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Juanita, tejedora

de sueños y bellas

tradiciones.

Juana Riz

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Colección: Materiales Educativos No. 26 , Serie: Castellano No. 10 Area: Literatura Infantil Directora de la Colección: Guillermina Herrera Peña Editor: Ricardo Enrique Lima Soto Corrección y Estilo: lngrid Estrada Ilustración y Diagramación: Mayra E. Fong Rodríguez

© 1992 Universidad Rafael Landívar

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A Angelito, en quien represento la mente pura y la facultad que tienen los niños de entender el

mundo sin prejuicios.

Las historias que el lector ahora tiene entre sus manos, representan los valores encarnados en las vidas de nobles mujeres reales, que han sabido construir su existencia sobre la base de una entrega total a la comunidad, a la cultura y a la tradición.

La intención de estas narraciones cortas e ilustradas, es la de posibilitar la recreación de los valores hechos acto en la mente y la imaginación de la niñez guatemalteca para que los hagan propios en un ambiente de identificación natural -en el caso de la niñez mayahablante-y en un ambiente de comprensión de las culturas que conviven y conforman nuestra nación -en el caso de la niñez castellanohablante.

El conocimiento de los elementos y valores que constituyen a las culturas, significa la posibilidad de comprender objetivamente el mundo humano y su consecuencia en las relaciones de respeto y dignificación de la persona humana.

Ricardo E. Llma S.

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J ·t Texto: Ricardo Lima Ilustraciones: Mayra Fong u a n I a '

tejedora de sueños

y bellas tradiciones.

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Sobre el lejano valle de Pa Mak'a' alumbraban, aquella noche, todas las estrellas y la luna llena. La villa de Zacu.alpa, y sobre todo, su iglesia blanca y muy alta, lucían hermosas y serenas en el noroccidental departamento de El Quiché.

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En casa de don Manuel García y doña Petrona Hernández, no muy lejos de la villa, todo era alegría: yo, su pequeña hija, a quien llamaron Juana, había nacido sana y robusta, y ahora lloraba exigiendo mi alimento.

Era el día Kajib' Aj, considerado un "día bueno" en el calendario maya-k'iche'. Un "día bueno" significa, según esta tradición, que quien ha nacido en él, será una persona saludable que vivirá muchos años al servicio de los demás miembros de la comunidad.

En cuanto amaneció, mi familia se preparó para empren­der la caminata hacia Zacualpa, donde celebraría la ceremonia de mi bautismo. Por el camino, las aves se alborotaban y cantaban bellísimos trinos como si ellas también celebraran conmigo el advenimiento de mi ser junto a Dios. [~\ .

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Años más tarde, en compañía de mis hermanas mayores y a la vista de mi madre, yo colaboraba en la preparación de la comida y en la limpieza de la casa. Mi padre salía desde muy temprano a trabajar en el campo con sus herramientas y el almuerzo que nosotras, sus hijas, le habíamos preparado.

Avanzada ya la mañana salíamos, mi madre y mis dos hermanas, hacia el patio frontal de la casa donde nos acomodábamos para dedicarnos a tejer. Yo, por entonces de ocho años de edad, me sentaba al lado de mis hermanas, quienes tenían la responsabilidad de enseñarme a tejer las piezas pequeñas y menos complicadas, como pañuelos, cin­tas para adornar la cabeza, fajas y paños.

Para mí era como un juego. Me gustaba especialmente el trabajo que hacía con el devanador. En él colocaba el hilo que venía en forma de trenza y comenzaba a formar una madeja --como una pelota- por medio de tirar de una punta del hilo y enrollarlo, poco a poco, en la madeja que se formaba, la cual sostenía con la otra mano. Lo que más me divertía era el movimiento circular que efectuaba el devanador conforme

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tiraba del hilo -simulaba en mi mente el movimiento de un carrusel de caballitos en la feria.

Una tarde me anunció mi padre que yo ya estaba en edad para ayudarlo a cuidar el pequeño rebaño de ovejas:

-:Juanita -me dijo mi padre - ahora que ya estás más grandecita voy a necesitar que cuidés nuestras ovejas.

