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JOVELLANOS Y LA PROYECCION AGRARIA DE LA REVOLUCION INDUSTRIAL EN ESPAÑA Por Juan Velarde Fuertes Tan sólo aquel valor debe alabarse Que en momento oportuno se demuestra. (Séneca, Medea, acto II, escena primera, en la traducción de Valentín García Yebra). Es natural que este año, cuando se conmemoran los dos siglos de la publicación del Informe de la Ley Agra- ria, tan minuciosa y seriamente escrito por Jovellanos, el Ministerio de Agricultura participe en un homenaje que, hasta ahora, en lo que sé, se restringe a una serie de actos y trabajos vinculados, a través de distintos cami- nos, a su Asturias natal, y más en concreto, sobre todo a su patria gijonesa, y a que la Real Sociedad Económico Matritense de Amigos del País, mancomunadamente con la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 31

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JOVELLANOS Y LA PROYECCIONAGRARIA DE LA REVOLUCION

INDUSTRIAL EN ESPAÑA

PorJuan Velarde Fuertes

Tan sólo aquel valor debe alabarseQue en momento oportuno se demuestra.

(Séneca, Medea, acto II, escena primera, en latraducción de Valentín García Yebra).

Es natural que este año, cuando se conmemoran losdos siglos de la publicación del Informe de la Ley Agra-ria, tan minuciosa y seriamente escrito por Jovellanos, elMinisterio de Agricultura participe en un homenajeque, hasta ahora, en lo que sé, se restringe a una seriede actos y trabajos vinculados, a través de distintos cami-nos, a su Asturias natal, y más en concreto, sobre todo asu patria gijonesa, y a que la Real Sociedad EconómicoMatritense de Amigos del País, mancomunadamentecon la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas,

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haya organizado un ciclo de conferencias. De algúnmodo, gracias a este respaldo del departamento de Agri-cultura, es la propia Administración a la que, de maneraejemplar, sirvió Jovellanos, la que recuerda también conelogio su persona.

A mi juicio, Jovellanos es un hito importante en la se-rie de economistas que trabajaron con mucho fruto enEspaña cuestiones agronómicas. Esta sería una explica-ción del recuerdo que hoy se le tributa. También obligaa ello el que, en nuestra patria, despliega ahora mismosus alas una muy profunda reconversión agraria. Jovella-nos captó que el Antiguo Régimen había llegado a su fi-nal y que en la nueva situación que alboreaba con la ín-tima mezcla que contemplaba entre la Revoluciónliberal, la industrial y la científica y tecnológica, la agri-cultura española iba a experimentar una hondísimatransformación. Reflexionar sobre el interés de queexista una preocupación especial por el campo, tambiénes un modo importante de rendir homenaje al gran gi-jonés. Finalmente, ante los problemas económicos delentonces, reflexionó este economista de manera tan ati-nada, que bien merece la pena averiguar si su mensaje,aun con todo el tiempo transcurrido, continúa, en al-gún grado, teniendo vigencia.

LA ESTIRPE DE JOVELLANOS

En resumidas cuentas, Jovellanos, como economista,reunió en su persona un talante de estudioso de la reali-dad agraria que le va a conducir a una acción refor-mista. La reunión de ambas cosas es la que resplandeceen el Informe sobre la Ley Agraria emitido por la Socie-dad Económica Matritense de Amigos del País. ^Con-cluyó ahí esa tendencia reformista española?

No precisamente. Una serie de economistas españo-

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les se plantearon la necesidad de efectuar en nuestroscampos una transformación tan seria que alterase sufuncionamiento de modo radical. Cuando contempla-mos su catálogo parece evidente que es necesario, de al-gún modo, referirnos a esa obra, considerable y destar-talada a la par, que es el Colectivismo agrario español deJoaquín Costa. La postura regeneracionista ante nues-tros campos, que había abierto Fermín Caballero en suMemoria sobre el aumento de la población rural, que habíatenido aportaciones importantes con Lucas Mallada y,más adelante, que las tendría con Julio Senador Gómez,pareció culminar, en muchos sentidos, en Costa. Inten-taba éste, como consecuencia de su historicismo particu-lar, que la reforma agraria que se llevase a cabo en Es-paña tuviese muy en cuenta la que podría denominarseantropología social colectivista del español, que parecíahundir sus raíces en la España prerromana, porque con-sideraba que desde entonces se había conservado vivaentre nosotros.

Eso le lleva a la convicción de que todo economistaespañol que se hubiese inclinado sobre el agro no deja-ría de haber tenido este ramalazo colectivista. Por eso, apesar de evidentes dificultades de homogeneización,Costa intenta englobar bajo este pabellón colectivistaagrario a un buen número de economistas españoles.Los va a buscar en la Escuela de Salamanca, pero asi-mismo en un variado grupo de pensadores, alguno in-cluso influido por el mercantilismo, que publican, sobretodo, en el siglo XVII, aunque también trabaja la obra dealguno anterior, como naturalmente tenía que acabar su-cediendo con Luis Vives y su De subventione pauperum.

Considera Costa que este mensaje había sido, en al-gún sentido, recogido por la Ilustración, hasta culminaren Alvaro Flórez Estrada. Da la impresión de que pre-tende, con este economista, probar la existencia de eseavasallador impulso, casi telúrico, que procura detectar

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entre los economistas españoles. Tengamos en cuentaque el doceañista Alvaro Flórez Estrada es obligado aexiliarse en Londres, a la vuelta al poder del absolu-tismo. Allí sufre la influencia de los economistas clásicosingleses, y, desde luego, parece evidente su fidelidad alpensamiento de David Ricardo. Esto tenía que llevarle auna posición de mercado libre ante todos los proble-mas. Sin embargo, no es así. Sin demasiadas dificultades-Flórez Estrada disputaría muy a fondo con quienes or-ganizan nuestras desamortizaciones sin la menor suje-ción a ninguna necesidad de reparto-, Costa encuentraen este último economista raíces de tipo socializadorante la tierra.

Todo el edificio costista, que, indudablemente, con-tiene aportaciones eruditas y juicios de valor permanen-tes, pero no es nada sólido, no invita a permanecer de-masiado tiempo sin riesgo entre sus paredes. Inclusocasi habría que decir que con las investigaciones efectua-das desde entonces, amenaza hoy una ruina total. En elcaso concreto de la alusión a Flórez Estrada, hace tiem-po que todo es puro escombro. La prioridad de la crí-tica pertenece a Flores de Lemus, quien decía a todo elque le quería oír que las tesis de Flórez Estrada nada te-nían de castizas, porque éste se había limitado a recogerlas afirmaciones del británico Charles Hall. Lo que paraCosta era recio colectivismo español, Flores de Lemusindicaba que no se trataba «de ninguna cosa tradicionaly de abolengo», sino simplemente de socialismo inci-piente británico.

Porque la carcoma de todo esa argumentación deCosta es que la gran aportación de nuestros economis-tas, como nos han probado ya hace tiempo MargaretGrice-Hutchison en sus ensayos The School of Salamanca:readings in spanish monetary theory (1952) y Early economicthought in Spain 1177-1740 (1978) y R. S. Smith en el ar-tículo Economists and the enlightenment in Spain 1750-1800,

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publicado en The Journal of Political Economy, agosto1955, o más recientemente Francisco Gómez Camachoen su Intróducción a la edición de la obra de Luis de Mo-lina, La teoría del justo ^irecio, aparecida en 1981, sin olvi-dar La é^ioca del mercantilismo en Castilla, I500-1700, deJosé Larraz (1943), van más en una dirección individua-lista que en una colectivista. Nada diferente se extraedel libro de Ernest Lluch y Lluis Argemí i d'Abadal,Agronomía y fisiocracia en España (1750-1820) (1985) .

