LA ESPIGA MUTl - repositorio.sibdi.ucr.ac.cr:8080

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FRANCISCO ESCOBAR, sociólogo, filósofo y estudioso en gene- ral, es autor de un libro importante: "Juventud y Cambio So- cial", que lleva Y'-' dos ediciones. Aquí le tenemos como cuen- tista. BAR LA ES PIGA MUTl. LA DA La tierra pla·na se vestia de trllm. Las lf· neas rectas de los "higheavs" se ¡¡erdían con Indiferencia geométrica en . un mar de espigas. En cada atardecer de Kansas, el sol parecla una ficción luminosa . El cre- púsculo era una acuarela pintada para. lle- nar los grandes ojos azules de Karen y no un proyecto Ideado por los Ingeniaros de Pittsburg o Mlchigan. Karn, Karen, Karen, Karen .. . En otra parte, en el regazo de los valles rodeados de montañas azules, los cafetos verdes estallaban en blancos y olorosos azahares. Un gallo obligaba al sol a ama· necer sobre los horizontes con sus quejl· dos eróticos de almuhecln asomado al cielo desde los mlnaretes escondidos de los gallineros. La luz bajaba te por los ondulantes caminos que maci- zaron por siglos las patas de l<•s bueyes y las ruedas coquetas de carretas sonoras como guitarras. Alberto había encontrado su alma en esas montañas y esos valles. Alberto ... All>erto ... Alt>eno ; ... . -'Vine porque lei su anuncio de que ne· cesitaba una secretarla para mecanogra· fiar su tesis. A Alberto le pareció más una espiga que una mecanógrafa. . -Ah, si, mi .tesis. Tengo muchos pro- blemas tratando de escribir en inglés. -Yo estudio español. La primavera saltaba de las lllas del campus a la blusa florida de la mucha· cha rubia . -'-¿Y cómo.· era tu casa, Karen? -¿MI casa? Quizá te parezca extraño, pero yo no llamarla casa los cuartuchos de aquellos edificios viejos donde crecí. Eran más bien refugios. MI padre mur en Corea. MI mamá, mi hermana Helen y yo lbamos a trabajar a las granjltas. Era un trabajo duro. Mamá lavaba ropa ajena. -Curioso, yo siempre crel que sólo en Amé ri ca Latina las mujeres lavan ropa aj ena. Uno ve tantas lavadoras auto máti· cas aqui. -Aqul, Alberto, aqui. Allá es otro mun- do. Allá es un Estados Unidos que no es automático. Las grandes pilas de heno, bajo el pleno sol del verano son una tortu· ra. Pesan tanto ... Yo sólo vestia ropa de segunda mano para írlos domingos a la 1 iglesia. Era el ú11lco dla que podrla cantar. Eran himnos hermosos y me gustaba es· cuchar la voz del ministro. Oyéndolo co· meneé a pensar. Habla tanto trabajo los demas días, que el domingo me sentia fe· llz de ponerme a cantar y a pensar. Alberto calentó agua para hacer dos ta· zas de café. Karen caminó por el aparta- mentlto. -¿_Y este señor quién es? -Ernesto Che Guevara. revoluci onarl o? -SI Alberto puso un di sco en su viejo toca· discos y el aire pri maveral se llenó de rlt· mo. Una cumbia frenética se desencande· sensualmente entre golpes de tamb res. - ¿_Y tu casa? -Era una casa pobre en un barrio de San José. Barrio La Cruz se llama . Papá era mecár 1 ico. -¿Ingeniero? . -No, no. A.rreglaba carros. Nunca supe como aprend10. En el barrio se aprenden las cosas a como uno pueda. Es cur ioso ¿sabes? A mi también me gustaba ir los domingos a la mi sa en la Catedral. Ahi to· caban :a música de Haendel y Bach antes de la misa. Me encant aba escucharla. Era único conci erto gratuito al que yo podla ar. - ¿_ Y qué estudias aqul? El césped del campus era una alf ombra verde y mullida. Los grandes cerezos la decoraban dejando caer una lluvia fina de florecillas rosadas y en torno a la fuente creclan clrculos de girasoles y margaritas. -Sentémonos