La Leyenda de Los Otori II - La Hierba de Almohada

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CON LA HIERBA DE ALMOHADA

CON LA HIERBA DE ALMOHADALeyendas de los Otori, vol.2

Lian HearnShirakawa Kaede yaca sumida en un profundo sueo, en ese estado de semi-inconsciencia que los Kikuta logran provocar con su mirada. Pas la noche, y con la llegada de la madrugada las estrellas palidecieron y los sonidos del templo aumentaban y disminuan su intensidad; pero Kaede segua inmvil. No oa a Shizuka, su acompaante, quien, preocupada, la llamaba de vez en cuando con la intencin de despertarla. Tampoco notaba la mano de sta sobre su frente, ni escuchaba a los hombres del seor Arai que, impacientes, se acercaban a la veranda y recordaban a Shizuka que su amo deseaba conversar con la seora Shirakawa. La respiracin de Kaede era tranquila y reposada, y los rasgos de su rostro permanecan tan imperturbables como los de una mscara.

A la cada de la tarde, el sueo de Kaede se torn ms ligero. Sus prpados comenzaron a agitarse y en sus labios se perfil una sonrisa. Sus dedos, que horas antes haban rodeado delicadamente las palmas de sus manos, empezaban a estirarse.

"Ten paciencia. l vendr a buscarte".

En su sueo, Kaede se haba convertido en una figura de hielo; pero estas palabras resonaban en su mente con absoluta nitidez. No senta miedo alguno, tan slo notaba que algo fro y blanco la sujetaba, y que se encontraba inmersa en un mundo mgico y helado donde reinaba el silencio.

Abri los ojos.

An quedaban restos de luz. Por las sombras, Kaede dedujo que haba llegado el ocaso. Una campana ta con suavidad, una sola vez, y el aire qued inmvil de nuevo. Lo ms probable era que ese da, que Kaede no poda recordar, hubiera sido caluroso, pues bajo su cabello la muchacha notaba la piel hmeda. Los pjaros piaban desde los aleros y se escuchaba el golpeteo de los picos de las golondrinas, que atrapaban los ltimos insectos del da. Pronto viajaran hacia el sur, pues haba llegado el otoo.

El sonido de las aves recordaba a Kaede el dibujo que Takeo le haba entregado haca poco ms de un mes en ese mismo lugar. Se trataba del boceto de un pjaro del bosque que a ella le haca pensar en la libertad. Cuando el castillo de Inuyama fue pasto de las llamas, el dibujo se perdi junto a las dems pertenencias de Kaede: su manto nupcial, el resto de sus ropas... No contaba con posesin alguna. Shizuka encontr algunas prendas viejas en la casa donde se haban alojado, y tambin pudo hacerse con algunos peines y otros objetos. Era la vivienda de un comerciante, y Kaede nunca haba estado en un lugar parecido. La casa ola a soja fermentada y en ella vivan muchas personas de las que la joven intentaba apartarse, aunque de vez en cuando las criadas la espiaban a travs de las mamparas.

Kaede tema que los moradores de la vivienda se enteraran de lo que haba sucedido en la noche de la cada del castillo. Haba matado a un hombre y haba yacido con otro, junto al que luch blandiendo el sable del difunto. No daba crdito a tales acciones. A veces la invada la sensacin de estar hechizada, como se rumoreaba. Se deca que todo hombre que la deseaba encontraba la muerte, lo que en parte responda a la realidad. Varios ya haban muerto, pero Takeo no.

Desde que fuera asaltada por un guardia cuando resida en el castillo de los Noguchi en calidad de rehn, Kaede tema a todos los hombres. El terror que Iida le inspiraba la haba llevado a defenderse de l; pero Takeo no le produca temor alguno. Tan slo anhelaba abrazarle. Desde que se conocieron en Tsuwano, Kaede le haba deseado: quera que l la acariciara, y arda en deseos de sentir la piel de Takeo junto a la suya. Mientras recordaba aquella noche, la muchacha se daba cuenta -cada vez con mayor claridad- de que no poda casarse con nadie que no fuera l, que nunca amara a hombre alguno, salvo a Takeo. "Ser paciente", prometi. Pero de dnde llegaban aquellas palabras?

Kaede gir un poco la cabeza y vio la silueta de Shizuka al borde de la veranda. Tras la muchacha se erguan los rboles centenarios del templo. El aire desprenda olor a cedros y a polvo, y la campana anunciaba el crepsculo. Kaede no pronunci palabra. No deseaba hablar con nadie ni escuchar ninguna voz. Quera regresar al mundo helado de su sueo.

Entonces, tras las partculas de polvo que flotaban en los ltimos rayos de sol, acert a vislumbrar una figura. Un espritu, tal vez? No, deba de ser algo ms, pues los espritus carecen de cuerpo. All estaba, frente a Kaede; su presencia era real e indiscutible, y emita el resplandor de la nieve recin cada. Kaede clav la mirada en la figura y empez a incorporarse; pero en el instante mismo en el que reconoci a la diosa Blanca, la compasiva, la misericordiosa, sta se desvaneci.

--Qu ocurre? -Shizuka percibi el movimiento y corri junto a Kaede.

sta mir a Shizuka y advirti en sus ojos una honda preocupacin. Entonces cay en la cuenta de lo importante que esta mujer haba llegado a ser para ella: era su mejor amiga; en realidad, la nica que tena.

--Nada, estaba soando.

--Te sucede algo? Cmo te encuentras?

--No s. Me siento... -la voz de Kaede se fue apagando. Fij la mirada en Shizuka durante unos instantes-. Es que he dormido todo el da? Qu me ha ocurrido?

--l no debera haberlo hecho -contest Shizuka, cuya voz delataba tanta preocupacin como ira.

--Fue Takeo?

Shizuka asinti con la cabeza.

--No tena ni idea de que Takeo poseyera esa habilidad. Es caracterstica de la familia Kikuta...

--Lo ltimo que recuerdo es su mirada. Nos miramos a los ojos y, entonces, me qued dormida.

Shizuka observ que Kaede frunca el entrecejo. Tras una pausa, sta continu:

--Se ha marchado, no es as?

--Mi to, Muto Kenji, y Kotaro, el maestro Kikuta, vinieron a buscarle anoche -respondi Shizuka.

--Entonces, no volver a verle? -Kaede record su desesperacin de la noche anterior, antes de quedar sumida en aquel sueo largo y profundo. Le haba suplicado a Takeo que no la abandonase. No poda pensar en un futuro sin l, y se haba sentido irritada y herida cuando Takeo la rechaz. Pero aquella agitacin ya se haba disipado.

--Tienes que olvidarte de l -opin Shizuka, tomando la mano de Kaede entre las suyas y acaricindola suavemente-. De ahora en adelante, su vida y la tuya no deben encontrarse.

Kaede esboz una ligera sonrisa. "No soy capaz de olvidarle", pensaba. "Nadie podr apartarle de m. He visto a la diosa Blanca".

Bajo la luz mortecina, Shizuka tuvo la sensacin de que el rostro de Kaede flotaba y revoloteaba, como si se estuviera disolviendo y transformando.

--Te encuentras bien? -pregunt Shizuka otra vez, con una voz que denotaba angustia-. Son pocos los que sobreviven al sueo Kikuta. No s en qu medida te habr afectado.

--No me ha perjudicado; pero, de alguna forma, me ha transformado. Me siento como si no supiera nada, como si tuviera que aprenderlo todo de nuevo.

Confundida, Shizuka se dej caer de rodillas junto a Kaede y atraves con sus pupilas el rostro de la muchacha.

--Qu vas a hacer ahora? Dnde irs? Regresars a Inuyama con Arai?

--Debo ir a mi casa, junto a mis padres. Tengo que ver a mi madre; temo que haya muerto durante el tiempo que pasamos en Inuyama. Maana partir. Supongo que tendr que informar al seor Arai sobre mi marcha.

--Comprendo tu preocupacin -respondi Shizuka-, aunque puede que Arai no est dispuesto a dejarte marchar.

--Pues tendr que convencerle -rebati Kaede con aplomo-. Primero debo comer. Te importa pedir que me preparen algo de comida? Y, por favor, treme un poco de t.

--Seora.

Shizuka hizo una reverencia ante la joven y sali. Mientras se alejaba, Kaede escuch las tristes notas de una flauta que un msico invisible tocaba en el jardn situado a espaldas del templo. Ella crey acordarse del intrprete, un joven monje, aunque no acertaba a recordar su nombre. Era l quien les haba enseado las famosas pinturas de Sesshu cuando visitaron el templo por primera vez. La meloda le hablaba a Kaede de lo inevitable de la prdida y el sufrimiento. Mientras tanto, los rboles se mecan bajo el empuje del viento y las lechuzas comenzaban a ulular desde la montaa.

Shizuka regres con el t y entreg un cuenco a Kaede. sta lo bebi como si lo probara por vez primera: en su lengua notaba el sabor de cada una de las gotas. Cuando la anciana que atenda a los huspedes le ofreci arroz con verduras y salsa de judas, tambin experiment la sensacin de que nunca antes haba probado comida alguna. En silencio, se asombraba de las nuevas sensaciones que estaban despertando en ella.

--El seor Arai desea hablar contigo antes de que acabe el da -le inform Shizuka-. Le he dicho que te encuentras indispuesta, pero ha insistido. Si no te sientes con fuerzas para enfrentarte a l, ir a hablarle de nuevo.

--No podemos tratar al seor Arai de manera semejante -replic Kaede-. Si l me lo ordena, estoy obligada a obedecer.

--Est furioso -terci Shizuka en voz baja-. Se siente ofendido e indignado por la desaparicin de Takeo, pues con ello perder dos alianzas valiossimas. Ahora se ver forzado a luchar contra los Otori sin contar con su apoyo. Arai abrigaba la esperanza de que Takeo y t os unieseis en matrimonio cuanto antes...

--No quiero que hables de eso -objet Kaede antes de terminar el arroz, colocar los palillos en la bandeja y hacer una reverencia en agradecimiento por la comida.

Shizuka suspir.

--Arai no acaba de entender a la Tribu; desconoce su forma de actuar y las obligaciones que imponen a quienes les pertenecen.

--Es que Arai no saba que t eras miembro de la Tribu?

--l siempre ha sabido que yo poda recabar informacin y transmitir mensajes. Se daba por satisfecho con utilizar mis habilidades para poder sellar la alianza con el seor Shigeru y la seora Maruyama. Arai haba odo hablar de la Tribu; pero, como la mayora de la gente, pensaba que era poco ms que una hermandad. Qued muy impresionado al descubrir que la Tribu tuvo que ver con la muerte de Iida, de la que l mismo se benefici -Shizuka hizo una pausa, y despus continu en voz baja-: Ha perdido su confianza en m. Creo que se pregunta cmo ha podido yacer conmigo tantas veces sin que yo le asesinara. Lo cierto es que ya no volveremos a estar juntos. Nuestra relacin ha terminado.

--Le temes? Te ha amenazado?

--Est furioso conmigo -respondi Shizuka-. Piensa que le he traicionado o, peor an, que ha quedado en ridculo por mi culpa. Nunca me lo perdonar -la voz de Shizuka adquiri un tono de amargura-. Desde que apenas era una nia he sido su aliada ms cercana, su amante, su amiga... Le he dado dos hijos; pero l me habra enviado a la muerte sin dudarlo si no fuera por tu presencia.

--Matar a cualquier hombre que intente hacerte dao -sentenci Kaede.

Shizuka sonri.

--Qu aspecto tan fiero adquieres al pronunciar esas palabras!

--Los hombres mueren con facilidad -la voz de Kaede no denotaba emocin alguna-. Con el pinchazo de una aguja o la estocada de un cuchillo... T misma me lo enseaste.

