La Jaula, 192 Días en Una Prisión de Mujeres - Lupe Andrade

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La Jaula

192 Días en una Prisión de Mujeres

 

Por Lupe Andrade

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s hijos: Drina, Ivan, Coty y Militza quienes llevaron el mayor peso de esta p rueba, y para mis nietos Kassandra, Sergio, Samantha, Lucca, Kiara y Ariannrían conocer la verdad y atesorarla.

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Prólogo

Esta no es una novela. Esta es historia. Una historia absolutamente verídica, aunque algunos lectores podrían pensar que algunos detalles en la narración increíbles. Esta es la historia de seis meses y una semana (2000-2001) en una prisión boliviana, cómo fue contada originalmente en mis crónicas. Caente, persona o detalle es verdadero y correcto. Los nombres, donde se los da, son reales. Otros nombres, especialmente apellidos, han sido omiteger las identidades de los inocentes y a veces de los culpables. Fuera de los nombres nada ha sido aumentado, mejorado, maquillado o cambiado. No es l

mis tribulaciones legales. Es la historia de una cárcel, y de los 192 días pasados en ella. Naturalmente, he omitido mil detalles de la narración, pero mayue eran irrelevantes o repetitivos. Lo que se dice en este libro, es mi legado de la verdad.

Aunque uso Lupe Andrade como mi nombre profesional, mi nombre legal y completo es María Nina Lupe del Rosario Andrade Salmón. Un zocotrocnejable. Durant e todo el proceso que describo en este libro, debí utilizar la secuencia entera para cada una de las cosas que import aban para la vida y laue pocas veces cabe en cualquier espacio de formularios o documentos: para convertirme en miembro del Concejo Municipal de La Paz, para ser elegida

entrar a la p risión, p ara salir de la p risión, p ara p resentar una declaración o un escrito, para p edir cualquier audiencia, para asistir a audiencias, paraquier documento, para presentar una queja, para hacer cualquier cosa formal Este es el nombre en mi Carnet de Identidad boliviano, el de mi Pasaporte, tanso, ya que por más de quince años he estado arraigada, prohibida de viajar fuera del país.

Ese era el nombre en mi Cuenta Bancaria y en los documentos de la casa de mi prop iedad. La cuenta sigue congelada (con $150.00) y la casa fue venhos años para pagar costos legales. También es el nombre en una Queja presentada ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA (Chington, D.C. y el nombre en el Caso 12693 ante dicha Comisión por más de una década. También es el nombre en dos diferentes Convenios firmadodo de Bolivia bajo la formalidad de “arreglo amigable” de la Comisión durante dos diferentes gestiones de gobierno boliviano, convenios mediante los nía llegar mi libertad final, con justicia y resarcimiento por las múltiples y egregias violaciones de mis derechos como ciudadana y como ser humano. E

viano no cumplió con ninguno de los convenios, y ese fue el nombre, finalmente, bajo el cual el Caso 12693 fue enviado el 8 de enero, 2015 a americana de Derechos Humanos en Costa Rica, la máxima instancia de Derechos Humanos en el continente. Ahora tengo verdadera esperanza de obtenearcimiento.

ara resumir: yo era una periodista y columnista muy conocida quien se convirtió en Concejal por La Paz, y luego en Presidente del Concejo y finalmente A

a Paz, la capital política de Bolivia. Descubrí una gran estafa perpetrada en la Alcaldía por miembros del partido de gobierno. La denuncié, inicié iales y me convertí en víctima de venganza y de una persecución política que ha durado hasta hoy. Sin juicio y sin razón, me enviaron a prisión, sometiéprocesos judiciales durante los cuales se cometieron tantas y tan descaradas violaciones de la Ley y de mis Derechos Humanos, pese a CUATRO fallos

Tribunal Constitucional de Bolivia a mi favor, que la queja presentada a mi nombre por mi Abogado Pro-Bono y héroe personal John A. Lee produjo, doenios con el Estado Boliviano reconociendo dichas violaciones. Lamentablemente, no hubo resultado y no cesó la persecución. Por ello, mi caso está hoe en Costa Rica y tengo la esperanza este nuevo proceso dará como resultado una rectificación de los errores con el reconocimiento público de que fui injuada, injustamente perseguida e injustamente detenida.

A través de todo esto, afirmo una vez más que actué de acuerdo con mi ética y conciencia, y que mi único arrepentimiento es haber sometido involuntariaamilia y amigos a sufrimientos, gastos, incomodidades, humillaciones y múlt iples t ribulaciones. Gracias a su generosidad y apoyo he tenido una vidaosa, y he llegado a ver que los infortunios narrados en este libro no p udieron dest ruir la médula de mi familia o de mi ser. La importancia de la historia qual, una lección objetiva sobre las realidades de la política latinoamericana.

Aunque estas crónicas desde la prisión están aquí tal como fueron escritas hace casi quince años, algunas explicaciones fueron añadidas más de una década

a memoria apoyada en cartas p ersonales, p apeles (miles de papeles) y la corroboración de varias personas que compartieron la dura prueba.

Como dije en el principio, esta es una narración verdadera, una declaración testimonial, una contribución a la historia de la realidad judicial de mi país y a lficultades enfrentadas por las mujeres que se negaron o se niegan a jugar por las reglas antiguas y torcidas del siempre vigente “Club” de la política.

Lupe Andrade, Enero, 2015

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Tabla de Contenido

rólogo

CAPITULO 1 Sin poder salir, sin poder entrar 

CAPÍTULO 2 El Juez, la Inquisición y la Ley

CAPÍTULO 3 Tres agujas en el pajar 

CAPÍTULO 4 Jaula de ratas y estiércol

CAPÍTULO 5 Telenovelas y salvación

CAPÍTULO 6 Casi siempre sobre el dinero

CAPÍTULO 7 Lo claro, lo oscuro y la noche sin fin

CAPÍTULO 8 De drogas y otras formas de escape

CAPÍTULO 9 Vuelta del año, vuelta de llave

EPÍLOGO

Agradecimientos

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CAPITULO 1Sin poder salir, sin poder entrar

No parecía una cárcel. Se llamaba el Centro de Orientación Femenina (COF). Un nombre inocuo, hasta benéfico. Podía haber s ido cualquier típica inua en una zona provincial – un internado, un centro de capacitación o un inst ituto de rehabilitación en salud. Las paredes eran altas, pero no exces

adas, y el alambre de púas que corría encima de ellas era típico de similares precauciones rodeando las casas de la gente de la zona. Una torre pequeñaeta, generalmente vacía, se elevaba por encima de las paredes, casi invisible desde la calle. Una puerta de entrada discreta, con guardias masculinos, mridad reglamentarias y munida de un detector de metales que por supuesto no funcionaba daba paso hacia un costado del patio, pero apenas unos pasoscha, existía un portón de madera grande y viejo en medio del muro, cerrado solamente con un candado corriente, de marca coreana.

La entrada de seguridad estaba adecuadamente custodiada, pero el portón de madera con bisagras y refuerzos de hierro, con pintura gris p elándose por p

ras a ambos lados no era nada especial. Por lo menos dos veces al día ese portón se abría manualmente para permitir la entrada de un camión viejo y maltrvíveres. El port ón se mantenía abierto por lo menos media hora hasta que se hubieran descargado las legumbres, carne y bolsas de arroz que traía, y sdo nuevamente con marraquetas y sarnitas frescas de los hornos de la panadería del COF. Mientras permanecían las dos batientes del portón abiertas, pa casa del Presidente Sánchez de Lozada justo al frente, con sus viejos cipreses sin podar descolgando ramas desordenadas sobre el muro. El guardia quón sos tenía el candado en una mano y las llaves en la otra. Su arma (si la tenía) estaba siempre en la cartuchera. Todo era muy corriente, común, hasta apa

asando los guardias y sus inspecciones p uramente formales, los visitantes ingresaban a un área abierta de más o menos unos doscientos metros cuadradoe de piedra, seca y desportillada engalanada por una estatua de la Virgen María al centro, sombreada por un viejo pino con barbas de liquen. Fuera de un

o de dura tierra gris alrededor del árbol, toda otra superficie visible estaba cubierta con cemento. No había nada verde allí, ni una flor, ni una brizna de a. Grandes basureros de metal con palomas hambrientas y bulliciosas revoloteando, formaban la decoración principal.

A un costado del portón había una pequeña construcción de “media agua”, dividida en dos para la oficina del psicólogo y de la lavandería comercial (éstaeña ventana a la calle). Si uno se paraba con la espalda a la entrada, hacia la derecha se levantaba el gran galpón de la panadería y hacia la izquierdrtiva con gradas que bajaban hacia la lavandería.

Todo en el lugar era viejo, gastado. Cruzando el patio central se alzaba el edificio de dos pisos de la administración pintado de verde en algún momenria, con un techo que alguna vez fue elegante y ventanas de mansarda. La Gobernadora tenía su oficina allí, así como las dependencias de la administrarse en lo que alguna vez fue un bello salón, uno podía atisbar las cocinas comunitarias al fondo, y hacia la derecha, el lugar donde dormían las guardias. erda, más oficinas administrativas.

En el segundo piso, una enfermería que siempre olía a moho y rop a guardada, con cuatro camas angostas, ocup aba una buen espacio complemenaciones para exámenes médicos y en la pieza contigua, un vetusto sillón de dentista con sus equipos . Finalmente depósitos y hacia atrás, las cocinas dellos niños.

Hacia la izquierda del edificio de Administración quedaba una pequeña capilla limpia y ordenada, pintada de crema y celeste, con bancos sencillos pzados, ventanas de vidrios de colores, un altar principal con la Virgen de la Merced y dos altarcillos laterales: uno con el Cristo llevando su cruz y el otroen cuyo rostro he olvidado. Era un espacio limpio y ventilado, que se mantenía cerrado, salvo para los Santos Oficios. A la izquierda de la capilla, escento al aire libre daban a un espacio techado y maltrecho, lleno de estantes improvisados y mesas de plástico y madera que eran propiedad de una media d

sas. Ellas vendían café, refrescos, pastelería, jugos de fruta y dulces.

Más a la izquierda aún, cerca de la entrada, otras gradas llevaban hacia la cancha deportiva/polifuncional. Allí como en el resto del COF, cada centímetrerto con cemento. Más allá de la cancha, más gradas y finalmente la lavandería con tinajas enmohecidas y líneas entrecruzadas de soga y alambre para seca

La prisión en sí, el lugar donde no podían entrar los de afuera, visitantes u hombres, se encontraba más allá aún, fuera de la vista.

Todo este complejo, casi una manzana entera de la ciudad, era como un pueblo chino amurallado, o como un viejo castillo medieval en mal estado de reparacgar lleno de callejones, negocios y oficios, intersectado por corredores tortuosos, redolente de los olores penetrantes de comida y humanidad hacinada y sieado por ruido constante y movimiento, lleno de acción, drama y codicia, el COF ofrecía casi todo menos privacidad, o libertad.

No parecía una cárcel, y raras veces se refería a este lugar como tal, llamándolo simplemente “El COF”, pero a pesar de todo era una prisión, y y o estaba en

Dentro de esas paredes, todo parecía ser insólito, cabeza-abajo. Para comenzar, yo nunca había imaginado una cárcel donde no se encierre a las reclusas, y

s obligue a salir de sus “ celdas” hacia afuera. Las celdas, que eran más como cuarteles o dormitorios comunes, se mantenían cerradas todo el día, con laatoriamente relegadas a las áreas comunes. Parecía completamente loco, sobre todo porque mis compañeras y y o guardábamos el candado que cerrab

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ia celda, y cuando nosotras la cerrábamos, guardábamos la llave para que no entre nadie, ni siquiera las guardias.

El arreglo parecía demencial, muy a la par con los eventos que me trajeron al COF. Me tomó semanas comprender la sabiduría pragmática detrás de esas speración, depresión, enfermedad, suicidio o intentos de escape se veían minimizados cuando se obligaba a las mujeres a participar de una hacinada y bullicunal. Si no hubiera sido por la medida de cerrar las celdas con las reclusas afuera, algunas hubieran optado por una forma final de escape a la vida, o simeran permanecido echadas en la cama, cara a la pared, hundiéndose en un abismo irrecuperable. El COF era también un mundo dentro del mundo, un micrniverso alternativo con sus propios ritmos, formas y reglas.

Entré al COF caminando, el 3 de agosto del año 2000, pero en realidad no tengo memoria de los primeros dos o t res días allí. Todo es nebuloso e incierto. enzo, ingenuamente, estaba decidida a ser valiente, a no darles [1] satisfacción. Convert iría mis pocos días de prisión en una especie de aventura, una exectual y periodística de un mundo diferente. “Esta es una oportunidad para que un observador capacitado vea cómo es estar preso,” pensé. “Estunidad de conocer el fondo oculto de la sociedad Boliviana”. Creyendo que podría utilizar mis experiencias para artículos futuros o para mi defenener -desde el comienzo- una especie de diario. Lo llamé, sin mucha imaginación, “La Jaula”. Lo escribí simultáneamente en inglés y en esp añol, y lo co

s del Internet con amigos de Bolivia y el mundo.

No era un diario íntimo, o p ersonal. Ni siquiera era privado. Era en realidad una larga carta serial, escrita en forma rápida, torpe y sin corregir, que debímo posible de personas. Escribí pedazos y fragmentos cada día, pero los enviaba por grupos más o menos cada semana, con mayor frecuencia al principor intensidad luego. Al final, había escrito veint iséis “Jaulas” en prisión. Fuera de las Jaulas, que tenían que ver únicamente con la vida del COF, tambiéns personales a amigos, y bombardeaba con cartas y quejas a cada persona, institución, grupo u organización que podría intervenir o interesarse en unecución política[2]. De hecho, tenía tiempo p ara escribir, y en realidad, en ese momento de mi vida no tenía ningún capital que gastar que no fuese mi capbir.

nevitablemente, lo que escribí –al principio con op timismo forzado- caía como plomo en sentimentalismos, lugares comunes y patetismo. Con el paso dedo los días se tornaban en semanas y luego en meses, el tono ligero y teatral de las Jaulas fue cambiando. La realidad empezó a filtrarse e incrust arbras. Las Jaulas se hicieron menos trilladas, más oscuras y más reales. Aunque en ese momento no tuve el coraje de escribirlo abiertamente, al final llegusi alguna vez salía del COF. haría cualquier cosa, cualquier cosa que fuese, para no volver, ni arrastrada, hasta allí. Esa desesperación se puede leer entravía la siento hoy , cuando miro este libro por última vez antes de ponerlo en manos del público.

Por qué escribía? Como periodista[3], la necesidad de escribir era como la necesidad de aire. Escribía porque necesitaba hacerlo. Por momentos pensé edcas más tarde; utilizarlas como base de un libro serio o un documento político, pero no eran un manifiesto: eran simplemente un registro de mis días, una

a lo inevitable, hacia descubrimientos , errores, falencias y dudas. Había creído que conocía a la sociedad boliviana por dent ro y fuera. El COF me demostba ni cerca. Allí, sin orden o diseño, simplemente sobrevivía día a día, escribiendo.

Cuando finalmente llegué a casa, transferí las Jaulas a mi computadora de escritorio, y allí quedaron, año tras año, ocultas en su carpeta común y corrientendo de un disco duro al siguiente, sin cambios. Sin embargo, no eran inocuas – las Jaulas contenían temas tóxicos. Tóxicos en el recuerdo y tóxicos, si audiera contar la historia, para los actores políticos, Jueces y Fiscales que jugaron sus t ristes partes. Yo sabía que no las p odía publicar formalmente

ba sujeta a procesos pendientes. De hecho, algunos jueces que habían escuchado que yo las escribía (o que habían llegado a ver alguna Jaula enviada por el os y conocidos) se preocuparon. Posteriormente uno de ellos, y no recuerdo cual, me ordenó sin más a que deje de escribir porque podría ser acusada

bido de influencias”. Aún así, cada tantos meses trataba de corregirlas y p onerlas en orden, sin éxito alguno. Cada vez que acometía esa tarea aparesa, me encontraba, como por un espantoso hechizo, de nuevo en medio de la mugre, ruidos y hedores de las tardes del COF. Tuve que parar una y onda o en llanto desconsolado.

Las Jaulas enmohecieron mientras me defendía en los estrados judiciales y p osteriormente, enmohecieron aún más porque hice todo lo posible por olvidarlararlas, seguir adelante con mi vida y mi profesión, pero estaban allí, inescapables, hirviendo a fuego lento como en un caldero venenoso, recordatorios de prados, humillaciones y derrota. Se convirtieron en una especie de enfermedad oculta, una barrera a nuevas palabras. Lo que fuese que quería escribir, seala o ensayo largo, quedaba trunco. Si no podría escribir esto, no podía escribir nada más.

eis años más tarde, en enero del 2006, en el aniversario de mi retorno a casa, resolví terminar la tarea para finalmente dejar el COF atrás.

Era más difícil de lo que había imaginado. Muchos incidentes se habían perdido o convertido en sombras. Cerraba los ojos tratando de recordar algo eo los colores de las paredes… gris manchado, probablemente, pero podían haber sido cualquier color viejo: arena sucia, verde desleído o hasta celeste desesa. Sin embargo, otros detalles – muchos no deseados- volvían sin esfuerzo o voluntad, en detalles vívidos, en texturas con relieve. Recordé el color de la

mi “toldo” antes de pintarlas: las tristes hojas de cartón y lata cubiertas con pedazos de papel de envolver regalos con rosas rojas, que se desprendíanas y tenían tarjetas de teléfono pegadas encima: cientos de tarjetas de teléfono que Letty había usado para hablar con su extraño marido en El Cairo. La ular de concreto de la ducha volvió con claridad surrealista, con huellas frescas y húmedas de babosas en las paredes rezumantes. Pude escuchar las gemidmas justo antes del amanecer. La memoria juega trucos crueles. Algunas cosas desaparecen, aparentemente irremediablemente perdidas, y otras vuelven y

do menos se las quiere, como huéspedes indeseables.

Además, aún seis años después, las acusaciones y juicios en mi contra se alargaban arrastrándose año tras año, sin aparente solución. El ejercicio de revcas parecía completamente inútil.

Cuatro años desp ués, en el décimo aniversario de mi llegada al COF, pude imprimir las “Jaulas”. El 2010, en enero, limpié mi escritorio, hice una gran tazBach p ara t ener serenidad, y comencé a releer los apilados papeles, de comienzo a fin; a veces reteniendo el aliento; frecuentemente obligada a lev

eada. Me venían lágrimas coléricas a los ojos. Quería arrugar esas hojas malditas y quemarlas, por su contenido, por las memorias que traían, por la pobrr descriptivo. Por encima de todo, odiaba tener que reconocer que no eran muy buenas. De hecho, eran mediocres.

Wordsworth tenía razón[4]. Las emociones deberían ser recordadas en tranquilidad. Habiendo escrito estas crónicas con heridas frescas, por así decntosas. Al releerlas, me chocó su banalidad, la sup erficialidad de sus frases; me irritó la forma en que se desviaban temerosamente alrededor de verdadesentristeció su estrechez al comunicar en tonos monocromáticos los tenebrosos episodios de mi detención, lo pobremente que pintaban los colores chil.

Leyéndolas, me sent í avergonzada por su sentimentalismo, por las barreras de frases hechas y gastadas que había elevado contra la realidad. Por una p

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as de mi t riste suerte (s í, quejas, aún cuando pensaba que estaba siendo tan, oh tan valiente) y por la otra, ostentaban una ceguera voluntaria, t ratando de mstrucción de la verdad y la esperanza; de olvidar el impacto trágico de la injust icia sobre las vidas humanas, mía prop ia y de muchos otros. Esto era mo cuando hubiera querido que sea tragedia. Simplemente no estuve a la altura de la tarea.

in embargo, aún a través de sus flacideces y falencias, seguí leyendo las Jaulas, p ágina tras página, empezando a sentir su atracción, a vislumbrar la posibu veracidad y vida subyacente. Por lo menos no había mentido, salvo sobre lo bien que estaba entonces. En términos de mérito literario, deberían erero; en términos de test imonio a la verdad, empecé a sentir que merecían sobrevivir.

Consciente de sus flaquezas, traté de re-escribirlas, p ero los resultados tenían sabor a mentira. Traté de re-trabajarlas como ficción, pero perdían suriencia y su sanación por el horror. Me sentí abochornada por su sentimentalismo, pero corregir esas fallas haciendo que las Jaulas fuesen fuertes y muscuficar su naturaleza test imonial. Finalmente decidí dejarlas tal como eran, cursilería, defectos y todo, eliminando solamente lo demasiado repet itivo, comamente errores “de dedo” y gramática, con la esperanza de que los autént icos eventos y sensaciones que me llevaron a escribirlas podrían hacerse visible

Es así que ahora, con notas y explicaciones, las presento como fueron escritas hace quince años: las “Jaulas” del año 2000.

La primera de ellas está fechada el primer día en el COF, pero me parece tot almente ajena, como si otra persona la hubiera escrito. Es horriblemente emciona gente y event os completamente fuera de orden y contexto, y no aclara por qué estaba en la cárcel. No contiene descripción de la cárcel misma y suee un lado a otro, sin hacer mucho sentido. Me incomodó leerla. Casi no podía aguantar el tono. Sin embargo, aquí está, en interés a la verdad, solamentes lamentaciones eliminadas, pero sin “arreglar”.

La Jaula, jueves 3 de agosto, 2000

Probablemente debería llorar, pero no lo haré, no puedo hacerlo. Se cuán afortunada soy. Afortunada en familia, amigos, en haber llegado hasta hoconsciencia limpia, en poder dormir de noche sin más reproches hacia mí misma que haber sido ingenua (y hasta estúp ida) pero leal conmigo misma. Sestoy sola, que a través de este gran mundo hay gente que está dispuesta a rezar, luchar y actuar en mi favor.

En los últimos días hicimos, con mis hijos, un pequeño “consejo de guerra” y repartimos tareas. Parte de ellas incluía averiguar si podría conseguir tolerable en la cárcel, cuanto costaría, qué arreglos debían hacerse, qué permisos debíamos obtener o cuales precauciones de salud debía tomar. Nos reunilos abogados para discutir opciones; tratar de adelantarnos a las preguntas que el Juez podría hacer, y cual podría ser el resultado eventual, aunque el Juanunciado que me detendría.

Anoche, como si estuviera participando de un ritual arcano, preparé un pequeño maletín con ropa abrigada, cepillo de dientes y unas cuantimprescindibles. Puse mis papeles en orden y escribí una carta: “Si usted recibe esto, estoy encarcelada...” para ser enviada -si se diera el caso- a toda familia y amigos.

Cuando salí de casa esta mañana, sin saber si es que, o cuando podría retornar, me parecía increíble que las cosas hubieran llegado a este punto. Texplicaciones, venganzas por haber denunciado una estafa, ajedrez político, etc. parecen insuficientes y débiles. Siento que he sido atrapada por los engrun enorme mecanismo de corrupciones conexas, metas políticas, ambiciones desnudas y prebendas; un mecanismo diabólico que en su lento girar medespiadadamente.

Como no había sido totalmente “triturada”, por lo menos todavía, esa primera crónica continúa el día siguiente, describiendo en forma desordenada la audienel Juez de Inst rucción Alberto Costa Obregón ordenó mi detención, enviándome al COF. En ese momento, los hechos me parecían dramáticamente claé que la situación legal detrás de la historia sería incomprensible para la mayoría de la gente. Sin antecedentes ni explicaciones, la historia -contada com

poco sentido, y es casi incomprensible hoy.

La Jaula, viernes 4 de agosto, 2000

Y bueno, estoy en la cárcel. Me presenté a la audiencia que habíamos solicitado ante el Juez Alberto Costa Obregón. Me preguntó p or qué había aupagos a GADER como Alcaldesa, y le p resenté (fuera de los documentos previamente entregados que formaban una pequeña montaña en su escritocertificación adicional, otorgada por el actual Gobierno Municipal[5], afirmando que no existía instrucción, orden o instrumento alguna donde yo hubiera o autorizado pagos a GADER o Pensiones.

Luego (Costa) preguntó por qué yo había autorizado un “pago ilegal” el 4 de junio (de 1999). Como respuesta le presenté un certificado -legalizadCorte Superior de Distrito- demostrando que yo recién había sido juramentada como Alcaldesa de La Paz el 7 de junio, 1999, por lo cual no podía saber nacosa, ni haber autorizado dicho pago. Se mostró algo confundido, como si su estrategia hubiera fallado, y con gesto molesto decretó un receso hasta latarde.

Al releer este párrafo seis años después, vi que para que la historia sea comprensible, los eventos debían ser explicados, la situación legal descrita, y algunoidos. Sin embargo, los horribles mecanismos de cómo y por qué fui enviada a prisión resultaban casi irrelevantes a lo que yo deseaba contar, es decir, a la historias del COF. Suficiente aclarar, por ahora, que yo era una conocida periodista que llegó a ser Concejal y luego Alcalde de la ciudad de La Paz, la capitancipal ciudad de Bolivia, con un millón de habitantes. Por ser de espíritu reformador y anti-corrupción, bien intencionada aunque ingenua, descubrí cerci gestión como Alcalde, un fraude masivo y otras graves irregularidades. Las denuncié e inicié procesos legales contra los autores.

No tenía la menor idea de lo que estaba haciendo, o qué arenas movedizas estaba pisando. Los defraudadores eran personas de alto nivel político, bien conegidas. Estaba divorciada y ser mujer sola me hacía más vulnerable. Como resultado, en una reversión eficiente, el aparato se dio modos de volcar todo el i contra. En pocos meses acabé acusada de cada delito o irregularidad que había descubierto y denunciado, más un cúmulo de otros delitos añadidos “p or s

Juez que luego de reconocer durante la audiencia que no había encontrado ninguna irregularidad penal, y que pese a ello me envió a prisión “preventivameaba simplemente porque sí. Había un mundo entero por detrás.

Eso no fue todo. Por una combinación de factores políticos adversos, en poco tiempo me encontré incluida en no menos de seis p rocesos criminarles, cad

osas condiciones de fianza y restricciones, altos costos legales y posibles sentencias de hasta ocho años. Ya que todo el embrollo era de naturaleza políticaart ido de gobierno, el nuevo Alcalde quería mostrarse fuerte e implacable), el tema de mi inocencia se hizo irrelevante. Se me consideró culpable por conv

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altos niveles p olíticos tomaron decisiones, enviaron órdenes a las esferas judiciales apropiadas y punto. Para ser justa, aunque en esos días me sentía victiada de forma particular, no creo hoy que el partido de gobierno (ADN) hubiera tenido la intención de destruirme, por lo menos al principio. Quizás nificaron enviarme a la cárcel, p ero las circunstancias se dieron. Cuando, como resultado de mis investigaciones y denuncias, algunos altos jerarcas se vlemas, naturalmente decidieron ayudarse y ayudar a parientes y copartidarios. Si mi libertad y reputación estaban entre los costos, p ena. Las demás explones forman otra historia, más triste que ésta.

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CAPÍTULO 2El Juez, la Inquisición y la Ley

Debo pedir indulgencia a los lectores por el árido contenido de las siguientes p áginas, pero sin explicación, lo sucedido no tendrá sentido alguno. Lo quemido, y recordemos que no soy abogada. Lo presento como lo viví, en condición de víctima atónita y confundida, sometida a presiones, coerciones y restnte quince años. Así como el COF no se parecía a las cárceles de Estados Unidos, Europ a o países más desarrollados de América, el sistema judicial boliviropias características (las que fueron cambiando luego con nuevas leyes y modificaciones al Código de Procedimiento Penal, que no se aplicaban a mi caso

En esos días del año 2000, los procesos penales consistían de diversas etapas formales claramente descritas por el Código de Procedimiento Penal entoncesal se aplicaba, solamente de forma. La primera parte, no judicial, era la Investigación Policial, básica y morosa; la primera parte judicial era “Instruccría durar un máximo de dos semanas, para pasar a la etapa del Plenario o juicio en sí. Luego venía la sentencia. En dichas etapas existían recusaciones

aciones, incidentes y excepciones que retrasaban el proceso. Una vez dictada la sentencia (provisional), habían apelaciones y luego el caso subía a la Corteistrito. Si tanto acusado como acusador tenían fuerzas suficientes, podrían presentar nuevas apelaciones, hasta llegar a la Corte Suprema para el prión o “Casación”, con confirmación o reversión de la sentencia.

ara quienes nunca se han visto envueltos en semejante p roceso (como yo, hasta entonces), todo era extraño, arcano, sorprendente y casi carente de lóplo, comencemos por decir que lo único válido era aquello que estaba escrito, en papel. Aún en la Corte Suprema, los argumentos , que podían presentarsedebían estar en pap el para existir legalmente, con las part es deseando que alguien lea lo que había en sus escritos. Nada se podía hacer, decir, solicitar, dr o probar si no era en papel, y siguiendo rituales específicos. Un p roceso podía fácilmente durar siete, diez o quince años; algunos casos no llegaban a eodo.

Los procesos bolivianos, fundamentados en el Código Napoleónico y complicados por nuestra p ropia mentalidad burocrática y t imorata, me parecían virtmprensibles. Las decisiones emergían raras veces de los procedimientos o audiencias en el juzgado, ya que los “casos” exist ían únicamente de archivos se llamaban “actuados”. y allí podía estar la solución o la trampa. De hecho, un “Caso” consiste –aún hoy en l a era tecnológica- de un solo juego cico de documentos “originales” en papel, sin ningún duplicado de valor legal.

La forma en que dichos “casos” se ensamblaban, numeraban, guardaban y ut ilizaban era redolente de práct icas judiciales del siglo 19. Los documentos (ño “oficio” únicamente) que representan el proceso se llamaban (y todavía se llaman) en el conjunto, “Obrados”. Estos no estaban digitalizados ni compunguna manera. En los pocos casos en que los Juzgados ut ilizaban (y utilizan) computadoras, era solamente como máquinas de producir texto, y a que lo úlegal era y es la copia única, monumental, impresa, sellada y firmada, almacenada en el juzgado correspondiente.

Los documentos de los casos eran y son compilados en forma cronológica. Grupos de 200 folios[6] (hojas), se numeran a mano, separan y colocan entrelina barata amarilla o verde, también numeradas y tituladas manualmente con marcador negro (por ejemplo, “HAM c. Monroy C. 98”), los cuales son

o por el costado izquierdo con aguja y cordel de cáñamo. Colectivamente éstos se llaman “Expedientes”, pero cada carpeta cosida de 200 folios o 400 págama un “Cuerpo”.

Los Cuerpos se acumulan. Tal como los cuerpos humanos, se ensucian, tienen mal olor, se arrugan y envejecen. Se los coloca en estantes o apilan sobre els, cuando deben ser transportados o almacenados, se embolsan en sacos de yute o lona también marcados y numerados a mano, vulnerables al tedadores[7].

Los encausados y abogados quienes trataban de ver qué había acontecido o qué fallos se habían emitido, los hojeaban constantemente, y como resultado laan grises, con bordes grasientos y ennegrecidos. Los abogados defensores doblaban algunos folios en diagonal para que una punta aflore de la carpdar al Actuario del Juzgado de algún tema pendiente. Cuando las peticiones o escritos eran persistentemente ignorados, se solía colocar un billete en m

ez, o se lo pasaba a la mano ágil del actuario o asistente[8].

Encausados y abogados pedían el último “cuerpo” (o algún otro) para revisar lo presentado por la parte civil, lo dictaminado por el juez, o nuevos dociones o escritos. Con frecuencia dichos cuerpos no se encontraban disponibles, y a que varios abogados y el Fiscal competían por acceso. Muy pocas o veían todo el contenido de los cuerpos. El Actuario del Juzgado y ot ros asistentes, cuando era necesario, rebuscaban afanosamente para hacer resú

ntrar un escrito o antecedente particular. Las hojas se hacían tan ajadas y arrugadas que debían ser parchadas con cinta adhesiva transparente, la cual rápién se volvía sucia y gris. En cuanto a casos “antiguos” (de varios años), algunos documentos en papel de mala calidad comenzaban a destruirse, aparición o alteración de una sola hoja podía ser causa de anulación.

uera de su orden cronológico, no había orden alguno en los obrados archivados. No exist ían índices, listas, t ablas de contenidos, grupos temáticos, o indi

ar de encontrar un documento o referencia específica – salvo que uno supiera la fecha exacta en la que se lo colocó en el archivo (no la fecha de presentacióa específica en la cual el actuario había numerado dicho folio al ingresarlo a los obrados)- era como buscar la proverbial aguja en un pajar de papel.

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Las reglas en cuanto a documentos eran muchas y formales: tamaño y clase de papel, encabezados, sellos, firmas, fórmulas de lenguaje etc., y pocas en enido. Acusaciones y afirmaciones campeaban libremente en declaraciones y test imonios: el juzgado o fiscalía no revisaba ni hechos ni afirmaciones. Noaderas reglas sobre evidencia: cualquiera podía afirmar o negar lo que fuese. No había prohibición en contra de afirmaciones “de oídas”, y la palabra de cuataba como tal – cuando se lo veía conveniente- o era rechazada sin explicación alguna. Se sup onía (de acuerdo a la Constitución y la ley) que se prencia del acusado hasta la demostración de su culpabilidad, pero en realidad se les exigía repetidamente (incluyendo en mi caso) que “demuestren” o “prencia”.

Ya que cada present ación de prueba, argumento o solicitud necesariamente debía hacerse por escrito, los procedimientos eran extremadamente lentos. Por ar como prueba una cifra de una auditoría en un escrito, significaba que se debía adjuntar una copia legalizada de todo el informe de auditoría en cuesrtar cuan frondoso fuese. Quien resp ondía en contra de dicha aseveración, debía insertar otra copia legalizada de la misma auditoría, además de una copia laseveración que se estaba negando, y así ad infinitum[9].

Todos los documentos debían ser originales o copias legalizadas (con costo de legalización por página, por sup uesto). Cada escrito o petición req

entado en papel sellado (p apel vendido por el Poder Judicial a elevado costo) y con frecuencia necesitaba timbres de valor que debían ser adicionados. Los se acumulaban, y los pap eles crecían y se multiplicaban como un cáncer. En un santiamén, y especialmente en casos (como los míos) que involuiples imputados, se acumulaban miles y miles de páginas. Para la persona promedio, el sistema era impenet rable.

Y todo ello era solamente part e de la pesadilla. Moverse a través de los caminos judiciales era como pasar por un pantano oscuro con arenas movedzaba poco y con frecuencia uno trastrabillaba o descubría que las cosas se habían movido en círculos, ya que cuando se descubrían errores procedimentalesta miles de folios de los “obrados” eran anulados, con el proceso obligado a reiniciarse “desde el último vicio” o sea desde la última página “válida”, y en o

e el inicio, o sea, desde la investigación original.

En esos casos, cualquier alegato, prueba o argumento presentado con anterioridad a la anulación debía ser repuesto por completo. Nada podía ser recuenciado. La anulación era una forma casi aceptada de retrasar los procesos. Algunos hábiles errores podían ser insertados deliberadamente y ont rados” por Actuarios o Fiscales “amigables”, forzando la anulación de obrados. Los Fiscales, bajo dicho sistema (ya no vigente actualmente en Bolivcasos “antiguos” como los míos) eran importantes mayormente en la etapa de “invest igación”, y de hecho en esa etapa eran cruciales. Esta era la etapa e

utaciones se hacían o desaparecían. Bajo dicho sistema, un Fiscal podía y con frecuencia lo hacía, obtener p rebendas y dinero contante y sonante de aqro de ser imputados. Nosot ros nunca ofrecimos dinero, y en honor a la verdad, nunca me pidieron dinero en forma directa, salvo una ocasión en que un

ó un “préstamo amigable” de ocho mil dólares para part icipar en un concurso internacional de Mariachis, en México. No obtuvo el “p réstamo”. Fui imput

El sistema producía montañas de pap el. Uno de mis casos, en etapa inicial de “Instrucción” (nunca llegó a la etapa de Partido), acumuló 162 cuerpos en ccuerdo a ley, dicha etapa no debió durar más de dos semanas), es decir, más de 60,800 páginas. Para complicar las cosas aún más, este proceso en particup arcialmente anulado dos veces, de modo que ot ros 80 cuerpos (32,000 p áginas) habían sido descartadas.[10] Naturalmente nadie, ni los abogados misms, ni los fiscales, ni los acusados podían o querían leer todo el contenido de tal monstruosidad laberíntica e inoperante.

El Juez de Instrucción (tal como Costa Obregón) no era un Juez imparcial que esperaba a ver y escuchar los dos lados del asunto o que hiciera cumplir latitución. Era más bien un “Inquisidor” (en palabras del mismo Costa) que hacía preguntas cargadas como: “Diga usted cómo es cierto que ordenó ques ilegales a…” Los fiscales del caso no emitían opinión salvo que el Juez la pidiera, y al final cuando sí la pedía y la emitían, el Juez podía aceptarlas o simlas de lado.

Cuando cualquier parte presentaba un escrito, un recurso, un incidente o excepción, el Juez podía emitir su fallo o decisión al escribir un “Proveído” amento. Para no emitir tal fallo o decisión, el Juez p odía pedir una opinión escrita al Fiscal, la cual tomaba días, semanas o meses en ser emitida. Para añsos, cuando un caso como éstos necesitaba ser enviado a la Fiscalía (entonces a unas tres cuadras de distancia) para una opinión, los “Cuerpos” eran lleas de lona o yute. Una vez llegadas a destino, las bolsas podían permanecer apiladas en el piso, ad infinitum.[11]

El resultado, en casi todos los casos, pero especialmente en casos políticamente motivados como el mío, ya estaba decidido. Nadie se molestabamentos, la sentencia era previsible de acuerdo a la conveniencia política, económica o judicial. Era teatro puro, políticamente orquestado y en cámara lenta

Bajo tal sistema, y dentro de esas reglas de juego, se llevó a cabo una audiencia crucial para mi destino, el día 2 de agosto del año 2000.

abíamos que era poco probable que obtuviéramos condiciones judiciales imparciales, pero yo creía en ese momento, que mi inocencia y mi reputaciodista “anti-corrupción” podrían p rotegerme. “M ami”, dijo con emoción apenas contenida mi hija y abogada Cot y, “sabes que probablemente t e maner”. “¿Estás prep arada?” “Sí”, le dije, “lo sé, pero no me voy. Esta es mi ciudad, este es mi país. Aquí me quedo.” Tomadas de las manos, esperamoa.

Con caras ensombrecidas, mis cuatro hijos –y a adultos- y el abogado asistente de Coty me escoltaron al Juzgado. A la hora precisa entramos p or una famol, moderna y pretensiosa; subimos por escaleras de decreciente calidad hasta llegar a unas gradas de madera que rechinaban, volteamos a la derecha y otracha, entrando finalmente en una habitación poco pulcra, oliendo a papeles viejos y penas guardadas, llena de piso a techo de “cuerpos” cosidos a mulas envejecidas. Cinco o seis funcionarios se movían a través de un surt ido de mesas llenas de cicatrices y escritorios exiguos. Unos cuantos me m

damente volcaron los ojos hacia el piso. Cuatro letreros impresos est aban pegados a la división de vidrio del recinto, uno de las cuales en letras mayúdes decía: “YO SOY LA LEY”.

El juzgado, o recinto del Juez donde se llevaría a cabo la audiencia, era un espacio pequeño, dividido del resto por mamparas de vidrio y madera, con un oso y púrpura a un lado. Una silla hacia la derecha ante una mesilla con una antiquísima máquina de escribir “ Underwood” y otras tantas sillas contrasta completaban el mobiliario. Me indicaron que debía sentarme en una silla de madera al centro de la habitación, con vista al escritorio.

