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l. La ciencia de la ética 1. Delimitación del tema La ética es el estudio de la moral en todas susdiversasmanifestaciones. La moral es uno de los más altos o más avanzados modos de armo- nización,y puede surgir sólo después de que los modosmás tempranas se hayan preparado para ellaa travésde una larga evolución. Es el esfuer- zo de seres inteligentes y previsores por estable- cer ordeny estabilidad en sus vidas individuales, y por habitar en concordia con las innumerables criaturasde su propia especie y de las otras espe- cies con quienes comparten la Tierra. Los seres moralesrealizan este objetivo en la medida en que tengan éxito coordinando todos los detalles de sus vidas en un sistema coherente, y al ajustar losresultantespatrones individuales de conducta enunpatrónsocial comprehensivo que reduzca a unmínimola lucha entre seres vivientes y,.en lo posible,permita a cada uno alcanzar la perfec- ciónque por naturaleza le corresponde. Así, vis- ta ampliamente,la moral es el esfuerzo de la ar- monizaciónpor mitigar, mediante agentes au- toconscientes,los conflictos que surgen por do- quiercomo efecto secundario de la misma uni- versalidaddel impulso hacia la armonía o el or- den. La ética es el estudio de los impulsos que conducen a este esfuerzo, de los métodos que emplea,y de los fenómenos que provoca. Desde el principio parece necesario fijar cuálesson los límites de la moral con otros mo- dos avanzados de armonización, y definir su re- lacióncon ellos. Esta tarea no es fácil, pues están estrechamenteasociados. Por un lado se confun- de con las artes; por otro, íntimos lazos la unen con la religión. Pero ningún arte particular, ni to- dos juntos, son capaces de efectuar esa articula- ción y esa coordinación de todas nuestras activi- dades sin las cuales nuestros más devotos esfuer- zos en campos limitados pueden llevar a la dis- cordia y la frustración, en lugar de a la prosperi- dad y felicidad que ellos están destinados a pro- mover. Este intento de regular y coordinar es esencialmente un esfuerzo moral; por lo tanto, la ciencia de la moral ocupa un grado superior que el de cualquier arte especial, y debe asignar a ca- da arte su lugar dentro del programa completo de la vida humana. Así como está por encima de las artes, la moral ocupa un grado inferior que el de la reli- gión en la jerarquía de las actividades humanas; pues, mientras que el esfuerzo moral, en su for- ma más inclusiva, hace lo posible por armonizar nuestras relaciones con todos los seres que nos rodean, la religión procura afinar nuestra vida in- terior con un todo abarcador. La meta primaria de la moral es la armonía práctica, la de la reli- gión es la armonía espiritual; y sin embargo es- tán tan íntimamente ligadas que es difícil desa- nudarlas. Reprimida por miedo a la ley escrita, la censura social o el castigo sobrenatural, una per- sona puede dirigirse con una perfecta corrección hacia otra que odia y a quien desea perjudicar; sin embargo, según la opinión de muchos filóso- fos, tal conducta no es verdaderamente moral, a pesar de su rectitud superficial. Y si es difícil cultivar una conducta irreprochable en ausencia de una actitud mental correcta, es imposible al- canzar esa penetrante armonía interior, meta de la religión, sin relaciones externas armónicas. Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (95-96), 15-27,2000

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l. La ciencia de la ética

1. Delimitación del tema

La ética es el estudio de la moral en todassusdiversasmanifestaciones. La moral es uno delosmás altos o más avanzados modos de armo-nización,y puede surgir sólo después de que losmodosmás tempranas se hayan preparado paraellaa travésde una larga evolución. Es el esfuer-zo de seres inteligentes y previsores por estable-cer ordeny estabilidad en sus vidas individuales,y por habitar en concordia con las innumerablescriaturasde su propia especie y de las otras espe-cies con quienes comparten la Tierra. Los seresmoralesrealizan este objetivo en la medida enque tengan éxito coordinando todos los detallesde susvidas en un sistema coherente, y al ajustarlosresultantespatrones individuales de conductaenunpatrón social comprehensivo que reduzca aunmínimola lucha entre seres vivientes y,.en loposible,permita a cada uno alcanzar la perfec-ciónque por naturaleza le corresponde. Así, vis-ta ampliamente, la moral es el esfuerzo de la ar-monizaciónpor mitigar, mediante agentes au-toconscientes,los conflictos que surgen por do-quier como efecto secundario de la misma uni-versalidaddel impulso hacia la armonía o el or-den. La ética es el estudio de los impulsos queconducen a este esfuerzo, de los métodos queemplea,y de los fenómenos que provoca.

Desde el principio parece necesario fijarcuálesson los límites de la moral con otros mo-dos avanzados de armonización, y definir su re-lacióncon ellos. Esta tarea no es fácil, pues estánestrechamenteasociados. Por un lado se confun-de con las artes; por otro, íntimos lazos la unen

con la religión. Pero ningún arte particular, ni to-dos juntos, son capaces de efectuar esa articula-ción y esa coordinación de todas nuestras activi-dades sin las cuales nuestros más devotos esfuer-zos en campos limitados pueden llevar a la dis-cordia y la frustración, en lugar de a la prosperi-dad y felicidad que ellos están destinados a pro-mover. Este intento de regular y coordinar esesencialmente un esfuerzo moral; por lo tanto, laciencia de la moral ocupa un grado superior queel de cualquier arte especial, y debe asignar a ca-da arte su lugar dentro del programa completo dela vida humana.

Así como está por encima de las artes, lamoral ocupa un grado inferior que el de la reli-gión en la jerarquía de las actividades humanas;pues, mientras que el esfuerzo moral, en su for-ma más inclusiva, hace lo posible por armonizarnuestras relaciones con todos los seres que nosrodean, la religión procura afinar nuestra vida in-terior con un todo abarcador. La meta primariade la moral es la armonía práctica, la de la reli-gión es la armonía espiritual; y sin embargo es-tán tan íntimamente ligadas que es difícil desa-nudarlas. Reprimida por miedo a la ley escrita, lacensura social o el castigo sobrenatural, una per-sona puede dirigirse con una perfecta correcciónhacia otra que odia y a quien desea perjudicar;sin embargo, según la opinión de muchos filóso-fos, tal conducta no es verdaderamente moral, apesar de su rectitud superficial. Y si es difícilcultivar una conducta irreprochable en ausenciade una actitud mental correcta, es imposible al-canzar esa penetrante armonía interior, meta dela religión, sin relaciones externas armónicas.

Rev. Filosofía Univ. Costa Rica, XXXVIII (95-96), 15-27,2000

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Por esto la moral ha sido siempre un tema funda-mental en todas las religiones avanzadas, y unavida moralmente intachable se ha consideradocomo el preludio indispensable de los más altosalcances de la experiencia religiosa.

