Estados Unidos de América —con la pretensión de hacer de ambos mercados territorio de expansión—, y con la privatización de múltiples empresas financiaba sus programas asistencialistas. No obstante, en mayo de 1993 se perpetró el asesinato del arzobispo de Guadalajara, Juan José Posadas Ocampo, quien había abierto un camino a la denuncia de la corrupción y el narcotráfico. La poca respuesta de las autoridades ante tal situación ensombreció la ascendente trayectoria política del presidente, pero lo que difícilmente pudo su equipo de trabajo —y asesores— prever fue la irrupción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) para hacer recordar al mundo el atraso y el olvido en que la población indígena de Chiapas permaneció por casi 500 años —el 1 de

enero de 1994—, coincidiendo con la entrada del país al Tratado de Libre Comercio (TLC). El EZLN, compuesto por 9 mil integrantes aproximadamente, conformado por población indígena y comandado por un hombre encapuchado de tez blanca, a quien se le conoció en público como el Subcomandante Marcos, dio a conocer a la opinión pública la cantidad de niños indígenas que morían por enfermedades curables, las condiciones de extrema pobreza y explotación en que se trabajaba en las tincas cafetaleras, el racismo, la carencia de servicios de asistencia social y la existencia de caciques que recordaban al México prerrevolucionario. La historia del neo zapatismo (no olvidemos que el primer zapatismo fue el de Emiliano Zapata) abrió —vía Internet— una ventana para que se conocieran las realidades profundas de un país extrapolado entre pocos ricos (muy ricos) y una población mayoritaria que sobrevivía en condiciones de miseria.

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Por haber usado las armas el gobierno mexicano los calificó de rebeldes, pero la sociedad civil fue altamente receptora de esa causa y apoyó la insurgencia indígena. A partir de allí varios intentos de negociaciones se establecieron con el Estado mexicano, que sistemáticamente los hostilizó mediante una guerra de baja intensidad, aunque públicamente se decía dispuesto al diálogo. El comisionado para tratar con los zapatistas fue Miguel Camacho Solís, hasta ese momento secretario de Relaciones Exteriores, y el obispo de Chiapas, Samuel Ruiz, actuó como mediador para entablar diálogo en el mes de marzo. En un contexto de tanta tensión se presentó otro asesinato de tipo político que generó una inestabilidad muy fuerte. Ese 1994 era año electoral y Salinas de Gortari había nombrado como su sucesor a Luis Donaldo Colosio Murrieta; cuando «el candidato» del PRI fue asesinado en la ciudad de Tijuana —a balazos—, la clase política se alteró profundamente, pues su designación lo había enfrentado con Camacho Solís, a quien —en un primer momento— se le llegó a considerar culpable, pues había hecho pública su molestia ante la determinación salmista de no nombrarlo a él su sucesor. Otras voces invocaron cierto distanciamiento entre Salinas y Colosio cuando este último consideró abiertamente que México no había alcanzado el desarrollo económico, político ni social para ser considerado un país del primer mundo. Ese asesinato tampoco fue esclarecido de forma adecuada. La crisis económica era evidente, tanto como los problemas entre la política —como no se había presentado antes—; se dieron secuestros de hombres acaudalados para cobrar rescates y rumores de corrupción entre las autoridades salinistas. En tal entorno se vivió el proceso electoral para la presidencia de la República, y Ernesto Zedillo Ponce de León triunfó sin dejar más sospechas que las habituales, referentes al uso del erario para financiar la campaña del candidato. Toda vez que las elecciones mantuvieron al partido del presidente en el poder, parecía que las diferencias concluían, pero para septiembre de 1994, el secretario general del PRI, Francisco Ruiz Massieu, fue asesinado. Ese nuevo hecho de sangre involucró no sólo al presidente de México —el occiso había sido su cuñado—, sino a su hermano mayor, Raúl, a quien se involucró en el homicidio. El primero de diciembre Carlos Salinas de Gortari entregó la banda presidencial a Zedillo Ponce de León. Gobierno de Ernesto Zedillo Ponce de León (1994-2000) Crisis económica de 1995 Sin pretender modificaciones significativas en torno al modelo neoliberal heredado de los dos sexenios anteriores, la presidencia de Ernesto Zedillo Ponce de León tuvo que enfrentarse, desde el inicio de su mandato, con un fuerte descrédito al tener que devaluar el peso en los primeros treinta días de gobierno. Obviamente la situación no había sido creada en su administración, pero sí por el modelo que decidió aceptar. Desde mediados de 1994, la crisis económica por la que atravesaba el país era evidente pues los asesinatos

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políticos y la guerrilla de los neo zapatistas habían afectado la confianza de los inversionistas, que buscaron otros territorios hacia donde mover sus capitales. Junto esta realidad se presentaba otra tan importante como la anterior —aunque con unos mes antelación—, que residía en la falta de recursos para poder pagar los llamados «tesobonos emitidos durante el gobierno de Salinas de Gortari y que redujeron significativamente las reservas nacionales. Los tesobonos eran títulos de propiedad que los particulares pudieron comprar en el Banco Nacional de México y el gobierno federal mexicano quedaba como garante del monto de esos títulos. La gran controversia radicaba en que su compra se realizaba en pesos mexicanos, pero cuando el propietario quisiera hacerlos efectivos se le pagarían en dólares. De esta forma el gobierno salinista se había hecho de recursos, pero cuando Zedillo anunció la necesidad de devaluar la moneda, los grandes poseedores de tesobonos solicitaron su pago inmediato. Las reservas de dólares, moneda en la que estaban cotizados, significó una enorme sangría de recursos para el país, pues ya no se logró contar con lo necesario para pagar los intereses de la deuda externa desde octubre de 1994; sin embargo, Salinas no quiso devaluar para no cargar con los costos políticos. Tan grave fue el desplome de la economía mexicana que el gobierno de Estados Unidos, a través de su presidente Bill Clinton, logró un préstamo de 20 mil millones de dólares casi de inmediato; le siguió otro de 30 mil millones más y 17 mil millones del Fondo monetario Internacional, entre los más importantes. Los indicadores más generales demostraban una situación crítica, y la repercusión en cada familia, las de clase media y empobrecida, fue muy fuerte. Una cantidad de pequeños empresarios que se habían sumado a la reconversión industrial salmista habían comprado maquinaria en dólares y, a partir de enero de 1995, se encontraron con que sus deudas habían crecido de forma inimaginable. Lo mismo sucedió con quienes habían solicitado préstamos bancarios —hipotecarios— con tasas de interés variable y un gran porcentaje perdió —ante los bancos— sus propiedades inmuebles. El ciudadano promedio se vio, repentinamente, en situaciones de endeudamiento impagable. Los bancos se vieron sin la captación «normal» por la imposibilidad de sus «clientes» de pagar, y la desconfianza de los inversionistas les orillaba a retirar sus capitales. Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa) Para los representantes gubernamentales, algunos de ellos muy relacionados con los intereses bancarios, se presentó la «necesidad» de rescatar a esas instituciones de la quiebra total. La respuesta ha sido una de las medidas más cuestionadas en la historia política de todo el siglo XX mexicano, pues el gobierno federal decidió resolverles a esos grandes consorcios sus problemas, a costa de endeudar a la mayoría de la población bajo el argumento de evitar un colapso mayor al país. Así, creó el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa), consistente en absorber las deudas de los bancos, capitalizar el sistema financiero y garantizar el dinero de los ahorradores a través del Banco de México, al canalizarles lo equivalente a 552 000 millones de dólares. Los dueños de los bancos no quebraron, fueron rescatados por acuerdo presidencial, y además ganaron a contrapartida de las miles de personas que sí perdieron sus bienes inmuebles o por las deudas acrecentadas al no poder pagar las altísimas lasas de interés que se les aplicaron. La cantidad mencionada era equivalente al 40% del Producto Interno Bruto de 1997, a dos terceras partes del Presupuesto de Egresos para 1998 y el doble de la deuda pública. Pero, además, el soporte que les dio el Banco de México les aseguraba, por 10 años, un interés mayor al 10% por encima de la inflación, lo que incrementó sus ganancias sin haber invertido en actividades