--Confo en que an no hayas utilizado tales enseanzas -respondi Shizuka-. Pero luchaste bien en Inuyama, y Takeo te debe la vida.

Kaede permaneci en silencio durante unos instantes.

Entonces, con un hilo de voz, confes:

--No slo luch con el sable. Hay algo que no sabes.

Shizuka atraves a Kaede con sus pupilas.

--A qu te refieres? Es que fuiste t quien mat a Iida? -susurr Shizuka.

Kaede asinti con un gesto.

--Takeo cort la cabeza de Iida... cuando ya estaba muerto. Yo hice lo que t me enseaste, Iida iba a violarme.

Shizuka sujet con fuerza las manos de Kaede.

--Nunca cuentes a nadie lo sucedido! Ningn guerrero, ni siquiera Arai, te permitira seguir con vida.

--No siento culpa ni remordimiento -asegur Kaede-. Fue la menos infame de cuantas hazaas he realizado. No slo me proteg a m misma, sino que tambin vengu la muerte de muchos: la del seor Shigeru, la de mi pariente, la seora Maruyama, y la de su hija, y la muerte de otros inocentes a quienes Iida tortur y asesin.

--En todo caso, si la verdad llegara a conocerse, seras castigada por lo que hiciste. Si las mujeres empezaran a alzarse en armas con afn de venganza, los hombres pensaran que el mundo se est desmoronando.

--Mi propio mundo ya se ha desmoronado -intervino Kaede-. No obstante, debo ir a ver ai seor Arai. Treme... -la muchacha se interrumpi y lanz una carcajada-. Iba a pedirte que me trajeras algunas ropas, pero no poseo prenda alguna. No tengo nada!

--Tienes un caballo -respondi Shizuka-. Takeo te ha dejado el caballo gris.

--Me ha dejado a Raku? -entonces, a Kaede se le dibuj una amplia sonrisa que le ilumin el rostro. Fij la mirada en la distancia, y entonces sus ojos se tornaron oscuros y pensativos.

--Seora? -Shizuka puso la mano en el hombro de la joven.

--Pename el cabello... y haz llegar un mensaje al seor Arai: ir a visitarle enseguida.

Cuando las mujeres abandonaron sus aposentos, ya haba oscurecido por completo. Se dirigieron a las habitaciones principales de la posada, en las que se alojaban Arai y sus hombres. Desde el templo llegaba el resplandor de las luces, y en lo alto de la ladera, bajo los rboles, haba hombres con antorchas encendidas que rodeaban la tumba de Shigeru. Incluso a estas horas, eran muchos los que venan a visitar su sepulcro trayendo consigo incienso y otras ofrendas. Colocaban linternas y velas sobre la tierra que rodeaba la lpida con la intencin de obtener la ayuda del difunto, quien con el pasar de los das se iba convirtiendo para ellos en un dios.

"Shigeru duerme bajo una capa de fuego", pens Kaede, y rez en silencio a su espritu para que la guiase, mientras meditaba sobre lo que deba decir a Arai. Era la heredera de Shirakawa y de Maruyama, y saba que Arai deseaba sellar una alianza con ella, tal vez un matrimonio que la vinculase al poder que el guerrero estaba acumulando progresivamente. Haban conversado en varias ocasiones durante la estancia de Kaede en Inuyama y una vez ms a lo largo del viaje, aunque Arai haba concentrado toda su atencin en lograr el dominio de la campia y en planificar sus estrategias futuras. No le haba hablado de sus intenciones a Kaede, tan slo le haba mencionado su deseo de que, por medio del matrimonio, sta se uniese a los Otori. En el pasado -haca ya una eternidad- Kaede haba deseado ser algo ms que un pen en manos de los guerreros que decidan su destino. En la actualidad, gracias a la fortaleza que la diosa Blanca le haba otorgado, haba reafirmado su decisin de asumir el control de su propia vida. "Necesito tiempo", pens. "No debo actuar con precipitacin. Antes de tomar cualquier decisin, es necesario que acuda a mi casa".

Uno de los hombres de Arai -Kaede recordaba que se llamaba Niwa- la recibi al borde de la veranda y la gui hasta el umbral de la puerta. Todas las contraventanas permanecan abiertas. Arai estaba sentado al fondo de la estancia, con tres de sus hombres a su lado. Niwa anunci la llegada de Kaede, y el seor de la guerra levant la cabeza y volvi sus ojos hacia la muchacha. Durante unos instantes se observaron el uno al otro. Kaede le aguant la mirada, y sinti en sus venas el pulso del poder. Entonces, cay de rodillas e hizo una reverencia. No deseaba hacerla; pero se daba cuenta de que tena que aparentar una actitud de sumisin.

Arai devolvi la reverencia, y ambos se incorporaron a la vez. Kaede notaba cmo Arai clavaba su mirada en ella. Levant la cabeza y le mir tan fijamente como lo haca l. Pero el guerrero fue incapaz de sostener la mirada de la joven. El corazn de sta lata con fuerza a causa de su propia osada. En el pasado, el hombre que tena frente a ella le inspiraba confianza, pero ahora apreciaba que su rostro haba cambiado. Las lneas que rodeaban la boca y los ojos de Arai eran ms pronunciadas. Antao era una persona sensible y justa; pero ahora estaba atrapado por sus intensas ansias de poder.

No lejos de la residencia de los padres de Kaede, el Shirakawa flua a travs de inmensas cuevas de piedra caliza, en las que el agua haba moldeado la roca hasta formar numerosas columnas y formas. Cada ao, cuando Kaede era nia, acuda hasta all con su familia para venerar a la dios que habitaba en una de las figuras de roca, situada en la falda de la montaa. Daba la impresin de que la estatua gozaba de vida propia y se mova, como si el espritu que ocupaba intentase salir al exterior atravesando la capa de piedra. El pensamiento de Kaede volvi a ese manto de roca. Y si el poder fuera como un ro que converta en piedra a cuantos nadaban en l?

El aspecto imponente de Arai y su fortaleza fsica hacan que la joven se desanimara, pues le traan a la memoria aquel momento en que se encontr indefensa en brazo de Iida. Meditaba Kaede sobre el podero de los hombre que podan forzar a las mujeres a su antojo. "No permitir que hagan uso de su fuerza", pens. "Siempre llevar un arma conmigo". Kaede not en su boca un sabor tan dulce como la fruta fresca y a la vez tan intenso como la sangre: era el sabor del poder. Era ste el que llevaba a los hombres a combatir eternamente entre s, a someterse y a destruirse unos a otros? por que razn no podan las mujeres gozar de ese mismo poder?

Kaede buscaba en el cuerpo de Arai aquellos lugares donde la aguja y el cuchillo haban perforado a Iida, exponindole ante el mundo que l intentaba dominar y logrando que su sangre dejara de fluir. "No debo olvidarlo", se dijo a s misma. "Los hombres tambin pueden morir a manos de las mujeres. Yo he matado al hombre ms poderoso de los Tres Pases".

Kaede haba sido educada para complacer a los hombres, para someterse a su voluntad y a su inteligencia superior. El corazn de la muchacha lata con tanta fuerza que por un momento crey que se iba a desmayar. Respir hondo, tal y como Shizuka le haba enseado, y not cmo la sangre que corra por sus venas se apaciguaba.

--Seor Arai, maana partir hacia Shirakawa. Os agradecera que me proporcionaseis hombres para mi escolta.

--Prefiero que permanezcas en el este -respondi Arai con voz calmada-. Pero no es se el asunto que ahora quiero tratar contigo -los ojos del guerrero se contrajeron al mirar a la muchacha-. Hablemos de la desaparicin de Otori. Qu puedes decirme sobre este hecho inslito? Puedo afirmar que me he ganado el derecho a ejercer el poder. Ya haba sellado una alianza con Shigeru. Cmo es posible que el joven Otori haya hecho caso omiso de sus obligaciones para conmigo y para con su difunto padre? Cmo ha podido desobedecer y marcharse, sin ms? Adonde ha ido? Mis hombres le han buscado por la comarca durante todo el da; han llegado incluso hasta Yamagata. Takeo se ha desvanecido por completo.

--Yo no s dnde est -respondi Kaede.

--Me han dicho que anoche habl contigo antes de su partida.

--S -replic escuetamente la muchacha.

--Tuvo que darte alguna explicacin...

--Estaba comprometido por otras obligaciones -Kaede notaba cmo la congoja la atenazaba mientras pronunciaba estas palabras-. El no tena la intencin de insultaros -lo cierto era que no recordaba que Takeo le hubiera hablado de Arai, pero no hizo mencin alguna al respecto.

--Obligaciones para con la Tribu? -hasta entonces Arai haba logrado controlar su ira, pero ahora sta quedaba patente en su voz y en su mirada. Hizo un ligero gesto con la cabeza, y Kaede supuso que haba vuelto su mirada hacia Shizuka, que permaneca arrodillada bajo las sombras de la veranda-. Qu sabes de ellos?

--Muy poco -replic Kaede-. Ayudaron a Takeo a escalar los muros de Inuyama, y por ello todos nosotros estamos en deuda con la Tribu.

Al mencionar el nombre de Takeo, la joven se estremeci. Recordaba el tacto de su cuerpo junto al suyo, en aquellos momentos en que estaban convencidos de que iban a morir. Sus ojos se oscurecieron y su rostro se suaviz. Arai not este cambio en la expresin de Kaede, aunque no imaginaba a qu obedeca. Cuando el guerrero habl de nuevo, la muchacha apreci en su voz un nuevo matiz.

-Puedo concertar otro matrimonio para ti. Los Otori cuentan con otros jvenes, primos de Shigeru. Enviar mensajeros a Hagi.

--Estoy de luto por el seor Shigeru -respondi Kaede-. Ahora no es posible contemplar mi matrimonio con ningn otro. Ir a mi casa para intentar superar mi desdicha.

"Quin desear casarse conmigo, conociendo mi reputacin?", se pregunt Kaede; pero, a continuacin, pens: "Takeo no muri". La joven crea que Arai no cedera y, sin embargo, tras unos instantes, ste concedi su aprobacin.

--Tal vez sea mejor que acudas junto a tu familia. Enviar a buscarte cuando yo regrese a Inuyama. Entonces, hablaremos sobre tu matrimonio.

--Convertiris Inuyama en vuestra capital?

--S, mi intencin es reconstruir el castillo -bajo la luz parpadeante, el rostro de Arai se mostraba resuelto y amenazante. Kaede permaneci en silencio. El guerrero continu bruscamente-: Volviendo a la Tribu... Yo desconoca su poderosa influencia. Lograron que Takeo renunciase a su matrimonio y a su herencia, y ahora le mantienen totalmente oculto. A decir verdad, no tena ni idea de con quin estaba tratando -de nuevo, volvi la mirada hacia Shizuka.

"La matar", pens Kaede. "No se trata slo de la furia que siente por la desobediencia de Takeo. Arai tambin se siente profundamente herido en su orgullo. Debe de sospechar que Shizuka le ha espiado durante aos". La muchacha se preguntaba qu habra sido del amor y el deseo que haba existido entre ambos. Cmo poda desaparecer de repente? Es que tantos aos de servicio, confianza y lealtad no haban servido de nada?

--Me encargar personalmente de recabar informacin sobre la Tribu -continu Arai, como si hablara para s mismo-. Seguro que hay alguien que sabe de ellos y est dispuesto a hablar. No puedo permitir la existencia de una organizacin semejante. Minarn mi poder del mismo modo que las termitas logran acabar con la madera.

