La Invencion de Japon

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Alberto Silva: La invencin de Japn

Nota de presentacin a cargo del Dr. Torcuato Di Tella.Japon desde adentro. (Reflexiones en America latina) En este trabajo el autor, socilogo argentino con larga experiencia en Japn, busca entender a este pas desde adentro. Para eso combina enfoques histricos y culturales con los ms usuales de la economa, llegando a la conclusin de que el aspecto poltico, la suma de voluntades de diversos grupos, es la variable a considerar como ms central. La en su momento llamada crisis asitica, que tuvo como epicentro en alguna medida al Japn, result slo un emergente de muchas dimensiones de la sociedad de ese pas, que han estando cambiando tan aceleradamente en las ltimas dcadas. En la primera parte del libro, Alberto Silva revisa herramientas intelectuales que han sido usadas a menudo, tanto en Occidente como en el mismo Japn, para entender lo que all ocurre, no slo ahora sino a lo largo de su muy larga trayectoria. La contradiccin entre modernidad y tradicin demuestra, con esta perspectiva, no ser tal, y tampoco lo es la que enfrenta al Estado interventor -o desarrollista, como el profesor Silva le llama- con la empresa privada. La larga cohabitacin entre estos dos elementos ha llevado a abusos ciertos, que en parte son el resultado no necesariamente esperado ni inevitable de los mismos xitos alcanzados. Pero necesitan correccin y, como el autor lo seala oportunamente en diversos momentos, la nacin japonesa se orienta a analizar algunas de las alternativas posibles. Es que, como ya lo indica el smbolo chino, crisis es igual a peligro ms esperanza. Por propia decisin, el texto del Dr. Silva entra en polmicas. Mi intervencin en esta nota introductoria me conduce inevitablemente a dar francamente mi opinin. Quiz el doctor Silva vapulea un poco excesivamente a los occidentales en su afn por poner orden en el confuso panorama analtico de la japonologa. Por otra parte, no escabulle cuando cree necesario la terminologa ms tcnica pero, al mismo tiempo, no se priva de utilizar modismos y obiter dicta que otros dejaran para una charla. Me parece muy positivo, de todos modos, el tono coloquial, quiz porque yo tambin lo uso, pero sobre todo porque ayuda a conectarse con la realidad. Estos aspectos perifricos no se refieren al contenido del libro, que me parece una aportacin, desusada desde el mbito de la lengua espaola, para comprender al Japn contemporneo. En parte lo puede hacer porque vive all.

Aviso al lector.Herramientas. Este libro tiene por objeto una relectura de la sociedad japonesa, vista en el contexto del sudeste asitico (en adelante SEA). La argumentacin se dirigir en dos direcciones complementarias. - Temporalmente hablando, se trata de observar al trasluz algunos de los pilares bsicos que sustentan a la sociedad nipona. La intencin es explicar dos tipos de cosas. La primera: de qu forma los japoneses, tan diferentes de nosotros, han evolucionado en el tiempo, cosa que tambin le ha sucedido, mediante procesos histricos globales, a otras sociedades. La segunda: cmo ha podido mantener estables algunos rasgos propios, cosa que, por el contrario, pocas naciones han logrado en una medida comparable, si las observamos durante periodos largos. - Espacialmente hablando, el esfuerzo consistir en mirar desde un lugar o, si se quiere, desde una mentalidad particular, que no es estrictamente la de Europa o la de Estados Unidos. La apuesta es mirar a Japn desde el mismo Japn, aunque sin perder de vista una perspectiva latinoamericana, en lo que respecta a ciertas preocupaciones e intereses. Hablar desde Japn y manifestar tonalidades latinoamericanas: esto podra ser un rasgo caracterstico del libro que aqu empieza. Al decir de Charles Wright Mills, el trabajo intelectual es pura artesana (1). Y no hay artesano digno de ese nombre que no disponga de una buena caja de herramientas para llevar a cabo su labor. Por su parte, Michel Foucault sola caracterizar la ndole de su proyecto intelectual asignando a la teora precisamente ese estatuto. Para el recordado maestro francs, la teora como caja de herramientas significa al menos dos cosas: - No se trata de construir un sistema acabado sino tan slo un instrumento, una lgica que explique convincentemente las relaciones que se establecen dentro de una sociedad (o entre sociedades, cabe agregar, ya que compararemos a Japn con los pases del sudeste asitico o SEA). - Esta bsqueda nicamente puede llevarse a cabo poco a poco, a partir de reflexiones sobre fenmenos concretos.1

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As, este ensayo pretende elaborar algunas herramientas analticas referidas al Japn, a los pases del Pacfico y dotadas de dos caractersticas que se podra sintetizar as: . No buscar (por imposible) un cierre del sistema conceptual empleado. . No desligar (por suicida) el utillaje epistemolgico disponible de la observacin de situaciones precisas. Nada ms clsico en las ciencias del hombre, se podra decir. La tradicin materialista dialctica aconseja reunir teora y praxis. Hiptesis y verificacin, prefieren los funcionalistas, siguiendo aqu (como en otras cosas) a Robert Merton. Teora y observacin sintetiza Pierre Bourdieu, con razonamientos que cualquier neocrtico europeo suscribira. Nada ms difcil de conseguir, sin embargo. Un asedio atento y persistente al caso japons indica que, en este tema, hiptesis y observacin rara vez se ponen de acuerdo. La literatura disponible sobre el pas nipn alcanza un volumen abrumador. Pero si exceptuamos unos cuantos trabajos (3), la mayora de los libros y artculos al alcance de un occidental oscila entre la crasa descripcin (admirativa o temerosa, segn el caso) sin mezcla de teora alguna y la simple extensin a Japn de alguna teora forjada para otras sociedades (historicista o estructuralista, segn las opciones de unos y otros), sin necesidad de verificaciones empricas en el caso japons (4). Este libro pretende ocupar una posicin intermedia. O tal vez sugerir el trazado de otros lmites al territorio-Japn: un terreno en el que hiptesis y verificacin se vayan alternando. La primera ordenando los datos de una sociedad especialmente escurridiza. La segunda ajustando las iniciales presuposiciones al sano juicio de lo que en realidad acontece, aquello que se empea en persistir a pesar de los embates de teoras que pretenden ignorarlo.

Que es Japn? Constituye Japn una nacin nica e irrepetible? O ms bien se trata de una sociedad similar al resto (por lo menos asimilable a las sociedades occidentales), slo que en una etapa diferente de su evolucin? En estas dos preguntas podemos sintetizar un debate que divide a la intelligentsia occidental (id est: europea y luego tambin norteamericana) desde el siglo XVIII. La Ilustracin francesa inaugur un gnero que con palabras actuales podramos denominar estudios de rea, anlisis comparativos entre diferentes sociedades (y para ser claro de entrada: entre ellos y nosotros). Desde un inicio se opusieron dos mentalidades diferentes que, por su podero intelectual y por el carcter central de sus sociedades de origen, forjaron una tradicin intelectual constante en el pensamiento de Occidente. Por un lado, la visin de aquellos que parten, con Rousseau, de la unidad del gnero humano. Por otro, la de aquellos que, siguiendo a Montesquieu, enfatizan las diferencias observables entre ellos. Desde cada punto de partida se elaboraron teoras de orientacin muy diferente. En un caso, teoras de la convergencia en las que, al final, acaba cobrando sus derechos una unidad postulada como principio. En el otro, teoras de la diversidad, segn las cuales la heterogeneidad postulada al principio se transforma en pluricentrismo. Tambin se distinguieron las metodologas de una y otra orientacin terica: la unicidad le convena a los planteamientos aprioristas y floreci ms en disciplinas como la filosofa perenne, la biologa evolucionista, el marxismo ortodoxo, buena parte del funcionalismo. El pluricentrismo exiga posturas ms bien aposterioristas, adaptndose mejor a disciplinas como el psicoanlisis, la filosofa analtica o la antropologa culturalista, entre otras que se pueden mencionar sin nimo exhaustivo. No es intencin del libro limitarse a este debate (5). De cualquier forma, la cuestin ser estudiada en el captulo 1. Lo que ahora interesa es no olvidar que constituye un verdadero almacn de teoras implcitas que unos y otros siguen utilizando (a menudo sin excesiva conciencia de sus implicancias) para explicar qu es Japn. Analizar una sociedad supone, entre otras cosas, construir ese objeto (o sea: decidir qu se va a observar) y luego elaborar una metodologa consecuente (vale decir: especificar cmo se observar aquello que se escogi focalizar). La cuestin es, entonces, saber cmo definimos a Japn, puesto que en buena medida el anlisis depender de ello. Lo definiremos al modo convergente del evolucionismo? En este caso disponemos de numerosas explicaciones, homlogas en sus dispositivos aunque contrarias en sus conclusiones, como, por ejemplo, la de Peter Berger (6) y la de Eisuke Sakakibara (7). En pocas palabras: Japn constituye el eslabn nmero N de la larga cadena de sociedades capitalistas. Slo que si, para el primero, se trata de un nuevo modelo, para el segundo estamos apenas ante variaciones sobre el mismo tema. O lo definiremos, por contra, al modo relativista del culturalismo? Aqu tambin disponemos de un arsenal de teoras al mismo tiempo similares y contrarias, tales la de Chie Nakane (8) y la de Roland Barthes. Ambos consideran a Japn2