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productivas. Para cerrar momentáneamente ese ciclo en 1998 nuevamente el Ejecutivo federal, con la autorización del Congreso —con excepción de algunos integrantes del Partido de la Revolución Mexicana—, acordó que esa gran deuda que ha servido para rescatar a los banqueros, principalmente, sea considerada “deuda pública”, y seamos todos los mexicanos que pagamos impuestos los que resolvamos —con nuestros aportes— la crisis que el modelo neoliberal genero. El costo social ha sido muy fuerte, pues sectores como el de educación, salud. Vivienda y obras públicas, entre otros, han sido recortados para pagar esa deuda. Programa Nacional de Educación, Salud y Alimentación (PROGRESA) Creado en 1997, ha sido otro instrumento más que pretende paliar los efectos negativos de las políticas económicas asumidas por el gobierno mexicano. La modalidad dispuesta consistió en enviar recursos a las familias del medio rural a través de las escuelas, siempre y cuando tengan a sus lujos estudiando entre el tercero y noveno grado de educación básica (y llenen las condiciones burocráticas que se presentan). El PROGRESA pretende apoyar a los individuos que viven en pobreza extrema en renglones básicos —educación, salud y alimentación— al reconocer que sin tal asistencia —que un superación de las condiciones de esa pobreza— la vida sería extremadamente difícil (tal como lo hacía evidente el conflicto con el EZNL, que se mantenía con alto poder de convocatoria nacional e internacional). Al final del sexenio fue muy evidente la nueva dependencia que se generó entre las familias beneficiadas y las autoridades reguladoras del programa, situación que no ha permitido otros tipos de programas tendentes al auto sustentabilidad económica y política. Administración de Fondo para el Retiro (Afores) Las Administradoras de Fondos para el Retiro (Afores) son entidades privadas de Captación de recursos autorizadas por el gobierno federal para que accedan a los ahorros de los trabajadores afiliados al Instituto Mexicano del Seguro Social —también a los del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado siempre y cuando estos den su consentimiento. La pretensión es que compañías como Azteca, Banamex, Bancomer, Coppel, HSBC, lnbursa, lNG, Metlife y otras sean reguladas por la Comisión Nacional del Sistema de Ahorro para el retiro (Consar), autorizado por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, y los depósitos que se les canalizan (por el aporte del patrón, el empleado y el gobierno) lo inviertan (como entes financieros) para que el trabajador incremente su saldo en la cuenta que tiene para su retiro (cuando cumpla 65 años de edad), se quede sin empleo o enferme, o se vea incapacitado para trabajar. Como toda compañía privada, la que sea seleccionada por el trabajador también recibe ganancias por el manejo de esas importantes cantidades generadas por los trabajadores mexicanos. Esta modalidad se estableció en diciembre de 1995 y comenzó a operar en enero de 1996.

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Alianza para el Campo Ante los evidentes problemas que la mayoría de la población padecía, aunados a los producidos por la devaluación y la fuga de capitales, se necesitaron estrategias para impedir más disturbios sociales y se presentaron varios programas, entre ellos el denominado Alianza para el campo. Desde la misma perspectiva neoliberal de comprometer a los gobiernos estatales y locales —junto al federal— en el combate a la pobreza extrema, la participación corresponsable de los tres niveles de gobierno y los productores directos ha intentado regir los programas y el manejo de los recursos para su instrumentación. Lo innovador residió en procurar no solamente la canalización de recursos para la compra de lo indispensable, sino para efectuar trabajos productivos, de transformación y agregación de valor. La propuesta de hacer negocios en el campo requirió gestores, a nivel local y estatal, y tal espacio fue cubierto por el Consejo Estatal Agropecuario. El apoyo ofrecido se ha traducido en dinero en efectivo o asistencia técnica —para la producción, comercialización, gestoría, capacitación y más—, siempre y cuando los productores del sector rural efectúen sus trámites como establece la Ley de Desarrollo Rural Sustentable y sean sujetos de atención al formar parte de los ejidos, comunidades y organizaciones o asociaciones de carácter nacional, estatal, regional, distrital, municipal o comunitario constituidos legalmente. Bajo el esquema del desarrollo sustentable, con el reconocimiento de esta prioridad, el programa también puede aprobar solicitudes que propongan métodos para mejorar la producción de alimentos sin usar productos tóxicos, así corno el uso de tecnologías alternativas. Como la mayoría de estos programas (le apoyo a los grupos más vulnerables, al ser prioridad para la estabilidad social pudiera generar «lealtades políticas' hacia quienes otorgan los beneficios, se insiste en aclarar que ningún agente, fuera de los marcados por la ley, debe obtener un provecho, pues los aportes económicos se derivan del pago de los impuestos de los contribuyentes. Guerrilla del EPR y masacre de Aguas Blancas y Acteal Nuestro país, para finalizar el siglo XX, volvió a ser testigo de asesinatos masivos que causaron indignación a quienes consideramos necesario respetar las distintas formas de entender la vida y resolver esas diferencias por métodos pacíficos y consensuados. Se presentaron dos hechos que resuenan en la conciencia social: el asesinato de 17 campesinos de Aguas Blancas Guerrero en 1995, y la matanza de 45 personas —16 menores (niños, niñas adolescentes), 20 mujeres (siete de ellas embarazadas) y 9 hombres cuando rezaban en una capilla en la zona zapatista de Acteal, en 1997.

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Aguas Blancas es el nombre de una pequeña población del estado de Guerrero que era transitada por varios camiones que transportaban a integrantes de la Organización Campesina de la Sierra del Sur hacia un mitin político. Sin ningún tipo de consideración, la policía estatal, al mando del gobernador Rubén Figueroa, disparó sobre los campesinos desarmados matando a 17 hombres, el 28 de junio de 1995. La reprobación fue amplia, pues el poder estatal pretendió hacer aparecer a los militantes como los provocadores, pero distintos registros de imagen permitieron clarificar que se trató de una emboscada contra ellos. Un año después salió a la luz pública el manifiesto de Aguas Blancas con el cual el Ejército Popular Revolucionario (EPR) dio a conocer, por primera vez a la sociedad mexicana, los motivos de su lucha tanto de viva voz como a través de su periódico El Insurgente. En su manifiesto se rebeló contra el gobierno mexicano, al que calificó de aliado de las grandes empresas capitalistas, y llamó a destituirlo mediante las armas para adueñarse del poder y ejercerlo a favor de obreros, campesinos y grupos vulnerables. Ubicadas sus fuerzas primordiales en los estados de Guerrero y Oaxaca, este movimiento ha sostenido tener un fuerte grado de identificación con los movimientos comandados por Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos en los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es necesario aclarar que el Ejército Popular Revolucionario no está reconocido como fuerza beligerante por el Estado mexicano, esto es, reconocido como un actor con el cual es posible dialogar, específicamente por su rasgo violento y por la falta de apoyo ciudadano, situación que sí sucedió con el EZLN y su presencia tanto en el ámbito nacional como internacional. Nuevamente en los estados con mayor índice de pobreza vuelve a presentarse la guerrilla. Por todo esto resulta importante reflexionar la naturaleza de su lucha y el planteamiento de la misma para poder vislumbrar sus efectos dentro de la política y la sociedad mexicana. La situación de Acteal está dentro de la misma lógica de embate contra los campesinos y los indígenas. No es posible desligar lo sucedido en ese poblado chiapaneco de las actividades del EZLN, pues desde 1994 distintos grupos de indígenas y campesinos se debaten entre seguir a los insurgentes, mantenerse lo más posible al margen de esa situación o seguir a los caciques del estado, de quienes reciben cierto tipo de ayuda. A este último grupo se han asociado campesinos e indígenas que conforman grupos paramilitares, esto es, grupos armados que actúan como represores de los que no están con ellos. Enmarcados en tal escenario, en Actea —en diciembre de 1997— 45 indígenas que estaban rezando en una capilla fueron acribillados por los paramilitares. No todos murieron en ese momento; algunos fueron perseguidos y asesinados. Las autoridades estatales y federales han argumentado que la masacre se debió a problemas entre los mismos campesinos, pero grupos ciudadanos han señalado que los agredidos no estaban armados —la mayoría eran niños y mujeres— y que su «delito» consistió en tener que desplazarse hacia sitios en los que no se les hostilizara. Sus problemas, ellos lo habían anticipado, se debían a no tener condiciones mínimas para vivir de su trabajo. Ellos eran indígenas y, después de haber sido asesinados, se mantiene la discriminación al no hacerse justicia (no sólo contra quienes concretaron la masacre —varios de ellos identificados por sobrevivientes— sino por no esclarecer quiénes institucionalmente mantienen esas condiciones de marginación extrema).

