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HOJA DE RUTA UNIDAD 4 En esta hoja de ruta encontrarás los textos que están en la Unidad 4 como la página en la que empieza el texto. Bibliografía obligatoria: (PAG 2) FOUCAULT, Michel (1991). Las redes del poder. Editorial Almagesto, colección mínima. Original: Texto desgrabado de la conferencia pronunciada en 1976 en Brasil, editado por la Revista Barbarie. (PAG 15) BOURDIEU, Pierre (1993) Entrevista : La lógica de los Campos. Revista Zona Erógena N° 16 (PAG 29) BOURDIEU, Pierre (2011). Las estrategias de la reproducción social.Parte I Reproducción y dominación. Capítulo 1. Estrategias de reproducción y modos de dominación. Pp 31 a 50 (PAG 51) CASTEL. Robert (2010). El ascenso de las incertidumbres. Trabajo, protecciones, estatuto del individuo. Capítulos: Primera Parte. El trabajo entre servidumbre y libertad: El lugar del derecho. Pp- 59 a 76. CASTEL, Robert (1997) “La sociedad salarial” En Las metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado.Páginas 325-387; Editorial Paidós.

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HOJA DE RUTA UNIDAD 4

En esta hoja de ruta encontrarás los textos que están en la Unidad 4 como la

página en la que empieza el texto.

Bibliografía obligatoria:

● (PAG 2) FOUCAULT, Michel (1991). Las redes del poder. Editorial Almagesto, colección

mínima. Original: Texto desgrabado de la conferencia pronunciada en 1976 en Brasil, editado

por la Revista Barbarie.

● (PAG 15) BOURDIEU, Pierre (1993) Entrevista : La lógica de los Campos. Revista

Zona Erógena N° 16

● (PAG 29) BOURDIEU, Pierre (2011). Las estrategias de la reproducción social.Parte I

Reproducción y dominación. Capítulo 1. Estrategias de reproducción y modos de

dominación. Pp 31 a 50

● (PAG 51) CASTEL. Robert (2010). El ascenso de las incertidumbres. Trabajo,

protecciones, estatuto del individuo. Capítulos: Primera Parte. El trabajo entre

servidumbre y libertad: El lugar del derecho. Pp- 59 a 76.

CASTEL, Robert (1997) “La sociedad salarial” En Las metamorfosis de la cuestión

social. Una crónica del salariado.Páginas 325-387; Editorial Paidós.

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Piere Bourdieu. La Lógica de los Campos.Zona Erógena. Nº 16. 1993.

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ENTREVISTA A PIERE BOURDIEULA LÓGICA DE LOS CAMPOS

P.B. es probablemente el sociólogo francés de mayorreconocimiento en la actualidad. Es Director de Estudios en la Ecoledesd Hautes Etudes en Sciences Sociales. Es autor entre otros, de“Cosas Dichas” y “Sociología y Cultura”.

La noción de campo forma parte, junto con las de habitus ycapital, de los conceptos centrales de su obra, que comprendeestudios sobre los campos artístico y literario, el campo de lasgrandes escuelas, los campos científico y religioso, el campodel poder, el campo jurídico, el campo burocrático, etc. Ustedutiliza la noción de campo en un sentido muy técnico y precisoque está, quizás, en parte ocultado por su significacióncorriente. ¿Podría decir de dónde viene esta noción (para losamericanos evoca, en forma verosímil, la Field theory de KurtLewin), qué sentido le da usted, y cuáles son sus funcionesteóricas?

Como no me gustan mucho las definiciones profesorales, querríacomenzar con un breve excursus sobre su uso. Podría remitir aquí alMétier du sociologue. Es un libro un poco escolar, pero que contienesin embargo principios teóricos y metodológicos que permitiríancomprender que una cantidad de abreviaciones y elipses que quizásse me reprochan son de hecho rechazos concientes y eleccionesdeliberadas. Por ejemplo, el uso de conceptos abiertos es un mediopara romper con el positivismo -pero ésta es una frase hecha. Paraser más preciso, es un medio permanente para recordar que losconceptos no tienen sino una definición sistémica y son concebidospara ponerse en práctica empíricamente de manera sistemática.Nociones tales como habitus, campo y capital pueden definirse, perosolamente en el interior del sistema teórico que constituyen, nuncaen estado aislado.

Dentro de la misma lógica se me pregunta frecuentemente, enEstados Unidos, porqué no propongo teoría «de mediano alcance»(middle-range theory). Pienso que sería en principio una manera desatisfacer una expectativa positivista, a la manera del ya viejo libro

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de Berelson y Steiner (1964) compilación del conjunto de las leyesparciales establecidas por las ciencias sociales. Como lo mostróDuhem hace mucho tiempo en el plano de la física, y luego Quine, laciencia no conoce sino sistemas de leyes. Y lo que es verdadero conrespecto a los conceptos, es verdadero con respecto a las relaciones.Del mismo modo, si uso mucho más el análisis de correspondenciasque el análisis de regresión múltiple, por ejemplo, es porque es unatécnica relacional de análisis de los datos cuya filosofía correspondeexactamente, a lo que es, a mi modo de ver, la realidad del mundosocial. Es una técnica que «piensa» términos de relaciones,precisamente yo intento pensar la noción de campo.

Pensar en términos de campo es pensar relacionalmente (1968b,1982c, pp 41-42). El modo de pensamiento relacional (antes que«estructuralista», más estrecho) es, como lo mostró Cassirer enSubstance et Fonction, la marca distintiva de la ciencia moderna, y sepodría mostrar que se la encuentra tras las empresas científicas tandiferentes, en apariencia, como las del formalista ruso Tynianov, ladel psicólogo Kurt Lewin, la de Norbert Elías y las de los pioneros delestructuralismo en antropología, en lingüística e historia, de Sapir yJakobson a Dumézil y Levi-Strauss. (Lewin invoca explícitamente aCassirer, como yo, para superar el sustancialismo aristotélico queimpregna espontáneamente el pensamiento del mundo social). Yopodría, deformando la famosa fórmula de Hegel, decir que lo real esrelacional: lo que existe en el mundo social son relaciones -nointeracciones o lazos intersubjetivos entre agentes sino relacionesobjetivas que existen «independientemente de las conciencias y delas voluntades individuales», como decía Marx.

En términos analíticos, un campo puede definirse como unatrama o configuración de relaciones objetivas entre posiciones. Esasposiciones se definen objetivamente en su existencia y en lasdeterminaciones que imponen a sus ocupantes, agentes oinstituciones, por su situación (situs) actual y potencial en laestructura de la distribución de las diferentes especies de poder (o decapital), cuya disposición comanda el acceso a los beneficiosespecíficos que están en juego en el campo, y, al mismo tiempo, porsus relaciones objetivas con las otras posiciones (dominación,subordinación, homología, etc.). ‘En las sociedades altamentediferenciadas el cosmos social está constituido por el conjunto deesos microcosmos sociales relativamente autónomos, espacios derelaciones objetivas que son el lugar de una lógica y de una

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necesidad irreductibles a aquellas que rigen los otros campos. Porejemplo, el campo artístico, el campo religioso y el económicoobedecen a lógicas diferentes: el campo económico emergió,históricamente, en tanto que universo en el que, como se dice, «losnegocios son los negocios», business is business, y del que lasrelaciones de parentesco, de amistad y de amor están, en principio,excluidas; el campo artístico, por el contrario, se constituyó en y porel rechazo, o la inversión, de la ley del provecho material (1971d).

Usted utiliza frecuentemente la imagen del «juego» paradar una primera intuición de lo que entiende por campo.

Efectivamente, se puede comparar el campo con un juego(aunque a diferencia de un juego no sea el producto de una creacióndeliberada y no obedezca a reglas, o mejor, regularidades noexplicitadas y codificadas). Tenemos de este modo apuestas que son,en lo esencial, el producto de la competición entre los jugadores; unainvestidura en el juego, illusio (de ludus, juego): los jugadores entranen el juego se oponen, a veces ferozmente, sólo porque tienen encomún el atribuir al juego y a las apuestas una creencia (doxa), unreconocimiento que escapa al cuestionamiento (los jugadoresaceptan, por el hecho de jugar el juego, y no por un «contrato», quevale la pena jugar el juego) y esta connivencia está en el principio desu competición y de sus conflictos. Disponen de triunfos, es decir decartas maestras cuya fuerza varía según el juego: del mismo modoque cambia la fuerza relativa de las cartas según los juegos, lajerarquía de las diferentes especies de capital (económico, cultural,social, simbólico) varía en los diferentes campos. Dicho de otro modo,hay cartas que son válidas, eficientes en todos los campos -son lasespecies fundamentales de capital-, pero su valor relativo en tantoque triunfos varía según los campos, e incluso según los estadossucesivos de un mismo campo. Dando por supuesto que, másfundamentalmente, el valor de una especie de capital -por ejemplo elconocimiento del griego o del cálculo integral- depende de la existen-cia de un juego, de un campo en el que ese triunfo puede serutilizado: un capital o una especie de capital es aquello que eseficiente en un campo determinado, como arma y como apuesta delucha, lo cual permite a su, portador ejercer un poder, una influencia;por lo tanto, existir en un campo determinado, en lugar de ser unasimple «cantidad despreciable». En el trabajo empírico el determinarqué es el campo, cuales son los límites, y determinar qué especies decapital actúan en él, dentro de qué límites ejerce sus efectos, etc., es

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una misma cosa. (Se ve que las nociones de capital y de campo sonestrechamente interdependientes.)

Es en cada momento el estado de las relaciones de fuerza entrelos jugadores lo que define la estructura del campo: se puedeimaginar que cada jugador tiene delante de sí pilas de fichas dediferentes colores, correspondientes a las diferentes especies decapital que posee, de manera tal que su fuerza relativa en el juego,su posición en el espacio de juego, y también sus estrategias dejuego, lo que se llama en francés su « juego» (jeu), los golpes, más omenos riesgosos, más o menos prudentes, más o menos subversivoso conservadores que emprende dependen al mismo tiempo delvolumen global de sus fichas y de la estructura de las pilas de fichas,del volumen global de la estructura de su capital; pudiendo diferir dosindividuos dotados de un capital global más o menos equivalentetanto en su posición como es sus tomas de posición, en tanto queuno tiene (relativamente) mucho capital económico y poco capitalcultural (un patrón de una empresa privada, por ejemplo); y el otrotiene mucho capital cultural y poco capital económico (por ejemplo unprofesor).

Más exactamente, las estrategias de un «jugador» en lo quedefine su juego dependen de hecho no sólo del volumen y de laestructura de su capital en el momento considerado y de las chancesen el juego (Huyghens hablaba de lusiones, siempre de ludus paradefinir las probabilidades objetivas) que ellas le aseguran, sinotambién de la evolución en el tiempo del volumen y la estructura desu capital, es decir de su trayectoria social y de las disposiciones(habitus) que se constituyeron en la relación prolongada con unacierta estructura objetiva de chances.

Y esto no es todo: los jugadores pueden jugar para aumentar oconservar su capital, sus fichas, es decir conformemente a las reglastácitas del juego y a las necesidades de la reproducción del juego yde las apuestas; pero pueden también trabajar para transformar,parcial o totalmente, las reglas inmanentes del juego, cambiar porejemplo el valor relativo de las fichas, la tasa de cambio entrediferentes especies de capital, por estrategias tendientes a desa-creditar la sub-especie de capital sobre la que reposa la fuerza de susadversarios (por ejemplo el capital económico) y a valorizar laespecie de capital de la que ellos están particularmente dotados (porejemplo el capital jurídico). Numerosas luchas en el campo del poderson de este tipo: especialmente las que apuntan a apoderarse de un

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poder sobre el Estado, es decir sobre los recursos económicos ypolíticos que permiten al Estado ejercer un poder sobre todos losjuegos y sobre las reglas que los rigen.

Esta analogía permite ver el lazo entre los conceptos queusted pone en juego en su teoría. Pero es necesario ahoraretomar de manera más precisa ciertas cuestiones. En primerlugar, ¿Cómo se determinan la existencia de un campo y susfronteras?

La pregunta acerca de los límites del campo se formula siempredentro del campo mismo y, en consecuencia, no admite unarespuesta a priori. Los participantes de un campo, por ejemplo lasempresas económicas, los sastres, los escritores, trabajanconstantemente para diferenciarse de sus rivales más próximos, conel objetivo de reducir la competencia y establecer un monopolio sobreun sub-sector particular de campo (habría que corregir esta frase,que sucumbe al «sesgo» teleológico -aquel que me atribuyenfrecuentemente cuando se comprende que hago de la investigaciónde la distinción el principio de las prácticas culturales: todavía unefecto funesto -hay una producción de diferencia que no es en nadael producto de la investigación de la diferencia; hay mucha gente-pienso por ejemplo en Flaubert- para la cual existir dentro de uncampo es, eo ipso, diferir, ser diferente, afirmar la diferencia; estagente estaba frecuentemente dotada de características que hacíanque no debieran estar allí, que debieran haber sido eliminados deentrada; pero cierro el paréntesis); trabajan también para excluir delcampo una parte de los participantes actuales o potenciales,especialmente elevando el derecho de entrada, o imponiendo unacierta definición de la pertenencia: es lo que hacemos, por ejemplo,cuando decimos que X o Y no es un sociólogo, o un verdaderosociólogo, conforme a las leyes inscriptas en la ley fundamental delcampo tal como nosotros la concebimos. Sus esfuerzos para imponery hacer reconocer tal o cual criterio de competencia y de pertenenciapueden resultar más o menos exitosos, según la coyuntura. De estemodo, las fronteras del campo no pueden determinarse sino por unainvestigación empírica. Toman sólo raramente la forma de fronterasjurídicas (con, por ejemplo, el numerus clausus), incluso si loscampos conllevan «barreras a la entrada», tácitas oinstitucionalizadas.

A riesgo de parecer que sacrifico la tautología, diría que se puedeconcebir un campo como un espacio en el que se ejerce un efecto de

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campo, de manera que lo que le ocurre a un objeto que atraviesa esecampo no puede ser explicado completamente por sus solaspropiedades intrínsecas. Los límites del campo se sitúan en el puntoen el que cesan los efectos de campo. En consecuencia, hay quetratar de medir, en cada caso, por medios variados, el punto en elque esos efectos estadísticamente detectables declinan o se anulanen el trabajo de investigación empírica, la construcción de un campono se efectúa por un acto de decisión. Por ejemplo, no creo que elconjunto de las asociaciones culturales (coros, grupos de teatro,clubes de lectura, etc.) de tal Estado americano o de taldepartamento francés constituya un campo. Opuestamente, eltrabajo de Jerome Karabel (1984) sugiere que las principalesuniversidades americanas están ligadas por relaciones objetivas talesque la estructura de esas relaciones (materiales o simbólicas) ejerceefectos en el interior de cada una de ellas. Lo mismo con respecto alos diarios: Michael Schudson (1978) muestra que no es posiblecomprender la emergencia de la idea moderna de «objetividad» en elperiodismo, si no se ve que dicha objetividad aparece en diarioscuidadosos de afirmar su respeto de las normas de respetabilidad,oponiendo las «informaciones» a las simples «noticias» de los órga-nos de prensa menos exigentes. Solamente estudiando cada uno deestos universos puede establecerse cómo están concretamenteconstituidos, dónde terminan, qué forma parte de ellos y qué no, y siconstituyen verdaderamente un campo.

¿Cuáles son los motores del funcionamiento y del cambiodel campo?

El principio de la dinámica de un campo reside en la configuraciónparticular de su estructura, en la distancia entre las diferentes fuerzasespecíficas que se enfrentan en él. Las fuerzas que son activas en elcampo que el analista selecciona de ese hecho como pertinentes,porque producen las diferencias más importantes, son las que definenel capital específico. Como he dicho a propósito del juego y de lostriunfos, un capital no existe ni funciona sino en relación a un campo:confiere un poder sobre el campo, sobre los instrumentosmaterializados o incorporados de producción o de reproducción, cuyadistribución constituye la estructura misma del campo; sobre lasregularidades y las reglas que definen el funcionamiento del campo; ysobre los beneficios que en él se engendran.

