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Seminario Teológico Anna Sanders Materia: Libros Históricos Profesor: José Luis Carmona Lozano. 1 JOSUÉ COMENTARIO I. Invasión de Canaán (1:15:12) A. Comisión de Josué (cap. 1) 1. JOSUÉ ESCUCHA A DIOS (1:19) 1:1 Las palabras después de la muerte de Moisés unen este libro con Deuteronomio (cf. Dt. 34:19). Antes de la muerte de Moisés, Josué fue nombrado como su sucesor (cf. Nm. 27:1523; Dt. 3:2122; 31:18). Josué había sido el joven servidor de Moisés durante algunos años (Éx. 24:13; 33:11; Nm. 11:28), era de la tribu de Efraín (Nm. 13:8), y vivió 110 años (Jos. 24:29). Es posible que Josué se sintiera solo, por lo que esperó cerca del río Jordán para escuchar la voz de Dios y no quedó desilusionado. Cuando los siervos de Dios se proponen escucharlo, el Señor siempre se comunica con ellos. En la actualidad, él generalmente habla por medio de su palabra escrita. Pero en el A.T. lo hacía por medio de sueños, visiones, a través del sumo sacerdote, y en ocasiones, con voz audible. 1:2. Cualquiera que haya sido la forma en que Dios se comunicó con Josué, el mensaje fue claro. Moisés, el siervo de Dios había muerto. (Es interesante que a Moisés se le llame “siervo de Jehová” tres veces en Josué 1 [vv. 1, 13, 15; cf. Éx. 14:31], y trece veces en otras partes del libro. Al final de su vida, Josué también fue llamado “siervo de Jehová” [Jos. 24:29].) Sin embargo, a pesar de que Moisés ya había muerto, el propósito de Dios seguía vivo, y Josué era ahora la figura clave para llevar a cabo el programa divino. Sus instrucciones fueron explícitas. De inmediato, Josué debía asumir el control de todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán …, a la tierra que Dios estaba a punto de darle. Nadie puede cuestionar el derecho que Dios tenía de dar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, puesto que él es dueño de toda la tierra. Como afirma el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan” (Sal. 24:1). 1:34. Aunque la tierra era regalo de Dios para Israel, sólo podía adquirirla por medio de una fuerte lucha. Dios les entregó el título de propiedad de su territorio, pero los israelitas tenían que entrar a poseerlo y marchar sobre todo el lugar. Las fronteras establecidas por Dios y prometidas a Abraham (Gn. 15:1821) y a Moisés (Dt. 1:68) se extendían desde el sur del desierto hasta el norte de los montes del Líbano, y desde el río Eufrates al oriente hasta el gran mar, el Mediterráneo que estaba al occidente, donde se pone el sol. La expresión toda la tierra de los heteos que se añade aquí probablemente no se refiere al extenso imperio heteo que se encontraba al norte de Canaán, sino al hecho de que en los tiempos antiguos se les llamaba “heteos” a todos los pobladores de la región de Canaán (cf. Gn. 15:20). Varios “grupos” de heteos vivían diseminados en Canaán. Josué había explorado esa tierra buena y fructífera treinta y ocho años antes, cuando formó parte del grupo de los doce espías (Nm. 13:1–16; ahí [Nm. 13:8] es llamado “Oseas”, una variante en la manera de escribir su nombre). El recuerdo de la belleza y fertilidad de Canaán no se había borrado de su memoria. Ahora él debía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar ese territorio. ¿Cuál era la extensión de la tierra? Realmente el territorio conquistado y controlado por Israel en tiempos de Josué fue mucho más pequeño del que se prometió en Génesis 15:1821. Aun en tiempos de

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JOSUÉ

COMENTARIO

I. Invasión de Canaán (1:1–5:12)

A. Comisión de Josué (cap. 1)

1. JOSUÉ ESCUCHA A DIOS (1:1–9)

1:1 Las palabras después de la muerte de Moisés unen este libro con Deuteronomio (cf. Dt. 34:1–

9). Antes de la muerte de Moisés, Josué fue nombrado como su sucesor (cf. Nm. 27:15–23; Dt. 3:21–22;

31:1–8). Josué había sido el joven servidor de Moisés durante algunos años (Éx. 24:13; 33:11; Nm.

11:28), era de la tribu de Efraín (Nm. 13:8), y vivió 110 años (Jos. 24:29).

Es posible que Josué se sintiera solo, por lo que esperó cerca del río Jordán para escuchar la voz de

Dios y no quedó desilusionado. Cuando los siervos de Dios se proponen escucharlo, el Señor siempre se

comunica con ellos. En la actualidad, él generalmente habla por medio de su palabra escrita. Pero en el

A.T. lo hacía por medio de sueños, visiones, a través del sumo sacerdote, y en ocasiones, con voz

audible.

1:2. Cualquiera que haya sido la forma en que Dios se comunicó con Josué, el mensaje fue claro.

Moisés, el siervo de Dios había muerto. (Es interesante que a Moisés se le llame “siervo de Jehová” tres

veces en Josué 1 [vv. 1, 13, 15; cf. Éx. 14:31], y trece veces en otras partes del libro. Al final de su vida,

Josué también fue llamado “siervo de Jehová” [Jos. 24:29].) Sin embargo, a pesar de que Moisés ya

había muerto, el propósito de Dios seguía vivo, y Josué era ahora la figura clave para llevar a cabo el

programa divino. Sus instrucciones fueron explícitas. De inmediato, Josué debía asumir el control de

todo el pueblo y llevarlo a través del Jordán …, a la tierra que Dios estaba a punto de darle. Nadie

puede cuestionar el derecho que Dios tenía de dar a los hijos de Israel la tierra de Canaán, puesto que él

es dueño de toda la tierra. Como afirma el salmista: “De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y

los que en él habitan” (Sal. 24:1).

1:3–4. Aunque la tierra era regalo de Dios para Israel, sólo podía adquirirla por medio de una fuerte

lucha. Dios les entregó el título de propiedad de su territorio, pero los israelitas tenían que entrar a

poseerlo y marchar sobre todo el lugar. Las fronteras establecidas por Dios y prometidas a Abraham

(Gn. 15:18–21) y a Moisés (Dt. 1:6–8) se extendían desde el sur del desierto hasta el norte de los

montes del Líbano, y desde el río Eufrates al oriente hasta el gran mar, el Mediterráneo que estaba al

occidente, donde se pone el sol. La expresión toda la tierra de los heteos que se añade aquí

probablemente no se refiere al extenso imperio heteo que se encontraba al norte de Canaán, sino al

hecho de que en los tiempos antiguos se les llamaba “heteos” a todos los pobladores de la región de

Canaán (cf. Gn. 15:20). Varios “grupos” de heteos vivían diseminados en Canaán.

Josué había explorado esa tierra buena y fructífera treinta y ocho años antes, cuando formó parte del

grupo de los doce espías (Nm. 13:1–16; ahí [Nm. 13:8] es llamado “Oseas”, una variante en la manera

de escribir su nombre). El recuerdo de la belleza y fertilidad de Canaán no se había borrado de su

memoria. Ahora él debía conducir a los ejércitos de Israel a conquistar ese territorio.

¿Cuál era la extensión de la tierra? Realmente el territorio conquistado y controlado por Israel en

tiempos de Josué fue mucho más pequeño del que se prometió en Génesis 15:18–21. Aun en tiempos de

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David y Salomón, cuando la tierra alcanzó su máxima extensión, los distritos que quedaban en los

extremos sólo recibían una influencia parcial de Israel.

¿Cuándo poseerá la nación de Israel toda la tierra? Los profetas han declarado que será cuando

Cristo regrese a la tierra. Entonces, reunirá a los judíos y reinará sobre la tierra y sobre la nación

redimida y convertida de Israel. La posesión absoluta todavía está pendiente, esperando que llegue aquel

día (cf. Jer. 16:14–16; Am. 9:11–15; Zac. 8:4–8).

1:5. Al enfrentar el tremendo reto de conquistar a Canaán, Josué necesitaba una palabra fresca de

ánimo. A partir de sus observaciones personales, Josué sabía que los cananeos y los otros pueblos eran

muy fuertes y que vivían en ciudades bien fortificadas (cf. Nm. 13:28–29). Además, las frecuentes

batallas mantenían a los guerreros en excelentes condiciones para pelear. Por otro lado, la mayor parte

de la tierra era montañosa, lo cual complicaría las maniobras militares. Pero cuando Dios da una orden,

generalmente la acompaña de una promesa, así que él aseguró a Josué que tendría una trayectoria de

victorias continuas sobre sus enemigos, debido a la presencia y ayuda infalibles de Dios. Las palabras no

te dejaré (cf. Jos. 1:9) pueden entenderse como “Yo nunca te soltaré o abandonaré” y Dios nunca se

retracta de sus promesas.

1:6. Esta fuerte declaración de parte del Señor de que nunca desampararía a Josué, es el origen del

llamado que le hizo a ser valiente, el cual consta de tres partes. En primer lugar, Josué recibió el

mandato de esforzarse y ser valiente (cf. vv. 7, 9, 18) porque Dios había prometido darle la tierra. El

esfuerzo y la fortaleza eran necesarios para llevar a cabo la agotadora campaña militar que estaba por

delante. Pero Josué debía tener muy presente que el éxito que alcanzaría dando a Israel por heredad la

tierra, sería gracias a que había sido prometida a sus padres; i.e., a Abraham (Gn. 13:14–17; 15:18–21;

17:7–8; 22:16–18), a Isaac (Gn. 26:3–5), a Jacob (Gn. 28:13; 35:12), y a la nación entera, que era la

simiente de Abraham (Éx. 6:8), como su posesión eterna. Finalmente, Josué debía conducir a los hijos

de Israel a poseer la tierra prometida. ¡Qué papel tan importante le tocaría desempeñar en ese tiempo tan

crucial para la historia de la nación!

Aunque el cumplimiento de esa promesa tan especial y única depende de la obediencia de Israel

(cualquiera que sea la generación de que se trate) a Dios, no hay duda de que la Biblia afirma que Israel

tiene derecho a poseer esa tierra. El título de propiedad le pertenece por contrato divino, aunque no la

poseerá en su totalidad ni la disfrutará a plenitud hasta que esté bien con Dios.

1:7–8. En segundo lugar, Josué recibió la orden de esforzarse y ser muy valiente. Debía tener

cuidado de hacer conforme a toda la ley de Moisés. Ese mandamiento está basado en el poder de Dios

impartido a través de su palabra. Esta es una exhortación más fuerte, indicando que se requiere mayor

fuerza de carácter para obedecer fiel y cabalmente la palabra de Dios ¡que para ganar batallas militares!

El énfasis de estos vv. claramente se pone en un cuerpo escrito de verdades. Muchos críticos argumentan

que las Escrituras no aparecieron en forma escrita sino hasta varios siglos después. No obstante, aquí

hay una referencia clara que afirma que ya existía un libro de la ley.

Para disfrutar de la prosperidad y para que todo saliera bien en la conquista de Canaán, Josué debía

hacer tres cosas respecto a las Escrituras: (a) El libro de la ley no debía apartarse de su boca; i.e., debía

hablar acerca de él (cf. Dt. 6:7); (b) debía meditar en él de día y de noche; i.e., pensar acerca de él (cf.

Sal. 1:2; 119:97); (c) él debía hacer conforme a todo lo que en él está escrito, y obedecer por completo

los mandamientos; i.e., actuar conforme a ellos (cf. Esd. 7:10; Stg. 1:22–25).

La vida de Josué demuestra que él vivía en la práctica las enseñanzas de la ley de Moisés, la única

porción de la palabra de Dios que estaba por escrito en ese entonces. Solamente así se explican los

triunfos que logró en las batallas y el éxito que caracterizó a su carrera. En uno de sus discursos de

despedida antes de morir, exhortó a la nación a vivir en obediencia a las Escrituras (Jos. 23:6).

Trágicamente, el pueblo sólo hizo caso a esta exhortación por un corto período de tiempo. En sus

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siguientes generaciones, Israel se rehusó a ser guiado por la autoridad revelada de Dios, y cada uno

hacía lo que bien le parecía (Jue. 21:25). Israel rechazó las instrucciones objetivas de justicia y prefirió

las subjetivas, que se caracterizan por una espiritualidad y moralidad relativas. Esto condujo a la nación

a la apostasía religiosa y a la anarquía moral que duró varios siglos.

1:9. El tercer llamado a Josué para que fuera valiente se basa en la presencia de Dios. Esto de

ninguna manera minimiza la tarea que debía enfrentar el líder. Él tendría que confrontar a gigantes y

ciudades fortificadas, pero la presencia de Dios sería la que les daría el triunfo sobre sus enemigos.

Probablemente en la vida de Josué hubo momentos en que se sintió débil, incapaz y asustado. Tal

vez llegó a considerar la posibilidad de renunciar antes de comenzar la conquista. Pero Dios conocía

exactamente sus sentimientos de debilidad personal y de temor y le dijo tres veces te mando que te

esfuerces y seas valiente (vv. 6–7, 9; cf. v. 18). Dios también lo animó a no temer ni a desmayar (cf. Dt.

1:21; 31:8; Jos. 8:1). Esas exhortaciones, junto con sus palabras de ánimo (la promesa, el poder y la

presencia de Dios), fueron suficientes para sostenerlo durante toda su vida. Los creyentes de todos los

tiempos pueden animarse con las mismas promesas.

2. JOSUÉ DA ÓRDENES A SUS OFICIALES (1:10–15)

El Señor había hablado con Josué. Ahora él debía hablar al pueblo y lo hizo sin tardanza. Las

órdenes que dio fueron dadas con plena certidumbre. El nuevo líder había tomado el mando con

confianza. La situación que Josué y el pueblo enfrentaban no era fácil. De hecho, era similar al dilema

que enfrentaron Moisés y el pueblo cuando estuvieron frente al mar Rojo (Éx. 14). En ambos casos, se

presentó un obstáculo al comienzo del ministerio de los líderes que parecía imposible de superar

recurriendo a métodos naturales. Ambos casos exigían una profunda confianza y una dependencia

absoluta en el poder sobrenatural de Dios.

1:10–11. Había dos asuntos que exigían atención inmediata. Primero, debían juntar provisiones.

Aunque la provisión del maná diario no había cesado aún, el pueblo debía recolectar algunos frutos y

granos de las planicies de Moab para alimentarse ellos y sus ganados. La orden de “preparar” fue dada

por Josué a los oficiales (lit., “escribas”), quienes a su vez hablaron al pueblo al igual que hacen los

jefes de personal en la actualidad, que pasan las órdenes de un superior a la gente. La conquista

comenzaría en tres días (cf. 2:22).

1:12–15. El segundo asunto que Josué tenía que resolver era recordar a las tribus de Rubén, Gad y a

la media tribu de Manasés, que aunque ya se les había asignado la tierra que estaba al oriente del

Jordán como herencia, tenían el compromiso de pelear con sus hermanos y ayudarlos a conquistar la

tierra que se encontraba al occidente de ese río (Nm. 32:16–32; Dt. 3:12–20). La palabra clave aquí es

acordaos. Su respuesta (Jos. 1:16–18) muestra que no habían olvidado su promesa y que estaban listos

para cumplirla. De hecho, debían formar la vanguardia y encabezar el ataque sobre Canaán (v. 14,

delante de vuestros hermanos).

3. JOSUÉ RECIBE APOYO DEL PUEBLO (1:16–18)

1:16–18. La respuesta de las dos tribus y media que se habían asentado del otro lado del Jordán fue

entusiasta y de corazón. Seguramente reflejaba la actitud de todas las tribus en ese momento crucial en

que se preparaban para la invasión. Para el nuevo líder, esto debió haber sido de gran ánimo. Estaba

seguro de que su pueblo estaba unido y apoyándolo. En su juramento de lealtad y obediencia (nosotros

haremos … e iremos) prometieron solemnemente que cualquiera que desobedeciera al líder sería

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condenado y ejecutado. Hasta las tribus de Israel animaron a Josué a esforzarse y a ser valiente (cf. vv.

6–7, 9).

Sin embargo, había una condición: ellos estarían dispuestos a seguir a Josué si él les daba evidencias

claras de que era guiado por Dios (v. 17). Esta fue una sabia precaución y debían estar vigilantes de esto.

Si no, los líderes de Israel resultarían ser falsos profetas o “ciegos guiando a ciegos”.

B. Espionaje en Jericó (cap. 2)

Josué había sido uno de los doce espías que exploraron la tierra de Canaán (Nm. 13–14). Ahora que

levantaba su vista hacia el occidente, al otro lado del turbulento Jordán, y veía la tierra que Dios les

había prometido, no es de sorprender que mandara reunir la información necesaria para llevar a cabo una

batalla exitosa. Esa batalla fue el inicio de una guerra prolongada y difícil.

1. LOS ESPÍAS SON ENVIADOS A JERICÓ (2:1)

2:1. El líder vio en medio del camino que debían recorrer, la ciudad amurallada de Jericó, centro

estratégico del valle del Jordán que controlaba los caminos que conducían al altiplano central. Antes de

atacar, Josué necesitaba contar con información completa acerca de ese fuerte—cómo eran sus puertas,

sus torres fortificadas, su fuerza militar y el ánimo de sus habitantes. Así que eligieron a dos agentes

secretos y los enviaron a realizar una misión cuidadosamente disfrazada. Ni aun los mismos israelitas

debían conocer de ella, por el peligro de que un informe desfavorable los desanimara como sucedió con

sus antepasados en Cades-barnea (Nm. 13:1–14:4).

Arriesgando la vida, los dos espías salieron de Sitim, 11 kms. al oriente del Jordán y probablemente

viajaron hacia el norte, cruzando a nado el río desbordado (cf. 3:15) por algunos vados. Se dirigieron

hacia el sur y entraron a Jericó por el lado occidental. Pronto estuvieron caminando por las calles, y

mezclándose con la gente.

No se menciona cómo es que los espías escogieron la casa de una ramera que se llamaba Rahab.

Algunos sugieren que la vieron caminando por la calle y la siguieron, pero es mejor creer que en la

providencia de Dios, los hombres fueron guiados hasta allí. El propósito del Señor para la visita de los

espías a Jericó incluía algo más que obtener información militar. Allí vivía una mujer pecadora a la cual

él, en su gracia, había escogido para librarla del juicio inminente que vendría sobre la ciudad. Así que el

Omnipotente, actuando de manera misteriosa, reunió a los dos agentes secretos del ejército de Israel con

la prostituta de Canaán, que se convertiría en prosélita del Dios de Israel.

Desde el tiempo de Josefo hasta nuestros días, algunos han tratado de maquillar ese encuentro,

argumentando que Rahab era solamente la que cuidaba una posada. Sin embargo, las referencias del

N.T. (He. 11:31; Stg. 2:25) indican que era una mujer inmoral. Esto de ninguna manera pone en duda la

justicia de Dios al usar a una persona como ella para cumplir sus propósitos. Por el contrario, este

incidente sirve para poner en alto relieve su gracia y misericordia (cf. Mt. 21:32; Lc. 15:1; 19:10).

2. RAHAB ENCUBRE A LOS ESPÍAS (2:2–7)

2:2–3. El disfraz de los espías era inadecuado. La ciudad entera se había puesto en guardia al saber

que Israel estaba acampando al otro lado del Jordán. Alguien detectó a los agentes, los siguió hasta la

casa de Rahab y rápidamente mandaron un informe al rey. Éste, respondiendo con prontitud, mandó

mensajeros para ordenar a Rahab que entregara a los espías. De acuerdo a la costumbre oriental de

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respetar la privacidad aun de una mujer como Rahab, los enviados del rey no entraron por la fuerza en su

casa para catearla.

2:4–6. Aparentemente, Rahab también sospechaba de la identidad de los dos visitantes. Cuando vio

que los soldados se acercaban a su casa, escondió a los espías debajo de los manojos de lino que se

habían puesto en su terrado para que se secaran. Después de cosechar el lino, éste se sumergía en agua

durante tres o cuatro semanas para separar las fibras. Después de secarlo al sol, se hacía la tela de lino.

La mujer bajó de prisa para abrir la puerta delantera a los mensajeros y tranquilamente admitió que,

en efecto, dos extraños habían venido a su casa, pero ¿cómo podría ella saber su identidad y misión? Les

dijo mintiendo: “Cuando se iba a cerrar la puerta de la ciudad, siendo ya oscuro …, salieron”. Y

añadió: “Pero si los siguen aprisa, probablemente los alcanzaréis”.

2:7. Los soldados creyeron la explicación de Rahab, y no buscaron más en su propiedad, sino que

fueron tras ellos persiguiéndolos hacia el oriente, hasta los vados … del Jordán, que era la ruta más

viable para escapar.

¿Actuó mal Rahab al mentir para proteger a los espías? ¿Existen algunas situaciones en las que es

aceptable hacerlo?

Algunos dicen que después de todo, ese es un asunto cultural, ya que Rahab fue criada en el

ambiente depravado de los cananeos en que la mentira era aceptable. Probablemente ella no vio nada

malo en lo que hizo. Además, si ella hubiera dicho la verdad, los espías habrían sido asesinados por el

rey de Jericó.

Sin embargo, esos argumentos no son convincentes. Asegurar que los espías tal vez hubieran

perecido si Rahab hubiera dicho la verdad, es hacer a un lado la opción de que Dios tenía el poder para

protegerlos de alguna otra manera. Excusar a Rahab por mentir es pasar por alto algo que Dios condena

en forma expresa. Pablo citó a un profeta de Creta que dijo que los cretenses eran mentirosos incurables,

y después añadió: “Este testimonio es verdadero; por tanto, repréndelos duramente, para que sean sanos

en la fe” (Tit. 1:13). Aquí se registra la mentira de Rahab, pero no se aprueba. La Biblia aprueba su fe, la

cual quedó demostrada con sus buenas obras (He. 11:31), pero no aprueba su falsedad. (Sin embargo,

algunos explican la mentira de Rahab diciendo que en la guerra se permite el engaño.)

3. LOS ESPÍAS RECIBEN EL INFORME DE INTELIGENCIA DE RAHAB (2:8–11)

2:8–11. Entre Rahab y los espías se llevó a cabo una conversación muy interesante. Los mensajeros

del rey se habían marchado y Rahab subió al terrado de su casa donde platicó con los espías en la

oscuridad. Difícilmente se podría estar preparado para entender la sorprendente declaración de fe que

expresó la mujer a continuación. En primer lugar, declaró que creía que Jehová, el Dios de Israel, les

había dado la tierra de Canaán. A pesar de que el ejército israelita no había cruzado aún el río Jordán,

Rahab afirmó: “ya se llevó a cabo la conquista”. En segundo lugar, les reveló información muy valiosa

acerca de los habitantes de Jericó y de toda la tierra de Canaán. Aparentemente, los cananeos estaban

totalmente desmoralizados: todos los moradores del país ya han desmayado por causa de vosotros.

(Cf. v. 24, y v. 11, ha desmayado nuestro corazón; ni ha quedado más aliento en hombre alguno.)

Estaba sucediendo lo que Dios había dicho (Éx. 23:27; Dt. 2:25). Sin duda, esas palabras les fueron de

mucho agrado, ya que uno de los objetivos principales de su misión era sondear el ánimo de sus

enemigos. Pero, ¿por qué estaban aterrorizados? Porque cuarenta años antes, el poder del Dios de Israel

había dividido las aguas del Mar Rojo para que los esclavos hebreos pasaran, y más recientemente, les

había dado la victoria sobre Sehón y … Og, los grandes reyes de los amorreos que estaban al otro

lado del Jordán (Nm. 21:21–35). Ahora, ese mismo Dios era el que los estaba amenazando y sabían

que no podían ganar.

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Fue entonces que Rahab declaró su fe en el Dios de Israel: porque Jehová vuestro Dios es Dios

arriba en los cielos y abajo en la tierra. Respondiendo en fe a lo que había escuchado acerca de las

obras maravillosas de Dios, creyó, y confió en su misericordia y poder. Esa fe fue la que la salvó. Pero

¿cómo podía tener Rahab una fe tan sólida y seguir siendo una prostituta que mentía con facilidad? La

respuesta puede ser que inicialmente respondió con fe al mensaje que escuchó acerca de las obras de

Dios y después continuó aprendiendo las enseñanzas acerca de las leyes divinas para regir su vida y

también las obedeció. Después de todo, la madurez espiritual es gradual, no instantánea. De la misma

manera, Juan Newton, aun después de que se convirtió y escribió el himno “Sublime gracia”, siguió

traficando con esclavos hasta que por fin desistió, convencido de que era un negocio bajo y degradante.

4. PROMESA DE LOS ESPÍAS A RAHAB (2:12–21)

2:12–13. Rahab no solamente demostró su fe al proteger a los espías (He. 11:31; Stg. 2:25), sino

también al mostrar preocupación por la seguridad de su familia. Abiertamente declaró que buscaba la

liberación física de ella, pero es posible que también haya querido que llegaran a ser parte del pueblo de

Dios, y que sirvieran al único Dios verdadero, en vez de seguir esclavizados a la degradante corrupción

e idolatría de los cananeos.

Ella presentó esa petición a los espías con cuidado pero con insistencia, presionando a los israelitas

para que hicieran un pacto con ella por haber cooperado con su causa.

Cuando Rahab pidió misericordia (ḥeseḏ) para la casa de su padre, utilizó una palabra muy

significativa, porque ḥeseḏ se menciona aprox. 250 veces en el A.T. y significa amor leal, constante o

fiel, basado en una promesa, acuerdo o pacto. Algunas veces, la palabra se usa para referirse al pacto de

amor de Dios con su pueblo y en otras ocasiones como aquí, para describir una relación al nivel humano.

La petición de Rahab era que los espías hicieran un pacto de ḥeseḏ con ella y con la familia de su padre,

de la misma manera que ella había hecho un pacto de ḥeseḏ con ellos al salvarles la vida.

