LA EUCARISTÍA, SIGNO DEL ENCUENTRO CON … · ''el hombre ... no puede ... cerrarse a todo...

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Actualidad litúrgica 231, pp. 24-26 LA EUCARISTÍA, SIGNO DEL ENCUENTRO CON JESÚS Es posible concebir la Eucaristía contemplándola a la luz de la hermosa y sugerente perspectiva de signo de encuentro de Jesús con nosotros. El término encuentro ha venido a hacerse usual en nuestra época, para referirse a cosas o personas que en un dado momento coinciden en un lugar o situación. Se habla de en- cuentros científicos, sociales, culturales, recreativos, labo- rales, etc. Por lo que se refiere a las personas, venir al encuentro de alguien es un acontecimiento que continuamente experi- mentamos en nuestra vida. Hasta se podría decir que cada ser humano está hecho para ir al encuentro de otros una y mil veces; que nuestras vidas despliegan su propia historia a través de una continua sucesión de encuentros. En cada encuentro el ser humano sale de mismo y se abre a otro, se acerca a otro, se comunica con otro. En cierto senti- do, se entrega a otro. El Concilio Vaticano II llegó a decir que ''el hombre ... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" ( Gaudium et spes, n. 24). Nada es más opuesto a la naturaleza del hombre que encerrarse en mismo, cerrarse a todo encuentro con otros. En el contexto religioso, se dan igualmente distintos tipos de encuentro. Son conocidos los encuentros de espiritua- lidad y de oración, de estudio o de reflexión en torno a un determinado tema, de promoción vocacional, de forma- ción permanente .. ., así como encuentros de carácter ecu- ménico, etc. El beato Papa Juan Pablo II inauguró la serie de encuentros mundiales de jóvenes y de familias, para promoverlos espiritualmente en sus respectivas responsa- bilidades cristianas. Pero, además, son muchos los tipos de encuentro personal, como los que se verifican entre amigos o familiares, en el trato cotidiano, en la búsqueda de bienes o servicios, en la acción apostólica y caritativa ... También Dios sale de sí mismo, por decirlo así, y viene a nuestro encuentro. En cierto sentido, se nos hace encuen- tro; se nos acerca, se nos muestra, se nos comunica, se nos entrega. Me impresionó mucho la expresión que dijo el Papa Bene- dicto en la audiencia del miércoles 2 de mayo de este año 2012, en la Plaza de San Pedro: "Dios ... no se cansa de salir al encuentro del hombre". Estaba haciendo el Papa una cate- quesis sobre la oración del protomártir san Esteban antes de su martirio, y comentaba cómo él, ante el sanedrín que lo iba a condenar, se había referido a todas aquellas intervenciones de Dios en la historia del antiguo pueblo escogido, verdade- 24 Mons. Ricardo Guízar Díaz ¿Por qué ha querido Jesús venir así a nuestro encuentro en la Eucaristía? La única y total respuesta a esta pregunta es: porque nos ha amado "hasta el extremo". ros encuentros, desde el llamamiento de Abraham, pasando por Moisés y los profetas; en efecto, por medio de dichos encuentros, Dios comunicaba a su pueblo su designio de salvación; Dios venía a su encuentro, para irlo acompañando y encaminando por el sendero del bien, atrayéndolo hacia él, llamándolo a la conversión, para unirlo con él más y más. Mas su pueblo no siempre había sabido responderle, aco- giendo sus invitaciones a la conversión y a una vida recta y justa; antes, por el contrario, en ocasiones había perseguido a sus profetas e incluso matado a algunos de ellos. Fue entonces cuando el Papa pronunció la frase: "Dios ... no se cansa de salir al encuentro del hombre", a pesar de que el hombre muchas veces no lo haya querido acoger. Dios es incansable en su propósito. Multiplica sus encuen- tros. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, llevando al extremo su amor, preparó el más asombroso e inimagi- nable encuentro, no ya con el antiguo pueblo elegido, sino con la humanidad entera, enviando a su propio Hijo, en- carnado en el seno purísimo de la santísima Virgen María, para venir a buscarnos, a hablarnos, a mostrarnos cuán- to nos ama Dios, revestido de nuestra propia humanidad, para que lo recibiéramos mejor, para que escucháramos su Palabra, para que lo acogiéramos gozosos, para que le agra- deciéramos, rendidos, el don supremo de su propia vida,

