La alternativa a la crisis es la democracia en a4

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LA ALTERNATIVA A LA CRISIS ES LA DEMOCRACIA (panfleto por un movimiento global y antisistémico de transición a la democracia) T u t m o n d a M o v a d a D E M O K R A T I O P R O J E K T O M o v i m i e n t o G l o b a l P R O Y E C T O D E M O C R A C I A G l o b a l M o v e m e n t D E M O C R A C Y P R O J E C T

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LA ALTERNATIVA

A LA CRISIS ES

LA DEMOCRACIA

(panfleto por un movimiento global y antisistémico de transición a la democracia)

T u t m o n d a M o v a d a D E M O K R A T I O P R O J E K T O

M o v i m i e n t o G l o b a l P R O Y E C T O D E M O C R A C I A

G l o b a l M o v e m e n t D E M O C R A C Y P R O J E C T

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Este panfleto se puede descargar y difundir libremente desde: www.blognanin.blogspot.com

Título: “LA ALTERNATIVA A LA CRISIS ES LA DEMOCRACIA (Panfleto por un movimiento global hacia la democracia real)”

Autor-editor : Antón Dké

34839-Rueda de Pisuerga (Palencia) www.blognanin.blogspot.com

e-mail: [email protected]

1ª Edición digital: agosto de 2012

No se puede utilizar la obra original con finalidades comerciales. Se permite la generación de obras derivadas siempre que no se haga un uso comercial.

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Indice

*Reseña previa

*Prólogo

1. Un acuerdo básico y universal/9

2. Los diez principales obstáculos en el camino hacia la democracia/11

3. Definiendo la democracia/19

4. Una síntesis libertaria: el proyecto de la democracia inclusiva, de

Takis Fotopoulos/22

5. Los objetivos de la democracia inclusiva/24

6. El sujeto emancipador/29

7. Estrategia antisistémica hacia la democracia: ni reforma ni revolución, transición revolucionaria/35

8. Las otras estrategias de la izquierda, sistémicas y no sistémicas/41

9. Algunas aportaciones para una estrategia general/57

10. Breves apuntes sobre posibles modelos de instituciones

democráticas y antisistémicas/60

11. Sobre el 15M, desde la perspectiva de la democracia inclusiva/67

12. Propuesta para la denominación internacional del movimiento global y antisistémico/72

13. Algunas herramientas/74

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La regeneración de la tradición democrática es hoy incompatible con las estrategias postmodernas actuales, que significan el abandono de cualquier proyecto político universalista, en aras de una pluralista celebración de la "diferencia" y la "identidad" que, sin embargo, no cuestiona el “presente universal”, constituido por instituciones orientadas hacia la concentración del poder político y económico: la democracia representativa y estatista, la economía de mercado. Al comienzo de un nuevo milenio, tenemos la necesidad de formular un nuevo proyecto liberador de la realidad universal actual y, en consecuencia, la ineludible necesidad de crear un nuevo movimiento "antisistémico" cuyo objetivo es establecer las condiciones institucionales para una democracia inclusiva. Por lo tanto, el proyecto de una democracia inclusiva no se propone como una utopía libertaria más, sino, tal vez, como la única manera realista de salir de la actual crisis multidimensional, en un esfuerzo por integrar a la sociedad con la política, la economía, y la naturaleza. (Del prólogo a la edición francesa del libro “The multidimensional crisis and Inclusive Democracy”, de Takis Fotopoulos)

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Prólogo

Vaya por delante mi agradecimiento al Grupo de Acción de Democracia Inclusiva (GADI) de Cataluña, cuyo sitio web me descubrió el trabajo teórico de Takis Fotopoulos, el eminente profesor, economista, sociólogo y activista griego que desde hace dos décadas viene desarrollando el paradigma de la democracia inclusiva, con el que me identifico plenamente y que me ha servido para fortalecer con sus ideas las mías propias, nutriendo de argumentación intelectual lo que hasta entonces era sólo deseo y esperanza por un mundo mejor. Consciente de mis propias limitaciones, quiero ser consecuente con la rebeldía que bulle en mi conciencia de ser social, contribuyendo en la medida que pueda, a la construcción de un movimiento libertario de masas, que nos lleve a una nueva forma de organización social, realmente democrática y ecologista. En esta hora de mi vida, no percibo la necesidad de acometer ninguna tarea más importante. Soy activista del movimiento 15M, miembro de una asamblea local en una pequeña población del medio rural, lo soy desde el mismo día en que se produjo la acampada de ciudadanos indignados en la cosmopolita y madrileña Plaza del Sol. Con la indignación me llegó la necesidad y la oportunidad de hacer una reflexión detenida sobre la crisis que está en el origen de esa indignación generalizada que sacude a buena parte de la anestesiada sociedad española. Los acampados de Sol me proporcionaron las claves para la reflexión: “no nos representan”, “¡democracia real ya! …yo siempre había pensado que una democracia real debería suponer algo más profundo que una reforma electoral, por muy necesaria que ésta sea en el actual momento. De mis propias contradicciones, de las que pude detectar en las asambleas locales y en la propia evolución del movimiento 15M a nivel general, surgió mi posición crítica en el seno del movimiento ciudadano, posición que es perfectamente compatible con mi apoyo y mi activa participación en el mismo. Por aquellos días, la lectura del libro “Hacia una democracia inclusiva”, de Takis Fotopoulos, fue providencial para iluminar la confusión que me atenazaba en aquellos

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momentos iniciales, de fervor “revolucionario”. Desde entonces para acá, la crisis ha ido creciendo como un monstruo que amenaza con derribar todas los avances sociales logrados en muchos años de resistencia y lucha contra “el sistema”. El eslogan del 15M “no somos antisistema, el sistema es antinosotros” no resolvía mis dudas; la segunda parte del mismo estaba muy clara, pero no así la primera….¿cómo que no somos antisistema?... Tengo el convencimiento de que la izquierda, en general, no sólo la española, arrastra un inmenso y paralizante lastre ideológico reformista, que supone la aceptación sumisa del sistema, no en sus modos y políticas, pero sí en su esencia, en su política misma: la economía de mercado y la llamada “democracia representativa”. Yo tenía la certeza de que en el viejo pensamiento anarquista -socialista y libertario- se hallaba la respuesta a mis dudas, una respuesta continuamente derrotada, bien por la violencia de Estado, bien por los “otros” socialismos de Estado: la socialdemocracia y el socialismo soviético. Ambos socialismos han fracasado estrepitosamente ante el neoliberalismo capitalista, primero el soviético y más recientemente, la socialdemocracia europea. El fracaso les ha llevado a la reconversión ideológico-electoral: los socialdemócratas han devenido en social-liberales, los comunistas estatistas en socialdemócratas retardados. Nuestra actual perspectiva histórica nos permite entrever con una evidencia incontestable que “el sistema” incluye a neoliberales, socialdemócratas y comunistas estatistas porque comparten, con variables, su misma infraestructura de poder: el estado, la economía de mercado y la “democracia” representativa, con idénticas ideologías sobre el crecimiento y la heteronomía (lo contrario a la autonomía, lo que concentra el poder, lo que propicia la organización jerárquica de la sociedad, lo que impide la libertad y hace imposible la democracia). Aunque lo deseemos, no podemos esperar a que las anquilosadas organizaciones anarquistas, fundamentalmente sindicalistas, adquieran de repente el sentido originario de la democracia como verdadera alternativa al ”sistema” que nos conduce a la

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autodestrucción. No podemos esperar a ese día en que la razón se imponga y la humanidad entera reaccione para corregir el rumbo. Nada está escrito, nada está predeterminado, ni el sueño de la utopía libertaria ni la agorera profecía de la autodestrucción. Tampoco podemos esperar a que se cumpla la marxista profecía de la civilización capitalista como preámbulo inevitable para el triunfo de la razón proletaria. Todo depende de nosotros mismos, de nuestra voluntad de emancipación, de la opción que tomemos: o “el sistema” o “la democracia”.

¡Omnia sunt comunia!

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1. Un acuerdo básico y universal

Lo política, como organización de la vida humana en comunidad, carece de sentido si no está asentada sobre un acuerdo básico y universal para la convivencia y la buena vida, fundamentada ésta en la libertad, estado al que accedemos mediante un proceso de autonomía, personal y comunitaria, que implica la eliminación progresiva de las dependencias que la dificultan en forma de necesidades materiales -básicamente económicas- como en forma de representaciones, tanto políticas como sociales, que suplantan e impiden nuestra autonomía y, por tanto, nuestra condición de individuos libres. Tenemos la voluntad de reintegrar la sociedad con la política y con la naturaleza, transformando la esencia de la política actual -que es tan negativa como la relación de la sociedad con la naturaleza- dotándolas de un fundamento ético y racional, plenamente democrático y con alcance universal, mediante un programa alternativo al dominante sistema actual, liderado por la ideología neoliberal capitalista, fundado sobre una estructura institucional básicamente constituida por la economía global de mercado y los actuales sistemas estatales de “democracias” representativas, cuya superación supone un objetivo prioritario, común a toda la humanidad. Resumo así este principio básico y universal: Deseamos una buena vida, individual y en comunidad, siendo libres e iguales, es decir, autónomos, individual y socialmente, plenamente responsables de nuestra propia existencia como del cuidado del prójimo y de todos los seres con los que compartimos los bienes comunes de los que depende la vida en la Tierra.

La comprensión y aceptación de este principio ético nos compromete, personal y colectivamente, a superar los obstáculos políticos, sociales, culturales, económicos y ecológicos que impiden el desarrollo de la buena vida, siguiendo una estrategia global para la

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transición hacia un sistema democrático real, construido de abajo arriba, desde las comunidades locales. Deseamos que esta transición sea pacífica y sin renuncia alguna a los principios éticos y racionales que animan nuestro propósito.

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2. Los diez principales obstáculos en el camino hacia la democracia

La correcta identificación de estos obstáculos es la base para el diagnóstico que nos permitirá conocer la dirección a seguir y acometer las estrategias más necesarias e idóneas.

2.1. La organización jerárquica de la sociedad. El dominio de unos seres humanos sobre otros, en cualquier ámbito de las relaciones sociales (sexualidad, relaciones personales y familiares, trabajo, centros educativos, asociaciones, etc), atenta contra la dignidad de cada individuo, sustentada ésta en la autonomía personal que constituye la libertad, generando desigualdad y provocando una permanente situación de humillación y conflicto. En consecuencia: debemos organizar nuestras comunidades en modo igualitario y autónomo, con absoluto rechazo de hábitos y normas autoritarias que produzcan jerarquía y, por tanto, dominio y desigualdad. Distribuir el poder en todos los ámbitos de la vida pública es cambiar radicalmente las estructuras que lo reproducen. La democracia no es la condición suficiente –porque existe una microfísica del poder, culturalmente heredada y entretejida en las relaciones humanas- pero sí es la condición necesaria.

2.2. La apropiación privada de los bienes comunes. Las élites que se han apropiado del gobierno de nuestras vidas, han practicado una apropiación sistemática de los bienes comunes, que institucionaliza el robo de aquello que pertenece al conjunto de la especie humana, excluyendo de su disfrute y beneficio a la mayor parte de la humanidad, condenándola a una vida impropia, de dependencia, escasez y precariedad. Los bienes comunes son universales, son bienes tangibles y también intangibles, naturales, sociales y culturales. Ahora, no podemos reducir los bienes comunes a lo que queda de su expolio histórico; nuestro bien común fundamental es la Tierra entera, no parcelable, no apropiable, que comprende las tierras y todos sus recursos, el subsuelo, las aguas y la atmósfera. Bien común es la biodiversidad, el genoma humano y la genética de plantas y animales, el espectro de ondas

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electromagnéticas, internet, las costumbres y tradiciones populares, la ciencia y la técnica, toda la cultura y el conocimiento humano. En el caso de la Tierra y sus recursos naturales, se trata de una propiedad heredada del futuro, de las generaciones venideras, que nos corresponde administrar responsablemente a las generaciones del presente. En consecuencia: debemos frenar el ataque de los mercados a los bienes comunes y llegar a abolir la propiedad privada de los mismos, sustituyendo su propiedad por el derecho de uso responsable. Es a cada comunidad local, constituida por la voluntad autónoma de quienes forman parte de la misma, a quien corresponde la administración de los bienes comunes, porque es en los territorios locales donde se localiza y concreta su uso. Son todos los miembros de cada comunidad, sin excepción alguna, los legítimos beneficiarios del uso y explotación responsable de los bienes comunes, teniendo presente que su propiedad es comunal y corresponde al conjunto de las generaciones, presentes y futuras.

2.3. Los Estados, las democracias representativas y los gobiernos oligárquicos.

Los estados-nación son una institución vertebrada sobre la idea artificiosa de una comunidad nacional que no se corresponde con las circunstancias reales -económicas, ambientales, sociales, culturales y políticas- de la vida humana, que en su mayor parte tienen lugar en la escala de las comunidades locales. Son instituciones creadas por las élites que detentan el poder, para defender sus privilegios mediante la imposición de leyes y, en última instancia, mediante la violencia de las armas. A lo largo de la historia, los estados-nación han utilizado diferentes formas de gobierno (monarquías, dictaduras militares y de partidos políticos), siendo la democracia “representativa” su forma actual en el marco de la ideología neoliberal predominante. Su realidad es opuesta a una verdadera democracia, ya que su sistema parcial (sólo político y representativo) excluye toda posibilidad de autogobierno, haciendo que el poder político sea subsidiario del poder económico, concentrado éste en las mismas élites que controlan el ámbito de la política. Su sistema representativo anula la autonomía personal y comunitaria, consolidando la reproducción del

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poder en manos de oligarquías que anteponen su propio interés al comunitario, mediante el subterfugio de representar el interés general. ¿O es que necesitamos más evidencias? En consecuencia: tenemos que impedir todo tipo de intermediarios de la voluntad individual y colectiva, dotándonos de autonomía y autogobierno mediante verdaderas instituciones de democracia directa, comunitaria y confederal. Estas entidades realmente democráticas habrán de ser constituidas en el ámbito geográfico y soberano de cada comunidad local, promoviendo la confederación solidaria con otras, a escala regional, nacional e internacional. Constituidas a partir de la voluntad mayoritaria de una o varias poblaciones de un mismo territorio, el municipio es la institución local, autónoma y soberana, propia de la democracia, cuya dimensión idónea es aquella que reúne los recursos humanos y materiales suficientes para hacer posible su autogobierno.

2.4. La mercantilización del trabajo. Hemos padecido y consentido la imposición del trabajo humano como mercancía sometida a un precio (salario) en función de la oferta y la demanda, como cualquier otra mercancía, como un factor más de competitividad y especulación en el marco de la economía de mercado. Ello provoca la absoluta dependencia económica de la mayoría de los seres humanos en manos de las minorías que controlan la propiedad de los medios de producción, lo que conlleva la pérdida total de autonomía personal y comunitaria, convirtiendo el trabajo asalariado en la moderna forma de esclavitud, al servicio del alienante sistema productivo que alimenta la economía de mercado. En consecuencia: debemos crear un sistema económico democrático, en el que la producción tenga como objetivo la satisfacción de las necesidades humanas, aboliendo el trabajo asalariado (“por cuenta de otro”), transformándolo en trabajo comunitario, como contribución personal a la producción comunitaria de bienes y servicios y como fuente legítima de la renta productiva (el capital social generado por el sistema productivo comunitario). Creo, además, que el trabajo habrá de ser una opción voluntaria para quien considere que la renta básica (el capital social generado por los derechos de uso de los bienes

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comunes) satisface sus necesidades básicas de consumo. Con una economía integrada en el autogobierno propio de la democracia, el trabajo estará necesariamente ligado a las necesidades productivas de la comunidad, siendo distribuido entre todos los ciudadanos y ciudadanas con edad y con capacidad de contribuir con su trabajo a la comunidad, obligada a reconocer el mérito y la creatividad individual en forma justa.

