La Huella de Un Maestro

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En reconocimiento a la tarea docente y profesional del Arquitecto y Catedrático Javier Carvajal Ferrer la huella de un maestro

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En reconocimiento a la tarea docente y profesional delArquitecto y Catedrático Javier Carvajal Ferrer

la huella de unmaestro

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CATÁLOGO

Editor José Manuel Pozo

Coordinación Rubén A. AlcoleaJosé Ángel MedinaJorge Tárrago

Diseño y maquetación Carlos BeriánEduard Codinachs

Impresión Industrias Gráficas CastueraPolígono Industrial Torres de Elorz, Pamplona - Navarra

Edición T6) Ediciones

Depósito Legal NA. 2.870-2010

ISBN 84-92409-21-1

Exposición Coodinada por Juan Coll-Barreu

T6) ediciones © 2010Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Universidad de Navarra31080 Pamplona. España. Tel 948 425600. Fax 948 425629

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación,incluyendo el diseño de cubierta, puede reproducirse, almacenarse otransmitirse de forma alguna, o por algún medio, sea éste eléctrico,químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia sin la previaautorización escrita por parte de la propiedad.

Este libro se presentó en la Escuela de Arquitectura de laUniversidad Politécnica de Madrid el día 29 de Octubre de2010, con motivo del acto de reconocimiento a la tareadocente y profesional del Arquitecto y Catedrático JavierCarvajal Ferrer, promovido por las entidades siguientes:

Escuela Técnica Superior deArquitectura de Madrid

Escuela Técnica Superior de Arquitectura

Y la adhesión de:

Colegio Oficial deArquitectos de Canarias

Este libro se ha elaborado a partir de la colección de fotogra-fías que incluye el ‘Fondo Javier Carvajal Ferrer’ del ArchivoGeneral de la Universidad de Navarra, exhibida entre el 25 deoctubre y el 6 de noviembre de 2010 en el vestíbulo de labiblioteca de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura dela Universidad Politécnica de Madrid. Y se edita gracias a lagenerosa colaboración de la familia Méndez Ordoñez.

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la huella de un maestro

JORDI LUDEVID I ANGLADAPresentación

ALBERTO CAMPO BAEZAÉsta es la caja

JUAN MIGUEL OTXOTORENAJavier Carvajal, arquitectura y pasión

IGNACIO VICENS Y HUALDELaudatio de Carvajal

JAVIER CARVAJAL FERRERLa arquitectura del siglo XX y la crisis de Europa

OBRASFondo Javier Carvajal Ferrer Archivo General de la Universidad de Navarra

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Presentación

JORDI LUDEVID I ANGLADA

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Es un honor y un deber, también una satisfacción para el Consejo

Superior de los Colegios de Arquitectos de España, contribuir a la organi-

zación de unos actos de homenaje y reconocimiento a la dilatada trayec-

toria profesional de Javier Carvajal y a su inmensa figura, y además hacer-

lo en unos momentos difíciles para él, a los 84 años de edad.

En realidad, reconocer públicamente la trayectoria de compañeros

ilustres y de magisterio incontestable, resulta, hoy como ayer, necesario e

imprescindible, para una profesión como la nuestra, constantemente ame-

nazada y acosada por la pérdida de sus valores primigenios. Entre estos,

son especialmente destacables aquellos valores que, vinculados con la uti-

lidad de la arquitectura, son origen y final, fundamento mismo, de la disci-

plina arquitectónica, estando hoy, sin embargo, constantemente asedia-

dos por un mercantilismo obsesivo y excesivo. Demoledor.

Así pues, de entre sus muchas aportaciones, permitidme desta-

car, de Javier Carvajal, por encima de otras, y en primer lugar, su apues-

ta permanente a favor de una profesión y una arquitectura útil, al servicio

de las personas, por entender, como la mayoría de los arquitectos espa-

ñoles, que es ahí, precisamente, donde nuestro presente y nuestro futu-

ro está en juego.

Javier Carvajal ha sido también, lo que alguna vez yo he denomina-

do “arquitecto de arquitectos”, alguien con magisterio, maestro de arqui-

tectos y que ha dejado huella indeleble en numerosos discípulos que lo

recuerdan con agradecimiento y devoción, o en nuevos y distintos arqui-

tectos para quienes ha sido decisivo en su formación. Esta capacidad de

transmisión de conocimiento arquitectónico, merece sin duda una especial

admiración y un sincero agradecimiento.

Barcelonés de nacimiento como yo, madrileño de formación y pro-

fesión, docente de vocación y de pasión, orsiano de estricta observancia,

como Oriol Bohigas, que fue su condiscípulo de infancia en la escuela pri-

maria de Barcelona.

Con un currículo impresionante, titular de una personalidad comple-

ja y obsesiva, Carvajal ha producido durante su carrera una arquitectura

tectónica, de fundamentación geométrica, que dio lugar a multitud de

obras y, antes de ellas, a multitud de dibujos arquitectónicos impresionan-

tes, con “cotas en el agua”, como alguien dijo una vez.

Con premios y reconocimientos innombrables, se implicó también

en nuestras instituciones tomando responsabilidades. Fue Catedrático

de Proyectos en Madrid y en Navarra hasta 1991, era Director de la

Escuela Superior de Arquitectura de Barcelona cuando yo me gradué en

1974 y fue también Decano del Colegio de Arquitectos de Madrid entre

1971 y 1975.

Recuerda Javier Carvajal, cómo un día Alvar Aalto le dijo: “Lo que

importa, es servir y resolver problemas, no servirse de ellos ni crearlos.”

Muy adentrados ya en el siglo veintiuno, este es, según creo, y continua

siendo, nuestro reto, el reto de la profesión de arquitecto.

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Ésta es la caja

ALBERTO CAMPO BAEZA

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SOBRE JAVIER CARVAJAL

“Todo está dicho ya, pero como nadie escucha, es necesario empe-

zar continuamente”. Un conocido escultor español, Ángel Ferrant, escribía

estas palabras que aquí vienen que ni pintadas. Tanto he escrito ya sobre

Javier Carvajal. Primero en A+U, luego en Casabella y más tarde en El País.

Después vinieron los textos para Documentos, el libro del COAM y luego

el libro de la Universidad de Palermo, muy difundido. Y en tantas ocasio-

nes he hablado y escrito sobre Javier Carvajal. Pues habrá que repetir las

cosas mil veces para que se enteren.

Como los libros. Se lee una novela descansado, con el libro en el

regazo. Pero casi nunca se estudia con el libro en esa posición. Para estu-

diar, el libro está siempre sobre la mesa. Así hoy, querría yo comenzar a

estudiar, más que sólo a leer, el libro de la arquitectura de Javier Carvajal

sobre la mesa.

EJERCICIO ACADÉMICO

En las antiguas oposiciones a cátedra de Proyectos era costumbre

del tribunal, solicitar del opositor en el último ejercicio, el análisis de una

obra de arquitectura. En aras de la brillantez académica el actuante solía

destrozar la pieza al entender el análisis, la crítica, como un intento de bus-

car los defectos existentes o figurados para agudamente señalarlos y que-

dar así divinamente. El método era enormemente eficaz.

En esta ocasión, aunque muy distinta de aquélla, he creído más que

oportuno el hacer, como si de un ejercicio de aquellos se tratara, el análi-

sis de una obra suya, su primera obra, su opera prima.

No en vano Carvajal defendió siempre la creación proyectual como

verdadera labor investigadora. Lo que ahora en los foros que tienen que

dictaminar sobre los futuros Catedráticos sigue en discusión, cuando se

trata de valor el carácter de investigación que tiene el proyecto arquitectó-

nico. Que lo es cuando la arquitectura es de primera.

Siempre defendió Javier Carvajal que el proyecto, o una obra cons-

truida, eran posible tema para una tesis doctoral. Y en la misma línea, así

me lo hizo hacer a mí, como trabajo de investigación para el correspon-

diente ejercicio de oposiciones a cátedra de Proyectos.

ÉSTA ES LA CAJA

–Éste es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho tiempo.

Entonces, impaciente, como tenía prisa por comenzar a desmontar

mi motor, garabateé este dibujo:

Y le largué:

–Ésta es la caja. El cordero que quieres está adentro.

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Pues como esta fascinante caja veo yo el primer edificio construido

de Javier Carvajal. Como en esta caja con agujeritos del Pequeño Príncipe

de Saint-Exupéry tan querido y citado por nuestro arquitecto se contiene,

así lo veo yo, con gran claridad: toda la arquitectura de Javier Carvajal. Y

por eso me he atrevido a proponerlo así hoy aquí.

Afirman los psicólogos que en los primeros años de la vida de un

niño, sobre su inocente ‘tabula rasa’ quedan impresos todos los rasgos de

carácter que después irá desarrollando como persona a lo largo de su

vida. Entiendo yo que en la primera obra de Carvajal están ya latentes

todos los rasgos de la arquitectura que ha hecho, hace y hará tan brillan-

temente a lo largo de su vida.

Si uno tuviera que buscar piezas fundamentales de la arquitectura

contemporánea en Barcelona, no queda más remedio que acudir a Mies

Van der Rohe con su magistral pabellón, a Sert con sus viviendas en la

calle Muntaner donde, casualidades de la vida, llegara a vivir el mismísimo

Carvajal, y a Carvajal, barcelonés por nacimiento, con la Escuela de Altos

Estudios Mercantiles, que es la obra que vamos a analizar, ganada en con-

curso, recién llegado tras su apasionado paso por Roma como pensiona-

do en la Academia de España.

