La formación integral como objetivo básico de la universidad

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La formación integral como objetivo básico de la Universidad Ramiro Jesús Ceballos Melguizo Consideraremos en esta unidad el concepto de formación integral y su significado. Se trata de comprender que el objetivo de la universidad es la formación integral de las personas para que sirvan a la sociedad y a sí mismas de una manera creativa, humana y eficaz. La reflexión que desarrollaremos a continuación planteará, en primer lugar, el problema de las dos tendencias que pugnan en el escenario educativo en general y, en particular, en la universidad: la tendencia a interpretar la educación como acceso al saber y la idea de la educación como entrenamiento para el trabajo. En segundo lugar examinaremos el concepto de formación integral. Y en tercer lugar, la formación integral como tarea de las instituciones y de cada estudiante en particular. 1. Dos tendencias en la educación La educación ha sido vista desde siempre como el proceso de formación en el conocimiento y el saber en el sentido clásico en el cual la filosofía comprendió el saber, es decir, como lucha contra la ignorancia. Pero también, y desde siempre, la educación ha sido vista por muchos como un simple procedimiento de transmisión de un saber ya adquirido y especialmente como un sistema de producción de fuerza de trabajo calificada para satisfacer la demanda del mercado. En todo momento esta doble comprensión de la educación influye en el rumbo de las instituciones, definiendo su filosofía y perspectiva en la sociedad. Una reflexión detallada sobre esta polaridad de concepciones es la que encontrarás en la lectura complementaria: “Educación y Filosofía” del profesor Estanislao Zuleta, lectura número 1. 2. El concepto de formación integral

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La formación integral como objetivo básico de la

Universidad

Ramiro Jesús Ceballos Melguizo

Consideraremos en esta unidad el concepto de formación integral y su

significado. Se trata de comprender que el objetivo de la universidad es la

formación integral de las personas para que sirvan a la sociedad y a sí mismas de

una manera creativa, humana y eficaz. La reflexión que desarrollaremos a

continuación planteará, en primer lugar, el problema de las dos tendencias que

pugnan en el escenario educativo en general y, en particular, en la universidad: la

tendencia a interpretar la educación como acceso al saber y la idea de la

educación como entrenamiento para el trabajo. En segundo lugar examinaremos

el concepto de formación integral. Y en tercer lugar, la formación integral como

tarea de las instituciones y de cada estudiante en particular.

1. Dos tendencias en la educación

La educación ha sido vista desde siempre como el proceso de formación en el

conocimiento y el saber en el sentido clásico en el cual la filosofía comprendió el

saber, es decir, como lucha contra la ignorancia. Pero también, y desde siempre,

la educación ha sido vista por muchos como un simple procedimiento de

transmisión de un saber ya adquirido y especialmente como un sistema de

producción de fuerza de trabajo calificada para satisfacer la demanda del

mercado. En todo momento esta doble comprensión de la educación influye en el

rumbo de las instituciones, definiendo su filosofía y perspectiva en la sociedad.

Una reflexión detallada sobre esta polaridad de concepciones es la que

encontrarás en la lectura complementaria: “Educación y Filosofía” del profesor

Estanislao Zuleta, lectura número 1.

2. El concepto de formación integral

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La idea de formación integral constituye la fórmula que pretende armonizar estas

dos concepciones contradictorias que intentan prevalecer en la educación. La

idea es que la universidad no sólo educa para la vida, el carácter y el saber, sino

también para la práctica y la aplicación técnica. Veamos a continuación lo

expuesto por el profesor Luis Enrique Orozco con relación a este importante

concepto: “Una formación integral es entonces aquella que contribuye a

enriquecer el proceso de socialización del estudiante, que afina su sensibilidad

mediante el desarrollo de sus facultades artísticas, contribuye a su desarrollo

moral y abre su espíritu al pensamiento crítico. En este proceso, el estudiante se

expone a la argumentación y contraargumentación fundadas, a la experiencia

estética en sus múltiples dimensiones y al integral como objetivo básico de la

universidad desarrollo de sus aptitudes y actitudes morales, a través de

experiencias que van estimulando y afinando su entendimiento y sensibilidad,

tanto como su capacidad reflexiva y que en ello van „formando‟, en últimas, su

persona. La formación integral, va más allá de la capacitación profesional aunque

la incluye. Es un enfoque o forma de educar. La educación que brinda la

universidad es integral en la medida en que enfoque a la persona del estudiante

como una totalidad y que no lo considere únicamente en su potencial

cognoscitivo o en su capacidad para el quehacer técnico o profesional. El ámbito

de la formación integral es el de una práctica educativa centrada en la persona

humana y orientada a cualificar su socialización para que el estudiante pueda

desarrollar su capacidad de servirse en forma autónoma del potencial de su

espíritu en el marco de la sociedad en que vive y pueda comprometerse con

sentido histórico en su transformación. […]