2:14. La respuesta de los espías fue inmediata y decidida: “Cuando Jehová nos haya dado la

tierra, i.e., Jericó, nosotros guardaremos el acuerdo de ḥeseḏ. Si no denuncias nuestra misión, nosotros

te protegeremos a ti y a tu familia y nuestra vida responderá por la vuestra”.

2:15–20. Mientras los espías se disponían a marcharse, confirmaron el pacto una vez más, repitiendo

y aclarando a Rahab las condiciones a las cuales debía someterse. Primero, tenía que marcar su casa con

un cordón de grana y colgarlo de la ventana. Debido a la posición en que se encontraba su casa, sobre

el muro de la ciudad (V. el comentario de 2:21 tocante a la casa sobre el muro) el cordón sería

claramente detectado por los soldados de Israel cuando marcharan alrededor de los muros (6:12–15).

Así, su casa quedaría claramente marcada y ningún soldado, sin importar lo dispuesto que estuviera a

destruirla, se atrevería a violar el juramento y matar a cualquiera que estuviera dentro de su casa.

Segundo, Rahab y su familia debían permanecer en casa durante el ataque sobre Jericó. Si alguien

salía y moría, la culpa caería sobre su cabeza, no sobre los invasores. Finalmente, los espías enfatizaron

que quedarían libres de este juramento de protección si ella denunciaba su misión.

2:21. Rahab aceptó esas condiciones, y en cuanto se marcharon los espías, ella ató el cordón de

grana a la ventana de su casa. Probablemente también se apresuró a decir a su familia que se reuniera

en ella. La de su casa, era la puerta a la liberación del juicio que pronto caería sobre Jericó (cf. Gn. 7:16;

Éx. 12:23; Jn. 10:9).

Al completar su misión, los espías y Rahab intercambiaron las últimas instrucciones acerca del

escape (cf. Jos. 2:15–16). En aquellos tiempos, Jericó estaba rodeada por dos muros paralelos con una

separación de 4.5 mts. La gente colocaba tablas de madera entre ambos muros y sobre ese cimiento

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construía sus casas. Quizá por el problema de espacio que había en esa pequeña ciudad, la casa de Rahab

se construyó “en el muro”. Entonces, en ese sentido, su casa era “parte del muro de la ciudad” (v. 15).

5. REGRESO DE LOS ESPÍAS A JOSUÉ (2:22–24)

2:22–24. Los espías descendieron cuidadosamente por una cuerda que colgaba de la ventana de

Rahab (v. 15). Su escape hubiera sido más difícil, por no decir imposible, si hubieran tenido que salir

por la puerta de la ciudad. A escasos 800 mts. al occidente de Jericó hay precipicios de piedra caliza de

aprox. 500 mts. de altura, con abundantes cuevas. Fue allí donde se escondieron los espías (en el monte)

durante tres días (cf. 1:11), hasta que los soldados de Jericó se dieron por vencidos y suspendieron la

búsqueda. Durante la noche, los espías cruzaron el Jordán nadando y llegaron rápidamente al

campamento en Sitim (cf. 2:1). Informaron a Josué de su interesante y extraña aventura y el temor y

desánimo que embargaba a los cananeos. Su conclusión fue: Jehová ha entregado toda la tierra en

nuestras manos; y también todos los moradores del país desmayan delante de nosotros (cf. v. 9;

Éx. 23:27; Dt. 2:25). ¡Qué informe tan distinto al que entregó la mayoría de los espías en Cades-barnea:

“No podremos subir contra aquel pueblo, porque es más fuerte que nosotros”! (Nm. 13:31)

C. Cruce del Jordán (cap. 3)

1. PREPARATIVOS PARA CRUZAR (3:1–4)

3:1. Josué era un hombre de acción. En cuanto los espías entregaron su informe, el líder de Israel

comenzó de inmediato los preparativos para cruzar el Jordán e invadir Canaán. Hasta ese momento,

Josué no tenía idea de cómo podría cruzar ese numeroso grupo de gente un río tan caudaloso (cf. v. 15).

Sin embargo, creyendo que de alguna forma Dios iba a hacerlo posible, los trasladó con todo y equipaje

a 11 kms. de Sitim … hasta el Jordán. (Probablemente Sitim es el mismo lugar que Abel-sitim, que se

menciona en Nm. 33:49.) (V. “Canaán durante la conquista”, en el Apéndice, pág. 284.)

3:2–3. Al llegar al río, permanecieron allí tres días. Sin duda, los líderes necesitaban tiempo para

organizar el cruce y dar instrucciones al pueblo. El retraso también dio a todos la oportunidad de

acercarse y ver el río. En ese tiempo, debido al deshielo de la nieve de invierno procedente del monte

Hermón que estaba al norte, iba crecido y llevaba corrientes fuertes y rápidas. Sin duda, el pueblo sintió

temor ante la aparente imposibilidad de cruzar.

Al finalizar el tercer día de espera, el pueblo recibió instrucciones. La columna de nube no los

guiaría más, y ahora debían seguir el arca del pacto. Las tropas no debían pasar primero a la tierra, sino

los sacerdotes que llevaban el arca (cf. v. 11). El arca simbolizaba a Jehová. Por lo tanto, era él quien

dirigiría a su pueblo hasta Canaán.

3:4. El arca iba delante del pueblo y quizá ellos iban detrás o rodeándola por los tres lados. Sin

embargo, debían guardar una distancia de aprox. 1,000 mts. de ella ¿Por qué? Tal vez para recordarles

que el arca era sagrada y que representaba la santidad de Dios. Ellos no debían tener una relación con

Dios por casualidad o por descuido, sino un profundo espíritu de respeto y reverencia. Dios no debía ser

considerado con liviandad, sino como el Dios santo y soberano de toda la tierra.

Era indispensable que guardaran esa distancia para que la mayoría del numeroso grupo de personas

pudiera ver el arca. Dios estaba a punto de conducirlos por una tierra desconocida, por un camino que

no habían pasado antes. Era territorio inexplorado y sin la dirección y liderazgo de Dios, el pueblo no

sabría qué rumbo tomar.

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2. CONSAGRACIÓN PARA CRUZAR EL RÍO (3:5–13)

3:5. A medida que se acercaba el día para cruzar, Josué mandó al pueblo que se consagrara o

santificara. ¡Hubiera sido mejor que les dijera: “Afilen sus espadas y revisen sus escudos!” Sin embargo,

necesitaban preparación espiritual más que militar, porque Dios estaba a punto de manifestarse a ellos y

realizar un gran milagro a favor de Israel. Así como alguien se prepara escrupulosamente para conocer a

una persona que posee fama terrenal, así era necesario que los israelitas se prepararan para recibir la

manifestación del Dios de toda la tierra. El mismo mandato fue dado en Sinaí, cuando la generación

anterior se había preparado para recibir la revelación majestuosa del Señor al darle la ley (Éx. 19:10–

13).

Sin embargo, eso no era todo. El pueblo de Israel debía esperar que Dios hiciera un milagro. Debían

estar expectantes, cautivados por un gran sentido de admiración. Israel no debía perder de vista a Dios,

quien puede hacer lo increíble y lo humanamente imposible.

3:6–8. Jehová dijo a Josué la forma en que cruzarían y le explicó que ese milagro lo engrandecería

como líder delante de los ojos de todo Israel. Era tiempo de presentar las credenciales de Josué como

representante de Dios para guiar a Israel. ¿Qué mejor forma de hacerlo que hacer pasar al pueblo por en

medio de un río que se dividiría milagrosamente? En efecto, después de cruzar el río, el pueblo empezó

a respetar a Josué (4:14) porque sabía que Dios estaba con él (3:7; cf. 1:5, 9).

3:9–13. Cuando Josué repitió las palabras de Jehová al pueblo, no mencionó la promesa especial

de que con ese evento milagroso él sería exaltado. En vez de hacerlo, les dijo que el milagro certificaría

que el Dios viviente, en contraste con los ídolos muertos que adoraban los paganos, estaba en medio de

ellos. Además de abrir camino en medio del caudaloso Jordán, el Dios viviente echaría fuera a los siete

grupos de gente que habitaban en esa tierra. La promesa: el Dios viviente está en medio de vosotros,

llegó a ser el lema de la conquista y la clave para obtener la victoria sobre sus enemigos. Esa misma

promesa aparece casi en cada una de las páginas de este libro: “¡Yo estaré con vosotros!” Esa es la

promesa que todavía sostiene al pueblo de Dios—la seguridad de la presencia divina. Dios es el Señor

(’ăḏôn “dueño”) de toda la tierra (cf. Sal. 97:5). Ciertamente él era capaz de conducir a su pueblo a

través de un río.

3. CRUCE DEL JORDÁN (3:14–17)

3:14–15a. Finalmente llegó el día para pasar el Jordán y entrar en Canaán. El pueblo levantó sus

tiendas y siguieron el arca, que fue llevada por los sacerdotes, hasta la orilla del Jordán. Era el tiempo

de la siega de la cebada, el mes de Nisán (marzo-abril), el primer mes del año judío (4:19). El río estaba

desbordándose—lo cual era un panorama amenazador y una fuerte prueba para su fe. ¿Dudarían

temerosos, o avanzarían con fe, creyendo que lo que Dios había prometido (acerca de detener el agua; V.

el comentario acerca de 3:13) realmente se cumpliría?

3:15b–17. Algo dramático sucedió cuando los sacerdotes que llevaban el arca del pacto se metieron

entre las aguas corrientes y lodosas del río. Las aguas que venían de arriba se detuvieron (cf. v. 13);

se amontonaron a la altura de la ciudad de Adam, y las aguas que descendían de otros arroyos se

acabaron y no entraron en el cauce del Jordán. Así que el pueblo pasó por tierra seca en dirección de

Jericó. Este fue una reminiscencia del paso del mar Rojo (de los Juncos o de los Carrizos; cf. Éx. 15:8;

Sal. 78:13).

Aunque el lugar llamado “Adam” solamente se menciona aquí, generalmente se identifica con Tell

ed-Damiyeh, que está aprox. a 25 kms. al norte del vado que se encuentra frente a Jericó. Una amplia

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sección del fondo del río permaneció seca, permitiendo que el pueblo pasara rápidamente con sus

animales y equipaje (cf. Jos. 4:10).

¿Cómo pudo ocurrir algo tan sensacional? Muchos insisten en que no fue un milagro, y que puede

explicarse como un fenómeno natural. Argumentan que el 8 de diciembre de 1267, un terremoto

ocasionó que los peñascos altos que estaban cerca del Jordán se derrumbaran cerca de Tell ed-Damiyeh,

bloqueando la corriente del río por espacio de diez horas. El 11 de julio de 1927, otro terremoto cerca de

allí bloqueó el río durante 21 horas, pero es claro que esos bloqueos no sucedieron durante la temporada

de desbordamiento del río. Sin duda, Dios pudo haber utilizado los fenómenos naturales tales como un

terremoto o un derrumbe y aun así haber efectuado una intervención milagrosa sincronizando los

eventos. ¿Será que el texto bíblico permite hacer esa misma interpretación del acontecimiento?

Al considerar todos los detalles involucrados, parece mejor ver este suceso como una obra especial

de Dios, quien se manifestó a su pueblo de manera increíble. Sin duda, hubo una combinación de

muchos elementos sobrenaturales: (1) El acontecimiento se efectuó tal como había sido predicho (3:13,

15). (2) El tiempo fue exacto (v. 15). (3) El milagro ocurrió cuando el río estaba desbordándose (v. 15).

(4) La muralla de agua permaneció en su lugar por muchas horas, posiblemente durante todo un día (v.

16). (5) El fondo del río se secó completamente, al instante (v. 17). (6) El agua volvió inmediatamente a

su lugar cuando el pueblo terminó de pasar y los sacerdotes salieron del río (4:18). Siglos después, los

profetas Elías y Eliseo cruzaron al oriente de ese mismo río por tierra seca (2 R. 2:8). Y poco después,

Eliseo volvió a cruzar el río en seco. Si fuera necesario mencionar un fenómeno natural para explicar el

paso de los israelitas bajo el liderazgo de Josué, entonces tendríamos que aducir que sucedieron dos

terremotos en rápida sucesión en tiempos de Elías y Eliseo como para que pasara cada uno de ellos, lo

cual parece improbable.

Debido a este milagro en que una nación de cerca de dos millones de personas pasó el río Jordán en

seco durante la época del desbordamiento, Dios fue glorificado, Josué fue exaltado, Israel se sintió

animado, y los cananeos quedaron aterrorizados.

Para Israel, el paso del Jordán significó que estaba destinado irrevocablemente a luchar contra

ejércitos, carros y ciudades fortificadas. También, que quedaba comprometido a caminar por fe con el

Dios viviente y a dejar de vivir de acuerdo con la carne, como había hecho con frecuencia en el desierto.

Para los creyentes actuales, cruzar el Jordán representa pasar de un nivel de madurez cristiana a otro.

(No es el tipo de un creyente que muere y entra al cielo. ¡Para los israelitas, Canaán no era precisamente

el cielo!) Más bien, representa el inicio de una lucha espiritual para apropiarse de lo que Dios ha

prometido. Es decir, termina una vida fincada en el esfuerzo humano y comienza una de fe y obediencia.

D. Construcción de memoriales (cap. 4)

4:1–3. Era importante que Israel nunca olvidara este gran milagro. Para que los israelitas recordaran

cómo había obrado Dios a su favor en ese día histórico, el Señor les hizo erigir un memorial de doce

piedras, como recordatorio del paso del Jordán por tierra seca de las multitudes israelitas.

Jehová dijo a Josué que mandara a doce hombres, previamente seleccionados (cf. 3:12), para que

transportaran doce piedras del lecho del río al lugar donde iban a acampar la primera noche.

4:4–8. Josué llamó a los doce representantes, uno de cada tribu, y les dio instrucciones. Debían

regresar hasta la mitad del Jordán y cada uno debía traer una piedra. Esas piedras serían un vívido

recuerdo (un monumento conmemorativo) de la obra salvífica de Dios (cf. v. 24) y una ayuda didáctica

para que los israelitas recordaran a sus hijos ese acto misericordioso (vv. 6–7; cf. vv. 21–24).

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Sin hacer preguntas, los doce hombres obedecieron de inmediato. Muy bien pudieron haber sentido

temor de regresar al Jordán. Después de todo, ¿cómo sabían cuánto tiempo permanecería seco el río? Sin

embargo, hicieron a un lado sus temores y obedecieron sin dudar las instrucciones de Dios.

4:9. Josué acompañó a los hombres en su extraña misión y mientras estaban levantando las grandes

piedras del río, él levantó doce piedras en medio del Jordán, en el lugar exacto donde estuvieron los

pies de los sacerdotes que llevaban el arca del pacto. Aparentemente, Josué tuvo la iniciativa de hacer

esto y así expresó su deseo de tener un recuerdo personal de la fidelidad de Dios desde el comienzo de la

conquista de Canaán.

4:10–18. Ya se había llevado a cabo todo lo que Jehová había mandado. Antes de que las aguas

del Jordán regresaran a su lugar, el pueblo repasó los detalles del cruce del río. (1) Los sacerdotes y el

arca del pacto permanecieron en el río hasta que el pueblo pasó al otro lado (v. 10; cf. 3:17). (2)

Debido a que no tenían el estorbo de sus familias y posesiones, los hombres armados de las tribus que

vivían al otro lado del Jordán encabezaron el paso (4:12–13). (3) Tan pronto como el pueblo hubo

pasado y la encomienda especial de los memoriales se completó, los sacerdotes salieron del río—ellos

fueron los primeros en entrar y los últimos en salir—y nuevamente se pusieron al frente del pueblo (vv.

11, 15–17). (4) De inmediato, las aguas del río Jordán regresaron a su cauce normal (v. 18).

Todas las tribus participaron en el paso del río. Sin embargo, la tribu de Rubén, y los hijos de Gad

y la media tribu de Manasés sólo enviaron tropas para que los representaran. El resto de las dos tribus

y media se quedaron del lado oriental para proteger a sus hogares y sus ciudades (cf. v. 13). La

población de varones de veinte años para arriba de esas tribus era de 136,930 (Nm. 26:7, 18, 34). Los

cuarenta mil soldados (Jos. 4:13) que enviaron constituían el 29 por ciento del total de la población

adulta de varones—menos de uno por cada tres varones.

Alexander Maclaren escribió, “El hecho más importante es el regreso instantáneo del torrente a su

cauce normal tan pronto como desapareció el bloqueo. Como un caballo gozándose en su libertad, la

corriente de aguas se vació en su cauce y pronto todo se veía como antes, excepto por el nuevo

monumento, que había sido formado por manos humanas y que era acariciado por el agua” (Expositions

of Holy Scripture, “Exposición de las Sagradas Escrituras”. Londres: Hodder & Stoughton, 1908,

3:119).

La impresión de los israelitas debe haber sido tremenda cuando se detuvieron en la orilla del río y

voltearon a ver cómo el torrente caudaloso se apresuraba a cubrir su cauce. Es posible que hayan

levantado sus ojos para ver al otro lado del río, al lugar donde se habían detenido esa misma mañana. Ya

no había forma de regresar. Había comenzado un nuevo y emocionante capítulo de su historia.

4:19–20. Sin embargo, ese no era tiempo para detenerse a reflexionar. Josué condujo al pueblo

hacia Gilgal, el primer sitio donde acamparían en Canaán, aprox. a 3 kms. de Jericó. Allí erigieron las

doce piedras que habían traído del Jordán, tal vez colocándolas en un pequeño círculo. El nombre

Gilgal significa “círculo”, y pudo haber sido tomado de una costumbre pagana antigua de colocar las

piedras formando esa figura. Si fue así, este nuevo círculo conmemorando el gran milagro de Jehová,

serviría para contrarrestar la relación que ese lugar tenía con la idolatría.

4:21–23. El propósito de las piedras claramente era pedagógico: Recordar a las generaciones futuras

de Israel que Jehová fue quien los guió a través del Jordán (cf. vv. 6–7), así como anteriormente había

hecho cruzar a sus padres por en medio del Mar Rojo.

Pero, ¿cómo iban a saber las generaciones futuras lo que significaban esas piedras? Los padres

debían enseñar a sus hijos los caminos y las obras de Dios (cf. Dt. 6:4–7). Un padre judío no debía

enviar a su hijo a que hiciera preguntas a un levita o para que resolviera sus dudas. El padre mismo

debía responderle.

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4:24. Sin embargo, además de servir como ayuda visual para que los padres instruyeran a sus hijos,

el monumento conmemorativo tenía un propósito más amplio: para que todos los pueblos de la tierra

conozcan que la mano de Jehová es poderosa. Seguramente, la primera noche que los israelitas

pasaron en la tierra, estaban llenos de incertidumbre y temores. Las altas montañas que se elevaban al

occidente se veían muy amenazadoras. Pero al mirar las doce piedras que habían tomado del Jordán, el

pueblo recordaría que Dios había hecho algo maravilloso por ellos ese día. Entonces, en los días por

venir, podrían confiar plenamente en él.

E. Consagración de los israelitas (5:1–12)

Cerca de dos millones de soldados y civiles cruzaron el Jordán por intervención milagrosa de Dios y

bajo el liderazgo de Josué. Rápidamente se estableció un cuartel en Gilgal y desde el punto de vista

humano, era el tiempo adecuado para atacar de inmediato las fortalezas cananeas. Después de todo, el

ánimo de los pobladores de Canaán se había derrumbado por completo al escuchar una noticia anterior y

dos más recientes que se habían propagado por la tierra: (a) El Dios de Israel había secado el mar Rojo

(de los “Juncos” o “Carrizos”; 2:10); (b) Los israelitas habían derrotado a dos reyes poderosos de los

amorreos en Transjordania (2:10); (c) Jehová también había secado las aguas del Jordán para que los

israelitas cruzaran a Canaán (5:1; cf. 4:24).

Así como se difundieron esas noticias, así también se extendió el miedo. ¿Qué mejor momento para

atacar y asestar un golpe definitivo? Seguramente, los líderes militares de Israel estaban a favor de un

ataque inmediato.

Pero ese no era el plan de Dios. Él nunca tiene prisa, aunque sus hijos muchas veces sí la tienen.

Desde el punto de vista divino, Israel todavía no estaba listo para pelear en territorio cananeo. Existía un

asunto pendiente—y era de carácter espiritual. Era el tiempo de renovación. La consagración precedía a

la conquista. Antes de que Dios condujera a Israel a la victoria, él tenía que hacerlos pasar por tres

experiencias: (a) la renovación de la circuncisión (5:1–9), (b) la celebración de la pascua (v. 10), y (c)

comer del fruto de la tierra (vv. 11–12).

1. RENOVACIÓN DE LA CIRCUNCISIÓN (5:1–9)

5:1–3. Cuando todas las naciones de la tierra estaban aterrorizadas (cf. 4:24), Jehová mandó a

Josué a que circuncidara a los hijos de Israel. Él obedeció, aunque debió haber sido difícil para él como

comandante militar hacer que todo su ejército quedara imposibilitado, y estando en un ambiente tan

hostil.

5:4–7. A continuación se da una explicación a esa orden. Aunque todos los hombres de Israel

fueron circuncidados antes de salir de Egipto, murieron en el desierto por su desobediencia en Cades-

barnea (Nm. 20:1–13; cf. Nm. 27:14; Dt. 32:51). Los hijos que habían nacido en el desierto no estaban

circuncidados, lo que manifiesta aún más la indiferencia espiritual de sus padres. Ese rito sagrado debía

ser practicado en esa nueva generación.

5:8–9. Una vez que todos los varones fueron circuncidados, Jehová reconoció que la tarea estaba

completa y declaró: Hoy he quitado de vosotros el oprobio de Egipto. Debido a que los israelitas

habían sido esclavos en Egipto, no practicaron la circuncisión hasta que estuvieron a punto de salir. Sin

duda los egipcios prohibían tal práctica, ya que estaba reservada para sus sacerdotes y para los

ciudadanos de clase alta. “El oprobio de Egipto” puede referirse a la burla que los egipcios harían de los

israelitas porque no habían podido tomar posesión de la tierra de Canaán.

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Otra indicación de la importancia de ese evento es el hecho de que el nombre Gilgal llegó a tener

una doble interpretación. No sólo significaba “círculo”, lo cual les recordaría el monumento circular (V.

el comentario de 4:19–20); la nueva idea, “quitar el oprobio” (en hebr. galal), haría memorable el acto

de obediencia de Israel en el mismo lugar.

Pero, ¿por qué era tan importante la circuncisión? La respuesta de la Biblia es clara. Esteban, al

presentar su dinámico discurso ante el sanedrín, declaró que Dios “le dio a Abraham el pacto de la

circuncisión” (Hch. 7:8). Ese acto por lo tanto, no era un rito religioso ordinario, sino que estaba basado

en el pacto abrahámico, en el contrato que garantizaba descendencia a la simiente de Abraham y su

posesión eterna de la tierra (Gn. 17:7–8). En relación con esto, Dios adoptó la circuncisión como la

“señal” o símbolo del convenio (Gn. 17:11). Dios instruyó a Abraham diciéndole que todo varón de su

casa y de su descendencia debía ser circuncidado. Y Abraham obedeció inmediatamente (Gn. 17:23–27).

¿Por qué escogió Dios la circuncisión como señal de su pacto con Abraham y con su descendencia?

¿Por qué no escogió otro acto? Porque la circuncisión simbolizaba una separación completa de los

pecados carnales que prevalecían en esa época: adulterio, fornicación y sodomía. Además, el rito no

solamente tenía implicaciones sobre la conducta sexual, sino sobre todas las áreas de la vida:

“Circuncidad, pues, el prepucio de vuestro corazón, y no endurezcáis más vuestra cerviz” (Dt. 10:16; cf.

Dt. 30:6; Jer. 4:4; Ro. 2:28–29).

De esta manera, Israel entendería que la circuncisión no era solamente una herida en la carne;

significaba que debían apartar sus vidas y vivir en santidad. Es por ello que Dios dijo en Gilgal: “Antes

de que yo pelee sus batallas en Canaán, ustedes deben tener esta marca de mi pacto en su carne”. Josué

entendió la importancia de ese requisito divino e hizo que todos los varones lo obedecieran de

inmediato.

En el N.T., Pablo aseguró que un cristiano ha sido “circuncidado” en Cristo (Col. 2:11). Esa

circuncisión es espiritual y no física; no se relaciona con un órgano externo, sino con el hombre interior,

con el corazón. Esta circuncisión se lleva a cabo en el momento de la salvación, cuando el Espíritu Santo

viene a unir al creyente con Cristo. En ese momento, la naturaleza pecaminosa es juzgada (Col. 2:13). El

cristiano debe reconocer ese hecho (Ro. 6:1–2), aunque su naturaleza pecaminosa continúa siendo parte

de él toda la vida. Debe tratar a su carne como un enemigo que ha sido juzgado y condenado (aunque

todavía no haya sido ejecutado).

2. CELEBRACIÓN DE LA PASCUA (5:10)

5:10. Israel acampó en Gilgal, y celebraron la pascua. Si no hubieran sido circuncidados, no

habrían podido participar de esa importante ceremonia (Éx. 12:43–44, 48). Es interesante que la nación

llegó al otro lado del Jordán justo a tiempo para celebrar la pascua, el día catorce … del mes (Éx. 12:2,

6). ¡El tiempo de Dios siempre es exacto!

Esta era apenas la tercera pascua que la nación celebraba. La primera fue en Egipto, la noche antes

de su liberación de la esclavitud y la opresión (Éx. 12:1–28). La segunda fue en el monte Sinaí, justo

antes de que levantaran su campamento y se dirigieran hacia Canaán (Nm. 9:1–5).

