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LA FORMACIÓN DE LAS COMUNIDADES DE VILLA Y TIERRA EN LAS FRONTERAS DEL DUERO Luis Miguel Villar García Universidad de Deusto

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  • LA FORMACIÓN DE LAS COMUNIDADES DE VILLAY TIERRA EN LAS FRONTERAS DEL DUERO

    Luis Miguel Villar GarcíaUniversidad de Deusto

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  • COMUNIDADES DE VILLA Y TIERRA

    «Comunidades de Villa y tierra», «Concejos de villay tierra», «Concejos de Frontera», «Ciudades de Fronte-ra» son términos que indistintamente se han venidoutilizando en la historiografía para referirse a las orga-nizaciones nacidas, primariamente, al sur del Duero,dentro de los procesos de conquista y ocupación delespacio que tienen lugar en el medioevo español.

    El término original fue acuñado por el DerechoHistórico, en el siglo XIX, para definir situacionesque se resistían a desaparecer ante las reformas ad-ministrativas liberales. En 1880 Vicente de la Fuenteutilizaba esta denominación por primera vez, paradescribir el «régimen particular de un territorio, delcual era señora una ciudad o villa realenga e inde-pendiente, formando, por concesión del monarca,un pequeño estado, con su fuero propio y mancomu-nidad de obligaciones, derechos e intereses, especial-mente en materia de pastos y represión de delitos. Elterritorio se daba al concejo de aquella ciudad o vi-lla, como se daba un territorio a un conde o ricohombre, a un obispo, o a un monasterio... así los al-deanos que poblaban el territorio de esas comunida-des, en los cuales el señorío o dominio radicaban enla ciudad o villa, dependían del concejo de aquella ytenían en el siglo XII que salir respectivamente, no-bles y pecheros, en pos del pendón de la villa, pueseran colonos del territorio concejil....» La excepciona-lidad que se deriva de esta definición será subraya-da por Carlos de Lecea y García en sus estudios so-bre la ciudad de Segovia, y especialmente exaltadapor la obra Luis Carretero y Nieva, contraponiendola artificialidad de la organización napoleónica demediados del siglo XIX con los orígenes de la Na-ción de Naciones. Si nos vamos aproximando a tiem-pos más recientes, encontramos referencias insignesdel medievalismo castellanoleonés, como ClaudioSánchez-Albornoz, que define las Comunidades co-mo municipios independientes, con capacidad juris-diccional, llegando a afirmar que hasta el reinado de

    Alfonso XI, constituyen un ejemplo de democraciapara toda Europa; en el grupo de maestros de la re-novación medievalista, José Ángel García de Cortá-zar, las reconoce como uno de los modelos de la or-ganización social del espacio acuñados en elprogreso cristiano hacia Duero; y entre quienes hancentrado su investigación en comunidades y conce-jos, José María Monsalvo Antón las propone comoformas específicas de reclutar milicias guerreras, deconquistar territorios, de combatir a los musulmanesy siendo, así mismo, una forma de apropiación delespacio y de creación de riqueza urbana y rural.

    En este breve recorrido, que no ha pretendido sergeneral, ni sistemático y mucho menos exhaustivo,pero si representativo, puede verse la polisemia quese atribuye a estas denominaciones: desde lo pura-mente administrativo, pasando por la concepción delestado, hasta el modelo de análisis histórico. La radi-calidad de unos y otros planteamientos no puedeocultar la existencia de rasgos comunes que ayudan atrazar las grandes líneas que caracterizan a las Comu-nidades de Villa y Tierra. En efecto, se trata de orga-nizaciones particulares de un espacio, nucleado y or-ganizado desde una ciudad o una villa, que actúacomo elemento vertebrador de todo el territorio; estándotadas con una autonomía de funcionamiento garan-tizada, generalmente, por una concesión foral quecontiene las bases de su organización; en función deella, dispone de autoridades locales que ejercen lascompetencias residenciadas en su fuero sobre toda lacomunidad de villa y tierra; y, finalmente, sus habitan-tes, de la ciudad/villa y de la tierra –aldeas–, tienen unestatuto ventajoso –privilegiado– y diferenciado frenteal resto de los territorios.

    Desde estos rasgos, de aceptación común, la uti-lización del término de Comunidad de Villa y Tierra,en este caso, será indistintamente con las de Conce-jos de Villa y Tierra, sabiendo que esta segunda de-nominación, hace referencia fundamentalmente a losórganos de gobierno de la primera, y que aquella se

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  • refiere a una particular forma de organización admi-nistrativa originaria del siglo XI al sur del Duero, queen la realidad histórica del medioevo hispano es laúltima de las unidades de organización social del es-pacio que se despliega en el avance conquistadorhacia el sur para cristalizar, por primera vez, en elámbito de la Extremadura histórica, asumiendo he-rencias y procesos de las sociedades cristianas delnorte del Duero.

    En la evolución de la historiografía medieval, laconquista, ocupación y organización de los espaciossituados al sur del Duero, experimentó un replantea-miento general en su estudio, al iniciarse la décadade los años 80 del siglo XX, de la mano de un gru-po de historiadores que trataban de actualizar viejosclichés académicos a las nuevas exigencias metodo-lógicas. Desde entonces la atención sobre los conce-jos de frontera ha continuado en foros especializadosaportando nuevas propuestas y sugerencias realmen-te interesantes que, desde nuestro punto de vista, noponen en cuestión el grueso de la hipótesis –la ho-mologación de los concejos de frontera como instru-mentos de feudalización específicos de la fronteracristiana entre los siglos XI-XIII– antes bien abrennuevas perspectivas y posibilidades de conocimientode estas realidades históricas

    Como autor y protagonista de aquella etapa de re-descubrimiento de las Comunidades de Villa y Tierra,creo que se pueden mantener gran parte de aquellaspropuestas iniciales de renovación historiográfica yalgunos de sus resultados. Naturalmente ello no sig-nifica rechazar las nuevas aportaciones y estudios re-alizados, ni desdeñar las perspectivas que han aporta-do luz a cuestiones entonces no resueltas. De ahí queen esta oportunidad, vamos a trasladar un esquemageneral de los procesos que concurren con la dicoto-mía histórica, articulada entorno al gozne duriense;aparentemente radicales en sus inicios, y que van per-diendo fuerza explicativa a la altura del reinado de Al-fonso X, cuando el argumento histórico de la fronteraha desaparecido de su horizonte alejado al valle delGuadalquivir. Como hilo conductor se proponen tresetapas que, sucesivamente, nos trasladarán desde sunacimiento hasta su institucionalización.

    1. LAS RAÍCES: EL FUERO DE SEPÚLVEDA.DE LA FRONTERA DEL DUERO A LA EXTREMADURA (893-1085)

    El río Duero, como frontera, es una realidad queempieza a tejerse a fines del siglo IX y en la primeramitad del siglo X. La expansión cristiana, en sus con-quistas y colonizaciones, va desplazándose desde los

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    Gormaz. Fortaleza (Jaime Nuño González)

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  • altos valles cantábricos, hasta las riberas del río, esta-bleciendo sus primeras avanzadas en sus escarpesseptentrionales frente a Al Andalus. En el año 893 Al-fonso III culmina esa expansión con la temprana re-población de Zamora, y seguramente por esas fechasse incorporan Toro, Simancas y Dueñas, iniciando unacadena de plazas fortificadas que se irá extendiendopor la orilla del río en los primeros años del siglo X.Hacia oriente, en el eje de expansión de los condescastellanos, se procede también a la restauración dealgunos enclaves: Nuño Núñez repuebla Roa y Aza;Gonzalo Téllez hace lo propio en Osma y Clunia; yGonzalo Fernández incorpora Gormaz y San Estebanen el año 912. El foso natural del río Duero se eriza-ba así de una línea de fortificaciones que controlabanpasos y vados al tiempo que se aseguraba proteccióna las nuevas tierras ocupadas. A su amparo, y con laseguridad que proporcionaba la frontera militarizada,se produce la ocupación y organización de las tierrassituadas al norte de la línea fluvial.

    Más allá del río, la línea de cumbres del SistemaCentral señala la presencia de otra frontera, la marcas-espacios de frontera de Al-Andalus, que protegenotras realidades sociopolíticas que, en esos momentos,los primeros años del siglo X, tratan de reorganizarsecon la entronización del califato de Córdoba. Desdemediados del siglo VIII esta frontera ha permanecidoinalterada e involucrada por los conflictos internosque acompañan el desarrollo de Al-Andalus; en cam-bio, los establecimientos cristianos, restaurados juntoal Duero, no son más que una etapa y la puerta abier-ta sobre la que se proyecta el dinamismo castellanole-onés, y por tanto, su estabilidad y temporalidad, esta-rá determinada por la evolución interna de estassociedades cristianas.

    De momento entre ambas líneas de frontera, seabre un espacio que no forma parte ni de las entida-des cristianas, ni del emirato/califato de Córdoba.Las fuentes cristianas y musulmanas no lo reconocencomo propio; no hay una denominación específicapara ese espacio. Hasta ese momento es solamenteuna tierra de paso por la que transitan los ejércitoscristianos y musulmanes hacia los espacios de botíny razzia. Y desde esta perspectiva y de forma espo-rádica, ha sido y será hollada por las expedicionesque en uno y otro sentido se han realizado hastaprincipios del siglo X. Es un territorio situado en laperiferia, marginal a ambos mundos, sobre el quepermanecen poblaciones desestructuradas, que pro-

    bablemente se han ido nutriendo y renovando degrupos desintegrados o expulsados por cristianos ymusulmanes.

    En estas primeras décadas de la décima centuria,la dinámica expansiva y agresiva de las sociedadescristianas da lugar al asentamiento del poder real ycondal sobre el Duero, y por otra parte, la coyunturacrítica en la que se entroniza el califato, facilita eldesbordamiento poblacional en el sur del Duero. Laprotección que dispensa la línea de fortificaciones, lapaz que se desprende de la falta de correrías musul-manas, permite organizar los territorios que lenta-mente van siendo ocupados. El estudio de la toponi-mia, los restos arqueológicos, y las pocas fuentesdocumentales conservadas, en este mismo orden, po-nen de manifiesto este desbordamiento de la líneafluvial y la necesidad institucional de integrar esaspoblaciones en las estructuras de los reinos cristia-nos. Para ello, el rey y los condes castellanos repue-blan las nuevas tierras, confiando a veces a nobles,iglesias y monasterios la organización de las tierras yel establecimiento de colonos; de esta forma las for-tificaciones de la línea del Duero no son solo el guar-dián del reino, sino manifestación ostensible del des-arrollo de la sociedad cristiana y soporte de unaestructura militar que se sustenta en un eficaz sistemade articulación económica, social y política. El resul-tado será la implementación de estructuras de orga-nizativas de espacios y hombres, en las que se en-marcan los viejos y nuevos establecimientosaldeanos, a los que se ha dotado de referencias ad-ministrativas que hacen presente y operativa la inte-gración política que actuará a través de la fiscalidad,la justicia, la regulación de la vida cotidiana y la or-ganización militar.