De lo anterior se infiere que la institución universitaria contribuye a la formación

humana de quienes pasan por ella en la medida en que a través de sus funciones

de docencia, investigación y proyección hacia la sociedad involucra al estudiante

en vivencias intelectuales, estéticas y morales que le permiten sentirse implicado

y afectivamente comprometido en prácticas específicas y valores determinados.

La universidad es espacio de un compromiso práctico y colectivo. Cuáles

prácticas y cuáles valores adopte es un asunto que dependerá del rostro de la

institución, y con él, de la manera en que ésta comprenda su sentido dentro de

una sociedad determinada. Al decir que la formación integral compromete al

quehacer universitario en su conjunto, se está señalando que todos los niveles de

la institución están involucrados en ella y permeados por sus fines: el profesor, el

estudiante y el directivo de la universidad. En la interacción diaria se define el

clima formativo, el „éthos universitario‟. Tal interacción define prácticas

administrativas, docentes, investigativas, de relación humana en el interior de las

cuales todos dan testimonio de su visión del „mundo de la vida‟ de la sociedad en

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que se vive, de las producciones del espíritu humano en general. En ellas, el

estudiante y el profesor resultan esencialmente modificados; es decir, con

cambios —positivos o negativos— en su „forma‟. En la medida en que de tales

interacciones salgan fortalecidos, „crecidos‟, con una „forma superior‟, se dice

que se trata de una „experiencia formativa‟, o que se recibe una „educación

superior‟ y para lo superior. En este contexto se ponen de relieve la dimensión

simbólica del proceso de aprendizaje, la dimensión ética del manejo académico

de los currículos y de las formas de evaluación del aprendizaje y la finalidad

cultural y crítica de la universidad en el desarrollo y la docencia de la ciencia.

Los cursos que con destinación específica se ocupan de familiarizar a la persona

del estudiante con los grandes valores de la cultura y sensibilizarlo ante la

dimensión estética de la existencia, cumplen la función de fortalecer y acrecentar

el conocimiento, las actitudes y los valores pero no remplazan le responsabilidad

de todos en el quehacer de formación integral de la universidad. Su destino

debería ser el de desaparecer en la medida en que el interés formativo esté

presente en toda acción de quienes componen la universidad. Un saber cualquiera

—comprendido el de las humanidades— que se transmite con carácter

instrumental, exclusivamente, despoja al mismo de todo interés vital; es decir, de

todo sentido humanístico”1. Para que amplíes el significado de la formación

integral te invitamos a leer el documento número 2, de Mario Díaz y Otros.

La formación integral, va más allá de la capacitación profesional aunque la

incluye.

1 Orozco Silva, Luis Enrique. La formación integral. Mito y realidad. Capítulo

3, El concepto de formación integral. Santafé de Bogotá. Ediciones Uniandes.

1999. (Extracto sin notas del capítulo 3).

3. La formación integral como tarea de las instituciones y de cada estudiante en

particular Una vez más, el profesor Luis Enrique Orozco nos expone aquí este

aspecto de la formación integral: “En todo lo anterior, se han presentado las

líneas principales del problema de la formación integral en una doble dimensión:

la formación del carácter y la personalidad y la conformación de un pensamiento

crítico. Para ello se han explicitado el sentido y exigencias de la formación

humana integral siendo atento al hecho de que ello involucra el mundo de los

valores y el desarrollo de la conciencia moral del individuo, conciencia

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comprometida en la conformación de espacios sociales, al interior de los cuales

se forja la personalidad individual. A su vez, se desplegó el verdadero sentido del

denominado pensamiento crítico, subrayando la necesidad de distinguir entre

desarrollo cognitivo y desarrollo de la capacidad reflexiva. Quizá el punto central