Lo tremendamente paradójico es que, al buscar unpunto de apoyo que pudiera ser sólido para el colecti-vismo agrario entre nosotros, el propio Costa lo va a en-contrar en el pensamiento de Henry George. En esteeconomista es donde va a recalar Julio Senador Gómez,que, gracias a Fabián Estapé y Enrique Fuentes Quintana,ha quedado bien enmarcado en la fuerte corriente dedifusión del henrygeorgismo español. No merece lapena que me ocupe de algo que ha sido bien y reciente-mente investigado y publicado por Ana María MartínUriz, en su valioso estudio preliminar, titulado HenryGeorge. Vida, pensamiento y difusión en España, a la obra deéste Progreso y Miseria (Progress and Poverty). Indagaciónacerca de la causa de las crisis económicas y del aumento de lapobreza con el aumento de la riqueza. El remedio (Instituto deEstudios Agrarios, Pesqueros y Alimentarios, 1985), perosí he de destacar que los henrygeorgistas españoles pa-rece que no eran personas demasiado seguras de lo quedefendían en sus conventículos. Una prueba la expusoVázquez Mourenza cuando, al estudiar, en la tesis docto-ral que le dirigí, los ministros de Hacienda del bienio1933-1935 de la II República, se encontró con que unode éstos era Marraco, que se declaraba discípulo deCosta y henrygeorgista convencido. Pues bien, esa pro-clamada servidumbre a este pensamiento del autor delfamoso impuesto único no dejó ni la más mínima huellaen sus trabajos, discursos, tomas de posición y debates

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como ministro de Hacienda. Tras un cuidadoso repaso, nosólo de la legislación fiscal española, sino de todos -porotra parte numerosos y farragosos- discursos parlamen-tarios, así como también de numerosísimas de sus decla-raciones periodísticas que entonces menudeaban, nadade estas cuestiones de colectivismo agrario de Henry Ge-orge, transmutadas hacia España, halló Vázquez Mou-renza. Caso tan curioso muestra hasta qué punto esta lí-nea de pensamiento agrario español tenía menosarraigo de todo lo que se puede suponer. Poco a poco seha ido esfumando con la desaparición de Baldomero Ar-gente y de Julio Senador Gómez. La dura persecucióndel núcleo andaluz, al que se refiere la nota del libro deLluch y Argemi sobre la carta de Emilio Lemos García,no fue por ser fisiócratas henrygeorgistas, sino porque,con Blas Infante a la cabeza -una figura espléndida-mente estudiada en esta proyección doctrinal por el pro-fesor Lacomba- y su enlace importante con el republi-canismo de izquierdas en el que milita, por ejemplo,Ramón Franco, con alianzas evidentes con el anar-quismo, defendían un andalucismo muy militante. Re-cuérdese que Diego Abad de Santillán, en sus Memorias

1897-1936, señala que Ramón Franco «estaba obsesio-nado por la idea de una vinculación con el mundoárabe y participaba con Blas Infante y también con Pe-dro Vallina en un andalucismo que, al amparo del as-cendiente arábigo..., nos permitiría llevar nuestra in-fluencia al norte de Africa, al cercano Oriente y hastaPakistán...». Pero todo esto no tiene nada que ver conHenry George ni con cuestiones de economía agraria.

Lo que sí debe quedar claro es que, subyacente a lasdos grandes desamortizaciones y a la destrucción de laagricultura del Antiguo Régimen, existe una línea refor-mista e impulsora de nuestra agricultura para que fuesecapaz de enfrentarse con el reto socioeconómico de laRevolución Industrial en su proyección en el campo es-

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pañol. Su raíz está en Jovellanos. Lo que viene de másatrás es, lisa y llanamente, pura anécdota de acompaña-miento. Después de Jovellanos es preciso mencionar lapreocupación ya mencionada de Flórez Estrada, dentrode un cierto ahodamiento y percepción en relación conlas crecientes tensiones que iban, con rapidez, a crear elque Constancio Bernaldo de Quirós denominó con for-tuna «espartaquismo agrario español». El intento de so-lución de Fermín Caballero debe ocupar en esa relaciónun puesto de cierto relieve, aunque es evidente que lacontemplación de otras agriculturas con realidades, porsu base natural, radicalmente diferentes, reduce nota-blemente su interés. Del regeneracionismo procedendos corrientes importantes y serias, a mi juicio, muchomás notables que todas esas aportaciones historicistasequivocadas, que no veían lo que tenían delante. Recor-demos, por ejemplo, que el fenómeno de la remolachaazucarera en el Valle del Ebro, como subrayó el profesorBiescas, se le escapa del todo a Gosta. Una de estas co-rrientes es la de agrónomos que, naturalmente, han deresolver cuestiones económicas; otra es la de los econo-mistas que perciben que merece la pena ahondar en lasmaterias agronómicas.

Tres son, para mí, los agrónomos que descienden deeste rosario que nace en Jovellanos: Cascón, Arana y Ca-rrión -el que este último tenga algún ramalazo henry-georgista nada explica de lo mejor de su pensamiento-y dos los economistas, Flores de Lemus y Bernis. Es unarobusta línea de trabajo que explica, posteriormente,tres aportaciones esenciales que pretenden mejorarnuestra situación agraria. Una es la reformista de Ma-nuel Lorenzo Pardo, tanto en relación con el movi-miento de las Confederaciones Sindicales Hidrográficas,como en el Centro de Estudios Hidrográficos. Otra es lade Perpiñá Grau, que atina a encajar, mejorando el in-tento de Flores de Lemus en el Dictamen de la Comisión

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del Patrón oro, a nuestra agricultura en el conjunto delequilibrio económico español, con lo que conseguimoscomprender mejor los costes que suponía la agriculturatradicional es^iañola que tenía como bases institucionaleslas desamortizaciones en cuanto típica reforma agrariaburguesa y el proteccionismo, sobre todo, de cereales,pero no sólo de cereales -recuérdese la carne y la lecheo la remolacha azucarera-, que se había consagradocon Cánovas del Gastillo. Cascón, por ejemplo, había es-tado completamente al servicio de ese auténtico modelode sustitución de importaciones, a través de un sinfín detrabajos importantísimos, coronados con los de la fa-mosa Granja Experimental de Palencia. Lo mismo su-cede con Arana y sus Nuevos métodos del cultivo en secano.La tercera nueva aportación es la de Manuel de Torres,quien comprende toda la significación de la aperturaexterior para el futuro de nuestra economía agraria, yempuja con denuedo en esta dirección, sin abandonarlas reticencias contra el latifundismo, que constituíanalgo así como la seña de identidad básica de todo esteregeneracionismo, aunque Torres fuese firme creyentede que la nueva agricultura debía abandonar la comodi-dad del mercado interior y convertirse, así, en un factormuy dinamizador del despegue de nuestra economía.

Quizás habría que agregar a todo esto una línea decierta importancia, nacida del ámbito reformista queexistió, en lo agronómico, en la primera mitad de losaños treinta, en el Instituto de Reforma Agraria, por ex-tensión en el Ministerio de Agricultura, y como semi-llero inicial, en la Escuela Superior de Ingenieros Agró-nomos. La figura central es, desde luego, la de JoséVergara Doncel, pero sería injusto no hacer alusión aEmilio Gómez Ayau, Leopoldo Ridruejo y Angel ZorrillaDorronsoro. De ellos procede Arturo Camilleri, aunquecomo trabaja mucho con Manuel de Torres, en puridadhabría que asignarlo también a su escuela. Asimismo,

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Camilleri, como Torres, tiene que abandonar perspecti-vas anteriores porque contempla cómo aparece en elhorizonte una nueva agricultura, primero aún confuerte carga de aislamiento y, bastante pronto, cada vezmás abierta al exterior.

Ahora mismo es evidente que la estirpe de Jovellanoscontinúa, o al menos intenta proseguir su camino. Co-mo antaño había recibido el injerto extraño de HenryGeorge para poder dar lugar a la línea que se inicia conCosta, ahora ha recibido otro con las doctrinas ecologis-tas. A1 enfrentarnos con los trabajos de Martínez Alier ode José Manuel Naredo, como más señeros en toda estadirección agronómica, se alza el temor de si ésta será tanestéril como sucedió con el henrygeorgismo, aunque enla ocasión presente, el masto, bien conocido de todosgracias a los estudios de la sociedad en la campiña deCórdoba de Martínez Alier, o a los trabajos sobre la crisisde la agricultura tradicional de José Manuel Naredo, estan robusto, que es muy posible que resista, al final, ex-trañas púas ecologistas.

Finalmente, existe otro importante grupo de estu-diosos que partió al palenque con un importante com-plemento reformista y que ha producido ya notables tra-bajos, que explican ese cambio formidable que es lacrisis de la agricultura tradicional.

Nos encontramos aún bastante al principio de susaportaciones, pero es evidente que Tió, Sumpsi, EnriqueBarón, Lamo de Espinosa, García Delgado, Juan Muñozy Santiago Roldán han hecho que entendamos del mo-do más adecuado lo que sucede, en estos momentos, ennuestro campo, y han dado lugar a discípulos que asegu-ran que la vieja savia nacida hace dos siglos no está yamuerta, y que cuando leemos un trabajo de Carlos SanJuan o de José Colino comprobamos que no sólo no seha extinguido el soplo de Jovellanos, sino que se va aprolongar a lo largo del siglo XXI.

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LA REACCION ANTE LAS NUEVAS SITUACIONES

En estos momentos, quien se enfrenta en Españacon cuestiones agrícolas ha de responder a tres pregun-tas. La primera, la de si merece, o no, la pena preocu-parse por la agricultura. La segunda, conocer a fondo lasituación actual, que se abre, guste o no, sobre una nue-va perspectiva que tiene bastante poco que ver inclusocon la que existía en el momento de la crisis de la agri-cultura tradicional, a mediados de la década de los cin-cuenta. La tercera, la de si es posible determinar losprincipales cambios estructurales que ahora precisanuestra agricultura.