2.5. La economía de mercado. Este sistema económico antepone el interés minoritario de las élites -propietarias de los bienes y medios de producción- por delante de las necesidades de la sociedad y las personas, asignando los recursos mediante el exclusivo mecanismo del precio, lo que inevitablemente provoca una necesidad de permanente expansión y crecimiento contínuo, convirtiendo a la codicia individual por la acumulación del beneficio en principal norma de conducta; la financiarización-globalización de la economía tiende a concentrar el poder financiero en redes financieras globales y anónimas, de propia naturaleza delictiva, que provocan la consecuente deslocalización de la producción de los bienes y servicios; en definitiva, conducen inevitablemente a un proceso de acumulación-concentración progresiva del beneficio, al control total de los flujos económicos y, por tanto, a poner el poder económico en manos de élites progresivamente transnacionales, excluyendo a las comunidades locales y generando dependencia y precariedad para la inmensa mayoría de la población mundial. En consecuencia: debemos sustituir el actual sistema económico, propio del capitalismo neoliberal, por un nuevo e inédito modelo fundado en los ideales y principios de una democracia real, en el que la asignación de los recursos sea democrática e igualitaria, a partir de una renta comunitaria integrada por el capital social que generan los bienes comunes (renta básica) y el que es generado por el sistema productivo comunitario (renta productiva). La cooperación productiva y comercial entre las comunidades y entre sus confederaciones estará dirigida a procurar el equilibrio distributivo mediante el intercambio de productos escasos por excedentes. Satisfechas las necesidades básicas de cada población local, cada

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comunidad podrá plantearse la producción y comercialización de bienes y servicios de segundo nivel de necesidad, con idénticas limitaciones ecológicas que los del primer nivel, haciendo posible la prosperidad de la que el capitalismo y la economía de mercado excluyen a la mayor parte de la humanidad.

2.6. El dinero, la banca, el crédito, la deuda. El dinero nunca debió de perder su carácter neutro e instrumental como herramienta de intercambio comercial. Nunca debió convertirse en el principal producto-mercancía del mal llamado “mercado libre”, mediante un acelerado proceso de acumulación-concentración, financiera e internacionalizada, que caracteriza a la economía de mercado. La Banca es la institución privada propia del capitalismo, dedicada a producir valor a partir de la deuda, mediante el negocio del crédito. La deuda, pública o privada, es la sofistificada forma con la que el capitalismo expolia la producción social del futuro, convirtiendo esta actividad en el negocio más seguro y delictivo de la historia, con la complicidad necesaria de los Estados, controlados por las élites políticas asociadas en dicho negocio común. En consecuencia: tenemos que recuperar la naturaleza neutra del dinero, perfeccionando su exclusivo valor de cambio, haciéndolo nominal y electrónico, perdiendo el anonimato de la moneda actual, favorecedora de acumulación y uso delictivo. En una democracia real, la Banca y el crédito sólo podrán ser públicos, integrados en las haciendas comunitarias como un servicio público más. El dinero habrá de ser considerado como capital social, que nunca podría generarse a partir de la deuda, sino del rendimiento de los bienes comunes y la capacidad productiva de las comunidades locales.

2.7. La producción ilimitada de bienes y servicios. El dominio sobre la naturaleza es una extensión del dominio sobre la sociedad, sobre las personas. El crecimiento ilimitado es condición propia y consecuente de la concentración de poder de la economía de mercado del sistema dominante, que nos lleva al inevitable agotamiento de los recursos naturales, llevándonos a una más que

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probable situación de riesgo, excesivamente peligrosa para el equilibrio ecológico de la Tierra. Tenemos que atajar esta deriva destructiva, no podemos confiar ciegamente nuestro futuro a los milagros de la ciencia y la tecnología, porque son inciertos e imprevisibles por naturaleza. Como tampoco podemos fiarnos de una posible capacidad de reforma ecológica del sistema capitalista, que atentaría contra su propia esencia, inevitablemente condenada al crecimiento contínuo…e insostenible. En consecuencia: tenemos que administrar responsablemente los recursos naturales, lo que nos obliga a sustituir el actual y depredador sistema productivo, por otro modelo alternativo, plenamente democrático, prioritariamente enfocado en la satisfacción igualitaria de las necesidades humanas básicas, a escala local y global. Dicho objetivo es inexcusable y precisa del uso sistemático de recursos renovables, que nos permitan mantener y acrecentar la biodiversidad, responsable del equilibrio ecológico del que depende la vida en nuestro común y único planeta.

2.8. La mala educación. Es en el proceso educativo donde se origina y reproduce la alienante ideología de sumisión al orden jerárquico impuesto por las élites -sociales, económicas y políticas- que concentran el poder y que utilizan las instituciones “educativas” del Estado para conseguir dicho objetivo con notable eficacia, gracias al poder de su extendida influencia e imposición a través de la cultura, la familia, el trabajo, los medios de información y comunicación, el ocio y el consumo, que propician una falsa consciencia adaptada al sistema de economía de mercado y “democracia” representativa, empujando a toda la sociedad hacia la pobreza generalizada que supone la deseducación cívica y la despolitización. En consecuencia: tenemos que transformar el actual sistema educativo hasta conseguir la disolución del poder “educativo” del Estado, recuperando para las comunidades locales dicho poder, en forma distribuida y compartida por todos los individuos que integran éstas. La escuela del futuro habrá de ser necesariamente emancipadora, pública y autónoma, una institución libre y autogobernada por las

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comunidades locales, productora de conocimiento, autonomía, solidaridad y democracia. Una escuela democrática.

2.9. La sociedad de la información controlada. Los medios de comunicación de masas no son empresas neutras, sino negocios de poder centralizado, controlados por las oligarquías políticas, económicas y sociales, cuyo objetivo es producir beneficio económico, estados de opinión favorables al sistema dominante y, en definitiva, control de la sociedad, o sea, poder. En consecuencia: debemos boicotear la información como producto de consumo y como negocio manipulador de la opinión pública. En la sociedades realmente democráticas del futuro, la información deberá tener naturaleza de bien común, siendo descentralizada y distribuida, libremente producida y autogestionada por los miembros de cada comunidad, en redes informativas abiertas.

2.10. La mercantilización del conocimiento, la ciencia y la tecnología.

El conocimiento es algo esencial de todo individuo en su relación con el entorno, es aquello que le permite existir, mantenerse y desarrollarse en su existencia y que por tanto, pertenece al ámbito general y común, a toda la sociedad.

Su fallida interpretación por el sistema dominante lo ha convertido en un ideal de autorrealización a través de la competitividad y el individualismo desenfrenado, que domina la cultura universal y que tiende a hegemonizar negativamente al mundo entero. La sociedad tecnológica, en el marco del actual sistema dominante, está condenada a un liderazgo autoritario, al trabajo embrutecedor y a un igualmente embrutecedor consumo. La modernidad es el campo de batalla entre la racionalidad técnica exclusivamente ligada al beneficio económico y los valores humanitarios que luchan contra su dominio. Otra ciencia y otra tecnología, al servicio de las necesidades y los valores humanos, es posible.

En consecuencia: debemos promover la idea del conocimiento como bien común, no competidor ni sustraíble, cuyas ventajas son

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generalizadas, traduciéndose en mejora de la calidad de vida y en bienestar social global. Estamos emplazados a realizar una apropiación social y creativa de las tecnologías existentes, como ya está ocurriendo con Internet; a reconceptualizar la relación entre ciencia y tecnología, racionalidad y democracia, posibilitando una verdadera reforma radical de la sociedad del conocimiento, que es esencialmente tecnológica, porque la degradación del trabajo, de la educación y del medio ambiente no tiene sus raíces en la tecnología, sino en los valores antidemocráticos que gobiernan el conocimiento científico y tecnológico. La opción, cada vez más popular, por una renovación espiritual, basada en un estilo de vida más simple e individual, ajeno a toda tecnología, también está condenada al fracaso, porque por más deseable que nos parezca, no habrá ningún progreso social fundamental en una sociedad que renuncia a la prosperidad -en el sentido de buena vida- y que sacrifica a las personas en el proceso productivo de la economía de mercado.

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3. Definiendo la democracia.

“El proyecto de autonomía, que surgió en la Atenas clásica, fue eclipsado por casi 15 siglos, un período durante el cual la tradición heterónoma fue dominante, pero volvió a aparecer en el siglo XII dC, en la libre circulación de las ciudades medievales de Europa, entrando pronto en conflicto con la nuevas formas estatistas de la heteronomía que, al final, destruyeron los intentos de autonomía local y federalismo. El cambio a la modernidad se caracterizó por un feroz conflicto -político, social e ideológico- entre las dos tradiciones, con el triunfo de la tradición heterónoma mediante la difusión de la economía de mercado y la democracia "representativa". Durante el mismo período, el proyecto de autonomía, bajo la influencia de las ideas de la Ilustración, se radicalizó intelectualmente, como a nivel social y político (por ejemplo, las secciones de París de la década revolucionaria de 1790 o los colectivos libertarios en la guerra civil española)”. (Del texto introductorio de The multidimensional crisis and democracy inclusive, de T.F.) La incompleta y defectuosa formulación de la democracia “representativa”, propia del sistema capitalista neoliberal, ostenta una posición hegemónica que lleva a sus partidarios a considerarla como si se tratase de “la democracia”, de la verdadera democracia, obviando sus enormes y flagrantes defectos, que pretenden justificar mediante su comparación con las dictaduras. La incompatibilidad de la democracia con cualquier forma de concentración del poder es la base del diagnóstico que nos lleva a reconceptualizar la democracia. Es errónea la idea de que existen diferentes tipos de democracia en el plano político. Democracia es el ejercicio directo de la soberanía por las personas mismas, una forma de institución de la sociedad que rechaza, por tanto, cualquier forma de “gobierno” ajeno a ella misma y que institucionaliza la distribución igualitaria del poder en todos los ámbitos y entre todos los ciudadanos y ciudadanas.

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Hoy, el problema de fondo no es ¿cuánta democracia?, sino democracia ¿sí o no?. La consecuencia de esta hipótesis, en palabras de Takis Fotopoulos (filósofo político, economista y activista, fundador del proyecto y el movimiento para una “democracia inclusiva”), es doble: primero que todas las formas de democracia conocidas (representativa, parlamentaria, popular, liberal, participativa, etc) no son sino formas de “oligarquía”, es decir, gobiernos de unos pocos; y según eso, en sentido estricto se podría afirmar que son más o menos oligárquicos, pero nunca que son más o menos democráticos. La libertad, expresada en términos de autonomía individual y colectiva, encuentra su arraigo y fortaleza en la organización democrática de la sociedad, trascendiendo tanto al liberalismo como al socialismo estatista, al individualismo como al colectivismo. La autonomía como dimensión real de la libertad es clave para definir la democracia real. Por tanto, una sociedad autónoma es capaz de instituirse a sí misma explícitamente, es capaz de de poner en tela de juicio las instituciones que ya se ha dado y su propio sistema de creencias. Una sociedad tribal es incapaz de poner en duda la tradición; una sociedad religiosa no es capaz de cuestionar la ley divina; una sociedad estatista (en versión liberal o socialista) es incapaz de cuestionar el paradigma social dominante. Todos ellos son ejemplos de sociedades heterónomas, fundadas en una autoridad ajena y superior a la propia sociedad. Se trata, por tanto, de sociedades necesariamente no democráticas. El carácter oligárquico de los regímenes actuales no es atribuible solamente al hecho de que el poder real esté en manos de una élite política o de una clase económica para la que los políticos actúan como agentes, directa o indirectamente; el carácter oligárquico de las “democracias” actuales es el resultado directo de una estructura institucional que separa a la sociedad de la política, de la economía y de la naturaleza. Con todas sus limitaciones, la democracia ateniense, de la que tomamos el concepto originario de democracia, era mucho más avanzada que las actuales democracias, que ni siquiera son “representativas”, como proclaman, porque presuponen el ejercicio

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de la soberanía por un cuerpo de representantes separado de la sociedad y parapetado en el Estado, mientras que en la democracia griega la soberanía era ejercida directamente por los ciudadanos libres que, al menos, no afirmaban representar a los esclavos. En resumen, una nueva y provechosa concepción de la democracia precisa distinguir las dos esferas principales de la sociedad, la pública y la privada; y aún podemos añadir una esfera ecológica, definida como la de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza. Pues bien, la esfera pública, incluye no sólo el ámbito político, sino también el económico y el social, es decir, todos los campos de la actividad humana en los que pueden tomarse decisiones colectiva y democráticamente. La inclusión de todos estos ámbitos –político, social, económico y ecológico- es un elemento esencial de la democracia real, necesaria y doblemente inclusiva (de las personas y de los ámbitos de la vida pública). Podríamos concluir que la democracia es el marco institucional que tiene por objetivo la igual distribución del poder político, social y económico, además del sistema que se propone integrar de nuevo a la sociedad humana en la naturaleza. No obstante, hay que señalar que la democracia, no siendo la condición suficiente para la abolición definitiva de las relaciones de dominio (o de poder social, como diría Foucalt en su teoría sobre “La microfísica del poder”), sí es la condición necesaria. Pero en todo caso, la democracia no es, como piensan los marxistas, una cuestión dialéctica, es una opción consciente, personal y colectiva, por la autonomía. La otra opción es “el fin de la historia”, anunciado por los ideólogos de la modernidad heterónoma.