El tiempo que hace maravillas, hace que sin haberse jamás y por

fortuna rehabilitado el edificio, tenga éste esa pátina que acentúa la fuerza

de su impresionante presencia. Impresionante no sólo por la rotundidad de

sus volúmenes bien acordados, sino sobre todo por su lógica aplastante.

Cuando a Mies Van der Rohe le decían que una arquitectura suya

era ‘interesante’ respondía airado: “No quiero que mi arquitectura sea inte-

resante, ¡quiero que sea buena!”. Pues buena, muy buena es la arquitec-

tura del edificio de Carvajal en la Diagonal de Barcelona.

Y pasemos ya a analizarlo.

CONTEXTO

El edificio se hace presente a la ciudad como una pieza rotunda, de

gran fuerza, de marcada horizontalidad. Y a pesar de sus grandes dimen-

siones, aparece con extrema ligereza emergiendo sobre una potente base

pétrea. Lo que Kenneth Frampton, de la mano de Gotfried Semper, llama-

ría, aquí con toda propiedad, una pieza tectónica posada sobre un basa-

mento estereotómico. El elemento tectónico ligero, abierto, luminoso, apo-

yado sobre el elemento estereotómico pesante, cerrado, oscuro. La caba-

ña sobre la cueva.

No es casual aludir aquí a que este tipo de operaciones dialécti-

cas, de contraste, será constante en muchas de las obras de Carvajal.

Por hablar de una operación muy similar aunque con muy diferentes for-

mas, apuntaré el hotel de Sevilla. Todavía recuerdo una atrayente maque-

ta en su estudio, donde aquella base se tallaba en madera como a mor-

discos, para que emergieran aquellos blancos cilindros ya ligerísimos y

precisos.

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Frente al suelo de la ciudad el intenso tráfico de la Diagonal barce-

lonesa, el edificio se cerrará en potentes volúmenes de piedra. Frente al

cielo, a los ojos de la ciudad, el edificio se abrirá totalmente acristalado con

gran sinceridad y claridad constructiva. Se asoma a la Diagonal como si

del borde de un río se tratara. La linealidad que luego se resolverá en lógi-

cos esquemas funcionales, y la frontalidad que aportará la luz adecuada

a esos espacios, son mecanismos arquitectónicos que en esta pieza se

emplean a fondo. Las palmeras son perfecto contrapunto para acentuar

más la horizontalidad de la operación.

FUNCIÓN

Javier Carvajal ha sido siempre un funcionalista convencido. Y aquí

también. Y lo hace con un sentido casi pedagógico, casi escolar.

Distinguiendo como Kahn entre partes servidoras y partes servidas. Entre

partes más públicas y partes más privadas.

Resuelve así en las plantas bajas, las de la base estereotómica, las

funciones más públicas. Las aulas, muchas de ellas con sólo iluminación

cenital, la sala de conferencias con la rampa, la cafetería, todo ello articu-

lado y bien por un vestíbulo que es al fin y al cabo un espacio común. Allí,

como él tantas veces defiende, el espacio fluye, es continuo, transparen-

te, para cumplir de la mejor manera su función de relación. Las plantas

altas, despachos y seminarios que el programa pedía en gran cantidad, las

resuelve en la gran pieza lineal, en la caja tumbada, en lo que los france-

ses llaman un edificio en barre, con un clásico esquema en peine que fun-

ciona a la perfección.

ESPACIO

De las muchas secuencias espaciales que se pueden analizar en

este edificio, me interesaría destacar, lógicamente, el vestíbulo tanto por su

manipulación en planta como por su sección. En planta, donde ya se intro-

ducen paramentos no ortogonales, por encima de una latente axialidad, no

en vano aparece exenta la serie de pilares que vienen de arriba, el espacio

se maneja con gran libertad. La opacidad de los volúmenes de las aulas a

las que se accede desde él, se compensa más que sobradamente con un

abrirse a patios de aroma entre miesiano y oriental que atraen una luz muy

especial. La continuidad y la transparencia, tan característicos del

Movimiento Moderno, están allí presentes.

Pero a mí me gustaría poner todavía más énfasis en la operación

de la sabia colocación en alto del plano principal, del piano nobile. Se

levanta a una altura suficiente para que se note. Otra vez Mies, otra vez

el podio. Una vez más Grecia, una vez más el estilóbato. Esa más que

sutil elevación, la Farnsworth, el pabellón de Barcelona, otorgan a ese

plano horizontal una flotabilidad que hace que al pasear por él, vuelva uno

a entender la importancia de esos mecanismos tan propios de la arqui-

tectura. Tan fáciles de entender y de los que parece que no se enteran

muchos arquitectos.

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Escuela de Altos Estudios Mercantiles, Barcelona, 1961.Fondo Javier Carvajal Ferrer. Archivo General de la Universidad de Navarra.

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ESTRUCTURA Y CONSTRUCCION

Como no podía ser menos, la estructura marca aquí desde el pri-

mer momento el ritmo espacial del edificio. Lo ordena. Transmite, como

hemos repetido tantas veces, no sólo la gravedad a la tierra sino y sobre

todo el orden al espacio. La estructura que, curiosamente luego perma-

necerá en silencio en muchas de las obras de Carvajal, se alza aquí en

protagonista del orden espacial que el arquitecto establece.

La construcción del hormigón armado visto, en su ser, desnudo,

era impecable. Y las carpinterías divididas según los cánones de fenestra-

ción de Le Corbusier, no sólo distinguían las funciones del mirar, iluminar,

ventilar, limpiar y proteger, sino que además en su trazado recuperaban la

cuadratura del círculo. Pues los huecos de la estructura, lógicamente, no

eran cuadrados, recuperándose virtualmente en las carpinterías dicha

cuadratura. Y si volvemos otra vez a la biblioteca de Pamplona, aquí sí

son ya los huecos cuadrados perfectos.

REFERENCIAS

Al hablar de este edificio decía Carvajal que era “de un racionalis-

mo con más ecos de Terragni que de los otros maestros. Y los ecos del

racionalismo barcelonés del GATCPAC”. Y aunque es evidente que resue-

na allí el mejor Terragni de la Casa del Fascio, o el Corbusier de la Cité

Refuge de París, o de tantos otros, lo que allí se levanta es algo original,

nuevo y distinto. Lejos de influencias formales yo hablaría en Carvajal y

también en este edificio de su capacidad de síntesis, o mejor de destila-

ción de un arquitecto magistral que hace y resume la arquitectura de su

tiempo.

IDEA

Y aunque en el caso del autor la explicación de la idea debe ser el

punto de partida del análisis, en el caso del crítico debe ésta surgir al final

como conclusión. Visualmente se me aparece el edificio como acostado,

tumbado, reclinado contemplando la ciudad que discurre a sus pies. Con

la serenidad que provee la horizontalidad. A la manera en que en la pin-

tura lo hacen las Venus o las Majas de la mano de Tiziano, de Velázquez

o de Goya. Frontales, desplegando todo su ser. El edificio de la Diagonal

lo muestra todo.

CONCLUSIÓN

Y analizados ordenadamente su perfecta relación con el contexto,

su ordenada estructura y su lógica construcción, su fluidez espacial y su

ajustado cumplimiento de la función, el edificio de Javier Carvajal en la

Diagonal de Barcelona se nos muestra como una pieza maestra. Y se

entiende que con la de Mies Van der Rohe y la de Sert, pueda yo más que

recomendarla a mis amigos arquitectos cuando van a la ciudad condal.

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Escuela de Altos Estudios Mercantiles, Barcelona, 1961.Fondo Javier Carvajal Ferrer. Archivo General de la Universidad de Navarra.

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Ya he contado y escrito muchas veces la anécdota de Peter

Eisenman en su visita a Barcelona en 1979 como preludio de sus confe-

rencias en Madrid, invitado precisamente por Carvajal, donde preguntó de

quién era aquella impresionante pieza de Barcelona de la que ninguno allí

le había sabido dar razón. Carvajal protagonista principal de la arquitectu-

ra española contemporánea pone en Barcelona, la primera piedra de su

aventura personal como arquitecto que encabeza importantes capítulos

de esa arquitectura española contemporánea.

¿DITIRAMBO?

Terminado este análisis alguien se estará preguntando por qué tras

la disección la pieza no sólo ha quedado indemne sino que incluso ha sali-

do coronada. Lejos de cualquier ditirambo o de la habilidad del analista, lo

que es indudable es la calidad de la obra. Ya sé que no es habitual entre

los arquitectos el ver positivamente sin peros las obras de los arquitectos

más próximos. Bien lo sabemos los que habitualmente escribimos en posi-

tivo. Bien sabe de eso Carvajal.

Querría yo aprovechar esta ocasión no sólo para reivindicar su figu-

ra sino también las de ese buen plantel de maestros de aquella estupen-

da Arquitectura Española Contemporánea, reconocida hoy por todos en el

extranjero y, un poquito menos en nuestro país. Más que una cuestión de

cordialidad es una cuestión de temas concretos: publicaciones, exposicio-

nes, citas, conferencias. Sin caer en chauvinismos empalagosos hay que

constatar que los medios de comunicación, también los de arquitectura,

hablan más de los extranjeros que de los españoles. O que es bien difícil

encontrar un autor español entre los citados en cualquiera de los artículos

escritos por los arquitectos, publicados en los últimos años.