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Huelga de la UNAM La máxima casa de estudios establecida en nuestro país es la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus instalaciones —la mayoría concentrada en la zona de El Pedregal para cursos de licenciatura y posgrado— también comprenden a varios planteles de bachillerato distribuidos por la Ciudad de México. Para el año de 1999 fungía como rector el doctor Francisco Barnés de Castro, quien bajo el argumento real de las muy bajas cuotas que pagaban los

alumnos quiso establecer un nuevo Reglamento General de Pagos. Desafortunadamente las formas de implementación de la propuesta no fueron las adecuadas, pues si bien se decidió en el máximo órgano de la vida interna de la UNAM, el Consejo Universitario, una parte significativa de la comunidad no apoyaba el monto de los incrementos establecidos. Los estudiantes, sin una sola postura ante lo que se llamaba el Plan Barnés, pudieron aglutinar distintos intereses —tanto de alumnos como de maestros— dada la forma en que se aprobó el nuevo reglamento y que, se argumentaba (por los impulsores del mismo), contaba con la aprobación del presidente Zedillo. Febrero y marzo fueron meses de agitación estudiantil, hasta que decidieron efectuar un movimiento de huelga ante la inflexibilidad (de ambas partes) para negociar la situación. En abril se presentó una respuesta favorable hacia los universitarios de parte de grupos de maestros, padres de familia, algunos sindicalistas y grupúsculos políticos de oposición al gobierno federal. A favor del Plan Barnés se pronunciaron ciertas instituciones, como la Iglesia católica, sectores empresariales y los medios de comunicación masiva más impactantes: las televisoras. Ante la prolongación de los desacuerdos hubo actores muy importantes que intentaron mediar, como los maestros universitarios eméritos, que llamaban a conciliar a ambas partes, pero sobre todo el sector estudiantil nucleado en torno al Consejo General de Huelga se había deslizado hacia posturas más radicales. Los jóvenes señalaban la necesidad de respetar principios de gratuidad para la educación, que los estudiantes inscritos en bachilleratos dependientes de la UNAM tuvieran pase inmediato a las licenciaturas y enmarcaban los aumentos en los mandatos internacionales de adelgazar la participación gubernamental en la educación pública. Para noviembre de 1999 el rector Barnés presentó su renuncia y lo sustituyó el doctor Juan Ramón de la Fuente. El CGH mantuvo su postura y no devolvió las instalaciones. Para inicios del año 2000 la situación de

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desgaste entre los estudiantes era muy evidente, y el nuevo rector convocó a un plebiscito para consultar a los mismos integrantes de la comunidad universitaria el regreso a clases o la continuación de la huelga. La mayoría de los participantes en la consulta se pronunció por el regreso a actividades después de diez meses de huelga y algunas instalaciones fueron entregadas a la rectoría. Mientras, otros grupos seguían apoderados de otras. La no resolución dentro de los cauces internos de la UNAM posibilitó la intervención de las fuerzas de seguridad pública para la recuperación de los distintos recintos universitarios. Las cuotas de inscripción no se incrementaron. Partidos políticos y reformas electorales El Partido Revolucionario Institucional (PRI), el Partido Acción Nacional (PAN) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) son las fuerzas más representativas de la participación electoral de los ciudadanos mexicanos desde 1994. Surgido de una elección criticada por haberse fundado, según el PRI), en una “campaña del miedo” (apoyada por las televisoras abiertas más importantes en el país). Zedillo se comprometió a realizar una serie de reformas electorales que posibilitaran condiciones más equitativas para las distintas fuerzas políticas interesadas en los procesos electorales de México puesto que, lo aceptaran o no los dirigentes del PRI, la sociedad civil empujaba hacia transformaciones democráticas. Ya desde el sexenio salinista el PAN había dado muestras de un ascenso en las preferencias ciudadanas y logró establecer una presencia importante en los estados del norte del país, principalmente, aunque no pudo impedir que en el argot político se hablara de las concertacesiones entre Salinas y líderes panistas para alcanzar algunos de esos resultados. La realidad evidenció que la aceptación de una fuerza alternativa al PRI era imposible de obviar. Otra de las fuerzas políticas que se había hecho presente desde 1988 era la que, de alguna forma, englobaba a ciertas tendencias de izquierda. Para 1994 la más importante se nucleaba en torno del PRD y sus principales sitios de aceptación eran la Ciudad de México y el estado de Michoacán; esta fuerza fue la que más asesinatos de tipo político sufrió durante el salinismo. Otro partido político que habían logrado un mínimo de seguidores, pero que le posibilitaba mantener su calidad de representante de grupos de mexicanos, era el Partido de los Trabajadores. Compelido a aceptar esa realidad Zedillo conjuntó a una serie de interesados en mantener las diferencias partidistas dentro de la legalidad, y tanto PRI y PRD como PAN y PT suscribieron el Compromiso para el Acuerdo Político Nacional, en enero de 1995, en pos de realizar la reforma política que previniera, entre otras problemáticas, los conflictos poselectorales. Para mediados de 1996 las dos cámaras del Congreso —por unanimidad— aceptaron la reforma de 19 artículos de la Constitución. La primera prueba a superar se presentó en julio de 1997 cuando se realizaron elecciones legislativas federales y estatales. El ascenso del descontento social y una participación electoral con mayor equidad entre las posiciones contendientes —sin menospreciar las divisiones internas del PRI— posibilitaron que, por primera vez desde 1929, el PRI perdiera la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y no contara con mayoría absoluta en la Cámara de Senadores. Las gubernaturas de Querétaro y Nuevo León pasaron al PAN junto a las de Guanajuato, Jalisco, Chihuahua y Baja California. Una de las mayores conquistas de los habitantes de la Ciudad de México fue que Cuauhtémoc Cárdenas —como candidato del PRD— ganara la Jefatura del Gobierno del

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Distrito Federal, la ciudad de mayor peso económico y político de nuestro país y que no elegía directamente a sus gobernantes. La realidad social, con base en las luchas por la democratización, llevaron a que dos poderes se asentaran en la zona de mayor raigambre política desde la época del México antiguo. Las reformas de 1996 daban paso a una competencia que permitía espacios a más fuerzas y eso se evidenció en el Congreso de la Unión, específicamente en la Cámara de Senadores, al incorporar 32 espacios más a través de la representación proporcional. Otra modificación trascendente fue que el presidente de la República dejó de tener facultades (por lo menos así se estableció, por escrito) en el Instituto Federal Electoral y éste se constituía como el responsable de la organización de las distintas elecciones. Surgió el Tribunal Electoral para calificar la elección presidencial (como reminiscencia de la muy cuestionada de 1988) y evitar que fuera la Cámara de Diputados la responsable de ello. Se reconoció que los ciudadanos tenían la libertad de afiliarse, de forma individual, al partido que decidieran y que los mexicanos que estuvieran en el extranjero pudieran votar. El aspecto financiero no dejó de ser muy complicado, sobre todo de gastos de campañas, y se pretendió precisar controles al respecto (si bien no ha sido todo lo transparente posible) y, también, se pretendió hacer equitativo el acceso a los medios de comunicación masiva.

7.2 Proceso de transición democrática (2000-2006) Derivada de una creciente participación de la sociedad civil, durante las décadas de 1980 y 1990 comenzaron a operarse cambios en distintos ámbitos espaciales y políticos. Los ciu-dadanos de algunos municipios y estados, a través de los procesos electorales, llevaron a representantes que no surgían ya de un solo partido político a ocupar puestos públicos. Los congresos estatales también tuvieron que incorporar a personas que habían sido electas —directa o indirectamente— y que proponían, o por lo menos podían hacerlo, perspectivas distintas a las de la mayoría. El Congreso federal fue uno de los espacios en que los actores políticos que ascendían a escaños por vía de los par-tidos no mayoritarios pudieron presentar sus propuestas y cuestionar las iniciativas de los otros partidos. En algunos momentos las tres principales fuerzas partidistas tuvieron incidencia en la vida, no sólo electoral, sino también política al aceptar las vías legales para tratar de dirimir sus posiciones (si bien eso no eliminó prácticas de corrupción y evasión de la ley de distintas formas). Tampoco la representación minoritaria ha sido garantía de transformaciones importantes en beneficio de los grandes contingentes de población que representan, pues no logran la suficiente cantidad de votos para hacerlo tal como ha sucedido con algunos impuestos aprobados y que exentan a grandes consorcios empresariales.

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Aun así, la ciudadanía mexicana llegó a un momento de hartazgo ante tales prácticas. Para las elecciones del 2000, se movilizó ampliamente para presentar una alternativa al autoritarismo y la corrupción al nivel nacional. Sin embargo, es preciso resaltar que la ciudadanía mexicana es desigual en su composición por situaciones económicas, culturales, sociales y religiosas, y no puede considerarse —en términos de mayoría— informada y moderna. No es difícil percatarse de la intimidación a la que se le somete a partir de mensajes televisivos que han sido calificados de «campañas sucias» y que entorpecen un tránsito limpio hacia la democracia. Tan evidente es la necesidad de hacer crecer la participación responsable que el Instituto Federal Electoral ha diseñado campañas informativas para que los ciudadanos no permitan que su voto sea comprado, o se les obligue a votar por un candidato en particular. No obstante, hay avances que la misma sociedad civil ha impulsado y sólo con su participación responsable posibilitará que la vía electoral sea uno de los mecanismos que tenga para orientar a las instituciones partidistas a ser sus portavoces, toda vez que la historia del siglo XX en México pareciera indicar lo contrario, que los partidos se han servido de la ciudadanía informada inadecuadamente para ocupar cargos de representación y, desde allí, asegurar los intereses de la sociedad política exclusivamente. Gobierno de Vicente Fox Quesada (2000-2006) Con un rotundo triunfo electoral ascendió a la presidencia de México Vicente Fox Quesada como el primero en llegar a tal sitio sin ser militante del Partido Revolucionario Institucional. Sobre una aceptación popular muy importante, basada en las expectativas de millones de ciudadanos, se abrió la llamada «alternancia política» a tal dimensión —muy importante dentro de la concepción política de los mexicanos—, pero que se daba con anterioridad en otros niveles de gobierno, como los municipales. No obstante, la constatación de que el Partido Acción Nacional había roto la continuidad priista era cierta.

