Historia escuela 75 aniversario

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LA ESCUELA CUENTA SU HISTORIA Pueblo Aguirre. Calles de tierra. Un puñado de casas apretujadas alrededor de la estación, sus habitantes, en su mayoría inmigrantes, hablaban en sus dialectos de origen, mezclado con el castellano. No tenían demasiadas ambiciones, sólo sueños que quizás nunca se concretarían .Tal vez esos sueños tenían que ver con la lejana tierra, con las raíces que habían dejado enterradas en su querida Italia, con parte de su alma. Pero aquí debían volver a arraigarse, hacer crecer a sus hijos, aprender nuestras costumbres, nuestra lengua. No era fácil. Así encontró el pueblo una joven mujer, Josefa de Montelar, quien una cálida tarde de verano arribó a la desolada estación para radicarse con su familia porque el trabajo de su esposo lo requería. En ese ámbito pueblerino y gracias a las ambiciones de cultura y progreso que aquella señora traía consigo, nací en el año 1933, específicamente el día 5 de marzo en la calle Hipólito Irigoyen 355.Me bautizaron con el nombre de “LICEO INDUSTRIAL DE SEÑORITAS”. Tengo el honor de haber sido la primera “mamá” que albergó a más de 120 niñas. Mi fundadora era una mujer incansable, emprendedora, vanguardista; luchó mucho para salir adelante y desafiar los obstáculos. Mis hijas recibían conocimientos pero también se las preparaba para ser una buena ama de casa, exigencia acorde con lo que la época esperaba de una mujer. Aprendían a cocinar, coser, bordar, y tejer. Recuerdo que en un caluroso diciembre de 1935, se reunieron por primera vez un grupo de señoras que integraban el club de madres. Cómo regaron los pisos, vistieron mis paredes, prepararon el salón de entrada para el encuentro y como siempre se terminaba brindando con una copita y algunas masitas amorosamente amasadas por las alumnas en el taller de cocina de la escuela. ¡Qué tiempos!; cómo sabían aprovechar la educación que se les impartía. Cada tarde el toque de campana convocaba a mis chicas ( de la localidad y de pueblitos vecinos ).Los fríos días de invierno se volvían cálidos en el aula .Mientras la maestra narraba historias entretenidas e interesantes, las alumnas con sus habilidosas manos y bajo las indicaciones de aquella, realizaban hermosos trabajos artesanales. Año a año crecía mi responsabilidad, pues aumentaba mi matrícula a medida que aquella querida pionera concientizaba a las familias sobre la necesidad de preparar a sus hijas. Hoy que me dan la posibilidad de contar, me afloran los recuerdos que yo creía tener dormidos o quizá olvidados. ¡Qué fiestas de la primavera organizábamos!; todo el pueblo participaba y le daba realce a ese tradicional encuentro y el beneficio que se obtenía se lo destinaba a la compra de material para los talleres. Mis chicas provenían en su mayoría de hogares humildes y no tenían oportunidad de viajar para conocer aunque sea ciudades vecinas por lo tanto para sociabilizarlas y afianzar más la amistad entre ellas, se realizaron excursiones primero a la ciudad de Rosario y más tarde a Buenos Aires. Estos viajes despertaban el interés, acrecentaba el conocimiento y afianzaba la personalidad de las alumnas. Con cuantas ansias esperaban estas oportunidades y cuánto trabajaban para recaudar fondos. Y qué decir de los preparativos para el viaje de fin de curso. ¡Viajar a la ciudad de Córdoba!, una proeza , que se lograba organizando festivales, bailes, kermeses, feria de platos durante los fines de semana.. También acuden a mi memoria los festejos de las fiestas patrias; mi patio se llenaba de cintas celestes y blancas, los pizarrones exhibían frases alegóricas para honrar a nuestros próceres o por la llegada de la independencia. Las maestras preparaban discursos, las alumnas escribían poesías y yo vibraba de emoción la misma que siento hoy cuando evoco. Pero hay un detalle que fue importante, nos faltaba la bandera. No podíamos concebir esas fiestas sin ella. Como las otras instituciones, nosotras también merecíamos tenerla, para convocarnos junto al mástil todos los días y e izarla y arriarla al compás de la aurora. Cuánto respeto había por los símbolos patrios. Y como todo lo que nos propusimos, lo logramos. Ya dije que para doña Josefa nada era imposible. Con nuestro esfuerzo y la colaboración de 1