Es evidente que el pueblo no celebró la pascua durante la peregrinación por el desierto, pero en

Gilgal de Canaán la fiesta se celebró una vez más. El reciente cruce del Jordán era tan parecido al del

mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”), que a la mente de aquellos que estuvieron en Egipto (las

personas menores de 20 años en el tiempo del éxodo no fueron excluidas de Canaán) vinieron vívidos

recuerdos. Sin duda, muchos israelitas recordaban cómo su padre había matado a un cordero y rociado

su sangre en el dintel y poste de la puerta de su casa. Los que habían llegado a Canaán tal vez todavía

podían escuchar el terrible llanto de los primogénitos egipcios. Después de eso, siguió la emocionante

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salida a la medianoche, el terror de la persecución egipcia y el asombro de caminar en medio de las

murallas de agua para escapar de Egipto.

Estaban reviviendo todos aquellos momentos. Al estar matando a los corderos, sentían la seguridad

de que así como el paso del mar Rojo precedió a la destrucción de los egipcios, así el paso del río Jordán

sería el preludio de la derrota de los cananeos. Recordar el pasado era una preparación excelente para las

pruebas del futuro.

3. POSESIÓN DEL FRUTO DE LA TIERRA (5:11–12)

5:11. A la mañana siguiente de la pascua y una vez que Israel se preparó para la batalla, comieron

del fruto de la tierra. Como habían dado muestras de querer obedecer completamente la ley de Dios, es

probable que primero hayan traído una ofrenda mecida de un manojo de grano, como se prescribe en

Levítico 23:10–14. Después, el pueblo comió con libertad de la cosecha, incluyendo panes sin levadura

y grano tostado. En el Medio Oriente las espigas nuevas tostadas todavía se consideran un manjar y se

comen en lugar de pan.

Dios había prometido dar a Israel una tierra de abundancia, “una tierra de trigo y cebada, de vides,

higueras y granados; tierra de olivos, de aceite y de miel” (Dt. 8:8). Por fin ahora habían probado los

frutos de la tierra y se dieron cuenta de que eran solamente una muestra de las bendiciones que vendrían

más adelante.

5:12. Al siguiente día, el maná cesó. Esa provisión había durado por cuarenta largos años (cf. Éx.

16:4–5), pero ahora se detuvo repentinamente, así como comenzó, demostrando que la provisión no era

cuestión de suerte, sino de una providencia especial.

Vale la pena notar que Dios no dejó de enviar el maná cuando Israel se hartó de él, (Nm. 11:6), ni

aun cuando la generación incrédula salió de Cades-barnea para peregrinar sin rumbo por el desierto. Por

lo menos, por amor a sus hijos él continuó proveyéndolo, hasta que entraron a la tierra de la promesa.

Fue entonces cuando Dios dejó de realizar ese milagro, pues ya estaban disponibles los frutos de la

tierra.

II. Conquista de Canaán (5:13–12:24)

A. Introducción: El comandante divino (5:13–15)

Dios acababa de guiar a los israelitas en tres eventos: el rito de la circuncisión, la celebración de la

pascua y la alimentación con los frutos de Canaán. Todos estos fueron para edificación de Israel.

Después de ello, Josué tuvo una experiencia a solas. También fue de suma importancia, y enseguida la

compartió con el pueblo.

5:13. Parecería obvio que el siguiente paso era la captura de Jericó. Sin embargo, como no había

llegado mensaje o instrucciones divinas para Josué (como cuando cruzaron el Jordán), el líder salió a

reconocer la supuestamente invencible ciudad. ¿Se sintió perplejo al ver las infranqueables murallas de

Jericó? Después de todo, los espías habían reportado en Cades-barnea que las ciudades de Canaán eran

“grandes y amuralladas hasta el cielo” (Dt. 1:28). A pesar de la amplia experiencia militar de Josué,

nunca había dirigido un ataque sobre una ciudad fortificada, que estaba preparada para un sitio largo. De

hecho, de todas las ciudades amuralladas en Palestina, probablemente Jericó era la más difícil de vencer.

El líder también tenía dudas en cuanto al armamento. El ejército israelita no contaba con maquinaria

para sitiar una ciudad, no tenía arietes, ni catapultas, ni torres movibles. Sus únicas armas eran hondas,

flechas y lanzas—que serían como virutas de paja que se estrellarían en las paredes de Jericó. Josué

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sabía que debían ganar esa batalla, porque ahora que sus tropas habían cruzado el Jordán, no tenían

hacia dónde retroceder. Además, no podían ignorar la ciudad y pasar de largo, porque tendrían que dejar

a sus mujeres, hijos, posesiones y ganado, en Gilgal y en peligro de ser destruidos.

Josué se encontraba absorto en sus pensamientos cuando de pronto algo captó su mirada. Alzó los

ojos y vio a un soldado con la espada desenvainada. Instintivamente retó al extraño y preguntó: “¿Eres

de los nuestros o de nuestros enemigos?” Si era un israelita, estaba fuera de los límites del campamento

y tendría que dar una explicación por sus actos. ¡Esto era especialmente necesario, ya que Josué no

había dado ninguna orden de desenvainar las espadas! Si el extraño era un enemigo, ¡Josué estaba listo

para pelear!

5:14. La respuesta fue sorprendente y reveladora. Sucedió algo que convenció a Josué de que no se

trataba de un soldado humano. Así como sucedió a Abraham bajo el encino de Mamre, a Jacob en

Peniel, a Moisés en la zarza ardiendo, a los dos discípulos en el camino a Emaús, la suya fue una

revelación especial. Josué se dio cuenta de que se encontraba en la presencia misma de Dios. Parece

claro que Josué ciertamente estaba hablando con el Ángel de Jehová, que en el A.T. era una aparición

del mismo Señor Jesucristo (cf. 6:2).

El Príncipe del ejército de Jehová estaba de pie con su espada desenvainada, indicando que

pelearía con y por Israel. Sin embargo, la espada también muestra que la paciencia de Dios había llegado

a su límite, que el castigo había sido declarado, y que la iniquidad de los amorreos había llegado al

colmo (cf. Gn. 15:16). Los israelitas serían el instrumento para aplicar el castigo judicial sobre ellos.

¿Qué clase de fuerza militar dirigía ese comandante divino? El “ejército de Jehová” ciertamente no

se limitaba al ejército de Israel, aunque seguramente éste estaba incluido. Más específicamente, se

refería a huestes angelicales, al mismo “ejército” celestial que sitiaría la ciudad de Dotán cuando Eliseo

y su siervo parecía que estaban en desventaja ante el ejército sirio (2 R. 6:8–17). Jesús se refirió al

ejército celestial cuando iba a ser arrestado en el huerto de Getsemaní, al decir que doce legiones de

ángeles estaban listas para defenderlo (Mt. 26:53). En Hebreos 1:14 estos se describen como “espíritus

ministradores enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación”. Aunque son

invisibles, sirven y cuidan a los hijos de Dios en tiempos de gran necesidad.

Al reconocer a ese visitante celestial con la espada desenvainada, Josué se postró sobre su rostro en

tierra y adoró diciendo; “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

5:15. La respuesta de Dios a Josué fue breve, pero urgente. Quita el calzado de tus pies, porque el

lugar donde estás es santo. La presencia de Dios santificó ese sitio de una tierra extraña y profana (cf.

el mandato similar para Moisés, Éx. 3:5).

Para Josué, esa fue una experiencia muy significativa. Él había anticipado la batalla entre dos

ejércitos enemigos, Israel y Canaán. Había pensado que esa guerra era suya y que él iba a ser el

comandante en jefe. Sin embargo, cuando se enfrentó con el comandante divino, supo que la batalla era

del Señor. El jefe del ejército de Jehová no había venido solamente para ser un espectador del

conflicto, ni sólo un aliado. Él tenía el control absoluto, y en breve revelaría sus planes para capturar la

fortaleza de Jericó.

¡Cuán consolador fue todo eso para Josué! Ya no tendría que llevar a solas la pesada carga y la

responsabilidad del liderazgo. Al quitar su calzado, aceptó gustosamente que esa batalla y la conquista

completa de Canaán, estaban en las manos de Dios y que él solamente era un siervo.

B. Campaña principal (caps. 6–8)

El diseño de la estrategia divina para la conquista de Canaán se basó en factores geográficos. Desde

su campamento en Gilgal cerca del río Jordán, los israelitas podían avistar las altas montañas que

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estaban al occidente. Jericó controlaba el camino que llevaba a esas montañas, y Hai, otra fortaleza, se

encontraba justo al comenzar la subida. Si los israelitas iban a conquistar la región montañosa,

definitivamente primero tenían que tomar Jericó y Hai. Eso les permitiría controlar la cima de la

cordillera y el altiplano central, y establecer una cuña para separar las secciones norte y sur de Canaán.

De esa manera, Israel podría combatir a los ejércitos del sur y después a los del norte. Pero primero

debía caer Jericó—y eso sólo se llevaría a cabo si Josué y el pueblo seguían el plan de acción del Señor.

1. CONQUISTA DE JERICÓ (CAP. 6)

a. Estrategia de la conquista de Jericó (6:1–7)

6:1. Jericó se preparó para el sitio. Se habían dado órdenes de que se cerraran todas las puertas, y el

tráfico se detuvo, porque nadie entraba ni salía. Tal como Rahab había revelado a los espías (2:11), los

habitantes de Jericó estaban aterrorizados a causa del avance implacable de Israel (cf. 5:1).

6:2. Esa impresionante fortaleza se veía erguida a la vista de Josué, quien continuaba conversando

con el príncipe del ejército de Jehová. Ese comandante era Dios mismo, y prometió dar la victoria a

Josué. Además, le anunció que él había entregado … en sus manos a Jericó. La ciudad, su rey, y su

ejército, caerían en manos de Israel. En hebr., el tiempo perfecto profético del vb. (yo he entregado),

describe una acción futura como si ya hubiera ocurrido. Como Dios lo había declarado, la victoria estaba

asegurada.

6:3–5. El plan de batalla que Josué iba a seguir era bastante extraño. No se utilizaron armas de

guerra ordinarias, tales como lanzas, arietes, o escaleras. En lugar de ellas, Josué y sus hombres de

guerra debían marchar alrededor de la ciudad una vez al día durante seis días sucesivos con siete

sacerdotes tocando siete bocinas … delante del arca del pacto. Al séptimo día, debían rodear Jericó

siete veces y entonces el muro de la ciudad se derrumbaría y la ciudad podría ser tomada.

En la Biblia, con frecuencia el número siete simboliza algo que es completo o perfecto. Se dispuso

que fueran siete sacerdotes, siete trompetas, siete días, y siete recorridos alrededor del muro en el

séptimo día. Aunque el plan de acción de Dios pudo haber parecido tonto a los hombres, fue una

estrategia perfecta para esa batalla.

¿Qué significado tenía el sonido de las bocinas? Esos instrumentos eran lit. en hebr. “trompetas de

júbilo” y se usaban en las fiestas solemnes de Israel para proclamar la presencia de Dios (Nm. 10:10).

Por lo tanto, la conquista de Jericó no era exclusivamente un asunto militar, sino también religioso, y las

bocinas declaraban que el Dios del cielo y de la tierra estaba haciendo sentir su presencia invisible en

esa ciudad ya condenada. Es como si el Señor dijera a través del sonido de las trompetas sacerdotales:

“Alzad, oh puertas, vuestras cabezas, y alzaos vosotras puertas eternas, y entrará el Rey de gloria” (Sal.

24:7). Cuando Cristo regrese, él, que es el rey de la gloria, entrará a las ciudades en triunfo, y la

conquista de Jericó representa una entrada triunfal similar.

6:6–7. Ninguna otra estrategia de guerra perecía más ilógica que ésta. ¿Qué iba a impedir que el

ejército de Jericó arrojara flechas y lanzas contra los israelitas indefensos mientras marchaban

silenciosamente? O, ¿quién podría impedir que el ejército enemigo saliera de improviso por las puertas

de la ciudad para romper las filas israelitas y matarlos? Josué era un líder militar experimentado.

Seguramente estas preguntas y muchas otras vinieron a su mente cuando escuchó los planes. Sin

embargo, a diferencia de Moisés cuando estuvo frente a la zarza ardiente, Josué no se opuso al plan de

Dios hablando con elocuencia (cf. Éx. 3:11–4:17). Él respondió en obediencia, sin cuestionar nada.

Tampoco perdió tiempo en reunir a los sacerdotes y soldados para darles las instrucciones que había

recibido del comandante en jefe.

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b. Secuencia de la conquista de Jericó (6:8–21)

6:8–9. Quizá era un poco después del amanecer cuando la larga procesión comenzó a marchar del

campamento de Israel. Primero, iban los hombres armados con los estandartes de cada tribu, después

los siete sacerdotes con las siete bocinas; les seguía el arca de Jehová, y por último, los que formaban

la retaguardia. Aunque el ejército ocupaba un lugar prominente en la procesión, Jericó no caería por su

fuerza militar, sino por el poder de Dios.

6:10–11. Guardando absoluto silencio (excepto por los siete sacerdotes que hacían sonar sus

bocinas), el extraño desfile se dirigió hacia Jericó y serpenteándola dieron una vuelta alrededor de la

ciudad. En aquel tiempo, la superficie de Jericó era como de 3.3 hectáreas, y tomaba menos de 30

minutos marchar alrededor de ella. Una vez que terminaron de rodearla, los israelitas volvieron a su

campamento silenciosamente. Esto sorprendió en gran manera a los cananeos, quienes esperaban un

ataque inmediato.

6:12–14. Este mismo procedimiento lo realizaron durante seis días. Nunca se había conquistado

una fortaleza de esa manera. Probablemente, esa extraña estrategia fue usada para probar la fe de Josué.

Él no la cuestionó; sólo confió y obedeció. Ese procedimiento también se diseñó para probar la

obediencia de Israel a la voluntad divina, lo cual, dada la situación, no era nada fácil. Cada día se

expondrían al ridículo y al peligro. Un soldado de Jericó pudo haber mirado hacia abajo a los israelitas y

preguntarse: “¿En verdad creen que nos pueden asustar para que nos rindamos con el sonido de sus

cuernos de carnero?” y el resto de los soldados pudieron haberse unido a él en un fuerte coro de risas

burlonas.

Probablemente los israelitas recibieron sus órdenes cada mañana, para que su decisión no fuera un

asunto de obedecer y olvidarse, sino un nuevo desafío cada día. Esta es la forma en que muchas veces

Dios trata a sus hijos. Les pide que realicen su “marcha diaria” sin que tengan conocimiento de lo que

sucederá mañana (Pr. 27:1; Stg. 4:14; cf. Mt. 6:34).

La fe de los israelitas triunfó sobre el temor de que los enemigos los atacaran. También triunfó sobre

la burla y la sorna. Nunca antes, y en muy pocas ocasiones futuras, se elevó tanto el termómetro de la fe

como en ese acontecimiento histórico de Israel.

6:15–20a. Aquel crucial séptimo día, la procesión marchó alrededor del muro siete veces. Ese

desfile—que consistía de la guardia armada, los siete sacerdotes que tocaban las bocinas, los sacerdotes

que cargaban el arca del pacto y la retaguardia—pudo haber durado tres horas. (Acerca de la palabra

anatema mencionada en los vv. 17–18, V. el comentario del v. 21.) (Josué registró que Israel había

experimentado consecuencias desastrosas por una violación inmediata de las instrucciones de Dios en

los vv. 18–19.) Al finalizar la séptima vuelta, se escuchó claramente la voz de Josué, ¡Gritad, porque

Jehová os ha entregado la ciudad! También les dijo que no atacaran a Rahab y su familia (cf. 2:8–13).

Así que cuando los sacerdotes tocaron las bocinas … el pueblo gritó. Ese alarido resonó en las

montañas que estaban alrededor, espantando a los animales y aterrorizando a los moradores de Jericó.

En ese momento, el muro de Jericó, obedeció a Dios, y se derrumbó (lit., “cayó en su lugar”).

6:20b–21. Los israelitas subieron por el escombro y encontraron a los habitantes paralizados de

terror, e incapaces de ofrecer resistencia. A continuación, destruyeron completamente toda vida humana

y animal que había en Jericó, excepto a Rahab y su casa (cf. v. 17). Aunque algunos críticos han

considerado esa destrucción como una mancha en la pureza del relato del A.T., es claro que Israel actuó

siguiendo las instrucciones divinas. Por tanto, la responsabilidad de la destrucción recae en Dios, no en

los israelitas.

La ciudad de Jericó y todo lo que estaba en ella debía ser “anatema (ḥērem) a Jehová” (v. 17). lit.,

“estará bajo restricción”. El v. 21 incluye una forma del vb. de ese sustantivo ḥērem: Destruyeron

(wayyaḥărîmû, de ḥāram) a filo de espada todo lo que en la ciudad había. La idea es que todo lo que

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había en la ciudad fue entregado al Señor al ser destruida totalmente. (El vb. ḥāram se trad. “los

destruyó por completo” en 10:28; “mató todo” v. 35; “hirieron a filo de espada … con todo … sin dejar

nada” vv. 37, 39–40; “destruyéndolo por completo” 11:11–12; “destruyó” v. 21 y “destruirlos” en 11:20;

cf. 1 S. 15:3, 8–9, 15, 18, 20). El sustantivo ḥērem se trad. “anatema” en Jos. 6:17–18; 7:1, 11–12, 15; 1

S. 15:21; “separada como anatema” en Lv. 27:29; “cosa abominable … anatema” en Dt. 7:26. (Según el

diccionario de la Real Academia Española, “en el A.T. ‘anatema’ significa condenar al exterminio a las

personas o cosas afectadas por la maldición atribuida a Dios”. Algunas veces, sin embargo, no se

encuentra la idea de destrucción en esa palabra; cf., e.g., Lv. 27:21, 28).

Las cosas que había en Jericó debían entregarse “al Señor” como primicias de la tierra. Así como los

primeros frutos de la cosecha que eran entregados a Jehová anticipaban las cosechas futuras, así la

conquista de Jericó anticipaba que Israel recibiría toda la tierra de Canaán por mano del Señor. El pueblo

no debía tomar botín de la ciudad de Jericó. Para obedecer el mandato del ḥērem, el pueblo debía matar

a los animales y a la gente (Jos. 6:17, 21) y todas las demás cosas debían ser destruidas o apartadas para

el santuario, como en el caso de la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro (v. 19). Todo

debía ser “consagrado” para destrucción, o para el “tesoro” de Jehová; el pueblo debía entregarlo todo.

Dios tiene derecho a dictar sentencia contra los individuos y naciones que están en pecado. ¿Hay

alguna evidencia de que la iniquidad de los cananeos había llegado a su límite? Pocos pueden cuestionar

que imperaba la idolatría y el estilo de vida depravado. Los descubrimientos arqueológicos (e.g., las

tablas de Ras Shamra) comprueban que el castigo divino sobre Jericó fue justificado.

Finalmente, el propósito de Dios era bendecir al pueblo de Israel en la tierra y usarlo como canal de

bendición al mundo. Pero esto se vería seriamente frustrado si se dejaban contaminar por la religión

degenerada de los cananeos. Gleason Archer declara: “En vista de la influencia corrupta de la religión

cananea, especialmente la prostitución religiosa … y el sacrificio de infantes, era imposible que se

conservara pura la fe y la adoración de Israel a menos que se exterminara por completo a los cananeos”

(A Survey of Old Testament Introduction, “Reseña Crítica de una Introducción al Antiguo Testamento”,

Chicago: Moody Press, 1964, pág. 261).

El pecado es sumamente contagioso. Contemporizar con el mal es arriesgado, porque es una

invitación al desastre espiritual.

Han surgido varias interpretaciones en cuanto a la caída de los muros de Jericó en el preciso instante

en que el pueblo gritó: (1) Que un terremoto causó la destrucción. (2) Que los soldados israelitas

socavaron los cimientos del muro mientras los otros marchaban. (3) Que la vibración causada por el

sonido de las trompetas y los gritos de los soldados hicieron que cayeran los muros. (4) Que las ondas de

impacto creadas por la marcha de los israelitas ocasionaron el derrumbe. De cualquier forma, fue un

evento sobrenatural. Esto puede verse claramente por el hecho de que todo el muro fue destruido,

excepto la sección de la casa de Rahab. Realmente no hay necesidad de determinar los medios exactos

que Dios utilizó para realizar este o cualquier otro milagro. Un escritor del N.T., al revisar siglos

después ese evento, escribió: “Por la fe cayeron los muros de Jericó después de rodearlos siete días”

(He. 11:30).

La evidencia arqueológica acerca de la caída de los muros de Jericó en días de Josué no es tan clara

como alguna vez se supuso. Esto se puede explicar porque las excavaciones posteriores determinaron

que en su larga historia, Jericó tuvo un total de 34 muros. (Jericó es una de las ciudades más antiguas del

mundo. Muchos arqueólogos sostienen que estuvo habitada desde 7000 a.C.) Los frecuentes terremotos

que se dan en el área, la destrucción completa de la ciudad bajo el mando de Josué, y el proceso de

erosión durante cinco siglos antes de que fuera reconstruida en tiempos de Acab (1 R. 16:34), también

contribuyeron a los escasos escombros y a la extremada dificultad de identificar esos restos con el

ataque de Josué. La evidencia más significativa parece ser la cerámica encontrada entre los escombros y

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tumbas de esa zona. Esos hallazgos permiten identificar que Jericó estuvo habitada hasta aprox. 1400

a.C. Debajo de la cerámica hay una gruesa capa de ceniza que representa una destrucción mayor. Esto

sin duda deja ver la destrucción de Josué y el incendio (Jos. 6:24) posterior de la ciudad. (Para una

discusión arqueológica amplia sobre el Jericó del A.T., V. Leon Wood, A Survey of Israel´s History,

“Síntesis de la Historia de Israel”. Grand Rapids: Zondervan Publishing House, 1970. págs. 94–99.)

c. Secuelas de la conquista de Jericó (6:22–27)

A medida que esta gran historia del A.T. se acerca a su fin, se mencionan brevemente dos asuntos: el

rescate de Rahab y el incendio, saqueo y maldición de la ciudad.

6:22–25. La historia de la liberación de Rahab es como un oasis en medio del exterminio que se

realizó. Antes de que la ciudad fuera consumida con fuego (v. 24), Rahab fue rescatada. Josué cumplió

la promesa hecha a Rahab por los dos espías (cf. 2:12–21) y envió a los mismos dos hombres a la casa

donde colgaba el cordón de grana de la ventana. Ella y toda la casa de su padre los siguieron sin vacilar

y salieron de la ciudad condenada. Rahab y su familia eran gentiles y necesitaban ser limpiados

ceremonialmente. Seguramente los hombres fueron circuncidados antes de que pudieran identificarse

con el pueblo de Israel. La historia de Rahab es un ejemplo de la gracia de Dios obrando en la vida de un

individuo y su familia. Sin importar su vida pasada, ella fue salvada por la fe en el Dios viviente y aun

vino a ser parte de la línea mesiánica (Mt. 1:5). De acuerdo con el patrón bíblico, Rahab y su familia

fueron librados del juicio divino (cf. Gn. 7:1; 1 Ts. 5:9) por medio de la fe.

6:26. Dedicar a Jericó para destrucción (cf. V. el comentario del v. 21) incluía pronunciar una

maldición sobre cualquiera que se atreviera a reedificar la ciudad, o a reconstruir los cimientos y las

puertas. Aunque posteriormente el lugar fue ocupado por períodos breves (18:21; Jue. 3:13; 2 S. 10:5)

la prohibición de reconstruir la ciudad no se violó sino hasta los días del rey Acab, 500 años después.

Como una indicación de la apostasía de ese período, Hiel de Bet-el intentó reedificar los muros de

Jericó, pero le costó la vida de sus dos hijos, Abiram y Segub (1 R. 16:34).

6:27. Este cap., que registra la victoria espectacular en esa primera batalla de Israel en Canaán no

termina con una nota negativa. Las palabras finales vuelven la atención del lector al triunfo y a sus

efectos: Estaba, pues, Jehová con Josué (cf. 1:5, 9; 3:7), y su nombre se divulgó por toda la tierra.

El secreto de la victoria sobre Jericó no fue el ingenio militar de Josué, ni su ejército entrenado para la

guerra. El triunfo se obtuvo porque él y el pueblo confiaron absolutamente en Dios y obedecieron sus

mandamientos (1:6–9).

2. DERROTA EN HAI (CAP. 7)

En forma inesperada, enseguida Israel experimentó una derrota. Hasta ese punto de la conquista, el

ejército que Josué comandaba sólo había experimentado victorias. La posibilidad de una derrota militar

era la cosa más remota que pudiera pasar por la mente de los israelitas, especialmente después del

triunfo de Jericó. Sin embargo, los hijos de Dios nunca son más vulnerables, ni están en mayor peligro,

que después de que han obtenido una gran victoria.

Hai era el siguiente blanco en la ruta de conquista de Israel. Era más pequeña que Jericó, pero estaba

ubicada en una intersección estratégica de dos rutas naturales que iban de Jericó a la zona montañosa

que rodea a Bet-el. La derrota de Hai les permitiría tener el control total de la principal “ruta de la

cordillera”, que corría de norte a sur a lo largo del altiplano central.

Muchos arqueólogos han identificado Hai con et-Tell (“la ruina”). Sin embargo, las excavaciones de

ese lugar no arrojan evidencias de que hubiera un asentamiento en tiempos de Josué. La geografía del

área coincide perfectamente con los detalles que se encuentran en Josué 8. Así que quizá el rey de Hai

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condujo a sus tropas para que pelearan en el lugar que ya estaba en ruinas, en vez de combatir en una

ciudad que estuviera en pie. Por otro lado, algunos arqueólogos han seguido buscando otras ubicaciones

para Hai y las excavaciones los han llevado a un sitio que se denomina Khirbet Nisya.