El Juez de Inst rucción en lo Tercero, Alberto Costa Obregón, hizo su entrada, elegante en un terno gris de amplias solapas, corbata de seda y lentes “Rros, que se quitó lentamente mientras alisaba su cabello. En cuanto se sentó al escritorio, indicó al Actuario (quien tomaba notas t rabajosamente en la mábir) que p odía permitir el ingreso de la p rensa. El pequeño esp acio se llenó inmediatamente de reporteros y cámaras quienes p usieron sus micrófonos práctra mi cara, dejando apenas espacio para respirar. El Juez posó p ara fotos, y mi familia y abogados desaparecieron, apretados contra la pared. Yo, práct

eía ni oía nada.

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No había aire. Apenas lograba p ensar. Una campanilla anunció el inicio de la audiencia. El Juez Costa preguntó mi nombre, edad, número de Carnet, miento, estado civil, número de hijos, etc. El Actuario escribía laboriosamente, con frecuentes retrocesos para tachonar errores. Pidió que declare si hada o coaccionada p ara hacer mi declaración.

e registraba el proceso con una pequeña grabadora de mano, para la cual se nos había pedido cassette  nueva y baterías. La mayoría de la grabación ebras del Juez. Cuando yo hablaba, la secretaria que la sostenía trataba de llevar el aparato hacia mí, pero no alcanzaba a hacerlo. Nunca volvimos a ver las

Durante la audiencia, mostrando su mejor perfil a las cámaras, Costa Obregón simplemente hizo preguntas inculpatorias, repitiéndolas para efecto mediátii respuesta, como si yo no hubiera respondido o si él no hubiera escuchado las resp uestas. El Actuario escribía mitad de lo que yo decía.

La mayoría de las p reguntas comenzaban con “Diga cómo es cierto que…” Las resp uestas p arecían irrelevantes. Aunque yo respondiese no, que no era seguía su guión preparado de preguntas. Luego de media hora o un poco más, ordenó un receso. Dicho receso o pausa, mencionado en el trozo relevaera “Jaula” tenía un propósito, p or sup uesto, y aparentemente no era para encontrar documentos. Sin embargo, en vez de hacer lo sensato, utilizamos e

pilando los documentos mencionados. Con toda explicación, volvamos a esa primera crónica y la audiencia fatal.

La Jaula, Viernes, 4 de agosto

Y bueno, estoy en la cárcel.Me presenté a la audiencia que habíamos solicitado con el Juez Alberto Costa Obregón. Preguntó p or qué había autorizado pagos a GADER, y le

(fuera de los documentos previamente entregados que formaban una pequeña montaña en su escritorio), una última certificación, otorgada por el actual GMunicipal[12], de que no existía instrucción, orden o cosa alguna mediante la cual yo hubiera ordenado o autorizado pagos a GADER o Pensiones.

Luego preguntó por qué yo había autorizado un “pago ilegal” el 4 de junio. Como respuesta, presenté un certificado legalizado por la Corte SupDistrito demostrando que yo había tomado juramento de p osesión como Alcaldesa el 7 de junio, por lo cual no podía saber nada de un p ago hecho tres dde esa fecha. Se mostró algo confundido, como si su estrategia hubiera fallado, y con gesto molesto decretó un nuevo receso hasta las 3 de la tarde.

Por la tarde, afirmando que estaba claro que yo no había ordenado o autorizado pago alguno, dijo que quería preguntar sobre la Ley Org

Municipalidades. Aseguró que yo no había cumplido con hacer seguimiento a los contratos, y que no había presentado informes periódicos al Concejo Msobre el caso GADER. Le respondí que sí lo había hecho, y nos dio una hora para obtener la documentación de la HAM . Los abogados (especialmente ede la Alcaldía) protestaron por el tiempo insuficiente, y entonces decretó cuarto intermedio hasta el día siguiente a las 10 de la mañana.

Cuando volvimos la siguiente mañana, demostré que como Alcaldesa había presentado tres informes sobre GADER en menos de dos meses, pero El que no eran “informes periódicos” de acuerdo a ley. Nunca pudimos saber cuál era su interpretación p ersonalísima de “informes p eriódicos”

Repitió varias veces que estaba satisfecho de que yo no tenía nada que ver con la estafa, ni los pagos, ni el contrato; que no tenía nada que ver con instrucciones, órdenes o participación. Dijo que yo había cumplido con la Ley SAFCO, y además había exigido cumplimiento por parte de mis subaLuego, después de que pidió que firme mi declaración, decretó mi detención prevent iva, bajo los “p oderes discrecionales” que le otorga la Ley, y me escomás trámites –atónita- hasta la cárcel, con unas veinte cámaras de televisión detrás.

Y así fue. Directo del Juzgado a la cárcel, sin más ni más. La crónica no dice nada del detalle más notable, que quedó grabado en mi memoria. Luego de dención, Costa me dio la mano, despidiéndose como si hubiera sido una ocasión social.

La siguiente parte de estas crónicas no dice nada con respecto a la entrada al COF. Sé que varias cámaras de televisión nos siguieron. Sé que paramos bri casa para recoger mi maletín, pero no tengo memoria de llegar, entrar, ser registrada, dar información, llenar formularios, etc. Todo está en blanco. Sé

estaban conmigo, pero los recuerdos que quedan son fragmentarios, imágenes relámpago de aquí y de allí. Lo poco que sé del procedimiento fue eriormente, y fue entonces recién que supe que desde el p rincipio se tuvo cierta consideración conmigo. Recuerdo, por ejemplo, estar sentada al laernadora, una Capitana de Policía, mientras ella comía un plato de algún guiso. Eso, aunque no podía saberlo entonces, era una cortesía porque nos permitiu oficina mientras llegaban las cosas que necesitaba y luego ingresar al área restringida sin tener que esperar afuera, a plena vista de las cámaras.

Tengo vagos recuerdos de escuchar part e de una discusión sobre dónde ponerme, con la palabra “aislamiento” repetida varias veces. En ese momento “aislonaba maravilloso. Lo único que quería es estar sola, sin preguntas, sin cámaras y s in miradas curiosas. En algún momento, tomada de la mano de mi htras Coty hacía papeleos, me llevaron por unas escaleras, una vuelta aquí, otra por allí, hasta llegar finalmente al lugar donde dormiría.

Aislamiento” resultó no ser del todo aislado. Era en realidad, un pequeño callejón helado de altas p aredes de cemento, con tres pequeñas “celdas” o habitaño básico al final. Dos de ellas habían sido construidas para un grupo de prisioneras insurgentes a fines de los años setenta, consideradas de “alto riesgo”.radas de los lugares donde dormían las demás reclusas, y luego de que las “guerrilleras” salieron, se convirtió en una especie de zona privilegiada. El correropia puerta de acero con una fuerte barra de hierro que se cerraba por fuera durante la noche.

Me dijeron que compart iría una celda con dos ot ras mujeres, p ero que debía traer mi prop ia cama, con un tamaño máximo 63 centímetros de ancho y 1.75 m. Yo no tenía nada como para el espacio permitido, y se hacía tarde, de modo que en gesto impulsivo, las guardias decidieron prest arme uno de sus prop ietal verde olivo. Mi nuera Ani trajo un pequeño colchón, sábanas sencillas y un cobertor acolchado. Militza, mi hija menor, trajo dos almohadas pequeñBajo la sup ervisión de una diminuta anciana a quien la Gobernadora llamó “Tía Carmen”, se metió el catre en lo que parecía un espacio imposiblemente

na celda ya llena; mi maletín se encajó debajo de la cama. Recuerdo que Tía Carmen dijo que ella me cuidaría, pero nada más ha quedado en mi memoria.

Cuando miro hacia atrás a esos días, todo lo que puedo sacar a luz es la sensación de caminar a través de la niebla: todo es impreciso, cubierto de sombrasel estrés extremo. Durante semanas, mientras aumentaban las amenazas de detención, había estado reprimiendo temores no expresados de violencia, hollación const ante. Yo sabía que el COF no sería como cualquier cárcel de las películas; sabía que no habrían celdas con barrotes metálicos a lo largo de un

cero con guardias patrullando (después de todo había visitado la cárcel de San Pedro como periodista), pero aunque sabía qué cosas no esperar, no tenío sería la realidad. Todo lo que podía hacer, supongo, era tratar de mantener mi cordura.

Esa primera entrega de la “Jaula” continúa con crónicas fechadas el 7 y 8 de agosto. Esta crónica en part icular, así como la siguiente, hace caso omiso a la y se concentra en detalles triviales de tareas y reglas, las minucias del COF, su ubicación, sus dependencias y movimiento, narrados en lenguaje plano

ción alguna.

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La Jaula, 7 de agosto, 2000

El Centro Orientación de Mujeres COF en Obrajes, está irónicamente apenas a tres cuadras de mi casa, y tiene como vecindario inmediato nada mencasa del ex-presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y la residencia de la Embajada Alemana. Lo que fueron el internado, aulas, el patio central y otras repadel antiguo colegio, han sido convertidos en celdas, talleres, dormitorios de policías y otras oficinas.

La const rucción central es todavía un bello edificio con molduras y delicadas cornisas, aunque en estado lamentable de decrepitud. El patio central vieja fuente de piedra desgastada, con una estatua de la Virgen María al centro. En los días de visita (jueves y domingo), hay mesitas de plástico y somblas cuales las familias o visitantes pueden sentarse al sol y compartir el día. Hay una cancha de voleibol junto al patio central, pero casi todo el espacio resido dividido y subdividido en un laberinto de toldos y puestos de venta, casi todos cubiertos con cartón, plástico, tosca venesta o calamina de zcallejones angostos son oscuros, húmedos y muy fríos, pero algunos de los puestos se ven cuidados, mostrando el esfuerzo de alguna que otra dumantenerlo ordenado.

Hay una pequeña capilla frente a la entrada principal, y a un costado, en una habitación adaptada, un grupo de entusiastas cristianas cantan diariame

en cuello. Hay doscientas veintitantas reclusas (más o menos dependiendo de salidas y detenciones), y 115 bebés y niños pequeños que viven con susCuando el niño cumple siete años, debe ir a un Hogar estatal o ser enviado con algún pariente, pero hasta entonces permanece aquí. La presencia de tantasy el sonido de voces infantiles, crea un ambiente menos institucional.

Yo comparto una de tres celdas relativamente privilegiadas, en realidad una diminuta habitación sin ventanas, con dos otras mujeres. Entre las trcompartimos un corredor con una puerta metálica, y un baño (para siete mujeres y una niña). Las demás reclusas comparten dormitorios comunes cocamarote, algunos con 35 personas. Una de mis compañeras de habitación, Marita, está aquí hace cinco años por supuesta defraudación, en un cpublicitado donde todos saben que los auténticos responsables de los delitos –ejecutivos de banco que la fueron encajonando dentro de una situación insoestán tranquilos fuera del país o en sus casas. Marita ha aprendido muchísimo de procedimiento penal, es Procuradora, y trabaja diariamente con permiautoridades en las Cort es, la policía, y la Fiscalía, ayudando a las demás internas con sus casos, p apeleos y procedimientos.

La tercera compañera de celda/habitación es Julia, viuda de “Oso”, un supuesto traficante de envergadura. Julia fue acusada de complicidad con suquien murió en San Pedro, “inocente”, es decir, antes de que hubiera sido hallado culpable y sentenciado. En ese momento debió ser liberada, pero en otrcambio de caballos en medio río, se cambiaron las acusaciones y la sentenciaron a ocho años de prisión (con apelación pendiente). Todas sus propiedadconfiscadas y hoy ella pasa haciendo suaves muñecos rellenos, cestas, paneros y cajas forradas para el hogar, o manteles pintados. Si supo o no de las acde su marido, si fue o no cómplice, son temas discutibles, pero sí se cometió una aberración judicial con su proceso.

La habitación que compartimos tiene dos por tres metros, y las tres camitas de una p laza prácticamente no dejan espacio libre. Sin embargo, tiene unalfombra en el piso, hay un televisor cerca de la puerta, y es muy, muy limpio. Hay un baño al final de corredor con una ducha descascarada de cemecortina, pero también es relativamente limpio.

No eran “celdas” verdaderas, y no habían guardias en p atrulla a su alrededor. Todos los demás dormitorios, ubicados hacia atrás del patio trasero, tenían barrotes de hierro y puertas reforzadas, pero de otra manera se veían y eran bastante corrientes. Habían baños al final de los p asillos, que se encontrabana las 10:30 de la noche. La principal medida de seguridad era que esa parte central del COF se cerraba triplemente por la noche, es decir en la puerta ps del salón comunal y por el patio de atrás, incluyendo los dormitorios que se cerraban de las 10 p .m. hasta las 6 a.m. con las reclusas adentro.

i una reclusa se enfermaba, las mujeres gritaban y golpeaban las puertas hasta que una de las guardias de turno escuchaba, traía las llaves, abría la puerta y ujer (o niño) en cuest ión a la enfermería. Salir a media noche en una emergencia (enfermedades graves, accidentes, p artos) era más complicado, con más l, más puertas que abrir y desp ertando a los guardias del perímetro externo p ara que retiren las cadenas y candados de la entrada principal. Sin embargo, ocva frecuencia (cinco bebés nacieron mientras yo estuve en el COF, tres de ellos a media noche). Todo esto suena como un sistema tonto y poco seguonaba. Las guardias confiaban en la mayoría de las reclusas y las reclusas confiaban en la mayoría de las guardias.

Mientras escribía de estos detalles cotidianos, yo pensaba que lo hacía para tranquilizar a mis amigos y hacerles saber que estaba bien, pero en retrospeable que también quería que se conmuevan, que sepan lo duro que era vivir de esta manera; quería que respondan p ara envolverme en su preocupacióno con un manto.

La Jaula, 7 de agosto, 2000

En contraste con otras cárceles, aquí las reclusas no permanecen encerradas en sus celdas o habitaciones, sino más bien están obligadas a salir desde lala mañana hasta las 6:30 de la tarde. Las reclusas pueden sentarse en el patio, en uno de los “puestos” o “toldos”, o trabajar en alguno de los variosasignados. Hay cocina, basura, limpieza, molido de ají y maní, etc., aunque uno puede pagar dos p esos diarios a una sustituta para que, como sup lenttrabajo.

Las reclusas hacían casi todo dentro y para el COF; las tareas de la semana eran leídas en voz monótona por una de las Sargentos a cargo. Las recién llegad

r los trabajos más pesados y desagradables, como una especia de ritual de ingreso. Los primeros días (yo entré un jueves), me dejaron sola, pero el siguiestaba en la lista con tarea de barrido del patio central. Habiéndome preparado p ara rigores, estaba decidida a hacer mi parte del trabajo, sin quejarme.

Cuando algunas internas y guardias sugirieron que contrate a una sustituta, me negué a hacerlo, declarando que era tan capaz de hacer el trabajo de barrer reros como cualquiera. Esto fue recibido con un silencio asombrado y molesto. Una mano amiga me llevó a un lado (Letty, de Santa Cruz) quien en voz e dijo que acepte la oferta. “Pero, pero, pero… puedo hacerlo”, respondí confundida. “No,” dijo gentilmente pero con firmeza. “Acepta la ayuda. Estasitan dinero. Van a pelear por el derecho de hacer el trabajo y que les pagues. Acepta.” Cuando pregunté, absolutamente perdida, cómo haría eso, añmos una lista y ella asignaría sustitutas por turnos. Desorientada y confundida, me incliné ante su experiencia y nunca lamenté la decisión. De la maente, Letty hizo el rol de turnos; yo pagaba unos pocos pesos, y durante esos largos meses no hice ningún trabajo pesado – ningún trabajo de cárcel, por bvio que el sistema era aceptado, ya que las guardias que hacían la lista y la Gobernadora misma, aceptaban que otras trabajen por mí.

Había más de una razón para ello. Aún dent ro de esas paredes, los sistemas tradicionales bolivianos prevalecían. Pronto aprendí que en el COF había una media y p or supuesto, las más abundantes p obres. Habían muy, pero muy p ocas campesinas –por procesar pasta base de cocaína- pero de hecho la pobl

, muy variada, era mayormente citadina. Había, eso sí, una gran democracia del delito – todas est aban entremezcladas- detenidas preventivamente,

antes, ladronas, estafadoras, falsificadoras, t raficantes y adictas. T odas compartían los mismos espacios y recibían el mismo trato.

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Las mujeres tendían a juntarse por región o clase: las cambas[13], las cholitas[14], las peruanas (casi todas traficantes), las pot osinas, las alteñas. Nosopañeras de cuarto, éramos indudablemente privilegiadas: aunque yo había quedado casi sin dinero por los costos exorbitantes de mi defensa legal, lo que iente, y para los estándares del COF, mucho. Además, todas creían que por haber sido Alcaldesa, “tenía que tener” dinero. De modo que, compartiend

Marita y Julia, teníamos hasta ayuda doméstica, por así decirlo.

Cada sábado, bajo la batut a de Tía Carmen, el COF hacía limpieza general de dormitorios. Se daban vuelta los colchones, se aireaban frazadas, se bmitorios a conciencia, se lavaba ropa, se vaciaban basureros . Nuest ra celdita se limpiaba a fondo también, pero Mery era la que hacía el trabajo pesado.

la semana, Julita, Marita y yo tendíamos nuestras camas y limpiábamos la habitación, pero el sábado era diferente, porque Mery entraba en acción cba y balde en mano. Esta mujer pequeña, sólida e increíblemente opt imista barría, aireaba, limpiaba, desempolvaba y sacudía todo. Ella cantaba con la múeña radio mientras t rabajaba. Nuestra alfombrita celeste se lavaba, se cambiaban las sábanas y toda superficie era restregada. Hasta las sandalias de gábamos para no contagiarse hongos en la ducha eran sometidas al proceso.

Los días de semana, Mery también lavaba nuestros platos y cubiertos. Por todo ello recibía una suma principesca en cuanto a los estándares del COF: die

es de parte de cada una de nosotras, dinero que ahorraba para el futuro de su hijo. Al principio me sentí sorprendida pero no choqueada, ya que sabíagualdades eran parte de la vida boliviana, parte de nuestros antiguos problemas nacionales. Era una situación sin solución fácil. Al hacer todo nosíamos pagando para alivianar la carga de trabajo pero igual tendríamos más y compartiríamos menos. Al permitir que otra persona haga las tareas, pagálegio pero también compartíamos lo nuestro, con todas las formalidades de cortesía y dignidad personal preservadas, sobre todo de p arte de quienes nos hr. En todo caso, no había nada que podía hacer al respecto: el sistema estaba determinado por costumbre y asentado en el tiempo. Era lo que era.

Continuando con las historias de las tareas diarias del COF, aquella primera crónica describía estas diferencias y las “pegas” o trabajos “formales” del COF

La Jaula, 7 de Agosto, 2000

Hay cuat ro teléfonos p úblicos y una encargada que contesta el teléfono, la que por 50 centavos de boliviano, busca a la persona o recibe mensajes. hay quienes alertan a las internas cuando tienen visita o reciben un p aquete de ropa o comida y éstas cobran un boliviano por la búsqueda.

Estos eran trabajos privilegiados (así como los puestos de venta en el patio central) y se asignaban como premio por “buena conducta”, principalmesas con más antigüedad. También sup e, mucho más tarde, que esto involucraba considerable favoritismo y que existía un sistema jerárquico del cual y

uida por rango, condición y la naturaleza incierta y potencialmente t ransitoria de mi paso por el COF. En formas inesperadas, y o resulté siendo una bendimujeres de los teléfonos y la puerta, aumentando sus ingresos de forma exponencial.

En general, pocas reclusas p agaban por el servicio telefónico; eran escasas las llamadas y más escasas aún las llamadas reiteradas. Al contrario, yo recce o más llamadas al día de familiares y amigos. Mi hija Militza, por ejemplo, llamaba cada mañana a las 8:30 p ara preguntar cómo había pasado la noche.ar antes de venir preguntando si había algo especial que necesitaba. También llamaba con preguntas sobre mi casa, correo o asuntos personales pendienos llamaban para conversar, condolerse o simplemente saludar. Mi hermano llamaba de Santa Cruz, llamaban otros familiares. Carlos, el abogado asi, llamaba por lo menos dos veces al día, mis otros hijos llamaban todos, a veces varias veces al día. También recibía llamadas de otros p aíses (esto imprestelefonist as”, especialmente cuando me escuchaban hablar en inglés). Me convert í en una mina de oro. Como tenía que pagar a la telefonista por cada

ida, al final llegaba a ser una suma respetable, un presup uesto aparte. Cuando faltaron monedas, resolvieron el asunto al abrir una “cuenta corriente” de ando la lista y cobrando el total al final de su t urno.

La Jaula, 7 de agosto, 2000

Se llama lista tres veces diarias: mañana, medio día y tarde, y si alguna está ausente o atrasada, recibe amonestaciones o sanciones. Debajo de las grada“calabozo” oscuro, maloliente y solitario, para castigo de p eleadoras, rebeldes o borrachas. Por lo demás, aparentemente hay pocas restricciones. La mlas mujeres tienen cuchillos de cocina, tijeras, est iletes o cuchillas en sus habitaciones o talleres. Se permiten secadoras de pelo, cigarrillos, fóencendedores. No hay uniformes, y todas ut ilizan su propia ropa, cuanto más abrigada mejor, ya que el lugar es helado y las estufas están p rohibidas.

Muchas de las reclusas tienen pequeños “toldos” o puestos de un metro o metro y medio de ancho por 1.80, con puertas y candados, los que raras vinspeccionados por las guardias. La “dueña” los cierra cuando no está trabajando. Las reclusas trabajan en varios oficios: hay peluquería, pizzería, zvarias tiendas; hay mujeres que hacen muñecos o artesanías. Hay una guardería para los niños, y una lavandería que recibe trabajo externo. Hay tambpanadería que hace pan diariamente para la población y p ara otros centros penitenciarios.

El “rancho” básico de las reclusas está lleno de papa, arroz y fideos, pero es relativamente abundante. Por seis pesos se puede comprar un plato entregado “a domicilio”, que es lo que hasta ahora he hecho. Todo el día hay un trajín incesante de mujeres que ofrecen comida, comida y más comida. M

ellas tienen problemas de sobrepeso y están rollizas. En otras palabras, el hambre no es un p roblema, aunque he pedido a mis hijos que sup lementen mi fruta y legumbres caseras.Ya que soy nueva y mi estadía es de duración incierta, todavía no tengo un “toldo” o puesto, porque éstos deben ser adquiridos luego de largas negoci

Sin embargo, Gimena, una jovencita recluida por la Ley 1008 (narcotráfico), ofreció inmediatamente compartir su “toldo” conmigo, proporcionándome unde madera y un banquito para trabajar. Tiene luz y electricidad, aunque el espacio es tan reducido que cuando ella entra o sale de su espacio de trabpararme y p onerme de costado. En todo caso, he sentido una sorprendente corriente de solidaridad y generosidad. No me he visto obligada a levantar unque por unos pocos pesos siempre hay alguien dispuesto a hacer alguna tarea y ayudar.

Mi dormitorio es el 15. Como dije, se pasa lista tres veces al día. En días pares la lista comienza con el dormitorio 1 y los días impares con el Sargento grita los nombres desde el balcón, y las internas gritan “Presente” a pulmón lleno cuando escuchan sus nombres. No es mucho problema salvo qy las mujeres se congelen en el pat io. Por la noche, una vez que reabren los dormitorios /celdas, debemos est ar en ellos antes de las 10. A las 10 viene unamete la cabeza por la puerta, verifica (de un vistazo) que estemos todas presentes, y cierran la puerta metálica del corredor. Me cuentan que cuando se acfechas de fiesta hay ocasionales requisas en busca de licor o drogas de contrabando.

Con frecuencia me pregunté cómo las guardias podían distinguir a una cholita envuelta hasta la nariz en su manta, de otra igualmente abrigada. Resultó san, no siempre, especialmente con toda la población del COF envuelta en mantas y chalinas. Si llovía a cántaros, en un clima realmente tormentoso, se pasalón común, con mujeres entrando y saliendo con agua chorreando por los costados de coloridas hojas de polivinilo sostenidas sobre la cabeza. La list

aba a las diez de la noche, dormitorio por dormitorio, antes del cierre final. En nuestro caso alguien –generalmente una de las guardias- metía la cabeza e

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a, veía que estábamos allí, decía buenas noches, y partía. Cuando la que hacía la revisión era Tía Carmen (un hecho frecuente), nos daba un beso de buenafrente a cada una, y nos arropaba, como a niñas.

or la mañana, luego del desayuno y lista, tratábamos de encontrar formas de llenar el tiempo. No import e lo que hacíamos, las horas pasaban lentamente, tras de la otra en una espiral relativista que convertía a los segundos en minutos, los minutos en horas y en los días sin fin que eran recordatorios de aciones.

La Jaula, 7 de agosto, 2000

Temprano p or la mañana hicimos aeróbicos en la cancha de voleibol. Estas últ imas semanas han sido tan cargadas de papeleos y de escribir cosas, y dy estar sentada que estoy fuera de forma. En un momento tuve temor de que si caía muerta de cansancio acusarían a la joven inst ructora voluntaria de

asesinado, pero sobreviví la prueba, y me sentí increíblemente energizada el resto de la mañana. Justo desp ués de esos ejercicios apareció un viejocongresista distinguido de otro partido político- a visitarme y expresar su p reocupación. “Vine”, dijo, “no a ver cómo estás, sino a saber qué puedo hacerel Congreso”. Un gesto caballeroso, aunque vano como tantos ot ros esfuerzos.

Esperar y estar sentada”… esas cuatro palabras eran totalmente inadecuadas p ara expresar el impotente ciclo de esperanza y desesperación, de contar horna especie de suspensión de animación mientras la vida, la vida verdadera se truncaba fuera de esas paredes. Hasta ese momento, en estas crónicas habíencima de mis tribulaciones legales y los eventos políticos detrás de esas tribulaciones. Solamente puedo conjeturar que no podía pensar en ellas, no queríe esos temas. Sin embargo, el siguiente párrafo de las Jaulas revela –entre líneas- que yo sabía en mi corazón, con apenas cinco días de encierro, que nto.

Nuestro Recurso de Habeas Corp us –presentado inmediatamente luego de mi detención- había sido rechazado por la Corte Superior de Distrito (presel Barrero) y aunque mi valiente hija Coty presentó un recurso al Tribunal Constitucional, se hacía obvio, aún en ese momento, que por causa de la política sería difícil y en condiciones de enorme desigualdad. Mis enemigos tenían poder y era obvio que se fijarían restricciones cautelares extremas.

Tendríamos que luchar para obtener fianzas razonables, encontrar quien nos ayude con garantías. Los antiguos “amigos” políticos cerraban sus puertas. Nográbamos que contesten las llamadas. A causa de nuestras desventajas políticas y financieras, nos enfrent ábamos a una estadía mucho más larga que as semanas originalmente pensada, y t an temida. Luego del rechazo del Habeas Corp us, Coty, con enormes ojos enrojecidos dijo que podría llegar a ser “ds”. Con eso en mente, tomamos el paso doloroso pero necesario de prepararnos – con el corazón encogido- para una estadía más larga en el COF. Eseprimera crónica (que al principio creía que sería la única) termina en una nota de optimismo forzado. Recuerdo haber escrito las últimas palabras, haber comento a un diskette y entregárselo a Militza para su envío. Ese gesto, un gesto simbólico que llevaría mis palabras más allá de las rejas, era increínfortante.

La Jaula, 8 de agosto, 2000

La Gobernadora ha dado su aprobación, por lo que estoy negociando la adquisición[15] de un pequeño “toldo” propio, por un precio formal de $1gastos de arreglo) y real de $269. Es diminuto, apenas un cubículo, pero será p rivado, podré traer música, libros y papeles, podré cerrar cosas con llavetener una cafetera.

La pobreza y descuido de este lugar es difícil de describir, como son los olores permanentes a comida rancia, bebés sin bañar, y comida pasada, pero tamdifícil describir la solidaridad y calidez de muchas (p or sup uesto no todas) las internas, y la humanidad con la cual se nos trata. Estoy bien, y me sientTengo permiso para que M ilitza traiga su cámara y saque fotos. Seguiré manteniendo este diario para compartir con ustedes, y así sentirme menos sola.

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CAPÍTULO 3Tres agujas en el pajar

Ese agosto del milenio fue un mes extraño. Desde que dejé la Alcaldía en febrero, me había visto amenazada –y detenida- por el Juez Cost a Obregón, ignoutoridades, utilizada como bandera por el nuevo y vociferante Alcalde Del Granado, utilizada como chivo expiatorio, vilipendiada, acusada de una doos, y lanzada a un pozo de deudas cada vez más profundo. Los medios me habían acosado; había tenido que batallar micrófonos y cámaras; misirtieron en víctimas de persecución también. Al pasar los meses las cosas se pusieron más oscuras, más terroríficas. Una sensación de permanente asedioeaba todo mi entorno: lo que comía, lo que pensaba, lo que soñaba.

Esto cambió en agosto. Una vez encarcelada, sup ongo que sentí que había tocado fondo. Esto era lo que había temido, era lo peor que podía pasar. Aa y pude relajar mis t ensiones, y así se dio uno de los fenómenos más extraños de esos t iempos, más contrarios a lo intuitivo, algo tan paradójico que mtirlo, aún a mi misma: me llegó -como venida desde un lugar ajeno- una sensación de alivio, de estar casi a salvo. Cuando -con un agudo chirrido de metal- sa de nuestro corredor “de alta seguridad”, de alguna manera sentía que las amenazas quedaban afuera.

Yo sabía que era una locura y avergonzada por sent irla nunca la mencioné a nadie. En la segunda crónica de las Jaulas, traté de describir estos sent imiende bochorno leí, años desp ués, que había comparado mi situación (que después de todo no tenía ni sangre, ni guerra, ni muerte) a las tragedias griegas. Supse momento la comparación parecía adecuada a mis sent imientos de frust ración y desesperanza. Junto con aquello, y en demostración de que siempre de la medalla, también empecé a describir uno de los eventos más estrambóticos asociados a mi estadía en el COF.

La Jaula, 9 de agosto,

Esta mañana desperté temprano y estuve echada en cama, pensando sobre este extraño y tan inesperado momento; me encontré viajando hacia ESófocles, reconociendo que p equé de “hubris”, de arrogancia. Estaba convencida de que no habiendo hecho nada corrupto o deshonesto durante tantos invulnerable. ¡Qué tonta! ¡Qué ciega a los “negocios” escondidos que se hacían a mi alrededor, debajo, detrás! Cada acción ilegal que yo denuncié, cada “

que estropeé, cada rata que entregué a la Policía era un ladrillo más añadido a mi celda.

Oh no! La veracidad requiere que transcriba ese fragmento, pero realmente es excesivo. Esquilo, nada menos. Y en prosa púrpura.

La Jaula, 9 de agosto, 2000

Sin embargo, estar aquí no es todo miseria y lamentaciones. Hay sufrimiento p or doquier, por supuesto, y codicia y avaricia y deshonestidad, peropeores. Comparado con lo que hemos pasado y a lo que nos ha sometido la supuesta “Just icia”, las rateras y ladronzuelas aquí son poca cosa.

Y es que el COF es un microcosmos de Bolivia y sus p roblemas. Hay de todo: desde violencia cruda a inocencia herida. Hay divisiones sociales, inequdiscriminación. La gente tiene a congregarse en grupos y formar alianzas. Hay cliques regionales, de las cambas, las peruanas, las tarijeñas, etc. Hay las las del medio y las de abajo, aunque para mi sorpresa, las menos privilegiadas tienden a pasarla mejor aquí en el COF, que afuera en libertad.

Las reclusas están altamente organizadas y hoy me enteré que están planeando – y no estoy inventando esto- una fiesta esp ecial para celebrar el Día d

24 de Septiembre. Una delegación me visitó para pedir que sea madrina de la banda – con 500 dólares! Casi muero. Pasamos por un proceso larguísimo dhasta llegar a 100 dólares, que me parece exagerado, pero al fin.....será el “derecho de piso”.Y hablando de cosas increíbles, antes de seguir con otro tema, debo contarles de un extraño incidente. Hace un par de días, cuando me sent ía particu

perdida y desorientada, una mujer regordeta, sencilla, de edad indeterminada en un vestido floreado y zapatos gastados, quien yo creí era una reclusa más,y dijo que tenía que hablar conmigo “urgente, urgentemente”.

Desconfiada, pregunté si podría esperar. No, dijo, no, no. Era urgente y privado. No teniendo cómo escapar o argüir que estaba ocupada, levanté losy la seguí hacia la parte más vacía del patio. Allí, hablando en voz baja, dijo que tenía un mensaje urgente de mi padre. ¿Qué? Pensé que había oído mmensaje urgente de su padre”, insist ió. “No me ha dejado dormir toda la semana. Necesita hablar con usted.”

Ante semejante tontera, me saltó la risa, abiertamente. Le contesté, con el máximo de cortesía que pude encontrar, que mi padre había fallecido diez añ“Sí, yo sé”, contestó. “ Soy una Médium, y su padre quiere comunicarse con usted, urgentemente.” ¡Aja! Podía oler una trampa. Esta era una forma sacarme plata. “¿Cuánto?” pregunté. “¿Cuánto cuesta?” “No, nada. Nada de dinero.” Hizo una pausa y añadió: “Sólo quiero dormir, y no me deja equiere que usted lo escuche.” “¿Quién?” “Su padre, le digo”. Debo haber puesto cara de extrema desconfianza porque añadió, como para tranquilizarmeminutos, como mucho”. Luego se identificó como la hija de un viejo amigo de mi padre, también fallecido años atrás. Para mi sorp resa, no era unaIntrigada y divertida , me senté en un reborde de cemento, con ella a mi lado.

De una vieja cartera, sacó una medallita religiosa de oro en una delgada cadena, también de oro, y la sostuvo en el aire. Dijo que podía preguntar cualqque se pudiese responder con un Sí o un No. Debo haber levantado los ojos y p oner cara de duda, porque añadió que podía hacer las preguntas enmentalmente. Si la medalla se movía de lado a lado, en línea recta, significaba No. Si lo hacía en círculos, la respuesta sería Sí. Bueno, asent í. La mujer

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una corta oración, y comenzamos.Me encogí de hombros mentalmente, sintiéndome increíblemente tonta, pero entrando en el espíritu del momento, pregunté mentalmente: “¿Eres m

“No”, respondió la medalla, moviéndose enérgicamente de un lado a otro. “¿Eres un p ariente?” No. “Eres un amigo con un mensaje?” No. “Tienes algoque decirme?” No. “¿Hay algo urgente que necesitas decirme?” No. Sintiendo que era impermeable a los espíritus, o que la cosa no marcharía nunca, siempre en silencio: ¿Todo saldrá bien, al final?” Sí, sí, sí. La medalla giró en tres grandes círculos y luego quedó inerte, colgando. Satisfecha, la mujer medalla. Me paré y dije gracias. Me dio la mano, y se despidió rápidamente. Se fue si decirme su nombre, ni pedir absolutamente nada. La vi perderssalida, y me quedé allí parada, desconcertada..

“Bueno”, dijo Militza un poco sarcásticamente cuando le conté la historia un poco más tarde. “!Quizás es su padre y no tu padre el que no la deja dor

El incidente parecía ser altamente dudoso. Todo el ejercicio tenía el olor de las trivialidades oscuras de la Ouija. Me sentía avergonzada de haber eslando” mentalmente con una medallita en una cadena. Una locura. Era agradable que digan que “todo” saldría bien al final, pero francamente, la noticia, sira algo trascendental. La mujer debió ser un poco chiflada, una loquita buena y simpát ica, pero loca de todas maneras. Decidí olvidar el incidente.

La Jaula, 10 de agosto, 2000

Hoy, la mujer volvió a aparecer. Otro mensaje urgente. Volvimos a pasar por el extraño ritual de oración y medalla en mano, y de nuevo pmentalmente (con mucha desconfianza y bochorno) si cualquier persona o cosa o entidad estaba allí afuera. No. Algún otro pariente. No. Algúnconocido? No. ¿Tenía un mensaje especial? No. ¿Había alguna emergencia? No. ¿Es que todo saldría bien? SÍ la medalla giró en círculos enfáticos. Sí, medallita giraba, suavemente disminuyendo los giros circulares. Antes de que me pueda entregar otro mensaje, uno de malas noticias, interrumpí la conversultratumba diciendo que estaba muy agradecida, pero que necesitaba descansar. La mujer sonrió. Ahora viene el sablazo, pensé, ahora viene el pedidonada. Mientras ella guardaba la medalla en su viejo bolso, le pregunté si había algo que necesitaba, algo que yo pudiera hacer. No, resp ondió. Añadió queverme en una ocasión, cuando era Alcalde, pero que mi seguridad no la dejó aproximarse. Me ruboricé. Ahora no necesitaba nada, añadió. Me dio un abralejó, abriéndose paso entre la gente.

Las pos teriores Jaulas no mencionan el resto de la historia, probablemente porque temía que mis amigos p ensaran que estaba perdiendo la cordura. De hecel asunto era inexplicable y un poco bochornoso. Sentirse tranquilizada por una medalla que gira en el aire era más de lo que podía admitir, mucho mto. Había más. Esta no fue, la última visita. Desp ués averigüé que la mujer se llamaba Rosemarie; estaba en la cincuentena, y era, claramente, de clase ms recursos económicos. Su cabello era castaño claro, con permanente. Sus ojos eran celeste pálido, cansados. Su ropa era típica de un tiempo anterior, suadas por várices. Parecía que necesitaba dinero. Habiendo pasado por tantas decepciones, habiendo sido tan extorsionada, yo desconfiaba de ella vos , y debo enfatizar que dudaba de la legitimidad de los sup uestos “mensajes”. Estaba convencida de que, tarde o temprano, recibiría una especie de cobr

Regresó, luego de algunas semanas. Pasamos por el pequeño e incómodo ritual y una vez más (y, de forma desconcertante, con mayor comodidad), entré preguntas mentales, no habladas pero claramente presentadas fueron respondidas por reiteradas negativas. Cuando pregunté la usual, y supuestameunta de “¿Todo saldrá bien?” la medalla giró un Sí grande, pero se mantuvo en movimiento con pequeños círculos suaves. Esta vez, cuando me pedirme, la mujer dijo que espere, que había más, había algo que yo no había preguntado y que “ellos” los “espíritus” necesitaban decirme. Con un suspirouevo. Pasé por varios intentos sin mucho entus iasmo, y no tuve éxito. ¿Se trataba de mis hijos? No. ¿De mi hermano?’ No. ¿Mi familia? No. ¿Era urgsalud? No. La mujer no cambiaba de lugar, no se movía, con la mano en alto manteniendo la medalla en el aire. Sintiendo que estaba jugando un

quecida de los juegos infantiles de “Veo, veo..” persistí. ¿Sobre mi caso? No. ¿Mi abogado? No. ¿Mi estadía en el COF? La medalla se movió Sí, No, Sí, Ne decir esto? Es algo parecido?” pregunté en voz alta. Sí, respondió Rosemarie. Esa respuesta indicaba que había alguna relación a la pregunta. Bueno. Vencio. ¿Sobre una reclusa? Sí. ¿Pensaba en hacerme daño? No. ¿Estaba yo en peligro? No. La reclusa en cuestión, ¿estaba ella en peligro? Sí.

Finalmente! Aquí estaba la cosa, al fin. Algo más de eso que “todo estará bien”. Laboriosamente, fui descartando posibilidades hasta llegar a Maugaba la celda vecina en la sección de “Aislamiento”. Con más esfuerz o aún, finalmente pude colegir que el Fiscal de su caso haría algo que no era bueno, ado había omitido hacer algo necesario, y que ella (Mauge) tenía que hacer algo urgente al respecto. La medalla cayó, inerte. El mensaje había sido entren había terminado. Cuando ofrecí reembolsar a Rosemarie por lo menos para su transp orte, ella rechazó la oferta gentilmente y se fue.