    Los avances realizados más allá del río Duero, conlas implicaciones citadas, resultan ser un desafío obje-tivo para el poder político y militar andalusí, más si ca-be una vez iniciada la etapa de auge califal. La com-petencia y la amenaza política para las fronterasmusulmanas, y la reorganización califal de Abd al Ra-man III, son los argumentos que sustentan las reaccio-nes musulmanas, que pondrán en peligro estos prime-ros intentos cristianos, a su vez, prueba irrefutable delos avances colonizadores.

    En el año 938 se pone en marcha una campañadirigida a quebrar las fortalezas del Duero y alejar alos cristianos de al-Andalus. El relato de Al Razi, tras-

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  • mitido en el tomo V de Ibn Hayyan, que recoge elparte oficial de la incursión expresa esa realidademergente en los extremos del Duero, al tiempo queel aparente éxito cristiano en Simancas y Alhandega,permite a Ramiro II asumir la colonización de lacuenca del Tormes y a Fernán González impulsar laorganización y el control de las poblaciones del ma-cizo de Sepúlveda.

    Mientras que en las áreas occidentales y centralesla expansión se realiza sobre tierras arcillosas y areno-sas, aptas para la agricultura, en la parte oriental, losaltos del macizo de Sepúlveda, prolongados por lasestribaciones de Somosierra, favorecen el desarrolloganadero que se adapta fácilmente a la movilidad depoblaciones habituadas a vivir en la frontera y en elconflicto. Probablemente fue en esta situación, año940, cuando los condes castellanos conceden el fuerooriginal a Sepúlveda, en la línea de las concesionesque en esos momentos se están realizando en el inte-rior del condado (Castrogeriz), y que tienden a resal-tar el papel de los caballeros/guerreros al frente de laspoblaciones de frontera.

    En los años que siguen a la batalla delDuero de mediados del siglo X, la inver-sión de las situaciones, paralizará estosprimeros intentos de integración de los es-pacios durienses. Los conflictos políticos,los enfrentamiento internos, y la vieja riva-lidad entre Castilla y León, agitados por lahegemonía y estabilidad andalusí, impi-dieron la continuidad de procesos coloni-zadores; las poblaciones establecidas alsur del río tendrán que soportar la brutaldebelación amirida en los últimos años delsiglo X. Doce iniciales campañas realiza-das en tan solo cinco años, tienen comoobjetivo los enclaves alcanzados en la pri-mera mitad de la centuria y que jalonabanlos avances colonizadores: las tierras delBaños, Cuellar y Salamanca en la expedi-ción del 977; las fortalezas de Ledesma,Zamora y Sepúlveda en el 978-979 y denuevo en las aceifas del 981 y 982 sobreToro; Simancas, Sacramenia, y por segun-da vez Salamanca en el 983 y un año des-pués de nuevo los ejércitos andalusíesconvergen sobre Sepúlveda y Zamora enel 984; ésta última, junto con Salamanca,será objeto de una nueva expedición en el986, para ser dos años después, en el 988,

    Portillo la antesala de la nueva incursión sobre Za-mora y Toro. Las grande plazas del Duero orientalsufrieron la misma suerte, intensas aceifas entre el990 y 1002: Osma, Alcubilla en el 990; Alcocero y SanEsteban en el 992 y ésta última junto a Clunia seránde nuevo capturadas en el 994.

    Como había ocurrido con anterioridad, estos asal-tos no tratan de desembocar en una nueva fase deocupación, aunque es posible la presencia esporádicade algunas guarniciones, pero lo que si es cierto quequiebran los intentos de dominación política que sehabían intentado desde principios de siglo X, agudi-zando los problemas internos del mundo cristiano.

    Sin embargo, ni la profunda crisis que sufre el po-der real leonés en el cambio de siglo, ni estas presio-nes reiteradas de los ejércitos amiridas, van a ser ca-paces de apagar el impulso organizador que se habíainiciado en la época condal. Es así como debemos in-terpretar las sucesivas confirmaciones del los condesGarci Fernández y Sancho García y Sancho III el Ma-yor de Navarra, incluidas en el preámbulo de la con-

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    García de Cortázar, F. Atlas de Historia de España, Barcelona 2005

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  • firmación de Alfonso VI de 1076, que reconoce quodhabuit in tempore antiquo... hod quod audivimus deisto foro, sicut fuit ante mi.

    En efecto en los años siguientes a la desapariciónde la dictadura amirí, el conde de Castilla SanchoGarcía recuperaba las fortalezas del Duero, y entreellas algunas situadas en el Extremo del río, que aho-ra empieza a tomar esa denominación específica. Esprobable que a lo largo de la primera mitad del sigloXI se esté produciendo un restablecimiento de laspoblaciones en las tierras de frontera, especialmenteen las segovianas, en el entorno del macizo de Se-púlveda, que serán el hilo conductor de las concesio-nes forales condales, y de las tradiciones guerreo-ga-naderas y religiosas de toda la zona. De nuevo lasreferencias toponímicas, cristianas y árabes, ubicanen el extremo del Duero la existencia de poblacionessituadas al margen de la reorganizaciones cristianas,que se ven empujadas a llevar una existencia donde

    la violencia y la inseguridad serán determinantes dela organización autónoma que desarrollan. Al menos,el viraje experimentado desde fines del siglo X hastala segunda mitad del siglo XI implica un cambio im-portante respecto a los primeros contactos que seanudaron en la época de Alfonso III y Ramiro II: laruptura con los sistemas tradicionales de ocupacióny organización que habían venido desarrollándose alnorte del Duero.

    Tras el fallecimiento de Fernando I y la crisis de su-cesión que se abre hasta la muerte de Sancho II, Al-fonso VI inicia una nueva etapa con la unión de losreinos, pero también con el cambio de signo en las re-laciones con unos reinos de taifas que hasta entonceshan aceptado la superioridad cristiana mediante el pa-go del sistema de parias. En 1075 el sistema de alian-zas y parias, tan cuidadosamente trenzado desde Fer-nando I, y tan lucrativo para los reinos cristianos, sederrumba, y aparecen en el horizonte amenazas para

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    Sepúlveda. Vista general (Jaime Nuño González)

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  • los reinos de taifas que empujan a un cambio políticobasado en la conquista y ocupación de los territoriosde Al-Andalus.

    La confirmación/concesión del Fuero de Sepúlve-da el 17 de Noviembre de 1076 por Alfonso VI es elpunto de inflexión en el que convergen toda una se-rie de acontecimientos que ayudan a entender sucontenido y su excepcionalidad frente a otras conce-siones forales contemporáneas. Y en nuestro caso, in-corpora dos sentidos muy claros: es por una parte elfinal de la frontera como espacio abierto, sin controlefectivo cristiano-musulmán, definitivamente se incor-porado a Castilla-León, que reconoce e institucionali-za la personalidad específica de sus habitantes; y porotra, tras la conquista de Toledo de 1085, la aperturade una nueva fase en la que se integraran la totalidadde los territorios situados entre el Duero y el SistemaCentral.

    Las normas contenidas en dicho fuero, pese a lasdudas que despierta entre muchos historiadores, so-lamente pueden entenderse desde estas circunstan-cias que someramente hemos adelantado. En buenaparte, han sido consideradas por la historiografía tra-dicional como un hito histórico-jurídico que marcaríael inicio de la repoblación oficial de la zona, que segeneralizará a toda la Extremadura, así como el prin-cipio de la creación y posterior afianzamiento deunos nuevos órganos de gobierno que serían, en po-cos años, ejemplo a imitar en el resto de los espaciosextremaduranos.

    Pero esta no es la idea que configura la concesión,desde nuestro punto de vista. La confirmación tienelugar en unas condiciones muy especiales, a unas po-blaciones que han ido madurando en la vida fronteri-za, y que poseen una cierta organización. Tres mesesantes, cuando Alfonso VI concedía al monasterio deSanto Domingo de Silos el lugar de San Frutos, a ori-llas del río Duratón, los términos del nuevo cenobioserían deslindados por veintiséis de los primeros re-pobladores de Sepúlveda. La presencia de dichas per-sonas, solicitadas por el rey a la villa a fin de que ensu nombre sean determinatores consignantes de lanueva propiedad, nos lleva a enunciar una triple con-sideración:

    – La ciudad de Sepúlveda, cabeza del alfoz, se en-contraba por estas fechas los suficientementepoblada.

    – El contingente poblacional que se asentaba enSepúlveda gozaba ya de cierta organización, detipo administrativo, que le permitió elegir de en-tre los suyos a los más idóneos para acudir al lla-mamiento regio.

    – El nuevo término naciente, otrora perteneciente alespacio de Sepúlveda, tiene y goza de una precisadelimitación y organización interna que permiteseñalar, como así se hace, las zonas que se encuen-tran bajo un régimen comunal de aprovechamien-to de pastos y leñas entre ambas comunidades: tér-mino que quedará exento de la jurisdicción quesobre el mismo ejercía Sepúlveda anteriormente.

    Ciertamente Alfonso VI se encuentra en Sepúlvedaante una comunidad organizada, madura, que se rigepor un derecho consuetudinario conformado durantelargos años de aislamiento. El rey no se limita solo aconfirmar la exposición oral, sino que la hizo recogerpor escrito en una carta que, suscrita por él mismo, esentregada para su roboración a los testigos –hanc car-tam mandavimus facere, et legere audivimus et conce-dimus–. El fuero, escrito así, siguiendo la tradición definales del siglo XI, se convierte en un decisivo instru-mento de poder, porque en él, como muestra el pre-ámbulo, reside el reconocimiento de la memoria his-tórica, y la posibilidad de mantenerla y trasladarla a lanueva situación.

    El fuero regula las relaciones jurídicas sobre un es-pacio geográfico integrado por un núcleo urbano y unterritorio probablemente determinado en la concesiónprimigenia de los condes castellanos, –in tempore an-tiquo... de suos terminos–, pero al que la confirmaciónde 1076 delimita con toda precisión. Los términosquedaban abiertos hacia la sierra, hacia la frontera, pe-ro integraban gran parte de Riaza, Segovia y Cuellar.Una adicción posterior, tal vez del mismo Alfonso VIo quizás perteneciente a la confirmación de Alfonso Ide Aragón, en cualquier caso posterior a la conquistade Toledo de 1085, ampliaba los términos al otro ladode la Sierra, completando así la concesión inicial. Es-ta última ampliación no es confirmación de situacio-nes del pasado, sino una auténtica prueba de la mag-nanimidad real buscando, sin duda, la implicación delos hombres de Sepúlveda en la defensa de la nuevafrontera abierta en la línea del Tajo.

