La Deuda Externa (II)
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EL PLD Colección Estudios
Sociales, Autor Juan Bosch
2da. Edición, 2005.-‐
LA DEUDA EXTERNA (II)
Nadie sabe, ni siquiera aproximadamente, cuántos dólares pagados fuera del país por productos dominicanos se quedan en los Estados Unidos, Puerto Rico o Europa, depositados en bancos a nombre de los exportadores que venden esos productos; pero podemos asegurar que son millones, no los 100 mil dólares de que hablamos en el número anterior de VANGUARDIA, pues esa cantidad fue mencionada no porque se ajustara a la realidad sino para dar un ejemplo que pudiera ser comprendido fácilmente por las personas que no saben en qué consiste y cómo se lleva a cabo la maniobra llamada subvaluación.
Desde luego, no sería justo decir que todos los comerciantes exportadores de nuestro país subvalúan los artículos que venden en el extranjero, pero sería una ingenuidad de niño decir que ninguno lo hace. Ahora bien, entre los organismos del Estado que deberían llevar control de los movimientos económicos que pueden ser aprovechados para dejar divisas (dólares) fuera de la República Dominicana, no hay uno sólo, hasta donde se sepa, capaz de evitar las subvaluaciones o su contraparte, las sobrevaluaciones, y por esa razón es casi imposible hacer una apreciación más o menos correcta de la cantidad de divisas que no llegan al Banco Central.
Acabamos de usar la palabra sobrevaluaciones y ha llegado el momento de hablar de ellas, de manera que es oportuno hacer ahora la pregunta de qué cosa es la sobrevaluación.
La sobrevaluación es lo contrario de la subvaluación; o para decirlo con más claridad, es la acción de hacer figurar en los documentos comerciales que un artículo extranjero ha sido comprado por un precio mayor del que en realidad se pagó por él.
¿Quiénes son los que llevan a cabo la sobrevaluación?
Los que compran en el extranjero mercancías que traen al país para venderlas aquí, o sea, los importadores, o por lo menos una parte de ellos.
¿Con qué fin se hace la sobrevaluación? ¿Es acaso para traer al país más divisas de las que se declaran?
La sobrevaluación se hace con el mismo fin que se hace la subvaluación, esto es, para dejar divisas en el extranjero, porque las mercancías que valen 100 aparecen compradas por 110 y la diferencia entre 100 y 110 se queda en el país del cual salieron esas mercancías situada en un banco a nombre del importador dominicano, que también sub-‐valúa artículos que paguen impuestos de aduana advalorem, o por su valor, ya que declarándolos con menos valor pagan menos impuestos.
En la República Dominicana, como en todas partes, hay numerosos comerciantes que son al mismo tiempo importadores y exportadores, y esos pueden hacer sub-‐ valuaciones y sobrevaluaciones, pero por el momento no nos interesa meternos en ese camino porque lo que nos hemos propuesto al escribir estos artículos es tratar de la deuda externa, a la cual está íntimamente ligada la moneda nacional debido a su estrecha ligazón con la moneda extranjera (recuérdese que en el artículo anterior dijimos que el peso dominicano brota del dólar de la misma manera que de la flor de la auyama brota la auyama), y por eso no vamos a detenernos a explicar cómo es el juego de la sobrevaluación de unos productos y la subvaluación de otros para conseguir beneficios, unos en dólares y otros en pesos, aquellos depositados en bancos de los Estados Unidos o de Europa y éstos obtenidos gracias a que se pagan en las aduanas dominicanas menos impuestos de los que deben pagarse; y por eso seguiremos hablando de divisas y de pesos nacionales, o al revés, de pesos nacionales y de divisas.