Kaede intervino entonces:

--Creo que fuisteis vos quien envi a Shizuka para cuidar de m. Debo mi vida a su proteccin. Por otra parte, considero que os fui fiel en el castillo de los Noguchi. Existen fuertes vnculos entre nosotros que no deben romperse. Quienquiera que sea mi esposo, sellar una alianza con vos. Es mi deseo que Shizuka permanezca a mi servicio y que me acompae a la casa de mis padres.

Entonces, Arai mir a Kaede, y de nuevo su mirada se top con la frialdad de los ojos de ella.

--Apenas han pasado 15 meses desde que mat a un hombre por tu causa -record Arai-. Eras casi una nia. Has cambiado...

--Me he visto obligada a crecer -replic la joven, esforzndose por no recordar sus ropas prestadas, su absoluta falta de pertenencias.

"Soy la heredera de un gran dominio", se record a s misma. Luego sostuvo la mirada de Arai hasta que ste, a regaadientes, inclin la cabeza.

--De acuerdo. Dispondr que mis hombres te acompaen hasta Shirakawa... y puedes llevarte contigo a la mujer de los Muto.

--Seor Arai -slo entonces Kaede baj los ojos e hizo una reverencia.

El seor de la guerra llam a Niwa con el fin de organizar los preparativos para el da siguiente, y Kaede se despidi, dirigindose a l con gran respeto. La joven tena la sensacin de que su encuentro con Arai haba sido provechoso, por lo que no le importaba simular que era l quien ostentaba todo el poder.

Luego regres a los aposentos de las mujeres, junto a Shizuka, y ambas permanecieron en silencio. La anciana encargada de los huspedes ya haba extendido los colchones. Ayud a Shizuka a desvestir a Kaede y despus trajo para ambas prendas de dormir. A continuacin, se despidi hasta el da siguiente y se retir a la habitacin contigua.

El rostro de Shizuka estaba plido y su actitud denotaba una humildad que la joven seora nunca haba conocido. Puso la mano sobre el hombro de Kaede, y murmur:

--Gracias.

No dijo nada ms. Cuando ya las dos yacan bajo las mantas de algodn, mientras los mosquitos zumbaban por encima de sus cabezas y las polillas revoloteaban junto a las lmparas, Kaede not junto a s la rigidez del cuerpo de Shizuka, y saba que sta se esforzaba por superar su angustia. Sin embargo, no rompi a llorar.

Kaede alarg los brazos y estrech con fuerza a su compaera, sin pronunciar palabra. Compartan el mismo sufrimiento, pero Kaede tampoco derram ni una sola lgrima. No permitira que nada debilitase el poder que estaba cobrando vida en su interior.

A la maana siguiente ya estaban preparados los palanquines y la escolta que acompaara a las mujeres. Iniciaron la marcha justo a la salida del sol. Recordando el consejo de su pariente, la seora Maruyama, Kaede se introdujo en el palanqun con suma delicadeza, como si por su condicin de mujer fuera frgil y desvalida. Sin embargo, orden a los sirvientes que trajeran de los establos el caballo de Takeo y, una vez en la carretera, no dud en abrir las cortinas de papel encerado para observar el exterior.

A pesar de poder contemplar el paisaje, Kaede pronto se sinti mareada. El vaivn del palanqun le resultaba insoportable y al llegar a Yamagata, el primer alto en el camino, se senta tan aturdida que apenas si acertaba a caminar. No poda resistir ver la comida y, al beber unos sorbos de t, vomit de inmediato. Tal debilidad fsica enfureca a Kaede, pues tena la impresin de que minaba su recin descubierta sensacin de poder. Shizuka la condujo hasta una pequea estancia de la posada, le lav la cara con agua fra e hizo que se tumbara durante un rato. El mareo desapareci tan rpido como haba llegado, y Kaede consigui ingerir un poco de sopa de judas rojas y beber un cuenco de t.

No obstante, al ver de nuevo el palanqun de color negro, la muchacha volvi a sentir nuseas.

--Traedme el caballo -orden Kaede-. Quiero cabalgar.

Un criado la ayud a montar a lomos de Raku, y Shizuka la sigui, galopando con suma pericia. De esta forma, ambas viajaron durante el resto de la maana sin apenas pronunciar palabra, cada una sumida en sus propios pensamientos; pero encontraban consuelo sintindose cerca una de la otra.

Una vez que abandonaron Yamagata, la carretera se hizo ms empinada. En algunos tramos haba escalones formados por enormes piedras planas. Ya se apreciaban seales de la llegada del otoo, aunque el cielo estaba despejado y el aire era an clido. Las hojas de las hayas, los zumaques y los arces empezaban a adquirir tonos dorados y prpuras; bandadas de gansos salvajes volaban a gran distancia por encima de la comitiva; los bosques eran cada vez ms compactos, y entre la vegetacin no corra una brizna de aire. El caballo avanzaba despacio y, con la cabeza gacha, ascenda poco a poco los peldaos de piedra. Los hombres, inquietos, se mostraban alerta. Desde que Iida y el clan Tohan fueran derrotados, la campia estaba atestada de soldados sin amo que, reticentes a jurar nuevas alianzas, haban optado por convertirse en bandoleros.

El caballo era robusto y se encontraba en buenas condiciones y, a pesar del calor y de las dificultades del camino, su pelaje apenas haba oscurecido por el sudor cuando pararon de nuevo en una pequea posada situada en lo alto de un puerto de montaa. Era algo ms tarde del medioda. Los criados se llevaron a los caballos para darles de comer y beber; los soldados se acomodaron a la sombra de los rboles que rodeaban el pozo, y una anciana extendi colchones sobre la estera de una de las habitaciones para que Kaede y Shizuka pudieran descansar una o dos horas.

Kaede yaca sobre el colchn, satisfecha por poder desentumecer los msculos. La luz de la estancia era dbil y mostraba un tinte verdoso. Enormes cedros evitaban que penetraran por la ventana los intensos rayos del sol. Desde la distancia, Kaede escuchaba el refrescante murmullo de un manantial; tambin oa las voces de los hombres, que hablaban en voz baja y, de cuando en cuando, se echaban a rer. Tambin acertaba a escuchar cmo Shizuka hablaba con alguien en la cocina. Al principio, su voz sonaba alegre y desenfadada, y la joven se alegr de que su acompaante estuviera recuperando el nimo; pero al poco tiempo el tono disminuy en intensidad, y la persona a la que le hablaba respondi de la misma forma. Kaede no lleg a or lo que estaban diciendo.

Pasado un rato, la conversacin ces. Shizuka entr en la habitacin y se tumb junto a Kaede.

--Con quin estabas charlando?

Shizuka gir la cabeza para poder hablarle al odo.

--Uno de mis primos trabaja aqu.

--Tienes primos en todas partes.

--Es lo habitual en la Tribu.

Kaede permaneci en silencio unos instantes. Despus dijo:

--No hay nadie que sospeche vuestra identidad y quiera...?

--Quiera qu?

--No s... librarse de vosotros.

Shizuka solt una carcajada.

--Nadie se atreve. Nosotros tenemos muchas ms formas de librarnos de ellos. A ciencia cierta, nadie sabe nada sobre la Tribu. Algunos sospechan; pero ya te habrs dado cuenta de que mi to Muto Kenji y yo misma somos capaces de adquirir mltiples apariencias. Es difcil reconocer a los miembros de la Tribu y, adems, contamos con otras muchas habilidades.

--Cuntame ms cosas sobre la Tribu! -Kaede estaba fascinada por ese otro mundo que yaca bajo el que ella conoca.

--Puedo contarte algo; pero no te lo puedo desvelar todo. Hablaremos ms tarde, cuando nadie pueda ornos.

Un cuervo sobrevol la posada lanzando un sonoro graznido.

Entonces, Shizuka intervino:

--Mi primo me ha informado sobre dos asuntos. En primer lugar, Takeo no ha salido de Yamagata. Arai ha ordenado que la carretera permanezca vigilada por grupos de bsqueda y guardias. Seguro que le mantienen escondido en algn lugar de la ciudad.

El cuervo grazn de nuevo.

"Tal vez hoy hayamos pasado junto a su escondite", pens Kaede, quien, tras una larga pausa, pregunt:

--Cul es el segundo asunto?

--Puede que ocurra un accidente en la carretera.

--Y quin sufrira ese accidente?

--Yo. Por lo visto Arai quiere librarse de m, como t dices. Ha planeado mi muerte como un hecho fortuito, un ataque de bandoleros o algo parecido. No puede soportar que yo siga con vida, pero tampoco quiere ofenderte a ti.

--Tienes que huir -la voz de Kaede adquiri un tono de angustia-. Mientras permanezcas conmigo, Arai sabr dnde encontrarte.

--Shhh... -advirti Shizuka-. Te lo estoy contando para que no hagas ninguna tontera.

--Qu tontera podra hacer yo?

--Utilizar tu cuchillo, intentar defenderme...

--Eso es justo lo que hara -replic Kaede.

--Ya lo s; pero tu valenta y tu destreza deben permanecer ocultas. Alguien que viaja con nosotros me proteger; puede que ms de una persona. Deja que sean elles los que luchen.

--De quin se trata?

--Si lo averiguas, mi seora, recibirs un regalo! -exclam Shizuka con tono desenfadado.

--Qu fue de tu corazn herido? -pregunt Kaede con curiosidad.

--La rabia me ayud a curarlo -respondi Shizuka. Entonces, ms seriamente, continu-: Es posible que nunca vuelva a amar a un hombre como le am a l; pero no he hecho nada de lo que tenga que avergonzarme. No soy yo quien ha actuado de manera innoble. En el pasado yo estaba ligada a l como si fuera un rehn; al apartarme de su lado, l mismo me ha liberado.

--Debes abandonarme -insisti Kaede.

--Cmo puedo abandonarte ahora? Me necesitas ms que nunca.

Kaede permaneci inmvil.

--Por qu ms que nunca?

--Seora, tienes que saberlo. Tu menstruacin se ha retrasado, tu cutis se ha hecho ms suave y tu cabello est ms espeso. Las nuseas, los repentinos ataques de hambre... -la voz de Shizuka era cariosa y denotaba una profunda lstima.

El corazn de Kaede comenz a latir a toda velocidad. Senta en su interior toda la fuerza de esta revelacin, pero no se atreva a enfrentarse a ella.

--Qu ser de m?

--Quin es el padre? No ser Iida...

--Mat a Iida antes de que pudiera forzarme. Si es cierto que estoy embarazada, slo puede ser de Takeo.

--Cundo...? -susurr Shizuka.

--La noche que Iida muri Takeo vino a mi habitacin. Ambos estbamos seguros de que bamos a morir.

Shizuka lanz un suspiro.

--A veces pienso que Takeo tiene un punto de locura.

--No es locura. Ms bien se trata de magia -replic Kaede-. Es como si desde que nos conocimos en Tsuwano hubiramos estado atrapados por un hechizo.

--Mi to y yo somos los culpables, la verdad. Nunca debimos permitir que os conocieseis.

--Ni vosotros ni nadie podra haberlo impedido -sentenci Kaede, sin poder evitar que un hormigueo de jbilo le recorriera el cuerpo.

--Si se tratase del hijo de Iida, yo sabra cmo actuar -terci Shizuka-. No dudara un instante. Puedo ensearte mtodos para interrumpir el embarazo... Pero el hijo de Takeo es de mi familia y lleva mi propia sangre.

Kaede permaneci en silencio. "Es posible que mi hijo herede los poderes de Takeo", reflexion. "Esos poderes que le hacen tan valioso. Todos han querido utilizarle para sus propios fines, pero yo le amo por s mismo. Nunca me deshar de su hijo, ni jams permitir que la Tribu me lo arrebate. Sera Shizuka capaz de intentarlo? Sera capaz de traicionarme?".