    Sepúlveda actúa como elemento identificador ynuclearizador de todo el espacio delimitado pero es

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  • algo más que una simple referencia comarcal. Clara-mente se establece una relación jerárquica con otrasunidades de organización social del espacio, que sonaldeas, o en ocasiones villas. Estamos ante un espa-cio integrado y organizado, en el que se distingue unnúcleo, Sepúlveda, y unos asentamientos que se dis-persan por el término, que son las aldeas. Es sin du-da el gran salto cualitativo sobre las concesiones fo-rales precedentes. Las aldeas se hallan sometidas alnúcleo. En unos casos dependen directamente y so-bre ellas el concejo de Sepúlveda extiende su domi-nio y jurisdicción –Que nadie se atreva a tomar pren-da en sus propias aldeas y si tomare prenda biencontra derecho o con derecho deberá duplicar la fian-za y pagar LX sueldos–. En otros, nos encontramoscon villas de propiedad regia o de infanzones, y surelación con Sepúlveda se inscribe en el ámbito mili-tar y jurisdiccional –Todas las villas que se hallan entérmino de Sepúlveda, tanto las de realengo como lasde infantazgo, sean pobladas según el uso de Sepúlve-da y vayan en sus expediciones o en su defensa; y lavilla que no lo fuere pague LX sueldos; y si tuvierenque tomar prenda por los LX sueldos coman la asadu-ra de dos vacas o de 12 corderos y paguen en el tribu-to del rey–

    Las aldeas y villas, que probablemente fueron or-ganizando el espacio, reproduciendo los esquemasdel otro lado del Duero, seguramente por decisióncondal, en la época de Fernán Gonzalez, o por la ne-cesidad militar impuesta por las condiciones de la vi-

    da fronteriza (recuérdese el papel de Sepúlveda en lasexpediciones amiridas), terminaron por aceptar la su-misión y la jerarquía organizativa del núcleo y de suorganismo rector, el concejo. De este modo, las villasdel alfoz se encuentran obligadas estatutariamente aacudir en el fonsado, en el apellido de Sepulveda asícomo a tributar, conjuntamente al rey. Las bases jurí-dicas para una futura, férrea y ya próxima unión de latierra, se encuentran así establecidos.

    Este espacio =núcleo/Sepúlveda=tierra/aldeas= sehalla sometido a la autoridad del conceio/concejo.Una institución mal definida y de competencias difí-ciles de distinguir en el texto de 1076. Asume el de-recho y la defensa de los habitantes que forman par-te de la comunidad frente a los abusos del señor –Siel señor forzare a alguien contra derecho y el conce-jo no le ayudare que reciba satisfacción y el concejola pague– y de igual modo es depositario de la re-presentación de sus miembros ante las demandas delseñor, –Si el señor demandare a algún hombre delconcejo que este no responda a ningún otro que nosea el juez o el excusado del señor–. Y tiene tambiénla representación de la comunidad, frente a la muer-te del merino –Quien diere muerte al merino el con-cejo no deberá pagar otra cosa más que sendas pielesde concejos-. Sobre el concejo revierten los patrimo-nios sin herederos, y fraternal y solidariamente pro-curara destinarlos a rogar por su alma –Que ningúnhombre que viva en Sepúlveda esté sujeto a la mañe-ria y si no tuviere descendencia para heredarlo quelo herede el concejo y con ello hagan limosnas por sualma–. Parece claro que es el depositario del señoríodel alfoz, ayuda y defiende el derecho de sus pobla-dores frente al rey y sus representantes, y sus veci-nos no pueden ser demandados sino a través delConcejo.

    Del Concejo emanan unas incipientes autorida-des, probablemente en los primeros momentos paraactuaciones concretas, que han terminado por tenerun marcado carácter localista y representativo de laautonomía local. Así se requiere que sean de la vi-lla, –Que el alcalde, el merino y el arcipreste sean dela villa; y que el juez sea de la villa, por un año y ele-gido por parroquias y de cada homicidio reciba Vsueldos–.

    El juez se nos muestra con rasgos simples comofuncionario judicial –hombres que quieran tomarprendas en arequa o en otro lugar antes de acudir an-

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    Mestre, J. y Sabate, F. Atlas de la Reconquista, Barcelona 1968

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  • te el juez...– ; responsable de las pruebas judiciales an-te el rey o el señor.; máximo responsable del concejoante el palatium y exento de cualquier tipo de tribu-tación. Junto a él, los alcaldes, igualmente exentos detodo servicio, mientras lo sean, y al parecer encarga-dos exclusivamente de la administración de la justicia.Un Sayón, del que apenas se nos trasmite más que supresencia junto al juez a la hora de practicar registrosen las casas de los pobladores y un Merino, funciona-rio regio, del orden judicial, es por una parte reclama-do como miembro de la comunidad –non sit nisi de vi-lla–, pero por otra, como poder extraño al concejo, araíz de la confirmación regia, atrae la hostilidad delfuero; de la muerte del merino, no responde personal-mente su autor, sino que se configura una especie deresponsabilidad colectiva, sancionada con una penaexigua y ridícula: –singulas colenninas– sendas pielesde conejo.

    Junto al Concejo, depositario del poder, la supe-rior soberanía corresponde al rey cuya presencia sehalla complicada en el fuero por su representante elsenior al que se iguala. La presencia del rey o del se-ñor, que asume la representación de sus derechos ensu ausencia, se afirma en el palacio. Sin embargo suactuación se halla definida y delimitada por el fuero:no puede hacer fuerza al poblador al ser amparadoeste por el derecho del concejo; no puede interveniren auxilio de parte en los procesos; ni el rey, ni el se-ñor o la potestad que actuara en nombre del rey, pue-de reclamar yantar o posada cuando se halle en Se-púlveda; eso si, su figura, al contrario que la delmerino, se halla protegida frente a las prendas quepretendan hacerle los vecinos.

    Frente a las disposiciones donde se insinúa la or-ganización interna del concejo y sus autoridades, los

    apartados correspondientes a la potestad real o su re-presentación se hallan ciertamente disminuidos, tan-to en cuanto a su acción en el ámbito del concejo, alos casos citados, a los que probablemente puedaañadirse la potestas populandi del merino y su ratifi-cación posterior del señor, al menos tal y como semanifiesta en 1086 en la donación realizada al mo-nasterio de San Millán, como en cuanto a la materia-lización en rentas del poder soberano que corres-ponde al rey. En ambos casos es el concejo y susautoridades los que se alzan asumiendo el derechode la comunidad.

    Una situación excepcional y ciertamente privile-giada, que solo puede entenderse e interpretarsedesde el presupuesto de la antelación de la situaciónjurídica y organizativa, a la intervención real de 1076.El rey tiene que aceptar la situación, y limitar su au-toridad jerárquica sobre la población a las exigenciasmilitares, que en general cerraran el articulado deltexto foral.

    En el ámbito de la ciudad y de su término, regidos,protegidos y representados por el concejo, se hallanlos habitantes / vecinos de Sepúlveda para los queel fuero asienta un principio igualitario, de equipara-ción jurídica –el hombre de Sepúlveda puede firmar so-bre infanzón como sobre villano-; puede mantenersefrente a él en una posición de derecho. Y por otra par-te,- todo infanzón que deshonrare a alguna personade Sepúlveda, fuera del rey o del señor, repare su da-ño y si no conviértase en su enemiga». Vecinos que porel hecho de serlo tienen acceso a heredades y propie-dades sobre las que no pesan cargas; pueden trasmi-tirlas a su herederos. Y el hallazgo de tesoros bajo latierra, importantes probablemente en la colonizaciónde antiguas poblaciones abandonadas, pasa íntegra-mente a su descubridor; norma excepcional frente atodo derecho. Finalmente están exentos de portazgoen cualquier mercado, yantar y posada.

    Y por último, al poblador de Sepúlveda se le reco-noce un situación privilegiada, dando garantías jurídi-cas para que sus bienes abandonados al ir a poblar aSepúlveda, sean inviolables durante un mes –Si algúnhombre quisiera ir a Sepúlveda, hasta que pase un mesningún hombre sea osado de tocar su casa–. Probable-mente el mismo sentido estimulador de la coloniza-ción haya que dar al los apartados relativos a la mu-jer que abandonare a su marido, o al hombre quetrajera mujer ajena o hija ajena.

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    Fuero de Sepúlveda

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  • Frente al vecino o futuro vecino de Sepúlveda, es-pecialmente protegido, el fuero da un trato diferencia-do al foráneo, al hombre de más allá del Duero, deCastilla –Si el vecino de Sepúlveda matare al de otro lu-gar de Castilla, la caloña del homicidio quedará redu-cida a la octava parte, mientras que si resultare muer-to el hombre de la villa el homicida forastero pagara lacaloña que corresponde a su fuero–. La diferencia setransforma en inmunidad penal y en la tierra de Sepúl-veda no puede ejecutarse la venganza privada de losdelitos. Precepto que hay que ponerlo en relación conel correspondiente al –vecino que huyere de Sepúlve-da por causa de homicidio, no será perseguido comoenemigo antes de llegar al Duero. Quien lo matare an-tes pagara trescientos sueldos y quedara homicida–.

    Los últimos apartados del fuero se refieren a lasobligaciones militares, que junto con la fidelidadson las determinantes de la confirmación real de 1076,ante los cambios que se están produciendo en los rei-nos de taifas, especialmente en Toledo. Los habitantesde Sepúlveda pueden ir al fonsado o pagar la fonsa-dera. Aun cuando dicha obligación parece afectar es-pecialmente a los caballeros en los casos de asedio obatalla campal, los dos más frecuentes, tanto caballe-ros como simples peones deberán cumplir con suobligación, salvo en aquellas situaciones en las queunos y otros puedan excusarse

    Y cerrando la redacción foral, los caballeros, losguerreros, aceptan la fidelidad, renovando así los vín-culos que les habían unido a los condes castellanos;dicha fidelidad es entendida tanto en sentido negati-vo, de no elegir dentro de la libertad consagrada parael poblador, otro señor sino entre los fieles al rey, locual supone siempre la posibilidad a los miembros dedicha comunidad, de contar con cierta libertad, dentrode la cadena de jerarquías sociales del reino, bien deforma directa, o bien eligiendo otro señor entre losfieles al rey.