Estaba en una encrucijada. En ese momento, M auge y yo no éramos amigas; de hecho, ella me trataba con distancia y cierta frialdad. Sintiendo que lo quea, la busqué, y antes de entregar el mensaje lo hice con muchas explicaciones y tantas advertencias que debió pensar que algo extraño me había sucedido. Cé la historia, sin embargo, escuchó con atención y con una expresión de preocupación. No le pareció que el “mensaje” era una locura. De hecho pareció ese refería y t omar la situación seriamente. Aunque nunca más volvimos a mencionar el incómodo tema, pudo haber incluso ayudado, porque desde eud hacia mí se hizo más cómoda. Eventualmente hicimos una buena amistad.

or supuesto, y o había entretenido a mis compañeras, mis hijos y amigos con la divertida historia de la medalla. Muchas reclusas había visto el repetido rialla y cadena en el patio. Algunas sentían curiosidad, y preguntaron si ellas también podían hacer preguntas a los espíritus. Un p oco incómoda, caí en cu

a había preguntado la dirección o teléfono de Rosemarie, pero prometí preguntarle cuando y si es que ella volvía. Regresó, y recordé preguntarle si podmensajes para diferentes personas, pero ella, casi ofendida, dijo un poco bruscamente que eso no era “un negocio”. Ella era un canal, dijo, un insmente. Los espíritus trabajaban a través de ella, y le indicaban a quien buscar. Cortada, intenté tomar a Rosemarie y su misión un poco más seriament

verdad, los mensajes, como tales, continuaban siendo triviales, banales en su intento de consolar.

Durant e la tercera o cuarta visita, cuando ella explicó que los espíritus no estaban conformes, le pregunté cómo lo sabía. ¿Le hablaba? ¿Oía voces?dían, dijo. Sacudían su cama. Añadió que ellos tenían dificultad en comunicarse – que ella misma tenía que preguntarles, a través de la medalla, qué an. Cuando necesitaban dar un mensaje, dijo, no la dejaban tranquila hasta que ella lograba hacerlo. Dijo, empero, con una pequeña sonrisa y un toque rimero y único que logré vislumbrar en ella), “Estoy aprendiendo a entender bastante bien qué es lo que quieren – creo que ellos han aprendido tambiujarme y guiarme en la dirección correcta… y si trato de ignorarlos, hacen que mi pierna salte.”

Durant e esa visita, cuando comenzamos el proceso, finalmente pensé en preguntar, en silencio como siempre: ¿Hay alguna razón p or la cual yo esté aqualla giró en grandes círculos, casi horizontales. Incómoda, añadí, ¿es que hay algo que no debo hacer, una tarea o misión? SI, aún más enfáticamente, la locamente. Incómoda y nerviosa, continué: ¿Estoy aquí para ayudar a otros? Sí, no, sí, no, sí, no. Estoy aquí para ayudarme a mí misma? SI. Despuviolentos, la medalla cayó, colgando inerte y sin movimiento. No podía ni imaginar qué querría decir.

Rosemarie volvió unas cuantas veces más. La medalla se movía generalmente con las mismas banales preguntas y resp uestas. Cuando yo trataba de ir h

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untas o temas, la medalla se negaba a responder, colgando inerte de la mano de Rosemarie. Una sola vez pareció tener un mensaje específico. Por mera, yo no podía llegar a lograr una respuesta positiva. Las dos estábamos frustradas y cansadas, pero Rosemarie insistía en continuar hasta liberarse deparaba de cuando en cuando para descansar su mano, pero “ellos” no la abandonaban. Estaba empezando a sentirme molesta. Rosemarie gentilmente dijoa puedo guiar”. Aquí viene el sablazo, la cobranza, pensé cínica y poco generosamente, pero no. Ella explicó cómo preguntar en categorías, cómo eliminabilidades. Explicó formas de fraseo y ot ras formas de ir eliminando respuestas. Finalmente, con sus indicaciones pero todavía tercamente preguntando enel clavo. La Gobernadora, dijo la medalla, estaba planeando algo que me haría daño, ella quería privarme de algo.

La medalla cayó y Rosemarie finalmente pudo partir. Cansada, un poco molesta, sin creer en nada pero tampoco negando la posibilidad, me pregunté quéecto. Finalmente, pedí a Militza que hable con el Director de Penitenciarías, quien había sido amable y compasivo, para ver qué podía estar p asandoza se enteró de que la Gobernadora quería trasladarnos de “Aislamiento” a la sección general, y utilizar, supuestamente, nuestras pequeñas celdas p ara ofi

ernadora, dijo, le había asegurado que todas habíamos aceptado el cambio.

erder nuestro p oco de preciada privacidad hubiera sido casi una tragedia. Actuamos en conjunto, la crisis pasó, y Marita y y o permanecimos en nuestra

pulcra celda hasta el final. Hubo un par más de visitas de Rosemarie. El mensaje final de la medalla, en lo que pude discernir, era que yo debía hacer algo nder algo de mi estadía en prisión, crecer y cambiar. Me pareció un poco demasiado “compuesto”, demasiado trillado, demasiado obvio y banal. Sin ema nada más. Esa era la esencia. Si era mi prop io subconsciente trabajando, bueno supongo que en ese momento necesitaba de algunas certidumbres, banales

Nunca volví a verla luego de dejar el COF. No me buscó, no me llamó, no me visitó. Nunca me pidió nada. Simplemente desapareció, haciendo que yo enfüenza la realidad de que –aparte de la ficción o veracidad de los mensajes- yo la había juzgado mal, había errado completamente en cuanto a sus motivacio

como ser humano. No fue, ni es todavía, algo fácil de enfrentar y aceptar.

Ese extraño incidente casi se perdía en comparación con las cosas que sucedían en el COF; fue simplemente una de las facetas de una existencia con múltipalistas. Sobreviví las experiencias (medalla y COF) relativamente ilesa, pero la mayor parte del mérito no era mío. Se debía a mis compañeras y unas cuentades entre las reclusas. Sabía desde el comienzo que tuve una suerte increíble en compartir habitación con María Isabel, a quien llamábamos Marita, y Juliaábamos Julita. Hicieron una enorme diferencia. Su presencia hacía que esa vida sea tolerable y hasta esclarecedora.

Me enseñaron las rutinas, me dieron paut as para aliviar los peores p roblemas, enseñaron serenidad por su ejemplo. Julita era un alma generosa, sencil

ta, a quien había conocido socialmente antes de esta experiencia, resultó ser una persona única e increíble: linda, inteligente, finamente educada en losgios en Bolivia y el exterior, p oseedora de un mordaz sent ido del humor. Era el alma misma del orden y la pulcritud. Imponía una disciplina estricta pero endo que yo aprecie el orden y el control; empujándome a vencer mis hábitos rebeldes y eclécticos. Su paciencia con las reclusas era tal que podría calificcualquier Madre Teresa- para la santidad. Ambas compañeras me protegieron desde el comienzo, y M arita se convirtió, más que en mi guía, en un oente admiración, un modelo por su fuerza interior, su generosidad permanente con su t iempo y su p ropio ser.

La Jaula, 10 de agosto, 2000

La luz del corredor se enciende, y sabemos que M. Eugenia, la vecina, está camino a la ducha. Faltan todavía unos minutos para las seis. Mis compyo empezamos a desperezarnos, nos damos los buenos días, nos incorporamos y comenzamos la rutina diaria. Marita va primero a la ducha, ya que ella hacia la Corte y sus trámites a las 8:30. Luego viene el turno de Julita y luego el mío. Marita saca la cabeza y vuelve con gesto decepcionado. El bocupado. Sin embargo, con cierto op timismo dice: “No tomará mucho tiempo, es la “xxx”, y no se baña mucho”. De hecho, en pocos instantes el baño esMarita corre hacia allí. Cuando regresa, Julia echa la escapada por el pasillo. Mientras tanto, a las 6:30 se escucha el rechinar de la puert a de metal q

nuestra ala del edificio, que acaba de ser abierta.Es mi turno. Tengo que recordar la rutina. La bata de baño. La chaqueta. La ropa interior básica. Las sandalias (para meterse en la ducha y no co

hongos). Mi pequeña cesta de alambre con champú, jabón, acondicionador, desodorante. Una porción de papel higiénico. Cepillo, pasta dental. Hetodo esto en la mano, corro p or el pasillo helado. La puerta metálica del baño cierra, pero no con pasador. Cuelgo la ropa interior y toalla en un clavo enCepillo los dientes, utilizo el baño. Tapo el inodoro, y pongo la cesta encima. Me desvisto t iritando. Pongo mi pijama en un alambre tendido cerca de laEnciendo la ducha, espero que salga agua caliente, y ent ro. El champú es rápido p orque no sé en qué momento se puede cortar el agua, y dejarme sin enjuquito el calzón y lo lavo. Salgo de la ducha, me seco con energía, me pongo la ropa interior limpia, rápido, rápido, desodorante y bata. La chaqueta va etodo. El calzoncito lavado se cuelga en el alambre, y con p ijama, toalla y cesto en brazo, abro la puerta y corro por el pasillo hasta la habitación, dejo las húmedas afuera, y entro. Cierro la puerta y me siento a salvo. No equivocarse con la rutina es importante, porque cualquier cosa que uno olvide, signviaje por el pasillo, o cualquier cosa que quede atrás en el baño puede desaparecer en un santiamén.

 Nos vestimos. Tres mujeres t ratando de maniobrar en tan p equeño espacio significa un elaborado y a veces gracioso ballet. Yo me hago a un lado Marita pase, ella se hace a un lado para que Julia estire los brazos. En algún momento chocamos cadera con cadera, caemos en nuestras camas respreímos. Nuest ra ropa cuelga de clavos en la pared, o está en cajas o maletines bajo la cama de modo que las búsquedas de medias o chaqueta pueden convalgo complicado. Finalmente estamos vestidas, cabello seco y p einado, maquillaje básico y p erfume rociado (porque no dejamos atrás la autoestima). Ah

la segunda rutina. Todo lo que necesitaremos durante el día tiene que venir con nosotros. Si algo queda atrás, sea libro, asp irinas, bordado, lentes, lanas chaqueta, estará fuera de nuestro alcance, cerrado con llave hasta después de las seis.

Las crónicas mencionan a las guardias de pasada, como si fueran simplemente otro asp ecto cotidiano de la vida. En realidad eran muy importantes: ucial de la vida del COF, y no solamente porque podían aliviar un poco las condiciones del encierro. Por supuesto que habían hombres, además de lasres. Salvo por la Gobernadora, quien era relativamente delgada y de facciones agudas, eran todos suboficiales de contextura recia y sólidamente propor

cabos como sargentos. Eran compactos y fuertes. Y, salvo por un par de excepciones notables, eran tranquilos, casi amigables.

Los que guardaban la entrada principal y los ocasionales guardias en la torrecilla eran hombres. Tenían sus alojamientos y baño separados, cerca de la entrban a las áreas reservadas a las mujeres, salvo en casos de emergencia. Todos llevaban armas en sus cartucheras, las que nunca vi desenfundadas. Hubiertado que esas armas podían no haber estado siquiera cargadas. Los guardias revisaban los carnets de identidad y hacían el cacheo a los visitantes masculins muy minucioso. También revisaban carteras, paquetes y bultos. Había, por sup uesto, una guardia mujer de turno en la entrada, para cachear a las visiteclusas que entraban y salían –cosa frecuente- por audiencias, llegadas de nuevas detenidas, y menos frecuentes órdenes de libertad. Con pocas excepconas de t urno en la entrada eran tolerantes y podían ser p ersuadidas con pequeños incentivos para el ingreso de art ículos prohibidos, o que llegaban lues “oficiales” para recepción de paquetes, o para aceptar una licencia de conducir a cambio del consabido carnet de identidad.

Durante mi tiempo en el COF, yo –con un poco de excesiva rigidez- cumplía todas las reglas a toda conciencia y pulcritud, y allí como en los Juzgados, nu

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de sobornos (aunque me perjudicara esa actitud en cuanto a celeridad y t rato), pero cuando llegaban dos o tres cajas de chocolates, dejaba una en la puertapartan los guardias, o dejaba un buena porción de galletas, o unas cuantas manzanas. Esto de compartir me parecía correcto, ya que ellos sabían que lo qmás que suficiente para mí, y también, así ellos nos trataban con mayor benevolencia. Los guardias eran, además de sus deberes formales, los promales pero confiables de alcohol. Por 35 a 50 Bolivianos (6 a 8 dólares) las reclusas que conocían el sistema y tenían los apropiados contactos interno

prar un “Globito”, una pequeña bolsa de plástico con un medio litro de alcohol de caña que podía ser diluido con soda, jugo o agua endulzada.

Las guardias eran más numerosas que los hombres, y est aban a cargo de la prisión en sí. Ellas trabajaban turnos de 12 o 24 horas y compartían camas camacio central. Unas cuantas era hoscas, un par eran auténticas perras, pero por lo general eran tolerantes y t ratables. Una Teniente supervisora ocasional y uentos y Cabos eran excepcionalmente sensatas y comprensivas. Durant e el día hacían guardia en diferentes lugares dentro del COF, y de noche patruldores y perímetro sup uestamente de dos en dos, pero con frecuencia solas. Algunas tenían niños pequeños que traían a la Guardería del COF. Una tuvo

nuto, y venía con una cholita niñera que llevaba el bebé cargado en la espalda.

Ellas, así como las reclusas, venían a nosotras en busca de consejos y medicamentos. Ellas, así como las reclusas, compartían de la distribución de ropa y a

dos por nuestras familias y amigos. Sus vidas estaban entretejidas con las nuestras, y su t rabajo implicaba un alto riesgo ya que si una reclusa escapao, se exponían, en forma casi inmediata, a ser enviadas a p risión. Quizás t ambién, no eran crueles porque sabían que solamente la suerte y el destino sepo del otro. Sin excepción, las guardias eran de escasos recursos. Sus salarios eran exiguos y las pequeñas cant idades con las que los sup lementaban dires, etc.), no eran significativas. La única diferencia entre ellas y las reclusas era que ellas podían salir. Eso las hacía más comprensivas.

La Gobernadora que me tocó, por otra parte, era una Capitana de Policía con cara de pocas pulgas y cejas muy depiladas. Tenía una tendencia hacia detallea aplicación desigual de reglas y reglamentos. Era especialmente exigente con las guardias, a quienes disciplinaba en formas mezquinas y repetidas, negaplo, permiso de descanso a una Sargento embarazada cuyos tobillos estaban dolorosa y visiblemente hinchados. Tenía más cuidado en aplicar medidas sieclusas porque éstas estaban mejor organizadas que las guardias, eran más abiertas en sus quejas, y le tenían mucho menos temor.

El COF también tenía, como parte del personal permanente, un psicólogo que venía todos los días, y que hablaba (o debía hablar) con cada una de las reclusos una vez al mes. Ninguna reclusa podía salir, ni con libertad condicional, sin certificación de que se encontraba cuerda y decidida a reformar avillosamente, y de acuerdo al espíritu del lugar, durante todo el tiempo que estuve allí, sus certificaciones eran todas iguales: perfectas. Ninguna reclera estado acusada de homicidio- falló sus p ruebas. Se rumoreaba en esos días que el psicólogo era “compañero” de la Gobernadora (luego de que su otro és romántico – el maestro p anadero- hubiera sido despedido), pero pudo haber sido pura especulación. Se decía que ella lo vigilaba como águila desde su lado del patio de entrada, asegurándose de que ninguna sesión con reclusa alguna tome más tiempo del señalado. Por las historias narradas por ot ras, estltamente susceptible a los encantos femeninos, pero sentía – con razón- terror de enojar a la Gobernadora. Lo conocí poco. Aunque nos saludábamos corta conversé con él, y no necesité su certificación para mi eventual liberación, de modo que no pude probar su enfoque profesional. El personal de apoyo dendeaba con dos gentiles doctoras jóvenes que atendían la enfermería en forma alternada, y una dentista que venía una vez por semana.

La Jaula, 10 de agosto, 2000

Y ahora al desayuno. Las tres vamos al “puesto” de Julita. Ella enciende la caldera eléctrica. Tomamos una gran taza de café con leche, galletamermelada. Suena la campanilla. Marita sale a trabajar. Julia y yo vamos al patio interior a pasar lista. La Sargento grita nuestros nombres, “¡Presente!“ de vuelta. Luego, habiendo lavado nuest ros p latos de desayuno, vamos a la cancha de voleibol, a hacer gimnasia aeróbica bajo la dirección de Letty, la incLos guardias y algunas internas nos miran divertidos, especialmente a mí, que soy bastante descoordinada con el resultado de que mis extremidades tiendedirecciones op uestas. Los ignoramos con buen humor. Media hora después, habiendo entrado en calor, retorno al puesto de Gimena, arreglo mis papeleuna manta alrededor de mis piernas, y me pongo a trabajar.

Muchas de las mujeres mencionadas al pasar podrían merecer biografías propias; sus vidas eran complejas y con frecuencia de infelicidad desesperada, ién frecuentemente iluminadas por humor e inesperada valentía. Gimena me pareció particularmente interesante. Esa una muchacha muy joven, sólida y a Cruz con piel tersa y piernas musculosas. Había sido detenida con su concubino, un traficante de poca monta. Él conseguía la “merca”, ella la disteños sobres de celofán. En típica desigualdad de género, él fue sentenciado a tres años, a ella le dieron cinco. Gimena venía de una familia empobrecidamaltratada y abusada por padre, hermano y amante. En el COF, tenía un floreciente negocio de refrescos y golosinas. Fue una de las varias mujeres que mel COF había marcado un giro positivo para sus vidas. Un día, de forma muy natural, ella levantó la falda para mostrarme una cicatriz p rofunda, de 12 cen

rgo, en el muslo: el concubino la había acuchillado en un ataque iracundo de celos, llevado al paroxismo por la droga. Cuando salga, dijo, no me pegarán nca, eso le digo, nunca más”. Cuando le pregunté cómo podría evitar nuevas palizas dio vuelta y dijo, con ferocidad: “Cuando salga, mato a cualquier hode pegarme.” Repitió con énfasis: “Lo mato.” No lo decía por hablar.

La Jaula. 10 de agosto, 2000

El puesto de Gimena tiene forma desigual, con la parte más ancha casi de dos metros, y la más angosta menos de un metro. La mesa en la cual trabunos cincuenta por setenta centímetros, al lado de una puerta de cartón prensado con clavos que sobresalen del marco. La pared detrás de la mesa estáfotografías prendidas con alfileres o clavos: los niños de Gimena, su familia, sus amigas. Detrás hay una especie de diván lleno de muñecos, mantas y viejodonde Gimena cose, teje, hace siesta o mira televisión. A un costado está un magro estante, angosto y alto, con un pequeño y vetusto televisor. Al ladococinilla rústica de dos hornillas, con dos garrafas de gas en el suelo y unas cuantas ollas encima, a un lado o alrededor, en diferentes estados de uso. Gpuesto t rozos de colorido p apel de envolver en las p aredes, t iene unos anaqueles rústicos llenos de una abigarrada mezcla de artefactos, ropa y utensilioaire desordenado, pero no desesperado.

Para trabajar me siento en un banquito de madera sin espaldar, de 20 x 20 cms. El piso es de cemento helado, de modo que coloco una viejdeshilachada sobre el piso y luego una alfombrilla de baño bajo mis pies. El techo tiene algo más de dos metros en la parte más alta, bajando a 1.80 c

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puerta. Es de calamina, con trozos de esp uma de poliestireno colocados en p arches, a modo de aislante. Alambres y conexiones eléctricas cruzan la habitación de lado a lado y de arriba abajo.

Una bombilla desnuda de 200 vatios cuelga de un listón de madera, cerca del techo, y allí también cuelga -con bastante precariedad- un tomacorrientes mMe trepo sobre el banquillo para encender mi computadora e impresora, junto con el omnipresente televisor cuyas imágenes borrosas no mejoran pese ade ajustes de antena. Me causa gracia la idea de caer sobre el diván y desaparecer en el maremagno de mantas y muñecos. Sobre un angosto estante deprensada hay tres velas encendidas ante la Virgen, en abierto desafío a la pos ibilidad de incendio (en La Paz creemos que la altura nos prot egerá) pero aúnla proximidad de velas, madera y gas, y siento un estremecimiento.

Milagrosamente, tenía mi laptop, y una impresora. Las autoridades y la Gobernadora habían, de alguna manera, permitido que esto suceda. En esa ció que era lo mínimo que podían hacer dada la naturaleza meramente “p reventiva” de mi detención, pero hoy comprendo que fue una enorme, enorme coebió en parte a la brillante negociación verbal de Coty, en parte a la simple suerte; más que por simpatía o bondad, es probable que lo permitieron porqs había pedido tal permiso y no había una prohibición expresa en su contra. Finalmente, se debió en parte a que M ilitza, mi hija menor, era guapísima, de mrector de Penitenciarías – quien debía aprobar dichos p edidos esp eciales- no pudo negarle la solicitud, hecha en medio de lágrimas. Tener eso hizo toda la

mundo para mí, y Militza lo comprendía. La mayoría de las reclusas no había visto siquiera una computadora, o por lo menos nada como mi Mac PowerBera la Gobernadora estaba segura de sus usos, alcances o limitaciones. No p odían comprender que esa era mi línea vital de conexión con el mundo, mi comejor amiga en la desgracia, y mi ventana de escape. Sin la Mac, las cosas hubieran sido muchísimo más oscuras.

La parte siguiente de las crónicas hace referencia tangencial a mi situación legal. Lo que escribí al respecto es un poco trillado. Sin embargo, no eraaderamente creía en lo que decía, pero no pude ponerlo en palabras adecuadas o enfrentar lo que venía. Escribí que no dejaría que “ellos” ganen, pero la vya habían ganado.

La Jaula, 10 de agosto, 2000

A eso de las 10, un guardia viene a decirme que me buscan en la puerta. Corro gradas arriba, y veo a Carlos Arrien, mi abogado, quien requiere qalgunos memoriales. Tiene lágrimas en los ojos, y habla con dolor sobre este proceso y la injust icia de mi detención. Le respondo que debemos convertir una experiencia de crecimiento y pensar en pos itivo. Me mira con p erplejidad, como si estuviese preocupado de que yo no comprenda la seriedad de mi sClaro que comprendo, p ero si me doy por vencida, si doy rienda suelta a lágrimas o desesperación, será una victoria más para ellos. No es una victoria qufácilmente, ni con alegría. Firmo los papeles, abrazo a mi gentil abogado, y lo sigo con la vista hasta que pasa la puerta y se aleja.

Y volviendo a la narrativa del COF, la historia se hace menos sent imental, más movida, más autént ica. Queda claro que aún en este día décimo de encpectivas se habían ensombrecido y la probable estadía se había alargado.

La Jaula, 12 de agosto, 2000

Día diez. De algunas maneras la cosa va mejor, de otras, peor. Ya estoy más asentada en la rutina, y cometo menos errores (al principio, olvidaba pasair al baño antes de dejar nuestro pasillo), pero también la realidad de estar encerrada aquí por un t iempo indefinido está empezando a hacerse sentir con mCoty estuvo en Sucre ayer presentando un Recurso ante el Tribunal Constitucional, pero si es rechazado, me enfrento a la perspectiva de varios meses, oun año aquí. Mi situación presente es tolerable y hasta un desafío, desde una perspectiva de corto p lazo, pero se hace más oscura y amenazadora si se

en algo prolongado y sin esperanzas.Julia, mi compañera de habitación, será probablemente liberada la próxima semana. Ella estuvo recluida durante seis años y medio, y está emoc

nerviosa. Su marido murió en la cárcel de San Pedro; dos de sus hijos no han venido a verla en largo tiempo. Su casa y sus p rop iedades fueron confiscadvirtualmente no tiene nada a lo cual retornar. Al salir, irá a casa de uno de sus hijos, pero se siente temerosa al no tener nada propio, y ante la posibilidsentirse del todo bienvenida por la nuera. Es una persona tan dulce y gentil que no puedo imaginar que nadie la rechace o no la quiera, pero los seres somos extraños, y ella siente temores muy comprensibles hacia un mundo que ella abandonó teniendo marido y dinero, y al cual vuelve viuda y sin un p es

La descripción no le hacía just icia a Julita. Era muy querida en el COF, y aunque unas cuantas almas amargadas envidiaban sus supuestos “privilegios”, laetaba su generosidad y apreciaba su carácter gentil. Una mujer dulce, de una cincuentena de años, de contextura suave y rizos castaños , era cálida, srosa y todavía atractiva dentro de su est ilo un poco tímido. Venía de Santa Ana de Yacuma. Había estado casada por primera vez, muy joven, y enviudños con un hijo pequeño. “Oso” era su segundo esposo, una figura (para ella) medio caballeresca aunque pasada de peso, quien se enamoró de ella y ad.

ue siempre bondadosa conmigo, explicando las formas en que funcionaban las cosas en el COF; compartiendo su espacio privado; contando historias de su

en libertad cuando era la joven y mimada esposa de un hombre poderoso y t emido. Las celdas de “aislamiento” eran solamente dos, originalmente. Su manstrucción de otra celda diminuta, el cuarto que ahora compartíamos. El hijo supervisó la construcción para sacarla de los dormitorios comunes donde ellaz y enferma, “Oso” había pagado, también el arreglo del baño al final del corredor. De un infarto, “Oso” murió en la cárcel de San Pedro, eradamente. Cuando murió, no le permitieron a Julita verlo hasta después de la autop sia, y ella lloraba desolada cuando contaba cómo – en medio daco- el cayó al piso de la prisión y simplemente lo dejaron allí, muriendo, sin nadie que le brinde auxilio, hasta que se hizo demasiado tarde.

La Jaula, 12 de agosto, 2000

Muchas de las mujeres parecen mayores de lo que son porque han vivido vidas que hacen que la mía parezca mansa y aburrida. Sus delitos (equivoquemos, la mayoría realmente merece sus sentencias) son generalmente banales y repetitivos. Sin embargo, unas cuantas tienen historias que popesadillas a cualquiera. Con el paso del tiempo, he descubierto que soy mal juez de carácter. Algunas de las que me gustan más, como Tía Carmen y Merhistorias de crímenes horrendos.

Por ejemplo, Sonia, de 54 años, (seis años menor que yo) es bisabuela, habiendo tenido su primer hijo a los 14 años, y habiendo sido abuela aNaturalmente se siente y se ve agotada. La decana de las internas es Doña Carmen Zamora Auza, de 81 años, quien cumplió una condena de 30 años p or que ella siempre negó haber cometido. Ahora técnicamente libre, no quiere dejar lo que se ha convertido en su único hogar y trabaja, a cargo de la

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mantenimiento. Para salir, además, tendría que pagar costas al Estado (dos bolivianos p or día) por esos 30 años, lo que constituiría una suma virtimposible para ella.

Hay un grupo de ocho mujeres bajo acusación de asesinato. Pertenecen a un clan de Santa Cruz , sindicado de haber asesinado a varias personas. Setenían un minibús en el cual se colocaba la familia entera, incluyendo niños, p ara aparentar un minibús normal y lleno de pasajeros. Buscaban rutas adelocalizaban a sus presuntas víctimas con tiempo, haciendo un buen trabajo de investigación. Se dice que cuando un cambista o persona con dinero subía allo silenciaban con un garrote de alambre, lo llevaban hacia un terreno baldío, donde lo asesinaban y enterraban el cadáver. Se supone que hay más de medde víctimas. Los hombres están presos en san Pedro y las mujeres están aquí. He escuchado a alguna de ellas decir que está aquí por asesinato, como si totalmente normal.

La matriarca prepara cordero al horno los domingos, y me he convertido en cliente. El caso del clan todavía no ha llegado a la etapa del plenariopropiamente dicho, aunque ya están aquí más de dos años, de modo que no se sabe qué suerte correrán.

Descubrí que Mery, la sonriente y t rabajadora y animosa muchacha que limpiaba nuestra celda, había formado parte de este famoso clan. Al comienzo, cuque la dejábamos sola en nuestra pequeña habitación, me preocupé de que podría llevarse algo, ya que en el COF pequeños objetos, aún cosas nimias com

al o sandalias de goma tendían a desaparecer rápidamente. Pregunté a Julia si Mery era confiable. “O sí” me contestó con toda seriedad, “Es honrada yanza. No está aquí por ladrona: está aquí por asesinato”. Ah, entonces podía tener confianza, y de hecho la tuve. Mery era honestísima (por lo mtros), confiable, optimista a ultranz a, y una buena madre para Quebin, de 3 años. Me contó algo de su historia, cuando ella llegó a confiar en mí[16].

El surtido de delitos, crímenes y negocios ilegales que habían practicado las mujeres del COF era fascinante, especialmente porque muchas de ellas, oría, no veía nada malo en lo que habían hecho, y no sentían arrepentimiento alguno, salvo por haberse hecho “pescar”, o por no haber “aceitado” a la Piente. En ese caso sí, sentían remordimiento: “si sólo le hubiera dado (Policía o Fiscal), más platita…”

La Jaula, 12 de agosto, 2000

También hay un pequeño grupo de jóvenes –una o dos bastante atractivas- acusadas de falsificación de dólares. Algunas hablan abiertamenremordimiento de su trabajo, explican detalles de la operación (y de cómo detectar las falsificaciones), y sobre qué tácticas usaban. Algunas se hacían pcambistas, y ocasionalmente trabajaban con cambistas formales o casas de cambio, que les daban 30-50 dólares por billetes “buenos”, que hacían pasar conauténticos a sus incautos clientes.

Las internas por delitos de narcotráfico, y con frecuencia se identifican a si mismas diciendo “soy 1008” (y un par de ellas añade: “a mucha honra”)ellas, que espera ser liberada en las próximas semanas, dice en forma desafiante que volverá a vender hierba. “Nada de hacer muñecos o mantelitos cuantos miserables pesos”, dice y afirma: “la pichicata es buen negocio”.

Muchas de ellas no muestran arrepentimiento o remordimiento alguno, especialmente entre las rateras de poca monta, que además siguen con su oficde las rejas. Los objetos pequeños desaparecen, por lo que el dinero debe ser celosamente cuidado, y los “p uestos” o “ toldos” cerrados con candado.desaparecen objetos de valor (y aquí casi todo se considera de valor), algunas sospechosas son acusadas; se arman trifulcas, y en raras ocasiones se hacen las cuales son ferozmente resistidas por las reclusas.

La vida social de las reclusas es intensa. Aquellas que tienen hijos en los Hogares estatales pasan un día completo con ellos aquí, cada quince días. Hde visita cada día, por las mañanas y las tardes, de modo que con niños, abogados y visitantes que entran y salen, es difícil encontrar un espacio para eTengo problemas para trabajar, no sólo por la falta de espacio privado, sino por las interrupciones constant es de gente que se detiene a conversar. Sin todo tiene su lado bueno, ya que con toda esa actividad, es difícil sino imposible, estar deprimida.

Las horas de visita eran más amplias para abogados y médicos, quienes podían visitar a las reclusas de 8:30 a.m. a 6:30 p.m. cada día (las emergencias

, y de alguna manera Militza se las arregló para obtener los mismos privilegios de visita, de modo que podía venir –y lo hacía con frecuencia- temprano o arde con pequeñas cosas para hacerme sentir más cómoda, y por sup uesto, lo más importante, para que esté acompañada y p rotegida.

En las crónicas hacía frecuentes referencias a mi “t rabajo”, lo que podría parecer extraño, pero sí estaba trabajando, y mucho, en mi defensa. Escribí cartas ersonas. Llené una página Web con resúmenes de mis casos, documentos y notas; traté de llegar a todas las organizaciones de Derechos Humanos en el coucía documentos legales, enviaba correos electrónicos a amigos, periodist as, expertos, activistas. Me mantuve ocupada, y estar ocupada me mantuvo en m

La siguiente Jaula fue escrita unos cuantos días desp ués, el doceavo día en el COF. Ya para entonces las crónicas estaban empezando a dejar de ladodicador”, y hacerse más personales, pero todavía me sentía ajena, un observador externo o viajero accidental que por azar o por error aterrizó en el COFjaría, sin que lo hubiera afectado. No era parte del COF todavía y el COF t odavía no era parte mía. Mentalmente, yo seguía afuera y “ellas” estaban

mos, en lo que me concernía, todavía cosas diferentes.

La Jaula, 14 de agosto, 2000

Las reclusas están prep arándose para festejar el Día del Preso. Si, cierto, ¡Festejan! Una delegación numerosa me informó que el festejo del Día sería el 24 de septiembre, que habría un programa especial y que deseaban nombrarme “madrina de orquesta” . Casi perdí la compostura, p ero por supacuerdo a las circunstancias, mantuve un semblante serio. Querían quinientos dólares, p ero les dije que como las acusaciones en contra mía son falsas, dinero, y que haciendo un gran esfuerzo podría donar, como máximo unos cien dólares. Lo tomaron bien, están sat isfechas con mi contribución.

Por supuesto que sé que tengo que p agar un “derecho de p iso”, y como fui Alcaldesa, todavía esperan que chorree dinero de mis manos como migas dlos bolsillos de Hansel. Fuera del hecho que no tengo deseo alguno de festejar el Día del Preso (si fuera judía podría decir Kaddish por mis ilusiones mupareció por demás singular que se preparen con tanto entusiasmo para un día, que después de todo, es el símbolo de su sufrimiento y desolación. Pero, ¿qyo para cuestionar su lógica o echar a perder su diversión?

Hay varios grupos ensayando danzas folklóricas para la fiesta: Tinku, Caporales, Llamerada, Morenos. Cada tarde, después de las horas de visita, ellena de música y figuras en movimiento. Están planeando comidas especiales, manualidades, invitados, entretenimiento y bebidas. Aunque el lestrictamente prohibido, aparentemente en algunos años se han relajado las reglas por ese día especial, y dicen que en alguna feliz ocasión, tanto guardreclusas acabaron dichosa y amigablemente chispeadas.

Todo esto hace que este lugar tome el ambiente de una ciudad medieval amurallada y con el puente levadizo levantado, de modo que salir es imposibcon una vida llena de variedad para sus habitantes. Hay actividad y movimiento a toda hora. Trato de trabajar y de mantener horarios regulares, pero es dolor permanente de comida, las voces de los niños y el chismorreo constante dificultan la concentración, pero la mayoría de las internas están empezando a

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mi computadora como una herramienta de trabajo normal, y saber que cuando la abro, es para hacer algo serio. De forma extraña, leer es más difícil. Cuaun libro, alguien se acerca y me habla. Al principio me parecía incomprensible, pero luego caí en cuenta que para la mayoría de ellas la lectura no es un pun entretenimiento grato, sino una desagradable tarea u obligación. Por lo tanto, sienten que es una gentileza interrumpir la lectura, conversar conmigo, o sjuego de cartas. Estuve leyendo el mismo New Yorker y el mismo libro por más de una semana!

Algunos gentiles visitantes y amigos han traído literatura espiritual o de inspiración. Es una idea sumamente generosa, pero en mi caso, desperdiciadamomento no puedo asimilar optimismo embotellado (o encuadernado) ni hacer introspección o auto-análisis. Tampoco quiero leer nada sobre el crepersonal. Creceré por mi misma o quedaré afligida de enanismo espiritual, pero por mi cuenta. Lo que quiero y necesito es buena literatura de escape, emmaterial de aventura y diversión. He leído el último Harry Pott er, y era justo lo que necesitaba.

Hay horas de visita todos los días de 10 a.m. a 11:30 y de 3 p .m. a 4:30. Los Jueves y Domingo son esp eciales, con visitas permitidas todo el día de Vienen familias enteras, traen tortas de cumpleaños, almuerzan y comen, comen, comen, comen. Hay queques, empanadas, cuñapés, refrescos, te, café, htoda clase de golosinas.

Sin embargo hoy suspendieron el horario de visitas de la tarde para una Asamblea General con las autoridades de Régimen Penitenciario. El DirPenitenciarías estuvo aquí con su p ersonal, y varias mujeres presentaron quejas abiertamente y sin temores, con aplauso cerrado de las reclusas. Entre loestaban más control sobre los ingresos de la Panadería y de la Lavandería, más ayuda en el pago de las Costas al Estado para internas indigentes, más privilvisitas, intervención en lograr pago de deudas entre las internas (p edido rechazado), mejores procedimientos de salida y otros. Fue un p rocedimiedemocrático, pero antes de alabarlo esperaré a ver si las autoridades cumplen con lo prometido.

Al volver a leer estas crónicas, encuentro que muchas cosas mencionada son probablemente incomprensibles para el “de afuera”, es decir el lector. ¿plo, eran los “costas para las reclusas indigentes”? Me explicaron, (aunque me tomó tiempo comprender y asimilar algo casi demencial), que dmentos vigentes en ese tiempo se cobraba una suma nominal, que entonces era de Bs. 2 (como 33 centavos de dólar, más o menos) al día por toda la estasa, para que pueda salir en libertad. Esto se suponía que resarciría al Estado, p or lo menos parcialmente, por los gastos incurridos en su manuionalmente a esto, con frecuencia las sentencias incluían multas: “cuatro años y Bs . 3000 de multa”, por ejemplo, que tenían también que ser pagadas. Estplicaban a aquellos en detención preventiva pero se aplicarían retroactivamente si se llegase a la sentencia. Algunas mujeres pagaban el costo, otras simpleaban, mes tras mes, tratando de conseguir fondos para pagar por su libertad. Algunas organizaciones de voluntarias (que a veces no duraban mucho) ayuasí como algunas ONGs extranjeras (ídem), u organizaciones religiosas. Me dijeron que algunas reclusas estaban allí un año luego de haber cumplido su soder pagar la salida. En el COF como en cualquier otra parte, el dinero era esencial para vivir, y al final, para ser libre.

Una semana más pasó sin cambio en mi situación judicial. Coty estaba convirtiéndose en un semi-fantasma, sin dormir ni comer, más pálida que una hoja

t odos sus esfuerzos chocaban con un sistema corrupto y una p resión p olítica desp iadada. Una vez que el partido gobernante me había escogido comatorio, el sistema político me dio la espalda. No se podía conseguir ayuda alguna. Era como si coexistiesen dos s istemas diferentes: la ley y las reglas no elítica, la codicia y el poder. No importe lo que diga la ley, se me consideraba culpable, primero por conveniencia y luego por no haber pagado.

La Jaula, 17 de agosto, 2000

Este es el primer día de mi tercera semana aquí. Ya soy casi baqueana. Hasta hoy, 85 diferentes personas vinieron a visitarme, fuera de mi familia ique es bastante grande. Es decir, un promedio de 6 personas por día. Ni una, ni una sola a sido un miembro del Gobierno, ni un representante adenista. Dy del MIR, sí, varios amigos, condolidos. Del gobierno, ni un M inistro, ni vice-ministro, ni un diputado, ni un senador. David, un amigo p ersonal de mtiempo estuvo aquí, pero no p or solidaridad p artidaria. El resto, del Presidente y Vice-presidente p ara abajo han mantenido un silencio notable. No vienen(eso comprendo), no llaman por teléfono (más difícil de comprender). Por supuesto, le han cerrado las p uertas a Coty. No la reciben, no contestan las lAl final, hemos desist ido en buscar esa ayuda.

Como Alcaldesa de La Paz, y o había sido la mujer de más alto rango en Bolivia. Tenía, en mi ciudad por lo menos- mayor jerarquía que los M inistros de acceso abierto al Presidente y a los principales “capos” del partido. Aunque sabía que el poder era efímero, y que las alabanzas y deferencias eran pura a

a creído que unas cuantas amistades verdaderas se habían formado con unos pocos de los altos miembros del partido, quienes decían ser reformadores y lua la corrup ción. No era así. Pronto llegué a comprender que el COF era un filtro de amistad brut al pero eficiente, para mi y además para mis hijos.