Campo de fuerzas actuales y potenciales, el campo es también uncampo de luchas por la conservación o la transformación de la

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configuración de sus fuerzas. Además, el campo, en tanto queestructura de relaciones objetivas entre posiciones de fuerza,sostiene y orienta las estrategias por las cuales los ocupantes de esasposiciones buscan, individual o colectivamente, salvaguardar omejorar su posición e imponer el principio de jerarquización másfavorable a sus propios productos. Dicho de otro modo, lasestrategias de los agentes dependen de suposición en el campo, esdecir en la distribución del capital específico, y de la percepción quetienen del campo, es decir de su punto de vista sobre el campo entanto que vista tomada a partir de un punto dentro del campo.

¿Qué diferencia hay entre un campo y un «aparato» en elsentido de Althusser o un sistema tal como lo concibeLuhmann, por ejemplo?

Una diferencia esencial: en un campo hay luchas, por lo tantohistoria. Soy muy hostil a la noción de aparato que es para mí elcaballo de Troya del funcionalismo de lo peor: un aparato es unamáquina infernal, programada para alcanzar ciertos objetivos. (Esefantasma del complot, la idea de que una voluntad demoníaca esresponsable de todo lo que sucede en el mundo social, frecuenta elpensamiento « crítico»). El sistema escolar, el Estado, la Iglesia, lospartidos políticos o los sindicatos no son aparatos, sino campos. Enun campo, los agentes y las instituciones luchan, siguiendo lasregularidades y las reglas constitutivas de ese espacio de juego (y, enciertas coyunturas, a propósito de esas mismas reglas), con gradosdiversos de fuerza y, por lo tanto, con distintas posibilidades de éxitopara apropiarse de los beneficios específicos que están en juego en eljuego. Los que dominan en un campo dado están en posición dehacerlo funcionar en su provecho, pero deben tener siempre encuenta la resistencia, la protesta, las reivindicaciones, laspretensiones, «políticas» o no, de los dominados.

Ciertamente, en ciertas condiciones históricas, que deben serestudiadas de manera empírica, un campo puede comenzar afuncionar como un aparato. Cuando el dominador logra anular yaplastar la resistencia y las reacciones del dominado, cuando todoslos movimientos se dirigen exclusivamente desde lo alto hacia lobajo, la lucha y la dialéctica constitutivas del campo tienden adesaparecer. Hay historia desde que la gente se rebela, resiste,reacciona. Las instituciones totalitarias -asilos, prisiones, campos deconcentración- o los Estados dictatoriales son tentativas de poner fina la historia. De este modo, los aparatos representan un caso límite,

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algo que puede ser considerado como un estado patológico de loscampos, pero es un límite nunca realmente alcanzado, incluso en losregímenes dichos «totalitarios» más represivos.

En cuanto a la teoría de los sistemas, es verdadero queencontramos en ella un cierto número de parecidos superficiales conla teoría de los campos. Se podría fácilmente retraducir los conceptosde «auto-referencialidad» o de «auto-organización» por lo que yocoloco bajo la noción de autonomía; en los dos casos, es verdad, elproceso de diferenciación y de autonomización juega un rol central.Pero las diferencias entre las dos teorías son sin embargo radicales.En primer lugar, la noción de campo excluye el funcionalismo y elorganicismo: los productos de un campo dado pueden sersistemáticos sin ser productos de un sistema, y en particular de unsistema caracterizado por funciones comunes, una cohesión interna yuna autoregulación -postulados de la teoría de los sistemas quedeben ser rechazados. Si bien es verdad que en el campo literario oen el campo artístico se pueden tratar las tomas de posiciónconstitutivas de un espacio de posibles como un sistema, estas tomasde posición posibles forman un sistema de diferencias, depropiedades distintivas y antagónicas que no se desarrollan según supropio movimiento interno (como implica el concepto de auto-referencialidad), sino a través de los conflictos internos al campo deproducción. El campo es el lugar de relaciones de fuerza -y nosolamente de sentido- y de luchas tendientes a transformarlo y, porlo tanto, el lugar de un cambio permanente. La coherencia que puedeobservarse en un estado dado del campo, su aparente orientaciónhacia una función única (por ejemplo en el caso de las grandes es-cuelas de Francia, la reproducción de la estructura del campo delpoder) son el producto del conflicto y de la competencia, y no de unasuerte de autodesarrollo inmanente de la estructura.

Una segunda diferencia mayor es que un campo no tiene, partes,componentes, cada sub-campo tiene su propia lógica, sus reglas yregularidades específicas, y cada etapa en la división de un campoconlleva un verdadero salto cualitativo (como, por ejemplo, cuandose pasa de un nivel del campo literario en su conjunto al sub-campode la novela o del teatro). Todo campo constituye un espacio dejuego potencialmente abierto, cuyos límites son fronteras dinámicas,que son un juego de luchas en el interior del campo mismo. Uncampo es un juego que nadie ha inventado y que es mucho másfluido y complejo que todos los juegos que puedan imaginarse. Digo

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esto para aprehender plenamente todo lo que separa los conceptosde campo y de sistema, hay que ponerlos en práctica y compararlos através de los objetos empíricos que producen.

Brevemente, ¿cómo debe conducirse el estudio de uncampo, y cuáles son las etapas necesarias en este tipo deanálisis?

Un análisis en términos de campo implica tres momentosnecesarios y conectados entre sí (1971a). En primer lugar, se debeanalizar la posición del campo en relación al campo del poder(1983c), donde ocupa una posición dominada. (O, en un lenguajemucho menos adecuado: los artistas y los escritores, o másgeneralmente los intelectuales, son una «fracción dominada de laclase dominante»). En segundo lugar, se debe establecer laestructura objetiva de las relaciones entre las posiciones ocupadaspor los agentes o las instituciones que están en competencia en esecampo. En tercer lugar, se deben analizar los habitus de los agentes,los diferentes sistemas de disposiciones que han adquirido a travésde la interiorización de un tipo determinado de condiciones sociales yeconómicas y que encuentran en una trayectoria definida en elinterior del campo considerado una ocasión más o menos favorablede actualizarse.

El campo de las posiciones es metodológicamente inseparable delcampo de las tomas de posición, entendido como el sistemaestructurado de las prácticas y expresiones de los agentes. Los dosespacios, el de las posiciones objetivas y el de las tomas de posición,deben ser analizados juntos y tratados como «dos traducciones de lamisma frase», según la fórmula de Spinoza. Dicho esto, en situaciónde equilibrio el espacio de las posiciones tiende a comandar el espaciode las tomas de posición. Las revoluciones artísticas son el resultadode la transformación de las relaciones de poder constitutivas delespacio de las posiciones artísticas, que se vuelve posible por elencuentro de la intención subversiva de una fracción de losproductores con las expectativas de una fracción de su público, esdecir, por una transformación de las relaciones entre el campointelectual y el campo del poder (1987g). Lo que es verdadero para elcampo artístico vale también para otros campos. Se puede de estemodo observar la misma correspondencia entre las posiciones en elcampo universitario en la víspera de mayo del 68 y las posicionestomadas en ocasión de esos acontecimientos, como lo muestro enHomo academicus, o incluso entre las posiciones estratégicas de los

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bancos y empresas en el campo económico y las estrategias que po-nen en práctica en materia de publicidad o de gestión del personal,etc.

Dicho de otro modo, ¿el campo es una mediación capitalentre las condiciones económicas y sociales y las prácticas dequienes forman parte de él?

Las determinaciones que pesan sobre los agentes situados dentrode un campo determinado (intelectuales, artistas, políticos oindustriales de la construcción) no se ejercen nunca directamentesobre ellos, sino solamente a través de la mediación específica queconstituyen las formas y las fuerzas del campo, es decir luego dehaber sufrido una reestructuración (o si se prefiere, una refracción)que es más importante cuanto más autónomo es el campo, es decirque es más capaz de imponer su lógica específica, productoacumulado de una historia particular. Dicho esto, podemos observartoda una gama de homologías estructurales y funcionales entre elcampo de la filosofía, el campo político, el campo literario, etc., y laestructura del espacio social: cada uno de ellos tiene sus dominantesy sus dominados, sus luchas por la conservación o la subversión, susmecanismos de reproducción, etc. Pero cada una de estas ca-racterísticas reviste en cada campo una forma específica, irreductible(pudiendo ser definida una analogía como un parecido en ladiferencia). De este modo, las luchas en el interior del campofilosófico, por ejemplo, están siempre subdeterminadas y tienden afuncionar en una lógica doble. Tienen implicaciones políticas en virtudde la homología de las posiciones que se establecen entre tal y talescuela filosófica, y tal y tal grupo político o social dentro del espaciosocial tomado en su conjunto.

Una tercera propiedad general de los campos es el hecho de queson sistemas de relaciones independientes de las poblaciones quedefinen esas relaciones. Cuando hablo de campo intelectual, sé muybien que, dentro de él, voy a encontrar «partículas» (simulemos porun momento que se trata de un campo físico) que están bajo elimperio de fuerzas de atracción, de repulsión, etc., como en uncampo magnético. Hablar de campo es acordar la primacía a esesistema de relaciones objetivas sobre las partículas. Se podría,retomando la fórmula de un físico alemán, decir que el individuo es,como el electrón, un Ausgeburt des Felds, una emanación del campo.Tal o tal intelectual particular, tal o tal artista no existe en tanto quetal sino porque tiene un campo intelectual o artístico. (Se puede de

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este modo resolver la eterna pregunta, cara a los historiadores delarte, de saber en qué momento se pasa del artesano al artista:pregunta que, formulada en esos términos, está casi desprovista desentido ya que esta transición se hace progresivamente, al mismotiempo que se constituía un campo artístico en la cual algo así comoun artista podía comenzar a existir).

La noción de campo está allí para recordar que el verdaderoobjeto de una ciencia social no es el individuo, el «autor», incluso siun campo no puede construirse sino a partir de individuos, ya que lainformación necesaria para el análisis estadístico está generalmenteligada a individuos o instituciones singulares. Es el campo lo que debeestar en el centro de las operaciones de investigación, esto no implicade ninguna manera que los individuos sean puras «ilusiones», que noexistan. Pero la ciencia los construye como agentes, y no comoindividuos biológicos, actores o sujetos; estos agentes se constituyensocialmente como activos y actuantes en el campo por el hecho deque poseen las cualidades necesarias para ser eficientes en él, paraproducir efectos en él. E incluso a partir del conocimiento del campoen el que están insertos se puede aprehender mejor aquello que hacea su singularidad, su originalidad, su punto de vista como posición(dentro de un campo), a partir de la cual se instituye su visiónparticular del mundo, y del campo mismo...

Lo cual se explica por el hecho de que a cada momento hayalgo así como un derecho de entrada que todo campo imponey que define el derecho a participar, seleccionando así ciertosagentes y no otros

La posesión de una configuración particular de propiedades es loque legitima el derecho de entrar en un campo. Uno de los objetivosde la investigación es identificar esas propiedades activas, esascaracterísticas eficientes, es decir, esas formas de capital específico.Estamos así ubicados frente a una especie de círculo hermenéutico:para construir el campo, hay que identificar las formas de capitalespecífico que serán eficientes en él, y para construir esas formas decapital específico, hay que conocer la lógica específica del campo. Esun vaivén incesante, dentro del proceso de investigación, largo ydifícil.

Decir que la estructura del campo -habrán notado que heconstruido progresivamente una definición del concepto- está definidapor la distribución de las especies particulares de capital que sonactivas en él es decir que, cuando mi conocimiento de las formas de

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capital es adecuado, puedo diferenciar todo lo que hay quediferenciar. Por ejemplo, y allí está uno de los principios que haguiado mi trabajo sobre los profesores de universidad, no podemossatisfacernos con un modelo explicativo que sea incapaz dediferenciar personas, o mejor, posiciones que la intuición ordinaria deluniverso particular opone muy fuertemente, y debemos interrogarnossobre las variables olvidadas que permitirían distinguirlos,(paréntesis: la intuición ordinaria es totalmente respetable;simplemente hay que estar seguro de no hacerla intervenir en elanálisis sino de manera conciente y razonada, y de controlarempíricamente su validez, a diferencia de esos sociólogos que lautilizan inconcientemente, como cuando construyen esas especies detipologías dualistas que critico en el principio de Homo academicus,tales como «intelectual universal» por oposición a «local»).

Último punto: los agentes sociales no son «particulares»mecánicamente atraídos y empujados por fuerzas exteriores. Sonmás bien portadores de capital y, según su trayectoria y la posiciónque ocupan en el campo en virtud de su dotación en capital (volumeny estructura), tienen propensión a orientarse activamente, ya seahacia la conservación de la distribución del capital o hacia lasubversión de dicha distribución. Las cosas no son tan simples,evidentemente, pero pienso que es una proposición muy general, quevale para el espacio social en su conjunto, sin embargo no implicaque todos los poseedores de un gran capital sean automáticamenteconservadores.

¿Podría precisar qué es lo que entiende por la «doblerelación oscura» entre el habitus y el campo y cómo funciona?

La relación entre el habitus y el campo es en primer lugar unarelación de condicionamiento: el campo estructura el habitus, que esel producto de la incorporación de la necesidad inmanente de esecampo o de un conjunto de campos más o menos concordantes-pudiendo estar las discordancias al principio expresadas bajo la for-ma de habitus divididos, hasta destrozados. Pero es también unarelación de conocimiento o de construcción cognitiva: el habituscontribuye a constituir el campo como mundo significativo, dotado desentido y de valor, en el cual vale la pena invertir su energía, de estose siguen dos cosas: en primer lugar, la relación de conocimientodepende de la relación de condicionamiento que la precede y que daforma a las estructuras del habitus; en segundo lugar, la cienciasocial es necesariamente un «conocimiento de un conocimiento» y

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debe hacer lugar a una fenomenología sociológicamente fundadasobre la experiencia primaria del campo.

La existencia humana, el habitus como social hecho cuerpo, esesa cosa del mundo por la cual hay un mundo: «el mundo mecomprende, pero yo lo comprendo», más o menos esto decía Pascal.La realidad social existe, por decirlo de algún modo, dos veces, en lascosas y en los cerebros, en los campos y en los habitus, en el exteriory en el interior de los agentes. Y, en cuando el habitus entra enrelación con un mundo social del que es producto, es como un pez enel agua y el mundo se le aparece como obvio. Podría, para que mecomprendan, prolongar las palabras de Pascal: el mundo mecomprende, pero yo lo comprendo; es porque él me ha producido,porque ha producido las categorías que le aplico, que se me aparececomo obvio, evidente. En la relación entre el habitus y el campo, lahistoria entra en relación consigo misma: es una verdaderacomplicidad ontológica que, como Heidegger y Merleau-Ponty losugirieron, une el agente (que no es un sujeto o una conciencia, ni elsimple ejecutante de un rol, o la actualización de una estructura o deuna función) y el mundo social (que no es nunca una simple cosa,incluso si debe ser construido como tal durante la fase objetivista dela investigación (1980d, p. 6)). Esta relación de conocimiento prácticono se establece entre un sujeto y un objeto constituido como tal yformulado como un problema. Siendo el habitus lo social incorporado,está «como en su casa» dentro del campo que habita, que percibeinmediatamente como dotado de sentido a interés. El conocimientopráctico que procura puede describirse por analogía con la phronèsisaristotélica o, mejor, con la orthè doxa de la que habla Platón en elMénon: del mismo modo que la «opinión recta» «cae sobre loverdadero», de alguna manera, sin saber cómo ni porqué, lacoincidencia entre las disposiciones y la posición, entre el sentido deljuego y el juego, conduce al agente a hacer lo que tiene que hacersin proponerlo explícitamente como un objetivo, de este lado delcálculo e incluso de la conciencia, de este lado del discurso y de larepresentación.

Sustituyendo la relación construida entre el habitus y elcampo por la relación aparente entre el «actor» y la«estructura», lleva el tiempo al corazón del análisissociológico y, a contrario, revela las insuficiencias de laconcepción destemporalizada de la acción de las visionesestructuralistas o racionalistas de la acción.