La joven permaneci callada durante tanto tiempo que Shizuka se incorpor para ver si se haba quedado dormida; sin embargo, los ojos de Kaede estaban abiertos y miraban fijamente la luz verdosa que resplandeca ms all del umbral.

--Cunto tiempo me durarn las nuseas? -pregunt.

--No mucho. Adems, el embarazo no se notar hasta pasados dos o tres meses.

--Veo que entiendes de estos asuntos. Tienes dos hijos, no es as?

--S. Son hijos de Arai.

--Dnde estn?

--Con mis abuelos. l desconoce su paradero.

--No se interesa por ellos?

--Les prest atencin hasta que se cas y su esposa legtima le dio un hijo varn -contest Shizuka-. Entonces, como mis hijos son mayores, Arai comenz a considerarlos como una amenaza para su heredero. Yo me percat de sus recelos y los llev a una aldea remota que sirve de escondite a la familia Muto. Es preciso que Arai nunca averige dnde se encuentran.

A pesar del calor, un escalofro recorri el cuerpo de Kaede.

--Crees que sera capaz de hacerlos dao?

--No sera la primera vez que un seor, un guerrero, actuase de esa manera -respondi Shizuka con amargura.

--Tengo miedo de la reaccin de mi padre -admiti Kaede-. Qu ser de m?

Shizuka susurr:

--Imagina que el seor Shigeru, temiendo la traicin de Iida, hubiera insistido en que os casarais en secreto en Terayama el da que visitamos el templo. Tu pariente, la seora Maruyama, y Sachie, su acompaante, habran sido testigos de la boda; pero ambas han muerto.

--No puedo engaar a todos de esa forma... -neg Kaede.

Shizuka la interrumpi.

--No hace falta que digas nada. La boda se ha mantenido oculta en todo momento. Tan slo respetas la voluntad de tu difunto esposo. Yo har que se sepa como por casualidad. Vers cmo estos hombres son incapaces de guardar un secreto.

--Y los documentos? No tenemos pruebas...

--Se perdieron durante la cada de Inuyama junto al resto de tus pertenencias. Shigeru ser el padre. Si la criatura es un varn, pasar a ser el heredero de los Otori.

--Todo eso est demasiado lejano en el tiempo como para pensarlo ahora -cort Kaede con rapidez-. No tientes al destino.

La joven seora tena en mente el hijo no nacido de Shigeru, aquel que haba perecido silenciosamente dentro del vientre de su madre en las aguas del ro de Inuyama. Kaede elev una plegaria para que el espritu de aquel pequeo no sintiera celos y su propia criatura lograra sobrevivir.

Antes de concluir la semana, las nuseas haban remitido en cierta medida. Los pechos de Kaede aumentaron de tamao, le dolan los pezones y empez a sentir un apetito insaciable en los momentos ms inesperados. Por lo dems, se encontraba bien, incluso mejor de lo que nunca se haba encontrado en toda su vida. Sus sentidos se agudizaron, como si la criatura compartiera sus poderes con ella. Con gran sorpresa, cay en la cuenta de que la informacin secreta aireada por Shizuka haba llegado a los hombres, pues, uno a uno, empezaron a llamarla "seora Otori", en voz baja y mirndola de soslayo. La situacin incomodaba a Kaede, pero sta no tena ms remedio que seguirles la corriente.

Kaede observaba atentamente a los hombres e intentaba discernir quin de ellos sera el miembro de la Tribu con la misin de proteger a Shizuka cuando llegase el momento. sta haba recobrado su alegra, y rea y bromeaba con todos ellos por igual; todos respondan con distintas reacciones, que iban desde la estima hacia la muchacha hasta el deseo por ella. Pero ninguno pareca vigilarla especialmente.

Puesto que apenas miraban a Kaede directamente, los hombres no podan imaginar lo bien que sta haba llegado a conocerlos. Los distingua por su forma de andar o por su voz, a veces incluso por su olor. Otorg apodos a cada uno de ellos: Cicatriz, Bizco, Silencioso, Brazo Largo...

Brazo Largo ola al aceite picante que los hombres solan utilizar para sazonar el arroz. Tena la voz grave y su acento era tosco. Haca gala de una actitud que a Kaede le resultaba un tanto insolente, una especie de irona que a ella la irritaba. De constitucin media, tena la frente amplia. Sus ojos eran saltones, de un negro tan intenso que parecan carecer de pupilas; acostumbraba a entornarlos, para despus resoplar por la nariz a la vez que mova la cabeza. Tena los brazos anormalmente largos y las manos grandes. Si alguno de los hombres fuera a asesinar a Shizuka, sin duda sera l.

Durante la segunda semana, una tormenta repentina oblig a la comitiva a detenerse en una pequea aldea. Confinada a causa de la lluvia en una estrecha e incmoda habitacin, Kaede se senta inquieta. Los pensamientos sobre su madre la atormentaban; cuando la buscaba en su memoria, tan slo encontraba oscuridad. Intentaba recordar el rostro de su progenitora, pero le resultaba imposible. Tampoco lograba acordarse del aspecto de sus hermanas. La ms joven deba de rondar los nueve aos. Si su madre, como Kaede tema, hubiera muerto, tendra que ocupar su lugar y ser una madre para ellas. Tendra que hacerse cargo de la casa, supervisar las labores de la cocina, la limpieza, la elaboracin de tejidos o la costura, es decir, las tareas propias de las mujeres que las nias aprendan de sus madres, tas y abuelas. Kaede no saba nada de estos menesteres. Cuando estuvo en calidad de rehn con los Noguchi, stos no la haban educado en absoluto. Apenas le ensearon nada; todo lo que aprendi fue a sobrevivir por s misma entre los muros del castillo, mientras corra de un lado a otro, como una criada, a las rdenes de los soldados. Kaede se daba cuenta de que haba llegado el momento de aprender tales quehaceres domsticos. El hijo que llevaba en su vientre le aportaba sentimientos y sensaciones que nunca antes haba experimentado, como el instinto de cuidar de los suyos. Entonces, record a los lacayos Shirakawa: Shoji Kiyoshi, Amano Tenzo... que acompaaron a su padre cuando ste fue a visitar a Kaede al castillo de los Noguchi. Tambin se detuvo a pensar en las criadas de la residencia familiar, como Ayame, a la que Kaede haba aorado casi tanto como a su propia madre cuando tuvo que abandonar su hogar a la edad de siete aos. Vivira an Ayame? Se acordara todava de la nia a la que un da cuid? Kaede regresaba a casa supuestamente casada y viuda; otro hombre haba fallecido por su causa y, adems, estaba embarazada. Cmo la recibiran sus padres?

El retraso en el viaje tambin irritaba a los hombres. Kaede perciba que estaban vidos por concluir su fastidioso cometido y ansiosos por regresar a las batallas, que constituan su verdadero trabajo, su vida entera. Queran tomar parte en las victorias de Arai sobre los Tohan que estaban producindose en el este, y detestaban encontrarse en el oeste, al cuidado de dos mujeres.

Kaede pensaba que, en das pasados, Arai slo era uno ms de ellos. Cmo haba logrado acumular un poder tan inmenso? Qu cualidades tena para que esos hombres adultos, dotados de gran fortaleza fsica, desearan seguirle y obedecerle? Kaede record de nuevo la sangre fra de Arai cuando, sin dudarlo, haba cortado la garganta del guardia que la haba asaltado en el castillo de los Noguchi. l no dudara en matar a cualquiera de esos hombres de la misma forma. No obstante, no era el miedo lo que les haca obedecer a su seor. Tal vez fuera la confianza que les inspiraba la crueldad de ste, o quiz su voluntad de actuar de inmediato, sin pararse a pensar en la bondad o maldad de sus acciones. Seran capaces aquellos hombres de confiar en una mujer de modo semejante? Podra ella misma ponerse al mando de hombres como ellos? Los guerreros como Shoji, la obedeceran?

La lluvia ces y pudieron proseguir su camino. La tormenta haba arrastrado las ltimas nubes y los das eran despejados; el firmamento se mostraba como una inmensa capa azul que coronaba las cumbres de las montaas, donde los arces adquiran un tono rojizo cada vez ms intenso. Por las noches refrescaba, y ya se anunciaban las heladas que no tardaran en llegar.

El viaje sigui su curso, y las jornadas resultaban largas y tediosas. Por fin, una maana, Shizuka inform:

--ste es el ltimo puerto de montaa. Maana llegaremos a Shirakawa.

Se encontraban descendiendo un sendero muy empinado. Las agujas de los pinos tapizaban la vereda de tal forma que no se oan los cascos de los caballos. Shizuka caminaba junto a Raku y Kaede cabalgaba a lomos de ste. Bajo los pinos y los cedros reinaba la oscuridad, pero un poco ms adelante los rayos del sol atravesaban una plantacin de bamb, arrojando una luz moteada y verdosa.

--Has viajado alguna vez por este camino? -pregunt Kaede.

--Muchas veces -respondi Shizuka-. La primera vez fue hace aos. Me enviaron a Kumamoto a trabajar para la familia Arai cuando yo era ms joven de lo que t eres ahora. Por entonces todava viva el viejo seor, que era muy estricto con sus hijos. Sin embargo, el mayor de ellos, al que pusieron el nombre de Daiichi, se las ingeniaba para llevarse a la cama a las criadas. Yo logr resistirme durante un tiempo; pero, como sabes, esto no resulta fcil para las muchachas que habitan en los castillos de los nobles. Yo estaba decidida a que Arai Daiichi no se olvidara de m tan rpidamente como borraba de su memoria a la mayora de las sirvientas; adems, yo haba recibido instrucciones por parte de mi familia, los Muto.

--De modo que le estuviste espiando todo ese tiempo -murmur Kaede.

--Ciertas personas estaban interesadas en saber dnde resida la lealtad de los Arai. Especialmente deseaban informarse sobre Daiichi, antes de que ste se uniese a los Noguchi.

--Cuando hablas de ciertas personas te refieres a Ida?

--Desde luego. Todo formaba parte del acuerdo al que Iida lleg con el clan Seishuu tras la batalla de Yaegahara. Arai se resista a servir a los Noguchi. Iida le desagradaba y consideraba que Noguchi era un traidor, pero se vio obligado a obedecer.

--Trabajabas t para Iida?

--Ya sabes para quin trabajo -respondi Shizuka en voz baja-. Siempre, y en primer lugar, para la familia Muto y para la Tribu. En aquella poca, Iida contrataba a muchos miembros de mi familia.

--Nunca lograr entenderlo -terci Kaede.

Las alianzas llevadas a cabo en el seno de la casta a la que perteneca Kaede eran de por s complejas: se sellaban nuevos acuerdos a travs del matrimonio; las antiguas alianzas se mantenan con rehenes; las amistades se rompan por ofensas repentinas, a causa de desavenencias o en beneficio propio. No obstante, todo ello pareca de lo ms simple en comparacin con las intrigas propias de la Tribu. Kaede volvi a tener la desagradable impresin de que Shizuka slo permaneca junto a ella por orden de los Muto.

--Me ests espiando?

Shizuka hizo un gesto con la mano para silenciar a Kaede. Algunos hombres cabalgaban delante de ellas; otros, a sus espaldas. Pensaba Kaede que todos se hallaban a la distancia suficiente como para no or la conversacin.

--Dime, me espas?

Shizuka puso una mano sobre el lomo del caballo. Kaede fij la mirada en la nuca de su acompaante; bajo el oscuro cabello de sta se apreciaba la palidez de su cuello. Haba girado la cabeza, por lo que la joven seora no poda ver su rostro. Shizuka mantena el paso del caballo mientras ste bajaba la cuesta; el corcel balanceaba las patas para poder mantener el equilibrio. Kaede se inclin hacia delante y susurr:

--Contstame.