La Jaula, 17 de agosto, 2000

Pero, en el espíritu de encontrar el lado bueno a las cosas, y de sacar algo positivo de todo, estoy contenta de que las cosas vayan así. Es buenoamargo) saber que una está sola, y también moralmente consolador saber que cuando ganemos, cosa que haremos a la larga, se habrá logrado esaabsolutamente sin influencia política o “muñeca” y que mi defensa se habrá apoyado puramente en mi inocencia e integridad. Cuando todo esto termpodrá decir (o pensar) que salí libre por uso indebido de influencias.

Qué ridículo! Yo todavía pensaba que me podía “defender” sobre la base de la verdad. Pronto nos convenceríamos que la verdad era lo que menos se busca

La Jaula, 17 de agosto, 2000

Mi nuevo puest o está casi listo. Las paredes está estucadas, la puerta ha sido debidamente colocada (cuando digo debidamente, quiere decir que ya de un solo clavo) y hemos p uesto cable para enchufes y luces. La pareja del lado, dos mujeres muy unidas, se quejaron porque estaba haciendo una paredhabía conformado con el típico cartón divisorio, pero a pesar de sus protestas ya existe una buena pared de ladrillo, con cubierta de estuco. Voy a pindentro y fuera, (supongo que quedará destrozado rápidamente, pero por un tiempo corto por lo menos, se verá limpio y bonito); pondré estantes y me inCoty se trasladó recientemente y tenía pintura sobrante de su decoración, de modo que mi puesto será hermoso y limpio, con tonos de tierra: sienaTendré mi propio candado. Oh, ¡Qué sensación de seguridad y serenidad!

ui demasiado opt imista con respecto al sistema judicial, y demasiado pesimista con respecto al COF. No me liberaron, pero la pared y puerta reciéna fueron “destrozadas” ni se llenaron de grafiti, por lo menos en todo el tiempo que estuve allí. Se puso un poco ajada y sucia, como todo lo demás,tos o marcas. Otro de mis prejuicios que caía la borda. Con mi nuevo espacio, pintura y todo, vino una nueva laptop. Esto ya era lo más cerca al ci

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podía ofrecer.

La Jaula, 17 de agosto, 2000

Coty ha hecho algo maravilloso. Ha cambiado su Ibook Macintosh “sup ercool” por mi viejo PowerBook. Eso quiere decir que puedo jugar, escuchar divertirme en grande. También significa que será más sencillo enviar correo electrónico a todos los amigos, y a que puedo mandar diskettes de ida y vueltade Militza. Sé cuánto Coty ama a su Ibook, y realmente aprecio que hubiera renunciado a él. Estoy feliz p ensando en los juegos que voy a jugar sin remordimiento de conciencia. Siempre me han encantado los juegos de computadora, especialmente juegos de pensar como Myst, Riven, o Legacy of Time

sentía culpable cuando me escapaba por una hora o dos para jugar. Ahora, ¡soy libre de hacerlo!

Coty acababa de comprar su nuevo IBook, y le encantaba. Desprenderse de él tuvo que ser difícil. Además, era una herramienta de trabajo. Estos eran día“flashdrives”, y mi vieja Powerbook funcionaba, pero con problemas. Su sistema de lectura/escritura de diskett es había muerto, de modo que me veía o

zar un disco externo p ara almacenar documentos, cartas y correos . Su memoria era deficiente, de modo que los juegos buenos no corrían. El IBook me abrído de posibilidades. El gesto de Coty era maravilloso, y maravillosamente no el único. A decir verdad la principal, y quizás única razón p or la que sobriencia sin un trauma gigantesco, fue mi familia. Esas cosas en las crónicas de ser valiente y fuert e eran ilusorias. La verdad es que sin mis hijos y mi a podría haberlo logrado. Mis cuatro hijos: Drina, Ivan, Coty y Militza (en orden de edad), eran (y son) generosos, heroicos, y munidos de paciencia mposible expectativa. Eran adultos jóvenes recién embarcados en sus p ropias carreras profesionales, y sin quejas ni remilgos posp usieron sus p ropiosron sacrificios para ayudarme. Su apoyo nunca flaqueó.

Drina, la primogénita, es ingeniero civil con maestría en procesos crít icos. Parte de esa época difícil ella vivía su prop ia crisis personal y finalmente fue a ta Santa Cruz , pero su apoyo era incansable. Su tarea más difícil, y que ella cumplió de forma ejemplar, fue ayudar a mis dos nietos Kassandra, de 6 añosaños, a comprender porqué yo estaba en esa prisión, asegurándose que ellos sepan que hubo injusticia y que estar allí era difícil, pero sin aterroriz

matizarlos, dándoles seguridad de que todo se arreglaría p ronto.

van tiene un doctorado en informática y pese a su complicado trabajo de armar las redes de las Aduanas Nacionales, diseñó y financió una Página Web, escncreíble paciencia, y transfiriendo a CD’s por lo menos cuarenta mil páginas de mis expedientes de modo que las pudiéramos encontrar, y referirnos a va facilidad. Su esposa Ani, casada apenas unos p ocos meses, nunca perdió su fortaleza o fe.

Coty era la Gerente Legal de un gran Banco. Se hizo cargo de mi defensa, además de su trabajo ya complicado y exigente, y con Carlos (un joven abogamente a través de los pantanos judiciales hasta lograr mi libertad. Milagrosamente, sus sup eriores en el Banco no objetaron a este trabajo, y t odrendente, fueron un gran apoyo. Ivan, Coty y Drina tenían todos trabajos que requerían mucha dedicación, pero así y todo p asaban cada minuto posiblecialmente los fines de semana (lo cual era una carga para sus parejas, también). Mi hermano -un consultor de la indust ria petrolera- vivía en Santa Cruz y asoductos, pero venía lo más que podía a La Paz. Recuerdo su p rimera visita al COF. No pudo contenerse y lloró, -con sollozos- al abrazarme. Nos dgastos legales, y estaba dispuesto a hipotecar todo los que tenía para garantías cautelares. Era y es, generoso sin límites y su apoy o fue y es permanente

uien llamamos M ili- mi hija menor (entonces de 26 años y recién casada), decidió no trabajar mientras yo la necesitaba. Esa decisión hizo una inmensa difeida. Militza se convirtió en mi apoyo, mi salvación. Ella y Carlos, su esposo, se trasladaron a mi casa vacía, y así estaban muy cerca: una presencia increí

quilizadora.

Militza se hizo cargo de mis finanzas, cada vez más endebles, se hizo cargo de mi casa, del lavado de mi ropa, mi correo, mis emails, mi todo. Además, le prazón al esfuerzo. Llegó a conocer a muchas de las mujeres del COF; les hizo p equeños favores, recolectaba rop a de sus amigas para donar, y hast a lina de uno de los bebés del COF. Adicionalmente, mis primos venían con frecuencia, aún viajando desde Santa Cruz para hacerlo. Los amigos tamb

rosos y de gran paciencia, comenzando con Rita quien era y es más hermana que amiga, y quien nunca dejó que me sienta sola. Hubo muchos que fueron gallá de las expectativas, demasiados para mencionarlos individualmente, pero a quienes no he olvidado, ni olvidaré.

La Jaula, 17 de agosto, 2000

Tengo dos p royectos en mesa. Comenzaré a dar lecciones de Inglés (básico) tres veces por semana, lunes miércoles y viernes a las 6:30 p.m. Tambiéhacer una encuesta, con ayuda de los muchachos de SEAMOS, dentro de la población de internas, para ver si han sido abusadas, golpeadas, si han sido extorsión, si comprenden por qué están aquí, si saben donde está su proceso, si entienden cuáles son los p asos siguientes, etc. Coty me ayudará con la py después de que hubiéramos p rocesado la encuesta, tendremos algunas estadísticas interesantes p ara ver la influencia de esos y otros factores tales com

escolaridad, alfabetización, hijos, y otros, y quizás sacar algunas conclusiones interesantes.El sistema Judicial boliviano es una desgracia. Las cárceles son una desgracia también, pero por diferentes razones. Aquí lo que da mal olor es la po

comida rancia, pero el sistema ha encontrado un raro y funcional equilibrio, donde la humanidad se las arregla para triunfar por encima de la indburocrática. Por toda la frustración, paso de caracol, y cólera que atraviesa todo el sistema judicial injusto y corrupto, parece haber una actitud iluminadade algunas autoridades penitenciarias, que convierte a la estadía en este centro en algo más que simplemente un castigo.

Como pueden suponer, nunca logré poner esos dos p royectos en marcha. No pude lograr que autoricen las clases de inglés, aunque garantizaba que daría el año aún si era liberada. La mera idea de la encuesta les parecía sosp echosa, y se la negó sin más ni más. Sin embargo, en el COF existían algunos esfu

bilitación. Era un lugar llenos de opciones e iniciativas – algunas tontas, algunas realmente ridículas- pero variadas y en constante oferta.. Habían clases s de p intura sobre tela, clases de muñequería “soft”, clases de past elería, clases de costura, clases de peluquería y hasta clases básicas de Derecho. Los pra necesariamente de la mejor calidad o del mejor gusto, pero eran abundantes. Por allí muchas cabezas ost entaban las variadas tonalidades flameaábamos “rubio COF”. Se podía aprender un oficio, y existían formas de estar ocupada en algo útil, y p or sup uesto, allí estaban las lecciones casi permaualidades.

La Jaula, 17 de agosto, 2000

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Mi compañera de habitación, Julita, hace muñecos suaves y rellenos; suaves dormilonas con bolsas para pijamas, pequeños payasos y muñecas pacualquier cosa. Ella los vende a través de amigas, y tiene una buena clientela. Hace cubiertas acolchadas para licuadoras, paneros, bolsas. Hace cajas forraforradas, todo forrado. También hace manteles bordados con bordes de p inturas brillantes con motivos folklóricos o navideños. En nuestra diminuta htenemos cajas en forma de corazón para todo incluyendo los "cotonetes" y hasta el televisor luce una suave cubierta de chintz. Martha Stewart estaría econ ella y viceversa.

Marita, mi otra compañera, ha estado p reparando el gran evento de este fin de semana, la Visita General de Cárceles por parte de la Corte Superior dedonde las internas tienen la oportunidad de presentar quejas y problemas, en persona. Marita ha visitado todos los dormitorios para explicar el procedAlgunas de las mujeres están muy al tanto de sus casos, pero otras p arecen totalmente perdidas. Una viejita, con un diente solitario en un costado dnecesita un certificado de nacimiento para obtener el Carnet de Identidad indisp ensable para salir (aunque no para entrar), pero no recuerda que año na42?), ni en que parroquia la bautizaron, y los nombres que dice ser de sus padres no encajan con sus propios apellidos. M arita ha recorrido todas las iglesPaz tratando de encontrar el documento, pero comprensiblemente, no ha tenido mucho éxito. La viejita se queja de que la calumniaron sus malvados quienes quieren "hederar" su casa, y que "con todo eso no p uedo desorientarme, ñita"

Marita finalmente resolvió el problema en forma típicamente COFesca. Encontró dos testigos quienes afirmaron conocer la identidad de la viejita quien fiiguió su Carnet de Identidad, y con él, su libertad.

El trabajo de Marita como Procuradora era otro asp ecto fascinante de la vida bajo régimen penitenciario. Bajo el sistema boliviano una reclusa que hubiera por lo menos la mitad de su condena, que hubiera tenido conducta ejemplar y que pueda aprobar un examen mínimo de procedimiento penal y ofrecentías, podía trabajar como Procuradora haciendo diligencias: trámites judiciales básicos y seguimiento a los casos de las demás reclusas. Estas Procuradoras muros del COF diariamente de 9 a 5, acompañadas por una guardia, y preparaban, además de sus otros deberes, informes para las visitas judiciales de los

a mañana.[17]  A cambio de estas tareas, ellas podían retornar a sus hogares el sábado en la tarde hasta el día siguiente, retornando al COF el domingo a las

u trabajo involucraba deambular de Juzgado en Juzgado. En aquellos días, exist ían 12 Juzgados de Instrucción en lo Penal, 6 juzgados de Partido, y seis elitos de narcotráfico, más cuatro Juzgados de Instrucción en El Alto, fuera de las oficinas de los Defensores públicos para quienes no podían pagar un cular. Ellas hablaban con actuarios, Jueces y defensores p úblicos p ara acelerar los p rocedimientos y tratar que se tomen los pasos aprop iados en la defensas. Las procuradoras también ayudaban a las reclusas a obtener permisos especiales en casos de enfermedad o muerte en la familia inmediata, etc. La

a solamente lo necesario para mantener el trabajo y los beneficios, pero Marita lo convirtió en una vocación.

Era muy eficiente, manteniendo un cronograma estricto de rotación de Juzgados, y cuadernos impecablemente ordenados donde ella llevaba el registro de itudes de las reclusas así como la información obtenida de juzgados o abogados defensores. No escatimaba ningún esfuerzo para asegurar que cada unsas tuviera la representación adecuada.

Marita era la persona más organizada que jamás conocí, sin ser obsesionada. Ponía todo en su lugar, ordenadamente; doblaba su ropa sucia tan precisectamente como su ropa recién lavada; era perfeccionista sin ser mandona insufrible. Debí haberle causado más de un dolor de cabeza, siendo por nrganizada y anárquica. Me hacía practicar el ritual del baño para estar segura que no dejaría algo esencial detrás mío, pero sus esfuerzos fueron en venzo a fin, yo olvidaba cosas, dejaba ítems claves (incluyendo a veces hasta las llaves), y hacía caer cosas en lugares improbables. Ella sonreía, me ln, y trató de convertirme en mejor persona. No t uvo éxito t otal, pero mi admiración por su practicidad crecía en forma exponencial con cada uno de mis t ra

Cada mañana, antes de que ella salga, se formaba una pequeña cola de mujeres ante nuestra puerta. Muchas de ellas –especialmente las nuevas reclusaa, contando sus historias en detalle, con frecuencia con sollozos, quejidos y ruidosas sopladas. Las historias eran ocasionalmente conmovedoras, oulas, y a veces simplemente estrafalarias. Ella escuchaba todos los relatos y just ificativos con más paciencia y simpatía que yo podría jamás haber logrado

u esposo merece mención especial, también. En todo el tiempo que estuve en el COF no hubo una sola noche en la que no llamó, nunca un solo sábadosábado por la tarde) que no envíe algo delicioso para el almuerzo (pizza, hamburguesas, sándwiches, etc.) Grababa y nos enviaba programas de televisi

aban, como “Friends”. Este hombre gentil y generoso hacía gest iones para lograr tratamiento u operaciones para los niños del COF, y también gestionabgas tratamiento u op eraciones para las reclusas. Era como un ángel guardián benevolente, fuera de vista, pero vigilando por nuestro bienestar.

La Jaula, 17 de agosto, 2000

Marita casi nunca pierde su paciencia o compostura. La única vez que la vi cerca de descontrolarse y t irarse al piso de risa fue cuando una cholita mcontó la siguiente historia en su esp ecial español (aquí en versión aproximada y muy abreviada), acompañada de sollozos y fuertes sop ladas de nariz en sya de por sí cubierto de toda clase de manchas.

“Yo vivía con mi marido y su hermano… ay, ay, y mi marido se salía todo el tiempo, ay, y el hermano – era menor- ay, ay- se quedaba conmigo y estsolos, y nos íbamos a caminar, y hacíamos aptapi en el Rio Seco, con nuestro pan y carne fría, y así un día, él (el marido), nos pescó, sollozo, sollozo, s

qué podía él (el hermano) hacer? El (el hermano) se escapó corriendo. Él (el marido) dijo que él (el hermano) lo había deshonrado, y que él (el marido) yavivir con la vergüenza, y que el (el hermano) era un sinvergüenza y el (el marido) tenía que morir, así que teníamos que matarnos nosot ros, ay, ay, ay. Asa tomarnos veneno o colgarnos, y hemos ido y comido un poco de pan con carne fría, ay ay, pero yo no quería tomar el veneno, y tenía miedo, pero el poquitito, y nada, así que trató de ahorcarse, pero no p asaba nada, y ahí estaba, sufriendo y no se moría, y yo no p odía verlo sufrir t anto, ay, ay, ay, asjalado la pita (cuerda), sólo para ayudarlo a que sea más rápido, pobrecito, porque estaba sufriendo y sollozos, sollozos, sollozos! y yo no p odía aguaDicen ahora que lo he matado, pero usted entiende ¿no? Lo único que yo quería hacer, era ayudarlo!”

or lo demás, historias o no historias, la vida en el COF avanzaba por su camino estéril y gris, y yo trataba de hacer todo lo pos ible para defenderme de lougre y las pestes.

La Jaula, 12 de agosto, 2000

Estoy reparando mi “toldo” de 1 por 1.5 metros (comprado por una suma que puede dar hipo a cualquiera). Los materiales costaron, Bs. 250momento, además de los 250 dólares por el terreno. Pienso que este tiene que ser uno de los “barrios” con terreno más caro de La Paz. Tendré calaminasobre la mitad del techo, para dar luz, las paredes serán estucadas, y la puerta (hecha de tres trozos algún tipo de cartón prensado) estará colocada de nu

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marco. Tendré repisas en las paredes para libros y papeles, pondré tomacorrientes en la pared, traeré un pequeño equipo de música, una mesita diminusilla, y listo. Estoy medio emocionada, porque necesito privacidad, y tener un espacio pequeño, pero propio, hará una gran diferencia. Lo pintaré con lque sobró del departamento de Coty , (tonos t ierra) y mi amiga Rita ya me trajo un pedazo de alfombra. Lujo asiático, amigos, lujo asiático.

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CAPÍTULO 4Jaula de ratas y es tiércol

La siguiente crónica de La Jaula, comienza con un tono algo patét ico, y para comprenderlo, es imprescindible una explicación de las instalaciones sanitarmitorios comunales tenían baños al final de cada pasillo. Estos eran relativamente tolerables, ya que se utilizaban principalmente de noche, se los limpana y luego se los cerraba hasta la tarde. Las principales instalaciones comunales – eran dos- estaban ubicadas, una detrás de la cancha poli-funcional, y otros teléfonos monederos . Eran principalmente de concreto sin revestir, pero tenían piso de baldosas blancuzcas de cemento y azulejos de cerámica blaa pared en duchas y sanitarios. Había una docena más o menos de cubículos en cada lugar, algunos con puertas que llegaban a cerrarse, y la mayoría co

no se cerraban por nada del mundo. Fuera de los cubículos, a la derecha y contra una pared, había una serie de grifos y lavaderos de cemento que se utilizase, lavar p latos y también otros propósitos menos claros. Había seis u ocho cubículos para ducha con calentadores eléctricos “Lorenzetti” que funcamente. Las reclusas tenían que pagar 2 bolivianos, como 30 centavos de dólar, por cada ducha caliente de 3 minutos.

Los baños comenzaban relativamente limpios cada mañana, con fuerte olor a desinfectant e barato, y se mantenían pasables hasta como las 10 de la mañanazados por reclusas, niños y visitas, se tornaban progresivamente más enmierdados y taponeados hasta que al final de la tarde, los olores y colocriptibles. Luego de un par de experiencias horripilantes, aprendí a no tomar líquido desde el desayuno hasta las cinco de la tarde, simplemente pa

ntar hasta que abran nuestro corredor. Algunas veces, sin embargo, los llamados de la naturaleza eran imperativos, y la vomitiva visita se hacía inevitaen quisiera incorporar un elemento dantesco –sacado directamente del infierno- a la historia del COF, la horrorosa realidad de las instalaciones sanisitaría ningún añadido.

La Jaula, 18 de agosto, 2000

“When in disgrace with Fortune, and men’s eyes…”

Shakespeare, Soneto 29

Debo reconocer que a pesar de mi optimismo a ultranza, hay momentos en que todo esto se vuelve cansador, y me siento agotada. A eso de las cinco

de la tarde, cuando se acaba la paciencia y quiero ir al baño y estoy consciente de que los sanitarios comunes estarán demasiado comúnmente utilizados,mano pesada que me agobia. En ese momento, con el ruido de múltiples televisores sintonizados a la cuadragésima segunda vuelta del Chavo del Ocho, ala novela mexicana simultáneamente, mi paciencia se hace tan delgada que es transp arente, y mi opt imismo casi invisible.

El espectro de una estadía sin fin, de días vacíos tras días vacíos arrastrándose en estúpida similitud es un peso sobre mi alma. Piensen amigos, mijudicial prop iamente dicho, (seguimos en la etapa de “instrucción”) no ha comenzado siquiera. ¿Cuánto más puede durar esto? Casi eternamente. Eindefinidamente por el antojo arbitrario de hombres sin escrúp ulos. En esos momentos mi impotencia se hace realidad, especialmente cuando oscurece eldía se pierde y llego muy cerca la desesperación.

or supuesto, pese a los baños mugrientos y malolientes, no podía seguir quejándome de mi suerte, especialmente con tantas personas con vidas verdadeble a mi alrededor. Entre ellas, Tía Carmen era la más notable, la persona que me demostró que la redención sí es posible.

La Jaula, 18 de agosto, 2000

Un viento fuert e podría llevarse a la Tía Carmen. Tiene 81 años, es diminuta, y p robablemente pesa menos de 40 kilos. Su cabello color de hfuertemente trenzado alrededor de su cabecita, que lleva orgullosamente erguida. Su cuerpecillo magro y enjuto parece demasiado pequeño para su sonrisavitalidad de sus ojos. En las mañanas camina con dificultad por el reumatismo y otros achaques surtidos, pero de todas maneras camina por todainspeccionando cada rincón y esquina. Se enoja ante los descuidos, los grifos que gotean, agua desperdiciada, basura desperdigada, alimentos en mal estado,ociosas y niños sucios. Naturalmente se enoja con frecuencia, y con razón, pero cuando alguien tiene problemas o está enferma, ella es la primera dispuescualquier cosa, ir cualquier distancia, o luchar con cualquier dragón por sus ‘niñas”.

Tía Carmen es nuestra decana, habiendo cumplido una condena de 30 años, mucho más tiempo que cualquier otra persona aquí. No quiso salirempleada por el Ministerio de Gobierno, con su pequeño salario paga la reparación de las cañerías o del techo, y tiene planes para mejorar las duchas. Dcon frecuencia viene a cerrar nuestro corredor, pero antes de cerrar la puerta de acero, revisa si estamos bien, nos arropa, nos bendice y nos da un besito dnoches. Me hace sentir como si tuviera seis años, abrigada y protegida. Es también la curandera local, llena de recetas antiguas, y la profetisa que intersueños. Esta mañana mi hija Militza relató un sueño típ icamente militziano y complicado, con escaleras en esp iral, barcos, puentes, ríos con cataratas pey una mujer que literalmente se infló hasta reventar, pero Tía Carmen le dijo que significaría buenas noticias en 24 horas. Yo confesé haber soñado con unapintura llena de hombres gordinflones azul-eléctrico que salieron del marco y me rodearon, presionando y empujando. Tía Carmen dijo que eran ángeles eprotegerme y a decir que necesito comunicarme más con el cielo. Bueno, digo, con ese tipo de interpretación, no se puede perder, ¿cierto?

Gane o pierda, miro las paredes, los batientes del portón que cada día se abren de par en par, y me siento sorprendida a cuan pequeña es la distancisepara de mi existencia “normal”. Que diferencia más inmensa hace. Afuera está mi vida, ahora en pausa. Aquí, algo cuya forma final no puedo comprend

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CAPÍTULO 5Telenovelas y salvación

El COF nos obligaba a reducirnos a lo más básico. Aprendí a desprenderme de las cosas, y ese desprendimiento resultó ser sorp rendentemente fácil. Mucualquier isla desierta, el COF era la prueba ácida de la esencialidad. Uno descubría de qué podía deshacerse, qué cosas uno quería mantener a toda cossmas venían de visita por las noches. El Darwinismo era una fuerza casi visible, las tácticas atávicas de sobrevivencia se ponían en acción. Por supuesmis compañeras y mi increíble familia hacían toda la diferencia. En realidad, no me había visto obligada a renunciar a nada realmente vital.

Este enfoque de retorno a lo básico, convert ía a la vida del COF en un enorme cliché, o mejor dicho, en todos los clichés en acción. Cada frase hecha, cadicho antiguo volvía a la vida detrás de estas paredes: Dios ayuda al que madruga; más vale pájaro en mano; no por madrugar amanece más temprano; a árson piedras; a buen hambre no hay mal pan; el perro del hortelano ni come ni deja comer; no hay mal que dure cien años; sobre llovido, mojado; a la vejez,

hecho, pecho; quien mucho habla, poco acierta; en boca cerrada no entran moscas, quien no usa la cabeza tiene que usar los pies; etc., etc., etc. Todos ellosidad y tono de la verdad. La cosa era buscar lo esencial. No había espacio para sutilezas, remilgos, sofist icaciones, ironías o delicadezas. Uno lo decía, loo lo dejaba ir. Punt o.

La Jaula, 22 de agosto, 2000

Historias de amor y pasión. Nuestro p anadero mayor ha sido despedido. No contento con llevar adelante una relación virtualmente abierta con unalas reclusas, cuya comida especial pagaba y para quienes traía golosinas, se emborrachó el sábado con dos nuevas “cholitas” que trabajaban en la panaderaparentemente lo atraparon las guardias amasando algo más interesante que masa de pan. Las dos mujeres fueron relegadas al hediondo “calabozo” y esalió de aquí violentamente, escoltado por los guardias.

¡Que lástima! Esos t rajines eran la fuente de los más jugosos rumores y chismes del lugar (sus favoritas, quienes se divertían con él al abrigo del hornun mullido lecho de bolsas de harina vacías- abandonaban la panadería sonriendo y sacudiéndose harina del cabello). Varias competían por las atenciones

panadero y eran envidiadas p or muchas otras. Fue un p oco triste que esta t elenovela local hubiese sido interrumpida. Lo último que sup imos era que escoltado, de la forma más caballerosa había prometido (a gritos) venir en días de visita a ver a su(s) bien amada(s). Con la inescrutable irracionalidad del divertido constatar que las favoritas anteriores –quizás por simpatía hacia su pérdida- no fueron castigadas, aunque se las ve algo melancólicas.

He tomado fotografías (tres de las guardias insistieron en tomarse una fotografía conmigo) de modo que si Ivan se da modos, podrán echar una mirapequeño mundo encerrado y fuera del alcance de los hombres. Mi puesto est á casi listo, y cuando esté ya en uso, p ondré una fotografía en la Web. Hafotos de M arinéz y sus dos p erros (sí señor, aquí tenemos perros, gatos y un conejo). El conejo vive en un bañador plástico azul y los p erros viven en el de su dueña. Los gatos son sólo gatos. Vagabundean por aquí sin interés en nosotras y se alimentan de las ratas.

Ratas. Oh sí. No solamente habían ratas en el sistema judicial o en la política. Aquí estaban las de verdad: grandes, grises, de cola pelada, voraces, asquerl describir la atmósfera envolvente de mugre y olores. Aunque se ponía en efecto una limpieza diaria, el lugar nunca estaba limpio de verdad. Lasort illadas estaban cubiertas de una capa grasienta de huellas humanas. El piso se llenaba de basura en cuanto lo barrían. El olor general era un compuest oanos sin bañar, basura en descomposición, grasa rancia y moho.

Las ratas agresivas y dep redadoras eran demasiado numerosas para contarlas. Cualquier cosa que quedaba al descubierto, sea sobre mesas, tablas o estrada. Las ratas podían penetrar cualquier cosa; sus colmillos roían a través de papel estañado, plástico, cartón y tela. Hacían túneles a través de mader

diendo los lugares más seguros. Sus típ icas heces eran el preludio a descubrimientos llenos de const ernación: galletas reducidas a migajas, chocolates saquenfreno. Se las podía oír, rebuscando en los turriles de acero que servían de basureros; se las podía ver correteando alrededor de charcos de dudoso cndo desperdicios indescript ibles en sus hocicos húmedos y p untiagudos. Uno podía verlas trepadas a postes y vigas, mirándonos sin temor con ognos que brillaban desde los rincones más oscuros.

Eran repugnantes pero en la escala de repugnancia, las ubicuas palomas del COF llegaban a un segundo lugar muy cercano. Eran ratas voladoras, peles hediondos, llevando fluidos sin nombre a todos los rincones, dejando marcas p egajosas con patas y picos. Hacían sus nidos bajo las salientes de lo

ma de nuestro cuarto y las podíamos escuchar antes del amanecer, gimiendo como fantasmas de película. Comparadas a esas dos p estes, los ratones casi cartancia, eran menores, casi amigables. Las reclusas rogaban para que envíen exterminadores de ratas y cucarachas, pero sus visitas eran pocas y poco mente una en todo el tiempo que estuve allí) y el peligro que presentaba el uso de venenos, era considerable.

La siguiente crónica marca mi veinteavo día en el COF (¡veinte!), mostrando que además de las pestes de cuatro y seis patas, el COF se veía invadido stras de la vida nacional. La política, al igual que las ratas, se insinuaba a través de las rendijas hasta penetrar en la vida diaria.

La Jaula, 23 de agosto, 2000

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Hoy la A.D.N., como part e de su campaña nacional, está registrando nuevos militantes aquí en el centro de detención femenina. Algunos delegados dvinieron a coordinar y una de las reclusas está encargada del registro de nuevas “adenist as”. Se ha armado una mesita en el patio central, y se entregan cescolares los colores y las siglas del partido como regalo para las nuevas inscritas, quienes luego recibirán sus credenciales de militante. Tomé una fotografía“chicas” adenistas, posando felices. Esta es una verdadera democracia (no importe el enrevesado simbolismo) y no es una práctica reservada a la ADN, sina todos los partidos, que hacen este tipo de reclutamiento en todos los centros p enitenciarios de Bolivia. Aquí, con apenas algo más de dos centenares delas campañas son relativamente tranquilas, pero en San Pedro, con más de 1500 internos, las campañas son verdaderos eventos, con bandas de música, sobanderas y confrontación ocasional con otros p artidos.

Aquí todas están emocionadas y ocupadas con la Visita General de Cárceles, anunciada para al Sábado 26 de agosto. He anotado mi nombre en l“quejas”. Me quejaré de múltiples irregularidades en el debido proceso, retardación, violación de mis derechos y acoso a mi abogado. El Juez Costa Obestado lanzando acusaciones casi diarias contra mi hija Coty en los medios de comunicación, en un intento de inhabilitar a mi principal defensora, y privarapoy o legal

He logrado avanzar un p oco con mi lectura, especialmente una nueva y deliciosa novela de Perez Reverte, “La Carta Esférica”. Ya que los boliviantan ‘tierradentrinos’, no tenemos lenguaje náutico ni conocimiento de navegación. Estoy adquiriendo un nuevo vocabulario español maravilloso, “jarctrinquete, velacho, escota, jabeque, trincar, cangreja, obenques, bastarda, gualdrapeo, botavara, matafión” cuyos sonidos mismos tienen ecos extrañossalada. ¡Que maravilla poder atravesar lejanos y tormentosos mares! Que maravilla poder dejar atrás temores y angustias, hundirme en una buenaexplorando sus profundidades como si fuese un arrecife de coral. Perez Reverte es un genio.

Cuando me detuvieron, asumí que las motivaciones políticas de mi detención y mi inocencia serían tan fáciles de comprobar que saldría en pocos días. Era é, tan fácil evidenciar que yo había descubierto una estafa, que había hecho todo a mi alcance para encontrar a los responsables; era tan cristalino el asu

quiera, hasta el más obtuso, podría encontrar y comprender la verdad. También creía, por supuesto, que como la investigación especializada de la UIF [19onalmente había ordenado demostró claramente quiénes eran los autores de la estafa, yo estaría libre y ellos serían enjuiciados, juzgados y sentenciados. do, habían falsificado documentos y firmas, habían firmado cheques fraudulentos, habían depositado fondos de la Alcaldía a cuentas personales y distro. Fui ilusa, y tont a. Las cosas no funcionaban así. Para entonces algunos de los autores de la estafa estaban viviendo, felices como perdices, en Miami, entemente salido del país[20]. Otros estaban igualmente felices y libres en La Paz, protegidos por los capos políticos. Ninguno sería sentenciado a pnces, ni nunca. Seguí en el COF, y seguí escribiendo mi crónicas.

La Jaula, 24 de agosto, 2000

Hoy es el primer día de mi cuarta semana aquí. Los días pasan, el tiempo sigue su curso, y estoy aquí suspendida en una especie de burbuja atempornada es del todo real. Aquí, un día es igual al siguiente, y el siguiente y el siguiente, salvo p or las momentáneas oleadas de emoción creadas por quienes sechismorreo sobre las que ingresan. De las que están por irse, Julia, mi compañera de habitación, está cada día más nerviosa. Parece que su libertad (p“inmediatamente” hace semanas) podría hacerse realidad en los próximos días. Ella va alternando entre euforia lágrimas, temores, y confusión.

La siguiente parte de La Jaula, dejando de lado mis tribulaciones legales, refuerza lo importante que era tener privacidad, cuán impaciente estaba por tenerspacio personal, lo desesperante que era no tener ni un momento a solas, un lugar donde estar aislada y protegida de la realidad externa. Mis deseos primido, achicado: soñaba simplemente con un esp acio con una p uerta propia – una puerta que pudiera cerrar, una puerta que p udiera abrir- para sentirme ta para dejar los problemas afuera.

La Jaula, 28 de agosto, 2000

¡Gran día! He terminado las reparaciones y amoblado –si se pude usar esa gran palabra para un espacio tan pequeño- mi pequeño “toldo” o puestouna puerta con candado (aunque con una abertura de un centímetro en la bisagra) una mesa de 60 por 25 centímetros para mi computadora, y un estante apequeño para un viejo aparato de CD y cassettes. Un baúl de metal, pequeño y viejo, necesario ya que las ratas comen todo lo que no está cerrado o colgde su alcance, hace las funciones de un asiento, con un par de viejos cojines encima. Una pequeña silla giratoria con un cojín, una lámpara de vidrio verdcuantos estantes de alambre forrado completan el mobiliario.

Uno de los estantes de alambre cuelga de la pared, toscamente sujetado con alambre de construcción a las vigas del techo, y un pequeño carrito dniveles (de alambre también) cerca de la puerta, hace de biblioteca. También tengo un diminuto estante para disquetes en la pared, sobre la computadoramarrón con rosas por Julita, mi compañera). Mañana espero p oner un pequeño espejo, algunas fotografías de mis hijos y nietos, un par de ganchochaqueta y toalla y un cestillo de objetos de limpieza. Con eso, tendré todo.

Con eso tendré todo”. Parece locura, ahora, pero en ese momento era la pura verdad. Mis ansias y deseos se habían reducido a eso. Ese espacio – mi mcio privado que en realidad no pasaba de ser un cubículo- era minimalista y p or necesidad todo que allí había tenía que ser liliputiense. No importaba. Ecionado, por ejemplo, tenía 25 centímetros de largo y 10 de ancho. No importaba. Había una puerta que podía asegurar mi privacidad. Era suficiente.

La Jaula, 28 de agosto, 2000

Las paredes están pintadas de amarillo ocre, con la puerta de cartón prensado en un tosco marco de madera, color siena. Tengo un pedazo de alfomsobre un trozo de goma prensada, para luchar contra el frío. El inevitable foco pelado, cuelga de un alambre que viene por el techo. Sin embargo, de acueestándares de pobreza general del COF, mi puesto es elegante, de lujo. Varias de las reclusas han hecho bromas sobre mi “pent house”, que pronuncian “pcasi cada una de las ellas ha venido por aquí a conocer la maravilla. La mayoría no puede siquiera imaginar cómo me las arreglé para producir algo como esqué tanta insistencia en estuco y pintura. Los niños pasan, miran por la rendija y me contemplan, asombrados. Me pone un poco nerviosa girar hacia laver un ojo oscuro y brillante, de un metro de altura, mirándome fijamente.

¡Qué diferencia hace un poco de privacidad, aún con limitaciones y p equeños y grandes ojos observadores. Música, mi compu, y ustedes mipresentes en mi corazón y mi mente. No en forma general, como podría parecer. Al contrario, pienso en cada uno, individualmente, en sus reacciones a

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cartas, manteniéndolos cerca. Cuando mi “toldo” estuvo listo, en cuanto pude hacerlo decentemente, cerré la puerta y puse música, para “viajar”[21] lo que me podía llevar la imaginación. Por supuesto, repetidos golpes en la puerta me trajeron de vuelta casi inmediatamente: un par de niños exigían dul“no”, y cerré la puerta (no hay forma de dar dulces en forma continua a cien niños), y los “angelitos” op taron p or correr ida y vuelta frente a mi puerta, gcon un palo, gritando “¡Lupe mala!” a todo pulmón.

Era enervante, pero no me causa enojo. Me pregunto qué vidas llevarán estos niños. Ya desde ahora –a la edad de cuatro o cinco años- juegan a mutuamente, a mandarse al calabozo, o a ser sentenciados y/o liberados. Son muy talentosos p ara robar cosas pequeñas, expertos en pedir pequeños favpoco de comida. Pueden ser más peligrosos, que sus madres.

De dónde vienen los bebés? Esa no era una pregunta infantil en el COF, ya que los bebés seguían llegando y llegando. Era un problema permanente. Se he el comienzo que el COF no era un lugar de castidad, de cero sexo. Ni de lejos. En nuestro mundillo encerrado, el amor, el sexo, la pasión y los celoso orquídeas de invernadero. Para comenzar, aunque no habían visitas cony ugales en el COF, había una forma casi legal para que las parejas casaubinato declarado, tengan relaciones de forma más o menos regular, si ambos estaban en la cárcel . Las mujeres con maridos o concubinos en San Pedro n que haber llenado formularios solicitando permiso para las visitas) p odían pasar un día completo por mes allí, con ellos. La “perrera” o carro po

ado en la parte de atrás, llevaba a las mujeres a San Pedro a las 8:30 a.m. y las t raía de vuelta a las 6 p .m. La reclusa podía llevar a sus niños, quienes geneutaban de los espacios mayores de San Pedro y de sus actividades más variadas (aunque algo más peligrosas). Ya que las reglas de San Pedro eran muy difuestras, y los hombre literalmente “vivían” en sus propios espacios, cubículos o habitaciones – a veces grandes y lujosas en comparación con los estánd- nadie preguntaba qué sucedía en la privacidad de esos espacios.

i el marido o pareja de la reclusa no estaba en prisión, la otra forma de tener relaciones, especialmente relaciones casuales, era aprovechar de las “carpas” dmingo en el COF. Estas eran una institución, y el objeto de muchos guiños, insinuaciones y bromas subidas de tono. Cada jueves y domingo, con horasasi todo el día, la cancha multifuncional (¡y lo era!) se llenaba de grupos de mujeres emprendedoras quienes montaban pequeñas carpas de plást ico o lona.maban sobre esqueletos de parasol, otros con plástico sobre barras de metal. Eran más o menos de un metro p or uno y medio, de unos ochenta centímy con una abertura tipo carpa que podía mantenerse cerrada para ofrecer algo de privacidad. Las reclusas ponían frazadas sobre el piso y almohadonmo.

Estas instalaciones se alquilaban a diez bolivianos ($US 1.60) por dos horas o veinte bolivianos por todo el día. Se suponía que éstas proporcionaban unacidad familiar a las reclusas, y los jugueteos y relaciones sexuales estaban estrictamente y absolutamente prohibidos. Algunas, de hecho, servían deiares, con niños, abuelitas y demás empaquetados en esos esp acios p equeños pero sombreados.

Dos de las sargentos o cabos más estrictas patrullaban las áreas de visitantes, ocasionalmente metiendo la cabeza en las carpas e interrumpiendo cualqudo de tono. Dejarse “pescar” teniendo relaciones era una ofensa seria, y podría significar castigo en el calabozo, así como pérdida de algunos privilegios.nía a nadie, por lo menos a nadie lo suficientemente desesp erada e imaginativa. Una cholita simpática y de modales tímidos que tuvo tres bebés en elstra de un estado de permanente disposición amorosa, ignorancia de contracept ivos y verdadero ingenio. Cuando pregunté a otras reclusas más comuo se las ingeniaban para maximizar el uso de las carpas, respondieron que usaban a una amiga vigía, o la posición “tortuga”. ¿Posición tortuga? pregunté ro”, respondieron, “con la cabeza afuera.”