En cuanto a la primera cuestión, llama la atenciónel que la economía social de mercado, que triunfa enuna Europa central con unos altos índices de indus-trialización, haya sido la causa de una especie de recti-ficación del mensaje básico neoclásico en relación conel mercado libre como mejor mecanismo para asignarlos recursos escasos. Nada explícito sobre la agricul-tura se encuentra en Eucken, el economista esencial yoriginal de esta nueva orientación de la política eco-nómica. Sin embargo, en personas muy relacionadascon el Círculo de Friburgo aparece ya una atención es-pecial para la agricultura, tanto si permanecían dentrode las fronteras alemanas, como si se encontrabanfuera de las mismas, pero muy influidas por este movi-miento friburgués -caso de Rópke, o buena parte delgrupo Ordo, o la misma revista Kyklos-, y tambiéntanto en el momento en que pasaron a orientar a losgrupos de oposición al nacionalsocialismo, antes de laderrota de 1945, como terminada la contienda, cuan-do influyeron en la concreta oferta política de la eco-nomía social de mercado, hasta desembocar en el fun-damento de la política económica comunitaria, unosdiez años después, aunque en el proyecto de Pool

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Verde ya se adivinaba lo que acabaría por ser la Polí-tica Agrícola Común.

Esta especie de ruptura de los principios básicos deuna economía de mercado libre queda explicada encinco ocasiones: cuando se refiere al mercado del tra-bajo, por afectar a un factor de la producción de cuyarenta se pueden derivar, si es reducida, ataques a los va-lores de la persona que deben ser preservados siempre;cuando se relaciona con el mercado del suelo y de la vi-vienda, por todo un complejo conjunto de causas, en es-pecial porque la vivienda es el albergue de la familia, unnúcleo básico de la sociedad que debe ser protegido, yporque el mercado del suelo -como hace ya muchosaños explicó en España don Antonio Maura- debe serintervenido para preservar valores artísticos, urbanísti-cos y medioambientales; cuando entra en cuestiones di-rectamente vinculadas con la defensa nacional, sobretodo en lo que respecta a la producción de pertrechosde tipo bélico; cuando alguna gran institución finan-ciera se ve afectada por coyunturas tan difíciles que esimaginable pensar en algún tipo de efecto dominó,cuestión ésta que, por cierto, es de las más controverti-das doctrinalmente y, sin embargo, en la praxis, de lasmenos discutidas en cuanto se hace visible el fantasmade una seria crisis en el mundo financiero; finalmente,en todo lo relacionado con la agricultura.

Seis causas se suelen aducir para explicar esta con-creta excepción de todo el sector rural. La primera, elser la sociedad rural un depósito de valores europeos.Si, como consecuencia de una apertura a una plena li-bertad económica, desaparecen fragmentos importan-tes de esta actividad agraria, con ella se esfumará partedel contenido del alma europea, lo que, en la actualcivilización de masas derivada del capitalismo indus-trial que triunfa por doquier, sería una pérdida irrepa-rable.

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La segunda, que las naciones europeas necesitan,para su equilibrio sociopolítico, una cierta homogenei-dad demográf ca en su territorio. Dado que las estructu-ras urbanoindustriales tienden a concentrarse en áreasmuy pequeñas -piénsese que ha entrado en debate laposibilidad de que, a través de fenómenos de concentra-ción, caigamos incluso en megápolis-, a causa de la ac-ción de economías externas marshallianas, una situa-ción de esa índole originaría la aparición de situacionesdesérticas en nuestra geografía, que son indeseables pormotivos políticos. Los Borbones, en España, con su polí-tica de repoblación interior, son una muestra bien pa-tente de cómo, en el caso concreto de España, una seriede tendencias políticas centrífugas situadas en la perife-ria, que habían alarmado a estos monarcas, una vezexperimentado lo culminado en Portugal bajo Carlos IIy con las tensiones catalanas y valencianas en el reinadode Felipe V, únicamente podían ser combatidas con uninterior peninsular bien poblado, que, además, tuvieseun aceptable nivel de vida. La creación de la provinciade las Nuevas Poblaciones, el sistema radial de comuni-caciones y transportes centrado en Madrid, pretendíanesto, pero, como nos enseñó Perpiñá Grau, poco efectotuvieron hasta que un fuerte proteccionismo del trigomejoró las rentas campesinas, de la mano de Cánovasdel Castillo.

El tercer motivo está ligado a la «guerra fría». Ha-bía estallado a los dos años del final de la segunda gue-rra mundial. En ésta, al cortarse multitud de vías de co-municación relacionadas con la producción rural, sehabía provocado una tremenda escasez de alimentos.E1 riesgo de que retornase una situación tan alar-mante, ya que se trataba de bienes de primera necesi-dad, en caso de una confrontación bélica en Europa,es lo que se intenta impedir protegiendo la agriculturadel continente.

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Poco a poco se ha hecho presente, cada vez con másfuerza, el cuarto motivo. Como bien señala la ley dePetry-Clark, el progreso económico va acompañado, pordoquier, de una caída en la población activa agraria, quese traslada a la industria, a la construcción o a los servi-cios. Desde el primer choque petrolífero, a finales de1973, el pleno empleo que se sentía en Europa se trans-formó en paro. Este se ha agudizado, desde entoncesacá, en más de una ocasión. Si al carecer de todo tipo deprotección se genera en el campo un desempleo que, ensu desesperación, llamaría a las puertas de la industria ylos servicios -en parte favorecido por la mayor natali-dad que suele existir en las zonas rurales-, se agrava-rían las situaciones de desempleo en las regiones urba-noindustriales. Sería necesario estudiar, dado que nadieduda de la necesidad de ayudas para los parados, si in-cluso éstas superan, o no, en su incremento la cuantíade los fondos que se pudiesen canalizar en apoyo a laagricultura.

El quinto se debe a la confluencia, en la formaciónde los precios agrarios, de unas curvas de demanda bas-tante rígidas y de unas de oferta que se trasladan conmucha brusquedad, ya a la derecha, ya a la izquierda,provocando violentísimas caídas en las rentas de los agri-cultores en caso de buenas cosechas. La regulación delos mercados agrícolas para prevenir tan desagradablesconsecuencias es muy vieja y constante en todo el occi-dente. España, al crear el Servicio Nacional del Trigo,inició esta política concreta en 1937.

La sexta y última causa es siempre poderosa en unademocracia. Los campesinos exigen, para ser atraídoshacia el voto, apoyos visibles. Concretamente, con estasayudas es evidente que se procuraba en los países ger-manos que se olvidase todo lo que habían supuesto loshalagos de Walter Darré, el ministro de Agricultura delnacionalsocialismo.

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Todas estas doctrinas emigraron, como se ha seña-lado, desde los países germanos al ámbito comunitario,a partir de los preludios del Pool Verde, hasta llegar a laactual realidad de la Política Agrícola Común en sus dossucesivas versiones. Sin embargo, nos equivocaríamos sicreyésemos que su fortaleza proteccionista es inconmo-vible. En este momento, y en sentido heterogéneo, lagolpean cinco potentes arietes. El primero es el de lairritación mediterránea. Los países de esta región pro-testan porque los productos mediterráneos -esencial-mente, los hortofrutícolas- no tienen, ni de lejos, elapoyo comunitario que se hace bien visible en favor dela llamada agricultura continental. Una generalizaciónde esta índole castigaría en exceso las arcas comunita-rias, pero el agravio comparativo acabará por plantearuna primera, y obligada, alteración.

El segundo fuerte motivo de crítica se alberga enAlemania. Un economista tan importante como JŭrgenDonges ha planteado la necesidad de interrumpir unprocedimiento que considera muy perturbador parauna buena asignación de recursos, sobre todo ahora queha concluido la «guerra fría».

El tercero tiene raíces que se remontan a las polémi-cas sobre las anticorn lazus británicas. A lo largo de la úl-tima mitad del siglo XIX se fueron articulando, de ma-nera progresiva en el Reino Unido y en Alemania, dosrespuestas bien dispares al cultivo de los cereales. EnGran Bretaña se optó por un mercado abierto, garanti-zando el abastecimiento nacional una potentísima ma-rina mercante, amparada por una formidable Marina deGuerra. En Alemania, a través de la llamada «alianza delacero y el centeno», se optó por un proteccionismo delcereal que se asociaba con la política de ayuda a losgrandes ĉárteles siderúrgicos. El gobierno de Londres seirrita, actualmente, cuando observa que la PAC es muycara y que del pago que efectúa a través del IVA, como

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consecuencia de su historia económica, bien poco re-torna a las bolsillos ingleses.

EI cuarto ha surgido en Francia. La ayuda que sepresta hasta ahora se considera tan escasa que habráque pensar, incluso al margen de la UE, en proteger alos agricultores galos para que no agraven el paro quesoporta el gasto público francés. O sea, que no es posi-ble descartar que la PAC sea alterada por tercera vez,incluso a fondo, por la fuerza política que aún posee elcampesinado galo.