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Actualidad litúrgica 231, pp. 24-26

LA EUCARISTÍA, SIGNO DEL ENCUENTRO CON JESÚS

Es posible concebir la Eucaristía contemplándola a la luz de la hermosa y sugerente perspectiva de signo de encuentro de Jesús con nosotros.

El término encuentro ha venido a hacerse usual en nuestra época, para referirse a cosas o personas que en un dado momento coinciden en un lugar o situación. Se habla de en­cuentros científicos, sociales, culturales, recreativos, labo­rales, etc.

Por lo que se refiere a las personas, venir al encuentro de alguien es un acontecimiento que continuamente experi­mentamos en nuestra vida. Hasta se podría decir que cada ser humano está hecho para ir al encuentro de otros una y mil veces; que nuestras vidas despliegan su propia historia a través de una continua sucesión de encuentros.

En cada encuentro el ser humano sale de sí mismo y se abre a otro, se acerca a otro, se comunica con otro. En cierto senti­do, se entrega a otro. El Concilio Vaticano II llegó a decir que ''el hombre ... no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los demás" ( Gaudium et spes, n. 24). Nada es más opuesto a la naturaleza del hombre que encerrarse en sí mismo, cerrarse a todo encuentro con otros.

En el contexto religioso, se dan igualmente distintos tipos de encuentro. Son conocidos los encuentros de espiritua­lidad y de oración, de estudio o de reflexión en torno a un determinado tema, de promoción vocacional, de forma­ción permanente .. ., así como encuentros de carácter ecu­ménico, etc. El beato Papa Juan Pablo II inauguró la serie de encuentros mundiales de jóvenes y de familias, para promoverlos espiritualmente en sus respectivas responsa­bilidades cristianas.

Pero, además, son muchos los tipos de encuentro personal, como los que se verifican entre amigos o familiares, en el trato cotidiano, en la búsqueda de bienes o servicios, en la acción apostólica y caritativa ...

También Dios sale de sí mismo, por decirlo así, y viene a nuestro encuentro. En cierto sentido, se nos hace encuen­tro; se nos acerca, se nos muestra, se nos comunica, se nos entrega.

Me impresionó mucho la expresión que dijo el Papa Bene­dicto en la audiencia del miércoles 2 de mayo de este año 2012, en la Plaza de San Pedro: "Dios ... no se cansa de salir al encuentro del hombre". Estaba haciendo el Papa una cate­quesis sobre la oración del protomártir san Esteban antes de su martirio, y comentaba cómo él, ante el sanedrín que lo iba a condenar, se había referido a todas aquellas intervenciones de Dios en la historia del antiguo pueblo escogido, verdade-

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Mons. Ricardo Guízar Díaz

¿Por qué ha querido Jesús venir así a nuestro encuentro en la Eucaristía? La única y total respuesta a esta pregunta es: porque nos ha amado "hasta el extremo".

ros encuentros, desde el llamamiento de Abraham, pasando por Moisés y los profetas; en efecto, por medio de dichos encuentros, Dios comunicaba a su pueblo su designio de salvación; Dios venía a su encuentro, para irlo acompañando y encaminando por el sendero del bien, atrayéndolo hacia él, llamándolo a la conversión, para unirlo con él más y más. Mas su pueblo no siempre había sabido responderle, aco­giendo sus invitaciones a la conversión y a una vida recta y justa; antes, por el contrario, en ocasiones había perseguido a sus profetas e incluso matado a algunos de ellos.

