Imposición de un fenómeno cultural a daltónicos

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Ensayo sobre la necesidad de imponer una determinada forma de ver sobre otras, pese a tratarse de un constructo social. Más en concreto, reflexión sobre la imposición del hecho social "color" general a otros modelos patológicos, como el daltonismo.

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El color

como

fenómeno

social

impuesto

Distintas formas de percibir la realidad

Alberto Serrano Martín 1º Periodismo y Comunicación Audiovisual Teoría General de la Imagen

El color

fenómeno

impuesto

Distintas formas de percibir la realidad

Alberto Serrano Martín

1º Periodismo y Comunicación

Teoría General de la Imagen

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ÍNDICE

1. INTRODUCCIÓN --------------------------------------------------------------------------------- 3

2. PSICOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN ---------------------------------------------------------- 3-4

3. IMAGEN Y COLOR COMO CONSTRUCTOS ------------------------------------------------ 5

4. SOBRE CONOS Y LONGITUDES DE ONDA------------------------------------------------ 5-6

5. TIPOS DE DALTONISMO ----------------------------------------------------------------------- 7

6. SOBRE LA IMPOSICIÓN DE UN HECHO SOCIAL ---------------------------------------- 7-8

7. LA EDUCACIÓN COMO IMPOSITORA DEL HECHO SOCIAL -------------------------- 8-9

8. ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO ---------------------------------------------------- 9

9. FENOMENOLOGÍA DEL COLOR -------------------------------------------------------- 10-11

10. EL COLOR COMO UNIVERSAL ---------------------------------------------------------- 11-12

11. EN LOS OJOS DE UN EXTRAÑO -------------------------------------------------------- 12-13

12. UN CAMPO ABIERTO --------------------------------------------------------------------- 13-14

13. CONCLUSIÓN ------------------------------------------------------------------------------------ 14

14. BIBLIOGRAFÍA ----------------------------------------------------------------------------------- 15

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INTRODUCCIÓN

Nervios, ansiedad, un insoportable nudo se forma en mi garganta. Llevo los últimos

días atormentado por algo. Voces en la noche se pierden entre los laberintos que conforman

mis sueños de murallas de éter y de olores que no son ni fuertes, ni débiles, simplemente

nadie los puede percibir, son tan nuevos y a la vez tan antiguos, tan intemporales, que no

sabemos si algún día existieron, o si existirán. Y esas voces lastimeras se pierden por esos

túneles por su incapacidad para acordar nada, por un entorno cambiante que se representa

ante cada una de ellas de una forma distinta.

Todas las noches, ese mismo sueño, tanto y tan real, que me llego a preguntar si eso

es lo que pasa en el mundo, me pregunto cómo sería ver con otros ojos, si otros ojos ven lo

mismo que yo, si todo lo que veo es así como yo lo veo, o tiene otro aspecto que yo nunca

llegaré a adivinar. Lo comento con mi entorno y me parece que empiezo a enloquecer, parece

que hablo en el idioma de la ciencia ficción, como esperando descubrir una caja que encierre

un cosmos paralelo en el que la realidad es distinta, y a la vez tan real.

Es por esto por lo que me decidí a realizar este ensayo, por el deseo de indagar en esos

otros mundos que resultan estar más cerca de lo que nos pudiéramos pensar. Como es sabido,

los colores no existen en sí, sino que los formamos nosotros al llegar una determinada longitud

de onda a unas determinadas moléculas que poseemos en nuestros ojos. Y tal como es

costumbre en el ser humano, la opción más general, más fuerte, es impuesta a aquellos que no

perciben las cosas como los demás. Se segrega una visión patológica de los denominados

daltónicos de la visión normal.

En este ensayo, empezaremos por una breve introducción en los procesos de

construcción de imágenes que se realiza en la tarea perceptiva, para poder analizar mejor

cómo es impuesto un hecho social, un fenómeno más o menos arbitrario, sobre el resto de la

sociedad, y nos preguntaremos sobre la licitud y necesidad de imponer un determinado

modelo, cuando queda tanto por indagar y por descubrir en torno al funcionamiento del

cerebro y a la evolución de una sociedad cada vez más cambiante.

PSICOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN

La principal conclusión a la que me gustaría poder llegar en este apartado es que la

percepción es una tarea de construcción entre los estímulos externos y una serie de esquemas

y de modos de ver que completan esa percepción, y sin los cuales, ésta no sería posible. La

percepción consiste en imponer ciertos conceptos o categorías visuales, y sólo se puede hablar

de percepción cuando el elemento percibido se logra adecuar a una determinada forma

organizada.

[…] lo que llamamos popularmente cognición perceptual no puede

describirse como una simple, inmediata y pura captación especular. Por el

contrario, se origina en un proceso de sucesivos actos de formación complejos.