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como nico e irrepetible. Para aqulla, Japn es atemorizador en su verticalismo. Para ste, resulta atrayente en su misterio. A pesar de la excepcional riqueza conceptual y de indudables aportaciones, cada modo analtico resulta incompleto y deformante si se lo toma aisladamente. Las teoras de la convergencia permiten descubrir el carcter capitalista de la sociedad japonesa pero impiden entender cabalmente su condicin asitica. Mientras que las teoras culturalistas permiten comprender la especificidad del carcter nacional japons, pero no la relacin carnal que, desde al menos 1868 (comienzo de la era Meiji e inicio de la modernizacin del pas), Japn estableci sin interrupcin alguna con Occidente. Despus de constatar la existencia de teoras disyuntivas, la tarea siguiente consiste en reutilizar los aspectos ventajosos de ambas orientaciones (definir a Japn al mismo tiempo como especfico y como capitalista), prescindiendo en lo posible de los lastres y parcialidades de las dos, bsicamente la tendencia a quedarse unilateralmente con un Japn moderno o con un Japn asitico. Las perfecciones formales son imposibles en sociologa: hoy en da sabemos que existen diversas sociologas y que sus herramientas pueden aplicarse sin necesidad de exigir un slo marco terico. A pesar de lo cual, es posible, y en qu condiciones, lograr un objetivo de integracin analtica abierta y flexible? Es factible, al menos en teora y tendencialmente. A condicin de reunir factores como los que se enumeran a continuacin (9). - Importa considerar a Japn como un sistema complejo, o sea dotado de dimensiones explicativas de ndole econmica, poltica y cultural, que interactan recprocamente y sin que las determinaciones que se dan entre ellos acaben sindolo en ltima instancia. Esta es una condicin aplicable a cualquier sociedad, o al menos al conjunto de las sociedades capitalistas desarrolladas y por ende til tambin en el caso de Japn. - Acto seguido, conviene analizar un pequeo conjunto de hechos especialmente trascendentes desde el triple nivel mencionado, para hablar como los viejos dialcticos de la sociologa. En cada caso, la tarea consiste en una delicada seleccin de elementos significativos. Estos hechos dependen estrictamente de la orientacin del anlisis y varan segn los casos. A veces, los hechos determinantes constituyen acontecimientos histricos puntuales (como la Constitucin de los 17 artculos de Shotoku, en el ao 604, o la ocupacin norteamericana del archipilago a partir de agosto de 1945). Otras veces son, ms bien, procesos que se extienden en el tiempo (como la adopcin del modelo chino entre los siglos VI y VIII, o de modelos occidentales durante los siglos XIX y XX). - Constantemente es necesario hacer intervenir dos dimensiones analticas diferentes y complementarias: mirar a Japn como una estructura; mirarlo igualmente como una historia. El anlisis de la estructura social japonesa deja en claro cules son los elementos comparables y similares. El anlisis de su historia delimita los procesos de reapropiacin, de diferenciacin, de convergencia y divergencia. El objetivo planteado es elaborar un solo texto, en el sentido que a dicha expresin le adjudica Roland Barthes (10). Se trata de elaborar un texto o explicacin unificada que describa, simultneamente, el parecido y la diferencia. Lograr un solo dibujo, si se quiere, en el que aparezca un solo retrato: hermoso y atractivo (ojal!), pero antes que nada parecido al original, o cuanto menos semejante al original. La meta es lograr dicho texto o dibujo. Un relato con la unidad de lo coherente. Y al mismo tiempo una composicin abierta a lo (mucho) que de Japn no sabemos y, en consecuencia, pensada como sucesin y acoplamiento de ensayos, al modo de hilos en una trama o como un hilvn de conocimiento.

Algunas coordenadas La intencin es dar al texto un carcter legible (a pesar de la complejidad de los temas abordados) y un tono concreto3

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(la reflexin surgir de observaciones demostrables y demostradas). De tal modo, conviene empezar aclarando brevemente algunas ideas sencillas que pueden ser consideradas como coordenadas de esta navegacin. 1) Microsociologas/Macrosociologa. Es conveniente plantear una ntida distincin entre microsociologas y macrosociologa. Las primeras las practicamos cada vez que enfrentamos un ngulo o fenmeno concreto: la vida de familia, el tamagotchi, los usos del cuerpo, el keigo o lenguaje de respeto, los modos de organizacin en la empresa o en la escuela, etc. La macrosociologa necesita de diversas y constantes microsociologas para lograr su intento, que no es otro que ordenar (dentro de lo posible) mltiples aspectos parciales en el contexto de una nica estructura social, aquella que llamamos Japn (por cierto: a Japn, los japoneses no le llaman Japn sino Nippon, vocablo en el que se confunden territorio, raza, lengua, religin y Emperador). Contra lo que a veces se piensa, microsociologa y macrosociologa son igualmente fecundas analticamente. Lo que vara entre ellas es el objeto de estudio: en un caso la esfera microsocial (pblica o privada), en el otro la articulacin de diferentes aspectos en una totalidad terica. Un socilogo es, a un tiempo, micro y macro practicante de sus tcnicas. As, buena parte de un trabajo referido a Japn consiste en desglosar, de ser posible con paciencia de tejedor de redes, las diferentes hebras de tan espesa trama social. Si, en el caso de este libro, se enfoca especficamente la dimensin macrosocial, es porque el estudio de una sociedad en tanto que estructura constituye, segn muchas opiniones, la va real para entender en toda su extensin el peso de los factores internos (sus sistemas poltico, econmico, educativo, religioso, administrativo, sanitario, etc) y de los factores externos. Estos ltimos tienen que ver con la interdependencia entre naciones y condicionan en fuerte medida la vida domstica de cada una de ellas. De la interpenetracin entre los planos domstico y exterior surgen explicaciones fiables sobre la forma en que una nacin, en este caso Japn, se conecta con la sociedad internacional. Mltiples errores analticos cometidos en 1998 para definir la crisis econmica internacional, que muchos consideraron asitica, cuando no japonesa, son consecuencia de la ignorancia de aquella interpenetracin. 2) Estereotipos. En trminos de relaciones internacionales, ningn pas suele disponer de espacio (ni de tiempo) para permitirse ignorar a sus vecinos. Cuando surge un espacio nuevo, estamos ante territorios sin amo, codiciados por las naciones en ese momento poderosas. De forma inevitable, esta situacin las conduce a intensas luchas: todas buscan reagrupar tales espacios en beneficio propio. Afn en esto a la historia universal, la de Amrica Latina podra entenderse, valga el ejemplo cercano, como series de procesos tendientes a una ocupacin estable de los territorios que en el siglo XVI estaban disponibles y que fueron posteriormente organizados en funcin de criterios estatales. Esto incluye tanto la frecuente anexin (caso de Brasil aduendose de parte de las Provincias Unidas del Ro de la Plata; o de Estados Unidos absorbiendo la mitad norte de Mxico), como de la menos usual renuncia (Argentina se deshizo de la Banda Oriental y luego de Bolivia, flanco norte del antiguo virreinato del Ro de la Plata). Cuando, en cambio, no hay tiempo para conocer al otro, tamao vaco se llena con un conocimiento cuyo objetivo no es tanto, ni tan slo, desentraar claves que permitan conocerlo, sino primordialmente redefinirlo en funcin de nuestros propios intereses. Es lo que las ciencias del hombre llaman un preconcepto y que, si tratamos de relaciones entre naciones, se manifiesta bajo la forma de estereotipos en el discurso. Un ejemplo: a los franceses siempre les convino considerar que Africa comienza en los Pirineos, as como ingleses y alemanes estaban interesados en determinar que Europa acaba al este del Danubio. Bajo la hegemona epistemolgica de ingleses, alemanes y franceses, a Europa en su conjunto dicho mapa le vino bien, como argumento para redefinir el espacio europeo en funcin de un modelo homogneo de capitalismo industrial, nacido en Inglaterra y difuminado ms tarde en Alemania, Francia, etc. La creacin de una periferia al sur y al este, sin pruebas definitivas de pertenencia al ncleo central europeo, ha constituido un instrumento decisivo en la consolidacin de una hegemona alternante entre aquellos tres pases. Otro ejemplo: Estados Unidos se sirvi, desde Monroe, de la dicotoma conceptual entro lo tradicional y lo moderno con el objetivo de disear un espacio interhemisfrico en que una serie de naciones atrasadas solamente podran superar el subdesarrollo transformndose lo ms posible segn el molde de la nacin ms adelantada. Estados Unidos utiliz argumentos culturales y hasta raciales para justificar formas de intervencin movidas por intereses bsicamente econmicos. Tercer ejemplo: Japn. De este caso se ocupa el captulo 1 del texto: de qu forma Occidente dise una completa4

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interpretacin sobre Japn acorde con sus propias necesidades y proyectos? En conclusin al primer captulo veremos, al pasar, cun dcilmente Amrica Latina sigui las pautas intelectuales y polticas de los pases del Norte, cada vez que intent entender algo sobre Japn.

3) Conflicto estructural. En la sociedad internacional, las buenas o malas relaciones entre naciones no son provocadas tanto o principalmente por las semejanzas u oposiciones ideolgicas o culturales que mantienen sino, antes que nada, por sus parecidos o diferencias de estructura. Es cierto que muchas veces las causas inmediatas que parecen desencadenar conflictos internacionales parecen culturales, como por ejemplo: la divisin en dos del imperio romano, las cruzadas o, ya en la historia moderna, la incomprensin entre blancos e indios en las llanuras argentinas. Pero no parece en absoluto que el choque vaya a ser entre civilizaciones, como tajantemente sostiene Huntington en una lnea conservadora (aunque autodenominada liberal) de comprensin de las relaciones internacionales. Los conflictos han estallado, y probablemente seguirn estallando, entre intereses opuestos ntimamente ligados a situaciones estructurales con escasa compatibilidad. Ya que es muy difcil probar hechos histricos, al menos podremos analizar ciertos indicios. Si, por tomar un ejemplo, pensamos en conflictos religiosos, comprobaremos que algunas veces tienen lugar entre defensores de religiones opuestas. Europa le hizo la guerra a los sarracenos. La sociedad blanca brasilea acorral discreta pero implacablemente a las religiones de cuo africano. Los hindustas marginan cada vez que pueden a las otras religiones de la India. Pero muchas otras veces se producen entre defensores de las mismas banderas religiosas. Eso ha sucedido entre cristianos europeos, entre ortodoxos euro-asiticos, entre musulmanes de Africa del Norte. Sin olvidar, en otros momentos de la historia, que tambin se produce la situacin inversa: la coexistencia pacfica, como lo prueban periodos estables de convivencia entre religiones en el mar Mediterrneo, los mares de la China, etc. Cuando las naciones se confrontan, significa que sus estructuras se han vuelto incompatibles, sea en razn de sus respectivas necesidades territoriales, energticas, econmicas o polticas. Los captulos 2 y 3 del texto tratan de sugerir una clave de lectura relevante a fin de comprender los movimientos que se producen en el seno de la sociedad japonesa.