Fue entonces cuando el Papa pronunció la frase: "Dios ... no se cansa de salir al encuentro del hombre", a pesar de que el hombre muchas veces no lo haya querido acoger.

Dios es incansable en su propósito. Multiplica sus encuen­tros. Y cuando llegó la plenitud de los tiempos, llevando al extremo su amor, preparó el más asombroso e inimagi­nable encuentro, no ya con el antiguo pueblo elegido, sino con la humanidad entera, enviando a su propio Hijo, en­carnado en el seno purísimo de la santísima Virgen María, para venir a buscarnos, a hablarnos, a mostrarnos cuán­to nos ama Dios, revestido de nuestra propia humanidad, para que lo recibiéramos mejor, para que escucháramos su Palabra, para que lo acogiéramos gozosos, para que le agra­deciéramos, rendidos, el don supremo de su propia vida,

ofrendada en la Cruz, para librarnos del pecado y hacernos hermanos suyos e hijos de Dios por adopción.

Éste es el acontecimiento que nos recuerda la Carta a los hebreos, en su primer capítulo, versículo 1: "En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros antepasados por medio de los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, a quien consti­tuyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo''.

Dios quiso hablarnos por medio de su Hijo, hecho hombre. Hablar es lo primero que acontece en un encuentro. La pala­bra revela al que viene a nuestro encuentro; muestra lo que quiere comunicarnos, y al mostrarlo, se muestra a sí mismo, su cercanía, su interés por nosotros, muestra que quiere compartir con nosotros su pensamiento, su deseo de enta­blar un diálogo; se hace presencia, compañía, amistad, se hace intercambio de anhelos y esperanzas.

Referida al encuentro de Cristo con nosotros, su Palabra se hace anuncio de vida y de salvación, invitación a seguir­lo, enseñanza y Evangelio, llamado a nuestra colaboración para anunciar al mundo su designio redentor, promesa de su perenne presencia junto a nosotros y realidad de nues­tra participación en su filiación divina; semilla y prenda de nuestra futura glorificación en el cielo.

Toda la vida de Jesús entre los hombres se fue entretejiendo con múltiples encuentros de salvación. Buscó a los hombres en los cruces de los caminos y en los aconteceres cotidianos. Recorrió con ellos las distancias y los días, compartió con ellos sus alegrías y sus penas, los iluminó con sus enseñan­zas, los atrajo con su amor, les mostró su misericordia, sació su hambre de alimento material y su sed de Dios, los Uenó de gozo y de consuelo. En el acto más sublime de amor, se ofreció por nosotros en el sacrificio de la Cruz, como testi­monio supremo de ese amor de buen pastor, dando su vida por nosotros, sus ovejas.

Todavía más: como don supremo, quiso Jesús, además, prolongar para siempre su encuentro con la humanidad; quedarse permanentemente con nosotros, hecho nuestro alimento, en la Eucaristía. En ella, quiso Jesús hacerse un continuado y dichoso encuentro con nosotros. La hondu­ra y significado de este don excelso merece una más dete­nida contemplación, que pueda ensanchar, en la medida que nos es posible, nuestra comprensión y suscitar nuestra más profunda admiración y nuestro más rendido homenaje de alabanza.

Volviendo al comentario al que me venía refiriendo, el Papa Benedicto se detuvo en especial en el profeta lsaías, que fue el que anunció el nuevo Templo en el que habitaría Dios, por medio de su Mesías, Jesús mismo, su Hijo. Explicó que ese templo es su Cuerpo resucitado, en el que hoy "congrega a los pueblos y los une en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre".

La expresión de "congregar" y "unir" que usó el Papa, refi­riéndose a la Eucaristía, indica el efecto y el significado del

encuentro eucarístico de Jesús con nosotros, en su aspec­to comunitario. En efecto, la Eucaristía es convocación (es Iglesia) y es comunión. Jesús viene a nuestro encuentro en la Eucaristía, nos llama, invita y convoca a ser Iglesia, que él reúne y une a sf en íntima comunión.

