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REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE MÉXICO | 107

Las efemérides musicales de 2010 girarán entorno a un valor cultural cuya evolución esclara en tres de los compositores que seránmás celebrados en los próximos doce meses.

El romanticismo, desde sus simientesen el Sturm und Drang hasta su puesta allímite justo antes del rompimiento de esa lí-nea, circula como savia, como sangre, en laobra de Robert Schumann, uno de los artí-fices del romanticismo y de quien se cumplesu bicentenario, también en la personalidadentera de Frédéric Chopin, representante delromanticismo en estado puro, que será fes-tejado en bicentenario, y en Gustav Mahler,el máximo representante del posromanti-cismo y quien será sesquicentenario prontoy formó el preludio a la Segunda Escuela deViena, con Schoenberg, Berg y Webern alfrente y la disolución de la tonalidad, el sur-gimiento del dodecafonismo, el serialismo,la atonalidad en pleno.

Las conmemoraciones de las efeméridesforman motor en el mundo de la música.Guían a programadores de temporadas deconciertos, reactivan la industria del discocon ediciones especiales dedicadas a esosautores, y sobre todo animan la evolucióndel gusto musical, el crecimiento de los pú-blicos, ponen al día modos de entender elmundo. Ejemplos recientes: el bicentenariode Mozart, en 2006, reavivó el furor mun-dial más allá de los chocolates, los licorci-tos, los posters, las t-shirts y demás monerías:armó una fiesta planetaria para regocijo dela humanidad entera. Puso sonrisas en losrostros de todos, melómanos o no. Porqueuno dice Mozart y sonríe.

El caso de Olivier Messiaen, cuyo cen-tenario festejamos en 2008, puso en pri-mer plano a un autor que de otra maneradifícilmente gozaría de tantos reflectores,en tratándose de música contemporánea,

es decir, de un asunto que era hasta enton-ces repulsivo para el supuesto “gusto” mu-sical de las mayorías, tan recalcitrantes en losrepertorios manidos, en la falta de aventura.La atención sobre Messiaen fue acompa-ñada, meses adelante, por un interés des-bordado, sorpresivo, por Karlheinz Stock-hausen, Gyorgy Ligeti, Arvo Pärt, GyorgyKurtag, Giya Kancheli y una pléyade de au-tores muy recientes, tres de ellos aún vivos(Pärt, Kurtag, Kancheli), lo cual acusa unavance cultural.

La inmensa franja de producción detodo el siglo XX empieza entonces a to-mar su sitio en las salas de concierto, enlas producciones discográficas y sobre to-do en el verdadero gusto musical de los pú-blicos crecientes.

En las efemérides por venir, resultará nue-vamente obvia la supremacía de popularidadde la que disfruta, a doscientos años de dis-tancia, el todavía joven Chopin, cuya músicaes saboreada, paladeada, acariciada con ve-hemencia por generaciones y generaciones.

La música para 2010:Chopin, Schumann, Gustav MahlerPablo Espinosa

Frédéric Chopin

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Un referente muy divertido de la magiade Chopin es la película que filmó CharlesVidor en 1945, A song to remember, tituladaen español Canción inolvidable (cuyo moteentre melómanos retozones es: Calzón inoxi-dable): por su contenido trepidante, hacíapatalear de emoción al público en los vie-jos cines de pueblo, o de ciudades pequeñas.

El menos favorecido del trío mencio-nado en el primer párrafo de este texto esdesde luego Robert Schumann, románticoentre los románticos y cuyas sinfonías suelenatraer taquilla, aunque nunca comparadacon el rey del Sturm und Drang: Beethoven.

Schumann es autor de música de cá-mara exquisita y es lo deseable de su próxi-ma efeméride: que vuelva a florecer en lassalas de concierto ese florilogio espléndido.

Schumann es, junto con Chopin, el pro-totipo del artista / músico del romanticis-mo. Es también el músico más intelectualde ese movimiento.

Así como Chopin renueva la técnicapianística y las formas melódicas para elinstrumento, Schumann aporta, a la mú-sica para piano, la profundidad y la inte-lectualidad; es tan intelectual como her-mosamente humano.