Creación de Oportunidades Uno de los programas de la nueva administración que pretendió responder a la creciente franja de población empobrecida se conoció con el nombre de Programa de Desarrollo Humano «Oportunidades» y estuvo a cargo de la Secretaría de Desarrollo Social. Buena parte de los recursos se lograron a través de un crédito otorgado por el Banco Interamericano de Desarrollo; su misión consistía en «fomentar la reducción de la pobreza». En consecuencia, con el modelo neoliberal impuesto por una fracción del PRI, conocida como los «tecnócratas», el nuevo gobierno mantuvo la perspectiva de tratar de contener posibles brotes de descontento social por medio de apoyos —como becas y útiles escolares—,médico y medicinas, alimentos y dinero en efectivo a los pobres del campo y la ciudad tal como lo había hecho el programa Progresa. La innovación, se decía, implicaba «incorporar acciones de desarrollo social» por

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medio de Sedesol, consistentes en programas de empleo temporal, acceso a asistencia técnica, capacitación y crédito para nuevos proyectos productivos y el acceso a los sistemas de ahorro y crédito impulsados por el Banco de Ahorro Nacional y Servicios Financieros (Bansefi). Como en otras ocasiones, los futuros beneficiarios tenían que ser seleccionados después de comprobar, mediante estudios socioeconómicos, que eran personas sumergidas en pobreza extrema. El Seguro Popular de Salud Reconocido como uno más de los programas para mitigar los gastos que las familias pobres de México no pueden cubrir, o lo hacen poniendo en riesgo los mínimos bienes materiales con que cuentan, se creó el Seguro Popular de Salud en 2002. Las altísimas cifras de población no afiliada a alguna institución de seguridad social (IMSS, Issste, Sedena) llegaron a rozar al 60% para inicios del siglo XXI (según la página del Seguro Popular) y ello obligaba a casi 3 millones de mexicanos a empobrecerse más al tratar de comprar los medicamentos que requerían o postergar los tratamientos para cuidar su salud. Ante tal realidad los gobiernos federal y estatal crearon, mediante financiamiento público conjunto —así como ciertos ingresos de los beneficiarios—, tal programa para favorecer a quienes no tienen empleo y requieren atención médica. La implementación de este programa se asignó a la Secretaría de Salud y a los Servicios Estatales de Salud. El incremento constante de los servicios médicos, la falta de sistemas hospitalarios públicos para atender a una población pobre (las clases medias y altas cuentan con clínicas particulares) y el excesivo costo de algunos medicamentos para atender padecimientos crónicos, demandaron una respuesta a este problema social. El impacto de las periódicas crisis económicas, la falta de empleos y el subempleo han generado el aumento de una población desprotegida y muy vulnerable; por ello, el Seguro Popular se instituyó para ofrecer apoyo a tal sector y quienes lo necesiten pueden registrarse en los llamados Módulos de Orientación y Afiliación. Ofrece, además, otros servicios importantes como el Fondo de Protección Contra Gastos Catastróficos, Embarazo Saludable, Cirugía Extramuros y el Seguro Médico para una nueva generación, exclusivo para ayudar a los niños mexicanos nacidos a partir del 1 de diciembre de 2006 que no tengan otro tipo de seguridad social. Ley Federal de Acceso a la Información Un aspecto altamente delicado es, y ha sido, el referido a la falta de transparencia en el funcionamiento de las distintas instituciones públicas que sirven para facilitar la vida ciudadana. Como mexicanos que presenciamos una innegable corrupción vivida en múltiples dependencias —y contra la cual se lucha desde distintos ámbitos— surgieron organizaciones, y también hombres y mujeres desde posturas individuales que han pugnado porque sea abierta al conocimiento general la información que las dependencias gubernamentales generan y cómo funcionan internamente. Es cierto que también algunos partidos políticos lucharon para que durante el sexenio de Vicente Fox se promulgara la Ley Federal de Transparencia y Acceso a la Información Pública Gubernamental y, para operarla, la instauración del Instituto Federal de Acceso a la Información Pública. Por ello, el 11 de junio de 2002, en el Diario Oficial de la Federación, apareció la ley mencionada para establecer, en su título primero, capítulo 1, las siguientes disposiciones generales:

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Articulo 1o. La presente ley es de orden público. Tiene como finalidad proveer lo necesario para garantizar el acceso de toda persona a la información en posesión de los poderes de la Unión, los órganos constitucionales autónomos o con autonomía legal, y cualquier otra entidad federal. Artículo 2o. Toda la información gubernamental a la que se refiere esta ley es pública y los particulares tendrán acceso a la misma en los términos que esta señala. Esta ley, si no exclusivamente, ha permitido que se brinde la información que alude cómo algunas dependencias ejercen sus presupuestos, mismos que se sustentan en los impuestos que paga la mayoría de los ciudadanos. Algo tan trivial como saber que en la residencia oficial de «Los Pinos» se compraron toallas de 400 dólares —cada una— llevó a la renuncia de un funcionario, pues un periódico nacional, Milenio, tuvo acceso a tal información y la capacidad para hacerlo del conocimiento de la opinión pública. El incidente se conoció como el «toalla gate». En aspectos más formativos, la misma página web del Instituto brinda información d mucha utilidad para que cualquier ciudadano pueda ser atendido. Allí se explicita que: Lo que el IFAI puede hacer por ti es: Brindarte asesoría para presentar solicitudes de información o solicitudes de acceso o corrección a datos personales ante dependencias y entidades del Poder Ejecutivo Federal. Brindarte asesoría para conocer cuales organismos de gobierno han establecido sus propios. procedimientos de acceso a información, como los poderes Legislativo y Judicial y los organismos con autonomía como el IFE, la Comisión Nacional de Derechos humanos, el Banco de México y la UNAM. Responder tus dudas y preguntas a través del número gratuito TEL IFAI / (01 800835 4324). Atender personalmente tus dudas y preguntas en el Centro de Atencion a la Sociedad, localizado en Av. Mexico, 151, Col. Del Carmen Coyoaca, C.P. 04100, Delegacion Coyoacan, Mexico, D.F. Mexico. Ayudarte a presentar un recurso de revisión ante el IFAI cuando una dependencia o entidad te ha negado acceso a infromacion gubernamental o solicitudes de acceso o corrección a datos personales. Defender tu derecho de acceso a la información a través de la revisión y eventual modificación de las negativas de acceso de las dependencias y entidades. Brindarte onfromacion actualizada y especializada sobre el acceso a la información en Mexico y la protección a los daros personales. Estos avances democráticos se han logrado por la insistencia de la sociedad civil organizada, porque estamos insertos en un mundo globalizado, porque las distintas fuerzas políticas requieren tratos equitativos y porque cada vez un porcentaje mayor de académicos hace uso de este derecho. Aun así, algunas dependencias no posibilitan la información que ciertos particulares solicitan, como el referido a las operaciones de la planta nuclear de Laguna

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Verde (por citar un ejemplo) al responder la Comisión Federal de Electricidad que existe información «clasificada» que no es viable entregar. El Plan Puebla-Panamá Efectuar la conexión comercial de México con Centroamérica, y de allí con Sudamérica, ha sido un interés generado desde el siglo XIX —por lo menos— entre los gobiernos de México y Estados Unidos. Una de las regiones económicas de México que menos incorporación ha tenido al modelo de desarrollo basado en la exportación de bienes agrarios y mineros ha sido la sur-sureste (sin dejar de considerar la explotación llamada de enclave, como la cafetalera, bananera o chiclera), pero en tiempos de la globalización, este gran corredor ofrece posibilidades para conectar al bloque del norte de América (Canadá, Estados Unidos y México) con un importantísimo mercado potencial constituido por el resto del continente. Por ello, el proyecto llamado Plan Puebla-Panamá se ha considerado como un generador viable de aceleración económica no sólo para los estados de nuestro país que se insertarían en él (Puebla, Veracruz, Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Tabasco, Campeche, Yucatán y Quintana Roo —unos más que otros en función de sus condiciones históricas de desarrollo intrarregional—), sino también para otros países como Belice, Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Honduras, Costa Rica, Panamá y Colombia. Este plan se basaría en varios ejes; los más importantes son el de construcción de carreteras, «interconexión energética», de telecomunicaciones, promoción al turismo y el desarrollo humano. Sin embargo, han aparecido grupos de ciudadanos que ofrecen argumentos —a ser considerados— que plantean impactos negativos a zonas pobladas por grupos indígenas que no han sido considerados y que se verían afectados en su patrimonio material e intangible. Esa misma situación alcanzaría también a comunidades urbanas o semiurbanas El Plan Puebla-Panamá (PPP) también ha generado incertidumbres, pues conjuntaría la cooperación de varios países con el Banco Mundial, que —como todo banco— precisa de garantías que le aseguren la obtención de beneficios y que ha logrado establecer «condiciones» a gobiernos «débiles» para minimizar sus erogaciones —sobre todo en gasto social— para poder pagar los créditos contratados con él. De igual forma, existen empresas transnacionales, muy poderosas, que son capaces de condicionar la vida económica de poblaciones que no logran frenar el impacto ecológico sobre sus territorios al haberse firmado acuerdos, desde el nivel federal, pero que no cuidaron detalladamente los sitios que se transformarían. Incuestionablemente que nuestro país, como toda Centroamérica, requiere inversiones para ofrecer a sus pobladores mejores condiciones de vida, pero como tendencia histórica se ha observado un crecimiento que no respeta los recursos hidráulicos, bióticos y culturales de los espacios que son alcanzados por la lógica del mercado, que es la que predomina, aunque se firmen convenios para minimizar los impostergables impactos. El conflicto de San Salvador Atenco y violaciones a los derechos humanos Grande fue el estremecimiento para un buen número de