El quinto es muy amplio y potente. Lo maneja consin igual destreza Norteamérica, pero ha conseguidoque se solidaricen con sus puntos de vista multitud deproductores de bienes agrarios de los países en vías dedesarrollo, dentro de un conjunto muy complejo de me-didas que, de momento, parecen culminar en la RondaUruguay del GATT.

La resultante de todo lo dicho hasta ahora es la exis-tencia de una ayuda notable a la producción rural enEuropa, de la que se deriva la existencia de una masaconsiderable de sobrantes y, también, que para evitarproblemas de este tipo se prefiera subvencionar el aban-dono de los cultivos. Ha surgido por eso, en este ámbitocontinental, una especie de himno rural al erial, al bar-becho, al páramo, a los baldíos.

En el caso concreto de España, parecen tener queexplicar la singularidad de su política agraria diez carac-terísticas. Para empezar, la caída de los valores relativosde la producción agraria. En 1993, con el 3,46% delPIB, se alcanzó un mínimo histórico del sector primarioen su conjunto, esto es, agricultura, ganadería, sector fo-restal y pesca. Sin embargo, aun con este pequeño valorrelativo, la agricultura ha tenido en el año amargo de1993 un comportamiento anticíclico. Aumentó su pro-ducción, en términos reales, sobre 1992, en un 3,7%; en1992 había descendido un 2,1%. También es necesario

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señalar que esta pequeña participación española en elPIB, conseguida a través de una caída espectacular-mente rápida en los porcentajes, pues en 1901 la partici-pación era del 46,4%; en 1950, todavía del 26,5%, y en1960, del 22,5%, nos pone en una situación agraria demenor peso, en la OCDE, y por este orden, que la deTurquía (15,7%), Grecia (11,6%), Irlanda (7,2%),Nueva Zelanda (5,4%) y Portugal y Holanda, ambos paí-ses con el 4,1%. Da la impresión de que proseguir la ca-ída porcentual se sitúa fuera de lo que pudiera ser nor-mal para nuestrá economía. ^

La segunda característica de nuestra situación agronó-mica es el fuerte descenso de la población activa agrariaespañola. A lo largo del siglo XIX se situaba su porcentajerespecto a la población activa total alrededor del 70% -un 70,5% en 1877, un 69,4% en 1887, un 70,0% en1900-, pero en el siglo XX es rápida su disminución. En1950 supone aún el 49,6% de la población activa; en 1960es ya e139,7%; en 1970, e124,8%; en 1980, el 15,7%; en elcuarto trimestre de 1993, el 9,0%, y en el tercero de 1994,el 87%. Esto supone pasar de 5,2 millones de activos enagricultura y pesca en 1900 a 1.392.890 activos en el cuartotrimestre de 1993. De ellos están ocupados sólo 1.181.730.

El proceso no se ha detenido aún. Según José LuisFernández-Cavada Labat, el año 2006 podemos encon-trarnos con un total en la población activa agraria de864.000 personas, de las que 210.000 estarían paradas.Los activos ocupados se descompondrían en 196.000asalariados y 458.000 no asalariados. Estos, a su vez, es-tán constituidos por 340.000 empresarios y 118.000otros activos (familiares, socios de cooperativas...). Estosignificaría alrededor del 5,3% de la población totalocupada el año 2006.

Como respuesta, en la función de producción agra-ria española se ha producido un avance espectacular enla productividad, pues la retirada de la población activa

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se compensó, como veremos, con fuertes inversiones yun aumento importante en el consumo de energía.

La tercera de estas características es el fuerte au-mento del valor de las cosechas. En pesetas 1986, dandoa este valor, el 100 en 1980, nos encontramos con queen 1970 era de 67,5, y en 1990, de 112,4. El máximo his-tórico, con 117,2, se logró con la gran cosecha de 1988.En 1993, la cifra es de 111,2. Da la impresión de queexiste un notable incremento productivo sobre la etapa1980-1986 en la 1987-1993, pero que es posible que sehaya alcanzado el techo. Pensemos que nuestro ingresoen el ámbito comunitario se origina precisamente en1986.

Estamos, pues, aun con estos porcentajes tan peque-ños, en el momento productivo mayor de nuestra histo-ria agraria. Si lo contemplamos en magnitudes físicas, yen las producciones rurales más significativas, vemosque, a lo largo del siglo, en trigo, se pasa de 2,7 millonesde toneladas en 1900 a 4,5 millones en 1993; en cebada,entre las mismas fechas, se pasa de 1,2 a 9,0 millones; enmaíz, de 0,7 millones en 1900 a 1,7 millones en 1993; enpatatas, de 2,3 millones de toneladas en 1902 a 4,2 mi-llones en 1993; en remolacha, de 0,7 millones en 1900, a7,4 millones en 1993; en cítricos, de menos de un millónde toneladas en 1900 a más de 4 millones en 1993; envino, de 22,6 millones de hectolitros en 1900 a 37,5 mi-llones en 1993; en aceite de oliva, también entre 1900 y1993, se pasa de 0,1 millones de toneladas a 0,6 .

Estas cifras muestran con claridad una cosa: que elreto de la transformación agraria no ha acarreado hundi-mientos productivos, y que el mercado español ha que-dado perfectamente abastecido. En 1900 éramos un paísdonde se estudiaba -y se continuó estudiando a lo largode medio siglo- el fenómeno del hambre. Nada de esosucede ahora. El espectáculo de los hambrientos noexiste entre nosotros. Además también se alteran los va-

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lores relativos de estos bienes agrarios. Suben notable-mente los piensos, porque ha aumentado la demanda deproteínas, así como la hortofruticultura. La profecía deFlores de Lemus parece cumplirse. En 1954, la relaciónde valor de la ganadería respecto al valor total del sectorprimario era del 23,8%; en 1992 era de un 40%.

La síntesis de estas tres primeras características esuna especie de respuesta sectorial muy positiva: con me-nos población activa se produce mucho máŭ y de mejorcalidad, aunque el crecimiento del sector vaya muy pordebajo de lo que acontece en la industria y los servicios.

Conviene incluir, como cuarta característica, lo queocurre espacialmente. Según la Encuesta de la Pobla-ción Activa del tercer trimestre de 1993, la España quetenía un porcentaje de población activa agraria igual osuperior al doble de la media nacional agraria suponíauna extensión de 153.327 kilómetros cuadrados, el30,4% del total de la superficie española. Viven en ellaun total de 6,5 millones de españoles, el 17% de nuestrapoblación. A1 contemplar esta España, aún reciamenterural, en un mapa vemos que está constituida por el blo-que galaico-leonés -toda Galicia, más las provincias deLeón y Zamora-, más, en el oeste, las.islas de Cáceres yHuelva; en el valle del Guadalquivir, el conjunto de Cór-doba y Jaén; en la Subpenibética, Almería; finalmente,cabalgando sobre la Cordillera Ibérica, el conjunto deCuenca y Teruel. En esta España reciamente rural se pro-duce, en 1991, el 31% del VAB al coste de los factoresdel sector primario.

Si agregamos a esta España aquellas provincias conun porcentaje igual o superior en su población activaagraria a la media nacional española, esto es, añadimosla España que puede considerarse aún rural en algúnsentido, la superficie sube a 398.937 kilómetros cuadra-dos, el 79% de la total de España, en los que viven 18,8millones de personas, el 48,7% de nuestra población. Se

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encuentran en ella, en primer lugar, todas las provinciasque no tienen costa, salvo dos núcleos: el central de Ma-drid, Guadalajara y Valladolid, y el del Valle del Ebro,con Zaragoza y Navarra. Además, se asoma al mar portoda la cornisa cántabro-atlántica, desde Pontevedra aCantabria, y por toda la atlántico-mediterránea meridio-nal -de Huelva a Murcia-, a más de Castellón y Tarra-gona. En ella se produce el 75% del VAB al coste de losfactores del sector primario.

Por tanto, también se puede decir que son demasia-das producciones físicas, demasiadas personas relaciona-das, directa o indirectamente con este sector, demasia-dos ámbitos geográficos como para poder ignorar suexistencia.

La quinta característica se relaciona con la tierracomo factor de la producción. La dinámica muestra unadisminución clara de las extensiones de secano, con unabandono de explotaciones agrarias de este tipo, mien-tras avanza el regadío. En 1959, en el Proyecto de desarrollode la región mediterránea, el conocido estudio preparadopara la FAO, se indica que se regaban 2,0 millones dehectáreas; en 1987 lo regado alcanzaba 3,1 millones dehectáreas. Claro que el citado Proyecto de desarrollo nosavisó que este crecimiento no era ilimitado. Consideróque su tope son los 4,5 millones de hectáreas.