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4. Una síntesis libertaria: el proyecto de la democracia inclusiva, de Takis Fotopoulos

Algunas personas me han preguntado ¿por qué llamáis democracia inclusiva y no anarquismo a esta propuesta? La respuesta la dio el propio Takis Fotopoulos (en adelante T.F.), en una entrevista que le hicieron en España: “porque el proyecto de la Democracia Inclusiva es una síntesis libertaria que tiene como base las lecciones que nos enseña la experiencia histórica de las revoluciones e insurrecciones fracasadas de los últimos 150 años. Es una síntesis de las dos tradiciones históricas dentro de la amplia tradición libertaria (o autónoma), esto es: la tradición democrática clásica y la tradición del socialismo libertario, que es la parte del anarquismo a la que la democracia inclusiva es más próxima, así como las corrientes antisistémicas dentro de los movimientos sociales que surgieron desde Mayo del 68 (el movimiento feminista, el ecologista, antiglobalización, etc.)”. El camino elegido por T. F. para articular su paradigma es el del racionalismo democrático, en un momento histórico en el que tanto la objetividad modernista (positivista y dialéctica) como la subjetividad posmodernista son fuertemente cuestionadas. El proyecto liberador sólo podrá basarse en un racionalismo democrático que trascienda el cientificismo y el irracionalismo, así como el relativismo general, porque si se definen la libertad y el propio proyecto liberador en términos de exigencia de autonomía individual y social, entonces los estamos definiendo como una manera responsable de elección de la autonomía y su expresión en la democracia. Así pues, “el camino elegido es el del racionalismo democrático, a saber: un racionalismo fundado en la democracia como estructura y un proceso por el cual la sociedad se instituye a si misma. Sólo así será posible llegar a una síntesis de las tradiciones autónoma-democrática, socialista libertaria, verde radical y feminista, tal como la que propone Takis Fotopoulos en este libro”. (Guido Galafassi, profesor de la Universidad Nacional de Quilmes y Buenos Aires, en

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su reseña sobre el libro de T. Fotopoulos «Hacia una democracia inclusiva. Un nuevo proyecto liberador») Para el proyecto de democracia real, el significado original y clásico de democracia (ateniense) es sólo un punto de partida, en el sentido de que la democracia directa (es decir, la democracia política, que significa una distribución igualitaria del poder político entre los ciudadanos) tendría que complementarse necesariamente con la democracia económica, que significa la distribución igualitaria del poder económico, mediante la apropiación y control comunitario de los bienes comunes y de los recursos de producción y distribución por parte del “demos” o conjunto de ciudadanos de un área geográfica determinada; también debe complementarse, inseparablemente, con la democracia en el ámbito social, que significa la distribución igualitaria del poder social en la familia, en el centro de trabajo, en el centro educativo, etc. (esto es, la autogestión); y, finalmente, con la democracia ecológica, que se define como el marco institucional que apunta a la eliminación de cualquier intento humano de dominar el mundo natural, en otras palabras, el sistema que tiene por objetivo reintegrar a los seres humanos con la naturaleza. Por lo tanto, la democracia real o inclusiva significa de hecho la abolición de las relaciones y estructuras de cualquier clase de poder, ya que tales estructuras y relaciones son incompatibles con su distribución igualitaria. La crisis multidimensional. (económica, ecológica, social, cultural y política) causada por la concentración de poder en manos de diversas élites, a consecuencia del establecimiento, en los últimos dos siglos del sistema de la economía de mercado, la “democracia” representativa y las formas relacionadas de estructuras jerárquicas, constituyen el punto de partida del diagnóstico que nos lleva a la necesidad de una alternativa global y, por tanto, multidimensional, a dicho sistema.

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5. Los objetivos de la democracia inclusiva Los siguientes objetivos han sido señalados por T.F. de cara al incipiente movimiento internacional de Democracia Inclusiva. Representan un punto de partida, para comprender y fijar la estrategia que deberá conducir a su logro:

I. La causa fundamental de la actual crisis multidimensional (política, económica, social, ecológica, cultural) es la concentración de poder en manos de diversas élites, la cual se mantiene y reproduce gracias a las dinámicas del sistema de la economía de mercado (en su actual forma internacionalizada) y su complemento político, la “democracia” representativa, es decir, el sistema político y económico que surgió en Occidente hace sólo dos siglos.

II. Por lo tanto, la superación de la crisis crónica que comenzó con el surgimiento de este sistema, y que se ha agravado en los últimos años con la internacionalización de la economía de mercado, no es posible a través de la reforma del sistema -como sostienen utópicamente algunos movimientos civiles, organizaciones y partidos ecologistas, quienes en última instancia funcionan del mismo modo que los apologistas del sistema. La superación de la crisis sólo es posible a partir de la creación de una nueva forma de organización política, social y económica que asegure la distribución igualitaria del poder entre los ciudadanos en todos los ámbitos (político, económico, social y cultural). La democracia inclusiva, por lo tanto, no es simplemente una nueva utopía sino una nueva forma de organización social que tiene el objetivo de asegurar una distribución igualitaria del poder en todos los ámbitos y, consecuentemente, la superación final de la crisis multidimensional actual. El objetivo último es la creación de un orden democrático mundial basado en confederaciones de democracias inclusivas que reemplace el orden mundial jerárquico vigente.

III. La democracia inclusiva constituye la forma más completa de democracia ya que garantiza las condiciones institucionales necesarias para una democracia política (o directa), una democracia económica, una democracia en el ámbito social y una democracia ecológica. A

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nivel subjetivo, la democracia inclusiva se basa en la elección consciente de la autonomía por parte de los ciudadanos, y no en dogmas, religiones y sistemas irracionales o sistemas teóricos cerrados que descartan o excluyen cualquier cuestionamiento de los fundamentos últimos de estas creencias –piedra angular de la democracia.

IV. La democracia política supone la creación de instituciones de democracia directa, de tal manera que todas las decisiones sean tomadas por asambleas demóticas (es decir, asambleas locales de ciudadanos en el ámbito del demos) que se confederan en el ámbito regional, nacional, y finalmente en el ámbito continental y global mediante delegados, que pueden ser inmediatamente revocados por las asambleas demóticas. La función de las asambleas regionales, nacionales y confederales es sólo implementar y coordinar las políticas decididas por las asambleas demóticas. La democracia política garantiza, por lo tanto, la reintegración de la sociedad con la política y reemplaza al Estado como una autoridad separada y por encima de los ciudadanos –una estructura que, esencialmente, ha convertido a los ciudadanos en súbditos.

V. La democracia económica supone la creación de instituciones de propiedad colectiva de los recursos productivos (es decir, la fuente de la riqueza social) y un control colectivo sobre estos a través de las asambleas ciudadanas. El sistema de la economía de mercado, que ha llevado a la actual concentración de la riqueza en manos de unos pocos, así como al desempleo, el subempleo, la inseguridad, la degradación de los servicios sociales y la catástrofe ecológica, debería ser reemplazada por nuevas instituciones de control democrático de los medios de producción, con el objetivo de cubrir las necesidades básicas de todos los ciudadanos, así como de asegurar la plena libertad de elección individual respecto a cubrir sus necesidades no-básicas, de acuerdo a su elección respecto al trabajo y al tiempo libre. Una democracia económica garantiza, por lo tanto, la reintegración de la sociedad con la economía y reemplaza la economía de mercado-monetaria, que divide a los ciudadanos entre los privilegiados, que pueden satisfacer sobradamente cada una de las necesidades reales o

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imaginarias que pudieran tener, y los no privilegiados, que no pueden satisfacer ni siquiera sus necesidades más básicas.

VI. La democracia en el ámbito social supone la creación de instituciones de autogestión en las fábricas, oficinas y lugares de producción en general, así como en instituciones educativas y culturales (medios de comunicación, arte, etc.). Los consejos de trabajadores, consejos de estudiantes, etc., aseguran la autogestión en los lugares de producción y en los centros educativos, guiados por los objetivos generales fijados por las asambleas ciudadanas, así como por las preferencias de los ciudadanos como productores pero también como consumidores. Un modelo que describe cómo podría funcionar una democracia económica en general, y concretamente cómo las decisiones de los ciudadanos como miembros de las asambleas demóticas pueden interrelacionarse con las decisiones de los ciudadanos como miembros de las instituciones de autogestión, se describe en el número 2 del volumen 3 de la revista Democracy & Nature y, más detalladamente, en el capítulo 6 del libro Hacia una democracia inclusiva (Nordan, Montevideo, 2002).

VII. La democracia ecológica supone la creación de unas instituciones y de una cultura que aseguren la reintegración de la sociedad con la naturaleza. Esto significa que el objetivo de la actividad económica ya no será el actual “desarrollo” eco-catástrofico que es necesario por las exigencias de competencia y lucro, sino la satisfacción de las necesidades de todos los ciudadanos de manera que se consiga una verdadera calidad de vida que solo una relación armoniosa entre la sociedad y la naturaleza puede garantizar. La democracia ecológica, por lo tanto, no se puede lograr dentro del actual sistema de economía de mercado y la consecuente “economía de crecimiento”, ni dentro de ningún sistema enfocado en el crecimiento, como el sistema centralizado del “socialismo real”.

VIII. La Democracia Inclusiva no es el resultado de un despliegue dialéctico de la naturaleza o la sociedad determinado por algunas “leyes” o “tendencias” de la evolución natural o social, ni tampoco otra utopía como las que a menudo aparecen en el espectro libertario. La Democracia Inclusiva, por lo tanto, es incompatible con cualquier

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sistema teórico cerrado y, por supuesto, con cualquier irracionalismo, sea este religioso o no. El proyecto de la Democracia Inclusiva propone la construcción de un movimiento masivo que sea la síntesis así como la superación del movimiento social por la democracia, la autonomía y el socialismo por un lado y los nuevos movimientos sociales por la igualdad en relación al genero, la raza y la etnia por otro.

IX. La transición hacia la democracia inclusiva presupone, por lo tanto, la creación de un movimiento masivo a nivel local, regional, nacional, y finalmente a nivel continental y global, con el objetivo de reemplazar el sistema de la economía de mercado y la “democracia” representativa, por instituciones de democracia directa, económica, ecológica y social. Este movimiento interviene en todos los ámbitos (político, económico, social, ecológico y cultural) con la intención de crear nuevas instituciones y cultura. Esta intervención no se manifiesta sólo a través de la creación de formas de vida individual o social alternativas (“para dar ejemplo”), la acción directa, o la participación en elecciones locales, sino por la combinación de éstas y otras formas de acción similares –con la condición de que todas estas actividades sean una parte integral de un programa político global de cambio social radical a favor de la democracia inclusiva. La participación en elecciones locales (las únicas elecciones compatibles con los objetivos de la Democracia Inclusiva) tiene sólo el objetivo de crear unas instituciones y una cultura basadas en la DI a una escala social significativa. El objetivo último es la creación de un contrapoder en relación al sistema existente, a través del desarrollo de una conciencia masiva provocada por la lucha contra las instituciones existentes, así como por la lucha por las nuevas instituciones y por la misma creación de estas instituciones. Cuando la mayoría de los ciudadanos haya aceptado los principios de la organización democrática y participen masivamente en las nuevas instituciones, ningún poder sobre la Tierra podrá detener el colapso del viejo sistema de concentración de poder en pocas manos –la causa de todos los problemas para la mayor parte de la especie humana.

X. El objetivo a medio plazo es la construcción de una red de ciudadanos para la democracia inclusiva que tendrá el propósito de

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crear una conciencia democrática alternativa, a través de la intervención política así como de actividades culturales, con el fin último de contribuir a la creación de un vasto movimiento político de transición hacia la democracia inclusiva. Un primer paso en esta dirección podría ser la creación de grupos de estudio que proporcionen a los activistas la oportunidad de profundizar su conocimiento sobre los diversos aspectos del proyecto de la Democracia Inclusiva, incluyendo el aspecto crucial de la estrategia y las tácticas.

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6. El sujeto emancipador

En páginas anteriores me he referido a la heteronomía y a la autonomía como dos concepciones de la sociedad que son radicalmente opuestas. Quienes quieren cambiar el mundo y para ello cuestionan las distintas formas de poder, la mayoría de las alternativas políticas, pasadas y actuales, más o menos reformistas y más o menos antisistémicas se corresponden con la heteronomía. El movimiento, hoy muy minoritario, que cuestiona el poder mismo, se corresponde con la concepción de autonomía, que me atrevo a identificar con la democracia, en su sentido completo, inclusivo y real. “¿Todavía tiene sentido hablar de una clase hegemónica en una sociedad en la que la estructura de clases se está desintegrando?...Debemos estar dispuestos a salir de las viejas trincheras ideológicas, para mirar con honestidad, claridad e inteligencia el mundo autoritario que se va remodelando en torno nuestro y a tomar nota de las tensiones que existen entre las tradiciones utópicas de las revoluciones democráticas burguesas y la marea ascendente del militarismo y centralismo que amenaza con cancelar estas tradiciones. …He buscado desde hace mucho tiempo una conciencia de clase revolucionaria entre los obreros norteamericanos, una conciencia que nunca he hallado, ni siquiera en los años treinta o cuarenta y menos aún en las últimas décadas…más bien he hallado tendencias libertarias entre los jóvenes de los años sesenta, entre las mujeres de los años setenta y entre los ecologistas de los años ochenta. Cada vez me convenzo más de que deberíamos volver a la palabra “pueblo”: una gran y creciente mezcla de individuos que se sienten oprimidos y dominados, no sólo explotados,en todos los ámbitos de la vida: familiar, cultural, generacional, cultural, sexual, étnico y moral, además del ámbito económico. Marx criticó a los anarquistas por hablar de “masas de trabajadores” y “oprimidos” en vez de utilizar el término científico de proletariado. El resultado es que nosotros teníamos razón y él estaba terriblemente equivocado, según el veredicto comprobado no sólo por la teoría sino por la misma historia.

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…De todos modos, lo que se olvida demasiado fácilmente es que los desastres producto de la ieología son propiamente la prueba de su latente éxito, igual que la capacidad humana de anular la vida es la prueba de su capacidad de hacer del mundo un paraíso. No son los males de las ideologías lo que debemos evidenciar frente a un mundo ya de por sí escéptico y secular, sino el tipo de ideología que lo puede salvar de su egoísmo y de su economicismo. En esa dimensión moral, el anarquismo representa la única ideología capaz de llevar a la humanidad más allá de sus angustiosas necesidades biológicas, hacia un espacio de libertad que es un fin en sí, en la aventura humana”. (De “El anarquismo ante los nuevos tiempos”, de Murray Bookchin) Desde la perspectiva de la democracia inclusiva, la desaparición progresiva de las clases económicas, en el sentido marxista, simplemente significa la muerte de las divisiones de clase tradicionales y el nacimiento de nuevas divisiones de clase “holísticas”, es decir, divisiones basadas en las estructuras de poder del sistema socioeconómico en sí mismo y no sólo en algunos aspectos de éste, como las relaciones económicas solamente, o bien las relaciones de género, las políticas, las identitarias, los valores y demás. En otras palabras, las actuales divisiones sociales entre grupos sociales dominantes y subordinados en el ámbito político (políticos profesionales frente al resto de ciudadanos), en el ámbito económico (propietarios, directores y mánagers frente a trabajadores, subordinados, etc.) y en el ámbito social en general (hombres frente a mujeres, blancos frente a negros, mayorías étnicas frente a minorías étnicas y demás) se basan en estructuras institucionales que reproducen una distribución desigual del poder y en las culturas e ideologías correspondientes (es decir, en el “paradigma social dominante”). Es evidente pues, que aunque ya no es pertinente hablar de divisiones de clase monolíticas, ello no excluye la posibilidad de que, cuando los grupos sociales que pertenecen al sujeto emancipador, tal como se define a continuación, desarrollen una conciencia compartida sobre los valores y las instituciones que crean y reproducen estructuras de distribución desigual del poder, que puedan unirse, principalmente, no contra los grupos sociales dominantes como tales, sino contra el