Como la moral está tan íntimamente ligadacon tantos otros esfuerzos humanos, en medio delos cuales ocupa la posición de directora y mode-radora, es casi imposible circunscribir el tema dela ética en cualquier dirección. Por un lado secombina con la fisiología y la higiene, puesmientras no preservemos la salud no podremosrealizar nuestras obligaciones y hacer buenos ac-tos. En otras direcciones se mezcla con las bellasartes y con todas las ciencias, pues éstas realzanel valor de la vida, y a la moral le interesa la rea-lización de los valores. Esto es especialmenteevidente en la ética de los valores de Hartmann,pues algunos de esos valores que él reconoce, co-mo por ejemplo la personalidad, parecen pasarmás allá de la provincia de la moral; aunque enun sentido más amplio se mantienen dentro deella l. Es inútil intentar disminuir el campo de laética confinando su atención a los actos y dispo-siciones que aumentan la valía estrictamente mo-ral de una persona, pues, si tomamos una posi-ción liberal, el amor de una persona a la bellezao al conocimiento, o su habilidad en un arte ociencia, parece incrementar su valía total no enmenor grado de lo que aumenta su valor moral.

Sin embargo, incluir dentro del estudio dela ética todo aquello que de alguna manera le seapertinente la expandiría a dimensiones inmaneja-bles. Una manera de mantenerla dentro de lími-tes manejables es centrando su atención en la es-tructura dp- las situaciones en las cuales los seresvivientes puedan, mediante sus propios esfuer-zos. incrementar su perfección y avanzar hacia larealización de sus más altas aspiraciones. De es-te modo, el presente trabajo se dedica al desarro-llo de una ética estructural, o una ética de rela-ciones.

Al tomar este curso no pasamos por alto lasuprema importancia del carácter. A pesar de queel carácter y la conducta son conceptualmentedistintos, están de hecho tan estrechamente enla-zados que es casi imposible desanudarlos. El ca-rácter de una persona se revela más adecuada-

mente a través de la conducta, mediante la natu-raleza de las relaciones que se esfuerza por man-tener con los seres que la rodean; al mismo tiem-po, los tratos personales con el prójimo tienenuna fuerte influencia sobre su carácter. De estamanera, perfeccionar el carácter y mejorar las re-laciones externas son dos aspectos del mismo es-fuerzo. No podemos avanzar hacia alguno de es-tos objetivos sin acercamos al otro, y nuestraelección de ruta es, en mucho, una cuestión deconveniencia práctica.

2. ¿Puede la ética clasificarse como unaciencia?

Los estudiantes de ética quedan perplejos altener que clasificar su materia como una ciencia,un arte, o de otra manera. Cuando se quiere in-cluir la ética dentro de las ciencias, se objeta quemientras que las ciencias tratan sobre lo que es,la ética, se dice, concierne a lo que debe ser. Aprimera vista esto parece ser una distinción váli-da y útil; pero una reflexión madura revela que essuperficial y no del todo verdadera. Gran parte dela confusión y la desorientación en la ética con-temporánea puede rastrearse hasta esta negativade reconocer que la ética, no menos que la física,concierne a situaciones de hecho existentes y aenergías que causan efectos claramente demos-trables. En primer lugar, nuestra opinión sobre loque debe ser carece de autoridad si ignora lo queahora existe. Si no insistimos en que nuestras no-ciones sobre lo que debe ser están de alguna ma-nera relacionadas con las realidades del presente,cualquiera de nuestros más fantasiosos sueñospodría dirigir nuestros esfuerzos actuales con lamisma fuerza. Incluso desde este punto de vista,la ética debe abarcar más que la consideración deestados imaginarios que podrían satisfacer nues-tras aspiraciones morales más elevadas.

Si el mundo está impregnado por una ener-gía o actividad que produce un orden del tipoque reconocemos como bueno o moral, la éticadebe estar consciente de este principio activo yde aquellos de sus efectos que tengan relevanciamoral. Un proceso único, la armonización, pe-netra el universo, formando, con sus múltiples

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contenidos, pa~rones que tienden a crecer indefi-nidamente en complejidad, amplitud y coheren-cia. Operando en escala reducida, la armoniza-ción ordena las partículas más finas de materiaen forma de átomos, moléculas y cristales, cadauno de los cuales tiene una organización defini-da; a la vez, en una escala amplia, crea el ordenadmirable y la regularidad de los grandes cuer-pos que contiene el Sistema Solar. Las armoníasalcanzadas por esta actividad en una escala cós-mica, en las rítmicas revoluciones del Sol y losplanetas con sus satélites, nos son reveladas porla ciencia de la astronomía. Al otro extremo, laquímicarevela la regularidad y el orden del com-portamientode los elementos de la materia en to-das sus variedades y combinaciones.

El mismo proceso creativo, operando en elreino de la vida, provoca las armonías de formay función que investiga y describe la biología. Ycuando los animales alcanzan un alto grado deorganización, cuando adquieren mentes capacesde simpatía, de .prever el futuro y de compararcursos alternativos de acción, de esforzarse deli-beradamente por aumentar la concordia entreellos mismos y con el mundo circundante, reco-nocemosen eso la continua acción de la armoni-zación,que ahora presenta algunos modos espe-ciales de operación, posibles gracias al nuevoinstrumento que ha producido: la inteligenciaprevisora.

La investigación de estos fenómenos espe-ciales cae dentro de la provincia de la ética, asícomo los movimientos de los cuerpos celestesestándentro de la esfera de la astronomía. Ambascienciasson igualmente necesarias para describircompletamente nuestro mundo, y la omisión decualquierade ellas en el augusto conjunto de lascienciasconvertiría en fragmentaria y defectuosanuestra visión global del proceso cósmico. Estoasí porque la ética y la astronomía, junto con lafísica,la química, la geología, la biología, la psi-cología,están todas interesadas en las etapas su-cesivasde un único y gran movimiento. Todas sededican por igual al estudio de procesos realesquese dan en nuestro mundo, y nor describen losmodos de operación y los efectos de una únicaenergíacreadora en sus distintos niveles de reali-zación.Como nosotros mismos estamos íntima-

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mente involucrados en esa fase particular delproceso universal que estudia la ética, y podemoshacer mucho para acelerar o retrasar su avance,la ética es sobre todo un estudio de lo que estállegando a ser, y de los medios para apresurar sullegada.

Si bien la ética se asemeja a las cienciasbiológicas y físicas por cuanto trata con elemen-tos reales del mundo y con procesos demostra-bles dentro de él, difiere de ellas profundamenteen sus métodos de investigación. Una historiaparcial del desarrollo moral de la humanidad po-dría ser escrita partiendo únicamente de la obser-vación externa. Si pudiéramos recoger suficien-tes registros de la conducta de pueblos de raza yépoca diferentes, realizados preferentemente porobservadores que no se hubieran dejado ver yconsiderando puntos tales como el trato a las es-posas y a los niños, a los dependientes, sirvientesy esclavos, a los animales tanto domésticos comolibres, considerando también su honestidad enlos negocios y la manera de cuidar de los enfer-mos y ancianos, podríamos escribir una historiadel crecimiento moral de la humanidad tan im-personal y objetiva como los estudios que hoydía realizamos sobre la conducta de los insectoso los pájaros. Pero los registros disponibles nosofrecen visiones de la conducta cotidiana de lasrazas antiguas que, a lo sumo, son fragmentarias.Incluso si fueran sumariamente completas nosdarían una visión imperfecta y distorsionada dela operación, entre los humanos, de esa actividadcreadora que es en esencia una potencia moral.Esto es así porque las diferencias en el desarrollomoral de los individuos de la misma época y cul-tura, son mucho mayores que las diferencias enel nivel moral general de culturas separadas pormiles de años y miles de kilómetros; y un estudiode las prácticas comunes en Grecia en el primersiglo de nuestra era, nos enseñaría tan poco de lasaspiraciones morales de un Plutarco o un Epicte-to, como un encuentro con la conducta de las ma-sas humanas de nuestro tiempo nos revelaría dela estatura moral de un Gandhi o un Schweitzer.