(Arnheim, 1986)

Tradicionalmente, se ha dado una manifiesta supremacía al pensamiento sobre los

sentidos, considerando que era éste el que gobernaba sobre todo. Pero la gran virtud de la

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visión como sentido, aparte de ser un medio muy sofisticado, es que nos ofrece una

información inagotablemente rica sobre el mundo exterior. De esta forma, se configura como

el medio primordial del pensamiento, dándose una relación recíproca entre ambas partes,

donde el pensamiento pone los esquemas y la visión el contenido que configurarán los

sucesivos esquemas.

Y este medio tan sofisticado que es el ojo humano se articula de la siguiente forma: El

ojo es un globo con una forma geoide, de un diámetro de unos dos centímetros y medio,

cubierto por la esclerótica —una capa

en parte opaca, en parte transparente.

La córnea es la que asegura la mayor

parte de la convergencia de los rayos

luminosos. Tras ella, encontramos el

iris, un músculo esfínter, regido de

modo reflejo en cuyo centro se sitúa la

pupila, de 2 a 8 milímetros de

diámetro. Esta, se abre y se cierra para

dejar pasar más o menos luz. El

cristalino se presenta como una lente

biconvexa de convergencia variable.

En la retina, alrededor de la fóvea, se localizan receptores de luz, llamados bastones y

conos. Éstos contienen moléculas de pigmento que, a su vez, contienen una sustancia llamada

rodopsina. La rodopsina absorbe quanta luminosos y los descompone por reacciones químicas.

Los receptores se enlazan con las células nerviosas por sinapsis, múltiples enlaces transversales

que agrupan las células en redes y que constituyen las fibras del nervio óptico. El nervio óptico

sale del ojo y termina en el cuerpo geniculado, una región lateral del cerebro, de la que salen

nuevas conexiones hacia la parte posterior del cerebro, para llegar al córtex estriado.

Con respecto a la visión, nuestro cerebro dispone de dos hemisferios, conectados de

manera que el izquierdo elabora el campo visual derecho y el derecho construye el campo

visual izquierdo. No obstante, los dos ojos están conectados a los dos hemisferios cerebrales.

Lo que se conecta al hemisferio izquierdo es el campo visual derecho, y viceversa. La parte que

se ocupa de la creación del color es el área V4 del cerebro, en las circunvoluciones lingual y

fusiforme. Esta área también se ocupa de crear las formas de los objetos. De esta forma, si nos

lesionamos estas cincunvoluciones, llegaremos a la acromatopsia total, y si sólo nos

lesionamos las de un hemisferio, dejaremos de percibir el color en una mitad. Por ejemplo, si

nos lesionamos el derecho, no percibiremos el color en la parte izquierda de nuestra vista.

Así, hemos visto cómo para la percepción son necesarias, fisiológicamente hablando,

tres tipos de transformaciones: ópticas, químicas y nerviosas. Esto nos da una ligera idea de la

complejidad del sistema visual y nos pone alerta sobre la concepción que solemos tener de la

visión como algo que empieza y que termina en los ojos, que no añade nada a lo visto, y se

limita a transmitírnoslo de una forma objetiva.

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IMAGEN Y COLOR COMO CONSTRUCTOS

El objetivo de la visión cuando se le presenta una imagen, es construir las formas, los

colores de las superficies y las luces, de una forma coherente, a fin de que al juntarlos, se

produzca tal imagen. La meta es encontrar la mejor solución posible, donde las buenas

elecciones con cambios leves son estables, y las demás son inestables. Esta labor de creación

la demuestran las diversas metodologías complejas que sigue el ojo como son la visión

fotópica y escotópica, o el hecho de que percibamos los objetos con los mismos colores a lo

largo del día, cuando, en realidad, deberían cambiar, ya que cambia la incidencia de la luz en

su superficie, es la llamada constancia cromática aproximada. Además, hay ciertos matices que

nunca coexisten. A estos pares que no coexisten, y que son rojo/verde y amarillo/azul, se les

denomina colores oponentes.

En el terreno psicológico, la visión del color se basa en unos pocos rasgos

puros y elementales. […] las pautas del color se perciben como elaboraciones de

las elementales y puras cualidades del amarillo, rojo, azul. (Arnheim, 1986)

Los colores de apertura son aquellos que no parecen pertenecer a una superficie ni a

un iluminador. Según un fotómetro, una imagen de apertura puede diferenciarse de otra en un

número infinito de formas. Sin embargo, nosotros solo las diferenciamos en tres cualidades:

tono, saturación y brillo. El tono se refiere a la cantidad de ese color que hay presente; la

saturación nos indica la pureza de un tono, y varía entre los grises neutros y los tonos

altamente puros; el brillo varía entre lo apenas visible y lo deslumbrante.

De esta forma tenemos que, dos imágenes que para un fotómetro se diferencian en

infinitas maneras, nosotros las percibimos de una forma idéntica. Estas imágenes se

denominan metámeros. A nuestros ojos, los metámeros, son iguales, pero para un fotómetro

no. En cambio, un fotómetro no está preparado para percibir, por ejemplo, un borde visual.