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La relación entre el habitus y el campo, concebidos como dosmodos de existencia de la historia, permite fundar una teoría de latemporalidad que rompe simultáneamente con dos filosofíasopuestas: por un lado, la visión metafísica que trata el tiempo comouna realidad en sí, independiente del agente (con la metáfora del río)y, por el otro, una filosofía de la conciencia. Lejos de ser unacondición a priori y trascendental de la historicidad, el tiempo esaquello que la actividad práctica produce en el acto mismo por el cualse produce a sí misma. Porque la práctica es producto de un habitusque es a su vez producto de la incorporación de las regularidadesinmanentes y de las tendencias inmanentes del mundo; contiene enella misma una anticipación de esas tendencias y de esasregularidades, es decir una referencia no thética a un futuro inscriptoen la inmediatez del presente. El tiempo se engendra en laefectuación misma del acto (o del pensamiento) como actualizaciónde una potencialidad que es, por definición, presentificación de un noactual y despresentificación de un actual, lo mismo que el sentidocomún describe como el «paso» del tiempo. La práctica no constituye(salvo excepciones) el futuro como tal, dentro de un proyecto o unplan armados por un acto de voluntad conciente y deliberada. La ac-tividad práctica, en la medida en que tiene sentido, en que esrazonable, es decir engendrada por habitus que están ajustados a lastendencias inmanentes del campo, trasciende el presente inmediatopor la movilización práctica del pasado y la anticipación práctica delfuturo inscripto en el presente en estado de potencialidad objetiva. Elhabitus se temporaliza en el acto mismo a través del cual se realizaporque implica una referencia práctica al futuro implicado en elpasado del que es producto. Habría que precisar, afinar y diversificareste análisis, pero quería solamente hacer entrever cómo la teoría dela práctica condensada en las nociones de campo y de habituspermite desembarazarse de la representación metafísica del tiempo yde la historia como realidades en sí mismas, exteriores y anteriores ala práctica, sin abrazar por ello la filosofía de la conciencia, quesostiene las visiones de la temporalidad que se encuentran en Husserlo en la teoría de la acción racional.

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parte iReproducción y dominación

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1. Estrategias de reproducción y modos de dominación

Una de las preguntas fundamentales respecto del mundo so-cial es la de saber por qué y cómo ese mundo dura, persevera en el ser, cómo se perpetúa el orden social, vale decir, el conjunto de relaciones de orden que lo constituyen. Para dar una respuesta veraz a esta pre-gunta, hay que rechazar tanto la visión “estructuralista”, según la cual las estructuras, portadoras del principio de su propia perpetuación, se reproducen con la colaboración obligada de agentes sometidos a sus constricciones, cuanto la visión interaccionista o etnometodológica (o, en términos más amplios, marginalista), según la cual el mundo social es producto de los actos de construcción que en cada momento realizan los agentes, en una suerte de “creación continua”. Para expresarlo de otro modo: hay que recusar la cuestión de saber si las señales de sumisión que los subordinados acuerdan permanentemente a sus superiores constitu-yen y reconstituyen sin cesar la relación de dominación o si, a la inversa, la relación objetiva de dominación impone los signos de sumisión. De hecho, el mundo social está dotado de un conatus, como decían los filó-sofos clásicos –de una tendencia a perseverar en el ser, de un dinamismo interno, inscrito, a la vez, en las estructuras objetivas y en las estructuras “subjetivas”, las disposiciones de los agentes–, y está continuamente man-tenido y sostenido por acciones de construcción y de reconstrucción de las estructuras que en principio dependen de la posición ocupada en las estructuras por quienes las llevan a cabo. Toda sociedad reposa sobre la relación entre esos dos principios dinámicos, que varían en importancia según las sociedades y están inscritos, uno en las estructuras objetivas, y más precisamente en la estructura de distribución del capital y en los me-canismos que tienden a garantizar su reproducción; el otro, en las dispo-siciones (a la reproducción). En la relación entre estos dos principios se definen los diferentes modos de reproducción, en especial las estrategias de reproducción que los caracterizan.

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32 las estrategias de la reproducción social

Antes de embarcarme en las abstracciones, inevitables, de la tentativa de formalización o, si no resulta demasiado enfático, de axiomatización a la cual voy a entregarme frente a ustedes,* querría recordar sucintamente las condiciones en que han nacido y se han desarrollado las reflexiones teóricas que me han llevado a crear el concepto de sistema de estrategias de reproducción. Considero necesario, especialmente en presencia de un auditorio que en su mayoría pertenece a otra disciplina (la historia) y a otra tradición intelectual nacional, explicitar el contexto histórico en el cual (y contra el cual) me he animado a pensar todo un tipo de acciones como estrategias (y no como puesta en acto de reglas) objetivamente orientadas hacia la reproducción de ese cuerpo social que es la familia (o el “hogar”) y constitutivas de un sistema.

Pero más que los malentendidos inherentes a la comunicación inter-disciplinaria e internacional, temo los que pueden resultar de la desrea-lización que produce la formalización. He pensado con frecuencia, por ejemplo, que el pensamiento de Max Weber ha debido sufrir mucho a causa de las lecturas teoricistas favorecidas por las tentativas de formaliza-ción que él presentó, hacia el final de su vida, en Wirschaft und Gesellchaft [Economía y sociedad], y que sin duda gran parte de las deformaciones que ha sufrido su obra se habrían evitado si muchos de sus lectores (es-pecialmente Talcott Parsons) hubieran tenido una visión más exacta del contexto histórico específico (el espacio de las posibilidades científicas) con relación a la cual aquella se constituyó, así como de las investiga-ciones históricas en las cuales se había cimentado. Además, dado que los principios de error contra los cuales se han construido no dejan de estar vigentes, los conceptos más rigurosamente controlados continúan expuestos a utilizaciones descuidadas y superficiales, que tienden a des-truir el poder de ruptura que aquellos encierran: eso sucede día a día con nociones como capital cultural o capital simbólico.

No me es fácil reconstituir de manera exacta el espacio de los posibles teóricos frente al cual estaba situado cuando en los años sesenta comen-cé a interesarme, a propósito del caso de la Kabila y de Béarn, en la lógica de los intercambios matrimoniales y de las prácticas sucesorias. Lo cierto es que dicho espacio estaba dominado por la perspectiva estructuralista que, a favor de la ambigüedad de la noción de regla, podía dar las apa-riencias de una revolución teórica a una restauración del juridicismo, que

* Este texto es una transcripción del curso dictado en Gotinga el 23 de sep-tiembre de 1993.

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desde el origen acechaba en las investigaciones etnológicas en materia de teorías del parentesco, como lo ha mostrado muy bien Louis Dumont, pero también y sobre todo en materia de teorías de restitución de bienes. Representativa de esta visión es la lectura que Emmanuel Le Roy Ladurie hará de los trabajos de Jean Yver, que lleva a definir áreas geográficas en cuyo seno se imponen normas sucesorias inflexibles que no dan cabida a conciliaciones o negociaciones.1 Sin duda porque era partícipe de este mood teórico, indiscutiblemente ligado al prestigio extraordinario que entonces poseía −en la opinión de todos los investigadores en ciencias sociales− la obra de Claude Lévi-Strauss, muy especialmente Las estruc-turas elementales del parentesco, yo había intentado, en un primer trabajo sobre el caso de Béarn, construir un modelo que vinculase las estrategias matrimoniales con las tradiciones sucesorias.2 Sin embargo, un estudio más profundo de matrimonios concretos, y en particular de casos de ca-samientos desiguales, tanto en la Kabila como en Béarn, paulatinamente me había llevado a poner en duda la visión estructuralista, que quizá debía parte de su seducción al hecho de que tendía a reducir el funcio-namiento social a una suerte de mecanismo de relojería, y a hacer del etnólogo −quien engendraba ese mecanismo− una suerte de Dios relo-jero, exterior y superior a su creación. En efecto, me parecía, tanto en el caso de la Kabila como en el caso de Béarn, que la norma oficial −el “casamiento preferencial” con la prima paralela o el derecho de primo-genitura− apenas era una de las constricciones, y no la más imperativa, que los agentes debían considerar a la hora de concebir sus estrategias sucesorias o matrimoniales; y que por tanto era necesario abandonar la visión desde lo alto y la “mirada distante” que caracterizaban la visión estructuralista para situarse, con un cambio radical de “paradigma” (en el sentido de Kuhn), simbolizado por el recurso a la noción de estrategia, en el principio mismo de la práctica, en el punto de vista de los agentes.

1 Cf. J. Yver, Égalité entre héritiers et exclusion des enfants dotés. Essai de géographie coutumière, París, Sirey, 1966; E. Le Roy Ladurie, “Structures familiales et cou-tumes d’héritage en France au XVIe siècle: système de la coutume”, Annales ESC, nº 4-5, 1972, pp. 825-846, reproducido en Le territoire de l’historien, París, Gallimard, pp. 222-251.

2 Cf. P. Bourdieu, “Célibat et condition paysanne”, Études rurales, nº 5-6, 1962, pp. 32-136 [“Celibato y condición campesina”, en El baile de los solteros, Barcelona, Anagrama, 2004, pp. 17-127]. Respecto de este trabajo y su con-tinuación y perfeccionamiento en la tradición etnológica, véase el número especial de la revista Études Rurales: La terre, succession et héritage, 1988, pp. 110-113.

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34 las estrategias de la reproducción social

Eso no quiere decir, como a veces ha sugerido Lévi-Strauss, en su con-ciencia, mediante una regresión hacia una fenomenología subjetivista, que sirve de fundamento a una visión ingenuamente “espontaneísta” del orden social.3 Ese cambio en la relación con los agentes –menos distan-te− y con la práctica –menos “intelectualista”− implicaba una transforma-ción profunda de la mirada sobre las prácticas, es decir, la construcción de una teoría de la práctica fundada sobre una teoría reflexiva de la mirada teórica (o del scholastic bias) que implicaba una transformación profunda en la manera de efectuar la investigación acerca de las estrate-gias matrimoniales y sucesorias. Así, en el caso de Kabila, por ejemplo, junto con Abdelmalek Sayad he podido demostrar que ese elemento fun-damental del capital simbólico, el nombre, era la apuesta de estrategias extremadamente complejas, tanto entre los ascendientes como entre los descendientes –estrategias que otros han podido observar en lugares y tradiciones muy diferentes–.4 Hablar de apuesta, de lo que está en jue-go, es abandonar la lógica mecanicista de la estructura en favor de la lógica dinámica y abierta del juego, y obligarse a tomar en cuenta, para comprender cada nueva jugada, la serie completa de jugadas anteriores, tanto en materia matrimonial como en materia sucesoria. En resumen, es obligarse a reintroducir el tiempo –que Leibniz definía como “el or-

3 La noción de estrategia, tal como la he empleado, tenía como primera virtud notar las coacciones estructurales que pesan sobre los agentes (contra ciertas formas de individualismo metodológico) y a la vez la posibilidad de respues-tas activas a esas coacciones (contra cierta visión mecanicista, propia del estructuralismo). Como indica la metáfora del juego, en gran medida esas constricciones están inscriptas en el capital disponible (bajo sus diferentes formas), es decir, en la posición que cierta unidad ocupa en la estructura de la distribución de ese capital, y por tanto, en la correlación de fuerzas con otras unidades. En ruptura con el uso dominante de esa noción, que considera las estrategias expectativas conscientes y a largo plazo de un agente individual, yo utilizaba ese concepto para designar los conjuntos de acciones ordenadas en procura de objetivos a más o menos largo plazo, y no necesariamente planteadas como tales, que los miembros de un colectivo tal como la familia producen. (Cf. P. Bourdieu, “Les stratégies matrimoniales dans le système de reproduction”, Annales ESC, nº 4-5, 1972, pp. 1105-1127 [“Las estrategias ma-trimoniales en el sistema de las estrategias de reproducción”, en El baile de los solteros, Barcelona, Anagrama, 2004, pp. 167-210]; C. Lévi-Strauss, “L’ethno-logie et l’histoire”, Annales ESC, nº 6, 1983, pp. 1217-1231; P. Bourdieu, “De la règle aux stratégies”, en Choses dites, París, Minuit, 1987, pp. 75-93 [Cosas dichas, Buenos Aires, Gedisa, 1988]).

4 P. Bourdieu, Esquisse d’une théorie de la pratique, Ginebra, Droz, 1966, pp. 82-83, 133-137; Christiane Klapisch-Zuber, La Maison et le Nom. Stratégies et rituels dans l’Italie de la Renaissance, París, École des Hautes Études en Sciences Sociales, 1990.

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den de las sucesiones”− y también, a la manera de los agentes mismos, el conjunto (o sistema) de estrategias de toda índole, matrimoniales y sucesorias, pero también económicas, educativas, etc., que residen en el principio del estado del juego y del poder sobre el juego y, merced a este, de toda nueva estrategia.

El corpus de propuestas teóricas que intentaré exponer se apoya, pues, sobre una gran serie de análisis históricos completamente específicos de las estrategias que, en contextos muy diferentes, agentes muy diferentes –campesinos kabilas o bearneses, señores de la industria preocupados por asegurar la perpetuación de su empresa o empleados deseosos de trans-mitir su capital cultural asegurando su conversión en capital escolar− po-nen en práctica, y por cuyo intermedio se efectúa el conatus de unidad doméstica. Al igual que los análisis llamados etnológicos que he llevado a cabo respecto de Béarn o de la Kabila, que no han dejado de orientar mis investigaciones sobre las estrategias educativas que actualmente las diferentes categorías sociales ponen en práctica en todas las sociedades avanzadas para reproducir su posición en el espacio social, esos análisis que se da en llamar sociológicos me han permitido comprender más ade-cuadamente las transformaciones de las estrategias matrimoniales de las sociedades campesinas que han sido determinadas por la unificación del mercado de los bienes simbólicos y por la transformación profunda de los mecanismos de reproducción ligados al incremento extraordinario de la incidencia del sistema escolar.5

Puede trazarse una suerte de panorama de las grandes clases de estrategias de reproducción (engendradas por esas disposiciones) que se encuentran en todas las sociedades, si bien con diferente incidencia (especialmen-te según el grado de objetivación del capital) y bajo formas que varían según la índole del capital que se trata de transmitir y el estado de los mecanismos de reproducción disponibles (por ejemplo, las tradiciones sucesorias). Esta construcción teórica permite restaurar en el análisis científico la unidad de prácticas que diferentes ciencias (derecho, demo-grafía, economía, sociología) casi siempre aprehenden en orden disper-so y por separado.

5 Cf. P. Bourdieu, “Reproduction interdite. La dimension symbolique de la domination économique”, Études Rurales, nº 113-114, 1989, pp. 15-36 [“Prohi-bida la reproducción. La dimensión simbólica de la dominación económica”, en El baile de los solteros, Barcelona, Anagrama, 2004, pp. 211-242] y “Le patro-nat”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, nº 21, 1978, pp. 3-82.

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36 las estrategias de la reproducción social

Por interdependientes y entremezcladas que resulten en la práctica, es posible distribuir las estrategias de reproducción en algunos tipos de mayor alcance. Entre las estrategias de inversión biológica, las más im-portantes son las estrategias de fecundidad y las estrategias profilácticas. Las primeras son estrategias a muy largo plazo, que comprometen el futu-ro entero del linaje y de su patrimonio, y que apuntan a controlar la fecundidad, es decir, a aumentar o a reducir el número de hijos y, por ello, la fuerza del grupo familiar, pero también la cantidad de potencia-les pretendientes del patrimonio material y simbólico: especialmente según la condición de los recursos disponibles, pueden echar mano de modalidades directas, con las técnicas de limitación de los nacimientos, o indirectas, por ejemplo con el matrimonio tardío o el celibato, que tiene la doble ventaja de impedir la reproducción biológica y de excluir (al menos de hecho) de la herencia (esa función cumple la orientación al sacerdocio de algunos de los hijos en las familias aristocráticas o bur-guesas bajo el Antiguo Régimen, o del celibato de los hijos más jóvenes en ciertas tradiciones campesinas que favorecen al primogénito). Las estrategias profilácticas están destinadas a preservar el patrimonio bio-lógico asegurando los cuidados continuos o discontinuos destinados a mantener la salud o a mantener alejada la enfermedad y, en térmi-nos más amplios, asegurando una administración razonable del capital corporal.

Las estrategias sucesorias apuntan a garantizar la transmisión del patri-monio material entre las generaciones con el mínimo de desperdicio posible dentro de los límites de las posibilidades ofrecidas por la costum-bre y el derecho –aunque fuese recurriendo a todos los artificios y todos los subterfugios disponibles dentro de los límites del derecho o a todos los manejos ilegales (como la transmisión directa e invisible de activos líquidos o de objetos). Estas estrategias se especifican según la forma de capital que se ha de transmitir y, por tanto, según la composición del patrimonio.