aqul. -¿Entiendes mi letra? -Si. "Análisis de las causas h1stó ri c<1s y socio-políticas del subdesa rro llo t>conó mico centroa mericano" iU y! esto debe ser muy difícil de escribir. -Pero es algo sencillo, terriblemente sencillo. Podría sustituirse con unas tres palabras: " Historia de la Injusticia". Karen sonrió jugueteando con una margarita entre sus dedos. -Es una larga historia. Alberto. -Es nuestra historia Karen ... la tuya y la mía. -Si la misma historia contada en dos idiomas. El aire se f ue volviendo más veloz y más violento. De vez en cuando el verde de las hojas se volvió amarillo rojizo como el ce· laje de un atardecer vegetal. Las teclas de la máquina de escribir danzaban hasta la madrugada. En la otra mesa. Alberto. ro· deado por un m<tr de libros escribía sin descanso. Karen lo miraba de vez en cuan - do a hurtadillas , con una ternura que la hacia equivocarse o detener por un tante la danza de las teclas de su máquina de escribir. -Alberto. -Dime. -¿Tú crees que yo soy imperialista? Alberto se echó a reir. - Yo pienso que eres una mujer encan- tadora. - No. .. en serio. ¿tú crees que yo soy capitalista explotadora? - Creo que te han enseñado a defender el capi tal de otros y a tr abaj ar para que otros acumulen su riqueza. -Tengo miedo, Alberto. :De qué? - De tu tesis ... -¿Tienes miedo de averiguar la ver· dad? -Tengo miedo de averi guar la mentira en que he crel do . -Es muy ta rde para I rte, Karen. Es lloviendo ... La mano tersa de Karen se acercó poco a poco a los cabellos negros del econo mi s- ta q ue nació en un valle de azahares. - ¿De veras cr ees que yo, Karen, soy la aue mantiene a tu pueblo en la pobreza? -No , Karen ... ni Carlos Ma rx t ampoco lo creería ... Nieve. El i nvierno ll ega sil enclosamen· te, como si se apenara de tener que cum· pllr su misión de trio. El césp ed ya no es · 11erde, ni los árboles, ni los techos de las casas. Los colores se borran y to do queda cubierto por una sábana fria de cri sta titos blancos -¿_Comprendes, Karen? - 51 comprendo - Debo hacerlo - Debes hacer lo Karen lo mi con su toga y su birrete, cam inando en la fila de los graduados y sus ojos azules se abrieron como represas de dolor. Y despu és del Invierno la tierr a plana 'volvió a cubrirse de es pigas rubias al lado 1de los " highways" mi entras el so l ponien· .te de Kansas se hundía dol oroso en los ojos az.ules y soli ta rios de Karen. Muy lejos, los cafetos alistaban sus pe· tardos blancos pa ra estallar en Infinitos azahares perfumados abier to s a la caric ia de las abejas. Karen abr ió la carta. Trata un recorte de per dico. El com unicado oficial rl t> I )"nh1 01 nn anunció la mue rte del guC' rr1 llPro "(' ;1m 1 lo " . cuyo ve rdadero no mhr<> Pr.> /\ ll >Nto Gonzó lez Ruiz. econo mi st0 . p,rc1<1 11 ;i rl n <·n l os Estados Unidos. q up s<> unió ;1 l il<. f' "'' rrillas del Ju st 1cinn rl<> Pu0 hln ' Karen caminó largas horas por entre los trigales y luego, cuando ya no se vela el sol, ree:resó a su c uarto. "Ayer en ho ras dt> lil mil ñ;in,o. In r n l" í;1 encontró a Mis Kart>n Rost> n. <''11 1 rl1 nn l <' universitaria y m era nógrafil . rrn1rrL• 011 su apartame nto dP Oh1n Stt('(•I número 333. En su m:\quinil rl<' <''c11li1r •,(' encontró escrto en c0stt> ll ilnn l de la Inju st icia " Alberto /\llw rt n /\ lh<' t to

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FRANCISCO ESCOBAR, sociólogo, filósofo y estudioso en gene-ral, es autor de un libro importante: "Juventud y Cambio So­cial", que lleva Y'-' dos ediciones. Aquí le tenemos como cuen­tista.