Aunque todavía pueden existir interrogantes en cuanto a la ubicación de Hai, se puede apreciar la

importancia de los acontecimientos por la gran cantidad de material bíblico que hay acerca de la derrota

de Israel en ese lugar (cap. 7) y su subsiguiente victoria allí mismo (cap. 8).

a. Desobediencia (7:1)

7:1. El cap. comienza con la palabra fatal pero. El gozo de la victoria pronto fue reemplazado por la

tristeza de la derrota. Y todo por la desobediencia de un hombre. Jericó había sido puesta bajo el ḥērem

de Dios (“apartada para destrucción; 6:18–19), i.e., Dios ordenó que todo lo que tuviera vida debía ser

destruido y los objetos valiosos, puestos en el tesoro de Jehová. Ningún soldado israelita debía tomar

para sí nada del botín—pero para un hombre, la tentación fue demasiado grande.

Aunque uno quisiera elogiar la disciplina del ejército de Josué por no ceder a la tentación con

excepción de uno, para Dios ese hombre no pasó desapercibido. El Señor vio el pecado de Acán cuando

tomó del anatema; y por causa de esa infracción, la ira de Jehová se encendió contra toda la nación.

Él consideraba que todos eran culpables y detuvo su bendición hasta que se arregló el asunto. De hecho,

es evidente que la historia de Israel hubiera terminado aquí si la ira de Dios no se hubiera apartado de

ellos.

b. Derrota (7:2–5)

7:2. Ignorando la desobediencia de Acán, y deseoso de aprovechar la inercia de su primera victoria,

Josué hizo preparativos para la siguiente batalla. Por eso, envió diez espías desde Jericó a Hai (aprox. a

16 kms.), que estaba ubicada al oriente de Bet-el. Tal parece que ésta era una práctica común de Josué

(cf. 2:1). (Bet-avén [“casa de maldad”] fue un apodo [Os. 10:5] que se le dio a Bet-el [“casa de Dios”].

Sin embargo, parece que aquí se refiere a otro lugar, que estaba aprox. a 5 kms. al norte de Hai.)

7:3. Cuando los espías regresaron hablaron con mucha confianza. Afirmaron que Hai podría ser

fácilmente conquistada con sólo dos mil o tres mil hombres. Y añadieron que en la ciudad había pocos

varones. Sin embargo, los espías estaban equivocados. Realmente Hai tenía 12,000 hombres y mujeres,

i.e., aprox. 6,000 hombres (8:25). Más tarde, cuando Dios dio órdenes a Josué, le dijo: “lleva a todo el

ejército” (8:1). A pesar de que Hai era más pequeña que Jericó, también estaba bien fortificada y sus

soldados, bien atrincherados. Israel cometió la falta de subestimar la fuerza de su enemigo y

sobreestimar la suya. En esa ocasión no se menciona que hicieran alguna oración y no hay evidencia de

que dependieran del Señor.

Es un craso error minimizar el poder del enemigo. Con frecuencia, los creyentes fallan porque no

reconocen que sus enemigos son poderosos (Ef. 6:12; 1 P. 5:8). Es por eso que los cristianos sufren las

consecuencias de la ignominiosa derrota espiritual.

La calamidad que sobrevino a Israel fue debido en parte, a que menospreciaron a su enemigo y que

supusieron que la primera victoria les garantizaba la siguiente. Pero simplemente la vida no funciona de

esa manera. La victoria de ayer no hace al creyente inmune a la derrota de hoy. Debe depender

continuamente del Señor para obtener fortaleza. Refiriéndose al conflicto entre los cristianos y el mal,

Pablo escribió: “fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza” (Ef. 6:10).

7:4–5. Pero Josué mandó solamente tres mil hombres a Hai, donde lamentablemente fueron

derrotados y huyeron. Los israelitas bajaron aterrados la montaña que con tanta arrogancia habían

subido por la mañana. Finalmente, los de Hai los alcanzaron en “las canteras” (VP), y en la bajada

dieron muerte a unos treinta y seis soldados israelitas. El resto escapó y regresó al campamento.

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Cuando las noticias de la derrota se divulgaron por el campamento, el pueblo se desmoralizó por

completo. El corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua. A pesar de que ésta fue la única

derrota en siete años de conquistas en la tierra de Canaán, el asunto que los desconcertó en sí no fue la

derrota, ni la muerte de los 36 soldados, sino el temor que se apoderó de ellos al pensar que la bendición

de Dios se había apartado de ellos. No sabían por qué había sucedido esto. ¿Habría cambiado Dios de

opinión?

c. Desaliento (7:6–9)

7:6–9. Josué también estaba perplejo ante la derrota. De acuerdo con los ritos antiguos de luto, el

líder y los ancianos rasgaron sus vestidos … y los ancianos … echaron polvo sobre sus cabezas (cf.

Job 1:20; 2:12). Además, se postraron sobre sus rostros delante del arca de Jehová hasta caer la

tarde. Finalmente, Josué pudo balbucir algunas palabras e hizo tres preguntas al Señor: (1) ¿Por qué

nos trajiste aquí para que nos destruyan? (2) ¿Qué diré, ahora que Israel ha sido derrotado? (3) ¿Qué

harás tú para proteger tu reputación?

Josué parecía estar culpando a Dios por la derrota y ni siquiera consideró que la causa fuera otra. En

la primera pregunta, adoptó la misma forma de pensar de los espías contra quienes protestó

enérgicamente en Cades-barnea (cf. Nm. 14:2–3). La preocupación más grande de Josué era que las

noticias de su derrota provocarían que los paganos perdieran el respeto hacia Dios y su grande nombre.

Como consecuencia, sus nombres serían borrados, i.e., serían destruidos y nunca serían recordados.

d. Instrucciones (7:10–15)

7:10–11. La respuesta de Dios a Josué fue brusca. Levántate; ¿por qué te postras así sobre tu

rostro? Enseguida, Dios explicó la causa de la derrota y la necesidad de tomar acción. La culpa era de

Israel, no de Dios—Israel había pecado. Para hacer su acusación, Dios empleó con enojo una lista de

vbs. Fue de lo general a lo particular y acusó a Israel de pecar, de violar el pacto, de tomar cosas del

anatema (haḥērem, “cosas apartadas o destinadas para destrucción”; cf. 6:18–19. V. el comentario de

6:21), de robar, mentir y de esconder lo robado entre sus cosas. (En 7:21 se mencionan esas cosas.)

Hasta que no reconocieran esas transgresiones e hicieran expiación por ellas, el pecado de una persona

sería considerado como el pecado de toda la nación.

7:12. Después de la caída de Jericó, el relato dice: “Estaba, pues, Jehová con Josué” (6:27). Pero

ahora, Dios les hizo un anuncio devastador: ni estaré más con vosotros hasta que ese pecado fuera

juzgado y el anatema destruido.

7:13–15. A continuación, Dios reveló los pasos que debían seguir en el proceso de expiación.

Primero, el pueblo debía consagrarse. No podrían obtener ninguna victoria sobre sus enemigos hasta

que ese problema se resolviera. Segundo, debían reunirse al día siguiente para identificar al ofensor,

aparentemente echando suertes (cf. el comentario de los vv. 16–18), exponiendo primero a la tribu

culpable, luego a la casa, y entonces a la familia, hasta llegar por último al individuo. Tercero, el

ofensor, junto con todas sus posesiones (no solamente las cosas robadas) debía ser quemado. Dios

consideró ese pecado como maldad, i.e., una cosa abominable. La transgresión de Acán fue

desobediencia deliberada a las instrucciones de Dios (6:18), y ocasionó que toda la nación se hiciera

merecedora de la destrucción. ¡Si los israelitas no destruían los bienes de los cananeos, Dios podría

destruirlos a ellos!

e. Descubrimiento (7:16–21)

7:16–18. Aquel día siniestro, Josué se levantó muy de mañana. Reunió a todo Israel para llevar a

cabo el ritual de determinar quién había sido el ofensor. Probablemente, esto fue hecho por suertes,

sacando de un recipiente pedazos de tablillas grabadas. Pero ya que Dios sabía quién era el culpable,

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¿por qué no simplemente reveló a Josué su identidad? La respuesta es que ese método tan dramático

impactaría a la nación de Israel, que así vería la gravedad de desobedecer los mandamientos de Dios.

Puesto que el proceso tomaría tiempo, también daría oportunidad al culpable de arrepentirse y de

confesar su pecado. Si Acán hubiera reaccionado de esa forma y se hubiera amparado en la misericordia

de Dios, sin duda habría sido perdonado como siglos después sucedió con el pecado de David (Sal.

32:1–5; 51:1–12).

Hubo un ominoso silencio mientras el proceso se dirigía a la tribu de Judá, y a las casas de Zera,

Zabdi, Carmi, hasta llegar a Acán, el transgresor. No hubo irregularidades en el proceso, ni fue

cuestión del destino; fue la dirección de la providencia de Dios. Salomón describe bien este proceso: “La

suerte se echa en el regazo; mas de Jehová es la decisión de ella” (Pr. 16:33).

7:19–21. Es extraño que Acán guardara silencio a lo largo del procedimiento a pesar de que con

seguridad, el miedo lo había paralizado y su corazón latía más apresuradamente mientras observaba

cómo se acercaba el momento en que se descubriría su falta. Josué se dirigió a Acán tiernamente, pero

con firmeza. El líder odiaba el pecado, pero no al pecador. Era necesaria una confesión pública para

confirmar la identificación sobrenatural de la persona culpable.

La respuesta de Acán fue directa y completa. Confesó su pecado y no presentó excusas. Pero

tampoco expresó arrepentimiento por haber desobedecido el mandato de Dios, por haber traicionado a

su nación tomando el botín y por haber causado la derrota a las tropas de Israel y la muerte de los 36

soldados. Probablemente el remordimiento que sintió fue solamente por haber sido sorprendido.

Los tres pasos clásicos del pecado se ven en los actos de Acán: vio, codició y tomó. Eva siguió esa

misma secuencia trágica en el huerto del Edén (Gn. 3:6), así como David con Betsabé (2 S. 11:2–4).

Entre los objetos que Acán tomó de Jericó y escondió bajo tierra en medio de su tienda había (a)

un manto babilónico muy bueno, quizá adquirido por alguien en Jericó que hizo trueque con un

babilonio, (b) doscientos siclos de plata, que pesaban aprox. 2.3 kgs. y (c) un lingote de oro que

pesaba cincuenta siclos (aprox. 570 grs.) Tal vez Acán pensó: “Después de todo, me he privado de

todas estas cosas buenas por andar en el desierto. Aquí hay un precioso vestido nuevo y a la moda y algo

de plata y oro. ¿Cómo podría negarme Dios estas cosas? Nadie las echará de menos, y yo merezco algo

de placer y prosperidad”. Sin embargo, había un mandato específico que prohibía tomar cosas del botín

de Jericó. (Josué había dicho al pueblo que toda la plata y el oro debían apartarse para el tesoro de

Jehová, Jos. 6:19.) La palabra de Dios no puede abrogarse impunemente por medio de argucias y

buscando justificantes mentales.

f. Muerte (7:22–26)

7:22–25. La confesión de Acán fue confirmada inmediatamente; los objetos robados fueron

encontrados donde dijo que estaban. En seguida, los pusieron delante de Jehová, a quien realmente

pertenecían. Después, sacaron a ese hombre abominable al valle de Acor, junto con lo robado, su

familia, sus animales y todas sus pertenencias. Las piedras mortales lanzadas por los israelitas cayeron

sobre Acán y sus hijos, y el fuego consumió sus cuerpos y posesiones. Al robar los objetos

“consagrados”, Acán se contaminó y tuvo que ser condenado a la destrucción. Puesto que los hijos no

debían ser ejecutados por los pecados de sus padres (Dt. 24:16), se infiere que la familia de Acán

(excluyendo a su esposa, que no se menciona) había sido cómplice en el crimen (cf. V. el comentario de

Nm. 16:28–35).

7:26. La etapa final de este suceso vino cuando se levantó un monumento histórico formado por un

gran montón de piedras sobre el cuerpo de Acán. Parece que ese era un método común de enterrar a

los individuos non gratos (cf. 8:29). Su propósito era advertir a Israel que no debía pecar contra Dios, ni

desobedecer sus mandatos expresos.

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Tal vez exista una relación entre las palabras hebr. Acán y Acor. Acán, cuyo nombre posiblemente

significa “conflictivo” fue enterrado en el Valle de Acor, el valle del “conflicto”. Debido a que Israel

estuvo dispuesto a eliminar el pecado que había en medio de ellos, el ardor de la ira de Dios (7:1) se

apagó y se dispuso a dirigirlos una vez más a la victoria.

3. VICTORIA EN HAI (CAP. 8)

a. Escenario de la batalla (8:1–2)

8:1. El impulso inicial que Israel llevaba después de cruzar milagrosamente el Jordán y obtener la

portentosa victoria sobre Jericó, se vio detenido por la derrota en Hai. La tristeza y el desánimo hicieron

presa del pueblo, no sólo de los que estaban en el campamento, sino también de Josué.

Pero una vez que el crimen fue castigado, se restauró el favor de Dios para con Israel y Josué recibió

la confirmación de que el Señor no se había olvidado de él ni de su pueblo. Cuando Josué escuchó las

palabras de ánimo de Dios, su corazón se reanimó, porque esas fueron las mismas palabras que Moisés

pronunció en Cades-barnea cuando envió a los doce espías (Dt. 1:21). También fueron las palabras que

Moisés dijo a Josué cuarenta años después de ese suceso, cuando le estaba entregando las riendas del

liderazgo (Dt. 31:8). Una vez más, Josué las escuchó cuando Dios le habló justo después de la muerte de

Moisés (Jos. 1:9). En ese momento crucial de su vida, fue reconfortante recordar que Dios deseaba

dirigirlo si él estaba dispuesto a seguir el plan divino, lo cual hizo.

En su plan, Dios involucró a todos los hombres de guerra de Israel. Aunque la razón principal de la

derrota en Hai fue el pecado de Acán, la segunda falla fue subestimar al enemigo (cf. 7:3–4). Ahora

podría corregirse ese error. Dios dijo a Josué: levántate y sube a Hai, prometiéndole convertir el lugar

de derrota en uno de victoria.

8:2. Antes de que Dios revelara a Josué el plan definitivo, le dijo que Israel podía tomar de Hai los

despojos y sus bestias. Jericó había sido declarado anatema, pero Hai no.

¡Qué ironía! Si Acán tan sólo hubiera reprimido sus deseos egoístas y codiciosos y hubiera

obedecido la palabra de Dios dada en relación a Jericó, habría obtenido todo lo que su corazón deseaba

con la bendición divina. El camino de la fe y de la obediencia siempre es el mejor.

b. Desarrollo de la batalla (8:3–29)

El orden de los eventos en Hai difiere completamente del de Jericó. Los israelitas no marcharon

alrededor de los muros de Hai siete veces. Las murallas no cayeron milagrosamente. Israel tenía que

conquistar la ciudad por medio de una operación de combate normal. Dios no está limitado a seguir un

solo método específico de trabajo. No actúa ni actuará en forma estereotipada en sus operaciones.

8:3–9. La estrategia para la captura de Hai fue ingeniosa. Colocaron una emboscada … detrás (al

occidente) de la ciudad. Fue Dios mismo quien dijo a Josué que hiciera esto (vv. 2, 8). Para realizar ese

plan, se necesitaban tres grupos de soldados. El primero fue un contingente de guerreros valientes que

salieron de noche para esconderse al occidente, no muy lejos de la ciudad de Hai. Su tarea era entrar

rápidamente a la ciudad y prenderle fuego mientras sus defensores salían a perseguir al ejército de Josué.

Ese grupo estaba formado por treinta mil hombres y aunque parece que eran demasiados para

encontrar escondite cerca de la ciudad, en la región había grandes rocas que permitieron que todos ellos

quedaran fuera de la vista de los habitantes.

8:10–11. El segundo grupo era el ejército principal, el cual salió muy de mañana, viajando aprox.

24 kms. desde Gilgal y acamparon a plena vista de los habitantes, al norte de Hai. Sin duda, el grupo

se componía de muchos miles de soldados. Dirigidos por Josué, ese ejército actuó como carnada para

hacer que los defensores de Hai salieran de la ciudad.

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8:12–13. El tercer contingente preparó otra emboscada de cinco mil hombres que tomaron su

posición entre Bet-el y Hai para evitar que refuerzos procedentes de Bet-el ayudaran a los hombres de

Hai. Josué se apostó en un valle que estaba al norte de Hai, en un cañón profundo que había entre las

montañas.

8:14–22. El plan funcionó a la perfección. Cuando el rey de Hai vio al ejército de Israel, mordió el

anzuelo. Al salir a perseguir a los israelitas, los cuales fingieron que habían sido derrotados, la ciudad de

Hai quedó desprotegida. A la señal de Josué, las otras tropas se apresuraron a entrar a la ciudad y a

prenderle fuego. Los hombres de Hai se consternaron por completo al ver las llamaradas de fuego y el

humo que subía al cielo procedente de su ciudad. Antes de que pudieran recuperarse de la impresión,

fueron capturados y destruidos por los israelitas, quienes atacaron por los dos frentes.

8:23–29. Cuando los israelitas acabaron de matar a todos los soldados de Hai, el ejército entró de

nuevo a la ciudad y mató a todos sus moradores. En total, mataron a doce mil personas entre militares y

civiles. Los soldados de Israel tomaron los despojos de la ciudad como Dios les había dicho (v. 2) y

ésta se convirtió en un montón de escombros. El rey de Hai, que no fue ejecutado, fue colgado de un

madero hasta caer la noche, en que fue sepultado bajo un montón de piedras (cf. la sepultura similar de

Acán, 7:26). El cuerpo del rey fue bajado del madero al atardecer, tal y como Dios ordenó (Dt. 21:22–

23; cf. Jos. 10:27).

Israel obtuvo esa gran victoria porque había sido restaurado el favor de Dios para con ellos. Después

de la derrota, Dios les dio otra oportunidad. Para el Señor, una derrota o error no es el fin del servicio de

un creyente.

c. Secuelas de la batalla (8:30–35)

8:30–31. Después de la victoria en Hai, Josué hizo algo extraño y muy tonto militarmente hablando.

En vez de asegurar ese territorio, que era el centro de la tierra prometida buscando más triunfos, dirigió

al pueblo a que hiciera una reflexión espiritual. ¿Por qué? Simplemente porque Moisés … lo había

mandado (Dt. 27:1–8).

Sin demora, Josué llevó desde Gilgal a los hombres, mujeres, niños y ganado hacia el norte, en el

valle del Jordán, al lugar divinamente indicado: el monte Ebal (Jos. 8:30) y el de Gerizim (v. 33), que

estaban en Siquem. El recorrido de aprox. 48 kms. no fue difícil o peligroso, ya que no era un zona muy

poblada. Pero, ¿cómo evitaron los israelitas un enfrentamiento con los hombres de la ciudad de Siquem,

fortaleza que protegía la entrada del valle que estaba entre las dos montañas?

En la Biblia no se registran todas las batallas de la conquista y es posible que se omitiera la captura

de Siquem. O quizá en ese tiempo la ciudad tenía gobernadores pacíficos, o tal vez se rindieron sin

resistencia alguna. Pero ¿por qué se escogió ese lugar? Esas montañas están ubicadas en el centro

geográfico de la tierra y desde cualquier cima, se podía ver una buena parte de la tierra prometida. Por

tanto, en ese lugar, que representaba toda la tierra, tanto al momento de entrar a Canaán como cuando su

mandato ya estaba por llegar a su fin (cf. 24:1), Josué retó al pueblo a renovar sus votos pactales con el

Señor.

Las ceremonias religiosas solemnes y llenas de significado incluían tres cosas. Primero, levantaron

un altar de piedras enteras sobre el monte Ebal e hicieron sacrificios (incluyendo holocaustos … y

ofrendas de paz; cf. Lv. 1:3) a Jehová. Habían caído Jericó y Hai, donde se adoraba a los dioses falsos

de los cananeos; ahora Israel adoraba públicamente y proclamaba su fe en el único Dios verdadero.

8:32. Segundo, Josué preparó unas piedras grandes. Escribió sobre ellas una copia de la ley de

Moisés, aunque no se menciona qué parte de ella se inscribió. Algunos sugieren que sólo se incluyeron

los diez mandamientos, otros piensan que por lo menos incluía todo el contenido de Deuteronomio 5–

26. En el Medio Oriente, los arqueólogos han descubierto columnas o lápidas de aprox. 2 a 3 mts. con

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inscripciones similares. La inscripción del Behistun encontrado en Irán, es tres veces más grande que

Deuteronomio.

8:33–35. Tercero, Josué … leyó … la ley a los israelitas. La mitad de ellos estaba al sur, en las

laderas del monte Gerizim, … la otra mitad al norte, en el monte Ebal y el arca del pacto estaba en

el valle, al centro, rodeada por los sacerdotes. Conforme se fueron leyendo las maldiciones de la ley,

las tribus que estaban en el monte Ebal fueron respondiendo a cada una: “¡Amén!”. Y mientras se leían

las bendiciones, las tribus que estaban en el monte Gerizim respondían: “¡Amén!” (Dt. 11:29; 27:12–

26). El gran anfiteatro natural que aún existe ahí, permitió que el pueblo escuchara todas y cada una de

las palabras. Con toda sinceridad, Israel aseguró que la ley del Señor sería realmente la ley de la tierra.

A partir de este punto, toda la historia de los judíos ha dependido de su actitud hacia la ley que

escucharon aquel día. Cuando la obedecían, había bendición; cuando la desobedecían, había castigo (cf.

Dt. 28). Es trágico que las afirmaciones hechas en esa ocasión tan importante se olvidaran tan pronto.

C. Campaña del sur (caps. 9–10)

El error que Israel cometió de no consultar al Señor fue uno de los principales factores que

condujeron a la derrota en Hai. La falta de dependencia en el Señor de sus líderes estaba por desatar otra

crisis.

Todo sucedió cuando menos lo esperaban. El pueblo acababa de regresar al campamento de Gilgal

después de escuchar la ley de Dios en los montes Ebal y Gerizim. Gran parte de la ley fue inscrita en

piedras, e Israel confirmó su disposición de obedecer la palabra de Dios. Ese fue un tiempo de victoria

espiritual; y también para que Satanás los atacara sutilmente. Cuando el pueblo de Dios piensa que “ya

la hizo” está más vulnerable a las asechanzas del enemigo.

Esta historia se desarrolla en los siguientes dos capítulos del libro de Josué—la alianza con los

gabaonitas (cap. 9) y la defensa de las gabaonitas (cap. 10).

1. ALIANZA CON LOS GABAONITAS (CAP. 9)

a. Astucia de los gabaonitas (9:1–15)

9:1–2. Las victorias de Israel sobre Jericó y Hai provocaron que toda la región se uniera para tomar

acción. Estos vv. preparan al lector para las campañas de conquista en el norte y en el sur que se

describen en los caps. 10 y 11.

Los reyes atemorizados están agrupados según tres zonas geográficas: Los que estaban en las

montañas del centro de Palestina, los que estaban en los llanos (valles o tierras bajas), y los de la costa

que se extendía al norte hasta llegar a Líbano. Debido a la exitosa estrategia de Josué de dividir la tierra

en dos colocándose entre las dos mitades, los reyes no lograron unirse para formar una sola fuerza

militar como lo habían planeado.

Sin embargo, sí llegaron a formar confederaciones poderosas al norte y al sur. Se firmaron treguas

entre las tribus que estaban en guerra y los que antes habían sido enemigos a muerte, se unieron para

hacer frente a la fuerza invasora del pueblo de Dios.

9:3. No todos los enemigos de Israel querían pelear. Los gabaonitas estaban convencidos de que

nunca podrían derrotar a Israel en la guerra, así que buscaron la paz. Ubicada en la región montañosa, a

sólo 9 kms. al noroeste de Jerusalén y aprox. a la misma distancia al suroeste de Hai, la de Gabaón era

conocida como “una ciudad importante” (10:2). Era cabeza de una confederación pequeña formada por

tres pueblos vecinos (cf. 9:17).

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9:4–6. Después de una reunión de consejo, idearon el plan de mandar emisarios a Josué disfrazados

como viajeros cansados y harapientos que habían venido de un largo viaje. Una mañana llegó al

campamento de los israelitas en Gilgal, esta extraña delegación llevando cueros … de vino … viejos y

parchados, con zapatos viejos de suelas gastadas, con vestidos viejos, sucios y rasgados, y con pan …

seco y mohoso. Al ir pasando los visitantes por en medio de la gente para llegar hasta Josué,

seguramente todos se preguntaban quiénes serían esos extraños, de dónde venían y por qué estaban ahí.

Las respuestas que dieron los gabaonitas a Josué fueron falsas. Le dijeron: Nosotros venimos de

tierra muy lejana; haced, pues, ahora alianza con nosotros. Pero, ¿por qué hicieron énfasis en que

venían de un país lejano y por qué se vistieron de forma engañosa para “probarlo”? Aparentemente los

gabaonitas conocían las estipulaciones de la ley mosaica que permitían a Israel hacer paz con ciudades

que estuvieran a una distancia considerable, pero exigía que arrasara por completo a las ciudades de las

siete naciones de los cananeos (Dt. 20:10–18; 7:1–2).

9:7. Al principio, Josué y su gabinete tuvieron serias dudas y no estaban convencidos por completo.

Les respondieron diciendo: Quizá habitáis en medio de nosotros. Estuvo bien que dudaran y

estuvieran alerta, porque las cosas no siempre son lo que parecen. Los malvados frecuentemente quieren

aprovecharse de los justos.

Los viajeros de Gabaón eran llamados heveos (cf. 11:19). Descendían de Canaán, hijo de Cam (Gn.

10:17). Posiblemente los heveos también eran llamados horeos (en Gn. 36:2 a Zibeón se le llama heveo

y en Gn. 36:20 se le llama horeo).