    Una última observación. Prácticamente todas lasexigencias militares señaladas para el poblador de Se-púlveda, sea caballero o peón, se contemplan en estosúltimos puntos del articulado, con una excepción, lascorrespondientes al apartado séptimo –Kinneria/Alka-zavias/Retrovatidas/Vigilias– servicios desconocidos ycasi intraducibles para la época, que podríamos inter-pretar residuo de los establecidos en la época condal,donde además se incluye, fuera de todo contexto or-ganizativo y administrativo la exigencia del quinto y la

    séptima parte de sus caloñas. Su ubicación, en la par-te confirmatoria de Alfonso VI, abunda en la idea desituaciones del pasado.

    La lectura atenta del fuero, en el marco del con-texto histórico en el que aparece, refleja un situacióndistinta y distante de las tierras de frontera abandona-das y despobladas, y de sus motivaciones colonizado-ras. Como ya señalara J.M. Lacarra «recoge las disposi-ciones de derecho consuetudinario de la zonafronteriza, mostrándonos a una región al sur delDuero lugar de refugio para asesinos, ladrones y mal-hechores de toda especie». Su tenor, como acabamosde ver, refleja una situación peculiar, en la que el ase-sino de un castellano podía considerarse a salvo unavez había traspasado el Duero, en la que la comuni-dad de moradores estaba dispuesta a proteger aquien llegaba a la ciudad con una concubina o conbienes robados, y en la que el precio de la vida de unextranjero era sensiblemente inferior al correspon-diente a un habitante de Sepúlveda.

    No son, ciertamente, disposiciones destinadas aatraer pobladores, sino reflejo de un derecho con-suetudinario más antiguo, que alcanza su expresiónescrita en 1076, que recoge la peculiar situación decomunidades que han escapado durante largo tiem-po a la autoridad de los poderes reales castellanos.Alfonso VI, en las condiciones coyunturales de 1076,tenía que reconocer la situación, pese a su declara-ción inicial, –libre de toda coacción y por propia vo-lunta... atque convenit–. Oyó la declaración de sustérminos, le presentaron sus tradiciones jurídicas,pruebas y prendas, la condición de sus pobladoresy sus fueros, y lo confirmó, pero a cambio, los habi-tantes de Sepúlveda, de su ciudad y de sus aldeas,se reintegraban en los vínculos reales, a través delconcejo o del señor; volvían a una situación pactual,después de su desnaturalización en las tierras del surdel Duero.

    Había nacido el Concejo, que como institución, sealzaba sobre la existencia de una comunidad formadapor el núcleo rector ciudad / villa, y las tierras que lerodeaban, como consecuencia de la necesaria solida-ridad que la supervivencia exigía para la vida fronte-riza; había surgido en los márgenes de una sociedadfeudalizada/señorializada, pero, de esta forma se rein-tegraba de nuevo en ella en 1076, transformando suvalor estratégico y militar en poder de organización ycontrol de tierras y hombres.

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  • 2.- EL INJERTO, LA FORMACIÓN DE LAS COMUNIDADES DE VILLA Y TIERRA:DE LA CONQUISTA DE TOLEDO A LA GUERRA DE FRONTERAS (1085-1157)

    La nueva etapa se abre con la conquista de Toledoen 1085, y se prolonga hasta la ruptura de la unidadcastellanoleonesa en 1157 y el evidente fracaso de lareunificación almorávide. Entre estas dos referencias,que tienen sus implicaciones tanto internas como ex-ternas, se establecen las bases de las comunidades devilla y tierra / concejos de frontera, se inicia su des-arrollo y generalización por los extremos del Duero, yse produce su adaptación a las realidades geopolíticasde la frontera y a la sociedad cristiana que las ocupa.

    La conquista de Toledo en 1085 es una referenciaclara, aunque sin duda, para nuestros propósitos, sonmás relevantes los acontecimientos que se desencade-nan un año después. En 1086 se invierte el protago-nismo fronterizo; del sometimiento y conquista de losreinos de taifas, se pasa a la invasión almorávide quepone en cuestión el éxito conquistador de Alfonso VIal proclamarse emperador de las tres religiones; lastierras situadas al sur del Tajo se pierden entre 1090 y1107 y el ejército real es derrotado sucesivamente enZalaca 1086, Consuegra 1095 y Uclés 1107. Dos añosmas tarde, con la muerte de Alfonso VI se inicia laguerra civil entre Urraca y Alfonso I de Aragón. Por lotanto, fundamentalmente entre 1086 y 1130, el hori-zonte de guerra permanente reproduce situaciones deinseguridad constante, especialmente en las regionesfronterizas, determinantes del proceso de militariza-ción permanente y necesario, que condiciona la géne-sis y el desarrollo de los nuevos marcos de encuadra-miento poblacional. En estas circunstancias difíciles,se realiza la ocupación de la Extremadura histórica,que además, tendrá que ser apresurada para cerrar ycolmatar el espacio que separaba la antigua fronteradel Duero con la amenazada frontera avanzada del Ta-jo. La ocupación y estructuración de los nuevos espa-cios son tareas prioritarias, a fin de dar continuidaddemográfica y geográfica a las zonas nucleares cristia-nas y las nuevas tierras de Toledo. Alfonso VI necesi-taba consolidar esta segunda línea para asegurar Tole-do, y al mismo tiempo, proteger y controlar el posibleretorno de las expediciones musulmanas por los pa-sos de las sierras centrales.

    La solución adoptada por la monarquía fue la uti-lización del instrumento foral y el sistema organizati-

    vo reconocido en 1076 a Sepúlveda, pero adaptadoy modificado con elementos nuevos, concordantescon la situación de los extremos del Duero y de losreinos cristianos. El resultado será el nacimiento delas comunidades de villa y tierra o también llamadosconcejos de frontera. El injerto se diferencia de lamatriz que es Sepúlveda; la forma de integración deestos nuevos espacios se produce después de la con-quista toledana, y por tanto la relación con el poderconquistador será distinta. En Sepúlveda, existe unapoblación y una organización de base, previa a la in-tegración monárquica, que ha desarrollado una nor-mativa específica que es reconocida y confirmadapor el rey, y de la que se deriva el carácter pactualdel fuero; en el resto de la Extremadura, el derechode conquista de la monarquía da lugar a la expan-sión del realengo, y por tanto es el rey el encargadode dar forma a su integración y establecer los instru-mentos correspondientes.

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  • Ante las apremiantes necesidades fronterizas, des-de 1086 la respuesta fue la rápida restauración de lasantiguas ciudades, prioridad que parte de la aprecia-ción de sus condiciones geoestratégicas, la posicióndominante que mantienen sobre la red viaria que ha-bilita las comunicaciones entre Duero y Tajo, y susavanzadas posibilidades de recuperación inmediataante la presión y superioridad almorávide. Este es ob-jetivo prioritario que se agita en las decisiones realesdesde 1086: la militarización del territorio y sus basesde acantonamiento, poniendo a su disposición yorientando en este proyecto todos sus recursos huma-nos y materiales.

    Entre 1088 y 1089 Raimundo de Borgoña, yernodel monarca, recibe el encargo como tenente real pa-ra proceder a la reconstrucción de las ciudades de Se-govia y Ávila, dada su proximidad a la frontera, quemás tarde hará extensivo a la ciudad de Salamanca en-tre 1101-1103. Con la participación de las poblacionesresiduales que permanecían en el espacio extremadu-rano y las atraídas hacia la frontera se reconstruyeronlos recintos fortificados, adquiriendo una fisonomía de

    auténticas fortalezas, -ciudades-fortalezaslas denominará J.M. Lacarra- que daránacogida a los guerreros para asumir la de-fensa y el apoyo de Toledo, el control delfrente almorávide, y la protección del terri-torio anexo a las ciudades. La ciudad for-taleza del sur elimina o reduce la existen-cia de las torres y castros precedentes, ocuando menos los transforma en meroselementos del poblamiento rural, y es laimagen que se contrapone con las fortifi-caciones del norte del Duero, símbolo delos sistemas integración personal –tenen-cias– que han dominado en sus paisajes

    El instrumento fundamental para llevara cabo esta integración de los nuevos te-rritorios, y vertebrar y organizar los espa-cios de realengo, debió de ser la conce-sión de fueros. No se han conservado losfueros primigenios que sin duda se conce-dieron a estas primeras restauraciones, y alas que acompañaron aquellas otras situa-das en una segunda línea entre el Duero ylos pasos serranos (Aza, Maderuelo, Fuen-tidueña, Ayllón, Cuellar, Coca, Peñafiel,Olmedo, Iscar, Arévalo, Medina, Toro, Za-mora, Alba...). Pero probablemente en Se-

    govia, claramente en Ávila y Salamanca, estas prime-ras concesiones, tuvieron un desarrollo y extensiónque permiten conjeturar, con cierta verosimilitud, cualpudo ser su componente constituyente. Sin lugar a du-das emparentado y relacionado con el documento de1076 de Sepúlveda pero, como indicábamos con ante-rioridad, las condiciones vienen determinadas por lavoluntad real para transferir, por medio de los fueros,parte del realengo.

    Las concesiones forales estaban dirigidas y nomi-nadas a las ciudades de frontera, y villas, pero tam-bién se hacían extensivas a los territorios que se vin-culaban a los nuevos núcleos. En el caso deSepúlveda conocemos con precisión la extensión dela tierra que se hallaba protegida por su derecho, y esde suponer, y así se demostrará a partir de la segun-da mitad del siglo XII, que en el resto de los fueroshubo igualmente una concesión territorial, más exten-sa en las ciudades que asumían el protagonismo en ladefensa de la frontera, y más reducida en el caso delos núcleos que constituían la retaguardia junto alDuero; probablemente también las diferencias las de-

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    García de Cortázar, F. Atlas de Historia de España, Barcelona, 2005

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  • terminó la mayor consistencia poblacional. Las difi-cultades que planteaba la escasa población de algu-nas áreas, especialmente en las zonas más occidenta-les, explicarían esta falta de concreción espacial, quecontrasta con la parte oriental donde en las sucesivasdonaciones fundacionales realizadas a la diócesis deSegovia desde 1123, se define el marco jurisdiccionalepiscopal mediante la nomina de ciudades/villas ysus correspondientes tierras que la componen, frentea otras delimitaciones geográficas de la época comopor ejemplo la diócesis de Zamora en documento de1107. En todo caso el binomio ciudad/villa y tierra,aunque no aparezca con esta denominación por utili-zarse como identificador el nominativo de la villa ociudad, está presente desde los primeros momentosen los que se inicia la integración en los reinos cris-tianos, y los fueros como instrumento jurídico sancio-naban esta dualidad necesaria para el cumplimientode los objetivos fronterizos.