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personas, infantes o adultas, que miraron a través de la «televisión abierta» las imágenes del «enfrentamiento» entre las fuerzas policiacas y los pobladores de San Salvador Ateneo. Entre el 3 y 4 de mayo de 2006 se vivieron hechos que conmovieron a la opinión pública mexicana, y de otros países, sin realmente estar bien informada de por qué s registraba esa inhumana agresión entre policías y civiles. Los atenquenses, machetes en mano, pero también apoyados en el ordenamiento jurídico, defendieron sus tierras (la labor de uno de los juristas más importantes de México, Ignacio Burgoa, fue central) y lograron amparos para su causa, así como apoyo de grupos universitarios y de organizaciones civiles. En agosto de 2002, el día primero, la Presidencia de la República dio marcha atrás al proyecto y anunció que «dada la negativa de las comunidades ejidales» a vender sus tierras se decidió iniciar los trámites para dejar sin efecto los decretos expropiatorios. Los atenquenses mantuvieron sus tierras. En 2006, otra vez, se presentaron hechos de sangre. Lo que es necesario tener presente fue el desmedido uso de la fuerza pública, pues fueron varios cuerpos policiacos, apostados días antes en Texcoco, muy cerca de San Salvador Atenco, los que tenían la orden de actuar. Según la Comisión Nacional de Derechos Humanos intervinieron 700 elementos de la Policía Federal Preventiva; 1815 de la Agencia de Seguridad Estatal y, al menos, nueve policías municipales de Texcoco, lo que indica una organización planeada anticipadamente. La CNDH, con base en averiguaciones de sus observadores, investigaciones de peritos, testimonios (orales, escritos, gráficos, de imagen y más), resolvió que hubo violación a los derechos humanos, torturas, detenciones arbitrarias y—peor aún— violación sexual de las mujeres de Atenco. Sí, hubo excesos de parte de los atenquenses, pero nunca comparados con los de las fuerzas policiacas que recibieron órdenes de sus superiores para reprimir con violencia. La política migratoria Las relaciones con el gobierno de los Estados Unidos de América, durante la mayoría de los gobiernos del PRJ —hasta Miguel de la Madrid—, tuvieron como fundamento la «Doctrina Estrada» para mantener una postura de defensa de la soberanía nacional y el derecho a la autodeterminación de los pueblos para elegir a sus gobernantes. Sin embargo, Salinas de Gortari y Zedillo —también priistas y en función del TLC— le dieron un giro a esa política para propiciar una mayor integración con «el vecino del norte». Con Vicente Fox la relación histórica, si bien en algunos casos más retórica que efectiva, tuvo un vuelco que se evidenció en marzo de 2002 cuando se realizó en Monterrey la Cumbre de la Organización de Naciones Unidas sobre el financiamiento al Desarrollo. Ante su deseo de concretar su política migratoria había buscado un acuerdo con George W. Bush, pero los acercamientos se relativizaron después del atentado contra «Las Torres Gemelas», en septiembre de 2001. Ante ello y después de la negativa del pueblo mexicano a formar parte de los ejércitos de intervención —junto a Estados Unidos, Inglaterra y España— en Irak (que Fox tuvo que aceptar), consideró oportuno «allanar» las diferencias indicándole a Fidel, vía telefónica, llegara a Monterrey y, para no encontrarse con Bush, se retirara de la reunión. El gobierno cubano grabó la conversación y la hizo de conocimiento público. Al hecho se le designó como el «Comes y te vas».

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Para la administración de Fox era muy importante alcanzar un acuerdo en torno a la migración que abarcara múltiples aspectos —en palabras del Presidente, lograr «la enchilada completa»—, pues, como explicita Mario Pérez Monterosas, los migrantes de Guanajuato, estado natal de Fox, posibilitaron un crecimiento importante de la economía de esa entidad federativa por medio del envío de remesas y la inversión de parte de ellas para estimular su producción agraria. Fox les llamaba campesinos transnacionales y no campesinos pobres. La experiencia de Guanajuato, pero también de Michoacán, Zacatecas y otros estados que históricamente han generado flujos migratorios, quiso extenderse a todo el país pero no se logró. Entre otros obstáculos enfrentó la oposición de grupos racistas asentados en California y Texas, de algunos gobernadores, así como de senadores y congresistas. Una de las aspiraciones residía en lograr la aceptación bilateral de una migración controlada a través de un plan de trabajo temporal y la legalización de los migrantes con más de cinco años de estadía en Estados Unidos. La precaria situación de Bush no facilitó la relación y se inclinó por anunciar el reforzamiento de las medidas anti migratorias y el levantamiento del muro fronterizo resguardado por elementos de la Guardia Nacional. Aun así, Fox logró la expedición de la llamada matrícula consular (que acredita que el portador está domiciliado en el extranjero y registrado ante la representación de México, además de ser aceptada en algunos bancos y gobiernos estatales como identificación válida); también la reducción de cobros por envíos de remesas, en tarifas telefónicas y la posibilidad de que los mexicanos que radiquen temporalmente en el extranjero puedan votar para elegir a sus gobernantes. Sin embargo, esas medidas sólo mitigan las políticas de mal trato generalizado y explotación de los trabajadores mexicanos, legales e ilegales, a quienes —en un gran porcentaje— no se les conceden servicios básicos de salud, derechos laborales y reales posibilidades de ascenso social. Desafortunadamente, «los paisanos» también son maltratados en nuestro país, tanto en las aduanas como en algunas localidades del norte, por «autoridades mexicanas», al grado de tener que presentar spots —el gobierno federal— en medios de comunicación masiva que solicitan se denuncien tales hechos. Los primeros años de gobierno de Felipe Calderón Hinojosa Problemas electorales

Durante el siglo XX en México la elección presidencial más reñida había sido la de Carlos Salinas de Gortari para triunfar sobre Cuauhtémoc Cárdenas en los comicios de 1988. El hasta entonces inamovible PRI, también con fracturas en su interior, se percató de una nueva tendencia entre los electores, que por medio de su voto comenzaban a hacerle evidente su aspiración a un cambio. Un grupo político priista se condujo, entonces, para asegurar la continuidad del modelo económico-político impuesto al país y —en el marco de una democratización creciente en Latinoamérica— se posibilitaron los caminos para una futura «alternancia política». No obstante, las

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reformas liberales se orientaron para apoyar a otros partidos que no pusieran en riesgo la perspectiva neoliberal, y el Partido Acción Nacional era el que aseguraría tal posibilidad. El triunfo de Vicente Fox no fue una sorpresa mayor, lo que sí resultó sorpresivo —para la mayoría de los mexicanos que le dieron su voto al grito de ¡Vicente, no nos falles!— fue la falta de mejoras en la economía familiar y el excesivo derroche de la llamada «renta petrolera». Otro elemento que se consideró podría modificarse era el de restringir las prácticas autoritarias presidencialistas; sin embargo, los mexicanos nos enfrentamos a un nepotismo muy particular al observar la creciente influencia política de la esposa de Fox, Marta Sahagún, en puntos de gobierno con responsabilidad exclusiva de quien había sido elegido para ello. En ese mismo sentido fue muy evidente la campaña que Fox realizó en su sexenio para que Marta Sahagún le sucediera en las preferencias ciudadanas con vista a los siguientes comicios presidenciales. El contexto internacional, el manifiesto descontento de las otras fuerzas partidistas —aun entre panistas— y de amplios sectores ciudadanos eliminó esa posición. Una vez que esa tendencia fue cortada, aunque en la misma trayectoria de asegurar la continuidad panista en la primera magistratura, se desató una campaña de hostigamiento hacia Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD, quien iba logrando una respuesta muy favorable para su postura de centro-izquierda. Desde la presidencia de México, y con una gran cantidad de recursos, se trató de imposibilitar su participación en las elecciones de 2006 por medio de un litigio en su contra que le hubiera incapacitado para la contienda. El mecanismo político no prosperó y, por el contrario, el efecto «boomerang» generó simpatías hacia tal político. En tal escenario, y con más variables actuando, se desarrolló la campaña presidencial que abrió la mayor cantidad de suspicacias posibles en torno a los resultados de la contienda. Por medio punto porcentual, Felipe Calderón Hinojosa resultó elegido presidente de México para el sexenio 2006-2012. La participación de Calderón tampoco había sido tersa en su partido y, en términos prácticos, había ganado para el PAN la presidencia pero con equilibrios muy inestables. Con un margen tan limitado de votos a su favor; la sospecha de haber contado con recursos del gobierno federal para su proyección; el uso de lo que se llamó «la campaña sucia» en los medios de comunicación masiva (principalmente la televisión abierta); una movilización que demandaba un conteo de voto por voto, casilla por casilla, que no procedió; cuestionamientos técnicos a los resultados que los conteos de la elección presentaron; con una acre crítica al presidente del Instituto Federal Electoral (al dar por ganador al candidato del PAN antes de completarse el conteo total de los votos) y «la sensación» entre la mitad de los votantes de que se había cometido otro fraude electoral, Calderón asumió la presidencia de México en diciembre de 2006. El escenario no podía ser más difícil para el inicio de la nueva administración, pues el PAN no logró mayoría absoluta en el Congreso de la Unión, y se ha visto en la necesidad de buscar consensos con quienes abrió fuertes enfrentamientos, además de las evidentes distancias entre los mismos panistas. Para ningún analista ha sido desapercibido que la «sospecha» del fraude electoral ha sido un tema de suma molestia para el actual representante del Poder Ejecutivo federal.