Para suplir las deficiencias que aún habríaen el más completo registro de las actividadesexternas de los pueblos, debemos dirigimos asus enunciados directos sobre los ideales que los

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inspiran y a las máximas según las cuales luchanpor guiar su conducta. O debemos mirar dentrode nosotros mismos y percibir las agitaciones delimpulso moral en las profundidades de nuestroser. Pero cuando empezamos a usar estas fuentesde información, empleamos métodos de investi-gación radicalmente diferentes de aquellos de laastronomía, la física o la biología. Sin embargo,la ética no deja de ser una ciencia debido a susmétodos especiales de investigación. La psicolo-gía, considerada desde hace mucho como una ra-ma de la filosofía, gradualmente ha ganado parasí un lugar entre las ciencias, a pesar de dependerparcialmente de métodos para obtener informa-ción fundamentalmente distintos de aquellos uti-lizados en las otras ciencias.

3. Las divisiones de la ética

El dato primario de la ética es la presenciaen nosotros de impulsos, sentimientos o aspira-ciones del tipo que llamamos moral. Si hemossentido el deseo de perfeccionamos, de hacernuestra felicidad estable y permanente más bienque incierta e insegura, de vivir en mayor armo-nía con los seres que nos rodean, tenemos enton-ces en nuestra experiencia personal un punto departida para el estudio de la ética. Si hemos de-seado llevar felicidad a otros, o compartirla conellos, o si hemos luchado activamente para ali-viar el dolor o mejorar la condición de un ser delcual no esperamos retribución por nuestro traba-jo, tenemos un dato todavía más valioso, encuanto más desarrollado, para iniciar nuestras in-vestigaciones éticas. Estas y muchas otras expre-siones de nuestra naturaleza moral son hechostan ciertos y reales como cualesquiera otros quecaigan dentro del ámbito de nuestra experiencia.Proveen material para un estudio científico tansólido como los fenómenos que la física y la quí-mica se esfuerzan por explicar.

Desde este dato inicial se ponen de mani-fiesto dos puntos de partida. En primer lugar, po-demos desear analizar y explicar el hecho moralprimario. ¿Cómo llegamos a tener este impulsomoral dentro de nosotros, o por qué realizamoseste acto que llamamos moral? Deseamos cono-

cer sus antecedentes, cómo surgió, cómo se rela-ciona con otras fases del proceso del mundo. Asi-mismo, podríamos desear analizarlo psicológica-mente para comprender sus componentes psíqui-cos y su relación con otros contenidos de nues-tras mentes. Estos esfuerzos dan lugar a la cien-cia de la ética, en la cual se reconocerían dos di-visiones principales. La primera es la Ética His-tórica, o historia de la moral, cuyo fin sería ras-trear el desarrollo de los ideales y las prácticasmorales a través del tiempo. La segunda es la Éti-ca Analítica, dedicada a estudiar los fundamentosinnatos de la moralidad, y sobre todo su motiva-ción. Y así como una persona que nunca ha teni-do un impulso criminal puede estudiar crimino-logía, o patología quien nunca ha estado enfer-mo, también podría cultivar estas dos ramas de laética alguien que nunca haya sentido un impulsomoral, pero que haya sido instigado por una de-sinteresada curiosidad. Sin embargo, tal personaestaría en desventaja, incluso como investigadorcientífico, pues tendría que recurrir a otros paraobtener indicios del carácter peculiar de los im-pulsos y las aspiraciones morales, mucho más fá-ciles de observar cuando ocurren dentro de unomismo.

La mayoría de quienes han escrito sobreética lo han hecho como respuesta a algo más ín-timo y urgente que la curiosidad científica desin-teresada. A pesar de que casi siempre han empe-zado con un análisis de los fundamentos innatose incluso cósmicos de la moralidad, han procedi-do, de allí en adelante, a la elaboración de unideal de carácter y de conducta que aspiraronpracticar ellos mismos y diseminar entre susiguales. Todos los grandes "sistemas" de ética,tales como el platonismo, el estoicismo, el utili-tarismo, o el de Spinoza, han tenido esta visióninclusiva. Y al pasar de la observación desintere-sada al esfuerzo activo, han cruzado la fronteraentre la ética -el estudio- y la moralidad -ladedicación a ciertas reglas o ideales de vida-oAsí, además de una ciencia de la ética, es nece-sario reconocer un arte de la ética, o si se prefie-re, una ciencia pura de la ética y una ciencia apli-cada. La segunda mantiene con la primera lamisma relación que la horticultura científica conla botánica en sus diversas ramas. Y así como la

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horticulturacientífica representa de muchas ma-nerasun adelanto con respecto al cultivo de plan-tas mediante métodos tradicionales no examina-dos, también la ética, en cuanto arte o cienciaaplicada, es capaz de sobrepasar la moralidadconvencional con sus fundamentos inadecuada-menteexaminados y con sus prácticas, articula-das, por lo general, burdamente. La ética comoarte es algo más que la moralidad común.

De este modo, el arte de la moralidad crececuando, a partir del dato inicial de la ética -lapresenciaen nosotros de impulsos o aspiracionesmorales- seguimos el segundo punto de partida,o ambos a la vez, y en lugar de simplemente in-tentar analizar y explicar las aspiraciones mora-les, nos esforzamos por realizarlas. Al tomar estecaminodeseamos descubrir cuáles clases de acti-vidades expresarán o satisfarán más completa-mente nuestro ideal moral, y cuáles medidas enel mundoexterior concordarán mejor con él. Es-to da lugar a la Ética Aplicada, que trata de losefectosconcretos de la conducta. Intenta respon-der preguntas como: ¿Cuándo, si es que algunavez,es permisible apartarse de la estricta veraci-dad?¿Cuálesson los efectos, inmediatos y remo-tos, de dar limosna? ¿Cuándo debo perdonar aquien me haya perjudicado deliberadamente?¿Cuálesson los efectos morales del ascetismo ya qué grado debe ser practicado? La Ética Apli-cadadifierede la casuística pues toma una visióngeneralde los problemas morales, mientras quela casuística se interesa por el minucioso, y mu-chasveces lejos de desinteresado, análisis de lassituacionesparticulares.

