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La mente (1) LA MÁQUINA [Autoría del texto principal: César Tejedor Campomanes, Introducción al pensamiento filosófico, SM, Madrid, 1996, pp. 4046. Se han hecho pequeñas modificaciones ajenas al autor] 1) ¿En qué consiste el test de Turing? 2) ¿De qué trata la novela de Mary Wollstonecraft Shelley (17971851) Frankenstein? 3) ¿Qué significa la expresión “alma del mundo”? 4) ¿En qué consiste la concepción mecanicista del mundo? 5) ¿Cómo imaginó Descartes al ser humano? 6) ¿Qué es el alma para el médicofilósofo francés, Julien Offray de La Mettrie (17091751)? 1

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La mente (1) LA MÁQUINA

[Autoría del texto principal: César Tejedor Campomanes, Introducción al pensamiento filosófico, SM, Madrid, 1996, pp. 40­46. Se han hecho pequeñas modificaciones ajenas al autor]

1) ¿En qué consiste el test de Turing? 2) ¿De qué trata la novela de Mary Wollstonecraft Shelley (1797­1851) Frankenstein?

3) ¿Qué significa la expresión “alma del mundo”? 4) ¿En qué consiste la concepción mecanicista del mundo? 5) ¿Cómo imaginó Descartes al ser humano? 6) ¿Qué es el alma para el médico­filósofo francés, Julien Offray de La Mettrie

(1709­1751)?

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¿Es la mente un programa informático?

«¿Puede pensar una máquina? ¿Puede una máquina tener pensamientos conscientes, en el

mismo y preciso sentido en que los tenemos usted y yo? Si entendemos por máquina un sistema

material capaz de desempeñar ciertas funciones (¿y qué otra cosa podría, si no, significar?),

resulta que los humanos somos máquinas de una clase biológica especial y, como los humanos

piensan, es evidentemente cierto que hay máquinas capaces de pensar. […].

Sin embargo en los últimos decenios la cuestión de si las máquinas podrían pensar ha recibido

una interpretación enteramente distinta. La cuestión planteada en su lugar es: ¿podría una

máquina pensar justamente en virtud de que ejecuta un programa informático? ¿Es el

programa, en sí mismo, constitutivo de pensamiento? […].

No son pocos los investigadores en inteligencia artificial (IA) convencidos de que esta segunda

pregunta tiene respuesta afirmativa; esto es, creen que al diseñar los programas adecuados, y

dotándolos de los oportunos ingresos y salidas, están literalmente creando mentes.

Creen además disponer de un criterio científico para determinar si han triunfado o fracasado en

tal empresa, a saber, el test de Turing, ideado por Alan M. Turing, padre fundador de la

inteligencia artificial. El test de Turing, en la forma en que actualmente se comprende, consiste

sencillamente en esto: “si un ordenador puede actuar de modo tal que un experto sea incapaz

de distinguir la actuación del ordenador de la de un humano provisto de cierta facultad

cognitiva ­la capacidad de sumar o de comprender el idioma chino pongamos por caso­,

entonces el ordenador posee también esa facultad”. El objetivo consiste, pues, en diseñar

programas que simulen de tal forma la cognición humana que logren superar la prueba de

Turing. Más aún, tal programa no sería un mero modelo de la mente, sería una mente en sentido

literal, en el mismo sentido en que una mente humana lo es. […].

Tomemos un idioma que no comprendemos; en mi caso, tal idioma puede ser el chino. Por lo

que a mí se refiere, un escrito en chino me parece una serie de garabatos ininteligibles.

Supongamos ahora que me instalan en una habitación que contiene cestas repletas de símbolos

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chinos. Supongamos también que me proporcionan un libro de instrucciones en español, con

reglas que estipulan cómo han de emparejarse unos símbolos chinos con otros. Las reglas

permiten reconocer los símbolos puramente por su forma y no requieren que yo comprenda

ninguno de ellos. Las reglas podrían estipular cosas como: “Tome un signo gargarabato de la

cesta número uno y colóquelo al lado de un signo gargarabís tomado de la cesta número dos”.