que se necesita acentuar en el presente es la irrelevancia de un enfoque

intelectualista en la conformación de la vida ética individual y la falsa

identificación entre desarrollo cognitivo y moral. Sólo un aprendizaje que

involucre el mundo de la vida afectiva y comprometa el proceso personal de

elaboración de juicios morales permite que la persona pueda hacer un aprendizaje

en términos de valores y actitudes. Para ello es indispensable tener capacidad de

reflexión, descubrir el valor de la razón y sus límites en la orientación práctica de

la existencia individual y comunitaria. Esta convicción nos permite sugerir la

necesidad de relacionar la formación integral con la capacidad de reflexionar y

con la eticidad; lo cual significa, que la tarea de formar no es responsabilidad de

un sólo departamento dentro de la universidad, sino responsabilidad de todos los

que conforman la comunidad universitaria. Ella se constituye en una dimensión

de cada saber, de cada acto docente, de toda práctica institucional en la que el

estudiante se encuentra expuesto durante su paso por la universidad. Particular

importancia reviste en este proceso la relación profesor-alumno en el acto

docente por la incidencia del mismo en el proceso de socialización del estudiante,

en la imagen que a través de dicha relación se transfiere de la ciencia, de su

práctica y por el testimonio intelectual que el profesor ofrece en su propia

práctica como docente. No se agota allí, sin embargo, la tarea; puesto que las

formas de evaluación, las metodologías utilizadas, las prácticas de trabajo

individual o de grupo, la dinámica toda del manejo curricular se constituyen en

mediaciones que —de manera silenciosa— expresan los valores relevantes del

tipo de formación que la universidad ofrece a sus futuros profesionales. Se debe

agregar, sin embargo, que corresponde a la institución globalmente considerada

el crear y ofrecer espacios que generen cultura en eticidad en sus prácticas

administrativas, académicas y financieras y un ambiente propicio para la

formación de un pensamiento crítico. Es en ellas en donde se forma un „espíritu‟

que impronta de una u otra manera el carácter y la personalidad de los

estudiantes. Quizá por ello cobre relevancia la consideración de políticas de

contratación de profesores que permitan a cada institución contar con los

hombres indispensables para la educación deseable. Utopía, quizá, pero sin ello

las instituciones crecerán sin futuro en el orden del espíritu aunque se desarrollen

como empresas. Pero la formación es también y en gran parte responsabilidad de

cada quien, en este caso, del estudiante como persona. En efecto, llegar a ser un

hombre formado o

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"Corresponde a la institución globalmente considerada el crear y ofrecer espacios

que generen cultura."

Un hombre culto no significa quizá otra cosa que aspirar a ser uno mismo, a

poseer en acto lo que podemos ser, a realizar la idea que se tiene de uno mismo, a

poseer reflexivamente la estancia que se ha construido como especie y como

individuo. Se es animal cultural, condenado a una esencial aleatoriedad que

permite a través de los símbolos, crear y recrear el propio espacio vital-humano

sin que —al parecer— se pueda asumir totalmente el proceso por el cual la

persona se ha venido constituyendo. No es culto, en este sentido, el que sabe

muchas cosas, el que tiene toda la información posible sobre un determinado

sector de la realidad sino el que se ha apropiado de manera coherente y reflexiva

su propio proceso vital-cultural. La formación (bulduing) significa el modo

específicamente humano de dar forma a las disposiciones y capacidades naturales

del hombre y desde Kant y Hegel, este „darse forma‟ es un deber que tiene cada

persona consigo misma. Pero, darse forma indica no sólo el proceso de darse

forma sino el resultado de tal empeño (la cultura). El proceso de formación de

una persona es un proceso de „devenir culta‟, y como tal está íntimamente ligado

a los procesos de „socialización‟ que definen su existencia, al tipo de relaciones

que guarda con su medio en el interior de instituciones determinadas, a través de

estatus y funciones precisas, inspiradas en un universo normativo que, a su vez,

encarna valores definidos como tales por el grupo social al que se pertenece

(Weber). Se pueden identificar la adquisición de una formación y la de una

cultura, hasta el punto de entender que el hombre culto es lo mismo que el

hombre formado.