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LA ESCUELA CUENTA SU HISTORIA

Pueblo Aguirre. Calles de tierra. Un puñado de casas apretujadas alrededor de la estación, sus habitantes, en su mayoría inmigrantes, hablaban en sus dialectos de origen, mezclado con el castellano.No tenían demasiadas ambiciones, sólo sueños que quizás nunca se concretarían .Tal vez esos sueños tenían que ver con la lejana tierra, con las raíces que habían dejado enterradas en su querida Italia, con parte de su alma. Pero aquí debían volver a arraigarse, hacer crecer a sus hijos, aprender nuestras costumbres, nuestra lengua. No era fácil.

Así encontró el pueblo una joven mujer, Josefa de Montelar, quien una cálida tarde de verano arribó a la desolada estación para radicarse con su familia porque el trabajo de su esposo lo requería.

En ese ámbito pueblerino y gracias a las ambiciones de cultura y progreso que aquella señora traía consigo, nací en el año 1933, específicamente el día 5 de marzo en la calle Hipólito Irigoyen 355.Me bautizaron con el nombre de “LICEO INDUSTRIAL DE SEÑORITAS”.Tengo el honor de haber sido la primera “mamá” que albergó a más de 120 niñas.

Mi fundadora era una mujer incansable, emprendedora, vanguardista; luchó mucho para salir adelante y desafiar los obstáculos.

Mis hijas recibían conocimientos pero también se las preparaba para ser una buena ama de casa, exigencia acorde con lo que la época esperaba de una mujer. Aprendían a cocinar, coser, bordar, y tejer.

Recuerdo que en un caluroso diciembre de 1935, se reunieron por primera vez un grupo de señoras que integraban el club de madres. Cómo regaron los pisos, vistieron mis paredes, prepararon el salón de entrada para el encuentro y como siempre se terminaba brindando con una copita y algunas masitas amorosamente amasadas por las alumnas en el taller de cocina de la escuela. ¡Qué tiempos!; cómo sabían aprovechar la educación que se les impartía.

Cada tarde el toque de campana convocaba a mis chicas ( de la localidad y de pueblitos vecinos ).Los fríos días de invierno se volvían cálidos en el aula .Mientras la maestra narraba historias entretenidas e interesantes, las alumnas con sus habilidosas manos y bajo las indicaciones de aquella, realizaban hermosos trabajos artesanales.

Año a año crecía mi responsabilidad, pues aumentaba mi matrícula a medida que aquella querida pionera concientizaba a las familias sobre la necesidad de preparar a sus hijas.

Hoy que me dan la posibilidad de contar, me afloran los recuerdos que yo creía tener dormidos o quizá olvidados.

¡Qué fiestas de la primavera organizábamos!; todo el pueblo participaba y le daba realce a ese tradicional encuentro y el beneficio que se obtenía se lo destinaba a la compra de material para los talleres. Mis chicas provenían en su mayoría de hogares humildes y no tenían oportunidad de viajar para conocer aunque sea ciudades vecinas por lo tanto para sociabilizarlas y afianzar más la amistad entre ellas, se realizaron excursiones primero a la ciudad de Rosario y más tarde a Buenos Aires. Estos viajes despertaban el interés, acrecentaba el conocimiento y afianzaba la personalidad de las alumnas. Con cuantas ansias esperaban estas oportunidades y cuánto trabajaban para recaudar fondos. Y qué decir de los preparativos para el viaje de fin de curso. ¡Viajar a la ciudad de Córdoba!, una proeza , que se lograba organizando festivales, bailes, kermeses, feria de platos durante los fines de semana..