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marco institucional jerárquico y aquellos que lo defienden. El elemento unificador, que puede unir a los miembros de los grupos sociales subordinados en torno a un proyecto liberador como el que proponemos desde la democracia inclusiva, es su exclusión de las diversas formas de poder, una exclusión que se basa en la distribución desigual del poder que establecen las instituciones actuales y sus valores correspondientes. Esto nos conduce a la cuestión crucial que afronta cualquier estrategia transicional: la “identidad” del sujeto emancipador, o como solía denominarse, el “sujeto revolucionario”. Todas las estrategias antisistémicas en el pasado se basaban en el supuesto de que el sujeto revolucionario se identifica con el proletariado, aunque en el último siglo diversas variaciones de este planteamiento proponían incluir en el sujeto revolucionario a los campesinos y luego a los estudiantes. Sin embargo, los “cambios sistémicos” que caracterizaron el paso de la modernidad estatista a la modernidad neoliberal y los cambios en la estructura de clase relacionados con éste, así como la paralela crisis ideológica, significaron el fin de las divisiones de clase tradicionales, aunque no el fin de las divisiones de clase como tal. Aún así, parte de la izquierda radical, a pesar de los evidentes cambios sistémicos, insiste en reproducir el mito de la clase obrera revolucionaria, normalmente redefiniéndola de formas a veces tautológicas. Al mismo tiempo, autores de la izquierda libertaria, como Bookchin y Castoriadis, se pasaron a una posición según la cual, en la definición del sujeto emancipador, tenemos que abandonar cualquier “criterio objetivo” y suponer que el conjunto de la población (“el pueblo”) está receptivo -o cerrado- a una perspectiva revolucionaria.. Finalmente, los postmodernistas reemplazan las divisiones de clase por diferencias identitarias y sustituyen el “sistema político” por la fragmentación y la diferencia. Esto ha conducido inevitablemente a una situación en la que se niega la unidad sistémica del capitalismo, cuando no su propia existencia como sistema social, y “en vez de las aspiraciones universalistas del socialismo y las políticas integradoras de la lucha contra la explotación de clase,

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tenemos una pluralidad de luchas particulares, esencialmente desconectadas, que termina con una sumisión al capitalismo”. De hecho, el problema principal en la política emancipadora hoy en día es cómo todos los grupos sociales, que potencialmente forman la base de un nuevo sujeto emancipador, podrían unirse con una visión común del mundo, un paradigma común, que vea la causa última de la presente crisis multidimensional en las actuales estructuras que aseguran la concentración de poder en todos los ámbitos, así como en los sistemas de valores correspondientes. Un nuevo movimiento que aspire a una democracia inclusiva debería atraer, fundamentalmente, a las principales víctimas de la economía de mercado internacionalizada, es decir, a las clases bajas y a los marginados (parados, obreros, empleados con salarios bajos, trabajadores a tiempo parcial, trabajadores ocasionales, agricultores que están desapareciendo debido a la expansión de la agroindustria), así como a los estudiantes, futuros miembros de las clases medias profesionales, que ven desaparecer rápidamente sus sueños de estabilidad laboral en los “flexibles” mercados laborales que se están creando. También debería atraer a una parte importante de la nueva clase media que, sin poder unirse a la “clase alta”, vive en condiciones de inseguridad constante, particularmente en los países del Sur, tal y como mostró la crisis argentina. Debería atraer a todas aquellas personas que actualmente están involucradas en movimientos locales centrados en una sola cuestión a falta de algo mejor. Tal como reconocen incluso los teóricos del social-liberalismo, aunque la confianza en los políticos profesionales y las instituciones de gobierno está disminuyendo drásticamente, la decadencia de la política parlamentaria no equivale a despolitización. Esto se hace evidente por el crecimiento paralelo de nuevos movimientos sociales, ONG's, iniciativas ciudadanas, etc. No es extraño que el “movimiento de pequeños grupos” (small group movement), es decir, pequeños colectivos de personas que se encuentran regularmente para promover su interés común, esté aumentando mucho, con el 40 por ciento de la población de los Estados Unidos -unos 75 millones de americanos- participando al menos en un pequeño grupo, mientras que en el Reino Unido los grupos de auto-

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ayuda y los grupos ambientalistas se han expandido rápidamente en los últimos años. Aunque esta celebrada expansión de la “sociedad civil” se concentra en la nueva clase media, este es un indicio del anhelo de una auténtica democracia en la que todo el mundo cuenta en el proceso de toma de decisiones. Además, dado que el alcance de la participación ciudadana se limita actualmente a cuestiones singulares, no es extraño que sean los movimientos y organizaciones que se centran en una sola cuestión los que aumenten. En otras palabras, se puede argumentar que la expansión del movimiento de pequeños grupos indica, de hecho, un desplazamiento desde la pseudo-democracia en el ámbito nacional –en la que el sistema de representación anula la participación colectiva- a la pseudo-democracia en el ámbito local -en la que las decisiones políticas y económicas importantes se siguen dejando en manos de las élites políticas y económicas, pero al mismo tiempo, en una especie de “sub-política”, en la que grupos de ciudadanos de la “activa” sociedad civil reivindican el derecho a tomar decisiones en cuestiones secundarias o locales. Finalmente, debería atraer a todas aquellas personas que se preocupan por los efectos de la concentración de poder sobre el medio ambiente y a las que están oprimidas por las estructuras patriarcales y otras estructuras jerárquicas en la sociedad actual. Así pues, en resumen, es necesario que la nueva organización política esté fundada en una base política lo más amplia posible. En mi opinión, esto significa un amplio espectro de activistas radicales, que incluya activistas anti-globalización, ecologistas radicales, partidarios del proyecto de autonomía, socialistas libertarios, feministas radicales, libertarios de izquierdas y cualquier otro activista que adopte el proyecto democrático.

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7. Estrategia antisistémica hacia la democracia: ni reforma ni revolución, transición revolucionaria

Punto de partida: la crisis multidimiensional. En uno de sus ensayos sobre la D.I., dice T.F, refiriéndose a esta estrategia, que “el punto de partida de este planteamiento es que el mundo, a principios del nuevo milenio, afronta una crisis multidimensional (económica, ecológica, social, cultural y política) causada por la concentración de poder en manos de diversas élites, a consecuencia del establecimiento, en los últimos dos siglos, del sistema de la economía de mercado, la “democracia” representativa y las formas relacionadas de estructuras jerárquicas”. Aceptada esta premisa, tenemos que concluir que la única solución posible a esta “crisis sistémica” que padecemos es la abolición de dichas relaciones y estructuras de concentración del poder, es decir, que hay que pensar en crear las condiciones que hagan posible una distribución igualitaria del poder entre los ciudadanos. “El objetivo de un proyecto liberador no se limita a la abolición de las relaciones de propiedad capitalista, sino de la propia economía de mercado”( T.Fotopoulos).

Para avanzar hacia una democracia real, el primer problema a enfrentar es, por tanto, concebir una estrategia de transición mediante la que el proyecto democrático se convierta en el paradigma social dominante. Ello supone un nuevo tipo de política y un cambio paralelo que gradualmente vaya situando los recursos econòmicos (la tierra, la mano de obra y el capital) fuera de la economía de mercado. Esta estrategia de transición a la democracia implica necesariamente la participación directa en el campo político y social, en modo que no cree incompatibilidad entre los objetivos finales y los medios empleados en su logro. Para ello, se propone un nuevo tipo de organización política, respetuoso con ese criterio de compatibilidad entre medios y fines, con un inequívoco programa de transformación social, en el que es fundamental la exploración de aquellos pasos previos y necesarios para crear las condiciones que habrán de

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anteceder a la democracia real en su pleno sentido, emanicipador e igualitario. Todo ello no nos debe hacer olvidar que todas las estrategias no servirán de nada si no forman parte de un amplio programa de transformación social, que tenga como objetivo expreso la sustitución de la economía de mercado y la democracia estatista-representativa por una democracia real. Reconceptuar la globalización. El proyecto de la Democracia Inclusiva no sólo ofrece una salida realista y coherente de la actual crisis multidimensional, sino también una forma de construir una nueva globalización basada en estructuras realmente democráticas. La creación de un nuevo orden mundial basado en una democracia inclusiva implica la construcción de confederaciones de democracias inclusivas locales, regionales y nacionales. Esto conducirá a una globalización que no se basará en la distribución desigual del poder y la dominación de unos seres humanos sobre otros y sobre la naturaleza, como sucede en la actual globalización, sino en la distribución igualitaria de todas las formas de poder entre seres humanos autónomos y en la eliminación de todas las formas de dominación. También se basará en un sistema económico verdaderamente sostenible, que satisfará las necesidades básicas de toda la población del planeta, con un mecanismo de asignación de recursos entre las confederaciones, mediante un plan confederal de asignación de recursos básicos a nivel planetario. La satisfacción de las necesidades no-básicas se determinaría en el ámbito local, en forma que asegure la libertad de elección, mientras que los intercambios de excedentes entre confederaciones podrían ser organizados a través de convenios multilaterales. El proyecto democrático no puede ser brusco, ni puede ser tarea de vanguardias. El cambio sistémico requiere una ruptura con el pasado, que abarca tanto el ámbito institucional como el cultural, pero una ruptura de este tipo sólo es posible mediante el desarrollo de una nueva organización política y un nuevo programa político global para el cambio sistémico, que creará una clara conciencia

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antisistémica a gran escala. Esto contrasta con la estrategia socialista-estatista, que crea consciencia antisistémica sólo respecto a una vanguardia, o con las actividades de “estilo de vida” que, aunque crean alguna conciencia antisistémica, se limitan a los pocos miembros de diversos “grupúsculos” (ecologistas, libertarios, feministas, etc). La nueva cultura realmente democrática debe ser hegemónica antes de que la transición hacia una democracia inclusiva pueda efectuarse. Y ello sólo es posible mediante la construcción paralela de nuevas instituciones políticas y económicas a una escala social importante. En otras palabras, sólo se puede desarrollar un movimiento político de masas con una conciencia democrática mediante la acción para construir tales instituciones. Esta estrategia crea las condiciones para la transición, tanto las “subjetivas”, en términos de contribuir al desarrollo de una conciencia democrática, como las “objetivas”, en términos de la creación de nuevas instituciones que sentarán las bases de una democracia real. Por otra parte, la creación de estas nuevas instituciones ayudará de manera decisiva, en el corto y medio plazo, a las víctimas de la crisis producida por la globalización neoliberal a resolver los problemas que ésta crea. Así pues, tenemos que pensar en la creación, desde abajo, de “bases populares de poder político y económico”, esto es, constituir democracias inclusivas locales, que, en una fase posterior, se confederarán para crear las condiciones que permitan establecer una democracia inclusiva a escala confederal y global. Por lo tanto, un elemento fundamental de la estrategia es que estas nuevas instituciones políticas y económicas empiecen a establecerse inmediatamente después de que un número significativo de personas de una comunidad local hayan sentado las bases para la democracia inclusiva, asegurando a ser posible la victoria en las elecciones locales, en virtud de un programa-local y global-de transición democrática. Luchar contra el sistema actual y “prefigurar el futuro”. Sin vacilaciones, deberían apoyarse todas aquellas luchas que pueden contribuir a poner de manifiesto la naturaleza represiva de la democracia estatista y la economía de mercado, es decir, cualquier

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tipo de acción colectiva en forma de conflictos de clase entre las víctimas de la economía de mercado y las élites dirigentes, o la élite transnacional que “administra” la economía de mercado internacionalizada. Debería remarcarse a cada paso la naturaleza sistémica de las causas de estos conflictos; esta tarea obviamente no se puede dejar en manos de los dirigentes burocráticos de las organizaciones sindicales y políticas tradicionales, sino que debe realizarse desde asambleas abiertas, de ciudadanos y activistas. Una nueva organización política y un nuevo programa político global. Dado que el cambio sistémico requiere una ruptura con el pasado, que abarca tanto el ámbito institucional como el cultural, una ruptura de este tipo sólo es posible mediante el desarrollo de una nueva organización política y un nuevo programa político global dirigido a lograr el cambio sistémico que creará una clara conciencia antisistémica a gran escala. Esto contrasta con la estrategia socialista estatista, que acaba creando una clara conciencia antisistémica sólo respecto a una vanguardia, o con las actividades de “estilo de vida” que, si es que crean alguna conciencia antisistémica, ésta se limita a los pocos miembros de diversos “grupúsculos”, más o menos libertarios o ecologistas. Sin embargo, la creación de una nueva cultura, que debe ser hegemónica antes de que la transición hacia una democracia inclusiva pueda efectuarse, sólo es posible mediante la construcción paralela de nuevas instituciones políticas y económicas a una escala social importante. En otras palabras, sólo se puede desarrollar un movimiento político de masas con conciencia democrática, mediante la acción para construir tales instituciones. Esta estrategia crea las condiciones para la transición, tanto las “subjetivas”, en términos de contribuir al desarrollo de una conciencia democrática, como las “objetivas”, en términos de la creación de nuevas instituciones que sentarán las bases de una democracia inclusiva. Al mismo tiempo, el establecimiento de estas nuevas instituciones ayudará de manera decisiva, aquí y ahora, a las víctimas de la concentración de poder, asociada al marco institucional actual y especialmente a las víctimas de la globalización neoliberal, a resolver los problemas que ésta crea.

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Concordancia entre fines y medios. Un principio rector general para escoger una estrategia transicional apropiada es la concordancia entre medios y fines. Obviamente, una estrategia que apunte a una democracia inclusiva no puede realizarse utilizando prácticas políticas oligárquicas, o actividades individualistas. Además, como hemos visto anteriormente, esta estrategia no debería limitarse a luchar contra el sistema actual sino que también debería “prefigurar” el del futuro. Así, con respecto a la lucha contra el sistema actual, pienso que deberían apoyarse sin vacilaciones todas aquellas luchas que pueden contribuir a poner de manifiesto la naturaleza represiva de la democracia estatista y la economía de mercado, es decir, cualquier tipo de acción colectiva en forma de conflictos de clase entre las víctimas de la economía de mercado y las élites dirigentes o la élite transnacional que “administra” la economía de mercado internacionalizada. No obstante, debería remarcarse a cada paso la naturaleza sistémica de las causas de estos conflictos y esta tarea, obviamente, no se puede dejar en manos de los dirigentes burocráticos de los sindicatos y otras organizaciones tradicionales. También se deberían apoyar actividades como por ejemplo los proyectos de Desarrollo Económico Comunitario (Community Economic Developement), las fábricas autogestionadas, las cooperativas de vivienda, los LETS (Local Exchange Trading System, sistemas de intercambio mediante monedas locales), las comunas, las granjas autogestionadas y otras iniciativas similares -siempre y cuando, como venimos reiterando, éstas formen parte de un movimiento político programático, con claros objetivos, con medios y estrategias para el cambio sistémico. La importancia de las elecciones locales. La razón por la que tenemos que empezar desde el ámbito local a cambiar la sociedad es que el demos (la comunidad local) es la unidad social y económica fundamental de una futura sociedad democrática. La participación en las elecciones locales es una parte importante a considerar en la estrategia para obtener poder, con el fin de desmantelarlo inmediatamente el día siguiente a la victoria electoral, reemplazando el papel de las autoridades locales en la toma de decisiones por el de

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las asambleas. Además, concurrir a las elecciones locales da la posibilidad de empezar a cambiar la sociedad desde abajo, que es la única estrategia democrática, en contraste con los planteamientos estatistas que pretenden cambiar la sociedad desde arriba mediante la conquista del poder estatal, y con los planteamientos “civil- societarios” que no pretenden ningún tipo de cambio sistémico. Teniendo en cuenta este objetivo, es evidente que la participación en las elecciones nacionales es un medio especialmente inadecuado, ya que, aunque un movimiento de democracia inclusiva ganase unas elecciones nacionales, esto conduciría inevitablemente a un proceso de “revolución desde arriba”. Esto se debe a que la ruptura en el proceso de socialización sólo puede ser gradual y en continua interacción con la progresiva implementación del programa de democracia inclusiva, que, por las razones anteriormente mencionadas, siempre debería empezar en el ámbito local. Por otro lado, un intento de implementar el nuevo proyecto a través de la conquista del poder en el ámbito nacional no ofrece ninguna oportunidad para este tipo de interacción entre la teoría y la práctica ni para la necesaria homogeneización de la conciencia respecto a la necesidad de un cambio sistémico. Si hay alguna lección que la historia nos ha enseñado, ésta es que la causa fundamental del fracaso de las anteriores tentativas de cambio sistémico, tanto revolucionarias como reformistas, fue precisamente la considerable desigualdad en el nivel de la conciencia, en otras palabras, el hecho de que todas las revoluciones del pasado tuvieron lugar en un entorno donde sólo una minoría de la población había roto con el paradigma social dominante.