La sexta de estas características es la aparición deeconomías de escala. Según IRYDA, son pocas las explo-taciones de secano en superficies concentradas con me-nos de 40 hectáreas, y se tiende a las 80 hectáreas. Aun-que, por las características de esas fincas españolas, lasmedias nacionales pierden mucha de su significación,no puede dejar de señalarse que una indagación en losGensos agrarios a partir del de 1962 muestra una ten-dencia clara al aumento de sus superficies, que podría-mos sintetizar en la duplicación de la parcela mediaespañola. Por otro lado, las fincas de más de 1.000 hectá-

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reas, que en 1962 suponían el 21,9% de la superficie, en1982 ya alcanzaban el 27%, mientras que las de menosde 50 hectáreas, de abarcar el 38,3% de la superficie pa-san al 28,5% en 1982. Hace ya años, José Manuel Na-redo nos habló de la tendencia clara, en los cereales deinvierno, hacia el aprovechamiento de las economías deescala, aunque las investigaciones más recientes de Car-los San Juan nos hagan pensar que, en ciertos tamañosno está tan clara la cuestión. Lo que sí es indudable esque se ha esfumado todo aquello que se decía, porejemplo, por el profesor Torres -y tenía fundamentoesta afirmación en los años cincuenta- de que la granfinca expulsaba capital y sólo podía cultivarse adecuada-mente con unas pésimas condiciones laborales de tiposocial, aparte de exigir sólo una elemental capacidadempresarial -recuérdese lo de las fincas de viudas-,para concluir recordando, igual que Jovellanos, a Plinioel Viejo con su Latifundia perdidere Italiam, jam vero pro-vincias, la famosa frase de la Historia Natural, libro 18, ca-pítulo 6. El mito del re^iarto, que tantas tensiones socialesy políticas y tantas perturbaciones económicas causó, seha esfumado. Por supuesto que la PAC ayuda a espan-tarlo definitivamente.

La séptima característica explica de un modo ade-cuado lo que de verdad nos sucede. En la función deproducción de la agricultura española se sustituye acele-radamente trabajo y tierra por energía, capital y activi-dad empresarial. El índice de consumo de abonos, en ki-los por hectárea, sube de 1970 a 1989 en un 78,5% ennitrógeno, en un 32,2% en P^05 y en un 75,8% en K10.En tractores, si damos el 100 al número de tractores en1955, en 1990 este índice es de 2.674; si medimos susCV, de 100 en 1955 se pasa a 4.908, con lo que es evi-dente el empleo más intenso de la energía. Sucede lomismo en motocultores. Se pasa en ellos de 100 en 1955a 32.634 en 1990, y si se miden los CV, de 100 en 1955 a

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121.400. Lo mismo encontramos en los estudios de con-sumo de energía eléctrica en el campo, o los gastos deconservación de maquinaria, o las cifras de motores fi-jos, o los desembolsos en tratamientos fitosanitarios.

Por supuesto, todo esto se acompaña de una octavacaracterística: una honda transformación de la ganade-ría. Es vieja, como se ha señalado, la profecía de Floresde Lemus, observando las tendencias del efecto renta enla economía española, expuestas por este economista enSobre una dirección fundamental de la producción rural espa-ñola. Pero es preciso introducir en ella el elemento queEnrique Barón aportó en su ensayo El fin del campesi-nado: avanzará más aquella ganadería en la que sea másfácil la sustitución del trabajo por energía y capital.Agreguemos que este avance en capital y energía supo-nía la decadencia de los animales que están ligados a laenergía de sangre: el caballar, asnal y mular. Estos tresefectos están detrás de un radical cambio en nuestra ga-nadería. En 1954 suponía el 23,8% del producto finalagrario; en 1990, el 38,3%. Naturalmente, el impulso dela demanda es bien visible como explicación de determi-nadas producciones. De 1970 a 1990, la producción dela carne en canal subió de 100 a 261,9%; la de leche, de100 a 160,4%, y la de huevos, en unidades, de 100 a115,4%. Como es natural, la cabaña sufre una hondatransformación. Para 100 en 1950, he aquí los índices de1990:

Vacuno .............................Lanar ...............................Caprino ............................Porcino .............................Gallinas (1987) ..... .. ....... .......Caballar (1988) .....................Asnal (1988 .........................Mular (1988) .......................

164,7147,1137,3599,7208,9

38,619,110,7

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Los tres grupos -por una parte, el porcino y la avi-cultura; por otro, el vacuno, lanar y caprino, y el tercero,el caballar, asnal y mular- son bien claros.

La novena es una dependencia externa creciente dela agricultura o, dicho de otro modo, que ésta ha acabadopor integrarse más íntimamente en la cultura capitalista-industrial que rige nuestra economía. Si en las TIOE ob-servamos los insumos intermedios utilizados por el sectorprimario, observamos que procedían, en 1958, en un63,3% del propio sector, y que en 1980 el porcentaje ha-bía descendido al 33,2%, mientras, claro es, aumentan losque proceden de la industria. Por supuesto que esto sedebe a la eliminación de una agricultura propia de comu-nidades muy pobres, con muy escasa productividad, ba-sada en los procesos biológicos más conocidos, tanto enla alimentación de los medios de tracción, como en la fer-tilización, la siembra, incluso la alimentación de la gana-dería productora de proteínas. Conviene señalar que estatransformación es lo que aventó definitivamente el ham-bre de nuestra patria, y que todo eso de la agricultura bio-lógica es un lujo para el sentido del gusto, nada más.Como se señaló con un conocido ejemplo por más de unexperto en desarrollo económico, para mostrar lo queesto significa basta pensar que la reina Isabel I de Inglate-rra usaba unas preciosas medias de seda, mucho mejoresque las actuales de la reina Isabel II; pero las chicas ingle-sas de entonces casi todas iban descalzas y harapientas, ylas de hoy, masivamente, van calzadas, bien vestidas y lle-van medias no muy diferentes de las de la reina Isabel II.

Este enlace industria-agricultura, por cierto casi in-existente en la TIOE-54, se relaciona de modo inme-diato con lo que sucede en la alimentación final; en1958, ésta provenía en un 47% directamente de la pro-ducción agraria y en un 53% de las industrias alimenta-rias; en 1980, estos porcentajes pasan a ser, respectiva-mente, de125,8% y de174,2%.

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La décima, y final, de estas características es el cam-bio radical experimentado en la situación de la agricul-tura en nuestro comercio exterior. Por una parte, la ex-portación de animales vivos, productos vegetales, grasasy aceites, productos de la industria alimentaria, y bebi-das y tabaco, sobre el total de las exportaciones, supo-nía, en 1965, el 48,44%, y en 1991, el 15,87%. Las impor-taciones, entre las mismas fechas, pasaron del 20,59% al12,25%. El cociente de los valores absolutos de exporta-ciones e importaciones se reduce notablemente. El in-greso comunitario de España el 1 de marzo de 1986 haalterado mucho más aún esta situación, acentuando ladependencia española respecto a la UE, como muestrael cuadro siguiente:

1985 1991

Tasa global de cobertura de alimentos. .... 113,90 84,30Tasa de cobertura de alimentos con la UE 289,20 125,55Importaciones de alimentos de la UE sobre

importaciones totales de alimentos... ... 20,54 52,00Exportaciones de alimentos a la UE sobre

exportaciones totales de alimentos...... 54,75 75,00

Lo que quieren decir estas diez características es bas-tante evidente: el sector agrícola es un sector que sabereconvertirse. Logró abandonar en un plazo muy brevelas características de la agricultura tradicional y ahorapugna por seguir adelante para superar el doble choquede la apertura exterior, tanto por su inserción en la PAC-que plantea retos muy serios a nuestros agricultoresproductores de remolacha, de lácteos, de carne, decereales- como por la presión que, a buen seguro, nodejará de provocarle la evolución derivada de la RondaUruguay del GATT, así como a lo que acabará supo-niendo la probablemente cada vez más intensa incorpo-ración magrebí en la economía europea.

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EL MAGISTERIO DE JOVELLANOS

Hace ahora dos siglos fue evidente que iba a cam-biar, de modo forzoso, la agricultura española enraizadaen el Antiguo Régimen, con instituciones caducas, ina-decuadas para las necesidades y los talantes que se plan-teaban, tanto a causa de la Revolución Industrial comopor la irrupción de las ideas liberales. Es el momento enque Jovellanos choca con la vieja situación en Mansillade las Mulas y consigna críticamente así en su Diario, re-firiéndose a esta localidad: «Antes 7.000 vecinos; hoy 120.tCómo, pues, tanta pobreza? Porque hay baldíos, porquelas tierras están abiertas, porque el lugar es de señorío delDuque de Alba, porque hay muchos mayorazgos y capella-nías... iOh, suspirada ley agraria!».