Tampoco está preparado para realizar, como nosotros, un contraste simultáneo, usando los

contrastes locales de la luminosidad para asignar los grises. Los colores que construimos en un

punto determinado, dependen no sólo de la luz, sino de un área más amplia del campo visual.

Usamos contextos más amplios para construir los colores. Y esta construcción se da, a grandes

rasgos, de la siguiente forma:

El azul es consecuencia de los rayos con frecuencias más elevadas, el

amarillo de las intermedias y el rojo de las bajas. […] La luz se compone de

diversos rayos, que tienen distintas frecuencias. Una superficie determinada

refleja ciertos rayos y absorbe otros. Si refleja las bajas frecuencias y absorbe las

altas, el resultado es el color rojo. Si refleja las altas y absorbe las bajas, el color

es azul. El patrón de reflexión es el color de la superficie. (Hoffman, 2000)

SOBRE CONOS Y LONGITUDES DE ONDA

Pero, ¿cómo funciona la luz?, ¿cómo la podemos describir? No son preguntas fáciles.

Por lo pronto, saber que cuando se describe la luz como una partícula, se habla de quanta de

luz, y que cada quantum de luz tiene una frecuencia específica. También conviene saber que la

luz se desplaza muy rápidamente, recorre tres metros en 10��segundos. Los receptores

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retinianos de los que hablaremos a continuación, reaccionan en menos de una milésima de

segundo cuando están descansados, pero, en cambio, pasan al menos de cincuenta a ciento

cincuenta milésimas de segundo entre la estimulación del receptor y la del córtex.

Sobre los otros componentes de

este epígrafe, los conos, decir que hay tres

variedades, sensibles cada uno de ellos a

una determinada longitud de onda. Éstas

son, 0,440µ, 0,535µ y 0,565µ,

correspondientes, respectivamente, a un

azul-violeta, un verde-azul y un verde-

amarillo. Uno de estos tipos, llamado P,

reacciona preferentemente a las altas

frecuencias; otro, llamado M, reacciona a

las intermedias; y el tercer tipo, llamado G,

responde a las bajas. Las altas frecuencias corresponden a las ondas cortas, y las bajas a las

ondas largas, tal y como muestra el gráfico de la derecha. Esta teoría, descubierta en un

principio por Thomas Young, y redescubierta por Helmholtz, pasó a llamarse la Teoría

Tricromática de Young-Helmholtz.

Como ya avanzamos previamente,

los conos y bastones se localizan en los

alrededores de la fóvea, tal y como

muestra el dibujo de la izquierda. Los

conos difieren porque poseen distintas

moléculas de pigmento que reaccionan de

diversas formas a la luz. Cada molécula de

pigmento se divide en dos partes: una

gran proteína llamada opsin y una

derivación de la vitamina A llamada

retinal. La secuencia de aminoácidos de la

opsin va a determinar la reacción del

pigmento frente a la luz. Existen códigos específicos para estas moléculas opsin, de forma que

si falta uno de esos genes, o resulta defectuoso, el sujeto carecerá del pigmento visual

correspondiente. Por ejemplo, algo tan sencillo como un cambio en la posición de la serine y la

alanine en el pigmento G, que ha resultado ser polimórfico, un cambio en un único nucleótido,

puede alterar, en parte, cómo construimos nuestro mundo visual.

También cabe destacar el llamado efecto Purkinje. Según él, en un medio iluminado de

forma intensa, los rojos se verían más brillantes y luminosos debido a que los conos retínicos,

que son sensibles a las longitudes de onda largas, son los que llevan a cabo el trabajo de la

sensación visual, mientras que con luz débil, se resaltan más los azules y verdes ya que en la

sensación visual colaboran, también, los bastones, que son más sensibles a las longitudes de

onda cortas.

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TIPOS DE DALTONISMO

Como ya vimos, si nos faltaba un gen de la molécula opsin, o si éste es defectuoso,

careceremos del pigmento visual correspondiente. Esto restringe la gama de tonos que

podemos construir, provocando la llamada ceguera del color. Si nos falta el pigmento G,

sufriremos de protanopía, y no podremos construir las diferencias entre el verde y el rojo.

Tampoco lo podremos hacer si sufrimos de deuteranopía, es decir, si nos falta el pigmento M.

Y si nos falta el pigmento P, padeceremos tritanopía y no construiremos las diferencias entre el

azul y el amarillo. Como vimos, las longitudes P, M y G, se corresponden con las longitudes de

ondas altas, medias y bajas, respectivamente, es decir, con los colores azul, verde y rojo. De

esta forma, quien sufre de protanopía, no percibe el espectro bajo, correspondiente al rojo; el

que sufre deuteranopía, no percibe el espectro medio, correspondiente al verde; y quien sufre

tritanopía, no percibe el espectro alto, correspondiente al azul.