Así se ha llegado a pensar que la mejor manera de formarse es adquiriendo una

cultura. Lo cual es correcto, debe repetirse, si no se identifica cultura con

productos culturales (museos, discos, bibliotecas, pinturas, etc.) hasta el extremo

de definir al hombre culto por la cantidad de bienes culturales que tenga,

independientemente de que los haya asimilado. Con lo anterior, se quiere llamar

la atención sobre el hecho de que la formación personal es producto de la

confluencia de múltiples factores relacionados todos ellos con el proceso de

socialización de los individuos y que aunque éste implica la adquisición de una

cultura, de la cultura propia en primer lugar, no se satisface con la posesión de

bienes culturales sino con la asimilación reflexiva del proceso cultural. Reflexión

que involucra al mundo natural de la vida y de los afectos. Recuérdese lo que

Gadamer señala a este propósito: „el modo de percibir que procede del

conocimiento y del sentimiento de toda vida espiritual y ética y que se derrama

armoniosamente sobre la sensibilidad y el carácter‟. De aquí que pueda llegarse a

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pensar que la función formativa de la universidad puede verse disminuida en la

medida en que ella por sí sola no puede satisfacer tal tarea dentro de la sociedad.

Aceptando este límite, debe reconocerse, sin embargo, que la etapa que se pasa

en la universidad incide sobre el desarrollo de la personalidad del estudiante e

impronta en ella unas actitudes que son determinantes para su vida posterior.

Debe agregarse, además, que tal influencia la ejerce la universidad como

totalidad y en formas múltiples, entre las cuales la cátedra es tan sólo una de

ellas.

Pero, como se dijo más arriba, hay una responsabilidad en la formación que el

estudiante debe asumir críticamente; no todo depende de la institución”2. En la

lectura número 3, “Universidad, humanismo y convivencia” de Carlos Enrique

Ortiz encontrarás una complementación a estas ideas relacionadas con lo que

deben hacer tanto las instituciones como los estudiantes para el logro de su

objetivo supremo: La formación integral.

La formación integral como objeto básico de la Universidad

La idea de Universidad como Institución Social

Ramiro Jesús Ceballos Melguizo – Docente Unipamplona

La universidad existe inmersa en la sociedad. Esto implica varias cosas: la primera es que ella es afectada por las propias fuerzas y luchas que atraviesan la sociedad. La segunda cuestión es que, dado su carácter de institución social, la universidad debe cumplir ciertas funciones muy definidas cuyo conocimiento es necesario para que el estudiante se oriente mejor y sepa cuáles son sus deberes y derechos que le corresponden como miembro de la universidad. Los temas a tratar en esta unidad temática son dos: la relación universidad sociedad y las funciones de la universidad como institución social. 1. Universidad y sociedad

Para abordar esta relación, seguiremos aquí al profesor Jaime Castrejón Diez, quien expone el asunto de esta manera: “En los años treinta un educador británico publicó un relato sobre el papel jugado por la educación en la sociedad; lo tituló El Currículo del Tigre. En él ubicaba una sociedad prehistórica que había logrado un equilibrio con su hábitat, estaba compuesta por un lago cristalino, que albergaba gran variedad de peces, unos caballos enanos atravesaban lentamente la región y

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representaban una abundante fuente de alimentación, y también un tigre, la encarnación del gran peligro. Los hombres de esta región habían aprendido a vivir con estos recursos y con esta amenaza. El alimento lo obtenían capturando los peces con las manos y mataban con palos a los caballitos. También habían aprendido a utilizar el fuego, no sólo para preparar sus alimentos, sino para protegerse del tigre, evadiendo así la amenaza que éste representaba. En una sociedad en equilibrio surge, de manera natural, un proceso educativo tendiente a perpetuar los valores de comunidad y a utilizar sus recursos para vivir de ellos; pescar con las manos en aguas cristalinas, matar caballitos, alejar al tigre. El sistema educativo en la sociedad descrita se perfeccionaba a grandes pasos, ya había técnicas muy desarrolladas para resolver diferentes aspectos de aquella civilización. Todo el mundo estaba satisfecho al obtener los medios básicos para su subsistencia. Al mismo tiempo, este proceso educativo estaba equilibrado con las condiciones de vida. En la época del deshielo sobrevino un cambio, el torrente y el lago crecieron y sus aguas se enturbiaron debido al aumento del caudal del río. Los caballitos emigraron hacia el sur buscando un clima más favorable y, en su lugar, llegó el ciervo; el tigre también emigró hacia climas más cálidos, arribando entonces el oso. El hábitat había cambiado terminantemente para esta sociedad: ya no podían pescar con las manos, el garrote no les servía para cazar al ciervo puesto que no podían darle alcance y el oso no temía al fuego. Las diferentes condiciones ecológicas obligaron a la sociedad a adecuarse a estas nuevas situaciones para poder sobrevivir, estableciéndose una estructura distinta de trabajo. En esta sociedad, como en muchas otras, las circunstancias que escapan al control del hombre lo han obligado a evolucionar primero para sobrevivir al cambio, después para aprovecharlo y más tarde para hacerlo propicio. Estos hombres inventaron, en el proceso de adecuación e innovación, la red, el arco y la flecha, y una trampa para capturar al oso y matarlo. Sin embargo, se produce un desfase entre esta situación de hecho y lo que el proceso educativo viene trasmitiendo, que es la técnica para cazar al caballo, la habilidad para ahuyentar al tigre y la capacidad para capturar a los peces con las manos. Este desfase, que puede darse en cualquier tipo de sociedad, propició que se formaran dos bandos. Uno insistía en que la educación debía evolucionar de manera simultánea al medio ecológico, olvidando lo anterior y enseñando a los jóvenes a vivir en su medio actual.