Entonces, Raku se asust y baj la cabeza bruscamente. Con el repentino movimiento, Kaede perdi el equilibrio.

"Voy a caerme", pens, sorprendida, mientras se precipitaba hacia el suelo y acababa desplomndose junto a Shizuka.

El caballo salt hacia un lado para intentar no pisotear a las mujeres. Kaede se dio cuenta de que algo inusual estaba ocurriendo; aquello no era tan slo la cada desde un caballo.

--Shizuka! -grit Kaede.

--No te levantes -replic la muchacha, empujando a la joven seora contra el suelo, que forcejeaba para levantar la cabeza.

Delante de ellas, en el sendero, se encontraban dos hombres con aspecto de forajidos y con las espadas en alto. Kaede palp su cuchillo. Le habra gustado disponer de una espada o de un palo, pero record su promesa. El incidente apenas dur unos segundos y, a continuacin, pudo escuchar el golpe seco de la cuerda de un arco. Una flecha pas junto a las orejas de Raku, lo que hizo que ste diera un respingo y se encabritara con renovada energa.

Se oy un grito, y uno de los bandidos cay fulminado a los pies de Kaede. La flecha le haba alcanzado en el cuello y de la herida manaba un chorro de sangre.

El otro bandolero vacil un instante, pero el caballo salt hacia un lado y le derrib. Intilmente, el hombre intent blandir su espada ante Shizuka; pero, en ese momento, Brazo Largo se plant de un salto sobre l y le sesg el cuello con su sable.

Los hombres que haban cabalgado por delante de las mujeres giraron en redondo y regresaron junto a ellas; los que viajaban detrs, corrieron a su encuentro. Shizuka tom al caballo por las riendas y trat de tranquilizarlo.

Brazo Largo ayud a Kaede a levantarse.

--No os asustis, seora Otori -dijo ste con su tosco acento. De su aliento se desprenda un fuerte olor a aceite picante-. Slo eran bandidos.

"Slo bandidos?", pens Kaede. Haban muerto rpidamente y derramado mucha sangre. "Tal vez eran simples bandidos; pero quin los contrat?".

Los hombres recogieron las armas de los forajidos y se las rifaron; despus, arrojaron los cadveres a la maleza. Resultaba imposible decir si alguno de ellos haba esperado el asalto o si haba quedado decepcionado con el resultado del mismo. Daba la impresin de que mostraban un mayor respeto por Brazo Largo, y Kaede se percat de que estaban impresionados por la rapidez de reaccin de ste y por su habilidad para el combate. En todo caso, actuaban como si el suceso no tuviera nada de extraordinario; parecan dar por hecho que los viajes siempre entraan peligros. Algunos de ellos bromearon con Shizuka, afirmando que los bandidos deseaban tomarla como esposa. Ella respondi en el mismo tono jocoso, y aadi que el bosque estaba atestado de hombres desesperados, aunque incluso un forajido tena ms posibilidades de ganar la estima de la muchacha que cualquiera de los hombres que componan la escolta.

--Nunca habra averiguado quin estaba encargado de defenderte -coment Kaede ms tarde-. De hecho, pensaba ms bien lo contrario. Yo sospechaba que l te matara con esas manos tan enormes.

Shizuka se ech a rer.

--Es un tipo muy inteligente y un luchador despiadado. Es fcil juzgarle errneamente, o subestimarle. No has sido la nica persona a la que ha engaado. Te asustaste en ese momento?

Kaede hizo un esfuerzo por acordarse.

--No, sobre todo porque no tuve tiempo. Recuerdo que me habra gustado tener una espada.

Shizuka replic:

--Tienes el don de la valenta.

--No es verdad; me asusto con frecuencia.

--Nadie lo sospechara -murmur Shizuka.

Haban llegado a la posada de un pequeo pueblo situado en la frontera del dominio Shirakawa. Kaede haba tomado un bao en el manantial de agua caliente y, vestida con prendas de dormir, aguardaba la llegada de la cena. La acogida que le haban dispensado en la posada no haba sido clida, y el estado en el que se encontraba el pueblo la inquietaba. Daba la impresin de que escaseaban los alimentos, y los lugareos se mostraban taciturnos y desanimados.

A causa de la cada del caballo, la joven tena cardenales en un costado y tema por la seguridad de la criatura que llevaba en el vientre. Tambin se senta nerviosa ante el encuentro con su padre. Creera l realmente que su hija se haba casado? Kaede no lograba imaginar la furia de su progenitor en caso de que descubriese la verdad.

--No me siento muy valiente en estos momentos -confes Kaede.

Shizuka replic:

--Te dar un masaje en la cabeza. Pareces agotada.

Pero incluso despus de inclinarse hacia atrs y notar los dedos de Shizuka en el crneo, la preocupacin de Kaede ba en aumento. Entonces, record la conversacin que ambas estaban manteniendo justo antes del ataque.

--Maana llegars a tu casa -intervino Shizuka, notando la tensin que atenazaba a la joven seora-. El trayecto est a punto de concluir.

--Shizuka, respndeme con sinceridad. Cul es la verdadera razn por la que permaneces a mi lado? Para espiarme? Quin emplea a los Muto hoy en da?

--En este momento no trabajamos para nadie. La cada de Iida ha sumido a los Tres Pases en el caos. Arai afirma que har desaparecer a la Tribu, aunque todava desconocemos si sa es su verdadera intencin, o si recobrar el juicio y se convertir en nuestro aliado. Mientras tanto, mi to Kenji, que te admira profundamente, seora Shirakawa, desea estar informado sobre tu bienestar y tus intenciones.

"Y tambin sobre mi hijo", pens Kaede, aunque no lo mencion.

--Mis intenciones?

--Eres la heredera de Maruyama, uno de los ms ricos y poderosos dominios de todo el oeste, y tambin heredars las tierras de Shirakawa. Quienquiera que contraiga matrimonio contigo se convertir en una pieza clave para el futuro de los Tres Pases. Por el momento todos creen que mantendrs la alianza con Arai, y as l reforzara su posicin en el oeste mientras soluciona el asunto pendiente con los Otori. Tu destino est ntimamente ligado al clan Otori y al Pas Medio.

--Es posible que no me case con nadie -sentenci Kaede como para s.

"Y, en ese caso", pensaba, "por qu no habra yo de convertirme en esa pieza clave para los Tres Pases?".

Los sonidos del templo de Terayama -la campana de medianoche, los cnticos de los monjes...- se fueron alejando de mis odos a medida que caminaba tras los dos maestros -Kikuta Kotaro y Muto Kenji- mientras bajbamos por el solitario sendero de pronunciada pendiente y espesa vegetacin que discurra a lo largo del ro. Avanzbamos con rapidez, y el estrpito de las aguas ahogaba el sonido de nuestras pisadas. Apenas hablbamos, y no nos cruzamos con nadie durante el trayecto.

Para cuando llegamos a Yamagata ya casi haba amanecido y los primeros gallos empezaban a cantar. La ciudad estaba desierta, a pesar de que se haba levantado el toque de queda y los Tohan ya no patrullaban las calles. Llegamos a la casa de un comerciante, situada en el centro de la urbe, a corta distancia de la posada donde nos habamos alojado durante el Festival de los Muertos. Yo conoca bien esa calle, pues por las noches me haba dedicado a recorrer la ciudad. Tena la impresin de que desde entonces haba transcurrido una eternidad.

Yuki, la hija de Kenji, abri la cancela como si nos hubiera estado esperando durante toda la noche, aunque llegamos tan silenciosamente que ninguno de los perros ladr. Yuki no pronunci palabra; pero yo percib la intensidad con la que me estudiaba. Su rostro, sus ojos vivaces y su cuerpo elegante y bien formado trajeron a mi memoria, con absoluta nitidez, los terribles acontecimientos que tuvieron lugar en Inuyama la noche en la que muri Shigeru. Yo haba esperado encontrarme con Yuki en Terayama, pues ella haba viajado da y noche hasta llegar al templo; llevaba consigo la cabeza de Shigeru y tena la misin de dar a conocer la noticia de la muerte de ste. Me habra gustado preguntarle sobre muchos asuntos: su viaje, la sublevacin en Yamagata, el derrocamiento de losTohan... Cuando su padre y el maestro Kikuta se dirigieron hacia la puerta de la casa, me qued un poco rezagado y camin junto a ella hasta la veranda. En el umbral arda la tenue llama de una linterna.

--No esperaba verte de nuevo con vida -dijo Yuki.

--Yo tampoco esperaba seguir viviendo -y recordando su destreza y su valenta, aad-: Me siento en deuda contigo. Nunca podr pagarte lo que hiciste.

Yuki sonri.

--Lo que hice fue saldar mis propias deudas. No me debes nada, pero confo en que seamos amigos.

Tal palabra pareca insuficiente para expresar la estrecha relacin que nos una. Yuki me haba trado a Jato, el sable de Shigeru; me haba ayudado a rescatarle y a ejecutar la venganza por su muerte: los actos ms importantes y desesperados que yo haba llevado a cabo en toda mi vida. Senta hacia la muchacha una infinita gratitud y una no menor admiracin.

Yuki desapareci durante unos instantes y enseguida regres con una vasija llena de agua. Me lav los pies mientras escuchaba la conversacin que los dos maestros mantenan dentro de la casa. Segn sus planes, bamos a descansar en la vivienda durante unas horas; despus, yo seguira el viaje junto a Kotaro. Fatigado, hice un gesto de negacin con la cabeza. Ya estaba harto de escuchar.

--Ven -dijo Yuki, antes de llevarme hasta el centro de la casa donde, al igual que en Inuyama, haba una habitacin oculta, tan estrecha como el lecho de una anguila.

-Es que estoy prisionero otra vez? -pregunt, mientras volva la mirada hacia las paredes carentes de ventana.

--No, es slo por tu propia seguridad. Ahora debes descansar unas horas; pronto continuars el viaje.

--Ya lo s. O la conversacin.

--Cmo no! -exclam Yuki-. Olvidaba que nada escapa a tu odo.

--Puede que oiga demasiado -repliqu yo, mientras me sentaba en el colchn que alguien haba extendido sobre el suelo.

--Estar dotado con poderes extraordinarios supone una carga, pero mejor es poseerlos que carecer de ellos. Te traer algo de comer; el t ya est preparado.

Yuki regres al poco rato. Yo beb el t, pero fui incapaz de probar bocado.

--No hay agua caliente; no podrs baarte -dijo la chica-. Lo siento.

--No importa. Sobrevivir.

Yuki me haba baado en dos ocasiones. La primera, all mismo, en Yamagata, cuando yo desconoca su identidad y ella me frot la espalda y me dio un masaje en las sienes, y la segunda, en Inuyama, cuando yo apenas tena fuerzas para andar. Estas imgenes se agolparon en mi memoria. Yuki clav los ojos en m y supe que ambos compartamos idnticos pensamientos. Entonces, apart la mirada y dijo con un hilo de voz:

--Te dejar dormir.

Coloqu mi cuchillo junto al colchn y me introduje bajo la manta sin molestarme siquiera en quitarme la ropa. Reflexion sobre lo que Yuki haba comentado acerca de los poderes extraordinarios. Yo consideraba que nunca podra ser tan feliz como cuando viva en Mino, mi aldea natal. Pero entonces yo era tan slo un nio. La aldea haba sido arrasada y todos mis parientes haban muerto. Me deca a m mismo que no deba meditar sobre el pasado. Haba accedido a unirme a los miembros de la Tribu. Ellos me requeran con tanta insistencia a causa de mis poderes, y slo junto a ellos podra yo aprender a desarrollar y controlar las habilidades con las que haba sido dotado.