4) Flecha, espiral. Estamos tan acostumbrados a movernos en un marco epistemolgico evolucionista que la afirmacin planteada a continuacin quiz provoque el disgusto de algn lector. Se trata de lo siguiente: las sociedades no se mueven siguiendo un ritmo fcilmente identificable. Tampoco es cierto que cualquier movimiento societal implique un progreso. Ambos conceptos -ir hacia adelante, ir hacia arriba- se sintetizan en la genial (y confundente) imagen de la flecha que sera lanzada por un certero (y misterioso) arquero csmico. Las sociedades no son acaso comparables a flechas lanzadas por... (aqu completar, siguiendo la propia creeencia, con: Dios?, la lite dominante?, el proletariado?, otros?)?. No parece. Una imagen tal vez menos inexacta y seguramente ms compleja puede ser la del tornado, que procede en forma de espiral. Vaya si un tornado mueve lo que encuentra a su paso! Muchas veces hacia arriba, aunque con bruscos quiebres descendentes. Muchas veces hacia adelante, pero tambin retrocediendo. Sin ir ms lejos, Amrica Latina brinda grficos ejemplos para ilustrar esta afirmacin: no olvidemos las dcadas de los 70 y 80. Si aplicamos esta visin compleja al caso de Japn, podremos entender una curiosa paradoja: Japn se ha caracterizado tenazmente por un movimiento muy diferente al de la flecha. Ms bien por una oscilacin pendular donde muchas veces no se identifican claros progresos. Aqu sucede igual que en el mar: si un nadador no se mueve a tiempo, fcilmente se hundir. As veremos que Japn est en crisis. Claro que la crisis, a poco que se mire, acaba siendo el estado constante de todas las sociedades: como en un reloj, si el pndulo oscila, significa que el tiempo avanza. La paradoja aludida reside en el hecho que esta nacin apetecible como espejo (a veces, incluso, como modelo) de diversos pases, principalmente del SEA (captulos 4 y 5) parece haber entrado en crisis (captulo 6), sin que los problemas que padece disminuyan, aparentemente, el inters que sigue despertando en otros pases. 5) Tres capitalismos. Cmo pensar las relaciones internacionales sin presuponer cierta homogeneidad cognoscitiva? Y cmo pensar la diferencia en un contexto de tan estrecha interdependencia como el que se produce actualmente? La reflexin no logra5

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cuadrar fcilmente tamao crculo. Si prestamos atencin a lo que sucede en el planeta, una cosa que sorprende es la diversidad que se manifiesta por doquier y que se mantiene estable a pesar de todos los esfuerzos homogenizadores de la globalizacin (no olvidemos que conceptos como globalizacin o interdependencia en parte no son ms que eufemismos que esconden la dura realidad de la dependencia). Diferencias, entre sociedades, decantadas durante largos periodos. En diversos momentos, este ensayo se apoyar sobre esta base: no existe una sola matriz societal que venga bien a todo el mundo. El hundimiento comunista ha dejado al capitalismo sin alternativa ideolgica. Vaco ideolgico que los pases capitalistas centrales (UE y EEUU) aprovecharon para reverdecer una aosa teora de la convergencia: eliminada la va socialista, afirman Francis Fukuyama y otros, todas las naciones del planeta irn convergiendo en el capitalismo. De mltiples maneras y con diversos calendarios, es cierto, pero con carcter fatal, determinista. La realidad se opone tenazmente a los deseos del ensayista nipn-norteamericano: la observacin de las evoluciones dentro del capitalismo revela otros aspectos de la cuestin. Las matrices societales no evolucionan teleolgicamente, como deseaban Spencer y Marx. El cambio macrosocial no se rige por etapas fijas, como pretendiera Rostow. Si algo muestra la evolucin de la posguerra fra es la creciente divergencia entre tres modelos societales, los tres dentro del capitalismo, pero persiguiendo horizontes cada vez ms lejanos: un modelo anglo-americano, el segundo con fuerte influencia alemana, el tercero centrado en Japn. El objeto de los captulos 4 y 5 es identificar algunas de las caractersticas distintivas del sistema japons, en el contexto histrico y geogrfico de su aplicacin, adaptada, a otros pases. Dentro de este empeo, importa destacar que en el inmenso mar Pacfico empiezan a producirse sinergias anlogas a las que hicieron posible, hace un milenio, el esplendor del pequeo mar Mediterrneo. A pesar de la crisis que se abate ltimamente sobre el SEA, aunque no sea privativa de esta zona, ni sta sea su causa originante. En el horizonte internacional, no se avizora convergencia alguna entre diferentes modelos capitalistas. Probablemente no tiene porqu haber convergencia final. Al menos no tiene porqu haberla como necesidad epistemolgica o como condicin para pensar un mundo globalizado. Slo existen crculos concntricos de influencia creciente desde cada uno de los grandes centros capitalistas. Es as como Japn se encuentra en el centro de crculos que se repiten y se amplan, que ya incluyen a los pases del SEA y que, quin sabe?, podran acabar influyendo en ciertas zonas de Amrica Latina. 6) Occidente. Como consecuencia de varios siglos de conquista, colonizacin y luego capitalismo dependiente, los pases de Amrica Latina fueron literalmente reformulados en funcin de modelos occidentales. En oleadas sucesivas, los siglos XVI, XIX y XX fueron testigos de sucesivas aculturaciones de instituciones tales como el Estado, la Iglesia, el sistema de propiedad, la lengua, con decisivas infuencias de Espaa, Francia, Inglaterra y Estados Unidos, con variedades segn temas y momentos. A tal punto que a menudo hemos llegado a pensar que nuestra historia latinoamericana constitua una mera prolongacin de la del viejo mundo. Cremos ser, irremisiblemente, parte de Occidente. Un Occidente sumamente diversificado, como vemos. Pero tambin un Occidente que en algo mantuvo constante la unidad de inspiracin y de ejecucin: su objetivo nunca dej de ser el establecimiento de relaciones de tipo colonial, en las que al intercambio desigual se una una retrica civilizatoria etnocntrica. Sin embargo, cabe cuestionar ese destino occidental, para nada manifiesto, que interesadamente suele atribursele a Amrica Latina. El cuestionamiento podra nacer del hecho de que Occidente est cansado(11). Es incapaz de resolver sus propios problemas, entre los cuales la creciente dificultad para reunir condiciones sociales y econmicas que hagan posible una autntica democracia. Incapaz, correlativamente, de proyectarse como espejo en que poder mirarse y as divisar al resto de las naciones del planeta. Despus de largusimos aos de ayuda al desarrollo o de civilizacin, los pases en crecimiento no acaban de creerse la sinceridad del antiguo dominador. La incapacidad de Occidente se hace patente en Amrica Latina, al punto de poder afirmarse que a sta por momentos le resulta problemtico encontrar una definicin completa de s misma en puros trminos de hispanidad, o de europesmo, o de occidentalidad (11). Y no solamente porque ello implicara seguir negando el legado precolombino. Tambin, y de forma muy importante, porque Europa o Estados Unidos ya no son tan capaces como antes de servirnos de modelo con el que resolver nuestros viejos intrngulis. Antes tampoco lo eran tanto como pensaban Sarmiento y otros prceres latinoamericanos, pero nosotros nunca nos dimos cuenta del error. Porqu traer a colacin Amrica Latina en un libro sobre Japn y el Pacfico? Porque una de las razones cruciales para conocer mejor lo que sucede en el SEA quiz podra ser utilizar esos conocimientos como parte de un inmenso archivo de datos e ideas sobre posibles escenarios futuros para nuestro continente. Aprender a manejar un archivo universal podra ayudarnos a disear un modelo propio. Y no podemos emprender dicha tarea sin incluir a Japn y al SEA entre los datos a6

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tener en cuenta. 7) Modelos. Sin perjuicio del inters nacional y de la independencia poltica, la historia moderna y contempornea muestra que en determinados momentos unos pases a veces deciden aprender de otros algunos comportamientos o mtodos propicios para resolver tales o cuales problemas que no pueden enfrentar con sus propios medios: cmo organizar la concordia interna, la produccin econmica y la administracin de personas y cosas. Los ejemplos abundan en todo el mundo. Tomemos varios. La Amrica colonial se organiz basndose en el esquema imperial espaol. Africa, por su parte, tom de las potencias colonizadoras europeas tanto los argumentos de la dominacin como los de la independencia. Y por supuesto est Japn, que decidi, desde el siglo VI de nuestra era, copiar en todo lo posible a China. Espaa en nuestros das est haciendo lo mismo con la Europa comunitaria. Como vemos, los ejemplos abundan. Es tan corriente, para un pas, inspirarse en otros que lograron resolver ciertos problemas, que la tercera parte del libro plantear la cuestin siguiente: con qu fines, en qu condiciones y con qu caractersticas pudieron los pases del SEA aprovechar la experiencia histrica de Japn, mirndose a s mismos en dicho espejo? - Los fines tenan que ver con la resolucin de problemas que los pases colonialistas haban dejado pendientes en el SEA: el desarrollo econmico, la conduccin poltica, la concordia social. - Las condiciones remitan a una doble serie de factores, internos y externos, entre los que sobresalieron la necesidad (y la posibilidad) de diversificar sus relaciones internacionales en el contexto de la guerra fra, practicando lo que desde entonces se ha dado en llamar un regionalismo abierto. - Las caractersticas aluden a las condiciones sociales y culturales de todo prstamo histrico, situacin en la que no se plante una imposible imitacin (impensable que un pas shintosta sea copiado, en cuanto tal, por sociedades taostas o musulmanas), aunque s el traspaso de homologas de funcionamiento. Veremos que el traspaso de modelos no es mecnico sino analgico. Pero atencin!: modelo no es aqu ni una maqueta a reproducir ni un ejemplo a imitar. Tan slo un sistema de homologas que hay que intentar adaptar a los nuevos fines de la sociedad receptora. La evolucin de la cuenca del Pacfico confirma de manera contundente que mejorar las relaciones internacionales obligatoriamente supone incrementar no tanto las afinidades ideolgicas sino, con ms urgencia que nunca, las afinidades estructurales: formas lo menos incompatibles posibles, lo ms complementarias posibles, de organizacin estatal, de aparato productivo, de soluciones para el desarrollo de la sociedad civil. Ese mtodo (radical, aunque no condenado forzosamente a una imitacin servil) explica el xito que tuvo Japn al importar patrones extranjeros. Si el cambio social se plantea con un excesivo nfasis ideolgico-cultural (errneo, cabe insistir en ello), los injertos de elementos nuevos se decidirn atendiendo a afinidades inclinadas hacia el pasado comn. En dicho caso, el mundo asitico se hubiera seguido enfrentando con un destino cerradamente europeo, marcado por el dilema asimilacin o rechazo cultural. Si, en cambio, la transformacin histrica busca el fortalecimiento interno y externo de una nacin, los nuevos elementos buscarn la plasmacin o consolidacin de afinidades estructurales. A tientas, con numerosos problemas y dificultades, Asia mira hacia un futuro abierto delante suyo. Pero subsiste una pregunta: ser capaz Asia de superar la crisis actual de una forma creativa y atendiendo a sus propios intereses nacionales y regionales? La respuesta a esta interrogante podra tal vez constituir otra investigacin.