Como todo país que se hace independiente, el nuestro creó una moneda tan pronto quedó convertido en República, pero no sabemos sobre qué base se hizo esa moneda. No hay constancia del día, del mes y el año en que se autorizó la emisión de billetes de uno y de dos pesos, que fue la primera hecha en el país entre el 28 de febrero y el 29 de agosto de
1844. Se sabe, eso sí, que en el 1845 se hicieron (o se acuñaron, que es la palabra apropiada) 50 mil pesos en moneda fraccionaria (menudo) de cobre; y se sabe que a lo largo de los años del siglo pasado, a partir de 1844 y hasta la muerte de Ulises Heureaux (el dictador a quien todo el mundo conocía por el apodo de LilÍs), con la excepción, de los años de la anexión a España, se hicieron muchas emisiones de pesos dominicanos, la mayor parte de ellas en billetes y la menor en monedas metálicas, y en todos los casos los pesos de papel se desvalorizaban, esto es, perdían su valor, dejaban de valer lo que el gobierno decía que valían, y esa pérdida constante de valor producía tales efectos políticos que puede decirse con toda seguridad que ella fue la causa inmediata de la muerte de Lilís, ocurrida el 26 de julio de 1899; y a partir de esa muerte se hizo incontenible la demanda de comerciantes y terratenientes de que se prohibiera la emisión de billetes dominicanos y que en su lugar se adoptara el dólar norteamericano como moneda nacional.
Pocos meses después de la muerte de Lilís, Juan Antonio Alix, que era el vocero de la pequeña burguesía cibaeña, decía en una de sus décimas:
“Según la voz soberana de todo el país, desea que circulando se vea la moneda americana pues con ella el pueblo gana porque no sube ni baja”.
“No sube ni baja” quería decir que el dólar no tenía oscilaciones, que se podía confiar en él porque no perdía valor, y aunque parezca increíble, en el año 1905 se adoptó como moneda del país la de los Estados Unidos y se prohibió constitucionalmente que se hicieran billetes de bancos nacionales. Lo que eso significaba está dicho por el dominicano que escribió la primera historia de nuestras finanzas (César A. Herrera, “Las Finanzas de la República Dominicana”, Tomo I. Impresora Dominicana, Ciudad Trujillo, 1955, página 9), que comenzó su libro con estas palabras: “La moneda es el signo más ostensible de la organización y estabilidad de una nación. Cuando un país no cuenta con moneda propia o la tiene pero sin valor intrínseco, o de un valor nominal muy fluctuante, es indudable que el quebranto sufrido por esa nación en todos los órdenes es sumamente grave”.
Las monedas metálicas que se habían acuñado en tiempos de Báez y de Lilís siguieron circulando después de 1905, pero junto con ella circulaban también las norteamericanas de cobre (un centavo), de níquel (5 centavos), de plata (de 10,25 y 50 centavos y un dólar) y las de oro (de 5, 10 y 20 dólares), y naturalmente; los billetes de todas las denominaciones; más aún, los únicos billetes que circulaban eran los de los Estados Unidos. Así pués, en el orden monetario, sin hablar de otros, el país pasó a ser un territorio de Norteamérica, y por tanto era imposible llevar cuenta de los dólares que entraban y salían.
Fue a partir de 1905 cuando empezamos a tener estadísticas del comercio exterior, o sea, tanto de lo que vendíamos como de lo que comprábamos en otros países, y fue entonces cuando comenzamos a tener datos más o menos precisos de los saldos anuales de ese comercio, esto es, de lo que quedaba a favor nuestro o de lo que perdíamos cada año por diferencia entre lo que importábamos y lo que exportábamos.
(Conviene aclarar, de paso, que las palabras importar y exportar y sus derivadas importador y exportador se relacionan con el sustantivo puerto, y que puerto significa puerta, o lo que es igual, la puerta por donde se entra en el país y se sale de él; de ahí que importar signifique traer al país y exportar signifique sacar del país).
La contabilidad de lo que se importa y lo que se exporta da un resultado que se llama balanza comercial, y la balanza comercial puede ser favorable o negativa. Según podemos ver en la publicación titulada Comercio Exterior, hecha por la Dirección General de Estadística y Censos en 1964 (correspondiente a los meses julio-‐diciembre de 1962, Vol. XI, Nos. 7-‐12, página 5), entre los años 1905 y 1967 sólo tuvimos déficit en la balanza comercial en el año 1921 (de 3 millones 971 mil dólares, pues exportamos 20 millones 614 mil e importamos 24 millones 585 mil), que se debió a la crisis mundial de 1920, año en que gracias a los precios que alcanzaron el azúcar, el cacao, el tabaco y el café, hicimos las ventas y compras más altas de nuestra historia, que en conjunto iban a ser superadas sólo en 1947 y los años siguientes.