Por otra parte, como es difícil que alguienseaenteramente autosuficiente, y requiere por elcontrario la cooperación de otros para alcanzaruna vida satisfactoria, fácilmente descubrimosque logramos poco, excepto educamos en unaalegre resignación, sin la ayuda de otros quecompartannuestros ideales. No sólo es, como re-gia, más sencillo inculcar estos ideales en lasmentes en formación de los niños que en lasmentesmenos receptivas de las personas de edadmadura;sino que mientras no los realicemos, losidealesque han inspirado nuestras vidas se extin-guiráncon nosotros, cosa que para muchos es unpanoramaangustioso. De aquí la necesidad de

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aquella segunda rama de la ética práctica, que po-dríamos designar como Ética Exhortativa, con-cerniente a la formulación y diseminación de losideales morales así como a la educación moral delos jóvenes.

Si bien algunos autores, por ejemplo T. H.Green en su Prolegomena to Ethics2, han menos-preciado el valor práctico de la teoría ética y hanrechazado la responsabilidad de generar entusias-mo o "dinámica moral" en sus lectores, una lectu-ra cuidadosa de sus obras puede conducir al lectora sospechar que han sido muy modestos en el ejer-cicio de su oficio como filósofos morales. En cual-quier caso, sufrir inmensas penas para desarrollaruna doctrina ética sin esmerarse en presentarla demanera que gane seguidores y ayude a otros a al-canzar una vida más satisfactoria, sin ni siquieraesperar que tenga este efecto, parece ser un esfuer-zo estéril. Ciertamente, la difusión' de ideales mo-rales es en tal grado una parte de la tarea del filó-sofo moral, como la provisión de herramientas denavegación y de la medida precisa del tiempo esparte de la tarea del astrónomo. ¿Qué puede sermás fútil y lastimoso que una doctrina ética que novaya dirigida a ser puesta en práctica?

Hemos reconocido así cuatro grandes divi-siones de la Ética:

• La Ética Histórica, dedicada a rastrear elcrecimiento de las prácticas y los idealesmorales a través de los siglos.

• La Ética Analítica, que estudia los funda-mentos innatos de la moralidad.

• La Ética Aplicada, interesada en los efectosconcretos de la conducta.

• La Ética Exhortativa, concerniente a la for-mulación y diseminación de los ideales mo-rales y a la educación moral de los jóvenes.

De estas cuatro divisiones, las primerasdos ocuparán nuestra atención en este libro,consagrado principalmente al análisis de losfundamentos innatos de la vida moral, a los sig-nificados de los términos morales, y a las carac-terísticas de los sistemas éticos. Las divisionestercera y cuarta serán el tema del siguiente li-bro, Ideales Morales.

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4. Problemas de la Ética Histórica

La Ética Histórica es la más objetiva, y enese sentido la más científica, de las ramas de es-ta materia. Nos muestra el verdadero desarrollode los sentimientos y las prácticas morales a tra-vés de los siglos; este desarrollo está tan bien es-tablecido como el camino que sigue la Tierra al-rededor del sol, y es tan independiente de la doc-trina ética favorita de cada uno como la figuramatemática descrita por la Tierra es independien-te de nuestra explicación del misterio de la gra-vedad. Al seguir la historia moral de la humani-dad, somos testigos de la sutil operación de la ar-monización en el complejo campo de la conduc-ta humana, y de las relaciones de las personascon los seres que los rodean.

La historia de la moral se interesa por dos fe-nómenos distintos pero relacionados: la maneracomo las personas expresan sus ideales y la mane-ra como los ponen realmente en práctica en una co-munidad específica. Entre los más altos ideales deuna cultura y sus prácticas concurrentes, hay por logeneral una gran brecha, algunas veces tan anchaque llegamos a sospechar que las aspiraciones mo-rales tienen poca influencia en la conducta cotidia-na; y mientras más avanzada la cultura, más anchala brecha. Pero, si dentro de la misma tradicióncultural examinamos las prácticas de una edadposterior a la luz de los ideales expresados por unaedad anterior, algunas veces descubrimos que lapráctica común ha avanzado hacia las aspiracionesde la época anterior; esto es especialmente verda-dero cuando ha intervenido un período de desarro-llo pacífico y ordenado, sin mayores retrocesos de-bidos a la invasión de hordas enemigas en un esta-dio cultural inferior. Colocada en las mentes y con-ciencias de los hombres en algún período remotodel pasado, una aspiración moral puede aparentardecaer y extinguirse como una semilla que fueraenterrada muy profundamente en el suelo; perocon gran vitalidad la semilla envía lentamente suretoño hacia arriba, a través del oscuro barro, paraque finalmente emerja y florezca bajo la claridaddel sol. Un ideal incumplido, si es una expresióngenuina de nuestra naturaleza moral, no nos dejarádescansar hasta que lo llevemos a la práctica o has-ta que terminemos exhaustos en el intento.

Dado el enorme abismo que separa los idea-les de los pensadores de mayor perspicacia enmoral de la práctica actual de su prójimo, el his-toriador de la moral, ansioso por demostrar ellento crecimiento de la moralidad, quedará per-plejo al considerar cuál es el mejor camino porseguir. Si incluye en la misma perspectiva tantolos ideales como las prácticas, se verá forzado aadmitir que la práctica común en nuestros díasestá muy por debajo de las excelsas enseñanzasde hace dos o tres milenios, y entonces le serámuy difícil demostrar que ha habido crecimientoy progreso. Si, por el contrario, nos cuenta sobrelos ideales de algún período sin mencionar suscondiciones sociales ni sus verdaderas prácticas,su historia perderá muchas de sus capacidadesinstructivas; pues, precisamente, no es sino a laluz de los hábitos prevalecientes en sus tiemposque las aspiraciones morales de individuos ex-cepcionales adquieren su mayor significado.¿Acaso puede alguien valorar las visiones mesiá-nicas de Isaías sin algún conocimiento de la si-tuación contemporánea de los judíos; o apreciarplenamente la grandeza de los ideales éticos de-sarrollados por los filósofos helenos sin saber na-da del egoísmo, la duplicidad, la ingratitud y elpueril regionalismo que llenan las páginas de lahistoria griega como un hedor nauseabundo?Con cualquier método de exposición que elija, elhistoriador de la moral debe usar una gran habi-lidad para damos una imagen balanceada del cre-cimiento de la moralidad.

Es necesario distinguir rigurosamente entrela historia moral, tal como la entendemos aquí, yla historia de la ética teórica. Para la última, Eu-rípides, quien por lo que sabemos no tenía unateoría particular, es mucho menos importanteque Platón y Aristóteles, cuyas doctrinas éticas,trabajadas con gran detalle, estaban firmementeestablecidas sobre bases cosmológicas y psicoló-gicas. Pero, en cuanto exponente de los más al-tos ideales de su tiempo, el dramaturgo no esciertamente de menor importancia que los filóso-fos, a quienes él posiblemente supera en sensibi-lidad moral, tal como queda expresado en susimpatía hacia las mujeres y los esclavos, en sudefensa de la fidelidad conyugal y en su anhelode una justicia ideal. Cuando comparamos las

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dudas de Eurípides al respecto de la esclavitudcon el cálido respaldo que Aristóteles le da a es-ta institución en la Política, o sus opiniones so-bre la fidelidad marital con las disposiciones pa-ra la procreación de la clase gobernante en la Re-pública de Platón, parece claro que, a pesar de sucuidadoso análisis de los problemas morales, enmuchos aspectos los grandes filósofos no consi-guieron alcanzar ideales tan avanzados como losdel dramaturgo de una generación anterior, cu-yasopiniones estuvieron quizá determinadas porsus simpatías naturales y no tanto por teoríasformales.