La Jaula. 28 de agosto, 2000

Gran alboroto y emoción ayer. Mucho movimiento encubierto, idas y venidas furt ivas, murmullos que se volvieron rumores, rumores que se torespeculaciones febriles, y finalmente un destacamento de cuatro guardias armadas de labios fruncidos y expresiones severas que escoltaron, a la fuerza,

mujeres tembleques y recalcitrant es al calabozo, donde las encerraron. No fueron en silencio ni mansamente, y una vez que cerraron la puerta metálica, uoírlas golpeando la puerta, pateando y gritando obscenidades.

¡Sexo y alcohol! Las habían pillado en las carpas, bebiendo con hombres. Alguien trajo alcohol de contrabando disfrazado en botellas de refresco y lasy sus visitantes bebieron y se divirtieron hasta que sus risotadas y gritos llegaron a un punto febril. Finalmente, los indicios de algazara eran tan obvios, la sargento de turno, buena como era, tuvo que actuar. Las atraparon in fraganti. Posteriormente, hubo comentarios p asados de boca en boca de que nconsumido alcohol nada más, y que “la blanca” también estuvo en la fiesta, pero el informe oficial solamente decía que estaban borrachas.

Los hombres fueron echados inmediatamente, y se les prohibió regresar aunque esa prohibición probablemente no durará mucho. Esta mañana, ucastigadas, una muchacha alta y fornida de cabello largo con puntas rojas y tatuaje en el hombro, pasó por mi lado, balanceándose, vociferando con voz quejándose a voces que ni una tal y cual persona le había llevado almuerzo. Estaba ardiendo de furia, y p or lo visto, cero arrepentimiento. Fuera bebieron, decían que ella había “estado” con un tipo en la mañana y que había repetido la hazaña por la t arde con otro, tomando todo el tiempo. Lasgrupo (y no sé si compartieron las carpas o se turnaron) la culpan por haber sido demasiado gritona y hacer que los “p esquen”. Una de ellas me dijo hoculpa por hacer tanto escándalo. Yo tomo todo el tiempo y hago todo lo demás, pero en silencio y nadie se entera”.

El calabozo tampoco era una celda verdadera. Era en realidad un espacio debajo de las gradas con una puerta de madera, que servía de lugar de cas

eño, oscuro, apenas iluminado por un pequeño hueco de ventilación en la puerta, t enía un par de colchones de p aja en una esquina y nada más. Lagadas por infracciones tales como beber alcohol, sexo con hombres, insubordinación (raras veces) o pelear, eran encerradas allí por un día, o en casos extresta tres días. La celda no tenía ninguna instalación sanitaria, así que la reclusa insubordinada era llevada al baño una vez p or la mañana y una vez por

ndo el castigo duraba más de un día, se le permitía caminar en el patio durante una hora.

Había muy poco de “solitario” en este encierro, ya que las amigas de la castigada se paraban cerca de la puerta y hablaban por la apertura y le daban alban comida, y así lograban que el tiempo p asado allí en la oscuridad, sea más aguantable. Los peores aspectos del confinamiento – me contaron- eran el fríhedor. Cuando p regunté a una de las guardias si podía conocer el lugar (vacío en ese momento), ella me permitió ver el calabozo y entrar p or unos segununa idea del castigo. Esos pocos segundos fueron más que suficiente, y no han sido fáciles de olvidar.

La Jaula, 28 de agosto, 2000

Paradójicamente, estoy escribiendo sobre todo este escándalo desde mi nuevo espacio tranquilo y apacible, escuchando a M ozart y sintiéndome a salvmomento). Al mirar a mi alrededor, me preocupan los libros y p apeles. Hay cucarachas y ratones y ratas arrastrándose por el COF a pesar de los tcimarrones en residencia, y todos tienden a mast icar papel para hacer nidos. Comenté mis preocup aciones con una de las reclusas, y ella asegura que m

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por ser nuevo y recientemente arreglado y estucado, debería resistir el embate de la mayoría de estas p estes. “Les toma tiempo mascar el estuco”, dijo, “olor a comida para atraerlos”.

Así que mis libros estaban a salvo y protegidos. Yo no. No importe cuán optimista parecía, o trataba de parecer, no import e cuántas cosas hacía para maada, no importe cuántos libros maravillosos leía o cuántos juegos jugaba en la computadora, Mozart o no M ozart, seguía en la cárcel, encerrada. No habble de ignorar esta realidad, no había forma de evitar que todo lo que hacía, todo lo que pensaba o sentía estuviera intensamente teñido por el encillación que significaba o que habían tratado de que signifique.

Yo no era la única que estaba atrapada por esta realidad. Mis hijos empezaban a mostrar los efectos de la presión: Coty había perdido demasiado peso, Ivo y triste, Drina trabajaba demasiado y estaba cansada y enojada; Militza ya sentía el peso de la obligación auto-impuesta de estar a mi lado lo más p osiblicaba que ella también pasaba demasiado tiempo en ese mundo sucio y deprimente. Todos luchaban por que yo no caiga; yo luchaba por mantenerme por ellos y por mi misma. Coty, quien –además de su trabajo intenso en el Banco- como mi abogada se sentía responsable de mi bienestar, era en quien

los efectos de la tensión, aunque no dijo nunca una palabra al respecto. Ella se preocupaba por mí, yo me preocupaba por ella. Eran tiempos humillan

ellos como para mí, ya que tenían que vérselas con miradas de compasión o de complacencia (y no eran pocas) así como con comentarios malintencos soñábamos con la libertad.

Cada vez que mi nieta de seis años Kassie venía de visita, se sentaba en mis rodillas todo el tiempo, ya fuese por una hora o cuatro. Comía conmigmigo, me abrazaba hasta que sus bracitos le dolían. No me soltaba hasta que tocaban la campana y la tenían que separar a la fuerza. Mi nieto Sergio tenía

jos color miel se llenaban de lágrimas cada vez que se despedía; preguntaba una y otra vez cuando podría salir y “castigar” a los hombres malos que mo esta cosa horrible. Ninguno podía comprender lo que estaba sucediendo, pero sabían que estaba mal. Les trastornaba su sentido de un mundo bueno y j

Durant e varios días no tuve el ánimo de escribir nada. Parecía un ejercicio inút il. La siguiente crónica, como casi cada una de las otras, demuest ra desde el o yo contaba cada día que pasaba en el COF, y por sup uesto, cuánto ansiaba ser nuevamente libre. Se hacía obvio que mi estado de ánimo no era el mién –junto con mis nietos- tenía temores y confusión, aunque fiel a mi promesa, no lloré.

La Jaula, 5 de septiembre, 2000

Hoy Julita, mi compañera de dormitorio, dejó este centro de reclusión luego de seis años y medio. Una vez que bajo lo dispuesto por el nuevo CProcedimiento Penal el Tribunal Constitucional hubo revisado su caso, decretó su “libertad inmediata” el 10 de agosto, pero como en Bolivia “inmediatodecir más o menos pronto s i no después, le tomó 26 días y el desembolso de más de 4000 bolivianos por papeleos (sin hablar de honorarios de abogado, caso podrían ser realmente elevados) p ara salir libre. A pesar de todo, Julia finalmente obtuvo su libertad. Ayer juró ante el Juzgado Primero de SuControladas, y a pesar de que tiene que llenar ciertas condiciones, como firmar en el Juzgado tres veces por semana, está libre de estas paredes.

Anoche varias de las internas p asaron a felicitarla y a pedir que firme sus libros de recuerdos. Pude ver algunos, p rofusamente decorados con rosas poemas y letras multicolores. Decidí allí mismo que jamás podría competir con su contenido o emotividad. Comenzando al amanecer, tuvimos una mañanfestejos y celebraciones. Las seis “amigas” más cercanas compartimos un desayuno especial con empanadas fritas de queso, café con leche y jugo deLuego empezamos el proceso de trasladar sus cosas. Su cama fue desarmada, el colchón enrollado, su mesa de noche desempolvada y lustrada, todo ello hasta la puerta. Desp ués del desayuno ayudamos a terminar de empacar la más abigarrada colección de cosas incluyendo adornos de porcelana y almpintados con el gato Garfield, todo embutido a presión en valijas, cajas de cartón y el equivalente local de equipaje: enormes bolsones regordetes de tela sinforro de colchón, en rayas verdes y violetas.

Julita se puso su traje verde-oscuro y negro, añadió un pañuelo al cuello, se maquilló el pequeño rostro redondeado y se perfumó con colonia Os

Renta. Entonces, con todos sus bienes cargados en el vehículo de una persona amiga, y con el hijo del primer matrimonio de Julia, un gallardo Cap itán denos pusimos a esperar, esperar y esperar a que llegue la Gobernadora. Mientras tanto felicitamos a Andrea, una preciosa muchacha de 22 años con cua(detenida bajo la Ley 1008) que saldrá libre en estos p róximos días. Andrea estaba delirantemente feliz, saltando y compartiendo sus buenas noticias conjurando “nunca, nunca, nunca más” hacer nada que la ponga en problemas y la traiga de vuelta en este lugar.

Desde las nueve hasta casi la una de la tarde, mantuvimos una especie de vigilia de libertad en el patio, hablando sobre el futuro, mirando ansiosamentepuerta, bailando, riendo, intercambiando números telefónicos, y poniéndonos progresivamente más nerviosas. Tomamos café, y luego batidos de lecervecina. Militza vino, abrazó a Julita, ayudó con parte de los arreglos, pero finalmente tuvo que desp edirse sin ver la salida. Luego llegó Coty, y conmola ocasión esperó con nosotros. Una de las internas entregó una pequeña piedra a cada una, indicando que debía frotarla por todo el cuerpo, para que Jula lance fuera de las paredes para que así, nosotras también seamos lanzadas hacia afuera. Nos frotamos con entusiasmo.

La Gobernadora, con cara de cansancio y preocupación apareció, firmó la salida formal de Julita, y la despachamos, piedras en mano, con una ensorserie de cohetillos, fuegos artificiales y música. Las internas cantaron a voz en cuello la canción ”Libertad” de Elio Roca, que salía a todo volumen de una gportátil, mientras que ella abrazaba a todas con lágrimas en los ojos, despidiéndose con emoción hasta de las policías, quienes también se mostraban sincemocionadas. Finalmente, Julia salió por las puertas, llorando, hacia una vida nueva y algo atemorizante.

uegos artificiales, claro que sí. Y también cohetillos y petardos. Éstos, como los cuchillos, garrafas de gas y tijeras, abundaban en el COF y se utiliziasmo en todas las ocasiones de celebración, sea un “puesto” nuevo, un cumpleaños o especialmente una ansiada libertad.

Una vez libre, las cosas no fueron fáciles para Julia. Había perdido su casa (confiscada por la FELCN, policía anti-droga) y fue a vivir con el hijo y una nueentusiasmada por el cambio. Finalmente obtuvo p ermiso p ara trasladarse a Santa Cruz, donde fue a vivir con otro hijo, esta vez a su p ropia pequeña

a propiedad que le había sido devuelta por las autoridades- pero sin dinero prop io, ni profesión, ni oficio, ni ingresos. Lentamente, dolorosamente, se ada vida y lo último que supe es que seguía haciendo muñecas y adornos.

La Jaula, 6 de septiembre, 2000

Estoy de subida en el mundo. Me t rasladé a un espacio más grande. Desde que mi compañera de habitación Julita obtuvo su libertad, estoy -junto conde “dueña” de su “toldo” que mide un palaciego 1,60 por 2 metros, mucho más espacio que el mío (el cual revenderé, espero) y que está equipado hastdiminuto refrigerador y caldera eléctrica. Confort total. Queda justo al frente de los teléfonos, y casi contiguo a la sala común, de modo que será fácil encoPinté los estantes de madera con pintura amarillo huevo, y he repintado todos los p edazos desnudos de la pared y la puerta de cartón prensado con amaritierra de Siena.

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Horas 10:30 DEPORTESTARDE DEPORTIVAHoras 17:00 Inauguración Campeonato de CachoHoras 19:00 Novena de la VIRGEN DE LA MERCED – Capilla del COF 18 de septiembre Horas 10:30 DEPORTESTARDE DEPORTIVAHoras 17:00 Finales del Campeonato de Cacho y premiación de las ganadoras.Horas 19:00 Novena de la VIRGEN DE LA MERCED – Capilla del COF 19 de septiembre Horas 10:00 Juegos Bufos. Premiación de las ganadorasTARDE DEPORTIVAHoras 19:00 Novena de la VIRGEN DE LA MERCED – Capilla del COF 20 de septiembre Horas 10:00 DEPORTETARDE DEPORTIVAHoras 17:00 Concurso de BaileHoras 19:00 Novena de la VIRGEN DE LA MERCED – Capilla del COF 21 de septiembre Horas 10:00 DEPORTE

TARDE DEPORTIVAHoras 17:00 Coronación BufaHoras 19:00 Novena de la VIRGEN DE LA MERCED – Capilla del COF 22 de septiembre Horas 10:00 DEPORTETARDE DEPORTIVAHoras 19:00 Novena de la VIRGEN DE LA MERCED – Capilla del COF 23 de septiembre Horas 10:30 Concurso Gastronómico. Premiación de los mejores p roductos.TARDE DEPORTIVA12 de la medianoche Serenata a la VIRGEN DE LA MERCEDcon Fuegos Artificiales 24 de septiembre Horas 11:00 M isa Solemne CAPILLA DEL COFHoras 11:45 Procesión de la VIRGEN DE LA M ERCEDHoras 12:30 Entrada Folklórica. Premiación de los mejores conjuntos.Horas 14:30 Almuerzo de CamaraderíaHoras 15:30 Regocijo General

Antes de continuar la historia del “festejo”, debo hacer una pausa y hablar de Tía Carmen. Cómo ya se mencionó antes, ella había sido acusada, enciada a 30 años de reclusión sin derecho a indulto, por asesinato. La acusaban de haber asesinado a su hijastro, alegando que lo cortó en pedazos p ara dadáver. Tía Carmen persistentemente negó haber cometido semejante crimen, y decía ser víctima de una consp iración horrorosa. Yo creía en ella, pero laslo que sup e) parecían haber sido sólidas y convincentes. Todo eso estaba en el pasado lejano y para cuando la conocí, ella había pasado treinta años más

.

Estaba oficialmente a cargo de las duchas, y extra-oficialmente de casi todo lo demás: limpieza general, disciplina, bienestar de los niños, orden, organiztos , la capilla, oficios religioso, lo que fuese. Sufría de reumatismo y art ritis y algunos días sent ía tanto dolor que no podía levantarse de cama, pero unmiento, era casi imposible detenerla. Sus pequeños pasos la llevaban aquí, allí, por doquier. Tejía como casi todas las demás (el virus de la tejedurtarme, al final), y me tejió unos bot ines de lana rosa encendido, muy apreciados en esas noches frías, fría del invierno. Cuando sus manos no estaban daídas por el dolor, también hacía trabajo de crochet, fino y delicado.

Tía Carmen imponía disciplina férrea. Odiaba las cosas hechas a medias. Las cosas debían hacerse bien, o no hacerse, especialmente en la iglesia. Un saceroquia de la Exaltación, a tres cuadras de distancia, decía Misa cada sábado por la tarde en nuestra capilla, y ella no me permitió faltar ni una sola vez. enzo, comprendí que habíamos llegado a un consenso silencioso, p ero definido. En su mente, yo era una dama, como ella, y las damas – por lo menos enía Carmen- hacían las cosas correctas, de la forma correcta. Estas cosas incluían, naturalmente, asist ir a los Santos Oficios, y con la debida unción.

Tía Carmen también tenía un sentido jerárquico a la antigua usanza. Me asignó la primera fila de bancos, y allí me sentaba sola, ya que Marita, quien en la

Carmen habría verdaderamente merecido el sitial de honor, hace algún tiempo no pasaba las tardes del Sábado en el COF. La Misa no comenzaba hasta qviese sentada en mi lugar, con el rost ro debidamente solemne y adecuado a la ocasión. Tristemente, pese a la falta de otras actividades a dicha hora, la as

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isa era pobre, con no más de t reinta reclusas.

En algún momento Tía Carmen había conseguido que algún “p adrino” haga copiar su librito de himnos religiosos y anillarlos en unos veinte ejemplaibuía, hacía seguimiento y recogía sus preciados libritos, y ¡Pobre de quien lo hubiera dejado allí “t irado” en el banco! En esos días, la infatigable Letty, pna hermosa voz de contralto, estaba a cargo de dirigir los cantos comunales. Juntas escogían los himnos aprop iados para el día, y se esperaba que todas s

oy p rofundamente creyente, pero no fanática, y confieso que nunca fui muy disciplinada en seguir las devociones; los p ocos himnos que recordaba eran mi niñez. Al comienzo no tenía idea de las palabras o melodías, pero con Tía Carmen mirándome con firmeza, las aprendí, y rápido. Y, antes de segu

ria, debo enfatizar que Tía Carmen era una mujer sensata, totalmente cuerda, y que no estaba ni siquiera marginalmente desquiciada. Esa mujer había logu vida y con Dios; era racional y totalmente en sus cabales.

La Jaula, 18 de septiembre, 2000

Tenemos una capilla de buen tamaño, limpia, pulcra, bien iluminada, con ventanas de vidrio de colores sencillos. La casa original del COF (entointernado) fue erigida en 1915 y t enía una pequeña capilla en el primer piso. Est e espacio fue convertido en una sala donde Jueces, Fiscales y abogados quejas de las internas los sábados por la mañana, de acuerdo a un rol estricto de Juzgados. La capilla actual fue construida hace una década como un aedificio principal. Dos de las imágenes, la Virgen de la Merced y el Cristo con la Cruz , son muy bellas, probablemente de principios del siglo pasado.

Tía Carmen cuida la Capilla, la mantiene limpia, barrida, pone flores frescas en el altar, cambia los paños del altar, y hace otras pequeñas y gozosas taun const ante murmullo, habla con las imágenes sant as mientras las desempolva, les cambia vestiduras, o cuidadosamente cepilla el cabello de la Virgen.Militza, conmovida por su devoción, regaló una gruesa y flamante Biblia con cubierta de cuero blanco y bordes dorados, para la capilla. Por lo preparación para la Novena y la Fiesta, Militza tuvo el gran privilegio de levantar la Virgen con sus manos y llevarla, de su lugar normal en una caja de vidun altar festivo esp ecialmente decorado con moños de cinta rosa, blanca y roja. Una multitud de flores (de papel, de seda y frescas) fueron colocadas alreollas, floreros, vasijas de cerámica y de cobre, así como en tres grandes baldes de plástico de colores vivos.

Tía Carmen contó a Militza, mientras le mostraba las diferentes imágenes santas y relataba sus historias, que la Virgen le “habla”, y que La Virgen leque obtendría su libertad (al apuntar a la puerta con la mano) y que al mismo tiempo se quedaría aquí, (al apuntar hacia el piso). Tía Carmen también confascinada Militza que en una ocasión trató de discernir cómo cambiar el manto del Cristo con la Cruz, quien, encorvado con la cruz a cuestas, una rodilla auna mano sobre un tronco, no es fácil de vestir. Tratando de ver cómo hacerlo, Carmen le preguntó: "¿Señor, cómo podré medirte para tus vestiduras nEntonces, dijo ella, Él se enderezó, dejo su cruz a un cost ado y p ermitió que le tome las medidas. Es más, Carmen aseguró a Militza que Él repitió la opara permitir que ella le coloque su nueva vestidura y manto sobre los hombros. Esta viejecita, encarcelada hace treinta años por sup uesto asesinato, cjuntillas que el Señor le habla. Bueno, digo yo, si Dios hablaba con el poeta William Blake o la Virgen con los pastorcillos de Fátima, por qué no con la Tí

Militza escuchaba las fantásticas historias de Tía Carmen con benevolente tolerancia, repitiéndolas con afecto y una pequeña dosis de divertido descreimienun pequeño incidente acabó con sus sonrisas irónicas; confundiéndola del todo, en realidad.

iendo de naturaleza dulce y generosa, M ilitza con frecuencia ayudaba a Tía Carmen a limpiar la Capilla y arreglar flores frescas para la Misa. Justo antejo, las dos trabajaron juntas y solas en la Capilla. Habían estado desempolvando ventanas, altares y las imágenes santas, reacomodando sus vestiduras y endo terminado, Militza cuidadosamente colocó la figura del Cristo en uno de los altares laterales y sacó la cabeza por la puerta para decir “Tía Carmen, histo en el altar de la izquierda, donde se lo ve muy bien.” Tía Carmen le respondió, en su tono un poco mandón: “No. No allí. No. No le gusta ese lado.”ió y retornó hacia el interior de la Capilla para hacer el cambio, viendo a la pequeña imagen en el altar de la derecha. No había nadie más allí, no había otra

apilla, y hasta el día de hoy M ilitza no puede explicarse cómo la imagen cambió de lado. Yo no estuve allí, y ciertamente no creo en estatuas en movimieerdo luego hacer de cuenta que rezaba mientras examinaba el Cristo subrep ticiamente, tratando de ver cómo se podían cambiar sus vestiduras. Definitivamera sido fácil.

La Jaula, 18 de septiembre, 2000

Cada sábado por la tarde, a las seis, un sacerdote viene de la parroquia cercana a decir Misa, y todas cantamos (generalmente en diferentes gdesorejamiento) y rezamos y escuchamos los sermones, aunque el joven que vino las últimas semanas no tiene ni la más remota idea de lo que debe degrupo tan extraño de mujeres. El pobre hombre, tierno y bienintencionado, nos ha hablado sobre las "buenas obras", los sacramentos (incluyendoSacerdotales) y, mejor aún, sobre "La vida matrimonial exitosa" (en el COF!). Por supuesto que tiene las mejores intenciones, pero además de estar fueraparece desear escuchar que sufrimos, y compartir historias dramáticas y lacrimosas de dolor y redención.

El sábado anterior me preguntó si había tenido una semana triste, y le dije que no, que había sido una semana maravillosa. Era sincera al decirlo: d

internas más antiguas salieron libres, Julita mi compañera de habitación y Esp eranza, luego de cinco años y medio. El Sacerdote no podía creerlo e insist idebió haber sido una mala semana, hasta que recordé mi Audiencia, la cual había olvidado momentáneamente, y la cual como ya les conté, no fue bsupuesto me puse triste, y él se sintió finalmente út il al ofrecer consuelo.

El tono de las crónicas había cambiado notoriamente. Al releerlas caí en cuenta de que ya no eran tan santulonas, y ciertamente no hablaban de “ellas” yinos diferenciados. Ahora, ese “ellas” se había convertido en “nosotras”. Para bien o para mal, empezaba a sentirme parte de esa comunidad. Y en dote, no era que no teníamos deseos de llorar, ni que nuestras vidas no estuvieran llenas de dramatismo; cualquier persona podía comprender eso. Era la amonia del sacerdote, su complacencia con su sentido de virtud y p enitencia, que no llegaba a convencernos. De hecho, me causaba cierta molestia. Sin

Carmen escuchaba cada palabra con absoluta unción: era un Sacerdote, el delegado del Señor, más allá de toda crítica. Para Mauge y Letty, Lourdes y Lmí (para nombrar unas cuantas de las fieles asistentes a la M isa) sus palabras tenían un sonido forzado. He olvidado su nombre y rostro, pero no el toni los gestos nerviosos de sus manos delgadas, que saltaban súbitamente para apuntar a la víctima escogida.

No era el único sacerdote en decir Misa para el COF. También teníamos visitas de un sacerdote mayor, algo gordinflón, a quien le encantaba repasar el Caendo preguntas en voz resonante: “¿Qué es la Gracia?” decía, y cuando no escuchaba ninguna réplica, decía “Bueno, Lupe, tú sabes.” Tristemenubierto que debido a mi escolaridad en colegios de monjas y una buena memoria, era una competent e teóloga. Esperaba que responda la pregunta, y daa las demás, diciendo: “¿Ven? ¡Lupe tiene razón!”. Hacía una pausa, con los brazos abiertos y manos dramáticamente levantadas, y con una medinuaba: “Y ahora, ¿por qué necesitamos la Gracia?”. Ay de mí. Sus sermones hacían que los años se recorran, como en carrete rebobinado, hasta mi

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gio y mi infancia traviesa. Retrocedí a los doce años, y hacía caras a Letty o Lourdes hasta hacerlas reír, o hasta que Tía Carmen nos llame la atención, econ el ceño fruncido.

El Padre José Antonio era otra cosa. Solamente vino al COF dos o t res veces en toda mi estadía, pero marcando una gran diferencia. Era inteligente y senst ras tribulaciones. No era condescendiente, no hablaba como si fuéramos niños de escuela, ni ponía cara forzadamente compungida. El comprendía. Se hcomprendía nuestras vidas. Hablaba de frustración y pérdida; hablaba de enfrentar la realidad. Hablaba de las cosas que todas habíamos sufrido ymaban: injusticia, indiferencia, familias destrozadas, niños victimizados, esperanz as abandonadas, incertidumbres, temores. Sus homilías daban en el clavayudaban, y sanaban. Lamentablemente, sólo venía cuando no había nadie más disp onible. La parroquia, me contaron luego, lo consideraba demasiadel COF. Lamentablemente, comparados con el Padre José Antonio, los demás no nos llegaban al alma.

La Jaula, 18 de septiembre, 2000

Ahora y durante los ocho días siguientes, tendremos la Novena a la Virgen, con un Rosario completo cada tarde, y luego oraciones y cantos especialesido muy asidua en mi asistencia a la iglesia desde mis épocas de colegiala, pero Tía Carmen insiste en que debo dar un buen ejemplo, y t iene razón. Lacomienza hasta que yo no esté sentada en primera fila, y ella hasta p one un p equeño cojincillo para mis rodillas. Así que, Novena y todo, haré lo que debeEstaré tan santificada con tanta oración, que prácticamente flotaré por encima de los muros.

La Novena de hoy estuvo un poco desorganizada, con las respuestas tendientes a desigualarse, pero Tía Carmen nos instruyó severamente sobre apropiado, de modo que las próximas noches estaremos adecuadamente disciplinadas.

or supuesto que habían otros grupos religiosos en el COF, incluyendo dos o tres sectas evangélicas. Una de ellas se reunía en una esquina del patio al amomingos (y ot ros días también) para orar, cantar desorejada pero entus iastamente, alabar al Señor y echar al Demonio. Esto últ imo se hacía con graniasmo, incrementando decibeles, “Fuera, fuera, Fuera, FUERA, FUERAAA!  La encantación se repetía una y ot ra vez, al punto de convertirse en tortura

entó, irónica, que si el Señor escuchase las oraciones, la mitad de la población del COF saldría volando hacia arriba y afuera, como una bandada de cuervos.

La Jaula 18 de septiembre, 2000

También tuvimos el campeonato "Relámpago" de fútbol y voleibol (hay algunos equipos de guardias contra reclusas, y también varios equipos mixexposición de artesanías y trabajos manuales, incluyendo cestas forradas con vaquitas y chanchitos, y bolsas dormilonas con payasos. La mayoría de loeran conmovedores, ligeramente cursis pero hechos con amor. Algunos pocos, eran buenos. Compré una bella chaqueta de alpaca tejida por M aría Eunegro y tonos de tierra, que utilizo mientras escribo.

Mauge. Su nombre era María Eugenia, y est aría en la segunda parte de la cuarentena de años. Una mujer delgada, elegantemente erguida con suave cabellro cortado muy corto, y un aire innato de seriedad y reserva. Tengo una sensación de tristeza punz ante cuando pienso en ella. Estaba casada con unado y sentenciado por una estafa de prop orciones mayores. Ella era muy t ímida, y al principio me trataba con frialdad porque – como periodista- y o habs artículos sobre/contra su marido. “Qué sabes tú”, dijo cuando finalmente logré que hable conmigo en confianza. “M i marido sí sacó la plata, pero edo, y les dio toda la plata a.. (y aquí ella daba una lista larga de nombres conocidos) y ellos nos dejaron sin ayuda ni protección!”

e sentía muy amargada con respecto a lo que consideraba la traición del Partido, aunque nunca defendió las actuaciones del marido. “Le dije que era una e

no debería confiar en X, Y, o Z, pero no quería escuchar.” La historia más emotiva que me contó, era la del día de la detención del marido. Dijo que esno a la casa de un jerarca político a entregar lo consabido, y que cuando la policía los paró y dijeron que se bajen del vehículo, ella embutió el dinero en sus

nes altos. “Yo era tan tonta”, añadió, “…que desp ués de que se llevaron a mi marido, fui y entregué el maldito dinero!”. Naturalmente el recipiente del pen protegido, nunca llamó, ni levantó un dedo para ayudarla.

Mauge era una tejedora muy talentosa, con un buen ojo para el diseño. También le gustaba trabajar en madera, y me contó que tenía todo un taller de carativa, armado en su casa. También pintaba miniaturas románticas y cáscaras de huevo estilo ruso, pero su verdadera pasión eran las vacas. Vacas, en todaria, sean literarias, figurativas o reales. Tenía cuatro vacas verdaderas en un terreno en Río Abajo cuya salud era su constante angustia, y en su pequeñotodo lo vacuno posible: vacas saleros, vacas azucarero, cobertores de vaca, posters de vaca, caricaturas de vaca, vaquitas de porcelana y hasta un mandil v

Mauge tenía dos hijos corteses y gentiles, discretos y silenciosos quienes venían a diario a almorzar con ella (¡y eso que ella pasó años en el COF!). Nuncdo el tiempo que pasé allí. Su devoción y lealtad absoluta eran un conmovedor ejemplo para todo el COF. Eran tan gentiles que parecían invisibles y las

mitían que entren al “toldo” de Mauge cerca del nuestro (en el área prohibida para visitantes) para acompañar a su madre. Mauge salió del COF unos mesesyo finalmente fui liberada, y luego estuve con ella unas dos o t res veces. Entonces descubrieron que tenía cáncer, y murió antes de cumplir el año de su libe

La Jaula, 18 de septiembre, 2000

Militza ha conquistado a toda la población del COF. Le pidieron que sea parte de jurado de manualidades (con un par de abogados, una Juez yvoluntarias). Entregaron premios por p intura, tejido, costura, muñequería, murales y repostería, en algunos casos, a los más chillones y coloridos. Es unque pocas p ersonas vinieran a la exposición, y que casi no hicieran compras. Trato de estimular esta industria en ciernes con algunos p edidos de prendpara mis hijos.

Mientras preparábamos la exposición, un revoltijo de cables eléctricos empezó a humear (una sobrecarga) y algunas internas se preocuparon de la pde un incendio. Me puse a reír (en La Paz los incendios son rarezas) hast a que me contaron que hace algo más de un año hubo un incendio bastantcausado por la explosión de una garrafa de gas. En esa ocasión, las mujeres, atemorizadas por el humo, insistieron en que por lo menos los niños deberíancalle, pero los guardias temían la posibilidad de que escapen las internas (o al fuego) y se replegaron hacia la salida. Finalmente permitieron que los niñospatio y a la calle, dejando que las internas apaguen el incendio ellas solas. Con la excusa de que nadie escape los guardias se concentraron cerca a la puer

actuaron de bomberos, mientras Tía Carmen verificaba que nadie quede atrapada en el área de dormitorios.Cuando el peligro pasó, los guardias insistieron en hacer un conteo de cabezas por si alguien hubiera escapado, con el resultado de que ¡sobraba una En el alboroto (o antes) una pobre alcohólica había buscado refugio en el COF. Como esto es Bolivia, y todavía hay tolerancia humana, una vez descu

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intrusa, le permitieron quedarse aquí por el resto de la noche, y algo más sobria la echaron a la calle con suavidad, al día siguiente.

Típico archivo de un caso o “Cuerpo”. Los que se muestran en la fotografía son solamente 11 cuerpos. Imagina una pila de 142 “Cuerpos”.

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Jugando cartas y t omando té en el patio. De izquierda a derecha, Lupe, Militza, Julita, Cococha (una visita), Letty

 Nuestra diminuta y acogedora “celda”. Izquierda, la cama de Julita y a la derecha la mía, con letrero que dice “Policía Nacional”. La cama de Marita en la fotografía porque está al otro lado de lo que queda del cuarto.

Mi flamante y recién pintado puesto, con la tan deseada puerta, que no llega hasta arriba pero que servía para acallar los ruidos y mantener afuera a la

Las famosas carpas del COF que proveían sombra, privacidad y t anto más. La fotografía se tomó cuando las estaban armando.

 

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El interior de mi puesto o “t oldo”, de 1 por 1.5 metros, completamente amoblado y limpio, limpio, limpio.

El maravilloso día en el que Julita obtuvo su libertad. De izquierda a derecha, Sonia, la bisabuela del COF con su bisnieto en brazos, Letty , Carola, Ju bufanda, pantalón sastre, sandalias de tacos y todo, Lupe, Andrea, Marita y una joven prisionera.

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En cuanto a dinero, todo t enía precio. Casi todas hacían algo para vender, generalmente una a la otra o a las familias. Tejían o hacía crochet sin pausnaban, horneaban, cosían. Pintaban rosas y tulipanes de colores fosforescentes en todo lo que se estaba quieto. Sin embargo, no era dinero solamenaban: cuando había posibilidad de jugar y divertirse, se lanzaban alma, vida y corazón. El COF necesitaba eventos, actividades por las cuales hacer planesorar con ilusión, algo que rompiera la monotonía de los días. En verdad, las reclusas necesitaban diversión casi tanto como necesitaban esperanzas.

Hasta ese momento, todavía me sentía como una observadora ajena, y no participaba, salvo como fotógrafo de buena voluntad. Una vez que tuve p ezar mi cámara, mi popularidad subió varios puntos, y mis servicios eran cada vez más cotizados. Me pedían que tome fotografías de familia, de bailes,anías. Militza hacía revelar las fotos, y cuando venía con ellas en la mano, se reunía un grupo entusiasta que las hacía desaparecer en minutos.

La Jaula, 18 de septiembre, 2000

Anoche fue la primera ronda del campeonato de Cacho, y veintidós equipos de dos mujeres cada uno se registraron y part iciparon, incluyendo a Tía Csu p areja, quienes se registraron como las “Hormiguitas Viajeras”. Yo hacía barra por M aría Eugenia y Letty (eran el equipo “Eruptivo”) pero pese a mmoral perdieron contra Liliana y Carmen, dos contendoras de peso de Santa Cruz. Esta noche es la fase final, en la cual los once equipos sobrecompet irán. Tomé fotografías del evento, que trataré de compartir con ustedes a través del internet . Toda esta actividad es terapéutica: las mujeres taspecto más animado, porque hay algo que planear, algo para diferenciar un día triste del siguiente día triste. Al principio pensé que estaban locas perestoy empezando a apreciar el genio de quien sea que fuese que inventó la fiesta del Día del Prisionero.

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CAPÍTULO 7Lo claro, lo oscuro y la noche sin fin

ara cuando escribí la siguiente crónica de las Jaulas, había estado en el COF casi dos meses. Lo que había prometido ser una estadía de dos o tres semho, se prolongaba sin final visible, extendida en forma inexorable por fuerzas más allá de todo cont rol y sin luz alguna al final del túnel. Cuando lolemente se negaron a aceptar el fallo del Tribunal Constitucional y ponerme en libertad, empecé a comprender que lo que dice la Ley no tenía relación algación judicial de dicha Ley. Darme cuenta de que había subestimado por mucho las fuerzas subterráneas en efecto, empezó a cambiar mi punt o de vpectiva hacia el futuro.

La Jaula, septiembre (sin fecha), 2000

El lado oscuro de la lunaEn "La Tempestad", la última y más grande de las comedias de Shakespeare, hay dos esclavos al servicio de Prospero el Mago, prisioneros en una isl

el esp íritu del aire, es poderoso y dueño de gran magia, pero se encuentra a pesar de ello, encadenado. Calibán, un oscuro y deforme engendro de la tiemonstruo oscuro y sin alas, pero dueño de una especie de libertad: puede soñar.

En estas largas semanas que se han convertido en meses, encadenada en esta isla judicial, y a merced de un hechicero nada benigno; sometida a ritualesduras y ajenas, he llegado más cerca que nunca a comprender a ambas criaturas shakesperianas, y quizás más a Calibán que a Ariel. Él sufre y está llenpero describe su libertad esencial cuando habla de su hogar-isla-cárcel:

" No tengan miedo. La isla está llena de ruidos

Sonidos y dulces aires que deleitan y no lastiman.

 A veces mil instrumentos vibrantes

 Murmuran en mis oídos y a veces voces

Que, si entonces hubiera despertado luego de largo dormir 

 Me hacen dormir de nuevo. Y entonces, al soñar,

 Las nubes he pensado que se abrirían a mostrar riquezas Listas para caer sobre mí, tanto, que cuando desperté,

 Lloré para volver a soñar .[23]"

 Nadie le puede quitar eso a Calibán ni a mí. Imaginación, deseo, anhelos, y la capacidad de creación son nuestros , tan inasibles como insondables. Yque hay mil encierros p eores que éste, pero aún así, no puedo contar los días en que hubiese querido llorar p ara volver a soñar.

ara cuando escribí la siguiente crónica, había estado en el COF casi dos meses. Lo que había parecido una situación de dos a tres semanas en el peor de lrastraba y alargaba inexorablemente extendida por fuerzas más allá del control de cualquiera, y sin final visible.

La Jaula, 1 de octubre, 2000

Son las 5:18 a.m. y hermosa, piadosamente hay silencio. Estoy sola, ya que M arita tiene el fin de semana libre, y se queda en casa hasta el Lunes.niños llorando, no hay mujeres gritando, no hay televisión a todo volumen, no hay cristianos sacando al demonio. Solo yo, y el suave y consolador tteclado. Desde mi cama miro la puerta de acero azul directamente al frente, tan cerca que puedo ver la pintura desportillada, pero está ligeramente abierta entre el aire fresco de la primavera. He encendido mi luz (una lamparita de metal que heredé de la dulce Julia y que se ajusta con un resorte a la cama), y puescribir, o s implemente echar la cabeza atrás y pensar.

Ahora las primeras “p ichitankas”[24] están piando. Pronto comenzarán a gemir las palomas, y el COF estará nuevamente en movimiento. Hoy, domhijos vendrán a almorzar: Militza y Chichi, Ivan y Ani, Cot y y quizás Jorge y mis nietos. El clima ha estado esp lendoroso, lo que hace que las cosas seany peores, ya que realmente extraño mi jardín y Yungas. Un poco de césped verde y flores y un poco de agua clara y transparente para nadar. Me endorarme al sol por unos minutos. Me estoy poniendo bicolor, con cara y brazos quemados por el sol pegados a unas p iernas blancas y lechosas. Si no macabaré con la típica figura rechoncha de las veteranas del COF.

La típica figura rechoncha…” era la verdad absoluta. Aumentar de peso era casi de rigor. Los placeres de los sentidos eran contados en el COF, pero habíodas partes, abundante y redundante. Las reclusas compensaban las ot ras privaciones al comer y comer en exceso. La comida era parte central de la vid

reclusas empezaban a comer a eso de las siete y medio u ocho de la mañana, con el desayuno, y seguían comiendo hasta la hora del cierre a las diez de la na era amplia. Daysi – una traficante feliz- y sus amigas hacían deliciosos queques de naranja en el horno de la “escuela de pastelería” (no en el gran horno rel pan). Julieta, una adicta y distribuidora delgada (poco usual), había galletas y bizcochos. Dos otras mujeres vendían espesos jugos de fruta o de zany manzana; tres otras ofrecían café, té, huevos revueltos, sándwiches de mortadela, y “Batido de Bicervecina”, una confección absolutamente horrend

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ecina, una bebida oscura de malta, batida en licuadora con huevo crudo, canela y azúcar, la cual ocasionalmente me veía obligada a aceptar con una sonrisae forzada.