    La unidad de derecho de los componentes espa-ciales –núcleo y tierra– se hacía extensiva a los habi-tantes que, en las circunstancias en las que se conce-den, ofrecía unas condiciones ventajosas y atrayentesdestinadas a incrementar el establecimiento cristianoal sur del Duero. Un derecho que contempla paraquienes están avecindados o se establezcan, un esta-tuto jurídico que mejora sustancialmente las condi-ciones de los viejos territorios. El acceso a la propie-dad de la tierra y a la explotación de las tierrascomunes, facilidad para su trasmisión hereditaria yfrágiles o inexistentes cargas patrimoniales en el ré-gimen sucesorio, garantías en el derecho de propie-dad, exenciones pasto, libertad de movimientos; pro-tección jurídica personal; derechos de asilo, yventajas procesales y penales, son algunas de sus ca-racterísticas más notables. Sobre estas iniciales venta-jas universales se alzan nuevas posibilidades ya en-sayadas y en continuidad con las existentes en otrosterritorios [Castrogeriz y Sepúlveda], pero, en este ca-so, especialmente subrayadas institucionalmente pa-ra solventar las necesaria militarización de la fronte-ra [concejos de frontera]; se trata de privilegios queafectan a quienes se especializan en la guerra a ca-ballo –los caballeros villanos–. A estos es a los queespecialmente se les iguala a la condición jurídica deinfanzón en juicios y juramentos, con la obligaciónde acudir al fonsado, dos terceras partes de los caba-lleros de Ávila y la tercera parte de Salamanca; entre-ga del quinto del botín; penalización por el abando-no del cónyuge, etc.

    Y finalmente los fueros reconocían una autonomía,una capacidad de organización a las incipientes insti-tuciones –concejos– que se hará extensiva al núcleo yla tierra vinculada a aquel. Jueces, alcaldes, sayones yjusticias, autoridades del concejo se encargan de ejer-cer las competencias delegadas por el rey en cada unade las comunidades que se ha ido conformando: per-cibir y requerir los tributos y servicios de los habitan-tes; administrar justicia, dentro de sus términos, conarreglo a las normas contenidas en la concesión foral;percibir caloñas ; recibir fiadores o prendas por las ga-rantías de la composición judicial, exigir servicios a losmoradores de la ciudad/villa y las aldeas y dirigir lasexpediciones militares contra la frontera musulmana.Es decir gestionar la soberanía trasferida y las compe-tencias económicas, sociales y jurisdiccionales que leson propias.

    Como resultado de estas concesiones, la conse-cuencia más ostensible e inmediata fue la coloniza-ción de la Extremadura que rápidamente fue poblán-dose e intensificando su densidad desde las orillas delDuero hasta el Sistema Central, desde las orillas del ríoAza hasta la cuenca del Tormes, en una gradiente queseguiría, en este orden, estas coordenadas, al abrigo yprotección física que dispensaban las ciudades amura-lladas, las garantías jurídicas que proporcionaban losfueros y las oportunidades económicas de las tierrasfronterizas. Desde los diferentes espacios del norte delDuero, serranos, castellanos, vasco–navarros, asturia-nos, gallegos, francos, mozárabes... fueron estable-ciéndose en las colacciones/parroquias urbanas y enlos nuevos pueblos y aldeas, reconstruyendo antiguosasentamientos, tomando presuras, roturando y proce-diendo a la humanización del paisaje extremeño consus actividades agrarias y ganaderas.

    Finalmente se incorpora un nuevo elemento deruptura con el establecimiento de las organizacioneseclesiásticas. Desde aquellos primeros intentos de pro-longación de las instituciones protagonistas de losprocesos de colonización material y espiritual del nor-te del Duero, a los que antes hacíamos referencia [mo-nasterios y diócesis], la iglesia hispana esta viviendolos procesos de reforma gregoriana que conducen altriunfo de una iglesia episcopal y parroquial. La emer-gencia del momento determinó, también en este casola restauración de antiguas sedes (Segovia, Ávila, Sala-manca), después de momentos iniciales de supervi-sión desde otras sedes ya restauradas [Toledo, Zamo-ra]. La monarquía fue sin duda protagonista de estas

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  • restauraciones, y de la opción episcopal, excluyente,en gran parte del protagonismo monacal anterior, y almismo tiempo impulsora también de la cohesión delas nuevas tierras en torno a las comunidades de ciu-dad y tierra. En este caso el precedente foral de Sepúl-veda, no podía servir de referencia, de ahí que fueranecesaria su institucionalización de la mano de conce-siones patrimoniales y privilegios, que jalonados a lolargo de todo el periodo, irán abriendo las diferenciasfrente al resto de los pobladores

    Sin embargo, en esta segunda etapa de generaliza-ción de los concejos de frontera, como sistema de in-tegración social y política de las nuevas tierras anexio-nadas tras la conquista de Toledo, la incidenciaprioritaria de la guerra de fronteras abre argumentosque aunque objeto de discusión, perfilan desde elprincipio algunos de los caracteres que, necesaria-mente todavía borrosos en esta época, marcaran pau-tas determinantes de los perfiles que claramente, des-pués definirán a las sociedades de frontera. Encualquier caso sus componentes estaban ya presentesen el momento del injerto.

    Este argumentario lo podemos agrupar en tres con-juntos de ideas: la militarización de la sociedad fron-teriza; la materialización de la autonomía política ypor último, derivado de los otros dos, la diferencia-ción/jerarquización interna de sus habitantes.

    Militarización y emergencia de la caballería villana

    Las claves de todo el proceso están determinadaspor la pretensión de Alfonso VI de establecer poten-tes bases militares, especialmente en los núcleos quecontrolan el acceso a la cuenca del Tajo. El temor deque Toledo pudiera perderse y la situación política re-sultante en la parte central de la Península sería mu-cho más peligrosa que la conocida antes del 1085; enmanos almorávides se convertiría en una formidablebase para lanzar nuevas incursiones sobre el norte dela cordillera central y las orillas del Duero. Era lógicoque, desde 1086 hasta 1130, época para la Extremadu-ra de primera línea en la frontera, –constitutiva de suorganización social del espacio, y constituyente de sussistemas de gobierno–, el poder real asegurara meca-nismos de cohesión interna en las nuevas tierras, y devinculación con los viejos reinos. En los últimos añosdel reinado de Alfonso VI los fracasos militares, la pér-dida de Valencia y la concentración de las fuerzas al-morávides sobre el Tajo trasladan el foco de atención

    a la retaguardia de Toledo, la Extremadura, que ade-más, en los años siguientes a su muerte, con el con-flicto abierto durante el reinado de Urraca, asume ple-no protagonismo fronterizo. Fue así como lamonarquía dio prioridad a las restauraciones de ciuda-des fortalezas, las próximas a la sierra, y sobre todobuscó potenciar/aumentar pobladores cualificados pa-ra la guerra de fronteras –los llamados serranos, gen-tes de las antiguas fronteras habituados a ese génerode vida– que encontramos en todas las ciudades, co-mo señala la Crónica de la Población de Ávila e todoslos que fueron llamados serranos trabajaronse en pley-to de armas e en defender a todos los otros; antiguoscaballeros y incluso infanzones replegados de otrosfrentes que buscaban fortuna en la frontera, o bienpropietarios cuyo nivel económico les permitía adqui-rir y mantener un caballo y las armas específicas. Es-tos fueron los componentes de este grupo, que inicial-mente apresuraba la incorporación de elementos, sinmás obstáculo que disponer de los medios necesariospara participar en las cabalgadas y correrías concejilesde la frontera.

    Es evidente que se ofreció libertad para todosaquellos que quisiesen y pudiesen servir a caballo, in-cluyéndose la obligación únicamente para aquellosque, poseyendo los medios necesarios, no lo hicieran.El mecanismo de atracción utilizado, el reconocimien-to de un estatus privilegiado, es de sobra conocidoporque estaba ya presente en el fuero de Castrogerizy en el de Sepúlveda; un rango que les eleva por en-cima de sus convecinos. En los fueros derivados delprimitivo de Ávila y del correspondiente a Salamancase les iguala a los infanzones, por lo cual la caloña–multa establecida por la muerte de un caballero– seaprecia en 500 sueldos, muy superior al resto de losvecinos. De la misma manera que puede conjeturarsela exoneración del conjunto de tributos y servicios.

    Frente a un reconocimiento privilegiado y generalque se había realizado a todos los habitantes de Se-púlveda, en el resto de los concejos se produce un

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  • desajuste, sin duda incentivador para movilizar los re-cursos en la defensa de la frontera, pero restrictivo alas posesión de los elementos materiales propios de lacaballería o de los niveles económicos necesarios pa-ra su mantenimiento.

    El resultado fue una captación abierta, libre, paratodos aquellos que en origen, por recursos o posibili-dades, pudieran formar parte de las milicias concejiles.Las referencias de la Crónica de la Población de Ávi-la, las recopiladas sobre el primitivo fuero de Salaman-ca, la nomina de antropónimos situados en la proxi-midad de las ciudades, y la similitud de advocacionesparroquiales dibujan el marco de proyección de ungrupo que, de forma inmediata, tomará parte activa enla vida político-militar del reino.

    Parece lógico pensar que de la misma forma, se lesexoneró de cualquier otro tipo de contribución fiscal.La milicia, dado el tipo de guerra, solo excluía a quie-nes no pudieran contar con los medios necesarios, delos que se reclamaba una contribución económica, ypor tanto empieza a ser la prestación de ese serviciomilitar el elemento diferenciador entre unas poblacio-nes y otras.

    El hecho no fue puntual. Se prolongó hasta casimediar el siglo XII, para reconducirse al cambiar lascircunstancias en la segunda mitad de la centuria, pe-ro mientras tanto, crecía la costumbre y aumentabanlos botines, como indica la Crónica de Alfonso VII.

    «Pero aunque los musulmanes hacían grandes gue-rras, siempre fue costumbre de los cristianos que habi-taban la Transierra y en toda Extremadura reunirsecada año frecuentemente en formaciones, que a lapostre eran de Mil, dos mil, cinco mil o diez milcaba-lleros, más o menos, e iban al territorio de los moabi-tas y de los agarenos, efectuaban numerosas matan-zas, capturaban muchos musulmanes, conseguíanmucho botín y causaban numerosos incendios, mata-ban a muchos reyes y caudillos moabitas y de los aga-renos, peleando, destruían castillo y villas e infligíanmás daño que el que recibían (M. PÉREZ GONZÁLEZ,Crónica del Emperador Alfonso VII, León 1997, pp.101-102).