Imaginemos que personas situadas

fuera de la habitación y que sí

comprenden el chino me van

entregando pequeños grupos de

símbolos, y que, en respuesta, yo

manipulo los símbolos de acuerdo con

las reglas del libro y les entrego

pequeños grupos de símbolos. Ahora, el

libro de instrucciones es el “programa

informático”; las personas que lo

escribieron son los “programadores”,

y yo soy el “ordenador”. Los cestos

llenos de símbolos constituyen Ia “base

de datos”; los pequeños grupos que me son entregados son “preguntas”, y los grupos que yo

entrego, las respuestas.

Autor: Michael Crawfort (dibujo extraído del artículo John Rogers Searle, “¿Es la mente un programa

informático?”, en Investigación y Ciencia, 162, marzo de 1990, pp. 9­16.

Supongamos ahora que el libro de instrucciones esté escrito de modo tal que mis “respuestas” a

las “preguntas” resulten indistinguibles de las de un chino nativo. Por ejemplo, la gente del

exterior podría entregarme ciertos símbolos desconocidos por mí, que significan: “¿Cuál es su

color favorito?”, y que, tras consultar las instrucciones del libro, yo devuelvo símbolos, también

desconocidos por mí, que significan: “Mi favorito es el azul, pero también me gusta mucho el

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verde”. Estoy superando el test de Turing en lo que a comprender el chino concierne. Y, al

mismo tiempo, ignoro totalmente el chino. Y en el sistema que estoy describiendo no hay forma

de que yo llegue a comprender el chino, pues no hay forma de que yo pueda aprender los

significados de ninguno de los símbolos. Estoy manipulando símbolos, lo mismo que un

ordenador. pero sin adscribir significado a los símbolos.

El propósito de este experimento mental es el siguiente: si yo no comprendo el chino basándome

solamente en el funcionamiento de un programa informático para comprender el chino,

tampoco lo comprende entonces, con ese mismo fundamento, ningún otro ordenador digital. Los

ordenadores digitales se limitan a manipular símbolos de acuerdo con las reglas del programa.

Lo dicho para el chino vale igual para otras formas de cognición. La mera manipulación de

símbolos no basta, por si misma, para garantizar cognición percepción, comprensión,

pensamiento, y así sucesivamente. Y dado que los ordenadores, en su cualidad de tales, son

dispositivos de manipulación de símbolos, la mera ejecución del programa no basta para

garantizar la cognición. Este sencillo argumento es decisivo contra las pretensiones de la

inteligencia artificial fuerte. La primera premisa del argumento enuncia, sencillamente, el

carácter formal de un programa informático. Los programas se definen en términos de

manipulación de símbolos; los símbolos son puramente formales o, como también se dice,

“sintácticos“».

John Rogers Searle, “¿Es la mente un programa

informático?”, en Investigación y Ciencia, 162, marzo de

1990, pp. 9­16.

Extracto de un programa tres14, de TVE2, en el que se

habla del la IA y el test de Turing

(https://www.youtube.com/watch?v=Y90a6Xwwh3w)

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Test de Turing en XKCD: hay puntos extra

por convencer al juez de que él es un

ordenador…

LA MÁQUINA El ser humano ha intentado ­desde siempre­ comprenderse a sí mismo en referencia a los

animales. Este tema ya ha sido tratado en las páginas anteriores. Pero existe otro referente muy

actual:la máquina. Sin embargo, la relación con ambos referentes no es la misma: el ser humano

se encuentra evolutivamente vinculado a los animales; en cambio, la máquina es un producto

humano. ¿Tiene sentido que el constructor se compare con su obra? Sí, desde el momento que

concibió el proyecto de construir una “máquina humana”. Intento sumamente osado que le

convierte en “el nuevo Prometeo” –subtítulo de la famosa novela de Mary Wollstonecraft

Shelley (1797­1851), Frankenstein.

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«Frankenstein o el moderno Prometeo, o simplemente

Frankenstein (título original en inglés: Frankenstein;

or, The Modern Prometheus), es una obra literaria de

la escritora inglesa Mary Shelley. Publicado en 1818 y

enmarcado en la tradición de la novela gótica, el texto

explora temas tales como la moral científica, la

creación y destrucción de vida y la audacia de la

humanidad en su relación con Dios. De ahí, el

subtítulo de la obra: el protagonista intenta rivalizar en

poder con Dios, como una suerte de Prometeo

moderno que arrebata el fuego sagrado de la vida a la

divinidad. Es considerado como el primer texto del

género ciencia ficción» (Wikipedia).