El mismo Papa Benedicto escribía en el mensaje para la XXVII Jornada mundial de la juventud: "La liturgia en par­ticular, es el lugar por excelencia donde se manifiesta la ale­gría que la Iglesia recibe del Señor y transmite al mundo. Cada domingo, en la Eucaristía, las comunidades cristia­nas celebran el misterio central de la salvación: la muerte y resurrección de Cristo. Éste es un momento fundamental para el camino de cada discípulo del Señor, donde se hace presente su sacrificio de amor: es el día en que encontramos al Cristo resucitado, escuchamos su Palabra, nos alimenta­mos de su Cuerpo y Sangre. Un salmo afirma: "~ste es el día que hizo el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo .. . " (Sal 118, 24).

Leemos en el Documento de Aparecida (DA 251): "La Euca­ristía es el lugar privilegiado del encuentro del discfpulo con Jesucristo. Con este Sacramento Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo''.

En estas dos últimas citas podemos hallar expuesta con mucha claridad la inmensa riqueza que significa y nos comu­nica la Eucaristía, entendida como encuentro comunitario de nosotros con Cristo; y el sumo aprecio en que la hemos de tener. Como nos dice el Papa, se nos hace presente su sacri­ficio de amor. Con razón Aparecida agrega: "nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo hacia Dios y hacia el prójimo''. Se trata del dinamismo de amor de Jesucristo, que la Eucaristía conmemora, significa y realiza para nosotros, revistiéndolo de significado de encuentro, que nos transfor­ma y santifica, y en el que se nos invita a entrar.

En nuestra vida podemos tener muchos otros encuentros, incluso de carácter religioso. Pero ninguno se compara, en valor, en fruto y en significado, al encuentro eucarístico. Sólo en él "Jesús nos atrae hacia sí y nos hace entrar en su dinamismo [de amor} hacia Dios y hacia el prójimo"; sólo en él "encontramos al Cristo resucitado, escuchamos su Pala­bra, nos alimentamos de su Cuerpo y Sangre". ¡Qué expe­riencia tan trascendental para nuestra vida! ¡Qué tesoro tan grande contiene y comunica! ¡Qué dicha para nosotros poder participar de él!

Pero el encuentro eucarístico con Cristo tiene, además, otra dimensión. No sólo es encuentro comunitario, sino tam­bién es encuentro personal. En todo encuentro eucarístico comunitario se verifica también un encuentro personal entre Cristo y cada uno de los participantes, de manera personal. Se puede entablar un diálogo personal con Jesús, quien se llega a cada uno y lo acoge en forma personal, en su propia vida, con su propia y única historia, en una ínti­ma cercanía, en la medida de su anhelo y de su necesidad. Como con los discípulos de Emaús, hace que su corazón arda, lo inflama con su amor. Lo impulsa en su compromiso cristiano. Lo acerca y une más a él. Le descubre sus desig­nios. Lo transforma y perfecciona según su proyecto de

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santificación. Lo atrae hacia el encuentro final, pleno y defi­nitivo, en su Gloria.

Todo encuentro con Jesús, en especial el eucarístico, par­te de una iniciativa suya. Aunque nos parezca que somos nosotros los que lo buscamos, es él quien primero nos bus­ca y llama a su encuentro, quien tios atrae interiormente y hace que deseemos encontrarnos con él. Así fue cuando los apóstoles Juan y Andrés se encontraron con quien sería su Maestro (Jn 1, 35-39). Así lo es también para nosotros. Dolorosamente, encierra también un riesgo: que no acoja­mos su invitación, que rehusemos acudir a su encuentro .. . Pero, aún así, él no se cansará de seguir invitándonos. Esta­rá siempre en espera.