Las estrategias educativas, entre ellas el caso específico de las estrategias escolares de las familias o de los hijos escolarizados, son estrategias de inversión a muy largo plazo, no necesariamente percibidas como tales, y no se reducen, como cree la economía del “capital humano”, sólo a su dimensión económica, o incluso monetaria: en efecto, tienden ante todo a producir agentes sociales dignos y capaces de recibir la herencia del grupo. Eso sucede, en especial, con el caso de las estrategias “éticas” que apuntan a inculcar la sumisión del individuo y de sus intereses al grupo y a sus intereses superiores; así, cumplen una función fundamental, ase-

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gurando la reproducción de la familia que de por sí es el “sujeto” de las estrategias de reproducción.

Las estrategias de inversión económica, en el sentido amplio del término, tienden a la perpetuación o el aumento del capital bajo sus diferentes for-mas. En efecto, a las estrategias de inversión económica en sentido acota-do, es necesario agregar las estrategias de inversión social, orientadas hacia la instauración o el sostenimiento de relaciones sociales directamente utili-zables o movilizables, a corto o a largo plazo, es decir, hacia su transforma-ción en obligaciones duraderas, subjetivamente percibidas (sentimientos de reconocimiento, de respeto, etc.) o institucionalmente garantizadas (de-rechos), y, por lo tanto, en capital social y en capital simbólico, producido por la alquimia del intercambio –de dinero, de trabajo, de tiempo, etc.− y por todo un trabajo específico de sostenimiento de las relaciones. Entre las de inversión económica, en el caso especial de las estrategias matrimonia-les debe asegurarse la reproducción biológica del grupo sin amenazar su reproducción social mediante casamientos desiguales, y ocuparse del man-tenimiento del capital social, mediante la alianza con un grupo al menos equivalente bajo todos los aspectos socialmente pertinentes.

Las estrategias de inversión simbólica son todas las acciones que apuntan a conservar y a aumentar el capital de reconocimiento (en los diferentes sentidos), propiciando la reproducción de los esquemas de percepción y de apreciación más favorables a sus propiedades y produciendo las accio-nes susceptibles de apreciación positiva según esas categorías (por ejem-plo, mostrar la fuerza para no tener que valerse de ella). Las estrategias de sociodicea, que son un caso especial dentro de este tipo, apuntan a legitimar la dominación y su fundamento (es decir, la especie de capital sobre la cual reposa), naturalizándolos.

Las estrategias de reproducción tienen por principio, no una inten-ción consciente y racional, sino las disposiciones del habitus que espontá-neamente tiende a reproducir las condiciones de su propia producción. Ya que dependen de las condiciones sociales cuyo producto es el habitus −es decir, en las sociedades diferenciadas, del volumen y de la estructura del capital poseído por la familia (y de su evolución en el tiempo)−, tien-den a perpetuar su identidad, que es diferencia, manteniendo brechas, distancias, relaciones de orden; así, contribuyen en la práctica a la repro-ducción del sistema completo de diferencias constitutivas del orden so-cial.6 Las estrategias de reproducción engendradas por las disposiciones

6 En efecto, el habitus tiende a perpetuarse según su determinación interna,

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a la reproducción inherentes al habitus pueden ir a la par de estrategias conscientes, individuales y a veces colectivas, que, casi siempre inspiradas por la crisis del modo de reproducción consolidado, no necesariamente contribuyen a la realización de los fines a los cuales tienden.

Las estrategias de reproducción constituyen un sistema y, por ello, se ubican en el origen de los reemplazos funcionales y efectos compensa-torios ligados a la unidad de función: por ejemplo, las estrategias matri-moniales pueden suplir las fallas de las estrategias de fecundidad. Visto que se aplican en diferentes puntos del ciclo de vida y que este constituye un proceso irreversible, las diferentes estrategias de reproducción están también cronológicamente articuladas, y cada una de ellas debe en cada mo-mento tener en cuenta los resultados alcanzados por aquella que la ha precedido o que tiene un alcance temporal más breve: así, por ejemplo, en la tradición bearnesa, las estrategias matrimoniales dependían muy directamente de las estrategias de fecundidad de la familia, por inter-medio de la cantidad y del sexo de los hijos, potenciales pretendientes de una “dote” o de una compensación; pero también de las estrategias educativas, cuyo éxito era la condición para implementar las estrategias tendientes a apartar de la herencia a las hijas y a los hijos más jóvenes (a unas mediante el matrimonio apropiado y a los otros mediante el celiba-to o la emigración); y, por último, dependían de las estrategias estricta-mente económicas tendientes, entre otras cosas, a preservar o aumentar el patrimonio. Esta interdependencia se extendía durante varias gene-raciones, de modo que durante mucho tiempo una familia podía estar constreñida a imponerse duros sacrificios para compensar las “salidas” que habían sido necesarias para “dotar” en tierras o en dinero a una familia demasiado numerosa o para restablecer la posición material −y sobre todo simbólica− del grupo después de un casamiento desigual.7 Esos mismos análisis se aplican a las grandes familias aristocráticas y a las familias reales, cuyas estrategias domésticas se vuelven asuntos de Estado (guerras de sucesión, etcétera).8

afirmando su autonomía con respecto a la situación (en lugar de someterse a la determinación directa del entorno, como la materia).

7 Cf. de P. Bourdieu los ya citados “Célibat…” y “Les stratégies…”.8 Para otros ejemplos, cf. la bibliografía de Marie-Christine Zalem, Études Ru-

rales, nº 110-112, 1988, pp. 325-357, y también Kojima Hiroshi, “A Demogra-phic Evaluation of P. Bourdieu’s ‘Fertility Strategy’”, The Journal of Population Problems, 45 (4), 1990, pp. 52-58.

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Una historia comparada de los sistemas de estrategias de reproduc-ción social debe tomar en cuenta, por una parte, la composición del patrimonio que se ha de transmitir, es decir, el peso relativo de las diferen-tes formas de capital, y, por otra parte, el estado de los mecanismos de reproducción (mercado, especialmente mercado del trabajo; derecho, especialmente derecho sucesorio o de propiedad; institución escolar y título escolar, etcétera). Por ejemplo, el peso determinante que posee el capital simbólico en el patrimonio de los campesinos kabilas (a causa de la tradición de indivisión de la tierra y del sitio conspicuo otorgado a los valores de honor, y por ende a la reputación del grupo) hace de esta so-ciedad una suerte de laboratorio que permite estudiar las estrategias de acumulación, reproducción y transmisión del capital simbólico: las estra-tegias que he analizado en torno a la transmisión de los nombres de los antepasados prestigiosos, o la importancia, a primera vista desmesurada, que se otorga a los juegos de honor se explican, sin duda, por el hecho de que la acumulación de capital simbólico, forma extremadamente frá-gil y lábil de capital, representa la forma principal de acumulación.9 Es-tas estrategias reaparecen entre los campesinos bearneses, preocupados por conservar, aumentar y transmitir el nombre y renombre de la maison [“casa”, “familia”], pero se ven complicadas por el hecho de que la tierra poseída fija un límite a las estrategias, y en particular al nivel de exagera-ción que autoriza la lógica de los juegos simbólicos.10 Otras constriccio-nes −especialmente jurídicas, pero también políticas− concurren a dar su fisonomía particular a las estrategias de las familias reales o aristocráticas, aunque la familiaridad con las estrategias de las “casas” campesinas per-mite comprender de inmediato el principio que las guía.11

Sin embargo, las diferentes estrategias de reproducción no pueden de-finirse acabadamente si no es en relación con mecanismos de reproduc-ción, institucionalizados o no. El sistema de estrategias de reproducción de una unidad doméstica depende de los beneficios diferenciales que puede esperar de las diferentes inversiones en función de los poderes efectivos sobre los diferentes mecanismos institucionalizados (mercado económico, mercado escolar, mercado matrimonial) que le aseguran el volumen y la estructura de su capital. Especialmente debido a la estruc-

9 Cf. P. Bourdieu, Esquisse…, ob. cit.10 Cf. P. Bourdieu, “Célibat…”, ob. cit., y Le Sens pratique, París, Minuit, 1980 [El

sentido práctico, Buenos Aires, Siglo XXI, 2008].11 Cf. P. Bourdieu, “Esprits d’État”, Actes de la Recherche en Sciences Sociales, nº 96-

97, 1993, pp. 49-52.

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tura de las posibilidades diferenciales de beneficio que objetivamente ofrecen a sus inversiones los diferentes mercados sociales, se imponen sistemas de preferencias (o de intereses) diferentes y propensiones total-mente distintas a invertir en los diferentes instrumentos de reproducción. Por ejemplo, tanto en Francia como en Inglaterra, el largo período de tran-sición del Estado dinástico al Estado burocrático está marcado en su to-talidad por la lucha entre quienes no desean conocer ni reconocer otra cosa que las estrategias de reproducción de base familiar (los hermanos del rey), fundadas sobre los lazos de sangre, y quienes invocan las es-trategias de reproducción burocráticas (los ministros del rey), fundadas sobre la transmisión escolar del capital cultural. En nuestras sociedades, donde se encuentran disponibles diferentes instrumentos de reproduc-ción, la estructura de distribución de poderes sobre los instrumentos de reproducción es el factor que determina el rendimiento diferencial que estos últimos están en condiciones de ofrecer a las inversiones de los diferentes agentes y, por ello, de la reproductibilidad de su patrimonio y de su posición social. Y, por lo tanto, también de la estructura de sus propensiones diferenciales a invertir en los diferentes mercados. Se ha demostrado, por ejemplo, que el sistema escolar sólo puede contribuir a la reproducción de la estructura social −y, más precisamente, de la estruc-tura de distribución del capital cultural− destinando a los niños a una eli-minación tanto más probable cuanto provengan de familias más despro-vistas de capital cultural, en la medida en que esos niños (y sus familias) tengan mayores posibilidades de presentar disposiciones que los vuelvan proclives a la autoeliminación (como la indiferencia o la resistencia con-tra las instigaciones escolares) si están situados en una posición más des-favorecida en la estructura de distribución del capital cultural.12

De igual modo, actualmente se advierte −en el seno del campo del poder e incluso en el seno del campo del poder económico− la oposi-ción de agentes que, en función de la estructura del capital que poseen −más bien económico o más bien cultural− se orientan hacia estrategias de reproducción fundadas sobre la inversión en la economía o sobre la

12 Esto también lleva a abolir la distinción corriente entre métodos cuantitativos y métodos cualitativos: a decir verdad, dichos mecanismos son demostra-bles sólo a condición de efectuar simultáneamente el análisis que puede denominarse cualitativo de las disposiciones –por ejemplo, los esquemas de percepción y de evaluación que los agentes individuales ponen en práctica en su elección de una disciplina− y el análisis estadístico de las estructuras, por ejemplo, las distribuciones entre las diferentes disciplinas según sexo y origen social.

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inversión en la escuela: así, por un lado, entre los “jefes de familia”, se da la transmisión −enteramente controlada por la familia− de un derecho de propiedad hereditario y, por el otro, la transmisión −más o menos asegurada y controlada por el Estado− de un poder vitalicio, fundado sobre el título escolar que, a diferencia del título de propiedad o del título de nobleza, no es transmisible por herencia. En términos más generales, la propensión a invertir en el sistema escolar depende del peso relativo del capital cultural en la estructura del patrimonio: a di-ferencia de los empleados o de los maestros de escuela que concentran sus inversiones en el mercado escolar, los jefes de familia, cuyo éxito social no depende en el mismo grado del éxito escolar, invierten menos “interés” y trabajo en sus estudios, y no obtienen el mismo rendimiento de su capital cultural.

Las transformaciones de la relación entre el patrimonio considerado en su volumen y en su estructura y el sistema de los instrumentos de reproducción, con la correlativa transformación de las posibilidades de beneficio, tienden a ocasionar una reestructuración del sistema de estrate-gias de reproducción: los poseedores de capital no pueden mantener su posición en la estructura social sino al precio de una reconversión de las formas de capital que ellos poseen en otras formas, más rentables y más legítimas dado el estado de los instrumentos de reproducción considera-do; por ejemplo, el principio de la reconversión, en la Alemania del siglo XIX, que efectuó el tránsito de una aristocracia terrateniente hacia una burocracia de Estado.

En universos sociales donde los que dominan deben constantemente cambiar para que nada cambie, ellos tienden necesariamente a dividir-se −sobre todo en los períodos de transformación rápida de los modos de reproducción− según el grado de reconversión de sus estrategias de reproducción: los agentes o los grupos mejor provistos de los tipos de capital que permiten valerse de los nuevos instrumentos de reproduc-ción, y, por lo tanto, los más proclives y más aptos para emprender una reconversión, se oponen a los más ligados al tipo de capital amenazado (por ejemplo, en vísperas de la Revolución de 1789, los pequeños aristó-cratas de provincia se oponen a la nobleza y a la burguesía de toga o, en 1968, los profesores de las disciplinas más directamente subordinadas a los concursos de reclutamiento de los profesores –gramática, lenguas clá-sicas o incluso filosofía− se oponen a los profesores de las disciplinas nue-vas, como las ciencias sociales). Muchas de las grandes oposiciones que están en el centro de los debates ideológicos de una época (por ejemplo, en la actualidad, las discusiones sobre la “cultura”) no son más que el

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enfrentamiento entre diferentes formas de la sociodicea conservadora: aquellas que apuntan sobre todo a legitimar el modo de reproducción antiguo, explicitando lo que hasta ese momento ni siquiera hacía falta explicitar y transformando la doxa en ortodoxia, en oposición a aquellas que apuntan a racionalizar −en el doble sentido− la reconversión, apre-surando la toma de conciencia de las transformaciones y la elaboración de las estrategias adaptadas (y legitimando esas estrategias frente a los “integristas”).

Así, la mayor virtud de la construcción del concepto de modo de reproducción como relación entre un sistema de estrategias de repro-ducción y un sistema de mecanismos de reproducción es que permite construir y comprender de modo unitario fenómenos que pertenecen a universos sociales muy alejados, como la transmisión de los nombres en la Kabila y en la Italia del Renacimiento13 o la política de las grandes dinastías reales y la política doméstica de las familias campesinas (al tiempo que hace que desaparezca la ruinosa oposición entre sociolo-gía, historia y etnología). Sin embargo, ello no debe hacer olvidar (por esta suerte de “etnologismo” que ha afectado a la última Escuela de los Anales), las muy profundas diferencias entre las sociedades donde las disposiciones a la reproducción y las estrategias de reproducción que estas engendran no encuentran otro sustento, en la objetividad de las estructuras sociales, que las estructuras familiares, principal −si no ex-clusivo− instrumento de reproducción, y por tanto deben organizarse en torno a las estrategias educativas y matrimoniales, y las sociedades que pueden sustentarse en las estructuras del mundo económico y a la vez en las estructuras de un Estado organizado: entre ellas, las más importantes, desde el punto de vista de la reproducción, son las estruc-turas de la institución escolar.

Las sociedades precapitalistas o protocapitalistas se diferencian de las so-ciedades capitalistas en el hecho de que allí el capital está mucho menos objetivado (y codificado) que en las últimas y mucho menos inscripto en instituciones capaces de asegurar su propia perpetuación y contribuir mediante su funcionamiento a la reproducción de las relaciones de or-den que son constitutivas del orden social. De ello se deriva que, en esas sociedades, el problema de la perpetuación de las relaciones sociales, y

13 Cf. P. Bourdieu, Esquisse…, ob. cit., pp. 82-83, 133-137, y Christiane Klapish-Zuber, La Maison et le Nom, ob. cit.

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muy especialmente de las relaciones sociales de dominación, se plantea de manera especialmente dramática: ¿cómo es posible retener a alguien de manera duradera? ¿Cómo pueden instaurarse relaciones de trabajo, de intercambio, etc., y muy particularmente relaciones asimétricas de dominación que sean capaces de perpetuarse en el tiempo, incluso más allá de los límites de la vida de los involucrados en ellas?14 Al respecto, cabe citar a Marx, quien opone las sociedades en que las relaciones de producción adoptan la forma de “relaciones de dependencia personal” y las sociedades en que aquellas descansan sobre “la independencia de las personas fundada en la dependencia material”.15 De hecho, mientras no existan estructuras objetivas tales como el mercado de trabajo (y el “tra-bajador libre” en el sentido de Weber) y el conjunto de las instituciones estatales −entre las cuales la más importante, desde este punto de vista, es la institución escolar−, los dominantes deben dedicarse a un trabajo de continua creación de las relaciones sociales, reducidas a relaciones personales. Ello se ve muy bien en el caso de las relaciones entre el fellah [pequeño propietario agrícola] y su jammés, aparcero al quinto: el pa-trón debe sostener constantemente la relación, mediante una serie de intercambios que apunta a identificarla con una relación entre parientes (puede llegar a dar una de sus hijas a un hijo del jammés). En ausencia de lo que Sartre llamaba “violencia inerte” de los mecanismos econó-micos y sociales tales como los del mercado de trabajo y de la violencia legítima de las reglas de derecho, está obligado a recurrir a estas formas suaves o eufemizadas de la constricción que definen la violencia simbólica, especialmente con todos los recursos del paternalismo (y que pueden asociarse a la violencia física más brutalmente ejercida, como en el caso de la venganza).16

14 ¿Cómo, cuando no hay recurso posible a la justicia y a la policía, puede coac-cionarse a un deudor? Según observa Renou, muy a menudo no hay otro recurso que la magia, o, más precisamente, la maldición mágica (arma de los débiles, frecuentemente de las mujeres).