Además, cabe distinguir entre varios tipos de ceguera al color. Por un lado, tenemos la

monocromática, en la que el sujeto sólo puede ver un tipo de color. Los dicromáticos

presentan sólo dos tipos de conos. Pero la más común es la tricromática anómala, en la que el

sujeto posee los tres tipos de conos, aunque con defectos funcionales, lo que le hace confundir

un color con otro. La acromatopsia, hemos visto que se da en muy pocos casos a lo largo de la

historia, y que tiene más que ver con problemas neuronales, aunque también puede darse la

carencia total de conos o que sean todos ellos defectuosos.

El daltonismo se considera como un defecto genérico que es hereditario y que afecta a

un 8% de la población masculina. Se transmite por un alelo recesivo ligado a un cromosoma X.

Como los hombres sólo poseen un cromosoma X, mientras que las mujeres poseen dos, los

primeros son más vulnerables a padecer daltonismo. Para que una mujer lo fuera, deberían

serlo sus dos cromosomas X. Por lo general, se convierten en portadoras y se lo transmiten a

su descendencia.

SOBRE LA IMPOSICIÓN DE UN HECHO SOCIAL

Es hecho social todo modo de hacer, fijo o no, que puede ejercer una

coerción exterior sobre el individuo; o, también, que es general en todo el

ámbito de una sociedad dada y que, al mismo tiempo, tiene una existencia

propia, independiente de sus manifestaciones individuales. (Durkheim, 1895)

El hecho social es exterior con respecto al individuo singular que aparece en una

sociedad configurada culturalmente de una manera determinada, y que en el curso del

proceso de socialización irá interiorizando esos elementos culturales externos. El hecho social

es impuesto por medio de unas determinadas fuerzas de coerción, que son ejercidas por el

grupo organizado sobre el individuo aislado. La coerción se va a instalar como una especie de

colaboración social, como una cooperación libre y espontánea. Todos contribuimos a

acrecentar esta presión, y somos víctimas de ella. Pero además, para que se imponga un hecho

social, debe gozar de generalidad. El hecho social tiene que ser compartido por todos o casi

todos los miembros de la sociedad, si bien la generalidad puede ser una consecuencia de lo

universal que produce la coerción.

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Todos estos elementos los podemos constatar en el hecho social que supone imponer

una determinada forma de ver. En este caso, la coerción no se hace sentir prácticamente, pero

eso no supone que no exista. La mejor prueba de ello es que esta coerción se afirma a partir

del momento en que el individuo trata de resistirla. Cuando un individuo se manifiesta

contrario a este hecho social, la extrañeza, y hasta comicidad que causa, refleja esta coerción

latente. Es la manera que tiene la sociedad de castigar al individuo díscolo, aunque sea esta

una manera más sutil. Es imposible que nadie actúe de otra forma, y que trate de llamar rojo a

lo que los demás llaman verde. En este sentido, un hecho social puede ser reconocido por la

coerción externa que ejerce o que es capaz de ejercer, o bien por la resistencia que el hecho va

a oponer a cualquier intento individual de violentarlo.

Para separar estos dos hechos, llamaremos normales a los que presenten las formas

más generales y llamaremos a los otros mórbidos o patológicos. Es la mayor frecuencia de la

aparición de los primeros la que determina su superioridad. Esta segregación nos podría

parecer, ciertamente, bastante arbitraria. Pero, tras una observación más detenida,

comprobaremos que presentan caracteres de constancia y regularidad, que revelan su

objetividad. Esta fuerte separación es más sólida cuanto más articulada se encuentre una

estructura social que puede oponer, por consiguiente, una mayor resistencia a cualquier tipo

de modificación. Pese a todo, cuando se trata de sociedades más elevadas o muy recientes,

como es la nuestra, estas leyes son aún desconocidas, y habría que estudiar su desarrollo

completo a lo largo de la historia, lo cual, no es posible por el momento.

Así, podríamos decir que:

El individuo es una ilusión, y una ilusión que se mantiene tanto más

eficazmente cuanto que la sociedad no hace sentir su presión sobre él.

(Durkheim, 1895)

LA EDUCACIÓN COMO IMPOSITORA DEL HECHO SOCIAL

El papel de los padres y maestros es transmitir las costumbres y el acervo cultural a su

descendencia. Junto a este acervo, se encuentra también el hecho social. Así, se convierten en

los representantes e intermediarios de la presión del medio social. La educación consiste en un

esfuerzo para imponer al niño modos de ver, de sentir y de obrar que no se le hubieran

ocurrido de forma espontánea. Y el objeto de hacerle partícipe de todo este legado, es que se

puedan centrar en elaborar los nuevos hechos sociales del futuro.

Normalmente, la reflexión es anterior a la ciencia, el hombre no puede vivir en medio

de las cosas sin hacerse una idea de ellas. Y con esta idea, regulará su conducta. Vemos que es

algo necesario para la propia supervivencia del individuo, el poder adelantarse a lo que conoce

científicamente. El niño-hombre debe tratar de comprender los hechos que ya ha interiorizado

como suyos, y de descubrir de manera inmediata, nuevos hechos, que transmitirá a su

descendencia, de forma que toda sociedad se nutre de la anterior, de sus éxitos y de sus

fracasos.