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Caída de los precios internacionales del petróleo Una de las realidades económicas que posibilitó cierta estabilidad a la administración panista entre 2000 y 2006 fue el incremento de la llamada renta petrolera, que —muy simplistamente— implica grandes márgenes de «ganancia» resultantes entre el precio de producción de un barril de petróleo mexicano y su precio de venta en el extranjero; tan importante ha sido el peso de las divisas petroleras que ha llegado a representar el 40% de los recursos mexicanos para sostener su economía. En 2006 rompió récord el precio al cotizarse en 64.85 dólares por barril no obstante los precios internacionales son muy volátiles; para septiembre del mismo año había bajado a 49.92 dólares. Para febrero de 2007 bajó a 44.49 dólares. La diferencia fue muy importante e impactó la economía nacional, pues se había estimado su precio en 46.18 dólares el barril; los márgenes decrecieron muchos y muy rápidos. La posibilidad de «controlar» los precios del petróleo es muy limitada. Los grandes países árabes lo han intentado, pero la existencia de otros productores ha roto esas expectativas. Además, una economía como la nuestra —que en mayor o menor grado depende de las divisas por este producto— se torna muy frágil ante el mercado internacional. Otro de los elementos que han influido en contra de un mejor aprovechamiento de la renta petrolera tiene que ver con el inadecuado destino que se le ha dado. Es innegable la corrupción vivida en este sector, ya por prácticas inapropiadas de los líderes sindicales, ya por los directores de Petróleos Mexicanos, ya por las políticas gubernamentales que han derrochado los ingresos, sin olvidar que éstos son garantía de pago de préstamos otorgados por el Fondo Monetario Internacional o por gobiernos extranjeros, como el de Estados Unidos, que apoyaron al gobierno de Zedillo ante el «error de diciembre». Mucho se ha escrito en torno de la «petrolización» de la economía mexicana y de la necesaria diversificación productiva, pero la propuesta de «privatizar Pemex» —proyecto de la administración de Calderón—, tocó un punto muy sensible dentro de la conciencia colectiva mexicana que no sólo se basa en un nacionalismo exclusivamente sino en la experiencia de lo que esta modalidad de permitir la participación privada en algunos sectores empresariales ha significado. En este marco de las fuertes oscilaciones de los precios del petróleo se registró, para 2008, otro elemento de orden externo que acentuó la precariedad de nuestra economía al verse ligada de forma muy estrecha con la economía de Estados Unidos y que trascendió al entorno mundial. Crisis mundial de 2008 El panorama mundial en el año 2007 comenzó a inquietarse ante ciertos problemas de orden financiero que comenzaban a registrarse en la economía de los Estados Unidos.

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Principalmente por los problemas generados por la falta de pagos de miles de clientes que habían adquirido préstamos hipotecarios —y que se encontraron imposibilitados de cubrir los-, varias instituciones crediticias se vieron fuertemente afectadas pues en los años previos habían otorgado préstamos muy fácilmente, incluso para personas de bajos ingresos que consideraron oportuno comprarse una casa. La falta de liquidez requirió la intervención gubernamental para que la mayoría de los ahorradores no entrara en pánico, retirara su dinero y volviera a sufrir una crisis como la vivida en 1929; esta medida permitiría a los dueños de los bancos -supuestamente- dinero fresco para financiar la recuperación económica. Aunado a este serio problema se presentaba un incremento en los precios de los productos alimenticios, ámbito muy sensible pues inmediatamente repercute en la economía familiar. Aunque pudiera parecer imposible, se daba el caso de que el país más importante por sus nexos comerciales con China, la Unión Europea y el resto del mundo, obviamente incluido México- entraba en recesión económica, pues a buena parte de su población no le alcanzaban los recursos para mantener el mismo gasto en alimentos; productos importados (de China, Japón, Alemania y más, como autos, computadoras, televisores, teléfonos celulares, etc.); para ciertos gastos dirigidos al confort; para pagar sus hipotecas (perdían sus casas, lo que implicaba tener «que rentar») y, mucho menos, para poder ahorrar. La quiebra de varios bancos significó que otros prestaran a más altos intereses, por lo que no cualquier persona o industriales accedían a préstamos y se vieron en la necesidad de reducir sus gastos (una de las formas más recurrentes para evitar pérdidas empresariales es despedir a los trabajadores). Si la economía más grande del mundo no avanzaba, los otros mercados también irían en la misma dirección y sufrirían las consecuencias. Para el caso mexicano la situación era peor por la dependencia de las relaciones comerciales, pero, además, por otro elemento vital para nuestra economía: las remesas de los paisanos que laboran allá -que representan la tercera fuente de divisas a nuestra economía- bajaron ostensiblemente. La desaceleración de la economía de Estados Unidos, que se tradujo en despidos de fuertes núcleos de trabajadores -los que menos seguridad social tenían-, impactó a nuestra economía, por más que las autoridades señalaran que ésta se encontraba «blindada». Para el 2008 la situación de crisis en México no pudo ya negarse. El desempleo aumentó, las remesas bajaron, el precio del petróleo se mantuvo oscilante, las importaciones se incrementaron y las exportaciones decrecieron. Para tratar de contrarrestar la pérdida de recursos los representantes de los principales partidos políticos -el PAN y el PRI- decidieron incrementar impuestos y crear nuevos para gravar a la misma población cautiva de siempre (lo que ha significado un creciente empobrecimiento y golpeteo a la clase media). Según investigadores de la Cámara de Diputados, como el maestro en economía Reyes Tépach M. desde 2008 la producción del campo descendió, al igual que la industrial y la de servicios, lo que quiere decir que nuestra

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economía, en términos globales, ha decrecido. La gripe humana Aunada a esta serie de indicadores que hicieron muy difícil la realidad económico-social del país, para abril del 2009 se presentó una situación sumamente inusual pero altamente delicada. En nuestro país apareció un nuevo virus de influenza, primero designado como virus de la gripe porcina y, posteriormente, llamado el virus (AH1N1) o virus «reordenado cuádruple». Uno de los mayores problemas residió en que el contagio se generaba como la gripe de temporada, al toser una persona enferma cerca de otras, por el estornudo o porque —a través de las manos— se tocaba una superficie u objeto contaminado y luego la boca o la nariz. La cobertura de los medios ante la epidemia que podía presentarse desconcertó profundamente a la población, puesto que la información, en un primer momento, fue tremendista y —en ocasiones— contradictoria. Los síntomas podían confundirse con los de la gripe común (fiebre, tos, dolor de garganta, goteo o congestión nasal, dolores del cuerpo, dolores de cabeza, escalofríos y fatiga); tal situación provocaba incertidumbre a quienes presentaban esas molestias. Conforme pasaron los primeros días y se sabía de casos de personas que padecían influenza, la alarma creció, al grado de que Cuba y Argentina cerraron sus vuelos hacia México; en Alemania se registraron casos de discriminación contra mexicanos por el hecho de haber salido hacia aquel destino. El gobierno de nuestro país tomó medidas drásticas como cancelar actividades escolares en todo el sistema educativo, prohibir la asistencia a espectáculos masivos —como los partidos de futbol— o las funciones en cines y teatros (sobre todo en la Ciudad de México, por la densidad poblacional). Una determinación que causó muchas posiciones encontradas fue que en los restaurantes no se sentaran personas a corta distancia; también se recomendó profusamente evitar el saludo de mano y de beso. Además, la epidemia se transformó en pandemia, pues casos de influenza provocados por el virus AH1N1 se registraron en varios países en los distintos continentes. Desafortunadamente actuaron también, para ahondar la tensión, informes verídicos de la falta de infraestructura médica en varias ciudades del país y de una vacuna para prevenir la influenza A (H1N1). En ese mismo sentido, se sabía que una población bien alimentada, con medidas de higiene generalizadas, con posibilidades de adquirir los medicamentos adecuados podría contrarrestar los efectos de la enfermedad, pero no era el patrón de los mexicanos y sí podía suscitarse que otras enfermedades —como la neumonía, bronquitis, sinusitis e infecciones de oído— se complicaran si se combinaban con la influenza A(H1N1). Los grupos más vulnerables eran los niños menores de cinco años, especialmente los menores de dos; los adultos de sesenta y cinco años de edad o mayores y las mujeres embarazadas.