15 K. Marx, Principes d’une critique de l’économie politique, en Œuvres, t. I, París, Gallimard-Pléiade, p. 210 [Elementos fundamentales para la crítica de la economía política, Buenos Aires, Siglo XXI].

16 Notamos la simplificación que Norbert Elias impone sobre la realidad histórica cuando reduce a un modelo lineal de progresiva disminución la historia de la evolución de la violencia: si es que los grandes modelos de evolución tienen un interés y un sentido, sería necesario al menos tomar nota de que en muchas sociedades arcaicas la violencia física más brutal (especialmente en las relacio-nes con el out group) coincide con formas altamente eufemizadas y estilizadas de violencia simbólica (por ejemplo, con el intercambio de dones), que esas

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Así, las sociedades precapitalistas y protocapitalistas no ofrecen las condiciones para una dominación impersonal y, menos aún, para una reproducción impersonal de las relaciones de dominación. No dispo-nen de la violencia oculta de los mecanismos que basta con librar a un laissez faire, como el mercado de trabajo o el mercado escolar. De ello resulta que la perpetuación de las relaciones sociales descansa casi exclu-sivamente sobre el habitus, es decir, sobre las disposiciones socialmente instituidas mediante estrategias metódicas de inversión educativa, que inclinan a los agentes a producir el trabajo continuo de sostenimiento de las relaciones sociales (especialmente con el trabajo simbólico de cons-trucción y de reconstrucción genealógica), y por consiguiente del capital social, y también del capital simbólico de reconocimiento que procuran los intercambios regulados, en particular los intercambios matrimonia-les. Y si las estrategias matrimoniales ocupan un lugar tan importante en el sistema de las estrategias de reproducción, se debe a que, sin estar necesariamente codificado de manera tan perfectamente rigurosa como lo hacen creer ciertas teorías del parentesco, el vínculo matrimonial se muestra como uno de los instrumentos más seguros propuestos, en la mayor parte de las sociedades (e incluso en las sociedades contempo-ráneas), para asegurar la reproducción del capital social y del capital simbólico, salvaguardando a la vez el capital económico.

En sociedades en las cuales los agentes están cada vez más durablemente sujetados (especialmente en posición dominada) por efecto de mecanis-mos generales tales como los que rigen el mundo económico y el mundo cultural (y en las cuales uno puede decir que, grosso modo, el capital va al capital), el peso de las estrategias matrimoniales tiende globalmente a disminuir, aunque siga siendo importante cuando la familia posee el control total de una empresa agrícola, industrial o comercial (en ese caso, las estrategias de la familia que busca asegurar su propia reproduc-ción –estrategias de fecundidad, estrategias educativas, estrategias suce-sorias y, sobre todo, estrategias matrimoniales− tienden a subordinarse a las estrategias estrictamente económicas).

formas refinadas (cuya supervivencia es sin duda el paternalismo) han decaído a medida que se instauraba la violencia inerte de los mecanismos del mercado de trabajo y, por último, que en las sociedades económicamente avanzadas la violencia inerte encuentra un correctivo en la violencia suave del management ilustrado, toda vez que el estado de la relación de fuerzas lo impone.

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A medida que un campo económico provisto de sus propias leyes de desarrollo se constituye, y a medida que se instauran mecanismos que aseguran la reproducción durable de su estructura, cuya constancia contribuye a garantizar el Estado (como los ligados a la existencia de la moneda, fundamentos de la confianza indispensable para posibilitar las inversiones transgeneracionales), el poder directo y personal sobre personas tiende a ceder cada vez más lugar al poder sobre mecanismos que asegura el capital económico o el capital cultural (el título escolar).

El surgimiento del Estado, que organiza la concentración y la redis-tribución de las diferentes formas de capital (económico, cultural y sim-bólico), acarrea una transformación de las estrategias de reproducción. Puede verse un ejemplo, para el capital simbólico, en el pasaje del honor feudal, fundado sobre el reconocimiento acordado por los pares y por los plebeyos, que debe conquistarse y mantenerse sin cesar, a los hono-res burocráticamente conferidos por el Estado. Un proceso análogo se observa en el dominio del capital cultural. La historia de las sociedades europeas está muy profundamente marcada por el paulatino desarrollo, en el seno del campo del poder, de un modo de reproducción con compo-nente escolar, cuyos efectos se ven, en primer lugar, en el propio campo del poder, con el pasaje de la lógica dinástica de la “casa real”, fundada sobre un modo de reproducción familiar, a la lógica burocrática de la razón de Estado, fundada sobre un modo de reproducción escolar. Uno de los factores de esta evolución es el conjunto de contradicciones y de conflictos nacidos de la coexistencia, en el seno del Estado dinástico, de dos categorías de agentes, el rey y su familia por una parte, los funcionarios del rey, por otra parte; es decir, de dos modos de reproducción y de dos poderes, un poder heredado y hereditariamente transmisible por la sangre, y consiguientemente fundado sobre la naturaleza (con el título nobiliario), y un poder adquirido y vitalicio, fundado sobre el “don” y el mérito y garantizado por el derecho (con el título escolar). El proceso de desfeudalización que lleva del Estado dinástico al Estado burocrático puede describirse como un proceso de desnaturalización, una paulatina ruptura de los lazos naturales, de las lealtades primarias de base familiar. El Estado moderno es, en primer lugar, antiphysis, y la lealtad hacia el Estado supone una ruptura con todas las fidelidades originarias.

El Estado surgido de semejante proceso de erradicación de todo ves-tigio de lazos naturales –que pese a todo sobreviven en el nepotismo y el favoritismo− favorece y garantiza que en el seno del campo del poder de Estado, pero también en el seno del campo del poder económico, funcione el modo de reproducción escolar, cuya lógica específica puede

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aprehenderse si se la compara con el modo de reproducción familiar que se perpetúa pese a todo (en una oposición que evoca aquella que se esta-blecía entre la casa real y los funcionarios reales).

En las grandes firmas burocráticas, el diploma deja de ser mero atribu-to estatutario (como el diploma de derecho de un patrón privado) para volverse un verdadero derecho de acceso: la escuela (bajo la forma de la grande école)* y el corps [“cuerpo institucional” o “cuerpo de Estado”], grupo social que la escuela produce en apariencia ex nihilo (pero, de he-cho, a partir de propiedades ligadas a la familia), toman el lugar de la fa-milia y del parentesco, pues la cooptación de condiscípulos sobre la base de las solidaridades de escuela o de cuerpo cumple el rol del nepotismo y de las solidaridades de clan en las empresas familiares.

Toda estrategia de reproducción implica una forma de numerus clau-sus en la medida en que cumple funciones de inclusión y de exclusión, limitando ya sea el número de productos biológicos del cuerpo (pero sólo la familia puede hacerlo), ya el número de individuos habilitados para formar parte de él (y esto puede traer aparejada la exclusión de parte de los productos biológicos del cuerpo: mujeres, hijos más jóve-nes, etcétera). Lo más importante es que, en el modo de reproducción “familiar”, la responsabilidad de estos ajustes incumbía a la familia. En el modo de reproducción con componente escolar, al cual los grandes señores tecnocráticos deben su posición, la familia pierde el dominio de las decisiones sucesorias y el poder de designar por sí misma a los here-deros. Lo que caracteriza al modo de reproducción escolar es la lógica estrictamente estadística de su funcionamiento. La responsabilidad de la transmisión no incumbe más a una persona o a un grupo, coaccionados u orientados por la tradición (derecho de primogenitura, etc.), como en la transmisión familiar, sino a todo un conjunto de agentes individuales o colectivos cuyas acciones aisladas y estadísticamente agregadas tienden a asegurar a la clase en su conjunto privilegios que niega a algunos de sus elementos tomados por separado: la escuela no puede contribuir a la reproducción de la clase (en el sentido lógico del término) sino sa-crificando a ciertos miembros de la clase que escatimaría un modo de reproducción, dejando a la familia pleno poder sobre la transmisión. La contradicción específica del modo de reproducción escolar reside en la

* Grande école (gran escuela) designa en Francia a una serie de establecimientos públicos de educación superior. Son escuelas de elite, con estrictos concursos de ingreso, de donde egresan los altos funcionarios del Estado francés. [N. de T.]

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oposición entre los intereses de la clase que la escuela protege estadísti-camente y los intereses de los miembros que ella sacrifica. Y también en el hecho de que la superproducción, con todas las contradicciones que implica, se vuelve una constante estructural cuando, junto con el modo de reproducción con componente escolar, se ofrecen posibilidades teó-ricamente iguales de obtener títulos escolares a todos los “herederos”, tanto muchachas como muchachos, tanto primogénitos como hermanos menores, a la vez que el acceso de los “no herederos” a esos títulos se incrementa también (en cifras absolutas) y que la eliminación brutal, desde el ingreso a la enseñanza secundaria, cede lugar a una eliminación calma, suave y discreta. Sin duda, la crisis de 1968 es en parte efecto de esta contradicción.

Con todo, hay que tener cuidado de no reducir la oposición entre los dos modos de reproducción a la oposición entre el recurso a la familia y el recurso a la escuela. De hecho, se trata más bien de la diferencia entre una administración puramente familiar de los problemas de repro-ducción y una administración familiar que hace entrar en las estrategias de reproducción cierto uso de la escuela. En efecto, además de que la acción de reproducción que ejerce la escuela se apoya sobre la trans-misión doméstica del capital cultural, la familia continúa aplicando la lógica (relativamente autónoma) de su propia economía, que le permite acumular el capital poseído por cada uno de sus miembros al servicio de la acumulación y de la transmisión del patrimonio.

Otro error posible consiste en concluir, según un esquema evolucio-nista simple, que los dos modos de reproducción corresponden a dos momentos de una evolución inseparable de aquella que, según ciertos autores, determina el tránsito desde un modo de dominación fundado sobre la propiedad y los owners hacia otro, más racional y más democrá-tico, fundado sobre la “competencia” y los managers. De hecho, la defi-nición del modo de reproducción legítimo es objeto de luchas, especial-mente en el seno del campo del poder económico, y es necesario tomar precauciones para no entender como el fin de la historia lo que no es sino un estado de una relación de fuerzas susceptible de ser subvertido. Esas luchas suelen tomar la forma de una lucha por el poder sobre el Estado y sobre el poder que este último está en condiciones de ejercer sobre el sistema de instrumentos de reproducción, en especial económicos o escolares.

Habría que analizar largamente los efectos de la transformación del modo de reproducción sobre el funcionamiento de la familia como ins-tancia responsable de la reproducción y, a la inversa, los efectos de las

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transformaciones de la familia (por ejemplo, con el aumento en la tasa de divorcio) sobre el funcionamiento del modo de reproducción con componente escolar. ¿La crisis de la familia está ligada a transformacio-nes de las estrategias de reproducción tendientes a reducir la necesidad de la unidad doméstica? Sin embargo, una gran cantidad de indicios induce a creer que la familia burguesa sigue cultivando su integración social, que es la condición primordial de su aporte a la perpetuación de su capital social y de su capital simbólico y, por ello, de su capital eco-nómico. Todavía se está lejos del agente económico aislado, tal como lo describen los economistas.

Todo ello conduce a preguntarse quién es, en definitiva, el “sujeto” de las estrategias de reproducción. Es cierto que la familia y las estrategias de reproducción son socias en este juego: sin familia, no habría estrategias de reproducción; sin estrategias de reproducción, no habría familia (o corps y Stand como cuasi familia). Para que las estrategias de reproduc-ción sean posibles es necesario que la familia exista, lo cual no va de suyo; además de que esas estrategias constituyen un requisito para la perpetua-ción de la familia, esa creación continua. La familia, en la forma peculiar que reviste en cada sociedad, es una ficción social (a menudo convertida en ficción jurídica) que se instituye en la realidad a expensas de un tra-bajo que apunta a instituir duraderamente en cada uno de los miem-bros de la unidad instituida (especialmente por el casamiento, como rito de institución) sentimientos adecuados para asegurar la integración de esta unidad y la creencia en el valor de esta unidad y de su integración. Puede verse que las estrategias educativas tienen una función absoluta-mente fundamental; como todo el trabajo simbólico, teórico (genealógico especialmente) y práctico (intercambio de dones, de servicios, fiestas y ceremonias, etc.), que incumbe preeminentemente a las mujeres y que transforma en disposición amante la obligación de amar, y que tiende a dotar de un “espíritu de familia” a cada uno de sus miembros: ese prin-cipio cognitivo de visión y de división es simultáneamente un principio práctico de cohesión, generador de dedicaciones, generosidades, solida-ridades, y de una adhesión vital a la existencia de un grupo familiar y de sus intereses.

Este trabajo de integración es tanto más indispensable cuanto que la familia (si bien debe funcionar como un cuerpo para cumplir con los cánones) tiende siempre a funcionar como un campo, con sus relacio-nes de fuerza físicas, económicas y, sobre todo, simbólicas (v. g.: liga-das al volumen y a la estructura del capital poseído por los diferentes

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miembros) y sus luchas por la conservación o la transformación de esas relaciones de fuerzas. Tan sólo a expensas de un trabajo constante las fuerzas de fusión (ante todo, afectivas) llegan a contrarrestar o a com-pensar las fuerzas de fisión.

La unidad de la familia está conformada para y por la acumulación y la transmisión. El “sujeto” de la mayor parte de las estrategias de repro-ducción es la familia, que actúa como una suerte de sujeto colectivo y no como simple conjunto de individuos. Para comprender las estrategias colectivas de las familias (en el caso del casamiento kabila, por ejemplo, o en el caso de la compra de una casa en la Francia actual), es necesario conocer, en primer lugar, la estructura y la historia de la relación de fuerzas entre los diferentes agentes y sus estrategias. Pero es necesario también conocer el volumen y la estructura del capital que ellas tienen para transmitir, y por tanto la posición de cada una en la estructura de distribución de las diferentes formas de capital. En efecto, esta posición rige las estrategias (y es el verdadero sujeto); así se explica que, según su propio conatus, cada una de las familias contribuya a reproducir el espa-cio de las posiciones constitutivas de un orden social y, con ello, a realizar el conatus inscripto en ese orden.17

Se percibe con mayor claridad la cuestión planteada al comienzo, acerca de las condiciones de la permanencia del orden social. El mun-do social no es ese universo radicalmente discontinuo que presentaba Hobbes, de acuerdo con Durkheim (“Para Hobbes, un acto de volun-tad hace nacer el orden social y un acto de voluntad perpetuamente re-novado es su sustento”), y que proponen hoy todos aquellos a quienes la preocupación por devolver al “sujeto” su lugar los hace reducir las relaciones sociales, incluidas las relaciones de dominación, a los actos (de sumisión, especialmente) que en cada momento realizan los agen-tes. Como el universo físico según Leibniz, tiene en sí mismo el princi-pio de su dinamismo y de su lógica. Esta vis insita, que es también una lex insita, está inscripta simultáneamente en las estructuras objetivas (y los mecanismos que aseguran su reproducción como aquellos que lo

17 En el caso de las sociedades estatales, es necesario también conocer la histo-ria del trabajo de institucionalización cuyo resultado es la familia tal como la conocemos. Esto tan privado es, de hecho, un asunto público, en la medida en que depende de acciones públicas tales como la política de vivienda o, más directamente, la política de familia y el derecho familiar; garantizada por el Estado, ratificada por el Estado, recibe del Estado los medios para existir y para subsistir.