Primeraparte:Fbulas.Introduccin: Situacin paradojal.7

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Ignorancia. Miremos las cosas del mundo desde Amrica Latina. Si comparamos el conocimiento que tenemos, desde nuestro continente, sobre los Estados Unidos o Europa (especialmente su parte oeste), con seguridad se podr conceder esta afirmacin inicial: nuestra informacin sobre todo lo occidental supera con creces la que tenemos del mundo oriental. En lo referente a Japn y a los pases del SEA, acaso lo ignoramos casi todo (1). Algunos ejemplos permitirn ir centrando el tema. El llamado periodo Tokugawa (1603-1868) suele aparecer en nuestros manuales de historia universal (si es que lo mencionan) como la Edad Media japonesa, implicando las caractersticas arcaicas y atrasadas de las instituciones y prcticas propias de la Europa occidental prerrenacentista. En cambio, el periodo Meiji (1868-1916) es presentado con frecuencia como arranque de una cierta locura de modernizacin, anuladora de todo lo anterior. La historia muestra que las cosas ocurrieron de otra forma (2): la era Meiji no hubiera sido posible sin la unificacin poltica, administrativa, econmica, institucional que slo los shogunes materializaron, logrando resolver (o al menos encauzar definitivamente) su cuestin nacional ms o menos por los mismos aos en que la lograron otros pases que suelen servir de referencia a loos pensadores y polticos latinoamericanos, como Estados Unidos, Francia, Italia y, en nuestro continente, Chile, Brasil y Argentina, entre otros. Esto explica que el tramo de modernizacin emprendido en Japn con motivo de la era Meiji haya podido ser tan fulminante. Otra precisin: la desaparicin del shogunato coincidi con la restauracin del orden imperial, elemento clave, este ltimo, sin el que no se acaba de entender cmo funciona el Japn contemporneo. Los ejemplos pueden extenderse a otros campos. Al tratar de temas polticos hablamos de izquierda y derecha japonesas, e incluso de gobierno u oposicin: de nuevo estamos situndonos en una perspectiva europea (3). Esto condiciona la correcta comprensin de una sociedad que en estos aos se orienta (muy lentamente) en direccin hacia su reforma poltica, aunque no por cauces similares a la de muchos pases occidentales. Tomemos ahora el ejemplo econmico. Si consideramos que la organizacin industrial, comercial y financiera japonesa constituye meramente el caso n N de un mismo y repetitivo capitalismo a escala universal, le estamos rebanando al caso nipn atributos nacionales y asiticos que resultan necesarios para su correcta identificacin (4). Tanta desinformacin por parte nuestra estalla como un petardo entre las manos cuando nos enfrentamos con la actualidad. Estoy en contacto con Japn desde hace casi 20 aos: sigo la prensa local e internacional, hago investigacin propia y consulto a algunos analistas. Quiz por ello no me conmueve tanto como a otros el anuncio de que el sol, esta vez s se pone para Japn (5), seal de una crisis que, esta vez s, ser terminal y definitiva para los nipones. Ninguna teora es por entero cierta o falsa y hay que reconocer que ltimamente han ido surgiendo nuevos argumentos a favor de un eventual hundimiento japons. Pero seamos cuidadosos para que no nos suceda lo que ya ocurri a otros hace diez aos: ms de un reconocido lder de opinin crey entonces cadver a un Japn que un tiempo despus lograba recuperarse. Rotundidad. Sucede que sabemos bien poco sobre el Pacfico asitico. De suyo, esto sera plenamente normal y comprensible si no fuera porque, al mismo tiempo, sobre el Japn y el SEA solemos prodigar afirmaciones muy seguras de s mismas, a menudo rayando lo inapelable. Los latinoamericanos estamos acostumbrados a retricas universalistas de origen europeo o norteamericano. A menudo aceptamos irrazonadamente juicios de valor que damos por hechos, transformndolos en doctrina segura, ajena a verificaciones o cuestionamientos. Japn se vuelve as un paisaje ntido, un territorio sobre el que caben fciles comentarios. El nico problema es que a veces se trata de una pintura al revs, una composicin fotogrfica cuyo detalle nos llega a travs de un negativo de laboratorio. Para decirlo con las palabras de James Bond: Estos japoneses se las arreglan para hacer todo al revs!. Claro est que Ian Fleming vuela bastante bajo, a nivel de lo que se suele considerar conocimiento vulgar. Pero tambin los ms sesudos y sabios de Occidente suelen considerar a Japn un pas al revs. La lista de quienes lo han afirmado de formas diversas podra llenar una pgina: Chateaubriand, Nerval, Lafcadio Hearn, Paul Claudel, Huxley, Arthur Koestler y seora, Pierre Loti, Kissinger y tantos otros. Sin olvidar a la totalidad de los presidentes norteamericanos y a muchos dirigentes europeos (6). Especficamente, este pas al revs es visto, desde Occidente, como una autntica tierra de paradojas. Veamos lo que dice Ruth Benedict, autora del tradicional best-seller, sin duda el ms influyente, sobre el carcter de los japoneses: ...son a la vez, y en sumo grado, agresivos y apacibles...rgidos y adaptables...leales y traidores...disciplinados e insubordinados. El japons no es un nativo...pero tampoco es un sahib, nos cuenta por su parte Rudyard Kipling.8

Alberto Silva: La invencin de Japn

La paradoja no hace perder un pice a la contundencia de la explicacin; simplemente la sita en el terreno de lo que asombra a fuerza de irrazonablemente esquivo. As, a Japn se lo acaba explicando por la amalgama, por lo inslito y hasta por lo absurdo. Y, cmo tratar con alguien al que sentimos completamente ajeno a la realidad (la nuestra) sino definindolo a partir de afirmaciones extravagantes, de dinmicas que segn nuestra racionalidad no cuadran, de curiosidades que provocan una sonrisa entre irnica y condescendiente? Paradoja. Ya tenemos servida una repetitiva y hasta cruel paradoja: la de un tozudo desconocimiento que se asienta sobre una tupida (al menos sobre una persistente) trama de estereotipos, ofrecidos como fundamento supuestamente terico. Por qu es constante esta paradoja? Porque acompaa a la opinin pblica y a muchos desarrollos tericos y polticos de nuestro continente desde hace aos, al menos desde fines de la segunda guerra mundial. Aunque cabe sealar, por si alguien no lo recordaba, que somos nosotros los latinoamericanos quienes, en este como en muchos otros terrenos, acompaamos o seguimos el camino trazado por las potencias del norte. Y por qu esta paradoja parece cruel? Porque la visin que proyectamos hacia la realidad japonesa de forma tan sumamente dependiente nos clava ms en una dificultad que nos acompaa desde el siglo XIX, la que nos impide repensar el mundo entero desde nuestros puntos de vista, desde nuestra propia circunstancia, desde nuestras necesidades e intereses. Buena parte del saber que circula en Amrica Latina sobre Japn y el SEA es inexacto. No se atiene a la observacin emprica, para decirlo en el marco de cierta tradicin histrica y poltica. No tiene que ver con el anlisis concreto de situaciones concretas, si se prefiere la tradicin rival. A los pases asiticos los miramos por el ojo de una cerradura, cuando no desde la mirilla de un agresivo fusil argumental. Y lo que vemos es lo que suelen recoger los libros de texto de las escuelas y hasta de las universidades: un cmulo de excentricidades rayando en lo irracional. La forma como entendemos el caso japons da una prueba ms de que aquello que llamamos historia universal es, en realidad, historia de los pases del norte occidental. As como lo que llamamos guerras mundiales slo han sido guerras entre potencias occidentales, luchando por redefinir las reglas de la dominacin internacional, en algunos casos con la presencia colateral de naciones no-occidentales. As vamos.

Capitulo 1: La cuestin japonesa.Con el paso del tiempo, Occidente se fue inventando un pas (Japn) y un continente (Asia) de tarjeta postal, aptos para sus gustos, propicios para sus intereses. Cuando hablo de Occidente, me refiero, claro est, al conjunto de entidades sociopolticas situadas en Europa y en Amrica del Norte que han regido los destinos del resto de las naciones desde el inicio de la era moderna.

Bemoles clasificatorios. La forma en que, por motivos aparentemente acadmicos, se agrupa a los pases del mundo resulta curiosa y significativa. Slo en la Asamblea General de la ONU (Organizacin de las Naciones Unidas) cada pas constituye una entidad diferenciada que se identifica por su escudo patrio y se siente valiosa por la emisin de un voto. Debajo de esta aparente igualdad subyace, como todos sabemos, un cuidadoso ordenamiento jerrquico, montado para lograr concretsimos fines polticos y que comienza con un ordenamiento de tipo argumental. Tomemos un ejemplo. Ahora que ya no ilustran la oposicin entre comunismo y capitalismo (nadie se opone ya al comunismo, porque el comunismo se ha vuelto incapaz de oponerse a nada), los trminos Este y Oeste han sido reciclados en Oriente y Occidente. Pretenden expresar la supuesta oposicin o contradiccin entre dos cosmovisiones rivales y hasta incompatibles. Una con asiento tradicional en el Mediterrneo griego y romano, a un tiempo democrtica e individualista, y luego sucesivamente recentrada en grandes naciones europeas y en Norteamrica. La otra con localizaciones que divergen segn las versiones, pero que se caracteriza por su escasa propensin a la democracia y al cultivo de los valores individuales, clasificacin sta ltima en la que se suele incluir a Rusia, a la China y al Japn. Los debates contemporneos suscitados por las obras de Francis Fukuyama y Samuel Huntington (1), entre otros, nunca hubieran sido tan intensos y globalizadores si no existiera en Occidente esta insistente sospecha. Efectivamente, parecera que algo se opone radicalmente a nuestro Occidente. A ese algo hemos decidido llamarlo Oriente. Pero, antes que nada, qu es Occidente? O, mejor dicho, hasta dnde llega Occidente?(2). Visto el problema desde Amrica Latina, la respuesta es fcil en el caso de pases como Argentina o Uruguay, en la medida en que se los entienda9

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como simples prolongaciones de Europa, criterio tambin aplicable un poco al valle central de Chile, a las zonas sureas de Brasil o a ncleos urbanos de Caracas, Bogot, etc. Pero, en qu sentido los mestizos Mxico o Per, as como la mulata Cuba todava son Occidente? Occidente deja de ser, poquito a poco, un criterio racial-cultural para revelarse como lo que en realidad es: un criterio econmico y poltico que tiende a abarcar (si puede) el mundo entero. Turqua y Marruecos pasarn a ser territorios del autntico occidente europeo, por las conveniencias de la geo-estrategia occidental. Angola o Kuwait siguen siendo trozos de Occidente (algo sorprendentes, no es verdad?), retazos a preservar por razones cada vez menos relacionadas con raza, cultura o formas institucionales, cada vez ms dependientes de los intereses del capitalismo internacional (3). Desorientacin. Dnde poner a Oriente? Ubicar a tal o cual pas en Oriente o en Occidente tiene que ver, lo acabamos de recordar, con analogas naturalistas a veces superficiales (la raza, el atavismo, la religin tradicional) que recubren analogas histricas con frecuencia profundas (la conveniencia del uso del poder por estados o intereses privados). Estas y aqullas a menudo se confunden. Polticos y pensadores ya no saben qu hacer ni qu pensar. Dnde poner, por ejemplo, a Japn, tan diferente a Europa o Estados Unidos en lo que toca a raza, lengua, religin, pasado, formas culturales, al par que tan cercano en trminos de la economa poltica del capitalismo internacional, de la que constituye firmsimo baluarte? Y cmo relacionar a Japn con la China ya que, segn se prefieran los criterios deterministas o los voluntaristas, Japn y China resultarn, alternativamente, brotes de idntico rbol o enemigos incompatibles e irreconciliables? (4). Hoy en da, Occidente duda sobre cmo le conviene definir a Oriente, en tanto que Amrica Latina da palos de ciego cuando se pone a hablar sobre Japn y el SEA.