    Esta referencia cronística, similar a muchas otras,pone de manifiesto las posibilidades acumulativasque se abrían en el horizonte fronterizo para los ca-balleros. El resultado se tradujo en la constitución de

    patrimonios y fortunas, muchos de cuyos componen-tes solo se explican por la participación en la milicia.Miguel Domínguez y Blasco Sánchez, vecinos de Sa-lamanca, testaban , ante diem mortis en 1150 y 1161respectivamente; entre sus mandas más significativasse pueden citar la posesión de aldeas, heredades rús-ticas y urbanas, cabezas de ganado, joyas, armas, etc.Fortunas no desdeñables, relacionadas con la presta-ción de servicios de su propietarios y amparadas yprotegidas por un estatus privilegiado. Niveles derenta y posición social que no estaban ya al alcancede todos.

    Autonomía de los concejos, atonía de los tenentes reales.

    El concejo como instrumento y forma específicade reclutar y financiar milicias en la frontera, e instru-mento de integración de las poblaciones, fue el me-canismo que materializó el dominio cristiano. La de-nominación, con toda su carga polisémica, hacereferencia al conjunto de autoridades e institucionesque se establecen en cada comunidad de villa y tie-rra. Son estas autoridades las depositarias de la trans-ferencia de poder realizada por la monarquía. Erandepositarios del realengo, sustituyen el poder real,eligen a sus autoridades, y éstas ejercen su poderdentro de la jurisdicción que se les ha atribuido. Losconcejos y las comunidades tenían competencias so-bre las cuestiones internas de sus territorios y se lesreconocían ciertas libertades e inmunidades, pero enesta etapa constituyente, auténtica fase de transición,desde la desestructurización a la integración, entre lasviejas fórmulas y las nuevas competencias, era nece-sario habilitar mecanismo de adaptación, hasta el mo-mento que la nueva comunidad de villa tierra se hu-biera organizado.

    Fue así como el protagonismo político inicial-mente fue detentado por los tenentes reales y la es-tructuras eclesiásticas próximas, deslizando elemen-tos institucionales tradicionales del pasado, queataban tierras y hombres a la sociedad cristiana, em-pañando a primera vista, la novedad de los concejosemergentes. Personajes como el conde Raimundo deBorgoña, el cidiado Alvar Hannez, el conde PedroAnsurez ejercen sus prerrogativas como tenentes re-ales, sobre la totalidad o alguno de los concejos,eclipsando las incipientes autoridades locales; de lamisma forma que monasterios como S. Millán de laCogolla, Silos, Cardeña o Arlanza, y diócesis como

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  • Zamora, Palencia o Toledo dibujan una pendiente deproyección política, cultural y espiritual desde elnorte o el sur del Duero que contrasta con el radicallocalismo institucional que emanaba del fuero de Se-púlveda, y previsiblemente de los nuevos fuerosconcedidos. La movilidad migratoria, los primerosprocesos de organización económica, los problemasgenerales que afectan en esos momentos al reino,dan lugar al protagonismo de los tenentes reales y asu poder incontestado para garantizar el dominio enlas nuevas tierras. La necesidad de controlar las tie-rras fronterizas y orientar a sus pobladores en su de-fensa, priorizaron estas primeras décadas de la Extre-madura castellanoleonesa.

    Desde 1130 empieza a dibujarse una etapa de au-ge institucional que se corresponde con los signos deconsolidación poblacional, desarrollo económico yprotagonismo de las milicias concejiles en la frontera.En los primeros años del reinado de Alfonso VII seabandona la tenencia de toda la Extremadura y losnombramientos se ajustan a cada una de las comuni-dades de villa y tierra, reduciendo su protagonismopolítico y territorial, pero también su representaciónen las comunidades. Los documentos de la época em-piezan a incluir en su data histórica los cargos del con-cejo, jueces, alcaldes, dando a entender que desdeesos momentos el ejercicio de la autoridad esta en ma-nos de los cargos locales, que ellos son los que esta-blecen la relación con la monarquía, y que en todo ca-so el tenente real pasa a ser, fundamentalmente elbeneficiario de los derechos reales. La mejor expre-sión del cambio la encontramos en el fuero de Albade Tormes de 1140, concedido por Alfonso VII, don-de el tenente o señor se halla reducido a la condiciónde beneficiario de las rentas reales, es depositario deun honor, pero su presencia en la villa empieza a sus-citar el suficiente recelo como para que se establezcancondiciones a las que deberá someterse cuando se ha-lle físicamente en la villa.

    Por otra parte esa militarización inicial de las co-munidades de frontera, obligó a que los cargos uni-personales de los concejos fueran detentados por loscaballeros villanos, como así lo manifiesta la crónicade la Población de Ávila al hacer entrega el condeRaimundo de Borgoña a los serranos –los caballeros–de las alcaldías y los portillos de la ciudad. La con-cepción liberal del municipio castellano, junto a laoriginalidad del modelo aplicado y su excepcionali-dad, sigue viva en algunas publicaciones, siempre

    proclives a considerar una período más o menos re-ducido e iniciático de igualdad, participación y de-mocracia. Pero nada hay que indique que los conce-jos que regían las comunidades de ciudad/villa ytierra, fuera en sus primeros tiempos una instituciónabierta a todos los pobladores residentes en su juris-dicción, y si como parece se afirma que estamos an-te una forma específica de reclutar milicias y contro-lar territorios, parece evidente que la mismafuncionalidad del poder nos lleva a su militarización.Desde las primeras noticias, los cargos están en ma-nos de los caballeros, y volvemos sobre el argumen-to anterior, lo abierto e igualitario era el acceso a lacaballería para todos aquellos que en la oportunidadde la frontera y/o la colonización consiguieron unasrentas mínimas. Lo restringido era la participación en

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    Sepúlveda. Puerta de la muralla (Fundación Sta. Mª la Real)

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  • las instituciones concejiles que regían las comunida-des de villa y tierra, para aquellos que formaban par-te de la caballería villana, puesto que estas eran lamanifestación institucional de la vida de frontera.

    Mediante el control ejercido sobre los concejos, eldominio de los caballeros se extendía sobre toda lacomunidad de villa y tierra, desarrollaban los conteni-dos jurisdiccionales trasferidos del realengo en los fue-ros y hacía operativo el sistema militar de los conce-jos de frontera.

    La ciudad/villa y la tierra: señores y campesinos

    El núcleo, ciudad/villa y la tierra conocieron otrouniverso social, que apenas si sale del anonimato enesta primera etapa de generalización y formación delmodelo, y que se han beneficiado de las condicionesventajosa, antes citadas, y también de la oportunidadque proporcionaba el acceso a la caballería. Lejos deproponer una igualitarismo o una participación políti-ca de la que discrepamos, ello no impide considerarque en los primeros tiempos las desigualdades no eraacusadas; en todo caso el desajuste se presentabacuando se compara estas situaciones con el desarrollo

    de las dependencias al norte del Duero, en las tierrasde procedencia de la mayor parte de las poblaciones.

    Del mismo modo, nada hay que indique una frac-tura entre los habitantes de la ciudad y la villa, y aque-llos que lo hicieron en la tierra, en los pueblos y alde-as, que vertebraron el paisaje. De las conjeturasposibles, y ante la carencia de referencias documenta-les, no parece aventurado pensar que hubo una cier-ta articulación entre los grupos que se establecieronen la villa y los que lo hicieron en las aldeas, si nosatenemos a la similitud que indican todo un conjuntode datos que van desde la toponimia y antroponimia,pasando por las advocaciones de iglesias rurales y co-laciones urbanas, hasta los grupos gentilicios y lugaresde procedencia de las poblaciones. Desconocemos silos establecimientos respondieron a formas más o me-nos organizadas, bajo la dirección de los tenentes re-ales, y si hubo asignación de lugares y términos, perolo que parece claro es que se produjo una colmata-ción de los espacios , al menos en la parte oriental ycentral de la Extremadura. En todo caso se cumplía elobjetivo de atraer poblaciones y crear una estructuracapaz de hacer frente al coste de la militarización exi-gida por las condiciones de la frontera. De los pocos

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    Segovia. Alcázar (Fundación Sta. Mª la Real)

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  • datos que podemos extraer de las hipotéticas redac-ciones forales iniciales, como ya apuntábamos, sabe-mos que se exige la comparecencia a quienes poseenmedios en las milicias concejiles, pero al resto de laspoblaciones su contribución se traduce en el pago dela fonsadera. Mientras que los caballeros participan enel fonsado, el resto, los llamados peones, su participa-ción se reduce a contribuir a la financiación de las ne-cesidades militares del concejo.

    Son los únicos datos que tenemos de las diferenciasque inicialmente se anudaron en unos grupos y otros,porque el resto de las normas forales se fijan fundamen-talmente en la organización interna y en los delitos queatenten contra bienes y personas, en la línea jurídico-penal establecida en 1076 en Sepúlveda. En resumenapenas diferencias funcionales, desequilibrios espacia-les y orientación clara hacia las prioridades fronterizas yde solidaridad interna; unos como guerreros que llevana cabo las expediciones, otros como contribuyentes quemediante el fonsado aportan recursos

    Pero de la misma forma que en los dos apartadosanteriores se advierte un proceso dinámico que vaalumbrando las sombras del debate sobre la tempora-lidad de la hipotética igualdad inicial, en clara simul-taneidad, también asistimos a un cambio del paradig-ma extremeño.

    En efecto, consolidada la colonización, controladala ofensiva almorávide y aplacadas las alteraciones in-ternas con la coronación de Alfonso VII, se inicio laalteración de las situaciones iniciales. Caballeros yeclesiásticos, desde las instituciones que les organizan,concejos y catedrales, sin modificar los estatus inicia-les, ponen en marcha el desarrollo de sus estructurasde poder acumulando nuevas exigencias que tratan decompensar los cambios que se están produciendo. Enestas fechas, como antes citábamos, ya encontramosuna acumulación de fortunas patrimoniales en manosde caballeros, de la misma forma que mediante latransferencia de una parte del patrimonio real se hanconstituido las bases dominicales de las institucioneseclesiásticas. La reducción de las bases territoriales so-bre las que se detraen las exigencias concejiles y elaumento del radio de acción de las expediciones pu-nitivas sobre la frontera musulmana, hacen necesarioel incremento de las contribuciones sobre quienes, enlas aldeas, o en la villa, no se hallan exentos de lasexigencias fiscales, como ya ha ocurrido con los ecle-siásticos, los caballeros y sus patrimonios

    Al mediar el siglo XII nos encontramos con una so-ciedad que esta evolucionando rápidamente, al com-pás de los cambios que se están produciendo en unafrontera que determino su originalidad inicial. Mante-niendo los cuadros sociales originales atraídos por la

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    Ávila. Murallas (Fundación Sta. Mª la Real)

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  • libertades y derechos de propiedad, que han facilita-do el gran trasvase poblacional de norte a sur, ha idodesarrollando una marcado carácter localista y territo-rial, en el que emergen unas estructuras de poder, do-tadas de gran autonomía y residenciados en las ciuda-des y villas, concejos y catedrales, que orientan todossus recursos y esfuerzos, a la defensa militar de lafrontera, del reino y a la salvaguarda del orden ideo-lógico establecido, siendo reconocidos por un estatusprivilegiado. Son singulares, adaptadas a los tiempos ylas realidades geopolíticas en las que han nacido, pe-ro el injerto ha trasladado también los gérmenes quedarán lugar a su homologación con la sociedad feudalque las ha generado.