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hacen con la distribución del capital cultural) y en las estructuras del habitus o, más precisamente, en la relación entre unas y otras; está en las probabilidades objetivas inscriptas en las tendencias inmanentes a los diversos campos sociales (como tendencias a producir frecuencias estables y regularidades, a menudo reforzadas por reglas explícitas) y en las esperanzas subjetivas, groseramente ajustadas a esas tendencias, que están inscriptas en las inclinaciones del habitus.

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la sociedad salarialRobert Castel

Fuente: “Las metamorfosis de la cuestión social", Ed. Paidos, Bs As, 1997

Condición proletaria, condición obrera, condición salarial. Tres formas dominantes decristalización de las relaciones de trabajo en la sociedad industrial, también tres modalidades delas relaciones del mundo del trabajo con la sociedad global. Si bien, hablandoesquemáticamente, ellas se sucedieron en el tiempo, su encadenamiento no fue lineal. Conrelación a la cuestión aquí planteada -el estatuto del salariado en tanto que soporte de laidentidad social e integración comunitaria-, esas condiciones presentan más bien tres figurasrecíprocamente irreductibles.

La condición proletaria era una situación de cuasi exclusión del cuerpo social. El proletario era uneslabón esencial en el proceso naciente de industrialización, pero estaba destinado a trabajarpara reproducirse y, según las palabras ya citadas de Auguste Comte, "acampaba en la sociedadsin ubicarse en ella". A ningún "burgués" del principio de la industrialización se le habría ocurridocomparar su propia situación con la de los obreros de las primeras concentraciones industriales,en cuanto a modo de vida, vivienda, educación, ocios... Tampoco lo habría hecho ningúnproletario. Más que de jerarquía, se trataba entonces de un mundo escindido por la dobleoposición entre capital y trabajo, y entre seguridad-propiedad y vulnerabilidad de masas.Escindido, pero también amenazado. La "cuestión social" consistía entonces precisamente en latoma de conciencia de que esa fractura central puesta en escena a través de las descripcionesdel pauperismo podía llevar a la disociación del conjunto de la sociedad.1

La relación de la condición obrera con la sociedad encarada como un todo era más compleja. Seconstituyó una nueva relación salarial, a través de la cual el salario dejó de ser la retribuciónpuntual de una tarea. Aseguraba derechos, daba acceso a prestaciones fuera del trabajo(enfermedades, accidentes, jubilación), y permitía una participación ampliada en la vida social:consumo, vivienda, educación e incluso, a partir de 1936, ocios. Esta vez, imagen de unaintegración en la subordinación. Pues hasta la década de 1930, en la cual esta configuracióncristalizó en Francia, el salario había sido esencialmente el salario obrero. Retribuía las tareas deejecución, las ubicadas en la base de la pirámide social. Pero al mismo tiempo se dibujaba unaestratificación más compleja que la oposición entre dominantes y dominados, una estratificaciónque incluía zonas superpuestas en las cuales la clase obrera vivía esa participación en lasubordinación: el consumo (pero de masas), la educación (pero primaria), los ocios (peropopulares), la vivienda (pero vivienda obrera), etc. A ello se debía que esta estructura deintegración fuera inestable. ¿Los trabajadores en su conjunto podía quedar satisfechos mientrasse los encerraba en las tareas de ejecución, se los mantenía a distancia del poder y los honores,en tanto la sociedad industrial desarrollaba una concepción demiúrgico del trabajo? ¿Quiéncreaba la riqueza social, y quién se la apropiaba indebidamente? El momento en que seestructura la clase obrera, también se afirma la conciencia de clase: entre “ellos” y “nosotros”,no todo está definitivamente jugado.

El advenimiento de la sociedad salarial2 no representará sin embargo el triunfo de la condiciónobrera. Los trabajadores manuales fueron menos vencidos en la lucha de clases quedesbordados por la generalización del salario. Asalariados “burgueses”, empleados, jefes,

1 "Central" en la sociedad industrial. No hay que olvidar que, a principios del siglo XIX, Francia era aún, y siguió siendo durante mucho tiempo, una sociedad de predominio campesino. Una respuesta indirecta, pero esencial, a la cuestión social planteada por la industrialización, podía haber sido frenarla. Denominándolas "liberalismo equilibrado", Richard Kuisel ha descrito estas estrategias impulsadas por la desconfianza a los obreros de la industria, al crecimiento de las ciudades, a una educación demasiado general y abstracta, que podría "desarraigar" al pueblo, etcétera; por otro lado, pretendían sosterner alas categorías estabilizadoras del equilibrio social: Los trabajadores independientes, los pequeños empresarios, sobretodo lospequños campesinos. “Un crecimiento gradual y equilibrado en el que todos los sectores de la economía progresarán añ mismo paso, sin que los grandes eclipsaran a los pequeños ni las cidades vaciaran al campo de su sustancia: Ésa era la imagen ideal de la prosperidad nacional“ (R. Kuisel, Le capitalisme de l’Etat en France, op. Cit., pág 72). Small is beatiful. Este contexo socioeconómio debe ubicarse enm contraposición a los procesos que intento destruir. Explica la llentitud con la cual la industrialización impuso su marca al conjunto de la sociedad francesa. De hecho, Francia solo se convirtió al “industrialismo” después de la Segunda Guerra Mundial, algunos decenios antes de que el industrialismo se desmoronara

2 Empleo aquí el concepto de sociedad salarial en el sentido que le dan Michel Agletta y Antón Bender, Le métamorphoses de la société salariale, París, Calmann – Lévy, 1984, y en este capítulo me propongo exponer su s implicaciones sociológicas.

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miembros de las profesiones intermedias, el sector terciario: la salarización de la sociedad rodeaal asalariado obrero y vuelve a subordinarlo esta vez sin esperanza de que pueda llegar algunavez a imponer su liderazgo. Si todos o casi todos son asalariados (más del 82% de la poblaciónactiva en 1975), la identidad social deberá definirse a partir de la posición que se ocupa en elsalario. Cada uno se compara con los otros, pero también se distingue de ellos; la escala socialtiene un número creciente de niveles a los cuales los asalariados ligan sus identidades,subrayando la diferencia con el escalón inferior y aspirando al estrato superior. La condiciónobrera sigue ocupando la parte inferior de la escala, o poco menos (están también losinmigrantes, semiobreros, semibárbaros, los miserables del cuarto mundo). Pero si se continuabael crecimiento, si el Estado seguía ampliando sus servicios y protecciones, todo el que lomereciera podía también “elevarse”: mejoramiento para todos, progreso social y mayorbienestar. La sociedad salarial parecía arrastrada por un irresistible movimiento de promoción:acumulación de bienes y riquezas, creación de nuevas posiciones y de oportunidades inéditas,ampliación de los derechos y garantías, multiplicación de las seguridades y protecciones.

Este capítulo apunta menos a trazar esta historia que a describir las condiciones que la hicieronposible y determinaron que la sociedad salarial fuera una estructura inédita a la vez refinada yfrágil. Hemos tomado conciencia de esta fragilidad hace poco tiempo, en la década de 1970. Esees hoy en día nuestro problema, pues seguimos viviendo en la sociedad salarial y de ella. ¿Sepuede añadir, como lo hace Michel Aglietta, y Antón Bender, que “la sociedad salarial es nuestrofuturo”?3 Este es el tema que discutiremos en el capítulo siguiente, pero aunque así fuera, setrata de un futuro muy incierto. Mientras tanto, comprenderemos mejor de que está hecha estaincertidumbre si recobramos la lógica de la promoción del sector asalariado en su fuerza y suvitalidad.

La nueva relación salarial3.

“Fue la industrialización la que dio origen al salario, y la gran empresa es el lugar por excelenciade la relación salarial moderna”4. Este juicio queda a la vez confirmado y matizado por losanálisis precedentes. El salario existió desde mucho antes en estado fragmentario en la sociedadpreindustrial, sin llegar a imponerse hasta estructurar la unidad de una condición (CF. Cáp. 3).Con la revolución industrial comenzó a desarrollarse un nuevo perfil de obreros de lasmanufacturas y las fábricas, que anticipaba la relación salarial moderna, pero sin desplegarlatodavía en toda su coherencia (CF. Cáp. 5).5

Los principales elementos de esta relación salarial de los inicios de la industrialización,correspondientes a lo que acabamos de llamar la condición proletaria, pueden caracterizarsecomo sigue: una retribución próxima a un ingreso mínimo que aseguraba sólo la reproducción deltrabajador y su familia y no permitía invertir en el consumo no imprescindible; una ausencia degarantías legales en la situación de trabajo regida por el contrato de alquiler (artículo 1710 delCódigo Civil); el carácter débil o "lábil"6 de la relación del trabajador con la empresa: cambiaba amenudo de lugar, se alquilaba al mejor postor (sobre todo si tenía una competencia profesionalreconocida) y "descansaba" algunos días de la semana, o durante períodos más o menosprolongados, si podía sobrevivir sin someterse a la disciplina del trabajo industrial. Formalizandoestas características, se dirá que una relación salarial supone un modo de retribución de lafuerza del trabajo, el salario (el cual gobierna en gran medida el modo de consumo y de vida delos obreros y sus familias), una forma de disciplina del trabajo que regula el ritmo de laproducción, y el marco legal que estructura la relación de trabajo, es decir el contrato de trabajoy las disposiciones que lo rodean.

3 Íbid., pág 7.

34 R. Salais, La formation du chômage comme categorié: Le moment des années 30, op. cit., pág 342

5 Desde luego, este perfil no corresponde al conjunto, ni siquiera a la mayoría de los trabajadores de los inicios de la industrialización en la primera mitad del siglo XX (durante mucho tiempo gravitaron de modo determinante los artesanos, la "protoindustria", los asalariados parciales que obtenían una parte de sus recursos de otra actividad o de la economía doméstica, etcétera). Pero representa el núcleo de lo que iba a convertirse en el salariado dominante en la sociedad industrial, encarnado por los trabajadores de la gran industria.

6 La palabra ha sido empleada para caracterizar la movilidad de los trabajadores de las primeras concentracionesindustriales por S. Pollard, The Génesis of Human Management, Londres, 1965, pág. 161.

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Se habrá advertido que acabo de precisar estas características a partir de los criteriospropuestos por la escuela de la regulación para definir la relación salarial "fordista".7 Estoypresuponiendo que en el seno de una misma formación social (el capitalismo) la relación salarialpuede tomar configuraciones diferentes; el problema, por lo menos el problema que planteamosaquí, consiste en identificar las transformaciones que rigen el pasaje de una forma a otra.8 Osea,las cinco condiciones siguientes, que aseguraron el pasaje desde la relación salarialprevaleciente en los inicios de la industrialización hasta la relación salarial “fordista”.

Primera condición: una separación rígida entre quienes trabajan efectiva y regularmente, y losinactivos o semiactivos, que hay que excluir del mercado de trabajo, o sea integrar bajo formasreguladas. La definición moderna del salariado supone la identificación precisa de lo que losestadígrafos denominan "población activa": hay que identificar y cuantificar a los ocupados y. noocupados, las actividades intermitentes y las actividades de jornada completa, los empleosremunerados y no remunerados. Empresa de largo aliento, y difícil. Un terrateniente, un rentista,¿son "activos"? ¿Y la mujer y los hijos del artesano o el agricultor? ¿Qué estatuto hay que darlesa esos innumerables trabajadores intermitentes, de temporada, que pueblan tanto la ciudadcomo el campo? ¿Se puede hablar de empleo, y correlativamente de no-empleo, de desempleo,si es imposible definir lo que significa verdaderamente estar empleado?

Sólo a fines del siglo pasado y principios del actual (en 1896 en Francia, en 1901 en Inglaterra),después de muchos tanteos, se llegó a definir sin ambigüedad el concepto de población activa,lo cual permitió establecer estadísticas fiables. "Serán activos aquellos y solamente aquellos queestán presentes en un mercado que les procura una ganancia monetaria: mercado de trabajo omercado de bienes o servicios."9 Así se vuelve claramente identificable la situación deasalariado, distinta de la de proveedores de mercancías o servicios, pero también se define aldesempleado involuntario, diferente de quienes mantienen una relación errática con el trabajo.

Pero una cosa es poder identificar y contabilizar a los trabajadores, y otra mejor sería regular ese“mercado de trabajo”, controlando sus flujos. A principios de siglo, los ingleses se aplicaron a ellocon seriedad. William Beveridge advirtió ya en 1910 que el principal obstáculo a laracionalización del mercado de trabajo era la existencia de esos trabajadores intermitentes quese negaban a someterse a una disciplina rigurosa. En consecuencia, había que dominarlos.

La oficina de colocaciones hará irrealizable el deseo de quien quiere trabajar una vez a lasemana y quedarse en la cama el resto del tiempo. La oficina de colocaciones hará poco apoco imposible el tipo de vida de quien quiere encontrar un empleo precario de tiempo entiempo. La jornada de trabajo que este último querría tener será asignada por la oficina aalgún otro que ya trabaje cuatro horas por semana, y de tal modo le permitirá a esteúltimo ganarse decentemente la vida.1

7 Cf. por ejemplo R. Boyer, La théorie de la régulation: une analyse critique, París, La Décou verte, 1987.

8 Cuando se identifica la relación salarial con la relación salarial moderna, "fordista", se confunden las condicionesmetodológicas necesarias para llegar a una definición rigurosa de la relación salarial y de las condicionessocioantropológicas características de las situaciones salariales reales, que son diversas (véase en Genése n" 9, 1991, unavariedad de puntos de vista sobre esta cuestión). Por mi parte, considero que es legítimo hablar de situaciones salariales nosolamente en los inicios de la industrialización, antes de que se instituyera la relación "fordista", sino también en la sociedad"preindustrial" (cf. el cap. 3), evidentemente con la condición de no confundirlas con la relación salarial "fordista". Noobstante, la posición purista es imposible de sostener con rigor, incluso para la época moderna, pues la relaciónestrictamente "fordista", con cadena de montaje, medida rigurosa de los tiempos, etcétera, siempre fue minoritaria, aun enel apogeo de la sociedad industrial (cf. M. Verret, Le travail ouvrier, París, A. Co-lin, 1982, pág. 34, que para fines de ladécada de 1970 evaluaba en un 8 por ciento la tasa de obreros que trabajaban en sentido propio en la cadena, y en un 32por ciento la proporción de quienes trabajaban en máquinas automatizadas).

9 . C. Topalov, «Une révolution dans les représentations du travail. L'emergence de la catégorie statistique de "populationactive" en France, en Grande-Bretagne et aux États-Unis», texto mimeografiado, 1993, pág. 24, y Naissance du chómeur,1880-1910, op. cit.

110 W. Beveridge, Royal Commission on Poor Law and Relief Distress, Appendix V8. House of Commons, 1910, citado en C.Topalov, "Invention du chómage et politiques sociales au debut du siede", Les temps modemes, na 496-497, noviembre-diciembre de 1987. La obra de Beveridge publicada en esa época, Unemployment, A Problem of industry, Londres, 1909,comenzó a hacer conocer al futuro creador de la seguridad social inglesa.

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La oficina de colocaciones debía realizar una distribución del trabajo, trazando una línea divisoriaentre los verdaderos empleados de jornada completa, y las personas que serían completamenteexcluidas del mundo laboral y dependerían de las formas coercitivas de asistencia previstas paralos indigentes válidos. Por otra parte, los Webb apelaban a "una institución en la que losindividuos deben ser relegados penalmente y mantenidos bajo coacción [...] absolutamenteesencial para todo programa eficaz de tratamiento del desempleo".1

Si bien era imposible realizar con todo rigor ese "ideal", las instituciones establecidas en GranBretaña en la primera década del siglo XX se acercaron a él. Las agencias municipales decolocación y los poderosos sindicatos de trabajadores que practicaban el closed shop (monopoliodel empleo para sindicalizados), si bien no llegaron a yugular el desempleo, problema endémicoen el país, lograron dominar lo mejor posible la contratación en los empleos disponibles.