He subrayado los cuatro grandes motivos de cambioque ahí enuncia en maravillosa síntesis Jovellanos: elfreno que supone para la agricultura capitalista la exis-tencia de tierras comunales; la perturbación originadapor la Mesta, en una tensión Caín-Abel que ahora ha per-dido todo su sentido, pero que -recordemos a Caxa deLeruela y su Restauración de la abundancia de España o Pres-tantíssimo único y fácil reparo de su carestía general (1632),por ejemplo- a lo largo de toda la Edad Moderna habíasido objeto de polémicas sin cuento; los restos feudalesque unían propiedad y señorío, aparte de la institucióndel mayorazgo, que no dejaban de plantear cuestionesen los nuevos tiempos; finalmente, todo lo que se referíaa las manos muertas eclesiásticas, que clamaban por unaradical transformación, al concentrar una enorme canti-dad de tierra en su poder, sin que existiese en los propie-tarios capacidad adecuada para administrarla.

Jovellanos, enfrentado con todo esto, tan compli-cado al menos como lo que ahora acontece con nuestrarealidad rural, reaccionó del modo adecuado hace dossiglos. Recordemos aquello que escribió en el Informe so-

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bre el libre ejercicio de las artes: «Todo es ya diferente en elactual sistema de Europa. El comercio, la industria y laopulencia que nace de entrambas son, y probablementeserán por largo tiempo, los únicos apoyos de la prepon-derancia de un Estado, y es preciso volver a éstos el ob-jeto de nuestras miras, o condenarnos a una eterna yvergonzosa dependencia». Conviene indagar cómopudo analizar de un modo tan riguroso lo convenienteen una situación tan revolucionaria. Constituye tal análi-sis algo así como una especie de relectura de su vida yobra, para tratar de captar su magisterio permanente.

En este sentido deben destacarse, desde el punto devista económico, cinco aspectos fundamentales que tu-vieron importancia a finales del siglo XVIII y que man-tienen su plena vigencia dos siglos después. Es el primerola comprensión de que la economía -en su vertiente deciencia- es un instrumento indispensable para enten-der -y, en muchas ocasiones, para encontrar el desen-lace feliz- al que el profesor Olariaga llamaba dramasociaL Efectivamente, como señalaron Wilfredo Pareto,Alfredo Marshall y Trygve Haavelmo, en la ciencia eco-nómica pueden efectuarse multitud de planteamientoscientíficos, y su valor como tales nadie lo puede negar.Pero el único problema al que merece la pena dedicaratención es aquel que pretenda resolver, o al menos en-tender, ese drama social.

Jovellanos se enfrenta con él al llegar a Sevilla en1768, con 25 años, como Alcalde del Crimen de la RealAudiencia. A1 mismo tiempo, se integra en la célebretertulia de Olavide. Por lo primero toma contacto conlas situaciones criminales de la capital andaluza. Nos hadescrito a la perfección este ambiente Javier Varela ensu excelente Jovellanos (Alianza, 1988) :«Sevilla era en-tonces una capital de algo menos de 80.000 habitantes,cuya decadencia económica había culminado en 1717,al ser trasladado a Cádiz el centro administrativo del co-

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mercio de Indias. Una poderosa nobleza y un cabildonumeroso controlaban casi por completo la propiedadterritorial del viejo reino sevillano. Los pobres eran muynumerosos, quizá más del tercio de la población. No esde extrañar que la delincuencia fuese importante, y queesta situación estimulase la reflexión del joven magis-trado encargado de perseguirla».

La situación española vista por Jovino, o sea, Jove-llanos, es expuesta así a Arnesto -o sea, José VargasPonce, al que otras veces llama Poncio- en este «Es-tado de España bajo la influencia de Bonaparte en elGobierno de Godoy», cuando tras señalar que «noexiste, Arnesto, ya ni remembranza / de los claros valo-res» de otras épocas, cuyos recuerdos yacen envueltos«en polvo», prosigue con estas estrofas de estirpe queve-desca:

A su lado se ve el pálido miedo,la encogida pobreza,la indolente y estólida pereza,y la ignorancia audaz que con el dedoseñala a los pocos sabios,y con risa brutal cierra los labios... ... ... ... ... ... ... ... ... ...

En tanto España, flaca y amarilla,el ro^iaje arrugado,destrenzado el cabello, y a su ladopostrados los leones de Castilla,alza las manos bellasa los cielos, de bronce a sus querellas.Los telares desiertos, del aradoarrumbado el oficio,el saber sin estima, en trono el vicio,la Belleza a la ^iuja, Marte airado,sin caudillo las tropas...^ Tornan, Señor, los tiempos de don Opas ?

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Estas preguntas sobre los motivos de este desordensocial que enlaza crimen y pobreza, por un lado, y deca-dencia española, por otro, no las resolvían ni las noticiasque Jovellanos recibía de la jurisprudencia, ni las que lellegaban a través de una filosofía aristotélica que, evi-dentemente, le repugnaba. Jovellanos, iniciaba así su En-sayo sobre el estudio de la economía civil (1796): «De la obli-gación con que nace todo hombre de concurrir al biende sus semejantes nace la de consagrar sus luces a estegrande objeto; y ella ha dirigido la elección de mis estu-dios desde que estuvo en mi mano. En mi niñez y pri-mera juventud hube de seguir los métodos establecidosen las escuelas públicas, y los que conocen estos méto-dos saben que forzosamente habré malogrado en ellosmucho tiempo. Destinado muy temprano a un ministe-rio público, no fue menos forzoso cultivar con igual des-perdicio de tiempo la ciencia consagrada a él, porque eldesengaño de lo que hay inútil en la jurisprudencia nopuede venir sino de su mismo estudio... A este desen-gaño sigue naturalmente otro debido también a su estu-dio. Cuanto se ha reunido en él se dirige solamente a di-rimir las contenciones particulares según leyes, y nuncaa formar leyes para dirimir las contenciones. Sin em-bargo, una nación que cultiva, trabaja, comercia, na-vega; que reforma sus antiguas instituciones, y levantaotras nuevas; una nación que se ilustra, que trata de me-jorar su sistema político, necesita todos los días nuevasleyes, y la ciencia de que se deben tomar sus principios yel arte de hacerlas según ellos son del todo forasteras anuestra común jurisprudencia».

Por eso, prosigue Jovellanos, «esta convicción dio amis estudios una dirección más determinada; porque co-rriendo los grandes y diversos conocimientos que re-quiere la ciencia de la legislación, hube de reconocermuy luego que el más importante y esencial de todos erael de la economía civil o política; porque tocando a esta

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ciencia la indagación de las fuentes de la pública pros-peridad, y la de los medios de franquear y difundir susbenéficos raudales, ella sola es la que debe consultarsecontinuamente para la derogación de las leyes inútiles operniciosas, y para la formación de las necesarias o con-venientes. Ella (la Economía Política), por consiguiente,debe formar el primer objeto de los estudios del magis-trado, para que, consultado por el gobierno, pueda ilus-trarle, presentando los medios de labrar la felicidad delEstado».

Estas ideas proceden de la tertulia del Asistente donPablo de Olavide. En la famosa Noticia de los principaleshechos de la vida del Autor -o sea, de Jovellanos- for-mada sobre las Memorias que escribió para este objeto donAgustín Cean Bermúdez, y otros documentos e informes fidedig-nos que se tuvieron a la vista, se recuerda que en tal tertu-lia «se trataban asuntos de instrucción pública, de polí-tica, de economía, de policía y de otros ramos útiles alcomún de sus vecinos y a la felicidad de la provincia».Olavide apoya sus «principios y axiomas de estas cienciasen obras y autores extranjeros, que por ser nuevos nohabía visto Jovellanos», y«estando muchos de ellos eninglés, aprende éste con prontitud y aplicación su idio-ma».