«En el año 2029, después de devastar la Tierra y esclavizar a la

humanidad, las máquinas, gobernadas por la inteligencia artificial

conocida como Skynet, están a punto de perder la guerra contra la

resistencia humana liderada por John Connor» (Wikipedia).

Los discípulos del médico renacentista Paracelso (1493­1541)

pretendieron crear un homúnculo por medio de la alquimia. La

leyenda judía medieval del Golem habla de un humano hecho

de arcilla y madera, y Frankenstein hizo su monstruo con

cadáveres humanos. Construir un artilugio mecánico “humano”

es un sueño ­o una pesadilla­ más reciente. ¿Cómo se ha podido concebir? Sólo si se tiene en

cuenta que el concepto de máquina ha cambiado.

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«Los robots, la cuarta revolución industrial. Los autómatas y la inteligencia artificial afectarán a cinco

millones de empleos para 2020». Noticia publicada en El País, el 8 de febrero de 2016.

EL AUTÓMATA

Algunos pensadores renacentistas ­siguiendo una tradición que remonta aPlatón– concibieron el

mundo como

un organismo

movido por

un alma (el

“alma del

mundo“).

Varios Autores, Atlas Universal de Filosofía. Manual Didáctico de Autores, Textos, Escuelas y Conceptos

Filosóficos, Editorial Oceano, Madrid, 2008, pp. 212­213.

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“Alma del mundo”, en José Ferrater

Mora, Diccionario de Filosofía,

Tomo I (A­D), Editorial Ariel,

Barcelona, 1998, pp. 122­123.

Pero en el siglo XVII Galileo y Descartes hicieron triunfar la idea de que el mundo es una

máquina, o quizá, más exactamente, que la máquina es el modelo del cosmos. Ya no se trataba

de saber qué es el mundo de las cosas, sino únicamente de explicar cómo se comporta.

Si el mundo es como una máquina, la cosa puede ser relativamente sencilla, ya que “máquina”

no es sino un conjunto de unidadescuantitativas (piezasextensas) dotado de movimiento; y éste

se explica por las leyes de la mecánica.

Varios Autores, Atlas Universal de

Filosofía. Manual Didáctico de Autores,

Textos, Escuelas y Conceptos Filosóficos,

Editorial Oceano, Madrid, 2008, pp.

302­303.

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“Mecanicismo”, en José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía, Tomo III (K­P), Editorial Ariel,

Barcelona, 2001, p. 2344­2348.

De ahí que la nueva concepción del mundo se llamara “mecanicismo”. Descartes fue

extremadamente fiel a esta concepción y afirmó que todos loscuerpos sonrealmentemáquinas,

incluso los animales:

«Lo cual no parecerá de ninguna manera extraño a los que, sabiendo cuántos autómatas o

máquinassemovientes puede construir la industria humana, sin emplear sino poquísimas piezas,

en comparación de la gran muchedumbre de huesos, músculos, nervios, arterias, venas y demás

partes que hay en el cuerpo de un animal, consideren este cuerpo como una máquina que, por

ser hecha de manos de Dios, está incomparablemente mejor ordenada y posee movimientos más

admirables que ninguna otra de las que pueden inventar los hombres. Y aquí me extendí

particularmente haciendo ver que si hubiese máquinas tales que tuviesen los órganos y figura

exterior de un mono o de otro animal cualquiera, desprovisto de razón, no habría medio alguno

que nos permitiera conocer que no son en todo de igual naturaleza que esos animales; mientras

que si las hubiera que semejasen a nuestros cuerpos e imitasen nuestras acciones, cuanto fuere

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moralmente posible, siempre tendríamos dos medios muy ciertos para reconocer que no por eso

son hombres verdaderos;

y es el primero, que nunca podrían hacer uso de palabras u

otros signos, componiéndolos, como hacemos nosotros, para

declarar nuestros pensamientos a los demás, pues si bien se

puede concebir que una máquina esté de tal modo hecha que

profiera palabras, y hasta que las profiera a propósito de

acciones corporales que causen alguna alteración en sus

órganos, como, v. g., si se la toca en una parte, que pregunte

lo que se quiere decirle, y si en otra, que grite que se le hace

daño, y otras cosas por el mismo estilo, sin embargo, no se

concibe que ordene en varios modos las palabras para

contestar al sentido de todo lo que en su presencia se diga,

como pueden hacerlo aun los más estúpidos de entre los hombres;

y es el segundo que, aun cuando hicieran varias cosas tan bien y acaso mejor que ninguno de

nosotros, no dejarían de fallar en otras, por donde se descubriría que no obran por

conocimiento, sino sólo por la disposición de sus órganos, pues mientras que la razón es un

instrumento universal, que puede servir en todas las coyunturas, esos órganos, en cambio,

necesitan una particular disposición para cada acción particular; por donde sucede que es

moralmente imposible que haya tantas y tan varias disposiciones en una máquina que puedan

hacerla obrar en todas las ocurrencias de la vida de la manera como la razón nos hace obrar a

nosotros».