En Francia, sobre todo en razón del retardo en el desarrollo del salariado industrial con relación aGran Bretaña1 este tipo de política de avant la lettre nunca tuvo semejante carácter sistemático.La contratación quedó librada durante mucho tiempo a la iniciativa de los trabajadores (enprincipio "libres" de alquilarse como quisieran), a la habilidad de los “marchandeurs” o"tâcherons1", a la venalidad de las agencias privadas de empleo (a las que hay que añadir unaspocas oficinas municipales) y a los intentos sindicales de dominar, incluso monopolizar, loscontratos. Fernand Pelloutier se extenuó tratando de implantar las bolsas de trabajo que, entreotras cosas, debían reunir todas las demandas de empleo y organizar los contratos bajo elcontrol sindical.1 Pero el empeño, socavado por las divisiones sindicales, fracasó. En el planopolítico, el ala reformista, representada por los "republicanos de progreso" y por los socialistasindependientes, se interesó en la cuestión. Léon Bourgeois, en particular, advirtió el vínculoexistente entre la regulación del mercado de trabajo y la cuestión del desempleo, que se hizopreocupante a principios de siglo, con una evaluación de 300.000 a 500.000 desocupados.1 Perolos remedios que preconizó para combatirla eran muy tímidos: "Es evidente que la organizaciónde las colocaciones figura en primer lugar"1.6 Deploraba la insuficiencia de las agenciasmunicipales y sindicales, señalaba la necesidad de un seguro contra el desempleo, pero derivabala responsabilidad a los agrupamientos profesionales.

111 S. y B. Webb, The Prevention of Destitution, op. cit. En este punto había unanimidad entre los reformadores socialesingleses. Cf. P. Alien, The Unemployed, a National question, Londres, 1906, y una presentación sintética de las "policies ofdecasualisation” (conjunto de las medidas tomadas para poner fin al trabajo intermitente, a fin de instituir un verdaderomercado del trabajo), en M. Mansfield, "Labour Exchange and e Labour Reserve in Turn of the Century Social Reform", Journalof Social Policy, 21,4 Cambridge University Press, 1992.

112 En 1911 había un 47 por ciento de asalariados en la población activa francesa, con tres patrones por cada sieteasalariados, mientras que la proporción de asalariados en Gran Bretaña se acercaba al 90 por ciento (cf • B. Guibaud, De lamutualité á la Sécurité sociale, op. cit., pág. 54).

113 Cf. B. Motez, Systémes de salaire et politiques patronales, París, Éditions du CNRS, 1967. El tacheron, o el marchandeur,le cobraban al patrón por la ejecución de una tarea, y a su vez remuneraban a trabajadores contratados por ellos mismos.Esta práctica era muy impopular entre los obreros, y fue abolida en 1848, pero reinstaurada poco después, y defendidaincluso por liberales, como Leroy-Beaulieu, quienes veían en ella una doble ventaja: asegurar una vigilancia cercana de losobreros por parte del tache-ron, y permitir la promoción de una especie de élite de pequeños empresarios a partir del sectorasalariado (cf. P. Leroy-Beaulieu, Traite théorique et pratique d'économie politi-que, t. II, págs. 494-495).

114 Cf. F. Pelloutier, Histoire des bourses du travail, París, 1902, y Jacques Julliard, Fernand Pelloutier et les origines dusyndicalisme d'action directe, París, Le Seuil, 1971.

115 L. Bourgeois, "Discours á la Conférence internationale sur le chómage", París, 10 de septiembre de 1910, en Politique dela prévoyance sociale, op. cit., pág. 279.

116 L. Bourgeois, "Le ministére du Travail", discurso pronunciado en el congreso mutualista de Normandía en Caen, el 7 dejulio de 1912, en Politique de la prévoyance sociale, op. cit., t. II, págs. 206 y sigs. Bourgeois preconizaba también un controldel aprendizaje para mejorar la calificación, y "la acción del Estado actuando como regulador en la ejecución de las grandesobras públicas" (pág. 207).

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De modo que los poderes públicos, y durante mucho tiempo, sólo tuvieron un papel muymodesto en la organización del mercado de trabajo y en la lucha contra el desempleo. La Oficinade Trabajo, creada en 1891, se limitó a reunir una importante documentación y a elaborarestadísticas fiables. Esta obra se prolongó en el Ministerio de Trabajo, creado en 19061, pero sinnada que pudiera considerarse una verdadera política del empleo.

Lo que sí hubo, también durante mucho tiempo, fue el conjunto de las políticas patronales yadesplegadas anteriormente (cf. el Cáp. 5), mezcla de seducción y coacción para fijar a losobreros mediante "ventajas sociales" y aniquilar su resistencia con reglamentaciones rígidas.Más en general, existió asimismo ese tipo de chantaje moral ejercido sobre los trabajadores porlos filántropos, los reformadores sociales y los voceros del liberalismo: "conformaos al modelo delbuen obrero, regular en el trabajo y disciplinado en sus costumbres, o bien os convertiréis enesos miserables excluidos de la sociedad industrial".1 Sería preciso volver a citar ahora toda laliteratura reiterativa sobre la necesaria moralización del pueblo. Se puede ver un signo de lavitalidad de esta actitud hasta fines del siglo XIX y principios del XX, en el extraordinario estallidode represión del vagabundeo que se produjo entonces: 50.000 arrestos cada año porvagabundeo en la década de 1890, que generaban hasta 20.000 acusaciones anuales ante lajusticia,1 con la amenaza de confinamiento en caso de reincidencia. Esas medidas podíanexplicarse coyunturalmente por la grave crisis económica entonces reinante, y por la miseria delcampo. Pero ésta era también una manera de recordar, en el momento en que, con la segundarevolución industrial, se perfilaba un nuevo orden del trabajo, cuál era el costo de sustraerse a él.Durante una o dos décadas, el vagabundo volvió a convertirse en el mismo contramodeloabominable que había sido en la sociedad preindustrial (Cf. el Cáp. 2): la figura de laasociabilidad, que había que erradicar porque maculaba a una sociedad que estaba estrechandolas regulaciones del trabajo.2

Pero muy pronto iba a imponerse de manera más eficaz otro modo de regulación. Todas esasdosificaciones de represión y bondad filantrópica seguían teniendo efectos limitados porque nodejaban de ser exteriores a la organización del trabajo propiamente dicha. En tanto que setrataba de convertir al obrero a una conducta más regular, intentando convencerlo de queestaba en su verdadero interés ser más disciplinado, él podía rebelarse, o bien sustraerse,huyendo de estas obligaciones cuyo resorte seguía siendo moral. La máquina impuso otro tipo decoacciones, esta vez objetivas. Con la máquina no se discute, se sigue o no se sigue el ritmoimpuesto por la organización técnica del trabajo. La relación de trabajo podría dejar de ser"volátil" si esa organización técnica era en sí misma lo bastante fuerte como para imponer suorden.

Segunda condición: la fijación del trabajador a su puesto de trabajo y la racionalización delproceso del trabajo en el marco de una "gestión del tiempo precisa, dividida, reglamentada".2

Los intentos de regular la conducta obrera a partir de las coacciones técnicas del propio trabajo,que florecerían con el taylorismo, no datan del siglo XX. Ya en 1847 el barón Charles Dupinsoñaba con hacer realidad el trabajo perpetuo gracias al impulso infatigable del "motormecánico".

Hay por lo tanto una extrema ventaja en hacer operar infatigablemente a losmecanismos, reduciendo a la menor duración los intervalos de reposo. La perfección

117 Cf. J.-A. Tournerie, Le Ministére du Travail, origines et premiers développements, op. cit.

118 Cf. J. Donzelot, P. Estébe, L'État animateur, París, Éditions Esprit, 1994, introducción.

119 Cf. M. Perrot, "La fin des vagabonds", L'Histoire, nü 3, julio-agosto de 1978.

220 Véase una muestra de esta literatura que predicaba una verdadera cruzada contra el vagabundeo en doctor A. Pagnier,Un déchet social, le vagabond, París, 1910.

221 R. Saláis, "La formation du chômage comme catégorie", loe. cit., pág. 325.

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lucrativa consistiría en trabajar sin interrupciones... En consecuencia, se ha introducidoen el mismo taller a los dos sexos y las tres edades, explotados en rivalidad, de frente, sipodemos hablar en estos términos, arrastrados sin distinción por el motor mecánico haciael trabajo prolongado, hacia el trabajo diurno y nocturno para acercarse cada vez más almovimiento perpetuo22.

Pero esta maravillosa utopía se basaba en la "explotación en rivalidad” de las diferentescategorías del personal, es decir en la movilización del factor humano.

En cambio, con la "organización científica" del trabajo, el trabajador no es fijado por unacoacción externa sino por el despliegue de las operaciones técnicas cuya duración ha sidodefinida de modo riguroso mediante un cronometraje. De tal modo se elimina "el paseo" delobrero, y con él, el margen de iniciativa y libertad que el trabajador había logrado preservar. Másaún: al hacerse simples y repetitivas las tareas parcializadas, resultaba inútil la calificaciónrefinada y polivalente. Se le quitaba al obrero el poder de negociación que podía tener gracias al"oficio".2

Pero los efectos de esta "organización científica del trabajo" se pueden interpretar de dosmaneras: como una pérdida de la autonomía obrera, y como el alineamiento de las periciasprofesionales en el nivel más bajo de las tareas reproductivas. Los análisis más frecuentes deltaylorismo, al poner el acento en el aspecto de la desposesión, son sin embargo simplificadores.Por una parte, tienden a idealizar la libertad del obrero pretayloriano, capaz de vender su periciaal mejor postor. Esto sin duda era válido en el caso de los herederos de oficios artesanales concompetencias raras y muy demandadas. No obstante, si bien es cierto que el taylorismo seinstaló sobre todo en la gran empresa, se aplicó con la mayor frecuencia a poblaciones obrerasrecientes, de origen rural, subcalificadas y poco autónomas.

Por otro lado, la racionalización "científica" de la producción fue sin duda lo que contribuyó máspoderosamente a la homogeneización de la clase obrera. Esa racionalización atacó eltabicamiento de los "gremios" con los que sus miembros se identificaban estrechamente: eltrabajador se pensaba "forjador" o "carpintero" antes de pensarse "obrero" (las rivalidades entrecompañeros, que sobrevivieron durante mucho tiempo al Antiguo Régimen, ilustran hasta lacaricatura esta crispación en la especificidad del oficio).2 Tanto más cuanto que en el seno deuna misma especialización profesional había también muy importantes disparidades de salario yestatuto entre el compañero consumado, el peón, el aprendiz... De modo que lahomogeneización "científica" de las condiciones de trabajo pudo forjar una conciencia obrera quedesembocó en una conciencia de clase agudizada por el carácter penoso de la organización deltrabajo.

Las primeras ocupaciones de fábricas en 1936 se produjeron en las empresas más modernas ymás mecanizadas. Era también en esas ciudades “obreras" donde la CGT y el Partido Comunistareclutaban a sus militantes más resueltos.2

222 C. Dupin, informe a la Cámara de los Pares, 27 de junio de 1847; citado en L. Murard, P. Zylberman, "Le pedir travailleurinfatigable", Recherche, na 23, noviembre de 1976, pág. 7. Se podrían encontrar precedentes de una organización casi"perfecta" de la disciplina de fábrica, incluso antes de la introducción de máquinas refinadas y, a fortion antes de la cadena4e montaje. Por ejemplo, la fábrica de cerámica fundada en Inglaterra hacia 1770 por Josiaph Wedqood pasó a la posteridadcomo un modelo de organización estricta del trabajo. No estaba sin embargo mecanizada, sino que asociaba la división detrabajo manual en el seno de la empresa con una política de moralización de los obreros, apoyada por la iglesia metodista ypor una Sociedad para la Supresión del Vicio, animada por el patrón. Cf. N. Mckendrik, "Josiaph Wedgwood and FactoryDiscipline", en D. §. Landes, The Rise of Capitalism, op. cit. También se pueden destacar formas de división de las tareas queanticipaban el trabajo en la cadena de montaje, sin basarse en la máquina. Es el caso de “la mesa” (“la tablée”): un objetocirculaba de mano en mano alrededor de una mesa, y cada obrero le añadía una pieza, hasta el montaje completo (Cf. B.Dorey, Le taylorismo, une folie rationnelle, París, Dunod, 1981, págs. 342 y sigs.).

223 Cf. B. Coriat, L'atelier et le chronométre, París, Christian Bourgois, 1979. De F. W. taylor existen varias traduccionesfrancesas precoces, como Études sur l'organisation du -avail dans les usines (pág. 412) Anger, 1907. Para una actualizaciónde las cuestiones lanteadas actualmente por el taylorismo, cf. la obra colectiva dirigida por Maurice de 'lontmollin y OlivierPastré, Le taylorisme, París, La Découverte, 1984.

224 Cf. A. Perdiguier, Mémoires d'un compagnon, París, reedición Maspero, 1977.

225 Cf. G. Noiriel, Les ouvriers dans la société francaise, op. cit.

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En tercer término, la tendencia a la homogeneización de las condiciones de trabajo no podíallevarse hasta el extremo: más bien, al agudizarse, producía efectos inversos de diferenciación.La producción en masa exige por sí misma que se distinga entre un personal de pura ejecución(el obrero especializado), y un personal de control o mantenimiento (el obrero técnico). Estaevolución técnica del trabajo impone asimismo el refuerzo y la diversificación de un personal deconcepción y encuadramiento, que finalmente generaría a "los ejecutivos".

Homogeneización y diferenciación: este doble proceso operaba ya al principio de la segundarevolución industrial. Invita a no hablar de la "taylorización" como de una operación homogénealanzada a la conquista del mundo obrero. Su implantación fue lenta y circunscrita a sedes indus-triales muy particulares: antes de la Primera Guerra Mundial, sólo el 1 por ciento de la poblaciónindustrial francesa había sido afectada por esta innovación norteamericana.2 Además, eltaylorismo era sólo la expresión más rigurosa (perdió al menos parte de esa rigurosidad al serimportado a Francia)2 de una tendencia más general a la organización reflexiva del trabajoindustrial, lo que en la década de 1920 se llamaba "la racionalización.2 Finalmente, estosmétodos desbordarán de las sedes industriales que evoca el "taylorismo", para implantarse enlas oficinas, los grandes almacenes, el sector "terciario". De modo que, más bien que de"taylorismo", sería preferible hablar del establecimiento progresivo de una dimensión nueva dela relación salarial, caracterizada por la racionalización máxima del proceso de trabajo, elencadenamiento sincronizado de las tareas, una separación estricta entre el tiempo de trabajo yel tiempo de no-trabajo; el conjunto permitía el desarrollo de la producción en masa. En talsentido, es exacto que este modo de organización del trabajo, regido por la búsqueda de laproductividad máxima a partir del control riguroso de las operaciones, fue una componenteesencial en la constitución de la relación salarial moderna.

Tercera condición: el acceso a través del salario a "nuevas normas de consumo obrero"2 queconvertían al obrero en el propio usuario de la producción en masa. Taylor preconizaba ya unaumento sustancial del salario, para inducir a los obreros a someterse a la coacciones de lanueva disciplina de fábrica.3 Pero fue Henry Ford quien sistematizó la relación entre la producciónen masa (la generalización de la cadena de montaje semiautomática) y el consumo de masas. El"five dollars days" no representaba sólo un aumento considerable del salario. Tendía a darle alobrero moderno la posibilidad de acceder al estatuto del consumidor del producto de la sociedadindustrial.3

Fue una innovación considerable, si se la ubica en el largo término de a historia del salariado.Hasta ese viraje crítico, el trabajador era esencialmente concebido -al menos en la ideologíapatronal- como un productor máximo y un consumidor mínimo: tenía que producir todo loposible, pero los márgenes de utilidad generados por su trabajo resultaban más importantes sisu salario era bajo. Es significativo que las violaciones patronales a la "ley de hierro" de lossalarios no hayan consistido en complementos salariales, sino en prestaciones sociales nomonetarias en caso de enfermedad, accidente, en la vejez, etcétera. Esas prestaciones podían

226 Cf. M. Perrot, "La classe ouvriére au temps de laurés", en Jaurés et la classe ou-vriére, París, Editions ouvriéres, 1981. Sobre el papel desempeñado en la materia por la Gran Guerra, cf. Patrick Fridenson (comp.), L'autre Front, París, Cahiers du mouvement social, 2,1982.

227 Sobre las modalidades de implantación del taylorismo en las fábricas Renault, y los problemas que se plantearon, cf. P. Fridenson, Histoire des usines Renault, París, Le Seuil, 1982.