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10. Las otras estrategias de la izquierda, sistémicas y no sistémicas

Durante demasiado tiempo hemos utilizado unos simplistas esquemas de posicionamiento político, provenientes de la democracia parlamentaria: “izquierdas, derechas y centro”. Hoy resulta imprescindible revisar estos obsoletos esquemas, fundamentalmente en lo que concierne a la denominada izquierda. Resulta muy conveniente analizar las estrategias que predominan hoy entre quienes pretenden combatir “el sistema”, que podemos clasificar inicialmente como “no sistémicos” y “antisistémicos”, recurriendo nuevamente a los criterios utilizados por T. Fotopoulos: “No-sistémicos son todos aquellos planteamientos que tienen el objetivo de reformar el actual marco institucional y su sistema asociado de valores, mediante una variedad de tácticas que van desde la conquista del poder del Estado hasta las presiones “desde abajo”. Aquí podemos clasificar la antigua estrategia socialdemócrata y las nuevas estrategias reformistas que proponen los partidarios de los planteamientos societarios civiles y de la democracia radical, así como también la mayoría de partidarios de los nuevos movimientos sociales y de la política postmoderna (ecologistas, feministas, movimientos “identitarios”, etc.). Antisistémicos son todos aquellos planteamientos que explícita o implícitamente ponen en entredicho la legitimidad del “sistema” socioeconómico, ya sean sus instituciones, que crean y reproducen la distribución desigual del poder (considerada aquí como la causa última de las divisiones sociales antisistémicas, como sus valores, que legitiman la dominación del ser humano sobre el ser humano, o de la sociedad sobre la naturaleza. Aquí podemos clasificar las estrategias del antiguo estatismo socialista y del socialismo libertario, así como la más reciente estrategia de guerrilla, la estrategia del Municipalismo Libertario y, finalmente, la estrategia de la Democracia Inclusiva. En una posición intermedia entre las estrategias no- sistémicas y las antisistémicas, encontramos las de “acción directa” y las que podemos denominar estrategias “de estilo de vida”. Los partidarios

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de estas estrategias las pueden adoptar a veces con objetivos abiertamente reformistas, pero también se dan casos, sobretodo en el pasado, donde algunas de estas estrategias, como la huelga general, fueron adoptadas como un arma claramente antisistémica”.

1. Estrategias no sistémicas. 1.1. La estrategia socialdemócrata. La supresión en el programa del Partido Laborista Británico (último partido socialdemócrata aún comprometido con la socialización de los medios de producción) de la “cláusula cuatro” que comprometía a una socialización plena, marcó el final formal de las reivindicaciones socialdemócratas por un cambio sistémico real. De hecho, la agenda neoliberal de mercados de trabajo “flexibles”, minimización de los controles sociales sobre el mercado, el reemplazo del Estado del Bienestar por una red de seguridad, etc, se ha convertido actualmente en la agenda de todos los partidos socialdemócratas mayoritarios, tanto si se encuentran en el poder como en la oposición. La paralela degradación de la socialdemocracia y la reversión de la mayoría de sus conquistas (como el Estado del Bienestar, el compromiso del Estado con la plena ocupación, otras importantes mejoras en la distribución de los ingresos, etc) ha mostrado claramente que los partidarios del planteamiento revolucionario acertaban al remarcar la imposibilidad de producir un cambio sistémico mediante reformas. Esto es particularmente cierto hoy en día, puesto que las reformas además han de ser compatibles con las exigencias de la economía de mercado internacionalizada. Está claro, por lo tanto, que mientras el sistema de economía de mercado y “democracia” representativa se reproduzca a sí mismo, todo lo que las reformas (“desde arriba” o “desde abajo”) pueden conseguir actualmente son victorias temporales, es decir, conquistas sociales que serán tan reversibles como las alcanzadas durante el período del consenso socialdemócrata, que ahora están siendo desmanteladas sistemáticamente, tanto por los neoliberales como por los social-liberales. Argumentos similares se aplican al planteamiento del “reformismo-como-estrategia”, utilizado normalmente por diversos tipos de trotskistas y apoyado también hoy en día por “libertarios” como

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Michael Albert de la Z-network. Esta estrategia representa la antigua estrategia marxista de presionar con demandas reformistas con la esperanza de que las élites sean incapaces de satisfacerlas, de modo que la crisis subsiguiente ponga en funcionamiento una dinámica que conducirá a la radicalización de la conciencia y, posiblemente, a una “situación revolucionaria”. Aunque teóricamente éste es un planteamiento antisistémico, en la práctica acaba siendo una tendencia reformista -cosa que se constata, también, por el hecho de que los partidarios de esta tendencia persiguen deliberadamente una estrategia de alianzas con los partidarios de tendencias puramente reformistas (sindicalistas socialdemócratas, ONG's, ambientalistas, etc.). 1.2. La estrategia ciudadanista. La estrategia reformista de carácter societario-civil, aunque claramente incapaz de producir cambios radicales en las estructuras institucionales actuales, es popular incluso entre muchos activistas anti-globalización, especialmente ONG's, ecologistas y otros. Sin embargo, sus planteamientos no tienen ningún tipo de posibilidad de funcionar como catalizadores para un cambio sistémico, ni siquiera como elementos de una estrategia de transición con el mismo propósito. Ésto no sólo se debe a que no se puede esperar que las acciones de los anti-globalizadores logren algo más que unas cuantas reformas reversibles, sino también a que este tipo de acciones, por sí mismas, son muy poco útiles en la creación de una conciencia antisistémica, fundamentalmente si no se constituyen como parte integral de un movimiento político programático y de masas para el cambio sistémico. 1.3. La estrategia postmoderna de reforma. Todos los movimientos postmodernos hoy en día son claramente reformistas, pues tienen el objetivo de reformar el actual marco institucional, más que de reemplazarlo por formas alternativas de organización social. Las dos principales estrategias postmodernas son, en primer lugar, la “política de alianzas” y, en segundo lugar, la política de la “democracia radical”. Ambas tienen como principal punto de referencia los “movimientos identitarios” (feministas, negros, gays, etc.) así como también el movimiento ecologista. Comenzaron a decaer desde mediados de la década de 1980, cuando empezaron a

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involucrarse en lo que se ha denominado “política identitaria”, es decir, el tipo de política postmoderna que implica apartarse de las cuestiones sociales, políticas y económicas generales para pasar a preocuparse de la cultura y la identidad. La transformación en reformistas, de movimientos potencialmente antisistémicos, fue particularmente sorprendente con respecto a los movimientos ecologistas y feministas, hoy en estado de fragmentación y decadencia. Son directamente reformistas en el caso de los partidos parlamentarios ecologistas y las organizaciones rojiverdes, e indirectamente en el caso de movimientos como la Ecología Profunda, que ponen énfasis en “el cambio espiritual por encima del cambio político y social, y en el cultivo de una conciencia o sensibilidad reverencial hacia el mundo natural, más que la organización y la construcción de un movimiento de masas.” La victoria de las “insiders” (es decir, los grupos de feministas liberales, orientados a ganar posición y poder dentro del sistema) sobre las “outsiders” (es decir, los movimientos autónomos de mujeres que se orientaban hacia el cambio revolucionario) acabó con el movimiento feminista como movimiento potencialmente antisistémico. Además, exactamente del mismo modo que la decadencia de la izquierda en general -que empezó en la década de 1970- ha conducido a muchos anarquistas a reemplazar la política por el “estilo de vida” y el análisis racional por la “espiritualidad”, la decadencia del movimiento feminista ha conducido a muchas feministas a reemplazar el feminismo radical por el “feminismo cultural” y el racionalismo por el espiritualismo. El movimiento de la política identitaria es, hoy en día, la forma de política postmoderna por excelencia, puesto que su política de promover los intereses particulares de grupos específicos (feministas, gays, minorías étnicas, etc.) encaja bien con el carácter anti-universalista de la teoría postmoderna. Así, los movimientos “identitarios” actuales, a pesar de su crítica radical contra determinadas estructuras jerárquicas (como aquellas basadas en el género, la raza, la represión sexual y de las minorías), nunca han presentado ningún proyecto político global para el cambio.

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La estrategia de alianzas y coaliciones entre grupos heterogéneos que adoptan los partidarios de esta estrategia, conduce inevitablemente a una falta fundamental de unidad, incluso en los objetivos a corto plazo, como se pone de manifiesto por el hecho de que el único objetivo común de las alianzas de este tipo es un objetivo negativo (“anti”-globalización o “anti”-neoliberalismo) sin que exista ninguna concepción de una sociedad futura, ni una estrategia a largo plazo. No resulta extraño, pues, que la cuestión de un cambio social universal, ni siquiera es planteada por los partidarios de esta estrategia y que, por tanto, su potencial se limite a la posibilidad de efectuar algunas reformas sociales en el actual sistema de economía de mercado y la “democracia” representativa.

2. Estrategias antisistémicas. La característica común de todas las estrategias antisistémicas es que tienen como objetivo la transformación “sistémica” de la sociedad mediante un cambio revolucionario (violento o pacífico) que implica la sustitución de las actuales instituciones políticas, económicas y sociales por nuevas formas de organización social. Las principales estrategias antisistémicas son la socialista-estatista, la estrategia de guerrilla, la estrategia socialista-libertaria, la del municipalismo libertario, así como la de la democracia inclusiva, de la que venimos hablando en este libro. 1.1. La estrategia socialista-estatista. La tradición marxista-leninista del socialismo-estatista es un ejemplo clásico de estrategia orientada a una “revolución desde arriba” y, pese a los intentos de los marxistas de hoy en día por diferenciar entre las estrategias de Marx y Lenin, de hecho, las semillas del totalitarismo leninista que culminaron en el estalinismo, se pueden encontrar en el mismo pensamiento de Marx. Esto resulta obvio si se tienen en cuenta dos características cruciales del sistema teórico de Marx, que fueron criticadas en primer lugar (aunque no de un modo sistemático y coherente) por Bakunin: -La abolición marxista de la escasez es en realidad un mito que depende de una definición objetiva de las “necesidades”, que no es ni factible ni deseable, y que puede ser utilizada por parte de aquellos

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que controlan la maquinaria estatal en una sociedad socialista, para mantener indefinidamente el poder del Estado junto con las relaciones y estructuras de poder en general. Además, es inconcebible que un Estado, que representa la personificación de la separación entre la política y la sociedad, aunque sea proletario, presida su propia abolición. -La estrategia leninista se basaba en la suposición implícita de que el cambio en el paradigma social -incluso entre una minoría de la población, es decir, la vanguardia del proletariado (organizada en el partido comunista y equipada con la “ciencia” del socialismo, es decir, el marxismo)- podría funcionar como catalizador para producir una revolución socialista. Así, para Lenin, los trabajadores no son capaces, por si mismos, de desarrollar una teoría científica del socialismo, tarea que históricamente se ha dejado a los intelectuales. Sin embargo, tal y como señaló Marcuse, esta problemática acaba conduciendo fácilmente a que aquellos que custodian la ortodoxia científica, el partido, o el liderazgo del partido, aparezcan como “depositarios históricos de los “verdaderos” intereses del proletariado y sobre el propio proletariado”. No es extraño que, tal y como el mismo autor remarca acertadamente, “parece que un vínculo directo conduce de la “conciencia desde el exterior” de Lenin, y su noción del partido centralista autoritario, al estalinismo”. La historia ha confirmado que esta estrategia sólo puede conducir a nuevas estructuras jerárquicas, puesto que la vanguardia de la clase trabajadora se convierte al final en la nueva élite dirigente. Esta fue la lección principal del colapso del “socialismo real”, que ha mostrado claramente que si la revolución es organizada por una minoría, y después su programa es llevado a cabo por la misma, ésta acabará ineludiblemente dando lugar a nuevas estructuras jerárquicas y no a una sociedad donde se haya abolido la concentración de poder. De hecho, la combinación entre la conversión marxista del proyecto socialista en una ciencia “objetiva” y la estrategia leninista de organizar la vanguardia en base a un “centralismo democrático” (un principio que aseguraba el poder de una pequeña élite del partido sobre todo el movimiento) resultó ser letal, puesto que contribuyó decididamente al establecimiento de nuevas estructuras jerárquicas, inicialmente, en el movimiento socialista, y luego en toda la sociedad.