Descartes, Discurso del método, quinta parte, traducción y notas de Manuel García Morente, en

Biblioteca de Grandes Pensadores, estudio introductorio de Cirilo Flórez Miguel, editorial Gredos,

Madrid, 2011, pp. 138­139. [Seguir leyendo AQUÍ]

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«Ce qui ne semblera nullement étrange à ceux qui, sachant combien

de divers automates, ou machines mouvantes, l’industrie des

hommes peut faire, sans y employer que fort peu de pièces, à

comparaison de la grande multitude des os, des muscles, des nerfs,

des artères, des veines, et de toutes les autres parties qui sont dans le

corps de chaque animal, considéreront ce corps comme une machine, qui,

ayant été faite des mains de Dieu, est incomparablement mieux ordonnée,

et a en soi des mouvements plus admirables, qu’aucune de celles qui

peuvent être inventées par les hommes. Et je m’étais ici particulièrement

arrêté à faire voir que, s’il y avait de telles machines, qui eussent les

organes et la figure d’un singe, ou de quelque autre animal sans raison, nous n’aurions aucun moyen

pour reconnaître qu’elles ne seraient pas en tout de même nature que ces animaux; au lieu que, s’il y en

avait qui eussent la ressemblance de nos corps et imitassent autant nos actions que moralement il serait

possible, nous aurions toujours deux moyens très certains pour reconnaître qu’elles ne seraient point

pour cela de vrais hommes. Dont le premier est que jamais elles ne pourraient user de paroles, ni

d’autres signes en les composant, comme nous faisons pour déclarer aux autres nos pensées. Car on peut

bien concevoir qu’une machine soit tellement faite qu’elle profère des paroles, et même qu’elle en profère

quelques­unes à propos des actions corporelles qui causeront quelque changement en ses organes :

comme, si on la touche en quelque endroit, qu’elle demande ce qu’on lui veut dire; si en un autre, qu’elle

crie qu’on lui fait mal, et choses semblables; mais non pas qu’elle les arrange diversement, pour

répondre au sens de tout ce qui se dira en sa présence, ainsi que les hommes les plus hébétés peuvent

faire. Et le second est que, bien qu’elles fissent plusieurs choses aussi bien, ou peut­être mieux qu’aucun

de nous, elles manqueraient infailliblement en quelques autres, par lesquelles on découvrirait qu’elles

n’agiraient pas par connaissance, mais seulement par la disposition de leurs organes. Car, au lieu que la

raison est un instrument universel, qui peut servir en toutes sortes de rencontres, ces organes ont besoin

de quelque particulière disposition pour chaque action particulière; d’où vient qu’il est moralement

impossible qu’il y en ait assez de divers en une machine pour la faire agir en toutes les occurrences de la

vie, de même façon que notre raison nous fait agir»

René Descartes, Discours de la méthode, cinquième partie, 1637, pp. 56­57.

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Así, pues, según Descartes los animales son máquinas, e incluso podrían llegar a ser fabricadas

por el ser humano. El ser humano, no. Una máquina “humana” no pasaría el test de Turing, ya

que sería imposible mantener con ella una conversación que tuviera sentido. Ello es debido a que

la razón humana ­dice Descartes­ es un “instrumento universal”, mientras que la máquina

requiere un dispositivo especial para cada tipo de acción. La razón no puede ser, por tanto, un

instrumento material, sino espiritual. En definitiva, el ser humano es un espírituenuna máquina

(puesto que, según Descartes, el cuerpo humano ­como cualquier otro cuerpo­ sí que es una

máquina).