De los datos de todos esos años a nosotros nos interesan los que se refieren a lo que vendimos desde 1905, cuando el dólar quedó convertido en moneda nacional, hasta 1946, último año en que el dólar circuló en esa condición ya que en el 1947 pasó a ser sustituido por el peso oro dominicano.
En el 1905 exportamos 6 millones 896 mil dólares e importamos 2 millones 373 mil, de manera que la balanza comercial fue favorable para el país en 4 millones 159 mil dólares; en el 1946, lo que exportamos llegó a 66 millones 689 mil (casi diez veces lo que habíamos exportado éh 1905) y lo que importamos fueron 27 millones 664 (faltaron 367 mil pesos para que fueran diez veces las importaciones de 1905), y la balanza nos favoreció en más de 39 millones.
En los 41 años transcurridos entre 1905 y 1946 tuvimos un superávit de 306 millones 435 mil dólares, pero nadie sabe cuántos de esos millones salieron del país, por ejemplo llevados a los Estados Unidos, Puerto Rico, y España en condiciones de beneficios de los dueños y accionistas de los ingenios azucareros y de otros negocios norteamericanos así como por los altos empleados yanquis y puertorriqueños de esos ingenios y negocios o por los comerciantes españoles y puertorriqueños, que eran abundantes en los primeros 20 ó 30 años de este siglo.
Eso no se sabe ahora, pero tampoco se supo nunca ni era fácil saberlo antes de que se fundara el Banco Central, pues para saberlo hubiera hecho falta llevar la contabilidad de la moneda dominicana y extranjera que corría en el país, y la institución del Estado encargada de esa contabilidad sólo podía ser el Banco Central, que vino a ser establecido en 1947.
En el año 1937, y por la-‐Ley No. 1259 del 21 de febrero, se dispuso la acuñación de monedas metálicas de cobre, níquel y plata para sustituir las monedas metálicas nacionales que circulaban, como dijimos antes, desde el siglo pasado, y también las norteamericanas, que en valor eran más del doble de las dominicanas. El cambio (o canje, que es la palabra que se usa para esos casos) de las monedas viejas por las nuevas estuvo haciéndose durante tres meses del año 1938 y dio el siguiente resultado:
de monedas dominicanas (hechas, unas de níquel y otras de aleación de cobre y níquel) se canjearon 220 mil pesos; de monedas norteamericanas de cobre, 4 mil 173 dólares; norteamericanas de níquel, 62 mil 85 y de plata (de 10 25 y 50 centavos y de un dólar), 343 mil. De la moneda dominicana antigua siguió circulando la de medio centavo llamado por el pueblo mota y media mota, y de la norteamericana la de un centavo porque no se acuñaron dominicanas del mismo valor.
¿Cómo se explica que el gobierno acuñara moneda nacional si todavía no se había establecido el Banco Central, que iba a ser creado casi once años después de la promulgación de la ley No. 1259?
Se explica porque el gobierno hizo monedas metálicas que tenían valores intrínsecos, palabra que significa que tenían valor en sí mismas, esto es, en los metales de que estaban hechas. Por ejemplo, 10 centavos de plata ó 5 centavos de níquel valían, vendidos como metales, 10 y 5 centavos respectivamente; y cualquier gobierno de cualquier país del mundo puede poner en circulación ese tipo de moneda porque nadie puede rechazar un peso de plata si ese peso, vendido como plata, no como moneda, vale un peso o tal vez más de un peso. Conviene recordar ahora que la onza de oro que circulaba en el año 1930 con valor de 20 dólares valía 35 dólares en 1935 y hoy valdría, si corriera, más de 225.
Diez años después de haberse puesto en circulación esas monedas acuñadas por el gobierno dominicano se hicieron estimaciones para determinar a cuánto alcanzaban los billetes norteamericanos que se hallaban en circulación en el país, dato que se requería para establecer el Banco Central en vista de que éste pasaría a emitir inmediatamente el peso oro dominicano en forma de billete, y se llegó a la conclusión de que eran 19 millones 47 mil dólares, pero además, en bancos de Nueva York había 29 millones 168 mil dólares que correspondían a depósitos de bancos establecidos en la República Dominicana, y las dos cantidades arrojaban un total de 48 millones 215 mil dólares en divisas.