EL BUEN PAÑO EN EL ARCA NO SE VENDE

Javier Carvajal jamás vendió bien su imagen. Aunque no se deba

parecer y no ser, en esta sociedad de la imagen en la que vivimos no se

puede hacer lo contrario: ser y no parecer, ser y no aparecer. No se puede

desaparecer. Desaparecer para un arquitecto es morir. Hay que decir las

cosas de las que uno está convencido. Y escribirlas. Y publicarlas. Y difun-

dirlas. Con decidida determinación. Pues aunque Carvajal pudiera citarnos

aquí las bellísimas palabras que escribiera Shakespeare sobre la Fama: “un

círculo en el agua / que nunca cesa de agrandarse / que se disipa en la

nada”, yo le respondería que el genial inglés las escribió cuando aún esta-

ban vigentes las palabras del dicho castellano ‘el buen paño en el arca se

vende’, y que hoy día, inmersos casi ya en el nuevo siglo, el buen paño en

el arca no se vende, se apolilla.

DOCENTE

Y así, en el arca de Javier Carvajal, además de haber un puñado de

obras de Arquitectura de primera magnitud, hay montones de planes de

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estudio. Mira que ha hecho planes de estudio Carvajal. Mira que le han

hecho poco caso a los planes de estudio de Carvajal. Bueno, eso parece

porque sí sé que todos los autores de los diversos planes vigentes hoy día,

han copiado, calcado o fusilado, aunque sea parcialmente estos planes.

Un conocido catedrático de Madrid, le confesaba a Carvajal cómo el noví-

simo plan ya vigente en nuestra Escuela era, aliñado, aderezado y agitado,

uno de sus planes de estudio.

SABER. SABER ENSEÑAR. QUERER ENSEÑAR

Claro que, como docente, hay cosas anteriores y más básicas que el

hacer planes de estudio. Las tres condiciones que Julián Marías decía debí-

an ser exigidas al buen docente, saber, saber enseñar y querer enseñar, las

cumplió muy sobradamente desde siempre Carvajal. Sabe y mucho. De

arquitectura muchísimo, y de todo lo demás también. Su profundo conoci-

miento de la Historia arropa bien su conocer de la arquitectura. Toynbee o

Jung, Ortega o Madariaga, son habituales invitados en sus parlamentos.

Sabe enseñar. Tiene el don de la comunicación. Sabe transmitir

bien, y mantener en tensión al auditorio con esa magia que sabemos los

docentes que se produce muy a menudo con los buenos profesores. Y

siempre obsesionado con la precisión terminológica. “Tú entras por aquí”

comenzaba temeroso el alumno. “Eso será si quiero” tronaba el maestro

exigiendo el correcto impersonal. “Se entra” para explicar adecuadamente

el proyecto. A mí ahora me pasa lo mismo.

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Javier Carvajal y Alberto Campo Baeza en una crítica de proyectos en la ETSAUN, 30 de abril 1982.Fotografía: M. Palanco, Archivo Multimedia de la Universidad de Navarra.

Sabe analizar como nadie los proyectos. Diseccionarlos y buscar en

ellos la manera de mejorarlos. Es riguroso y claro en sus correcciones. Sin

concesiones, aunque luego arrope a la persona para hacer más eficaz la

crítica. Nunca olvidaré su brillante análisis en un francés impecable ante

mis alumnos en la ETH de Zürich. Quiere enseñar. Se empeña en ello con

ejemplar dedicación. Y no digamos en esta Universidad. Y todo ello, ade-

rezado con gracia y con salero, cumpliendo puntualmente el dieciochesco

precepto del ‘instruir deleitando’.

Y con su vasto saber, con su brillante saber enseñar y su constan-

te querer enseñar, con su instrucción deleitosa, logra contagiar de su locu-

ra por la arquitectura a tantos.

FINAL

Querría que este texto mío de análisis de una de sus mejores

obras, mi preferida, sirvieran como tributo a Javier Carvajal como arqui-

tecto. Como un gran arquitecto. Como un maestro de la arquitectura en

la cruz de su tiempo y de su espacio, en la cruz de su docencia y de su

labor creadora.

García Lorca, que fue tan buen artífice de la palabra con la que

alcanzó cotas sublimes, resumía toda su vida en un sencillísimo “escribo

para que me quieran”. Yo creo que Javier Carvajal construye y enseña

también para que le quieran. Y vive Dios que lo ha conseguido.

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Javier Carvajal, arquitectura y pasión

JUAN MIGUEL OTXOTORENA

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Javier Carvajal personifica como nadie, en nuestro ámbito, una

especie de ‘vibración profética’. Su biografía constituye una experiencia

límite, vibrante y aguda. Refleja una entrega sin tasa en favor de la identi-

dad de la profesión, al servicio de lo que cabría denominar la Arquitectura

con mayúscula. Y ésta, obviamente, precipita en vocación pedagógica.

La suya es la brega comunicativa de quien se siente llamado a abrir

horizontes y sacudir conciencias. Y enlaza con la radicalidad de una

opción por la docencia que convierte en programa de vida. Lo confirma su

propio grado de identificación con ella, en el marco del balance retrospec-

tivo más crudo: «A título personal, puedo decir que mi actividad de profe-

sor ha sido y sigue siendo una de las más gratificantes de mi vida, y tal vez

la única de la que me siento verdaderamente orgulloso...»1.

Las Escuelas de Arquitectura de Madrid y Navarra tuvieron la fortu-

na de constituir el escenario principal del ejercicio de esa actividad, sínte-

sis de misión y pasión. Y estas páginas tienen que ver con la memoria

agradecida que queda de él en Pamplona. Pero se escriben sin ánimo

exclusivista: por satisfacer lo que desde la lejana ‘provincia’ se siente como

una responsabilidad especial o una suerte de obligación añadida.

La implicación de Javier Carvajal en la docencia de Navarra es

conocida de todos. Su colaboración fue pródiga y prolongada. Sus viajes

semanales desde Madrid para dar clase se sucedieron con regularidad

durante veinte años, desde 1976. El horario ocupaba los jueves y viernes:

la enseñanza de las asignaturas de Proyectos se había concentrado ofi-

cialmente en esos días, hacia el final de la semana lectiva, frente a los usos

tradicionales en otras escuelas; esto era lo previsto para facilitar la presen-

cia de profesores invitados y visitantes, ingrediente esencial del paisaje

académico del centro desde el comienzo.

Se presentaba en el aula a primera hora de la mañana, antes que

sus alumnos; les dirigía fervorines y mítines; introducía un vertiginoso y fre-

nético baile de lápiz en sus torpes bocetos, con las gafas levantadas,

logrando sacar adelante como un mago, en breves minutos, diseños espe-

sos y esbozos infumables. Estaba siempre disponible, sin reservarse un

minuto. Terminaba despachando con los más curiosos o rezagados en el

vestíbulo del hotel a última hora de la tarde, cuando ya le cerraban el edi-

ficio. Y aún acudía a menudo como invitado a cenar y charlar a algún piso

de estudiantes, o a participar en un coloquio más formal en una residen-

cia o un Colegio Mayor, de donde regresaba para descansar a altas horas.

Su mítico jaguar plateado hizo en su día no pocos kilómetros; a

veces de madrugada, rozando lo temerario. Una experiencia así sería hoy

impensable en casi todos los órdenes. Resulta ya, a estas alturas, hasta difí-

cil de comprender. Se une a la de tantos otros catedráticos renombrados y

ampliamente consagrados, de Madrid y Barcelona, que acudieron también

a Pamplona durante los primeros años de la Universidad de Navarra a refor-

zar su claustro, entonces en formación. Se trataba de consolidarla y orien-

tar su enseñanza. El fenómeno se enmarca en la historia de su fundación,

peculiar y acaso poco conocida. Pero no es este el lugar para profundizar

en ella. Hay que decir, en cualquier caso, que esta colaboración desintere-

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sada tuvo un enorme mérito. Y procede proclamarlo con agradecimiento: la

deuda contraída a raíz de ella por la institución es de esas que no hay modo

de satisfacer mediante los procedimientos al uso.

Según lo dicho, en fin, estas líneas quieren aportar su modesto

grano de arena a un reconocimiento de ese orden. Tienen por objeto con-

tribuir al tardío aunque merecidísimo homenaje que rinde hoy a Javier

Carvajal el colectivo profesional. Y se escriben en recuerdo de su genero-

sa contribución a la apuesta de la Escuela de Arquitectura de Pamplona

por la calidad y ambición de su desempeño, así como a la formación de

muchos colegas que guardamos una memoria extraordinariamente densa,

entrañable y agradecida de aquellos años. La mayor parte de sus antiguos

alumnos la conservamos como oro en paño, junto con el orgullo por el pri-

vilegio de la formación recibida.

Tal memoria es la de alguien que derrochó entusiasmo e intensidad

como nadie en su interlocución didáctica con aquellos jóvenes espíritus

emotivos y predispuestos: la de un profesor carismático de extraordinario

tirón y empuje que los atendió con una dedicación y generosidad excep-

cionales. Y suele hacerse acompañar de una adhesión individual sin fisu-

ras a la personalidad de quien adelantó sin reservas la suya recíproca, eri-

gido de inmediato en modelo a seguir en lo relativo a su despliegue de

humanidad y su desmedido e irrefrenable amor por la arquitectura.

1. A lo largo de estos años, la brillante y polifacética figura de Javier

Carvajal como arquitecto, intelectual y hasta político se vio prácticamente

eclipsada, en Pamplona, por el enorme impacto de su personalidad aca-

démica2. No obstante, procede seguramente recordar el marco que la

envuelve, para verla más perfilada.