-Sí, papá -contesté yo.

La obediencia es un factor muy importante en la educación de nosotros los niños mayas, por lo que, desde ese día, me acostumbré a caminar solitaria por prados y abrevaderos sin más compañía que el cayado, el pequeño telar de palitos -con el que tejía mientras el rebaño pastaba- y las ovejas, con quienes yo hablaba; a prendí a distinguirlas, les di nombres y las hice mis amigas.

Cumplí así, desde pequeña, con dos importantes funciones para la economía familiar: pastorear las ovejas y continuar con la elaboración de tejidos.

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Cada tres meses ayudaba a mi padre con la obtención de la lana. Ayudaba a sujetar las ovejas y a amarrarles las patas. Luego, él se acercaba y procedía al trabajo del trasquilado: con unas tijeras grandes iniciaba el corte de la lana -hasta dejar a las ovejas con la piel a la vista- pero con mucha delicadeza para no dañarlas.

Así acumulábamos varios canastos con lana cruda y nos encaminábamos, esta vez con todos los miembros de la familia, a limpiar la lana al río. Debíamos quitarle todas las impurezas, como polvo, mozotes y pedazos de arbustos; además, debíamos quitarle la grasa natural que contenía. Este proceso de lavado era tardado, pero necesario; de no hacerlo bien, la lana no podría cardarse -es decir, convertirla en hilo-y por tanto, no podría emplearse para tejer las piezas de

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Arribé a la adolescencia, llena de actividades y con muchas ganas de seguir aprendiendo cosas nuevas. Una mañana, mientras cuidaba del rebaño, vi acercarse a una

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persona que, a su vez, pastoreaba a otro rebaño. Era rm abuelo. Al llegar a mi lado dijo:

-Hola querida Juanita, ¿cómo has estado, mija? -Bien, abuelito, y ustedes, ¿qué tal?- contesté cariñosa. -Mijita, vengo a pedirte un favor - replicó mi abuelo. -Diga usted, abuelito ... -Tengo algo que hacer en el pueblo y quiero pedirte que

cuidés mis ovejas por este día. Cuando atardezca las metés al corral, por favor.

Asentí y, al despedirme, di un beso al abuelo. Al notar su paso inseguro y lento vi, con ternura, como se alejaba.

La tarde transcurrió sin dificultades. Devolví las ovejas de mi abuelo y las ingresé al corral. Entonces noté que se me había hecho un poco más tarde que de costumbre. El abuelo no había regresado aún, por lo que decidí emprender ~ola el camino a casa.

El sol ya se había ocultado detrás de las montañas. Una tenue luz rojiza iluminaba el camino, pero yo lo conocía bien.

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Guiaba a las ovejas con normalidad cuando, entre unos matorrales, escuché un sonido extraño. Inmediatamente mi piel se erizó y noté que mis manos sudaban: "Debe ser el Q'ab'altz'um", pensé. Mi padre me había explicado sobre estos nahuales infernales que tomaban el cuerpo de coyotes, perros, chivos ... y que hacían sus fechorías con labradores y pastores que mostraban temor al escucharlos. Me decía que eran hombres que habían muerto en pecado y que no aceptaban dejar este mundo. Entonces reaccioné: sin dejarme dominar por el miedo, alcé mi cayado tan alto como pude y comencé a correr mientras gritaba hasta más no poder ... Con mi cayado golpeé la maleza sin dejar de gritar. Caí agotada por el esfuerzo realizado y permanecí así unos segundos, porque sabía que había vencido ... Respiré profundo y continué mi camino con paso ligero aunque tranquilo, por la buena suerte que me había asistido.

Había demostrado ser una joven valiente. En cuanto se lo conté a mi padre, éste me abrazó, me alzó en sus brazos y manifestó lo orgulloso que estaba de mí.