9:8–13. Josué hizo preguntas para indagar más y los astutos gabaonitas procedieron a contar su falsa

historia. Insistieron en que venían desde muy lejos para presentar sus tributos al poderoso Dios de los

israelitas, con objeto de que pudieran vivir en paz como siervos de Israel. Ya se habían divulgado las

noticias de lo que Dios había hecho por los israelitas en Egipto (probablemente las plagas y el paso del

mar Rojo (de los “Juncos” o “Carrizos”) y de las victorias de Dios sobre Sehón y Og (Nm. 21:21–25;

Dt. 2:26–3:11). Sin embargo, es interesante que no mencionaran los triunfos recientes sobre Jericó y

sobre Hai, ya que como supuestamente venían de un país lejano, no podían estar enterados de esas

batallas. Siguieron elaborando su farsa, y presentaron sus credenciales—el pan mohoso, los cueros de

vino remendados, los vestidos rasgados y los zapatos gastados—lo cual hizo que desaparecieran las

sospechas de Josué y los líderes.

9:14–15. Los hombres líderes de Israel fueron engañados por la estrategia astuta de los gabaonitas

y decidieron hacer una alianza formal con ellos. Pero Josué y los israelitas cometieron por lo menos dos

errores. Primero, al examinar las provisiones de ellos, las aceptaron como evidencia a pesar de ser cosas

muy dudosas. Si los visitantes hubieran sido verdaderos embajadores con poder para formar alianzas con

otra nación, deberían haber presentado credenciales más sustanciales. Fue necio de parte de Josué no

requerirlas.

La segunda y tal vez la principal razón del fracaso de Israel se menciona en el v. 14: Los líderes no

consultaron a Jehová; no buscaron la dirección de Dios. ¿Pensó Josué que la evidencia era tan

contundente que no necesitaban el consejo de Jehová? ¿Pensó que el asunto era demasiado rutinario o

trivial para “molestar” a Dios? Cualquiera que haya sido la causa, fue un error confiar en su propio

juicio y hacer sus planes. Esto es igualmente cierto para los creyentes de todos los tiempos (Stg. 4:13–

15).

b. Descubrimiento de la farsa (9:16–17)

9:16–17. A los tres días, los israelitas se dieron cuenta de que los habían “engañado”, ya que los

gabaonitas vivían a sólo 40 kms. de Gilgal, en territorio cananeo, y no venían de un país lejano. Una

comisión exploradora confirmó su fraude al descubrir la ubicación cercana de Gabaón y sus tres

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ciudades dependientes. “El labio veraz permanecerá para siempre; mas la lengua mentirosa sólo por un

momento” (Pr. 12:19). Tarde o temprano, el engaño y la mentira quedan expuestas. La verdad siempre

triunfa.

c. Decisión de los líderes (9:18–27)

9:18–19. ¡Cuán enojados estaban los hijos de Israel cuando descubrieron que habían sido timados!

En verdad, el pueblo quería hacer a un lado la alianza y destruir a los gabaonitas, pero Josué y su

gabinete declararon que el engaño de los enemigos no podía anular el acuerdo. El trato era sagrado,

porque se había ratificado por medio de un juramento en el nombre de Jehová Dios de Israel (cf. v.

15); quebrantar tal pacto provocaría la ira divina sobre Israel. Una tragedia similar ocurrió después,

durante el reinado de David, porque Saúl no respetó este juramento (cf. 2 S. 21:1–6).

9:20–27. Josué y los príncipes eran hombres íntegros, que cumplían su palabra. Aunque se sentían

humillados por lo ocurrido, no querían ocasionar deshonra a Dios y al pueblo al quebrantar el acuerdo de

paz. Sin embargo, aunque Israel no podía retractarse de su juramento, los engañadores debían ser

castigados. Por lo tanto, Josué habló a los gabaonitas, los reprendió por su falta de honestidad y les

anunció que serían malditos y que vivirían en esclavitud perpetua. Esa opresión consistiría en que se

convertirían en los leñadores y aguadores de los israelitas. Para evitar que la idolatría de los gabaonitas

se infiltrara en la religión de Israel, su trabajo debía ser realizado exclusivamente en relación con el

tabernáculo, donde estarían expuestos a la adoración del único Dios verdadero.

De esta manera, los gabaonitas perdieron lo que esperaban ganar. Querían desesperadamente

conservar su libertad; y al final se convirtieron en esclavos. Pero la maldición llegó a ser una bendición.

Fue a favor de los gabaonitas que Dios hizo un milagro (cf. 10:10–14). Después se levantó el

tabernáculo en Gabaón (2 Cr. 1:3); y posteriormente, algunos gabaonitas ayudaron a Nehemías a

reconstruir el muro de Jerusalén (Neh. 3:7). Así es la gracia de Dios. Hasta en nuestros días, él puede

convertir la maldición en bendición. Aunque es cierto que por lo general las consecuencias naturales del

pecado deben tomar su curso, la gracia de Dios no sólo puede perdonar, sino que también pasa por alto

los errores y obtiene bendición de los pecados y fracasos.

2. DEFENSA DE LOS GABAONITAS (CAP. 10)

a. Causa del conflicto (10:1–5)

10:1–2. Repentinamente, la atención cambia de Gabaón a Jerusalén, que estaba a 8 kms. al sur. El

rey Adonisedec fue presa del pánico, y con justa razón. Con la traición de los gabaonitas, los israelitas

habían logrado completar un arco en la tierra, comenzando en Gilgal, pasando por Jericó y Hai hasta un

punto cercano que estaba a pocos kms. al noroeste de Jerusalén. La escritura ya estaba grabada en la

pared. La seguridad de Jerusalén estaba severamente amenazada. Si el avance de las tropas israelitas

continuaba sin obstáculos, Jerusalén pronto sería rodeada y capturada.

10:3–4. Así que el rey de Jerusalén envió un mensaje urgente a otros cuatro reyes de la parte sureña

de Canaán, enfatizando el hecho de que Gabaón había hecho paz con … Israel, lo cual significaba

traición, y por lo tanto, era condenable. Esto podría preparar el camino para que otras ciudades se

rindieran de la misma manera. Era una señal de guerra. Debía tomarse acción inmediata en contra de

Gabaón.

10:5. La respuesta no tardó en llegar. Poco tiempo después se juntaron las fuerzas armadas de cinco

reyes para formar la confederación del sur para poner sitio a Gabaón. Los reyes eran de los amorreos,

i.e., de la región montañosa de Canaán (cf. V. el comentario de Gn. 14:13–16).

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b. Desarrollo del conflicto (10:6–15)

10:6. Confrontados con la amenaza de ser masacrados, los moradores de Gabaón enviaron a un

mensajero a Josué … en Gilgal con una insistente petición de ayuda para contrarrestar al imponente

ejército que los estaba presionando.

¿Por qué tendría Josué que acceder a esa solicitud proveniente del mismo pueblo que lo engañó?

¿Por qué no simplemente se hizo a un lado y dejó que los cananeos pelearan entre sí? Si lo hubiera

hecho así, habría eliminado la evidencia de su fracaso al entrar en pacto con los de Gabaón.

10:7–8. Por la reacción inmediata de Josué, es evidente que esta no era una opción para él. Algunos

sugieren que más bien, es una prueba de que el pacto entre Israel y los gabaonitas era de defensa mutua.

Sin embargo, el registro escritural no lo menciona. Por otro lado, es absurdo pensar que Israel se

comprometiera a rescatar a una nación “lejana”, lo cual dieron por sentado cuando se realizó el tratado

entre ellos y los gabaonitas.

El motivo por el cual Josué respondió de esa forma, está relacionado con su estrategia militar. Hasta

ese momento, el ejército de Israel había atacado una ciudad fortificada a la vez, que era un

procedimiento largo y difícil si querían conquistar toda la tierra de Canaán. Pero ahora, Josué sentía que

esa era la oportunidad estratégica que necesitaba. Todo el ejército de las fuerzas de los amorreos estaba

acantonado en un campo abierto fuera de Gabaón. Si Israel alcanzaba la victoria en ese sitio, acabaría

con las fuerzas enemigas de la región. Además, Dios aseguró a Josué que no debía tener temor de ellos

(cf. 1:9; 8:1) porque él le daría el triunfo.

Josué reunió los hombres valientes y marcharon 40 kms. desde Gilgal hasta Gabaón durante la

noche. Aquel fue un recorrido extenuante, ya que ascendieron aprox. 1,100 mts. por un terreno difícil.

No tuvieron tiempo para descansar. Aunque fatigadas, las tropas tenían que enfrentar a un enemigo

poderoso. Ciertamente Dios tendría que intervenir, si no, serían derrotados.

10:9–10. Motivado por la promesa divina de victoria, Josué dirigió a sus soldados en un ataque

sorpresivo sobre las fuerzas de los amorreos del sur, probablemente cuando todavía estaba oscuro. El

enemigo cayó presa del pánico y después de oponer una débil resistencia, en la que muchos hombres

quedaron muertos, se dieron por vencidos y se llenaron de consternación, huyendo despavoridos hacia

el occidente. En su escape, atravesaron un camino angosto y bajaron al valle de Ajalón, hasta donde los

persiguieron los israelitas. Esa no fue la única vez que el camino que bajaba de las montañas centrales se

usaba como ruta de escape. En 66 d.C., el general romano Cestius Gallus recorrió ese camino

descendente cuando iba huyendo de los judíos.

10:11. Sin embargo, los amorreos no pudieron escapar. Jehová usó las fuerzas de la naturaleza

(enviando grandes … piedras de granizo) para derrotar al enemigo. El granizo cayó con tal precisión,

que los que murieron por la granizada fueron más … que los que murieron a espada.

Todo este pasaje provee una ilustración impactante de la relación que hay entre los factores humanos

y divinos para obtener la victoria. Los vv. 7–11 hablan alternadamente de Josué (e Israel) y el Señor.

Todos tuvieron una parte importante en el conflicto. Los soldados tenían que pelear, pero Dios les dio la

victoria.

10:12. El día en que se libró la batalla de Bet-horón se estaba terminando. Josué estaba fatigado y

sabía que la persecución contra el enemigo sería larga y extenuante. El líder militar contaba con sólo

doce horas de luz para pelear. Era obvio que necesitaría más tiempo para ver realizada la promesa de

Dios (v. 8) y para que pudiera exterminar a sus adversarios. Por lo tanto, Josué hizo una petición

bastante extraña a Jehová diciendo: Sol, deténte en Gabaón; Y tú, luna, en el valle de Ajalón.

10:13–15. Cuando Josué hizo su oración, era el mediodía, y el sol estaba alumbrando directamente

sobre su cabeza. La luna estaba en el horizonte. Dios contestó rápidamente su petición. Josué oró con fe

y el resultado fue un milagro grandioso. Sin embargo, el registro de ese milagro ha sido llamado el

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ejemplo más contundente del conflicto que hay entre las Escrituras y la ciencia, porque es bien sabido

que la noche y el día no son resultado del movimiento del sol alrededor de la tierra, sino que la luz y la

oscuridad son ocasionadas por la rotación de la tierra sobre su propio eje y porque gira alrededor del sol.

Entonces, ¿por qué se dirigió Josué al sol en vez de a la tierra? Simplemente porque estaba usando el

lenguaje de la observación. Habló desde la perspectiva de la apariencia de las cosas como se ven desde

la tierra. Hoy en día, las personas hacen lo mismo, aún en la comunidad científica. Los almanaques y

diarios registran los horarios de la salida y puesta del sol, y nadie los acusa de errar científicamente.

Sin embargo, el “día largo” de Josué 10 debe explicarse. ¿Qué fue lo que realmente sucedió aquel

día tan peculiar? Hay muchas respuestas (un eclipse solar, nubes sobre el sol, una refracción de los rayos

solares, etc.). Parece que la mejor explicación es que en respuesta a la oración de Josué, Dios ocasionó

que la velocidad de rotación de la tierra bajara de tal modo, que hizo una rotación completa en 48 horas

en vez de 24. Aparentemente este punto de vista se apoya en el poema que se encuentra en los vv. 12b–

13a y por la prosa del v. 13b. (El libro de Jaser es una colección literaria hebr. que fue escrita en forma

poética para reconocer los logros de los líderes de Israel; cf. la endecha de David a Saúl en 2 S. 1:17–

27).

Dios detuvo los efectos cataclísmicos que hubieran ocurrido naturalmente, tales como el surgimiento

de enormes mareas y que los objetos volaran por todas partes. La evidencia de que la rotación de la

tierra simplemente bajó de velocidad se encuentra en las palabras finales de Josué 10:13: El sol se paró

… casi un día entero. Por tanto, la tierra no avanzó con normalidad y tardó en llegar a el ocaso; i.e., su

movimiento desde el mediodía hasta el anochecer fue notablemente lento, dando a Josué y a sus

soldados suficiente tiempo para completar su victoriosa batalla.

Un detalle importante que no debe soslayarse es que el sol y la luna eran las deidades principales de

los cananeos. Los dioses de los cananeos fueron forzados a obedecer a causa de la oración de Josué. El

descontrol de sus dioses debió haber provocado gran temor y molestia a los cananeos. El secreto del

triunfo de Israel sobre la confederación de los cananeos se encuentra en las palabras, ¡porque Jehová

peleaba por Israel! En respuesta a la oración, Israel experimentó una intervención dramática de Dios a

su favor y la victoria fue contundente.

c. Culminación del conflicto (10:16–43)

10:16–24. Josué aprovechó ese largo día y continuó persiguiendo a su enemigo. Los cinco reyes

fuertes y sus ejércitos habían abandonado sus ciudades fortificadas para pelear contra Israel en campo

abierto. Ahora, Josué estaba determinado a evitar que regresaran a sus ciudades amuralladas. Cuando

escuchó las noticias de que los cinco reyes se habían escondido en una cueva, Josué no se entretuvo con

ellos, sino que persiguió vigorosamente a los soldados amorreos, matando a todos, menos a unos pocos

que se metieron en las ciudades fortificadas. Después regresó a la cueva que estaba custodiada, sacó a

los reyes y los ejecutó. Pero primero, siguiendo una costumbre de los conquistadores orientales, a

menudo descrita en los monumentos egipcios y asirios, Josué dio instrucciones a sus principales

hombres de guerra para que pusieran sus pies sobre los cuellos de los reyes. Este era símbolo de

subyugación total del enemigo derrotado.

10:25–27. Después, Josué, utilizando las mismas palabras que Dios le había hablado, animó a sus

soldados a no temer (cf. 1:9; 8:1) sino a ser fuertes y valientes (cf. 1:6–7, 9). El triunfo sobre los reyes

amorreos fue un atisbo de las victorias futuras que Israel tendría en Canaán, y Josué dijo respecto a esto:

así hará Jehová a todos vuestros enemigos contra los cuales peleáis. Josué mató a los reyes y sus

cuerpos fueron colgados y expuestos hasta caer la noche (cf. 8:29). Después fueron echados en la

cueva, misma que fue bloqueada por grandes piedras, como se había hecho anteriormente (10:18).

Esas rocas llegaron a ser otro monumento para conmemorar la marcha victoriosa de Israel sobre Canaán.

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10:28–39. La derrota de los cinco reyes y sus ejércitos aseguró la conquista definitiva del sur de

Canaán. En una serie de ataques rápidos, Josué invadió los centros militares claves para incapacitar a

cualquier fuerza militar que hubiera. Primero, tomó … Maceda (v. 28), después, Libna (v. 29), Laquis

(v. 31), y Eglón (v. 34). Esas ciudades, que se extendían de norte a sur, custodiaban las vías de acceso al

altiplano del sur. Siglos después, tanto Senaquerib como Nabucodonosor siguieron la misma estrategia

en sus ataques contra Judá.

A continuación, Josué entró al centro de la región sureña y tomó las dos ciudades amuralladas

principales, Hebrón (v. 36) y Debir (v. 38). (V. “Josué derrota de los cinco reyes”, en el Apéndice, pág.

285.)

Sin embargo, Jerusalén y Jarmut, dos de los cinco estados confederados (v. 5) no se mencionan.

Tampoco se explica la razón de que no se incluya el relato de la derrota de la ciudad de Jarmut. En

cuanto a Jerusalén, sin duda las tropas de Israel estaban demasiado cansadas como para realizar esa tarea

tan difícil cuando iban de regreso a su campamento de Gilgal. Posteriormente, esa “isla” pagana que

dejaron en la tierra sería un problema para las tribus de Judá y Benjamín hasta que fue conquistada

definitivamente por David (2 S. 5:7).

10:40–43. La extensión de la campaña de Israel en el sur se resume en los vv. 40–41 (cf. 11:16).

Toda la tierra de Gosén, no el Gosén de Egipto (Gn. 45:10; 46:34; 47:1, 4, 6), probablemente se refiere

a la zona que había alrededor de Debir al sur de Canaán. Un pueblo llamado Gosén era uno de los once

pueblos “de la región montañosa” que incluía a Debir (Jos. 15:48–51). Quizá la región se llamaba así

por estar cerca de ese pueblo. Las impresionantes victorias registradas en Josué 10 se hacen creíbles

debido a la declaración final: Todos estos reyes y sus tierras los tomó Josué de una vez; porque

Jehová el Dios de Israel peleaba por Israel.

Con esa confianza, Josué y su ejército regresaron a Gilgal a hacer preparativos para terminar su

tarea.

D. Campaña del norte (11:1–15)

Después de terminar la extenuante campaña militar en el sur, Josué no tuvo un período prolongado

de recuperación antes de enfrentarse a un reto aún mayor, la coalición masiva de fuerzas del norte. Pero

de todos modos, estaba dispuesto a enfrentar ese desafío.

El líder de Israel era tanto un genio militar como un gigante espiritual. Militarmente, sus tácticas

eran resultado de su vasta experiencia: (1) Todas sus batallas eran ofensivas. Cuando se enteraba de que

se avecinaba una batalla, él atacaba primero. (2) Con frecuencia echó mano del elemento sorpresa (e.g.,

contra los cinco reyes amorreos cuando sitiaban Gabaón, 10:9; contra muchos reyes en las aguas de

Merom, 11:7; y contra Hai cuando hizo caer en la trampa al enemigo, 8:14–19). (3) Además, mandó a

sus soldados a aniquilar a los enemigos que huían para evitar que llegaran a sus ciudades (10:19–20).

Espiritualmente, Josué fue ejemplo para su pueblo: honró la promesa que los espías habían hecho a

Rahab; respetó su pacto con los gabaonitas mentirosos; y aunque pudo haber usado su posición para

obtener ganancias personales, no lo hizo.

Con un líder así al frente de los asuntos de Israel, finalmente iniciaron la etapa final de la conquista.

1. LA CONFEDERACIÓN (11:1–5)

11:1–3. Los triunfos aplastantes de Josué en el sur, provocaron alarma entre los reyes que estaban

en la región del norte. Jabín rey de Hazor, en una acción desesperada, organizó una estrategia para

detener el avance de la conquista de la tierra por el ejército de Israel. Sin duda hubiera tenido más éxito

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de haberse unido a la coalición de Adonisedec (10:1–3), y hubiera avanzado desde el norte hasta

encontrarse con las fuerzas del sur para así despedazar a Israel en Gabaón. Pero Dios detuvo a Jabín de

realizar esa táctica, por lo que el rey reaccionó con rapidez, pero demasiado tarde, ante la crisis y se

llenó de pánico.

De inmediato, los mensajeros se dispersaron hacia el norte, sur, este y oeste llevando mensajes con

un llamado urgente para que se levantaran en armas. Esa situación fue similar a la de Saúl, cuando

convocó a Israel para seguirlo a Jabes de Galaad. En esa ocasión, mató un par de bueyes y mandó los

pedazos a cada uno de ellos con mensajeros que exclamaban: “Así se hará con los bueyes del que no

saliere en pos de Saúl y en pos de Samuel” (1 S. 11:7). Cineret (Jos. 11:2; cf. 13:27; 19:35; Nm. 34:11;

Dt. 3:17; 1 R. 15:20) es el nombre antiguo que se daba al mar de Galilea y también de un pueblo que se

encuentra en la orilla del lago. Ese nombre significa arpa, refiriéndose a la forma de arpa del lago. En el

N.T., a veces se llama al mar de Galilea lago Genesaret, trad. gr. de la palabra hebr. Cineret (e.g., Lc.

5:1).

11:4–5. Aunque no existía una gran amistad entre los reyes del norte, la amenaza de ser

exterminados los forzó a formar una alianza. Los ejércitos unidos se apostaron a pocas millas al noroeste

del mar de Galilea, en una planicie cerca de las aguas de Merom.

El ejército combinado era impresionante. No sólo incluía un número de soldados como la arena que

está a la orilla del mar, sino que además tenían muchos caballos y carros de guerra. Josefo,

historiador judío del primer siglo d.C., especulaba que esa confederación del reyes del norte consistía de

300,000 soldados de infantería, 10,000 tropas de caballería y 20,000 carros de guerra.

Las posibilidades de ganar de los israelitas parecían casi nulas. ¿Cómo podía pensar Josué que

triunfaría en esa batalla?

2. EL CONFLICTO (11:6–15)

La multitud de cananeos estaba atrincherada cerca de las aguas de Merom (v. 5). Es probable que su

plan, después de organizar los destacamentos y explicar las estrategias, era bajar por el valle del Jordán

y atacar a Josué en Gilgal. Pero Josué no esperó a que la batalla viniera a él y comenzó a marchar hacia

Merom, haciendo un recorrido de cinco días desde su cuartel general. Mientras avanzaban, tuvo mucho

tiempo para pensar en el enorme ejército que los esperaba. Sin duda, temblaba al imaginar la tremenda

batalla que tendrían que librar.

11:6. Fue entonces que Dios le habló. La promesa que dio a Josué fue específica y clara: No tengas

temor de ellos (cf. 1:9; 8:1), porque mañana a esta hora yo entregaré a todos ellos muertos delante

de Israel. Eso era justo lo que Josué necesitaba y se aferró por completo a la promesa de Dios, creyendo

que él les daría la victoria sobre su poderoso enemigo. Específicamente, Dios dijo a Josué:

desjarretarás sus caballos (i.e., debía cortarles los tendones de las patas) y sus carros quemarás a

fuego (cf. el comentario de 11:9).

11:7–9. La batalla se llevó a cabo en dos etapas. Al día siguiente, Josué sorprendió a su enemigo,

atacándolo junto a las aguas de Merom. Después, lo persiguieron hacia el oeste, hasta la costa (hasta

Sidón la grande y … Misrefotmaim), y al oriente, hasta el llano de Mizpa. Josué siguió las

instrucciones de Dios (v. 6) al pie de la letra y mató a todos sus enemigos, quemó sus carros y

desjarretó sus caballos.

Pero, ¿por qué ordenó Dios el acto tan drástico de quemar los carros y desjarretar los caballos?

Porque los cananeos usaban a los caballos en sus cultos paganos (y más tarde también lo hizo Judá; cf. 2

R. 23:11). También existía el peligro de que Israel depositara su confianza en las nuevas armas de guerra

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y no en el Señor. El salmista David declaró: “Estos confían en carros, y aquéllos en caballos, mas

nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria” (Sal. 20:7).

11:10–14. En la segunda etapa de la batalla del norte de Canaán, Josué regresó, después de haber

perseguido al ejército enemigo, y capturó todas las ciudades de los reyes derrotados. Sin embargo,

Hazor se reservó para darle un trato especial, probablemente porque era la ciudad más grande de la

antigua Palestina (ocupaba una región de 80 hectáreas, Meguido tenía 5.6 y Jericó sólo 3.3). Hazor

dominaba varios ramales de un antiguo camino que iba desde Egipto hasta Siria, llegando a Asiria y

Babilonia. Debido a ello, tenía una posición estratégica. La ubicación privilegiada de esa ciudad, que

estaba en medio de las rutas comerciales, contribuía en gran manera a su riqueza. De entre las ciudades

del norte, sólo Hazor fue sitiada y quemada. Aunque Josué pudo haber decidido no destruir a las otras

ciudades con el fin de usarlas más adelante para los israelitas, optó por hacer de Hazor un ejemplo. Era

la capital de todos estos reinos (ciudades-estado) y la que convocó a todos sus ejércitos. Si la gran

Hazor no podía escapar de ser destruida, los cananeos tendrían que reconocer que cualquier otra ciudad

podía ser destruida por decreto de Josué.

11:15. Así fue como se obtuvo el triunfo decisivo en el norte. La clave fue la obediencia a Dios.

Josué lo hizo, sin quitar palabra de todo lo que Jehová había mandado a Moisés.

E. Resumen de los triunfos (11:16–12:24)

Oficialmente, la victoria en el norte fue el final de la conquista. Sin embargo, antes de asentar el

registro de cómo fue repartida la tierra entre las tribus, el autor hace una pausa para repasar y resumir el

alcance de los triunfos de Israel en Canaán. Aquí incluye una descripción de las áreas geográficas

conquistadas (11:16–23) y una lista de los reyes derrotados (cap. 12).

1. ÁREAS CONQUISTADAS (11:16–23)

11:16–17. Las batallas que libraron Josué y sus tropas se extendieron de frontera a frontera, de sur a

norte y de oriente a occidente. Toda aquella tierra, las montañas, todo el Neguev, toda la tierra de

Gosén, los llanos, el Arabá, y las montañas de Israel, se refieren a las secciones centrales y sureñas de

la tierra (cf. 10:40). “El Neguev” es el territorio desierto que está al suroeste del mar Muerto y “el

Arabá” es la depresión del valle del Jordán que se encuentra al norte y sur del mar Muerto. El monte

Halac está en la región sur del desierto; Baal-gad (se desconoce la ubicación exacta) estaba en el

extremo norte, en la llanura del Líbano, quizá a 48–64 kms. al norte del mar de Galilea.

11:18–20. El período de la conquista duró mucho tiempo. La victoria no fue fácil ni rápida; rara vez

es así. Sin embargo, en todos los enfrentamientos militares sólo una ciudad, Gabaón buscó la paz. El

resto de ellas fue tomado en guerra, porque Dios endurecía el corazón de ellos (cf. el comentario de

Éx. 4:21; 8:15) para pelear contra Israel y ser destruidos. Había expirado el período de gracia para los

cananeos. Habían pecado contra la verdad revelada de Dios a través de la naturaleza (Sal. 19:1; Ro.