Quienes han convivido con él pueden dar fe de que fue un persona-

je independiente, altivo, visionario, dadivoso, seguro de sí y comprometido

hasta las cejas. Se daba sin medida en todo aquello que emprendía. Se

involucraba sin mirar atrás en las causas que veía justas.

Así se mostró siempre. Encarnó en todo momento un papel recio,

ambicioso y gallardo subordinado a su cosmovisión e interpretación de

las cosas. Movido por elevados ideales profesionales y por unos plantea-

mientos éticos insobornables, anclados en un profundo sentido de lo

espiritual de marcada impregnación religiosa, no le importó figurar de

continuo en el bando de lo políticamente incorrecto. Fiel a su sentido del

deber, lo vivía ligado a un sólido patriotismo cargado de connotaciones

utópicas; emparentadas tal vez, incluso, con los últimos coletazos de ese

romanticismo cultural de profusa influencia en las últimas vicisitudes de la

historia europea.

En absoluto fue un hombre contemporizador o acomodaticio. Ínte-

gro y consecuente, valiente y osado, cabal y arriesgado, fue siempre al

choque. Acudía al encuentro frontal de aquello que le chirriaba, en todos

los órdenes; sin concesiones y sin medir demasiado las consecuencias.

Nunca se mostró reservón, ni se dejó guiar por el cálculo. Y no toleró tam-

poco que su interés personal se antepusiera a los que vio como auténti-

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Colección de doce paneles para el nuevo edificio de la Escuela Técnica Superior deArquitectura de la Universidad de Navarra, Javier Carvajal,1979.

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cos desafíos para su profesionalidad, su educación o su honor, sobre el

fondo del más severo y compacto sentido de la coherencia.

Probablemente su ilimitado entusiasmo y su oratoria ampulosa lo

arrastraban de suyo a los maximalismos. Aceptó servir al país por breves

períodos en misiones oficiales no poco ingratas, como aquellas que le lle-

varon a convertirse sucesivamente en Director Comisario de las Escuelas

de Arquitectura de Las Palmas y Barcelona: lo hizo en nombre y represen-

tación del régimen de la autarquía, justo en los años de su inevitable decli-

ve, y en plena efervescencia del movimiento estudiantil heredero del 68

francés. Esto le ganó un sinfín de antipatías, que arrostró con elegancia,

resignación y entereza. Desempeñó también algún relevante cargo político

–Director General de Turismo– en uno de los últimos gobiernos de Franco.

Y tuvo un efímero y fulgurante protagonismo en el proceso de la denomi-

nada Transición a la democracia, al final de los 70, donde a punto estuvo

de convertirse en candidato de éxito o, cuando menos, en uno de los diri-

gentes indiscutibles de la nueva clase política.

Se condujo en todo con ínfulas y experiencias en muchos aspec-

tos quijotescas, también en tanto su perfil incluye a su vez un ingrediente

hidalgo: de dignidad y señorío; con una fascinante acumulación de

mundo, una amplitud de intereses proverbial, y una educación cultivada,

sofisticada y exquisita.

Pero había que saberlo más recto, rebelde e indómito que nadie; y

absolutamente incompatible con transigencias y componendas. Tendía a

entrar en los diversos espacios culturales a cuya puerta asomaba como

elefante en cacharrería. Tal vez la propia sociedad le decepcionaba. No

podía pasar mucho tiempo en ninguno de sus submundos antes de

encontrarse convertido en una especie de personaje incómodo.

Este es sin duda el marco en que cabe entender su verbo vehemen-

te, ligado a su grandilocuencia ideológica y el horizonte quejumbroso y

asumidamente quimérico de sus nostalgias regeneracionistas.

Tan intenso perfil humano, de todos modos, no acaba ahí.

Encuentra obviamente su centro en la energía de su trabajo profesional de

arquitecto. Despuntó desde joven como una emergente promesa, aboca-

da a un futuro brillante. Así se le veía ya en su período de ampliación de

estudios como pensionado en la Academia Española de Roma. Tuvo un

temprano éxito en una febril ‘primera etapa’ que tiene un espectacular hito

inicial en el edificio de la Facultad de Altos Estudios Mercantiles de

Barcelona, de 1961; y un culmen indiscutible en el famoso Pabellón

Español de la Exposición Universal de 1964 en Nueva York. Y este itinera-

rio triunfal obtiene su digna continuación en una densa serie de obras que

pasa por el brillante barroquismo de las volumetrías de hormigón de sus

casas de Somosaguas, y el zoo o la Torre de Valencia en Madrid.

Dicho itinerario, sin embargo, no parece haber alcanzado las cum-

bres del éxito profesional y el reconocimiento social a que parecía destina-

do de manera natural. Se cierra de hecho a partir de ahí, en poco más de

diez años, para dar paso a una deriva de triste y paulatino desdibujamiento.

19

Page 20: La Huella de Un Maestro

Procede seguramente reconocer esta misma deriva en muchos

otros colegas de su generación. La trayectoria de buena parte de los arqui-

tectos de su tiempo discurre en términos bastante paralelos. Y podría acu-

sar su progresiva inadaptación al nuevo dinamismo del sector, así como su

comprensible desconcierto ante la vertiginosa evolución y transformación

del perfil profesional del arquitecto. Quizá no haga falta llegar hasta la evo-

cación del caso de Berthold Lubetkin, virtualmente retirado de la profesión

en torno a 1939 en Inglaterra –aun antes de cumplir los cuarenta años–,

para dedicarse a la ganadería hasta su muerte en los 803; pero tampoco

es difícil constatar la brevedad de la etapa de fecundidad profesional de

muchos de ellos, seguida a veces de postrimerías longevas, al cabo des-

ubicadas y contemplativas.

Tal es la escena sobre la que se cincela, con trazos firmes, su irre-

petible vocación académica. Destacó poderosamente, ya desde el primer

día, por su inusitada pasión docente y su excepcional capacidad pedagó-

gica. Y fue visto siempre por sus colegas y sus estudiantes como un

maestro y líder de fuerte identidad, poderosa capacidad de arrastre y

excepcionales dotes didácticas.

Su enseñanza pivotaba en torno a un sólido eje: el del misterio, la

fascinación y el fuerte atractivo de la conmoción plástica más plena y radi-

cal. La vio y vivió siempre como contrapunto de una extremada ambición

de rigor, responsabilidad, eficacia y oficio: la de quien no quería dejarse

ganar por nadie, y menos aún por aquellos que pudieran mostrar alguna

reticencia hacia las consecuencias de aquel atractivo, en el ámbito de la

profesionalidad y la solvencia técnica. Su arquitectura deseó siempre sin-

tonizar al máximo con la innovación tecnológica; y, a la vez, ser la más

avanzada desde el punto de vista del manejo del espacio al servicio de la

vida. La pura emoción estética, con todo, sería para ella una sólida refe-

rencia de identidad diferencial, más allá de filiaciones de otra índole. Y se

volvió un inequívoco lugar de sintonía y encuentro con sus estudiantes.

Acababa por rendirse con ellos ante el poder y la capacidad de seducción

de los más brillantes ejercicios de lenguaje, en una perspectiva original y

genuina inclinada a aceptar sin reparos la dimensión escultórica de la

arquitectura.

Su magisterio fue un hito, y revolucionó la Escuela desde el

momento de su llegada. Insufló vocación a raudales en aquellos que tuvi-

mos la fortuna de estar entre sus alumnos. Generó a su alrededor tone-

ladas de química. Tuvo siempre discípulos devotos; casi hasta un círcu-

lo de acólitos. Y constituyó en esos años una presencia determinante en

la vida del centro: una presencia siempre activa, efervescente, inconfor-

mista, ambiciosa e idealista, llena de empuje y abocada a convertirse en

referencia programática y aglutinar expectativas de futuro y aspiraciones

colectivas.

Removió los cimientos del centro, con su incansable experimenta-

lismo y sus continuas iniciativas, sin excluir un sinfín de borradores y pro-

puestas de nuevos planes de estudios. De entrada, consiguió que la

Escuela fuera otra los jueves y viernes, dedicados a la enseñanza de

Proyectos y de las otras materias gráficas de la carrera. Mezcló a los alum-

20

Page 21: La Huella de Un Maestro

nos de los distintos cursos en sus famosos ‘talleres verticales’. Ponía a los

de Primero a ayudar a plasmar en dibujo y maquetas los diseños de los de

Quinto. Generaba competitividad y espíritu de cuerpo. Sabía envolver y

enmarcar su tarea con un discurso de amplias resonancias y ramificacio-

nes culturales insospechadas. Les transmitía ambición por llegar arriba, a

lo más alto, cosa que presentaba como asequible. Y les insuflaba un pro-

fundo orgullo por dedicarse a la arquitectura. Les hacía sentir que estaban

haciendo algo importante y que merecía sus mejores esfuerzos; que,

desde luego, valía la pena.

Salvando las distancias a su favor, su figura evoca acaso la del

famoso ‘profesor Keating’ de la película El club de los poetas muertos. Hay

que pensar en el impacto de una personalidad tan deslumbrante, elitista y

arrolladora en la mente cruda y sin roturar de unos tímidos estudiantitos de

provincias, necesitados de guías e ídolos y dispuestos a entregar su entu-

siasmo a quien supiera despertarlo.