5. El primer florecimiento de los idealesmorales

Al menos desde la época de Heródoto loshistoriadores han reconocido la dificultad de co-nocer, partiendo generalmente de los informesfragmentarios y conflictivos disponibles, lo querealmentesucedió en la historia. En un sentido elhistoriadorde los ideales morales disfruta de unagranventaja sobre el historiador de eventos polí-ticos, el historiador de la economía o el de lascostumbres sociales; pues, comparado con lascomplejidades de la diplomacia o de las interac-ciones económicas, el ideal es usualmente sim-ple.claro y capaz de ser expresado sucintamente.En muchos casos, el historiador de la ética dis-fruta la enorme ventaja de poseer los verdaderosenunciadosde principios realizados por hombresdeextraordinaria estatura moral, ya sea por habersido escritos por ellos mismos o por haber sidoregistrados por sus discípulos. De esta forma,mientras que conocemos lo que Pericles hizo ydijoúnicamente a través de los prejuiciados rela-tos de sus contemporáneos, o mediante la imagi-nativa reconstrucción de sus discursos, tal comohizoTucídides, tenemos, de hombres como Pla-tón,Aristóteles, Séneca y Epicteto, los enuncia-dos directos de sus opiniones al respecto de losproblemasmorales.

Por otro lado, el historiador de los idealesmoralesestá impedido por la gran rapidez de sucrecimiento, en relación con el avance culturalgeneralde la humanidad. Mientras que el mejo-

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ramiento de la condición real del hombre tuvoque esperar la lenta acumulación de experienciaen áreas tales como organización social, educa-ción, gobierno, agricultura e industria, el creci-miento de su naturaleza moral no estuvo tan limi-tado por factores externos, con el resultado deque sus aspiraciones pudieron elevarse en una re-lativa independencia de su estado físico. Algunosde nuestros más nobles ideales morales fulguran,desde las brumas matutinas de la historia, contraun fondo de barbarismo, desorden, y una gran in-justicia social. Esta situación llevó a Gore a ad-vertir que "una amplia consideración de la histo-ria de la religión y la moralidad entre los hom-bres conduce a una interesante conclusión: en ca-da etapa donde un avance conspicuo se realiza, lomejor siempre viene primero.'? Quizá sería másverdadero decir que sólo las más elevadas expre-siones de ideales morales nos han sido preserva-das de las épocas más tempranas, mientras quelas etapas que guiaron hasta ellas se han perdido,en su mayor parte, de nuestra vista. Simpatías tanabarcadoras como las de Buda o Lao Tse apuntana un largo período de desarrollo, a una tradiciónya madurada por la edad; pero el primer creci-miento, del cual aquellas son su floración, puedeen el mejor caso seguirse de una manera imper-fecta y fragmentaria. Las primeras enseñanzasmorales se dieron oralmente, mientras que los re-gistros escritos más antiguos no han podido so-portar la corrosión del tiempo.

Al estudiar el crecimiento de los idealesmorales, debemos distinguir entre su amplitud ysu altitud. ¿A cuáles seres pretendemos incluir ennuestra comunidad moral considerándolos uni-dos a nosotros por vínculos de deber o simpatía?¿Cuáles relaciones nos esforzamos por establecerentre estos seres, y cuál es nuestra concepcióndel carácter perfecto? Bajo el rubro de la compre-hensión, ni Oriente ni Occidente pueden apuntara un progreso general o sostenido en el desarro-llo del ideal moral durante los dos últimos mile-nios. En el sistema estoico, la antigüedad clásicaelaboró un concepto ético que reconoció la her-mandad de toda la humanidad, con el corolariode que todos los hombres debían recibir la mismajusticia y benevolencia. Los estoicos abrigaronun ideal de virtud y devoción al deber que casi no

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ha sido superado en ninguna parte. Una confor-midad estricta con las doctrinas de la Stoa origi-nal entumecería los rasgos estéticos y emociona-les del carácter humano, pero los exponentesposteriores del sistema, cuyos escritos se hanconservado en su totalidad, revelan un ensancha-miento admirable de sus simpatías; e incluso enel período anterior otras filosofías clásicas, comolas de Platón y Aristóteles, sirvieron como co-rrectivos de la estrechez estoica. Más aún, enAtenas, al menos, toda la atmósfera social tendióa prevenir un desarrollo desequilibrado de la per-sonalidad humana. Si ningún sistema clásico in-cluyó en sí mismo todo aquello que parece desea-ble en el ideal moral, incluso circunscribiéndoloa una ética limitada a nuestra especie, lo mismoes cierto de casi todos los sistemas modernos deética. Por aquí y por allá a través del mundo pa-gano, voces como las de Pitágoras, Plutarco yPorfirio, apelaron por la extensión de la simpatíay la justicia a las criaturas no-humanas, así comoen el Occidente moderno pensadores aislados co-mo Schweitzer han abogado en la misma direc-ción. Pero, en general, los filósofos occidentalesmodernos, como sus predecesores en el antiguomundo mediterráneo, han enseñado una éticamás bien limitada, estrechamente, a la humani-dad. Tal vez el crecimiento de la doctrina cristia-na del amor como fuerza moral primaria, es elmayor avance ---en idealismo ético antes que enprácticas específicas- al cual puede dirigirseOccidente a raíz de la decadencia de las escuelasclásicas; pero exceptuando algunos poetas y so-ñadores, este amor ha sido muy raramente difun-dido tan amplia y tan libremente como debería.

En India, tanto por jainistas como por bu-distas, el ideal moral en tiempos antiguos fue tancomprehensivo como podía, y lo mismo es ciertopara los taoístas en China. Cuando uno es cuida-doso con la vida y el bienestar de la más peque-ña criatura que vuele en el aire o se arrastre porel polvo, cuando uno hace votos para retrasar supropia entrada en la gloria hasta que toda criatu-ra viviente haya sido liberada de la rueda de laexistencia, una expansión mayor del ideal morales difícilmente posible. Pero incluso cuando elideal ha llegado a ser tan comprehensivo comopuede ser, todavía puede haber espacio para me-

jorar las relaciones que contempla y su concep-to del carácter perfecto. A pesar de la admirablesimpatía de estas religiones orientales hacia to-do lo que vive y respira, sus fuertes inclinacio-nes ascéticas excluyen el ideal de un desarrollopleno de las capacidades humanas. No conozconinguna religión o filosofía india, obviamentesin influencias de la moderna infiltración deideas occidentales, que haya corregido formal-mente esta deficiencia; pero el espléndido desa-rrollo del arte y la literatura en la antigua Indiaapunta a una práctica general que no estabaconstreñida por la estrechísima formulación dealgunos de sus credos principales. De hecho, lasartes pudieron florecer grandiosamente inclusoen el seno de estos credos.