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El caballo, el pez y el tigre ya pertenecían al pasado. Otros afirmaban que la sola idea de que la educación sujeta a las necesidades diarias era improcedente. Defendían los conocimientos bellos de ese currículo extemporáneo que había venido manteniendo una sociedad en desarrollo y había producido glorias intelectuales. Los dos bandos tomaron decisiones antagónicas. Mientras unos afirmaban que se estaba acabando con la sociedad al destruir sus tradiciones, otros decían que si la educación no servía para vivir, entonces era inútil. En la sociedad actual encontramos que confluyen estas dos viejas posiciones. Se reproduce, aunque en forma más sutil, el mismo conflicto entre los radicales y los que sostienen el ‘currículo del tigre’. Por un lado, se intenta adecuar la enseñanza a las necesidades sin tomar en cuenta la tradición; por otro, se quiere sostener a toda costa la tradición. Este relato apoya, implícitamente, la actitud utilitaria de la educación, y el modelo parece ofrecer una solución aplicable a nuestros sistemas educativos. Sin embargo, nuestra sociedad no es tan simple como la del lago, porque requiere de muchos otros satisfactores, e implica otras circunstancias que hacen que, para poder estudiar la relación entre sistema educativo y sociedad, sea necesario complicar el modelo para lograr conclusiones válidas. El modelo social se complicó en parte por el crecimiento demográfico y en parte por el progreso del hombre, quien mejoró los métodos de producción y logró su superávit de comida, lo cual permitió dos situaciones: primero, la división del trabajo; segundo, que hubiera quien se dedicara a las artes y otras actividades que no producen satisfactores primarios, pero que satisfacen otras necesidades de la comunidad. Estas actividades ‘superfluas’ evolucionaron, surgiendo de ellas la ciencia y la tecnología, que en su inicio parecían no tener aplicación inmediata. Con esta perspectiva no es fácil determinar lo que es y lo que no es ‘útil’. Nuestro siglo ha visto el crecimiento complejo de la actividad intelectual. El rápido progreso de algunos aspectos de la ciencia ha tenido efectos sobre la sociedad que ha hecho necesaria una adecuación constante de ésta a los cambios, haciéndola cada vez más consciente de su interdependencia con los avances científicos y tecnológicos. Esta relación ciencia-sociedad se ha convertido en un factor cada vez más importan- te, obligando a una institución social como la universidad a desempeñar, además de sus funciones tradicionales, nuevas actividades exigidas por un nuevo tipo de sociedad. Estas dos tendencias permanecen en el pensamiento social y se identifican con dos conceptos, casi podríamos decir ideologías, de la educación superior. Uno,

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la universidad es el camino para encontrar la pertenencia en una élite; otro, la educación superior debe tener también un papel utilitario. En nuestra época, en la que tenemos una gran dependencia de la ciencia y la tecnología, la necesidad de esta segunda idea de la educación superior es palpable”1. La relación entre universidad y sociedad se funda entonces en las diversas ideólogas que pretenden definir la misión y el sentido de la educación. Pero, sea cual fuere la ideología, lo que permanece idéntico es la importancia de la universidad en cuanto institución que prepara a las nuevas generaciones para que la sociedad se mantenga en todos los aspectos y , en lo posible, mejore. Esta importancia se aprecia sobre todo en las funciones que las universidades cumplen o que, en todo caso, deberían cumplir. 2. Funciones de la universidad