Sabemos -y Perdices, en su excelente Pablo de Ola-vide (1725-1803). El Ilustrado (Editorial Complutense(1993), nos lo acaba de ratificar, tras la serie de investi-gadores que siguen la primera noticia de Julio Somoza,como Estapé, por ejemplo, aparte de la ficha de Fran-cisco Aguilar Piñal en su Biblioteca de Jovellanos (1778)(CSIC, Instituto «Miguel de Cervantes» , 1984)-, queJovellanos tradujo en 1775, el célebre Ensayo sobre la na-turaleza del comercio en general de Cantillon. Su texto sedebatió ampliamente en la tertulia. Antes, en 1772, ha-bía extractado las Meditazioni sull'economia política, delconde Pietro Verri, un funcionario de aquella magnífica

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administración austríaca de María Teresa en Milán. Verries el precursor de Bentham con su Discorsi di argomento fi-losofico (1781), donde plantea multitud de cuestiones re-lacionadas con la contraposición de placer y dolor. Sucálculo -muy anterior, como se ve, al punto de vista deJevons- está relacionado con una noción muy clara delequilibrio económico, como dice Schumpeter al analizarsu figura en su Historia del Análisis Económico. Para este in-vestigador, Verri, en todo este asunto, más está «por en-cima que por debajo de A. Smith», aparte, añade, de que«fue además un auténtico económetra -ha sido, porejemplo, uno de los primeros economistas en construiruna balanza de pagos-, o sea, que supo tejer la investi-gación factual y la teoría en un tejido coherente: Verrihabía resuelto felizmente para sí mismo un problemametodológico que inquietó luego a generaciones de eco-nomistas». Por tanto, cuando a Verri y Cantillon se sumaSmith, impresiona el acierto de Jovellanos en la bús-queda de sus maestros. Debo insistir en esto, porquecuando se leen reivindicaciones de pensadores porque si-guieron en España el absurdo sendero de un Henry Ge-orge, por ejemplo, como es el caso de Costa, debemosponernos en guardia. También para el trabajo en econo-mía y su rendimiento rige el principio durísimo de la in-formática: «Garbage in, garbage out», o sea, «si introdu-cimos basura, obtendremos basura» en los resultadoscientíficos de estos economistas. Lo contrario también escierto. Pero esta inclinación al idioma inglés y a la econo-mía, por fuerza que tendrían que orientarle, desde elprincipio, hacia Adam Smith y el pensamiento clásico.Cean lo ratifica de algún modo cuando señala cómo conel inglés y con unos conocimientos precisos de literatura,humanidades y bellas artes, «se decidió a entablar el plande sus nuevos estudios, dirigidos principalmente hacia laciencia económica, por considerarla como única y capazde formar un sabio magistrado».

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Por consiguiente, ya tenemos dos aspectos de Jovella-nos que sirven perfectamente para estos tiempos. Enprimer lugar, sin conocer la economía, la esterilidad y eldesorden aguardan a todo reformista de la sociedad. Ensegundo término, necesitamos enfrentarnos con la cien-cia económica con seriedad; esto es, manejando susfuentes principales y orientando el estudio, con muchorigor, hacia las aportaciones esenciales.

Por supuesto que la biblioteca de Jovellanos en Sevi-lla tiene que haberse constituido, como señala Javier Va-rela al estudiar el catálogo de Aguilar Piñal, de modofundamental como «la biblioteca de un jurista, aficio-nado al cultivo de las bellas letras y de la historia». Peroexiste en medio de todo eso un ímpetu hacia la cienciaeconómica y la literatura defensora del liberalismo polí-tico que la convierte en muy semejante a las que, segúnValentín Andrés Alvarez, en aquella época procurabantener los hidalgos asturianos y que, tanto en un casocomo en otro, ignoraban los controles de la Inquisicióny de cualquier Index librorum prohibitorum. No es posible,de otro modo, explicar la fuerza con la que, desde lossucesos de 1808 -motín de Aranjuez y 2 de mayo- sedifunde la mentalidad liberal y, en el caso concreto deAsturias, la importancia que tuvieron los doceañistas yotros defensores del constitucionalismo, desde Riego aPidal.

Inmediatamente aparece el tercer aspecto. tTodoeso proporciona algún sólido punto de apoyo para la ac-ción, o se trata sólo de una inicial acumulación de noti-cias? Ese fulcro lo halla en La riqueza de las naciones, deAdam Smith, tan sistemática y ansiosamente leída porJovellanos, como sabemos por su Diario. En este libro sehabía topado con el famoso teorema de la mano invisi-ble. Como se lee en la traducción de Carlos RodríguezBraun de esta obra de Smith (Alianza, 1994), «no es labenevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero

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lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado queponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos asu humanidad, sino a su propio interés, y jamás les ha-blamos de nuestras necesidades, sino de sus ventajas». Ymás adelante dirá Smith que el individuo, por regla ge-neral, «ni intenta promover el interés general ni sabe enqué medida lo está promoviendo... A1 orientar esa activi-dad de manera de producir un valor máximo, él buscasólo su propio beneficio, pero en este caso, como enotros, una mano invisible le conduce a promover un ob-jetivo que no entraba en sus propósitos. El que sea asíno es necesariamente malo para la sociedad. A1 perse-guir su propio interés frecuentemente fomentará el dela sociedad mucho más eficazmente que si de hecho in-tentara fomentarlo. Nunca he visto muchas cosas buenashechas por los que pretenden actuar en bien del pue-blo».

La lección recibida fue bien aprendida. Con autén-tico gusto literario lo expresará así Jovellanos haciendouna elegante alusión metodológica a Newton: «Pero ^esposible, me decía yo, que no haya un impulso primitivoque influya generalmente en la acción de todas estascausas y que produzca su movimiento, así como la grave-dad, o sea, la atracción, produce todos los movimientosnecesarios en la naturaleza?».

Ese principio o impulso primitivo es, como queríaSmith, el interés personal. Por eso Jovellanos defenderáque «aquella continua lucha de intereses que agita a loshombre entre sí, establece naturalmente un equilibrioque jamás podrán alcanzar las leyes».

De ahí que en el Informe de la Sociedad Económica deesta Corte al Real y Supremo Consejo de Castilla en el Ex^ie-diente de Ley Agraria (Sancha, 1795), extendido por Jove-llanos, se lea en su párrafo 18: «Los celosos ministrosque propusieron a V. A. sus ideas y planes de reforma enel expediente de Ley Agraria, han conocido también la

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influencia de las leyes en la agricultura, pero pudieronequivocarse en la aplicación de este principio. No hay al-guno que no exija de V. A. nuevas leyes para mejorar laagricultura, sin reflexionar que las causas de su atraso es-tán por la mayor parte en las leyes mismas, y que, porconsiguiente, no se debería tratar de multiplicarlas, sinode disminuirlas: no tanto de establecer leyes nuevas, co-mo de derogar las antiguas».

Es impresionante esta frescura argumental que desdehace dos siglos nos pone en guardia frente a intervencio-nismos, y que en España tuvo un relevo famoso en aque-llas otras frases de Flores de Lemus en 1929, en el Dicta-men de la Comisión del Patrón Oro, cuando escribe: «Elprogreso económico realizado en el mundo desde el úl-timo tercio del siglo XVIII es inmensamente más grandeque el de toda la historia anterior de la Humanidad. Esecolosal avance se debe, en lo fundamental, al estableci-miento de organizaciones económico-políticas basadas enla libérrima iniciativa de los empresarios. Se ha formadode este modo una psicología de los hombres directoresde empresas que no admite otra norma que su propia vi-sión del negocio, ni más condición que la de hallarse dis-puesto a tomar sobre sí las consecuencias de sus actos,cualesquiera que ellas sean». Por eso, prosigue, «acon-tece que ese espíritu se encoje y cohibe si ha de sometersus iniciativas a instancias burocráticas o semiburocráti-cas. Es manifiesto... que desde la creación del nuevo Mi-nisterio de Economía hay en las decisiones correspon-dientes cierto espíritu liberal. Pero se trata de unacuestión de principios que no puede resolverse en unmás o en un menos. Mientras la economía de la indus-tria y del comercio se halle en régimen de expediente,como en los tiempos de decadencia del viejo mercanti-lismo, no se puede pensar que anime a los empresariosel espíritu que nació justamente de la abolición de aquelrégimen».

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Un cuarto aspecto debe entrar inmediatamente enacción, porque podría creerse que esta defensa de la li-quidación de las leyes puede conducir hasta la propia li-quidación del Estado, como si Jovellanos defendiese unpunto de vista anarquista. Nada de eso; lo que defiendeel economista asturiano es que el Estado sea beligeranteen dos sentidos: defendiendo, como años después solici-tará Eucken, un orden de la competencia y, por otrolado, como consecuencia de que la revolución industriales una realidad, creando las bases para que sus benefi-cios puedan llegar a España, esto es, eliminando los obs-táculos al desarrollo económico.

Para lo primero, dado que la española era una socie-dad esencialmente agrícola en aquellos tiempos, es pre-ciso proporcionar un impulso a la producción rural. En-tonces existía uña presión demográfica importante. EIcrecimiento de la población a lo largo del siglo XVIII enlas regiones de la periferia fue de un 50%, y en el inte-rior, de un 30%. La demanda de alimentos garantizabala rentabilidad de las empresas agrarias. Como señalaAnes y sintetiza Javier Varela, «al aumento de la deman-da de productos alimenticios que esta tendencia pro-voca, los propietarios responden, por lo general, con laextensión de los cultivos, no con la introducción de nue-vas técnicas y procedimientos agronómicos. El absen-tismo siguió siendo la norma, sobre todo en las grandesheredades, y los cultivadores directos, arrendatarios yaparceros, no gozaban de suficientes estímulos para me-jorar sus comportamientos tradicionales. En cualquiercaso, la coyuntura de la demanda produjo un alza nota-ble de los precios agrarios, y la población en auge ori-ginó una presión sobre la tierra que se tradujo en uncrecimiento sostenido de la renta».