También acuden a mi memoria los festejos de las fiestas patrias; mi patio se llenaba de cintas celestes y blancas, los pizarrones exhibían frases alegóricas para honrar a nuestros próceres o por la llegada de la independencia. Las maestras preparaban discursos, las alumnas escribían poesías y yo vibraba de emoción la misma que siento hoy cuando evoco. Pero hay un detalle que fue importante, nos faltaba la bandera. No podíamos concebir esas fiestas sin ella. Como las otras instituciones, nosotras también merecíamos tenerla, para convocarnos junto al mástil todos los días y e izarla y arriarla al compás de la aurora. Cuánto respeto había por los símbolos patrios.Y como todo lo que nos propusimos, lo logramos. Ya dije que para doña Josefa nada era imposible. Con nuestro esfuerzo y la colaboración de algunos vecinos, logramos recaudar los 230 pesos que costó. Cuando la bendijeron no pude estar presente porque la realizaron en la iglesia LA SUNCIÓN, pero por los comentarios que escuché, fue muy emotivo.Pero no todo terminó allí con orgullo presencié la jura en presencia de sus padrinos. Mi corazón desbordaba de alegría. Otro logro.Hay un señor que figura en las actas amarillentas de la escuela, de quien no puedo olvidarme porque fue uno de los que me ayudaron a reafirmarme primero y engrandecerme más tarde, el Sr Ïtalo Nannini, que como Montelar pensaban en el futuro de los jóvenes de este pueblo. Este hombre que fue diputado, nunca se olvidó de su gente , y gracias a él se pudieron tramitar con más facilidad las gestiones relacionadas con el pago del alquiler de la casa donde funcionábamos, los sueldos de las maestras, los traslados etc. Para agradecerle le hicimos un homenaje del que participaron además de la comunidad educativa numerosos vecinos.Corría el año 1937 y las alumnas día tras día perfeccionaban sus trabajos que exponía con mucho orgullo para fin de año. Esos días próximos a la finalización del ciclo lectivo, la escuela se vestía de colores, el salón grande se abría para exhibir las obras de arte que en mi seno y secretamente, se gestaban para salir a la luz en esa ocasión.Sábanas bordadas, manteles, vestidos, cuadros, veladores, cerámicas, convivían por unos días para ser elogiados por los concurrentes.

Y tan bien se trabajaba que la superioridad nos invitó a participar en la exposición de las escuelas industriales que se llevó a cabo en el palacio del correo de la ciudad de Rosario en el que obtuvimos el segundo premio con mención honorífica.

Mis chicas me trajeron el premio con orgullo, y yo sentía que más no podía pedir, no exponíamos sólo para un grupo de vecinos de un pueblo, sino que habíamos logrado pasar los límites y conquistar otros jurados¿ Se podía pedir más ?.

Pasó el tiempo. El mundo continúo rodando, la moda se actualizaba. Nos invadían los años ´60.Década revolucionaria, se escuchaba a los beatles, los hippies proclamaban el amor y la paz, las faldas se acortaron considerablemente, las mujeres ya no usaban permanente. Se pintaban los ojos, se alargaban las pestañas con rimel. Todo era una novedad. En nuestro país surgía el Club del Clan. Aparecía la televisión.

Mi querida pionera ya no estaba por lo tanto hice frente a los desafíos de esa década rebelde y sorprendente con otros directivos .

Llegaron los ´70, nuevos planes de estudio, nuevos docentes que venían a cubrir a las docentes jubiladas. Chicos y chicas jóvenes, recién iniciados en la docencia, con su carga de sueños para concretar..Los recibí con los brazos abiertos como una abuela sabia y experimentada. En manos de esta nueva generación

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estaba ahora el destino de la institución. Entre sueños alcanzados, exposiciones, otros concursos ganados, algunos perdidos, promoción tras promoción, llegaron los años ´80.

Estábamos con todos los bríos por el retorno a la democracia. Se cambiaron los planes de estudio al mismo tiempo que esta nueva “Escuela de Educación Técnica “, porque así pasamos a llamarnos, incorporaba varones. Éramos una escuela mixta de acuerdo con lo que los tiempos exigían.

Ahora comenzaba a vivir yo misma y a mi edad una experiencia nueva. Tener varones.Si bien me dieron bastante trabajo y me costó adaptarme, aprendí a amarlos como lo había hecho con

las chicas. Pero no todo es rosa en esta vida y un día cuando menos lo esperábamos, unas pocas palabras en un papel cambiarían nuestro destino. Nos desalojaban. Mis paredes estaban impregnadas de nostalgia, de amor, de sabiduría, de risas, de campanas, no podíamos abandonarla. Todo estaba allí. Nuestro pasado, nuestra historia.

