La Galera pag · mucho formando tándem con Roger Penrose, ... en España Ciclos del tiempo...

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TEMA Las novelas de ciencia ficción clásicas, con sus marcianos verdes y mundos hipersofisticados, entraron en decadencia desde el momento en que la propia realidad científica resultó ser mucho más interesante y sorprendente que las imaginadas. El nuevo libro de Brian Greene o el éxito de la física española Sonia Fernández-Vidal con “La puerta de los tres cerrojos” (Luna Roja / La Galera) demuestran que los científicos tienen mucho que decir y, además, cada vez lo cuentan mejor.

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TEMA

Las novelas de ciencia ficción clásicas, con sus marcianos verdes y mundos hipersofisticados, entraron en decadencia desde el momento en que la propia realidad

científica resultó ser mucho más interesante y sorprendente que las imaginadas. El nuevo libro de Brian Greene o el éxito de la física española Sonia Fernández-Vidal con “La puerta de los tres cerrojos” (Luna Roja / La Galera) demuestran que los científicos tienen mucho

que decir y, además, cada vez lo cuentan mejor.

urante décadas, los cien-tíficos han sido conside-rados por el gran público como unos señores muy

eruditos que, cuando se ponían a hablar de sus cosas, resultaban muy latosos. La ciencia parecía algo aleja-do de la vida cotidiana que acontecía en unos laboratorios donde ratones blancos daban vueltas a ruedas de manera interminable, las probetas echaban humo y unos señores con bata miraban por el microscopio. Pero, desde los años 1980 hacia aquí, un puñado de divulgadores han ido cambiando la percepción de las co-sas. Quizá el más llamativo de ellos haya sido Carl Sagan, un astrofísico doctorado por la universidad de Chi-cago, discípulo del célebre astróno-mo Gerard Kuiper, que se decidió a contar la cosmología de manera más atractiva en muchos libros y en una serie de televisión titulada Cosmos,

donde juntó información científica, efectismo visual, música y un to-que poético. Sagan abrió una brecha importante. No faltaron detractores de su sentido del espectáculo de la divulgación científica. Visto ahora, quizá podría achacársele como pre-sentador de la serie que abusara de los jerseys de cuello de cisne y esa puesta en escena retrofuturista tiran-do a Espacio 1999. Pero Sagan tenía algo que lo hacía único y extraordi-nario como divulgador: contagiaba la pasión por lo que contaba. En el actual panorama televisivo, coloni-zado por los programas del corazón marrulleros, los concursos y los par-tidos de fútbol, parece increíble que un astrofísico como Sagan colocara en el prime time de las televisiones de medio mundo un programa do-cumental sobre el cosmos y, lo que es mejor, con índices de audiencia siderales. Abrió una puerta cerrada durante siglos y mostró que el cono-cimiento científico está lleno de re-velaciones sorprendentes, enigmas y, sobre todo, emoción. Sagan sabía cómo hablarte de explosiones de su-pernovas o de la velocidad de la luz y ponerte la piel de gallina. Porque lo que estamos descubriendo es que las revelaciones científicas no son dossiers mecánicos llenos de datos fríos ajenos a nosotros, sino que nos

ponen en contacto con lo más hondo de nuestra esencia y nos ayudan a buscar respuestas o, como mínimo, a plantearnos cuál es nuestro lugar en el universo.

Otro de los gigantes de la divulga-ción científica en estos años ha sido el paleontólogo y biólogo Stephen Jay Gould, fallecido en 2004. En sus muchos libros extraordinarios (La vida maravillosa, El pulgar del

panda...) muestra una asombrosa capacidad para relatar de manera profunda pero muy comprensible conceptos de lo más enrevesados relacionados con los múltiples veri-cuetos de la teoría de la evolución. No era raro encontrar en sus libros ejemplos tomados de la vida cotidia-na e incluso del béisbol, deporte del que era un aficionado fanático. Su capacidad para hacer fácil lo difícil no ha sido igualada por nadie en su campo. Nos contaba en una entrevis-ta Eduard Punset (ver Qué Leer 172)que Gould era un hombre genial, aunque con bastante mal carácter. Probablemente porque era también un hombre ecuá-nime pero apasionado, que se las tuvo con los creacionistas y también con los neodarwinistas hiperpuristas. Un gladiador de la divulga-ción científica. El máximo ex-ponente actual de esta tribu de científicos es el irreductible Stephen Hawking, el mejor divulgador contemporá-neo. A pesar de llevar más de cuarenta años afectado por una esclerosis lateral amiotrófica que únicamente le permite mover ligeramente la cabeza y los ojos, ha ocupado la cátedra lucasiana de Matemáticas de la Universidad de Cambridge que antaño perteneciera a Isaac Newton, ha hecho extraordi-narios hallazgos sobre agujeros ne-gros y hasta se ha fugado con su en-fermera. Su Breve historia del tiempo