Naciones con carcter. A ninguna gran potencia le agrada divulgar las autnticas respuestas dadas a los problemas que se le plantean. Para ocultar sus verdaderas intenciones (que suelen tener que ver con una dominacin lo ms expansiva posible), acaba poniendo los problemas en manos de acadmicos, quienes elaborarn bellas teoras capaces de explicarlo todo. Una manera muy occidental de hacer orden argumental en el caos epistemolgico que significa Asia (tantas razas, lenguas, religiones, historias!, y tan diversas!), ha sido, por parte de la antropologa occidental, la teora del carcter nacional. Esta parte presuponiendo que la explicacin final del comportamiento de una nacin -homogeneizando, de paso, mltiples heterogeneidades locales, como salta a la vista cuando alguien dice Rusia, India, China, Filipinas, etc- se encuentra en una mentalidad que todos comparten (al menos es lo que aseguran ciertos expertos), en un sistema comn de valores cuyo origen se declara extraviado en la noche de los tiempos (o al menos en la noche oscura de las teoras culturalistas). Cada gran civilizacin tiene su carcter propio, es cierto. Pero ese genio peculiar ser el vaciadero en el que se depositarn, sin ton ni son, todas aquellas interrogantes cuya respuesta se aparta de la evidencia inmediata. La teora del carcter nacional es elstica como la goma: sirve tanto para explicar lo enigmtico como para justificar lo inaceptable. Permite que convivan realidades contrapuestas, ponindolas cuando conviene en relacin, pero en los niveles que interesen en cada momento. De tal forma, si se trata de acentuar el aconsejable predominio de la civilizacin occidental sobre el mundo no blanco, el individualismo protestante ser contrapuesto al grupismo confucianista, como explicacin del carcter casi vocacionalmente revolucionario de los pensadores, empresarios y gobernantes del oeste. Buscando la perfecta oposicin, al este se le atribuir el componente casi ineluctablemente desptico de las hordas asiticas. Si se trata, en cambio, de enfatizar la diferencia entre las organizaciones capitalista y comunista, la ausencia de triparticin de poderes ser la piedra filosofal que distinguir a China de Japn, o a Cuba de Mxico, por citar ejemplos a mano y con independencia de orientalismos (5). Dado que las necesidades explicativas de Europa y Estados Unidos a menudo han sido diferentes, se entender la existencia de teoras diferentes sobre el carcter nacional japons. Del lado norteamericano, el criterio de seleccin se basa en el reconocimiento de una diferencia coyuntural, aunque aparentemente atrincherada tras la teora nipona de la diferencia inasumible. De acuerdo con la visin norteamericana, los japoneses mienten, se confunden o al menos ocultan sus verdaderas intenciones. Japn es un pas del que conviene desconfiar: fue sistemticamente belicista entre 1895 y 1945, ahora es exageradamente pacifista. Los documentos del Departamento de Estado lo enuncian as: los japoneses son un pueblo dotado de una pronunciada vertiente de10

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comportamiento irracional y fantico. Douglas MacArthur, jefe de las fuerzas de ocupacin norteamericanas entre 1945 y 1951 y autntico virrey del Japn en ese periodo (le llamaban el shogun de los ojos azules), introdujo en la nueva constitucin el clebre artculo 9 (por el que Japn renuncia por siempre a la guerra) aduciendo el motivo siguiente: Durante siglos el pueblo japons -a diferencia de sus vecinos chinos, malayos, indios y tambin de los blancos- ha estado compuesto por idlatras devotos del arte de la guerra y de la casta militar del Bushido (6). En sus relaciones exteriores, tanto se ha regido Japn por el artculo 9, que a veces ha llegado a ridculas incongruencias, como en el caso de la guerra del golfo prsico, de triste memoria: sin su tecnologa, los misiles norteamericanos Patriot no hubieran sido operacionales; sin su generosa contribucin econmica posterior, Kuwait no podra haber recuperado su normalidad petrolera. Sin embargo, portarse bien no le ha servido de mucho para aplacar los temores americanos. Si repasamos las declaraciones de secretarios de estado o de defensa, de Harold Brown a McNamara, de John Foster Dulles a Brzezynsky, podremos entender que las posiciones norteamericanas se siguen enunciando fundamentalmente as: la actual bsqueda obsesiva por parte de Japn de un mayor bienestar econmico, en ausencia de cualquier consideracin poltica o de defensa, es presentada como un convincente argumento para demostrar la continuidad de rasgos extremistas en el carcter nacional (6). Los gobernantes americanos toman de esta forma como suyas las palabras de diferentes antroplogos, seguidores de la ruta trazada por la pionera Ruth Benedict. Los japoneses: otrora maniacos de la confrontacin, ahora obsesos del comercio internacional, y maana qu? Si la historia japonesa es relatada como una sucesin de lneas rectas quebradas peridicamente por ngulos agudos (la frase es de George Ball, antiguo secretario de estado), hay algo en el carcter de esta gente que debera inducirnos a mantenernos vigilantes (7). La modalidad europea de la teora del carcter nacional japons reposa sobre bases diferentes. Desde el siglo XIX (despus de 1868), Japn se orient hacia Europa buscando un nuevo modelo organizativo y cultural. No haba confrontacin sino inters, emulacin. Europa (para el caso: Alemania, Inglaterra y Francia) correspondi a dicha preferencia con una fascinacin embelesada. Ninguna desconfianza europea ante el Japn. Slo asombro. Japn no era visto como fuente de confrontacin. Estados Unidos, en cambio, haba debutado en sus relaciones modernas con Japn enviando caoneras en 1853, obligando a tratados comerciales de escasa reciprocidad y plagando el archipilago nipn de misioneros, muevas modas y platos no muy nutritivos (8). A ojos europeos, Japn era percibido como alimento exquisito con que saciar el hambre de exotismo de un continente que volva a descubrir el mundo exterior. El llamado japonismo es una invencin especficamente europea, de la que sobre todo Alemania y Francia se disputaran el origen. Segn el japonismo, el archipilago nipn es nico en su gnero, como lo son las grandes naciones europeas. Pero, contrariamente a la lectura que Europa suele hacer de s misma, consiguiendo el fuego de la unidad con astillas de guerra y divisin, leer a Japn desde el viejo continente no signific enfatizar los parecidos sino las diferencias con respecto de Europa. Japn se transform en el pas distinto por antonomasia. Si nosotros comemos pan, carne, alimentos cocidos, ellos se alimentan con arroz, pescado, comida cruda. Nosotros centramos nuestra espiritualidad en la relacin social, ellos en el contacto con la naturaleza. Para nosotros la baslica de piedra, para ellos el jardn zen. La persona occidental es el individuo, la persona japonesa ms bien un individuo-parte-deun-grupo. Y as hasta el infinito, en una sucesin de sorpresas, dando diversin a una antropologa ya por entonces muy impregnada del relativismo enciclopedista francs y del multiculturalismo propio de la aventura colonial britnica. La invencin del Japn Si bien las dos teoras del carcter nacional arriba expuestas parecen dismiles, ambas mantienen cierto rasgo comn que conviene no olvidar. En los dos casos se estn refiriendo a un pas inventado. Invencin, ya se sabe, es un concepto polismico. Constituye Japn un descubrimiento, el hallazgo reciente de una realidad antes ocultada durante largo tiempo? O se trata, ms radicalmente todava, de una creacin ex nihilo, de una fantasa surgida casi por generacin espontnea? En el caso de Japn, encontramos un poco de cada una, como veremos a continuacin. Roland Barthes ya nos pone en guardia en el bello prrafo que abre un libro suyo sobre Japn (9): Si quiero imaginar un pueblo ficticio, le pondr un nombre inventado, lo tratar como un objeto novelesco...de forma de no entrometer en mi fantasa ningn pas real...No buscar representar o analizar la menor realidad...Me limitar a identificar cierto nmero de rasgos...y con ellos organizar deliberadamente un sistema...A ese sistema le llamar Japn (traduzco libre y selectivamente el texto barthiano, aunque tambin con total fidelidad, como podr comprobar quien consulte el original). Japn nos brinda, viene a decir el sabio, un caso ejemplar de cun ficcional es toda teora. Una explicacin sistemtica no es otra cosa que una serie de islas discrecionalmente ordenadas, con mayor o menor talento, en medio de un inmenso mar. El mar es, por supuesto, nuestra ignorancia; las islas son esas minsculas huellas dejadas por lo poco que de las cosas hemos aprendido: la metfora se la poda escuchar a Pierre Bourdieu, en su seminario de la Ecole Pratique...y cualquiera la puede ver plsticamente transcrita en los jardines secos de los templos zen de Kyoto...los cuales, a su vez, no hacen ms que rememorar los antiqusimos sermones iniciticos de Buda.11