¿Por qué ha querido Jesús venir así a nuestro encuentro en la Eucaristía? La única y total respuesta a esta pregunta es: porque nos ha amado "hasta el extremo'', como dice san Juan en su evangelio; hasta dar la vida por nosotros. Y porque sigue amándonos así.

Tal vez podamos constatar que, en buena parte de los en­cuentros humanos que se nos ofrecen, en vez de un motivo de amor desinteresado, hallamos sólo intereses personales, incluso económicos, búsqueda de ventajas egoístas, ofre­cimientos de placeres efímeros, distracciones o entreteni­mientos engañosos, evasiones de la realidad.

Sólo Jesús se nos ofrece él mismo, por puro y desinteresado amor, como alimento y fuerza espiritual, para ayudarnos a caminar sin desfallecer, sostenernos en la lucha de la vida, animar nuestro empeño, acompañar nuestros pasos, ensan­char el horizonte de nuestra meta, hacernos crecer y ma­durar como discípulos, curar nuestras debilidades, fortale­cernos en el bien, inflamar nuestros corazones en el amor divino, y unirnos a él.

Hay, en el Evangelio, una hermosa experiencia de esta forma de amar de Jesús, viniendo a nuestro encuentro, bajo el signo eucarístico: se halla en el relato de los peregrinos de Emaús. El Papa Benedicto se refirió a esta experiencia al final de la Exhortación apostólica Sacramentum caritatis (n. 97); la introduce envuelta en una hermosa forma de anhelo, de oración al Espíritu Santo, invocando la interce­sión de la Virgen María: "Que el Espíritu Santo, por inter­cesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros aquel mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús

(Le 24, 13-35) y renueve en nuestra vida el asombro euca­rístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del miste­rio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y vol­vieron de prisa a Jerusalén, para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe. En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre noso­tros, como compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo, muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuer­po. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir, llenos de alegría y admiración, al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos: 'Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo' (Mt 28, 20)".

A este encuentro en especial también se refirió el beato Papa Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Ecclesia in America, en el capítulo primero - no en vano titulado: "El encuentro con Jesucristo vivo"- , en el número 8: "Los discí­pulos de Emaús, después de encontrar y reconocer al Señor resucitado, vuelven a Jerusalén para contar a los apóstoles y a los demás discípulos lo que les había sucedido (Le 24, 13-35). Jesús, 'empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras'. Los dos discípulos reconocerían más tarde que su corazón ardía mientras el Señor les hablaba en el camino, explicándoles las Escrituras. No hay duda de que san Lucas, al narrar este episodio, especialmente el momento decisivo en que los discípulos reconocen a Jesús, hace una alusión explícita a los relatos de la institución de la Eucaristía, es decir, al modo como Jesús actuó en la C:ltima Cena (cfr. Le 24, 30). El evangelista, para relatar lo que los discípulos de Emaús cuentan a los Once, utiliza una expresión que, en la Iglesia naciente, tenía un significado eucarístico preciso: 'Lo habían reconocido en la fracción del pan' ''.

La Eucaristía es el alimento del peregrino, don del amor de Cristo, experiencia que llena de alegría y de ardor el cora­zón. Don que lo sostiene en su caminar. Y Cristo es el com­pañero que continuamente viene a nuestro encuentro, por medio de la Eucaristía: se añade a nuestro caminar, hecho él también peregrino, que nos busca para curar nuestro desaliento y hacer que arda nuestro corazón, para darnos aliento, sostén y apoyo en el camino de nuestro discipulado.

Mons. Ricardo Guízar Diaz, es arzobispo emérito de Tlalnepantla. Actualmente colabora con la Com isión Epis.:opal para la Pastoral Litúr­gica, de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

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Año de la Fe "Por la fe, los discípulos formaron la primera comunidad reunida en torno a la enseñanza de los Apóstoles, la oración y la celebración de la Eucaristía".

Benedicto XVI, Porta fidei, n. 13