Me vino a la mente el recuerdo de Kaede, a la que haba sumido en un profundo sueo en Terayama. Entonces me invadi una sensacin de desamparo que al rato se torn en resignacin. Nunca volvera a verla; deba olvidarla. Poco a poco, la ciudad se fue despertando a mi alrededor. Por fin, cuando la luz ya brillaba tras los postigos, me qued dormido.

El estrpito de hombres a caballo, que proceda de la calle a la que daba la tapia de la casa, me despert de repente. La luz de la habitacin haba cambiado, como si el sol hubiera cruzado por encima del tejado; pero yo ignoraba durante cunto tiempo haba estado durmiendo. Un hombre gritaba, y una mujer le responda, cada vez ms furiosa. Logr escuchar parte de la conversacin. Eran guerreros de Arai que iban buscndome de casa en casa.

De un manotazo, apart la manta que me cubra y busqu a tientas mi cuchillo. Mientras lo levantaba del suelo, la puerta corredera se abri. Kenji entr silenciosamente en la habitacin, y despus coloc tras l el falso tabique. Me mir un instante, hizo un gesto de negacin con la cabeza y se sent con las piernas cruzadas en el suelo, en el minsculo espacio libre entre el colchn y la pared.

Reconoc las voces: se trataba de los hombres que haban estado en Terayama con Arai. OqueYuki apaciguaba a la mujer que tanto se haba enojado y despus cmo ofreca una bebida a los hombres.

--Ahora todos estamos en el mismo bando -comentaba Yuki, entre risas-. Es que acaso pensis que si Otori Takeo estuviera aqu habramos podido ocultarle?

Los hombres terminaron rpidamente su bebida y se marcharon. A medida que sus pisadas se alejaban, Kenji solt un gruido y me lanz una de sus caractersticas miradas de desprecio.

--Nadie puede fingir en Yamagata que no ha odo hablar de t -dijo Kenji-. La muerte de Shigeru le ha transformado en un dios, y la de Iida te ha convertido a t en un hroe. La poblacin est fascinada con esa historia -aspir por la nariz y agreg-: No permitas que te afecte demasiado; no nos beneficia en absoluto. Como consecuencia de ello, Arai ha organizado una bsqueda a gran escala para encontrarte; se ha tomado tu desaparicin como un insulto a su persona. Por fortuna, son pocos los que conocen tu rostro: tendremos que disfrazarte -sin dejar de fruncir el ceo, Kenji escrut los rasgos de mi rostro-. Ese aspecto propio de los Otori... Tendrs que librarte de l.

Un sonido que proceda del exterior interrumpi sus palabras, y al momento alguien levant el falso tabique. Kikuta Kotaro penetr en la habitacin seguido porAkio, el joven que, junto a otros, haba sido mi carcelero en Inuyama. Tras ellos lleg Yuki, que traa consigo los utensilios para el t.

Yo hice una reverencia y el maestro Kikuta dio su aprobacin con un gesto.

--Akio ha estado recorriendo la ciudad para recabar informacin.

El joven se dej caer de rodillas ante Kenji e inclin la cabeza levemente ante m. Yo respond de igual forma. Cuando varios miembros de la Tribu -Akio entre ellos- me secuestraron en Inuyama, hicieron todo lo posible por retenerme sin llegar a hacerme dao. Yo luch entonces con todas mis fuerzas; haba deseado matarle, y le hice un corte en la mano. Observ que su mano izquierda todava mostraba una cicatriz a medio curar; se vea rojiza e inflamada. En aquellos das apenas habamos hablado -Akio me haba reprendido por mis malos modales y me haba acusado de quebrantar todas las reglas de la Tribu-. No nos tenamos gran simpata. Por eso, cuando nuestras miradas se cruzaron, not que sus ojos transmitan una profunda hostilidad.

--Por lo visto, el seor Arai est indignado porque esta persona huy sin su permiso y se neg a contraer el matrimonio que l haba dispuesto. Arai ha dado rdenes para que esta persona sea arrestada, y tiene la intencin de investigar la organizacin conocida como la Tribu, a la que considera ilegal y peligrosa -hizo otra reverencia a Kotaro, y aadi con frialdad-: Lo lamento, pero ignoro qu nombre va a asignarse a esta persona.

El maestro asinti con un gesto y se frot la barbilla sin articular palabra. Anteriormente habamos hablado sobre este asunto, y Kotaro me haba instado a que mantuviera el nombre de Takeo aunque, segn sus palabras, no era un apelativo caracterstico de la Tribu. Es que iba a adoptar el apellido Kikuta? En tal caso, qu nombre propio me otorgaran? Yo no quera renunciar a llamarme Takeo, pues Shigeru as lo haba deseado; pero, si ya no iba a ser un Otori, qu derecho tena a mantener mi nombre?

--Arai ha ofrecido una recompensa a quien pueda informar sobre tu paradero -dijoYuki, mientras colocaba sobre la estera los cuencos de t.

--Nadie en Yamagata se atrevera a ofrecer semejante informacin por voluntad propia -terci Akio-. Saben lo que les espera en caso de hacerlo!

--Es lo que me tema -coment Kotaro a Kenji-. Arai nunca ha mantenido acuerdos con nosotros y ahora tiene miedo de nuestro poder.

--Y si acabamos con l? -propuso Akio, con cierta urgencia en la voz-. Podemos...

Kotaro le interrumpi con un gesto, y el joven, tras hacer una reverencia, se qued callado.

--La muerte de Iida ha provocado la ausencia de estabilidad. Si Arai tambin muriera, estallara la anarqua.

--En mi opinin, Arai no supone un peligro importante -dijo Kenji-. Cierto es que su actitud resulta bravucona y amenazante; pero, a la larga, no pasar de ah. Tal y como estn las cosas, slo l puede conseguir que reine la paz -Kenji clav su mirada en m-. Y eso es lo que deseamos por encima de cualquier otra cosa. Tan slo en un mundo pacfico nuestro trabajo podr prosperar.

--Arai regresar a Inuyama y har de la ciudad su capital -coment Yuki-. Es ms fcil de defender que Kumamoto y cuenta tambin con una mejor situacin. Adems, Arai ha reclamado todas las tierras de Iida como derecho de conquista.

--Hmm... -gru Kotaro, volviendo su mirada hacia m-. Yo haba planeado que regresaras a Inuyama conmigo. Los asuntos que tengo que atender all me retendrn varias semanas, en las que podras comenzar tu preparacin. Pero tal vez sea mejor que permanezcas aqu durante algunos das. Despus, te llevaremos al norte, ms all del Pas Medio, y te alojars en otra de las casas de los Kikuta, donde nadie haya odo hablar de Otori Takeo. Entonces, podrs iniciar una nueva vida. Sabes hacer juegos malabares?

Negu con un gesto.

--Tienes una semana para aprender. Akio te ensear. Yuki y otros comediantes os acompaarn, y yo me reunir con vosotros en Matsue.

Hice una reverencia sin pronunciar palabra. Por debajo de mis prpados entornados, observ a Akio, que tena la mirada clavada en el suelo y frunca el entrecejo, mostrando un profundo surco entre los ojos. Aunque slo tena cuatro o cinco aos ms que yo, ya se poda averiguar cmo sera de viejo.

As que Akio era malabarista... Sent lstima por haber herido una de sus hbiles manos, pero a la vez consideraba que mi ataque haba estado plenamente justificado. A pesar de ello, la hostilidad y la antipata que nos profesbamos segua latente; eran asuntos sin resolver.

En ese momento, Kotaro intervino:

--Kenji, tu relacin con Shigeru te ha hecho protagonista en este asunto. Son demasiados los que saben que esta ciudad es tu principal lugar de residencia. Si permaneces en Yamagata, no me cabe duda de que Arai ordenar que te arresten.

--Me marchar a las montaas durante una temporada -replic Kenji-. Visitar a los ancianos y pasar un tiempo con los nios -esboz una sonrisa, y de nuevo adquiri el aspecto de un anciano e inofensivo preceptor.

--Perdonadme, pero cmo llamaremos a esta persona?

--De momento, puede adoptar un apodo de comediante -respondi Kotaro-. Con respecto a su nombre como miembro de la Tribu, ya veremos...

Bajo sus palabras se intua un significado oculto que yo no llegaba a entender, pero Akio cay en la cuenta inmediatamente.

--Su padre renunci a la Tribu! -estall el joven con un grito-. Nos dio la espalda.

--Pero su hijo ha regresado, y todos los poderes de los Kikuta confluyen en l -rebati el maestro-. No obstante, por ahora t sers su superior en todos los aspectos. Takeo, obedecers a Akio y aprenders sus enseanzas.

En los labios de Akio se vislumbr una sonrisa. Lo ms probable es que intuyera lo difcil que me resultara someterme a su voluntad. El rostro de Kenji se mostraba preocupado, como si l tambin se diera cuenta de que el enfrentamiento era inevitable.

--Akio cuenta con muchas habilidades -prosigui Kotaro-. Tienes que llegar a dominarlas.

El maestro aguard a que yo asintiera, y entonces hizo una indicacin a Yuki y a Akio para que abandonaran la habitacin. Antes de marcharse, la muchacha volvi a escanciar t en los cuencos y los dos maestros bebieron ruidosamente. Yo perciba el olor a comida recin hecha. Tena la impresin de no haber probado bocado desde haca das, y lamentaba no haber aceptado los alimentos que Yuki me haba ofrecido la noche anterior. El hambre me haca desfallecer.

Entonces, Kotaro se dirigi a m:

--Como te cont, yo era primo carnal de tu padre; pero no te dije que l era mayor que yo, por lo que se habra convertido en maestro a la muerte de nuestro abuelo. Akio es mi sobrino, y tambin mi heredero. Tu regreso ha puesto en tela de juicio los asuntos referidos a la jerarqua y la autoridad. De tu conducta durante los prximos meses depender la decisin que tomemos al respecto.

Tard unos instantes en darme cuenta del autntico significado de sus palabras.

--Akio se ha criado en la Tribu -dije yo pausadamente-. l sabe cosas que yo ignoro por completo. Seguro que hay otros muchos como l. Yo no quiero arrebatarle el puesto ni a l ni a ningn otro.

--Hay muchos otros -convino Kotaro-. Todos ellos son ms obedientes que t, estn mejor entrenados y gozan de mayores mritos; pero ninguno ha sido agraciado con las dotes auditivas propias de los Kikuta en la medida en que t las posees. Nadie habra podido adentrarse sin ayuda en el castillo de Yamagata, como hiciste t.

Yo tena la impresin de que aquel episodio haba formado parte de otra vida anterior. Apenas si recordaba el impulso que me haba empujado a escalar los muros del castillo para liberar con la muerte a los Ocultos que haban sido introducidos en cestas y colgados de las murallas de la fortaleza: fue la primera vez que yo haba matado. Me hubiera gustado no haberlo hecho, pues as nunca habra llamado tan poderosamente la atencin de los miembros de la Tribu y, tal vez, no me hubieran retenido antes de que... Mov la cabeza con amargura. No tena sentido intentar desenredar una y otra vez los hilos que haban tejido la muerte de Shigeru.