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Desempleo y delincuencia Las repercusiones fueron muy fuertes en lo económico por el paro de un sinfín de actividades y por la evidente baja turística internacional. El desempleo creció significativamente en todo el país y la recuperación ha sido paulatina; aunque también es cierto que muchas familias aún no lo logran. Las medidas precautorias, si bien algunos h ron exageradas, fueron necesarias. El entorno económico-político no era de lo más promisorio para los mexicanos en 2009 al haberse resentido una crisis de carácter global con un problema que nos afectó gravemente en el interior de nuestras fronteras, lo que no pasó desapercibido para la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), que llegó a señalar que México sería el país más afectado por la crisis económica al disminuir su Producto Interno Bruto cerca del 7%. Esa realidad se completó con una depreciación del peso mexicano ante el dólar del orden del 25% entre el 2008 y el 2009. Como complemento a este difícil escenario los niveles de violencia en nuestro país se han incrementado. La explicación no es sencilla, pero una de las voces más autorizadas para acercar respuestas surge del rector de la UNAM, José Narro Robles, al plantear que el origen está en la corrupción, la impunidad, la pobreza y la falta de educación. La solución implica transformar muchas prácticas que se han arraigado profundamente en el tejido social; buena parte de la población ha sido alcanzada por alguno de los aspectos mencionados, o en combinación, y comienza a «naturalizarse» el hecho. Realizar un ejercicio de no complicidad ante ello puede ser una forma de contrarrestar su crecimiento; allí está una importante tarea de todos. Desaparición de Luz y Fuerza del Centro El 10 de octubre de 2009, alrededor de las 23:00 horas, se presentó en la Ciudad de México una operación policiaca para ocupar las instalaciones de la Compañía de Luz y Fuerza del Centro. Ese mismo día Felipe Calderón había firmado un decreto presidencial para establecer, en su artículo primero, que: Se extingue el organismo descentralizado Luz y Fuerza del Centro el cual conservara su personalidad jurídica exclusivamente para efectos del proceso de liquidación… Larga, llena de luces y sombras, ha sido la historia del Sindicato Mexicano de Electricistas en nuestro país. De avanzada, con importantes técnicos mexicanos, con líderes corruptos, combatiendo por mejoras reales para los trabajadores, negociando con presidentes, trabajando con prepotencia, apoyando causas justas y múltiples contradicciones, mas el ciclo se pretende cerrar —por decisión presidencial—, al igual que una fuente de empleo para más de 44 000 trabajadores, entre activos y jubilados. La solución del conflicto que de allí llegue a surgir marcará una postura hacia el sindicalismo mexicano. Complejo saber, a unos cuantos meses de lo sucedido, las causas reales —no las enunciadas en el texto del mismo decreto— por las que el gobierno mexicano tomó tal decisión. Hay quienes apuntan la necesidad de hacer uso de esa infraestructura para explotar una red de fibra óptica para compañías privadas que podrían hacer negocios de alto rendimiento. Hay quienes precisan la necesidad de acabar con prácticas clientelares entre esa organización y el PRD. La razón

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más apegada a la realidad se sabrá con el correr del tiempo; lo observable es un golpe de fuerza y la resistencia a la desaparición.

7.3 Ciencia, educación y cultura Creación del Conacyt La necesidad de la crítica para poder avanzar en cualquier terreno relacionado con el desarrollo social de nuestro país requiere abordarlos logros de las políticas gubernamentales en torno a la ciencia, la educación y la cultura. La realidad, desde una perspectiva objetiva, señala que hasta la década de 1970 se creó el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) para apoyar y orientar este tipo de políticas tan necesarias para el avance de cualquier país, por lo cual —y sin minimizar lo alcanzado por la institución a partir de entonces— se puede inferir por qué México ocupa, a inicios del siglo XXI, uno de los lugares más bajos en desarrollo y competencia tecnológica a nivel mundial. Si los mecanismos de fomento a tal área no varían, la dependencia se incrementará y se reproducirá —durante más años— el círculo vicioso de comprar fuera del país la tecnología que sustenta la vida diaria. Un aspecto que indica las grandes limitaciones que enfrenta este posible generador de dinamismo radica en que sólo se dedica el 0.42% del Producto Interno Bruto a la inversión en ciencia y tecnología —según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico—, mientras que un país como Cuba, con problemas económicos muy severos, destinó en 1998 de 10% de su PIB. Otro indicador especifica que México es un país de desarrollo científico bajo al ser medido el número de patentes de inventos registrados y, peor aún, no existe —en la población mayoritaria— una cultura científica que sirva de base para generar expectativas de transformación, por lo que el peso mayor recae en lo que pueda impulsare! Conacyt, creado el 29 de diciembre de 1970, como un organismo público descentralizado y encargado de elaborar las políticas de ciencia y tecnología en México e impulsar y fortalecer el desarrollo a través de la formación de científicos e investigadores, mediante el financiamiento de proyectos y de la difusión de la ciencia y la tecnología. En 2002 se elaboró la más reciente Ley de Ciencia y Tecnología en el país para enfatizar la importancia central que debe darse al impulso científico y tecnológico como motor del desarrollo social y económico. En la actualidad el Conacyt, para cubrir sus funciones, cuenta con un sistema de centros —27 en todo el país— en el que se desarrollan investigaciones y se impulsa el desarrollo tecnológico en todas las áreas del conocimiento. De esta forma, se incentiva la ciencia básica y la investigación aplicada en nuestro territorio llevándose a cabo a partir de programas específicos, como Formación de Científicos y Tecnólogos, Investigación Científica, Innovación y Desarrollo Tecnológico, Divulgación y Difusión Científica y Tecnológica. Para la formación de científicos y tecnólogos el Conacyt oferta becas para realizar estudios de posgrado en México y en el extranjero, tanto en maestría como doctorado, e intenta agrupar a todos los científicos e investigadores del país a través del Sistema Nacional de Investigadores. Los logros de esta institución han sido muy importantes, pero con presupuestos tan exiguos difícilmente contrarrestará el rezago crónico que la actividad científica padece en el país.

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Programa SEP-Setentas, SEP-Ochentas En lo referente al ámbito educativo, distintas han sido las modalidades económico-políticas impulsadas por los gobiernos mexicanos del siglo XX para tratar de encauzar la política educativa y responder a las necesidades más urgentes en tal sentido, pero las

características de la mayoría de la población, principalmente rural y pobre (entre 1920 y 1950), y después urbana y pobre (hasta inicios del siglo XXI), han evidenciado desajustes entre los proyectos surgidos de la Secretaría de Educación Pública y las condiciones específicas para operarios. Pero no sólo la realidad económica de las familias ha incidido en tal fenómeno —si bien es un factor de mucho peso—, sino también condiciones de orden cultural muy arraigadas (como la idea de que es mejor que los varones estudien y no las mujeres) han obstaculizado las metas fijadas por esta dependencia. Además, las prácticas políticas de la dirigencia del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación —que no de todos los docentes— le han posibilitado a ese grupo ciertos márgenes de participación política dentro del país (dado el peso del conglomerado magisterial) y se canalizan muchos de los recursos humanos y económicos que la dependencia concentra para tal fin en detrimento de una política educativa que posibilite posturas democráticas, de reflexión libre, desde el interior de las aulas. Estas variables —proyectos económicos, tradiciones, pobreza y políticas sindicales, primordialmente— a lo largo de muchas décadas han chocado y no han podido armonizarse para lograr una educación adecuada entre la mayoría de la población mexicana. También de la década de 1970, y como una medida tendente a procurar la difusión de información a mayores sectores poblacionales, el Departamento de Divulgación de la Secretaría de Educación Pública editó una importantísima colección de libros —315— a precios muy accesibles con la finalidad de sustentar un conocimiento de nuestro pasado. La colección se conoce con el nombre de Sep-setentas y, para la siguiente década, se mantuvo bajo el nombre de Sep-ochentas (FCE). La segunda fase incorporó trabajos con contenidos de orientación pedagógica y, como un texto de avanzada, un libro de Teresita de Barbieri que presentó un título muy sugerente: Mujeres y vida cotidiana, que aborda dos ámbitos de la investigación innovadores para el contexto mexicano; obviamente los textos referentes a la historia nacional (tanto general como regional y local) se mantuvieron presentes. Programa de fomento a la lectura y creación de Conacine Como un resultado importante de estos esfuerzos de difusión se logró precisar, además, la imperiosa necesidad de promover programas de fomento a la lectura. La misma SEP informó en 2008 que México ocupó el último lugar entre los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico en cuanto a competencias lectoras, ciencias y matemáticas. Los anteriores programas generaron una infraestructura importante con bibliotecas, impresión de libros y aulas, pero no enfatizaron en promover la lectura de manera más adecuada. Una población que no lee, como la mexicana, es una población que se informa principalmente a través de la radio y la televisión, pero no decide realmente qué