BAR

LA ESPIGA MUTl.LADA

La t ierra pla·na se vestia de trllm. Las lf· neas rectas de los "higheavs" se ¡¡erdían con Indiferencia geométrica en . un mar de espigas. En cada atardecer de Kansas, el sol parecla una ficción luminosa. El cre­púsculo era una acuarela pintada para. lle­nar los grandes ojos azules de Karen y no un proyecto Ideado por los Ingeniaros de Pittsburg o Mlchigan.

Karn, Karen, Karen, Karen .. . En otra parte, en el regazo de los valles

rodeados de montañas azules, los cafetos verdes estallaban en blancos y olorosos azahares. Un gallo obligaba al sol a ama· necer sobre los horizontes con sus quejl· dos eróticos de almuhecln asomado al cielo desde los mlnaretes escondidos de los gallineros. La luz bajaba to~tuosamen­te por los ondulantes caminos que maci­zaron por siglos las patas de l<•s bueyes y las ruedas coquetas de carretas sonoras como guitarras. Alberto había encontrado su alma en esas montañas y esos valles.

Alberto ... All>erto ... Alt>eno ;... . -'Vine porque lei su anuncio de que ne·

cesitaba una secretarla para mecanogra· fiar su tesis.

A Alberto le pareció más una espiga que una mecanógrafa. .

-Ah, si, m i .tesis. Tengo muchos pro­blemas tratando de escribir en inglés.

-Yo estudio español. La primavera saltaba de las lllas del

campus a la blusa florida de la m ucha· cha rubia .

-'-¿Y cómo.· era tu casa, Karen? -¿MI casa? Quizá te parezca extraño,

pero yo no llamarla casa los cuartuchos de aquellos edificios viejos donde crecí. Eran más bien refugios. MI padre murió en Corea. MI mamá, mi hermana Helen y yo lbamos a trabajar a las granjltas. Era un trabajo duro. Mamá lavaba ropa ajena.

-Curioso, yo siempre crel que sólo en América Latina las mujeres lavan ropa ajena. Uno ve tantas lavadoras automáti· cas aqui.

-Aqul, Alberto, aqui. Allá es otro mun­do. Allá es un Estados Unidos que no es automático. Las grandes pilas de heno, bajo el pleno sol del verano son una tortu· ra. Pesan tanto ... Yo sólo vestia ropa de segunda mano para írlos domingos a la 1 iglesia. Era el ú11lco dla que podrla cantar. Eran himnos hermosos y me gustaba es· cuchar la voz del ministro. Oyéndolo co· meneé a pensar. Habla tanto trabajo los demas días, que el domingo me sentia fe· llz de ponerme a cantar y a pensar.

Alberto calentó agua para hacer dos ta· zas de café. Karen caminó por el aparta­mentlto.

-¿_Y este señor quién es? -Ernesto Che Guevara.

-¿_~I revolucionarlo? -SI Alberto puso un disco en su viejo toca·

discos y el aire primaveral se llenó de rlt· mo. Una cumbia frenética se desencande· nó sensualmente entre golpes de tambo· res.

- ¿_Y tu casa? -Era una casa pobre en un barrio de

San José. Barrio La Cruz se llama. Papá era mecár1ico.

-¿Ingeniero? . -No, no. A.rreglaba carros. Nunca supe

como aprend10. En el barrio se aprenden las cosas a como uno pueda. Es curioso ¿sabes? A mi también me gustaba ir los domingos a la misa en la Catedral. Ahi to· caban :a música de Haendel y Bach antes de la misa. Me encantaba escucharla. Era ~I único concierto gratuito al que yo podla ar.

- ¿_Y qué estudias aqul? ~Economla . El césped del campus era una alfombra

verde y mullida. Los grandes cerezos la decoraban dejando caer una lluvia fina de florecillas rosadas y en torno a la fuente creclan clrculos de girasoles y margaritas.