--De todos modos, una vez dicho esto -continu Kotaro-, tienes que saber que no puedo tratarte de forma diferente a los dems jvenes. No me est permitido tener favoritos. Sean cuales fueren tus poderes extraordinarios, no nos sern de utilidad a menos que contemos tambin con tu obediencia. No hace falta que te recuerde que ya me la has ofrecido. Permanecers en esta casa durante una semana. No podrs abandonarla, y por supuesto nadie debe averiguar que te encuentras aqu. Durante los prximos das tendrs que aprender lo suficiente como para hacerte pasar por malabarista. Nos reuniremos en Matsue antes de que llegue el invierno. De ti depende completar tu entrenamiento con total obediencia.

--Quin sabe cundo volver a encontrarte? -terci Kenji, que me miraba con su mezcla habitual de afecto e irritacin-. Mi trabajo contigo ha concluido -continu-. Te encontr, fui tu maestro, logr mantenerte con vida y te traje de regreso a la Tribu. Ya te dars cuenta de que Akio es ms estricto de lo que yo fui -esboz una sonrisa amplia que dejaba al descubierto las mellas de su dentadura-, pero Yuki cuidar de t.

Un ligero matiz en el modo en que pronunci la ltima frase hizo que me ruborizara. No haba ocurrido nada entre Yuki y yo, ni siquiera nos habamos rozado; pero exista algo entre nosotros que a Kenji no se le escapaba.

Ambos maestros sonrieron cuando se pusieron en pie para abrazarme. Kenji me dio un coscorrn en la cabeza.

--Haz lo que te manden -me aconsej-... y aprende a realizar juegos malabares.

Me hubiera gustado poder hablar a solas con Kenji. Todava quedaban muchas cuestiones pendientes entre nosotros... Pero quiz era mejor que se despidiera de m como si de verdad hubiese sido un preceptor afectuoso al que yo ya no necesitara. Adems -como ms tarde sabra-, los miembros de la Tribu no malgastan su tiempo recordando el pasado y tampoco les agrada enfrentarse a l.

Una vez que se hubieron marchado, la habitacin adquiri un aspecto ms sombro y daba la impresin de estar peor ventilada que nunca. A travs de las paredes de la casa, oa yo los sonidos suscitados por su marcha. Aqullos no eran los laboriosos preparativos ni las largas despedidas caractersticos de la mayora de los viajeros al partir. Kenji y Kotaro se limitaron a salir por la puerta, llevando en las manos todo lo que necesitaban para el trayecto: fardos ligeros atados con paos, un par de sandalias de repuesto y unos cuantos pastelillos de arroz condimentados con ciruelas saladas. Mis pensamientos se centraron en los dos maestros, en cuntas carreteras habran recorrido a pie, cruzando una y otra vez los Tres Pases y, seguramente, traspasando los lmites de stos en su afn por seguir el extenso entramado de la Tribu. Viajaban de aldea en aldea, de ciudad en ciudad. Dondequiera que fuesen, encontraban parientes; nunca les faltara cobijo o proteccin.

Escuch cmo Yuki les deca que los acompaara hasta el puente, y o replicar a la mujer que se haba enfrentado con clera a los soldados.

--Id con cuidado! -les grit sta mientras se alejaban. El sonido de las pisadas se fue amortiguando a medida que desaparecan calle abajo.

La habitacin me resultaba an ms deprimente y solitaria, y no poda soportar la idea de pasar toda una semana encerrado en ella. Casi sin darme cuenta, empec a hacer planes para salir de all. No me propona escapar, pues para entonces ya estaba resignado a permanecer en la Tribu. Slo quera abandonar aquel cuarto; en parte para recorrer Yamagata de noche -como antes haba hecho-, y tambin para comprobar si era capaz de llevar a cabo mi plan con xito.

Poco despus, o que alguien se acercaba. La puerta corredera se abri y una mujer entr en la habitacin. Llevaba una bandeja con comida: arroz, encurtidos, un poco de pescado en salazn y un cuenco de sopa. Se arrodill y coloc la bandeja en el suelo.

--Come, debes de estar hambriento.

Yo estaba famlico. El olor de la comida haca que me flaquearan las piernas. Comenc a engullir los alimentos como si fuera un lobo, y ella me observ en todo momento.

--De modo que t eres el que ha estado causando tantos problemas a mi pobre esposo -coment, mientras yo rebaaba el cuenco para llevarme a la boca los ltimos granos de arroz.

Era la esposa de Kenji. Clav los ojos en la mujer, y ella sostuvo mi mirada. Su rostro era suave, tan plido como el de su marido; ambos transmitan la similitud propia de las parejas que llevan casadas mucho tiempo. Su cabello an era espeso y casi negro; tan slo se le apreciaban algunas canas. Era de constitucin gruesa y fuerte; una autntica mujer de ciudad con hbiles manos, robustas y de dedos cortos. El nico comentario que Kenji me haba hecho sobre ella -que yo recordara- era que su esposa se distingua por ser una buena cocinera. Y, efectivamente, la comida estaba deliciosa.

Se lo hice saber, y cuando su sonrisa se traslad de los labios a la mirada, deduje en un instante que era la madre de Yuki. Los ojos de ambas tenan la misma forma y, al sonrer, las dos mostraban la misma expresin.

--Quin habra imaginado que ibas a aparecer despus de tantos aos? -continu ella, con un tono lenguaraz y maternal al mismo tiempo-. Conoc bien a Isamu, tu padre. Nadie saba nada de ti hasta aquel incidente con Shintaro. Hay que ver! Y pensar que slo t fuiste capaz de advertir la presencia del asesino ms peligroso de los Tres Pases y acabar con sus planes! Los Kikuta se emocionaron al descubrir que Isamu haba dejado un hijo varn; todos nosotros nos alegramos. Y adems, un hijo con poderes semejantes!

No respond. Pareca una anciana inofensiva -aunque Kenji tambin me haba dado la misma impresin cuando le conoc-. Percib en mi fuero interno un tenue eco de desconfianza, la misma que haba sentido cuando vi a Kenji por primera vez en aquella calle de Hagi. Intent observar a la mujer sin que se me notara, y ella volvi los ojos hacia m sin ningn disimulo. Yo tena la impresin de que me estaba desafiando, pero no era mi intencin responder su reto hasta que averiguara algo ms sobre ella y sus habilidades.

--Quin mat a mi padre? -pregunt.

--Nadie ha llegado a averiguarlo. Pasaron varios aos antes de que nos enterramos de que realmente haba muerto. Tu padre se haba ocultado en una aldea remota.

--Fue algn miembro de la Tribu?

Mi pregunta hizo que se echara a rer, y eso me enfureci.

--Kenji dice que no te fas de nadie. Haces bien; pero puedes confiar en m.

--De la misma forma en la que poda confiar en l -mascull.

--El plan de Shigeru habra puesto fin a tu vida -respondi ella con delicadeza-. Para los Kikuta, para toda la Tribu, es muy importante que sigas vivo. Hoy en da es muy raro encontrar a alguien con dotes como las tuyas.

Solt un gruido mientras intentaba discernir el verdadero significado que se ocultaba bajo sus halagos. Entonces, escanci el t y me lo beb de un trago. El ambiente cargado de la habitacin me provocaba dolor de cabeza.

--Ests tenso -dijo la mujer, tomando el cuenco de mis manos y colocndolo en la bandeja.

Acto seguido, apart sta hacia un lado y se acerc ms a m. Se arrodill y empez a darme un masaje en el cuello y los hombros; sus dedos eran fuertes, suaves y sensibles al mismo tiempo. Entonces, baj las manos hasta mi espalda e, instantes despus, me dijo:

--Cierra los ojos -y me puso los dedos en la cabeza.

La sensacin era tan placentera que estuve a punto de soltar un suspiro de satisfaccin. Daba la impresin de que sus manos gozaban de vida propia, y yo me entregu a ellas. Era como si mi cabeza comenzase a flotar y se separase del resto del cuerpo.

Al rato o cmo se deslizaba la puerta corredera. Abr los ojos de par en par. Todava notaba sobre el crneo los dedos de la mujer, pero me encontraba solo en la habitacin. Un escalofro me recorri el cuerpo. La esposa de Kenji tena un aspecto inofensivo, pero probablemente contaba con tantos poderes como su marido o su hija.

Tambin se haba llevado mi cuchillo.

Me otorgaron el nombre de Minoru, pero casi nadie lo utilizaba. Cuando estbamos a solas, Yuki me llamaba Takeo, y lo pronunciaba de tal forma que pareca proporcionarle placer. Akio slo se diriga a m con un "t", y siempre con los modales que suelen emplearse para aquellos de inferior categora. Estaba en su derecho. l era superior a m en edad, preparacin y sabidura, y yo haba recibido la orden de someterme a su voluntad. De todas formas, me costaba hacerlo, porque hasta entonces no haba reparado en lo mucho que me haba acostumbrado a ser tratado con respeto por mi condicin de guerrero Otori y heredero de Shigeru.

Mi entrenamiento se inici esa misma tarde. Nunca habra imaginado que los msculos de las manos pudieran llegar a resentirse en tal medida. Mi mueca derecha todava estaba dbil, desde que me la hiriera en el primer enfrentamiento con Akio, y para cuando acab el da, el dolor haba vuelto a aparecer con toda su intensidad. Empezamos ejercitando los dedos, con el fin de hacerlos hbiles y flexibles. Incluso con una mano herida, Akio era mucho ms rpido y experto que yo. Nos sentamos frente a frente y, una y otra vez, me golpeaba las manos antes de que yo pudiera retirarlas.

Su rapidez resultaba asombrosa; por increble que me pareciera, yo no era capaz de detectar el movimiento de sus manos. Al principio, los golpes que me propinaba eran relativamente suaves; pero segn fue pasando la tarde y ambos nos bamos sintiendo cada vez ms cansados y desanimados a causa de mi incompetencia, empez a golpearme con ms fuerza.

Yuki, que haba entrado en la habitacin para acompaarnos, exclam en voz baja:

--Si le haces magulladuras en las manos, tardar ms tiempo en aprender.

--Lo que debera golpearle es la cabeza -musit

Akio, quien, antes de que yo pudiera retirar las manos la siguiente vez, me las sujet con su derecha y, con la izquierda, me dio una bofetada en la mejilla. El impacto fue tan fuerte que los ojos se me llenaron de lgrimas.

--Sin un cuchillo en la mano ya no eres tan valiente -espet, antes de soltarme y volver a colocarse en posicin.

Yuki no dijo palabra. Yo notaba cmo la clera me invada; me resultaba escandaloso que Akio osara abofetear a un seor Otori. La estrecha habitacin, las crueles bromas de Akio y la indiferencia de Yuki me iban incitando a perder el control. En el siguiente enfrentamiento, Akio realiz la misma operacin, slo que cambiando las manos. La bofetada fue an ms fuerte, y me tambale hacia atrs. Se me nublaron los ojos, y despus se me inyectaron en sangre. Not cmo la furia se haca presa de m -al igual que un da me haba sucedido con Kenji- y me lanc sobre l con todas mis fuerzas.

Haba pasado mucho tiempo desde entonces, cuando yo tena 17 aos y me dej llevar por ese ataque de ira, perdiendo totalmente el control. Sin embargo, an recuerdo la inmensa satisfaccin que me produjo dar rienda suelta a mis impulsos: era como si la fiera que haba en mi interior se hubiera desatado. No tengo ni dea de lo que sucedi a continuacin; slo recuerdo aquel sentimiento que me cegaba. La muerte me era indiferente, pero me negaba en redondo a que doblegaran mi voluntad y me siguieran maltratando.

Tras un primer momento de asombro, y cuando yo rodeaba la garganta de Akio con las manos, ste y Yuki me redujeron sin dificultad. La muchacha realiz la artimaa que ya conoca: me apret el cuello con los dedos y, a medida que me desmayaba, me propin un puetazo en el estmago con ms fuerza de la que yo habra podido imaginar. Me encog de dolor. Akio, que estaba detrs de m, me maniat.