A eso se habían reducido los cientos de millones de dólares que figuraban en las estadísticas como acumulación de los superávits en la balanza comercial del país; y naturalmente, con esos 48 millones 215 mil
dólares se contó para respaldar el peso oro dominicano, que fue creado el mismo día en que lo fue el Banco Central, esto es, el 9 de octubre de 1947.
La ley mediante la cual se fundó el Banco Central establecía que sus autoridades podían emitir hasta 2 pesos oro dominicanos por cada dólar que figurara en las reservas. La ley no lo decía en esa forma sino al revés, es decir, fijaba que la reserva monetaria del Banco debía ser por lo menos igual a la mitad del dinero emitido, lo que significaba que podían emitirse 2 millones de pesos siempre que estuvieran garantizados por una reserva de un millón de dólares.
Como no tenemos a la mano la historia detallada de las operaciones del Banco Central no sabemos si al quedar fundado emitió billetes (pesos oro dominicanos) en cantidad de 48 millones 215 mil o de 96 millones 430 mil. Si fue la última, y en vista de que la población del país había sido estimada para julio de ese año (1947) en un millón 982 mil, a mediados o a fines de 1948 debía haber en circulación pesos dominicanos a razón de 50 por cada habitante (Un “Informe elaborado por el Dr. Walter Kausse” queda Julio C. Estrella en su libro “La Moneda, la Banca y las Finanzas de la República Dominicana”, Universidad Católica Madre y Maestra, Santiago, R.D., Abril de 1971, Tomo I, pág. 359, ofrece datos de ingreso per cápita y de población que no merecen confianza porque el de población fue una estimación superior a la oficial de 1949). Treinta años después (para fines de 1977), la cantidad de dinero dominicano que estaba en circulación era casi 6 veces más (llegaba a 559 millones 900 mil pesos) para una población de 4 millones 978 mil personas, esto es, apenas dos veces y media más grande que la de 1947. Eso equivalía a más de 112 pesos por cabeza, o sea, más del doble de los 50 que correspondían en 1947 a cada habitante. Por deducción sabemos que lo que estaba produciendo cada dominicano en 1977 era bastante más del doble de lo que se producía en 1947, pero no podemos hacer la comparación porque no hay datos de 1947. De todos modos, lo que se sabe, sin que haya necesidad de demostrarlo, es que con un peso de 1977 se compraba tres veces menos, y quizá más de tres veces menos, que lo que se compraba con un peso en 1947, lo que nos indica que para 1977 el peso se había desvalorizado, y efectivamente así había sucedido, pero no sólo en relación con los productos que podían
comprarse con él sino también en relación con el dólar (que a su vez perdía valor desde hacía años) como lo demuestra el hecho de que en diciembre de 1977 había que pagar un peso con 26 centavos para obtener un dólar, aunque ese dólar estuviera destinado a comprar algo fuera del país y a pesar de que el Banco Central seguía dando dólares por pesos a la par, o sea, que les reconocía a las dos monedas el mismo valor siempre que el dólar que él diera a cambio de un peso se usara en adquirir en el exterior mercancías que no figuraran en la lista de las que tenían que ser importadas con los llamados dólares propios.
La verdad, sin embargo, es que no podían tener el mismo valor porque a partir de 1962 y hasta 1977, en 16 años corridos, sin exceptuar uno solo, el país tuvo déficit en su comercio exterior. Sumándolo que comprábamos en el extranjero y los servicios que teníamos que pagar en dólares, como seguros, fletes, gastos del gobierno en sueldos de los diplomáticos y en cuotas de organismos internacionales, y restando de esa suma lo que vendíamos y lo que recibíamos por servicios, el déficit de esos años fue de 2 mil 4 millones 100 mil dólares, y esa cantidad debía pagarla el Banco Central en dólares.
¿De dónde sacó el Banco Central todos esos dólares? ¿Los inventó, los hizo, los tenía guardados y empezó a sacarlos a partir de 1962?