1:18–20), de la conciencia (Ro. 2:14–16) y de los recientes milagros del mar Rojo (de los “Juncos” o

“Carrizos”), del río Jordán y de Jericó. Antes de castigarlos, el Dios soberano confirmó que esa gente

contumaz seguía teniendo un corazón necio lleno de incredulidad.

11:21–22. Se hace una mención especial de los anaceos, los gigantes que habían aterrado a los

espías enviados 45 años antes (Nm. 13:33; cf. el comentario de Jos. 14:10), de quienes se preguntó:

¿Quién se sostendrá delante de los hijos de Anac? (Dt. 9:2) Pero bajo el liderazgo de Josué, esos

supuestos enemigos invencibles fueron destruidos completamente. Solamente quedaron unos pocos en

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las ciudades remotas de Gaza … Gat y … Asdod—que después resultó ser un error de Josué, porque en

el tiempo de David, Goliat vino de Gat a desafiar a Israel y a Dios (1 S. 17).

11:23. La sección concluye con una declaración que resume el libro de Josué como un todo. Tomó,

pues, Josué toda la tierra (cf. v. 16). Esas palabras miran hacia atrás y condensan la historia de la

conquista que se narra en los caps. 1–11. Y la entregó Josué a los israelitas por herencia conforme a

su distribución según sus tribus. Ese comentario apunta hacia adelante, y resume la distribución de la

tierra que se relata en los caps. 13–22.

Pero, ¿cómo se puede entender la frase: “Tomó, pues, Josué toda la tierra”, si más adelante se

escribe que “quedaba mucha tierra por poseer”? (13:1) En la mente de los hebreos, una parte representa

el total. Así que solamente se necesita demostrar que Josué tomó las principales ciudades de todas las

partes de la tierra, para que sea válida la declaración de que ya había conquistado toda la tierra.

A. J. Mattill, Jr., ha analizado meticulosamente la conquista de Canaán, estudiando las divisiones

geográficas de la tierra y las partes representativas tomadas por Josué (Representative Universalism and

the Conquest of Canaan, “Universalismo Representativo y la Conquista de Canaán”. Concordia

Theological Monthly, “Concordia, Revista Teológica Mensual”, 35, enero 1964:8–17). En ese estudio

están incluidos los sitios conquistados en la costa, en las llanuras del Sefela, la meseta central, el valle

del Jordán, y la meseta de Transjordania. Ningún área fue totalmente ignorada. Ciertamente Josué tomó

toda la tierra, como Dios lo había prometido si obedecía la palabra divina en lugar de la sabiduría

humana (cf. 1:8). También V. el comentario de 21:43–45. Acerca de la declaración final, y la tierra

descansó de la guerra (11:23), V. el comentario de esas palabras en 14:15.

2. REYES CONQUISTADOS (CAP. 12)

El cap. 12 concluye la historia que comenzó en el cap. 1 y da una lista detallada de los reyes

derrotados por Israel. Obviamente, los caps. anteriores sólo registran las batallas más importantes. Sólo

aquí aparece la lista completa de los reyes conquistados. Esto no quiere decir que Israel ocupó todas esas

ciudades. Ciertamente Josué no tenía suficientes hombres como para dejar una delegación que

supervisara cada lugar. Sin duda, Josué esperaba que posteriormente, las tribus ocuparan esas ciudades.

12:1–6. Primero se registraron los triunfos que obtuvo Moisés al lado oriente del Jordán; las

victorias importantes sobre Sehón y Og. Sehón había gobernado sobre una amplia extensión de tierra de

aprox. 144 kms. de norte a sur desde el arroyo de Arnón, que estaba a la mitad del mar de Arabá

(también llamado el Mar Salado y mar Muerto) hasta el mar de Cineret (V. el comentario de 11:2).

Og gobernaba sobre un territorio que estaba al norte de aprox. 96 kms. y comenzaba en la frontera norte

de Sehón (cf. Nm. 21:21–35; Dt. 2:24–3:17). Ese territorio fue asignado a las tribus de Rubén, Gad y a

la media tribu de Manasés (Nm. 32; cf. Jos. 13:8–13). (Acerca de Gesur y Maaca, V. el comentario de

13:13).

12:7–24. En esta sección, primero se enumeran 16 reyes cananeos del sur (vv. 9–16) y después 15

reyes del norte de Canaán (vv. 17–24).

Es sorprendente encontrar este registro de treinta y un reyes en una tierra que de norte a sur sólo

mide aprox. 240 kms. y 80 kms. de ancho. Pero debemos recordar que esos reyes gobernaban sobre

ciudades-estado, y que sólo tenían autoridad local. Aparte de las confederaciones que surgieron de las

uniones de los reyes de Jerusalén (10:1–5) y Hazor (11:1–5), la falta de un gobierno central en Canaán

hizo que la tarea de los israelitas fuera más fácil.

Con respecto a las victorias de Josué, un escritor declaró: “Nunca ha habido una guerra tan grande

por una causa tan importante. La batalla de Waterloo decidió el destino de Europa, pero esta serie de

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batallas en la lejana tierra de Canaán decidió el destino de la humanidad” (Henry T. Sell, Bible Study by

Periods, “Estudio Bíblico por períodos”. Chicago: Fleming H. Revell Co., 1899, pág. 83).

III. Subdivisión de Canaán (caps. 13–21)

A. Porciones para las dos tribus y media (cap. 13)

Una vez que Israel eliminó la principal amenaza militar de Canaán, Josué, el soldado envejecido, se

convirtió en administrador. La tierra conquistada por medio de tan sangrientas batallas tenía que ser

distribuida entre las diferentes tribus y Josué supervisaría esa importante comisión. Para su avanzada

edad, ese trabajo resultaría menos extenuante y más apropiado.

A mucha gente, le parece tediosa esta sección del libro de Josué, que contiene listas detalladas de

límites y ciudades. Alguien ha dicho: “La mayor parte de esta porción suena como las estipulaciones de

un título de propiedad”. Esto es precisamente lo que se encuentra en la extensa narración—una

descripción legal (según la costumbre de aquellos remotos días) de las áreas designadas a las 12 tribus.

Los títulos de propiedad son documentos importantes, por lo cual, los que se encuentran en Jos. 13–21

no deben considerarse insignificantes o superfluos.

Aquél fue un momento culminante en la vida de la joven nación. Después de siglos de esclavitud

egipcia, de décadas de peregrinar por el árido desierto, y de años de dura lucha en Canaán, había llegado

la hora en que los israelitas podían por fin establecerse y construir sus hogares, cultivar sus tierras,

levantar a sus familias y vivir en paz en su propia tierra. Los días en que la tierra se distribuyó, fueron

días felices para Israel.

1. ORDEN DIVINA DE REPARTIR LA TIERRA (13:1–7)

13:1a. Como Josué ya era viejo, Dios le mandó que repartiera la tierra que se encontraba al

occidente del Jordán. Ya que Josué murió a la edad de 110 años (24:29), probablemente a esas alturas

tenía por lo menos cien años. La comisión de Dios para Josué incluyó no solamente conquistar la tierra,

sino también distribuirla entre las tribus (cf. 1:6). Por lo tanto, debía darse prisa en realizar esa tarea.

13:1b–7. La tierra que quedaba aún por poseer se describe de sur a norte e incluye Filistea (vv. 2–

3; V. el comentario acerca de los filisteos en Gn. 21:32), Fenicia (Jos. 13:4), llamada aquí tierra de los

cananeos, pero refiriéndose a los moradores de la costa Siro-Palestina; y el Líbano (vv. 5–6). Toda esa

tierra debía ser repartida entre las nueve tribus … y media restantes. Dios les había prometido

exterminar y sacar a sus enemigos (v. 6).

2. CONCESIÓN ESPECIAL PARA LAS TRIBUS DEL ORIENTE (13:8–33)

13:8–13. Después de esto, Josué fue llamado a reconocer y confirmar lo que ya había hecho Moisés

al otro lado del Jordán, al oriente. Las tribus de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés, poseían una

gran cantidad de ganado y estaban ansiosas por establecerse cerca de los ricos pastizales ubicados en

Transjordania. Pero solamente después de que los varones aceptaron pelear junto a sus hermanos para

ganar Canaán, Moisés les daría su tierra (Nm. 32). En estos vv. se hace un estudio de la zona de

Transjordania (Jos. 13:9–12; cf. 12:1–5). No se menciona la razón por la cual los hijos de Israel no

derrotaron a Gesur y Maaca (mencionados anteriormente en 12:5). Esas naciones estaban ubicadas en

el oriente y nordeste del mar de Cineret (mar de Galilea).

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13:14. Tal como Moisés había indicado (Nm. 35:1–5), la tribu de Leví no recibió un territorio

específico como lo hicieron las otras tribus (cf. v. 33; 14:3–4; 18:7). En lugar de ello, los levitas

recibieron 48 poblados con pastizales para sus rebaños (14:4; 21:41).

13:15–32. Rubén (vv. 15–23) recibió el territorio que había ocupado Moab, al oriente del mar

Muerto. La tribu de Gad heredó la parte central de la región, en la tierra que fue originalmente de

Galaad (vv. 24–28).

El territorio que recibió la media tribu de Manasés (vv. 29–31) fue la fértil meseta de Basán, al

oriente del mar de Cineret.

Siglos antes de que la tierra fuera repartida, Jacob, estando en su lecho de muerte, profetizó en

cuanto a sus hijos. La profecía acerca de su primogénito Rubén fue amenazadora (cf. Gn. 49:3–4;

35:22). Aunque Rubén era el primogénito y merecía una doble porción (Dt. 21:17), no la recibió él, ni su

tribu. Ahora, después de más de cuatro siglos, el castigo por su pecado fue transmitido a sus

descendientes. El derecho de primogenitura fue transferido a su hermano José, quien recibió dos partes,

una para Efraín y otra para Manasés (Gn. 48:12–20).

¿Habrá sido una petición sabia de parte de las dos tribus y media establecerse al otro lado del

Jordán? La historia parece contestar que no. Sus territorios no tenían límites naturales al oriente y por lo

tanto, quedaron expuestos a las continuas invasiones de los moabitas, cananeos, arameos, madianitas,

amalecitas y otros. Cuando el rey de Asiria codició la tierra de Canaán, Rubén, Gad y la media tribu de

Manasés fueron las primeras en ser llevadas en cautiverio por las tropas asirias (1 Cr. 5:26).

13:33. En contraste con la herencia próspera pero también peligrosa que recibieron esas dos tribus y

media, se enfatiza en dos ocasiones en este cap. (vv. 14, 33) y dos veces más adelante (14:3–4; 18:7),

que la tribu de Leví no recibió heredad de parte de Moisés. A primera vista, esto produce confusión,

pero al examinar más de cerca el texto, en lugar de recibir tierra, la tribu de Leví heredó los sacrificios u

holocaustos (13:14), el sacerdocio (18:7), y al mismo Jehová Dios de Israel (13:33). ¿Quién podría

soñar con una mejor herencia?

Las dos tribus y media escogieron su tierra, al igual que Lot, basándose en las apariencias (cf. Gn.

13:10–11), y eventualmente perdieron su herencia. Por otro lado, los levitas no pidieron una porción,

pero les fue dada una heredad con significado espiritual perpetuo.

B. Heredad de Caleb (cap. 14)

1. INTRODUCCIÓN (14:1–5)

14:1–5. Una vez que se registró la distribución hecha por Moisés de la tierra de Transjordania, llegó

el turno para repartir la tierra de Canaán a las nueve tribus y a la media tribu restantes. Se repite la

explicación acerca de los acuerdos con los rubenitas, los gaditas y la media tribu de Manasés; y los

arreglos que se hicieron para la tribu de Leví (cf. 13:14, 33; 18:7). También se especifica el método que

se utilizó para lotificar la tierra de Canaán: La tierra fue asignada por suerte (14:2; 18:8; 19:51). Jehová

… había mandado a Moisés que cada tribu recibiera un territorio proporcional a su población, pero la

ubicación se determinaría por medio de la suerte (Nm 26:54–56). Según la tradición judía, el nombre de

la tribu se sacaba de una urna y simultáneamente se sacaban de otra urna los límites que determinaban

sus fronteras. Con ese método se asignó la herencia de cada tribu. Pero no todo se dejó a la suerte ciega,

Dios estaba supervisando todo el procedimiento (cf. Pr. 16:33). Las desigualdades en la repartición que

causaban tensiones y envidias debían ser aceptadas como parte del propósito de Dios, no como algo

arbitrario o injusto.

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2. CALEB EN CADES-BARNEA (14:6–9)

14:6–9. Cuando llegó el turno para asignar su tierra a la tribu de Judá, recibieron la primera parte y

se reunieron en Gilgal. Antes de que los lotes fueran asignados, Caleb un “gran hombre en Israel”, dio

un paso al frente para recordar a Josué la promesa que Dios les había hecho 45 años antes: “Y a él le

daré la tierra que pisó, y a sus hijos; porque ha seguido fielmente a Jehová” (Dt. 1:36). La vida de Caleb

se estaba apagando y debía tomar una decisión. ¿Qué era lo que deseaba por encima de todas las cosas?

En un discurso memorable, Caleb repasó los momentos más importantes de su vida e hizo su petición.

Su breve autobiografía resalta los acontecimientos de Cades-barnea, los que sucedieron durante la

peregrinación por el desierto y la conquista.

En este pasaje, Caleb se presenta como el hijo de Jefone cenezeo. Según Génesis 15:19, en tiempos

de Abraham los cenezeos eran una tribu de Canaán. Por lo tanto, la familia de Caleb estaba

originalmente fuera del pacto y de la comunidad de Israel así como lo estaban Heber ceneo (Jue. 4:17),

Rut la moabita (Rut 1:1–5), Urías heteo (2 S. 11:3, 6, 24) y otros. Es obvio que por lo menos una parte

de los cenezeos se unieron a la tribu de Judá antes del éxodo. Así que su fe no fue heredada, sino que fue

fruto de la convicción. Es obvio que Caleb demostró esa fe a través de toda su vida.

Caleb (Jos. 14:10), que a la sazón tenía 85 años de edad, se puso de pie ante el general Josué, su

viejo amigo y colega de espionaje (Nm. 14:6), y contó la historia de un día que nunca debían olvidar, y

que había acaecido 45 años antes (v. 10), cuando los dos se quedaron solos frente a los otros diez espías

y la multitud cobarde. De los doce espías que Moisés había enviado a Canaán (Nm. 13:2), Caleb y Josué

fueron dos de ellos (Nm. 13:6, 8). Cuando regresaron, diez espías alabaron a la tierra, pero concluyeron

con temor que no se podía conquistar (Nm. 13:27–29, 31–33). Pero Caleb se atrevió a contradecirlos

(Nm. 13:30), y cuando todo el pueblo temeroso amenazó con rebelarse, Josué se unió a su colega para

exhortar a la gente a confiar en que Dios les daría la victoria (Nm. 14:6–9). En recompensa por el

liderazgo que Caleb ejerció enfrentándose a los espías y al pueblo incrédulo, Jehová ofreció darle

bendiciones y recompensas especiales (Nm. 14:24; Dt. 1:36).

El testimonio (Jos. 14:6–12) de Caleb fue sencillo. Él había hablado en aquel día memorable como

lo sentía en su corazón; no minimizó los problemas—los gigantes y las ciudades fortificadas—pero sí

magnificó el poder de Dios. Para él, Dios era mayor que el problema más grande. Caleb tenía fe en el

poder de Dios. No así los otros espías. Ellos magnificaron los problemas y por lo tanto, minimizaron a

Dios. Pero Caleb no pudo seguir la corriente de la multitud. No consideró ni siquiera por un momento

que debía comprometer sus convicciones para que existiera unanimidad. Por el contrario, cumplió su

encargo siguiendo a Jehová (cf. v. 14).

3. HISTORIA DE CALEB DURANTE LA PEREGRINACIÓN EN EL DESIERTO Y LA CONQUISTA (14:10–11)

14:10. Las reminiscencias que hizo Caleb acerca de la fidelidad de Dios a través de muchos años,

prolongaron su autobiografía. Primero, afirmó que Jehová lo había mantenido con vida durante los

últimos cuarenta y cinco años, tal como había prometido. Realmente, Caleb fue receptor de dos

promesas divinas. La primera, fue que su vida sería prolongada, y la otra, que algún día heredaría el

territorio que valientemente había explorado cerca de Hebrón. Sin embargo, 45 años es mucho tiempo

para esperar el cumplimiento de un juramento, demasiado tiempo para vivir confiando en una promesa.

Pero Caleb esperó a lo largo de los interminables años de peregrinación en el desierto y los años difíciles

de lucha durante la conquista. Caleb tenía una fe sólida en las promesas de Dios. Ellas lo sostuvieron

durante los tiempos difíciles.

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Los comentarios de Caleb proveen información para determinar cuánto tiempo duró la conquista de

los israelitas. Caleb declaró (v. 7) que tenía 40 años cuando fueron a espiar la tierra. La peregrinación en

el desierto duró 38 años, y eso nos muestra que Caleb tenía 78 años cuando comenzó la conquista.

Después Caleb dijo que al final de la conquista, tenía ochenta y cinco años. Así que podemos deducir

que la conquista duró siete años. Esto lo confirmó Caleb al hacer referencia (v. 10) a la gracia de Dios

que lo sostuvo por 45 años desde que estuvo en Cades-barnea (38 años de peregrinación más 7 años de

conquista).

14:11. ¡Es interesante que Caleb, siendo octogenario, dijera que se sentía tan fuerte y vigoroso a los

ochenta y cinco como a los cuarenta!

4. CALEB EN HEBRÓN (14:12–15)

14:12–14. Caleb concluyó su discurso dirigido a Josué con una petición increíble. A la edad de 85

años, en vez de escoger un lugar tranquilo para pasar el resto de sus días cultivando verduras y flores,

pidió que se le diera la misma porción de tierra que había infundido temor a los diez espías. Esa era la

heredad que él deseaba para que la promesa de Dios hallara su cumplimiento. A pesar de que las

personas mayores son más afectas a hablar acerca de los problemas pasados que de nuevos retos, Caleb

estaba listo para pelear otra buena batalla. Estaba ansioso de pelear contra los anaceos de Hebrón y

hacer suya la ciudad. Caleb escogió una tarea grande y peligrosa, lo cual no quiere decir que descansaba

en sus logros y habilidades, sino que más bien, confiaba en que Dios estaría con él. Caleb tuvo fe en

cuanto a la presencia de Dios.

Con mirada expresiva y voz fuerte, concluyó: Quizá Jehová estará conmigo, y los echaré, como

Jehová ha dicho. Y así lo hizo, como registra el relato de Josué (15:13–19). La respuesta de Josué a la

petición de Caleb se compone de dos partes: (a) bendijo a Caleb; i.e., pidiendo que Dios lo capacitara,

enriqueciera y diera éxito en su tarea y (b) Josué le dio … Hebrón en una declaración que enfatiza que

esa concesión de tierra era una transacción legal.

14:15. La historia termina dando una explicación acerca del nombre anterior de Hebrón, Quiriat-

arba. Arba fue un hombre grande entre los anaceos, una nación de gigantes, hecho que hace resaltar

más la heroica fe de Caleb. Las palabras finales: Y la tierra descansó de la guerra (cf. 11:23

corresponde a la misma expresión que se incluyó cuando terminó la conquista) muestra lo que la fe en el

Señor pudo lograr respecto a la tierra que les faltaba por dominar.

C. Porciones para las nueve tribus y media (15:1–19:48)

1. TERRITORIO PARA LA TRIBU DE JUDÁ (CAP. 15)

15:1–12. La petición de Caleb fue concedida, y Josué volvió al negocio de dividir la tierra que se

encontraba al occidente del Jordán entre las nueve tribus y media (V. “Distribución de la tierra a las

tribus de Israel” en el Apéndice, pág. 282). Judá fue la primera tribu en recibir una heredad y por ser la

tribu más numerosa, su porción excedía a las demás. La profecía de Jacob acerca de Judá y su simiente

se cumplió asombrosamente con la porción de territorio que esa tribu recibió después de la conquista.

Primero, Judá estaba rodeada de enemigos (Gn. 49:8–9). Los moabitas estaban en el este, los edomitas

en el sur, los amalecitas en el suroeste y los filisteos al oeste. Por tanto, con esos enemigos que estaban

contra ellos, para sobrevivir necesitaban gobernadores fuertes como David. Segundo, la tierra asignada a

Judá era ideal para plantar viñedos (Gn. 49:11–12). Fue del valle de Judá (el valle de Escol) de donde

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los espías cortaron el racimo gigante de uvas (Nm. 13:24). Tercero, Judá era la tribu de donde vendría el

Mesías (Gn. 49:10; Mt. 1:1, 3; Lc. 3:23, 33).

El límite por el lado del sur (Jos. 15:2–4) corría desde el extremo sur del Mar Salado hacia el

occidente, hasta el río de Egipto (Wadi el-Arish). El límite del lado del norte corría desde la punta

norte del mar Muerto hacia el occidente, hasta el Mar Grande, el Mediterráneo (vv. 5–12). Esos dos

cuerpos de agua estaban en los límites oriental y occidental. Su territorio estaba compuesto

principalmente por la parte que conquistó Josué en su campaña del sur (cap. 10). Esa zona incluía zonas

fértiles, así como grandes porciones montañosas y áridas.

15:13–19. En la parte que le tocó a Judá estaba Hebrón (Quiriat-arba; cf. 14:15) que había sido

asignada a Caleb. El registro describe la forma en que el valeroso guerrero reclamó y aumentó su

herencia (después de la muerte de Josué). Para ello, contó con la ayuda de su valiente sobrino Otoniel,

que posteriormente llegó a ser su yerno (cf. Jue. 1:1, 10–15, 20) y juez de Israel (Jue. 3:9–11).

15:20–63. Las ciudades de Judá se enumeran de acuerdo a la ubicación que tenían en las cuatro

regiones geográficas principales de la tribu: veintinueve ciudades con sus aldeas al sur o Neguev (vv.

21–32); 42 ciudades, más sus villas y sus aldeas, en las llanuras occidentales y que era conocida como

la región del Sefela (vv. 33–47); 38 ciudades con sus aldeas en las montañas centrales (vv. 48–60);

seis ciudades con sus aldeas en el área escasamente poblada del desierto de Judá que desciende hasta el

mar Muerto (vv. 61–62). Se menciona que el número de ciudades del Neguev es de 29 (v. 32); sin

embargo, se enumeran 36 (vv. 21–32). Esto se explica por el hecho de que posteriormente, siete de ellas

fueron dadas a la tribu de Simeón: Molada, Hazar-sual, Beerseba, Ezem, Eltolad, Horma y Siclag (19:1–

7). Judá heredó más de 100 ciudades, y parece que las ocuparon con poca o ninguna dificultad, a

excepción de Jerusalén. Judá no pudo arrojar de su tierra a los jebuseos, que moraban en Jerusalén

(15:63). ¿Sería que los hombres de Judá “no pudieron” o “no quisieron”? ¿Fallaron por falta de fuerza o

por falta de fe? El recuento de la herencia de Judá termina con una nota amenazadora.

2. TERRITORIO DE LAS TRIBUS DE JOSÉ (CAPS. 16–17)

a. Territorio para Efraín (cap. 16)

16:1–3. La poderosa casa de José, formada por las tribus de Efraín y Manasés, heredó el rico

territorio ubicado en el centro de Canaán. Debido a que José había protegido la vida de toda su familia

durante la hambruna de Egipto, el patriarca Jacob ordenó que los dos hijos de José, Efraín y Manasés,

fueran nombrados fundadores y cabezas de tribus juntos con sus tíos (cf. Gn. 48:5). En muchos aspectos,

su territorio en Canaán fue el más fértil y hermoso.

16:4–10. Ubicado justo al norte del territorio asignado a Dan y Benjamín, la tierra de Efraín se

extendía desde el Jordán hasta el Mediterráneo e incluía los sitios en los que se llevaron a cabo algunas

de las batallas de Josué, así como Silo (Taanat-silo) donde permaneció el tabernáculo cerca de 300

años. Para fomentar la unidad, algunas de las ciudades de Efraín estaban en el territorio de Manasés (v.

9).

Sin embargo, al igual que los de Judá, los hombres de Efraín no arrojaron completamente a los

cananeos de su región. Motivados por su actitud materialista y para obtener mayores ganancias,

decidieron poner bajo tributo a los cananeos de Gezer. Esto resultó ser un error fatal, ya que en los

siglos posteriores, en la época de los jueces, el arreglo fue revertido cuando los cananeos se rebelaron y

esclavizaron a los israelitas. Aquí, además de la lección histórica, existe un principio espiritual. Es muy

fácil para un creyente tolerar y pasar por alto un pecado menor, pero algún día se dará cuenta de que ha

crecido de tal forma, que llega a dominarlo y a derrotarlo espiritualmente. Vale la pena erradicar el

pecado en forma decisiva y dura.

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b. Territorio para Manasés (17:1–13)

17:1–2, 7–10. Los descendientes de Maquir, primogénito de Manasés, se establecieron en

Transjordania (vv. 1–2). El resto de los herederos se asentaron en Canaán y les fue dado el territorio

norte de Efraín, el cual también se extendía desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo (vv. 7–10).

17:3–6. En esta sección, se hace mención especial de las hijas de Zelofehad, tataranieto de

Manasés. Ya que su padre murió sin hijos, ellas, como Jehová había mandado, recibieron su heredad

(cf. Nm. 27:1–11). Las mujeres se presentaron delante del sacerdote Eleazar (el hijo de Aarón, Jos.

24:33), quien junto con Josué y los príncipes, supervisaron la repartición de los territorios para las

tribus (cf. 19:51). Esas cinco mujeres reclamaron y recibieron su porción dentro del territorio de

Manasés. Este incidente es significativo, ya que muestra que se protegieron los derechos de las mujeres,

aun en una época en que eran consideradas como una propiedad más.