6. El lento avance de la práctica general

Cuando pasamos de la consideración de lasaspiraciones morales a la de las costumbres mo-rales, tal como podrían ser estudiadas incluso porun observador inteligente que no pudiera comu-nicarse con los objetos de su investigación, omi-timos la característica distintiva y dejamos depercibir el aroma peculiar del esfuerzo moral hu-mano. Es posible demostrar, entre animales nohumanos, avances definitivos y extensamentecontinuados del tipo que comúnmente estimamoscomo moral cuando lo manifestamos nosotros;pero hasta donde sabemos, estos avances no serealizaron en pos de un ideal que, al ser expresa-do por primera vez, pareció generalmente visio-nario, jamás para ser realizado en la práctica. Noobstante, es precisamente en el campo de lasprácticas morales, y no en el de los ideales, queel historiador está en posesión de materiales quele permiten rastrear un progreso persistente y es-table a través de los siglos. La razón principal deesto es el retraso de la práctica general respectode los ideales de la élite moral, lo cual ha acerca-do a nuestro tiempo algunos de los avances másimportantes de la élite.

¿Cómo podemos explicar este contrasteentre el advenimiento temprano y aparentemen-te repentino de elevados ideales morales y sumás lenta y gradual realización en la práctica?

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La razón pareciera ser que los primeros son engranmedida personales, mientras que la prácticadepende más estrechamente de las condicionessociales.Inspirado por el anhelo de paz interior ode unión con la fuente de su fuerza espiritual, elinvestigadorfervoroso hace lo posible por despo-jar sumente de todas las pasiones cegadoras y to-das las actitudes destructoras, que en su visióninterior colocan un velo delante de la verdaderanaturaleza del determinante primario de su ser.Purificadade esta neblina oscurecedora, su men-te se hace sensible a la influencia de la fuerzacreadorainterior que constantemente lo empuja atrabajaren pos de la obtención de la armonía másampliay satisfactoria que pueda concebir; puessóloen la realización de esta concordia inclusivapuedeexpresar su más íntima naturaleza y apagarsusedespiritual.Así, se forma el ideal de vivir enpazcon todas las criaturas, sin dañar nada. Aquíla aspiraciónmoral ha alcanzado el ámbito másamplio posible. Aunque el ideal mismo brotadesdela profundidad de nuestro ser, realizarlo ennuestravida real requerirá largas eras de observa-ción y práctica, la laboriosa resolución de innu-merablesdetalles.

A diferencia de los ideales de los hombresmás ilustrados, capaces de expandirse amplia-menteen un período corto, las prácticas mora-les de una comunidad dependen de tantos com-plejos factores que su progreso es necesaria-mentegradual. Uno de estos factores puede ser,como sostuvo Sutherland, un desplazamientogradual en la constitución genética de la raza,resultadode la multiplicación más rápida de losindividuosmás compasivos, cuyo cuidado másafectuosode su esposa e hijos asegura que, enpromedio,dejarán mayor progenie que las per-sonas cuyas simpatías están pobremente desa-rrolladas.Pero no es fácil desenmarañar los po-siblesefectos de tal reproducción diferencial delos efectos acumulativos de la educación o dela gradual difusión de los más elevados idealesprovenientes de aquellas mentes más agudasque los concibieron a través de las masas de lasociedad,quienes, aunque quizá sean incapacesde formar alguna vez esos ideales por ellosmismos, no son del todo ciegos a su bellezacuandose los presentan otros.

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Además, está el desarrollo de los medios pa-ra llevar estos ideales a la práctica, desarrollo queincluye cosas tales como la acumulación de in-venciones útiles, que hasta hace poco vinieronlentamente, y la resultante mejoría de las condi-ciones económicas. Así, para mencionar sólo unejemplo, la abolición de la esclavitud y de lascondiciones de trabajo no superiores a las de losesclavos, se cumplió no solamente por el creci-miento de la simpatía y la convicción lentamenteproducida de que está mal mantener a prójimoscomo enseres o explotarlos sin misericordia, sinotambién por el creciente uso del poder mecánicoy la invención de maquinaria que disminuye eltrabajo. Las mismas mejoras prácticas han hechoposible el aligeramiento de las cargas de aquellosanimales domésticos que con escasa recompensahan compartido por mucho tiempo las tareas máspesadas de los hombres. A pesar de que el santo yel soñador se despojarán de comodidades y resis-tirán privaciones para expresar en su manera devivir convicciones provenientes de su ser más ín-timo, el humano promedio es renuente a negarsecomodidades y placeres por un objetivo moral; demodo que con él, el mejoramiento de las relacio-nes con otros seres depende en gran medida deldesarrollo de medios morales más aceptables pa-ra proveer las satisfacciones por las que suspira.

Esta situación nos lleva a preguntamos sirealmente estamos tratando aquí con un mejora-miento que pueda propiamente llamarse moral.Que un hombre, para trabajar su finca, prefierausar maquinaria en lugar de esclavos, no permi-te inferir inmediatamente, sin mayor investiga-ción, que esté moral o espiritualmente en un ni-vel más alto que sus antepasados, los cuales notuvieron escrúpulos para explotar a sus siervos.Su preferencia por la maquinaria se puede deberúnicamente a su mayor capacidad productiva y alos ahorros que produce. Privado de sus sirvien-tes mecánicos adquiriría, si pudiera, enseres hu-manos a quienes trataría tan duramente comocualquier negrero antiguo. Quizá la única mane-ra de poner a prueba este punto sería destruyen-do su maquinaria, revocando las leyes que prohí-ben la esclavitud, y observando los desarrollossubsecuentes. Pero aun en ausencia de tales ex-perimentos, considero evidente que una cierta

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proporción de los avances que estamos tentadosde clasificar como morales, no son para nada deese tipo, sino meramente económicos; son el re-sultado de circunstancias externas alteradas y node una exaltada sensibilidad moral. Estoy con-vencido, al mismo tiempo, de que de ningunamanera es éste el único factor involucrado en losavances que estamos discutiendo. Parece haberhabido una elevación general concomitante en eltono moral, realizada por las mejoras en las dis-posiciones económicas y sociales; no obstante,tal como hemos visto, la élite moral de la huma-nidad antecedió por mucho tiempo estas mejoras.Lo más que podemos hacer es llamar la atenciónsobre estos dos factores contrastantes involucra-dos en los avances aparentemente morales; esimposible evaluarlos con precisión.

No es mi propósito repetir la trillada histo-ria de la lenta pero estable infiltración de idealesmorales dentro de las prácticas sociales de la hu-manidad. Lecky", Sutherland'', y otros han ras-treado el avance gradual de sentimientos moralesen la civilización occidental en áreas temáticascomo el trato a las mujeres y los niños, la condi-ción de los esclavos y la abolición de la esclavi-tud, el cuidado de los enfermos y los ancianos, laadministración de la justicia, el tratamiento decriminales convictos, el destino de los capturadosen combate, y otros muchos aspectos de prácticasocial e individual. Este progreso no ha sido uni-forme ni continuo en todas las partes del mundo,ni siquiera en sus regiones más favorecidas; peromuchas recaídas han sido causadas por invasio-nes bárbaras, luchas civiles, o por el deterioro delas condiciones económicas.