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No es que la teora sea falsa. Sucede tan slo que viene despus del conocimiento, en forma de una serie de conclusiones ya tomadas que buscan alguna premisa oportuna que las englobe y las justifique (10). Esta manera de entender la teora como ficcin orientadora (11) viene a cuento para entender qu sucede en nuestro caso. Japn se nos presenta, bsicamente, como el prototipo del pas inventado. Nacin cuyo carcter puede ser verstil, tan voluble como el inters de quien lo mira. Pero bsicamente diferente, el otro por antonomasia respecto a lo que creemos y a lo que nos define. Tanto o ms que la China, bastante ms que la India, muchsimo ms que cualquier pas africano. Japn le ha servido a Occidente (a Europa durante un periodo mucho ms prolongado; a EEUU con renovada intensidad durante este siglo) para marcar los lmites reales de un tipo de conciencia colectiva y de un tipo de proyecto histrico. Sea como enemigo real o como cautivadora fantasa, Japn ha ayudado, como acaso ninguna otra idea extraa, a crear el indispensable contraste que nos empuja a la auto-identificacin (12). Ya lo dijo Michel Foucault: las personas y las naciones suelen identificarse a s mismas antes que nada por oposicin con alguna otra. Japn ha servido como espejo en el que mirarse, como exorcismo salvador, como perfecto negativo apto para la formacin de la idea europea. Japn constituye una de las ms geniales invenciones de Occidente. Y aunque ha habido tantos japones como ha habido de occidentes (el Japn de Herodoto no era el mismo que el Japn de los enciclopedistas franceses ni que el Japn de los halcones norteamericanos ni que el Japn de los exportadores italianos, sea dicho al pasar), la ficcin-Japn ha tenido un elemento perenne: su radical diferencia; o bien: su extrema propensin a constituir ese espacio inabarcable en el que depositar todo lo que para nosotros constituye el hecho mismo de la diferencia (13). Ente la utopia y la leyenda negra. La forma occidental de reducir lo otro (Japn) a lo mismo (un objeto de conocimiento occidental) consisti en fabricar su perfecta inversin en forma de una utopa. No todos los pases tienen vocacin de engendrar utopas. Desde antes incluso de su descubrimiento, lo que acabara llamndose Amrica Latina sin duda constituy, a ojos europeos, el lugar sin lugar del deseo de una realidad indita: somos desde entonces el nuevo mundo de una fantasa que nunca lleg a materializarse completamente. En la otra extremidad del planeta (la occidental, si miramos un globo terrqueo centrado en Amrica Latina...pero por aquellos tiempos el mundo se miraba a s mismo desde los ojos de Europa), Japn fue solar frtil para el sin lugar opuesto (antagnico?; complementario?) (14). En su forma positiva, Japn ocup el lugar de un mundo primigenio espontneamente civilizado, un poco a la manera de los salvajes segn los ha visto Claude Lvi-Strauss. Se podra remontar al Cipango de Marco Polo, finalmente explorado con ms detalle por el misionero jesuita Francisco Javier, para describir todas las virtudes que los pases occidentales han ido perdiendo: la cultura escrita, las tradiciones vivas, un profundo carcter racional, la cortesa caballeresca, el sentido esttico, el cumplimiento estricto del deber o giri, una buena sinergia con la naturaleza. Miles de peregrinos o de soadores imaginaron as al Japn durante los ltimos 500 aos (15): del humanista Guillaume Postel al pintor Van Gogh, del poltico ingls Benjamin Disraeli al socilogo norteamericano Ezra Vogel. Esta utopa de bienestar y fraternidad se ha transformado durante los ltimos aos en inters por conocer lo que algunos llaman un modelo japons, como forma de intentar resolver problemas econmicos o al menos de plantear nuevas bases para un futuro industrialista y tecnolgico. En su forma negativa, como ya hemos visto, Japn se convirti en todo aquello que no hay que hacer, que no hay que ser, si se trata de concebir vidas individuales plenamente humanas en sociedades mnimamente fraternales. Esta leyenda negra tambin tuvo y tiene sus Las Casas. En esta interpretacin destaca la insistencia en el carcter imitativo de la cultura japonesa. Japn pas varios siglos imitando el modelo chino. Durante el siglo XIX se pas con armas y bagajes al modelo europeo, considerado nuevo centro del mundo. Para acabar idealizando, idolatrando, indiscriminadamente la cultura norteamericana (16). Aquellos que, de una forma u otra, siguen argumentando la existencia de un peligro amarillo, no dejan por su parte de sealar el arraigo de cierta modalidad de sentimiento nacionalista, traducido no hace tantos aos en nueva intentona imperialista panasitica: ella motiv, al menos en parte, la segunda guerra mundial. Y aunque es cierto que, para cumplir sus proyectos, Japn parece haber abandonado la va violenta, en cambio no ha desechado una serie de formas de sumisin individual y social que hacen impracticable el llamado modelo japons fuera de los lmites del archipilago nipn (17). De dos estrategias discursivas. Zarandeados entre Europa y Estados Unidos, a menudo los ciudadanos de Latinoamrica no sabemos bajo qu12

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paraguas discursivo cobijarnos. Este apartado presentar algunos de los resortes argumentales de las dos estrategias acadmico-polticas aludidas, por ser las ms influyentes cuando se trata de explicar a Japn: una con raigambre y caractersticas ms bien europeas; la otra con sabor genuinamente norteamericano, parafraseando la famosa propaganda. A la primera la definiremos como japonismo, a la segunda como japonologa. En primer lugar seran identificadas como diferentes y especficas, para luego vincularlas al etnocentrismo y al neoliberalismo, dos conceptos fundamentales para entender la situacin. Una solucin tpicamente europea: la diferencia absoluta. El orientalismo no es una idea nueva en Occidente. Oriente ejerci una intensa fascinacin sobre la imaginacin europea desde la antigedad griega. Tras mltiples viajes de exploracin y comercio a travs de una tierra rica en todo (18), la excursin de Marco Polo permiti ensanchar hasta el mismo Cipango un mapa que, desde el centro, iba dibujando todo el mundo (19). A partir de entonces, Japn represent para los europeos el territorio quiz ms sorprendente dentro de un continente asitico que, de por s, ya era considerado como muy extico (20). Las sabrosas y detalladas crnicas de Francisco Javier contribuyeron a la difusin de una nacin exactamente opuesta a todo lo conocido hasta entonces...sin por ello dejar de ser civilizada (21). Haba nacido el japonismo. Con la llegada de la Ilustracin, esta percepcin de diferencias radicales entre Japn (desgajado de Oriente) y Europa (considerada como conjunto) adquiri un gran valor tctico para el asalto filosfico que la Enciclopedia libraba contra el oscurantismo del antiguo rgimen (22). En efecto, darle a una nacin extranjera el estatuto de nacin ms diferente equivala a aceptar el principio mismo de una diferencia que poda, desde all, esgrimirse como argumento para dirimir querellas domsticas (la querella bsica era contra el poder desptico de la nobleza). Dos rasgos sobresalen al repasar unos cuantos de los 230 artculos que los enciclopedistas franceses dedicaron a Japn. - La falta de rigor informativo y argumental de la mayora de ellos. Resulta difcil separar verdad y fbula en los escritos de un Jaucourt o de un Diderot, por no referirnos a los dems. - La honda huella que dichos escritos dejaron en la posteridad, no solamente francesa, tambin europea. Siempre resulta estimulante el ejercicio de comparar los comentarios de muchos viajeros contemporneos con los acertos de aquellos venerables enciclopedistas (23). El japonismo vino a ser una especie de devocin laica hacia un mundo pintado como (y slo como) irreductiblemente ajeno al nuestro. La profundidad entrevista de la diferencia aument la intensidad de la fascinacin. De las crnicas de los jesuitas espaoles y portugueses a la imitacin de las escrituras ideogrficas ajenas al alfabeto romano. De la moda de las japonaiseries a las visiones arquitectnicas de Piranesi o de Von Erlach. De los injertos de la arquitectura de la Bauhaus (Walter Gropius seguramente se inspir en la Villa Imperial de Katsura) a la copia de las estampas japonesas por Klimt o Modigliani. Un milenio de fascinacin ante una civilizacin que fue progresivamente entendida por los europeos como arquetipo del otro, un espejo que Europa enfrentaba a su propia identidad y con el que sigue manteniendo una relacin ambivalente: extica atraccin, desconfiada agresividad (24). Conviene no prescindir de otro aspecto de la cuestin. Desde mucho antes del descubrimiento de Amrica, en Europa ya era costumbre arraigada explicar, dar razn del resto de naciones del planeta. Aparte de designios geo-estratgicos de dominacin internacional (que nunca escasearon entre las motivaciones europeas, desde los Romanos en adelante), otros aspectos menos culpables tambin intervinieron en la fijacin de una Europa concebida como centro cognoscitivo del universo: la filosofa griega, la cultura organizativa romana, el cristianismo, la escritura alfabtica. Todo ayud a que Europa se viera situada en uno de los centros del la tierra (el otro siempre fue la China...aunque en Europa a China se la ignoraba completamente!). Desde el centro, Europa mir alrededor suyo explicando como saber objetivo lo que sobre todo era proyeccin de la mentalidad y de las necesidades europeas. Naci una visin etnocntrica: una racionalizacin del mundo en la que cierta definicin de Europa (blanca, cristiana, centralista, belicista, relativamente prspera) se consideraba como criterio y medida aplicable a cualquier otra nacin. Europa constitua LA civilizacin. El resto del mundo fue pensado y sentido a travs de valores europeos. La superioridad tecnolgica europea hizo el resto: gracias a los viajes intercontinentales, al comercio, a la dominacin militar prolongada y a las extraordinarias potencialidades de la imprenta, el mundo entero pas a explicarse a s mismo por medio del modelo europeo (25). Sin embargo, esta Europa casi vocacionalmente etnocntrica no era plenamente homognea. Podemos distinguir entre dos orientalismos europeos que, para simplificar, denominar ingls y francs. El orientalismo de estilo ingls forj sus instrumentos tcnicos durante la revolucin industrial, sus mecanismos polticos en el curso de la colonizacin (precursora de la Commonwealth) y su fundamentacin argumental por medio de la antropologa culturalista. Estos tres fenmenos se implican mutuamente, como se sabe: la colonizacin proporcion una13

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salida expansionista lgica a la sostenida superioridad tecnolgica de Inglaterra del resto de Europa (26); la ciencia del hombre permiti la elaboracin de un discurso legitimador de algo que la pura superioridad blica hubiera sido incapaz de justificar. Aunque Inglaterra no coloniz en ningn momento a Japn, su antropologa proporcion los recursos necesarios para la fijacin de un saber comn sobre Japn. Los trabajos de Edward Tylor, James Frazer, Louis Morgan y luego Bronislaw Malinowski, entre otros, acostumbraron a los especialistas y al pblico en general a entender el mundo como una multitud de historias particulares que salan del silencio gracias a la observacin de los cientficos y que se iban ordenando poco a poco gracias a la influencia organizativa y civilizatoria del gran len ingls (27). Dentro de este multiculturalismo, Japn ocupaba el rango de nacin-en-extremo-diferente: por formar parte del conglomerado asitico y por ser particularmente poco estudiada por sus propios antroplogos, siendo mayor la maravilla cuanto menor era el conocimiento emprico que sobre ella se tena. La mentalidad multiculturalista cuaj profundamente en la conciencia britnica. - De puertas afuera, le daba al pblico una imagen concreta (amable y atrayente) a lo que, de otra forma, se hubiera limitado a ser pura transaccin entre comerciantes (o bucaneros) ingleses y asiticos que vendan su th, su porcelana, sus marfiles, sus telas, sus especias, todo aquello que, reunido en las metrpolis, transform a Inglaterra en el primer emporio mundial durante el siglo XIX. Japn, Asia, Oriente, eran para los ingleses poco ms que una serie de productos, una serie de gestos, una serie de ancdotas o aventuras ms o menos verosmiles (28). - De puertas hacia adentro, el multiculturalismo comenz a aplicarse como una forma territorialista de entender la vida civil y la democracia: as como en Delhi o en Nairobi las civil lines delimitaban el territorio de los sahibs y de los nativos, lo mismo sucedi en Londres, Manchester o Liverpool. El multiculturalismo ingls aceptaba sin objeciones la diferencia radical entre los pueblos. Pero a condicin de pensar que Inglaterra (como parte de Occidente) se situaba por encima de los otros: en los mejores barrios, en los mejores trabajos, en los mejores colegios y servicios. Porque en el multiculturalismo al estilo ingls a menudo asoma la autosuficiencia europea, cuando no cierto dejo de racismo blanco (29). El orientalismo de estilo francs rumbe en otra direccin. Parte de la disputa anglo-francesa de los tiempos modernos tiene que ver con la manera de explicar el mundo exterior. Adems de las rivalidades coloniales y la subsiguiente sectorializacin del mundo en zonas inglesa y francesa, a dicha disputa concurrieron criterios epistemolgicos distintos y hasta maneras diferentes de enfocar la vida poltica y civil en la propia casa. A finales del siglo XVIII, el escritor francs Chateaubriand cruzaba el ocano Atlntico convencido de que en Amrica podra conocer en carne y hueso al buen salvaje (30). Su ingenua expectativa era la expresin de una larga tradicin nacida con Rousseau y plenamente vigente en nuestros das con la antropologa estructural de Claude Lvi-Strauss y una plyade de discpulos y admiradores (31). El orientalismo francs est completamente penetrado por lo que se ha dado en llamar relativismo. El relativismo cultural reconoce las diferencias entre los hombres y sus culturas hasta el extremo de sostener el principio de la diferencia absoluta como forma de asegurar la igualdad (32). Una distincin con respecto a la posicin inglesa la podemos encontrar en el hecho que el imperio colonial francs fue bastante menos extendido y floreciente que el ingls. Adems, buena parte de la produccin antropolgica francesa vio la luz en pases con los que Francia no haba tenido relaciones directamente coloniales, como Amrica Latina o China, por citar dos zonas significativas. Incluso en el caso de la antropologa africana o indochina, una antigua tradicin francesa de independencia respecto del discurso poltico dominante en su pas permiti la elaboracin de un pensamiento acadmico relativista que dejaba ms libres y mejor parados a los pueblos estudiados. Oriente, y dentro de Oriente el Japn, fueron presentados a los franceses no slo como civilizaciones completamente diferentes de la occidental sino, adems (y aqu la tradicin francesa diverge de la inglesa) como potencialmente iguales o superiores a las europeas. Por medio de la organizacin de los jesuitas y de la prdica humanista, las crnicas del padre Javier calaron mucho ms hondo en Francia que en la propia Espaa: Japn conservaba cualidades a las que Europa haba renunciado, doble pecado ya que los europeos contaban con el privilegio de la civilizacin de Cristo! Y ya que nos corresponde juzgar a Japn, dir el abate Lejeune, es cierto que los japoneses a veces se equivocan, pero no cabe duda que nosotros nos equivocamos mucho ms a menudo (33). Desde el siglo XVIII la puerta qued abierta de par en par para una admiracin sin paliativos, que la pintura moderna (naturalista, impresionista y expresionista) nos recuerda a cada momento (34). Claro que, de puertas adentro, la organizacin poltica francesa no sigui los mismos pasos relativistas que marcaban sus ilustres antroplogos de terreno. La repblica francesa se rige por las ideas universalistas de la Enciclopedia y de la Revolucin de 1789. Dentro de su territorio rigen leyes aplicables rgidamente a todos los ciudadanos, como nica forma concebida de lograr que todos sean formalmente iguales ante la ley. Ningn extranjero ser marginado de los derechos tericos mnimos. Pero nadie podr invocar el argumento de la propia diferencia cultural como forma de evadir el14