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[…] la reflexión se ve incitada a apartar la vista de lo que es el objeto

mismo de la ciencia, a saber, el presente y el pasado, y a lanzarse de un salto

hacia el futuro. (Durkheim, 1895)

ENTRE LO NORMAL Y LO PATOLÓGICO

[…] los hechos que sólo se observan en uno mismo son demasiado

infrecuentes, huidizos y maleables como para que se puedan imponer a las

nociones correspondientes que la costumbre ha fijado en nosotros e imponerles

su ley. (Durkheim, 1895)

Como ya vimos anteriormente, hay un hecho normal que se impone a otro patológico.

También apuntamos la supremacía que supone la generalidad de la que goza el primero de

ellos. Como vemos en el fragmento de arriba, los hechos individuales son demasiado frágiles

como para poderse imponer. Si se piensa en todos los tipos de daltonismo que existen y sus

múltiples variantes, parece fácil concluir que es imposible que alguno de ellos se llegue a

imponer sobre el resto. Si bien es cierto que, al ser la condición de deuteranopía la más

extendida, la gente asocia el daltonismo con la imposibilidad de distinguir entre el rojo y el

verde. Sin embargo, nada tiene que hacer con la visión normal.

Pero no nos engañemos, es muy importante poder diferenciar, salvo en casos muy

excepcionales, entre hechos normales y anormales, para poder asignar un dominio propio

tanto a la fisiología como a la patología. Es más importante si cabe, para poder llegar a un

acuerdo social sobre qué es blanco y qué es negro, qué rojo y qué verde, porque si no,

resultaría imposible toda comunicación.

Esto hay que desligarlo de la manifiesta arbitrariedad que envuelve a todo término. No

pretendemos aquí hablar del constructo social que supone la palabra rojo. Es claro que este

término, como todos los demás, proviene de una convención social, de un contrato entre

varias partes por el que se comprometen a designar un tipo de percepción determinado con el

nombre de rojo; y con el de verde a otro. Esto, que tiene cierta importancia en la más que

posible marginación de aquel que percibe las cosas de una manera diferente, de su

segregación como portador de un elemento patológico, pierde cierta relevancia al considerar

que se trata de un acuerdo necesario, en el cual las partes más generales han derrotado a las

minoritarias. Se manifiesta pues, como un problema de nomenclatura, pero no de divergencia

en la posibilidad del conocimiento de un universal llamado color, al que pondremos en duda a

su debido tiempo.

Todas estas convenciones, no se pueden descontextualizar, ya que lo que en una

sociedad sería patológico, en otra sociedad resulta normal, y los términos también varían. Por

ejemplo, hay algunas culturas que no diferencian perceptualmente el verde del azul; mientras

que los esquimales pueden discernir numerosos tipos de blanco, ya que de ello depende su

supervivencia; y hay culturas que diferencian entre varios tipos de colores que, en otras, se

designan bajo el mismo término.

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FENOMENOLOGÍA DEL COLOR

«Fenomenología» designa una ciencia, un nexo de disciplinas científicas

[…] un método y una actitud intelectual: la actitud intelectual específicamente

filosófica; el método específicamente filosófico. (Husserl, 1950)

La fenomenología trata de preguntarse acerca de los orígenes, de los principios últimos

que se esconden detrás de todo conocimiento. Husserl, durante toda su vida, se preguntó

acerca de si era posible conocer, trató de descubrir la teoría del conocimiento. Esto engarza

perfectamente con lo expuesto en este trabajo. Si la realidad exterior no es tal como la

concebimos, ¿es posible conocerla? Y, si los objetos exteriores no poseen ningún color, y es

nuestro organismo el que los construye, ¿acaso no sería posible que la realidad difiriese

sustancialmente de lo que percibimos en otros aspectos?

La complejidad ante la que se enfrenta esta ciencia de la fenomenología radica en que

el conocimiento como tal parece no identificarse con el objeto de conocimiento; el

conocimiento está dado, pero no así el objeto. Sin embargo, el conocimiento debe referirse al

objeto, debe conocerlo. Tenemos que, en nuestra actitud espiritual, nos encontramos vueltos,

intuitiva e intelectualmente, hacia las cosas que nos vienen dadas. Y aunque nos volvamos

hacia aquello que nos viene dado, puede ser que la vida social no sea más que el desarrollo de

ciertas nociones, y, suponiendo que esto fuera cierto, estas nociones no nos son dadas de una

forma inmediata. Es por eso por lo que tenemos que llegar a ellas a través de la realidad

fenoménica que las expresa.

Por tanto, la teoría del conocimiento no puede construirse sobre los cimientos de

cualquier otra ciencia natural. Como primer paso, debemos proceder a una reducción

gnoseológica, debemos intentar desligar toda trascendencia del objeto mismo, le debemos

aplicar un índice de indiferencia, o un índice gnoseológico cero. Pero, podemos, también,

dirigir la mirada, mientras percibimos los objetos, al mismo proceso de percepción, omitiendo

la referencia al yo o haciendo abstracción de ella.