Ni los hizo ni los tenía guardados, pero inventó una parte de ellos haciendo figurar esa parte como si la hubiera pagado sin que eso fuera verdad, y otra parte, la mayor, la fue recibiendo por la vía de los préstamos que conseguía el gobierno para cubrir algunas de sus necesidades o para que las cubrieran empresas como el Consejo Estatal del Azúcar (CEA), la Corporación de Empresas Estatales (CORDE), la de Fomento Industrial, la Dominicana de Electricidad, la de Acueductos y Alcantarillados de Santo Domingo; para los bancos del Estado, como el propio Central, el Agrícola, el de Reservas, el Nacional de la Vivienda; para Inespre, Radio Televisión Dominicana, la Universidad Autónoma, los ayuntamientos de la Capital y Santiago, y también préstamos que hacían las empresas privadas, algunas de ellas tan importantes como la Falconbridge y la Codetel.
Los dólares inventados por el Banco Central son los que figuran en sus cuentas como si hubieran sido dedicados a pagar importaciones que en la realidad fueron pagadas con dólares que los comerciantes compraban (y siguen comprando) en el llamado mercado paralelo de divisas y de los que sacan de depósitos bancarios hechos en Estados Unidos con dólares procedentes de subvaluaciones y sobrevaluaciones. No sabemos a cuántos millones alcanzaron esos dólares entre 1962 y 1977, pero tenemos derecho a suponer que su cantidad es aproximadamente igual a la diferencia que hay entre los 2 mil 4 millones 100 mil dólares que forman el déficit acumulado en esos 16 años y los 1 mil 67 millones 745 mil dólares a que había llegado la deuda externa del país el 31 de diciembre de 1977. Esa diferencia era de 936 millones 354 mil 500 dólares.
Hay, pues, un déficit en dólares, y podemos cuantificarlo por el total de la deuda externa; pero se trata de un déficit monetario, porque mal que bien, el monto de ese déficit está invertido de alguna manera en el país; aunque sea en avenidas costosas que para lo que realmente han servido es para multiplicar varias veces el valor de las tierras por las cuales pasan; y está invertido en industrias, en viviendas, en locuras como esos automóviles de 40 mil pesos que vemos cruzar ante nuestros ojos a toda velocidad. Ahora bien, el déficit monetario existe, está debajo de nuestros pies, como un vacío en el cual podemos caer en cualquier momento, y lo que es peor, en el cual vamos cayendo cada día. Ese vacío se llama por ahora desvalorización del peso dominicano y el día menos esperado empezará a llamarse devaluación. La diferencia que hay entre una desvalorización y una devaluación es que la primera se produce de hecho y la segunda es esa misma, la primera, media hora después de haber sido legalizada por el gobierno y por el Fondo Monetario Internacional.
La deuda externa nos lleva hacia la devaluación porque para pagarlos dólares que se cogen prestados hay que coger más dólares prestados, de manera que los pagos de amortización que se hagan no reducen el monto de la deuda y en cambio nos fuerzan a pagar cada vez más porque a medida que pasa el tiempo aumentan los intereses que se le cargan al dinero que se coge prestado. En eso nuestra situación se parece
a la de un hombre que pretendiera salir de un hoyo cavando la tierra para hacer con ella escalones que le permitan alcanzar la boca del hoyo.
No tenemos idea de cuántos millones de dólares debemos destinar anualmente a pagar amortizaciones e intereses de la deuda externa, pero si fueran nada más 100 (y estamos seguros de que son muchos más), sólo podríamos sacarlos de una fuerte reducción de las importaciones que no afecte la importación de materias primas para las industrias que se han establecido en los últimos tiempos ni la de productos alimenticios destinados a la masa del pueblo; de un aumento de las exportaciones que no puede improvisarse, pero que es indispensable para multiplicar cuanto antes el ingreso de dólares en el Banco Central, y del paso de las divisas que corren en el llamado mercado paralelo a canales controlados por el Banco Central. De no tomarse esas medidas, y con ellas otras que tienen que ver de manera indirecta con la moneda nacional y su relación con el dólar, la deuda externa seguirá subiendo y acabará convirtiéndose en un monstruo económico que llevará el peso dominicano a la quiebra en un tiempo más corto del que puede pensar un ciudadano pesimista.