17:11–13. Varias de las ciudades ubicadas en los territorios de Isacar y Aser fueron asignadas a

Manasés. Ellas fueron las fortalezas cananeas de Betseán … Ibleam … Dor … Endor … Taanac … y

Meguido. (Dor, la tercera ciudad de la lista, también era conocida como Nafot). Por razones militares,

es evidente que era necesario que una tribu fuerte poseyera esas ciudades. Sin embargo, la decisión fue

en vano, porque los hijos de Manasés, al igual que los de Efraín, prefirieron imponer tributo a sus

moradores que echarlos de su territorio.

c. Queja de Efraín y Manasés (17:14–18)

17:14–15. Los descendientes de José presentaron una fuerte queja ante Josué, reclamando que su

heredad era muy pequeña en proporción a su población. Josué, con tacto y firmeza, los retó

primeramente a que talaran los árboles del bosque y habitaran ahí (v. 15). Además, les sugirió que

unieran sus fuerzas para arrojar a los cananeos (v. 18).

17:16–18. Pero eso no era lo que ellos querían escuchar. Insistieron en que el monte no era

suficiente para ellos, y que los cananeos que habitaban allí tenían carros herrados, los cuales

probablemente estaban hechos de madera y cubiertos de hierro. Una vez más, Josué les recordó que eran

gran pueblo y que tenían gran poder para talar los árboles del bosque y arrojar al cananeo. Aunque

hay algunas similitudes entre esta sección y la que registra la petición de Caleb (14:6–15), sus puntos de

vista fueron diferentes. El de Caleb estaba fundamentado en la fe, pero el de los hijos de José, en el

temor. Sin embargo, tal vez el propósito de este episodio era advertir a los israelitas que cada tribu tenía

que conducirse con valor y fe si quería poseer completamente la tierra prometida.

3. TERRITORIOS DE LAS DEMÁS TRIBUS (18:1–19:48)

a. Introducción (18:1–10)

18:1–3. Antes de establecer las divisiones finales de la tierra, los israelitas se trasladaron desde

Gilgal hasta Silo, ubicada aprox. a 32 kms. al noroeste, desde el valle del Jordán hasta la región

montañosa. ¿Por qué? Probablemente porque Silo, que estaba en el centro de la tierra, era un lugar

conveniente para establecer el tabernáculo (el tabernáculo de reunión) y para recordar al pueblo que la

clave de la prosperidad y la bendición en la tierra era adorar y servir a Jehová. Infortunadamente, la

insatisfacción de los hijos de José por su territorio (17:14–18) fue un anticipo de la futura desintegración

de la nación debido a intereses egoístas. Para contrarrestar esa tendencia y para promover la unidad

nacional, el tabernáculo fue colocado en Silo.

Cuando los israelitas se reunieron para erigir el tabernáculo y celebrar el nuevo centro de adoración,

Josué se dio cuenta de que la gente estaba fatigada por la guerra. Todos estaban exhaustos por la

conquista de Canaán, así que se detuvieron a la mitad de la tarea de repartir las tierras a las tribus. Siete

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de ellas todavía estaban sin hogar, aunque es evidente que estaban contentas de continuar con su

existencia nómada y sin propósito, como habían vivido en el desierto. Su indiferencia provocó que

Josué tomara la iniciativa para motivarlos a la acción. Reprendiéndoles con dureza, les dijo: ¿Hasta

cuándo seréis negligentes para venir a poseer la tierra que os ha dado Jehová el Dios de vuestros

padres? Es evidente que las tribus ya debían haber comenzado la repartición de la tierra. Probablemente

Josué veía cada día que pasaba como un día perdido en el programa de ocupar todo su territorio, un día

en que el enemigo podía regresar con más fuerza y apoderarse de la tierra.

18:4–7. Josué estaba a favor de la acción, pero no sin antes hacer preparativos cuidadosos. Escogió a

una delegación de 21 hombres, tres … de cada una de las siete tribus que todavía no recibían su

territorio y los envió a realizar un estudio topográfico de la tierra que faltaba por repartir. No se

menciona cuánto tiempo les tomó realizar esa compleja tarea, pero obviamente fue un trabajo que

requirió tiempo y habilidad. Josefo escribió que esos hombres eran expertos en geometría.

Probablemente sus padres habían dominado la ciencia de la agrimensura en Egipto. ¡Nunca imaginaron

que aplicarían ese conocimiento especializado en la tierra que Dios les había prometido!

18:8–10. Esos expertos anotaron sus observaciones en un libro y después volvieron a Silo, donde

Josué procedió a echar suertes (V. el comentarios de 14:1–5; cf. 19:51) para determinar las porciones

de territorio de cada una de las siete tribus restantes.

b. Territorio para Benjamín (18:11–28)

18:11–28. A la tribu de Benjamín se le asignó la tierra que estaba en medio de los territorios de

Judá y de José, refiriéndose a Efraín, con objeto de minimizar la rivalidad incipiente que existía entre

esas dos importantes tribus. Aunque esas tierras estaban llenas de montañas y barrancas, y tenía una

longitud de 40 kms. de este a oeste y 24 kms. en la parte más ancha de norte a sur, incluía muchas

ciudades que fueron importantes en la historia bíblica—Jericó … Bet-el … Gabaón, Ramá … Mizpa,

y la ciudad de los jebuseos, Jerusalén (vv. 21–28). De esta manera, el sitio para el futuro templo de

Jerusalén quedó en la tribu de Benjamín, cumpliéndose así la profecía de Moisés (Dt. 33:12).

c. Territorio para Simeón (19:1–9)

19:1–9. Ya que la tierra asignada a Judá … era excesiva para ellos (v. 9), y en cumplimiento con la

profecía de Jacob (cf. Gn. 49:5–7), a Simeón se le dio la tierra que se encontraba al sur del territorio de

Judá, incluyendo 17 ciudades y sus aldeas. Pero no pasó mucho tiempo para que Simeón perdiera su

individualidad como tribu, ya que finalmente su territorio se incorporó al de Judá y muchos de sus

ciudadanos emigraron hacia el norte, a Efraín y Manasés (cf. 2 Cr. 15:9; 34:6). Esto explica por qué,

después de la división del reino a la muerte de Salomón, había diez tribus en el norte y sólo dos tribus en

el sur (Judá y Benjamín).

d. Territorio para Zabulón (19:10–16)

19:10–16. Según la profecía de Jacob, Zabulón habitaría “en puertos del mar” y sería “puerto para

naves” (Gn. 49:13). Por tanto, a esa tribu se le asignó una sección en la región baja de Galilea, que no

tenía salida al mar. Sin embargo es posible entender que una franja de esa tierra se extendía hacia el mar

Mediterráneo, ocupando así un territorio enclavado en el territorio de Isacar. Es extraño que se omita a

la ciudad de Nazaret, que estaba ubicada dentro de los límites del territorio de Zabulón. (La ciudad de

Belén que se menciona en 19:15 no es la aldea de Belén de Judá [Miqueas 5:2] donde nació Jesús.)

e. Territorio para Isacar (19:17–23)

19:17–23. A Isacar le fue asignado el hermoso y fértil valle de Jezreel, ubicado al oriente de

Zabulón y al sur del mar de Galilea. Ese lugar también era considerado como un buen campo de batalla.

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Sin embargo, hasta el tiempo de David, la gente se quedó en el distrito montañoso que se encontraba al

extremo oriente del valle.

f. Territorio para Aser (19:24–31)

19:24–31. A Aser se le asignaron las tierras costeras del Mediterráneo, desde el monte Carmelo

hacia el norte, hasta Sidón y Tiro. En virtud de su ubicación estratégica, esa tribu debía proteger a Israel

de los enemigos de la costa norte, tales como los fenicios. Para la época de David, la importancia de

Aser había menguado, aunque nunca perdió su identidad como tribu. La profetisa Ana, que junto con

Simeón dieron gracias por el nacimiento de Jesús, era de la tribu de Aser (cf. Lc. 2:36–38).

g. Territorio para Neftalí (19:32–39)

19:32–39. Al oriente de Aser, se le asignó a Neftalí la tierra que tenía como límite oriental el

Jordán y el mar de Galilea. Aunque esas tierras no tuvieron mucha importancia durante el período del

A.T., fueron muy relevantes en la narración del N.T., ya que el ministerio galileo de Jesucristo se centró

en esa región. El profeta Isaías contrastó la devastación temprana de Neftalí (debido a la invasión Asiria)

con la gloria que tendría cuando Cristo estuviera allí (cf. Is. 9:1–2: Mt. 4:13–17).

h. Territorio para Dan (19:40–48)

19:40–48. El territorio menos deseable fue asignado a Dan. Estaba rodeado por Efraín al norte,

Benjamín al oriente y Judá al sur, y sus límites coincidían con esas tribus. Por tanto, no se describen los

de Dan. Esas tierras sólo incluían aldeas, de las cuales tenía 17. El territorio era muy pequeño, por lo que

después de que parte de él se perdió en la batalla contra los amorreos (Jue. 1:34), casi toda la tribu

emigró hacia el norte y combatieron y tomaron Lesem (Lais), que estaba al lado opuesto del sector

norte de Neftalí. A esa tierra la llamaron … Dan (cf. Jue. 18; Gn. 49:17).

Fue así como Dios proveyó para las necesidades de cada tribu, aunque en algunos casos, parte de su

herencia estaba todavía en manos del enemigo. Los israelitas debían poseer la tierra por fe, confiando en

que Dios los capacitaría para derrotar a sus enemigos. Siglos después, Jeremías compró un campo que

había retenido el ejército invasor de Babilonia (Jer. 32). Posteriormente, un ciudadano romano logró

comprar un trozo de tierra donde acamparon los invasores de Roma. De manera similar, Israel debía

reclamar su herencia por fe. Si fracasaban en esa tarea, vivirían en pobreza y debilidad, condiciones que

Dios no deseaba para su pueblo.

D. Territorios para Josué, para los homicidas y para los levitas (19:49–21:45)

1. PROVISIÓN ESPECIAL PARA JOSUÉ (19:49–51)

19:49. El territorio de Caleb fue asignado primero (14:6–15), y por último, el de Josué. Sólo después

de que todas las tribus recibieron sus tierras, Josué solicitó la suya. Qué espíritu tan altruista poseía, y

cómo contrasta su conducta con la de muchos líderes políticos actuales, que utilizan su influencia y

posición para enriquecerse junto con sus familias.

19:50–51. La elección de tierra que hizo Josué ilustra aún más su humildad. Él solicitó que se le

diera Timnatsera, ciudad ubicada en la región montañosa, escabrosa y estéril de su tribu (Efraín),

cuando bien pudo haberse apropiado de una zona más productiva y fértil de Canaán. Debido al profundo

aprecio que tenía por su liderazgo, que evidentemente había sido dirigido por Dios, el pueblo concedió a

Josué su modesta petición, por lo que él reedificó la ciudad y habitó en ella. En una de las

descripciones finales que se hacen de ese líder fiel, Josué es recordado como constructor (además de ser

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general y administrador). Es raro encontrar una combinación similar de talentos entre los siervos de

Dios.

Todas las tribus recibieron sus heredades … por suerte (V. el comentario de 14:1–5).

2. CIUDADES DE REFUGIO (CAP. 20)

Una de las primeras ordenanzas después de que se dieron los diez mandamientos proveía el

establecimiento de ciudades de refugio (Éx. 21:12–13), las cuales eran para dar refugio a quienes

hubieran matado a alguien por accidente. Éstas se describen con detalle en Números 35:6–34 y en

Deuteronomio 19:1–14. Este cap. trata acerca de cómo se establecieron esas ciudades después de la

conquista (V. “Canaán durante la conquista” en el Apéndice, pág. 284).

El hecho de que se haga referencia a esas ciudades en cuatro libros del A.T., remarca la gran

importancia que tenían. Es evidente que Dios quería que Israel comprendiera lo sagrado de la vida

humana. Quitar la vida a una persona, aún sin intención, es asunto serio, y las ciudades de refugio

subrayaban este hecho con gran énfasis.

En el mundo antiguo, la venganza de sangre era una práctica muy común. En el momento en que

alguien era asesinado, su pariente más cercano asumía la responsabilidad de vengarse. Ese antiguo deber

de tomar venganza con frecuencia era pasado de generación en generación, provocando así que

aumentara el número de personas que morían violentamente. La necesidad de que hubiera un refugio en

Israel era evidente, y esas ciudades la suplieron.

20:1–3. En el A.T., se hace una clara distinción entre el asesinato premeditado y el homicidio

accidental (cf. Nm. 35:9–15 con Nm. 35:16–21). En el caso de un asesinato, el pariente más cercano se

convertía en el vengador de la sangre, y debía matar a la parte culpable. Pero si alguno mataba a otro

por accidente, se le proporcionaba asilo en una de las seis ciudades de refugio. Sin embargo, tenía que

llegar al refugio más cercano lo antes posible. Según la tradición judía, los caminos que llevaban a esas

ciudades se mantenían en excelentes condiciones y los cruces estaban bien marcados con señalamientos

que decían: “¡Refugio! ¡Refugio!”. También se habían apostado guías a lo largo del camino para guiar a

los fugitivos.

20:4–6. Al llegar a la puerta de la ciudad de refugio, el homicida debía presentar sus razones

(seguramente ¡sin aliento!) a los ancianos de aquella ciudad, quienes formaban la antigua corte de

justicia (cf. Job 29:7; Dt. 21:19; 22:15). Se hacía entonces una decisión provisional para concederle asilo

hasta que se le sometiera a juicio en presencia de la congregación. Si el acusado era exonerado de haber

cometido un asesinato premeditado, se le permitía quedarse en la ciudad de refugio, donde podía vivir

hasta que el sumo sacerdote muriera. Después de ello, el homicida podía volver a su … casa. A veces,

esto ocurría muchos años después. Por lo tanto, el homicidio involuntario era algo que debía evitarse a

toda costa. Muchos se han preguntado qué relación tiene la muerte del sumo sacerdote con el cambio de

situación del homicida. La mejor explicación puede ser que el cambio de administración sacerdotal se

utilizaba para determinar el fin del exilio del fugitivo en la ciudad de refugio.

20:7–9. Las seis ciudades designadas estaban ubicadas a ambos lados del río Jordán. En la parte

occidental estaban Cedes en Galilea … de Neftalí, Siquem en … Efraín, y Hebrón en Judá. Las

ciudades al oriente eran Beser, al sur de Rubén, Ramot en Galaad en la tribu de Gad, y Golán en el

territorio norte de Basán, en la tribu de Manasés.

Pero ¿por qué no hay en el A.T. ni una sola mención de que se hubiera utilizado esa provisión

misericordiosa? Algunos críticos sugieren que esas ciudades no formaban parte de la legislación

mosaica, sino que fue una provisión instituida después del exilio. Sin embargo, los libros postexílicos

tampoco se refieren al uso de esas ciudades, así que otros críticos han sugerido que no se ocuparon sino

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hasta la época de Cristo. En vista de tan distintas opiniones, es mejor reconocer la historicidad de estos

recuentos y explicar el silencio diciendo que puesto que los autores de la Escritura fueron selectivos en

lo que registraron, es evidente que una vez que se expidió esa provisión, no era necesario documentar

casos específicos en los que se usó.

Ese beneficio para Israel de contar con un lugar seguro debe traer a la memoria de los creyentes

Salmos 46:1: “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones”, y

Romanos 8:1: “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús”. El escritor de

la epístola a los Hebreos pudo haber tenido en mente las ciudades de refugio cuando escribió que los

creyentes debemos animarnos a “asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros” (He. 6:18). Las

ciudades de refugio parecen ser un tipo de Cristo, a quien pueden recurrir los pecadores que son

perseguidos por la ley, la cual produce juicio y muerte, para encontrar refugio. La expresión que Pablo

menciona con frecuencia “en Cristo” habla de la seguridad y confianza que posee cada creyente.

3. CIUDADES DE LOS LEVITAS (21:1–42)

21:1–3. En esta sección se describe el acto final y culminante de la distribución de la tierra. Los

líderes de la tribu de Leví dieron un paso al frente y reclamaron las ciudades que les habían sido

prometidas por Moisés (cf. Nm. 35:1–8). Esas 48 ciudades con sus ejidos, incluyendo las seis ciudades

de refugio, fueron asignadas a los levitas.

21:4–7. La distribución se describe según las tres familias principales de la tribu de Leví que

correspondían a sus tres hijos: Coat … Gersón, y Merari (V. “Ascendientes de Moisés hasta

Abraham,” en el Apéndice, pág. 286).

21:8–19. En primer lugar se menciona la lista de trece ciudades para los coatitas. Nueve de ellas

estaban en las tribus de Judá y Simeón, incluyendo Hebrón (ciudad de refugio) y cuatro estaban en la

de Benjamín. Todas esas trece ciudades eran para los sacerdotes, los descendientes de Aarón.

21:20–26. Diez ciudades más, incluyendo Siquem (ciudad de refugio), fueron asignadas a las otras

familias de los coatitas en Efraín … Dan, y la parte occidental de Manasés. De esta manera, las

ciudades de los sacerdotes quedaron dentro del reino del sur de Judá, donde más tarde se construiría el

templo en Jerusalén, su capital.

21:27–33. Las trece ciudades levitas de los hijos de Gersón estaban ubicadas al oriente de Manasés

… Isacar … Aser, y Neftalí. Aquí se incluyen dos ciudades de refugio, Golán en Basán y Cedes en

Galilea.

21:34–40. Los descendientes de Merari, hijo de Leví, recibieron doce ciudades en Zabulón y en

las tribus transjordanas de Rubén y Gad, incluyendo Ramot, ciudad de refugio de Galaad. Así que diez

de las 48 ciudades de los levitas quedaron ubicadas al oriente del río Jordán—dos en la media tribu de

Manasés (v. 27), y dos en cada una de las tribus de Rubén (vv. 36–37) y Gad (vv. 38–39).

Con esta dispersión de Leví entre las demás tribus se cumplió la maldición que Jacob anunció sobre

Leví y Simeón (Gn. 49:5, 7) por el asesinato inmisericorde de los moradores de Siquem (Gn. 34). En el

caso de los descendientes de Leví, Dios quiso preservar su identidad como tribu y los usó para que

fueran de bendición para Israel. Esto lo hizo porque los levitas estuvieron al lado de Moisés durante los

tiempos de crisis agudas (Éx. 32:26) y porque Finees (levita hijo de Eleazar) reivindicó el nombre justo

de Dios en las planicies de Moab (Nm. 25).

21:41–42. Sin embargo, durante el tiempo de asignación, muchas de las ciudades de los levitas

todavía estaban bajo el control cananeo y tenían que ser conquistadas. Es obvio que los levitas no

siempre triunfaron y las otras tribus no les ofrecieron su ayuda. Esta parece ser la explicación más

simple para entender la falta de relación entre la lista de las ciudades levitas que se menciona aquí y la

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que aparece en 1 Crónicas 6:54–81. (V. “Ciudades de los levitas mencionadas en Josué 21 y 1 Crónicas

6”, en el Apéndice, pág. 287.)

Los beneficios que las tribus recibirían con la distribución de los levitas entre ellas no tenían límite.

Moisés, al dar su bendición final a las tribus, dijo acerca de Leví: “Ellos enseñarán tus juicios a Jacob, y

tu ley a Israel” (Dt. 33:10). La responsabilidad solemne y el alto privilegio de los levitas era instruir a

Israel en la ley de Dios y resguardar su palabra entre el pueblo. Especialmente en el norte y en el oriente,

los levitas debían ser las barreras contra la idolatría de Tiro y Sidón, así como de las prácticas paganas

de las tribus del desierto.

Alguien ha calculado que nadie en Israel vivía a más de 16 kms. de distancia de cualquiera de las 48

ciudades levitas. Así que todo el pueblo tenía cerca a un hombre versado en la ley de Moisés que podía

dar consejo y dirección en los muchos problemas de la vida religiosa, familiar y política. Era esencial

que Israel obedeciera la palabra de Dios en todas las áreas de su vida porque sin ella, su prosperidad

cesaría y sus privilegios serían retirados. Pero la realidad fue muy distinta. Los levitas no vivieron

conforme a su potencial; ni cumplieron su misión. Si lo hubieran hecho, la idolatría y su influencia

corrupta no se habrían propagado en la tierra de Israel.

4. RESUMEN DE LA CONQUISTA Y LA DISTRIBUCIÓN (21:43–45)

21:43–45. Aquí termina la gran sección que describe el reparto de los territorios y las ciudades. El

historiador echó un vistazo hacia atrás desde el comienzo y resumió la conquista y la subdivisión de la

tierra haciendo hincapié en la fidelidad de Dios. El Señor había cumplido su promesa de dar a Israel

toda la tierra que había jurado dar a sus padres; también les dio reposo alrededor y la victoria

sobre sus enemigos. De hecho, Dios fielmente realizó cada parte de su obligación; y no falló ninguna de

todas las buenas promesas hechas por él. Esto no quería decir que todos los rincones de la tierra ya

pertenecían a Israel, ya que Dios mismo les había dicho que tenían que conquistar la tierra en forma

gradual (Dt. 7:22). Ninguna de estas dos declaraciones finales ignoran las tragedias que se desarrollarían

durante el período de los jueces, las cuales pueden imputarse a Israel, no a Dios. Así que de ninguna

manera la infidelidad de Israel pone en duda la fidelidad de Dios. Pablo afirmó este principio en las

palabras que dijo a Timoteo: “Si fuéremos infieles, él permanece fiel; él no puede negarse a sí mismo”

(2 Ti. 2:13).

Algunos teólogos insisten en que la declaración de Josué 21:43 significa que en ese momento se

cumplió la promesa del pacto abrahámico relacionada con la extensión de la tierra prometida. Sin

embargo, esto no puede ser verdad, porque más adelante, la Biblia da predicciones adicionales acerca de

Israel, diciendo que poseería la tierra después del tiempo de Josué (e.g., Am. 9:14–15). Por tanto, Josué

21:43 se refiere a la extensión de la tierra que se menciona en Números 34, y no a la totalidad de su

extensión como será en el reino mesiánico (Gn. 15:18–21). Además, aunque Israel ya poseía la tierra en

ese momento, después le fue quitada, y el pacto abrahámico prometía que Israel poseería la tierra para

siempre (Gn. 17:8).

IV. Conclusión (caps. 22–24)

A. Riña por los límites de la tierra (cap. 22)

Cuando las tribus orientales regresaron a sus heredades, tomaron una fuerte e imprevista decisión

que amenazó con provocar una desastrosa guerra civil entre las comunidades que acababan de

establecerse. Fue una situación peligrosa y potencialmente explosiva. El enemigo rondaba cerca, sin

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duda deseando que se presentara un conflicto que dividiera a las tribus para recuperar sus territorios

perdidos. Pero en su providencia, Dios impidió la tragedia, e Israel aprendió algunas lecciones valiosas e

importantes.

1. EXHORTACIÓN DE JOSUÉ (22:1–8)

22:1–4. Las tribus orientales de Rubén, Gad y la media tribu de Manasés habían trabajado bien.

Cuando fueron llamados por su general, Josué los alabó por haber cumplido con la palabra que habían

empeñado ante Dios, Moisés, y Josué mismo en el sentido de que pelearían junto a sus hermanos en

todas las batallas de la conquista de Canaán (cf. Nm. 32; Jos. 1:16–18; 4:12–14). Durante siete largos

años, esos hombres estuvieron lejos de sus esposas y familias, pero ahora la guerra había terminado, la

tierra ya estaba repartida y era tiempo de volver a casa. Así que Josué despidió con honor a aquellos

soldados.

22:5–8. Los soldados, cansados pero contentos, emprendieron el camino de regreso, llevando

consigo una parte sustancial de los despojos obtenidos del enemigo. Josué les dio instrucciones de

compartir el botín con sus hermanos que habían permanecido en casa (v. 8). Los soldados habían

adquirido grandes riquezas, incluyendo ganado, metales y vestidos. Pero ¿por qué habrían de disfrutar

del botín los que no habían tenido que soportar el dolor y el peligro? Probablemente muchos de los

hombres que se habían quedado atrás hubiesen preferido ir a la guerra, pero ¿quién iba a cultivar los

campos y proteger a las mujeres y niños? Entonces, se estableció un principio relativo a que el honor y

las recompensas no solamente serían para aquellos que cargaran armas, sino también para los que se

quedaron en casa para llevar a cabo las responsabilidades cotidianas (1 S. 30:24).

Los soldados que regresaban también llevaban resonando en sus oídos las seis exhortaciones dadas

por Josué: (a) solamente que con diligencia cuidéis de cumplir el mandamiento y la ley, (b) que

améis a Jehová vuestro Dios, (c) y andéis en todos sus caminos, (d) que guardéis sus

mandamientos, (e) y le sigáis a él y (f) le sirváis de todo vuestro corazón y de toda vuestra alma.

Ese encargo, breve pero intenso, pedía obediencia, amor, comunión y servicio. Habían cumplido con sus

obligaciones militares, y aquí les recordó sus compromisos espirituales, los cuales eran indispensables

para que continuaran recibiendo las bendiciones de Dios. De la misma manera que un padre ansioso ve a

su hijo o hija dejar el hogar para ir a un lugar donde estará lejos de su influencia espiritual, así Josué

presentó ese reto a los guerreros. Tal vez temía que la separación del resto de las tribus ocasionara que

se alejaran de la adoración a Dios y abrazaran la idolatría.