-Sentémonos aqul. -¿Entiendes mi letra? -Si. "Aná lisis de las causas h1stóri c<1s

y socio-políticas del subdesa rro llo t>conó m ico centroa mericano" iUy! esto debe ser muy difícil de escribir.

-Pero es algo sencillo, terriblemente sencillo. Podría sustituirse con unas tres pala bras: " Historia de la Injusticia".

Karen sonrió jugueteando con una margarita entre sus dedos.

-Es una larga historia. Alberto . -Es nuestra historia Karen ... la tuya y

la mía. -Si la misma historia contada en dos

idiomas.

El ai re se f ue volviendo más veloz y más violento. De vez en cuando el verde de las hojas se volvió amarillo rojizo como el ce· laje de un atardecer vegetal. Las teclas de la máquina de escribir danzaban hasta la madrugada. En la otra mesa. Alberto. ro· deado por un m<tr de libros escribía sin descanso. Karen lo miraba de vez en cuan­do a hurtadillas, con una ternura que la hacia equivocarse o detener por un in~­tante la danza de las teclas de su máquina de escribir.

-Alberto. -Dime. -¿Tú crees que yo soy imperialista? Alberto se echó a reir. - Yo pienso que eres una mujer encan-

tadora. - No ... en serio. ¿tú crees que yo soy

capitalista explotadora?

- Creo que te han enseñado a defender el capital de otros y a trabajar para que otros acumulen su riqueza.

-Tengo miedo, Alberto. :De qué?

- De tu tes is ... -¿Tienes miedo de averiguar la ver·

dad? -Tengo miedo de averiguar la mentira

en que he creldo. -Es muy tarde para Irte, Karen. Está

lloviendo ... La mano tersa de Karen se acercó poco

a poco a los cabellos negros del economis­ta que nació en un valle de azahares.

- ¿De veras crees que yo, Karen, soy la aue mantiene a tu pueblo en la pobreza?

-No, Karen ... ni Carlos Marx tampoco lo creería ...

Nieve. El invierno llega silenclosamen· te, como si se apenara de tener que cum· pllr su misión de trio. El césped ya no es · 11erde, ni los árboles, ni los tec hos de las casas. Los co lores se borran y todo queda cubierto por una sábana fria de crista titos blancos

-¿_Comprendes, Karen? - 51 comprendo - Debo hacerlo

- Debes hacerlo Karen lo miró con su toga y su birrete,

caminando en la fila de los graduados y sus ojos azules se abrieron como represas de dolor.

Y después del Invierno la tierra plana 'volvió a cubrirse de espigas rubias al lado 1de los " highways" mientras el so l ponien· .te de Kansas se hundía doloroso en los ojos az.ules y solita rios de Karen.

Muy lejos, los cafetos alistaban sus pe· tardos blancos para estallar en Infinit os azahares perfumados abiertos a la caricia de las abejas.

Karen abrió la carta. Trata un recorte de per iódico.

El com unicado oficial rl t> I )"nh101 nn anu nció la muerte del guC'rr1llPro "(';1m1 lo " . cuyo verdadero no mhr<> Pr.> /\ ll >Nto Gonzó lez Ruiz. economist0 . p,rc1<1 11 ;irl n <·n los Estados Unidos. qup s<> unió ;1 lil<. f' "'' rri llas del Fr~nte Ju st 1cinn rl<> Pu0hln '

Karen caminó largas horas por entre los trigales y luego, cuando ya no se vela el sol, ree:resó a su cuarto.

"Ayer en horas dt> lil mil ñ;in,o. In r nl" í;1 encontró a Mis Kart>n Rost>n. <''11 1rl1nn l<' universitaria y mera nógra fil . rrn 1rrL• 011

su p~queño apartamento dP Oh1n Stt('(•I número 333. En su m:\quinil rl<' <''c11li1r •,(' encontró escrto en c0stt> ll ilnn l l1~t n n;1 de la Injust icia " Alberto /\llw rtn /\ lh<' t to

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