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es lo que le interesa sino que consume lo que le dan y, desafortunadamente, la programación —sobre todo de la televisión abierta— no es la más adecuada para promover capacidades reflexivas. Esta realidad, aceptada y preocupante, ha determinado la promoción de un programa llamado México lee, que conjunta al gobierno de México, la SEP y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y al Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura para intentar subsanar una realidad que imposibilita una mejor calidad de vida. Si bien aparecen medidas orientadas a contribuir en la educación para la vida, en los últimos dos gobiernos federales el tema de la educación ha desencadenado fuertes críticas debido a su tendencia a dejar de apoyar —con el aumento necesario de presupuestos— este sector y dar paso paulatinamente a un proceso de privatización desde los niveles básicos hasta la educación superior. Esta tendencia se puede observar por el creciente número de centros educativos particulares que atienden a una población estudiantil muy amplia que no encuentra acomodo en las aulas del Estado, pero la proliferación de escuelas particulares tampoco garantiza una educación de calidad. Esta realidad, aunada a los muy malos resultados de las evaluaciones realizadas a los jóvenes mexicanos por organismos internacionales, ha orillado a la búsqueda de «eficientar» las condiciones con las que cuenta el sector educativo, mas las metas aún no se alcanzan. En fechas más recientes, y como resultado del proceso de globalización en el que estamos insertos, ha surgido un nuevo contexto que postula intereses encontrados en dos grandes tendencias y que impactan poderosamente en el campo de la educación. Para simplificar el debate en torno a lo que se ha dado en llamar «sociedad de la información o sociedad del conocimiento», y siguiendo a Rally Burch, se agruparían así:

I. Un bloque que, al hablar de sociedad de la información, se refiere a un nuevo paradigma de desarrollo que asigna a la tecnología un rol causal en el ordenamiento social, ubicándola como motor del desarrollo económico. Así, la tecnología es el centro del modelo y la industria de las telecomunicaciones es la llamada a liderar el desarrollo, con lo que la industria productora de servicios y contenidos digitales asume una influencia inédita.

II. Otro bloque devela que la nueva etapa de desarrollo humano en la que entramos se

caracteriza por el predominio que han alcanzado la información, la comunicación el conocimiento en la economía y en el conjunto de las actividades humanas. Según este enfoque, la tecnología es el soporte que ha desencadenado una aceleración de este proceso: pero no es un factor neutro ni su rumbo es inexorable, puesto que el propio desarrollo tecnológico es orientado por juegos de intereses. Siguiendo esta perspectiva, ms políticas para el desarrollo de la sociedad de la información deben centrarse en los seres humanos: deben concebirse en función de sus necesidades y dentro de un marco de derechos humanos y justicia social. Los países en desarrollo y' los actores sociales deberían tener un rol clave en la orientación de dicho proceso y de las decisiones.

La controversia, entonces, también reside en que para el segundo enfoque lo fundamental no es «información» sino “sociedad”. Mientras la primera hace referencia a datos, canales de transmisión y espacios de almacenamiento, la segunda habla de seres humanos, de culturas, de formas de organización y comunicación. La información se determina en función de la

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sociedad y no a la inversa. Incuestionablemente que esta dinámica mundial atrapa a nuestra realidad nacional y las autoridades educativas no son ajenas al debate, pero también es preciso tener presente nuestra historia en el ámbito de la educación promovida por el Estado —por ser el que cuenta con recursos para generar el desarrollo científico y tecnológico, aun cuando ya las empresas y otros grupos lo promueven— porque el desarrollo social del país depende significativamente de él, y las desigualdades económicas, sociales, regionales, políticas y culturales tienen su peso específico. Muchos han sido los esfuerzos pero también los errores. Los desafíos siguen en pie. Tal vez uno de los aspectos que mantiene una vigencia muy aceptable es la vida cultural de

nuestro país, a pesar de las no totalmente adecuadas políticas culturales gubernamentales (si bien existen excepciones notables), y en mucho debido a la iniciativa de grupos independientes de artistas de todo tipo y a la pujanza de una población impresionantemente creativa. Uno de los mejores exponentes de esta realidad es la cinematografía mexicana. Durante la década de 1970 se sentó un precedente importante con la Corporación Nacional Cinematográfica, Conacine, al posibilitar —con recursos estatales— una buena producción fílmica que ha ubicado a los años de 1970 a 1976 —según los críticos— como la de importantísimas realizaciones, pero, sobre la incursión, de directores todo, por posibilitar experimentación y creación que han llegado a ser muy importantes al paso de los años. Uno de ellos, Felipe Cazals, galardonado por su trayectoria en 2010, surgió en tal momento. Otra de las fortalezas establecidas a partir de entonces se concretó en la perspectiva de realizar un cine contenido crítico, que presentara temáticas sociales y políticas no

posibles de «endulzar». Según la página del ITESM, cine mexicano, mt películas como El castillo de la pureza (1972) de Arturo Ripstein, Canoa (1975) de Felipe Cazals, o La pasión según Berenice (1975) de Jaime Humberto Hermosillo, fueron muy bien aceptadas y le abrieron paso a otros directores importantes de la época como: José Estrada. Torne Fons. Marcela Fernández Violante. Juan Manuel Torres y Gonzalo Martínez. Entre los filmes destacaron: El apando (1975) y Las Poquianchis (1976), ambas de Felipe Cazals; Los albañiles (1976) de Jorge Fons; El rincón de las vírgenes (1972) de Alberto Isaac y Actas de Marusia (1975), del chileno Miguel Littín, que constituyen un acervo trascendente de la filmografía realizada en México. Por ello es posible plantear que el «nuevo cine mexicano», de la década de 1990 a la fecha, y después de atravesar por muy difíciles condiciones económicas y políticas, pudo volver a presentar una excelente calidad. Nuevamente la gente especializada en crítica aglutinada en el ITESM refiere que «para el público mexicano de los noventa, títulos como La tarea (1990) de Jaime Humberto Hermosillo, Danzón (1991) de María Novaro, La mujer de Benjamín (1991) de Carlos Carrera, Sólo con tu pareja (1991) de Alfonso Cuarón, Cronos (1992) de Guillermo del Toro, o Miroslava (1993) de Alejandro Pelayo poseyeron un significado de alta calidad, muy distinto al que se le atribuía al cine

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mexicano pocos años antes. Las nuevas películas mexicanas hicieron que el cine volviera a formar parte activa de la cultura de nuestro país». La perspectiva hacia el siglo XXI es afortunada, y se puede confirmar que la cultura nacional a través del cine se mantiene muy viva. Como en todos los pueblos la cultura de cada país se transforma y enriquece, y sobre todo en los tiempos de la globalización se posibilita la penetración de expectativas diversas. Uno de los puntos que requiere mucha atención es conocer qué expectativas tienen los jóvenes —al representar un porcentaje muy importante de la población mexicana—, pues las condiciones económicas, políticas y sociales actuales no les generan valores de comunidad, de solidaridad, sino de un individualismo y pragmatismo que puede redundar en aspectos negativos para su propio futuro. De la adecuada interacción entre los distintos actores sociales entre sí, y la confianza en sus autoridades, podría esperarse un mejor horizonte. Consejo Nacional de Población (Conapo) Una de las fortalezas que nuestro país comprende se basa en su propia población. El desarrollo histórico ha mostrado la capacidad de los mexicanos para sortear diversas adversidades. A principios del siglo XXI, fue catalogado como uno de los pueblos que viven con una sensación de felicidad mayor entre los distintos países. Ante la necesidad de saber cómo se presentan ciertos indicadores de este conglomerado, desde 1974 se creó el Consejo Nacional de Población. Dentro de sus facultades se le estableció como misión: Regular los fenómenos que afectan a la población en cuanto a su volumen. Estructura, dinámica y distribución en el territorio nacional, con el fin de lograr que ésta participe justa y equitativamente de los beneficios del desarrollo económico y social. La institución, en su página web www.conapo.gob.mx, resume las aspiraciones de más de 100 millones de mexicanos; como parte de esta población necesitamos comprometernos, junto con las distintas autoridades, para que se haga realidad lo proyectado: la política de población reclama un enfoque integral, claramente inserto en las prioridades del desarrollo social, que propicie un cambio de mentalidad e intensifique el espíritu de previsión y planeación en las familias, así como el afán de igualdad entre sus miembros, especialmente en cuestiones de género; que fomente también una alta valoración parental de los hijos, y que extienda y arraigue una cultura demográfica sobre las repercusiones de la población en el medio ambiente y la sustentabilidad del desarrollo. La población ha demostrado su capacidad para enfrentar distintas circunstancias con una nueva responsabilidad, sin esperar que su gobierno le resuelva todas las eventualidades que se le presentan —muy particularmente después del sismo de 1985—, pero también está reclamando políticas gubernamentales que le sean propicias.