La tradicional merienda de la “sajra hora”, a las diez de la mañana[25], era observada por la mayoría, con todo tipo de plato picante en oferta: “cazuela”,rquecán”, “saice”, “falso conejo” o “fricasé”. Pese a los diferentes nombres criollos, eran muy similares: un poco de carne dura y bien condimentada (frescmucha salsa picante sobre los carbohidratos preferidos: arroz, p apas, chuño, fideos. Así fortalecidas las mujeres p odían sobrevivir hasta el “rancho” de m

media tarde significaba queques, galletas o pan, y por la noche, antes de cierre final, casi todas las internas se daban modos de preparar algo caliente para sí mucir unos pesos para un plato de sop a. Toda esa comida sin ejercicio –muchas mujeres simplemente se sentaban o reclinaban en sus “toldos” o puestos ibuía a crear siluetas cada vez más rellenas.

Yo tenía ansias de vegetales frescos, los cuales no se conseguían en el atiborrado COF pese a la obsesión con comida. Mis hijos traían ensaladas a diario. Dña, nadie codiciaba nuestras ensaladas de lechuga, tomate, berros o apio, y algunas verduras como espárragos, carotos o alcachofas eran vistas con onfianza. Eran consideradas, junto con mis libros y mi “rara” música clásica, como una más de mis extrañas idiosincrasias. La comida llena de carbohidr

pulsión de comer constantemente eran otras facetas de la vida diaria del COF y sus oscuras corrientes subterráneas. Para empeorar las cosas, bajo tanta tello empezó a caerse. Mantener mi opt imismo en un alto nivel se hizo más y más difícil.

La Jaula, 1 de octubre, 2000

Una de las peores cosas aquí es la chata “mismez” de días. Días unidos a días se arrastran con lentitud, viboreando su camino hacia mañanas grisenuevo p ara esperar. Nada diferente. Las mismas caras, la misma música chillona, la misma comida, la misma rutina, la misma charla banal, las mismtristes, el mismo olor permanente de basura y p ieles ajadas. Suave como es esto, es matador. Vine aquí al principio de agosto, y ahora ya estamos en octúnico cambio está en el clima. Lo que lo hace aún peor es la conciencia de que cada día pasado se fue para siempre, perdido irremisiblemente, irremplazablesiempre he llenado (casi diría embutido) mis días de cosas y actividades, me siento desorientada, vacía de logros, estafada, privada de vivir, de sentir, deser.

Y no tomen esto por lamentaciones de cobardía. Yo se, y me repito constantemente, que hay cosas que hacer, y las hago. Escribo, trabajo, hago ejercdisfruto del sol, río. Hablo con mis hijos, parientes, amigos. M e abrazan, y me miman. A pesar de todo ello, siento una corriente subterránea de ira, porque la gente que viene tan generosamente a verme no deberían verme así, que mis nietos no deberían verme en este lugar, y que mis hijos no deberían peste dolor.

Otras historias trágicas, tan abundantes en el COF, servían para reforzar mi creciente sensación de pesimismo. Yo no era la única víctima inocente de uny sin sent ido, pero saber que yo no estaba sola, hacía que me sienta todavía peor.

La Jaula, 1 de octubre, 2000

Hay dos mujeres nuevas aquí que me hacen doler el corazón, Son la auditora y abogada de una empresa acusada de tráfico internacional de precursodos son mujeres serias, de clase media, tienen niños pequeños, y están tan atemorizadas, tan desesperadas, tan traumatizadas con lo que les ha sucedparecen grises y gastadas. Están muy delgadas, habiendo pasado casi un mes con las celdas de la FELCN, donde fueron maltratadas. La abogada, que tiecervical, recibió los resultados de la biopsia el día que entró aquí, y está en pleno tratamiento. No importó su inocencia o culpabilidad (son de condición ec

obviamente modesta, y vivían en barrios de clase media y probablemente no son los cerebros grises de una operación multimillonaria e internacional) devastador perder tu libertad y enterarte de que tienes cáncer. Sus familias vienen en grupitos a verlas, de formas t ípicamente paceñas, y se sientan muy jel patio, con caras angustiadas y p erdidas. Las he ayudado en la pequeñas formas que puedo hacerlo, y están agradecidas, casi demasiado agradecidas poque he hecho, apenas darles una taza de té y comprensión.

Las dos muchachas eran típicas víctimas del abuso judicial. Trabajaban para una empresa de dueños holandeses, de minería no metálica cerca de la froe. La empresa utilizaba ácido en sus procesos de extracción y procesamiento, y supuestamente, vendía parte de ese ácido sulfúrico[26]  a laboraesamiento de cocaína. Las dos jóvenes muchachas juraban que no era cierto, pero yo comprendí que aún si la empresa hubiese vendido parte de lo que tmujeres –empleadas de nivel medio- eran simples instrumentos, peones en un ajedrez más complicado y duro. Ellas no eran riesgosas; no p resentaban p

no eran criminales peligrosos o violentos. Eran dos anónimas profesionales que trabajaban por sus familias. No escaparían: tenían esposos, hijos panos, padres, familias que ellas no abandonarían. Deberían haberlas dejado en libertad bajo ciertas medidas de garantía, o fianzas razonables. Detenerbles y vagos “indicios” de delito, era innecesariamente cruel

Un par de semanas desp ués, el gerente holandés de la empresa también fue detenido, y enviado a San Pedro. El Embajador de los Países Bajos, la A

viana de Minería y la Confederación de Empresarios Privados todas intervinieron en su favor (típicamente, habían hecho caso omiso de la situación de Me), porque inicialmente el Fiscal y el Juez de Inst rucción le negaron libertad, aún bajo medidas cautelares. El caso podía ser utilizado como ilust raciónonaba el sistema: la empresa era vulnerable, y sus concesiones codiciadas. El jefe tenía conexiones de alto nivel y fue liberado luego de algunas semanas.eadas estaban acusadas de los mismos delitos, ambiguamente referenciados, pero se las trató con mayor dureza. Una de las muchachas, cuya familia tenxiones judiciales logró salir luego de un par de meses. La otra, bajo las mismas acusaciones, permaneció en el COF durant e meses y meses. El caso en sí, mente, sin llegar a una plena resolución. Otro grupo minero llegó y se hizo cargo de la concesión. ¿La verdad? Enterrada bajo mil capas de intereses, enas de miles de hojas de papel.

La siguiente crónica fue escrita el 7 de octubre, dos meses y cuatro días luego de entrar al COF. Al releerla, años desp ués, comprendí que debía explicar cy yo lidiamos – como familia- con esta etapa sui generis de nuestra vida. Coty había susurrado con feroz determinación el día de la audiencia fatal en el Ju

a Obregón: “No llores. Ni una lágrima. No puedes darles esa satisfacción.” Funcionó. No lloré. No lo hicieron, ni ella, ni Drina, Militza o Ivan. Nos adhacto silencioso: no nos quebrarían. Funcionó, aunque a gran costo para todos.

En el COF, tratábamos de actuar de la forma más “normal” pos ible, y por lo general, con éxito. Yo traté de hacer que el entorno donde nos reuníamos se

io y agradable posible. Sonreía y no me quejaba. A veces hice este ejercicio deliberado tan bien, que recibí alguna gentil reprimenda de parte dcupados, quienes me reconvenían, pensando que debería tomar mi situación con mayor seriedad.

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Mis hijos, por su parte, hacían todos los esfuerzos posibles p ara hacer que mi vida sea más llevadera. Con gran costo personal, la familia entera trató de colo que estaba sucediendo. Para comenzar, mi rop a era lavada en casa. Naturalmente en el COF no usaba nada que fuese ni remotamente “fino” o ralmente andaba con buzos cómodos o p rendas de alpaca “Millma”, ya muy usadas, pero deliciosas, pero era reconfortante poder ponerme mi prop ia ropmoda. Tomaba desayuno a diario con Marita y Julia, y a veces con Letty también. Para el almuerzo pedía el “especial” de un dólar de una de las muía platos “a pedido”. Esto p odría ser un pedazo chico de pollo (guisado en varias versiones p icantes), o un guiso de carne, y a veces pescado, acompañados carbohidratos de costumbre: arroz y papas, o papas y fideos, o papas y fideos y arroz.

En ocasiones, cuando el “rancho” general parecía apetecible: sopa de quinua, “ají de papalisa”[27], lawa de chuño o fricasé festivo (en ocasiones especialeon las demás reclusas, plato en mano, y sup lementaba los almidones con una buena ensalada. Mis hijos traían fruta fresca a diario, además de vegetalesamigos fuera de esos muros – que resultaron ser una legión- traían o mandaban galletas, p asteles, chocolates, dulces o a veces, delicias “gourmet”. La pilai mesita medía como sesenta centímetros. Militza traía un pequeño ramillete de flores frescas casi todos los días: margaritas, lirios o brillantes y fragantes s amigos t raían flores también. Mi pequeño “toldo” se veían ordenado, limpio y agradable. Por momentos parecía que tenía casi todo, menos por supr o mi libertad.

ueves y domingos, almorzábamos en familia en el COF, a veces con algún amigo que se adjuntaba al grupo. Muchas veces los chicos traían sándwichesnesa, pasta. A veces pedíamos cordero asado estilo COF (p ara estar en buenas relaciones con mi vecina, Doña Olga). Hice que Militza traiga de casael de picnic con pequeños ramilletes de margaritas, el cual corté en dos para cubrir las mesas manchadas y no muy p ulcras del COF. Añadimos unos

ertos baratos p ero decentes que guardaba en el “t oldo”, y listo. Si el día era soleado, alquilábamos dos mesas con sombrillas rojas de “Coca-Cola” en en de cuatro botellas de dos litros por día), y conversábamos durante horas. Generalmente había sol y por encima de los muros p odíamos ver un p oquito d

cerros, haciendo que el entorno sea algo más tolerable. De todas maneras, debe haber sido increíblemente difícil para ellos, todos, quienes estaban poni normales de lado, en pausa, para pasar días y días conmigo en la cárcel, pero nadie jamás dijo nada… ni una queja, nunca.

La Jaula, 7 de octubre, 2000

Delante mío, en la pequeña mesa que sost iene mi computadora, hay una jarra de vidrio con flores frescas. Mientras escribo escucho, en esa forma seque los adictos a la música hemos desarrollado y comiendo chocolates, la sonata Kreutzer de Beethoven, . Más temprano en el día, en una mesa grande coroto cubierto por un mantel verde (hecho en el COF), un grupo grande y bullicioso de amigos y parientes discutía la política boliviana y charlaba sobre lomatrimonios y divorcios. Todo eso parecía "normal", completamente diferente a la prisión de mis p esadillas nocturnas.

En esos momentos, parecería difícil creer que estoy realmente encarcelada, pero ninguna cantidad de chocolate puede borrar este hecho. "Muros de phacen una cárcel, ni barras de hierro una jaula.." dijo el poeta[28], pero aunque mi espíritu está libre, maldita sea, no puedo ir a la operación de amígdanieto, ni al entierro de mi tía Roxana. Por supuesto que estar p resa no tiene que ver con estar más o menos cómoda, ni con estar más o menos solitarprivación de libertad por medios judiciales, y en mi caso significa estar encerrada por medios legales, ilegales, injustos y crueles.

El punt o medular es libertad, volunt ad. La Madre Teresa de Calcuta escogió vivir en la pobreza, fue su decisión libre. Yo podría escoger vivir como o convertirme en monja carmelita y dejar de hablar; podría decidir vivir en Yungas y pasar mis días en campestre soledad. Podría escoger muchas cosas, malas, pero serían mis decisiones. Aquí, no tengo libertad de decisión, y aún las comodidades de las que disfruto son mías solamente por la benevaquiescencia de otros.

Cuando escribí estas crónicas, compartiendo libremente y sin remilgos mis actividades y pensamientos con familiares y amigos, jamás pasó por mi muna persona sensata podría pensar que en realidad estaba disfrutando de mi estadía en el COF. Nadie que fuese cuerdo o pensante podría creer que la prisidivertido. Traté (diré más bien, tratamos) de poner la mejor cara posible ante la adversidad, y p or lo visto, resultó ser una cara muy convincente. Por s

ue todos hacíamos lo posible para que sea tolerable, y nos dábamos fuerza unos a otros, nunca, nunca, nunca fue un placer.

Habían cosas buenas, y hasta maravillosas, naturalmente: regalos del destino como mi amiga Marita, por ejemplo, pero eran realmente poquísimas, y npensar por el resto de las cosas horribles. Sin embargo, algunas personas, como el simpático pero poco sensible sacerdote de la parroquia, asumían que sstaba llorando o con cara de circunst ancias, faltaba algo. Desp ués de todo, estaba en la cárcel como “castigo”, y si no lloraba y no me quejaba o sufría visque el sufrimiento que sentíamos mis hijos, mi hermano y yo, era real, pero no ostentado), eso quería decir que no estaba tomando las cosas con la seriedad

Descubrí que la levedad en la desgracia era una característica que muchas personas reprochaban, como algo nada aprop iado a mi situación. Mis crónicas circompart idas más allá de lo que yo había enviado, y de alguna manera llegaron a ofender algunos lectores oficiosos. Una locutora radial, un analista

lotodo y un columnista, comentaron con frases irónicas que yo estaba “p asándola bomba” en el COF. Uno de ellos, el comentarista t elevisivo, de lentesminentes y boca muy suelta, se dio modos para sugerir sentenciosamente que era obvio que yo necesitaba más castigo, algo más efectivo, más ejemplarizae sencillito”. Al escuchar esas palabras, me dieron náuseas.

La Jaula, 7 de octubre, 2000

En respuesta a mis historias de la vida carcelaria boliviana, un querido amigo James W. me escribió hace poco que “no me ponga demasiado cómoda”, ade lado la “justa ira, no perdonar la injusticia”, no dejar de rebelarse ante ella. En un tono diferente, un columnista todólogo publicó hace días una nota crPrensa, haciendo mofa de estas crónicas, y enfatizando que, por lo visto, la pasaba “demasiado bien”.

Puedo asegurar a James, y a cualquier otro –incluyendo los todólogos- que NO HAY UN MINUTO, despierta o dormida, en que no sienta el peprisión. Puedo asegurar a James que no dejaré de luchar, y decirle al arrogante columnista que la prisión no es un juego, y que sería más fácil llorar y gemponer buena cara al mal tiempo es un ejercicio difícil. La cárcel inflige un dolor p ermanente que no se va, no se olvida, no se pasa. Como con cualqhumana, la esencia no está en el lugar, ni en la acción, y se encuentra, más bien en su significado. Cómo se la enfrenta, con lamentaciones y derrota o codecisión, es otra cosa.

Saber que no puedo salir es algo envolvente que cubre y cambia todo, como una veladura sobre una pint ura o la iluminación de un teatro. La cárcecolor espiritual general, una atmósfera oscurecida e inescapable que enmarca cada acción, cada palabra o pensamiento. Conscientemente, deliberadamentpor lo general no hablar ni escribir de esto y no entrar en lamentaciones, aunque la realidad de la encarcelación envuelva y deforme cada día. Basta. Dejlos mezquinos int erpreten mis palabras como les venga en gana. Dejemos sus reacciones de lado, y sigamos con nuestra historia.

Y ¿cómo “seguir” con una historia tan complicada? La mayoría de las vidas que se cruzaban con la mía en el COF eran misterios apenas vislumbrados, com

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obreza, abuso y p erversidades. No todas eran víctimas, por supuesto. Algunas eran sórdidas y hubieran sido así aún en las mejores circunstancias. Alguerentes, varias eran crueles. Muchas de ellas habían pasado por abuso y maltrato, p ero la caída de otras hacia la oscuridad de alma era inexplicable: habíanestaban en el COF debido a la auto-indulgencia, maldad, estup idez o pura codicia. Muchas historias eran tristes, por sup uesto, y algunas trágicas, y p ara rrible banalidad del mal, algunas eran conmovedoras historias de redención y amor.

Quizás entre las más conmovedoras, estaban las parejas de lesbianas del COF. Durante mi estadía, conocí a cuatro p arejas “estables”, y unas cuantas ón libre”. Había una pareja tan dulce, tan tierna y cariñosa que conmovía. Pasaban todo el tiempo juntas, como dos loritos. Se sentaban en el patio, tomao, una cabecita oscura y rizada apoyada en el hombro de la otra, dándose apoyo y fuerzas. No había nada lascivo en sus miradas o sus acciones, solamentoyo. Yo envidiaba ese consuelo mutuo, la seguridad absoluta de la una con la otra.

Una de las “agentes libres”, llamada Rosa M aría pero a quien todos decían José M aría, podía pasar perfectamente por un muchacho joven y delgado. Efue una de las mujeres que después de haberme conocido, aceptó relatar su historia ante una grabadora. Mientras nos preparábamos para la entrevista

damente: “Doña Lupe, si usted hubiera sido diez años más joven, le hubiera hecho el entre”. Sonreí y agradecí el cumplido.

Y sí, el amor, en todas sus formas incluyendo sexo, romance, amor materno y amistad, se daba modos de sobrevivir y hasta florecer en el COF, comotas que crecen en los páramos, floreciendo en medio de las rocas con inesperado esplendor. Lulu, una preciosa beniana con ojos azul-cielo era otra de las s. Era muy discreta y nunca supe quiénes eran sus p arejas. Era también muy devota, una de las más asiduas asistentes a la Misa de los sábados.

Uno de los sacerdotes de la parroquia cercana venía un sábado al mes a escuchar confesiones en el COF. En una de esas ocasiones, el que vino era un or, de modos más anticuados. Rebosante de fe y en necesidad de consuelo, Lulu se arrodilló ante el confesionario y pasó por el típico ritual inicial.inó su pequeña recitación de pecados y pecadillos, pausó, esperando la penitencia y absolución acostumbradas, pero el sacerdote empezó a indagar sobles “p ecados” que podía haber cometido. ¿Había cometido adulterio? No. ¿Había tenido pensamientos lascivos? No, no muchos. ¿Había fornicado?

mente. ¿Se había masturbado? Exasperada respondió: “No Padre, no lo hice. No necesito hacerlo. Soy lesbiana. No tengo esos problemas aquí.”

Y de esa madera eran muchos de los representant es de las religiones, y su pobre comprensión de la vida carcelaria de las mujeres. Cuando Lulu, todavía bordignación contó la historia, dijo que había dejado al pobre sacerdote boquiabierto y tartamudeando. Aún sin las Ave Marías usuales, decidió ese día quientemente absuelta. Tuvimos motivo de risa, por un buen t iempo, pero Lulu no comulgó hasta que pudo confesarse con un sacerdote que no fuese ad

a Inquisición.

Habían cientos de historias allí, esperando que un nuevo García Márquez las escriba y les haga honor. Yo sabía que no estaba a la altura de la tepasaban, y por mucho. No había forma en que yo tuviera siquiera el coraje de intentar la hazaña. Había, por ejemplo, una muchacha tímida y callada, aveintena de años, familiar de algún militar de rango. Se decía que ella había envenenado a sus dos p equeños hijos, para luego suicidarse. Dijo qusp erada, que no tenía los medios para criarlos, Probablemente era verdad. Pero no era verdaderamente pobre, no estaba enferma, no le faltaba educación.res bolivianas criaron sus hijos ellas solas y con menos ventajas que ella. Era difícil imaginar qué crueldades habría sufrido, qué inseguridades profundas do a esa negra desesperación. Su niña había muerto. El niño sobrevivió y est aba con ella en el COF. Ap arentemente había sufrido algún daño cerebral y er

mirada vacía. La muchacha (y era apenas poco más que una niña ella misma) estaba sentenciada a treinta años sin indulto. No recuerdo su nombre, aunqe todavía veo su carita pecosa y quemada por el sol con melena y flequillo. Nunca pasamos de las frases convencionales que pasan por conversacños. Era un libro cerrado.

La mujer que vendía tarjetas de teléfono en el puesto cerca al mío, era una cholita de edad indeterminada y rost ro inescrutable. También era una “treintenena de treinta años (el máximo legal en Bolivia) sin posibilidad de indulto. Nunca sup e los detalles. Estaba siempre sentada, envuelta en una manta oscuu mercadería también –en mi memoria- de un gris indeterminado. Fuera del saludo de fórmula diario, nunca intercambiamos una frase que no fuesemática. Sus p ensamientos eran ajenos, como si fuese de ot ro p laneta.

Qué podía yo decir a estas mujeres? ¿Qué las comprendía? Por sup uesto que no. No las juzgué entonces, no las juzgo ahora, pero ciertamente no las como podía penetrar esas vidas áridas, cuya oscuridad las envolvía, cuyo dest ino las separaba de aquellas que podían rezar y esperar el día en que sean libdo de “treinteneras” del COF, Tía Carmen era la única que había podido trasp asar esa terrible oscuridad, volcando su vida hacia la luz, y convirtiéndola en

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CAPÍTULO 8De drogas y otras formas de escape

ara cuando escribí la siguiente crónica de La Jaula, ya había estado ilegalmente detenida por más de dos meses. Más de setenta días, de hecho. De acuerdo debí haber pasado ni un solo día en prisión, no siendo acusada de delitos violentos , ni narcotráfico, ni ningún otro delito grave. La situación era

dad. Había sido una periodista conocida, una columnista popular, y una mujer intransigente, fuerte e incorruptible en la política de mi país. Por eso ma convert ido en un estorbo, una presencia incómoda y un blanco tentador para el ataque. La sensación de estar en el limbo se incrementaba por los recotantes de la distancia que había entre mi vida “real y verdadera” y el COF, donde una lógica diferente, como de un universo paralelo, parecía ser la norma.

or ejemplo, en el COF, las drogas eran una presencia constante, casi inevitable; eran una parte incómoda y hasta dolorosa de muchas vidas. En el COcocas (procesadoras), transportistas, distribuidoras y usuarias, Las distribuidoras y “ dealers” en la cárcel eran todas de poca monta, generalmente llevadaco por maridos, amantes, concubinos, hasta hijos. Las “mulas” y “tragonas” eran generalmente víctimas de las circunst ancias y su propia codicia. Las an varias- habitaban otro mundo, viviendo de jale a jale, de toco en toco, con frecuencia de mirada vacante y desesperanzada entre dosis. Todas eran opeñas. No había ninguna traficante mayor o mediana con nosotras, ninguna. Ellas decían que era porque “ellos” podían aceitar la maquinaria, para no entrar

Más de la mitad de las mujeres en el COF estaban allí por delitos relacionados al narcotráfico, éste siendo el delito preferido en el bajo mundo boliviano, mpecial tratamiento y atención en la Policía y los Juzgados. La unidad especial de la Policía, llamada la FELCN, había trabajado antes con asesores norteamDEA. Estas unidades tenían mejor entrenamiento, mejor equipamiento y mejores salarios que el resto de la Policía. Los delitos de narcotráfico eran v

les especiales y se procesaban en juzgados especiales. Como país productor de hoja de coca (legal) y de cocaína (ilegal) las detenciones por delitos de nmás frecuentes, y las sentencias más duras. Todo esto cont ribuía a la mezcla extraña y metrop olitana del COF, ya que traían a los casos de narcotráfico e los otros departamentos, p ara ser procesados en esos Juz gados especiales. Había un puñado de extranjeras, también: varias peruanas, cuando yo estuve pea, por algunos días.

Las de casos de narcotráfico eran llamadas, colectivamente, “milochos”[29], y tenían tendencia a juntarse entre ellas por regiones, en pequeños grupores variaban desde jovencitas apenas salidas de la adolescencia a Sonia, nuestra bisabuela traficante. Ningún director de “casting” las hubiera escogido ula sobre tráfico de drogas. Por ejemplo, Andrea era una muchacha bonita de apenas un poco más de veinte años con un rostro pálido y ovalado rodeado

rmoso cabello castaño. Su cara era casi angelical. Tenía una niña hermosa consigo, una pequeña “clone” de Andrea. Esta joven era dulce y gentil, un poco absolutamente op uesto a lo que cualquiera podría imaginar en una película de la mafia de la cocaína. Andrea era muy delgada con su vientre visindido, como si estuviera embarazada de cuatro o cinco meses. Ella había sido una “t ragona”, una “mula” que llevaba drogas en el vientre habiendo traga

kilos de droga en bolsas de polietileno, las cuales serían excretadas para la entrega.

Aquí debo hacer una digresión. Tantas de las reclusas del COF eran o había sido madres durante su adolescencia que los embarazos tempranos y no cían haber sido parte del problema. Me convertí en una especie de apóstol de la contracepción temprana.

Otro ejemplo de dichos delitos era Esperanza, una mujer trabajadora y dinámica, que vendía jugos de fruta, galletas y café. Ella había sido una eibuidora mayor (no grande), Sin arrepentimiento alguno ella decía “!Soy milocho, a toda honra!”. Tenía una hija de quince años en el COF, contravinieneglas. La niña era tan dulce, diligente, servicial gentil que nadie, ni la Gobernadora o las guardias, objetaba a su presencia. Callada y sin quejas o miramientjaba sin descanso con la madre, y yo nunca, nunca le escuché una queja o una protesta. Por supuesto la niña no asistía al colegio; no tenía amigos de su ed

morado pasajero. Ni siquiera salía al cine. Muchas veces me pregunté cómo una adolescente podía vivir esa clase de vida, pero se la veía tranquila y casi cndo Esperanza salió del COF festejé su salida mucho más por la niña prisionera que por la madre.

La prost itución es legal en Bolivia, con salvaguardas, chequeos médicos y asociaciones de trabajadoras sexuales. Por lo tanto, habían pocas prost itutas enmayoría de las que sí lo eran y estaban allí, habían aterrizado en el COF por delitos asociados al uso o venta de drogas o robo, pero no se las consideraba igu

reclusas por la ley 1008. De hecho, las “milochos” las desp reciaban. Las pobres rameras (las de los bares de la zona rosa) eran despreciadas por casi todcaracortadas”, quienes ocupaban, sin discusión, el fondo de la escala del COF. Con frecuencia luego de discusiones, gritos e insultos , uno podía escuentario (o uno p arecido), lanzado con veneno: “Sí, soy (traficante, falsificadora, estafadora, ladrona…) pero ¡no soy una put a como tú!”.

Nadie quería admitir que era una puta, aunque era legal, p or lo que se utilizaba toda clase de eufemismos para el negocio: cabaretera, acompañante, ante, cantinera, etc. La llamativa y extravagante Marinéz, por ejemplo, decía ser una “cantant e de boleros”, y decía que cantaba “valses peruanos” en una s bajos fondos. Ella también había provisto servicios indudablemente más amigables, y las demás no le dejaban olvidar que lo sabían. Siendo otra de las “r” con cabellos color amarillo violento, habitualmente utilizaba una serie de ropajes semi-transparentes o escotados en tonos de naranja, fucsia y lila, sobr

os, coronando todo con espeso maquillaje y perfume fuerte y barato. Era coqueta en apariencia pero dest ructiva por dentro, una chismosa maligna con a y una fuerte antipatía por las duchas.

equeña de estatura y regordeta, Marinéz tenía dos horribles perros pekineses medio calvos consigo, adornados con viejas cintas de colores. Ellos compo” (por supuesto que era prohibido tener mascotas, pero como con todo los demás, había flexibilidad. Se hacía excepción con ellos y un conejo de angorara reclusa). Ella no tenía pudor alguno, y hacía sus limitadas abluciones (ni siquiera diarias) a plena vista de toda la población del COF, lavando cara, m

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es selectas de su anatomía con una esponja de dudoso color y una palangana de agua tibia: cosa grotesca. Marinéz tenía una fascinación obsesiva contra n odiaba. Envidiaba su elegancia natural, su confianza en si misma, y su educación. Odiaba su bondad e inteligencia también. Aunque era la primera do se repartían regalos o ropa, Marinéz estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para causar incomodidad o dolor a M arita. Por supuest o que Marita la deegué a tenerle una aversión profunda y casi irracional.

La segunda causa más común para haber ingresado al COF era el dinero, asociado a casi todo: fraude, estafa, engaños, falsificaciones, venta de droga, edo, girar cheques sin fondo había sido motivo de cárcel, pero éste ya no era el caso. Sin embargo, habían unas cuantas reclusas que acabaron enredadas enandas por deudas, en el COF. Luego vienen ladronas, carteristas, y art istas en el engaño. Los crímenes de violencia eran los menos comunes. Porque teníores, más largas, estas mujeres tendían a formar la médula oscura del COF.

ulia, una estafadora alta de largo cabello color paja y mentalidad de usurera, también odiaba a Marita, y p or las mismas razones que M arinéz. En ella, siva que la carcomía se hacía casi visible. Era líder de una de las sectas evangélicas que se sacudían, cantaban con voces agudas y t rataban de echar al demel cabello lo más amarillo posible en las aulas de peluquería, ya que las provisiones de material no eran siempre las mejores, los resultados variaban de m

un memorable ciclo de verde fosforescente que parecía casi tan ponzoñoso como su dueña.

Otras eran más difíciles de clasificar, como la guapa, talentosa y abiertamente promiscua Carola que hacía casi cualquier cosa que prometía ganancias rápla siguiente parte de la crónica, sentí en ella una nota algo admonitoria de mi parte, una especie de actitud moralizadora sobre los males del sexo y losngo que en ese momento temía ser malinterpretada, sobre todo por los lectores “accidentales” de mis crónicas, pero ese tono de sermón me incomoda hoy

La Jaula, 7 de octubre, 2000

El COF está extrañamente silencioso. Carola se fue. Con ella, el COF perderá su principal telenovela prop ia. Esta muchacha alta, agresiva, gritona y era por sí misma responsable por la mitad de las historias “emocionantes” de la casa. Sus romances, sus gritos, disputas, p eleas e historias llenabancuando –quiérase o no- ella nos arrastraba hacia su mundo lleno de frustración, furia y pasión. Llegó aquí embarazada a los 19 años, tuvo un niño, lo donde su madre. Luego devoró una sucesión de admiradores. Se jactaba de haber sido la causa de que despidan a tres empleados del Ministerio de Gob

sentía orgullosa de sus affaires, de emborracharse, de fumar hierba, de odiar (a varios) de vengarse (también de varios) de ser buena para mentir y engañaemblema de todo lo que anda mal con nuestra sociedad, y de la resiliencia humana, así como de fuerza mal enfocada. Tanto talento, desp erdiciado. Tantamalgastada. Tanto p otencial, perdido como sus aspiraciones.

 Nunca t uvo muchas oportunidades. Una madre promiscua, crecimiento temprano, abusos, poca o ninguna p rotección. A los dieciséis años enconnovio colgando del cinturón después de una pelea complicada con drogas. De ahí fue en picada. No terminó el colegio y salió de una relación tormentomadre a vivir con una pandilla, vendiendo dólares falsos y vendiendo sus favores también. Sin arrepentimientos, sigue dispuesta a seguir vendiéndose y o si fuese necesario rompiendo la ley, para hacer lo que necesita para tener un lugar para vivir y criar a su hijo. Sus probabilidades? Quizás 25% a su fapara un final dramático y violento. .

Me abochorno hoy. ¿Qué sabía yo de sus posibilidades, de su vida, o de la vida en general? ¿Quién era yo para determinar valor o desperdicio? Alando a Carola (y ot ras) por lo cánones de mi propia educación y forma de vida. Carola, falsificadora, ladrona, drogada, prost ituta y armadora de probral me fascinaba y me repelía. Era ajena a mi experiencia, una sobreviviente extrema, una mujer de pocos escrúpulos y grandes apetitos que hacía lo que tr, y no perdía tiempo en lástimas o remordimientos.

e jactaba de sus amantes u de haber hecho despedir a varios, del Ministerio, y del personal del COF, incluyendo un anterior y suscept ible psicólogo. Re

de sus admiradores absortos con t oda claridad: un matoncillo delgado y alto, con pecas y lunares, cabello sin lavar, tatuajes borrosos, y mala pos turanrero” o ladrón de domicilios; cada tantos días venía de visita, encorvado y bamboleándose de lado a lado, acompañado de un par de amigos cuyas risochaban en todo el COF. Traía improbables objetos de regalo para Carola, extraídos de cualquier hogar o almacén que había “visitado” recientemente: utos (generalmente del tamaño equivocado, una vez, dos zapatos de diferentes modelos y tamaños) aretes, una radio, un pañuelo, perfume (nunca en la cajaces solo parcialmente lleno), y una vez un suave, peludo, deliciosamente acolchado e increíblemente improbable cocodrilo de dos metros de largo, cozana.

Estaba loco por Carola y le costaba mucho trabajo mantener sus manos quietas, estando cerca de ella. Pagaba por un “globito”[30] o dos para compartirs” y hasta ocasionalmente, en su manera torp e de ser gentil, traía un “p orro” adicional para ellas. Trataba de ser educado con nosotras las ”mayores” (M a) y en ocasiones, hasta nos daba consejos sobre cómo proteger nuestras casas o desalentar a los ladrones: era el perfecto ladrón servicial. Cuando Carola scon él. “Casarme con el?”, dijo riendo. “Nunca, ni en mil años. Sólo necesito ahorrar un poco de plata para criar a mi hijo y conseguir un lugar prop

aba que ella era un caso p erdido, estaba segura que se daría al trago, o a las drogas y acabaría de forma trágica. Estaba equivocada. No era así. Unos cuanués me encontré con ella: delgada, bien vestida y arreglada, impecablemente maquillada, con un pañuelo precioso al cuello y un aspecto sano y prósp ezamos, dijo que estaba “haciendo un p oco de esto y un poco de lo otro” y que estaba buscando “un trabajo seguro”. Esta vez me abstuve de hacer juicios

ceramente le deseé lo mejor.

Habían otros casos de uso de drogas, algunos t ristes, otros… uno no sabía cómo describirlos, mucho menos juzgar. Sonia (la joven), por ejemplo, era unmente adicta. Se decía que el principal proveedor de drogas del COF, en esos días, era su marido, un francés alto y delgado quien visitaba a su esp osa

o años todos los días. Pese a la adicción de Sonia que la mantenía más o menos perdida en su espacio interior, la niña estaba siempre impecablementeada. Se decía que el francés traía marihuana dentro de sus botas de cuero repujado y “la blanca” en el forro de su chaqueta. Supuestamente tenía múltip lesas lo sabían menos los guardias quienes pretendían total ignorancia del asunto y hacían como si lo revisaran al igual que a los demás visitantes.

En verdad, las revisiones eran tan “de forma” que casi cualquier cosa podía ser introducida al COF. Se podía tener problemas si recaía la revisión en uo, o si estaba de mal humor o si había supervisión oficial (muy ocasional), pero eso raras veces sucedía. Como dije desde el principio, las restricciones ertodas las mujeres tenían grandes cuchillos de cocina, estiletes, tijeras, y largas y afiladas agujas de tejer. Nadie parecía creer que representaban un peligro.cosas casi diariamente que variaban de pegamento para madera a martillo y clavos, pero una sola vez tuvo que enfrentarse a un guardia que decomisó uigroso”: un par de pinzas para cejas, pequeñas.

La vida del COF, con alcohol, ladrones, drogas y todo lo demás seguía su marcha, y como en la vida “real”, no siempre en la dirección que hubiéramos querid

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La Jaula, 7 de octubre, 2000

Gimena (que ha cumplido veintiún años este año), trajo su hija de seis años hace unos cuantos días. La niña había estado al cuidado del padre, peroconcubina/madrastra se aburrió y despachó a la niña a un Hogar Estatal triste, sucio y sórdido. Gimena, desolada, al volver de una audiencia judicial conguardia con ruegos y unos cuantos pesos, a hacer una parada no programada en el Hogar, y trajo a Claudia consigo. Una hermosa niñita de gran personaliabundante cabello cortado en flequillo, mejillas redondas, una sonrisa con hoyuelos, y una personalidad gregaria y decidida.

Ayer, por ejemplo, Claudia entró a mi “toldo”, con los bracitos en la cintura, protestando “Lupe, ¡Estoy aburrida!”. Le di una hoja de papel y lcolores, sugiriendo que los lleve al “toldo” de su madre y dibuje algo interesante. En pocos minutos estuvo de vuelta con un sencillo pero muy expresivo un niño de cara hosca y ceñuda con granos en las mejillas (o una barba incipiente), p arado al costado de una casa oscura y con p uertas y ventanas cerradaes esto?” pregunté. “Est e es un niño malo”, Claudia explicó con toda seriedad. “¿Y ésto?” dije, apuntando a la casa. “Esa es la cárcel. Ha sido malo y t iallí,” dijo con finalidad. Con el corazón condolido, hice lo que pude para sonreír y alabar el dibujo, y dándole una nueva hoja de papel, dije “Ahora, dibujaalegre, con más colores”. Salió corriendo y unos cuant os minutos más tarde volvió con el dibujo de un niño sonriente, con ropa de brillantes colores y só

espacio vacío. “¿Quién es? ¿Qué está haciendo?” pregunté. “Este es un niño bueno, claro” respondió, sorp rendida de que necesite una explicación, añadipaciencia, “No t iene que ir a la cárcel.” Cuando pedí que dibuje unos juguetes o un jardín con flores para el niño bueno, me miró confundida, sacudiendo y explicando seriamente: “ No sé dibujar juguetes, Lupe, no sé cómo dibujar un jardín.”

Claudia tenía una personalidad maravillosa, osada. Me gustaba su energía. Se convirtió en una de mis favoritas. Traté de alentar su curiosidad y su dispnder nuevas cosas. Una tarde, cuando Militz a salía en busca de una pizza para la familia reunida, le sugerí que lleve a Claudia de paseo. Desp ués de s no eran prisioneros “ reglamentarios”, eran meras co-víctimas; podían salir con permiso de la madre. Luego de algún tiempo, Militza volvió con la pizzaía molesta, sonrojada y con los labios fruncidos. No quiso decir nada al principio, pero finalmente logramos que nos cuente la historia. Militza yraban la pizza en un restaurante concurrido de una zona elegante de La Paz, cuando un par de adolescentes “cool”, con jeans artísticamente envejecidos

mangas y tatuajes en el hombro, entraron al local. “Esos son monreros[31], ¿No?” dijo Claudia en voz alta. “No Claudia”, respondió Militza cuando los molcaron a ver quien hablaba, “Son muchachos, nada más.” “No, no” protestó Claudia, “Son rateros, te digo. ¡Míralos, mira sus tatuajes!” Los mucheron molestos, agredidos. “¿Qué es eso de rateros?” Dijo el dueño del lugar, saliendo de la cocina con la pizz a, ceño fruncido y secándose laosamente. Los muchachos se molestaron, y p idieron a Militza que haga callar a la niña El dueño de la pizzería, nervioso, repetía “¡No quiero problems?” dijo Claudia al final, triunfante, aún más fuerte, tomando a Militz a de la mano y llevándola hacia la puerta, “Son rateros, te digo. ¡Son malos! Cor

emos que escapar antes de que llegue la Policía!”

De vuelta al COF, feliz con la aventura y el escape, durante los siguientes días Claudia pedía una y otra vez que la lleven a ver a los “monreros”, pero Mterminantemente a sacarla otra vez. Nunca, dijo secamente. Nunca más. Una vez es más que suficiente.