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cumplimiento de la norma comn, cosa que han sufrido en sus carnes tanto los negros martiniqueses como los rabemusulmanes y dems africanos residentes en territorio metropolitano. En resumen, dos formas parcialmente distintas de considerar a Japn como realidad completamente diferente: el multiculturalismo y el relativismo. Sin embargo, las peculiaridades de cada una no logran eliminar completamente cierto parentesco entre ellas. Para una y otra, el resorte argumental ha sido la existencia de un supuesto determinismo cultural (35). Segn esta concepcin, una nacin se explica fundamentalmente por medio de su cultura. Bsicamente porque la cultura es un sistema completo capaz de modelar las caractersticas individuales, sin dejar al mismo tiempo de determinar el paradigma colectivo de la sociedad. Segn cada escuela nacional, dicha totalidad se denominar ambiente, sistema de creencias, personalidad o lenguaje. Pero, en todos los casos, la cultura funcionar como un cdigo todoabarcante dentro del cual vivimos, nos movemos y existimos, mucho ms all de la conciencia refleja que tengamos de ello y de la reivindicacin de especificidades individuales propia de las tradiciones tericas individualistas (procedan del molde republicano o del cristianismo). Como balance provisional de esta (breve) presentacin de una doble tradicin europea, podramos decir dos cosas. - La aceptacin de la diferencia radical estimul a que los otros tomaran la palabra para explicarse a s mismos, tras un largo periodo de predominio argumental por parte de los pases europeos (36). - Por el contrario, el eurocentrismo sigue presente (aunque de forma temperada): la difusin del capitalismo como nica alternativa terica mundial implica el recrudecimiento de las presiones homogenizadoras ejercidas sobre culturas y civilizaciones ajenas al clsico y jerrquico molde europeo (por dicha razn, la inevitable retrica de la globalizacin merece toda sospecha desde Amrica Latina). Cuando, en nuestros das, se habla de la fortaleza europea, contra quin esos muros se han levantado si no es contra peligros exteriores encarnados por ciertos pases como, paradigmticamente, Japn? En la medida en que Europa percibe ms y ms a Japn como una amenaza, el japonismo europeo tiene que reciclarse a fin de poder brindar nuevas coartadas con que sus propias naciones puedan defenderse en la guerra econmica y tecnolgica. Es cierto que Japn sigue siendo definido como plenamente aceptable en su diferencia. Japn sigue atrayendo y hasta fascinando. Slo que el Japn del que ms de uno habla en Europa es una nacin y una cultura detenidas en la pre-modernidad de la era Tokugawa, en plena Edad Media nipona, llena de geishas y samurai, de costumbres asombrosas y de performances espectaculares, dotadas llegado el caso de una divertida irracionalidad. En Europa, el Japn contemporneo (me refiero al observable) a muchos les resulta chocante por su mestizaje cultural y por el carcter naf y hasta kitch de sus manifestaciones sociales recientes. Interesa, preponderantemente, el Japn sin mancha ni arruga de la Kyoto imperial, previa a la modernidad, aislada en su existencia provinciana. Con ese Japn inofensivo, ya no hay ocasin de malentendidos como los que motivaron un famoso libro de Euthyme Wilkinson (37). Para defenderse mejor contra el agresivo Japn contemporneo, desde una y otra orilla del Canal de la Mancha no faltan quienes intentan transformarlo en un gigantesco museo viviente. Suprimido el Japn-acontecimiento, el molesto Japn de la actualidad, Europa est procediendo a una especie de naturalizacin de dicho pas, en el sentido con que Roland Barthes (hablando de otros temas) sola caracterizar a las mitologas (38). Mitificando a Japn se lo mantiene presente (con lo cual se lo puede vigilar sutilmente) y al mismo tiempo a prudente distancia (de forma que su urticante actualidad no provoque inesperados contagios). Por esta va, el japonismo ha acabado sirviendo de inocente coartada para operaciones polticas que tachan con la mano del proteccionismo lo que acababan de escribir, con la otra mano, sobre la liberalizacin. Una solucin genuinamente norteamericana: recuperar el retraso. Un dato de orden cognoscitivo nos ayudar a centrar el tema: el amplio dominio que las teoras funcionalistas han ejercido tradicionalmente sobre la escena intelectual norteamericana. La concepcin funcionalista del cambio social coincide, en buena medida, con su teora de la modernizacin. Por su propia naturaleza de organismos vivos, dicen, las naciones recorren un camino evolutivo que las lleva de estadios ms tradicionales a estadios ms modernos. De hecho, la traduccin histrica del carcter evolutivo de una sociedad, de toda sociedad, es, segn el funcionalismo, el trnsito entre tradicin y modernidad. Sean los mviles del cambio de carcter endgeno (as prescriben Parsons, Smelser, Bellah, Eisenstadt, entre los principales, muchos de los cuales se ocuparon -y esto es significativo- del caso japons) o exgeno (como lo prefieren Bendix y Lerner, entre otros), asombra la homogeneidad de la creencia norteamericana en el carcter superador, superior, de lo moderno respecto de lo tradicional. Si ste representa el autoritarismo poltico, el subdesarrollo econmico y el atraso cultural y mental, con aqul llegan la democracia, la industrializacin y las mieles de la cultura urbana. Un abismo separa entonces el antes y el despus: las teoras de la modernizacin son15

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inevitablemente dualistas. El destino de toda sociedad, la responsabilidad de los gobernantes, la tarea de los ciudadanos (siempre segn esta mentalidad) es nica y una sola: modernizar la propia sociedad y contribuir a la modernizacin de las dems (39). El trnsito entre tradicin y modernidad est pautado segn etapas que varan de un autor a otro. Ms all de sus aspectos especficos, las diferentes teoras de la modernizacin apuntan, sin embargo, a una idntica meta: explicarla como el proceso de industrializacin acaecido en Estados Unidos, de forma similar (afirman los funcionalistas) a como ya haba sucedido en Europa occidental desde fines del siglo XVIII o principios del XIX. Las analogas observadas entre todos estos pases a ambos lados del Atlntico les permitieron concluir que el proceso de modernizacin conlleva tendencialmente las mismas caractersticas, idnticas etapas, condiciones comparables para todos los pases del mundo. No quiero detenerme ahora en la carga etnocntrica que transportan unas teoras para las cuales modernizacin coincide de hecho con occidentalizacin, siguiendo en sto la pauta etnocntrica europea. Prefiero enfocar la consecuencia especfica que el discurso dominante norteamericano (teido, dijimos, de dualismo funcionalista) extrajo del caso Japn. Si el conflicto blico haba colocado a Japn y a EEUU en extremos opuestos en cuanto a objetivos militares, las teoras acadmicas remacharon el clavo inventndose un Japn que constituy, desde entonces, una anttesis perfecta del coloso norteamericano, especialmente en lo relativo al par de opuestos representado por los conceptos de tradicin y modernidad. Si los Estados Unidos constituan el pice de la modernidad, el trmino ad quem de los esfuerzos industrialistas y sociales, Japn fue visto como el colmo de la tradicin, exhibida de forma ostentatoria y por as decirlo provocadora por los (casi) irremediables nipones. La otredad sin remisin del Japn ya haba sido descrita por Ruth Benedict (40) con argumentos que desde entonces han subyugado a buena parte de los analistas norteamericanos. Un poco ms tarde, Bellah, Eisenstadt, Bendix, Lebra y varios otros completaron la batera argumental, introduciendo a este Japn tradicional en la corriente de la historia evolutiva comn: todo entero autoritario, econmicamente dependiente y culturalmente anacrnico (41). Y si tal era la visin que Japn proyectaba ante los ojos de tan ilustres sabios, era lgico que, activando ese intervencionismo casi natural tan propio de los norteamericanos, hubiera muchos buenos ciudadanos (misioneros, tcnicos agrcolas, profesores de lengua, tecnlogos) as como prcticamente todos los gobernantes desde 1945 (sin variacin perceptible entre demcratas y republicanos) interesadsimos en lograr la redencin de Japn, ayudndolo a superar sus trasnochadas tradiciones y a poner en su remplazo una larga lista de modos de hacer, de vivir y de pensar comprensibles para los norteamericanos (en lo posible: los suyos propios). Entre 1945 y 1951, la ocupacin norteamericana signific un periodo apto para ayudar a Japn a convertirse en una sociedad lo ms americanizada posible. Pero que conste que las presiones ya haban comenzado un siglo antes, con el comodoro Matthew Perry y sus barcos negros, continundose hasta el da de hoy, sin que Estados Unidos parezca dispuesto a renunciar a su benvola disposicin civilizatoria hacia Japn (42). Cabe agregar que EEUU no ha logrado cumplir plenamente sus objetivos, como se trasluce del acendrado antiamericanismo de la inteligencia nipona. La japonologa podra considerarse como una aplicacin, al caso de Japn, de las teoras dualistas de la modernizacin, esa exitossima caja de herramientas puesta a disposicipn de la Casa Blanca y del Pentgono para crear un discurso universalista (se les llam, dijimos, estudios de rea) centrado en Washington. En su momento, el japonismo europeo haba pintado un Japn irrecuperablemente diferente, definitivamente aceptado como el otro y admirado (o temido) en cuanto tal. En cambio, la japonologa de cuo norteamericano, si bien acept la circunstancia histrica de la diferencia, de ninguna manera la consider un hecho natural e irreversible. Al terminar la guerra, Japn ciertamente se mostraba como una sociedad muy diferente de la norteamericana. Pero se decidi que la diferencia estribaba en la posicin evolutiva distinta de ambas. Japn fue considerado como una nacin bastante desarrollada, aunque un paso atrs de la norteamericana, en lo que tocaba a organizacin poltica, econmica, social y cultural. Y se sealaba a las tradiciones japonesas como las grandes culpables de tamaa anomala. De manera mucho ms sistemtica y presionante que durante el siglo XIX, lo central de la poltica japonesa del gobierno norteamericano pas a ser, desde 1945, ayudar a Japn a recuperar su retraso (43). Desde entonces, una tarea unific los esfuerzos pblicos y privados estadounidenses: modernizar a Japn. La primera tarea modernizadora (comenzada desde el desembarco del general MacArthur, pero nunca detenida desde entonces) consisti en alinear a Japn desde el punto de vista econmico. Adecuando sus niveles productivos en base a una cesin masiva de tecnologa e incluso de maquinaria con las que completar el muy maltrecho parque industrial al acabar la guerra. Participando en la recapitalizacin nipona. Adems, abriendo el mercado norteamericano a productos fabricados en el archipilago. Y, finalmente, acomodando el sistema productivo japons a lo que entonces se estilaba en los Estados Unidos, en cuanto a organizacin productiva, estilo gerencial y relaciones laborales. Aunque, a la vista de la evolucin posterior del sistema econmico japons, parezca increble poder afirmarlo, el Japn posblico fue reorganizado16