Su disposición sería del orden de aquella que traduce «…el brillo de

la mirada que se descubre en los alumnos cuando nuestras palabras les

han abierto puertas, o les han ofrecido perspectivas de nuevos caminos».

Y, entre otras cosas, eso no se puede pagar con nada: «Al margen de

compensaciones económicas, realmente deplorables, ...la docencia es

una de las actividades más gratificantes que existen en el mundo por el

premio que supone el descubrimiento, en cualquier alumno, de ese brillo

en la mirada que se enciende porque hemos conseguido decir algo que

dejará huella en su corazón a lo largo de toda una vida, o porque lo dicho

por nosotros resuena en ellos y les abre puertas que les servirán para

siempre; ese momento de alegría resarce de todos los esfuerzos, de todos

los desánimos (que también existen)»4.

El comentario, con todo, tiene también su reverso. Lo que dice de

la recompensa que obtiene de la docencia no deja de ser, a su vez, cierto

lamento que echa en falta aquella que le niega la vida en tantas de sus

otras dimensiones.

Su nivel de éxito social, de hecho, corrió paralelo al profesional.

Tampoco en este terreno parece haber sabido terminar de sacarse partido

a sí mismo. Su trayectoria se vio marcada por una especie de constante

infortunio, aliado de su falta de habilidad para gestionar su valía. Tan trági-

co sino encontró su culminación en la lamentable e increíble historia de las

elecciones a la presidencia del Colegio de Arquitectos de Madrid cuando,

a sus setenta años –con escasa perspicacia y seguramente muy mal

aconsejado–, encabezó en asimétrica liza una candidatura poco menos

que vencida, derrotada de antemano. En las antípodas del oportunista,

volvió a apostar por el caballo perdedor; y lo hizo, esta vez, a una edad

mucho más adecuada para los homenajes y el magisterio sosegado y

pacífico que para embarcarse en combates y pugnas relacionadas con las

evoluciones de las rencillas competitivas y las filias y fobias políticas, con

toda su ocasional virulencia.

La gente que lo apreció y admiró en tantos aspectos a lo largo de

su vida aprendió a entender su carácter y su genio y perfil personal como

21

Colección de doce paneles para el nuevo edificio de la Escuela Técnica Superior deArquitectura de la Universidad de Navarra, Javier Carvajal,1979.

Page 22: La Huella de Un Maestro

el núcleo y motor de un recorrido marcado por la fragilidad, y acaso hasta

abocado al desastre.

Es comprensible que sus fieles discípulos, colegas y amigos hayan

ido poco a poco tendiendo a verlo como víctima de sus circunstancias y

su modo de ser; de ambas cosas a la vez, en proporciones indiscernibles.

Y, en fin, sean cuales sean las causas, como sujeto paciente de un des-

tino fatal y muy ingrato. Y esto no ha hecho sino agigantar su compasión

y su nivel de adhesión personal. El modo casi sádico y cruel en que se le

han resistido los reconocimientos a lo largo de las últimas décadas se

explica probablemente en este contexto. Y justifica en una medida aún

mayor el homenaje formal al que estas reflexiones, en este momento, se

quieren sumar.

2. No cabe duda de la multiforme e ingente herencia inmaterial deja-

da por Javier Carvajal en Pamplona, en la vida de la Escuela y la matriz

profesional y humana de sus alumnos. Pero hay también, si bien exiguo,

un rastro físico. Podría merecer cierta atención nostálgica, como precipita-

do de nuestra empeñosa evocación de sus huellas. Tiene el valor de lo

contante y sonante. No es la primera vez que es recordado. Y consiste en

una serie de doce paneles cuadrados de aproximadamente un metro de

lado que trajo en la primavera de 1979 para incorporar a la decoración del

nuevo edificio del centro, recién inaugurado.

La colección se conserva todavía. Y ya ha sido observada con dete-

nimiento antes de ahora: Miguel Ángel Alonso del Val –quien fuera su

adjunto en la asignatura– reparó en ella, hace años; y la glosó con detalle.

Lo hizo con motivo del homenaje académico que la Universidad de

Navarra tributó al profesor Carvajal con motivo de su jubilación. Y desde

luego, tanto a este respecto como a efectos enmarcantes de carácter

general, procede remitir a los textos y discursos leídos con tal motivo en

aquella ocasión5.

El de la Escuela, en cualquier caso, es un edificio de imagen indus-

trial y lenguaje bastante abstracto que, en esa medida, seguramente vio

apto para acoger algún tipo de ilustración significativa. El edificio apuesta

por una sinceridad constructiva un tanto radical que le valió por un tiempo

en el campus el apodo de ‘la lechería’. Fue concebido y diseñado en ladri-

llo caravista, a tono con las últimas tendencias del momento en la escena

profesional. Su aspecto fabril aparece subrayado por el modo en que se

cubre, con cubierta plana –invertida y terminada en grava–, sobre una

espectacular malla espacial, triangulada, de estructura metálica. Ella entre-

ga las cargas a una trama de pilares circulares de hormigón, separados

entre sí por grandes luces y ordenados en retícula; y se hace omnipresen-

te en el interior.

El proyecto evoca algunas realizaciones británicas de la época en

materia de arquitectura universitaria, firmadas por James Stirling; y es

obra de los arquitectos Eugenio Aguinaga, Carlos Sobrini y Rafael

Echaide. Estos dos últimos eran profesores del centro, y forman parte del

escogido elenco de los soportes intelectuales y humanos de sus prime-

ras décadas de vida.

22

Colección de doce paneles para el nuevo edificio de la Escuela Técnica Superior deArquitectura de la Universidad de Navarra, Javier Carvajal,1979.

Page 23: La Huella de Un Maestro

Los paneles, en fin, debían disponerse y permanecer suspendidos

en el aire, en el gran espacio diáfano central que concentra las circulacio-

nes horizontales y verticales y, al fin y al cabo, organiza el volumen interno.

Debían colgarse de la estructura de la cubierta, pendientes sobre el gran

vacío, de altura libre igual a la del edificio. Se trataba de que, matizando el

protagonismo visual de los grandes tubos cilíndricos de la climatización,

contribuyesen al aleccionamiento de los alumnos y a la memoria visual y

artística del conjunto de la comunidad académica.

Nunca llegaron a estar colgados de la estructura de manera per-

manente. Pasaron a decorar las paredes de un despacho estratégica-

mente situado junto al vestíbulo, dedicado a la gestión de las llamadas

actividades culturales. Este despacho se incorporó más adelante a la

cafetería, a modo de comedor. Y allí han permanecido hasta hace poco,

apelotonados, formando un conjunto abigarrado. Se han visto además

afectados por el amarilleo derivado del paso del tiempo y las servidum-

bres del emplazamiento.

Contenían reproducciones de dibujos o imágenes fotográficas

correspondientes a doce edificios emblemáticos extraídos del elenco de lo

que cabría denominar las obras maestras de la arquitectura moderna; un

elenco probablemente filtrado con aguda mirada crítica por los ojos inquie-

tos e inconformistas de su promotor.

Cabría la tentación de declarar esta relación como la de las obras

más destacadas, en su concepto personal, de la arquitectura moderna

previa a 1975. No obstante, quizá eso es mucho suponer. No hay pronun-

ciamientos explícitos al respecto. Y ya hemos aprendido a mostrarnos

cautos con la tentación del éxito fácil en el terreno de la interpretación de

los eventos culturales y los sucesos históricos6.

En este tipo de selecciones intervienen a menudo, en efecto, facto-

res aleatorios de naturaleza insospechada. El criterio de selección emple-

ado en estas situaciones es casi siempre intrincado y ‘posibilista’. Puede

depender de circunstancias coyunturales poco identificables. Y hay facto-

res muy obvios cuya relevancia no cabe menospreciar: de entrada, aque-

llos que tienen que ver con la disponibilidad de las imágenes y la posibili-

dad de reproducirlas con facilidad. No hay que perder de vista al respec-

to, por ejemplo, las modestas prestaciones técnicas de la reprografía de la

época, incomparables con las que se nos ofrecen hoy.

Los edificios, en cualquier caso, son aquellos que recoge la siguien-

te relación, ordenada con criterio cronológico: Casa Kaufmann

(Fallingwater o ‘Casa de la cascada’), Bear Run (EE.UU.), 1935-39, de

Frank Lloyd Wrigth; Apartamentos Lake Shore Drive, Chicago (EE.UU.),

1948-51, de Ludwig Mies Van der Rohe; Capilla de Notre Dame du Haut

en Ronchamp (Francia), 1950-55, de Le Corbusier; Palacio de la Asamblea

de Chandigarh (India), 1951-62, también de Le Corbusier; Politécnico de

Otaniemi, Finlandia, 1955-64, de Alvar Aalto; Ópera de Sydney, Australia,

1957-73, de Jorn Utzon; Laboratorios Richards de Investigación, Filadelfia

(EE.UU.), 1957-61, de Louis I. Kahn; Aeropuerto Internacional Dulles,

Chantilly (EE.UU.), 1958-62, de Eero Saarinen; Casa Singleton en Los

23

Page 24: La Huella de Un Maestro

Ángeles (EE.UU.), 1959, de Richard Neutra; Escuela de Ingenieros de la

Universidad de Leicester, Reino Unido, 1959-63, de James Stirling; Sede

de la Ford Foundation en Nueva York (EE. UU.), 1963-68, de Kevin Roche;

y Edificio Florey en el Queen's College de Oxford, Reino Unido, 1966-71,

de James Stirling.