La Jaula, 7 de octubre, 2000

Susana es alcohólica. Parece un pequeño espantapájaros con delgadas piernas y brazos color leña y un viejo sombrero de paja eternamente sobre sucara morena, cruzada por un sinfín de cicatrices. Toda ella es test imonio a los avatares de una vida dura, múltiples palizas, y ebrias peleas con cuchillas yafeitar. Pese a todo, es básicamente gentil y agradable. Cuando no p uede tomar, fuma incesantemente, caminando con un cigarrillo pegado en forma permsus labios. Esta mañana la vi sin cigarrillo y pregunté en tono de broma, “Ha dejado de fumar, Susana?” Me miró con tristes ojos caídos y respondió “plata hasta la próxima semana.” No estaba pidiendo dinero, no era una queja. Era una simple declaración de los hechos. Impulsivamente, compré una ccigarrillos del puesto de venta cruzando el pasillo, y se lo entregué. Tomó mi mano y la besó. Luego corrió a compartir la cajetilla con sus amigas “caracquienes desde ese día, se convirtieron en mis “amigas” también. Dios mío. Cuán horrible tiene que ser esa vida para estar tan agradecida por una miserablde cigarrillos? ¿Cómo se las arregló esta mujer para ser generosa todavía?

usana era una “caracortada”, integrante de un grupo de mujeres con múltiples cicatrices faciales y corporales que ocasionalmente (cuando estaban libres) e de la “barra brava” de algunos partidos políticos. En el COF eran el último peldaño de la escala. Eran adictas endurecidas, quienes en forma rutinaria cohol con aspiración de pegamentos industriales (“clefa”), y fumaban, tragaban, inhalaban o se inyectaban con cualquier cosa que pudieran conseguir, de rohyck. Todas tenían una multiplicidad de cicatrices faciales y corporales. Susana me contó cómo las infligían y obtenían, y cómo llegaban a ser un tema lo. Cuando llegué a conocer a estas mujeres un poco mejor (aunque era y es un mundo virtualmente impenet rable), me contaron, sin aspaviento alguno, peistorias. Inevitablemente, mi mundo se hizo más y más oscuro.

La Jaula, 20 de octubre, 2000

Hay días (y noches) que no puedo escribir nada coherente, cuando la paciencia se acaba, cuando el cielo se cierra sobre mi cabeza. Entonces escribo Algunos son t an malos que los echo al trasto al día siguiente. Algunos –aunque no muy buenos- sobreviven. Los comparto con ustedes.

  Poemas del COF 

 Aquí 

 Pensemos en poesía

  aquí.  Pensemos en aire libre  y primavera.  Flores en mi jardín,  escondidas  Allí, los pájaros hacen su nido  el jazmín se abre

  Y yo, aquí  tengo el invierno entre las manos. 

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  A Oscar Wilde

 A diario, victoria y derrota

  viviendo un ciclo más  perdiendo un nuevo día  Aquí no hay Profundis  De la cual traer poemas

 Mi cuarto

 Amarillo y abrigado como una yema

  ayuda  con manta tejida, edredón y pila de libros  a olvidar.  Entonces  se cierra la reja 

 Mujeres

 Cientos

  tan diferentes, confusas y confundidas  almacenando viejas hambres en las nalgas  Todas las variedades de gorda  compensando con comida el deseo perdido  el fuego apagado  el marido que no llama  los hijos avergonzados  los amigos ausentes

  y los mañanas todos grises  Los niños

 Más viejos que su t iempo, juegan

  con intensas caritas mugres  evitando  castigos imaginarios 

El alma casi ha dejado sus ojos  pero a veces  a veces hay un chispazo  una sonrisa, un hoyuelo, una mirada  que destroza el corazón al preguntarse  cuando, dónde y con qué crueldad casual  la luz será borrada.

La siguiente crónica está fechada el 21 de octubre (¡ largo tiempo sin haber escrito nada!), pero es tan insoportablemente excesiva y sentimental que meoducirla aquí, ni siquiera en aras de la verdad. Suficiente decir que era melodrama destilado y que sí reflejaba mi estado de ánimo. La siguiente crónica sobeflexiones oscuras, algo caóticas y más crudas. Para entonces había estado en el COF más de noventa días. Mi cabello continuaba a caer, pero fuera

ez estomacal, no pasaba nada con mi testaruda salud. Perversamente, pese a los problemas, las amenazas siempre presentes, la lobreguez de mis días yos y temores, estaba sana y dormía bien, profundamente y sin pesadillas.

Mi consuegro, un benévolo y muy distinguido psiquiatra, visitaba a menudo. Por virtud de su s tatus como médico, permitían que pase por las puertas prohasta mi “toldo”, donde – con la puerta un p oco abierta para las guardias que patrullaban el sector- p odíamos conversar con algo de privacidad.

cupado p or mi bienestar emocional y trajo antidepresivos y ansiolíticos. Conversar con él, era de p or sí un alivio y un consuelo, y siempre lo agradeenzo tomé las pildoritas, pero no me gustaba la sensación un poco nebulosa que me producían. Al poco tiempo dejé de tomarlas, salvo para las audienciaes inquisidores y acusadores, en las que sí, ayudaban a no llorar y a no decir cosas inconvenientes. Por lo demás, acepté lo que venía, tal como era. Quizn escape (mis compañeras decían que yo rechinaba los dientes toda la noche), pero por cualquier razón inexplicable, dormía como un bebé, sin necesidad

Xavier, mi amigo y médico, también visitaba con regularidad para revisar mi pulso, presión y condición cardíaca. Salvo por un par de episodios bcardia (un aumento en las pulsaciones del corazón) que me golpeaban cuando tenía que asistir a esas espantosas audiencias, mi pulso y presión se mordinariamente estables. Aunque a veces yo deseaba –por breves momentos- tener algo dramático como un infarto para poder salir aunque fuese a un hosnismo funcionaba como un reloj, y yo permanecía despiadadamente fuerte y sana.

La Jaula, 1 de noviembre, 2000

La noche ha llegado al COF. La campana de aviso de las 9:30 ha sonado, y las mujeres toman sus disp osiciones para dormir. Los bebés han sido alimy envueltos, los pañales cambiados. Los niños se p reparan para la cama, se abrochan pijamas, se abrigan con chaquetas y mantas. Para las 10:00, cuandoúltimo timbre, la mayoría estará moviéndose hacia los dormitorios, conversando, quejándose, riendo, empujándose unas a otras, fumando un último

desesp erado. Luego, lentamente hasta algo más de las once, el ruido empezará a caer poco a poco, mientras que se acomodan para dormir, murbromeando, dando vueltas o llorando en silencio contra la almohada.

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Llueve. Los últimos días ha estado lloviendo, casi sin cesar. Esto hace que la vida sea muy difícil. Lo que convierte a este lugar en algo casi tolerpatio exterior, donde uno puede sentarse con un libro, estar al sol con amigos y parientes y sentirse, de alguna manera, menos enjaulada. Cuando llembargo, todos tienen que entrar al hall principal, que es oscuro y gris, y donde el ruido reverbera de las paredes y techo desnudos. El llanto de losamplifica, y el lenguaje crudo de la frustración golpea como puños. Uno p uede ser agredido por palabrotas o avioncitos de p apel voladores, quedar comanchada por deditos mugrosos, baba o estiércol de paloma, y toda p osibilidad de privacidad desaparece.

La lluvia parece acomodarse muy bien a este melancólico lugar. El cielo gris, los montones empapados de basura en descomposición, los charcos y coragua sucia, reflejan la frust ración esp iritual de nuestros días desperdiciados, t an fácilmente echados al trasto p or un sistema despiadado que nos trata comhumana. Si embargo, debe reconocer con agradecimiento que los techos no gotean, y que una vez en la cama, como estoy ahora, la lluvia es solo un reclágrimas guardadas y de viejas penas desleídas.

Marinéz y la estafadora de cabellos verdes eran solo la punt a del iceberg de amarguras del COF. La insatisfacción y resent imientos de algunas mujereses que parecían teñir el aire. Muchas envidiaban a Marita, pese a sus tribulaciones. Les incomodaba su generosidad, calidez y aplomo. Hubieran prefesp erada. Quizás también sentían envidia y resent imiento hacia mí también, pero no recuerdo haber percibido tal sensación. Debo haber sido imper

nsible, o quizás por la naturaleza temporal de mi situación, me dejaron en relativa paz.

La Jaula, Noviembre 1, 2000

Esta parece ser una noche especialmente buena para hablar de pestes, humanas y de otro t ipo. Ya les conté de los ratones y ratas que corren de ppuesto, y que hacen ruido raspando en los medios-turriles que fungen de basureros. Hay otras p lagas también. Las cucarachas aprovecha y se multiplicen todas partes) y encuentran su camino a cualquier cosa que no esté cerrada herméticamente. Nosotros echamos toda sobra de comida en forma inmguardamos lo que queda envuelto en papel de aluminio en la pequeña vitrina o el diminuto refrigerados. Adicionalmente, nuestra Mery ayuda a mantener eimpecable, barriéndolo a diario y lavando los pocos platos sucios tres veces al día, de modo que las cucarachas no encuentran nada que les interese. Lason otra historia. De noche se deslizan sobre todas las superficies húmedas (y en este lugar donde todo es sometido a manguera y balde, todo es húmacomodan sobre la ducha. Supongo que son inofensivas, p ero yo (como el resto) t engo terror de p isar una de ellas, o sentir caer la babosa “¡plop!” hombro desnudo.

 Naturalmente las condiciones de poca higiene significan enfermedades. Casi todas las mujeres sufren de algo: dolores, p resión alta, infecciones y espe

ansiedad. Los de los niños (una vez destetados o caminando) que rebuscan en la basura o juegan en los mugrosos pisos, sufren de algo eternamente, coaltas o sueño interrumpido por llanto. En el puesto tenemos una provisión de medicinas básicas donadas por el esposo de Marita, pediatra conocidalgunos médicos amigos míos. Allí dispensamos febrífugos, jarabes para la tos, sales de rehidratación y hast a antibióticos. La mayor parte del tiemsensatez pido el diagnóstico de la doctora o una receta, pero de noche, o en fines de semanas, cuando una criatura tiene fiebre de 39 grados, no se gana mpedirle a la madre que espere dos días y simplemente mire cómo se deshidrata su criatura. En casos extremos p edimos una ambulancia, pero la mayor tiempo simplemente obedecemos al sentido común, repartimos jarabes y píldoras y rezamos al Señor para que nos ayude.

En cuanto a pestes humanas, tenemos más que lo que correspondería a nuestra p arte. A veces simplemente no poder escapar de lo que dicen es castigveces he escuchado un vocabulario tan florido, aunque en honor a la verdad debo aclarar que pese al vocabulario, el nivel de maldad y de saña en el COF por debajo de lo que conocí y tuve que sufrir en el Concejo Municipal del año 1997, o bajo la “justicia”.

Marita tenía una buena cantidad de medicamentos p ara ser distribuidos según se necesiten. Los guardábamos en nuest ro “toldo”, ya que ella y Julindido que entregarlos al dispensario del COF significaba su inmediata desaparición, probablemente robados o vendidos. Yo añadí a sus existencias al peos médicos que donen muestras gratuitas. En un momento de energía – mientras Marita hacía su trabajo fuera del COF- logré que nuestra enérgica Letty

modar las medicinas en forma ordenada, en estantes. Utilizamos el esp acio que había quedado disponible luego de que Julia llevó sus materiales para hacer

bertores, añadimos un par de tablas para aumentar posibilidades, y acomodamos las medicinas (que estaban en cajas) por categorías, separando las másisiones pediátricas de las demás. Teníamos todo desde antibióticos a vitaminas a sedantes (los analgésicos y anti-inflamatorios en p íldoras o gels eran depop ulares). Casi una farmacia. La forma usual de operación era esperar que la doctora de turno en el COF escriba una receta, la cual tratábamos det ras provisiones. Para facilitar las cosas, a veces las “doctoritas” del COF p reguntaban qué teníamos a la mano antes de escribir la receta. De noche o enna, simplemente confiábamos en nuestro buen criterio y la suerte, pero era allí cuando nuestra indefensión se hacía más dolorosamente evidente.

mentos La Jaula abandonaba toda pretensión de objetividad y se convertía en un grito pidiendo ayuda.

La Jaula, 2 de noviembre, 2000

Hoy fue el día de Todas las Almas. Pienso en los difuntos, y en nosotras que estamos viviendo nuestras muertes. Me pregunto cuántas de las que emantienen su alma intacta, y cuántos de los que nos pusieron aquí todavía tienen algo de las suyas. Son, tienen que ser, personas s in sentimientos, sin coy ciertamente sin remordimientos. Dios se apiade de ellos, y de mi.

 No quiero convertirme en una p ersona encallecida y sin sensibilidad, pero algunos días no p uedo sop ortar mirar alrededor mío, consciente de las hisculpa, violencia, odio, temor, pobreza e injust icia que trajeron a mis compañeras aquí. Me pesan, me oprimen la cabeza. Escucho voces iracundas hasmomentos de mayor silencio.

A veces siento que empiezo a desvanecerme, a hacerme invisible, a perder la fuerza de llevar la carga, de seguir con mi búsqueda de la verdad. Y sin aunque quiero y debo compartir con ustedes lo bueno y malo, lo luminoso y lo oscuro, tomen esto con un grano de sal. Mañana saldrá el sol, escucharsacaré las acuarelas y estaré lo suficientemente bien como para pasar un día más. Buenas noches, amigos, no se olviden de mí.

Los feriados y las fiestas eran part icularmente difíciles de encarar. Al avanzar noviembre, sin que la persecución hubiera disminuido, el espectro de una NaOF empezó a ensombrecer nuestras perspectivas. Pese a los esfuerzos heroicos de Coty, y o seguía siendo como rehén político. Pese a los fallos deltitucional en mi favor (tres hasta esta fecha), cada vez que creía que podría ir a casa, nuevas acusaciones aparecían como sacadas de un sombrero, y es

nida, me re-detenían. Había algo absolutamente kafkiano en salir del COF a una audiencia donde el Juez hacía un débil esfuerzo de parecer imparcial, annerme bajo nuevos e igualmente infundados cargos, devolviéndome al COF con una vuelta más de la llave. Para este momento, ya habían cuatro juicios en a involucrada, cada uno con una letanía de supuestos delitos cometidos, que iban de “asociación delictuosa” a “conspiración” a “omisión de denuncia” (ésirrisoria ya que justamente estaba en el COF p or haber denunciado una estafa).

Mi segundo Juez, Constancio Alcón, era un hombre grande, grueso, con un sentido extraño del lenguaje, poca adhesión a la ley y aún menos sentido de ndo finalmente el Tribunal Constitucional lo obligó a que me otorgue libertad bajo fianza, mostró su molestia al imponerme – por ser yo una person

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rosa” en su op inión- una serie de medidas alternativas y onerosas: anotación p reventiva de bienes, debía firmar en el Juzgado una vez por semana, no p oa de Bolivia, y “ por si acaso”, no p odía salir de la ciudad de La Paz. Gracias a Dios, su Actuario, quien hacía la transcripción de los fallos y opinionesó suficiente transcribir “No p odrá salir de La Paz”, lo que significaba que podía ir a mi amada antigua casona de Yungas, dentro del Depart amento de La Pa hablando conmigo mucho después de estas medidas, al respecto de ser excesivas, dijo sin ruborizarse, “Si, tiene razón, Doña Lupe, es cierto, pero habón… tanta presión…”.

Una vez que hubo ordenado mi detención, Alcón llegó a negarse (por lo general) a leer siquiera nuestras solicitudes o recursos, respondiendo a casi cmento que presentábamos con la única palabra “Estése”, su firma y sello. Una palabra que aprendí significaba, más o menos, “remítase a lo que se hao anteriormente” ¿Anteriormente dónde? Eso nunca fue claro.

El tercer Juez que se deleitó en re-detenerme fue Rolando Sarmiento[33], un hombre de pequeña estatura y movimientos ágiles. Parecía más vivaz que Alcmenos cómodo con lo que tenía que hacer. Se retorcía, se lo veía nervioso, se ponía agresivo. En una ocasión, intentó expulsar a mis abogados dur

encia, lo cual me hubiera dejado sin defensa, una situación no permitida por la ley. Finalmente consint ió a que permanezcan a mi lado, pero les prohibió qu

inaudita y contra la ley también. No me miraba a los ojos, nunca. Mucho, mucho después, cuando quise hablar con él sobre mi queja ante la americana de Derechos Humanos, me vio venir por el pasillo del Juzgado y literalmente se escurrió a toda velocidad, conmigo, en zapatos de taconendo detrás, gritando “¡Espere, espere!” hasta que entró p or una puerta y la tiró en mi cara.

Como resultado de esa falta de acción, los viajes a los Juz gados (ya eran tres diferentes) p ara estas audiencias fútiles –las únicas ocasiones en que salía- sevamente frecuentes. Nosotros solicitábamos una audiencia (raras veces venía una citación, ya que los casos, más allá de acusarme y detenerme no avanz(o Fiscal) se tomaba su tiempo, le daba largas al asunto, y finalmente luego de reiteración de la solicitud, enviaba una notificación al COF con la fecha y h

encia. La Gobernadora firmaba la papeleta de autorización de salida a ser presentada en la puerta.

or lo general, las reclusas eran transportadas a sus audiencias en la Perrera policial, un vehículo vetusto, verde olivo, con la parte de atrás reforzada con o. Un guardia armado con una pistola enfundad en la cartuchera, acompañaba a la o las reclusas en el vehículo y en las audiencias. El vehículo (con sraba y las llevaba de vuelta. Por suerte, humanidad y costumbre, no se enmanillaba a las reclusas, quienes solamente sufrían esa indignidad si se las co peligrosas o si eran conocidas p or ser problemáticas.

Yo nunca tuve que pasar p or el suplicio de la “perrera¨. Cuando se me notificaba de una audiencia, luego de los trámites y o firmaba la salida y se me hión, puramente formal. Militza estaría esperando en mi viejo pero confiable vehículo con 10 años de uso, y la guardia asignada subía a la parte traseraaba al lado de Militza, y Coty nos daba encuentro en el Juzgado, ya que su oficina quedaba en las cercanías. Una vez allí, “mi guardia”, con la buemos entre ellas y nosotras, esperaba discretamente afuera del Juzgado. Esto suena a privilegio, y lo era, pero reflejaba la convicción de todos de que en re

ugaría, que no era peligrosa, y que no necesitaba medidas de seguridad extrema. También le facilitaba las cosas a la Gobernadora quien no tenía que pasar ámite de pedir la Perrera, reasignar funciones, etc. Luego de la audiencia, con frecuencia nos tomábamos unos minutos para ir a un café cercano (por prando café y pasteles para la guardia de turno), y a veces hacíamos una parada corta adicional para la compra de pequeños artículos tales como lanas pafresca, pasta dental, o lápices y papel.

Teníamos un margen de 30-50 minutos para tomar en cuenta las diferencias entre una audiencia y la otra (la hora de retorno estaba estampada en la paporábamos estos momentos afuera. Al retornar, podría haber pedido a la Guardia que paremos en mi casa, apenas a tres cuadras del COF, para una duchante o unos minutos en el jardín, pero nunca lo hice. No podía hacerlo. Yo sabía que mi serenidad era un mero barniz. No podía haber tolerado entrar a milo de nuevo por el COF. Hubiera sido demasiado. Por lo tanto, cada vez que pasábamos por mi casa, yo me sentaba rígidamente, manos apretadas en mndo directamente al frente.

Con la Navidad aproximándose a pasos agigantados, en la siguiente Jaula volví a caer en el refugio de frases hechas, pero con la indulgencia del lector, las mual, porque reflejaban mi forma de sentir, y muestran cómo, aún entonces, yo trataba de ser posit iva, aunque ese pos itivismo estuviera en picada. Al renas, me encuentro simultáneamente sonriendo y abochornada.

La Jaula, 24 de noviembre, 2000

Este jueves pasado, M arita, mi compañera de habitación, me trajo una parte del pavo y aderezos que había preparado para su almuerzo de Acción deEstuvo delicioso, hasta el último bocado. Mientras lo comí, sola en mi pequeña mesa, me puse a recordar otras ocasiones y fechas similares con famamigos, p ero estoy convencida que aún en estas circunstancias, este día no estuvo huérfano de razones p or las cuales agradecer a Dios y a la vida. Haycosas por las cuales siento gratitud, y mientras compartía -a la distancia- esta comida especial, hice una lista sencilla:

Puedo sentirme agradecida por ser sana y todavía fuerte.

 por disfrutar tan deliciosa comida por los amigos que comparten conmigo por la más maravillosa familia del planeta por estar en paz con mi conciencia por sentir ira ante la injusticia por las fuerzas para luchar contra ella por resistir la tentación de rendirme por dormir cada noche por despertar  por ser opt imista por tener libros y una imaginación que vuela por mi computadora por escribir  por estar viva

 por ustedes que escuchan y se preocupan por ser, a pesar de todo, libre.

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or sup uesto, las mujeres que vivían a mi alrededor no eran “pese a todo, libres”. No p odía ignorar sus t ragedias, pero descubrí que tampoco las podía aodía dar consejos –después de todo, miren dónde he venido a parar- no podía ayudar en formas significativas. Principalmente, no tenía las fuerzas p ara

o dolor. Desesp eradamente quería ignorar la presencia envolvente de dolor e injust icia del lugar, pero se estaba haciendo más y más difícil mantener unntaria frente a muchas cosas. Luego de cuatro meses aquí, habiendo escuchado tantas historias con los mismos temas repetidos y sabiendo que nunca podcuesta formal que había deseado hacer, decidí hacer una encuesta informal prop ia. Cuaderno en mano (u oculto en un bolsillo) pregunté a 100 mujeres si aabían pegado o maltratado físicamente. Novent a y nueve dijeron que sí. Marita era la única respondiente (fuera de mí misma) que nunca había sufrido éstica.

Había abierto la Caja de Pandora. Según respondían la pregunta, las historias fluían, a veces a borbotones, pero variaban solamente en intensidad y frecues a padrastros, a tíos, hermanos, novios, amantes, concubinos y maridos. Una mujer había sido golpeada incluso por su hijo.

Las historias eran espantosas, incluyendo toda clase de abuso: sexual, físico y p sicológico añadido a las golpizas. Quizás la peor parte de escuchartación casi universal y estoica de las mujeres de ese destino; la convicción resignada de que tales golpes eran parte de la vida; la certidumbre de que ser golp

rma que las cosas habían sido siempre y de que ésa sería la forma que seguirían siendo en el futuro. ¿Quién sería yo, en su lugar? Nunca pude respounta. Esa clase de violencia resistía ser comprendida y se mantuvo – pese a mis buenas intenciones- como un área inasible marcada en mi conciencia comos mapas: “Tierra incógnita”.

La Jaula, 27 de noviembre, 2000

El COF es un lugar en apariencia tranquilo, pero con corrientes reprimidas subterráneas de violencia y resent imiento. La violencia nos rodea. Hay mdocena de mujeres (conocidas como las "caracortadas") cuyas cicatrices faciales son testigo de vidas desesperadas y violentas. El abuso a los niños es enEsto tiene límites, porque la presencia de otras mujeres y de la policía tienden servir como factores de control, pero de todas maneras hay demasiadas frustradas, coléricas y aburridas que desahogan su furia contra el blanco más cercano, es decir sus indefensos hijos. Con frecuencia vemos moretones fresccaritas, o escuchamos a t ravés de las delgadas paredes, el horroroso impacto de golpes, y el sibilante susurro de amenazas e insultos.

Algunas mujeres son excelentes y cuidadosas madres, manteniendo inmaculados y sanos a sus niños, pero otras causan dolor con solo mirarlas. M ucha sus niños por costumbre, y esa violencia verbal es algo contra lo cual no se puede luchar. Lanzan palabrotas y amenazas, frecuentemente culpándoloproblemas: "si no fuera por t i, cojudo... no estaría aquí..." es un t ema frecuente con muchas y soeces variaciones. Los niños naturalmente desarrollan hgritarse unos a otros, de pelear (a veces con brutalidad), de culparse mutuamente, de llevar cuentos, o de unirse en pequeñas pandillas contra los máAlgunas madres no envían a sus hijos a la Guardería porque regresan golpeados, arañados, o hasta mordidos.

Esta mañana Mery, la joven que ayuda con mis trabajos, me contó una historia de terror. Su hijito, Quebin, la llamó para que vea a un niño de ucercano, a quien con frecuencia dejan solo, porque hacía sonidos extraños. María, asust ada, no podía encontrar a la madre, y viendo que el bebé se poníahizo esfuerzos denodados para remover un pedazo de pan duro de su garganta. Lo sacudió, lo puso de cabeza y le metió el dedo a la garganta hasta que fiel niño vomitó, expeliendo el pan. Todavía temblando, pero más t ranquila, volvió a su trabajo, dejando al niño llorando pero sano y salvo. Un t iempo cuando la madre (quien tiene 8 hijos, a quienes maltrata con monótona regularidad) se enteró del incidente, le increpó a Mery: "Por qué te metes? Hubmejor que se muera. ¿Qué clase de vida va a tener? ¿Quién eres para decidir que debe vivir? Nunca más te metas en mis cosas, p--- desgraciada, y si vuelvno lo levantes." Angustiada, Mery preguntaba: "¿Qué debía haber hecho?" ¡Dios mío! ¡Hiciste lo correcto!” le respondí. Más tarde, sin embargo, y en minterior sentí el eco de la voz de la madre, y me pregunté ¡Dios mío! ¿Qué clase vida tendrá ese bebé?

El fenómeno de niños inocentes, víctimas y prisioneros, es un quebradero de cabeza. Obviamente es mejor para los bebés que estén con sus madres, yobviamente, los niños mayores están mejor aquí que en un Hogar Estatal frío y sin alma. Y sin embargo, lo que ven, lo que viven, lo que aprenden es terrorque no aprenden, es aún más p reocupante. Estos niños, muchos de ellos nacidos y criados aquí, nunca han visto césped verde, un rosal, un campo arad

un barrio normal, una calle céntrica, un cine. Su mundo se limita a estos muros, sus imaginaciones están ancladas a programas televisivos mediocres, su mse forma a través de t elenovelas venezolanas o mexicanas, sus ambiciones son diluidas p or el ambiente, y hasta sus sueños se ven agrisados por sus días inAquí los pecados de los p adres (y madres) sí son bíblicamente t raspasados a sus hijos, como también son las injusticias de las cuales son víctimas. Por que nadie ha hecho un estudio de estos niños, nadie hace seguimiento a sus vidas, ni estudia cuántos de los delincuentes adultos comenzaron sus carreras ddetrás de muros como éstos. Y sin embargo, las alternativas son peores, mucho peores. Separar a los bebés y niños de sus madres… dónde los llevaría? Etiene su sabiduría retorcida, después de todo.

Traté de ayudar, realmente traté. Por una p arte, llegué al punto en que escuchar una historia más de brutalidad sin sentido p arecía ser más de lo que p odotra parte, había un elemento irreducible en mí que creía que debía hacer alguna contribución, de que podría ayudar a crear un pequeño y efímero eura. Más allá de toda razón, me aferré a una negativa terca de ser determinista con relación a la crueldad y el dolor. Algunas de las cosas que hice, o traté cían ser efímeras, demasiado idealistas, muy poco prácticas, de casi nulo impacto, p ero era imposible no hacer nada. Hacer una verdadera diferencia hubás, imposible también.

La Jaula, 27 de noviembre, 2000

 No hay forma de mantenerse aislada, no hay forma de vivir sin involucrarse. Militza ya es madrina de una bella niñita, y mantiene un ojo avizor en mientras trae cereal, leche y vitaminas para la ahijada. Drina ha traído bolsas de ropa y cajones de juguetes. Yo sostengo mi propia pequeña campaña de lentregando dulces o galletas a los niños limpios y lavados. Cada día hay un par más que vienen a mostrarme su cabello recién peinado y sus caritas brillanpremio alegremente este p equeño esfuerzo extra de parte de sus madres. Por ejemplo esta tarde, Wara, una preciosa niñita de cinco años me mostró con vestido sin manchas que había mantenido limpio todo el día. Algunos de los niños son irresistibles, inteligentes y encantadores. Marcos, un picaruelo con ojos oscuros y hoyuelos, grita "¡Upe, Upita, pete, pete¡" cuando me ve, y asiendo mi dedo con fuerza me lleva hasta el puesto, trepa trabajosamenteumbral, y me muestra la lata donde guardo los dulces. Lo que quiere (y logra) es un chupete. Agradece, me da un beso meloso y se marcha triunfante. Haesta campaña de bajo perfil y cero p resión funciona bien. Explico a los niños que no deben tocar la basura (un terrible imán), que deberían mantener sulimpias, y manitos y caras un p oco menos mugres. En aras de su salud, entrego pequeños "sobornos" p or su limpieza y rezo, p orque lo que podemos ellos es, en realidad, insignificante.

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CAPÍTULO 9Vuelta del año, vuelta de llave

La Navidad se acercaba. Unas cuantas de las reclusas habían pedido (y habían obtenido) permiso para pasar Navidad y/o Año Nuevo en casa, con sus las más felices del grupo, haciendo regalos (con mucho glitter, por supuesto) con manos emocionadas. Otras, que no tenían familias donde ir o que eran de

az, se veían más tristes, arrastraban los pies, adquirían una mirada más vacía, dando vueltas cerca de los teléfonos con ojos ansiosos.

Coty había pedido a los tres Jueces, Costa, Alcón y Sarmiento, p ermiso p ara que pueda ir a mi casa (¡a tres cuadras de distancia!). Presentaríamos dos gríamos viáticos y daríamos alimentación a la guardia o dos por las pocas horas que estaría en casa, pero los pedidos fueron negados, rotundamente

asiado peligrosa, no era confiable, escaparía, decían. La persp ectiva de obligar a que mis hijos pasen Navidad en el COF era casi más de lo que podía sba casi desesp erada. Por un t iempo desp ués de la siguiente crónica y hast a el final, las Jaulas casi no hacen referencia a la mugre, las feroces ratas, cura, olores y p oderosa roña del COF. Me había reconciliado a éstas, pero no estaba resignada, ni un poco, a estar indefinidamente encerrada.

La Jaula, 12 Diciembre, 2000

Está lloviendo. El cielo está gris y t ormentoso y hace frío húmedo. Ha llovido casi sin descanso desde hace varios días, haciendo que este lugar gris y se ponga aun más gris y más hediondo. El patio es nuestro lugar más t olerable, nuestra posibilidad diaria de sol y aire fresco, pero cuando llueve, el pdesierto y todas se sienten encerradas de verdad. Las horas se arrastran en húmeda similitud; nos encontramos apretadas codo a codo y los ánimos emdecaer. Este fin de semana pasado llovió tanto que los pisos inferiores y talleres se inundaron; las alcantarillas rebalsaron. El olor era algo horroroso, y fituvimos que recurrir a los Bomberos y al retén de Emergencia de la Alcaldía. (los obreros municipales me abrazaron y me desearon suerte con voces emocUna ventaja de la inundación fue que aunque varias de las internas fueron sorprendidas bebiendo durante el fin se semana (tuvimos una gran Graduación, co

docena de bachilleres y una treintena de mujeres que recibieron certificados técnicos), no pudieron meterlas al calabozo, porque estaba inundado. De esecambió su castigo con lavado de las y a muy usadas frazadas de las p olicías, lo que resultó ser un cambio positivo para todos. Finalmente se solucioproblemas, y espero que ahora las alcantarillas se mantengan abiertas, por lo menos por un t iempo.

Como mencioné anteriormente, existían muchas actividades que hacían el COF tolerable, y hasta just ificable, especialmente para aquellas reclusas qron oportunidades en la vida externa. El Ministerio de Educación tenía varios programas en funcionamiento, incluyendo una unidad CEMA, un proación secundaria para adultos donde las internas podían obtener sus certificados de Bachillerato en dos años, o de Intermedio y Bachillerato en tres. Las quería y belleza una vez por semana, los cursos de Derecho Penal básico para aquellas con títulos de Bachiller, ofrecidos por la Universidad Mayor de Sanás grande universidad local, eran útiles y aprop iados. Habían cursos de contabilidad básica, y varios proy ectos de artesanías y manualidades, ofrecidos pounas agencias de cooperación europeas.

La variedad y calidad de estas alternativas educativas dependía en gran medida de la calidad de la esposa del actual Ministro de gobierno, ya que el ideraba como uno de sus áreas de acción. Algunas esposas habían sido muy activas y exitosas en obtener ayuda y recursos. Por ejemplo, la capilla htruida por la esposa del Ministro Barthelemy, una esposa particularmente efectiva y devota.

Al mismo tiempo, era difícil lograr éxito en un proyecto COF, y mantenerlo efectivo. Las ONG’s cambiaban prioridades, los programas de ayuda erano, y con frecuencia todo dependía del celo y entusiasmo de una sola persona. Los programas más establecidos habían armado un par de talleres, inclucio donde, por un tiempo, se producían prendas tejidas a máquina. La Embajada Británica había donado varias excelentes máquinas, pero cuando su procitación acabó, las delicadas agujas se doblaban o rompían por manejos descuidados.

Tristemente, todas menos dos de las máquinas se hicieron inservibles, y Mauge y sus discípulas/voluntarias salvaron a ésas de la misma suerte con maña de sacarles partes vitales cuando no estaban en uso, como la antigua treta de quitar la tap a del distribuidor de un automóvil. Uno de los talleragrado a pintura sobre tela, con una instructora dedicada a producir el trabajo más colorido posible. También había una instructora que enseñaba juguet

dirección las reclusas producían “peluches” y cubiertas acolchadas de todo t ipo. La mayoría de estos esfuerzos eran bienintencionados p ero inticamente no había mercado alguno para manteles pintados o cubiertas acolchadas para licuadoras.

El taller más grande era cosa diferente. Había sido casi tomado por Doña Julia (a quien nunca se aplicaba el diminutivo Julita), una dura mujer de rostro sdido quien manejaba un taller verdadero donde se hacían pantalones, chaquetas, buzos y otras prendas institucionales para la Policía, bajo contrato. Era unr de negocios quien planeaba montar su p rop ia fábrica de manufacturas cuando saliera. Nunca pudo hacerlo. Le dio cáncer y murió poco desp ués de haber.

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comunicadas, las experiencias que gritan por ser compart idas, son demasiado profundas y comp lejas, y est án más allá de mi capacidad. Temo que no puejusticia a las historias, a la gente, a los eventos en sí. Por falta de expresión adecuada, podría estar t rivializando algo que ha sido una experiencia de transfprofunda para mí.

He vivido siempre una vida de mucha suerte, de logros, de esfuerzo honesto y duro, pero también de muchas op ortunidades y privilegios. He trabajaconocido a la mejor gente en las mejores circunstancias. He viajado lejos y creado amistades extraordinarias por todo mundo. Tuve padres increíbles, ununida, hijos maravillosos, y trabajo interesante y retador. Mi suerte parecía funcionar siempre, aún en lugares improbables. Cuando me adentraba enalejados, o como periodista visitaba lugares extraños y oscuros, lo hacía como una observadora externa, aislada y afortunada. No me tocaba la suciedad circlo que observaba no me empobrecía el alma. Me sentía segura, protegida por la verdad y el derecho.

 Nunca más. Ahora visto la otra cara de la sociedad boliviana y sentido su impacto. He sent ido la maldad detrás de la sonrisa. He visto la devastaciónpor la corrupción institucionalizada. He comprobado la venalidad de jueces y fiscales, el cruel pragmatismo de los políticos. He sentido la horrible facilidque se encogen de hombros ante mi suerte. Me culpan por ser terca, por negarme a aceptar sus torcidas "ayudas", por ser honesta, por insistir en la legalidad.

He soportado la dureza del rechazo, y me he entristecido (así como he sentido vergüenza ajena) ante los timoratos que no se animaron a hablar, o quela cara por cobardía o blandura moral, y que tomaron la opción de lo cómodo, lo conveniente: dejarme aquí, culparme, utilizarme como paraguas para potros, asegurándose de que en realidad, todo es mi culpa, por no seguir las reglas del juego.

Traición” y “volcaron la cara”. Esas palabras tenían un gusto amargo. Pues estaba amargada. Había una razón para estos sent imientos biliosos que afr de todos mis intentos de mantener el ánimo alto. Esa razón era el sabor del fracaso. Había ingresado a la política a través del Concejo Municipal deocráticamente electa. Lo hice porque creí en la palabra de un político que parecía diferente a los demás por sus ideas e ideales (él también volcó la cara). do persuadir a renunciar al periodismo y aventurarme en la vida pública porque, me aseguraron, podía “hacer una verdadera diferencia”. En realidad, no o diferencia alguna: la política y los políticos siguieron como siempre. Eso me hacía sent ir una tristeza tan profunda que no la podía mencionar ni describir

La Jaula – 24 de diciembre, 2000

Hoy comparto hogar, comida y vicisitudes con las más pobres, con las víctimas y parias de la sociedad. Estoy entre las encerradas y descartadas. Por que hay inocentes, injustamente enjauladas. También hay quienes han vivido vidas de violencia, y que probablemente las acaben violentamente;

maltratadas desde su nacimiento y que probablemente morirán maltratadas; aquellas que no han conocido el amor y que han llenado sus vidas de resentimiento. Hay quienes cuya dicha principal, o única, viene de hacer daño a otros , y hay muchas lo suficientemente envidiosas como para aceptar uodiando a la persona que lo entrega por tener la posibilidad de regalarlo.

Y sin embargo, también he visto y sentido, aún en las más endurecidas, la capacidad para el bien, la posibilidad de generosidad y alegría. He adqconvicción agridulce de que si ésta o aquella persona hubiera tenido cariño, disciplina, educación, una ventana de esperanza; si hubiera habido oportunidad,dirección en sus vidas, serían diferentes.

or sup uesto, también deseaba que esta última etapa de mi vida hubiera tenido otra forma y p ropósito que no fuese la política. En ese momento, yoaba que la “forma y dirección” de mi vida hubiera sido diferente. Mis ahorros habían desaparecido; me encontraba endeudada más allá de mis posibilgo; debía encarar una larga y costosa lucha legal; mi carrera periodística estaba muerta, y mi breve flirteo con la política había acabado en el desastpectivas profesionales para el futuro eran yermas. No había forma en la cual yo pueda justificar, ante mis hijos o ante mi misma, haber acabado así. Nadar si no a mí misma por esas lóbregas fiestas navideñas en el COF.

La Jaula 24 de diciembre, 2000

 Nuestros días tienen un extraño color de irrealidad. Como si estuviesen en suspenso, como si fuesen una pausa en nuestras vidas reales, son “falsos”,intensidad de emociones. En este mundo circunscrito, los sentimientos se concentran, pequeños eventos toman importancia desproporcionada, y cada gepalabra e inflexión se pesa, se pondera y se registra. Los detalles sobresalen, las prioridades cambian.

El dolor es una presencia const ante. De las cien o más mujeres que he llegado a conocer, no creo que más de un pequeño puñado estén más allá de redención, pero aún así debo reconocer con triste fatalismo que –como lo saben los abogados, las guardias y las reclusas antiguas- solo unas cuantas, muy lograrán. Las probabilidades están en contra de ellas, y la mayoría se desesperará y caerá en las mismas trampas que las trajeron aquí, pero estarán más vpobres y más amargadas.

¿Todo esto suena melancólico? Bueno, la Navidad llega con dureza al COF. Hay muy poco feliz o alegre en esta fiesta, salvo por las seis o obtuvieron su libertad ayer y se fueron dichosas, a casa. Algunas internas tendrán familias que vengan a compartir con ellas, otras no tendrán a nadie. podrá levantar de su corazón, el peso de estar encarceladas.

De hecho, las últimas semanas estaban tan tristes, y el lugar lleno de tanta amargura, que convencí a mi vecina Mauge para hacer un Nacimiento para pel Hall principal. Convencimos a la Gobernadora que nos entregue unos paquetes de pasta de cerámica fría que habían sido donados al COF, pero que escelosamente guardados en los armarios del Economato, que se estaban secando y nadie sabía cómo utilizarlos.