Con todo, es indudable que la humanidadha avanzado un largo trecho incluso en los cincoo seis mil años que nos separan de la alborada dela historia -un período corto según la medidadel tiempo de geólogos y paleontólogos-. Paraestar seguros de la realidad de este progreso, bas-ta con reflexionar sobre el contraste entre la con-dición de los salvajes inferiores, viviendo en pe-queñas partidas de individuos emparentados ycon visiones de profunda desconfianza Q impla-cable odio hacia tedos los otros grupos, y nuestrafacultad de viajar con seguridad a través de in-mensas extensiones de territorio, recorrido por

millones de personas que nos son personalmentedesconocidas, y encontrando en todas partes laprotección de la ley y casi siempre ayuda en ca-so de necesidad''.

Si al contemplar la historia política de lahumanidad nos llenamos de vergüenza y disgus-to por su inagotable relato de traición y engaño,matanza y destrucción, la historia moral de nues-tra especie produce el efecto contrario, dándonosuna señal de solaz y promesa. Ya sea que preste-mos atención a la expresión de los ideales mora-les, o a la de las prácticas cotidianas, descubri-mos muchas razones para aumentar nuestro cora-je y tener esperanzas para el futuro. A pesar deestar lejos, muy lejos, de la realización perfectade las mejores enseñanzas de hace más de dosmil años, nos hemos elevado muy por encima delas etapas más primitivas de barbarie. Si en elpresente siglo somos testigos de un declive gene-ral del tono moral del mundo, una vista panorá-mica del pasado nos da razones para esperar queésta sea sólo una más de esas depresiones perió-dicas en la curva lentamente ascendente de lacual la historia nos provee otros ejemplos. Puescuando consideramos en su totalidad la anchuray profundidad de los fenómenos morales, la am-plia difusión del esfuerzo moral en el espacio y eltiempo, podemos estar seguros de no estar frentea explosiones esporádicas de fervor ni expresio-nes de caprichos irracionales, sino que presencia-mos una evolución constante provocada por unaenergía creadora que impregna a toda la humani-dad y al reino completo de los seres vivos. Si suavance no ha sido más rápido, esto se debe a losincontables obstáculos y resistencias que lenta ydolorosamente debe superar.

7. Ética Analítica, su limitación y valor

La segunda rama principal de la ética es in-terpretativa antes que constructiva, teórica antesque práctica. Se interesa menos en la descripciónde la conducta moral, que en la comprensión desus causas; y con la moralidad práctica mantienela misma relación que la teoría atómica mantienecon los fenómenos observables de la química y lafísica, o que las doctrinas psicológicas mantienen

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con el comportamiento humano en general. Porlo tanto, está aliada más estrechamente con laciencia que con el arte, aunque se clasifica conlas ramas interpretativas de la ciencia y no conlas descriptivas. Pero su afiliación más íntima escon la filosofía y la psicología, y las contribu-ciones más importantes en la materia han sidohechas por filósofos que sintieron la necesidadde redondear y aguzar su sistema o visión demundo tomando bajo consideración el fenóme-no moral, el cual derivaban preferentemente desu teoría cosmológica o psicológica favorita.Los filósofos occidentales que han discutido so-bre ética no han sido, en términos generales,personas de sobresaliente sensibilidad moral;tampoco han poseído visiones morales muyavanzadas respecto de la sección más ilustradade sus respectivas sociedades contemporáneas.Para encontrar la más elevada expresión deideales morales de la civilización occidental,debemos dirigimos a ciertos poetas y escritoresreligiosos y no hacia los autores de tratados deética; esto así porque los filósofos que los escri-bieron estaban en general más ansiosos por ex-plicar los fenómenos morales que presentabansus sociedades, que de elevarse hasta alturas degrandeza moral no pisadas hasta entonces.

Con todo, sucede que el pensamiento éticooccidental ha sido, en todo respecto, analítico an-tes que sintético, explicativo antes que construc-tivo. Los filósofos occidentales de la moral hanestado más interesados en descubrir cómo es quelas personas tienen ciertas nociones morales ypor qué tenemos ciertas cosas como buenas, queen desarrollar un concepto más elevado de bon-dad o rectitud. Se han ocupado más de investigarla anatomía, la fisiología y la genealogía de lamoral, que de visualizar la forma y estatura quefinalmente adquirirá; y han estado más ansiosospor definir términos morales como "bien", "co-rrecto" y "deber", y de proveer un fundamentoracional o lógico a los prejuicios que recibieronde su atmósfera social, que de ampliar el ámbitodel esfuerzo moral. Esto es claramente reveladopor Hume, cuando escribe: "En todos los casostiene alguna autoridad la opinión general de loshombres, pero en este problema moral su autori-dad es totalmente infalible."? En su aceptación fi-

nal de los modos convencionales de pensamientoy de práctica, Hume siguió el curso usual de losescépticos; pero otros filósofos, aunque sin con-fesar tan francamente su adherencia a la moralconvencional, han estado por lo general igual-mente satisfechos siguiéndola.

Esta conclusión se confirma fácilmente conun examen del pensamiento ético de Occidente.A pesar de su penetración intelectual, Platón yAristóteles apenas si se elevaron sobre un con-cepto municipal de sociedad; su perspectiva mo-ral estaba efectivamente circunscrita a las estre-chas fronteras de la ciudad-estado griega, a lacual se acostumbraron desde la infancia. Si lamera fuerza del intelecto hubiera podido inventarun ideal moral más comprehensivo, definitiva-mente estos maestros del pensamiento lo hubie-ran conseguido. En los siglos diecisiete y diecio-cho, una vez que las ciudades se unificaron ennaciones y los hombres ilustrados empezaron apensar en sí mismos como "ciudadanos del mun-do", el concepto moral prevaleciente abrazaba ala humanidad entera. Este concepto fue el resul-tado de los mejores pensamientos y sentimientosde la época, y no la creación de un pensador in-dividual que lo hubiera alcanzado mediante laconsideración de la naturaleza esencial de la mo-ralidad. Incluso alguien tan incisivo como Kantse ocupó de establecer un fundamento racionalpara las nociones morales que recibió de su am-biente, en lugar de ocuparse de desarrollar unideal moral más amplio y más noble.