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Por supuesto, es un hecho histórico bien conocido, que tanto en los movimientos marxistas pre-revolucionarios, como en los gobiernos postrevolucionarios, la justificación de la concentración de poder en manos de la élite del partido se basaba en el “hecho” de que sólo ella “sabía” cómo interpretar la historia y emprender la acción apropiada para acelerar el proceso histórico hacia el socialismo. No es sorprendente que la base de las nuevas estructuras jerárquicas fuera la división social creada entre la vanguardia, la única que estaba en una posición objetiva para conducir el movimiento (debido a su conocimiento de la verdad “científica” que encarnaba el marxismo) y las “masas”. La estrategia de guerrilla. El único caso de conquista del poder mediante una estrategia de guerrilla, que tuvo éxito y que todavía sigue vivo hoy en día, es el caso cubano que, según uno de sus protagonistas, Che Guevara, “mostró claramente la capacidad del pueblo para liberarse de un gobierno opresor mediante la guerra de guerrillas” Decía el Che: …”donde un gobierno ha llegado al poder a través de alguna forma de voto popular, sea fraudulento o no, y mantiene al menos una apariencia de legalidad constitucional, el estallido de la guerrilla no se puede promover, puesto que las posibilidades de lucha pacífica todavía no se han agotado.” Por tanto, es evidente que, para el Che, la estrategia de guerrilla no debe utilizarse en los casos donde existe algún tipo de democracia “representativa”. Esta es una advertencia importante, porque excluye la utilización de esta estrategia prácticamente en cualquier lugar hoy en día, ya que, después del colapso del “socialismo real”, la élite transnacional ya no recurre a la utilización de regímenes abiertamente dictatoriales para la reproducción del sistema de la economía de mercado, sino que en cambio se apoya en su complemento político tradicional en el Norte, ésto es, en la “democracia representativa”. La estrategia de guerrilla es incompatible con un proceso de creación de una nueva conciencia democrática, dada la estructura jerárquica de la organización militar necesaria para llevar a cabo la guerra de guerrilla. El resultado inevitable es una forma organizativa que conducirá a nuevas estructuras de poder y relaciones de desigualdad

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una vez llegue al poder. Esto se aplica, por ejemplo, a los pocos movimientos guerrilleros antisistémicos que quedan hoy en día, como las FARC de Colombia. En el caso de la guerrilla zapatista, no es sorprendente que Alexandros Gezerlis lejos de caracterizar los zapatistas como un movimiento antisistémico, los denomine acertadamente “el primer ejército de guerrilla postmoderno”, ya que su política encaja perfectamente, por un lado, con el carácter anti-universal de la política postmoderna, como política de promoción de los intereses particulares de grupos específicos (minorías étnicas, en este caso) y, por el otro, con una oposición general al neoliberalismo como un tipo de “mala política” y no como el producto inevitable de las dinámicas de la economía de mercado. La estrategia socialista libertaria. La escisión socialista del siglo XIX, que llegó a su clímax con la controversia entre Marx y Bakunin en la Primera Internacional, dio lugar al surgimiento de la estrategia socialista-estatista, de la que hemos hablado antes, y de la estrategia socialista-libertaria. El colapso de la versión estatista del socialismo no ha conducido a un resurgimiento de su versión libertaria. En vez de ésto, el marco institucional definido por la modernidad (es decir, la economía de mercado y la “democracia” liberal) ha pasado a ser universal y, en consecuencia, la crisis multidimensional crónica (política, económica, ecológica, social y cultural) que se originó con la aparición de este marco institucional también se ha universalizado y exacerbado. La estrategia socialista libertaria implica una “revolución desde abajo”. Como tal, tiene como objetivo un cambio sistémico mediante la abolición del poder del Estado y la creación de federaciones de comunas, o de asociaciones de trabajadores. Las dos diferentes tendencias en el seno del movimiento anarquista son la que se orienta a la comunidad, frente a la que se orientan a los trabajadores. Un ejemplo obvio de estrategia orientada a la comunidad es la que sugiere la tendencia del municipalismo libertario, mientras que el movimiento anarcosindicalista es un caso claro de una estrategia orientada a los trabajadores. Aunque diversas huelgas generales, con objetivos limitados, se llevaron a cabo en Francia y en otros lugares, con más o menos éxito,

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a principios del siglo pasado la huelga general decisiva que tenía el objetivo de derrocar todo el orden social de un sólo golpe no se intentó nunca. Así pues, el movimiento anarcosindicalista, después de proliferar en Francia, principalmente entre 1900 y 1914, y en gran medida en España, Italia, Inglaterra, en los países latinoamericanos y en otros lugares, a principios de la Segunda Guerra Mundial había prácticamente desaparecido. La estrategia del municipalismo libertario y la ecología social. La estrategia del municipalismo libertario (ML) expresa la política de la ecología social que ha sido teorizada por Murray Bookchin y recientemente codificada por Janet Biehl. Si se adopta, como hace la ecología social, esta ficción comunista de una sociedad de la postescasez, no hay necesidad de un mecanismo democrático de asignación de recursos económicos escasos, es decir, no hay necesidad de una democracia económica. Todo lo que se requiere es un conjunto de principios morales que guíen el reparto, una economía moral. Esta es la razón por la cuál Bookchin nunca se molestó en proponer un mecanismo de asignación de recursos alternativo al mecanismo de mercado y de planificación, e insiste en una sociedad comunista de la postescasez, “la misma idea de economía ha sido reemplazada por relaciones éticas (en vez de productivas); grupos de trabajo, contratos de Proudhon, justicia de Rawls, y otras cuestiones no serían ni siquiera pertinentes.” Por lo tanto, la concepción de una sociedad democrática por parte de la ecología social presupone la existencia de unas condiciones materiales previas para la libertad, puesto que la entrada al reino de la libertad depende de factores “objetivos” como la llegada de un estado mítico de abundancia material. Existen diferencias cruciales respecto a la concepción de la democracia entre el Municipalismo Libertario y la Democracia Inclusiva y, por consiguiente, en las estrategias que proponen. Así, la ecología social (ML) centra su concepción democrática en el ámbito político, excluyendo otros ámbitos. Este es el resultado inevitable del hecho de que Bookchin utiliza una concepción restringida de la esfera pública, que, en contraste con la esfera privada o social que comprende la producción y la vida económica, incluye sólo el ámbito

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político (el ámbito de la política real) y el Estado (el ámbito del arte de gobernar). Por ende, en primer lugar, en el proyecto del ML no hay una concepción de la democracia económica; además, en el ML tampoco hay ninguna concepción de “democracia en el ámbito social” (en el lugar de trabajo, las instituciones educativas, el hogar, etc.) -cosa que lo ha hecho vulnerable a las acusaciones por parte de feministas, socialistas-estatistas y demás, de que ignora efectivamente las cuestiones de las “diferencias identitarias” y las diferencias entre los ciudadanos como trabajadores y como ciudadanos. Aunque los proyectos de la DI y del ML tienen algunos elementos en común, las cruciales diferencias filosóficas y conceptuales anteriormente mencionadas implican diferentes estrategias de transición a una sociedad alternativa. Así pues, la estrategia del ML, según la describe Bookchin, tiene el objetivo de “transformar y democratizar los gobiernos de las ciudades, arraigarlos en asambleas populares, unirlos en redes confederales, apropiarse de la economía regional por vías municipales y confederales”. En otras palabras, el objetivo es desarrollar “una esfera pública -y en el sentido ateniense del término, una política- que crezca en tensión y en última instancia en un conflicto decisivo con el Estado”. Así pues, en la estrategia de transición del ML no hay lugar para la construcción de instituciones de democracia económica y democracia en el ámbito social, como medio para crear una ruptura con el paradigma social dominante y generar la conciencia democrática “mayoritaria” que conducirá a una democracia inclusiva confederal. En vez de ésto, la estrategia del ML está totalmente basada en el objetivo exclusivo de “recuperar el ámbito político”. Finalmente, la estrategia del ML no implica la creación de una organización política alternativa, como la que se describe aquí, y se basa en cambio en la creación de grupos con el único objetivo de “recuperar el ámbito político”, funcionando como catalizadores para la creación de asambleas ciudadanas -un objetivo totalmente insuficiente, incluso para la creación de una conciencia democrática “inclusiva”. La estrategia de la economía participativa (parecon). La idea de la economía participativa o “parecon” fue construida por Michael

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Albert y Robin Hahnel, mezclando parte de los conceptos anarquistas-colectivistas, parte de los conceptos de otras corrientes socialistas de cuño libertario, como es el caso de los comunistas- consejistas, y desenvuelve características propias, profundizando o modificando algunas de las tradiciones clásicas. La economía participativa es un sistema económico que usa una toma de decisiones participativa como mecanismo económico en una sociedad dada, propuesto como alternativa libertaria a las economías de mercado capitalistas vigentes y también al socialismo de planificación central. Desde la perspectiva de la DI, este modelo de la “parecon” no sólo implica una estructura muy burocrática que fue acertadamente caracterizada como “burocracia participativa” y que, junto con la multiplicidad de controles que se proponen para limitar el derecho de las personas a consumir, “sentaría las bases para la perpetuación o la reaparición del Estado”, sino que también implica una grave restricción de la autonomía del individuo en general y de la libertad de elección en particular, como consecuencia de su dependencia exclusiva de la planificación en la asignación de recursos, que podría acabar fácilmente en un nuevo tipo de autoritarismo.

3. Estrategias intermedias. 3.1. Estrategia del anarquismo de “estilo de vida”. Son todas aquellas actividades, espontáneas o no, en el ámbito económico o en el ámbito social en general, que no son parte integral de un proyecto político para el cambio sistémico. Estas actividades pueden incluir la construcción de comunas o eco-aldeas, así como proyectos de agricultura apoyada por la comunidad (Community Supported Agriculture), mercados de agricultores, fideicomisos de las tierras, los LETS ya mencionados, el desarrollo económico local, las tecnologías alternativas, etc. Clasificaremos como activistas “de estilo de vida” a todas aquellas personas que están involucradas en este tipo de actividades por sí mismas (aunque utilicen eslóganes antisistémicos para justificarlas) más que con el objetivo explícito de construir un

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nuevo movimiento político antisistémico y con una clara concepción de una sociedad futura, acompañada de una estrategia para alcanzarla. Podríamos citar, como características de esta estrategia: el arremetimiento contra la organización, el compromiso programático y el análisis social serio, así como el rechazo a la necesidad de construir un movimiento político (a diferencia del movimiento anarcosindicalista, que en su punto álgido se dedicó a crear un movimiento organizado, como hemos visto anteriormente) basándose en cambio en producir el cambio social “mediante el ejemplo” y el correspondiente cambio de valores. Lo que motiva estas actividades, tal y como lo describió Bookchin, es que en realidad, “expresan el planteamiento de Foucault de la 'insurrección personal' más que de la revolución social.” Un cambio revolucionario nunca podrá alcanzarse mediante algún tipo de evolución, incluso si esta evolución pudiese ser acelerada mediante las actividades de los “anarquistas en acción”, los anarquistas de estilo de vida, etc., que están involucrados en el establecimiento de instituciones alternativas aquí y allá, fuera de un movimiento político programático, con sus propios objetivos, medios y estrategia. En las estrategias relativas al estilo de vida se considera que el cambio social empieza por el estilo de vida de la persona y continúa esquivando al Estado y a la economía de mercado, más que por la impugnación de éstos y por el intento de sustituirlos por nuevas instituciones sociales. La importancia que las estrategias de estilo de vida y las estrategias similares de la “anarquía en acción” otorgan al individuo (en lugar de al individuo social) las ha conducido inevitablemente a la marginación social, como ha demostrado el impacto social, casi insignificante de los movimientos inspirados por estas estrategias en los últimos veinticinco años. Además, esta tendencia, inevitablemente, no ha escapado a la trampa de “estar tan inclinada hacia la idea de las reformas de los valores y el estilo de vida individuales como camino político principal para el cambio social radical, que acaba pareciendo verdaderamente contraria a la noción de lo colectivo”, trampa de la que el movimiento New Age es una muestra clara.

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Este tipo de estrategia es completamente ineficaz para producir un cambio sistémico. Aunque es útil para crear una cultura alternativa entre pequeños sectores de la población y, al mismo tiempo, subir la moral a los activistas que desean ver un cambio inmediato en sus vidas, esta estrategia no tiene ninguna posibilidad de éxito -en el contexto de la enorme concentración de poder que existe hoy- para crear la mayoría democrática necesaria para un cambio social sistémico. Los proyectos que propone pueden ser muy fácilmente marginados o absorbidos por la estructura de poder existente (como ha pasado muchas veces en el pasado), mientras que su efecto en el proceso de socialización es mínimo, sino nulo. Esto es particularmente cierto, debido a que este tipo de estrategias normalmente se concentran en asuntos concretos, que no son parte de un programa político general para la transformación social y, por lo tanto, no contribuyen a crear la conciencia “antisistémica” necesaria para el cambio sistémico. Finalmente, el cambio social sistémico nunca puede llevarse a cabo fuera de la arena política y social principal. La eliminación de las estructuras y las relaciones de poder actuales, no puede conseguirse “dando ejemplo” ni sólo educando o persuadiendo. Para destruir el poder se necesita una base de poder y el único modo en que este objetivo podría ser coherente con los objetivos del proyecto democrático sería, en mi opinión, mediante el desarrollo de un programa general para la transformación radical de la sociedad, que empezará con la transformación de las estructuras políticas y económicas locales. 3.2. Las estrategias de acción directa. Los partidarios de las actividades de acción directa, que van desde protestas perturbadoras (ocupaciones, bloqueo de carreteras, etc.) y manifestaciones masivas (violentas o no) hasta la huelga general, pueden tener objetivos reformistas o antisistémicos. Para los partidarios antisistémicos de la acción directa, ésta siempre ha sido un arma importante para el cambio social, particularmente en forma de huelga general. Sin embargo, mientras que los anarcosindicalistas pensaban en la huelga general como un medio de inaugurar la revolución social, para los marxistas como Rosa Luxemburgo, la “huelga de masas” se adoptaba por razones diferentes. Así, Luxemburgo era muy crítica con la posición anarquista sobre esta cuestión y consideraba la huelga de

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masas “no como un medio para pasar de repente a la revolución social a través de un golpe de efecto teatral, sino como un medio, principalmente, para que el proletariado creara las condiciones de la lucha política cotidiana y, especialmente, del parlamentarismo”. Hoy en día, la acción directa es utilizada tanto por los marxistas como por los anarquistas, pero también por los reformistas. El “movimiento” antiglobalización, en el que todas estas tendencias se mezclan, es una clara ilustración de ésto. De hecho, como remarqué en otra ocasión, es la propia naturaleza heterogénea de los diversos grupos que participan en las actividades antiglobalización la que hace difícil caracterizar a sus participantes como un “movimiento”. Así, las corrientes reformistas en el seno de este movimiento (ONG's, sindicalistas, ecologistas convencionales, etc.) principalmente consideran las actividades antiglobalización como una forma de desobediencia civil, que tiene el objetivo de “resistir” a la globalización, mientras que las corrientes radicales la consideran un medio para “educar” a las personas sobre la necesidad del cambio sistémico, que finalmente podría acabar conduciendo realmente a él. Sin embargo, el grave error que comete la izquierda reformista que adopta un enfoque “no sistémico” de la globalización (planteamiento adoptado por marxistas como Amin, Wallerstein, Panitch y otros, así como también por libertarios como Noam Chomsky) es que suponen que la globalización neoliberal es reversible, incluso en el seno del sistema de economía de mercado y “democracia” representativa. La consecuencia lógica de esta posición es la adopción de estrategias de acción directa para “resistir” a la globalización neoliberal, como si ésta fuera reversible mediante tácticas de desobediencia civil, similares a las utilizadas para oponerse a la guerra del Vietnam. Sin embargo, como he tratado de mostrar en otra ocasión, la globalización neoliberal no es una cuestión de política, como lo era la guerra del Vietnam, ni siquiera una cuestión que las élites pueden elegir y, por lo tanto, no es reversible en el marco institucional existente. A lo sumo, todo lo que los anti-globalizadores pueden esperar conseguir con su acción es algún tipo de reformas indoloras para la élite, como la tasa Tobin o medidas similares, perseguidas por

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ATTAC, el Foro Social Mundial de Portoalegre, etc., es decir, una “globalización con rostro humano”. ¿Qué podemos decir acerca del potencial del movimiento anti-globalización o, en general, de cualquier movimiento de acción directa, como medio educativo para el cambio sistémico? La respuesta aquí depende crucialmente del “contexto” de esta acción directa. Si este contexto es, como en el caso del movimiento anti-globalización, el de una plataforma de consenso que expresará necesariamente el mínimo común denominador de las demandas de los diversos activistas que forman parte de ésta, su potencial es nulo. Esto se debe a que esta plataforma será inevitablemente reformista y el planteamiento del “reformismo-como-estrategia” ha fracasado estrepitosamente en el objetivo de crear una conciencia antisistémica en cualquier escala social importante. Por otro lado, si el “contexto” de la acción directa es un movimiento con claras demandas antisistémicas, entonces su potencial depende de si esta acción es una parte integral de un movimiento político programático de masas para el cambio sistémico. Si éste es el caso, la acción directa es una parte indispensable (junto con algunas actividades que hoy forman parte de las estrategias “de estilo de vida” y la concurrencia a las elecciones locales) de la estrategia transicional y podría desempeñar un papel importante para lograr el cambio sistémico, creando las condiciones para la lucha política cotidiana por una democracia inclusiva.