Como es la extensión, y no la intensidad, lo quepuede resolver este problema, inmediatamente nos to-pamos con unos considerables frenos determinados,

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muy en primer lugar, por los bienes de la nobleza y delclero -éste poseía, según Miguel Artola, un 15% de latierra y casi un 25% de la producción-, pues con la ins-titución del mayorazgo y al ser beneficial la mayor partede la propiedad eclesiástica, se restringía muchísimo laoferta de tierra. Vinculaciones y manos muertas estándetrás de ese crecimiento del valor de la tierra, que, alser el principal factor de la producción en aquel enton-ces, traba las posibilidades productivas más importantes.Por eso, en el Informe en el Expediente de Ley Agraria,Jovellanos sitúa en el primer lugar de los males de laagricultura, en los párrafos 153 a 155, «el encareci-miento de la propiedad», generada -párrafo 151-,porque se saca continuamente propiedad territorial delcomercio y circulación del Estado, al encadenarse «a laperpetua posesión de ciertos cuerpos y familias, que ex-cluyen para siempre a todos los demás individuos delderecho de aspirar a ella, y que, uniendo el derecho in-definido de aumentarla a la prohibición absoluta de dis-minuirla, facilitan una acumulación indefinida, y abrenun abismo espantoso que puede tragar con el tiempotoda la riqueza territorial del Estado». Lo corrobora Jo-vellanos con dos citas. Una, del Tratado de la regalía de laamortización de Campomanes (1765); la otra es el textocon que el defensor del Reino de Galicia abría su alega-ción en el expediente de foros, y que se titulaba La razónnatural por el reyno de Galicia: «Casi todo el suelo de Gali-cia, con la jurisdicción en primera instancia, se halladesmembrado de la Corona: casi todo viene a estar enpoder de comunidades, iglesias, monasterios y lugarespíos, y el resto en el de grandes, títulos y caballeros dedentro y fuera de la provincia. Este mal es tanto más no-table, cuando que se trata de una provincia que ali-menta la décima parte de la población del Reino».

La explicación del encarecimiento de la tierra en Es-paña es evidente: «Las tierras, como todas las cosas co-

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merciables, reciben en su precio las alteraciones, queson consiguientes a su escasez o abundancia, y valen mu-cho cuando se venden pocas, y poco cuando se vendenmuchas... Que las tierras han llegado en España a unprecio escandaloso; que este precio sea un efecto natu-ral de su escasez en el comercio, y que esta escasez se de-rive, principalmente, de la enorme cantidad de ellas queestá amortizada, son verdades de hecho, que no necesi-tan demostración». Compárese, continúa, con lo queocurre en los Estados Unidos de América, que se habíaconvertido en un país fuertemente exportador de pro-duetos agrícolas -trigo, cebada, maíz, avena, trigo mo-risco, arvejos y habas, patatas, arroz, tabaco, bebidas des-tiladas de granos, harina y galleta- a los puertos máslejanos -desde Filadelfia se exportaba arroz a Constan-tinopla- a causa de la facilidad de adquirir la propie-dad territorial en aquel país nuevo.

Los remedios, como es natural, tendrían que ser con-gruentes con las causas, y corresponde a los poderes pú-blicos su cambio. Lo mismo sucede con los frenos al de-sarrollo industrial que Jovellanos muy especialmenteestudia en Asturias. En el fondo su enseñanza -mejorade las infraestructuras de comunicaciones y educaciónadecuada para el desarrollo, al efectuarse una intensacapitalización en hombres- constituye un repertorio demensajes, portentosamente moderno, como es notorio.La cuestión de la carretera de Castilla, el Real Institutode Náutica y Mineralogía de Gijón y los planes de Jove-llanos para cambiar los métodos pedagógicos de la Uni-versidad de Salamanca de modo profundo, son pruebasuficientemente importante de todo esto.

Queda un quinto aspecto que sitúa a Jovellanos enposición actualísima: su sensibilidad extraordinaria antela corrupción. Era ésta muy general en el reinado deCarlos IV, y Godoy más aceleró esa atmósfera mefíticaque la limpió. Jovellanos llegó a ser ministro de Justicia

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con el Príncipe de la Paz. Reaccionó con viveza contratodo aquello por dos motivos. El primero, por propia es-timación. Jovellanos en cuestiones de moral tenía unpunto de jansenista o puritano, que siempre lo hacemuy simpático. Chocaba continuamente con el posibi-lismo de su protector Campomanes -más vale aceptar ytransigir, ocupar puestos políticos importantes y, desdeellos, transformar, para que el futuro fuese mejor, perosin condenas radicales- y con su amigo Cabarrús, dis-puesto a enriquecerse con los fallos del mercado queoriginaba esa situación corrompida.

Jovellanos, como se mostró en la indagación inquisi-torial sobre Olavide, tenía valentía -su lema podría serel de Séneca, en Medea: Fortuna fortes metuit, ignavos ^iremi^y era esclavo de la lealtad. Por eso no dejó de actuar demanera rectilínea, sin ceder, ni ante las corruptelas enprovisión de cargos que pretendían los reyes, el valido 0los grandes personajes de la Corte, ni inclinarse ante losevidentemente corrompidos como Godoy. El mismo Jo-vellanos nos ha contado por escrito la escena, que trans-curre en el Real Sitio de El Escorial cuando llega a élpara tomar posesión del referido alto cargo: «Nos apea-mos en la casa del Ministerio. No se puede evitar el veralgunas gentes: entre otras Lángara, luego su mujer.Conversación con Cabarrús y Saavedra... Todo amenazauna ruina próxima que nos envuelve a todos. Crece miconfusión y aflicción de espiritu... El Príncipe de la Paznos llama a comer a su casa; vamos mal vestidos. A sulado derecho, la princesa, al izquierdo, en el costado, laPepita Tudó... Este espectáculo (de contemplar con Go-doy a la esposa y a la querida juntas, almorzando en pú-blico) acaba mi desconcierto... Mi alma no puede su-frirlo. Ni comí, ni hablé, ni pude sosegar mi espíritu...Huyo de allí, y estuve toda la tarde inquieto y abatido,queriendo hacer algo y perdiendo el tiempo. Por la no-che pasé a la Secretaría de Estado, donde tuve una con-

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versación acalorada con Cabarrús y después con Saave-dra, sobre mi repugnancia a abrazar el Ministerio. Mefui a mi cuarto, y pasé la noche sin dormir, en el colmodel abatimiento».

Pero Godoy era lo suficientemente cínico para sobre-llevar eso, si a cambio disponía del prestigio de Jovella-nos en aquel Gobierno de 1797-1798. En sus Memorias,el Príncipe de la Paz dice de Jovellanos que «abundabaen los principios de una estrecha y severa filosofía». Lacausa de la desgracia política del gran asturiano, que noconcluirá hasta que Carlos IV lo encierre, pero sin expli-car los motivos, en el castillo mallorquín de Bellver, másbien creo, con Anes y Varela, quien se apoya, a su vez, enlos Recuerdos de Lord Holland, que radica en la resisten-cia del nuevo ministro a acceder a las recomendacionesde los reyes tanto para plazas eclesiásticas, como parapuestos judiciales. Varela recoge esta anécdota, sin ava-lar su veracidad, pero sí su congruencia con el carácterdel gijones: «En una ocasión preguntó a la reina sobreel lugar en que un recomendado suyo había aprendidolos saberes que le capacitaban para la magistratura. `Enla escuela donde usted ha aprendido cortesía', le res-pondió María Luisa».

Personalmente, Jovellanos fracasó. Cabarrús, Campo-manes, Saavedra tenían razón. Nacionalmente, no. Lospueblos necesitan siempre que existan personas ejem-plares, puntos de referencia para vivir con dignidad.

Dos siglos después de aquella vida aún resplandecesu quíntuple mensaje. Es preciso tener muy en cuenta laeconomía si se quiere aliviar la situación de un país; esnecesario para eso buscar los grandes maestros, no de-jarse engañar por arbitristas, por demagogos y falsarios;en economía es preciso actuar siempre con la convic-ción de que la pieza clave es el teorema de la mano invi-sible de Smith, y el enemigo mayor, la sustitución de lalibertad económica por la coerción; la base de la política

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económica es defender el orden de la competencia ymovilizar al Estado para que, de manera eficaz, auxilielas inversiones básicas, así como haga avanzar la educa-ción y tenga una Administración honesta y eficaz; final-mente, no existe carcoma para la estabilidad económicacomo la corrupción.

Es evidente que también para 1994 nos sirven losmensajes de don Gaspar Melchor de Jovellanos. Agre-guemos, porque pueden merecer meditación, sus últi-mas y angustiadas palabras, cuando fallece en Asturias,en Puerto de Vega en la tarde del 27 de noviembre de1811, en plena guerra de la Independencia: «iNaciónsin cabeza! iDesdichado de mí...!».

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