A continuacin, los tres nos sentamos sobre la estera, tan cerca el uno del otro como si furamos amantes. Todo el episodio haba durado menos de un minuto. Yo no daba crdito al brutal golpe que Yuki me haba propinado; hubiera pensado que ella me apoyara, y le dirig una mirada llena de rencor.

--Eso es lo que tienes que aprender a controlar -dijo ella con calma.

Akio me solt las manos y enseguida se arrodill.

--Empecemos otra vez.

--No me golpees en la cara -le advert.

--Yuki tiene razn, no conviene hacerte dao en las manos -replic l-. As que ms te vale ser rpido.

Me jur a m mismo que nunca permitira que Akio me volviese a abofetear. La siguiente vez no le ataqu, sino que apart la cabeza y las manos antes de que l pudiera llegar a tocarme. Al observarle, percib un ligero intento de movimiento por su parte. Por fin, me las arregl para araarle en los nudillos. l no pronunci palabra, asinti con un gesto como si se diera por satisfecho, y seguimos lanzando las bolas malabares al aire.

Las horas fueron transcurriendo mientras pasbamos las bolas de una mano a otra; de una mano a la estera; de la estera a la otra mano. Para cuando concluy el segundo da, yo ya era capaz de mantener en el aire tres de las bolas al estilo tradicional; cuando acab la tercera jornada, poda hacerlo con cuatro de ellas. De vez en cuando, Akio se las arreglaba para pillarme desprevenido y darme un bofetn, pero yo haba aprendido a esquivar sus golpes con elaborados movimientos de las bolas malabares y las manos.

Al trmino del cuarto da me pareca ver bolas en movimiento hasta con los ojos cerrados. El aburrimiento y la impaciencia me embargaban. Hay malabaristas que trabajan sin parar para perfeccionar su destreza -y por lo visto, Akio se contaba entre ellos- porque estn obsesionados con llegar a dominar esta disciplina. Poco tard en darme cuenta de que se no era mi caso; los juegos malabares carecan de sentido para m, no me interesaban en absoluto. Estaba aprendiendo a ser malabarista de la forma ms severa y por el peor de los motivos: si no aprenda, me apaleaban. Me somet a la rgida disciplina de Akio porque me vea obligado a ello; pero odiaba su mtodo, y le detestaba a l. Dos veces ms sus provocaciones me llevaron a sufrir ataques de furia similares al anterior; pero, al igual que yo haba aprendido a anticiparme a sus intenciones, Akio y Yuki llegaron a interpretar las seales de mis arrebatos y lograban reducirme antes de que ninguno de nosotros resultara herido.

La noche de aquel cuarto da, cuando todos dorman y en la casa reinaba el silencio, tom la decisin de salir a explorar la ciudad. Me senta aburrido y era incapaz de conciliar el sueo. Ansiaba respirar aire fresco; pero sobre todo quera comprobar si era capaz de llevar a cabo mis planes. Para que mi obediencia a la Tribu cobrara sentido, yo deba averiguar si poda ser desobediente. La sumisin por la fuerza me pareca tan carente de significado como los juegos malabares. Para el caso, igual dara que me mantuvieran atado da y noche como a un perro, y que gruera o mordiera cuando me lo ordenaran.

Conoca la distribucin de la casa, pues me haba dedicado a trazar un plano en mi mente en los largos ratos en los que lo nico que poda hacer era permanecer a la escucha. Saba dnde dorma cada uno de los moradores de la vivienda. Yuki y su madre se alojaban en una habitacin de la parte trasera del edificio, que compartan con otras dos mujeres a las que yo no haba visto, aunque s las haba escuchado. Una de ellas estaba al cargo de la tienda, y sola bromear escandalosamente con los clientes en el dialecto local. Por el modo en que Yuki se diriga a ella, deban de ser parientes. La otra mujer era una criada que realizaba las labores de limpieza y casi siempre preparaba las comidas. Invariablemente, era la primera en levantarse y la ltima que se retiraba a dormir. Hablaba muy poco, y en su voz apagada se apreciaba el acento del norte. Se llamaba Sadako, y todos los habitantes de la casa se burlaban y se aprovechaban de la pobre; pero ella siempre responda pausadamente y con deferencia. Yo tena la impresin de conocer a ambas mujeres, aunque en realidad nunca las haba visto.

Akio y los otros tres hombres dorman en el desvn situado encima de la tienda, y por las noches se turnaban para montar guardia junto a los centinelas apostados en la parte posterior del edificio. La noche anterior haba sido el turno de Akio, y yo haba sufrido las consecuencias, pues la falta de sueo aada a sus burlas un matiz an ms virulento. Antes de que la criada se fuera a dormir, mientras las linternas permanecan encendidas, yo escuchara cmo alguno de los hombres le ayudaba a cerrar las puertas y las contraventanas; al deslizar y encajar los postigos de madera, se produciran los caractersticos golpes secos que reiteradamente provocaban los ladridos de los perros.

Haba tres perros en la casa, cada uno de ellos con su ladrido inconfundible. El mismo hombre los daba de comer por las noches, y les silbaba a travs de los dientes de una manera peculiar que yo sola practicar cuando estaba a solas; por suerte, yo era el nico que haba sido dotado con el poder de audicin de los Kikuta.

Las puertas de entrada a la casa se cerraban por la noche, y en las cancelas posteriores se montaba guardia; pero haba una portezuela a la que no se pona tranca alguna. Conduca a un estrecho patio situado entre la casa y el muro exterior; al fondo, estaban las letrinas, adonde me llevaban tres o cuatro veces al da. Yo haba salido al patio una o dos veces por la noche para darme un bao en el pequeo pabelln situado en la parte posterior, entre el extremo de la casa y las cancelas. Me mantenan oculto, pero era por mi propia seguridad, tal y como Yuki me haba explicado. Daba la impresin de que a nadie se le haba ocurrido que yo pudiera escapar y, consecuentemente, no me custodiaban.

Permanec tumbado durante un buen rato, escuchando los sonidos procedentes de la casa. Oa la respiracin de las mujeres en la habitacin de la planta baja; la de los hombres, en el desvn. Tras las paredes, la ciudad se fue apaciguando paulatinamente. Para entonces, yo me encontraba en un estado que ya haba experimentado antes: no acertaba a describirlo, pero me era tan familiar como mi propia piel. No senta miedo ni tampoco emocin; era como si mi cerebro se hubiera desconectado. Todo mi ser era instinto puro; instinto y odos. El tiempo alter su ritmo y empez a transcurrir ms despacio. Nada importaba que tardara mucho en abrir la puerta de la habitacin oculta; saba que, finalmente, la abrira sin hacer ningn ruido, y tambin saba que traspasara el umbral en completo silencio.

Me encontraba de pie junto a la portezuela exterior, consciente de todos los sonidos que me rodeaban, cuando escuch pasos en la casa. La esposa de Kenji se incorpor, atraves la alcoba en la que haba estado durmiendo y se dirigi al cuarto oculto. Abri la puerta corredera. Pasaron unos segundos. Sali de la habitacin y, linterna en mano, camin con rapidez -aunque sin inquietud- hacia m. Por un momento contempl la posibilidad de hacerme invisible, pero enseguida me di cuenta de que era intil. Lo ms probable es que ella fuera capaz de distinguirme y, si no lo lograba, despertara a los dems moradores de la casa.

Sin pronunciar palabra, seal con la cabeza la puerta que conduca a las letrinas y regres a mi habitacin. Al pasar junto a la mujer observ que no apartaba los ojos de m. Ella tampoco habl, slo me hizo un gesto de asentimiento con la cabeza; pero yo no dudaba que saba cules eran mis intenciones.

El ambiente de la habitacin estaba ms cargado que nunca y me resultaba imposible conciliar el sueo. Yo segua sumido en un estado de puro instinto. Intent distinguir la respiracin de la mujer, pero no pude escucharla. Por fin, me convenc de que se haba vuelto a dormir. Me levant, abr la puerta lentamente y sal del cuarto. La linterna segua encendida. La esposa de Kenji estaba sentada junto a ella. Tena los ojos cerrados, pero los abri de golpe y me observ.

--Otra vez a orinar? -pregunt con voz grave.

--No puedo dormir.

--Sintate. Te preparar un poco de t.

Acto seguido, se levant con un rpido movimiento -a pesar de su edad y su tamao, era tan gil como una chiquilla-. Me puso la mano en el hombro y me empuj con suavidad hasta que qued sentado sobre la estera.

--No te escapes! -me advirti, y en su voz se apreciaba un tono burln.

Permanec sentado, pero me senta incapaz de razonar: an ansiaba salir al exterior. Escuch el siseo del agua hirviendo en la tetera, sobre los rescoldos; el ruido metlico del hierro al chocar, y el tintineo de la loza. La esposa de Kenji regres con el t, se arrodill para servirlo y me ofreci un cuenco. Yo me inclin hacia delante para recogerlo. Nos iluminaba la luz de la linterna. Mientras lo tomaba entre mis manos, la mir a los ojos y percib en ellos cierto matiz burlesco; entonces, entend de pronto que sus elogios haban sido una farsa, pues ella no crea en mis dotes extraordinarias. A continuacin, sus prpados se agitaron y cerr los ojos. Yo solt el cuenco, la sujet antes de que chocara con el suelo y la tumb, profundamente dormida, sobre la estera. Bajo la luz mortecina, se elevaba el vapor del t recin derramado.

Debera haberme horrorizado ante semejante situacin, pero no fue as. Slo senta la fra satisfaccin que aportan los poderes propios de la Tribu. Lament no haber reparado antes en ello, pero nunca se me habra ocurrido que yo pudiera tener poder alguno sobre la esposa del maestro Muto. Me sent aliviado, la verdad, porque ya nada me iba a impedir abandonar la casa.

Mientras atravesaba la portezuela lateral que daba al patio, escuch que los perros se movan ligeramente, y les silb de manera que slo ellos y yo pudiramos orlo. Uno se acerc a examinarme meneando la cola. Not que yo le agradaba, como siempre me ocurra con los perros. Estir la mano, y l apoy la cabeza. La luna brillaba plidamente en el cielo y arrojaba la luz suficiente para que los ojos del can desprendieran un resplandor amarillento. Nos miramos el uno al otro durante unos instantes. Entonces, el perro bostez, mostrando sus blancos y grandes dientes; se tumb a mis pies, y se qued dormido.

En mi fuero interno, un pensamiento me hostigaba: "Una cosa es un perro; pero la esposa del maestro Muto es algo muy diferente"; pero decid no prestarle atencin. Mientras observaba el muro exterior, me agach y acarici la cabeza del animal.

Como es de suponer, yo careca de armas o herramientas. El alero de la techumbre de la tapia era ancho y estaba dispuesto de tal manera que, sin garfios, resultara imposible llegar hasta all. Por fin, sub al tejado del pabelln del bao y cruc de un salto la distancia que lo separaba de la tapia. Me volv invisible, me arrastr por la parte superior del muro hasta alejarme de la cancela posterior y de los guardias, y salt a la calle justo antes de llegar a la esquina. Una vez all, me qued pegado a la pared durante unos instantes, aguzando el odo. Pude or el rumor de las voces de los guardias. Los perros seguan en silencio y la ciudad pareca haberse dormido.

Como ya haba hecho antes, la noche en la que escal los muros del castillo de Yamagata, me fui desplazando de calle en calle, siempre en direccin al ro. An se vean los sauces bajo la luz de la luna. Sus ramas se mecan suavemente con la brisa del otoo, y sobre las aguas flotaban algunas hojas que ya haban adquirido un tono amarillento.