Si, por el contrario, examinamos los más al-tos ideales morales que la humanidad ha alcanza-do, nos damos cuenta que tales ideales no son lasconclusiones, deliberadamente alcanzadas, de lospensadores más penetrantes, y que tampoco se hallegado a ellos siguiendo las líneas de pensa-miento más profundas. Los estoicos tardíos com-partían un concepto moral muy superior al de losfilósofos griegos más tempranos, y sin embargoaquellos fueron en general pensadores menos fér-tiles. Albert Schweitzer", en dos pasos, alcanzóuna visión moral muy superior a la resultante dela laboriosa síntesis de Spinoza o del penetranteanálisis de Kant. En una fecha muy temprana, In-dia produjo una perspectiva moral más amplia enrango que cualquiera que hasta recientemente

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haya emergido en occidente, a pesar de que lospasos que se dieron para hacerla crecer están per-didos en la niebla de la antigüedad. Ellos susten-taron sus enseñanzas morales en la doctrina de latransmigración de las almas; sin embargo, Sch-weitzer consiguió alcanzar una posición similarsin hacer referencia a esta creencia antigua.

Parece justo concluir que un ideal moral noes, al menos no primeramente, producto de un fi-losofar deliberado. Su germen está ya en noso-tros cuando empezamos a pensar sistemática-mente en el tema. Nuestra filosofía moral es unesfuerzo por proveer soporte racional a una intui-ción que no es ella misma hija de la razón. Nosesforzamos por construirle bases a una imagenque está de antemano presente, flotando vaga-mente en nuestras mentes. Ninguna teoría éticaque fracase al darle soporte a esta visión de labuena vida, por más detalladamente razonadaque sea, terminará satisfaciéndonos. La investi-gación filosófica sirve para definir, para clarifi-car, para hacer consistente y articulado nuestroideal moral -y esto es una inmensa ventaja-pero no sirve para crearlo. El germen de toda mo-ralidad es una intuición. En ética, la Escuela In-tuitiva ha estado luchando por alcanzar una ver-dad fundamental, pero una muy difícil de asir.

Incluso si concluyéramos que nuestro creci-miento en visión moral no le debe nada a las do-lorosas disecciones psicológicas ni a las laborio-sas reconstrucciones de los filósofos, sería erró-neo desechar la ética analítica como algo inservi-ble. Que al menos por varios milenios algunoshumanos han cultivado ideales más elevados quesu propia práctica contemporánea, es un hechode sobra comprobado; y si creemos en la causali-dad y en la continuidad del proceso del mundodesde la primera nebulosa hasta las más altas as-piraciones humanas, este hecho debe tener ante-cedentes causales. Aunque alguien que aprecieuna visión moral sin duda continuará teniéndolacomo sagrada ya sea que pueda o no explicar suorigen, quizá encontrará alguna satisfacción enentender cómo surgió en él y cómo se relacionacon su naturaleza total. Tal conocimiento podríadarle confianza y un sentimiento de estabilidaden esos momentos de duda y vacilación que sonexperiencias comunes de todo aquel que haya lu-

chado por avanzar algunos pasos allende la mul-titud. Además, la comprensión de los fundamen-tos psicológicos de la moralidad ha de ser valio-sa para aquellos que pretendan comunicarle suvisión a otros.

Si los filósofos morales han estado común-mente contentos con un concepto estrecho delámbito de la moralidad, quizá una razón de estosea la inadecuada exploración de la naturalezahumana y el consecuente fracaso de no poderdescubrir todos los motivos que convergen parasustentar nuestro esfuerzo moral. O quizá prefi-rieron la elegancia de la construcción en lugar dela grandeza moral, y por la satisfacción de mos-trar su habilidad deduciendo todo su sistema mo-ral a partir de un único primer principio, delibe-radamente ignoraron una gran parte de la riquezade nuestra naturaleza moral. Para no ser culpablede la misma estrechez, intentaré en este libro unexamen concienzudo de todos esos motivos ycualidades psíquicas que parecen tener importan-cia para la moralidad, y asimismo intentaré escla-recer los significados de los términos moralesque utilizamos. En Los Ideales Morales me es-forzaré por mostrar cómo puede este amplio e in-nato fundamento de la vida moral soportar unedificio más extenso que aquel que los filósofosque la contemplaron con tanta estrechez se atre-vieron a construir sobre él.

Es obvio que la finalidad primaria o inrne-diata de la ética, como de cualquier clase deciencia o estudio, es el conocimiento. Pero algu-nos tipos de conocimiento los deseamos por símismos, mientras que otros los buscamos princi-palmente por sus aplicaciones prácticas. Cono-cer sobre las estrellas, la historia geológica denuestro planeta, o los hábitos de los animales yplantas que nos rodean, es satisfactorio en sí mis-mo, incluso si no afecta de ninguna manera elcurso de nuestras vidas. Por otro lado, aprendercarpintería sin la intención de construir casasohacer muebles, o estudiar patología sin la inten-ción de aplicar la información en la cura de en-fermedades, parecen esfuerzos desperdiciados.De igual forma, parece no tener mucho sentidoestudiar ética si uno no está preparado a modificar su conducta a la luz de sus investigaciones.Aunque pueda ser gratificador seguir la órbita de

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un planeta aun cuando no podamos alterarla el an-cho de un cabello, habrá muy poca satisfacción ensaber que nos es posible llevar vidas mejores y másarmónicas si no damos ni un paso para conseguir-lo. Muy al contrario, la mujer o el hombre espiri-tualmente vivos encontrarían intolerable tener porseguro que sus vidas pueden mejorarse y aun asíno hacer nada para ello. Por lo tanto, la ética es unestudio peligroso. Tal como con cualquier otra in-vestigación, la emprendemos sin saber con certezaadónde nos conducirá. Bien puede ser que alcance-mos conclusiones que nos harán imposible persis-tir en nuestros hábitos confortables pero moral-mente insatisfactorios. Alguien que emprenda elserio estudio de la ética debe saber que toma elriesgo de hacer descubrimientos que le demanda-rán un arduo esfuerzo; e incluso si rehúsa enfren-tar el reto que tiene delante, nunca podrá, a no serque sea moralmente insensible en un grado ex-traordinario, continuar en sus viejos y fáciles hábi-tos con la misma complacencia de antes. Sólo pa-rece justo advertirles, a quienes se acercan a esteestudio, sobre el riesgo en que incurren.

otas

l. Nicolai Hartmann. Ethics, 3 vols. Trad. deStanton Coit. London: George Allen and Unwin, 1932.

2. Thomas Hill Green. Prolegomena to Ethics.Oxford: Clarendon Press, 1906. pp. 372-3, 376, 394,406.

3. Charles Gore. The Philosophy of the Good Li-fe. London: J. M. Dent and Sons, 1935. p. 58.

4. William Edward Hartpole Lecky. History ofEuropean Morals from Augustus 10 Charlemagne. 2Vols. New York: D. Appleton and Co., 1904.

5. Alexander Sutherland. The Origin andGrowth of the Moral lnstinct. 2 Vols. London: Long-mans Green, 1898.

6. Desde que esto fue escrito, hace dos décadas,el mundo ha ido deteriorándose en este aspecto.

7. David Hume. A Treatise of Human Nature.Book III, Part ll, Section IX, 552. (Versión tomada delTratado de la Naturaleza Humana. Traducción de Fé-lix Duque, Buenos Aires: Ediciones Orbis S.A., 1984,p.792.)

8. Albert Schweitzer. The Philosophy of Civili-zation. Traducción de O.T. Campion. ew York: Mac-millan, 1951.