La lista se sugiere rocosa e inexpugnable. Esto es, cuando menos,

lo que se concluye atendiendo a nuestros hábitos en lo relativo a la clasi-

ficación de los grandes nombres de del Movimiento Moderno o, si se quie-

re, de los presuntos ‘padres’ de la arquitectura moderna. Ahora bien, quizá

valga la pena preguntarse por las connotaciones de la composición de la

serie y, si cabe, indagar algo más sobre sus circunstancias.

El asunto sería: ¿qué puede deducirse de estos hechos?

Preguntados al respecto, quienes podían saber algo más del asunto dicen

no recordar detalles sobre el trasfondo de la confección de la lista o las

preferencias que podría expresar. No guardan memoria de los pormenores

de la historia; sólo confirman sus trazos gruesos7. En realidad, no hay que

dar demasiado peso al interrogante; se trata de retenerlo –como apunte

provisional– mientras valoramos el sentido de la investigación acerca de

cuánto puede haber de sintomático en esa relación.

Ya el profesor Alonso del Val se detuvo en su día a glosar el signifi-

cado y papel en ella de los edificios elegidos y sus respectivos creadores.

Lo sopesó con minuciosidad, deteniéndose en el análisis de cada uno8. No

es cuestión, por tanto, de reincidir en él. Ni de añadirle nada. Tal vez

quepa, si acaso, acompañarlo de algún nuevo comentario al margen, pro-

piciado por la ampliación de la perspectiva debida al paso del tiempo.

Cabría, en teoría, valorar la conveniencia de añadir a las elegidas

alguna otra obra memorable, al efecto de subsanar alguna hipotética

ausencia. El asunto es si existe… Pues bien: la pregunta por los nombres

que pudiera omitir lleva a concluir que ‘son todos los que están’ y, según

seguramente cabía suponer, el elenco de posibilidades de completarla no

es largo. Trae a la memoria la dimensión de algunas figuras míticas de la pri-

mera hora como Walter Gropius o Marcel Breuer; y de algunos otros brillan-

tes exponentes de la gran ola triunfal posterior de la arquitectura moderna,

como Giuseppe Terragni o Paul Rudolph. Se trata en este caso de dos

nombres especialmente fáciles de asociar al imaginario lingüístico que

rodea el trabajo de Javier Carvajal. Sin embargo, por así decir, la exigencia

de la muestra y su ambición de síntesis haría irreprochable su olvido.

Tal vez los edificios y autores elegidos no compongan una serie

demasiado escorada en función de intenciones o preferencias subjetivas.

Podrían representar sólo una más de las selecciones canónicas de la

arquitectura del período, marcada por su inevitable margen de convencio-

nalidad. La observación detenida de la relación arroja, en cualquier caso,

algunas conclusiones inmediatas: el peso de gravedad de la selección

está en torno a los años 50; la mitad de las realizaciones se sitúan en los

Estados Unidos de América, cosa sin duda relacionada con su progresi-

va pujanza, pero también con vicisitudes históricas de tanta y tan espe-

cial relevancia como la migración de intelectuales y artistas europeos a

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Colección de doce paneles para el nuevo edificio de la Escuela Técnica Superior deArquitectura de la Universidad de Navarra, Javier Carvajal,1979.

Page 25: La Huella de Un Maestro

raíz de la Segunda Guerra Mundial; y Le Corbusier y James Stirling son

los únicos representados dos veces en la lista (aparecen en ella con dos

obras). La hipotética sobrerrepresentación de este último sería uno de los

elementos que más llaman la atención, debido a la aparente falta de pun-

tos de contacto de su arquitectura con la de Carvajal, siquiera en el terre-

no del lenguaje.

Quizá hay que destacar el dato del encaje temporal de estas obras.

No se trata de recordar aquí, al respecto, el manido discurso manejado en

su día en el ámbito de la crítica sobre la clasificación de las sucesivas

generaciones de los arquitectos representativos del Movimiento Moderno9.

Pero parece que la serie corresponde a un momento bien preciso. Habría

que concluir, en resumen, que evoca el estadio verdaderamente pletórico

en que el Movimiento Moderno paladea su éxito histórico y aborda con

confianza, negro sobre blanco en toda la amplitud de un panorama insti-

tucional redefinido a nivel internacional –y a escala mundial–, el trabajo con

modernos programas oficiales y el diseño de los edificios públicos más

destacados y representativos.

3. Pero tampoco se trata de complicar de manera innecesaria la

interpretación de las cosas. Ni, desde luego, de ir más allá de lo verosímil.

Quizá haya más espacio del que parece para especular con la hipótesis de

una eventual fascinación de Javier Carvajal por el trabajo de los colegas

escogidos por él para la composición de esta serie concreta; pero acaso

lo importante esté más allá, y remita a la evocación del aludido perfil ‘pro-

fético’ de su figura intelectual y humana.

Lo importante, en efecto, podría estar más allá del alcance, el dise-

ño y el propio carácter discutible o no de la elección de sus presuntas imá-

genes favoritas de la arquitectura contemporánea. Lo relevante sería el

‘dato’ de su existencia, lo que llamaríamos sus condiciones de posibilidad.

La verificación de esta selección de nombres, reflejada en los famosos

paneles, apunta a un asunto que probablemente –a estas alturas– debie-

ra interesarnos más y antes que el pormenor de su contenido: nos habla

de una época de maestros.

Esto no es baladí, en especial por contraste. Nos habla de una

época no tan lejana en el tiempo en que, a diferencia de lo que sucede con

la nuestra, más bien perpleja e insegura, decepcionada y escéptica, había

unos personajes susceptibles de ser considerados ‘maestros’. Evoca un

momento en que había unos modelos de referencia presuntamente dignos

de tal denominación, también en su sentido más amplio. Alude a un tiem-

po en que aún regía una lógica cultural eminentemente positiva y construc-

tiva: de mentores y verdades, de ejemplos y logros, de seguridades y de

‘proyecto’.

Tal vez proceda constatar ahora, a la vuelta de los años, que hubo

una época en que la profesión hacía todavía su ‘viaje de ida’. Una época

de confianza, de emoción y ambición, de esperanza en el futuro; cosas de

las que hoy da ya hasta apuro tratar: que, por así decir, se ha hecho difícil

nombrar sin rubor. El propio Javier Carvajal lo recordaba, en estos o pare-

cidos términos, en su última lección académica: «Fueron estos años vita-

les por nuestra edad, apasionados y apasionantes; y tal vez, por qué no

25

Page 26: La Huella de Un Maestro

decirlo, ingenuos: llenos de esperanzas que hoy son casi incomprensibles

desde el escepticismo, la abulia, la indiferencia y el conformismo que inva-

den tantos campos de la cultura, de nuestra sociedad»10.

Precisamente, sería esa misma la época en que cupo un magisterio

digno de tal nombre: aquel que él encarnó. No es otro el tema. Hubo un

tiempo en que había maestros: los hubo para él y, por supuesto, los hubo

para nosotros en individuos como él.

Dicha época adquiere un perfil muy marcado en nuestro ámbito: el

de los inicios de la arquitectura moderna en España, constitutivos de un

momento mágico que viene siendo objeto de un creciente reconocimien-

to. Una curiosa combinación de factores hizo que tuviese un brillo espe-

cial. Hay que anotar ahí el peso de ingredientes tan dispares como, por

ejemplo: la especificidad del perfil profesional del arquitecto establecido

por la legislación vigente; la penuria y escasez de medios que forzó la

hegemonía inventiva de un ingenio capaz de sintonizar con las virtualida-

des de los materiales constructivos tradicionales, al efecto de explotarlas

con nuevos criterios relacionados con el ideario funcionalista; la versatili-

dad y las cualidades intrínsecas del imaginario de la arquitectura popular,

predispuesto a su vez para enlazar con la abstracción propia de los nue-

vos lenguajes debido a su vistosa vertiente de ‘mediterraneidad’; las nue-

vas oportunidades y necesidades y las aspiraciones de futuro surgidas al

hilo de la gran tarea de reconstrucción nacional propia de la postguerra

subsiguiente a la desgarradora contienda civil; la acomplejada fascinación

por la modernidad propia de un momento de desarrollismo y despegue

económico incipiente a partir de cotas de bienestar y riqueza muy bajas; y,

si se quiere, hasta la propia idiosincrasia cultural entre surrealista y trágica

y entre genialoide y ácrata del país, si cabe hablar de ella.

Lo cierto es que la decena de nombres propuesta por la serie de los

famosos paneles podría encontrar su oportuna réplica –y, si se prefiere, su

continuación– en la compuesta por otros tantos representativos de la

arquitectura española de los años 50 y 60. Quién no celebraría y aplaudi-

ría una serie de paneles ‘alternativa’ basada, por ejemplo, en una relación

de obras del orden de la siguiente: la Casa Ugalde en Caldes d’ Estrac,

1951, de José Antonio Coderch; el Teologado de los Dominicos de

Alcobendas, 1955, de Miguel Fisac; la Facultad de Altos Estudios

Mercantiles de Barcelona, 1955-61, de Javier Carvajal y Rafael García de

Castro; el edificio del Gobierno Civil de Tarragona, 1957-62, de Alejandro

de la Sota; los Nuevos edificios de oficinas, exposición y depósito de vehí-

culos de la Factoría SEAT en Barcelona,1959-61, de César Ortiz-Echagüe

y Rafael Echaide; la Sede del Diario Arriba en Madrid, 1960-3, de Asís

Cabrero; la Unidad vecinal de Elviña en La Coruña, 1964, de José Antonio

Corrales; el Refugio de la Roiba en Bueu (Pontevedra), 1969, de Ramón

Vázquez Molezún; la Universidad Laboral de Orense, 1974-5, de Julio

Cano Lasso; y el Banco de Bilbao en el Paseo de la Castellana de Madrid,

1971-8, de Francisco Javier Sáenz de Oiza.