«Ilustración de una mano ortopédica en

Instrumenta chyrurgiae et icones

anathomicae» (Ambroise Paré, 1510­1592,

cirujano francés, considerado el padre de la

cirugía moderna: Wikipedia). «A partir del

siglo XVII, los grandes avances en la

mecánica fomentan una corriente de

pensamiento fuertemente mecanicista o

mecanista (término acuñado por Boyle en

1661) que se introduce como modelo

explicativo general que generaliza en el

ámbito del pensamiento las analogías entre el mundo y las máquinas, ampliamente utilizadas durante el

siglo XVI, y se opone al modelo mágico y animista…» (“Hombre máquina” en Encyclopaedia Herder).

En el siglo XVIII, un médico­filósofo francés,Julien Offray de La Mettrie (1709­1751), publica

un libro con título provocativo: El hombre máquina (L´homme machine, 1747). Como médico,

había observado hasta qué punto las enfermedades del cuerpo pueden modificar los estados del

alma; ésta, pues, no es una entidad autónoma­espiritual (como afirmaba Descartes), sino que

depende del cuerpo:

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Julien Offray de LaMettrie,El hombre máquina, traducido porÁngel J. Cappelletti, Eudeba, Buenos

Aires, 1961, pp. 76­77.

«Pero, puesto que todas las facultades del alma dependen de la adecuada

organización del cerebro y del cuerpo en general, a tal punto que no son

evidentemente otra cosa sino esta organización misma, he ahí una máquina bien

iluminada. (…) Algunas ruedas o algunos resortes más que en los más perfectos

animales, el cerebro proporcionalmente más cercano al corazón y, por tal causa,

mejor irrigado de sangre; (…). ¿La organización, pues, bastaría para explicarlo

todo? Sí, una vez más. Puesto que el pensamiento se desarrolla evidentemente

con los órganos, ¿por qué la materia de la cual éstos están hechos no podría ser

capaz de experimentar remordimientos, siendo así que puede adquirir, con el

tiempo, la facultad misma de sentir? El alma no es, por consiguiente, más que

una palabra vana, de la que no se tiene idea alguna y de la que una inteligencia

sólida no debe servirse más que para nombrar aquella parte que en nosotros

piensa. Establecido el menor principio de movimiento, los cuerpos animados

tendrán todo cuanto les hace falta para moverse, sentir, pensar, arrepentirse y,

en una palabra, para guiarse en lo físico y en lo moral, que de esto (de lo físico)

depende»

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La Mettrie da, pues, una explicación mecanicista del alma: ésta se explica ­sin más­ por el

movimiento del cuerpo. El ser humano es una máquina, pero una máquina que puede pensar.

Incluso podría ser fabricada, aunque de momento ello no parece factible:

«El hombre es una máquina tan compleja que resulta imposible formarse primero

una idea clara al respecto y luego definirla en consecuencia»

Julien Offray de La Mettrie, El hombre máquina,

op. cit., p. 35.

Autómata del pato de Vaucanson (Wikipedia).

Aunque tampoco habría que perder la esperanza. De

hecho, un tal Jacques de Vaucanson (1709­1782) había

ya construido un “flautista” y un “pato” mecánicos; este

último reproducía el sonido de esta ave, iba en busca de

alimentos y parecía comerlos y digerirlos. Incluso había

proyectado un “hablador”, «máquina que ya no puede

considerarse imposible ­comenta La Mettrie­, sobre todo

entre las manos de un nuevo Prometeo»:

«Si se han necesitado más instrumentos, más engranajes, más resortes para

marcar el movimiento de los planetas que para marcar las horas o repetirlas; si

Vaucanson necesitó más arte para hacer su “flautista” que para su “pato“,

hubiera tenido que emplear todavía más para hacer un “hablador”, máquina que

no puede ya considerarse imposible, sobre todo en las manos de un nuevo

Prometeo»

Julien Offray de La Mettrie, El hombre máquina, op. cit., pp. 91­92.

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“Le mécanisme du flûteur automate” par

Jacques de Vaucanson.

Como se ve, La Mettrie afirma que la

máquina puede hacer todo lo que hace

un ser humano, cosa que Descartes

había negado. Sin embargo, la

propuesta de nuestro autor no tuvo más

repercusión que provocar un gran

escándalo.

Quizá la razón del rechazo fuera más

profunda. En los primeros pasos de la

revolución industrial, la máquina era

concebida esencialmente como un

artilugio dotado de movimiento, y no

era concebible cómo el simple

movimiento podía producir

sentimientos, pensamiento y conciencia.

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