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9. Algunas aportaciones para una estrategia general 1. Constituir grupos de activistas, autónomos y locales, en torno al objetivo de lograr un acuerdo básico de programa –global y local- para la transición hacia la democracia real, consensuado en los próximos tiempos a partir de las aportaciones críticas de todos los grupos de afinidad. 2. Comentar y discutir críticamente textos como este panfleto, junto con los trabajos teóricos de otros autores y activistas, cuyo discurso teórico pueda otorgar consistencia argumental para la creación de un “movimiento global y antisistémico para la transición a la democracia”. (Fundamentalmente recomiendo la obra de: Takis Fotopoulos, Murray Boochin y Castoriadis). Intentar la construcción de un consenso sobre programa y estrategia general –global y local-que articule al conjunto del movimiento, con entero respeto a la autonomía de cada grupo local. Crear espacios de autoformación, mediante la lectura compartida y crítica de textos relacionados con el programa de transición, para mejorar nuestra preparación ideológica en la defensa de los principios éticos y racionales que lo sustentan. Propongo aprovechar la experiencia en este sentido del Grupo de Acción de la Democracia Inclusiva (GADI) de Cataluña, como grupo de referencia de la DI en España. También propongo incluir el aprendizaje del esperanto como lengua propia del movimiento a nivel confederal e internacional. 3. En el corto plazo, considerar como prioritaria la participación en acciones de resistencia, propias o no, en el marco del movimiento 15 M u otros, contra los recortes de servicios públicos y derechos sociales que está imponiendo el actual gobierno español en el contexto de la crisis internacional y multidimensional; esta participación ha de desarrollarse desde una posición crítica y diferenciada, que ponga en evidencia el carácter reformista e insuficiente de las reivindicaciones -cuando lo tengan- y, siempre, poniéndolas en relación estratégica con el programa global de transición a la democracia.

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4. Crear espacios propios de información y comunicación, a nivel local y confederal, con un sitio web de referencia, junto con una red social propia y páginas en Twitter y Facebook, para difundir el programa, junto con la información sobre los grupos de afinidad y para favorecer la comunicación entre éstos. 5. Cada grupo de afinidad debe diseñar un programa local de transición a medio y largo plazo, coherente con el programa general de transición a la democracia. Su ámbito territorial propio es el de las comunidades locales, más o menos correspondientes a los actuales municipios (ciudades o comarcas), considerando en cada caso cuál es la dimensión realista, en población y recursos materiales, que harían posible su futuro autogobierno, teniendo en cuenta que, en todo caso, será una decisión autónoma, que corresponde tomar a la población local. 6. Crear instituciones paralelas, como asambleas municipales, iniciativas de economía social, cooperativas de crédito e integrales, sistemas de monedas locales, redes de consumo responsable, etc. En el campo social, se trata de promover la apropiación de los espacios públicos por la ciudadanía, desarrollando iniciativas sociales y culturales creativas y radicalmente antiautoritarias. En el campo económico se trata de que las iniciativas de economía social puestas en marcha paralelamente, tengan capacidad para rescatar al máximo de actividades productivas y comerciales de los circuitos propios de la economía de mercado. Y en el campo político, se trata de constituir progresivamente instituciones locales de poder paralelo (asambleas vecinales y municipales, fundamentalmente), de carácter comunitario, que sirvan para confrontar la democracia ejercida directamente por los ciudadanos con la pseudodemocracia oficialmente controlada, hasta llegar a crear ayuntamientos paralelos y un auténtico contrapoder local. 7. Poner en marcha dobles proyectos en los que se pueda complementar satisfactoriamente la vida personal y el activismo político, anticipando al máximo la vida consecuente que deseamos y para lograr la máxima cohesión y autonomía de los grupos locales de afinidad.

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8. Difundir el programa global y local al máximo, aprovechando todas las oportunidades de propaganda que guarden coherencia con los valores que propugnamos y con los principios que constituyen el programa de transición a la democracia. 9. Cuando un grupo de afinidad esté suficientemente consolidado, podría plantearse la participación electoral en los comicios locales, aprovechando el resquicio legal que ofrece el sistema actual, a través de las agrupaciones electorales, promoviendo el modo asambleario de democracia directa, hasta crear verdaderos ayuntamientos paralelos, con el fin de difundir y confrontar el programa de transición e ir abriendo caminos nuevos que favorezcan la creación de las condiciones previas y necesarias para llegar al autogobierno de la comunidad local. 10. Unas notas simples sobre tareas y perfil del activista: Tareas: -Autoformación política, con sentido crítico y lo más amplia posible, en todos los ámbitos (social, cultural,político, económico, ecológico, etc) -Aportación teórica propia, a partir de la formación y la experiencia. -Participación en las responsabilidades de organización. -Participación en las actividades de difusión y propaganda. -Participación en las actividades de acción directa. Perfil: -No tiene dependencia alguna de organizaciones políticas. -Practica el pensamiento crítico y autónomo. -Ejerce la coherencia personal con los principios que defiende y entre los fines y medios empleados en la confrontación política.

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10. Breves apuntes sobre posibles modelos de instituciones democráticas y antisistémicas.

El ingente trabajo desarrollado hasta ahora por Takis Fotopoulos en la construcción teórica del paradigma de la Democracia Inclusiva, incluye algunas exploraciones previas en torno a modelos alternativos de las nuevas instituciones de autogobierno que habrán de iniciarse en todos los ámbitos de la vida pública, en confrontación y en paralelo a las instituciones del actual sistema de economía de mercado y democracia representativa. Tal es el caso de su trabajo en torno a la institución de empresas demóticas, sobre la asignación de recursos, el mercado artificial de bienes, servicios y productos secundarios, sus apuntes sobre la instición asamblearia de la democracia directa o la organización confederal de las comunidades locales autogobernadas. Pero el campo de actividades es tan amplio, que queda mucho por hacer en el terreno teórico, teniendo en cuenta que, a partir de los principios y valores que propone el paradigma de la democracia inclusiva, el territorio teórico que se nos presenta está permanentemente abierto a la elaboración crítica y autónoma de los activistas y grupos locales, en constante interacción con los resultados estratégicos. Me limito, por ahora, a aportar unas breves anotaciones sobre algunos de estos modelos, con la única intención de provocar a la reflexión sobre los mismos. Los bienes comunes y la propiedad privada. -En una sociedad democrática, sólo deberían ser privados los bienes que no son comunes. -El bien común principal es la propia Tierra, que incluye el conjunto de sus recursos naturales. Deberá ser considerado como bien raíz, de propiedad comunal-universal, es decir, que pertenece al común de los humanos, lo que incluye a las generaciones presentes y futuras. Las comunidades locales son las responsables universales de su correcta gestión productiva y ecológica. Todas las personas y colectivos que utilizan estos recursos comunales deben compensar a la comunidad local donde se producen, en concepto de derecho de uso responsable.

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-El conocimiento humano es también un bien común universal. -Debieran ser bienes comunitarios todos los que no siendo universales, sean declarados como tales por las comunidades locales. -Las comunidades podrán acordar el compartir confederadamente dichos bienes. -Todos los bienes inmuebles (edificaciones) y medios de producción podrán ser de propiedad comunitaria o privada. En este último caso, su propiedad debiera extinguirse con la vida del titular. -El derecho de herencia sólo es aplicable a los derechos de uso y a los bienes muebles, no a la propiedad privada de los bienes inmuebles o de los medios de producción, que nunca serán hereditarios. El sistema productivo, el trabajo y las rentas. -Nadie debería depender económicamente de nadie: el trabajo nunca debería ser objeto de dominio y dependencia, sino actividad productiva para la autonomía económica, personal y comunitaria. -La contribución a las comunidades locales por el derecho de uso de los bienes comunes constituirá la renta básica universal, cuya distribución igualitaria le corresponde a cada uno de los individuos de la comunidad, participe o no en el trabajo productivo, privado o comunitario. -El sistema productivo se organizará mediante planificación comunitaria, con la participación voluntaria en distintas modalidades de unidades productivas: UP-autónoma (un indivíduo productor), UP-familiar (todos los productores son miembros, en primer grado, de la misma familia), UP-cooperativa (dos o más productores igualitariamente asociados), UP-comunitaria (dos o más productores de bienes y servicios cogestionados por ellos y por la administración comunitaria). -La contribución personal a la comunidad local mediante el trabajo comunitario podría constituir la renta pública productiva, que será distribuida igualitariamente en el tramo de primera necesidad (al que tendrán derecho las personas discapacitadas que no contribuyan con su trabajo) y proporcionalmente, en el tramo de necesidad secundaria. -El trabajo productivo no comunitario estará sujeto a la planificación comunitaria en todos sus tramos de necesidad. Presupone la propiedad privada de los medios de producción, excepto aquellos que corresponden a los bienes raíces (suelo o tierra) y otros posibles

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bienes comunales (edificios, locales, infraestricturas etc). Es origen de la renta productiva privada, sujeta a impuestos comunitarios. La vivienda y el urbanismo. -Habrá que desarrollar y experimentar nuevos modelos alternativos a los actuales, que son consecuencia de la concepción jerárquica de la sociedad y su correspondiente estructura institucional, basada en la economía de mercado y en la carencia de autonomía política, tanto personal como colectiva, que impide la cohesión social, produce un falso individualismo insolidario y reproduce un permanente estado de desigualdad social. -Los nuevos modelos democráticos de vivienda y urbanismo deberán estar orientados a producir autonomía individual y social, con una administración ecológica del medio natural que favorezca la reintegración de las sociedades locales en el medio natural en el que viven. -La vivienda será considerada un bien público y comunitario, sujeta a derecho de uso por parte de todos los miembros de la comunidad local. -Progresivamente, la vivienda, como bien de primera necesidad, será considerada como un servicio público, de propiedad comunitaria. -Habrá que desarrollar una nueva arquitectura democrática, para un modelo de vivienda que sustituirá al actual, con nuevas tecnologías constructivas verdaderamente ecológicas y cuyo diseño deberá aportar elementos que contribuyan a la soberanía y autosuficiencia, tanto energética como alimentaria, y a la autonomía en la movilidad personal. -El nuevo urbanismo democrático que hay que ir construyendo deberá resolver el absurdo desperdicio energético que suponen los sistemas de movilidad actuales, basados en el consumo de recursos fósiles, incorporando nuevas tecnologías blandas, de producción descentralizada y autónoma. Deberá atender a la cohesión social, mediante la incorporación en el diseño urbano de espacios públicos para el encuentro, el ocio, la cultura y la participación social. -Deberá incorporar elementos urbanos de carácter comunitario para la solución solidaria de servicios de ayuda mutua, en forma vecinal y autónoma.

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-Así mismo, deberá integrar nuevos espacios comerciales y productivos, rompiendo la radical segregación urbanística que ha producido la ideología de la división social del trabajo y el modelo tecnológico de la fábrica automatizada y deshumanizada. El dinero, la banca y el crédito. -En la sociedad democrática, el dinero sólo debería tener valor de cambio. La moneda será virtual, telemática, perdiendo el anonimato que permite hoy la acumulación y el uso delictivo. -El control democrático de la moneda le corresponde a las comunidades locales, que podrán acordar el uso de monedas interconfederales para el intercambio comercial entre comunidades y confederaciones. -La asignación de recursos podría hacerse mediante una cuenta bancaria personal, que recoja los gastos correspondientes a consumo, impuestos y derechos de uso, junto con los ingresos correspondientes a las rentas (básica y productiva). -La banca deberá ser necesariamente pública y comunitaria, integrada en la hacienda local, pudiendo cada comunidad acordar la creación de bancas de ámbito confederal. -El crédito nunca más será un negocio, pasando a ser una función más del servicio público y comunitario de banca. La reducción de las transacciones comerciales internacionales,

la relocalización de la economía y su desfinanciarización. -La autonomía económica de las comunidades locales significará la elevación de la capacidad productiva local y una reducción drástica del comercio y el transporte internacional, con un enorme beneficio ecológico. -La desactivación del carácter financiero-especulativo de la economía producirá la relocalización de la actividad productiva y el fortalecimiento de la soberanía y autonomía de las comunidades locales. Modelo territorial, municipal y confederal. -Las comunidades locales serán federaciones de barrios, distritos o pueblos, siendo el municipio la institución propia de estas federaciones, cuya asamblea municipal será la agregación de las

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asambleas locales, que conservarán plena autonomía en su ámbito de decisión. -Los municipios podrán decidir la creación de confederaciones de ámbito regional, nacional o internacional, conservando plena autonomía en su propio ámbito de actuación y compartiendo su soberanía en el ámbito confederal acordado. Democracia directa, asambleas. -La función deliberativa y propositiva de la asamblea comunitaria puede tener su desarrollo en previos concejos de ámbito sectorial (hacienda, educación, vivienda, sistema productivo, etc), reservando la capacidad de decisión para la asamblea -local, municipal o confederal-, según el ámbito soberano del que se trate. -Las nuevas tecnologías informáticas favorecerán la participación de la ciudadanía, complementando las opciones de ejercer la autonomía individual de los ciudadanos y ciudadanas en la toma de decisiones. Administración pública, municipal y confederal. -La administración de bienes y servicios públicos le corresponde a la administración comunitaria, de ámbito municipal o confederal. Todos los ciudadanos y ciudadanas, al igual que en el ámbito productivo, podrán optar a este tipo de trabajo comunitario, organizado en unidades interrelacionadas de servicios sectoriales, autogestionadas por quienes trabajen en dichos servicios, siguiendo las decisiones políticas emanadas de la asamblea municipal o confederal. -Abolición de la intermediación de la representación y de los cargos políticos. -La ciudadanía no necesitará ser representada por ningún tipo de intermediario político, porque en una sociedad autónoma, se representa a sí misma, ejerciendo su soberanía política en las asambleas comunitarias, locales, municipales o confederales. -Sin negar la existencia de organizaciones políticas, éstas nunca serán cauce de intermediación en la representación de la soberanía y autonomía, ni de los individuos ni de sus comunidades. -El trabajo administrativo será profesional, sujeto al mandato de la asamblea soberana correspondiente, porque su actual contaminación “política” quedará eliminada al desaparecer la intermediación de cualquier tipo de oligarquía.

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Educación democrática. -La primera reorientación del sistema educativo corresponederá a su democratización, siendo las asambleas comunitarias quienes decidan su propio modelo educativo, autogestionado por todos los agentes que participan en el proceso educativo, que alcanzará a todas las etapas de la vida. -La deseducación producida por el sistema heterónomo dominante en la actualidad, deberá ser resuelta mediante la incorporación de los valores democráticos, fundamentados en la autonomía y la cooperación, como alternativa radical a los actuales valores de la lógica educativa del capitalismo, fundamentada en el individualismo egoísta, la competencia insolidaria y la carencia total de autonomía personal. Ciencia y tecnología realmente autónomas. -La ciencia y tecnología actuales están sometidas a los objetivos políticos y económicos de los Estados y al beneficio de los mercados, incompatibles con la autonomía propia del conocimiento y la creatividad humana. -Las sociedades democráticas recuperarán la función social que la industria y el desarrollo tecnológico tienen para la satisfacción de las necesidades humanas, abandonando el erróneo camino del excluyente beneficio individual y la consiguiente reproducción del poder oligárquico y el control social, a través de fórmulas de absurdo y autodestructivo consumismo.