Llegando a este nivel de abstracción tenemos que, el dato de un fenómeno reducido

es, en general, un dato absoluto e indudable. Por tanto, para salir de este solipsismo al que nos

había llevado la crítica del conocimiento, debemos poner nuestras miras «en las fuentes del

conocimiento; en los orígenes que debemos intuir genéricamente; en los datos absolutos

genéricos, que constituyen las medidas fundamentales y universales con que hay que medir

todo sentido».

Si atendemos al mismo proceso de percepción, podemos encontrar como algo que se

da, precisamente, los universales, y así, entender el conocimiento supondría aclarar de forma

genérica los nexos teleológicos del conocimiento, que van a hacer visibles ciertas relaciones de

esencia entre distintos tipos esenciales de formas intelectuales. Del ser, de la cogitatio,

tenemos evidencia, por eso, la cogitatio no representa enigma alguno. Las esencias de los

universales están dadas ellas mismas cuando la abstracción que origina las ideas se lleva a

cabo sobre la base de una percepción, o sobre la representación de una fantasía. Tenemos que

lo objetivo no es ningún ingrediente del fenómeno, y, sin embargo, se constituye en el mismo

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fenómeno. Se expone en él y está dado como siendo evidente. Se extrae del fenómeno mismo

un universal.

Si nos quedáramos en el puro solipsismo, llegaríamos a una situación absurda, en la

que la fantasía envolvería hasta el mismo acto de preguntarse sobre el conocimiento, sería una

fantasía sobre otra fantasía, que no vería nunca su fin. Pese a que la percepción es una mera

vivencia de mi sujeto, del sujeto que percibe, al igual que también son experiencias subjetivas

el recuerdo y la expectativa, y todos los actos intelectuales edificados en ellos, se puede

constatar, y en este ejemplo más que nunca, un acervo social común a varios e incluso a todos

los miembros de una sociedad determinada. Llegamos a la conclusión, pues, que la reducción

fenomenológica es el único método que es específicamente filosófico.

En el caso de la percepción del color, podemos tomar prestadas estas palabras, ya que,

como hemos visto, el hecho social, aunque pueda parecer arbitrario, tiene su base en ciertos

elementos psicológicos y fisiológicos, y se impone el más genérico, el más fuerte:

[…] como los únicos elementos de que está formada la sociedad son los

individuos, el origen primero de los fenómenos sociológicos sólo puede ser

psicológico. (Husserl, 1936)

EL COLOR COMO UNIVERSAL

Como ya hemos dicho, el solipsismo es una postura ridícula, porque:

[…] negar en absoluto el darse de las cosas mismas quiere decir negar

toda norma última, toda medida básica que dé sentido al conocimiento. Pero

entonces habría que declararlo todo ilusión, y a la ilusión como tal también

ilusión, procediendo absurdamente; y habría, pues, que lanzarse al

contrasentido del escepticismo. (Husserl, 1936)

Sin embargo, sabemos que el conocimiento sólo puede ser conocimiento humano,

ligado a las formas intelectuales humanas, ya que somos incapaces de alcanzar la naturaleza

de las cosas, de captar su esencia. Sin embargo, Husserl recurre a la reducción gnoseológica y,

posteriormente, a la obtención de los universales ya que, «Percibiendo color y practicando la

reducción, obtengo el fenómeno puro del color; y si llevo a cabo ahora una abstracción pura,

entonces obtengo la esencia de color fenomenológico en general».

Vemos como Husserl dibuja una puerta de emergencia con una tiza en la pared del

callejón sin salida al que había llegado con la reducción gnoseológica, recurriendo a los

universales. Y, curiosamente, plantea como ejemplo el universal rojo, y por extensión, el

universal del color. No obstante, cabe preguntarse si ese universal rojo puede, de hecho, llegar

a ser, o si, se pierde en su trascendencia.

Si el rojo como tal no existe, sino que a lo sumo, podemos hablar de cierta percepción,

de una ilusión, de una sensación fabricada por nosotros mismos, no nos es posible hablar de

universales. Nos parece claro pensar que las formas de la Tierra han sido como son

actualmente, con todas las variaciones que hemos estudiado que se han dado. La Tierra, como

forma, existe independientemente de nuestro paso por ella, y la idea Tierra también. Pero

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incluso parece legítimo dudar de la existencia del concepto Tierra sin que haya nadie que lo

piense. Si un árbol se cae en el bosque, y no hay nadie alrededor, ¿emite sonido alguno? Algo

parecido les ocurría a los personajes de ficción de la película La rosa púrpura de El Cairo, cuya

mayor obsesión era que no apagaran el proyector, ya que, si lo hacían, dejarían de existir.

Como la teoría de un ser inteligente que nos piensa, y que si nos deja de pensar, dejamos de

existir, desaparecemos irremediablemente.