228 Cf. A. Moutet, "Patrons de progrés ou patrons de combat? La politique de ra-tionalisation de ¡'industrie frangaise au lendemain de la Premiére Guerre mondiale", en Le soldat du travail, número especial 32-33, Recherche, septiembre de 1978.

229 . La expresión es de Michel Aglietta en Régulation et crises du capitalisme, l'expe-ience des États-Unis, París, Calmann-Lévy, 1976, pág. 160.

330 Él previo incluso la posibilidad de "reducir el precio de costo en proporciones ales que nuestro mercado interior y exteriorse verá considerablemente ampliado. También será posible pagar salarios más altos y reducir el número de horas de trabajo,nientras se mejoran las condiciones de trabajo y las comodidades domésticas" (La di-ection scientifique des entrepríses, op.cit., pág. 23).

331 Cf. M. Aglietta, Régulation et crises du capitalisme..., París, Marabout, pág. 23. Traducción francesa de la obra de HenryFord, My Ufe, my Work: Ma vie et mon ceuvre, 'arís. Sobre la organización concreta del trabajo en una fábrica y lasreacciones de los rebajadores, cf. el testimonio de un ex obrero de Ford, H. Beynon, Working for Ford, Vnguin Books, 1973.

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evitar la degradación total de las familias obreras, pero no maximizar su consumo. También essignificativo que estos mismos patrones y reformadores sociales no hayan pensado en laposibilidad de que el trabajador tuviera una mayor holgura económica como acceso a un mayorconsumo, sino como deber de ahorro o de aportar para tener más seguridad. El consumolegítimo del trabajador se reducía a lo necesario para que reprodujera decentemente su fuerzade trabajo y mantuviera a su familia en el mismo plano de mediocridad. La posibilidad de unmayor consumo debía proscribirse, puesto que llevaba al vicio, al alcoholismo, al ausentismo...

Del lado de los trabajadores, fue también con los inicios de la producción en masa cuandoapareció explícitamente la preocupación por el bienestar y por el desarrollo del consumo.Alphonse Merrheim, entonces secretario general de la CGT, declaró en 1913.

No hay límites para el deseo de bienestar; el sindicalismo no lo contradice, al contrario.Nuestra acción, nuestras reivindicaciones de reducción de las horas de trabajo, deaumento del salario, ¿no tienen acaso la finalidad mínima de aumentar los deseos en elpresente, las facilidades de bienestar de la clase obrera, y en consecuencia, susposibilidades de consumo?3

Estas palabras corrigen un tanto la representación dominante de un sindicalismo de accióndirecta únicamente movilizado para preparar "la gran noche".

Esta preocupación obrera por el consumo, que aparece a principios de siglo, responde a unatransformación de los modos de vida populares, generada por el retroceso de la economía delhogar, y tiene que ver sobre todo con los trabajadores de las grandes concentracionesindustriales.3 El mundo del trabajo, ya en la sociedad preindustrial y después en los inicios de laindustrialización, había podido sobrevivir a salarios de miseria porque en gran medida una parteimportante (aunque difícil de precisar en cifras) de su consumo no dependía del mercado sino delos vínculos conservados con el medio rural de origen, del cultivo de una parcela, de laparticipación estacional en el trabajo del campo, incluso en el caso de oficios tan "industriales"como el de minero.3

Esta situación se transformó con la expansión de las concentraciones industriales. Lahomogeneización de las condiciones de trabajo fue acompañada por una homogeneización delos ambientes y los modos de vida. Proceso complejo que se fue desplegando a lo largo de variasdécadas. Concernía al hábitat, los transportes y, más en general, a la relación del hombre con suambiente, lo mismo que a la "canasta familiar". Pero una parte cada vez más importante de lapoblación obrera se encontraba en una situación objetivamente próxima a la que había nutridolas descripciones del pauperismo en la primera mitad del siglo XIX: obreros separados de sufamilia y de su ambiente de origen, concentrados en espacios homogéneos y casi reducidos a losrecursos que les procuraba su trabajo. Para que las mismas causas no produjeran los mismosefectos (es decir una pauperización masiva), era necesario que la retribución de ese trabajo nosiguiera siendo un salario de subsistencia.

Se llama "fordismo" a la articulación de la producción en masa con el consumo masivo, unaarticulación que sin duda Henry Ford fue el primero en poner conscientemente en práctica.Henry Ford dijo: "La fijación del salario de la jornada de ocho horas en cinco dólares fue uno delos mayores ahorros que haya hecho jamás, pero, al llevarla a seis dólares, logré un ahorroincluso más alto".3 De modo que advirtió una nueva relación entre el aumento del salario, elaumento de la producción y el aumento del consumo. No se trataba sólo de que un salario

332 A. Merrheim, "La méthode Taylor", La vie ouvriére, marzo de 1913, pág. 305, citado en J. Julliard, Autonotnie ouvriére. Études sur le syndicalisme d'action airéete, op. cit., pág. 61. En ese artículo, Merrheim no ataca el método de Taylor sino su "falsificación" por los patrones franceses. También es significativa la declaración de otro gran líder sindicalista de la época, Víctor Griffuelhes: "Por nuestra parte, exigimos que los patrones franceses imiten a los norteamericanos, y de tal modo crezca nuestra actividad industrial y comercial, con lo cual nosotros obtendremos una seguridad, una certidumbre que, elevándonos materialmente, nos prepare para la lucha, facilitada por la necesidad de mano de obra" (L'infériorité des capitalistes franjáis", Le mouvement social, diciembre de 1910, citado ibíd., pág. 55).

333 B. Coriat, L'atelier et le chronométre, op. cit., cap. 4.'»

334 34. Cf. R. Trempé, Les mineurs de Carnaux, op. cit., que describe la encarnizada resistencia de los mineros parasalvaguardar una organización de los horarios de trabajo compatible con la realización de actividades agrícolas.

335 H. Ford, Ma vie et mon ozuvre, op. cit., pág. 168.

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elevado aumentara la motivación para el trabajo y el rendimiento. Se estaba bosquejando unapolítica salarial ligada al progreso de la productividad, a través de la cual el obrero accedía a unnuevo registro de la existencia social: el del consumo, y no exclusivamente el de la producción.Dejaba de tal modo esa zona de vulnerabilidad que lo condenaba prácticamente a vivir "al día",satisfaciendo una a una las necesidades más imperiosas. Accedía al deseo (retomo la palabra deMerrheim), cuya realización estaba socialmente condicionada por la posibilidad de despegarsede la urgencia de la necesidad. El deseo es esa forma de libertad que pasa por el dominio de lostiempos y se satisface con el consumo de objetos duraderos no estrictamente necesarios. El"deseo de bienestar" que aspira al automóvil, la vivienda, el electrodoméstico, etcétera, hacíaposible el acceso del mundo obrero a un nuevo registro de la existencia, aunque les disgustara alos moralistas.

Sería sin duda excesivo atribuirle a Ford el mérito de esta cuasi mutación antropológica de larelación salarial. Se trataba de un proceso general que estaba lejos de basarse exclusivamenteen la invención de la "cadena de montaje casi automática" y en la política salarial de unindustrial norteamericano. No obstante, es cierto que a partir de Ford se afirmó una concepciónde la relación salarial según la cual "el modo de consumo está integrado en las condiciones deproducción"3. Esto bastó para que grandes estratos de trabajadores (pero no todos lostrabajadores) pudieran dejar esa zona de extrema miseria e inseguridad permanente que habíasido su situación durante siglos.

Cuarta condición: el acceso a la propiedad social y a los servicios públicos. El trabajador estambién un sujeto social que está en condiciones de compartir los bienes comunes, nocomerciales, disponibles en la sociedad. En este punto me limitaré a remitirme a la elaboraciónsobre la "propiedad transferida" que intentamos en el capítulo anterior; esa propiedad se inscribeen la misma configuración salarial. Si el pauperismo fue el veneno de la sociedad industrial ensus inicios, el seguro obligatorio era su mejor antídoto. En las situaciones extralaborales se podíadesplegar una red mínima de seguridades vinculadas al trabajo, para poner al obrero al abrigodel desamparo absoluto. Sin duda, en esta primera forma de los seguros sociales esasprestaciones eran demasiado mediocres como para tener una verdadera función redistributiva ygravitar significativamente sobre el "nivel de consumo". Pero respondían a la misma coyunturahistórica del sector asalariado, en la que éste podía ser clasificado y catalogado (no era posibleotorgar derechos, aunque fueran modernos, más que a un estado claramente identificable, loque supuso la elaboración del concepto de población activa y la puesta al margen de formasmúltiples de trabajo intermitente), fijado y estabilizado (un derecho como la jubilación implica untrabajo continuo en el largo término), autonomizado como estado antes de bastarse a sí mismo(para asegurar la protección, se deja de contar con los recursos de las economías domésticas yde la "protección cercana"). Evidentemente, este modelo se aplicaba de manera privilegiada alos obreros de la gran industria, aunque también regía mucho más allá de esa población.Reconocía la especificidad de una condición salarial obrera, y al mismo tiempo la consolidaba,puesto que tendía a asegurarle recursos para su autosuficiencia en caso de accidente,enfermedad o después de la cesación de la actividad (jubilación).3

Recordemos asimismo que esta promoción de la propiedad transferida se inscribía en eldesarrollo de la propiedad social, y especialmente de los servicios públicos. De tal modo seenriquecía la participación de las diferentes categorías de la sociedad en "la cosa pública",aunque esta participación siguiera siendo desigual. La clase obrera -volveremos sobre el punto-iba a tener un mayor acceso a bienes colectivos tales como la salud, la higiene, la vivienda, laeducación.

336 M. Aglietta, Régulation et crises du capitalisme, op. cit., pág. 130.

337 El hecho de que la primera ley francesa de seguro-jubilación obligatoria haya sido la ley de 1910 de jubilación obrera y campesina, parece contradecir esa conexión privilegiada de la protección social con la condición de los obreros de la industria. Pero, como lo señala Henri Hatzfeld (Du paupérisme a la Sécurité sociale, op. cit.), la igualdad de trato con campesinos y obreros respondía a una exigencia política en la Francia "radical", que creía particularmente en el campesinadoy quería evitar mas que nada la desestabilización del campo y el éxodo rural. Esas buenas intenciones no llegaron a puerto. La ley de jubilaciones de 1910 reveló ser casi inaplicable en el campo, en particular por la dificultad de identificar a los asalariados "puros" y la fuerte resistencia de los empleadores a plegarse a un mandato percibido como una intrusión inadmisible del Estado en las formas "paternales" de relación de trabajo. El salariado campesino representaba entonces una condición demasiado diferente de la del salariado industrial como para prestarse al mismo tratamiento.

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Quinta condición: la inscripción en un derecho del trabajo que reconocía al trabajador comomiembro de un colectivo dotado de un estatuto social, más allá de la dimensión puramenteindividual del contrato de trabajo. También se asistió a una transformación profunda de ladimensión contractual de la relación salarial. El artículo 1710 del Código Civil lo definía como un"contrato por el cual una de las partes se compromete a hacer algo para la otra, a cambio de unpago". Transacción entre dos individuos en principio igualmente "libres", pero cuya asimetríaprofunda ha sido subrayada muchas veces. Léon Duguit ve allí la expresión del "derechosubjetivo", es decir "el poder de una persona para imponer a otra su propia personalidad".38 Esederecho subjetivo será reemplazado por un derecho social "que une entre ellos, por lacomunidad de las necesidades y la división del trabajo, a los miembros de la humanidad yparticularmente a los miembros de un mismo grupo social".3

Al tomarse en cuenta esta dimensión colectiva, la relación contractual se desliza desde larelación de trabajo hasta un estatuto del asalariado. "La idea de estatuto, característica delderecho público, supone la definición objetiva de una situación que se sustrae al juego de lasvoluntades individuales."4 Ya había habido un reconocimiento jurídico del grupo de lostrabajadores como interlocutor colectivo con la ley que abolió el delito de huelga (1864) y la queautorizó las coaliciones obreras (1884). Pero esos progresos no tuvieron incidencia directa sobrela estructura del trabajo en sí. Asimismo, durante mucho tiempo, las negociaciones realizadas enel seno de las empresas entre el empleador y el colectivo de los trabajadores (por lo general anteuna huelga o una amenaza de huelga) carecían de valor jurídico. Fue la ley del 25 de marzo de1919, ulterior al acercamiento generado por la "unión sagrada" y la participación obrera en elesfuerzo de guerra, la que dio un estatuto jurídico al concepto de convención colectiva. Lasdisposiciones estipuladas por la convención prevalecían sobre la del contrato individual detrabajo. Léon Duguit dedujo de inmediato la filosofía del procedimiento.

El contrato colectivo es una categoría jurídica totalmente nueva y extraña a lascategorías tradicionales del derecho civil. Es una convención-ley que regula lasrelaciones de dos clases sociales. Es una ley que establece relaciones permanentes yduraderas entre dos grupos sociales, el régimen legal al que deberán atenerse loscontratos individuales entre los miembros de estos grupos.4

En efecto, la convención colectiva superaba el cara a cara entre empleador y empleado de ladefinición liberal del contrato de trabajo. Un obrero contratado a título individual se beneficiabacon las disposiciones previstas por la convención colectiva.

La aplicación de esta ley fue en un primer momento muy decepcionante, debido a la aversión,tanto de la clase obrera como de los patrones, a entrar en un proceso de negociación. Estasreticencias (la palabra es un eufemismo) de los "asociados sociales"4 explican el papeldesempeñado por el Estado para establecer procedimientos de concertación. Desde losesfuerzos de Millerand en 1900 para crear consejos obreros,4 el Estado pareció asumir unafunción motriz en la constitución del derecho del trabajo, por lo menos hasta que entró en

338 L. Duguit, Le droit social, le droit individuel et la transformaron de l'État, op. cit., pág. 4.

339 Ibíd., pág. 8

440 J. Le Goff, Du silente a la parole, op. cit., pág. 112. Cf. también F. Sellier, La con-frontation sociale en France, 1936-1987,op. cit.

441 L. Duguít, Les transformations genérales du droit privé, París, 1920, pág. 135, citado en J. Le Goff, Du silence á la parole, op. cit., pág. 106.

442 Para un análisis del contexto sociohistórico que explica esta m.il.i volunl.ul p.ir.i concertar, tanto patronal como sindical, ysobre las diferencias con Alemania y C Ir.m Bretaña, cf. F. Sellier, La confrontation sociale en France, op. cit., págs. 1 y 2. Sobre las mi' didas bosquejadas durante la Primera Guerra Mundial y su reconsideración al volver la paz, cf. M. Fine, "Guerre et réformisme en France, 1914-1918", en Le soldat du travail, op. cit.

443 Decreto del 17 de septiembre de 1900: "Existe un interés de primer orden en instituir entre los patrones y la colectividadde los obreros relaciones continuas que permitan intercambiar a tiempo las explicaciones necesarias y regular algunasdificultades de cierta naturaleza... Tales prácticas no pueden sino ayudar a aclimatar las nuevas costumbres que se querríahonrar. Al entronizarlas, el gobierno de la República sigue fiel a su papel de pacificación y de arbitro" (citado en J. Le Goff, Dusilence a la parole, op. cit., pág. 102). Pero el decreto nunca se aplicó.

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escena para imponer su punto de vista un sector de la clase obrera partidario de las reformas(como objetivo privilegiado o como etapa del proceso revolucionario). En este aspecto, en el año1936 se dio por primera vez la conjunción de una voluntad política (el gobierno de FrentePopular, con una mayoría socialista-comunista por encima de sus divergencias, quería unapolítica social favorable a los obreros) y un movimiento social (cerca de dos millones de obrerosque ocuparon las fábricas en junio). Los acuerdos de Matignon activaron las convencionescolectivas e impusieron delegados de fábrica elegidos por el personal.4

Pero, más allá de esta "conquista social" y de algunas otras, el período del Frente Popular fue unaetapa particularmente significativa, decisiva y frágil, de la odisea del salariado.

444 En 1936 se firmaron 1123 convenciones colectivas, y en 1937 la cifra alcanzó a 3064; cf. A. Touraine, La civilisation industrielle, t. IV, de L. H. Parias, Histoire genérale du travail, París, Nouvelle Librairie de France, 1961, págs. 172-173.

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