Militza dibujó las figuras, yo amasé la pasta hasta que estuvo suave y las corté y modelé (en plancha plana, ya que no hay espacio para un Nacimidimensional). Mauge las pintó, incluyendo una Virgen de rostro angelical y largas pestañas, un San José con cara asombrada, un ángel algo voluptuoso, lMagos, un burro, una oveja y una vaca anatómicamente muy correcta.

Armamos la escena sobre un tablón de madera prensada, apoyado en un armazón de madera. Finalmente enmarcamos la cosa entera en past a modeque parezca (más o menos) troncos y un techo de paja; pintamos el fondo negro (era de noche, ¿No?) y para sorp resa nuestra, producimos un nacimientocolorido y brillante, con estrellas de Belén y de David, luces y todo. El Nacimiento hizo que algunas otras internas se animen a decorar el Hall con cintaAhora el lugar tiene un cierto aire festivo.

El pequeño proyecto de decoración fue un regalo del cielo. Hacerlo requería concentración, esfuerzo físico para amasar la pasta endurecida, y consumís que de otra manera hubieran permitido que siga lamentando mi suerte. Me dio algo real e inmediato que hacer: una meta alcanzable. Produjo gratificantánea: algo que realmente necesitaba. La Natividad brillante, fest iva y un poco cursi en la pared se convirtió en una fuente de esperanz a.

La Jaula, 24 de diciembre, 2000

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Amigos y parientes han venido en una procesión casi constante, a abrazarme y desearme suerte. Son maravillosos, me emociona verlos y sentir su afsiento agradecida por tanto cariño y p reocupación. Soy afortunada. Mi nieta vino hoy con un nuevo juguete de peluche, y me abrazó con fuerza. Dijo, t"Abu, quiero que salgas. No es lo mismo. Antes en la Navidad hacíamos galletas contigo." Cuando fue hora de partir, me entregó su muñeco diciendo; "Tepara que no duermas sola." No, la verdad es que no duermo sola, tengo el muñeco para abrazar y a todos ustedes conmigo.

La Navidad llegó y pasó, y no tuve fuerzas para escribir nada. Intercambiamos pequeños regalos, comimos el delicioso pavo de Drina, y nos abmente. Estábamos juntos, p ero era desolador, y –en el salón comunal- aún más desolador por quienes a nuestro alrededor tenían poco o nada que cnes tenían poco o nada que celebrar o esperar. Aunque nuestra fiesta era pequeña, y ciertamente no llamativa, yo me había hecho muy sensible a las miradidades del COF, a hambres crónicas que nadie ni nada podían llenar. Sabía que, aún entonces, tenía más que las demás.

El COF no est aba completamente privado de regalos. Habían juguetes para todos los niños: algunos venían del Ministerio de Gobierno, algunos de organficas y voluntarias. Marita y yo ayudamos con varias docenas de muñecas, camiones y p elotas de goma, más muchas galletas. Algunas instituciones distrsetas y otras p rendas a las reclusas. La Nochebuena en sí, ha desaparecido casi completamente de mi memoria, fuera de un vago recuerdo del salón a

so, nuestra mesa cerca de la puerta con el mantel verde-loro y dorado de Liliana (que todavía tengo). Se ha desvanecido. No escribí acerca de esa noche. Mablan nunca de ella, aún hoy. Trato de recuperarla, pero no hay recordatorios ni palabras. Se fue.

La Jaula, 29 de diciembre, 2000

¡Escape! ¡Fuga! No a media noche, no en las horas de madrugada, no al amanecer pero a media mañana y a plena luz del sol, una prisionera traffugado. El COF est á cabeza abajo; nos encontramos bajo guardia y nos vigilan (¡demasiado tarde!) y los humores están caldeados. Ella escapó hace unos trepando la pared trasera y reja, quizás con ayuda de una soga lanzada desde afuera –con sus amplias polleras, sombrero bombín, manta con flecos y todotecho de un cobertizo en el jardín de la Embajada Alemana, contigua al COF, y de ahí trep ó la pared del jardín hacia la vera del Choqueyapu. Un minutaquí, el siguiente había desaparecido y se armó un escándalo de proporciones.

La fugitiva era una cholita de rost ro ceñudo, joven, muy callada, que apenas hablaba con nadie. En silencio ella se hizo cargo de un puesto de venta de cerca de los teléfonos, y parecía tan tímida y callada que simplemente se convertía en parte del panorama. Cierro mis ojos y no p uedo recordar su cara, psu puesto era frente al mío: todo lo que puedo recuperares una figura envuelta en chales y mantas, agachada sobre sus paquetes de cigarrillos, papel higpañales desechables. Ha desaparecido del COF y de mi memoria.

El escape se llevó a cabo a media mañana, y fue casualmente descubierto cuando ella recibió una llamada telefónica y no se la pudo encontrar. Al ppensaron que estaba en los baños, pero con el paso de los minutos, susurros y comentarios alarmados empezaron a circular. Una búsqueda informal notraza alguna, y se alertó a los guardias de la puerta. Se inició una búsqueda más sistemática y luego se llamó a lista, pero el pajarillo había volado.

Estaba claro que tenía confederados quienes planearon el escape y le ayudaron a trepar la pared. La Gobernadora y los p olicías están en pánico, corun lado a otro, gritando y haciendo todo lo posible por recabar información sobre la fugitiva. Esto no se hace solamente porque hay prohibición contra están aterrorizados porque su prop ia libertad está en juego. Dicen que la regla es que si no se atrapa al fugitivo(a), y se lo devuelve, los oficiales yresponsables p or el turno serán encarcelados por un año, o hasta que la fugitiva retorne al redil.

Obviamente esta medida tiene la intención de asegurar que los hombres y mujeres que trabajan aquí no se dejen comprar con reclusas que desean Además, los policías de turno deberán cubrir los cost os de la búsqueda de la fugitiva. Para quienes trabajan aquí, con salarios patéticamente bajos, esto nbroma. Su libertad y bienestar económico están en juego.

Luego de que terminó la búsqueda y se confirmó el escape (encontraron huellas en la pared, en el cobertizo y pared de la Embajada), se vendió el puefugitiva (al lado de los teléfonos), en una subasta que incluía todo su contenido. La Gobernadora en persona dirigió la subasta para conseguir algo de dicubrir la primera parte de los gastos de búsqueda. El puesto o “toldo” se vendió en la suma exorbitante de ¡seiscientos dólares! Luego de la subasta, la

lesbianas que compró el puesto regaló hasta el último ítem, en una especie de ritual de limpieza orgiástica, porque, ellas creen que esa mercadería ya era “kes decir, que estaba maldita. Jabón, papel higiénico, zapatos, cigarrillos, pañales, leche condensada, azúcar, sardinas, y demás fueron regaladas, con dueñas lanzando las cosas a la muchedumbre que gritaba y reía y t rataba de pescarlos objetos como si fuese una gigantesca piñata. Dicen ellas que comenegocio con cosas nuevas, sin maldición.

Esa fue la primera vez que vi guardias armados patrullando el COF. No eran los guardias de siempre. El burro estaba muerto y ellos eran la tranca al codias regulares deambulaban por allí con caras de circunstancia, sin hablar a nadie, con miradas temerosas.

La única otra ocasión que tuvimos una guardia armada en patrulla vino un par de semanas después, luego de una fuerte lluvia, cuando una sección considerad trasera colapsó con un ruido atronador. Se tocó la campana, unas sirenas que yo ni sabía que existían sonaron, y se instruy ó mediante megáfonos sas se alejen de dicho sector. Entonces un pelotón de policías armados con equipos antimotines, incluyendo pistolas con granadas de gas lacrimógenolas en cartuchera y grandes escudos acrílicos entraron corriendo en sincronía, medio ladeados para mirar hacia los dos costados, botas golpeando el p i

mo ritmo, tal como en las p elículas. Muy profesionales. Formaron una línea sólida donde estuvo el muro, y vigilaron el área en turnos hasta que un ñiles con caras de cansancio montaron un nuevo muro de ladrillo. Considerando el nivel casi inexistente de peligro que presentaban las mujeres y los

ión exagerada de la Policía era casi divertida. Fuera del levantar el muro, no se hizo ninguna otra reparación o mejora al COF.

La Jaula, 29 de diciembre, 2001

La fuga ocurrió durante el turno de la Sargento más “buena gente”, y todas están entristecidas. La fugitiva no era pop ular, por lo cual la simpatía estaba en contra de ella y a favor de la Policía. Las reclusas que cumplen con las reglas, que no tratan de escapar, que cumplen sus condenas y t rabajan duque cada fuga hace que las reglas sean más duras y la vida más difícil. Sorprendentemente (para mí), casi sin excepción aseguraban que querían que se afugitiva y la traigan de vuelta. Si eso sucede, puedo asegurar que no encontrará muchas amigas.

Debido a la fuga, muy publicitada en la prensa, ya hay cambios en camino. Por ejemplo, me cuentan que en Año Nuevo tenían permiso para permanárea común hasta las 2 a.m. y que habría música y baile en el salón. Para este Año Nuevo, la Gobernadora anunció con lágrimas, que por “ órdenes supervisitas podrán permanecer en el COF solamente hasta las 6 p.m. y que las reclusas deben estar en sus celdas a las 10:30 como es costumbre. Pese a argumentos de las Delegadas (una por dormitorio, incluyéndome por el Dormitorio 15) no se ablandaron las reglas. Puedo vaticinar una noche por demádesalentadora.

in dejar que las amedrenten, las reclusas empezaron a organizar la resistencia. Se escogieron voceros. Se anunciaron “medidas de presión”. Se prepararon

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as. Enfrentada a mis oscuras realidades, yo caía en la tendencia de apoyarme en pequeños y tristes mecanismos de autoengaño. No tenía fuerzas, ni mrsos.

He borrado la siguiente entrega de La Jaula. No está aquí. La borré de la memoria de la Computadora (aunque no de la mía). Era simplemente demasiado asiado sentimental.

La Jaula, 13 de enero, 2001

Quiero hablar de Marita. Es extraordinaria. Se que lo he dicho antes, pero es verdad. Ha estado aquí en el COF más de cinco años y medio hasta aacuerdo a la ley boliviana, ella debió haber salido luego de tres años, pero las reacciones de un público envidioso de su privilegiada situación como Presibanco, y las reacciones de odio de los acreedores (de su padre), han presionado a los Jueces p ara que le nieguen este derecho. Peor aún, luego de una

reciente por dichos acreedores, la Corte Superior de La Paz incrementó su sentencia a siete años y medio, al mismo tiempo de reducir sustancialmsentencias de dos otros involucrados, a menos de tres años. Increíble.

Veo hoy que lo que describí en esas crónicas p odría dejar, por omisión, un resquicio de duda sobre su entereza y honestidad personal y fundamental. No quiera que la conoció de verdad, comprendía eso. La mayoría de las historias del COF eran oscuras, trágicas, llenas de un resignado reconocimiento de laistoria de Marita era diferente. Había pasado p or el infierno y la desesp eración, emergiendo intacta. En su vida, la tragedia ya no dominaba el centro del es

La Jaula, 13 de enero, 2001

Sus experiencias la han convertido en una gran conocedora de la condición humana. No hace distinción entre reclusas y trabaja con igual dedicacaquellas que no hablan bien español, que no tienen recursos o no tienen educación, o no le caen simpáticas. En un verdadero concepto de justicia, y de vpensamiento jurídico, no intercala juicios propios en su trabajo, p oniendo igual esfuerzo para aquellas acusadas de asesinato como t raficantes o víc

destino. Todos tienen derecho a una defensa y a un juicio justo con debido proceso, ella afirma con convicción, haciendo que me pregunte cómo ella pueesto tan profundamente en un sistema donde ella ha sufrido injusticia y donde la mayoría de los operadores del sistema judicial solamente ven signos decada expediente.

Es bondadosa. Esa es la palabra correcta. Es bondadosa con niños, viejitas y mujeres amargadas y renegonas. Su única impaciencia, bajo buen controaquellas que quieren aprovechar de otras. De hecho, creo que es una santa. Se que he dicho esto antes, pero insisto; es una palabra muy grande y la reSanta. Espero poder enfrentar la adversidad con algo de su entereza.

Cerca del final de mi sexto mes en prisión, parecía que hubiera llegado a aceptar esta faceta de mi vida (aunque no la continuada prisión). La memorosas fiestas de Navidad estaba suavizándose y el nuevo año del nuevo milenio, simplemente tenía que ser mejor. Coty estaba trabajando (incansable yo siempre) en una nueva apelación al Tribunal Const itucional: había algo de esperanza en el aire. La siguiente crónica, sin perder de vista ni perabilidades, refleja un espíritu más calmado, más sereno. Dije que estaba “contenta” pero p or sup uesto dicha afirmación no era del todo cierta, pero ejando la situación bastante bien, aunque las sombras se hacían más oscuras, y la posibilidad de obtener “justicia”, cada vez más irrisoria. No importe cuánba de aparentar, las persp ectivas eran sombrías. Y, en medio de todas esas mujeres, me sentía sola.

La Jaula, 20 de enero, 2001

Cuando est oy en mi pequeña habitación en el atardecer y por la noche, es posible, aunque no fácil, olvidar que estoy en la cárcel. El lugar es seguro, mabrigada, y t res “p eluches”: Winnie-the-Pooh, un Oso Santa Claus y el cachorrito de Kassie la comparten conmigo. Tengo libros, mi lapt op y videos: chacer, que ver, que pensar. Duermo bien, como un niño, sin píldoras, pesadillas o sobresaltos . Al final decidí ver una película, luego escribir esta cfinalmente leer “La Fiesta del Chivo” que mis ojos se cierren de por sí. Un buen menú.

Así que estoy contenta y bien. Durante el día añado acuarelas a mis otras actividades, y estoy releyendo mi bien amado Shakespeare. Sin embargosombra oscura de temor detrás de todo esto. Temo la malicia de mis enemigos, t emo la estupidez del sistema judicial, temo la codicia de los jueces, la inddel poder. Estoy bien, pero la fragilidad de mi bienestar también me angustia. La computadora estuvo mal hace unos p ocos días – el disco duro no arrasúbitamente, la línea conectora con mis amigos y el mundo desapareció. Me espantó. La boca se secó, mi corazón empezó a latir con fuerza. Msúbitamente, aislada.

Lo mismo sucede con las visitas. Hast a ahora, un poco más de seis meses, nunca hubo un día sin visita. Militza viene a diario, y simplemente mirarlmi día. Se queda conmigo, todos los días, hasta que terminan las horas de visita. Coty e Ivan vienen casi todos los días, aunque tienen trabajos agotadore

en visitas más cortas, pero están aquí. Drina llama a diario, desde Santa Cruz. Otra gente también viene. Aún en los días más oscuros, más lluviosospienso que nadie se atreverá a venir, alguien aparece y me sorprende. Sin embargo, ¿cuánto p uede durar? Simplemente pensar que podría llegar el momennadie venga y yo está archivada y olvidada, es terrorífico.

Había sobrevivido Navidad y Año Nuevo en el COF. Horrendo, pero convertido en una experiencia tolerable por nuestra unión como familia. Enero avanbios. Alasita, mi fiesta preferida, llegó mientras seguía en prisión. Faltaría a mi cita anual con el Ekeko[37], pero dio la oportunidad de ver la cara tangranza. Por sup uesto, Alasita es primero y antes que nada, un asunto de fe. Cualquier paceño de pura cepa sabe esto, y está consciente de su poder. Cao, los verdaderos paceños se aventuran en medio de la muchedumbre, haciendo caso omiso de la lluvia (es la época), del barro, los empujones, los calosos y los aromas poderosos de la feria, para comprar las cosas que necesitan o anhelan, y hacerlas bendecir con incienso.

La magia de Alasita funciona. Realmente funciona. Hay reglas no escritas ni habladas: primero, uno no pide los imposible. No puedo pedir ser joven de nuplo. En cambio, la tradición permite y alienta tener esperanza, sueños y anhelos, dentro de lo posible. Y uno cree y debe creer. La feria está llena de todos y bienes en miniatura: casas, edificios de varios pisos, negocios, enseres domésticos, vacas, toros, cerdos, gallos, puestos de venta callejera, autoones, computadoras, abarrotes, muebles, materiales de construcción, terrenos, herramientas, chequeras, y tarjetas de crédito diminutas y lo principal: es, billetitos y billetititos. Uno puede comprar un millón de dólares, un millón de Euros, o un millón de bolivianos, p ero mejor es comprar los tres. irir pequeños títulos universitarios, tesis de maestría y doctorado, bebés, novios, certificados de matrimonio, sentencias de divorcio, certificados mentos de compra-venta, títulos de p ropiedad y desgravamen de hipotecas.

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Todo está allí, en miniatura, cada una un símbolo visible de aspiraciones y fe en el futuro. Se las toma seriamente. Una diminuta casa viene con susmentos de compra y registro en Derechos Reales, a ser llenados con el nombre del flamante dueño. Cada carro, ómnibus o camión viene con sus docas y seguro. Los certificados de matrimonio o divorcio se llenan con los datos aprop iados antes de ser bendecidos por el Yatiri[38]. En algunos ario” lleva a cabo matrimonios para largas filas de parejas que hacen cola para la mini-ceremonia, o da fe con sello, firmas y documentos a mini-sent

rcio. Cada año decenas de miles de paceños vienen a Alasita a expresar sus anhelos modestos, hogareños y alcanzables. Es hermoso. Las reclusas delan ir a Alasita, así que, con todo su aparato y oferta, Alasita vino a nosotras.

La Jaula , Enero 24, 2001

Alasita en la CárcelHoy es Alasita, la famosa feria de miniaturas artesanales de la Paz, donde todos van a comprar las cosas que necesitarán para el año. Alasita

importante, y tiene sus ritos fijos, aún en la cárcel de mujeres de Obrajes. Esta mañana se armaron puestos de venta en el patio p rincipal, y por unahoras, el COF dejó todo de lado en aras de la necesidad de comprar dinero, intercambiar billetitos de dólares y bolivianos, y comprar todas clase de artprimera necesidad: salteñitas, pasaport es, autitos, abarrotes y ot ros ítems esenciales.

Entre los artículos de mayor venta estaban versiones en miniatura de "M andamientos de Libertad" y "Papeletas de Libertad" (p rovisional y “ex(salida temporal), cuidadosamente llenados con el nombre del Juez y Juzgado aprop iados, el nombre y número del caso, el nombre de la interna y la fechala salida. Estos documentos en miniatura fueron luego firmados y sellados por la Gobernadora del Penal, sahumados (bendecidos) de acuerdo a los antiguola fecha, con nubes de humo de incienso, pétalos de flores y hojas de coca. Luego de esto, la secretaria de la Gobernación selló las Papeletas de Libertafecha de hoy, y la Jefe de Seguridad les p uso su visto bueno.

Entonces las internas hicieron cola cerca de la puerta principal, preciados documentos en mano. Una vez cerca de la puerta, las reclusas, incluyéndo(hay que hacer las cosas bien hechas, o no hacerlas) se acercaron una por una al guardia de la puerta principal, quien formalmente estampó cada PapLibertad con el sello de salida. Entonces caminamos nuevamente hacia el patio, de espaldas (para no dar la espalda a la libertad), y finalmente tomamos unarroz especialmente "challado" para ponerlo bajo el colchón hasta que llegue la libertad verdadera.

Como verán, este día especial no se toma a la ligera en el COF, y la creencia arraigada en el bienestar que trae el Ekeko es tal que Gobernadora, los gureclusas, todas part icipan. Además, como este es un día de especial buena suerte, también fue la ocasión para la "Challa" o bendición del puesto adqsubasta luego de la fuga anteriormente contada. Las ceremonias tomaron toda la mañana. A las 7 a.m. se quemó la "Mesa" (paquete celebratorio

Pachamama, y se esparció el puesto con flores amarillas para buena suerte, azúcar y confites.Luego se regó el puesto con espuma de Coca-Cola sacudida (ya que el alcohol y champán están prohibidos). Se colocaron ramos de flores delante del p

braseros con carbón e incienso en las esquinas. Yo fui invitada a hacer la primera compra formal y ceremonial: 4 cajetillas de cigarrillos, a ser compartidos plas asistentes a la ceremonia. Se encendieron cohetillos para ahuyentar a los malos espíritus, y en medio de humos de "koas" (hierbas aromáticas) e incpidió la bendición de la Pachamama, de los Achachilas, de la Virgen y los Santos para las nuevas dueñas. Ritos cumplidos, p rocedimos a un alegre salteñas y Coca-Cola.

¡Que día! Para coronar los fest ejos, Sonia B., nuestra bisabuela, dejó el COF. Era una de las más antiguas, aquí más de cinco años, y la verdadera bimadrina de una familia de traficantes. Ella, dos hijos, dos nietos y otros parientes surtidos estuvieron detenidos al mismo tiempo. Cantamos:

 Hoy estoy aquí,

mañana me voy,

 pasado mañana

donde yo estaré?

a voz en cuello, y ap laudimos su salida. Sonia es una mujer de cincuenta y cuatro años que vivía con dos de sus nietas en nuestro "barrio", más allá Eugenia. Era la más mandona, metiche, curiosa, peleadora y gritona de las personas aquí, pero también trabajadora incansable y una abuela abnegada. Era

institución del COF, y le decían “la Sargento B." Sus hijos maleantosos, ya libres hace unas semanas, venían a visitarla casi a diario, con sus llamativas mminifaldas ajustadas y escotes provocativos sobre abundantes pechos. Una era rubia-botella, la otra lucía rulos negro azabache con un flequillo tanabundante que se veía obligada a caminar con la cabeza ladeada en un ángulo antinatural para no tropezar y caerse. Se sentaban juntos en una gran mesa, hsuficiente ruido como para dificultar cualquier otra conversación. Una familia poco común, extrañamente ejemplar, que se mantenía unida y en la cutodos trabajaban en la “merca” sin arrepentimiento alguno.

La población del COF ha bajado en forma dramática con la aplicación del Nuevo Código de Procedimiento Penal (que por lo visto se aplica a todosmí), y el indulto del Jubileo decretado a principios de mes. Cuando yo llegué aquí habían 236 internas, y hoy no hay más que 177 mujeres, (más unos 13Todavía se siente el hacinamiento, ya que el lugar estaba diseñado para cien internas, pero es mucho más tolerable. Con cada interna que se va, siento unde alegría; rezo con esperanza para que al salir les vaya bien, que tengan suerte, y que con la ayuda de Dios, mantengan el don precioso de la libertad.

Quiero cerrar esto con una breve anécdota sobre generosidad. Bolivia entera tuvo lluvias desacostumbradas y graves inundaciones este año: miles de han quedado sin hogar. Como resultado hay varias iniciativas y campañas buscando donaciones. Ayer, Tía Carmen movilizó sus cohortes y logró identidocena de viejos colchones, que trajeron al patio. No contenta con eso, las reclusas votaron para donar un día de su ración de pan (en harina), y tamenormes bolsas de avena donadas por la Embajada alemana. Ni una sola mujer se opuso a ayudar a las víctimas del desast re, y muchas trajeron pequeñosvestir para enviarlos junto con avena, harina y colchones. Hermoso.

La siguiente crónica, marcada por las palabras proféticas “arranque de felicidad” fue la última. Antes de que yo escribiera una nueva crónica, fui liberada.milagro en sí. Coty, con un trabajo realmente tesonero y heroico, había logrado que se impongan fianzas menores en los primeros casos, pero se había

os juicios, los cuales también requerían fianzas. Era como martillar el candado de modo que no pudiera abrirse. La última, impuest a por un cuarto Juez, cayo sobre nosotros.

No teníamos los recursos para la fianza requerida. No había qué más hipotecar, qué vender, dónde acudir. Militza, angustiada y desesperada habnando por la ciudad como un fantasma, cumpliendo con encargos y quehaceres, con ocasionales lágrimas corriendo por su ros tro. Se encontró en la cos I., un amigo de la familia, quien preguntó por la causa de su t risteza. Militza rompió en llanto y le contó entre sollozos que el Juez se negaba a otad salvo que se hiciera un depósito de dinero en efectivo para la nueva fianza, y que estábamos desesp erados. ¿Cuánto necesitan? Preguntó. Le dijo. na esta tarde, respondió. Militza fue, él escribió un cheque y se lo dio. No pidió recibo, no puso un p lazo perentorio para la devolución, no pidió que peses. Increíblemente generoso. Ese pedacito de papel fue mi libertad.

agamos la fianza, y el Juez decretó la libertad. Era maravilloso, sorprendente. No se interpuso nada, no aparecieron nuevas detenciones. Era como si laroducir pesadillas hubiera tenido una falla y se hubiera detenido. Con la libertad, las crónicas cesaron. Quedaron en la computadora, en la memoria y en la

evarlas hacia la luz.

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Las puertas se abrieron el 10 de febrero, 2001. Aunque mantuvimos la noticia de muy bajo perfil, y tratamos de hacer trámites y empacar mis cosas ciosa para evitar que nos acosen los medios, la nueva se extendió por el COF. Casi toda la población se reunió en el patio para despedirme. Cantamzamos, tomamos batidos de bi-cervecina. Hubo lágrimas, risas, buen humor. Prometí recordar a cada una de las mujeres allí. Les prometí que escribiríria, la mía y la de ellas.

Los pequeños contratiempos no faltaron. La Gobernadora llegó tarde, y sin su firma no podía salir, etc., pero eran menores. Militza, Ivan y Ani esmigo desde temprano. Finalmente una Coty triunfante, jubilosa, salió corriendo de la oficina de la Gobernadora, papeleta de libertad en mano. Despuésa, tantas solicitudes, escritos, recursos y quejas, había logrado el milagro. Yo estaba libre. No tot almente libre, por sup uesto. Viajar estaba prohibido, maria seguía congelada y todos los bienes de mi familia estarían hipot ecados al Juzgado durante años. La amenaza de p risión seguiría presente como unaenta en el horizonte, pero nada de eso importaba: podía dejar el COF, ir a casa. Sin mirar atrás, entré en el carro. Militza manejó las tres cuadras hastae amigos y familiares me esperaban, felices. Pasé por el portón de entrada hacia el jardín florido y abrazando a mis hijos lloré, lloré y lloré.

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EPÍLOGO

Mucho, mucho después, luego de más de una década, al releer las Jaulas y unas cuantas cartas colectivas enviadas por email desde el COF, me sentí engañadde la historia, su tono desleído. ¿Era ésta la suma tot al de una experiencia que –en su momento- me pareció ser el final de la esperanza, la muerte de aciones, la destrucción de todo el trabajo de mi vida? ¿Es que no habría retribución ni resarcimiento? ¿Era esta historia de mezquindades y p equeñas mallemas salvables y logros mediocres, lo que quedaría como retrato de una mujer a quien le arrebataron todo, a quien persiguieron y humillaron? El relato m

ficiente, sent í que le faltaba sustancia, que no era lo suficientemente oscuro. Desp ués de todo, ¿dónde estaba todo ese dolor? Y claro que recordaba el dome tomó seis años para p oder releer las crónicas, pero ese dolor no afloraba, no se sentía en esta historia.

Y sin embargo, al final, las crónicas no mintieron. Allí estaba mi increíble familia, fortalecida por esta prueba. Estaban mis amigos, los verdaderos. Aita, mi santa; estaban esos otros ángeles guardianes poco convencionales: Tía Carmen y Mery. Hubo momentos inesperados de humor, y p or cierto habque suficiente. Fue una experiencia transformadora. La persona que emergió por las puertas del COF esa mañana gris de febrero no era la misma que la prosa pero t odavía demasiado confiada mujer que entró p or esas mismas puertas una lejana tarde de agosto. No había retroceso.

Quizás debería conformarme con el Ekeko, con nuestro “diosecillo de las cosas pequeñas”, y quizás la historia no era tan trágica, al final.

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Agradecimientos

rimero que nada, debo agradecer a mi increíble familia: mi hermano Mario, mis cuatro hijos: Drina, Ivan, Coty and Militza; mis primos y pariente político, paciencia y verdadero sacrificio durante las épocas que soportaron visitas a la cárcel y comentarios de periodistas y personajes políticos. Ningunode mi o cesó en sus esfuerzos de alivianar mi encierro. Mi hija Coty merece especial mención, ya que ha sido durant e estos quince años mi infatigable ab

rosa protectora y la voz de la cordura en todo el proceso demencial de encontrarme sujeta a persecución política y luego a extorsiones p ermanentes y varia

Agradezco especialmente a Marcos I., un maravilloso amigo cuya generosidad hizo que mi libertad sea posible. Por supuesto que debo agradecer a mis ados “Pro-Bono” en los Estados Unidos (ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos), y en particular a John A. Lee mi heroico abogado Pn continua representándome, así como a John Slater quien murió trágicamente antes de que termine este largo proceso, pero cuya fe en mi inocencia y en lficó mucho para mí y mi familia. También debo agradecer al Ex-Embajador de Estados Unidos en Bolivia, Edwin G. Corr –a quien conocí cuando estuvo enya carta fuerte, detallada y muy convincente a mi favor hizo que la queja ante la CIDH sea pos ible y finalmente pero no menos importante, al Embajador ar d, quien una vez que supo de mis tribulaciones se convirtió en mi representante infatigable y combatico ante la CIDH, viajando a Bolivia repetidamear sobre mi caso con cuatro diferentes gobiernos.

De bo hacer notar que este libro, en su p resente forma no existiría ni hubiera sido pos ible sin mi hijo Ivan, quien merece especial gratitud porque me empine  el manuscrito, y quien en la forma más generosa hizo la investigación, los procedimientos y el trabajo de edición necesarios para convertir un mente postergado en una plena y para mí emocionante realidad.

1] ¿Qu ienes? E n ese momento “ ellos”, mis acosadores, eran los po líti cos, los fiscales, los jueces y alguno s irresponsabl es medios de comunicación.

2] Mi caso era más notable por tratarse de una persecución por un grupo masculino de políticos corruptos contra la mujer que había osado denunciarlos.

3] Fui Directora Ej ecutiva de d os di arios en La P az (Ultima Hora y Chukiagu Marka) y de do s empresas de televi sión , Illimani de Comunicaciones (ATB) y Dial TV. También du rante 20 año s, fulumna: “ El Batán” , publicados en periódicos de alcance nacional.

4] William Wordsworth: “ I have said that poetry is t he spontaneous o verflow o f powerful feelings: it takes its o rigin from emotion recollected in t ranquillity…”. (“ He dicho que la po esía etáneo de senti miento s poderoso s: toma su origen de la emoción recordada en tranqu ilid ad…”) Prefacio a Lyrical Ballads (1800 )

5] Gestión de Juan del Granado

6] Exactamente 200 ho jas, ni más ni menos. Un documento o escrito po día comenzar en el cuerpo 72 y con tinu ar en el cuerpo 73. Esto ll evaba a complicacion es, ya que si el cuerpo 72 estaba eez o en manos del Fiscal y n o se encontraba “ a la vista”, el documento completo no p odía ser revisado p or los in teresados, con frecuencia durante días, semanas y hasta meses.

7] En algunos casos estos “ cuerpos” eran mordisqueados por roedores que buscaban hacer su nido, dejando l os bordes maltrechos.

8] Al entrar a un juzgado, casi siempre el personal saludaba cortésmente ,y era frecuente que digan, con soltu ra y simpatía “ ?N os inv ita salteñas, Doña Lup e?”. Esto , yo aceptaba con frecuencictitu d de qu ienes, al final, ganaban p oco y ten ían mucho que ver con lo s procesos. Aún h oy, es frecuente ver vendedores d e salteñas (y refrescos) ofreciendo su mercadería por los Juzgados con lleradores! Aceleradores calientit os!”

9] En uno de los casos en lo s cuales se me había incluid o, “ Luminarias Chinas”, en etapa de Instrucción, estaban insertadas no menos de cuatro copias completas d e la misma Acta de Sesión dip al, de más de sesenta p áginas cada un a.

10] Anuladas pero no destruidas.  Como la anulació n pod ía ser apelada, los cuerpos anul ados se almacenaban en bo lsas marcadas a mano con g ruesas letras negras, por si acaso se des-anul ab

uestión con respecto a su contenido (o se re-anulaban).11] Uno pod ría pensar que con tal sistema, no había razón para pasar por todos lo s pasos y presentar todo s los argumentos y objecion es necesarias. Era peligroso no cu mplir con tod o el prorático a cabalidad ya que un error u omisión, generalmente visto por el Actuario, única persona más o menos familiarizada con los cuerpos, podía ser utilizada como arma contundente paiones, o nuevas imputaciones.

12] Gestión Juan del Granado

13] Provenientes de Santa Cruz y Beni

14] Mujeres que no abandonab an sus tradicion ales amplias po lleras y mantas de largos flecos, ni, en ocasiones especiales, sus elegantes sombreros “ bombín”.

15] La compra-venta de “ told os” por supu esto no era “ legal”, pero estaba sancionada por la costumbre. L a Gobernadora simplemente trataba de mantener los precios a nivel razonabl e y aseguna salga estafada con tales transaccio nes. Quien p ermitió , en el lejano pasad o, dicha práctica, no se preocupó por los refinamientos l egales de semejante comercio.

16] Mery había sido una niñ a “ de la calle”, quien , embarazada a los 15 añ os, fue llevada a vivi r con el clan por el padre de su niño. Respecto a la primera vez que vio morir a un hombre, ella dijnferma. He llorado y l lorado to da la noche”, y “ la sigui ente vez he llorado también, pero menos (…) “ y enton ces uno se acostumbra…así nomás, uno tiene que acost umbrarse”.

17] Cada sábado po r la mañana, en estricta rotación d e Cortes, un Juez o dos venían con sus actuarios y s ecretarios a escuchar quejas de las reclus as. La mayoría de éstas eran temas menores: qfensores públicos, quejas contra los actuarios qu e “ perdían” documentos o que constant emente alegaban que no estaban “ a la vista”, pedid os de permiso para visitas médicas y tratamiento s qurespu esta, etc.

18] CONSIDERANDO: Que la institución del Hábeas Corpus , prevista por el art. 18 de la Const itución Política del Estado, responde a la necesidad de ptad de la persona como el bien más preciado del ser humano cuando es objeto de medidas restrictivas ilegales e injustificadas. Que en el caso de autos, la a

ial demandada ha dispuesto la detención preventiva de la recurrente Maria Nina Lupe del Rosario Andrade Salmón, sin tomar en cuenta la previsión del arto Código de Procedimiento Penal que señala expresamente los requisitos para adoptar esa medida privativa de libertad, o sea: suficientes elementos de copermitan sostener la evidencia de que la imputada es autora o partícipe del delito y suficientes elementos de convicción de que la imputada no se someso u obstaculizará la averiguación de la verdad.

Que, además, p or lo expuesto en la audiencia de Hábeas Corp us, fs . 8-11, se puede deducir que la recurrente reiteró su p etición de p restar su declaración inel Juez de la causa, solicitud a la que no se le dio curso, extremo que no fue desvirtuado por la autoridad judicial recurrida y que demuestra la voluntada de someterse al proceso y no la intención de eludir la justicia.

CONSIDERANDO: Que la normativa del nuevo Código de Procedimiento Penal promulgado mediante Ley Nº 1970 de 25 de marzo de 1999, en lo que corgarantías en favor de la libertad de la persona, se ajusta a las previsiones y alcances del art. 18 de la Constitución Política del Estado, al establecer en su

medidas cautelares serán aplicadas con carácter excepcional, regla que están obligados a cumplir los jueces, lo que no ha ocurrido en el caso de autos puuez recurrido al no adecuar su decisión al antes citado art. 7 ni observar los requisitos señalados por el art. 233 del nuevo Código de Procedal, de vigencia anticipada, ha incurrido en las violaciones a las que se refiere el art. 89-I de la Ley Nº 1836 y que tienen relación con la onal, por lo que la detención preventiva de la recurrente está al margen de la legalidad. ( Resaltado nuestro)OR TANTO: El Tribunal Constitucional en virtud de la jurisdicción que ejerce por mandato de los arts. 18-III y 120-7ª de la Constitución Política del Estado y 93 de la Ley Nº 1836, REVOo por la Sala Penal Primera de la Corte Superior del Distrito de La Paz, corriente a fs. 12-13 de 5 de agosto de 2000 y declara PROCEDENTE el Recurso debiendo el Juez recurrido aplicar lutivas a la detención preventiva previstas por el art. 240 d el nuevo Código de Procedimiento P enal y sea con las formalidades de Ley.

19] Unidad de Investigaciones Financieras de la Policía Boliviana

20] Vale aclarar que ni entonces ni n unca se hicieron esfuerzos para encontrarlos y extraditarlo s.

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21]  No imaginab a en ton ces, que no podría viaj ar n i al paí s más cercan o, d urant e quince años hast a q ue el últ imo arraig o fue levan tado el martes 10 de febrero 2015, precis amente en el décsario d e mi salid a del COF.

22]  No necesari amente ha mejorad o. El Pres iden te E vo Morales , el 5 de enero, 2 015 declaró necesari a un a nu eva reforma ya qu e “ (…)más b ien, d e acuerdo a lo s d atos que tenemos, s e ha ema en Bolivia” (Diario “ La Razón”, La Paz, 6 enero, 2015)

23] Traducción p ropia. En el COF no tenía acceso a Shakespeare en versión español a.24] Gorriones (aymara)

25] Una tradición aymara/quechua venida de zonas campesinas donde el trabajo de campo comienza al amanecer, de modo que para las diez de la mañana han pasado cuatro horas de labor ynda se hace necesaria.

26] Los di solv entes como ácido sulfúrico, acetona, removedo r de pintu ra, querosén y o tros se uti lizaban para extraer la cocaína de la hoj a de coca durante la maceración. Se los llamaba precur eran control adas por ley. Su uso no autorizado podría conllevar severas penalid ades.

27] Papali sa: ull ucus tub erosos, un tub érculo pecoso, amarillo con motas rojas, de gusto l igeramente diferente al de la papa.

28] “ Stone wall s do not a prison make, nor iron bars a cage…” Richard Lovelace, “ To Althea, from Prison”, 1642

29] Por la “ Ley de Sustancias Controladas, 1008”

30] Una pequeña bolsa de polivinilo con medio litro de alcohol etílico.

31] Ladrones de poca monta, especializados en robar hogares y pequeños negocios .32] Rohypn ol, nombre compun del Flun itrazepam, un sedante también cono cido como la “ droga de la violació n”.

33] En mis tribulacion es posterio res, tuve qu e ver con muchos o tros jueces y fiscales. Sin embargo, estos tres que actuaron du rante mis días en el COF fueron los q ue pusi eron la máquinamiento, con medidas extremas de detención, anotación preventiva de bienes, congelamiento de cuentas y arraigo. Antes de que termine la pesadilla, algunos de mis casos (llegaron a ser 6) hicie” de 12 Juzgados de Instrucció n, 6 Juzgados de Parti do, y llegaron a ser envi ados a El Al to (la ciud ad más cercana) porque lo s Jueces se excusaban con mucha frecuencia para evitar tener que lidi aredados. Memorablemente, en un caso en particular, pasamos por un a secuencia de 11 cambios d e radicatoria (diferentes Juzgados) sin una so la audiencia (por casi un año ), lo que signi ficaba qe en el proceso, y que no pod íamos sol icitar nada, nada en absolut o, ya que no había un Juez a cargo.

34] Como expliqué, las requi sas en la pu erta eran casi pura formalidad, pero el pav o de Drina fue sometido a una bús queda exhaustiv a de cavidades corpo rales.

35] El Consejo d e la Judicatu ra podía reconvenir, multar y hasta retirar a los Jueces quienes habían cometido in fracciones al detenerme sin causa. Podí a abrir una investi gación d e su conduct a.

36] El caso GA DER era, en realidad, una ramificación d e la misma estafa que yo había descu bierto y d enunciado , no un tema separado.

37] Person aje de la mitol ogía aymara, Ekhako. Enano , poderoso y fecundo; el di os de la abundancia.

38] Yatiri, un “ sabio” o chamán lo cal, de amplia o ferta en la feria.