Aun haciendo esa concesión a la fenomenología; admitiendo que la Tierra existió antes

de nuestra llegada y que seguirá existiendo después de nuestra desaparición; admitiendo la

posible existencia de otras formas de vida inteligentes que piensen en el concepto de Tierra,

no podemos negar que la noción de rojo parece ser inherente a nuestro organismo y

podríamos descartar, o al menos dudar de su existencia absoluta sin nosotros. Se nos aparece

como una idea non grata en el mundo de las ideas platónico, pero que, al mismo tiempo, se

muestra como algo casi innato, de cuya existencia no nos cabe la menor duda.

EN LOS OJOS DE UN EXTRAÑO

Los colores los damos como dados ya, los percibimos instintivamente como una

realidad en sí. Y aun cuando sabemos, gracias a la ciencia, que éstos, en realidad, no existen,

que son instancias que ponemos nosotros, no nos es posible ser conscientes de ello en plena

tarea perceptiva. Esto nos lleva a generalizar nuestra visión a toda la sociedad y a segregar el

hecho social entre lo normal y lo patológico. Nos encontramos, por un momento,

imposibilitados para reaccionar, incapaces de manifestar una realidad para la que nos faltan

los conceptos. No entendemos que pueda haber otra visión distinta, y esto nos incapacita para

ponernos en los ojos del otro.

Hemos visto con Durkheim cómo el fenómeno más genérico, el más fuerte, se va a

imponer al modelo patológico. Ciertamente, no nos faltan ejemplos a lo largo de la historia de

la humanidad.

De esta necesidad no se libran ni las culturas más avanzadas, o es precisamente por su

grado de madurez por lo que se da más en ellas, por su gran rigidez frente al cambio. Así, la

elevada cultura helénica desdeñaba a los demás pueblos, incluidos los griegos macedónicos, a

los que llamaron bárbaros, porque, según ellos, emitían una especie de bar-bar cuando

hablaban. Así pues, imponiéndoles su enorme sapiencia, les estaban haciendo un enorme

favor. Bajo esta imposición cultural subyace una clara falta de empatía. Porque no les

entendían, les consideraban inferiores.

Pero no sólo los griegos realizaron este proceso de imposición de un hecho social o

cultura más avanzada. En realidad, éste deseo de imponer al otro las costumbres y cultura del

pueblo dominador se esconde detrás de todos los grandes imperios colonizadores. Roma, la

otra gran cuna de la cultura occidental, también imponía, y más aún, su cultura a la de los

pueblos bárbaros que la rodeaban. Lo mismo pasó en la colonización de América, en la que se

acabó con sociedades indígenas muy avanzadas, y se les impuso la cultura occidental y la

religión católica. Todo ello, como un gran favor. El único ejemplo de imperio colonizador que

respetaba las culturas de los pueblos que conquistaba ha sido el vasto Imperio logrado por

Alejandro Magno en unos pocos años.

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Pero no es sólo esta falta de empatía la que impulsa a las potencias colonizadoras, sino

que, incluso detrás de ella, se esconde el miedo. El miedo ha jugado un papel fundamental en

la historia y es el que nos impide ponernos en el lugar del otro. Vemos cómo una sociedad

ajena a nosotros percibe el mundo de una forma distinta, y nos asola un miedo irracional

porque no somos capaces de entenderles, y porque en ese momento, nos volvemos

vulnerables y no somos los que estamos al frente de las operaciones. Si no sabemos cómo

perciben ellos las cosas, no podemos predecir sus movimientos, ni adaptarnos a ellos. Y este

miedo se convierte en odio visceral hacia todo aquello diferente y es lo que ha llevado y lleva,

a las grandes guerras, a las mayores atrocidades.

A lo largo de la historia, numerosos pueblos se han considerado los elegidos, los que

debían imponerse sobre los demás infieles. Tome el nombre que tome, su dios les tendría que

llevar a la victoria y castigar a los pueblos infieles. Aunque parezca extraño, esto es similar a lo

que le pasa a cualquier niño al llegar por primera vez a la guardería. Se ve despojado de los

brazos de sus seres queridos y se descubre entre iguales y no como el centro del universo.

Hasta ahora, todo había girado en torno a él, no conocía nada más allá, no se podía imaginar

algo más aparte de su corta experiencia, y siente que tiene que volver a ganarse el terreno,

porque él es el elegido, y porque tiene que volver a ser el centro, a tomar el control de la

situación, de su propia existencia.

Y esta falta de empatía se da cada día, en todas las escalas sociales. Póngase como

tema crucial la homofobia, la xenofobia, el machismo, el hembrismo o cualquier tipo de

discriminación, los motivos son, en definitiva, los mismos: el miedo a la diferencia.