El panorama del que estas obras dan testimonio y que ellas mismas

componen es, sin duda, esplendoroso. Hay mucha gente convencida de

que representa un fenómeno de notable singularidad y relevancia, pendien-

26

Page 27: La Huella de Un Maestro

te aún de ser plenamente descubierto por la crítica. Y no hay que dar nada

por supuesto. El propio Javier Carvajal porfió con denuedo en la labor de

gritarlo a los cuatro vientos. Lo hizo hasta desgañitarse, en todos los esce-

narios (empezando por su propio entorno, quizá el más escéptico).

Hubo, pues, una época de ilusión; y la ilusión tiene que ver con la

belleza como objetivo y el rigor como método. Quizá la ilusión constituya

a su vez, más allá de las ficciones teatrales y los ropajes oportunistas, cier-

ta condición básica para la aparición del auténtico compromiso: del aire

que requiere, de espacio para él. Y es, obviamente, la condición sine qua

non para aquel que se demuestra capaz de sublimarse y volverse arreba-

tador: de convertirse, transfigurado, en pasión.

Todo esto podría sonar hoy algo impostado y demasiado ‘rosa’,

voluntarista y dulzón. Pero quizá sea así por los prejuicios que oponemos

a la realidad, con una actitud escarmentada que nos lleva a ponernos de

oficio ‘a la defensiva’.

Ilusión, esperanza, rigor, belleza, verdades, proyecto, ejemplos,

logros, compromiso, conmoción y pasión frente a escepticismo, desen-

canto, oportunismo, pragmatismo, derrotismo y conformismo. Esa es la

diferencia: es esto lo que hay en juego, ni más ni menos. La disyuntiva apa-

rece marcada por el dramatismo que la asocia a una alternativa agónica.

Nos enfrenta al peligro de una deriva demoledora. No parece que quepa

evitarla sin mojarse a fondo, con la pretensión de limitarse a ver los toros

desde la barrera. Estaríamos mucho más cerca de lo que creemos –a un

paso, como quien dice–, de dejarnos arrastrar por la poderosa corriente

que pugna por abocarnos al entreguismo corrupto y la mezquindad ego-

ísta y cobarde.

Javier Carvajal nos enfrenta al gran dilema con la selección de refe-

rencias que nos propone y la imagen heroica de la arquitectura que trans-

mite, todavía muy viva en la época que retratan. Y, en fin, con su ejemplo

abnegado e infatigable. Este sería el corolario. No se limita a situarnos ante

dicho dilema y dejarnos solos frente a él: su misma figura lo encarna; y lo

acerca a nuestros tiempos de manera palpitante. Constituye un foco de luz

para la nuestra propia. Y es básico reservar su espacio a la perspectiva

que abre. Proponérnoslo es hacernos un favor decisivo a nosotros mis-

mos. Acabaremos por reconocerlo indispensable para la sensibilización de

nuestra conciencia cultural y social.

Aquel dilema, en fin, apunta al núcleo de la identidad profesional del

arquitecto y las opciones fundamentales que la rigen. Es preciso respon-

der ante él. Y tenemos sin duda una referencia modélica e interpelante en

la línea de respuesta que encarna la biografía de Javier Carvajal.

No obstante, quizá da miedo. Tal vez en ella esa respuesta se nos

insinúe ‘exagerada’ o ‘hiperexigente’. Su opción se sugiere correlativa de

una trayectoria solitaria, inimitable y extrema. La vemos poco menos que

abocada a un aislamiento muy áspero. La evocación de su figura arroja por

eso un balance expectante, ligado a la cuestión de si tanta radicalidad ‘era

imprescindible’: la de si no hay otra opción que jugárselo todo o ir tan lejos.

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Colección de doce paneles para el nuevo edificio de la Escuela Técnica Superior deArquitectura de la Universidad de Navarra, Javier Carvajal,1979.

Page 28: La Huella de Un Maestro

Esa es la verdadera pregunta, aquella de la que no se nos permite

escapar. La que nos pone contra las cuerdas; o sea, en la realidad. Pide

ser formulada con esmero para poner coto a la inclinación a la horizontal

que contamina de oficio, si se le permite, las más genuinas y magnánimas

aspiraciones humanas. Y la memoria de la figura de Javier Carvajal cons-

tituye el auténtico antídoto frente a este peligro.

Ella se instala en el trasfondo de nuestra conciencia como la del

mérito que se cincela día a día en términos de congruencia cabal, al mar-

gen del precio a pagar por ella. Precisamente, el que su integridad le costó

fue muy alto. Y nunca se engañó. Lo ponen de manifiesto, por ejemplo, las

sentidas palabras que quiso pronunciar en su día, en tono ceremonioso y

solemne, para honrar la memoria de dos de sus antecesores más ilustres;

de unas personalidades en que, con toda seguridad, vio reflejadas buena

parte de las actitudes que él mismo quiso encarnar. Las hemos recordado

quizá alguna vez, releyendo los escasos escritos recogidos en las publica-

ciones monográficas dedicadas a su trabajo. Y podríamos aplicarlas hoy

ya al recuerdo de su propia figura, siguiendo también sus pasos en lo rela-

tivo a su capacidad para la gratitud profunda y la expresión del emotivo

reconocimiento que en cierta manera, con ella, se gana por partida doble.

Esto es, por ejemplo, lo que dice en elogio de la figura de Modesto

López Otero: «Su comprensión se extendía a todos los que buscaban

apasionadamente, lealmente, el eterno camino de la arquitectura, fuera

cual fuese su andadura… Y su repulsa la guardaba para los incapaces,

los faltos de sensibilidad, los que ven en la profesión un mero escabel

económico»11.

Y, en fin, estas son las frases que reserva a la memoria de Casto

Fernández Shaw, sin duda también como proyección de sus ambiciones

y aspiraciones íntimas, reunidas en una cita que bien cabe referir a él

como colofón del homenaje que le tributamos aquí: «Le doy las gracias...

por esa lección de entusiasmo que ha sido toda su vida de Arquitecto,

por esa lección de voluntad perseverante, de ilusión inagotable. Ni la crí-

tica, ni los años, ni sin duda la incomprensión, han sido capaces de

agostar su juventud permanente, ni poner barreras a su eterno camino

de ida, sin estar de vuelta jamás de camino alguno. Usted ha sabido ser

fiel a sí mismo, porque ha querido ser resueltamente fiel a esa actitud

excelsa del arquitecto, que le hace intuidor del futuro, ensoñador de

mundos presentidos, que sólo podrán nacer del calor del sacrificio oscu-

ro, del esfuerzo callado, de la renuncia heroica... Toda su vida, en lo que

yo conozco, fue labor investigadora, personal, infatigable, más atenta a

la intención que al logro, más atenta a la propia exigencia que al aplauso

ajeno, más atenta a la vocación creadora que al propio provecho. Si

hubiera un premio para la honestidad de una vida, para la constancia en

un camino, para el ejemplo en el esfuerzo, si es que existe ese premio,

en nombre de los que creemos en la virtud del sacrificio y en la fuerza de

la ilusión, para usted lo pido»12.

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Page 29: La Huella de Un Maestro

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NOTAS

1. VICENS, I, y LLANO, R., «Entrevista a Javier Carvajal: ‘La Arquitectura debe recuperar elmisterio’», en Nueva Revista, 58, Madrid 1998, p. 23.

2. Me he ocupado con anterioridad del magisterio y la personalidad intelectual de JavierCarvajal en: «Poética de la inicial mayúscula o arrebatada apología de la Arquitectura. Acercadel pensamiento y el magisterio de Javier Carvajal», texto de ponencia leída en el I CongresoInternacional de Historia de la Arquitectura Moderna Española “De Roma a Nueva York:Itinerarios de la nueva arquitectura española, 1950-1965 (homenaje académico de laUniversidad de Navarra al profesor Javier Carvajal Ferrer)”, E.T.S. de Arquitectura de laUniversidad de Navarra, Pamplona, 29-30 de octubre de 1998; en: AA. VV., Actas delCongreso Internacional “De Roma a Nueva York: Itinerarios de la nueva arquitectura españo-la, 1950-1965”, T6) Ediciones, Pamplona 1998, pp. 79-97.

3. Cfr. al respecto, por ejemplo, mi propio artículo: «La espiral y la cariátide. BertholdLubetkin», Arquitectura (C.O.A.M.), 282, 1990, pp. 64-78.

4. CARVAJAL, J., Sobre la génesis del proyecto. A propósito del nuevo edificio de bibliote-cas de la Universidad de Navarra, Lecciones/ Maestros, T6) Ediciones, Pamplona 1997, p. 6.

5. Cfr. ALONSO DEL VAL, M. A., «A hombros de gigantes», texto de ponencia leída en el ICongreso Internacional de Historia de la Arquitectura Moderna Española “De Roma a NuevaYork: Itinerarios de la nueva arquitectura española, 1950-1965 (homenaje académico de laUniversidad de Navarra al profesor Javier Carvajal Ferrer)”, E.T.S. de Arquitectura de laUniversidad de Navarra, Pamplona, 29-30 de octubre de 1998; en: AA. VV., Actas delCongreso Internacional..., cit., pp. 43-57.