El caso de Gustav Mahler amerita, me-rece espacio, atención, análisis, incluso cha-cota. A estas alturas, finales de 2009, pasóya de ser un autor desconocido a un autorde culto, un rey emergente de taquilla. Secumplió ya su profecía: “mi tiempo llegará”.En México debemos, entre otras muchashonras, a Eduardo Mata (1942-1995) el co-nocimiento de la música de Mahler. Comono existen las casualidades, dentro de po-cos días, el 4 de enero, se cumplirán quinceaños de la muerte de Eduardo Mata, pér-dida que la cultura mexicana no termina deasimilar. La orfandad se nota no sólo en laausencia de batutas mexicanas verdadera-mente sólidas, sino en la ausencia de unapolítica cultural valedera. Eduardo Mata nosolamente formó a varias generaciones demelómanos. También consolidó un reper-torio amplísimo, novedoso, equilibrado.Si al final de sus días regresó a sus dos ba-luartes, Bach y Mozart, con la música deGustav Mahler abrió ventanas amplísimasa la sociedad mexicana. Más que una fichahemerográfica, más allá de ubicar quiénfue el primero cronológicamente en dirigir

Mahler en México, le debemos el conoci-miento, el amor por la música de Mahler aMata, por su manera de mostrarlo, inter-pretarlo, entregarlo a quienes tuvimos el pri-vilegio de presenciar sus conciertos. Mahlercompleto en México: Palacio de Bellas Artes,1975, un ciclo integral, organizado y diri-gido en su mayor parte por Eduardo Mata:estuvo a la batuta en las Sinfonías 3, 4, 8, 9y en La canción de la Tierra.

Muchas improntas. Vale mencionar unacomo botón de muestra: principios de ladécada de los ochenta: Palacio de BellasArtes, un mediodía de domingo. EduardoMata vestido de blanco dirige La canción dela Tierra de Mahler. Los cantantes solistasson Alfreda Hudgson y John Mitchinson,quienes por cierto cantan en un disco pri-vilegiado con la batuta de Horenstein, gra-bado en una fecha muy cercana a la ver-sión mexicana, de manera que venían enestado de gracia. En cuanto suena el arpase abre un sendero blanco, brillante, lumi-noso. Traspasado ese umbral, su figura, vistadesde las butacas del segundo piso, se em-pieza a divisar como se mira el mundo desdeel interior de un automóvil en plena lluvia.Lágrimas, latidos. Tremor del alma. Cuan-do suena el verso final: Ewig (eternamente)y las últimas notas se desgajan, el públicotermina por romper en llanto y en aplau-sos. A lo lejos se escuchan gritos de jóvenesen éxtasis: ¡Mataaaaa! ¡Maaaataaaa! Comosi se tratara de una estrella de rock, de uncrack del futbol, de un héroe de novela quiendesde el podio y a lo lejos sonreía profun-damente conmovido. Maestro. Un maestrode ésos que marcan, dirigen, definen tra-yectorias, vidas. La sencillez, bonhomía, ge-nerosidad del maestro Mata lo hacía dete-nerse, al día siguiente de ese concierto, aplaticar a media calle con un jovencito im-berbe que lo invocaba:

—Es que en el momento en que ustedmarcó la entrada ayer al arpa, se abrió unumbral. El contacto con lo divino lo divi-samos todos, lo palpamos —aventuraba eljovenzuelo.

—Cierto, Mahler utiliza el arpa paraeso, para abrir umbrales hacia lo divino—contestó el maestro al autor de estetexto.

Con los años, las obras mahlerianas pa-saron a formar parte del conocimiento deunos cuantos. Entre el esnobismo y el ver-dadero amor, era mencionado como pedi-gree, referente prestigiante por igual queentre iniciados era y sigue siendo un temacandente, inagotable. Se enciende, inmen-sa, la hoguera de la pasión cada vez quesuena la música de Mahler, cada vez que esmencionado, incluso.

Hace décadas era también motivo dechacota: si una tarde viendo una telenove-la, uno podía ejercer el entonces nacientedeporte del zapping, pasar cansinamente loscanales de televisión en busca de algo inte-resante, que nunca había, y detener de ma-nera inevitable el dial en una telenovela,no porque el galán y la galana en turno,que encarnaban a Roberta Francisca For-tunata, enamorada de Polencio Valencia yBobadilla, si es que hubieran tenido el tinode contratar como guionista al maestro Ga-briel Vargas, artífice de La familia Burrón,estuvieran en tono tal que Audrey Hep-burn y Orson Welles palidecerían ante ac-tores tan notables, sino porque la bandasonora de la tal telenovela repetía, cada vezque las gotas de colirio Eye-Mo saltabansobre las mejillas de Roberta Francisca For-tunata y Polencio Valencia y Bobadilla es-grimía en el aire tremendo conato de so-plamocos, bofetada, misoginia, repetía yrepetía la tal banda sonora un pasaje ¡de laPrimera Sinfonía de Mahler!, ¡sopas de pe-rico!, ¡geniales, los productores! El pasaje:los primeros compases, atacca, la transi-ción entre el tercero y el cuarto movimien-tos de la Sinfonía Titán. El productor enturno leyó tal obra como si se tratase de “Larepentina explosión de un corazón profun-damente herido”, uno de los temas pro-gramáticos de la Cuarta sinfonía de Chai-kovski, un autor ése sí dado al melodrama.Pero Mahler, por favor. Los mahlerianosde buena estirpe, que sí los hay, no se de-tienen en esas pequeñeces, no son dogmá-ticos. Los mahlerianos de corazón no venen blanco y negro ni en colores. Atienden laszonas sepias, la riqueza de los grises: GustavMahler es un autor inabarcable, pleno decontradicciones como persona y eso en sumúsica está todo el tiempo reflejado. Esolo entienden los cronopios, nunca los fa-mas ni los esperanzas. De manera que si