Son funciones de la universidad tanto las finalidades académicas como las sociales y de formación. El profesor Jaime Castrejón dice al respecto: “¿Qué es la Universidad en nuestros días? Alain Touraine dice: por conveniencia, llamamos universidad a un establecimiento que ampara e integra tres funciones: producción, trasmisión y utilización de los conocimientos”

2. Este establecimiento tiene como misión diseñar las técnicas superiores de la sociedad y por consiguiente, la mayor parte de sus cuadros. Es centro de investigaciones de pensamiento científico creador y organiza el conjunto de los cuadros de investigación de la sociedad; la enseñanza superior es en ella concebida como inseparable de la investigación científica. Generalmente forma también a los profesores de enseñanza secundaria y a los especialistas en las ciencias de la educación. Selecciona e integra su propio cuadro docente, manteniendo así su serenidad por medio de una partenogénesis social; con mayor o menor frecuencia se producen trasfusiones de una universidad a otra. Constituye, por último, como comunidad de profesores, de investigadores y de estudiantes, un espacio de tradición cultural y de renovación social. Con estos conceptos como un marco general de análisis podemos abordar la realidad de nuestras universidades. El concepto de Touraine considera que la universidad combina: a) la producción de conocimientos (investigación); b) la enseñanza del conocimiento científico (generación de científicos); c) la aplicación de la ciencia (profesionalización). Estas tres características describen a una universidad que podríamos llamar ‘integrada’ cuando reúne las tres funciones.

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No podríamos comprender la Universidad sin considerarla como varias entidades a la vez: institución, organización y comunidad. La universidad no es lo mismo en todas las sociedades y es necesario definir la sociedad junto con su universidad. Una es parte de la otra y no pueden estar en condiciones diferentes sin crear tensiones. Para ser una institución se requiere la existencia de un reconocimiento de la sociedad hacia ella, a ello se debe que todas estén fundadas en un documento legal, una constitución, una ley orgánica o algún otro instrumento de creación. Alain Touraine lo expresa con gran claridad: La universidad depende siempre de un poder que la financia, que reconoce sus diplomas y que confía en ella. No puede tener la ilusión de ser fuente de su propia legitimidad y de que puede poseer instituciones políticas y un sistema de decisión independiente3. Por ello su actividad no se puede desligar por completo de los objetivos de la sociedad y del gobierno. A pesar de que existen épocas en que hay divergencias, después de las tensiones se vuelve a buscar un paralelismo en objetivos. ¿Para qué se da en una sociedad una institución como la universidad? La preocupación por mantenerse al paso de la evolución del resto del mundo y la de preparar los dirigentes sociales es el elemento central. Por su naturaleza, la universidad es el lugar donde se estudian y se discuten los temas de valor universal. En una sociedad tan compleja como la contemporánea, es imprescindible tener instituciones educativas de este tipo y aprovecharlas para mayor ventaja del país”4. La universidad, entendida como organización, tiene que ver con el conjunto de instalaciones, dependencias y procedimientos encaminados a propiciar el desarrollo armónico de las actividades académicas, las cuales son, en última instancia, la razón de ser de su existencia. En cuanto organización, la universidad obedece a criterios administrativos e ingenieriles que garantizan su eficiencia. Pero, por tratarse de un organismo cuya función es académica, posee ciertas peculiaridades que son propias de dicha función. Las principales de ellas son: la flexibilidad, la horizontalidad y el sentido humanista. La primera tiene que ver con la necesidad de combatir la rigidez que los procedimientos a veces llevan implícitos, pues siendo su materia prima la persona misma y su proceso formativo, la inflexibilidad desvirtuaría la propia naturaleza de la universidad. La segunda característica es la horizontalidad, es decir, las relaciones armónicas y dialógicas entre las diversas instancias de control y administración. Esta característica se da muy claramente en las universidades, en el plano de los