Pero de una cosa estaba segura. Mis puertas de ninguna manera se cerrarían. Había que actuar, pedir, rogar, si era necesario. Y llegó así la hora de mudarnos.

Unas pocas cuadras de diferencia, otra casa grande donde yo iba a poner mi alma.Una mañana de mediados de diciembre llegaron los camiones municipales.¡Qué trajín!Padres, alumnos, docentes porteras, todos cargaban nuestro mobiliario y para allá partimos.Entramos en esa casona fría, oscura, vacía para llenarla de vida, calidez, de voces jóvenes, de

esperanza. Allí también se vivieron alegrías, se ganaron concursos, se perdieron otros, hubo encuentros y desencuentros. Recibíamos alumnos y despedíamos promociones, celebramos jubilaciones y les dimos la bienvenida a otros; se estudiaban los nuevos planes de estudio, se realizaban reuniones plenarias, se enseñaba y aprendía en un clima de gran camaradería. Entre la población docente era habitual escuchar decir “la familia de la 650” haciendo alusión a mis docentes y a su buena relación.

Pero a pesar de todo teníamos un problema. Cada vez se hacía más difícil competir con otras escuelas medias de la localidad y la región que tenían el ciclo completo. Conseguir el cuarto y quinto año era la meta a la que nos proponíamos llegar. Difícil pero no imposible. Habíamos tropezado con muchos obstáculos en nuestra vida y no nos íbamos a rendir.

Escuchábamos promesas, aumentábamos la matrícula, mis docentes se perfeccionaban; todo apuntaba a ese objetivo.

Después de golpear muchas puertas, enfrentarnos a tanta burocracia, por fin en 1988, conseguimos lo que tanto necesitábamos. Podíamos ofrecer otra opción los adolescentes de nuestra ciudad y la región tenía una escuela técnica con ciclo completo. Ahora sí me sentía plena.

Pero ya se sabe que en la vida nunca se termina de concretar sueños, ni se agotan las ambiciones. Por eso empezamos a pensar en el edificio propio. Basta de desalojos. Esta alma mía debía tener que dejar de emigrar para establecerse definitivamente en un cuerpo propio.Después de 60 años, mis hijos me retribuyeron con creces el amor que le dí. Recibí el mayor regalo de mi vida. La tierra donde hundir definitivamente mis raíces.

Escuchaba los rumores sobre la construcción. La dirección, integrada por dos mujeres jóvenes de nuestra comunidad, incansablemente organizaba rifas, cenas, festivales para recaudar fondos para la construcción y así ladrillo tras ladrillo, jornada tras jornada tras jornada el sueño fue tomando forma hasta convertirse en desafío.

Fuerza, amor, solidaridad, fe voluntad férrea se conjugaron para transformar lo imposible en posible. La inauguración fue una fría mañana de mayo del año 1997.Las autoridades provinciales, municipales, las instituciones de la ciudad, alumnos docentes cooperadores, padres y vecinos se convocaron frente a mis puertas y nos hicieron llegar sus palabras de augurio para el futuro que a partir de allí íbamos a comenzar a transitar.

Pero me pregunto ¿futuro?. Y la respuesta es no. Esto que hoy se me impone no es aquel futuro con el que todos soñábamos, con el que soñaba nuestra joven y emprendedora directora que poco después de ese histórico día nos dejó para siempre. En su memoria y para homenajearla sus compañeros se afianzaron más que nunca en la difícil tarea educativa.

Hoy me siento agotada. La desigualdad social, la marginación, la exclusión, la desvalorización del saber, como instrumento de progreso, la disgregación familiar,, el falso exitismo, son factores adversos que disminuyeron mi matrícula, al mismo tiempo que avasallaron mi función específica(formar integralmente al alumno) para transformarme en un “parche “ social (escuela comedor, escuela guardería, etc).

Pero a pesar de lo poco que quedó de mi integridad, mi comunidad educativa sigue en pie, apuntalándome para poder cumplir con los ideales que los llevaron a ser DOCENTES.

Estamos de pie, continuamos construyendo, recorriendo caminos, marcando recorridos en nuestra hoja de ruta.

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