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LA MÚSICA PARA 2010

un buen anuncio comercial televisivo de undetergente recurre a un pasaje de Las can-ciones de los niños muertos, bien por el pro-ductor, y que nadie se rasgue las vestidu-ras, que quedarán rechinando de limpiascon esa agua jabonosa mahleriana. Es más,es tal la pasión, la curiosidad, el apego, elcompromiso que la música de Mahler pide,que en son de broma podemos asumir unaactitud de cierto masoquismo, pues es dadover a mahlerianos muy conocedores y muyde a deveras mahlerianos en las salas de con-cierto cuando se programa alguna partitu-ra del autor austriaco en México. El ciertomasoquismo consiste en que difícilmenteestará en el podio un director que merezcael título de Buen Director de Orquesta.Raras, muy raras las excepciones.

El mero hecho de que suene en vivo lamúsica de Mahler constituye en sí un acon-tecimiento. Es tal su magia. Tanto, que lascolecciones particulares de los mahleria-nos contienen muchas versiones distintasde cada sinfonía. Cada director mahlerianoimpone improntas. Y los consensos se avi-van y las polémicas también se disparan.Puritita adrenalina. Pasión en estado al-químico. Que si las versiones de Bernsteinson las mejores, que si las de Solti, las de

Barbirolli, Mutti, Jascha Horenstein, Hai-tink, Boulez...

La ya vasta discografía de Mahler estáal alcance de la mano en la Sala Margolín,a cargo de un mahleriano verdadero, queaúna a sus virtudes un elevado sentido dehumildad y de auténtica modestia: el maes-tro Luis Pérez, aquel joven que vitoreabaa Mata en medio del éxtasis de lágrimas,aplausos, conmoción generalizada. Amanteprofundo del espíritu, de lo auténticamen-te mahleriano, y que entiende a cabalidadlos alcances metafísicos de esas partiturasy además conocedor de la también vastaliteratura, creciente con los días, sobre lomahleriano y de los gruesos volúmenes bio-gráficos y ensayísticos del máximo autory analista del tema, el musicólogo francésHenry-Louis De La Grange.

Tema hermoso el de la música de GustavMahler. Crece en el transcurso del tiempoy se amplía a confines inimaginables: porejemplo, cuando el pianista estadounidenseUri Caine vino a México para celebrar elcumpleaños doscientos de Volfi Mozart, suamplísima discografía empezó a fluir conmayor profusión en México. Tiene graba-das, bajo el sello alternativo de Music Edi-tion Winter and Winter, varias versiones

espléndidas de pasajes de la Sinfonía Resu-rrección, en particular del Urlricht, Luz Prís-tina, ese pasaje sublime, y de otros rinconeshasta ahora poco visitados de las partiturasdel austriaco pero también de los distintosciclos de canciones y del adagietto de laQuinta sinfonía. Son paráfrasis, glosas, im-provisaciones jazzísticas, homenajes dondecampea el espíritu mahleriano con su com-binación única de ethos y de pathos, esamezcla tan rara de belleza y de penumbra,alegría y sarcasmo, sonrisa y carcajada, sus-piro y exhalación intestinal, entraña y co-razón, caricia y chingadazo, poesía y marchamilitar, baile campesino y baile de salón ve-neciano, aires de decadencia y vislumbresde futuro promisorio. Como pocas músi-cas, las que escribió Gustav Mahler con-densan, decantan, aquilatan, criban, sin-tetizan la condición humana.

En el año que está por nacer sonará mu-cho Chopin, harto Schumann, mucho delos otros compositores cuyas efeméridesefervescerán. De Mahler por lo pronto yaprepara la Orquesta de Minería un ciclocompletísimo, que incluye canciones, obrasde Alma Mahler, su esposa, y algún inédi-to inclusive. Mahler. Gustav Mahler. Vayatema tan hermoso. Tan inabarcable.

Robert Schumann Gustav Mahler