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mandos medios que organizan los servicios académicos. Nunca se debe olvidar que la universidad forma también con su propia práctica y ejemplo y toda la vida universitaria debe estar armonizada según el ideal de unas relaciones humanas fluidas y respetuosas. El sentido humanista es la característica de la organización por la cual se tiene presente que la persona es el principio y el fin de la institución de formación. Aunque la universidad sirve a la sociedad y al conocimiento, a ambos los sirve a través de las personas que forma. En síntesis, la universidad, como organización, se debe asimilar a una asamblea en la que las relaciones jerárquicas no pueden dar paso a relaciones de poder arbitrario; en donde la finalidad humana y humanizadora de su existencia debe estar siempre presente. La universidad como comunidad se identifica con el conjunto de personas en cuanto buscadores de formación, es decir, una comunidad de aprendices. En tal sentido las une unos intereses académicos, esto es, el saber y el conocimiento. Esto es lo que da la nota principal de la comunidad universitaria: ser una comunidad académica. De aquí se deriva el hecho de que sea también, más que la mayoría de otras comunidades, una comunidad de intercambio de experiencias cognoscitivas, una comunidad de diálogo y discusión. Las funciones tradicionales de la universidad, a las cuales se refiere Alan Touraine, son llamadas a veces con los nombres de investigación, docencia y extensión social o servicio social. El objetivo presente no es ahondar en cada una de ellas sino enfatizar en la importancia de comprenderlas como solidarias, que no pueden desbalancearse y que en conjunto forman el sentido fundamental de la universidad. La investigación es una función importante por el carácter cambiante del saber y porque, dada nuestra condición limitada, es más lo que ignoramos y necesitamos descubrir que lo que sabemos. Por otro lado, muchos conocimientos envejecen, pierden su adecuación y se hace preciso reinventarlos , revisarlos y actualizarlos; a ello se dirige la investigación. La formación o docencia consiste en la transmisión del saber a los neófitos. Es crucial que este proceso se realice adecuadamente, es decir, pedagógicamente. Para el feliz cumplimiento de esta función la universidad debe tener una política de incorporación de personal idóneo, una política de cualificación de su personal docente y una política de investigación que respalde dicha cualificación. La extensión o servicio social tiene que ver con la misión que tiene la universidad de retornar a la sociedad, valorizados, los recursos que recibe de ella. En este sentido, la universidad cumple con su función, en primer lugar, formando excelentemente a sus alumnos; pero, adicionalmente, la universidad

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debe estar abierta a las demandas de su entorno y propender por colocar su saber y recursos en general al servicio de la solución de la mayor cantidad de problemas en los cuales su concurso sea pertinente y necesario. Con todo, la tríada docencia, investigación y extensión no representa adecuadamente las funciones de la universidad y es desconocida en Europa, los EEUU y Japón. El intento por limitar las funciones universitarias a un número reducido es igualmente desconocido en el mundo desarrollado. Se señalan funciones adicionales de la universidad moderna como la integración social, étnica y generacional, la creación de redes sociales, la selección de cuerpos académicos y evaluación de pares, la generación de una comunidad mundial de estudiosos y creadores y la transferencia de conocimientos. Los estatutos de las universidades latinoamericanas reformadas en los años 60 incluyeron expresamente: la reflexión filosófica, la reflexión teológica, la creación artística. En los hechos, la universidad ha practicado otras funciones: la prestación de servicios técnicos, la integración cultural, el desarrollo de medios de comunicación, de unidades productivas, de escuelas experimentales de nivel secundario, de corporaciones deportivas y culturales, etc. El número de las funciones universitarias, lejos de constituir un trío, es ilimitado y susceptible de variadas clasificaciones. Entre las funciones menos debatidas quisiéramos destacar una: la integración la integración la integración la integración la integración cultural. La definimos como el conjunto de todas las actividades universitarias que, por medio de la participación de personas de muy variados trasfondos profesionales, generacionales y culturales, tiende a la convergencia de una amplia gama de habilidades y experiencias en el análisis e intento de solución de problemas esencialmente transdisciplinarios, que en la actualidad constituyen la temática fundamental y más compleja a nivel nacional y mundial. La integración cultural promueve el libre debate, el respeto mutuo y la formación de identidad de la comunidad universitaria; sustituye la certeza con la búsqueda, la ideología con el conocimiento, el dogma con la duda, la consigna con la reflexión. Ella ocurre espontáneamente en aquellas universidades donde se dan las condiciones de libertad, participación y calidad; sin embargo es inhibida por mecanismos autoritarios, camarillas y complacencia. Por estas razones, entendemos la integración cultural como la función más propiamente universitaria y, potencialmente, la fuente de mayor aporte de la universidad a la resolución de la problemática más trascendente para la humanidad.