Medios de información y comunicación realmente democráticos.

-Las tecnologías de la información y la comunicación deberán ser coherentes con la autonomía individual y colectiva, que corresponde a las sociedades democráticas, constituyéndose en un bien común de libre y universal acceso, individual como comunitariamente. -Los nuevos medios democráticos de información y comunicación necesariamente habrán de ser de naturaleza pública, en redes abiertas a la participación social, tanto privada como comunitaria, aboliendo la propiedad privada de los mismos.

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11. Sobre el 15M, desde la perspectiva de la democracia

inclusiva Reproduzco a continuación un artículo de Blai Dalmau, del Grupo Acción Democracia Inclusiva (GADI) de Cataluña, que expresa claramente la posición de quienes participando activamente en el movimiento y creyendo en su eficiencia “repolitizadora”, movilizadora de la ciudadanía, mantenemos una cierta reserva respecto a sus demandas políticas, claramente reformistas e insuficientemente emancipadoras. Balance del 15 M con vistas a la emancipación A partir del 15 de mayo de 2011, como si de un diluvio primaveral se tratara, centenares de miles de personas nos precipitamos a las calles e inundamos las plazas de todo el estado español. El descrédito de lo que hoy se hace pasar por “política”, el rechazo a la depauperación económica y la indignación ante la injusticia social estallaron clamorosamente mientras la genuina actividad política reconquistaba espacios públicos habitualmente consagrados a la circulación de mercancías. Salvando las distancias, por primera vez desde mayo del 68, una protesta masiva desbordó espontáneamente los confines de la reivindicación y devino un proceso de reflexión colectiva, un encuentro popular repleto de vívida comunicación, un ensayo de auto-organización democrática masiva. Con la perspectiva que el paso del tiempo nos proporciona, resulta pertinente preguntarnos: ¿Qué ha representado esta experiencia? ¿Qué valoración podemos hacer de ella? ¿Qué retos suscita y cómo podemos afrontarlos? Para responder estas cuestiones conviene, preliminarmente, definir la naturaleza del 15M: ¿se trata de un movimiento político o más bien de una movilización social? Si convenimos que un movimiento político presupone un análisis social compartido, unos fines políticos comunes y unos medios también aproximadamente comunes para conseguir los fines deseados, mientras que en una movilización social, en cambio, pueden confluir perspectivas políticas dispares, divergentes e incluso antagónicas, resulta evidente que el 15M corresponde más a la categoría de movilización que a la de

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movimiento. El mínimo común denominador de los participantes ha sido significativamente mínimo, a saber: la disconformidad respecto la espiral auto-destructiva que desgarra a la sociedad contemporánea. Sobre este mínimo se ha alzado el estandarte de la indignación, aglutinando posicionamientos políticos extremadamente heterogéneos. Entrando en el balance, por el lado positivo, observamos una causa y una consecuencia general del 15M: la politización. La ocupación de las plazas ha supuesto la apertura de un espacio-tiempo en el cual se ha hecho visible y extensible una tentativa masiva de recuperación de la política, entendiendo esta como la actividad deliberativa y decisiva de la ciudadanía sobre los asuntos de la esfera pública. Los procedimientos democráticos experimentados -las plazas como espacio de deliberación y las asambleas populares como momento de decisión- han sido, a pesar de sus deficiencias (3), la característica más meritoria e innovadora de esta movilización y, también, la más fructuosa: decenas de miles de personas se han adentrado conjuntamente en la dimensión política de sus vidas y, muchas de ellas, han proclamado que esta dimensión no puede ser relegada al olvido ni usurpada por una élite de “representantes”. Así pues, podemos caracterizar el 15M como una catarsis politizante: buena parte de la población ha despertado, en diversos grados, del letargo político en la que desgraciadamente vivía . Otro aspecto positivo del 15M es que, implícitamente, ha puesto sobre la mesa algunos retos sumamente urgentes e importantes para la humanidad contemporánea. Así, si el 15M ha sido una tentativa precaria, momentánea e improvisada para recuperar la política (en el sentido genuino del término, definido anteriormente), el reto que tenemos por delante consiste en conseguir una recuperación plena, permanente e institucionalizada de la misma; si el 15M ha sido una celebración efímera del espíritu de comunidad (6), el reto consiste en convertir la sociedad en una extensa comunidad de comunidades; si el 15M ha girado entorno a las asambleas populares, el reto no es otro que conseguir que estas sean soberanas. El 15M irrumpió porque estamos sufriendo intensiva y extensivamente las consecuencias de una profunda crisis multidimensional (económica, ecológica, social, ideológica y política) originada por las dinámicas de concentración de poder y crecimiento económico constante

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inherentes a las principales instituciones del sistema actual, la economía de mercado y el Estado “representativo”; el gran reto consiste, así pues, en erradicar estas dinámicas y substituir tales instituciones, emprendiendo un movimiento liberador masivo que dé luz a un nuevo sistema de organización social basado en la autonomía, la comunidad y la reintegración con la naturaleza. Sin embargo, si bien a través del 15M muchas personas han cobrado mayor consciencia de los grandes retos mencionados, esta movilización no ha podido afrontarlos: una movilización como el 15M puede servir para abonar el terreno pero, por su naturaleza, no puede ser la semilla del movimiento radicalmente transformador que necesitamos. Aunque una movilización social indignada sea necesaria y deseable, le faltan las bases sólidas imprescindibles para iniciar un proceso de transformación que nos conduzca hacia un nuevo sistema de organización social. Así, por ejemplo, no basta con practicar la democracia como procedimiento tal como se ha acometido en el marco del 15M: también es necesario pensar la democracia como un régimen cualitativamente diferente del actual y luchar para materializarlo. Dicho de otro modo, el 15M ha girado acertadamente entorno a la organización asamblearia, pero sin embargo, raramente en él se ha esbozado la construcción de una nueva sociedad donde las asambleas –de ciudadanos, de trabajadores, de estudiantes, en el ámbito doméstico, etc.- sean la institución sobre la que pivota la vida colectiva. Por eso, aunque las formas esbozadas en el 15M han sido una tentativa relativamente innovadora y en términos generales acertada, los contenidos preponderantes han sido poco innovadores y acertados. En efecto, en el marco del 15M se han expresado, sobretodo, los planteamientos reformistas, de estilo de vida y de acción directa, habituales en las últimas décadas y, también, en menor medida, algunos discursos revolucionarios procedentes de antaño; todos estos planteamientos son incapaces, por distintos motivos, de frenar el agravamiento de la crisis multidimensional actual y, menos aún, de superarla definitivamente. Un ejemplo paradigmático de este aspecto negativo que señalamos lo podemos encontrar en los “consensos de mínimos” adoptados por diversas asambleas en el marco de la movilización. Estos acostumbran a ser un compendio de medidas reformistas que fácilmente pueden provocar la adhesión de muchas personas. ¿Quién

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no quisiera trabajo digno para todo el mundo y la elevación del salario mínimo interprofesional? ¿Quién no detesta los recortes de los servicios públicos y las prestaciones sociales? ¿Quién no condena la corrupción y apuesta por medidas que garanticen la transparencia? Sin embargo, no nos podemos quedar anclados en estas y otras banalidades: el barco en el que viajamos está naufragando irremisiblemente; es necesario que nos preguntemos seriamente si estos “mínimos” son los objetivos factibles y deseables a los que tenemos que dedicar nuestra energía política, por los que vale la pena luchar. Un análisis profundo, global e histórico del sistema actual y sus dinámicas nos indica lo contrario: las medidas reformistas reseñadas en estos “consensos de mínimos” son, en el mejor de los casos, insuficientes y, en el peor, fútiles y utópicas. Son insuficientes porque, aún en el improbable caso de que algunas de estas medidas fueran implementadas como resultado de una ardua y tenaz protesta popular, sólo conseguirían imprimir un ritmo ligeramente más lento al rápido agravamiento de la crisis multidimensional actual: la fuente de los males, es decir, el sistema de la economía de mercado capitalista y el Estado “representativo”, continúa brotando. Por otro lado, son medidas generalmente utópicas porque, en las condiciones que establece la economía de mercado en la actual fase de internacionalización neoliberal, su aplicación resulta impracticable ya que contraviene las dinámicas fundamentales del sistema. Los imperativos sistémicos -mercantilización, crecimiento, etc.- se han vuelto, en las últimas décadas, cada vez más incompatibles con las demandas de la sociedad civil. En otras palabras, las necesidades de las personas y del planeta, por un lado, y las necesidades del sistema económico vigente, por el otro, se hallan en un conflicto cada vez más irreconciliable; hoy, más que nunca, un “capitalismo con rostro humano” es una quimera, un brindis al sol, una contradicción de términos. Para terminar, de este balance podemos extraer una conclusión de carácter general: el resultado más positivo de la movilización del 15M lo obtendremos si conseguimos que forme parte de un proceso de aprendizaje colectivo que nos conduzca hacia un nuevo estadio histórico de la lucha social. Es preciso que nuestro horizonte de intervención política vaya más allá de la repetición o continuación de un fenómeno como el 15M; es preciso trabajar para unirnos a través

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de un proyecto liberador global que apunte claramente hacia la substitución progresiva del actual sistema oligárquico (basado en el Estado “representativo” y la economía de mercado capitalista) por un nuevo sistema realmente democrático (basada en confederaciones de asambleas populares soberanas y en una economía diseñada para satisfacer las necesidades de las personas y gestionada democráticamente por las mismas). Compartiendo un proyecto anti-sistémico y alter-sistémico de este tipo estaremos en condiciones de poner en práctica una estrategia para el cambio social radical y global a la altura de los tiempos que vivimos; podremos juntarnos no sólo en base a formas asamblearias y consignas indignadas, sino también a través de un paradigma liberador. Este nos dotará de la solidez ideológica y de la coherencia estratégica necesarias para cambiar el mundo de base. Para llegar a este nuevo estadio no es tan necesario un incremento cuantitativo de nuestras energías como un desarrollo cualitativo de nuestras capacidades. Blai Dalmau Solé, Febrero de 2012

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12. Propuesta para la denominación internacional

del movimiento de la D.I.

Sin menos cabo del reconocimiento pleno a la trascendental obra de Takis Fotopoulos, y aún considerando que la denominación de “democracia inclusiva” es intelectual e ideológicamente correcta, pienso que no es suficientemente idónea para una clara identificación popular del movimiento de masas que habrá de utilizarla como herramienta en la confrontación política. Pienso que esa denominación debe expresar claramente la siguiente idea-fuerza, que podría ayudar a hacer más comprensible la propuesta del proyecto democrático de la DI: A estas alturas de la historia, la verdadera democracia es, todavía, un proyecto de futuro. Los actuales movimientos ciudadanistas, como los de la antiglobalización, Ocupy Wall Street, o el propio 15M español, reflejan esta confusión, al apuntar como alternativa antisistémica una democracia “real”, cuyas propuestas no son realmente antisistémicas sino reformistas. Por ello y para que la denominación internacional sea única, facilitando así su comprensión, su identificación y su difusión global, propongo una denominación en la lengua neutra e internacional del esperanto:

tutmonda movado DEMOKRATIO PROJEKTO

Cada grupo local y sus futuras redes confederales podrían utilizar localmente la traducción de esta denominación en su propia lengua nacional, por ejemplo:

PROYECTO DEMOCRACIA, en castellano DEMOCRACY PROJECT, en inglés

PROJECTE DEMOCRÀCIA, en catalán DEMOKRAZIA PROIEKTUA, en euskera PROXECTO DEMOCRACIA, en gallego

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De este modo, utilizando el esperanto como elemento distintivo del movimiento global (tutmonda movado), aprovecharíamos su valor político universal, promoviendo su uso como primera lengua internacional, dado su carácter neutro, que trasciende a la geopolítica de Estados y Bloques, propia del capitalismo neoliberal, aportando equilibrio y racionalidad a la comunicación entre todos los pueblos del mundo.

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13. Herramientas

PUBLICACIONES

1. Libro “Hacia una democracia Inclusiva”. La crisis de la economía de crecimiento y la necesidad de un nuevo proyecto liberador. Takis

Fotopoulos-1977-Editorial Nordan Comunidad. Se puede descargar en castellano en:

http://www.democraciainclusiva.org/eindex.htm

2. Libro “Crisis multidimensional y democracia inclusiva” (2005), en castellano:

http://www.democraciainclusiva.org/eindex.htm

3. Libro “6 tesis sobre municipalismo libertario” . Se puede descargar en: http://users.resist.ca/~crisxyz/iea/biblioteca.htm

4. Libro “Global Capitalism and the Demise of the Left: Renewing

Radicalism through inclusive Democracy (2009): http://www.democraciainclusiva.org/eindex.htm

5. Revista de la red internacional de democracia inclusiva: http://www.democraciainclusiva.org/eindex.htm

6. Revista de la red griega de democracia inclusiva:

http://www.periektikidimokratia.org/

WEB

1. Web de referencia la Democracia Inclusiva en España (GADI Cataluña): http://www.democraciainclusiva.org 2. Espacio virtual de la incipiente Red Internacional para la Democracia Inclusiva, donde se puede encontrar información básica (en diversas lenguas) sobre la propuesta y que recoge la extensa obra de Takis Fotopoulos, filosofo político, economista y activista que ha

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formulado la exposición de los fundamentos del proyecto político y la perspectiva teórica de la Democracia Inclusiva: http://www.inclusivedemocracy.org 3. Sitio web (en griego) de los grupos que promueven la Democracia Inclusiva en distintas ciudades de Grecia, que editan conjuntamente una revista cuatrimestral: http://www.inclusivedemocracy.org 4. Espacio virtual interactivo (en catalán y castellano) para dar a conocer la Democracia Inclusiva y comunicar actividades y noticias relacionadas: https://www.facebook.com/democraciainclusiva

VÍDEOS 1. La democracia inclusiva como proyecto político para una nueva síntesis libertaria. Conferencia de T. Fotopoulos en las jornadas del centenario de la CNT ·”Alternativas al capitalismo: la autogestión a debate”.Barcelona, abril de 2010. En inglés, subtitulada en castellano. http://www.youtube.com/watch?v=Xxmn4OYnIno 2. ¿Qué es la democracia inclusiva?. Entrevista con T. Fotopoulos sobre el proyecto de Democracia Inclusiva, realizada por Oliver Ressler para sus videoseries “Alternative Economics, Alternative Soocieties”, el 19 de julio de 2003. http://www.youtube.com/watch?v=JX0nInulQd4 3. Alló comú: superar el concepto de propiedad. Intervenciones de Félix Rodríguez Mora, escritor anarquista y Blau Dalmau, activista de Democracia Inclusiva (GADI Cataluña), en la 10ª Escola d`Estiu de Attac Catalunya en la Casa Elizalde de Barcelona, el 25 de junio de 2012.

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Logotipo de la red internacional de Democracia Inclusiva

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