    3. EL DESARROLLO Y CONFIGURACIÓN DEL MODELO: DE LAS FRONTERAS A LAS COMUNIDADES DE VILLA Y TIERRA (1157-1252)

    En 1157, al sur del Duero, nace una nueva fronte-ra. Castilla y León se separan a la muerte de AlfonsoVII y utilizan como línea divisoria la delimitación ini-cial que establecieron los concejos de frontera; no ha-

    brá por lo tanto conflictos como los conocidos en laTierra de Campos. De la misma manera que el senti-miento de unidad y solidaridad entre concejos semantiene pese a la escisión de los reinos y la presen-cia en Occidente del naciente reino de Portugal. En elsur musulmán, desde 1147 se ha iniciado una fase dereunificación política de la mano de una nueva inva-sión norteafricana: los almohades. Las inercias del pa-sado más cercano, protagonizadas por las miliciasconcejiles tantas veces citadas por la Crónica de Alfon-so VII el Emperador, tienden a reproducirse. Pero lostiempos están cambiando y la complejidad de las dis-putas fronterizas cristianas y el peligro almohade sesalda con una inestable política de tratados y alianzasincompatibles con el acoso tradicional de la antiguafrontera. El cambio arroja otra novedad, las OrdenesMilitares de Calatrava y Santiago, síntesis del espíritude frontera de los caballeros villanos y del ideal reli-gioso de Reforma y Cruzada. Desde su fundación,merced a las dotaciones patrimoniales realizadas porlas monarquías, castellana y leonesa, las Ordenes to-man posiciones en las fronteras y llanuras de la Man-cha y de la actual Extremadura y consolidan la cons-

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    Salamanca (Fundación Sta. Mª la Real)

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  • titución de sus extensos dominios en el nuevo glacisfronterizo. Hasta principios del siglo XIII calatravos ysantiaguistas son protagonistas en la frontera frente alIslam, al mismo tiempo que agoniza el correspondien-te a las milicias concejiles de la antigua Extremaduradel Duero.

    Finalmente, entre 1230 y 1252 otros acontecimien-tos cierran definitivamente esta fase: Fernando III reu-nifica Castilla y León, desaparece la frontera interna alsur del Duero y sobre todo se despliega una de las úl-timas fases de la expansión feudal cristiana sobre laAndalucía bética. Para esas fechas el macrotopónimoExtremadura deja de ser utilizado como indicativo di-ferenciador de un territorio de frontera, para trasladar-se, más tarde, como denominador de las tierras situa-das en la Transierra leonesa. El espacio al sur delDuero, ocupado por las comunidades de Villa y Tie-rra, ha dejado de ser tierra de frontera; es Castilla-Le-ón, sin distinciones, porque para entonces el sistemano deja de ser sino una adaptación institucional de lasociedad feudal castellanoleonesa. Es el fin de unaevolución, que como siempre se anuncia con sínto-mas de crisis y dificultades que saldrán a la luz en lasegunda mitad del siglo XIII.

    Durante esta fase de casi una centuria, la coloniza-ción y ocupación territorial, a tenor de los registrosdocumentales de procedencia eclesiástica, ha termina-do definitivamente: los espacios se han colmatado conun elevado número de aldeas ordenadas en torno a laciudad/villa del concejo; la agricultura de cereales yviñedos configura un paisaje humanizado, compartidode forma cada vez más hegemónica con la ganadería,que ha terminado por ser la ocupación predominanteen los territorios meridionales serranos. Las ciudades,ocupadas en sus núcleos por residencias de caballerosy clérigos, casas torre, catedrales e iglesias, han am-pliado sus solares primitivos dando cabida a lugaresde intercambio –ruas, azogues y mercados– y a su al-rededor van asentándose grupos de artesanos y co-merciantes. Los signos de su primitiva militarización sediluyen, aun cuando continúan presentes y protecto-res de las nuevas funciones mercantiles-artesanales. Lacultura de las escuelas catedralicias sustituye a la ins-trucción militar. Y en este ambiente material, rural yurbano, cada grupo humano tiene asignado un esta-tus, puede acceder según él a una función, y recibecomo compensación una prebenda. Los fueros exten-sos, desarrollo de los primitivos usos y costumbres enuna ampliación dinámica, gracias a las competencias

    transferidas en las breves y primitivas concesiones, re-conocen y confirman explícitamente en sus ordena-mientos, las desigualdades existentes, institucionali-zándolas.

    Pero para llegar a este final anticipado brevemen-te en algunos de sus rasgos, era necesario madurar al-gunos de los procesos puestos en pie en las décadasanteriores y obscurecidos por las agitaciones fronteri-zas. Especialmente dos relacionados entre si: el prime-ro la territorialización del poder y/o delimitación delos términos y diócesis, cuestión heredada del pasadoy emergente como problema en las primeras décadasde esta fase; y el segundo, vinculado al anterior, el des-arrollo normativo de la vida interna de las comunida-des de villa y tierra.

    Los términos/alfonces adscritos a cada una de lasciudades y villas seguramente no fueron delimitadosen muchos casos con precisión en los fueros brevesfundacionales, por el propio estado de desorganiza-ción en el que se encontraban los espacios, o en otroscasos por su apertura a la frontera musulmana. Espe-cialmente estos últimos, los grandes concejos/ciuda-des que se situaban en la avanzada fronteriza hacia elsur, pudieron prolongar su influencia por la Transie-rra, al mismo tiempo que las milicias de caballeros re-alizaban sus razzias y prolongaban sus espacios depastoreo. Sepúlveda contaba con un espacio abiertohacia el sur para buscar su implicación en la conquis-ta de Toledo, en la confirmación de 1076; Segovia me-diante sucesivas donaciones reales y otras adquisicio-nes, entre 1166-1208, había duplicado sus espacios enla Transierra, alcanzando la línea del Tajo y rodeandoa Madrid; Ávila veía confirmada su expansión al sur dela Paramera, hasta los Montes de Toledo en 1181; y laciudad de Salamanca se había adentrado en la penilla-nura, al sur del Tormes en la primera mitad del sigloXII. Con la excepción de Sepúlveda, que correspondeal siglo anterior y se ha visto relegada por el ascensode Segovia, en los otros casos la expansión se produ-ce en estrecha alianza entre los Concejos y las SedesEpiscopales, y siempre contando con la protección dela monarquía, y siempre buscando objetivos muy con-cretos: la ampliación de sus jurisdicciones, de sus es-pacios de poder y desde ellos la reproducción de losbeneficios derivados de su ejercicio materializados enel incremento de las bases fiscales, el control de loscircuitos económicos, y la ampliación de las zonas depasto en los extremos. Todos estos proyectos se inten-sifican y van haciéndose presentes en el mismo corre-

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  • lato temporal en el que se van generalizando las tre-guas cristiano-musulmanas y se confirma, por otraparte, el protagonismo de otros concejo e institucionesen las fronteras. Es decir, la disminución del protago-nismo de las milicias de los concejos de la Extremadu-ra y su alejamiento de las zonas de conflicto y razzia,provoca la reducción de los beneficios de la guerra defronteras/botines, promueve la búsqueda de otros re-cursos, y sobre todo, despierta un renovado interéspor aplicar el ejercicio del poder transferido sobre lastierras que han sido objeto de su influencia.

    Sin duda el caso más paradigmático lo encontra-mos en la penillanura salmantina desde 1157, a raíz dela separación de Castilla y León y el nacimiento, pocotiempo antes, del reino de Portugal. La implantaciónde las comunidades de villa y tierra no había conclui-do en aquellos espacios marginales situados al sur delTormes, ahora revalorizados por los cambios políticos.Del olvido se pasó a la necesidad, por la amenaza dela frontera castellana y la presión portuguesa que ce-rraban las posibilidades de expansión hacia el sur delreino de León. En 1161 Fernando II populavit in Ex-trematura Civitatem Roderici et Letesmam –CiudadRodrigo y Ledesma–, situadas sobre las rutas que des-de el Duero marchaban hacia el sur y el oeste. En losdos casos se repiten las condiciones estratégicas desus asentamientos y el operativo foral de transferenciadel realengo; Ciudad Rodrigo era elevada a la catego-ría de civitas, al restaurarse la antigua sede episcopalde Miróbriga, Ledesma formará parte de la diócesissalmantina. Las condiciones forales ofertadas reabrie-ron un proceso colonizador, que con anterioridad seestaba realizando lentamente desde Zamora y Sala-manca. La monarquía leonesa trató de agilizar los es-

    tablecimientos y sobre todo la creación de bases mili-tarizadas –Ciudad Rodrigo y Ledesma– que, más pró-ximas a la frontera portuguesa, defendieran los intere-ses de la soberanía leonesa. Era la última opción decolonización al sur del Duero, y en ella participan gru-pos procedentes de otras comunidades nacidas a finesdel siglo XI, aunque no siempre llegarán a agotar losespacios, y se buscará el establecimiento de otras ins-tituciones y grupos (O. Militares, Nobles, Eclesiásticos)

    A la escala del concejo de Salamanca, que veía en-ajenadas también sus posibilidades de expansión, lareacción no se hizo esperar, y en 1162 la ciudad se re-belaba, proclamaban su ruptura, intentaban su desna-turalización, y hacían frente a la propuesta real en ba-talla campal en los llanos de la Valmuza. El apoyo delas milicias abulenses no impidió la derrota y la conti-nuidad de las nuevas comunidades.