logró aunar una notable exigencia en los contenidos con una manera

de exponerlos que atrajo a millones de lectores. Hawking ha trabajado mucho formando tándem con Roger Penrose, autor de El camino a la

realidad, quien hace un año editó en España Ciclos del tiempo (Deba-te). Aunque puede que Penrose sea

incluso más erudito como científico que Hawking, sus libros suelen esca-parse a un lector medio. Le falta esa empatía de Hawking para buscar los ejemplos precisos y la visualización necesaria para que un lector sin mucha formación pueda fascinarse ante lo que le cuentan aunque no lo entienda completamente. Stephen Hawking, ya jubilado de su cátedra

a sus 70 años tras décadas de plantar cara valientemente

a su enfermedad y su-perar una crisis que lo

puso al borde de la muerte, ha publica-do últimamente obras más ligeras, como La clave se-

creta del universo,

escrito junto a su hija Lucy. O tam-bién ha reciclado

sus ya conocidas teorías, como en El

gran diseño (Crítica), firmado junto a Leo-

nard Mlodinow, donde echó bastante salsa al asunto,

buscando la polémica eclesiástica al dar a entender que ahí se demos-traba la no existencia de Dios, cuan-do en realidad no había novedades respecto a la evolución cosmológica “automática” desde el estallido del Big Bang hasta aquí sin necesidad de manos celestiales.

En estas últimas semanas han lle-gado a las librerías algunas nove-dades que marcan las pautas de

TEMA LOS CIENTÍFICOS CUENTAN

la divulgación científica de estos años 2010. Hay que calificar ya de acontecimiento cada nuevo libro del profesor de Física y Matemáticas de la Universidad de Columbia, Brian Greene. La publicación de El univer-El univerEl univer

so elegante en 2001 retomó el hilo so elegante

dejado por Carl Sagan: la física es matemática, pero también intuición y fascinación. Greene iba más allá de la Cosmología y abordaba una de las grandes cuestiones pendientes de resolución para los físicos actuales: buscar la gran teoría unificadora. La Teoría de la Relatividad de Einstein funciona para las grandes distancias cósmicas y los grandes cuerpos ce-lestes, pero sus planteamientos no son aptos cuando se trabaja con lo más minúsculo, a nivel subatómico, con quarks y electrones. Ahí la física cuántica se enfrenta a unos paráme-tros distintos. El tiempo o la fuerza de la gravedad, fundamentales en los estudios de Einstein para las grandes magnitudes, pierden importancia frente a las fuerzas electromagné-ticas y nucleares (fuerte y débil) de protones, neutrones y electrones. Greene hizo en ese libro un esplén-dido trabajo de explicación de lo que sabemos sobre la Relatividad y sobre la física cuántica, y nos propuso la muy seductora Teoría de Cuerdas co-mo unificadora de ambos caminos, una opción controvertida pero que va ganando adeptos y de la que Gree-ne es un convincente defensor. Hace unas semanas se publicó su nuevo trabajo, La realidad oculta (Crítica). La realidad oculta

¿Cómo resistirse a alguien que nos habla de ciencia de esta manera?: “Cuando examinamos los fotones del fondo cósmico de microondas, estamos atisbando cómo eran las cosas hace casi 14.000 millones de años. Los cálculos muestran que hoy hay unos cuatrocientos millones de estos fotones cósmicos de microon-das atravesando cada metro cúbico del espacio. Aunque nuestros ojos no puedan verlos, un televisor viejo puede hacerlo. Aproximadamente un uno por ciento de la nieve en una pantalla de un televisor que no esté conectado a una antena y esté sintonizado a una emisora que ha dejado de emitir se debe a la recep-ción de fotones del Big Bang. Es una

idea curiosa. Las mismas ondas que transmiten reposiciones de Todo en

casa llevan algunos de los más viejos casa

fósiles del universo, fotones que co-munican un drama que se represen-tó cuando el cosmos sólo tenía unos pocos cientos de miles de años”.

Greene, como Sagan o Hawking, va siempre un paso por delante y ya no sólo nos habla del cono-cimiento consolidado, sino de las incertidumbres que se abren y las posibles teorías que podrían despe-

jarlas. En este libro penetra en un asunto complicado pero a la vez tremendamente atractivo: los uni-versos paralelos. Éste es un tema que hasta hace pocos años era cosa de guionistas de ciencia ficción de serie B, pero cada vez más se está imponiendo en la discusión de científicos del más alto nivel. Greene deja claro que los universos paralelos (o multiverso) son un asunto especulativo y que no va a tratar de convencer a nadie de