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econmicamente para cumplir funciones complementarias con respecto a la economa norteamericana, al igual que sucedi en ese momento con los pases europeos favorecidos por el Plan Marshall y otras formas de intervencin norteamericana. De forma correspondiente, modernizar a Japn significaba, en segundo lugar, regularizarlo desde el punto de vista poltico. Se trataba, antes que nada, de suprimir las huellas del pasado dictatorial: eliminar el carcter divino del Tenno (emperador), declarar fuera de la ley a los zaibatsu (monopolios familiares considerados como fundamento del armamentismo nipn desde comienzos de siglo) y suprimir el ejrcito (causante en lo interno de la poltica dictatorial y en lo externo del expansionismo asitico). Y luego se trataba de decretar una serie de reformas que permitieran asentar reglas duraderas de un rgimen democrtico lo ms afn posible al practicado en Norteamrica: reformas en la organizacin sindical, en la educacin, en la tenencia de la tierra y en los mecanismos de creacin y articulacin de los partidos polticos. De nuevo en este caso, tras ms de 50 aos de desembarco norteamericano y a las puertas de una reforma de las instituciones que se sospecha crucial, el panorama poltico del Japn de hoy en da no tiene nada que ver con lo diagramado en su momento por el comandante supremo norteamericano. Como tampoco acabaron sindolo las naciones europeas liberadas por USA en 1945, con Alemania en cabeza (44). En tercer lugar, modernizar a Japn significaba para los americanos homologar a Japn con las principales naciones occidentales desarrolladas; para entendernos: aquellas con las que se rene en el cenculo del G-7 (ahora G-8). Durante el siglo XIX se trataba de homogenizar a Japn con respecto a las naciones occidentales a las que ste deseaba compararse. Con ocasin de la firma de los tratados desiguales (forzados desde 1854 por el ya citado Perry para abrir el cerrojo comercial japons y disponer de puertos de defensa y abastecimiento y, luego, imitados con motivos comerciales por ingleses, holandeses y rusos) (45), fueron agregadas una serie de clasulas que poco tenan que ver con el libre comercio y mucho con las buenas maneras: formas occidentales para que americanos y europeos no tuvieran la impresin de estar tratando con salvajes (normas ligadas a la indumentaria, a la comida y a la etiqueta, entre otras). EEUU nunca desestim acciones tendientes al acercamiento cultural japons con respecto a los moldes occidentales consuetudinarios. Desde finales del XIX y comienzos del XX hasta ahora, no han escaseado los misioneros, educadores, artistas y profesores de lengua norteamericanos, transformados en permanente vitrina de una forma de ser, de hablar, de sentir y de vivir que los yankis nunca han dejado de suponer ms adecuada para los japoneses que la propia tradicin nipona. Desde los aos 60, el resurgimiento econmico y el auge de las comunicaciones permitieron dar pasos decisivos hacia una mayor americanizacin de Japn. Gracias a la televisin, a los viajes y a los estudios extranjeros, hemos pasado de lo cualitativo a lo cuantitativo: en nuestros das, la influencia cultural norteamericana sobre Japn es mayor que antes. En su organizacin externa, el diagrama exterior del sistema educativo (incluyendo la universidad) es copia del usual en EEUU. Los medios de comunicacin de masas (incluyendo de manera decisiva a la televisin) difunden innmeros ingredientes del estilo norteamericano, que pasan a formar parte de la vida corriente del japons medio. Es imposible concebir la cultura urbana contempornea del Japn fuera de una estrecha ligazn con el modo de vida de EEUU. Desde la comida (no slo McDonald o Kentucky Fried Chicken; sobre todo el hecho mismo de remplazar la lgica de la cocina tradicional japonesa por un estilo que se basa en lo precocinado y hasta en la comida basura) al ocio (el tipo de rock, el tipo de filmes, el tipo de deportes, el tipo de viajes), pasando por las modas (la indumentaria, la pose, el lenguaje) y hasta por las creencias (religiosas o civiles segn los casos) (46). Cada ao, ms de tres millones de japoneses visitan Estados Unidos.

Ganada en Japn la batalla de la americanizacin, a los Estados Unidos todava les quedaba un cuarto espacio que ocupar en la batalla argumental orientada a construir un pas a imagen y semejanza de Norteamrica. Me refiero al tema de la internacionalizacin de Japn. Polticos, empresarios y acadmicos norteamericanos estn dedicando en la actualidad sus mejores esfuerzos a dicha empresa. Se trata de elaborar un discurso segn el cual Japn es moderno no solamente porque est democrtica, econmica y culturalmente normalizado en trminos domsticos (objetivo ya conseguido), sino porque su homogeneidad internacional es tal que le permite incluso formar parte integrante del pelotn delantero de los pases capitalistas. Sea en las Naciones Unidas (FAO, ACNUR, Consejo Permanente, etc), sea en las poderosas instituciones que formal o informalmente gobiernan la economa del mundo (OCDE, DAC, G-8, BM, FMI, etc). De esta forma, se muestra ante los ojos de todo el mundo a un Japn modelo de liberalismo, espejo de neoliberales. La retrica gubernamental japonesa es en apariencia plenamente cmplice de este designio: reivindica la libertad econmica a travs de la libre empresa y de la competencia, defiende con uas y dientes el flujo internacional irrestricto de mercancas a travs de la Organizacin Mundial de Comercio (sucesora del GATT), asegura desconfiar del Estado como solventador o regulador directo de la igualdad de oportunidades, practica a gran escala la administracin delgada, dice en todo momento apoyarse en la presuposicin de un equilibrio hecho posible por la mano invisible del mercado, se hace llamar a s mismo liberal y democrtico. Japn (o sea: el rgimen que lo gobierna desde hace 40 aos) puede sentarse en las17

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cmodas butacas de la dominacin internacional. Puede incluso tomar la palabra para dar su opinin propia. Todo esto sin temor a desentonar con respecto a la msica que toca su valedor norteamericano. Mas adelante veremos hasta qu punto la prctica social real del Japn contradice bastante la retrica neoliberal del nuevo orden internacional promovido por los Estados Unidos. Pero, de momento, las apariencias quedan dignamente cubiertas y Estados Unidos puede, con orgullo, ofrendar al mundo libre el fruto exitoso de sus desvelos: rescatar a Japn de su atavismo ancestral, transformarlo en un interlocutor presentable ante las otras naciones modernas y adelantadas. Todo parece estar bajo control. Consolidacin de las teoras de Los dos Japones. El lector interesado en los asuntos de Japn y del SEA probablemente ya lo advirti: con un propsito deliberado o por simple azar de las circunstancias (cuando no por efecto de la inercia mental), muchas de las viejas o nuevas teoras explicativas sobre Japn difcilmente se apartan de los senderos descritos. Hasta el punto de poder afirmarse, con alivio, que recin en el curso de los ltimos aos han comenzado a aparecer terceras posiciones serias y documentadas en las que apoyarse (47). Tan cierto es, histricamente hablando, que el saber siempre se va sedimentando en funcin y a partir de los intereses de las naciones y de los Estados predominantes. El saber lo produce el poder. Sin mengua, bien es cierto, de la buena voluntad subjetiva de acadmicos y exploradores, de comerciantes, peregrinos y hasta de militares ilustrados que en cada etapa pretendan escribir honradamente lo que sus ojos crean percibir. Sin quererlo en muchos casos, terminaban hacindole el juego a esas polticas etnocntricas (cuando no neocolonialistas) que buscan, a veces por la va obligatoria de las caoneras o por la ms sutil de los razonamientos, redisear la sociedad internacional en funcin de arbitrios metropolitanos. Por una parte surgi, cognoscitivamente hablando, un Japn de las tradiciones. Se trataba de mirarlo absortos deleitndose en las peculiaridades, celebrando sus extravagancias, integrndolo todo, hasta lo incongruente y lo contradictorio, en un sistema terico de va nica, como dira Robert Merton. Es un hecho que este estilo analtico no se limit a florecer en Europa. Se traslad a Estados Unidos, dando frutos tan excepcionales como el justamente famoso texto de Ruth Benedict, El crisantemo y la espada, en el que la antroploga norteamericana logra el tour de force de hacer que las cuentas cuadren y que Japn se convierta en un perfecto sistema de signos (al decir de Roland Barthes cuando habla, precisamente, de otro Japn, el Japn de Roland Barthes) en los que prcticamente ninguna e