    Lo mismo que le ocurrió a Salamanca, se trasladaprogresivamente a otros concejos: Ávila frente al con-cejo y diócesis de Plasencia; Segovia, enfrentada alpujante concejo de Madrid... Las amputaciones territo-riales no siempre se saldarán de forma pacífica y or-denada, y se repetirán los pleitos y conflictos en losque la monarquía siempre terminó por decantarse porlos nuevos protagonistas de la guerra fronteriza: losconcejos de la Transierra, las Ordenes Militares, la Mi-tra de Toledo. Al final, en los primeros años del sigloXIII los recortes territoriales de los grandes concejosde frontera cierran la fase de expansión y también losmovimientos por establecer con precisión los límitessobre los que se extiende su jurisdicción por la tierra.Ávila, Segovia, Bejar, Cuellar, Aguilafuente, Peñafiel,Portillo, Sepúlveda, Fresno, llenan una larga nomina

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    Cuéllar. Murallas (Fundación Sta. Mª la Real)

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  • de acuerdos y confirmaciones que conducen al cierredel mapa de las comunidades de villa y tierra al me-diar el siglo XIII. Si en muchas ocasiones el destino delos concejos corre paralelo a la evolución de las insti-tuciones eclesiásticas con las que comparten espaciode poder y residencia nuclear, en los problemas por lafijación de los límites y la delimitación de jurisdiccio-nes ocurre lo mismo. Desde mediados del siglo XII,frente a las diócesis del norte del Duero, que de algu-na forma habían participado en la colonización y tra-tan de mantener su influencia, o frente a las nuevassedes restauradas al sur de la cordillera, que segrega-ban una parte de los espacios diocesanos, y por tantoreducían su feligresía, el ámbito de su cura pastoral dealmas y sus percepciones diezmales, las diócesis deSegovia, Ávila, Salamanca y Ciudad Rodrigo, todas lasnacidas al sur del Duero, mantendrán duras pugnaspara llegar a la delimitación definitiva de sus diócesis.También por las mismas fechas, al mediar el siglo XIII,finalmente se consolidan los marcos espirituales, y secierra el mapa en el que se hallaban implicadas todaslas comunidades de villa y tierra.

    Es entonces cuando sobre el espacio del extremodel Duero, se dibuja un conjunto de unidades, consti-tuidas mediante creación o simple fortalecimiento, yun conjunto de núcleos, vinculados entre sí por unacadena jerárquica que, a su vez, ordena el territorio en-torno a cada uno de ellos. Este doble juego de vincu-lación y ordenación espacial proporciona unos resulta-dos que podrían considerarse como una primeraclasificación social, a tenor de los rasgos que definen alos individuos en cada uno de los núcleos de pobla-ción que van surgiendo. La jerarquía de los núcleos es-tá constituida por tres tipos de entidades. La ciudadque es, a la vez, fortaleza y centro episcopal. La villade carácter administrativo, que, al igual que la anterior,es cabeza de un concejo de villa y tierra y sede de car-gos e instituciones secundarios en la administración dela diócesis, normalmente el arcedianato. Y la aldea conuna morfología muy común de agrupamiento en tornoa la iglesia parroquial. El esquema constituye, en cier-to modo, un símbolo de la organización social del te-rritorio. A través de ella, es fácil discernir la preeminen-cia de que gozan ciudades y villas, cabezas decomunidad, en relación con las aldeas de su tierra.

    El esquema de preeminencias y jerarquías se vadespejando y confirmando progresivamente de la ma-no del desarrollo normativo que se implanta, para re-gir la vida interna de cada una de estas unidades. De

    aquellas breves concesiones, similares a la de Sepúl-veda de 1076, que podíamos seguir en la reconstruc-ción de los primitivos fueros de Ávila y Salamanca, seha pasado a las redacciones extensas del siglo XIII,con estadios intermedios como el fuero de Alba de1141, y el de Ledesma de 1162 que, junto a las conce-siones y privilegios incorporadas en este tiempo, per-miten seguir el proceso asistemático de acumulaciónde usos y costumbres que sanciona las relaciones so-ciales establecidas finalmente, al sur del Duero.

    Los fueros establecen situaciones diferenciadas dequienes habitan en las aldeas respecto a quienes fijasu residencia en la ciudad. Las aldeas tienen una cier-ta personalidad jurídica pero limitada a sus pequeñostérminos, y en todo caso se hallan en estrecha depen-dencia de las magistraturas urbanas, encargadas de lasasignaciones y distribuciones de bienes a los poblado-res de toda la comunidad; el concejo de la ciudad ovilla puede disponer de la enajenación de sus bienesy por lo tanto limita la disponibilidad de los aldeanosa la hora de actuar sobre sus haciendas; las aldeas res-ponden colectivamente ante las exigencias de la ciu-dad o villa, y sus habitantes han de acudir en sus liti-gios con los habitantes de la ciudad. Si nos situamosen otos planos la proyección preeminente entre «ciu-dadanos» y «aldeanos» se materializa prácticamente entodos los aspectos de la convivencia social: en el ám-bito fiscal, las aldeas soportan una mayor presión quelos habitantes de la ciudad; en el ejercicio de cargopúblico dentro del concejo, los vecinos de las aldeastiene vedada su detentación; se exige dotes más ele-vadas a las «ciudadanas» que a las aldeanas en el de-recho matrimonial; también el ciudadano es superioral residente en las aldeas en cuanto a su capacidadprocesal, en caso de emplazamiento, testificación,prenda o embargo; de la misma forma que reclamansanciones mayores para los delitos cometidos por al-deanos y penas superiores en caso de violación, o porlas ofensas contra víctimas ciudadanas.

    El distanciamiento entre ciudades y aldeas, entreciudadanos y aldeanos, y el alejamiento de la fronteray sus actividades, llevo a otra ruptura que saldrá a laluz al mediar el siglo XIII. Las ciudades y las villas, sehan beneficiado de la acumulación de botines fronte-rizos, del crecimiento general que ha experimentadola economía rural y de la especial condición reconoci-da como referencia nuclear. Junto a sus vecinos máscualificados en la época anterior, los caballeros, hanido surgiendo menestrales y comerciantes, privilegia-

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  • dos en su condición de vecinos, y en sus actividadeseconómicas por una reglamentación que de momentoles favorece: establecimiento de medidas de protec-ción para los lugares reservados a las actividades co-merciales; fijación de pesos y medidas; condiciones deabastecimiento y acceso de determinados productos almercado, etc. Como resultado ha ido surgiendo una«burguesía», en el sentido amplio de la palabra que vaacumulando beneficios y busca un protagonismo en lavida social y política de los concejos, ocupada, hastaentonces, por los caballeros villanos. Estos al estar re-conocidos como grupo privilegiado desde la épocaanterior, por la función que desempeñaban, solo de-terminada por la posesión de los medios necesario yla participación en las expediciones, ven amenazadasu posición y especialmente su monopolio de poder,por los nuevos grupos emergentes. En efecto, la des-aparición progresiva de las expediciones, criterio decompetencia básico anterior, llevó a la necesidad deestablecer otros criterios mínimos de fortuna personalpara poder acceder a dicho estatus. No es ya la primi-tiva posibilidad y exigencia de comprar caballo lo queda acceso a la caballería, sino la capacidad económi-ca permanente que se expresará con diferentes nive-les forales, y en su caso, la procedencia de ese patri-monio, que excluye taxativamente a los menestrales ycomerciantes.

    Todos los caminos que conducían y estimulaban aldesarrollo de la caballería, y mediante ella se accedíaa la posibilidad de ocupar magistraturas urbanas, sehan ido cerrando dándoles forma legal en las nuevasredacciones forales. La caballería se encerraba sobre si

    misma, obstaculizando las vías que inicialmente habí-an permitido los trasvases sociales, estableciendo nor-mas que protegían la integridad de sus fortunas, ex-cluyéndolas del reparto de bienes matrimoniales yfijando la línea directa de trasmisión. Esa sería desdeentonces su forma de organización y reproducción, laconstitución de linajes. El linaje marcará las líneas deascendencia y procedencia, y la literatura de la épocatratará de resaltar las hazañas de las grandes familias.Desde entonces se iniciará una nuevas fase que afec-ta ya exclusivamente a las pugnas por la cúspide deeste conjunto de preeminencias, las luchas entre gru-pos, bandos y linajes, que en muchos casos terminarácon la ruptura, la segregación y la patrimonializaciónde una parte de la tierra de los concejos. Claramenteen el final podemos advertir los escalones que hanconducido a esa solución:

    1. El fin de los beneficios/botines de la guerra defronteras ha llevado a los caballeros a concen-trar sus esfuerzos en la defensa de las fronterade los concejos y de sus esferas de poder.

    2. La reducción y el cierre de los espacios produc-tivos empujó al bloqueo y a las barreras para elacceso a la caballería, y desde ella, al poder enlos concejos. El filtro hacia el estatus actuó co-mo mecanismo de control político.

    3. De los cargos militares al monopolio de las fun-ciones civiles y el poder de disposición en lascomunidades, nacieron las pugnas entre fami-lias, que buscaban nuevas fórmulas para la re-producción de sus fortunas.

    Simultáneamente a estos procesos, el estableci-miento de la administración eclesiástica nos presen-ta, a tenor de las investigaciones realizadas sobre loscabildos catedralicios, un gran paralelismo que actúacomo referente confirmador de las diferencias que sevan anudando en seno de las comunidades y en lasciudades y villas. En el marco de la organización es-pacial, se consagra una jerarquía que desciende des-de la sede episcopal, pasando por la sede arcedianal,hasta la sede parroquial. En la articulación del poderse refuerza el escalonamiento jerárquico imponiendorestricciones para ser arcediano en la villa, limitadoal vecino de la misma; y, sobre todo, imponiendo laautoridad de la sede episcopal (de la mano del obis-po y los capitulares del cabildo catedralicio) sobre lasiglesias rurales que se traduce en las imposiciones fis-

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    Fuentidueña. Vista desde el noroeste (Jaime Nuño González)

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  • cales diezmales y en una distribución que facilita suacumulación en el centro diocesano.

    La preeminencia y superioridad de los vecinos dela ciudad, y dentro de ellos de los caballeros villanosy los clérigos catedralicio, es también notable en elmarco institucional. Tanto la asignación del territorioaldeano como el control del uso de partes importan-tes del mismo o la determinación de normas de pro-tección o restricción, corresponde en la mayoría de loscasos, al concejo de la ciudad o de la villa cabeza dealfoz. De éste reciben, como antes indicábamos, lascomunidades vecinales de cada aldea el dominio di-recto sobre el terrazgo aldeano. Sus habitantes, encuanto vecinos de ellas, en cuanto miembros de la co-munidad de villa y tierra, tomarán posesión individua-lizada de una parte de ese territorio. Pero es el conce-jo urbano el que en ocasiones establece los usos delos diferentes espacios, como ocurre en el lugar delEspinar por decisión del concejo de Segovia a finesdel siglo XIII; es el que determina la necesidad de es-tablecer el cierre de algunas explotaciones, como in-dican los fueros de Ledesma y Sepúlveda, es el que fi