Con el tiempo, mi dedicación y práctica, me iniciaron en

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la elaboración de piezas mayores: tzutes, güipiles, perrajes. No era tan sencillo, por supuesto. Debí acostumbrarme a amarrar bien el telar a un árbol o a una viga de la casa, sujetarlo a mi cintura por medio del mecapa!, estirarlo completamente y mantenerlo tenso --que era lo más difícil-. Sin embargo, lo más complicado era mantener balanceado el tejido y maniobrar, al mismo tiempo, las herramientas de madera -palitos­imprescindibles para elaborar el tejido.

Con mucha habilidad y precisión, llegué a dominar la cuenta exacta de hilos que deberían permanecer en posición vertical, así como los que debería cruzar en la posición horizontal. Ello requirió de una magnífica memoria y de no menor experiencia; sobre todo si se toma en cuenta que cada pieza cuyo uso sea distinto al de otras piezas, necesariamente será diferente en número y orden de los hilos, y así también en los adornos decorativos.

Ingresé a la vida adulta y formé mi propio hogar. De acuerdo con tradiciones muy antiguas, mi padre me había comprometido en matrimonio desde hacía muchos años con el hijo de un amigo muy a preciado por la familia. El muchacho

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se llamaba Juan, y ambos aceptamos la voluntad de nuestros padres. Este matrimonio sellaría para siempre un estrecho lazo de unión entre nuestras dos familias.

Construimos nuestra casa en Chi Waq'al, la misma aldea que habitaban nuestros padres y abuelos. Allí procreamos cinco hijos: María, Tomasa, Petrona, Gregario y Santos. Me convertí, entonces, en la principal transmisora de nuestra cultura: la cultura k'iche'. Nuestros hijos aprendieron de mí el idioma, las costumbres, las tradiciones, los valores y las actividades productivas. En una frase, les transmití los conocimientos suficientes para interpretar y comprender el mundo; lo que les serviría para saber quiénes eran y cómo deberían vivir: les enseñé a ser miembros de la comunidad maya de Guatemala.

Años más tarde, nos vimos en la necesidad de trasladar nuestra residencia de la aldea Chi Waq'al a la aldea Tunajá -más cercana a Zacualpa. Fue aquí donde llegué a realizarme plenamente como persona. Muchos vecinos piensan que yo influí y cambié las costumbres y la vida de toda la comunidad.

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En la aldea Tunajá, en ese tiempo, no se tejía. Los habitantes de esta aldea se ganaban la vida por medio de la confección de otras artesanías: canastos, esteras y carnales de barro. Sin embargo, cuando me instalé en mi nuevo hogar, comencé a recibir la visita amistosa y un tanto curiosa, de algunas mujeres vecinas.

Mis hijas y yo las recibíamos con toda cortesía y conversábamos con ellas, pero sin dejar de trabajar en nuestros tejidos. Así se interesaron muchas de ellas en esta labor y el patio de la casa se convirtió en una verdadera escuela. Nos otras jamás demostramos actitud egoísta; por el contrario, estimulamos a las mujeres, que día a día se acercaban entusiasmadas, a aprender el arte del tejido.

Hoy en día, cualquier hogar de la aldea Tunajá es un pequeño centro de producción artesanal. Con ello se ha mantenido viva la tradición del bellísimo güipil que distingue a la mujer zacualpense de las mujeres de otras comunidades. Además, les he enseñado que la elaboración de tejidos no tiene solamente una importancia en la economía familiar; estoy convencida de que el vestido de la familia, que ha sido

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elaborado por sus propios miembros, conlleva un ingrediente que no puede tenerlo ningún vestido hecho por alguien desconocido: cariño. Con ello se logra que adonde vaya la familia, se sentirá acompañada, confiada: se sentirá amada.

Hoy, a mis setenta y seis años, estoy sentada en una pequeña saliente del ·corredor frontal de mi casa, bajo una sombra parcial y oblicua, con la mirada fija, silenciosa, y con mis manos y mi amor por la vida en un perpetuo movimiento de armonía hacia el mundo y mi pueblo.

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Este libro fue realizado con el apoyo económico del Gobierno de los Estados Unidos a través de la Agencia para el Desarrollo Internacional -AID-.

lmpre,o en Guatemala por: Editorial KAMAR, S.A.

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~~. 4a. Avenida M3, Zona 1