UN CAMPO ABIERTO

Decía Durkheim que en el estudio de la evolución de las sociedades, debemos tener en

cuenta que cada sociedad es distinta a las demás, pero que hay ciertas pautas de desarrollo y

de comportamientos idénticos, y que las sociedades posteriores se nutren de las que la

preceden. También nos decía que no se puede explicar un hecho social de cierta complejidad a

no ser que se siguiera íntegramente su desarrollo a través de todas las especies sociales. La

sociología comparada no se trataba de una rama particular, sino que era la misma sociología,

en tanto que dejaba de ser puramente descriptiva y aspiraba a dar cuenta de los hechos. Todo

ello teniendo en cuenta, que el hombre sólo mira hacia el futuro y no hacia los conocimientos

que ya ha conseguido, que no puede vivir en medio de las cosas sin hacerse una idea de ellas.

Hoy día, sabemos muchas cosas acerca del cerebro humano y de cómo se realiza la

percepción. Sin embargo, la ciencia dista mucho de tener todas las respuestas. En realidad, el

ser humano es incapaz de obtener todas las respuestas debido a su corta estancia aquí en la

Tierra. Como decía Durkheim, ningún individuo es capaz de elaborar un sistema completo, sino

que la cultura nos precede y nos sobrevive. Pero hay estudios que vierten muchas dudas sobre

lo acertado de los conocimientos que ya poseemos. Por ejemplo, apuntan a una sorprendente

coincidencia entre las respuestas a preguntas simples, de carácter psicológico, semejantes a

las de la Gestalt, en individuos de distintas sociedades no conectadas entre sí.

Detrás de estas respuestas idénticas, parecen subyacer ciertos esquemas mentales que

compartimos durante el período de gestación, o conclusiones a las que todos, por una vía

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misteriosa, llegamos al mismo tiempo. Siempre se ha hablado de un sexto sentido que poseen

algunos niños. Pues bien, estos estudios revelan unos ciertos sentidos sinestésicos, presentes

en las etapas infantiles, y que sólo permanecen en un número muy reducido de adultos. Todo

ello nos lleva a la conclusión de que las dudas son todavía muchas, y que los estudios acerca de

este tema no están, ni mucho menos, cerrados, por lo que puede que en un futuro

descubramos nuevas funciones del cerebro, y con ellas, nuevos sentidos y nuevas formas de

percibir, de aproximarnos al mundo. También decía Durkheim, que si la exterioridad del hecho

social, en este caso la imposición del modo de ver normal al patológico, propio de daltónicos,

es sólo aparente, la ilusión se disipará a medida que la ciencia progrese y, por así decirlo, se

vería cómo lo exterior volvería a entrar en lo interior.

CONCLUSIÓN

Parece que las voces que recorrían el laberinto de mi mente, de las que hablamos ya

hace un tiempo, han encontrado la salida, han tomado una postura y han acordado las

palabras necesarias para poder llegar a un contrato social.

En su viaje, han visto, aunque cada una con diferentes ojos, que la percepción es una

tarea compleja, y que requiere de una colaboración imprescindible con sistemas neuronales

para terminar de construir las realidades que percibimos. Para no chocarse con los muros de

este laberinto, han necesitado aportar ciertos esquemas que han completado la compleja

información visual que captaba su complejo sistema visual. Y para aprender a no estamparse

con los muros, han necesitado, primero, estamparse unas cuantas veces. Han necesitado

adquirir la suficiente experiencia como para crear unos esquemas visuales que les informaran

de qué camino tenían que tomar y cuando tenían que torcer para no darse de bruces.

También han visto cómo sus modos de ver diferían sustancialmente, pero, en cambio,

había un modelo, que debido a su mayor extensión, se imponía sobre los demás, que pasaban

a llamarse patológicos. Esos hechos sociales que se acababan de crear, se fueron

transmitiendo entre las sucesivas generaciones que habitaron el laberinto. Y, al fin, decidieron

intentar ponerse de acuerdo, y comprobaron que, detrás de toda esa aparente arbitrariedad,

se escondían razones de peso. E intentaron ponerse en los ojos de los extraños, y no lo

consiguieron ya que se encontraban cegados, ya que desconocían el idioma en el que estaban

hablando. Y vieron cómo sus cerebros iban cambiando y cómo aquello que tenían por seguro,

se desvanecía en el gélido aire que recorría los pasillos de ese laberinto.

Y llegaron a la conclusión de que no todo estaba cerrado, de que las cosas cambiarían

siempre, que lo único estático es la muerte. Y vieron que no podían ver cómo el otro, que la

realidad era diferente para cada uno y no podían cambiarla, y no podían olvidarla, hacer como

si nunca hubiese ocurrido. Y aprendieron que era necesario un contrato social, pero que no

menos necesario era ser conscientes de que existen otras visiones que son tan válidas como

las nuestras. Y por último, aprendieron el gran significado de la frase clave para poder salir del

laberinto:

[…] la ciencia puede, ciertamente, iluminar el mundo, pero deja a

corazones sumidos en la noche; es el corazón el que tiene que darse su propia

luz. (Durkheim, 1895)

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BIBLIOGRAFÍA

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