6. Se impone recordar especialmente, en este ámbito, las famosas aportaciones de ErnstGombrich para la tarea de la interpretación del arte y de su historia: cfr. GOMBRICH, E. H.,Historia del arte, Madrid 1979; Ideales e ídolos, Barcelona 1981; El legado de Apeles, Madrid1982; Norma y forma, Madrid 1984; etc. O también mi artículo: «Visión de Gombrich»,Nuestro Tiempo, 427-428 (enero-febrero 1990), pp. 42-49.

7. Se trata en especial de Leopoldo Gil Nebot, entonces Director de la Escuela, y MaríaEugenia Barrio, Directora de Estudios en aquella época.

8. Cfr. ALONSO DEL VAL, M. A., «A hombros de gigantes», cit.

9. Nos referimos a las hábiles reflexiones y consideraciones contextuales que sustanciaron ensu día la posición del célebre: DREW, Ph., Tercera generación, Gustavo Gili, Barcelona 1973.

10, CARVAJAL, J., «Última lección académica», en AA. VV. (FERNÁNDEZ ISLA, J.M., yPEIRE, M., coords.), Javier Carvajal Arquitecto, Servicio de Publicaciones del COAM, Madrid1991, p. 74.

11, CARVAJAL, J., «En memoria del Arquitecto Modesto López Otero», en AA. VV.(FERNÁNDEZ ISLA, J.M., Y PEIRE, M., coords.), Javier Carvajal Arquitecto, cit., p. 43.

12, CARVAJAL, J., «Carta a D. Casto Fernández Shaw», en AA. VV. (FERNÁNDEZ ISLA, J.M.,y PEIRE, M., coords.), Javier Carvajal Arquitecto, cit., p. 74.

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Laudatio de Carvajal

IGNACIO VICENS Y HUALDE

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Intentar una laudatio de Javier Carvajal exige, inexorablemente, refe-

rirse a su doble faceta de profesor y arquitecto, a ese magnífico saber con-

jugar la docencia y el ejercicio profesional, la reflexión sobre la arquitectu-

ra y su enseñanza con el fatigoso, arduo y enriquecedor intento de hacer-

la realidad.

Pero esto exigiría demasiado tiempo por mi parte y demasiada

paciencia por la vuestra. De modo que, hoy, aquí, quisiera centrarme sólo

en su faceta humana.

Sus obras materiales ahí están.

Ahí está ese Panteón de los Españoles en Roma, que con la iglesia

de Vitoria, es obra definitiva en el cambio de sensibilidad del arte sacro.

O los edificios de viviendas colectivas de Cristo Rey, de

Montesquinza, de Caracas, de León, ejemplos de construcción delicada,

sensible, del tejido urbano.

O esas viviendas unifamiliares de referencia obligada: las casas

Hartman, Sobrino, Biddle Duke, Baselga, Lladó, Cardenal, Rodríguez-Villa

y, sobre todo, ese potente, expresionista, exquisito conjunto realizado para

los García Valdecasas y para él mismo en Somosaguas.

O los edificios docentes, como la Escuela de Estudios Mercantiles

de Barcelona, la Biblioteca de Derecho de Madrid, la Sede de la

Universidad de Comillas, la Escuela de Telecomunicaciones de la

Politécnica o la Biblioteca de Navarra, que lamentablemente (para mí) hace

la competencia a mi facultad de enfrente.

O los de oficinas, como el Banco Industrial de León, la Adriática, la

Moraleja....

O los edificios en altura, desde la Torre de Valencia al espléndido

proyecto para Telefónica...

O los edificios singulares, como aquél inolvidable Pabellón de

España en la Feria Mundial de Nueva York, felizmente en vías de recupe-

ración para Madrid, o el Zoo de la Casa de Campo...

Hoteles, mezquitas, estadios, embajadas... Todas esas obras, cuya

sola enumeración marea, ahí están. Son demostración de un trabajo obse-

sivo, una indesmayable dedicación, un buen hacer ejemplar.

Pero la rica y fértil vida de Javier Carvajal tiene otra dimensión inma-

terial, y por ello difícilmente cuantificable, aunque extraordinariamente efi-

caz. Y a esa otra dimensión quisiera referirme ahora.

Javier es, estaréis de acuerdo, un maestro.

Y un maestro que predica con el ejemplo.

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Un maestro que sabe que ese fructífero entrelazarse de enseñanza

y ejercicio profesional es condición imprescindible para quien intente ayu-

dar a otros a recorrer caminos ya personalmente descubiertos, transitados

y sufridos.

Hablo ahora como universitario, como alguien que aprendió de

Javier a amar una institución que sigue siendo, a pesar de su pregonada

obsolescencia, el lugar privilegiado para la creación del pensamiento, el

debate intelectual y su transmisión.

Pues bien. Si la arquitectura española debe mucho al Carvajal arqui-

tecto, la Universidad debe más al Carvajal profesor.

Soy afortunado. Me siento heredero de una etapa especialmente

singular y brillante de la Escuela de Madrid. He tenido maestros. He admi-

rado en ellos, ante todo, su capacidad de generar entusiasmo.

De nuestros dos grandes profesores de proyectos, Oiza y Carvajal,

jamás olvidaremos su talante apasionado, su entrega sin horarios, su con-

vertir todo en crítica reflexión arquitectónica. Al cabo de nueve meses de

clases, una sola cosa teníamos clara: que ya nunca podríamos abandonar

la arquitectura.

En aquellas aulas de la Escuela, Carvajal nos hablaba a los alumnos.

A veces alguien, temblando por su temeridad, se arriesgaba a comenzar

una imposible discusión con él.

Aprendíamos, rápidamente, que el diálogo entre el que sabe y el

que no sabe, se llama enseñanza.

De Javier Carvajal, es imposible olvidar su actitud, aunque no pueda

precisar sus palabras. Sé que tras las críticas públicas de los ejercicios

presentados, realizadas con su apasionada vehemencia, corríamos al

tablero. Nos enseñaba a proyectar. Recuerdo: “Se os ha dicho que pro-

yectéis hacia el sur, que abráis la casa a la luz, a la higiene, al soleamien-

to... Un día, florece un cerezo al norte. Alguien abre una ventana para con-

templarlo. Fin de la tipología. Comienza la proyectación”.

En Barcelona y Las Palmas, pero muy especialmente en Madrid y

Navarra, Javier ha sabido apelar a la emoción de sus alumnos, enfrentán-

dolos ilusionadamente al drama del papel en blanco.

Muchas generaciones de arquitectos le deben lo que son. Muchos

profesionales se han contagiado de su entusiasmo, han aprendido de su

lucha ante las dificultades de la profesión, de su inconformismo ante lo

fácil, de su búsqueda constante de la belleza y la excelencia.

Muchos le deben mucho.

Yo soy uno de ellos.

Tenéis que disculparme.

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Comprendo que las referencias autobiográficas o las alusiones a cir-

cunstancias personales son irrelevantes

Pero ¿qué queréis? No puedo ser objetivo hablando de Javier

Carvajal. Pertenezco al grupo de quienes le deben demasiado. De modo

que dejemos la objetividad para los objetos.

Al año siguiente de terminar la carrera, Javier Carvajal me invitó a

integrarme en su cátedra como profesor de proyectos.

Jamás olvidaré mi primera clase. Podéis imaginar llos temblores y

balbuceos de aquella pobre criatura, de aquel inexperto PNN, que debía

hablar en presencia del catedrático. Su generosa comprensión me ganó

para siempre.

Bajo su dirección hice la tesis doctoral. Presionado por su insisten-

te machaconería preparé las oposiciones a Profesor Titular. Y cuando,

años después, su jubilación dejó vacante su cátedra de Madrid –que siem-

pre será la suya– consideré una obligación personal y un homenaje debi-

do al gran maestro presentarme a la oposición.

Creedme. Enseñar ahora en sus aulas me produce una extraña

mezcla de orgullo y vergüenza. Es de los pocos momentos en que me

asalta la tentación de pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.

Nos ha dejado tan alto el listón...

Felizmente, los maestros, como los viejos rockeros, nunca se reti-

ran. Pueden ser jubilados administrativamente, pero jamás dejan de ser

una referencia, un modelo, un ejemplo.

En el caso de Javier Carvajal, la admiración se conjuga con el cari-

ño de muchos. Y cuando alguien es querido, y por tanta gente, es porque

sin duda ha hecho méritos para ello.

Querido Javier, sólo Dios sabe cuánto te debemos tantos. La ven-

taja es que Él lo sabe bien, incluso mejor que tú, y ciertamente mejor que

nosotros. Has dado tu vida por la arquitectura y por la enseñanza de la

arquitectura, y has pagado, por ello, un alto precio.

Ni la Universidad ni la sociedad han sabido reconocer tu entrega

generosa, tu dedicación casi heroica. Tu trabajo ejemplar demasiadas

veces ha sido retribuído no con laureles sino con despego.

Pero, qué le vamos a hacer; este viejo, admirable, maravilloso e

ingrato país nuestro suele pagar, muchas veces, así a sus mejores hombres.

No importa.

Felizmente, Él que ve en lo oculto, Él que sabe corresponder con el

ciento por uno, no se deja ganar en generosidad.

Mientras tanto, sirva nuestra gratitud, de sucedáneo.

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Javier Carvajal en una clase de Proyectos enla ETSAUN. Fotografía: Luis Prieto.

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