2. EL ALTAR QUE EDIFICARON LAS TRIBUS DEL ORIENTE (22:9–11)

22:9–11. El ejército de las tribus orientales partió de Silo y se dirigió a casa. Seguramente, a medida

que se acercaban al Jordán, sus mentes se llenaban de los recuerdos de los acontecimientos de siete

años atrás, cuando pasaron milagrosamente por ese río, de la victoria extraordinaria que obtuvieron en

Jericó, y de los otros triunfos que compartieron con sus hermanos, de quienes se habían separado

recientemente. Un sentimiento de soledad comenzó a inundar sus corazones. No sólo por el hecho de

pensar que un río ordinario como el Jordán separaría a las tribus orientales de las occidentales, y es

obvio que el Jordán no es un río común. Las montañas que había a ambos lados de él se elevaban a más

de 600 mts. y el valle del Jordán que estaba en medio medía de 8 a 20 kms. de ancho. Durante una época

del año, el calor intenso desmotivaba a los viajeros. Entonces ese río formó una frontera formidable y

ese hecho pudo haber contribuido al temor que esos hombres sentían de verse separados

permanentemente de sus hermanos. Después de todo, “ojos que no ven, corazón que no siente”. ¿Qué

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podían hacer para mantener firmes los lazos de unidad que se habían creado durante los largos años de

batallar juntos? ¿Qué podría simbolizar la unidad entre el pueblo a ambos lados del río, que les recordara

que todos eran hijos de la promesa?

La respuesta que vino a la mente de aquellos soldados fue que debían construir un gran altar que

pudiera verse desde una gran distancia, un altar de grande apariencia que testificara de su derecho a

entrar al altar original del tabernáculo. Así que edificaron el altar en el lado (occidental) de los hijos de

Israel, en la orilla del río Jordán. ¿Por qué no construyeron otro tipo de monumento? Porque sabían

que la base principal de su unidad era la adoración común a Dios que se centralizaba en los sacrificios

que se presentaban en el altar.

3. AMENAZA DE GUERRA (22:12–20)

22:12. Sin embargo, el símbolo de unidad fue interpretado como un señal de apostasía. Cuando

llegaron las noticias a oídos de las otras tribus, se reunieron en Silo, lugar donde estaba el único altar

verdadero (1 S. 4:3), y se prepararon para subir a pelear contra los ejércitos de las tribus del oriente.

Con base en lo que habían oído (Jos. 22:11), los israelitas sacaron sus conclusiones y pensaron que esa

era una rebelión contra Dios, y que los otros habían edificado un segundo altar de sacrificio, lo cual iba

contra la ley mosaica (Lv. 17:8–9).

“Pensaron que la santidad de Dios estaba siendo amenazada. Así que esos hombres, cansados de la

guerra, dijeron: ‘la santidad de Dios exige que no comprometamos nuestras convicciones’. Ojalá que la

iglesia del s. XX aprendiera esta lección. La santidad de Dios, quien existe, demanda que no haya

componendas en esta área de la verdad” (Francis A. Schaeffer, Joshua and the Flow of Biblical History,

“Josué y el Decurso de la Historia Bíblica”, pág. 175).

22:13–14. Al enfrentarse a ese aparente olvido del compromiso hecho con Dios y su desobediencia a

los mandamientos divinos, los israelitas convocaron a una guerra para castigar a sus hermanos. Aunque

su celo por mantener la verdad y su compromiso de procurar la pureza en la adoración eran dignos de

admiración, afortunadamente la sabiduría prevaleció contra la dureza. Se tomó la decisión de enviar una

reprimenda vigorosa a las dos tribus y media para que detuvieran su proyecto. De esa manera, se evitaría

la guerra. El hijo de Eleazar, Finees, que había sobresalido por su celo justo de Dios (Nm. 25:6–18),

encabezó una delegación de diez líderes tribales cuya responsabilidad era confrontar a sus hermanos.

22:15–20. Al llegar al sitio del nuevo altar, el grupo designado acusó a los hombres de las tribus

orientales de haberse apartado de seguir a Jehová (vv. 16, 18) y de estar en rebelión contra Jehová (v.

16; cf. vv. 18–19). Les recordaron que la maldad de Peor había traído el juicio de Dios sobre la nación

entera (Nm. 25), así como el pecado de Acán (Jos. 22:20; cf. cap. 7). Ahora, toda la nación estaba en

peligro otra vez por ese desafiante acto de rebelión. Tal pecado traería la ira de Dios sobre ella (22:18;

cf. v. 20). Finalmente, les sugirieron con magnanimidad que si pensaban que la tierra oriental era

inmunda, i.e., si había quedado abandonada de la presencia de Dios, ellos les harían espacio en su lado

del Jordán. Esta fue una oferta generosa y llena de amor y si se aceptaba, significaría un alto costo para

ellos.

4. DEFENSA DE LAS TRIBUS ORIENTALES (22:21–29)

La delegación enviada por los israelitas estaba a punto de conocer cuán falsos y duros habían sido

sus juicios y denuncias. Por fin salieron a la luz las motivaciones que había detrás de la construcción del

gran altar a la orilla del Jordán.

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22:21–23. En lugar de reaccionar al duro regaño con enojo, las tribus orientales rechazaron solemne

y sinceramente la acusación de haber edificado el altar en rebelión contra Dios. Invocaron a Jehová

Dios como testigo y juraron dos veces por sus tres nombres—El, Elohim y Jehová (Jehová Dios de los

dioses), asegurando que si su acto había sido motivado por rebelión contra Dios y sus mandamientos

relativos a la adoración, merecían su juicio.

22:24–25. Entonces, ¿por qué habían construido el segundo altar? Ellos explicaron de inmediato que

lo hicieron por la separación geográfica de su pueblo y el efecto negativo que esto podría tener en las

generaciones futuras.

22:26–29. Los varones de las tribus orientales aclararon que estaban totalmente conscientes de las

leyes de Dios que regulaban el servicio de Israel. El altar recientemente edificado no era para ofrecer

holocausto o sacrificio (cf. v. 23), sino para que fuera un testimonio para todas las generaciones de

que las tribus de Transjordania tenían derecho a cruzar el Jordán para adorar en Silo. Ese altar era

solamente una copia del verdadero centro de adoración y evidencia de su derecho a visitar aquél.

Aunque la preocupación por el bienestar espiritual de las futuras generaciones era admirable, parecería

que esa acción de las dos tribus y media era innecesaria. Dios había ordenado en la ley que todos los

varones israelitas debían ir al santuario tres veces al año (Éx. 23:17). Si cumplían esa ley, se preservaría

la unidad espiritual y política entre las tribus. Además, la construcción de otro altar era también un

precedente peligroso. John J. Davis comenta: “El factor unificador en el Israel antiguo no era su cultura,

la arquitectura, la economía o los objetivos militares. El factor que a la larga mantuvo la unidad fue la

adoración a Jehová. Cuando el santuario central fue abandonado y olvidado como el lugar verdadero de

adoración, las tribus desarrollaron santuarios independientes, separándose de las otras y debilitando su

poder militar. Los resultados de esa tendencia se ven durante el período de los jueces” (Conquest and

Crisis, “Conquista y Crisis”, pág. 87).

5. RECONCILIACIÓN DE LAS TRIBUS (22:30–34)

22:30–34. Esa aguda crisis tuvo un final feliz. La explicación de los representantes de las tribus

orientales fue aceptada completamente por Finees y su delegación así como por las otras tribus cuando

se les entregó el informe. De hecho, a las nueve y media tribus que estaban al occidente del Jordán el

asunto les pareció bien … y bendijeron a Dios. Para concluir todo el asunto, Finees expresó profunda

gratitud porque no se había cometido ningún pecado y no se había provocado la ira de Dios.

En este libro que describe la ocupación y distribución de la tierra prometida, ¿por qué habría de

tratarse este incidente aislado con tanto detalle? Simplemente porque ilustra ciertos principios que eran

vitales para que Israel pudiera vivir en armonía en la tierra y recibiendo todas las bendiciones de Dios.

Esos mismos principios se aplican a los que hoy formamos la familia de Dios:

1. Es bueno que los creyentes tengan celo por la pureza de la fe. Comprometer la verdad siempre

exige un costo muy alto.

2. Es erróneo juzgar las motivaciones de las personas con base en evidencias circunstanciales. Es

importante reunir todos lo hechos, recordando que cualquier desacuerdo siempre tiene dos lados.

3. La discusión franca y abierta ayuda a aclarar el panorama y esto puede llevar a la reconciliación.

La confrontación debe realizarse con un espíritu de mansedumbre, no de arrogancia (Gá. 6:1).

4. Una persona que ha sido acusada injustamente debe recordar el sabio consejo de Salomón: “La

blanda respuesta quita la ira, mas la palabra áspera hace subir el furor” (Pr. 15:1).

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B. Últimos días de Josué (23:1–24:28)

El libro de Josué termina presentando el cuadro de un soldado anciano que dice adiós. Como las

últimas palabras de casi todas las personas, su discurso de despedida se vio ensombrecido por la tristeza.

Expresa la profunda preocupación de quien estaba observando la creciente complacencia de Israel con

los cananeos que quedaban en la tierra, y lo fácilmente que aceptaron vivir juntos en un territorio que era

exclusivo de ellos. Los enemigos de Israel estaban prácticamente conquistados, y Josué sabía el peligro

que había en que su pueblo bajara la guardia. Antes de retirarse del liderazgo sintió la necesidad de

advertirles que la obediencia continua a los mandamientos de Dios era esencial para seguir disfrutando

de su bendición. Aunque algunos han sugerido que estos caps. finales contienen dos registros del mismo

evento, parece mejor ver el cap. 23 como el reto que Josué lanzó a los líderes de Israel, y el cap. 24, al

pueblo.

1. DESAFÍO FINAL DE JOSUÉ A LOS LÍDERES (CAP. 23)

a. Primer encuentro (23:1–8)

23:1–2. Aproximadamente 10 o 20 años después del final de la conquista y de la repartición de la

tierra, Josué … llamó a los líderes de Israel, probablemente a Silo, donde se encontraba el tabernáculo,

para advertirles enérgicamente contra los peligros de alejarse de Jehová. Aquella fue una reunión

solemne. Sin duda, Caleb estaba ahí, junto con el sacerdote Eleazar, y los soldados conquistadores que

habían cambiado sus espadas por arados y se habían convertido en jefes de familia, así como los

ancianos, y jueces.

Vinieron sin dudar, respondiendo al llamado de su líder para escuchar sus últimas palabras. El

veterano líder, ya muy avanzado en años, habló acerca de un solo tema—la fidelidad infalible de Dios

hacia Israel y la responsabilidad que tenían de ser recíprocamente fieles a él. En tres ocasiones repitió su

mensaje central (vv. 3–8, 9–13, 14–16). Tres veces, temeroso de que no escucharan ni hicieran caso a su

exhortación, hizo hincapié en la fidelidad de Dios y la responsabilidad de Israel.

23:3–5. Evitando cualquier tentación de autoexaltarse, Josué les recordó que sus enemigos habían

sido derrotados solamente porque Jehová su Dios había peleado por ellos. Las batallas habían sido del

Señor, no suyas. Posteriormente, uno de los salmistas reiteró esta afirmación (Sal. 44:3). Con respecto a

los cananeos, que todavía habitaban en la tierra, Jehová … Dios los arrojaría para que Israel pudiera

tomar posesión de las tierras que en ese entonces estaban ocupando parcialmente.

23:6–8. Tratando de que los israelitas comprendieran a fondo su responsabilidad, Josué les repitió

las mismas palabras con las que el Señor lo había animado cuando lo instruyó a cruzar el Jordán:

Esforzaos … mucho en guardar y hacer (cf. 1:6–9). La obediencia y el valor fueron las virtudes que

trajeron el éxito en la conquista de Canaán y seguían siendo muy importantes (cf. 22:5). Josué reprendió

específicamente la conformidad que mostraba Israel con las naciones paganas que lo rodeaban, así que

prohibió todo contacto o confraternidad con ellas, sabiendo que su pueblo iría retrocediendo hasta llegar

a la degradación y a postrarse delante de las deidades paganas (cf. 23:16). Josué les exhortó a seguir a

Jehová … Dios (cf. 22:5).

b. Segundo encuentro (23:9–13)

23:9–13. Josué regresó a su idea central y volvió a insistir una vez más en la fidelidad de Dios hacia

Israel. Jehová había peleado las batallas por ellos (cf. v. 3), y aunque todavía había algunos cananeos en

la tierra, en las ocasiones en que había habido enfrentamiento entre los cananeos y los israelitas, éstos

siempre ganaban.

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Israel recibió la exhortación solemne que se basaba en las intervenciones divinas a su favor. Debían

amar a Jehová … Dios (cf. 22:5), lo cual requeriría diligencia y una actitud vigilante por la cercanía de

sus vecinos corruptos. La tentación de olvidarse de Dios y mezclarse con la gente de Canaán hasta el

punto de casarse con ellos sería muy fuerte. Esa sería una decisión fatal y llena de peligro para Israel.

Josué describió esa amenaza gráficamente, así como los terribles resultados que vendrían. Primero, Dios

no arrojaría a esas naciones de delante de ellos. Sólo quedarían para perjudicar la herencia de Israel.

Segundo, los cananeos serían lazo y tropiezo que los enredarían, serían como azote para hacerles daño

y como espinas que llegan a la cara y lastiman los ojos. Tercero, los problemas y la miseria aumentarían

en Israel hasta que fueran desposeídos de su buena tierra (cf. 23:15–16).

Josué no veía ninguna posibilidad de que se mantuvieran neutrales cuando los confrontó con la

decisión que debían tomar. O seguían al Dios de Israel, o a la gente de Canaán. En la actualidad sucede

lo mismo. No hay un camino intermedio: “Nadie puede servir a dos señores” (Mt. 6:24; cf. Mt. 12:30).

c. Tercer encuentro (23:14–16)

23:14–16. Como buen maestro de la predicación, Josué repitió su discurso, aunque esta vez

enfatizando que él estaba a punto de morir y que, por ello, deseaba que sus palabras llegaran a su

corazón con mayor profundidad. Una vez más habló acerca de la maravillosa fidelidad de Dios a cada

una de sus promesas (cf. buenas promesas [palabras] en 21:45). Y una vez más les advirtió acerca de la

maldición que acarrearía la desobediencia. La profunda preocupación de Josué provenía de su temor por

las naciones que quedaban en la tierra. El soldado anciano veía hacia adelante y podía predecir las

componendas pecaminosas que Israel haría con los paganos y el destino trágico que traerían sobre el

pueblo de Dios. La ira de Jehová se encendería contra ellos, y perecerían en la buena tierra (cf.

“buena tierra” en 23:13, 15–16).

El punto culminante de su mensaje a los líderes de la nación enfatizaba el hecho de que el mayor

peligro para Israel no era militar, sino moral y espiritual. Si Josué estuviera vivo hoy en día, lo más

probable es que dijera lo mismo a nuestra nación.

2. ENCOMIENDA FINAL DE JOSUÉ AL PUEBLO (24:1–28)

La última reunión de Josué con el pueblo se llevó a cabo en Siquem. No se puede determinar si esa

segunda reunión ocurrió a continuación de la primera, o si se llevó a cabo en el siguiente aniversario, o

si hubo un intervalo largo entre la primera y la segunda.

El escenario geográfico es interesante. Siquem, que estaba a pocos kms. al noroeste de Silo, fue

donde por primera vez Abraham recibió la promesa de Dios de darle la tierra de Canaán a su

descendencia. Abraham respondió construyendo un altar para demostrar su fe en el único Dios

verdadero (Gn. 12:6–7). También Jacob se detuvo en Siquem cuando regresaba de Padan-aram y enterró

ahí los ídolos que su familia había traído consigo (Gn. 35:4). Después de que los israelitas completaron

la primera fase de la conquista de Canaán, viajaron a Siquem, donde Josué construyó un altar a Jehová,

escribió la ley de Dios en columnas de piedra y repasó las leyes al pueblo (Jos. 8:30–35). Por lo tanto,

Josué tenía buenas razones para convocar a Israel en ese sitio. Ciertamente las piedras en que había sido

escrita la ley estaban todavía en pie y eran vívidos recordatorios de aquel evento tan significativo. Desde

ese momento, el hermoso valle entre los montes Ebal y Gerizim estaría relacionado con esa

conmovedora escena de despedida, desde donde el honorable líder les habló por última vez.

La forma literaria de ese discurso ha ocasionado mucho interés y comentarios. En nuestros días se

sabe que los gobernadores del imperio heteo que gobernaban en ese período (ca. 1450–1200 a.C.)

realizaron acuerdos internacionales con sus estados vasallos, obligándoles a servirles con lealtad y

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obediencia. Esos tratados de vasallaje seguían un patrón común y requerían una renovación periódica.

Josué 24 contiene, siguiendo la forma de los tratados normales de vasallaje de aquella época, un

documento de renovación pactal por medio del cual el pueblo de Israel se comprometía a confirmar su

relación pactal con Dios (cf. “Estructura” en la Introducción de Dt.). Al igual que los acuerdos de

soberanía-vasallaje, las partes de la renovación del pacto incluían un preámbulo (vv. 1–2a), un prólogo

histórico (vv. 2b–13), las estipulaciones que obligaban a los vasallos junto con las consecuencias por la

desobediencia (vv. 14–24), y la escritura del acuerdo (vv. 25–28). El pacto mosaico establecido en Sinaí

no era perpetuo; por lo tanto, necesitaba ser renovado por cada generación. Fue durante esa ceremonia

formal e impactante que se realizó la transacción de la renovación.

a. Repasando sus bendiciones (24:1–13)

24:1–13. Se identifica a Dios como el autor de este pacto y a Israel como el pueblo (vv. 1–2a).

Seguido de ese preámbulo, encontramos el prólogo histórico (vv. 2b–13), en el cual Jehová recuerda sus

bendiciones pasadas para con ellos. Primero, los sacó de Ur de los Caldeos (vv. 2b–4), después, de

Egipto (vv. 5–7), y los introdujo en Canaán (vv. 8–13). Algunos han dicho que los tábanos (v. 12

[“avispas”, BLA]; Éx. 23:28; Dt. 7:20) se refieren a las tropas egipcias que pudieron haber atacado

Canaán antes de la conquista. Otros dicen que los tábanos se refieren en forma figurada al pánico (V.

nota mar. RVR95) que experimentaron los habitantes de Canaán cuando escucharon lo que Dios había

hecho por Israel (cf. Dt. 2:25; Jos. 2:10, 24, 5:1). Otros sugieren que lit. se refiere a avispas.

Fue Dios el que habló en esta recapitulación de la historia de Israel. El pronombre personal “yo”

(aunque a veces en forma tácita) se usa 18 veces: yo tomé … le di … yo envié … herí … os saqué …

os libré, etc. Como haría un rey heteo que recordaba a sus vasallos los actos de benevolencia que había

tenido para con ellos, Dios repasó las obras maravillosas que había realizado a favor de Israel. La

grandeza que el pueblo había logrado no había sido por su esfuerzo, sino por la gracia y poder de Dios.

Desde la primera hasta la última, las conquistas de Israel, su liberación y su prosperidad eran por las

misericordias divinas y no por sus méritos propios.

b. Repasando sus responsabilidades (24:14–24)

24:14–15. A continuación se mencionan las estipulaciones de la renovación del pacto: Israel debía

temer a Jehová y servirle. En los acuerdos de los heteos se rechazaba toda alianza con cualquier otro

extranjero, así que en este pacto, Israel debía evitar cualquier relación con los dioses ajenos. Josué los

retó a escoger de entre los dioses de Ur, a quienes sus ancestros sirvieron (cf. v. 2) al otro lado del río

(i.e., el Éufrates), o a los dioses de los amorreos de Canaán, o a Jehová. Josué, el venerado líder, se

presentó como ejemplo para reafirmar esa exhortación. Cualquiera que fuera la opción que ellos

escogieran, su decisión era clara: yo y mi casa serviremos a Jehová.

24:16–18. Entonces el pueblo respondió entusiastamente, movido por la fuerza de los argumentos

dados por Josué y el magnetismo de su ejemplo. Rechazaban la sola mención de dejar a Jehová para

servir a otros dioses; porque Jehová era quien los sacó … de la tierra de Egipto, de la casa de

servidumbre y el que los había guardado por todo el camino del desierto. Además, los había

conducido hasta la tierra de promisión. Su respuesta fue: Nunca … acontezca, que seamos culpables de

cometer esa ingratitud. A continuación añadieron: Nosotros, pues, también serviremos a Jehová.

24:19–21. Josué habló una vez más. No se sintió satisfecho con su respuesta entusiasta. ¿Será que

detectó algún rastro de insinceridad? ¿Esperaba que el pueblo trajera sus ídolos para destruirlos así como

había hecho la familia de Jacob en ese mismo lugar siglos antes? (Gn. 35:4; Jos. 24:14, 23) No hubo tal

respuesta, así que Josué declaró ásperamente: No podréis servir a Jehová, porque él es Dios santo, y

Dios celoso; no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados. Es evidente que Josué no quiso decir

que Dios no es un Dios de perdón. Más bien, dijo que la adoración y servicio a él no deben tomarse a la

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ligera, y que apartarse de él deliberadamente para servir a los ídolos es un pecado voluntario de

arrogancia para el cual no hay perdón bajo la ley (Nm. 15:30). Cometer tal pecado resultaría en un

desastre. Una vez más, el pueblo respondió a las penetrantes palabras de Josué, declarando firmemente

su intención de servir a Jehová.

24:22–24. Josué habló por tercera vez, desafiándolos a servir como testigos contra sí mismos si se

negaban a andar con Dios. Y el pueblo inmediatamente respondió: Testigos somos.

Finalmente, Josué volvió a hablar por cuarta vez, llegando una vez más al punto que había

mencionado al principio: Quitad, pues, ahora los dioses ajenos que están entre vosotros (cf. v. 14).

Habiendo escuchado el juramento de sus labios; aquí los desafió a comprobar su sinceridad por medio

de sus obras. Conociendo que muchos de ellos estaban practicando secretamente la idolatría, Josué

ordenó que quitaran a sus dioses falsos. Sin titubear, el pueblo exclamó: A Jehová nuestro Dios

serviremos, y a su voz obedeceremos. Dijeron que serían siervos obedientes de Dios, no esclavos de

Egipto o de otros dioses. (El vb. “servir”, en sus diferentes conjugaciones, se menciona 13 veces en los

vv. 14–24.)

No era posible mezclar la fidelidad a Dios con la de los dioses ajenos. Esa generación, al igual que

cada una de las que vinieran posteriormente, debía tomar una decisión firme. La gente debe escoger

entre la conveniencia y los principios, entre el mundo y la eternidad, entre Dios y los ídolos (cf. 1 Ts.

1:9).

c. Registro del juramento (24:25–28).

24:25–26a. Josué procedió a renovar el pacto. Sabía que no tenía caso abundar más en las palabras,

aunque dudaba que la consagración del pueblo fuera genuina y sincera. Por eso, escribió el pacto en el

libro de la ley de Dios, que probablemente se colocaría junto al arca del pacto (cf. Dt. 31:24–27). De

igual manera, en los tratados de vasallaje de los heteos, ese documento era colocado en el santuario del

estado vasallo.

24:26b–27. Como recordatorio final, aparentemente Josué escribió también los estatutos del pacto en

una gran piedra que colocó debajo de la encina que estaba en ese sitio sagrado. Al excavar en Siquem,

los arqueólogos descubrieron una gran columna de piedra caliza que podría identificarse con el

memorial que aquí se menciona. Josué dijo que esta piedra serviría de testigo, como si ella hubiera

oído todas las cláusulas del pacto.

24:28. Una vez que Josué hubo dirigido al pueblo de Israel a renovar el pacto por medio de ese

ritual sagrado, en el cual juraron temer y seguir a Jehová Dios, terminaron sus apariciones en público.

Con los recuerdos de esa solemne ocasión indeleblemente impresos en su memoria, los israelitas

regresaron a sus hogares, cada uno a su posesión.

C. Apéndice (24:29–33)

24:29–31. Tres entierros—todos efectuados en la tribu de Efraín—cierran el libro de Josué. Primero

se registra que Josué … murió a la avanzada edad de ciento diez años … y fue sepultado en su

heredad (cf. 19:50). No puede haber mayor tributo que haber sido llamado simplemente siervo de

Jehová. Para él, nunca existió un rango mayor que ése.

24:32. También se registra el entierro de los huesos de José. Estando en su lecho de muerte, había

pedido que lo sepultaran en la tierra prometida (Gn. 50:25). Moisés supo de esa petición y llevó consigo

los huesos de José durante el éxodo (Éx. 13:19). Ahora, después de los largos años de peregrinación y de

conquista, los restos de José, que habían sido embalsamados en Egipto (Gn. 50:26) más de 400 años

antes, fueron depositados en Siquem (cf. Gn. 33:18–20).

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24:33. El tercer entierro que se menciona es el del sumo sacerdote Eleazar hijo de Aarón, que

había sido su sucesor. Él tuvo el privilegio de estar con Josué en la distribución de la tierra (Nm. 34:17;

Jos. 14:1; 19:51) y encabezar el ministerio en el tabernáculo durante los años cruciales de la conquista y

el asentamiento en Canaán.

Es extraño que un libro como el de Josué termine con tres entierros. Sin embargo, esas tres apacibles

tumbas son testimonio de la fidelidad de Dios hacia Josué, hacia José y hacia Eleazar, quienes alguna

vez vivieron en tierra extraña. Cuando vivían fuera de la tierra prometida recibieron la promesa de Dios

de llevarlos a ellos y su pueblo a Canaán. Por fin, los tres descansaban en paz en la tierra de promisión.

Dios cumplió su palabra a Josué, José y Eleazar—y a todo el pueblo de Israel. En la actualidad esto

debería animar a los hijos de Dios a confiar en la infalible fidelidad de Dios.1

1 John F. Walvoord y Roy B. Zuck, El conocimiento bíblico, un comentario expositivo: Antiguo Testamento, tomo 2: Deuteronomio-2 Samuel (Puebla, México: Ediciones Las Américas, A.C., 1999), 127–150.

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Seminario Teológico Anna Sanders Materia: Libros Históricos Profesor: José Luis Carmona Lozano.

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